Resumen de Derecho Constitucional
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Resumen de Derecho Constitucional
PODER CONSTITUYENTE
I. EL PODER CONSTITUYENTE “ORIGINARIO” Y “DERIVADO”. - Su caracterización general. - El poder
constituyente en el derecho constitucional argentino. - II. LA REFORMA DE LA CONSTITUCIÓN EN EL ART. 30. - La
duda sobre la rigidez. - La rigidez clásica: los requisitos formales y los contenidos pétreos. - Las etapas de la reforma,
y sus requisitos y alcances. Algunos efectos de la reforma. - La fijación del temario que el congreso deriva a la
convención para su reforma, y el caso de la reforma de 1994. Nuestra opinión frente a la ley 24.309. - Las
principales reformas: casos de 1949, 1957, 1972 y 1994. - III. EL PODER CONSTITUYENTE DE LAS PROVINCIAS. - Su
encuadre. - El novísimo ciclo constituyente provincial a partir de 1985. IV. EL CASO Y LA SITUACIÓN DE LA CIUDAD
DE BUENOS AIRES. - La reforma de 1994. -
Su caracterización general
1. — Si por “poder” entendemos una competencia, capacidad o energía para cumplir un fin, y
por “constituyente” el poder que constituye o da constitución al estado, alcanzamos con bastante precisión el
concepto global: poder constituyente es la competencia, capacidad o energía para constituir o dar constitución al
estado, es decir, para organizarlo, para establecer su estructura jurídico-política.
El poder constituyente puede ser originario y derivado. Es originario cuando se ejerce en la etapa
fundacional o de primigeneidad del estado, para darle nacimiento y estructura. Es derivado cuando se ejerce para
reformar la constitución.
Esta dicotomía doctrinaria necesita algún retoque, porque también cabe reputar poder
constituyente originario al que se ejerce en un estado ya existente (o sea, después de su etapa fundacional o
primigenia) cuando se cambia y sustituye totalmente una constitución anterior con innovaciones fundamentales
en su contenido. Queda la duda de si una “reforma total” que no altera esa sustancialidad de los contenidos
vertebrales es o no una constitución nueva emanada de poder constituyente originario. Diríamos que no, con lo
que la cuestión ha de atender más bien a la sustitución de los contenidos básicos que al carácter de totalidad que
pueda tener la innovación respecto del texto nor-mativo que se reemplaza.
No obstante, la teoría del poder constituyente es casi tan reciente como las constituciones
escritas. Ello significa que se lo “vio” a través de su producto más patente, que es la codificación constitucional.
3. — Sin embargo, esa residencia o titularidad del poder constituyente en el pueblo sólo debe
reconocerse “en potencia”, o sea, en el sentido de que no hay nadie (ni uno, ni pocos, ni muchos) predeterminado
o investido para ejercerlo; y no habiendo tampoco una forma concreta predeterminada por Dios ni por la
naturaleza para constituir a cada estado, la decisión queda librada a la totalidad o conjunto de hombres que
componen la comunidad.
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RESUMEN
Materia: DERECHO CONSTITUCIONAL
Examen EFIP I
El ejercicio “en acto” de ese poder constituyente se radica “en razón de la eficacia” en quienes,
dentro del mismo pueblo, están en condiciones, en un momento dado, de determinar con suficiente consenso
social la estructura fundacional del estado y de adoptar la decisión fundamental de conjunto.
Se dice que el poder constituyente originario es, en principio, ilimitado. Ello significa que no tiene
límites de derecho positivo, o dicho en otra forma, que no hay ninguna instancia superior que lo condicione. Ahora
bien, la ilimitación no descarta: a) los límites suprapositivos del valor justicia (o derecho natural); b) los límites que
pueden derivar colateralmente del derecho internacional público —por ej.: tratados—; c) el condicionamiento de
la realidad social con todos sus ingredientes, que un método realista de elaboración debe tomar en cuenta para
organizar al estado.
En cuanto al poder constituyente derivado, cuya limitación siempre hemos destacado, hay que
añadir que un tipo de límite puede provenir asimismo de tratados internacionales que con anterioridad a la
reforma constitucional se han incorporado al derecho interno. Y ello aun cuando se hayan incorporado en un nivel
infraconstitucional, porque después de que un estado se hace parte en un tratado no puede, ni siquiera mediante
reforma de su constitución, incluir en ésta ningún contenido ni ninguna norma que sean incompatibles con el
tratado, o violatorias de él.
5. — El constitucionalismo moderno o clásico, advenido en las postrimerías del siglo XVIII con las
revoluciones americana y francesa, ha sentado juntamente con el concepto de constitución formal, el del poder
“constituyente” como superior al poder “constituido” o poder del estado. Se trata, también esta vez, de un poder
constituyente formal.
Este ejercicio no es inválido si la constitución formal —en caso de existir— no resulta violada en
su supremacía.
Ahora bien, pensamos que ese poder constituyente originario fue un poder constituyente
abierto. O sea, que su ejercicio no quedó agotado en 1853, sino que abarcó un ciclo que se cerró en 1860. Decimos
esto porque
en 1860 se lleva a cabo lo que se llama la “reforma de 1860”, con el objeto de que Buenos Aires ingrese a
la federación. El Pacto de San José de Flores da base a dicha reforma y a la incorporación de Buenos Aires, que
como provincia disidente no había concurrido al acto constituyente de 1853.
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RESUMEN
Materia: DERECHO CONSTITUCIONAL
Examen EFIP I
El texto originario de la constitución de 1853 impedía su reforma hasta después de diez años de
jurada por los pueblos, no obstante lo cual se hace una “reforma” antes de ese plazo —en 1860—. Si esta “reforma”
hubiera sido una enmienda en ejercicio de poder constituyente derivado, habríamos de considerarla inválida e
inconstitucional, por haberse realizado temporalmente dentro de un plazo prohibido por la constitución. Sin
embargo, pese a su apariencia formal de reforma, la revisión del año 1860 integra a nuestro juicio el ciclo del poder
constituyente originario, que quedó abierto en 1853.
Es correcto, por eso, mencionar a nuestra constitución formal como “constitución de 1853-
1860”, y reconocerla como constitución histórica o fundacional.
7. — Este poder constituyente originario fue ejercido por el pueblo. Social e históricamente, las
condiciones determinantes de la circunstancia temporal en que fue ejercido llevaron a que las provincias
históricamente preexistentes enviaran representantes al Congreso de Santa Fe, en cumplimiento de pactos
también preexistentes —el último de los cuales, inmediatamente anterior, fue el de San Nicolás de 1852—.
La fórmula del preámbulo remite a esta interpretación, dando por cierto que el titular del poder
constituyente que sancionó la constitución de 1853 es el pueblo. Pero el pueblo “por voluntad y elección de las
provincias”, con lo que a través de las unidades políticas provinciales se expresa en acto y eficazmente la decisión
comunitaria de organizar al estado.
El poder constituyente originario ejercido en 1853 fue ilimitado (en sentido de derecho positivo),
porque no estuvo condicionado por ninguna instancia positiva superior o más alta. Pero tuvo en cuenta: a) los
límites suprapositivos del valor justicia (o derecho natural); b) los pactos preexistentes; c) la realidad social de
nuestro medio.
Incluir a los pactos preexistentes, tal como lo veníamos haciendo y como lo mantenemos
(sabiendo que el propio preámbulo afirma que la constitución se dicta “en cumplimiento” de ellos), significa dar
razón de que hay límites colaterales también en el poder constituyente originario. Los pactos preexistentes
tuvieron ese carácter. No fueron una instancia superior o más alta, pero condicionaron colateralmente al poder
constituyente originario.
8. — De aquí en más, hemos de ocuparnos del poder constituyente derivado, es decir, del que se
ejerce para reformar la constitución, habilitado por ella misma.
Ello se debe a que: a) hay ahora cláusulas constitucionales muy abiertas que requieren su
desarrollo y precisión a través de leyes, las que según ciertas interpretaciones mostrarían que el congreso
comparte alguna porción o dosis de poder constituyente, o que la recibió por “delegación” de la convención
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RESUMEN
Materia: DERECHO CONSTITUCIONAL
Examen EFIP I
reformadora de 1994; b) hay también —aunque sin formar parte de la constitución— instrumentos internacionales
de derechos humanos con jerarquía constitucional, que amplían el plexo de derechos de la constitución, y ello —
más la posibilidad de que otros tratados también adquieran nivel constitucional después de la reforma— deja a
muchos la impresión de que acá hay una fuente (internacional) que puede asemejarse en algo al poder
constituyente.
Personalmente preferimos comprender que lo más que cabe conceder a estas interpretaciones
es que, parcialmente, la rigidez de nuestra constitución se habría hecho más débil o atenuada, pero sin dar paso a
la flexibilidad.
Como la única norma expresamente referida a la reforma de la constitución sigue siendo el citado
art. 30, más allá del espacio que queda a la pluralidad de opiniones en torno de la rigidez, hemos ahora de centrar
el estudio del poder constituyente derivado en aquella cláusula.
9. — El art. 30 consagra la rigidez, tanto por el procedimiento de reforma como por el órgano
especial que habilita para realizarla. Veamos.
a) Dado el tipo escrito y rígido de la constitución formal, su revisión debe efectuarse mediante
un procedimiento especial, que es distinto al de la legislación ordinaria.
Los límites al poder constituyente derivado están dirigidos: b’) al congreso —en la etapa de
iniciativa o declaración de la necesidad de la reforma—; b’’) a la convención —en la etapa de revisión—, b’’’) a
ambos; así el quórum de votos para declarar la necesidad de la reforma limita al congreso; el temario de puntos
que el congreso declara necesitados de reforma limita a la convención; los contenidos pétreos limitan tanto al
congreso como a la convención.
c) La existencia de límites conduce a sostener que cuando una reforma se lleva a cabo sin
respetarlos —sea porque en el procedimiento no se atiene a las formas preestablecidas, sea porque en cuanto a
las materias viola los contenidos pétreos— la enmienda constitucional es inválida o inconstitucional.
d) Hoy también hemos de dejar establecido que los tratados internacionales incorporados a
nuestro derecho interno, muchos de los cuales tienen jerarquía constitucional, imponen un límite he-terónomo,
externo y colateral al poder constituyente derivado, por manera que si al reformarse la constitución se incorpora
a ella algún contenido violatorio de un tratado preexistente, ese contenido que es producto de la reforma debe
calificarse como inconstitucional.
e) Conforme a nuestro derecho vigente a través del derecho judicial, no hay control judicial de
constitucionalidad de la reforma, porque la jurisprudencia de nuestra Corte tiene establecido que se trata de una
cuestión política no judiciable; tal fue lo resuelto en el caso “Guerrero de Soria, Juana A. c/Bodegas y Viñedos
Pulenta Hnos.”, fallado el 20 de setiembre de 1963.
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Materia: DERECHO CONSTITUCIONAL
Examen EFIP I
10. — El art. 30 dice que la constitución puede reformarse en el todo o en cualquiera de sus
partes. Una mera interpretación gramatical nos llevaría a decir que “toda” la constitución y “todas” sus normas
son susceptibles de reforma, y que nada le queda sustraído. Si así fuera, ¿negaríamos los contenidos pétreos?
Pero no es así. Que la constitución se puede reformar en el “todo” o en “cualquiera de sus partes”
significa que “cuantitativamente” se la puede revisar en forma integral y total. Pero “cualitativamente” no, porque
hay “algunos” contenidos o partes que, si bien pueden reformarse, no pueden alterarse, suprimirse o destruirse.
Precisamente, son los contenidos pétreos.
11. — En nuestra constitución, los contenidos pétreos no impiden su reforma, sino su abolición.
Ellos son: la forma de estado democrático; la forma de estado federal; la forma republicana de gobierno; la
confesionalidad del estado. Lo prohibido sería: reemplazar la democracia por el totalitarismo; reemplazar el
federalismo por el unitarismo; sustituir la república por la monarquía; suprimir la confesionalidad para imponer la
laicidad.
Este endurecimiento que petrifica a los mencionados contenidos subsistirá mientras la estructura
social de la cual derivan conserve su misma fisonomía; en cuanto la estructura social donde se soporta un
contenido pétreo cambie fundamentalmente, el respectivo contenido pétreo dejará de serlo.
Por supuesto que nuestra interpretación reconoce que los contenidos pétreos no están explícita
ni expresamente definidos como tales en la constitución. Los valoramos como tales y los descubrimos implícitos,
en cuanto admitimos parcialmente una tipología tradicional-historicista de la constitución argentina. Al recoger
del medio geográfico, cultural, religioso, etc., ciertas pautas históricamente legitimadas durante el proceso
genético de nuestra organización, el constituyente petrificó en la constitución formal los contenidos expuestos, tal
como la estructura social subyacente les daba cabida.
Nuestra constitución sólo regula dos etapas: la de iniciativa, y la de revisión; no hay etapa
ratificatoria.
A) 13. — La de iniciativa está a cargo del congreso, al que el art. 30 le encomienda declarar la
necesidad de la reforma. No dice la norma cómo debe trabajar el congreso, ni qué forma debe revestir el acto
declarativo; sólo fija un quórum de votos.
a) Creemos extraer del derecho espontáneo —o sea, de la praxis ejemplarizada— lo que la norma
escrita ha omitido expresamente. a’) El congreso trabaja con cada una de sus cámaras por separado; a’’)
coincidiendo ambas, el congreso dicta una ley.
Creemos que no; en primer lugar, ese acto tiene esencia o naturaleza política, y hasta
preconstituyente; no es un acto de contenido legislativo y, por ende, no debe tomar la forma de la ley; en segundo
lugar, evitando la forma de ley, se deja bien en claro que el acto no es susceptible de veto presidencial.
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Examen EFIP I
Pero si el derecho vigente por fuente material espontánea nos refleja el procedimiento antes
señalado, nosotros decimos que, ante el silencio del art. 30, el congreso también podría optar por: a) hacer la
declaración con sus dos cámaras reunidas en pleno (asamblea legislativa); b) no asignar a la declaración la forma
de la ley.
b) El derecho espontáneo establece (con excepción de lo que se hizo en 1948) que al declarar la
necesidad de la reforma, el congreso debe puntualizar los contenidos o artículos que considera necesitados de
revisión. La fijación del temario demarca inexorablemente la materia sobre la cual pueden recaer las enmiendas.
La convención no queda obligada a introducir reformas en los puntos señalados, pero no puede efectuarlas fuera
de ellos.
Para la novedad que en cuanto al temario fijado por el congreso presenta la reforma de 1994,
nos explayamos en nos. 18 a 22.
c) El acto declarativo requiere por la norma escrita del art. 30 un quórum especial. Es también el
derecho espontáneo el que señala la forma de computarlo. El art. 30 exige dos tercios de votos de los miembros
del congreso. ¿Sobre qué total de miembros se toma ese quórum: del total “completo” de miembros, del total de
miembros “en ejercicio”, o del total de miembros “presentes”?
Nos parece que del total de miembros en cada cámara por separado (aun cuando las dos
sesionaran reunidas en asamblea); no sobre el total de los miembros en ejercicio, ni sobre el total de los presentes.
Ello porque interpretando la constitución en la totalidad de sus normas, advertimos que cuando quiere que un
quórum se compute sobre los miembros presentes, cuida añadir en la norma respectiva el adjetivo “presentes” al
sustantivo “miembros”. Y el art. 30 no contiene el calificativo “presentes”.
B) 14. — Hasta acá la etapa de iniciativa. Viene luego la de revisión. Esta ya no pertenece al
congreso, ni siquiera con procedimiento agravado. La constitución la remite a un órgano ad-hoc o especial, que es
la convención reformadora. No tenemos reparo en llamarla convención “constituyente”, desde que ejerce poder
“constituyente” derivado.
a) El art. 30 tampoco dice cómo se compone tal convención, ni de dónde surge. El derecho
espontáneo determina que el cuerpo electoral es convocado para elegir convencionales constituyentes. El
congreso podría, sin embargo, arbitrar otro medio, estableciendo directamente quiénes han de componer la
convención convocada a efectos de la reforma. Lo que no puede es integrar la convención con sus propios
legisladores.
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Examen EFIP I
El plazo significa, asimismo, que las reformas efectuadas después de vencido, son inválidas o
inconstitucionales.
c) La convención tiene límites: c’) en primer lugar, los contenidos pétreos; c’’) en segundo lugar,
el temario fijado por el congreso al declarar la necesidad de la reforma; no está obligada a introducir reformas,
pero sólo puede llevarlas a cabo dentro del temario señalado; c’’’) en tercer lugar, el plazo, si es que el congreso
se lo ha fijado.
Ha de tenerse presente que también hay un límite heterónomo proveniente de los tratados
internacionales preexistentes incorporados al derecho argentino.
Parte de la doctrina admite, con buen criterio, que las convenciones refor-madoras tienen
poderes “implícitos”, sobre todo en materia financiera (para sancionar su presupuesto, remunerar a sus
integrantes, etc.).
La reforma de 1994 entró en vigor (a partir de su publicación) con la sola sanción de su texto por
la convención.
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La fijación del temario que el congreso deriva a la convención para su reforma, y el caso de la reforma de
1994
18. — Con base en los pactos que el justicialismo y el radicalismo convinieron en noviembre y
diciembre de 1993 para encauzar la reforma de la constitución, la ley declarativa de su necesidad nº 24.309
presentó una novedad sorprendente, cual fue el llamado núcleo de coincidencias básicas.
El conjunto de trece temas o puntos allí reunidos tuvo carácter indivisible y hermético. Conforme
al art. 2º, la ley 24.309 estipuló que “la finalidad, el sentido y el alcance de la reforma… se expresa en el contenido
del núcleo de coincidencias básicas…”.
Por un lado, se prohibió introducir reformas en los 35 primeros artículos de la constitución. Por
otro, el art. 5º de la ley 24.309 dispuso que el núcleo de trece puntos debía votarse sin división posible y en bloque,
todo por “sí” o por “no”. Por eso se lo denominó la cláusula “cerrojo”.
19. — Personalmente, nunca habíamos imaginado antes una hipótesis como la que nos puso por
delante la ley 24.309 y, sin pretender legitimarla “in totum”, tratamos de repensar los esquemas tradicionales, en
los que en seguida insertamos nuevos criterios.
Los ejemplos que ante la inminencia de la reforma propusimos eran dos: a) en cuanto a
establecer el “para qué” finalista de una determinada enmienda, el congreso podía prescribir que consideraba
necesario reformar la norma prohibitiva de la reelección presidencial inmediata, añadiendo que era así para
permitir una sola reelección, con lo que la convención no podría habilitarla para autorizar dos o más, ni tampoco
indefinidamente; b) en cuanto a vincular la necesidad de una enmienda con otra y condicionar la validez de la
reforma a que se respetara esa relación con miras a una finalidad determinada, el congreso podía —por ejemplo—
derivar a la convención la reforma de la norma prohibitiva de la reelección inmediata para autorizar una sola
reelección inmediata, “a condición” de que, como equilibrio, también se atenuaran o moderaran las atribuciones
presidenciales.
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Examen EFIP I
22. — Queda la impresión —por eso— de que al englobar de modo indiso-ciable e inseparable
trece puntos (muy extensos algunos, y varios con redacción preformulada en la ley 24.309) que la convención
debía aceptar íntegramente o rechazar también en conjunto, se le estaba en realidad limitando su competencia
reformadora a una simple ratificación en caso de aprobación.
Si el art. 30 de la constitución dispone que la reforma “no se efectuará sino por una convención
convocada al efecto”, parece que “efectuar” la reforma no equivale a tener que aceptar —o rechazar— una densa
enmienda ya preelaborada por el congreso y totalmente cerrada en su largo contenido, imposibilitado de todo
desglose entre sus partes.
Es cierto, por otra parte, que fuera de la cláusula “cerrojo” se derivó a la convención el
tratamiento libre y separado de otros dieciséis temas pero, de todas maneras, la severidad del lineamiento trazado
a la convención quedó reflejado en el art. 6º de la ley 24.309, que dispuso la nulidad absoluta de todas las
modificaciones, derogaciones y agregados que realizara la convención con apartamiento de la competencia que le
establecía el congreso.
De todas maneras, la convención constituyente esquivó el duro límite que la ley declarativa de la
necesidad de reforma le impuso. Lo hizo incluyendo en el reglamento interno por ella votado una norma
equivalente a la que en la ley 24.309 establecía la cláusula “cerrojo”.
De esta forma se dio la imagen de que era la propia convención la que adoptaba tal decisión, y
que su cumplimiento provenía de su voluntad y no de la del congreso.
23. — Excluida la reforma de 1860 (que para nosotros es ejercicio de poder constituyente
originario), se han realizado reformas a la constitución en 1866, 1898, 1949, 1957, 1972 y 1994.
La de 1949, que estuvo en vigor hasta su supresión por proclama de la Revolución Libertadora en
1956 fue objeto, desde gestada con la ley declarativa de la necesidad de reforma, de múltiples objeciones de
inconstitucionalidad.
La de 1957 se llevó a cabo sobre el texto de la constitución histórica de 1853-1860. Fue realizada
por una convención surgida de elección popular, pero tuvo un vicio de origen cuando, por ser una época de facto,
la declaración de la necesidad de reforma no pudo ser efectuada por el congreso de acuerdo con el art. 30, y lo fue
por el poder ejecutivo de facto. La convención se desintegró antes de concluir su trabajo, y de ella quedó el art. 14
bis, que no alcanzó a ser renumerado y subsiste entre los anteriores artículos 14 y 15 con aquella denominación
(también se lo ha llamado art. 14 nuevo).
La reforma de 1972 fue transitoria, y rigió hasta el golpe de estado del 24 de marzo de 1976. Su
vicio deriva de haber sido realizada totalmente por el poder de facto, que dictó el denominado “Estatuto
Fundamental” con el contenido del texto modificado.
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Examen EFIP I
Su encuadre
24. — Dada la forma federal de nuestro estado, las provincias que lo integran como partes o
miembros son también estados, y disponen de poder constituyente para organizarse.
Que las provincias tienen capacidad para dictar sus respectivas constituciones es innegable. Lo
establece el art. 5º de la constitución como obligación: “cada provincia dictará para sí una constitución…”.
Lo que queda en discusión es otra cosa: si cabe reconocer calidad de poder “constituyente” al
que en sede provincial establece una constitución local. Nosotros acabamos de afirmarlo, y pensamos que no hay
inconveniente en ello, pese a las características especiales de tal poder constituyente.
El poder constituyente originario de las provincias que se ejercita cuando dictan su primera
constitución, tiene determinados límites positivos.
Aquella limitación y esta subordinación, que no llegan a destruir la naturaleza constituyente del
poder en cuestión, sirven en cambio para afirmar que el poder “constituido” de las provincias no tiene cualidad de
soberanía, sino de autonomía.
El poder constituyente de las provincias recibe sus límites de la constitución federal. Las
constituciones provinciales deben adecuarse: a) al sistema representativo republicano; b) a los principios,
declaraciones y garantías de la constitución federal; y c) deben asegurar; c’) el régimen municipal, ahora con la
explícita obligación de cubrir la autonomía de los municipios en el orden institucional, político, administrativo,
económico y financiero, a tenor del art. 123; c’’) la administración de justicia; c’’’) la educación primaria. No deben
invadir el área de competencias federales.
Suprimido tal mecanismo de control político, las constituciones provinciales sólo son susceptibles
de control judicial de constitucionalidad, conforme al mecanismo de funcionamiento del mismo, con base en los
arts. 31 y 116 de la constitución.
25. — Estamos ciertos que el estado federal no puede, ni siquiera a través de una convención
reformadora de la constitución federal, alterar lo que las constituciones provinciales disponen para su propia
reforma.
26. — A partir de 1985 hemos asistido a un ciclo constituyente provincial muy curioso, porque
sin reformarse la constitución federal muchas provincias dictaron antes de 1994 constituciones nuevas, o
reformaron sustancialmente las que tenían. La curiosidad consiste, precisamente, en que este ciclo constituyente
no tuvo su origen en la necesidad de adecuar a una previa reforma de la constitución federal las constituciones
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RESUMEN
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Examen EFIP I
provinciales, ya que hasta 1994 no hubo tal reforma de la constitución federal. Se trata de un fenómeno inédito
en nuestro proceso federal, porque la iniciativa innovadora surgió en y de las propias provincias.
Después de la reforma a la constitución federal, otras provincias realizaron las suyas. Así, Chubut,
Buenos Aires, La Pampa, Chaco y Santa Cruz.
La reforma de 1994
27. — Sabemos que con la reforma de 1994 la ciudad de Buenos Aires ha adquirido un status
especial que la hace sujeto de la relación federal sin ser una provincia ni revestir su categoría política (ver cap. VIII,
acápite V).
La norma de base que se ha incorporado a la constitución es el art. 129, que integra el título
segundo dedicado a “Gobiernos de Provincia”. En dicha norma se consigna, para lo que acá interesa, que el
congreso debe convocar a los habitantes de la ciudad para que, mediante representantes que elijan a ese efecto,
dicten el Estatuto Organizativo de sus instituciones.
28. — Del contexto en que se inserta la autonomía de la ciudad de Buenos Aires mientras
mantenga su condición de capital federal surge claramente que la competencia para dictar su Estatuto Orga-
nizativo es más reducida y cuenta con más límites que el poder constituyente de las provincias.
a) la Estatuyente debe, analógicamente, tomar en cuenta el techo federal de los arts. 5º, 31 y 75
inc. 22 de la constitución; pero, además, y también,
b) la ley del congreso que el mismo art. 129 contempla para garantizar los intereses del estado
federal mientras la ciudad sea capital federal; se dictó ya vencido el plazo estipulado en la disposición transitoria
décimoquinta, y lleva el nº 24.588.
29. — No aparece, en cambio, ninguna limitación que pueda derivar de la ley del congreso
convocando a elecciones para integrar la Estatuyente y para designar jefe y vicejefe de gobierno. Dicha ley, nº
24.620, del 28 de diciembre de 1995, estableció una serie de pautas que nada tienen que ver con la ley de garantía
ni con los intereses del estado federal (nº 24.588, del 27 de noviembre de 1995). Por ende, las limitaciones
excesivas que innecesariamente fijó la ley 24.620 invadieron competencias que por el art. 129 de la constitución
están discernidas a la Estatuyente de la ciudad de Buenos Aires.
Tipología de la Constitución: Según Bidart Campos, nuestra constitución es rígida, porque surge
de un poder constituyente formal, nuestra Constitución no se puede modificar sino mediante
procedimientos diferentes a los de la legislación común; la rigidez puede consistir fundamentalmente
en que:
a) Debe seguirse un procedimiento especial a cargo de un órgano también especial que hace
la reforma; o sea que procedimiento y órgano reformatorios difieren de los legislativos comunes; a este
tipo de rigidez se le llama orgánico;
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RESUMEN
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Examen EFIP I
b) Basta seguir un procedimiento especial a cargo del mismo órgano legislativo (parlamento o
congreso); o sea que el procedimiento es distinto al de la legislación común, pero el órgano es el mismo;
a este tipo de rigidez más benigno se lo denomina rigidez por procedimiento agravado, o rigidez formal;
También recibe la calificación de Constitución impuesta cuando se la supone emanada del poder
constituyente radicado en el pueblo, y surgida de un mecanismo formal en ejercicio del mismo poder.
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RESUMEN
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Examen EFIP I
Es decir que, una norma inferior a la constitución —como es la de un tratado internacional sin
rango constitucional— puede originar inconstitucionalidad en una norma superior que le resulte
contraria.
El fenómeno se asimila fácilmente cuando con agilidad se concede a los tratados la naturaleza
de una fuente que, al ingresar su producto al derecho interno, implanta en él un límite heterónomo que
alcanza hasta condicionar al propio poder constituyente.
En conclusión, las fuentes externas al estado, en cuanto fuentes internacionales, como son los
tratados que introducen su contenido en el derecho interno, aun cuando dentro de éste contenido se
sitúe como un nivel inferior al de la constitución, funciona como límite heterónomo que es capaz de
invalidar por inconstitucionalidad a normas superiores que sean violatorias del tratado.
SUPREMACÍA CONSTITUCIONAL
LA FORMULACIÓN CLÁSICA DE LA DOCTRINA Y SUS ALCANCES
Su caracterización general
La actualización contemporánea
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RESUMEN
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Examen EFIP I
Ahora bien, parece verdad que la doctrina clásica de la supremacía de la constitución necesita
traducirse a concepto y vocabulario que sean actualmente compatibles con el derecho internacional.
Por eso, la supremacía significa —ante todo— que la constitución es la “fuente primaria y fundante” del
orden jurídico estatal. Esto, al colocar a la constitución en el vértice de dicho orden, quiere decir que es
ella —desde dicha cúspide— la que dispone cuál es la gradación jerárquica del mismo orden, porque
como fuente primaria y fundante bien puede ocurrir que la constitución resigne el primer plano al que
estamos acostumbrados, para reconocer en dicho nivel más alto que el de ella misma al derecho
internacional —sea el general, sea el de los derechos humanos— y/o al derecho de la integración
supraestatal y su derivado, el derecho comunitario.
La jerarquía normativa
La supremacía constitucional supone una gradación jerárquica del orden jurídico derivado, que
se escalona en planos distintos. Los más altos subordinan a los inferiores, y todo el conjunto se debe
subordinar a la constitución.
Cuando esa relación de coherencia se rompe, hay un vicio o defecto, que llamamos
“inconstitucionalidad” o “anti-constitucionalidad”.
El principio de supremacía se vincula con la teoría del poder constituyente, y con la tipología de
la constitución escrita y rígida. En efecto, la constitución es establecida por un poder constituyente; el
poder constituido o poder del estado no puede ni debe sublevarse contra la constitución que deriva de
un poder constituyente, formalmente distinto y separado del poder constituido. Además de ello, si ese
poder constituyente ha creado una constitución escrita y rígida, fijando para la reforma de la misma un
procedimiento distinto al de las leyes ordinarias, ha sustraído a la constitución de las competencias y
formas propias de los órganos del poder constituido. Todo acto contrario a la constitución implica, de
hecho, y por esa sola alteración, una “reforma” a la constitución, llevada indebidamente a cabo fuera
del mecanismo que ella ha arbitrado para su enmienda. Si tales actos valieran, se frustraría el sentido
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Materia: DERECHO CONSTITUCIONAL
Examen EFIP I
del tipo constitucional escrito y rígido. Por consiguiente, para salvar incólume a la constitución rígida,
los actos que se le oponen deben reputarse privados de validez.
La doctrina de la supremacía tiene también alguna cabida en los estados de constitución flexible.
En la actualidad, hemos elaborado la idea de que una constitución flexible, al poder reformarse
mediante una ley ordinaria, impide que las “leyes” en desacuerdo con la constitución formal sean
consideradas o declaradas inconstitucionales, pues cuando están en desacuerdo u oposición, implican
una enmienda válida a esa constitución; pero, no obstante, las normas y los actos infralegales admiten
que, en caso de pugnar con la constitución, sean reputados inconstitucionales. De tal modo la
inconstitucionalidad en los estados con constitución flexible funcionaría en los estratos del orden
jurídico inferiores a la ley.
La supremacía en el tiempo
En efecto, el principio de la supremacía llega a la conclusión de que las normas y los actos
infractorios de la constitución no valen, o lo que es lo mismo, que son inconstitucionales o
anticonstitucionales. Sin embargo, nos quedaríamos a mitad de camino si después de arribar a esa
conclusión, no estableciéramos un remedio para defender y restaurar la supremacía constitucional
violada.
El leading case “Marbury c/Madison”, del año 1803, ha sido el antecedente inmediato en
Estados Unidos de la doctrina de la supremacía y del control constitucionales, y con su ejemplaridad
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Examen EFIP I
suscitó seguimiento o imitación dentro y fuera de los Estados Unidos. De allí se trasplantó a nuestro
derecho.
El principio de supremacía se completa con los principios del art. 27 (para los tratados que sólo
tienen prelación sobre las leyes), del art. 28 (para las leyes), y del art. 99 inc. 2º (para los decretos del
poder ejecutivo que reglamentan a las leyes).
Después de la reforma de 1994, es imperioso asimismo tener presente una añadidura de suma
trascendencia: en virtud del art. 75 inc. 22 hay tratados internacionales de derechos humanos que tienen
jerarquía constitucional por figurar en la enumeración que se hace en dicha norma, y otros que pueden
alcanzarla en el futuro conforme a la misma. Por consiguiente, tales tratados revisten igual supremacía
de la constitución, y aunque no forman parte del texto de la constitución, se hallan fuera de él a su
mismo nivel en el bloque de constitucionalidad federal (ver cap. I, nº 17).
El control judicial de constitucionalidad cuenta con la fórmula acuñada por la Corte Suprema
desde su fallo del 5 de diciembre de 1865, la cual, si bien se refiere expresamente a las leyes, se torna
extensiva a normas y actos distintos de las leyes. Dicha fórmula dice así: “Que es elemento de nuestra
organización constitucional, la atribución que tienen y el deber en que se hallan los tribunales de justicia,
de examinar las leyes en los casos concretos que se traen a su decisión, comparándolas con el texto de
la constitución para averiguar si guardan o no su conformidad con ésta, y abstenerse de aplicarlas, si las
encuentra en oposición con ella, constituyendo esta atribución moderadora uno de los fines supremos
y fundamentales del poder judicial nacional y una de las mayores garantías con que se ha entendido
asegurar los derechos consignados en la constitución, contra los abusos posibles e involuntarios de los
poderes públicos”.
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Examen EFIP I
a la integración, si es que se tropieza con carencia histórica de norma o con carencia dikelógica. (Para
esto, reenviamos al acápite IV del cap. III).
Hay doctrinas que dentro de la misma constitución efectúan una gradación o un escalonamiento
de sus contenidos en planos subordinantes y planos subordinados.
Por ejemplo, cuando a los principios y valores que contiene la constitución se los erige por
encima del resto de sus normas. Se habla, así, de relaciones intrajerárquicas.
El resultado es éste: si dentro de la constitución suprema hay cláusulas o normas que prevalecen
sobre otras de su mismo articulado, estas últimas son inconstitucionales (aunque formen parte de la
constitución) cuando infringen a las superiores.
Es verdad que en nuestra constitución reconocemos que, además de simples normas, hay,
implícitamente, principios y valores (ver cap. IV), pero tenemos hasta hoy por cierto que todos sus
contenidos —en cuanto normas— comparten la misma jerarquía suprema o, en otros términos, que
dentro de la constitución no existe un orden jerárquico de planos diferentes, por lo que no creemos que
dentro de la misma constitución una norma de ella pueda ser inconstitucional por incompatibilidad o
contradicción con algún principio o algún valor contenidos en el conjunto normativo de la constitución.
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Examen EFIP I
Los estados siguen existiendo. Sus ordenamientos internos también. Sus constituciones
también. Pero se les filtran contenidos que provienen de fuentes heterónomas o externas, o sea,
colateralmente. Entre ellas, el derecho internacional de los derechos humanos y el derecho comunitario
—recién citados— cobran relevancia.
Quiere decir que, en virtud de principios generales del derecho internacional, de tratados
internacionales sobre derechos humanos, y de la integración estatal en comunidades supraestatales que
engendran su propio derecho comunitario, los estados incorporan a su derecho interno contenidos que
derivan de aquellas fuentes heterónomas o externas; esas fuentes no están por “encima” del estado,
sino en sus “costados”, en su periferia; “afuera” del orden jurídico interno; por eso las denominamos
fuentes “heterónomas” o externas. Pero que condicionan y limitan al derecho interno, incluso a la
constitución, no puede negarse.
Los modos de adecuar la supremacía constitucional a esta nueva realidad son variables y propios
de cada estado. Los hay que colocan al derecho internacional con prioridad sobre todo el derecho
interno, incluida la misma constitución. Los hay que confieren al derecho internacional de los derechos
humanos el mismo nivel de la constitución. Otros, sólo dan prelación a ese derecho respecto de las leyes.
Lo que no podemos omitir es el siguiente punto de vista personal: teniendo presente que en el
derecho internacional hay un principio básico que es el de su prelación sobre el derecho interno,
juzgamos incoherente que el estado que da recepción al derecho internacional en su ordenamiento
interno lo coloque por debajo de la constitución y no por encima —o, al menos, a su mismo nivel—.
En efecto, parece elemental decir que si el estado consiente el ingre-so del derecho internacional, es de
muy escasa congruencia que no lo haga aceptando aquel principio de su primacía sobre el derecho
interno.
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Examen EFIP I
No es coherente, por eso, que la reforma constitucional de 1994 sólo haya reconocido a los
tratados un rango supralegal, manteniendo como principio general (con la excepción de los tratados de
derechos humanos de jerarquía constitucional) el criterio de que los tratados son infraconstitucionales
(ver cap. I, nº 41).
Hay que ver ahora qué ocurre con esta reciente fenomenología de la supremacía constitucional
en orden al control constitucional.
Lo mismo ocurre con todo el derecho infraconstitucional (leyes, reglamentos, sentencias, actos
de particulares).
Para aplicar las pautas recién esbozadas al derecho constitucional argentino, hay que tomar en
cuenta las innovaciones que desde el 24 de agosto de 1994 ha introducido la reforma de la constitución.
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Examen EFIP I
a) en concordancia con el viejo art. 27, los tratados están por debajo de la constitución, pero
Este principio implica el abandono de la jurisprudencia de la Corte Suprema vigente hasta 1992,
que no reconocía el rango supralegal de los tratados.
La excepción viene dada para los tratados de derechos humanos, de la siguiente manera:
b) prevé que mediante un procedimiento especial otros tratados de derechos humanos puedan
alcanzar también jerarquía constitucional.
En los dos supuestos, tales tratados no entran a formar parte del texto de la constitución y
quedan fuera de él, en el bloque de constitucionalidad federal, y comparten con la constitución su mis-
ma supremacía. O sea, no son infraconstitucionales como los otros.
Art. 75 inc. 22. “Aprobar o desechar tratados concluidos con las demás naciones y con las
organizaciones internacionales y los concordatos con la Santa Sede. Los tratados y concordatos tienen
jerarquía superior a las leyes.
Los demás tratados y convenciones sobre derechos humanos, luego de ser aprobados por el
Congreso, requerirán el voto de las dos terceras partes de la totalidad de los miembros de cada Cámara
para gozar de la jerarquía constitucional.”
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Art. 75 inc. 24. “Aprobar tratados de integración que deleguen competencias y jurisdicción a
organizaciones supraestatales en condiciones de reciprocidad e igualdad, y que respeten el orden
democrático y los derechos humanos. Las normas dictadas en su consecuencia tienen jerarquía superior
a las leyes.
La denuncia de los tratados referidos a este inciso, exigirá la previa aprobación de la mayoría
absoluta de la totalidad de los miembros de cada Cámara.”
Un primer diagrama explicativo, que anticipa nuestra opinión personal, puede dibujarse así:
Derecho infra-
constitucional
La parte del inc. 22 que más conflicto interpretativo provoca en muchos autores es la que dice
que los tratados de derechos humanos con jerarquía constitucional “no derogan artículo alguno de la
primera parte de esta constitución y deben entenderse complementarios de los derechos y garantías
por ella reconocidos”.
Una interpretación que no compartimos considera que la “no derogación” de los artículos de la
primera parte de la constitución significa que esa primera parte —con el plexo de derechos y garantías—
tiene prelación sobre los tratados de jerarquía constitucional.
Tal esquema viene a acoger la tesis, por nosotros rechazada, de relaciones intrajerárquicas
dentro de un sistema de normas que revisten jerarquía constitucional.
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Examen EFIP I
A’)
Primer plano subordinante: la primera parte de la
A) Bloque de constitución
constitucio-
nalidad fede- A”)
ral (Jerarquía Segundo plano subordinado: los instrumentos inter-
constitucional) nacionales del inciso 22
En este gráfico habría dos planos, que serían los siguientes: “A” (bloque) subdividido en A’ y A”.
(El plano B ya no pertenece al bloque).
Lejos de estos desdoblamientos, afirmamos sintéticamente que toda la constitución (su primera
parte más el resto del articulado) en común con los once instrumentos internacionales sobre derechos
humanos de jerarquía constitucional (más los que la adquieren en el futuro) componen un bloque que
tiene una igual supremacía sobre el derecho infraconstitucional.
Dentro de ese bloque no hay planos superiores ni planos inferiores; o sea, forman una cabecera
en la que todas sus normas se encuentran en idéntico nivel entre sí.
B) Derecho infraconstitucional
Se nos dirá que la cláusula de “no derogación” de la primera parte de la constitución por los
instrumentos internacionales de jerarquía constitucional ha de tener algún sentido y tener algún efecto.
No obstante, tomemos en cuenta que, a continuación, dicha cláusula enuncia que tales
instrumentos internacionales son complementarios.
¿Qué podemos inferir de la coordinación entre las dos pautas: la “no derogación” y la
“complementariedad”?
Es una pauta hermenéutica harto conocida la que enseña que en un conjunto normativo (para
el caso: la constitución “más” los instrumentos dotados de jerarquía constitucional) que comparte un
mismo y común orden de prelación dentro del ordenamiento jurídico, todas las normas y todos los
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RESUMEN
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Examen EFIP I
artículos de aquel conjunto tienen un sentido y un efecto, que es el de articularse en el sistema sin que
ninguno cancele a otro, sin que a uno se lo considere en pugna con otro, sin que entre sí puedan
oponerse irreconciliablemente. A cada uno y a todos hay que asignarles, conservarles y aplicarles un
sentido y un alcance de congruencia armonizante, porque cada uno y todos quieren decir algo; este
“algo” de uno o de varios no es posible que quede neutralizado por el “algo” que se atribuye a otro o a
otros.
b) Pasemos a la “complementariedad”.
Complemento es lo que hace falta agregar a una cosa para que quede completa, pero no lo que
se ubica en un plano secundario respecto de otro superior. Para nada hemos de imaginar que el nivel
de lo complementario es inferior al nivel de aquello a lo que complementa. De ahí que sostener que los
tratados, debido a su complementariedad respecto de los artículos de la primera parte de la
constitución, no derogan a ninguno de ellos, jamás tolera aseverar que éstos pueden llegar a excluir la
aplicación de un tratado ni que, en vez de conciliar lo que pueda parecer incompatible, hay que hacer
prevalecer indefectiblemente las normas que integran la primera parte de la constitución.
En síntesis, ni los artículos de la primera parte de la constitución “derogan” o dejan sin efecto a
normas internacionales de su mismo rango, ni éstas perturban a aquéllos, porque unos y otras, dentro
del sistema de derechos al que como fuente alimentan con igual jerarquía, forman un conjunto
coherente, insusceptible de desgajar, o desarticular o dividir con supuestas incompatibilidades,
oposiciones o contradicciones.
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RESUMEN
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Examen EFIP I
EL CONTROL DE CONSTITUCIONALIDAD
Después de la quizá minuciosa explicación antecedente, hay que trasladar conclusiones desde
nuestro enfoque de la supremacía al del control de constitucionalidad. Todo ello, a la luz de la reforma
de 1994.
a’) a norma alguna de la constitución (en cualquiera de sus partes) en relación con instrumentos
internacionales de derechos humanos de jerarquía constitucional;
a”) a norma alguna de dichos instrumentos en relación con normas de la constitución (en
cualquiera de sus partes);
a’’’) por ende, toda aparente oposición ha de superarse a tenor de una interpretación
armonizante y congruente, en la que se busque seleccionar la norma que en su aplicación rinda resultado
más favorable para el sistema de derechos (integrado por la constitución y los instrumentos
internacionales de jerarquía constitucional), en razón de la mayor valiosidad (pero no supremacía
normativa) que el sistema de derechos ostenta respecto de la organización del poder.
b) El bloque encarado en el anterior inc. a) y sus subincisos obliga a controlar todos los sectores
del derecho infraconstitucional, y a declarar inconstitucional toda norma que en él sea infractoria de la
constitución y los instrumentos internacionales de derechos humanos con jerarquía constitucional.
c) Los tratados internacionales que no gozan de jerarquía constitucional, como inferiores que
son, quedan sometidos a control (aun cuando en nuestra tesis, ello sea incoherente y discrepante con
el principio de primacía del derecho internacional sobre todo el derecho interno, que expusimos en el
nº 17).
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Examen EFIP I
d) Por lo dicho en el precedente inc. c), también son controlables los tratados de integración a
organizaciones supraestatales, y las normas que son consecuencia de ellos —derecho comunitario—
(con igual reserva personal que en el inc. c).
e) Todo el derecho infraconstitucional, a partir de las leyes, también debe ser controlable en
relación con los tratados sin jerarquía constitucional, porque el principio general aplicable a este
supuesto es el de la superioridad de los tratados sobre las leyes y, por ende, sobre el resto del
ordenamiento sublegal.
Una vez que tenemos en claro que entre los tratados internacionales la reforma de 1994 ha
introducido el desdoblamiento entre algunos que —versando sobre derechos humanos— tienen la
misma jerarquía que la constitución, y otros —de cualquier materia— que solamente son superiores a
las leyes (y, por ende, inferiores a la constitución), es menester que hagamos otra reserva personal.
Bien que a la constitución se le otorgue supremacía sobre esos tratados, estamos ciertos de que
cuando nuestro estado se hace parte en un tratado y lo incorpora a nuestro derecho interno, ni siquiera
una reforma futura a la constitución puede contrariar al tratado. Es un caso curioso de un límite
heterónomo o externo que el estado asume, acepta y reconoce a su propio poder constituyente futuro.
El fenómeno se asimila fácilmente cuando con agilidad se concede a los tratados la naturaleza
de una fuente que, al ingresar su producto al derecho interno, implanta en él un límite heterónomo que
alcanza hasta condicionar al propio poder constituyente.
Nuestra tesis puede, en suma, resumirse así: Fuentes externas al estado como son, en cuanto
fuentes internacionales, los tratados, introducen su contenido en el derecho interno, y aun cuando
dentro de éste tal contenido se sitúe en un nivel inferior al de la constitución, funciona como un límite
heterónomo que es capaz de invalidar por inconstitucionalidad a normas superiores que sean violatorias
del tratado.
Averigüemos ahora sobre qué materias (normas y actos) opera el control en cada rubro.
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Examen EFIP I
Previamente, debemos señalar que, en general, nadie niega que la constitución en cuanto
fuente primaria prevalece sobre todo el orden jurídico-político del estado. En cambio, hay doctrina y
jurisprudencia que niegan el control en algunas materias. Esto significa que, para tales materias exentas
de control de constitucionalidad (que se llaman “cuestiones políticas” no judiciables), si bien se afirma
el principio de la supremacía constitucional, no se remedia la eventual violación a la misma. Las materias
controlables son:
g) Las sentencias. Su control funciona en el derecho vigente (un ejemplo típico lo encontramos
en el control de sentencias por arbitrariedad).
h) La actividad de los particulares. Su control funciona en el derecho vigente (un ejemplo típico
lo encontramos en las acciones de amparo contra actos de los particulares que violan derechos
individuales reconocidos en la constitución).
1º) Actividad del poder estatal: incisos a) a g) inclusive, con las reservas expuestas en el inciso
e);
3º) Actividad del poder constituyente derivado: inciso e), con la reserva en él consignada.
Las interpretaciones que han retraído el control en materias donde nosotros creemos que
debería ejercerse, significan mutaciones constitucionales que, en la constitución material, retacean la
eficacia del principio de supremacía, y declinan la función judicial de revisión de constitucionalidad.
Cuando la doctrina y la jurisprudencia que criticamos afirman que una cuestión queda exenta
de control constitucional porque es política y, en consecuencia, también es “no judiciable”, no
fundamentan la no justiciabilidad con el argumento de que en esa área la constitución carezca de
supremacía, pero de todas maneras dicha supremacía queda menoscabada al no existir el instrumento
garantista de revisión para juzgar si ha sido o no violada.
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Examen EFIP I
Un supuesto que conviene aclarar como muy excepcional, y que no nos merece rechazo, difiere
de los anteriores en los que la judiciabilidad y el control se descartan so pretexto de la cuestión
“política”.
Este nuevo supuesto se configura cuando, con claridad, se advierte que una determinada
competencia del congreso o del poder ejecutivo le ha sido conferida por la constitución para que la
ejerza de modo definitivo, final y último, sin interferencia alguna del poder judicial.
Un ejemplo lo dio la Corte Suprema cuando en 1994 juzgó el caso “Nicosia”. Un juez federal
destituido por el senado dedujo ante ella recurso extraordinario, a raíz de lo cual el tribunal dejó sentado
que la decisión de fondo que adoptó el senado al destituir era facultad que la constitución le otorga de
manera definitiva; pero, al contrario, sostuvo que caía bajo control judicial de constitucionalidad la
cuestión referente a la existencia de dicha facultad, a la extensión de su ejercicio, y a las formas y los
requisitos que la constitución le prescribe para ello.
En primer lugar, cuando postulamos que (sobre la base clara del art. 116) en “toda” causa que
versa sobre puntos regidos por la constitución hay “cuestión judiciable” (o materia sujeta a decisión
judicial) presuponemos que la “cuestión constitucional” sometida a decisión judicial debe hallarse
inserta en un proceso judicial (“causa”). La “cuestión constitucional” es, por ende, una cuestión que por
su materia se refiere a la constitución, y que se aloja en una “causa” judicial.
En segundo lugar, y por lo dicho, creemos que no debería denominarse “cuestión política no
judiciable” a aquella cuestión en la que falta la materia propia de la cuestión constitucional. ¿Y cuándo
falta? Es bueno proponer un ejemplo. Si digo que la declaración y el hecho de la guerra internacional no
son judiciables, quiero seguramente decir que los jueces no pueden declarar que la guerra es
inconstitucional. Si, en cambio, digo que la declaración y la puesta en vigencia del estado de sitio debe
ser judiciable, quiero decir que los jueces pueden y deben (aunque la Corte lo niega) examinar en causa
judiciable si, al declararlo y ponerlo en vigor, se ha violado o no la constitución.
¿Por qué esa diferencia? Ocurre que en el caso de la guerra, la constitución solamente exige que
la declare el ejecutivo con autorización del congreso, pero nada dice sobre los casos, causas,
oportunidades y condiciones que hacen procedente la declaración y realización de la guerra; entonces,
cuando constitucionalmente la guerra está bien declarada, los jueces no tienen materia que sea objeto
de su control.
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Examen EFIP I
Hay jurisprudencia de la Corte —reiterada en el caso “Ribo, Carlos A. c/Estado Nacional”, del 28
de julio de 1988— en la que el tribunal sostiene que el estado no está legitimado para plantear la
inconstitucionalidad de una norma dictada por él mismo.
Mucho más adelante explicaremos que, en nuestra opinión, la interpretación judicial que de la
constitución hace la Corte Suprema en sus sentencias cuando aplica sus normas, tiene el mismo rango
de la constitución interpretada. Decimos que, en el derecho constitucional material, se trata de la
constitución “más” la interpretación que de ella hace el derecho judicial de la Corte. Este “más”implica
componer una unidad con la sumatoria.
De ahí en adelante, son numerosos los efectos que cabe proyectar. Sólo los insinuamos.
Puede —por ejemplo— afirmarse que el derecho judicial participa de la misma supremacía de
la constitución a la que interpreta y aplica; que ningún tribunal en sede interna puede declarar
inconstitucional la interpretación constitucional de la Corte; que las leyes no pueden prescindir de ella
o violarla (suprimiendo, por ejemplo, el amparo, o el control judicial de la actividad jurisdiccional de la
administración); que los tribunales inferiores (federales y provinciales) tienen que prestar seguimiento
a la misma interpretación constitucional, etc. (ver nº 54).
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Examen EFIP I
No obstante, concurre una hipótesis distinta, a la que sucintamente hay que prestarle atención.
En estos supuestos el estado debe responder por su actividad lícita, reparando el daño mediante
adecuada indemnización a favor de quien lo sufre.
Un interesante caso en que la Corte Suprema acogió el resarcimiento por parte del estado a
favor de una persona que, por el cambio producido con la adopción de una nueva política económica —
en sí lícita—, sufrió perjuicio en derechos adquiridos al amparo de la política anterior que fue sustituida
por otra, se registra en la sentencia recaída con fecha 15 de mayo de 1979 en los autos “Cantón Mario
c/Gobierno Nacional”.
Estas tesis puede darse por incorporada a nuestro derecho constitucional material.
Tal vez no resulte tan curiosa si se piensa que la expropiación prevista en el art. 17 de la
constitución es, sin duda, una actividad legítima del estado expropiante, no obstante lo cual, por la
afectación que como efecto origina a la propiedad del expropiado, éste tiene derecho a indemnización.
La inconstitucionalidad en el tiempo
a) Una norma puede ser constitucional tanto cuando se la “pone” en el orden normológico como
durante cierto lapso posterior, y después volverse inconstitucional. Por ejemplo, por un cambio en la
realidad económica, una ley que fija porcentajes o coeficientes para actualizar deudas en una época de
inflación que luego, al agudizarse, agrava la depreciación monetaria y hace insuficientes tales
porcentajes o coeficientes porque no mantiene el valor real de la suma a pagar.
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Examen EFIP I
antes de su enmienda; c”) se ratifica un tratado internacional, porque leyes anteriores que son
incompatibles con él también se tornan inconstitucionales.
Para detectarla hay que examinar en cada caso si la obligación de “hacer” que impone la
constitución (por ej., legislar en tal o cual materia) viene exigida inmediatamente o está condicionada o
se deja temporalmente librada a la oportunidad y discreción propias del criterio del órgano que tiene el
deber, etc.
Por lo menos en las omisiones inconstitucionales que lesionan derechos subjetivos (por ej., si no
se reglamentan las cláusulas constitucionales programáticas que los reconocen) es menester divulgar la
idea de que sobre tales omisiones debe recaer el control de constitucionalidad que las subsane, en
resguardo de la supremacía, y en beneficio del titular del derecho que por la misma omisión sufre
perjuicio.
El control constitucional por omisión tal como lo pretendemos nosotros no funciona con
ejemplaridad en nuestro derecho constitucional material.
Acabamos de citar como excepción a la constitución rionegrina. También conviene advertir que,
de alguna manera, ha operado cuando la Corte Suprema ha dispuesto en juicios de amparo actualizar
las remuneraciones de los jueces que, a causa de la inflación, vieron disminuido su valor económico; en
este caso, al ordenar el reajuste, tenemos que entender que reputó inconstitucional la omisión
configurada mientras dicho reajuste no había sido arbitrado espontáneamente por los órganos de poder
competentes.
Cuando en 1992 la Corte Suprema encaró el tema de los tratados interna-cionales dentro de
nuestro derecho interno, tuvo ocasión en la sentencia recaída el 7 de julio de ese año en el caso
“Ekmekdjian c/Sofovich” de puntualizar pautas que, en alguna forma, guardan conexión con la omisión
inconstitucional. Dijo entonces la Corte: “La violación de un tratado internacional puede acaecer tanto
por el establecimiento de normas internas que prescriban una conducta manifiestamente contraria,
cuanto por la omisión de establecer disposiciones que hagan posible su cumplimiento. Ambas
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situaciones resultarían contradictorias con la previa ratificación internacional del tratado; dicho de otro
modo, significaría el incumplimiento o repulsa del tratado, con las consecuencias perjudiciales que de
ello pudieran derivarse”.
De esto inferimos que como los tratados prevalecen sobre las leyes, el incumplimiento de un
tratado por omisión legislativa puede asimilarse a una omisión inconstitucional.
A) Por el órgano que toma a su cargo el control, los dos sistemas principales son:
a) El político, en el que dicho control está a cargo de un órgano político (por ej.: el Consejo
Constitucional en la constitución de Francia de 1958, o el senado en la de 1852 del mismo país).
b’) difuso, cuando cualquier órgano jurisdiccional —y todos— pueden ejercer el control (por ej.
en Estados Unidos);
b’’) concentrado, cuando hay un órgano jurisdiccional único y específico, al que se reserva la
competencia exclusiva de ejercer el control (por ej.: Italia, Uruguay, España, etc.); (a veces, ese órgano
jurisdiccional no forma parte del poder judicial, sino que se considera un órgano extrapoder, como en
Italia);
b’’’) mixto, cuando tanto un tribunal constitucional como los jueces ordinarios invisten
competncia, cada cual mediante diversas vías procesales (por ej.: Perú y Colombia).
B) Las vías procesales mediante las cuales puede provocarse el control constitucional de tipo
jurisdiccional son fundamentalmente las siguientes:
c) La elevación del caso efectuada por el juez que está conociendo de un proceso, a un órgano
especializado y único para que resuelva si la norma que debe aplicar es o no inconstitucional.
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RESUMEN
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Examen EFIP I
Trasladando tales vías a un supuesto hipotético decimos que si —por ej.— en un país se dicta
una ley estableciendo un impuesto a los propietarios de automotores, la vía directa permite a quien se
considera agraviado por dicha ley deducir una demanda de inconstitucionalidad aun antes de tener que
cumplir con la obligación fiscal, para que en ese proceso se declare si la ley es o no inconstitucional; la
vía indirecta requiere, al contrario, que el presunto agraviado pague el impuesto o se deje demandar
por el fisco, y que en ese proceso se articule incidentalmente y a modo de defensa la cuestión de
constitucionalidad para obtener el reintegro de lo pagado o para que se lo exima del pago pretendido;
la vía por elevación del caso implica que el mismo planteo señalado en el supuesto de la vía indirecta
obliga al juez de la causa a desprenderse transitoriamente de la misma elevándola al órgano único de
jurisdicción concentrada que tiene a su cargo el control, el que una vez emitido el pronunciamiento
sobre la constitucionalidad o inconstitucionalidad de la ley a aplicarse devuelve el proceso al juez de
origen para que dicte sentencia.
Dentro de la vía directa cabe la variante de la llamada acción popular, en la cual quien demanda
puede ser cualquier persona, aunque no sufra agravio con la norma impugnada.
Interesa también averiguar cuál es el sujeto que está legitimado para provocar el control. Ese
sujeto puede ser:
a) El titular de un derecho o un interés legítimo que padece agravio por una norma o un acto
inconstitucionales.
b) Cualquier persona (una sola o un número mínimo exigido por el régimen vigente), en cuyo
caso la vía es directa y se llama acción popular.
c) El ministerio público.
e) El propio juez de la causa que la eleva en consulta al órgano encargado del control para que
resuelva si la norma que ese juez debe aplicar en su sentencia es o no constitucional.
g) Determinados órganos del poder o, de ser éstos colegiados, un determinado número de sus
miembros.
h) Las asociaciones cuyo fin atiende a la defensa de derechos o intereses de personas o grupos.
Esta enumeración obliga a individualizar en cada sistema cuál es la vía procesal para la cual se
habilita a uno o más sujetos como legitimados para provocar el control.
Fuera de causas judiciables, en los regímenes donde existen otros tipos de control, se admiten
consultas o requerimientos formulados al órgano encargado del control por otro órgano, a fin de que se
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RESUMEN
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Examen EFIP I
pronuncie sobre la constitucionalidad de normas o actos. En ese supuesto, el órgano que puede solicitar
el control es también un sujeto legitimado para provocarlo.
C) Por fin, los efectos del control pueden agruparse en dos grandes rubros:
b) cuando la sentencia invalida la norma declarada inconstitucional más allá del caso, el efecto
es amplio, “erga omnes” (“contra todos”) o “extra-partes”. Este efecto puede revestir dos modalidades:
b’’) que la sentencia irrogue la obligación de derogar la norma inconstitucional por parte del
órgano que la dictó.
Sin estar institucionalizado el sistema de efecto amplio o erga omnes, puede ocurrir que la
sentencia declarativa de inconstitucionalidad, cuyo efecto se limita al caso, adquiera ejemplaridad y
funcione como modelo que suscite seguimiento, en cuyo caso la fuente judicial, sin derogar la norma,
consigue que el precedente se reitere, o que voluntariamente el órgano que dictó la norma la derogue.
De existir un sistema de jurisprudencia vinculatoria, que obliga a determinados órganos judiciales a
acatar la sentencia dictada en un caso, se acentúa el rigor del efecto que acabamos de mencionar.
A) En cuanto al órgano que lo ejerce, el sistema es jurisdiccional difuso, porque todos los jueces
pueden llevarlo a cabo, sin perjuicio de llegar a la Corte Suprema como tribunal último por vía del recurso
extraordinario legislado en el art. 14 de la ley 48.
Sólo el poder judicial tiene a su cargo el control; en un importante fallo, la Corte Suprema
decidió, en el caso “Ingenio y Refinería San Martín del Tabacal S.A. c/Provincia de Salta”, del 8 de
noviembre de 1967, que cualesquiera sean las facultades del poder administrador para dejar sin efecto
actos contrarios a las leyes, no cabe admitir que sea de su resorte el declarar la inconstitucionalidad de
éstas, porque el poder judicial es, en última instancia, el único habilitado para juzgar la validez de las
normas dictadas por el órgano legislativo. El principio constitucional conforme al cual la facultad de
declarar la inconstitucionalidad de leyes y de anular actos en su consecuencia, es potestad exclusiva de
los tribunales de justicia, resulta imperativo —según la Corte— tanto para el estado federal como para
las provincias.
Nuestro régimen conoció transitoriamente un sistema de control político parcial entre 1853 y
1860. En efecto, el texto originario de 1853, hasta su reforma en 1860, atribuía al congreso federal la
revisión de las constituciones provinciales antes de su promulgación, pudiendo reprobarlas si no estaban
conformes con los principios y disposiciones de la constitución federal. Tal mecanismo era político en
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Examen EFIP I
cuanto al órgano que controlaba —el congreso—, y parcial en cuanto a la materia controlada —
únicamente las constituciones provinciales—.
B) En cuanto a las vías procesales utilizables en el orden federal, no existe duda de que la vía
indirecta, incidental o de excepción es hábil para provocar el control. Lo que queda por dilucidar es si se
trata de la única vía, o si juntamente con ella es posible emplear la vía directa o de acción en algunas de
sus modalidades.
Para esclarecer el punto, creemos útil trazar una divisoria cronológica en el derecho judicial de
la Corte. Nos parece que esa línea gira en torno del año 1985.
Hasta esa fecha, era común afirmar que la única vía para promover el control era la indirecta,
con base en que el art. 2º de la ley 27 prescribe que los tribunales federales sólo ejercen jurisdicción en
“casos contenciosos”.
El perfil que se daba entonces al “caso contencioso” de la ley 27 era muy rígido; sólo configuraba
un caso de esa índole —en el que incidental e indirectamente podía promoverse el control— aquél en
que partes contrapuestas disputaban intereses contrarios con posibilidad de llegarse a una sentencia
“de condena” que reconociera un derecho a cuya efectividad obstaran las normas que se impugnaban
como inconstitucionales (la expresión “sentencia de condena” no se limitaba a la que imponía una
condena penal).
La Corte las ejemplifica: a) la acción de amparo y de habeas corpus (que existían desde mucho
antes de 1985, pero no eran expresamente definidas por la Corte como acciones de
inconstitucionalidad); b) la acción declarativa de certeza del art. 322 del código procesal civil y comercial
(con esta acción la Corte consiente ahora que puedan plantearse en forma directa cuestiones de
inconstitucionalidad en el ámbito del derecho público, con aptitud para ser resueltas por los jueces, y
hasta la misma Corte la ha aceptado en jurisdicción originaria y exclusiva de ella); con la acción
declarativa de certeza es viable obtener una sentencia declarativa de inconstitucionalidad de normas
generales, la cual sentencia —por ser declarativa— no es una sentencia de condena, lo cual modifica ya
en mucho la primitiva jurisprudencia anterior a 1985, porque desde ahí en adelante se interpreta que la
acción declarativa de certeza impulsa la promoción de un “caso contencioso” entre las partes cuya
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relación jurídica debe adquirir la certeza que no tiene; c) el juicio sumario de inconstitucionalidad; d) el
incidente de inconstitucionalidad que se forma de modo anexo a una denuncia penal para discutir en él
una cuestión constitucional.
En síntesis, y de acuerdo a nuestra personal interpretación del derecho judicial actual, decimos
que: a) ahora se tiene por cierto que hay acciones de inconstitucionalidad; pero b) no hay acciones
declarativas de inconstitucionalidad pura, es decir, sigue no habiéndolas.
C) Como sujeto legitimado para provocar el control, ante todo se reconoce al titular actual de
un “derecho” (propio) que se pretende ofendido.
El interés que puede tener un tercero en impugnar como inconstitucional una norma que él
debe cumplir (sin que se agravie a un derecho “suyo”) no es aceptado por la Corte para investirlo de
legitimación con la promoción del control. (Ver, por ejemplo, el fallo de julio 26 de 1984 en el caso
“Centro de Empleados de Comercio c/Mois Chami S.A.”.) Estamos en desacuerdo con este criterio
porque quien “debe” cumplir una norma (por ej., la que obliga a actuar como agente de retención) ha
de estar habilitado para cuestionar su constitucionalidad, aunque la misma norma y su cumplimiento no
le afecten en sus derechos personales, ya que el obligado tiene interés “actual” en que su obligación no
sea inconstitucional.
Con la reforma constitucional de 1994, el art. 43 que regula el amparo, el habeas data y el habeas
corpus, abre una interpretación holgada.
Es así, como mínimo, porque habilita la acción de amparo “contra cualquier forma de
discriminación y en lo relativo a los derechos que protegen al ambiente, a la competencia, al usuario y
al consumidor, así como a los derechos de incidencia colectiva en general”. De inmediato señala quiénes
son los sujetos legitimados para interponer la acción de amparo, y dice:
“el afectado, el defensor del pueblo y las asociaciones que propendan a esos fines…”.
Como según lo explicaremos a su tiempo, este párrafo del art. 43 prevé y da por reconocidos a
los llamados intereses difusos, intereses colectivos, intereses de pertenencia difusa, derechos colectivos
o, con la propia fórmula de la norma: “derechos de incidencia colectiva en general”.
En efecto, “el afectado” no es el titular único y exclusivo del derecho o el interés que alega,
porque es uno entre varios o muchos, con quienes comparte lo que hay de común o colectivo en ese
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derecho o interés, y sólo invoca su porción o “cuota-parte” en carácter de situación jurídica subjetiva
dentro de la cotitularidad múltiple.
Se añade, como vimos, el defensor del pueblo, y las asociaciones. En cuanto a éstas, el amparo
denominado “colectivo” se asemeja a lo que en el derecho comparado se suele llamar “acciones de
clase”.
Este efecto de imitación espontánea es el que intensifica el valor del derecho judicial como
fuente.
En nuestra particular opinión, creemos que cuando la Corte interpreta la constitución y cuando
ejerce control de constitucionalidad, los demás tribunales federales y provinciales deben acatar las
normas generales que surgen de su jurisprudencia (como derecho judicial vigente por su ejemplaridad)
cuando fallan casos similares. Aplicamos así el adagio que dice: “La constitución es lo que la Corte ‘dice
que es’ ”.
a) En cuanto al órgano, el sistema es siempre jurisdiccional difuso. Pero en las provincias donde
existe, además de vía indirecta, la vía directa o de acción, ésta debe articularse ante el Superior Tribunal
provincial, con lo cual tenemos también sistema jurisdiccional concentrado. Las provincias no pueden
negar —no obstante— el uso de la vía indirecta.
En consecuencia, podemos decir que para la vía indirecta el sistema es jurisdiccional difuso, y
para la directa, jurisdiccional concentrado.
b) En cuanto a las vías, muchas provincias admiten la vía directa, de acción o de demanda. Así
—por ej.— Buenos Aires, Santiago del Estero, Chaco, Misiones, Neuquén, etc.
c) En cuanto a los efectos, hallamos asimismo en algunas el efecto amplio o erga omnes, que
produce la abrogación de la norma declarada inconstitucional. Las modalidades son variables, y van
desde la derogación de la norma que el Superior Tribunal de la provincia declara inconstitucional, hasta
el supuesto más moderado de vinculatoriedad de la jurisprudencia del Superior Tribunal, que se torna
de aplicación obligatoria para los tribunales inferiores de la provincia, pasando por sistemas en los que
el efecto erga omnes de las sentencias del Superior Tribunal que declaran inconstitucional una norma
general no se producen con la primera sentencia, sino con otras posteriores que la reiteran, más la
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Examen EFIP I
La legitimación procesal
Repetidas veces en una serie de tópicos vamos a aludir a la legitimación. Por legitimación
entendemos, en sentido procesal, la capacidad, aptitud o idoneidad que se reconoce a un sujeto para
intervenir en un proceso judicial. Legitimación procesal activa es la que ostenta quien actúa como actor
o demandante. Legitimación procesal pasiva es la que corresponde a quien resulta demandado por otro.
Con ser un problema procesal, tiene una honda raíz en el derecho constitucional. En efecto, las
leyes no pueden disponer discrecionalmente quién está legitimado y quién no lo está. Y no pueden
porque, en último término, si los derechos personales tienen base en la constitución, la legitimación
para articular en un proceso judicial las pretensiones referidas a ellos cuenta con un techo o canon
constitucional.
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Examen EFIP I
Si del derecho personal o del interés legítimo propio descendemos a otras categorías —como la
de los intereses difusos o colectivos— tenemos convicción personal afianzada en el sentido de que
también hay que reconocer legitimación procesal a quien tiene parte (“su” parte) en ese interés
compartido por muchos o por todos, con lo que esa misma legitimación lo debe capacitar para promover
el control, sea que él inicie el proceso como actor, sea que resulte demandado (ver nº 52).
Lo que tiene que quedar en claro es que estrangular la legitimación —o negarla— con el
resultado de que uno o más sujetos no puedan promover el control constitucional en tutela de derechos,
intereses legítimos, o intereses de pertenencia difusa que son propios de ese sujeto, implica
inconstitucionalidad.
Incluso conviene desde ya tener en cuenta que en determinados procesos la legitimación tiene
asimismo que reconocerse y conferirse con amplitud a terceros que —como en el habeas corpus—
interponen la acción y formulan la cuestión constitucional en favor de otra persona que, por no estar en
condiciones de hacerlo directamente (por ej., por privación o restricción en su libertad ambulatoria)
merece la gestión ajena.
Tenemos que ocuparnos de describir el marco que condiciona y presta base al ejercicio del
control.
En primer lugar, hace falta una causa judiciable. Nuestro control se ejerce en el marco de un
proceso judicial, y se expresa a través de la forma normal de pronunciamiento de los jueces, que es la
sentencia. Este requisito surge del art. 116 de la constitución, que al armar la masa de competencias del
poder judicial federal, se refiere siempre a “causas” o “asuntos”. De tal modo, la “cuestión
constitucional”se debe insertar dentro de una “causa” (o proceso).
Por consiguiente, dejemos bien en claro que la exigencia de causa judicial debe entenderse del
siguiente modo: a) como el juez requiere que su jurisdicción sea incitada, no puede actuar de oficio; b)
como la jurisdicción incitada da nor-malmente origen al proceso, la forma habitual de pronunciamiento
judicial es la sentencia; c) en consecuencia, se detrae al juez todo lo que sea: consulta, dicta-men,
declaración teórica, o general, o abstracta. En suma, no puede ejercerse el control de constitucionalidad
sin causa judiciable o al margen de la misma.
Además de causa judiciable hace falta, en segundo término, y según la jurisprudencia, que la ley
o el acto presuntamente inconstitucionales causen gravamen al titular actual de un derecho. Por “titular
actual” se entiende quien realmente ostenta un interés personal y directo comprometido por el daño al
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Examen EFIP I
derecho subjetivo. (Por excepción, el ministerio público puede provocar el control en causa judiciable.
En el proceso de amparo, también el defensor del pueblo y las asociaciones) (ver nos. 51 y 52).
e) no subsiste el interés personal en la causa, sea por haber cesado la presunta violación
al derecho, sea por haberse derogado la norma cuya inconstitucionalidad se alegaba, etc., con lo que la
cuestión judicial a resolver se ha tornado “abstracta”.
La jurisprudencia exige que en la causa medie petición de parte interesada. El titular del derecho
agraviado (o el tercero legitimado para accionar) debe pedir la declaración de inconstitucio-nalidad, y
por eso se dice que el control no procede “de oficio”, entendiéndose acá por “de oficio” como
equivalente a “control sin pedido de parte” (en tanto también las afirmación de que el control no
procede de oficio quiere significar, en otro sentido, que no procede fuera o al margen de causas
judiciables).
Con este requisito, la jurisprudencia estima que el juez no puede conocer ni decidir cuestiones
que las partes no le han propuesto. Todavía más: en el principio judicial que comentamos creemos
descubrir la noción de que si el titular del derecho no peticiona el control de constitucionalidad, se
presume la renuncia al derecho agraviado (esta renuncia es reconocida por la Corte con respecto a
derechos de índole patrimonial).
Sin embargo, discrepamos abiertamente con el recaudo de petición expresa de parte interesada.
La cuestión de constitucionalidad no es una cuestión de hecho sino de derecho. Si en las cuestiones de
hecho el juez depende de lo que las partes le alegan y prueban, en las de derecho es independiente de
las partes. Le incumbe al juez la debida aplicación del derecho, y en esa selección se mueve a tenor del
adagio “iura novit curia”: el juez suple el derecho que las partes no le invocan o que le invocan
erróneamente.
En suma, el juez depende de las partes en lo que tiene que fallar, pero no en cómo debe fallar.
Por eso, el control de constitucionalidad de normas y actos que están implicados en el derecho aplicable
a la causa, debe ser efectuado por el juez en la misma causa sin necesidad de petitorio de parte
interesada.
En orden a este principio de la petición de parte, hay algunas excepciones que confirman la regla.
La Corte considera que sin necesidad de petición de parte, puede declararse de oficio en causa judiciable
la inconstitucionalidad de normas que alteran los límites de su propia competencia —por ej.: para
mantener en su dimensión constitucional la competencia originaria y exclusiva del art. 117—.
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a) La jurisprudencia ha acuñado una norma de derecho judicial ya recordada, que importa una
fuerte detracción. No se juzgan ni se controlan en su constitucionalidad las llamadas cuestiones políticas
que, por tal inhibición, se denominan también “no judiciables” o “no justiciables”.
Ellas son —por ej.—: la declaración del estado de sitio, la intervención federal, la declaración de
guerra, las causas determinantes de la acefalía presidencial, el título del presidente de facto, la
declaración de utilidad pública en la expropiación, etc.
No obstante, hay casos en que para controlar la razonabilidad hay que incluir un juicio sobre la
conveniencia, y en que la propia Corte así lo ha hecho (por ej., en su sentencia del caso “Reaseguradora
Argentina S.A. c/Estado Nacional” del 18 de setiembre de 1990), lo que nos permite decir que cuando
para juzgar la razonabilidad y constitucionalidad de una norma, o de una medida adoptada en aplicación
de ella, se hace necesario evaluar la conveniencia de la norma y/o de la medida, el examen judicial de la
conveniencia es propio de los jueces y hace excepción al principio de que ellos no controlan la
conveniencia, ni la oportunidad, ni el acierto de las normas y de los actos que se someten a su revisión.
Para el control de razonabilidad de las normas generales estamos ciertos de que procede tanto
cuando la norma en sí misma —o sea, en su texto— es irrazonable, como cuando no lo es en sí misma
pero sí lo es en los efectos que produce su aplicación a un caso concreto.
La jurisprudencia de la Corte registra pautas que, en algunas de sus sentencias, limitan el control
de razonabilidad sólo al texto de la norma legal, so pretexto de que indagarla en sus efectos significaría
introducir elementos extraños a la norma misma. Personalmente, discrepamos con este criterio
reductivo.
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Examen EFIP I
Pero nada obsta, a juicio nuestro, para que la ley introduzca la acción declarativa de
inconstitucionalidad pura, e incluso la acción popular.
e) Dado que las leyes y los actos estatales se presumen válidos y, por ende, constitucionales, la
declaración de inconstitucionalidad sólo se debe emitir cuando la incompatibilidad con la constitución
es absoluta y evidente.
Por eso, la Corte ha acuñado un principio cuya formulación surge de la sentencia cuyo párrafo
dice así:
“Que, con arreglo a jurisprudencia de esta Corte, el análisis de la validez constitucional de una
norma de jerarquía legal constituye la más delicada de las funciones susceptibles de encomendarse a un
tribunal de justicia y es sólo practicable, en consecuencia, como razón ineludible del pronunciamiento
que la causa requiere, entendiéndose que por la gravedad de tales exámenes debe estimárselos como
la “última ratio” del orden jurídico, de tal manera que no debe recurrirse a ellos sino cuando una estricta
necesidad lo requiera. Por lo tanto, cuando existe la posibilidad de una solución adecuada del juicio por
otras razones, debe apelarse a ella en primer lugar (doctrina de Fallos, t. 260; p. 153, sus citas y otros).”
f) El derecho judicial de la Corte tiene establecido que: f’) los jueces no pueden dejar de aplicar
una norma vigente conducente a resolver el caso que fallan, salvo que la desaplicación se fundamente
en la declaración de su inconstitucionalidad; f”) cuando desaplican una norma vigente que conduce a
resolver el caso sin declararla inconstitucional, la sentencia que de esa manera dictan queda
descalificada como arbitraria; f’’’) pero hay que tener presente que, como siempre, para que
válidamente desapliquen una norma mediante declaración de su inconstitucionalidad necesitan que se
lo haya requerido la parte interesada en el respectivo proceso judicial.
g) La Corte también tiene establecido que los jueces no pueden prescindir de lo dispuesto
expresamente por la ley respecto al caso que fallan, so pretexto de la posible injusticia de esa ley. Ahora
bien, como la propia Corte señala que la única salida para que los jueces desapliquen una norma vigente
es su declaración de inconstitucionalidad, estamos ciertos que si un juez declara que una norma es
inconstitucional en virtud de su injusticia (razonando suficientemente el caso) la no aplicación de esa
norma en nada conculca el primer principio. En suma, el juez no puede dejar de aplicar una ley por ser
injusta, pero sí puede dejar de aplicarla declarándola inconstitucional a causa de su injusticia. De ello
surge que para desaplicar una norma injusta, el juez debe declararla inconstitucional (ver cap. III, nos.
14 y 15).
Pero la Corte ha hecho prevalecer su jurisprudencia por sobre un fallo plenario, no para dejar
sin efecto el plenario, pero sí para dejar sin efecto una sentencia que aplicó el plenario en vez de
atenerse a un criterio contrario a él que surgía de jurisprudencia de la Corte (caso “Sire” de agosto 8 de
1989).
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Examen EFIP I
j) El poder judicial no entra a juzgar del modo o procedimiento formal como se ha dictado la ley.
Sin embargo, un fallo de la Corte del 9 de agosto de 1967 en el caso “Colella Ciriaco c/Fevre y
Basset S.A. y/u otro”, declaró la inconstitucionalidad de la “promulgación parcial” de la ley de contrato
de trabajo, efectuada por el poder ejecutivo después de un veto también parcial, con lo que entró a
juzgar de una cuestión formal o de procedimiento, cual es la de analizar si la promulgación fragmentaria
de una ley, es o no un procedimiento válido y constitucional.
k) Cualesquiera sea la naturaleza de los procesos judiciales (por ej., el de amparo, el de habeas
corpus, los juicios ejecutivos o sumarios, etc.), estamos seguros que ni la ley ni los propios tribunales
ante los que esos procesos tramitan pueden prohibir o inhibir en algunos de ellos el control judicial de
constitucionalidad sobre las normas y/o los actos relacionados con la decisión que en ellos debe dictarse.
Esa detracción del control es inconstitucional.
l) No hallamos óbice constitucional para que, por vía de ley, se extienda “erga omnes” el efecto
de las sentencias de la Corte Su-prema que declaran la inconstitucionalidad de normas generales, con
alcance derogatorio de éstas (o sea, “extra partes”). Con ley ex-presa, las referidas sentencias de la Corte
quedan habilitadas constitucionalmente para producir la pérdida de vigencia normológica (y por
consecuencia, sociológica) de las normas generales cuya in-constitucionalidad declaran con el efecto
general previsto en la ley.
Se trata aquí de indagar en qué plano o estrato del derecho interno argentino se sitúa el derecho
internacional público después de incorporarlo a él. No es, por eso, un problema de fuentes (¿cómo
ingresa o penetra?) sino de lugar jerárquico (¿dónde se ubica?) una vez que está adentro.
Ya dijimos que la primacía del derecho internacional sobre el derecho interno es un principio
básico del derecho internacional, que hoy cuenta con una norma expresa en la Convención de Viena
sobre derecho de los tratados.
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Materia: DERECHO CONSTITUCIONAL
Examen EFIP I
lo equipara en un mismo nivel, lo que muestra la atenuación del diseño con que hasta ahora quedaba
trazado el perfil de la doctrina de la supremacía constitucional (ver acápite II).
En la relación del derecho internacional con las leyes, algunas constituciones deciden la
prioridad a favor del primero.
Siempre vimos en esta cláusula el principio de que los tratados son infraconstitucionales.
Pero ahora se han aclarado dos cosas, que se vinculan con este art. 27: una es un principio
general, y la otra es una excepción.
a) El principio general viene dado por el art. 75 inc. 22: los tratados, aun cuando se sitúan por
debajo de la constitución, tienen jerarquía superior a las leyes. Hasta 1992, la jurisprudencia de la Corte
no lo admitía.
También son superiores a las leyes, conforme al art. 75 inc. 24, las normas que son consecuencia
de un tratado de integración a organizaciones supraestatales, que suelen llamarse “derecho
comunitario”.
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Examen EFIP I
La constitución argentina de 1853-1860 acoge la forma federal de estado. Ella importa una
relación entre el poder y el territorio, en cuanto el poder se descentraliza políticamente con base física,
geográfica o territorial.
Esta dualidad de poderes se triplica cuando tomamos en cuenta que con la reforma de 1994 no
es posible dudar de que, dentro de cada provincia, los municipios invisten un tercer poder, que es el
poder municipal, también autónomo; lo atestigua, en respaldo del viejo art. 5º, el actual art. 123.
El origen lógico (o la base) de todo estado federal es siempre su constitución. El origen histórico
o cronológico es, en cambio, variable y propio de cada federación; algunas pueden surgir a posteriori de
una confederación; otras, convirtiendo en federal a un estado unitario.
El federalismo argentino
Nuestro estado federal surge con la constitución histórica de 1853. Se llama República
Argentina, y es un estado nuevo u originario. Sin embargo, histórica y cronológicamente, nuestro
federalismo no fue una creación repentina y meramente racional del poder constituyente, sino todo lo
contrario, una recepción de fuerzas y factores que condicionaron su realidad sociológica.
a) Por un lado, las ciudades que los movimientos españoles de colonización fueron fundando a
través de las corrientes del norte, del oeste y del Río de la Plata, extendieron sus zonas de influencia y
prepararon las futuras regiones territoriales que conformaron a las provincias.
b) Por otro lado, los órganos de gobierno locales —principalmente los cabildos —
proporcionaron al futuro federalismo una base municipal o comunal.
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Examen EFIP I
El derecho “federal”
Sin embargo hay que saber que dentro de este concepto amplio de derecho federal hay que
desglosar el llamado “derecho común”, que a fines tan importantes como su “aplicación” (art. 75 inc.
12) y como su “interpretación” (dentro del marco del recurso extraordinario) se distingue del derecho
“estrictamente” federal.
Hecha esta salvedad, decimos que el “derecho común” es federal en cuanto emana del gobierno
federal, y prevalece sobre el derecho “provincial” (art. 31); pero no es “federal” para los fines de su
“aplicación” (por tribunales provinciales) ni para su “interpretación” por la Corte mediante recurso
extraordinario.
a) Derecho federal en cuanto conjunto de normas emanado de los órganos del gobierno federal;
a este tópico alude especialmente el art. 31, cuando hace prevalecer el orden jurídico federal sobre el
provincial.
Por ende, repetimos que con esta acepción cabe incluir en el derecho federal a las leyes de
derecho común que dicta el congreso, bien que no sean leyes “federales” en sentido estricto.
b) Derecho federal en cuanto abarca, dentro de la federación: b’) las relaciones de las provincias
con el estado federal; b’’) las relaciones de las provincias entre sí (interprovinciales); a estos dos tópicos
del inc. b) les podríamos asignar el nombre de “derecho intrafederal”. En él hallamos las “leyes-
contrato”, los convenios entre estado federal y provincias, los tratados interprovinciales, etcétera.
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Materia: DERECHO CONSTITUCIONAL
Examen EFIP I
La trinidad del derecho latamente llamado “federal” a que se refiere el art. 31 cuando en el
término “ley suprema ” engloba a la constitución federal, a las leyes del congreso (federales y de de-
recho común), y a los tratados internacionales, prevalece sobre todo el derecho provincial (incluida
la constitución de cada provincia).
Después de la reforma constitucional de 1994, al art. 31 hay que coordinarlo con el art. 75 inc.
22 en lo que atañe a los tratados y declaraciones internacionales de derechos humanos que tienen
jerarquía constitucional.
Por ende, las constituciones provinciales, las leyes provinciales, los decretos provinciales, y la
totalidad de las normas y actos provinciales se subordinan a:
a) la constitución federal y los instrumentos internacionales que por el art. 75 inc. 22 tienen
jerarquía constitucional;
b) los demás tratados internacionales que por el art. 75 inc. 22 tienen rango superior a las leyes,
y las normas de derecho comunitario que derivan de tratados de integración a organizaciones
supraestatales, y que por el art. 75 inc. 24 también tienen nivel supralegal;
La subordinación
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La participación
Cabe también incluir, con un sentido amplio de la relación de participación, todo lo que el
llamado federalismo concertado presupone en materia de negociación, cooperación, coordinación, y
lealtad federal (ver nos. 64 y 65).
La coordinación
La relación de coordinación delimita las competencias propias del estado federal y de las
provincias. Se trata de distribuir o repartir las competencias que caen en el área del gobierno federal y
de los gobiernos locales.
Para ello, el derecho comparado sigue sistemas diversos: a) todo lo que la constitución federal
no atribuye al estado federal, se considera reservado a los estados miembros; la capacidad es la regla
para éstos, y la incapacidad es la excepción, en tanto para el estado federal ocurre lo contrario: la
incapacidad es la regla, y la capacidad es la excepción; b) inversamente, todo lo que la constitución
federal no atribuye a los estados miembros, se considera reservado al estado federal, para quien,
entonces, la capacidad es la regla y la incapacidad es la excepción; c) enumeración de las competencias
que incumben al estado federal y a los estados miembros.
El reparto de competencias
Nuestra constitución ha escogido el primer sistema. Así lo estipula el art. 121: “las provincias
conservan todo el poder no delegado por esta constitución al gobierno federal, y el que expresamente
se hayan reservado por pactos especiales al tiempo de su incorporación”.
Donde leemos “poder no delegado por esta constitución” debemos interpretar que la
delegación es hecha por las provincias “a través” de la constitución como instrumento originario de
formación y estructura de la federación. Son las “provincias” las que “mediante” la “constitución” han
hecho la delegación al gobierno federal.
La fórmula del art. 121, que mantiene la del anterior art. 104, ha merecido interpretación del
derecho judicial a través de la jurisprudencia de la Corte Suprema, en la que encontramos otros dos
principios que la completan: a) las provincias conservan, después de la adopción de la constitución,
todos los poderes que tenían antes y con la misma extensión, a menos de contenerse en la constitución
alguna disposición expresa que restrinja o prohíba su ejercicio; b) los actos provinciales no pueden ser
invalidados sino cuando: b’) la constitución concede al gobierno federal un poder exclusivo en términos
expresos; b’’) el ejercicio de idénticos poderes ha sido prohibido a las provincias; b’’’) hay
incompatibilidad absoluta y directa en el ejercicio de los mismos por parte de las provincias.
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RESUMEN
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Examen EFIP I
Puede verse también este párrafo extractado de una sentencia de la Corte: “Es cierto que en
tanto los poderes de las provincias son originarios e indefinidos (art. 104, constitución nacional), los
delegados a la nación son definidos y expresos, pero no lo es menos que estos últimos no constituyen
meras declaraciones teóricas, sino que necesariamente han de considerarse munidos de todos los
medios y posibilidades de instrumentación indispensables para la consecución real y efectiva de los fines
para los cuales se instituyeron tales poderes, en tanto éstos se usen conforme a los principios de su
institución. De no ser así, aquellos poderes resultarían ilusorios y condenados al fracaso por las mismas
provincias que los otorgaron. De aquí que las supra mencionadas facultades provinciales no pueden
amparar una conducta que interfiera en la satisfacción de un interés público nacional (Fallos, 263-437),
ni justifiquen la prescindencia de la solidaridad requerida por el destino común de la nación toda (Fallos,
257-159; 270;11).”
En más reciente fallo del 15 de octubre de 1991, en el caso “Estado Nacional c/Provincia del
Chubut”, la Corte ha expresado que ella “tiene dicho que ‘si bien es muy cierto que todo aquello que
involucre el peligro de limitar las autonomías provinciales ha de instrumentarse con la prudencia
necesaria para evitar el cercenamiento de los poderes no delegados de las provincias, no lo es menos
que el ejercicio por parte de la nación, de las facultades referidas… no puede ser enervado por aquéllas,
so pena de convertir en ilusorios los propósitos y objetivos de las citadas facultades que fincan en la
necesidad de procurar eficazmente el bien común de la nación toda, en el que necesariamente se
encuentran engarzadas y del cual participan las provincias’. A lo cual añadió la Corte que ‘en ese orden
de ideas debe subrayarse que, conforme al principio de que quien tiene el deber de procurar un
determinado fin, tiene el derecho de disponer de los medios necesarios para su logro efectivo y, habida
cuenta que los objetivos enunciados en el preámbulo y los deberes-facultades establecidos en los supra
citados incisos del art. 67 de la constitución nacional tienen razón de causa final y móvil principal del
gobierno federal, no cabe sino concluir que éste no puede ser enervado en el ejercicio de estos poderes
delegados, en tanto se mantenga en los límites razonables de los mismos conforme a las circunstancias;
éste es, por lo demás, el principio de supremacía que consagra el art. 31 de la constitución nacional’
(Fallos, 304-1187 y otros).”
a) Entre las competencias exclusivas del gobierno federal podemos citar enunciativamente:
intervención federal; declaración del estado de sitio; relaciones internacionales; dictar los códigos de
fondo o de derecho común y las leyes federales o especiales, etc. En general, y como principio, la casi
totalidad de competencias asignadas a los órganos de gobierno federal por la constitución pueden
considerarse exclusivas del estado federal.
Paralelamente a estas competencias exclusivas, hallamos en los arts. 126 y 127 las que están
prohibidas a las provincias.
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RESUMEN
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Examen EFIP I
Debemos dejar aclarado que las competencias exclusivas del estado federal no requieren estar
taxativa ni expresamente establecidas a su favor en la constitución, porque las hay implícitas. Dentro de
estas competencias implícitas, hay un tipo especialmente contemplado por la constitución que es el de
los llamados “poderes implícitos del congreso ”, reconocidos en el art. 75 inc. 32.
b) Entre las competencias exclusivas de las provincias, cabe incluir: dictar la constitución
provincial, establecer impuestos directos, dictar sus leyes procesales, asegurar su régimen municipal y
su educación primaria, etc. Esta masa de competencias se encuentra latente en la reserva del art. 121,
y en la autonomía consagrada por los arts. 122 y 123, con el añadido del nuevo art. 124.
Como principio, las competencias exclusivas de las provincias se reputan prohibidas al estado
federal.
Las competencias exclusivas de las provincias se desdoblan en: b’) las no delegadas al gobierno
federal; b’’) las expresamente reservadas por pactos especiales.
c) Entre las competencias concurrentes, o sea, las que pertenecen en común al estado federal y
a las provincias, se hallan: los impuestos indirectos internos, y las que surgen del art. 125 concordado
con el 75 inc. 18, más las del art. 41 y el art. 75 inc. 17.
d) Hay competencias excepcionales del estado federal, es decir, las que en principio y
habitualmente son provinciales, pero alguna vez y con determinados recaudos entran en la órbita
federal. Así, el establecimiento de impuestos directos por el congreso, cuando la defensa, seguridad
común y bien general lo exigen, y por tiempo determinado (art. 75 inc. 2º).
Hay competencias excepcionales de las provincias en iguales condiciones. Así, dictar los códigos
de fondo o de derecho común hasta tanto los dicte el congreso (art. 126), y armar buques de guerra o
levantar ejércitos en caso de invasión exterior o de un peligro tan inminente que no admita dilación,
dando luego cuenta al gobierno federal (art. 126).
e) Hay también facultades compartidas por el estado federal y las provincias, que no deben
confundirse con las “concurrentes”, porque las “compartidas” reclaman para su ejercicio una doble
decisión integratoria: del estado federal y de cada provincia participante (una o varias). Por ej.: la fijación
de la capital federal, la creación de nuevas provincias (arts. 3º y 13), etcétera.
LAS PROVINCIAS
Su caracterización general
Las provincias son las unidades políticas que componen nuestra federación.
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RESUMEN
Materia: DERECHO CONSTITUCIONAL
Examen EFIP I
Las provincias no son soberanas, pero son autónomas. Que no son soberanas se desprende de
los arts. 5º y 31; que son autónomas se desprende de los arts. 5º, 122 y 123.
Las provincias son históricamente preexistentes al estado federal. Pero ¿cuáles provincias son
anteriores al estado federal? Solamente las catorce que existían a la fecha de ejercerse el poder
constituyente originario (1853-1860) y que dieron origen a la federación en esa etapa.
Esto nos obliga a hacer una referencia importante. El estado federal puede crecer por adición,
aunque no puede disminuir por sustracción. Quiere decir que si ninguna provincia puede segregarse,
pueden en cambio incorporarse otras nuevas. ¿Por qué vía crece la federación?
Expresamente, el art. 13 y el art. 75 inc. 15 contemplan uno de los supuestos más comunes, y el
único hasta ahora configurado: mediante creación por el congreso, que provincializa territorios
nacionales. El crecimiento que así se produce es institucional, en el sentido de que un territorio que no
era provincia pasa a serlo, sumando un estado más a la federación; pero no es territorial, porque la
nueva provincia no agrega un mayor espacio geográfico al estado federal.
Actualmente, todo el territorio de nuestro estado está formado por provincias. No queda ningún
territorio nacional o gobernación. El último, que era Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur,
fue convertido en provincia y dictó su nueva constitución en 1991.
La ciudad de Buenos Aires, que es sede de la capital federal, y que por la reforma de 1994 tiene
un régimen de gobierno autónomo, es un nuevo sujeto de la relación federal que se añade a la dual
entre el estado federal y las provincias.
El art. 13 prevé que, mediante consentimiento del congreso federal y de la legislatura de las
provincias interesadas, puede erigirse una provincia en el territorio de otra u otras, o de varias formarse
una sola.
Cuando la constitución así lo establece nos asalta la duda de si esa autorización es susceptible
de funcionar respecto de las provincias preexistentes al estado federal. Creemos que no, porque las
catorce provincias históricamente anteriores no pueden desaparecer, y de un modo más o menos
intenso desaparecían como unidades políticas si se fusionaran con otra, o si dentro de su territorio se
formara una nueva. Por ende, pensamos que la habilitación que en la cláusula citada contiene el art. 13
sólo tiene virtualidad de aplicación respecto de las nuevas provincias creadas con posterioridad a 1853-
1860.
No concluye acá la incorporación hipotética de nuevas provincias. Fijémonos que, por una parte,
el art. 13 dice que podrán “admitirse” nuevas provincias, y que por otra, el viejo art. 104 (hoy 121) en el
añadido final que le introdujo la reforma de 1860 consigna que, además de los poderes no delegados
por la constitución al gobierno federal, las provincias retienen el que expresamente “se ha-yan
reservado por pactos especiales al tiempo de su incorporación”.
Históricamente, no cabe duda de que se está haciendo mención de la incorporación pactada con
Buenos Aires en San José de Flores en 1859. Pero ¿se agota la referencia en ese dato histórico y ya
pretérito al tiempo de efectuarse la reforma de 1860? Creemos que no, y que ese agregado deja abierta
la puerta que posibilita la incorporación de nuevas provincias mediante pacto.
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RESUMEN
Materia: DERECHO CONSTITUCIONAL
Examen EFIP I
La incorporación por pacto, insinuada en el final del viejo art. 104 (hoy 121), funcionaría —por
ej.— en el caso de que estados soberanos que no forman parte del nuestro, quisieran adicionarse a él
como provincias. Y allí sí crecería la federación territorialmente, y no sólo institucionalmente. Tal
hipótesis, manejada en el constitucionalismo norteamericano, no ha tenido vigencia en el nuestro, fuera
del caso excepcional de la provincia de Buenos Aires, en 1860.
Las provincias nuevas que surgen por creación del congreso, a tenor de las vías arbitradas por
los arts. 13 y 75 inc. 15, no pueden pactar con el estado federal al tiempo de su creación. O sea que
cuando el congreso crea nuevas provincias, las erige en igualdad de status jurídico y político con las
catorce preexistentes al estado federal. La ley de creación no puede disminuir ese status, porque si bien
las provincias nuevas y posteriores a 1853-1860 no concurrieron al acto constituyente originario,
aparecen después integrándose en paridad e igualdad de situación con las demás.
a) Los límites interprovinciales son “fijados” por el congreso (art. 75 inc. 15).
La norma citada habla de límites “de las provincias”, fórmula que interpretamos como “entre
las provincias”, y que nos sirve para sostener que esa competencia no vale para que el congreso “limite”
el territorio de provincias marítimas en la línea costera amputándoles la plena integridad geográfica de
su espacio físico con inclusión de la respectiva porción marina.
Esta tesis también ha sido asumida por algunas provincias en las constituciones más nuevas.
Las quejas interprovinciales se han de radicar ante la Corte en forma de demanda. Son causas
de competencia originaria y exclusiva de dicho tribunal, según los arts. 116 y 117. (Para el caso, la
jurisdicción de la Corte se denomina dirimente).
Sin embargo, los conflictos de límites —cuando se trata de “fijar” esos límites— resultan ajenos
a esa competencia, porque no son en sí mismos justiciables, al tener establecida en la constitución su
vía de solución a cargo del congreso, que inviste la facultad para fijarlos. Pero, si la causa entre dos o
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RESUMEN
Materia: DERECHO CONSTITUCIONAL
Examen EFIP I
más provincias, a pesar de referirse a una cuestión de límites, no requiere fijarlos o modificarlos, sino
solamente juzgar relaciones derivadas de límites ya establecidos, la competencia de la Corte es plena.
La Corte Suprema, en su fallo del 3 de diciembre de 1987 dirimió una “queja” planteada en forma
de demanda y reconvención entre las provincias de La Pampa y Mendoza por la interprovincialidad del
río Atuel. Al resolver el caso, la Corte Suprema, actuando en instancia originaria en función del entonces
art. 109 de la constitución (ahora 127), sostuvo que los conflictos inter-estatales en el marco de un
sistema federal asumen —cuando surten la competencia originaria en el marco del citado artículo— un
carácter diverso al de otros casos en que participan provincias y cuyo conocimiento también
corresponde al tribunal de manera originaria, por lo que requieren que se otorguen a la Corte amplias
facultades para determinar el derecho aplicable, el que en principio será el derecho constitucional
nacional o comparado y, eventualmente, si su aplicación analógica es posible, lo que la Corte
norteamericana llama “common law federal” y el derecho internacional público (en el caso, la Corte
desechó la aplicación del derecho privado invocado por La Pampa).
El doctor Fayt, por su parte, dijo en su voto que dirimir no es juzgar, por lo que ha de entenderse
que el art. 127 crea esta peculiar competencia de la Corte para “ajustar, fenecer, componer”
controversias entre provincias, y convierte al tribunal en órgano de conciliación.
A) Los actos públicos y procedimientos judiciales de una provincia gozan de entera fe en las
demás, y el congreso puede determinar cuál será la fuerza probatoria de esos actos y proce-dimientos,
y los efectos legales que producirán, según consigna el art. 7º.
Acreditada la autenticidad de un acto judicial cumplido en una provincia, las autoridades de otra
en la que se quiere hacer valer pueden examinar si el juez que lo ordenó obró con jurisdicción, pero no
pueden juzgar de la regula-ridad del procedimiento seguido. Las autoridades federales tampoco pueden
desconocer las sentencias firmes de tribunales provinciales.
B) El art. 8º prescribe que los ciudadanos de cada provincia gozan de todos los derechos,
privilegios e inmunidades inherentes al título de ciudadano en las demás.
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RESUMEN
Materia: DERECHO CONSTITUCIONAL
Examen EFIP I
Esto no significa que el ciudadano de una provincia pueda pretender en otras las mismas
prerrogativas, ventajas y obligaciones que dependen de la constitución de la provincia a que pertenece,
sino que los derechos que una provincia otorga a sus ciudadanos han de ser la medida de los derechos
que en su jurisdicción reconozca a los ciudadanos de otras provincias.
La extradición de criminales es de obligación recíproca entre todas las provincias, y por surgir
directamente del art. 8º de la constitución no está sujeta a reciprocidad.
Por otra parte, el principio de que las provincias no pueden desmembrarse asegura también la
unidad territorial del estado federal mediante la integración pluralista de las provincias, en tanto los
arts. 3º y 13 impiden al gobierno federal alterar el elemento territorial de las mismas sin consentimiento
de sus legislaturas.
En las relaciones interprovinciales y de las provincias con el estado federal, la unidad territorial
queda resguardada mediante la prohibición constitucional de las aduanas interiores y de los derechos
de tránsito. Los arts. 10 a 12 liberan el tráfico territorial interprovincial, sea terrestre o por agua, y
también ahora por aire.
a) las provincias no han delegado al estado federal el dominio de sus bienes, sean éstos públicos
o privados; no obstante, como la legislación sobre las cosas —incluyendo su condición jurídica— es
privativa del congreso federal a través del código civil, incumbe a la ley del congreso determinar cuáles
son los bienes del dominio público (públicos o dominicales) y del dominio privado de las provincias;
c) el dominio de las provincias sobre sus bienes no coincide con la jurisdicción; puede haber
dominio sin jurisdicción, y así en materia de ríos las provincias tienen el dominio de los que corren por
su territorio, sin perjuicio de la jurisdicción federal del congreso con respecto a la navegación y al
comercio interprovincial.
Sin pretender una enumeración exhaustiva, cabe decir que el principio de integridad territorial
de las provincias rescata a favor de éstas el dominio y la jurisdicción de sus recursos naturales, su
subsuelo, su mar territorial, su plataforma submarina, su espacio aéreo, sus ríos, lagos y aguas, sus
caminos, las islas (cuando el álveo es provincial), las playas marinas y las riberas interiores de los ríos,
etc. Las leyes del estado federal opuestas a estos principios deben considerarse inconstitucionales.
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RESUMEN
Materia: DERECHO CONSTITUCIONAL
Examen EFIP I
Actualmente, el nuevo art. 124 reconoce a las provincias el domi-nio originario de los recursos
naturales existentes en su territorio.
Debe quedar a salvo que en toda vía de comunicación interprovincial por tierra, por agua y por
aire, la jurisdicción es federal a los fines del comercio interjurisdiccional (interprovincial o internacional)
y de la circulación y navegación de la misma índole. Similar jurisdicción federal suele reconocerse
implícitamente a los fines de la defensa común.
Respecto de la materia que venimos tratando, debemos decir que en el derecho constitucional
material se ha producido una grave mutación (constitucional) que ha habilitado al estado federal a
disponer en varios casos y materias de la integridad territorial de las provincias; valga como ejemplo el
caso de las minas; así, en el caso “Provincia de Mendoza c/Estado Nacional” del 2 de agosto de 1988 la
Corte Suprema volvió a reiterar el criterio del caso “Mina Cacheuta”, de 1979, en el sentido que la
competencia del congreso para dictar el código de minería confería validez constitucional a la ley 17.319
en cuanto a atribuir al estado federal el dominio de los hidrocarburos, lo que según la Corte no atentaba
contra la autonomía de las provincias en cuyo territorio se hallan los yacimientos.
EL RÉGIMEN MUNICIPAL
A pesar de ello, ontológicamente, siempre creímos que, más allá de la pauta proporcionada por
el art. 5º, los municipios tienen autonomía. Por otra parte, ya el código civil los incluía entre las personas
jurídicas “de existencia necesaria” (ahora, de derecho público).
Más allá de las discusiones doctrinarias, el constitucionalismo provincial desde 1957 y 1985 a la
actualidad da un dato importante: los municipios provinciales integran nuestra estructura federal, en la
que damos por existente una trinidad constitucional: municipio-provincia-estado federal. Si bien las
competencias municipales se sitúan dentro del área de cada provincia, y los municipios no son sujetos
de la relación federal, la base última del municipio provincial arraiga en la constitución federal. Es ésta
la que lo reconoce y exige; por eso, cuando se habla de competencias “duales” (federales y provinciales)
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RESUMEN
Materia: DERECHO CONSTITUCIONAL
Examen EFIP I
hay que incluir y absorber en las provinciales las que pertenecen al sector autonómico del municipio
que, no por esa ubicación constitucional, deja de formar parte de la citada trinidad estructural del
federalismo argentino.
La norma nueva explaya lo que habíamos dado por implícitamente encap-sulado en el viejo art.
5º, en la parte que obliga a la provincias a asegurar el régimen municipal en sus constituciones locales.
Una dosis mínima —que no viene determinada— es indispensable en las cinco esferas que
señala el art. 123: institucional, política, administrativa, económica y financiera.
LA REGIONALIZACIÓN
“Las provincias podrán crear regiones para el desarrollo económico y social y establecer órganos
con facultades para el cumplimiento de sus fines…”.
Pero el regionalismo que escuetamente esboza la nueva norma incorporada por la reforma no
responde a esa tipología; en efecto, la constitución federal no intercala una estructura política en la
organización tradicional de nuestro régimen, en el que se mantiene la dualidad distributiva del poder
entre el estado federal y las provincias (y, dentro de las últimas, los municipios). Las provincias siguen
siendo las interlocutoras políticas del gobierno federal, y el nivel de reparto competencial. Las
eventuales regiones no vienen a sumarse ni a interponerse.
Si difícil es definir con precisión lo que es una región, éstas que podrán surgir de la aplicación del
art. 124 no resultan más claras, salvo que sean las afinidades que provoca el finalismo tendiente al
desarrollo económico y social las que nos digan que ése es el criterio exclusivo para su formación.
Por eso, parece cierto que la regionalización prevista solamente implica un sistema de relaciones
interprovinciales para la promoción del desarrollo que el artículo califica como económico y social y, por
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RESUMEN
Materia: DERECHO CONSTITUCIONAL
Examen EFIP I
faltar el nivel de decisión política, tales relaciones entre provincias regionalizadas habrán de ser, en rigor,
relaciones intergubernamentales, que no podrán producir desmembramientos en la autonomía política
de las provincias.
Si, por un lado, da la impresión de que las provincias que hayan de crear regiones sobrepasarán
—con el ejercicio de esa competencia y con sus efectos— los límites de sus territorios respectivos, por
el otro resta comprender que la regionalización puede no abarcar a todo el ámbito de una provincia sino
solamente uno parcial, incluyendo —por supuesto— a los municipios que queden comprendidos en el
espacio que se regionalice.
No puede dudarse de que la competencia para crear regiones está atribuida a las provincias pero
—lo repetimos— al solo fin del desarrollo económico y social.
Al crear regiones, las provincias pueden establecer órganos con facultades propias.
No obstante, estos órganos no son niveles de decisión política; acaso —sí— asambleas de
gobernadores, comités de ministros, secretarías técnicas.
Creada una región, y asignados sus objetivos y sus políticas, la ejecución del plan es competencia
de cada provincia integrante de la región.
En cuanto a los órganos provinciales que pueden ser sujetos de la competencia para acordar la
regionalización, lo más sensato es remitirse a las prescripciones de la constitución local de cada una de
las provincias concertantes del tratado.
Que estamos ante una competencia nítidamente provincial es difícil de negar. No en vano la
ubicación normativa del art. 124 corresponde al título que con el nombre de “Gobiernos de Provincia”
es el segundo de la segunda parte de la constitución.
Queda en duda —en cambio— si para este regionalismo concurre alguna competencia del
estado federal. Diciéndolo resumidamente, nuestra propuesta es la siguiente:
a) la competencia para crear las regiones previstas en el art. 124 es de las provincias;
b’) puede participar e intervenir en tratados entre las provincias y él, a los fines de la
regionalización;
b’’) el mecanismo del anterior subinc. b’) no tolera que primero el estado federal cree
regiones, y después las provincias adhieran a tenor de los mecanismos de una ley-convenio.
En definitiva, la vía posible es la de los tratados interjurisdiccionales del actual art. 125,
correspondiente al anterior art. 107.
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RESUMEN
Materia: DERECHO CONSTITUCIONAL
Examen EFIP I
El engarce que ahora sobreviene obliga a vincular el art. 124 con el art. 75 inc. 19 segundo
párrafo. ¿Por qué?
Porque si bien la competencia para crear regiones pertenece a las provincias, el citado inc. 19
deja un interrogante, en cuanto confiere al congreso la facultad de “promover políticas diferenciadas
para equilibrar el desigual desarrollo relativo de provincias y re-giones ”.
Entonces, queda la impresión de que la regionalización que acuerden crear las provincias para
el desarrollo económico y social en ejercicio de sus competencias deberá coordinarse —y, mejor aún:
concertarse — para que la regionalización guarde armonía y coherencia con las políticas federales
diferenciadas del art. 75 inc. 19, todo ello en virtud de que las competencias provinciales siempre se
sitúan en el marco razonable de la relación de subordinación que impone la constitución federal.
Tal pauta no decae en el caso porque, quizá con más razón que en otros, la creación de regiones
por las provincias y el establecimiento de órganos para cumplir el fin de desarrollo económico y social
proyecta una dimensión que excede al espacio geográfico y jurisdiccional de cada provincia para
extenderse a uno más amplio o interrelacionado, de forma que no satisfaría a una coherente
interpretación constitucional de los arts. 124 y 75 inciso 19 un ejercicio provin-cial y federal,
respectivamente, que pusiera en incompatibilidad o contradicción a las competencias en juego.
En resumen: ¿qué sería esta especie de “regionalización” a cargo del estado federal a tenor del
inc. 19 del art. 75? Solamente una demarcación territorializada que, en los agrupamientos que surjan de
ella, tendrá la exclusiva finalidad de lograr el ya aludido equilibrio en el desigual desarrollo entre
provincias y regiones, para propender al crecimiento armónico y al poblamiento territorial. Estamos ante
políticas federales sobre la base del “mapa” regional que ha de trazar el congreso, sin usurpar a las
provincias la facultad propia para crear regiones.
Su autonomía
“La ciudad de Buenos Aires tendrá un régimen de gobierno autónomo, con facultades propias de
legislación y jurisdicción, y su jefe de gobierno será elegido directamente por el pueblo de la ciudad.
Una ley garantizará los intereses del Estado nacional, mientras la ciudad de Buenos Aires sea la
capital de la Nación.
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RESUMEN
Materia: DERECHO CONSTITUCIONAL
Examen EFIP I
Por similitud, puede pensarse (a los efectos de la jurisdicción federal) en el status de los lugares
a que alude el ahora inc. 30 del art. 75, que ha reemplazado al anterior inc. 27 del art. 67 Si hasta
la reforma de 1994 nuestra estructura federal se asen-taba en dos pilares, que eran el estado federal y
las provincias —más un tercero dentro de las últimas, que eran sus municipios— ahora hay que
incorporar a otra entidad “sui generis”, que es la ciudad de Buenos Aires.
No alcanza la categoría de provincia, pero el citado art. 129 le depara un régimen autonómico
que, de alguna manera, podemos ubicar entre medio del tradicional de las provincias y el propio de la
autonomía municipal en jurisdicción provincial (ver nº 41).
Un buen indicio de que no es errada nuestra interpretación viene dado, seguramente, por la
previsión de intervención federal a la ciudad de Buenos Aires —como tal, y no como capital federal
mientras lo siga siendo— (artículos 75 inciso 31 y 99 inciso 20).
Creemos que individualizar a la ciudad —que por el art. 129 debe ser autónoma— ayuda a
argumentar que si puede ser intervenida es porque su territorio no está federalizado y porque, a los
fines de la intervención federal, se la ha equiparado a una provincia. Si la ciudad mantuviera su
federalización mientras fuera capital, tal vez pudiera pensarse que, aun con autonomía, no fuera
susceptible de intervención en virtud de esa misma federalización territorial.
Creemos de mayor asidero imaginar que el gobierno autónomo de la ciudad de Buenos Aires en
un territorio que, aún siendo sede del gobierno federal y capital de la república, ya no está federalizado,
es susceptible de ser intervenido porque, en virtud de este status, puede incurrir —al igual que las
provincias— en las causales previstas en el art. 6º de la constitución.
La naturaleza de la ciudad de Buenos Aires después de la reforma de 1994 ha abierto una amplia
discusión acerca de lo que significa en el art. 129 la expresión “régimen de gobierno autónomo”.
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RESUMEN
Materia: DERECHO CONSTITUCIONAL
Examen EFIP I
El debate es importante pero, sin entrar a sus detalles, parece encontrar algunos puntos de
coincidencia práctica. Así:
a) más allá de la entidad política que se atribuya a la ciudad, queda claro que no se equipara a
la de las provincias;
b) cualquiera sea la duda en torno de la autonomía, también surge del art. 129 que: b’) el jefe
de gobierno de la ciudad debe ser elegido por el cuerpo electoral; b’’) la ciudad debe tener facultades
de legislación y de jurisdicción (judicial); b’’’) una ley del congreso tiene que garantizar los intereses del
estado federal mientras la ciudad sea capital federal;
a) afirmar que la autonomía de la ciudad no se iguala con la de las provincias (o sea, es menor)
requiere añadir que es más amplia —o parcialmente distinta— en comparación con la de los municipios;
El inc. 30 del art. 75, sustitutivo del inc. 27 que contenía el anterior art. 67, está redactado así:
La ciudad capital
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RESUMEN
Materia: DERECHO CONSTITUCIONAL
Examen EFIP I
De tal modo, la “letra” del art. 75 inc. 30, en cuanto otorga al congreso la competencia de
“ejercer una legislación exclusiva en la capital de la Nación”, debe entenderse así:
a) mientras la ciudad de Buenos Aires sea capital, esa legislación del con-greso no puede ser
“exclusiva”, porque el art. 129 confiere a la ciudad “facultades propias de legislación”;
c) lo dicho en los incs. a) y b) se esclarece bien con el párrafo primero de la disposición transitoria
décimoquinta.
Para los enclaves que tienen naturaleza de establecimientos de utilidad nacional en el territorio
de la república, el inc. 30 ha reajustado la letra del anterior inc. 27. En efecto, ya no habla de legislación
“exclusiva” sino de legislación “necesaria”, habiendo además eliminado la mención de que los
establecimientos aludidos se emplazan en “lugares adquiridos por compra o cesión” en las provincias.
Esa legislación necesaria queda circunscripta a los fines específicos del establecimiento, y sobre ellos las
provincias y los municipios conservan sus poderes de policía e impositivos, en tanto no interfieran en el
cumplimiento de aquellos fines.
La redacción actual supera en mucho a la anterior, y se adecua a los parámetros del derecho
judicial emanado de la Corte Suprema, impidiendo que su jurisprudencia pueda retornar a la
interpretación que sentó en 1968, y que siempre juzgamos equivocada por no compadecerse con
nuestro federalismo.
Cuando el ex inc. 27 del art. 67, ahora modificado, deparaba al congreso la competencia de
dictar una legislación “exclusiva” en los lugares adquiridos por compra o cesión en territorio de las
provincias para situar establecimientos de utilidad nacional, la citada jurisprudencia sostuvo hasta 1968
que tales lugares no quedaban federalizados, y que la “exclusividad” de la legislación del congreso se
limitaba a la materia específica del establecimiento allí creado, subsistiendo en lo demás la jurisdicción
provincial.
Entre 1968 y 1976 la Corte varió su criterio, y dio por cierto que los lugares eran de jurisdicción
federal amplia y exclusiva, tanto para legislar como para ejecutar y juzgar.
Desde 1976, la Corte retomó su jurisprudencia anterior a 1968, y así prosiguió manteniéndola
en sentencias de los años 1984, 1986, 1989 y 1991. Este derecho judicial vino a consolidar una
continuidad que, seguramente, indujo a que la reforma constitucional de 1994 desembocara en la
norma citada del inc. 30 del art. 75.
No obstante que el inc. 15 del art. 75 sigue previendo, con la misma redacción que tuvo como
inc. 14 del art. 67 antes de la reforma de 1994, la competencia del congreso para legislar sobre la
organización, administración y gobierno que deben tener los territorios nacionales que queden fuera de
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RESUMEN
Materia: DERECHO CONSTITUCIONAL
Examen EFIP I
los límites asignados a las provincias, hay que recordar que actualmente no existe ninguno de esos
territorios —también denominados, mientras los hubo, “gobernaciones”—.
El territorio que hoy forma parte de nuestro estado se compone, exclusiva-mente, de provincias,
más la ciudad de Buenos Aires con su régimen autonómico propio según el art. 129, y su status de capital
federal.
El último territorio nacional fue provincializado con el nombre de Tierra del Fuego, Antártida e
Islas del Atlántico Sur, y en 1991, como provincia nueva, dictó su primera constitución.
En cuanto al sector antártico argentino, que forma parte de la provincia de Tierra del Fuego,
Antártida e Islas del Atlántico Sur, debe tenerse presente que se trata de un territorio sometido
internacionalmente al Tratado Antártico de 1959, del que es parte Argentina, y que en lo que aquí
interesa congela el “statu quo ante”, de modo que si bien no implica renuncia o menoscabo de los
estados contratantes a cualquier fundamento de reclamación de su soberanía territorial en la Antártida,
impide formular nuevos reclamos, y crea una serie de limitaciones (no militarización, prohibición de
ensayos nucleares y eliminación de desechos radiactivos, etc.).
LA INTERVENCIÓN FEDERAL
La garantía federal
La garantía federal significa que el estado federal asegura, protege y vigila la integridad, la
autonomía y la subsistencia de las provincias, dentro de la unidad coherente de la federación a que
pertenecen. La propia intervención federal es el recurso extremo y el remedio tal vez más duro que se
depara como garantía federal.
El art. 5º declara que el gobierno federal garantiza a cada provincia el goce y ejercicio de sus
instituciones bajo las precisas condiciones que consigna: a) adecuación de la constitución provincial a la
forma representativa republicana, y a los principios, declaraciones y garantías de la constitución federal;
b) aseguramiento de la administración de justicia, del régimen municipal y de la educación primaria por
parte de las provincias.
El art. 6º regula la llamada intervención federal. Ciertos dislocamientos o peligros que perturban
o amenazan la integración armónica de las provincias en la federación, dan lugar a la intervención
federal con miras a conservar, defender o restaurar dicha integración. Y ello tanto en resguardo de la
federación “in totum”, cuanto de la provincia que sufre distorsión en la unidad federativa.
Hay que tener en cuenta que el citado art. 6º habla de intervenir “en” el “territorio” de las
provincias, y no de intervenir “a” las provincias, o “las provincias”, lo que da pie para interpretar que la
constitución no impone necesaria ni claramente que la intervención haga caducar, o sustituya, o
desplace, a las autoridades provinciales.
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RESUMEN
Materia: DERECHO CONSTITUCIONAL
Examen EFIP I
Sin embargo, con la reforma de 1994, el art. 75 en su inc. 31 establece: “Disponer la intervención
federal “a” una provincia o a la ciudad de Buenos Aires.
Se puede entonces advertir comparativamente que mientras el art. 6º habla de intervenir “en
el territorio de las provincias”, el inc. 31 —y su correlativo 20 del art. 99— mencionan la intervención “a
una provincia o…”.
a) por sí solo: para garantizar la forma republicana de gobierno, o repeler invasiones exteriores;
Las causas de la intervención federal se pueden superponer. Así, si la sedición local destituye a
los miembros de la legislatura, y el gobernador, en represalia, disuelve o clausura la legislatura, se
acumulan dos causas de intervención: la destitución de autoridades constituidas, y la alteración de la
forma republicana de gobierno.
El supuesto de intervención para repeler una “invasión extranjera” a una provincia puede
superponerse a la declaración del estado de sitio por causa de “ataque exterior”; y la alteración de la
“forma republicana”, la “sedición”, o la “invasión por otra provincia” pueden, según el caso, coincidir
con la “conmoción interior” para encuadrar una hipótesis de estado de sitio.
La primera intervención es dispuesta por el gobierno federal “motu proprio”, es decir, sin pedido
de la provincia afectada.
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RESUMEN
Materia: DERECHO CONSTITUCIONAL
Examen EFIP I
La garantía federal juega en la intervención tendiente a tutelar la forma republicana, como una
facultad y una obligación del estado federal, que tanto puede significar sanción a la provincia que la
perturba, cuanto simultáneamente reconstrucción o restauración de sus instituciones (que, a su vez,
implica conservación de las mismas dentro de la compatibilidad y congruencia impuestas por la forma
federal).
La segunda intervención es dispuesta por el gobierno federal a pedido de la provincia. Son las
“autoridades constituidas” de la provincia las que han de demandar la intervención, respondiendo a dos
situaciones:
a) sedición;
Está claro que si el art. 6º prevé la intervención para “sostener” a las autoridades provinciales,
la amenaza de deposición es causa suficiente.
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RESUMEN
Materia: DERECHO CONSTITUCIONAL
Examen EFIP I
El auxilio de la intervención debe ser requerido por las autoridades constituidas de la provincia.
Debe entenderse por tales los órganos titulares de alguno de los tres poderes: gobernador, legislatura,
superior tribunal de justicia, aun cuando el texto originario de 1853 mencionaba sólo al gobernador y a
la legislatura. En caso de estar funcionando una convención reformadora de la constitución provincial,
ella también entraría en la categoría de autoridad constituida.
De existir duda acerca de la calidad de una autoridad provincial para saber si es o no constituida,
debe atenderse al hecho de que tal autoridad haya sido reconocida oficialmente por alguna autoridad
federal.
Si acaso ninguno de los tres órganos titulares del poder pudiera de hecho pedir la intervención,
la acefalía total permitiría al gobierno federal presumir la requisitoria para intervenir sin solicitud
expresa.
Si hay una causal de intervención por la que el gobierno federal puede intervenir “por sí mismo”
y se le acumula otra por la que puede intervenir “a requisición” de las autoridades provinciales, creemos
que el gobierno federal tiene suficiente competencia interventora “de oficio”, aunque falte el
requerimiento provincial.
Nuestro derecho constitucional material ha conocido también un tipo de intervención que bien
podemos llamar preventiva, o sea, que alcanza no sólo a las autoridades provinciales en ejercicio, sino
a las futuras que ya han sido electas. El caso se configuró en 1962, a raíz del triunfo de candidatos
provinciales de filiación peronista, y las intervenciones entonces dispuestas afectaron a las autoridades
que se hallaban en el poder y paralizaron la asunción de las futuras.
La intervención preventiva del tipo comentado parece no sólo invocar la alteración de la forma
republicana en el momento de disponerse, sino sobre todo presumir que análoga alteración se
configuraría en el caso de instalarse en el poder las nuevas autoridades electas.
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republicana en la provincia (sin que realmente haya existido siempre esa alteración) implica una
mutación constitucional transgresora de la constitución formal que, además, da pie para asegurar que
la intervención federal se ha convertido en una de las instituciones más desfiguradas, y mal utilizadas,
en común con similar fenómeno respecto del estado de sitio.
El acto de intervención
La cláusula así formulada nos parece suficientemente ortodoxa con la mejor interpretación
doctrinaria que se vino efectuando antes de la reforma. A la vez, ha alcanzado precisión el otorgamiento
de la facultad de intervención que el art. 6º hace globalmente al gobierno federal.
El acto de intervención, cualquiera sea el órgano que lo emita, es siempre de naturaleza política.
Cuando lo cumple el congreso, se reviste de forma de ley.
El órgano que dispone la intervención es el que pondera si existe la causa constitucional para
ella.
Sin perjuicio de mantener nuestra opinión propicia a la judiciabilidad del acto de intervención
en sí mismo, estamos ciertos que su no judiciabilidad queda referida y circunscripta, en la jurisprudencia
de la Corte, a las causas o los motivos que se han invocado para fundar la intervención, pero que son y
deben ser judiciables las cuestiones referentes a la competencia del órgano federal que puede
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intervenir. Así lo entendieron en 1992 los votos disidentes de la Corte Suprema cuando se plantearon
impugnaciones a la intervención por decreto del ejecutivo en el poder judicial de la provincia de
Corrientes.
(La facultad legislativa del interventor puede quedar condicionada, si así lo dispone el gobierno
federal, a previa autorización de éste en cada caso, en algunos, o en todos, o a aprobación del mismo
gobierno federal.)
En la medida en que caducan autoridades provinciales y sus funciones son asumidas por el
interventor, éste es, además de funcionario federal, un sustituto de la autoridad provincial, y en este
carácter local puede proveer a las necesidades locales, según lo ha reconocido la jurisprudencia de la
Corte Suprema.
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En la misma jurisprudencia de la Corte encontramos asimismo esta otra afirmación: “el tribunal
ha declarado, con cita de antiguos precedentes, que los interventores federales, si bien no son
funcionarios de las provincias, sustituyen a la autoridad local y proveen al orden administrativo de ellas,
ejerciendo las facultades que la constitución nacional, la provincial, y las leyes respectivas les
reconocen”.
Las precauciones que han tomado algunas provincias en sus constituciones, circunscribiendo y
limitando las facultades de los interventores federales, o estableciendo el efecto de las ejercidas una vez
que la intervención ha concluido, obedecen al recelo suscitado por la experiencia de intervenciones poco
o nada constitucionales. Pero pensando ortodoxamente en una intervención dispuesta dentro del
espíritu y la letra de la constitución federal, conforme a causas reales, y sin exceder de ese marco,
creemos que las provincias no pueden dictar normas que obsten a la intervención federal. La suerte de
tales disposiciones en cuanto a su validez y constitucionalidad no sería exitosa si se las impugnara
judicialmente. No resulta objetable, en cambio, el principio que consiente la revisión provincial ulterior
de los actos del interventor que se cumplieron con apartamiento de normas locales preexistentes.
Aun cuando hemos dicho que conforme al derecho judicial vigente el acto de intervención no es
judiciable, sí son justiciables los actos de los interventores; toda cuestión judicial que se suscita acerca
de medidas adoptadas por ellos en ejecución de la intervención, es ajena a la competencia de los
tribunales provinciales, ya que por la naturaleza federal de la intervención debe intervenir la justicia
federal.
Se exceptúan los actos llevados a cabo por los interventores como autoridad local —por ej., las
normas de derecho provincial que dictan, o los actos administrativos que cumplen en reemplazo del
gobernador—.
Sus debilidades
Nuestro régimen federal ha transcurrido por la dinámica propia de casi todos los federalismos.
Esa dinámica no significa sólo movimiento y transformación, sino a veces también perturbación y crisis,
llegando en algunos casos a violación de la constitución. Se habla, en esos supuestos, de
desfederalización.
Por un lado, es frecuente observar en las federaciones una tendencia progresiva a incrementar
las competencias del gobierno federal, lo cual sin destruir necesariamente la estructura federal, inclina
el platillo de la balanza hacia la centralización. Por otro lado, necesidades económicas, situaciones de
emergencia, el liderazgo del poder ejecutivo, etc., son proclives a robustecer las competencias federales.
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En esta tensión entre la fuerza centrípeta y la centrífuga, entre la unidad y el pluralismo, no siempre la
declinación del federalismo obedece al avance del gobierno federal; en muchos casos, los estados
miembros debilitan su fuerza y hasta delegan sus competencias sin mayor oposición, al gobierno federal,
a quien a menudo acuden asimismo en demanda de subsidios o soluciones.
En el derecho constitucional argentino, múltiples factores acusan una centralización. Sin poder
pasar revista a todos ellos, señalamos:
c) los subsidios y aportes a las provincias con fondos del “tesoro nacional”;
h) la adopción por las provincias en sus jurisdicciones de leyes que imitan o reproducen a las del
gobierno federal en su jurisdicción;
El federalismo concertado
Hacia 1958 se inicia un federalismo de negociación, que una década después entra en el ciclo de
la “concertación”. Se trata del arreglo interjurisdiccional de numerosas cuestiones para viabilizar un
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federalismo posible en el cual, sin desfigurar el esquema de la constitución formal, las convergencias se
procuran alcanzar con base contractual.
Se trata de comprender al federalismo más allá del cuadro estricto de la constitución formal,
pero de manera muy compatible con su espíritu, como un “modo” y una “técnica” de encarar los
problemas que rondan el reparto de competencias, a las que ya no se interpreta como solitarias o
inconexas, sino como concertables coordinadamente. No se trata, en cambio, de alterar el reparto
constitucional, porque las competencias derivadas de él no resultan susceptibles de transferencia,
delegación ni intercambios pactados. Se trata, sí, de no aislar ni oponer competencias, sino de
coordinarlas. Y ahí está el campo de la concertación. El derecho que hemos llamado “intrafederal”
suministra los instrumentos o vías.
La nueva normativa
Los primeros citan a su favor los arts. 124 y 75 incisos 2º, 3º, 19 y 30; los otros remiten al sesgo
partidario que por la designación del tercer senador se le ha introducido al senado, y al sistema de
elección directa del presidente y vicepresidente, que desequilibra el peso electoral entre unas pocas
provincias y la ciudad de Buenos Aires —por un lado— y el resto de los distritos —por el otro—.
¿Quién tiene razón? Seguramente hay verdades de ambos lados de la disyunción, pero el
balance final parece darla a quienes entienden que el nuevo texto aporta positivamente al federalismo
o, al menos, brinda oportunidad para vigorizarlo.
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Veamos un somero paisaje de lo que en la letra del texto reformado creemos que puede
sintetizarse de la siguiente manera:
b) Se introduce la novedad de que el senado debe ser cámara de origen para ciertos proyectos
relacionados con el federalismo—art. 75 incs. 2º y 19—.
c) La antigua cláusula del progreso (ex art. 67 inc. 16, ahora art. 75 inc. 18) con la añadidura del
inc. 19 en el art. 75 se endereza a un desarrollo que tenga equilibrio provincial y regional y que atienda
al pluralismo territorial de situación, de modo semejante a como lo insinúa también el inc. 2º en materia
de coparticipación, reparto, transferencia de competencias, servicios y funciones, y diseño del
organismo federal de control y fiscalización.
d) Lo dicho en el anterior inc. c) permite delinear los principios de solidaridad y lealtad federales.
f) Se aclara que en los establecimientos de utilidad nacional en el territorio del país, las
provincias y los municipios retienen sus poderes de policía y de imposición en tanto no interfieran en el
cumplimiento de los fines de dichos establecimientos (art. 75 inc. 30).
g) Se reconoce a las provincias el dominio originario de los recursos naturales que existen en sus
territorios (art. 124).
h) Se les concede la facultad de conservar organismos locales de seguridad social para sus
empleados públicos y para los profesionales (art. 125).
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l) Se autoriza a las provincias a concertar ciertos acuerdos internacionales en forma limitada (art.
124).
m) El reconocimiento expreso de los pueblos indígenas argentinos permite que las provincias
ejerzan en su jurisdicción las competencias que invisten en concurrencia con el congreso federal (art. 75
inc. 17).
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La parte dogmática de la constitución se ha ampliado y enriquecido a través del art. 75 inc. 22,
que directamente confiere jerarquía constitucional a once instrumentos internacionales de derechos
humanos (dos declaraciones, ocho tratados, y un protocolo adicional), y que prevé para el futuro un
procedimiento especial mediante el cual otros tratados de derechos humanos pueden lograr aquella
misma jerarquía.
La fuente internacional se nutre no sólo de tratados con jerarquía constitucional; también los
que no la poseen y versan sobre derechos humanos deben ser tenidos en cuenta por dos razones como
mínimo: a) que por el mismo inc. 22 prevalecen sobre las leyes; b) que siempre obligan
internacionalmente a nuestro estado y le adjudican responsabilidad internacional si en jurisdicción
interna no se cumplen o se violan.
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Alcanzada tal visión integral, y comprobado que entre la parte dogmática (arts. 1º a 43) y la parte
orgánica, con más el preámbulo y las disposiciones transitorias, hay ahora una muy fuerte
realimentación, vale agregar que es posible atribuir raigambre constitucional a algunos principios de
muy útil aplicación, entre los que, sintéticamente, citamos tres:
a) el principio “pro homine” (a favor de la persona), conforme al cual una vez que se utiliza la
fuente interna y la fuente internacional, siempre hay que elegir en cada caso concretó la fuente y la
norma que proveen la solución más favorable para la persona y para el sistema de derechos
institucionalmente considerado;
b) el principio “pro actione” (a favor de la acción), que con enfoque garantista le señala a los
jueces el deber de brindar al justiciable en cada proceso la vía que mejor favorezca su derecho a la tutela
judicial efectiva;
c) el principio del “favor debilis”, para que en cada situación en que aparecen derechos
controvertidos se tome muy en cuenta la inferioridad de condiciones de la parte más débil.
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constitución la que tipifica una conducta como delito (que es el supuesto de los delitos constitucionales),
o cuando algo semejante surge de tratados internacionales.
A sólo título de síntesis nos parece útil un panorama global que indique el contenido actual
del plexo de derechos. Esta vez, para no amputarlo, incluiremos también los contenidos que ya hacían
parte de la constitución histórica antes de la reforma de 1994.
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I) Derechos del art. 75 inc. 17; Derechos civiles y sociales de los pueblos indígenas:
reconocimiento de su preexistencia étnica y cultural;
respeto a su identidad;
educación bilingüe;
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M) Derechos del art. 43; Derechos de incidencia colectiva (intereses de pertenencia difusa).
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