Análisis Del Poema El Fardo
Análisis Del Poema El Fardo
Análisis Del Poema El Fardo
Rubén Darío
Allá lejos, en la línea como trazada con un lápiz azul, que separa las aguas y los
cielos, se iba hundiendo el sol, con sus polvos de oro y sus torbellinos de chispas
purpuradas, como un gran disco de hierro candente. Ya el muelle fiscal iba
quedando en quietud; los guardas pasaban de un punto a otro, las gorras metidas
hasta las cejas dando aquí y allá sus vistazos. Inmóvil el enorme brazo de los
pescantes, los jornaleros se encaminaban a las casas. El agua murmuraba debajo
del muelle, y el húmedo viento salado que sopla de mar afuera a la hora en que la
noche sube, mantenía las lanchas cercanas en un continuo cabeceo.
***
Todos los lancheros se habían ido ya; solamente el viejo tío Lucas, que por la
mañana se estropeara un pie al subir una barrica a un carretón, y que, aunque cojín
cojeando, había trabajado todo el día, estaba sentado en una piedra, y, con la pipa
en la boca, veía triste el mar.
Y empezó la charla, esa charla agradable y suelta que me place entablar con los
bravos hombres toscos que viven la vida del trabajo fortificante, la que da la buena
salud y la fuerza del músculo, y se nutre con el grano del poroto y la sangre hirviente
de la viña.
Yo veía con cariño a aquel rudo viejo, y le oía con interés sus relaciones, así, todas
cortadas, todas como de hombre basto, pero de pecho ingenuo. ¡Ah, conque fue
militar! ¡Conque de mozo fue soldado de Bulnes! ¡Conque todavía tuvo resistencias
para ir con su rifle hasta Miraflores! Y es casad, y tuvo un hijo, y...
Aquellos ojos, chicos y relumbrantes bajo las cejas grises peludas, se humedecieron
entonces:
***
Su mujer llevaba la maldición del vientre de las pobres: la fecundidad. Había, pues,
mucha boca abierta que pedía pan, mucho chico sucio que se revolcaba en la
basura, mucho cuerpo magro que temblaba de frío; era preciso ir a llevar que comer,
a buscar harapos, y, para eso, quedar sin alientos y trabajar como un buey. Cuando
el hijo creció, ayudó al padre. Un vecino, el herrero, quiso enseñarle su industria;
pero como entonces era tan débil, casi un armazón de huesos, y en el fuelle tenía
que echar el bofe, se puso enfermo, y volvió al conventillo. ¡Ah, estuvo muy enfermo!
Pero no murió. ¡No murió! Y eso que vivían en uno de esos hacinamientos humanos,
entre cuatro paredes destartaladas, viejas, feas, en la callejuela inmunda de las
mujeres perdidas, hedionda a todas horas, alumbrada de noche por escasos faroles,
y donde resuenan en perpetua llamada a las zambras de echacorvería, las arpas y
los acordeones, y el ruido de los marineros que llegan al burdel, desesperados con
la castidad de las largas travesías, a emborracharse como cubas y a gritar y patalear
como condenados. ¡Sí!, entre la podredumbre, al estrépito de las fiestas
tunantescas, el chico vivió y pronto estuvo sano y en pie.
***
El tío Lucas había logrado, tras mil privaciones, comprar una canoa. Se hizo
pescador.
Al venir el alba, iba con su mocetón al agua, llevando los enseres de la pesca. El
uno remaba, el otro ponía en los anzuelos la carnada. Volvían a la costa con buena
esperanza de vender lo hallado, entre la brisa fría y las opacidades de la neblina,
cantando en baja voz alguna triste canción, y enhiesto el remo triunfante que
chorreaba espuma.
***
Íbanse todos los días al trabajo, vestidos de viejo, fajadas las cinturas con sendas
bandas coloradas, y haciendo sonar a una sus zapatos groseros y pesados que se
quitaban, al comenzar la tarea, tirándolos en un rincón de la lancha. Empezaba el
trajín, el cargar y el descargar. El padre era cuidadoso: -¡Muchacho, que te rompes
la cabeza! ¡Que te coge la mano el chicote! ¡Que vas a perder una canilla! Y
enseñaba, adiestraba, dirigía al hijo, con su modo, con sus bruscas palabras de roto
viejo y de padre encariñado.
***
Hasta que un día el tío Lucas no pudo moverse de la cama, porque el reumatismo
le hinchaba las coyunturas y le taladraba los huesos.
Era un bello día de luz clara, de sol de oro. En el muelle rodaban los carros sobre
sus rieles, crujían las poleas, chocaban las cadenas. Era la gran confusión del
trabajo que da vértigo, el son del hierro; tranqueteos por doquiera; y el viento
pasando por el bosque de árboles y jarcias de los navíos en grupo.
Debajo de uno de los pescantes del muelle estaba el hijo del tío Lucas con otros
lancheros, descargando a toda prisa. Había que vaciar la lancha repleta de fardos.
De tiempo en tiempo bajaba la larga cadena que remata en un garfio, sonando como
una matraca al correr con la roldana; los mozos amarraban los bultos con una
cuerda doblada en dos, los enganchaban en el garfio, y entonces éstos subían a la
manera de un pez en un anzuelo, o del plomo de una sonda, ya quietos, ya
agitándose de un lado a otro, como un badajo, en el vacío.
La carga estaba amontonada. La ola movía pausadamente de cuando en cuando la
embarcación colmada de fardos. Estos formaban una a modo de pirámide en el
centro. Había uno muy pesado, muy pesado. Era el más grande de todos, ancho,
gordo y oloroso a brea. Venía en el fondo de la lancha. Un hombre de pie sobre él
era pequeña figura para el grueso zócalo.
Era algo como todos los prosaísmos de la importación envueltos en lona y fajados
con correas de hierro. Sobre sus costados, en medio de líneas y de triángulos
negros, había letras que miraban como ojos. Letras "en diamante", decía el tío
Lucas. Sus cintas de hierro estaban apretadas con clavos cabezudos y ásperos; y
en las entrañas tendría el monstruo, cuando menos, limones y percalas.
***
Sólo él faltaba.
Y el hijo del tío Lucas, que estaba ansioso de acabar pronto, se alistaba para ir a
cobrar y a desayunarse, anudándose un pañuelo de cuadros al pescuezo.
Aquel día, no hubo pan ni medicinas en casa del tío Lucas, sino el muchacho
destrozado al que se abrazaba llorando el reumático, entre la gritería de la mujer y
de los chicos, cuando llevaban el cadáver a Playa Ancha.
***
Me despedí del viejo lanchero, y a pasos elásticos dejé el muelle, tomando el camino
de la casa, y haciendo filosofía con toda la cachaza de un poeta, en tanto que una
brisa glacial que venía de mar afuera pellizcaba tenazmente las narices y las orejas.
El Fardo – Rubén Darío
1. Tema Principal de la Obra
El tema principal de este cuento es la miseria por la que pasa la familia de
Lucas, que debido a su condición de pobreza y a la gran cantidad de personas
que la conformaban necesitaban trabajar arduamente día a día para llevar el
sustento hasta su hogar; nos muestra la perspectiva de un pobre, que desde
tempranas horas de la mañana se levanta con el afán de empezar sus labores
y que si las condiciones lo permiten, vuelven a hacer una jornada extra para
salir adelante.
Zarpaban muy temprano al mar y cuando la venta era buena se hacia otra
carga en la tarde, sin embargo, en invierno las olas eran muy grandes y
fuertes y azotaban su lancha, así que el hijo y su padre luchaban por salir de
aquel mar, en una ocasión tuvieron que botar la carga y salieron tan solo un
poco lastimados a la playa.
Un día el tío Lucas estaba enfermo, muy enfermo y no podía ir a trabajar, sin
embargo, en el hogar no podían faltar ni los alimentos ni la medicina, por lo
que el hijo se fue a trabajar sólo. Él junto con otros lancheros intentaban sacar
a toda prisa los fardos de una embarcación, éstos venían acomodados de tal
forma que los más ligeros iban arriba y el de abajo era el más pesado de
todos, el hijo del tío Lucas le amarró un lazo a este pesado bulto y después
de una señal empezaron a jalar, pero desafortunadamente el lazo se soltó y
el bulto cayó sobre el hijo del tío Lucas. Al enterarse de la trágica noticia, el
tío Lucas lloraba mientras abrazaba a su hijo y ese día no hubo ni medicinas
ni pan en la casa, tan solo el entierro del muchacho estropeado y muerto a
causa del fardo.
Por otro lado, la figura del fardo sobre el hijo de Tío Lucas se interpreta como
una denuncia social de cómo las altas esferas se balancean sobre los
estratos más bajos de ésta y a la vez, cuando algo sale mal a “los de arriba”
caen y aplastan a “los de abajo”, siendo estos últimos los que pagan las
consecuencias, es decir, los poderosos siempre quedan arriba aplastando a
los de clases más bajas, los asalariados.
Uno de ellos es el hecho que muestra como un padre da todo por sus hijos y
brindar a su familia lo mejor posible, a pesar de las duras circunstancias y su
salud, sigue siempre hacia adelante para que a los suyos no les falte nada.
A la vez nos muestra los deseos de superación y la lucha constante por salir
adelante que se da dentro de las personas de escasos recursos, quienes
sueñan con un día tener estabilidad económica para ellos y su familia.