Murray. North Group - Fanny Ramirez

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MURRAY

NORTH GROUP

FANNY RAMÍREZ
1
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Título: MURRAY – NORTH GROUP
© 2019 Fanny Ramírez.
Todos los derechos reservados.
Portada: Fanny Ramírez.
Maquetación: Fanny Ramírez.
Fecha de edición: Noviembre 2019.
Copyright Registry: 1911062414065
A ti, lector.
ÍNDICE
MURRAY STEVEN
INTRODUCCIÓN
UNO
DOS
TRÉS
CUATRO
CINCO
SEIS
SIETE
OCHO
NUEVE
DIEZ
ONCE
DOCE
TRECE
CATORCE
QUINCE
DIECISEIS
DIECISIETE
DIECIOCHO
DIECINUEVE
VEINTE
VEINTIUNO
VEINTIDOS
VEINTITRÉS
VEINTICUATRO
EPÍLOGO
AGRADECIMIENTOS
TOMAS BROWN
MURRAY STEVEN
«Todo será más fácil una vez te hagas a la idea» era una de las frases
célebres que me dijo mi padre antes de que falleciera frente a mis ojos. En ese
momento no fueron más que palabras casi inentendibles, brotadas a través de
unos labios resecos y con voz apagada. Le di la justa importancia, la que en
ese momento podía darle, ya que tenía otras cosas en las que ocupar mi
mente. Como por ejemplo, que se moría y que nunca más iba a poder verle de
nuevo.
Desde que tengo uso de razón, la vida me ha ido preparando para perder a
seres queridos. Primero a mis abuelos, algunos tíos, amigos… pero jamás de
los jamases, me imaginé un dolor igual al que sentí sentado en esa silla
ostentosa, con un tapizado de lo más extravagante, en las que mi madre se
pasaba las horas cuidándole. Era una especie de pellizco en el pecho, como si
la dermis, epidermis, hipodermis, músculos, costilla y demás capas que
separaban mi corazón del exterior; no fuera suficiente escudo contra todo
aquello.
Mi padre me enseñó lo más importante en esta vida: A ver las cosas desde
distinta perspectiva. Me decía: «Mira el amor desde los ojos de un niño el
cual apenas le encuentra explicación y sin embargo lo siente; mira el deseo
desde los ojos de un enamorado aunque no te hayas enamorado nunca;
observa el mar desde los ojos de alguien que no ha tenido el placer de
hacerlo. Mira con ojos, aunque no veas.» Él simplemente vivió a través de mi
madre, ya que desde muy joven se quedó ciego a causa de un accidente en su
trabajo. Ese día me miró a los ojos, mirándome desde el recuerdo y la
memoria de sus manos.
Y puedo decir que desde entonces no me hace falta abrir los párpados para
ver lo que realmente importa. Lo que hace feliz se queda dentro más
protegido incluso que el mismo corazón.
INTRODUCCIÓN
—¡Oh hombre, a lo que por fin llega el ermitaño! —el grito de León hizo
que negase con la cabeza y rodase los ojos.
Las personas del bar, o por lo menos las que no estaban tan ebrias como
para soportar el peso de sus propias cabezas, se giraron a verme. Metiéndome
las manos en los bolsillos, claro signo de mi nerviosismo dado el nivel de
protagonismo que tenía en ese momento, me dirigí hacia el grupo de cinco
hombres que me esperaban en la barra con vasos de cerveza casi vacíos.
—Ey, Ray, ¿pudiste despegar la nariz de los libros para poder venir a mi
cumpleaños? es todo un honor… —Dijo John, con los ojos velados y una
sonrisa borracha, levantándose como pudo del taburete y enganchándose a
mis hombros.
—Y tú no pierdes el tiempo… con apenas horas de tener los dieciocho y
ya te emborrachas en un bar —él rio al igual que los demás.
Chad me palmeó la espalda a modo de saludo una vez me deshice de John
y me senté en la barra a pedir una cerveza para mí. Hacía como un mes que
no salía de las cuatro paredes que componían mi habitación en la universidad.
El futuro no se labraba solo y a diferencia de mis mejores amigos, que
parecían querer sacarse la carrera a base de estudiar el último día, me pegaba
las horas hincando los codos como un poseso.
En las calificaciones se notaba, claro, no era por presumir pero sacaba
mejores notas que todos ellos. Por lo menos el esfuerzo tenía sus frutos. Y
por raro que pareciera, ellos se sacaban los exámenes estudiando poquísimo
en comparación. Cada uno teníamos una edad diferente, todos coincidimos en
la carrera de empresariales, por la especialidad de marqueting y
administración. Aun así, siendo tan diferentes entre nosotros, nos hicimos
casi inseparables. El grupo norte nos llamaban, al estar viviendo en la zona
norte del campus.
Libé con celeridad la cerveza, como si fuese agua. Todos éramos unos
cerveceros de cuidado lástima que yo no pudiese acompañarlos siempre que
quería. Escuchaba a León hablar con Chad, sin prestar realmente atención a
su conversación. Mi cabeza estaba en otra cosa, en Larissa Hoffman para ser
más preciosos. Era nuestra profesora de cálculo y finanzas, la cual me traía
por el camino de la amargura.
No había día que pasara, que no estuviera más hermosa que el anterior.
Daba igual lo que se pusiera, era capaz de abstraerme de mis estudios, con
solo una mirada suya. Que sucedía poco, todo había que decirlo. Parecía
ajena a mi presencia, más allá de un alumno más. Mi cabeza empezó a
imaginar cosas, por culpa de la canción que se escuchaba a través de los
altavoces del bar y no pude más que sonrojarme como un gilipollas virgen.
Volví a beber, más que nada, para no hacer notar a mis amigos lo
abstraído que estaba. Entonces escuché la risa de Lauren y eso me distrajo de
mis pensamientos. Señalaba a un John dormido encima de la barra, con las
babas mojando la madera. Recién había cumplido los dieciocho años y esa
vez se había pasado con la cerveza. Lo “Adoptamos” el año pasado, cuando
lo vimos por los pasillos queriendo llamar la atención de todas las chicas que
veía. El pobre no tenía filtro, un cabeza loca, un bala perdida. Por lo que nos
cayó bien enseguida. Era la pieza que nos faltaba y para más suerte, vivía en
nuestra ala.
—¿No te parece adorable? —dijo León, sacando a relucir su español.
Yo apenas lo entendía, unas cuantas palabras, pero gracias a él había
aprendido mucho. Aún podía saborear los diferentes sabores de su ciudad, la
paella, el marisco, las chicas… España era especial, pero por alguna razón, él
eligió vivir en Nueva York. Cambiando la tranquilidad de allí, por el ajetreo y
el bullicio de aquí. Yo aún no lograba entender por qué.
—Déjalo en paz, es tarde y se ha pasado un poco con la cerveza —lo
amonestó Tomas, el cabeza pensante, haciendo que León y Chad rodaran los
ojos.
Decidimos pasar a una de las mesas, llevándonos a John y recostándolo en
uno de los sofás a nuestro lado. Siquiera se inmutó, cosa normal, ya que
cuando caía no había Dios que lo despertara.
—Bueno, ahora que estamos todos juntos quiero haceros una propuesta —
dijo Lauren, haciendo callar a un muy risueño Chad que sin duda se había
pasado con la bebida, también.
—¿Indecente? —preguntó León haciéndome reír.
—Nada de eso. Esto es un poco más serio —automáticamente dejamos de
sonreír y fruncí el ceño a la espera de lo que fuera a decir.
—Dispara —dije dando un trago.
—Bueno, como sabéis hace unas semanas mi abuela murió, pues ayer
estuve en la lectura del testamento. Soy el mayor de los nietos, por no decir
que el que tiene más cabeza incluso que sus tres hijos, por lo que la mayor
parte de sus bienes pasaron a ser míos. Lo que quiero decir es lo siguiente:
Quiero montar una empresa de publicidad y quiero hacerlo con vosotros si
queréis.
—¿Te refieres a que vamos a trabajar juntos? ¿Todos? —pregunta Chad
un tanto descolocado.
Lauren ríe y le golpea la nuca en broma provocando nuestra risa.
—Sí, palurdo. Tengo el dinero suficiente para que cuando acabemos de
estudiar montemos nuestra propia empresa. Todos estaremos de acuerdo en
que Murray se encargue de las cuentas, finanzas y recursos humanos ¿no?
Todos levantaron la mano y me hice el ofendido. La verdad me encantaba
la idea y qué mejor que encargarme de lo que más amo hacer. Enfrascarme en
números y números, era el paraíso.
—Yo puedo aportar algo también, tengo dinero ahorrado —dijo Tomas,
decidido.
Sonrío sin poder evitarlo. El pobre las ha pasado putas a lo largo de su
vida, luego supo salir adelante y no solo eso; sacar de la mala vida a uno de
sus hermanos aunque por desgracia no haya servido de mucho.
—Yo también —habló Chad.
—Y yo —nos giramos al oír hablar a John que con ojos soñolientos alzaba
la mano antes de quedarse dormido otra vez.
La verdad ese niñato tenía todo lo que quería y más, gracias a sus padres.
No me extrañaba que consiguiera dinero para invertir en el proyecto.
También podía aportar, por lo que accedí a invertir junto a los demás.
—¿Y cómo se llamará? —pregunté haciendo que los demás dejen de
festejar.
—¿Qué os parece North Group? —apuntó Chad haciendo que León
lanzase un grito de victoria.
La gente en el bar se giró a mirarnos en cuanto la fiesta se desató.
Teníamos un proyecto por el que luchar, un futuro que labrar y juntos seguro
lo lográbamos. Esfuerzo, dedicación y amistad. Sin duda las tres reglas de oro
por las que se regía nuestra v ida y más adelante nuestra empresa.
UNO
Nueve años después
Es cruzar las puertas de North Group y sentir un cosquilleo en el estómago
imposible de disimular; incluso me cosquilleaba las encías. Es demasiado
agradable ver a gente entrar y salir, alguna que otra con demasiada prisa
como para advertir en mi presencia. Otras pensando en mil y una cosas y
están aquellas como yo que, obnubilados, miran las instalaciones como si no
hubiesen visto nada igual. Y no están muy equivocados. La empresa cuenta
con un total de cien plantas, quinientos metros de estructura, casi diez mil
personas haciendo que los engranajes funcionen a la perfección. Día tras día,
aquella gente se deja la piel para que North Group llegue aún más alto, siendo
así, la empresa más grande y con mayores beneficios de todo nueva york.
Nuestros clientes, la mayoría conocidos mundialmente, confían en nosotros
ciegamente, gracias a nuestro buen trabajo y dedicación. Así que sí, me siento
demasiado orgulloso por lo que hemos creado.
Seis hombres custodiando uno de los rascacielos más emblemáticos del
país, entre ellos: yo. Murray Steven, con treinta y tres años, soltero, sin hijos
y sin puta idea de cuando podré cambiar eso. En Forbes me sacan como uno
de los solteros más interesantes, por mi dinero y mi cerebro. No sé cómo
sentirme al respecto, ya que no me considero solamente una mente
millonaria. Mi pelo castaño, ahora luciendo unas cuantas canas, aún se ve
lustroso, mi sonrisa brilla, y me las paso putas en el gimnasio para
mantenerme medianamente en forma. Sin embargo tengo que admitir que mis
amigos, puede que sean más atractivos que yo. O por lo menos eso
demuestran sus cientos de conquistas comparadas con las mías.
La verdad no soy de esos tipos sedientos de un revolcón cada dos por tres.
Tengo necesidades, como toda mujer, hombre o animal del mundo, pero no
me la paso buscando en donde meterla constantemente. Aunque parezca
redundante, puedo dar fe de que la etiqueta de millonario que cargo junto con
mis demás socios, me abre muchas puertas y piernas, como diría John. No es
un simple mito. La gente se mueve por fines meramente económicos. Da
igual los orgasmos que se le dé a una mujer si después se le regala un par de
pendientes con diamantes. Y eso me da demasiada pena.
Aun así, después de los años, sigo sin dejar de decirme que este es mi
sitio, el lugar donde deseo estar y para qué mentir, el que me dé todo lo que
necesito para llevar una vida por demás acomodada, me hace muy feliz.
Dentro del bolsillo interior de mi chaqueta, descansa la llave de mi nuevo
deportivo, el quinto este año. El reloj de oro en mi muñeca hace destellos en
las paredes blancas de la gran recepción y mi traje impoluto hace juego con el
lustre de mis zapatos, ambas cosas recién estrenadas. Me gusta ser
millonario, aunque a veces sea difícil encontrar algo tan simple y banal como
una novia que mire antes lo que eres y no el interior de tu cartera.
—Buenos días, señor Steven. ¿Desea su café ahora? —Me habla Ferrán,
mi secretario de confianza, el cual lleva desde que North Group abrió sus
puertas.
—Sí, pero también comeré...
—¿Coulant de chocolate? Ya está en su oficina, señor.
—Genial —apruebo degustando, antes de tiempo, el rico dulce en mi
paladar.
No suelo comer excesiva azúcar, la razón por la que ese dulce adornará mi
mesa en un momento se debe a que Cecilia, nuestra organizadora de eventos,
los manda a traer un día antes de dicha celebración. Mañana es el octavo
aniversario de North Group, una fiesta benéfica donde el cien por cien de lo
recaudado irá dirigido a los niños con Cáncer. Algo por lo que luchamos día
sí y día también, una vez el hermano de Tomas murió a causa de esa
enfermedad.
Hoy voy a volver a verla y aunque intento disimular mi ilusión, fallo
estrepitosamente. Puedo comprobarlo en cuanto llego a la puerta acristalada
de mi despacho. Una sonrisa imbécil adorna mis labios como si fuera un
complemento más de mi vestuario. De nuevo tendré que correr como un
niñato cachondo a esconderme en mi oficina, una vez acabe la reunión, para
no ir deleitando a todo el mundo con una erección de campeonato.
Entro en mi oficina y suspiro al encontrar el sitio acondicionado y con olor
a chocolate. Con Parsimonia me quito la chaqueta para luego colgarla en el
respaldo de mi silla y sentarme. Todo está limpio, reluciente y sin una cosa
fuera de su sitio. Las cortinas corridas, haciendo que el paisaje de los
rascacielos de nueva york sea la mejor de las vistas.
De nuevo la imagen de esa mujer hace acto de presencia en mi cabeza,
evocando su cuerpo desnudo contra el inmenso cristal frente a mí,
empañándolo con el calor de su piel. Si ella me lo pusiera un poco más
fácil… pero es verla y ¡pum! Como si fuera una bruja, con un simple
pestañeo hace que me preparase para hacer magia con mi maldito pene. El
problema no es que no vaya a funcionar como hombre, es el simple hecho de
quedarme como imbécil cada vez que estoy cerca de ella. Mi imaginación
dista demasiado de la realidad, donde a lo máximo que he llegado a hacer, es
mirarla durante unos escasos segundos.
La camisa se me empieza a pegar en la espalda por el sudor, y tengo la
imperiosa necesidad de sacarme la ropa. Observo mis dedos temblorosos y
cierro las manos en puños intentando aligerar los nervios que se propagan por
mi cuerpo como un incendio descontrolado. De un tirón me deshago de las
gafas, masajeo mis sienes y dejándome caer hacia atrás en el sillón me digo
que todo va a ir bien. Que la reunión irá de las mil maravillas, nada más lejos
de charlar, estaremos los seis juntos. No ella y yo solos.
Media hora… Solo treinta minutos y su melena rubia ondeará brillante por
las instalaciones de North Group. Por no hablar de ese increíble trasero
envuelto en alguna de esas faldas lápiz que tan maldita bien le quedan.
—Cecilia… —saboreo su nombre como si fuera el mismísimo Coulant de
chocolate que devoro a conciencia durante diez deliciosos minutos.
Chupo el último resquicio de dulce de mi dedo pulgar y agarro el teléfono
para marcar el número de mi mamá. Es una cosa mecánica, algo que necesito
cada día, escuchar su voz me reconforta. Solo ella es capaz de hacerme sentir
bien cuando creo que todo es una mierda. Cosa que ocurría a menudo en mi
época de estudiante. Hoy me siento por demás inquieto por lo que la necesito
con urgencia.
—Mi pequeño, estaba esperando tu llamada ¿cómo estás? —sonrío
automáticamente.
—Hola, mamá. Bien, un poco nervioso, Cecilia está a punto de llegar.
Suspiro y muerdo mi labio superior esperando un buen consejo. Es mi
mejor amiga, a la que le cuento todo sin distinción. Y no solo yo, hace poco
me enteré de que los chicos también la llaman de vez en cuando para el
mismo menester. Ella más buena que el pan, los escucha y aconseja mejor
que nadie.
—Ay, cielo. Tú tranquilo. Las mujeres somos muy intuitivas y sabrá, si es
que no lo sabe ya, que te mueres de pena cuando la ves. Como te dije la
última vez, piensa que es solo una mujer. Un ser humano, como tú, como yo.
No se come a nadie, por mucho que lo desees…
—Mamá… —le digo mortificado. Pero tiene razón, comérmela es uno de
mis más ansiados deseos.
—Es así, niégamelo si tienes valor.
Trago saliva y escucho sus palabras en silencio. La puerta de mi despacho
se abre, León entra sin ser invitado y sonriendo como el cabrón que es, se
sienta en la silla frente a la mesa.
—Gracias, mamá —le digo intentando cortar la llamada cuanto antes. No
me fio ni un pelo de…
Entonces el muy mamón empieza a gemir con voz aguda, queriendo
parecerse a una mujer. Tapo el auricular, modulando con los labios que si no
se calla le meto la pata de la silla por el culo. Él como si escuchase llover.
—Bueno cariño, pasa lindo día. Y dile a León que deje de hacer el
gilipollas —dice lo suficientemente fuerte como para que el susodicho lo
oiga.
León lanza una carcajada y pulsando un botón del teléfono, acciona el
micrófono del manos libres.
—La adoro, ¿lo sabe?
—Sí, claro que sí. Yo también a ti. Pasad buena jornada y portaos bien.
—Sí, mamá —decimos al unísono.
Cuelgo el teléfono y miro a León que nervioso, se muerde el dedo gordo
de su mano derecha. Frunzo el ceño y espero paciente a que me diga lo que
ha venido a decirme. Tarda exactamente un minuto y cinco segundos de reloj
en mirarme y sonreír como si fuera el más santo de los ángeles. De eso no
tiene ni un pelo el cabrón.
—¿Qué te pasa? —le pregunto ladeando la cabeza y entrecerrando los
ojos.
Se inclina hacia delante, apoyando los codos en la mesa y acercándose a
mí como si me fuera a decir un secreto de estado.
—Ray, sabes que nunca te pido nada pero…
—Creo recordar que la última vez que me pediste algo fue hace dos días,
que te quedaste sin condones en la oficina y tenías a un culito caliente en el
sofá al cual no podías dejar que se enfriara. Palabras textuales tuyas, no mías.
Rueda los ojos, dejándose caer hacia atrás en la silla, cruzando las piernas
y mirándome culpable.
—Es cierto, te necesito otra vez. Pero dime que cuando entraste y la viste,
no era el mejor culo que hayas visto en tu miserable vida —dice alzando las
cejas sugestivamente.
Lanzo una carcajada y niego con la cabeza, pensando en que el mejor culo
que he visto en mi miserable vida, seguramente esté sentado en su coche
dirigiéndose hacia aquí.
—Los he visto mejores, ahora dime qué es lo que quieres. Tengo que
prepararme para la reunión… —digo como si fuera obvio.
—Oh, sí, cierto. La bonita de Cecilia estará aquí haciendo que tu micro
polla vuelva a la vida después de una eternidad.
—No seas gilipollas. Y no tengo una micro polla —me defiendo como un
tonto haciéndolo carcajearse de lo lindo.
—Bueno, necesito que me hagas un favor. Esta noche he quedado con dos
chicas despampanantes, una después de la otra, no preguntes cómo pero supe
que había sido una estupidez justo después de hacerlo. El caso es que preciso
que me llames justamente a las doce de la noche, diciéndome que hay una
emergencia. Así podré escaquearme una vez le dé lo suyo a Melody para
después dárselo a la preciosa Esmeralda.
Suspiro y niego, ahora sin una pizca de humor. El muy mamón se va a
terminar buscando una ruina con esos tejemanejes que se trae con las
mujeres. No puedo juzgarlo, es mayorcito para saber lo que hace, él y las
mujeres con las que se acuesta.
—León, esto que haces no está bien… acabarás muy mal parado un día de
estos.
—No me vengas con charlas, Ray. Te estoy pidiendo un favor, eres uno de
mis mejores amigos.
—¿Qué te han dicho los demás? —pregunto seguro de que los otros se han
negado en rotundo.
—¿Por quién me tomas? No se lo he pedido a ninguno, solo a ti.
Resoplo poniendo los ojos en blanco, no creyéndome ni media palabra.
Aun así asiento y él se va feliz relamiéndose los labios, sabrá Dios con qué
pensamiento lujurioso rondándole la mente.
El interfono suena unos minutos después de que la puerta se cierre tras
León, Ferrán me avisa que la señorita Cecilia está en North Group y
automáticamente mi cuerpo se tensa.
—Es la hora —digo tras un necesitado suspiro.
DOS
Salir de la oficina con una media erección no es cómodo. Cuando más de
veinte pares de ojos te miran es por demás vergonzoso, así que el dosier
estratégicamente colocado sobre mi entrepierna, me da la facilidad de
moverme sin dar un espectáculo. Tomas me acaba de mandar un mensaje,
diciéndome que ella ya está en la salita junto a la sala de reuniones.
Mis manos sudan, puedo comprobarlo al dejar mis huellas húmedas en la
carpeta. Solo pienso en lo que pensará cada vez que le doy un apretón y se
encuentra con la palma de mi mano chorreando y temblorosa. Da igual los
consejos que escuche de mi madre o de los mequetrefes de mis amigos.
Cecilia siempre me pondrá nervioso, es mi debilidad desde hace años, en
cuanto la vi con ese pantalón amarillo y un top blanco con escote de pico.
Imaginé por cientos de veces esas dos prendas tiradas por el suelo, ya sea el
de la oficina o mi habitación.
Según león, sus pechos son operados, que de adolescente seguramente no
tuviera ni dos mandarinas. Pero a mí me da igual. Estaría de lo más
interesado en darle la enhorabuena al cirujano que se las puso así de bonitas.
Cuando llego a la salita donde mayormente tomamos un café antes de
cualquier junta, la veo. Hoy lleva un precioso vestido verde botella que
abraza sus curvas como si fuera una segunda piel. Le llega por encima de las
rodillas, y la espalda le queda parcialmente descubierta gracias al gran escote.
Se ha cortado el pelo, por lo menos una cuarta, lo sé porque puedo verle un
lunar en el omóplato que hasta ahora no he sabido que lo tiene.
—¿Y Murray? —su pregunta me pone más nervioso aún.
No sé si salir en plan héroe, dejarme de gilipolleces y decirle algo como
«Aquí está por el que preguntas, preciosa» pero eso sería convertirme en
alguien que no soy. Tomas mira sobre su hombro y me sonríe, haciendo que
ella se gire. Si el escote de su espalda hizo que me entrara taquicardia, estoy a
punto de sufrir un ataque al corazón al ver su delantera.
—¡Oh estás aquí! —dice alegremente, sonriendo hasta que sus ojos se
achinan casi desapareciendo.
Sus tupidas pestañas revolotean al pestañear, sus labios pintados de un
color rosado claro incitan a hacer de todo con ellos. Y ni hablar de…
—Casi empezamos sin ti —dice bajándome de la nube donde le doy
orgasmos cada dos segundos.
Carraspeo porque me conozco y me acerco a ella, una vez los demás
entran en la sala de juntas. Alzo mi brazo, con mi mano en alto para
estrechársela. Puedo ver de cerca sus bonitos ojos y el imperceptible sonrojo
bajo su maquillaje.
—Buenos días, señorita Davis.
Ella frunce el ceño como cada vez, como cada reunión y yo la saludo
exactamente igual.
—¿Cuándo dejarás de llamarme de usted? —dice esta vez cambiando la
pregunta de siempre, ladeando su cabeza, haciendo que su ahora cabello corto
acaricie su hombro izquierdo.
«Cuando deje de ser un maldito cobarde, te bese y te diga que estoy
enamorado hasta las trancas de ti y pueda hacerte el amor sobre todas las
superficies posibles, horizontal o verticalmente» en su lugar digo:
—Es simplemente educación. Pero puedo decirle que está muy guapa con
ese corte de pelo —no sé cómo cojones he dicho eso sin morir en el intento.
Cecilia pestañea una vez más como si estuviese conmocionada, luego su
rostro se ruboriza casi al completo. Eso hace que mi respiración se altere un
poco. Está nerviosa, le acabo de descolocar y no sé si es bueno o malo.
—Gracias —dice un tanto tímida, para luego sonreír como solo ella sabe
hacer, y guiñarme un ojo.
Se gira entrando en la sala de juntas, yo me quedo como un jodido
pasmarote en la puerta, pareciendo gilipollas por ese gesto pícaro que me
acaba de hacer. Cierro tras de mí, cuando ya me he podido tranquilizar y me
siento justo frente a ella, con la mesa de por medio. Solo tengo que alzar el
pie y tocaría su pierna. «Me pregunto qué cara pondría si llegase a hacer eso»
Tomas empieza a hablar del evento de mañana, Cecilia le contesta, luego
habla Chad, Lauren y John. Me la paso observando su cara de perfil, no
siendo consciente de que en cualquier momento puede pillarme y dejarme
como un puto pervertido y mirón. Sin embargo no hago caso a mi conciencia.
Sigo observando su boca al abrirse y cerrarse cuando habla. Diciendo los
diferentes platos, bebidas y otras cosas que no presto especial atención.
—Deja de mirarla así o la gastarás —me susurra Chad al oído.
Me avergüenzo al haber sido descubierto, aun así a los pocos segundos
que intento mirar los diferentes platos dispuestos en la mesa, mis ojos
vuelven a dirigirse a ella.
—Será una fiesta sencilla, algo sofisticado, pero no ostentoso, divertido
pero no demasiado. No olvidemos que la finalidad de la fiesta es recaudar
para los niños con cáncer. La comida y bebida tienen que estar acorde con la
temática, brillo, lazos dorados representando la honradez de su valentía,
representando el color de su esperanza. —dice mirándome directamente a los
ojos.
Retuerzo las manos sobre la mesa y la escucho con atención. Puedo ver
cómo progresivamente su sonrojo aumenta por momentos y busca
esquivarme como sea. Eso no lo ha hecho nunca. Normalmente apenas nos
miramos más de lo reglamentario, hoy parece ser un gran día. Pero no puedo
evitarlo, maldita sea. Cecilia hablando de esos pequeños, solo hace que me
vuelva más jodidamente loco por ella.
—¿Habrá Coulant de chocolate? —Pregunta León, lamiéndose los labios,
antes de agarrar uno de la mesa. Este un poco más pequeño a los que trajo
previamente para nosotros.
Ella le sonríe y los celos me hacen fruncir el ceño. Soy consciente cada
vez que es una chica rodeada de seis hombres, cinco demasiado atractivos y
orgullosos de serlo. Estoy seguro que si alguno de ellos, decide seducirla
caería sin remedio. Aunque yo espero fervientemente que no.
—Claro, todos los platos que veis aquí, son réplicas exactas a lo que habrá
mañana en la fiesta. Aunque estos son de exposición o lo que es lo mismo:
falsos…
León escupe el bocado automáticamente haciendo reír a todos los de la
mesa, excluyéndome. A mí se me ha parado, literalmente, el corazón. Cecilia
me mira de nuevo, su sonrisa decae y el labio inferior entra en su boca
dejándome ver sus dientes durante breves instantes. «Quizás deba dejar de
mirarla tan fijamente» pienso sin desviar la atención de ella ni un segundo.
La reunión acaba y espero a que todos se levanten para poder comprobar
que mi polla se esté portando bien y no sea tan obvio mi estado. Pero sí, ella
va a lo suyo y mis pantalones quedan más apretados que de costumbre por la
parte delantera. Con la carpeta vuelvo a taparme; soy consciente de cómo
John abre la puerta acristalada para que Cecilia salga.
—Después de ti, preciosa —le dice galante haciendo que ella sonría.
—Gracias John, pero creo haber visto que aún conservo las manos, ¿ves?
—Las levanta frente a él, haciendo reír al resto—. La caballerosidad siempre
ha sido excusa para poder llevaros a las mujeres al huerto más rápido, pero
ten presente que una mujer es suficientemente capaz de abrir una puerta sola.
Y de llevar a un hombre al huerto, también.
John se avergüenza no sin antes pellizcarle la mejilla con una familiaridad
que me deja descolocado. Ella sonríe más y sale antes que él, seguido de los
demás. No sé cómo cojones tomarme todo esto. Por un lado quiero matar a
John por coqueto, sabiendo de sobra mis sentimientos hacia ella. Por otro, no
tengo el mínimo derecho de reprocharle nada a ninguno de los dos. Son
solteros, jóvenes, y atractivos. Sin ninguna carga emocional, ni timidez a la
hora de hablar con alguien que le gusta. No como yo, que me trabo tan solo
pensando en saludarla.
Cecilia se va por el pasillo sonriéndonos a los seis, que nos quedamos
mirándola hasta que desaparece dentro del ascensor. Entonces mi mirada se
posa insistente en el perfil de John. Él se da cuenta, como también lo hago de
la risa de los demás.
—¿Qué hice ahora? —pregunta con falsa inocencia, encogiéndose de
hombros—, estoy seguro que esa mujer es una de esas feminacis que quieren
quedar por encima del hombre. Pero eso solo me hace querer hacerle ver cuán
equivocada está. Soy bastante capaz de llevármela a la cama en menos de
diez segundos. Eso si quiero… de verdad hay que pensárselo antes.
Mis puños se aprietan y doy un paso en su dirección para quitarle esa cara
de cabrón de un puñetazo, sin embargo, soy sujetado por Tomas antes de
poder llegar a estar lo suficiente cerca.
—Tranquilo, Ray, no merece la pena. Sabes cómo es… —Dice Lauren
intentando calmar las aguas.
—Quizás deba enseñarte cómo hablar de una mujer, capullo —le advierto
con voz dura, deshaciéndome del agarre de Tomas.
—Si de verdad te molesta que tontee con ella o que intente levantártela,
será mejor que espabiles. No va a esperarte eternamente —dice John con su
inseparable sonrisa estúpida antes de largarse silbando. Haciendo que me
enerve del todo y me vaya directo a mi oficina.
En una cosa sí tiene razón: Cecilia no va a esperar toda la vida por alguien
que a todas luces es tan cobarde para no decirle lo que siente mirándola a los
ojos sin que se muera de pena.
TRÉS
La sien derecha me pulsa dolorosamente obligándome a dar por finalizada
mi jornada por hoy. El día se me ha hecho largo, lento, tedioso, salvo la hora
y veinte minutos que ha durado la reunión con Cecilia. Con lentitud, como si
en vez de una terrible jaqueca estuviese pasado de copas, apago el sistema
cerrando sesión. Tengo la sensación de que me he convertido en una olla a
presión a punto de explotar.
Quizás se deba a que he hecho cientos de presupuestos, decenas de
contratos y tenido miles de pensamientos negativos respecto a mi poca
valentía respecto a decir lo que siento a Cecilia. Nunca dejo que lo personal
se inmiscuya con lo profesional excepto los días que ella aparece. Hay veces
que me digo que lo que siento no debe ser demasiado sano.
Las luces de fuera de mi despacho están apagadas, los trabajadores ya se
fueron a excepción del guardia de planta y Tomas que hace unos minutos me
avisó de que quería acabar un pendiente para mañana. Sin embargo la ciudad
que nunca duerme, hace honor su nombre, haciendo centellear millones de
luces desde todas partes. Los majestuosos edificios, las calles abarrotadas, los
coches. Nueva york puede resultar un tanto estresante a veces, otras, un
sueño. Donde las oportunidades se encuentran a la vuelta de Wall Street,
donde lo menos emocionante sea ver cómo se llena de vida y maravillosos
olores Chinatown. Por no hablar de mi favorita: La avenida de Broadway, sus
colores, sus teatros.
Suspiro solo de pensar en el largo camino que me espera hasta llegar a
casa. Si tengo suerte en media hora podré abrazar mis sábanas y dormir como
un bebé. No tengo apetito, por lo que me iré a la cama sin cenar. Solo quiero
que este día pase y llegue por fin la cena de mañana. Donde la veré de nuevo.
Después de cerrar la puerta de mi oficina me dirijo con paso seguro hacia
los ascensores. El sonido de mis zapatos estrellándose contra las baldosas es
lo único que se escucha. Michael, el guardia de seguridad de nuestra planta,
se levanta de su silla como un resorte al reparar en mi presencia.
—Buenas noches, señor Steven —saluda cordial, asintiendo vehemente
con la cabeza.
—Buenas noches. ¿El señor Brown sigue en su oficina? —le pregunto
dándole una ojeada a mi reloj de pulsera.
Las diez y veinte de la noche. Me jugaría mi puesto de trabajo si Tomas no
está huyendo de algo y por eso se queda hasta tan tarde últimamente.
—Sí, señor.
Asiento y me despido de él antes de entrar al ascensor y bajar al parking
privado. Las luces de mi coche parpadean en cuanto el sensor de la llave está
a poca distancia. Sonrío como un niño el día de santa Claus. Soy un hijo de
puta suertudo, aunque sudor y sangre me ha costado llegar a tener lo que
tengo.
Salgo del subterráneo dirección suroeste hacia Pearl St, el tráfico está en
todo su apogeo y una mueca de disgusto brota en mis labios sin poder
remediarlo. La media hora se ha convertido en unos largos cuarenta y cinco
minutos si es que tengo suerte. Estoy pasando el puente de Brooklyn cuando
la pantalla del coche se enciende con la llegada de un correo electrónico.
Frunzo el ceño y con los botones del volante lo abro. Mi boca se seca al ver
la dirección de quien lo envía. CeciDeliciousCatering. Un semáforo en rojo
me da el alto por lo que aprovecho y abro el email pulsando en la pantalla
táctil. Es cuando compruebo cómo tiemblan mis dedos de los nervios.
«Seguramente sea mero formalismo para mañana» me digo para
tranquilizarme. Pero luego leo su saludo, y veo que es algo un poco más
personal.
………………………………….
De: Cecilia Davis
Para: Murray Steven
Asunto: Mala cabeza
Buenas noches, Murray, siento si te molesto a esta hora pero creo que me
olvidé la Tablet en la sala de reuniones y recién me doy cuenta. He estado tan
atareada que siquiera lo he comprobado antes. Si sigues ahí, ¿puedes mirar,
por favor? Mañana la recogería a primera hora.
Besos, Cecilia.
Encargada jefa CeciDeliciousCatering
………………………………….
Los coches empiezan a pitar y me doy cuenta que el semáforo ha
cambiado a verde. Las manos me sudan, es la primera vez que me habla para
algo que no es de trabajo, como es la primera vez que se despide de mí con
besos. Me digo que no es más que un saludo como otro cualquiera, sin
embargo me veo sonriendo como un idiota.
Aparco en los aparcamientos de un restaurante, a diez minutos de llegar a
casa. No puedo esperar mucho más para contestarle, más que nada porque no
quiero que piense que la ignoro. Abro mi correo y le doy a responder.
…………………………………..
De: Murray Steven
Para: Cecilia Davis
Asunto: Mala cabeza
Ahora mismo no me encuentro en North Group, pero tranquila, no
molesta. Si desea puedo metérsela yo mismo mañana a primera hora.
Saludos cordiales, Murray.
Presidente de North Group SA
………………………………….
Le doy a enviar con un extraño cosquilleo en el pecho, entonces la sangre
abandona mi cuerpo cuando releo el email. «Si desea puedo metérsela yo
mismo…»
—No, no, no… no… —digo en voz alta, verificando si realmente acabo
de decirle esa barbaridad sin anestesia ni nada.
Y en efecto, el correo ha sido enviado exitosamente. Ya puedo morirme
entonces. Mi pierna parece tener vida propia, y estoy seguro que ya mismo
abro un agujero en la alfombrilla. Tecleo torpemente, donde me disculpo por
mi metedura de pata, achacando que es cosa del auto corrector. Una respuesta
titila en la pantalla a la vez que le doy a enviar la rectificación. «Mierda»
………………………………..
De: Cecilia Davis
Para: Murray Steven
Asunto: ¿Sin antes una cita?
Wow… supongo que nos vamos a hacer carrera sin haber pisado la
primera base. ¿No quieres tener una primera cita antes?
Encargada jefa CeciDeliciousCatering
………………………………..
Sin darme tiempo a digerir lo que acaba de decir, me llega un segundo
correo. Leo con celeridad, escuchando el martilleo de mi corazón en los
oídos. El insistente dolor de cabeza se ha convertido en un ataque al corazón
en toda regla. De aquí al cementerio, estoy seguro.
…………………………………
De: Cecilia Davis
Para: Murray Steven
Asunto: Vaya…
Me cae bien tu corrector. Está bien, mañana estaré en la tienda preparando
los detalles del evento. ¿Puedes pasar a metérmela a las siete y media?
Digo… traérmela. Lo siento, mi corrector. ;)
Besos, Cecilia.
Encargada jefa CeciDeliciousCatering
…………………………………
Con un escueto allí estaré le contesto antes de volver a meter la pata y
decirle todo lo que tengo en mente hacerle. O meterle, venido al caso. Mi
cuerpo parece reaccionar ante su alegre y pícara contestación. Mi cerebro se
ha hecho puré, literalmente.
Llevo mi mano izquierda a mi entrepierna y masajeo haciendo una mueca
a continuación. Estoy tan empalmado que miedo me da correrme aquí y
ahora. No sé exactamente cómo interpretar lo que esa mujer ha intentado
decirme. O por el contrario, ha querido hacer chiste de mi metedura de pata.
Sin embargo, algo dentro de mí hace cosquillas. Una ilusión inexplicable.
Hace muchos años que la conozco, que nos conocemos, sin ir más allá de un
saludo cordial y palabras sueltas. Siempre temas de trabajo, nunca nada
personal.
Hoy ha sido un día de excepciones y la verdad no sé cómo sentirme al
respecto.
Llego a casa y lo primero que hago es darme una ducha, despejando así mi
mente e intentando pensar en otra cosa que no sea ella. Entonces recuerdo
que tengo que llamar a León en una hora.
El sueño: esfumado. El apetito: más hambriento que nunca pero no de
comida precisamente.
Con una cerveza y un sándwich de atún me siento en el sofá para ver la
televisión. Un partido repetido de los Knicks me deja embobado por un buen
rato, cuando me vengo a dar cuenta el reloj da pasados dos minutos de las
doce. Con un resoplido marco el número de León.
—¿Sí? —me incorporo un poco y carraspeo cuando es una voz de mujer la
que contesta.
Esto no es lo planeado. ¿Dónde cojones está león?
—Emm… hola. ¿Está León? Soy… su hermano.
Una risilla seguida de otra se escucha en el auricular y frunzo el ceño.
—Está un pelín ocupado con Melody ahora mismo, pero si quieres puedes
unirte —dice la chica con un suave ronroneo, como si fuera una gatita.
Me rasco la nuca sin saber qué cojones decir o hacer. Entonces escucho la
voz de león diciendo en español algo como: Os voy a comer hasta el corazón.
—No, gracias, dile que ha llamado Ray. Pase buena noche, señorita…
—Esmeralda. Pasa buena noche también, Ray.
Y cuelgo negando con la cabeza. Una risa nerviosa brota de mis labios
con incredulidad.
—Será cabrón…
CUATRO
Son las siete en punto de la mañana cuando salgo de Starbucks con dos
cafés Berona, uno para Cecilia y otro para mí, en las manos. El caliente y
suave brebaje baja por mi garganta como si fuera elixir de los dioses.
Dándome energías y coraje para lo que me espera en unos minutos si es que
no muero de un paro cardíaco antes. Con la Tablet en el asiento del copiloto
me dirijo a la sede de su empresa situada en pleno Manhattan, en la 87 con
Central Park.
La fachada, decorada con colores vivos y un gran letrero dando luz al
nombre de la tienda, hace que mis nervios crezcan considerablemente.
Aparco en una zona de carga y descarga, diciendo que no estaré mucho
tiempo más que el necesario. Agarro el café y la Tablet y tragando grueso
entro en el local. Una suave canción anuncia de mi llegada y
automáticamente diez pares de ojos femeninos me observan fijamente como
si yo fuera una pieza de artesanía de lo más extravagante.
Miro mi traje por acto reflejo. Un Armani de tres piezas de color azul y
corbata negra. Pero sin duda destaco demasiado ante tanta alegría que
desprende el lugar. Hasta los uniformes son coloridos.
Huele a galletas y bollería recién hecha, mezclado con carne asada,
depende de lo fuerte que inhales. Las paredes revestidas de un ladrillo rojo
dan sensación de profundidad, hay mesas dispuestas donde bandejas repletas
de pequeños cupcakes son expuestos con mesura y elegancia para todo el que
quiera probar. Un lugar lindo, donde la firma de Cecilia está implantada allí a
donde mire. Porque ella es tal que así, vibrante, elegante y alocadamente
perfecta.
—Buenos días —me saluda un chico que sale de una habitación con
puertas batientes situada detrás de la barra principal.
—Buenos días, soy Murray Steven, busco a la señorita Cecilia Davis —le
digo con seguridad, haciendo como que no me estoy achicharrando la mano
con el café hirviendo.
Una de las mujeres señala al final de la tienda, donde un umbral en arco da
lugar a otro espacio con bastante luminosidad.
—Está en la sala de horneado, puede pasar —me indica el chico todavía
con el ceño levemente fruncido.
Estoy seguro que no le he caído muy bien aunque no entiendo el por qué.
Pero entre hombres nos damos cuenta de todo. Y ese en específico no me da
buena sensación.
Me dirijo hacia la sala donde me han indicado, nada más entrar, veo un
trasero redondo y empinado justo en mis narices. Paro de andar y me fijo en
las suaves curvas de sus glúteos llenos, sin poder evitarlo. La malla gris se le
pega como una segunda piel, entreviendo el corte de unas bragas estilo
brasileñas. Carraspeo, no sé de quién se trata la dueña de ese culo, cuando se
yergue y un cabello rubio atado en un moño me hace atragantar y casi tirar el
café al suelo. Su cabeza se gira, su sonrisa se ensancha y Cecilia ilumina el
espacio por completo.
—Buenos días, Murray —saluda alegremente, frotándose la mejilla con la
muñeca, empolvándose con un reguero de harina o azúcar glasé, no estoy
muy seguro.
—Buenos días, señorita Davis.
Cecilia rueda los ojos y sin perder la sonrisa deja la bandeja de bollos en la
mesa para luego andar hacia mí. Lleva un delantal amarillo, con el logo de su
tienda a la altura del pecho. Puedo adivinar por sus brazos desnudos que lleva
una camiseta de tirantes. También me hace pensar en lo fácil que sería
arrastrar esa prenda fuera de su cuerpo.
—¿Ni fuera de la empresa te relajas? —pregunta con retintín, pestañeando
exageradamente.
Está más bajita dado que lleva deportivas en vez de uno de sus tacones y
puedo decir que no me desagrada en lo absoluto. Ella ladea la cabeza,
observa mis manos y se muerde el labio inferior.
—Traigo café y tu Tablet.
—Gracias —dice con una sonrisa radiante.
Aguanto la respiración, esta mueca suya me deja atontado por unos
segundos y abro la boca para hablar, sin poder articular una frase meramente
coherente. Ella agarra el vaso de cartón y la Tablet, a continuación le da un
sorbo. Un gemido de satisfacción entreabre sus carnosos labios. Puedo jurar
que en mi vida me había excitado tanto y tan rápido como ahora.
—¿Berona? —cuestiona dando otro sorbo, seguido de otro sonido de
placer.
Trago saliva y sonrío. Tengo que mantener la calma, intentar por todos los
medios que su mirada no se pose al sur. Sin que sea demasiado obvio, llevo
mis manos hacia delante, tapando un poco la evidencia.
—Sí. Los conseguí en el Starbucks de aquí al lado, son los mejores —creo
que hasta ahora es la frase más larga y con sentido que le he dicho jamás.
—Es mi favorito, qué bien que te acuerdes. Y gracias por… metérmela —
señala alzando la Tablet, dando un nuevo sorbo a su café.
—Dudo mucho que estuvieses sonriendo así una vez que te la… —me
callo ipsofacto cuando soy consciente de lo que estoy diciendo.
Tengo que recordarme que no estoy hablando con ninguno de los chicos o
con una chica cualquiera. Delante de mí se encuentra la mujer que me roba el
aliento cada vez que pasa cerca de mí, a la que quiero como futura mujer y
madre de mis hijos. Voy a disculparme cuando Cecilia lanza una carcajada al
aire a la vez que desvía la mirada, dejándome ver su mejilla arrebolada.
—¿No crees que hace demasiado calor aquí? —pregunta abanicándose.
Niega con la cabeza y sale de la sala de horneado obligándome a seguir su
estela. Las empleadas dejan de nuevo de hacer lo que estaban haciendo para
prestarnos atención.
—¿Es que es la primera vez que ven a un hombre? Sigan trabajando —el
tono autoritario de Cecilia hace que las chicas dejen de mirarme para volver a
su puesto.
Salimos a la calle una vez se deshace del delantal y me quedo observando
su trasero hasta que se gira hacia mí.
—Te agradezco una vez más habérmela traído, siento las molestias que te
haya podido causar.
—No ha sido molestia, tranquila.
—Bueno, supongo que nos veremos esta noche… —dice luciendo
preciosa.
El sol hace maravillas entre las hebras de su cabello, provocando que
desee acariciárselo por horas. Me acerco sin poder evitarlo, y alzo la mano
hasta llegar a su mejilla donde la harina sigue blanqueciendo su piel.
—Tienes un poco de… —le digo limpiándola con cuidado.
Sin embargo en mi cabeza me la imagino en mi cama, en cuatro, con el
cabello alborotado de mis tirones inmoderados y el interior de sus muslos
empapados. Carraspeo y me alejo, habiendo hecho desaparecer la mancha por
completo, poniendo un poco de distancia. Me asustan mis pensamientos, me
asusta el que ella pueda echar una ojeada a ellos y se espante.
—Será mejor que me vaya, tengo una reunión—le indico manteniendo a
raya mis impulsos. Lo próximo que haría sería lamer sus labios y probar el
café directamente de ella.
—Claro, hasta esta noche, señor Steven —dice pícara, andando hacia la
puerta de su local.
Asiento cordial, con una sonrisa de idiota adornando mi boca y me voy de
allí sin mirar atrás. Tarde o temprano tendré que dejar de ser un cobarde,
decirle todo lo que siento y la deseo.
—Algún día…

Llego a North Group con energías renovadas, como si me hubiese metido


energizante por vena. Pero supongo que todo es por la sobredosis de Cecilia
de esta semana. Paso las puertas giratorias, saludo al guardia de seguridad, a
la recepcionista y como cada mañana Ferrán está esperándome a las puertas
de los ascensores.
Lleva el flequillo anormalmente despeinado y eso me hace pensar que está
desesperado a causa de mi retraso.
—Relájate, Ferrán, es malo para la salud estar tan alterado —le digo nada
más estar a dos pasos de él.
Pulso el botón de llamada al ascensor y espero con las manos cruzadas a la
espalda. Ferrán se coloca a mi lado y me enseña su inseparable carpeta negra.
—Lo siento señor, solo que hoy tenemos más trabajo que nunca. En media
hora escasa tiene reunión con la junta, en apenas horas será la fiesta y aún
hay que ultimar los detalles. Hace veinte minutos y… diecisiete segundos,
llamaron de la asociación de niños con Cáncer, ya están llegando donativos y
querían darle las gracias personalmente.
El ascensor llega y asiento a todo lo que está diciendo sin objetar una
palabra. Es un hombre por demás eficiente, tiene la agenda en su memoria y
aunque viva pegado a ese pinganillo y su agenda digital, estoy seguro que no
le hace falta. Entramos, él sigue hablando, yo escuchando y así hasta que
llegamos a mi planta.
Nada más pisar el suelo enmoquetado el sonido de las teclas inunda el
lugar. Saludo a Shannon, una de las trabajadoras y esta asiente sonriente
antes de ponerse a sacar fotocopias. El ambiente es ajetreado, más de lo
normal. Por motivos de la fiesta, el horario laboral se ha recortado por tres
horas, por lo que el trabajo es el doble.
Me dirijo a mi despacho, observando cada cubículo, viendo que esté todo
bajo control. No sé si es más maravilloso ver el imponente edificio desde
fuera o los engranajes que lo componen y hacen que funcione por dentro.
—Le he dejado un par de impresos que debe firmar, el señor Brown no ha
venido hoy a trabajar, supongo que le gustaría saberlo. Por lo demás, estamos
a la espera a que el servicio de catering dé el ok para empezar a llevar cosas a
la finca.
Frunzo el ceño, es demasiado raro que Tomas falte a trabajar y eso me
preocupa más de lo que estaba. Ferrán se va y automáticamente alzo el
teléfono marcando su número. A los dos tonos la voz ronca de uno de mis
mejores amigos estalla en el auricular.
—Dime, Ray.
—¿Qué te ha pasado? ¿Por qué no has venido a trabajar?
Después de formular la pregunta, hay unos segundos de silencio en la
línea, si no fuera porque escucho su respiración, hubiera dado por hecho que
se ha cortado la comunicación.
—He tenido un problema con… mi exmujer.
Mi entrecejo se frunce más aún. Emily puede ser un dolor de huevos si se
lo propone y no contenta con eso puede hasta pisoteártelos. De verdad que lo
compadezco. No pasó por un buen divorcio, ella achacaba que era su culpa,
por estar más pendiente a su hermano que de ella. Siquiera lo acompañó al
entierro cuando este falleció.
—¿Necesitas ayuda?
—No, tranquilo. Me las arreglaré como siempre, nos vemos esta noche y
procurad que la empresa no salga ardiendo.
Suelto una risa y cuelgo tras despedirme de él. Estoy por ponerme a firmar
los contratos cuando unos nudillos tocan la puerta. Esta se abre sin esperar
una respuesta de mi parte, León entra con la ropa de ayer un tanto más
arrugada y con cara de no haber dormido demasiado. He de decir que con
solo verlo reutilizar un traje dos días seguidos es de lo más atípico en él.
—No hace falta que me jures que tienes una resaca de cojones… una vez
más —le digo con guasa.
Pero Leonardo Rodríguez lejos de sentirse ofendido o enfurruñarse, sonríe
y se tira en plancha, literalmente, en mi sofá de piel sintética.
—Como no saques tus apestosos pies de encima de mi sofá, haré que me
pagues uno nuevo, más grande y mucho más caro —le advierto con los ojos
pegados a los informes. Siquiera puedo ver cómo mancha con los zapatos el
delicado material.
—Está bien. Estás hecho todo un vejestorio, ya chocheas… necesitas
urgentemente un buen coño con el que volver al juego —dice hablando
español e inglés al mismo tiempo.
—Por favor, no seas vulgar y háblame que te entienda —le digo cerrando
los ojos irritado.
Odio que me digan viejo, que no esté tirándome a cada mujer que tenga
enfrente no significa que lo sea. Cierto es que hace mucho que no estoy con
alguien íntimamente, me avergüenza un poco decir que el único movimiento
sexual que he tenido ha sido con mi mano. Pero es que nadie se compara a
ella, a Cecilia. Soy de esos gilipollas que se enamoran por un largo tiempo, si
no, para toda la vida. Solo me ha robado el corazón dos mujeres en mi vida,
mi profesora de cálculo y Cecilia.
—Solo digo que te hace falta desfogarte de vez en cuando, Ray…
—¿Igual que tú? —Contrataco ahora sí, mirándolo de reojo, haciendo que
él sonría capullo—, «Llámame y di que es una emergencia» —. Digo
imitando su voz sobreactuando adrede.
León se carcajea y se pone sentado como una persona normal, haciendo
que mi sofá deje de peligrar.
—Bueno, las cosas se fueron de control, compadre —dice en español,
tomándome un ratito seguir el hilo. Él se da cuenta por lo que sigue
diciéndome, esta vez en inglés—. Melody y Esmeralda resultaron ser
conocidas. La primera llegó tarde a la cita, pillándome a medio camino de
salir del hotel, cuando Esmeralda llegó con antelación aludiendo que tenía
unas enormes ganas de que la empotrara contra la primera superficie que
encontrase. Palabras textuales de la chica, no mías —advierte con una sonrisa
bobalicona en la boca, imitando mi frase—. El caso es que no sé cómo,
acabamos los tres en la cama follando como posesos. Tenías que haber visto
cómo la chupa Melody, Ray… esa mujer tiene un remolino como lengua.
Se relame los labios con puro vicio, echándose hacia atrás, cerrando los
ojos seguramente visualizando la escena.
—Si vas a empezar a masturbarte, mejor sal de aquí inmediatamente —le
ordeno mitad en broma, dudo mucho que sea capaz de hacer una cosa así.
—No soy como tú: me-hago-pajas-cada-vez-que-la-veo-por-no-tener-los-
suficientes-cojones-de-lanzarme-y-decirle-que-se-la-quiero-meter —dice de
carrerilla como si esa frase fuera lo que resume mi vida—. Siento ser así,
amigo, pero es lo que es.
Entonces sí me enfurezco de verdad. Si algo me ha enseñado la vida, o mi
infancia, es a defenderme de los ataques de los demás. Del acoso y derribo de
los compañeros de clase, solo porque me encantaba estudiar. Ahora no soy
ese niño, soy un adulto, y no consiento que me tachen de nenaza ni cobarde.
Me levanto de la silla con parsimonia y con calma me desabrocho los
botones de la chaqueta. León ríe, sabiendo mis intenciones, lo que no sabe es
que no estoy para juegos. Hoy no.
Dejo la chaqueta en el respaldo de la silla, me quito las gafas colocándolas
en la mesa, remango las mangas de la camisa y en dos segundos estoy encima
de él intentando matarlo a golpes. Mi rodilla impacta contra su costilla con la
suficiente fuerza como para que suelte un alarido de dolor. Me tiene sujeto de
las muñecas, aún se ríe el muy hijo de puta, por lo que intento zafarme y así
darle un puñetazo.
—Parecéis niños —la voz de Lauren me desconcentra haciendo que sea yo
el que reciba el puño de león sobre mi mejilla.
Caigo al suelo, llevándome la mano a la zona afectada. León lanza una
carcajada, gruño y me levanto ahora sí viendo rojo. Dios quiera que no me
quede una marca después de esto, si no, lo mato.
—Vamos, nenaza, que se vea que tienes huevos —azuza desde el sofá.
Pero antes de que le ataque, Lauren me agarra de los brazos impidiéndolo.
El muy malnacido tiene más fuerza que nosotros dos juntos por lo que me
inmoviliza sin el más mínimo esfuerzo.
—Ya va siendo hora de que os calméis, hay una reunión por si no os
acordabais. Tenemos muchas cosas que hacer, así que dejaos de tonterías y a
trabajar. León, pido al cielo que tengas una buena razón para que vengas al
trabajo con esas fachas y tú Ray, péinate y adecéntate. Os espero en la sala de
reuniones en dos minutos.
Me suelta cuando ya me he calmado lo suficiente y nos hace prometer que
vamos a parar de pelearnos como señoritas.
—Cobarde, marica… —pica león en cuanto me giro dirección a mi baño
privado antes de salir corriendo por la puerta.
—Ya te pillaré, tiempo al tiempo.
CINCO
—El esmoquin te sienta de maravilla, cariño. A ver cuándo te veré con
uno pero yendo hacia el altar —dice mi madre dándome un suave beso en la
mejilla, provocando que ruede los ojos y me abstenga de decir nada al
respecto.
Ella que se apunta a cualquier sarao, como diría León, se ha proclamado
mi pareja para el evento de esta noche. Como no puede ser de otra forma,
luce elegante, preciosa, lejos de parecer una señora de cincuenta y siete años.
—Tú serás la que llame la atención en la fiesta, sin duda la más guapa.
Ella sonríe cariñosa y pellizca mis cachetes como hacía cuando era
pequeño. Nos subimos al coche, apago el aire acondicionado ya que a ella no
le sienta muy bien y abro las ventanas. Haciendo que una suave brisa
veraniega le meza el cabello que se le escapa del recogido.
—¿Estás bien? —su pregunta, después de unos minutos de silencio, me
toma por sorpresa.
—Sí, ¿por qué?
Inconscientemente me llevo el dedo pulgar a la boca.
—Estás nervioso. ¿Es por Cecilia? —Y la señora da en el mismísimo
clavo a la primera.
—Solo un poco. Estoy harto de parecer un cobarde, un inseguro, delante
de ella. Anoche sin ir más lejos escribí «Metértela» en vez de «llevártela» y
no veas la de bromas que me hizo al respecto. Yo lejos de decir algo
inteligente, me sonrojé como un auténtico idiota y apenas le dije nada —digo
resoplando, acordándome de la vergonzosa escena.
—Ay cariño, solo te pasan a ti esas cosas —comenta soplando una risa—.
Pero bueno, es un primer paso. Ella se lo tomó con humor y seguramente te
estuviera buscando la lengua, en sentido figurado. Necesitas un poco más de
confianza y solo la tendrás si compruebas que le gustas de verdad. Obsérvala
bien, no mirarla, sino que te des cuenta de sus gestos, el sonido de su voz al
hablarte, en cómo reacciona cada vez que tú le hablas. Son pequeñas cosas
que pueden ir dándote pistas de lo que ella siente o no por ti.
Asiento guardándome su consejo como oro.
—Ya sabes lo que decía papá… si quieres saber lo que siente, siente por
ella.
La finca donde se celebra la fiesta de recaudación no es otra que la que
adquirimos hace unos años los chicos y yo en los Hamptons. Cuenta con una
mansión de diecisiete habitaciones, siete baños, dos piscinas y más una
hectárea y media de terreno ajardinado. La gente ya se pasea por el césped,
disfrutando de la maravillosa decoración de nuestro equipo de exteriores.
—Recuérdame llamar a Charlotte para darle la enhorabuena, ha dejado
este sitio espectacular —dice mi madre leyéndome la mente, mirando todo
desde la ventanilla, mediante nos acercamos a los aparcamientos.
—¿Ya no estás enfurruñada por las dos horas y media de viaje para llegar
aquí? Mira que te dije de coger el jet —cuestiono con guasa, haciendo que
me mire con los ojos entrecerrados.
—Sabes de sobra que odio volar y el enfado se me quitará del todo una
vez pueda conseguir una copa de champan.
—Ay madre… que rápido te acostumbraste a la buena vida —exclamo
soltando una carcajada cuando recibo una palmada como regaño.
—No seas impertinente.
Automáticamente dos valet nos abren las puertas del coche y con
elegancia y sofisticación, nos saludan con una inclinación de cabeza. Esto es
cosa de Chad. Es un teatrero de cuidado y ama demasiado ser el centro de
atención, hacer ver cuán generosa es su cuenta bancaria. Por eso el derroche
de etiqueta y protocolo.
Una bandeja repleta de flautas rellenas del mejor espumoso del país, pasa
justo frente a las narices de mi querida madre. Ella no pierde el tiempo y
alcanza una antes de que la coja un señor que también acaba de llegar. Puedo
ver artistas de todo tipo, banqueros, futbolistas; la creme de la creme,
reunidos esta vez por una verdadera buena causa. Aunque dudo mucho que lo
que les importe sea la anteriormente dicha. La prensa espera como tiburones
al acecho, detrás de las altas vallas que rodean el edificio. Esperando
impacientes a sacar alguna foto o declaración de alguien que quiera vender la
exclusiva.
La mayoría de los invitados, millonarios o nuevos ricos, desean más poder
del que tienen y solo con un buen fin se creen poder alcanzar la absolución a
todo el daño causado. Un ejemplo: Richard Mcgregor, presidente de
Ladypretty Enterprise, una de las empresas de lencería femenina de más auge
en estos últimos años, que ahora mismo le da besitos en el cuello a una chica
que podría ser su nieta. Estoy seguro que en sus inicios se ha comido hasta
los mocos por tal de llevarse algo a la boca. Luego, se cuestiona cómo es que
ha alcanzado la cima en tan poco tiempo. Seguramente aún conserve un
ejemplar del New York Times, donde se le acusa de haber traficado con
órganos.
Pero por desgracia, el dinero todo lo puede, todo se limpia aun sea
colocando una enorme y pesada alfombra para tapar la mierda. La razón por
la que lo invitamos: El dinero, es dinero y él por tal de quedar bien delante de
todo el país, donaría su propio riñón, véase la ironía.
—Pero si está aquí la maravillosa, bella y excepcional Bárbara —la voz de
León me saca de mis cavilaciones, andando hacia nosotros en el camino que
da a la recepción.
Mi madre deslumbra con su sonrisa y recibe mimosa las atenciones de mi
amigo; el cual viste con un esmoquin muy parecido al mío. La distinción: que
el suyo es azul oscuro. Se acercan los demás mediante nos aproximamos al
tumulto de gente. Chad acompañado de una atractiva morena, nos saluda y
acompaña. Lauren y Tomas, toman de una copa de champan mientras otean
el lugar.
—¿Y el pequeño John? —pregunta mi madre, mirando de un lado a otro.
Entonces como los demás me pongo a buscarlo, hasta que doy con él. Está
hablando con una chica rubia, de cabello cortado hasta los hombros, ataviada
con un bonito vestido color negro brillante.
—Ray ¿esa no es Cecilia? ¿Tú Cecilia? —Dice entonces Tomas en mi
oído, haciendo que me envare.
Trago saliva molesto y agarro una copa de champan para luego bebérmela
de un solo trago. Ignoro la punzada de celos que me rodea la garganta y
desvío la mirada lejos de la escena. No soy un maldito masoquista. La hora
siguiente, trascurre con normalidad, saludo a casi toda la gente con la que me
cruzo alegrándome de la suma elevada por la que va la recaudación.
El sistema es sencillo: Un notario junto con los pertinentes abogados y
juez, se encargan de recoger cheques o efectivo durante la velada. Al final de
la noche se abrirá una puja, donde viajes, joyas, cenas y demás regalos de las
empresas patrocinadoras del evento, serán subastados al mejor postor. Aún
recuerdo cuando John dio la idea de subastar una cita con una chica de la
fiesta, previamente seleccionada. Todos reímos ante la absurdez del asunto,
todos menos él, que bufó enervado.
Sin poder evitarlo, lo busco entre el gentío y doy con él junto a la mesa de
aperitivos. Solo. Sin Cecilia cerca. Y eso, para qué mentir, me alivia.
Bebo un sorbo de mi Meunier, degustando el imperceptible sabor afrutado,
sintiendo las cientos de burbujas eclosionando en mi lengua y paladar.
—¿He elegido bien?
Me giro aún con los labios pegados a la copa, dándome de bruces con la
dueña de mis desvelos. Su maquillaje hace que su cara parezca más suave de
lo normal, el ahumado de los ojos le da la suficiente profundidad a su mirada
como para querer ahogarme en ella. Y sus labios…
—El champan —indica ella, trayéndome de vuelta a sus ojos.
Entonces los sonidos de la fiesta, las charlas intrascendentales, la suave
música de la orquesta en directo, todo vuelve a la vida a mi alrededor.
—Está exquisito, buena elección —la felicito entrechocando mi copa con
la suya que sujeta a medio beber en su mano derecha.
Mi mirada se tropieza con su generoso escote, haciéndome salivar en el
acto. Vuelta a sus ojos, atisbo una leve inclinación en sus labios y me obligo
a pensar que mi corta ojeada a sus pechos no ha sido tan obvia como para que
se dé cuenta.
—Estás muy guapa —la alabo, haciendo lo que me aconsejó mi madre,
observando sus ojos, su rostro completo.
Entonces soy consciente del abanico de tonos rosados que
progresivamente tiñen sus mejillas y cómo se le dilatan las pupilas.
—Vaya… si llego a saber que el champan hace que dejes el formalismo a
un lado, te hubiese llevado cajas y cajas durante todos estos años —dice con
alegría, llevándose un mechón de cabello rubio extraviado, detrás de la oreja.
—No me querrías ver ebrio todos los días —bromeo, guiñándole un ojo,
asombrándome de mí mismo.
—Debería, eres más divertido cuando te dejas llevar y olvidas el palo que
tienes constantemente metido por el culo.
John aparece con su inseparable tono cretino, rodeando los hombros de
Cecilia como si así quisiera marcar territorio. Un fuerte pellizco en la boca
del estómago me corta el aire por unos segundos. Cecilia se zafa de su agarre,
haciéndome ver que no le hace demasiada gracia el derroche de atenciones
recibida por mi inoportuno mejor amigo.
—¿No hay ninguna jovencita dispuesta a bailarte el agua, John? —Le
pregunta ella, ladeando la cabeza, haciendo que su cabello acaricie su
hombro.
Él vacila, alza las manos a modo de rendición y se va haciendo un gesto
airoso en nuestra dirección. Cecilia suspira y sonríe.
—Es incansable… Aun no comprendo que ese hombre forme parte del
pack.
—¿El pack? —Agarro uno de los Coulant en miniatura de encima de una
de las bandejas y muerdo paladeando el delicioso sabor del chocolate blanco
en el interior. Sé de alguien que se estará comiendo una docena de estos en
este momento.
Cecilia pestañea y muerde su labio inferior antes de abrir la boca y hablar.
«¿Se supone que esa es otra señal?»
—Sí, todos vosotros, los seis sois como un pack de cervezas.
Empaquetadas juntas. Una familia. John es demasiado…
—El pack no estaría completo si él llega a faltar —digo con
convencimiento, cuando veo que se queda buscando una palabra con la que
describirle.
Aunque a veces ese muchacho me saque de mis casillas, nada sería lo
mismo sin John en el equipo.
—Sí, estoy de acuerdo.
Entonces todo ocurre demasiado rápido. Alguien pasa por detrás de
Cecilia, empujándola, haciendo que dé un paso hacia delante y tropiece con el
vestido hasta aterrizar sobre mi pecho. Gracias a los tacones queda a la altura
idónea para solo tener que inclinar levemente mi rostro y así poder alcanzar
sus labios. El calor de sus manos cala a través de mi traje, de la camisa,
aterrizando directamente en mi piel como si estuviese desnudo.
Me embebo su aliento, con ligero olor a champan, entrando por mis fosas
nasales y quedándose en mis pulmones por más de cuatros segundos para
luego exhalar y volver a inhalar. Un círculo vicioso del que no quiero ni creo
poder salir.
—Lo siento —susurra, mirándome la boca.
Sus labios tiemblan, toda ella lo hace. O soy yo el que no para de vibrar
ante su cercanía. Entonces mis dedos, como si no tuvieran suficiente con
permanecer en donde están, suben por su espalda, deleitándose con las suaves
protuberancias de la columna vertebral. Notando de inmediato cómo se eriza
su piel bajo mis yemas.
—Mi corazón late muy deprisa —murmura, sin dejar de mirarme
intensamente. Sin apartarse un ápice de mi cuerpo.
Sonrío. Soy cien por cien consciente de los latidos de su corazón y de los
míos. Ambos pareciendo no querer ponerse de acuerdo para latir al unísono.
Ambos rápidos y desacompasados.
—Será mejor… que me vaya a hacer mi trabajo —dice a duras penas,
siendo consciente del progresivo acercamiento de mis labios a los suyos.
Pero entonces antes de llegar a rozarlos siquiera, un pitido de lo más
molesto nos desconcentra. Cecilia se separa de mí, alisando su vestido con las
manos, como si necesitara hacerlo por tal de no mirarme a la cara. Alguien
habla a través de un micrófono, siquiera le presto atención, solo veo cómo
ella se va a través de la multitud y desaparece.
SEIS
Parece demasiado empalagoso hasta para mí, la deplorable escena de la
que estoy seguramente siendo protagonista. Me encuentro con la mirada
perdida hacia el mar embravecido, con los pies enterrados en la fina y
húmeda arena de la playa privada. Mi pelo se mece gracias a la brisa, con
ella, alguna que otra nota musical que llega desde la fiesta.
El olor a salitre me calma de una manera que jamás podía haber
imaginado, como si de algún modo me recordase a su fragancia. Es como si
el momento en el que la he sentido por primera vez desde tan cerca, inhalar
su aliento, me haya hecho adicto a respirarla. Cuando se separó y huyó, me
partió el corazón en miles de pedazos.
Miro mis pies descalzos, me balanceo sobre mis piernas y aprieto los
puños en el interior de los bolsillos de mi pantalón. Nadie dijo que el amor
fuera sencillo. Pero nunca me imaginé que sería tan difícil tampoco. Siquiera
sé cómo acertar. Ella me pide que me suelte, que la tutee, que coja confianza
y cuando estamos cerca sale disparada.
—¿Qué jodida cosa quieres que haga? —susurro al viento, inclinando la
cabeza hacia el cielo estrellado.
—Estás aquí.
Me giro al escuchar la voz de Tomas y lo veo acercarse a mí gracias a la
luz que emite su teléfono móvil. Ambos nos quedamos absortos mirando
hacia las olas, una vez se para a mi lado. Un suspiro hondo me hace saber que
no me ha encontrado de casualidad.
—¿Cómo van las cosas? —pregunto con cautela, nunca se sabe cuándo es
buen momento para hablar de temas tan delicados.
—Emi está más insistente de la cuenta. No se cansará de molestarme a
menos que le de lo que pide y cada vez que lo pide.
Ahora el que suspiro soy yo.
—No olvides que ya no es nada tuyo. No puede venir a exigirte nada.
—Yo no me perdonaría que le pasara algo, que hiciera una locura como
ella amenaza cada dos por tres —rebate obligándome a mirarlo.
La luz de la luna se refleja en su rostro, el ceño fruncido, los labios
apiñados y claros signos de que algo le está maltratando por dentro. Decido
dejarlo pasar. Es su lucha, su batalla, de nada serviría que yo le dijese lo de
siempre. Da igual, Tomas siempre haría lo que le saliera del corazón.
—Será mejor que volvamos, creo haber visto a una señorita rubia
preguntar por ti allá adentro —dice con un deje de guasa.
Sonrío, porque sé lo que intenta. Sin decir una palabra, agarro los zapatos
que previamente dejé en la arena y me encamino hacia la entrada trasera de la
finca. Nada más adecentarme, veo a mi madre bailar con un jugador de la
NFL, más concretamente Golden Tate.
—Tu mamá no pierde el tiempo —comenta Tomas sonriendo.
Suelto una risotada y nos incorporamos al bullicio aglomerado en el
escenario donde un cantante español canta en directo uno de sus temas más
sonados. La velada trascurre sin sobresaltos, es más, puedo decir que Cecilia
ha desaparecido cosa que no me hace verdadera gracia. Por mi culpa y mi
atrevimiento se ha ido despavorida. Mis ganas de tocarla de más se han
apoderado de mi raciocinio mandando al garete mis principios y la
caballerosidad que me inculcó mi padre. Ningún hombre respetable a la
primera de cambio acaricia a una mujer de esa forma la primera vez. Como si
no tuviera suficiente. Como si no tuviera autocontrol y me convirtiera en un
troglodita necesitado. Por mucho que sea verdad esa afirmación.
Con un total de dos millones trescientos quince mil dólares con sesenta
centavos la velada se da por finalizada. La gente se marcha, Chad, Tomas,
John, Lauren, León, mi madre y yo, entramos en la casa casi al amanecer. En
el momento que ingreso en mi habitación, me desnudo y me dirijo al baño
para ducharme. Un calor insoportable me hace jadear. Estoy cansado,
abochornado, rabioso y tremendamente excitado. Siquiera el agua helada, que
cae en cascada desde la pared, hace su función.
Por una razón u otra, mi cerebro se encarga de recordarme el breve tiempo
que nuestros cuerpos se han estado rozando. Cuando su fragancia ha entrado
en mi nariz y sus labios rozándose con los míos.
Como muchas otras veces, recurro al camino fácil. Desahogándome en
soledad con su recuerdo. Con la fantasía y la perecedera realidad. Evocando
sus preciosos ojos y esa sonrisa que me aniquila.
Con firmeza agarro mi erección, deseando dar por finalizada la tontería.
No puedo seguir así. Quizás deba poner de una vez por todas las cartas sobre
la mesa, decirle lo que siento, hacerle saber lo que pasa cuando la veo o la
tengo cerca. Entonces recurro a una de mis tantas fantasías. Agarrando sus
prietas nalgas hasta empotrarla contra la pared de mi despacho, morderle los
labios y apretar ese tremendo escote culpable de mi delirio, con sendas
manos. Convencerla de lo bien que encajamos juntos y que de su boca brote
un sí.
Dejo caer mi espalda en la pared azulejada y cierro los ojos con fuerza. Mi
respiración se acelera al compás de la sacudida de mi mano sobre mi polla.
Cecilia gime en mi mente, me mira con los ojos velados por la excitación
y no logro retenerlo más. Me corro violentamente sobre mi estómago, el
orgasmo atraviesa mi cuerpo como si fuese un rayo haciendo que casi caiga
desvanecido. «Esto no puede seguir así» vuelvo a repetirme a mí mismo.
Con los ojos cerrados, la piel erizada, el corazón a mil y con todavía una
inexplicable erección; casi gruño de la impotencia.
Con una toalla liada en la cintura, mientras me seco con otra más pequeña
el cabello, miro amanecer a través del gran balcón que da a la terraza. Los
tonos rojos y anaranjados empiezan a teñir el cielo y las nubes. Dudo mucho
que pueda pegar ojo aunque sea un par de horas sabiendo que el día ha
despuntado. Odio trasnochar, odio perderme la vida que da la mañana, sin
embargo, el cansancio hace estragos en mi sistema. Pulso el botón que cierra
las persianas automáticamente, me acuesto sobre la suave colcha blanca y en
cuanto poso la cabeza en la almohada caigo rendido.

—Buenos días, hijo —me acerco como zombie para recibir el beso de mi
madre antes de sentarme a la mesa donde un suculento y abastecido desayuno
hace que se me haga agua la boca.
Como predije apenas he podido pegar ojo tres horas, además, los
ronquidos de Tomas hicieron imposible que volviera a conciliar el sueño.
—Buenos días. Los chicos siguen durmiendo —digo al mismo tiempo que
alcanzo una rebanada de pan tostado.
Escucho el sonido de la tetera, a continuación, Violeta, el ama de llaves de
la casa, aparece y se acerca a donde está mi madre para servirle una taza.
—Lo sé, Tomas me ha despertado y creo que John ha dado veinte viajes al
baño para vomitar. Este chico lo que necesita es una buena azotaina para que
se le quite la tontería —refunfuña dando un sorbo a su té.
—Tranquila, doña, que ya me la dan…
Me giro al escuchar la voz de John, vestido solamente con unos pantalones
cortos y el pelo revuelto. Bosteza como si no tuviera modales, incluso se
rasca la barriga. Besa a mi madre en la mejilla y se sienta después de alcanzar
un bollo de crema de chocolate.
—Matica y traga, John —le reprende mi madre.
Él sonríe enseñándole los dientes llenos de dulce, haciendo que ella
refunfuñe y niegue con la cabeza. Me río, sin saber qué más hacer ante la
escena ante mí. A continuación, se nos une Lauren, Chad y León. Los tres
peleándose como niños en la escalera para poder coger sitio en la mesa; como
si un hubieran sillas o desayuno suficientes.
—El bello durmiente, o la bestia, mejor dicho, parece que ha cenado una
locomotora. ¡Madre de Dios, cómo ronca! —se queja león hablando en
español.
John le golpea la nuca y si no es por Lauren que los mira con una ceja
alzada, hubieran empezado a pegarse como capullos sin autocontrol. León
tiene la fea costumbre de murmurar en español, solo para sacarnos de quicio,
ya que sabemos muy poco el idioma. John es el que menos, por lo que se
enerva haciendo que León ya lo haga por la mera diversión de hacerlo rabiar.

El viaje de vuelta se me hace insoportable. Mi madre se marchó con León


poniendo como excusa que tenía muchas cosas que hacer en casa, como para
acompañarme de vuelta. Odio viajar largas distancias solo. Los minutos se
convierten en horas y por mucho que mi coche corra a la velocidad de la luz,
a menos que desee ir a la cárcel por cuadruplicar el límite de velocidad, debo
respetar las señales de la carretera.
Dejo atrás el mar con un suspiro. El fin de semana no ha ido como yo
esperaba. Mayormente porque me imaginaba despertar con un sentimiento
distinto al que tengo ahora mismo. Actualizo mi bandeja de entrada con el
control remoto en el volante y hago una mueca al ver que no hay ningún
mensaje de ella.
Puede que me esté precipitando y lo que pasó no es nada más allá de lo
que me estoy haciendo creer. «¿Cómo fue que me enamoré de ella?» pienso
haciendo memoria. Automáticamente una sonrisa se perfila en mis labios.
Tenía unos veintiséis años cuando la vi por primera vez, su cabello era más
largo que ahora, tanto que casi le llegaba al trasero. Apenas llevábamos unos
meses en la industria y la sede de nuestra empresa no era más que un par de
oficinas a las afueras de Manhattan. Tomas quiso hacer un evento, para
darnos a conocer en el mundo empresarial y la encontró a ella que llevaba
una pequeña tienda de catering.
Era dicharachera, espontanea, dulce, carismática y tenía una sonrisa
endiabladamente mágica. Apenas hablé con ella, un par de miradas, un
saludo, dos besos en cada mejilla dos a llegar y dos al salir y ya estaba colado
por ella hasta las trancas. Nuestra pequeña empresa creció, su tienda también
lo hizo. Y cada evento, cada aniversario, cada fiesta; allí estaba ella
organizándolo todo sin siquiera ser contratada con antelación. Ocho años
después, y aún sigue siendo la chica de rizos rubios que me robó el corazón y
como siga así, jamás podré recuperarlo.

—Llevas una semana en la que a duras penas puedo diferenciarte de


aquella planta —señala Lauren a la que está junto a la puerta, haciendo que
León ría.
Niego con la cabeza y froto mis sienes largando un suspiro de agobio.
Acabamos de tener una mierda de reunión donde no he hecho mi trabajo
como debería. Chad y Tomas seguramente estén intentando convencer al
cliente de que firme con nosotros, poniendo como excusa un supuesto
resfriado que estoy incubando. Y seguramente sea verdad.
John resopla y se levanta de la silla con claros signos asesinos.
—Si no tuvieras la jodida idea de llegar virgen a tu ficticio matrimonio
con la rubia feminazi, nada de esto estaría pasando —increpa mirándome una
vez abre la ventana y se enciende un cigarrillo.
—No te metas en lo que no te llaman. Solo no me encuentro bien, es todo
—intento defenderme no muy convencido.
—Es todo… claro que sí. Lo que tú necesitas es quitarte a esa mujer de la
cabeza y yo te voy a ayudar. —Apaga el cigarro espachurrándolo contra el
marco de la ventana, soltando una bocanada de humo hacia fuera antes de
aventarlo.
Del bolsillo interior de su chaqueta saca el teléfono, teclea un par de veces
y se lo coloca en la oreja. Lauren y yo nos quedamos mirándolo sin saber
muy bien lo que está pasando. Él con una sonrisa divertida, yo con el ceño
fruncido y con la cabeza a punto de estallarme.
—Sí, soy yo. Necesito un favor, preciosa. Un amigo quiere despejarse un
poco así que preséntate esta noche a las ocho en punto en el restaurante db
Bristo Moderne. Sí, se llama Ray. Gracias cariño.
Y ante mi mirada atónita cuelga como si hubiese provocado la paz
mundial. Abro la boca para negarme, siquiera sé quién es esa mujer como
para quedar con ella y ya está, pero no me da tiempo que entran los chicos
con buenas noticias. El cliente firmará siempre y cuando no vuelva a meter la
pata.
Negarme fue lo que tenía que haber hecho en un primer momento, sin
embargo, no entiendo por qué me he dejado convencer para asistir a la
dichosa cita. Por un lado tienen razón, no puedo seguir así. Cecilia no ha
dado señales de vida desde la fiesta y de eso ha pasado ya casi ocho días.
Aunque viéndolo de otra manera, siempre ha sido así, solo teníamos contacto
cuando había un evento que celebrar. Sin embargo, esta vez escocía un poco
más. Podía haberme mandado un escueto mensaje, diciéndome que no quería
que volviera a pasar algo remotamente parecido a lo que pasó entre nosotros
y yo lo hubiese aceptado. Me jodería, pero lo aceptaría. Por lo que su silencio
solo hace que me desmoralice.
Ajusto mi reloj de pulsera y veo que son las ocho menos cinco cuando
aparco frente al restaurante. Según John, es todo lo opuesto a Cecilia por si
me ponía a llorar como un idiota nada más verla. Entonces oteo el lugar
buscando una cabellera oscura y larga, dándome por vencido al ver a la
mayoría de las mujeres con esa pueril descripción.
Me apeo del coche, dejándole al valet la llave y entrando al restaurante a
continuación. Una señorita uniformada con una suave camisa blanca y
pantalones negros me saluda al entrar. Sus labios pintados de rojo llaman la
atención ante la piel blanca de su rostro, tanto como sus ojos azules.
—Buenas noches, señor, ¿tiene reserva? —pregunta solícita cliqueando en
el ordenador.
—Sí, Murray Steven.
Ella asiente y vuelve la vista al ordenador un poco abochornada al no
haberme reconocido. Luego de unos segundos sonríe y sale de la mesa de
recepción indicándome que la siga. Un salón enorme con aire de sofisticación
me da la bienvenida. Hay muchísimos comensales disfrutando de la deliciosa
comida del chef Connor y yo no veo el momento de hincarle el diente al
delicioso filet mignon, el cual comía cada vez que venía con mis padres.
Entonces me fijo en la espalda desnuda de una muchacha sentada en una
mesa apartada, en la misma dirección hacia donde vamos. Su vestido blanco
apenas le cubre la parte lumbar y su cabello negro cae en cascada hacia un
lado. Una de sus manos juguetea con un mechón, enredándolo entre las
hebras onduladas. Una delicada pulsera de plata adorna su fina muñeca.
Cuando estoy a menos de un paso de la chica, la maître me indica que es
mi mesa. La morena se gira, unos ojos verdes y una sonrisa de labios llenos
acaparan mi atención por un segundo. Carraspeo. Es más guapa de lo que
esperaba y eso me pone nervioso. Tal como dijo John es tan diferente a
Cecilia que podían hacerse pasar por el día y la noche.
—Hola, me llamo Patricia, encantada de concerté, Ray —alza su delicada
mano de uñas francesas y beso el dorso apreciando el suave perfume y su
suave acento sureño.
SIETE
Libo con celeridad de mi copa de vino tinto, intentando poner en orden mi
cabeza. Estoy cenando con una mujer hermosa, de labios deliciosamente
jugosos y piel suavísima, según he podido comprobar al besar su mano.
Puede decirse que después de tantos años enamorado a escondidas de Cecilia,
he aprendido a estar con otra mujer sin que mis sentimientos influyan a la
hora de llevarme a otra a la cama. No es que me quiera follar a Patricia, a
menos que la noche lo amerite, pero esta vez no logro desconectar y disfrutar
del momento como otras veces.
La suave música clásica nos concede unos minutos de charla
intrascendental, en los que ella me cuenta que no es muy amante de ese
género y que le gusta más disfrutar de cantantes como Ellie Goulding, entre
otros. Entonces, a mi cuarto bocado, siento algo frotando mi pierna en
ascendente.
Trago saliva e inconscientemente miro hacia arriba, encontrándome con
sus ojos brillantes y una leve sonrisa en su rostro. Lame sus labios, yo sigo
con el tenedor a medio camino de entrar a mi boca. Su pie llega a mi rodilla y
como si fuese un autómata, mis piernas se abren dándole espacio para
proseguir con su juego. Patricia sonríe más abiertamente, dejo el trozo de
carne en el plato y bebo de mi copa sin dejar de mirarla de reojo.
—Creo que deberíamos pedir la cuenta —dice chasqueando la lengua,
mordiéndose el labio inferior a continuación.
—¿Por qué? Estoy bien aquí —digo divertido, inclinándome hacia atrás en
el respaldo de la silla, llevando mi mano izquierda hasta llegar a su tobillo.
Se ha descalzado por lo que puedo acariciar su empeine y agarrarlo para
llevarlo justamente a donde necesito. Solo ha hecho falta unos segundos para
que mi pene corresponda a sus intenciones y ella sonríe al comprobarlo,
moviendo el pie arriba y abajo.
—Puede que a la gente que está cenando a nuestro alrededor no le guste
tanto —dice sin bajar el ritmo de la fricción.
Ella disfruta del juego tanto o más que yo. Acabo mi copa de un solo trago
y levanto la mano para llamar al camarero. Éste, solícito, llega a nuestra mesa
en dos segundos.
—La cuenta, por favor.
Él asiente y se va, dejándonos relativamente solos de nuevo. Los
comensales, ajenos a lo que está sucediendo bajo el mantel de nuestra mesa,
sigue charlando y comiendo sin sospechar nada. Un escalofrío recorre mi
espina dorsal, cuando su talón hace un poco de presión en mis huevos. Sabe
lo que hace. Sabe lo que juega y eso hace que desee estar a solas con ella lo
más pronto posible.
—¿Qué vamos a hacer ahora, Ray? —pregunta, inclinando la cabeza hacia
a un lado, haciendo que su cabellera negra cuelgue y se vea angelical.
—Podemos quedarnos para el postre o hacer que te corras en la parte
trasera de mi coche… —sus mejillas se colorean casi imperceptiblemente.
—Me gusta más esa segunda opción —murmura llevando su segundo pie
a mi entrepierna.
—Pues he oído que la tarta de queso con frambuesas del chef es una
delicia —bromeo sintiendo mi pulso acelerarse cada vez más.
—Soy más de banana Split.
Mi carcajada espontanea hace que las personas a nuestro lado tuerzan a
mirar, el camarero llega justo a tiempo y sin dilación, cojo su mano y nos
largamos casi a la carrera una vez pago la cuenta. Patricia se adelanta, me
quedo rezagado para dejar una generosa propina y tras saludar al personal de
recepción salgo por la puerta acristalada hacia la calle. La veo en la acera,
mirando algo en su móvil, bajo las escaleras y de pronto choco con alguien
haciendo que casi nos caigamos al suelo. Suerte que he tenido los suficientes
reflejos para agarrarla por la cintura.
—Joder qué susto —digo más para mí que para la otra persona, una mujer
al ver su cabello rubio recogido.
Entonces su rostro queda en mi dirección y deseo con todas mis fuerzas
que la tierra me trague. Es Cecilia. Con un vestido amarillo de tirantas y un
escote pronunciado que a duras penas puedo esquivar. Está pegada a mi
torso, mis manos no se mueven de su espalda, su calor duplica la calidez del
ambiente; sofocándome.
—Señorita Davis…
—Murray —saluda ella regalándome una pequeña sonrisa.
Pestañeo conmocionado y sin ser consciente la aprieto más contra mí. Un
jadeo sale de su boca estallando en mi rostro.
—¿Qué hace aquí? —pregunto como un gilipollas. En realidad lo que
quiero es decirle porqué huyó de mí, por qué no me ha llamado,
sencillamente por qué ha desaparecido después de que casi nos besáramos.
Las palmas de sus manos se posan en mi pecho, sus mejillas se colorean
de rojo y es entonces que me doy cuenta que sigo sin soltarla. Mis brazos
dejan de ejercer presión y se separa de mí despacio, soltando un suspiro
hondo.
—Vivo por aquí —contesta escueta, señalando a lo largo de la acera.
—Ray —la voz de Patricia hace que desvíe la mirada de Cecilia por un
momento.
Entonces ella es consciente de que voy acompañado y su sonrisa crece.
Salvo que no es una sonrisa sincera como con la que estoy acostumbrado.
—Será mejor que me marche. Es tarde.
Cecilia da un paso sin esperar a que me despida y por acto reflejo agarro
su muñeca parando su huida.
—¿Quieres que te lleve? —sé que mi pregunta está fuera de lugar, más
que nada porque yo mismo me daría de hostias al pensar en subirla a mi
coche con otra mujer a la que si no hubiera sido por nuestro tropiezo, estaría
comiéndole el coño en el asiento trasero.
—No, estoy aquí al lado, además te esperan y a mí… también —dice
guiñándome un ojo, ahora sí, escapándose de mi agarre y yéndose sin más.
Trago saliva, nervioso. Batallando entre ir detrás de ella para saber quién
es la persona que la espera o dejarla ir, no obstante, siento la presencia de
Patricia a mi lado después de un momento en los que me quedo como tonto
verla marchar.
—¿Nos vamos?
«Ahora o nunca Ray» y hago la mayor estupidez de mi vida.

—Dios… —jadea y me apremia para que me deshaga de la camisa más


rápido —, por un momento pensé que me dejarías tirada.
No contesto, apenas soy consciente de lo que hago, si es que quiero hacer
algo antes de que me arrepienta y me vengan los devaneos de cabeza. La beso
una vez me saco la prenda por la cabeza, sintiéndome incapaz de
desabrochármela del todo. Su vestido blanco sale de su cuerpo, quedándose
con un ridículamente pequeño tanga de seda color crema casi del mismo tono
de su piel. Le aparto el cabello con rudeza, agarrándolo en una coleta baja a
la altura de su nuca. Sus labios mullidos son divertidísimos de besar, los
muerdo con gula y rabia. Desquitándome con ellos, por lo cobarde que soy,
por los ridículos celos.
Patricia gime, se arquea sinuosa, buscando contacto. Su piel se encuentra
erizada, la mía hirviendo, sintiéndome como una olla a presión a punto de
estallar. Su mano recorre mi pecho, torturándome con sus uñas, hasta llegar a
mi erección que agarra con fuerza provocándome un gruñido. La pared
parece ser el sitio idóneo para empezar, por lo que sin esperar un segundo
más, caigo de rodillas frente a ella.
Coloco su corva derecha sobre mi hombro, echo a un lado su ropa interior
y un precioso y pequeño coño depilado me hace perder el raciocinio por
completo. Con dos de mis dedos, separo sus labios, dejando al descubierto la
pequeña protuberancia de su clítoris. Mi lengua lame todo, llevándome su
sabor.
Sus gemidos y los tirones de sus manos en mi cabello, hace que pierda la
noción del tiempo. Quiero que grite, que haga ruido, más que mis propios
pensamientos. Me la follo con la boca hasta que se deshace en mis manos y
luego con mi polla una vez hemos alcanzado la cama.
Antes de que se haya acabado la noche, me escabullo de las sábanas, dejo
mi tarjeta junto con una nota que le dice que la habitación está pagada en la
mesilla de noche y salgo de la alcoba dejándola profundamente dormida.

—Buenos días, señor amargado… a menos que Patricia te hiciera llegar a


la luna con esa mágica lengua que Dios le dio. Entonces ya no estás tan
amargado —dice con una sonrisilla cretina.
Ruedo los ojos y empujo las gafas sobre el puente de mi nariz. Pretendo
ignorar al capullo de John por unos escasos segundos, en los que se dedica a
hacer ruiditos molestos sobre mi mesa. Suspiro, cerrando los ojos unos
instantes y dejo lo que estoy haciendo para darle el gusto. Porque lo conozco
lo suficiente para saber que no se dará por vencido hasta saber qué pasó
anoche.
—¿Qué quieres que te diga? —Me cruzo de brazos, apoyando la espalda
en el respaldo de la silla.
Su sonrisa se ensancha e inconscientemente me hace sonreír también. Es
imposible estar peleado con este hombre aunque solo sea unos días. Tiene un
don para conseguir todo lo que desea y se propone.
—Que me cuentes, Ray. Es una maravilla, niégamelo si tienes huevos —
ahora es su turno de acomodarse en el asiento de cuero como si esperase una
buena historia o hazaña. Como si en vez de follar, hubiera venido de la
guerra.
—Ya sabes que no me gusta hablar de mi vida sexual, pero como conoces
a Patricia y seguramente le preguntarás a ella, sí. Es maravillosa. Fue
maravillosa —rectifico. Porque realmente fue así—. ¿Contento?
—¡Menos mal, joder…! —exclama levantándose de la silla eufórico. Lo
que yo diga… parezco haber ganado una batalla en vez de un polvo sin
importancia—. Es eso lo que tienes que hacer a partir de ahora. Dejar de
pensar en la estirada feminazi y centrarte en darle amor a tu polla —dice con
demasiado ímpetu, señalando a la susodicha como si tuviera vida propia.
Inconscientemente acomodo mi chaqueta molesto, no me gusta que la
llame así. John va a decir algo más cuando alguien llama a la puerta con los
nudillos. Frunzo el ceño, Ferrán no me avisó de ninguna visita y no tenemos
reunión hasta dentro de una hora. John se acerca a la puerta, abre y un
torbellino de pelo castaño claro, rizado en las puntas, entra en mi despacho
revolucionando el ambiente.
—¡Murryyyyy! —ese apodo…
Jessica corretea haciendo que sus tacones choquen contra el suelo
pareciendo un caballo. Rio cuando se sienta en mi regazo casi cayéndome de
la silla y rio más aún cuando llega su besuqueo intenso.
—Como le sigas regalando tantos besos a ese idiota que tienes por
hermano no te van a quedar ninguno para mí, Kitty —murmura John
divertido, haciendo que la loca de mi hermana con casi veintiséis años, se
aproxime a él como si fuera una niña de tres.
Él recibe su cariño con gusto, puede decirse que soy conocedor del breve
noviazgo que tuvieron estos dos un verano que se vino de vacaciones a casa.
El amor duró lo que mi hermana pudo soportar que John no tuviese los ojos
puestos en ella exclusivamente.
—¿A qué viene esta sorpresa y qué le has hecho a Román? —pregunto
haciendo que el derroche de mimos cese y ella me mire con sus ojos
marrones irradiando alegría.
—Román me ama, hace todo lo que le pido y eso incluye no aguarme mis
visitas sorpresas —cuenta pestañeando exageradamente.
John se acomoda en la silla y ella se sienta en su rodilla, haciendo de la
escena algo normal y natural. Antes podía haber puesto el grito en el cielo,
pero conociendo a Jessica y a John, creo que ya me he curado de espanto.
Son amigos, buenos amigos. Y sé que John mataría por mi hermana si algo le
llegase a ocurrir.
—He venido para darte una noticia, apenas pude conseguir un vuelo
exprés, me vine para Nueva york. Ya mamá está al tanto pero tiene
estrictamente prohibido contarte nada.
—¿Noticia? —preguntamos tres voces a la vez.
Lauren entra en el despacho y veo cómo mi hermana se envara, irguiendo
la espalda como si hubiese escuchado a un fantasma. Se gira a mirarlo y
como hizo con John, se levanta y va a besuquearlo, a este con un poco menos
de intensidad, ya que Lauren se escandaliza por todo. Ella se queda
enganchada a él mientras andan de nuevo hacia mi mesa. Los tres nos
quedamos mirándola, expectantes, hasta que mi querida hermanita abre la
boca y suelta la bomba.
—Me caso.
OCHO
—¡¿Qué?! —Mi hermana tiene el detalle de sonrojarse ante nuestro grito.
Los tres la miramos como si estuviese loca y tanto que lo está. Se casa. Mi
hermanita se casa. Menos mal no me levanté de la silla si no, estaría
desmayado en el suelo. A los hermanos mayores nos preparan para ser eso,
hermanos mayores, eso implica proteger a los menores más si son chicas. Por
muy machista que suene. Siempre supe el peligro que corre una mujer sola en
la calle, odiaba el simple hecho de sentir que debía salvarla de todo mal solo
porque es una chica. Pero de igual manera, me hayan lo que me hayan
enseñado, no puedo imaginarme a mi hermana casándose. No ahora. No
tan… pequeña, joder.
—Murray, respira, te estás poniendo morado —dice preocupada,
alejándose de los otros dos.
Cojo aire y lo suelto despacio, entonces se arrodilla y su rostro aniñado,
con varias pecas a modo de cielo estrellado encima de su nariz me hace
recordar cuando nació. Sus ojos eran enormes, pestañas larguísimas y
demasiado llorona para mi gusto. Creció y yo con ella, convirtiéndose en la
princesita de la familia y en la reina de la casa. Siempre bailando, sea lo que
fuera que se escuchara en la radio o televisión; así fuera un anuncio de
detergente. Ella cantaba, bailaba, se inventaba coreografías y siempre estaba
feliz.
—Jessica… —carraspeo cuando apenas me sale la voz.
Entonces me doy cuenta que me he quedado solo con ella, siquiera me he
percatado de que John y Lauren han salido del despacho.
—Dime que estás así por lo feliz que te hace, por favor —suplica con ese
brillo en los ojos que tanta envidia me da.
—¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Con quién? —murmuro quitándome las gafas,
notando el peso de su cuerpo al sentarse encima de mí como cuando era
pequeña.
—Ya te hablé de Rodrigo. Me lo pidió hace unos días cuando estábamos
en Milán. Y el cuándo… —titubea y desvía la mirada a la vez que se muerde
el pulgar con nerviosismo.
Trago saliva y le palmeo el mismo, instándola a hablar de una vez. Ahora
que lo dice, sí me habló de ese Rodrigo y según mamá, no habla de otra cosa
cada vez que llama por teléfono. Jessica se levanta y deambula por la oficina
con los brazos en jarra. Me está poniendo nervioso, tanto que creo que en
cualquier momento perforaré la alfombra con el insistente tic de mi pie.
—Me caso en un mes y medio, hermano. Pero por favor, no enloquezcas
—me pide precipitadamente, alzando las manos en mi dirección.
Un segundo, dos, tres… cuatro.
—Te equivocas, Jessica, aquí la única loca eres tú. ¿Cómo se te ocurre?
¿Un mes? —Ahora sí me levanto, no puedo estar sentado mientras un
sentimiento inexplicable circula por mi cuerpo, atosigándome—, un mes…
un jodido mes.
—Mes y medio —rectifica.
Me giro hacia ella con cara de cabreo y ella sonríe exageradamente,
inclinando la cabeza a un lado. Me sé ese truco como si lo hubiese inventado
yo. Hay cosas que nunca cambian y aunque la mujer que está frente a mí se
vaya a casar en un mes y medio, sigue siendo una niña.
—Jessica, es una locura, joder. Eres joven, te queda mucho por vivir… por
descubrir, por conocer.
Ella se acerca y aunque me resisto en un principio, no puedo. Coloca
ambas manos en mi rostro, acunándomelo con cariño. Sus grandes ojos me
miran fijamente y es entonces cuando veo que lo que sea que esté viviendo
con ese chico, la hace feliz.
—Quiero a Rodrigo. Créeme cuando te digo que no me voy a perder nada
porque es lo que deseo hacer. Hermano, no me casaré si tú me pides que no
lo haga —dice con sinceridad, rompiéndome el corazón en mil pedazos.
—Más vale que en esa fiesta haya mucho Meunier y esos canapés con
todas las variedades de paté. Ah y música en condiciones, no eso que
escuchas que parecen cabras dando berridos.
Sus brazos me rodean apretadamente y sonrío.
—Eres el mejor hermano del mundo pero no olvides que la boda me la
pagas tú —dice con gracia provocándome una carcajada.
Se separa lo suficiente para no soltarse de mi abrazo y besa mi frente con
cariño. No iba a ser de otra manera, mi hermana tendría la boda de sus
sueños.
—Hablando de eso, quiero a esa chica que hace maravillas en vuestros
eventos. La jefa de catering, Cecilia Davis, si no me equivoco. Aún recuerdo
ese Coulant de chocolate que apenas probé antes de que os lo zamparais
todos.
Me pongo nervioso en el acto, incluso puedo sentir cómo cada una de las
terminaciones de mi cuerpo reaccionan por el simple detalle de nombrarla.
—Veré lo que puedo hacer —le digo más para hacer que deje el tema que
accediendo realmente a conseguirlo.
Jessica me besa los labios y me dice que tiene que irse porque ha quedado
con mamá para comer. Yo me quedo solo después de que la puerta se cierre y
es entonces que todo me cae encima. Mi hermana se casa y ese día tan
importante también estará Cecilia. La excusa perfecta para volver a hablar
con ella y descubrir si tiene novio o no.

—No si parece ser que lo de estar en las nubes en horas de trabajo se


contagia —levanto la vista del menú al escuchar la voz de John y la risa de
Tomas a mi lado.
Lauren deja de mirar un punto incierto y lo mira con una ceja alzada.
—Menos mal que la gilipollez no, sino por tu culpa estaríamos perdidos
—contrataca haciendo que riamos.
Es raro ver a Lauren entrando en disputas con cualquiera de nosotros,
siempre es el que amansa a las fieras, incluyéndome, cuando me tocan la
fibra. La camarera coge nuestro pedido y me remango la camisa intentando
ponerme cómodo. Hoy ha sido un día largo de trabajo y a Chad no se le
ocurre otra cosa que celebrar la firma con una marca china bastante
importante, yendo a cenar todos juntos. En lo único que puedo pensar es en
acostarme, ver un poco de televisión y dormir como un niño. Demasiadas
emociones por hoy.
—No, ya en serio, Lauren. Es raro verte despistado —afirma Chad,
comiéndose uno de esos bombones de chocolate blanco que ponen de
cortesía.
No hay restaurante en nueva york, excepto este, que coloquen esos
dichosos dulces antes de comer. Pero conociendo su fetiche, raro hubiera sido
que eligiera otro lugar. Il mondo di Pietro es una parada obligatoria una vez
al mes, sea la ocasión que sea. Además preparan la mejor pizza margarita de
la historia.
—Demasiado trabajo hoy —dice concordando con mis pensamientos—,
además lo que se me antojaba mayormente es dormir y descansar ya que
mañana tenemos que trabajar.
Chad siquiera se da por aludido, sigue chupándose los dedos de cualquier
resquicio de chocolate. A los pocos minutos, en los que nos dedicamos a
hablar de la firma, la pizza gigante llega. Dejamos de ser por un jodido
minuto, seis empresarios de éxito, y nos convertimos en personas normales.
Sin tener que aparentar frente a nadie, dejando a un lado nuestro aspecto
impoluto y comiendo sin remordimientos una grasienta porción de pizza y
cervezas.
—Oye, Ray, vi a tu hermana chillar de contenta por los pasillos. Solo me
dio tiempo a escuchar que se casaba antes de que entrara en el ascensor —
comenta Tomas, dándole un nuevo mordisco a su porción.
Me limpio la boca con la servilleta de papel y dejo la mía sobre el plato.
Aún no me he hecho demasiado a la idea y aunque suene capullo, tengo la
esperanza de que todo quede en un susto. Sé que tarde o temprano tendré que
aceptarlo, pero no ahora mismo.
—Sí, hoy vino a darme la buena noticia. En un mes y medio quiere que le
organice una boda por todo lo alto con ese tal Rodrigo.
—El francés tocapelotas —comenta Lauren largando una risa que de
alegre suena a poco.
Sé que no le cae demasiado bien, me di cuenta cuando estaba hablando
con mi hermana por video llamada y Lauren se quedó hablando con ella
mientras yo salí a atender una llamada urgente. Vi de lejos la cara de Rodrigo
y cómo se besuqueaban, mientras Lauren hacía caras extrañas. La verdad no
me parece raro que tenga esa clase de impulsos, todos quieren a Jessica como
si fuera su hermana pequeña y Lauren al ser el mayor, es incluso más
protector que yo.
—Deja de comportarte como un padre celoso, por favor. Es mayorcita
para saber lo que hace y con quien lo hace —dice John, después de resoplar.
—Parece mentira que digas eso precisamente tú, que estuviste con ella —
dice Lauren de vuelta.
—Eso fue una época mala, joder. Éramos niños, estábamos aburridos y
experimentamos.
—Suficiente —le corto haciendo que se ría la mayoría—, una cosa es que
sepa que mi hermanita estuvo liada contigo a que cuentes los detalles de
vuestro idílico romance.
—Nah… —niega haciendo un gesto airoso con la mano—, No hubo amor,
como te dije, estábamos experimentando —vuelve a decir, recalcando la
maldita palabra, esta vez acompañándola con una sonrisa ladina.
Aprieto la jarra de cerveza con ganas de aventársela a la cabeza, en
cambio, cuento hasta diez y acabo de comer en silencio. El tema, gracias a
Dios, cambia de tercio. Seguimos comiendo, bebiendo y bromeando. Cuando
ya he tenido suficiente me levanto de la silla, dejando la servilleta arrugada y
sucia encima del plato vacío.
—¿Puedo ir contigo? —Me pregunta Lauren levantándose también—, he
bebido demasiado y no quiero matarme por ahí.
Asiento y modulo un breve: «Claro» sabiendo que no ha sido así. Y
aunque lo fuera, Lauren podía beberse un barril entero de cerveza que no se
le mueve un parpado. Los demás hacen lo mismo, pagamos la cuenta y cada
uno se va en busca de su coche. Lauren y yo caminamos por la avenida en
silencio, escuchando el incesante ruido del tráfico a nuestro lado. Cruzamos,
entramos en el parking subterráneo de la empresa y pulso el botón de la llave
para abrir el coche.
Lauren espera a que salga a la calle para abordar el tema que lo carcome.
No pienso decirle que sabía que había una intención oculta a lo de venir
conmigo, sin embargo, mi mirada se lo deja claro.
—¿No crees que tu hermana se está precipitando un poco? —su pregunta
me hace sonreír.
—Deja de martirizarte, el que tendría que estar echándose las manos a la
cabeza sería yo. No solo porque se me casa mi única hermana sino por el
pastizal que me voy a gastar —bromeo, él resopla y me mira como si
estuviese loco.
—No me digas que ese chiquillo sin oficio va a ser lo suficientemente
bueno para tu hermana. Incluso pondría la mano en el fuego a que fuma
marihuana y se va de campamento estilo hippy, con los de su banda.
—Lauren, Jessica es feliz con él. Claro que lo veo una auténtica locura,
¿pero qué quieres que haga? Además tú también has fumado marihuana y
puedo recordarte la vez que probaste el éxtasis en una de tus tantas juergas.
Mientras que no le haga daño, todo estará bien —intento tranquilizarlo en
vano.
Lauren se queda en silencio, mordiéndose el nudillo hasta que llegamos a
su edificio. Suerte que vive cerca de mi ático si no, le hubiese subido a un
jodido taxi. Muero por acostarme de una vez. Se apea del coche, me dice
adiós y cierra, dejándome un poco preocupado.
Una vez estoy en la cama, vestido solamente con un bóxer blanco, cojo el
móvil con la intención de revisar si la alarma está encendida. Entonces
encuentro un mensaje no leído, de un número desconocido.
«Apenas me dejaste tiempo para despedirme de ti como se merece, pero
gracias por el detalle de la habitación. La disfruté muchísimo» y una foto
adjunta me hace sonreír. Es ella, metida en el jacucci hasta arriba de espuma.
Su piel desnuda, con medio seno casi fuera del agua. Patricia es digna de
admirar. Sin embargo, algo me hace dejarla en visto, para luego irme al chat
que tengo con Cecilia. Solo aparece una dirección de internet, y un escueto
ok. En estos años, nos hemos limitado a hablarnos como meros desconocidos
y no sé si es la cerveza o qué, lo que me hace cambiar eso.
«No tuve tiempo de decirle que estaba increíblemente guapa el día de
ayer»
Le di a enviar y desactivé los datos. Tras un suspiro cierro los ojos y
después de unos minutos siento el sueño vencerme.
NUEVE
En cuanto abro los ojos me doy cuenta de que algo falla. Mi sentido
común me dice que hay algo que se me escapa, que se me olvida, y por
mucho que me devano los sesos no consigo dar con ello. Desvío la mirada
hacia el reloj digital de la mesilla y veo que aún no sonó la alarma. Aparto las
sábanas y me siento en la cama, reposando la espalda en el cabecero
acolchado. Mi habitación está igual que siempre, las cortinas negras corridas,
el sofá blanco en su lugar, el traje de ayer encima del reposabrazos…
Niego con la cabeza sin tener idea de lo que me pasa. Parezco un
paranoico. Me levanto, porque estoy seguro que no podré conciliar el sueño
en la media hora que me falta. Así que voy al vestidor y me atavío con ropa
de deporte. Salir a correr un poco me quitará esta sensación de encima, estoy
seguro.
Agarro el Iphone, lo ajusto en el brazo donde lo aseguro con la funda y las
correas y me pongo los auriculares una vez selecciono la lista de
reproducción. La brisa fresca de la mañana a primeros de julio es
espectacularmente agradable. Nada que ver cuando dan las tres del medio día,
pareciendo el infierno.
Los primeros signos de cansancio aparecen al segundo kilómetro,
regañándome por no haber ido al gimnasio esta semana. Suelo ser demasiado
vago para hacer deporte, sin embargo, después de hacerlo me siento
renovado. Los coches vienen y van por la 42, la ciudad no descansa nunca,
aunque el ajetreo no es demasiado en comparación. Llego a Tudor City casi
hiperventilando por lo que decido volver caminando despacio y así recuperar
el aliento.
Hace tanto tiempo que no me paro a mirar a mi alrededor, que me parece
extraño todo lo que veo. Siempre ando con prisas, sin reparar en nada más
que llegar al trabajo y después a casa. Una canción en español se reproduce
en mis auriculares, la voz de una mujer inunda mis oídos y aunque no logro
traducir ni la mitad de la letra, algo en su tono me hace encoger el corazón.
Habla de mariposas, miradas que nunca llegaron y de echar de menos.
Mi cabeza hace cortocircuito al acordarme de Cecilia. Justo antes de
dormir le mandé un mensaje sin pensar que ese mensaje iba a ser contestado
por ella una vez lo viera. Mi corazón vuelve a acelerarse incluso más que
cuando estaba corriendo. Agarro el móvil y con dedos temblorosos activo los
datos. No pasan dos segundos que me llega una notificación. Es un mensaje.
Suyo.
«Tienes una rara manera de ver hermosa a una mujer. Ese día apenas
llevaba nada en especial. Pero tú ibas igual de guapo que siempre»
Sonrío, los nervios parecen menguar al ser consciente de que no he metido
demasiado la pata. Sigo andando, esquivando a unos cuantos transeúntes,
tecleando una respuesta.
«Gracias, pero yo tampoco llevaba nada especial para parecer guapo.
Sin embargo tú lo eres aun sin querer. Buenos días»
Le doy a enviar con una sensación rara en el cuerpo. Me siento como un
niño ilusionado, hablándole a la chica que le gusta por primera vez y aunque
hace mucho que dejé de serlo, no puedo evitarlo. Siquiera bloqueo el
teléfono, sigo andando, solo escuchando los acelerados latidos de mi corazón
a la espera de una contestación. No miro a los lados, siquiera soy consciente
de lo que hay en frente. Y es a unos pasos de alcanzar mi edificio cuando mi
móvil vibra en mis manos.
«Buenos días, Murray J »
No puedo evitar un sentimiento de decepción al leer su escueto mensaje.
No sé muy bien tampoco lo que estaba esperando o si realmente estoy
preparado para otro totalmente distinto a este. Entonces por miedo a que se
quede así, decido echar mano a un clavo ardiendo.
«¿Tienes algo en tu agenda el día de hoy a la hora de comer?»
A todas luces puede creer que es una especie de cita, siquiera me paro a
mandarle otro explicándole los verdaderos motivos. No obstante, me quedo
parado en la acera, esperando su reacción. Tarda contados un minuto y
medio, cuando veo que se conecta, lo lee y escribe.
«Estoy libre. ¿Algún evento a la vista?»
Frunzo el ceño y hago una mueca. Claro que ella no va a creer que yo le
proponga una cita y ya, cuando siempre, siempre, hemos quedado para temas
de trabajo. Con un suspiro entro en el edificio y aprieto el botón del ascensor.
Una vez dentro, tecleo.
«Mi hermana se casa en un mes y medio y quiere que se encargue del
menú de su boda. ¿Puede hacerme un hueco en su agenda, señorita
Davis?»
«Cuando me llamas así me da escalofríos, Murray. Claro que sí, sería un
placer para mí. A las ocho y media A.M paso por North Group, ¿te parece?»
«Espero que los escalofríos sean buena señal. Le esperaré en
recepción »
«Llevaré café, espérame en tu oficina mejor. Y a lo de los escalofríos
depende del cómo y dónde me lo digas».
Trago saliva cuando me imagino el cómo y el dónde. No soy tonto, sé muy
bien lo que pretende y lo está consiguiendo. Quiere llevarme al límite,
provocarme, hasta donde soy capaz de llegar. Pero lo gracioso es que cuando
me tuvo a meros milímetros de distancia, huyó despavorida. ¿Qué quiere
entonces esta mujer? Entonces me doy cuenta de lo divertido que puede ser
jugar con ella mediante mensajes. Sin tener la presión de su mirada puesta en
mí, del peso de sus ojos, del calor que emana de su cuerpo.
«¿Qué te parece si tú eliges el dónde y yo el cómo?»
Estoy jugando con fuego… me digo. Entro en mi ático y dejando el móvil
encima de la cama con la conversación abierta, me desprendo de la ropa
sudada. Mi piel se eriza y hago una mueca al comprobar que estoy tan
excitado como me siento.
«No creo estar capacitada ahora mismo para darte una respuesta
razonable. Todo lo que me imagino está lejos de ocurrir. Nos vemos después,
Murray»
Mi polla pega un brinco como si supiera a qué cojones se refiere con eso
de no estar capacitada para darme una respuesta razonable. Con los dedos aun
temblando, le contesto.
«Hasta luego, señorita Davis»
No sé cómo sentirme después de eso. Si está lejos de ocurrir porque no
quiere que ocurra o por el contrario tiene miedo a mi reacción. Sea lo que sea,
aprovecharé cada oportunidad que tenga para descifrarla.

Entre el tamborileo de mis dedos en mi mesa, el tic nervioso de mi pierna


golpeando la alfombra y que cada dos por tres doy un vistazo a la hora,
parezco un jodido paranoico. Son las ocho y treinta y dos minutos, no hay
rastro de Cecilia y después de la tercera llamada a Ferrán para comprobarlo
tampoco hay indicios de que haya llegado a North Group. Estoy por marcar
su número cuando el interfono suena.
—¿Sí?
—Señor Steven, le gustará saber que la señorita Davis está subiendo por el
ascensor en este momento. Creo que John la ha estado entreteniendo un poco
en los aparcamientos.
Trago saliva y mi rictus se endurece. No puedo ser tan celoso, maldita sea.
No soy nada suyo, ella tampoco mío, sin embargo me siento como una
auténtica mierda cada vez que escucho una frase donde su nombre y el de
John están presentes. Puede ser porque si llega a pasar algo entre ella y un
hombre, con John sería por el que más me doliese.
—Ajá, de acuerdo. ¿Tienes el informe que te pedí? —decido cambiar de
tema ya que Ferrán es tan eficiente y listo que puede contarme cualquier cosa
que haya visto entre ellos fuera de lo normal. Y la verdad no me apetece en
absoluto.
—Sí, se lo envío por email en tres, dos, uno… listo. Cecilia acaba de
llegar a planta.
—Gracias, Ferrán, déjala pasar.
Estoy tentado a preguntarle qué lleva puesto solo por no llevarme la
sorpresa, pero me abstengo. Demasiado sabe ya de lo que siento por esta
mujer como para añadirle mi trastorno obsesivo por ella. A los pocos
segundos mi puerta se abre, alzo la mirada, dejo de tamborilear los dedos
contra el cristal y veo la cabeza de Ferrán seguida de Cecilia.
Un vestido beige entubado delinea su preciosa figura, sus torneados
muslos se aprietan contra el tejido como una segunda piel y sus piernas… con
unos zapatos de tacón transparentes hacen que se vean larguísimas. Hoy su
cabello está recogido en un distinguido moño, haciendo que su cuello quede
al descubierto. Mi boca se seca, mis manos hormiguean y saco la lengua por
puro reflejo, relamiéndome los labios.
—Buenos días —saluda con una sonrisa, sus ojos se achinan y yo me
derrito como un idiota.
Me levanto de la silla, carraspeo para aclarar mi voz y me dirijo a ella con
una sonrisa. Mi cuerpo autómata se acerca más de lo normal y cogiendo
valor, le doy un beso en la mejilla. Sentir su piel en mis labios es una locura
que me mantiene al límite. Su suave perfume entra por mis fosas nasales y
aspiro despacio para después alejarme y no parecer un puto psicópata.
—¿Café? —siquiera me he dado cuenta de que lleva dos vasos de
Starbucks en las manos, por lo que los agarro y pongo encima de la mesa.
—Siéntese, por favor.
Ella hace lo que le digo haciendo que un escalofrío me recorra la espalda.
No la veo como una mujer sumisa, al contrario, por eso las ganas de tenerla
encima de mí, queriendo llevar las riendas de la situación me pone
demasiado. Aunque la posibilidad de decirle que me la chupe y que ella
acepte sin rechistar tiene un no sé qué que me hace volar la cabeza.
Me quito las gafas, ya que solo las uso para leer, trabajar en el ordenador o
cuando se me cansa la vista. Ella sigue mis movimientos con la mirada y me
doy cuenta de que nos rodea una tensión imposible de obviar.
—Me gusta tu oficina, ¿te lo he dicho alguna vez? —me dice mirando
pared por pared, deteniéndose en las estanterías, los cuadros, la pequeña
vitrina donde tengo una pequeña variedad de licores a cual más exquisito.
—Creo que muy pocas veces hemos estado solos en mi oficina —le digo
en un impulso.
Me acaloro de repente cuando su mano se alza tímida hacia su cuello y
acaricia la zona delineando una fina cadena de oro.
—Tienes razón. Bueno y… entonces tu hermana se casa —dice abriendo
su bolso, sacando una especie de agenda.
«Trabajo» pienso con amargura. Alcanzo el café con mi nombre escrito
con rotulador negro y doy un sorbo dándome cuenta de que es Berona.
—Sí, una locura si me lo pregunta —digo rodando los ojos, dando otro
sorbo más al delicioso café.
—Si hay amor, hay locura —puntualiza, señalándome con el bolígrafo.
—Ella está demasiado loca, créeme. ¿Y usted señorita Davis? ¿Ha estado
enamorada?
—Ahora si me ha dado un escalofrío —dice riendo, con las mejillas
arreboladas—. ¿Puedo hacerte una pregunta?
—Claro —paso por alto que no me haya contestado a la mía solo por la
intriga que me da qué es lo que quiere preguntarme.
—¿Te molesta que te tutee? Digo, nunca me dices simplemente por mi
nombre, y yo me tomé la libertar de hacerlo sin tener en cuenta si te molesta
o no.
Me inclino hacia delante y le indico con los dedos que se acerque a mí.
Como si lo que le fuera a decir sea un secreto de estado o algo parecido.
Cecilia rueda los ojos y tengo que reprimir una carcajada, sin embargo, se
acerca hasta que la mesa nos impide acercarnos más. Que la llame de usted
no significa que no disfrute jugando con ella.
—Me gusta cómo suena mi nombre con tu voz —digo un poco más serio.
Veo cómo su garganta se nueve al tragar saliva y un suspiro entreabre sus
labios pintados de rosa.
—Puede que a mí también me guste cómo suena el mío con la tuya —
contrataca volviendo a coger las riendas de la conversación.
—Eso no lo sabía, Cecilia.
Su boca se abre imperceptiblemente y dejo de mirar sus ojos, para
centrarme en ella. Se aleja demasiado rápido y veo que torpemente agarra su
café y se lo empina. Luego abre la agenda y sin mirarme dice:
—¿Cuándo dices que es la boda de tu hermana?
La media hora siguiente para mi desgracia la pasamos hablando del enlace
de Jessica como si lo que ha pasado no hubiese ocurrido nunca. Yo por otro
lado no puedo obviar la vocecita que me grita que ella me desea tanto como
yo. Lo he podido comprobar en más de una ocasión.
Cecilia se levanta de la silla, alegando que ya está todo apuntado y faltaría
quedar con la novia para concretar los detalles del menú. Hago lo mismo y la
sigo hacia la puerta, disfrutando de la visión de su trasero envuelto en licra.
Su mano toca el pomo y se queda unos segundos parada como si estuviese
pensando en algo, entonces se gira, quedándonos uno frente al otro.
Nunca he deseado tanto el contacto de alguien como ahora. Siquiera con
mi profesora de cálculo un rato antes de que la empotrara contra la pizarra.
Lástima que mi amor por ella no hizo milagros y el divorcio con su esposo
nunca llegó.
Sus ojos claros me miran intensamente y doy un paso más haciendo que
inconscientemente ella de uno hacia atrás, pegándose a la puerta. Aún tiene la
mano puesta en el pomo, a su espalda, mientras la otra está sobre su
estómago.
—Murray… —dice, dejando la frase inacabada.
—Señorita, Davis —inclino la cabeza hacia ella siendo consciente de su
respiración acelerada, acercándome a su oído, apreciando la piel de sus
hombros desnudos—, se le ha erizado la piel. ¿Es buena señal o mala?
Cecilia jadea cuando mi torso se pega a su pecho, mi corazón martillea
con fuerza, no dándome oportunidad de pensar con claridad. Lo fácil que
sería agarrarla del trasero, alzar su pierna y follármela contra la puerta.
—Creo que…
Unos nudillos golpean la puerta, haciendo que pegue un respingo. Quiere
irse, lo sé, lo veo en sus ojos. Pero antes de que eso ocurra, ignorando a quién
demonios sea, cierro el pestillo por si se le ocurre abrir sin permiso. Cecilia
me mira, un nuevo jadeo es lo último que profiere antes de recibir mis labios.
DIEZ
Sabe a café, azúcar y frutas. Una combinación que hace que mis sentidos
se disparen por los aires y deje de pensar en nada más que en comérmela
viva. Mi mano abarca su mejilla, delineando con el pulgar el contorno de su
barbilla. El beso se intensifica, mis dientes encuentran entretenimiento en su
labio inferior que estiro y chupo con deleite. Cecilia gime alto, agarrándose a
mi pecho como si se fuera a caer en cualquier momento.
Me siento mareado y saturado por todo lo que estoy sintiendo. Es como si
su olor, sabor y contacto me superaran hasta tal punto de casi hacerme
desmayar de puro placer. Mi lengua entra en su apretada boca, la suya sale a
mi encuentro y es mi turno de gemir. Mi otra mano serpentea por sus caderas,
el suave vestido emana el calor de su piel como si estuviese desnuda.
Entonces vuelven a tocar a la puerta, Cecilia abre los ojos y desvía el
rostro haciendo que mis labios caigan en su cuello. Foco principal de esa
deliciosa fragancia que desprende y deja flotando en cualquier lugar por
donde pasa.
—Murray… —vuelve a pronunciar, con urgencia, en susurros.
No puedo evitar lamer la extensión de su cuello, llevándome las notas de
su perfume en la lengua. Su cuerpo tiembla en mis manos y sigo lamiendo
hasta llegar a su oreja.
—Un poco más… solo un poquito más, por favor —le suplico como un
idiota, apretando su nalga con una mano y pegándola a mi entrepierna con
rudeza.
Ella jadea, ambos lo hacemos y ahora es ella la que busca mi boca para
besarme con fervor y entusiasmo. Su vestido se alza, el principio de unas
medias con liguero se hacen visibles haciendo que deje de besarla para poder
mirarla embobado. Su cabeza se apoya en la puerta, en algún momento su
pierna ha acabado sobre mi cadera por lo que su ropa interior ha quedado
expuesta.
—Dios santo —digo con la voz enronquecida a causa de la excitación.
—¡Será mejor que me abras de una maldita vez, Murray Steven! Sea lo
que sea que estés haciendo puede esperar. Ha habido un incendio en el
despacho de Tomas —la voz de Lauren hace eco en la habitación por sobre
nuestras trabajosas respiraciones.
Cecilia me empuja un poco, suelto su pierna y veo cómo se baja el vestido
sin siquiera mirarme. Trago saliva y con los dedos peino mi cabello sin saber
realmente si lo estoy estropeando o arreglando. Cuando ya estamos
adecentados, o casi, abro la puerta y Lauren entra sin esperar invitación. Sus
ojos caen directamente en Cecilia y luego en mí, así intermitentemente
durante unos segundos.
—¿Qué coño ha pasado? —pregunto molesto y expectante a partes
iguales.
Lauren se queda callado y le da un vistazo de reojo a Cecilia dando a
entender que es una cosa personal y que ella no tiene porqué enterarse.
—Será mejor que me vaya, dile a tu hermana que me llame y concretamos
la cita. Espero que el incendio esté controlado y Tomas sano y salvo. Que
tenga bien día, chicos.
Lo último que hace es mirarme durante breves milésimas de segundo, con
las mejillas sonrojadas, los labios hinchados y el cabello un poco más
revuelto de cómo llegó. Lauren cierra tras ella y niega con la cabeza a la vez
que bufa fastidiado.
—¿Qué ha pasado? —pregunto con calma.
—Emily ha vuelto a hacer de las suyas, alguien la dejó entrar a North
Group o es que fue lo suficiente lista para que no la viera nadie, aunque eso
me parece completamente imposible. Entró en el despacho de Tomas
mientras estábamos en la cafetería y lo demás ya es historia. Quemó unos
documentos y puso una nota justo en la puerta donde ponía: jódete.
Mi ceño se frunce y vuelvo a frotarme el pelo con las manos ahora con
fines muy distintos. Esa mujer está loca. Qué digo loca, está desquiciada,
fuera de control. Salgo de la oficina con Lauren pisándome los talones,
quiero ver con mis propios ojos los daños causados por esa maldita mujer.
—¿Y cómo sabes que fue ella? —pregunto sin necesidad, ya que yo sin
haberla visto, sé que ha sido capaz de hacerlo.
—Las cámaras de seguridad, aunque se ha puesto una peluca morena, no
puede pasar desapercibida fácilmente. La hemos reconocido al instante.
Entro en el pasillo que dan a un par de oficinas, una de ellas la de Tomas y
el fuerte olor a quemado provoca una mueca en mi boca.
—¿Tomas está bien? —en cuanto digo su nombre lo escucho hablar con
alguien a lo lejos.
—Sí, todo lo bien que puede estar un hombre acosado por su exmujer y al
que le han carbonizado su lugar de trabajo.
Suspiro al mismo tiempo que llego a la puerta del despacho, nada más
echar un vistazo veo la mesa de cristal hecha añicos. Las estanterías y libros
quemados tirados por el suelo, la moqueta que hace unas horas era gris ahora
es negra y un Tomas bastante agobiado hablando con un agente de policía.
Durante una media hora en los que la policía hace su trabajo, una vez se
marcha, nos quedamos los seis en medio de la habitación destrozada. Tomas
traga saliva, tiene la mirada fija en la calle a través de los grandes ventanales
ahora abiertos de par en par para ventilar la estancia. Chad palmea su hombro
dándole apoyo en silencio, los demás nos quedamos callados por unos
minutos.
—¿Por qué te hizo esto? —la pregunta de John hace que Tomas frunza el
ceño.
—Me pidió más dinero, un coche nuevo y no sé qué cosas más. Me negué.
Ahora sé de lo que es capaz cuando no consigue lo que quiere.
—¿Y qué harás ahora? —me aventuro a preguntar.
—Esperar a que se haga justicia, pero lo más seguro es que le dé lo que
pide, a cambio de que me deje en paz de una jodida vez.
—No parará, Tomas. No ha parado en dos año, ¿qué te hace pensar que lo
hará ahora? —murmura León con una mueca de asco en los labios.
—Si no lo hace ya me encargaré yo de que lo haga.

A las diez y media de la noche, una vez me he duchado, me acuesto en la


cama dejando salir el suspiro que tengo atorado en la garganta. Con todo el
lío del incendio apenas he pensado en otra cosa, posponiendo el beso que nos
hemos dado Cecilia y yo en mi oficina. Miro mis dedos, los froto entre sí,
como si aún sintiera la textura de su piel y la tela de su vestido. Tener el
sabor de su boca en la mía, durante las siguientes horas, ha sido todo un
suplicio. Solo hacía que quisiera volver a besarla una y otra vez hasta
saciarme. Cosa que dudo mucho llegue a pasar ya que aunque su cuerpo me
pide cada momento mi roce, hay algo que la lleva a dar un paso hacia atrás.
Agarro mi teléfono de la mesilla de noche y veo con desgana que no tengo
ningún mensaje suyo. Eso me entristece y atemoriza a partes iguales,
pensando en si estará arrepentida de lo que ha sucedido entre los dos. Estoy
tentado a hablarle, saludarla aunque sea, pero no lo hago. Me obligo a dejarle
espacio para que piense, por lo que pongo el móvil a cargar y cierro los ojos
para intentar dormir.
Al día siguiente solo tengo una idea en la cabeza: abordarla y hacer que
acepte que le gusto y que lo nuestro puede tener futuro. Es en lo que pienso
mientras corro en la cinta, mirando un punto incierto y sonriendo como un
memo. Tras dos buenas horas de ejercicio, me ducho y arreglo para trabajar.
Aún no son ni las siete de la mañana por lo que me da tiempo de hacer una
visita rápida y de improvisto.
Llego a su casa y sonrío victorioso al encontrar un espacio donde aparcar.
La luz de su apartamento está prendida lo que me hace saber que ya despertó.
Me pregunto si ella ha estado pensando en mí durante la noche.
Subo las escaleras, hacer ejercicio temprano hace que mi cuerpo se active
y desee más por lo que me siento genial. Con las suficientes fuerzas y ganas
de nada más entrar alzarla en vilo y hacerla mía contra la pared.
Toco con los nudillos, rezando para que esta sea su casa y no me haya
equivocado. Solo he venido dos veces a lo sumo, y siempre la dejaba en el
recibidor del edificio. Entonces veo feliz, su nombre escrito en la pequeña
maceta con flores amarillas que hay justo al lado. La puerta se abre, mi
sonrisa tiembla y mis huevos suben a mi garganta.
—¿Deseas algo? —es el chico que vi la última vez en su tienda, el cual
sigue mirándome como si fuera un insecto repugnante.
Lleva una camiseta azul y vaqueros, pero se ve claramente que acaba de
despertar. «¿Se supone que es su maldito novio o qué cojones?» Estoy por
decirle que me he equivocado cuando la voz y la cara de Cecilia aparecen en
escena.
—Jordi, ¿quién…? Murray —sus ojos se abren como platos y ese tal Jordi
no deja de lanzarme miradas asesinas.
Aunque la verdad muy temible no es, apenas me llega a los hombros el
muy mequetrefe y con ese bigote parece salido de unos dibujos animados.
—¿Puedes dejarme a solas con él? —le dice ella, haciendo que el idiota se
vaya después de mirarme unos segundos más.
Cecilia cierra tras ella, está seria, apenas me mira y sus mejillas se han
ruborizado. Por lo menos algo le afecto.
—Murray no deberías haber venido sin avisar —dice tras tragar saliva,
inclinando la cabeza para mirarme.
—¿Es tu novio? —le pregunto no aguantando las ganas de saberlo,
ignorando su retahíla.
—¿Qué? ¡No! No es mi… —no la dejo acabar, ha dicho lo que quería
saber y ahora estoy haciendo lo que he venido hacer.
La acorralo con mi cuerpo contra la puerta y sus labios me reciben tímidos
ante mi agresiva posesividad. Estoy celoso perdido, no lo puedo negar. Pero
ahora esos celos se han convertido en otra cosa imposible de disimular. Por
fin reacciona y sus manos suben hasta mi nuca y se agarra de mi cabello con
fuerza. Aún viste unos pantaloncitos cortos de pijama por lo que me recreo en
la suavidad de su piel. Acariciando y amasando sus muslos en ascendente,
descubriendo con asombro que no lleva ropa interior debajo.
—Murray, para… —me pide en un susurro, empujándome por los
hombros y rompiendo la conexión de nuestros labios—, aquí no. Jordi podría
salir y no tengo la mínima gana de explicarle nada.
«¿Quién es él?» quiero preguntarle pero no puedo. No soy nadie para
meterme en su vida y lo único que me importaba era saber si era su novio o
algo parecido. No lo es, por lo que lo demás carece de importancia.
—Quedemos después, en mi oficina.
Cecilia se aparta, rompiendo todo contacto, haciendo que mis manos se
despeguen de su cuerpo. Se abraza a sí misma cubriendo su estómago
desnudo. Va a responder cuando la puerta se abre y sale ese tal Jordi con la
misma cara que antes, a excepción que no me mira a mí sino a ella. Ya eso
me gusta mucho menos.
—Ya voy —le dice pero él lejos de quedarse conforme, se cruza de brazos
y se apoya en la jamba de la puerta—, te llamo más tarde ¿vale? —me dice a
mí sin siquiera despedirse, cerrando tras ella y dejándome como un jodido
imbécil en mitad del pasillo.
Bajando las escaleras, con el cabreo y la impotencia por las nubes, busco
entre mis contactos hasta que doy con Ángela. Después de dos tonos, su voz
inunda el auricular.
—Necesito que busques información de un tal Jordi, trabaja con Cecilia
Davis en Ceci Delicious Catering. Tendrá unos veintiséis, uno setenta de
estatura, bigote, ojos marrones y creo que vive en su casa.
—Te tendré la información cuanto antes.
—Una hora.
—Claro y yo soy wonder woman.
—Más tarde te transferiré un veinte por ciento más. En una hora, Ángela.
—Está bien explotador, lo intentaré —concluye tras un suspiro.
Entro en mi coche, arranco y me incorporo al tráfico como si fuera una
carrera contrarreloj. Solo espero que Ángela encuentre algo de información
de ese tipo si no me voy a volver jodidamente loco.
ONCE
—Ángela está aquí, señor Steven.
Frunzo el ceño y dejo las gafas a un lado después de dar a imprimir un
documento para la reunión de más tarde. La bella Ángela con su precioso
cabello negro lacio y luciendo despampanante entra en mi oficina con el
rictus serio justo después del anuncio de Ferrán.
—Buenos días, me he tomado el atrevimiento de traerte la información
personalmente. Es un tanto delicado para hablarlo por teléfono o enviártelo
por email. Es mejor que no dejemos un reguero de pruebas por doquier —
dice dejando la carpeta en la mesa.
—Buenos días, toma asiento por favor.
Ángela se sienta frente a mí, cruza las piernas y entrelaza las manos sobre
su estómago. Alcanzo el dosier negro y lo abro como si fuese una bomba a
punto de explotar. Lo primero que veo es una foto de presidiario de Jordi
pero mucho más joven.
—Se llama Jordi Davis, hermano de Cecilia Davis e hijo de los difuntos
Elvira Williams y Simón Davis. Arrestado en dos mil ocho por tráfico de
drogas, en dos mil diez por presuntamente matar a su esposa e hijo de dos
años a sangre fría. Absuelto un año después por falta de pruebas y buena
conducta. Denunciado por malos tratos en dos ocasiones por diferentes
mujeres, dos mil once y trece consecutivamente. Vivía en España,
actualmente reside en Nueva york junto con su hermana —redacta de
memoria como si fuera una grabación de mis pensamientos mediante leo—.
En las demás páginas verás más detalles. En general es un asesino.
La piel se me eriza, mi cabeza se encuentra tan abotargada que no puedo
digerir toda la información de golpe.
—No sé tú, pero yo hubiese sido la jueza de ese infeliz y nada más
viéndole la cara lo condeno a cadena perpetua o lo mando a matar —comenta
haciéndome volver de mis pensamientos.
Trago saliva y dejo los papeles encima de la mesa con la foto a la vista.
No puedo imaginar cómo puede ser capaz una persona de matar a otra y
menos a un bebé. Estoy en shock, no consigo enlazar una frase coherente, por
lo que me quedo en silencio digiriendo todo.
—Murray, ¿de qué conoces a ese hombre? —pregunta un rato después.
—Vive en casa de la mujer que amo y te juro que no me faltan ganas de
llevármela lejos de él ahora mismo.
Ángela hace una mueca y se pone de pie para después dirigirse a la
estantería de licores. Se sirve un vaso, liba el contenido de un solo trago y me
mira a continuación.
—Será mejor que te andes con cuidado. Los tipos como él, que son
capaces de matar a su propio hijo, por mucho que ponga en esos papeles que
no fue él, no les tiembla el pulso a la hora de encargarse de alguien más.
Tienes mucho dinero, Ray, mucho poder.
—Puedo hacer que lo vuelvan a encerrar y esta vez hasta el fin de sus días
—digo entre dientes, apretando los puños como si estuviese apretando el
cuello del tipo en lugar del aire.
—Lo volverían a sacar por falta de pruebas, a menos que cometa un delito
aquí en Nueva York. Sé cómo funciona la justicia española, si hay indicios y
no pruebas, se acabó. Y ni el dinero puede hacer nada. Lo meterían un año,
dos, tres a lo sumo, luego vendría a por ti y volverá a hacer el mismo trabajo
con la misma pulcritud. No te conviene, hazme caso. Si me permites un
consejo de amiga —dice mediante se acerca hasta donde estoy yo—: aléjate
de ese hombre, aunque tengas que alejarte de ella también.

«Alejarme de Cecilia definitivamente no entra en mis planes» pienso una


vez aparco frente a su local. Puede parecer acosador, incluso lo que estoy
haciendo sea un delito grave, pero necesito verla. Saber que está bien y ver
cómo se comporta ese cabrón con ella. Lo que me pregunto cómo es capaz de
vivir con alguien así, por mucho que sea su hermano. Mató a su mujer, a su
bebé… y viendo los documentos que Ángela me facilitó, por muchas pruebas
que falten, se ve a todas luces que fue el culpable.
Si hubiera sucedido aquí, la cosa hubiese sido muy diferente. Nadie mata y
queda impune. Se podriría en la cárcel o ya me encargaría yo de que pagara
con su asquerosa vida.
Pasa una hora y media cuando la veo salir. Viste un sencillo conjunto de
pantalón y camisa blanca y veo con alivio que está bien. Con una sonrisa
saluda a un caballero que pasa por su lado y con una breve carrera llega hasta
su coche aparcado en la acera de enfrente.
En cuanto sale, suspiro. Me tienta entrar en la tienda y avasallarlo, hacerlo
hablar a la fuerza pero no lo hago. Mi sentido común me dice que es su
hermana, que no podría hacerle daño, entonces la razón me recuerda que no
le tembló el pulso a la hora de matar a su propio hijo siendo un bebé
indefenso.
Arranco el coche y me dirijo a North Group, por lo menos tengo la
seguridad de que ahora mismo está fuera, que no está a su lado. Pero algo
tengo que hacer, antes de que sea demasiado tarde.

—Dime, Jessica —contesto al teléfono, poniendo mis gafas a un lado.


Llevo todo el santo día metido en mi oficina, buscando información de ese
malnacido en el ordenador, por lo que mis energías están al mínimo.
Tampoco he encontrado gran cosa, solo un fuerte dolor de cabeza. Por lo que
lidiar con Jessica y su efusivo entusiasmo a estas horas, es lo que menos me
apetece.
—Hermanito, tú siempre tan simpático —dice con ironía haciéndome
sonreír.
—Llevo todo el día trabajando sin parar, siquiera recuerdo haber comido.
Permíteme ser un malhumorado hoy al menos.
Apago el ordenador con un suspiro de derrota, siendo la foto de la difunta
mujer de Jordi Davis lo último que veo antes de que se apague la pantalla.
Fuera no hay ni un alma, todo es oscuridad y eso me alivia. Seguramente esté
dando una pésima imagen con el traje arrugado y los pelos revueltos.
—Pues es tu día de suerte, te llamaba porque se me va a hacer imposible ir
a la cita que tengo con Cecilia. Le dije que podría quedar a la hora de cenar y
ella hizo el esfuerzo de hacerme un hueco. No quiero dejarla tirada y la
verdad confío en tu criterio para elegir el pastel.
Cecilia… un nuevo escalofrío me recorre la espalda al escuchar su
nombre. Pero entonces la imagen que me devuelve el reflejo de la puerta de
cristal de mi despacho, me hace hacer una mueca.
—Jessica no creo que… —empiezo a quejarme, peinándome con los
dedos inútilmente.
—Murray nunca te pido nada, no quiero dejarla tirada a la pobre. Es una
cena, una charla, tú la conoces. Tienes hambre, es una mujer hermosa y
hablareis de pasteles. ¿Es que no es el mejor plan para esta noche?
Claro que es el mejor plan para esta noche, incluso puedo decir que de
toda mi vida.
—Está bien, a qué hora y donde. Al menos me dará tiempo de darme una
ducha ¿no?
Cerro la puerta del despacho con llave, desde lo de Emily no nos fiamos
demasiado, y ando por el pasillo desierto hasta los ascensores.
—Pues va a ser que no, Murry… —gimotea llamándome por ese ridículo
apodo—, quedan diez minutos para la hora acordada y quedamos en su
tienda. Acaba de mandarme un mensaje diciéndome que ya está
esperándome.
—Jessica, después de esto me debes una buena —gruño entrando en el
ascensor después de saludar con la mano a Michael.
—Claro, claro —dice rápidamente antes de despedirse y colgar.
Esto no entraba en mis planes. Ir a verla con la ropa de trabajo sudada,
arrugada, y pareciendo que acabo de salir de un after no es para nada la
imagen que quiero darle. Llego a la tienda cinco minutos tarde a causa del
tráfico por culpa de una calle cortada. Hay una tenue luz alumbrando a través
de la ventana y las persianas de hierro están echadas a excepción de las de la
puerta principal.
Me miro en el espejo retrovisor, dando cuenta de mi aspecto. Agarro la
botella de perfume que siempre guardo en la guantera por si acaso y me rocío
un poco. Al menos iré oliendo bien. Me apeo del coche, cierro y cruzo la
calle con los nervios a flor de piel.
No me siento bien en demasía, no cuando me he pasado la mayor parte de
la tarde buscando información sobre su hermano. Es como si estuviese
fallándola de algún modo, cuando podría preguntarle sin paños calientes. Lo
malo es que puede que me mande a la mierda y ahí sí ya no tendría nada que
hacer. Salvo morirme de pena.
Abro la puerta despacio, las campanillas alertan de mi presencia y observo
el lugar viendo la luz proveniente de la sala de horneado donde estaba la
última vez que vine.
—Estoy aquí, ve sentándote, enseguida estoy contigo, Jessica.
Sonrío y aguardo en mitad de la habitación rodeado de mesas y sillas
amontonadas a excepción de un par. Estoy expectante por ver su reacción. Es
más, mis manos tiemblan de los nervios. La luz se enciende, y Cecilia
aparece llevando consigo una bandeja.
—He pedido pizza de pollo, espero que te guste —aún no me ve, está
apagando las luces de la sala de horneado, pero cuando entra en la habitación
donde me encuentro su rostro se gira rápidamente en mi dirección.
Pestañea conmocionada y mira de un lado a otro como si buscara a alguien
más.
—¿Murray?
—Sí, espero que no te importe el cambio de planes. Mi hermana no ha
podido venir y me ha pedido el favor de suplirle.
Vuelve a pestañear y deja la pizza encima de la mesa a mi lado, junto con
unos folletos de diferentes tipos de pasteles de boda.
—No, claro que no. Solo que no me esperaba verte. Siento esta cena
improvisada, si lo llego a saber pido algo en un restaurante o hubiese
preparado algo más… —se queda en silencio buscando una palabra que
añadir a toda la verborrea que acaba de decir—, sofisticado—. Acaba con una
sonrisa avergonzada.
—Me encanta la pizza, no te preocupes —le digo con una sonrisa, viendo
cómo se retuerce las manos a la altura de su estómago.
Apenas mi mira un par de segundos seguidos y eso me pone a cien. Me
acerco un paso hacia ella, sus ojos se disparan hacia mí, consiguiendo mi
propósito. Tengo un hambre voraz, ella lo nota, como también sabe que no es
de comida precisamente. Llevo mi mano a su mejilla e inclino la cabeza para
rozar sus labios. Cecilia aguanta la respiración y no es hasta que me alejo un
poco cuando deja escapar el aire que estaba reteniendo.
—Odio no saber lo que piensas ahora mismo —le digo con sinceridad.
La verdad es que no estoy seguro si le gusta del todo mi presencia y
cercanía. Hay veces que parece que me quiere comer, otras que está deseando
estar lo más lejos que puede de mí.
—Si te lo dijera tendría que matarte —dice sonriendo, apoyando su mano
sobre la mía que aún sigue en contacto con su mejilla.
Entonces es ella la que se acerca, poniéndose de puntillas para alcanzar mi
boca. Es todo lo que necesito para ir un paso más allá y alzarla en vilo hasta
sentarla sobre la mesa de al lado. Entonces las palabras de Ángela resuenan
en mi cabeza, cuando estoy a punto de meter la mano bajo su falda: —Aléjate
de ese hombre, aunque tengas que alejarte de ella también.
—Creo que la cena puede esperar, la pizza fría también está buena—
murmuro sobre sus labios, acariciando su coño una vez hago a un lado su
ropa interior de encaje.
DOCE
—Murray… será mejor que paremos esto —murmura tras un gemido.
—¿Por qué? Dímelo —le pido, besando su barbilla, deslizando uno de mis
dedos en su interior. Ahora es mi turno de gemir.
Está prieta, resbaladiza, deliciosamente preparada para mí.
—Solo espérame, ¿si? —sus manos ejercen presión en mi pecho y me
alejo un poco.
Lo suficiente para verla a los ojos y ver su tormento. Eso me hace pensar
en que su hermano le ha dicho algo respecto a mí. Algo la cohíbe, la hace
parar lo que a todas luces es imposible.
—Está bien —accedo con todo el dolor de mi corazón—, ¿puedo besarte
un poco más, al menos?
Eso la hace sonreír y sin modular palabra viene en mi encuentro y me besa
con fervor. Sus labios ahora más hinchados son deliciosos. Los muerdo,
estiro y degusto a placer todo el tiempo que me permite. Su mano serpentea
por mi esternón sobre la camisa, arrastrándose en descendente hasta llegar a
mi erección. Murmuro un «joder» casi inentendible en sus labios, haciendo
que ella sonría bobalicona.
—Pensé que solo nos íbamos a besar —le recuerdo después de chupar su
lengua.
—Yo también, pero no pude resistirme a comprobar si todo lo que se
refiere a ti es tan ostentoso y grande —su mano no deja de apretar mi polla,
haciéndome imposible aguantar el tipo.
—¿Y cuál es el veredicto? —puedo decir a trompicones, entre
respiraciones erráticas.
—Que estoy sinceramente replanteándome si de verdad me pueda caber…
—¡Joder! —exclamo cuando la imagen se proyecta en mi mente.
Deja de acariciarme para agarrarme de la nuca y acercarme a su boca con
fuerza. Nuestros dientes chocan, su lengua parece un tornado avasallando mi
boca, poseyéndome por completo. Cecilia acapara cada uno de mis sentidos,
me deja aturdido, hecho un guiñapo inservible a su merced. Todo lo que tiene
que hacer es pedirme lo que sea y lo hago a ojos cerrados.
—Ahora sí, es momento de parar de besarnos —dice dándome un último
beso en los labios y bajándose de la mesa de un saltito.
Sonrío y froto mi cara para hacer desaparecer la expresión de gilipollas
enamorado que seguramente tengo. Cecilia suspira hondamente, muerde su
labio inferior y dándome una ojeada de reojo que para mí tiene más
significados que cualquier palabra que pueda expresar ahora mismo, se sienta
en una de las sillas. Hago lo mismo pero antes me quito la chaqueta del traje
ante su mirada. Cosa que no me lo pone para nada fácil. No cuando sus ojos
están fijos en un lugar de mi anatomía que dudo mucho vaya a menguar de
tamaño como siga así. Me acomodo, remangando las mangas de mi camisa
blanca hasta mitad del brazo. Hace un calor de narices, y me da hasta miedo
comprobar que sudo como un cerdo.
—¿Todo bien por North Group? ¿Tomas? —pregunta antes de agarrar una
porción de pizza y morderla.
—Sí, todo bajo control. Gracias a Dios solo hubieron fallos materiales,
reparables —contesto probando la pizza.
Está templada pero deliciosa, aunque hubiera preferido veinte veces
comerla fría. Eso hubiera significado que los besos habrían llegado a algo
más.
—Me alegro —dice con una sonrisa sincera, achinando los ojos—. ¿Te
dijo tu hermana qué clase de pastel de boda le gustaría? No es que me
moleste que vengas de su parte, pero la boda se acerca a pasos agigantados y
como sigamos así no llegamos con los preparativos.
—No me dijo nada, solo que confiaba en mi criterio para elegirlo. De
todas maneras tienes carta blanca para elegirlo por ella si llega a despistarse
demasiado. Ella es así, aunque no la conozcas, me conoces a mí y somos muy
parecidos.
Cecilia lanza una carcajada casi atragantándose con la pizza. Frunzo el
ceño no sabiendo exactamente la razón de su risa. De igual manera la disfruto
como si fuese un regalo. Amo verla reír y más si soy yo el causante.
—Murray, llevamos muchos años trabajando juntos y puedo decirte que
conozco más a los demás que a ti —confiesa sin mirarme, llevándose el
cabello detrás de la oreja.
Está sonrojada por algo que ronda en su cabeza por lo que ya ha
conseguido captar mi atención.
—Soy un tanto tímido, lo admito.
—Eres inquebrantable, señor Steven. ¡Viví enamorada de ti por tres años,
por Dios! Y si quiera te diste cuenta o sencillamente no quisiste —dice
negando con la cabeza más sonrojada que antes.
Me quedo descolocado con la porción de pizza en el aire a medio camino
de mi boca. La suelto en el plato porque he empezado a temblar un poco. Esa
confesión sí que no me lo esperaba. Voy a preguntarle al respecto cuando su
voz y su mano en alto me frenan de golpe.
—No tienes que decir nada. Eras con el único que no hablaba mucho, me
causabas mucha intriga y puede que me hiciese una película en mi cabeza. Si
llego a saber que unos años después estaríamos besándonos como lo
acabamos de hacer, otro gallo hubiera cantado.
—¿Me estás diciendo que ya es demasiado tarde? —me atrevo a preguntar
con miedo, el hambre se me ha quitado de golpe y por lo que veo el de ella
también.
—No es eso… simplemente no estoy muy presta a tener una relación y
mucho menos a enamorarme. Si hubieses puesto un poco más de atención
hubieras entendido muchas cosas —ahora parece cabreada, resopla y siquiera
me mira a la cara antes de hacer a un lado el plato y agarrar los folletos.
Trabajo. Eso significa que se acabó el buen rollo que teníamos y lo realmente
extraño es que no sé por qué coño ha pasado esto.
—No te entiendo. Te he dicho que soy tímido, me gustas mucho, me has
gustado desde que te conocí.
—Creo que será mejor que lo dejemos aquí —dice.
No sé si esta mujer es bipolar o soy yo el paranoico. Sin embargo lo dejo
estar, más que nada para no hacerla sentir más incómoda de lo que está. Miro
los folletos, sin verlos realmente y con el dedo elijo uno que creo le gustará a
Jessica. El móvil de Cecilia suena con una llamada entrante y de pronto se
pone nerviosa. Recoge los folletos, se levanta y se disculpa antes de irse a
contestar a la sala de horneado.
Me llevo el pulgar a la boca, cogiendo el mal hábito de cuando era
pequeño. La escucho susurrar, apenas entiendo lo que dice salvo el nombre
de su hermano. Es lo único que necesito para darme un empujón mental.
Termina la llamada, me levanto de la silla y la encaro nada más que llega a
mi lado.
—¿Qué pasa con ese hermano tuyo? —le pregunto a bocajarro haciéndola
tensar.
—¿Qué quieres decir? —me esquiva y agarra el plato de pizza casi entera
para luego llevarlo tras la barra.
—Pues lo que te acabo de preguntar. No sé qué le pasa conmigo, tampoco
entiendo esas escenitas que te monta.
—Mira, Murray… te estás metiendo en donde no te llaman así que hazme
el favor de dejarlo estar —dice seria, ahora sí mirándome a los ojos—. Tengo
que irme y a menos que tengas alguna idea para el pastel de bodas de tu
hermana, será mejor que te marches.
—Te llevaré a casa —le digo más tranquilo, se le ve alterada y es lo
último que quiero.
—¡No hace falta que me lleves a ningún sitio! —Grita fuera de sí para
luego coger un par de respiraciones profundas—. Me valgo yo sola para ir de
un sitio para otro.
—¡Fantástico! Jodidamente fantástico —me giro, agarro mi chaqueta y
salgo de allí sin volver la vista atrás.
Una cosa es que la quiera, que la desee y otra muy distinta que aguante sus
arrebatos sin fundamentos. No le he hecho lo más mínimo, salvo lo que ella
ha querido y permitido que le haga. Ya soy mayorcito para jugar al gato y al
ratón con una mujer por mucho que la ame.
Cierro la puerta de un portazo y a buen ritmo llego a mi coche para
después derrapar hasta incorporarme a la calle.
—¡A la mierda todo joder! —grito con los dientes apretados, aporreando
el volante con violencia.
TRECE
—¡¿Es que quieres matarte?!
El grito de John hace que deje de escalar y mi mirada se enfoque en la
roca frente a mí. Estoy sudando, gruesas gotas caen de mi frente y nariz
mojándome los labios. Mi respiración errática casi no me permite agarrar el
suficiente oxígeno para respirar y me entra un leve mareo. Me he venido con
los chicos a hacer escalada, más que nada porque necesitaba centrar mi mente
en algo que no fuera ella.
Lo he conseguido por cuarenta minutos, en los que me he puesto a trepar
como un loco dejando atrás a los demás.
—¡Ray, es tarde, baja! —vocifera Lauren desde abajo.
Siquiera me he dado cuenta que me he quedado solo en la pared. Giro la
cabeza y los veo mirando hacia mí, aun con los trajes y los arneses puestos.
Trago saliva y bajo un pie seguido de otro, descendiendo con calma. Hace un
año que me atreví a superar mi miedo a las alturas y ahora es lo único que me
calma. Como si trepar por la pared me hiciera salir del agujero donde
continuamente estoy metido.
Y desde el viernes que pasó lo de Cecilia necesitaba escapar, desfogarme,
quitarme lastre de encima para así poder volver más calmado. Necesité
llamarla, necesité besarla, pedirle cuan estúpido que me perdonase. ¿Pero
perdonarme el qué? No le hice nada. Nada. Salvo querer ayudarla. Pero de
nuevo me doy de cabezazos a mí mismo, diciéndome que me he metido en
donde no me llaman. He investigado a su propio hermano en vez de
preguntárselo a ella. Sin embargo, me avergüenza no ser capaz de hacerlo.
Nueve años conociéndola y no sé prácticamente nada de ella.
Las manos me duelen, recién me doy cuenta. También la rodilla,
seguramente me haya raspado con la pared sin darme cuenta. El dolor pasa a
ser secundario cuando la mente está viajando a trescientos kilómetros hora,
lejos de tu cuerpo.
He pensado en mil y una cosas. En cómo abordarle el tema una vez nos
volvamos a ver, si es que llega a pasar. Nunca la había visto enfadada, no sé
cómo lidiar con ella de esa manera y es entonces cuando me pregunto si
realmente la quiero como creo.
Cuando llego abajo doy un salto hacia el suelo y Tomas se acerca a mí
mientras los demás guardan las cuerdas y demás utensilios.
—¿Te ocurre algo?
No lo miro, me dispongo a desamarrarme con tirones como si me hubiese
venido el agobio de nuevo. Me deshago de las correas y el arnés y paso por el
lado de Tomas hacia mi mochila. Ignoro a todos, a todo y me subo a la
bicicleta huyendo como un cobarde.
Escucho el grito de León, el de Chad, no hay nada que me haga parar. No
ahora. El camino de tierra empieza a llenarse de piedras mediante avanzo.
Salto con la bicicleta, estoy a punto de caerme en dos ocasiones pero no es
hasta que llego a la carretera y me libro por los pelos de ser atropellado
cuando paro. Suelto la bici de un empujón y me quedo mirando el suelo con
unas ganas tremendas de dar golpes a algo.
Nunca me había puesto así, jamás había sentido esta sensación tan
apabullante y asfixiante que me trepa por la garganta. No solo por Cecilia, es
por todo y quizás sea el momento de cogerme unas vacaciones.

—Cariño ¿y qué vas a hacer tú solo en España? —la voz de mi madre se


torna preocupada y sonrío.
Estaba a punto de subir al jet cuando a mi querida madre le ha dado por
hacer una video llamada de emergencia. La urgencia: saber qué me pasa.
También puede que sea en parte por mi culpa, ya que le expliqué que me iba
con un escueto mensaje en donde realmente no le daba mayor explicación.
—Mamá, soy mayorcito para saber lo que hago. Ya te lo dije ayer,
necesito unos días.
—Tienes una maldita mansión en los Hamptons, Murray. ¿Por qué tan
lejos? —ahora está enfadada. Su ceño está fruncido y al contrario de la
imagen que ella cree que está dando, a mí me da demasiada ternura.
Siempre ha sido de preocuparse de más por mí y Jessica. Y aunque en mí
no ha causado problemas su sobreprotección, a mi hermana sí. Ella es tan
paranoica que cree que todas las enfermedades del mundo puede tenerlas ella.
Raro fue cuando decidió irse a vivir fuera de la ciudad con lo cagueta que es a
lo de vivir a venturas se refiere. De adolescente, prefería dar fiestas en casa
antes que meterse en una discoteca donde según ella: no sabía la higiene que
tenían los vasos del local o los servicios. Ahí sí le tenía que dar la razón.
—El martes, mamá. Siquiera te darás cuenta de que no estoy en Nueva
York —le prometo haciendo que se le suavice el rostro.
—Prométeme que te cuidarás.
—Te lo juro. Ahora tengo que dejarte, tengo que subir al avión.
—No te hagas, Murray, es tu avión. Puedes irte y venirte cuando te salga
de las narices —refunfuña haciéndome reír.
Me despido de ella con un te quiero y ella con otro «ten cuidado». A los
veinte minutos estaba poniendo rumbo a Cádiz. Donde seguramente no
entenderé una reverenda mierda, ya que estuve con León visitando a su
familia y sé lo que es intentar descifrarlos. Ya no solo el español sino su
acento. Pero por otro lado, me vendrá bien y así aprendo un poco más el
idioma.

El primer día de mi desaparición, recibí treinta mensajes, siete llamadas


perdidas y un sinfín de correos electrónicos donde el trabajo se amontonaba a
velocidad de vértigo. Estuve tentado, Dios lo sabe, de responder a cada uno
de ellos, si no necesitara con tanta urgencia desconectar. Pero lo más triste
fue comprobar que ninguna de las llamadas, mensajes o correos eran de ella.
Entonces en mi segundo día, recostado en una tumbona del hotel, a
primera línea de playa donde el sol tostaba mi cuerpo me puse a pensar en mi
padre.
Según él, para entender algo o alguien debes tener el súperpoder de
ponerte en sus zapatos. Si hubiera sido al revés, que Jessica hubiese matado a
su hijo y marido, que sea una expresidiaria, que hubiese robado, traficado con
drogas y un sinfín de delitos, ¿la estaría protegiendo? La respuesta era
sencilla: sí. Porque no dejaría de ser mi hermana.
Entonces la entendí. Entendí su postura, incluso que lo protegiese y diera
trabajo en su tienda o asilo en su casa. Si a mí me hubiesen preguntado por
Jessica en esas circunstancias hubiera reaccionado igual, por lo que me sentí
como una auténtica mierda al haberla abordado de aquella manera.
Lo que no lograba entender era esa reticencia a la hora de la verdad.
Cuando cruzábamos la línea y ella se frenaba de golpe una vez la cosa se
ponía caliente entre los dos. Veía en sus ojos el deseo hacia mí, las ganas de
dejarme seguir, sin embargo, sus labios decían lo que su cabeza le ordenaba y
eso era parar.
A eso de la hora de almorzar, en mi segundo día de retiro, resoplé y en un
arrebato de locura agarré el móvil de debajo de la tumbona. Quería llamarla,
escuchar su voz, pero fue cuando le iba a dar a llamar cuando sonó en mis
manos con una llamada entrante de mi hermana. Mi dedo se posicionó sobre
el botón de colgar, pero en último segundo descolgué.
—A lo que por fin contestas —gruñó Jessica haciéndome rodar los ojos.
—Por si no lo sabías, estoy de vacaciones. A lo que se refiere que necesito
descansar, desconectar y eso incluye no escuchar a hermanas histéricas que
puedan perturbar mi descanso.
Me levanté y crují mi espalda al estirarme, hice una mueca al verme un
poco rojo por el sol, las pasaría putas una vez anocheciera de eso estaba
seguro.
—Bueno, solo era para decirte que odio el pastel que elegiste, parece
como si lo hubieras señalado al azar. ¡Joder que no tengo diez años! y eso
parece haberlo vomitado un unicornio.
Lancé una carcajada. No iba a disculparme, ella fue la culpable de que
fuera yo el que se lo eligiera por lo que tendría que lidiar con las
consecuencias. Entonces el buen humor se me esfumó al recordar aquella
dichosa cena en donde todo se fue por el desagüe.
—Murry… ¿me permites cotillear un rato contigo? Sabes que no tengo
muchas amigas con las que charlar.
Suspiré y entré en el hotel, colocando la toalla sobre mi hombro. Una
señora acompañada de su esposo, el cual la agarra de la cintura, se me quedó
mirando embobada. Cosa que me puso nervioso en demasía. Había poca
gente a esa hora, pero la que había me observaba como si fuese algo salido de
una película.
—No entiendo por qué me mira tanto la gente —mascullé en voz alta,
entrando en el ascensor.
Jessica rio al otro lado del teléfono.
—¿Qué llevas puesto?—preguntó haciendo que me observase en el espejo
del interior.
—Un bañador azul hasta las rodillas, unas sandalias y nada más —
enumeré frunciendo el ceño ante la rojez de mi piel.
No era excesiva, pero había una gran diferencia a como vine de Nueva
York.
—Murray eras y sigues siendo el sueño húmedo de las pocas amigas que
he tenido en mi vida. No sabes la de cosas que he tenido que escuchar a lo
largo de los años de instituto cuando venías a buscarme. Eres atractivo,
guapo, no lo digo yo, son las estadísticas —dijo como si fuera obvio. Rodé
los ojos por enésima vez ese día.
—Jessica, sé de estadísticas más que muchos, no me jodas. No soy nada
del otro mundo, apenas tengo músculos —dije pasando mi mano por el
abdomen plano.
—En eso tienes razón, no estás muy demasiado fuerte, pero eres llamativo
a la vista. Estarás rompiendo muchos corazones allí en Cádiz y no te van a
dejar volver.
Salí del ascensor una vez llegué a la suite del ático y dejé la toalla encima
de la cama para luego acercarme a la nevera a coger algo de beber.
—Bueno, dejemos eso de que soy un caramelito delicioso y dime qué es lo
que quieres cotillear.
Destapé la botella de agua y me la empiné casi bebiéndomela de golpe.
Jessica carraspeó como si se preparase para contar una gran historia. Fue ahí
cuando mi día empezó a teñirse de gris, por mucho que el sol quemara a
través de los grandes ventanales de la terraza.
—Está bien, es sobre Cecilia —dijo provocando que me atragantase con el
último trago de agua.
—¿Qué pasa con ella? —mi voz sonó enronquecida por lo que fue mi
turno de carraspear.
—Resulta que ayer estuve con ella y un tipo, el cual ella me dijo después
que era su hermano, salió de detrás de la barra de pedidos y nos miró raro.
Me senté en la cama, colocando los codos en mis rodillas poniendo toda
mi atención a lo que me decía.
—¿Cómo que raro?
—Sí, ya sabes, raro. Cecilia al principio se puso tensa cuando él salió y se
acercó a nosotras. Él le pasó la mano por el hombro y ella se alejó
imperceptiblemente de su roce. Yo que soy así, me di cuenta de un tirón.
¿Crees que pasa algo entre esos dos? ¿Es su hermano de verdad? Te lo
pregunto a ti que la conoces mucho más que yo.
—Sí, es su hermano, pero no lo había visto ni sabido de él desde hace
poco. ¿Pasó algo más? —le pregunté ávido de información.
—No, nada, excepto que ella una vez él se fue se relajó sobremanera.
Sabes que soy muy neurótica, Murray, seguramente no sea nada, pero yo no
me pongo así cuando te tengo cerca.
Y tenía toda la razón del mundo. Nadie se tensa así porque así con el roce
o proximidad de una persona a menos que tengas miedo, pavor o algún
sentimiento desagradable hacia ella.
Para mi tercer día ya tenía la maleta hecha con el propósito de volver antes
de tiempo. Había intentado disfrutar de las actividades que daba el hotel, las
maravillosas vistas, el mar; todo el conjunto. Pero era inútil. No podía
deshacerme de la inquietud que me atenazaba el estómago, sabiendo que algo
podría pasarle en mi ausencia. Según Jessica, el hermano de Cecilia llevaba
relativamente poco viviendo en Nueva York, Cecilia se lo había contado.
Gracias a que tengo una hermana de lo más cotilla me enteré de detalles
que no podía haber sabido yo. Según ella entre mujeres se entienden y a
menos que me vuelva Gay, no podré conseguir nada de información más allá
de lo que sé. Salvo que vuelva a recurrir a mi detective preferida.
Llegué a Nueva York a las nueve de la noche y nada más pisar tierra
prometí hacer todo lo que estuviese en mi mano para conseguirla. Esos días
me sirvieron, en su mayoría para pensar, pero sobretodo echarla muchísimo
de menos. Cosa que antes no había experimentado nunca.
CATORCE
—Buenos días, señor Steven. Espero que haya disfrutado de su viaje —
Las palabras alegres de Ferrán no hacen referencia a su aspecto.
Su frente suda como nunca siendo primera hora de la mañana, está rojo
como un tomate y sus manos tiemblan al agarrar el lápiz táctil y pulsar
botones de su Tablet. Parece mentira que seamos seis jefes y cuando falto,
parece haber sido la hecatombe. Entramos en el ascensor, escucho en silencio
lo que Ferrán me dice, indicándome las reuniones del día. Me dirijo
directamente al despacho de Chad, el cual, quiere verme para discutir unos
asuntos.
Ferrán se queda en la recepción de planta, yo camino por el largo pasillo
hacia las oficinas de los chicos, encontrándome a León saliendo de la suya.
—Joder, sí que te sentó bien el sol de mi tierra —dice en español,
haciendo que sonría.
Más o menos lo he entendido por lo que haciendo un poco el tonto doy
una vuelta completa como si así pudiera ver mi bronceado.
—Estoy un poco quemado en algunas zonas, pero me vino bien, sí —
contesto recibiendo su abrazo de bienvenida.
Él me esquiva para seguir su camino y yo el mío, pero antes de seguir
hacia la oficina de Chad, John se asoma por su puerta.
—Menos mal que llegaste, a ti no se te ocurre otra cosa que desaparecer
cuando más trabajo hay. Solo espero que te lo pasaras bien. Ya sabes a lo que
me refiero —dice alzando las cejas sugestivamente.
Ruedo los ojos, le saco el dedo medio y sigo andando. A este paso me
encontraré con toda la plantilla antes de llegar a hacer lo que venía. Pero sin
más interrupciones, pasando por los despachos de Tomas, que está casi
reformado aunque aún puedo distinguir un poco olor a ceniza, y por el de
Lauren; llego al de Chad. Me lo encuentro sirviéndose una copa de wiski por
lo que me hace ver que algo no va del todo bien.
—Uy… tú bebiendo desde tan temprano algo no va del todo bien —le
digo haciendo que haga una sonrisa medio mueca.
—No vas mal desencaminado. Al cliente japonés, no le gustaron los
bocetos que hice —dice encogiéndose de hombros, dándole un trago al licor
sin hacer una mínima mueca.
—¿Y por qué nadie me lo comentó? —me siento en la silla de las visitas y
él hace lo mismo pero en la suya, frente a mí.
Deja el vaso sobre la mesa de cristal, igual que la mía pero esta de color
negro y se frota el cabello rubio dejándolo alborotado.
—No queríamos molestarte en tus vacaciones. Eres el que más
responsabilidades tiene y seguramente lo que ha sido el detonante de que te
fueras así de desesperado haya sido una mujer rubia que te trae de cabeza. ¿O
me equivoco? —pregunta con una leve sonrisa.
De nuevo me pongo nervioso. Aún no hablé con ella, siquiera he recibido
un mensaje suyo y eso me enerva un poco.
—Necesitaba un descanso, es todo. Pero eso no significa que no deba
enterarme de lo que pasa en nuestra empresa. ¿Qué ha pasado al final?
—Ya le hice siete bocetos y el tío nada que confirma.
—¿Y por qué no le pides ayuda a Lauren? Siempre se ha hecho cargo de
todo eso.
Él niega con la cabeza con parsimonia, dando otro trago a su copa.
—Eso sería fallarme a mí mismo. Yo pedí este trabajo, porque era más
técnico que artístico. Lauren tiene mucho trabajo y apenas he hecho gran cosa
estos últimos meses. La verdad no sé para qué carajos estoy yo en esta
empresa si no sé hacer una mierda.
Su cara se contrae, sus puños se aprietan en coraje y veo que lo que le pasa
va mucho más allá de lo que cuenta. Dudo mucho, por no decir que sé a
ciencia cierta, que lo que le pasa no es causado por las negativas de los
japoneses. Chad es el tío más reservado que he tenido el gusto de conocer,
hermético como él solo. Y si no fuera porque somos mejores amigos diría
que apenas sé cómo es. Pero lo hago. Demasiado a decir verdad.
No lo dice a boca llena, no lo larga a diestro y siniestro para todo el que
quiera oír sus problemas. Sin embargo, se le nota como si fuera un libro
abierto.
—¿Y tus padres? ¿Todo bien?
Chad suspira y baja la cabeza hasta dirigir su mirada hacia el vaso.
—No quiero hablar de eso, solo te llamé por si tenías alguna idea para el
proyecto de los japoneses. Sé que puedo confiar en ti y no les contarás a los
demás. Odio ser el débil.
Estoy tentado a sonreírle y abrazarlo cual padre a su hijo pequeño, pero
eso sería hacerlo rabiar. Es mayor que yo por cuatro años, pero por alguna
razón se cree mucho más. Es cierto que es uno de los más centrados del
grupo, siempre tan aplicado, ayudando en todo lo que puede y a diferencia de
lo que él cree hace mucho por esta empresa.
Por una hora y media nos dedicamos íntegramente a sacar algo bueno para
entregarle a los japoneses, consiguiéndolo por fin a las diez de la mañana.
Chad, feliz y agradecido me dice de invitarme a almorzar cosa que no hay
más remedio. Ya que los lunes siempre paga él.
Cuando estoy por ir de una vez por todas a mi oficina, la voz de John a mi
espalda me hace parar.
—Tienes un regalito en tu oficina, de nada.
Me giro para preguntarle, pero ya es tarde cuando escucho su puerta
cerrarse. Frunzo el ceño, inclinando la cabeza hacia un lado un tanto aturdido.
¿Regalito? Cuando llego, toco el pomo con miedo a lo que pueda
encontrarme, miro a Ferrán de reojo, él lo hace también pero no me dice
nada. Seguramente John le haya dicho que no me dé pistas de lo que hay en
el interior. Conociéndolo, lo mismo me monta un espectáculo de bailarinas
eróticas.
Abro la puerta despacio y meto la cabeza intentando ver el interior. Me
quedo un poco petrificado. Es Patricia y tengo que mirar detenidamente para
ver si está desnuda o vestida. Su cabello largo y negro le cubre a duras penas
los pechos. Pero cuando se levanta para saludarme con una gran sonrisa veo
con alivio que lleva un vestido negro. Corto y demasiado escotado, pero
vestida.
Cierro tras de mí, Patricia se acerca y soy incapaz de modular palabra. Por
mucho que Cecilia esté en mi cabeza continuamente, no soy de piedra y Patri
es una mujer digna de admirar. Sexy como nadie, sensual y delicada.
—¿Cómo has estado? Cuando John me llamó y me dijo que viniera a
verte, me hizo la mujer más feliz del mundo —ronronea acercándose del
todo, agarrando mi corbata y tirando de mí hacia su rostro.
Pero en un momento de lucidez esquivo sus labios, haciendo que aterricen
en mi mejilla. Agarrándola de los hombros la alejo un poco de mi cuerpo.
—Hola, Patricia, ¿Cómo has estado? —le pregunto intentando no ser
maleducado.
Ella siquiera se ha dado por aludida o dolida por mi rechazo. Al contrario,
parece encantada.
—Muy bien, trabajando mucho como siempre. ¿Tú? Estás más bronceado
desde que no te veo —dice dejándome ir una vez me deshago de su agarre en
mi corbata.
Me siento en mi sillón y esperando a que ella haga lo mismo, se acerca
hasta donde yo estoy y se sienta pero encima de mí a horcajadas. Carraspeo
un poco incómodo y ella lo nota porque sonríe de nuevo de esa manera que
hace que mi corazón se acelere.
—Sí, he estado de vacaciones —contesto después de aclararme la voz una
segunda vez.
—¿Qué deseas que te haga? Porque yo no sé cómo empezar… —susurra
antes de atacar mi cuello, mordiendo y chupando, haciéndome jadear.
Sus caderas se mueven en un vaivén delicioso y escrupulosamente
estudiado. Baila sobre mí con delicadeza y la suficiente fuerza como para
ponerme cardiaco. Sus dientes se clavan en mi yugular, haciéndome cerrar
los ojos y gruñir. No sé por qué no la paro, me quedo con las manos clavadas
en los reposabrazos esperando que por gracia divina alguien venga a
salvarme.
Entonces antes de que suceda lo inevitable, ya que mi polla parece estar
más que preparada para la batalla, la puerta se abre y mis rezos son
escuchados aunque no demasiado bien. Cecilia se queda a medio camino de
entrar en el despacho, con los ojos abiertos de par en par y la mano aun
sujetando el picaporte de la puerta. Siendo así cuando me doy cuenta de la
situación y aparto a Patricia, Cecilia se disculpa atropelladamente y sale
corriendo. No le digo ni una palabra a la mujer que casi me folla en mi
oficina, salgo detrás de ella viendo cómo serpentea entre los cubículos de los
empleados.
—¡Cecilia! —me da igual la de cabezas que se giran a mirarme asustados
por mi grito.
La veo abrir la puerta que da a las escaleras de emergencias y la alcanzo
en el primer descansillo, atropellándola contra la pared sin miramientos. Su
respiración errática es comparable con la mía. Me mira a los ojos, yo también
a ella y cuando veo que ninguno de los dos puede decir nada, la beso.
Muerdo sus labios en el proceso y me como su boca a placer levantándola
del suelo y haciendo que enrosque sus piernas a mi alrededor. Cómo la he
echado de menos, joder. Cecilia se deja besar domeñada, derritiéndose como
azúcar en mi lengua y dejándome meter mis manos bajo su falda. Siquiera
pienso que cualquiera puede vernos, no me importa y a ella parece importarle
menos.
No obstante, sin esperármelo, me empuja haciendo que la suelte, cayendo
sobre sus pies en el suelo. Nuestro beso se rompe por desgracia y veo cómo
su rostro se crispa, luciendo enfadada.
—Eres un asqueroso. ¿No te has parado a pensar que no me gusta comer
babas de otra mujer? Tampoco me va eso de acabar el trabajo de otras —
escupe con rabia, intentando esquivarme sin efecto.
La vuelvo a sujetar, ella se zafa y de nuevo la inmovilizo con éxito contra
la pared.
—No la he besado, no ha pasado… nada —no me gusta mentirle, y
prácticamente no es una mentira lo que le acabo de decir.
—No ha pasado nada pero podía haber pasado si hubiera llegado unos
minutos después. Vete a la mierda, Murray.
—Cecilia, joder, escúchame —le pido sujetando su rostro, avasallándola
por no encontrar una solución menos invasora de hacerla entender.
—No quiero escucharte. ¿Sabes lo que podías haberme pegado si llegamos
a… a…? Dios, que asco —dice atolondrada, llevándose una mano a la frente.
Me empuja, consiguiendo que me aparte un poco.
—¿Pero qué cojones dices? —le espeto sin entender lo que habla.
«¿Es que cree que yo voy follando a la gente sin protección alguna o qué
cojones?» pienso ofendido.
—¿Cómo que qué digo? ¡Es una maldita prostituta! Por muy de lujo que
sea, no deja de acostarse con miles de hombres —su grito hace eco en la
escalera desierta y por un momento me quedo en shock. Luego lanzo una
carcajada no entendiendo una mierda de lo que dice todavía.
—¿Pero qué demonios, Cecilia? Es una amiga mía, apenas tuvimos una
cita. ¿De qué estás hablando?
Ella frunce el ceño, aún sigue enfadada, con las mejillas arreboladas ya sea
por la rabia o el beso que nos hemos dado. Sea lo que sea luce preciosa. Y si
no fuera porque estamos discutiendo, le estaría haciendo el amor aquí mismo
sobre los escalones o contra la baranda.
—Esa mujer es prostituta de lujo, no me quieras ver la cara de idiota,
Murray. La conozco bien, si no, pregúntale. No sois la única empresa con la
que trabajo, por si no lo recuerdas. Si no la he visto veinte veces con veinte
hombres distintos, no la he visto ninguna. ¿Cómo pretendes intentar lo
mínimo conmigo, follándote a una puta a la primera de cambio?
Sus palabras destilan rabia y asco, yo sigo sin entender todo lo que me está
diciendo. Entonces todo el entendimiento me cae encima como un balde de
agua fría. John.
—Cecilia…
—Ahora me gustaría que me llamaras Davis, si no te importa. Y si me
disculpas, me marcho. Si puedes localizar a tu hermana, te agradecería que le
dijeras que me llame cuanto antes. Te dejo para que acabes lo que has
empezado, no vaya a ser que se te baje.
Me esquiva sin esfuerzo, ya que me he quedado demasiado flojo después
de lo que me ha dicho. Solo quiero coger a John del cuello y ahogarlo hasta
que su cara se ponga azul. El muy malnacido me ha contratado a un puta de
lujo y yo soy el gilipollas que no he barajado esa posibilidad. Ahora el trabajo
se me ha duplicado, o cuadriplicado. Cecilia no querrá nada conmigo después
de esto, y yo tengo la culpa de ello. Lejos de que sea una prostituta o no, tiene
toda la razón. No puedo intentar algo con ella cuando me acuesto con otra
mujer, por muy poco que seamos.
Lástima que sea un idiota sin cerebro y no me haya parado a pensar en
ello.
QUINCE
—Corre —es lo único que le digo antes que el capullo sonría como un
imbécil y Lauren y Tomas me agarren de los hombros como si fueran sus
malditos guardaespaldas.
—¿Es que no te ha gustado mi sorpresa? —pregunta con guasa cruzándose
de piernas en su sillón.
—Eres un maldito hijo de puta… ¿Cómo se te ocurre contratar a una
prostituta de lujo? Y encima por lo que me acabo de enterar: conocida por
toda Nueva York.
Él lanza una carcajada, me revuelvo intentando deshacerme de los otros
dos sin el mayor éxito. Gruño de frustración y taladro al malnacido que me
mira desde su mesa como si fuera el dueño de todo incluso de mi vida. ¿En
qué jodido momento pensamos que ese niñato podía traer algo bueno?
—Es conocida por ser la mejor, encima que miro por ti… pero te juro que
el numerito que te ha montado la rubia no ha sido mi culpa. Así que, el que
estés de esta manera es por su aparición sorpresa, no por la mía. Todo hubiera
acabado diferente si no hubiese sido así. ¿O me equivoco?
Seguramente toda la empresa esté al tanto de lo que ha ocurrido y eso me
enerva todavía más, tanto que soy capaz de liberarme y llegar a John.
Haciendo que por un segundo tema por lo que le voy a hacer. Lo agarro de la
pechera, Chad intenta tirar de mí agarrándome del brazo, pero no aflojo ni un
poco.
—¿Qué pretendes con esta mierda, John? Si querías hundirme desde un
primer momento, haberlo hecho.
—¿Hundirte? Lo único que quería era que te dieras cuenta de que esa
mujer no es para nada como tú la pintas. Es estúpida, una estirada, amargada,
frígida, llámala como quieras. Está buena, no te lo niego, pero no puedes
estar suspirando por alguien así, amigo. ¿Qué diría la prensa si llega a
enterarse de tu ridículo enamoramiento por una encargada de catering de
pacotilla?
—¿Entonces es mejor que se enteren de que he estado con una puta?
John ríe por lo que se gana un puñetazo en las costillas. El aire sale de su
boca de golpe junto con un quejido. Se dobla en dos, abrazándose a sí mismo.
—Murray, es suficiente —media Lauren intentando alejarme de él.
—Déjalo que le saque la mierda a golpes a ese gilipollas, se lo merece —
dice León, siendo el único que está de mi parte al parecer.
—No lapidan a un jodido millonario por acostarse con una prostituta de
lujo —dice entre quejidos, sentándose en el suelo con la espalda apoyada en
el cristal de la ventana y sonriendo—, ¿sabes cuantos lo hacen?
—Pues sí porque me lo ha dicho la mujer que amo.
Suelta una risa, lo agarro del cuello de la camisa y lo incorporo sin
esfuerzo.
—Que tú no tengas la capacidad de amar a nadie o de saber lo que es, no
nos convierte en tu igual. Haz con tu vida lo que te apetezca y deja la mía en
paz. A partir de ahora no quiero ni que me dirijas la palabra, ni que me mires.
Estás muerto para mí, John, muerto.

Me sé de memoria su contestador automático a los veinte intentos de


llamada que le hice durante esa tarde. Cecilia no me cogió el móvil, no
contestó a mis mensajes y no estaba en su tienda según me dijo su
maravilloso hermano cuando fui a buscarla. Siquiera me paré a pensar que le
buscaría un problema con él por irla a buscar con tanta desesperación como
tenía de encontrarla.
Así que por alguna razón, mi impaciencia me hizo imposible pensar en
nada más allá de hablar con ella e intentar arreglar las cosas. Fui a su casa,
pero daba igual las veces que llamara a su puerta, nadie abría. Era como si se
la hubiera tragado la tierra en menos de veinticuatro horas.
Y esa fue mi rutina por cinco días completos. Día y noche, buscándome
una denuncia por acoso, llamándola y diciéndole cosas que jamás me he
atrevido a decirle. Ella sigue sin dar señales de vida.
Es domingo por la noche, apenas me duché y coloqué un pijama. La pizza
del día anterior se recalienta en el microondas, sin tener ánimos para pedir
otra. El timbre suena y cuando abro, mi hermana entra con su frescura y
alegría como si fuese un remolino, cambiando radicalmente el aire
apesadumbrado que me rodea.
—Estás hecho mierda —dice con una risilla, dándome un beso en la
mejilla.
—Gracias, no lo había notado —ironizo, cerrando la puerta y frotándome
el cabello, intentando adecentarme.
No quiero que le vaya con el cuento a mi madre y luego tenga que lidiar
con su interrogatorio. Por una vez en mi vida no necesito de consejos, solo
quiero estar solo y lamer mis heridas.
—Vengo a decirte que ya están casi todos los preparativos de la boda,
Rodri llega mañana por lo que quiero que vayamos a almorzar todos juntos.
También planeé una fiestecita para el viernes —relata yendo a la cocina,
sacando la pizza del microondas y colocándola en un plato.
Jessica se sirve un vaso gigante de zumo de melocotón y uno de agua para
mí, llevándolo todo consigo hacia el salón. Por lo que veo se queda a cenar y
aunque por un lado no tengo la mínima gana de lidiar con nadie, siempre
cabe la posibilidad de que me cuente algo de Cecilia. Por muy masoquista
que sea.
—Aún no consigo entender la facilidad que tienes de llevarte todo eso —
le digo viendo cómo con una soltura envidiable, deja cada plato y vaso
encima de la mesa sin haber caído nada en el camino.
—¿Es que ya no te acuerdas cuando éramos medio pobres, trabajé en un
restaurante? —Pregunta con una sonrisa—. Si no fuera porque adoro
comprarme ropa, bolsos y zapatos, te diría que lo echo de menos.
Y por muy loco que suene, yo también echo un poco de menos mi antigua
vida.
—Hace mucho de eso, aún quiero regañar a mamá por dejarte trabajar tan
pequeña dando de lado tus estudios.
Jessica rueda los ojos a la vez que se sienta en la mesa y agarra una
porción de pizza. Yo hago lo mismo a su lado y haciendo el esfuerzo me
llevo un trozo a la boca.
—No di de lado nada, Murray. Solo quería valerme por mí misma, tener
ahorros, comprarme lo que me placía. Aprobaba los exámenes, me portaba
bien en clase, no tienes que tener quejas de mí —se defiende con convicción
bebiendo un buen trago de zumo.
La mocosa come por dos y sin embargo parece una muñeca Barbie.
Entrecierro los ojos en su dirección, haciendo que ella sonría.
—Aprobabas por los pelos y te dormías cada dos por tres. Sacaste la
secundaria a duras penas, es así cómo querías labrarte un futuro.
Jessica traga el bocado y se encoje de hombros.
—Tengo un buen trabajo ahora, además, te gorroneo cuando quiero
porque me amas. La verdad he tenido bastante suerte.
—No te voy a durar toda la vida, Jessica —le digo serio, intentando
hacerla entrar en razón.
Sus palabras tienen una gran verdad y es que la amo demasiado y le daría
todo lo que tengo si así aseguro su felicidad. No obstante, eso hará que no
crezca nunca.
—No digas eso —rebate seria—. Sé que no soy la mejor hermana del
mundo, la más centrada o madura, así que siento que tengas que lidiar
conmigo.
—En eso tienes razón —digo con guasa haciendo que me golpeé en la
cabeza en reprimenda.
Lanzo una carcajada contagiándola a ella. Acabamos de comer entre
anécdotas del pasado donde yo no era un jodido millonario y ella apenas era
una niña. Más tarde a Jessica se le antoja poner un partido de baloncesto en la
televisión y con un cubo de palomitas entre mis manos, nos quedamos
entretenidos por más de hora y media. Él partido acaba, Jessica se estira cual
gatito y me mira como si quisiera decirme algo.
—¿Qué? —le pregunto al ver que no se decide si hablar o no.
—Los chicos me han contado lo que te ha pasado. No sabía que entre tú y
Cecilia había algo y luego me entero que lo sabe todo el mundo excepto yo
—dice sin reproche en su voz, a lo que es algo raro en ella—. Puede que eso
me lo haya buscado por estar lejos y solo venir a verte cuando necesito que
me extiendas un cheque. Me siento la peor hermana del mundo, Murray.
La abrazo y automáticamente se esconde bajo mi axila como hacía cuando
era pequeña. Beso su cabeza, y me quedo un ratito respirando en su cabello
rubio, cerrando los ojos.
— No eres la peor hermana del mundo, lo soy yo por darte todos los
caprichos. Aunque eso no significa que me guste dártelos, por lo que te
aguantas —le digo haciéndola reír—. Y lo de Cecilia, en realidad no le conté
a nadie porque lo que siento por ella no lo escondo. Se me nota, se ve a
leguas que cada vez que estoy a su lado me pongo hecho un idiota.
Ella sonríe con los ojos brillantes y me abraza más fuerte.
—Tú también le gustas a ella, se le nota, también cuando hablo de ti
parece convertirse en un vibrador andante.
Lanzo una carcajada no creyéndome del todo lo que dice. O sí, no lo sé.
La verdad no tengo idea de lo que pensar. Y si bien es cierto que siento que le
gusto por cómo me corresponde a los besos y las caricias, no desea tener nada
conmigo. Por lo menos algo más allá de un par de besos.
—Lauren me contó que John fue el culpable, que te contrató a una
prostituta y tú ingenuo creíste que era una amiga y te liaste con ella. ¿Es que
no te pareció raro que esa mujer supiera hacerte un nudo marinero en la
cama? Alguien tan experimentado o es que ha visto mucho porno y se la pasa
practicando a diestro y siniestro… —comenta obvio, haciéndome fruncir el
ceño.
—No me gusta que hables de esas cosas, tan suelta, para mí sigues siendo
virgen y pura por lo que dejemos el tema nudos marineros y el porno.
—Ay, hermano, si tú supieras… —dice haciéndome gruñir.
—Será mejor que dejemos este tema —atajo con dureza sin darle derecho
a réplica.
—Vale, ¿puedo quedarme a dormir? Te acompañaré mañana al trabajo.
—Más te vale despertarte temprano y no hacerme sacarte de la cama a
tirones —le advierto señalándola con el dedo índice.
Ella rueda los ojos, se hace la enfurruñada y entrelaza nuestros dedos
meñiques.
—Promesa de princesa.
Y sonrío como un gilipollas enamorado de esta pobre infeliz a la que
llamo hermana.
DIECISEIS
A las seis menos diez estoy cantando en la ducha a todo pulmón y
desafinando como el mejor. Jessica como predije está en el quinto sueño, lo
pude comprobar antes de que me metiera a duchar. Antes de dormir me dijo
que también me acompañaría a hacer deporte, por eso de caber en el vestido
el día de la boda. Como si hubiera tenido problemas de peso en algún
momento. No como yo, que me despisto y ya tengo que darme doble sesión
de gimnasio para bajar lo que gano en un día.
Livin’ on a prayer de Bon Jovi se reproduce a todo volumen desde el
altavoz integrado en la pared de piedra de la ducha. Canto y bailo como un
poseso, ya no por fastidiar a mi querida princesa durmiente, sino que necesito
despejar la mente y esto lo está logrando.
—Woah, we're half way there… Woah, livin' on a prayer. Take my hand,
we'll make it I swear… Woah, livin' on a prayer…
Cuando voy de nuevo a por el estribillo, la música se para de golpe, la
mampara de la ducha se abre y la niña del exorcista con mechas rubias me
lanza un polvo blanco que luego me doy cuenta que es harina.
—¡Joder! —grito tosiendo.
—Ahí tienes entretenimiento, mamonazo —dice vaciando el paquete
entero encima de mí para luego reírse e irse tan campante.
—Me las vas a pagar, Jessica. Los azotes que no te dieron de pequeña los
vas a recibir todos de golpe.
—¡Ya tengo quien me los dé, hermanito! ¡No debes preocuparte! —
vocifera fuera del baño, mientras yo sigo escupiendo harina y enjuagándome
el cuerpo bajo la cascada de agua.
—¡Di eso delante de mí, mocosa insolente! —le grito de vuelta poniendo
una vez más la canción, esta vez cerciorándome de poner el seguro a la
puerta, dándole al botón que está junto a la mampara. Hoy amo más que
nunca tener una casa inteligente.
Al cabo de diez minutos intensos, donde he tenido que quitarme harina
hasta de las ingles, salgo del baño encontrándome la habitación patas arriba.
Incluso el colchón está fuera del somier. Entrecierro los ojos y me giro al
escuchar la carcajada de mi hermana. Gruño cuando veo que está
grabándome con el móvil pero me importa más bien poco. Corro tras ella,
haciendo que la toalla se desprenda y vaya como dios me trajo al mundo.
—¡Da igual lo que corras, descarada, luego va a ser peor cuando te agarre!
Y en efecto la alcanzo en la cocina y antes de que se me vaya, la sujeto
bien y agarro lo primero que veo en la despensa. El tarro de miel. El pegajoso
ingrediente cae sobre su cabeza, chorreándole toda hasta llegar a sus pies.
—¡Ahhhh! —Jessica abre la boca, haciendo que le entre también.
Menos mal que mi casa es insonorizada y el vecino más próximo vive dos
plantas más abajo por lo que puedo hacer el ruido que me plazca. Por mala
suerte, no hago caso del consejo más famoso de León y es que no festeje la
victoria antes de tiempo. Jessica consigue zafarse y me pringa con sus manos
todo el pecho, cabeza y cara.
—Eres gilipollas —ríe histérica, relamiéndose los labios.
Yo también río, no tenemos remedio. Lo que sí, la pobre señora de la
limpieza va a tener más trabajo de la cuenta en la cocina y baño.
Ya duchado por segunda vez, espero a la tardona en la sala. Ni tiempo nos
da para hacer ejercicio y tampoco tengo la mínima gana ni tener que
ducharme por tercera vez en una misma mañana. Cuando sale, tengo el café
preparado y un par de tostadas con mermelada de frutas.
—No sabes lo que ha sido quitarme toda esa pasta pringosa del pelo…
pero eso sí, jamás se me ha quedado tan brillante y liso como hoy —dice
cambiando la cara de asco por una sonrisa victoriosa.
Refunfuño sin ganas de decirle cuatro cosas bien dichas y desayunamos en
silencio. Cuando salimos del parking subterráneo, lo hago de copiloto ya que
no me he podido resistir a su cara de cachorro apaleado cuando me ha pedido
conducir el Ferrari. Llego con los huevos a la altura de la corbata, la niña ahí
donde se ve, le encanta la velocidad. Y le dio igual la de voces que le pegara,
ella hacía lo que le daba la gana. Aparcamos y entramos a North Group,
encontrándonos a Chad y Lauren en recepción.
Jessica chilla como siempre y se lanza a los brazos de Chad y luego le da
dos besos reglamentarios a Lauren sin mucha efusividad. Es de las únicas
veces que veo a mi hermana acatar algo que le piden. Los tres entramos en el
ascensor, Chad me cuenta que el proyecto les ha encantado a los japoneses y
firmarán por lo que me alegro enormemente por él. Mientras, escucho de
fondo los cuchicheos de los otros dos, donde Lauren le regaña a Jessica por
algo.
Cuando llegamos a nuestra planta, Lauren es el primero en salir como
alma que lleva el diablo. Miro mi hermana con el ceño fruncido, tiene las
mejillas encendidas y le pregunto con la mirada qué es lo que ha hecho ahora.
—No me mires así, no le hice nada.
—Sabes que no le gustan las muestras de afecto, mocosa. Conociéndote le
habrás acariciado la mano o vete tú a saber —le reprendo haciendo que sus
mejillas se sonrojen más todavía.
—No hice nada, gilipollas. Él simplemente ha salido así porque se estaría
haciendo de vientre. Ve y le preguntas si estás tan interesado —dice
enfurruñada, dejándonos a Chad y a mí en mitad de la recepción de planta.
Ambos nos miramos, negamos con la cabeza y cada uno se va a su oficina
pasando por los cubículos donde la mayoría no ha llegado aún. El trabajo es
lo que me mantiene ocupado durante la mañana, por lo que cuando llaman a
mi puerta son las dos del mediodía.
—Vengo a ver si querías que te trajera sushi —dice mi hermana desde la
puerta.
—¿Todavía andas por aquí? —le pregunto quitándome las gafas y
estirando los brazos.
—Sí, bueno. Estuve un tanto entretenida pero me voy después de comer.
¿Quieres que te traiga algo y comemos juntos o no? —pregunta fastidiada,
llevándome al pasado cuando le decía algo para molestarla.
—Sí, pero no me traigas ese de…
—Ya, ya lo sé. Nada de salmón para el niño, que si no, vomita como una
preñada todo el día —relata monótona, haciéndome rodar los ojos.
Cojo un bolígrafo y se lo lanzo haciendo que cierre la puerta antes de que
impacte contra su frente. Me levanto de la silla agarrando el teléfono de la
oficina y de memoria marco su número. Cierro los ojos, dejándome caer en el
cristal tras de mí. A los dos tonos descuelga y mi corazón se dispara.
—¿Quién de los seis eres? —su pregunta me hace reír por dentro.
Sigue enfadada y al haber llamado con el teléfono de la empresa no sabe
que soy yo. Por lo que estoy tentado a jugar con ella. Sin embargo, no creo
que sea buena idea tentar a la suerte.
—Soy yo, pero no me cuelgues —un silencio ensordecedor es lo único
que recibo —por favor… —insisto con esa voz que uso con mi madre cuando
quiero algo.
Escucho un suspiro al otro lado y sonrío sin poder evitarlo.
—¿Es de trabajo? Si es así, le escucho señor Steven.
Un calor sofocante retrepa por mi pecho bajando hasta mi entrepierna
donde mi polla se yergue casi de inmediato. No sé si me pone más que me
llame de usted o use mi nombre.
—Puede que sí, ¿solo así me escucharás? —mi voz se ha tornado un poco
ronca pero no hago nada para remediarlo.
Un segundo silencio se instala entre ambos durante unos agónicos
segundos.
—No estoy para juegos, solo dime qué es lo que quieres de mí —dice no
sabiendo que acaba de entrar en mi juego.
No sabe que se acaba de convertir en un ratoncito y yo soy el gato que
desea comérselo vivo.
—Todo. Pero me conformo con que me dejes invitarte a cenar y así hablar
de…
—No trabajo por las noches, señor Steven. Ya debería saberlo. En mis
ratos libres no hay posibilidad de que concerte citas ni reuniones. Por lo que
deberá ser en horario estrictamente laboral —parece un maldito contestador
automático pero aun así hace que mi polla se ponga más dura todavía.
Llevo la mano a mi entrepierna y sin querer suelto un suspiro. Un
carraspeo seguido de un ruido sordo, me hace saber que me ha oído
perfectamente.
—Mañana entonces, en mi oficina, antes de la hora de comer.
—Ya lo llamaré yo para decirle si tengo algún hueco en la semana, pase
buen día, señor Steven.
Y me cuelga dejándome con la palabra en la boca y una erección de
campeonato que dudo mucho vaya a menguar en breve.
—¡Maldita sea!

—¿Pasa algo? Te juro que me cercioré de que no llevara nada de salmón


—dice Jessica con la boca llena, y mirándome preocupada.
Niego con la cabeza y le sonrío para tranquilizarla. Desde la llamada con
Cecilia estoy peor que la semana pasada. No sé cómo lidiar con una Cecilia
enfadada. Nunca la he visto así, más que nada porque nunca nos hemos
involucrado más allá de una relación profesional. Por mucho que mi mente se
las ingeniara para imaginarla desde todas las posturas posibles mientras me la
como o le hago el amor.
—No es nada, acabo de hablar con Cecilia y sigue enfadada. Es todo.
Mastica el bocado que tiene en la boca y luego bebe de su refresco. Algo
está tramando en esa cabecita suya y para qué voy a mentir, me gusta
demasiado cómo piensa esta mujer.
—Tú déjamelo a mí. ¿Tienes planes para el jueves por la tarde? —me
pregunta metiéndose un Hosomaki entero en la boca.
Le doy al botón que me comunica con Ferrán y automáticamente su voz
inunda la habitación.
—¿Sí, señor Steven?
—Ferrán, ¿qué reuniones hay para el jueves por la tarde?
Pasa unos dos segundos antes de que responda servicial.
—A las cinco con los señores Kent y Carl. No hay más hasta el viernes.
—Perfecto, gracias.
La comunicación se corta y mi hermana aplaude feliz con los palillos.
—Bien, pues a las seis te quiero en Kleinfeld, tengo una idea. Ah, y tráete
la tarjeta negra —acaba lanzando una carcajada.
Y así una vez más, Jessica hace su magia y aunque provoca una sonrisa en
mí, también hace que me rasque el bolsillo.
DIECISIETE
—¡Oh, señor Steven! Qué gusto me da verlo por aquí —la señora
Leonora, una de las empleadas de Kleinfeld, sale de detrás del mostrador para
saludarme con un apretón de manos.
He recibido un mensaje de Jessica hace justo unos minutos, diciéndome
que el ratón ya está en la trampa, por lo que me hizo reír fuerte de camino
aquí. No sé cómo se las ha ingeniado para traer a Cecilia con ella, tampoco
estoy para preguntarle, ya que me muero de ganas por verla y tener unos
minutos para así arreglar un poco las cosas entre los dos.
—El gusto es mío, Leonora. ¿Mi hermana Jessica está por aquí?
—Sí, está con Jake probándose el vestido. Sígueme.
Pasamos la recepción entrando en una sala donde montones de maniquís
posan con diferentes, y a cual más exquisito, vestidos de novia. Llegamos al
piso superior, más vestidos de novia y al final, una salita con sofás color gris
y crema, a conjunto con la decoración de las paredes y techo. Grandes
lámparas con adornos florales cuelgan justo encima de cada soporte donde la
novia se coloca para enseñar el vestido.
Veo a Jessica al otro lado y me quedo un poco embobado al verla vestida
de novia. Es de corte sirena, con muchísimo encaje y el velo se le desliza
hasta la cola con detalles brillantes y encaje al final. Tiene el cabello recogido
y se mira al espejo, mientras que el modista le retoca el bajo. Mediante me
voy acercando, los sentimientos florecen, haciéndome temblar. Ahora es aún
más real. Mi hermanita se casa y no sé si me hace sentir del todo bien.
Ella me ve y pestañeo haciendo que una lágrima cruce mi mejilla sin
darme cuenta de que estaba llorando. Carraspeo y me enjugo los ojos con los
dedos hasta hacer desaparecer la humedad en ellos.
—Estás preciosa —le digo sincero haciendo que ella sonría abiertamente.
—No llores, por favor. Y gracias, de verdad amo este vestido más que a
mi futuro marido… si eso fuera posible, claro —dice con humor,
haciéndonos reír a los que allí estamos.
Después de un momento, Jessica se baja del pedestal donde está subida y
se acerca a mí haciéndome un gesto para que me incline.
—La he convencido para que se pruebe un vestido, no creo que vaya a
salir con él del probador, por lo que es tu oportunidad. Theo está al tanto, por
lo que os dejará solos y nadie os molestará —dice para después guiñarme un
ojo.
Beso su mejilla dos, tres, cuatro veces, antes de salir medio corriendo
hacia la zona de probadores. Me encuentro a Theo en uno de los percheros y
con la cabeza me indica donde está ella. Le sonrío en agradecimiento y él
hace lo mismo antes de guiñarme un ojo con complicidad.
No llamo a la puerta, esta está medio encajada, por lo que solo tengo que
empujar y la vería. Estoy nervioso, sudando y con las manos temblorosas.
Abro despacio, y lo que veo me deja idiota. Cecilia está cubierta de seda
blanca, encaje y lazos. Pero no con un vestido, nada de eso. Es un conjunto
de lencería, medias con ligueros y un corsé que coloca sus pechos
deliciosamente empinados. Está de perfil, ojeando los vestidos dispuestos en
el perchero. Usa una suave bata de seda rosa claro, que tiene caída a la altura
de los codos, por lo que su imagen llega más allá de lo erótico. Su cabello
rubio suelto cae en cascada sobre su espalda y sus pies están adornados por
unas preciosas sandalias de tacón blanco con pedrería.
—Theo creo que no es buena idea esto de probarme cosas así, siquiera sé
si me voy a llegar a casar a este paso… —resopla y deja de mirar los vestidos
para darse la vuelta.
Sin siquiera pensarlo, mis dedos que hasta ahora han estado sobre el pomo
de la puerta, dan la vuelta a la llave y me la guardo en el bolsillo interior de la
chaqueta. Me la hubiese tragado si eso no pudiera matarme. Y tengo que estar
vivo para hacerle todo lo que deseo a esta mujer. Sus ojos se abren
desmesuradamente al verme, dando un paso atrás hasta chocar contra los
vestidos.
—Murray… ¿Qué… qué haces aquí? —tartamudea, agarrando la bata
torpemente y así cubrir su cuerpo.
Algo inútil ya que esa imagen de ella se me quedará grabado en la
memoria por siempre.
—Necesitamos hablar —le digo dando pasos en su dirección.
—No, yo creo que no —dice dando otro hacia atrás, metiéndose entre los
vestidos pomposos a su espalda.
La agarro de la cintura cuando estoy lo suficientemente cerca a sabiendas
que puedo ganarme una buena bofetada. Por suerte nada de eso sucede. Se
deja hacer, la atraigo contra mi cuerpo, sacándola de su escondite y así verla
de cerca. Mis ojos repasan el conjunto con pericia, seguramente con hambre
escrito en ellos. El corazón me martillea tan fuerte que no sé si el que oigo es
el mío y es el conjunto de ambos.
—Estás tan bonita… que estoy terriblemente celoso solo de pensar que
otro hombre te vea así una vez te cases con él —le digo inclinando la cabeza,
acercando mi nariz a la suya y entibiándome con su aliento.
Las manos de Cecilia permanecen en mis antebrazos, con las uñas casi
incrustadas en la chaqueta de mi traje.
—Murray… estamos en un probador —dice como excusa, provocando
que sonría ladino.
—¿No te da morbo pensar que puedan pillarnos así? —beso la comisura
derecha de sus labios haciendo que deje escapar un breve sonido lastimero—.
¿O así? —alzo su pierna hasta sujetarla en mi cadera, haciendo que nuestras
entrepiernas tomen contacto y se dé cuenta de cómo me pone en apenas unos
segundos.
—¿Qué pasa Murray? ¿Patricia no te da lo que necesitas? ¿O acaso
quieres tener un maldito harén? —la ponzoña que desborda de sus labios al
contrario de provocarme enfado, hace que deseé hacerle de todo y así se
conteste ella solita esas preguntas.
Sin embargo, hago acopio de mi fuerza de voluntad y abro la boca, no para
besarla sino para contestarle. Por mucho que desee fallármela contra la pared,
necesito arreglar las cosas con ella. No es un simple polvo, me recuerdo. Es
Cecilia, la que me mata con solo un aleteo de pestañas, la que me mueve el
suelo cada vez que camina a mi alrededor y la que con solo una sonrisa hace
que el mundo desaparezca.
—No sabía a qué se dedicaba hasta que tú me lo dijiste, John me organizó
una cita con ella. Aún sigo pensando que lo hizo para poder tener una
oportunidad contigo… —los celos aparecen de nuevo y en un arrebato agarro
su otra pierna y la levanto en vilo hasta llevármela contra el espejo.
Cecilia cierra los ojos y muerde su labio inferior con fuerza. Aguantándose
el gemido que estoy seguro pugna con desesperación por salir de su boca.
Froto mi erección contra sus braguitas y estoy de lo más feliz pensando que
posiblemente tenga que pagar por el conjunto ya que estoy a nada de
arruinarlo.
—Si pretendes que te crea con esa excusa tan pobre, estás perdiendo tu
tiempo —dice mirándome a los ojos, retadora.
—Es la jodida verdad… yo no sabía nada, te lo juro. Soy culpable de
intentar algo contigo mientras esa noche tuve algo con ella, pero en mi
defensa diré que en nueve años no me has dado ninguna señal de que te
pueda gustar. El celibato es difícil, cariño…
Cecilia se ríe y es el maldito sonido más bonito que podía escuchar en este
momento.
—Tienes razón, es difícil —dice con un brillo en los ojos.
De nuevo los celos se apoderan de mi sistema, haciéndome imaginar
escenas de ella con otros hombres durante todos estos años.
—Creo que voy a tener que gastarme más dinero de lo que tenía previsto
en esta tienda —murmuro agarrando la tela de sus braguitas de encaje con
fuerza.
—¿Qué quieres de…? —y el sonido de la tela rasgándose corta su
pregunta, haciendo que sus ojos se vuelvan a abrir desmesuradamente y yo
sonría cretino.
Con dificultad consigo quitarme la hebilla del cinturón, bajar la cremallera
y el pantalón junto con el bóxer hasta la altura de los muslos; no sin antes
agarrar un preservativo que llevo en el bolsillo. La esperanza nunca se pierde
y si tenía la oportunidad, no la iba a desaprovechar por nada. Cecilia empieza
a removerse e intenta rebatir, mas no lo consigue porque antes de que pueda
procesar palabra alguna mi boca cubre la suya silenciando toda protesta de su
parte.
Mi polla se abre paso por entre sus pliegues resbaladizos, deslizándome
con una facilidad pasmosa hasta penetrarla por completo. Está tan
deliciosamente apretada que gimo de placer dándome igual si puede
escucharme alguien.
—Oh Dios mío… Murray… —gime a su vez, agarrándose con fuerza en
mi nuca, después de deshacerse de la bata que colgaba de sus brazos; creando
un charco rosa a mis pies.
El espejo se empaña con el contacto de su piel, la imagen que me devuelve
el reflejo es pura magia, una sinfonía preciosa mezclada con el sonido de sus
gemidos y el choque de nuestros sexos. No sé qué hacer para saciar mi
apetito sin hacerle daño. Deseo tocarla por todas partes, besarle cada pliegue
o trozo de piel que encuentre, pero no es ni el lugar ni el momento, por lo que
lo más próximo que tengo son sus preciosos pechos. Los chupo sobre el
corsé, Cecilia gime con fuerza, agarrándome del cabello para meterme más
en su escote.
Consigo sacar un pezón, el cual degusto, muerdo y devoro como un
muerto de hambre. Entro en ella una y otra vez, cada vez con más intensidad
y desesperación. Siento cómo su humedad me rodea y chorrea hasta llegar a
mis huevos y solo de imaginarlo estoy a punto de correrme. Las paredes de su
coño se aprietan en torno a mí, suaves espasmos recorren su cuerpo y tras una
mordida en la punta de su pezón, Cecilia se corre con violencia, gritando
desaforada.
Con una mano agarro su barbilla y mejilla, sosteniéndola para poder
observarla a placer mientras su orgasmo la vuelve salvaje y preciosa a la vez.
Tiro con mis dientes de su labio inferior, lo suelto y chupo, sin dejar de
moverme en su interior como un desquiciado.
Un escalofrío trepa por mi espalda, recorriendo la espina dorsal, mis
piernas están a punto de colapsar ante la intensidad del orgasmo que me
atraviesa y me vacío en su interior con una sensación de plenitud
desconocida. Murmuro su nombre entre gruñidos, Cecilia se arquea,
recibiéndome. Besando mi barbilla y los labios cada tanto, incrementando mi
placer. Al cabo de lo que parecen horas, en las que no hemos parado de
mirarnos a los ojos, mientras que nuestras respiraciones se acompasaban, le
he dicho que la amaba en veinte idiomas distintos sin siquiera modular
palabra.
—No es por cortar el rollo pero creo que la tienda entera se ha dado cuenta
de que hay dos leones apareándose aquí dentro —la voz de Jessica rompe la
magia, haciéndonos reír a lo bajini.
Cecilia se sonroja cuando la bajo al suelo y mi semen mancha sus muslos.
He olvidado ponerme el condón que tengo en la mano hecho una bola en el
interior del envoltorio sin abrir. Aguanto la respiración, la risa se esfuma.
—Lo siento mucho, jamás me ha pasado esto, yo… —el bochorno hace
que no pueda acabar la frase.
Ella hace una mueca pero no parece enfadada.
—Bueno, espero que las pastillas anticonceptivas hagan bien su función.
Sonrío y suspiro en alivio. No por no querer embarazarla, eso sería como
el cielo. Imaginar un hijo mío creciendo en el vientre de Cecilia es algo que
llevo queriendo desde hace mucho tiempo. Vuelvo a mirar sus muslos, mi
semen manchó las medias y eso me hace aguantar la respiración. Estoy a
punto de follármela de nuevo cuando coloca la palma de su mano en mi
pecho.
—Sé lo que piensas y no… no volverás a hacérmelo aquí de nuevo —dice
divertida cogiendo el trozo de encaje del suelo y yendo con el trasero al aire
hacia una esquina de la habitación.
Me acerco como hipnotizado, viendo cómo se inclina sobre su bolso
rebuscando seguramente un pañuelo de papel y su culo queda en pompa.
«Joder» digo entre dientes, metiéndosela por segunda vez, cogiéndola por
sorpresa. Cecilia se yergue tras soltar un gritito que acallo con mi mano
derecha. Con la otra acaricio su clítoris en círculos, haciendo que tiemble en
mis brazos.
—Te juro que será rápido…
Pero no lo es. La follo incluso con más ganas que la anterior vez, sabiendo
que no voy a tener suficiente de ella hasta el fin de mis días. Jamás he tenido
relaciones sexuales dos veces seguidas, nunca. Sin embargo, mi polla parece
estar pasándoselo de puta madre.
Cuando salimos, ambos con el cabello revuelto, vamos por el pasillo como
si no hubiera pasado nada. Mi traje está más que arrugado, ella luce un
precioso sonrojo en sus mejillas y apenas me mira seguramente por la
vergüenza de saber que nos han oído tener sexo. Lleva consigo la caja donde
se encuentra el conjunto de lencería nupcial, el cual pagaré para que se ponga
más de una vez para mí aun sin bragas.
Cuando llegamos a recepción, la sonrisa de mi hermana haría alumbrar
nueva york en navidad. Sin hablar de lo nerviosa que se encuentra Leonora
en cuanto nos ve. En este momento no desearía poder ser un hombre normal
de a pie, eso hubiera significado dar explicaciones. No obstante, le tiendo mi
tarjeta para pagar el vestido de mi hermana con todos sus complementos y el
conjunto de Cecilia, la cual le tiende la caja con la cara roja como una
amapola.
Salimos de la tienda, Jessica se despide de Cecilia y se dirige a mi coche
para guardar las bolsas. Yo me quedo a su lado, acercándome lo suficiente
para que me sienta. Se sobresalta, y su respiración se acelera.
—Nos vemos pronto, señorita Davis…
DIECIOCHO
Me muerdo el nudillo aguantando las ganas de no matar a los presentes.
La bruja de mi hermana se carcajea junto con León mientras esta les enseña a
los chicos el video que me hizo el otro día en casa. Pero prefería eso, antes de
que lo subiera a internet, como ella me dio a elegir. Pero si es que esta mujer
no es ni medio normal, no sabría decir a quien sale, ya que mis padres han
sido lamar de tranquilitos.
Bebo cerveza por tal de no llevar a cabo la matanza que tengo en mente y
Tomas me palmea la espalda diciéndome en silencio que no me lo tome a
mal.
—Pues sí que te ha crecido desde el instituto, cabrón —dice León en
español haciéndome imposible aguantar la risa.
—Gilipollas, habla que te entendamos —rebate John.
—Estoy diciendo que la tiene más grande que tú —le dice con una sonrisa
haciendo que John se carcajee falsamente.
—Eso sí ha tenido gracia… —contesta John, palmeándole el muslo a mi
hermana, haciendo que Lauren le diese un golpe en la nuca.
—Eh tranquilo, que hay Jessica para todos —dice con gracia la susodicha.
Mientras, el novio juega con su teléfono móvil y hace caso omiso a lo que
ocurre en la mesa. Ruedo los ojos, no creyéndome una mierda que este tipejo
esté enamorado de Jessica o ella de él. Más bien parecen desconocidos por lo
poco que se miran o se tocan, sin contar que Jessica se ha pasado desde que
llegó, sentada en las piernas de John.
Bebo de mi cerveza y miro de un lado a otro, esperando ver a una rubia
con curvas y ojos verdes, mas no es el caso. Mi hermana ha organizado una
especie de despedida mixta ya que somos pocos presentes. Yo únicamente he
venido, ya que no me gustan las fiestas, por verla de nuevo. No ha contestado
a ninguno de mis tres mensajes que le dejé esta mañana y eso me tiene
nervioso. De nuevo me hace pensar en su hermano. Cosa que en algún
momento tendremos que abordar, ponga como se ponga.
Sin embargo, ni ese pensamiento hace que la ilusión desaparezca de mi
cuerpo. Hemos tenido nuestro momento, la he podido besar y tocar a placer,
sin hablar de que la he hecho mía dos veces en un mismo día. No puedo ser
más feliz, a menos que aparezca de una jodida vez y la bese como tantas
ganas tengo de hacerlo.
Mis plegarias son escuchadas, gracias a Dios, y entra por la puerta
dejándome la boca seca. Lleva una maya negra de cuero y un top de encaje
haciendo que su delantera sea el centro de todas las miradas. Tengo unas
malditas ganas de decir: ahí viene mi chica. Pero me muerdo la lengua,
apenas sé si conseguiría hablar sin babear. Ella mira de un lado a otro, agarra
el asa de su bolso en el hombro y su mirada choca con la mía haciendo todo
desaparecer a mi alrededor.
Cecilia sonríe, tiene las mejillas un tanto sonrojadas y no sé si es por el
maquillaje o realmente se alegra de verme.
Jessica chilla, hace que desvíe la mirada de ella por un segundo y veo
cómo va en su busca para abrazarla. Los presentes, alertados por la loca de mi
hermana, se giran. Escucho una tos, John se ha atragantado con su cerveza,
Rodrigo parece haber salido de su trance y León silva en consideración.
—¡Has venido! —le grita feliz haciendo que ella sonría y me mire de
reojo.
No sé por qué eso me lo tomo como que ha venido por mí o es lo que
quiero creer. Ellas se acercan, Tomás me dice algo como «qué bella se puso,
amigo». Yo simplemente me levanto, le tiendo la mano para estrechársela y
me acerco para besar su mejilla. Su olor me deja lelo por unos segundos.
—No sabe las ganas que me han entrado de ponerla sobre mi boca,
señorita Davis…
Y me alejo de ella con una sonrisa ladina, dejándola con un suspiro
menos. Ella saluda a los demás, la camarera le sirve una Porter que bebe con
celeridad en cuanto se la colocan en la mesa. Jessica tiene en consideración,
indicarle que se siente a mi lado, entre Tomas y yo, lejos de los otros perros
salidos que no han dejado de mirarla. Menos Lauren, este mira a Rodrigo
mientras él a su vez, observa a Cecilia con una sonrisa.
No me gusta este tipo para mi hermana. Cuando ha llegado lo he cazado
casi al momento. Un hippy de poca monta, que se fumará porros de cuatro en
cuatro, como diría Lauren. Y aunque en mi juventud también he consumido,
no creo haber llegado a su nivel. Eso si solo se limita a fumar hierva.
—¿Es que es la primera vez que me ves, John? —Pregunta Cecilia,
haciendo que el susodicho ruede los ojos.
—No te lo creas tanto, feminazi… Tú vienes vestida para eso, no mientas
tan descaradamente.
Cecilia se ríe, y mi semblante se endurece estando hasta los cojones de
este niñato lengua larga. Me levanto de la silla, con la intención de romperle
la boca de un puñetazo, así cague dientes un año. Tomas me agarra del brazo
y noto la mano de Cecilia acariciarme el interior de la rodilla izquierda. Mi
mirada está fija en John, que a su vez no para de sonreír y acariciar el muslo
de Jessica, ajena a lo que está pasando.
Me siento de nuevo, con la mano de Cecilia encima del muslo,
poniéndome difícil la tarea de seguir cabreado y con cara de asesinar a
alguien. La miro de reojo, ella se acerca a mi oído y abre la boca, haciendo
que su tibio aliento me recorra el cuello y provoque un escalofrío en todo mi
cuerpo.
—No hace falta que te pongas en plan hombre de las cavernas para
ponerme caliente Murray, ya lo estoy desde que te he visto… —trago saliva y
agarro su muñeca con fuerza antes de que consiga su propósito que era
agarrarme la polla bajo la mesa.
—Me daría igual inclinarle sobre esta mesa delante de todos y comerle
completa, señorita Davis, así que no tiente a la suerte —le susurro en el oído,
sonriendo a continuación por haber ganado la partida.
No sabía que Cecilia sabía jugar a esto. Apenas me la imaginaba decir una
frase con doble sentido, menos que lo dijera tan abiertamente. Es una cajita
de sorpresas y juro por Dios que la voy a abrir en breve o si no moriré
demasiado joven.
La fiesta cambia de lugar, nos dirigimos a uno de los clubes más
exclusivos de Nueva York, 1OAK, en la 453 W 17th Street en Chelsea, cerca
del Meatpacking District. Nada más vernos, los porteros abren las puertas,
dejándonos pasar sin problemas. La verdad no es uno de mis locales
preferidos, aunque no lo son tampoco la mayoría. Apenas salgo con los
chicos, y cuando lo hago prefiero algo tranquilo. Sin embargo, la ocasión lo
amerita, mañana a las seis de la tarde mi hermana se casa y si ella desea
bailar hasta el amanecer así sería.
Cecilia entra junto con mi Jessica, ambas agarradas del brazo como si
fuesen amigas íntimas. Para qué mentir, la imagen provoca una sonrisa en
mis labios, me hace terriblemente feliz. Rodrigo, rezagado del grupo, habla
con una de sus primas la cual tiene cara de fastidio en cuanto llegó al
restaurante. Los chicos y yo, nos dirigimos a la barra religiosamente, dejando
a las chicas ir a la pista a bailar.
—¿Buenas noches, qué os sirvo? —pregunta amable una camarera de
cabello negro azabache con las puntas onduladas.
—Para mí un wiski doble, por favor —pide Lauren, haciendo que giremos
la cabeza en su dirección.
Él se encoje de hombros, tamborilea la barra nervioso y en cuanto le
ponen el vaso encima, lo agarra y se lo empina de golpe. Yo pido un gin-
tonic, Tomas lo mismo que yo, Chad un Martini con aceituna incluida, León
un Vodka Jewels Lines Precious y John se acerca a ella disparando todas sus
armas, incluida su mirada de galán de telenovela, como él la llama, seguida
de un guiño.
La camarera alza sus bonitas cejas oscuras, los demás nos quedamos
expectantes, sabiendo de primeras que ella no va a seguirle el juego como él
cree. Es divertidísimo ver cómo le dan calabazas a John, más que nada
porque así se baja de su pedestal de vez en cuando.
—A mí me sirves tú para esta noche, princesa. ¿Por qué no me dices a qué
hora sales y te dejo que te vengas a mi cama? Esa suerte no la tiene
cualquiera —dice, haciendo que león casi se atragante al soltar una risotada.
—Será fantasma el cabrón —dice en español.
Doy un sorbo a mi copa, ella lo mira inclinando su cabeza a un lado. La
verdad es que es preciosísima y si no estuviera detrás de la barra, la habría
confundido con una modelo.
—¿Ve esto señor? —le pregunta enseñándole una pajita de acero negro la
cual usa para remover los cócteles.
Él sonríe, no sabe qué contestarle y eso lo pone nervioso, lo sé porque lo
conozco. León ríe, Lauren y Chad también. Tomas y yo, bebemos
tranquilamente esperando el golpe de gracia de la morena.
—Bueno, pues es lo que te meteré por el culo si vuelves a llamarme
princesa. Y con esto… —indica agarrando algo parecido a un cortapuros—,
estoy segura que te haría ver las estrellas una vez te atrofie la polla en cuatro.
Ahora si no deseas nada más, tengo a más clientes que atender.
Se va azotando su cabello al andar, dándole un bamboleo extra a sus
caderas y provocando más de un silbido por parte de los hombres que han
sido espectadores de lo ocurrido. John tose, la sonrisa se le esfuma por un
segundo y luego vuelve a convertirse en un cretino diciendo lo
suficientemente flojo para que solo nosotros lo escuchemos: «No saldría con
una vulgar camarera ni aunque me paguen el doble de mi fortuna»
Se va a la pista de baile, llevándose consigo una copa que le pide a otro
camarero. Niego con la cabeza, a la vez que todos reímos por lo que acaba de
pasar. Es una de las pocas veces que una mujer rechaza a John, pero es
gratificante verlo cada vez que ocurre.
Con mi tercera copa, sentado en uno de los sillones del reservado, observo
a mi mujer moverse en la pista de baile como si lo hubiese hecho toda la vida.
Jessica no para de mover los brazos como si fuera un jodido pulpo y por
mucho que le he dicho que tome clases de baile, prefiere seguir pareciéndolo
y hacer un verdadero espectáculo.
—Se va a descoyuntar y va a sacarle un ojo a alguien—dice Rodrigo
mirando a mi hermana con una mueca.
Frunzo el ceño y me quedo a medio camino de beber de mi copa. Se ha
desaparecido por más de cuarenta minutos en el servicio y cuando ha llegado
parece haberse metido fuegos artificiales por el culo. Está más despierto
incluso que cuando llegó. Eso me hace desconfiar demasiado. Encima va y se
mete con mi hermana, cosa que no consiento bajo ninguna circunstancia.
Solo yo puedo hacer eso. El ley de hermanos, joder.
—Ella se está divirtiendo ¿no? —Dice Chad por mí, haciendo que mi
futuro cuñado suelte una carcajada.
—Si tú lo dices… —se levanta del sofá y se dirige a ellas, acercándose de
más al trasero de Jessica, la cual se contonea a gusto con él.
Cecilia se abanica un poco y le dice algo a Jessica antes de desaparecer
entre el gentío. Automáticamente me levanto tras ella, dejando la copa en la
mesa. Paso entre la gente, viendo su cabello rubio acariciándole los hombros
desnudos. Llega a la barra y yo llego a ella, presionándome contra su espalda.
En un principio se sobresalta, su respiración aumenta de velocidad y lleva la
mano a mi nuca sin tener la necesidad de ver que soy yo.
Le doy un besito en el cuello, su escote está bañado en sudor, al igual que
su estómago desnudo. Gruño como si no pudiera reprimir al troglodita que
llevo dentro.
—Eres como la peor droga que me han dado a probar, Cecilia… no creo
tener suficiente de ti nunca —le digo con total sinceridad.
Se gira ya sin importarle pedir bebida o no, sus brazos rodean mi nuca y se
acerca a mi boca para regalarme un beso que me sabe a gloria. La aprieto
contra mí, siguiendo el beso un poco más, metiéndole la lengua y así
degustarla por completo. Sabe a cerveza, caliente, resbaladiza, perfecta. Y
eso me hace pensar en lo bien que se sentiría tener mi polla en su boca.
Cecilia es la que corta el beso y antes de que pueda quejarme, se gira para
pedir ahora su bebida. Como un perrito faldero, la sigo hasta la pista de baile,
mientras ella liba con celeridad de su copa. Mi mirada está puesta en su
empinado trasero que con esas mayas parece haber crecido y eso me vuelve
jodidamente loco. Con unas ganas tremendas de tatuarle las palmas de mis
manos en cada nalga. Se adivina por lo apretado que le está el material, que
lleva tanga. Muero de ganas por ver el color y si es de encaje, licra o algodón.
Debo reconocer que nunca he tenido un fetiche, sin embargo, puedo afirmar
que a partir de hoy coleccionaría su ropa interior como premio. Como hice
con la finísima braguita de encaje blanco del conjunto nupcial.
Pasa aproximadamente una hora y media, cuando Cecilia coge su móvil
del bolso y su cara cambia radical. Nos la hemos llevado mirándonos de
reojo, mientras mi hermana acaparaba toda su atención y León me daba
conversación. Veo cómo se levanta como un resorte y se va casi corriendo
del reservado, bajando las escaleras hasta la planta baja. Jessica me mira a la
vez que yo la miro a ella y por cómo me mira, ya sé quién es el que le está
llamando.
Cuando llego a la salida, el portero me deja salir antes siquiera de decirle
que me abra. Encuentro a Cecilia en la esquina de la calle, hablando por
teléfono. Sé que no está bien escuchar conversaciones ajenas, es una de las
cosas que me inculcó mi mamá de pequeño. Pero no puedo evitar acercarme
para saber qué le ocurre. Su voz suena sofocada mediante me acerco, su
mano libre hace aspavientos y me temo que en cualquier momento se rompa
en llanto.
—Ya te dije que estoy con una amiga. No hay nadie más con nosotras…
No, Jordi, soy lo suficientemente capaz para ir yo sola a casa. No… Jordi…
¡Jordi! —se quita el móvil de la oreja y lanza un juramento antes de meter el
aparato en su bolso con rabia y sentarse en el bordillo de la acera.
Mi boca se abre pero no sale una palabra, más que nada porque no sé qué
jodida cosa decir. Siento cómo alguien toca mi hombro y veo que es mi
hermana.
—Yo hablaré con ella, ve dentro, prometo que te contaré todo. Entre
mujeres nos entendemos mejor.
Hago lo que me dice en cuanto veo que tiene razón. Por mucho que la
aborde, que le pregunte, dudo que vaya a decirme gran cosa. Pero después de
un tiempo en el que me lo paso esperando en la puerta, veo que Cecilia no
viene con Jessica. Mi hermana niega con la cabeza, parece haber llorado y
eso me alerta.
—Jessica ¿y Cecilia?
—Su hermano ha venido a por ella, he intentado que se quede, pero no me
ha dejado ni hablar con él. Me ha contado que solo es sobreprotección, pero
si hubieras visto su cara… Dios, Murray, parece un jodido asesino en serie.
Trago saliva y cierro mi boca antes de decirle cuánta razón tiene. La noche
acaba para mí y me despido de los demás, poniendo de excusa que me
encuentro mal. Llamo a un Jake, mi chofer y en cinco minutos me recoge en
la puerta del club. Durante el trayecto miro la pantalla del móvil donde mi
dedo se suspende sobre su nombre de contacto.
Tiro el móvil con rabia haciéndolo aterrizar en la alfombrilla de al lado.
Estoy rabioso, con ganas de ir a su casa y partirle la nariz a ese desgraciado.
Pero Jessica me ha dado un consejo valioso. «Déjala ser a su ritmo,
demasiado tiene con tener un hermano controlador»
Y yo solo quiero ser lo mejor que le ha pasado en la vida.
DIECINUEVE
Quinientos treinta invitados, entre ellos empleados de North Group, mi
familia, la de Rodrigo y amigos de los novios y yo. Que observando a mi
Rubia, ir de aquí para allá, con el pinganillo en la oreja y un vestido amarillo
pálido abrazando sus curvas, me lo estoy pasando lamar de entretenido. Es
una maravilla ver trabajar a una mujer como ella, con tacones altísimos, sin
perder un ápice el glamur y elegancia que la rodean y corriendo de un lado a
otro. No he tenido ni cinco minutos a solas con ella para poder decirle lo
bella que está, tampoco nos hemos mirado más de cinco segundos seguidos.
La ceremonia está a punto de empezar por lo que me dirijo al interior de la
casa que Jessica eligió para el enlace. Casi setecientos metros de villa, con
preciosos jardines y vivienda totalmente equipada. Jessica aún no lo sabe,
pero hace unas semanas su nombre reza en las escrituras.
Nada más entrar, me contagio de nervios. Encuentro a mi hermana en
mitad de la habitación nupcial, con el precioso vestido blanco y a su lado mi
madre le retoca el peinado. Veo los ojos vidriosos de mi mamá y Jessica
parece estar pensando en algo que nada tiene que ver que en unos minutos se
estará casando con su novio. Me acerco a ellas y me coloco al lado de mi
hermana haciendo que baje de las nubes.
—Estás… hecha una princesa —le digo haciendo que mi madre rompa en
llanto.
—Ya, mamá, no llores más. ¿Es un día para estar feliz no? —dice lejos de
aplicarse el cuento.
Conozco a mi hermana como si la hubiese parido yo, cosa que me hace
gracia porque mi madre parece no darse cuenta de lo distraída que está
Jessica. Los dos la abrazamos para consolarla y es entonces cuando nos
avisan de que es hora de salir. Mi madre se va, me quedo solo con mi mocosa
y beso su frente para no arruinar demasiado su maquillaje.
—Espero que estés haciendo lo correcto —le digo serio, intentando que
me diga lo que sea que le martiriza.
Sin embargo ella sonríe, sin que la sonrisa le llegue a los ojos y asiente
antes de dar pasos hacia fuera de la vivienda. Un camino de rosas blancas
adorna el césped hasta llegar al altar. La gente ya está sentada, los fotógrafos
preparados y puedo escuchar a la prensa de fuera intentando captar la
exclusiva. Rodrigo deja de hablar con uno de sus padrinos y sonríe en cuanto
la ve. La marcha nupcial suena dándonos paso, beso el cuello de mi hermana
justo cuando cruzamos la primera línea de sillas y siento su mano temblar
bajo la mía.
—Gracias por acompañarme, Murray.
—Gracias a ti por elegirme para llevarte al altar —le digo de vuelta
haciendo que sonría y mire al cielo por unos segundos.
Sé que está pensando en papá, en que si estuviese vivo, sería él el que la
llevaría del brazo hacia su futuro marido. Carraspeo y disimuladamente llevo
los dedos al rabillo de mi ojo, donde una lágrima pugna por salir. Lo echo
tantísimo de menos, que no logro creerme que ya han pasado diez años desde
que no está.
Entonces observo el perfil de mi hermana, parece que vamos a cámara
lenta. Miro a través de ella, y entonces sé que no está segura de casarse con
ese hombre. Duda, lo dice su sonrisa, sus ojos. Los cuales carecen del brillo
usual. Lo dicen sus gestos, el temblor de su mano en la mía, la reticencia de
sus pasos. Como si en vez de pétalos de flores fueran piedras puntiagudas.
Le cedo su mano a Rodrigo, Jessica me sonríe y acepta agarrarlo a él en su
lugar. Por un segundo he deseado que se arrepintiera, que echase a correr
aunque en las revistas apareciera durante meses que es una novia a la fuga.
Hubiera preferido mil cosas antes de escuchar el «Sí quiero» más falso e
infeliz de la historia.
El banquete está servido, desde mi mesa vislumbro a mi preciosa Cecilia
comer junto con los chicos en la mesa justo enfrente de la mía. Gracias a
Dios está sentada entre Chad y Tomas, ningún peligro a la vista. Está de lo
más animada y estoy seguro de por cómo sus mejillas se han sonrojado, que
han alabado el menú.
La comida está deliciosa, los diferentes platos exquisitamente decorados y
yo solo puedo sentirme orgulloso de ella.
Me quedo con el tenedor suspendido en el aire cuando me mira y la veo
morderse el labio inferior provocándome una erección de golpe. No sabe el
poder que tiene esta mujer con tan solo mirarme de esta manera… joder.
—Como sigáis así, conseguirás embarazarla tan solo con una mirada,
hijo…
El tenedor se me escurre de los dedos, haciendo un ruidoso tintineo al
golpear el plato. Trago el bocado de carne que tengo en la boca y bebo
champan para no atragantarme. La miro tras un suspiro, sintiendo las mejillas
un poco más calientes que antes. Con disimulo, coloco la servilleta un poco
más arriba de mis muslos, intentando tapar a duras penas mi erección.
—No sé de qué hablas, mamá —le digo queriendo dejar el tema de
embarazar a Cecilia.
—Claro y yo me parezco a Jennifer López. Mi amor, te he parido, sé que
estás pensando con la cabeza que te cuelga entre las piernas. Como también
sé que a ella le pasa justamente lo mismo.
Pestañeo conmocionado, viendo a mi señora madre decir esas cosas tan
campante, mientras come delicadamente el solomillo. Me río, es tan
inverosímil la escena que no puedo hacer otra cosa.
—Bueno y ya que hablamos de eso, crees que a ella le gustará encima o
debajo… —le pregunto en broma, intentando escandalizarla.
Cuando veo su sonrisa maquiavélica veo que he fallado estrepitosamente.
—Pues creo que son de las que les gusta llevar el mando. Te dejará hecho
polvo una vez os dejéis de tonterías.
Toso y bebo de mi copa hasta acabarla. Esta mujer es de lo que no hay, no
existe un ejemplar como ella estoy completamente seguro.
La cena acaba y los encargados van retirando mesas y sillas de la zona
para colocar la pista de baile improvisada. La verdad me ha llamado la
atención que Jessica no quisiera una gran decoración. La única condición fue
hacerla en esta casa, la cual veíamos desde la playa y ella soñaba con alguna
vez en su vida visitarla. Nos enteramos que estaba en venta y ella me pidió
insistente que pudiera conseguir alquilarla para una semana. Con una simple
llamada, era mía, o suya en dado caso. Solo espero el momento para decirle
la buena noticia.
Los novios abren el baile, los demás los proceden y yo me quedo en la
zona de bebidas junto con Tomas y León. Hace como media hora he perdido
la pista a Cecilia, su vestido amarillo ya no pulula por el lugar y la extraño
demasiado. ¿Cómo puede ser posible que me acostumbrase tan pronto a
tenerla, cuando he estado tantos años amándola de lejos?
—Si estás buscando a una rubia de ojos verdes, la vi hace un rato entrando
a la casa con tu madre —La voz de Chad hace que deje de buscar alrededor.
Le sonrío en agradecimiento y sin pensarlo un segundo me dirijo hacia
allí. En parte me fío lo mínimo de que le vaya a soltar lo mismo que a mí, de
pensar con la cabeza de abajo o de embarazarla con la mirada. A saber…
Me cruzo con mi madre en la puerta de entrada, y no me da tiempo de
preguntar por ella que me señala el interior y me guiña un ojo. Estoy por
rodar los ojos tan solo para disimular la vergüenza que siento. El recibidor es
lo único que está iluminado como también veo a lo lejos la luz de una de las
habitaciones. Para que no ocurriera ningún contratiempo o destrozo en la
vivienda, solo la familia podíamos entrar a la casa, por lo que ahora mismo
solo estamos Cecilia y yo. Cosa que me pone tremendamente feliz y excitado.
Cierro la puerta con llave para que nadie pueda entrar y con paso firme
ando hacia la habitación. Cecilia tararea una canción, la que mi hermana ha
elegido para abrir el baile, mientras se quita el vestido amarillo quedándose
en un conjunto de lencería color crema. La seda de sus braguitas abraza sus
glúteos que da gusto verlo, y ni hablar de que regalaría toda mi fortuna si eso
me asegurara hacerlo toda la vida.
Toco con los nudillos en la madera de la puerta y se sobresalta soltando un
gritito. Me mira con el ceño fruncido y suspirando de alivio al ver que soy yo.
—Qué susto me has dado, ¿es que tu madre no te enseñó modales? —dice
con enfurruñamiento fingido.
Me acerco a ella y la abrazo por la espalda, enterrando mi nariz entre sus
cabellos y aspirando su olor. Cecilia se deja hacer, agarrándome de los brazos
y sonriendo.
—Encima que te aviso, podría haber entrado y hacerte todo lo que tengo
en mente antes de que te dieras cuenta.
—¿A sí? —ronronea frotando su trasero contra mi bragueta.
—Ajá… y si sigues por ahí, lo voy a hacer, por mucho que estés
trabajando —le digo llevando mi mano derecha a su pecho y apretándolo con
ganas.
—Mi turno acabó en cuanto el último canapé fue servido, ahora soy libre
para hacer lo que quiera… —susurra agarrándome de la nuca, acercándome a
su boquita todavía con un resquicio de pintalabios.
Más feliz que una perdiz beso sus labios, mezclando el sabor del champan
de mi boca con el suyo propio. Y puedo decir sin lugar a duda que es lo
mejor que he probado en la vida. Cecilia se gira y da pasitos hacia atrás
dirección a la cama. Se sienta en el colchón y abre las piernas enseñándome
la humedad que moja sus bragas.
Trago saliva y como un miserable me pongo de rodillas y me arrastro
hasta llegar a ella. El olor a mujer que desprende me embriaga de golpe,
tanto, que me es imposible aguantar los ojos abiertos.
—No sé por dónde empezar…
Cecilia sonríe, tiene los ojos brillantes, está excitada y yo estoy por
reventar los pantalones. Me acerco un poco más, metiéndome entre sus
piernas, sin dejar de mirar su preciosa cara sonrojada.
—Quizás deba ayudarte un poco más —murmura haciéndose a un lado el
tejido húmedo de sus bragas.
Su coño totalmente depilado hace que pierda la cabeza y me entierre en él
de golpe, dejando a un lado los formalismos. Me lo pone realmente difícil a
la hora de empezar de apoco. Es como si no tuviera control de mí mismo
cuando se trata de ella. Cecilia gime con fuerza, cayendo hacia atrás en la
cama y regalándome una vista privilegiada de su cuerpo mientras la follo con
la boca.
Caramelo derraman sus pliegues dando de beber a este muerto de sed.
Entierro mi lengua una, dos, tres veces y vuelvo a chupar con deleite la
pequeña protuberancia de su clítoris. Sus jadeos se convierten en suaves
gemidos, su pierna derecha tiembla sobre mi hombro, su mano viaja hasta mi
pelo y me entierra más aún en su coño.
La noto vibrar bajo mi boca, su espalda se arquea, de sus labios brota mi
nombre entre gritos de placer y es entonces cuando mi voz decide salir para
decirle la única cosa que la haría salir corriendo o por el contrario hacerme el
hombre más feliz del universo.
—Te quiero… —le digo junto con una bocanada de aire, enterrando mi
boca en su coño una vez más sin querer ver lo que ha provocado mi
confesión.
Cecilia grita, se tensa y el orgasmo le atraviesa de pies a cabeza. No sé
cómo demonios tomarme eso, tampoco me paro a pensarlo, simplemente me
yergo y me bajo los pantalones junto con la ropa interior. Cecilia me recibe,
su coño resbaladizo a causa de su orgasmo hace que mi polla se introduzca de
golpe. Agarro su rostro, me mira con los ojos velados y su respiración
errática se acelera más todavía.
Mi pelvis se mueve a una velocidad impresionante, el sonido de humedad
y el entrechocar de nuestras carnes se hace notorio por sobre nuestras
respiraciones quejumbrosas. Solo puedo pensar en decirle una y otra vez que
la amo, sin embargo algo me frena, no sé si es el miedo que puedo ver en sus
ojos o el reflejo de los míos.
VEINTE
—Estás muy callada —le digo abrochándome el pantalón, viendo cómo se
pone un vestido verde con transparencias.
—Solo pienso en que tu madre y hermana me han salvado la vida —dice
viéndose en el espejo de cuerpo entero colgado en una de las paredes—.
También me preocupa que el otro no tenga arreglo.
Hablar de su vestido o el que le ha prestado mi hermana es lo que menos
deseo en estos momentos. Le he dicho que le quiero y ella parece no haberlo
ni escuchado. En cuanto hemos acabado de hacer el amor, me ha besado, me
ha dicho que estarían preguntando por nosotros y se ha puesto a vestirse. No
sé por qué pero esto me huele a evasiva o a que no siente lo mismo que yo y
por lástima no me lo dice.
Asiento y me termino de arreglar en silencio. Por alguna razón estoy
enfadado, no con ella, conmigo mismo. Puede que lo que ella sienta por mí
sea pura atracción sexual, que el enamoramiento tonto como ella lo llamó si
mal no recuerdo, ya se esfumó.
Tomo la chaqueta y me la pongo cuando soy consciente de que las arrugas
de la camisa no tienen remedio. Siento su mirada de reojo de vez en cuando
pero la ignoro. Ahora mismo tengo deseos encontrados, por un lado quiero
que me diga de una vez lo que siente y por otra me muero de miedo y solo
quiero que permanezca callada.
—Voy a salir, ya nos veremos —le digo serio antes de hacer lo que he
dicho.
Ella no me frena, como siempre. Parece ser que mis sospechas son ciertas
y no siente una mierda por mí. Eso me entristece y me parte en dos, cosa que
hace que quiera emborracharme hasta perder el sentido.
Mediante ando para la zona del jardín donde están las carpas de la fiesta,
noto que la música ha parado de sonar en algún momento. Cuando llego al
primer tumulto de gente, escucho cuchicheos que no logro descifrar. Veo a
mi madre abrazada a León, y escucho a Rodrigo gritar a lo lejos, siendo
agarrado por Tomás y otro caballero.
—¿Qué ha ocurrido? —Pregunto, haciendo que mi madre salga del cuello
de león y me mire con los ojos rojos.
—Es tu hermana, le ha pedido el divorcio a Rodrigo —dice como si aún
no se lo creyera.
Y creo que mi cara dice exactamente lo mismo. ¿Cómo puede ser posible
que pida el divorcio unas horas después de haberse casado? Solo Jessica
podría hacer una cosa así.
—¿Dónde está? —pregunto mirando de un lado a otro, viendo cómo un
Rodrigo fuera de sí empieza a pegar golpes en el aire intentando zafarse.
«Zorra» se ha convertido en su palabra favorita por lo que veo.
—No lo sabemos —dice Chad encogiéndose de hombros—. Hay mucha
gente aquí por lo que los rumores empiezan a salir, Murray. Según algunos,
tu hermana ha tenido relaciones con un hombre en el cuarto de baño de la
casa.
—¿Perdón? —gruño enfadado.
Lo que me hace falta es que la prensa se entere de esto y divulgue el
rumor. Entonces mi hermana saldría muy mal parada después del show que
ha montado. Saco mi teléfono del bolsillo y marco su número.
—Es inútil, no coge el teléfono —aparece Lauren con cara de
preocupación, el cabello revuelto y la camisa desabotonada.
Luce ebrio, más de lo que normalmente está cuando sale con los chicos.
Tiene marca de pintalabios en el cuello, prueba de que ha estado con una
mujer. Frunzo el ceño pero descarto todo pensamientos lejos, mi hermana
está desaparecida, hay miles de reporteros fuera de la villa esperando como
carroñeros una exclusiva y tenemos a un novio desquiciado con ganas de
estrangularla. Yo mismo tengo ganas de hacerlo. Ya no por el dineral que me
he gastado en toda esta parafernalia, lo haría por ella las veces que hiciera
falta, pero podría haberlo pensado muchísimo antes.
—¿Qué ha ocurrido? ¿Ha pasado algo malo? —lo que me faltaba era
escuchar a Cecilia.
Mis nervios ya de por sí por las nubes acaban de dispararse.
—Voy a buscarla, intentad que la prensa no se entere de esto, si Jessica ha
salido de aquí lo ha hecho por donde nadie podría verla.
Me alejo del grupo, escuchando a Cecilia llamarme. Ahora no tengo la
mínima gana de atenderla. Después de abrirme en canal frente a ella, lo que
menos me merecía era que me ignorara. Intento telefonear a Jessica sin éxito,
la muy malcriada me va a escuchar y si es cierto lo que dicen que se ha tirado
a otro tío el mismo día de su boda, la voy a matar.
Cruzo el jardín trasero, el césped está húmedo al haber sido regado
recientemente, mojándome los pantalones a los pocos pasos. Encuentro en el
camino un zapato de tacón, luego otro y la reja abierta. Miro de un lado a otro
en la carretera, dándome por vencido. Si se ha ido por aquí, ya está
demasiado lejos para alcanzarla.
Entre mi madre, los chicos y yo, despedimos a la gente. Pidiéndoles por
favor que sean discretos, ¿pero cómo pretender una cosa así con quinientos
invitados? Entramos en la casa, llevando a un borracho Rodrigo a la
habitación superior. Cecilia está con mi madre, mientras esta intenta llamar a
mi hermana una y otra vez por el móvil. Lauren ha desaparecido cosa que me
preocupa dado lo borracho que está. León, Tomas, Chad y John despiden a
los empleados y a la media hora nos quedamos solos en la casa.
La tensión se palpa en el ambiente, mi hermana sigue sin aparecer, lo
mismo que Lauren que tampoco responde al teléfono. Conociéndolo habrá
ido a buscarla y Dios quiera que no haya tenido un accidente.
—Murray, será mejor que hables con nuestro abogado para que se prepare.
Ese rumor de tu hermana acaba de llegar demasiado lejos y seguramente
mañana salga en todos los periódicos y revistas del país —dice John
enseñándome la pantalla de su móvil donde tiene abierto una página digital
de una de las revistas más importantes de Nueva York.
«Jessica Steven, la hermana del multimillonario Murray Steven dueño de
North Group, cazada en pleno acto sexual el mismo día de su boda con un
hombre desconocido»
—¡Mierda!

A la mañana siguiente tengo una migraña importante a causa de no haber


dormido nada en toda la noche. Hace apenas una hora que he dejado a mi
madre en su casa y no logramos dar con Jessica por mucho que lo hemos
intentado. Tomas me acompaña, callado desde el asiento del copiloto, al
apartamento que ha compartido con Rodrigo estos días. Este a primera hora
de la mañana ha cogido un avión y se ha largado, diciendo que ya se pondría
en contacto sus abogados con Jessica para el papeleo del divorcio.
Si es que es casi imposible de creer aún, joder…
Aparco en una zona de carga y descarga, dándome igual si se llevan el
coche o no. Es domingo, dudo que alguien tenga que descargar mercancía
hasta mañana. Subimos por el ascensor y me dejo caer en la pared, cerrando
los ojos.
—¿Lauren apareció? —le pregunto a Tomas.
—Chad habló con él más temprano, dijo que no lo esperásemos en el
trabajo hasta el miércoles por lo menos.
Abro los ojos de golpe y frunzo el ceño. Tomas se encoje de hombros, el
ascensor se para y se abren las puertas.
—¿Cómo es eso? ¿Qué bicho le ha picado a ese hombre ahora? —
cuestiono andando por el pasillo y tocando con fuerza la puerta del
apartamento.
—Tú desapareciste igual, todos tenemos nuestras razones para desaparecer
de vez en cuando. Pero supongo que algo le ha tenido que pasar, ayer no era
él mismo, nunca se emborracha tanto. Y menos bebe wiski a diestro y
siniestro…
En eso tiene razón, también me di cuenta de ello en cuanto lo pidió. Llamo
por cuarta vez sin obtener respuesta alguna y saco la llave del bolsillo. La
oportunidad de hacerlo por las buenas expiró, por lo que me toca actuar por
las malas.
Abro la puerta y lo primero que veo es el vestido de novia sucio tirado en
el suelo.
—Busca en la planta baja, yo iré arriba —le digo a Tomas, subiendo las
escaleras hacia la habitación.
Pero al llegar no veo a mi hermana en ella. El armario está abierto de par
en par sin ropa en el interior, aparte de la de Rodrigo que aún sigue colgada.
La colcha está intacta lo que indica que siquiera durmió aquí. Estoy a punto
de bajar, una vez verifico el baño, cuando veo un papel encima de la mesilla
de noche. Lo abro encontrándome con un texto escrito por mi hermana.
Vuelvo a Massachusetts, siento mucho lo que he hecho. Sea quien sea que
lea esta nota, lo siento muchísimo.
Y ya está, Jessica se despide con un pobre lo siento y vuelve a la ciudad
donde ha vivido estos años. Estoy por el jet, ir allí y sacarle los pelos uno a
uno. Pero por otro lado un suspiro de alivio sale de mi boca al ver que está
bien.

El lunes todo vuelve relativamente a la normalidad. Menos Lauren, ese


sigue encerrado en su casa sin querer hablar con nadie. En cuanto a mí, tengo
que hacer una fuerza sobrehumana para no cogerle el teléfono a Cecilia.
Ahora ha sido ella la que no ha parado de llamarme en todo el día, yo solo
le contesté a un solo mensaje donde me preguntaba por mi hermana. Lo
demás lo ignoré deliberadamente, ya que me pedía que hablásemos sin darme
una pista de lo que quiere hablar. Eso me hace pensar en negativo, creyendo
que me va a decir que nos alejemos, así que antes que me lo pida lo hago yo.
Así es menos doloroso.
No soy de los que se conforman con un puñado de migajas, no sería yo el
que aceptara un revolcón de vez en cuando. Yo la quiero completa, con todo
lo que acarrea tener una relación y en un futuro formar una familia. Cosa que
me ha demostrado, a ella le aterra.
Me tomo la tarde libre, en donde como un jodido viejo solitario, voy al
cine. Paseo por las calles de Nueva York, mirando a cada transeúnte que me
cruzo, que no son pocos y ellos a su vez me ignoran como si no fuera más
que una piedra en sus caminos.
Me siento más humano que nunca, disfrazado con mis gafas de sol y una
gorra, puedo sentirme Murray de nuevo. No el dueño de una de las empresas
más importantes del país. No me arrepiento de haber emprendido mi camino
al éxito, joder, amo lo que hago y lo que he conseguido gracias a mi trabajo.
Sin embargo, añoro poder ser ese muchacho desconocido, que podía ir a
comer una hamburguesa sin miedo a ser reconocido o señalado por alguien.
Me paro a comer un Hot Dog en un puesto ambulante y me lo como como
si fuese una delicatesen del mejor restaurante. Parece haber pasado siglos
desde que no pruebo algo tan delicioso. El móvil vibra en el bolsillo de mis
vaqueros, no haciéndome falta mirar quien es, lo dejo sonar. Si mi padre
siguiera vivo seguramente me tendría la oreja roja de tantos tirones que me
daría. No me enseñó a ser un cobarde en esta vida, al contrario, quería que
afrontase todo de cara. Sacar pecho y tirar para adelante sea lo que sea que
me depare una vez salte el obstáculo que me atemoriza.
Cecilia se ha convertido en ese obstáculo, el cual temo demasiado.
Llego a mi casa empapado, a mitad del camino se ha puesto a llover con
ganas y siquiera le he dado importancia. Como todo, hace muchísimos años
que no me mojaba bajo la lluvia. Subo al ascensor, saludando al guarda de
seguridad del edificio, rechazando una toalla que me tiende para secarme. Es
en serio cuando pienso que la gente rica tiene demasiadas cosas y muchas de
ellas innecesarias. ¿Es realmente necesario todas las facilidades que tenemos
para todo? ¿Incluso para secarnos la cara después de haberte pillado la lluvia?
¡Joder, no! A Jessica y a mí nos encantaba jugar cuando llovía,
mancharnos de barro, correr y saltar los charcos… Daría lo que fuera por
volver el tiempo atrás, donde ni el dinero, el trabajo o el amor eran
importantes para mí. Porque puedo decir sin miedo a equivocarme, que
moriría si no pudiera ver a Cecilia nunca más.
Eso me hace pensar en que estoy haciendo una reverenda idiotez
ignorando sus llamadas. Estoy siendo gilipollas teniendo miedo a una
negativa, cuando tengo que estar demasiado acostumbrado a ellas. Entonces
una de las frases que la terapeuta que me trató tras la muerte de mi padre, se
ilumina en mi mente como si fuese un rótulo de bar antiguo country.
«Estás tan acostumbrado a perder, que cuando tienes ocasión de ganar,
desaprovechas la oportunidad por miedo a perder de nuevo»
Estoy pensando en esa frase cuando salgo del ascensor y veo sentada en la
puerta de mi ático a Cecilia. Mojada, triste y preciosa.
VEINTIUNO
—¿Qué estás haciendo aquí? —es lo primero que se me ocurre preguntar
lejos de lo que realmente quiero y deseo decirle.
Después de todo este tiempo he podido entender que la filosofía de León,
de que el dinero todo lo puede comprar, no es cierta. Desde que la vi por
primera vez, me enamoré de su sonrisa y supe que aunque tuviera millones de
ceros adornando mi cuenta bancaria iba a poder conseguirla. Ella no es como
todos esos clientes que entran y salen de North Group, tampoco ninguno de
mis trabajadores, siquiera mis amigos. Es tan auténtica, tan transparente, que
el miedo era lo único que me mantenía a salvo.
Pero iluso de mí… Nunca estuve en verdad totalmente a salvo de ella.
—No contestas a tu teléfono, yo… —se encoje de hombros y me acerco a
ella para ver si sus ojos lucen igual de rojos de lo que parecen.
Ha estado llorando, eso me hace fruncir el ceño y llevarme la mano al
pecho por la insoportable picazón que he sentido de repente. Está vestida con
un pantalón de chándal y una camiseta blanca que se adhiere a su piel como
una segunda piel. Dejando en evidencia su sujetador color crema.
—¿Qué quieres de mí? —murmuro dándome por vencido, recargando mis
labios en su frente y llevando mi mano a su nuca.
Mi respiración se acelera en cuanto su olor me envuelve, como una suave
sábana de seda egipcia de la mejor calidad. Trémula, lleva las suyas a mi
espalda y me abraza como si estuviese necesitada de mi contacto. Sin decir
una palabra, inclina su cabeza, sus labios quedan a un suspiro de los míos y
desecho todo pensamiento. Recibo esas migajas que en un principio
rechazaba, agarrándome a un clavo ardiendo, necesitándola como respirar.
Abro la puerta, empujándola con mi cuerpo sin soltarla ni dejar de besarla.
La conduzco con cuidado y prisas hasta llegar al sofá, bebiendo de su aliento,
comiéndome su boca con un hambre voraz. La tiendo a lo largo,
importándome bien poco que lo estropeásemos con la humedad de nuestras
ropas, ya compraría otro si llegase a hacer falta.
Mi mano serpentea por su estómago gracias a que su camiseta se ha
subido lo suficiente para permitírmelo, entonces su mano agarra mi muñeca
impidiéndome seguir. Dejo de besarla, nuestra respiración dista mucho de ser
regular, sus ojos aún un poco rojos, me miran con temor. Abro la boca para
preguntarle pero ella se me adelanta antes de que ninguna palabra salga de
mis labios.
—Apaga las luces… —me pide, las lágrimas acuden a sus ojos y es tanta
la súplica que veo en ellos que le hago caso y nos sumimos en oscuridad.
Apenas puedo diferenciar su silueta, gracias a las pocas luces que entra
por el ventanal de los otros edificios colindantes. Beso su barbilla, respirando
hondo, sin querer perderme cada nota de fragancia de su piel. No sé por qué
pero tenía el pensamiento de que esta sería la última vez que le haría el amor.
Imágenes de ella en North Group, riendo, bromeando con los chicos, en
cada uno de los eventos, en las video llamadas, en las catas… la primera vez
que tuvimos una conversación, cada una de las escenas donde ella era la
protagonista de mis sueños y ahora, justo ahora, de mi realidad.
Con cuidado le saco la camiseta, vislumbro a duras penas sus turgentes y
preciosos pechos cubiertos de encaje. Cierro los ojos, viendo en mis
recuerdos cómo se ven, su piel suave y acaramelada. Olor a vainilla, café,
melocotón, todos mis sabores y olores favoritos están en su cuerpo. O es mi
cerebro el que me hace una mala pasada.
Beso su canalillo, apretando sus senos juntos y enterrando mi nariz entre
ellos. Mi preciosa Cecilia gime suave, sus uñas hacen cosquillas en mi cuero
cabelludo para luego agarrarme fuertemente del pelo cuando el placer sube de
nivel.
Bajo las copas, descubriendo sus pezones, arremolino mi lengua alrededor
de cada uno y a continuación los muerdo provocando que se arqué debajo de
mí. Aprovecho el movimiento sinuoso para quitarle los pantalones, dejándola
en ropa interior.
—Quiero verte… necesito hacerlo… —le pido con la voz ronca.
—Hoy no —me dice después de unos segundos, llevando su mano a mi
erección intentando desviar mi atención y pensamientos.
Gruño quejoso, quitándole las últimas dos prendas que cubren su cuerpo y
sin quitarme la mía del todo, entro en su interior de una sola estocada. Nueva
York se apaga por completo, o son mis ojos los que se cierran, de igual forma
todo desaparece en cuanto su calor me envuelve y aprieta.
Me muevo en su interior con golpes secos, haciéndola enloquecer, gemir
en cada embestida. Agarro sus nalgas, me incorporo y la acerco a mí con
arrebato. Sus suaves manos recorren mi pecho, mi estómago, y yo arremeto
cada vez con más y más fuerza deseando que esta sensación no se vaya
nunca.
Cecilia se yergue un poco, se agarra a mi nuca y se balancea recibiendo
mis embates haciendo que nuestra unión sea inevitable. Un calor insoportable
recorre mi espalda, mis piernas, sudor gotea de mi frente seguramente
mojando su piel. Deseo tanto poder observar eso, que estoy tentado de alargar
la mano y encender la lámpara de pie a su lado.
—Murray... —gime, temblando como una hoja ante un orgasmo que nos
atraviesa a ambos.
Me derramo en su interior, las paredes de su sexo aprietan mi polla como
una tenaza, ahogándome, proporcionándome tanto placer que si no escuchara
mi propio corazón en los oídos, hubiera dicho que estoy muerto. Se deja caer
hacia atrás, abrazándome y llevándome con ella.
Ya puede hacer verdadero calor, que aquí en sus brazos me quedo para
siempre.
Nuestra respiración se ralentiza, las pulsaciones disminuyen y sonrío
soñoliento antes de alzar la mano y encender la lámpara.
Todo pasa tan deprisa que por un momento no sé qué coño pasa. Cecilia
grita «¡No!» y tapa su cuerpo con sus manos, al mismo tiempo que agarra su
camiseta y se cubre. El miedo hace que no enfoque ni su cara, y mi corazón
ha vuelto a latir fuertemente. Entonces lo veo.
Su espalda luce un gran hematoma, sus brazos señalados con la marca de
cuatro dedos y uno de sus muslos está igual de lastimado.
Las lágrimas acuden a mis ojos, no creyéndome lo que veo. Me levanto
del sofá, mirando con horror las marcas.
—Cecilia… dime que eso no…
Ella rompe en llanto, se pone la camiseta y a toda prisa sale corriendo
hacia la puerta. Observo mis manos temblar, y las lágrimas que caen de mis
ojos aterrizando en ellas. Cuando el shock inicial desaparece, la rabia me
hace ponerme la ropa a toda prisa y correr tras ella. Ha sido él… ha sido su
propio hermano la que le ha hecho esa atrocidad y ella va corriendo de nuevo
hacia él.
Cuando llego a la calle, la veo entrar a un taxi y este salir a toda prisa
camuflándose entre el tráfico.

—Tranquilízate, Murray y dime todo desde el principio. Puedo mover


hilos y hacer que lo arresten pero si ella no denuncia acabará saliendo tarde o
temprano.
Froto mi cabeza con desesperación y ando de un lado a otro poniendo de
los nervios a Ángela. A este paso voy a hacer un agujero en el suelo.
—No voy a volver a repetirlo todo, solo de pensarlo me entran ganas de
vomitar.
Cojo el móvil del bolsillo interior de mi chaqueta y marco su número por
enésima vez. Teléfono apagado.
—¡Joder! —Grito como un desquiciado.
Son las once de la noche, hace una hora que Cecilia se fue de mi casa y
por miedo a que el hijo de puta de su hermano le hiciera algo no he ido a
buscarla. En su lugar he venido a molestar a mi detective privada, abogada
del diablo en sus tiempos libres, para que metan a ese malnacido entre rejas
lo antes posible.
—O te tranquilizas o te tranquilizo yo, elige —amenaza con el dedo índice
luciendo realmente enfadada.
Ángela asiente cuando me ve sentarme y le cuento lo que vi. Obviando los
detalles de lo que habíamos hecho segundos antes de encender la luz.
Entonces levanta el teléfono y marca para luego colocarlo en su oreja.
Encendiéndose un cigarrillo, sale a su terraza y cierra para que yo no escuche
la conversación. La bata de seda que cubre su cuerpo vuela gracias a la brisa
del exterior.
Cuando entra, ha colgado y tira la colilla para luego cerrar la puerta tras
ella.
—Van a detenerlo, Murray, tienes suerte de que seas un cabrón
importante. Ahora lo que hace falta es que reces o te folles al juez una vez te
llamen a juicio. Si ella no incrimina a su hermano, no hay nada que hacer.
Y con esas últimas palabras me voy de su casa y entro en mi coche para
poner rumbo a mi ático de nuevo. Seguramente ahora mismo un par de
coches patrulla estén aparcando fuera de la casa de Cecilia, daría la mitad de
mi fortuna solo por verlo inmovilizado. Pero lo que más ansío hacer es
matarlo con mis propias manos.
A eso de las dos de la madrugada, sentado en el sillón donde horas antes le
he hecho el amor a Cecilia, con una copa de vino en las manos, mi teléfono
suena.
—Jordi Davis dormirá entre rejas durante un buen tiempo.
Y eso es todo lo que deseaba oír.
VEINTIDOS
—Si hacemos lo…
La puerta de la sala de juntas se abre, interrumpiendo las palabras de
Chad, nos giramos y vemos a Lauren entrar impoluto como siempre. Con la
diferencia de que luce unas grandes ojeras bajo los ojos. Él saluda a cada uno,
también al cliente con un apretón de manos y se sienta haciendo que la
exposición siga su curso. La poca iluminación de la habitación, apenas la luz
del proyector para ver las diapositivas, no me deja ver su rostro con claridad.
Igualmente, no me hace falta en lo absoluto.
Se ha presentado antes de lo esperado, seguramente haya sido por la visita
sorpresa que le dio león ayer, el cual me dijo palabras textuales: ese cabrón
vendrá a trabajar.
La reunión acaba y antes de que podamos decirle media palabra a Lauren,
este se marcha con ambas manos dentro de los bolsillos y la cabeza gacha.
—Si eso se lo ha hecho una mujer, es para meterle dos palizas… —
comenta John, ganándose un puñetazo de León en el brazo.
—Dejadlo, él es mayorcito para saber lo que hace o deja de hacer.
Cada uno nos vamos a nuestros respectivos despachos y me llevo
trabajando todo el día. Sin sobresaltos de ningún tipo, sin llamadas
importantes, sin noticias de Cecilia y de su hermano capullo. Cuando el reloj
da las once de la noche, me sobresalto. Se me ha ido el santo al cielo y puedo
ver que los trabajadores hace rato que se han marchado a casa.
Froto mi cabeza, algo normal en mí cuando todo me satura de golpe.
Llevarme trabajando tanto rato hace que cuando paro, tenga una especie de
síndrome de abstinencia. Lo mismo me ocurre con ella.
Agarro el móvil una vez lo encuentro bajo todos los papeles esparcidos en
mi mesa de diferentes gráficos y hojas de cálculo. Abriendo Facebook, la
busco entre mis amistades y entro en su perfil, dándome de bruces con su
fotografía. Es tan, pero tan, bonita, que se me encoje el pecho. Es tan
diferente a todas las mujeres que he conocido en mi vida, ya no solo por
parecerme la más guapa de todas, es la manera con la que sonríe, la forma de
su nariz, el arco de sus labios que cada vez que he podido lo he besado a
consciencia.
Me trae loco esta mujer, es algo más allá de lo natural, que sin duda
acarreará mi muerte prematura. Estoy seguro de ello.
Navego por la página de su negocio, no habiendo encontrado gran cosa en
su Facebook personal y encuentro una imagen de ella junto con sus
empleados. Entre ellos: su hermano. Me quedo observándolo por un largo
rato, no siendo capaz de ver el sentido a lo que ha hecho. Cómo una persona
que de buenas a primeras, parece no haber hecho daño a nadie, pueda
provocar tal atrocidad.
Recojo los papeles, cuando las marcas del cuerpo de Cecilia se hacen
vívidas en mi mente. El recuerdo de su piel amoratada me perseguirá
mientras viva y eso me pone de muy mal humor. Tanto que estoy por ir a
verlo personalmente y matarlo a puñetazos. Tengo demasiados contactos,
amistades, entre ellas más de un agente de policía. Con un par de palabras
conseguiría entrar en su celda y hacer como si todo hubiese sido un
accidente. Pero eso significaría manchar mis manos de sangre, no inocente,
pero sí me marcaría el alma de por vida.
Programo la alarma de mi despacho, tengo cinco minutos para salir antes
de que se conecte, cuando al presionar el botón, la puerta se abre de golpe.
Alzo la cabeza como un resorte, viendo a Cecilia en el marco de esta, no muy
feliz que digamos. Su cabello luce revuelto, sus ojos rojos de haber llorado
mucho rato y viste un simple pantalón ajustado de chándal color gris. De esos
que se pone para trabajar sin miedo a ensuciarlo.
Quiero decir que está preciosa, pero no concierne en este momento. Está
enfadada, seguramente sea por el mismo motivo por el que me tiene nervioso
a mí. Su hermano.
—No tenías ningún derecho… —dice con la voz ronca, su labio inferior
tiembla avecinando el llanto.
Trago saliva, en eso tiene razón, sin embargo, no iba a consentir que ese
ser la golpease más o que llegara a hacerle algo mucho peor.
—Tiene que pagar por lo que te hizo —contesto tranquilamente, sin
moverme un ápice de donde estoy, con las manos aún apoyadas en mi mesa y
de pie.
—Tú no sabes nada, Murray, nada. No tenías que haberte metido en mi
vida, no todo está a tu alcance ¿sabes? Hay cosas que no puedes conseguir y
haciendo lo que has hecho no me vas a tener.
Suspiro y cierro los ojos buscando paciencia. Eso que ha dicho es algo que
me lleva persiguiendo durante tanto tiempo que me cansa solo que hagan
alusión de ello. Sé de sobra que por mucho poder y dinero que tenga, hay
cosas que no puedo solucionar o tener. Y entre ellas está Cecilia.
—No lo he hecho para tenerte —le digo con total sinceridad—. Primero
que nada no soy como tú crees. A mí me gusta conseguir lo que quiero con el
sudor de mi frente, no siempre tuve dinero en mi cuenta bancaria, Cecilia.
Pero si podía hacer algo para alejarte de ese monstruo que te golpeó, lo iba a
hacer quisieras o no.
Mi tono no consiente discusión, menos para ella. Cecilia Davis saca las
garras y los dientes cuando a lo de defender su punto se refiere. Es una de las
cosas que me enamoró de ella: la tenacidad, la fuerza de voluntad, con la que
hace su trabajo o defiende sus intereses. Algo de lo que carece cuando está
alrededor de su hermano.
—¿Cómo sabes que él me lo hizo? ¿Me has preguntado a mí en primer
lugar? ¿Te lo he contado? ¿Te he pedido ayuda, acaso? —escupe acercándose
hacia donde estoy, dejándome ver más de cerca sus lágrimas manchando su
bonita cara.
—No, pero no hace falta.
—Claro —afirma con una risa amarga—. Has hecho lo que dices no hacer,
abriendo la agenda y llamando a uno de los que te lamen el culo para que
investigue mi vida. Dime que es mentira.
Y mi silencio solo confirma lo que ha dicho. Entonces vuelve a reír, esta
vez como si hubiera tenido una mínima esperanza de que no fuera cierto. Yo
mismo estoy arrepentido de haberlo hecho en primer lugar.
—No soy de tu propiedad, no soy nada tuyo.
—¡PERO ME IMPORTAS, MALDITA SEA! —mis manos golpean el
cristal de la mesa haciendo que se sobresalte, perdiendo los nervios.
Automáticamente me arrepiento de mi arrebato. Ella da un paso atrás, sus
lágrimas caen sin control y en un ataque de miedo rodeo la mesa para
acercarme a ella.
—No me toques —avisa alzando el dedo—. Estoy cansada de que me
controlen, estoy harta de que digan o hagan con mi vida lo que quieren sin
tenerme en cuenta. Mi hermano está en la cárcel, por tu culpa, la única
familia que tengo y me lo has arrebatado.
—Dime entonces que no ha sido él el culpable de eso —le digo señalando
el hematoma visible bajo la manga corta de su camiseta.
Automáticamente se abraza a sí misma y se muerde los labios no teniendo
fuerzas para mentirme.
—¿O me vas a decir que te lo hizo porque tú lo buscaste? ¿Fue tu culpa?
¿Es esa la excusa que quieres darme?
El primer aviso de la alarma suena, eso significa que queda un minuto
antes de que se active. Hago caso omiso, solo Cecilia tiene prioridad ahora
mismo para mí.
—¡No tenías derecho! ¡Ningún derecho! —Rompe en llanto y recorre los
últimos pasos que nos separan para venir a mí y golpearme con los puños el
pecho—. No puedo más… Necesito un respiro, maldita sea.
Apenas tiene fuerzas, su ataque no tiene repercusión alguna por lo que
fácilmente puedo inmovilizarla y que no se haga daño a sí misma. La abrazo,
dejándola llorar, consiguiendo que se dé por vencida, que se rinda ante la
realidad. Ese hombre no merece llamarse hermano, hijo o padre, no tiene
derecho a estar en libertad y eso debe entenderlo.
—Hazme desaparecer, por favor —me pide entre hipos, desconsolada.
Beso su coronilla, la acuno y trémulo recorro su espalda, brazos, codos,
haciendo que se estremezca. En este momento solo se me ocurre una forma
de que deje de pensar.
La alarma se activa, el sensor de movimiento alerta de nuestra presencia y
la puerta se cierra herméticamente sin la posibilidad de abrir desde dentro.
Cecilia sale de su escondite bajo mi barbilla y mira la puerta asustada.
—¿Qué pasa?
—Activé la alarma antes de que aparecieras, nos hemos quedado
encerrados —digo con simpleza apagando el molesto ruido presionando el
botón de mi mesa.
Miro hacia la cámara, haciendo un imperceptible movimiento al guardia
de seguridad para que sepa que todo está bien.
—¿Y cuánto tardan en llegar para abrirnos? —pregunta ella con los ojos
muy abiertos y las manos temblorosas.
—Hasta mañana no hay nada que hacer, nos tocará dormir aquí —le digo
lo más serio que puedo.
Puede que me arrepienta de mentirle, pero necesito tanto entenderla y
hablar las cosas que no se me ocurre escusa mejor que esta. Cecilia se altera y
pega golpes al cristal de la puerta, pidiendo ayuda a gritos.
—El guarda no te escuchará, la sala está insonorizada y aunque haya
cámaras no tienen micrófonos por eso de la privacidad, ya sabes.
Nada más escucharme quiero lanzar una carcajada por lo idiota que sueno.
Nadie en su sano juicio creería esa patraña, pero ella alterada que está
todavía, se lo traga por completo. Incluso su cara pierde color de golpe.
—No puede ser, no puedo estar en sitios cerrados mucho tiempo…—dice
andando hacia mí con la intención de pulsar los botones de mi mesa a diestro
y siniestro.
La sujeto de los brazos sin mucha fuerza, la suficiente para hacerla parar.
Ella me mira, ambos nos miramos a los ojos y veo el temor reflejado en los
suyos. Como si no me reconociera o mucho peor, me comparara con alguien.
—¿Me tienes miedo, Cecilia? —le pregunto temeroso de que sea así.
Ella traga saliva, sin mover un músculo, salvo el corazón que bombea
frenético.
—Solo cuando te tengo demasiado cerca —confiesa dando un breve
vistazo a mi boca.
Suspiro de alivio.
—Yo también, siempre —le digo llevando mi mano a su cabello,
despejando su rostro por completo.
Apenas lleva maquillaje, suaves pecas adornan su pequeña nariz y el lunar
de encima de su labio es más visible.
—¿Por qué? —pregunta en un susurro casi inentendible, como si no
supiera lo que provoca en mí cuando la tengo cerca.
—Porque una vez que te toco, que empiezo a besarte, me pregunto si
podré parar de hacerlo.
—Yo también, siempre —repite las mismas palabras que le he dicho
antes.
Eso me hace sonreír, sin poder ni querer evitarlo, agarro su rostro y la beso
en los labios. Cecilia se deja hacer, derritiéndose como mantequilla en una
sartén hirviendo y eso me descoloca. No la necesito sumisa, la quiero
guerrera, llena de fuerza, y se lo hago saber una vez la levanto en vilo y la
siento en la mesa posicionándome entre sus piernas.
—Quiero que me folle, señorita Davis… Déjeme ver lo que sabe hacer.
VEINTITRÉS
La piel de sus brazos de eriza y su boca se abre para dejar escapar un
gemido delicioso que me trago con hambre. Muerdo su labio superior,
estirándolo para luego chuparlo a placer. Sus manos atrapan el cabello de mi
nuca e intensifica el beso haciendo que me tiemblen las rodillas. ¿Es que no
se da cuenta de lo que hace conmigo?
Cecilia parece haber reaccionado por fin, cosa que me excita en cero coma
dos segundos. Caigo en la silla gracias a su empujón y antes de darme cuenta,
se sienta encima de mí y devora mi cuello con ansia.
Mis manos inconscientemente viajan hasta su culo apretado, haciendo un
poco más de presión en mi entrepierna. Estoy que reviento los pantalones y
ella lo nota, me hace saberlo con un jadeo. Con disimulo, pulso el botón de
debajo de mi mesa para apagar las cámaras de seguridad. Lo que menos me
apetece es que el guarda de planta vea a mi mujer de esta manera. Demasiado
tarde me he dado cuenta y seguramente ya tenga material para sus noches en
vela.
Eso me pone celoso, la sola idea de que otro hombre tenga su imagen en la
cabeza. Solo yo quiero verla así, perdiendo el norte, la inhibición. Cecilia me
agarra de las muñecas y las presiona a cada lado de la silla, eso significa que
no me permite tocarla hasta que ella lo quiera así. Gruño y mis caderas se
alzan por instinto, haciendo que ella sonría.
Se baja de encima de mí, sus dedos agarran el borde de sus mallas
ajustadas y despacio se las baja, haciendo que la luz de los rascacielos
colindantes y la tenue iluminación del flexo me permitan observar su ropa
interior de encaje azul claro.
Se desenvuelve como si fuera un regalo de lo más delicado, volviéndome
loco, poniéndome al límite y deseando que de una vez se quede desnuda
frente a mí. Cuando eso pasa, aguanto la respiración como si fuera la primera
vez que la veo así. Ahora puedo ver con más claridad los golpes que le dio su
hermano y de nuevo vuelven esas ganas de llorar y de golpearlo hasta
causarle la muerte.
Ella se da cuenta pero no hace nada para cubrirse, se quita las braguitas, el
sujetador y deliciosamente desnuda por completo, camina y vuelve a subirse
encima de mí a horcajadas. Con los dedos temblorosos quita cada botón de su
ojal, abriéndome la camisa hasta dejar mi pecho al descubierto.
—Vuelve a decirme lo que me dijiste en la boda de tu hermana —pide en
un hilo de voz, haciéndome tragar duro.
Sus manos me distraen por unos agónicos segundos, en los que con
destreza consiguen bajarme la cremallera del pantalón y sacar mi erección.
Con el pulgar acaricia el glande, humedeciéndose la yema, embadurnándome
la punta antes de alzarse y penetrarse ella misma.
Echo la cabeza hacia atrás cuando el placer recorre mi espalda hasta
desembocar en mi nuca, provocando un escalofrío en todo el cuerpo.
—Dilo —vuelve a pedir, balanceándose despacio, aumentando mi
desesperación.
—Te quiero —le digo sin mirarla a la cara, no sé qué pretende con ello,
tampoco me apetece saberlo.
Mi corazón duele por el simple pensamiento de que me esté utilizando. De
que le guste hacerme sufrir, como me hizo mi profesora siendo yo tan joven.
La historia parece repetirse en este mismo pestañeo, en el que veo el cabello
rubio, revuelto de Cecilia, al igual que vi el cabello pelirrojo de la señorita
Hoffman. El deseo latente en sus ojos, los de ella verdes y los de la otra
marrones claros.
Cecilia atrae mi boca hacia la suya, matando todo pensamiento,
cambiando los acontecimientos, haciéndome centrar, sin ella tener idea, a lo
que está pasando justo ahora. No hay comparación, lo que siento por Cecilia
es mucho más grande, y eso me aterra más todavía.
Sus caderas se alzan y bajan sobre mi erección, una y otra vez, cada vez
más deprisa. «Te quiero» son las únicas palabras que sé balbucear y Cecilia
gime cada vez que las repito. Su coño se aprieta en torno a mí, me duele las
manos de aguantarlas apretadas por tal de obedecerle. Y me folla a placer,
haciéndome correr antes siquiera de que ella haya alcanzado el orgasmo.
Mi pelvis se mueve involuntariamente, calientes chorros de semen se
derraman en su interior y en el último espasmo, dejo caer la cabeza hacia
atrás derrotado.
—No… ha estado… mal —digo entre jadeos desesperados por encontrar
el aliento.
Cecilia ríe con la respiración agitada y pasado un momento se levanta con
cuidado limpiándonos con su propia braguita.
Ver el encaje celeste en contraste con mi piel, arremolinándose en torno a
mi polla hace que las ganas reaparezcan. «¿Es que nunca voy a tener
bastante?» pienso antes de agarrarla de los brazos, girarla y llevármela contra
el cristal del ventanal. Cecilia grita de la impresión, luego, domeñada, se
inclina un poco abriendo las piernas. Como tantas veces he soñado, sus
pechos se aprietan contra el frío cristal, empañándolos con su calor.
—Espero que te gusten las vistas, porque ahora, me toca a mí —es todo lo
que digo antes de penetrarle de un empellón.
Sus gritos se convierten en música para mis oídos, los cuales están casi
sordos a causa de mi acelerado pulso. Con dos embestidas Cecilia se corre,
gritando mi nombre como si fuese un mantra. Una y otra vez, diez, doce, son
las veces que la penetro desde atrás, encontrando demasiado entretenido ver
cómo sus nalgas rebotan a causa de mis envestidas. Me vuelve jodidamente
loco, completamente desquiciado. Y mis movimientos inmoderados se lo
hacen saber.
—Follarte es una jodida locura —digo viendo mi sudor caer en gotas
constantes hasta desembocar en el hoyuelo de su espalda baja. Acaricio su
cintura, bajando y subiendo hasta llegar al principio de sus pechos.
Sus pezones están fríos por culpa del cristal, se los retuerzo y grita
desaforada antes de arquearse y recibirme.
—Joder… —murmura entre jadeos.
Su sexo pulsa, el mío también y esta vez llegamos casi al mismo tiempo a
eso que llaman el limbo del segundo orgasmo. Cientos de colores sin sentido
ni forma aparecen tras mis párpados, estoy mareado, sobreexcitado y
desmadejado. Echo un guiñapo inservible.
Nos dejamos caer en el suelo, la suave alfombra nos acoge y después de
unos minutos abrezados siento su beso justo en mi pecho.
—También me da miedo que me quieras, eso hace que me dé cuenta que
yo también lo hago.

Cecilia se ha quedado dormida casi al instante de haberme dicho que me


quería. Yo no he dicho nada, solo podía sonreír y cerrar los ojos. Disfrutando
de su confesión y guardándola como oro en lo más hondo de mi alma. Con
cuidado me deshago de su agarre y la levanto del suelo intentando no
despertarla. Desnudo me la llevo hasta el sofá donde la depósito y ella abre
los ojos luciendo soñolienta. Una sonrisa perezosa se abre paso en sus labios,
los cuales, beso repetidas veces haciéndola reír.
—¿Tienes frio? —le pregunto tomando una suave manta de cachemir que
siempre tengo encima del sofá por si acaso.
Ella asiente y ronronea en cuanto se la coloco encima. Sonrío y mi
corazón se aprieta. Yo que estaba totalmente seguro de que no la podía querer
más, ahora acaba de dispararse por los aires.
—Jordi me golpeó porque le planté cara —dice tras un suspiro.
Me tenso ipsofacto y me siento en el suelo a su lado sin querer hacer
ningún movimiento por si deja de hablar. Cecilia tiene la mirada perdida en
algún punto incierto del suelo del despacho y veo cómo sus ojos se llenan de
lágrimas.
—Tu hermana me llevó a una maravillosa terapeuta, amiga suya, para que
hablase conmigo respecto a… todo. Mi vida no ha sido fácil, Murray, nunca
lo fue, ni lo ha sido y hasta que no vi a mi hermano encerrado entre rejas,
pensé que no lo sería nunca.
Cecilia se echa más hacia atrás, dejando hueco para mí a su lado. Soy un
tipo grande, el sofá apenas la acoge a ella pero conseguimos amoldarnos
hasta ponernos cómodos. Mitad de su cuerpo sobre el mío, con una pierna
encima de la mía y tapados hasta el cuello, nos quedamos mirándonos sin
perder detalle del otro.
—Mi padre nos maltrató desde muy pequeños, tanto a nosotros como a mi
madre. Jordi se convirtió en un niño mezquino, rebelde y hacía cosas que…
veía en mi padre. Desde muy joven bebía alcohol, consumía drogas y tenía
antecedentes por intento de violación a un par de chicas de su edad.
»Cuando mis padres murieron en un accidente de coche, yo tenía
diecinueve años, vivía con unas compañeras de piso gracias a que mi
universidad estaba lejos de la ciudad donde me crie. Me sentía la peor
persona del mundo cuando no conseguía derramar una lágrima por ellos.
Siquiera por la mujer que me trajo al mundo, ya que permitía que mi padre
nos hiciese daño.
Un nudo se me forma en la garganta incapacitándome respirar, no consigo
dejar de ver esas imágenes en mi cabeza donde Cecilia era maltratada por un
hombre sin rostro. Ella empezó a relatarme cómo fue su recuperación, cómo
salió de la depresión, dejándome a mí las imágenes de su rostro aniñado
cubierto de sangre e hinchado por las palizas que le daba esa bestia.
—Mi hermano me llamó después de los años, cuando ya me había
instalado en un apartamento de Nueva York. Me dijo que era padre y con una
ilusión poco usual en él, me mandó miles de fotos del bebé. Viajé a verlo,
conociendo a mi cuñada, la cual se veía poco saludable. Entonces me di
cuenta de que él la maltrataba. Temí por mi sobrino, incluso quise hablar con
Charlotte para que me dejara llevármelo. Jordi se enteró, discutieron y me
dijo que me fuera, que no volviera nunca más.
»Mi sobrino tenía dos años y medio cuando murió de un fuerte golpe en la
cabeza que supuestamente se dio al caerse de la cuna.
Cierro los ojos y las lágrimas cubren mis ojos dejándome ciego durante
unos segundos. Abrazo su cuerpo, encontrándola fría en el tacto. Autómata,
sigue hablando, consiguiendo que desee hacerla callar. Sin embargo, algo me
dice que es lo mejor. Eso solo puede significar que necesita desahogarse de
alguna manera y aunque luego de esto me quede echo una mierda, lo
aguantaría si eso significa que ella estará bien.
—Luego, mi cuñada también murió sin causa aparente, de la noche a la
mañana, un mes después de que su bebé falleciese. Mi hermano fue a la
cárcel por presunto asesinato, luego lo soltaron por falta de pruebas —Cecilia
suspira y se arrebuja en mis brazos, yo tengo que hacer una fuerza
sobrehumana para no derrumbarme.
Tengo total constancia de todo lo que me está contando, pero saber los
detalles es mucho peor. Ella ha perdido todo, solo le queda su hermano, que
aunque es un asesino, es lo que le enseñaron a ser desde muy pequeño.
—No sigas si no quieres —le digo en un susurro, enjugándome las
lágrimas con una mano.
Su dedo índice hace dibujos de espirales en mi pecho y niega con la
cabeza. Asombrosamente no está llorando, eso me hace ver lo rota que está
por dentro, la de lágrimas que habrá derramado a lo largo de su vida para que
ahora no pueda hacerlo.
—Necesito contártelo aunque ya lo sepas, quiero hacerte ver que no soy
fácil de tratar. Estoy dañada, Murray, no podré ser lo que deseas.
Alza la cabeza y me mira a los ojos, no habiéndome dado tiempo de
quitarme las nuevas lágrimas que enturbian mi visión. Con cuidado y mimo,
lleva sus dedos, trémula, hacia ellos. Cómo si mis lágrimas fueran algo fuera
de lo común y no lo entendiera.
—No quiero que seas como yo deseo porque ya naciste siéndolo —,
murmuro llevándome sus dedos a los labios para besárselos uno a uno. —No
pretendo amoldarte a mi preferencia, tú me enamoraste tal cual eres y no
necesito cambiar ni un solo cabello de tu cabeza.
Cecilia sonríe, inclina la cabeza hacia atrás y me regala sus labios para que
los bese. Es la mujer más valiente que he conocido nunca, la mejor persona y
pareja de vida que he podido elegir para mí, aunque ella no tenga ni idea.
Todavía.
VEINTICUATRO
La luz del amanecer que entra por la ventana me despierta y por un
momento no sé dónde estoy o por qué siento tanto calor en el costado.
Entonces con los ojos pegados por el sueño, giro la cabeza y veo a Cecilia
plácidamente dormida a mi lado. Le echo un vistazo a mi reloj de pulsera,
apenas son las seis y media de la mañana, por lo que nos da de margen,
escasas dos horas, para adecentarnos una vez empiecen a llegar empleados.
Con la vista fija en el techo, mientras distractoramente acaricio su hombro,
rememoro lo último que hablamos antes de quedarnos dormidos muy entrada
la noche. Le pregunté por qué le permitió a su hermano controlarla, porqué
sabiendo lo que hizo lo dejó entrar en su casa, vivir con ella incluso darle
trabajo. Ella me explicó, con la voz en un hilo, que estaba acostumbrada a
hacerle caso siempre, a tener una dependencia o validación de su parte ya que
le recordaba demasiado a su padre.
Por miedo a que le golpeara hacía lo que le decía, luego cuando no estaba
cerca, parecía convertirse en ella misma. Eso era lo que estaba trabajando con
la terapeuta, en encontrar su verdadero yo incluso cuando está con la persona
que le hace daño. Afrontando la realidad, plantándole cara. Y entonces
ocurrió lo que ella temía. Que la historia se repitió.
El cerrojo de la puerta se abre, seguramente lo ha accionado el guarda de
planta, ya que es la hora del relevo. Con cuidado de no despertarla, salgo del
sofá y ella se despereza haciendo que la manta se deslice por su torso,
describiendo así, sus pechos de pezones rosados y erizados a causa del
cambio de temperatura.
Me arrodillo a su lado, sin dejar de observar cómo suben y bajan a causa
de su respiración calmada. Sin aguantarme, me inclino sobre ella lamiendo el
pezón derecho para después soplar sobre él, erizándolo todavía más. Cecilia
murmura algo entre sueños y sonrío bajando mi boca hacia el otro pezón y
repetir el proceso.
—Murray… —farfulla a modo de pregunta, suspirando a continuación.
Devuelvo la mirada a su rostro y sonrío provocando que ella lo haga
también. Chupo su pecho, haciendo que se muerda el labio inferior y cierre
los ojos antes de proferir un gemido suave.
—No puedo dejarte ir sin haberlas probado —le dijo besando su canalillo,
agarrando sus pechos juntos y respirando hondo.
—Me alegro de que te gusten tanto, le daré la enhorabuena al doctor que
me las puso —dice alegre, afirmando lo que John decía.
—Sin duda le regalaría la mitad de mi fortuna a ese hombre —murmuro
bromeando, haciéndola reír.
Cecilia se estira, se sienta en el sofá, obligándome a dejar de succionar su
pecho y destapándose del todo. Su coño depilado queda expuesto y para
aniquilarme del todo, colocando los pies encima del asiento, se abre de
piernas.
—Será mejor que desayunes rápido, estarán a punto de abrirnos la puerta
—comenta juguetona, mordiéndose el dedo y chupándolo como si estuviera
imaginándose que es mi pene en su lugar.
—Me preocuparía si este no fuera mi despacho, si esta no fuera mi
empresa y si cada uno de los empleados que conforman este edificio no
estuvieran a mis órdenes —me inclino sobre su entrepierna y paso la lengua
por su abertura, llevándome su sabor conmigo. Relamiéndome gustoso.
Cecilia jadea y sus manos vienen al encuentro de mi cabello. He descubierto
que le encanta hacer eso.
—No sé por qué esas palabras cargadas de arrogancia dichas de tu boca,
me ponen demasiado caliente —declara relamiéndose los labios jadeando a
causa de mis caricias.
—Será porque soy demasiado irresistible para ti.
Lamo con más ahínco, arrancándole gemidos y grititos hasta que después
de un rato, consigo hacer que se corra en mi boca y grite mi nombre sin pudor
alguno.

Salir de North Group a hurtadillas no es fácil y menos con Cecilia


metiéndome mano cada vez que tiene oportunidad. Siquiera ha mencionado
nada acerca de su hermano, como si ese hecho no existiese para ella en este
momento. Está feliz, juguetona y espero que ese estado de ánimo le dure para
siempre.
Para cuando llegamos al parking subterráneo, estamos jadeando en busca
de aire. Cecilia salta y la agarro haciendo que sus piernas se enrollen en torno
a mi cintura.
—¿Has venido en tu coche? —le pregunto después de recibir su beso.
La cargo hasta llegar al mío, el cual, se abre automáticamente en cuanto
me acerco. Cecilia niega y agarra mi rostro para darme más besos. Viéndola
así, se me parece a mi hermana la intensa que Dios sabe dónde está.
—Vine en taxi, no sabía si era capaz de conducir con el grado de nervios y
enfado que llevaba encima —dice frunciendo el ceño, diluyendo un poco su
sonrisa.
—Te llevaré a casa entonces —digo besando su nariz.
—Eso suena a dejarme allí e irte —me reprocha haciendo un puchero con
los labios.
La siento en el capó del Jaguar y jugueteo con los mechones de su cabello,
retirándoselos del rostro.
—¿Qué deseas que haga entonces? —le pregunto aprovechando de verla
desde tan cerca todo el tiempo que me sea posible.
—¿Qué posibilidades hay que uno de los dueños de North Group, pida su
vida libre y la pase conmigo?
Pestañeo repetidas veces y trago saliva. No sé si lo que acabo de escuchar
es una proposición en toda regla o simplemente está jugando. Si no fuera
porque su cara luce un poco seria, me lo hubiese tomado a broma desde un
primer momento.
—¿Qué quieres decir con eso? —por si acaso necesito preguntárselo en
voz alta, no quiero hacerme ilusiones con lo que pueda significar.
—Solo intento retirarte del mercado, Murray. Odio verte en las portadas
de las revistas como un soltero cotizado. Eso hace que tenga a millones de
neoyorquinas compitiendo contra mí.
La sonrisa se me ensancha y algo en mi pecho explota ocasionando un
enorme regocijo.
—¿Y dónde están esas mujeres? —digo en broma, mirando de un lado a
otro —, quizás deba hacer un exhaustivo casting para elegir a mi futura
novia.
Cecilia me palmea el brazo en reprimenda y agarra mi rostro para besarme
intensamente. Mando a la mierda mi imagen, besándola con unas ganas que
lejos estoy de remitir. Tendré que confiscar luego las cámaras de seguridad
de todo el edificio.
—Te quiero, señor Steven.
El sentimiento de felicidad se queda pequeño en este momento, por lo que
lo único que puedo hacer es sonreír como un gilipollas y besarla.
—También te quiero.

Dejar a Cecilia en su trabajo ha sido un verdadero suplicio. Desde ayer no


nos hemos despegado el uno del otro, literalmente hablando. Pospuse mis
reuniones, ella no fue a trabajar y la pasamos de mi cama al sofá y viceversa.
También la acompañé a su apartamento donde consiguió un par de mudas de
ropa. Me costó la misma vida hacer que se quedase en mi casa, ya que no
quería abusar de mi hospitalidad, decía. La convencí después de hacerle saber
que me hacía feliz tenerla a mi lado.
Llego a North Group con las energías cargadas al cien por cien,
queriéndome comer el mundo. Incluso al ver a Román, lo primero que hago
es abrazarlo haciendo que este se ponga nervioso en el acto y balbucee
recitando mi agenda. Al llegar a mi planta me dirijo a la sala de juntas, los
chicos están allí reunidos esperándome. En cuanto me ven, León hace vítores,
Tomas y Chad sonríen, Lauren me palmea el hombro y John resopla.
—¿Cómo fue la luna de miel sin boda ni festejo… ni nada de nada? —dice
con guasa León, sentándose en su silla.
—¿Es que no ves su cara? —dice John obvio —, menos mal le puso
remedio de una jodida vez a su sequía. Aunque sea con la…
—Ni se te ocurra llamarla de ninguna manera o te arranco la lengua y te
hago metértela por el culo —amenazo señalándolo.
John ríe y viene hacia mí para darme la mano.
—Tranquilo, iba a decir la buena de Cecilia Davis. Me alegro por ti, como
también nos has entretenido bastante el día de ayer.
Mi ceño se frunce no sabiendo a qué se refiere. Tomas se tapa la boca con
los dedos, aguantándose la risa, Chad rueda los ojos y Lauren carraspea
mirando hacia otro lado.
—Apenas nos diste una excusa por la que no viniste ayer a trabajar, luego
nos enteramos que hace dos días pasaste la noche en tu despacho encerrado
con ella y pues… hemos visto unas imágenes bastantes esclarecedoras —
narra León, haciendo que me sonroje sin poder evitarlo.
Estoy del todo seguro de que apagué las cámaras en cuanto la cosa se puso
demasiado subida de tono. A no ser que haya fallado el botón. Mierda.
—Tranquilo, no le hagas caso, apenas vimos un par de… escenas —dice
Lauren haciendo comillas con los dedos—. Pero no os cortasteis nada en los
aparcamientos —acaba diciendo provocando la risa de los demás.
—Bueno, dejadlo ya, haréis que se enfade y no queremos ver al soltero
cotizado echando espuma por la boca —Bromea John ahora sí provocándome
la risa a mí.
Mi móvil suena y veo el nombre de mi madre en la pantalla. Descuelgo y
mando a callar a los demás. No he hablado con ella en tres días y no me he
dado cuenta de lo que la echo de menos hasta el momento que he visto su
nombre. De nuevo advierto a los chicos de que se mantengan callados, lo que
me hace falta es que se entere de que hay unos videos medio porno de su hijo.
—Hola, mamá —saludo lo más neutral posible.
—Murray Steven, ¿cómo se te ocurre hacer esas guarrerías en público y
cuando me ibas a decir que Cecilia era tu novia?
Me quedo sin habla y veo a León gatear por el suelo hasta llegar a la
puerta abrirla y salir corriendo. Eso provoca un coro de carcajadas a mi
alrededor.
—No tengo idea de lo que estás hablando mamá, la comunicación se corta,
se va, se va… —y cuelgo para luego ir detrás del cabrón que le ha enviado
los videos a mi madre.
EPÍLOGO
—Jura decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
Los ojos de Cecilia me buscan entre la gente y cuando me encuentra, abre
los labios para jurar sobre el estrado. Jordi está sentado en la silla de los
acusados, su abogado le habla cada tanto al oído y eso me hace sonreír
interiormente. Están seguros de que Cecilia no va a testificar en su contra, es
su hermana pequeña, la única familia que tiene.
Entonces las preguntas de Ángela salen disparadas de su boca, ella
responde y cuando acaba, el juez no necesita más información. Jordi Davis
queda arrestado a cadena perpetua con agravantes y no puedo estar más
orgulloso de ella.

—¿Crees que será feliz con nosotros? —su pregunta me hace sonreír y
beso sus labios con ternura sintiendo cómo poco a poco se agarra a mi nuca
para intensificar el contacto.
—Seremos unos buenos padres, ya lo verás —le digo con total confianza,
viendo a la cuidadora salir de la protectora con Leila en las manos.
Nuestra pequeña y peluda pastor alemán de dos meses se remueve en sus
brazos eufórica en cuanto nos ve. Cecilia la coge y abraza apretándola contra
su pecho, haciendo que el animal le bese toda la cara. Nos despedimos de los
demás empleados, saludando con la mano y prometiéndole enviar fotos de la
cachorra mediante crezca.
Por el camino, Cecilia no para de mirar hacia atrás a la pequeña jaula
transportadora donde Leila llora no estando acostumbrada a un espacio tan
reducido.
—Ese cacharro es demasiado pequeño, ¿y si se hace daño? ¿O se ahoga?
Creo que debes parar, quiero ver qué tal está. Llora mucho —su verborrea
solo hace que me ría a carcajadas.
Por supuesto ella no acepta mi burla y me mira ceñuda, apiñando sus
labios, adorable. Si no estuviera conduciendo, juro por Dios que la estaría
besando hasta dejarla sin resuello.
—Está bien, solo no está acostumbrada. En cuanto lleguemos a casa, verás
cómo se le pasa el llanto. Además, tiene barrotes, no se ahogará.
Cecilia se pone derecha en el asiento y se abraza a sí misma, luciendo
enfurruñada todavía. La miro de reojo, diciéndome por enésima vez la suerte
que tengo de tenerla.
—Estás bellísima cuando te enfadas —le digo haciendo que ruede los ojos
y le dé un nuevo vistazo a Leila que ha ladrado por quinta vez.
—Soy bellísima de todas las formas, que me lo digas no hará que deje de
preocuparme por nuestra hija peluda.
—Mi amor, te juro que compraré una jaula más grande, además, esta le va
a servir poco de todas maneras. ¿Sabes lo grande que se va a poner nuestra
hija peluda como tú la llamas?
Lanza una carcajada y asiente concordando con mis palabras.
—Saldrá a su padre —dice con guasa, burlándose de mí.
Pellizco su costado, haciendo que se escurra lejos de mi ataque de
cosquillas.
—¿Lo dices por lo grande?
—Más bien por lo peludo… —responde ella con una sonrisa radiante.
Muerdo mi labio inferior, haciéndome el ofendido y haciéndola creer que
en cuanto lleguemos tendrá que correr antes de que la alcance. Hace un año
que Cecilia y yo vivimos juntos, apenas dos meses que nos mudamos a la
nueva casa donde un jardín enorme espera tener niños y animales
correteando. Por desgracia, por mucho que lo intentamos, no hemos
conseguido todavía quedarnos embarazados. Por lo que empezar adoptando a
Leila hará que nos relajemos.
Aunque yo no pierdo la esperanza. No descansaré hasta ver a una pequeña
rubia llamarme papá o a un pequeño de pelo castaño llamándola mamá. O
ambos. Da igual. Sea lo que sea que la vida me depare, estoy seguro de que
Cecilia formará parte de ella.
Siempre.

FIN
AGRADECIMIENTOS

Este libro va dedicado a todas aquellas personas que siguen apoyándome,


locura tras locura. Gracias.

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TOMAS BROWN
(LIBRO 2)

Cuando la vida no te lo pone fácil, tienes dos caminos: Dejarte llevar, sea
lo que sea lo que te depare o luchar contracorriente; intentando mejorarla, ser
mejor y cuidar de ti mismo aunque todo te vaya en contra. Me tocó nacer en
un hogar humilde, donde aunque el amor rebosara, la necesidad opacaba
cualquier sentimiento.
Mis padres dieron su vida, su salud, para sacarnos adelante a mi hermano
y a mí hasta que sus fuerzas fallaron. Las calles eran el escape perfecto para
un niño, yo fui fuerte, mi hermano no. Yo tenía las últimas palabras de mi
padre como un mantra: Nunca lo dejes solo, cuida de él, de ti, sé fuerte y no
caigas nunca. Por muy negro que esté el cielo.
A la edad de doce años le vi con su primer cigarrillo, luego llegaron las
salidas frecuentes a diferentes horas de la madrugada, la ropa nueva, los
“regalos” que le hacían sus amigos. Ya no me tocaba luchar por mí, lo tenía
que hacer por los dos, rezando cada día con que mi suerte cambiase y pudiera
sacarlo del agujero que cada vez se metía más y más hondo.
Hasta que todo acabó, cuando por fin veía la salida de aquel túnel
tenebroso, se derrumbó sobre mí. Quedándome el consuelo de que por lo
menos mis amigos no me abandonarían.

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