Resumen de Araujo
Resumen de Araujo
Resumen de Araujo
La educación ciudadana puede definirse como la educación dada a los niños desde la
infancia temprana para que se conviertan en ciudadanos críticos e informados que
participen en las decisiones que conciernen a la sociedad. De manera específica, se
entiende aquí que 'sociedad' es una nación circunscrita dentro de un territorio reconocido
como Estado.
Es obvio que dar a conocer las instituciones que forman parte de una nación y crear
conciencia sobre la serie de leyes aplicadas a las relaciones humanas y sociales, forma
parte de cualquier curso de educación ciudadana. Bajo esta idea, la educación ciudadana
se basa en la diferencia entre: El individuo como sujeto ético y legal, beneficiario de todos
los derechos inherentes a su condición humana (derechos humanos), y El ciudadano como
beneficiario de los derechos políticos y civiles reconocidos por la constitución nacional
de cada país. Todos los seres humanos son individuos y ciudadanos de la sociedad de la
cual forman parte. Por lo tanto, los derechos humanos y civiles son interdependientes.
Todos los hombres, mujeres y niños llegan al mundo como seres humanos. Gracias a la
inmensa conquista histórica de los derechos humanos, todos somos iguales en derechos y
dignidad al resto de los seres humanos. Cuando la educación ciudadana tiene el propósito
de 'educar a futuros ciudadanos', necesariamente debe dirigirse a niños, jóvenes y adultos,
que son seres vivos con el estatus de seres humanos dotados de conciencia y razón. No es
posible, por tanto, dejar de considerar a los individuos como sujetos con características
individuales propias.
También se incluyen en los derechos humanos a los derechos políticos y civiles, donde
obviamente los políticos hacen referencia a los derechos y obligaciones de los ciudadanos.
Una educación integral sobre derechos humanos, por lo tanto, toma en cuenta la idea de
ciudadanía y considera que un correcto civismo está relacionado con el total de los
derechos humanos.
De manera similar, una educación ciudadana que forma 'buenos' ciudadanos (por ejemplo,
ciudadanos conscientes de los asuntos políticos y humanos que están en juego en su
sociedad o nación) requiere que cada ciudadano posea cualidades éticas y morales. Todos
Fuente: adaptado de Citizenship Education for the 21st Century, UNESCO (1998).
los tipos de educación ciudadana inculcan (o pretenden inculcar) el respeto hacia los
demás y el reconocimiento de que todos los seres humanos son iguales. Combaten además
cualquier forma de discriminación (racial, de género, religiosa, etc.) al fomentar un
espíritu de tolerancia y armonía entre las personas.
Así, cuando hablamos de los propósitos que deben considerarse, ya sea en la educación
ciudadana (la cual produce ciudadanos con cualidades morales) o en la educación sobre
derechos humanos (que reconoce e incluye los derechos políticos y sociales de todos los
individuos), invariablemente debemos discutir la relación entre una buena actitud cívica
y los derechos humanos.
En algunos casos, según las tradiciones culturales de cada sistema educativo, tendremos
una educación ciudadana enfocada en el conocimiento y ejercicio de los derechos
humanos o una educación ciudadana que enfatice los derechos políticos y civiles como
base de la ciudadanía y, en consecuencia, de los rasgos nacionales representados por estos
derechos y garantizados por los Estados.
Estos tres objetivos corresponden tanto a la educación del ciudadano, como a la educación
del individuo como sujeto ético y legal.
Una idea inherente a la educación cívica, en tanto que concierne a la política y a las
instituciones, es la idea de democracia.
Fuente: adaptado de Citizenship Education for the 21st Century, UNESCO (1998).
Sin embargo, esta forma de aproximarse a la idea de democracia puede parecer ajena al
mundo escolar e infantil. Es por tanto deseable inculcar en toda la vida escolar una cultura
de la democracia.
La práctica educativa tiene el mismo valor que los conocimientos cuando se trata de
enseñar educación cívica. Una de las grandes fallas de la instrucción cívica es que no
consigue traer la democracia al entorno escolar y no va más allá de la sola enunciación
de principios y la descripción de instituciones. Cuando la organización de una escuela no
lleva a que ésta opere de manera democrática y permita que los alumnos expresen sus
opiniones, los niños y adolescentes pierden el interés en el civismo y ven sólo la
incongruencia entre lo que los adultos dicen y lo que hacen, entre el conocimiento y la
acción, y a esta incongruencia le llaman 'hipocresía'.
Si vamos a desarrollar una educación cívica creíble, debe imperar en las escuelas el
respeto a los demás (estudiantes, maestros, administradores y empleados), así como las
actitudes y comportamiento no violentos.
El respeto a los demás y a su dignidad, así como el respeto a uno mismo como individuo
libre y autónomo, surge de la ética de cada persona, del deseo de 'vivir juntos, con los
demás y para los demás, en instituciones justas'.
Fuente: adaptado de Citizenship Education for the 21st Century, UNESCO (1998).
Estas cualidades, ya sea que se les califique como 'morales' o 'éticas', deben exigirse a
todos los seres humanos y a todos los ciudadanos. Forman parte tanto de 'virtudes' cívicas
como de 'virtudes' individuales y permiten a cada individuo vivir como un 'buen'
ciudadano.
Dicho de otra forma, en la educación ciudadana el respeto al 'Otro' como un igual con sus
propias diferencias individuales, físicas, intelectuales y culturales, debe ser explicado y,
más aún, experimentado en la vida diaria de cualquier escuela. La educación ciudadana,
basada en los principios de un trato digno igualitario y respetuoso hacia los demás, tiene
la tarea de combatir todas las formas de discriminación negativa, como el racismo, el
sexismo y el fanatismo religioso.
Sólo entonces, la educación ciudadana puede considerarse como una educación ética (o
moral) además de una educación sobre la ciudadanía.
En una democracia, la educación ciudadana busca educar ciudadanos que sean libres de
elaborar sus propios juicios y mantener sus propias convicciones. Estar de acuerdo con
las leyes ya existentes no debe impedir que los ciudadanos busquen y planeen leyes
mejores y más justas. El respeto a la ley, que es uno de los objetivos de la educación
cívica, no significa una sumisión ciega a las reglas y leyes preexistentes, sino la capacidad
de participar en su creación.
Por esta razón, una de las tareas prácticas de la educación ciudadana es prestar atención
a las reglas que rigen en una escuela, con el fin de mejorarlas y reformularlas.
Fuente: adaptado de Citizenship Education for the 21st Century, UNESCO (1998).
Los valores que transmite la educación ciudadana no son principios dogmáticos escritos
en piedra. Una cultura viva demanda la creación de valores nuevos, aunque todos deben
estar regidos por un criterio de respeto a los otros y a la dignidad humana.
Por consiguiente, en lo que respecta a las leyes y valores aceptados por un grupo social
en su conjunto, la educación ciudadana no puede ser de ninguna forma un catálogo fijo
de preguntas y respuestas. Debe ser, en cambio, el escenario que produzca y alimente una
genuina cultura de la discusión. Cualquiera que sea el problema, como el desarrollo
continuo de la humanidad o la estabilidad del estado de derecho, es necesario un
intercambio de ideas, nociones, juicios y opiniones personales. Este tipo de diálogo es
posible incluso entre los niños pequeños.
La educación ciudadana también necesita ser enseñada de manera que siempre fomente
el constante vínculo entre teoría o conocimientos y práctica. La interacción entre
conceptos y acciones crea de manera gradual la capacidad de pensar en función de valores
y de referirse a ellos. Los valores son universales cuando se trata de derechos humanos,
por ejemplo, cuando se trata de libertad, dignidad, solidaridad y tolerancia. Como están
arraigados en diferentes culturas, que los promueven, también se refieren a una región del
mundo, país, nación o religión específica. Todos estos valores deben ser tema de
discusión y reflexión y estudiarse en cada curso de educación ciudadana.
En una situación como la anterior, los niños necesitan relacionarse con culturas distintas
a la suya, aprender sobre ellas y comprenderlas. En lugar de ocultar las diferencias
culturales entre los alumnos, la educación ciudadana puede acentuar el valor de la
diversidad, mientras respeta y reafirma la universalidad de los principios contenidos en
los derechos humanos. El respeto a los demás, que es un principio universal, significa en
la vida escolar diaria que debe dialogarse con otros y mostrar interés en los estilos de
vida, hábitos sociales y prácticas culturales de otras familias. La educación ciudadana es
el foro ideal para organizar discusiones sobre temas sociales en donde puedan expresarse
opiniones sobre diversas formas de ver el mundo y sus culturas. Esto es una nueva manera
de combatir el racismo, el cual se debe en gran parte a la ignorancia con la que son
educados los niños en lo que respecta a las culturas distintas a la que prevalece en su país.
Por medio del conocimiento de estas otras culturas y de la experiencia de una vida
multicultural dentro del aula, los niños cuentan con herramientas contra las actitudes
despectivas hacia los "Otros" y contra la indiferencia hostil, ambas, fuentes de un
comportamiento racista.
que habita. Ser competente implica saber interpretar el medio en el que el alumno interactúa,
proponer alternativas y ser capaz de argumentar, operaciones que requieren de unos
conocimientos sobre cómo es y cómo funciona la sociedad, y qué consecuencias han tenido y
tienen las acciones que realizan las personas y los colectivos (Gómez, Miralles y Molina,
2015).Lastimosamente, muchos de estos individuos (estudiantes), hoy por hoy, muestran algún
tipo de resistencia o apatía frente a la puesta en práctica de las reglas formales (normas legales
establecidas en los manuales de convivencia de las instituciones educativas, reglamentaciones
y leyes vigentes, etc.) y miran con indiferencia el papel de las reglas informales (morales y
sociales), situación que trae como consecuencia un comportamiento cada vez más díscolo,
intolerante, agresivo, irrespetuoso y discriminativo. Es por esto que se hace absolutamente
necesario, desde la escuela como protagonista del proceso básico ormativo del individuo,
instaurar procedimientos pedagógicos de formación ciudadana, en los que exista una total
relación entre lo eminentemente pedagógico y el componente curricular, planteando y
asumiendo un reordenamiento, una reestructuración epistemológica, de los principios sobre los
cuales se organizan los actuales planes de estudio.De igual manera, se propone asumir un
modelo pedagógico, un proyecto formativo y hasta una directriz misional, a través de los cuales
el ac to de educar implique un compendio de elementos posibilitadores de la formación de
ciudadanos críticos, activos y conscientes, en el marco de un proceso de escolarización qu e
permita conocer, comprender y construir el conocimiento suficiente para actuar, no solo
responsablemente en sus labores educativas, sino también en la vida cotidiana de forma
competente.Con base en lo anterior, el presente artículo hace un llamado para que en las
instituciones educativas, especialmente las que tienen a su cargo la formación inicial del
individuo, se tome conciencia acerca de la importancia de la conjunción entre la educación
tradicional y la formación ciudadana, ya que es imperativa una articulación entre los diferentes
ciclos que atraviesa el educando, para brindarle las herramientas suficientes y necesarias en su
desenvolvimiento social, ya que, si bien la familia y la comunidad son actores importantes, es la
escuela la llamada a ser el escenario perfecto para que el proceso de socialización del sujeto
ocurra y se pueda desarrollar su madurez moral (entendida esta como un factor determinante
para superar el subjetivismo y ponerse en el lugar del otro, en función de una posible
transformación social).
Como queda en evidencia, la escuela debería ser el lugar designado para promover,
promocionar y fortalecer las competencias ciudadanas. Es por ello que un centro escolar
Fuente: adaptado de Citizenship Education for the 21st Century, UNESCO (1998).
La ética y la moral dentro de una nueva Educación para los nuevos ciudadanos
En esta dirección, De La Rosa (1977) plantea que los objetivos perseguidos con la educación
cívica deben estar encaminados hacia la formación del estudiante como individuo ético y como
ser social; por ello, propone que en un estudiante que se forme en la competencia ciudadana se
debe:• Permitir el desarrollo de su espíritu crítico, al posibilitarle elegir, discernir y opinar sobre
cuestiones concretas.• Estimular la sociabilidad y el esfuerzo conjunto a través del trabajo en
equipo.• Fomentar el sentido de responsabilidad compartida.• Incitar a la vida social a través
de las relaciones que se establecen con unidades sociales básicas distintas a la escuela y a la
familia.• Propiciar la hermandad entre los hombres y la búsqueda de la paz mediante las
relaciones con personas diferentes a los compañeros de clase, procedentes de otras localidades
Fuente: adaptado de Citizenship Education for the 21st Century, UNESCO (1998).
Actualmente la educación atraviesa tiempos difíciles, teniendo que enfrentarse a una sociedad
cambiante y acelerada que la desafía constantemente. Uno de estos desafíos lo constituyen los
Fuente: adaptado de Citizenship Education for the 21st Century, UNESCO (1998).
educandos, quienes son un reto para las prácticas educativas vigentes (Bauman, 2009), pues el
ritmo frenético en el que viven contrasta con la velocidad, a veces aletargada, con que los
docentes imparten sus clases; además se evidencia un divorcio entre el modelo pedagógico y la
labor en el aula. Por ello, los docentes y las instituciones de educación no pueden quedar
rezagados en el marco de este nuevo escenario formativo, máxime si se está hablando de
competencias ciudadanas, pues de ellos depende la calidad de la educación que se imparta y su
impacto en la sociedad. Al respecto, Flórez (2000) afirma que el docente de hoy, específicamente
el que viene aplicando y trabajando modelos educativos “antiguos” –y que en muchos casos se
niega a cambiar–, maneja tiempos muy distintos a los de su estudiante, situación que propicia
que ambos asuman posturas dubitativas, de indeterminación, de incertidumbre y de azar, que
finalmente atentan contra el proceso formativo mismo y repercuten negativamente en el actuar
social del sujeto formado; de allí que sea fundamental que la escuela y el docente se preocupen
por formarse en las nuevas y cambiantes funciones tutoriales, ya que es la única forma de
garantizar la adquisición de las nuevas competencias requeridas por parte del estudiante
(Aguilar et al., 2015).Es por esto que, para poder formar ciudadanos hoy, la escuela y educando
necesitan estar abiertos a la posibilidad de existencia de diferentes frentes socioculturales y de
distintos ritmos y caminos de enseñanza-aprendizaje, los cuales, en menor o mayor medida,
afectan el proceso formativo y de socialización (Ripoll y Méndez, 2011).
os cuales han desarrollado diversos paradigmas y esquemas mentales, muy distantes de los
ideales, que han ocasionado que la labor de la academia sea mucho más titánica e, incluso,
infructuosa.Factores como la corrupción, la violencia, la delincuencia, el tráfico de drogas, el
debilitamiento del Estado –incluso en la ética de la responsabilidad social, cuyos vacíos deben
ser cubiertos por el propio ciudadano (Ortiz, 2014)–, la ineficacia del aparato judicial y la
exclusión, entre muchos otros, han llevado a que los jóvenes piensen y sientan que lo ético y lo
moral no tienen sentido. Esta situación se evidencia en las redes sociales, en las que aparecen
fuertes indicios de descomposición con respecto a la moral y la ética: matoneo escolar,
comentarios vulgares, fotos obscenas, ridiculización de personas, plagio, etc., producto de la
suplantación del rol formador de la escuela, el cual se ha visto contaminado y sustituido por
factores externos, no pedagógicos, a los cuales el estudiante tiene acceso en todo lugar y
momento (televisión, Internet, etc.), situación que ha generado el surgimiento de una especie
de cultura amoral o antiética.De Oliveira (2014) se refiere a esta situación afirmando que han
cambiado tanto los valores morales en los jóvenes que dicha transformación ha incidido
negativamente en sus comportamientos –físicos y sicológicos–, muchos de ellos tornándose
violentos, obligando a la escuela a repensarse desde la ética para contestar ciertas preguntas:
Fuente: adaptado de Citizenship Education for the 21st Century, UNESCO (1998).
La educación siempre tiene consecuencias sobre la vida de quien la recibe; por esto su rol nunca
es neutral, pues modifica en cierta medida nuestras habilidades y nuestra forma de pensar y de
expresarnos; sin embargo, a pesar de su importancia, algunas instituciones educativas no tienen
claro su proyecto ético y de formación ciudadana, lo que las hace proclives a ir en contravía de
las necesidades reales en la actualidad. Es que al hablar de formación ciudadana no hay que
limitarse a lo que sucede o puede suceder en el aula; implica ir más allá, comprometiendo otros
contextos sociales y culturales en los que pululan las relaciones interpersonales, donde los
cohabitantes de una determinada sociedad intercambian experiencias de vida con base en sus
valores, creencias y tradiciones; y es justamente allí, cuando el poder formativo entra a ser
protagonista, pues es importante que permee dicha matriz social (valores, creencias, religiones,
etc.). Es por eso que formar en la ciudadanía constituye todo un reto pedagógico que se debe
fomentar y ser fomentado desde la construcción social, desde la cultura, desde sus mismos
actores; es decir, debe ser todo un proyecto cultural, un proyecto social, un proyecto de nación,
fundamentado en un imaginario social que se mueva alrededor de lo formativo, de lo individual
y de lo colectivo (Mora et al., 2009).Es por esta razón que las instituciones educativas necesitan
edificarse desde la producción de saberes y la promoción de transformaciones, considerando al
estudiante como un ser sobre el cual se tiene que dejar huella, impregnándolo de elementos
éticos y conocimientos específicos, fundamentados en reglas comunes, socialmente aceptadas,
con la intención de permitirle desenvolverse en su contexto. Aquí el docente también tiene un
rol determinante, pues es necesario que cumpla la función de transmisor de saberes a través de
sus clases. Todo esto convierte al proceso formativo en un procedimiento de enseñanza-
Fuente: adaptado de Citizenship Education for the 21st Century, UNESCO (1998).
que sea consciente de los condicionamientos que adquiere y de su aplicación en la vida, tanto
para él mismo como para la sociedad que lo acoge. De esta forma, la pedagogía crítica puede
llegar a producir un cambio importante en la educación tradicional (incluida en ella el
componente ético y moral), proponiendo una posición proclive a la experimentación y a la
creatividad, y no renuente a los cambios. Desde esta perspectiva, autores como Villalobos (2014)
sugieren que debe existir, necesariamente, una relación dialógica entre los actores que
participan en un proceso formativo, pues esto posibilita que se reconozcan entre sí y que juntos
exploren otras epistemes, otras alternativas, distintas a las de la pedagogía tradicional. En esta
misma dirección, Gonçalves (2015) plantea que el principal aporte de la pedagogía crítica
consiste en que el individuo asuma para sí mismo y para la sociedad un compromiso con la
autonomía, convirtiéndose en un sujeto analítico, pensante y capaz de tomar decisiones por sí
mismo, con base en los elementos dados en su formación, tanto en el aula como fuera de ella.
Como se puede apreciar, la toma de conciencia acerca de la importancia de la pedagogía crítica
a través de los años (Cascante y Martínez, 2013) y en la formación de hoy (Ortega, 2014), reside
en que dicha pedagogía brinda la posibilidad de potenciar en el individuo que se forma su
capacidad discursiva, mostrándole cómo llevar conscientemente a la práctica lo teóricamente
aprendido, replanteando sus propias acciones, reflexionando permanentemente, movilizándolo
política y socialmente y dinamizando sus capacidades, para permitir, de esta forma, la
resignificación de su proceso educativo y la transformación de su contexto.