El Concepto de Filosofia
El Concepto de Filosofia
El Concepto de Filosofia
El concepto de Filosofía
Alberto Damiani *
* Doctor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires. Investigador del CONICET. Docente de la cátedra de Filosofía
Política de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Autor de diversas publicaciones sobre su
especialidad.
Presentación
En estas páginas se ofrece a los docentes un desarrollo acerca del concepto de filosofía.
Los temas tratados se corresponden con lo estipulado en los nuevos Contenidos Básicos
Comunes para nivel Polimodal y han sido considerados de un modo que resulte accesible
para el estudiante de ese nivel.
El trabajo se divide en cuatro apartados, cada uno de los cuales aborda un problema vin-
culado a la definición de filosofía en tanto tipo especial de conocimiento. Al final de cada uno
de ellos, se sugiere una serie de actividades de profundización y revisión de los temas ex-
puestos, que el docente puede proponer a sus alumnos. Estas actividades se complementan
con las actividades de integración y profundización que aparecen al final del documento.
En el primer apartado, a partir de la distinción entre saber ingenuo y saber crítico, se de-
fine el concepto de filosofía como tipo específico de saber.
Luego, en el apartado 2, se presentan cuatro diferencias entre la filosofía y el resto de las
ciencias. En primer lugar se exponen diferencias en cuanto al objeto de estudio; a continua-
ción se distingue la relación que la filosofía, a diferencia de las otras ciencias, mantiene con
los supuestos; en un tercer momento se explica el valor que cada una de las formas de saber
crítico asigna a su propia historia; finalmente se plantea la distinción entre la existencia de
acuerdos en la comunidad de especialistas. En el apartado siguiente se explica el modo en
que experiencias y estados de ánimo, como el asombro, la duda y las situaciones límites
–considerados como orígenes de la filosofía-, dan lugar a tres disciplinas filosóficas: la me-
tafísica, que se pregunta por el fundamento del ente; la gnoseología, que se ocupa de la po-
sibilidad de conocimiento; y la ética, que reflexiona sobre las normas que orientan la acción
humana. En el apartado 4, se retoma la cuestión de la relación que la filosofía mantiene
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con su propia historia. Además, se caracterizan las cuatro épocas en que habitualmente se
divide la historia de la filosofía occidental: antigua, medieval, moderna y contemporánea;
por último, se enumeran algunos de los problemas de los que se ocupan en la actualidad las
distintas ramas de la filosofía.
1. La filosofía y su finalidad
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dad cultural que no se registra en otras especies animales. Muchas creencias, tradiciones y
pautas de comportamiento de una sociedad particular difieren notablemente de las que las
tienen las demás. El contenido del saber ingenuo es relativo a los distintos grupos sociales.
Por otra parte, aun siendo algo compartido, el saber ingenuo tiene también mucho de
subjetivo. La vida de cada cual recorre ese sentido común de una manera particular, y así es
como los temores, las esperanzas, los deseos y los intereses que cargan la perspectiva de un
individuo son distintos de los de otro. Esto hace que el saber ingenuo se encuentre siempre
coloreado con las emociones de su portador.
Frente al mencionado saber ingenuo, puede reconocerse otro tipo de saber denominado
“saber crítico”. Esta expresión se refiere a un tipo de conocimiento derivado de un análisis
racional, exhaustivo y riguroso. Las ciencias y la filosofía son formas del saber crítico. Antes
de comenzar a indicar en qué consiste la filosofía, parece conveniente señalar brevemente
las características propias el saber crítico, que lo distinguen del saber ingenuo y que las
ciencias y la filosofía tienen en común.
A diferencia de lo que ocurre con el saber ingenuo, la adquisición del saber crítico no es
espontánea, sino que requiere, en primer lugar, el propósito consciente de aprenderlo y, en
segundo lugar, cierto esfuerzo o constancia en el estudio y la disciplina para realizar dicho
propósito. Además, esta adquisición no se produce por acumulación azarosa de opiniones,
sino que se encuentra ordenada por un procedimiento racional denominado “método”. Un
método es un conjunto de reglas, cuya aplicación permite alcanzar un conocimiento. La apli-
cación de las reglas de un método para proponer una solución a un problema científico o
filosófico es una actividad es realizada usualmente por los especialistas interesados en ese
problema. Sin embargo, una característica importante de todo método aplicado en el saber
crítico consiste en que sus reglas deben poder ser aplicadas por todo posible interesado en el
problema. La validez de las respuestas a problemas científicos y filosóficos depende, en
gran medida, del carácter público del método que las justifica.
El carácter metódico del saber crítico parece, entonces, garantizar no sólo un procedi-
miento racional, sino también que la aplicación del mismo brindará resultados válidos para
todos los seres humanos. La validez de las soluciones a problemas científicos o filosóficos
no depende de las características personales de quien las formula ni de las particularidades
culturales de la sociedad en que le tocó vivir. El saber crítico posee siempre una pretensión
de objetividad ausente en el saber ingenuo. Los científicos y los filósofos tienen la exigencia
de explicar la realidad tal como es. La historia de las ciencias y de la filosofía muestra que
esta exigencia muchas veces no es cumplida. Muchas teorías e hipótesis que fueron admi-
tidas por la comunidad científica, luego fueron desmentidas por los resultados de la inves-
tigación posterior. Sin embargo, la exigencia de objetividad ha servido siempre justamente
para no conformarse con las respuestas aprendidas y para buscar mejores respuestas.
El filósofo argentino contemporáneo Francisco Romero, en ¿Qué es la filosofía?, afirma:
“El saber crítico no es, como el ingenuo, una espontaneidad, sino una disci-
plina. Supone criterios, métodos precisos; es consciente de sí, y permanen-
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temente está vuelto sobre sí para ponerse en claro sobre sus bases, sus ar-
ticulaciones, sus alcances, sus lagunas. Se halla en trance de una revisión y
un acrecentamiento constantes y planeados; es, podría decirse, arquitectural
(por oposición al saber común, que es sedimentario o de aluvión), y, por lo
mismo cada adquisición nueva, al venir a ensamblarse en el conjunto, lo co-
rrobora o lo pone en cuestión, según encaje ajustadamente o no en él” (F.
Romero, ¿Qué es la filosofía?, Buenos Aires, Pardo, 9ª ed., 1982, p. 9.).
El saber crítico es no sólo metódico, sino también sistemático. Método y sistema son dos
aspectos distintos del orden racional, ausente en el saber ingenuo. El método consiste en
el camino apropiado para determinar si una respuesta a un problema es racionalmente
admisible. El sistema, en cambio, consiste en el conjunto coherente de las respuestas ya ob-
tenidas. Gracias a su carácter sistemático, el saber crítico no soporta las contradicciones. Un
individuo puede tener opiniones incoherentes sin que esto perjudique su vida cotidiana. Un
libro científico o filosófico, en cambio, se encuentra sometido a una exigencia de sistemati-
cidad tal que toda vez que se advierta una contradicción será necesaria una revisión.
Un aspecto muy importante de la diferencia entre el saber ingenuo y el saber crítico
consiste en que ellos no se distinguen necesariamente por el contenido, sino sobre todo por
el modo en que ese contenido es afirmado. Cuando alguien admite ingenuamente una opi-
nión, confía en la fuente que se la ha transmitido y no cree necesitar razones o argumentos
que justifiquen los contenidos. La tradición, la costumbre, el sentido común, los medios de
comunicación son fuentes en las que confía el saber ingenuo. En el ámbito del saber crítico,
en cambio, es necesario ofrecer y exigir razones para cada afirmación que se propone como
admisible. Los conocimientos del saber crítico vienen siempre acompañados de las razones
que la comunidad científica o filosófica tiene para admitirlos. El saber crítico es, entonces,
un saber fundamentado. Cada afirmación tiene su razón o fundamento y nada puede ser ad-
mitido por que sí. Esto implica que una misma afirmación, un mismo contenido, puede ser
objeto de una opinión del saber ingenuo y de un corpus de saber crítico. En el primer caso,
no estará acompañada de las razones que la justifican, que sí aparecerán en el segundo.
Por otra parte, puede advertirse también que muchas veces los resultados de las inves-
tigaciones llevadas a cabo en el ámbito del saber crítico contradicen lo admitido ingenua-
mente por la opinión corriente. Por ello, quien comienza a estudiar una ciencia o un sistema
filosófico tiene que estar dispuesto a desprenderse de sus antiguas opiniones, ingenua-
mente admitidas. Esa no es una tarea fácil. El saber ingenuo parece resistirse a los cuestio-
namientos críticos con una persistencia mucho más poderosa de lo que puede suponerse
a primera vista. Siglos después de que la astronomía ha dado buenas razones para admitir
que la tierra gira en torno al sol, nosotros seguimos utilizando expresiones tales como “sa-
lió el sol” o “el sol se puso”, que parecen suponer una concepción geocéntrica de nuestro
sistema planetario.
Por lo anterior parece quedar claro que el “amor a la sabiduría” contenido en el senti-
do etimológico del término “filosofía” no es un deseo que se satisfaga con cualquier cla-
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se de saber, sino sólo con una disciplina metódica, sistemática, fundamentada y objetiva,
que muchas veces puede contradecir las opiniones corrientes. La filosofía es, por tanto, una
forma del saber crítico. También se advierte que la filosofía no es la única forma del saber
crítico. Para saber en qué consiste la filosofía será necesario examinar las propiedades que
la distinguen de la otra forma del saber crítico: las ciencias.
Actividades
• Determinen el tipo de saber al que pertenece la información que brinda este texto.
• Justifiquen su respuesta recurriendo a las diferencias entre saber ingenuo y saber críti-
co, y citando expresiones del texto analizado.
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2. La diferencia entre la filosofía y las ciencias
Las ciencias y la filosofía son dos modos diversos del saber crítico. A continuación se pre-
sentarán cuatro diferencias entre las ciencias y la filosofía. Estas diferencias no son, quizás,
las únicas, pero resultan suficientemente significativas para aclarar, de manera introducto-
ria, la noción de filosofía.
En primer lugar, se puede distinguir entre filosofía y ciencias atendiendo a la extensión
de sus respectivos objetos de estudio. Cada ciencia se ocupa de estudiar sólo un tipo de
cosas, un sector, un aspecto o una parte de la realidad. En ese sentido, se dice que todas las
ciencias son particulares. La astronomía estudia los cuerpos celestes y la biología, los seres
vivos; la matemática estudia la cantidad y la geología el planeta Tierra. Cada ciencia recorta
un aspecto específico de la realidad y lo transforma en su objeto de estudio. La filosofía, en
cambio, es un saber universal. Puede decirse que se ocupa de estudiar aquello que todas las
cosas tienen en común, sus propiedades más generales y menos específicas. Cabría enton-
ces la pregunta acerca de la propiedad común que pueden tener el Sol, un perro, el número
cinco y los estratos geológicos. A tal interrogante se responde que comparten la propiedad
de ser esto o aquello. La filosofía se interesa justamente por el hecho de que algo es. El
término “ente” es el participio presente del verbo “ser” y designa, por tanto, a todo aquello
que es. Así como el término “caminante” designa a todo aquel que camina, “ente” designa
a todo aquello que es. La filosofía se ocupa, entonces, de lo que todos los entes tienen en
común: de todos los entes puede predicarse el verbo “ser”.
Para el filósofo griego Aristóteles (Metafísica IV), “Hay una ciencia que contempla el Ente
en cuanto ente y lo que le corresponde de suyo. Y esta ciencia no se identifica con ninguna
de las que llamamos particulares, pues ninguna de las otras especula en general acerca del
Ente en cuanto ente [...]”.
Decir que la filosofía es un saber universal significa entonces que se ocupa del “Ente en
cuanto ente”. Los aspectos específicos de los entes son estudiados por las ciencias particu-
lares. La filosofía se interesa sólo por lo que los diversos entes tienen de entes, atendiendo,
por tanto, a sus características más generales. Dado un ente particular –por ejemplo, el Sol–,
el filósofo no se ocupa de estudiar lo que este ente tiene de astronómico (por ejemplo su
localización, sus movimientos, su estado físico y su evolución), sino lo que tiene de ente: el
hecho de que es.
En segundo lugar, se puede distinguir la filosofía de las ciencias atendiendo a la relación que
ambos tipos de saber crítico mantienen con los supuestos. Un supuesto es algo que se da
por sentado, un concepto o una afirmación que se admite sin ser examinada y justificada.
Puede decirse, entonces, que el saber ingenuo es una conjunto de supuestos que se toman
como puntos de apoyo para la acción cotidiana. Dentro del saber crítico, hay dos maneras
distintas de relacionarse con los supuestos. El conocimiento científico es un saber crítico
que adopta necesariamente como punto de partida ciertos supuestos.
La noción de número, por ejemplo, es un supuesto para aquella parte de la matemática
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denominada “aritmética”. Los métodos matemáticos no pueden utilizarse para responder
a la pregunta “¿Qué es un número?”. Ninguna ecuación, ningún cálculo, ninguna operación
cuantitativa puede responder a esta pregunta. Es más, quien estudia matemática no ne-
cesita investigar la respuesta a esta pregunta, sino que le basta con entender la noción de
número como un supuesto de las operaciones aritméticas. Si un matemático analiza crítica-
mente la noción de número, ha dejado de hacer matemática y ha comenzado a realizar una
investigación filosófica sobre uno de los supuestos de la ciencia a la que se dedica. Todas
las ciencias particulares parten necesariamente de supuestos. Por ejemplo, las nociones de
espacio y de tiempo, y la existencia de un universo físico independiente del pensamiento
humano parecen ser supuestos de todas las ciencias naturales.
A diferencia de las ciencias, la filosofía pretende ser un saber crítico sinsupuestos. En ese
sentido, puede decirse que aquello que el saber ingenuo y las ciencias particulares toman
como supuesto, es considerado por la filosofía un objeto de análisis e investigación crítica.
En filosofía, no parece legítimo comenzar a investigar partiendo de conceptos y juicios que
no hayan sido previamente examinados y debidamente justificados. Todo lo que, inadverti-
damente, en la vida cotidiana, se da por sentado como algo obvio, sencillamente aceptado,
admitido como base implícita e imprescindible del conjunto de las interacciones con nues-
tros semejantes, o, en otros términos, todos los supuestos del sentido común pueden vol-
verse objeto de una indagación filosófica. En ese sentido, se ha dicho que la filosofía se ocu-
pa de estudiar lo que parece más obvio, aquello que en la vida cotidiana damos por sentado
como algo sobre lo que no vale la pena detenerse a pensar. También los supuestos de las
ciencias particulares pueden volverse objeto de investigaciones filosóficas. En filosofía exis-
te la exigencia de no dar por sentado ningún supuesto. El cumplimiento de esta exigencia
no es fácil, justamente porque muchas veces admitimos supuestos casi sin darnos cuenta.
Sin embargo, esta exigencia se muestra efectiva en el momento en que se advierte un su-
puesto como tal y, por tanto, como posible objeto de indagación filosófica.
En tercer lugar se puede distinguir la filosofía de las ciencias atendiendo al valor que cada
una de estas formas del saber crítico le asigna a su propia historia. Una reflexión sobre el
modo en que se estudian las distintas ciencias en el colegio será un buen punto de partida
para advertir esta diferencia. Los textos de matemática, física, química, biología, geografía y
demás, utilizados para enseñar y aprender estas ciencias, presentan un panorama de los
temas, los problemas y las soluciones que los científicos admiten como válidos en la actua-
lidad. Hace algunos siglos, los científicos admitían otras teorías e, incluso, se ocupaban de
otros problemas que hoy ya han sido descartados o superados. Las antiguas teorías cien-
tíficas, que ya no se consideran válidas, no forman parte de los manuales con los que se
estudian las distintas ciencias en la escuela. Esto se debe a que, para estudiar una ciencia,
no es necesario estudiar su historia. Puede decirse que la historia de una ciencia, en algún
sentido, no es otra cosa que la historia de los errores que los científicos han cometido y han
reconocido como tales.
La historia de la biología no es el objeto de estudio de los biólogos sino de los historia-
dores de la ciencia. Así como hay una historia del derecho, del arte de la religión o de la
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educación, también hay una historia de la ciencia que se ocupa de reconstruir las teorías
científicas formuladas, discutidas y admitidas por los científicos de otras épocas, así como
las circunstancias en que se ha dado el cambio de una teoría a otra.
La filosofía mantiene con su propia historia una relación bien distinta a la que mantie-
nen las ciencias. Para advertir esta diferencia puede repararse en el hecho siguiente. El lec-
tor ha encontrado citas de Aristóteles en las páginas anteriores. Aristóteles fue un filósofo
griego que vivió en Atenas en el siglo IV a.C. Hemos recurrido a sus palabras para comenzar
a aclarar en qué consiste la filosofía. Esto parece indicar que sus palabras conservan una
vigencia muy particular. Aristóteles también se ocupó de los seres vivos y, sin embargo, sus
teorías biológicas hoy han perdido vigencia. Los libros de biología ya no recurren a las pa-
labras de Aristóteles para aclarar problemas biológicos: las teorías aristotélicas sobre los
seres vivos son comentadas en los libros de historia de la biología. Las teorías filosóficas de
Aristóteles, en cambio, como las de todos los filósofos anteriores y posteriores a él, siguen
teniendo interés para las investigaciones filosóficas actuales. Su vigencia se manifiesta cla-
ramente cuando se advierte que los filósofos de comienzos del siglo XIX siguen discutiendo
los argumentos formulados hace más de dos milenios. Por ello, la historia de la filosofía
no es propiamente una disciplina histórica, como la historia de la ciencia, el derecho o la
religión, sino una disciplina filosófica. Quienes participan de una discusión filosófica no son
sólo los filósofos que actualmente enuncian sus argumentos, sino todos los filósofos que
se han pronunciado en el pasado sobre el problema discutido. Sus respuestas conservan
una vigencia tal que, en buena medida, exige tratar a todos los filósofos como si fuesen
contemporáneos.
Por último, se puede distinguir la filosofía de las ciencias atendiendo a la existencia de
acuerdos en la comunidad de especialistas. Normalmente, los miembros de una comuni-
dad científica comparten determinados supuestos, que admiten como puntos de partida
válidos para plantear problemas, determinados métodos y procedimientos técnicos; éstos
funcionan como condiciones para formular respuestas a dichos problemas, ciertas teorías,
que son admitidas como válidas, hasta que aparezcan otras mejores y demás. Es cierto que
en la historia de toda ciencia pueden encontrarse períodos de incertidumbre, durante los
cuales los miembros de una comunidad científica no están de acuerdo respecto de los su-
puestos, los métodos y las teorías propios de su especialidad. Sin embargo, hay también
períodos denominados de “ciencia normal”, en los que hay un fuerte consenso respecto de
estas cuestiones y en los que todos los científicos trabajan tratando de resolver las mismas
cuestiones, partiendo de los mismos supuestos, aplicando los mismos métodos y admitien-
do las mismas teorías. En la historia de la filosofía, en cambio, nunca ha habido acuerdos de
este tipo. Cada gran filósofo formula su propia concepción, la que resulta ser incompatible
con todas las concepciones existentes, pasadas y presentes. Nunca ha habido en la historia
de la filosofía algo así como un período de “filosofía normal”, en el que todos los miembros
de la comunidad filosófica se hayan puesto de acuerdo sobre cuestiones fundamentales.
Los máximos acuerdos que pueden registrarse en la historia de la filosofía son los que se
dan dentro de una escuela o una tradición filosófica, que admite ciertos principios, méto-
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dos y conclusiones. Estas escuelas y tradiciones, sin embargo, se encuentran enfrentadas a
otras escuelas y tradiciones, que argumentan a favor de otras teorías y otros principios, que
aplican otros métodos y arriban a otras conclusiones. Puede decirse, por tanto, que lo normal
en filosofía no es el consenso, sino el disenso. Por esto, resulta imposible brindar una definición
de “filosofía” que satisfaga a todos los filósofos, a todas las escuelas y tradiciones filosóficas.
La pregunta “¿qué es la filosofía?” ha recibido tantas respuestas como sistemas filosóficos se
han formulado a lo largo de la historia. Cada teoría filosófica ofrece su propia definición.
Actividades
a) Listen las ciencias que estudiaron en los años anteriores e identifiquen algunos de sus
supuestos. Discutan sus respuestas con sus compañeros de grupo.
b) En un cuadro comparativo, consignen sintéticamente las diferencias entre la filosofía y
las ciencias.
La primera impresión que puede ofrecer la filosofía a quien trata de introducirse en ella es
la de una multitud de concepciones incompatibles, que se encuentran enfrentadas en dis-
cusiones interminables. Sin embargo, puede decirse que esta condición de disenso perma-
nente en que se desarrolla la actividad filosófica desde hace siglos depende de un conjunto
de problemas comunes. Las concepciones filosóficas en pugna intentan ofrecer las mejores
respuestas a problemas filosóficos compartidos. Algunos de estos problemas se han agru-
pado en distintas disciplinas filosóficas, es decir, distintas partes o capítulos de la filosofía.
Muchos filósofos han formulado sistemas en los que tratan todas las disciplinas, examinan
todos los problemas y tratan de solucionarlos. Otros se han ocupado sólo de una disciplina
o incluso de algunos pocos problemas filosóficos.
Quizás, una buena manera de introducirse en los problemas de la filosofía y las distintas
disciplinas que los examinan consista en detenerse un momento en aquellas experiencias y
aquellos estados de ánimo que han conducido a los seres humanos a formularse problemas
filosóficos, esto es, en aquellas situaciones que motivan las preguntas típicas de la filosofía.
Estas experiencias, estados de ánimo o situaciones se conocen con el nombre de “orígenes
de la filosofía”. Ya desde la antigüedad, los filósofos atribuyeron el origen de la filosofía al
asombro o la admiración (lo que los griegos denominaban thaûma). De acuerdo con Aristó-
teles (Metafísica, I), “[…] los hombres comienzan y comenzaron siempre a filosofar movidos
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por la admiración; al principio, admirados por los fenómenos sorprendentes más comunes;
luego, avanzando poco a poco y planteándose problemas mayores, como los cambios de la
Luna y los relativos al Sol y a las estrellas, y la generación del universo”.
Retomando lo ya señalado, puede distinguirse el asombro verdaderamente filosófico de
la sorpresa que corrientemente experimentamos ante fenómenos inusuales e inesperados.
Por lo general, nos sorprendemos cuando nos encontramos con algo que no esperábamos
encontrar, cuando nos topamos con algo que parece salirse de la regularidad con la que or-
denamos nuestras expectativas y previsiones. Esta sorpresa ante lo inesperado no genera,
por sí misma, problemas filosóficos.
Para que aparezcan estos problemas, es necesario dejar atrás esa sorpresa ordinaria y,
“avanzando poco a poco”, alcanzar un tipo de asombro de naturaleza distinta. Las pregun-
tas filosóficas aparecen cuando alguien se asombra ante lo obvio, ante lo más regular y
común, ante aquello que usualmente nos parece familiar. Los problemas filosóficos surgen
justamente cuando eso deja de parecernos obvio y familiar. Lo que siempre tomamos como
un supuesto incuestionado parece ser el hecho de que hay entes en general. Todos reco-
nocemos como algo obvio que hay cosas que son de un modo o de otro, que hay entes en
general. El filósofo es aquél que se asombra ante el simple hecho de que hay entes.
El asombro propiamente filosófico ante el ente genera un tipo específico de problema
filosófico que se conoce con el nombre de “pregunta por el fundamento del ente” y que
puede formularse del siguiente modo: “¿Por qué hay entes?” La disciplina que se ocupa de
estudiar el problema del fundamento del ente se denomina “ontología” o “metafísica”. En
el siglo XVII, el filósofo alemán Gottfried Wilhelm Leibniz presentó la pregunta por el fun-
damento del ente en los siguientes términos:
“Hasta aquí sólo hemos hablado como simples físicos; ahora debemos ele-
varnos a la metafísica valiéndonos del gran principio habitualmente poco
empleado, que sostiene que nada se hace sin razón suficiente, es decir, que
nada ocurre sin que le sea posible al que conozca suficientemente las cosas
dar razón que baste para determinar por qué es así y no de otro modo. Asen-
tado este principio, la primera pregunta que tenemos derecho a formular
será por qué hay algo más bien que nada. Pues la nada es más simple y más
fácil que algo. Además, supuesto que deben existir cosas es preciso que se
pueda dar razón de por qué deben existir así y no de otro modo.” (G. W. Lei-
bniz, Principios de la naturaleza y de la gracia fundados en razón, 7 ed., E. de
Olaso, Buenos Aires, Charcas, 1982).
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que todos los seres humanos, que hay entes, pero también (a diferencia de los demás) ad-
vierte que bien podría no haberlos, que bien podría no haber nada y que, si hay algo, tiene
que haber también un porqué, una razón o un fundamento de ese algo. La pregunta fun-
damental que trata de responder la disciplina filosófica llamada metafísica es, justamente,
por qué hay ente y no más bien nada.
Desde la antigüedad, la pregunta metafísica por el fundamento de todos los entes reci-
bió diversas respuestas por parte de los distintos filósofos. Cada sistema filosófico ofreció
su propia respuesta a esta pregunta. Las ideas, las substancias, Dios, la razón, el espíritu, el
trabajo, la historia y demás fueron presentados como fundamento de todas las cosas.
La diversidad de respuestas que se dieron a la pregunta metafísica por el fundamento
de todos los entes condujo a algunos filósofos a dudar de las capacidades humanas para
responder a dicha pregunta y para conocer la realidad en general. El motivo de esta duda
puede expresarse en los siguientes términos. El hecho de que los filósofos más célebres de
la historia no hayan llegado a una misma conclusión cuando intentaron determinar el fun-
damento de todas las cosas podría ser un indicio de las deficiencias de las facultades huma-
nas de conocimiento. Esta duda es un segundo origen de la filosofía, que conduce a plantear
un conjunto de problemas filosóficos distintos de los que se originaron en el asombro.
Para advertir la diferencia entre estos dos tipos de problemas basta con contraponer la
actitud de quien se asombra ante la totalidad de los entes que tiene ante sus ojos y la de
quien desconfía de sus propias capacidades para conocer la realidad. Mientras que el pri-
mero atiende exclusivamente a los entes y trata de descubrir su fundamento, el segundo
atiende a su conocimiento de los entes y pone en cuestión la posibilidad de conocerlos.
La duda filosófica puede presentarse mediante las siguientes preguntas: “¿Son nuestros
cinco sentidos y nuestra razón instrumentos aptos para conocer o nos brindan necesaria-
mente una representación deformada? ¿Somos los seres humanos capaces de conocer la
realidad o lo que llamamos corrientemente ‘conocimiento verdadero’ no es más que un en-
gaño y una ilusión?” A lo largo de la historia de la filosofía, estas preguntas han sido formu-
ladas con dos finalidades distintas. Los escépticos ejercieron lo que se denomina una “duda
sistemática”, tendiente a mostrar que el ser humano no es capaz de obtener conocimiento
verdadero sobre la realidad. En el siglo XVII, el filósofo francés René Descartes se propuso
refutar a los escépticos transformando la duda filosófica en un método para alcanzar co-
nocimiento indudable y, por tanto, verdadero. Independientemente de los propósitos que
orientaron históricamente la duda filosófica, es importante destacar que los problemas que
ella plantea son examinados por una segunda disciplina filosófica denominada “teoría del
conocimiento” o “gnoseología”.
El interés metafísico por determinar el fundamento del ente en general y el interés gno-
seológico por determinar el alcance del conocimiento en general parecen desatender un
aspecto más profundo y radical de la situación en que se encuentra quien es capaz de asom-
brarse y de dudar. El asombro parece poder satisfacerse con una teoría metafísica sobre el
fundamento del ente y la duda, con una teoría gnoseológica sobre los alcances de las facul-
tades cognitivas. Sin embargo, esta posible satisfacción teórica (metafísica y gnoseológica)
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no parece ser suficiente para dar cuenta de un conjunto de problemas filosóficos que sur-
gen de la conciencia de la condición humana.
El asombro y la duda son estados de ánimo más o menos extraordinarios. A decir verdad,
por lo general, el ser humano toma una actitud confiada e ingenua tanto ante el hecho de
que haya entes en general como ante el hecho de que los conocerlos mediante los senti-
dos y la razón. El acercamiento a problemas filosóficos por parte del hombre corriente no
provendría, entonces, del asombro y la duda, sino de ciertas experiencias denominadas “si-
tuaciones límite”. El filósofo alemán contemporáneo Karl Jaspers define este tipo de situa-
ciones de la siguiente manera:
Las situaciones límite son, por tanto, aquellas en las que nos encontramos involucrados
necesariamente y que no podemos modificar. No hemos elegido entrar en ellas y no tene-
mos la posibilidad de salir de ellas. Son, justamente, las situaciones que nos enfrentan con
el hecho de que somos seres finitos y limitados. Los límites de nuestra existencia humana
se hacen patentes tan pronto advertimos que una situación que nos determina se encuen-
tra fuera de nuestro poder y no podemos hace nada para transformarla. La conciencia de
las situaciones límite es una experiencia más común que el asombro y la duda. Ella se en-
cuentra en la raíz de una serie de problemas que el ser humano ha elaborado a través de la
religión y el arte mucho antes de comenzar a hacer filosofía. Las tragedias griegas son un
buen ejemplo de ello. Los filósofos especialmente atentos a la conciencia de las situaciones
límites fueron los estoicos. Para ellos, la filosofía se originaba en la conciencia de la propia
debilidad y debía aconsejar permanecer indiferente ante todo lo inmodificable.
El interés filosófico que se abre con la reflexión sobre las situaciones límites es de na-
turaleza práctica. No se trata ya de conocer el fundamento del ente o de determinar los
alcances de conocimiento, sino de orientar normativamente el comportamiento humano.
La disciplina filosófica que se ocupa de reflexionar sobre las normas que orientan la acción
humana es la ética.
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En este apartado se han mencionado tres orígenes de la filosofía: el asombro, la duda y
las situaciones límite. Estos orígenes involucran estados de ánimo y experiencias que dan
lugar a la aparición de tres problemas filosóficos: el del fundamento del ente, el de la posi-
bilidad de conocimiento y el de las razones que justifican moralmente la acción humana. Es-
tos problemas son estudiados por tres disciplinas filosóficas: la metafísica, la gnoseología y
la ética. Es necesario destacar aquí, por un lado, que los problemas mencionados no son los
únicos estudiados por estas disciplinas y, por el otro, que estas no son las únicas disciplinas
que han ido ganando cierta autonomía a lo largo de la historia de la filosofía occidental. El
arte, la ciencia, el derecho, la política, la historia, la educación son hoy estudiados mediante
disciplinas filosóficas específicas.
Actividades
4. La historia de la filosofía
Una de las propiedades que distinguen a la filosofía como una forma específica del saber
crítico es la relación que mantiene con su propia historia. Los problemas, las tesis y los argu-
mentos filosóficos del pasado son siempre objeto de un renovado interés para la filosofía
actual. En ese sentido, los filósofos que examinan un problema siempre han recurrido a
textos escritos por filósofos anteriores para explorar sus respuestas y ensayar otras nuevas.
Sin embargo, sólo en el siglo XIX la historia de la filosofía deja de ser la mera narración de
opiniones ilustres y se desarrolla sistemáticamente como una disciplina con significación
propiamente filosófica. La historia de la filosofía occidental suele dividirse en cuatro épocas:
filosofía antigua, filosofía medieval, filosofía moderna y filosofía contemporánea.
La filosofía antigua (del siglo VI a. C. al V d. C.) se divide en tres períodos: presocrático, clá-
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sico y helenístico-romano. En el período presocrático predominan los problemas referentes
al fundamento y el orden de los entes que componen el mundo físico o cosmos. Algunos
de esos primeros filósofos griegos sostenían que el fundamento de todas las cosas era un
elemento material: el agua, para Tales; el aire, para Anaxímenes; el fuego, para Heráclito; los
cuatro elementos (agua, aire, fuego y tierra), para Empédocles; los átomos, para Demócrito
y Leucipo. Otros filósofos del mismo período postularon fundamentos no materiales: el ser,
para Parménides; lo indeterminado, para Anaximandro y los números, para Pitágoras. Estos
primeros filósofos vivieron en las ciudades griegas de Jonia y del sur de Italia. De ellos no
nos han llegado obras relativamente completas sino sólo fragmentos, citados por escritores
posteriores.
El período clásico de la filosofía antigua se inicia en Atenas durante la segunda mitad
del siglo V a. C. con un cambio del interés filosófico predominante. La democracia directa
parece haber provocado una crisis de la moral tradicional, asentada en la religión. Con esta
crisis, adquieren relevancia los problemas filosóficos referentes al ser humano, los criterios
para determinar el valor moral de sus acciones y la conexión entre la esencia del hombre y
la vida política. Efecto y expresión de esta crisis fueron los sofistas, maestros de retórica que
rechazaron la objetividad de los valores morales. Sócrates es el filósofo encargado de refu-
tar el relativismo sofístico e intenta fundar una moral rigurosamente objetiva mediante la
práctica del diálogo filosófico. Sócrates no escribe libros ni enseña una doctrina. Sabemos
algo sobre el filosofar socrático, sobre todo, gracias a los diálogos escritos por su principal
discípulo: Platón. Este filósofo sostiene que el verdadero conocimiento debe referirse a una
realidad permanente, universal e inteligible. Contra la opinión común, Platón sostiene que
lo que captamos mediante los sentidos no es más que una copia degradada de aquella rea-
lidad captable sólo mediante la razón. Esta distinción jerárquica entre dos grados de reali-
dad es cuestionada por su principal discípulo, Aristóteles, para quien la verdadera realidad
es el mundo en el que vivimos. Aristóteles formula un sistema magistral y riguroso en el
que desarrolla por primera vez cada una de las disciplinas filosóficas de manera autónoma
y lógicamente conectada con todas las demás.
El período helenístico de la filosofía antigua comienza con la decadencia de la polis grie-
ga y se extiende durante siglos hasta la caída del Imperio Romano. Las escuelas filosóficas
principales de este período son el estoicismo, el epicureísmo y el escepticismo. Un problema
dominante en estas escuelas consiste en el descubrimiento del procedimiento para lograr la
imperturbabilidad del alma, identificada con la felicidad. Los estoicos proponen, como ya se
señaló, la indiferencia ante todo lo inmodificable; los escépticos, la renuncia a la búsqueda de
la verdad y la suspensión del juicio sobre la realidad; los epicúreos, la exención de los dolores y
del temor, la reducción de los deseos al mínimo y el cultivo de la amistad. Sobre el final del pe-
ríodo helenístico surge una forma de platonismo que tiene como figura principal a Plotino.
La filosofía medieval (del siglo V al XV) se caracteriza por el intento de presentar en tér-
minos conceptuales la concepción de Dios y del universo contenidas en las principales reli-
giones europeas. A tal fin, los filósofos recurren a los conceptos, el léxico, los métodos y los
argumentos elaborados por los filósofos griegos del período clásico. La filosofía cumple en
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el Medioevo una función subordinada a la religión. Las elaboraciones metafísicas, gnoseo-
lógicas y éticas se transforman en un instrumento más, tendiente al logro del propósito
fundamental de la conciencia medieval: la salvación del alma luego de la muerte terrenal.
De esta subordinación de la filosofía a la religión, surgen los problemas fundamentales de
la filosofía medieval: la relación entre la razón y la fe; la esencia y la existencia de Dios; el
origen del mal, la libertad y la gracia.
La filosofía medieval cristiana se divide en dos períodos: el de la patrística o filosofía ela-
borada por los Padres de la Iglesia y el de la escolástica o sistema medieval propiamente
dicho. Entre los Padres se destaca San Agustín, quien recurre al pensamiento de Platón para
indagar en la intimidad del alma humana. En la escolástica, Santo Tomás de Aquino, quien
recurre al pensamiento filosófico de Aristóteles para construir un grandioso sistema de filo-
sofía cristiana, cuya autoridad es reconocida aún hoy en el pensamiento católico. Duns Scoto
y Guillermo de Ockham, pensadores medievales posteriores, se apartan poco a poco de ese
edificio teológico escolástico y preparan las condiciones para una nueva época filosófica.
La filosofía moderna (del siglo XVI al XIX) puede dividirse en Renacimiento, Barroco, Ilus-
tración e Idealismo Alemán. Durante el Renacimiento son rehabilitados los ideales huma-
nistas y luminosos de la antigüedad clásica. Filósofos como Giordano Bruno, Tomás Campa-
nella y Marcilio Ficino reelaboran de modo novedoso el platonismo. Otros, como Francisco
Sánchez y Michel de Montaigne, reeditaron el escepticismo. Francis Bacon elabora un nuevo
método experimental para las ciencias naturales y se entusiasma con el poder técnico de-
rivado del conocimiento científico. La tendencia general del pensamiento renacentista se
enfrenta con la tradición escolástica, regida por el criterio de autoridad frente a la obra de
Aristóteles, y prepara lo que podría denominarse “el advenimiento de la filosofía moder-
na propiamente dicha”. Durante el siglo XVII, la física matemática inspira en el continente
europeo los sistemas de metafísica racionalista de René Descartes, Baruch de Spinoza y
Gotfried Leibniz.
En Gran Bretaña, se desarrolla paralelamente el empirismo antimetafísico de Locke y
Hume. Mientras los racionalistas confían casi exclusivamente en las conclusiones de la ra-
zón y encuentran en la matemática un modelo para la filosofía, los empiristas confían sólo
en los datos sensoriales y toman como modelo las ciencias naturales. La crítica empirista
del racionalismo se asienta en un análisis psicológico de los contenidos de conciencia y con-
duce a un rechazo escéptico de la posibilidad de conocer las leyes que rigen la naturaleza.
La polémica entre racionalistas y empiristas es resuelta y superada a la vez por un repre-
sentante destacado de la Ilustración y fundador del Idealismo alemán: Immanel Kant. Kant
realiza en filosofía un giro copernicano al otorgarle un lugar central al sujeto humano como
productor de sus objetos de conocimiento; propone poner límites al conocimiento metafísico,
examinar las condiciones de posibilidad del conocimiento científico y fundamentar racional-
mente las normas de conducta asignándole un valor central a la autonomía de la conciencia
moral. La revolución filosófica introducida por Kant es completada y llevada a su culminación
por filósofos como Fichte y Hegel. El sistema de este último se presenta como síntesis y supe-
ración de toda la filosofía occidental. En él encuentra su término la filosofía moderna.
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Con el nombre de filosofía contemporánea se denomina al período que comprende des-
de principios del siglo XIX hasta nuestros días. Suele denominarse filosofía actual a la elabo-
rada en los últimos treinta o cuarenta años. Durante el transcurso del siglo XIX las diversas
críticas al sistema hegeliano conducen a concepciones tan distintas como el cristianismo
de Kierkegaard, el anti-cristianismo de Nietzsche y la crítica económica, política y social de
Marx. La confianza en las consecuencias favorables del progreso científico y tecnológico se
encarna en el pensamiento positivista, cuyos críticos pueden encontrarse en las filas del
vitalismo, del historicismo, de la fenomenología y de la filosofía de la existencia.
Durante el siglo XX se produce en diversas corrientes filosóficas y en diversas etapas lo
que se ha denominado el “giro lingüístico” de la filosofía contemporánea. Los problemas
que la filosofía moderna intentó resolver mediante un análisis del entendimiento humano
y los contenidos de conciencia son examinados nuevamente desde la perspectiva del len-
guaje y de la comunicación intersubjetiva.
En todas las épocas, los filósofos se ocuparon de aplicar las categorías de sus sistemas
filosóficos para analizar los problemas de la sociedad en la que les tocó vivir. Esta ocupación
es ejercida también en la actualidad por muchos filósofos que elaboran teorías éticas y po-
líticas, con las que es posible examinar rigurosamente los problemas derivados de la globa-
lización, la pobreza, las decisiones médicas sobre la vida y la muerte, la guerra, la contami-
nación ambiental, la destrucción de recursos naturales no renovables, la corrupción política
y la discriminación social. Las discusiones públicas sobre estos problemas resultan siempre
enriquecidas por los aportes realizados desde distintas perspectivas de filosofía práctica.
Actividades
a) Busquen en una enciclopedia los lugares de nacimiento y las propuestas filosóficas de los
siguientes filósofos: Tales, Anaxímenes, Anaximandro, Heráclito, Empédocles, Demócrito, Pi-
tágoras y Parménides. Ubiquen esos lugares en un mapa.
¿Qué conclusiones pueden sacar?
b) Busquen en una enciclopedia datos sobre la vida y la obra de Giordano Bruno. ¿Por qué se
ha afirmado que reelaboró el platonismo?
c) Busquen en una enciclopedia datos sobre el pensamiento filosófico de Descartes y Hume.
¿Por qué al primero se lo considera racionalista y al segundo, empirista?
d) En una enciclopedia, busquen información y respondan: ¿Qué sostiene el positivismo
filosófico?
e) Redacten una biografía del filósofo Sören Kierkegaard; no podrá abarcar más de una carilla.
f) Lean el siguiente fragmento de la obra de René Descartes Discurso del método (1637) y
resuelvan las consignas planteadas a continuación:
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“Desde mucho antes había advertido que, en cuanto a las costumbres, era
necesario seguir a veces opiniones que sabemos son muy inciertas, como
si fuesen indudables [...]; pero como ahora deseaba dedicarme solamente
a la investigación de la verdad, pensaba que debía hacer todo lo contrario y
rechazar como absolutamente falso todo aquello en lo que pudiera imaginar
la menor duda, para ver si después de esto no quedaba algo en mis creen-
cias que fuese enteramente indudable. Así como nuestros sentidos a veces
nos engañan, quise suponer que no había ninguna cosa que fuese tal cual
ellos nos la hacen imaginar. Y puesto que hay hombres que se equivocan al
razonar incluso en los temas más simples de la geometría e incurren allí en
paralogismos, y juzgando que estaba sujeto a error lo mismo que cualquier
otro, rechacé como falsas todas las razones que antes había tomado por de-
mostraciones. Y considerando, por último, que exactamente los mismos pen-
samientos que tenemos estando despiertos nos pueden sobrevenir estando
dormidos sin que haya ninguno, por ende, que sea verdadero, me resolví a
fingir que todas las cosas que habían penetrado alguna vez en mi espíritu no
eran más verdaderas que las ilusiones de mis sueños. Pero inmediatamente
después advertí que mientras yo quería pensar de ese modo que todo era
falso era preciso necesariamente que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa.
Y notando que esta verdad pienso luego soy, era tan firme y segura que no
eran capaces de conmoverla las más extravagantes suposiciones de los es-
cépticos, juzgué que podía aceptarla, sin escrúpulo, como el primer principio
de la filosofía que buscaba.”
R. Descartes, Obras escogidas, trad. E. de Olaso y T. Zwanck,
Buenos Aires, Charcas, 1980.
• ¿Qué diferencia establece Descartes entre la actitud que debe adoptarse ante las cos-
tumbres y en la investigación de la verdad?
• ¿Con qué origen de la filosofía puede identificarse lo afirmado en este fragmento?
• ¿Qué tipo de duda propone Descartes? Justifiquen su respuesta recurriendo a lo afirma-
do en este fragmento.
• Busquen en un diccionario la definición del término “paralogismo”.
Identifiquen los argumentos que Descartes presenta en este fragmento para dudar de
los sentidos y de la razón.
• Redacten un breve escrito en el que presenten, con sus propias palabras, los argumentos
identificados en la actividad anterior y en el que ilustren con ejemplos, extraídos de su
experiencia personal, el contenido de dichos argumentos.
• ¿En qué consiste la refutación de los escépticos formulada por Descartes en este fragmento?
• ¿Qué función le asigna Descartes a la afirmación “pienso luego soy”?
c) Lean el siguiente fragmento de una obra de de Karl Jaspers y resuelvan las actividades
planteadas a continuación.
“No nos basta el consejo estoico, el retraerse al fondo de la propia libertad en
la independencia del pensamiento. El estoico erraba al no ver con bastante
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radicalidad la impotencia del hombre. Desconoció la dependencia incluso del
pensar, que en sí es vacío, está reducido a lo que se da, y la posibilidad de la
locura. El estoico nos deja sin consuelo en la mera independencia del pen-
samiento porque a éste le falta todo contenidzo propio”
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