Sesión 2 - Teoría

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ÉTICA PROFESIONAL

CICLO 2017-III
SESIÓN 2
Lic. Fernando Jáuregui Monrroy

CONCEPCIONES FUNDAMENTALES DE LA ÉTICA


Al finalizar la unidad, el estudiante define las concepciones fundamentales de la ética,
Logro de la
reconoce la importancia de las emociones y aplica las metodologías éticas para
unidad
resolver problemas morales
Logro de la Al finalizar la sesión, el estudiante explica la diferencia teórica de las propuestas éticas
sesión de Aristóteles, Epicuro, Kant y Mill.

TEORÍA - TRANSFORMACIÓN

Aristóteles (384 – 322)


Tres son las principales obras de Aristóteles que se refieren a la ética: Ética a Eudemo
(348-342 a. C.), Ética a Nicómaco (334-330 a. C.) y la Magna moral, recopilación de toda la
ética del filósofo, pero escrita posteriormente por sus discípulos (s. II a. C.).
La ética es aquella ciencia práctica basada en el sentido común —es decir, en los
juicios rectos de hombres considerados como buenos y virtuosos—, que nos muestra el
estilo de vida necesario para lograr la felicidad, que es el bien por excelencia.
Esta felicidad se obtendrá con la adquisición (a través de la experiencia individual)
de ciertos hábitos o modos constantes de obrar que son las virtudes. La virtud consiste en
el término medio entre dos extremos (un exceso y un defecto) igualmente perjudiciales.
Dada la doble composición del alma humana, formada por una parte racional y otra
irracional, se distinguen dos tipos de virtudes: intelectuales o dianoéticas, que operan sobre
la razón (ejemplos de éstas son la inteligencia, la sabiduría y la prudencia), y prácticas o
éticas, que operan sobre lo que hay en el hombre de irracional, es decir, sobre sus pasiones
y apetitos, encauzándolos racionalmente (así la liberalidad y la templanza).
Aristóteles consideró la ética —saber de la experiencia individual— como una rama
de la ciencia política o social. Para él, como para su maestro Platón, la comunidad social o
política es el medio necesario de la moral: el hombre no puede realizar una vida moral como
no sea miembro de la polis.
La ética de Aristóteles es teleológica, es decir, considera la acción no en cuanto tal,
sino por su finalidad. Para Aristóteles el fin de toda vida humana es la felicidad, pero la
felicidad puede entenderse de maneras muy diversas: para unos puede ser riqueza, para
otros la salud, etc.; incluso cada persona en los diferentes momentos de su vida puede tener
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diferentes concepciones de lo que pueda ser la felicidad. Para solucionar este problema,
Aristóteles la define: la felicidad es la mejor actividad del hombre y el hábito de actuar en
vistas a lo mejor será la virtud. La virtud es el hábito de lo bueno y, por consiguiente, en la
actividad virtuosa consiste el ser feliz. Ahora bien, si la felicidad estriba en el ejercicio de la
virtud, y ésta debe definirse como la actualización de lo que es propio de cada ser, la virtud
humana consistirá en el desarrollo de nuestras facultades, y especialmente de aquella que
nos es propia: la razón. Todo acto conforme a la razón es virtuoso. Y la virtud se consigue
por medio de la práctica, de realizar obras virtuosas que más adelante se interiorizan.
Aristóteles distingue tres tipos de vida según el bien que se busca: aquella que
persigue el logro del goce y de las satisfacciones, la vida política que consiste en regir con
justicia a los demás, y, la vida teorética consagrada a la verdad de lo que las cosas son. Las
dos primeras (fundadas en las virtudes que él llama morales) no constituyen la felicidad
plena del hombre porque no se bastan así mismas ya que van dirigidas a cosas cuya
existencia no depende de la vida misma. La tercera (fundada en las virtudes intelectuales)
es la vida de la sabiduría y es la única en la que se puede obtener la felicidad completa. A
este tipo de vida pertenece la prudencia, la mayor de las virtudes.

Epicuro (341-270)
Después de Aristóteles (muerto el 322 a. C.) la vida política de Grecia sufre un
profundo cambio: es el fin de la antigua democracia y el principio de los grandes imperios
(helenístico, romano, etc.).
La perspectiva moral, tan vinculada anteriormente a la vida política —vida del
ciudadano en la polis— se transforma. Ahora se tratará de crear un modelo de vida del
individuo —considerado más bien como ciudadano universal—, modelo basado en su
propia sabiduría y conducente a su propia felicidad.
La ética de Epicuro es subsidiaria de la física. Discípulo de Demócrito (padre del
atomismo), cree que el hombre no es más que un cuerpo. Todos sus conocimientos en
general partirán, pues, de la sensación, y los de carácter ético surgirán de las sensaciones
concretas de placer y de dolor.
La doctrina cirenaica, que hace consistir la felicidad en el placer (hedonismo), se
modifica en Epicuro al tener en cuenta, éste, las consecuencias que del placer se derivan
(eudemonismo): la moralidad, ciertamente, se interesa por la búsqueda del placer, pero
considerado en todas su s dimensiones y consecuencias. Hay que escoger entre los placeres
a fin de encontrar los más duraderos y estables, que no son tanto los corporales (fugaces e
inmediatos), como los espirituales, es decir, aquellos que contribuyen a la paz del alma. Se
trata, pues, de lograr una sabiduría práctica individual que conduzca a una vida feliz y

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tranquila, que enseñe al alma a no perturbarse por nada (ataraxia); en este sentido, la
liberación del deseo desmesurado será, finalmente, una condición del placer.

Kant (1724 - 1804)


Las obras donde expone Kant su filosofía moral son: Fundamentación de la
Metafísica de las costumbres (1785). Critica de la razón práctica (1788). La Metafísica de las
costumbres (1797).
Con Kant la Ética adquiere por primera vez entidad propia, pues deja de
fundamentarse en algo externo a ella (la felicidad, el placer, Dios) para fundamentarse en
la conciencia moral misma. La Ética, pues, se hace autónoma.
La moral se halla en la conciencia misma de los hombres, no en los resultados, en la
acción, sino en la intención del sujeto. No se trata ya de postular unas virtudes, sino de
analizar en virtud de qué las normas son morales. Y lo son, para Kant, cuando la voluntad
obra en conformidad con el deber por sí mismo, en tanto que deber, independientemente
de sus fines, de sus consecuencias, de motivaciones basadas en la búsqueda de placer,
felicidad, utilidad o cualquier otro interés o inclinación. Una virtud puede no serlo si es
ejercida con otra finalidad que no sea la de cumplir con el deber. Lo único
incondicionalmente bueno es la buena voluntad.
Kant en la formulación de su teoría moral nos da el más claro ejemplo de una ética
deontológica.
La gran importancia de la ética kantiana proviene del hecho de que intenta
fundamentarla en un transcendental (se considera transcendental a las condiciones a priori
de la experiencia; es decir, la condición de posibilidad de la experiencia), no en un
transcendente (es decir; todo aquello que está más allá de la experiencia) como hasta
entonces se había hecho. Para Kant el «deber-ser» es un a priori, no depende del
comportamiento de los hombres. Si este a priori es, por ejemplo, que se deben cumplir las
promesas, aunque toda la humanidad no las cumpliera, seguiría siendo verdad que se
deben cumplir. Este a priori da las leyes que se deben cumplir. Pero esta obligación no debe
buscarse en la naturaleza humana, sino en los conceptos de la razón pura. En la razón
hallaremos la base del a priori del juicio moral. Kant no creía, como hemos dicho, que la
moral se pudiera fundamentar en Dios (en un transcendente), sino, al contrario, que la fe
en Dios se funda en la conciencia moral.
Kant empieza su libro Fundamentación de la metafísica de las costumbres, diciendo:
«Es imposible imaginar nada en el mundo o fuera de él que pueda ser llamado
absolutamente bueno, excepto la buena voluntad». Kant se refiere a una voluntad buena
en sí misma, no con respecto a otra cosa, y para él una voluntad que obre por el deber es

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una voluntad buena. Llegados a este punto hay que especificar que para Kant sólo las
acciones realizadas por deber son acciones susceptibles de valoración moral; las otras
pueden ser acciones buenas o malas, pero no serán acciones morales (lo que no quiere decir
que sean inmorales en el sentido amplio de la palabra). Obrar por deber es obrar por
reverencia a la ley moral.
La característica primordial de la ley moral, según Kant, es la universalidad, que no
admite excepción alguna. A partir de este punto, Kant formuló su imperativo categórico (no
hipotético, en el sentido que ordena las acciones a un fin): «Como he sustraído la voluntad
a todos los afanes que pudieran apartarla del cumplimiento de una ley, no queda nada más
que la universal legalidad de las acciones en general — que debe ser el único principio de la
voluntad—; es decir, yo no debo obrar nunca más que de modo que pueda querer que mi
máxima deba convertirse en ley universal».
El imperativo categórico tiene que ordenar las acciones no como medios de ningún
fin, sino en tanto que buenas en sí mismas. Todo aquello que no esté de acuerdo con esta
universalidad, hemos de desestimarlo. La voluntad moral no tiene que estar regida por el
interés, es decir, no puede ser heterónoma, sino autónoma, tiene que darse la ley a sí
misma.
La moral, entonces, entendida como el cumplimiento del deber, deja de tener
contenidos concretos para convertirse en pura formalidad; «obra sólo según una máxima
tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal». Es la razón, presente
en todos los hombres, la que habrá de determinar el contenido del deber, basándose en la
posibilidad, o no, de universalizar una máxima y convertirla así en imperativo ineludible
(imperativo categórico), en ley moral.

John Stuart Mill (1806 – 1873)


Los títulos de sus dos obras principales —El Utilitarismo (1863) y Sobre la libertad
(1859)— sitúan ya a Stuart Mill en una determinada concepción moral y política: el
utilitarismo. Éste tiene como principio lograr la mayor felicidad (identificada con el placer)
para el mayor número posible de gente. Mill, no obstante, modifica en dos puntos
fundamentales el utilitarismo individual de Bentham: Por un lado, para Mill el interés
general ha de buscarse por su valor mismo y no por las ventajas personales que pueda
procurarnos. Por otro lado, clasificará los placeres no ya según un cálculo puramente
cuantitativo, sino cualitativo. La calidad de los placeres, determinada por el sujeto que los
experimenta, priva por encima de la cantidad.
Así, el utilitarismo es una teoría ética opuesta a la kantiana. Si ésta era deontológica
(se fijaba únicamente en el deber), el utilitarismo es una ética teleológica — más cercana a
la aristotélica— que se preocupa de la finalidad de la acción del hombre. Según Stuart Mill

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hay que conseguir la mayor felicidad para la mayor parte de la gente; de ahí que todo acto
deba estar en función de la felicidad que pueda alcanzarse. Al igual que Locke, Stuart Mill
fue un teórico del liberalismo. Define la justicia como libertad; cree en los derechos privados
del individuo y en que cada cual reciba aquello que merece. Una de las críticas más
importantes realizadas al utilitarismo se debe a Moore, quien la realiza a partir del concepto
de falacia naturalista denunciado ya por Hume. Para Moore, el argumento de Stuart Mill:
«aquello que los hombres creen que es lo mejor es lo que debe hacerse», cae en la trampa
lógica de derivar un juicio de valor de un juicio de hecho.
El utilitarismo considera como móviles de la conducta humana el placer y el dolor;
el hombre busca el placer y evita el dolor. Por ello parte del principio de mayor felicidad,
entendido como búsqueda de placer. Ahora se trata de determinar qué es lo que da más
valor a un placer que a otro. Aquí se introduce el concepto de utilidad: los utilitaristas
sustituyen el concepto de «valor» por el de «utilidad», es decir, lo que es más útil a la
mayoría es lo que posee mayor valor. El utilitarismo no busca la felicidad del individuo, sino
la de la mayoría, aquello que produce mayor felicidad a la mayoría, y que viene determinado
por lo que es más útil. Por lo tanto, la ética ha de tener en cuenta los resultados de la acción,
pero también la dignidad del hombre.

Bibliografía
Fullat, O. (1984). Los sistemas morales. Barcelona: Vicens-Vives.
Fullat, O. (1987). El hombre, un animal ético. Barcelona: Vicens-Vives.
Fullat, O. (1987). La moral como problema. Barcelona: Vicens-Vives.

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