Kuro Ken
Kuro Ken
Kuro Ken
se solidarizaba contigo y lloraba tu dolor. No. Esta vez las nubes ligeramente grises se
abrieron para dar paso a varios rayos de sol que iluminaban el rededor con su calidez,
dibujando motitas de colores que flotaban como pequeñas hadas que revoloteaban, ajeno a
todo lo que se suscitaba en ese momento.
Sus labios morados y agrietados palidecieron al formar una línea recta, un fino surco,
en su rostro lloroso. Y entonces pudo sonreír un poco.
Ese pensamiento le hizo quedarse con la mente en blanco, y tuvo unos segundos de
paz antes de que el dolor volviera.
Le oprimía.
Lo sofocaba.
No podía.
No se supone que las desgracias pasaran a la gente buena, pero, ¿Cómo no esperar
que un tierno cachorrito fuera arrollado por no mirar a ambos lados de la calle? Esa
pregunta carecía de sentido, como el pensamiento inicial.
Las cosas simplemente pasaban. No le pasaban a él, por ser él. No le pasaban a ella
por ser ella.
Simplemente era un curso natural. O asi estaba escrito. O se lo busco. ¡Quizá hasta
los dioses habían conspirado para que eso sucediera! Pero sin causas. Sin una razón más que
estar aburridos. Y esa sería una injusticia, pero al menos tenia a alguien a quien echarle la
culpa.
Fue curioso lo que paso. Y si tan sólo no lo hubiera dejado salir, si tan sólo le hubiera
hecho quedarse ahí, a su lado, seguro. Ese tierno cachorrito no se habría ido al cielo.
Kenma y él llevaban años juntos, desde que el introvertido chico peli teñido se hubo
mudado a la casa contigua a la suya, en un barrio tranquilo.
Empezaron jugando vóley, vaya que le había costado hacerle hablarlo. Cada vez que se
acercaba a ese árbol donde siempre estaba sentado, con una consola en las manos, como
agazapado. Precisamente a la espera de que Kuroo llegase a molestarlo y decirle que jugara
con él, Kozume huía como si le hubiesen prendido fuego en el trasero.
Y vaya que le daba gracia, pero no le hacía menos tierno.
Hasta que una vez tuvo su oportunidad, cuando unos niños un par de años mayores
que Kenma le molestaban, al parecer por estar siempre retraído y con la consola en las manos,
ignorando a todo aquel que le hablase, y a los brabucones no les gustaba ser ignorados. Llego y
llamo su atención, plantándose imponente frente a Kozume para poder dar la cara con él.
El ser un intento de héroe le había costado una mejilla morada y sangre en la nariz
antes de que se acercara el guardia del parque donde siempre jugaban y llamara a sus padres.
Le costó mucho trabajo hacer que dejase de llorar, pero satisfecho estaba, por que lloraba por
él y no por su consola rota.
Desde entonces, hablar con Kenma se había hecho más fácil; el pequeño gatito se
mostraba más accesible a compartir su espacio con él, aunque siempre se mantenía a una
pequeña distancia. Sus mamas se habían hecho amigas desde que los recogieron en la oficina
del parque, y llevaban a uno u otro a casa para que pudieran jugar mientras ellas platicaban.
Poco a poco había ido introduciendo a Kenma a su mundo, enseñándole a jugar vóley
aun contra los perezosos deseos del menor, viendo partidos juntos, durmiendo hasta tarde por
platicar de los jugadores que admiraba. Y claro, ellos jugaban seguido en la consola que tenía
Kenma en su casa.
Pero no tan seguido, pues siempre lo arrastraba con él. Le hacía seguirlo a cazar
insectos, jugar atrapadas o simplemente a ver las estrellas y platicar sobre las formas que
tenían las nubes. Kuroo tenía mucho que decir, y Kenma siempre le escuchaba. Ambos se
entendían.
Lograron aprender a entenderse, a leer el lenguaje corporal que tenían ambos, a ver a
través de una mentira.
Fueron juntos a la secundaria, pero cuando Tetsurou tuvo que entrar al bachillerato, el
primer año, apenas lo veía. Entraba antes que Kenma, y salía después de él. Las tareas eran
estresantes y a veces le dejaban muchas, y empeoraba por el club de vóley al cual había
entrado.
Los ojos se le llenaban de lágrimas de sólo pensar en que no lo tenía junto a él jamás.
Que no envejecerían juntos como habían prometido. Que no lo vería caminar hacia el altar
donde lo esperaría ansioso, y donde calmarían sus nervios al tomar sus manos fuertemente.
Dio otro sorbo a la botella de ron que había estado bebiendo por un rato, apoyado en
la pared mientras veía una fotografía de su hermosa sonrisa retratada mientras Kuroo besaba
su mejilla con ternura. Estaba encerrado. Las luces apagadas y las cortinas cerradas para
evitar que la luz entrara. Ya no había más luz. La luna que lograba iluminar su vida ya no
estaba más en ese mundo. Ya no podría verle huraño por las mañanas, reacio por comenzar
otro día en la universidad. No comería con él ni le robaría besos mientras se cepillaban los
dientes. No probaría sus labios, ni marcaria su cuerpo. Ni lo volvería a reclamar como suyo
como tanto le gustaba hacer.
Kenma se tenía que apresurar en entregar un trabajo a uno de los maestros, era de ese
quisquilloso profesor que le amargaba la vida a sus estudiantes y presionándolos hasta el
límite. Y Kuroo sabía que su gatito estaba estresado por esa asignatura en especial.
En ese momento quizá fue eso lo que no le dejo detenerlo con tanto ahínco para que se
quedase con él.
— ¿Llevas todo? ¿El celular? ¿Cargador portátil? —Había preguntado como por
enésima vez, ajustando la bufanda de cuadros rojos en el cuello de su novio, ambos en el vano
de la puerta cerrada.
No importaba la edad que tuviera, Kenma seguía perdiéndose por ir distraído con algún
juego, y eso le irritaba a Kuroo, pero era más preocupación que otra cosa. Por lo que siempre
que el menor salía, le repetía esas preguntas como un mantra. Tenía harto a Kozume, pero al
menos le funcionaba y ocasionalmente se regresaba por algo que había dejado de lado.
— ¿Tienes que ir hoy? El clima es una mierda, te va a hacer daño. Espera y más tarde te
llevo yo en el auto —Intento convencerlo de nuevo a que se quedas y cenaran de una vez
juntos, pero de nuevo, Kenma se había negado.
De haber sabido que ese era el último beso que recibiría de él, entonces le habría
obligado a quedarse. A aferrar su pequeño cuerpecito a sus brazos y no dejarlo ir jamás.
—Hice caballa asada, y te prepare la tarta de manzana que te prometí por haber
terminado el trabajo a tiempo —Le dijo, y casi pudo ver esa hermosa sonrisa que se posaba en
sus labios cada vez que escuchaba sobre su postre favorito.
Un grito de Kenma…
Pudo ver bajo la mascarilla su última sonrisa antes de oír el pitido que indicaba su
corazón se había detenido, y su mano volverse pesada entre las propias.
Le habían organizado el funeral más bonito, pequeño, familiar, pero con muchas
lágrimas de por medio.
Kuroo negó, y se mantuvo en su sitio en la cama que solía compartir con su gatito, en
su lado de la misma, y los brazos flexionados hacia arriba, asi como los acomodaba cuando le
abrazaba. Con sus ojos entreabiertos, vacíos. Mirando la mismísima nada.
Pero ya nada de eso importaba. Ya no tenía a la persona que más quería a su lado. No
podría estar con él jamás. No de nuevo.
—Por favor… ponte de pie, come algo. Estoy seguro que Kozume no querría que…
— ¡¿Y tú qué sabes lo que Kenma querría?! —La mención de su gatito a los labios de
Tsukishima le hizo exaltarse, levantándose de repente y encarándolo. Mostrando su rostro
demacrado, las ojeras bajo sus ojos rojos y vacíos. Apretando los costados de la cama.
Cuando vio al rubio de lentes retroceder algo sorprendido pudo reaccionar también, bajo la
cabeza debido al mareo —… lo siento —Susurro tomándose la cabeza con la mano,
encogiéndose en sí mismo.
Tsukishima se mostró más sereno, comprendía el estado en el que estaba, asi que no
se molestó.
Entre Bokuto, Akaashi y Tsukishima se habían estado turnando para poder ir a ver el
estado de Kuroo, intentando que este comiera algo o que hablara siquiera, que no les
respondiera con monosílabos o aparentara estar dormido. Y cada vez que iban, después del
mes que paso desde la muerte de Kenma, Kuroo tenía más y más botellas de alcohol
esparcidas en el suelo, y ninguno tenía idea de cómo las conseguía si nadie lo había visto
salir.
Su estado era más preocupante cada vez, pero ninguno dejaba de esforzarse por
hacer que su amigo saliese adelante.
—Te he traído algo de comida… deja de ser un idiota descuidado y ven a alimentarte
—Como su amigo y… como alguien que gustaba de él, no le gustaba verlo asi de mal. Era
deplorable el estado en el que se encontraba, pero también razonable. Nadie se imagina en
ese lugar hasta que le pasa —Ponte algo más de ropa y baja.
Le pidió esta vez con voz amable, y no sin antes dar un último vistazo a su figura
considerablemente más delgada, volvió sobre sus pasos y camino hasta la cocina.
Esa casa estaba limpia más por su mano y la de Akaashi, de lo contrario sería un
desastre como lo era el cuarto de Kuroo. Le pesaba no saber cómo ayudarlo, que Tetsurou
no se dejase ayudar, que se cierre cuando nunca desde que lo conocía lo había visto hacerlo.
Eso decía, pero aun asi siempre le daba sus respetos en el altar que estaba en la
pequeña sala, y le preguntaba en su mente si algún día liberaría a Kuroo de sus sentimientos,
si dejaría algo que amar.
Ya había terminado de poner la mesa para dos personas, con algo de curry y arroz
además de una sopa para que le cayera mejor. El día estaba igual de gris que el resto de los
demás días anteriores, apenas saliendo el sol un rato y luego se ocultaba perezosamente.
Y habían pasado varios minutos desde que dejo a Kuroo solo. Se extrañó, frunció el
ceño y se levantó a ir a su habitación y buscarlo. No estaba en la cama.
Por inercia fue a la ventana, pero la habían asegurado asi que era imposible que
saltase.
Entonces una arcada en el baño le hizo correr hacia ahí, y entrar para ver a un
Tetsurou inclinado sobre el retrete, vomitando, una botella de ron que se seguía derramando
a sus pies y un frasco de pastillas abierto.
Bokuto y Akaashi, detrás de la puerta, se veían con alivio y conmoción, con los labios
apretados y un nudo en sus gargantas cuando escucharon los sollozos bajitos y ásperos de su
amigo.