Felisberto Hernández y Una Media Ilusión
Felisberto Hernández y Una Media Ilusión
Felisberto Hernández y Una Media Ilusión
Carina Blixen
Departamento de Investigaciones
Biblioteca Nacional
Los dos se plantean la misma pregunta y sus respuestas son simétricas y antagónicas. Y
los dos tienen en común ser panfletos contra el arte (contra cierta ilusión espiritualiza-
da del arte y contra su ilusión de autonomía). Y podemos decir que la conferencia de
Gombrowicz, como síntesis de su poética, tiene hoy tanta (o mayor) influencia que la
intervención de Sartre.
. R. Piglia, “La lengua de los desposeídos”, en www.elortiba.org; “El escritor como lector”, en
Entre ficción y reflexión. Saer, Piglia, Rose Corral Ed., México: El Colegio de México, 2007.
Sin duda es discutible la valoración de Piglia, pero es interesante que sea una
conferencia, un registro oral, de la que han quedado versiones, la que gane, en su
opinión, a la hora de medir el impacto hacia adelante.
En 1947, también, en Buenos Aires la editorial Sudamericana publicó Nadie
encendía las lámparas, punto de inflexión en la literatura de Felisberto Hernández,
quien también dio conferencias, hizo improvisaciones, leyó sus cuentos. Le intere-
saba crear situaciones que atentaran contra la frialdad, la inamovilidad, la ajenidad
de la palabra escrita.
Como ha señalado Walter Ong, la era electrónica nos ha vuelto más sensibles
a los problemas de la oralidad y la escritura pues estamos inmersos en lo que llama
una “oralidad secundaria”: “la oralidad de los teléfonos, la radio y la televisión,
que depende de la escritura y la impresión para su existencia” (12). Antes de la
“era electrónica”, en pleno dominio del prestigio de la escritura, el aferrarse a la
dimensión oral de la palabra fue una manera de poner entre paréntesis esa “ilusión
de autonomía” del arte mencionada por Piglia. Esa “media ilusión”, esa suspensión
entre la autosuficiencia y la dependencia de la situación concreta, entre el desapego
de la escritura y el anclaje del habla, se manifiesta también en el carácter precario e
irresuelto que tiene el conjunto de la obra de Felisberto. En un importante trabajo
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de tesis doctoral que pude consultar y que está en trabajo de edición, Jean-Philippe
Barnabé desarrolla el tema de la “poética de lo inacabado” en Felisberto.
La especulación sobre la autoficción, de desarrollo posterior al momento en
que Felisberto escribía y publicaba su obra, que juega a solapar los espacios de la
ficción y la realidad, se inscribe también en ese proceso de puesta en entredicho de
la autonomía literaria. Es posible que analizar la obra de Felisberto a la luz de la
noción de autoficción dé algunos réditos parciales: tal vez ayude a iluminar algún
aspecto de su creación y, en definitiva, muestre una vez más la insuficiencia de toda
categoría ante un escritor verdaderamente original.
¿De dónde le viene ese miedo que lo vuelca anticipadamente ante las personas cono-
cidas con esa cordialidad llena de bromas que eviten al silencio, que no dejen pasar
mucho tiempo sin palabras, sin alguna manifestación exterior?”
En la obra de Felisberto se encuentra también el movimiento contrario: crear
la distancia y el silencio. Así comienza el relato “La casa nueva”, en el que el narra-
dor cuenta su descubrimiento de la importancia del silencio:
Desde hace un rato estoy haciendo signos taquigráficos frente a un amigo que está del
otro lado de la mesa del café. Le he pedido disculpas diciéndole que debo tomar unos
apuntes […]. Si yo no estuviera escribiendo tendría que mostrarle a mi amigo, una son-
risa, un gesto y unas palabras que respondieran a ideas que él se ha hecho de mí y que
a mí me conviene que las tenga […] nuestros pensamientos se producen en un ámbito
de nuestra intimidad que tiene calidad de silencio […]. En el silencio en que se forman
los sentimientos y los pensamientos, se forma el estilo de la vida y de la obra de un ser
humano [O C, Tomo III, 145].
Felisberto opera como los improvisadores. Asimila notas básicas que proporciona la reali-
dad –sin mutuo sentido aparente– y a partir de ellas desarrolla un tema. Sobre ese mate-
rial atonal y descartable, el improvisador comienza a buscar posibles líneas melódicas.
He decidido leer un cuento mío, no solo para saber si soy un buen intérprete de mis
propios cuentos, sino para saber también otra cosa: si he acertado en la materia que
elegí para hacerlos: yo los he sentido siempre como cuentos para ser dichos por mí, esa
era su condición de materia […]. Y lo diré de una vez: mis cuentos fueron hechos para
ser leídos por mí, como quien le cuenta a alguien algo raro que recién descubre, con
lenguaje sencillo de improvisación y hasta con mi natural lenguaje lleno de repeticiones
e imperfecciones que me son propias. Y mi problema ha sido: tratar de quitarle lo más
urgentemente feo, sin quitarle lo que le es más natural; y temo continuamente que mis
fealdades sean siempre mi manera más rica de expresión [O C, Tomo III, 214].
José Pedro Díaz, que conoció a Felisberto, recordó sus dotes de “narrador
incansable”:
l A diferencia de las autoficciones que suelen jugar con el nombre del autor
atribuyéndole acciones reales y/o imaginarias, el yo narrador de Felisberto no
tiene nombre. Esta carencia de nombre hace más fluida la introspección pues
un nombre siempre liga a un registro, a una historia, a una circunstancia. En
lugar de la autoafirmación a través del nombre, su ausencia hace que el yo
aparezca despojado de una zona de sí mismo que el que escribe decide dejar en
la sombra.
Reinaldo Laddaga, en un estudio sobre Hernández, Virgilio Piñera y Juan
Rodolfo Wilcock, destaca en ellos una forma de hedonismo en la pasividad
que está ligada a sus situaciones de escritores. Dice que los tres construyen
sus narraciones “en torno a personajes cuya preocupación principal consiste
en sustraerse a la identificación en tanto partes definidas de una comunidad,
cuya ‘vocación absoluta’ es impedir que ‘ninguna situación social pueda serles
atribuida’”. Continúa con una especificación muy pertinente: “se trata de seres
que han pasado por la locura”, que no quieren tener éxito sino “disfrutar de
ellos mismos”. Cita el análisis de Benjamin de “los ayudantes” en Kafka y los
personajes de Walser. Para poder realizar este “epicureísmo particular” ofrecen
“la menor superficie posible a la captación” [Laddaga, 12].
l “Deseo señalar que, para aprender a apreciarse, se necesita contar con un pun-
to de comparación; que nadie puede conocerse a sí mismo sin el otro, y que ese
otro es también él mismo”: la cita de Las Confesiones de Rousseau está tomada
del libro de Georges May (36). El narrador de El caballo perdido descubre que
el presente incide en sus recuerdos, quiere encontrar la imagen pasada verdade-
ra y no puede, solo le es posible crear un complejo sistema de acechanzas para
visibilizar las intromisiones no deseadas. El yo del narrador se desdobla y co-
mienza el diálogo con el “socio”: las metamorfosis se generan en la persecución
de esa “verdad última”, una imagen “pura”. Aunque el narrador descubra que
lo importante es el viaje y no la meta, aunque –como ha sido analizado– inte-
resen los “mecanismos del recuerdo” y no el recuerdo mismo, aunque en lugar
del sexo o la mujer, el narrador reciba placer de los objetos que ésta usó, hay en
Felisberto un movimiento hacia la confianza en un proceso de búsqueda que
creo falta en los actuales narradores de autoficción.
l Cito otra vez a Georges May que aclara, con sólido sentido común, que: “solo
tiene derecho a contar en vida con el interés del público por su existencia
privada, quien tiene también una existencia pública” (36). La literatura puede
dar vuelta esta sentencia. Ese es uno de sus desafíos: conquistar un lugar con
la escritura. Por otra parte, tanto Felisberto como Mario Levrero y Enrique
Vila-Matas, por ejemplo, no cuentan su vida privada. El lector entiende que su
literatura no provee de datos para relatar una historia aunque sí aparezcan una
202 cantidad de detalles que den cuenta, más que nada, de una singular forma de
la sensibilidad y la percepción, o que permitan que los actos y sucesos nimios
contados se deslicen hacia otra dimensión (inconsciente, mística, irónica). Fe-
lisberto pedía ser querido, pero su literatura dificulta la identificación. Más
que juzgar al autor, como sería el caso de la autobiografía, el lector deberá
perderse en la fragmentación, la ajenidad, el peligro de la locura; tal vez aceptar
el acecho de una sexualidad perturbadora.
Entonces tuve una angustia parecida a la de los niños mimados cuando han
vuelto de pasear y les sacan el traje nuevo. Me reí de esta ridiculez y traté de reac-
cionar, pero entonces caí en otra angustia mucho más vieja, más cruel y que por
primera vez vi que era de una crueldad ridícula. [O C, Tomo I, 109-114].
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