DSD - Diario Sobre Diarios - en Un Diario Todos Los Diarios
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Hacía un año que el gobierno de Alfonsín había asumido cuando Burzaco empezó
a desconfiar. Raúl Horacio Burzaco dirigía el diario Tiempo Argentino desde su
fundación a fines de 1982, cuando agonizaba la dictadura. El diario funcionaba en
Lafayette al 1900, en las instalaciones de La Opinión, de Jacobo Timerman,
expropiadas por los militares. Tras el fracaso militar, el matutino había jugado para
el candidato peronista Ítalo Luder. Ante el nuevo panorama político abierto el 30 de
octubre de 1983 con la victoria radical, Tiempo Argentino destilaba cierto tufillo
opositor a las narices sensibles de la administración Alfonsín. No se sabe bien en
qué momento fue, pero Burzaco comenzó a notar casualidades reiteradas. Él
escribía los editoriales políticos de los domingos y, muchas veces, se iba los viernes
de la redacción palpitando alguna primicia. Para su sorpresa, el sábado mismo leía
en algún diario de la competencia lo que creía que era su hallazgo, aunque
almibarado o distorsionado para beneficio oficial. Cuando notó que circunstancias
similares se repetían semana a semana no lo dudó. Llamó a un comisario amigo de
la Policía Federal y le transmitió su inquietud: “Me parece que me están pinchando
los teléfonos. ¿Tendrá algún especialista para que me revise las líneas?”. Cuando
dos técnicos de la Federal llegaron con sus maletines hasta el despacho de Burzaco,
los periodistas de la redacción creyeron que eran operarios de ENTel para una
revisión de rutina. Nunca se enteraron de que esos dos hombres, sumados a otros
policías de civil que esperaban afuera, encontraron una perla a la vuelta del diario.
Sobre la avenida Vélez Sarsfield, los sabuesos hallaron una “citroneta” estacionada,
con un agente de los servicios que manipuleaba un equipo de audio ultramoderno.
Burzaco tenía razón: alguien había ordenado esas escuchas ilegales para saber qué
diálogos tenía el director del diario. No hubo denuncia judicial, ni arrestos, pero la
“citroneta” no volvió a aparecer por el barrio.
La obsesión del radicalismo por “manejar” a la prensa venía desde lejos. En cien
años jamás habían logrado tener un diario propio. Más aún, siempre los perturbó la
leyenda del “diario de Yrigoyen”, que le escribían al presidente para enajenarlo de la
realidad. También los atormentaba el final de Arturo Illia, cuyo derrocamiento se lo
endosaban a la pérdida de imagen urdida por las ironías de la prensa y los
humoristas. “Hicimos muchas cosas, pero no las sabemos difundir”, se consolaban
a sí mismos los alfonsinistas cuando estaban en problemas.
De ese tema también daba fe Raúl Burzaco. Tiempo después del episodio de las
escuchas, el periodista recibió una invitación de Nosiglia para almorzar en el
restaurante del Yacht Club Buenos Aires. El propio Burzaco contó que el Coti fue
directo: “Queremos que trabaje para nosotros, por el sueldo no se haga problema”.
Según el entonces director de Tiempo Argentino, esos almuerzos se repitieron en
dos ocasiones más, con el mismo ofrecimiento que él desistía con una sonrisa: “El
Coti Nosiglia se movía para manejar y controlar los medios de comunicación. Y, en
ese juego, pretendió acercarse a Tiempo Argentino y dominarlo desde afuera. Usó
muchos subterfugios. El último fue que quería comprarlo. Yo, por supuesto, traté
de resistir”.
Es que el Coti tenía muy en claro “el poder” de la prensa. No sólo porque sus
familiares habían integrado la cooperativa que editó el diario Tribuna en Posadas,
sino también por la traumática experiencia de Illia con los medios de
comunicación, cuando su padre Plácido Nosiglia fue funcionario en Salud. Tal vez
por eso, el Coti trató de colocar su gente en la que creía una estratégica oficina para
bajar línea hacia los medios. En la Secretaría de Información Pública de Alfonsín,
tras la temprana renuncia de Emilio Gibaja, recaló Juan Radonjic, hombre leal a
Nosiglia aún hoy. El nuevo secretario confirmó en sus puestos a otros dos fieles del
Coti: Luis Stuhlman y Oscar Muiño. Aunque el fracaso comunicativo del gobierno
siguió siendo la constante. Por eso, decidieron disolver esa secretaría, que pasó a
revistar en el área de Cultura a cargo de Carlos Bastianes. ¿A quién respondía el
“Gordo” Bastianes? A Nosiglia, por supuesto.
Hasta 1985, la táctica había sido colocar “periodistas de sus filas en los diarios de
oposición”, antes que mantener un diario con los dineros del gobierno. Ante ese
fracaso y el incipiente negocio de los medios de comunicación que se abría en la
Argentina, Nosiglia decidió apostar fuerte. Siempre desde las sombras, ordenó
adquirir parte del paquete accionario del diario Tiempo Argentino.
Pero la historia “no oficial” de Tiempo Argentino se remonta a 1952. Para más
datos, al 26 de julio, día en que falleció Eva Perón. Ese día había aterrizado en
Ezeiza el príncipe Georg von Waldburd-Zeil, que fue enviado de viaje de egresado
a recorrer el mundo, tras terminar el colegio secundario. Heredero de una de las
familias más ricas de Alemania, Georg amaneció en una Buenos Aires de luto. Con
su compañero de viajes intentó almorzar, pero todos los negocios estaban cerrados
por el duelo nacional. Regresó al hotel, pero tampoco tuvo suerte: el restaurante
también estaba sin personal. El conserje les pasó a los alemanes un dato salvador:
“Si asisten al funeral de Evita, tras pasar el ataúd están entregando comida”. El
príncipe no dudó. Y se mezcló con los que hacían cola para ver por última vez a
Evita. “La lluvia no paraba un solo instante. La fila de llorosos se alargaba,
zigzagueando bajo un techo de paraguas y de papel de diario. Se calculó que llegaba
a medir tres kilómetros. Esperaban diez horas haciendo cola, helados, empapados,
hambrientos, a menudo enfermos”, describió la biógrafa de Eva, Alicia Dujovne
Ortiz. Entre ese grupo estaba Georg von Waldburd-Zeil, quien al llegar al vestíbulo
donde se exponía a la muerta sintió que la Argentina era un país mágico al que
debía regresar. Observó a la mujer cubierta con un sudario blanco y una bandera
patria, y se detuvo en el rosario que le habían colocado entre los dedos flaquísimos.
Fue una mirada que duró pocos segundos, al instante estaba descendiendo las
escalinatas que rodeaban al féretro, empujado por el desfile incesante de
descamisados. Tras esa visión que lo impactó, el príncipe recibió lo que tanto
buscaba: la vianda, que incluía sándwiches y café, le devolvió el alma al cuerpo.
DsD 23 - 3 - 2005