El Amor Lo Cambia Todo Elizabeth Bermudez PDF Versión 1 1
El Amor Lo Cambia Todo Elizabeth Bermudez PDF Versión 1 1
El Amor Lo Cambia Todo Elizabeth Bermudez PDF Versión 1 1
LO CAMBIA TODO
ELIZABETH BERMÚDEZ
Título: El amor lo cambia todo
Primera edición, agosto 2021
©2021, Elizabeth Bermúdez
Todos los derechos reservados. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su
incorporación a un sistema informático ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio,
sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y
por escrito del autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito
contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).
Esto es una obra de ficción. Todo parecido con la realidad es mera casualidad. Todos los
nombres, situaciones y hechos plasmados en esta novela son producto de la imaginación de la autora.
SINOPSIS
Mónica Peñalver es una mujer que lleva una vida trazada a su medida y
le gusta, o eso cree ella. Posee una gran belleza y disfruta con todos los
hombres que desea. Si algo tiene claro en sus planes es que nunca formará
una familia. No cree en el amor y sabe que la maternidad no es para ella. A
sus casi cuarenta años nunca se ha enamorado de verdad ni quiere
compromisos a largo plazo.
Pero todo esto podría cambiar cuando Héctor Gandía aparece en su
vida. Él ha soñado con Mónica desde pequeño. Es el gran amor de su
infancia, pero ella no lo sabe.
Cuando Héctor se cruza con la pelirroja de infarto en la que se ha
convertido Mónica con los años, decide que no va a ser un hombre más de
paso en su vida. Hará todo lo que esté a su alcance para conquistarla y que
crea en el amor.
Sin embargo, Mónica es una mujer de un fuerte carácter que no se deja
dominar por nada ni por nadie. Los sentimientos que despierta Héctor la
asustan y la hacen huir de él.
Pero algo puede cambiarlo todo, en un último instante, una llamada…
Descubre en esta historia si al final siempre vamos hacia lo que nos
atrae. Si el corazón puede más que la razón.
ÍNDICE
SOBRE LA AUTORA
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Epílogo
Agradecimientos
Otras novelas de la autora
SOBRE LA AUTORA
Aquel lunes por la noche, Mónica quedó para cenar con las chicas. No
solían salir entre semana, pero la ocasión lo merecía. Sofía, una de sus
mejores amigas y socia, le había puesto los cuernos a su marido con un tío
que sacó de la cárcel un mes atrás y tenía que contarles con detalles cómo
había sucedido todo.
De repente, la cara de Sofía se volvió blanca. Fijó los ojos en dos
hombres que entraban en el restaurante donde ellas estaban.
—¿Qué ocurre, los conoces? —preguntó Natalia con interés.
—Es… es… —A Sofía no le salían las palabras.
—Héctor. —Mónica se levantó y le dio dos afectuosos besos a uno de
los hombres.
Las cuatro chicas se encontraban en una de las mesas de la entrada del
lugar, cuando Héctor y Marcos entraron ninguno pudo evitar el encuentro.
—Mónica, qué de tiempo. ¿Qué tal estás? —le preguntó Héctor al
mismo tiempo que se alegraba de verla.
—Muy bien. Aquí tomando algo con unas amigas. Chicas, os presento a
Héctor Gandía.
Natalia y Lidia lo saludaron mostrándole una sonrisa. Sofía estaba ajena
a la conversación que se mantenía a su alrededor. Tenía la vista clavada en
Marcos. No podía creer que él estuviese ahí.
—Hace años que no te veo por el edificio —le indicó Héctor.
—¿Aún vives allí? —preguntó Mónica. Él asintió—. No tengo mucho
tiempo y visito poco a mis padres. Son ellos los que vienen a verme.
Chicas, Héctor es mi vecino de toda la vida. Nos conocemos desde
pequeños.
Hacía más de doce años que Mónica se había independizado, y desde
entonces no coincidía con Héctor en el edificio de sus padres.
—Perdón, os presento a mi amigo —dijo Héctor a las chicas—. Él es
Marcos Luna.
Cuando Héctor pronunció su nombre, Mónica, Natalia y Lidia se
quedaron mirándolo, embobadas, al mismo tiempo que comprendían quién
era en la vida de Sofía.
—Hola, Marcos. ¡Qué sorpresa! —exclamó Sofía.
—La sorpresa ha sido mía —le indicó mostrándole una sonrisa.
—¿Os conocíais? —preguntó Héctor al ver que Marcos y la amiga de
Mónica se trataban con confianza.
—Sí, es mi abogada. Ella me sacó de la cárcel —anunció con
naturalidad.
Héctor ya era conocedor de esta información y dedujo que las amigas de
Sofía también lo sabrían.
—Chicas —terció Sofía—, os presento a Marcos. Marcos, ellas son
Mónica y Natalia, mis socias del bufete, y Lidia es nuestra secretaria.
Aparte de nuestra relación laboral somos grandes amigas. Las considero
mis hermanas.
—Bueno, pues si ya nos conocemos todos, podemos unirnos a estas
cañas —propuso Héctor al echar un vistazo a la mesa de las chicas.
—¡Claro! —Mónica lo ayudó a coger dos sillas más y llamó al
camarero para que les trajesen bebidas.
Natalia y Lidia se levantaron juntas para ir al baño. Sofía y Marcos
comenzaron a hablar entre ellos. Las ardientes miradas que se echaban no
pasaron desapercibidas para Mónica.
—Bueno, cuéntame, ¿qué tal te va la vida? Hace años que te perdí la
pista —le comentó con interés Héctor a Mónica mientras la miraba al
detalle.
La había reconocido por sus intensos ojos azules, pero estaba muy
diferente a cómo la recordaba años atrás. La sentía más mujer y no pudo
evitar cierta atracción que apareció de pronto, sorprendiéndolo.
—Soy abogada y no me va nada mal. ¿Y tú qué tal? ¿Cómo te va la vida
de casado? —le preguntó al recordar que unos meses atrás vio en casa de
sus padres una invitación a su boda.
Los padres de Héctor, pese a no vivir en España desde hacía mucho
tiempo, continuaban siendo muy amigos de los padres de Mónica. Durante
años habían sido vecinos en el mismo edificio y su amistad nunca se apagó.
—Sigo soltero —anunció Héctor sonriente, al mismo tiempo que alzaba
una mano y le indicaba que no llevaba anillo. Mónica lo miró asombrada,
su madre no le había comentado nada—. El compromiso se canceló antes
de la boda.
—Vaya… lo siento. —La noticia la dejó descolocada, no sabía qué se
decía en aquellos casos.
—Fue lo más acertado —indicó Héctor sin dar más explicaciones.
Cuando Natalia y Lidia volvieron del baño, se despidieron y se
marcharon juntas. Al poco, Marcos y Sofía hicieron lo mismo.
—Bueno, yo no tengo prisa. ¿Pedimos algo de comer? —propuso
Héctor.
Mónica asintió relajada. Se sentía cómoda en compañía de él.
—Cuéntame, señor arquitecto, ¿cómo te va en el trabajo? —Sentía
curiosidad por saber más de él.
Mónica sabía que llevaba la empresa de su padre desde que este se
marchó de España.
—De maravilla. Muchísimos proyectos en marcha. La empresa ha
crecido bastante en los últimos años.
—Tus padres se sentirán muy orgullosos de ello. ¿Qué tal están? —se
interesó—. ¿No se plantean volver nunca más?
—Yo creo que no. Ya tienen una vida y un círculo de amigos en Roma.
Aquí todo les recuerda a la muerte de mi hermano.
—La pérdida de un hijo debe de ser muy dura. Ellos lucharon por
Andrés, intentaron rehabilitarlo, pero él…
—Se culpan de todo. Piensan que fallaron como padres con él. Se
sienten decepcionados y creo que ese sentimiento jamás desaparecerá.
—¿Y tú vives en casa de tus padres? —preguntó.
—Sí. Me gusta la zona, el edificio, los vecinos… Hice algunas reformas
cuando ellos se marcharon y me quedé con la casa cuando decidieron
ponerla en venta. Puedes subir un día cuando vayas a visitar a tus padres y
te enseño cómo quedó —la invitó.
Mónica había pasado muchas horas de pequeña en casa de Héctor. Ella
y su hermano, Andrés, eran de la misma edad, estaban en el mismo colegio
e iban a la misma clase. Cuando entraron en el instituto, el hermano de
Héctor comenzó a relacionarse con ciertos amigos que no eran del agrado
de Mónica y su amistad se enfrió.
—A mis padres los visito como una vez al año —murmuró sintiéndose
algo culpable de ello.
—¿Una mujer muy ocupada? ¿Trabajo, pareja e hijos? —enumeró
Héctor. No sabía nada sobre su vida personal, pero desde que la vio y se
sentó a su lado deseó saber mucho más de ella. Aquella pelirroja había
conseguido captar su atención por completo.
—Solo trabajo.
—¿Solo trabajo? —preguntó sorprendido, sonriente y alzando una ceja.
No se lo creía del todo.
—Sí, el bufete absorbe mi vida por completo y no me deja tiempo para
nada más. Aparte, nunca me vi en la faceta de madre ni creando una
familia. No me preocupa estar soltera a mi edad. Vivo la vida que deseo, a
mi antojo, sin darle explicaciones a nadie y sin cargas familiares. Siempre
las consideré agotadoras —le reveló con una sonrisa pícara.
Héctor asintió y le devolvió otra sonrisa. Mónica cada vez le gustaba
más. Era una mujer de armas tomar y estaba descubriendo que aquello lo
ponía. Saltaba a la vista que era atrevida, decidida y valiente. Solo había
que mirarla para saber que era una mujer que hacía lo que le venía en gana.
Cuando salió con ella del restaurante, no se le pasó por alto que todos
los hombres la miraron. Era alta, tenía buen cuerpo, unos ojos azules
impresionantes y su cabello rojizo le daba cierto toque sensual que había
conocido en pocas mujeres. Vestía de forma elegante, pero a la vez atrevida.
Siempre llevaba zapatos de tacón altos y ropa ajustada a las curvas de su
cuerpo, el cual cuidaba con esmero. Era consciente de que se acercaba a los
cuarenta años y por ello llevaba una dieta estricta y acudía con regularidad
al gimnasio.
Mónica y Héctor se despidieron de forma cordial en el aparcamiento del
restaurante y quedaron en volver a verse, ya se habían intercambiado sus
teléfonos y ambos habían sentido una atracción especial por el otro nada
más verse. Si bien se conocían desde tiempo atrás, hacía años que no se
veían ni sabían nada sobre sus vidas.
Por su parte, Mónica descubrió que Héctor se había convertido en un
hombre mucho más atractivo y guapo. Los años le habían sentado de
maravilla. Lo recordaba como un muchacho poco agraciado y soso. En
aquellos momentos era un hombre por el cual cualquier mujer podría
suspirar.
En el espejo del ascensor, mientras baja tres plantas hasta la casa de sus
padres, Mónica se compuso el pelo y se pintó un poco los labios. Ella nunca
salía de casa sin maquillar y en aquellos momentos llevaba la cara lavada.
Apreció que su aspecto era el de una mujer completamente satisfecha,
menos mal que se había duchado con Héctor minutos antes de llamarla su
madre, de lo contrario el olor a sexo en su cuerpo la delataría.
—Hija, ¿nuevo look? —le preguntó su madre nada más abrirle la
puerta.
Mónica siempre llevaba el pelo lacio, muy planchado, a la altura del
hombro. En esta ocasión lo tenía alborotado, se le había secado al aire, y a
eso había que añadirle que sus ojos ya no estaban pintados—. Te veo
diferente —la observó con atención Andrea.
—Pues como siempre, mamá —replicó con un suspiro—. Solo que no
me he arreglado el pelo ni me he maquillado, para venir a ver a mis padres
no necesito ir como salgo habitualmente —justificó.
—Ya, hija, pero como llevas un traje de chaqueta elegante y los
tacones… —Andrea era la típica madre que se fijaba en todo y nada le
pasaba desapercibido—. Antonio, yo a la niña la veo diferente —llamó la
atención de su marido, sentado en un sillón mientras veía la televisión.
Mónica fue hasta su padre, le dio un beso y le extendió las pizzas a su
madre.
—He traído la cena —anunció.
Andrea las tomó en la mano y la miró con extrañeza. Nunca habían
comido pizzas precocinadas.
—Hija… están caducadas —anunció Andrea tras comprobar que la
fecha era de un mes atrás—. ¿Dónde las has comprado? —preguntó con
interés, ya que conocía todos los establecimientos cercanos.
—¿Sí? —Mónica se hizo la sorprendida. Tomó la comida en las manos
y comprobó que lo que su madre decía era cierto—. Ni siquiera lo miré al
pagarlo. Bueno, podemos pedir algo de comer a domicilio —propuso.
—¿Dónde lo has comprado? —insistió—. Mañana mismo voy y que me
devuelvan el dinero o me den otras en condiciones.
—No te preocupes, mamá. No es para tanto. Son unas simples pizzas.
—Pero, hija… ¿quién diría que eres abogada? Te han dado algo
caducado, debes de exigirles que te lo cambien y no vendan algo así.
—Mamá… he venido a pasar un rato con vosotros. Dejemos el tema,
¿vale?
Interiormente Mónica maldecía a Héctor.
—Voy a hacer una tortilla de patatas con cebolla en un momento —
propuso Andrea.
—Vale. —Mónica aceptó, así estaría entretenida y dejaría de insistirle
en dónde compró las dichosas pizzas.
Mientras su madre freía las patatas, Mónica entabló conversación con su
padre. Antonio también era Licenciado en Derecho como su hija, solo que
él nunca había ejercido la profesión, se dedicó a la enseñanza en la
universidad hasta hacía cosa de dos años, que se había jubilado. Hablaron
de algunos casos que llevaba Mónica en aquellos momentos y su padre se
sintió orgulloso de la gran profesional en la que se había convertido con los
años.
En mitad de la cena, Andrea le preguntó a su hija:
—¿Sabías que la plaza de garaje donde habías puesto tu coche por
equivocación es de Héctor Gandía? ¿Te acuerda de él?
—Sí. Hace no mucho coincidimos en un bar con amigos comunes. Ya
he cambiado el coche antes de subir, no te preocupes, mamá.
—Héctor tiene tres plazas de garaje y los fines de semana viene poco
por casa —comentó Andrea.
—Vaya, lo tienes controlado —bromeó Mónica mientras comía la
exquisita tortilla de su madre.
—Me preocupo por él. Esa familia se rompió desde que pasó lo de su
hermano. Y desde que la boda de Héctor y su novia no se llevó a cabo
intento averiguar si está bien. Su madre me lo ha pedido. Al parecer Vanesa
lo dejó y se ha quedado algo hundido —reveló la madre de Mónica.
—No creo que sea un hombre que tenga problema en encontrar a otra
mujer.
—Ojalá sea pronto. Eso tranquilizaría a su madre, pero me da a mí que
Héctor es como tú, que no va a formar una familia nunca —comentó con
cierto deje de reproche.
Hacía años que le pedía a su hija nietos y que formase un hogar, pero
Mónica estaba harta de decirle que la maternidad no iba con ella. Cada vez
tenía más claro que no deseaba ser madre y que jamás se uniría para
siempre en pareja con nadie. Hasta el momento, nunca le había funcionado
la convivencia en pareja, y el amor solía acabársele pronto en todas las
relaciones que comenzaba.
Tras el postre, Mónica se despidió de sus padres. Estos estaban muy
contentos por la visita. En los últimos años se habían acostumbrado a solo
comer con su hija en fechas señaladas.
Cuando ya Mónica se marchaba y llamaba al ascensor, su madre llamó
su atención.
—Hija, toma. Las pizzas caducadas. Ya que no me has dicho dónde las
compraste, podrías pasarte tú mañana y reclamar que te den otras —insistió
Andrea.
Mónica resopló. Cogió las pizzas y se marchó.
Una vez dentro del ascensor, ya había pulsado el botón de la planta del
garaje, se arrepintió. Con las pizzas en las manos y una sonrisa en los labios
pulsó la décima planta, donde vivía Héctor.
Eran casi las once la de noche cuando Mónica llamó a la puerta de
Héctor.
Mientras cenaba con sus padres había recibido un par de mensajes de él
insistiéndole en que subiese a su casa al terminar, pero no le contestó.
Cuando ya pensaba que Héctor no estaba en casa o no le iba a abrir, él
apareció tras la puerta. Iba descalzo, con unos pantalones de chándal y una
camiseta mal colocada. Tenía aspecto somnoliento, pero la recibió con una
gran sonrisa. Nunca se había alegrado tanto de ver a una mujer.
—Te he despertado —afirmó Mónica nada más verlo con aquellas
pintas.
—Ha sido un buen despertar, toda una sorpresa. Ya había perdido las
esperanzas de que subieses —la admiró con ojos hambrientos.
—Las pizzas están caducadas. —Se las puso sobre el pecho con energía,
lo hizo a un lado con poca delicadeza y se adentró en la casa—. ¿No revisas
lo que tienes en la nevera? —se quejó paseándose por su salón.
Héctor tiró la comida a la basura y fue hasta ella.
—Como poco en casa —justificó—. Tú tampoco tienes mucha pinta de
pasar horas en la cocina. Me gustaría ver tu nevera.
Se hizo un silencio entre ambos, se observaban sonrientes a la misma
vez que se desafiaban con la mirada.
—Creo que como más sano que tú. Tienes el frigorífico lleno de comida
basura.
—¿Has venido para algo más que criticar mi comida? —preguntó
Héctor mientras caminaba directo hacia ella.
—Por supuesto, he venido para comerte a ti. —Se lanzó hacia su boca y
lo besó con ganas.
En menos de dos minutos ambos estuvieron desnudos. Héctor la cargó
en brazos y fue con ella hasta la cama. La depositó allí y la admiró. Tenía
un cuerpo espectacular. Saltaba a la vista que se cuidaba e iba al gimnasio.
—No he cenado —reveló comiéndosela con la mirada—. Me parece
que te voy a devorar entera.
—Adelante —lo animó sin pudor alguno—. Te puedo asegurar que el
apetito es mutuo.
Mónica tiró de su mano, haciendo que aterrizase sobre su cuerpo para
poder tocarlo y disfrutarlo como deseaba.
Nuevamente pasaron una noche en la que durmieron muy poco.
7
Tras dos días sin verse, el miércoles por la noche Héctor invitó a
Mónica a cenar. Cuando ella entró en el coche, él se sintió como un
adolescente con su primera novia. No supo cómo saludarla. Se acostaban
juntos y tenían exclusividad, pero no eran una pareja normal.
Con la naturalidad que la caracterizaba, Mónica lo besó. Cuando él
sintió sus labios, sonrió sobre ellos y profundizó el beso sintiéndose más
relajado.
—Ya veo que estás hambriento —murmuró ella, satisfecha con el
recibimiento.
—Despiertas mis ganas con solo mirarte —confesó.
—Entiendo, pero primero quiero comida. Desde esta mañana no pruebo
bocado. He tenido un día horrible en el despacho.
—Te llevaré a un buen restaurante.
—Me vale con un Mcdonald´s —comentó sonriente.
—Si fuese un egoísta te llevaría allí. Comida rápida y luego a la cama,
pero deseo que disfrutes de una buena cena.
—Me parece bien. Una suculenta cena y luego, como postre, sexo.
Héctor la miró sonriente, admirándola. Le encantaba lo directa que era,
y más aún que con Mónica no tuviese que andar con rodeos. Era tan sincera
que siempre decía lo que sentía o tenía ganas.
—Tengo una mala noticia que darte y quizá me odies —le dijo Héctor
cuando estaban esperando que les sirviesen la comida.
—Estás cansado y me llevarás a casa cuando terminemos de cenar —
aventuró Mónica, sonriente, mientras bebía de su copa de vino blanco.
Héctor la miró y no pudo evitar soltar una fuerte carcajada. Las
ocurrencias de aquella mujer lo descolocaban por completo.
—Cuando estás cerca el cansancio que pueda llegar a tener desaparece
—le confesó en un susurró mientras la taladraba con la mirada.
—Ya veo. No te distraigas del tema, ¿qué tienes que decirme? —
preguntó con interés.
—Es el viaje a Punta Cana que te propuse. No tendré que acudir a
finales de año. Los inversores van a hacer unos cambios y se va a retrasar.
Será en unos meses. —No le explicó nada más. Pensó que si le decía que
más adelante tendría que pasar mucho tiempo alejado de ella podría
plantearse no seguir con lo que recién empezaba entre ambos.
—Bueno, no pasa nada. Estoy segura de que eres un hombre de recursos
y me lo sabrás compensar de alguna forma. —Lo miraba de forma ardiente.
—No te quepa la menor duda.
—¿Terminamos la cena y nos vamos? —propuso Mónica con los ojos
clavados en él—. Como postre te quiero a ti, enterito para mí —anunció de
forma provocadora.
—¿Tu casa o la mía? —preguntó Héctor.
—Te voy a llevar al mejor hotel de Marbella. El director lleva tiempo
ofreciéndome que vaya en agradecimiento a un favor que le hice y esta
noche vamos a disfrutar juntos de su mejor suite. ¿Qué te parece? No quiero
que te quejes de nuestra primera cita —comentó sonriente.
—Me gusta la idea. Algo me dice que la recordaré siempre.
—Me gusta que te guste —le indicó acercándose a él con una sonrisa—.
Estoy segura de que una mujer nunca te ha llevado a un hotel a pasar la
noche. —Él negó con un gesto de la cabeza mientras pensaba que era única.
Héctor deseó atraerla más hacia él y devorarla allí mismo, pero logró
controlarse. Mónica tenía el don de ponerlo a cien con una sola mirada
ardiente, ya que en ella podía leer todo lo que tenía en mente con él. Le
gustaba y le cortaba un poco que fuese una mujer tan directa y decidida. Era
un hombre acostumbrado a llevar las riendas en una relación, con Mónica
sentía que era quién mandaba en todo momento. Incluso, sentía que todo
aquello era un juego para ella y él era el único que se estaba implicando
demás.
Cuando llegaron al lujoso hotel, Mónica preguntó por el director. Ella
sabía que Fredy vivía allí desde que se separó. De inmediato, el hombre
apareció y se fundió en un cálido abrazo con la abogada, mientras Héctor
los observaba con atención.
—Fredy, hoy te acepto el ofrecimiento que llevas meses haciéndome.
Voy a disfrutar de una de las mejores habitaciones de este hotel que diriges.
Te presento a Héctor Gandía.
—Señor, qué placer volver a tenerlo por aquí —le dijo Fredy al
estrecharle la mano.
Mónica miró a Héctor con una ceja alzada, mientras en su cabeza se
formaban mil conjeturas.
—Fredy, espero que tengas libre la maravillosa suite que siempre
reserváis para esas personas tan importantes —le indicó Héctor con
confianza.
—Por supuesto, señor. Enseguida los acompaño y verifico que esté todo
en orden. ¿Me dan un minuto? —les preguntó.
Mónica y Héctor sonrieron en señal de afirmación.
En cuanto se quedaron a solas, ella se acercó y le preguntó en tono
jocoso a modo de reproche:
—¿Vienes mucho por aquí? Parece que conoces bien a Fredy y las
habitaciones de este hotel.
—He estado en varias ocasiones. —Se permitió el lujo de observarla en
silencio varios segundos, sonrió al ver su expresión seria y le aclaró de
inmediato—: Pero no es lo que estás pensando. Aquí traigo a mis mejores
clientes. Jeques árabes e importantes hombres de negocios que me encargan
construcciones y vienen por unos días.
—No te he pedido explicaciones —le espetó a la defensiva—. De
hecho, no tienes por qué dármelas.
—¿De qué conoces a Fredy? Os habéis abrazado con mucha confianza
—preguntó mientras la observaba tranquilo, con ambas manos metidas en
los bolsillos del pantalón.
—Lo saqué de un buen lío legal. Desde entonces me adora y haría
cualquier cosa por mí —comentó con una enorme sonrisa coqueta mientras
lo miraba con atención.
Héctor asintió mientras agradecía que no hubiesen tenido un lío
sentimental.
Fredy apareció de nuevo, les entregó la tarjeta de la habitación e insistió
en acompañarlos hasta la suite situada en la última planta del edificio.
Cuando el ascensor llegó al lugar, Fredy no se bajó y se despidió al
decirles;
—Que disfruten de la habitación. Si mañana les apetece y tienen
tiempo, estaría encantado de compartir un café con vosotros en el desayuno.
—Muchas gracias, Fredy. Te buscaremos antes de marcharnos —le
indicó Mónica.
Héctor se adelantó y abrió las puertas de la suite. Hizo pasar a Mónica y
la siguió. Una vez dentro, la tomó de la mano y juntos observaron el
maravilloso lugar cargado de lujos.
—Creo que lo vamos a pasar en grande —comentó ella con ambas
manos posadas sobre el pecho de Héctor.
—Vamos a descubrir el jacuzzi —propuso Héctor—. Algo me dice que
esta habitación debe de tener uno enorme.
Ambos fueron hasta el baño y vieron uno redondo, colocado en el
centro de la estancia.
—¿Un baño relajante, señor Gandía? —propuso Mónica mientras le
quitaba la chaqueta y comenzaba a abrirle los botones de la camisa.
—Lo estoy deseando, y más si es contigo. —Se apoderó de su boca y la
pegó a su cuerpo mientras le quitaba la ropa.
El jacuzzi estaba listo. Al lado, tenían una mesa con fresas y champan.
Todo preparado para que pasasen una noche inolvidable.
Mónica se sentía en una nube cuando estaba con Héctor. Tenía que
reconocer que era un completo seductor, sabía cómo tratar a una mujer y,
sobre todo, cómo darle placer y dejarla exhausta y feliz. Con él todo era
más que diversión y pasarlo bien, cuando estaba en sus brazos sentía la
necesidad de estar ahí por más tiempo, y eso no le había pasado antes.
A la mañana siguiente, cuando se despertó junto a él, estaba abrazada a
su pecho. Le gustó sentir el contacto de su piel en su mejilla como buenos
días. Héctor dormía relajado, desnudo, y ella se permitió el lujo de
observarlo en toda su plenitud. Sonrió y paseó la mano izquierda por su
abdomen, sintiendo sus músculos relajados. Al contacto, Héctor se
despertó, atrapó su mano entre la suya y se la llevó a los labios.
—Buenos días, ¿te has levantado tan hambrienta como yo? —preguntó
con una sonrisa mientras guiaba su mano hasta su miembro erguido.
—Ya veo que reaccionas con rapidez —comentó acariciándolo sin
pudor.
—Mirarte me enciende, Mónica. Creo que ya lo has comprobado en
más de una ocasión.
—Tú produces el mismo efecto en mí —confesó sentándose a
horcajadas sobre él y apoderándose de su boca—. Aún tenemos un par de
horas para disfrutar. Luego hay que volver a la vida real. Es jueves.
—No perdamos ni un minuto más.
Héctor se cernió sobre ella, se apoderó de su boca y entró en ella. Una
vez en su cálido interior, supo que ese era su sitio. Que ella era la mujer, sin
embargo, al mismo tiempo, era consciente de que Mónica Peñalver no era
cualquier mujer y que no lo tendría nada fácil.
13
El día siguiente Mónica lo pasó entero en la cama, con una de las peores
resacas que recordaba en su vida. Héctor estuvo a su lado, velando su sueño
y cuidándola. Algo le decía que aquella mujer le necesitaba a su lado, pese
a ella no querer reconocerlo.
Mientras Mónica dormía, él trabajó a su lado, sentado en un sillón con
el portátil abierto, inmerso en el proyecto de Punta Cana. Era un arquitecto
de reconocido prestigio en Andalucía, muy pronto lo sería a nivel nacional,
pero estaba seguro de que el proyecto internacional que la empresa tenía
entre manos los proyectaría a una escala superior a la que se encontraban.
Por eso aquello era tan importante para él. Vivía dedicado a su trabajo, a
demostrarle a su padre que era y sería mejor que él. En el fondo, quería que
sus padres se sintiesen orgullosos de él, que su victoria en el ámbito laboral
llegase a mermar un poco el dolor que aún sentían por su hijo muerto.
Héctor se había prometido llenarlos de nietos, para ver si así volvían de
nuevo a Marbella, y a la vida. Los echaba de menos, pero desde que su
compromiso con Vanesa se rompió desechó la idea de crear una familia.
Veía las constantes peleas que tenía su socio y amigo, Nicolás, con su
exmujer por la custodia y asuntos de la hija que tenían en común y no
deseaba eso. Él estaba dispuesto a formar una familia para siempre, unida y
feliz, y a esas alturas de su vida había constatado que eso era un mito. Nada
era para siempre, y había decidido quedarse como estaba. Disfrutando de
las mujeres sin compromisos serios y dedicándose en cuerpo y alma a su
profesión.
Miró a Mónica, que se revolvió en la cama, y le sonrió. Aquella mujer
tenía el don de darle un vuelco a su corazón hasta dormida, sin mirarlo ni
prestarle atención. Recordó las veces que soñó con ella de pequeño, y ahora
estaba ahí, en su cama.
—Las vueltas que da la vida —murmuró, sonriente, con la mirada
clavada en la figura de Mónica. Se había destapado y no pudo evitar posar
su mirada en su escultural cuerpo semidesnudo. Tenía una piel blanca y
perfecta como nácar.
—¿Qué hora es? —preguntó Mónica medio dormida, con los ojos
entornados y la boca pastosa.
—Tarde, muy tarde —contestó con tranquilidad.
Mónica abrió un poco los ojos y vio por la ventana que era de noche.
Miró su reloj de pulsera y descubrió que eran las ocho de la tarde del
domingo.
—Joder, he dormido demasiado —se quejó—. ¿Por qué estoy en tu
casa?
Apenas recordaba lo pasado la noche anterior.
—Bebiste demasiado. Bailabas de forma desenfrenada encima de una
mesa y decidí que era hora de que dejases de dar el espectáculo.
—¿Qué hacías tú allí? —intentó recordar.
—Salí con Nicolás a tomar algo y, por casualidades de la vida, terminé
en el mismo lugar donde estabas tú.
Mónica intentó hacer memoria. Cerró los ojos y lamentó todo.
—No eres mi padre. Soy mayorcita y sé cuidarme sola. Nunca he
necesitado que nadie me traiga a casa. Te recuerdo que solo nos acostamos,
ni una sola escena de celos más o esto se termina —le advirtió.
A Héctor no le gustó cómo le habló, torció el gesto y la miró serio.
—¿Celoso yo? Por favor —se mofó—. Si no llego a aparecer en vez de
estar en mi cama ahora estarías en la del tío con el que bailabas. Y ahí sí
hubieses roto nuestro acuerdo. Solo me cercioré de que lo cumplías y todo
entre nosotros seguía como antes.
—Necesito una ducha. —Comenzó a levantarse de la cama. Le dolía la
cabeza y no estaba para sus sermones.
—Ya sabes el camino —le indicó Héctor sin moverse un ápice de donde
estaba. La miró de soslayo cuando le dio la espalda y sonrió sintiéndose
pleno.
Tras media hora en el baño, cuando Mónica salió envuelta en una toalla,
consultó su móvil y vio que tenía un montón de llamadas perdidas y
mensajes. Comenzó a abrir el grupo de sus amigas y vio que lo sucedido en
el reservado de la discoteca había trascendido. La prensa había sacado fotos
en las que se decía:
El arquitecto Héctor Gandía se lleva a su prometida de una fiesta pasada
de copas.
Mónica se llevó las manos a la cabeza cuando se vio cargada en los
brazos de Héctor.
—Joder —murmuró mientras leía los comentarios en el grupo de sus
amigas. Sabía que aquello afectaría a la imagen de su bufete—. Mira esto.
—Le enseñó las fotos a Héctor—. Tú tienes la culpa —le espetó de malas
formas.
—Desde que me dieron ese dichoso premio la prensa me sigue, qué
culpa tengo yo.
—No soy tu prometida —le gritó alterada.
—Pues llama y haz que lo rectifiquen, o mejor, demándalos —le espetó
de malas formas. Estaba cansado.
Héctor se levantó y decidió ir a la cocina en busca de algo de beber.
Pensaba dejar a Mónica sola para que se calmase.
El timbre sonó cuando él se echaba un zumo de piña y fue a abrir con el
vaso en la mano. Par su gran sorpresa, era la madre de Mónica.
—Estoy harta de llamar a mi hija y no me coge el teléfono. ¿Me puedes
explicar eso de que estáis prometidos? Lo acabo de ver en las redes
sociales. Varias de mis amigas me están dando la enhorabuena y yo
desconozco todo el asunto —se quejó la mujer.
—Verás, Andrea… —Héctor no sabía por dónde comenzar. Se paseó la
mano por el pelo, intranquilo.
—¿Me puedes decir dónde está mi ropa? —vociferó Mónica saliendo de
la habitación de Héctor envuelta en una toalla y con el pelo mojado.
Cuando se encontró con su madre de frente, el mundo se abrió ante sus
pies. Miró a Héctor con ganas de matarlo.
—Oh, pero es cierto. Hija, tú y Héctor… —Andrea se llevó las manos a
la boca y de inmediato Mónica vio la felicidad reflejada en su rostro.
—No, no. Mamá no te confundas. Esto no es lo que parece —justificó
al mismo tiempo que miraba a Héctor en busca de su ayuda, pero él no dijo
nada.
—¿Estás segura? Mírate. No estoy ciega. —Andrea repasaba el aspecto
de su hija de arriba abajo.
—Te lo vamos a explicar, ¿verdad? —Miró a Héctor y este solo asintió.
—No entiendo nada, ¿qué hacéis juntos y por qué se rumorea que estáis
prometidos? Y, sobre todo, ¿por qué yo ignoro todo?
—Mamá, yo solo estoy ayudando a Héctor —comenzó a decir Mónica.
—¿Ayudándolo? —preguntó la mujer perpleja.
—Sí. Coincidimos en una fiesta donde estaba su ex y su nuevo
prometido, y él para no quedar en desventaja me presentó como su
prometida. En estos momentos solo lo ayudo a escoger a la mujer adecuada.
Ya sabes, un hombre comprometido es más atractivo. Pero no tenemos
nada. Solo somos amigos.
Héctor la miraba con una ceja alzada y sonriente, sin decir ni mu. Por
alguna extraña circunstancia disfrutaba de la situación. Ver a Mónica entre
las cuerdas lo divertía.
—Vaya, hija. Qué gran desilusión. Al fin pensé que te vería casada y
formando un hogar.
—Mamá… eso ya lo hemos hablado muchas veces. Tienes a mi
hermano, yo soy un caso perdido.
—Héctor… Me habría hecho tanta ilusión… —le dijo con pena. Él solo
se encogió de hombros—. De pequeños siempre tuve la esperanza de que
ella y tu hermano de mayores… Se llevaban tan bien, y él siempre estuvo
detrás de Mónica. Lo vuestro nunca lo hubiese previsto.
—¡Mamá! —la reprendió con dureza su hija.
—Vale, vale. A mi hija no le gusta que se hable de su vida amorosa. Se
pone de mal humor. Ya la ves. —La señaló con un dedo de arriba abajo.
Héctor solo sonrió.
—Mamá, ¿no tienes que hacer la cena o algo parecido? —le preguntó
con cierto toque crispado, para que se marchase cuanto antes.
—¿Hago algo y bajáis a cenar? —propuso la mujer de buena gana.
Mónica puso los ojos en blanco y tomó una bocanada de aire.
—No —contestó rotunda—. Adiós, mamá. Mañana te llamaré.
—Hija, qué seca eres. Con ese carácter que tienes es normal que no
hayas encontrado a un hombre que te soporte. —La mujer se dio media
vuelta y se fue.
Cuando Mónica fijó la mirada en Héctor este sonreía.
—¿Te lo estás pasando bien? Porque yo tengo una mala hostia que no
veas, y tú eres el culpable de todo —le recriminó furiosa.
—¿Puedo hacer algo para remediarlo? —le preguntó intentando ponerse
serio.
—Alejarte de mí. Desde que has aparecido en mi vida solo me has
traído complicaciones —se quejó exasperada.
—Alguna que otra alegría también te he dado —afirmó con arrogancia
—. ¿O me vas a negar que juntos en la cama hemos disfrutado como nunca?
Mónica no le respondió. Dio media vuelta y desapareció en la
habitación de nuevo.
Al rato, salió con un chándal de Héctor colocado.
—Te he cogido algo de ropa prestada. ¿Me podrías llevar a mi casa?
—Por qué no te sientas, te relajas y hablamos —le propuso con
paciencia.
—Porque necesito estar sola. Me descolocas, Héctor Gandía. Necesito
poner orden en mi vida y pensar si me conviene seguir acostándome
contigo o romper nuestro acuerdo. Me estás dando demasiados dolores de
cabeza.
—No te equivoques. No soy yo. Es el alcohol.
Esto provocó una sonrisa en Mónica.
—No puedo contigo —le indicó ya de mejor humor.
Héctor fue hasta ella y la tomó por la cintura, acercándola hacia su
cuerpo.
—Quédate —le rogó en un susurro, mirándola a los ojos.
Mónica sintió cierto escalofrío por su cuerpo que la dejó sin palabras.
Tan solo asintió. Héctor le propuso pedir algo de comer y ella aceptó.
Estaba hambrienta. Hacía más de veinticuatro horas que no probaba
bocado.
15
—Soy yo —le susurró Héctor al oído al mismo tiempo que posaba sus
labios sobre su esbelto cuello.
El olor a él y sentirlo tan cerca hicieron que las piernas le flaqueasen y
un nudo se le instalase en la garganta.
—¿Qué haces aquí? —logró preguntar con esfuerzos. Sin capacidad
para encararlo.
—He venido en busca de lo que más deseo. Tú —confesó con voz
ronca.
Despacio, Mónica se dio la vuelta, lo miró a los ojos y al ver en ellos
mucho más de lo que dijeron sus palabras algo dentro de su ser se rompió
en mil pedazos, quizá la coraza que llevaba desde hacía años en el corazón.
Sin querer, dejó caer la copa al suelo y el cristal se hizo añicos al mismo
tiempo que las uvas rodaron como canicas. Ninguno de los dos prestó
atención a ello. Héctor barrió los cristales hacia un lado con el pie, sin dejar
de mirarla a los ojos, y se acercó más a Mónica. Ella llevó las manos hasta
su pecho, manteniendo la mirada fija en él, y terminaron besándose como
locos, sumidos en una atracción que ninguno pudo contener.
De fondo, las campanadas del nuevo año resonaban, pero ellos no eran
conscientes, estaban inmersos en el beso, saboreándose con ganas,
hambrientos, con los sentidos a flor de piel. Comenzaron a desnudarse con
prisa, mientras los fuegos artificiales por la llegada del año dos mil veinte
aparecían tras ellos. Llegaron a la cama sin dejar de acariciarse ni de
besarse en ningún momento. No habían cruzado ni una sola palabra, pero
no hizo falta. A veces, los sentimientos se pueden leer en la mirada. En este
caso hablaban sus cuerpos y cada cual pudo comprobar que el otro estaba
necesitado del calor y la urgencia de hacer el amor juntos. Hacía más de una
semana que no tenían sexo y aquello fue una completa explosión, tanto
como la que se producían en el exterior.
En la cama, desnudos, saciados, sudorosos y abrazados, cuando sus
respiraciones se normalizaron y fueron conscientes de lo que acababan de
hacer, comenzaron a reírse sin parar.
—Eres un cabrón, Héctor Gandía —murmuró Mónica, sonriente.
—Y tú una completa bruja que me tiene hechizado —reveló atrayéndola
más hacia su cuerpo y besándola con pasión.
—¿Qué coño haces aquí después de haberme dejado plantada? —le
reprochó.
—Me he replanteado todo —le comunicó con una sonrisa, acariciándole
el rostro con la mano derecha.
—Estás jugando conmigo y eso es algo que nunca le he permitido a un
tío.
—Estaba confuso —justificó.
—¿Confuso? —preguntó sorprendida.
—Sí. Tú me confundes demasiado.
—No soy tonta, todo cambió entre nosotros cuando comenzamos a
hablar de tu hermano. ¿Qué pasó? —preguntó de forma directa.
Incorporándose un poco para mirarlo a los ojos.
—No sé, imaginarte a ti y a Andrés juntos…
—Por favor, éramos unos críos. Y fue un simple beso.
—¿Un beso? —preguntó sacudiendo la cabeza.
Ella asintió.
—Sí, un beso. Vale que tu hermano me diera mi primer beso, eso nunca
se olvida, pero no éramos novios ni nada. Fue en la fiesta de tu cumpleaños.
Cuando jugábamos a la gallinita ciega. Yo ya tenía catorce años, pero
siempre vi a Andrés como a un hermano. Le dejé claro que no me gustaba.
Y eso jamás cambió. —Héctor la miraba sonriente—. ¿Por qué me miras
así? —preguntó de golpe, a modo de reproche.
—¿Tu primer beso fue con catorce años y ese día? —preguntó
asombrado.
—Sí —respondió a la defensiva—. ¿Qué te pasa? —Le molestaba cómo
la miraba.
Héctor soltó una sonora carcajada, la besó y rodó con ella por la enorme
cama atrapando su cuerpo con el suyo.
—No me lo esperaba —murmuró sobre sus labios mientras le acariciaba
los pechos.
Ella fue a decir algo más, pero no la dejó hablar. Le hizo el amor de
forma lenta y pausada, saboreando cada instante y cada centímetro de la
piel de aquella mujer que lo traía loco desde hacía años.
—No me he tomado las uvas por tu culpa —murmuró Mónica sobre el
pecho desnudo de Héctor cuando volvió a recuperar el aliento.
—Tienes que admitir que esto ha sido mejor. Comenzar el nuevo año
haciendo el amor, con las campanadas y los fuegos artificiales de fondo.
—No soy de tradiciones, pero comerme las uvas es algo que siempre he
hecho, y, hasta ahora, me ha ido bien.
—Este año será mejor, lo presiento.
—Ah, ¿sí? ¿Por qué?
—Porque tú estás en mi vida —confesó de golpe.
—Tenemos que hablar —dijo Mónica con aire mandón.
—Vaya, con lo bien que estamos así —se quejó Héctor, sonriente y
juguetón.
—Me dejaste plantada en este viaje y me planteaste romper nuestro
acuerdo —le reprochó de frente.
—Te viniste sola y aceptaste romper —le recordó.
—¿Qué querías que hiciera? No iba a llorar por ti. Nunca he derramado
lágrimas por un hombre —le dejó claro.
—¿Podemos comenzar de nuevo? —preguntó con paciencia—. He
estado muy agobiado la última semana.
—¿Qué propones? —preguntó ella con desconfianza.
—¿Te has acostado con alguien desde nuestra última vez? —Los celos
se lo comían por dentro.
—Si respondo, tengo derecho a preguntar lo mismo —le dejó claro.
—Mi respuesta es no. No me he acostado con nadie —dijo de
inmediato.
—Yo tampoco.
En la cara de Héctor se dibujó una sonrisa.
—Tendremos que recuperar el tiempo perdido —murmuró sobre sus
labios.
—Ah no, ni pienses que voy a estar metida en esta habitación los tres
días que nos quedan en Lisboa. He venido dispuesta a conocer esta
maravillosa ciudad.
—Haremos turismo, pero las noches son nuestras. Luego no me digas
que estás cansada.
—Yo nunca estoy cansada para el sexo. Y contigo es increíble —
confesó sentándose a horcajadas sobre él.
—Me alegra saberlo —manifestó con orgullo.
—Continuemos con nuestro trato. Exclusividad en la cama, señor
Gandía —le recordó Mónica mientras que le mordía a conciencia el lóbulo
de la oreja.
—Todo un placer, señora abogada.
Ambos sonrieron y rodaron por la cama con la sensación de que estaban
felices como nunca antes.
El resto de la noche lo pasaron desnudos, durmiendo abrazados, como
una pareja enamorada.
18
Cuando Héctor escuchó que había terminado, volvió a entrar sin pedir
permiso.
—Voy a ducharme. Lo necesito —le indicó haciendo grandes esfuerzos
mientras se levantaba del retrete.
—Bien, vamos a ello.
—No.
—No puedes por ti misma. No discutas más —le reprendió.
Él se acercó y comenzó a sacarle la camiseta del pijama sin permiso.
Cuando vio sus pechos desnudos y su cuerpo, apreció que estaba más
delgada, mucho más. La ayudó hasta la ducha, que era enorme, mientras
Mónica hervía por dentro. Verse en aquella situación la tenía de malas. No
le hacía bien sentir las manos de Héctor sobre su cintura, ni su cuerpo tan
cerca del suyo.
Cuando estuvo debajo del agua, intentó deshacerse del contacto de él,
pero en ese intento, resbaló y Héctor la cogió entre sus brazos con agilidad
impidiendo que su cuerpo tocase el suelo. Él terminó debajo de la ducha,
vestido y con la mujer que deseaba entre sus brazos. Ambos se quedaron en
silencio, mirándose, sintiendo el ritmo acelerado de sus corazones. El deseo
y la atracción eran tan poderosos que ninguno de los dos pudo negarlos.
Sin pensarlo, Héctor se apoderó de los labios de Mónica y los devoró.
Ella le correspondió con ganas, allí bajo la ducha y sintiendo el agua correr
por todo su cuerpo.
Cuando Mónica intentó sacarle la camiseta a Héctor, él reaccionó ante
sus claras intenciones.
—No podemos.
Esas palabras la hicieron regresar a la tierra, y por primera vez en su
vida deseó que esta se la tragase estando frente a un hombre.
—Tienes razón, joder… —maldijo alejándose un poco de él, abrumada.
Héctor cogió una esponja, echó jabón y comenzó a lavarle todo el
cuerpo con mimo, en silencio, entre miradas cómplices y cargadas de puro
deseo.
—Relájate —le susurró en el oído.
—Como si fuese tan fácil —protestó ella—. Acaba ya —le ordenó con
poca paciencia.
Héctor no pudo evitar sonreír mientras pensaba que esa mujer no tenía
ni idea del poder que ejercía sobre él.
La sacó de la ducha y la envolvió en una toalla con cuidado. Le dolía
verle cada moratón en su maravilloso cuerpo. Su piel era tan blanca que se
notaban más que en otra persona.
—Puedo vestirme yo sola —le indicó Mónica cuando vio que él se
disponía a hacerlo.
—Te llevará más esfuerzo y tiempo. Así terminaremos antes y podrás
descansar en el sofá.
Ella bufó de frustración, pero terminó por aceptar.
La admiró desnuda mientras le secaba la piel como a un bebé y le
colocó cada prenda como si lo hiciese a diario. Admirando cada parte de su
cuerpo.
—Esto es una completa tortura —se quejó Mónica cuando él la llevaba
ya vestida, de la mano, camino hacia el sofá del salón.
—Sí que lo es. Te doy toda la razón. Tenerte así y no poder tocarte ni
besarte como quiero es todo un calvario —afirmó mientras la miraba con
ojos sinceros y cargados de deseo.
Mónica se paralizó al escuchar su confesión. No la esperaba. No
después de tanto tiempo ni de dejarlo como lo dejó. Entendía a la
perfección que le tuviese rencor y le resultase una persona no grata.
Héctor la observó bien, le dedicó una sonrisa y le preguntó:
—¿No lo esperabas? Sigues siendo la mujer más importante que ha
pasado por mi vida. No me avergüenza reconocerlo frente a ti. Lo he pasado
realmente mal todos estos meses, alejado de ti, pero me quedó claro que no
era correspondido. Para ti lo nuestro fue una aventura y yo me impliqué con
sentimientos verdaderos —confesó con valentía—. Quería convivir contigo,
que fuésemos una pareja. No sé cómo pasó, pero lo cierto es que me
enamoré de ti.
—Joder, Héctor… No me hagas esto —le indicó con el corazón alterado
y un nudo en la garganta.
—Durante este tiempo he aprendido que no sirve de nada ocultar los
sentimientos. La vida puede acabarse al segundo siguiente y llevarnos para
siempre sin decir lo que sentimos.
Mónica se sentó de golpe, se sentía mareada. Era la primera vez que un
hombre le confesaba de forma abierta y sincera que se había enamorado de
ella. La sensación de vértigo, miedo y vacío la sobrecogió. Lo miraba
asustada, sin saber qué decir ni cómo reaccionar a algo que le venía muy
grande.
En un impulso, sin pensarlo, tiró de la camiseta de Héctor, lo acercó a
ella y lo besó. Se enredaron en un momento maravilloso para ambos, se
besaron y se acariciaron hasta que sus cuerpos estuvieron encendidos por
completo.
—Mónica… —murmuró Héctor sobre sus labios.
—No te atrevas a decirme que no podemos. Te necesito —confesó a
modo de orden. Ella siempre tan directa.
—Apenas puedo tocarte sin que sientas dolor. Estás muy dolorida. No
quiero hacerte daño.
—El verdadero daño me lo harás si paras ahora.
Héctor chasqueó la lengua, le dedicó una medio sonrisa, la cargó en
brazos con cuidado y la llevó hasta la cama. Allí la desnudó con mimo.
Mónica sentía que se encontraba en medio de una verdadera tortura de
placer. Héctor la cuidó al milímetro. Se aseguró de complacerla al mismo
tiempo que no sintiese molestia alguna en su cuerpo magullado. Se cernió
sobre ella sin dejar caer su peso sobre su cuerpo, y la besó. La penetró con
delicadeza tras colocarse un preservativo bajo la atenta mirada de ella.
Mónica sintió que se encontraba en el mismísimo cielo. Hacía meses
que no estaba con nadie. Entre la pandemia y que no conseguía deshacerse
de los recuerdos de Héctor, no había vuelto a estar con otro hombre. Su
cuerpo vibró y lo recibió con ganas. La forma en la que le hizo el amor fue
exquisita y delicada, no pudo evitar que dos lágrimas brotasen de sus ojos
cuando alcanzaron el clímax y se abrazó a él desesperada. Nunca nadie le
había dado tanto. Ni hacer el amor le había resultado tan bonito. Deseó
quedarse abrazada a Héctor Gandía para siempre.
Tras unos minutos en silencio, hasta que sus cuerpos y sus respiraciones
se recuperaron por completo, Héctor le preguntó:
—¿Estás bien?
La preocupación que leyó en sus ojos la emocionó.
—Sí. Gracias. Ha sido maravilloso. Perfecto.
—Tú eres maravillosa y perfecta —murmuró Héctor mientras aspiraba
el aroma de su piel—. ¿Me has echado de menos? —se atrevió a preguntar.
Advirtió que era una mujer necesitada.
—Creo que es evidente. No podría negarlo.
—Yo también te he echado de menos. He soñado contigo cada noche y
te he buscado en cada mujer con la que he estado —confesó.
El hecho de que Héctor nombrase a otras mujeres hizo que el cuerpo de
Mónica se tensase.
—Vaya… No has perdido el tiempo —comentó a modo de reproche
intentando alejarse de él.
—Me dejaste. Estaba herido y tenía necesidades —intentó justificar.
—No me debes explicaciones de nada —lo cortó de inmediato.
—¿Han pasado muchos hombres por tu vida en este tiempo? —
preguntó con miedo—. ¿Tienes algo con alguien?
—Desde que nos dejamos de ver mi vida ha dado un gran cambio.
Supongo que la pandemia nos ha roto los esquemas y la forma de vivir la
vida a todos. Ahora siento cierto…. —No sabía cómo explicarlo— respeto
antes de acostarme con un tío.
—¿Te planteas tener una relación seria y formal con alguien? —
preguntó esperanzado.
—Puede ser. Pero tiene que aparecer ese alguien especial que me haga
creer en ello.
—¿Yo no te valgo? ¿Nunca llegaste a sentir por mí algo más que deseo?
—Me hiciste sentir muchas cosas que no había experimentado antes,
pero no sabría calificarlas.
—¿Y si te ayudo? —La besó y ella se rindió a él.
26
Mónica les confesó a sus amigas por el grupo de whatsapp que había
vuelto a caer en los brazos de Héctor Gandía. Ellas mejor que nadie, sabían
todo lo que Mónica había sufrido al separarse de él, y celebraron que al fin
su tozuda amiga hubiese aceptado que estaba bien a su lado y juntos podían
convertirse en una pareja.
Sofía, desde la distancia, su vida estaba ahora en Arinaga con Marcos y
su hijo, la animó a que arriesgase como ella lo hizo y apostase por Héctor.
Lidia y Natalia se alegraron de que por fin hubiese un hombre en la vida de
su amiga, desde hacía meses no la conocían. A Mónica jamás le faltó una
aventura y desde que dejó de ver a Héctor se convirtió en una monja de
clausura.
El día siguiente, Mónica comió con Lidia y Natalia. Este año no harían
la típica cena y salida de amigas por Navidad. La situación por el covid no
era muy buena y decidieron dejarlo para cuando todo estuviese mejor.
Quedaron en casa de Natalia e hicieron una videoconferencia con Sofía, que
se encontraba en Arinaga.
Entre confidencias de amigas, Mónica les soltó que iría con Héctor a la
cena de Navidad de su empresa y que lo haría en calidad de su pareja.
—Ya veo que vais en serio —comentó Sofía, sonriente, con su hijo en
brazos, y feliz por su amiga.
—Héctor se ha portado muy bien conmigo desde el accidente. Es lo
menos que puedo hacer por él.
—¡Joder! A ver cuando eres valiente y nos confiesas que ese tío te
importa, y mucho —dijo Natalia a modo de queja.
—Tengo con él una especie de adicción. Me resulta imposible
separarme de su lado. Es un dios en la cama —añadió Mónica con una
sonrisa.
—Estás colada por él. Enamorada hasta la médula, reconócelo —la
animó Sofía.
—No digáis tonterías. Héctor es diferente a los demás. Punto. No sé lo
que esto durará, pero he decidido vivirlo y no huir de ello. Ya es un paso.
—Bueno, al menos eso es algo. En la fiesta de su cumpleaños salió
corriendo como una cobarde —murmuró Lidia.
—Todo ha cambiado —justificó Mónica.
—Sí, en eso llevas razón. Ahora estamos en un estado de alarma,
llevamos mascarillas para ir a todos lados, tengo las manos como las de un
cristo de tanto gel hidroalcohólico y echo de menos los besos, los abrazos y
dar la mano a los clientes. Ahora es todo más frío. Mierda de virus —se
quejó Natalia.
—Y no podemos viajar —apuntilló Sofía. Echaba de menos a sus
amigas. No las veía desde que nació su hijo Hugo.
—Esperemos que esta pesadilla acabe pronto y la normalidad vuelva a
nuestras vidas —deseó Mónica.
—Yo creo que todo esto nos ha hecho cambiar a todos. Ver la vida de
forma diferente —comentó Lidia.
Sus amigas asintieron. Mónica era la que más había cambiado en los
últimos meses y las demás eran conscientes de ello. La pandemia y Héctor
movieron todos sus cimientos, desestabilizándola hasta tal punto en el que
ella ya no era dueña de sus sentimientos ni de la vida que se había armado
durante años.
***
Marina volvió de Punta Cana tras hacerse el reportaje de fotos junto al
mar en el lugar donde construirían el nuevo completo de hoteles, con villas
privadas anexas. Para su gran sorpresa, recibió una llamada de la secretaria
de Héctor en la que le comunicaba que no estaba invitada a la cena de
Navidad de la empresa. Debido al empeoramiento de la pandemia se había
decidido, por expresa orden de los jefes, hacer algo muy discreto y solo
para el personal que llevaba años trabajando para la empresa.
Esta decisión le cayó a Marina como un jarro de agua fría. Contaba con
asistir y volver a ver a Héctor. Lo había llamado millones de veces, se había
presentado otras tantas de veces en su despacho y no había conseguido
hablar con él. Se habían acostado juntos en varias ocasiones y él la había
dejado de la noche a la mañana sin explicación alguna. Él era catorce años
mayor que ella, pero se había enamorado como una loca y no estaba
dispuesta a dejarlo, así como así.
Héctor acudió con Mónica a la cena, esta estaba compuesta por tan solo
diez personas. Nicolás acudió solo, el resto de personas eran de su absoluta
confianza dentro de la empresa. La única persona ajena a ella que asistió
fue Mónica. Héctor quería aprovechar la ocasión para presentarla como su
pareja, no lo hizo expresamente como tal, pero el hecho de llegar con ella
de la mano y que los viesen juntos lo decía todo sin necesidad de
explicaciones, algo que Mónica agradeció.
Entrar en aquel restaurante, de la mano de Héctor y que sus empleados
y socio fijasen la mirada solo en ella, la puso nerviosa como nunca antes. Se
aferró más fuerte a los dedos de Héctor y lo miró de soslayo, intentando
aparentar la seguridad que siempre la caracterizaba.
Las mesas estaban compuestas, cada una, por cuatro comensales, por el
tema de la pandemia no podían estar todos juntos. Mónica se sentó junto a
Héctor, Nicolás y Santiago, un arquitecto joven que llevaba unos años
trabajando con ellos.
Para gran sorpresa de Mónica, Héctor le propuso en plena comida si
quería trabajar como abogada para su empresa. No esperaba aquella
proposición, pero tras la insistencia de él y de Nicolás terminó aceptando.
La cena le resultó muy amena. Se sintió integrada y le gustó estar con
Héctor en un ambiente al diferente de los últimos días; los dos solos en la
intimidad. Comprobó que era un hombre muy atento con ella en todo
momento, se preocupó porque estuviese bien y a gusto en cada instante.
Nunca había valorado demasiado los detalles de los hombres, los gestos de
atención, pero comprobó que se sentía muy halagada cuando venían de
parte de Héctor.
—Te has acomodado en mi casa, ¿es que no piensas irte? —le preguntó
Mónica a Héctor risueña, abrazada a su pecho tras haber hecho el amor en
plena noche.
—Si quieres que me marche solo tienes que decírmelo —murmuró
mientras le acariciaba la espalda.
Mónica guardó silencio por unos segundos.
—Me gusta tenerte a mi lado. Me he acostumbrado a dormir contigo —
confesó al fin. Aquello le supuso un esfuerzo titánico, pero terminó
haciéndolo.
—A mí me gusta todo de ti, pero creo que eso ya lo sabes. —Héctor la
besó y la envolvió entre sus brazos.
Mónica no le respondió, pero él pudo sentir cómo se aceleraba su
corazón y su pulso. Sonrió sobre su cabello, la tenía abrazada sobre su
pecho, y se sintió feliz. Tenía la sensación de que todo con ella iba de
maravilla. Era consciente de que estaban cambiando muchas cosas en ella
que la misma Mónica tendría que asimilar, pero sería paciente. Estaba
seguro de que la espera valdría la pena. Amaba a aquella mujer y estaba
dispuesto a todo por ella. Se había propuesto que se volviese loca por él y
pensaba conseguirlo.
Todos estuvieron en la isla una semana más. Marcos y Héctor, junto con
Mónica como abogada de la empresa, firmaron un par de contratos con
unos clientes para reformar parte de dos hoteles.
Nicolás y Lidia cada día estaban más unidos, aquel viaje les sirvió para
conocerse mejor. Natalia los miraba y sentía envidia, hacían una pareja muy
bonita.
Por su parte, Mónica y Héctor disfrutaron de la isla como dos
enamorados. Él cada día tenía más detalles con ella, y ella, pese a no
admitirlo, le encantaba.
Una mañana fue una rosa roja en la bandeja del desayuno. Una noche,
una cena romántica con velas a la luz de la luna. Y el último día en la isla
Héctor le regaló una pulsera. Nada caro ni espectacular, como le hubiese
gustado. Era una pulsera fina, de cuero. Hecha a mano. A Mónica le
encantó al pasar por una tienda de artesanía, él la compró sin que ella se
diese cuenta, y a la mañana siguiente amaneció con ella puesta en su
muñeca. Cuando se la vio, no pudo reprimir el impulso de comerse a Héctor
a besos. Hasta ella misma se sorprendió de esta reacción, pero ese hombre
la traía loca.
De vuelta a Marbella, en el vuelo que los llevaría hasta el aeropuerto de
Málaga, Mónica iba recostada sobre el pecho de Héctor. Se sentía muy
cansada y no tenía ganas de hablar. Lidia, Natalia y Nicolás estaban
inmensos en una conversación que oía de lejos, sin ganas de participar en
ella.
—¿Las vacaciones te han dejado cao? —le preguntó Héctor con una
sonrisa burlona que ella no vio. Le acariciaba el cabello con mimo.
—Tú me has dejado así. —Levantó la mirada y lo observó con una
sonrisa seductora.
—Hacemos un buen equipo. —Ella asintió al comentario.
—¿Dónde vamos a dormir esta noche? —preguntó él con interés.
Mónica frunció el ceño.
—En mi casa, ¿qué clase de pregunta es esa?
—Necesito una estabilidad y un orden en mi vida. No puedo estar en tu
casa de forma indefinida con solo una maleta.
—Puedes volver a tu casa cuando quieras —le manifestó con cierto
toque de indiferencia.
—No era ese el planteamiento —contraatacó Héctor algo molesto.
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó a modo de reproche, separándose
un poco de él.
—Si vamos a vivir juntos, lo lógico es que decidamos dónde hacerlo y
uno de los dos se mude a casa del otro.
—¿En qué momento hemos hablado de vivir juntos? Digo, porque igual
yo estaba dormida.
—Hace más de un mes que vivimos juntos, no sé si te has dado cuenta.
Mónica chasqueó la lengua. No quería tener aquel tipo de conversación.
Profundizar y avanzar en su relación con Héctor le daba pavor.
—Ya sabes que eres bienvenido en mi casa —dijo tras unos segundos de
tensión en silencio.
Finalmente, Héctor esbozó una enorme sonrisa, tomó aquello como un
sí y le dijo:
—Yo también te quiero. —La abrazó y la besó. Luego le susurró en el
oído—: Mañana mismo llevaré mis cosas a tu casa.
Mónica no le replicó, algo bueno viniendo de ella pensó Héctor, que
había jurado armarse de paciencia y seguir fiel en ello. Su casa era más
grande que la de Mónica, pero no iba a insistir en que fuese ella quien se
mudase. Él tenía trazado planes de futuro para ambos y contaba con todas
las esperanzas del mundo en que estos se cumpliesen tarde o temprano.
—Mónica, ¿qué tal las clases de boxeo? Acabo de convencer a Lidia
para que se apunte. —Nicolás llamó su atención.
—Van bien. Me gusta. Es un deporte que nunca había practicado, pero
me entusiasma.
—En un par de meses tendrá un buen gancho. Tiene a un buen maestro
—fanfarroneó Héctor.
—Yo le he prometido a Lidia enseñarle. Un día podemos quedar los
cuatro —propuso Nicolás.
Héctor y Mónica asintieron mientras Natalia los miraba a los cuatro y
veía a dos parejas enamoradas que no se decidían a dar el paso de afirmarlo
ante los demás.
***
Durante la semana en la que Héctor estuvo fuera en Canarias, Vanesa,
su ex, no perdió el tiempo. Trazó planes e hizo algunos contactos. En esos
momentos se sentía satisfecha. Faltaba muy poco para que todo saliese
como había urdido.
***
Cuando Mónica llegó aquella tarde de trabajar, se encontró con varias
maletas y cajas en su salón.
—¿Qué es todo esto? —preguntó extrañada.
—Mis cosas —le indicó Héctor al tiempo que abría las cajas—. Si me
ayudas terminaré antes. —Ella lo miró con cara de pocos amigos—. Por lo
menos hazme un hueco en el vestidor —le pidió de forma amable.
Mónica se quedó pensativa ante estas últimas palabras. Nunca le había
hecho hueco a nadie en el vestidor. Cierta sensación extraña se apoderó de
ella, pero esta no la paralizó. Se dirigió a su habitación y comenzó a quitar
parte de su ropa para que Héctor pudiese colocar la suya.
—Eres un coñazo de tío, que lo sepas —bufó mientras descolgaba ropa.
—Sí, pero el mejor que ha pasado por tu vida. —Se acercó a ella y le
robó un beso—. Yo también te quiero. Me encantan estos besos robados —
murmuró sobre sus labios.
Mónica se separó un poco de él, lo observó en silencio, dejó caer la ropa
que llevaba en las manos y le tomó el rostro a Héctor. Lo acercó a su boca y
le devoró los labios.
—Cuando alguien me roba algo, lo recupero.
Héctor la miró con el corazón latiéndole a mil. Mónica lo desarmaba.
Siempre terminaba sorprendiéndolo y eso era lo que más le gustaba de ella.
Amaba a aquella mujer con toda su alma. Volvió a besarla con pasión y
terminaron en la cama, desnudándose con prisa. Necesitaban sentir piel con
piel y ser uno solo.
32
Nerviosa, llorosa y con toda la cara llena de maquillaje corrido, así fue
como Mónica se presentó en casa de Natalia.
Cuando su amiga le abrió la puerta y la vio así, se asustó. Pensó lo peor.
Mónica se abrazó a ella y rompió a llorar como no lo había hecho nunca
antes. Sentía un dolor tan grande en su interior que pensaba que se iba a
romper.
—¿Qué ocurre? —preguntó Natalia muy preocupada cuando se deshizo
de su abrazo desesperado y cerró la puerta. Caminó con ella hasta el sofá,
sosteniéndola, para que tomase asiento. Todo el cuerpo de su amiga
temblaba.
—Todo se ha ido a la mierda —lamentó entre jadeos. Se limpiaba las
lágrimas con las manos, pero no tardaban en volver a salir más. Ella no
quería llorar, pero era involuntario.
—¿Qué ha pasado? ¡Explícate! —le exigió con un grito.
—Héctor —anunció con rencor en la mirada, mientras se retorcía las
manos sudorosas.
—¿Le ha pasado algo? —preguntó con los ojos muy abiertos.
—Lo he encontrado en una habitación de hotel en la cama con dos
mujeres —dijo al mismo tiempo que sentía que se le partía el corazón.
—¡¿Cómo?! ¿Pero hoy no era su cumpleaños e ibais a pasar el fin de
semana juntos celebrándolo?
—Eso mismo creía yo. —Mónica se derrumbó de nuevo. Aquella
escena de Héctor con ambas mujeres en la cama no se le iba de la mente.
—No entiendo nada. ¿Habíais discutido?
Mónica negó con un gesto de la cabeza. Se secó las lágrimas y, con gran
dificultad, logró narrarle a su amiga cómo pasó todo.
—Nada tiene coherencia. Estabais mejor que nunca —comentó Natalia
tras escuchar con atención lo que le contó su amiga y procesar toda la
información. Para ella era un puzle donde le faltaban piezas.
—Siempre tuve la sensación de que no llevaba bien el hecho de que yo
tuviese más experiencia sexual que él. Que hubiese llevado a cabo cosas
que él no había probado. Al parecer quería que estuviésemos en igualdad de
condiciones.
—Saltaba a la vista que Héctor estaba loco por ti. ¿De verdad crees que
necesitaba eso?
—No lo sé. —Lloriqueó—. ¡Quién entiende a los tíos! —lamentó
cabreada consigo misma. En el fondo siempre tuvo la sensación de que
Héctor le iba a romper el corazón. De ahí todos sus miedos con él.
—Yo creo que debéis hablar. Escúchalo. Que te dé una explicación —le
aconsejó.
—Lo que mis ojos vieron está muy claro. ¿Qué quieres que me
explique, cómo se tiró a esas tías? ¿Qué posturas hicieron? —preguntó en
un arrebato de ira y rabia.
—No lo sé, solo te digo que a mí todo esto me parece muy raro. Yo
juraría que para Héctor no había más mujer que tú. La forma en la que te
miraba… Os observé bien cuando viajamos para la boda de Sofía y Marcos.
Cuando ellos se casaron y cogieron a Hugo en brazos vi la mirada de
Héctor. Gritaba que quería algo así contigo.
—Pues ya ves —respondió enérgica—. Pero todo esto me pasa por
tonta, por confiar —ladró con coraje—. Por enamorarme de un tío como
una loca. Con lo bien que he estado yo hasta que apareció Héctor Gandía en
mi vida —bufó fuera de sí.
—¿Qué has dicho? —le preguntó Natalia sonriente, tomándola del
antebrazo y haciendo que parase.
—Qué estaba muy bien sin él —recalcó alzando la voz.
—No, lo otro. Lo de que te has enamorado como una loca. ¡Por fin lo
admites! —celebró.
Mónica se quedó callada, suspiró y trató de encajar el cuerpo. Con los
nervios había sacado todo lo que llevaba por dentro. No era el mejor
momento para admitir sus sentimientos por Héctor. En aquellos instantes lo
odiaba.
—No urges más en la herida —le indicó al mismo tiempo que se
levantaba, le daba la espalda y se dirigía a la cocina a por un vaso de agua.
—Duele tanto porque es amor, porque él te importa —le dijo Natalia
alzando la voz—. Reconócelo. Héctor es el hombre de tu vida. Nunca
habías mirado a ningún tío como a él. Estoy segura de que ha despertado
mucho en ti.
—Esto no puede estar pasando, no a mí —reconoció con rabia.
Sentirse como se sentía por la traición de Héctor, darse cuenta de la
magnitud de lo que lo quería y cómo era perderlo la tenía destrozada. No
quería estar así, pero era algo involuntario a ella misma.
Mónica se derrumbó sobre los brazos de su amiga y lloró. Lloró hasta el
cansancio. Se quedó dormida en el sofá de Natalia y pasó toda la noche allí.
Héctor se puso en contacto con sus amigas pasadas unas horas, estaba
preocupado por Mónica, pero ninguna le dijo nada. Pasó la noche entera en
casa de la mujer que amaba, desorientado y nervioso. Nunca lo había
pasado tan mal como en aquellos momentos. La impotencia de no poder
hacer nada lo estaba matando.
Con el valor y el coraje que la caracterizaba, Mónica apareció por su
casa al día siguiente. Sabía de sobra que Héctor estaría allí esperándola,
quería terminar con aquello de una vez por todas y comenzar de nuevo. Si
algo tenía claro es que nunca más iba a confiar en un hombre como lo hizo
en él. Le entregó su alma y su corazón sin apenas ella saberlo. Se las robó
como un ladrón experimentado y ahora Mónica lamentaba que Héctor
Gandía hubiese entrado en su vida para dejarla como estaba en esos
momentos; rota de dolor y sin rumbo.
Nada más abrir la puerta de su casa, a Mónica le temblaban las manos y
las piernas cuando dio el primer paso, Héctor se levantó del sillón y se
dirigió a ella en dos grandes zancadas. La tomó por los brazos y la miró a
los ojos. Él los tenía vidriosos y sus ojeras eran evidentes. No había
dormido en toda la noche. Hacía un par de años que dejó de fumar, pero en
aquella noche de desesperación se fumó dos cajetillas enteras. Su aspecto
era desaliñado y su rostro lo tenía desencajado.
Mónica arrugó la nariz y miró encima de la mesa, donde permanecían
todas las colillas. Si algo odiaba era el olor a tabaco.
—No te acerques a mí —le advirtió en cuanto Héctor la rozó.
—No me mires de esa forma —le indicó en forma de ruego—. Te lo
voy a explicar todo.
—¿De verdad crees que hay una explicación a lo que vi? —preguntó en
tono jocoso. Pasó por su lado y fue a abrir las ventanas. Luego comenzó a
recoger la casa. Necesitaba hacer algo y no estar parada—. Creo que está
demás que te diga que te vayas. Ahórrame tenerte que echar de malas
maneras.
—Mónica… Yo no pensaba terminar en ese hotel con esas mujeres.
Marina se sintió mal y la acompañé a su habitación. Ya no recuerdo nada
más. Creo que me drogaron. Tienes que creerme —le rogó desesperado.
—Ya —dijo Mónica sin creerlo.
—¿Pensabas regalarte un trío por tu cumpleaños, que yo formase parte
de él y finalmente no pudiste esperarme? No lo entiendo. Me citaste en ese
hotel —le gritó con rabia—. Pensé que sería algo romántico y especial, y
para mi sorpresa mira lo que descubrí.
Héctor sacudió la cabeza, más convencido que nunca que le habían
tendido una trampa.
—Todo me condena, pero no planeé nada de eso. Mónica, sabes que yo
te quiero. Cuando estoy contigo no necesito más. Te aseguro que tú me lo
das todo.
Volvió a tomarla por los brazos y la miró a los ojos, rogándole que lo
creyese.
—Lo nuestro termina aquí. Fin. Se acabó. De ahora en adelante
diviértete con quienes quieras y haz los tríos que te vengan en gana, pero no
cuentes conmigo.
—Voy a demostrarte que todo fue una trampa. Yo nunca escribí el
mensaje que recibiste. Marina jamás aceptó que la dejase tirada en Punta
Cana.
—¿Era ella? —preguntó desconcertada, fingiendo una sonrisa—. Y si
fue ella quien escribió el mensaje… —aventuró—. ¿Me puedes explicar
cómo lo hizo desde tu móvil? Llevo meses contigo y no sé la contraseña de
desbloqueo —le recordó escupiéndole las palabras—. Yo más bien creo que
bebiste demasiado, ella se cruzó contigo y deseaste llevar a cabo una
fantasía sexual pendiente en tu vida, para igualarme —escupió entre
dientes.
—No —negó de inmediato.
—Héctor, no estoy para tonterías a estas alturas de mi vida —comentó
cansada—. Anoche me di cuenta de que lo nuestro o lo que sea que
tuviésemos, no va a ninguna parte. Lo mejor es continuar por caminos
separados.
—Yo no quiero eso —manifestó rotundo—. Quiero una vida contigo.
Creo que te lo he demostrado.
—Sí, anoche mismo —contraatacó con un dardo envenenado—. Vete —
gritó. Le quedaba poca paciencia.
Héctor chasqueó la lengua, consciente de que todo lo acusaba y ante la
actitud de Mónica no iba a conseguir mucho más. Recogió su abrigo y se
encaminó hacia la puerta.
—Mandaré a que recojan mis cosas —murmuró antes de marcharse.
—Yo te las enviaré, no te preocupes. No quiero verte más ni nada que
me recuerde a ti.
Él la miró por última vez, tragó con dificultad, y se marchó. El odio que
había reflejado en el rostro de Mónica lo partió en dos.
34
Por otra parte, Héctor, por fin, obtuvo las grabaciones del hotel en su
poder, pero no le sirvieron de mucho. Solo se apreciaba cómo entraba con
Marina, la agarraba por la cintura y cogían el ascensor juntos. Bajaban de él
en la planta quinta y Héctor ayudaba a Marina a entrar en la habitación.
Media hora después entraba su amiga. No había grabaciones dentro de la
habitación, por lo que las imágenes de nada le servirían para exculparse
ante Mónica.
Intentó hablar con Marina, pero ella fue hábil y lo rehuyó. Había
trasladado su residencia habitual a Barcelona y se negó a quedar con él.
Pero Héctor no cesó en el empeño, antes de poner rumbo a Canarias para el
bautizo, cogió un avión hacia Barcelona. La esperó en la puerta de su casa y
cuando Marina lo vio allí por poco se desmaya.
—¿No me esperabas? —le preguntó taladrándola con la mirada—. Abre
la puerta y pasemos dentro —le ordenó como si fuese su casa.
Ella lo obedeció sin decir nada. Héctor Gandía podía llegar a ser muy
intimidante si se lo proponía.
—¿Me echas de menos? —logró preguntar tras bajar el nudo que tenía
en la garganta y aparentar normalidad. Sabía qué había venido a buscar.
—¿Te estás escondiendo de mí? —preguntó acercándose a ella de forma
peligrosa.
—Yo… —Tragó con dificultad—. Todo lo contrario. Siempre me ha
gustado estar muy cerca de ti. Y disfrutar contigo.
—A eso he venido. A que me cuentes con pelos y señales cuánto
llegamos a disfrutar los tres en aquella cama del hotel el día de mi
cumpleaños. No he conseguido recordarlo bien.
—Ya… ya te lo expliqué.
—La verdad, Marina. —La tomó por el brazo y la miró serio—. No
estoy para tonterías. Ya he dejado pasar suficiente tiempo. Te has escondido
en el fin del mundo.
—He estado de vacaciones.
—No soy tonto, y creo que lo sabes. Tienes dos años de contratos
firmados. Trabajo asegurado. Cuéntame la verdad y la razones o te aseguro
que mañana no tendrás nada. Sabes que nunca voy de farol. Lo que digo lo
cumplo.
Marina comenzó a ponerse nerviosa, se paseó por el diminuto salón de
su casa retorciéndose las manos, meditando qué hacer.
Tras unos minutos en silencio, miró a Héctor y se sentó.
—Estaba despechada. Me dejaste tirada en un viaje con el que soñaba
junto a ti y me dejaste a través de tu secretaria. No querías verme y yo estoy
enamorada de ti —confesó, esto provocó una carcajada en Héctor—. Decidí
vengarme de ti. Te seguí el día de tu cumpleaños, fingí mi mareo para que
me acompañases a mi hotel y una vez allí te eché somnífero en la bebida. Te
llevé hasta la cama, te desnudé y luego le envié el mensaje a Mónica desde
tú móvil. Llamé a mi amiga y esperamos a que Mónica llegase. Que
rompieses con ella era mi plan. Lo siento. Nunca pensé que con ello te
perdería para siempre.
Héctor la miraba sin terminar de creérsela. La conocía bien y sentía que
estaba interpretando un papel pese a contarle lo que él deseaba.
—¿Cómo desbloqueaste mi móvil?
—Un amigo experto lo hizo.
—Vaya… lo tenías todo muy bien preparado.
—Quería recuperarte a toda consta —justificó—. Ahora me avergüenzo
de ello. ¿Me vas a obligar a que vaya y se lo cuente todo a Mónica? —
preguntó con miedo. Si eso sucedía, parte del plan se venía abajo. En esos
momentos estaba salvando su pellejo, pero si el nombre de Vanesa salía a
relucir iba a perder mucho más que todo con lo que la había amenazado
Héctor.
—No serviría de nada. Mónica no lo creería. Probablemente pensaría
que te pagué por ello. Me has destruido la vida y mi felicidad, Marina. Sin
embargo, en todo este tiempo no has hecho nada para volver conmigo, todo
lo contrario —apreció pensativo—. Hay algo más y terminaré por
descubrirlo.
—Me equivoqué, lo siento —comentó nerviosa, retorciéndose las
manos.
—Un lo siento no me vale. Ya tendrás noticias mías.
Tras un sonoro portazo se marchó.
37
Un mes después.
Héctor llevaba dos días en cama y cada hora se sentía peor. Tenía fiebre,
se encontraba muy cansado y aquella mañana se había levantado con mucha
tos y le costaba respirar. Llamó a su secretaría para que se pusiese en
contacto con su médico y le recetase algo.
En cuanto el médico llamó a Héctor y este le contó con detalles los
síntomas que tenía, el doctor envió una ambulancia a su casa.
Lo ingresaron, le hicieron pruebas y dio positivo. Tenía covid.
Como no contaba con familiares cercanos para informar, el médico se
puso en contacto con su secretaria, la que había dado el aviso inicialmente.
Esta, no quería molestar a su otro jefe, Nicolás, que debido a la muerte
repentina de su ex no pasaba por buenos momentos, pero no le quedó otra
opción. El médico le había dicho que el estado de Héctor era preocupante.
Lo iban a trasladar a la UCI.
Cuando la secretaria de la empresa se presentó personalmente en casa
de Nicolás para hacerle partícipe del estado de Héctor, Lidia se encontraba
allí. Desde hacía tres días se estaba quedando con la hija de Nicolás.
Tanto Nicolás como Lidia se quedaron sin palabras cuando la secretaria
los puso al tanto del estado de Héctor. Nadie sabía que había vuelto de
Punta Cana.
De inmediato, el pánico acudió a ellos, hacía varios días que Nicolás y
Marcos tuvieron contacto con Héctor e ignoraban cuándo se había
contagiado.
La secretaria les informó que el entorno de Vanesa estaba limpio en ese
aspecto, lo había averiguado. Aun así, Nicolás llamó a Marcos, le contó la
situación y todos se hicieron las pruebas. Finalmente, resultaron negativas.
Héctor no los había contagiado. Y, para más tranquilidad, Nicolás averiguó
que el avión en el que regresó su amigo de vuelta a España venía un
positivo, el cual contagió a parte de los pasajeros.
Nicolás quiso ir al hospital para interesarse por el estado de su amigo,
pero finalmente determinaron que llamar a los médicos o hablar con el
propio Héctor era lo más correcto, ya que él estaría aislado.
Tras varias horas y pedir favores, Nicolás consiguió hablar por teléfono
con Héctor. Tenía mucha tos y su voz estaba apagada. Antes de
comunicarse con él lo hizo con el médico que lo llevaba. Este le fue
sincero, Héctor estaba grave.
Lidia no sabía qué hacer, si contarle la situación real a Mónica o no. A
ella solo le dijeron que Héctor había dado positivo, lo necesario para
cuando le insistieron en que se hiciese la prueba del covid, pero ignoraba
que estuviese en España e ingresado de gravedad. Le habían dicho que
estaba bien para no preocuparla.
Finalmente, lo consultó con Nicolás y, entre ambos, llegaron a la
decisión de decirle la verdad.
Por su parte, la relación de Nicolás y Lidia se había enfriado bastante.
Ella solo permanecía en su casa por la niña en tan duros momentos al
perder a su madre. Él estaba bastante distante y ni en sus momentos más
bajos por la repentina muerte de su ex se había refugiado en ella.
47
—Nunca olvidaré este día —le dijo Mónica cuando volvían a su casa en
el coche—. Ha sido mágico. —Se sentía en una nube. Lo miró, cerró los
ojos y sonrió sumida en sus pensamientos.
—¿En qué piensas? —preguntó Héctor, intrigado.
—En el primer beso que nos dimos —reveló.
—Yo nunca lo olvidé.
—¿Por qué no me sacaste de mi error cuando no reencontramos y te dije
que fue con tu hermano?
—No lo sé. Me gustaba tenerlo como secreto. Siempre fuiste mi chica
prohibida. Me empalmé por primera vez cuando vi que te habían crecido las
tetas. Luego vinieron las curvas de tu cuerpo. Soñaba contigo cada noche
—le reveló sin tapujos—. Eras unos años mayor que yo, y yo un simple
niño. Te veía como un imposible. Cuando mi hermano vio que te besé me
dio un tirón de la camiseta y se colocó delante de ti para cuando te quitases
la venda. Yo estaba tan avergonzado que me escondí detrás de un sillón.
Pero nunca me arrepentí de haberte besado.
—Quién me iba a decir que el amor de mi vida, el hombre que me
vuelve loca, sería el primer chico con el que me besé. Desde que me
regalaste la pluma me pregunté mil veces qué quería decir aquella
inscripción. Estaba segura de que tenía un sentido, pero no se lo encontraba.
Cuando me confesaste que fuiste tú quién me dio mi primer beso le
encontré significado: A ciegas te encontré y siempre te recordaré como la
primera vez —recitó la frase que tantas veces le había alterado el sueño.
Héctor le dedicó una sonrisa. Le gustó escuchar aquellas palabras.
—Y a mí, quién me iba a decir que la inaccesible Mónica Peñalver
caería rendida a mis pies y cambiaría por completo su forma de ver y vivir
la vida.
—El amor lo cambia todo —murmuró ella sobre su mejilla al mismo
tiempo que le plantaba un sonoro beso mientras él sonreía con la mirada
centrada en el tráfico—. Me robaste mi primer beso y mi corazón —lo
acusó con tono jocoso.
—¿Qué piensas hacer al respecto? —le preguntó sonriente con la
mirada clavada en ella mientras esperaban en un semáforo en rojo.
—Cuando alguien me roba algo, lo recupero. Y, en este caso, voy a
quedarme toda la vida a tu lado porque sé que mis labios y mi corazón te
pertenecen.
Héctor no pudo evitar una sonora carcajada ante su argumentación.
—Me parece una decisión muy adecuada. La apruebo.
50
El hijo de Mónica y Héctor escogió el último día del año para venir al
mundo. El pequeño nació en una cesárea, pero todo salió muy bien.
Tuvieron un niño, de tres kilos ochocientos, que midió cincuenta y dos
centímetros, y al que llamaron Oliver.
—Desde que te conozco comienzo a creer en el destino. Nuestro hijo
decidió venir al mundo un treinta y uno de diciembre. Recuerdo que los dos
años anteriores pasamos dos noches maravillosas. Esta lo superará —
manifestó orgullosa, con su pequeño en brazos.
—Todo a tu lado es increíble, mágico —dijo Héctor con la mirada en su
hijo. Comía del pecho de su madre—. Gracias por darme tanto.
—Gracias a ti, por mostrarme todo lo que me estaba perdiendo, pero eso
sí, solo contigo. Yo también te quiero. —Le guiñó el ojo a aquella frase que
tantas veces él le había pronunciado y ella no le había devuelto respuestas,
solo silencios.
Comerse las uvas en la habitación del hospital, sentados en la cama y
acunando a su bebé recién nacido fue uno de los momentos más bonitos y
emocionantes de sus vidas.
—¿Qué deseo has pedido? —le preguntó Héctor a Mónica tras besarse
por primera vez en el nuevo año.
—Pasar el resto de mi vida a tu lado, que no me faltes nunca —reveló
tras besarlo.
—¿Y tú? —preguntó ella.
Él la miró embobado y luego a su hijo.
—Todos mis deseos ya han sido concedidos. No puedo pedir más. Estoy
a vuestro lado, tú me amas y nuestro hijo está sano. Sería avaricia pedir
más.
Mónica lo besó con verdadero amor sintiéndose una mujer muy
afortunada.
***
Un mes y medio después.
—Nunca imaginé compartirte con nadie, pero pasaría la vida entera
viéndote así con nuestro hijo. Algún día le contaré el gran sacrificio que
hizo su padre —comentó Héctor con una sonrisa mientras veía como
Mónica, desnuda, amamantaba a su hijo.
Estaban a punto de hacer el amor cuando el bebé se puso a llorar
demandando comida.
—Pasado mañana es tu cumpleaños, ¿te apetece que hagamos algo
especial? —le preguntó ella tras acostar al bebé en la cuna que tenían
instalada al lado de su cama.
Cuando Mónica se metió entre las mantas, Héctor la abrazó. Tenía todas
las intenciones de retomarlo donde lo habían dejado cuando el bebé
comenzó a llorar.
—Por experiencia te digo que no me gustan mis cumpleaños —
murmuró mientras le besaba el cuello, perdido en su aroma. El niño se
acababa de dormir y tendría un par de horas a Mónica para él.
—Este año puede ser diferente —lo alentó ella.
—No desafiemos al destino. No saldremos de casa y lo pasaremos los
tres juntos.
—Yo quiero organizar una fiesta. Aquí en el salón de nuestro hogar, en
el que somos tan felices, con amigos y familiares —le propuso ella.
Un par de meses antes de nacer el bebé se mudaron a la nueva casa.
—Hazlo el día que quieras, pero no el de mi cumpleaños —murmuró
mientras le daba besos húmedos por el cuello en dirección a los pechos.
—Concédeme ese capricho —le rogó—. Quiero que tengamos un
bonito recuerdo de ese día. Además, celebraremos tu cumpleaños y el día
de los enamorados. Quiero que toda nuestra familia y amigos sean testigos
de todo lo que te amo. Por favor…
—Está bien —murmuró Héctor, centrado por completa en otro tema,
continuaba recorriendo el cuerpo de la mujer que amaba a besos en una
clara dirección.
Agosto de 2022.
Cinque Terre.
—No podríamos haber escogido una luna de miel más maravillosa que
esta. Me encanta —le dijo Mónica a su marido, abrazada a él, en una
tumbona, con unas vistas increíbles al mar desde el lugar donde se alojaban.
Tras la repentina boda, quedaron en que Héctor se encargaría del viaje
de luna de miel, el cual sería sorpresa para su mujer. Escogió como destino
Cinque Terre porque era un lugar que tenían pendiente de ir juntos desde
hacía tiempo y quería sorprender a Mónica.
Dejaron al pequeño Oliver, de siete meses y medio, con sus abuelos y
ellos se marcharon quince días a disfrutar con total plenitud de su amor.
Pero las sorpresas aún no habían terminado. Tras una semana solos,
Héctor invitó a Marcos y Sofía para que pasasen unos días con ellos. Estos
no se negaron. Dejaron al pequeño Hugo con los abuelos y disfrutaron con
sus amigos de unos días de relax y diversión en pareja.
Para Mónica y Sofía aquello fue una completa sorpresa. Sus maridos se
encargaron de todo y ellas no podían estar más felices y encantadas. Unas
vidas que jamás hubiesen imaginado.
Marcos y Héctor nadaban en el mar mientras sus mujeres tomaban en
sol en una gran tumbona con techo que compartían.
—¿Hubieses imaginado alguna vez tu vida así? —preguntó Sofía con
los ojos cerrados. La noche anterior apenas había pegado ojo. Su marido la
tuvo despierta hasta el alba.
—Ni por asomo. Me lo dicen y me río. ¿Yo enamorada hasta las
trancas? ¿Casada? ¿Con un hijo, cambiando pañales, dando el pecho y
durmiendo poco? Pero soy muy feliz y no cambiaría lo que tengo en estos
momentos por nada del mundo.
—Somos muy afortunadas de haberlos encontrado y que hayan
cambiado nuestras vidas como lo han hecho. Son unos verdaderos magos
—murmuró Sofía con la vista clavada en su marido y en Héctor, que salían
del agua y media playa estaba pendiente a sus maravillosos y esculturales
cuerpos. En esos momentos estaban cogiendo unas motos de agua. Se
divertían como niños.
—Son dos grandes hombres, y mira —le indicó Mónica a su amiga
incorporándose en la tumbona—. Ni se dan cuenta de que tienen cachondas
a todas las tías solteras de la playa. ¿Vamos a marcar territorio y nos damos
una vuelta con ellos? —propuso Mónica. Su aire resuelto y divertido no lo
había perdido.
Sofía aceptó mostrándole una sonrisa.
Ambas mujeres, se levantaron y fueron hasta sus maridos. Lo besaron y
lo abrazaron mientras se sentían observadas y envidiadas por otras mujeres.
—¿Una carrera? —propuso Héctor a su amigo. Abrazaba a su mujer y
miraba a Sofía. Las incluía en el plan.
—Con Sofía no —dijo Marcos serio.
—No va a pasar nada. Si me caigo solo es agua —trató de convencerlo
su mujer. Le acariciaba el pecho y trataba de que se relajase.
—¿Qué pasa aquí? —preguntó Mónica con las manos en la cintura.
—Sofía está embarazada —anunció Marcos de repente.
—¡¿Cómo?! —preguntó Mónica sonriente—. ¿Y no me has dicho
nada? —le reprochó mientras se abrazaba a ella muy contenta. Sofía
siempre deseó tener más de un hijo.
—Me he hecho la prueba esta mañana y ha dado positivo. Cuando
regresemos iremos al médico, pero estoy bien.
Ambas mujeres se abrazaron, contentas y emocionadas. Héctor le dio la
enhorabuena a su amigo.
—Un paseo en moto, los cuatro, sin correr demasiado ni carreras, para
disfrutar del paisaje y de la costa —propuso Héctor.
Marcos aceptó.
Los hombres tomaron los mandos de las motos y los cuatro se
adentraron en el mar.
Tras un paseo, Héctor comenzó a darle velocidad a la moto, Mónica se
agarró fuerte a su cintura, le gustaba aquella sensación al mismo tiempo que
se sentía segura con su marido. En un giro, ambos cayeron al mar. De
inmediato, Héctor fue al rescate de su mujer.
—¿Estás bien? —preguntó tomándola por la cintura y acercándola a él.
Mónica asintió escupiendo agua. Él sonrió y la besó.
—No debí correr tanto —se disculpó por la caída.
—Me gusta la velocidad —le reveló ella rozándole los labios con la
lengua.
—Menos mal que no estás embarazada como Sofía —le indicó Héctor.
Ella asintió—. Me gustaría tener otro hijo, más adelante —añadió de
inmediato. Para su gran sorpresa, Mónica asintió de nuevo de buen grado
—. ¿Estás de acuerdo? —preguntó con suma alegría al ver su cara. Era una
idea que le agradaba.
—Sí —afirmó feliz y sonriente.
—¿Así de fácil? Pensé que me costaría más convencerte —manifestó
con sorpresa.
—Ya ves, el amor lo cambia todo.
Fin
Agradecimientos
A todos los lectores que esperan cada una de mis novelas y me piden
otra en cuanto la acaban.
El amor lo cambia todo, surgió a raíz de que muchos lectores de mi
novela Y de repente, el mundo se paró me pidiesen una historia para
Mónica y Héctor. Deseaban saber más de esta pareja.
Espero que su historia os haya gustado. Como en cada uno de mis
libros, intento que haya algo que sea diferente a los anteriores, que os
sorprenda y a la misma vez os mantenga enganchados a la trama.
Gracias a @bbccreative_1 por la portada de esta novela.
A Belén, por las correcciones, su dedicación y su opinión sobre esta
historia.
A Ro, por convencerme de crear una historia única para Héctor y
Mónica.
A mi madre, que es a la primera que le cuento cada idea que surge en mi
cabeza antes de plasmar las primeras notas.
Nos vemos pronto.
Elizabeth Bermúdez.
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