La Deformacion Onirica
La Deformacion Onirica
La Deformacion Onirica
El soñar no es sólo una actividad somática, es un acto psíquico de realización de deseos que
resulta una actividad intelectual de alta complejidad. Por tal razón debe ser incluida en el accionar
comprensible del ser humano. El deseo aparece disfrazado en el sueño y se conoce esto como
“deformación onírica”.
El sueño es la realización disfrazada de un deseo reprimido. los sueños de angustia, los cuales
constituyen un orden especial de los sueños de contenido penoso, y cuya interpretación, como
realizadores de deseos, habrá de tropezar con la máxima resistencia por parte de los no iniciados.
Tales sueños no corresponden, en efecto, a una nueva faceta del problema onírico, sino al
problema general de la angustia neurótica.
EJEMPLO DE SUEÑOS
(DEFORMACIONES DEL SUEÑO)
CONTENIDO PENOSO – ANGUSTIA
1) SUEÑO DE FREUD
En la primavera de 1897 supe que dos profesores de nuestra Universidad me habían propuesto
para el cargo de profesor extraordinario; hecho que, a más de sorprenderme por inesperado, me
causó una viva alegría, pues suponía una prueba de estimación, independiente de toda relación
personal, por parte de dos hombres de altos merecimientos científicos. Pero en el acto me dije
que no debía fundar esperanza alguna en la propuesta de que había sido objeto, pues durante los
últimos años había hecho el Ministerio caso omiso de todas las que le habían sido dirigidas, y
muchos de mis colegas de más edad, y por lo menos de iguales merecimientos que yo, esperaban
en vano su promoción. Careciendo de motivos para esperar mejor suerte, decidí resignarme a que
mi nombramiento quedase sin efecto. «Después de todo -me dije- no soy ambicioso, y ejerzo con
éxito mi actividad profesional sin necesidad de título honorífico ninguno, aunque también es
verdad que en este caso no se trata de que las uvas estén verdes o maduras, pues lo indudable es
que se hallan fuera de mi alcance.»
una tarde recibí la visita de un colega, con el que me unían vínculos de amistad, y que se contaba
precisamente entre aquellos cuya suerte me había servido de advertencia.
Candidato desde hacía mucho tiempo al nombramiento de profesor, que hace del médico en
nuestra sociedad moderna una especie de semidiós ante los ojos de los enfermos, y menos
resignado que yo, solía visitar de cuando en cuando las oficinas del ministerio para activar la
resolución de su empeño.
De una de tales visitas venía la tarde a que me refiero, y me relató que esta vez había puesto en un
aprieto al alto empleado que le recibió, preguntándole sin ambages si el retraso de su
nombramiento dependía realmente de consideraciones confesionales.
La respuesta fue que, en efecto, dadivas las corrientes de opinión dominantes, no se hallaba S. E.,
por el momento, en situación, etc., etc. «Por lo menos sé ya a qué atenerme», dijo mi amigo al
final de su relato, con el cual no me había revelado nada nuevo, aunque sí me había afirmado en
mi resignación, pues las consideraciones confesionales alegadas eran también aplicables a mi
caso .A la madrugada siguiente a esta visita tuve un sueño de contenido y formas singulares. Se
componía de dos ideas y dos imágenes, en sucesión alternada; mas para el fin que aquí
perseguimos nos bastará con comunicar su primera mitad, o sea, una idea y una imagen
II. Veo ante mí su rostro, pero algo cambiado y como alargado, resaltando con especial precisión
la rubia barba que lo encuadra. A continuación, sigue la segunda mitad del sueño, compuesta de
otra idea y otra imagen, de las que prescindo.
Al recordarlo por la mañana me eché a reír, exclamando: «¡Qué disparate!» Pero no pude apartar
de él mi pensamiento en todo el día, y acabé por dirigirme los siguientes reproches: «Si cualquiera
de tus enfermos tratase de rehuir la interpretación de uno de sus sueños, tachándolo de
disparatado, pensarías que detrás de dicho sueño se escondía alguna historia desagradable, cuya
percatación intentaba evitarse. Por tanto, debes proceder contigo mismo como con un tal
enfermo procederías. Tu opinión de que este sueño es un desatino no significa sino una resistencia
interior contra la interpretación y no debes dejarte vencer por ella.
Estos pensamientos me movieron a emprender el análisis. «R. es mi tío.» ¿Qué puede esto
significar? No he tenido más que un tío, mi tío José, protagonista por cierto de una triste historia.
Llevado por el ansia de dinero, se dejó inducir a cometer un acto que las leyes castigan
severamente y cayó bajo el peso de las mismas.
Mi padre, que por entonces (de esto hace ya más de treinta años) encaneció del disgusto, solía
decir que tío José no había sido nunca un hombre perverso, y sí únicamente un imbécil. De este
modo, al pensar en mi sueño que mi amigo R. es mi tío José, no quiero decir otra cosa, sino que R.
es un imbécil.
En cambio, mi amigo R. ha sido muy moreno; pero, como todos los hombres morenos, paga ahora,
que comienza a encanecer, el atractivo aspecto de sus años juveniles, pues su barba va
experimentando, pelo a pelo, transformaciones de color nada estéticas, pasando primero al rojo
sucio y luego al gris amarillento antes de blanquear definitivamente.
En uno de estos cambios se halla ahora la barba de mi amigo R., y, según advierto con desagrado,
también la mía. El rostro que en sueños he visto es al mismo tiempo el de R. y el de mi tío José,
como si fuese una de aquellas fotografías en que Galton obtenía los rasgos característicos de una
familia, superponiendo en una misma placa los rostros de varios de sus individuos. Así, pues, habré
de aceptar que en mi sueño quiero, efectivamente, decir que mi amigo R. es un imbécil, como mi
tío José.
Lo que no sospecho aún es para qué habré podido establecer una tal comparación, contra la que
todo en mí se rebela, aunque he de reconocer que no pasa de ser harto superficial, pues mi tío
José era un delincuente, y R. es un hombre de conducta intachable. Sin embargo, también él ha
sufrido los rigores de la Ley por haber atropellado a un muchacho, yendo en bicicleta. ¿Me referiré
acaso en mi sueño a este delito? Sería llevar la comparación hasta lo ridículo.
Pero recuerdo ahora una conversación mantenida hace unos días con N., otro de mis colegas, y
que versó sobre el mismo tema de la detallada en la información preliminar. N., al que encontré
en la calle, se halla también propuesto para el cargo de profesor, y me felicitó por haber sido
objeto de igual honor; felicitación que yo rechacé, diciendo: «No sé por qué me da usted la
enhorabuena conociendo mejor que nadie, por experiencia propia, el valor de tales propuestas.» A
estas palabras mías, bromeando, repuso N.: «¿Quién sabe? Yo tengo quizá algo especial en contra
mía. ¿Ignora usted acaso que fui una vez objeto de una denuncia? Naturalmente, se trataba de
una vulgar tentativa de chantaje, y todavía me costó Dios y ayuda librar a la denunciante del
castigo merecido.
Pero ¿quién me dice que en el Ministerio no toman este suceso como pretexto para negarme el
título de profesor? En cambio, a usted no tienen «pero» que ponerle.» Con el recuerdo de esta
conversación se me revela el delincuente de que precisaba para completar la comprensión del
paralelo establecido en mi sueño, y al mismo tiempo todo el sentido y la tendencia de este último.
Mi tío José -imbécil y delincuente- representa en mi sueño a mis dos colegas, que no han
alcanzado aún el nombramiento de profesor, y por el hecho mismo de representarlos tacha al uno
de imbécil, y de delincuente al otro. Asimismo, veo ahora con toda claridad para qué me es
necesario todo esto. Si efectivamente es a razones «confesionales» a lo que obedece el indefinido
retraso de la promoción de mis dos colegas, puedo estar seguro de que la propuesta hecha a mi
favor habrá de correr la misma suerte. Por lo contrario, si consigo atribuir a motivos distintos, y
que no pueda alcanzarme el veto opuesto a ambos por las altas esferas oficiales, no tendré por
qué perder la esperanza de ser nombrado. En este sentido actúa, pues, mi sueño, haciendo de R.
un imbécil, y de N., un delincuente.
En cambio, yo, libre de ambos reproches, no tengo ya nada común con mis dos colegas, puedo
esperar confiado mi nombramiento y me veo libre de la objeción revelada a mi amigo R. por el alto
empleado del Ministerio; objeción que es perfectamente aplicable a mi caso. A pesar de los
esclarecimientos logrados, no puedo dar aquí por terminada la interpretación, pues siento que
falta aún mucho que explicar y sobre todo no he conseguido todavía justificar ante mis propios
ojos la ligereza con que me he decidido a denigrar a dos de mis colegas, a los que respeto y
estimo, sólo por desembarazar de obstáculos mi camino hacia el Profesorado. Claro es que el
disgusto que tal conducta me inspira queda atenuado por mi conocimiento del valor que debe
concederse a los juicios que en nuestros sueños formamos. No creo realmente que R. sea un
imbécil, ni dudo un solo instante de la explicación que N. me dio del enojoso asunto en que se vio
envuelto, como tampoco podía creer en realidad que Irma se hallaba gravemente enferma a causa
de una inyección de un preparado a base de propilena que Otto le había administrado. Lo que
tanto en un caso como en otro expresa mi sueño no es sino mi deseo de que así fuese.
La afirmación por medio de la cual se realiza este deseo parece más absurda en el sueño de Irma
que en el últimamente analizado, pues en éste quedan utilizados con gran habilidad varios puntos
de apoyo efectivos, resultando así como una diestra calumnia, en la que «hay algo de verdad». En
efecto, mi amigo R. fue propuesto con el voto en contra de uno de los profesores, y N. me
proporcionó por sí mismo, inocentemente, en la conversación relatada, material más que
suficiente para denigrarle. Repito, no obstante, que me parece necesario más amplio
esclarecimiento.
Recuerdo ahora que el sueño contenía aún otro fragmento, del que hasta ahora no me he
ocupado en la interpretación. Después de ocurrírseme que R. es mi tío, experimento en sueños un
tierno cariño hacia él. ¿De dónde proviene este sentimiento? Mi tío José no me inspiró nunca,
naturalmente, cariño alguno; R. es, desde hace años, un buen amigo mío, al que quiero y estimo,
pero si me oyera expresarle mi afecto en términos aproximadamente correspondientes al grado
que él mismo alcanza en mi sueño, quedaría con seguridad un tanto sorprendido. Tal afecto me
parece, pues, tan falso y exagerado -aunque esto último en sentido inverso- como el juicio que
sobre sus facultades intelectuales expreso en mi sueño al fundir su personalidad con la de mi tío.
Pero esta misma circunstancia me hace entrever una posible explicación.
El cariño que por R. siento en mi sueño no pertenece al contenido latente, esto es, a los
pensamientos que se esconden detrás del sueño. Por el contrario, se halla en oposición a dicho
contenido, y es muy apropiado para encubrirse su sentido. Probablemente no es otro su destino.
Recuerdo qué enérgica resistencia se opuso en mí a la interpretación de este sueño, y cómo fui
aplazándola una y otra vez hasta la noche siguiente, con el pretexto de que todo él no era sino un
puro disparate.
INTERPRETACION
contenido manifiesto (insulto contra R.) Es el verdadero significado que es lo contrario a lo que
percibe en su sueño, o dicho de otro modo: que la deformación demuestra ser aquí intencionada,
constituyendo un medio de disimulación.
2)“EL SUEÑO DE IRMA “
Mi sueño se desarrolló hallándome en «Bellevue», y pocos días antes del cumpleaños de mi mujer.
En la tarde que le precedió había expresado mi mujer la esperanza de que para su cumpleaños
vinieran a comer con nosotros algunos amigos, Irma entre ellos. Así, pues, mi sueño anticipa esta
situación. Es el día del cumpleaños de mi mujer, y recibimos en el gran hall de «Bellevue» a
nuestros numerosos invitados, entre los cuales se halla Irma.
Reprocho a Irma no haber aceptado aún la «solución». Le digo: «Si todavía tienes dolores, es
exclusivamente por tu culpa.» Esto mismo hubiera podido decírselo o se lo he dicho realmente en
la vida despierta. Por aquel entonces tenía yo la opinión (que luego hube de reconocer
equivocada) de que mi labor terapéutica quedaba terminada con la revelación al enfermo del
oculto sentido de sus síntomas. Que el paciente aceptara luego o no esta solución de lo cual
depende el éxito o el fracaso del tratamiento era cosa por la que no podía exigírseme
responsabilidad alguna. A este error, felizmente rectificado después, le estoy, sin embargo,
agradecido, pues me simplificó la existencia en una época en la que, a pesar de mi inevitable
ignorancia, debía obtener resultados curativos. Pero en la frase que a Irma dirijo en mi sueño
advierto que ante todo no quiero ser responsable de los dolores que aún la aquejan. Si Irma tiene
exclusivamente la culpa de padecerlos todavía, no puede hacérseme responsable de ellos.
¿Habremos de buscar en esta dirección el propósito del sueño?
Irma se queja de dolores en la garganta, el vientre y el estómago, y de una gran opresión. Los
dolores de estómago pertenecían al complejo de síntomas de mi paciente, pero no fueron nunca
muy intensos. Más bien se quejaba de sensaciones de malestar y repugnancia. La opresión o el
dolor de garganta y los dolores de vientre apenas si desempeñaban papel alguno en su
enfermedad. Me asombra, pues, la elección de síntomas realizada en mi sueño y no me es posible
hallar por el momento razón alguna determinante.
Está pálida y abotagada. Mi paciente presenta siempre, por el contrario, una rosada coloración.
Sospecho que se ha superpuesto aquí a ella una tercera persona.
Pienso, con temor, que quizá me haya pasado inadvertida una afección orgánica. Como
fácilmente puede comprenderse, es éste un temor constante del especialista que apenas ve
enfermos distintos de los neuróticos y se halla habituado a atribuir a la histeria un gran número de
fenómenos que otros médicos tratan como de origen orgánico. Por otro lado, se me insinúan no sé
por qué ciertas dudas sobre la sinceridad de mi alarma. Si los dolores de Irma son de origen
orgánico, no me hallo obligado a curarlos. Mi tratamiento no suprime sino los dolores histéricos.
Parece realmente como si desease hubiera existido un error en el diagnóstico, pues entonces no
se me podría reprochar fracaso alguno.
Mi pensamiento de que Irma no necesita dentadura postiza es, en primer lugar, una galantería
para con nuestra amiga, pero sospecho que encierra aún otro significado distinto. En un atento
análisis nos damos siempre cuenta de si hemos agotado o no los pensamientos ocultos buscados.
La actitud de Irma junto a la ventana me recuerda de repente otro suceso. Irma tiene una íntima
amiga, a la que estimo altamente. Una tarde que fui a visitarla, la encontré al lado de la ventana
en la actitud que mi sueño reproduce, y su médico, el mismo doctor M., me comunicó que al
reconocerle la garganta había descubierto una placa de carácter diftérico. La persona del doctor
M. y la placa diftérica retornan en la continuación del sueño. Recuerdo ahora que en los últimos
meses he tenido razones suficientes para sospechar que también esta señora padece de histeria.
Irma misma me lo ha revelado. Pero ¿qué es lo que de sus síntomas conozco? Precisamente que
sufre de opresión histérica de la garganta, como la Irma de mi sueño. Así, pues, he sustituido en
éste a mi paciente por su amiga. Ahora recuerdo que he acariciado varias veces la esperanza de
que también esta señora se confiase a mis cuidados profesionales; pero siempre he acabado por
considerarlo improbable, pues es persona de carácter muy retraído. Se resiste a la intervención
médica, como Irma en mi sueño. Otra explicación sería la de que no lo necesita, pues hasta ahora
se ha mostrado suficientemente enérgica para dominar sin auxilio ajeno sus trastornos. Quedan ya
tan sólo algunos rasgos que no me es posible adjudicar a Irma ni a su amiga: la palidez, el
abotagamiento y la dentadura postiza. Esta última despertó en mí el recuerdo de la institutriz
antes citada.
A continuación, se me muestra otra persona, a la que los rasgos restantes podrían aludir. No la
cuento tampoco entre mis pacientes, ni deseo que jamás lo sea, pues se avergüenza ante mí, y no
la creo una enferma dócil. Generalmente, se halla pálida, y en temporada que gozó de excelente
salud engordó hasta parecer abotagada. Por tanto, he comparado a Irma con otras dos personas
que se resistirán igualmente al tratamiento. ¿Qué sentido puede tener el haberla sustituido por su
amiga en mi sueño? Quizá el de que deseo realmente una tal sustitución, por serme esta señora
más simpática o porque tengo una más alta idea de su inteligencia. Resulta, en efecto, que Irma
me parece ahora ininteligente por no haber aceptado mi solución. La otra, más lista, cedería antes.
Por fin abre bien la boca; la amiga de Irma me relataría sus pensamientos con más sinceridad y
menor r
SUEÑO (3
Un joven, que en años anteriores había atormentado mucho a su hermano, hacia el que sentía una
secreta inclinación homosexual, tiene, después de pasar por una radical transformación de
carácter, el sueño siguiente, compuesto de tres partes:
Después de este último fragmento onírico despierta, presa de los más penosos sentimientos. Sin
embargo, su sueño no es sino una realización de deseos de carácter masoquista.
«Me estaría muy bien empleado que mi hermano realizara ahora esa venta, en la que salgo
perjudicado, para castigarme por lo mucho que antes le atormenté.»
El penoso sentimiento que tales sueños despiertan es sencillamente idéntico a la repugnancia, que
tiende a apartarnos con éxito casi siempre de la reflexión o discusión sobre tales temas, y que
todos y cada uno de nosotros hemos de vencer cuando nos vemos obligados a emprender una tal
labor. Este sentimiento de displacer, que retorna en el sueño, no excluye, sin embargo, la
persistencia de un deseo.