Familias Tóxicas
Familias Tóxicas
Familias Tóxicas
Una de las instituciones sociales más importantes son las familias, ya que
constituyen el núcleo fundamental de socialización y enculturación de los
individuos, especialmente en los primeros años de vida.
Esto hace que los psicólogos, que nos encargamos de velar por el bienestar
emocional y psicológico de las personas, prestemos mucha atención a las distintas
relaciones interpersonales que se desarrollan en el seno de las familias. No solo
importan las características personales de los individuos: también es necesario
prestar a las relaciones que establecen, especialmente si estas se llevan a cabo en
la familia. Es por eso que el tema de las familias tóxicas es tan importante.
Hay algunas ideas preconcebidas que distorsionan la labor del terapeuta: “Todo
tiene que quedar en familia”, “La familia siempre te querrá bien”, “No importa lo
que pase, la familia siempre ha de estar unida”. Son frases e ideas muy enraizadas
en nuestra cultura y que, aunque aparentemente nos hablan de unidad y de
fraternidad, esconden una mirada desconfiada y recelosa ante cualquiera que
pueda aportar un punto de vista objetivo sobre estas dinámicas y relaciones
familiares (aunque sea con la noble intención de ayudar).
Esta concepción sobre la familia causa mucho dolor, desazón y desesperanza entre
las personas que tienen la sensación de que sus familiares no han estado a la
altura de las circunstancias, que no han estado a su lado incondicionalmente y
ofreciéndoles apoyo. En casos extremos, como en el de haber sufrido algún tipo de
maltrato, las consecuencias negativas para el bienestar emocional pueden ser
serias.
No todas las familias son nidos de amor, confianza y afecto. Hay familias en las
que se generan situaciones de estrés permanente y en la que uno (o varios) de sus
miembros causa malestar y sufrimiento a otro(s) miembros(s). Algunas veces
puede ser un daño que se hace sin querer, sin mala intención, y en otras pueden
existir factores que realmente llevan al odio y a la violencia, física o verbal. En
otros casos, el problema no es tan evidente y está más relacionado con el estilo
educativo que emplean los padres o el "contagio" de inseguridades o problemas de
unos miembros a otros.
Vamos a conocer un total de cuatro formas en las que las familias tóxicas
contaminan a alguno de sus integrantes, pudiendo llegar a causarle trastornos
mentales y conductuales.
Por eso, poner una etiqueta a un hijo es una forma de contaminar su conducta,
inculcándole ciertas ideas esencialistas sobre cómo es o cómo deja de ser. Estas
etiquetas, para colmo, son fáciles de propagar y suelen ser repetidas hasta la
extenuación por profesores, amistades de la familia y vecinos, enquistándose cada
vez más en el entorno cercano del niño, lo cual agrava el problema.
Hay que empezar a redefinir el amor fraternal de una forma más sana. El amor de
una familia es obvio, pero hay amores mal entendidos, amores que matan.
Compartir genes con alguien no es motivo para que alguien se crea con el derecho
de hacerte daño, manipularte o coaccionarte. Ser pariente de alguien tiene que ver
con compartir una carga genética y biológica, pero el vínculo emocional va mucho
más allá de eso y el primero no es condición indispensable para el segundo, ni
tampoco la causa. Las personas vamos madurando y aprendiendo qué familiares
tienen nuestro afecto y cariño, y esto no es algo que venga escrito en el libro de
familia.
Sentar las bases de las relaciones familiares en el respeto es el primer paso hacia
una mejor comprensión de nuestras identidades y espacios.
3. Padres sobreprotectores
Una de las tareas más difíciles de los padres a la hora de educar a sus hijos es
mantener un equilibrio entre establecer normas y hábitos de comportamiento y
amar y consentir a los pequeños de la casa. En este caso los extremos no son nada
aconsejables, y mientras que algunos padres pecan de negligentes y desatienden a
sus hijos, otros son sobreprotectores y están demasiado encima de ellos.
Para que el niño pueda desarrollarse y explorar el mundo que le rodea de forma
independiente, es necesario que ofrezcamos soporte y ayuda al niño, pero este
apego no debe ser confundido con un excesivo control.
Si tenemos en cuenta esto, tener hijos se puede planificar y por tanto es preciso
que tomemos responsabilidad sobre ello. Los hijos no deben servir como una
forma de arreglar problemas de pareja, ni de sentirnos respetados por los demás,
y mucho menos una forma de trasladar nuestras frustraciones y deseos
incumplidos hacia otra persona.
Todos los padres queremos que nuestro hijo sea el más inteligente de la clase y el
mejor en los deportes, pero hay que evitar a toda costa que carguen con la presión
de nuestros deseos. Si en tu juventud fuiste un jugador de fútbol de segunda
división que no pudiste llegar a ser profesional por una lesión, no fuerces a tu hijo
a que tenga que ser profesional del fútbol. Tratar de comparar o presionar a un
niño para que sea lo que tú quieras que sea no solo le aboca a una situación de
vulnerabilidad emocional, sino que puede mermar su autoestima y coartar el libre
desarrollo de su personalidad. Déjale que haga su camino y decida por sí mismo,
bríndale tu apoyo y los consejos necesarios, pero no proyectes en él lo que tú
hubieras querido ser.