Briones-Formaciones de Alteridad
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Briones-Formaciones de Alteridad
Captulo 1:
Formaciones de alteridad:
contextos globales, procesos
nacionales y provinciales
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Claudia Briones
Profesora de la Universidad de Buenos Aires e Investigadora del CONICET. Seccin Etnologa y Etnografa del Instituto de Ciencias Antropolgicas de la Facultad de Filosofa y Letras.
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Si por transnacionalizacin entendemos una re-territorializacin de prcticas econmicas, polticas y culturales que, reconfigurando el orden inter-nacional, resultan en el aumento y la diversificacin de los flujos de poblacin,
productos, informacin, etc., las luchas indgenas han quedado enmarcadas en
y por una serie de peculiaridades. Primero, por la internacionalizacin de la retrica de la diversidad como derecho humano y valor, lo cual ha derivado en lo
que Susan Wright (1998) llama politizacin de la cultura. Segundo, por una
multiplicacin de agencias y arenas involucradas en la gestin de la diversidad
(agencias multilaterales, organismos internacionales, estados, organizaciones y
comunidades indgenas, ONGs) que ha derivado en que incluso los emprendimientos ms localizados operen como caja de resonancia de aconteceres globales (Mato, 1994). Tercero, por la posibilidad de entramar alianzas supra-nacionales entre pueblos indgenas, sea porque un mismo pueblo como el Inuit o
el Saami se organizan por encima de distintos estados; sea porque se crean
alianzas pantnicas como la COICA o la alianza de los pueblos de los bosques
tropicales que renen pueblos distintos de distintos pases (Iturralde, 1997;
Morin y Saladin DAnglure, 1997). Pero tambin por el surgimiento de
alianzas entre indgenas y ONGs globales y locales (Conklin y Graham, 1995).
En este marco y como seala Joanne Rappaport (2003), la globalizacin articula a escala global, regional y nacional diversas zonas de contacto, entendidas
como un conjunto de contextos histricos, geogrficos y sociales cuyo anlisis
permite ver cmo los procesos globales se sedimentan en prcticas locales conjunto de contextos cuyo anlisis requiere considerar desde la naturaleza cultural
del capitalismo y las tensiones entre modernidad y tradicin, hasta el campo internacional dentro del cual circulan ideas que afectan las construcciones de identidades nacionales e indgenas. Emergen adems lo que Daniel Mato (2003)
llama complejos transnacionales de produccin cultural, como las distintas
redes de comercio alternativo o justo, la produccin y comercializacin internacional de productos tradicionales. Aqu la paradoja inherente a estos procesos
es que, aunque el sentido comn entienda que la globalizacin tiene un potencial homogeneizador que genera localizacin, los movimientos supuestamente
particularistas como el indgena tambin se trans-nacionalizan, y apuntan a inscribir sentidos globales (Briones et al., 1996).
En el plano sociopoltico, la acumulacin flexible del capital viabilizada por
la llamada globalizacin ha ido de la mano de formas peculiares de entender
la racionalidad gubernativa y la conduccin biopoltica de las conductas (Foucault, 1991b), formas cuya peculiaridades llevan a Gordon (1991) a hablar de
una gubernamentalidad neoliberal.
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Segundo, se viene dando una curiosa convergencia entre las demandas indgenas de participacin y la manera en que la gubernamentalidad neoliberal
tiende a auto-responsabilizar a los ciudadanos de su propio futuro, en tanto sujetos definidos como consumidores autnomos y con libertad de eleccin
(Rose, 2003). Evelina Dagnino (2002a, 2002b y 2004) define esta convergencia como confluencia perversa, en tanto las justas demandas de participacin activa que se realizan desde la sociedad civil se ven potenciadas por una reconfiguracin de la sociedad poltica que viene promoviendo el repliegue
estatal al momento de atender responsabilidades sociales bsicas. Los esposos
Comaroff (Comaroff y Comaroff, 2002) identifican esta paradoja como la que
lleva a promover una politizacin de las identidades en contextos de despolitizacin de la poltica. En otra parte, sugerimos cmo la misma opera en el pas
alentando cambios sobre las polticas de la subjetividad y las concepciones de la
poltica (Briones, Cauqueo, Kropff y Leuman, 2004).
Tercero, los pueblos indgenas vienen denunciando que las retricas complacientes de las agencias multilaterales e incluso las de algunos estados rara vez
son acompaadas y avaladas por medidas conducentes a una redistribucin de
recursos que sea paralela a la de reconocimientos simblicos. Ms all de estas
punzantes y acertadas imputaciones, lo paradjico es que a veces las objeciones
formuladas acaben reiterando los fundamentos del mismo orden capitalista
avanzado del que se sospecha, en tanto llevan a debatir soluciones que terminan tambin postulando la diversidad como bien de mercado (Segato,
2002; Zizek, 2001). Me refiero con esto a que defender prcticas y saberes
desde nociones de patrimonio y propiedad intelectual conlleva para los PIs el
riesgo de aceptar transformar tambin su espiritualidad en mercanca.
Ahora bien, el punto que me interesa destacar es que, a pesar de tendencias
generales y paradojas compartidas, estas redefiniciones no han operado en el
vaco. Por el contrario, historias y trayectorias particulares de insercin en el
sistema-mundo han llevado a que, en cada pas y regin, las agendas multilateralmente fijadas para la adecuacin de marcos polticos y legales de gestin de
la diversidad se fuesen procesando desde agendas propias. En cada pas, entonces, esa apropiacin de agendas se realiza desde y contra ordenamientos sedimentados que ejercen sus propias fricciones al nuevo sentido comn de la
poca, dando por resultado lo que podramos llamar neoliberalizaciones de los
estados y las culturas a la argentina, a la ecuatoriana, a la chilena, etc. Paralelamente y como seala Fabiola Escrzaga (2004), si la constitucin de los
PIs en sujetos polticos y actores sociales ha avanzado a ritmo dispar en los distintos pases de Amrica Latina, ello se debe a la interaccin de una serie de va13
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Para obtener un panorama en esta direccin, consultar por ejemplo Escrzaga (2004); Gros
(2000); Sieder (2002 y 2004).
Para evitar caer en la sustancializacin que implica hablar de grupos tnicos y grupos raciales o razas perdiendo la posibilidad de entender cmo lo que aparece sustancial es
sociohistricamente sustancializado y cmo un mismo sector puede ser individualizado a
partir de marcas de distinto tipo definimos la racializacin como forma social de marcacin
de alteridad que niega la posibilidad de que cierta diferencia/marca se diluya completamente, ya por miscegenacin, ya por homogenizacin cultural, descartando la opcin de smosis
a travs de las fronteras sociales, esto es, de fusin en una comunidad poltica envolvente que
tambin se racializa por contraste. Definimos como etnicizacin, en cambio, a aquellas formas de marcacin que, basndose en divisiones en la cultura en vez de en la naturaleza,
contemplan la desmarcacin/invisibilizacin y apostando a la modificabilidad de ciertas
diferencias/marcas prevn o promueven la posibilidad general de pase u smosis entre categorizaciones sociales con distinto grado de inclusividad (Briones, 2002b).
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nosotros desmarcado como de los contingentes sociales selectiva y explcitamente etnicizados y/o racializados.
Ahora bien, la necesidad de poner la cuestin indgena en una matriz ms
compleja de alterizaciones y normalizaciones, nos fue llevando a introducir
otros conceptos. Sostuvimos que la posibilidad de explicar la re-produccin
material e ideolgica de grupos selectivamente racializados y etnicizados desde
un abordaje materialista dependa de prestar atencin no slo a la economa
poltica, sino a la economa poltica de la produccin cultural (Briones, 2001a).
Partiendo de ver a la cultura como un hacer reflexivo, como un medio de significacin que puede tomarse a s mismo como objeto de predicacin (Briones y
Golluscio, 1994), advertimos no slo que la cultura es un proceso disputado de
construccin de significado, sino que toda cultura produce su propia metacultura (Urban, 1992), esto es, nociones en base a las que ciertos aspectos se naturalizan y definen como a-culturales, mientras algunos se marcan como atributo
particular de ciertos otros, o se enfatizan como propios, o incluso se desmarcan
como generales o compartidos. Al convertir explcita o implcitamente a las
cultura propia y ajena en objetos de la representacin cultural, esas nociones metaculturales generan su propio rgimen de verdad (Foucault, 1980)
acerca de las diferencias sociales, jugando incluso a reconocer la relatividad de
la cultura como para reclamar universalidad y vice-versa (Briones, 1996 y
1998b).
En este marco, la idea de trabajar sobre economas polticas de la produccin
cultural remite centralmente a ver cmo ponderaciones culturales de distinciones sociales rotuladas como tnicas, raciales, regionales, nacionales,
religiosas, de gnero, de edad, etc., proveen medios como seala (Hall,
1986) que habilitan o disputan modos diferenciados de explotacin econmica y de incorporacin poltica e ideolgica de una fuerza de trabajo no
menos que de una ciudadana que se presupone y re-crea diferenciada. En
otras palabras, el punto es ver cmo se reproducen desigualdades internas y
renuevan consensos en torno a ellas invisibilizando ciertas divergencias y tematizando otras, esto es, fijando umbrales de uniformidad y alteridad que permiten clasificar a dispares contingentes en un continuum que va de inapropiados inaceptables a subordinados tolerables (B. Williams, 1993).
Ahora bien, ese continuum no obsta que se identifiquen tipos de otros internos en base a marcas particulares por ejemplo, indgenas, afrodescendientes, inmigrantes, criollos, en pases latinoamericanos, o los cinco
troncos racializados que conforman el modelo del pentgono tnico en los
EE.UU.. Inicialmente, convergimos con la idea de Segato (1991, 1998a, y
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Concretamente, Estado federal y estados provinciales incluso municipales como formaciones pluricentradas y multidimensionales que condensan discursos y prcticas polticas de
diferente tipo en un hacer sistemtico de regulacin y normalizacin de lo social (Hall,
1985).
Desde esta mirada, la subjetividad se nos revela como experiencia del mundo desde posiciones particulares que, aunque sean direcciones temporarias, determinan el acceso al conocimiento y devienen lugares de apego construidos como hogares desde cuya geografa hablamos. En similar direccin, el self o la identidad remite a diferentes vectores de existencia
ligados a espacios tanto regionales como nacionales y globales que pudiendo estar enclavados, o permitir mucha movilidad, o excluirnos de otros involucran un sistema complejo de
movilidades superpuestas y en competencia, e incluso condicionan las alianzas que se pueden realizar entre distintas identidades o mapas de existencia espacial. La agencia, por su parte, emerge como una cuestin de distribucin de agentes y de actos dentro de espacios y lugares que no son puntos de origen pre-existentes, sino producto de sus esfuerzos por
organizar un espacio limitado. Remite as a instalaciones estratgicas posibilitadas por movilidades estructuradas que definen y habilitan ciertas formas de agencia y no otras para poblaciones particulares (Grossberg, 1996).
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sistemas de diferencia social e identidades en nuestro caso, sistemas de categorizacin social centralmente ligados a tropos de pertenencia selectivamente etnicizados, racializados, o desmarcados. Por su parte, las maquinarias territorializadoras resultan de regmenes de poder o jurisdiccin que emplazan o
ubican sistemas de circulacin entre lugares o puntos temporarios de pertenencia y orientacin afectivamente identificados para y por los sujetos individuales y colectivos.
Alrededor de estos puntos sostiene Grossberg los sujetos articulan sus
propios mapas de significado, deseo y placer, aunque siempre condicionados
por la movilidad estructurada que resulta de estructuras ya existentes de circulacin y acceso diferencial a un determinado conjunto de prcticas histricas y
polticamente articuladas. Emergiendo entonces del interjuego estratgico
entre lneas de articulacin (territorializacin) y lneas de fuga (desterritorializacin) que ponen en acto y posibilitan formas especificas de movimiento
(cambio) y estabilidad (identidad), esa movilidad estructurada habilita formas
igualmente especficas de accin y agencia. Ms aun, segn Grossberg, el anlisis de tales lneas es un campo central para identificar la capacidad de agencia,
pues las mismas determinan qu tipos de lugares la gente puede ocupar, cmo
los ocupa, cunto espacio tiene la gente para moverse, y cmo puede moverse a
travs de ellos. Por tanto, distintas formas de accin y agencia resultan no slo a
la desigual distribucin de capital cultural y econmico, sino tambin de la disponibilidad diferencial de diferentes trayectorias de vida por medio de las
cuales se pueden adquirir esos recursos.
En este marco, si la Nacin-como-Estado opera como territorio simblico
contra la cual se recortan y en el cual circulan distintos tipos de otros internos,
las geografas estatales de inclusin que son simultneamente geografas de exclusin remiten a la cartografa hegemnica que fija altitudes y latitudes diferenciales para su instalacin, distribucin y circulacin. Entre otras cosas, estas
geografas de inclusin/exclusin intentan inscribir por anticipado en el sentido
de pertenencia de esos contingentes la textura de las demandas que vayan a realizar (Balibar, 1991). Si su peso efectivo para regular luchas polticas por habilitacin resulta de cmo la distribucin de lugares, uniformidades y diferencias habilita y afecta la produccin, circulacin y consumo de argumentaciones y
prcticas idiosincrticas de pertenencia, podemos decir que estas geografas devienen tanto proveedoras de anclajes respecto de los lugares de enunciacin
desde los cuales el activismo indgena plantea sus demandas, como objeto preferente de contra-interpelacin, una vez que los sujetos identifican las desigualdades fundantes que operan semejante distribucin (Briones, 2004).
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Segato (1998b) destaca que distintos pases pueden echar mano a un mismo
tropo, aunque para realizar operaciones cognitivas diversas. Seala entonces
que, aun partiendo de la metfora del crisol de razas, las ideologas nacionales
hegemnicas de Estados Unidos, Brasil y Argentina han administrado de manera dispar la tensin entre la homogenizacin de ciertas poblaciones como
ncleo duro de la nacionalidad, y la heterogeneizacin de otras como distintos
tipos de otros internos diferencialmente posicionados respecto de las estructuras de acceso a recursos materiales y simblicos clave. As, explicita Segato
que, en Argentina, la metfora del crisol usada para construir una imagen homognea de nacin ha ido inscribiendo prcticas de discriminacin generalizada respecto de cualquier peculiaridad idiosincrtica y liberando en el proceso
a la identificacin nacional de un contenido tnico particular como centro articulador de identidad (una nacin uniformemente blanca y civilizada en base a
su europeitud genrica). Tales prcticas habran propiciado adems una vigilancia difusa de todos sobre todos que, basndose en reprimir la diversidad, se
habra acabado extendiendo a diversos dominios de lo social (Segato,
1991:265).
Sobre esta base, dira que la formacin maestra de alteridad en Argentina fue
resultando de una peculiar imbricacin de maquinarias diferenciadoras, estratificadoras y territorializadoras, habilitantes de un conjunto de operaciones y
desplazamientos que, para sintetizar el argumento, agrupara en torno a tres lgicas principales. Una de incorporacin de progreso por el puerto y de expulsin de los estorbos por las puertas de servicio, primera lgica que se liga a
una segunda de argentinizacin y extranjerizacin selectiva de alteridades, estando a su vez ambas lgicas en coexistencia con una tercera de negacin e
interiorizacin de las lneas de color. Veamos.
En Argentina, como en otros pases, la espacializacin de la nacionalidad ha
operado en base a metforas que jerarquizan lugares y no-lugares. Al menos
desde la Generacin de 1837, el pas se autorrepresenta con una cabeza pequea pero poderosa el puerto de Buenos Aires destinada como centro material y simblicamente hegemnico tanto a ordenar y administrar las limitaciones de un cuerpo grande pero dbil el Interior como a llenar los vacos
no se extendiese ms all de los momentos iniciales de conformacin de un pas independiente. En consecuencia, no sorprende que quienes hoy puedan ser a simple vista clasificables como negros negros mota o negros negros, dira Frigerio (2002), para recuperar la diferencia que hace el sentido comn entre afro-descendientes y los cabecitas negra
queden vinculados a migraciones ms o menos recientes, producidas supuestamente no ya
desde frica sino desde Uruguay, Brasil o los EE.UU. puesto que tampoco est demasiado
visibilizada la inmigracin caboverdiana (de Liboreiro, 2001).
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trastienda. Esta idea de que los argentinos vinimos de los barcos se refuerza con
la propensin especular a expulsar fuera del territorio imaginario de la nacin a
quienes se asocian con categoras fuertemente marcadas, mediante una comn
atribucin de extranjera que ha ido recayendo sobre distintos destinatarios a lo
largo de la historia nacional, segn distintos grupos fuesen adquiriendo sospe12
chosa visibilidad.
A este respecto, es por ejemplo sugestiva la perseverancia con que desde fines
del siglo pasado se viene reiterando el aserto de que los Tehuelche (siempre a
punto de total extincin) son los verdaderos indios argentinos de la Patagonia, a diferencia de los ms numerosos (y por ende conflictuantes) Mapuche,
pasibles siempre de ser rotulados como chilenos por ende, indgenas invasores o visitantes, sin derechos segn las versiones ms reaccionarias a reclamar hoy reconocimientos territoriales (Briones, 1999; Briones y Daz,
2000; Cauqueo, Kropff, Rodrguez & Vivaldi en este volumen; Lazzari y
Lenton, 2000; Ramos & Delrio en este volumen; Rodrguez, 1999; Rodrguez
y Ramos, 2000). En similar direccin y mostrando la eficacia residual de esta
lgica, he escuchado a conciudadanos salteos y jujeos denunciar el trato discriminatorio al que estaban siendo sometidos cuando se los estigmatizaba
como bolitas o bolivianos es decir, cuando se los desnacionalizaba por su aspecto durante la irrupcin de xenofobia que acompa el fin de la era menemista. En este marco, tampoco sorprende tanto un acontecimiento que tom
estado pblico ms recientemente, hecho vergonzoso que algunos consideran
anacrnico y otros vemos como sntoma preocupante de la formacin de alteridad que todava es propia del pas. Brevemente, funcionarios de migraciones
acusaron a la Sra. Mara Magdalena Lamadrid de utilizar un pasaporte falso,
basndose tambin en su aspecto. En lo que califican como un gesto de indiscriminacin del nosotros nacional, Natalia Otero y Laura Colabella (2002) explican los criterios en que tales funcionarios apoyaban su brillante deduccin: como no hay argentinos negros, toda persona de aspecto afro debe ser
extranjera.
A su vez, estas formas de territorializar y diferenciar pertenencias se imbrican con una segunda lgica de substancializacin (Alonso, 1994) que entrama la gran familia argentina en base a maquinarias diferenciadoras que
aplican de manera asimtrica los principios de jus solis y el jus sanguinis para argentinizar o extranjerizar selectivamente distintas alteridades. Por ejemplo,
12 Agradezco a Ricardo Abduca un comentario que, realizado hace varios aos al pasar, me invit a prestar atencin a este punto y me llev a empezar a hacer un mapa de recurrencias
en esta direccin.
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En suma, la postura que sostiene el Ministro para fijar la identidad de algunos contingentes sociales en ciertas direcciones y no en otras parte de que no
se puede confundir ser con parecer. As, si en EE.UU. no hay forma de que
quien parece negro no lo sea, en Argentina se puede parecer indgena por
el color de la piel pero no serlo. Sugestivamente, empero, si proponer que las
marcas corporales no permitiran establecer lindes inequvocos entre indgenas
y (ciertos) criollos parece etnicizar la aboriginalidad, paralelamente nos
muestra que el color no se abandona como medio para describir/significar/predicar sobre la realidad de la membresa de ciertos contingentes desmarcados como individuos del pas, en pro de consolidar una hegemona por
transformacin que, para reforzar las posiciones de los grupos dominantes,
apuesta a una pronta homogenizacin cultural de la heterogeneidad (Briones,
1998a). En este marco, no sorprende que muchas dcadas despus el interior
aparezca asaltando el puerto de Buenos Aires a travs de contingentes de cabecitas negras. Pero antes de desarrollar este punto, bien vale explorar en qu
direcciones s se racializa la aboriginalidad y, por contraste, a la Nacin
Argentina, una Nacin supuestamente sin otro color ms que el puro blanco.
Sostuve en otra parte que, en trminos de incorporacin al nosotros nacional, se habilitaron distintas trayectorias para alteridades construidas sobre
diversas marcas, etnicizadas para los inmigrantes europeos a quienes caba recorrer la senda de argentinizacin, racializadas para los PIs, para quienes un
proceso equivalente se defina como blanqueamiento porque, a diferencia de
los primeros, no eran ya blancos. En relacin a esto y a diferencia de otros
pases latinoamericanos, en Argentina el mestizaje ha tendido a quedar definido por una lgica de hipodescendencia, que hace que la categora marcada
(en este caso,lo indgena) tienda a absorber a la mezclada y que el mestizo
est categorialmente ms cerca del indgena que del no indgena (Briones,
1998c). En este marco, el punto a destacar es que, a partir de un opaco pero
sostenido distanciamiento entre mestizos (categorialmente ms cerca de los
indios por provenir de una mezcla reciente) y criollos (conciudadanos provenientes de una mezcla de mayor profundidad, pero pasibles de ser mejorados
por matrimonios con inmigrantes europeos que habilitan movilidad ascendente en trminos de capitales culturales y sociales), la formacin maestra de
alteridad en Argentina ha apuntado a inscribir sus dos movilidades estructuradas fundacionales, apoyndose ideolgicamente en la operatoria de dos melting pot simultneos y diferentes. Mientras uno de esos crisoles ha promovido
el enclasamiento subalterno de algunos apelando a la potencialidad hipogmica de ciertas marcas racializadas, el otro por el contrario ha enfatizado la po28
tencialidad hipergmica de la europeitud en el largo plazo. Poniendo no obstante lmites discrecionales a quienes tenan habilitado el ingreso (criollos ms
que mestizos), este segundo caldero ha apuntado a evitar que la proliferacin
de parejas mixtas desde poca colonial y sobre todo la propiciada por el desbalance de gnero vinculado a las inmigraciones masivas de fin de siglo XIX
(Geler en prensa) pusiese en tela de juicio tanto la blanquitud paradigmtica de
la argentinidad deseada, como el mito de la movilidad ascendente. Entonces, si
del primer crisol salen cabecitas negras, pobres en recursos y cultura, del otro
emergen argentinos tipo, esto es, mayormente blancos, de aspecto europeo y
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pertenecientes a una extendida clase media.
En esto, pareciera que la articulacin de raza y clase opera en sentido inverso
a los EEUU. Sin importar la clase social, en el pas del norte una gota de sangre
negra o india ha llevado a establecer pertenencia dando relevancia genealgica
al antecesor ms subvaluado. En Argentina, en cambio, el blanqueamiento ha
sido posible y muchas veces, compulsivo para indgenas y afro-descendientes. As, la posibilidad de una movilidad de clase ascendente facilit y fue a
la vez facilitada por la posibilidad complementaria de lavar pertenencias y
elegir como punto de identificacin al abuelo menos estigmatizado.
Con esto, no quiero significar que raza y clase respectivamente predominan
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en EE.UU. y Argentina como ordenadores de desigualdad. Tampoco estoy
sosteniendo que a ciertos indgenas y negros les haya sido totalmente imposible
pasar por blancos en EE.UU., ni negando que en Argentina el color de la piel
no cuenta en absoluto. Antes bien, apunto a llamar la atencin sobre la existencia en Argentina de un melting pot paralelo al crisol de razas que se hace explcito y se toma como fundante de la argentinidad europeizada, un espacio
simblico de reunin/fusin tanto de indgenas y de afro-descendientes, como
de sectores populares del interior tempranamente pensados como gauchos,
paisanos, montoneros, criollos pobres y eventualmente inmigrantes indeseables. Es la operatoria de este melting pot encubierto lo que ha conducido a convertir en con-nacionales aunque de tipo particular a los conciudadanos que
no podan ser ni extranjerizados, ni eyectados de los contornos geosimblicos
de la nacin, ni alterizados en un sentido fuerte, a riesgo de perder masa crtica
para imaginar la posibilidad de una nacin independiente. Y as como el mel13 Esta lectura encuentra un interesante contrapunto en el captulo 7 de este volumen, donde
Lanusse y Lazzari identifican y analizan distintas matrices de mestizaje en una provincia
como Salta que, como otras aejas del pas, se cuenta desde un pasado colonial que habra
dejado como herencia poblacional la temprana y extendida mezcla de espaoles e indgenas.
14 Cfr. Frigerio (2002).
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ting pot explcito ha europeizado a los argentinos argentinizando a los inmigrantes europeos, este otro lo ha hecho produciendo cabecitas negras, es
decir, ha trabajado en base al peculiar movimiento de racializar la subalternidad, internalizando parcialmente una lnea de color anclada en el Interior
(Ratier, 1971). En este doble sentido destacara cabe hablar de interiorizacin de las lneas de color. En otras palabras, el oscurecimiento parcial de una
condicin genrica de subalternidad epitomizada en los cabecitas negra ha
permitido recrear y explicar la estructuracin de clase, sin poner en entredicho
ni el presupuesto de la blanquitud como atributo de toda una nacin, ni las
promesas de progreso y movilidad ascendente que la perfilaban como promisorio pas de inmigracin. Esta racializacin de los sectores populares en tanto
subordinados tolerables (Williams, 1993) ha ampliado el repertorio de las
marcas que los particularizan, ampliacin que sin embargo ha operado elevando el umbral visual a partir del cual se es considerado negro mota o indgena.
En este marco, la argentinidad del cabecita negra siempre ha sido embarazosa a los ojos hegemnicos, en trminos de aspecto, de adscripcin de clase, de
prctica cultural y de actitudes polticas (Briones, 1998c). Esos ojos los ven
como la cara vergonzante de la nacin porque, siendo parte de ella, dan
muestra de inadecuaciones ya de somatotipo (rasgos indgenas o afro, por
ejemplo, heredados de poblaciones supuestamente extinguidas), de actitud
(falta de cultura en el sentido de pulimiento), de consumo y esttica (chaba15
canera), de espacialidad (villeros, ocupas ilegales), de hbitos de trabajo
(desocupados, criminales, cartoneros) y convicciones polticas (peronistas por
propensin clientelar, piqueteros).
Lo destacable es que la obvia racializacin que este rtulo connota no admite fciles equivalencias con construcciones de negritud propias de otros contextos. A diferencia de los EE.UU., jams el cabecita negra ha sido proclamado como categora completamente separada o segregable mediante
apartheid como los afro-americanos hasta mediados de siglo ni digna de respeto y de expesar y recrear su diferencia como los afroamericanos en la actualidad. Tampoco es como el white trash o el red neck pues, adems de
15 Como resea Guber (2002: 363) a partir de los trabajos de Hugo Ratier, con la cada del segundo gobierno peronista, el mote de cabecita dio lugar al de villero. Si aqul haba correspondido al de un actor social en avance [los descamisados peronistas], el segundo se refera a otro en retroceso. Agregara que al da de hoy lgicas de desplazamiento semejantes
estigmatizan por ecuacin a los sujetos de espacializaciones modernizadas, como los ocupas de las casas tomadas y los gronchos (negros culturalmente hablando) de los conventillos devenidos pensiones baratas u hoteles familiares.
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indgenas y afro-descendientes alzan su voz para denunciar el haber sido improcedentemente fusionados en un estigma de cabecitas que no les pertenece,17 otros conciudadanos afectados por el mismo estigma no se sienten ni
una cosa ni la otra.
En todo caso, si nos concentramos en los efectos particulares que esta formacin de alteridad ha ido dejando como impronta en las construcciones de aboriginalidad prevalecientes en Argentina, resulta interesante destacar una serie
de cuestiones con fines comparativos. A pesar de la recurrente tendencia a ningunear lo indgena en el pas, percepciones diferenciadas del potencial de conversin/civilizacin atribuido a distintos PIs fueron dando por resultado divergentes geografas estatales de inclusin/exclusin. Me refiero concretamente a
la implementacin de prcticas diversas de radicacin, que fueron desde la
mayor tendencia a arraigar indgenas a travs de la figura de misiones religiosas en Tierra del Fuego y zona chaquea (supuesto reducto de los contingentes ms mviles y ms salvajes) que en Pampa y Patagonia, hasta la negacin explcita de permisos a ciertos grupos en estas ltimas regiones, la
colocacin de algunos en Colonias agropastoriles o la extensin para otros de
permisos precarios (Briones y Delrio, 2002; Delrio, 2003).
Si lo pensamos en relacin con algunas de las ocurrencias analizadas en este
libro, el punto a destacar es que, paralelamente a esta diversidad de percepciones y evaluaciones por parte del estado central respecto del potencial de asimilacin de distintos pueblos indgenas, otros dos factores tuvieron enorme
gravitacin en la poltica de dar respuestas estatales puntuales a casos puntuales que ha sido distintiva del indigenismo nacional desde los momentos
claves de consolidacin del estado argentino, cuando se verificara y completara
el avance militar sobre tierra de indios: las distintas maneras de escenificar y
disputar las marcas indgenas por parte de la agencia aborigen y, sobre todo, la
forma en que capitales privados, agentes evangelizadores y funcionarios locales
procuraron poner en marcha sus iniciativas, intereses y visiones particulares, a
veces resignificando y a veces interfiriendo con los proyectos federales de colonizacin y de argentinizacin de los pueblos originarios. En todo caso, trata17 Incluira en esto las experiencias y reflexiones de un dirigente Mapuche, las cuales constituyen un acabado ejemplo de la asimetra que rige tanto las desmarcaciones hegemnicas de la
aboriginalidad, como las re-marcaciones racializantes y estigmatizadoras de los sectores populares. En el Festival DERHUMLAC (Derechos Humanos en Amrica Latina y el Caribe)
que se hiciera en el Centro Cultural Recoleta durante 1997 y para denunciar prcticas que
apuntan a la prdida forzosa de adscripciones indgenas, este panelista sostuvo que muchos
de los que ustedes llamaban cabecitas negras ramos nosotros, los indgenas que vinimos a
Buenos Aires. Pero nosotros siempre fuimos y seremos Mapuche.
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ejemplo la propuesta mapuche de la zona de Pulmar en Neuqun como territorio indgena protegido haya servido de base para el programa de Desarrollo
de Comunidades Indgenas que cuenta con financiamiento del Banco Mundial para trabajar en tres reas indgenas piloto (comunidades mapuche de Pulmar en Neuqun, comunidades diaguito-calchaqu y quilmes de Amaycha del
Valle en Tucumn y comunidades kolla de Finca Santiago en Salta), no se ha
instalado an ningn proyecto concreto que ensaye modelos de reconoci22
miento ni de territorios continuos, ni de territorios no territorializados. Ms
an, el nico reclamo especfico en esta direccin el de reconocimiento de un
territorio unificado por la Asociacin Lhaka Honhat que reune a ms de
treinta comunidades integradas por cinco pueblos en el chaco centro-occidental salteo (Carrasco y Briones, 1996) ha sido continuamente saboteado
por un gobierno provincial que incumple todos los acuerdos que viene firmando desde fines de los 80 y por sucesivas administraciones federales que, invocando la autonoma provincial, se rehsa a intervenir activamente para
honrar sus responsabilidades y demandar el efectivo cumplimiento de la constitucin nacional. Por ello, este caso ha llegado a la Comisin Interamericana
de Derechos Humanos, donde igualmente transita un estancado proceso de
solucin amistosa (Carrasco, 2004).
A su vez, polticas estatales de invisibilizacin y fragmentacin de la ciudadana indgena y recrudecimientos cclicos de picos de represin a la actividad
poltica han generado dispares dependencias entre los distintos PIs respecto de
equipos de apoyo confesionales, partidocrticos o tcnicos (Carrasco, 2002) y,
consecuentemente, conspirado contra la emergencia a nivel nacional de organizaciones pan-indgenas fuertes, con una visin y retrica compartida y con
capacidad de perdurar en el tiempo. A su vez, las circunstancias por las que
atraves la conflictividad del pas en torno a la crisis de Diciembre de 2001 generaron una inusitada cada e invisibilizacin de la cuestin indgena en los
temas de agenda nacional. No obstante, a partir de fines de 2003 especialmente, los PIs y algunas de sus organizaciones vienen realizando distintos es22 El principal objetivo del DCI para las tres reas indgenas piloto es establecer las bases para el
desarrollo comunitario y la proteccin y gestin de recursos naturales en las tierras de las
comunidades indgenas. Ello incluye el fortalecimiento social y cultural de las comunidades
indgenas, la mejora de las capacidades indgenas para una gestin sustentable y el aumento de
la capacidad de gestin al interior de las comunidades y en relacin a la articulacin con todos
los niveles de gobierno y otros actores involucrados en las r eas piloto y respecto a los pueblos
indgenas en general. Ver Banco Mundial (2004) Lecciones aprendidas en el Proyecto de
Desarrollo de las Comunidades Indgenas (DCI) en Argentina. (Disponible en
www-wds.worldbank.org/servlet/WDSContentServer/WDSP/IB/2004/06/03/000160016_20040603162434/Original/292000wp0span.doc. Bajado el 10/09/2004).
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Claudia Briones
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diversidad neoasistencialista, que se concentra en extender a la ciudadana indgena polticas focalizadas de asistencia diseadas para la ciudadana en general, implicando a los asistidos en su propio auto-cuidado y responsabilizndolos en lo que hace a afrontar inusitados ndices de pobreza e indigencia.
Pero sta y otras cuestiones propias de la coyuntura as como sus repercusiones
en distintas formaciones provinciales de alteridad ya son temas que los captulos sucesivos desarrollan en detalle.
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