El Amor Lo Cambia Todo Elizabeth Bermudez PDF Versión 1 1

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El amor

LO CAMBIA TODO

ELIZABETH BERMÚDEZ
Título: El amor lo cambia todo
Primera edición, agosto 2021
©2021, Elizabeth Bermúdez

Diseño de portada: @bbccreative_1 Imagen, Shutterstock


Corrección: Belén Morez, correcciones.
Maquetación: Elizabeth Bermúdez.

Todos los derechos reservados. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su
incorporación a un sistema informático ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio,
sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y
por escrito del autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito
contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).
Esto es una obra de ficción. Todo parecido con la realidad es mera casualidad. Todos los
nombres, situaciones y hechos plasmados en esta novela son producto de la imaginación de la autora.
SINOPSIS

Mónica Peñalver es una mujer que lleva una vida trazada a su medida y
le gusta, o eso cree ella. Posee una gran belleza y disfruta con todos los
hombres que desea. Si algo tiene claro en sus planes es que nunca formará
una familia. No cree en el amor y sabe que la maternidad no es para ella. A
sus casi cuarenta años nunca se ha enamorado de verdad ni quiere
compromisos a largo plazo.
Pero todo esto podría cambiar cuando Héctor Gandía aparece en su
vida. Él ha soñado con Mónica desde pequeño. Es el gran amor de su
infancia, pero ella no lo sabe.
Cuando Héctor se cruza con la pelirroja de infarto en la que se ha
convertido Mónica con los años, decide que no va a ser un hombre más de
paso en su vida. Hará todo lo que esté a su alcance para conquistarla y que
crea en el amor.
Sin embargo, Mónica es una mujer de un fuerte carácter que no se deja
dominar por nada ni por nadie. Los sentimientos que despierta Héctor la
asustan y la hacen huir de él.
Pero algo puede cambiarlo todo, en un último instante, una llamada…
Descubre en esta historia si al final siempre vamos hacia lo que nos
atrae. Si el corazón puede más que la razón.
ÍNDICE

SOBRE LA AUTORA
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Epílogo
Agradecimientos
Otras novelas de la autora
SOBRE LA AUTORA

Elizabeth Bermúdez nació en Huelva, lugar donde reside actualmente.


Licenciada en Derecho, le apasiona escribir y leer novelas románticas.
La mayor parte de su tiempo libre lo dedica a crear historias de amor con la
ilusión de que en el futuro vean la luz y enamoren a los lectores.
Se define como una persona familiar y amiga de sus amigos. Le encanta
viajar, leer y disfrutar al máximo de los buenos momentos que ofrece la
vida.
El amor lo cambia todo es su décima novela, anteriormente publicó:
Deseos del destino
Secretos
Tus huellas en mi corazón
Imaginarlo o vivirlo. La mirada de un Miller
La sombra de su pasado
Volver a nacer
Volver a creer
Volver a sentir
Y de repente, el mundo se paró
A mi amiga Ro,
la primera persona que me pidió que escribiese
la historia de Héctor y Mónica.
1

Aquel lunes por la noche, Mónica quedó para cenar con las chicas. No
solían salir entre semana, pero la ocasión lo merecía. Sofía, una de sus
mejores amigas y socia, le había puesto los cuernos a su marido con un tío
que sacó de la cárcel un mes atrás y tenía que contarles con detalles cómo
había sucedido todo.
De repente, la cara de Sofía se volvió blanca. Fijó los ojos en dos
hombres que entraban en el restaurante donde ellas estaban.
—¿Qué ocurre, los conoces? —preguntó Natalia con interés.
—Es… es… —A Sofía no le salían las palabras.
—Héctor. —Mónica se levantó y le dio dos afectuosos besos a uno de
los hombres.
Las cuatro chicas se encontraban en una de las mesas de la entrada del
lugar, cuando Héctor y Marcos entraron ninguno pudo evitar el encuentro.
—Mónica, qué de tiempo. ¿Qué tal estás? —le preguntó Héctor al
mismo tiempo que se alegraba de verla.
—Muy bien. Aquí tomando algo con unas amigas. Chicas, os presento a
Héctor Gandía.
Natalia y Lidia lo saludaron mostrándole una sonrisa. Sofía estaba ajena
a la conversación que se mantenía a su alrededor. Tenía la vista clavada en
Marcos. No podía creer que él estuviese ahí.
—Hace años que no te veo por el edificio —le indicó Héctor.
—¿Aún vives allí? —preguntó Mónica. Él asintió—. No tengo mucho
tiempo y visito poco a mis padres. Son ellos los que vienen a verme.
Chicas, Héctor es mi vecino de toda la vida. Nos conocemos desde
pequeños.
Hacía más de doce años que Mónica se había independizado, y desde
entonces no coincidía con Héctor en el edificio de sus padres.
—Perdón, os presento a mi amigo —dijo Héctor a las chicas—. Él es
Marcos Luna.
Cuando Héctor pronunció su nombre, Mónica, Natalia y Lidia se
quedaron mirándolo, embobadas, al mismo tiempo que comprendían quién
era en la vida de Sofía.
—Hola, Marcos. ¡Qué sorpresa! —exclamó Sofía.
—La sorpresa ha sido mía —le indicó mostrándole una sonrisa.
—¿Os conocíais? —preguntó Héctor al ver que Marcos y la amiga de
Mónica se trataban con confianza.
—Sí, es mi abogada. Ella me sacó de la cárcel —anunció con
naturalidad.
Héctor ya era conocedor de esta información y dedujo que las amigas de
Sofía también lo sabrían.
—Chicas —terció Sofía—, os presento a Marcos. Marcos, ellas son
Mónica y Natalia, mis socias del bufete, y Lidia es nuestra secretaria.
Aparte de nuestra relación laboral somos grandes amigas. Las considero
mis hermanas.
—Bueno, pues si ya nos conocemos todos, podemos unirnos a estas
cañas —propuso Héctor al echar un vistazo a la mesa de las chicas.
—¡Claro! —Mónica lo ayudó a coger dos sillas más y llamó al
camarero para que les trajesen bebidas.
Natalia y Lidia se levantaron juntas para ir al baño. Sofía y Marcos
comenzaron a hablar entre ellos. Las ardientes miradas que se echaban no
pasaron desapercibidas para Mónica.
—Bueno, cuéntame, ¿qué tal te va la vida? Hace años que te perdí la
pista —le comentó con interés Héctor a Mónica mientras la miraba al
detalle.
La había reconocido por sus intensos ojos azules, pero estaba muy
diferente a cómo la recordaba años atrás. La sentía más mujer y no pudo
evitar cierta atracción que apareció de pronto, sorprendiéndolo.
—Soy abogada y no me va nada mal. ¿Y tú qué tal? ¿Cómo te va la vida
de casado? —le preguntó al recordar que unos meses atrás vio en casa de
sus padres una invitación a su boda.
Los padres de Héctor, pese a no vivir en España desde hacía mucho
tiempo, continuaban siendo muy amigos de los padres de Mónica. Durante
años habían sido vecinos en el mismo edificio y su amistad nunca se apagó.
—Sigo soltero —anunció Héctor sonriente, al mismo tiempo que alzaba
una mano y le indicaba que no llevaba anillo. Mónica lo miró asombrada,
su madre no le había comentado nada—. El compromiso se canceló antes
de la boda.
—Vaya… lo siento. —La noticia la dejó descolocada, no sabía qué se
decía en aquellos casos.
—Fue lo más acertado —indicó Héctor sin dar más explicaciones.
Cuando Natalia y Lidia volvieron del baño, se despidieron y se
marcharon juntas. Al poco, Marcos y Sofía hicieron lo mismo.
—Bueno, yo no tengo prisa. ¿Pedimos algo de comer? —propuso
Héctor.
Mónica asintió relajada. Se sentía cómoda en compañía de él.
—Cuéntame, señor arquitecto, ¿cómo te va en el trabajo? —Sentía
curiosidad por saber más de él.
Mónica sabía que llevaba la empresa de su padre desde que este se
marchó de España.
—De maravilla. Muchísimos proyectos en marcha. La empresa ha
crecido bastante en los últimos años.
—Tus padres se sentirán muy orgullosos de ello. ¿Qué tal están? —se
interesó—. ¿No se plantean volver nunca más?
—Yo creo que no. Ya tienen una vida y un círculo de amigos en Roma.
Aquí todo les recuerda a la muerte de mi hermano.
—La pérdida de un hijo debe de ser muy dura. Ellos lucharon por
Andrés, intentaron rehabilitarlo, pero él…
—Se culpan de todo. Piensan que fallaron como padres con él. Se
sienten decepcionados y creo que ese sentimiento jamás desaparecerá.
—¿Y tú vives en casa de tus padres? —preguntó.
—Sí. Me gusta la zona, el edificio, los vecinos… Hice algunas reformas
cuando ellos se marcharon y me quedé con la casa cuando decidieron
ponerla en venta. Puedes subir un día cuando vayas a visitar a tus padres y
te enseño cómo quedó —la invitó.
Mónica había pasado muchas horas de pequeña en casa de Héctor. Ella
y su hermano, Andrés, eran de la misma edad, estaban en el mismo colegio
e iban a la misma clase. Cuando entraron en el instituto, el hermano de
Héctor comenzó a relacionarse con ciertos amigos que no eran del agrado
de Mónica y su amistad se enfrió.
—A mis padres los visito como una vez al año —murmuró sintiéndose
algo culpable de ello.
—¿Una mujer muy ocupada? ¿Trabajo, pareja e hijos? —enumeró
Héctor. No sabía nada sobre su vida personal, pero desde que la vio y se
sentó a su lado deseó saber mucho más de ella. Aquella pelirroja había
conseguido captar su atención por completo.
—Solo trabajo.
—¿Solo trabajo? —preguntó sorprendido, sonriente y alzando una ceja.
No se lo creía del todo.
—Sí, el bufete absorbe mi vida por completo y no me deja tiempo para
nada más. Aparte, nunca me vi en la faceta de madre ni creando una
familia. No me preocupa estar soltera a mi edad. Vivo la vida que deseo, a
mi antojo, sin darle explicaciones a nadie y sin cargas familiares. Siempre
las consideré agotadoras —le reveló con una sonrisa pícara.
Héctor asintió y le devolvió otra sonrisa. Mónica cada vez le gustaba
más. Era una mujer de armas tomar y estaba descubriendo que aquello lo
ponía. Saltaba a la vista que era atrevida, decidida y valiente. Solo había
que mirarla para saber que era una mujer que hacía lo que le venía en gana.
Cuando salió con ella del restaurante, no se le pasó por alto que todos
los hombres la miraron. Era alta, tenía buen cuerpo, unos ojos azules
impresionantes y su cabello rojizo le daba cierto toque sensual que había
conocido en pocas mujeres. Vestía de forma elegante, pero a la vez atrevida.
Siempre llevaba zapatos de tacón altos y ropa ajustada a las curvas de su
cuerpo, el cual cuidaba con esmero. Era consciente de que se acercaba a los
cuarenta años y por ello llevaba una dieta estricta y acudía con regularidad
al gimnasio.
Mónica y Héctor se despidieron de forma cordial en el aparcamiento del
restaurante y quedaron en volver a verse, ya se habían intercambiado sus
teléfonos y ambos habían sentido una atracción especial por el otro nada
más verse. Si bien se conocían desde tiempo atrás, hacía años que no se
veían ni sabían nada sobre sus vidas.
Por su parte, Mónica descubrió que Héctor se había convertido en un
hombre mucho más atractivo y guapo. Los años le habían sentado de
maravilla. Lo recordaba como un muchacho poco agraciado y soso. En
aquellos momentos era un hombre por el cual cualquier mujer podría
suspirar.

A las tres de la madrugada, Mónica recibió una llamada que la asustó.


Cuando vio que en la pantalla del móvil se reflejaba el nombre de su amiga
Sofía contestó acelerada.
—¿Qué ocurre? —preguntó alarmada, a la misma vez que se restregaba
los ojos.
—¿Estás sola? —preguntó Sofía en voz baja.
—Sí —respondió al mismo tiempo que rememoraba todos los meses
que hacía que un hombre no pasaba por aquella cama.
—Me voy a quedar en tu casa. Marcos me lleva para allá, ábreme
cuando llame al portero —le indicó Sofía.
—¿Estás bien? —se interesó, preocupada, al mismo tiempo que se
incorporaba de la cama.
—Mejor que nunca —anunció Sofía con cierto tono de voz que hizo
que su amiga la envidiase. No hicieron falta más palabras para Mónica
saber que desde que se marchó con Marcos del restaurante lo habían pasado
muy bien.
Soltó el teléfono, se tumbó en la cama de nuevo y envidió a su amiga.
Hacía meses que añoraba tener sexo con un hombre, pero no había
encontrado al adecuado. Con la edad se había vuelto muy selectiva y cada
vez le resultaba más complicado llevarse a un tío a la cama.
Cuando Sofía entró en casa de Mónica, la recibió en pijama y con el
pelo revuelto. En la cara de Sofía se dibujaba una enorme sonrisa y su
rostro manifestaba claramente que era una mujer satisfecha.
—Tu cara de felicidad da asco. Marcos te está enseñando todo lo que el
aburrido de tu marido no ha sido capaz en estos años —murmuró con cierta
sonrisa pícara. Mónica nunca se callaba lo que pensaba. Jamás le había
ocultado a su amiga que Tomás no era de su agrado—. Ahórrate los detalles
y no me cuentes todo lo que ese hombre te haya hecho disfrutar. Solo me
darías envidia.
Sofía le sonrió y se sentaron en el sofá. Pese a ser de madrugada,
ninguna de las dos tenía ganas de irse a la cama.
—Cuando te dejé en compañía de Héctor pensé que tú y él quizás… Se
os veía muy cómplices hablando.
—Hace años que no lo veo. Solo nos pusimos al tanto de nuestras vidas.
—¿Está libre? —preguntó Sofía con interés.
—En estos momentos sí. Estaba comprometido y se iba a casar. Vi la
invitación de la boda en casa de mi madre, pero no sé qué ocurrió para no
llevarse a cabo el enlace.
—Es un buen partido, Marcos me dijo que es un gran arquitecto. Está
muy bien. Es atractivo y muy guapo.
—Sí, con el tiempo ha mejorado. Y bastante. No lo recordaba así —
comentó con cierta sonrisa socarrona.
—Te miraba con interés. Creo que le gustas —le indicó Sofía.
—Tiene pinta de gustarles todas —lo dijo a modo de queja.
—Y tú por fin has sentado la cabeza y buscas algo más serio —acentuó
Sofía a modo de reproche.
—Siento que necesito algo más que acostarme con un tío por puro
placer, que es lo que he hecho hasta ahora en mi vida. No pido enamorarme
como una tonta, de hecho, no creo que eso suceda nunca, pero sí sentir algo
especial e ilusionarme por una relación y que esta dure más de seis meses.
No quiero convivencia ni ataduras, pero sí algo más estable. No sé si me
explico.
Sofía puso los ojos en blanco. Su amiga no sabía lo que quería.
Necesitaba enamorarse.
A sus treinta y nueve años nunca había tenido una relación formal y
seria. Siempre había huido de ellas.
—Quizá Héctor sea ese hombre —aventuró Sofía.
—No lo creo. No te voy a negar que está muy bueno, y es muy
simpático, pero… Siempre lo veré como el hermano de Andrés, y mi
vecino. Mis padres y los suyos son muy amigos, casi familia. No quiero
embarcarme en algo con él. Sería complicado.
—¿Tuviste algo con su hermano de pequeña? —preguntó Sofía.
Siempre tuvo aquella duda.
—No, pero fue el primer tío al que besé.
—¿Cómo? Eso no me lo habías contado nunca.
—Fue en su fiesta de cumpleaños, jugando a la gallinita ciega.
Teníamos catorce años. —Mónica no le dio más importancia—. Ya sabes
que no me gusta hablar de Andrés. Creo que, en cierto modo, todos los que
lo conocíamos y lo queríamos nos sentimos un poco culpable de su muerte.
—Recuerdo que lo pasaste muy mal tras su fallecimiento. Casi repetiste
el último curso del instituto.
—Fuimos juntos a la guardería, al colegio, jugábamos todas las tardes
juntos, pero al comenzar el instituto cambio tanto… Lo quería como a un
hermano —confesó sumida en los recuerdos.
—No te pongas triste —la animó tomándola de ambas manos.
—A ti te veo feliz, amiga —comentó Mónica cambiando de tema.
—Hacía años que no me sentía así —le reveló Sofía. Se encontraba en
una nube.
—Cuéntamelo todo con lujo de detalles.
Ambas estallaron en carcajadas.
Fue una noche llena de confidencias por parte de Sofía. Mónica la
escuchaba sintiendo envidia sana. Ella nunca había vivido nada parecido a
todo lo que su amiga le relató.
2

La semana comenzó con muchísimo trabajo en el bufete. El viernes, tras


firmar un divorcio millonario, los ex invitaron a Mónica, ella era la abogada
que había llevado a cabo la separación, a una fiesta en su lujosa mansión.
Intentó deshacerse del compromiso, pero no lo logró. Finalmente terminó
en un jardín lleno de gente, con carpas y estufas para evitar el frío de
noviembre, comida y música en directo de fondo.
En un principio Lidia iba a acompañar a Mónica, pero en el último
momento le surgió un imprevisto familiar y Mónica tuvo que acudir sola.
Cuando llegó a la propiedad y vio el gran despliegue de la fiesta,
alucinó. Siempre se decía que no se iba a sorprender por nada, tenía clientes
que manejaban muchísimo dinero, pero lo cierto era que lo hacía cada día
de su vida.
Con paso firme y seguro, al mismo tiempo que se convencía de que
estaría en aquella fiesta lo justo y necesario, se adentró en el lugar. Buscó a
la pareja de ingleses que se acababa de divorciar y fue hasta ellos para
hacerles partícipe de su presencia.
Mónica no llegaba a entender del todo aquella fiesta, pero por lo que sus
ojos veían era todo un acontecimiento el reciente divorcio. Los ex se
llevaban muy bien, sonreían, brindaban y celebraban con los invitados su
nuevo estado civil.
Un camarero pasó por el lado de Mónica y le ofreció una copa de vino,
no la rechazó. La necesitaba para encajar todo lo que allí sucedía.
En cuanto fueron conscientes de su presencia, Alan y Estefany se
acercaron a su abogada y le dieron un abrazo. Habían sido largos meses de
reuniones y negociaciones amistosas, hasta que todo el patrimonio de la
pareja quedó dividido y ambos conformes en el reparto.
—No sé qué habríamos hecho sin ella, Alan —dijo Estefany mientras
abrazaba a Mónica—. Gracias por haber venido.
—A vosotros por invitarme y considerarme parte de vuestros amigos en
esta fiesta —les indicó Mónica de forma educada.
Pese a lo directa y descarada que solía ser, con sus clientes siempre se
comportaba. Si algo la caracterizaba en su trabajo era su profesionalidad.
—Ven con nosotros. Vamos a presentarte a unos amigos que te veo un
poco sola —propuso Alan ya que había apreciado que no conocía a nadie.
—Es una gran fiesta. Nunca había asistido a nada parecido.
Había un enorme bufé de comida, música en directo y escuchó que al
final de la noche habría fuegos artificiales.
—Cuando nos casamos no pudimos hacer una fiesta porque no teníamos
dinero. Siempre tuvimos pendiente llevar a cabo una gran celebración y
consideramos que esta era la ocasión perfecta.
Mónica solo pudo asentir mostrándoles una sonrisa. No lo entendía,
pero ella no era nadie para opinar. Respetaba las vidas de los demás sin
juzgarlas. En su profesión cada día se encontraba con algo nuevo.
Alan y Estefany llegaron hasta un grupo de personas y la sorpresa fue
mayúscula para Mónica cuando encontró a Héctor entre ellas.
—¿Eres tú la famosa abogada que ha divorciado a esta pareja? —
preguntó con sorpresa. Alan, su ex y Mónica asintieron a la vez—. Si solo
les ha faltado hacerte un monumento. —Héctor se acercó a ella y le dio dos
besos a modo de saludo.
—No esperaba encontrarte aquí —dijo asombrada.
—Oh, Héctor es un gran amigo, aparte de la persona que construyó esta
casa y la que, de ahora en adelante, será la de Estefany en Benalmádena —
reveló Alan.
—El mundo es un pañuelo —murmuró Mónica.
La atención de la expareja fue reclamada por otro grupo de amigos
situados cerca de la piscina, pero antes de marcharse Estefany le indicó a
Héctor:
—Encárgate de presentarla a nuestros amigos, tú los conoces a casi
todos. Te dejamos en buenas manos, querida —le indicaron a Mónica.
Cuando los anfitriones se marcharon, Héctor presentó a Mónica al
grupo con el que hablaba antes de que llegase, pero de inmediato se retiró
un poco con ella. No le apetecía compartirla. Quería estar a solas con ella.
—Ya veo que esta fiesta te gusta tanto como a mí —ironizó Mónica una
vez alejados de los demás.
—No me gustan este tipo de reuniones —le indicó Héctor con una
amplia sonrisa en el rostro mientras no dejaba de mirarla con atención.
—Nunca he acudido a una celebración de un divorcio, si te soy sincera.
—Yo tampoco, pero Alan y Estefany son especiales.
—¿Por qué se divorcian? Parece que se llevan de maravilla y se quieren
—comentó observando a la pareja.
—Eres su abogada, deberías de saberlo.
—No entro en cuestiones sentimentales en mi trabajo. Es más, no me
gusta ser amiga de mis clientes. Esto es una excepción que he hecho ante
los ruegos de Estefany para que viniese.
—Suele ser muy persuasiva, pero es encantadora. Tras treinta años de
matrimonio se han dado cuenta de que se quieren muchísimo, pero que la
llama del amor se apagó hace tiempo. Se consideran jóvenes y ambos
quieren vivir la vida y encontrar de nuevo una ilusión. Hacen esta fiesta por
su hijo Robert, tiene síndrome de down, y que él los vea felices por el
cambio que se avecina le ayudará a sobrellevar la nueva situación.
Héctor dirigió la mirada hacia donde se encontraba Robert, un chico de
unos veinte años, que bailaba con un grupo de gente.
—Solo me dijeron que tenían un hijo. Desconocía el resto. —Se quedó
mirando el buen ambiente que tenían alrededor, cargado de risas y música
—. Ojalá todos los divorcios fuesen como el de ellos. Ha sido complicado
por el enorme patrimonio que poseen, pero ambos son un encanto. Me lo
han puesto muy fácil desde el principio.
—Conocen a mucha gente y están encantados con tus servicios. Seguro
que te van a llegar muchos asuntos por recomendación de ambos.
—¿Lo dices por experiencia?
Héctor negó con un gesto de la cabeza.
—Son amigos de mis padres desde hace años. Me han presentado a
muchos amigos y a raíz de ahí me han surgido muchos proyectos. Pero mi
trabajo es diferente, les tiene que gustar mis diseños y construcciones.
—¿Esta casa la has construido tú por completo? —preguntó mientras la
admiraba desde cierta distancia.
—Sí. Cuando compraron el terreno echaron abajo la que había. Me
comentaron sus ideas y diseñé lo que ves.
—Es magnífica. Me gustaría tener una así algún día, pero no creo que
me lo pueda permitir a menos que me toque la lotería. No gano tanto
dinero.
—Yo prefiero más diseñarlas y construirlas que vivir en ellas. De hecho,
me siento muy a gusto en mi casa.
—A mí me encantaría tener una propiedad con jardín y piscina, sin
ruidos y sin vecinos alrededor. Para poder tomar el sol a mi antojo —
añadió.
Héctor la miró con una sonrisa socarrona, mientras la observaba de
arriba abajo imaginándose a aquella pelirroja completamente desnuda sobre
una tumbona al sol.
De repente, el aroma de un perfume que conocía bien lo distrajo y
apartó la vista de Mónica, maldijo para sus adentros al ver a su ex, Vanesa,
aproximarse a él con su nueva pareja de la mano.
—Héctor, intuía que te encontraría aquí. Qué de tiempo sin vernos. Te
presento a Saúl, mi prometido —le dejó bien claro. Héctor ya lo conocía.
Los había visto juntos en una foto en las redes sociales. Él era un
reconocido jinete de caballos afincado en Jerez. Había ganado varias
competiciones importantes y tenía un criadero de caballos de pura raza.
—Vanesa… —No esperaba verla allí, tenerla de frente tras meses sin
coincidir, y junto a su prometido, lo descolocó—. Saúl. —Le extendió la
mano al hombre a modo de saludo.
—Cariño, él es Héctor Gandía —lo presentó Vanesa.
—Encantado, he oído que es uno de los mejores arquitectos de
Marbella.
Héctor solo asintió. Vanesa lo miraba con una enorme sonrisa en la
boca, disfrutaba del momento.
Entonces Héctor, decidió devolverle la jugada y borrarle de un plumazo
aquella sonrisa de bruja que mostraba a conciencia. Tomó a Mónica por la
cintura, para sorpresa de esta, la acercó a él y puso su improvisado plan en
marcha.
—Os presento a Mónica Peñalver, mi novia.
3

Cuando Mónica escuchó aquellas palabras todo su cuerpo se tensó,


Héctor le apretó más fuerte la cintura y la miró rogándole que le siguiese el
juego.
—He oído bien, ¿tu novia? —preguntó Vanesa asombrada y con los
ojos muy abiertos.
—Sí, mi novia.
—¿Y desde cuándo? —preguntó Vanesa con interés.
—Desde hace un par de meses o así.
—No sabía que tuvieses nada serio. Desde que te dejé solo he
escuchado que andabas con unas y con otras —comentó con malicia.
—Mónica y yo vamos muy en serio. Estamos pensando en casarnos en
breve. Lo nuestro fue amor a primera vista y no queremos desaprovechar el
tiempo.
—Vaya… —murmuró Vanesa—. Perdón, Mónica. Encantada de
conocerte.
—Lo mismo digo —resonó la voz de Saúl.
Por primera vez en su vida Mónica se encontraba sin palabras y sin
saber cómo comportarse. Miró a Héctor y simuló una sonrisa forzada
cuando en realidad de lo que tenía ganas era de abofetearlo por ponerla en
aquella complicada situación.
Alan y Estefany se acercaron al grupo para saludar a Vanesa, que
acababa de llegar.
—Qué sorpresa me he llevado al encontrarme aquí con Héctor y su
novia —dijo Vanesa de forma intencionada a los anfitriones de la fiesta.
—¿Cómo? ¿Sois pareja? —preguntó Estefany con interés, mirándolos a
ambos con sorpresa.
—Llevamos una relación discreta —justificó Héctor algo incómodo.
Tenía que admitir que aquello se le había ido de las manos.
—Te voy a matar —le susurró Mónica a Héctor en el oído mientras
simulaba un gesto cómplice con él.
Héctor la tomó de la mano y la agarró con fuerza para que no se alejase
de su lado.
—¡Qué alegría más grande! —exclamó Alan, que se acercó más a la
pareja mientras tocaba las palmas muy contento.
Estefany miraba a Mónica y Héctor sonriente.
—Hacéis muy buena pareja —comentó Estefany con alegría, mientras
los repasaba al detalle.
—Yo también lo creo —dijo Héctor al mismo tiempo que miraba a
Mónica y le dedicaba una sonrisa. Ella se la devolvió mientras lo taladraba
con los ojos. Le decía que iba a pagar caro aquello.
—Se van a casar pronto —apostilló de forma intencionada Vanesa, al
ver que Alan y Estefany desconocían el noviazgo.
—Héctor, hace casi seis meses que no nos veíamos. ¿Te das cuenta de
que no podemos estar tanto tiempo distanciados? —le reprochó Estefany al
no estar al tanto de la noticia.
—Hemos estados muy ocupados en estos meses. Pero tranquila, no me
iba a casar sin avisarte. Estás en la lista de invitados a mi boda. —Le guiñó
un ojo mientras sentía calor.
—Pero, cariño ¿no habíamos quedado en que nos casaríamos en Las
Vegas? —comentó Mónica a modo de sacarlo de sus casillas. Iba a seguirle
el juego a la vez que lo ponía contra las cuerdas—. Dijimos que nada de
invitados. Deseabas una boda muy diferente a la que tenías planeada con tu
anterior pareja.
—Eh… sí —contestó mientras tragaba con dificultad y pensaba con
rapidez—. Pero al llegar a España, ya casados, haríamos una gran fiesta con
nuestros amigos. ¿Recuerdas que lo hablamos?
—Héctor me sorprende todos los días —comentó Mónica mientras le
colocaba una mano en el pecho, se lo acariciaba de forma intencionada, al
mismo tiempo que lo taladraba con la mirada y él le pedía clemencia.
De repente, comenzó a sonar una canción que Alan y Estefany
identificaron.
—Oh, tenemos que ir a la pista de baile. Esta fue la canción del día de
nuestra boda. Hoy la bailaremos por última vez juntos —anunció Estefany.
—Vamos, todos a la pista. Os esperamos —los animó Alan.
El matrimonio se marchó y, al poco, Vanesa y su novio también se
dirigieron hacia la pista de baile. Era el deseo de los anfitriones que todas
las parejas bailasen con ellos esa pieza.
—Comienza a correr, Héctor Gandía, te doy hasta ventaja —le indicó
Mónica en cuanto estuvieron a solas—. Porque te juro que cuando te coja te
hago pedazos. ¿Cómo se te ocurre decirles que somos novios y que nos
vamos a casar en breve? —le reprochó alterada y con los ojos echándole
fuego—. Son mis clientes, conocen a mucha gente de Marbella. Mañana
todo el mundo sabrá que somos novios. ¿Es que tú no mides las
consecuencias de lo que dices? —Estaba muy enfadada.
—Perdóname, Mónica. Lo hice sin pensar. Fue un estúpido impulso.
—Sin pensar, un impulso —le reprochó alterada.
—Fue ver a Vanesa con su prometido… Me dejó por ese tío —confesó
con rabia, intentando justificarse.
—¿Has actuado así por despecho? —preguntó mirándolo a los ojos.
—Solo he querido demostrarle que he rehecho mi vida, que no sigo
pensando en ella como cree.
—Ah, claro, genio. Y para ello me metes a mí en todo esto. No sé por
qué te he seguido el juego —se reprochó a sí misma. Dio media vuelta y se
dispuso a marcharse, pero Héctor lo impidió.
—¿Dónde vas? —preguntó agarrándola fuerte por la mano.
—A mi puta casa —escupió entre dientes—. Ya sabía yo que no tenía
que haber venido a esta dichosa fiesta. Mira en el lío que me has metido.
—No puedes irte, así como así. Tenemos que ir a bailar. Luego nos
despedimos y nos vamos. Como personas serias y educadas —le recalcó.
—Tú estás loco, ¿verdad? No existe un tío sobre la tierra que a mí me
dé órdenes. Da gracias de que antes de irme no desmonte todo el circo que
has armado con que somos novios. Encárgate de decir en dos días que
hemos terminado. Fin del asunto, ¿entendido?
—Joder, Mónica —maldijo Héctor—. No te vayas. No me dejes así.
Pídeme lo que quieras a cambio. Sé que te he puesto en una posición
incómoda, pero… lo siento, ¿vale? ¿Podemos terminar la noche como una
pareja ante los ojos de ellos y luego vemos cómo resolvemos esto? —le
propuso de forma paciente, esperanzado en convencerla y ablandarla.
—No hay nada que quiera de ti —le dijo con altanería.
—¿Estás segura? —preguntó al mismo tiempo que se abría la chaqueta
y le mostraba su cuerpo, sonriente, a modo de broma—. ¿Unas vacaciones
pagadas? —propuso algo más serio—. Dos semanas en Punta Cana, a
finales de año. Tengo que cerrar un proyecto allí. Mientras yo trabajo tú
puedes descansar y tener unos días de lujo totalmente gratis. ¿Qué me
dices?
Mónica se quedó pensativa, lo escrutaba con la mirada.
—Es muy tentador —murmuró mientras que Héctor la observaba al
detalle a la espera de una respuesta.
—Puedo seguir tentándote. Viajaremos en primera clase. Tendremos
una villa de cinco habitaciones solo para nosotros. De dos plantas, con
piscina y el mar enfrente. A mí me verás muy poco, quizá solo en la ida y
en la vuelta del avión. Tengo que trabajar mucho una vez allí —especificó.
—Bien. Creo que aceptaré —comentó pensativa.
—¿Vamos a bailar? —le propuso Héctor a la misma vez que le extendía
la mano.
—Una cosa más. Quiero saber por qué te dejó tu ex. Todos los detalles.
—Sabía que se encontraba en una posición en la cual le podía exigir
cualquier cosa y pensaba aprovecharse en ese aspecto. Tenía curiosidad por
saber porqué Vanesa lo dejó plantado y, sin embargo, parecía una mujer
celosa al verlo con ella. Su instinto le dijo que la ex de Héctor seguía
enamorada de él, pese a tener un prometido.
Héctor asintió. No esperaba menos.
—Primero bailamos, nos vamos de aquí y luego me someto a su
interrogatorio, señorita abogada.
—¿Promete decir la verdad y solo la verdad? —preguntó ella sonriente.
—Lo juro —contestó Héctor serio, con una mano sobre el pecho,
siguiéndole el juego.
Luego la tomó de la mano y fueron hacia la pista de baile. Se unieron a
las demás parejas y se movieron al son de la música. La tomó por la cintura
y Mónica sintió el calor de sus dedos a través de la chaqueta que llevaba.
—Bailas bien —apreció. No la había pisado y la guiaba con maestría.
—Ya sabes lo que se dice… —Ella lo miró con atención—. Los
hombres que bailan bien son buenos en la cama.
—¿A qué viene eso? —preguntó contrariada. No le gustaba hablar de
sexo con Héctor. Era demasiado atractivo y una completa tentación en la
que no quería caer. Ella no se acostaba con amigos o conocidos.
—Era solo un dato —comentó con una sonrisa de satisfacción.
—¿Me estás invitando a que lo compruebe? —preguntó con descaro sin
permitir que la sintiese cohibida, como intuyó que era su intención.
—¿Estarías interesada? —contraatacó con una sonrisa lobuna.
—Dejemos el tema, ¿vale? —le reprochó un poco alterada.
—¿Te pongo nerviosa? —La aproximó más a él, hasta que sintieron sus
respiraciones muy cerca.
—¿Me voy y les digo a todos que no somos pareja? No me pongas a
prueba —le advirtió entre dientes.
Héctor comprendió que era una mujer con la que no se jugaba. Mónica
tenía su carácter, pero estaba descubriendo que cada vez le gustaba más.
Se despidieron de los anfitriones y demás personas que conocían de la
celebración y se marcharon juntos, de la mano, como una pareja, mientras
Mónica le susurraba entre dientes:
—Suéltame ya. Estamos lo suficiente lejos —se quejó cuando estaban
cerca del coche.
Héctor había sido uno de los primeros invitados en llegar y su
todoterreno se encontraba al final del todo. Cuando observó que había que
mover más de diez vehículos le propuso a Mónica marcharse con ella.
—¿Dónde vamos? —preguntó Mónica cuando salieron de la propiedad.
Héctor consultó el reloj y vio que eran más de las doce.
—¿Tu casa o la mía? —le propuso con naturalidad.
Ella lo miró con una ceja alzada. Reprochándole el comentario.
—Quieres que te cuente por qué rompí con Vanesa, creo que en un sitio
donde estemos tranquilos y sin gente alrededor será lo mejor. O si lo
prefieres, podemos irnos a tomar una copa a cualquier lugar con música y
bullicio y dejamos mi tema para otra ocasión.
—Está bien, podemos ir a tu casa. Así me enseñas las reformas que has
hecho.
—¿No prefieres que vayamos a la tuya? —preguntó por cortesía.
—No, sino luego me acomodaré y tendré que llevarte.
—Como quieras. Creo que ya sabes el camino —le indicó con un guiño
en el ojo.
Mónica le devolvió una sonrisa al mismo tiempo que pensaba en que
hacía dos meses que no iba a visitar a sus padres y en esos momentos se
dirigía a casa de su vecino, si los pobres se enterasen. Pero pensó que no
había posibilidad alguna de que supiesen que acudía a casa de Héctor, sus
padres solían irse a dormir muy temprano en invierno, pese a ser un viernes
por la noche.
4

Cuando aparcaron en la plaza de garaje de Héctor subieron directos a su


casa. En cuanto él abrió la puerta, Mónica se asombró por completo. El
interior de la vivienda no tenía nada que ver a cómo ella la recordaba años
atrás. Se habían tirado tabiques y la distribución del piso era diferente.
Héctor había dejado una cocina abierta al salón, todo muy espacioso. Le
hizo un recorrido y Mónica pudo comprobar que ahora solo existían dos
amplias habitaciones, en vez de las cuatro que tenía con anterioridad.
—Es otra casa a la que recordaba —comentó Mónica mientras la
admiraba.
—La convertí en un lugar para mí, un hombre soltero —le dejó claro.
—¿No pensabas vivir aquí con tu ex? —indagó.
—No. Esta casa, pese a las reformas, está llena de recuerdos. No quiero
vivencias en este lugar con nadie. Era la casa de mi familia y ahora la mía.
Nunca me desharé de ella, pero tengo claro que jamás conviviré aquí con
nadie.
—¿Tú y Vanesa no vivíais juntos? —preguntó extrañada.
—No —contestó rotundo, sin dar más explicaciones.
Ante la seriedad que mostraba Héctor, Mónica decidió no preguntar
más. Se dirigió a la terraza y salió al exterior a contemplar las vistas del mar
en la oscuridad. El piso de sus padres tenía la terraza hacia la calle
principal.
Pasados unos segundos, Héctor se posicionó al lado de Mónica. En
silencio, ambos contemplaron la playa. Hacía viento y un aire frío que
cortaba.
—Será mejor que entremos y encienda la chimenea —propuso Héctor.
Mónica asintió y ambos volvieron al salón. Ella lo observó mientras
avivaba el fuego. Era un hombre resuelto, ágil y con un cuerpo maravilloso.
Su mente la traicionó mientras lo imaginaba desnudo. La camisa blanca y
los pantalones azul marino le quedaban como un guante y no podía apartar
la vista de aquel cuerpo que era puro pecado.
—Bien, creo que ha llegado la hora de que me cuentes por qué te dejó
Vanesa.
Mónica lo admiró parado de pie frente a ella. Su mirada era desafiante,
pero finalmente cedió, se sentó a su lado y se dispuso hablar.
—Llevábamos tres años juntos y decidimos casarnos. Pusimos en
marcha la boda, repartimos las invitaciones y cuatro semanas antes del
enlace me dejó. Se enteró de que había llevado a cabo la remodelación de
una parte de El Castillo —Se hizo un silencio entre ambos. Mónica tragó
con dificultad—, supongo que por Marcos y tu amiga conocerás de qué va
todo allí —especificó. Ella solo asintió—. Vanesa llegó a la conclusión
errónea de que había estado en aquel lugar y no trabajando precisamente.
Rompió nuestro compromiso en un ataque de celos incontrolados, me
montó una escena en público que jamás olvidaré. Alguien le hizo creer que
frecuentaba aquel lugar con otro propósito que no era el de mi trabajo.
Luego ella quiso volver conmigo, pero fui yo el que decidió no seguir
adelante con el matrimonio. Sin embargo, a los ojos de todos quedó como
que Vanesa me dejó suspirando por ella. Y nada más lejos de la realidad.
Tras romper el compromiso sentí una gran liberación. Ahora sé que esa
boda hubiese sido un error —afirmó seguro de ello.
—¿Y nunca estuviste en El Castillo… por placer? —se atrevió a
preguntar.
—Pasé algunas noches en allí con Lucas, el hermano de Marcos y
antiguo propietario, en su despacho, pero con los planos por delante y
trabajando.
—¿No te sentiste tentado de probar el lugar? —preguntó con interés.
—No es mi rollo.
—¿Cuál es tu rollo, Héctor Gandía? —preguntó con descaro
inclinándose un poco hacia delante, para tenerlo más cerca.
—¿Quieres conocerlo? —la provocó mostrándole una sonrisa de diablo.
—Igual me aburres —lo desafió.
—O igual te vuelves adicta a mí —manifestó con prepotencia.
Mónica soltó una sonora carcajada. Si pensaba que con esos juegos la
iba a descolocar estaba muy equivocado.
—¿En todo el tiempo de relación con Vanesa nunca le fuiste infiel?
Perdona que sea tan directa, pero no tienes pintas de un tío fiel y
comprometido.
—Hubo algo, sin importancia, nunca en El Castillo, pero no me creyó y
decidió dejarme.
Mónica sonrió.
—¿Por qué te noto dolido? ¿Aún la quieres o es que no aceptas que te
dejase plantado casi en el altar? —preguntó con cierto deje de humor.
—No entraba en el trato hablar de mis sentimientos, solo decirte por qué
se rompió el compromiso.
—En resumidas cuentas, El Castillo tuvo la culpa.
—Para ser más exactos, el trabajo que realizamos allí mi socio Nicolás
y yo. A él le costó un divorcio y a mí no llegar al altar.
—¿Eres un hombre despechado? —le preguntó con descaro e interés,
inclinándose de nuevo hacia él mientras lo miraba sonriente.
Héctor sintió que se le calentaba la sangre al verse reflejado en los ojos
azules de aquella peligrosa pelirroja que le mostraba un generoso escote.
En un arrebato, sin pedir permiso, se apoderó de la boca de Mónica.
Besarla había sido su fantasía desde niño. Y ahora ella era más mujer, más
exuberante y lo ponía como ninguna otra.
Mónica no lo rechazó. Se enredó en el beso de forma voraz mientras
que en el momento de pasión se sentó a horcajadas sobre Héctor, sin
interrumpir el beso, todo lo contrario, haciéndolo más profundo y
saboreándolo a conciencia. Ella también lo deseaba y llevaba demasiado
tiempo sin sentir a un hombre tan cerca.
Con prisa, él le arrancó la chaqueta, ella se dejó hacer mientras
comenzaba a abrirle la camisa para acariciar su duro pecho. Ambos estaban
necesitados de más. En aquellos momentos no pensaban, solo querían dar
rienda suelta a aquello que los consumía por dentro. Un intenso fuego que
ninguno había sentido antes.
Las grandes manos de Héctor abarcaban la estrecha cintura de Mónica,
la sujetaba con firmeza, manteniéndola pegada a su piel, sin dejarle opción
a retirarse. Ella no tenía intención alguna de hacerlo. Sentir el calor que
desprendía la piel de Héctor sobre su propia piel le hizo sentir cosas que
nunca habían aparecido con anterioridad. Pese al momento de pasión, de
estar inmersos entre besos, caricias y abrazos sin control, ambos eran muy
conscientes de cada sensación que experimentaban. Todo era tan nuevo que
casi asustaba. Ambos se consideraban lo suficientes experimentados en la
vida en el ámbito del sexo como para que algo les sorprendiese, pero
estaban comprobando que la fusión de sus cuerpos, sus labios y sus manos
producía una química muy especial, tanto así que los hizo perder la razón
por completo.
Mónica y Héctor se entregaron al placer, se desnudaron por completo y
se rindieron al deseo. Cuando ella lo acogió en su interior se sintió colmada
como nunca antes, sin duda aquel hombre sabía cómo moverse con maestría
y cómo dar placer a una mujer.
La hizo correrse en un tiempo récord, tanto que casi sintió vergüenza.
Héctor la observaba con una sonrisa en los labios, disfrutando al verla en
aquel estado, sin dejar de acariciarle los pechos y despertar su deseo de
nuevo.
Un poco más recuperada del gran orgasmo al que la había llevado, lo
miró y se dijo que iba a devolverle aquel placer. Por alguna extraña razón
deseaba convertirse en una diosa para Héctor Gandía. Lo besó, lo acarició a
conciencia y se movió sobre él haciendo que cerrase los ojos con fuerza y
apretase los dientes. Mónica era jodidamente estrecha y lo mataba de placer.
Aquella pelirroja lo estaba llevando al borde del precipicio,
enloqueciéndolo. Hizo que disfrutase como nunca. Ambos gritaron de
placer, casi desgarrándose la garganta, sobre el sofá, desnudos, sonriéndose
con la mirada y dispuestos a repetir aquello.
Cuando recuperaron las fuerzas, Héctor le propuso continuar en la
cama. Mónica no se lo pensó. Nunca rechazaba una buena noche de sexo, y
acababa de descubrir que Héctor era un verdadero dios. Hacía años que no
se cruzaba con un hombre en su vida como él. Le daba placer y la trataba
con exquisita ternura. Jamás se había sentido tan cómoda ni tan bien con un
tío en la cama.
5

A la mañana siguiente, cuando Mónica abrió los ojos, se encontró con la


imagen de que Héctor le traía el desayuno a la cama. Le sonrió mientras se
revolvía sobre el colchón, se ajustaba la sábana al cuerpo desnudo y se
peinaba con las manos.
—Buenos días —pronunció él mientras le ponía una bandeja llena de
comida sobre las piernas.
Mónica lo observó bien, estaba recién duchado y olía de maravilla.
Llevaba un chándal negro y le gustó verlo con aquel aspecto informal.
—Buenos días. Qué buena pinta tiene —apreció mirando la suculenta
bandeja—. Creo que me lo voy a comer todo. Tengo mucha hambre.
—Yo también —replicó Héctor mientras la miraba a los ojos con
atención.
—Ha sido una noche intensa y movidita —comentó Mónica con media
sonrisa. Se sentía relajada y feliz.
—E inesperada —apuntilló Héctor—. No te traje aquí con esa
intención. De hecho, mi casa es sagrada.
—¿No traes a tus conquistas aquí? —preguntó con interés, paseando
una mano por el gran colchón donde habían pasado parte de la noche
juntos.
—No. Esta casa tiene recuerdos en ella que solo quiero que sean esos
recuerdos, pese a haberla reformado.
—¿Debo sentirme halagada porque me hayas traído a la cama donde
duermes siempre? —preguntó con coquetería mientras le acariciaba el
mentón.
—Tú eres diferente —confesó mientras la miraba con intensidad.
Aquella mañana los ojos de Mónica tenían un azul más claro de lo habitual.
—¿Cómo de diferente? —indagó acercándose a él de forma peligrosa.
Era muy difícil que una mujer consiguiese que Héctor Gandía se pusiese
nervioso, pero Mónica lo hizo.
—Sabes dónde vivo —dijo al mismo tiempo que pensaba con rapidez y
tragaba con dificultad.
—¿No traes a tus conquistas a tu casa para que no sepan dónde vives y
no te molesten? —preguntó pensativa.
—Ajá —asintió algo incómodo. La mirada de Mónica rebosaba deseo y
lo estaba poniendo como una moto.
—Muy listo. Vamos a desayunar —resolvió cogiendo el tenedor y
pinchando un poco de fruta fresca. Al ver que él no pensaba probar nada le
preguntó—: ¿No vas a comer?
—A ti. Entera. En cuanto termines. Voy a dejar que cojas fuerzas. —La
miraba con tal intensidad que Mónica sintió que se quemaba por dentro. Su
vientre le palpitaba y su corazón estaba tan acelerado que sentía que le
faltaba la respiración.
Héctor se deshizo de la sudadera frente a ella, con movimientos
estudiados, sin dejar de mirarla y mostrándole su pecho desnudo a la misma
vez que una sonrisa seductora.
En un gesto involuntario, Mónica se mordió el labio, al mismo tiempo
que imaginaba estar entre sus brazos de nuevo. Cogió un trozo de fruta y se
lo ofreció desde su tenedor. Él lo aceptó mostrándole una sonrisa.
Con descaró, ella dejó caer la sábana que mantenía sobre sus pechos. La
mirada de Héctor se posó sobre ellos al instante.
—Es justo que estemos en las mismas condiciones —comentó con total
descaro—. Si tú me distraes a mí… Yo también a ti —apreció con una
sonrisa socarrona.
Con agilidad, Héctor le quitó la bandeja de encima.
—Creo que ya es hora de que pruebes otra cosa. —Se cernió sobre ella
y la besó de forma voraz.
—¿Vas a enseñarme algo nuevo? —preguntó con sorna mientras él la
envolvía en sus brazos y rodaban juntos por la cama.
—Puede —afirmó entre besos.
—Igual resulto ser yo la maestra.
—Me tienes en tus manos. Haz conmigo lo que quieras, mi pequeña
bruja.

Estuvieron todo el sábado juntos en casa de Héctor, en la cama. No


habían planeado aquello, pero, a veces, las cosas sin pensar son las que
mejores salen, y ellos pasaron un día estupendo. Hacía mucho que ninguno
de los dos disfrutaba de tanto y tan buen sexo.
El sábado por la tarde, cuando Héctor intentaba convencer a Mónica
para que se quedase a pasar la noche de nuevo, el móvil de ella comenzó a
sonar con insistencia. Era su madre.
—Hija —dijo la madre de Mónica nada más descolgar la llamada, no la
dejó hablar—, acabamos de ver tu coche en el garaje. Hace tanto que no
vienes que te has equivocado de plaza. Por cierto, ¿dónde estás? Tu padre y
yo venimos llegando de hacer unas compras y pensamos que estarías en
casa.
Mónica maldijo al mismo tiempo que pensó con rapidez.
—Eh… estoy aquí cerca… comprando algo para cenar. Hoy quería
sorprenderos. Y con respecto al coche… debo de haberme confundido.
Ahora lo cambio. En un rato estoy por ahí.
Los padres de Mónica acababan de vender uno de sus coches y tenían
una plaza de garaje en venta, le habían dicho que la podía utilizar cuando
viniese. A su edad, ya solo necesitaban un solo vehículo. Ambos estaban
jubilados e iban a todos lados juntos.
Cuando colgó la llamada se encontró con Héctor mirándola fijamente.
Le mostró una sonrisilla.
—¡Qué mentirosa! —exclamó haciéndose el escandalizado.
—¿Qué querías que le dijese? —le reprochó sonriéndole—. Ha visto mi
coche y sabe que estoy cerca. ¡Con lo grande que es esta urbanización y
tenías que tener tu plaza de garaje cerca de la de mi madre! —se quejó.
Vivían en una urbanización de lujo compuesta por varios edificios y
zonas comunes.
—Igual ha escuchado tus gritos y sabe que estabas conmigo —comentó
Héctor. Le hacía gracia aquella situación.
—Mi madre vive tres plantas más abajo. Y te considero lo
suficientemente buen arquitecto como para que tengas la casa insonorizada.
—Le hizo una burla, y se colocó la chaqueta y los zapatos de tacón para
marcharse—. Me tengo que ir. ¿Tú no tendrías algo para llevarme? ¿Qué
tienes en el frigorífico? —Como si estuviese en su casa, se dirigió hacia
este y lo abrió. Encontró un par de pizzas—. Esto me vale.
Las cogió y alzó las pizzas para que las viese bien.
—Me dejas solo y encima te llevas mi comida —le reprochó Héctor al
mismo tiempo que la atrapaba entre sus brazos.
—No tengo otra opción. Mis padres han descubierto que estoy cerca. Y
no les voy a decir que estoy contigo.
—Sube de nuevo cuando termines con ellos —le propuso perdido en su
aroma. Mónica se quedó pensativa—. Llama de nuevo a mi puerta —la
animó tentándola. Mirándola de aquella forma que despertaba todos sus
deseos. Tuvo que hacer un gran esfuerzo por no irse a la cama de nuevo con
él.
—¿Me abrirás? —preguntó con sorpresa.
—Por supuesto. Eso no lo dudes.
Mónica le dio un beso espontaneo en los labios de despedida, dejándolo
con ganas de más, pero no le dio una respuesta. Se marchó contoneando las
caderas, a sabiendas de que Héctor tendría la mirada clavada en su cuerpo.
6

En el espejo del ascensor, mientras baja tres plantas hasta la casa de sus
padres, Mónica se compuso el pelo y se pintó un poco los labios. Ella nunca
salía de casa sin maquillar y en aquellos momentos llevaba la cara lavada.
Apreció que su aspecto era el de una mujer completamente satisfecha,
menos mal que se había duchado con Héctor minutos antes de llamarla su
madre, de lo contrario el olor a sexo en su cuerpo la delataría.
—Hija, ¿nuevo look? —le preguntó su madre nada más abrirle la
puerta.
Mónica siempre llevaba el pelo lacio, muy planchado, a la altura del
hombro. En esta ocasión lo tenía alborotado, se le había secado al aire, y a
eso había que añadirle que sus ojos ya no estaban pintados—. Te veo
diferente —la observó con atención Andrea.
—Pues como siempre, mamá —replicó con un suspiro—. Solo que no
me he arreglado el pelo ni me he maquillado, para venir a ver a mis padres
no necesito ir como salgo habitualmente —justificó.
—Ya, hija, pero como llevas un traje de chaqueta elegante y los
tacones… —Andrea era la típica madre que se fijaba en todo y nada le
pasaba desapercibido—. Antonio, yo a la niña la veo diferente —llamó la
atención de su marido, sentado en un sillón mientras veía la televisión.
Mónica fue hasta su padre, le dio un beso y le extendió las pizzas a su
madre.
—He traído la cena —anunció.
Andrea las tomó en la mano y la miró con extrañeza. Nunca habían
comido pizzas precocinadas.
—Hija… están caducadas —anunció Andrea tras comprobar que la
fecha era de un mes atrás—. ¿Dónde las has comprado? —preguntó con
interés, ya que conocía todos los establecimientos cercanos.
—¿Sí? —Mónica se hizo la sorprendida. Tomó la comida en las manos
y comprobó que lo que su madre decía era cierto—. Ni siquiera lo miré al
pagarlo. Bueno, podemos pedir algo de comer a domicilio —propuso.
—¿Dónde lo has comprado? —insistió—. Mañana mismo voy y que me
devuelvan el dinero o me den otras en condiciones.
—No te preocupes, mamá. No es para tanto. Son unas simples pizzas.
—Pero, hija… ¿quién diría que eres abogada? Te han dado algo
caducado, debes de exigirles que te lo cambien y no vendan algo así.
—Mamá… he venido a pasar un rato con vosotros. Dejemos el tema,
¿vale?
Interiormente Mónica maldecía a Héctor.
—Voy a hacer una tortilla de patatas con cebolla en un momento —
propuso Andrea.
—Vale. —Mónica aceptó, así estaría entretenida y dejaría de insistirle
en dónde compró las dichosas pizzas.
Mientras su madre freía las patatas, Mónica entabló conversación con su
padre. Antonio también era Licenciado en Derecho como su hija, solo que
él nunca había ejercido la profesión, se dedicó a la enseñanza en la
universidad hasta hacía cosa de dos años, que se había jubilado. Hablaron
de algunos casos que llevaba Mónica en aquellos momentos y su padre se
sintió orgulloso de la gran profesional en la que se había convertido con los
años.
En mitad de la cena, Andrea le preguntó a su hija:
—¿Sabías que la plaza de garaje donde habías puesto tu coche por
equivocación es de Héctor Gandía? ¿Te acuerda de él?
—Sí. Hace no mucho coincidimos en un bar con amigos comunes. Ya
he cambiado el coche antes de subir, no te preocupes, mamá.
—Héctor tiene tres plazas de garaje y los fines de semana viene poco
por casa —comentó Andrea.
—Vaya, lo tienes controlado —bromeó Mónica mientras comía la
exquisita tortilla de su madre.
—Me preocupo por él. Esa familia se rompió desde que pasó lo de su
hermano. Y desde que la boda de Héctor y su novia no se llevó a cabo
intento averiguar si está bien. Su madre me lo ha pedido. Al parecer Vanesa
lo dejó y se ha quedado algo hundido —reveló la madre de Mónica.
—No creo que sea un hombre que tenga problema en encontrar a otra
mujer.
—Ojalá sea pronto. Eso tranquilizaría a su madre, pero me da a mí que
Héctor es como tú, que no va a formar una familia nunca —comentó con
cierto deje de reproche.
Hacía años que le pedía a su hija nietos y que formase un hogar, pero
Mónica estaba harta de decirle que la maternidad no iba con ella. Cada vez
tenía más claro que no deseaba ser madre y que jamás se uniría para
siempre en pareja con nadie. Hasta el momento, nunca le había funcionado
la convivencia en pareja, y el amor solía acabársele pronto en todas las
relaciones que comenzaba.
Tras el postre, Mónica se despidió de sus padres. Estos estaban muy
contentos por la visita. En los últimos años se habían acostumbrado a solo
comer con su hija en fechas señaladas.
Cuando ya Mónica se marchaba y llamaba al ascensor, su madre llamó
su atención.
—Hija, toma. Las pizzas caducadas. Ya que no me has dicho dónde las
compraste, podrías pasarte tú mañana y reclamar que te den otras —insistió
Andrea.
Mónica resopló. Cogió las pizzas y se marchó.
Una vez dentro del ascensor, ya había pulsado el botón de la planta del
garaje, se arrepintió. Con las pizzas en las manos y una sonrisa en los labios
pulsó la décima planta, donde vivía Héctor.
Eran casi las once la de noche cuando Mónica llamó a la puerta de
Héctor.
Mientras cenaba con sus padres había recibido un par de mensajes de él
insistiéndole en que subiese a su casa al terminar, pero no le contestó.
Cuando ya pensaba que Héctor no estaba en casa o no le iba a abrir, él
apareció tras la puerta. Iba descalzo, con unos pantalones de chándal y una
camiseta mal colocada. Tenía aspecto somnoliento, pero la recibió con una
gran sonrisa. Nunca se había alegrado tanto de ver a una mujer.
—Te he despertado —afirmó Mónica nada más verlo con aquellas
pintas.
—Ha sido un buen despertar, toda una sorpresa. Ya había perdido las
esperanzas de que subieses —la admiró con ojos hambrientos.
—Las pizzas están caducadas. —Se las puso sobre el pecho con energía,
lo hizo a un lado con poca delicadeza y se adentró en la casa—. ¿No revisas
lo que tienes en la nevera? —se quejó paseándose por su salón.
Héctor tiró la comida a la basura y fue hasta ella.
—Como poco en casa —justificó—. Tú tampoco tienes mucha pinta de
pasar horas en la cocina. Me gustaría ver tu nevera.
Se hizo un silencio entre ambos, se observaban sonrientes a la misma
vez que se desafiaban con la mirada.
—Creo que como más sano que tú. Tienes el frigorífico lleno de comida
basura.
—¿Has venido para algo más que criticar mi comida? —preguntó
Héctor mientras caminaba directo hacia ella.
—Por supuesto, he venido para comerte a ti. —Se lanzó hacia su boca y
lo besó con ganas.
En menos de dos minutos ambos estuvieron desnudos. Héctor la cargó
en brazos y fue con ella hasta la cama. La depositó allí y la admiró. Tenía
un cuerpo espectacular. Saltaba a la vista que se cuidaba e iba al gimnasio.
—No he cenado —reveló comiéndosela con la mirada—. Me parece
que te voy a devorar entera.
—Adelante —lo animó sin pudor alguno—. Te puedo asegurar que el
apetito es mutuo.
Mónica tiró de su mano, haciendo que aterrizase sobre su cuerpo para
poder tocarlo y disfrutarlo como deseaba.
Nuevamente pasaron una noche en la que durmieron muy poco.
7

Al día siguiente, sobre la una del mediodía, los despertó el timbre.


Dormían en la cama. Como sonaba con insistencia, Héctor no tuvo más
remedio que acudir a ver quién era. Se colocó el albornoz y fue hacia la
puerta.
Mónica se despertó, miró la hora y se tapó los ojos con las manos. Era
domingo y llevaba con Héctor Gandía desde el viernes por la noche. Le
dolía todo el cuerpo, sin duda ese hombre sabía cómo dejar exhausta a una
mujer en la cama.
Sumida en los momentos que había pasado con él y en todo lo que
habían hecho, escuchó la voz de fondo de su madre. Esto despertó todas sus
alertas, hizo que se levantase de la cama, se colocase con rapidez una
camiseta de Héctor y fuese tras la puerta de la habitación a escuchar de qué
hablaba con él.
—Aquí tienes, hijo. He hecho croquetas y como siempre te traigo unas
cuantas —decía Andrea.
Mónica se llevó las manos a la cabeza mientras Héctor le agradecía el
gesto a su madre y cerraba la puerta.
—¿Mi madre te trae comida? —preguntó asombrada, apareciendo ante
él en cuanto estuvieron solos.
—La señora Andrea es muy amable. Casi todas las semanas me sube
algo de comer de las exquisiteces que hace. Tu madre tiene una mano
estupenda en la cocina. —Cogió una croqueta y se la comió ante la atenta
mirada de Mónica—. Están de muerte.
—Tengo que irme antes de que vea mi coche de nuevo en el garaje y me
llame para preguntarme dónde estoy.
Se encaminó en busca de su ropa, esparcida por el suelo de la casa.
Héctor la siguió con el plato de croquetas en la mano, comía una tras otra
sin parar.
—No te vayas. Siempre le puedes decir que el coche no te arrancaba y
volviste a casa en taxi —trató de convencerla—. Te invito a comer a un
buen restaurante —le propuso.
—¿A comer? Dudo que tengas hambre. ¿Te las vas a comer todas? —Se
refirió a las croquetas, se había zapado medio plato en un abrir y cerrar de
ojos. Por alguna extraña razón Mónica se sentía irritada. La interrupción de
su madre la había devuelto al mundo real—. Hemos pasado dos noches de
sexo. Fin del asunto.
—Yo lo catalogaría de sexo increíble —la corrigió con una sonrisa
inmejorable, mientras comía croquetas.
Mónica lo miró, parado frente a ella, en albornoz, con el plato en la
mano y la boca llena. Nunca un hombre le había resultado tan sexy, pero no
se lo dijo. Acabó de recoger toda su ropa y se metió en el baño tras dar un
sonoro portazo.
Héctor no entendía el mal humor con el que se había levantado. La
acaba de invitar a un buen restaurante. Dejó el plato vacío en la cocina y
cuando llegó a la habitación ya Mónica se colgaba el bolso para marcharse.
De repente, tanto el móvil de ella como el de Héctor comenzaron a
sonar. Una llamada tras otra. Cada uno contestó el suyo, no habían echado
mucha cuenta en él en todo el fin de semana, y ambos se encontraron con lo
mismo; una foto de ambos en la fiesta del divorcio de Alan y Estefany,
junto con Vanesa, y el titular era:
El arquitecto Héctor Gandía le presenta su nueva novia a su ex.
Mónica miró a Héctor con ganas de asesinarlo. Cortó la llamada y lo
enfrentó.
—Ahora arregla esto —le exigió enfadada.
—Ni que tuvieras una pareja a la que darle explicaciones —comentó
con tranquilidad.
—Tengo unos padres, familia y amigos, y no pienso mentirles cuando la
noticia llegue a sus oídos.
—¿Qué propones?
—Tú armaste todo este lío, ahora lo desarmas —le reprochó irritada.
—Nos hemos acostado —le recordó.
—¿Y qué? Eso no cambia nada. Le dijiste a tu ex que nos íbamos a
casar. Todo el que me conoce sabe que ni el matrimonio ni los hijos están
hechos para mí. Ningún hombre me haría perder la cabeza hasta ese punto
—le espetó alzando la voz.
—¿Qué buscas en un hombre? ¿Solo placer? —le preguntó de forma
abrupta, acercándose a ella. Podía sentir su respiración muy cerca.
—Placer, diversión… No busco formar una familia ni encontrar al gran
amor de mi vida —le dejó claro.
—Ya veo. Y con respecto a nosotros… Lo hemos pasado bien juntos
este fin de semana —afirmó convencido de ello—. Estaría dispuesto a
repetir —le manifestó con sinceridad.
—Bien. Yo también he disfrutado contigo. Podemos continuar
viéndonos. —Una amplia sonrisa se dibujó en el rostro de Héctor—. Pero
como me presentes a alguien como tu novia o como tu prometida te vas a
arrepentir. Arregla eso —le exigió.
—Amigos con derecho a roce —le susurró en el oído mientras le
acariciaba los pechos.
—Ajá. Me parece bien —murmuró dejándose llevar.
—Me vale. No habrá que desmentir nada, la gente nos verá juntos y se
hará sus propias ideas —resolvió con tranquilidad.
—¿Piensas acostarte conmigo en la calle? —le espetó en forma de
reproche.
—No. Pero es mi intención salir contigo a comer y hacer vida social.
¿No te parecería bien? —preguntó con naturalidad.
Mónica lo pensó por unos segundos y finalmente asintió sin estar muy
convencida de ello.
—Voy a mi casa a cambiarme de ropa y acepto que me invites a comer
hoy, ¿dónde nos vemos? —Héctor la miró con una sonrisa triunfante.
—Te envío la dirección al móvil.
—Nos vemos en un rato. —Se deshizo de sus manos alrededor de su
cintura y se encaminó hacia la salida.
—¿Qué les vas a decir a tu familia y a tus amigos sobre nosotros? —
preguntó con interés mientras la observaba abrir la puerta de su casa.
—Que eres un lío, como todos —dijo con naturalidad.
—¿Puedo preguntarte cuántos líos has tenido en tu vida?
—No —manifestó rotunda. Sonriente, se marchó. A sabiendas de que lo
dejaba con la duda.

Dos horas después se encontraron en el restaurante en el que Héctor la


citó. Él ya estaba allí, sentado en una mesa privilegiada, al lado de una
cristalera con vistas al mar. La esperaba con una copa de vino en la mano.
Mientras ella se acercaba la admiró de arriba abajo, con una enorme
sonrisa. Aquella mujer le encantaba en todos los sentidos. Llevaba un
vestido negro de punto ajustado a su cuerpo, el color pelirrojo de su cabello
y sus ojos azules resaltaban más que nunca. La mirada de Mónica era puro
fuego, y él, cuando la tenía cerca, sentía que ardía.
—Bonito lugar —comentó ella al sentarse frente a él.
—¿No habías estado antes por aquí? —preguntó sorprendido.
—No lo conocía.
—Se come muy bien. Es de un amigo mío. Mi empresa llevó a cabo
todo esto. —Paseó la vista por el lugar a la misma vez que los ojos de
Mónica lo recorrían. Le agradó ver en su mirada que lo aprobaba.
—Ya veo que tenemos la mejor mesa del restaurante —apreció Mónica
—. ¿Tratas de impresionarme? —le preguntó de forma coqueta mientras se
llevaba la copa de vino que ya tenía servida a los labios.
—Me apetecía comer contigo aquí. No lo hago para llevarte a la cama,
te recuerdo que ya te he tenido en ella —le indicó con una sonrisa
admirable mientras alzaba la copa para brindar con ella.
—Pero te gustaría llevarme de nuevo, admítelo —contraatacó
sintiéndose victoriosa.
—¿A ti no? —Esperó una respuesta, recostado sobre la espalda de la
silla. Estudiando su reacción.
—Puede —manifestó con tranquilidad. Le encantaba dejarlo con la
duda. Era un hombre tan seguro de sí mismo e irradiaba tal magnetismo que
tenía que hacer grandes esfuerzos por no quedar como una boba ante él.
—Vaya, vaya, pero si es la pareja del momento —resonó una voz que
hizo que Mónica y Héctor desviasen la mirada hacia las personas que tenían
al lado.
Estefany y dos mujeres más los miraban con atención paradas al lado de
la mesa.
De inmediato, como todo un caballero, Héctor se puso en pie y las
saludó a todas. Al parecer las conocía bien.
Estefany saludó con entusiasmo a Mónica y luego le presentó a sus dos
amigas. Intercambiaron un par de cumplidos y felicitaciones por el
compromiso con Héctor y se marcharon.
—Esto se extiende como la pólvora y tú no haces nada —se quejó
Mónica cuando Héctor se sentó de nuevo frente a ella.
—Qué más da. No nos vamos a casar. Y yo por ahora tengo intenciones
de salir más contigo. No me importa que nos vean juntos, además será una
ventaja. Ya todos saben que estamos comprometidos y no harán preguntas.
—Igual que has liado todo esto luego te encargarás de decir que hemos
roto —le exigió.
—Disfrutemos del ahora y no nos preocupemos por el futuro. —La
instó a brindar con él y luego alzó la mano para que el camarero les tomase
nota de la comida que iban a pedir.
Mónica se quedó mirándolo. Era un hombre que captaba la atención de
cualquiera. Guapo, atractivo, con unos ojos que atraían al mismísimo diablo
y un toque de arrogancia que lo hacía muy interesante. Si a todo eso le
añadía que su experiencia con él en la cama la podía catalogar como una de
las mejores que había tenido en su vida, esto hacía que cierta inquietud se
despertase en su interior. Pero decidió no preocuparse. Héctor Gandía le
gustaba e iba a hacer lo que siempre con todos los hombres que habían
pasado por su vida, disfrutar del momento y vivirlo.
8

Sobre las diez de la noche Sofía se presentó en casa de Mónica. Venía


muy alterada. Cuando su amiga le abrió la puerta, pasó por su lado y la miró
con decepción mientras le reprochaba:
—¿Tú te llamas mi amiga? ¿Cómo podías mirarme a diario sabiendo lo
que sabías de mi marido y yo ignoraba? No vayas a negarlo —le advirtió
alzando una mano—. Tomás piensa que lo he descubierto por ti —reveló.
Mónica era incapaz de reaccionar a sus palabras.
Cuando Sofía dijo a sus socias del bufete que Marcos le había propuesto
llevar los contratos confidenciales del El Castillo, Mónica sabía de qué iba
aquel lugar. Terminó por confesarles a Sofía y Natalia que ella había
acudido tiempo atrás a ese club de placeres sexuales con una pareja anterior.
Sofía había atado cabos y supo por qué Mónica llevaba tiempo
animándola a dejar a su marido y lo criticaba por todo. Su amiga debía de
saber que Tomás frecuentaba el club a escondidas de su mujer.
—No podía hacerlo —lamentó apenada. Dedujo, por la cara de su
amiga, que Sofía ya lo sabía todo.
—¡¿No podías hacerlo?! —gritó fuera de sí, sin entenderlo. Para ella la
amistad y la lealtad estaban por encima de todo.
—No, sabes que no —rebatió alterada—. Tú misma has visto esos
contratos, eres abogada —le recordó alzando la voz—. Si te decía que vi
allí a Tomás incumplía con lo que había firmado. Tienes que entenderme —
le rogó desesperada.
—No me pidas que te entienda —le reprochó con dureza y los ojos
vidriosos.
—Solo lo sé desde hace un año. No sé cuánto tiempo hace que Tomás
acude allí —intentó suavizarla un poco, pero no lo consiguió.
—Ya todo da igual. Me has ocultado algo que cambiaría mi vida. Has
dejado que viva engañada. —La miró con decepción y lágrimas en los ojos,
y se marchó.
Mónica le gritó e intentó pararla y arreglar las cosas con su amiga, pero
no lo consiguió. Sofía estaba muy dolida.
Al día siguiente, cuando Mónica apareció por el despacho Natalia notó
que no estaba bien.
—¿Qué te ocurre? —preguntó alarmada—. ¿Tú también estás enferma?
Sofía acaba de llamar para decir que hoy no vendrá a trabajar. No se
encuentra bien.
Mónica se sentó tras su mesa, suspiró frente a su amiga y se llevó las
manos a la cabeza. No había dormido en toda la noche pensando en Sofía.
En todos los años de amistad, nunca habían discutido de aquella forma. La
mirada de decepción en los ojos de su amiga no se le quitaba de la cabeza.
—¿Puedes hacerte cargo de mis citas de hoy? No estoy para tratar con
nadie —le pidió a Natalia. Esta asintió de inmediato. Mónica era una
máquina en el trabajo, no recordaba haberla visto así nunca. Era una mujer
fuerte y de mucha energía.
—¿Qué te ocurre? —volvió a preguntar—. Me estás asustando.
Tras pensarlo unos segundos, Mónica decidió contarle lo sucedido entre
ella y Sofía. Natalia la escuchó con atención y se quedó muy sorprendida.
—¿Ahora entiendes por qué siempre la animaba a dejar a Tomás a la
mínima ocasión que encontraba?
—Joder, qué fuerte todo. Quién lo iba a decir del señor juez. Tan serio y
aburrido que parece —comentó Natalia.
—Ya ves, las apariencias engañan.
—Sofía recapacitará. Hablaré con ella —le dijo para tranquilizarla.
—Llevo un año sintiéndome fatal con ella. En cierto modo todo esto es
una liberación para mí. Mi amiga ya sabe con la clase de tío que está
casada.
—Al verte llegar así he pensado que Héctor era el culpable.
El sábado por la noche, mientras cenaba en casa de sus padres, les contó
a las chicas por mensajes que había pasado la noche con Héctor.
—He pasado un fin de semana de escándalo hasta que ayer se presentó
Sofía en mi casa —confesó.
—¿Qué tal con Héctor? ¿Ha logrado revivir ese cuerpo que llevaba
meses dormido? —preguntó con un guiño del ojo, tratando de animarla un
poco.
—Totalmente —confesó con una sonrisa, perdida en los recuerdos con
él en el fin de semana—. He pasado dos noches increíbles en su casa.
—¡Vaya! —exclamó con sorpresa—. ¿Amor a primera vista? Te
recuerdo que nos decías que te habías vuelto con la edad más exquisita y
ahora necesitabas sentir algo por un tío antes de acostarte con él.
—Héctor me gusta —confesó—. Además, no fue planeado. Hay
química entre los dos —reconoció—. Surgió sin más.
—¿En qué punto estáis? —se interesó—. ¿Vais a volver a veros? —
indagó.
—Es raro porque lo conozco desde pequeño. Hacía años que no sabía
nada de él. Pero ambos estamos solteros y nos gusta estar juntos.
Disfrutaremos mientras dure —aventuró.
—¿Es lo que andabas buscando?
—No creo que con Héctor encuentre una estabilidad sentimental de
ninguna clase, pero me gusta, y no solo en la cama. Eso es algo que hacía
mucho no me pasaba con un tío —reconoció.
Ambas estallaron en carcajadas. Hablar de Héctor distrajo a Mónica de
su problema con Sofía.
—Nunca se sabe dónde podemos encontrar el amor. A ti te hace falta
enamorarte como una loca. Quizá Héctor Gandía lo logre y te demuestre
que es algo que realmente existe y tú te has negado a ver y experimentar
hasta el momento.
Mónica negó con la cabeza. A su edad, nunca se había sentido
completamente enamorada de nadie. No había pasado del más allá de
gustarle mucho o encantarle un tío. Pero esto solía durar una temporada,
luego terminaba cansándose.
9

El día pasó con mucho trabajo, Mónica estuvo encerrada en su despacho


toda la jornada laboral. Recibió varias llamadas y mensajes de Héctor, pero
no tenía ganas de hablar con él. Cuando ya se marchaba, sobre las ocho, se
presentó ante ella sin ser anunciado. Mónica lo miró con sorpresa, no lo
esperaba.
—Me tenías preocupado. Llevo horas tratando de localizarte.
—He tenido un mal día en todos los sentidos —reconoció a modo de
queja.
Héctor la miró y supo que algo grave le sucedía. Su mirada estaba
apagada y triste.
—¿Has terminado ya? Podemos ir a tomar algo y me lo cuentas —le
propuso acercándose a ella.
—Solo me apetece marcharme a casa, ponerme cómoda y tumbarme en
el sofá. Me temo que hoy no soy buena compañía —le advirtió.
—¿Y si te llevo a casa, cenamos algo juntos y te hago compañía? Creo
que necesitas sacar todo lo que llevas por dentro. Y quizá pueda ayudarte
con ese problema que te tiene así —le propuso de buen grado.
—Está bien —aceptó tras pensarlo por unos segundos. No le apetecía
conducir y la compañía de Héctor le ayudaría a despejarse un poco.
De camino al coche de él, Mónica le preguntó:
—¿Cómo has sabido dónde estaba el bufete?
—Le he preguntado a tu madre —comentó con naturalidad.
—¡¿Cómo?! —preguntó casi escandalizada, parándose en seco.
—Le he bajado el plato de las croquetas y le he preguntado dónde tenías
el bufete de abogados. Le he dicho que necesitaba uno para un asunto
urgente en mi empresa.
—¿Y no te hubiese sido más fácil acudir a Marcos? —le preguntó en
forma de reproche.
—Lo intenté, pero no me atendía las llamadas ni los mensajes.
Mónica suspiró y supo que sería verdad. Sofía no había aparecido en
todo el día y estaba segura de que estaba con Marcos. Ambas debían de
sentirse igual de mal en aquellos momentos. Tenían una amistad a prueba
de todo y era la primera vez que sentía que podía llegar a romperse.

Cuando llegaron a casa de Mónica, Héctor admiró el lugar. No era un


piso muy grande, pero estaba muy bien situado, en una exclusiva
urbanización, y decorado con encanto. Lo sintió acogedor.
Ella se deshizo de los tacones y se tumbó en el sofá. Sentía que lo
necesitaba. Le pesaba todo el cuerpo.
—Si quieres algo puedes cogerlo tú mismo de la nevera o lo que
encuentres. No esperes que hoy sea una buena anfitriona —le advirtió con
la voz apagada.
Héctor negó con un gesto. Por el momento no le apetecía nada. Se sentó
junto a ella y le preguntó con paciencia:
—¿Me vas a contar qué te sucede?
—Me he peleado con Sofía.
—¿Un asunto de trabajo?
—No. Es personal. De ahí que esté así. El hijo de puta de su marido nos
ha puesto en esta situación —comentó muy enfadada.
—¿Me lo vas a contar o vas a seguir dándome meras pinceladas?
—Te lo voy a decir solo porque Marcos es tu amigo e igual él te lo
cuenta, pero es muy personal. Prométeme que no saldrá de aquí.
—Te lo prometo.
Mónica asintió. Se incorporó un poco en el sofá y lo miró seria.
—El marido de Sofía es miembro de El Castillo desde hace unos años y
ella lo desconocía. Yo lo descubrí y no le dije nada. Ahora ella ha tenido
conocimiento de esto porque le ha puesto un detective privado, tenía
algunas sospechas de que le era infiel, y tras descubrirlo y echárselo en
cara, el cabrón de Tomás ha pensado que he sido yo la que se lo ha dicho.
Sofía cree que la he traicionado como amiga.
Héctor se quedó en silencio unos minutos. Era demasiada información
junta la que le había dado y tenía que procesarla.
—Bueno… un poco sí la has traicionado. Sabías de las infidelidades de
su marido. Si ella desconocía que acudía a El Castillo…
—¡Joder, Héctor! —gritó poniéndose en pie con energía—. No podía
decírselo. ¿No lo entiendes?
—¿Por qué? —preguntó con inocencia.
—Porque tenía un contrato firmado con El Castillo. No puedes decir
nada de lo que allí ocurre ni a quién ves.
—¡¿Cómo?! Tú… tú… ¿vas a ese lugar? —preguntó escandalizado, sin
dar crédito a ello.
—Fui en una época de mi vida. Y allí vi a Tomás —reconoció sin darle
importancia.
—¿Tuviste algo con él?
—¡No! Me inscribió en El Castillo un tío con el que estuve hace algo
más de un año. Me convenció de probar cosas diferentes y me pareció una
buena idea. Acudí movida por el morbo y la curiosidad.
—No sabía que te gustaban esas cosas —anunció perplejo.
—Solo fui un par de veces. Luego me di cuenta de que aquello no era
para mí.
—¿Qué hiciste allí? —preguntó serio, movido por la curiosidad.
Ella lo miró a los ojos. Héctor apretaba la mandíbula con ganas y se
retorcía las manos. Se apreciaba que estaba incómodo.
—Creo que eso es parte de mi intimidad. —Le había molestado la
pregunta, no por ella en sí, sino por el tono de reproche que denotó en la
misma.
—Oh, vamos, Mónica. Esa respuesta no te pega. Salta a la vista que eres
una mujer libre, decidida, sin pelos en la lengua. ¿Te vas a hacer la recatada
ahora? —la retó.
—¿Por qué quieres saberlo? —preguntó mirándolo a los ojos. Tratando
de averiguar qué pasaba por su mente.
—Curiosidad. Nunca he estado en El Castillo por placer sexual, solo por
trabajo.
—La curiosidad mató al gato —lo retó con indiferencia.
—Pues mátame —dijo de frente, mirándola a los ojos.
Ella lo observaba al mismo tiempo que lo sentía frío y distante.
—Visité varias salas de El Castillo con mi pareja, hicimos uso de los
placeres de ellas a solas y en otra ocasión, tras una fiesta en la que todos
llevábamos poca ropa, terminamos haciendo un trío.
Héctor tragó con dificultad. Se levantó y se paseó delante de ella con
incomodidad.
—¿Tú, el tío con el que estabas y…?
—Otro hombre —terminó ella la frase.
Él continuó paseándose delante de Mónica mientras se revolvía el pelo.
—¡Joder! ¿Y a ti te van esas cosas? —deseó saber.
—¿Escandalizado? —preguntó sentada en el rincón del sofá, mientras
se abrazaba las piernas. Sentía que estaba confesándole todo aquello a su
pareja. Héctor y ella solo se habían acostado un par de veces, sin embargo,
él se comportaba como un hombre celoso.
—No me gusta compartir a una mujer. Bajo ningún concepto —le dejó
claro alzando la voz—. Tenía todas las intenciones de que las cosas entre tú
y yo… Pero si un día me vas a proponer algo así, olvídate. Mejor lo
dejamos aquí. Fin del asunto.
—¡¿Qué coño estás diciendo?! —bramó Mónica, fuera de sí. Se puso en
pie y lo enfrentó.
—Esto… esto ha sido un completo error —reconoció Héctor mirándola
como si tuviese dos cabezas.
—No entiendo nada. Pensé que eras un tío de mente abierta. Qué pasa,
¿no puedes estar con una mujer que tenga más experiencia que tú? ¿Es eso?
—le reprochó dolida al ver cómo la miraba. En su rostro podía leer la
decepción y la sorpresa ante su revelación.
—Mejor me voy. —No podía continuar mirándola, necesitaba estar solo
y encajar todo aquello.
Héctor abrió la puerta y se marchó sin decir nada más.
Mónica se quedó pasmada ante su actitud. No esperaba aquella reacción
desmesurada. No eran una pareja, no estaban hablando de ellos, sino del
problema que tenía con Sofía, y él se lo tomó de una forma que Mónica no
llegaba a entender.
Tiró tres cojines al suelo con rabia y gritó:
—Todos los tíos sois iguales. Os odio a todos.
10

El resto de la semana pasó y Mónica no tuvo más noticias de Héctor ni


de Sofía. Su amiga no apareció por el bufete hasta el lunes siguiente.
Durante todos esos días, Mónica se refugió en el trabajo y trató de no
pensar en ambos.
Afortunadamente, cuando Sofía regresó venía dispuesta a hablar con su
amiga y pedirle perdón por su comportamiento. En aquellos días había
entendido la difícil posición de Mónica en todo el asunto y ambas amigas
terminaron abrazadas, llorando y queriéndose más que nunca.
A mediados de semana, Mónica se enteró por la prensa de que al día
siguiente Héctor recibiría un premio por un importante proyecto que había
llevado a cabo. Desde que se marchó de su casa no había vuelto a tener
noticias de él. En un impulso, decidió llamarlo para felicitarlo, pero no le
atendió la llamada. Mónica no entendía su actitud, pero decidió dejarlo
pasar. Si él así lo quería, pues fin del asunto. Nunca le había rogado ni le
había insistido a un hombre y con Héctor Gandía no iba a ser diferente.
El sábado por la noche, Mónica salió a cenar con Natalia. Cuando
llegaron al restaurante se encontraron con Héctor. Compartía mesa con una
mujer que se lo comía con la mirada. Cuando Mónica los vio allí juntos, en
un rincón con velas, sintió algo en su interior que nunca antes había
experimentado.
Natalia, que la conocía bien, apreció el fuego en su mirada. La tomó por
el brazo y le susurró:
—No vayas a hacer una tontería. Vamos a nuestra mesa, ignóralo. Como
si no lo hubieses visto.
—Como si fuese tan fácil —replicó Mónica mientras caminaba al lado
de su amiga hasta la mesa que tenían reservada.
Mónica le había contado todo lo sucedido con Héctor. Natalia llegó a la
conclusión de que a su amiga le gustaba mucho aquel hombre, y solo le
había bastado ver la cara de Mónica cuando lo descubrió cenando con otra
mujer para saber que Héctor Gandía le importaba más de lo que estaba
dispuesta a admitir.
En mitad de la comida, Mónica no podía evitar mirar hacia Héctor y su
acompañante, divisó cómo se tomaban de la mano y hablaban con
complicidad.
—¿Sabes lo que te digo? —le indicó a Natalia—. Que no voy a dejar
que me ridiculice. Él anunció que estábamos comprometidos, pues como no
ha habido una ruptura oficial, tengo derecho de ir a la mesa y sacarles los
colores a esos dos.
—Mónica… —Natalia intentó hacerla recapacitar—. Luego te
arrepientes de tus prontos —le recordó. No era la primera vez que se dejaba
llevar por sus impulsos.
—Lo siento, pero hoy no puedo contenerme.
Se levantó decidida y se encaminó hasta la mesa de Héctor, dispuesta a
volcar toda su furia contra él.
Natalia suspiró, se llevó la copa de vino a los labios, paseó la mirada
por el lugar y esperó a que comenzase la función.
—Hola, cariño. No esperaba encontrarte aquí —dijo Mónica con una
sonrisa fingida al acercase a Héctor y la mujer que tenía enfrente.
Escuchar su voz y verla fue toda una sorpresa para él. No había
advertido antes que ella estaba allí.
—Mónica —pronunció su nombre con sorpresa, al mismo tiempo que
arrastraba la silla y se levantaba.
—¿No nos vas a presentar? —preguntó con cierto deje, con la mejor de
sus sonrisas, mientras disfrutaba al verlo descolocado.
—Eh… Claro. Ella es Clara, relaciones públicas de la empresa.
—Vaya. Una cena de trabajo —comentó Mónica con ironía. Se llevó la
mano a los labios y lo miró con atención.
—Sí, más o menos.
—Ya veo. —Se acercó a él y le preguntó en un susurro—: ¿Le
preguntarás antes de llevártela a la cama si ha pasado por El Castillo?
—¿A qué viene eso? —le reprochó mientras su mirada echaba fuego.
—Al parecer mi confesión te ha asustado. Huyes de mí.
—Este no es el momento, Mónica —le advirtió entre dientes.
—Te he llamado, incluso he leído que se ha especulado sobre la
ausencia de tu prometida cuando te entregaron el premio el jueves. Te he
visto aquí con ella y… Qué mejor ocasión para romper. Mira, estamos
rodeados de mucha gente, serán testigos —anunció con una sonrisa.
—No te atrevas —le advirtió desafiante al verla decidida.
—No lo dudes —le rebatió triunfante—. Conmigo no se juega, Héctor
Gandía, y esta noche lo vas a aprender.
Él chasqueó la lengua y actuó con rapidez. La veía muy capaz de todo.
Tomó a Mónica por la cintura y le plantó un apasionado beso en los labios.
Necesitaba aplacar a aquella fiera y que no diese un espectáculo, y no se le
ocurrió otra forma. Si los tenían que mirar que fuese por aquello.
Mónica interrumpió el beso, intentó darle una bofetada, pero Héctor se
adelantó, le tomó las manos entre las suyas y se las llevó a los labios
ejerciendo presión en ellas, obligándola. Depositó un beso en ellas y le
indicó:
—No voy a permitir un numerito y que mañana estemos en boca de
todos. Una tontería más y te saco de aquí a rastras.
—No serías capaz.
Héctor tomó aire, y en un movimiento que ella no presagió, cargó a
Mónica sobre su hombro con suma facilidad y se dirigió a la salida del
restaurante como si llevase una pluma, sin importarle dejar a su
acompañante plantada en la mesa sin explicación alguna.
Mónica protestaba, pero él no le hacía caso. Cuando llegaron a su coche
la soltó para meterla dentro.
Ella se compuso el vestido corto a la misma vez que le dirigía una
mirada asesina.
—¿Por qué has hecho eso? —le reprochó—. Me has ridiculizado en
medio de todo el restaurante —le espetó a gritos.
—Ha sido mi reacción a lo que tú pensabas hacer. He evitado un
escándalo —contraatacó.
—¿Cómo, dando otro? —lo encaró—. ¿Has reparado en mi vestido?
Todo el restaurante debe de haber visto el color de mi ropa interior.
—Es lo que pasa por llevar prendas tan cortas. ¿Quieres subir? —
preguntó a modo de orden, con la puerta de su coche abierta y sin dejarle
margen para escapase de él.
—Ni loca me voy a ir contigo. Además, has dejado plantada a tu cita de
esta noche —le recordó.
—Era una cena de trabajo. ¿Con quién estabas tú? —se interesó. Hasta
el momento no había reparado en ello.
—Con un tío que me gustaba mucho. Me has arruinado la noche.
—¿Puedo hacer algo para mejorarla? —preguntó acercándose a ella de
forma peligrosa.
—Lo dudo. Saldrías corriendo, asustado —dijo de forma intencionada e
hiriente.
—Mónica… Tenemos que hablar.
—¿Hablar? —preguntó en tono de reproche—. Te he llamado y has
ignorado mis llamadas.
—Tenía que pensar y asimilar muchas cosas.
Ella soltó una sonora carcajada que resonó en todo el aparcamiento
vacío.
—Bien. Hay que romper de cara a las personas que nos creen una
pareja. Yo vuelvo ahora ahí dentro sola y fin del asunto. Le dices a la
relaciones públicas de tu empresa que mañana se encargue de anunciar que
vuelves a estar soltero y disponible.
—Mónica, ¿todo bien? —los interrumpió Natalia, que se dirigía a ellos
con el bolso de su amiga en la mano—. Ya he pagado la cuenta, ¿nos
vamos?
Héctor la miró sonriente al descubrir que su acompañante no era ningún
hombre.
—¿Te vienes conmigo por las buenas o por las malas? —le indicó
Héctor, ignorando a su amiga.
—¿Me piensas secuestrar? —preguntó con una sonrisa, sintiéndose
segura de ella misma.
Héctor soltó una carcajada, la introdujo de golpe en el coche,
sorprendiéndola por completo, cerró la puerta y se puso al volante.
Natalia miraba la escena sonriente. Mónica gritaba e intentaba abrir la
puerta, pero no podía. Héctor le guiñó el ojo a Natalia y cuando esta le
sonrió supo que tenía una aliada.
11

Héctor entró en el garaje del edificio de su casa.


—No, a tu casa no —protestó Mónica.
—Sí, a mi casa sí. Y compórtate. Tus padres están cerca. No querrás
que te escuchen y acudan a ver qué sucede.
—Eres un hijo de puta —le espetó a la cara, muy cabreada.
—Discúlpame por mi actitud del otro día y por cómo me he comportado
en esta semana —dijo de pronto. Aún dentro del coche. Mónica no esperaba
aquellas palabras. Se hizo un prolongado silencio entre ambos—. ¿Podemos
subir y hablar con calma, por favor? —le rogó.
—Está bien —aceptó ella al mismo tiempo que salía del coche con
actitud enérgica.
Entraron en el ascensor y se miraron en silencio. La atracción que
existía entre ambos era innegable. Ambos la sintieron a la vez. La piel se les
erizó y la temperatura aumentó de golpe. Cierta incomodidad les sobrevino
a ambos. Sus corazones latían de forma acelerada, el deseo asomaba en sus
ojos y ninguno lo podía negar.
De repente, Héctor tomó a Mónica por la nuca, la atrajo hacia él y la
besó con ganas. Ella le devolvió el beso con urgencia. Sentía que lo
necesitaba cerca, como respirar.
Él paró el ascensor pulsando un botón, ella lo miró sonriente,
aprobándolo. Ambos sentían que tenían que dar rienda suelta a aquello que
los consumía por dentro.
Héctor le subió el vestido y le rompió las medias y el tanga. Ella le
desabrochó los pantalones y se los bajó deprisa. Él la alzó hacia su cintura,
hizo que lo rodease con las piernas y la penetró de golpe. Haciendo que
Mónica soltase un grito que él acalló con su boca. Le introdujo la lengua y
sintió que era suya por completo.
Aquella mujer era pura dinamita. Lo encendía con una sola mirada. El
cuerpo y la piel de Mónica le resultaban adictivos.
—Eres maravillosa —murmuró sobre su cuello, enterrado por completo
en ella.
—Joder, Héctor, eres un cabrón. Siempre me llevas a tu terreno y me
haces caer en la tentación —protestó cuando volvió a la realidad.
—Será que te resulto irresistible. —La besó de nuevo y luego accionó el
botón del ascensor y comenzaron a subir de nuevo.
Antes de salir se compusieron un poco la ropa, entre miradas y gestos
cómplices y luego entraron juntos en casa de Héctor.
—Te debo una disculpa por cómo me comporté el otro día. Lo cierto es
que me descolocaste —admitió mientras le tenía la cintura rodeada con sus
manos.
Sonriente, Mónica asintió. Lo tomó por la camisa, lo acercó a ella y lo
besó en un arrebato. Héctor le resultaba irresistible y la había encendido por
completo en el ascensor, dejándola con ganas de más.
—Vamos a la cama —le propuso entre húmedos besos por el cuello, al
mismo tiempo que le quitaba la camisa y caminaba con él en dirección al
dormitorio.
Héctor no puso objeción alguna, tan solo murmuró:
—Siempre y cuando sea solo contigo, soy tuyo.
Mónica sonrió sobre sus labios, tiró de él y se fundieron juntos y
desnudos en la cama.

Abrazados y saciados, en mitad de la noche, ninguno estaba dormido,


Héctor le preguntó:
—¿Soy el único con el que te acuestas?
Ella se incorporó un poco y lo miró con el ceño fruncido.
—¿Yo puedo preguntar lo mismo? —exigió.
Él asintió.
—Desde que nos acostamos juntos la última vez no he estado con nadie
—confesó Héctor sin tapujos.
—Yo tampoco —dijo Mónica. Cada cual reprimió una sonrisa de
satisfacción al escuchar la respuesta del otro—. Pero hoy te hubieses tirado
a la mujer con la que cenabas si no llegamos a coincidir —apostilló, no
pudo evitar el comentario.
Héctor soltó una sonora carcajada. Le gustó experimentar la sensación
de verla celosa.
—Trabaja para mí desde hace dos años. Nunca he tenido nada con ella.
Es la hermana menor de mi socio. En la cena de hoy estábamos esperando a
Nicolás, pero le surgió un imprevisto y no pudo llegar. ¿Contenta?
Mónica suspiró un poco incómoda, al mismo tiempo que se sintió una
estúpida.
—Bueno, de todos modos, no tenemos derecho a pedirnos explicaciones
—zanjó con un poco de brusquedad, contrariada consigo misma.
—¿Y si damos un paso más? —propuso Héctor. Ella lo miró en
silencio, sin atreverse a decir nada—. Me gustas mucho, Mónica —confesó.
Ella soltó una carcajada. No se esperaba aquello. Lo sintió hasta
ridículo. Hacía años que no escuchaba los sentimientos de ningún hombre
hacia su persona. Por otra parte, ella tampoco los confesaba.
—¿Quieres salir conmigo? —preguntó en tono jocoso. Todo aquello le
divertía. Le hacía sentir una adolescente.
—¿Qué pasa? ¿No te va el rollo normal de salir con alguien? —
preguntó algo ofendido por su actitud.
—He salido con muchos tíos en mi vida —apostilló.
—Bien, ¿no quieres hacerlo conmigo? Ello implicaría que nos
deberíamos respeto. Mientras nos acostamos juntos no hay nadie más en
nuestras vidas. Si eso sucede, lo nuestro termina —le propuso algo serio.
—¿Son tus condiciones? —preguntó sonriente. Le agradaba lo que le
estaba proponiendo, pero a la misma vez se lo estaba pasando bomba al
tenerlo tan descolocado frente a ella.
—Las mías y las de la mayoría de la gente normal —soltó a la
defensiva.
—Vale, acepto —dijo Mónica de repente, dejándolo desconcertado. Lo
miraba con una sonrisa en sus voluminosos labios.
Héctor pensó que iba a tenerlo más difícil, pero Mónica se acercó y
selló el trato con un apasionado beso.
—Eres solo mía desde este momento —murmuró sobre su boca
mientras rodaban por la cama abrazados.
—Tiene exclusividad, señor Gandía. Solo tuya por ahora.
Héctor le devolvió el beso y le hizo el amor con paciencia y dulzura.
Haciendo que se sintiese amada como nunca antes.

El día siguiente Mónica lo pasó con sus padres. Era el cumpleaños de su


hermano y si algo se respetaba en la familia Peñalver eran las fechas
señaladas. Siempre se hacía una comida en la que estaban todos juntos y
disfrutaban del día.
Héctor pasó el domingo en casa de su socio Nicolás. Cuando llegó al
chalet de este a mediodía aún lo encontró en la cama. Lo sacó de allí y
comieron juntos.
—¿Este fin de semana no te tocaba estar con tu hija? —preguntó Héctor
—. Pensé que esa era la razón por la que no acudiste anoche a la cena
conmigo y con tu hermana.
—Me surgió algo —comentó con una sonrisa malvada. De inmediato su
amigo supo que era un lío de faldas.
—Serás cabrón. Era una reunión de trabajo, urgente. El proyecto de
Punta Cana es importante y los inversores requieren la presencia de uno de
nosotros allí durante cinco meses.
—¡¿Cómo?! —preguntó con sorpresa—. ¿No ibas a ir una semana antes
de fin de año?
—Han ampliado el proyecto. Quieren que construyamos un hotel y
varias villas. Es necesario estar allí presente más tiempo, al menos uno de
los dos.
—Yo no puedo. Tengo una hija de tres años —se excusó de inmediato
—. Ve tú, no tienes nada que te ate aquí. Estás soltero y sin compromiso, y
no tienes hijos.
—Utilizas el tema de tu hija cuando te conviene —le reprochó.
—Joder, no puedo estar cinco meses sin verla.
—Está bien, iré yo —aceptó resignado—. Pero que conste que lo hago
más por esa pequeña a la que adoro que por ti.
—Pasar unos meses en Punta Cana es todo un regalo, y más para un tío
soltero como tú. Deberías agradecérmelo —comentó risueño.
—En estos momentos de mi vida no lo considero un regalo ni lo tomo
con demasiada alegría.
—¿Y eso, tienes algo serio con alguien? —preguntó con sumo interés.
Desde que Héctor rompió su compromiso con Vanesa no le había conocido
nada estable.
—No me gustaría perderla.
—Joder, ¿te has pillado por ella? —preguntó con asombro—. ¿Y no me
has contado nada? Pero si hace un par de semanas estuviste con aquella
morena que conocimos en el bar.
—Lo de Mónica ha sido después. Y tengo intenciones de continuar
viéndola.
—Vaya, vaya… Una mujer que hace mella en mi amigo. Debe de ser
impresionante. Noto tu interés por ella.
—Lo cierto que es siempre me gustó —confesó—. Es como una especie
de asignatura pendiente en mi vida.
—¿Ya la conocías? ¿Quién es?
—Fue mi vecina durante muchos años. Era amiga de mi hermano.
Estaban en la misma clase y ella pasaba muchas horas en mi casa. Mis
primeras fantasías sexuales fueron con Mónica Peñalver —confesó—. Yo
tenía diez años y ella catorce. La veía como un inalcanzable.
—¿Ya te has acostado con ella y has cumplido esos deseos de
adolescente? —preguntó en tono jocoso.
—Ajá.
—¿Y qué tal?
—Mónica es impresionante en todos los sentidos. Una pelirroja de ojos
azules con un cuerpo de escándalo. Es abogada.
—Y por lo que veo ya te ha leído todos tus derechos. Nunca te había
visto tan colado por una mujer, amigo.
—Me gusta —confesó—. Es algo más que deseo y placer.
—Yo diría que esa mujer va más allá de eso. La tal Mónica ha calado
hondo en ti. Te lo digo yo que te he visto con muchas tías y nunca había
apreciado la cara de bobo que pones mientras hablas de ella.
—Es diferente a todas las mujeres que he conocido.
—Algo en ella te preocupa, ¿qué es? —advirtió Nicolás.
Héctor se retorció las manos, incómodo, se levantó del sofá que
ocupaban y se paseó delante de su socio nervioso.
—¿Alguna vez has estado con una mujer que tenga más experiencia
sexual que tú? Mónica ha hecho cosas que yo nunca…
—Ya veo por dónde van los tiros. ¿Te sientes en inferioridad de
condiciones? —preguntó con sorna.
—Ella ha sido miembro de El Castillo.
—Joder, ¿y te ha pedido ir allí? —preguntó con los ojos muy abiertos.
—No. Solo fue un par de veces hace tiempo, pero… Joder, me agobia
un poco el tema. Mónica es liberal, desinhibida, fuerte, con carácter. Una
mujer que sabe lo que quiere.
—Y una tía así te tiene asustado. Estás acostumbro a ser tú el que ha
tenido siempre esa posición en una relación.
—Es difícil —confesó.
—Joder —maldijo Nicolás mirando fijamente a su amigo—. Te has
pillado y bien por esa tía, o más bien —rectificó—, lo has estado toda tu
vida.
—Pensé que se pasaría, como con otras, pero con Mónica es diferente.
La tengo en mi pensamiento desde que me encontré con ella. Nunca había
sentido con una mujer lo que experimenté con ella.
—¿Y en qué punto estáis? —preguntó con interés.
—Nos hemos acostado unas cuantas veces y hoy hemos quedado en que
no estaremos con nadie más mientras decidamos permanecer juntos.
—¿Estarías dispuesto a tener una relación seria con ella? Desde Vanesa
nunca te lo habías planteado.
—Mónica es diferente.
—Ya veo que sí. Amigo, creo que esa mujer es la horma de tu zapato.
Suerte, ya que la vas a necesitar. Ahora vamos por unas cervezas, que las
necesito.
—Sí, vamos, yo también.
—Pillado por un amor secreto de la adolescencia —comentó Nicolás
con una palmada en el hombro de su amigo, sonriente—, quién lo hubiese
dicho de ti.
—No tiene gracia.
—Pues a mí me da que nos lo vamos a pasar de lujo. Estoy deseando
conocer a la mujer que va a poner tu vida entera del revés —aventuró en
tono jocoso.
12

Tras dos días sin verse, el miércoles por la noche Héctor invitó a
Mónica a cenar. Cuando ella entró en el coche, él se sintió como un
adolescente con su primera novia. No supo cómo saludarla. Se acostaban
juntos y tenían exclusividad, pero no eran una pareja normal.
Con la naturalidad que la caracterizaba, Mónica lo besó. Cuando él
sintió sus labios, sonrió sobre ellos y profundizó el beso sintiéndose más
relajado.
—Ya veo que estás hambriento —murmuró ella, satisfecha con el
recibimiento.
—Despiertas mis ganas con solo mirarte —confesó.
—Entiendo, pero primero quiero comida. Desde esta mañana no pruebo
bocado. He tenido un día horrible en el despacho.
—Te llevaré a un buen restaurante.
—Me vale con un Mcdonald´s —comentó sonriente.
—Si fuese un egoísta te llevaría allí. Comida rápida y luego a la cama,
pero deseo que disfrutes de una buena cena.
—Me parece bien. Una suculenta cena y luego, como postre, sexo.
Héctor la miró sonriente, admirándola. Le encantaba lo directa que era,
y más aún que con Mónica no tuviese que andar con rodeos. Era tan sincera
que siempre decía lo que sentía o tenía ganas.
—Tengo una mala noticia que darte y quizá me odies —le dijo Héctor
cuando estaban esperando que les sirviesen la comida.
—Estás cansado y me llevarás a casa cuando terminemos de cenar —
aventuró Mónica, sonriente, mientras bebía de su copa de vino blanco.
Héctor la miró y no pudo evitar soltar una fuerte carcajada. Las
ocurrencias de aquella mujer lo descolocaban por completo.
—Cuando estás cerca el cansancio que pueda llegar a tener desaparece
—le confesó en un susurró mientras la taladraba con la mirada.
—Ya veo. No te distraigas del tema, ¿qué tienes que decirme? —
preguntó con interés.
—Es el viaje a Punta Cana que te propuse. No tendré que acudir a
finales de año. Los inversores van a hacer unos cambios y se va a retrasar.
Será en unos meses. —No le explicó nada más. Pensó que si le decía que
más adelante tendría que pasar mucho tiempo alejado de ella podría
plantearse no seguir con lo que recién empezaba entre ambos.
—Bueno, no pasa nada. Estoy segura de que eres un hombre de recursos
y me lo sabrás compensar de alguna forma. —Lo miraba de forma ardiente.
—No te quepa la menor duda.
—¿Terminamos la cena y nos vamos? —propuso Mónica con los ojos
clavados en él—. Como postre te quiero a ti, enterito para mí —anunció de
forma provocadora.
—¿Tu casa o la mía? —preguntó Héctor.
—Te voy a llevar al mejor hotel de Marbella. El director lleva tiempo
ofreciéndome que vaya en agradecimiento a un favor que le hice y esta
noche vamos a disfrutar juntos de su mejor suite. ¿Qué te parece? No quiero
que te quejes de nuestra primera cita —comentó sonriente.
—Me gusta la idea. Algo me dice que la recordaré siempre.
—Me gusta que te guste —le indicó acercándose a él con una sonrisa—.
Estoy segura de que una mujer nunca te ha llevado a un hotel a pasar la
noche. —Él negó con un gesto de la cabeza mientras pensaba que era única.
Héctor deseó atraerla más hacia él y devorarla allí mismo, pero logró
controlarse. Mónica tenía el don de ponerlo a cien con una sola mirada
ardiente, ya que en ella podía leer todo lo que tenía en mente con él. Le
gustaba y le cortaba un poco que fuese una mujer tan directa y decidida. Era
un hombre acostumbrado a llevar las riendas en una relación, con Mónica
sentía que era quién mandaba en todo momento. Incluso, sentía que todo
aquello era un juego para ella y él era el único que se estaba implicando
demás.
Cuando llegaron al lujoso hotel, Mónica preguntó por el director. Ella
sabía que Fredy vivía allí desde que se separó. De inmediato, el hombre
apareció y se fundió en un cálido abrazo con la abogada, mientras Héctor
los observaba con atención.
—Fredy, hoy te acepto el ofrecimiento que llevas meses haciéndome.
Voy a disfrutar de una de las mejores habitaciones de este hotel que diriges.
Te presento a Héctor Gandía.
—Señor, qué placer volver a tenerlo por aquí —le dijo Fredy al
estrecharle la mano.
Mónica miró a Héctor con una ceja alzada, mientras en su cabeza se
formaban mil conjeturas.
—Fredy, espero que tengas libre la maravillosa suite que siempre
reserváis para esas personas tan importantes —le indicó Héctor con
confianza.
—Por supuesto, señor. Enseguida los acompaño y verifico que esté todo
en orden. ¿Me dan un minuto? —les preguntó.
Mónica y Héctor sonrieron en señal de afirmación.
En cuanto se quedaron a solas, ella se acercó y le preguntó en tono
jocoso a modo de reproche:
—¿Vienes mucho por aquí? Parece que conoces bien a Fredy y las
habitaciones de este hotel.
—He estado en varias ocasiones. —Se permitió el lujo de observarla en
silencio varios segundos, sonrió al ver su expresión seria y le aclaró de
inmediato—: Pero no es lo que estás pensando. Aquí traigo a mis mejores
clientes. Jeques árabes e importantes hombres de negocios que me encargan
construcciones y vienen por unos días.
—No te he pedido explicaciones —le espetó a la defensiva—. De
hecho, no tienes por qué dármelas.
—¿De qué conoces a Fredy? Os habéis abrazado con mucha confianza
—preguntó mientras la observaba tranquilo, con ambas manos metidas en
los bolsillos del pantalón.
—Lo saqué de un buen lío legal. Desde entonces me adora y haría
cualquier cosa por mí —comentó con una enorme sonrisa coqueta mientras
lo miraba con atención.
Héctor asintió mientras agradecía que no hubiesen tenido un lío
sentimental.
Fredy apareció de nuevo, les entregó la tarjeta de la habitación e insistió
en acompañarlos hasta la suite situada en la última planta del edificio.
Cuando el ascensor llegó al lugar, Fredy no se bajó y se despidió al
decirles;
—Que disfruten de la habitación. Si mañana les apetece y tienen
tiempo, estaría encantado de compartir un café con vosotros en el desayuno.
—Muchas gracias, Fredy. Te buscaremos antes de marcharnos —le
indicó Mónica.
Héctor se adelantó y abrió las puertas de la suite. Hizo pasar a Mónica y
la siguió. Una vez dentro, la tomó de la mano y juntos observaron el
maravilloso lugar cargado de lujos.
—Creo que lo vamos a pasar en grande —comentó ella con ambas
manos posadas sobre el pecho de Héctor.
—Vamos a descubrir el jacuzzi —propuso Héctor—. Algo me dice que
esta habitación debe de tener uno enorme.
Ambos fueron hasta el baño y vieron uno redondo, colocado en el
centro de la estancia.
—¿Un baño relajante, señor Gandía? —propuso Mónica mientras le
quitaba la chaqueta y comenzaba a abrirle los botones de la camisa.
—Lo estoy deseando, y más si es contigo. —Se apoderó de su boca y la
pegó a su cuerpo mientras le quitaba la ropa.
El jacuzzi estaba listo. Al lado, tenían una mesa con fresas y champan.
Todo preparado para que pasasen una noche inolvidable.
Mónica se sentía en una nube cuando estaba con Héctor. Tenía que
reconocer que era un completo seductor, sabía cómo tratar a una mujer y,
sobre todo, cómo darle placer y dejarla exhausta y feliz. Con él todo era
más que diversión y pasarlo bien, cuando estaba en sus brazos sentía la
necesidad de estar ahí por más tiempo, y eso no le había pasado antes.
A la mañana siguiente, cuando se despertó junto a él, estaba abrazada a
su pecho. Le gustó sentir el contacto de su piel en su mejilla como buenos
días. Héctor dormía relajado, desnudo, y ella se permitió el lujo de
observarlo en toda su plenitud. Sonrió y paseó la mano izquierda por su
abdomen, sintiendo sus músculos relajados. Al contacto, Héctor se
despertó, atrapó su mano entre la suya y se la llevó a los labios.
—Buenos días, ¿te has levantado tan hambrienta como yo? —preguntó
con una sonrisa mientras guiaba su mano hasta su miembro erguido.
—Ya veo que reaccionas con rapidez —comentó acariciándolo sin
pudor.
—Mirarte me enciende, Mónica. Creo que ya lo has comprobado en
más de una ocasión.
—Tú produces el mismo efecto en mí —confesó sentándose a
horcajadas sobre él y apoderándose de su boca—. Aún tenemos un par de
horas para disfrutar. Luego hay que volver a la vida real. Es jueves.
—No perdamos ni un minuto más.
Héctor se cernió sobre ella, se apoderó de su boca y entró en ella. Una
vez en su cálido interior, supo que ese era su sitio. Que ella era la mujer, sin
embargo, al mismo tiempo, era consciente de que Mónica Peñalver no era
cualquier mujer y que no lo tendría nada fácil.
13

Al día siguiente, Mónica recibió un ramo de rosas rojas en su despacho.


Nunca un hombre le había regalado flores. Pese a hacerse la indiferente y
no querer darle mucha importancia al gesto cuando Lidia se las entregó,
sintió cierta sensación que nunca antes había experimentado.
—¿De quiénes son? —preguntó Lidia mientras su amiga leía la nota que
llevaban las flores.
—De Héctor Gandía. Me invita a pasar la nochevieja en Lisboa con él.
—Oh, madre mía. ¿Vas en serio con él? ¿Por fin has encontrado a ese
hombre que te haga sentir algo más que puro deseo?
—Héctor provoca muchas cosas en mí. Algunas desconocidas hasta el
momento —confesó con media sonrisa mientras ponía las flores en un
jarrón con agua encima de su mesa.
—Me alegro de que hayas encontrado al hombre con el que sentar la
cabeza. Ya era hora.
—Yo no he dicho eso —salió a la defensiva.
—Bueno, en los últimos meses te he escuchado decir que a tu edad
necesitas ya una pareja estable y sentir algo más que placer cuando te
acuestas con alguien. Deduzco que Héctor es ese hombre.
—Héctor va a ser mi última aventura. Me lo paso en grande con él, pero
al mismo tiempo sé que no es la persona que necesito en mi vida. Estaba
prometido hasta hace poco, se iba a casar. Es un hombre que desea formar
una familia, y tú sabes que eso no va conmigo. Una cosa es tener una pareja
estable y otra matrimonio, hijos y familia.
—Quizá contigo quiera otra cosa.
—Necesito estar con un hombre por el que sienta algo, pero a la misma
vez que no me duela si un día lo dejamos.
—Un momento, ¿me estás diciendo que te dolería dejar a Héctor?
¿Crees que es un hombre del que te podrías enamorar como una loca? —
preguntó su amiga con sorpresa.
—No digas tonterías. Ya sabes que no creo en el amor. Creo en la
atracción entre dos personas, en el deseo, en tener los mismos gustos y
aficiones, pero en enamorarse como bobos hasta el punto de hacer las
estupideces que hace la gente, no.
—Un día te vas a enamorar. Ya verás. Es cierto que las cuatro hemos
tenido mala suerte en el amor, pero mira Sofía. Parece que Marcos, pese a
ser once años menor que ella, le está haciendo vivir cosas que no hizo su
marido. Y según Sofía se casó enamorada.
—Existen muchas formas de estar enamorada. Para mí es la estabilidad.
Una relación cómoda.
—¡Qué sabrás tú! Si nunca has tenido algo parecido —le recriminó
sonriente Lidia.
—Pero tengo claro que es lo que busco. Sabes que las complicaciones
en una pareja no van conmigo.
—¿Sabes qué? —Lidia se la quedó mirando con una sonrisa maliciosa
—. Me encantaría verte enamorada hasta la médula.
—Quizás en otra vida —se mofó Mónica—. Y ahora, vamos a trabajar.

Como era tradición en el bufete, las chicas hicieron una cena de


Navidad antes de que Sofía se marchase a pasar el fin de año con sus
padres. Junto con otras personas que tenían contratadas en el despacho
cenaron y luego terminaron tomando unas copas en el reservado de un club.
Héctor le había insistido a Mónica para quedar aquel fin de semana,
pero ella le indicó que estaría de fiesta con sus compañeros de trabajo y al
día siguiente de resaca en la cama.
Aquella noche, Héctor salió a tomar algo con su socio, Nicolás, y un par
de amigos más. Para su gran sorpresa, terminó en el mismo lugar de copas
que estaba Mónica con sus amigas.
Héctor y Nicolás se sentaron en la barra. El lugar estaba hasta arriba, al
fondo, en la parte superior, vio a una pelirroja que bailaba descalza sobre
una mesa con una copa en la mano. Cuando fijó bien la vista y vio que se
trataba de Mónica centró toda su atención. En el reservado se encontraban
más de quince personas entre hombres y mujeres, Mónica era la reina de la
fiesta. Todos la miraban y era la encargada de animarlos a bailar y beber.
Observó cómo cogió una botella y rellenó su copa y la de otras personas.
Un tío se subió a la mesa con ella y comenzó a bailar a su lado. Paseaba las
manos por su cintura y cada vez la tenía más cerca. Héctor hervía por
dentro. Los ojos se le salían de las órbitas.
—¿Qué ocurre? —preguntó Nicolás con interés. Tenía la mirada en el
reservado donde la pelirroja bailaba sobre la mesa y captaba la atención de
medio local.
—Es Mónica —anunció a su amigo entre dientes, mientras veía cómo
aquel tío la abrazada y se la comía con los ojos.
—Joder… es… es una mujer impresionante —logró decir Nicolás con
los ojos puestos en ella. La repasaba de arriba abajo.
Mónica llevaba un vestido rojo, corto, ajustado a su cuerpo. Lucía unas
piernas largas, perfectas, y contoneaba su cuerpo al son de la música
haciendo que resucitase hasta un muerto.
—Se acabó. Voy a ir a pararle los pies a ese tío —sentenció Héctor al
mismo tiempo que dejaba la copa sobre la barra con un sonoro golpe y se
dirigía decidido hacia donde estaba Mónica.
Nicolás lo siguió. Sabía lo impulsivo que era su amigo y la que se podía
liar si el tío que estaba bailando con Mónica le plantaba cara.
Héctor iba hecho una furia, cuando el portero del reservado le indicó
que no podía pasar, lo hizo a un lado de un empujón. Era un hombre alto,
corpulento y con fuerza. No le supuso nada derriba a un tío igual a él.
En dos zancadas se plantó delante de Mónica, la tomó de la mano con
energía y tiró de su brazo. De inmediato la mujer aterrizó el pecho de
Héctor.
—¿Te estás divirtiendo? —le preguntó con el rostro serio y un leve tic
en la mandíbula.
—Oh, Héctor. ¿Qué haces aquí? —Lo recibió con sorpresa. Le echó los
brazos al cuello y lo miró sonriente. Tratando de averiguar cuál pudiese ser
la causa de aquella seriedad. Era evidente que estaba enfadado.
El portero entró en el reservado y fue directo hacia Héctor. Nicolás
intentó pararlo y que no se abalanzase sobre su amigo, mientras, el tío con
el que bailaba Mónica sobre la mesa se dirigió hasta Héctor para encararlo y
pedirle explicaciones por la forma en la que la había arrancado de su lado.
De repente, se formó una vorágine de gritos que terminó en una gran
pelea. Las chicas tuvieron que separar a los hombres. Lidia se llevó a
Nicolás fuera y Natalia se encargó de sacar del reservado a Mónica y
Héctor. No quería que la noche terminase con todos en comisaría.
—Héctor, cálmate —le exigió Natalia una vez en la calle. Mónica había
bebido más de la cuenta y no se encontraba muy bien—. Será mejor que te
la lleves. Y tú, Lidia, haz el favor de sacar de aquí a Nicolás también. Yo
entraré de nuevo y solucionaré todo sin que llegue a mayores, ¿de acuerdo?
Los cuatro asintieron. Mónica tenía mucho frío. Iba descalza y no
llevaba abrigo, solo quería algo de calor, tumbarse y dormir.
Héctor le colocó su chaqueta sobre los hombros, la tomó de la mano y
se dirigieron hacia su coche.
—Vaya numerito has formado. Que sepas que has arruinado mi noche
—le reprochó Mónica una vez a solas, mientras que él conducía.
—Yo diría que más bien te la he salvado.
—¿Perdona? —le preguntó con sorpresa.
—Si no llego a aparecer estoy seguro de que te hubieses ido con el tío
ese con el que bailabas. Habías bebido de más y estaba claro que no iba a
desaprovechar la oportunidad. Eres una irresponsable cuando bebes —le
reprochó con dureza.
—Un momento. No te voy a permitir esto. Soy una mujer libre, que
hace lo que quiere, cuando quiere y no tolero que nadie me juzgue. Me
acuesto y bailo con quién me da la real gana —le gritó enfadada.
—Te recuerdo que tenemos un acuerdo. Mientras estemos junto no nos
acostamos con nadie más —le rebatió serio.
—¿Y si un día me apetece acostarme con otro tío tengo que
comunicártelo antes como una niña buena? —Héctor le dirigió una mirada
fulminante. Ella lo entendió—. Vale, vale. Me he pasado —se disculpó—.
He bebido demasiado. Llévame a casa. Ya discutiremos esto que ha pasado
cuando esté sobria.
Mónica cerró los ojos en señal de que ya no deseaba hablar más con él.
Se quedó dormida en el trayecto. Cuando se despertó, sintió que Héctor la
cargaba en sus brazos de forma caballerosa, también reparó en que estaban
en casa de él. La depositó en la cama cuando llegaron a la habitación y
comenzó a quitarle el vestido para que estuviese más cómoda.
—Mira que pintas tienes, señorita abogada. Descalza, con un vestido
casi indecente, las medias rotas y el maquillaje corrido —le indicó Héctor
con dulzura mientras le acariciaba el rostro.
—Hay muchas cosas que no sabes de mí —murmuró Mónica.
—Cierto. Hoy he descubierto a la Mónica juerguista. Deseo seguir
conociéndote en todas tus facetas.
—Quizá salgas corriendo, como todos —comentó arrastrando las
palabras y los ojos medio cerrados.
Héctor la arropó. Se inclinó sobre ella, le dio un beso en la frente y le
susurró:
—Ya veremos.
14

El día siguiente Mónica lo pasó entero en la cama, con una de las peores
resacas que recordaba en su vida. Héctor estuvo a su lado, velando su sueño
y cuidándola. Algo le decía que aquella mujer le necesitaba a su lado, pese
a ella no querer reconocerlo.
Mientras Mónica dormía, él trabajó a su lado, sentado en un sillón con
el portátil abierto, inmerso en el proyecto de Punta Cana. Era un arquitecto
de reconocido prestigio en Andalucía, muy pronto lo sería a nivel nacional,
pero estaba seguro de que el proyecto internacional que la empresa tenía
entre manos los proyectaría a una escala superior a la que se encontraban.
Por eso aquello era tan importante para él. Vivía dedicado a su trabajo, a
demostrarle a su padre que era y sería mejor que él. En el fondo, quería que
sus padres se sintiesen orgullosos de él, que su victoria en el ámbito laboral
llegase a mermar un poco el dolor que aún sentían por su hijo muerto.
Héctor se había prometido llenarlos de nietos, para ver si así volvían de
nuevo a Marbella, y a la vida. Los echaba de menos, pero desde que su
compromiso con Vanesa se rompió desechó la idea de crear una familia.
Veía las constantes peleas que tenía su socio y amigo, Nicolás, con su
exmujer por la custodia y asuntos de la hija que tenían en común y no
deseaba eso. Él estaba dispuesto a formar una familia para siempre, unida y
feliz, y a esas alturas de su vida había constatado que eso era un mito. Nada
era para siempre, y había decidido quedarse como estaba. Disfrutando de
las mujeres sin compromisos serios y dedicándose en cuerpo y alma a su
profesión.
Miró a Mónica, que se revolvió en la cama, y le sonrió. Aquella mujer
tenía el don de darle un vuelco a su corazón hasta dormida, sin mirarlo ni
prestarle atención. Recordó las veces que soñó con ella de pequeño, y ahora
estaba ahí, en su cama.
—Las vueltas que da la vida —murmuró, sonriente, con la mirada
clavada en la figura de Mónica. Se había destapado y no pudo evitar posar
su mirada en su escultural cuerpo semidesnudo. Tenía una piel blanca y
perfecta como nácar.
—¿Qué hora es? —preguntó Mónica medio dormida, con los ojos
entornados y la boca pastosa.
—Tarde, muy tarde —contestó con tranquilidad.
Mónica abrió un poco los ojos y vio por la ventana que era de noche.
Miró su reloj de pulsera y descubrió que eran las ocho de la tarde del
domingo.
—Joder, he dormido demasiado —se quejó—. ¿Por qué estoy en tu
casa?
Apenas recordaba lo pasado la noche anterior.
—Bebiste demasiado. Bailabas de forma desenfrenada encima de una
mesa y decidí que era hora de que dejases de dar el espectáculo.
—¿Qué hacías tú allí? —intentó recordar.
—Salí con Nicolás a tomar algo y, por casualidades de la vida, terminé
en el mismo lugar donde estabas tú.
Mónica intentó hacer memoria. Cerró los ojos y lamentó todo.
—No eres mi padre. Soy mayorcita y sé cuidarme sola. Nunca he
necesitado que nadie me traiga a casa. Te recuerdo que solo nos acostamos,
ni una sola escena de celos más o esto se termina —le advirtió.
A Héctor no le gustó cómo le habló, torció el gesto y la miró serio.
—¿Celoso yo? Por favor —se mofó—. Si no llego a aparecer en vez de
estar en mi cama ahora estarías en la del tío con el que bailabas. Y ahí sí
hubieses roto nuestro acuerdo. Solo me cercioré de que lo cumplías y todo
entre nosotros seguía como antes.
—Necesito una ducha. —Comenzó a levantarse de la cama. Le dolía la
cabeza y no estaba para sus sermones.
—Ya sabes el camino —le indicó Héctor sin moverse un ápice de donde
estaba. La miró de soslayo cuando le dio la espalda y sonrió sintiéndose
pleno.
Tras media hora en el baño, cuando Mónica salió envuelta en una toalla,
consultó su móvil y vio que tenía un montón de llamadas perdidas y
mensajes. Comenzó a abrir el grupo de sus amigas y vio que lo sucedido en
el reservado de la discoteca había trascendido. La prensa había sacado fotos
en las que se decía:
El arquitecto Héctor Gandía se lleva a su prometida de una fiesta pasada
de copas.
Mónica se llevó las manos a la cabeza cuando se vio cargada en los
brazos de Héctor.
—Joder —murmuró mientras leía los comentarios en el grupo de sus
amigas. Sabía que aquello afectaría a la imagen de su bufete—. Mira esto.
—Le enseñó las fotos a Héctor—. Tú tienes la culpa —le espetó de malas
formas.
—Desde que me dieron ese dichoso premio la prensa me sigue, qué
culpa tengo yo.
—No soy tu prometida —le gritó alterada.
—Pues llama y haz que lo rectifiquen, o mejor, demándalos —le espetó
de malas formas. Estaba cansado.
Héctor se levantó y decidió ir a la cocina en busca de algo de beber.
Pensaba dejar a Mónica sola para que se calmase.
El timbre sonó cuando él se echaba un zumo de piña y fue a abrir con el
vaso en la mano. Par su gran sorpresa, era la madre de Mónica.
—Estoy harta de llamar a mi hija y no me coge el teléfono. ¿Me puedes
explicar eso de que estáis prometidos? Lo acabo de ver en las redes
sociales. Varias de mis amigas me están dando la enhorabuena y yo
desconozco todo el asunto —se quejó la mujer.
—Verás, Andrea… —Héctor no sabía por dónde comenzar. Se paseó la
mano por el pelo, intranquilo.
—¿Me puedes decir dónde está mi ropa? —vociferó Mónica saliendo de
la habitación de Héctor envuelta en una toalla y con el pelo mojado.
Cuando se encontró con su madre de frente, el mundo se abrió ante sus
pies. Miró a Héctor con ganas de matarlo.
—Oh, pero es cierto. Hija, tú y Héctor… —Andrea se llevó las manos a
la boca y de inmediato Mónica vio la felicidad reflejada en su rostro.
—No, no. Mamá no te confundas. Esto no es lo que parece —justificó
al mismo tiempo que miraba a Héctor en busca de su ayuda, pero él no dijo
nada.
—¿Estás segura? Mírate. No estoy ciega. —Andrea repasaba el aspecto
de su hija de arriba abajo.
—Te lo vamos a explicar, ¿verdad? —Miró a Héctor y este solo asintió.
—No entiendo nada, ¿qué hacéis juntos y por qué se rumorea que estáis
prometidos? Y, sobre todo, ¿por qué yo ignoro todo?
—Mamá, yo solo estoy ayudando a Héctor —comenzó a decir Mónica.
—¿Ayudándolo? —preguntó la mujer perpleja.
—Sí. Coincidimos en una fiesta donde estaba su ex y su nuevo
prometido, y él para no quedar en desventaja me presentó como su
prometida. En estos momentos solo lo ayudo a escoger a la mujer adecuada.
Ya sabes, un hombre comprometido es más atractivo. Pero no tenemos
nada. Solo somos amigos.
Héctor la miraba con una ceja alzada y sonriente, sin decir ni mu. Por
alguna extraña circunstancia disfrutaba de la situación. Ver a Mónica entre
las cuerdas lo divertía.
—Vaya, hija. Qué gran desilusión. Al fin pensé que te vería casada y
formando un hogar.
—Mamá… eso ya lo hemos hablado muchas veces. Tienes a mi
hermano, yo soy un caso perdido.
—Héctor… Me habría hecho tanta ilusión… —le dijo con pena. Él solo
se encogió de hombros—. De pequeños siempre tuve la esperanza de que
ella y tu hermano de mayores… Se llevaban tan bien, y él siempre estuvo
detrás de Mónica. Lo vuestro nunca lo hubiese previsto.
—¡Mamá! —la reprendió con dureza su hija.
—Vale, vale. A mi hija no le gusta que se hable de su vida amorosa. Se
pone de mal humor. Ya la ves. —La señaló con un dedo de arriba abajo.
Héctor solo sonrió.
—Mamá, ¿no tienes que hacer la cena o algo parecido? —le preguntó
con cierto toque crispado, para que se marchase cuanto antes.
—¿Hago algo y bajáis a cenar? —propuso la mujer de buena gana.
Mónica puso los ojos en blanco y tomó una bocanada de aire.
—No —contestó rotunda—. Adiós, mamá. Mañana te llamaré.
—Hija, qué seca eres. Con ese carácter que tienes es normal que no
hayas encontrado a un hombre que te soporte. —La mujer se dio media
vuelta y se fue.
Cuando Mónica fijó la mirada en Héctor este sonreía.
—¿Te lo estás pasando bien? Porque yo tengo una mala hostia que no
veas, y tú eres el culpable de todo —le recriminó furiosa.
—¿Puedo hacer algo para remediarlo? —le preguntó intentando ponerse
serio.
—Alejarte de mí. Desde que has aparecido en mi vida solo me has
traído complicaciones —se quejó exasperada.
—Alguna que otra alegría también te he dado —afirmó con arrogancia
—. ¿O me vas a negar que juntos en la cama hemos disfrutado como nunca?
Mónica no le respondió. Dio media vuelta y desapareció en la
habitación de nuevo.
Al rato, salió con un chándal de Héctor colocado.
—Te he cogido algo de ropa prestada. ¿Me podrías llevar a mi casa?
—Por qué no te sientas, te relajas y hablamos —le propuso con
paciencia.
—Porque necesito estar sola. Me descolocas, Héctor Gandía. Necesito
poner orden en mi vida y pensar si me conviene seguir acostándome
contigo o romper nuestro acuerdo. Me estás dando demasiados dolores de
cabeza.
—No te equivoques. No soy yo. Es el alcohol.
Esto provocó una sonrisa en Mónica.
—No puedo contigo —le indicó ya de mejor humor.
Héctor fue hasta ella y la tomó por la cintura, acercándola hacia su
cuerpo.
—Quédate —le rogó en un susurro, mirándola a los ojos.
Mónica sintió cierto escalofrío por su cuerpo que la dejó sin palabras.
Tan solo asintió. Héctor le propuso pedir algo de comer y ella aceptó.
Estaba hambrienta. Hacía más de veinticuatro horas que no probaba
bocado.
15

Comieron una pizza frente a la chimenea, sentados en la gruesa


alfombra que presidía el salón. La conversación se centró en la niñez de
ambos y los recuerdos de cada uno del hermano de Héctor. Hacía mucho
tiempo que no hablaba con nadie de su hermano mayor y esto le hizo bien.
Hasta que Andrés entró en su época complicada y los vicios tuvo a un
hermano cariñoso y que se preocupaba por él.
—Recuerdo un día que me defendió en el colegio de unos niños que me
pegaban —comentó Héctor con nostalgia.
—Conmigo también era muy protector. Siempre estaba pendiente de mí,
hasta en los peores momentos cuando ya no éramos amigos. Lo veía
observarme desde lejos. Una noche en una discoteca unos tíos quisieron
pasarse y él apareció de la nada. Me llevó a casa. Fue la última vez que lo
vi.
Héctor vio el brillo en los ojos de Mónica cuando hablaba de su
hermano. Se removió en el sofá, se puso de pie, se paseó las manos por el
pelo, bajo la atenta mirada de ella y, finalmente, se atrevió a preguntarle:
—¿Tú y mi hermano… tuvisteis algo? —era una pregunta que le daba
miedo a hacer por alguna extraña razón.
Mónica se quedó pensativa, no le respondió de inmediato. Cierta
incomodidad se apropió de ella en esos momentos.
—Bueno… Éramos unos adolescentes y pasó hace mucho tiempo.
Supongo que hay cosas que nunca se olvidan, tu hermano fue el primer…
—Entiendo —la cortó Héctor de forma seca y serio. Se quedó mirando
a Mónica por unos segundos y luego le dijo—: Será mejor que te lleve a tu
casa.
Ella recibió aquella propuesta como un jarro de agua fría. Disfrutaban
de un ambiente cómplice, se habían reído y estaban muy a gusto. Hasta
pensaba quedarse en su cama de nuevo aquella noche, pero de pronto todo
cambió.
—¿Pasa algo? —preguntó Mónica, alarmada. No entendía su repentino
cambio.
—Nada. Hablar de mi hermano no me ha hecho bien. Quiero estar solo
—le hizo saber de forma tajante, sin mirarla a los ojos.
Mónica no dijo nada más. Podía llegar a entender su dolor. Perder a un
hermano a casusa de las drogas, y tan joven no debía ser fácil por muchos
años que hubiesen pasado.
Cuando la dejó en su casa, Héctor no se bajó del coche, ni siquiera se
despidió de ella con un beso. Cuando Mónica se fue a acercar a él le rehuyó
con elegancia, pero ella lo percibió.
—Ya hablamos —le dijo Mónica antes de que arrancase y se marchase,
pero Héctor no le contestó.
***
Pasó toda una semana completa y Héctor siempre estaba ocupado
cuando Mónica intentaba ponerse en contacto con él. Se sentía como una
adolescente tonta, nunca había ido detrás de un tío, ni había pensado en
ninguno de forma constante, tanto que ello le interfiriera en la
concentración de su trabajo. Por este hecho, que no podía controlar, estaba
cabreada consigo misma. Cada vez que le sonaba el móvil lo miraba con la
esperanza de que fuese Héctor.
Aquel día, Sofía les comunicó a sus amigas que finalmente no iba a
pasar el fin de año con Marcos, se marcharía a Arinaga como hacía todos
los años, con sus padres. Lidia, como estaba recién divorciada, se iba de
viaje con su hermana, y Natalia tenía planeado recibir el año con su nuevo
ligue.
Cuando Mónica llegó por la noche a su casa, el portero le entregó un
ramo de flores con un sobre. Lo recibió con una sonrisa, el ramo era
precioso, y mientras que subía en el ascensor leyó que eran de Héctor.
Imaginó que sería su forma de disculparse por apenas haberle echado
cuenta en toda la semana.
Una vez en casa, Mónica se sentó en el sofá, colocó las flores en la
mesa que tenía delante y abrió el sobre. Era grande, tamaño folio. No la
simple tarjeta que traen todos los ramos. Dentro encontró los billetes de
avión a Lisboa y la reserva en el hotel. Finalmente, leyó una nota escrita de
puño y letra en la que le decía:

Lo siento, pero no podré pasar el fin de año en Lisboa contigo como


planeamos. Está todo reservado. Te envío los billetes y el hotel por si
quieres ir con alguien.
Tengo mucho trabajo y voy a estar un poco ausente, aprovecho la
ocasión para plantearte si quieres romper con nuestro acuerdo. Entiendo
que necesites diversión y yo no te la pueda proporcionar.
Héctor Gandía.

En un arrebato, tras leer aquella nota, Mónica estrelló el jarrón donde


había colocado las flores contra la pared.
—¡Hijo de puta! —vociferó sintiéndose peor que nunca en su vida—.
¿Quién te crees para tratarme así? —gritó a la nada.
Cogió el móvil, dispuesta a llamarlo y ponerlo en su lugar, pero se dio
dos segundos y pensó todo bien. No le iba a dar el gusto de que la viese
alterada o que aquello le hubiese afectado lo más mínimo. Haciendo un
enorme esfuerzo, decidió hacer como si nada. Pero necesitaba llamar a
alguien y sacar todo lo que llevaba por dentro. Natalia vivía a dos calles,
cogió una botella de whisky y se encaminó hacia su casa.

—¿Qué ocurre? —preguntó Natalia a su amiga en cuanto la vio parada


frente a ella, con los ojos que le echaban fuego y una botella de alcohol en
la mano.
—Tengo ganas de matar a alguien, pero creo que la mejor opción es
venir a descuartizarlo contigo. Si tenías planes para esta noche, anúlalos.
Natalia sonrió, Mónica era tan directa como siempre.
—No te preocupes, Rubén trabaja esta noche.
—Mejor.
—¿Qué ha pasado? Llevas escrito en la cara la palabra despecho.
—Héctor Gandía es un cabrón, como todos los tíos. El hecho de
conocerlo de antes me hizo bajar la guardia con él. ¡Qué tonta he sido! —se
quejó mientras buscaba un par de vasos y el hielo en la cocina de su amiga.
Con una amplia sonrisa, Natalia la observaba. Nunca la había visto tan
descolocada ni enfadada con un tío. Era una faceta de Mónica que
desconocía.
—¿Me lo vas a contar?
—¡Me ha dejado tirada! —exclamó escandalizada—. El muy cobarde
me ha enviado una nota con flores. —Le extendió el papel a su amiga y esta
lo leyó.
—Joder. Es el primer tío que te deja, ¿no? ¿Cómo se siente eso? —
preguntó disfrutando del momento.
—No me ha dejado, no teníamos nada serio. Solo nos acostábamos —le
recordó exasperada.
—Teníais exclusividad. De alguna forma eso es una relación.
—Tampoco me ha dejado.
—Es elegante el tío, sí señor.
—¡Joder, Natalia!
—¡¿Qué?!
—He venido aquí para ponerlo a parir, no para que lo halagues.
—Tienes razón. Eso no se hace. Dejarte tirada en fin de año, a solo
cinco días. Pero… te ha regalado un viaje. Elegante el tío, sí —insistió—.
Además, te lo pone en bandeja para que te vayas con otro.
—Déjalo ya. Sé por dónde vas. —Natalia la miró con una ceja alzada—.
Fin del asunto. Héctor Gandía ya está fuera de mi vida. Se acabó.
—Me asombra la gran capacidad que tienes para sacar a los hombres de
tu vida y hacer como que nunca pasaron por ella, pero algo me dice que
Héctor es diferente. Nunca te había visto así.
—¿Pero tú has visto cómo me ha tratado? Me envía flores y una nota. El
muy cobarde no da la cara.
—Hace bien. Se la partirías —murmuró Natalia—. ¿Qué piensas hacer?
—se interesó.
—Beberme esta botella contigo, olvidarme de Héctor para siempre y
aprovechar este viaje —dijo tomando los billetes en la mano.
—¿Te vas a ir? —preguntó asombrada.
—Sí. Me los ha enviado, pues me iré.
—¿Con quién?
—Pues en vista de que mis mejores amigas ya tienen el fin de año
planeado, me marcharé sola. Me hará bien cambiar de aires y pensar. Igual
hasta me topo con un maromo con el que entrar el año nuevo bien
acompañada.
Mónica intentaba ser la misma de siempre, pero su amiga sabía que algo
había cambiado en ella. Héctor había logrado calar en Mónica como ningún
otro hombre.
Natalia le sonrió y brindó con ella. No le cogía de sorpresa que viajase
sola, no era la primera vez. A Mónica no le gustaban las reuniones
familiares y huía de ellas siempre que podía. Pasaba con la familia el día
veinticuatro de diciembre, pero fin de año era una fecha de fiesta y siempre
la organizaba con sus amigas o algún ligue. Este año lo iba a pasar sola.
Necesitaba poner en orden su vida, Héctor se la había descolocado por
completo.
16

Al día siguiente, más calmada y cuando se le pasó el dolor de cabeza de


la botella que se bebió junto con Natalia, Mónica le envió un simple
mensaje al teléfono de Héctor en el que le decía:

Gracias por ser tan considerado. Aprovecharé el viaje.


Y lo mejor es que cada cual vuele por su lado. Fue un placer.
Mónica Peñalver.

Le dio a enviar y sonrió con la sensación de que se la había devuelto.


Comenzó a hacer las maletas y bloqueó el número de Héctor Gandía en su
agenda para siempre.
***
El día antes de fin de año, Héctor se tomaba una copa con su socio
Nicolás a media tarde. Este último recibiría dos mil veinte junto con su hija
y ambos amigos se despedían hasta dentro de unos días.
—¿Tú no tendrías que estar haciendo las maletas? —se interesó Nicolás
cuando consultó el reloj y vio que era tarde. Hasta donde sabía su amigo se
iba al día siguiente a Lisboa con Mónica.
—Cambio de planes. No voy —murmuró seco. Sin ánimo de darle más
explicaciones.
—Te ha dejado tirado —afirmó risueño—. Si es que Mónica se ve una
mujer de armas tomar —comentó en tono jocoso Nicolás—. Estoy seguro
de que nunca te habías topado con alguien como ella.
—La he dejado yo.
—¿Y eso? ¿Demasiada mujer para ti? —preguntó en tono burlón.
Estaba asombrado.
—Es complicado.
—Pues cuéntamelo, hombre. Si entre nosotros no existen secretos —le
animó con una palmada en el hombro—. Te veía ilusionado con ella. Hasta
llegué a pensar que era la mujer para ti.
—Se acostó con mi hermano —soltó de golpe.
—Bueno… a ver si ibas a pensar a estas alturas que era virgen —
bromeó—. Creo que ya sabes que es una mujer con demasiada experiencia.
—Mi hermano fue el primer hombre en su vida. Eso nunca se olvida.
No podría estar con una mujer sabiendo eso.
—Fue hace muchos años… y, además, ¿por qué te lo ha contado? —
preguntó extrañado.
—Pregunté yo. Me dijo que tuvieron algo y que él fue su primer… No
quise escuchar más. Te juro que se me revolvió el estómago. Compartí
muchas cosas con mi hermano, pero nunca una misma mujer.
—¿Y eso te va a impedir volver a estar con ella? —preguntó Nicolás
perplejo.
—Desde que lo supe no me siento bien con ella. He determinado que lo
mejor es alejarme. Hay muchas mujeres en el mundo.
—Ya. Lo malo que yo veo en este caso es que ella es la mujer para ti.
Me temo que Mónica caló en tu corazón desde hace años y no la has
olvidado, y eso es por algo —aventuró.
—Ella nunca supo que me gustaba. Y ahora solo nos hemos acostado.
No hay sentimientos de por medio.
—¿Estás seguro? —preguntó con una ceja alzada. No lo creía.
—Le envié los billetes para Lisboa y la reserva del hotel y le faltó
tiempo para aceptarlo. Mónica sustituye a un hombre por otro como si se
tratase de ropa. No se implica en las relaciones, no cree en el amor y nunca
ha deseado formar una familia —enumeró.
—¿Es una queja? —le preguntó su amigo.
Héctor lo miró pensativo y negó con un gesto serio en el rostro. No
tenía derecho a juzgarla, Mónica llevaba la misma vida que él y la de
muchos hombres.

Aquella madrugada, cuando Héctor dormía lo despertó el móvil. Vio el


nombre de su socio en la pantalla y bufó. Él se había venido a casa antes de
las doce de la noche, pero Nicolás continuó de copas con otros amigos.
Héctor pensó que ya se habría liado en algo y lo llamaba para que fuese en
su rescate, como en otras ocasiones.
—¿Qué ocurre? —preguntó somnoliento y de mal humor.
—Ve a buscar a Mónica, pedazo de imbécil. Estará sola en Lisboa
recibiendo el año. Acaba de decírmelo su amiga Lidia, que he coincidido
con ella de copas —reveló con voz de borracho.
—¡¿Para eso me llamas?! —le reprendió con un grito.
—Consideré que era una información vital para ti, hermano. —Cortó la
comunicación y se echó a reír a carcajadas.
Héctor se tumbó en la cama, expulsó aire y pensó en lo que Nicolás le
había dicho. Su amigo estaba borracho, consideró la posibilidad de no
hacerle caso, pero, al mismo tiempo, su corazón le dictaba que fuese con
Mónica. La razón le decía que era una mujer que no le convenía, que le iba
a dar demasiados dolores de cabeza, sin embargo, por primera vez en su
vida, el corazón le pudo a la razón. Se levantó de golpe, cogió una maleta
con algo de ropa y se dirigió al aeropuerto.
***
Mónica decidió despedir el año sola en la lujosa habitación en la que se
alojaba en Lisboa. En el último momento, no le apeteció bajar a la gran
fiesta que había organizada en el restaurante del hotel. Con un vestido negro
y la ropa interior en roja, decidió despedir dos mil diecinueve de una forma
diferente. En una suite en la planta quince del edificio desde donde divisaba
unas maravillosas vistas. Le habían indicado en recepción que tendría un
lugar privilegiado para ver los fuegos artificiales al recibir el nuevo año.
Por otro lado, Héctor apremiaba al taxista que lo llevaba directo al hotel
desde el aeropuerto. Consultaba el reloj y necesitaba llegar antes de la
media noche. Cabía la posibilidad de que no encontrase a Mónica o de que
estuviese con alguien, pero algo en su interior lo animaba a comprobarlo.
Cuando el coche paró en la puerta del hotel quedaban quince minutos
para la media noche. Héctor le dio al hombre un billete de cien euros y no
esperó el cambio. Le indicó al botones que recogiese el equipaje del
maletero mientras que él se dirigía a recepción para preguntar por Mónica.
Una chica le indicó, tras comprobar que él era quién realizó la reserva, que
estaba alojada en la suite de la panta quince y le reveló que su asistencia
estaba confirmada para la fiesta de aquella noche en el restaurante.
Héctor no perdió más tiempo y comenzó a darse media vuelta para ir en
busca de Mónica, pero justo en ese instante sonó la voz de un hombre:
—La señorita no ha bajado aún. Desde la diez de la noche no me he
movido de delante de los ascensores y le aseguro que no le vi.
Héctor asintió y volvió al mostrador de recepción.
—Deme la llave de la habitación —exigió de forma autoritaria con la
mano extendida.
La mujer le entregó de inmediato la tarjeta, a la misma vez que le
deseaba un buen año nuevo.
Héctor se dirigió al ascensor, agradeció que no tuviese que esperar a que
bajase y pulsó la planta quince. Mientras ascendía consultaba el reloj y
comprobaba que faltaban ocho minutos para las doce de la noche.
Enfiló el largo pasillo hasta la puerta de la habitación y entró sin
molestarse en llamar. No encendió ninguna luz ni hizo ruido. De forma
sigilosa buscó a Mónica. En un principio comenzó a creer que estaría
dormida, pero la encontró de espalda, delante de la terraza. Las puertas de
cristales estaban cerradas, pero ella mantenía la vista fija en las luces del
fondo.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de Héctor al verla allí sola. Posó la
mirada en la espalda que dejaba al descubierto el vestido que llevaba y se
acercó a ella sin hacer ruido. De fondo tenía encendida la televisión en una
cadena española donde retransmitían las campanadas desde las islas
Canarias, los presentadores hablaban e indicaban que el momento de tomar
las uvas estaba muy cerca.
Mónica se encontraba sumida en sus propios pensamientos, con una
copa en la mano llena con las doce uvas. Se las pensaba tomar, ella nunca
dejaba de cumplir con la tradición, recordaba cómo había sido su vida en
los últimos años. Llena de logros profesionales y cargada de fracasos
sentimentales. Una parte de su ser se sentía en desventaja, pero no sabía
cómo remediar aquello.
De repente, sintió cómo unas manos grandes le rodeaban la cintura. Se
sobresaltó e intentó girarse, pero no le dio tiempo a darse la vuelta para ver
de quién se trataba.
17

—Soy yo —le susurró Héctor al oído al mismo tiempo que posaba sus
labios sobre su esbelto cuello.
El olor a él y sentirlo tan cerca hicieron que las piernas le flaqueasen y
un nudo se le instalase en la garganta.
—¿Qué haces aquí? —logró preguntar con esfuerzos. Sin capacidad
para encararlo.
—He venido en busca de lo que más deseo. Tú —confesó con voz
ronca.
Despacio, Mónica se dio la vuelta, lo miró a los ojos y al ver en ellos
mucho más de lo que dijeron sus palabras algo dentro de su ser se rompió
en mil pedazos, quizá la coraza que llevaba desde hacía años en el corazón.
Sin querer, dejó caer la copa al suelo y el cristal se hizo añicos al mismo
tiempo que las uvas rodaron como canicas. Ninguno de los dos prestó
atención a ello. Héctor barrió los cristales hacia un lado con el pie, sin dejar
de mirarla a los ojos, y se acercó más a Mónica. Ella llevó las manos hasta
su pecho, manteniendo la mirada fija en él, y terminaron besándose como
locos, sumidos en una atracción que ninguno pudo contener.
De fondo, las campanadas del nuevo año resonaban, pero ellos no eran
conscientes, estaban inmersos en el beso, saboreándose con ganas,
hambrientos, con los sentidos a flor de piel. Comenzaron a desnudarse con
prisa, mientras los fuegos artificiales por la llegada del año dos mil veinte
aparecían tras ellos. Llegaron a la cama sin dejar de acariciarse ni de
besarse en ningún momento. No habían cruzado ni una sola palabra, pero
no hizo falta. A veces, los sentimientos se pueden leer en la mirada. En este
caso hablaban sus cuerpos y cada cual pudo comprobar que el otro estaba
necesitado del calor y la urgencia de hacer el amor juntos. Hacía más de una
semana que no tenían sexo y aquello fue una completa explosión, tanto
como la que se producían en el exterior.
En la cama, desnudos, saciados, sudorosos y abrazados, cuando sus
respiraciones se normalizaron y fueron conscientes de lo que acababan de
hacer, comenzaron a reírse sin parar.
—Eres un cabrón, Héctor Gandía —murmuró Mónica, sonriente.
—Y tú una completa bruja que me tiene hechizado —reveló atrayéndola
más hacia su cuerpo y besándola con pasión.
—¿Qué coño haces aquí después de haberme dejado plantada? —le
reprochó.
—Me he replanteado todo —le comunicó con una sonrisa, acariciándole
el rostro con la mano derecha.
—Estás jugando conmigo y eso es algo que nunca le he permitido a un
tío.
—Estaba confuso —justificó.
—¿Confuso? —preguntó sorprendida.
—Sí. Tú me confundes demasiado.
—No soy tonta, todo cambió entre nosotros cuando comenzamos a
hablar de tu hermano. ¿Qué pasó? —preguntó de forma directa.
Incorporándose un poco para mirarlo a los ojos.
—No sé, imaginarte a ti y a Andrés juntos…
—Por favor, éramos unos críos. Y fue un simple beso.
—¿Un beso? —preguntó sacudiendo la cabeza.
Ella asintió.
—Sí, un beso. Vale que tu hermano me diera mi primer beso, eso nunca
se olvida, pero no éramos novios ni nada. Fue en la fiesta de tu cumpleaños.
Cuando jugábamos a la gallinita ciega. Yo ya tenía catorce años, pero
siempre vi a Andrés como a un hermano. Le dejé claro que no me gustaba.
Y eso jamás cambió. —Héctor la miraba sonriente—. ¿Por qué me miras
así? —preguntó de golpe, a modo de reproche.
—¿Tu primer beso fue con catorce años y ese día? —preguntó
asombrado.
—Sí —respondió a la defensiva—. ¿Qué te pasa? —Le molestaba cómo
la miraba.
Héctor soltó una sonora carcajada, la besó y rodó con ella por la enorme
cama atrapando su cuerpo con el suyo.
—No me lo esperaba —murmuró sobre sus labios mientras le acariciaba
los pechos.
Ella fue a decir algo más, pero no la dejó hablar. Le hizo el amor de
forma lenta y pausada, saboreando cada instante y cada centímetro de la
piel de aquella mujer que lo traía loco desde hacía años.
—No me he tomado las uvas por tu culpa —murmuró Mónica sobre el
pecho desnudo de Héctor cuando volvió a recuperar el aliento.
—Tienes que admitir que esto ha sido mejor. Comenzar el nuevo año
haciendo el amor, con las campanadas y los fuegos artificiales de fondo.
—No soy de tradiciones, pero comerme las uvas es algo que siempre he
hecho, y, hasta ahora, me ha ido bien.
—Este año será mejor, lo presiento.
—Ah, ¿sí? ¿Por qué?
—Porque tú estás en mi vida —confesó de golpe.
—Tenemos que hablar —dijo Mónica con aire mandón.
—Vaya, con lo bien que estamos así —se quejó Héctor, sonriente y
juguetón.
—Me dejaste plantada en este viaje y me planteaste romper nuestro
acuerdo —le reprochó de frente.
—Te viniste sola y aceptaste romper —le recordó.
—¿Qué querías que hiciera? No iba a llorar por ti. Nunca he derramado
lágrimas por un hombre —le dejó claro.
—¿Podemos comenzar de nuevo? —preguntó con paciencia—. He
estado muy agobiado la última semana.
—¿Qué propones? —preguntó ella con desconfianza.
—¿Te has acostado con alguien desde nuestra última vez? —Los celos
se lo comían por dentro.
—Si respondo, tengo derecho a preguntar lo mismo —le dejó claro.
—Mi respuesta es no. No me he acostado con nadie —dijo de
inmediato.
—Yo tampoco.
En la cara de Héctor se dibujó una sonrisa.
—Tendremos que recuperar el tiempo perdido —murmuró sobre sus
labios.
—Ah no, ni pienses que voy a estar metida en esta habitación los tres
días que nos quedan en Lisboa. He venido dispuesta a conocer esta
maravillosa ciudad.
—Haremos turismo, pero las noches son nuestras. Luego no me digas
que estás cansada.
—Yo nunca estoy cansada para el sexo. Y contigo es increíble —
confesó sentándose a horcajadas sobre él.
—Me alegra saberlo —manifestó con orgullo.
—Continuemos con nuestro trato. Exclusividad en la cama, señor
Gandía —le recordó Mónica mientras que le mordía a conciencia el lóbulo
de la oreja.
—Todo un placer, señora abogada.
Ambos sonrieron y rodaron por la cama con la sensación de que estaban
felices como nunca antes.
El resto de la noche lo pasaron desnudos, durmiendo abrazados, como
una pareja enamorada.
18

A la mañana siguiente, cuando despertaron, a ambos les resultó raro


hacerlo en los brazos del otro con la complicidad y los sentimientos que
experimentaban. El primer impulso fue alejarse y salir de la cama, pero no
pudieron hacerlo. Se enredaron en un beso de buenos días y terminaron
compartiendo una ducha muy íntima.
Bajaron a desayunar y como llovía mucho volvieron a la habitación de
nuevo.
—¿Has hecho un pacto con el tiempo para retenerme aquí? —preguntó
Mónica ante la sonrisa de satisfacción que mostraba Héctor. Él se encogió
de hombros—. Vamos, desnúdate y volvamos a la cama.
—¿Siempre eres tan directa?
—¿Es una queja? —inquirió con una ceja alzada.
—Para nada. Me encanta tenerte sin ropa junto a mí. No existe mejor
plan para comenzar el año que tú y yo, desnudos, en esta habitación. Tienes
que admitir que es muy romántico. Nosotros, haciendo el amor, mientras la
lluvia cae fuera y la escuchamos contra los cristales —le susurró en el oído.
—¿Romántico? —preguntó con cierto deje de asombro—. ¿De verdad
esas cursiladas van contigo?
—No seas tan mecánica, párate a disfrutar de lo que te rodea, y siente
—la animó mientras le recorría el cuello con húmedos besos y despertaba
su deseo.
—Conmigo no tienes que esforzarte para llevarme a la cama, sabes que
voy de buena gana. No tienes que impresionarme para que me enamore de
ti, no creo en el amor. Y, no tenemos una relación seria. Solo nos acostamos
y disfrutamos —le recordó.
—Disfrutemos, mi bruja. —Se apoderó de su boca y la llevó de nuevo a
la cama.

El día siguiente se presentó soleado, decidieron dar un paseo por los


mercados navideños y visitar La Torre de Belém. En el recorrido por el
concurrido mercado, Héctor tomó la mano a Mónica y así pasearon entre el
tumulto. Sentir sus dedos entrelazados, de esa forma tan peculiar que tenía
de tomársela, con los de él, la hizo sentirse especial. Hacía años que no
paseaba de la mano con un hombre por la calle. Sus últimas relaciones se
habían basado simplemente en el sexo.
En la Torre de Belém se tomaron fotos juntos y admiraron las vistas del
monumento. Héctor sentía a Mónica especial, sonreía en todo momento y la
veía feliz y relajada. Por lo general siempre estaba en tensión y alerta,
saltaba a la más mínima. Sin duda, dedujo que era el estrés. Le hacía falta
aquel viaje para ser ella.
Aquella noche, decidieron ir al casino. Mónica se empeñó en apostar
fuerte a la ruleta y ganaron. Cuando vieron el resultado, ambos se abrazaron
y se besaron, emocionados. Era una cantidad importante, pero el gran
subidón de adrenalina se los dio el hecho de apostar al número ganador por
la corazonada de Mónica.
Cuando llegaron de vuelta al hotel, Héctor le preguntó:
—¿En qué vas a gastar todo el dinero que has ganado?
—Hemos ganado —lo corrigió—. El dinero inicial con el que
comenzamos en el casino era tuyo.
—Bien —aceptó de buen grado—. ¿En qué lo vamos a emplear?
—En vista de que lo estamos pasando de lujo, ¿qué te parece en otro
viaje? —propuso con entusiasmo.
—Me gusta la idea —comentó tomándola por la cintura y acercándola a
él—. Elige el destino.
—No volveré a tener más vacaciones hasta verano. —Héctor asintió—.
Me gustaría la costa de Italia, siempre he querido ir a Cinque Terre.
—Buena elección.
—¿Has estado antes? —Ella sabía que los padres de Héctor vivían
desde hacía años en Roma.
—En esa parte no. Me gustará conocerla contigo, mi pequeña bruja.
Mónica le arrancó la camisa y lo besó con pasión. Lo tumbó en la cama
y lo miró como una tigresa. Pensaba devorarlo entero, nunca se había
sentido tan atraída por un cuerpo masculino como por el de Héctor. Sentía
verdadera adicción por él.

El último día en Lisboa recorrieron la Plaza del Comercio, la Plaza del


Marqués de Pompal y a Mónica se le antojó un pastel de Belém.
—Vamos, no podemos irnos sin probarlos. Dicen que están de muerte.
—Tiró de la mano de Héctor en dirección a una pastelería.
—¿Pero tú has visto la cola que hay? —se quejó él.
—Seguro que vale la pena esperar —intentó convencerlo.
—Si hay algo que odio en esta vida, y me pone de mal humor, es
esperar. Odio perder el tiempo.
Mónica suspiró. Héctor no tenía intención de ponerse en la cola, pero a
ella le apetecía comerse un dulce típico del que tanto había oído hablar. De
repente, al ver un cartel al fondo de la pastelería, se le ocurrió una idea.
—Ven conmigo —dijo con tono autoritario, al mismo tiempo que lo
tomaba de la mano y tiraba de él con fuerza.
Cuanto Héctor vio que Mónica se saltaba toda la cola y se posicionaba
delante del mostrador, por poco le da algo. La miró con la cara roja de
vergüenza. Ella le mostró una enorme sonrisa, disfrutaba cuando lo
descolocaba por completo.
—Sígueme el juego y compórtate como un marido atento —le susurró
bajito al oído.
Él la miró sin saber a qué se refería, pero aquella loca comenzó su
actuación.
—Estoy embarazada, aún se me nota poco —Le indicó a la dependienta
con la mirada clavada en el cartel de atención prioritaria a embarazadas y
personas con reducida movilidad, mientras se llevaba la mano a la barriga
para que la mujer la entendiese del todo—, pero no puedo estar mucho
tiempo de pie. Tengo el nervio ciático cogido. ¿Nos pone unos pasteles para
llevar?
La dependienta la miró con una sonrisa, asintió y comenzó a ponerle el
encargo.
Héctor, le pasó una mano por la cintura y la otra la llevó hasta su
vientre, siguiéndole el juego, se lo masajeó.
—Por poco haces que me caiga del susto. Estas cosas se avisan —le
reprochó en el oído mientras le mostraba una sonrisa a la mujer que los
atendía, que no les perdía la vista—. No tienes límites, eres una bruja.
—Una pequeña mentira piadosa. Se me ocurrió de pronto —dijo
mirando el cartel que colgaba por encima de ambos—. Lo hice por ti —le
susurró sonriente.
—La próxima vez me adviertes o terminaremos en el hospital con un
cuadro de arritmia.
—Lo haré, mi amor —comentó en tomo más alto, representando su
papel.
Héctor pagó los pasteles, los cogió en la mano y se despidió de la
dependienta.
—Vamos, cariño —le indicó a Mónica tras darse la vuelta para salir del
local.
—La dependienta se ha quedado babeando por ti —le hizo saber con
cierto tono molesto que no consiguió ocultar.
—Y todos los hombres que esperaban en la cola no te han quitado ojo
de encima —murmuró mientras le plantaba un beso en la mejilla—. Pero
eres toda mía. —La abrazó y le dio un beso en los labios.
Comieron y saborearon el pastel en plena calle.
—Exquisito —dijo Héctor tras terminarlo.
—Mi locura ha valido la pena. No podíamos irnos sin probarlos.
—Sí.
—¿Estás viendo aquella pista de patinaje? —le preguntó Mónica. Se
divisaba al fondo de donde ellos se encontraban. Héctor asintió—. ¿Qué te
parece si bajamos las calorías del pastel? Hace años que no patino. —Lo
miró son gesto suplicante.
Héctor aceptó de inmediato. Se le daba bien patinar sobre hielo.
En la pista, a Mónica le costó un poco coger el ritmo. Al principio iba
agarrada de la mano de Héctor en todo momento. Dio varios traspiés, pero
ninguno tuvo consecuencias. Su culo no llegó a tocar el hielo. Cuando tuvo
más confianza y se vio más suelta, comenzó a patinar sola. Héctor se
desenvolvía a las mil maravillas, pareciera que se dedicaba a ello. Mónica
lo admiró en silencio cuando patinaba delante de ella.
De repente, un adolescente sin control se aproximó a Mónica a gran
velocidad, Héctor intentó llegar hasta ella y evitar el choque, pero, por más
que intentó hacerlo, no llegó a tiempo. El niño la tumbó contra el hielo,
propinándole un buen porrazo.
Preocupado, Héctor se arrodilló junto a ella, no sin antes reprender al
adolescente por la imprudencia, que se disculpaba apenado. Mónica le
indicó que se encontraba bien. Héctor echaba fuego por los ojos, estaba
muy enfadado por al accidente.
Mónica intentó aplacarlo.
—Estoy bien. Ayúdame a levantarme y nos vamos.
Cuando se colocó de nuevo sobre el hielo, sintió un leve pinchazo en la
pierna que le impedía caminar bien. Héctor se dio cuenta y de inmediato la
cargó en brazos hasta sacarla de la pista.
—Gracias —le indicó con admiración y una sonrisa en los labios
cuando él estaba arrodillado delante de ella mientras le ponía sus botas.
—¿Vamos a un hospital? —Estaba preocupado.
—No. Estoy bien, de verdad. Ha sido solo el golpe. Vamos al hotel y
con una ducha caliente se pasará todo.
—¿Estás segura?
—Segura. Tranquilo que nuestra última noche en Lisboa será
memorable —le comentó con un susurró en el oído.
—Te quiero al cien por cien —le indicó en tono burlón.
—Ya decía yo que tanto interés en mi salud era más por ti que por mí.
Ambos terminaron en carcajadas, pero en el fondo, cada cual sabía los
sentimientos que habían brotado en su interior tras aquella inesperada caída.
19

Tras el regreso de Lisboa, Mónica y Héctor siguieron viéndose y


acostándose juntos. Ellos lo llamaban una relación cómoda y sin ataduras,
pero lo cierto era que cada día daban un paso más sin quererlo. Desde que
llegaron de pasar el fin de año juntos se veían a diario. Hacían planes y se
contaban su día a día.
—¿Cenamos juntas esta noche? —propuso Lidia a Natalia y Mónica
después de finalizar el día de trabajo. Habían tenido una semana agotadora
tras el regreso de las vacaciones de Navidad.
—No puedo. Héctor ha reservado el fin de semana en Granada. En un
Spa —les anunció Mónica.
—Vaya, vaya. Os veo cada vez más unidos. Una pareja —lanzó Natalia.
—Estamos bien juntos. Lo pasamos de lujo.
—¿Qué sientes por él? —se interesó Lidia.
—Me gusta, es obvio. El tío está buenísimo. Y en la cama es lo mejor
que he probado.
—Yo veo en tus ojos un brillo especial desde que volvisteis de Lisboa
—le indicó Natalia.
—Te tiene loca —lanzó Lidia—. Os veis casi todos los días. Y, cuando
te distraes y pones cara de boba, apuesto a que estás pensando en él.
—¿Cuándo os vais a vivir juntos? —preguntó Natalia sonriente.
—Nada de eso. Estamos muy bien como estamos.
—¿En serio no quieres más? ¿Una relación estable, normal y corriente?
—preguntó Lidia.
—Me gusta mi libertad.
—Cabe la posibilidad de que Héctor Gandía comience a gustarte más —
aventuró Natalia.
Mónica negó con un gesto y se marchó.
—Está colada por él —afirmó Natalia.
—Coincido contigo. No lo quiere admitir, pero Héctor Gandía es su
hombre. Está enamorada.
—Conociéndola, o no lo admite nunca o el día que se dé cuenta se fuga.
Ambas amigas estallaron en carcajadas.

Mónica recogió a Héctor en un bar que le indicó. Había ido con un


amigo, se le hizo tarde y no llevaba su coche. Le pidió a ella que recogiese
la maleta en su casa y pasase por él, de ahí se irían directos a Granada.
Ella se bajó del coche y entró en el local en busca de Héctor. Para
sorpresa de Mónica, lo encontró con Marcos. Se acercó a ellos,
mantuvieron una breve conversación y luego salieron hacia el coche.
Marcos no los acompañó.
—¿Nos estamos conociendo? —preguntó Mónica a Héctor a modo de
reproche. Así era como la había presentado a su amigo tras ella darle un
beso al verlo y recogerlo. Marcos ignoraba que su amigo estaba con una de
las mejores amigas de Sofía.
—¿No te ha parecido acertada mi presentación? —inquirió con una ceja
alzada—. Me pareció más educado que decir: nos acostamos juntos.
—Marcos tampoco se iba a escandalizar. Está acostumbrado a todo.
—¿Qué te pasa? —La notaba alterada.
—Ver a tu amigo me ha puesto de mal humor. Sofía no lo está pasando
muy bien que digamos. Está muy pillada por él.
—Vaya. —Héctor recibió la información con una sonrisa. Se alegró por
su amigo—. ¿Comenzamos nuestro fin de semana? —La abrazó, le dio un
beso en condiciones antes de montarse en el coche y se olvidó de todo.
Mónica asintió. Cuando estaba con Héctor su mundo era mejor. Tenía el
don de que solo se centrase en él y disfrutaba como nunca. Le hacía sentir
cosas que no había experimentado antes. A veces, eso la asustaba, pero era
más fuerte el impulso de continuar sintiéndolas.
Pasaron un fin de semana increíble en Granada. Visitaron La Alhambra
juntos y pasearon por la ciudad como si fuese la primera vez que estaban
ahí.
Sin ninguno de los dos apenas darse cuenta, cada día acumulaban
nuevos recuerdos, experimentaban cosas nuevas y vivían sentimientos
especiales que se negaban a reconocer. Hacía dos meses que estaban juntos
y continuaban haciendo planes de futuro. Lo próximo era pasar el verano en
Cinque Terre. Por la cabeza de ninguno pasaba parar aquello. Ambos
sentían la necesidad de vivirlo.
De vuelta a Marbella, Héctor conducía, tras un fin de semana
maravilloso juntos, le dijo a Mónica:
—El catorce de febrero cumplo treinta y cinco años. Mi madre quiere
que hagamos una gran celebración en un hotel de Málaga. Que invitemos a
amigos y conocidos. Si eso le hace bien y sirve para que se acerquen,
bienvenido sea. Quiero que sepas que estás invitada.
—El catorce de febrero —murmuró. Nunca le había gustado aquella
fecha tan comercial.
—¿Algún compromiso? —La miró sonriente—. ¿Un enamorado
secreto?
—Me parece una fecha estúpida. Me dan ganas de vomitar cuando veo
que ese día las parejas lo celebran como si fuese el único que se quieren. Es
toda una farsa. Puro marketing. Por otro lado… No sé si sea buena idea
acudir. Si tu madre organiza esa fiesta… estarán mis padres —manifestó
pensativa.
—¿Qué problema hay?
—No voy a asistir como tu pareja y que me presentes a todos.
—Puedes venir como una amiga especial. Es lo que eres.
—Sabes que eso no lo comprende mucha gente. Y paso de dar
explicaciones. Por otro lado, estarán los que aún nos creen comprometidos.
No llegamos a desmentir eso, y como te empeñas en salir juntos y hacer
vida social, la gente nos ve. No quiero que me pregunten para cuando la
boda. Así que mi respuesta es no.
Héctor la miró en silencio, pensó y supo cómo hacerla cambiar de
opinión.
—No te creía una cobarde, sino una mujer fuerte y decidida que lucha
por sus ideales. Si somos amigos especiales, ¿qué problema supone decirlo?
Además, todo el mundo estará centrado en la vuelta de mis padres y en
felicitarme.
Mónica lo pensó por unos segundos.
—Está bien, iré, pero para sentirme un poco mejor me tomaré la libertad
de invitar a Natalia, Lidia y Sofía. Iremos en calidad de amigas.
—Me parece bien.
Héctor la miró con una sonrisa triunfante.

Dos días antes del cumpleaños de Héctor, este le pidió un favor a


Nicolás:
—Necesito que me des la dirección de esa joyería tan buena donde le
compraste el anillo de compromiso a tu exmujer.
—¿Y eso? —preguntó Nicolás asombrado—. ¿Una joya para una
mujer? ¿Mónica o tu madre? Es tu cumpleaños, los regalos los recibes tú,
por si lo has olvidado —le comentó sonriente.
—No quiero ir a la joyería de siempre. La dueña es amiga de Vanesa, y
no quiero que esto se filtre. Que quede entre tú y yo —le advirtió—. Quiero
comprarle a Mónica algo.
—¿Un anillo de compromiso? —preguntó asombrado.
—No quiero asustarla. Pero deseo regalarle un detalle especial.
—Te has enamorado de ella —afirmó su amigo señalándolo con el
dedo.
Héctor se tomó su tiempo para admitirlo, finalmente asintió.
—Sí, pero no puedo decírselo. Quiero ir poco a poco. Primero quiero
que sepa que es especial para mí. Le voy a proponer una relación seria y
formal.
—¿Y si te rechaza?
—Esperemos que no. —Confiaba en sí mismo.
—Es Mónica. Permíteme recordarte que no es cualquier mujer.
—Lo sé. Ella es única. Y si algo sé es que no quiero perderla.
—Suerte, porque la vas a necesitar. Vamos, te acompaño a la joyería.
No tengo nada que hacer.
Salieron juntos y fueron a Málaga.
Héctor no tenía claro por qué decidirse, solo sabía que no quería un
anillo. Eso lo tenía pensado para más adelante. Por el momento solo tenía
en mente un detalle significativo, acorde con Mónica Peñalver.
Finalmente se decidió por una pluma de plata y decidió añadirle una
inscripción.

A ciegas te encontré y siempre te recordaré como la primera vez.

Nicolás le preguntó por el significado de aquella frase cuando se la


escribió al joyero para que la grabase, pero se negó a explicárselo.
—Es algo muy mío y de Mónica.
—Estás muy misterioso, y cambiando —añadió—. Esa mujer te ha
vuelto como un calcetín.
20

El día del cumpleaños de Héctor coincidía en viernes. Su madre había


invitado a más de cien personas. Él se había trasladado al hotel donde se
alojaban sus padres un día antes del evento y se quedaría allí todo el fin de
semana. Le propuso a Mónica que ocupase su habitación con él, pero ella
prefirió ir y venir con sus amigas. Además, aquella noche habían quedado
en que no se comportarían delante de los demás de una forma cariñosa.
Los padres de Mónica también estaban invitados, y para sorpresa de
Héctor, su madre le comunicó a última hora que había invitado a Vanesa. Se
la había encontrado aquella mañana en el centro de Málaga de compras y
consideró una falta de respeto no hacerlo. Había pertenecido a la familia
algunos años. Aquello no le hizo demasiada gracia a Héctor, pero habría
tantos invitados en la fiesta que seguro que solo la veía de pasada.
La fiesta de cumpleaños comenzaba a las nueve, pero Mónica y sus
amigas no llegaron hasta las diez. En aquella hora, Héctor buscó a Mónica
entre todas las personas que saludaba. No se habían visto aquel día y
esperaba su felicitación como la más personal y especial, aparte de la de sus
padres.
Cuando Mónica entró, de inmediato Héctor supo el motivo por el que la
mitad de los invitados desviaron la mirada hacia la puerta. Aquella pelirroja
de armas tomar llevaba un vestido blanco con motivos en negro de infarto.
En manga larga, con la espalda al descubierto y una raja en la parte
delantera que mostraba su maravillosa pierna a cada paso que daba. Sus
amigas la acompañaban, pero ninguna le hacía sombra. Al menos Héctor,
solo tenía ojos para ella.
—¡Qué pasada de cumpleaños! —exclamó Lidia al ver el despliegue.
—Esto es como una boda —lanzó Natalia al ver a tantos camareros y el
bufé libre.
Sofía guardó silencio. No tenía ganas de asistir. Lo hizo por insistencia
de las chicas, y de paso por si se encontraba con Marcos. Hacía días que no
se veían y tenía la sensación de que le rehuía.
Héctor se acercó a ellas y las chicas de inmediato lo saludaron. Él iba
muy guapo, con un traje de chaqueta en riguroso negro. Camisa blanca y
corbata negra. Muy elegante. Llevaba el pelo un poco engominado y le
sentaba de maravilla. Sus ojos marrones aquella noche tenían un brillo
especial, parecían hasta más claros. Saltaba a la vista que estaba feliz. La
sonrisa que mostraba lo delataba.
A Mónica la saludó la última, ella lo hizo con un beso en la mejilla, en
el que se demoró un poco más y le susurró:
—Luego te felicito de verdad. Esto es solo un ensayo. —Aquellas
simples palabras consiguieron poner a Héctor a cien.
Le rozó la mano de forma sutil con la suya y le sonrió de esa forma que
solo él sabía hacer, con la cual le despertaba mil mariposas en el estómago a
Mónica.
Durante el resto de la noche, Mónica coincidió muy poco con Héctor.
Sus padres e invitados lo acaparaban. De forma inconsciente, lo observaba
de lejos. Lo admiraba e incluso su corazón le daba un vuelco cuando él le
dedicaba una sonrisa o un guiño de ojo en la distancia, ya que no le perdía
la pista.
Cuando llegó el momento de soplar las velas delante de la tarta, Mónica
procuró no estar cerca de él. Estaba en aquella fiesta en calidad de amiga y
no quería habladurías. Cuando coincidió con los padres de Héctor, este les
recordó quién era ella y le indicó que eran amigos ya que Mónica le llevaba
algunos asuntos legales de la empresa. Fue la única excusa que se le ocurrió
para justificar aquella amistad repentina tras los años.
Vanesa acudió a la fiesta de su ex. Seguía enamorada de Héctor y todo
lo que tuviese que ver con él le importaba.
—Querida, qué alegría de verte. —La madre de Héctor saludó a Vanesa.
Siempre se llevaron muy bien. Además, la conocía desde hacía años. Era la
hija de unos buenos amigos.
—Lo mismo digo. —Ambas mujeres se abrazaron con cariño—. Echo
de menos tus cuidados en mi piel. —Se tocó la cara y los labios, rellenos de
bótox. Vanesa dirigía una prestigiosa clínica de medicina estética, y era muy
buena—. Tengo que pasarme a hacerme unos retoques antes de marcharme.
¿Qué tal va todo?
—En el trabajo de maravilla. Con Saúl, todo acabó hace unas semanas.
Rompí mi compromiso.
—Chica, tú eres experta en romper compromisos. Este es el segundo.
Aún tengo la pena de que no vayas a ser mi nuera. ¿Qué ha pasado?
—Él tiene su vida en Jerez y yo aquí. Ninguno estamos dispuesto a
cambiar eso, y hemos decidido darnos un tiempo.
—Yo creo que tú aún sigues enamorada de mi hijo. He observado cómo
lo miras —se atrevió a decir.
—Héctor fue muy importante en mi vida.
—Pero lo dejaste, querida —le espetó de golpe.
—Me fue infiel y tenía que darle un escarmiento. Él aceptó de tan buena
gana que rompiésemos… No intentó arreglarlo, ni que lo perdonase —se
quejó con pena.
—Aún puedes arreglarlo, querida. Ambos estáis libres, y ya sabes…
donde hubo fuego…
—¿Libres? —preguntó asombrada—. Hasta donde yo sé, tú hijo está
comprometido con esa abogada… Mónica.
—¡¿Cómo?! Debe de ser un mal entendido. No estoy informada de ello.
—A mí me la presentó hace unos meses como su prometida.
La madre de Héctor la miró con los ojos muy abiertos. Buscó a su hijo
entre la gente y luego lo hizo con Mónica. En ese instante ambos estaban
juntos y hablaban de forma muy cómplice.
—Voy a averiguar esta situación —manifestó decidida.
Cuando se encaminaba hacia su hijo, la madre de Mónica interceptó a
su buena amiga para felicitarla por la excelente organización de la fiesta de
cumpleaños de Héctor. Ella y su marido ya se marchaban.
—Andrea… Ha llegado a mis oídos que tu hija y mi hijo… ¿qué sabes
de eso? Me lo acaban de comentar y no doy crédito. —Se encontraba
escandalizada.
—Oh, no te preocupes. —Le quitó importancia al asunto—. Según me
explicó Mónica todo fue para darle celos a la ex de tu hijo.
La madre de Héctor suspiró con cierto alivio. Mónica era la hija de una
de sus mejores amigas, pero no le gustaba como nuera. Desde pequeña,
siempre la consideró muy descarada y liberal.
Tras varias horas de fiesta, haber soplado las velas y de saludar a todos
los invitados, Héctor consideró que ya podía desaparecer con Mónica en la
habitación que tenía en aquel mismo hotel. Necesitaba estar con ella a solas,
la había deseado desde que la vio aparecer por la fiesta con aquel vestido
blanco que le quedaba como un guante.
Sin importarle nada, Héctor la cogió de la mano, se disculpó con la
gente con la que Mónica hablaba y le indicó que la necesitaba un momento.
La llevó hasta el ascensor que subía a las habitaciones del hotel, y le
susurró:
—Será algo más de un momento.
Ella le sonrió, adivinando sus intenciones.
—¿Vas a dejar tu fiesta a medias y a los invitados sin anfitrión? —le
preguntó sonriéndole. A sabiendas de que Héctor era capaz de eso y más.
—Por estar contigo a solas haría de todo. Me resultas irresistible.
En cuanto las puertas del ascensor se cerraron, subían solos, Mónica lo
besó. Fue tan rápida en tomarle el rostro a Héctor entre sus manos y unir
sus bocas que lo cogió por sorpresa.
—Ya veo que había alguien tan hambrienta como yo —murmuró sobre
sus labios.
—Este traje de chaqueta, este pelo engominado y esta incipiente barba
me ponen a cien, señor Gandía. ¿Cuáles son sus intenciones conmigo al
llevarme a su habitación?
—Las más oscuras que puedas imaginar —anunció sonriente.
Mónica no pudo evitar una sonora carcajada.
—Creo que coincide con lo que tengo en mente.
—Te sorprenderé. Tengo un regalo para ti.
—¿Y no debería darte yo el regalo? Hoy es tu cumpleaños —
puntualizó.
—No veo que tengas nada para mí —le indicó repasándola de arriba
abajo. Solo llevaba un bolso de mano.
—Quizá no sea algo material. Considero que eres un hombre que tiene
todo lo que se puede comprar.
—¿Qué piensas regalarme? —preguntó perdido en su aroma mientras le
besaba el cuello y trataba de abrir la puerta de la habitación.
—Es algo que voy a hacer por primera vez. Llevas tiempo pidiéndome
que tome la píldora. Nunca he accedido antes con nadie, ya que no he
confiado en ningún hombre de forma ciega en ese aspecto. Considero que la
carne es débil y que en cualquier momento se puede caer. Sin embargo… en
vista de que estamos muy bien… Voy a confiar. Es mi regalo de
cumpleaños. Esta noche tendrás una noche de sexo como la que me llevas
pidiendo hace algún tiempo.
Emocionado por aquella prueba de confianza, Héctor la estrechó entre
sus brazos y la besó con verdadera pasión.
—En vista de que hoy es mi cumpleaños, quiero mi regalo. Ya —exigió
de forma apasionada mientras le baja la cremallera del vestido—. Luego te
daré un regalo que tengo para ti.
—Me dejas intrigada —murmuró con los ojos cerrados. Sentir los besos
y las caricias de Héctor por su cuerpo la dejaban sin voluntad.
Hicieron el amor sobre el sofá, no les dio tiempo a llegar a la cama, y
medio vestidos. Héctor era consciente de que debían de bajar de nuevo a su
fiesta, pero su intención era hacerlo de una forma diferente a la que subió
con Mónica. Quería presentarla a todos como su pareja y terminar el día de
su cumpleaños con la mujer de sus sueños en la cama y con un proyecto de
futuro en común.
Derrotados y apenas sin fuerzas, Héctor comenzó a susurrarle a Mónica:
—Tenemos que volver a la fiesta un rato más, mi pequeña bruja.
—No quiero —se quejó, arrastrando las palabras. Deseaba quedarse
sobre el pecho de Héctor y dormir, pero él no la dejó.
—Vamos. —Se incorporó y la ayudó a hacerlo a ella también.
A regañadientes, Mónica comenzó a colocarse bien el vestido.
—Está hecho una pena. Cuando bajemos todos adivinaran lo que hemos
hecho —dijo con pesar.
Héctor no le respondió, desapareció un momento al fondo de la
habitación, donde se encontraba la cama, y volvió de inmediato. Traía
consigo un estuche rojo alargado.
—Es para ti —le indicó a Mónica, extendiéndoselo.
Ella lo tomó de su mano algo reticente. No se esperaba un regalo de
Héctor, y menos en el día de su cumpleaños.
—¿Qué es? —preguntó con recelo. No se atrevía a abrirlo.
—Descúbrelo por ti misma —la animó con una enorme sonrisa.
21

A Mónica le temblaban las manos.


Cuando sus ojos vieron que se trataba de una pluma, se relajó un poco
más. No estaba preparada para que Héctor le regalase diamantes. De hecho,
un hombre nunca le había regalado una joya.
Héctor la animó a sacar la pluma del estuche y le indicó que estaba
personalizada.
Mónica leyó la inscripción en voz alta:
—A ciegas te encontré y siempre te recordaré como la primera vez. —
Frunció el ceño sin entenderlo muy bien—. ¿Me lo explicas?
—Todo a su debido tiempo. —Héctor parecía disfrutar del momento.
—¿Por qué me la has regalado? —preguntó confusa.
—Mónica… —Héctor estaba un poco nervioso, le sudaban las manos y
se las retorcía—. Todo este tiempo que llevamos juntos… Yo… Me gustas
de verdad. Eres una mujer increíble, que despierta todo tipo de sentimientos
en mí. —Ella lo observaba seria, conforme iba hablando, un nudo se le
hacía en la garganta y se le aceleraba el corazón—. Estos meses juntos han
sido increíbles. Quiero proponerte que seamos pareja. Novios —especificó
de inmediato—. Que tengamos una relación y todos a nuestro alrededor lo
sepan. Estoy dispuesto a hacer planes de futuro contigo y quiero que nos
vayamos a vivir juntos. Cada día me resulta más difícil tenerte lejos —
reveló perdido en ella.
—¡¿Cómo?! —preguntó con la boca seca y los ojos desencajados.
—Te quiero, Mónica —confesó de frente, sin tapujos. Decidido.
—No, no, no. No puedes estar rompiendo todo lo que teníamos —
manifestó nerviosa. Aferrada a la caja de la pluma que había cerrado.
—Te estoy proponiendo más, ¿no lo entiendes? —Le extendió una
mano a modo de que ella se la tomase, pero no lo hizo.
—¿Por qué quieres más? ¿No te basta con lo que tenemos? —preguntó
con un grito ahogado.
—Quiero más porque es evidente que hemos pasado la línea de un
simple rollo. Tenemos una edad y creo que es el momento de ponerle
nombre a lo nuestro —argumentó con paciencia.
—No puedo. ¡Joder! Lo acabas de arruinar todo —se lamentó
paseándose intranquila por la habitación.
—¿Es que tú no sientes lo mismo que yo? —preguntó tomándola por
ambos brazos y reteniéndola muy cerca de él.
—Creo que siempre te dejé claro que yo no me implico con
sentimientos. Me gusta disfrutar y pasarlo bien. Hasta ahí. La formalidad, el
convivir juntos y la responsabilidad de tener una pareja no van conmigo.
—Joder, Mónica. ¿No puedes abrir la mente?
—Mi mente está muy abierta. Más que la tuya. Te recuerdo que he
estado en El Castillo. —Héctor lo tomó como un golpe bajo. La miró con
odio—. Lo siento, pero llegados a este punto, aquí termina todo entre
nosotros —manifestó confusa.
—¿Qué? ¿Estás loca? —preguntó desconcertado con ambas manos
abiertas.
—El loco has sido tú si pensabas que yo te iba a confesar que estaba
perdidamente enamorada de ti e íbamos a ser felices para siempre.
—Mónica… —Le tendió la mano, pero ella lo miró seria, chasqueó la
lengua y dio un par de pasos hacia la puerta de salida.
—Fue un placer durante todo este tiempo, pero no puedo dar más. Lo
siento.
Abrió con energía y salió tras propinar un sonoro portazo. Con lágrimas
en los ojos, salió corriendo por el pasillo y así llegó al ascensor.
Héctor fue incapaz de ir tras ella, se quedó paralizado intentando
asimilar todo lo que le había dicho. En resumidas cuentas, lo acababa de
dejar de la peor de las formas en las que pudo imaginar.
***
Meses después.
Diciembre de 2020.

—Chicas, ¿qué vais a hacer en este puente? —preguntó Natalia a Lidia


y Mónica mientras desayunaban.
—Lo de ir a ver a Sofía va a estar complicado —lamentó Natalia.
Sofía y Marcos vivían en Arinaga desde hacía unos meses, felices con
su hijo.
—Chicas, podemos viajar a Canarias, y dónde queramos, solo tenemos
que alegar que vamos por cuestiones de trabajo y no para pasar unos días
con nuestra amiga. Por otro lado, estoy segura de que el Tribunal
Constitucional va a tumbar el estado de alarma decretado por el gobierno y
todas las multas que pongan no habrá que pagarlas—afirmó Mónica.
—A ver cuándo se acaba todo esto —se quejó Lidia.
Desde el mes de marzo, cuando el país y medio mundo entró en
pandemia, todo había cambiado muchísimo.
—Yo creo que esto ha llegado para quedarse por mucho tiempo —
murmuró Natalia alzando la mascarilla.
—Esta situación del virus lo ha cambiado todo y a todos. Los meses que
estuve en casa con Sofía fueron de completa incertidumbre, sin saber qué
iba a pasar —recordó Mónica. Ambas pasaron el confinamiento juntas.
—Yo he cambiado mi forma de ver el mundo y de vivir —confesó Lidia
—, y creo que mucha gente. El plano más afectado de mi vida es que llevo
meses sin tener nada con un tío. Apenas salgo y me da miedo acercarme
demasiado a cualquiera. Me he vuelto una chica aburrida. Trabajo y estudio.
Lidia se había matriculado aquel curso en el Grado en Derecho. Desde
que Sofía se fue del despacho hacía falta gente de confianza, y decidió
ocupar su puesto cuando se sacase la carrera.
Natalia y Mónica asintieron a la vez, ellas como abogadas, también
habían sentido el cambio y el miedo a la hora de desarrollar su trabajo.
—Yo estoy igual. Rompí con Rubén este verano y desde entonces nada
—se quejó Natalia.
Mónica se quedó en silencio. Ella era la que más había cambiado en
todo ese tiempo.
—Ayer me encontré con Nicolás, el socio de Héctor, y su hija en el
supermercado. Tiene una niña preciosa —comentó Lidia.
La mirada seria y distante que le dirigió Mónica hizo callar a su amiga
de golpe. Desde que lo dejó con Héctor, les prohibió que se lo nombrasen.
—Mónica, ¿no has vuelto a saber nada de Héctor? —preguntó Natalia
de forma intencionada. Hacía meses que habían mantenido el pacto, pero
ella no veía bien a su amiga. Mónica se empeñaba en echarle la culpa a la
pandemia, pero Natalia sabía que el origen verdadero era Héctor.
—No. Lo dejamos y punto —respondió de forma cortante.
—Ya, pero después de lo que hemos pasado, igual te interesaba saber si
estaba bien.
—A él yo no le he importado.
—Porque lo tienes bloqueado en el teléfono, pero bien que ha llamado
al despacho —le recordó Lidia. Como recepcionista del bufete lo sabía con
certeza.
—¿Algún día nos vas a contar por qué rompisteis? —preguntó Natalia.
—Ya os lo dije, me di cuenta de que no era lo que buscaba.
—No te entiendo —soltó Natalia exasperada—. Querías algo más.
Estabilidad. Encuentras a Héctor, parecía que todo entre vosotros iba de
maravilla y, de repente, pum. Todo salta por los aires. Tú lo haces saltar —
puntualizó.
—Mónica se ha asustado. Héctor quería algo serio con ella —dijo Lidia
a Natalia como si Mónica no estuviese presente—. Y estabas pillada, y
bien, por ese tío. De hecho, creo que aún lo sigues —le reprendió a su
amiga al ver que no reaccionaba a su anterior comentario.
—¿Qué dices? —le reprendió Mónica.
—Ayer la hija de Nicolás tenía fiebre y los acompañé a casa, él no sabía
qué hacer. Cuando la cría se quedó dormida, pedimos algo de cenar y
hablamos.
—¿Algo que contar? —preguntó con una sonrisa Natalia.
—Sí, pero no es de mí. —Lidia le dirigió una mirada seria a Mónica.
Esta suspiró y se removió en la silla, incómoda—. Me contó que, aquí
nuestra amiga, dejó a Héctor la misma noche de su cumpleaños. Cuando
este le propuso que se fuesen a vivir juntos, una relación seria y le hizo un
regalo personalizado que le costó una pasta.
—¡¿Cómo?! —preguntó Natalia escandalizada—. ¿Es cierto? —Se
dirigió a su amiga.
Mónica solo asintió, de mal humor—. ¿Qué te regaló? —se interesó.
—¿Nos podemos ir? Se hace tarde —alegó Mónica para no dar
explicaciones.
—Ni hablar —ordenó Natalia—. Ahora confiesa. ¿Cómo has podido
estar todos estos meses sin decirnos nada, nosotras que nos lo contamos
todo? —Se sentía decepcionada.
—Héctor no lo ha pasado muy bien. Según me dijo Nicolás, no te olvida
—le reveló Lidia.
—Pasó todo muy rápido. Su propuesta, lo de Sofía, el confinamiento…
—dijo Mónica.
—¿Qué sientes por él? —le preguntó Lidia de golpe.
Mónica se tomó unos segundos antes de responder.
—Solo os puedo decir que es diferente a todos los hombres con los que
he estado.
—¿Diferente para bien o mal?
—Joder —maldijo de mal humor—. El muy cabrón hizo que se
moviesen los cimientos. Que me sintiese insegura y se apoderó de mí el
miedo, ¿vale? —reveló a modo de zanjar el tema. Se había alterado.
—Te has enamorado —le indicó Lidia, sonriente y señalándola con el
dedo a conciencia.
—¿Quieres dejar de decir tonterías? —le reprendió escupiendo las
palabras. Se levantó de la silla y se dirigió a la barra para pagar la cuenta.
Natalia y Lidia se dirigieron una mirada cómplice. Ambas acababan de
descubrir el verdadero cambio de su amiga. No había sido el coronavirus ni
la situación de la pandemia, era su corazón. Al fin se había enamorado
como una loca de un hombre. Lo malo era que ambas sabían que no lo iba a
reconocer con facilidad. Mónica se caracterizaba por ser muy cabezota, y en
sus planes nunca estuvo enamorarse, mucho menos de un hombre como
Héctor.
22

Aquella mañana, Héctor y Nicolás tenían una reunión muy importante.


Un proyecto nuevo que ambos tenían muchas ganas de realizar. Solo faltaba
firmarlo y cerrar algunos detalles.
Una vez que dejaron todo listo, Nicolás se disculpó con su socio y otros
miembros del equipo, ya que no iría a comer con ellos. Su hija estaba en
casa con fiebre y no quería dejarla más tiempo con la persona que la
cuidaba cuando él no estaba.
—Lo dejamos para otro día, socio —dijo Héctor.
—Lo celebramos este puente, a mi hija le toca pasarlo con su madre.
—No podré —le informó Héctor—. Lo tengo reservado. —Le guiñó el
ojo y su amigo supo que tenía algún plan con una mujer.
—¿Has vuelto con Vanesa? —le preguntó preocupado. Sabía que unos
meses atrás se habían acostado de nuevo.
—No. Tengo claro que no quiero una relación seria con nadie. Y nunca
volvería con ella. Lo nuestro es historia. Me cogió en un momento bajo —
alegó.
—¿Algo nuevo que contarme?
—Solo voy a pasar el puente en compañía de una chica que conocí hace
unas semanas.
—¿La conozco?
—Sí. Es la modelo de la campaña de publicidad.
—¿Marina? —preguntó con una sonrisa—. ¿La mujer que hizo la
campaña publicitaria del hotel en Punta Cana? —Héctor asintió—. Joder, es
guapísima. Y muy joven —añadió.
—No ha dejado de llamarme desde que nos conocimos. Es atractiva y
necesito desconectar.
—Tienes mucha suerte, es un bombón.
—¿Y dónde vais, si se puede saber? —preguntó con curiosidad.
—A Punta Cana, por trabajo —especificó de inmediato—. Ella va a
terminar de grabar algunas partes del anuncio publicitario y yo aprovecharé
para ver bien el terreno antes de que comiencen las obras a principios de
año.
—¡Qué suerte tienes!
—Me dijiste que el que tendría que encargarse de ese proyecto sería yo,
pusiste de excusa a tu hija —le recordó.
—Pásalo en grande, por ti y por mí —le aconsejó con una palmada en el
hombro—. Te veo cuando regreses.

A finales de semana, el viernes a mediodía, Mónica se despidió de sus


amigas tras comer con ellas. Su hermano había tenido un bebé e iban a
pasar todo el puente en familia. La pequeña apenas tenía días y no la
conocían. A Mónica no le apasionaba demasiado la idea, en otros tiempos
hubiese declinado la invitación, pero la situación de la pandemia la había
cambiado mucho. No salía de fiesta desde que se declaró el estado de
alarma y no quedaba con un tío para salir desde que lo dejó con Héctor. A
veces, sentía que ya no era la misma.
Cuando llegó a su casa, le sonó el móvil y era su madre. Le indicó que
ellos ya salían camino a la casa familiar que tenían en la sierra. Mónica les
indicó que llegaría unas horas más tarde, aún tenía que coger algo de ropa.

Aquel mismo día, Héctor quedó con Marina directamente en el


aeropuerto para marcharse a Punta Cana juntos. Salía de una reunión e iba
con el tiempo justo.
Héctor conducía su coche, un todoterreno en color negro. Se disponía a
salir de Marbella cuando un semáforo se puso en ámbar y, como iba
apurado, no paró. De repente, en la oscuridad de la tarde, chocó con un
motorista. Este cayó al suelo y Héctor frenó en seco. Era una moto grande,
negra, solo la ocupaba una persona.
Cuando se bajó del coche, apurado, vio que el conductor de la moto
estaba tirado en el suelo, junto con la moto golpeada por su coche. Su
vehículo apenas sintió el impacto, pero el otro se había llevado la peor
parte.
—¿Estás bien? —preguntó sin mover al motorista del suelo. Este
intentó ponerse en pie. Él lo ayudó a apartar la moto, le aprisionaba una
pierna y le tendió la mano para que se incorporase.
—¡Te has saltado el semáforo! —lo acusó el motorista con un grito de
rabia al ver el estado de su vehículo.
—¡¿Mónica?! —preguntó Héctor sorprendido al reconocer su voz en el
grito. Con la mirada fija en la figura que tenía delante, vestida de arriba
debajo de negro y con un casco que ocultaba su rostro.
Ella lo miró bien y reparó en él. No se había dado cuenta de que era
Héctor Gandía contra quién había chocado.
—¡No puede ser! —exclamó sorprendida.
—¿Estás bien? —volvió a preguntar preocupado. Mónica se quitó el
casco de pronto y sus ojos azules se clavaron en él, a la misma vez que su
pelo, un poco más largo de lo que recordaba, cayó sobre sus hombros, como
la seda—. No te quites el casco —le reprendió—. Te has dado un golpe en
la cabeza y la moto ha caído sobre ti. Hay que llamar a una ambulancia.
—Qué ambulancia ni qué leches. Lo que hay es que llamar a la grúa —
Miró con rabia su moto medio destrozada— y rellenar el parte de accidente.
Estoy bien, ¿no me ves?
Cuando Mónica intentó dar un paso, pero la pierna le falló.
Héctor estuvo rápido y la agarró por la cintura. La cogió en brazos, ella
protestó, y la llevó para que se sentase en el asiento del copiloto de su
todoterreno.
Varios coches se habían parado ante el choque, aparte de Héctor, varias
personas se acercaron para interesarse por el estado de salud de Mónica. La
policía no tardó en aparecer y Mónica insistió en que no era necesario
llamar a una ambulancia. Solo se encontraba dolorida.
—Yo la llevaré al hospital ahora, quiera o no —dijo Héctor, y la miró
haciéndole saber que no tenía otra opción.
—Bien, pueden marcharse —les indicó la policía. Nosotros nos
encargaremos del resto.
Héctor les agradeció el gesto y se dirigió hacia Mónica.
—Nos vamos —le anunció tras haberse acercado a la moto y recoger
una mochila que ella llevaba y quedó tirada en el impacto.
—Me dejarás en la puerta del hospital y listo —le dejó claro cuando él
arrancó el coche.
—Lo que tú digas —respondió con la mirada al frente, sin prestarle
demasiada atención.
Durante varios minutos, un incómodo silencio reinó en el interior del
coche. Mónica se removía, le dolía un poco la cadera y el hombro derecho
por el golpe.
—Desconocía esta faceta tuya de motorista, ¿es nueva? —murmuró
Héctor con la vista clavada en el tráfico.
—No. Me encantan las motos. Acudir al encuentro de moteros en Jerez
me flipa. He ido muchos años.
—Vaya, no te pega. Nunca lo hubiese imaginado. Durante el tiempo que
salimos juntos nunca me dijiste nada de esta afición. Ni vi la moto, ¿dónde
la tienes?
—No salimos juntos, nos acostábamos juntos —puntualizó con cierto
tono molesto porque hubiese sacado el tema—. Fin del asunto. Eso no nos
daba derecho a saber todo de nuestras vidas.
—Yo quise saberlo, pero tú saliste corriendo —le recordó serio—. Hasta
el día de hoy me tienes bloqueado en el teléfono —le espetó con rencor.
—¿Qué pasa, lo compruebas a diario? —Lo miró con unos ojos
ardientes que echaban fuego.
—¡No te entiendo, Mónica! —exclamó exasperado.
—Un momento. —Alzó la voz—. Tú eres el que se ha saltado un
semáforo y me has jodido la moto, y el puente —añadió.
—¿Ibas a algún lado? —preguntó con interés.
—Sí —le espetó enérgica—. Me esperaban y ya hoy no llegaré —
Consultó el reloj y vio que eran las ocho de la tarde—, por tu culpa. Eres un
irresponsable —lo culpó.
—Lo siento. Iba con prisa. Admito que me salté el semáforo en ámbar,
pero tú estuviste muy rápida al salir del tuyo —le reprochó.
—Ahora la culpa va a ser mía —bufó.
—Me haré cargo de todo.
—Lo tramitará el seguro —le replicó exasperada.
Él la miró y no dijo nada más hasta que llegaron a la puerta del hospital.
Cuando Mónica vio que Héctor se iba a bajar con ella le indicó:
—No hace falta que me ayudes, puedo sola.
Aun así, él le ofreció la mano. Ella intentó hacerse la valiente y caminar
por sí misma, pero, pese a su orgullo, no pudo. Se tuvo que sostener sobre
el brazo de Héctor. Con agilidad, él la cargó en brazos de inmediato.
Mónica comenzó a removerse incómoda.
—Bájame ahora mismo —le ordenó entre dientes—. No voy a dar el
espectáculo de entrar así en urgencias.
—Mira por donde, como nunca te vas a casar, al menos la vida te hace
pasar por algo similar. Un hombre cruza una puerta contigo cargada en
brazos.
—¿Qué te hace pensar que es la primera vez? —le espetó cabreada.
—Tu reacción. —La miró con una sonrisa triunfante y caminó decidido
en busca de un médico.
—¿Vas a dejar el coche ahí, mal aparcado? —le reprochó. No sabía
cómo deshacerse de él.
—Eso no importa en estos momentos. Aquí lo principal eres tú. —La
miró a los ojos y Mónica tuvo que desviar la vista ante la reacción que esto
provocó en ella—. Ya te dije que me haría cargo de todo —murmuró.
—Conmigo no tienes por qué hacerlo.
—Pero lo haré. Uno tiene que vivir con su conciencia y te aseguró que
la mía, con respecto a ti, estará tranquila —le lanzó aquel dardo
envenenado.
Mónica no le replicó, pero sintió una punzada en el corazón.
23

—Disculpen, no pueden pasar si no llevan mascarillas —los reprendió


un celador en la puerta de urgencias.
—Hemos tenido un accidente, ¿de verdad la mascarilla es lo importante
en estos momentos? La señorita está herida. Necesita atención. Déjeme
pasar y le agradecería que nos proporcione unas mascarillas —ordenó
Héctor con poca paciencia.
De repente, cuando Mónica se quiso dar cuenta, estaba sobre una
camilla, con una mascarilla colocada y varias personas la atendían.
Comenzaron a hacerle preguntas de cómo se sentía y a palparle las partes
del cuerpo que le dolía. Entre todo aquello, pudo observar que Héctor
permanecía en un segundo plano, discreto. Cruzado de brazos a la espera de
que la examinasen.
Cuando una auxiliar iba a comenzar a desnudarla de la parte de arriba,
le dirigió una mirada a Héctor.
—Usted… fue contra quien tuvo el accidente, ¿verdad? —preguntó con
recelo—. Podría…
—No se preocupe. Haga lo que tenga que hacer. Le aseguro que no voy
a ver nada que no haya visto ya. La señorita y yo nos conocemos muy bien.
—Cuando vio que la mujer iba a replicar, añadió—: En la intimidad—. Le
dirigió una mirada a Mónica, y ella, por primera vez en su vida, se sintió
avergonzada por un comentario ajeno. Ahora comprendía lo que sentían sus
amigas cuando ella no se cortaba en hacerlos.
—Oh, disculpe —dijo la mujer de inmediato con el rostro sonrojado.
—¿Tú no te tenías que ir? Ibas con prisa —le recordó Mónica en tono
mordaz, intentando deshacerse de él de nuevo.
—Parece mentira que a estas alturas aún no sepas que tú estás antes que
nada —soltó de golpe. Serio y sincero.
Mónica decidió guardar silencio. Dejó al personal sanitario que hiciese
su trabajo y confiaba en que pronto estaría en su casa. Lo cierto era que le
dolía todo el cuerpo, cada vez más.
Pasado un buen rato, el médico determinó que no tenía nada grave. No
había nada roto, solo le indicó que al día siguiente igual apenas se podría
mover debido al golpe y que la moto le cayó encima.
Por otro lado, el médico que confundió a Héctor con su pareja, él no se
movió de su lado en ningún momento, le hizo especial hincapié en que
dejase pasar unas largar horas antes de dejarla dormir aquella noche. Pese a
Mónica llevar casco de seguridad, había recibido un golpe en la cabeza.
Finalmente, el médico le recomendó unos días de reposo y la envió a
casa. Le recetó un par de calmantes por si el dolor se volvía insoportable y
le indicó que sería normal.
—Nos podemos ir —anunció Héctor cuando todo el personal sanitario
desapareció y los dejó solos para que Mónica se vistiese de nuevo.
—Me puedo ir —puntualizó ella.
—Te llevaré a tu casa, o mejor, a la de tu madre. Como ha dicho el
médico, mañana no te podrás mover. Vas a necesitar ayuda en unos días.
—Mis padres no están. Se han ido de puente. Me las apañaré sola. No
tienes que preocuparte por mí.
—Vamos, vístete —le indicó mientras pensaba con rapidez.
Cuando salieron del hospital, Mónica le soltó el brazo, todo el camino
fue apoyada en él, y se dirigió hacia un taxi.
—No me conoces si piensas que lo voy a permitir —le dijo Héctor
serio, tomándola por la cintura y acercándola a su cuerpo.
Tras pensarlo unos segundos y considerar que cada vez se sentía más
magullada, decidió aceptar. Asintió a su comentario y se dejó guiar de
nuevo hacia su coche.
Héctor la ayudó a entrar en el vehículo y le colocó el cinturón de
seguridad. Tenerlo tan cerca, que sus rostros casi se llegasen a rozar y
volver a tener su aroma tan cerca y vivo, la alteró.
Él la miró con una sonrisa dibujada en su mirada, pero Mónica estaba
segura de que sus labios la mostraba debajo de la mascarilla quirúrgica que
la ocultaba.
Una vez dentro del coche, Héctor se arrancó la mascarilla.
—Qué harto estoy de esto —protestó.
—La vida nos ha cambiado a todos de una forma que no nos
hubiésemos imaginado jamás —murmuró Mónica, pero ella no se deshizo
de la suya. Consideraba que de esa forma estaba menos expuesta a él.
—A unos más que a otros. Yo te aseguro que la mía ha cambiado en
todos los sentidos, como nunca llegué a imaginar. —Le dirigió una mirada
intensa, estaban parados en un semáforo, y Mónica la sintió como un puñal
en el pecho. Apartó sus ojos de los suyos y los cerró. Decidió simular
cansancio hasta que llegasen a su casa.
De repente, cuando abrió los ojos, descubrió que se había dejado
dormitar por unos minutos. Cuando vio que estaban entrando en el garaje de
Héctor casi salta por la ventanilla del coche.
—¿Qué haces? ¿Dónde me llevas? —preguntó alterada.
—A mi casa —respondió con pasmosa tranquilidad mientras aparcaba
—. Es mi culpa la situación en la que te encuentras. Me has dicho que tus
padres no estarán en el puente y necesitas que alguien cuide de ti.
—No… —pronunció con ímpetu adivinando sus intenciones.
—Sí —afirmó rotundo—. No estás en condiciones de salir corriendo,
así que creo que no te queda otra opción.
Mónica intentó abrir la puerta y bajarse con la poca dignidad que le
quedaba y demostrarle que se podría ir y valerse por sí sola, pero cuando
fue a echar un pie al suelo casi dio un grito de dolor.
De inmediato, Héctor apareció y la cogió en brazos con suma agilidad.
—Esto se llama secuestro —murmuró mientras él la cargaba por el
garaje camino del ascensor.
—Denúnciame cuando puedas moverte —replicó con la mirada al
frente.
Mónica pudo ver su sonrisa cuando entraron en el ascensor.
—Te has olvidado la mascarilla en el coche —le reprendió.
—Añádelo en tu denuncia.
—Estás loco si piensas que voy a pasar todo el puente aquí en tu casa,
contigo. Y tú cuidándome.
—Lo acabas de decir tú —le indicó con un guiño de ojo mientras la
depositaba con delicadeza sobre el sofá.
—No…
—Ponte cómoda y deja de protestar. Voy a bajar a la farmacia a comprar
los calmantes que te recetaron y a por la bolsa que llevabas en la moto
cuando tuvimos el accidente. La metí en mi coche, la recogí de la calzada.
Supongo que allí llevarías ropa que te será útil estos días.
—Cuando me pueda levantar —Lo miró de forma amenazante— te voy
a dar la mayor paliza que te hayan propinado jamás, Héctor Gandía.
—Lo estaré deseando —la retó.
—Soy cinturón negro en kárate —le reveló Mónica.
—Bien, veremos qué sabes hacer —se burló. Dio un sonoro portazo y
se marchó.
Mónica escuchó cómo echaba las llaves de la cerradura y la dejaba
encerrada en casa. Sintió ganas de gritarle y decirle de todo, pero ni para
eso tenía ya fuerzas. Sentía que le dolía todo el abdomen como cuando se
tenían agujetas de la primera vez que se empezaba en un gimnasio.
Pasada media hora, Héctor volvió. Traía consigo la mochila de cuero de
Mónica y una maleta grande con ruedas. Ella, cuando lo escuchó entrar, lo
miró con atención.
—Te ibas de viaje —afirmó—. No hace falta que arruines tus planes por
mí.
—Da igual, ya he perdido el avión —comentó sin mucho entusiasmo.
—¿Cuál era tu destino? —preguntó con interés.
Héctor llevó el equipaje de ambos a la habitación.
—Punta Cana —respondió mientras caminaba de espalda a ella.
—Vaya —soltó sorprendida—. ¿Trabajo o placer? —No pudo evitar la
pregunta.
—Ambas —respondió ya sentado cerca de ella, quería ver su reacción.
Mónica guardó silencio mientras se reprendía por haber preguntado—. Y
tú, ¿qué planes tenías?
—Ya da igual. Un capullo me los ha arruinado.
—Y te ha secuestrado. No olvides esa puntualización. Es bueno que
sepas que no te voy a dejar salir de aquí hasta que no estés recuperada.
—Te odio, Héctor Gandía —le espetó de frente, enfadada.
—¿Por qué me odias exactamente? —se interesó acercándose un poco
más a ella. Notó que le rehuía la mirada y se alteraba—. ¿No será porque mi
presencia te pone nerviosa?
—No seas idiota —bufó.
—Bien, ¿quieres ponerte cómoda? —intentó cambiar de tema, no quería
acabar discutiendo con ella—. ¿Qué te apetece cenar? Tienes que comer
algo antes de tomarte los calmantes que te han recetado.
—Quiero irme a mi casa, no verte ni escucharte —recitó de forma
molesta.
—¿Se puede saber qué te he hecho?
—¿No salta a la vista? Casi no me puedo mover por tu culpa —le
recriminó furiosa.
—No hay daños que lamentar. No me hubiese perdonado que sufrieras
algo más grave —comentó con culpabilidad.
Mónica lo miró en silencio, pero no dejó que sus sinceras palabras
atravesasen el caparazón de su corazón.
—La peor parte se la llevó mi moto.
—Te compraré una nueva si con eso saldamos este percance y comienzo
a caerte un poco mejor.
Mónica suspiró. Hasta que llegó Héctor a su vida, ningún hombre había
tenido la capacidad de desarmarla, pero con él todo era tan diferente… Le
dedicó una media sonrisa y le pidió:
—Ayúdame a levantarme de aquí. Voy a ponerme algo más cómodo. —
Llevaba unos pantalones de cuero, la cazadora y unas botas.
Héctor le tendió la mano y la ayudó a ponerse en pie mientras ella sentía
que tenía todo el cuerpo magullado.
—Te sienta muy bien este aspecto motero. Siempre tuve claro que eras
una chica mala, pero vestida así no me cabe la menor duda.
La admiró vestida de negro, por primera vez la vio con unos zapatos
planos y observó que llevaba el pelo más largo, pero conservaba aquel color
rojizo con un brillo especial, el mismo que lucían sus intensos ojos azules.
Sin dejar de guiarla en ningún instante, Héctor la acompañó hasta su
habitación. No había otra en la casa. Sin que ella tuviese que pedírselo, él
colocó su mochila sobre la cama y la abrió.
—¿Puedo ayudarte en algo más? —le sugirió.
Mónica se sentó en la cama e hizo un gran esfuerzo porque no se notase
el leve pinchazo que sintió en las costillas al hacerlo.
—Me las apañaré sola.
—Estaré cerca. Cualquier cosa… solo tienes que llamarme.
Ella asintió mientras el corazón se debatía con la razón. Necesitaba a
Héctor, más que nunca, pero no lo iba a reconocer. Era tan sumamente
orgullosa, que hacerlo le hubiese causado un problema.
24

Después de casi una hora, cuando Héctor ya estaba a punto de entrar en


la habitación para ver si se encontraba bien, Mónica salió enfundada en un
pijama de invierno con cuadros rojos y negros.
—¿Todo bien? —se interesó mirándola de arriba abajo.
—Sí —mintió mientras intentaba que no se notase que estaba agotada.
Sacarse las botas y los pantalones le había costado la misma vida.
Con paso lento, pero intentando aparentar que se encontraba mejor de lo
que se sentía por dentro, llegó hasta el sofá.
—Me he tomado el atrevimiento de pedir unas pizzas.
—No tengo hambre —refunfuñó.
—Come algo, te tomas las pastillas y luego ya descasas —le aconsejó
armado de paciencia. Tenía la sensación que estaba ante una niña con
rabieta.
—¿Por qué haces todo esto? —le preguntó con sinceridad, mirándolo a
los ojos fijamente.
—Porque me importas, Mónica. No tengo el don ni la capacidad de
borrar a alguien de mi vida de un plumazo como hiciste tú —reveló para
sorpresa de ella. Era un claro reproche. Lo notó dolido.
—Tampoco creo que hayas estado llorando por los rincones por mí —
espetó con frialdad.
Cuando Héctor le iba a replicar, sonó el timbre. Eran las pizzas. Decidió
dejar aquella conversación para otro momento.
—¿Has pedido comida para un regimiento? —preguntó Mónica cuando
vio que eran tres pizzas, bebidas y patatas fritas.
—No sabía cuál ibas a querer. Encargué un poco de todo. Espero que te
gusten.
—Tengo debilidad por las pizzas. Me gustan todas —reveló con la
mirada en la comida.
Lo cierto era que no probaba bocado desde el mediodía y solo comió un
simple sándwich. El olor de las pizzas despertó su apetito.
Héctor abrió las cajas en la gran mesa baja que había delante del sofá y
se sentó al lado de ella.
—Aquí estaremos más cómodos. —Puso la televisión de fondo y cogió
un trozo de pizza.
Comieron en silencio, mientras Héctor disfrutaba con cada bocado que
Mónica le daba a la comida.
Luego, él insistió en que se tomase la medicación recetada. A Mónica
no le gustaban las pastillas, pero lo hizo. Se tumbó en el sofá y cerró los
ojos.
—No puedes dormirte —le recordó Héctor—. Lo dijo el médico.
Cuando pasen unas horas —Consultó el reloj— podrás irte a la cama y
dormir todo lo que quieras, pero antes no.
—Aquí estaré bien. Solo tienes una cama y no es mi intención echarte
de ella ni compartirla contigo.
—Yo me quedaré en el sofá. Es lo menos que puedo hacer por ti,
cederte mi cama.
—Pon una película o algo en la televisión que me distraiga.
Héctor le pasó el mando a distancia para que ella escogiese lo que fuese,
él mientras recogió los restos de la cena. Cuando volvió al salón, Mónica se
había quedado dormida.
—Eh, eh. No te puedes dormir —la reprendió mientras la despertaba
acariciándole el rostro e incorporándola un poco en sus brazos. Ella lo miró
somnolienta y deseó acurrucarse en su pecho y dormir para siempre.
—Siento que los párpados se cierran solos, no pudo evitarlo. Déjame
dormir. Estoy bien.
—De eso nada. Vas a cumplir con todo lo que dijo el médico. —La
sentó en el sofá para que no tuviese una posición tan cómoda y le compuso
el pelo alborotado. Ella lo miró con los ojos entreabiertos. Admitió para sí
misma que estaba más guapo que nunca. Deseó besarlo y perderse en él,
pero su orgullo no se lo permitió de nuevo—. ¿Por qué me has rehuido
durante todo este tiempo? ¿Por qué te marchaste de la fiesta de mi
cumpleaños como una cobarde? —Sabía que aquellos reproches le harían
hervir la sangre y él llevaba meses necesitado de una respuesta.
La forma en que Mónica lo miró hizo sonreír a Héctor, supo de
inmediato que había conseguido su objetivo.
—Tú querías más, y yo no estaba dispuesta a dar ese paso. ¿No lo
entendiste? —le reprochó cabreada—. Fin del asunto.
—Me lo podías haber dicho con palabras y no salir corriendo.
—Te creía más inteligente.
—Y yo a ti más valiente —la retó con la mirada—. ¿Qué quieres de un
hombre, o qué querías de mí? —preguntó dolido. Aún no había superado
que lo dejase.
—Algo tan simple como acostarnos cuando teníamos ganas y salir de
vez en cuando juntos.
—Eso estuvo bien por un tiempo, pero… —se interrumpió, iba a decirle
que los sentimientos cambiaron, sin embargo, decidió no hacerlo—.
¿Pensabas estar así siempre? ¿No necesitabas más?
—Nada es para siempre. Yo me sentía cómoda y bien como estábamos.
Al ver que tú te querías implicar más decidí alejarme. No hubiese salido
bien, Héctor.
—No te creo. Te asustaste de tus sentimientos. Cuando te propuse más,
como tú dices, estaba seguro de que ambos sentíamos lo mismo. Creo que
éramos conscientes de que habíamos pasado la línea de amigos con derecho
a roce.
—¡¿Perdona?! —preguntó sonriente, burlándose de lo que acababa de
decir.
—Tienes cuarenta años, por dios. No juegues a estas alturas conmigo ni
me creas un imbécil.
—No me recuerdes mi edad. —Cerró los ojos y rememoró el amargo
cumpleaños que pasó sola en casa. Siempre había pensado en hacer una
gran fiesta, pero finalmente no sucedió. Su edad le pesaba como nunca.
Héctor Gandía y toda la situación de la pandemia tenían la culpa de que se
replantease cómo había sido su vida hasta el momento.
—No seas, tonta. Estás impresionante. Eres una mujer guapa, atractiva
y con un gran futuro profesional por delante.
—¿Nunca has tenido la sensación de que si volvieses a nacer en la
misma vida no harías las cosas como las has hecho? —Ella se sentía así
desde hacía unos meses.
—En algunos aspectos, sí. Pero no en todos. ¿Qué cambiarías tú? —
deseó saber.
—Eso ya no tiene arreglo —murmuró con cierto toque de melancolía.
—Yo creo que nunca es tarde para remediar lo que no nos gusta o para
comenzar a cumplir con nuestros sueños.
Mónica suspiró, miró el reloj y vio que era de madrugada.
—Quiero dormir —dijo como un ruego.
Héctor asintió, le dedicó una sonrisa y la ayudó hasta llegar a la cama.
—Tu pijama me hace pensar que no te marchabas a una escapada
romántica —murmuró con cierto toque de burla.
—Era un puente en familia. Iba a conocer a mi sobrina. Mi hermano
tuvo una hija hace poco y por toda esta circunstancia no habíamos podido
conocerla.
La revelación de Mónica lo hizo sentirse un poco culpable.
—Vaya, lo siento.
—Tu torpeza al volante nos ha privado a ambos de unas vacaciones, y
ahora estamos aquí encerrados en casa —le reprochó.
—El destino así lo quiso. Con todos los coches y motos que hay,
tuvimos que chocar ambos.
—No creo en el destino.
—Yo sí. Que pases una buena noche. Cualquier cosa que necesites,
estaré en el sofá.
Mónica solo asintió, no le dio las gracias porque estaba muy cabreada
con él. Sin embargo, en el fondo, dio gracias al destino de que el accidente
hubiese sido con Héctor. Al menos estaba acompañada. La soledad era otro
aspecto de su vida que no se había planteado hasta meses antes.

La mañana siguiente, Mónica se despertó muy dolorida. Apena podía


dar una vuelta en la cama, intentó levantarse y vio las estrellas. Maldijo a
Héctor y al desafortunado accidente por el cual se veía impedida como
nunca antes.
Cuando fue a poner un pie en el suelo, emitió un grito involuntario de
dolor. La cadera le pinchaba. De inmediato, Héctor entró en la habitación
como un huracán, sin llamar a la puerta.
—¿Estás bien? —preguntó asustado. Se acercó a Mónica, la tomó por la
cintura y la sostuvo.
—Me quiero morir —lloriqueó. Siempre había sido fuerte, no era una
mujer que se quejase por nada, pero sentía que aquello la superaba.
—Estoy aquí para ayudarte. Pídeme lo que quieras —le indicó con una
mirada transparente y sincera.
Mónica sintió ganas de abrazarlo y perderse en él.
—Ayúdame a llegar hasta el baño, por favor.
Él lo hizo con amabilidad. Cuando ella lo miró para que la dejase sola y
se marcharse, Héctor hizo un movimiento de cabeza y le indicó que no lo
haría.
—No te voy a dejar sola. ¿No ves cómo estás? Te puedes caer en algún
momento y empeorar tu estado.
—No voy a hacer pis en tu presencia.
—No te queda otra. No me pienso ir a ningún lado.
—No voy a pasar por esto contigo. No y no —negó en rotundo.
—Tú misma. —Se cruzó de brazos y esperó con paciencia. Mónica
intentó sentarse en el váter vestida y demostrarle que lo podía hacer sin su
ayuda, pero necesitaba agarrarse a algo para realizar aquella sentadilla—.
¿Ves cómo me necesitas? —replicó rebosante de felicidad al ver su esfuerzo
y que este era en vano.
—Disfrutas con esto —le espetó de malas formas.
—No voy a ver más de lo que ya he visto. ¿Debo recordarte que he
besado cada centímetro de tu piel?
Mónica tomó aire para relajar su acelerado corazón. Era consciente de
que no se podía sentar en el retrete por sí sola.
—Ayúdame a sentarme y te vas —le ordenó.
—Dejaré la puerta entreabierta y estaré ahí mismo —le indicó tras
comenzar a ayudarla.
Ella asintió. No estaba en posición de discutir más con él. Sentía que si
no hacía pis en breve iba a reventar. Comenzó a bajarse los pantalones del
pijama y las bragas ella misma. Cuando pasaron de las caderas, cayeron
solos al suelo. Dio gracias a que llevaba una camiseta que casi le tapaba sus
partes.
—No mires —le indicó.
Héctor le dedicó una sonrisa, la ayudó a sentarse, dio media vuelta y
salió tras dejar la puerta medio abierta.
25

Cuando Héctor escuchó que había terminado, volvió a entrar sin pedir
permiso.
—Voy a ducharme. Lo necesito —le indicó haciendo grandes esfuerzos
mientras se levantaba del retrete.
—Bien, vamos a ello.
—No.
—No puedes por ti misma. No discutas más —le reprendió.
Él se acercó y comenzó a sacarle la camiseta del pijama sin permiso.
Cuando vio sus pechos desnudos y su cuerpo, apreció que estaba más
delgada, mucho más. La ayudó hasta la ducha, que era enorme, mientras
Mónica hervía por dentro. Verse en aquella situación la tenía de malas. No
le hacía bien sentir las manos de Héctor sobre su cintura, ni su cuerpo tan
cerca del suyo.
Cuando estuvo debajo del agua, intentó deshacerse del contacto de él,
pero en ese intento, resbaló y Héctor la cogió entre sus brazos con agilidad
impidiendo que su cuerpo tocase el suelo. Él terminó debajo de la ducha,
vestido y con la mujer que deseaba entre sus brazos. Ambos se quedaron en
silencio, mirándose, sintiendo el ritmo acelerado de sus corazones. El deseo
y la atracción eran tan poderosos que ninguno de los dos pudo negarlos.
Sin pensarlo, Héctor se apoderó de los labios de Mónica y los devoró.
Ella le correspondió con ganas, allí bajo la ducha y sintiendo el agua correr
por todo su cuerpo.
Cuando Mónica intentó sacarle la camiseta a Héctor, él reaccionó ante
sus claras intenciones.
—No podemos.
Esas palabras la hicieron regresar a la tierra, y por primera vez en su
vida deseó que esta se la tragase estando frente a un hombre.
—Tienes razón, joder… —maldijo alejándose un poco de él, abrumada.
Héctor cogió una esponja, echó jabón y comenzó a lavarle todo el
cuerpo con mimo, en silencio, entre miradas cómplices y cargadas de puro
deseo.
—Relájate —le susurró en el oído.
—Como si fuese tan fácil —protestó ella—. Acaba ya —le ordenó con
poca paciencia.
Héctor no pudo evitar sonreír mientras pensaba que esa mujer no tenía
ni idea del poder que ejercía sobre él.
La sacó de la ducha y la envolvió en una toalla con cuidado. Le dolía
verle cada moratón en su maravilloso cuerpo. Su piel era tan blanca que se
notaban más que en otra persona.
—Puedo vestirme yo sola —le indicó Mónica cuando vio que él se
disponía a hacerlo.
—Te llevará más esfuerzo y tiempo. Así terminaremos antes y podrás
descansar en el sofá.
Ella bufó de frustración, pero terminó por aceptar.
La admiró desnuda mientras le secaba la piel como a un bebé y le
colocó cada prenda como si lo hiciese a diario. Admirando cada parte de su
cuerpo.
—Esto es una completa tortura —se quejó Mónica cuando él la llevaba
ya vestida, de la mano, camino hacia el sofá del salón.
—Sí que lo es. Te doy toda la razón. Tenerte así y no poder tocarte ni
besarte como quiero es todo un calvario —afirmó mientras la miraba con
ojos sinceros y cargados de deseo.
Mónica se paralizó al escuchar su confesión. No la esperaba. No
después de tanto tiempo ni de dejarlo como lo dejó. Entendía a la
perfección que le tuviese rencor y le resultase una persona no grata.
Héctor la observó bien, le dedicó una sonrisa y le preguntó:
—¿No lo esperabas? Sigues siendo la mujer más importante que ha
pasado por mi vida. No me avergüenza reconocerlo frente a ti. Lo he pasado
realmente mal todos estos meses, alejado de ti, pero me quedó claro que no
era correspondido. Para ti lo nuestro fue una aventura y yo me impliqué con
sentimientos verdaderos —confesó con valentía—. Quería convivir contigo,
que fuésemos una pareja. No sé cómo pasó, pero lo cierto es que me
enamoré de ti.
—Joder, Héctor… No me hagas esto —le indicó con el corazón alterado
y un nudo en la garganta.
—Durante este tiempo he aprendido que no sirve de nada ocultar los
sentimientos. La vida puede acabarse al segundo siguiente y llevarnos para
siempre sin decir lo que sentimos.
Mónica se sentó de golpe, se sentía mareada. Era la primera vez que un
hombre le confesaba de forma abierta y sincera que se había enamorado de
ella. La sensación de vértigo, miedo y vacío la sobrecogió. Lo miraba
asustada, sin saber qué decir ni cómo reaccionar a algo que le venía muy
grande.
En un impulso, sin pensarlo, tiró de la camiseta de Héctor, lo acercó a
ella y lo besó. Se enredaron en un momento maravilloso para ambos, se
besaron y se acariciaron hasta que sus cuerpos estuvieron encendidos por
completo.
—Mónica… —murmuró Héctor sobre sus labios.
—No te atrevas a decirme que no podemos. Te necesito —confesó a
modo de orden. Ella siempre tan directa.
—Apenas puedo tocarte sin que sientas dolor. Estás muy dolorida. No
quiero hacerte daño.
—El verdadero daño me lo harás si paras ahora.
Héctor chasqueó la lengua, le dedicó una medio sonrisa, la cargó en
brazos con cuidado y la llevó hasta la cama. Allí la desnudó con mimo.
Mónica sentía que se encontraba en medio de una verdadera tortura de
placer. Héctor la cuidó al milímetro. Se aseguró de complacerla al mismo
tiempo que no sintiese molestia alguna en su cuerpo magullado. Se cernió
sobre ella sin dejar caer su peso sobre su cuerpo, y la besó. La penetró con
delicadeza tras colocarse un preservativo bajo la atenta mirada de ella.
Mónica sintió que se encontraba en el mismísimo cielo. Hacía meses
que no estaba con nadie. Entre la pandemia y que no conseguía deshacerse
de los recuerdos de Héctor, no había vuelto a estar con otro hombre. Su
cuerpo vibró y lo recibió con ganas. La forma en la que le hizo el amor fue
exquisita y delicada, no pudo evitar que dos lágrimas brotasen de sus ojos
cuando alcanzaron el clímax y se abrazó a él desesperada. Nunca nadie le
había dado tanto. Ni hacer el amor le había resultado tan bonito. Deseó
quedarse abrazada a Héctor Gandía para siempre.
Tras unos minutos en silencio, hasta que sus cuerpos y sus respiraciones
se recuperaron por completo, Héctor le preguntó:
—¿Estás bien?
La preocupación que leyó en sus ojos la emocionó.
—Sí. Gracias. Ha sido maravilloso. Perfecto.
—Tú eres maravillosa y perfecta —murmuró Héctor mientras aspiraba
el aroma de su piel—. ¿Me has echado de menos? —se atrevió a preguntar.
Advirtió que era una mujer necesitada.
—Creo que es evidente. No podría negarlo.
—Yo también te he echado de menos. He soñado contigo cada noche y
te he buscado en cada mujer con la que he estado —confesó.
El hecho de que Héctor nombrase a otras mujeres hizo que el cuerpo de
Mónica se tensase.
—Vaya… No has perdido el tiempo —comentó a modo de reproche
intentando alejarse de él.
—Me dejaste. Estaba herido y tenía necesidades —intentó justificar.
—No me debes explicaciones de nada —lo cortó de inmediato.
—¿Han pasado muchos hombres por tu vida en este tiempo? —
preguntó con miedo—. ¿Tienes algo con alguien?
—Desde que nos dejamos de ver mi vida ha dado un gran cambio.
Supongo que la pandemia nos ha roto los esquemas y la forma de vivir la
vida a todos. Ahora siento cierto…. —No sabía cómo explicarlo— respeto
antes de acostarme con un tío.
—¿Te planteas tener una relación seria y formal con alguien? —
preguntó esperanzado.
—Puede ser. Pero tiene que aparecer ese alguien especial que me haga
creer en ello.
—¿Yo no te valgo? ¿Nunca llegaste a sentir por mí algo más que deseo?
—Me hiciste sentir muchas cosas que no había experimentado antes,
pero no sabría calificarlas.
—¿Y si te ayudo? —La besó y ella se rindió a él.
26

El resto del día lo pasaron en la cama, juntos y desnudos. No volvieron


a hacer el amor, pero disfrutaron de sus cuerpos y ambos sintieron que
estaban más unidos que nunca.
La mañana siguiente se despertaron entre caricias y sonrisas cómplices.
Mónica se sentía más dolorida que el día anterior, pero tenerlo cerca le
producía una extraña sensación de felicidad.
—Joder… Estoy fatal —murmuró cuando intentó colocarse encima de
Héctor para besarlo y abrazarlo como deseaba.
—Vas a hacer reposo sí o sí. Hoy no voy tocarte —le hizo saber Héctor
—. Ya tendremos tiempo de pasar mucho tiempo en la cama y pasarlo muy
bien juntos —le prometió con una sonrisa burlona.
—¿Sí? ¿No me guardas rencor? ¿Estás dispuesto a que empecemos de
nuevo?
—Descríbeme empezar de nuevo —le exigió con una sonrisa mientras
la abrazaba.
—Ser pareja, salir juntos, acostarnos cuando nos plazca.
—Bien… creo que me gusta. Acepto empezar de nuevo.
—No me presiones ni comiences a exigirme demasiado. Vayamos
despacio en lo que a la relación de pareja se refiere. Obvio, no me refiero en
lo de despacio en la cama —le aclaró con una sonrisa pícara.
—Me temo que en eso también deberemos ir despacio. Este cuerpo
tardará en sanar y ser el que era.
—Es que cuando te tengo cerca… no puedo controlarme. Despiertas
todas mis ganas. Hace tanto tiempo que no… —cuando se dio cuenta de lo
que estaba a punto de confesarle se calló.
—¿Qué no qué? —insistió en que acabase la frase. La miraba
expectante y sonriente, como si le hubiese leído la mente.
—No he estado con nadie en todo este tiempo, ¿vale? —le espetó de
malas formas, avergonzada, pero se sentía descubierta—. Necesito
recuperar el tiempo perdido y tenerte cerca me descontrola —confesó. Ya
todo le daba igual.
—Me alegra escucharlo. Dime una cosa —se interesó mientras le
besaba el cuello—. ¿Cuánto me has echado de menos en estos meses? ¿Has
tenido fantasías sexuales conmigo, pensabas en mí cuando tú misma te
complacías?
—Eso no te lo voy a contar —zanjó de golpe.
Héctor soltó una sonora carcajada, la miró a los ojos y asintió,
satisfecho.
—Vale, tus ojos no mienten. Me hago una idea.

Los días del puente de diciembre llegaron a su fin, Mónica continuaba


dolorida y necesitaba ayuda, por otro lado, Héctor no quería separarse de
ella. Le propuso que se quedase en su casa hasta que estuviese
completamente recuperada, pero Mónica no lo consideró una buena idea
teniendo en cuenta que su madre vivía unas plantas más abajo que Héctor.
Una cosa era volver a tener algo con él y otra hacer partícipe a su familia de
aquella relación. Finalmente, tras discutirlo y valorarlo con Héctor, este
aceptó irse a casa de ella hasta que se recuperase por completo. Sin
embargo, le dejó bien claro que cuando sus padres fuesen a visitarla él
desaparecería de casa.
—¿Con cuántos hombres has convivido? —le preguntó Héctor. Estaban
en el sofá de Mónica tras haber cenado. Él repasaba su salón con la mirada
y se le ocurrió la pregunta.
Ella se revolvió, estaba recostada sobre el pecho de Héctor, y lo miró
con cierto enfado. No le gustaban las preguntas personales ni dar
explicaciones de su vida. Jamás lo había hecho.
—Nuestro pasado es eso, pasado. No me gusta hablar de él —respondió
algo seca.
—No te estoy preguntando cómo te acostabas con ellos —rebatió.
—Nunca he convivido de forma estable y duradera con nadie. Me gusta
mi independencia y en ocasiones necesito estar sola. Convivir con alguien
tarde o temprano me agobiaría. ¿Responde eso a tu pregunta?
—Sí. Creo que tengo un trabajo duro contigo —murmuró sobre su
cabello mientras se lo besaba.
—Por cierto… Si volvemos a estar juntos… sea de la forma que sea —
dejó caer Mónica—, fuera relaciones o líos que hayas tenido en este tiempo.
Exclusividad entre ambos —le recordó a modo de exigencia.
Héctor sonrió.
—Esa palabra contigo suena de maravilla.
—Lo digo en serio. Me dijiste que te marchabas el puente de trabajo y
de placer. Supongo que alguien se quedó esperando.
—Supones bien, pero también sabrás, eres muy lista, que no me importa
lo más mínimo si estoy aquí contigo. —Mónica no pudo evitar una sonrisa
de satisfacción—. Tú sí me importas, y mucho —confesó a modo de que
todo entre ellos quedase bien claro.
Terminó besándola y ella le correspondió completamente entregada.

Mónica les confesó a sus amigas por el grupo de whatsapp que había
vuelto a caer en los brazos de Héctor Gandía. Ellas mejor que nadie, sabían
todo lo que Mónica había sufrido al separarse de él, y celebraron que al fin
su tozuda amiga hubiese aceptado que estaba bien a su lado y juntos podían
convertirse en una pareja.
Sofía, desde la distancia, su vida estaba ahora en Arinaga con Marcos y
su hijo, la animó a que arriesgase como ella lo hizo y apostase por Héctor.
Lidia y Natalia se alegraron de que por fin hubiese un hombre en la vida de
su amiga, desde hacía meses no la conocían. A Mónica jamás le faltó una
aventura y desde que dejó de ver a Héctor se convirtió en una monja de
clausura.

Héctor se trasladó a casa de Mónica y ella necesitó una semana más en


cama y con cuidados. Se empeñó en trabajar desde casa y él hizo lo mismo.
No permitió dejarla sola. Tan solo accedió a ello cuando los padres de
Mónica vinieron a visitarla. Fue a hacer una gran compra, tenía la despensa
y el frigorífico vacío, y cuando volvió la encontró peor que la había dejado.
Mónica le explicó que tuvo que hacerse la fuerte y valiente y no aparentar
delante de sus padres cómo estaba realmente, de lo contrario su madre se
hubiese trasladado unos días con ella.
Cada día que pasaban juntos, Héctor la sorprendía más con la atención y
los mimos con la que la trataba. Hablaron muchísimo, de temas triviales, y
ambos se fueron descubriendo más y más.
—¿Sabes qué? —le preguntó Mónica a Héctor después de comerse unas
natillas deliciosas de postre que había comprado.
—Dime, sorpréndeme —la animó—. Tú cara me dice que lo harás.
—Nunca había pasado tanto tiempo en compañía de un hombre sin
tener sexo con él.
—Vaya, vaya. Va a ser cierto eso de que la canela es afrodisiaca. —Las
natillas que se habían comido la llevaban. Eran de un restaurante que las
hacía espectaculares. Héctor la miraba sonriente. Se moría por hacerle el
amor, pero se había jurado que no volvería a tocarla hasta que estuviese
recuperada por completo.
—Han pasado diez días desde el accidente. Ya me encuentro mucho
mejor y mañana me incorporaré al trabajo.
—¿Qué me estás proponiendo? —preguntó con interés.
—Oh, nada. Solo hice un comentario —manifestó de forma
intencionada, mientras le clavaba la mirada.
—Si te digo la verdad, nunca he dormido con una mujer que desease
más que agua en el desierto sin tener relaciones con ella.
—Vaya, una noche cargada de confesiones. —Se inclinó hacia él y le
acarició los labios con la yema de sus dedos.
—Me muero por esta boca. —Héctor se inclinó sobre ella y la besó—.
Quiero sentirla por todo mi cuerpo —murmuró sobre sus labios.
—Creo podemos pasar a esa fase —afirmó convencido de ello.
Mónica se separó de él al instante, lo miró con ojos brillantes mientras
su rostro expresaba la ilusión que sentía al escuchar aquello.
—Esta semana me has sometido a una completa tortura —confesó.
—Ha sido mutuo. Si volvía a hacerte el amor como estabas me sentiría
tan culpable como cuando lo hicimos. Disfrutamos y lo pasamos bien, pero
luego estabas peor que antes.
—Olvídalo. Ya estoy recuperada. Y en un par de días más seré la de
antes.
—Desconectemos los móviles y todo aparato que nos pueda molestar.
Hasta el lunes solo seremos tú y yo.
—Me gusta su proposición, señor Gandía.
Héctor la cogió en brazos, la llevó hasta la cama, sin dejar de besarla, y
le quitó el sencillo vestido de lana que llevaba. La dejó desnuda y la
admiró. Comenzó a besar con suavidad y lentitud todo su cuerpo mientras
que disfrutaba de ella como nunca.
27

Mónica se incorporó al trabajo para cerrar el mes de diciembre y un par


de cosas y, como siempre, las dos últimas semanas del año se las tomaría de
vacaciones.
Héctor se trasladó a casa de Mónica para cuidarla, pero una vez
recuperada, no le pidió que se marchase, y él no hizo amago de regresar a
su casa. Sentía que si se volvía a separar de ella la perdería para siempre.

Marina volvió de Punta Cana muy enfadada con Héctor. No se había


dignado a hablar con ella en persona en todo ese tiempo. Tan solo recibió
un mensaje de su secretaria comunicándole que al señor Gandía le había
sido imposible reunirse con ella, y que no viajaría al punto de destino.
Una semana después, tras las insistentes llamadas por parte de Marina,
esta volvió a recibir otro mensaje de la asistente del señor Gandía, en el que
le dejaba claro que entre ambos solo existiría desde ese instante una
relación laboral. Ella solo era la modelo de la imagen de los hoteles que
construirían en Punta Cana.
Desde que Héctor se marchó a vivir con Mónica trabajaba más desde
casa. Pese a que ella se empeñaba en decir que estaba recuperada, lo cierto
era que no lo estaba del todo. Aún le dolía una costilla y la cadera. Ella
nunca se lo decía, pero agradecía su constante compañía, su ayuda en todo
momento y los detalles que Héctor se marcaba. Le llevaba el desayuno a la
cama, le hacía la comida y se bañaban juntos. Cuando él la enjabonaba con
mimo y la rodeaba con sus brazos Mónica cerraba los ojos, recostada sobre
su pecho y pensaba que la felicidad tenía que ser algo muy parecido a
aquello. Nunca había experimentado aquella sensación de paz y bienestar.
Se sentía como en una nube de la que no quería bajar en mucho tiempo.
Aquella noche, ya acostados, Héctor abrazaba a Mónica contra su
pecho.
—Mañana es la fiesta de Navidad de mi empresa, este año será
diferente, nada tan multitudinario como antes. Me gustaría que me
acompañases —se lo comentó con miedo, sabía que aquella aparición
juntos sería un paso más en su relación.
Mónica paseó la mano por su pecho desnudo, no lo miró a los ojos
mientras meditaba la decisión en silencio. Él esperaba una respuesta con
paciencia, mientras le acariciaba la espalda con la yema de los dedos.
—Está bien. Te acompañaré —anunció.
De repente, Héctor se sentó en la cama y la miró sorprendido.
—¿De verdad? —Ella asintió sonriente—. ¿Así de fácil? —Mónica se
encogió de hombros—. Quiero llevarte de la mano, como mi pareja —dejó
claras sus intenciones.
—Creo que la necesitaré.
Héctor la tomó entre sus brazos, eufórico, rodó con ella por la cama y la
besó como un loco.
—Nunca te soltaré. Te deseo pegada a mí por el resto de mis días —
confesó emocionado.
Mónica lo miró con el corazón desbocado, aquello era mucho más de lo
que esperaba. Ella sentía lo mismo, pero no se atrevió a manifestarlo. Lo
besó y lo abrazó mientras suspiraba.

El día siguiente, Mónica comió con Lidia y Natalia. Este año no harían
la típica cena y salida de amigas por Navidad. La situación por el covid no
era muy buena y decidieron dejarlo para cuando todo estuviese mejor.
Quedaron en casa de Natalia e hicieron una videoconferencia con Sofía, que
se encontraba en Arinaga.
Entre confidencias de amigas, Mónica les soltó que iría con Héctor a la
cena de Navidad de su empresa y que lo haría en calidad de su pareja.
—Ya veo que vais en serio —comentó Sofía, sonriente, con su hijo en
brazos, y feliz por su amiga.
—Héctor se ha portado muy bien conmigo desde el accidente. Es lo
menos que puedo hacer por él.
—¡Joder! A ver cuando eres valiente y nos confiesas que ese tío te
importa, y mucho —dijo Natalia a modo de queja.
—Tengo con él una especie de adicción. Me resulta imposible
separarme de su lado. Es un dios en la cama —añadió Mónica con una
sonrisa.
—Estás colada por él. Enamorada hasta la médula, reconócelo —la
animó Sofía.
—No digáis tonterías. Héctor es diferente a los demás. Punto. No sé lo
que esto durará, pero he decidido vivirlo y no huir de ello. Ya es un paso.
—Bueno, al menos eso es algo. En la fiesta de su cumpleaños salió
corriendo como una cobarde —murmuró Lidia.
—Todo ha cambiado —justificó Mónica.
—Sí, en eso llevas razón. Ahora estamos en un estado de alarma,
llevamos mascarillas para ir a todos lados, tengo las manos como las de un
cristo de tanto gel hidroalcohólico y echo de menos los besos, los abrazos y
dar la mano a los clientes. Ahora es todo más frío. Mierda de virus —se
quejó Natalia.
—Y no podemos viajar —apuntilló Sofía. Echaba de menos a sus
amigas. No las veía desde que nació su hijo Hugo.
—Esperemos que esta pesadilla acabe pronto y la normalidad vuelva a
nuestras vidas —deseó Mónica.
—Yo creo que todo esto nos ha hecho cambiar a todos. Ver la vida de
forma diferente —comentó Lidia.
Sus amigas asintieron. Mónica era la que más había cambiado en los
últimos meses y las demás eran conscientes de ello. La pandemia y Héctor
movieron todos sus cimientos, desestabilizándola hasta tal punto en el que
ella ya no era dueña de sus sentimientos ni de la vida que se había armado
durante años.
***
Marina volvió de Punta Cana tras hacerse el reportaje de fotos junto al
mar en el lugar donde construirían el nuevo completo de hoteles, con villas
privadas anexas. Para su gran sorpresa, recibió una llamada de la secretaria
de Héctor en la que le comunicaba que no estaba invitada a la cena de
Navidad de la empresa. Debido al empeoramiento de la pandemia se había
decidido, por expresa orden de los jefes, hacer algo muy discreto y solo
para el personal que llevaba años trabajando para la empresa.
Esta decisión le cayó a Marina como un jarro de agua fría. Contaba con
asistir y volver a ver a Héctor. Lo había llamado millones de veces, se había
presentado otras tantas de veces en su despacho y no había conseguido
hablar con él. Se habían acostado juntos en varias ocasiones y él la había
dejado de la noche a la mañana sin explicación alguna. Él era catorce años
mayor que ella, pero se había enamorado como una loca y no estaba
dispuesta a dejarlo, así como así.
Héctor acudió con Mónica a la cena, esta estaba compuesta por tan solo
diez personas. Nicolás acudió solo, el resto de personas eran de su absoluta
confianza dentro de la empresa. La única persona ajena a ella que asistió
fue Mónica. Héctor quería aprovechar la ocasión para presentarla como su
pareja, no lo hizo expresamente como tal, pero el hecho de llegar con ella
de la mano y que los viesen juntos lo decía todo sin necesidad de
explicaciones, algo que Mónica agradeció.
Entrar en aquel restaurante, de la mano de Héctor y que sus empleados
y socio fijasen la mirada solo en ella, la puso nerviosa como nunca antes. Se
aferró más fuerte a los dedos de Héctor y lo miró de soslayo, intentando
aparentar la seguridad que siempre la caracterizaba.
Las mesas estaban compuestas, cada una, por cuatro comensales, por el
tema de la pandemia no podían estar todos juntos. Mónica se sentó junto a
Héctor, Nicolás y Santiago, un arquitecto joven que llevaba unos años
trabajando con ellos.
Para gran sorpresa de Mónica, Héctor le propuso en plena comida si
quería trabajar como abogada para su empresa. No esperaba aquella
proposición, pero tras la insistencia de él y de Nicolás terminó aceptando.
La cena le resultó muy amena. Se sintió integrada y le gustó estar con
Héctor en un ambiente al diferente de los últimos días; los dos solos en la
intimidad. Comprobó que era un hombre muy atento con ella en todo
momento, se preocupó porque estuviese bien y a gusto en cada instante.
Nunca había valorado demasiado los detalles de los hombres, los gestos de
atención, pero comprobó que se sentía muy halagada cuando venían de
parte de Héctor.

Al día siguiente, salió en la prensa la imagen de Héctor y Mónica


cogidos de la mano y abrazados a la salida del restaurante. Ya todo el
mundo sabía que eran pareja de forma oficial, algo que no les sentó nada
bien a Vanesa ni a Marina en cuanto se enteraron de la noticia.
Para colmo, a través de una clienta de su clínica, Vanesa se enteró de
que Mónica Peñalver iba a formar parte de la plantilla de la empresa de
Héctor. Esto la enfureció aún más. A Mónica la sentía como a una
verdadera rival. Sabía que era la mujer que le podía arrebatar a Héctor para
siempre.
En los meses que llevaba alejado de ella, Vanesa intentó volver con él,
tuvieron un acercamiento tras el confinamiento, pasaron parte del verano
juntos, pero luego todo se acabó. Héctor le dejó claro que no le interesaba
una relación seria de nuevo con ella. Vanesa ya no sabía qué más hacer para
que regresase a su lado. Llevó a cabo la estrategia de dejarlo y estar con
otro hombre, a ver si de esa forma despertaba sus celos, pero no resultó.
Cuando se dio cuenta de que no le importaba dejó a Saúl. Luego vino la
pandemia, se acercó de nuevo a Héctor y se ilusionó con que todo entre
ellos volviese a ser como antes, pero él no lo permitió. En cuanto se dio
cuenta de las intenciones de Vanesa cortó con ella rápido, dejándole claro
que no estaba preparado para una relación formal. Cuando lo veía tontear
con Marina, estaba al tanto de aquel lío, no le daba importancia. Ella era
una niña de veintiún años, modelo, con cara bonita, sabía que Héctor solo
se estaba divirtiendo con ella, pero Mónica… ella era diferente. Había
observado en varias ocasiones cómo la miraba Héctor y sabía que ella era
especial para él. Por ello, decidió sacarla de su vida para siempre, sin
importarle lo que tuviese que hacer. Héctor Gandía iba a ser para ella.
Como fuese, conseguiría que volviesen a ser una pareja con planes de
futuro.
28

—Te has acomodado en mi casa, ¿es que no piensas irte? —le preguntó
Mónica a Héctor risueña, abrazada a su pecho tras haber hecho el amor en
plena noche.
—Si quieres que me marche solo tienes que decírmelo —murmuró
mientras le acariciaba la espalda.
Mónica guardó silencio por unos segundos.
—Me gusta tenerte a mi lado. Me he acostumbrado a dormir contigo —
confesó al fin. Aquello le supuso un esfuerzo titánico, pero terminó
haciéndolo.
—A mí me gusta todo de ti, pero creo que eso ya lo sabes. —Héctor la
besó y la envolvió entre sus brazos.
Mónica no le respondió, pero él pudo sentir cómo se aceleraba su
corazón y su pulso. Sonrió sobre su cabello, la tenía abrazada sobre su
pecho, y se sintió feliz. Tenía la sensación de que todo con ella iba de
maravilla. Era consciente de que estaban cambiando muchas cosas en ella
que la misma Mónica tendría que asimilar, pero sería paciente. Estaba
seguro de que la espera valdría la pena. Amaba a aquella mujer y estaba
dispuesto a todo por ella. Se había propuesto que se volviese loca por él y
pensaba conseguirlo.

Un día antes de fin de año, mientras desayunaban juntos, Héctor le


comunicó a Mónica que aquella noche iba a salir con Nicolás y un par de
amigos. Era una cena de colegas y ella declinó ir. Decidió ir a ver a sus
padres y cenar con ellos ya que el último día del año lo iba a pasar con
Héctor, en la intimidad de su casa. La situación de la pandemia del país no
estaba para mezclarse con mucha gente, y, por otro lado, le apetecía recibir
de nuevo el año a su lado, a solas. Ya habría lugar en años futuros para
pasarlo en reuniones con más gente. Estaba descubriendo, que las fiestas
que siempre le habían gustado tanto estaban perdiendo su encanto. En esos
momentos de su vida disfrutaba como nunca estando solo con Héctor,
descubriéndolo.
—Bien, yo hoy voy a aprovechar para apuntarme al gimnasio —
comentó Mónica mientras removía el café que tenía por delante.
Desde que volvió con Héctor este le había recomendado el gimnasio al
que él iba. Desde la pandemia Mónica dejó de asistir al suyo, le resultaba
incómodo hacer ejercicio con la mascarilla y, por otro lado, le daba miedo
por temor a infectarse con el virus. Aún no sabían nada sobre una posible
vacuna y el futuro de la situación era incierto. Pero Héctor la convenció de
que donde él acudía cumplía con todas las medidas de seguridad e higiene,
además, él solo practicaba boxeo. Mónica se motivó y decidió empezar con
aquel deporte, lo cierto era que llevaba muchos meses sin hacer ejercicio y
su cuerpo le pedía volver.

Mónica, Lidia y Natalia quedaron en casa de esta última e hicieron una


videoconferencia con Sofía, estas se habían convertido en sus nuevas
reuniones de amigas. Las chicas hablaron de sus cosas y vieron al pequeño
Hugo por la pantalla. Cada día estaba más grande.
Pasadas las doce de la noche, las chicas se echaron unas copas y tanto
Lidia como Mónica decidieron quedarse a dormir en casa de Natalia.
—Cómo cambia todo. Ahora nosotras somos las solteras y tú en nada
estás como Sofía —aventuró Lidia.
—De eso nada, una cosa es que tengo una estabilidad con un tío y
conviva con él y otra formar una familia como Sofía. Te aseguro que estoy
muy lejos de eso, es más, no entra en mis planes. Y Héctor lo sabe —añadió
para dejar bien claro el asunto.
—El amor lo cambia todo, amiga —murmuró Natalia alzando su copa
—. Tiempo al tiempo.
Mónica puso los ojos en blanco, le hizo un mohín, no pensaba admitir
que lo que sentía por Héctor era amor, y bebió de su copa. Aquella noche
pensaba emborracharse. Hacía meses que no se sentía tan feliz ni tenía
motivos para brindar, sin embargo, en esos momentos estaba en la gloria.
Héctor Gandía le estaba cambiando la vida.
El móvil de Mónica sonó y vio reflejado en la pantalla que era Héctor,
sonrió y lo cogió de inmediato, pensando que sería para desearle buenas
noches y decirle que se iba a casa.
—¡¿Qué?! —gritó Mónica cuando escuchó lo que le dijo Héctor—. ¡No
lo puedo creer! —gritó de nuevo, se puso en pie y se paseó por el salón bajo
la atenta mirada de sus amigas, mientras se revolvía el pelo—. Joder, que ya
no eres un crio —le reprendió muy enfadada—. Voy para allá.
Las tres copas de alcohol que Mónica se había bebido junto con sus
amigas se le bajaron en cuanto Héctor le comunicó que estaba detenido y
necesitaba que fuese en su ayuda.
—¿Qué pasa? —preguntaron Lidia y Natalia a la vez al verla tan
alterada.
—Héctor y Nicolás, están detenidos. Se han saltado el toque de queda,
no llevaban mascarillas, estaban bebidos, han cogido el coche y se han
enfrentado a la policía.
—Madre mía —bufó Natalia—. Voy contigo.
—Y yo —dijo Lidia. Preocupada por Nicolás, últimamente se veían con
frecuencia.
—Solo podremos entrar Mónica y yo como abogadas —le indicó
Natalia.
Lidia bufó.
—Mantenedme al tanto. Y llamad a un taxi, que habéis bebido — les
recordó.
—A mí se me acaba de bajar todo. ¿Pero cómo son tan idiotas?
Natalia y Mónica salieron juntas en dirección a comisaría. Intentaron
mantener la compostura como abogadas cuando llegaron, leyeron los cargos
que se le imputaban a Nicolás y Héctor y los sacaron tras varias gestiones.
Cuando ellos las vieron, se abrazaron a ambas muy contentos. Estaban
borrachos hasta arriba. Los policías miraron a Mónica y Natalia mientras
cada una se hacía cargo de un hombre y los dirigían hacia la puerta. Mónica
tenía ganas de matar a Héctor. Iba dando voces y diciéndoles adiós a todos
los policías de la comisaría, les deseaba feliz año.
—Entra en el taxi —le ordenó Mónica a Héctor.
Natalia cogió otro taxi con Nicolás, Lidia le indicó que lo llevase a su
casa. En las condiciones que le dijo su amiga que se encontraba no le
parecía bien dejarlo solo.
—Buenas noches, buen señor —dijo Héctor nada más subir al coche. Se
bajó la mascarilla y Mónica se la colocó reprendiéndolo con la mirada—.
Odio esto tanto… —Señaló la mascarilla— como los preservativos, ¿a
usted no le pasa igual? —le preguntó al taxista, inclinado hacia delante en
el asiento trasero.
Mónica cerró los ojos y se armó de paciencia. Lo quería matar. Estaba
borracho y nunca antes lo había visto así.
—Héctor, por favor —le susurró entre dientes, tirando de su camisa.
El taxista solo asintió con la cabeza, pero por la expresión de sus ojos,
Mónica pudo ver que todo aquello le hacía gracia. Sin embargo, ella no se
la encontraba.
—Déjame charlar con el señor, mi amor. —Nunca antes la había
llamado así. Cuando Mónica lo escuchó sintió un vuelco en el corazón.
—Héctor…
—Te quiero —confesó acudiendo a su lado. Le bajó la mascarilla, hizo
lo mismo con la suya y la besó en un arrebato.
—¡¿Quieres comportarte?! —le reprendió de inmediato separándolo de
ella y colocándole la mascarilla de nuevo.
—Soy un hombre enamorado —confesó a modo de excusa, mirando al
taxista.
—Tiene usted mucha suerte —le indicó el conductor.
—Mucha —afirmó con la mirada clavada en los ojos chispeantes de
Mónica—. Sueño con ella desde hace años.
Mónica le apretó el brazo y le indicó con los ojos que parase ya. Héctor
le sonrió con la mirada, le tomó una mano entre las suyas y asintió. No
quería verla cabreada.
Cuando llegaron a la puerta de la casa de Mónica y le pagaron al taxista,
el hombre se despidió:
—Que tengan una buena noche —les deseó de forma educada.
—Tenga por seguro que así será. De hecho, desde que ella duerme en
mi cama lo son —confesó sin pudor alguno Héctor.
Mónica tiró de su mano para que acabase de salir del coche y luego lo
tomó del brazo, no tenía demasiada estabilidad.
—Esta noche te quedas en el sofá. Yo no duermo con borrachos —bufó.
—No tenía intenciones de dormir —confesó con una mirada ardiente.
—Eres un irresponsable, no conocía esta faceta de ti. Te has comportado
como un niñato —le reprendió muy enfadada mientras subían en el
ascensor.
Héctor se acercó a ella, le arrancó la mascarilla y la besó.
—¿Y esta faceta desconocida no le pone ni un poquito, señorita
abogada? —murmuró sobre sus labios.
—Me has hecho pasar la vergüenza más grande de mi vida esta noche
—confesó tratando de deshacerse de sus brazos, pero él no lo permitió.
—Yo que pensaba que tú no tenías vergüenza.
—Me has demostrado que sí.
—Entonces esto ha servido en parte para algo. Creo que a mi lado estás
descubriendo a una Mónica que permanecía dormida en tu interior. ¿Quizás
el amor te está cambiando? —se atrevió a preguntar arrastrando las
palabras.
Ella no le respondió. Sacó las llaves y abrió la puerta. Entró con energía,
soltó el bolso y el abrigo de malas formas encima de la mesa y le indicó a
Héctor:
—Esta noche la pasas ahí. —Señaló el sofá.
Ella entró directa a la habitación tras cerrar la puerta con un sonoro
golpe.
Héctor chasqueó la lengua, se pasó las manos por el pelo y fue hasta la
cocina. Tenía mucha sed. Luego se dio una ducha, no fue al baño que solían
usar dentro de la habitación de Mónica, pero de inmediato se dio cuenta de
que no tenía ropa tras secarse con una diminuta toalla de mano, la única que
había en aquel baño.
Tras la ducha de agua fría, se despejó un poco. Se miró al espejo y
esbozó una sonrisa mientras trazaba un plan en su mente. Dejó caer la toalla
que llevaba alrededor de la cintura y, como vino al mundo, fue hasta la
habitación de Mónica. No se molestó en llamar a la puerta. Cuando entró la
encontró metida en la cama, pero no dormía. Estaba sentada con el móvil en
la mano y una leve luz encendida.
Cuando Mónica lo vio aparecer desnudo, la descolocó. Fijó la mirada en
su cuerpo y no pudo apartarla. Héctor era esplendido en todos los sentidos.
—¿Qué quieres? —preguntó de malas formas.
—Algo de ropa —anunció Héctor sin apartar la mirada de sus ojos
azules.
—Quién lo diría —murmuró sin dejar de observarlo al detalle. Cierta
parte de su anatomía comenzaba a tomar vida.
—Suele ocurrir cuando estás cerca. Te deseo. Siempre quiero más
contigo —confesó con voz ronca, con sinceridad.
Los ojos de Héctor no mentían, Mónica lo supo y esto le hizo darle un
vuelco el corazón.
—Hoy estás castigado en el sofá —lo reprendió con tono mandón.
Él se acercó más a ella, de forma peligrosa. Colocó una rodilla sobre el
colchón y se inclinó para susurrarle:
—¿Qué puedo hacer para remediar eso? —intentó persuadirla. Sabía
que su proximidad la descolocaba.
29

Mónica se removió incómoda, trataba de hacerse la fuerte pese a que


todo su interior deseaba besarlo y entregarse a él en cuerpo y alma.
—¿Y si lo dejo a tu imaginación? ¿Qué harías? —preguntó intrigada
mientras se cruzaba de brazos y lo observaba.
—Te amo con locura, Mónica Peñalver. No hay nada en este mundo que
no haga por ti —confesó con sinceridad.
De repente, un gran nudo se apoderó de la garganta de ella. No esperaba
algo como aquello. La respiración se le alteró y su mirada se humedeció.
Trató de no romperse, de mantener la compostura, pero no pudo hacerlo
ante una confesión como aquella.
Haciéndose la dura, no quería que la viese llorar, tiró de él y lo besó.
—Eres un capullo —murmuró sobre sus labios.
—Yo también te quiero —respondió él con una enorme sonrisa.
—Déjate de tonterías y hazme el amor —le pidió mientras llevaba una
mano hasta su miembro y comprobaba que estaba preparado.

A la mañana siguiente, Héctor se levantó con un dolor de cabeza


espantoso. Miró a Mónica, despierta a su lado en la cama, y cerró los ojos,
tratando de recordar la noche anterior. Todo en su cabeza era muy confuso.
—¿Estás bien? —preguntó ella cuando él emitió un sonido de dolor.
—Se me va a partir la cabeza de dolor —dijo entre quejas.
—Eso te pasa por beber más de la cuenta y por terminar en comisaría
detenido —lo reprendió incorporándose en la cama para mirarlo mejor.
Él tenía el brazo derecho sobre sus ojos. La leve luz que entraba por la
ventana le molestaba.
—Pero finalmente la noche terminó bien. Me levantaste el castigo y no
dormí en el sofá —murmuró tratando de recomponerse, pero solo consiguió
que el dolor le resultase más punzante.
—Ahora tienes tu castigo. Tú solito te lo buscaste.
—¿Puedes traerme unas pastillas? No puedo ni levantarme de la cama.
—Ya te lo dije anoche, no lidio con borrachos.
Mónica comenzó a levantarse. Era el último día del año y solo le faltaba
pasarlo cuidándolo. Se negaba a ello. Tenía pensado desayunar con él fuera,
pasear, hacer un par de compras, tomar algo con él y sus amigas y luego
regresar a casa para la cena. Héctor acababa de frustrar todos sus planes.
—No me creo que seas tan dura e insolidaria. Si fuese al revés yo
estaría a tu lado —murmuró con los ojos cerrados, esperanzado en hacer
mella en ella.
Mónica bufó, no dijo nada más, y salió de la habitación.
Cuando Héctor ya pensaba que no iba a venir más, entró en el cuarto
con una bandeja en la que le traía un café, agua y pastillas para el dolor de
cabeza.
Sentirla sentada a su lado para atenderlo lo hizo sonreír. Mónica no era
de tener detalles, se consideraba una mujer práctica que no se paraba en
tonterías.
—Aquí tienes. Mi abuela siempre decía que no se le niega un vaso de
agua a nadie —justificó su presencia allí.
Héctor se incorporó un poco en la cama, se tomó las pastillas con agua y
luego la taza de café humeante. La miró sonriente y le respondió:
—Yo también te quiero.
Mónica chasqueó la lengua y apartó la mirada de la suya. No le gustaba
cuando le decía aquella frase, pese a que lo hacía con tono burlón. Sin
embargo, él sabía que cada gesto y cada avance que notaba en ella era su
forma de decirle que lo quería. Estaba seguro de que un día lo escucharía de
sus labios, que no le costaría trabajo pronunciarlo. Mientras, esperaba
paciente, hasta se divertía en la batalla interior que mantenía la propia
Mónica por no reconocer sus sentimientos en voz alta.
—Voy a darme un baño relajante, el último del año —especificó—, y
luego saldré a dar una vuelta y comeré por ahí. Tú puedes pasar el día
metido en la cama, no te mereces menos después de lo de ayer —comentó
enfadada.
Héctor se tapó la cabeza e intentó dormir un poco y que el dolor de
cabeza pasase. No era la primera vez que le sucedía y sabía que con las
pastillas remitiría pronto.
Mónica se sumergió en la bañara, la llenó de agua hasta arriba y echó
sales. Allí se quedó dormida sin darse cuenta. La noche anterior apenas
había descansado.
Dos horas después, Héctor entró en el baño buscándola. Se había
despertado y se sentía como nuevo. Encontró a Mónica dormida. Se acercó
a ella, tocó el agua y advirtió que ya estaba fría. Quitó el tapón de la bañera,
la vació un poco y volvió a llenarla de agua bien caliente. Ella seguía
dormida. Héctor se adentró junto a ella y la tomó en sus brazos. Al sentir su
contacto, Mónica se despertó. Cuando fue a decir algo, Héctor la besó e
hizo que se olvidase de todo.
—¿Qué tal te encuentras? —se interesó por él.
—Mucho mejor. Gracias por tus atenciones. No volverá a ocurrir.
—Eso espero. Te comportaste como un adolescente y yo no aguanto a
niñatos ni a borrachos.
Héctor le sonrió y la abrazó, pegando su rostro sobre su pecho.
—Pero debes de admitir que yo soy diferente. Consigo acelerarte el
corazón y hacerte sentir viva —comentó con seguridad.
—La primera y la última, ¿entendido? —le advirtió con una ceja alzada.
—Tienes mi palabra. Ven aquí. —La abrazó y ella se refugió en el calor
y la protección de su cuerpo.
Salieron del baño juntos y se vistieron. Cuando Mónica dedujo que
Héctor tenía intención de ir con ella, le preguntó:
—¿Estás bien como para salir?
—Por supuesto. Vamos a comer con tus amigas, ¿no? Y luego nos
pasamos a recoger la cena. La dejé encargada en un restaurante que hace
una comida de lujo.
—¿Estás tratando de remediar lo de anoche?
—Puede ser.
—Bien, sigue haciendo méritos.
Pasó por su lado y fue a arreglarse el pelo.
Héctor la observó desde la distancia embobado en ella. Sin duda era
única y eso la hacía especial. No deseaba que cambiase nada en esa mujer,
le gustaba tal y como era, solo quería que admitiese sus sentimientos por él
de forma abierta. Estaba seguro de que lo conseguiría tarde o temprano.
Pasaron el resto del día fuera de casa y les resultó muy divertido.
Estuvieron comiendo con Lidia, Natalia y Nicolás en casa de este, luego
pasearon por el centro de Málaga y recogieron la comida que habían
encargado para la cena.
De camino a casa mientras Héctor conducía, Mónica recibió una
llamada de Sofía. Ella y el padre de su hijo les deseaban un feliz año. Tras
colgar, Mónica recibió un mensaje privado de Marcos, este le pedía ayuda
para organizarle a su amiga una boda sorpresa el próximo mes.
—¿Ocurre algo? —preguntó Héctor tras verla un poco seria mientras
consultaba el móvil.
—Marcos me pide ayuda para organizar una boda sorpresa a Sofía.
Quiere casarse con ella a finales del próximo mes en las dunas de
Maspalomas.
—Vaya, qué estupenda noticia. Deberías estar muy contenta por ella.
—No sé nada de organizar bodas. Yo solo divorcio a la gente.
—Seguro que si le pones empeño saldrá bien.
—No me gustan las bodas —replicó.
—Piensa que tu amiga será feliz. Está enamorada de Marcos, y tienen
un hijo, seguro que le hace ilusión casarse con él.
—Por otro lado… está el tema este de las restricciones para viajar. No
creo que cambie mucho de aquí a un mes. No he querido desilusionar a
Marcos, pero…
—Bueno… de aquí a un mes…
—Ya, pero la situación es la que es. Todo cambia de un día para otro.
Tendríamos que viajar para asistir a la boda.
—¿Y qué problema hay? Podemos ir, por nuestros trabajos nos
podemos mover —le recordó.
Mónica solo asintió. No le gustaban las bodas, y menos tener que
ayudar a organizar una a espaldas de su amiga.
—Le diré a las chicas que me ayuden.
—También puedes contar conmigo —se ofreció—. Creo que ya sabes
que siempre podrás hacerlo para todo.
Le sonrió, le extendió una mano y ella se la tomó. Su contacto la hizo
sentir segura. Como cuando tenía miedo de pequeña y se metía en la cama
de sus padres.

Nochevieja junto a Héctor, un año más, fue increíble. La cena estuvo


exquisita y tras la entrada del nuevo año y las uvas lo celebraron de una
forma muy íntima y especial en la cama. Mónica siempre lo recordaría. Le
costaba reconocer que se estaba volviendo adicta a Héctor Gandía. Aquel
hombre tenía algo que no logró encontrar en todos los anteriores con los
que estuvo.
***
Enero se presentó como un mes negro para todo el panorama mundial.
La pandemia volvía a estar extendida como la pólvora y se tomaron
medidas más restrictivas.
—Chicas, la boda está organizada, pero la situación está cada vez peor.
¿Qué hacemos? Marcos quiere seguir adelante, pero yo lo veo inviable —
anunció Lidia.
—Está todo pensado. Natalia y yo viajaremos alegando motivos de
trabajo, Héctor y Nicolás tienen que firmar una documentación en Las
Palmas y requieren asistencia de abogadas, y tú, Lidia, irás en calidad de
asistente personal de Nicolás. De esa forma no tendremos problemas.
—Vaya…
—¿No sabías nada? Nicolás fue el de la idea. Héctor y yo íbamos a
llamar a Marcos para aplazar todo, pero su socio dio la solución. Por mí no
hay problema. Héctor y yo iremos. Siempre me ha gustado saltarme las
normas.
—Yo me apunto —dijo de inmediato Natalia.
—Y yo —anunció Lidia.
—¿Te has acostado ya con Nicolás? —preguntó Mónica de golpe. Sabía
que últimamente eran muy amigos.
—No —negó de inmediato—. Hemos quedado en varias ocasiones, nos
llevamos bien y su hija es un encanto.
—Ya. Pues déjame recordarte que ya no estamos para tonterías, el
tiempo se nos pasa —le indicó Mónica.
—Mira quién habla. Antes de Héctor estuviste varios meses sola y
después de él no hubo nadie.
—Tú lo has dicho, sola. El tonteo para los adolescentes. No creo que
Nicolás y tú estéis a vuestras alturas de la vida para tontear.
—Y yo que pensaba que Héctor lograría sacar tu lado romántico y
hacerte un poco más humana en ese aspecto —comentó Natalia—, por lo
que veo sigues igual. A veces pienso que ese hombre ha perdido la cabeza
del todo por ti, sino no entiendo cómo te aguanta.
—Le doy en la cama lo que necesita —comentó a la misma vez que les
hacía un guiño y una burla a sus amigas.
—Y tú, ¿cómo vas con él? —preguntó Lidia.
—Vivimos juntos, y eso tiene sus ventajas. Me está gustando tener la
cama caliente todas las noches —añadió antes de que sus amigas le echasen
en cara que durante años se había jactado en decir que le gustaba su
independencia y no se veía compartiendo su espacio con un tío.
—¿Cuándo vas a reconocer lo evidente? —le preguntó Lidia
exasperada.
—Siempre he reconocido que Héctor me gusta y me atrae, además, el
tío es una máquina en la cama.
—¿Qué sientes por él? —indagó Natalia.
—Ya os lo he dicho, atracción. Lo nuestro es puro deseo. Es mirarnos y
tener ganas de sexo.
—Déjate de tonterías —bufó Lidia.
—¿Cuándo piensas reconocerlo? Héctor Gandía te tiene loca. Te has
enamorado.
—Dejadme en paz. A trabajar, y a hacer las maletas. En dos días
estamos de boda y de vacaciones. Ya que vamos, nos quedamos una semana
—anunció antes de abrir la puerta y marcharse, dejando a sus amigas con la
palabra en la boca.
—Terminará reconociéndolo —dijo Lidia con una enorme sonrisa.
Natalia asintió. Ambas conocían bien a Mónica y su mirada no mentía.
30

Volaron hasta el aeropuerto de Las Palmas en un avión privado. Héctor


y Nicolás se encargaron de alquilar uno. Cuando las chicas pensaron que
embarcarían en un vuelo regular, se encontraron con que lo harían en uno
privado. Ninguna había viajado antes de aquella forma. Subir a un avión así
las impresionó. Fue en ese instante en el que comprobaron que la empresa
que tenían en común Héctor y Nicolás les dejaba una gran cantidad de
dinero.
—¿Impresionada? —preguntó Héctor a Mónica en un susurro. La tenía
sentada a su lado mientras el avión despegaba.
—No lo esperaba, es todo.
—¿Qué tengo que hacer para impresionarte, Mónica? —preguntó
Héctor muy cerca de ella, tanto que sentía su aliento rozar su piel.
—Ya me impresionas todos los días en la cama, ¿no te basta con eso? —
contraatacó mostrando una sonrisa forzada.
—¿No sientes que a eso le falta algo más?
—¿Te lo parece a ti? —Lo miraba con cara de reproche.
—Lo quiero todo contigo.
—No empieces, Héctor. Estamos juntos, disfrutamos juntos y lo
pasamos bien. Punto.
—¿Estás de mal humor? Hay una cama dentro —Indicó con la mirada
al fondo del avión—, ¿quieres que vayamos allí a ver si te mejora el
carácter?
—No estamos solos —replicó con cara de reproche.
Nicolás, Lidia y Natalia ocupaban el resto de asientos. Miraban el
paisaje por las ventanillas.
Héctor no le hizo caso al comentario. Se deshizo del cinturón de
seguridad y luego se lo quitó a ella, tiró de su mano hasta que consiguió
ponerla en pie e hizo que lo siguiese.
—Vamos a descansar dentro, necesitamos estar más cómodos —anunció
Héctor mientras llevaba a Mónica en una clara dirección.
Su amigo lo miró con envidia. Las chicas se quedaron calladas y luego
aparecieron unas sonrisas en sus labios. Suspiraron, compartieron miradas
cómplices con Nicolás y entablaron un tema de conversación que los
mantuviese alejados de lo que iba a suceder al fondo del avión.
—¿Nunca lo has hecho en el aire? —le preguntó Héctor una vez a solas,
centrado en quitarle toda la ropa cuanto antes.
—Tú y tu manía de siempre querer saber más. Cuando juegas con fuego
terminas quemándote.
—Me gusta arriesgar. Respóndeme —la apremió mientras le besaba el
cuello.
—Nunca lo he hecho en un avión con nadie. ¿Contento? —preguntó en
tono de reproche. Héctor había parado de besarla y acariciarla y ella
necesitaba su contacto como respirar.
—No sabes cuánto. —La besó, se desnudaron con prisa y la llevó hasta
la cama.
—¿No te resulta excitante hacer el amor por encima de las nubes? —
preguntó moviéndose muy lento dentro de ella, quería que le suplicase.
—Mucho. Contigo siempre es excitante, diferente, como si fuese la
primera vez. Me resultas adictivo, pero eso ya lo sabes. ¿Quieres moverte?
—lo apremió con urgencia en la voz alzando las caderas—. Te necesito por
completo.
—Tranquila. Te lo daré.
Se sumergió en ella de nuevo y la hizo sentirse como nunca. Necesitaba
que Mónica recordase aquella vez para siempre.

Cuando aterrizaron en Las Palmas, todos se fueron directos al hotel que


tenían reservado en Maspalomas. Permanecerían allí hasta el día siguiente,
que sería la boda, ya que todo era una sorpresa para Sofía y no podía saber
que sus amigos estaban en la isla. Debido a todas las restricciones, ella
jamás se imaginaría nada como lo que estaba a punto de suceder. Marcos,
junto con Mónica y Héctor se encargaron de organizar una boda íntima y
especial, la cual Sofía recordaría por el resto de su vida.
Tras dejar las maletas en las habitaciones, decidieron ir a comer al
restaurante del hotel. El resto de aquel día harían turismo y prepararían los
últimos detalles de la boda. El vestido de la novia se encontraba en la
habitación de Natalia y Lidia. Mónica compartía habitación con Héctor y
Nicolás tenía una suite para él solo.
Mónica llegó a la habitación pasadas las doce de la noche, desde las
nueve estaba con Natalia y Lidia ultimando los detalles del día siguiente.
Héctor la esperaba dando vueltas por la suite, de haber sabido que se iba a
demorar tanto se hubiese tomado unas copas con Nicolás tras la cena.
—Pensé que ya te encontraría dormido —le dijo Mónica en cuanto
entró en la habitación, mientras se deshacía de las botas. Tenía los pies
muertos.
—Desde que estás en mi vida, no concibo dormir si no estás a mi lado
—reveló. Esto provocó un vuelco en el corazón de Mónica—. Por otro lado,
teníamos que inaugurar esta enorme cama juntos —anuncio con picardía en
la mirada, cambiando de tercio. Sabía que cuando le manifestaba sus
sentimientos más profundos se metía en su enorme caparazón y le costaba
salir.
Con paso lento y seductor, Mónica se acercó a Héctor. Colocó las
manos entrelazadas detrás de su nuca, lo miró sonriente y lo observó unos
segundos. Lo había echado de menos. Besarlo se había convertido en una
necesidad. Abrazarlo, en un placer. Y hacer el amor con él en todo un
privilegio.
—¿Se aburría sin mí, señor Gandía? —preguntó en tono juguetón.
—No eres un pasatiempo. Te deseo de forma indefinida en mi vida. Y
sí, te extraño cuando estás lejos.
Cierta emoción recorrió el pecho de Mónica, pero decidió besarlo en
vez de continuar con aquella conversación. De esa forma no tendría que
responderle. No se sentía preparada para manifestarle sus sentimientos.
Se enredaron entre besos y abrazos y terminaron en la cama.
Disfrutaron de una noche cargada de sensualidad y erotismo que los
convirtió en más amantes que nunca.
En mitad de la noche, Mónica se despertó enredada entre los brazos de
Héctor. Estaban desnudos y no pudo evitar acariciarlo. Al sentir su contacto
él la abrazó más fuerte, entre sueños, y ella se dejó estar, ahí pegada junto a
su pecho, escuchando su corazón latir. El ritmo de este la devolvió a un
profundo sueño mientras admitía para sí misma que Héctor Gandía era el
hombre con el que más complicidad y conexión había tenido en toda su
vida.
El gran día para Sofía y Marcos llegó. Su futuro marido le entregó el
sencillo vestido blanco que sus amigas habían escogido y le comunicó que
aquel día era para ellos solos. Deseaba pasear con la mujer de su vida de la
mano y jurarle amor eterno en la puesta de sol de las dunas de Maspalomas.
Sofía no sospechaba nada. Le encantó la propuesta de Marcos, dejaron a
su hijo pequeño con sus abuelos e hizo todo lo que su futuro marido le
indicó.
En el mirador de las dunas de Maspalomas se encontraron con Mónica,
Lidia, Natalia, Héctor y Nicolás. Junto a ellas estaban los padres de Sofía,
que sostenían al pequeño Hugo en brazos. Cuando Sofía los vio a todos allí,
perfectamente arreglados y en un altar improvisado, se llevó la mano al
pecho y comenzó a llorar mientras caminaba hacia todos ellos de la mano
de Marcos.
—¿Tú has hecho todo esto? —preguntó emocionada.
—Bienvenida a nuestra boda —anunció con una sonrisa maravillosa—.
No podía esperar más para que te convirtieses en mi mujer.
—Nada podría hacerme más feliz. Te amo, Marcos Luna. Todo esto es
mucho más de lo que nunca imaginé.
—Me alegro. He tenido una buena ayuda. —Les guiñó un ojo a las
amigas de su mujer al pasar por su lado.
Se ofició una breve ceremonia, con unas palabras emotivas que
consiguieron que los futuros esposos llorasen, y Marcos y Sofía se
convirtieron en marido y mujer mientras se juraban amor eterno en el
atardecer más maravillosos de sus vidas.
Mónica y Héctor firmaron como testigos y tras ello se hicieron algunas
fotografías todos juntos.
—No sabes lo que me alegra ver a Marcos así. Feliz, casado y con una
familia —murmuró Héctor en el oído de Mónica mientras los recién
casados posaban en una foto con su hijo—. ¿Qué me dices? —preguntó con
interés.
Observó la cara de Mónica durante todo el enlace y vio la emoción
reflejada en ella. Algo le decía que aquella mujer dura y que siempre había
rehuido de formar una familia estaba cambiando, pese a horrorizarle
reconocerlo ni siquiera un poco.
—Que cada uno tiene la vida que desea. No le envidio nada a nadie —le
dejó claro. Sabía muy bien cuáles eran sus intenciones con aquella
pregunta.
Se deshizo de su contacto y de su cercanía para acudir cerca de la pareja
y hacerse una foto con los novios.
Sofía le entregó su hijo a Mónica para ella posar abrazada a su marido.
Héctor no perdió la ocasión de sacar su móvil y hacer una foto personal
para él, especialmente enfocó a Mónica con el pequeño Hugo en brazos y
su cara al observarlo y hacerle carantoñas.
Héctor sonrió para sí y murmuró;
—Ya veremos quién gana, Mónica Peñalver.
31

Tras la breve ceremonia, la celebración no pudo ser algo como lo que


siempre hubiesen deseado, pero Héctor y Marcos hicieron posible que se
reuniesen todos en casa de los novios. Se hicieron unas pruebas PCR para
comprobar que todos estaban libres del virus y pasaron unas horas muy
agradables reunidos, comiendo y sin mascarillas. Marcos y Sofía se
merecían, al menos, una pequeña celebración.

Todos estuvieron en la isla una semana más. Marcos y Héctor, junto con
Mónica como abogada de la empresa, firmaron un par de contratos con
unos clientes para reformar parte de dos hoteles.
Nicolás y Lidia cada día estaban más unidos, aquel viaje les sirvió para
conocerse mejor. Natalia los miraba y sentía envidia, hacían una pareja muy
bonita.
Por su parte, Mónica y Héctor disfrutaron de la isla como dos
enamorados. Él cada día tenía más detalles con ella, y ella, pese a no
admitirlo, le encantaba.
Una mañana fue una rosa roja en la bandeja del desayuno. Una noche,
una cena romántica con velas a la luz de la luna. Y el último día en la isla
Héctor le regaló una pulsera. Nada caro ni espectacular, como le hubiese
gustado. Era una pulsera fina, de cuero. Hecha a mano. A Mónica le
encantó al pasar por una tienda de artesanía, él la compró sin que ella se
diese cuenta, y a la mañana siguiente amaneció con ella puesta en su
muñeca. Cuando se la vio, no pudo reprimir el impulso de comerse a Héctor
a besos. Hasta ella misma se sorprendió de esta reacción, pero ese hombre
la traía loca.
De vuelta a Marbella, en el vuelo que los llevaría hasta el aeropuerto de
Málaga, Mónica iba recostada sobre el pecho de Héctor. Se sentía muy
cansada y no tenía ganas de hablar. Lidia, Natalia y Nicolás estaban
inmensos en una conversación que oía de lejos, sin ganas de participar en
ella.
—¿Las vacaciones te han dejado cao? —le preguntó Héctor con una
sonrisa burlona que ella no vio. Le acariciaba el cabello con mimo.
—Tú me has dejado así. —Levantó la mirada y lo observó con una
sonrisa seductora.
—Hacemos un buen equipo. —Ella asintió al comentario.
—¿Dónde vamos a dormir esta noche? —preguntó él con interés.
Mónica frunció el ceño.
—En mi casa, ¿qué clase de pregunta es esa?
—Necesito una estabilidad y un orden en mi vida. No puedo estar en tu
casa de forma indefinida con solo una maleta.
—Puedes volver a tu casa cuando quieras —le manifestó con cierto
toque de indiferencia.
—No era ese el planteamiento —contraatacó Héctor algo molesto.
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó a modo de reproche, separándose
un poco de él.
—Si vamos a vivir juntos, lo lógico es que decidamos dónde hacerlo y
uno de los dos se mude a casa del otro.
—¿En qué momento hemos hablado de vivir juntos? Digo, porque igual
yo estaba dormida.
—Hace más de un mes que vivimos juntos, no sé si te has dado cuenta.
Mónica chasqueó la lengua. No quería tener aquel tipo de conversación.
Profundizar y avanzar en su relación con Héctor le daba pavor.
—Ya sabes que eres bienvenido en mi casa —dijo tras unos segundos de
tensión en silencio.
Finalmente, Héctor esbozó una enorme sonrisa, tomó aquello como un
sí y le dijo:
—Yo también te quiero. —La abrazó y la besó. Luego le susurró en el
oído—: Mañana mismo llevaré mis cosas a tu casa.
Mónica no le replicó, algo bueno viniendo de ella pensó Héctor, que
había jurado armarse de paciencia y seguir fiel en ello. Su casa era más
grande que la de Mónica, pero no iba a insistir en que fuese ella quien se
mudase. Él tenía trazado planes de futuro para ambos y contaba con todas
las esperanzas del mundo en que estos se cumpliesen tarde o temprano.
—Mónica, ¿qué tal las clases de boxeo? Acabo de convencer a Lidia
para que se apunte. —Nicolás llamó su atención.
—Van bien. Me gusta. Es un deporte que nunca había practicado, pero
me entusiasma.
—En un par de meses tendrá un buen gancho. Tiene a un buen maestro
—fanfarroneó Héctor.
—Yo le he prometido a Lidia enseñarle. Un día podemos quedar los
cuatro —propuso Nicolás.
Héctor y Mónica asintieron mientras Natalia los miraba a los cuatro y
veía a dos parejas enamoradas que no se decidían a dar el paso de afirmarlo
ante los demás.
***
Durante la semana en la que Héctor estuvo fuera en Canarias, Vanesa,
su ex, no perdió el tiempo. Trazó planes e hizo algunos contactos. En esos
momentos se sentía satisfecha. Faltaba muy poco para que todo saliese
como había urdido.
***
Cuando Mónica llegó aquella tarde de trabajar, se encontró con varias
maletas y cajas en su salón.
—¿Qué es todo esto? —preguntó extrañada.
—Mis cosas —le indicó Héctor al tiempo que abría las cajas—. Si me
ayudas terminaré antes. —Ella lo miró con cara de pocos amigos—. Por lo
menos hazme un hueco en el vestidor —le pidió de forma amable.
Mónica se quedó pensativa ante estas últimas palabras. Nunca le había
hecho hueco a nadie en el vestidor. Cierta sensación extraña se apoderó de
ella, pero esta no la paralizó. Se dirigió a su habitación y comenzó a quitar
parte de su ropa para que Héctor pudiese colocar la suya.
—Eres un coñazo de tío, que lo sepas —bufó mientras descolgaba ropa.
—Sí, pero el mejor que ha pasado por tu vida. —Se acercó a ella y le
robó un beso—. Yo también te quiero. Me encantan estos besos robados —
murmuró sobre sus labios.
Mónica se separó un poco de él, lo observó en silencio, dejó caer la ropa
que llevaba en las manos y le tomó el rostro a Héctor. Lo acercó a su boca y
le devoró los labios.
—Cuando alguien me roba algo, lo recupero.
Héctor la miró con el corazón latiéndole a mil. Mónica lo desarmaba.
Siempre terminaba sorprendiéndolo y eso era lo que más le gustaba de ella.
Amaba a aquella mujer con toda su alma. Volvió a besarla con pasión y
terminaron en la cama, desnudándose con prisa. Necesitaban sentir piel con
piel y ser uno solo.
32

—Pasado mañana es tu cumpleaños —le recordó Mónica a Héctor


mientras desayunaban el miércoles por la mañana.
—Sí —murmuró mientras le daba otro sorbo al café, sin prestarle
demasiada importancia al comentario.
—¡Qué poco entusiasmo! Vale que estamos en estado de alarma y la
situación ahí fuera está fatal, pero algo haremos, ¿no? —Héctor se encogió
de hombros—. ¿Qué te ocurre? —preguntó con el ceño fruncido,
preocupada.
—El año pasado mi cumpleaños no fue muy bien. Te alejaste de mí y
luego llegó esta maldita pandemia que aún nos azota —lamentó mientras
los dolorosos recuerdos volvían a su mente.
—En lo que a mí se refiere, te prometo que este año será mejor. No
saldré corriendo cuando me propongas vivir juntos. De hecho, ya lo
hacemos. Tú sigue como hasta ahora, no me propongas nada más y todo irá
bien —bromeó mientras le dedicaba un guiño del ojo.
—Bésame, mi pequeña bruja, es todo cuanto deseo el resto de mi vida.
—Tiró de ella y fundieron sus labios.

El viernes, Mónica tuvo un juicio muy importante y por la tarde una


reunión con unos clientes que no pudo aplazar. Le hubiese gustado estar con
Héctor y hacer algo especial juntos desde el mediodía, pero no pudo ser. Él
le puso un mensaje en el que decía que iba a comer con Nicolás y a tomarse
algo por su cumpleaños, ya que el resto del fin de semana no pensaba
separarse de ella.
Sobre las ocho de la tarde, Mónica llamó a Héctor para reunirse con él
tras finalizar un día de mucho trabajo, pero no le cogió el teléfono. Lo
llamó un par de veces más y no le respondió. Se fue a casa esperanzada en
que estuviese allí, pero cuando llegó no encontró ni rastro de él. Lo volvió a
llamar y tampoco le cogió el teléfono. Le dejó varios mensajes y esperó a
ver si le contestaba, pero nada. Cuando pasó media hora, se puso en
contacto con Nicolás, estaba algo preocupada. El socio de Héctor le dijo
que desde las cinco de la tarde ya no estaba con él.
Mónica colgó la comunicación algo extrañada. Esperó a ver si Héctor se
dignaba a cogerle el teléfono o a responderle a los mensajes. Sopesó la
posibilidad de que se hubiese quedado sin batería y viniese de camino, sin
embargo, la preocupación cada vez aumentaba más.
Sobre las diez de la noche, recibió un mensaje en el móvil. Era de
Héctor y le decía:

Si quieres celebrar mi cumpleaños como te gusta, acude a la habitación


505 del hotel Fuerte Marbella.

Una sonrisa se dibujó en el rostro de Mónica. De inmediato le perdonó


las horas de agonía y espera comprendiendo que estaba liado preparando
una noche especial. Le respondió:

En media hora me tienes ahí.

Se metió en la ducha, se cambió de ropa y se colocó un conjunto de


lencería que se había comprado días antes para celebrar el cumpleaños de
Héctor.
Antes de salir de casa, se volvió al cajón de la mesilla y cogió su regalo.
Había reservado veinte días en agosto en Cinque Terre. El viaje que tenían
pendiente.
Cuando Mónica llegó al hotel, subió directamente a la habitación.
Cuando estuvo delante de la puerta, tomó una bocanada de aire, por alguna
extraña razón estaba nerviosa. Encontró la puerta entreabierta y pasó
directamente sin llamar con una sonrisa. Estaba expectante por la sorpresa
que le tendría preparada Héctor.
Cada día conseguía sorprenderla con algo, y que cuando lo tenía lejos lo
echase de menos. Tenía el presentimiento de que iban a pasar un buen
cumpleaños.
En la antesala de la suite encontró champán, la botella estaba
descorchada y había dos copas encima de la mesa. Sobre otra mesa
encontró una tarta, pero ya estaba partida, le faltaban varios trozos. Miró a
su alrededor y vio tres platos con restos por la habitación.
—Héctor —lo llamó pensando que igual se había equivocado de lugar.
No respondió nadie. Toda la estancia estaba en silencio. Con paso firme,
Mónica se adentró en la habitación buscándolo.
Cuando llegó hasta la cama, se tuvo que sostener sobre el marco de la
puerta. No podía creer lo que sus ojos veían. El corazón se le aceleró y
comenzó a respirar con dificultad. Dos lágrimas brotaron de sus ojos sin
ella ser apenas consciente de esto.
Una rabia incontrolada, como nunca había sentido antes, creció en su
interior cuando comprobó con certeza que era el cuerpo desnudo de Héctor
el que estaba en la cama con dos mujeres, también desnudas. Los tres
dormían.
Como si sintiese su presencia, Héctor se revolvió y fijó la mirada en
Mónica. La veía un poco borrosa y se sentía algo desorientado. Se
incorporó un poco y tomó conciencia de la realidad.
Ella lo miraba con rencor, movía la cabeza en un gesto mecánico del
cual apenas era consciente.
Héctor miró a su alrededor, vio a ambas mujeres a su lado, y comenzó a
negar con la cabeza. Trataba de explicarle aquello a Mónica.
—¿Así pensabas celebrar tu cumpleaños conmigo? —escupió las
palabras con asco.
—Mónica yo… —Héctor se levantó algo mareado, intentó ir hasta ella.
No se preocupó en cubrir su cuerpo desnudo.
—No te acerques. Ni siquiera intentes explicarme nada. Creo que está
todo muy claro —le reprochó herida de muerte.
—Esto… no es lo que piensas… Yo…
—Tú querías esto. —Señaló con la mano a las dos mujeres dormidas en
la cama—. Siempre tuve la sensación de que no lo habías superado. Que
una mujer tenga más experiencia en el sexo que el hombre… Difícil de
aceptar, ¿no? —le reprochó alterada—. Sigue disfrutando con ellas. —Lo
miró de arriba abajo, echó un vistazo a toda la habitación y se dio media
vuelta para marcharse, se sentía asqueada.
—Mónica, por favor —le rogó. Intentó pararla, que no se fuese, pero su
cuerpo no le respondía como esperaba y estaba desnudo. Comenzó a buscar
su ropa, pero de nada valió.
Tras un sonoro portazo supo que todo entre él y Mónica se había roto en
mil y un pedazos.
Tras unos minutos, cuando se le aclaró la mente y trató de recordar lo
que había sucedido, se colocó los pantalones y volvió junto a la cama.
Tomó a Marina de malas formas del brazo y la sacó de la cama sin
importarle que estuviese dormida y desnuda.
—¿Qué coño ha pasado aquí? —escupió entre dientes con ganas de
asesinarla.
—¿No lo recuerdas? —preguntó con gesto inocente, sin pudor alguno.
—Recuerdo que nos encontramos por casualidad en el bar donde estaba,
te mareaste y me pediste que te acompañase a tu hotel. Cuando llegamos te
encontrabas mejor, hablamos e insististe en tomarnos una copa para celebrar
mi cumpleaños y quedar como amigos. No recuerdo meterme en la cama
contigo y con esta mujer. Por cierto, ¿quién coño es y qué ha pasado aquí?
—Nos tomamos unas copas, nos besamos, una cosa llevó a la otra y
apareció mi amiga, comparto habitación con ella —le explicó con aparente
calma—. También es modelo y mañana tenemos una sesión de fotos juntas.
Fuiste tú quién nos propuso irnos a la cama juntos. Dijiste que nunca habías
estado con dos mujeres a la vez, que tenías ganas de probarlo ya que tu
pareja lo había hecho y tú no, y que sería un buen regalo de cumpleaños por
nuestra parte. A mi amiga y a mí nos gustó la idea y decidimos hacer un
trío. Disfrutamos mucho, ¿no lo recuerdas? —preguntó fingiendo asombro.
Un tic apareció en la mandíbula de Héctor. No recordaba nada de
aquello, pero al mismo tiempo creyó en las palabras de Marina. Él nunca le
había revelado antes nada sobre la vida íntima de Mónica, y esta lo sabía.
De inmediato, dedujo que si lo sabía era porque con el alcohol se le habría
escapado el dato. Maldijo para sí mismo, la soltó de malas formas, recogió
los zapatos, la camisa y el abrigo y se dispuso a marcharse.
Antes de abandonar la estancia le dejó claro:
—No quiero volver a verte nunca más en mi vida. Si apareces en ella, te
juro que destruiré tu carrera de modelo para siempre.
Marina lo observó salir por la puerta. Lo conocía bien y supo que no se
trataba de un farol, Héctor siempre cumplía lo que decía. Luego, esbozó una
sonrisa. Había conseguido lo que se propuso, se había vengado de él por
dejarla plantada en Punta Cana y romper con ella a través de su secretaria.
Se inclinó sobre su amiga, que aparentaba estar dormida, y le susurró:
—Ya puedes abrir los ojos y moverte. Se acabó. Todo ha salido según lo
planeado. Gracias por ayudarme.
—¿Y si destruye tu carrera? —preguntó su amiga preocupada. Había
escuchado la amenaza de Héctor.
—No me volveré a cruzar en su camino y listo.
—¿Qué ganas con todo esto?
—Que no sea feliz. Me trató como a una cualquiera cuando volvió con
la tal Mónica. Y, de paso, una buena suma de dinero. Su ex, Vanesa, me
contó algunos secretillos y entra ambas organizamos todo esto.
—¿Y ahora qué?
—Nos iremos de vacaciones juntas con ese dinero. Gracias por
ayudarme. Me siento como nueva. Nadie trata a Marina Collado como a
una cualquiera, y quien lo haga tendrá su merecido como le ha ocurrido a
Héctor.
—Solo espero que ese hombre no descubra todo algún día, de lo
contrario tendrás un grave problema.
—No seas negativa.
33

Cuando Héctor llegó a casa de Mónica, tras salir corriendo de aquella


habitación de hotel, no la encontró allí. Maldijo y la llamó, pero no le
contestó. Se movía inquieto por todo el salón. Necesitaba encontrarla,
hablar con ella y explicarle… Ni él mismo sabía qué iba a explicarle. Solo
sabía que amaba a aquella mujer con toda su alma y solo pensar en perderla
lo aterrorizaba.

Nerviosa, llorosa y con toda la cara llena de maquillaje corrido, así fue
como Mónica se presentó en casa de Natalia.
Cuando su amiga le abrió la puerta y la vio así, se asustó. Pensó lo peor.
Mónica se abrazó a ella y rompió a llorar como no lo había hecho nunca
antes. Sentía un dolor tan grande en su interior que pensaba que se iba a
romper.
—¿Qué ocurre? —preguntó Natalia muy preocupada cuando se deshizo
de su abrazo desesperado y cerró la puerta. Caminó con ella hasta el sofá,
sosteniéndola, para que tomase asiento. Todo el cuerpo de su amiga
temblaba.
—Todo se ha ido a la mierda —lamentó entre jadeos. Se limpiaba las
lágrimas con las manos, pero no tardaban en volver a salir más. Ella no
quería llorar, pero era involuntario.
—¿Qué ha pasado? ¡Explícate! —le exigió con un grito.
—Héctor —anunció con rencor en la mirada, mientras se retorcía las
manos sudorosas.
—¿Le ha pasado algo? —preguntó con los ojos muy abiertos.
—Lo he encontrado en una habitación de hotel en la cama con dos
mujeres —dijo al mismo tiempo que sentía que se le partía el corazón.
—¡¿Cómo?! ¿Pero hoy no era su cumpleaños e ibais a pasar el fin de
semana juntos celebrándolo?
—Eso mismo creía yo. —Mónica se derrumbó de nuevo. Aquella
escena de Héctor con ambas mujeres en la cama no se le iba de la mente.
—No entiendo nada. ¿Habíais discutido?
Mónica negó con un gesto de la cabeza. Se secó las lágrimas y, con gran
dificultad, logró narrarle a su amiga cómo pasó todo.
—Nada tiene coherencia. Estabais mejor que nunca —comentó Natalia
tras escuchar con atención lo que le contó su amiga y procesar toda la
información. Para ella era un puzle donde le faltaban piezas.
—Siempre tuve la sensación de que no llevaba bien el hecho de que yo
tuviese más experiencia sexual que él. Que hubiese llevado a cabo cosas
que él no había probado. Al parecer quería que estuviésemos en igualdad de
condiciones.
—Saltaba a la vista que Héctor estaba loco por ti. ¿De verdad crees que
necesitaba eso?
—No lo sé. —Lloriqueó—. ¡Quién entiende a los tíos! —lamentó
cabreada consigo misma. En el fondo siempre tuvo la sensación de que
Héctor le iba a romper el corazón. De ahí todos sus miedos con él.
—Yo creo que debéis hablar. Escúchalo. Que te dé una explicación —le
aconsejó.
—Lo que mis ojos vieron está muy claro. ¿Qué quieres que me
explique, cómo se tiró a esas tías? ¿Qué posturas hicieron? —preguntó en
un arrebato de ira y rabia.
—No lo sé, solo te digo que a mí todo esto me parece muy raro. Yo
juraría que para Héctor no había más mujer que tú. La forma en la que te
miraba… Os observé bien cuando viajamos para la boda de Sofía y Marcos.
Cuando ellos se casaron y cogieron a Hugo en brazos vi la mirada de
Héctor. Gritaba que quería algo así contigo.
—Pues ya ves —respondió enérgica—. Pero todo esto me pasa por
tonta, por confiar —ladró con coraje—. Por enamorarme de un tío como
una loca. Con lo bien que he estado yo hasta que apareció Héctor Gandía en
mi vida —bufó fuera de sí.
—¿Qué has dicho? —le preguntó Natalia sonriente, tomándola del
antebrazo y haciendo que parase.
—Qué estaba muy bien sin él —recalcó alzando la voz.
—No, lo otro. Lo de que te has enamorado como una loca. ¡Por fin lo
admites! —celebró.
Mónica se quedó callada, suspiró y trató de encajar el cuerpo. Con los
nervios había sacado todo lo que llevaba por dentro. No era el mejor
momento para admitir sus sentimientos por Héctor. En aquellos instantes lo
odiaba.
—No urges más en la herida —le indicó al mismo tiempo que se
levantaba, le daba la espalda y se dirigía a la cocina a por un vaso de agua.
—Duele tanto porque es amor, porque él te importa —le dijo Natalia
alzando la voz—. Reconócelo. Héctor es el hombre de tu vida. Nunca
habías mirado a ningún tío como a él. Estoy segura de que ha despertado
mucho en ti.
—Esto no puede estar pasando, no a mí —reconoció con rabia.
Sentirse como se sentía por la traición de Héctor, darse cuenta de la
magnitud de lo que lo quería y cómo era perderlo la tenía destrozada. No
quería estar así, pero era algo involuntario a ella misma.
Mónica se derrumbó sobre los brazos de su amiga y lloró. Lloró hasta el
cansancio. Se quedó dormida en el sofá de Natalia y pasó toda la noche allí.
Héctor se puso en contacto con sus amigas pasadas unas horas, estaba
preocupado por Mónica, pero ninguna le dijo nada. Pasó la noche entera en
casa de la mujer que amaba, desorientado y nervioso. Nunca lo había
pasado tan mal como en aquellos momentos. La impotencia de no poder
hacer nada lo estaba matando.
Con el valor y el coraje que la caracterizaba, Mónica apareció por su
casa al día siguiente. Sabía de sobra que Héctor estaría allí esperándola,
quería terminar con aquello de una vez por todas y comenzar de nuevo. Si
algo tenía claro es que nunca más iba a confiar en un hombre como lo hizo
en él. Le entregó su alma y su corazón sin apenas ella saberlo. Se las robó
como un ladrón experimentado y ahora Mónica lamentaba que Héctor
Gandía hubiese entrado en su vida para dejarla como estaba en esos
momentos; rota de dolor y sin rumbo.
Nada más abrir la puerta de su casa, a Mónica le temblaban las manos y
las piernas cuando dio el primer paso, Héctor se levantó del sillón y se
dirigió a ella en dos grandes zancadas. La tomó por los brazos y la miró a
los ojos. Él los tenía vidriosos y sus ojeras eran evidentes. No había
dormido en toda la noche. Hacía un par de años que dejó de fumar, pero en
aquella noche de desesperación se fumó dos cajetillas enteras. Su aspecto
era desaliñado y su rostro lo tenía desencajado.
Mónica arrugó la nariz y miró encima de la mesa, donde permanecían
todas las colillas. Si algo odiaba era el olor a tabaco.
—No te acerques a mí —le advirtió en cuanto Héctor la rozó.
—No me mires de esa forma —le indicó en forma de ruego—. Te lo
voy a explicar todo.
—¿De verdad crees que hay una explicación a lo que vi? —preguntó en
tono jocoso. Pasó por su lado y fue a abrir las ventanas. Luego comenzó a
recoger la casa. Necesitaba hacer algo y no estar parada—. Creo que está
demás que te diga que te vayas. Ahórrame tenerte que echar de malas
maneras.
—Mónica… Yo no pensaba terminar en ese hotel con esas mujeres.
Marina se sintió mal y la acompañé a su habitación. Ya no recuerdo nada
más. Creo que me drogaron. Tienes que creerme —le rogó desesperado.
—Ya —dijo Mónica sin creerlo.
—¿Pensabas regalarte un trío por tu cumpleaños, que yo formase parte
de él y finalmente no pudiste esperarme? No lo entiendo. Me citaste en ese
hotel —le gritó con rabia—. Pensé que sería algo romántico y especial, y
para mi sorpresa mira lo que descubrí.
Héctor sacudió la cabeza, más convencido que nunca que le habían
tendido una trampa.
—Todo me condena, pero no planeé nada de eso. Mónica, sabes que yo
te quiero. Cuando estoy contigo no necesito más. Te aseguro que tú me lo
das todo.
Volvió a tomarla por los brazos y la miró a los ojos, rogándole que lo
creyese.
—Lo nuestro termina aquí. Fin. Se acabó. De ahora en adelante
diviértete con quienes quieras y haz los tríos que te vengan en gana, pero no
cuentes conmigo.
—Voy a demostrarte que todo fue una trampa. Yo nunca escribí el
mensaje que recibiste. Marina jamás aceptó que la dejase tirada en Punta
Cana.
—¿Era ella? —preguntó desconcertada, fingiendo una sonrisa—. Y si
fue ella quien escribió el mensaje… —aventuró—. ¿Me puedes explicar
cómo lo hizo desde tu móvil? Llevo meses contigo y no sé la contraseña de
desbloqueo —le recordó escupiéndole las palabras—. Yo más bien creo que
bebiste demasiado, ella se cruzó contigo y deseaste llevar a cabo una
fantasía sexual pendiente en tu vida, para igualarme —escupió entre
dientes.
—No —negó de inmediato.
—Héctor, no estoy para tonterías a estas alturas de mi vida —comentó
cansada—. Anoche me di cuenta de que lo nuestro o lo que sea que
tuviésemos, no va a ninguna parte. Lo mejor es continuar por caminos
separados.
—Yo no quiero eso —manifestó rotundo—. Quiero una vida contigo.
Creo que te lo he demostrado.
—Sí, anoche mismo —contraatacó con un dardo envenenado—. Vete —
gritó. Le quedaba poca paciencia.
Héctor chasqueó la lengua, consciente de que todo lo acusaba y ante la
actitud de Mónica no iba a conseguir mucho más. Recogió su abrigo y se
encaminó hacia la puerta.
—Mandaré a que recojan mis cosas —murmuró antes de marcharse.
—Yo te las enviaré, no te preocupes. No quiero verte más ni nada que
me recuerde a ti.
Él la miró por última vez, tragó con dificultad, y se marchó. El odio que
había reflejado en el rostro de Mónica lo partió en dos.
34

Cuando Héctor se marchó, ella se derrumbó en el sofá y se hartó de


llorar. Por una parte, quería creerlo, pero por otra estaba lo evidente que sus
ojos habían presenciado. Héctor no era tan tonto como para dejarse engañar
y manipular por dos tías diez años más jóvenes que él, además, era un
hombre alto, corpulento, no era fácil llevarlo a una cama, así como así.
Sin saber dónde ir, Héctor se presentó por sorpresa en casa de su socio.
Cuando Nicolás lo vio, se sorprendió. Su aspecto era como si acabase de
llegar de la guerra. Esperaba que tras el cumpleaños de su amigo la noche
anterior estuviese con Mónica de escapada romántica.
Héctor pasó y le contó todo lo sucedido. Nicolás lo miraba sorprendido.
—Joder, tío. Te la han jugado —afirmó.
—Marina sabía cosas de Mónica que yo nunca antes le conté.
—Quizá se te fue la lengua cuando bebiste demás o te dieron alguna
sustancia.
—Yo que sé. Solo sé que he perdido a Mónica por segunda vez en el día
de mi cumpleaños. Esto parece tratarse de una maldición. Pero te juro que
voy a pedir las grabaciones del hotel y voy a destruir la carrera de Marina.
Se le van a quitar las ganas de hacer algo como lo que hizo. Ella y yo no
teníamos nada serio, nunca le prometí nada. No tiene motivos ni razones
para comportarse con ese despecho. Porque si algo tengo claro es que todo
es un plan para separarme de Mónica —reconoció.
—Estás bien jodido, amigo —le indicó Nicolás sintiendo compasión por
él—. Ya sabes que me tienes aquí para todo lo que necesites. Si quieres que
hable con Mónica… Joder, no sé cómo ayudarte.
—Necesito descansar y pensar, y que ella también piense. En estos
momentos está todo muy reciente y, en parte, comprendo que haya
reaccionado como lo hizo. Todo me condena.
***
Tres días después, Héctor recibió en su despacho todas las pertenencias
que tenía en casa de Mónica. Aquello, y que no le había cogido el teléfono
desde que hablaron por última vez en su casa, era la prueba de que ella no
quería verlo más.
Por otra parte, Mónica había emitido un comunicado a la empresa de
Héctor y Nicolás expresando que dejaría de ser la abogada de la misma en
un plazo de dos meses y que durante ese tiempo solo trataría con Nicolás.
Rehuía de toda relación, ya fuese profesional o personal, con Héctor.
Desde hacía varios días, por la cabeza de Mónica rondaba la idea de
marcharse de Marbella y emprender una nueva vida lejos, como hizo Sofía.
A su amiga le iba tan bien que Mónica pensó que ella también podría volver
a empezar. Se planteó irse a donde quiera que fuese después de aquel
verano. Tendría tiempo de arreglarlo todo.
El viernes a mediodía, mientras comía en un restaurante con sus amigas,
les comentó la idea de abandonarlo todo. Natalia y Lidia no la apoyaron en
aquella loca idea, todo lo contrario, la animaron a reponerse y superar lo de
Héctor.
—Esta tarde nos vamos a ir al gimnasio a dar unos cuántos de golpes al
saco, seguro que eso te hace sentir mejor —le propuso Lidia.
—He dejado de asistir. No quiero encontrarme con Héctor allí, buscaré
otro lugar donde hacer deporte y no verlo.
—Es viernes. ¿Quién va un viernes por la tarde al gimnasio? Además,
Nicolás me dijo ayer que iba a viajar a Madrid con Héctor, al parecer tenían
una reunión importante allí.
—Vale, entonces acepto —dijo tras pensarlo un poco—. No tengo mejor
plan.
—Vente con nosotras, Natalia —le propuso Lidia.
—No. Esta tarde he quedado para ir de compras con mi hermana.
Necesito renovar mi armario, comenzar a salir y encontrar a un hombre que
alegre mis noches. Esto de la pandemia me trae por la calle de la amargura.
Cuando salimos de trabajar está todo cerrado, es invierno y en la calle hace
frío. No hay vida social —se quejó.
—Tienes vida, ya es algo —le hizo ver Lidia.
—Claro como tú tienes vida sexual con Nicolás…
—¿Ya os habéis acostado? —se interesó Mónica.
—Solo pasó una vez. Existe una atracción muy grande —reconoció.
—¿Te gusta para algo serio?
—No sé, divorciado con problemas con su ex, tiene una hija, es un gran
empresario… Creo que son muchas complicaciones. Me gusta pasar tiempo
con él y en la cama nos lo pasamos de lujo, pero quiero centrarme en
terminar los estudios de derecho y organizar mi vida. Estoy cansada de
fracasos.
—No levantamos cabeza. ¿Algún día encontraremos la felicidad que
tiene Sofía? —preguntó en forma de reflexión Natalia—. Si no fuese
porque vemos en ella que existe de verdad me atrevería a decir que solo
pasa en los libros.
—Yo no vuelvo a confiar en un tío más —dijo Mónica con despecho.
—Yo no voy a precipitarme más —anunció Lidia.
—Yo confío en que el verdadero amor nos llegará, tarde o temprano —
comentó Natalia con un suspiro.
—Pues yo nunca soñé con encontrar al amor de mi vida y enamorarme
como una loca. Con una estabilidad y pasarlo bien me conformaba —
confesó Mónica.
—Pero Héctor Gandía dejó tu mundo patas arriba. Te enamoraste —le
indicó Lidia.
Mónica le dirigió una mirada cargada de resentimiento, por nombrarlo y
recordárselo.
—Vamos a cambiarnos y a dar unos cuantos de puñetazos al saco.

Cuando llegaron al gimnasio, eran las cuatro de la tarde. Apenas había


gente. Lidia y Mónica, enfundadas en dos conjuntos de mayas y tops de
deportes, estaban arrebatadoras. Se colocaron los guantes de boxeo y se
situaron delante de un gran saco rojo.
—Pégale fuerte. Imagina que es la cara de Héctor —le indicó Lidia a su
amiga. Mónica lo hizo—. Con más ganas —la animó alzando la voz.
Mónica se dejó la piel en ello. Golpeó el saco hasta que no le quedaron
más fuerzas.
Doblada sobre su cintura, chorreando en sudor, respiraba agitada.
Lidia comenzó a darle fuerte al saco. Ella también le tenía ganas a
Héctor Gandía. Nunca había visto así a su amiga.
Mientras bebía agua, Mónica observaba a Lidia. Esperaba a recuperarse
un poco y continuar golpeando el saco. Ya se sentía un poco mejor. Había
liberado parte de lo que llevaba por dentro.
—Chicas, qué alegría veros —las saludó el entrenador—. Mónica, hace
bastante que no te veía el pelo. Dejamos pendiente un combate —le
recordó.
Mónica asintió. Antes de suceder todo, Héctor le propuso al entrenador
tener un combate con ella. Ya había aprendido suficientes golpes como para
enfrentarse a una pelea.
—En otra ocasión —dijo por educación. No iba a darle más
explicaciones. Después de aquel día pensaba apuntarse a otro gimnasio en
el que no hubiese posibilidad de coincidencia con Héctor.
—Yo creo que esta es perfecta. Mira, ahí está Héctor. Y Nicolás —
añadió el entrenador mirando a ambos hombres, que venían equipados para
boxear.
Lidia y Mónica fijaron los ojos en ellos. No había duda, se trataba de
ambos. Lidia le dirigió a Nicolás una mirada cargada de reproches que él no
entendió.
Mónica hizo amago de marcharse, pero Lidia la tomó de la mano y le
dijo entre diente:
—Mantén la compostura. Tú no tienes nada de lo que huir.
Los hombres se acercaron al llamamiento del entrenador. Héctor miró a
Mónica y se alegró de haber cedido a la insistente petición de su amigo en
vez de irse de copas. Desde que todo terminó con Mónica, Héctor estaba
bebiendo y saliendo demasiado y Nicolás solo intentó que tomase unos
hábitos más saludables.
Los cuatro se miraron en silencio. Ninguno se atrevió a decir nada.
—¿Realizamos ese combate pendiente? —prepuso el entrenador que no
entendía el tenso ambiente.
—Nosotras ya nos íbamos —se excusó Lidia.
Héctor le dirigió una sonrisa a Mónica. Ella la interpretó y dijo:
—Aún me quedan fuerzas para un combate contra Héctor. Es más, creo
que le voy a ganar. —Pensaba darle su merecido y demostrarle que ella no
huía de ningún hombre, que los echaba de su vida a su antojo.
Lo último que deseaba es que él la viese mal como consecuencia de lo
sucedido. Una cosa era que no quería trabajar más con él ni tener ningún
tipo de relación y otra que él pensase que le huía como una cobarde. Ella
era fuerte, y se dijo que podría darle su merecido a Héctor Gandía.
Él aceptó el combate con tal de tenerla cerca, y el entrenador los llevó
hasta el rin de boxeo, les explicó unas pautas y les indicó que volvía en
unos minutos.
—Empezad sin mí, chicos. Me fío de ti, Héctor.
—Yo no lo haría —murmuró Mónica moviendo el cuello de un lado a
otro y ajustándose los guantes. Se sentía con energías y preparada para
machacarlo.
Sin previo aviso, ella dio el primer golpe. Cogió a Héctor
completamente desprevenido. Le dio con el puño en la mandíbula y esto le
hizo sacudir el rostro para volver a centrarse.
—Ya veo que me tienes ganas —comentó él acercándose, pero esta vez
en posición. Protegiéndose.
—Solo he puesto en práctica lo que me enseñaste —contraatacó ella.
—Bien. Vamos —la animó a continuar.
Mónica le propinó otro golpe, con rabia, pero en esta ocasión no
consiguió alcanzarlo. Él se defendía y poco a poco la cansaba. Para no
aburrirla le daba golpes estudiados que sabía que ella esquivaría, por otro
lado, tampoco quería enfurecerla aún más.
—Ya estoy aquí chicos, ¿qué tal ha ido todo? —preguntó el entrenador.
Estas palabras consiguieron que Héctor se despistase unos segundos, los
cuales Mónica aprovechó para darle otro golpe. Le propinó uno con tal
fuerza y certeza que consiguió tumbarlo en el suelo. Héctor cayó de
espaldas y se quedó tumbado con los ojos cerrados. Ante semejante
porrazo, tanto Mónica como el entrenador se asustaron. De inmediato se
arrodillaron a su lado y ella, acobardada, vio como el entrenador le daba
unas palmadas en la cara a Héctor para que volviese en sí.
—Quédate con él y que no se mueva —le indicó el entrenador a Mónica
antes de levantarse y dejarlos solos.
Nicolás y Lidia no vieron nada de aquello. Antes del combate,
decidieron irse a la cafetería del gimnasio, ella tenía que reprocharle por
qué no estaban en una reunión en Madrid como le dijo el día anterior.
—Héctor, lo siento. ¿Estás bien? —preguntó Mónica arrodillada a su
lado, le sostenía la cabeza y lo miraba preocupada—. No era mi intención
hacerte daño. No esto.
Un poco más recuperado, él le dedicó una sonrisa forzada. Aún le daba
vueltas todo, pero tenerla a su lado, sentir sus manos sobre su rostro le hizo
sentir mejor.
Como pudo, se levantó un poco y la besó. Sabía que probablemente no
tendría otra ocasión como aquella.
Mónica le correspondió al beso en un principio. Luego, cuando tomó
conciencia de ello, se separó de él y le preguntó con los ojos muy abiertos:
—¿Qué haces? —le reprochó con una mirada dura.
—Poner en práctica lo que me enseñaste. Tú me enseñaste a besar —le
confesó.
A Mónica le entraron ganas de cruzarle la cara ante su descaro, pero se
refrenó.
—Yo creo que ya se encuentra bien —murmuró Nicolás cuando vio la
escena. Venía acompañado del entrenador que había ido en su ayuda y la de
Lidia.
Mónica se alejó de él, pasó por el lado de su amiga y esta la siguió.
Nicolás fue hasta su amigo y le preguntó preocupado:
—¿Cómo estás?
—Con el corazón roto, pero el resto bien —le dijo aun tumbado en el
suelo.
Su amigo le tendió una mano, Héctor la tomó, se puso en pie y admitió
que Mónica le pegó duró. Había aprendido bien cada golpe que le enseñó.
35

—Fue una pésima idea —ladró Mónica al entrar en su casa. Le


reprochaba a Lidia que hubiesen ido al gimnasio aquella tarde.
—Pero… ¿y lo bien que te has quedado? Vamos, admite que después de
golpear el saco con ganas y darle fuerte a Héctor te sientes mejor.
Una sonrisa de satisfacción apareció en el rostro de Mónica, su amiga
tenía toda la razón.
—Vamos a coger unas cervezas del frigorífico, nos las merecemos —le
dijo a Lidia.
Ya sentadas en el sofá, con la televisión de fondo, brindaron:
—Por una nueva vida —anunció Mónica.
—Pero ni se te ocurra que sea lejos de aquí —le reprendió Lidia—. Ya
he perdido a Sofía y no pienso permitir que se vaya lejos otra amiga.
Resuelve esto como solo tú sabes, con coraje y decisión. Además, sabes que
me tienes a mí y a Natalia para todo lo que necesites.
—Lo sé. —Se abrazó a su amiga en agradecimiento. Sabía que les
manifestaba poco que las quería, pero ellas eran conscientes de esto.
***
Cada noche, Mónica tardaba horas en quedarse dormida. Recordaba a
Héctor, lo que habían vivido juntos en los meses pasados y lo mucho que lo
echaba de menos a su lado en la cama. Era consciente de que le iba a costar
olvidarlo más que a nadie, pero también sabía que lo lograría. Ya habían
pasado dos semanas desde que todo sucedió y cada día sentía que dolía un
poquito menos. Se estaba acostumbrando a no tenerlo cerca, a que no le
llamase y, sobre todo, a no recibir sus besos y que le dijese su famosa frase;
yo también te quiero. En esos momentos se alegraba más que nunca no
haberle manifestado jamás sus verdaderos sentimientos en voz alta. Al
menos, le quedaba la satisfacción de que pensase que había sido una
aventura más en su vida, y no el hombre más importante de ella y el único
del que se enamoró como una loca.
El domingo por la tarde, Mónica trabajaba en su casa frente al
ordenador cuando sus amigas aparecieron sin avisar.
—Venimos a pasar la tarde juntas —anunció Natalia. Traían varias
bolsas.
—Hemos comprado dulces y también te tenemos un regalo —dijo
Lidia.
—Hago café. ¿Un regalo? —preguntó Mónica—. No es mi cumpleaños
ni nada parecido.
—Te gustará —le indicó Lidia.
Cuando el café estuvo listo, lo sirvieron y se sentaron cómodas en el
sofá, luego, sus amigas le dieron el regalo que le habían traído. Era una caja
grande. Mónica no sabía qué podía ser.
En cuanto lo abrió, la sorpresa se reflejó en sus ojos. Lidia y Natalia se
quedaron en silencio, se miraron y pensaron que igual no habían acertado
con el regalo, pero lo habían comprado con toda la ilusión y para que el
estado anímico de su amiga mejorase.
Tras unos segundos en silencio, Mónica estalló en carcajadas. Miró a
sus amigas y se abrazó a ellas. Desde luego era un regalo muy original, bien
pensado.
—¿Te gusta? —preguntó Lidia con miedo.
—Me encantará usarlo cada día —admitió Mónica con la mirada fija en
el regalo y una gran sonrisa.
Se trataba de un felpudo para la entrada de la casa. En él estaba
estampada una caricatura del rostro de Héctor Gandía y lo acompañaba una
frase:
Solo tú eres dueña de tus sonrisas.
—No dejes que ningún capullo borre esa sonrisa tan maravillosa que
tienes, amiga. No queremos verte triste.
—Gracias, chicas. —Se abrazó a ellas y luego comenzó a reír—. ¿A
quién se le ha ocurrido esto? —les preguntó con la alfombra en la mano. La
admiraba.
Lidia admitió la culpa y las tres estallaron en carcajadas.
—Eso de limpiarme los pies en la cara de Héctor todos los días me va a
gustar. Va a sentir que piso fuerte y que el mundo no se acaba con su
traición.
—Va a ver pasar muchos tíos sobre su cara cuando los traigas aquí —
comentó Natalia.
Mónica colocó la alfombra de inmediato en la entrada de su casa y
sonrió al verlo allí.
—Si algún día necesitas volver a golpearlo, hazlo con los pies —la
animó Lidia.
—Como se entere Nicolás de tus ideas con respecto a su socio y
amigo… —comentó Mónica.
—No hablamos de vosotros. Además, últimamente estamos un poco
distanciados. Casi no nos vemos.
—Si te soy un poco egoísta, casi me alegro. No me gustaría que mi
mejor amiga tuviese algo serio con el mejor amigo de Héctor. De alguna
forma siempre estaríamos interconectados.
—Tranquila, no tenéis un hijo. Eso es lo que nunca deja que una pareja
rompa. No sabéis lo que es la ex de Nicolás. Siempre tienen que estar
hablando sobre la niña y tal —se quejó.
—Por eso mismo, y más cosas, yo nunca quise tener hijos. No digo que
sea una experiencia en la vida y tal, pero a la larga creo que suponen más
sacrificios y problemas que alegrías.
—A mí sí me gustaría ser madre —comentó Lidia.
—Yo era de tu opinión, Mónica, pero desde que Sofía se convirtió en
mamá algo dentro de mí se despertó —admitió Natalia.
—Yo seré una tía muy generosa para vuestros hijos, pero pasaré mis
noches tranquilas y no tendré responsabilidades ni dolores de cabeza —dijo
Mónica.
Las tres estallaron en carcajadas. Fantaseaban sobre un futuro incierto
que ninguna sabía cómo vendría.

Por su parte, Héctor llevaba tres semanas a la espera de que Marina


regresase de su viaje. Pensaba presionarla de tan manera que terminase por
contarle cómo terminó en aquella cama desnudo y cuál era su propósito con
todo aquello.
Héctor no molestó más a Mónica, ni siquiera ella se preocupó más por
su estado después del golpe con el que lo tumbó en el gimnasio. La echaba
de menos. Se moría por verla y besarla, pero era consciente de que ella lo
odiaba. Le había enviado flores a su despacho con una nota diciéndole que
la amaba. No recibió respuesta, solo las flores de regreso. Nunca le habían
devuelto un ramo de flores, pero ella tan peculiar que lo hizo con un
mensaje en el que le decía:
No me gustan tus flores. Envíamelas cuando esté muerta y no pueda
regresártelas.

Al día siguiente Héctor le envió un collar. Igualmente, se lo devolvió


con una nota en la que le decía:

No soy el perrito faldero de nadie, ni me dejo llevar por nadie.

Héctor no cesó en su empeño, le envió un reloj. También se lo devolvió


con una nota. La cual decía:

Nadie controla mi tiempo.

En todos los regalos Héctor adjuntaba una nota en la que le manifestaba


que la seguía queriendo, pero Mónica no hizo alusión alguna a ello cuando
le devolvía los regalos.
Tras aquellos intentos fallidos de ablandarla, y en los que se divirtió con
sus arrebatos, dejó de molestarla. Decidió centrarse en encontrar las pruebas
necesarias de que le habían tendido una trampa. Cuando las reuniese, se las
daría a Mónica y ella no tendría más remedio que creerlo. Tenía todo
organizado para grabar la confesión que pensaba arrebatarle a Marina, eso
junto con las imágenes del hotel sería suficiente para que ella lo creyese. Le
habían prometido que en dos días tendría todas las grabaciones del hotel a
su disposición. Le estaban costando algo más de lo que pensó, pero las
vería.

Aquella mañana, Mónica estaba desayunando en la sala de reuniones.


Desde la pandemia habían dejado de ir al bar de la esquina como tenían por
costumbre cada mañana. Cuando entraron Natalia y Lidia para desayunar,
venían muy contentas.
—¿Has leído el mensaje de Sofía? —Mónica las miró y luego cogió su
móvil, tenía bastantes conversaciones por leer, negó con un gesto y Lidia le
dijo—: Sofía y Marcos bautizan al pequeño Hugo en un par de semanas.
Nos han invitado a ir.
—Tendremos que volver a mentir para viajar —anunció Natalia, feliz.
—Yo no sé si iré… —dijo Mónica algo desanimada.
—Pero, ¡¿cómo no vas a ir?! Si eres la madrina. Lee el mensaje que ha
dejado Sofía.
Mónica no se esperaba aquello. Leyó de inmediato el mensaje de su
amiga y se emocionó al hacerlo.
—No puedes decirle que no —le indicó Lidia—. Además, creo que
pasar unos días fuera te vendrá muy bien. Nos vendrá muy bien —rectificó
—. Creo que todas necesitamos cambiar de aires y pasar un tiempo alejadas
de esta rutina que va a acabar con todos —se quejó.
—Está bien. Viajaremos a Arinaga de nuevo para el bautizo de nuestro
sobrino —sentenció Mónica.
—Ya que estamos, nos podemos quedar una semana —propuso Lidia.
—Yo apoyo la idea —comentó Natalia.
—Como queráis —murmuró Mónica no muy entusiasmada.
—Bien, pues voy a reorganizar todas las citas y juicios del bufete para
los días que estemos fuera —indicó Lidia.
Natalia y Mónica se quedaron a solas.
—No te veo muy bien hoy —apreció Natalia.
—No he dormido mucho. Voy a tomarme un café bien cargado y me
marcho. Hoy tengo tres juicios y cero ganas de trabajar.
—Piensa en que pronto tendrás vacaciones. Te vendrá bien la
desconexión.
Mónica solo asintió. Se levantó de la silla con desgana, cogió su maletín
y se marchó.
Natalia se le quedó mirando. Su amiga había cambiado mucho desde
que no estaba con Héctor, aquella mirada llena de luz, energía y vitalidad
estaba apagada. Extrañaba sus comentarios mordaces y las ganas y el
empeño que siempre le ponía a todo. Pero estaba segura de que la Mónica
de antes regresaría.
36

—Natalia, tenemos que hablar. —Lidia entró en el despacho de su


amiga entre susurros y de forma sigilosa. No quería que Mónica se enterase.
—¿Qué sucede? —preguntó con interés.
—¿Sabes quién será el padrino del hijo de Sofía?
—Pues ni idea —dijo algo pensativa—. Con la alegría de que iba a ser
Mónica la madrina no he caído en la figura masculina.
—Será Héctor —soltó de golpe—. Me lo ha dicho Nicolás.
—¡¿Cómo?! —Natalia se levantó del asiento de inmediato.
—Sofía aún no sabe que Héctor y Mónica han roto y de qué forma —
comentó Lidia llevándose una mano a la cabeza—. ¿Qué hacemos? —
preguntó preocupada—. ¿Hablamos con Sofía? ¿Se lo decimos a Mónica?
Natalia meditó la situación por unos segundos, en silencio.
—Vamos a llamar a Sofía —anunció al fin.
Lidia asintió.
—Mejor nos vamos a tu casa y lo hacemos desde allí —prepuso Lidia
consultando el reloj. Eran las cinco y media y estaban a punto de terminar la
jornada laboral de aquel día.
Para su gran suerte, Mónica tenía una reunión en la notaría y aún no
había llegado al despacho. Hacía diez minutos les comunicó que se
marcharía directamente a casa.
Una vez en casa de Natalia, hablaron largo y tendido con Sofía, le
contaron la situación por la que pasaban Héctor y Mónica y la incomodidad
que resultaría para ambos encontrarse en el bautizo como padrinos.
Sofía les explicó a sus amigas que no sabía quién iba a ser el padrino de
su hijo. Quedó con Marcos en que cada uno escogería a uno y lo
descubrirían en la iglesia. Les juró que su marido no sabía que Mónica iba a
ser la madrina de Hugo. Marcos podía pensar que sería alguna de las tres,
pero no cuál de ellas.
La elección de ser Mónica ya se las explicó a sus amigas cuando le
comunicó que sería la madrina. Mónica y Sofía se conocían desde el
instituto. A Natalia la conocieron en la carrera y a Lidia cuando la
contrataron como secretaria para el bufete. Aunque las cuatro eran como
hermanas, Sofía determinó el criterio de que Mónica era la amiga que más
años había estado a su lado, y ello la llevó a elegirla como madrina de su
hijo. Les prometió a las demás que si tenía más hijos irían por orden,
primero Natalia y luego Lidia. Marcos quería tener más niños y Sofía no
podía negarle nada.
Finalmente, tras hablar durante horas, las chicas decidieron seguir
adelante con todo. Mónica continuaría ignorando quién iba a ser el padrino,
aún no se le había ocurrido preguntar, y, por sorpresa, se encontraría con
Héctor allí. Ambos estaban enamorados y las chicas consideraron que se
merecían una nueva oportunidad. Mónica lo estaba pasando muy mal, no
conseguía olvidarlo y él no dejaba de gritar a los cuatro vientos que la
amaba. Mónica continuaba empeñada en creer la escena que vio en aquel
hotel, pero el resto de las chicas tenían sus dudas, por ello decidieron meter
mano en el destino de ambos y hacer que se reencontrasen por casualidad y
sus sentimientos hablasen por sí solos.
—Mónica nos va a matar —anunció Lidia una vez trazaron todo el plan.
—Confiemos en que todo salga bien y sea un agradecimiento —suplicó
Sofía.
***
Héctor nunca se imaginó que Marcos le pidiese que fuese el padrino de
su hijo. En cuanto lo hizo, aceptó. Se sintió halagado. De inmediato, le
preguntó quién sería la madrina del niño, pero su amigo le informó que no
lo sabría hasta el mismo día del bautizo. Lo que sí le confirmó fue que
Mónica, por supuesto, estaba invitada e iba a acudir. Con ello le bastaba a
Héctor para la asistencia al bautizo. Era una oportunidad para verla de
nuevo.
Un par de días antes del bautizo, Marcos llamó a su amigo y le contó
todo. Sofía había hablado con él y quedaron en que Mónica debería de
permanecer ajena a todo, sin embargo, Héctor debía saberlo, que ambos
serían los padrinos del niño. Este le agradeció el gesto a su amigo y
acordaron mantener engañada a Mónica.
Por su parte, Lidia se había encargado de decirle a Mónica que tanto
Nicolás como Héctor tenían un viaje para firmar un proyecto días previos al
bautizo y no sabían si las negociaciones se iban a alargar y quizá no
pudiesen asistir.
Para gran sorpresa de Lidia, Mónica le dijo que no le importaba
encontrarse con Héctor. Sería algo breve y no pensaba dirigirle la palabra.
Entre Lidia y Nicolás, estaban de acuerdo, reservaron en el mismo
hotel. Deseaban una reconciliación entre la pareja y estaban seguros de que
el engaño de Héctor no fue tal, sino más bien una trampa para que rompiese
con Mónica.

Por otra parte, Héctor, por fin, obtuvo las grabaciones del hotel en su
poder, pero no le sirvieron de mucho. Solo se apreciaba cómo entraba con
Marina, la agarraba por la cintura y cogían el ascensor juntos. Bajaban de él
en la planta quinta y Héctor ayudaba a Marina a entrar en la habitación.
Media hora después entraba su amiga. No había grabaciones dentro de la
habitación, por lo que las imágenes de nada le servirían para exculparse
ante Mónica.
Intentó hablar con Marina, pero ella fue hábil y lo rehuyó. Había
trasladado su residencia habitual a Barcelona y se negó a quedar con él.
Pero Héctor no cesó en el empeño, antes de poner rumbo a Canarias para el
bautizo, cogió un avión hacia Barcelona. La esperó en la puerta de su casa y
cuando Marina lo vio allí por poco se desmaya.
—¿No me esperabas? —le preguntó taladrándola con la mirada—. Abre
la puerta y pasemos dentro —le ordenó como si fuese su casa.
Ella lo obedeció sin decir nada. Héctor Gandía podía llegar a ser muy
intimidante si se lo proponía.
—¿Me echas de menos? —logró preguntar tras bajar el nudo que tenía
en la garganta y aparentar normalidad. Sabía qué había venido a buscar.
—¿Te estás escondiendo de mí? —preguntó acercándose a ella de forma
peligrosa.
—Yo… —Tragó con dificultad—. Todo lo contrario. Siempre me ha
gustado estar muy cerca de ti. Y disfrutar contigo.
—A eso he venido. A que me cuentes con pelos y señales cuánto
llegamos a disfrutar los tres en aquella cama del hotel el día de mi
cumpleaños. No he conseguido recordarlo bien.
—Ya… ya te lo expliqué.
—La verdad, Marina. —La tomó por el brazo y la miró serio—. No
estoy para tonterías. Ya he dejado pasar suficiente tiempo. Te has escondido
en el fin del mundo.
—He estado de vacaciones.
—No soy tonto, y creo que lo sabes. Tienes dos años de contratos
firmados. Trabajo asegurado. Cuéntame la verdad y la razones o te aseguro
que mañana no tendrás nada. Sabes que nunca voy de farol. Lo que digo lo
cumplo.
Marina comenzó a ponerse nerviosa, se paseó por el diminuto salón de
su casa retorciéndose las manos, meditando qué hacer.
Tras unos minutos en silencio, miró a Héctor y se sentó.
—Estaba despechada. Me dejaste tirada en un viaje con el que soñaba
junto a ti y me dejaste a través de tu secretaria. No querías verme y yo estoy
enamorada de ti —confesó, esto provocó una carcajada en Héctor—. Decidí
vengarme de ti. Te seguí el día de tu cumpleaños, fingí mi mareo para que
me acompañases a mi hotel y una vez allí te eché somnífero en la bebida. Te
llevé hasta la cama, te desnudé y luego le envié el mensaje a Mónica desde
tú móvil. Llamé a mi amiga y esperamos a que Mónica llegase. Que
rompieses con ella era mi plan. Lo siento. Nunca pensé que con ello te
perdería para siempre.
Héctor la miraba sin terminar de creérsela. La conocía bien y sentía que
estaba interpretando un papel pese a contarle lo que él deseaba.
—¿Cómo desbloqueaste mi móvil?
—Un amigo experto lo hizo.
—Vaya… lo tenías todo muy bien preparado.
—Quería recuperarte a toda consta —justificó—. Ahora me avergüenzo
de ello. ¿Me vas a obligar a que vaya y se lo cuente todo a Mónica? —
preguntó con miedo. Si eso sucedía, parte del plan se venía abajo. En esos
momentos estaba salvando su pellejo, pero si el nombre de Vanesa salía a
relucir iba a perder mucho más que todo con lo que la había amenazado
Héctor.
—No serviría de nada. Mónica no lo creería. Probablemente pensaría
que te pagué por ello. Me has destruido la vida y mi felicidad, Marina. Sin
embargo, en todo este tiempo no has hecho nada para volver conmigo, todo
lo contrario —apreció pensativo—. Hay algo más y terminaré por
descubrirlo.
—Me equivoqué, lo siento —comentó nerviosa, retorciéndose las
manos.
—Un lo siento no me vale. Ya tendrás noticias mías.
Tras un sonoro portazo se marchó.
37

Mónica y las chicas aterrizaron en el aeropuerto de La Palmas la tarde


antes del bautizo del pequeño Hugo. Pese a que Sofía y Marcos insistieron
en que se quedasen en su casa, declinaron la invitación. Por toda la
situación de la pandemia prefirieron estar en un hotel.
Nicolás y Héctor llegarían el mismo día del bautizo por la mañana.
Mónica aún ignoraba que Héctor sería el padrino del pequeño Hugo e,
incluso, si iba a asistir al evento.
Para que Mónica y Héctor no se encontrasen por el hotel, Sofía le pidió
que fuese a su casa antes del bautizo a ayudarla a vestir al niño y a ella.
Aparentó estar un poco nerviosa y su amiga aceptó de inmediato.
De esta forma, Héctor llegó con tranquilidad al hotel, se alojó en su
habitación y no hubo miedo a que se encontrase con Mónica antes de la
ceremonia en la iglesia. Él era consciente en todo momento de los
movimientos de ella. Aquel mediodía comió con Nicolás, Lidia y Natalia y
les explicó la trampa que le tendió Marina y que le había revelado. Estaba
agradecido con Lidia, Natalia y Sofía por el voto de confianza que tuvieron
al organizar aquel viaje. Ahora solo le quedaba que Mónica lo creyese, algo
que le resultaba imposible, pero que estaba dispuesto a luchar hasta el final.
Faltaba una hora para el bautizo cuando Mónica entró en la habitación
de Sofía. La puerta estaba abierta y Marcos jugaba con Hugo en la cama.
Tenían que vestir al niño y luego lo harían ellas.
Ante la escena de felicidad, una familia que rebosaba alegría por todos
los poros, Mónica sacudió la cabeza y se colocó el caparazón que siempre
había llevado. Fue hasta el niño y cogió a Hugo en sus brazos.
—Me llevo a este muñeco, lo va a cambiar su madrina.
—¿Sabrás hacerlo? —le preguntó Marcos, sonriente.
Mónica le hizo una burla con la lengua y se marchó con el bebé.
Nunca le habían gustado los niños, pero Hugo era especial. Aquella
mirada conseguía enternecerla y su sonrisa inocente le ablandaba el
corazón. Se sentía orgullosa de ser su madrina. Estaba descubriendo que no
se le daba tan mal la faceta de tía. Lo cambió, lo vistió y le hizo carantoñas
bajo la atenta mirada de Sofía, que apreciaba todo lo que su amiga había
cambiado en los últimos meses. La Mónica de antes de estar con Héctor
jamás hubiese sido tan paciente ni dulce, él había conseguido sacar a la luz
aquella parte escondida de ella.
Para el bautizo, Sofía escogió un traje de chaqueta en color blanco.
Mónica llevaba un vestido midi en tono rosa palo, para la ocasión se lo
había comprado algo más recato de los que usaba por lo general. Nada de
escote ni ajustado a su cuerpo como un guante.
Mónica llegó a la iglesia con Sofía, Marcos y el niño. Durante el
trayecto, Marcos conducía, Sofía no paró de preguntarle a su marido quién
sería el padrino de Hugo. Representaba su papel a las mil maravillas. Pero
Marcos, aleccionado, no soltó prenda. Le indicó a su mujer que quedaron en
que sabrían los padrinos escogidos por cada uno en la iglesia, si ella lo
había revelado antes de tiempo no era su problema.
Cuando Mónica bajó del coche y a la primera persona que vio frente a
ella fue a Héctor, el corazón le dio un vuelco. No tenía la certeza de que
acudiría, pero algo le decía que no iba a desaprovechar la oportunidad si
estaba invitado.
Había muy poca gente, solo los padres de Sofía, Nicolás, Héctor,
Natalia y Lidia. Al verlos a todos, Mónica dedujo de inmediato quién sería
el padrino de Hugo. Albergaba la esperanza de que Marcos hubiese hecho
amigos nuevos y hubiese decidido a uno de estos como padrino, pero no fue
así.
Héctor saludó a Mónica sin acercarse demasiado, ella le devolvió el
gesto porque no quería parecer una maleducada delante de los padres de
Sofía. Además, se dijo que si ambos iban a ser los padrinos del niño tendría
que hacer un esfuerzo por tener una relación cordial.
Marcos y Héctor se fundieron en un gran abrazo. Tras este, Mónica
supo que eran más amigos y cómplices que nunca.
Una vez dentro de la iglesia, cuando apareció el cura, cada cual se
colocó en su lugar. Sofía, Marcos y su hijo, junto con los padrinos, Héctor y
Mónica ocuparan le primer banco de la iglesia.
En un momento de la ceremonia, cuando a los padrinos les tocó sostener
una vela juntos, Héctor aprovechó el momento para acariciar la mano de
Mónica y que ella sintiese su proximidad.
—Aquí antes Dios, te juro que te amo —le susurró en el oído mientras
el cura leía unas palabras.
Mónica alzó el rostro, lo miró a los ojos y le contestó de frente:
—No creo en Dios.
La frialdad que Héctor vio en su rostro lo partió en dos.
Mónica no volvió a mirarlo a los ojos en toda la ceremonia. Tras
finalizar esta, se hicieron fotos y luego se marcharon a un lugar al aire libre
a tomar un café con tarta. Les hubiese encantado hacer una gran
celebración, pero no era posible debido a las circunstancias de la pandemia.
Marcos y Sofía prometieron que en cuanto se pudiese, todos estuviesen
vacunados y el riesgo de contagio fuese mínimo, realizarían una gran fiesta
por todo lo alto, con amigos y familiares, donde celebrarían de nuevo su
boda y el bautizo del pequeño Hugo.
Al final de la tarde, los padres de Sofía se marcharon con el niño y el
resto se fueron a cenar. En un principio, Mónica dijo que estaba cansada y
que se iba a marchar al hotel, pero entre todas sus amigas la convencieron
para que no lo hiciese.
Fueron a cenar a Maspalomas, un lugar al aire libre con un ambiente
relajado y velas alrededor. Natalia sintió que estaba un poco de pico. Sofía y
Marcos, tan enamorados como siempre, no se soltaron de la mano. Él era un
marido muy atento y siempre estaba pendiente de su mujer. Nicolás y Lidia
tenían un tonteo que era muy evidente, y Héctor y Mónica se lanzaban
miradas que podían incendiar la isla entera.
Natalia suspiró y soñó con encontrar algún día a un hombre como los
que tenían al lado sus amigas. Estaba segura de que tarde o temprano Lidia
y Mónica serían tan felices como Sofía.
Tras una cena en la que Héctor y Mónica se sentaron en lados opuestos,
no intercambiaron ni una sola palabra. Al levantarse de la mesa, Mónica le
propuso a Lidia y Natalia llevarse un par de botellas a la habitación del
hotel y continuar la noche en la terraza. Hacía buen tiempo y tenía ganas de
beber y olvidar. Cuando Nicolás escuchó la sugerencia intentó unirse al
plan, pero Mónica le manifestó con descaro que era una fiesta de chicas y
no estaba invitado. Sintió aquello por su amiga Lidia, sabía que entre
Nicolás y ella había algo, pero si este asistía Héctor intentaría incluirse en el
plan y eso no lo iba a permitir.
Cuando las chicas llegaron a la suite que compartían, se quitaron los
zapatos, se pusieron cómodas y salieron a la terraza con las bebidas.
Mónica llenó las copas, empezaron con champán y brindaron.
Tras acabar las dos botellas de alcohol entre las tres, Mónica era la que
más había bebido, se le ocurrió la loca idea de ir a la habitación de Héctor.
Sabía que se alojaba en el mismo hotel.
—No creo que sea una buena idea —murmuró Natalia.
—Déjala. Quizás arregle borracha lo que no sabe hacer sobria —terció
Lidia con una sonrisilla. Estaba piripi.
Natalia suspiró.
Luego, ambas, desde un gran sofá, vieron salir de la habitación a
Mónica con la copa en la mano, descalza y el vestido desaliñado. Ninguna
hizo nada por pararla, la dejaron en manos del destino. Si quería ir en busca
de Héctor, era su voluntad.
38

Unos toques insistentes en la puerta sacaron a Héctor de sus


pensamientos. Estaba tumbado en la cama y solo llevaba unos calzoncillos.
No se molestó en vestirse, fue a ver de quién se trataba y cuando vio a
Mónica el corazón le dio un vuelco. Abrió la puerta con una enorme
sonrisa.
—Joder, vaya recibimiento —manifestó de inmediato Mónica al verlo
casi desnudo. Fijó la mirada en su escultural cuerpo y lo repasó de arriba
debajo de forma hambrienta. Dio un traspié y Héctor la sujetó de inmediato.
—Estás un poco borracha —apreció sin perder la sonrisa. La hizo pasar
y la observó al detalle—. ¿A qué se debe la visita? —se interesó.
Mónica lo miró expectante, de forma ardiente.
—Uy… Pues ya no me acuerdo —comentó mordiéndose el labio—.
Creo… creo que me has distraído —confesó embobada en su torso.
Héctor asintió, aquello le hacía gracia. Verla así de divertida, sonriente,
con aquella sonrisa pícara y aquel brillo de deseo reflejado en la mirada lo
hizo enorgullecerse de la mujer que se había enamorado.
—Puedo refrescarte la memoria —propuso acercándose a ella
peligrosamente.
Le quitó la copa de la mano para que no bebiese más y luego le colocó
el pelo bien detrás de las orejas para verle bien el rostro. Se quedó
mirándola en silencio mientras el corazón le latía muy rápido.
El deseo más intenso que jamás había sentido por nadie se apoderó de
Mónica en aquellos instantes. Como una loba, se lanzó sobre Héctor y lo
besó. Se sentía hambrienta de aquel hombre.
Él la recibió con ganas, la abrazó y la besó devorándole los labios.
Sentirla tan dispuesta y entregada lo encendió por completo.
Mónica tiró de él y llegaron hasta el sofá más cercano sin dejarse de
besar.
—Si hacemos esto mañana me odiarás mucho más —murmuró Héctor
sobre sus labios.
—Ni se te ocurra dejarme así. Nunca te lo perdonaría.
—Estás medio borracha, no quiero que mañana me acuses de
aprovecharme de ti.
Mónica tiró de su cuello, se removió debajo de él y le indicó con
urgencia:
—No lo haré, si quieres te firmo un papel. Te necesito, Héctor. Ahora
—le rogó casi con desesperación.
Él cerró los ojos y no pensó en nada más. La deseaba más que a nada en
la vida.
En dos minutos ambos estuvieron completamente desnudos.
—Ponte un preservativo —le indicó ella antes de que entrase en su
interior.
Héctor se quedó pensativo.
—Joder, no tengo —maldijo con los dientes apretados.
Mónica suspiró y se tomaron un respiro, pero este no fue lo suficiente
como para aplacar las ganas de ambos.
Tras varios segundos en silencio, mirándose a los ojos, y lamentando la
situación, ella tiró de él de nuevo, lo besó y murmuró sobre sus labios:
—A la mierda. Mañana me tomaré la píldora del día después. Te
necesito dentro de mí ya.
Alzó las caderas y Héctor fue débil y no pudo rechazarla. Se sumergió
dentro de ella y disfrutó de aquella sensación como si fuese la primera vez.
—Joder, Mónica, esto es la mismísima gloria —confesó mientras la
penetraba centímetro a centímetro.
—Solo tú sabes llevarme a ver todas las estrellas del universo juntas.
Tienes el don de hacerlas brillar de una forma que nunca antes las había
visto —le confesó Mónica presa del deseo.
Estas palabras lo volvieron loco de pasión. La abrazó y la besó con
dulzura mientras la llevó al orgasmo más impresionante de su vida.
Llevaban tantos días sin sexo que cuando terminaron les pareció
insuficiente. Se trasladaron a la cama y allí disfrutaron de una noche
completa cargada de pasión.
A la mañana siguiente, cuando Mónica se despertó y se vio entre los
brazos de Héctor cerró los ojos y deseó que la tierra se la tragase.
Recordaba de una forma vaga todo lo sucedido la noche anterior entre
ambos. Fue ella quién lo buscó y le insistió en que tuviesen relaciones, en
ello no tuvo dudas.
Tras echarse una buena bronca en silencio a sí misma, intentó salir de la
cama de forma sigilosa, sin que él lo notase, pero Héctor la sintió y la
abrazó con más fuerza. Pegándola a su pecho.
—Déjame irme. Esto ha sido un error —anunció ella intentando zafarse
de él.
Héctor la miró a los ojos con cara de sorpresa y una ceja alzada. Volvía
a ver una mirada fría e indiferente.
—¿Estás segura? —la retó con la mirada. Ella no fue tan valiente de
mantenérsela.
Con habilidad, se deshizo de su agarre y salió de la cama huyendo,
como una ladrona, envuelta en la sábana. Por alguna extraña razón sentía
pudor de mostrarse desnuda ante él, una completa tontería después de todo
lo que habían hecho la noche anterior.
Mónica entró en el baño y fue directa a la ducha. Necesitaba alejarse del
hombre que la confundía y aclarar su mente.
Héctor no pensaba dejar las cosas así. Fue tras ella sin importarle su
desnudez. Entró en el baño y se metió en la ducha con Mónica.
—¡¿Qué haces aquí? ¡Márchate! —le ordenó mientras el agua le caía
por el rostro.
—Necesito hablar contigo.
—Entre nosotros está todo hablado. Anoche tenía ganas de sexo y vine
a buscarte. Eras el primero que tenía más cerca —le indicó para herirlo.
En un arrebato, Héctor la tomó por la cintura y la acercó a él.
—Marina me confesó que todo fue parte de un plan para vengarse de
mí. Tengo sus palabras grabadas, pero de nada servirán que las escuches si
no estás dispuesta a creerme. Puedes pensar que le pagué o lo que sea.
Mírame a los ojos —le rogó con sinceridad—. Lee en ellos la verdad, joder.
Te amo. Solo te necesito a ti. Por favor, no perdamos la magia de creer en
una mirada. Sé que lo ves y que lo sientes, solo tienes que reconocerlo. Es
tanto lo que nos espera juntos, mi amor… No nos hagas esto. —Estaba
desesperado. Necesitaba ver en su mirada que lo creía.
Dos lágrimas brotaron de los ojos de Mónica, no pudo contenerse. Con
rabia, tomó a Héctor de la nuca y lo besó con ganas. Él la cogió en brazos,
sin separarse de sus labios, y apoyó su espalda contra los azulejos de la
ducha. El agua seguía cayendo sobre ambos mientras hicieron el amor de
una forma desesperada. Necesitaban sentirse más que nunca.
Tras una ducha cargada de besos, abrazos y erotismo, Mónica y Héctor
terminaron en la cama de nuevo.
Cuando despertaron, entre sonrisas cómplices, quedaron en que se
verían en media hora para desayunar en el bar del hotel. Mónica necesitaba
cambiarse de ropa. Llegó la noche anterior a la habitación de Héctor
descalza y con el vestido que utilizó en el bautizo.
Cuando Mónica abrió la puerta, tras haber pasado la noche fuera, las
chicas la recibieron con unas sonrisas pícaras y se abrazaron a ella.
—¿Todo solucionado entre vosotros? —preguntó Lidia.
—¿Lo has creído? —preguntó Natalia.
Mónica frunció el ceño y sacudió la cabeza ante su comentario.
—¿Erais cómplices de todo esto y ya Héctor había hablado con
vosotras? —preguntó seria. Natalia y Lidia asintieron mientras miraban a
Mónica, su expresión no era muy amigable—. ¡Esto es increíble! —bufó.
Se revolvió el pelo y caminó por la estancia nerviosa y en silencio mientras
pensaba con rapidez.
Sentía que había sido víctima de una trampa, la última en enterarse de
todo.
—Marina lo armó todo para vengarse de Héctor por dejarla plantada en
Punta Cana cuando tuvo el accidente contigo y luego no querer nada más
con ella —comentó Lidia en defensa de Héctor.
—¿Héctor os lo contó todo?
—Sí —afirmaron Natalia y Lidia a la vez.
—¿Tú lo crees? —preguntó Natalia con un hilo de voz.
—No conozco a esa tal Marina, quizás Héctor armó todo esto. No lo sé
—reconoció algo desesperada.
—Yo lo creo —manifestó Lidia de inmediato.
—Y yo —confirmó su postura Natalia.
—¿Os paga o algo? Parecéis más amigas de él que mías. Solo decís
cosas a su favor. ¿Y yo qué? ¿Me quedo con la duda toda la vida? —
preguntó alterada con ambas manos abiertas.
—También puedes pensar en la vida que vas a tener a su lado. Mira a
Sofía y Marcos. ¿Quién no desea algo como lo que tienen ellos? —lanzó
Lidia.
De repente, el rostro de Mónica se quedó como el granito. Un escalofrío
le recorrió todo el cuerpo y un futuro junto a Héctor, como el que él
desearía, se instaló de repente en su cabeza.
39

Cuatro horas después.

—¿Habéis visto a Mónica? —preguntó Héctor desesperado a Lidia y


Natalia, que estaban tomando el sol en una tumbona cerca de las piscinas
del hotel.
Las mujeres se miraron y no supieron cómo abordar aquello.
—Se ha… ido —pronunció Lidia con miedo.
—¿Dónde? —preguntó Héctor en forma de exigencia y con poca
paciencia.
La había esperado durante una hora en el restaurante del hotel para
desayunar como quedaron. La llamó y le envió mil mensajes y no le
contestó ninguno. Tocó en la puerta de su habitación y no obtuvo respuesta.
La buscó desesperado por todo el hotel y nada.
—Ha decidido volver de forma repentina a Marbella —dijo al fin
Natalia. Luego suspiró y esperó que estallase la tormenta.
—¡¿Qué se ha ido?! —gritó fuera de sí—. ¿Por qué? ¿Ha pasado algo?
¡No entiendo nada! ¿Podéis explicarme todo esto?
Lidia y Natalia hicieron un gesto de negación con la cabeza. Ellas
tampoco se explicaban la repentina reacción de su amiga de hacer las
maletas y largarse de inmediato. Por más que intentaron frenarla en el
intento no pudieron hacerlo.
—¿Esto es parte de una broma? Porque no le veo la gracia —dijo
mirando a su alrededor, nervioso.
—Mónica es así. Imprevisible como la vida misma. Hemos intentado
que no se marchase, pero… —Lidia abrió las manos y lo miró con pena.
Héctor se dio media vuelta. No estaba para perder el tiempo y quedaba
claro que las amigas de Mónica no podrían proporcionarle la información
que necesitaba.
Fue directo a su habitación, hizo la maleta y se marchó al aeropuerto.
Iba a encontrar a Mónica, le debía una explicación por su comportamiento
después de todo lo sucedido entre ambos, horas atrás. Un mal
presentimiento le decía que estaba huyendo de él, que lo estaba dejando
plantado de nuevo y no lo pensaba a permitir.

Cuando Héctor llegó al aeropuerto de Málaga eran más de las once de la


noche, pero no le importó. Si algo tenía claro era que no dejaría pasar más
tiempo sin que Mónica le diese una explicación de frente.
Fue directamente a buscarla a su casa, pero no estaba allí. Pensó y pensó
dónde poder encontrarla y solo se le ocurrió la casa de sus padres. Miró el
reloj y vio que era tarde como para tocar en la puerta de su vecina con
alguna excusa tonta y de paso aprovechar para ver dónde se encontraba su
hija, pero no le quedó más remedio. Estaba dispuesto a todo. Cuando llamó
a la casa de la madre de Mónica eran casi las doce de la noche, pero no le
importó.
—Perdón por la hora, pero… —Ni siquiera había preparado una excusa,
estaba tan desesperado por encontrar a Mónica que se sentía descolocado.
—No está —le indicó Andrea cuando advirtió que buscaba a su hija con
la mirada dentro de la casa.
—¿Cómo? —preguntó sorprendido.
—Me dejó esto para ti. —Le extendió una carta mientras que lo miraba
seria.
Héctor la tomó en su mano sorprendido, no la esperaba.
—¿Dónde está? —preguntó con la voz ronca.
—Lejos.
—Pero… —No entendía nada.
—Todas las respuestas a tus preguntas están ahí —le indicó con un
gesto amable, refiriéndose a la carta.
Héctor asintió, cabizbajo, sintiéndose derrotado y una completa
marioneta a merced de Mónica. Se despidió de Andrea, suponiendo que ella
sabría todo entre ambos por su hija, y subió hasta su casa. Entró en el salón,
se sentó en el sofá y abrió la carta con manos temblorosas. Si algo había
aprendido desde que Mónica entró en su vida era que se podía esperar
cualquier cosa de ella, y en el momento menos inesperado.
La carta decía:

Lo siento. De verdad que lo siento, pero no puedo continuar con esto.


Es innegable que tenemos una gran compatibilidad sexual, que nos
atraemos demasiado y que cuando estamos juntos nos olvidamos de todo.
Pero creo que eso no es suficiente para una relación. Una relación como la
que tú quieres y yo nunca deseé.
Por otro lado, tu imagen en la cama con esas dos mujeres no
desaparece de mi mente por más que deseo borrarla. He intentado creerte,
pero algo dentro de mí me lo impide.
Debo confesarte, que no puedo con todo esto. No estoy preparada para
tener una relación seria contigo. Y, mucho menos, poder darte todo lo que
tú deseas. He visto cómo mirabas con nostalgia la familia que han creado
Sofía y Marcos, y yo no sé si podré brindarte eso algún día. O quizá te lo dé
y tú lo destruyas con una infidelidad, y entonces yo me quede rota y
deshecha.
Lo he pensado mucho y debemos de tomar caminos separados. No me
busques más. Con esta carta queda todo dicho entre nosotros.
Mi gran problema es que puedo llegar a perdonar, pero nunca a olvidar.
Quiero que te quedes con que has sido el hombre más importante en mi
vida. No eres tú, soy yo la que no está preparada para algo más entre
ambos.
De corazón te deseo todo lo mejor.
Nuestros caminos se separan aquí para siempre.
Mónica.

—Joder —gritó Héctor con rabia. Arrugó el papel en un puño y dijo en


voz alta—: No te pedí que me perdonases, sino que creyeses en mí.
Sin poder evitarlo, rompió a llorar. Mónica le acababa de partir el
corazón y dolía muchísimo.
Pasó toda la noche tirado en el sofá, con la carta entre las manos. La
leyó infinidad de veces. No la llamó más ni le hizo saber que era conocedor
de sus palabras, ya lo haría su madre. Por mucho que doliese, había
determinado salir de la vida de Mónica Peñalver para siempre.
En un arranque de rabia, borró su contacto de la agenda. Se dijo que así
nunca más tendría la tentación de llamarla ni volverse a poner en contacto
con ella.
Aquella noche, recibió varias llamadas de su amigo Nicolás, pero no
atendió ninguna. No se sentía con fuerzas para hablar con nadie, solo de
compadecerse de sí mismo y llorar la perdida de Mónica, su gran amor. Una
niña de la que se enamoró cuando era pequeño y que esos sentimientos se
reavivaron en cuanto se volvió a cruzar con ella en aquel bar años después.
40

Un mes después.

Durante ese tiempo, Héctor y Mónica no volvieron a verse ni hablaron


más. En el fondo a ella le dolía que tras la carta él no le hubiese dicho nada,
pero al mismo tiempo sentía que era lo mejor.
Tras dos semanas en la casa de campo de sus padres en la sierra de
Málaga, donde solo recibió la visita de sus amigas un fin de semana,
Mónica volvió a Marbella y a su trabajo.
Por su parte, Héctor reanudó su relación con Vanesa. Su ex no dejaba de
insistirle y sentía que necesitaba a alguien para olvidar a Mónica y sacarla
de su mente para siempre. Pensó que Vanesa era la mejor opción para ello.
En un pasado la quiso y tenían planes de casarse y formar una familia, no
tendría que esforzarse en conocer a alguien de nuevo.

Un día, Mónica cenaba en un restaurante con unos clientes tras una


reunión de trabajo cuando vio llegar a Héctor y Vanesa de la mano. No
sabía que estaban juntos de nuevo. Aquello la impactó de tal forma que la
comida comenzó a revolvérsele en el estómago y tuvo que levantarse de
inmediato de la mesa para ir, casi corriendo, al baño.
Héctor la vio y se preocupó por ella, no llevaba buena cara. Aprovechó
que Vanesa se encontró con unos conocidos y se disculpó para ir al baño.
Ella no había visto a Mónica, estaba tan feliz de haber vuelto con Héctor
que pasearse de su mano le hacía perder la noción de lo que la rodeaba.
Mónica vació el estómago en el váter. Unos sudores le recorrían el
cuerpo entero. Se refrescó la cara con agua e intentó que el malestar pasase.
Se reprochó que ver a Héctor con otra mujer le hubiese provocado aquello.
Se retocó la cara un poco y salió del baño.
Cuando se encontró con Héctor de frente, cara a cara, tuvo que hacer
grandes esfuerzos por mantener la compostura. Él la miraba serio y atento.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó algo seco mientras le escrutaba el
rostro.
—Me sentó mal la comida. No te aconsejo este sitio. Vete con tu novia a
otro lado —le dijo con cierto resentimiento en la voz que no pudo controlar.
—Deberías irte a casa. No tienes buena cara —le indicó algo
preocupado.
—Trabajo mucho últimamente. Solo es cansancio.
—Cuídate.
—¿Qué te importa lo que me pase? —le reprochó alterada porque se
preocupase por ella.
—Siempre serás la mujer más importante de mi vida. Eso no lo olvides
nunca —le advirtió acercándose a ella de forma peligrosa, sintiendo su
aroma—. Si no estoy a tu lado es porque tú así lo decidiste, por cobarde —
le reprochó dolido—. ¿Te molesta verme con otra mujer? —La notaba
celosa y eso provocó una sonrisa de satisfacción en su boca.
—Me es indiferente, tanto como tú —le espetó de frente, sosteniéndole
la mirada con orgullo.
—¿Estás segura? —le preguntó muy cerca, consiguiendo ponerla
nerviosa—. Porque yo soy un hombre seguro de mí mismo y sé muy bien lo
que provoco en cada mujer.
Ella lo miró seria y de forma desafiante.
—Conmigo te equivocaste por completo —le indicó alzando la barbilla,
tratando de creérselo ella misma.
—Sé que no. Es solo que eres una cobarde —le reprochó de nuevo con
dureza.
En un arrebato, Mónica lo agarró por las solapas de la chaqueta, lo
atrajo hacia ella y le plantó un beso en la boca.
—¿Lo ves? Nada de nada —le indicó con rabia tras besarlo.
Cuando se fue a alejar de él, no la dejó hacerlo, la tomó con más fuerza
por la cintura y le susurró:
—Mentirosa, te tiembla todo el cuerpo, y puedo escuchar lo fuerte que
bombea tu corazón.
Mónica de deshizo de su agarre de un manotazo y se marchó con paso
ligero. Héctor no pudo detenerla, pero se quedó admirándola mientras
sentía su sabor en la boca. Había jurado que nunca más iría tras ella, y no lo
hizo. Si Mónica quería salvar y vivir lo que sentían el uno por el otro
tendría que dar el paso ella.
***
Un mes después.
A finales de junio, en el bufete, las chicas ya planeaban las vacaciones
de verano. Este año Sofía las había convencido para que pasasen todo el
mes de agosto con ella. Pensaba enseñarles toda la isla y disfrutar a sus
amigas. Las echaba muchísimo de menos.
—Billetes comprados. Nos vamos el treinta de julio. ¡Qué ganas de
vacaciones! —anunció Natalia entusiasmada.
—Estoy deseando que pase este mes, hacer la maleta y estar las cuatro
juntas como en los viejos tiempos —dijo Lidia.
—¿No vas a echar de menos a Nicolás? —le preguntó Mónica.
En los últimos meses se habían consolidado como pareja, pero su
relación no era fácil. La hija de Nicolás adoraba a Lidia, sin embargo, la
exmujer de este era una gran piedra en el camino. En más de una ocasión
Lidia se había planteado cortar con Nicolás debido a las complicaciones que
tenía en su vida. Creía que aquel mes, alejados, le haría bien.
—En agosto le toca con su hija. Dejaré que padre e hija disfruten juntos,
no quiero que deje de prestarle atención por mi culpa.
—¡Qué complicadas son las relaciones con hijos! —se quejó Natalia.
—Nicolás tuvo un divorcio difícil, y su ex no lo deja tranquilo. Siempre
es algo. Yo creo que no soporta que la niña adore tanto a su padre.
—No has contestado a mi pregunta —le hizo ver Mónica.
—Por supuesto que lo echaré de menos, lo quiero, pero, a veces, eso no
es suficiente. ¿Verdad que en eso me comprendes? —le preguntó a modo de
reproche.
Mónica la miró con mala cara. Héctor apareció en su mente y el
estómago comenzó a revolvérsele. Fue al baño corriendo y echó todo el
desayuno.
—¿Te encuentras bien? Últimamente no tienes buen aspecto. Se te ve
cansada, con ojeras y el estómago lo tienes fatal —le indicó Natalia—.
Apenas te sienta bien nada. Y no vuelvas a pensar que puede ser que tengas
el covid, te has hecho la prueba veinte veces —se quejó.
—Deberías ir al médico —le aconsejó Lidia.
—Es solo cansancio y estrés, se me pasará en cuanto estemos de
vacaciones.
—Deberías hacerte un análisis antes de irnos —insistió Lidia.
—Mañana mismo vamos —terció Natalia—. Igual tienes anemia, o
alguna intolerancia a algún alimento. Llegando a la cuarta planta comienza
a aparecer de todo —dijo Natalia con pesar, refiriéndose a que ya tenían
cuarenta años—. Yo tengo colesterol, y eso que como sano y voy al
gimnasio.
—Yo soy ahora intolerante a la lactosa y aún me quedan unos años para
los cuarenta —comentó Lidia, risueña.
Mónica asintió. Se haría una analítica. Llevaba algún tiempo sintiéndose
mal, sabía que Héctor era la consecuencia de todo aquello. No tenía ganas
de comer y había perdido peso, pero quería descartar que fuese algo más
grave.

Al día siguiente, Lidia y Natalia acompañaron a Mónica a hacerse una


analítica completa. Le indicaron que al final de la mañana podría pasarse a
por los resultados.
Mónica acudió a recogerlos sola, en el bufete había mucho trabajo y las
chicas quedaron para comer juntas.
Cuando Mónica llegó al coche y abrió el sobre con los resultados no
podía creer lo que leía en ellos. Sacudió la cabeza y comenzó a llorar. Podía
esperar todo menos aquello.
Tras media hora sin ser capaz de arrancar el coche ni tranquilizarse, se
dirigió al restaurante donde había quedado con sus amigas, ellas aún no
habían llegado.
Cabizbaja, se sentó en la mesa y suspiró.
—¿Una cerveza como siempre? —le preguntó el camarero. Comían allí
a menudo y las conocía bien.
—No. Hoy solo agua bien fría, Fran, gracias —le indicó.
Sacó un cigarrillo, hacía años que dejó de fumar, desde que terminó la
carrera, había llegado hasta a aborrecer su olor, pero tras ver a Héctor de la
mano con Vanesa en aquel restaurante volvió al vicio, sentía que la
calmaba. De repente, miró el paquete de tabaco, rompió el cigarro que tenía
en la mano y le indicó al camarero cuando le trajo la botella de agua que lo
tirase todo.
—Hace bien en dejar de fumar —comentó el hombre de mediana edad
—. Esto solo acarrea enfermedades, señorita.
Mónica asintió con pesar. Se colocó las gafas de sol para ocultar su
tristeza y bebió agua para que bajase el nudo que tenía en la garganta.
Jamás pensó que aquello le pudiese pasar a ella.
Cuando Lidia y Natalia llegaron la encontraron algo apagada.
—¿Todo bien? —preguntaron a la vez.
Mónica negó con la cabeza, no le salían las palabras. No sabía cómo
contarles aquello a sus amigas.
—¿Qué ocurre? —Natalia se atrevió a quitarle las gafas de sol, quería
verle bien la cara—. ¡Joder! —exclamó cuando vio sus ojeras y los ojos
rojos. Se notaba que había llorado—. ¿Los resultados? —preguntó con
miedo.
Mónica asintió al mismo tiempo que bebía agua de nuevo.
—¿Es algo malo? —preguntó Lidia, con el corazón a mil.
Mónica asintió y rompió a llorar, no pudo evitarlo. Sus amigas la
abrazaron e intentaron consolarla.
—Estaremos a tu lado. Podemos pedir una segunda opinión —le indicó
Natalia.
—No hay segunda opinión. Es lo que hay, sin lugar a dudas. No sé
cómo no me he dado cuenta antes, llevo un par de meses así —lamentó.
—¿Te han hablado de algún tratamiento? —preguntó Lidia.
—No hay tratamiento —les comunicó Mónica.
Natalia y Lidia abrieron mucho los ojos, asustadas. Intentaron reprimir
las lágrimas.
—Algo habrá. Nos podemos ir a Estados Unidos. La ciencia allí está
más avanzada.
—¿De qué estáis hablado? —les preguntó sacudiendo la cabeza—. Mi
problema lo resolveré aquí. Abortaré y listo. Estoy embarazada.
41

—¡¿Qué?! —preguntaron a la vez Lidia y Natalia, con un grito que hizo


que todo el restaurante centrase las miradas en ellas.
—¿Embarazada de Héctor? —se atrevió a preguntar Lidia en un
murmuro.
Mónica asintió.
—¡Joder! —lamentó Natalia.
—¿No lo quieres tener? —preguntó Lidia con miedo.
—¿Yo cuándo he deseado ser madre? ¿Tú me ves a mí con un hijo? —
indicó a modo de reproche.
Las dos se taparon los ojos y se quedaron en silencio.
—¿Una de copa de vino como siempre, señoritas? —les preguntó el
camarero a Natalia y Lidia.
—Mejor trae una botella —dijo Natalia. Lidia asintió.
—No hay nada que celebrar —les reprochó Mónica.
—No, si más bien la pedí para olvidar —comentó Natalia casi en shock.
Apenas comieron ni se atrevieron a hablar más del tema.
—Mañana lo verás todo de otra forma, es normal que estés así. Ha sido
una noticia inesperada —le dijo Lidia cuando se despidieron.
—No voy a cambiar de opinión. No tendré a este hijo y Héctor no se
puede enterar de esto. Tenéis que prometérmelo —les exigió.
Mónica no se quedó tranquila hasta que Lidia y Natalia asintieron a la
vez.
***
Una semana después.

Mónica no había cambiado de opinión. Tenía cita reservada en una


clínica para deshacerse del bebé. Sus amigas le aconsejaron que se lo
pensase un poco más, pero ella no quiso. Quería terminar cuanto antes con
ello.
Natalia y Lidia intentaron acompañarla, pero Mónica insistió en que era
algo que tenía que hacer sola. No permitió que fuesen con ella. Sus amigas,
que la conocían bien, podían ver todo el dolor que aquello le provocaba y
por todo lo que estaba pasando. Se sentían inútiles y no sabían qué hacer.
Tan solo tenían la certeza de que estaba actuando de una forma muy
precipitada y luego se arrepentiría.
—No voy a permitir esto. No si está en nuestras manos impedirlo —dijo
Natalia en un arranque de coraje. Mónica le acababa de decir que en una
hora iría a la clínica para interrumpir el embarazo.
—¿Qué piensas hacer? —preguntó Lidia con sorpresa.
—Decírselo a Héctor —anunció con calma.
—¡¿Cómo?! Mónica jamás te lo perdonaría, piénsalo antes de hacer
nada.
—Lo voy a hacer para salvarla a ella —intentó convencer a su amiga—.
¿Crees que cuando tome conciencia de lo que va a hacer y ya no haya
remedio no se va a arrepentir? Es como una hermana para nosotras, la
conocemos bien. Todo esto que le ha sucedido con Héctor la tiene
descolocada, nunca imaginó algo así. Enamorarse hasta los huesos por un
hombre. Cree que sacándolo de su vida y ahora abortando será la misma
mujer de antes, pero eso ya nunca más sucederá. Tú y yo lo sabemos.
Tenemos que parar esta locura. Yo por lo menos necesito vivir con la
tranquilidad de que intenté hacer algo, ya que nuestra amiga está cegada.
Lidia expulsó aire y asintió ante la argumentación de Natalia. La
compartía por completo. Mónica estaba aterrada por la avalancha de
sentimientos y emociones que estaba viviendo desde que conoció a Héctor
y no sabía cómo manejar la situación.
—Yo también creo que está actuando de forma precipitada —manifestó
Lidia—. Si te soy sincera, pensé que cambiaría de opinión con respecto al
aborto y tendría al bebé.
—No perdamos más tiempo, voy a llamar a Héctor —anunció Natalia
decidida.
De inmediato, se puso en contacto con él, pero no le cogió el teléfono.
Llamó a su secretaria y le pidió hablar con su jefe alegando un asunto
importante, pero le dijo que estaría reunido toda la mañana y había pedido
que no se le molestase con nada.
—Voy a llamar a Nicolás —anunció Lidia al ver la situación. Llamó a
su secretaria y le dijo que era un asunto urgente.
Cuando Nicolás abandonó la reunión y se puso al teléfono con Lidia
estaba preocupado. Intuía que el asunto era de gravedad como para sacarlo
de una reunión importante.
—¿Qué ocurre? —preguntó de forma abrupta.
—Necesito que le pases el teléfono de inmediato a Héctor. Es un asunto
muy importante, de vida o muerte —añadió Lidia mirando a Natalia, que
estaba a su lado y escuchaba la conversación—. Perdón por interrumpir una
reunión tan importante, pero te aseguro que esto lo es aún más.
—¿De qué se trata? —preguntó alarmado.
—No hay tiempo para darte explicaciones. Confía en mí, pásame con
Héctor y yo luego te explicaré todo, por favor —le rogó mientras miraba el
reloj.
Nicolás se quedó en silencio, pero Lidia escuchaba a través del teléfono
que se movía. Al cabo de varios segundos Héctor tomó el mando de la
conversación.
—¿Qué sucede? —preguntó preocupado. Si Lidia quería hablar con él y
se trataba de un asunto muy importante solo se podía tratar de Mónica.
Pensar que algo le hubiese sucedido le hizo darle un vuelco al corazón.
—No hay tiempo de muchas explicaciones, Héctor. Iré al grano —
manifestó con las pulsaciones aceleradas—. Mónica está embarazada de ti.
En menos de una hora tiene cita en una clínica para abortar. Por favor,
párala. Nosotras no hemos podido hacerlo. La conocemos bien y sabemos
que cuando lo haga y recapacite se volverá loca. Habla con ella,
convéncela. Quizás a ti te haga más caso que a nosotras —le rogó.
La impactante noticia dejó a Héctor helado. Se revolvió el pelo, se
paseó intranquilo por el despacho y comenzó a sudar. Tuvo que sentarse y
tomar aire. Sentía que se ahogaba.
—Dame la dirección de la clínica —le exigió de inmediato.
Lidia se la paso y él la anotó en un papel.
—No pierdas más tiempo, ve ya —lo apremió.
—Lidia… gracias por decírmelo.
—Tenías derecho a saberlo, pero no me las des. El hecho de que lo haya
puesto en tu conocimiento es una cuestión meramente egoísta. Quiero que
salves la vida de ese bebé y de paso la de mi amiga. Si aborta, el resto de
sus días estará muerta en vida.
Héctor le entregó el teléfono a Nicolás, que estaba a su lado y echó a
correr. No tenía tiempo que perder.
Una vez en el coche, salió del garaje como alma que lleva el diablo, se
saltó todos los semáforos en rojo que pudo y ni se preocupó de aparcar bien
en el estacionamiento de la clínica. Sobrepasó la acera con el coche y dejó
este en el césped de la entrada sin importarle que toda la gente lo mirase. Se
bajó corriendo y se dirigió a la entrada de la clínica. En el mostrador de
recepción preguntó por la planta donde podría estar Mónica, pero antes de
recibir una respuesta la vio salir del ascensor. Corriendo, desesperado, se
acercó a ella, la tomó por ambos brazos y le dijo:
—No lo hagas. Lo sé todo. Por favor, no abortes —le rogó con el rostro
desencajado, nervioso y alterado.
Mónica lo miraba desconcertada, era a la última persona que pensaba
encontrarse allí.
—¡¿Qué dices?! —le reprochó molesta.
Héctor la miró bien y vio sus ojos llenos de lágrimas. Se quedó en
silencio y en un impulso la abrazó.
—Las chicas me lo contaron todo. Quiero a este bebé y a ti, Mónica.
Nunca he dejado de quererte. Formemos una familia, seamos felices de una
vez. Nos lo merecemos.
—Yo jamás deseé formar una familia ni tener hijos —le espetó ella
alterada—. Me gusta mi vida, mi trabajo, mi independencia y mi libertad.
Me horroriza perderlo todo —casi le gritó.
—Te aseguro que puede ser compatible, lo solucionaremos —intentó
calmarla y que reflexionase.
Mónica movió la cabeza con un gesto negativo. Lo miraba como si
estuviese loco.
—Si no quieres al bebé, podemos hacer algo; yo me haré cargo de él.
Soy su padre. Cuando nazca me lo das. Nunca te exigiré responsabilidades
—le propuso desesperado. Aquello era una forma de ganar tiempo. No se le
ocurrió otra cosa.
Ante su proposición, Mónica lo miró con los ojos muy abierto al mismo
tiempo que sentía ganas de vomitar.
—Ya no hay nada que hacer. Todo ha acabado —murmuró mientras
varias lágrimas rodaban por su mejilla.
Héctor la miraba atónito, sin creer lo que realmente estaba escuchando.
Se alejó un poco de ella, dejó de abrazarla y de repente, sus ojos se
volvieron fríos y distantes.
Mónica se vio reflejada en una mirada de odio que la partió en dos.
—Que Dios te perdone algún día porque yo nunca podré hacerlo. —La
observó de arriba abajo con desprecio, se dio media vuelta y se marchó
arrastrando los pies, con los brazos caídos y llorando ante la impotencia de
no poder hacer nada.
Aquella mujer acababa de terminar con lo más bonito que jamás había
soñado, un hijo de ambos, y él sentía que le habían clavado un puñal en el
corazón.
Mónica se tomó unos segundos para recuperarse, miró a su alrededor,
vio un baño y fue hasta ahí para recomponerse un poco. Tras media hora
delante del espejo mirándose a sí misma y tratando de reconocerse, se
marchó a casa. Se sentía sin fuerzas. Solo quería meterse en la cama y
dormir durante un par de años.

Héctor fue directo a su casa, cogió una botella de alcohol y decidió


ahogar sus penas con ella.
Nicolás estaba en el despacho con las chicas. En cuanto Héctor salió
corriendo de la reunión en la que estaban, él la suspendió y fue en busca de
Lidia para que le contase todo.
En esos momentos, Lidia, Nicolás y Natalia se encontraban en la sala de
reuniones del bufete a la espera de tener noticias de Mónica o de Héctor.
Varias horas después, ambos tenían los teléfonos apagados y sus amigos no
sabían nada de ellos. Por un lado, estaban preocupados. Por otro, barajaban
la posibilidad de que se hubiesen reconciliado y no quisiesen saber nada del
mundo.
A media tarde, Natalia ya no podía esperar más. En un arranque, decidió
presentarse en casa de Mónica. Tenía llaves de la casa de su amiga para
cualquier emergencia y esta lo era. Necesitaba saber que todo estuviese
bien.
Nicolás y Lidia la acompañaron. Ambos estaban también muy
preocupados. No se habían movido del despacho en todo el tiempo,
pidieron comida y trataron de trabajar desde allí hasta que tuviesen noticias
de Héctor y Mónica, pero estas no llegaron.
42

Cuando Natalia introdujo la llave en la cerradura de la puerta de Mónica


le temblaban las manos. La casa estaba en silencio, todo estaba en aparente
orden.
—¿Mónica? —preguntó Natalia casi con miedo—. ¿Estás en casa? —
Le temblaba un poco la voz.
Las chicas se adentraron en su habitación, Nicolás se quedó en el salón.
Cuando Natalia y Lidia la vieron en la cama, vestida, hecha un ovillo y
con un montón de pañuelos en el suelo, se miraron y sintieron que el mundo
se abría a sus pies.
—¿Estás bien? ¿Qué ha sucedido? —preguntó Natalia a su amiga.
Fueron hasta Mónica y se sentaron en la cama con ella, cada una a un
lado. Esta rompió a llorar y sus amigas la consolaron sin hacer preguntas.
Dejaron que se desahogase.
Nicolás se asomó a la puerta y, cuando vio la escena, el vello se le puso
de punta. De inmediato supo que todo había terminado muy mal entre
Héctor y ella. Pensó en su amigo y le hizo un gesto con la mano a Lidia
indicándole que se marchaba.
Mónica lloró hasta quedarse vacía y sin fuerzas.
Natalia y Lidia la abrazaron en silencio. Sentían que era lo único que
podían hacer. Eran sus amigas y estarían en las buenas y en las malas. Pese
a que ambas consideraban que habría cometido el mayor error de su vida.
—¿Por qué se lo dijisteis? —les reprochó dolida.
—Porque pensamos que os hacíamos un bien a ambos.
—Me propuso que tuviese al niño y se lo entregase, me dijo que nunca
me iba a exigir responsabilidades —les reveló llorando, herida.
Natalia y Lidia asintieron a la misma vez que comprendieron lo
desesperado que debía de estar Héctor para decirle aquello.
—¿Cómo te sientes? —logró preguntar Lidia—. Que tú estés bien es lo
que realmente nos importa.
—Siento que hice lo que tenía que hacer. Lo que me dictó mi corazón.
No me arrepiento.
Natalia y Lidia la abrazaron, mostrándole todo su apoyo.
Mónica rompió a llorar y así estuvo casi toda la noche. Sus amigas no se
movieron de su lado. Se quedaron para cuidarla y darle ánimos. Nunca la
habían visto tan derrotada.

A la mañana siguiente, Lidia preparó el desayuno y Natalia se encargó


de sacar de la cama a Mónica para que comiese algo. Consiguieron que se
tomase un vaso de leche y una tostada.
—Tengo que ir a la farmacia a comprar algunos medicamentos —les
indicó Mónica.
—Yo puedo ir. ¿Tienes las recetas? —se ofreció Lidia.
Mónica le indicó que estaban en su bolso.
—Ahora vengo.
Lidia bajó a la farmacia de inmediato. No preguntó qué clase de
medicación era, pero si tenían receta médica era algo que necesitaba.
Mientras, Mónica volvió a la cama, se sentía muy cansada y tenía
mucho sueño.
—No puedes entrar en un estado de depresión, amiga —le indicó
Natalia.
—Déjame que lo asimile todo. Necesito unos días, luego volveré a
levantarme y cogeré al toro por los cuernos.
Natalia le concedió aquello.
De repente, Lidia entró en la habitación como un torbellino. Traía una
bolsa de la farmacia en la mano que alzo a la vista de sus amigas.
—Creo que tus recetas estaban equivocadas. Me han dado ácido fólico,
pastillas para las náuseas, para los mareos y paracetamol. ¿Qué es lo que te
indicó el médico que te tenías que tomar?
—Pues todo eso —respondió Mónica con naturalidad.
—¿Pero eso no lo toman las embarazadas? —preguntó Natalia con
sorpresa.
—Sí, me indicaron que debo tomarlo hasta que nazca el bebé.
—¿El bebé? —preguntaron ambas a la vez con los ojos desencajados y
la mandíbula que casi llegaba al suelo.
—Sí. Os dije ayer que hice lo que me dictó el corazón. Cuando me subí
a aquella camilla para que me practicasen el aborto me bajé de inmediato y
salí corriendo. No quería que le sucediese nada a mi hijo. Me di cuenta de
que lo quiero tener y proteger.
—¡Oh! —exclamaron Natalia y Lidia a la vez. Llevándose las manos a
la boca y con lágrimas en los ojos. No entendían nada, pero cierta sensación
de felicidad se apoderó de ambas.
Abrazaron a Mónica y saltaron en la cama con ella de alegría.
Pasada la euforia, Lidia le preguntó a Mónica:
—¿Qué pasó entonces con Héctor? ¿Por qué no estáis juntos?
—No quiero que sepa que voy a tener este hijo —les reveló para
sorpresa de sus amigas.
—¿Y eso? —preguntaron con sorpresa, con los ojos desencajados.
—He decidido tenerlo yo sola.
—Pero él te quiere. Quiere a ese hijo. Y tiene derechos, es el padre —
argumentó Natalia.
Mónica asintió.
—Por ahora necesito hacerme a la idea de este hijo, más adelante veré si
Héctor tiene cabida en mi vida también o solo en la de su hijo. Quiero ir
poco a poco.
—¡No te entiendo! —bramó Lidia.
Natalia le dio un codazo.
—¿Le has hecho creer que abortaste? —le reprochó. Lidia no se daba
por vencida.
—Él lo dedujo, no lo saqué del error, y luego con el odio que me
miró… Jamás olvidaré esa mirada —trató de justificar.
—¿Cómo quieres que te mirase? Para él acababas de matar a su hijo —
lo defendió Lidia.
—Podía haberse puesto en mi lugar. Ser más comprensivo. Primero me
ofreció quedarse con el bebé y luego me miró con un odio desmedido.
—Todo esto puede acabar si le dices la verdad. De nuevo estáis
sufriendo los dos —le indicó Natalia.
Mónica negó con la cabeza.
—Necesito tiempo, y vuestro silencio —les rogó tomándolas de las
manos a la vez.
Les hizo jurar que no dirían nada y ambas terminaron aceptando.
***
Una semana después, cuando Mónica se incorporó al trabajo, se enteró
de que Héctor y Vanesa contraerían matrimonio a finales de agosto. La
noticia le cayó como un jarro de agua fría. No lo esperaba. El cuerpo se le
descompuso, comenzó a vomitar y tuvo que regresar de nuevo a casa,
donde pasó varios días más en cama, compadeciéndose de sí misma y
pensando en el futuro, pero aún no se sentía preparada para decirle a Héctor
que esperaba un hijo suyo. Era consciente de las consecuencias que podía
acarrearle su silencio, sin embargo, se sentía una cobarde para afrontar la
realidad.
43

Un mes y medio después.


Agosto. Gran Canaria.

—Esto es vida. Por favor, que no termine —rogó mirando al cielo


Natalia, en una tumbona al sol en la piscina del hotel en el que se alojaban
en Maspalomas.
Mónica, Lidia y Sofía sonrieron ante el comentario.
Las chicas llevaban una semana en la isla y sentían que eran otras.
Comprendían porqué Sofía era tan feliz en aquel lugar y no se le pasaba por
la cabeza volver nunca más a Marbella.
—Qué paz, qué tranquilidad. Esto de reservar en un hotel donde no
pueden venir niños tiene sus ventajas —dijo Lidia.
—Amo a mi pequeño, pero estos días sin él me están renovando. Ya no
recordaba lo que era dormir una noche entera ni estar un par de horas en
silencio —reveló Sofía—. Y estar con vosotras así, como hacía tanto
tiempo… juntas todo el día, compartiendo confidencias…
Sofía se tomó tres días para pasarlo con sus amigas en el hotel. Marcos
se hizo cargo del pequeño Hugo como el gran padrazo que era.
Mónica se acarició el vientre con nostalgia. Llevaba un bikini y apenas
se le notaba el embarazo, estaba de tres meses de gestación. En silencio,
reconoció que muy pronto su vida cambiaría para siempre.
—Héctor se casa el sábado. —Estaban a miércoles—. ¿No piensas
decirle nada sobre su hijo antes de que se convierta en un hombre casado?
—le preguntó Natalia con cierto tono de reproche, recordándole el
acontecimiento.
Desde que Mónica supo que iba a contraer matrimonio con Vanesa
decidió no interferir más en su vida.
—Un día se va a enterar de que tienes un hijo y no tardará en atar cabos
—le hizo ver Lidia.
—Se lo diré cuando nazca. Que disfrute de su matrimonio unos meses.
No lo quiero pendiente de mí hasta que el niño venga al mundo.
—Te estás equivocando con todo esto. No cometas el mismo error que
yo —le indicó Sofía—. Te lo digo por experiencia. Se sufre mucho. Tienes
la felicidad en tu mano. Con una llamada de teléfono podrías solucionarlo
todo. Cuando un hombre ama de la forma en la que Héctor te quiere a ti no
se esfuma de un día para otro. Si supiera que no abortaste dejaría de odiarte
y seríais muy felices, como Marcos y yo.
Mónica la miró en silencio, con nostalgia.
—Ya es muy tarde para todo eso. Se me fue de las manos —reconoció
—. Ahora él prepara una boda. Hay demasiados obstáculos entre los dos.
Mónica se lanzó a la piscina, era su modo de zanjar el tema, y sus
amigas se quedaron en silencio mirándola. Le habían prometido no
interferir en su relación con Héctor y lo estaban cumpliendo. A Lidia le
costaba más que a ninguna. Cuando estaba con Nicolás sentía que lo
engañaba de alguna forma.
—Marcos se va pasado mañana a Marbella. Héctor es su amigo y lo
invitó a la boda. Yo lo convencí para que acuda solo —les comunicó Sofía a
sus amigas.
Lidia, como pareja de Nicolás, estaba invitada.
—Nicolás se ha enfadado conmigo por no asistir. Y por estar tantos días
alejada de él de vacaciones con mis amigas. No sé en qué estado se
encuentre nuestra relación cuando regrese. Pero no me voy a atormentar
con eso ahora.
—Todo esto es una completa locura. Ninguno va a ser feliz. Y cuando
Héctor se entere de su paternidad se va a formar una buena —aventuró
Sofía.
—Tendremos que ver los toros desde la barrera —comentó Natalia con
la mirada posada en Mónica, que nadaba en la piscina como si nada.
Las tres asintieron, cogieron los mojitos que tenían al lado y bebieron.
***
—¿Estás seguro de esto? —le preguntó Nicolás a su amigo mientras le
anudaba la corbata bien para su boda. Héctor asintió serio, impasible—. No
creo que Vanesa sea la mujer que necesites. Podías haberte casado con otra
para olvidar a Mónica.
—A Vanesa la conozco desde hace años, sabe qué esperar de mí y yo de
ella.
—Mónica te ha dejado destrozado para toda la vida, amigo. Nunca te vi
así por una mujer —reconoció.
—De ella me enamoré como un loco. Se lo di todo, ella a cambio lo
destruyó todo sin piedad. Nunca podré perdonarla.
—Te apoyo en eso, pero no en la locura de esta boda. Te animo a que lo
dejes todo y te marches fuera por un tiempo. Creo que será lo mejor.
Encárgate del proyecto de Punta Cana en persona. Permanecer allí unos
meses te hará bien —le aconsejó.
Héctor suspiró.
—Ya es demasiado tarde —murmuró con pesar.
—Nunca es demasiado tarde para hacer lo que queremos. ¿Cuándo te ha
importado a ti lo que diga la gente? —trató de hacerlo reflexionar.
Marcos entró en la habitación con tres copas y una botella de champán.
Nicolás lo miró diciéndole que allí no tenían nada que celebrar.
—Lo necesito para aguantar esta boda —comentó Marcos alzando las
copas y la botella.
Nicolás estalló en carcajadas y comenzó a descorchar la botella.
Héctor chasqueó la lengua y se ajustó los puños de la camisa. Se miró al
espejo, vio su rostro reflejado en él y no pudo evitar el pensamiento de que
si aquella boda fuese con Mónica y ella no hubiese abortado su cara no
sería aquella. Parecía más bien que iba a un entierro en vez de a contraer
matrimonio.

—Héctor se casa en una hora —le indicó Natalia a Mónica. Estaban en


la playa. Sofía y Lidia se encontraban en la orilla con el pequeño Hugo.
—No lo he olvidado —le reprochó con tono molesto por recordárselo.
—¿No piensas hacer nada? —le reprendió incorporándose en la
tumbona—. Si no lo haces por ti, hazlo por tu hijo. Algún día Vanesa será
su madrastra cuando quiera ejercer sus derechos de padre.
Ante aquello, Mónica se quedó pensativa. No lo había pensado antes.
—Estoy demasiado lejos como para ir e impedir esa boda, ¿no crees?
—Por favor, eres una tía ingeniosa. De querer, lo harías.
—Héctor me tiene bloqueada en el teléfono —alegó en su defensa.
—Ya, pero a mí no. Aún trato con él los negocios de su empresa. —
Natalia le extendió su móvil—. Pero yo que tú lo intentaría primero desde
el tuyo, quizás él espere también esa llamada y te haya desbloqueado.
—Me odia —murmuró con pesar.
—Pues haz que te ame de nuevo. Todo está en tus manos. El hecho de
que no lo grites a los cuatro vientos no oculta que amas a ese hombre.
Mírate, nunca nos has dicho que esa pulserita de cuero que llevas, que
jamás te quitas desde hace tiempo, y tocas a menudo en forma de caricia te
la regaló él. Es evidente por la nostalgia con que la miras. Haz algo o vas a
perder al hombre que más quieres, has querido y vas a querer para siempre.
—Se levantó y se fue a la orilla, dejándola pensativa.
Natalia rogaba porque su amiga entrase en razón y parase aquella boda.
Mónica se quedó en la tumbona bajo la sombra, con dos móviles en sus
manos, mientras los miraba, pensaba qué hacer. Nunca en su vida la habían
asaltado tantas dudas. En esta ocasión sabía que fuese cual fuese la decisión
que tomase ya nada sería igual y eso la aterrorizaba.
Sin saber qué hacer, se levantó, recogió su bolsa y se encaminó hacia el
hotel desanimada y cabizbaja.
Natalia la observaba desde la distancia. Chaqueó la lengua y lanzó un
improperio para ella misma. Sus palabras no habían calado en Mónica.
44

Sentada en los pies de la cama que ocupaba en el hotel, Mónica miraba


el reloj del móvil. Faltaban veinte minutos para que Héctor contrajese
matrimonio. El corazón le latía a mil y las manos le temblaban. No sabía
qué hacer. Cerró los ojos y se quedó en silencio. Una secuencia de imágenes
vividas junto a Héctor, y en la que fueron muy felices, aparecieron en su
mente. Sonreía sin ser consciente de ello. En aquel tiempo que llevaba
embarazada había dudado de sus capacidades como madre, pero nunca de
las de él como padre. Estaba segura de que lo haría genial.
Diez minutos después, hizo una llamada desde su móvil. Quizá las más
importante de toda su vida. Temblaba como nunca antes a la espera de que
descolgasen al otro lado.
Una sonrisa involuntaria se dibujó en su rostro al primer tono de la
llamada, Héctor la había desbloqueado. Aquello le dio esperanzas.
En el quinto tono, cuando sus esperanzas se desvanecían, la voz de
Héctor resonó a través del móvil.
—¿Diga? —preguntó algo acelerado.
—Héctor —casi gritó Mónica desesperada al escuchar su voz. No
quería que le colgase.
—¿Mónica? —preguntó sorprendido. Miró la pantalla del móvil y vio
que era su número de teléfono, pero no estaba registrado con su nombre.
Hasta donde él recordaba la había bloqueado, pero eran tantas las
borracheras que había cogido por ella que igual la desbloqueó y no se
acordaba.
—Te quiero, Héctor. No te cases —gritó desesperada, paseándose por la
habitación mientras se revolvía el pelo y se aferraba al teléfono como si la
vida le fuese en ello—. He sido una completa idiota, pero te amo. Me asustó
todo lo que me hiciste sentir. Ahora tengo claro que no quiero perderte, mi
amor —confesó mientras le temblaba todo el cuerpo.
Mientras subía unas escalerillas que lo llevaban a su destino, Héctor se
paralizó. Cierto sudor cubrió su frente y el corazón le dio un vuelco. Miró
hacia atrás y tuvo el impulso de volver al coche que lo había llevado hasta
allí y correr junto a los brazos de Mónica. Luego recordó el aborto y todo
cambió. Una rabia incontrolada se apoderó de él. Sus palabras confesándole
que lo amaba no calaron en él como lo hubiesen hecho tiempo atrás.
—Las cosas han cambiado mucho, yo ya no te quiero —escupió entre
dientes mientras sentía cierto dolor en el pecho—. Te odio por lo que hiciste
—le reprochó con gran dolor mientras terminaba de subir las escalerillas
hacia su futuro, el cual no pensaba cambiar por aquella llamada
desesperada.
Ya de nada valía la demostración de sus sentimientos. El dolor que
sentía por lo que ella había hecho era mucho mayor que el placer de
escuchar aquello con lo que soñó tanto.
Cortó la comunicación de golpe y se metió el móvil en el bolsillo de la
chaqueta.
—Héctor, no lo hice. No pude. Lo siento mucho, mi amor. Fui una
cobarde por no aceptar que te amaba —gritó a pleno pulmón, pero él ya no
la escuchó—. Quiero a este hijo.
Tras comprobar que ya no estaba al otro lado del teléfono, tiró el móvil
sobre la cama con rabia y dolor, y lloró desesperada. Por primera vez sintió
que lo había perdido para siempre, y no por el hecho de que fuese a casarse
con otra mujer, sino por el odio que había conseguido crear en él y le
transmitieron sus palabras.
Había hecho las cosas muy mal y ya no había marcha atrás, solo vivir
con los errores. Al menos le quedaba su hijo. Se acarició el vientre y se
sintió orgullosa de una de las decisiones más acertadas de su vida.
Mónica pasó toda la tarde sola en la habitación, cuando sus amigas la
llamaron para comer juntas les mintió diciéndoles que tenía el estómago
revuelto y que iba a tratar de dormir un poco. Se sentía cansada y abatida.
No tenía ganas de nada, solo de llorar y de compadecerse de sí misma por
haber hecho las cosas tan rematadamente mal.
Las chicas no la molestaron. Entendían que no pasaba por buenos
momentos y necesitase soledad en aquel día en el que Héctor se casaba con
otra mujer. Y la vida de ambos iba a cambiar para siempre.
A media tarde, cuando Sofía, Lidia y Natalia tomaban un refresco en un
bar del paseo, cerca del faro en Maspalomas, Nicolás y Marcos aparecieron
para sorpresa de todas ellas.
—¿Qué ha pasado? ¿Qué hacéis aquí? —preguntó Sofía de inmediato a
su marido.
—No hubo boda —anunció Marcos con una sonrisa espectacular
mientras tomaba a su hijo en brazos y le hacía carantoñas.
—¡¿Cómo?! —gritaron las tres mujeres a la vez muy sorprendidas.
—Héctor decidió no casarse —reveló Nicolás al tiempo que le daba un
beso a Lidia y se sentaba a su lado.
—¿Está con Mónica? —preguntó Lidia esperanzada.
—¿Por qué iba a estar con ella? —Nicolás no le encontraba sentido a la
pregunta de su novia.
—Si no se ha casado es porque Mónica lo ha llamado y le ha dicho lo
del bebé y que lo quiere, qué otra razón podría haber… —argumentó en un
tono más alto de lo normal y con suma alegría. Solo le faltó tocar las
palmas.
—¿Mónica no abortó? —preguntó Nicolás taladrándola con la mirada
por haberle ocultado aquello.
—¿Dónde está Héctor? ¿Por qué no se casó? —insistió Lidia.
Nicolás la miraba sin poder creer lo que le había ocultado.
Marcos taladraba con los ojos a su mujer con cara de reproche.
Tanto Lidia como Sofía agacharon la cabeza y en ese preciso instante
ambos supieron que no le habían contado aquel dato a conciencia.
—¡No lo puedo creer! —bramó Nicolás levantándose de la silla con
ímpetu y muy cabreado, sin importarle llamar la atención de las personas
que tenían cerca—. ¿Mónica no abortó y habéis dejado que Héctor la odie y
casi se casase con otra mujer? —les reprochó a todas, dolido.
Las chicas se quedaron calladas por unos segundos.
—Solo respetamos la decisión de nuestra amiga —terció Sofía como
justificación—. Nos pidió que no se lo contásemos a nadie.
—Me queda claro que no soy nadie —le espetó Nicolás a Lidia
enfadado. Se dio media vuelta y se marchó furioso.
—Espera… —Lidia fue tras él.
—Os habéis pasado —murmuró Marcos sentando a su hijo en el carro.
Luego tomó asiento al lado de Natalia y de su mujer.
—Lo siento, mi amor —se disculpó Sofía con su marido mientras le
acariciaba el mentón.
—Yo no entiendo nada. ¿Por qué no se casó Héctor? Si no sabía lo de
Mónica… ¿Qué razón tuvo? —le preguntó Natalia a Marcos.
—La coherencia. Algo que vosotras no habéis tenido para parar todo
esto. Antes de salir para la ceremonia Nicolás y yo nos tomamos algo con él
y le preguntamos si estaba seguro del paso que iba a dar. Nicolás lo
convenció de que no se casase y se marchase a Punta Cana por un largo
tiempo a terminar un proyecto allí. Una vez en el coche, de camino a su
boda, Héctor le pidió al chófer un cambio de rumbo hacia el aeropuerto. En
estos momentos está volando en un avión privado de un amigo a Punta
Cana —les explicó.
—¿Y Mónica? —preguntó Lidia—. ¿No tuvo nada que ver en ello?
—Que yo sepa no —le manifestó Marcos con sinceridad—. Nicolás y
yo decidimos coger el primer avión y venirnos para acá. Allí ya no
hacíamos nada.
—¿Y la novia? ¿Cómo le sentó el plantón? —se interesó Sofía.
—No llegamos a verlo. Nicolás y yo íbamos en el coche con Héctor
camino del lugar de la boda cuando tomó la decisión. Los tres nos fuimos al
aeropuerto y cada uno cogimos un vuelo.
—Ojalá Héctor estuviese aquí como vosotros y todo entre él y Mónica
se hubiese solucionado —aventuró Sofía.
—Héctor odia a Mónica por lo que cree que hizo. Alguien tendrá que
decirle la verdad, ¿no? —preguntó serio—. Yo no le voy a guardar a mi
amigo este secreto mucho más tiempo. Sé por lo que está pasando, además,
yo pasé por algo parecido y lo entiendo mejor que nadie. —Le dirigió una
mirada a su mujer.
Sofía suspiró, tomó la mano de su marido entre las suyas y le dio un
apretón.
—Yo voy a ver cómo está Mónica y si sabe algo de todo esto —dijo
Natalia levantándose de la silla.
—Siento mucho no habértelo dicho, pero lo hice para evitar el
sentimiento de culpa que tienes en estos momentos —le indicó Sofía a su
marido cuando se quedaron a solas.
—Pensé que nos lo contábamos todo —murmuró con pesar.
—Y lo hago, mi amor. Pero ese secreto no me pertenecía y no podía
hacerlo. ¿Lo entiendes? —preguntó preocupada, acariciándole el rostro con
mimo.
—Lo entiendo —pronunció al fin. Le dedicó una sonrisa y añadió—:
Pero tendrás que hacer méritos para que te perdone.
—Muy bien —le indicó de forma seductora, besándolo—. Vamos a
llevarle a Hugo a mis padres y nos tomamos un par de días solos en el hotel
en el que se alojan las chicas. Solo seremos tú y yo.
—Eso suena muy bien. Me gustará tenerte toda la noche a mi entera
disposición.
—Soy suya, señor Luna. Vivo y muero por ti. Te amo.
—Y yo. —La besó y todo quedó arreglado entre ambos.
45

—¿Quieres parar? —le exigió Lidia a Nicolás. Iba detrás de él y estaba


cansada de caminar y que no se detuviese ante sus ruegos—. Entiendo tu
cabreo, por Héctor que es tu amigo, pero entiéndeme a mí. Mónica es como
mi hermana. Me pidió que no te dijese nada. Era su voluntad. Si te lo
hubiese contado habrías tardado dos segundos en decírselo a Héctor.
—¿Cómo has podido ser cómplice de algo así? —le reprochó con
dureza—. No tienes idea de lo que mi amigo ha pasado.
—No te lo tomes así conmigo. Es algo que no nos concierne —le gritó
alterada. Continuaba caminando a paso ligero a su lado. Todo el mundo que
se cruzaban los miraba discutir, pero a ambos parecía no importarles.
—Tengo que contarle todo a Héctor. En cuando llegue al hotel, lo llamo
y me importará una mierda que Mónica no quiera que él lo sepa —le espetó
de frente, cabreado.
—¿Lo ves? Por eso no te lo dije antes. ¡No puedes decírselo a Héctor
sin el permiso de Mónica! No te metas —le exigió de forma desesperada.
—Y una mierda.
—Si lo haces, tú y yo hemos terminado. —Lo miró altiva, con los
brazos cruzados y la mirada de frente.
—¿Me estás haciendo elegir entre mi amigo o tú? —preguntó sin poder
creerlo. Ella asintió—. Bien, pues encantado de haberte conocido. —
Nicolás se dio media vuelta y continuó caminando.
Lidia se quedó paralizada donde estaba. No esperaba aquella reacción.
—Me ha dejado —murmuró en voz alta, pasmada, con la mirada
clavada en su espalda mientras se alejaba sin remordimiento alguno por
haberla dejado allí plantada como si nada.

Cuando Natalia entró en la habitación encontró a Mónica dormida. Se


sentó en la cama a su lado y la miró. Su amiga sintió su presencia y se
despertó. Se removió en la cama y la miró.
—¿Qué hora es? —preguntó con voz somnolienta.
—Es hora de que tomes conciencia de la realidad —comentó en tono de
reproche.
—¿Qué sucede? —preguntó Mónica incorporándose en la cama. Se
restregó los ojos y la miró bien. Se quedó sentada observando a su amiga.
Podía leer en sus ojos que algo pasaba. La conocía muy bien.
—Héctor no se ha casado, ¿tú has tenido algo que ver en ello? —
anunció Natalia despacio.
—¡¿Cómo?! —gritó. La miró con los ojos muy abiertos, sin creer lo que
le revelaba. Sacudió la cabeza y ordenó su cabeza—. Lo… lo llamé y le
pedí que no se casase, le dije que lo amaba. Pero su respuesta fue que me
odiaba y me colgó —le resumió—. No llegó a escuchar cuando le revelé
que no aborté —confesó llorando.
—No se ha casado —volvió a recalcarle con ímpetu.
—¿Por qué? —preguntó intrigada.
—Según nos dijo Marcos, porque tomó conciencia de que era un error.
—¿Dónde está Héctor? —preguntó algo desesperada, removiéndose en
la cama.
—Va en un avión privado destino de Punta Cana.
—Tengo que hablar con él —resolvió, inquieta.
—Hazlo antes de que Nicolás o Marcos le digan que estás esperando un
hijo suyo —le aconsejó mientras Mónica la miraba sin entenderla. Ante la
cara de su amiga, le explicó—: Marcos y Nicolás se han enterado de todo
por error. Han aparecido aquí de repente, nos dijeron que no hubo boda y
nos pensamos que tú le habías dicho a Héctor lo del bebé y esa fue la razón
para que no se casase.
—¡Joder! —lamentó Mónica llevándose las manos a la cabeza—.
Necesito hablar con Marcos y Nicolás. ¿Le puedes decir que vengan? —le
rogó desesperada.
Natalia asintió, cogió el teléfono y los llamó. Con Marcos fue fácil, pero
con Nicolás le costó mucho más.
Media hora después, Marcos y Nicolás acudieron a la habitación de
Mónica.
—¡¿Cómo has podido?! —le reprochó Nicolás nada más verla.
Marcos no le dijo nada, solo le dirigió una sonrisa forzada. En el rostro
de Mónica se apreciaba que no lo estaba pasando nada bien. El
arrepentimiento era patente.
—No os debo explicaciones a vosotros —dijo algo enfadada—. Solo os
quería pedir que me dejéis que sea yo quién le diga a Héctor que va a tener
un hijo. Lo llamé y le rogué que no se casase. También le dije que no
aborté, pero no me escuchó. Me colgó —les explicó alterada.
Nicolás relajó un poco el semblante. Marcos la miraba con pena.
Finalmente, ambos asintieron ante la complicada situación.
—Te doy tres días. Si en ese tiempo mi amigo no sabe la verdad yo
mismo se la diré —le indicó Nicolás.
A Mónica no le gustó que le hablase de aquella forma ni que le pusiese
condiciones, pero no le dijo nada. Hizo un gran esfuerzo por no replicarle
de malas formas, suspiró y asintió. Estaba decidida a terminar con todo
aquello cuanto antes y que Héctor supiese la verdad. Asumía que no
pudiese perdonarla por habérselo ocultado durante aquel tiempo y dejar que
pensase que abortó, pero necesitaba comenzar a vivir sin mentiras.

Horas después, cuando Mónica calculó que Héctor ya habría aterrizado,


lo llamó, pero su teléfono estaba apagado.
Pasó toda la noche despierta, esperando al día siguiente para volver a
llamarlo. Necesitaba hablar con él y deshacerse de aquella culpa que
llevaba por dentro cuanto antes. Estaba cansada de llorar, nunca en su vida
había derramado tantas lágrimas, algo que achacaba al embarazo. En
condiciones normales, era una persona que prefería estar de mala leche o
enfadada con el mundo antes que llorar. Siempre lo consideró una forma de
ser débil, sin embargo, en esos momentos comprendía que era una
liberación que podía solucionar más que la mala leche y decir cosas de las
que luego pudiese llegar a arrepentirse.

Tras descansar unas horas, Héctor fue a desayunar al restaurante del


hotel en el que se alojaba y, para su gran sorpresa, se encontró con Marina.
Con descaro, la mujer, nada más verlo, se sentó en su mesa. Él se
sorprendió al verla allí y la miró con gesto serio y mala cara.
—Las noticias vuelan. Ya llegó a mis oídos que ayer dejaste plantada a
Vanesa. Se lo merecía, por bruja —murmuró—. ¿Cómo te enteraste de que
fue ella quién me propuso aquella escenita de tres en la que Mónica nos
encontró? Solo lo sabíamos ella y yo, pero es obvio que te enteraste por
alguien antes de casarte y la dejaste plantada en el altar.
La curiosidad mató al gato y Marina fue una prueba de ello.
—¡¿Cómo?! —bramó Héctor al mismo tiempo que la servilleta saltaba
por los aires.
—¿No la dejaste por eso? —preguntó ella con la voz cortada.
—¡No! —gritó furioso—. ¿Fue ella? —preguntó descompuesto. Marina
solo fue capaz de asentir—. ¿Tienes pruebas de lo que me estás diciendo?
—exigió.
—Me extendió un cheque con una buena cantidad de dinero.
—¡Joder! —Se sintió una marioneta en las manos de ambas mujeres.
Habían jugado con él y con Mónica a su antojo—. Aléjate de mí vista. No
quiero cruzarme contigo nunca más —la echó sin piedad delante de todos,
causando un gran bochorno en Marina al verse observada por tanta gente.
Marina se levantó sin decir nada más y se marchó cabizbaja, había
metido la pata hasta el fondo en su afán de enterarse de todo. Ahora temía
lo que se desencadenase cuando Vanesa tuviese conocimiento de que se
había ido de la lengua.
46

En un principio, Héctor consideró llamar a Vanesa y ponerla en su lugar,


pero lo pensó mejor y decidió hacerlo en persona, aunque ello conllevase
realizar un largo viaje de nuevo y volver a Marbella, pero era algo que no
podía hacer por teléfono. Esa mujer le había arruinado la vida y por poco
termina casado con ella. Tenía que enfrentarla cara a cara. De una forma u
otra, le haría pagar todo su sufrimiento y el de Mónica.

Marcos y Nicolás intentaron ponerse en contacto con su amigo, pero les


resultó imposible. Nicolás llamó al hotel donde siempre se alojaba y le
dijeron que el señor Gandía lo había abandonado apenas levantarse. No
sabían dónde encontrar a Héctor.
Por su parte, Mónica se impacientaba. No quería dejarle un mensaje a
Héctor, necesitaba hablar con él, que la escuchase, que la mirase a los ojos y
la creyese. Pensó en coger un avión a Punta Cana y presentarse allí para
explicarle todo, pero Sofía la hizo entrar en razón diciéndole que con ello
solo se pondrían ella y su hijo en riesgo tal y como estaba la situación
mundial por la pandemia. Le hizo caso e intentó ser paciente. Nicolás
estaba tratando de localizarlo y le prometió que en cuanto lo hiciese, haría
que hablase con ella.
Mónica tenía el remordimiento de que ya la había cagado bastante con
Héctor desde que todo comenzó con él. Al menos, quería ser ella quién le
diese la noticia de que estaba embarazada de un hijo suyo, que no abortó
como le hizo creer.
Cuando Héctor aterrizó en Málaga, lo primero que hizo fue dirigirse
hasta la clínica de cirugía estética de Vanesa. Entró como alma que lleva el
diablo, y sin mediar palabra con nadie entró en el despacho de dirección.
Allí encontró a Vanesa, reunida con varias personas.
—¡¿Cómo tienes el descaro de presentarte aquí después de lo que me
hiciste?! —gritó indignada nada más verlo, levantándose de la silla y
desafiándolo con la mirada.
—Y tú, ¿qué me hiciste a mí? —La encaró de frente, acercándose a ella
con una dura mirada cargada de ira. Sin importarle las personas que los
observaban perplejos—. Te dejé porque no te quería y me di cuenta de que
esa boda era un completo error. Menos mal, porque hace poco me he
enterado de que entre tú y Marina tramasteis todo para separarme de
Mónica. Me das asco.
Vanesa se quedó callada ante el impacto de sus palabras, les dirigió una
mirada a las personas que estaban con ella y estas desaparecieron en
silencio.
—Vaya, resulta que la que te da asco soy yo —atinó a decir tras
recomponerse de la impresión de tenerlo frente a frente y que supiese la
verdad—. Pues debería dártelo la mujer esa por la que perdiste la cabeza, la
que se acuesta con dos tíos a la vez —le espetó de forma hiriente.
—Vuelve a repetir eso, a hacer algo en contra de Mónica y te juro que
todo el prestigio que tienes se vendrá abajo. Me encargaré personalmente de
que tus pacientes sepan qué clase de persona eres —la amenazó propinando
un sonoro golpe sobre la mesa.
Vanesa supo que Héctor era muy capaz de eso y de mucho más. Se
quedó callada en silencio, petrificada ante su amenaza. Era de las personas
que vivían de las apariencias. Le había costado mucho tener su imagen y su
prestigio profesional como para que él se lo tumbase, algo que estaba
segura haría si Héctor Gandía se lo proponía.
—Vete de aquí —le gritó nerviosa, incapaz de sostenerle la mirada.
—Esto no se va a quedar así. Me has destruido la vida y vas a pagar por
ello.
Héctor se dio la vuelta y se marchó. Ya tenía en mente qué hacer. Dos
de sus mejores clientes eran socios de Vanesa, hablaría con ellos y les
contaría qué clase de mujer era y cómo de sucio podía jugar. Estaba seguro
de que no tardarían en quitarle el puesto de directora y desconfiar de todos
sus movimientos, se encargaría de que así fuese.

Tras el encuentro con Vanesa, Héctor se marchó a casa. No tenía ánimos


para nada más. Sentía que su vida estaba rota en mil pedazos y que dos
mujeres habían jugado con él a su antojo.
Miró el teléfono y vio que lo llevaba en silencio desde hacía dos días.
Tenía mil llamadas y mensajes. Directamente los borró todos. Apagó el
móvil y se metió en la cama. Tanto viaje, cambios horarios, emociones y
ajetreos lo tenían agotado. No se sentía muy bien.
Por su parte, un terrible suceso alteró la vida de Nicolás. Su exmujer
murió de forma repentina en un accidente de tráfico. La noticia le cayó
como un jarro de agua fría. De inmediato, Lidia volvió de sus vacaciones
para hacerse cargo de su hija. La relación entre ambos seguía tal y como la
dejaron la última vez que hablaron, pero Nicolás la llamó desesperado,
contándole lo sucedido y pidiéndole ayuda con su hija para gestionar la
muerte de su madre. Se sentía perdido y no sabía qué hacer.
Con todo lo sucedido, dejó de insistir con su amigo Héctor. Pasaron
varios días y ni Marcos ni Mónica consiguieron localizar a Héctor. En
ocasiones tenía el teléfono apagado y en otras no respondía a las llamadas.

Héctor llevaba dos días en cama y cada hora se sentía peor. Tenía fiebre,
se encontraba muy cansado y aquella mañana se había levantado con mucha
tos y le costaba respirar. Llamó a su secretaría para que se pusiese en
contacto con su médico y le recetase algo.
En cuanto el médico llamó a Héctor y este le contó con detalles los
síntomas que tenía, el doctor envió una ambulancia a su casa.
Lo ingresaron, le hicieron pruebas y dio positivo. Tenía covid.
Como no contaba con familiares cercanos para informar, el médico se
puso en contacto con su secretaria, la que había dado el aviso inicialmente.
Esta, no quería molestar a su otro jefe, Nicolás, que debido a la muerte
repentina de su ex no pasaba por buenos momentos, pero no le quedó otra
opción. El médico le había dicho que el estado de Héctor era preocupante.
Lo iban a trasladar a la UCI.
Cuando la secretaria de la empresa se presentó personalmente en casa
de Nicolás para hacerle partícipe del estado de Héctor, Lidia se encontraba
allí. Desde hacía tres días se estaba quedando con la hija de Nicolás.
Tanto Nicolás como Lidia se quedaron sin palabras cuando la secretaria
los puso al tanto del estado de Héctor. Nadie sabía que había vuelto de
Punta Cana.
De inmediato, el pánico acudió a ellos, hacía varios días que Nicolás y
Marcos tuvieron contacto con Héctor e ignoraban cuándo se había
contagiado.
La secretaria les informó que el entorno de Vanesa estaba limpio en ese
aspecto, lo había averiguado. Aun así, Nicolás llamó a Marcos, le contó la
situación y todos se hicieron las pruebas. Finalmente, resultaron negativas.
Héctor no los había contagiado. Y, para más tranquilidad, Nicolás averiguó
que el avión en el que regresó su amigo de vuelta a España venía un
positivo, el cual contagió a parte de los pasajeros.
Nicolás quiso ir al hospital para interesarse por el estado de su amigo,
pero finalmente determinaron que llamar a los médicos o hablar con el
propio Héctor era lo más correcto, ya que él estaría aislado.
Tras varias horas y pedir favores, Nicolás consiguió hablar por teléfono
con Héctor. Tenía mucha tos y su voz estaba apagada. Antes de
comunicarse con él lo hizo con el médico que lo llevaba. Este le fue
sincero, Héctor estaba grave.
Lidia no sabía qué hacer, si contarle la situación real a Mónica o no. A
ella solo le dijeron que Héctor había dado positivo, lo necesario para
cuando le insistieron en que se hiciese la prueba del covid, pero ignoraba
que estuviese en España e ingresado de gravedad. Le habían dicho que
estaba bien para no preocuparla.
Finalmente, lo consultó con Nicolás y, entre ambos, llegaron a la
decisión de decirle la verdad.
Por su parte, la relación de Nicolás y Lidia se había enfriado bastante.
Ella solo permanecía en su casa por la niña en tan duros momentos al
perder a su madre. Él estaba bastante distante y ni en sus momentos más
bajos por la repentina muerte de su ex se había refugiado en ella.
47

Cuando Lidia llamó a Mónica para comunicarle el estado real de


Héctor, no sabía cómo decirle aquello. Tras varios rodeos y titubeos,
terminó poniendo en su conocimiento que Héctor estaba en Marbella,
ingresado en la UCI y afectado de gravedad de coronavirus. Sin embargo, le
dejó la esperanza de que Héctor, un hombre joven y fuerte, saliese de
aquello pronto.
Tras recibir la noticia, Mónica comenzó a llorar. De inmediato,
determinó volver a Marbella, ella aún se encontraba de vacaciones en
Canarias con Natalia, quería estar lo más cerca de Héctor posible. Sabía que
no lo podía visitar, pero en su estado no veía sentido a que ella estuviese
lejos de vacaciones y él entre la vida y la muerte.
Ante el estado de nerviosismo de Mónica, Natalia decidió suspender
también sus últimos días de vacaciones y regresar con su amiga. Esta estaba
muy alterada y no quería dejarla sola en ningún instante.
En cuanto Mónica aterrizó, fue directa a casa de Nicolás. Él era el que
estaba al tanto del verdadero cuadro médico de Héctor, y Mónica no quería
que le ocultasen nada.
—Está muy grave —le reveló Nicolás—. Desde que ingresó no ha
tenido mejoría. Creo que voy a llamar a sus padres.
Mónica pudo leer el miedo y el pánico en los ojos de su amigo. Miró a
Natalia y a Lidia, la tomaron de la mano y ella se derrumbó. No quería ni
pensar en perder a Héctor de esa forma. Casi había asimilado que había
perdido su amor, pero perderlo a él para siempre… Que su hijo no
conociese a su padre… Una gran angustia le sobrevino. Si ya hacía tiempo
que había admitido ante sí misma que amaba a Héctor, fue en ese preciso
instante cuando se dio cuenta de la verdadera magnitud de ese amor. Lloró
en los brazos de sus amigas hasta quedarse sin lágrimas y sin fuerzas.
Luego, se marchó a casa con Lidia y Natalia que no la dejaron sola en
ningún momento.
En las sucesivas veinticuatro horas Héctor no presentó mejoría alguna.
Los médicos comenzaron a temer por su vida y así se lo manifestaron a
Nicolás y a los padres de Héctor que habían volado desde Roma con
urgencia y ya se encontraban en Marbella.
Mónica se sentía desesperada, apenas dormía, no le entraba nada en el
estómago y solo quería hablar con Héctor de la forma que fuese posible.
Necesitaba decirle cuánto lo amaba, que él la escuchase y la creyese.
Cuarenta y ocho horas después el estado de Héctor empeoró, tanto así
que él era consciente del mismo y le rogó a una enfermera poder hablar con
la persona que más quería en la vida. Sentía que estaba muy mal y sabía que
podía morirse como lo había hecho tanta gente desde que comenzó la
pandemia.
Una enfermera se puso en contacto con Mónica. Cuando le dijo que
podía realizar una videollamada con Héctor desde el hospital, Mónica lo
creyó como un milagro. Se preparó para la hora que le indicó la enfermera y
cargó el móvil. Cuando este sonó le temblaban las manos. Tenía tantas
cosas que decirle a Héctor que no sabía por dónde empezar.
En cuanto lo vio las lágrimas se le saltaron y un nudo se le hizo en la
garganta. No pudo evitar comenzar a llorar como nunca. Trataba de estar
serena y tranquila, para no preocuparlo, pero no pudo. Verlo en aquella
cama del hospital, enchufado a mil artilugios la partió en dos. Sintió que lo
perdía. Se veía débil, con ojeras y sin apenas color en el rostro.
Para hablar con ella se quitó el aparato de respiración asistida. Le
supuso un gran esfuerzo, pero necesitaba hacerlo.
—No —le indicó Mónica que no lo hiciese, pero Héctor levantó una
mano en señal de que quería hablar él.
—Te amo —pronunció arrastrando las palabras—. Quería que lo
supieses antes de que algo me suceda. No puedo dejar por más tiempo que
pienses que te odio. —Estas palabras rompieron en dos a Mónica. Deseó
abrazarlo y besarlo—. Hay otra cosa que quiero que sepas. —Mónica
asintió mientras apartaba las lágrimas de su rostro. Le temblaba la mano
con la que sostenía el teléfono. Estaba sentada en la cama y aun así le
temblaban las piernas—. ¿Te acuerdas que una vez me contaste que tu
primer beso te lo dio mi hermano? —Mónica sacudió la cabeza, no sabía a
cuento de qué venía aquello ahora—. Tengo que confesarte que no fue él.
Fui yo. Me aproveché de ti cuando te vi con los ojos vendados jugando a
aquel juego. Siempre te he deseado, Mónica. Aquel también fue mi primer
beso —reveló para gran sorpresa de ella, que lo escuchaba con el corazón
bombeándole con fuerza en el pecho—. No quería irme sin que supieses
estos dos grandes secretos —pronunció con esfuerzos. Desde que ingresó
en el hospital tenía la convicción de que se iba a morir.
La enfermera lo obligó a volverse a poner la mascarilla de oxígeno.
—Yo también tengo dos cosas importantes que contarte —le anunció
Mónica sin poder dejar de llorar, emocionada por sus revelaciones,
intentaba limpiarse las lágrimas para no ver su imagen borrosa—. Te
quiero, Héctor Gandía. Me costó aceptarlo, pero es la pura realidad. Te amo
como nunca he amado a nadie. Hay muchas cosas que me tienes que
perdonar, pero te juro que aceptaré encantada la penitencia que decidas
ponerme. —Héctor la escuchaba emocionado, había deseado oír durante
tanto tiempo que lo amaba… —. El amor lo cambia todo, y tu amor me
cambió por completo pese a no querer aceptarlo en un principio. No aborté,
mi vida —le reveló sin dejar de llorar, le dolía en el alma verlo de aquella
forma—. Sencillamente no pude deshacerme de lo más hermoso de ambos,
que es este bebé. —Le mostró su vientre—. Perdóname por todo. Te quiero.
Te necesito a mi lado. Ni se te ocurra dejarme sola porque estoy aterrada de
miedo. —Volvió a tocarse el vientre mientras lo miraba con el amor más
grande reflejado en sus ojos azules inundados de lágrimas—. Nuestro hijo
te necesita. Yo te necesito.
Le lanzó un beso con la mano. No dejó de observarlo con el corazón en
un puño. Él lloraba sin parar, pero la sonrisa que tenía en su rostro le
iluminaba la mirada.
De repente, una máquina de las que estaba conectado Héctor comenzó a
pitar con insistencia y justo ahí se armó un gran caos. La enfermera que
estaba realizando la videoconferencia con Héctor pidió ayuda y tras unos
segundos la comunicación se cortó sin más.
Mónica gritó el nombre de Héctor con desgarro, Natalia y Lidia que
estaban en el salón acudieron de inmediato al pensar que pasaba algo grave.
La encontraron con el móvil en la mano, la mirada desencajada y llorando.
Natalia trató de calmarla y Lidia le pidió a Nicolás que averiguase qué
había sucedido y cómo se encontraba Héctor.
48

Varias semanas después.

Tras casi un mes ingresado en el hospital y de estar a punto de perder la


vida, Héctor por fin fue dado de alta y pudo regresar a casa. Había perdido
mucho peso y era un hombre completamente diferente al que entró, sin
embargo, sabía que se iba a recuperar y volver a ser el mismo de antes.
Tenía lo más importante en la vida, a Mónica y a su hijo. El amor de ella y
saber que iba a ser padre fueron las causas que lo impulsaron a luchar y
vencer a la muerte. Los médicos catalogaban su salida del hospital como
casi un milagro. Había estado mucho peor que algunos pacientes que habían
fallecido.
Los médicos le recomendaron que estuviese unos días más en el
hospital hasta estar más recuperado, pero él se negó. Quería ver, abrazar y
besar a Mónica. Hablaba con ella, pero necesitaba tenerla cerca. Por su
embarazo no la dejaron que fuese al hospital a ver a Héctor cuando pudo
recibir visitas.
Mónica había preparado todo en su casa para recibir a Héctor en cuanto
saliese del hospital. Pensaba cuidarlo hasta que estuviese bien. Y no iba a
separarse de su lado por nada del mundo. Sentía que tenían mucho tiempo
perdido que recuperar.
Por su parte, Héctor ya advirtió a sus padres de que solo quería y
necesitaba estar con Mónica. Algo que entendieron después de todo lo
sucedido.
Tras salir de hospital, los padres de Héctor se marcharon a Roma, donde
tenían muchos asuntos pendientes. Entre ellos, vender la casa donde vivían
y volver a Marbella. Iban a tener un nieto y no querían perderse nada de
este.
Nicolás llevó a Héctor a casa de Mónica. Salió del hospital en silla de
ruedas y así fue hasta el coche, pero rehusó de ella para entrar en casa de
Mónica.
Cuando sonó el timbre, Mónica se paseaba nerviosa desde hacía horas
por el salón de su casa a la espera de Héctor, sintió que el corazón y el
estómago le daban un gran vuelco. Por fin, tras tanto tiempo deseándolo,
ella y Héctor estarían frente a frente. Le parecía un sueño que aquel día ya
hubiese llegado. Tenía tantas ganas de abrazarlo y besarlo…
Se había puesto un vestido ajustado para que en cuanto la viese, notase
su embarazo. Se apreciaba muy poco, pero ella que siempre había tenido un
vientre plano se sentía ya gordita. Nunca imaginó que aquel estado le
gustase tanto. Se miraba al espejo y se sentía feliz de llevar a su hijo dentro.
Cuando los ojos de Héctor se posaron en Mónica, llevaba un vestido
blanco, pese a tener el cabello pelirrojo y siempre haberla catalogado como
su bruja, la vio como un ángel. En su rostro no existía ni una sola gota de
maquillaje. La vio más bella que nunca. El embarazo le sentaba muy bien.
Una vez cara a cara, se miraron en silencio, emocionados, con lágrimas
a punto de brotar de sus ojos y con el corazón latiendo a mil por hora.
Estaban como paralizados, ninguno de los dos se atrevía a acercarse más al
otro. Se sentían como en un sueño y ambos tenían la sensación de que si
decían algo todo se iba a desvanecer.
De repente, la puerta se cerró y el sonido de esta y al marcharse Nicolás
que no los quiso interrumpir por más tiempo los hizo reaccionar.
Héctor abrió sus brazos y esta fue la señal que Mónica estaba esperando
para refugiarse en ellos. Los había extrañado demasiado. Avanzó los pasos
que los separaban y se abrazó a él. Cuando sintió su contacto y su aroma
supo lo que era la verdadera felicidad, y que eso era exactamente lo que
había buscado durante toda su vida sin saberlo. A una persona que la
recibiese con ese amor.
Con mimo, Héctor le besó el cabello y le acarició la espalda,
emocionado.
Mónica alzó la mirada hasta sus ojos y le rogó con lágrimas en ellos:
—Perdóname por todo. Te amo. —Necesitaba decírselo así, de frente,
sintiendo su mirada sobre la suya—. No estaba preparada… Te oculté…
—Te amo más que a mi vida —la interrumpió de golpe y la besó.
Mientras lo hacía, llevó su mano hasta su vientre y se lo acarició—. No
hacen falta más explicaciones —le dijo mirándola a los ojos—. Nos
amamos y él está aquí con nosotros —reveló mientras continuaba
acariciándola—. Te perdono. No hace falta recordar más el dolor por el que
ambos pasamos. Seamos felices de una vez.
Sentir su contacto por primera vez en su vientre abultado hizo que
Mónica comenzase a llorar, pero no dejó de besarlo. Había echado tanto de
menos aquellos labios que sentía que si se separaba de ellos iba a morir.
—Eres el hombre más maravilloso del mundo —murmuró sobre sus
labios. Acarició lo brazos de Héctor y sintió que había perdido mucha masa
muscular. Apreció que le costaba sostenerse de pie y, de inmediato, paró el
beso y lo tomó de las manos—. Creo que deberíamos sentarnos. Estaremos
más cómodos.
Héctor asintió y la siguió sin dejar de mirar todo su cuerpo con
atención.
—Estás maravillosamente hermosa —le dijo mientras acariciaba su
rostro con delicadeza.
Mónica se le quedó mirando, incapaz de articular palabra debido a la
emoción.
—Abrázame, por favor. Necesito sentirte cerca, creerme que es verdad
que estás aquí junto a mí —le rogó en un murmuro.
Héctor le mostró una sonrisa y accedió con gusto a su petición. Tener a
la mujer que amaba y a la madre de su hijo sobre su pecho era cuando
aspiraba en la vida. Así permanecieron mucho rato, en silencio, tan solo
escuchaban el fuerte latir de sus corazones.
De repente, Mónica se apartó de Héctor con brusquedad.
—¿Qué sucede? —preguntó él preocupado ante su repentino
movimiento.
Ella se quedó un poco pensativa. Poco a poco, fue apareciendo una
sonrisa en su rostro y asimiló lo que le estaba ocurriendo.
—Se ha movido —dijo casi con un grito de alegría—. El bebé —
especificó al ver a Héctor un poco perdido—. Es la primera vez que lo
siento moverse dentro de mí.
Estaba emocionada. Tomó la mano de Héctor y la apretó en su vientre.
De pronto, en el rostro de él apareció una sonrisa y Mónica supo que había
sentido lo mismo que ella.
De los ojos de Héctor comenzaron a manar lágrimas. Aquella sensación
de sentir a su hijo por primera vez era indescriptible.
—¿Está… está todo bien? —se atrevió a preguntar con miedo.
Mónica asintió emocionada. El día antes se había hecho una ecografía y
le dijeron que todo estaba perfecto. Declinó saber el sexo del bebé, quería
esperar a descubrirlo junto a Héctor en la siguiente ecografía.
Ambos se abrazaron de nuevo y en silencio dieron gracias por disfrutar
de aquel momento juntos.
—Este pequeño ha querido esperar a su padre para hacerse notar —
murmuró Héctor rebosante de felicidad.
—Te amamos —le indicó Mónica emocionada.
—Estoy aquí por vosotros. Saber que me querías y que llevabas a mi
hijo en tu vientre me dio fuerzas para luchar —le confesó mientras
acariciaba su rostro.
—No quiero separarme de ti nunca más —le rogó con miedo.
—No tengo intenciones de marcharme a ninguna parte —reveló con una
sonrisa maravillosa.
Con todo el momento mágico que acababan de vivir, Mónica no fue
consciente de que Héctor era un hombre convaleciente que necesitaba
reposo.
—Debes de ir a la cama —anunció de pronto, sintiéndose culpable de
tenerlo allí sentado.
—¿Eso es una proposición? —le preguntó en tono burlón.
—Acabas de salir del hospital y los médicos dijeron que pasaran meses
hasta que te recuperes por completo. Debes hacer reposo y yo me voy a
encargar de cuidarte.
—No te imagino de enfermera —murmuró mirándola con atención.
—Pues ya verás —lo retó con una sonrisa.
—Creo que vas a ser una enfermera muy mandona —comentó
sonriente.
—Vamos a la cama. He preparado todo para que estés cómodo. No
hemos hablado de ello, pero como no me pienso separar más de ti,
viviremos en mi casa —anunció sin dejarle opción a réplica.
Héctor soltó una sonora carcajada. Le gustaba verla así de dispuesta y
que utilizase aquel tonillo mandón. Consideraba que ya había llorado y
sufrido bastante durante todo el tiempo que él estuvo ingresado.
Mónica lo llevó hasta la cama, hizo que se recostase allí y luego Héctor
le pidió que estuviese a su lado. Al pasear las manos por su cuerpo apreció
lo delgado que se había quedado, pero pensaba hacer que comiese bien y se
recuperase cuanto antes.
—Tú también estás más delgada —murmuró Héctor al sentir que ella lo
palpaba a conciencia.
—He tenido muchas náuseas en los primeros meses de embarazo. Y tras
tu hospitalización volvieron.
—Dímelo otra vez, necesito escucharlo de nuevo. Aún me parece un
sueño —le rogó.
—¿El qué? —preguntó Mónica alzando una ceja, risueña.
—Que me quieres.
En el rostro de Mónica se dibujó una tierna sonrisa, se tomó su tiempo
para responderle ya que disfrutaba observándolo mientras su respuesta se
hacía esperar.
—Te quiero, Héctor. Eres el amor de mi vida. Sin ti, sin tus besos, sin
tus caricias y sin tus brazos alrededor del mío me siento perdida. No se
puede huir de lo que te acelera el corazón y te detiene el tiempo —confesó
relajada y feliz.
—Te amo. —La abrazó más fuerte y la besó con pasión.
Cierta parte de la anatomía de Héctor comenzó a despertar, él paró el
beso y no pudo evitar bajar la vista hasta su abultado miembro. Mónica
posó la mirada en su entrepierna y ambos estallaron en carcajadas. Parecían
dos adolescentes en su primera relación.
—Pensé que igual había muerto. Hace más de un mes que no tenía vida
—murmuró Héctor sonriente—. Ya comenzaba a asustarme.
Mónica estalló en carcajadas.
—Has comprobado que esta parte de tu anatomía no quedó afectada —
comentó llevando su mano hasta su abultado miembro y acariciándolo a
través del pantalón—. Pero… los médicos te han recetado mucho reposo.
Así que, mucho me temo, que deberás pasar algún tiempo más sin…
—¿No lo dirás en serio? —preguntó asombrado.
—No pensarás que lo vamos a hacer ya.
—Te aseguro que por mi parte no es por falta de ganas.
—Estás convaleciente. Por ahora tendrás que conformarte con besos y
abrazos hasta que te repongas —le dejó claro con cierto tono mandón.
—Creo que podré soportarlo —anunció con una enorme sonrisa y un
brillo especial en su mirada, el mismo que apreció en los de la mujer que
amaba.
49

Una semana después, Héctor sorprendió a Mónica con una salida


sorpresa aquella mañana tras estar encerrados en casa sin salir para nada
desde que regresó del hospital. No le quiso desvelar cuál era el destino y se
empeñó en conducir él.
En aquellos días juntos, en los que no recibieron visitas de nadie, Héctor
se recuperó muchísimo. Los médicos estaban asombrados con el gran
cambio que había dado en tan pocos días. Aparte, él se sentía cada día más
fuerte. Ya pensaba en comenzar a hacer ejercicio, lo necesitaba.
—¿Dónde vamos? —preguntó Mónica mientras miraba con atención
por la ventanilla del coche en movimiento.
—A un lugar que espero que te guste —anunció con misterio.
Mónica lo admiró mientras conducía. Su rostro volvía a tener color, las
ojeras habían desaparecido y la barba le había crecido y la tenía como
siempre. El hombre de su vida estaba más atractivo que nunca. Sentirlo tan
enamorado de ella le daba vida.
—Hoy estás muy guapo y atractivo. —No pudo evitar el comentario.
Héctor le dedicó una breve sonrisa—. Me tienes loca —confesó.
Él le tomó una mano y se la llevó hasta sus labios. No le dijo nada más.
Estaba pensativo en la sorpresa que le tenía preparada.
El coche se paró delante de una gran puerta de acceso a un chalet.
—¿Dónde vamos? —volvió a insistir Mónica.
—Al paraíso, mi vida. —Héctor accionó un mando a distancia y la
puerta se abrió. Entraron y los ojos de Mónica se posaron en la gran
propiedad que tenían delante. Un chalet de dos plantas con piscina, un
enorme jardín y pista de tenis.
—¿Y esto? —preguntó Mónica al bajarse del coche. Pensó que igual lo
había alquilado para pasar unos días.
Héctor la tomó de la mano y se dirigió al interior de la propiedad con
ella. La casa estaba amueblada y tenía unas vistas increíbles al mar.
—Es nuestra. La compré y remodelé algunas partes —anunció sonriente
—. Cuando coincidimos en la fiesta de divorcio de Alan y Estefany me
dijiste que tu sueño era vivir en un lugar así.
—¿Cuándo has hecho todo esto? —preguntó emocionada, abrazada a él.
Le encantaba el lugar.
—Bueno… —titubeó—. Hace algún tiempo. ¿Recuerdas que el día de
mi cumpleaños te dije que íbamos a pasar el fin de semana en un lugar
especial? —recordó con algo de amargura debido a lo que sucedió con
posterioridad. Mónica asintió mientras sentía un gran dolor en su pecho—.
Pensaba proponerte una vida juntos aquí.
Héctor recorrió la mirada por la casa y luego la miró a ella, emocionada
y con lágrimas a punto de brotar. Incapaz de decir nada, se abrazó muy
fuerte a él.
—Perdóname por no creerte. —No habían hablado aún de aquel tema
—. En el fondo siempre supe que tus ojos me decían la verdad, pero algo en
mí se empeñaba en alejarte por miedo a todo lo que estabas despertando en
mi interior —confesó sin vergüenza alguna.
Héctor le contó de forma breve la trampa que le tendieron entre Vanesa
y Marina.
—No te casaste con ella —murmuró admirándolo, perdida en su mirada
trasparente.
—En el último momento comprendí que no iba a olvidarte con ninguna
mujer. Quiero que sepas que nunca te odié. Intenté hacerlo, pero el odio que
te manifesté era el que sentía por mí mismo al no ser capaz de dejar de
amarte pese a lo que pensé que habías hecho —se refirió al bebé.
Mónica se abrazó a él, lo silenció y lo besó.
—Dejemos el pasado atrás. Ahora solo nos queda ser muy felices.
—¿Te gusta el lugar? ¿Quieres que sea nuestro hogar y dónde se críen
nuestros hijos?
—Este sitio me encanta. Pero, ¿no es demasiado?
—Te aseguro que nos lo podemos permitir —murmuró mientras la
besaba en el cuello.
—Quiero ver las habitaciones —indicó Mónica con entusiasmo.
—Mi parte favorita de la casa, en especial la nuestra —anunció
sonriente. Había soñado tanto con tenerla allí…
Subieron las escaleras de la mano y cuando Mónica entró en la que sería
su habitación de ahora en adelante casi gritó de felicidad. Delante de la
enorme cama existía una vidriera que conectaba con una terraza con vistas
al mar. En la habitación existía una enorme bañera justo al lado de la cama.
—Quiero que sepas que no nos vamos a marchar de esta casa sin que
hayamos probado esa cama y esa bañera, como mínimo —anunció Héctor
con una enorme sonrisa pícara.
En aquella semana, Mónica se dedicó en cuerpo y alma a que se
recuperase, pero no dejó que se esforzase ni le hiciese el amor como le rogó
en muchas ocasiones.
—Estoy completamente de acuerdo —pronunció con una enorme
sonrisa.
Ardía en deseos de volver a hacer el amor con él y ya era evidente que
estaba muy recuperado.
—¿Tengo el permiso de mi estricta enfermera? —preguntó en tono
juguetón.
Mónica asintió sonriente. Su rostro mostraba la viva imagen de la
felicidad.
Héctor la besó, la tomó de la mano y la llevó hasta la cama.
Pasaron el resto del día en la que sería su futura casa. Hicieron el amor
en la cama, en la bañera, en la ducha y en el sofá del salón. Probaron más
partes de la propiedad de los que en un principio tenían pensadas.
Aún en la cama, desnudos y abrazados, contemplando una maravillosa
puesta de sol ante ellos, Héctor acarició la muñeca derecha de Mónica. Ella
sintió que él había reconocido la pulsera de cuero que le regaló tiempo
atrás.
—Nunca me la he quitado. Era como una forma inconsciente de
siempre tenerte cerca —murmuró.
Tras la gravedad de Héctor, se juró que si un día volvía a tenerlo a su
lado y eran felices jamás le iba a reprimir sus sentimientos y emociones
como hizo en el pasado. Por fin se había deshecho de aquella coraza que
llevó por mucho tiempo y se sentía liberada. Mirarlo a los ojos y
manifestarle con sinceridad sus sentimientos era maravilloso.
—Me alegro de haber estado presente de alguna forma durante todo este
tiempo. Tuve mucho miedo de perderte, no solo cuando estuve en la UCI.
Cuando me dejaste me volví loco al imaginarte con otros hombres. Mi rabia
solo la calmaba el alcohol —confesó.
—No hubo nadie en todo este tiempo —le reveló mirándolo a los ojos.
Necesitaba que viese la verdad en ellos—. De hecho, voy a confesarte que
desde que nos acostamos por primera vez no ha habido ningún hombre más
que tú en mi vida.
Héctor la miró rebosante de felicidad y con el pecho hinchado. La
abrazó, la besó y volvió a hacerle el amor.

—Nunca olvidaré este día —le dijo Mónica cuando volvían a su casa en
el coche—. Ha sido mágico. —Se sentía en una nube. Lo miró, cerró los
ojos y sonrió sumida en sus pensamientos.
—¿En qué piensas? —preguntó Héctor, intrigado.
—En el primer beso que nos dimos —reveló.
—Yo nunca lo olvidé.
—¿Por qué no me sacaste de mi error cuando no reencontramos y te dije
que fue con tu hermano?
—No lo sé. Me gustaba tenerlo como secreto. Siempre fuiste mi chica
prohibida. Me empalmé por primera vez cuando vi que te habían crecido las
tetas. Luego vinieron las curvas de tu cuerpo. Soñaba contigo cada noche
—le reveló sin tapujos—. Eras unos años mayor que yo, y yo un simple
niño. Te veía como un imposible. Cuando mi hermano vio que te besé me
dio un tirón de la camiseta y se colocó delante de ti para cuando te quitases
la venda. Yo estaba tan avergonzado que me escondí detrás de un sillón.
Pero nunca me arrepentí de haberte besado.
—Quién me iba a decir que el amor de mi vida, el hombre que me
vuelve loca, sería el primer chico con el que me besé. Desde que me
regalaste la pluma me pregunté mil veces qué quería decir aquella
inscripción. Estaba segura de que tenía un sentido, pero no se lo encontraba.
Cuando me confesaste que fuiste tú quién me dio mi primer beso le
encontré significado: A ciegas te encontré y siempre te recordaré como la
primera vez —recitó la frase que tantas veces le había alterado el sueño.
Héctor le dedicó una sonrisa. Le gustó escuchar aquellas palabras.
—Y a mí, quién me iba a decir que la inaccesible Mónica Peñalver
caería rendida a mis pies y cambiaría por completo su forma de ver y vivir
la vida.
—El amor lo cambia todo —murmuró ella sobre su mejilla al mismo
tiempo que le plantaba un sonoro beso mientras él sonreía con la mirada
centrada en el tráfico—. Me robaste mi primer beso y mi corazón —lo
acusó con tono jocoso.
—¿Qué piensas hacer al respecto? —le preguntó sonriente con la
mirada clavada en ella mientras esperaban en un semáforo en rojo.
—Cuando alguien me roba algo, lo recupero. Y, en este caso, voy a
quedarme toda la vida a tu lado porque sé que mis labios y mi corazón te
pertenecen.
Héctor no pudo evitar una sonora carcajada ante su argumentación.
—Me parece una decisión muy adecuada. La apruebo.
50

El hijo de Mónica y Héctor escogió el último día del año para venir al
mundo. El pequeño nació en una cesárea, pero todo salió muy bien.
Tuvieron un niño, de tres kilos ochocientos, que midió cincuenta y dos
centímetros, y al que llamaron Oliver.
—Desde que te conozco comienzo a creer en el destino. Nuestro hijo
decidió venir al mundo un treinta y uno de diciembre. Recuerdo que los dos
años anteriores pasamos dos noches maravillosas. Esta lo superará —
manifestó orgullosa, con su pequeño en brazos.
—Todo a tu lado es increíble, mágico —dijo Héctor con la mirada en su
hijo. Comía del pecho de su madre—. Gracias por darme tanto.
—Gracias a ti, por mostrarme todo lo que me estaba perdiendo, pero eso
sí, solo contigo. Yo también te quiero. —Le guiñó el ojo a aquella frase que
tantas veces él le había pronunciado y ella no le había devuelto respuestas,
solo silencios.
Comerse las uvas en la habitación del hospital, sentados en la cama y
acunando a su bebé recién nacido fue uno de los momentos más bonitos y
emocionantes de sus vidas.
—¿Qué deseo has pedido? —le preguntó Héctor a Mónica tras besarse
por primera vez en el nuevo año.
—Pasar el resto de mi vida a tu lado, que no me faltes nunca —reveló
tras besarlo.
—¿Y tú? —preguntó ella.
Él la miró embobado y luego a su hijo.
—Todos mis deseos ya han sido concedidos. No puedo pedir más. Estoy
a vuestro lado, tú me amas y nuestro hijo está sano. Sería avaricia pedir
más.
Mónica lo besó con verdadero amor sintiéndose una mujer muy
afortunada.
***
Un mes y medio después.
—Nunca imaginé compartirte con nadie, pero pasaría la vida entera
viéndote así con nuestro hijo. Algún día le contaré el gran sacrificio que
hizo su padre —comentó Héctor con una sonrisa mientras veía como
Mónica, desnuda, amamantaba a su hijo.
Estaban a punto de hacer el amor cuando el bebé se puso a llorar
demandando comida.
—Pasado mañana es tu cumpleaños, ¿te apetece que hagamos algo
especial? —le preguntó ella tras acostar al bebé en la cuna que tenían
instalada al lado de su cama.
Cuando Mónica se metió entre las mantas, Héctor la abrazó. Tenía todas
las intenciones de retomarlo donde lo habían dejado cuando el bebé
comenzó a llorar.
—Por experiencia te digo que no me gustan mis cumpleaños —
murmuró mientras le besaba el cuello, perdido en su aroma. El niño se
acababa de dormir y tendría un par de horas a Mónica para él.
—Este año puede ser diferente —lo alentó ella.
—No desafiemos al destino. No saldremos de casa y lo pasaremos los
tres juntos.
—Yo quiero organizar una fiesta. Aquí en el salón de nuestro hogar, en
el que somos tan felices, con amigos y familiares —le propuso ella.
Un par de meses antes de nacer el bebé se mudaron a la nueva casa.
—Hazlo el día que quieras, pero no el de mi cumpleaños —murmuró
mientras le daba besos húmedos por el cuello en dirección a los pechos.
—Concédeme ese capricho —le rogó—. Quiero que tengamos un
bonito recuerdo de ese día. Además, celebraremos tu cumpleaños y el día
de los enamorados. Quiero que toda nuestra familia y amigos sean testigos
de todo lo que te amo. Por favor…
—Está bien —murmuró Héctor, centrado por completa en otro tema,
continuaba recorriendo el cuerpo de la mujer que amaba a besos en una
clara dirección.

Finalmente, Mónica y Héctor organizaron una comida en casa, con


amigos y familiares para celebrar su cumpleaños y el día de los
enamorados, o eso era lo que él creía.
Sofía, Marcos y su hijo vinieron unos días para celebrar la felicidad de
sus amigos. Los padres de Héctor y los de Mónica estaban rebosantes de
alegría con la unión de sus hijos y con ser abuelos de un precioso niño.
Nicolás acudió con su hija. Lidia y Natalia estaban felices de ver a Mónica
tan ilusionada con su nueva vida. La faceta de madre le sentaba de
maravilla. Era más dulce y más comedida. La Mónica descarada había
pasado a un segundo plano. El amor la había cambiado por completo.
El hermano de Mónica también acudió con su pareja y su hija pequeña,
y, por supuesto, invitaron a Alan y Estefany. Si no llega a ser por aquella
fiesta de divorcio quizá la historia de Mónica y Héctor no hubiese sido
igual.
Mónica le encargó la decoración del jardín y la comida para aquel día a
una empresa especializada. Deseaba que todo estuviese perfecto. Junto con
Natalia, Lidia y Sofía le había organizado a Héctor una gran sorpresa para
ese día, que estaba segura no iba a olvidar jamás.
Mónica y Héctor aparecieron en el salón de casa, con su hijo, cuando ya
habían llegado todos.
—Estáis todos muy arreglados —apreció Héctor cuando observó bien a
los invitados.
—La ocasión lo merece —dijo Nicolás ajustándose el nudo de la
corbata.
Mónica había insistido para que Héctor llevase aquella noche un traje de
chaqueta azul marino impecable, con chalequillo incluido. Ella escogió
también un traje de chaqueta en tono rosa palo precioso, y al bebé lo
vistieron con sus mejores galas.
Héctor apreció la decoración del salón de su casa y el catering. Era
ajeno a todo aquello, pero, en cierto modo, no le sorprendió. Miró a la
mujer que amaba y supo que ella estaba haciendo todo aquello para que
tuviese un buen recuerdo de su cumpleaños y compensarle por los dos
pasados.
De entre todos los invitados solo había un hombre de mediana edad al
que no conocía. Héctor le preguntó a Mónica:
—¿Quién es?
Ella lo miró sonriente, con una mirada ardiente. Él, de inmediato, supo
que algo tramaba.
De repente, todo el salón se quedó en silencio. Mónica le tomó la mano
a Héctor entre las suyas y sacó un anillo del bolsillo.
—Me costó reconocer que eres el hombre de mi vida, que te amo con
locura y que una vez que entraste en mi corazón te instalaste ahí para
quedarte para siempre. No concibo la vida sin ti. ¿Quieres casarte conmigo?
—le preguntó delante de todos, emocionada.
Héctor no se esperaba algo así. A través de su mano podía sentir el
nerviosismo de ella, que esperaba una respuesta ansiosa.
Aquella mañana cuando se levantaron le preguntó por su regalo de
cumpleaños y Mónica le indicó, como pista, que no era nada material y que
tendría que esperar hasta la noche.
Mientras lo miraba con el amor más grande reflejado en sus ojos azules,
Mónica advirtió cómo le temblaba la mano y la barbilla antes de responder.
Sus ojos estaban vidriosos, con lágrimas a punto de brotar.
—Sí, quiero. ¿Cómo no voy a querer? He deseado casarme contigo
desde la primera vez que te besé. —Le sonrió, Mónica le devolvió el gesto
y fue algo que solo ellos dos entendieron.
Ella le colocó el anillo en el dedo y lo besó.
Con un toque en el hombro, Nicolás los interrumpió. Él había sido
cómplice de todo aquello a espaldas de su amigo.
—Creo que necesitas esto, amigo —le indicó extendiéndole una cajita
de terciopelo. Contenía un anillo espectacular que colocó en el dedo de la
mujer que amaba.
Agradecido, Héctor palmeó la espalda de su amigo por el detalle.
—Y ahora, mi regalo de cumpleaños —anunció Mónica, feliz—. Señor
juez, nos puede casar en este instante.
Ella se dirigió al hombre que escasos minutos antes Héctor le preguntó
quién era y eludió la pregunta.
Héctor la miró asombrado. Si algo deseaba desde que se volvió a
reencontrar con Mónica después de superar el coronavirus era hacerla su
mujer, pero no quiso agobiarla. Quería ir poco a poco, darle tiempo y
espacio, pero ella se le adelantó.
—¿No te gusta mi regalo? —le preguntó a modo de susurro en el oído
mientras preparaban todo para la breve ceremonia.
—Nunca lo hubiese imaginado. Es el mejor regalo que jamás me han
hecho, el que más deseaba. Veo que me conoces muy bien, futura esposa.
—Le dio un casto beso en la mejilla y la tomó de la mano. Emocionado e
impaciente por convertirse en su marido.
—Me esfuerzo por hacerlo cada día —respondió con una sonrisa
maravillosa y un guiño del ojo.
Mónica y Héctor se convirtieron en marido y mujer en una emotiva
ceremonia, muy breve y bonita, presenciada por amigos y familiares, y su
hijo, Oliver. Tras esta, celebraron la unión con un enorme pastel en el que
soplaron las velas por el cumpleaños de Héctor. Fue una fiesta perfecta, en
la que todo salió mejor que lo planeado y que Héctor recordaría con dicha
el resto de su vida. El catorce de febrero ya no solo era el día de su
cumpleaños, también sería el día en el que casó con la mujer que amaba y
en el que celebraría cada año lo enamorado que estaba.
La fiesta en casa duró hasta casi la madrugada.
Cuando Héctor llegó a la habitación con su mujer en brazos se sentía el
hombre más feliz sobre la tierra.
—Simplemente eres maravillosa —le indicó recorriendo su rostro con
una caricia, perdido en ella.
—Te amo. No existe nada en este mundo que no haga por ti. Para mí no
hay diferencia entre estar casados o no. Solo es un papel firmado, pero sabía
que para ti formaba parte de un sueño. —Lo besó y le susurró—: Y no hay
sueño que usted tenga, señor Gandía, que esté a mi alcance y no haga lo
imposible por cumplirlo.
—¿Estás cansada? —le preguntó mientras le besaba el cuello.
—Un poco, pero tú debes de estarlo más que yo. Has bebido demasiado
—apreció.
Ella no pudo hacerlo al darle el pecho a su hijo, pero disfrutó por cada
copa que su marido se bebió.
—Hacía mucho tiempo que no tomaba tanto.
—¿Tengo que ayudarte a acostarte para dormir? —le preguntó en tono
de broma.
Él la miró con el ceño fruncido y una ceja alzada.
—Es nuestra noche de bodas. Y no te has casado con un viejo. Sí, he
bebido, pero te aseguro que tendremos una noche de bodas que recordarás
el resto de tu vida.
Mónica soltó una sonora carcajada.
Aquella noche, su marido le demostró, y con creces, que no estaba
fanfarroneando.
Epílogo

Agosto de 2022.
Cinque Terre.

—No podríamos haber escogido una luna de miel más maravillosa que
esta. Me encanta —le dijo Mónica a su marido, abrazada a él, en una
tumbona, con unas vistas increíbles al mar desde el lugar donde se alojaban.
Tras la repentina boda, quedaron en que Héctor se encargaría del viaje
de luna de miel, el cual sería sorpresa para su mujer. Escogió como destino
Cinque Terre porque era un lugar que tenían pendiente de ir juntos desde
hacía tiempo y quería sorprender a Mónica.
Dejaron al pequeño Oliver, de siete meses y medio, con sus abuelos y
ellos se marcharon quince días a disfrutar con total plenitud de su amor.
Pero las sorpresas aún no habían terminado. Tras una semana solos,
Héctor invitó a Marcos y Sofía para que pasasen unos días con ellos. Estos
no se negaron. Dejaron al pequeño Hugo con los abuelos y disfrutaron con
sus amigos de unos días de relax y diversión en pareja.
Para Mónica y Sofía aquello fue una completa sorpresa. Sus maridos se
encargaron de todo y ellas no podían estar más felices y encantadas. Unas
vidas que jamás hubiesen imaginado.
Marcos y Héctor nadaban en el mar mientras sus mujeres tomaban en
sol en una gran tumbona con techo que compartían.
—¿Hubieses imaginado alguna vez tu vida así? —preguntó Sofía con
los ojos cerrados. La noche anterior apenas había pegado ojo. Su marido la
tuvo despierta hasta el alba.
—Ni por asomo. Me lo dicen y me río. ¿Yo enamorada hasta las
trancas? ¿Casada? ¿Con un hijo, cambiando pañales, dando el pecho y
durmiendo poco? Pero soy muy feliz y no cambiaría lo que tengo en estos
momentos por nada del mundo.
—Somos muy afortunadas de haberlos encontrado y que hayan
cambiado nuestras vidas como lo han hecho. Son unos verdaderos magos
—murmuró Sofía con la vista clavada en su marido y en Héctor, que salían
del agua y media playa estaba pendiente a sus maravillosos y esculturales
cuerpos. En esos momentos estaban cogiendo unas motos de agua. Se
divertían como niños.
—Son dos grandes hombres, y mira —le indicó Mónica a su amiga
incorporándose en la tumbona—. Ni se dan cuenta de que tienen cachondas
a todas las tías solteras de la playa. ¿Vamos a marcar territorio y nos damos
una vuelta con ellos? —propuso Mónica. Su aire resuelto y divertido no lo
había perdido.
Sofía aceptó mostrándole una sonrisa.
Ambas mujeres, se levantaron y fueron hasta sus maridos. Lo besaron y
lo abrazaron mientras se sentían observadas y envidiadas por otras mujeres.
—¿Una carrera? —propuso Héctor a su amigo. Abrazaba a su mujer y
miraba a Sofía. Las incluía en el plan.
—Con Sofía no —dijo Marcos serio.
—No va a pasar nada. Si me caigo solo es agua —trató de convencerlo
su mujer. Le acariciaba el pecho y trataba de que se relajase.
—¿Qué pasa aquí? —preguntó Mónica con las manos en la cintura.
—Sofía está embarazada —anunció Marcos de repente.
—¡¿Cómo?! —preguntó Mónica sonriente—. ¿Y no me has dicho
nada? —le reprochó mientras se abrazaba a ella muy contenta. Sofía
siempre deseó tener más de un hijo.
—Me he hecho la prueba esta mañana y ha dado positivo. Cuando
regresemos iremos al médico, pero estoy bien.
Ambas mujeres se abrazaron, contentas y emocionadas. Héctor le dio la
enhorabuena a su amigo.
—Un paseo en moto, los cuatro, sin correr demasiado ni carreras, para
disfrutar del paisaje y de la costa —propuso Héctor.
Marcos aceptó.
Los hombres tomaron los mandos de las motos y los cuatro se
adentraron en el mar.
Tras un paseo, Héctor comenzó a darle velocidad a la moto, Mónica se
agarró fuerte a su cintura, le gustaba aquella sensación al mismo tiempo que
se sentía segura con su marido. En un giro, ambos cayeron al mar. De
inmediato, Héctor fue al rescate de su mujer.
—¿Estás bien? —preguntó tomándola por la cintura y acercándola a él.
Mónica asintió escupiendo agua. Él sonrió y la besó.
—No debí correr tanto —se disculpó por la caída.
—Me gusta la velocidad —le reveló ella rozándole los labios con la
lengua.
—Menos mal que no estás embarazada como Sofía —le indicó Héctor.
Ella asintió—. Me gustaría tener otro hijo, más adelante —añadió de
inmediato. Para su gran sorpresa, Mónica asintió de nuevo de buen grado
—. ¿Estás de acuerdo? —preguntó con suma alegría al ver su cara. Era una
idea que le agradaba.
—Sí —afirmó feliz y sonriente.
—¿Así de fácil? Pensé que me costaría más convencerte —manifestó
con sorpresa.
—Ya ves, el amor lo cambia todo.

Fin
Agradecimientos

A todos los lectores que esperan cada una de mis novelas y me piden
otra en cuanto la acaban.
El amor lo cambia todo, surgió a raíz de que muchos lectores de mi
novela Y de repente, el mundo se paró me pidiesen una historia para
Mónica y Héctor. Deseaban saber más de esta pareja.
Espero que su historia os haya gustado. Como en cada uno de mis
libros, intento que haya algo que sea diferente a los anteriores, que os
sorprenda y a la misma vez os mantenga enganchados a la trama.
Gracias a @bbccreative_1 por la portada de esta novela.
A Belén, por las correcciones, su dedicación y su opinión sobre esta
historia.
A Ro, por convencerme de crear una historia única para Héctor y
Mónica.
A mi madre, que es a la primera que le cuento cada idea que surge en mi
cabeza antes de plasmar las primeras notas.
Nos vemos pronto.

Elizabeth Bermúdez.
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