La Abeja Agradecida Textos de Velocidad Lectora
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Una linda paloma blanca haba ido a posarse 12
en la rama de un rbol, junto al cual corra un 24
limpio arroyo. De pronto una abejita se acerc a 34
beber, pero resbal y fue arrastrada por la co- 43
rriente. 45
La paloma, que haba visto lo sucedido, vol 55
hacia ella y pudo sacarla con el pico. 64
Poco despus un cazador, al divisar a la 75
paloma,
se dispuso a darle muerte. Rpidamente acudi 83
la abeja y, para salvar a su bienhechora, fue a 95
picar la mano del hombre. 101
Por efecto del dolor el cazador sacudi el 111
brazo,
fallando as el disparo. 116
La linda palomita blanca acababa de recibir 123
una hermosa recompensa por su buena accin. 131
La abeja agradecida.
Una linda paloma blanca haba ido a posarse
en la rama de un rbol, junto al cual corra un
limpio arroyo. De pronto una abejita se acerc a
beber, pero resbal y fue arrastrada por la co-
rriente.
La paloma, que haba visto lo sucedido, vol
hacia ella y pudo sacarla con el pico.
Poco despus un cazador, al divisar a la paloma,
se dispuso a darle muerte. Rpidamente acudi
la abeja y, para salvar a su bienhechora, fue a
picar la mano del hombre.
Por efecto del dolor el cazador sacudi el brazo,
fallando as el disparo.
La linda palomita blanca acababa de recibir
una hermosa recompensa por su buena accin.
(fragmento)
Elio Arrechea
espaol
(fragmento)
Elio Arrechea
espaol
(fragmento)
Fernando Santivn
chileno
LOS ROS Y LAS MONTAAS DE CHILE.
Casi todos los ros chilenos tienen su nacimiento en la
Cordillera de
los Andes, con deshielos que se juntan en represas naturales y
forman la-
gos profundos, encerrados por altos murallones de montaas. En
seguida
se despean hacia el mar con brusquedad de avalancha, buscando
su ca-
mino entre profundas quebradas y cerros. Se aquietan en
las mesetas y
valles hasta unirse al mar con relativa tranquilidad. Su camino es
corto y
violento.
Nada ms hermoso que el curso de estos ros en su
etapa inicial de
la montaa. Sus aguas transparentes como el cristal saltan entre
las pe-
as, estrellndose contra las rocas en
hirvientes abanicos de espuma;
cambian su curso cada veinte metros, se abalanzan en cascadas que
can-
tan y rugen imitando las tonalidades de la voz humana, ya roncas y
profun-
das, ya claras y ligeras, amplificadas hasta el infinito por el eco
de los in-
mensos desfiladeros montaeses. Arbustos en las alturas y aosos
rbo-
les al acercarse al llano, reciben la caricia fra de la
corriente y van
mostrando sus races, hasta que un da, cansados, desfallecen y
caen al
agua.
(fragmento)
Fernando Santivn
chileno