Añon Concepciones Justicia
Añon Concepciones Justicia
Añon Concepciones Justicia
María José Añón Roig. Profesora Titular de Filosofía del Derecho de la Universidad de
Valencia
José García Añón. Profesor Titular de Filosofía del Derecho de la Universidad de
Valencia
Introducción
De forma explícita o implícita las teorías sobre la justicia desarrollan una teoría
metaética epistemológica, que indica si podemos saber y cómo podemos saber qué es
justo y una filosofía política normativa que indique cómo, a la luz de dicha teoría
metaética, deben resolverse los desacuerdos sobre qué es justo. Se puede realizar una
distinción entre el concepto de justicia y las diversas concepciones de justicia. El
concepto de justicia se refiere al equilibrio apropiado entre pretensiones en competencia
y a principios que asignan derechos y obligaciones, o beneficios y cargas entre diversos
individuos de un grupo social y definen una apropiada división de las ventajas sociales.
Las concepciones de la justicia son las que interpretan el concepto de justicia
determinando qué principios concretan aquel equilibrio, la asignación de derechos y
obligaciones, y la apropiada división. (Rawls, 1971,10; Nino, 1996) Esto es, dan
distintas respuestas a qué es lo justo y “que es lo suyo”.
En lo que sigue hemos escogido algunas concepciones de justicia que dan respuestas
distintas y en algunos casos contradictorias, en relación a lo que se puede entender
como lo justo. Cada una de las teorías que veremos sólo será examinada desde su toma
de posición respecto a la justicia y aun así, lo haremos necesariamente de un modo muy
sintético y limitado.
1. La concepción iusnaturalista
La reflexión teórica sobre la justicia nace vinculada a una visión iusnaturalista de las
normas. No resulta fácil, sin embargo, caracterizar una concepción que aglutina muchas
escuelas o posiciones, en algunos caso, muy distintas, tal como se habrá advertido en el
tema relativo al iusnaturalismo. Aquí, nos ocuparemos únicamente de su posición a
propósito de la justicia y lo haremos a partir del llamado “modelo aristotélico”, al que
consideraremos la aportación central respecto al concepto de justicia y que
posteriormente fue reinterpretado por el iusnaturalismo medieval y tomista.
sobre ella. El iusnaturalismo se caracteriza por afirmar que los principios de justicia
están contenidos en la idea de naturaleza y que tales principios pueden ser conocidos
por los seres humanos de un modo objetivo.
Aristóteles parte de la noción de justicia como virtud general y trata de extraer sus
significados más específicos. La doctrina aristotélica de la justicia parte de un concepto
de naturaleza a mitad camino entre el concepto fáctico o empírico de naturaleza y el
teleológico -en virtud del cual las cosas se definen y conocen en función de sus fines, no
de sus causas. Esta ambigüedad es la que ha propiciado interpretaciones de distinto
signo en torno a los valores o a lo justo natural. Así, una versión subrayaría que los
valores no siendo arbitrarios, son flexibles y variables y una segunda interpretación, que
arranca del concepto teleológico, se centra en la tesis de que “lo mejor es lo mismo en
todas partes”.
La posición aristotélica sobre la justicia sigue siendo hoy el esquema teórico en el que
nos desenvolvemos, si bien las distintas teorías o concepciones sobre la justicia añaden
complejidad a los criterios de distribución y han desprovisto a esta concepción de sus
nexos de relación con el concepto de naturaleza tanto como esencia de la justicia,
cuanto como modelo o referente ideal.
2. La concepción de I. KANT
Kant proporciona diversas formulaciones del imperativo categórico, todas ellas tienen
un carácter formal, pues no prescriben ningún contenido ético, sino que indica las
condiciones formales de la moral; por ejemplo: “Obra de tal modo que la máxima de tu
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voluntad siempre pueda valer al mismo tiempo como principio de una legislación
universal.” (KpV; A, 54; Ak., V, 30.; Alianza, p. 97).
Estas serían las propiedades básicas de la moral kantiana. Por una parte la imparcialidad
requiere desinterés y por otra parte entusiasmo en cumplir la ley moral: “Aquello que la
razón nos presenta como algo puro, pero al mismo tiempo, dada su influencia para
marcar una época, como algo que el alma humana reconoce como deber y concierne al
género humano en su totalidad (non singulorum, sed universorum), suscitando su feliz
desenlace y el intento de conseguirlo un entusiasmo tan universal como desinteresado,
ha de tener un fundamento moral.”(I. KANT, Replanteamiento sobre la cuestión…, Ak,
VII, 87; Tecnos, pág. 91). El desinterés es una de las características del imperativo
categórico: “…el principio de toda voluntad humana como de una voluntad que legisla
universalmente a través de todas sus máximas, si fuese aparejado de exactitud, resultaría
harto conveniente como imperativo categórico, puesto que a causa de la idea de
legislación universal no se fundamenta sobre interés alguno y por lo tanto es el único
entre todos los imperativos posibles que puede ser incondicionado…”( I. KANT,
Grundlegung, A, 72; Ak.IV, 432; Alianza, pág. 120).
Uno de los mecanismos que nos lleva al cumplimiento del deber es la adhesión a las
reglas morales generales. La conciencia no solo es el juez del comportamiento, sino
también el legislador. De esta manera se configura la idea de autonomía: la voluntad es
el objeto más apropiado del juicio moral. Si en el ámbito de la justicia o el Derecho
estamos forzados justificadamente a cumplir con las reglas, en el de las virtudes
morales, el mérito moral proviene de la libre intención con la que actuamos. El criterio
de la universalidad va unido al de imparcialidad para explicar la idea de Moral. Kant
reivindica la autonomía: Pensar por sí mismo es uno de los lemas de la Ilustración. Los
seres humanos están llamados a discernir por sí mismos cómo han de vivir su vida. Una
voluntad libre, para Kant, es decir, una voluntad moral, es una voluntad capaz de
constituirse en principio del obrar universal: a partir de un deber incondicionado. Este
deber proviene de buscar la “buena voluntad” a partir del imperativo categórico.
2.3. Críticas
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Los puntos críticos hacia la teoría kantiana se han referido a su rigorismo, abstracción y
a su metodología individualista. Las críticas metodológicas provenían principalmente de
la corriente empirista.
Mill tras analizar varios argumentos de la posición de Kant concluye que el problema
está en que “la obligación del cumplimiento del deber se encuentra teóricamente
reconocida y prácticamente sentida de forma completa por muchos de aquellos que no
tienen una creencia positiva en Dios”. Por lo que desde este punto de vista el
cumplimiento del deber no tiene porqué suponer un conocimiento o creencia en Dios. Y
en el caso de que aunque no sea una parte necesaria de los sentimientos morales, su
existencia puede ser “deseable” como un “sabio y justo legislador”. Pero aún así, “no es
legítimo asumir que en el orden del Universo, aquello que se desee sea verdadero.”(J.S.
MILL, Three essays on religión, [1874], CW, vol. X, págs. 445-446).
3. La concepción utilitarista
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3.1. Introducción
Para Bentham placer y dolor son las únicas “entidades reales” y constatables
empíricamente, que para él es la única forma de conocimiento científicamente posible.
A partir de esto, la conducta humana, desde un punto de vista descriptivo, solo podía
entenderse como una conducta guiada hacia la maximización del placer y la
minimización del dolor.
Mill rechaza este hedonismo psicológico por su defensa de que los actos están
condicionados también por el deseo de ser virtuosos en sí mismos y porque a su juicio
existe una diferencia cualitativa entre los placeres: “algunos tipos de placer son más
deseables y tienen más valor que otros”. Al concepto de felicidad en la formulación del
principio de utilidad de Mill se le ha denominado “hedonismo universalista” en
contraposición al “hedonismo egoísta”. Este hedonismo puede explicar por qué
preferimos la felicidad general a la particular, frente al “hedonismo egoísta” que tan
sólo es capaz de explicar por qué se prefiere el placer frente al dolor. Es un concepto
amplio de felicidad, que incluye otros conceptos como autonomía, autorrealización,
independencia o dignidad. De esta manera, dentro de la tradición utilitarista la idea de
“utilidad” ha sido interpretada de muy diversos modos: como un cierto estado mental -
“placer”-, como satisfacción de preferencias, como maximización de una serie de
“bienes objetivos”.
El tercer elemento que caracteriza al utilitarismo es una teoría psicológica (egoísta) que
encontramos, al menos, en Bentham y en Mill, aunque entendida de otra manera, y que
dice que los hombres actúan teniendo en cuenta su propia felicidad. Los utilitaristas
clásicos establecen una conexión entre sus teorías sobre la naturaleza humana y su
versión sobre la moral; dicho de otra forma, sus posiciones éticas dependen de los
elementos de su teoría psicológica. La ética utilitarista toma la moral como un producto
de la naturaleza humana. Las reglas morales provienen de las necesidades humanas, y
los sentimientos morales se explican por su derivación u origen en sentimientos y
emociones naturales básicos, aunque no los consideran como verdades morales, sino a
través de un proceso de identificación empírico, junto con la referencia a un proceso de
asociación. Como veremos, la filosofía moral de J.S. Mill, sólo se puede entender
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Al utilitarismo, en sus diferentes versiones, y también hay que decir en las lecturas que
de él se han hecho más o menos caricaturizadas y simples se le han objetado algunas
críticas:
Rawls caracteriza la justicia como “la primera virtud de las instituciones sociales”. Una
sociedad es justa cuando está ordenada a partir de unos principios de justicia. Los
principios de la justicia de los que derivan los derechos se obtienen de una supuesta
deliberación en una “posición original” en la que los individuos, racionales, libres e
interesados en sí mismos (auto-interesados), acordarían las bases socio-políticas de su
convivencia futura. Para establecer dichos principios como normas perpetuas para una
sociedad bien ordenada deben desconocer sus respectivas posiciones sociales en esa
sociedad futura (bajo un denominado “velo de la ignorancia”). Para asegurar la
imparcialidad, el “velo de la ignorancia” implica que los agentes deben desconocer
aquellas circunstancias que favoreciesen sus intereses en el momento de decidir los
principios de justicia.
Rawls apunta que los criterios acerca de la justicia han de basarse en la razón y en la
universalidad, e intenta demostrar la verdad de una escala de principios de justicia que
deberán ser constitucionales y que incorporan derechos positivos y negativos. De esta
forma adopta una teoría de la razón semejante a la de Habermas.
Los principios de justicia se adoptan y aplican en cuatro etapas: “En la primera etapa,
las partes adoptan los principios bajo un velo de ignorancia. En las tres siguientes etapas
se van relajando progresivamente las limitaciones del conocimiento disponible: la etapa
de la convención constituyente, la etapa legislativa en la que se aprueban las leyes
permitidas por la constitución y exigidas y permitidas por los principios de justicia, y la
etapa final en la que las reglas son aplicadas por los administradores y seguidas en
general por los ciudadanos, y en la que las leyes son interpretadas por los miembros de
la judicatura.” (Rawls, A Theory, sec.31; 1993; 2002,79).
Los principios son dos: El primer principio se refiere a los “derechos y libertades
fundamentales” y el segundo a los “beneficios económicos y sociales”.
Rawls hace un listado de libertades básicas iguales que pueden derivarse del primer
principio (A theory of justice, 1971 1ª ed., secc. 11, p. 61; 2ª ed. 1999, p.60) que ha
reformulado para llegar a un listado a partir de una metodología analítica:
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4.3. Críticas
Los trabajos de Rawls han generado una cantidad inabarcable de literatura crítica que se
ha dirigido, por una parte al proyecto del Rawls, su planteamiento contractualista; y por
otra, a aspectos específicos de los conceptos que utiliza: la posición original, el
principio de la diferencia, el equilibrio reflexivo, la reglas de maximin… Señalaremos
tan solo algunas de las críticas.
Por concluir, no parece claro cómo deben resolverse los conflictos entre libertades
básicas, y tampoco parece justificable que siempre deba prevalecer la libertad sobre la
igualdad. Hay otras críticas que se encuentran en algunas de las teorías contemporáneas
que se examinan a continuación.
5. La concepción comunitarista
Constituye una corriente de pensamiento que apareció en la década de los ochenta del
siglo xx y que se ha desarrollado polemizando con el liberalismo, especialmente en su
versión igualitaria. La contraposición entre liberalismo y comunitarismo ha continuado
y continúa a medida que los autores de una y otra corriente elaboran y reelaboran sus
posiciones a la vista de las reacciones que provocan.
No se trata tanto de una concepción homogénea, sino que más bien aglutina a distintos
autores que han planteado críticas a algunos de los presupuestos del liberalismo.
Aunque insistan en puntos comunes no son intercambiables las críticas al liberalismo de
autores como Sandel y MacIntyre con las de Taylor y Walzer, pues este último no tiene
una posición tan crítica con el liberalismo. Así, El liberalismo y los límites de la justicia
de M. Sandel se dirige frente a la tesis liberal sobre la justicia en tanto que considera
que ésta es independiente de cualquier concepción del bien. Por su parte, Las esferas de
la justicia de Walzer objeta las propuestas de justicia distributiva de Rawls.
Sintetizaremos las principales críticas a los presupuestos del liberalismo en torno a las
siguientes cuestiones:
5.1. El “atomismo”
Sandel subraya, frente a la tesis de que las personas eligen sus fines, sus planes de vida
o sus objetivos vitales, que más bien las personas descubren estos fines entre las
prácticas propias de los grupos a los que pertenecen.
Por “atomismo”, los comunitaristas entienden aquella concepción que adopta una visión
de la sociedad como agregado de individuos orientados por objetivos individuales
(Taylor, 1985), pues esto ignora que los individuos sólo pueden crecer y autorrealizarse
dentro de cierto contexto particular, puesto que los individuos no son autosuficientes.
Walzer considera que, frente a la posición rawlsiana de distribuir ciertos bienes básicos
igualmente para todos, la igualdad ha de ser entendida como “igualdad compleja”, pues
los bienes sociales deben ser distribuidos teniendo en cuenta criterios distintos que
derivan de “diferentes entendimientos de los mismos bienes sociales -son el producto
inevitable del particularismo histórico y cultural-” (1983, p. 6). La gran aportación de
Walzer es la demostración de que la igualdad es un valor complejo que requiere la
utilización de diferentes criterios para ámbitos o esferas diferentes, pero no explica
cuales son las razones que sustentan el criterio que debe regir en cada esfera, sólo indica
que cuando comprendemos el distinto significado de cada bien, llegamos a entender
cómo hemos de distribuir tales bienes. Sin embargo la identificación de la justicia con la
igualdad diferenciada no es un planteamiento exclusivo de las posiciones
comunitaristas, pues es suscrito por muchas otras corrientes teóricas.
Una de las características de las tesis comunitaristas es que adoptan una posición teórica
en relación con la diversidad cultural propia de las sociedades actuales, generada en
buena medida, por los movimientos migratorios. El término multiculturalismo expresa
un hecho y no un principio normativo, el hecho de la presencia en el seno de una
sociedad de grupos sociales con códigos o valores culturales propios. Frente a este
hecho se pueden hacer propuestas de diversos tipos que muestran una mayor o menor
sensibilidad hacia la defensa de la interculturalidad. Esto no significa que todas las
respuestas en este sentido vengan de la mano de autores que comparten los presupuestos
del comunitarismo. Incluso, hay quien señala que la incompatibilidad entre liberalismo
y “multiculturalismo” en este punto es infundada (Kymlicka 1996).
Kymlicka trata de mostrar de qué modo el liberalismo puede dar cabida a las exigencias
de ciertas minorías culturales. Kymlicka distingue entre lo que denomina “restricciones
internas” y “protecciones externas”. Los autores liberales se opondrán a las restricciones
internas, esto es, aquellas medidas adoptadas por un cierto grupo que restringen o
anulan algunos derechos de los miembros del grupo. Pero no verían excesivos
inconvenientes en defender ciertos derechos o medidas especiales orientadas a proteger
a grupos desaventajados frente a las pretensiones del grupo social mayoritario
(Kymlicka, 1996, pp. 58 y ss). El liberalismo más reciente se ha tornado sensible a la
idea de que la cultura es valiosa en tanto que expresa modos de ver y sentir el mundo y
da sentido a actitudes y comportamientos si hace posible que los miembros de la misma
tengan autonomía para decidir acerca de los valores, los fines, los instrumentos
adecuados, la justificación de sus creencias y sobre la forma de comunicarlas (Villoro).
6. La concepción republicana
Las principales tesis republicanas giran en torno a los fundamentos éticos y racionales
de la democracia. Es una corriente surgida a finales del siglo XX, pero que busca en
modelos históricos sus raíces.
Veamos sucintamente, las tesis fundamentales del republicanismo que tienen peso en su
concepción de una sociedad justa o de lo justo. Así, podemos referirnos a su rechazo a
todo tipo de tiranía y dominación y su compromiso con la idea de libertad. Libertad que
precisa la virtud de los ciudadanos y ciertas precondiciones políticas y económicas. Una
sociedad bien ordenada requiere un gobierno que mantenga y desarrolle tales
precondiciones, una sociedad en la que las instituciones básicas se encuentren bajo
pleno control de los ciudadanos (Gargarella, 1999, 166).
en la vida pública (Ovejero Lucas 1997). Por ello se afirma que los componentes
republicanos de la ciudadanía se desvinculan de la pertenencia establecida sobre la base
de la descendencia, de la tradición o de la lengua común o de la afinidad étnica-cultural,
sino en la praxis de los mismos ciudadanos que ejercen activamente sus derechos
democráticos de participación y comunicación (Habermas, 1992).
Esta tesis parte del presupuesto según el cual la libertad o la independencia de un sujeto
exige que éste se encuentre en condiciones de elegir y sólo de ahí puede surgir la
responsabilidad. Los derechos son condiciones de posibilidad de la responsabilidad más
que su contrapartida. En el proceso de realización de la responsabilidad deben darse dos
factores fundamentales, a saber, autonomía e información (Ovejero Lucas, 1997, p.
105).
Los autores partidarios de esta tesis afirman que los ciudadanos pueden alcanzar un
grado sustancial de consenso sobre asuntos de interés común. Lo que discuten, en este
punto es si para que se produzca tal consenso es necesario presuponer un ideal de
imparcialidad, de tal forma que el ciudadano deja a un lado sus intereses o propósitos
particulares y adopta únicamente razones desde un punto de vista universal (Barber). Si
un ciudadano es aquel que trata de persuadir a los otros de la corrección de unas
pretensiones a través de unas razones, cada ciudadano deberá adoptar un punto de vista
“imparcial débil” que viene exigido por la necesidad de alcanzar un acuerdo.
La deliberación es, para ellos, el procedimiento que mejor expresa la idea de vida social,
como proceso de argumentación pública que permite reconocer las mejores razones,
donde se debaten preferencias, se persuade a los otros. El ideal de ciudadano responde a
la imagen de que se trata de un sujeto dispuesto a revisar sus juicios a la luz de mejores
argumentos.
Una de las bases fundamentales en el sentido de que sólo el contexto político puede
asegurar todas las condiciones que hemos ido desgranando del modelo republicano: el
procedimiento deliberativo, los derechos, el establecimiento de objetivos, la formación
de la identidad, los criterios de formación del juicio, etc. Es el ámbito donde se pueden
activar todos los resortes de participación. De aquí se extraen dos teorías importantes:
por un lado, se considera que la participación cívica puede corregir importantes sesgos
cognitivos en la deliberación. (Ovejero Lucas 2001). De otro lado, la idea de que la
pertenencia participativa en una comunidad política no está subordinada a sustentar una
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concepción material del bien, ni a asumir los valores identitarios de una comunidad,
sino sólo al convencimiento de que esas condiciones sólo se pueden logran en la polis.
La expresión patriotismo constitucional hace referencia a la identificación de los
ciudadanos con principios abstractos universalizables, pero no a partir de una tradición,
una cultura o una lengua compartida, idea de unidad a partir de ciertos principios
constitucionales, de ciertos principios político-morales básicos, tales como el principio
de la democracia o de los derechos. Puesto que para él, la insoslayable diversidad sólo
puede ser unificada a través de principios generales que permitan la libre y democrática
comunicación entre modos de vida y concepciones del mundo. (Habermas, 1994; 20 y
ss).
(a) Toda teoría de la justicia, incluso las procedimentales tienen un fundamento último,
una idea normativa sobre la persona como agente moral y, por lo tanto, presuponen un
principio normativo que tiene una dimensión material o sustantiva.
(b) Un presupuesto así está sintetizado en la tesis de que la persona, como agente
autónomo, es el sujeto de la moralidad y que todas las personas valen moralmente igual,
de ahí el principio que prescribe que todos los seres humanos deben ser tratados con
igual consideración y respeto (Dworkin). Este principio tiene muchas proyecciones en la
justificación de los derechos. Del principio general de autonomía moral que está
presupuesto en el discurso moral se deriva el principio más específico de autonomía
personal que valora la libre elección y materialización de ideales de bien y de virtud
personal.Por tanto es preciso tener en cuenta los dos elementos: elección libre y
materialización de planes de vida. El valor autonomía implica el valor de la libre
elección de planes de vida materializables (Rawls, Habermas, Alexy, Nino).
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(d) La teoría de los derechos humanos es adecuada para proporcionar tanto un criterio
de legitimidad de un orden jurídico-político (que también formaría parte de la justicia),
como los principios o criterios de justicia distributiva y conmutativa.
NOTA BIBLIOGRÁFICA
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