Murray. North Group - Fanny Ramirez
Murray. North Group - Fanny Ramirez
Murray. North Group - Fanny Ramirez
NORTH GROUP
FANNY RAMÍREZ
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Título: MURRAY – NORTH GROUP
© 2019 Fanny Ramírez.
Todos los derechos reservados.
Portada: Fanny Ramírez.
Maquetación: Fanny Ramírez.
Fecha de edición: Noviembre 2019.
Copyright Registry: 1911062414065
A ti, lector.
ÍNDICE
MURRAY STEVEN
INTRODUCCIÓN
UNO
DOS
TRÉS
CUATRO
CINCO
SEIS
SIETE
OCHO
NUEVE
DIEZ
ONCE
DOCE
TRECE
CATORCE
QUINCE
DIECISEIS
DIECISIETE
DIECIOCHO
DIECINUEVE
VEINTE
VEINTIUNO
VEINTIDOS
VEINTITRÉS
VEINTICUATRO
EPÍLOGO
AGRADECIMIENTOS
TOMAS BROWN
MURRAY STEVEN
«Todo será más fácil una vez te hagas a la idea» era una de las frases
célebres que me dijo mi padre antes de que falleciera frente a mis ojos. En ese
momento no fueron más que palabras casi inentendibles, brotadas a través de
unos labios resecos y con voz apagada. Le di la justa importancia, la que en
ese momento podía darle, ya que tenía otras cosas en las que ocupar mi
mente. Como por ejemplo, que se moría y que nunca más iba a poder verle de
nuevo.
Desde que tengo uso de razón, la vida me ha ido preparando para perder a
seres queridos. Primero a mis abuelos, algunos tíos, amigos… pero jamás de
los jamases, me imaginé un dolor igual al que sentí sentado en esa silla
ostentosa, con un tapizado de lo más extravagante, en las que mi madre se
pasaba las horas cuidándole. Era una especie de pellizco en el pecho, como si
la dermis, epidermis, hipodermis, músculos, costilla y demás capas que
separaban mi corazón del exterior; no fuera suficiente escudo contra todo
aquello.
Mi padre me enseñó lo más importante en esta vida: A ver las cosas desde
distinta perspectiva. Me decía: «Mira el amor desde los ojos de un niño el
cual apenas le encuentra explicación y sin embargo lo siente; mira el deseo
desde los ojos de un enamorado aunque no te hayas enamorado nunca;
observa el mar desde los ojos de alguien que no ha tenido el placer de
hacerlo. Mira con ojos, aunque no veas.» Él simplemente vivió a través de mi
madre, ya que desde muy joven se quedó ciego a causa de un accidente en su
trabajo. Ese día me miró a los ojos, mirándome desde el recuerdo y la
memoria de sus manos.
Y puedo decir que desde entonces no me hace falta abrir los párpados para
ver lo que realmente importa. Lo que hace feliz se queda dentro más
protegido incluso que el mismo corazón.
INTRODUCCIÓN
—¡Oh hombre, a lo que por fin llega el ermitaño! —el grito de León hizo
que negase con la cabeza y rodase los ojos.
Las personas del bar, o por lo menos las que no estaban tan ebrias como
para soportar el peso de sus propias cabezas, se giraron a verme. Metiéndome
las manos en los bolsillos, claro signo de mi nerviosismo dado el nivel de
protagonismo que tenía en ese momento, me dirigí hacia el grupo de cinco
hombres que me esperaban en la barra con vasos de cerveza casi vacíos.
—Ey, Ray, ¿pudiste despegar la nariz de los libros para poder venir a mi
cumpleaños? es todo un honor… —Dijo John, con los ojos velados y una
sonrisa borracha, levantándose como pudo del taburete y enganchándose a
mis hombros.
—Y tú no pierdes el tiempo… con apenas horas de tener los dieciocho y
ya te emborrachas en un bar —él rio al igual que los demás.
Chad me palmeó la espalda a modo de saludo una vez me deshice de John
y me senté en la barra a pedir una cerveza para mí. Hacía como un mes que
no salía de las cuatro paredes que componían mi habitación en la universidad.
El futuro no se labraba solo y a diferencia de mis mejores amigos, que
parecían querer sacarse la carrera a base de estudiar el último día, me pegaba
las horas hincando los codos como un poseso.
En las calificaciones se notaba, claro, no era por presumir pero sacaba
mejores notas que todos ellos. Por lo menos el esfuerzo tenía sus frutos. Y
por raro que pareciera, ellos se sacaban los exámenes estudiando poquísimo
en comparación. Cada uno teníamos una edad diferente, todos coincidimos en
la carrera de empresariales, por la especialidad de marqueting y
administración. Aun así, siendo tan diferentes entre nosotros, nos hicimos
casi inseparables. El grupo norte nos llamaban, al estar viviendo en la zona
norte del campus.
Libé con celeridad la cerveza, como si fuese agua. Todos éramos unos
cerveceros de cuidado lástima que yo no pudiese acompañarlos siempre que
quería. Escuchaba a León hablar con Chad, sin prestar realmente atención a
su conversación. Mi cabeza estaba en otra cosa, en Larissa Hoffman para ser
más preciosos. Era nuestra profesora de cálculo y finanzas, la cual me traía
por el camino de la amargura.
No había día que pasara, que no estuviera más hermosa que el anterior.
Daba igual lo que se pusiera, era capaz de abstraerme de mis estudios, con
solo una mirada suya. Que sucedía poco, todo había que decirlo. Parecía
ajena a mi presencia, más allá de un alumno más. Mi cabeza empezó a
imaginar cosas, por culpa de la canción que se escuchaba a través de los
altavoces del bar y no pude más que sonrojarme como un gilipollas virgen.
Volví a beber, más que nada, para no hacer notar a mis amigos lo
abstraído que estaba. Entonces escuché la risa de Lauren y eso me distrajo de
mis pensamientos. Señalaba a un John dormido encima de la barra, con las
babas mojando la madera. Recién había cumplido los dieciocho años y esa
vez se había pasado con la cerveza. Lo “Adoptamos” el año pasado, cuando
lo vimos por los pasillos queriendo llamar la atención de todas las chicas que
veía. El pobre no tenía filtro, un cabeza loca, un bala perdida. Por lo que nos
cayó bien enseguida. Era la pieza que nos faltaba y para más suerte, vivía en
nuestra ala.
—¿No te parece adorable? —dijo León, sacando a relucir su español.
Yo apenas lo entendía, unas cuantas palabras, pero gracias a él había
aprendido mucho. Aún podía saborear los diferentes sabores de su ciudad, la
paella, el marisco, las chicas… España era especial, pero por alguna razón, él
eligió vivir en Nueva York. Cambiando la tranquilidad de allí, por el ajetreo y
el bullicio de aquí. Yo aún no lograba entender por qué.
—Déjalo en paz, es tarde y se ha pasado un poco con la cerveza —lo
amonestó Tomas, el cabeza pensante, haciendo que León y Chad rodaran los
ojos.
Decidimos pasar a una de las mesas, llevándonos a John y recostándolo en
uno de los sofás a nuestro lado. Siquiera se inmutó, cosa normal, ya que
cuando caía no había Dios que lo despertara.
—Bueno, ahora que estamos todos juntos quiero haceros una propuesta —
dijo Lauren, haciendo callar a un muy risueño Chad que sin duda se había
pasado con la bebida, también.
—¿Indecente? —preguntó León haciéndome reír.
—Nada de eso. Esto es un poco más serio —automáticamente dejamos de
sonreír y fruncí el ceño a la espera de lo que fuera a decir.
—Dispara —dije dando un trago.
—Bueno, como sabéis hace unas semanas mi abuela murió, pues ayer
estuve en la lectura del testamento. Soy el mayor de los nietos, por no decir
que el que tiene más cabeza incluso que sus tres hijos, por lo que la mayor
parte de sus bienes pasaron a ser míos. Lo que quiero decir es lo siguiente:
Quiero montar una empresa de publicidad y quiero hacerlo con vosotros si
queréis.
—¿Te refieres a que vamos a trabajar juntos? ¿Todos? —pregunta Chad
un tanto descolocado.
Lauren ríe y le golpea la nuca en broma provocando nuestra risa.
—Sí, palurdo. Tengo el dinero suficiente para que cuando acabemos de
estudiar montemos nuestra propia empresa. Todos estaremos de acuerdo en
que Murray se encargue de las cuentas, finanzas y recursos humanos ¿no?
Todos levantaron la mano y me hice el ofendido. La verdad me encantaba
la idea y qué mejor que encargarme de lo que más amo hacer. Enfrascarme en
números y números, era el paraíso.
—Yo puedo aportar algo también, tengo dinero ahorrado —dijo Tomas,
decidido.
Sonrío sin poder evitarlo. El pobre las ha pasado putas a lo largo de su
vida, luego supo salir adelante y no solo eso; sacar de la mala vida a uno de
sus hermanos aunque por desgracia no haya servido de mucho.
—Yo también —habló Chad.
—Y yo —nos giramos al oír hablar a John que con ojos soñolientos alzaba
la mano antes de quedarse dormido otra vez.
La verdad ese niñato tenía todo lo que quería y más, gracias a sus padres.
No me extrañaba que consiguiera dinero para invertir en el proyecto.
También podía aportar, por lo que accedí a invertir junto a los demás.
—¿Y cómo se llamará? —pregunté haciendo que los demás dejen de
festejar.
—¿Qué os parece North Group? —apuntó Chad haciendo que León
lanzase un grito de victoria.
La gente en el bar se giró a mirarnos en cuanto la fiesta se desató.
Teníamos un proyecto por el que luchar, un futuro que labrar y juntos seguro
lo lográbamos. Esfuerzo, dedicación y amistad. Sin duda las tres reglas de oro
por las que se regía nuestra v ida y más adelante nuestra empresa.
UNO
Nueve años después
Es cruzar las puertas de North Group y sentir un cosquilleo en el estómago
imposible de disimular; incluso me cosquilleaba las encías. Es demasiado
agradable ver a gente entrar y salir, alguna que otra con demasiada prisa
como para advertir en mi presencia. Otras pensando en mil y una cosas y
están aquellas como yo que, obnubilados, miran las instalaciones como si no
hubiesen visto nada igual. Y no están muy equivocados. La empresa cuenta
con un total de cien plantas, quinientos metros de estructura, casi diez mil
personas haciendo que los engranajes funcionen a la perfección. Día tras día,
aquella gente se deja la piel para que North Group llegue aún más alto, siendo
así, la empresa más grande y con mayores beneficios de todo nueva york.
Nuestros clientes, la mayoría conocidos mundialmente, confían en nosotros
ciegamente, gracias a nuestro buen trabajo y dedicación. Así que sí, me siento
demasiado orgulloso por lo que hemos creado.
Seis hombres custodiando uno de los rascacielos más emblemáticos del
país, entre ellos: yo. Murray Steven, con treinta y tres años, soltero, sin hijos
y sin puta idea de cuando podré cambiar eso. En Forbes me sacan como uno
de los solteros más interesantes, por mi dinero y mi cerebro. No sé cómo
sentirme al respecto, ya que no me considero solamente una mente
millonaria. Mi pelo castaño, ahora luciendo unas cuantas canas, aún se ve
lustroso, mi sonrisa brilla, y me las paso putas en el gimnasio para
mantenerme medianamente en forma. Sin embargo tengo que admitir que mis
amigos, puede que sean más atractivos que yo. O por lo menos eso
demuestran sus cientos de conquistas comparadas con las mías.
La verdad no soy de esos tipos sedientos de un revolcón cada dos por tres.
Tengo necesidades, como toda mujer, hombre o animal del mundo, pero no
me la paso buscando en donde meterla constantemente. Aunque parezca
redundante, puedo dar fe de que la etiqueta de millonario que cargo junto con
mis demás socios, me abre muchas puertas y piernas, como diría John. No es
un simple mito. La gente se mueve por fines meramente económicos. Da
igual los orgasmos que se le dé a una mujer si después se le regala un par de
pendientes con diamantes. Y eso me da demasiada pena.
Aun así, después de los años, sigo sin dejar de decirme que este es mi
sitio, el lugar donde deseo estar y para qué mentir, el que me dé todo lo que
necesito para llevar una vida por demás acomodada, me hace muy feliz.
Dentro del bolsillo interior de mi chaqueta, descansa la llave de mi nuevo
deportivo, el quinto este año. El reloj de oro en mi muñeca hace destellos en
las paredes blancas de la gran recepción y mi traje impoluto hace juego con el
lustre de mis zapatos, ambas cosas recién estrenadas. Me gusta ser
millonario, aunque a veces sea difícil encontrar algo tan simple y banal como
una novia que mire antes lo que eres y no el interior de tu cartera.
—Buenos días, señor Steven. ¿Desea su café ahora? —Me habla Ferrán,
mi secretario de confianza, el cual lleva desde que North Group abrió sus
puertas.
—Sí, pero también comeré...
—¿Coulant de chocolate? Ya está en su oficina, señor.
—Genial —apruebo degustando, antes de tiempo, el rico dulce en mi
paladar.
No suelo comer excesiva azúcar, la razón por la que ese dulce adornará mi
mesa en un momento se debe a que Cecilia, nuestra organizadora de eventos,
los manda a traer un día antes de dicha celebración. Mañana es el octavo
aniversario de North Group, una fiesta benéfica donde el cien por cien de lo
recaudado irá dirigido a los niños con Cáncer. Algo por lo que luchamos día
sí y día también, una vez el hermano de Tomas murió a causa de esa
enfermedad.
Hoy voy a volver a verla y aunque intento disimular mi ilusión, fallo
estrepitosamente. Puedo comprobarlo en cuanto llego a la puerta acristalada
de mi despacho. Una sonrisa imbécil adorna mis labios como si fuera un
complemento más de mi vestuario. De nuevo tendré que correr como un
niñato cachondo a esconderme en mi oficina, una vez acabe la reunión, para
no ir deleitando a todo el mundo con una erección de campeonato.
Entro en mi oficina y suspiro al encontrar el sitio acondicionado y con olor
a chocolate. Con Parsimonia me quito la chaqueta para luego colgarla en el
respaldo de mi silla y sentarme. Todo está limpio, reluciente y sin una cosa
fuera de su sitio. Las cortinas corridas, haciendo que el paisaje de los
rascacielos de nueva york sea la mejor de las vistas.
De nuevo la imagen de esa mujer hace acto de presencia en mi cabeza,
evocando su cuerpo desnudo contra el inmenso cristal frente a mí,
empañándolo con el calor de su piel. Si ella me lo pusiera un poco más
fácil… pero es verla y ¡pum! Como si fuera una bruja, con un simple
pestañeo hace que me preparase para hacer magia con mi maldito pene. El
problema no es que no vaya a funcionar como hombre, es el simple hecho de
quedarme como imbécil cada vez que estoy cerca de ella. Mi imaginación
dista demasiado de la realidad, donde a lo máximo que he llegado a hacer, es
mirarla durante unos escasos segundos.
La camisa se me empieza a pegar en la espalda por el sudor, y tengo la
imperiosa necesidad de sacarme la ropa. Observo mis dedos temblorosos y
cierro las manos en puños intentando aligerar los nervios que se propagan por
mi cuerpo como un incendio descontrolado. De un tirón me deshago de las
gafas, masajeo mis sienes y dejándome caer hacia atrás en el sillón me digo
que todo va a ir bien. Que la reunión irá de las mil maravillas, nada más lejos
de charlar, estaremos los seis juntos. No ella y yo solos.
Media hora… Solo treinta minutos y su melena rubia ondeará brillante por
las instalaciones de North Group. Por no hablar de ese increíble trasero
envuelto en alguna de esas faldas lápiz que tan maldita bien le quedan.
—Cecilia… —saboreo su nombre como si fuera el mismísimo Coulant de
chocolate que devoro a conciencia durante diez deliciosos minutos.
Chupo el último resquicio de dulce de mi dedo pulgar y agarro el teléfono
para marcar el número de mi mamá. Es una cosa mecánica, algo que necesito
cada día, escuchar su voz me reconforta. Solo ella es capaz de hacerme sentir
bien cuando creo que todo es una mierda. Cosa que ocurría a menudo en mi
época de estudiante. Hoy me siento por demás inquieto por lo que la necesito
con urgencia.
—Mi pequeño, estaba esperando tu llamada ¿cómo estás? —sonrío
automáticamente.
—Hola, mamá. Bien, un poco nervioso, Cecilia está a punto de llegar.
Suspiro y muerdo mi labio superior esperando un buen consejo. Es mi
mejor amiga, a la que le cuento todo sin distinción. Y no solo yo, hace poco
me enteré de que los chicos también la llaman de vez en cuando para el
mismo menester. Ella más buena que el pan, los escucha y aconseja mejor
que nadie.
—Ay, cielo. Tú tranquilo. Las mujeres somos muy intuitivas y sabrá, si es
que no lo sabe ya, que te mueres de pena cuando la ves. Como te dije la
última vez, piensa que es solo una mujer. Un ser humano, como tú, como yo.
No se come a nadie, por mucho que lo desees…
—Mamá… —le digo mortificado. Pero tiene razón, comérmela es uno de
mis más ansiados deseos.
—Es así, niégamelo si tienes valor.
Trago saliva y escucho sus palabras en silencio. La puerta de mi despacho
se abre, León entra sin ser invitado y sonriendo como el cabrón que es, se
sienta en la silla frente a la mesa.
—Gracias, mamá —le digo intentando cortar la llamada cuanto antes. No
me fio ni un pelo de…
Entonces el muy mamón empieza a gemir con voz aguda, queriendo
parecerse a una mujer. Tapo el auricular, modulando con los labios que si no
se calla le meto la pata de la silla por el culo. Él como si escuchase llover.
—Bueno cariño, pasa lindo día. Y dile a León que deje de hacer el
gilipollas —dice lo suficientemente fuerte como para que el susodicho lo
oiga.
León lanza una carcajada y pulsando un botón del teléfono, acciona el
micrófono del manos libres.
—La adoro, ¿lo sabe?
—Sí, claro que sí. Yo también a ti. Pasad buena jornada y portaos bien.
—Sí, mamá —decimos al unísono.
Cuelgo el teléfono y miro a León que nervioso, se muerde el dedo gordo
de su mano derecha. Frunzo el ceño y espero paciente a que me diga lo que
ha venido a decirme. Tarda exactamente un minuto y cinco segundos de reloj
en mirarme y sonreír como si fuera el más santo de los ángeles. De eso no
tiene ni un pelo el cabrón.
—¿Qué te pasa? —le pregunto ladeando la cabeza y entrecerrando los
ojos.
Se inclina hacia delante, apoyando los codos en la mesa y acercándose a
mí como si me fuera a decir un secreto de estado.
—Ray, sabes que nunca te pido nada pero…
—Creo recordar que la última vez que me pediste algo fue hace dos días,
que te quedaste sin condones en la oficina y tenías a un culito caliente en el
sofá al cual no podías dejar que se enfriara. Palabras textuales tuyas, no mías.
Rueda los ojos, dejándose caer hacia atrás en la silla, cruzando las piernas
y mirándome culpable.
—Es cierto, te necesito otra vez. Pero dime que cuando entraste y la viste,
no era el mejor culo que hayas visto en tu miserable vida —dice alzando las
cejas sugestivamente.
Lanzo una carcajada y niego con la cabeza, pensando en que el mejor culo
que he visto en mi miserable vida, seguramente esté sentado en su coche
dirigiéndose hacia aquí.
—Los he visto mejores, ahora dime qué es lo que quieres. Tengo que
prepararme para la reunión… —digo como si fuera obvio.
—Oh, sí, cierto. La bonita de Cecilia estará aquí haciendo que tu micro
polla vuelva a la vida después de una eternidad.
—No seas gilipollas. Y no tengo una micro polla —me defiendo como un
tonto haciéndolo carcajearse de lo lindo.
—Bueno, necesito que me hagas un favor. Esta noche he quedado con dos
chicas despampanantes, una después de la otra, no preguntes cómo pero supe
que había sido una estupidez justo después de hacerlo. El caso es que preciso
que me llames justamente a las doce de la noche, diciéndome que hay una
emergencia. Así podré escaquearme una vez le dé lo suyo a Melody para
después dárselo a la preciosa Esmeralda.
Suspiro y niego, ahora sin una pizca de humor. El muy mamón se va a
terminar buscando una ruina con esos tejemanejes que se trae con las
mujeres. No puedo juzgarlo, es mayorcito para saber lo que hace, él y las
mujeres con las que se acuesta.
—León, esto que haces no está bien… acabarás muy mal parado un día de
estos.
—No me vengas con charlas, Ray. Te estoy pidiendo un favor, eres uno de
mis mejores amigos.
—¿Qué te han dicho los demás? —pregunto seguro de que los otros se han
negado en rotundo.
—¿Por quién me tomas? No se lo he pedido a ninguno, solo a ti.
Resoplo poniendo los ojos en blanco, no creyéndome ni media palabra.
Aun así asiento y él se va feliz relamiéndose los labios, sabrá Dios con qué
pensamiento lujurioso rondándole la mente.
El interfono suena unos minutos después de que la puerta se cierre tras
León, Ferrán me avisa que la señorita Cecilia está en North Group y
automáticamente mi cuerpo se tensa.
—Es la hora —digo tras un necesitado suspiro.
DOS
Salir de la oficina con una media erección no es cómodo. Cuando más de
veinte pares de ojos te miran es por demás vergonzoso, así que el dosier
estratégicamente colocado sobre mi entrepierna, me da la facilidad de
moverme sin dar un espectáculo. Tomas me acaba de mandar un mensaje,
diciéndome que ella ya está en la salita junto a la sala de reuniones.
Mis manos sudan, puedo comprobarlo al dejar mis huellas húmedas en la
carpeta. Solo pienso en lo que pensará cada vez que le doy un apretón y se
encuentra con la palma de mi mano chorreando y temblorosa. Da igual los
consejos que escuche de mi madre o de los mequetrefes de mis amigos.
Cecilia siempre me pondrá nervioso, es mi debilidad desde hace años, en
cuanto la vi con ese pantalón amarillo y un top blanco con escote de pico.
Imaginé por cientos de veces esas dos prendas tiradas por el suelo, ya sea el
de la oficina o mi habitación.
Según león, sus pechos son operados, que de adolescente seguramente no
tuviera ni dos mandarinas. Pero a mí me da igual. Estaría de lo más
interesado en darle la enhorabuena al cirujano que se las puso así de bonitas.
Cuando llego a la salita donde mayormente tomamos un café antes de
cualquier junta, la veo. Hoy lleva un precioso vestido verde botella que
abraza sus curvas como si fuera una segunda piel. Le llega por encima de las
rodillas, y la espalda le queda parcialmente descubierta gracias al gran escote.
Se ha cortado el pelo, por lo menos una cuarta, lo sé porque puedo verle un
lunar en el omóplato que hasta ahora no he sabido que lo tiene.
—¿Y Murray? —su pregunta me pone más nervioso aún.
No sé si salir en plan héroe, dejarme de gilipolleces y decirle algo como
«Aquí está por el que preguntas, preciosa» pero eso sería convertirme en
alguien que no soy. Tomas mira sobre su hombro y me sonríe, haciendo que
ella se gire. Si el escote de su espalda hizo que me entrara taquicardia, estoy a
punto de sufrir un ataque al corazón al ver su delantera.
—¡Oh estás aquí! —dice alegremente, sonriendo hasta que sus ojos se
achinan casi desapareciendo.
Sus tupidas pestañas revolotean al pestañear, sus labios pintados de un
color rosado claro incitan a hacer de todo con ellos. Y ni hablar de…
—Casi empezamos sin ti —dice bajándome de la nube donde le doy
orgasmos cada dos segundos.
Carraspeo porque me conozco y me acerco a ella, una vez los demás
entran en la sala de juntas. Alzo mi brazo, con mi mano en alto para
estrechársela. Puedo ver de cerca sus bonitos ojos y el imperceptible sonrojo
bajo su maquillaje.
—Buenos días, señorita Davis.
Ella frunce el ceño como cada vez, como cada reunión y yo la saludo
exactamente igual.
—¿Cuándo dejarás de llamarme de usted? —dice esta vez cambiando la
pregunta de siempre, ladeando su cabeza, haciendo que su ahora cabello corto
acaricie su hombro izquierdo.
«Cuando deje de ser un maldito cobarde, te bese y te diga que estoy
enamorado hasta las trancas de ti y pueda hacerte el amor sobre todas las
superficies posibles, horizontal o verticalmente» en su lugar digo:
—Es simplemente educación. Pero puedo decirle que está muy guapa con
ese corte de pelo —no sé cómo cojones he dicho eso sin morir en el intento.
Cecilia pestañea una vez más como si estuviese conmocionada, luego su
rostro se ruboriza casi al completo. Eso hace que mi respiración se altere un
poco. Está nerviosa, le acabo de descolocar y no sé si es bueno o malo.
—Gracias —dice un tanto tímida, para luego sonreír como solo ella sabe
hacer, y guiñarme un ojo.
Se gira entrando en la sala de juntas, yo me quedo como un jodido
pasmarote en la puerta, pareciendo gilipollas por ese gesto pícaro que me
acaba de hacer. Cierro tras de mí, cuando ya me he podido tranquilizar y me
siento justo frente a ella, con la mesa de por medio. Solo tengo que alzar el
pie y tocaría su pierna. «Me pregunto qué cara pondría si llegase a hacer eso»
Tomas empieza a hablar del evento de mañana, Cecilia le contesta, luego
habla Chad, Lauren y John. Me la paso observando su cara de perfil, no
siendo consciente de que en cualquier momento puede pillarme y dejarme
como un puto pervertido y mirón. Sin embargo no hago caso a mi conciencia.
Sigo observando su boca al abrirse y cerrarse cuando habla. Diciendo los
diferentes platos, bebidas y otras cosas que no presto especial atención.
—Deja de mirarla así o la gastarás —me susurra Chad al oído.
Me avergüenzo al haber sido descubierto, aun así a los pocos segundos
que intento mirar los diferentes platos dispuestos en la mesa, mis ojos
vuelven a dirigirse a ella.
—Será una fiesta sencilla, algo sofisticado, pero no ostentoso, divertido
pero no demasiado. No olvidemos que la finalidad de la fiesta es recaudar
para los niños con cáncer. La comida y bebida tienen que estar acorde con la
temática, brillo, lazos dorados representando la honradez de su valentía,
representando el color de su esperanza. —dice mirándome directamente a los
ojos.
Retuerzo las manos sobre la mesa y la escucho con atención. Puedo ver
cómo progresivamente su sonrojo aumenta por momentos y busca
esquivarme como sea. Eso no lo ha hecho nunca. Normalmente apenas nos
miramos más de lo reglamentario, hoy parece ser un gran día. Pero no puedo
evitarlo, maldita sea. Cecilia hablando de esos pequeños, solo hace que me
vuelva más jodidamente loco por ella.
—¿Habrá Coulant de chocolate? —Pregunta León, lamiéndose los labios,
antes de agarrar uno de la mesa. Este un poco más pequeño a los que trajo
previamente para nosotros.
Ella le sonríe y los celos me hacen fruncir el ceño. Soy consciente cada
vez que es una chica rodeada de seis hombres, cinco demasiado atractivos y
orgullosos de serlo. Estoy seguro que si alguno de ellos, decide seducirla
caería sin remedio. Aunque yo espero fervientemente que no.
—Claro, todos los platos que veis aquí, son réplicas exactas a lo que habrá
mañana en la fiesta. Aunque estos son de exposición o lo que es lo mismo:
falsos…
León escupe el bocado automáticamente haciendo reír a todos los de la
mesa, excluyéndome. A mí se me ha parado, literalmente, el corazón. Cecilia
me mira de nuevo, su sonrisa decae y el labio inferior entra en su boca
dejándome ver sus dientes durante breves instantes. «Quizás deba dejar de
mirarla tan fijamente» pienso sin desviar la atención de ella ni un segundo.
La reunión acaba y espero a que todos se levanten para poder comprobar
que mi polla se esté portando bien y no sea tan obvio mi estado. Pero sí, ella
va a lo suyo y mis pantalones quedan más apretados que de costumbre por la
parte delantera. Con la carpeta vuelvo a taparme; soy consciente de cómo
John abre la puerta acristalada para que Cecilia salga.
—Después de ti, preciosa —le dice galante haciendo que ella sonría.
—Gracias John, pero creo haber visto que aún conservo las manos, ¿ves?
—Las levanta frente a él, haciendo reír al resto—. La caballerosidad siempre
ha sido excusa para poder llevaros a las mujeres al huerto más rápido, pero
ten presente que una mujer es suficientemente capaz de abrir una puerta sola.
Y de llevar a un hombre al huerto, también.
John se avergüenza no sin antes pellizcarle la mejilla con una familiaridad
que me deja descolocado. Ella sonríe más y sale antes que él, seguido de los
demás. No sé cómo cojones tomarme todo esto. Por un lado quiero matar a
John por coqueto, sabiendo de sobra mis sentimientos hacia ella. Por otro, no
tengo el mínimo derecho de reprocharle nada a ninguno de los dos. Son
solteros, jóvenes, y atractivos. Sin ninguna carga emocional, ni timidez a la
hora de hablar con alguien que le gusta. No como yo, que me trabo tan solo
pensando en saludarla.
Cecilia se va por el pasillo sonriéndonos a los seis, que nos quedamos
mirándola hasta que desaparece dentro del ascensor. Entonces mi mirada se
posa insistente en el perfil de John. Él se da cuenta, como también lo hago de
la risa de los demás.
—¿Qué hice ahora? —pregunta con falsa inocencia, encogiéndose de
hombros—, estoy seguro que esa mujer es una de esas feminacis que quieren
quedar por encima del hombre. Pero eso solo me hace querer hacerle ver cuán
equivocada está. Soy bastante capaz de llevármela a la cama en menos de
diez segundos. Eso si quiero… de verdad hay que pensárselo antes.
Mis puños se aprietan y doy un paso en su dirección para quitarle esa cara
de cabrón de un puñetazo, sin embargo, soy sujetado por Tomas antes de
poder llegar a estar lo suficiente cerca.
—Tranquilo, Ray, no merece la pena. Sabes cómo es… —Dice Lauren
intentando calmar las aguas.
—Quizás deba enseñarte cómo hablar de una mujer, capullo —le advierto
con voz dura, deshaciéndome del agarre de Tomas.
—Si de verdad te molesta que tontee con ella o que intente levantártela,
será mejor que espabiles. No va a esperarte eternamente —dice John con su
inseparable sonrisa estúpida antes de largarse silbando. Haciendo que me
enerve del todo y me vaya directo a mi oficina.
En una cosa sí tiene razón: Cecilia no va a esperar toda la vida por alguien
que a todas luces es tan cobarde para no decirle lo que siente mirándola a los
ojos sin que se muera de pena.
TRÉS
La sien derecha me pulsa dolorosamente obligándome a dar por finalizada
mi jornada por hoy. El día se me ha hecho largo, lento, tedioso, salvo la hora
y veinte minutos que ha durado la reunión con Cecilia. Con lentitud, como si
en vez de una terrible jaqueca estuviese pasado de copas, apago el sistema
cerrando sesión. Tengo la sensación de que me he convertido en una olla a
presión a punto de explotar.
Quizás se deba a que he hecho cientos de presupuestos, decenas de
contratos y tenido miles de pensamientos negativos respecto a mi poca
valentía respecto a decir lo que siento a Cecilia. Nunca dejo que lo personal
se inmiscuya con lo profesional excepto los días que ella aparece. Hay veces
que me digo que lo que siento no debe ser demasiado sano.
Las luces de fuera de mi despacho están apagadas, los trabajadores ya se
fueron a excepción del guardia de planta y Tomas que hace unos minutos me
avisó de que quería acabar un pendiente para mañana. Sin embargo la ciudad
que nunca duerme, hace honor su nombre, haciendo centellear millones de
luces desde todas partes. Los majestuosos edificios, las calles abarrotadas, los
coches. Nueva york puede resultar un tanto estresante a veces, otras, un
sueño. Donde las oportunidades se encuentran a la vuelta de Wall Street,
donde lo menos emocionante sea ver cómo se llena de vida y maravillosos
olores Chinatown. Por no hablar de mi favorita: La avenida de Broadway, sus
colores, sus teatros.
Suspiro solo de pensar en el largo camino que me espera hasta llegar a
casa. Si tengo suerte en media hora podré abrazar mis sábanas y dormir como
un bebé. No tengo apetito, por lo que me iré a la cama sin cenar. Solo quiero
que este día pase y llegue por fin la cena de mañana. Donde la veré de nuevo.
Después de cerrar la puerta de mi oficina me dirijo con paso seguro hacia
los ascensores. El sonido de mis zapatos estrellándose contra las baldosas es
lo único que se escucha. Michael, el guardia de seguridad de nuestra planta,
se levanta de su silla como un resorte al reparar en mi presencia.
—Buenas noches, señor Steven —saluda cordial, asintiendo vehemente
con la cabeza.
—Buenas noches. ¿El señor Brown sigue en su oficina? —le pregunto
dándole una ojeada a mi reloj de pulsera.
Las diez y veinte de la noche. Me jugaría mi puesto de trabajo si Tomas no
está huyendo de algo y por eso se queda hasta tan tarde últimamente.
—Sí, señor.
Asiento y me despido de él antes de entrar al ascensor y bajar al parking
privado. Las luces de mi coche parpadean en cuanto el sensor de la llave está
a poca distancia. Sonrío como un niño el día de santa Claus. Soy un hijo de
puta suertudo, aunque sudor y sangre me ha costado llegar a tener lo que
tengo.
Salgo del subterráneo dirección suroeste hacia Pearl St, el tráfico está en
todo su apogeo y una mueca de disgusto brota en mis labios sin poder
remediarlo. La media hora se ha convertido en unos largos cuarenta y cinco
minutos si es que tengo suerte. Estoy pasando el puente de Brooklyn cuando
la pantalla del coche se enciende con la llegada de un correo electrónico.
Frunzo el ceño y con los botones del volante lo abro. Mi boca se seca al ver
la dirección de quien lo envía. CeciDeliciousCatering. Un semáforo en rojo
me da el alto por lo que aprovecho y abro el email pulsando en la pantalla
táctil. Es cuando compruebo cómo tiemblan mis dedos de los nervios.
«Seguramente sea mero formalismo para mañana» me digo para
tranquilizarme. Pero luego leo su saludo, y veo que es algo un poco más
personal.
………………………………….
De: Cecilia Davis
Para: Murray Steven
Asunto: Mala cabeza
Buenas noches, Murray, siento si te molesto a esta hora pero creo que me
olvidé la Tablet en la sala de reuniones y recién me doy cuenta. He estado tan
atareada que siquiera lo he comprobado antes. Si sigues ahí, ¿puedes mirar,
por favor? Mañana la recogería a primera hora.
Besos, Cecilia.
Encargada jefa CeciDeliciousCatering
………………………………….
Los coches empiezan a pitar y me doy cuenta que el semáforo ha
cambiado a verde. Las manos me sudan, es la primera vez que me habla para
algo que no es de trabajo, como es la primera vez que se despide de mí con
besos. Me digo que no es más que un saludo como otro cualquiera, sin
embargo me veo sonriendo como un idiota.
Aparco en los aparcamientos de un restaurante, a diez minutos de llegar a
casa. No puedo esperar mucho más para contestarle, más que nada porque no
quiero que piense que la ignoro. Abro mi correo y le doy a responder.
…………………………………..
De: Murray Steven
Para: Cecilia Davis
Asunto: Mala cabeza
Ahora mismo no me encuentro en North Group, pero tranquila, no
molesta. Si desea puedo metérsela yo mismo mañana a primera hora.
Saludos cordiales, Murray.
Presidente de North Group SA
………………………………….
Le doy a enviar con un extraño cosquilleo en el pecho, entonces la sangre
abandona mi cuerpo cuando releo el email. «Si desea puedo metérsela yo
mismo…»
—No, no, no… no… —digo en voz alta, verificando si realmente acabo
de decirle esa barbaridad sin anestesia ni nada.
Y en efecto, el correo ha sido enviado exitosamente. Ya puedo morirme
entonces. Mi pierna parece tener vida propia, y estoy seguro que ya mismo
abro un agujero en la alfombrilla. Tecleo torpemente, donde me disculpo por
mi metedura de pata, achacando que es cosa del auto corrector. Una respuesta
titila en la pantalla a la vez que le doy a enviar la rectificación. «Mierda»
………………………………..
De: Cecilia Davis
Para: Murray Steven
Asunto: ¿Sin antes una cita?
Wow… supongo que nos vamos a hacer carrera sin haber pisado la
primera base. ¿No quieres tener una primera cita antes?
Encargada jefa CeciDeliciousCatering
………………………………..
Sin darme tiempo a digerir lo que acaba de decir, me llega un segundo
correo. Leo con celeridad, escuchando el martilleo de mi corazón en los
oídos. El insistente dolor de cabeza se ha convertido en un ataque al corazón
en toda regla. De aquí al cementerio, estoy seguro.
…………………………………
De: Cecilia Davis
Para: Murray Steven
Asunto: Vaya…
Me cae bien tu corrector. Está bien, mañana estaré en la tienda preparando
los detalles del evento. ¿Puedes pasar a metérmela a las siete y media?
Digo… traérmela. Lo siento, mi corrector. ;)
Besos, Cecilia.
Encargada jefa CeciDeliciousCatering
…………………………………
Con un escueto allí estaré le contesto antes de volver a meter la pata y
decirle todo lo que tengo en mente hacerle. O meterle, venido al caso. Mi
cuerpo parece reaccionar ante su alegre y pícara contestación. Mi cerebro se
ha hecho puré, literalmente.
Llevo mi mano izquierda a mi entrepierna y masajeo haciendo una mueca
a continuación. Estoy tan empalmado que miedo me da correrme aquí y
ahora. No sé exactamente cómo interpretar lo que esa mujer ha intentado
decirme. O por el contrario, ha querido hacer chiste de mi metedura de pata.
Sin embargo, algo dentro de mí hace cosquillas. Una ilusión inexplicable.
Hace muchos años que la conozco, que nos conocemos, sin ir más allá de un
saludo cordial y palabras sueltas. Siempre temas de trabajo, nunca nada
personal.
Hoy ha sido un día de excepciones y la verdad no sé cómo sentirme al
respecto.
Llego a casa y lo primero que hago es darme una ducha, despejando así mi
mente e intentando pensar en otra cosa que no sea ella. Entonces recuerdo
que tengo que llamar a León en una hora.
El sueño: esfumado. El apetito: más hambriento que nunca pero no de
comida precisamente.
Con una cerveza y un sándwich de atún me siento en el sofá para ver la
televisión. Un partido repetido de los Knicks me deja embobado por un buen
rato, cuando me vengo a dar cuenta el reloj da pasados dos minutos de las
doce. Con un resoplido marco el número de León.
—¿Sí? —me incorporo un poco y carraspeo cuando es una voz de mujer la
que contesta.
Esto no es lo planeado. ¿Dónde cojones está león?
—Emm… hola. ¿Está León? Soy… su hermano.
Una risilla seguida de otra se escucha en el auricular y frunzo el ceño.
—Está un pelín ocupado con Melody ahora mismo, pero si quieres puedes
unirte —dice la chica con un suave ronroneo, como si fuera una gatita.
Me rasco la nuca sin saber qué cojones decir o hacer. Entonces escucho la
voz de león diciendo en español algo como: Os voy a comer hasta el corazón.
—No, gracias, dile que ha llamado Ray. Pase buena noche, señorita…
—Esmeralda. Pasa buena noche también, Ray.
Y cuelgo negando con la cabeza. Una risa nerviosa brota de mis labios
con incredulidad.
—Será cabrón…
CUATRO
Son las siete en punto de la mañana cuando salgo de Starbucks con dos
cafés Berona, uno para Cecilia y otro para mí, en las manos. El caliente y
suave brebaje baja por mi garganta como si fuera elixir de los dioses.
Dándome energías y coraje para lo que me espera en unos minutos si es que
no muero de un paro cardíaco antes. Con la Tablet en el asiento del copiloto
me dirijo a la sede de su empresa situada en pleno Manhattan, en la 87 con
Central Park.
La fachada, decorada con colores vivos y un gran letrero dando luz al
nombre de la tienda, hace que mis nervios crezcan considerablemente.
Aparco en una zona de carga y descarga, diciendo que no estaré mucho
tiempo más que el necesario. Agarro el café y la Tablet y tragando grueso
entro en el local. Una suave canción anuncia de mi llegada y
automáticamente diez pares de ojos femeninos me observan fijamente como
si yo fuera una pieza de artesanía de lo más extravagante.
Miro mi traje por acto reflejo. Un Armani de tres piezas de color azul y
corbata negra. Pero sin duda destaco demasiado ante tanta alegría que
desprende el lugar. Hasta los uniformes son coloridos.
Huele a galletas y bollería recién hecha, mezclado con carne asada,
depende de lo fuerte que inhales. Las paredes revestidas de un ladrillo rojo
dan sensación de profundidad, hay mesas dispuestas donde bandejas repletas
de pequeños cupcakes son expuestos con mesura y elegancia para todo el que
quiera probar. Un lugar lindo, donde la firma de Cecilia está implantada allí a
donde mire. Porque ella es tal que así, vibrante, elegante y alocadamente
perfecta.
—Buenos días —me saluda un chico que sale de una habitación con
puertas batientes situada detrás de la barra principal.
—Buenos días, soy Murray Steven, busco a la señorita Cecilia Davis —le
digo con seguridad, haciendo como que no me estoy achicharrando la mano
con el café hirviendo.
Una de las mujeres señala al final de la tienda, donde un umbral en arco da
lugar a otro espacio con bastante luminosidad.
—Está en la sala de horneado, puede pasar —me indica el chico todavía
con el ceño levemente fruncido.
Estoy seguro que no le he caído muy bien aunque no entiendo el por qué.
Pero entre hombres nos damos cuenta de todo. Y ese en específico no me da
buena sensación.
Me dirijo hacia la sala donde me han indicado, nada más entrar, veo un
trasero redondo y empinado justo en mis narices. Paro de andar y me fijo en
las suaves curvas de sus glúteos llenos, sin poder evitarlo. La malla gris se le
pega como una segunda piel, entreviendo el corte de unas bragas estilo
brasileñas. Carraspeo, no sé de quién se trata la dueña de ese culo, cuando se
yergue y un cabello rubio atado en un moño me hace atragantar y casi tirar el
café al suelo. Su cabeza se gira, su sonrisa se ensancha y Cecilia ilumina el
espacio por completo.
—Buenos días, Murray —saluda alegremente, frotándose la mejilla con la
muñeca, empolvándose con un reguero de harina o azúcar glasé, no estoy
muy seguro.
—Buenos días, señorita Davis.
Cecilia rueda los ojos y sin perder la sonrisa deja la bandeja de bollos en la
mesa para luego andar hacia mí. Lleva un delantal amarillo, con el logo de su
tienda a la altura del pecho. Puedo adivinar por sus brazos desnudos que lleva
una camiseta de tirantes. También me hace pensar en lo fácil que sería
arrastrar esa prenda fuera de su cuerpo.
—¿Ni fuera de la empresa te relajas? —pregunta con retintín, pestañeando
exageradamente.
Está más bajita dado que lleva deportivas en vez de uno de sus tacones y
puedo decir que no me desagrada en lo absoluto. Ella ladea la cabeza,
observa mis manos y se muerde el labio inferior.
—Traigo café y tu Tablet.
—Gracias —dice con una sonrisa radiante.
Aguanto la respiración, esta mueca suya me deja atontado por unos
segundos y abro la boca para hablar, sin poder articular una frase meramente
coherente. Ella agarra el vaso de cartón y la Tablet, a continuación le da un
sorbo. Un gemido de satisfacción entreabre sus carnosos labios. Puedo jurar
que en mi vida me había excitado tanto y tan rápido como ahora.
—¿Berona? —cuestiona dando otro sorbo, seguido de otro sonido de
placer.
Trago saliva y sonrío. Tengo que mantener la calma, intentar por todos los
medios que su mirada no se pose al sur. Sin que sea demasiado obvio, llevo
mis manos hacia delante, tapando un poco la evidencia.
—Sí. Los conseguí en el Starbucks de aquí al lado, son los mejores —creo
que hasta ahora es la frase más larga y con sentido que le he dicho jamás.
—Es mi favorito, qué bien que te acuerdes. Y gracias por… metérmela —
señala alzando la Tablet, dando un nuevo sorbo a su café.
—Dudo mucho que estuvieses sonriendo así una vez que te la… —me
callo ipsofacto cuando soy consciente de lo que estoy diciendo.
Tengo que recordarme que no estoy hablando con ninguno de los chicos o
con una chica cualquiera. Delante de mí se encuentra la mujer que me roba el
aliento cada vez que pasa cerca de mí, a la que quiero como futura mujer y
madre de mis hijos. Voy a disculparme cuando Cecilia lanza una carcajada al
aire a la vez que desvía la mirada, dejándome ver su mejilla arrebolada.
—¿No crees que hace demasiado calor aquí? —pregunta abanicándose.
Niega con la cabeza y sale de la sala de horneado obligándome a seguir su
estela. Las empleadas dejan de nuevo de hacer lo que estaban haciendo para
prestarnos atención.
—¿Es que es la primera vez que ven a un hombre? Sigan trabajando —el
tono autoritario de Cecilia hace que las chicas dejen de mirarme para volver a
su puesto.
Salimos a la calle una vez se deshace del delantal y me quedo observando
su trasero hasta que se gira hacia mí.
—Te agradezco una vez más habérmela traído, siento las molestias que te
haya podido causar.
—No ha sido molestia, tranquila.
—Bueno, supongo que nos veremos esta noche… —dice luciendo
preciosa.
El sol hace maravillas entre las hebras de su cabello, provocando que
desee acariciárselo por horas. Me acerco sin poder evitarlo, y alzo la mano
hasta llegar a su mejilla donde la harina sigue blanqueciendo su piel.
—Tienes un poco de… —le digo limpiándola con cuidado.
Sin embargo en mi cabeza me la imagino en mi cama, en cuatro, con el
cabello alborotado de mis tirones inmoderados y el interior de sus muslos
empapados. Carraspeo y me alejo, habiendo hecho desaparecer la mancha por
completo, poniendo un poco de distancia. Me asustan mis pensamientos, me
asusta el que ella pueda echar una ojeada a ellos y se espante.
—Será mejor que me vaya, tengo una reunión—le indico manteniendo a
raya mis impulsos. Lo próximo que haría sería lamer sus labios y probar el
café directamente de ella.
—Claro, hasta esta noche, señor Steven —dice pícara, andando hacia la
puerta de su local.
Asiento cordial, con una sonrisa de idiota adornando mi boca y me voy de
allí sin mirar atrás. Tarde o temprano tendré que dejar de ser un cobarde,
decirle todo lo que siento y la deseo.
—Algún día…
—Buenos días, hijo —me acerco como zombie para recibir el beso de mi
madre antes de sentarme a la mesa donde un suculento y abastecido desayuno
hace que se me haga agua la boca.
Como predije apenas he podido pegar ojo tres horas, además, los
ronquidos de Tomas hicieron imposible que volviera a conciliar el sueño.
—Buenos días. Los chicos siguen durmiendo —digo al mismo tiempo que
alcanzo una rebanada de pan tostado.
Escucho el sonido de la tetera, a continuación, Violeta, el ama de llaves de
la casa, aparece y se acerca a donde está mi madre para servirle una taza.
—Lo sé, Tomas me ha despertado y creo que John ha dado veinte viajes al
baño para vomitar. Este chico lo que necesita es una buena azotaina para que
se le quite la tontería —refunfuña dando un sorbo a su té.
—Tranquila, doña, que ya me la dan…
Me giro al escuchar la voz de John, vestido solamente con unos pantalones
cortos y el pelo revuelto. Bosteza como si no tuviera modales, incluso se
rasca la barriga. Besa a mi madre en la mejilla y se sienta después de alcanzar
un bollo de crema de chocolate.
—Matica y traga, John —le reprende mi madre.
Él sonríe enseñándole los dientes llenos de dulce, haciendo que ella
refunfuñe y niegue con la cabeza. Me río, sin saber qué más hacer ante la
escena ante mí. A continuación, se nos une Lauren, Chad y León. Los tres
peleándose como niños en la escalera para poder coger sitio en la mesa; como
si un hubieran sillas o desayuno suficientes.
—El bello durmiente, o la bestia, mejor dicho, parece que ha cenado una
locomotora. ¡Madre de Dios, cómo ronca! —se queja león hablando en
español.
John le golpea la nuca y si no es por Lauren que los mira con una ceja
alzada, hubieran empezado a pegarse como capullos sin autocontrol. León
tiene la fea costumbre de murmurar en español, solo para sacarnos de quicio,
ya que sabemos muy poco el idioma. John es el que menos, por lo que se
enerva haciendo que León ya lo haga por la mera diversión de hacerlo rabiar.
—¿Crees que será feliz con nosotros? —su pregunta me hace sonreír y
beso sus labios con ternura sintiendo cómo poco a poco se agarra a mi nuca
para intensificar el contacto.
—Seremos unos buenos padres, ya lo verás —le digo con total confianza,
viendo a la cuidadora salir de la protectora con Leila en las manos.
Nuestra pequeña y peluda pastor alemán de dos meses se remueve en sus
brazos eufórica en cuanto nos ve. Cecilia la coge y abraza apretándola contra
su pecho, haciendo que el animal le bese toda la cara. Nos despedimos de los
demás empleados, saludando con la mano y prometiéndole enviar fotos de la
cachorra mediante crezca.
Por el camino, Cecilia no para de mirar hacia atrás a la pequeña jaula
transportadora donde Leila llora no estando acostumbrada a un espacio tan
reducido.
—Ese cacharro es demasiado pequeño, ¿y si se hace daño? ¿O se ahoga?
Creo que debes parar, quiero ver qué tal está. Llora mucho —su verborrea
solo hace que me ría a carcajadas.
Por supuesto ella no acepta mi burla y me mira ceñuda, apiñando sus
labios, adorable. Si no estuviera conduciendo, juro por Dios que la estaría
besando hasta dejarla sin resuello.
—Está bien, solo no está acostumbrada. En cuanto lleguemos a casa, verás
cómo se le pasa el llanto. Además, tiene barrotes, no se ahogará.
Cecilia se pone derecha en el asiento y se abraza a sí misma, luciendo
enfurruñada todavía. La miro de reojo, diciéndome por enésima vez la suerte
que tengo de tenerla.
—Estás bellísima cuando te enfadas —le digo haciendo que ruede los ojos
y le dé un nuevo vistazo a Leila que ha ladrado por quinta vez.
—Soy bellísima de todas las formas, que me lo digas no hará que deje de
preocuparme por nuestra hija peluda.
—Mi amor, te juro que compraré una jaula más grande, además, esta le va
a servir poco de todas maneras. ¿Sabes lo grande que se va a poner nuestra
hija peluda como tú la llamas?
Lanza una carcajada y asiente concordando con mis palabras.
—Saldrá a su padre —dice con guasa, burlándose de mí.
Pellizco su costado, haciendo que se escurra lejos de mi ataque de
cosquillas.
—¿Lo dices por lo grande?
—Más bien por lo peludo… —responde ella con una sonrisa radiante.
Muerdo mi labio inferior, haciéndome el ofendido y haciéndola creer que
en cuanto lleguemos tendrá que correr antes de que la alcance. Hace un año
que Cecilia y yo vivimos juntos, apenas dos meses que nos mudamos a la
nueva casa donde un jardín enorme espera tener niños y animales
correteando. Por desgracia, por mucho que lo intentamos, no hemos
conseguido todavía quedarnos embarazados. Por lo que empezar adoptando a
Leila hará que nos relajemos.
Aunque yo no pierdo la esperanza. No descansaré hasta ver a una pequeña
rubia llamarme papá o a un pequeño de pelo castaño llamándola mamá. O
ambos. Da igual. Sea lo que sea que la vida me depare, estoy seguro de que
Cecilia formará parte de ella.
Siempre.
FIN
AGRADECIMIENTOS
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TOMAS BROWN
(LIBRO 2)
Cuando la vida no te lo pone fácil, tienes dos caminos: Dejarte llevar, sea
lo que sea lo que te depare o luchar contracorriente; intentando mejorarla, ser
mejor y cuidar de ti mismo aunque todo te vaya en contra. Me tocó nacer en
un hogar humilde, donde aunque el amor rebosara, la necesidad opacaba
cualquier sentimiento.
Mis padres dieron su vida, su salud, para sacarnos adelante a mi hermano
y a mí hasta que sus fuerzas fallaron. Las calles eran el escape perfecto para
un niño, yo fui fuerte, mi hermano no. Yo tenía las últimas palabras de mi
padre como un mantra: Nunca lo dejes solo, cuida de él, de ti, sé fuerte y no
caigas nunca. Por muy negro que esté el cielo.
A la edad de doce años le vi con su primer cigarrillo, luego llegaron las
salidas frecuentes a diferentes horas de la madrugada, la ropa nueva, los
“regalos” que le hacían sus amigos. Ya no me tocaba luchar por mí, lo tenía
que hacer por los dos, rezando cada día con que mi suerte cambiase y pudiera
sacarlo del agujero que cada vez se metía más y más hondo.
Hasta que todo acabó, cuando por fin veía la salida de aquel túnel
tenebroso, se derrumbó sobre mí. Quedándome el consuelo de que por lo
menos mis amigos no me abandonarían.