Cuadernos Hispanoamericanos 161 PDF
Cuadernos Hispanoamericanos 161 PDF
Cuadernos Hispanoamericanos 161 PDF
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HISPANOAMERICANOS
Diciembre 1986
Homenaje a
Ramón del Valle-Inclán
Colaboran:
Antonio Domínguez Rey
José Manuel García de la Torre
Ángel Martínez Blasco
Antonio Alonso
Angela Ena Bordonada
Francisca Pérez Carreño
Adolfo Sotelo Vázquez
CUADERNOS
HEPANO\MERICANOS
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VALLE-INCLAN (1866-1936)
LECTURAS
4
Emplea frecuentemente adjetivación doble y triple. Utiliza el pronombre átono pospuesto y unido a di-
versas formas flexionadas del verbo, así'como hace uso de artículos posesivo, o demostrativo+posesivo (co-
mo en gallego-portugués y en italiano). Y utiliza tiempos verbales que confieren un matiz arcaizante: así,
el imperfecto de subjuntivo con valor de pluscuamperfecto latino.
5
Dice Carlos Clavería: «En el siglo XVIII se encuentran sin duda las raíces del gusto por lo popular, que
constituye el punto de partida del "flamenquismo". La afición de las clases altas a participar en festejos
populares, en adoptar los trajes, maneras y decires del pueblo, no era seguramente algo reservado a Madrid».
Por otra parte, «La confusión entre los tres términos, "andaluz", "gitano" y "flamenco", persiste, pese a
los esfuerzos de algunos en delimitarlos y distinguirlos». Estudio sobre los gitanismos del español, Madrid,
C.S.I.C., 1951 pp. 21 y 23, respectivamente.
6
Al lado del imperfecto de subjuntivo, aparece otro tiempo antaño muy empleado y hoy casi en desuso:
el futuro imperfecto de subjuntivo. Y, de vez en cuando, formas ya plenamente galaicas: algunos imperati-
vos, construcciones de «a+infinitivo» equivaliendo a gerundio, o esa típica manera del galaico-portugués
de preguntar y responder, en la que, casi siempre, la contestación suele repetir en parte la pregunta.
22
nos, picaros y mendigos. Tanto en las Comedias Bárbaras como en La Guerra Carlis-
ta, 2L tono con los escenarios y con los temas, el vocabulario es arcaizante, popular
y representativo de la región gallega7.
(Con características similares a las de las obras estudiadas en este apartado, aparece,
algo rezagado en el tiempo, El embrujado).
IV.— Como una variante más en la polifacética creación de Valle ven la luz en
1910 y 1911 dos obras cuya intención es el ser un deliberado remedo del lenguaje
arcaico: Cuento de Abrily Voces de Gesta (1911). Señalemos, sobre todo en la últi-
ma de estas dos obras citadas, dentro de lo lingüístico, los numerosos arcaísmos lé-
xicos, los casos de sustantivación posverbal arcaizante, y las no menos frecuentes añejas
formas verbales.
V— Es poco después cuando, en mi opinión, aparecen dos obras que representan
un momento notable, ya que en ellas se va a operar un cambio significativo. Son
La Marquesa Rosalinda (1913) y La Cabeza del Dragón (1914). Creo que en ellas se
da la intensificación de una serie de características que ya anteriormente apuntaban
y que constituye una superación de la línea divisoria en la creación artística del autor:
así, la ironía. Que no es, todavía, sarcasmo o esperpento, pero que constituye el
nexo de unión con lo que va a ser abiertamente grotesco, absurdo o esperpéntico.
VI.— Antecedente próximo del esperpento es una pequeña obrita: La media no-
che: visión estelar de un momento de guerra (1917).
Pero son 1919 y, en especial 1920, las fechas que significan la culminación de una
serie de tendencias antes apuntadas, y la definitiva ruptura con los cánones vigentes
en las Sonatas. Notemos que, desde un punto de vista lingüístico, el arte de Don
Ramón, en todo momento orfebre de la palabra, va a alcanzar nuevas cúspides de
rara perfección, en mi opinión, sus más altas cimas.
Las obras aparecidas a partir de los años veinte presentan, cuando menos, dos
vertientes por lo que a su concepción temática y estética se refiere.
— Una de ellas apunta a lo irreal y alucinante —incluso demoníaco—: se mueve
de manera fascinante entre lo fantasmagórico y lo realista, y aún muy realista. Un
precedente lo teníamos en El Embrujado, pero ahora adquiere mucho mayor fuerza
en Divinas Palabras (1920), Cara de Plata (1922) o Ligazón (1926).
— La otra vertiente marcha en derechura a la creación del esperpento: desde ese
anticipo y compendio de esperpento que es La Pipa de Kif (1919), a lo claramente
esperpéntico como son Luces de Bohemia (1920), o la Farsa y Licencia de la Reina
Castiza (1920).
7
Persisten las características mencionadas anteriormente. Notemos como una peculiaridad el empleo de
formas verbales con intención durativa, afín de dotara sus criaturas de un estatismo que es también decoro
plástico; además del pretérito imperfecto de indicativo hay un crecido número de gerundios. Así, en Geri-
faltes de antaño (1908-1909), se cuentan 302 gerundios en menos de 132 páginas. Mencionemos, asimismo,
el orden, a veces anómalo, en que aparecen las diferentes partes de la oración, bien remedo de antiguas
construcciones sintácticas del español, o del gallego, ev aquellos casos en que el orden en esta última lengua
difiere del usual en español.
Constantes e innovaciones
Hemos visto como, sobre todo en torno a los años 1902-1905, se daban ya varias
constantes temáticas y lingüísticas: lo galaico, lo americano, y ese recuerdo de for-
mas arcaicas de nuestra lengua.
La presencia de lo galaico tiene su explicación por ser Galicia la cuna del escritor,
región a la que debe buena parte de su formación, con el recuerdo de Compostela,
como importante centro cultural y espiritual, al fondo8. Región con cuya lengua
el autor se siente familiarizado.
El remedo de las formas arcaicas, o el uso de otras procedentes de nuestra litera-
tura clásica, parte, en cierto modo, de similares premisas: el prestigio de lo antiguo,
que por serlo resulta digno de veneración. En Valle palpita una adhesión romántica
por el pasado. Dice Andrenio9: Bradomín (Bradomín-Valle) «comprende que na-
da poetiza y depura tanto las cosas como la lejanía de lo pasado, donde va quedan-
do lo más puro y amable de su imagen, dorado por una luz suave de recuerdo que
* Don Ramón ha dejado constancia, en La Lámpara Maravillosa, de su recuerdo de Santiago. Esta es «De
todas las rancias ciudades españolas la que parece inmovilizada en un sueño de granito, inmutable y eterno»
[...] «Rosa mística de piedra, flor romántica y tosca, como en el tiempo de las peregrinaciones, conserva
una gracia ingenua del viejo latín rimado» [...] «...esta ciudad petrificada [...] no parece antigua, sino eterna»
(LM 103 [II, 600]).
9
E. Gómez de Baquero [Andrenio], Valle-Inclán novelista, «La Pluma», Año VI, núm. 32, Madrid 1923,
p. 11.
24
favorece mucho más que la cruda luz iluminadora de las cosas próximas y
presentes»10.
Por lo americano siente Valle una temprana inclinación. No olvidemos su primer
viaje a Méjico y el recuerdo que a este país dedica en la Sonata de Estío. Pero esto
que era entonces un inexplicable atractivo pasa a ser, más tarde, una lúcida visión
del porvenir que aguarda al español en América. No puede ser más feliz la imagen
que Valle nos da en uno de los capítulos iniciales de Viva mi Dueño, en el que
al hablar del río Tajo, establece la contraposición entre lo que representan las len-
guas de la península y su proyección americana: «¡Tajo y Texo, cuna de latinas gra-
máticas que se vierte en el mar de América!» (VD 16 [II 1072]).
Una última consideración es el favor que va a gozar paulatinamente en la obra
de Valle, a partir de las Comedias Bárbaras y de La Guerra Carlista, el lenguaje
popular.
Como una especie peculiarísima de éste, tenemos ese lenguaje andaluz-gitano,
que ya he citado anteriormente, y del que hay rastros en alguna de las primeras
obras, si bien en mucha menor medida que lo galaico, lo americano o el recuerdo
clasicizante.
- De dicho lenguaje popular ya hay precedentes un tanto sintomáticos en Rosital]
—incluida posteriormente en Corte de Amor—, o, en ocasiones aisladas, en las
Sonatas.
Por lo que respecta a la peculiaridad flamenco-gitana, su presencia es tan irrele-
vante que no pasa de ser una línea muy tenue y adelgazada en esta trayectoria, por
w
En Voces de Gesta, en Cuento de Abril, en La Marquesa Rosalinda o en las primeras «farsas» (Farsa ita-
liana de la Enamorada del Rey, La Cabeza del Dragón) —y aun en las Comedias Bárbaras o en La Guerra
Carlista— se da con cierta frecuencia el remedo del lenguaje español preclásico o clásico, mediante el em-
pleo de voces o giros arcaizantes, o del uso de fenómenos morfosintácticos de tipo arcaico —porej., el orden
de las palabras^. Ahora bien, en las trilogías citadas (Comedias Bárbaras o La Guerra Carlista) el empleo
de muchos términos de este tipo pudieran deberse al recuerdo que el autor hace de usos conocidos en Gali-
cia, región que conserva una serie de rasgos arcaizantes que tienen la particularidad de que el castellano
los conoció constituyendo estadios en su evolución, evolución que prosiguió, en tanto que el gallego los
conservó como formas características y definitivas.
11
Notemos en esta obra palabras de índole popular como tronado y calavera (CA 124 [II, 295]); coronar
(CA 35 [II, 256])= «poner los cuernos» perdido (CA 125 [II, 296]), palabras que más tarde Valle-Inclán
con sufijo gitanesco, transformará en perdis. Otras voces son prójima (CA 31 [II, 255]), y bandearse (CA
124 [II, 295]). Locuciones o modismos de índole popular son: [venir-] al pelo (CA 49 [II, 263]); dar el ole
(CA 40 (2) y 48 [II, 259 (2) y 263]); no ser tan mirada (CA 35 [II, 256]); poner el mingo (CA 29 [II, 253])
estar [...] arrancada (CA 53 [II, 265]).
Registramos tres gitanismos: camelar (CA 45 [II, 261], chalado (CA 32 [II, 255]) y pelma (CA 35 (II, 256]).
Mencionemos como un curioso empleo el frecuente uso del adjetivo —participio de presente—, en -ante,
-ente, rasgo advertido ya por Julio Casares, como feliz innovación [vide Crítica Profana, Buenos Aires, Espasa-
Calpe, Col. Austral, 1946, pp. 43-44], y que el autor seguirá utilizando profusamente.
Parejas a estas peculiaridades lingüísticas encontramos una singular visión de lo español. Se alude al «an-
daluz gracejo» (CA 25 [II, 251]), pero el párrafo más significativo es el que sigue: atuvieron que apartarse
para dejar paso a una calesa con potros a la jerezana, pimpante españolada, idea de una bailarina, gloria
nacional. Reclinadas en el fondo de la calesa, riéndose y abanicándose, iban dos mujeres jóvenes y casquiva-
nas ataviadas manolescamente con peinetas de teja y pañolones de crespón...» (CA 29 [II, 253])-
25
lo que más que de «constante» cabría hablar de una «innovación», dada la gran dife-
rencia existente con las «constantes» arriba señaladas.
Hemos dicho cómo en las Sonatas el lenguaje es pictórico, armonioso, musical.
La lengua fluye abriéndose en una serie de líricos meandros. Dos o tres sustantivos,
dos o tres adjetivos, y dos o tres verbos.
El período entre 1907-1909 y 1919 representa la transición a que hemos hecho
alusión: los protagonistas son gentes del pueblo, con su genuino lenguaje, que ad-
quiere ahroa una armoniosa sonoridad, vigor y equilibrio.
En el período a partir de 1920 el autor sigue empleando una serie de procedi-
mientos presentes en las obras anteriores. El es, seguirá siéndolo toda su vida, por
encima de todo, un acabado ejemplo de artista de la palabra. Pero el escritor no
permanece impasible a las corrientes e influjos del exterior, que, al mismo tiempo
encajan con el vehemente afán de Valle, tenaz siempre en su constante experimen-
tar y buscar nuevas sendas en el decir12.
Pero ahora, al lado de los procedimientos característicos de las Sonatas, va a utili-
zar, en ocasiones, un estilo mucho más conciso y rápido, que intentará sugerir, me-
diante unos pocos rasgos, una imagen breve, escueta, abocetada, pero al mismo tiempo
definitoria de una compleja realidad. No me refiero únicamente al curioso lenguaje
de las «acotaciones», sino a la prosa de obras como El Ruedo Ibérico. Así en Viva
mi Dueño encontramos, a veces, un estilo entrecortado, nominal, casi sin verbos,
de frases breves y puntuación frecuente13. También a partir de los años veinte va
a «intensificar» los más variados experimentos a fin de dar vida a nuevas palabras.
Ilustrativo a tal respecto sería la comparación entre los procedimientos utilizados
en algunas de sus primeras obras y los empleados en las últimas. Así, puede resultar
representativa, tal y como está inconclusa, Baza de Espadas.
12
Un escritor de talante tan dispar al de Valle-lnclán como es Pío Baraja ha escrito cómo «encontraba ex-
traordinario en este escritor [...] el anhelo que tenía de perfección de su obra /.../. Si Valle-lnclán hubiese
vislumbrado un sistema literario, una forma nueva, aunque no la hubiese estimado más que diez o doce
personas, hubiera abandonado sus viejas recetas y hubiese ido a lo nuevo, aún a riesgo de quedar en la
miseria». Pío Baroja, «Elescritor, según él, y según los críticos», Madrid, Biblioteca Nueva, Obras Comple-
tas, vol. Vil, p. 407, 1949.
Cf. asimismo: «... una cualidd que enaltece y distingue a Valle-lnclán es la renovación [...], diríamos que
es un autor en devenir, en movimiento que no se ha detenido en una forma», Gómez de Baquero, «La Plu-
ma», loe. cit., p. 10.
Aduzcamos, por último, eljuicio de un crítico como Julio Casares, quien no puede por menos de recono-
cer el trabajoso quehacer de Valle, a quien ve «como un benedictino que fuese un Poeta». Crítica Profana,
Buenos Aires, 1946, p. 42.
¡i
«El Teniente de la fuerza ordena silencio. El soldado que tiene la cara llena de sangre enrojece el hilillo
de la fuente. Una taberna con frisos azules: la cortinilla levantada sobre la puerta: Enjambre de moscas:
El ramo de laurel seco cayéndose: Húmeda oscuridad, frescuras mosteñas promete el zaguán. Caminry ca-
minar, la sombra al costado. Fatigosos brillos de micas. Yermos terrones. Yuntas de muías. Toros catetos
que se incorporan bramando. Moscas y tábanos. Remotos piños de ovejas. Polvareda con piaras. Y sobre
los términos de la marcha, la torre de la iglesia y el cigüeño en las nubes remontado. Promesas de un corral
donde dormir con centinelas. Las baquetas de cabos y sargentos mosquean las espaldas y avivan el paso
de los aspeados.» (VD 12 [II, 1.068-1.069])-
26
Sustantivos, adjetivos y verbos, se verán sometidos a distorsiones —en especial
sustantivos y adjetivos—, mediante uniones totalmente insólitas, o un tanto forza-
das. Procedimiento empleado ya anteriormente, por ejemplo en Corte de Amor,
o en las Sonatas, acaso por influjo de la rica prosa «queiroziana», sí bien no con
la maestría con que lo realiza el autor en su obra más tardía.
En cuanto a cuáles hayan sido los concretos propósitos del escritor, como conclu-
sión de tipo general podemos sentar una doble premisa.
— En ocasiones el autor quiere otorgar carta de naturaleza a vocablos o formas
de variadas procedencias, españolas o hispánicas, poco conocidas fuera de su propio
ámbito. O bien quiere incorporar palabras que son creaciones de su propio magín.
— Otro caso es el de aquellas palabras o locuciones que constituyen, desde el
punto de vista gramatical o académico, transgresiones: términos de origen popular,
o vulgarismos, no admitidos en el español. El porqué de su incorporación puede
obedecer a varias motivaciones. Puede tratarse de una caricatura de mal hablar, in-
docto, del pueblo 14 . O bien obedecer a la evolución ideológica del escritor hacia
una creciente estimación del pueblo y de lo popular '\ O a un afán de registrar for-
mas que, si no del todo correctas, son muy empleadas por sectores menos cultos
de la población l(i. En todo caso el hecho de dejar constancia supone ya cierta dig-
nificación lingüística7.
Examinados el propósito del autor, los medios lingüísticos —histórico, geográfi-
co, o social— del que obtiene su arsenal lingüístico, y las fases que pueden obser-
varse en su quehacer, quisiera recapitular sobre los rasgos lingüísticos que caracteri-
zan la obra de Valle-Inclán.
Deseo insistir diferenciando entre características que se mantienen de manera per-
sistente como «constantes» y aquellas otras, que, por el contrario, representan «in-
novaciones», que aparecen a partir de un determinado momento. (Las excepciones
más o menos aisladas confirman la regla, y tienen simplemente la condición de cons-
tituir o precedentes o vestigios). Dentro de las «innovaciones» distinguiría entre las
que se van introduciendo de modo paulatino, a modo de transición, y aquellas otras
14
En la Farsa Italiana de la Enamorada del Rey se refiere Valle a versos. Quiero pensar que donde dice
«versos» vale también para «palabras»: «¡Sin gramática!/ Y más conforme(s) al hablar zamarro» (ER 32 //,
333//
'5 Hay en Luces de Bohemia dos frases cuya intención real convendría considerar. Son aquellas en que Max
Estrella [= a Valle] dice: «Yo me siento pueblo» (LE 40 [I, 907J, y la otra en que afirma: *¡Yo también
chanelo el sermo vulgaris!» (LB 43 [L 909]).
"' Nos viene a la mente el artículo de Amado Alonso sobre Las prevaricaciones idiomáticas de Sancho. Aun
cuando tal vez sea forzar la comparación, podría aducirse lo que A. Alonso señala a propósito de «el des
atinar» en la simplicidad del personaje que así habla. Su repetición es, además para el autor un eficaz proce
dimiento pictórico, un medio de caracterizar a un personaje y de darle una consistente identidad, fijándolo
en la imaginación de los lectores como persona concreta» (Art. cit., MRFH, II. 1948. 1. p. 13- Cf asimismo
pp. 16-176).
17
No cabe ignorar a este respecto la obra de Alonso Zamora Vicente, La realidad esperpéntica (Madrid,
Editorial Gredos, 1969).
Dicho estudio, de carácter imprescindible, pone de relieve el papel del lenguaje popular, literatizado,
y posteriormente incorporado en la obra de Valle, por ejemplo a través del «género chico».
I. Constantes
Mencionemos entre éstas:
— Los arcaísmos, fonéticos, morfosintácticos y léxicos. En el orden de las palabras
pueden darse alteraciones que remedan construcciones del español clásico o preclá-
sico —o, como veremos a renglón seguido, del gallego—. La presencia de la lengua
arcaizante, que llega incluso hasta El Ruedo Ibérico, irá considerablemente a menos.
— Otra constante es la presencia de galaicismos, también fonéticos, morfosintác-
ticos o léxicos. Los elementos de la oración pueden también aparecer en un orden
que no es el usual en español moderno, y que va más acorde con el del gallego.
A diferencia de los arcaísmos, los galaicismos mantendrán una línea constante
entre las obras publicadas, por ejemplo, de 1895 a 1902 y las aparecidas en 1920
o años subsiguiente. Si bien en estas últimas el autor ejercerá su menester con mu-
cho mayor dominio en el manejo de los resorte lingüísticos.
— Los americanismos adquirirán una creciente y significativa intención.
En la Sonata de Estío, con su profuso empleo, estaban representando la faceta
americana. En otras obras suyas posteriores aparecen con relativa frecuencia. Así,
en especial en La Cabeza del Bautista (sobre todo teniendo en cuenta la brevedad
de la obra), en Las Galas del Difunto, en La Hija del Capitán o en El Ruedo Ibérico.
En la que más, sin comparación posible, en Tirano Banderas, novela en la que el
autor ha pretendido darnos el primer intento de una obra escrita en la lengua de
la América hispana.
Los cultismos aparecen como exponentes de una doble motivación: la imitación
de nuestros clásicos, al tiempo que representan la renovación que supuso el moder-
nismo, entendido éste con la amplitud que le dio, por ejemplo, Federico de Onís ls .
(Notemos, como una parte del lenguaje culto, numerosos neologismos). Su presen-
cia se manifiesta sobre todo en las Sonatas, en La Marquesa Rosalinda, en Cuento
de Abril, en algunos momentos de las Farsas, en Tirano Banderas o en pasajes de
El Ruedo Ibérico, sin olvidar tampoco la importancia que reviste en La Lámpara
Maravillosa * en las Claves Líricas.
Entre las «constantes» de que el autor se vale, desde el comienzo al final de su
obra, mencionemos la sufijación —en menor grado, la prefijación—, o el ayunta-
miento insólito de sustantivo + adjetivo, o de dos (o más) adjetivos. Aspecto éste
que va a adquirir gran relieve con el transcurso de los años y con la siempre renova-
da maestría del autor.
18
Cf. su Antología de la poesía española e hispanoamericana, Madrid, Junta para Ampliación de Estu-
dios, 1934.
28
Una «constante» más en la obra de Valle es ese designio de deslexkalización de
la palabra o de la frase hecha. Rasgo acaso característico de un escritor que quiere
inventar, o reinventar, un lenguaje a fin de realizar una obra con cierta originalidad.
II. Innovaciones
1.— Período de paulatina transición.
Va desde las Comedias Bárbaras hasta La Media Noche, durante un decenio de
fecunda experimentación, en el que persisten procedimientos del momento anterior.
— Entre las «innovaciones- más destacables, señalemos la aparición de voces po-
pulares que, no obstante, suelen mantenerse dentro de cierta moderación.
— También comienzan a introducirse algunos vulgarismos de índole fonética. Así,
por ejemplo, en El Resplandor de la Hoguera,
— No desaparecen, pero sí amenguan, rasgos morfosintácticos arcaizantes de las
primeras obras19. (Curiosamente persisten rasgos que podrían considerarse arcaizan-
tes, y cuyo empleo obedece, más que nada, al intento de deslexicalización mencio-
nado entre las «constantes»).
2.— Período de innovación radical.
Opera fundamentalmente a partir de 1919-1920.
— Señalemos un incremento en la frecuencia de voces populares, ahora presen-
tes en número muy considerable y profuso.
— Se multiplica el empleo de vulgarismos fonéticos: Güasintón, güelo, güevo,
p'alante, aperrea, etc., fenómeno reducido antes a unos pocos casos.
— Aparecen numerosos hipocorísticos.
— Se emplean popularismos considerados como voces de tono soez.
— Irrumpe —como en La Celestina o en El Quijote— un auténtico aluvión de
locuciones y modismos, de gran expresividad y en porcentaje muy significativo.
— Notorio cambio representa, en la obra posterior a 1919-1920, el uso, ahora en
cuantía muy crecida, de gitanismos léxicos.
— También el empleo de voces de germanía, antes mucho menos empleadas.
— En lo morfosintáctico, mencionemos una serie de voces de índole vulgar
—incluso, gitanismos— utilizados para sustituir el sistema pronominal considera-
do normal: menda, mangue, en vez de «yo» (GD 51 [I 82] y RC 222 [I 478] 20
Se introduce alguna forma verbal incorrecta: haiga por «haya» (VD 147 [II1213]).
19
Así, el pretérito imperfecto o futuro imperfecto de subjuntivo, en tanto que adquieren gran relieve tiem-
pos como el presente, alternando con el imperfecto de indicativo {o, en menor medida, con el indefinido).
Así como el uso, reiterado e intencional, del gerundio y del imperfecto de indicativo, formas verbales con
un valor característicamente durativo.
20
Cf amphus: «Lenguaje culto y lenguaje popular. El sistema pronominal», en «Tres aspectos del lenguaje
de Valle-lnclám, Bokcín de la Real Academia Española, Madrid, tomo LXIII. septiembre-diciembre 1983,
pp 451-456.
29
— Se usan formas del infinitivo en lugar del imperativo. O bien imperativos to-
mados del gallego, empleados en obras situadas lejos de esta región. Así, en Córdo-
ba, por boca de un «cañí», el Zurdo Montoya: acallaivos, dejaime, meteime, avisai
(VD 184 (II 1252] y VD 187 [II 1255]) por «callaos», «dejadme», «metedme» y
«avisad».21
— No se puede omitir lo que es una revolucionaria consideración del lenguaje:
es la contemplación de éste en el espejo o prisma deformador. Es la desproporción
o esperpentización (en la que puede incluirse el proceso de animalizadón). En bue-
na parte al servicio de la misma, continúa de manera magistral, si bien ahora con
otra intención y alcance, la creación de nuevas palabras: sustantivos, adjetivos o verbos.
Recordemos, antes de finalizar, uno de tantos procedimientos empleados en las
Sonatas, caros al autor. En ellas, la oración, o uno de sus elementos, recibía, en oca-
siones, un complemento introducido por como, frecuentemente empleado como
refinado recurso poético. Así, a un arcángel lo muestra «candido y melancólico co-
mo un lirio» (SO 52 [52 154]). O bien el autor establece una comparación, en la
que para ponderar la belleza de unos ojos, los describe «tristes, suplicantes, guarne-
cidos de lágrimas como de oraciones purísimas» (SP 77 [II 54]). Pues bien, como
ejemplo del radical cambio llevado a cabo, y para poner de relieve hasta qué punto
los cánones artísticos del escritor difieren de los precedentes, ruando en Baza de
Espadas —culminación eximia en el proceso de creación lingüística— nos presenta
también unos ojos, serán unos «ojos inocentes como dos berzas» (BE 83 [AHR 103]).
Es evidente que todas las consideraciones anteriormente expuestas no pretenden
agotar la enumeración de rasgos. Máxime teniendo en cuenta la cantidad de recur-
sos de los que Valle se valió, acuciado en su afán de crear esa lengua suprema, suma
y compendio de todas las hablas, pasadas y presentes, de las más variadas regiones,
cuyo medio de expresión es la lengua hispana.
NOTA: Las citas de las obras de Valle-Inclán remiten a las publicadas en la «Colección Austral», de Espasa-
Calpe, indicando entre corchetes la paginación correspondiente de la edición de «Obras Completas», publi-
cadas, en dos volúmenes, por la Editorial Plenitud, Madrid 1954. (En Baza de Espadas el número entre
corchetes indica la página de la primera edición de esta obra, publicada por la Editorial AHR).
Se emplean las siguientes siglas:
BE = Baza dé Espadas, Madrid, V- edición, 1971.
CA = Corte de Amor, Madrid, 4 1 edición, 1960.
"ER = Farsa Italiana de la Enamorada del Rey (en el volumen Tablado de Marionetas), Madrid, 1961.
GD = Las Galas del Difunto (en el vol. Martes de Carnaval), Madrid, 1964.
LB = Luces de Bohemia, Madrid, 1961.
LM = La Lámpara Maravillosa, Madrid, 2 1 edición, 1960.
RC = Farsa y Licencia de la Reina Casitza (en el vol. Tablado de Marionetas), Madrid, 1961.
SO = Sonata de Otoño, Madrid, 5a edición, 1966.
SP = Sonata de Primavera, Madrid, 6 1 edición, 1965.
VD = Viva mi Dueño, Madrid, 1961.
21
Cf. en el trabajo citado en la nota anterior, «Peculiares formas del imperativo».
Valle-Inclán, por Leal de Cámara
Valle-Inclán publicó en 1930 sus Claves líricas, en las que recogió sus tres únicos
libros de poesía publicados en los años de 1907, 1919 y 1920, formando el volumen
XI de su Opera Omnia.
Por cierto que la ordenación está invertida al situar El Pasajero en segundo lugar,
cuando fue publicado el tercero y último en 1920. Pero alguna razón debió tener
su autor para esta inversión cronológica, y quizás no fuese la única el hecho de que
al compilar su obra, estaba más cerca en ese momento del contenido de La pipa
de Kif como testimonio de su estética de entonces, como así lo era en efecto. En
La pipa de Kif se encuentra su famoso «Crimen de Medinka», extenso poema, con
tema y versos de variada factura pero dentro de una técnica rigurosamente esper-
péntica.
Se le ha venido imputando a Valle-Inclán con reiterada frecuencia, desde Julio
Casares en su Crítica Profana, el abuso en el aprovechamiento de los esbozos de
sus obras primerizas, el que fuesen posteriormente aprovechadas y ampliadas, co-
mo si este hecho fuese en sí mismo reprobable, sin considerar la enorme distancia
que media entre La niña Chole (1895) y la Sonata de Estío (1903), o entre La Gene-
rala (1892) y Los cuernos de Don Friolera (1925), o entre Octavia Santino (1892)
que derivó en Cenizas (1899) y que generó posteriormente El yermo de las almas
(1908).
' Esta rectificación nos demuestra basta qué punto seguía vivo en el espíritu de Valle-Inclán el problema
carlista, años en que el pretendiente Don Jaime le escribía una curiosa carta confiriéndole el título de «Ca-
ballero de la Orden de la Legitimidad proscrita».
33
Hay otra variación pero ésta no imputable a Valle-Inclán sino que se trata de un
error de imprenta, en el verso 12:
O se me rompe en un frasco de cristales
que queda así:
O se me rompe en un fracaso de cristales...
error que el propio Rubén se encargó de rectificar al recoger el retrato de Valle
en El canto errante (Madrid, 1907, p. 167), habiendo añadido Valle-Inclán dos sig-
nos de admiración en los dos últimos versos.
Iniciemos ya por orden cronológico algunas de las más sobresalientes variaciones,
no sin antes hacer constar que estas notas inconexas son un breve avance de un pró-
ximo estudio más amplio sobre Valle-Inclán poeta, faceta sorprendentemente desa-
tendida por la crítica, no obstante la premonición que suponen algunos versos su-
yos sobre su obra en prosa y sus hallazgos.
Aromas de leyenda
La ordenación de los poemas del libro es idéntica en ambas ediciones, pero la
numeración se incrementa en 1930 en un poema, alcanzando éstos hasta el XV, co-
mo consecuencia de haber numerado como poema I, la composición «Ave» que en
la edición de 1907 sirve de prólogo y propósito poético al libro, y es como un canto
genérico e independiente que comprende la idea matriz del libro:
¡Oh lejanas memorias de la tierra lejana...
poema que también retoca Valle en los versos 10, 11, 13 y 24.
De la Clave I, «Milagro de la mañana», se suprimen los siguientes versos finales,
que parecían justificar el propio poema:
Esta santa conseja
La recuerda un cantar,
En una fabla vieja.
y cuyo origen popular refrenda esta cuarteta galaica:
Campana, campan iñ a
Do Pico Sagro,
Toca por que froreza
A rosa do milagro.
versos que en 1930 quedan suprimidos y sustituidos por el trístico siguiente, que
no tiene vinculación con el poema, lo que debió obligar a Valle-Inclán a la supre-
sión de los tres versos anteriores. En 1930 el cierre del poema queda con estos tres
versos nuevos:
¡Tes no teu piteiro,
Paxariño novo,
Gracia de gaiteiro!
34
Una gran parte de los poemillas gallegos con que finalizan los poemas de este
libro son retocados por Valle al pasar a formar parte de Claves lincas en 1930.
No retocó excesivamente Valle este libro primerizo al releerlo en 1930. El último
poema, XIII, «En el camino» es el que sufre mayor transformación, suprimiendo
este trístico perfectamente encajado en el poema:
Era de una ideal
Dulzura, su figura
Grave y pontifical.
El soneto «Rosa del suspiro» en la edición de 1920, pasa a llamarse «Rosa métrica»
conservando solamente alguna palabra y manteniendo prácticamente la primitiva
37
rima. Es un soneto totalmente rehecho, el cual transcribimos en ambas versiones
para un mejor contraste. He aquí el publicado en 1920:
Canto a la mujer trascendida en rosa que en sus tres últimos cuartetos alcanza
un sentido de cántico religioso cuya desaparición de sus obras completas no acerta-
mos a comprender, salvo como una paradoja, su última paradoja a la vida que le
había dado tan duramente la espalda.
Sigue la Clave II, «Rosa de Túrbulus» del apartado «Tentaciones» con algunos ver-
sos rehechos al igual que ocurre con la III, «Rosa de Oriente», con variaciones, y
así hasta la última parte del libro, «Talismán», cuyo primer soneto de 1920 «Rosa Sa-
lomónica», clave I, desaparece en la reedición de 1930, por lo que lo transcribimos
a continuación:
Es la tristeza divina herencia,
Corazón triste, buen corazón,
Sólo dolores labran conciencia,
Dolor es ciencia de Salomón.
Penas de amores la preferencia
Llevan. Sus flechas doradas, son
Ansias divinas, gozo y cadencia
De aquel salterio que oyó Sión.
Oyendo el canto de las sirenas
Voy peregrino sobre la mar,
Y con los hierros de mis cadenas.
Sigo la pauta de su cantar.
¡Sólo cantares divierten penas!
¡Cantó el Salmista para llorar!
Soneto por cierto no inferior a otros que respetó su autor y que por supuesto no
desmerece en absoluro del conjunto del libro. También sufre varias podas la Clave
II de esta sección, «Rosa de Abril», en la que suprime dos estrofas con estos versos:
Jardín azul, en donde el canto
De la alondra, escuchó Julieta!...
39
Jardín con ecos de su llanto,
Y una nostalgia de poeta!...
Y estos últimos del poema:
1920 1930
¡Adiós desengaños! ¡Adiós ilusiones!
¡Adiós ilusiones! Ya logran mis años
Ya logran mis años Las quietas razones
Las quietas razones. De los desengaños.
Y así llegamos al final de El pasajero, libro donde su autor nos deja, entre la ho-
jarasca modernista, más jirones de su alma a través de cuyas continuas correcciones
hallamos sin duda su mejor y más elocuente desviación trágica del final de su vida,
41
como aquellos versos últimos del libro, en los que Valle-Inclán nos dejó el mejor
ejemplo moral y senequista de su vida:
Quiero una casa edificiar
Como el sentido de mí vida...
Quiero en piedra mi alma dejar
Erigida.
versos de su «Karma» que en 1930 al releerlos los halló intocables, porque seguían
configurando la misma idea con que hacía diez años habían definido su vida.
El pasajero es sin duda su libro más modernista, pero también más confesional
y triste de Don Ramón.
La pipa de Kif
Este libro fue publicado el segundo en orden cronológico, 1919, pero al compi-
larlo en 1930 pasa al tercero y último lugar. Circunstancia que como dijimos antes
hay que considerar y respetar y alguna razón debió tener Valle para hacerlo así, sin
descartar, que ateniéndonos a su texto y contenido está más cercano a su última
época ya definida con el descubrimiento y la burla del esperpento. Si El pasajero
está lleno de intimidades líricas, cercanas a La lámpara maravillosa, este libro, La
pipa de Kif, representa en su obra poética la tercera y última etapa, premonitoria
del hallazgo del esperpento como visión radical de su obra posterior, visión nueva
que exigía un abandono definitivo de su obra anterior, cuyo ciclo lógicamente cie-
rra El pasajero; y así vemos cómo Valle-Inclán nos informa de su nueva visión burlo-
na de la realidad dándonos la clave en estos versos:
Y el pelado cuello
Estira el camello
Con largo resuello
Que termina en U.
Lo enarca y lo apura
Lo exprime y lo augura,
Toda la figura
Es un Gurugú.
Pero el Valle-Inclán que hacia 1920 había abandonado el verso, habría de publi-
car uno de sus mejores poemas después de 1930, cerradas ya sus «Claves líricas» y
por tanto no incorporadas a su libro. Recordemos entre algún otro, su trágico «Ré-
quiem», cuyo texto recoge en esencia la luctuosa situación del autor en sus últimos
años, y que no iba a mejorar hasta su adiós definitivo, la víspera de Reyes del año
1936. Veamos completo este hermoso poema, incomprensiblemente no incorpora-
do a sus Claves líricas en ninguna de las ediciones posteriores:
I
¡Voy caminando entre escombros!
La alforja del infortunio
agobia mis viejos hombros.
II
Halo de trémula albura.
Un aceite de difuntos
alumbra mi noche oscura.
III
En mi soledad nocturna
arrastro como alma en pena
mi cadena taciturna.
IV
Voy en la noche de lutos:
la boca, muda a la queja;
los ojos, al llanto enjutos.
V
Soplo de luz afligida.
Bajo el arco de la muerte
tiembla el odio de mi vida.
VI
¡Muerte bienaventurada,
toda mis esperanza cifro
en llegar a tu posada! 4
Versos estos que habría que restituir a su lugar, escritos junto a su escatológico
«Testamento» de esas mismas fechas, escritos cuando estando Don Ramón enfermo,
un periodista ofreció a la portera de la casas donde vivía cinco duros por la primicia
de la noticia de su muerte, macabra situación entre otras que le ofreció hasta el fi-
nal su vida, pero cuyo último gesto sería una víspera de Reyes cuando definitiva-
mente finalizó su vida con otra desgraciada y lamentable pirueta trágica y grotesca
ofrecida por esa sociedad cuya incomprensión mutua alcanzó tan lamentables tin-
tes.
Ángel Martínez Blasco
4
Publicado en «Blanco y Negro», enmarcada por una fotografía de Rodríguez, en el n.° 2,159 del 30 de
octubre de 1932.
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Sobre la estructura de Tirano Banderas
6
Vid, el capítulo que E.G. de Nora dedica a la novela social de preguerra en La novela española contem-
poránea. Madrid. Edit. Credos, 1968, t. II, segunda edición.
7
Dos autores han tratado el tema de forma sustantiva. P. Gil Casado La novela social española (1942-1968).
Barcelona. Edit. Seix-Barral, 1968 y S. Sanz Villanueva Historia de la novela social española (1942-1975).
Madrid. Edit. Alhambra, 1980, 2 vol.
8
Mateo Alemán Guzmán de Alfarache /. Madrid. Edit. Cátedra, 1979. Edición de Benito Brancaforte, p.
117 y ss.
9
M. de Cervantes La Galatea //. Madrid. Clás. Castellanos, 1968. Edición de J.B. Avalle Arce, p. 155.
10
M. de Cervantes Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Madrid. Edit. Castalia, 1969- Edición de J.B. Avalle
Arce.
11
Los números romanos indican la fragmentación que a cada libro ha impuesto el propio autor.
52
aquí el movimiento antecede a la descripción del lugar I, II, sin embargo, III y IV
mantienen el esquema de escena dialogada dentro de un espacio, V señala la salida
del Tirano y VI su contemplación de la estrellas.
La conclusión se torna evidente. Los tres libros se ordenan así: espacio descrito,
movimiento de entrada, espacio de reunión, movimiento de salida y descripción
espacial. Por tanto, la simetría es perfecta, el marco lo constituyen los lugares descri-
tos y en medio un balanceo de este signo: movimiento de entrada-núcleo de reunión-
movimiento de salida.
La exploración de los tres libros nos ofrece aún más datos sugerentes. Es sintomá-
tico que en las escenas estáticas se utilice mayoritariamente la descripción como modo
de construcción narrativa. La simetría aquí es del tipo descripción-diálogo-descripción.
Pero aún hay más. Los fragmentos enumerados se ordenan según un criterio cuan-
titativo, los iniciales son más cortos, se van agrandando progresivamente hacia un
eje —el dialogado— que es siempre significativamente mayor, para iniciarse desde
ahí un proceso inverso y se termina con fragmentos muy pequeños.
Todo ello revela la existencia de la simetría y también de la tripartición siempre
omnipresente. Y un hecho colateral de sutil interés, a los núcleos centrales se les
concede resalte especial, lo cual viene a entroncar sin duda con el relieve otorgado
a la parte cuarta, eje de todo el libro.
Sirva lo antedicho para insistir en la perfección constructiva y no he llegado a ex-
purgar aspectos de menor Ínteres siempre dentro de la línea propuesta.
Detallaré ahora algunos contrastes significativos para completar el panorama ex-
positivo.
No resulta sorprendente —hecho que ya adelanté— que el contraste como prin-
cipio organizativo tenga amplio acomodo en la novela. El desarrollo general de la
obra se convierte en el contraste básico, los dos grupos enfrentados invierten su rela-
ción respectiva tomando como referencia el comienzo y final de la obra.
A partir de aquí el principio es reiterado. Sabiamente O. Belic examinó algunos,
ahora bien, me demoraré en unos pocos como medio para realzar desde otro ángu-
lo la exquisitez narrativa.
Para toda novela hay que postular que cualquier elemento que la integre debe
tener una función determinada, de lo contrario se torna en peso muerto para el
conjunto.
En Tirano Banderas el principio del contraste sirve para funcionalizar aspectos
muy precisos de la narración al dotarlos de un sistema de referencias dual.
La repercusión que en la novela posee la muerte del hijo de Zacarías el Cruzado
es amplia y provoca una serie de movimientos continuados. El primero es la actitud
del padre que, bajo los principios de protección y defensa, trata de vengarlos. La
relación padre-hijo discurre por unos derroteros bien precisos.
Poco antes de su muerte Santos Banderas asesina a su hija para salvarla de la posi-
53
ble venganza de los rebeldes. Es indudable que la intención última puede ser de
bondad, pero es evidente que de forma malentendida.
En ambos casos el papel del padre permite caracterizar de forma contrastada a
cada uno de los personajes que he citado.
Comentaré otro contraste significativo. Los animales que a ía postre darán muer-
te al hijo del Cruzado son los cerdos. Aparecerán posteriormente en la novela
—fragmento IV, libro quinto de la cuarta parte—, pero esta vez con distinto signo.
Filomeno Cuevas ante la amenaza de una leva esconde al Coronel de la Gándara
en el chiquero. Si en el primer caso los cerdos provocan un suceso letal, en el segun-
do sirven de protección ai Coronel para ampííar su decurso vital. El contraste se me
antoja evidente. Pero ahora a través de un medio diferido que no estrictamente per-
sonal, lo cual prueba que para el autor todos y cada uno de los elementos del con-
junto contaban como piezas relevantes.
Intentaré probarlo del todo examinando un hecho similar ocurrido en otra novela.
Son ios mismos animales los que comen las orejas a Mario, eí hermano menor de
Pascual, (La familia de Pascual Duarte). En esta obra el acontecimiento no compor-
ta un movimiento narrativo ulterior y queda restringido a una amputación anató-
mica, pero sobre todo no posee correlato posterior que lo ensamble en el todo
narrativo.
La comparación posibilita extraer conclusiones sobre ía distinta funcíonaíizacíón
novelesca de un mismo motivo, bien se haga de forma simple o compleja.
En mi ánimo no estaba agotar la explicación de la obra valle-inclanesca, sólo in-
dagar su disposición para solventar problemas de construcción general. Con ello pre-
tendo contribuir desde el propio texto a la idea de perfección arquitectónica que
no creo pueda ser discutible.
Antonio Alonso
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Estructura de Vísperas septembrinas
(Primera y única parte de Baza de espadas)
;
Entre los valores más importantes que se pueden destacar en la obra de Valle Inclán está el uso que este
escritor hace del lenguaje; pero, a la vez, es éste uno de los más olvidados. Siempre se habla de la rica y
sugestiva adjetivación, de las brillantes sinestesias, de los fuertes contrastes entre los distintos niveles de
lengua que emplea Valle, etc., pero no hay un estudio que trate de estos temas en su conjunto y de un
modo total. Este y otros aspectos de la obra de Valle merecen, creo, una mayor atención.
2
Quiero recordar, sin embargo, el artículo de Julián Marías, «Vuelta al ruedo», Revista de Occidente, núm.
44-45, nov.-dic, 1966 donde observa el tono distinto que Valle da a Baza de espadas, donde empieza a
depurar el esperpento y a eliminar de él lo más obvio; el imprescindible estudio de e. S. Speratti-Pinero
«Las últimas novelas de Valle Inclán» en De «Sonata de otoño» al esperpento, hondón, Tamesis Books Ltd.,
1968, en el que se fija en el uso de la teatralización que contribuye a la caricaturización de situaciones y
de personajes; el artículo de Juan J. Gilabert, «Baza de espadas y el problema de España», en Papeles de
Son Armadans, año 15. vol, 58, núm. 173, agosto de 1970; o el más reciente y fundamental, libro de leda
Schiavo, Historia y novela en Valle Inclán. Para leer «Et ruedo ibérico» donde la autora localiza los relatos
publicados con anterioridad, que luego pasan, con importantes variantes, al texto de Baza de espadas. O
el reciente libro de Linda S. Glaze, Critical anaylisis of Valle Inclan's Ruedo ibérico, Miami, Ediciones Uni-
versal, 1984, que presenta un estudio de cada una de las tres novelas de El ruedo ibérico.
56
gos distintivos con respecto a La corte de los milagros y Viva mi dueño, que permi-
ten observar la evolución del estilo y de la técnica del autor, no ya comparando obras
distanciadas temporalmente, sino en el seno mismo de El ruedo ibérico.
Por otra parte, y es mi intención demostrarlo aquí, en Vísperas septembrinas se
descubre una disposición simétrica de sus elementos —conseguida por distintas vías—
pudiéndose afirmar la tendencia que muestra Valle, también en esta obra, hacia
una estructura concéntrica, pese a su carácter fragmentario. El hecho de que Víspe-
ras sea sólo un parte de lo que pudo ser Baza de espadas3 no es un obstáculo para
apreciar esta constante de Valle que es la búsqueda de la simetría; por el contrario,
favorece esta teoría cuando las simetrías aparecen incluso en una obra fragmen-
taría 4 .
Vísperas septembrinas se compone de cinco capítulos5 de variada extensión y de
escasa acción novelesca, con excepción del tercer capítulo o parte, «Alta mar», que
ocupa la parte central, es la más extensa, con gran diferencia sobre las demás, y la
única que desarrolla una amplia acción dramática. El resto de las partes se compone
de breves cuadros que intentan reflejar la situación de los Generales Unionistas y
de los «patriotas españoles» en los preparativos del levantamiento de 1868. Hay en
Vísperas septembrinas una multiplicidad de acciones y de lugares mayor de lo que
aparece en las dos novelas anteriores, La corte de los milagros y Viva mi dueño.
La primera parte trata de la agitación que se vive en Madrid en esas vísperas de
la Revolución, donde los rumores acentúan la inquietud, que queda plasmada en
esa frase que cierra el primero y el último capitulülo de esta parte: «¿Qué pasa en
3 Apareció en El Sol, los días 7-12, 16-19, 22-25, 25-26, 29-30 de junio; 1-3, 6-7, 9-10, 12, 15-17, 19 de
julio de 1932. Como ya señalo en la nota anterior, algunos de los episodios que aparecen en esta primera
y única parte de Baza de espadas, Vísperas septembrinas, ya habían sido publicados antes: «Otra castiza
de Samaría. Estampas isabelinas» (La novela de hoy, núm. 392, 15 de sept. de 1929), que pasa a integrar,
con importantes variantes y adiciones el tercer libro de Vísperas, titulado «Alta man; y «Vísperas de la Glo-
riosa* (La novela de hoy, núm. 418, 16 de mayo de 1930) que después formará parte del cuarto libro de
Vísperas septembrinas, «Tratos púnicos». He tomado estos datos del estudio de Leda Schiavo, citado en la
nota anterior, págs. 217-222, al que remito para observar el uso que el autor hace de estos textos.
4
La crítica, en general, o no atiende a la escritura de Baza de espadas, o parte del hecho de que, por su
carácter fragmentario, no tiene objeto considerar su estructura. Por citar dos extremos cronológicos, quiero
fijarme en Jean Franco que estudia la estructura de La corte y de Viva en relación con el tiempo en «The
concept of time in El ruedo ibérico», Bulletin of Hispanic Studies, vol. XXXIX, núm. 3, 1962; pero, ni
siquiera cita por ningún motivo, la tercera novela de la trilogía. oHaroldL. Boudreau, «The circular structu-
re ofVall-lnclan's Ruedo ibérico», PMLA, IXXXII, 1967, quien únicamente habla de la existencia de ligeras
señales que se dirigen a una estructura circular en %ÍZA. Y el estudio de Linda S. Graze, Op. cit., donde
rechaza la posibilidad de encontrar un esquema circular en la estructura de Baza, por su carácter fragmenta-
rio aunque considera que tal vez, si Valle hubiera podido continuar la obra, habría seguido la estructura
circular (Vid. págs. 160 y ss.).
5
Utilizo la edición de Baza de espadas, Madrid, Col. Austral, 1978, 3a ed. Quiero advertir que a partir
de aquí hablaré de partes, en lugar de capítulos —aunque mejor sería hablar de libros, según el contenido
de la última nota de este estudio— para evitar la confusión con el término capitulülo, o, incluso, capítulo,
que reservo para los distintos cuadros que componen cada una de las cinco partes que constituyen Vísperas
septembrinas.
57
6
Cádiz?» . La segunda parte de Vísperas se localiza en Cádiz, con una serie de es-
cenas que plasman la estancia de los generales detenidos en el fuerte de Santa Cata-
lina y las conspiraciones de militares y de civiles. La tercera parte la ocupa el viaje
del buque Omega, de Gibraltar a Londres, transportando a una serie de personajes,
todos ellos con implicaciones políticas. La cuarta parte se desarrolla en Londres y
en sus alrededores, donde tienen lugar distintas entrevistas de los revolucionarios
españoles con Prim, y del Pretendiente Don Carlos con diversos personajes políti-
cos. La quinta se localiza en Andalucía, Cádiz, Sevilla, Córdoba, a excepción de los
pasajes dedicados al General Prim que tienen lugar en Vichy y en Calais. Asistimos
en este capítulo al fracaso del primer pronunciamiento a causa de los militares que
a última hora no cumplen sus promesas y al inicio de la preparación del próximo.
Es ésta la parte menos coherente y presenta notables diferencias con el resto de Vís-
peras septembrinas, como demostraré más adelante.
6
Enlaza, a su vez, con el breve cuadro que aparece como comienzo y final absolutos de Viva mi dueño,
es decir, el texto que se presenta como primer capitulillo delprimer libro de Viva, que se repite en el último
capitulillo del último libro, con una sola variante. El texto es el siguiente:
«Chismosos anuncios difundían el mensaje revolucionario por la redondez del Ruedo Ibé-
rico, (.,.) el periquito gacetillero abre los días con el anuncio de que viene la Niña. ¡ Y
la Niña, todas las noches quedándose a dormir por las afueras!».
58
personajes que van interviniendo, manteniendo a la vez, la conexión con las refe-
rencias a la Banca que aparecen en el cap. I y XIII, que desempeñan la función
de introductor y epílogo.
Aparentemente parece que, con excepción de los cap. I y XIII, el resto no man-
tenga otra conexión que la locaüzación común en casa del Marqués de Salamanca.
Pero sí se analiza detenidamente el texto, es fácil descubrir abundantes elementos
coincidentes que obligan a relacionarlos, según la manera a que nos tiene acostum-
brados Valle Inclán: una simetría concéntrica, circular, asociando capítulos del prin-
cipio con otros del final y, así sucesivamente, reservando siempre un núcleo central,
a manera de eje que equilibra la distribución del relato. Paso a comentar las distin-
tas asociaciones que se pueden formar en esta primera parte, a excepción de los cap.
I y XIII, que ya he comentado.
Cap. II-XIII
En el cap. II se observa la presentación de Asmodeo, el cronista de La Época que
se dirige a ver al Marqués de Salamanca con una intención: «resolvió darle un sabla-
zo al Marqués de"Salamanca».
En el XII se distinguen dos partes: en la primera los asistentes a la reunión que
tiene lugar en casa del Marqués, «los sesudos carcamales de la disidencia moderada»
llevan a cabo otro tipo de sablazo —«hacían oráculos fumándose los habanos del
Marqués de Salamanca»—. Esta frase enlaza con la segunda parte de este capituli-
llo, que se centra en un personaje que ya hemos visto en el cap. II, Asmodeo.
Hay, además, una estrecha vinculación entre los dos textos, conseguida por la pre-
sencia en ambos de frases descriptivas de Asmodeo, con las variantes características
de Valle Inclán:
Asmodeo, tras morderse las uñas, resolvió darle un sablazo al Marqués de Salamanca. El bri-
llante cronista floreaba el junco por la acera...
(Cap. II, pág. 11).
El brillante cronista, entre un barato defloresretóricas, sacabafilosal sable, no menos meta-
fórico que la matona de los Generales Unionistas. El brillante cronista cobraba mal en La Época.
(Cap. XII, pág. 26).
En la última frase de este texto se nos explica la razón que tiene Asmodeo para
«dar el sablazo», situación que se inicia en el cap. II.
Cap. III-XI
En el capitulillo III el Marqués de Salamanca dialoga con Asmodeo, éste le expli-
ca que quiere proponerle un «negocio». En el capitulillo XI también aparece un
negocio por medio aunque relacionado con otro personaje. El Marqués de Salamanca
dialoga con el Marqués de la Habana sobre el puesto que han ofrecido a Adolfito
Bonifaz en Ultramar, por sus «servicios» en la alcoba real, puesto con el que el Pollo
Real quiere hacer un «negocio».
59
Cap. IV-X
Ambos capitulillos comienzan con una referencia a la riqueza del Marqués de
Salamanca, insistiendo preferentemente en objetos de lujo que éste exhibe en su
indumentaria —sin olvidar aludir al humo del veguero que siempre acompaña a
este personaje— (cap. IV); y en objetos de lujo que exhibe en su casa, con la misma
alusión al «humo de regaladas brevas», (cap. X). En ambos textos los elementos pre-
ciosistas contrastan con alguna expresión de claro matiz esperpentizador:
El procer velábase con el humo del veguero, con un remolino de moscas en disputa sobre la
luna de la calva. La pechera de pedrería, la cadena y los dijes del reloj, (...)
(Cap. IV, pág. 12).
Comedor de caobas. Aparatosa magnificencia de cristales y argentería: frutas antillanas y flo-
res de Turín: Beatos silencios: efusiones cordiales. Humos de regaladas brevas. El plafón de nu-
bes mitológicas descendía a las copas del champaña con un vuelo de ninfas en el gusto del Se-
gundo Imperio.
(Cap. X, pág. 23).
Todavía hay otro elemento que enlaza ambos capitulillos: en el IV, Asmodeo co-
menta al Marqués de Salamanca los rumores que corren por Madrid sobre la llegada
de «los Espadones de la Unión» a Cádiz. Y en el cap. X, el Marqués lee un telegra-
ma llegado de Cádiz, con el texto en clave que alude a los acontecimientos comenta-
dos en el cap. IV.
Cap. V-IX
La acción se centra en dos personajes de personalidades y actitudes tan opuestas
como Asmodeo, «el brillante cronista comenzó a moverse con títere de monosabio»
—que en este pasaje consigue «dar el sablazo, aunque obteniendo una cantidad de
dinero menor de la que pedía— (V); y la pretendida seriedad y tono responsable
de «El Señor Cánovas del Castillo peroraba con aspecto ceceo y engalle de la jeta
menestral» en «La Biblioteca (que) se solemnizaba de calvas» (X).
Ambos capítulos terminan con un pasaje en estilo directo, en el que destaca el
contenido despectivo y coloquial. En el primero de ellos (V), se aproxima al sentido
del aparte escénico:
Asmodeo puso los hombros en las orejas, batiendo la boca con risa de cabra:
— ¡Ese me venga!
(Cap. V, pág. 14).
El lacayo, que escuchaba tras la puerta, acudió a la cocina con la nueva:
— Dame un tragúete Jorge. Oyendo a ese tío se me ha secado la lengua. Ya puede servirse el
almuerzo.
(Cap. 9, pág. 23).
Cap. VI-XIII
En el cap. VI el Marqués de Salamanca recibe al Barón de Bonifaz, con el que
Cap. VII
Es el capitulillo central. Está construido, fundamentalmente, sobre el diálogo en-
tre el Marqués de Salamanca y el Barón de Bonifaz, situado entre dos hechos simé-
tricos. Al comienzo se alude a la ausencia de un personaje que ha intervenido en
el capítulo anterior:
El Marqués de Salamanca se hizo todo pompa y espuma cuando se vio a solas con el Gallo Real:
y al final se anuncia la llegada de un personaje que intervendrá en el cap. siguiente:
Otra vez el británico lacayo hacía su reverencia al filo del portier:
— El Señor Cánovas del Castillo. Lo he pasado a la biblioteca.
En el diálogo que se entabla entre el Marqués y Bonifaz, éste comenta que ha
perdido el favor de la Reina por influencia de Sor Patrocinio, la Monja de las Llagas,
y en compensación le ofrecen un puesto en Ultramar; a la vez informa al Marqués
de cómo la Monja es la responsable de los nuevos cargos palatinos, entre los cuales
ya no aparece el Marqués de Torre-Mellada.
Creo que este pasaje es importante por varios motivos:
a) En él asistimos al final de la historia amorosa de la Reina Isabel II y el Pollo
Real, Adolfito Bonifaz, que hemos ido conociendo a lo largo de La corte de los mi-
lagros y de Viva mi dueño.
b) Con el recuerdo de este episodio, Baza de espadas enlaza con sus hermanas
de trilogía. El personaje Bonifaz funciona, en este caso, de evocador de una situa-
ción y de unos personajes que no aparecerán en Baza de espadas y sobre los que
descansa el mayor peso de la acción de La corte de los milagros y de Viva mi dueño:
la Reina, Sor Patrocinio y Torre-Mellada.
c) Este capitulillo sirve también de enlace con el cap. inmediatamente anterior
y con el siguiente. En el cap. VI se ha tratado de un tema amoroso (Feliche y Brado-
mín); en el VIII, de un tema político. ¿Qué relación pueden tener ambos temas?
Generalmente se considera que el tema erótico, combinado con la religión y con
la muerte son temas característicos y constitutivos de las Sonatas, \ b quiero insistir
en que estos temas 7 , lejos de debilitarse o de perder vigencia en las obras poste-
7
En un estudio mío de próxima aparición, titulado Erotismo, religión y muerte en «El ruedo ibérico», tra-
to, con un abundante material, de estos temas.
61
riores, se enriquecen bajo la técnica esperpéntica adquiriendo matices nuevos y lle-
gan a El ruedo ibérico, como elementos indispensables a la hora de crear personajes
y situaciones, convenientemente elaborados y modificados de acuerdo con la exis-
gencia de la estética deformante. Aparecen tratados independientemente o —y esto
es lo más frecuente— combinados en una estrecha fusión. Aquí nos hallamos ante
la relación amor-religión, con una extensión muy frecuente en ambos temas, hacia
la política. En todo el ca. VII se puede observar esta asociación. Bonifaz interpreta
así el final de su «historia» y las causas de ese final:
¡Me lo he jugado todo y todo lo he perdido por servir a la Reinal
Se asombró con rubicunda soflama el Marqués de Salamanca:
— ¿Es posible?
— Me ha despedido con una escena de lágrimas.
— Volverá usted a consolarla.
— Se propone vivir santamente.
— ¿Qué candidez!
— No se puede luchar con Sor Patrocinio. ¡Me he sacrificado estúpidamente por servir los
intereses de ustedes, los de la disidencia moderada!
(Cap. VII, pág. 17).
A lo largo de todo el capítulo se desarrollan estos temas —la ruptura amorosa,
con unas connotaciones religiosa en la actitud de la Reina y sobre todo el recuerdo
de la influencia de Sor Patrocinio, y las repercusiones políticas que tiene— y enla-
zan, como ya hemos señalado antes, con el tema amoroso expuesto en el cap. VI,
y con el tema político que se desarrolla en el cap. VIII.
Según este comentario sobre la composición de los distintos capitulillos y su dis-
tribución, el esquema de «¿Qué pasa en Cádiz?» puede ser el siguiente:
XIII.
II 4 • XII
III « » XI
IV « * X
V < • IX
VI •VIH
Generales Unionistas
Patriotas gaditanos
8
La fábula de luces tropicales se refiere a «loros y cotorras». En el cap. X de esta misma parte: «loros
cotorras, embadurnados los picos de chocolate, ordenan la maniobra, con voces de zafarrancho: ¡A
¡Á estribor! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!».
63
Según la localizadón, con excepción de los cap. I y XII, los demás se organizan
por pares:
•A— 1
B — 2*^.
g ^ ^ ^ Fuerte de Santa Catalina
C — 4
Casa de Doña Juanita Custodio
C —5
E— 8
«Interiores» en Cádiz: Fonda de la Marina (hospedaje de López
E - 9 de Ayala) y casa del Brigadier Topete
F- 10"
F W^-** El Vulcano
A — 12
9
Sólo al final del cap. Vil, la acción se desarrolla en un interior, un almacén donde se reúnen los revolu-
cionarios.
64
to, un nudo y un desenlace, con unos personajes perfectamente creados, por lo que
muy bien podía tener autonomía con respecto al resto de Vísperas septembrinas
y ser un relato independiente. Pero Valle lo engarza en el resto del libro, colocándo-
lo en el centro de las cinco partes que lo constituyen.
Los 39 capitulillos se organizan simétricamente, teniendo como núcleo central
el capitulillo 20 que es, además, el que señala el final de una serie de acontecimien-
tos, los que se refieren al episodio en torno al triángulo: «la Sofi», Fermín Salvochea
y «el Inda».
«La Sofi» sufre un ataque epiléptico y, a partir de aquí, las relaciones entre ésta
y Fermín se basan en la compasión que éste siente hacia ella. A la vez se inicia otra
serie de incidentes, que se desarrollan en los capitulillos posteriores, como la rela-
ción entre El Pollo de los Brillantes y doña Baldomera, cuya presentación tiene lu-
gar en este capitulillo XX de una manera todavía anónima: «Una señora con papi-
llotes y peinador de lazos»; la misma doña Baldomera inicia otra relación, basada
también en la compasión, con Indalecio, estableciendo así un paralelismo, aunque
contrapuesto, con la pareja formada por Fermín Salvochea y la Sofi. A partir del
cap. XX se observa también un cambio en Bakunin: su intervención se hace más
intensa.
El resto de los capitulillos se relacionan, manteniendo un orden simétrico de co-
rrespondencia entre los primeros capítulos con los últimos, y así sucesivamente. Las
relaciones pueden surgir por coincidencias de contenido, de forma, de localización,
o, también, por contraste.
Por el elevado número de capitulillos que forman esta parte, resulta difícil hacer
un esquema que explique gráficamente los grupos formados por las distintas aso-
ciaciones, pero sí comentaré dichos grupos.
10
En muchos pasajes se observa la relación BaJkunín-El Pollo de los Brillantes: la aparición o presencia de
uno se corresponde con la del otro.
66
el Pollo de los Brillantes, según he explicado antes— expone sus teorías ante los
revolucionarios españoles.
b) Entre los cap. V y XXXV surgen lazos de unión a través del lugar donde se
desarrolla la acción: lugar cerrado, la cantina del barco (V), el comedor del barco
(XXXV); en los dos capitulillos hay alusiones a algún juego de naipes; y, sobre to-
do, en ambos tiene gran importancia la descripción de la luz:
Las candilejas de petróleo apenas alumbraban en la niebla del humo.
(Cap. V pág. 59).
En la niebla del humo, la candileja del mostrador tenía una luz triste y remota de faro en
niebla de náufrago.
(Cap. V, pág. 60).
Cap. vn-xxxm
En el cap. VII aparece la primera intervención prolongada en el diálogo de Fer-
mín Salvochea. Aquí con el calmuco. En el cap. XXXIII aparece la última interven-
ción de Fermín Salvochea.
Cap. vin-xxxn
En estos dos capitulillos hay términos, ideas y situaciones paralelas. En el cap.
VIII intervienen Fermín y el calmuco. En el cap. XXXII Fermín, «la Sofí» e Indale-
cio. En ambos, Fermín Salvochea " sufre por las palabras del calmuco contra Ba-
" Este personaje está Ubre de la deformación esperpentizadora a que Valle somete sistemáticamente a sus
personajes. Hay otro personaje al que el autor respeta en todo momento: es Feliche Bonifaz, que en estas
novelas de El ruedo ibérico forma pareja con un Marqués de Bradomín maduro, tronico, pero afectuoso.
67
kunin (VIII) y por la desventura de «la Sofi» (XXXII). Defiende a Bakunin de las
acusaciones del calmuco (VIII) y de las palabras de Indalecio contra «la Sofi» (XXXII).
Se refiere el calmuco al amor de Bakunin por el dinero de los demás (VIII), y en
el cap. XXXII, Fermín e Indalecio también hablan de dinero y dice Fermín:
(...) me avergüenzo porque no siempre he comprendido mi deber, y viví mucho tiempo como
un vago. (...) Pero, ¿puede ser mío lo que otros han ganado? ¡El trabajo ajeno!
El Maestro distribuye su dinero entre los menesterosos, pero a condición de que los amigos
no le cierren la bolsa. Se adelanta a la hora del reparto Socio/con una bella sonrisa para los Cresos.
(Cap. VIII, pág. 64).
Hay que observar que en el texto anterior utiliza el adjetivo rencorosa para des-
cribir el rictus de envidia que se refleja en Indalecio. También en el cap. VIII, apare-
ce este mismo adjetivo referido al calmuco:
Cap. IX-XXXI
Hay una serie de coincidencias y de contrastes entre estos dos capitulillos. El cap.
12
Se refiere a que Bakunin, en una ocasión, se encuentra con Indalecio en el sollado del barco y fuma ta-
baco de éste.
68
IX se desarrolla en el sollado. Dialogan la Sofi e Indalecio. El cap. XXXI presenta
dos partes: la primera, en el sollado, se reduce a un diálogo entre la Sofi y Fermín 13
y la segunda parte, se desaroUa en cubierta con intervención de los personajes cita-
dos, además de Doña Baldomera y Don Teo.
Hay varios puntos de contacto que vamos a enumerar:
a) En ambos capítulos hay una referencia a la música del acordeón tocado por
Indalecio y al rumor de las olas:
Entre el martillo del oleaje desgranaba sus notas un acordeón de emigrante. (...) Indalecio,
sentado en su litera, los pies colgando, cantaba con una acompañamiento de acordeón (...)
El chulo volvió a teclear, con un postinero entorne de párpados.
(Cap. IX, págs. 66 y 67).
Y en cap. XXXI:
Al mismo tiempo le acudía un recelo compasivo, una alarmada timidez de mostrarse duro
con aquella desvalida criatura.
(Cap. XXXI, pág. 128).
c) Frente a la falta de pudor de «la Sofi» en el cap. IX:
La rubiales se incorporó, oprimiéndose las sienes y salió del camastro, desatadas las faldas, un
pecho fuera (...) La prójima, sin cubrirse el pecho desnudo, se ataba las faldas.
(Cap. IX, pág. 66).
t}
Esta primera parte, con el diálogo entre la Sofi y Fermín viene a ser el contrapunto de la escena
se desarrolla en el cap. IX, diálogo entre la Sofi e Indalecio.
69
— (...) ¡Sofi, francamente, eres un solemnísimo pendón!
(Cap. IX, pág. 133).
Cap. X-XXX
En el cap. X Bakunin intenga apaciguar a Indalecio y la Sofi tras la disputa que
han tenido. En el cap. XXX Doña Baldomera intercede ante varios personajes para
ayudar a Indalecio que está en el banco de los presos.
Cap. IX-XXIX
Estos dos capitulillos presentan las dos caras opuestas que tiene la personalidad
de Bakunin. En el cap. XI Bakunin habla con Fermín Salvochea, critica al calmuco
y previene a Fermín contra éste:
— (...) Engáñale sin escrúpulos... ¡Guárdate del Boy!
(Cap. IX, pág. 68).
Más adelante hay una frase que resume perfectamente este aspecto de Bakunin:
Después de haber desahogado toda la hiél de su resentimiento, se persuadía de volver a que-
rerle.
(Cap. IX, pág. 70).
(...) Es preciso desencadenar todas las malas pasiones, pero no con un fin particular, sino uni-
versal. No contra el individuo, sino contra el Estado.
(Cap. XXIX, pág. 21).
Pero, en el cap. XI hemos visto descargar sus malas pasiones contra un individuo,
el calmuco.
Hay otros dos puntos de contacto entre estos dos capitulillos: en el cap. XI Baku-
nin aconseja a Fermín Salvochea que se entreviste con los revolucionarios españoles.
En el cap. XXIX Bakunin se entrevista con los revolucionarios españoles.
Cap. XII-XXVIII
Ambos se desarrollan en cubierta. Hay varios puntos coincidentes:
a) La Sofi llora por la paliza que le ha dado Indalecio. Fermín se compadece de
ella (XII). Por otra parte, Indalecio está preso en el cepo y Doña Baldomera, com-
padecida, pide comprensión y clemencia para él (XXVIII).
b) Antes, Fermín ha expuesto en estilo libre indirecto sus «vagos sueños de revo-
Cap. XIII-XXVII
La acción se centra en la relación entre la Sofi y Fermín Salvochea y en la interpre-
tación —novelesca— que otros personajes hacen de dicha relación. En el cap. XIII
Fermín dice a Bakunin que no ha podido entrevistarse con los revolucionarios espa-
ñoles y Bakunin le responde:
(Doña Baldomera)
— ¿No habrán sido los celos el móvil de todo? ¡Una tempestad de celos! Ese hombre es un
violento, ¡hay tal pasión en sus palabras! ¡Si ustedes pudiesen entenderlas, acaso no le juzgasen
tan criminal!
Cap. XV-XXV
En ambos capítulos Bakunin e Indalecio reciben una ayuda. Paul y Ángulo, del
grupo de revolucionarios españoles, da una bolsa de dinero a Fermín para resolver
la situación económica de Bakunin (XV). Doña Baldomera se compadece de Inda-
lecio, preso en el cepo y mojado por la lluvia, lo cubre con una manta para que
entre en calor y se ofrece a traerle un café con ron.
Cap. XIX-XXI
Hay varios elementos que se corresponden:
a) En el cap. XIX Don Teo convence a Indalecio para que se entregue tras su agre-
sión a Fermín, y le prepara su defensa: Fermín intentaba «camelar» a la Sofi, dándo-
le la bolsa de dinero. Indalecio teme que la Sofi cuente la verdad. En el cap. XXI
Doña Baldomera cuenta al Pollo de los Brillantes la agresión de Indalecio a Fermín
y entre ambos deducen una versión que coincide con la defensa que ha inventado
Don leo en el cap. XIX. Por otra parte, la Sofi confiesa a Fermín los verdaderos
motivos de la agresión de Indalecio.
b) Don Teo e Inda hablan de la misión que tienen que cumplir en Londres: asesi-
nar a Prim (XIX). En el cap. XXI los revolucionarios comentan el suceso protagoni-
zado por Indalecio, uno de ellos explica quién es Indalecio y de qué lo conoce, pero
no presume el verdadero motivo de su viaje a Londres, que el propio Indalecio aca-
ba de conocer en el cap. XIX.
c) El cap. XIX termina con una copla cantada por Indalecio que enlaza con otra
que da comienzo al cap. XXI.
Cap. XX
No se corresponde con ningún otro capítulo y la condición imparte de este capi-
72
tulillo es importante porque no sólo marca el centro exacto del libro, sino que, co-
mo vimos al principio de este apartado, divide los acontecimientos que constituyen
la acción de libro «Alta mar» en dos partes diferenciadas.
B — II
B — III — Casa de Prim
B — IV
C — V
C — VI
C — VII Presencia de don Carlos en: Wentworth, casa del Conde de Morella (V,
C — VIII VI, VII); Londres (VII); la Rotonda de los Tiroleses (IX).
C — IX
B—X
B — XI — Casa de Prim
B — XII
14
Hay que recordar que Valle-Inclán era muy aficionado a las ciencias ocultas en general (Véase E.S. Spe-
ratti Viñero, El ocultismo en Valle-Inclán, hondón, Tamesis Books Ltd., 1974) y a utilizar algunos números
por su valor cabalístico como el 3, o su múltiplo 9, que se refleja no sólo en la estructura externa (n.° de
capítulos, etc.), sino que aparece señalada en algún texto. En Baza de espadas, en boca de Paul y Ángulo;
«—Otra sentencia de muerte, y son dos. Falta una tercera, y también te digo que de ese número cabalístico
no escapa». (Baza, pág. 189).
74
septembrinas, todas tienen título—, que muestran una exacta simetría concéntrica
en el plano del contenido —se desarrollan tres historias distribuidas simétricamen-
te, también en Vísperas hay tres núcleos arguméntales— y en la localización de la
acción. En las dos novelas se distingue un centro, en La corte aparece en los libros
4-5-6, y en Viva coincide con el libro 5 n-
Según esto dejo en el aire la siguiente pregunta: ¿Sería muy aventurado e impru-
dente suponer que «Albures gaditanos» (parte —o libro— 5) no es el final de Vís-
peras septembrinas, sino el centro —podríamos, incluso, pensar en que el propio
apartado «Albures gaditanos» no llegó a ser concluido, y explicaría la ausencia de
coherencia entre sus capituiilíos— de ios 9 übros que formarían la truncada Baza
de espadas?lfl
n Los esquemas de La corte de los milagros y de Viva mi dueño son los siguientes:
Corte Viva
A- l- La rosa de oro A- 1- Almanaque revolucionario
B 2- Ecos de Asmodeo B- 2- Espejos de Madrid
B- 5 EJ coro de !os Carvajales C 3- El yerno de Gálvtz
C 4- La jaula del pájaro B- 4- Las reales antecámaras
C J- La soguilla de Caronte D~ 5- Cartel de ferias
C 6- Para que no cantes B 6 Barato de espadas
B- 7- Malos agüeros C- 7- El Vicario de los Verdes
B- 8- Réquiem del espadón B- 8- Capítulo de esponsales
A- 9- Jornada regia A- 9- Periquito gacetillero.
10
La composición de La corte y de Viva casi obliga a establecer un paralelismo con lo que pudo —en. hi-
pótesis— ser Ba2a de espadas. Sin cantar con otros materiales, que tal vez la fortuna nos pueda facilitar
algún día, y tomando como base únicamente la localización de las acciones que transcurren en las distintas
partes de Vísperas setembrinas, podemos formar el siguiente esquema sobre las partes conocidas;
1- ¿Qué pasa en Cádiz? - Madrid
2- La venta de los Enanos - Cádiz
i- Alta mar - Omega
4- Tratos púnicos - Londres
5- Aibures gaditanos - Andalucía, Vichy, Calais,...
y los supuestamente imaginados, recordando los esquemas de La corte y de Viva, muy bien podrían volver,
en un movimiento contrario, sobre los mismos lugares:
6- - Londres
7- - Omega
8- - Cádiz
9 - Madrid
Hay algunos elementos que —sin buscarlos exhaustivamente, ni dedicar mi atención, por ahora, a su
búsqueda— que permiten esta conjetura; algunos personajes que en Vísperas setembrinas viajan a Londres
en el Omega, en relatos posteriores los volvemos a encontrar localizados en Madrid. Es el caso de Fermín
Salvochea, la Sofi, Indalecio y Don Teo, que intervienen en la acción de El trueno dorado, publicación pos-
tuma de Valle-Inclán.
1
Cardona, R. y Zahareas, A. N,, Visión del esperpento, Madrid, Editorial Castalia, 2.a ed., 1980.
76
espectador y la obra. El diablo, al reírse de los humanos, se rebaja a su humana
condición, puesto que de una manera u otra le conmueven el ánimo. Don Estrafa-
lario argumenta efectivamente de este modo. El buen autor no se comporta como
el diablo de Orbaneja, sino que sus personajes y las acciones de éstos le son indife-
rentes. Como un demiurgo se encuentra por encima de ellas, en el aire. La literatu-
ra de esta época se diferencia así de la tragedia clásica, en la que los personajes son
observados desde un plano inferior, y de la tragedia de Shakespeare, en la que per-
sonajes y espectador se encuentran a la misma altura. Sin embargo, en esta ocasión
Don Estrafalario no es muy acertado en sus observaciones y la concepción del teatro
de Valle y su práctica hacen de la risa un elemento distanciador primordial. La cari-
catura, la parodia, la tradición de lo grotesco, y por tanto, en cierta medida el esper-
pento, provocan la risa en la tensión misma entre el reconocimiento y la distancia.
La vis trágica exige sumisión o identificación del espectador con la obra, la cómica no.
El cuadro cumple aún otra función dentro del esperpento, más obvia y menos
problemática que la anterior, y que se relaciona con la de los otros dos géneros artís-
ticos. Se trata de pintura también «popular», puesto que se vende en la calle y es
un ejemplo de que la teoría valleínclaniana tiene pretensiones teóricas generales.
Los cuernos está dedicado básicamente a la literatura, pero su valor es el de una
reflexión sobre el arte y la estética españoles. Si bien el mediocre cuadro de Orbane-
ja tiene antecedentes geniales en Goya, la literatura no los encuentra desde Queve-
do o, en el juicio más severo de Don Estrafalario, desde Cervantes2. Desde enton-
ces, de Calderón a Echegaray, aludidos directamente en esta obra, el arte ha presen-
tado inevitablemente una falsa imagen de España a través de medios caducos de
expresión de viejos valores. La literatura popular, como los romances de ciego, esta-
ban también contaminada por la ideología de poderes claramente conservadores.
Los españoles se miraban en una literatura radicalmente falseadora de su realidad
y de su tradición, se reconocían en ella y pretendían actuar de acuerdo con sus con-
cepciones. Ese español es Don Friolera. El espectador está representado en él, pero
la identificación no llega a producirse. Estriba en ello el empeño de Valle por crear
un teatro distanciado.
2. La literatura popular no es, como vemos, ensalzada indiscriminadamente por
Valle. Sin embargo sólo una literatura de este tipo, poseedora de una tradición de
lo que podríamos llamar en general lo «grotesco», puede ser portadora de otros va-
lores que los impuestos. El esperpento es una revalorización de esta tradición litera-
ria y estética que sólo pervive en ciertas formas o subgéneros.
En esta ocasión el esperpento los utiliza básicamente en dos sentidos, uno implí-
cito y el otro explícito.
El primero consiste en el uso de un subgénero al gusto de la época, la parodia \
Los cuernos son la conversión del Ótelo shakespearano en saínete. Pero a esta paro-
2
Quevedo escribe con una intención moral inmediata, mientras que en Cervantes ésta no es tan evidente,
i Zamora Vicente, A,, La realidad esperpéntica, Madrid, Gredos, 1969.
77
dia fácil se impone la que es fundamental, la del teatro calderoniano. Este esper-
pento comparte aparentemente el asunto de los celos con la tragedia de Shakespea-
re, pero sólo superficialmente es una parodia de Ótelo.
Su asunto no son los celos, sino la honra. Los personajes no están impulsados por
pasiones propias sino por los designios de un sentido del honor barroco español.
Por eso tampoco es fundamental la cita de Echegaray, convertido en un mal epígo-
no de nuestro teatro del XVII.
En un segundo sentido que nos interesa directamente, la literatura popular es uti-
lizada, presentándola como objeto con entidad propia en el prólogo y el epílogo.
El guiñol, como forma prístina de ésta, es enfrentado al romance de ciego. El signifi-
cado de estas dos piezas en el esperpento reside en poner el relieve la relación entre
literatura y realidad por un lado y, entre el esperpento y los géneros mostrados, por
otro. La obra en su totalidad crea una «realidad» y su literatura, las once escenas
centrales más el prólogo y el epílogo.
El lector tiene acceso a la trama en su totalidad en las escenas centrales, el esper-
pento propiamente dicho, es decir, que la obra tiene un primer grado de acerca-
miento a la realidad en ellas, mientras que el guiñol y el romance, la relatan. Aun-
que tienen cierta independencia forman parte de la obra en su totalidad, igual que
la literatura que representan forma parte de la realidad representada. El orden es-
tructural es también cronológico. El guiñol del prólogo presenta acciones esquema-
tizadas, personales-tipo y no pretende, por tanto, ser la crónica de unos aconteci-
mientos que, por otro lado, todavía no han ocurrido. A continuación se suceden
los hechos y después el romance los narra según un código realista. Los intelectuales
en su diálogo sitúan también la acción en el tiempo.
El guiñol es valorado positivamente y el romance negativamente. No obstante
estas apreciaciones no tienen que ver con la objetividad de las representaciones. La
acción del guiñol no se corresponde exactamente a la que se supone real. Los perso-
najes no se corresponden, excepto en el caso del protagonista, Don Friolera, cuya
figura se convierte en emblemática. El romance, por el contrario, se adecúa perfec-
tamente a los acontecimientos, pretende ser su crónica. Describe el lugar de la ac-
ción, los personajes coinciden y sus actos también: un marido, que busca lavar su
honra, mata por error a su hija. ¿Por qué es rechazado el romance siendo así que
recoge los hechos reales, y no el guiñol, que termina con la resurrección de una muerta?
Aquel, aunque recoge toda la hazaña, merece la exclamación «Este es el contagio,
el vil contagio, que baja de la literatura al pueblo» 4 . Esta denuncia de toda litera-
tura debe entenderse como la crítica a la colonización cultural de la literatura popu-
lar, esto es de su ideologización. El canal de comunicación es todavía popular, el
romance en la calle, aunque como observan los intelectuales el romance de ciego
era un género sensacionalista, «periodismo ramplón». Se trata de la manipulación
4
Los intelectuales, sobre todo Don Estrafalario, aunque esperpentizados, son personajes neutrales. Sus jui
cios no son irónicos, sino que deben ser tenidos en cuenta casi literalmente.
78
ideológica de un género popular y de un contenido real. El ciego, personaje emble-
mático de Valle, es en esta ocasión cantor y mero instrumento de una ideología,
en contraposición al bululú, ciego lúcido que retrata una sociedad en que se mueve,
libre de la ceguera ideológica.
Ya que no es básicamente una cuestión de fidelidad a los hechos, de realismo,
la deformación ideológica se produce a través de mecanismos técnico-formales, en
la utilización de la lengua y en la valorización implícita de los hechos, a través de
la mera retórica.
3. Destacan en el romance su contenido y su intención moralizantes. Esta moral
se hace manifiesta en sentencias o exclamaciones de carácter religioso o heroico. Pe-
ro lo puramente ideológico es la identificación de religión, patriotismo y militaris-
mo como componentes indisolubles de esa moral. Don Friolera tiene un imperativo
moral que cumplir por militar, católico y español. La ética es una cuestión primaria-
mente pública, casi una cuestión de Estado, «Tiene pena capital el adulterio en Es-
paña».
En cuanto al carácter militar, se trata de configurar una figura de comportamien-
to intachable y cuyo carácter principal sea su pertenencia a la milicia. El militar lo
es tanto en campaña como en casa y, además, forma parte de una categoría social
privilegiada. El oficial protagonista de los hechos tanto lava su honra como sirve
a su patria. Su posición en la sociedad le exige una conducta modélica. El romance
se refiere a Don Friolera con insistencia como «el oficial valiente» (en tres ocasiones),
y así la valentía se convierte en su característica principal, cuando la realidad nos
mostraba un personaje débil, un fantoche apodado Don Friolera.
La «realidad», el esperpento insistía en el hecho de que se trataba de un cuerpo
militar, el de carabineros, cuya función no es propiamente guerrera, sino de vigi-
lancia de fronteras. El romance omite cuidadosamente toda referencia a este dato
y crea una leyenda militar y nacionalista. Como el Cid, «él sólo mató cien moros/
en una campal batalla», así pues, pertenece a la más noble estirpe de sangre españo-
la. La invención de la leyenda, es decir, de la mentira, no es lo más significativo,
sino la omisión de los hechos verdaderos (aún sin mentir) y la identificación implí-
cita del personaje con héroes del pasado. La situación histórica de colonialismo afri-
cano hacía coincidir los valores militares y nacionales, escondiendo el hecho eviden-
te de la decadencia. La acción discurre en San Fernando del Cabo, fácilmente iden-
tificare con alguna ciudad costera andaluza.
El componente religioso está íntimamente ligado a convencionalismos o actitu-
des sociales, desde las invocaciones populares, como «¡Sagrada Virgen María!», hasta
el tema del adulterio, considerado sólo desde la perspectiva de la honra y como cues-
tión principalmente pública. El coronel de la plaza recibe los macabros trofeos (las
cabezas cortadas de los adúlteros) e impone la condecoración al marido vengado.
Una mujer en esta situación tiene todas las desventajas porque no es portadora
de ninguno de los valores mencionados. Desaparece toda duda sobre su inocencia
y es implícitamente acusada de la muerte de su hija, obligada acompañante de su
J
la única intervención expresiva del narrador en el romance le hace aparecer subyugado por la magnifi-
cencia de los acontecimientos: «... la voz tiembra en la garganta! al narrar el espantoso! desenlace de este
drama».
6
El medico de su honra, sobre el mismo tema finaliza en estos términos: «Con esto acaba! El médico de
su honra. Perdonad sus muchas faltas».
81
esperpento es capaz de abarcarla en toda su profundidad. La dialéctica entre litera-
tura y realidad en Los cuernos es interminable.
Existe el convencimiento de que sólo el esperpento puede agotar la realidad, porque
ésta es esencialmente esperpéntica. Como insisten Cardona y Zahareas, «por ejem-
plo son absurdos de la España contemporánea el tradicionalismo, el liberalismo, el
carlismo, los pronunciamientos, el vals de los ministerios, ios desastres del 98 y de
Melilla, el clericalismo, el maurismo, etc.»7. El teatro de Valle, como más tarde el
de Brecht, parte de la premisa básica de que sólo una estética deformada puede
ser adecuada a un objeto que también lo es. Representar según los cánones del or-
den, del acabamiento formal, del racionalismo mecánico es transferir al mundo creado
estos rasgos hasta cierto punto. Por lo tanto sólo un teatro distanciado, desgarrado
y absurdo y contradictorio en su forma, es válido en términos casi meramente realis-
tas. Así «una vez que el mundo se le presenta como algo extraño al espectador, se-
mejante visión causará en él un deseo de cambiarlo»8.
Los cuernos de Don Friolera completa la visión de una situación histórica con la
de su literatura y la presenta en toda su complejidad. No sólo el arte tiene una vida
independiente de la realidad misma, sino que posee un grado de influencia sobre
ella. Se retrata una sociedad que se crea y se recrea en una ideología caduca y reac-
cionaría. La «mala literatura» de la que habla Don Estrafalario funciona con éxito
como portadora de ideología, es decir, promueve un comportamiento social deter-
minado y lo consigue. La España colonial se siente reflejada en sus romances de cie-
go y en el teatro barroco y se imita a sí misma hasta el colmo de la inconsciencia.
En este círculo patético «Sólo pueden regenerarnos los muñecos de Don Fidel».
7
Cardona, R. y Zahareas, A. N-, op. cit., p. 37.
8
ídem., p 160.
Valle-Indán. Caricatura de Garría Cabral
I
El domingo cinco de enero de 1936 Valle Inclán moría en un sanatorio de Santia-
go de Compostela. El año trágico de la vida civil española de este siglo se abría con
el fallecimiento de la figura cimera del grupo de modernistas del 98. Numerosos
artículos trazaban la semblanza del genial autor de Luces de bohemia: Manuel Aza-
ña lo evocaba desde las páginas de Política: «artista de raza, padecía la ansiedad
exasperante de un «debe ser», según el dictado de la belleza»1; José Díaz Fernán-
dez desde esas mismas páginas escribía: «su altivez esa prenda segura de un alma
incorruptible»2; Rafael Cansinos Assens sentenciaba, «el modernismo se ha ido de-
finitivamente con Valle Inclán»3 en las páginas de La Libertad. La noticia de su
muerte ocupa la pluma de Juan Ramón Jiménez, José Bergamín, etc. Tardíamente,
cuando ya ha entrado el nefasto verano del 36, poco antes de que se inicie la guerra
civil, un joven del 98, envuelto ahora en su madurez en la retórica del conservadu-
rismo con veleidades de fascismo declarado, Ramiro de Maeztu, traza una espléndi-
da semblanza del escritor gallego desde las páginas de ABC4.
La evocación que Maeztu realiza de Valle se articula sobre tres ejes: su personali-
dad, su obra y su influencia. Como en otros tantos recordatorios se señala su condi-
ción de actor que necesita el mundo todo como escenario y todos los asuntos del
cielo y de la tierra como tema:
' Azaña, M.: «En la muerte de don Ramón». Política (7-1-1936). Cito por Esteban, ) . : Valle Inclán visto
por... Madrid, Ed. de El Espejo, 1973; p. 137.
2
Díaz Fernández, ].: «Sobre todo artista». Política (7-1-1936). Cito por Esteban, ].: Valle Inclán visto por...
ob. cit.; p. 148.
•' Cansinos Assens, R.: «En la muerte de Valle Inclán». La Libertad (7-1-1936). Cito por Esteban, ].: Valle
Inclán visto por..., ob. cit.; p. 156.
4
Maeztu, R.: «.Valle Inclán». ABC (8-VII-1936). Autobiografía (ed. V. Mañero). Madrid, Editora Nacional,
1962; p. 104-108. También puede leerse en Esteban, } . : Valle Inclán visto por..., ob. cit.; p. 157-161.
Siempre citaré por la primera referencia.
84
un hombre nacido para que los demás le contemplaran y admirarán 5
escribe Maeztu en celoso paralelismo con otras evocaciones contemporáneas. Sin em-
bargo, dentro de ese conjunto de lugares comunes que incluso alcanza al retrato
del autor de las Sonatas, Maeztu subraya dos rasgos: su condición de hidalgo pobre
y su ingenio caustico y despiadado:
Dos rasgos que difícilmente podían pasar desapercibidos para el escritor vasco dado
que, como veremos, en una temprana semblanza de Valle Inclán enfatizaba sobre
esas mismas peculiaridades, que constituyen elementos defínitorios de la personali-
dad del genial escritor gallego. Y, así es, en efecto, pues este hidalgo pobre soñó
desde bien joven con la altanera suerte de los capitanes aventureros y aspiró a emu-
lar las gestas y hazañas de sus antepasados, como queda patente en la fantástica
autobiografía que ve la luz en Alma Española:
Estuvo al comienzo de mi vida llena de riesgos y azares... Una vida como la de aquellos segurr——-
dones hidalgos que se enganchaban en los tercios de Italia para buscar lances de amor, de espada
y de fortuna. 7
De niño, y aun de mozo, la historia de los capitanes aventureros, violenta y fiera, me había
dado una emoción más honda que la lunaria tristeza de los poetas.8
Pero todos esos afanes y querencias debieron ser orillados. La delirante y quijotes-
ca necesidad de aventuras acabó en franco desengaño. De ese desengaño, que se
hace patente al mismo tiempo que la crisis finisecular, surge su literatura modernis-
ta y su estética idealista a la que nunca renunció en el dilatado itinerario de su obra.
El propio Valle lo recuerda en su breviario estético:
Pero los sueños de aventura, esmaltados con los colores del blasón huyeron como los pájaros
del nido... Luego dejé de oírlos para siempre. Al cumplir los treinta años, hubieron de cercenar-
me un brazo, y no sé si remontaron el vuelo o se quedaron mudos. ¡En aquella tristeza me asistió
el valor de las musas! 9
!
Maeztu, R.: «Valle Inclán». Autobiografía, ob cit.; p. 104.
6
Maeztu, R.: «Valle Inclám. Autobiografía, ob cit.; p. 104-105.
7
Valle Inclán, R.: «Juventud militante». Alma Española (27X11-1905).
8
Valle Inclán, R.: La lámpara maravillosa. Madrid, Espasa-Calpe (Austral), 1960; (I, 1), p. 20.
9 Valle Inclán, R.: La lámpara maravillosa, ob. cit.; (I, 1), p. 19.
85
sido don Ramón en el fondo, un Hernán Cortés que buscó en la obra literaria el
soñado sucedáneo de una hazaña heroica imposible en el medio histórico de su vi-
da, tan mediocre y alicorto?«l0, se convierte en categórica afirmación en un estu-
dio del profesor Antonio Vilanova sobre las bases ideológicas del modernismo de
Valle Inclán: «Desengañado de la mediocridad y ramplonería de una España de cha-
ranga y pandereta, cuya frivolidad e inconsciencia tienen su más típico exponente
en el desgarro populachero y casticista del arte flamenco, la tauromaquia y el géne-
ro chico, el patriotismo quijotesco y nostálgico de Valle Inclán vuelve los ojos hacia
las glorias de nuestro pasado histórico, en cuyas gestas, descubrimientos y conquis-
tas encuentra un vivo ejemplo de valor, nobleza y heroísmo. Incapaz de encajar dentro
del espejo deformante de su estética idealizadora la miseria y bajeza de la España
del Desastre, que aparece a sus ojos anhelantes de gestas heroicas como un grotesco
y ridículo saínete, el idealismo valleinclaniano se aparta asqueado de la realidad mi-
serable del momento histórico en que vive y busca en el legado de la tradición lo
que quede aún vivo y operante del pasado.» " Por otra parte, la literatura moder-
nista de Valle, su carlismo más o menos enfatizado y su reacción contra un ambien-
te chabacano y sin ideas, ya había sido interpretada en 1920 por Luis Araquistain
como una levadura levantisca contra el régimen liberal de la Restauración, y por
ello el autor de España en el crisol podía hacer este inteligente inciso: «Cuando se
piensa en la funesta obra del llamado liberalismo español, obra de postración y co-
rrupción nacionales, el carlismo, considerado como actitud de insolidaridad moral
con este período de decadencia pública, actitud mucho más altiva y sincera que la
del republicanismo histórico, comienza a inspirarnos respeto»12, a propósito de la
figura de Valle Inclán.
El hidalgo pobre, el hidalgo arosano que encarnaba en su propia personalidad
lo que Castelao llamó «la flor de la locura gallega», es eco de las voces atávicas del
hidalgo don Payo Gómez Chariño, almirante del mar, de Marino de Lobeira que
casó con una sirena de la Isla de Sálvora para crear un linaje de navegantes capaces
de vencer al tenebroso mar del más allá de Finisterre, de Montenegro, cuya mágica
y fascinante mirada, obligaba a su madre, cuando el hidalgo salía del pazo, a tocar
las campanas para que se guardasen las doncellas, o el hidalgo Torrado que, en la
cumbre de la decrepitud de su linaje, tapaba los agujeros del piso de su pazo con
los pergaminos de la familia y vendía los muros a real el carro de piedra 13 . Gran-
deza y decadencia, familiares a través de sus lecturas y conversaciones —baste recor-
10
Latn Entralgo, R: La generación del 98 (cap. IV). Cito por España como problema. Madrid, Ed. Aguilar,
1962; p. 416.
11
Vilanova, A.: «El tradicionalismo anticastizo, universal y cosmopolita de las Sonatas de Valle Inclán».
Homenaje a Antonio Sánchez Barbudo: Ensayos de literatura Española Moderna (ed. B. Brancaforte, E, Mul-
vihill y R. Sánchez). Madison, University ofWisconsin, 1981; p. 359-
12
Araquistain, L.: «Valle Inclán en la corte». La Lectura (1920). Cito por El arca de Noé. Valencia, Ed. Sem-
pere, 1926; p. 46.
13
Tomo los datos del interesantísimo opúsculo de Castelao, A.R.; Galicia y Valle Inclán. Lugo, Eds. Celta,
1971
86
dar, de un lado, alguna de sus «Cartas galicianas»14 donde trasfiere el mundo de
sus lecturas, y de otro, el prólogo a Jardín Umbrío (1903) en el que recuerda a Mi-
caela la Galana, vieja criada, de cuya boca escuchó tanto mitos ancestrales15—, evo-
cadas en el retablo artístico de las Sonatas y sobre todo de La Guerra carlista y las
Comedias Bárbaras, donde mediante la figura de don Juan Manuel Montenegro y
su degenerada descendencia consigue plasmar el desprecio, altanero y orgulloso, por
la mediocridad de una sociedad liberal hecha girones por las pérdidas coloniales,
la ineficacia social y el caciquismo político, al mismo tiempo que pone de relieve
la grandeza de una hidalguía que si bien se asienta sobre el orgullo, la soberbia
y la voluntad de dominio, y de este modo es presentado Montenegro, verdadero
señor de horca y cuchillo, mujeriego, despótico y violento (con resonancias no ca-
suales del ideario nietzscheano) en Águila de blasón (1907):
Es uno de esos hidalgos mujeriegos y despóticos, hospitalarios y violentos, que se conservan
como retratos antiguos en las villas silenciosas y muertas, las villas que evocan con sus nombres
feudales un herrumbroso son de armaduras 1 6 .
14
Precisamente en la primera (El Globo, 2X1891) y glosando un viaje de Madrid a Monforte, con espe-
cial mención para Los hidalgos de Monforte («Había yo leído la novela muy rapaz, y todavía recordaba el
delicioso estremecimiento que su lectura me produjo»), emparenta a su compañero de posada con Pedro
de Tor, personaje de la novela de Vicetto, y escribe: «Su traza recordaba por un misterioso fenómeno de
atavismo, la de algunos reyes suevos de Galicia en la Edad medieval; tenía el pelo como la piel de raposo,
la frente angosta, aguileña y torcida la nariz, que daba marcado carácter al rostro asoleado y pecoso; la barba
desaliñada, multicolor e hirsuta; verdes las pupilas, que a veces, adquirían reflejos cobrizos y toda la persona
erguida, valiente, llena de vida y de fuerza extraordinaria», en caracterización espléndida del compañero
de posada al que a la mañana siguiente ve partir y dirigirse al pazo, «de donde le habían sacado las dos
únicas cosas que pueden mover a un hidalgo montañés: una feria y un pleito». El texto completo debe
leerse en el excelente libro de Fichter, W.L.: Publicaciones periódicas de D. Ramón del Valle Inclán anterio-
res a 1895. México, El Colegio de México, 1952; p. 65-70.
li
Dice el prólogo: «Tenía mi abuela una doncella muy vieja que se llamaba Micaela la Galana. Murió siendo
yo todavía niño. Recuerdo que pasaba las horas hilando en el hueco de una ventana, y que sabía muchas
historias de almas en pena, de duendes y de ladrones. Ahora yo cuento las que ella me contaba». Valle
Inclán, R.: Jardín Umbrío. Madrid, Espasa-Calpe (Austral), 1975; p. 9.
16
Valle Inclán, R.: Águila de blasón. Madrid, Espasa-Calpe (Austral), 1964; p 13- Por cierto que el mun-
do de las Comedias Bárbaras ha merecido tres asedios bien recientes. Porrua, M.C.: La Galicia decimonónica
en las «comedias Bárbaras» de Valle Inclán. A Coruña, Ed. do Castro, 1983. Ramos-Kuethe, L.: Valle Inclán:
«Las Comedias Bárbaras». Madrid, Ed. Pliegos, 1985. Y Barbeito, C: Épica y tragedia en la obra de Valle
Inclán. Madrid, Ed. Fundamentos, 1985.
17
Valle Inclán, R.: Cara de plata. Madrid, Espasa-Calpe (Austral), 1964; p. 22
'« Valle Inclán, R.: Sonata de Otoño (ed. AW. Phillips). México, Ed. Porrúa, 1976; p. 103.
Sobrino, yo cuando levante una partida no será por un rey ni por un emperador... Si no tu ese
tan viejo, ya la hubiera levantado, pero sería para justiciar en esta tierra, donde han hecho cama-
da raposos y garduñas. Yo llamo así a toda esa punta de curiales, alguaciles, indianos y compra-
dores de bienes nacionales. ¡Esa ralea de criados que llegan a amos! Yo levantaría una partida
para hacer justicia en ellos; y quemarles las casas, y colgarlos a todos en mi robledo de
Lantañón ".
Todo el maÍ2 que haya en la troje se repartirá entre vosotros. Es una restitución que os hago,
ya que sois tan miserables que no sabéis recobrar lo que debía ser vuestro. Tenéis marcada el
alma con el hierro de los esclavos, y sois mendigos porque debéis serlo. El día en que los pobres
se juntasen para quemar las siembras, para envenenar las fuentes, sería el día de la gran justicia...
Ese día llegará, y el sol, sol de incendio y de sangre, tendrá la faz de Dios. Las casas en llamas
serán hornos mejores para vuestra hambre que hornos de pan. ¡Y las mujeres, y los niños, y los
viejos, y los enfermos, gritarán entre el fuego, y vosotros cantaréis y yo también, porque seré
yo quien os guíe! Nacisteis pobres, y no podréis rebelaros nunca contra vuestro destino. La re-
dención de los humildes hemos de hacerla ios que nacimos con ímpetu de señores cuando se
haga la luz en nuestras conciencias21,
Y continuaba su paseo/ el señor Ginero/ hacia una gran huerta que había comprado cuando
la venta de los bienes conventuales22,
—y sobre los que Valle carga todas las acres tintas de lo que Maeztu llamaba su
ingenio cáustico— son la causa de la desaparición de los viejos linajes y de los mayo-
razgos.
—¡Son los usureros los acabadores de las cosas! ¡Las comen por el pie! 23,
dice Basilia, la mujer de Pedro de Vermo, en tono de agorería que, vía Bradomín,
se convierte en transparente alegato de Valle Inclán frente al liberalismo de la Res-
19
Valle Inclán, R.: los cruzados de la causa (La Guerra Carlista, I), (ed. M..J. Alonso Seoane). Madrid, Espasa-
Calpe (Clásicos Castellanos), 1979; p. 76,
20
Maravall, J.A.: *La imagen de la sociedad arcaica en Valle Inclán». Revista de Occidente, 44/45 (1966);
p. 225-256.
21
Valk Inclán, R.: Romance de lobos. Madrid, Espasa-Calpe (Austral), 1968; p. 42-3-
22
Valle Inclán, R.: Los cruzados de la causa, ob. cit.; p. 31.
2}
Valle Inclán, R.: Los cruzados de la causa, ob. cit.; p. 28.
88
tauración destructor no sólo de los viejos linajes, y de lo que es más importante
los valores inherentes a esos linajes, sino también de la verdadera tradición:
Lo que nunca pudo comprender el liberalismo, destructor de toda la tradición española. Los
mayorazgos eran la historia del pasado y debían ser la historia del porvenir 24 .
Es evidente que este breve apunte no puede dejar a un lado el motivo que lo
generó: Valle es un hidalgo pobre pero altivo y orgulloso de su linaje, y tal es su
confesión en la dedicatoria dirigida a Ortega y Munilla en el encabezamiento de
la Sonata de primavera (1904):
No hace todavía tres años vivía escribiendo novelas por entregas quefirmabaorgullosamente,
no sé si por desdén si por despecho. Me complacía doíorosamente la obscuridad de mi nombre
y el olvido en que todos me tenían. Hubiera querido que los libros estuviesen escritos en lengua
lombarda, como las antiguas ejecutorias y que sólo algunos iniciados pudiesen leerlos. Esta qui-
mera ha sido para mí como un talismán. Ella me ha guardado de las competencias mezquinas
y por ella no he sentido las crueldades de una vida que fue toda de luchas. Solo, altivo y pobre,
he llegado a la literatura sin enviar mis libros a esos que llaman críticos y sin sentarme una sola
vez en el corro donde a diario alientan sus vanidades las hembras y los eunucos del Arte 25.
A la par, esta hidalguía pobre, que no ha sido obstáculo para mantener una irre-
nunciable independencia en el terreno artístico, tiene orígenes y consecuencias en
la órbita de su personalidad y de su obra tan ligada en la primera época^d-espacio
gallego. Detrás del mundo de las Comedias Bárbaras está el problema de los mayo-
razgos y de los vínculos y, sobre todo, el de los foros con implicaciones socio-económicas
y derivaciones jurídicas tan claras como los costosos y larguísimos pleitos antiforales.
La literatura recogió esta ambientación y «Rosalía de Castro, Eduardo Pondal, la Pardo
Bazán y, tardíamente Ramón del Valle Inclán tenían incluso razones personales pa-
ra ofrecer imágenes doloridas de esa caída irreversible, de una clase, antaño domi-
nadora, a la que pertenecían»26. En particular Valle desmenuzó varios de los aspec-
tos de este complejo problema económico-social en la trilogía sobre el carlismo y
en las Comedias, mezclando sátira e ingenio cáustico con una inconfundible me-
lancolía, que tan sagazmente supo advertir el joven Maeztu de 1899 cuando trazara
su semblanza para el diario barcelonés Las Noticias como habremos de ver más ade-
lante. Por el momento señalemos que ante la crisis de esas estructuras económico-
sociales, ante la clausura de prerrogativas y antiguos derechos, donjuán Manuel Mon-
tenegro exclama:
Como nací señor, me encuentro con más ánimo de bandolero que de mendigo27.
24
Valle Inclán, R.: Los cruzados de la causa, ob. cit.; p. 71. Debo referirme a las resonancias unamu-
nianas en la obra de Valle en una primera entrega por Vilanova, A.: «El tradicionalismo anticastizo...», oh
cit.; p. 355-394.
25
Valle Inclán, R.: «Dedicatoria a José Ortega y Munilla». Sonata de primavera. Madrid, Imp. de A. Mar-
zo, 1904. Cito el texto por el excelente libro de Lavaud, E.: Valle Inclán du journal au román (1888-1915).
París, ed. Klincksieck, 1979; p. 601.
26
Duran, J.A.: Agrarismo y movilización campesina en el país gallego (1975-1912). Madrid, Siglo XXI,
1976; p. 33-4. Este problema es un motivo recurrente en los volúmenes de Crónicas que Duran ha ido dan-
do a la luz durante diez años en la ed. Akal.
21
Valle Inclán, R.: Romance de lobos, ob. cit.; p. 43-
89
convencido, aun en el principio de su grandioso fin, de que
las leyes, desde q u e se escriben, ya son males. Cada pueblo debía conservar sus usos y regirse
por ellos 2 8 .
una visión de la vida de los grandes tal como pueden percibirla los ayudas de cámara y los
pillos de cocina30.
Dejando a un lado la posible lucidez de Maeztu al emparentar las excelentes crea-
ciones valleinclanianas con una obra singular de nuestro primer Siglo de Oro, Cró-
nica burlesca del emperador Carlos V de Francesillo de Zúñiga 3! , es evidente que
la feroz ironía y la cruel caricatura del esperpento, muestra fundamental del inge-
nio mordaz y agresivo de Valle se revela una y otra vez. Así en Luces de bohemia
(1920), Max Estrella que acaba de identificar al ministro de la Gobernación como
un compañero de la bohemia, recibe una rectificación de Serafín el Bonito a la que
cáusticamente añade:
28
Valle Inclán, R.: Los cruzados de la causa, ob. cit.; p. 86.
29
Es el prólogo al opúsculo de Riera, A.: Aventuras del bandido gallego Mamed Casanova. Barcelona, ed.
Maucci, 1904. Cito el texto de Valle por Duran, J. A.: Crónicas, I: agitadores, poetas, caciques y bandoleros
en Galicia. Madrid, Akal, 1974; p. 373. Puede verse para las influencias de la historia del bandido en la
obra de Valle el estudio de Fressard, ].: «Valle Inclán et Mamed Casanova». Les Langues Néo-latines, 173
(1965); p. 39-54. Ciertamente esta identificación entre la personalidad de Valle y un épica de la Galicia
rústica y feudal ha sido señalada por distinguidos conocedores de la historia de Galicia. Así Vicente Risco
afirmaba en 1951: «Coido que Valle Inclán foi o que máis fondo furóu nos estratos máis acochados dapsi-
quis galaica, e que pra fócelo, non tivo que facer estudo especial, senón que lie abondio con afondar na
súa.t (Risco, V: «Valle Inclán e as supersticiós de Galicia». Leria. Vigo, Galaxia, 197O2; p. 177-8). Lo que
supone en cierto modo una reescritura del ideario sintetizado por Miguel de Unamuno en ¡Aentro!.
i° Maeztu, R.: «Valle Inclán». Autobiografía, ob. cit.; p. 106.
31
No en vano Diane Pamp de Avalle-Arce, editora de Zuñiga, E: Crónica burlesca del emperador Carlos
V. (Barcelona, Crítica, 1981) anota en la página 54 de su introducción: «incluso asoma (en la obra del siglo
XVI) la irracionalidad surrealista explotada, ya que no inventada por Valle Inclán en los esperpentos:».
90
SERAFÍN EL BONITO.— El señor Ministro no es un golfo.
MAX.— Usted desconoce la Historia Moderna 3 2 .
O en Los cuernos de don Friolera (1921) Valle hace reír a su teórico, don Estrafala-
rio, a propósito de nuestro teatro:
Tiene toda la antipatía de los códigos, desde la Constitución a la Gramática 3 3 .
II
Escribe Maeztu en su semblanza de 1936 a propósito de la obra de Valle:
La obra de Valle que yo conozco mejor es la de la primera y la de la última época. La primera,
hasta 1905, es la que puede llamarse «preciosista» y está contenida en Femeninas, Epitalamio
y las Sonatas. La última es la que el autor llamó Esperpentos. Es la peor moralmente; la mejor,
en cambio, desde un punto de vista vital35.
Aun discrepando del juicio del autor de Hacia otra España que considera la pri-
mera época de Valle como un ensamblaje de ejercicios de estilo, lo que equivale
a leer el mundo de las Sonatas como un retablo esteticista36, alejándose el propio
Maeztu de sus certeros juicios del año 99, es interesante ver cómo la literatura del
32
Valle Inclán, R.: Luces de bohemia. Madrid, Espasa-Calpe (Austral), 1968; escena V, p. 30-1.
33
Valle Inclán, R.: Los cuernos de don Friolera (Martes de carnaval). Madrid, Espasa-Calpe (Austral); p. 75.
34
Valle Inclán, R.: Baza de espadas (Ruedo Ibérico). Madrid, Espasa-Calpe (Austral), 1971; p. 19.
3Í
Maeztu, R.: «Valle Inclán». Autobiografía, ob. cit.; p. 105-6.
36
El profesor Antonio Vilanova ha escrito («El tradicionalismo anticastizo...» ob. cit.; p. 387): «Me cuesta
mucho creer que un espíritu de tan agudo estro satírico, de tan acre mordacidad y maliciosa ironía como
Don Ramón del Valle Inclán, haya atribuido seriamente al Marqués de Bradomín, con una intención exclu-
sivamente esteticista, poetizante e idealizadora, la inmensa dosis de vanidosa jactancia y presunción erótica,
petulante cinismo y gratuita perversidad, sin inyectarle una secreta intención paródica. Me cuesta mucho
imaginar que el feroz debelador de nuestra « hueca y pomposa prosa castiza», reflejo, según él, «de un gesto
desaparecido con las conquistas y las guerras», a cuya imitación atribuye, «.cuatro siglos de literatura jactan-
ciosa y vana», haya atribuido involuntariamente a las memorias de su héroe el mismo tono de vanidad y
jactancia que tan severamente había censurado.»
i7
Ortega y Gasset, ].: Sonata de estío. La Lectura (II, 1904). Cito por Ensayos sobre la generación del 98.
Madrid, Revista de Occidente y Alianza ed. 1981; p. 81-2.
is
Valle Inclán, R.: «En torno al género estrafalario». Diario de la Marina (La Habana, 12-IX-1921). Cito
por Dougherty, D.; Un Valle Inclán olvidado: entrevistas y conferencias. Madrid, Fundamentos, 1983; p.
10} -106.
-*9 Noticia de los artículos —sin reproducirlos— de Lavaud, E.: «Valle Inclán y la Exposición de Bellas Ar-
tes de 1908*. Papeles de Son Armadans, CCXLII (1976); p. 115-128.
40
Valle Inclán, R.: «Notas de la Exposición. Divagaciones». El Mundo (ll-V-1908).
41
Valle Inclán, R.: «Notas de la Exposición. Divagaciones». El Mundo (ll-V-1908).
92
Pensamiento que se encuentra refrendado en La lámpara maravillosa (1916) cuando
al analizar el quietismo estético que propone, subraya que
inicia una visión más sutil de las cosas y al mismo tiempo nubla su conocimiento porque pre-
siente en ellas el misterio. Es la revelación del sentido oculto que duerme en todo lo creado,
y que al ser advertido nos llena de perplejidad 42 .
El escritor que advierte este sentido hondo, palpitante y verdadero de todas las
cosas, que realiza una obra más intensa que la propia vida, no puede proceder de
otra manera que confiriendo carácter propio a su creación. De este modo Valle al
analizar la obra de Julio Romero de Torres en la Exposición de 1912 escribe:
El carácter se obtiene exaltando la condición fundamental de las cosas, y todo arte exaltado
es idealista 43 .
Exaltar la condición fundamental de las cosas es dotar la creación de carácter, tras-
pasarla de hondura vital, porque —escribe Valle en 1908—
Para mí es indudable que el artista que no tiene una estética personal, no tiene temperamen-
to, y el que la tiene como una nebulosa, sin haber podido definirla, no tiene talento 44 .
A la luz de la vertiginosa transparencia de estos textos, que no son charlas impro-
visadas para cualquier entrevista sino meditadas aportaciones a la estética qucvan
configurándose desde 1908 a 1916, es lógico reconocer el acierto de Maeztu, tanto
más si tenemos en cuenta que esta estética personal en la que se dan la mano tem-
peramento y talento, verdad y emoción, Valle la edificará con el esperpento, antído-
to, en primer lugar, de viejas retóricas y catalizador de modernidad. De ahí que
el interrogante de La pipa de Kif (1919):
¿Acaso esta musa grotesca
—ya no digo funambulesca—
que con sus gritos espasmódicos
irrita a los viejos retóricos,
y salta luciendo la pierna,
no será la musa moderna? 45
tenga respuesta en el «apostillón» que abre la Farsa y licencia de la Reina Castiza (1922):
Mi musa moderna
enarca la pierna,
se cimbra, se ondula,
se comba, se achula
con el ringorrango
rítmico del tango
y recoge ía falda detrás 46 .
42
Valle Inclán, R.: La lámpara maravillosa, ob. cit.; (IV, 4), p. 107.
^ Valle Inclán, R.: «Julio Romero de Torres». Nuevo Mundo 0O-V-1912). Cito por Lavaud, J.M.: «Une co
llaboration de Valle Inclán au journal Nuevo Mundo et lexposttion de 1912». Bulletin Hispanique, IXX1
(1966); p. 301.
44
Valle Inclán, R.: «Notas de la Exposición. Divagaciones». El Mundo (U-V-1908).
45
Valle Inclán, R.: La pipa de Kif. Cito por Claves líricas. Madrid, Espasa-Calpe (Austral), 1964; p. 103-04.
46
Valle Inclán, R.: Farsa y licencia de la Reina Castiza (Tablado de marionetas para educación de prínci-
pes). Madrid, Espasa-Calpe (Austral), 1970; p. 147.
93
El esperpento es eso: exaltar la condición de las cosas, enarcar la pierna, achular
gestos, ondular realidades. Es dar con la geometría oblicua y disparatada del tabla-
do, reveladora de la verdad con carácter. No es otra cosa lo que explica Max Estrella
en la archisabida escena duodécima de Luces de bohemia: el esperpento es transfor-
mar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas.
Ahora bien, ¿tal configuración estética alcanza a revelar la realidad honda, la ver-
dadera, como pretendía el Valle crítico de pintura en 1908 y en 1912? No cabe duda
que esta era la pretensión del gran artista gallego que si en la ya mencionada escena
doce de Luces de bohemia afirmaba por boca del último bohemio modernista, el
ciego Max:
47
Valle Inclín, R.: Luces de bohemia, ob. cit.; escena XII, p. 106.
48
Valle Inclán, R.: Luces de bohemia, ob. cit.; escena XV, p. 144.
94
cia es virtud española, y cuando parece trastocada la mojiganga es porque aumenta el número
de babiones. Dios mejora sus horas hogañazo, como rezan los clásicos y los pardillos en este rue-
do. De mirón en las mojigangas, hace treinta años, conocí a Ricardo Baraja49.
para la obra de arte nada es como es, sino como la memoria lo evoca50,
En nuestras creaciones bellas y mortales, las imágenes del mundo nunca están como los ojos
las aprenden, sino como adecuaciones al recuerdo. En el recuerdo todas las cosas aparecen quie-
tas y fuera del momento, centros en círculos de sombra. El recuerdo da a la imágenes la intensi-
dad y la definición de unidades, al modo de una visión cíclica. El recuerdo es la alquimia que
depura todas las imágenes y hace de nuestra emoción el centro de un círculo, igual al ojo del
pájaro en la visión de altura51.
A mí no me gusta un teatro de esta manera. Con los recursos de presencia que el teatro tiene
nos echan a la cara trozos de realidad. El arte no existe sino cuando ha superado sus modelos
vivos mediante una elaboración ideal. Las cosas no son como la vemos sino como las recordamos.
La palabra en la creación literaria necesita siempre ser trasladada a ese plano en el que el mundo
y la vida humana se idealizan. No hay poesía sin elaboración 53.
49
Valle Inclán, R.: «Prólogo a El Pedigree» de Ricardo Baroja. Madrid, ed. Caro Raggio, 1926; p. 10-12.
La importancia de este texto nos lleva a reproducirlo largamente, dado que a menudo no se menciona.
50
Valle Inclán, R.: «Notas de la exposición. Del retrato». El Mundo (12-VI-1908).
}1
Valle Inclán, R.: La lámpara maravillosa, oh. cit.; (IV, 2), p. 101.
}2
Lyon, J.E. aporta textos definitivos en su artículo «La media noche: Valle Inclán at the cross roads». Bu-
lletin of Hispanic Studies, III (1973); p 135-142.
í}
Las declaraciones de Valle las tomo de Gómez de la Serna, R.: Don Ramón María del Valle Inclán. Ma-
drid, Espasa-Calpe (Austral), 1979; p. 107. También las reproduce en los apéndices el libro de Lyon, J.E.:
The theatre of Valle Inclán. Combridge, Cambridge University Press, 1983; p. 208.
í4
Me refiero a Unamuno, M.: «El habla de Valle Inclán». Ahora (29-1-1936). Cito a Esteban, ].: Valle In-
clán visto por..., ob. cit.; p. 227-231. En dicho artículo Unamuno sentencia terminante: «Elsabía, Valle —
como sé yo— que haciendo y rehaciendo habla española se hace historia española, lo que es hacer España»
(p. 230).
61
Valle Inclán, R.: LSL lámpara maravillosa, ob. cit.; (II, 5), p. 52.
62
Valle Inclán, R.: La lámpara maravillosa, ob. cit.; (II, 6), p. 56.
<>-* Vilanova, A.: *El tradicionalismo anticastizo...», ob. cit.; cap. VI, especialmente. Además creo de suma
importancia recordar que Unamuno afirma en Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y los pue-
blos (1913) el paralelismo entre la memoria y la tradición; reforzando, de hecho, viejas ideas. Dada la im-
portancia otorgada por Valle en su breviario estético al recuerdo y a la tradición, parece aconsejable tener
presente esta inicial afirmación unamuniana tan sorprendentemente afín a Valle Inclán: *La memoria es
la base de la personalidad individual, así como la tradición lo es de la personalidad colectiva de un pueblo.
Se vive en el recuerdo y por el recuerdo, y nuestra vida espiritual no es, en el fondo, sino el esfuerzo de
nuestro recuerdo por perseverar, por hacerse esperanza, el esfuerzo de nuestro pasado por hacerse porvenir»
(Unamuno, M.: Del sentimiento trágico. Obras Completas, t. VIL Madrid, ed. Esceltcer, 1966: p. 114). Creo
que se debería profundizar en esta relación teniendo presente que Unamuno habla del sentimiento trágico
de la vida de los pueblos y Max Estrella afirma querer establecer mediante el esperpento el «sentido trágico
de la vida española».
64
Valle Inclán, R.: Los cuernos de don Friolera, ob. cit.; p. 76.
65
Valle Inclán, R.: Luces de bohemia, ob. cit.; escena XII, p. 106.
97
Hay que pintar a las figuras añadiéndoles aquello que no han sido. Así un mendigo debe
parecerse a Job y un guerrero a Aquiles66.
Insistía —ahora en una consideración que afecta a lo clásico como paradigma
global— en La lámpara maravillosa:
Yo para mi ordenación tengo como precepto no ser histórico, ni actual, pero saber oír la flauta
griega67.
Corroborando tal criterio en los versos de La pipa de Kif.
Resplandecen de amor las normas
eternas. Renacen las formas.
Tienen la gracia matinal
del Paraíso Terrenal68.
Indicadores de su aprecio por las normas eternas, por el modelo clásico y natural-
mente por sus héroes.
¿Cómo se presentan estos aspectos en el esperpento? Deformados, parodiados,
fantocheados....
MAX.— Mi estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas
clásicas69.
nos dice su alter-ego artístico Max Estrella, y el propio Valle explica a Martínez Sie-
rra el 7 de diciembre de 1928:
El mundo de los esperpentos —explica uno de los personajes en Luces de bohemia— es como
si los héroes antiguos se hubieran deformado en los espejos cóncavos de la calle, con un transpor-
te grotesco, pero rigurosamente geométrico. Y estos seres deformados son los héroes llamados
a representar una fábula clásica no deformada. Son enanos y patizambos, que juegan70una trage-
dia. Y con este sentido los he llevado a Tirano Banderas y a El Ruedo Ibérico .
Pero si amar la esencia de la tradición quiere decir, al modo unamuniano, amar
lo que ésta tiene de eterno, universal y clásico, también representa querencia por
algunos aspectos de la literatura española que conservan ese aire eterno, cosmopolita
y universal, y que desde luego se integran —como acertadamente señaló Maeztu—
en el esperpento. Precisamente es en el ya mencionado diálogo entre don Estrafala-
rio y don Manolito (Los cuernos de don Friolera) en el que, tras la representación
de los muñecos de un teatro rudimentario y popular (el bululú del compadre Fi-
del), don Estrafalario, que cree —conviene recordarlo— que la única regeneración
posible vendrá de estos muñecos, comenta:
66
De nuevo tomo ¿as declaraciones de Valle del libro de Gómez de la Serna, R.: Don Ramón María del
Valle Inclán, ob. cit.; p. 110.
67
Valle Inclán, R.: La lámpara maravillosa, ob. cit.; (II, 6), p. 56.
68
Valle Inclán, R.: La pipa de Kif, ob. cit.; p. 102.
69
Valle Inclán, R.: Luces de bohemia, ob. cit.; p. 106.
70
Martínez Sierra, G.: «Estética del esperpento». ABC (7-XII-1928). Cito por Dougkerty, D.: Un Valle In-
clán olvidado, ob, cit.; p. 177.
98
Este tabanque de muñecos sobte la espalda de un viejo prosero, para mí, es más sugestivo
que todo el retórico teatro español. Y no digo esto por amor a las formas populares de la
literatura 71.
Este bululú pue posee una dignidad demiúrgica tiene un mayor poder de suges-
tión que el teatro clásico español, en cuya imitación la literatura española ha perdi-
do emoción y verdad y ha fosilizado la lengua literaria, según conocidos dictados
de Valle, pues, en efecto, sostenía en La lámpara maravillosa que,
En la imitación del siglo que llaman de oro, nuestro romance castellano dejó de ser como una
lámpara en donde ardía y alumbraba el alma de la raza. Desde entonces, sin recibir el más leve
impulso vital, sigue nutriéndose de viejas controversias y de jactancias soldadescas. Se sienten
en sus lagunas muertas las voces desesperadas de algunas conciencas individuales, pero no se siente
la voz unánime, suma de todas y expresión de una conciencia colectiva. Ya no somos una raza
de conquistadores y de teólogos, y en el romance alienta siempre esa ficción. Ya no es nuestro
el camino de las Indias, ni son españoles los Papas, y en el romance perdura la hipérbole barroca,
imitada del viejo latín cuando era soberano del mundo. Ha desaparecido aquella fuerza hispana
donde latían como tres corazones la fortuna en la guerra, la fe católica y el ansia de aventuras,
pero en la blanda cadena de los ecos sigue volando el engaño de su latido, semejante a la luz
de la estrella que se apagó hace mil años... Nuestra habla, en lo que más tiene de voz y de senti-
miento nacional, encarna una concepción del mundo vieja de tres siglos 72 .
Con brevedad: Valle juzga inoportuna la imitación de unas formas literarias que
se han quedado ancladas en un tiempo que apenas tiene nada que ver con el pre-
sente —y recordemos la exigencia valleínclaniana de una literatura que cstí a la al-
tura del «imperio de la hora»—, mientras propone la reivindicación de aquellas for-
mas artísticas que contengan la emoción y la vida indemnes, y que de este modo
sirvan al reconocimiento de la verdadera tradición. Es tempranamente, al juzgar en
sus «Notas de la Exposición de 1908» el lienzo de Marcelino Santa María, Las hijas
del Cid, cuando expone la condición de actualidad artística que debe tener el buen
arte, identificado, en esta ocasión, con el romancero viejo castellano:
En este cuadro de Marcelino Santa María hay un gran fondo de sinceridad y de actualidad
artística. Porque hemos de convenir en que la actualidad no es lo efímero. El romance del Cid
donde se narran las desventuras de doña Elvira y doña Sol tiene una actualidad más alta, más
castellana y más artística que el romance de ciego donde se cantan las hazaña del Pernales. Es
tan fuerte y tan sencilla la tragedia de la dos hijas del Campeador, que el romance surge espontá-
neo y actual cuatro siglos después, sin que a nadie se le ocurriese llamar arcaizante al anónimo
poeta. El suceso de la tragedia estaba lejano, pero el dolor y la crueldad y las lágrimas que rezu-
man de ella palpitan en una luz de poesía, que es la actualidad de todos los siglos y de todas
las horas y de todo el Arte 7 J .
El buen arte para el Valle Inclán de 1920, al igual que para el de 1900, se cortaba
por una patrón idealista que si prefirió en un primer momento cultivar el espíritu
71
Valle Inclán, R.: Los cuernos de don Friolera, ob. cit.; p. 74
« Valle Inclán, R.: La lámpara maravillosa, ob. cit.; (II, 6), p. 54-5. Pasaje que como incontestablemente
ha mostrado mi maestro Antonio Vilanova proviene de 4a idea unamumana de que bay que renunciar
a la imitación de ¿a literatura castellana de la Edad de Oro, olvidar, si es preciso, la tradición de nuestra
literatura clásica y castiza, en la que siguen viviendo ideas hoy moribundas, y acabar con los engañosos casti-
cismos de pensamiento y de lenguaje de que sigue nutriéndose la literatura españolafinisecular».(Vilano-
va, A.: «El tradicionalismo anticastizo...», ob. cit.; p. 372).
7
i Valle Inclán, R.: «Notas de la Exposición. Las hijas del Cid». El Mundo (30-VI-1908).
III
Creo que ha sido torpe el olvido. Si Ramiro de Maeztu en 1936 —ya en el último
tramo de su marcha hacia el Paraíso79— fue capaz de trazar un formidable retrato
(algunas salvedades no son del caso) de la personalidad y de la obra de Valle Inclán
74
Un buen planteamiento del tema, desde coordenadas europeas, en Dupont, C; «Les Sonatas de Valle
Inclán et /' esprit de décadence», en el colectivo L'esprit de décadence-I (colloque de Nantes, 1976). París,
Librairie Minará, 1980; p 175-186,
7}
Tomo las palabras de Valle de Gómez de la Serna, R.: Don Ramón María del Valle Inclán, ob. cit.; p. 110,
76
Cito por Dougherty, D: Un Valle Inclán olvidado, ob. cit.; p. 135. Transcribe una reseña de la confe-
rencia en Heraldo de Madrid (16-IV-1925).
77
Valle Inclán, R.: «En torno al teatro». La Nación (Buenos Aires, 3-IH-1929). Cito por Dougherty, £>.:
Un Valle Inclán olvidado, ob. cit; p. 179.
78
Maeztu, R.: «Valle Inclán». Autobiografía, ob. cit.; p. 107.
79
Utilizo con ironía que declaro la denominación de las etapas de la trayectoria intelectual de Maeztu lle-
vada a cabo por Vicente Marrero en su libro Maeztu. Madrid, Rialp, 1955. Obra que, sin embargo, es útilísi-
ma como acopio de materiales.
100
es porque, en realidad, es el primer publicita que escribe una semblanza del sólo
autor por entonces, 1899, de Femeninas y Epitalamio, Se trata de un artículo que
vio la luz en el periódico barcelonés Las Noticias el 3 de diciembre de 1899, y que
reproducimos íntegro en el apéndice.
El siglo está muriendo: las últimas luces coloniales se han apagado; la crisis del
canovismo se denuncia desde los apenas nacidos partidos obreros y desde las bur-
guesías periféricas; los institucionistas siguen confiando en una venidera república
que haga de la educación carta magna; todos son intentos regeneracionistas; los jó-
venes intelectuales del 98 plantean alternativas que empiezan radicales en el anar-
quismo o en el socialismo y acaban por reflexionar y comprender el ideario noventa-
yochista y regeneracionista de los magistrales ensayos de Miguel de Unamuno en
La España Moderna de 1895: En torno al casticismo abre crisis, fomenta meditacio-
nes, estimula inflexiones intelectuales...
Aunque Maeztu escribiera en 1923 que
En 1898 yo no era más que un jovenzuelo con más pasiones que saber 80 ,
en esa «madura» y constante obsesión de pintar los años finiseculares como el in-
fierno, lo cierto es que cuando llega a Madrid a mediados de 189781, Maeztu, que
cuenta veintitrés años, tiene una conciencia algo intuitiva pero firme de la proble-
mática económica de la España finisecular, en la que no sólo detecta escaso realismo
en el análisis de la situación económico-social sino desdén por los verdaderos facto-
res de progreso, los únicos que pueden apuntar a una España nueva, que son el
trabajo, la fábrica, el comercio, el desarrollo económico, etc. Así si en Germinal
(6-VIII-1897) expresa su convicción de que es más positivo el comercio y la industria
que el idealismo quijotesco:
En estos tiempos hacen más milagros las varas de medir que la lanza del valeroso don Qui-
jote 82
en «Parálisis progresiva» (IV-1897) había afirmado por primera vez el ideario de Ha-
cia otra España: el libre desarrollo económico en el que la voluntad y la fuerza de
capitalistas y obreros reemplace el desmoronamiento del Estado canovista:
España prefiere su carrito de paralítica, llevado atrás y adelante por el vaivén de los sucesos
ciegos, al rudo trabajo de rehacer su voluntad y enderezarse 83 .
so
Maeztu, R.: «Los del 98». El Sol (13-X-1923). Autobiografía, ob cit.; p. 69.
81
Estimo que sería en abril o mayo de 1897, dado que «Parálisis progresiva» —tercer artículo del volumen
Hacia otra España— está fechada en Madrid, abril de 1897. En el artículo «Valle Inclám (Las Noticias,
3-XII-1899) recuerda: «Al caer sobre Madrid hará cosa de dos años y medio». Por último, la primera colabo-
ración de Maeztu en Germinal, «El socialismo bilbaíno» es del 16 de julio de 1897. Algunas precisiones
más se pueden leer en Pérez de la Dehesa, R.: El grupo «Germinal»: una clave de! 98- Madrid, Tkurus (Cua-
dernos Taurus), 1970.
S2
Maeztu, R.: «¿Qué se debe hacer de Cuba?». Germinal (6-VIII-1897). Cito por Artículos desconocidos
(1897-1904). (Ed. E. Inman Fox). Madrid, Castalia, 1977; p. 64.
8i
Maeztu, R.: Hacia otra España (ed. V. Mañero). Madrid, Rialp, 1967; p. 41.
Í01
Y en Germinal(30-VII-1897) señalando la tarea del socialismo, al que parece muy
próximo el primer Maeztu:
Parálisis intelectual reflejada en las librerías atestadas de volúmenes sin salida, en las cátedras
irgentadas por ignaros profesores interinos, en los periódicos vacíos de ideas y repletos de frases
hechas, escritos por eí hampa social que lanza ai arroyo ia iucha porfevida, en los teatros, donde
sólo las estulticias del género chico atraen a un público incapaz de saborear la profundidad de
un pensamiento... parálisis bien simbolizada por esa Biblioteca Nacional en donde sólo encontré
ayer a un anciano tomando notas de un libro de cocina de Ángel Muro85.
de la España finisecular a la par que debaten «la importancia del papel que podría
tener eí arte en la renovación socio-política del país»Só.
Aun sin entrar en cuestiones estéticas que no le interesan en sí mismas, dado que
concibe el arte en función de su contribución al desarrollo económico, social y polí-
tico de una sociedad que marcha hacia otra España, o bien como culminación de
ese mismo desarrollo;
Sólo cuando la riqueza proporciona a los pueblos el vagar necesario para gozar plenamente
de la contemplación de las obras estéticas, el arte se emancipa del vivir artificioso y mendicante
con que se arrastra en ios países de incompleto desarrollo económico. Sólo aquéllos pueden de-
dicar a la belleza, fin supremo de la vida, el culto olímpico que le es debido»87.
84
Maeztu, R.: «Disolución». Germinal (30-VII-1897). Artículo no recogido en libro. Sobre el primer Maeztu
sigue siendo indispensable el trabajo *la otra España de Maeztu» de Blanco Aguinaga, C: Juventud del
P8. Madrid, Siglo XXI, 1970.
93
Maeztu, R.; Hacia otra Esp&ñz, ok cit.; p. 40.
M Inman Fox, £.. 'Estudiopreliminar* a Maeztu, R.: Artículgs desconocidos (1897-1904), ok ¿it; p, 39.
Puede leerse también en Inman Fox, £ nías ideas literarias deljoven Maeztu*, en Mainer, J.C.: Modernismo
y 98, t. VI. Barcelona, Crítica, 1979; p. 135-140.
87
Maeztu, R.: Hacia otra España, ok cit.; p. 77-8.
102
nietzscheanismo hasta un nada despreciable conocimiento de Marx88, Maeztu de-
nuncia la ninguna formación que la Universidad proporciona a los jóvenes, ya que
en ella lejos de cultivar la inteligencia, se la aplana; lejos de exaltar la vitalidad,
se le señalan las barreras de lo sensato y lo ordenado; y lejos de postular ia voluntad
y la fuerza, se exigen la obediencia y el respeto; una Universidad que impide la rela-
ción que él postula entre el intelectual —el literato cabe en este término— y la rea-
lidad concreta del país en su camino de progreso. Con el osado y rabioso estilo que
le caracteriza en su juventud, escribe:
¡Nada de propia creación! ¡Nada de iniciativa! ¡Nada de colocar directamente los hechos en
presencia del alumnado! ¡Nada de enseñarle a conocer la vida par que especule en libertad sobre
ella! ¡Nada de estimular su juventud! Todo eso es peligroso y antisocial89.
Tal estado le lleva a una de sus habituales «paradojas estallantes» (así las definió
Rubén Darío), cual es pedir el cierre de las aulas y alistar los brazos de maestros
y discípulos en la tarea de forjar la otra España.
Unas semanas después, en febrero del 99, desde Vida Nueva, al examinar la prensa,
tras indicar que:
Hay una nueva España que han de crear los capitales muertos90,
considera que el papel de periodistas y periódicos debe ser amalgamar sus intere-
ses con los nuevos ideales, los nuevos hombres, la nueva política y la nueva patria
que debe nacer:
Cumple al periódico una enorme labor removedora, en la que se puede fundir su espíritu con
el alma naciente de España91.
Precisamente será el artículo inicial de su colaboración en el diario barcelonés Las
Noticias —colaboración que se extenderá desde el 3 de abril de 1899 al 11 de febre-
ro de 1901— en el que este ideario se acerque al campo de la literatura. El artículo
en cuestión titulado «Sin literatura», se inicia con una valoración del panorama lite-
rario del año anterior, que, naturalmente, no deja resquicio a la esperanza,
8
* Sobre la influencia de Nietzscbe en Maeztu debe verse por el momento el libro de Sobejano, G: Nietz-
sche en España. Madrid, Gredos (BRH), 1967. Notemos que ya tempranamente Rubén Darío en las estu-
pendas crónicas que remitió desde España al periódico bonaerense La Nación llama en una de ellas —
seguramente del verano del 99— la atención sobre la personalidad de Maeztu: «De él /Martínez Ruiz/ he
de tratar en otra ocasión, como del vasco nietzschista Ramiro de Maeztu, que está llamando la atención
de los que observan por su fuerza y singularidad*. Cito por Dario, R.: España Contemporánea, Obras Com-
pletas, t. XXI. Madrid, Imp. de Galo Sáez, s/a; p. 311. El conocimiento de Marx lo abona no solamente
la dialéctica del análtsts histórico de Hacia otra España sino también un olvidado artículo que el joven pe-
riodista vasco publtcó en El Socialista y en el que sostiene la necesidad que el artista debe imponerse de
leer El Capital para asísentirse «más fuerte, más audaz, más seguro de su pensamiento y de sí mismo». Maeztu,
R.: «Marx en la literatura*. El Socialista (l-V-1899). Artículo no recogido.
89
Maeztu, R.: «La Universidad*. El Nuevo País (13X1898). Artículo no recogido.
90
Maeztu, R.: «Sin prensa». Vida Nueva (19-11-1899)- Artículo no recogido.
91
Maeztu, R.: «Sin prensa». Vida Nueva (19-11-1899).
para pasar, tras mostrar los hechos, a inferir las causas: ¿por qué no hay literatura?
Pregunta que Maeztu descompone inmediatamente en dos: una referida a la posi-
bilidad que el estado de España genere una producción literaria poderosa, y otra
en relación a la utilidad de esa hipotética producción. A ambas cuestiones responde
inmediatamente. A la primera contesta con el argumento habitual del para enton-
ces autor de Hacia otra España: no hay literatura porque el país está inerte, no hay
patria y para hacer patria lo primero es el arado, después la pluma, y, además, no
debe haberla:
porque si en esta holganza general cantáramos las quimeras de la gloria y el «far niente» del
éxtasis, daríamos aleve muerte a un pueblo por hacer que, lejos de haber cumplido su misión
histórica, comienza ahora, al reconcentrarse en su propio suelo su vida verdadera 93 .
A la segunda, ¿serviría para algo esa literatura, si la hubiera?, contesta con una
de sus habituales paradojas: sólo serviría a los intereses de una nueva España una
literatura esencialmente antiliteraria, que fuera látigo y acción, impulso y fiscalía
—es decir, la que él profesa—, frente a la literatura del ensueño y la añoranza:
esa literatura que fuera a la vez lucha, literatura de las calles rectas y de la máquina, de la
Bolsa y de las empresas por acciones, frente a la literatura crepuscular de las añoranzas y de los
ensueños... ¿no sería esencialmente antiliteraria? 94 .
$2 Maeztu, R.: «Sin literatura». Las Noticias 0-1V-1899). El artículo apareció también en Revista Nueva con
el título de «En la charca», compartiendo precisamente el cuadro de la paginación con la Adega de Valle
Inclán. Citó ésta última siguiendo la reproducción fotográfica llevada a cabo por Puvill ed. Barcelona, 1979,
bajo el cuidado del profesor José Carlos Mainer.
93
Maeztu, R.: «En la charca». Revista Nueva (15-IV-1899)- Artículo no recogido.
* Maeztu, R.: «En la charca». Revista Nueva (U-IV-1899).
^ Maeztu, R.\ «Mis paradojas». Las Noticias (18-VII-1899). No recogido.
104
haciendo hincapié en su papel de publicista radial, definidor de los grandes te-
mas intelectuales del momento. No en balde al analizar «Mis paradojas» en un artí-
culo de Las Noticias, sentenciaba:
%
Las ideas que influyen son las que azotan .
Este es el Maeztu que redacta el artículo «Valle Inclán» a finales del 99. Más que
crítico ocupado de la literatura de creación, ideólogo que usa del artículo —«Todo
su talento lo puso al servicio de la actualidad palpitante, y con febril impaciencia,
con ansiosa emulación, se daba a la ruda tarea de no dejar transcurrir un día sin
acabar un artículo»100, escribe ajustadamente Salaverría— para fomentar el cambio
hacia los presupuestos socio-económicos formulados en Hacia otra España y divul-
gar la filosofía de Nietzsche en sus continuos debates sobre temas candentes de so-
ciología o economía, o cuando menos demostrar a cada paso su adhesión al genial
pensador, tanto por su filosofía como por lo que llama «el encanto irresistible de
su estilo». Así en un artículo del verano del 99 hace una descalificación tan inaudita
como inaceptable de diversos creadores frente a Nietzsche:
El lenguaje del creador del Zarathoustra supera en grandeza de imágenes al de Víctor Hugo,
en solidez al de los sonetos heredianos, en refinamientos voluptuosos al de Edgar Poe y Baude-
laire, en el manejo de la ironía al de Voltaire, en la armonía del período al de Goethe, en los
arranques apasiónales al de Byron, Espronceda y Schiller, en el poder blasfematorio al de Riche-
pin y al de Carducci, en el arte difícil y complejo al de Flaubert, en el panteísmo onomatopéico
al de Tennyson, en belleza parabólica al de Cristo, en intensidad visual al de Tolstoi, en de en-
crespamientos del odio al de Heinen en Los Tejedores. Grande fue Maquiavelo, grande César, gran-
de Napoleón, grande Mahoma, grande Schopenhauer, grande Max Stirner; grandes, diversos pre-
9}
Maeztu, R.: «Un rato a libros*. Vida Nueva (7-V-1899). No recogido.
96
Maeztu, R.: «Mis paradojas». Las Noticias (18--VII-1899). No recogido.
97
Baro/a, P: Memorias (ed. J. Caro Baro/a). Madrid, ed. Minotauro, 1955; p. 411.
98
Maeztu, R.: «Un rato a libros». Vida Nueva (7-V-1899).
99
Maeztu, R.: «Un rato a libros». Vida Nueva (7-V-1899).
100
Salaverría, J.M.: Nuevos retratos. Madrid, Renacimiento/'CIAR 1930; p. 75-
105
cursores de Nietzsche, grandes muchos artistas literarios; mas colocados todos ellos junto al gran
alemán, no forman sino una hilera de ceros a la izquierda. WI
Vale la extensión de la cita por lo expresivo de la misma que, además, hace verosí-
miles los recuerdos de Pío Baroja: «Con su conversación impulsiva Maeztu estaba
siempre a punto de provocar conflictos, porque hacía afirmaciones tan exageradas
que nadie podía oírlas con calma»102. O de Ricardo Baroja: «Ramiro de Maeztu era
entonces de carácter violento. Le pegó dos palos a un tontaina que había escrito
un artículo desagradable para Valle Inclán» i6i .
Hay en el artículo «Valle Inclán» una mezcla de difícil discernimiento entre la
admiración hacia el literato:
aquella joven ruina... aquel escritor inverosímil... era para nosotros todos, para mí especialmen-
te, un maesrro inapreciable,104
como forjador del idioma, de la prosa y del estilo; y una sensación de malestar y
angustia por lo que Valle representa aun a pesar de su soberbia trocada en descon-
solada melancolía:
Me entristezco por Valle... Me entristezco también por aquellos pueblos que echaban bravatas
de nadie temidas... w ,
que creo responde no solamente a una imagen cierta y penetrante del primer Valle
sino al pensamiento literario dentro de la órbita socio-económica del joven Ramiro
de Maeztu regeneracionista de Hacia otra España.
En efecto, al acercarnos a los artículos más importantes desde un punto de vista
literario, observamos que Maeztu rechaza el modernismo por creerlo derivación de
un concepto de literatura radicalmente falso, cual es del arte por el arte, en el que
se conjugan el desprecio por lo vital, la voluntad y las pasiones —que naturalmente
tenía que ser inequívocamente rechazado por un escritor que pretendía
sencillamente infiltrar algo de Zarathustra en el aima de cada españoll06—
con el uso de una lengua falsa que
nos habla en francés traducido de ninfas, satíresas, ebúrneas teces y liliales manos...I07.
Lo que le lleva a concluir la falta de autenticidad del movimiento modernista su
antivitalismo, la degeneración de sus artistas —la mención sarcástica es para Juan
Ramón Jiménez—:
101
Maeztu, R-: «Nietzsctre y Maqumvelo». Vida Nueva (13 VIII-1899). Cito por Artículos desconocidos
; 1897-1904), ob. ai.; p 119.
012
Baroja, F: Memorias, ob. cit.; p. 512.
°« Baroja, F; Gente del 98 (ed M. García Blanco). Barcelona, ed. juventud, 1969; p. 46,
1(
* Maeztu, R.: «Valle Inclán». Las Noticias (3-XII-1899)-
w Maeztu, R.: «Valle Inclán». Las Noticias (3-XH-1899)-
106
Maeztu, R.: «Confidencias y comentarios». Las Noticias (27-VII-1899)- Artículo no recogido.
107
Maeztu, R.: «El dialecto castellano». Las Noticias (4X1-1899). Articula no recogido.
106
Tomad las palabras por el sonido, como toman por el brillo los negros las cuentas de cristal. ¡Na-
da de pensamiento! ¡Nada de poner en nuestros magníficos juegos malabares corazón ni entu-
siasmo! ...Es el modernismo como ciertas mujeres; bueno jugar con ellas, ¡pero no enamorar-
se!... ,08;
y valerse de la autoridad de Nietzsche para descalificar las teorías modernistas de
un arte ensimismado, cerrado en torno de sí mismo:
Pleito también resuelto el del arte por el arte. Se lo proponga o no el artista, toda obra de
arte encierra ulterior objetivo. Pero callemos los mortales; sobre esto ha hablado Nietzsche: ¿El
arte por el arte? ¡serpiente que se muerde la cola! ¿Qué hace todo arte? ¿No alaba? ¿No glorifica?
¿No aisla? Pues con esto, el arte fortalece o debilita ciertas evaluaciones... El arte es el gran esti-
mulante de la vida: ¿cómo creerle sin finalidad, sin objetivo, cómo llamarle el arte por el
arte? 109 .
Sin embargo, y a pesar de los varapalos que a lo largo de sus artículos de juventud
proporciona al modernismo, Maeztu postulaba la renovación literaria y artística co-
mo imprescindible en el camino hacia otra España. Son también diversos los testi-
monios que de esta proposición hace el escritor vasco, pero merece especial atención
el artículo «Los libros y los hombres: Mi programa» que vio la luz en la revista Elec-
tra el 16 de marzo de 1901.
En primer lugar, porque la empresa literaria de Electra reúne los nombres de Va-
lle Inclán y Ramiro de Maeztu tras los meses comunes de Germinal primero y Revis-
ta Nueva después, y esa reunión revela las distancias entre el ideólogo Maeztu y
el artista Valle Inclán. Electra fue revista de vida efímera110 —cinco números entre
los meses de marzo y abril de 1901— y en la que la sección propiamente literaria
se encargaban Valle Inclán (la prosa) y Francisco Villaespesa (el verso), mientras las
obras de crítica, sociología, religión, etc. era dominio de Maeztu y Manuel Machado
ejercía como secretario de redacción. Allí vio la luz el importante artículo de Valle
Inclán sobre La casa de Aizgorri de Batoja o el trabajo «Política experimental» del
novelista vasco, pero más que una descripción de la revista, resulta revelador el pa-
pel que cada uno de los jóvenes del 98 asume en la publicación, y más si cabe por-
que una carta de Maeztu a Machado fechada el 17 de marzo de 1901 —acababa
de salir el número uno— afirma ordenancista:
Para la publicación de los trabajos o su archivo, se nombrará una comisión de tres individuos.
Uno, por usted, Valle Inclán y Villaespesa, como estilistas; otro, por Luna, Bello, Palomero y Cas-
tro, como periodista; otro, por Baroja, Castrovido y yo, como ideólogos. m
ios Maeztu, R.: *Poesía modernista». Los Lunes de El Imparcial (14X1901). Artículo no recogido. Sobre
el contexto de esta crítica antimodernista puede verse el excelente trabajo delitvak, L.: *La idea de la deca-
dencia en la crítica antimodernista en España» (1888-1910). Hispanic Review, 45 (1977); p. 397-412.
l
°9 Maeztu, R.: *Todos modernistas». Diario Universal (15-111-1903). Artículo no recogido.
110
Bueno será recordar el testimonio del que fue secretario de redacción de Electra, Manuel Machado: *Estas
revistas, sostenidas principalmente por los poetas, lo tenían todo: escritores, suscriptores y público. Carecían
solamente de administración, y como hijas pródigas de las más generosas intenciones, se arruinaban pronto
y morían jóvenes* (Machado, M.: La guerra literaria (1898-1914). Madrid, Imp. Hispano-Alemana, 1914. Ci-
to por la edición de M.P. Celma y EJ. Blasco. Madrid, ed. Narcea, 1981; p. 110-111).
"' Tomo el fragmento de la carta del número homenaje a Ramiro de Maeztu en Cuadernos Hispanoame-
ricanos, 33-34 (1952); p. 165.
m
Maeztu, R.: *Mi programa». Electra {16-111-1901). No recogido.
U}
No es este el lugar para precisar el contacto intelectual entre Unamuno y Maeztu desde las firmes bases
establecidas por ínman Fox, E.: «Maeztu y Unamuno; Notas sobre dos intelectuales de 1898». La crisis inte-
lectual del 98. Madrid, Edicusa, 1976. Sin embargo, ayudaría a comprender mejor la polémica sobre el mo-
dernismo y las peculiaridades del artículo que publicamos.
114
Maeztu, R.: «Sobre el turrieburnismo». Las Noticias (25-1X4900). Artículo no recogido.
108
pone especial énfasis en avisar al lector de que:
m
Hoy creo ver las cosas de otro modo .
¿Cuál es ese nuevo modo de ver las cosas? De un lado, cree el periodista vasco que
el dinamismo económico que reiteradamente exigía en sus artículos de Hacia otra
España,
Cantemos al oro; el oro vil transformará la amarillenta y seca faz de nuestro suelo en juvenil
semblante: ¡el oro vil irá haciendo la otra España! u 6 ,
Dejemos que se enamoren de los versos medidos por pies latinos, y de la supre-
sión de las preposiciones, y de las audiciones coloreadas; que claven los insectos lite-
rarios en su muestrario de palabras, que hagan de su labor más bien trabajo de mar-
quetería que de hondura, que tomen el turrieburnismo por la letra y no por el espí-
ritu. ¿Que importa?... ¿Puede alguien declarar infecunda esta obra, sin temor a que
los hechos le desmientan? ¿Sabe alguien lo que saldrá de ello? ¿Ha de negarse a
priori que la exaltación del idioma o de la parábola sea andando el tiempo menos
útil al hombre, que
121
Maeztu, R.: «Nuestras atmósferas», en Las Noticias, (5-1X-1900).
122
Maeztu, R.: Hacia otra España, op. cit., pág, 252.
!2i
Maeztu, R.: «Sobre el turrieburnismo; Las Noticias, (25-IX-1900).
124
Maeztu, R.: «Apuntes para un manual sobre el vigente katipunan literario (I)». Las Noticias (14X11-19007.
Todo el artículo —que no está recogido— está atravesado de una feroz ironía.
no
y a la que pertenecen poetas, novelistas, periodistas de Madrid y de otros lugares
de España, siendo figuras destacadas Valera, Clarín, Pereda, Picón, etc. Valle pre-
tende —siempre según Maeztu— un arte sincero, auténtico —otra cosa es que Maeztu
considere desde su óptica regeneracionista m esa mirada sincera como un heroísmo
estéril, aunque en el artículo «Valle Incíán» advierta ya la poca convicción con la
que el joven maestro gallego repite los cuentos heroicos—, y por ello le aprecia en
su tarea de forjador del idioma al margen del katipunan establecido.
Cree Maeztu además que el katipunan literario es símbolo de la sociedad españo-
la, esa España —luego felizmente bautizada por Ortega como oficial— anclada en
una felicidad aparente y empeñada en negar su postración, haciendo palpable este
paralelismo simbólico por la vía de la anécdota irónica:
Mientras él afirma, defiende y lucha por otra España cuyo mejor reflejo es la juven-
tud literaria que representan los intelectuales y artistas del 98. Pero la exigencia,
derivada de un concepto del arte y la literatura ya mencionado con anterioridad,
es mucha, y si surgen refriegas intelectuales con Unamuno o divergencias con Mar-
tínez Ruiz y Baroja, es también comprensible su disgusto ante la querencia vallein-
claniana por las viejas gestas y los pasados heroísmos, tanto más si se atiende a que
la redacción del artículo «Valle Inclán» es anterior al momento cenital de la primera
época del escritor gallego.
Aun sin agotar todas las posibles matizaciones, según Maeztu, Valle pertenece
a esa nueva legión de artistas que^büscan la sinceridad del gesto y del arte y no la
acomodación en el katipunan. Legión de artistas que definía de las páginas de la
revista Madrid en 1901 con motivo del banquete de homenaje a Baroja:
Organizan la fiesta escritores jóvenes de los que más reciamente han combatido reputaciones
consagradas por la rutina... «Los que pegan», van a rendir homenaje de estimación artística ante
IZÍ
Aún aludía a su fervor regeneracionista en los meses de la crisis del 98, en el artículo *El poder de la
mentira y la generación del 98» Diario de Navarra (25-V-1935), recogido en Maeztu, R.: Autobiografía, oh
cit.; p. 66: «Mis compañeros de letras prefirieron dedicarse a su carrera y producción literaria, mientras que
yo me había dejado de versos y de cuentos para darme por entero a la propaganda regeneradora».
126
Maeztu, R.: «Apuntes para un manual sobre el vigente katipunan literario (II)». Las Noticias (11-11-1901).
No recogido.
El artículo, escrito con motivo del ingreso de Picón en la Academia, toma al autor
de Dulce y sabrosa como paradigma de la literatura castiza que representan Palacio
Valdés, Valera, Pereda e incluso Galdós; literatura castiza definida como freno y obs-
táculo a la mentalidad moderna:
A esta juventud que debe revivir el idioma, que está tratando ya de revitalizar
el castellano, pertenece desde la óptica —óptica certera por lo demás— de Maeztu,
el autor de Femeninas, lo que ocurre —y así desde este enclave también se entiende
la ambigüedad de la excelente semblanza de 1899— es que no acaba de encontrar
asentamiento temático para tan prodigioso uso del idioma porque, a juicio de Maeztu,
la renovación idiomática debe asentarse en las pasiones, los ideales y las necesidades
127
Maeztu, R.: *La actualidad literaria. Fío Baro/a». Madúd(4-VI-1901). Artículo no recogido.
128 Maeztu, R.: *El dialecto castellano».+Lís Noticias (4X1-1899).
129
Maeztu, R.: «El dialecto castellano». Las Noticias (4X1-1899).
112
del hombre, es decir, el ¡adentro! unamuniano que también, justo es decirlo, in-
cluía las necesidades:
La lengua castellana cae a ratos del empíreo para bucear por las cloacas, y sube de las alcantari-
llas para volar por el olimpo, sin que en estas idas y venidas se le ocurra jamás, asentarse donde
debiera... en el corazón del hombre, en sus pasiones, en sus ideales, en sus necesidades130.
Maeztu —y es la última consideración del presente asedio— advierte con la efica-
cia habitual en sus primeros artículos, entre los que hay un par de docenas dignos
de la más excelente literatura periodística, la cualidad señera del modernista de 98,
Valle Inclán, su maestría estilística, sin dejar de advertirnos de soslayo el auténtico
dolor del genial escritor gallego ante el problema de España:
doliéndose en la entraña de la pérdida de una mentira halagadora131.
Ciertamente, el olvido de este joven Maeztu es torpe ya que en sus prosas perio-
dísticas están importantes claves para la comprensión de ese complejo mundo de
fin de siglo en el que los modernistas del 98 empezaban a edificar sus futuras obras.
Maeztu, periodista de raza, dibujaba con precisión inigualable los rasgos de artícu-
los como el presente «Valle Inclán»:
A ratos, uno o dos ratos cada mes, todo el artículo se anima con un fuego interno, plenitud
cerebral, embriaguez ideológica, quea reduce a unidad suprema palabras y conceptos, como si
los huesos y la médula, los músculos y la sangre, se incorporaran al papel; entonces, sea cualquie-
ra la índole del escrito —cuento, crítica, artículo político, lucubración metafísica, estudio social,
análisis económico— vibra con vibraciones de calor y de luz, despierta curiosidades aletargadas,
enciende pasiones y ternuras y provoca, indefectiblemente, ardorosas polémicas, con adhesiones
entusiastas y con protestas llenas de odio132.
El joven Maeztu, ideólogo y polemista, se nos revela también como un espléndi-
do y penetrante escritor.
Apéndice
Ramiro de Maeztu: «Valle Inclán». Las Noticias (3-XII-1899)
Organiza el teatro de don Cándido Lara una función a beneficio del literato Valle
Inclán. ¿El literato? Preguntarán los lectores que, aunque no desconozcan el apelli-
do, no lo habrán visto, probablemente, nunca a lo bajo de un escrito.
«° Maeztu, R.: «El dialecto castellano». Las Noticias (4X1-1899)- De otro lado, quiero recordar que en ¡Aden-
tro! Unamuno escribe incitando al joven creador al que se dirige: «Las necesidades de cada uno son las más
universales, porque son las de todos-». Cito por la edición que tengo a mano: Unamuno, M.: El Caballero
de la triste figura. Madrid, Espasa-Calpe (Austral), 1963; p- 127.
'V Maeztu, R.: «Valle Inclán». Las Noticias (3X11-1899).
,i2
Maeztu, R.: «Autobiografías. Juventud menguante». Alma Española (24-1-1904).
113
El literato, sí, el literato que quizás ha ejercido la mayor influencia en nuestra
juventud.
Al caer sobre Madrid, hará cosa de dos años y medio, conocí a Valle Inclán en
el cénit de su carrera. Era cuando triunfaba Juan José y germinaban en los jóvenes
ideas socialistas y ácratas entre los restos de un republicanismo en despedida, y se
fundaban seminarios de cenáculo, y en torno de Dicenta se agrupaban cuantos en
su espíritu sentían bullir el ansia de arrojar a puñetazos ideas europeas contra la
muralla de este pueblo oriental.
Fue un entusiasmo que se deshizo ante mis ojos como una imagen en el delirio
del calenturiento... Sería de por sí muy inconsistente y frágil; mero reflejo intelecti-
vo de lo que. en otros pueblos fuera necesidad en el estómago e impulso en el cora-
zón; mas cuando en ello pienso, la silueta de Valle se me presenta como la de uno
de esos hechiceros malévolos que en otros tiempos castigaban los amores, trocando
en piedras a los enamorados.
¿Qué sensación me inspiraba!... Su cuerpo, digo mal, sus huesos, escasamente
cubiertos por una pintura delgadísima de un amarillo exangüe, su barba y sus me-
lenas de un negro tan intenso como falto de brillo, su boca grande, sin labios casi,
su nariz audaz, como un volatinero de aéreos trapecios, y, sobre todo, aquellos ojos
que brillaban bajo unos lentes mal encabalgados, en pugna perpetua por zafarse,
aquellos ojos, que no miraban sino para verter sobre su víctima un Océano de so-
berbia y desprecio, llegaron a producirme escalofríos.
Y cuando con su voz atiplada y chillona rompía en escarnios contra los idealistas
de toda índole, «siervos del perro chico», y contra los Balzac y los Víctor Hugo, los
Tolstoi y los Zola, escritores de cultivo extensivo, posponiendo su labor entera a un
soneto de Baudelaire, una diabólica de Barbey d' Aurevilly o una pgina de Rodrí-
guez Solís, y negaba valor al argumento de la obra de arte, y sostenía que la emo-
ción y la sinceridad importaban bien poco cotejándolas con la eliminación de un
consonante en un período, y se erguía colérico contra cuantos osaban poner en en-
tredicho sus afirmaciones y amenizaba sus dogmatismos con pueriles historias de
los desafíos que en Méjico y Galicia concertara y los asolamientos y desgracias que
había acarreado en ambos mundos su don juanesco temple... yo he sentido más de
una tarde el anhelo furioso de extrangular a un hombre.
...¡Lo que sufría!... ¡Cuántas veces, al recibir su mirada y su gesto despectivos, he
apretado los codos contra el cuerpo, midiendo al contacto la anchura de mis hom-
bros y el vigor de mis puños, y comparándolos con su angosto y hundido pecho
y sus flácidos brazos!
...Un pensamiento me contuvo siempre: aquella joven ruina, que gastaba la me-
jor parte de sus nerviosas fuerzas en la baldía chachara, aquel escritor inverosímil
cuya obra entera pudiera insertarse en veinte páginas in cuarto, era para nosotros
todos, para mí especialmente, un maestro inapreciable... Y yo no creo que Valle
Inclán haya sido el Iturzaeta de mi prosa... más debo en buena parte a la obsesión
114
de escapar a sus censuras tácitas, muchos de los cuidados que ahora suelo tomarme
para enriquecer mi léxico, ritmar mis párrafos e ir tratando de engarzar los senti-
mientos que me conmueven en el estilo que deba interpretarlos...
Pero lo que no se hizo por mi mano, había de realizarse por cualquier otra; era
fatal... Y en cierta noche una apreciación un tanto brusca, rebotó en un mal genio...
y en aquel mismo momento quedó hecho astillas el brazo izquierdo de don Ramón
del Valle Inclán.
Y al verle pasar con la manga vacía perdiéndose en un bolsillo, me acomete una an-
gustia infinita... Aún repite de cuando en cuando los cuentos heroicos... ¡habla sin
convicción!... Aún camina con la cabeza levantada... y con todo, si le contemplo
al errar por esas calles, más que desdén advierto en su rostro una melancolía tan
inconfusa como desconsoladora.
Me entristezco por Valle... Me entristezco también por aquellos pueblos que echa-
ban bravatas de nadie temidas, cultivadas por todos, y que al tropezar con Estados
de presa, refractarios al culto de las formas, sufrieron igualmente amputaciones y
vagan por el mundo sin saber para qué, llorando con los ojos los miembros sacrifica-
dos: doliéndose en la entraña de la pérdida de una mentira halagadora, de una ilu-
sión última, a la que se aferraban con el ahínco con que defienden la corbata y el
sombrero las familias señoriales reducidas a vivir en el arroyo...
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* Dámaso Alonso: Antología de nuestro monstruoso mundo. Duda y amor sobre el Ser Supremo, Madrid,
cátedra, 1985 (Letras Hispánicas, 228). Edición a cargo del autor.
120
Esta antología que ahora se nos ofrece en edición de bolsillo contiene, como de-
cíamos, el testimonio autobiográfico «Vida y obra» (pp. 9-57). Son una serie de no-
tas anecdóticas y personales, que centran la figura del autor.
Dámaso Alonso se confiesa de manera elegantemente impúdica, como hombre
que se debe a la eternidad y debe desnudar su mente. Nos cuenta acerca de su for-
mación, de sus viajes, las clases de Von Wartburg en Alemania, estancia en Oxford,
etc. Los momentos, clavados en el recuerdo, en que conoció a otros miembros de
su generación y el modo como surgió la amistad, alrededor de la poesía. Recorre
sus libros, comentando las circunstancias en que fueron creados, el sentido oculto
o patente que en ellos se revela. Incluso se entretiene en recoger los versos predilec-
tos de cada libro, que dan pie a sus anotaciones biográficas, adornadas por una cu-
riosa iconografía —fotos desde su niñez a su madurez brillante de hoy—.
El poeta se manifieta con impúdico sentir, mostrando una intimidad testimonio
de hechos graves de nuestra historia. Recorre con sus líneas el mismo centro que
hizo con su vida, desde la atalaya ahora de la sabiduría y la plenitud.
El sentimiento del hombre («Soy hombre como un dios,/ soy hombre, dulce nie-
bla, centro cálido,/ pasajero bullir de un metal misterioso que irradia la ternura.»)
está en la base de su poesía. El hombre en su soledad, que se enfrenta a la verdad
suprema y, quizás, encuentra a Dios —que se pierde a veces entre las brumas de
la guerra civil, en Hijos de la ira.
Dámaso Alonso comenta sus propios poemas, su obra poética profundamente hu-
mana. Y luego relata su ajetreado deambular cosmopolita, tan típico de esa genera-
ción universal de peregrinos.
Hay una profunda emoción recorriendo las líneas de su prólogo y su poesía. Y
anotaciones importantes para entender su verso, y para entender al hombre que lo
escribió y el momento en que surgieron.
Este texto, «Vida y obra», publicado originalmente en la Colección Pentesilea de
Ediciones Caballo griego para la poesía, Madrid, 1984, es de gran interés para la
crítica.
El tema fundamental de don Dámaso es la visión humanista de la existencia, ba-
sada en la soledad radical del hombre, quien trata de encontrar la compañía de un
Dios fugitivo en diálogo abierto que evita cualquier asomo de clericalismo. Así ocu-
rre en Hombre y Dios.
La. forma, el estilo, es el de una poesía clara y sencilla, diáfana como la luz, expre-
sión de sentimientos, medio por el que el poeta intenta situar su identidad, perple-
ja en el entorno asombroso —a veces incomprensible— del mundo.
Hay lugar para el humor en esta obra, pero no creemos que sea la nota más desta-
cable sino en función de la humanidad siempre presente en esta poesía-testigo, poema-
testimonio.
En un principio el poeta está absorto en la belleza. Juan Ramón está todavía cer-
ca, los Poemas puros... Después halla una Oscura noticia, encuentra la «Dura luz
121
de muerte» («La muerte no tiene pasos/ cautelosos, ni guadaña./ La muerte es la
luz (...)»), el amor, y también la soledad («Desde la entraña se elevó mi grito,/ y
no me respondías. Soledad/ absoluta. Solo. Solo.»).
Lamentos y exclamaciones, fragmentos rotos del alma que se dispersan en el poe-
ma. Así nace Hijos de la ira con un sentimiento más terrible ante el drama absurdo
de la guerra civil. En su insomnio recuerda que Madrid es una ciudad de más de
un millón de cadáveres. Dámaso Alonso, paseando su soledad en un paraje tan tre-
mendo, grita que está cansado de tanto drama («nosotros, sí, los que estamos cansa-
dos,/ nosotros, sí, los que tenemos sueño.»). En la guerra el hombre y la sociedad,
todo está desquiciado en medio de la niebla del espanto («Ojos abiertos, desmesu-
rados en el espanto último,/ (...)/ No hay mirada más triste./ Sí, no hay mirada
más profunda ni más triste.»). Los muertos reviven testigos de la injusticia y el de-
sastre de nuestro cainismo («Ya asesinaste a tu postrer hermano:/ ya estás solo.»). Al-
go se ha roto en efecto, dentro del poeta que apenas se siente como hombre. Deses-
peranza, ausencia de sentido de la vida. Así surgen los versos libres, no sujetos a
artificio estilístico, derramado corazón que se une al sufrimiento, único superviviente.
En este punto, la poesía de Dámaso Alonso es un signo de interrogación que gra-
vita sobre el hombre. No hay aquí lugar para la mentira ni la imagen («Hombre,/
melancólico grito,/ ¡oh solitario y triste/ (...)/¿Y no es esa amargura/ de tu grito,
la densa pesadilla/ del monólogo eterno y sin respuesta?»). Su verso es una carta
personal e íntima, que dirige en lenguaje claro a un lector posible a quien quiere
sentir cercano, partícipe de su dolor por tanta ceguera desatada, por tanta ruina inútil.
Luego, en Hombre y Dios, recuperará la esperanza. Pero la interrogación, la du-
da, nunca se apagará ya (Duda y amor sobre el Ser Supremo). Si acaso, gracias por
la vida y por la luz («Gracias porque mi ojo es humano»), en Gozos de la vista.
Dámaso Alonso evoca en este auténtico diario poético que es su obra en verso,
a sus amigos: Guillen, Panero, Vicente Gaos, Rafael Melero, Rafael Ferreres, Lorca...
Siempre testimonial, siempre autobiográfico, sintiendo la poesía con la verdad de
la propia vida, Dámaso es así el personaje que late oculto tras la mirilla de sus pro-
pios versos.
No otra cosa podíamos hacer que este recorrido breve, esta relectura nueva de
estos versos de un poeta que no sólo estuvo profundamente enlazado con su genera-
ción, sino que sirvió de faro luminoso a los poetas de la familia siguiente, ajenos
al brillo de la imagen libre, próximos a la verdad desnuda del hombre en su soledad
radical y su esperanza.
Con su peculiar manera de hacer poesía, y su sentir personal y propio acerca de
la vida, Dámaso Alonso es no sólo uno de los más importantes pilares de la filosofía
del siglo XX, sino también esto: poeta de la generación del 27.
En el Códice Borgia, del museo del Vaticano, se puede ver el dios Quetzakoatl
clavando un cuchillo en el ojo de una víctima. Esta imagen que hoy nos resulta atroz,
debió parecerles totalmente extraña y a la vez atraer la curiosidad de aquellos euro-
peos que la vieron por primera vez. Casi cinco siglos después en la primera película
de Luis Buñuel, Un chien andalou, el propio autor convertido en actor secciona en
dos el ojo de una mujer. El autor Buñuel ha suplantado al dios Quetzakoatl, la
expresión del subsconsciente individual ha desplazado a la divinidad (símbolo de
inconsciente colectivo), el acto estético y gratuito ha usurpado el halo de ceremonia
mágica y celebración que implicaba todo acto en las sociedades precolombinas.
Antes de llegar a nuestra poesía en lengua española del siglo XX se produjo en
América una simbiosis entre una serie de culturas totalmente ajenas a la europea
y la ya codificada cultura española; esto queda perfectamente reflejado en la exce-
lente antología de Antonio R. de la Campa y Raquel Chang-Rodríguez, Poesía his-
panoamericana colonial (Madrid: Alhambra, 1985).
Toda colonización significa el encuentro con una nueva forma de interpretar el
mundo y el universo. De este modo, el bagaje cultural del colonizador se ve enri-
quecido por una nueva mirada que le da precisamente el haberse expuesto al
contraste de lo ajeno, de lo otro, reafirmando así los valores del que coloniza. La
cultura del colonizador aparece como superior y, en efecto, el colonizador se dice
a sí mismo que tiene que dominar a esta otra entidad y de plegar al colonizado
a sus normas y amoldarlo a sus parámetros morales y estéticos.
Dentro del ámbito de este estado de cosas, la poesía importada por los españoles
al nuevo continente, vendría a reflejar similares tensiones y contradicciones como
ocurría en los demás campos de la cultura. O sea, una lucha entre asimilar un voca-
bulario nuevo que respondía a una nueva circunstancia, el de analizar una realidad
que a la vez estaba siendo destruida y el de tomar conciencia de los valores de la
propia poesía. Y de no ser por este violento y nuevo contraste con otras tierras y
otro mundo totalmente ajeno, posiblemente nuestro famoso Siglo de Oro hubiera
sido muy diferente, pues la dimensión y enrarecimiento que significó el enfrentarse
a nuevas criaturas y nuevos espacios, afectó mucho más de lo que se piensa en la
revitalización de la lengua castellana en general y de la poesía española en particu-
lar. Y si la natural evolución de una poesía renacentista cuyos valores grecolatinos
y cristianos no se hubieran tambaleado creando una sensación de angustia e incerti-
dumbre a la vez que una seguridad y certeza extremadas, posiblemente nuestra gran
poesía barroca hubiera seguido semejantes caminos a la francesa o la de otros países
Junto con las mascaradas, los desfiles y los autos de fe, los certámenes ocupaban un lugar im-
portante entre los espectáculos coloniales. A pesar de sus limitaciones, fueron actividad clave
en el desarrollo de la vida literaria y cultural durante los tres siglos de dominación española.
Lo que se deduce de una lectura de los textos recogidos en esta antología, es que
el escritor hispanoamericno, desde sus inicios, se encuentra en una continua bús-
queda angustiada de su identidad. La ansiedad que en los poetas de la colonia hay
por igualar sus modelos y, al mismo tiempo, intentar superarlos, caracteriza en par-
te la poesía colonial hispanoamericana. La lucha por legitimar una identidad hispa-
noamericana no se fundamenta en una mirada nostálgica hacia un pasado indígena
destruido, ni hacia un futuro liberador, sino que se funda en una gran incertidum-
bre ante un presente que les pertenecía y a la vez les era ajeno.
La triste herencia del colono no era la de una tradición en ruinas y la de una his-
toria remota que les venía del otro lado del océano, sino la de un destino inestable
marcado por unas metas confusas, sin límites claros, y en el cual pasado, presente
y futuro nunca dejaron de serles postizos. Muy diferente sería la actitud del país
vecino, los EE. UU., que al fundar un mito de progreso y democracia, y la idea de
una nación joven predestinada a ser un país dominante en el futuro, partía de una
ciega fe en que el éxito era la clara meta hacia la cual se dirigían todos sus esfuerzos.
Hispanoamérica nunca dejó de vivir en el ámbito del mito ancestral y bicéfalo: el del
catolicismo español y el del indigenismo autóctono. EE. UU. destruyó todos los mi-
tos del pasado y sin embargo creó uno nuevo: el mito del progreso.
Dionisio Cañas
El radicalismo estético
La poesía de John Keats, como la de Holderlin, también se presenta como guiada
por la tensión trágica entre el Héroe y el Único, entre el hombre heroico que desafía
la fragmentación del mundo y su inalcanzable anhelo de plenitud. «Sin la prodi-
giosa capacidad mítica de Holderlin —escribe Rafael Argullol—, Keats es, sin em-
bargo, tan contundente como el poeta alemán en la aceptación del riesgo implícito
a una subjetividad que allana el cielo de la irrealidad para acceder al fascinante pe-
ro poco tranquilizador abismo de lo inconmensurable».
Keats, con más fuerza y rotundidad que Holderlin, somete todas las medidas mo-
128
rales del hombre, Bondad, Bien, Libertad..., al superior primado de la Belleza. No
parece tener ninguna duda cuando dice: «Nuestros razonamientos pueden ser erró-
neos pero bellos. Esta es la esencia misma de la poesía». El radicalismo estético es
para él Ja máxima verdad, y k Imaginación, k potencia poética que buscajiberarse
de los estrechos márgenes del conocimiento limitado. Keats lo expresa sí en «Fancy»:
«...dejad entonces a la fantasía ir errante/ por el pensamiento todavía extendido an-
te ella:/ abrid de par en par la puerta de la jaula de la mente/ y ella saldrá como
una flecha, elevándose a las nubes».
Keats declara abiertamente cuan preferible es una vida de sensaciones a una vida
de pensamientos. Pero «sería inexacto creer —avisa Argullol—, que Keats es un «irra-
cionalista» en el sentido de ser adversario al ejercicio reflexivo de la mente. Muy al
contrario, Keats cree que las «sensaciones profundas», si no van articuladas por un
verdadero conocimiento, corren el grave riesgo de caer en la «ansiedad» y el «ho-
rror».
Ciertamente, el poeta inglés, no descarta la necesidad del conocimiento y de la
razón reflexiva, pero ofrece bases distintas para considerar las relaciones entre reali-
dad y sueño, entre conocimiento y locura, entre sabiduría y dolor.
Argullol nos recuerda que la enseñanza más profunda del Romanticismo es la
mostración del hombre como náufrago errante en un océano que le resulta ínapre-
hensible. En el romántico, la más alta ansia de perfección concluye en la más alta
conciencia de la limitación. El romántico tiene una terrible lucidez de su destino,
lo que le aproxima mucho al hombre contemporáneo, sin embargo, se diferencia
de él en que el romántico tiene una poderosa convicción de su identidad.
«Como suicida, como superhombre, como genio, como sonámbulo, como nóma-
da... —comenta Rafael Argullol—, el héroe romántico, frente al moderno espíritu
de abandono de la identidad a la realidad, prefiere exiliarse de la realidad antes
de hacerlo de su propia identidad». «El romanticismo y la modernidad de Keats
—añade—, estriban en no querer renunciar ni a la una ni a la otra.».
El Héroe y el Único califica el pensamiento de Keats de altivamente aristocráti-
co, ya que está plenamente convencido de que el dolor extremo tan sólo es concedi-
do a quien, por su extremado heroísmo, se halla cerca de la divinidad. Pero la moral
heroica que predica Keats no pretende ser ni profética ni proselistista, como lo es
la del Zaratustra de Nietzsche.
«Ambos viven profundamente la soledad, pero —matiza Argullol— mientras el
filósofo alemán se dirige a «los hombres del futuro», el poeta inglés no parece diri-
girse más que a sí mismo». Por otra parte, si Nietzsche rechaza heroicamente el do-
lor, Keats lo sorbe con ademán heroico pues sabe que es una de las fuentes de la
identidad.
Keats hace alarde de un subjetivismo absoluto. Sólo se halla convencido de su
propia identidad, sólo cree en su autocreada alma, a la que considera, en sí misma,
«un mundo».
129
El gran negador
Según Leopardi, el hombre es soledad y caducidad totales. Argullol señala al pof-.tí
italiano como «el cantor de la muerte de Prometeo», cuya poesía está vacía de toda
esperanza, y cuyo pensamiento, no deja resquicio para que penetre la más mínima
consolación. Leopardi destruye despiadadamente todas las ilusiones de perfección
o de paraísos, y sitúa al hombre en una perdida desnudez, deambulando por la
aridez de la Nada.
«El Yo heroico-trágico, tan vigoroso en Holderlin y Keats —dice el autor de El
Héroe y el Único—, alcanza con el poeta italiano su más deslumbrante y desolado-
ra cima: en la conciencia absoluta de su soledad, en la percepción —tan dolorosa-
mente física— de su condición efímera, Leopardi elabora un principio de vida que
está más allá de toda compasión».
Leopardi descubre con toda crudeza que la vida es un desierto, y que es preciso
echarle mucho coraje para habitarlo, sin contar con ningún tipo de consolación ni
de resignación. Se trata de un gran negador, B. Biral, así lo expresa después de ha-
ber estudiado a fondo su obra: «Tras la lectura de las Operette morali, ú se quiere
hacer un alto y ver hasta qué aguas ha llegado la navegación leopardiana, se puede
exclamar: Dios ha muerto, Platón ha muerto con sus valores absolutos, ha muerto
el estado jerárquico incensurable; está disuelta la antigua y orgánica societas homi-
num en el seno de la cual nacían los grandes ideales de la gloria, del amor patrio,
del deber».
Leopardi detecta pronto que el gozo es inalcanzable, y esta realidad se le aparece
como reflejo de la inalcanzabilidad del Único: «el Héroe —escribe Argullol— que
se ha aventurado hacia la totalidad recibe de ésta el desasoeigo de lo inaprehensí-
ble, el Infinito. El hombre se convierte en náufrago de su mismo anhelo». «L'Infeli-
citá» de Leopardi, lo mismo que ocurría con la de Keats y la de Holderlin, se con-
vierte casi siempre en un don aristocrático. Así, frente a la mediocridad y el hedo-
nismo acomodaticio de la mayoría de los hombres, incapaces de comprender la di-
mensión verdadera de la infelicidad, que sólo prende en las «almas excelsas», y al
prender en ellas surge el «superhombre», el hombre que posee lo que Aristóteles
calificaba de «megalopsychia: «un hombre tiene grandeza de alma cuando reclama
mucho y merece mucho». «Y por tanto, sufre mucho», añade Leopardi.
En contraste con los antiguos trágicos, a Leopardi no es el nacer sino el vivir lo
que le parece nefasto. Sin embargo, no rechaza ese infierno que es la vida, sino que
lo asume, haciendo por ir descubriendo en él su identidad. «Epicúreo y trágico —dice
Argullol—, eleva la acción vital, como alternativa de dolor y placer, como anhelo
de belleza y destrucción, hasta cotas tan altas que la misma muerte es un acto más
supremo».
El Yo íeopardiano —añade—, doloroso, sometido a la fragilidad de su propia exis-
tencia, se agiganta en un supremo desafío que es, por su misma audaz y consecuen-
te formulación, el triunfo de la identidad, de la independencia de alma del poeta».
130
Leopardi, efectivamente, autoconstituye su «ánima» a través de su victoria sobre
todos los ídolos con que, sucesivamente, la humanidad se ha consolado.
Rafael Argullol define la filosofía de fondo que mueve al poeta italiano al decir-
nos que éste «hace gala del aplomo apolíneo de quien, no superada, sino conocida
ía tormenta, guía férreamente su timón».
Isabel de Armas
Desde que en 1952 estrenó un drama en Piura, a Vargas Llosa se le ha visto acer-
carse a los escenarios en varias ocasiones, siendo, tal vez, La señorita de Tacna (Seix
Barral, 1981) una de sus piezas más logradas, sin olvidar Kathie y el hipopótamo
(Seix Barral, 1983), configurándose como un autor eficaz, dominando la carpintería
132
teatral y creando desde las primeras escenas el ambiente necesario para lograr el sus-
pense e interés adecuados a una historia bien contada hacia un desenlace lógica-
mente imprevisto y repleto de interés. De nuevo Vargas Llosa nos ofrece una pieza
teatral, con el fondo de Piura «ciudad rodeada de arenales en el Norte del Perú»
y nos introduce en el marco profundo de psicologías diversas y de una historia tan
ambigua como patética titulada La Chunga1.
Pero si el drama anterior tiene lugar en el Perú de 1945, Vargas Llosa sitúa 5 años
después un relato tan increíble como real. Es la simple indagación de un crimen
lo que nos lleva en su novela ¿Quién mató a Palomino Mo/ero?2 a un conmove-
dor deambular de un teniente y un número de la Guardia Civil en torno a una
sociedad corrompida y sutilmente violenta donde cualquier tragedia, como la que
aquí se describe, es posible.
' Mario Vargas Llosa; La Chunga, Teatro. Seix Barra/, Barcelona 1986, 117 págs.
2
Mario Vargas Llosa; ¿Quién mató a Palomino Molero? Seix Barra/, Barcelona 1986, 189 págs.
133
do Meche ha desaparecido y nadie puede encontrar una explicación plausibfé a esta
desaparición. «La Chunga es una mujer espigada y sin edad, de expresión cfcuía, de
piel lisa y tirante, huesos firmes y ademanes enérgicos, que mira a la gente sin pes
tañear». Su historia es medio patética, encerrada en el ámbito oscuro de su bar ape-
nas tiene relación con otro mundo que el que la visita. Por ello la aventura con Me-
che le dará posibilidad de mostrar su propia identidad, su capacidad para enfren-
tarse a una sociedad represiva e intolerante, su aventura particular para descubrir la
fantasía y la ilusión, ya que todo lo demás, el bar y los parroquianos, no son más
que un endiablado desequilibrio entre la realidad y la amargura.
Vargas Llosa mueve sus peones y nos ofrece una bella historia en distintos tempos
y en planos donde el amor, la ansiedad y cierta violencia surgen en medio de un
extenso ceremonial de confusión que limita con la tragedia. Surgen psicologías múl-
tiples y variadas desazones, donde es posible desde el odio hasta la conmiseración,
con la coartada de una poesía capaz de diluir dramas y violencias tal vez porque
tanto la atracción física como la imaginación creadora hacen capaz una convivencia
tan irreal como respetuosa con la intimidad que la contiene. El misterio permanece,
el drama deja la sensación de un mundo extraño. Al fondo, Piura.
«La verdad del deseo —dice Girard— es la muerte, pero la muerte no es la verdad
de la obra novelesca» (debo decir aquí de pasada que el traductor pone las comas
según un criterio personal que no es precisamente el más ortodoxo). La mayoría o
todos los personajes de las novelas estudiadas —y llegamos a parte de las conclusio-
137
nes de Girard—, don Quijote, Stepan Trofímovich, Raskolnikov, Julien Sorel, el na-
rrador de El tiempo recobrado, la exclamación célebre de Flaubert, pronuncian pa-
labras que contradicen claramente sus antiguas ideas, llegan a una conversión en
la muerte, renuncian a su ideal quimérico y recuperan la lucidez, y esto Girard lo
demuestra en lucha contra la opinión general de la crítica romántica y de las discul-
pas de los propios creadores, temerosos de aceptar esa «quiebra» en sus personajes
pero obligados a consignarla por imperativos de la creatividad profunda, como si
dijéramos, casi a pesar de ellos mismos y enajenándose las corrientes del gusto.
En la terminología de Girard, ahí residen la «mentira romántica» y la «verdad
novelesca», en el sostenimiento de la quimera por un lado y en la conversión a la
realidad real por otro.
La conversión más notoria es la de Don Quijote, que aquí se cita como paradig-
ma: «Yo soy enemigo de Amadís de Gaula y de toda la infinita caterva de su linaje...
ya, por misericordia de Dios, escarmentando en cabeza propia, las abomino». Gi-
rard reivindica estos finales de novela generalmente considerados artificiales o con-
dicionados por razones políticas y pragmáticas y los relaciona con el simbolismo cris-
tiano, «el único capaz de informar la experiencia novelesca». Determinadas nocio-
nes de misticismo cristiano y ansias aproximadamente resurreccionales, así como una
repetida sentencia de san Juan («Si la semilla no muere después de haber sido sem-
brada quedará, sola pero, sí muere, aportará muchos frutos») (sic), son los datos que
maneja Rene Girard (Avignon, 1923, avecindado universitariamente en Estados Unidos
desde 1947) para culminar su original análisis analógico de las grandes obras de la
novelística universal, libro crítico preñado de sugerencias, nuevas asociaciones y que
de alguna manera se compenetra con un vasto y ambiguo movimiento generado
en las sociedades postindustriales y que incluye en su concepción del mundo rasgos
de un cierto renacer religioso que asume e intenta superar la mayoría de los estable-
cimientos racionales y lógicos, aunque las trochas que recorre este «movimiento» son
absolutamente complicadas y dignas de mejor estudio. Sirva esta nota de mero re-
conocimiento hipotético.
De «prolegómenos a un empirismo trascendental» subtitula el filósofo chileno
José Echevarría, educado en París y profesor veterano en Puerto Rico, el tratado (en
preparación) que habrá de aclarar el propósito definitivo de sus Convocaciones, de
las que ahora emite el primer volumen, entendidas como variantes de un tema úni-
co que el autor prefiere no explicitar por el momento o dejar al lector la posibilidad
de descubrirlo por sí solo, pero que en definitiva, viniendo a la realidad de lo que
hay, se componen de tres ensayos escoltados por numerosos apéndices y notas, todo
lo cual indica mucha reelaboración y acopios en tiempos distintos.
La aproximación de Echevarría al Quijote, inspirada en la recensión con aportes
originales de un libro de Marthe Robert, L' ancien et le nouveau: de Don Quichotte
a Kafka (París, 1963), se orienta por entender el desvarío del hidalgo por el desvarío
del hombre y la vida, ese afán de «desrealizar lo que es en favor de lo que pudiera
ser» e instituir otro orden. El desengaño mostrará la insania. El Quijote es la historia
138
del fracaso de las ilusiones de Cervantes trascendidas a constante que enriquece nuestra
vida.
Tras la investigación de Girard, Marthe Robert puede erigirse en ejemplo de críti-
ca «romántica» (irracionalista en el vocabulario de Echeverría) que impugna la muerte
de don Quijote. Echeverría a su vez desestima la interpretación de M. Robert y coin-
cide en términos generales con las resoluciones de Girard, aunque sn la misma cer-
tidumbre de éste.
A Echeverría le resulta válida la imagen del espejo para simbolizar el significado
del Quijote: «Al escribir Stendhal en Rojo y negro que la novela es un espejo que
se pasea por un camino (más exactamente Stendhal encabezó uno de sus capítulos
con esta célebre frase debida a Saint Real: el breve equívoco se ve que ha tomado
cuerpo), nos invita a agregar que el espejo nos ofrece la imagen del camino y del
caminar por él. Este camino es el nuestro, es nuestra vida». Comprender al fin que
la ventana por la que mirábamos es un espejo y el loco que en ella gesticula nuestro
doble, nutre el corolario de Echeverría, cuyo sentido de la crítica literaria es hacer
cada vez más significante la obra examinada de acuerdo con su propia estructura
y sugerencias, y es verdad que a través de esta fe en la ficción novelesca se enriquece
nuestro conocimiento de las relaciones humanas.
Son debatidas por Echeverría las influencias de Dostoievski en el anhelo de Nietz-
sche relativo a una «religiosidad terrestre» y matices sobre el mito del eterno retor-
no, páginas que se yerguen tensas y plenas de sugerencias, vivificadas por la presun-
ta alma «piadosa» del dualizado y genial filosófico alemán y que introducen —a
cuenta de las divergencias teoría-vida práctica— la hipótesis de que acaso el rapto
de locura turinesa de Nietzsche simbolice la gran síntesis de Dionysos y Cristo, la
exuberancia vital de uno y el imperativo de fraternidad de otro.
En una interesante y bien documentada parábola, insertada a modo de apéndice
(la prodigalidad de los apéndices le confiere al libro de Echeverría un sello de frag-
mentarismo y acarreo nada oportuno), Marx retorna en carne y hueso y reaparece
en el ámbito del «socialismo real», la URSS, donde es detenido y sufre el interroga-
torio y la dialéctica «paternalista» de un comisario político. No cabe duda que el
diálogo entre Marx, sus teorías primigenias, y la imagen práctica del comunismo
«marxista-leninista» desarrollado en la Unión Soviética de hoy genera subido inte-
rés, por cuanto las resoluciones son similares a las de la fuente de inspiración: la
parábola del Gran Inquisidor de Los hermanos Karamazov> es decir, que el Gran
Comisario conmina a Marx a callarse y a deponer las armas de los «idealismos» y
de los furores perfeccionistas y profundos, porque la humanidad en el fondo es tan
miserable e inerte que no desea ni la libertad ni la responsabilidad de ser ella mis-
ma, lo cual aproximadamente es homologable a las palabras del Gran Inquisidor
destinadas a Cristo en la obra de Dostoievski.
Por fin, a través de incontables pasadizos, lecturas sistemáticas, planteamientos
sustanciales, retoques, notas, donde hay distancias y ahondamientos y algo de obse-
sión, desembocamos en el pensamiento filosófico de Antonio Machado que, ensi-
Eduardo Tijeras
La música en el Siglo XX
* William V. Austin: La música en el Siglo XX, 2 volúmenes. Taurus Ediciones. Traducción de José M"
Martin Triana. Madrid, 1984.
140
da de errores. El problema es más de fondo o más, si se prefiere, de raíz. Se trata
de la utilidad o inutilidad de un talante empirista que medra a la sombra de inver-
nadero de una desideologización o, por mejor decirlo, aideologización, de la que,
naturalmente, lo primero que no sólo cabe decir sino que hay que decir, es que
no es otra cosa que una ideología; y lo segundo: que es un ideología disfrazada y
revestida con el pontifical de la negación de la ideología.
Las consecuencias «técnicas» que semejante travestismo ideológico tiene de forma
inmediata cuando se produce, por ejemplo, en un campo tan aparentemente idó-
neo para todo tecnicismo y toda aideología como es el campo de la musicografía,
inciden sobre la propia médula del discurso, ablandándolo, diluyéndolo casi, en un
aluvión de datos y datos que, cual en un alegre y hierático desfile de amor, acaban
por agrisarlo todo, limar cualquier relieve y proceder a una uniformación universal
bajo la guerrera y los galones de una pretendida siempre y siempre desmentida im-
parcialidad.
Pero, ¿es que se puede ser imparcial? Es más: ¿es que se puede ser meramente
descriptivo?
Me parece a mí una evidencia difícilmente refutable el que los primeros que se
encargan de dar una respuesta negativa a las preguntas que me he permitido for-
mular más arriba son los propios imparcialistas. El propio William W. Austin nos
proporciona un buen ejemplo de la inutilidad del intento —o el sueño— imparcia-
lista cuando nos habla de Scriabin. El capítulo V del volumen primero, bajo el epí-
grafe «Compositores contemporáneos de Debussy en los países eslavos», se ocupa
de Rachmaninov, Scriabin, Janácek y otros compositores menos renombrados. Si ase-
veraciones como «Scriabin siguió un camino totalmente opuesto al de Rachmani-
nov», con la que William W. Austin inicia sus reflexiones sobre Scriabin, constitu-
yen una muestra insuperable de la miserable ociosidad del método empírico, pues-
to que tras proponer al lector una verdad tan escasamente objetada y objetable co-
mo la de que Scriabin (y, si le apuran a uno un poquito, cualquier otro compositor
y cualquier otro bicho viviente) siguiera un camino totalmente opuesto al de Rach-
maninov, ¿qué ha de quedar, sino la necesidad de volver del revés dicha verdad para
aseverar que Scriabin siguió un camino que tiene mucho que ver con el de Rachma-
ninov, verdad esta, cuando menos, tan escasamente objetada y objetable como la
que se le opone?
Y es que el peor de los extremismos es el de la moderación. Cuando alguien de-
clara «Yo sólo pretendo hacer juicios descriptivos», no se anda lejos de tener que avi-
sar a los bomberos. De ahí el que prefiera mil veces libros (para no salimos del ám-
bito de la musicografía) tan apasionados, cordiales, emocionales, viscerales incluso,
como el Gustav Mahler o el corazón abrumado, de Amoldo Liberman, que sesu-
dos tratados con ínfulas de imparcialidad y descriptivismo como el que nos ocupa.
Porque Liberman, que no sé yo si será músico pero que ni maldita la falta que le
hace serlo, sabe presentar un cuadro mahleriano que es una veta, una mina a ras
de suelo, de donde extraer comprensiones y contrastes, mientras que el autor de
141
La música en el siglo XX abruma no al corazón sino los ojos y hasta las vías respi-
ratorias con el cúmulo de opiniones personales disfrazadas de datos mera e impar-
cialmente descriptivos que poco aportan, si es que aportan algo, a la comprensión
y el contraste, aunque, eso sí, todo aquel capaz de memorizarlos puede que se se
presenta a unas oposiciones para burócrata de la música saque la plaza con todos
los honores.
Volvamos a Scriabin (y vuelvo a Scriabin no solamente porque es uno de mis com-
positores bienamados, uno de esos raros artistas a los que con infantil encarniza-
miento te empecinas en guardar en el desván tenebroso y polvoriento de tus teso-
ros, donde guardas tu primer orgasmo solitario y tu primer orgasmo compartido
con el Otro, donde guardas el mayor de todos los tesoros posibles: la memoria y
la conciencia de lo que «querías ser», ahora que saber que ya no sólo no puedes
sino que acaso no quieres ser nada); volvamos, repito, a Scriabin: «La armonía es
la cualidad que le brinda individualidad a su música. Prevalecen los acordes de sép-
timas y de novenas.,.».
Corto. Sí, corto, paciente y amado lector, pues el «bla, bla, bla» con el que Mr.
Austin completa su apabullante afirmación acerca de los efectos de «la armonía»
en la música scriabiniana es tan irrefutable y tan evidente en su obvia evidencia que
no es posible decir nada sobre él.
He aquí el problema: ante tanta sabihondez tecnocrática y perogrullesca, ante
tanto empirismo descriptivista e imparciai no es posible decir nada. Sólo cabe de-
sesperarse o, por el contrario, sentirse agradecido y satisfecho ante tanta «informa-
ción». Información que, por supuesto, no excluye algunas dosis de opinión, como,
por ejemplo, la de que «Scriabin se imaginaba que trabajaba a la escala de Wag-
ner». Confieso no saber muy bien qué será lo que Mr. Austin quiere decir con esta
introspección en la psique de Scriabin. Quizá se apoye en su correspondencia o en
sus escritos, aunque ello no está consignado por el autor de La música en el siglo
XX. Pero confieso además que, desde el único punto de vista susceptible de tener
relevancia dentro de la emisión de cualquier tipo de juicio sobre un compositor y
su música, no veo que lo que un artista se imagine o deje de imaginarse sobre sí
mismo y su arte posea otro valor que el muy secundario de lo anecdótico-biográfico,
caso éste que ni siquiera corresponde al de la afirmación de Mr. Austin, la cual no
pasa de gratuita y engarzada en el aire.
«Sus obras más logradas son las piezas menos pretenciosas de 1903, más o menos,
como la Hoja de álbum, op. 45, n.° 1», sentencia Mr. Austin. Se trata, en verdad,
de una sentencia no muy digna de ser citada, si a su interés intrínseco nos atene-
mos. Pero sí lo es, y mucho, si pensamos que acaso encierre la clave del pensamiento
austiniano. Las «piezas menos pretenciosas» de Scriabin serían, al parecer, las «más
logradas» de su producción, la cual —motivo, seguramente, por el que Austin le
dedica tan escaso entusiasmo y atención— estaría lastrada por una «pretenciosidad»
quién sabe si, al menos en su imaginación, «a la escala de Wagner».
A mí, con franqueza, me trae sin cuidado el que El poema del éxtasis pueda
haber cometido el monal pecado de la pretenciosidad o no, porque para mía El
142
poema del éxtasis de Aleksandr Scriabin es una de las piezas orquestales cumbre
no sé si del siglo XX o del XIX (y esto también me trae sin cuidado). Así que, con
toda mi admiración por «La hoja de álbum» y todas las pequeñas pero complejísi-
mas piezas pianísticas scriabinianas, me quedo con el Poema, si Mr. Austin me
lo permite.
Oh, no, no voy a continuar hablando del Scriabin de William W. Austin, entre
otras razones porque no faltaría algún suspicaz que me acusara de no haber leído
del mamotreto sino el artículo sobre Scriabin, y esta acusación, después de haberme
tomado el ingente trabajo de seguir línea a línea el no menos ingente trabajo del
autor y su traductor, me resultaría sangrante. Podría referirme al artículo sobre Shos-
takovich, por ejemplo, por no salir del desván de mis tesoros. Pero es que es inútil.
Mr. Austin, en el capítulo XXIII, da al lector una serie de «informaciones» tan ano-
dinas como posiblemente irrefutables, y se queda tan tranquilo. Lo mismo ocurrirá
con Milhaud, con Hindemith y absolutamente con todos los compositores del siglo
XX «tocados» por Mr. Austin. La impresión que el lector obtiene es la de acabar
de salirde un museo de cera sin horrores de ninguna clase, como tampoco bondades
ni felicidad de clase alguna. Las figuras se parecen a sí mismas con notable fideli-
dad, o al menos eso es lo que parece en virtud del discurso austiniano. Y al fin y
al cabo, ¿qué importa que se parezcan o no a sí mismas?
En este pobre mundo nuestro, cada día que pasa más burocratizado por un buro-
cracia cada vez más informatizada, el discurso informativo, falsamente aséptico, neu-
tral, aideológico, como el que preside La música del siglo XX, viene que ni pinta-
do para todo aspirante a burócrata de la Cultura, que, no nos engañemos, son los
más. Tras la atenta lectura del libro se habrá conseguido, a no dudarlo, «un amplio
y pormenorizado panorama» de la música en el siglo XX (¿vendrá esta frase en la
solapa? No lo sé, no lo recuerdo ni quiero comprobarlo. Podría venir perfectamen-
te). Y ¿para qué rayos necesita nadie obtener amplios panoramas de absolutamente
nada? ¿No es mil veces mejor darse, entregarse, rendirse con armas y bagajes a un
Algo o un Alguien, de vez en cuando, cuando Dios lo quiere y sin otra razón que
porque sí? La rendición a lo singular, a la pieza singular del rompecabezas de la
que se ignora que pertenece el rompecabezas. Oh el calor y el color de la ignoran-
cia. Oh el palpito antiguo y fuerte de la ignorancia. Cada vez estoy más convencido
de que sin ignorancia (en el sentido de falta de información) no es posible vivir,
y que la sabiduría (en el sentido de información) impide la vida.
Libros como La música en el siglo XX de William W. Austin, y no, en absoluto,
por sus deficiencias —que no las tienen— sino precisamente por sus presuntas y re-
conocidas virtudes, constituyen un peligro público número uno para la vida real
de los hombre. Son «la Letra».
...Cuando ¿no es hora ya de olvidar lo aprendido para aprender lo olvidado, co-
mo —según creo recordar— nos advirtiera Bergamín, ele cuya existencia, estoy con-
vencido, el informado Austin jamás estuvo informado?
Pablo Sorozábal Serrano
* El que tiene sed, de Abelardo Castillo. Emecé Editores. Buenos Aires, 1.985. 255 páginas.
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ra simultánea a un tratamiento de desintoxicación. El ánimo de pureza descansa
en esta conducta.
Desde las primeras veinte páginas de El que tiene sed los elementos relevantes
de la obra quedan planteados con nitidez, con un tono directo y acaso brutal. Todo
ello recalca la importancia del mundo de Espósito, que aglutina en su ser todo lo
que sucede alrededor. En principio, protagonista o simple encarnación del propósi-
to indagador, inquieto, heterodoxo y novelístico de Abelardo Castillo, la figura de
Esteban Espósito, por su autenticidad, es más que estimable. Nos habla desde sí
y, podría decirse, es hablado por sus reiteradas caídas. Su distanciamiento de todo
aquello que ama —la escritura, las mujeres, lo esotérico, lo misterioso de lo
cotidiano— se confunde con su devoción por el whisky y las anfetaminas, que se
cruzan en su deambular torturado de una forma violenta, constante. Por su lado,
insinuando una independencia respecto a su personaje que ha de entenderse como
un resorte literario, Castillo reproduce y refleja ese conflicto con una insistencia que
en ningún pasaje roza lo monótono, mediante la creación de un idioma del delirio
y las estremecedoras alusiones a las pérdidas de memoria, las pendencias de locales
cerrados, suburbios, la nulidad sexual o el aturdimiento psicológico y emocional.
Esteban Espósito se enfrenta a sí mismo, pero desemboca en la búsqueda de su es-
pectro, que llega a conocer como si lo sorprendiese desde lo alto de una cumbre.
Es él mismo quien siente la vida de otro ser en cada uno de sus gestos y sus actos,
mas sin creerlo. Se diría que lo contempla en un espejo, plano como la pintura abs-
tracta del último cuarto de siglo. Y apenas consigue reconocer lo que advierte en
las imágenes que le acosan, propias o distantes. Tampoco acepta lo que ve, contra
su oscura voluntad resistente.
Pero Esteban Espósito desea un redención. Quizá esta forma de exponer su situa-
ción sea incorrecta o, cuanto menos, inexacta, aún cuando representa un debate in-
terior que excede la psicología de un personaje. Nos encontramos ante una lucha
física y personal de Espósito donde la contienda milenaria entre el bien y el mal
queda descartada por entero. La redención de Espósito, si así puede llamarse, con-
siste en la capacidad activa para vivir o para ver la muerte, despreciando al tiempo
todo lo que el alcohol mitiga o arrolla con su simple presencia. Este empeño crista-
liza en una labor paralela a la de Abelardo Castillo o a la de la novela, construida
paso a paso, siguiendo la evolución alterada de un hombre o de un espacio donde
se mezclan los pensamientos, los detalles insignificantes como los característicos, las
citas intelectuales, las sentencias científicas y los estallidos de la agresividad o de
la incomprensión del entorno. El trabajo de Espósito, al igual que en el caso de Abe-
lardo Castillo —realidad y ficción se funden en el universo martirizado de las vícti-
mas o de los fabuladores que asumen la defensa de éstos—, se resume en la búsque-
da de una novela que retrate sin piedad la vida del alcohol en un territorio de des-
pojos, en la existencia acribillada de un individuo vehemente, hipersensible, derrotado.
Sería arriesgado decir que Espósito se asoma con lucidez a lo que le ocurre desde
el comienzo de su década tenebrosa de convivencia con el alcohol, de entrega a la
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sed siempre insatisfecha. Pero en esa empresa el trabajo de Abelardo Castillo en-
tronca también con el de su personaje. Espósito se confunde, esto es lo principal.
Ha perdido su inquietud vital y no recuerda el lugar donde abandonó o fue aban-
donado. Las menciones de carácter intelectual sobre el alcohol y sus secuelas son
frecuentes y, a pesar de que no contienen en sí un sentido funcional ni moralista,
ilustran con claridad sobre la dimensión erudita en que la novela se atreve a plan-
tear el conflicto de un hombre atrapado por una dependencia que excede cualquier
medida imaginable. No se trata, en consecuencia, de elevar una situación a un pla-
no mítico. Abelardo Castillo, como Espósito, permanece en lo cenagoso del mundo
inmediato para narrar una experiencia intrasferible.
Otros personajes, más distanciados de su creador, responden al lenguaje que Cas-
tillo elabora describiendo ambientes sombríos o las aventuras y tribulaciones trági-
cas de Espósito, aportando a la visión de conjunto matices que permiten escapar
del túnel obsesivo en que se hunde la vida del protagonista, guía indiscutible de
la narración. Pero el punto de encuentro permanece en cualquier caso: en último
extremo resulta imposible rememorar, recuperar el sentido de lo ocurrido, la verdad
que da origen a la conciencia y al ser del hombre, a su memoria, a su sensibilidad.
Por este motivo, recogiendo el vacío del aislamiento, de la degradación, del dolor,
de la desesperanza —la aniquilación forma parte de uno mismo, llámese Espósito,
Fiskler, hombre de los ojos de plata, Salustio, personajes que cohabitan con el dis-
curso novelístico—, ha de considerarse que El que tiene sed muestra una realidad
donde la ausencia de todo sentimiento alcanza un sentido excepcional, captado con
minuciosidad, fuera del tiempo, aunque partícula a partícula, sin que posean valor
las sombras difusas del miedo o del enmascaramiento. Desde la primera página,
Abelardo Castillo subraya que en su obra la única mentira —necesaria, por otra
parte— de su trabajo, se concreta en la novela, en el camino elegido para dar liber-
tad a la literatura, a un personaje verdadero que precisa voz, por lo increíble de
su drama.
Con ello el esbozo de un relato que irradia numerosas referencias de orden testi-
monial. SÍ bien esto podía resultar peligroso para afirmar el valor expresivo de una
ficción, en esta oportunidad ayuda a Castillo a reforzar la orientación fundamental
de su obra por una ruta poética. De nuevo la valoración extrema del lenguaje y de
la verdad nos dan noticia fidedigna de la sustancia profunda de la novela. Todas
las fuentes a las que Castillo ha acudido para diseñar los perfiles del universo deli-
rante de sus personajes son literarias y privadas, aunque en algunos capítulos se ma-
nifieste en connivencia con un interés desenfrenado por los juicios del psicoanálisis,
y los informes y estudios médicos que reproducen la génesis de una enfermedad.
De este modo, Castillo provoca en algunos momentos la distancia que él ha sufri-
do al escribir o el choque lógico que asienta la ruptura de una cadena imperturba-
ble y sistemática de imágenes terribles a través de un lenguaje racional y depurado
en extremo. El contraste entre la expresión de Espósito, víctima, paciente, y los psi-
quiatras que le atiendan en la segunda mitad de El que tiene sed se encuentra,
por estas razones, muy lejos de lo obvio.
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Incluso podría sostenerse que la noción de juego interviene en la configuración
del testimonio como literatura. Abelardo Castillo da lugar a que el miedo se expre-
se por sí mismo, sin intermediarios. En esto radica lo hermoso de su cuidada escri-
tura, que se enfrenta a la improvisación como a los fuegos artificiales.
No obstante existe el juego. Un juego estructural sobre el que Castillo desarrolla
su novela. La alternancia de lenguajes revela el significado del errar insobornable
y despiadado de sus protagonistas —psiquiatras o artistas que viven destruidos, sin
ocultar sus pasiones exterminadoras y sin que se oculten por casualidad los replie-
gues de sus conductas—, y nos conduce a lo ficticio, a lo ficticio en apariencia.
En ningún pasaje nos hallamos frente a un autor que pretenda cobijarse o cobi-
jar, tras el idioma, tras los idiomas del dolor, aquello que nos transmiten sus escri-
tores, sino acentuar las variadas formas que suscita una personalidad inquietante.
Esteban Espósito siente y obra desde la inquietud de los seres acosados como por
un absurdo o una tragedia inexplicable, y de ahí brota una multiplicidad expresiva
sorprendente, en consonancia con las variadas sensibilidades a que su obra pasa re-
vista. Esta riqueza, que defiende el valor de lo simbólico, de lo hiperbóreo, de lo
emocional —de la exhuberancia de lo emocional, más en concreto— desliza cabos
sueltos al igual que panorámicas concentradas, extraídas de la realidad, por una pluma
ágil, disconforme, aunque lo básico de su saber y de su desenvoltura estribe en el
respeto a contadas reglas propias de escritor torrencial, espontáneo, libre tras miles
de lecturas efectuadas con ese mismo espíritu.
La novela es fruto y no simple producto mecánico de una manera de ver y afron-
tar la vida. Lo ilusorio, recuerdo u olvido de la razón, como señalaba Li Po, confor-
ma la promesa de continuidad de ese coraje quede la existencia, como apreciamos
por la actitud de Abelardo Castillo en El que tiene sed, salta a la literatura como
única posibilidad para perpetuar lo sentimental, sin miedo.
Francisco J. Satué
' Al pie de la letra, libro que recoge poemas de Shimose escritos entre 1962 y 1967, es una muestra cabal
del carácter multiforme y muíante de su poesía. Lo es también del rasgo que la unifica.
2
En la medida en que la obra del poeta se gesta paralela a la historia, se justifica la lectura cronológica,
diacrónica, que de la misma realizamos.
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se es ya un anuncio —y, más: una cristalización— de ese espíritu. El modelo litera-
rio que secretamente lo rige: el Canto General de Neruda. Poemas para un pueblo
es, en su reducida dimensión, una canto general a Bolivia: abarca (quiere abarcar)
toda la realidad nacional. A la diversidad topográfica y cultural de ésta, el poeta
responde con una duplicidad de registros: los cantos dedicados a la región oriental
del país se vierten en estructuras amplias, anchurosas, del verso libre o del versículo
bíblico; en cambio, los referidos a la andina se ajustan más bien a formas rígidas,
prietas, de la versificación castellana. El peligro en el primer caso: la grandilocuen-
cia y el prosaísmo; en el segundo, la convencionalidad de la rima forzada. Shimose,
es cierto, no siempre logra vencer esos riesgos: Hundo mi voz en la sangre y en las
capas me arrebujo I me sufre el pobre en la mina y me goza el rico en su lujo escri-
be en «Crónica del metal».
Con todos sus altibajos, Poemas para un pueblo traza un recorrido por la condi-
ción social del país, una travesía territorial a la par que textual: viajar por la patria
es también viajar por su poesía y viceversa, así como el poeta es tanto emisor de
signos como receptor de testimonios:
Cuando voy por el Sur, Roberto Echazú me dice: «este país-no país
y nos amanecemos frente a un vaso de vino;
regreso a Chuquisaca y Ayllón Terán me avisa que vivimos a
4.000 metros de hambre;
me voy a Cochabamba y allí, Gonzalo Vásquez me dice: «este país tan
tan solo en su agonía; tan desnudo en su altura...»;
camino a Santa Cruz y me encuentro con Julio de Vega,
allá, junto a las guitarras, con diez buris metidos en la sangre.
La imagen que ambos viajes nos entregan: la de una Bolivia sumida en la mise-
ria, sometida a la explotación, al despojo; destinada, como Cristo y Tupaj Catari,
al escarnio, a la desfiguración, al descuartizamiento. El calvario cristiano, evocado
con frecuencia en la poesía religiosa de Shimose, se proyecta ahora en el cuerpo de
la patria:
Tus pulmones de plata, vaciados de plata tus pulmones
en el cerro de las lágrimas,
cautiva te llevaron por la piedra,
para azotarte al sol en estacadas encendidas,
te descuarizaron a los cuatro potros del viento.
Mucho más podría decirse de este libro que a diez años de distancia no ha perdi-
do vigencia. Baste, por ahora, añadir que señala un hito importante en la obra de
Shimose; por una parte, inicia la experiencia del exilio; por otra, clausura la poética
expansiva y explosiva que distingue a sus libros anteriores.
En efecto, con Caducidad del fuego (1975), título tan hermoso como revelador,
el poeta abandona esa exuberancia verbal (oriental) y tiende a la concisión y a la
reticencia. Los poemas de largo aliento son remplazados por textos breves, de respi-
ración entrecortada, trabajosa. El cuerpo del lenguaje, henchido de metáforas por
la pasión religiosa y/o política, se adelgaza hasta la sentencia epigramática, reflexi-
va. Asimismo, la relación lenguaje-realidad o poesía-realidad, nunca cuestionada
en la etapa del fervor revolucionario, se torna problemática a la luz de una concien-
cia crítica y en crisis, desengañada de la historia y descreída del poder del lenguaje.
El verbo poético, impotente para operar una transformación colectiva, tampoco re-
dime al poeta: Hables o calles f vas camino de tu propia destrucción, escribe Shi-
mose, descartando aún la senda puriflcadora dd silencio. Descrédito de la poesía
que conlleva una desmitifícación de la figura del poeta que se descubre preso de
la cotidianeidad insignificante, sujeto a las leyes despiadadas de la sobrevivencia:
Me gané la vida como pude, expresa la «Trova del inútil»; y luego añade: lo siento:
mi oficio fue ser nadie / junto a las palabras. El vate deviene mero escritor.
El conocido verso de Hólderlin (Para qué poetas en tiempos tan sombríos) inserto
como epígrafe en uno de los poemas, resume tanto el cuestionamiento de todo de-
cir poético como el carácter agónico de la historia. Tiempos sombríos y tristes por
profanos (Ya nada es sagrado entre nosotros) pues la alegría y la celebración verda-
deras suponen necesariamente un mundo religioso, sagrado. Extinto éste, se ingresa
en la carencia, en un mundo donde el hombre vive triste sin sus dioses. La analogía
con la visión de Cerruto es aquí inevitable: en ambos poetas la misma y amarga
convicción de un pasado mítico y primigenio definitivamente abolido por la histo-
150
ria. Texto como «Los dioses oriundos», «Soledad, única herencia», de Cerruto, en-
contrarán en varios de Shimose su exacta correspondencia:
Tu nombre amarillea,
oscurece y
cae
gastado
al fondo de la piedra.
Todo es muerte en ti,
figuración del tiempo
muerte que no acaba
de morir,
muerte en lucha a muerte
con tus dioses
y tus ángeles de piedra
De acuerdo, Maquiavelo,
siempre que «ellos»
no seamos
nosotros.
Pese al tono nostálgico, ala visión negativa de la condición humana signada por
la ingratitud y, peor que eso, por la voracidad (El hombre no es bueno ni malo.
/ Es lobo.), el libro rescata dos valores esenciales y suficientes para concluir, pese
a todo, en una afirmación de esta vida y de este mundo. El primero: el principio
del placer —léase del amor— que, opuesto al principio de poder que rige la histo-
ria, configuraría una cierta ventura: Las ñatitas / en cambio, I le dieron la felicidad
que nunca / conocerán I los poderosos, se lee en «Maquiavelo y las mujeres». Am-
bos principios resumen dos actitudes o éticas diferentes y excluyentes entre sí. En
tanto que el principio del poder reduce al hombre a mero instrumento, a peldaño
o escalera, el del amor lo restituye a su condición de presencia que exhala y exalta
el don de vivir. Más allá del simple hedonismo, el amor es Eros y ágape, complici-
dad en el placer y confraternidad en el dolor, fortaleza carnal y espiritual levantada
contra la hostilidad del mundo social y político:
152
Quiero celebrar contigo
la alegría de estar vivo.
Sentir que la carne mañanea
mientras la gente
que ayer me adulaba
y me seguía
pidiéndome favores
finge no conocerme.
Al venir a este albergue
me he dado cuenta
de tu amor
y el deseo ha crecido
como un sol
sobre la ciudad dormida.
Tú no huyes de mí como si fuera un apestado.
Cerca de mi dolor
tú estás conmigo
bajo estas sábanas,
gimiendo, amando, ardiendo, suspirando,
mientras mis enemigos me injurian
y celebran mi destierro.
A tu lado
creo que soy más de lo que siempre
creí ser.
No siento envidia ni rencor,
ni temo al poderoso,
ni soy camaleón del que gobierna.
En ti me encuentro y en tus brazos
gozo lo que me queda de esta vida
que parece un sueño.
A Sandra di Piero
i Destacados ambos valores, es preciso señalar que la exaltación de los mismos no implica un repliegue
a una intimidad narcisista ni a la consecuente renuncia a la realidad social. El poema «El sueño de Maquia-
velo* es, al respecto, muy claro.
153
guran la ética del desprendimiento y de la entrega. Con ellos, Maquiavelo y Shimo-
se apuntan, sin énfasis para no caer en el impudor de la utopía, hacia un mundo
libre, liberado de las pasiones y prisiones del apetito de poder— esa Hidra de siete
y más cabezas.
En 1973, en un texto algo inconcluso y fragmentario, Shimose escribía:
Cuando el poder sea polvo
y el poderoso, olvido,
volverás a ser el mismo.
La vida entonces volverá a ser la tierra
siempre nueva.
Eduardo Mitre
;
Alfaguara. Madrid, 1984.
154
Tal planteamiento nos conduce enseguida a pensar que no somos solamente el
presente, sino el pasado, y más que eso, el pasado de quienes estuvieron antes en
este mundo. Acortando camino, las vicisitudes de los progenitores en el momento
de conocerse y más importante aún, el episodio de la concepción de quien habla
o rememora hechos. Todo esto es la materia prima con que cuenta la protagonista
a la hora de empezar su balance. Sobre todo por lo atípico de la pareja de sus pa-
dres; él, un sacerdote, ella una mujer de clase acomodada, beata y temerosa de Dios.
En ningún momento hay reproche a la figura del padre, quien por la obvia posi-
ción de su cargo, no puede ejercer de padre a tiempo completo. La novela podría
considerarse como un canto a la madurez; madurez un tanto precoz, pues arranca
desde la infancia, se prolonga recta y hasta prolija a través de la adolescencia para
desembocar en una adoración mítica en la edad adulta. El padre, a quien le llegan
a nombrar obispo, es un mito al final de los hechos y podríamos decir en el curso
de toda su existencia. En ningún momento desatiende sus deberes ni como proge-
nitor ni como amante. Sabe desdoblarse para que su presencia cumpla a cabalidad
con la misión que el destino le ha impuesto. Aunque nunca hay ni la más mínima
mención al celibato sacerdotal, tampoco existe, ni siquiera de forma implícita, cen-
sura a semejante antigualla clerical. La familia acepta como algo anecdótico su con-
dición y es más, la lleva hasta con orgullo, sentimiento nacido de la dignidad. Lo
que en espíritus vulgares podría confundirse con petulancia o altanería, en los pro-
tagonistas de Memoria de Noa no es más que el refinamiento del concepto digni-
dad, difícil de emplear y hacer entender a seres desprovistos de semejante capacidad.
No falta la alusión política a la España de pasadas décadas, pues como se imagi-
nará si se leen las solapas del libro, Alfredo Conde es un autor que por fuerza ha teni-
do que vivir las etapas de dictadura y transición. Nacido hace 40 años en Allariz
(Orense) licenciado en historia, es actualmente diputado del Parlamento gallego.
Pero Conde no se ha propuesto a escribir una novela de denuncia social, de las que
tan provistos andamos en nuestro días. Si hay algo de denuncia social, la alusión
apenas se percibe y hay que desenterrarla a base de hurgar en la epopeya, aunque
no haya que excavar hasta el fondo. El solo hecho de que la protagonista sea hija
de cura, prefigura ya un grado de conflictividad sociopolítica, pero que se desvane-
ce casi al comienzo. El objeto de esta condición paterna no es más que el psicológi-
co, pero no con la pretensión científica sospechada. Es más bien un recurso literario,
aceptable para dar pie a la narración, una excusa para tejer un halo de misterio o
de curiosa morbosidad.
Sobra, eso sí, un cierto recreo en la exposición de los elementos. Episodios com-
pletos que se podrían representar con la mitad de las palabras que el autor trae al
texto. Excesivo refinamiento, para explicar algo que líneas abajo es nuevamente traído
a colación. La narración cobra momentos de densidad y cae en el peligro de perder
el ángel que en el fondo posee, pero la atenta lectura hace que tales cosas no ocu-
rran. Claro que acudir a lo anterior no siempre es aconsejable, pues un no muy en-
simismado lector puede cerrar el libro y no volverse a acordar de él o si lo hace,
2
Ediciones Albatros. 1984, Madrid.
156
una directora cualificada en materias esoteristas y testigos conocedores del tema.
En el curso de la reunión queda desvelado el requerimiento del difunto y el consi-
guiente estigma que marcará la vida del amigo, para quien comienza un verdadro
calvario, ya que la vida entera se le irá en la empresa, a luces racionales, descabella-
da. El amigo muerto, fue en su anterior vida terrateniente y proporciona una fecha
de existencia que el otro tiene que ir rastreando de cementerio en cementerio, por
toda una comarca.
Los antecedentes poéticos del autor, Joaquín Márquez, se notan, saltan a la vista.
Reconstrucción de la niebla es su primera novela, siendo ya galardonado en varias
ocasiones por su trabajos poéticos. La prosa de Reconstrucción... abunda en tintes
líricos y la metáfora recuerda en todo momento a quien intenta embellecer la com-
posición. Con el evidente riesgo al equívoco, podría decirse de esta novela que es
un ejemplar de prosa poética, que a no ser por la enigmática epopeya que tiene
lugar, el concepto anterior cobraría toda su entidad implantándose de tiempo com-
pleto a lo largo de la narración.
Interesante la simbiosis que logra el personaje central de la obra con respecto a
la vida anterior del amigo que intenta reconstruir. Es tanta la compenetración con
la demencial empresa, que poco a poco empieza a padecer el mismo mal que mató
a aquel y a tornarse en un individuo diferente y extraño con quienes le rodean y
para quienes empieza a ser un ente de otro mundo. La técnica de la investigación
consiste en hacer coincidir la fecha de la muerte revelada, la actividad del amigo
en la anterior vida, con la de personajes de idénticas características en la región de
origen.
Ocho pueblos, innumerables archivos, documentos y lápidas sepulcrales jalonan
tan insólito itinerario. No obstante, la experiencia no es tan baldía pues, a partir
de ella, se desentierra el pasado de la región y las hazañas de algunos de sus hijos,
susceptibles de ser tratados sin rubor alguno de ilustres. Santos, militares, escrito-
res, guerrilleros y simples aldeanos parecen ser los seres que encarnaron al espíritu
de quien ahora pretende se sepa su última existencia. Pero una extraña enfermedad
consume al investigador, quien no ceja en su empeño, no obstante ser consciente
de su postración. Pero nada le detiene, incluso cuando llega a la certeza de que la
empresa es inútil y de que algún dato, o mejor, la empresa toda ella, es producto
de una burla o de su propia imaginación trastornada.
Reconstrucción de la niebla es una obra que obedece fielmente a la semántica
de su título. Partir de datos ambiguos es como empezar a caminar por un bosque
desconocido, envuelto en una gruesa capa de niebla. Pero es precisamente ésta la
que hay que reconstruir, hacerla una masa tangible con la que se pueda hacer algo.
La niebla a la que concretamente alude el título y forma el corpus novelístico, es
el pasado, épocas que fácilmente pueden abarcar un siglo. Todo es gaseoso, pero
al mismo tiempo concreto y real. Basta leer detenidamente los datos, barajarlos con
inteligencia, y se saca la conclusión de que se está siguiendo una pista adecuada.
Para que todo desemboque en total verosimilitud, sólo falta claridad de pensamiento,
V
paciencia, entereza» virtudes que al final no llega a mantener el investigador poi-
que su cuerpo falla, extrañamente es invadido por el mismo mal que mató al ana?
go. Va consumiéndose yT como pasando el testimonio en una carrera de postas, in
tema que alguien de los que le acompañan en la lenta agonía, tome el relevo y con-
tinúe no sólo la investigación que él no ha podido completar, sino la de su misma
vida, presente y pasada... es lo que parece desprenderse a juzgar por el cariz que
toman los acontecimientos en los últimos días del desafortunado investigador.
La niebla queda en niebla, pues la imposibilidad absoluta de reconstrucción hace
que el sentido de la novela sea como el principio y final de un ciclo, algo que siem-
pre ha estado ahí, en la vida de unos protagonistas que se han venido sucediendo
los unos a los otros durante siglos.
i
Alfaguara, Madrid, 1984.
158
separado en la vida y en la muerte. El primero de ellos, era cruel y despiadado en
la batalla, por lo que tuvo una venganza terrible, una vez apresado por los nativos
del país. Pero así haría de la suyas, ya que se quedó en la tierra, mortificando a
los vecinos con toda suerte de desmanes: devoraba bueyes enteros, arrancaba man-
zanos de cuajo, galopaba por tejados, preñaba mujeres casadas sin que éstas lo ad-
virtieran. Su conmilitón, resultó el reverso de la medalla, pues en la guerra fue su
insignia la piedad y el inferir el menor castigo al contrario. Espíritu bueno, duende
caritativo, era quien se encargaba de echar una mano allí donde hiciera falta: culti-
var terrenos difíciles, cocinas, avisar de la lluvia y de la helada. A ambos daría Dios
justo castigo y pago...
El resto de los relatos de esta genial serie que trae Carlos Casares son todos por
el estilo. Lo dicho anteriormente: burlas a la historia. Un intento logrado de tomar-
se los hechos, consignados en anales, a broma, partiendo de una ficticia erudición
a la manera borgiana. El autor toma como pie narrativo episodios verídicos y de
ellos entreteje escenas, simultanea secuencias que dan al texto color y vivacidad, rit-
mo y presencia.
No solamente la Galicia mitológica de Casares se encuentra presente en estas na-
rraciones. El autor saca partido de la misma historia de España, de sus reyes y hé-
roes, aunque la base geográfica (y argumental) es, por supuesto, Galicia. La siempre
buscada piedra filosofal en otras épocas, no escapa al repertorio de Casares y es así
como un fraile acusado de un negocio de sodomía, cambia la pena de ejecución
por la entrega de cuatro mü kilos de oro al rey Felipe IV en el plazo de un año.
Oficios tan antiguos como el de los «avisadores» o cronistas palaciegos, antepasa-
dos ilustres de los periodistas modernos, también están presentes, cambiando sus
favores por dádivas en especie. Estos «avisadores» se instalaban en las cortes señoria-
les de distinto escalafón y hasta en el mismísimo palacio real, residencia del Empe-
rador de las Españas. Como es lógico suponer, estos individuos eran utilizados para
informar de las vicisitudes políticas al uso. Solían trabajar para un señor de provin-
cias o para un noble en el caso de que el infiltrado estuviese en la Corte Real.
Incluye Carlos Casares al final de la obra, un índice onomástico muy útil a la
hora de guiar al profano en la identificación de los personajes citados. En absoluto
se podría decir que Los oscuros sueños de Clío deforman realidad histórica alguna.
Como ya se ha dicho, se apoya en hechos eminentemente ciertos y de allí parte toda
una lucubración humorística que acerca al no muy amante de la historia a esta cien-
cia, quitándole por completo el carácter un tanto que comporta su acercamiento.
Es como si la musa de la historia, Clío, hubiese en efecto soñado. Pero no de una
forma pesadillesca, sino tomándole el pulso benévolo al acontecer histórico que sin
lugar a dudas existe.
4
Tusquets Editores. 1983. Barcelona.
5
Planeta. Barcelona.
161
ja a la perfección. El tema de la novela caería en la vulgaridad ya que es mercancía
al uso y la narrativa que tiene como arquetipo la guerra civil comienza a flaquear
de originalidad. Todo el mundo tiene algo que decir al respecto, aunque no lo haya
vivido y tenga de ello una idea abstracta, o concreta a medias. El todo es referirse
a eso, una obligación en todo español que haga literatura en estos tiempos en que
se pasan cuentas y se exige el encuentro de culpables y la exhibición de cabezas san-
grantes clavadas en la pica vengadora. De ahí el peligro a que están sujetas la mayo-
ría de las obras que tratan de las vicisitudes bélicas; no ocurre lo mismo en ...mami-
ta mía, tirabuzones, pues, como ya se ha dicho, el diálogo de fondo se mantiene
y viene en auxilio de la obra cuando el relato del episodio histórico empieza a des-
gastarse.
Con el poético título de Espíritu del Aire la protagonista rellena la ausencia del
Dios oficial y es este el ente que viene en su auxilio. Espíritu del Aire es como una
Dulcinea que asiste a la quijotesca figura de quien nos habla y quien en todo mo-
mento está necesitada de ayuda, pues la vida se le complica a cada recodo, los apo-
yos fallan en el aire y ahí mismo tiene que asirse del espíritu que ha creado. El re-
cuerdo de la madre muerta no alcanza para tanto, apenas para la evocación afortu-
nada, y de cuando en cuando se transforma en deidad, pero más parece una ayu-
dante del Espíritu del Aire que la suplantación definitiva.
Un día la vida se transforma por completo. La familia vende el caserón madrile-
ño, pues no pudiendo más el liberal y ambicioso padre soportar la esclerotizada Es-
paña de aquellos tiempos decide partir hacia el progreso, la cultura y la justicia.
Lo más lejos posible debe de encontrarse aquello. En el sitio más rebuscado del mundo.
Nada menos que Australia, tierra de la que se tiene una idea ambigua en cálculos
reales, pero que se intuye prometida.
Parte la familia con rumbo Cádiz, última parada y fonda antes de atravesar tan
inmensos mares en busca del progreso. La niña apunta a la edad en flor, está próxi-
ma a hacerse mujer y a todos encanta su sabiduría, su exquisita-educación británica,
aquellas cosas que sólo pueden darse en Madrid. No se entiende por qué, pues,
esta familia abandona España. Andalucía vive ya su estancamiento, el desarrollismo
no prodigó sus mieles sobre la Bética, el señoritismo se enseñorea aún más de todas
las cosas y allí sólo quedan el folclorismo barato, la clientela de capillas y catedrales
y el afán de la emigración, única forma de concebir el porvenir. La familia de ma-
rras, en su ansia de respirar nuevos aires, encaja a la perfección en el conjunto.
Pero viene un contratiempo definitivo: mueve la madre y el viaje se trastoca por
completo. Si la novela ha dado un vaivén por otros derroteros, con este amargo epi-
sodio retoma su sentido, su vitalidad máxima, ya que de nuevo la figura d la madre
cobra entidad divina, casi diríamos, mítica. La niña es recluida en un convento, en
contra de la norma de conducta que cabría pensar del padre. Entonces el mundo
se detiene por completo, la vida entra en una dimensión, más que desconocida,
irreal y fantasmagórica. Apenas puede creerse lo que ha sucedido, pero los hechos
están ahí, con toda su carga de emocionalidad y crudeza. La niña, no es que se adapte
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a su nueva vida, sino que la soporta con rabia contenida, alimentada por la nunca
aceptación de la muerte de la madre. Para ella está viva y como con el Espíritu del
Aire, dialoga, discute y consulta sobre la sorpresa hecha vida que como un manto
la arropa con rabia.
En medio de un curioso lance se hace mujer, pero el hecho físico de la menstrua-
ción apenas la inmuta por la idea concreta que tenía del fenómeno. Lo que más
parece sorprenderle es su poca perplejidad ante lo que acaba de sucederle. La amis-
tad con otra de las internas del convento le proporciona la ocasión propicia para
fugarse de él. Aquí termina la novela, con ese final, así, en suspenso, susceptible
de cualquier interpretación que le quiera dar el lector.
6
Alfaguara. Madrid, 1984.
7
Sebe Banal. Barcelona, 1983.
165
debe estar teñido toda obra que se precie de ser eminentemente literaria. Entiénda-
se lo de romántico por acepción o definición de lo poético y no de cualquiera otra
de las consideraciones que pueda tener este vocablo. La trama de Luna de lobos es
de sobrecogimiento y espanto y el autor ha tenido que esforzarse porque el carácter
tántrico no haya llegado idéntico a la novela. El lector puede perfectamente empa-
parse de las dos intenciones: la de la noticia que el autor quiere transmitir, pero
también el deseo de envolverle todo con una gasa lírica, musical, metafórica, de poesía,
en una palabra. Cada árbol, bosque, copo de nieve, lengua de agua, brillo de luna
o del sol sobre cualquier objeto, es bendecido por el nuevo nombre con que el poe-
ta bautiza la materia prima de su labor. Llamazares tiene una cálida interpretación
hasta para los momentos más tristes y grises, e incluso para los personajes que más
odio o animadversión puedan despertar a los ojos del lector. Frases cortas, construi-
das la mitad de ellas de elemento racional y poético alternativamente, para, en con-
junto, construir párrafos también cortos y de lo cual, todo al unísono, brota un mensaje
claro, sonoro, completamente desprovisto de visceraiidad.
Este último problema, el de la visceraiidad, es muy peligroso a la hora de escribir
una novela como Luna de lobos. El protagonista aparece en primera persona, na-
rrando los hechos desagradables para él, para los suyos, para su patria y sus ideas.
No sería del todo reprochable si se dejara llevar por la pasión y todo un mundo
de improperios tejieran lo que a primera vista aparece como una creación literaria,
una novela. No. Llamazares es cuidadoso y responsable. Cuidadoso, porque conoce
a la perfección el material que está empleando y se anda con pies de plomo y cada
concepto lo desmenuza finamente, pasándolo por una especie de lupa y mostrán-
dolo para que veamos con un crudeza y realidad extraordinarias algo que está y
que existe por la fuerza verídica de su historicidad. Responsable, porque sabe que
si no se anda con esos pies de plomo, el mensaje se le va de las manos, la poesía
moriría al instante y el texto, en principio pensado literariamente, acabaría rodando
muy bajo, muriendo en las oscuras formas del panfleto o la ya desgastada denuncia
político-social.
El tema, político por supuesto, no nos es servido con dicha crudeza y liega un
momento que hay que hacer un alto en la lectura para recordar que se trata de he-
chos históricos, cuya exaltación se encuentra sujeta a todo tipo de tratamiento. Her-
mosamente sumergidos en poesía, perdemos la tal vez intencionalidad primaria del
autor. Pero no importa, la novela puede ser la doble vertiente de dos intenciones,
pero que al mezclarse se condensa todo en uno, en que es posible hablar (escribir
en este caso) de cosas pasadas o presentes con la propiedad y documentación nece-
saria, pero sin olvidarnos de la poesía, de la amabilidad artística que en absoluto
están reñidas con los conceptos anteriores. Es más, me atrevería a asegurar que si
ambas cosas van juntas, poesía y racionalidad, la obra, de la índole que se quiera,
adquirirá mayor dimensión y una carga enorme de humanidad que hará menos do-
loroso el recuerdo de ciertos episodios, si es que en ellos, por supuesto, hay algo
que lamentar. _ _. , __
Miguel Manrique
Kiosko
Variantes de Robinson
Robinson, junto con Don Quijote y Gargantúa, es el fundador de la moderni-
dad. Tiene sentido, pues, cuando ésta decae, recuperarlo como un modelo de libro
a simular. Tal es la propuesta de Rafael Conté en Robinson o la imitación del libro
(Trieste, Madrid, 1985, 279 páginas). Todos conocemos a Conté como crítico coti-
diano, fiel cumplidor de la deferencia hacia las novedades, atento al lector desaten-
to del periódico y al número de líneas que recortan los implacables secretarios de
redacción. Pero advierto a quien lea estas páginas que confundirlo con el autor de
nuestro libro sería ceder a una fatal superstición de la tipografía, según previene
Borges.
Conté (el del libro) propone desarmar las estructuras de cualquier género y no
someter al lector un libro, sino una sugestión de escrituras de las cuales debe hacer-
se cargo el lector mismo. Si esto no ocurre, el artefacto del texto se inmoviliza. He
aquí una tarea para lectores muy activos, muy protagónicos, muy despabilados, de
ésos que siguen practicando la secreta religión de la lectura: por lo mismo que algu-
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na vez fue un fasto público y hoy acontece en las catacumbas, encona sus ritos y
afila sus doctrinas como nunca.
La escena es nocturna. Ya sabemos: Mallarmé nos lo viene diciendo desde hace
más de un siglo. El escritor debe esperar a que la Ciudad apague sus luces y sus
habitantes duerman. Duerme la mujer junto a su niño y, calle por media, duermen
los buenos ciudadanos, duermen los filisteos, duermen borrachos y canallas, santos
y enfermos. Hasta duerme un crítico literario llamado Rafael Conté. La verdad es
el sueño de la verdad, y sólo de noche puede llegar a conocer la inutilidad del cono-
cimiento.
Una luz solitaria define la página en blanco y, en el gran silencio del mundo,
entre cosas incontablemente borradas, surge la voz ¿la voz de quién? ¿Quién es ese
otro que dicta, dictador del cual el escritor es apenas amanuense y el maquillador
que retoca puntos sombríos del discurso para presentarlo en sociedad?
El amanuense se siente Robinson, recién llegado a una isla desierta, con un libro
como único tesoro: el Libro, la Biblia que alude a los perdidos orígenes, tal vez a
otra isla como ésta, terrible de ensimismamiento y virgen de historia. Una virgen
terrible: la inocencia. Porque apelar a la robinsonada es apelar a la fantasía más hon-
da, a la fantasía fundacional de toda cultura: refundarse en cada acto, repristinarse,
sacudir polvo y paja de toda palabra hasta que alcance la desnudez del lenguaje
(que no es la palabra) y esté a punto de servir como Voz del Otro.
Purificar la literatura hasta la exageración, hasta su misma aniquilación, consu-
mida en la hoguera de sus signos imposibler Convertir de una vez las palabras en
palabras.
Para esto hace falta liberarse, que es lo opuesto a convertir el pasado en historia:
es, justamente, convertir la historia en pasado y la «vida» en un presente continuo,
capaz de desembarazarse de la herencia histórica y proyectarse hacia un futuro autén-
ticamente inédito, donde la memoria no repita sus melancolías ni intente glorificar
sus fracasos. '
Este texto es, plenamente, un texto postmoderno, si por tal entendemos, de una
parte, la disolución de todo género anterior (la ópera generis sui) y, de otra parte,
el rechazo a las categorías acumulativas y continuas: tiempo, espacio, historia, recu-
peración del pasado, memoria, unidad de los contrarios, análisis de un contenido
que admite ser analizado porque ha sido hecho para analizarse. Posmodernidad de
la actitud si se piensa como nostalgia de un tesoro cultural perdido por renunciado,
de heredero que ha rechazado la herencia, acaso porque su peso se le hace insopor-
table y, en lugar de ayudarlo a vivir con la sabiduría de sus mayores, lo obliga a car-
gar con el sepulcro (modelo en piedra) de toda una cultura. Conté opta por la ro-
binsonada: naufragar y llegar a flote a una isla desierta, con un solo libro que es to-
dos los libros, el Libro.
Texto que estalla por falta de costuras formales, cultivo del fragmento, reverencia
a la discontinuidad, he allí la moral de la escritura de Robinson: el reventón del
pródigo que derrama su herencia por los incontables agujeros del lenguaje. Este queda
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convertido en una criba por la que se escapa toda la harina, en una red casi traslúci-
da a través de la cual intentar ver el universo, en un telón de fondo del escenario
que no puede ocultar la pared del proscenio y una claraboya que emblematiza al
mal: por ella se siente el vértigo del infinito, las palabras pierden pie y el autor se
precipita, o se deja llevar, con las congojas gozosas de la muerte, hacia una profun-
didad sin fondo. De nuevo, la noche.
Indistinción nocturna, falta de límites, pringue de la tiniebla: todo esto evoca
a la madre y quedarse a solas con la isla, con la tierra que nos parió, tal vez sea,
para Robinson, el «ahora o nunca» del niño incestuoso, que equivale al «era una
vez» de los cuentos. Esta vuelta al útero en medio del mar de la escritura también
es una refundación: recuperar la unidad originaria hijo-madre en un amnios de pa-
labras, es la forma más cabal de empezar de nuevo la vida de la palabra. La isla
es el vientre de una parturienta, al cual reingresa Robinson por medio del incesto
(separación de la sociedad, mundo paterno; aislamiento en el mar; naufragio y po-
sesión de la isla) para volver a ser parido, regenerado, a un mundo en que la pala-
bra, sumergida en el olvido nocturno, renazca, matinal y limpia, para reconstituir
otra historia. Y si no, que lo diga la dedicataria del texto, la madre del autor. Ro-
binson Conté llega a una isla en cuya entrada hay las únicas palabras del lugar: el
nombre de mamá.
Posmodernidad es exaltación de lo simulado, de lo ficticio, de lo imitado. Si se
prefiere, es estética de la parodia. No es parodiar sin decir, sino decir parodiando.
Posmodernidad es aceptación de la imposibilidad de ser moderno. Si la moderni-
dad fue creación, productividad «original» del autor, construcción de un texto que
sintetizara la memoria del mundo y recuperara el tiempo perdido, posmodernidad
es, precisamente, lo opuesto, pero un contrario que oculta su identidad porque se
trata de salir a la calle disfrazado, a la fiesta de máscaras en que se ha transformado
una vida promiscua, polucionadamente urbana, henchida de gente sin trabajo.
Buscar el tiempo perdido es al mismo tiempo huir de él sin poder abandonarlo.
La mejor búsqueda resulta ser, entonces, la inmovilidad. Así el horizonte blanco.
La imitación del viaje (y no la invitación al viaje con que se inicia la poesía con-
temporánea), el horizonte en blanco, sin alba ni ocaso (y no la página en blanco
como horizonte del deseo de escribir), abandonar el tiempo perdido, sin saber si-
quiera si se lo ha perdido, dejar en un mundo sin fantasías las imposibles vidas no
vividas que conforman la herencia fantasmal de la historia, hacer del papel la isla
de un periplo que no avanza ni retrocede, forma de aislarse discontinuamente de
un mundo que no es nuestra parte como nosotros no somos parte de él.
Cuando Robinson llega a la isla desierta del lenguaje y se instala en el grado cero
de la cultura, un instante anterior al incesto que la funda, está en condiciones de
refundar el lenguaje. Un gozo que no alcanza a ser transgresivo, porque aún es no-
che de inocencia y el sol de la Ciudad no llegará para quebrarla, entibia la mano
del escriba, bajo las estrellas que vigilan la isla abandonada por la historia: en esa
tibieza de niño al fin a solas con la madre, el susurro robinsoniano crece sobre la
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tierra deshabitada, sobre el mar sin navegantes, y tiene la impresión de que el mun-
do empieza de nuevo, liviano y dispuesto a la fiesta y al juego, cuando se echan
a rodar los dados de la escritura.
El texto no sólo propone su propio desmontaje, sino que también se lo sugiere,
imperativo, al lector. Este debe desmontarse, cambiar de identidad en cada tramo
del libro «imitado», porque aquí la escritura juega al escondite y, para verla, hay
que descubrirla, perseguirla por sus trucos y disfraces, sorprenderla cuando se cree
más confiada, en cualquier caso: andar a salto de mata por el bosque donde Cape-
rucita atrae y, a la vez, huye, del Lobo Feroz, que es el lector, caníbal a más de rijoso.
Quien no quiera tomarse este trabajo y jugar con Robinson, mejor es que no pase
de la portada. Pero, en cambio, si tú, lector de esta croniquita, perteneces a la enco-
nada religión, a punto de extinguirse, de la lectura, entonces te será necesario com-
partir la isla.
Blas Matamoro
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