Detalle de Tracion Siete AA
Detalle de Tracion Siete AA
Detalle de Tracion Siete AA
La Tradición de Auto mantenimiento de A.A. ha venido evolucionando para llegar muy lejos
desde sus comienzos en la época económicamente desesperada alrededor de 1938, cuando Bill y
sus allegados deseaban silenciosa y urgentemente que John D. Rockefeller hiciera una gran
donación a la Comunidad en ciernes en ese entonces.
En 1947, Bill dijo: “Debemos mantenernos principalmente, y al fin y al cabo únicamente, con las
contribuciones voluntarias de los miembros de A.A.” Aunque fue necesario al comienzo cuando
A.A. tenía una apremiante necesidad de ayuda ajena (la cual, Bill comentó, hizo posible la
creación de la Fundación Alcohólica y la Oficina General y la publicación del libro Alcohólicos
Anónimos) los tiempos habían cambiado. “Por eso”,
Bill dijo, “se está difundiendo por toda la Comunidad un fuerte sentimiento de que … debemos
dejar de ser de los que toman de la sociedad. Seamos de los que dan”. Además, la noticia de que
cada grupo de A.A. había llegado a mantenerse a sí mismo iba a crear en el mundo cantidad de
inapreciable buena voluntad.
1) Cubrir los gastos de la Sede General que ofrecía un plan de servicio a los alcohólicos de todo el
mundo, de acuerdo con el objetivo primordial de A.A. (se describía como trabajo de Paso Doce a
nivel internacional); y
2) Cubrir los gastos en los que la Sede General incurría en sus operaciones como centro
coordinador de los grupos de A.A. En este artículo se recalca el hecho de que las contribuciones
eran voluntarios—no eran cuotas ni tarifas. También dice que las contribuciones “…se utilizarían
solamente para sufragar los gastos de operación de A.A.”
Para el número de septiembre de 1957 del Grapevine, Bill escribió un artículo titulado “Con
respecto al dinero” en el que yuxtapone las contribuciones ajenas y el automantenimiento:
“Nuestra manera de vida espiritual está asegurada para las futuras generaciones si, como
Sociedad, no caemos en la tentación de aceptar dinero de fuentes ajenas. Pero esto nos deja con
una responsabilidad—que todo miembro debe comprender. No podemos ser tacaños cuando el
tesorero de nuestro grupo pasa el sombrero. Nuestros grupos, nuestras áreas, y A.A. en su
totalidad no funcionará a menos que dispongamos de servicios adecuados y se paguen los
gastos que entrañen”.
Diez años más tarde, como si fuera para concluir, Bill escribió en el Grapevine: “Entendemos
muy bien estos dos principios: que AA no desea la caridad; que mantenemos nuestros propios
servicios. Lo entendemos—pero a veces lo olvidamos.”
• Los miembros de un grupo se dan cuenta de que se ha acumulado en su cuenta bancaria más
dinero del que necesitan para cubrir los gastos de los próximos dos o tres meses. El coordinador
convoca una reunión especial para considerar formas de eliminar el superávit.
• Una oficina local de A.A. recibe un donativo de $2,000 de parte de un familiar no alcohólico de
un miembro. El director expresa su gratitud, pero lo rehúsa, explicando que A.A. no acepta
contribuciones ajenas.
Se ve claramente que en A.A. la forma de tratar el asunto del dinero y cómo manejarlo es muy
diferente a la de la mayoría de las demás organizaciones y esa forma de tratarlo tiene profundas
implicaciones para Alcohólicos Anónimos, en el pasado, presente y futuro.
Un poco de historia
Como todas las Doce Tradiciones de A.A., la Séptima surgió de una serie de pruebas y tanteos, a
menudo a pesar de los esfuerzos de quienes les dieron conformación. En las décadas de los 30 y
los 40, cuando la suerte del nuevo movimiento parecía dudosa por no decir más, muchos de los
miembros fundadores estaban convencidos de que, para que A.A. sobreviviera y se desarrollara,
era absolutamente necesario tener una gran infusión de dinero. Los grupos de Akron y de Nueva
York estaban bien arraigados mientras que los demás grupos acababan de dar un incierto
comienzo. En 1940 se abrió una pequeña oficina central para suministrar literatura y ayuda de
Paso Doce a los alcohólicos y sus familias. Pero había otros millones de alcohólicos enfermos
que necesitaban el mensaje de recuperación, y los borrachos recién sobrios sentían la
apremiante necesidad de tenderles la mano.
Entre los miembros pioneros, los «promotores» tenían grandes ideas: publicar un libro,
construir hospitales y centros de rehabilitación, enviar misioneros. Los «conservadores», por
otro lado, aconsejaban actuar con cautela.
Finalmente, se convocó una reunión de los alcohólicos de Akron y, «por la más escasa mayoría
posible y a pesar de las más vigorosas objeciones,» decidieron hacerlo todo: «los misioneros, los
hospitales y el libro.» Bill W. volvió a Nueva York para poner las cosas en marcha y muchos de
los A.A. neoyorquinos se hicieron partidarios de sus «nociones grandiosas.» (Alcohólicos
Anónimos llega a su Mayoría de Edad).
Más tarde, Rockefeller hizo un donativo de $1,000 a A.A. y la publicidad favorable producida por
la cena sirvió para causar una muy buena impresión de A.A. ante el público. Durante los cuatro
años siguientes, pequeños donativos solicitados a los asistentes a la cena contribuían a
mantener en funcionamiento la oficina.
Solamente uno de los «grandiosos» proyectos llegó a buen término. En 1939, el Libro Grande,
Alcohólicos Anónimos, salió de la imprenta; y, aunque al comienzo no logró generar las ventas
esperadas, el libro era entonces, como sigue siendo ahora, no solamente una fuente de ingresos,
sino también el instrumento más eficaz para llevar el mensaje. Muy sabiamente, A.A. decidió ser
editora de su propia literatura y por ello siempre ha podido tomar decisiones editoriales
basadas únicamente en los principios de A.A., sin preocuparse de «lo que se venderá» o «lo que
atraiga a los lectores.»
Gracias a la publicación de artículos en revistas nacionales, a los esfuerzos de los miembros
viajeros, y a la nueva oficina central, A.A. empezó a desarrollarse y prosperar. Cuatro años más
tarde, los A.A. se vieron en condiciones de informar a Rockefeller y sus amigos que ya no
necesitaban ayuda, los grupos de A.A. habían empezado a mantener la oficina central.
El principio de auto mantenimiento afecta a todos los miembros de todos los grupos de A.A. Un
miembro de A.A. que logró su sobriedad antes de que las Tradiciones fueran oficialmente
adoptadas escribió en el Grapevine de octubre de 1970: «Cuando me uní por primera vez…A.A.
ya se había declarado independiente de toda limosna. De alguna manera, se las estaba
arreglando para pagar sus propias cuentas…Si hubiera sido un proyecto patrocinado por el
gobierno o un brazo caritativo de alguna iglesia, mis sentimientos para con A.A. no podrían
haber sido tan repentinamente calurosos. El hecho de que sólo se trataba de nosotros los
borrachos eliminó gran parte de mi vergüenza de tener que pedir ayuda.»
Los miembros sobrios podían demostrar que un alcohólico no siempre es una persona a quien se
tiene que ayudar. Un miembro comentó: «Cuando llegué a las puertas de Alcohólicos Anónimos,
no tenía trabajo, tenía muy poco dinero, y llevaba una vida que estaba destinada
precipitadamente a la ruina. No obstante, en cada reunión a la que asistía echaba mis 50
centavos en la canasta. Este fue el primer paso que di para recobrar mi dignidad y
responsabilidad.» La Tradición les hacía posible a los A.A. ser los que daban en lugar de ser los
que recibían, y esto contribuía mucho a reforzar la confianza del público en A.A. Como Bill W.
dijo en Doce Pasos y Doce Tradiciones: «Cuando una sociedad compuesta exclusivamente de
alcohólicos dice que va a pagar todos sus gastos, eso sí que es una verdadera noticia.»
Aunque ningún grupo de A.A. requiere que los que asisten a sus reuniones hagan contribuciones
de dinero, la experiencia de reavivar la dignidad, y de despertar la responsabilidad y la gratitud
por la sobriedad puede inspirar incluso al miembro más recién llegado a contribuir con la
cantidad de dinero que pueda. Algunos también envían contribuciones a las oficinas nacionales
y locales para conmemorar su aniversario de sobriedad cada año.
Las contribuciones son tan importantes para los que las dan como para los que las reciben
porque hacen posible a los donantes participar en llevar el mensaje de A.A. a todas partes del
mundo.
No obstante, algunos miembros se ponen enseguida nerviosos al hablar de A.A. y del dinero.
A.A. es un programa espiritual, dicen ellos, y no debe preocuparse por el dinero en absoluto. Los
alcohólicos más pragmáticos dicen que, sin tener una cantidad adecuada de dinero, sería
imposible prestar los servicios esenciales para llevar el mensaje. Bill W. creía que la solución de
este problema estaba en la canasta (que se pasa para hacer la colecta del grupo), en la que se
mezclan la espiritualidad y el dinero; y en casi todas las reuniones de A.A. se oye hacer el
siguiente anuncio: «No tenemos honorarios ni cuotas, pero sí tenemos gastos que cubrir.»
Cubriendo sus propios gastos, el alquiler del local de reuniones, la literatura de A.A., las listas y
los horarios de reuniones locales, el café y refrescos, el apoyo de entidades de servicio local y
nacional, el grupo asegura que el alcohólico que sufre tiene reuniones a las que asistir, literatura
e información disponible, y que el mensaje se lleve a todas partes del mundo. En las arcas de
cada grupo se mantiene una «reserva prudente» (la cantidad varía, pero suele ser lo suficiente
para sufragar los gastos de uno o dos meses) y se distribuye cualquier dinero en exceso de esta
cantidad entre las entidades de servicio de A.A. locales, de área y nacionales.
Cumplir con sus responsabilidades económicas contando únicamente con las contribuciones
voluntarias de sus miembros le hace posible al grupo evitar toda influencia que pudiera
tergiversar el mensaje de A.A. A veces, una organización o individuo ajenos, generosos y bien
intencionados, con deseo de ayudar a la Comunidad, le propone el uso de un local de reunión sin
costo, o tal vez se ofrece para imprimir boletines o volantes libre de cargo. En tales situaciones,
la Tradición sugiere que, para evitar toda posibilidad de influencia o presión ajena, el grupo
agradezca la oferta pero no la acepte. Si por cualquier razón el dueño del local no puede aceptar
dinero, los grupos pueden prestar tales servicios como el de pintar el local o comprar muebles
que otra gente, aparte de los A.A., puede utilizar.
Idealmente, las contribuciones de los grupos sufragarían todos los gastos de todas las entidades
de servicio. Pero en la práctica no todos los grupos participan por medio de contribuciones en el
mantenimiento de la Oficina de Servicios Generales y de sus propias entidades locales.
Así que, desde los primeros días de A.A., cuando a veces la supervivencia de la Comunidad
dependía del volumen de ventas del Libro Grande, una parte de los ingresos producidos por la
venta de la literatura de A.A. ha cubierto la diferencia entre los gastos y las contribuciones.
La pobreza corporativa
Los custodios sentaron las bases de la política oficial referente a las donaciones y donativos en
1948, tras una animada discusión provocada por un propuesto legado de $10,000 a A.A. En esa
época, la oficina y la Fundación Alcohólica andaban escasas de dinero y algunos de los custodios
estaban a favor de aceptar el legado. Otra vez, los conservadores intervinieron y lograron
convencerles de que no era aconsejable hacerlo. Bill W. describe la discusión en Doce Pasos y
Doce Tradiciones. «… al igual que el primer trago de un alcohólico, [el legado] si lo tomábamos,
provocaría…una desastrosa reacción en cadena.… El que paga, manda, y si la Fundación
Alcohólica obtuviera dinero de fuentes ajenas, sus custodios podrían verse tentados a llevar
nuestros asuntos sin tener en cuenta los deseos de A.A. como un todo.… Entonces nuestros
custodios escribieron una página brillante en la historia de A.A. Se manifestaron en favor del
principio de que A.A. debe permanecer siempre pobre.… Aunque era difícil hacerlo, la junta
oficialmente se negó a aceptar los diez mil dólares y adoptó formalmente la resolución
irrebatible de negarse a aceptar todo donativo similar en el futuro. En ese momento, creemos,
quedó firme y definitivamente incrustado en la tradición de A.A. el principio de pobreza
corporativa.…A la gente acostumbrada a un sinfín de campañas para recaudar fondos con
propósitos caritativos, A.A. les presentaba un espectáculo curioso y renovador. Los editoriales
favorables que aparecieron en la prensa aquí y en ultramar generaron una ola de confianza en la
integridad de Alcohólicos Anónimos.»
En todas partes del mundo, las oficinas de servicios de A.A. han tomado la decisión de no
aceptar donaciones de fuentes ajenas, y a veces ha sido necesario, según palabras del Libro
Grande, «hacer todo lo [que fuera] necesario» para sostener el principio de la pobreza
corporativa. Una acción de la Junta de Servicios Generales de Gran Bretaña en 1986, nos depara
un ejemplo dramático de lo lejos que A.A. está dispuesto a llegar. Al verse enfrentada con una
serie de leyes que prohíben a las organizaciones no aceptar ciertos tipos de donativos y legados,
la junta fue al Parlamento a pedir una exención. El 25 de julio de 1986, el Parlamento aprobó un
proyecto de ley que autorizaba a Alcohólicos Anónimos de Gran Bretaña a «renunciar a toda
propiedad o cualquier parte de la misma de cualquier disposición de bienes pertinente.»
A medida que A.A. se está preparando para enfrentarse a los cambios y a los desafíos supuestos
por el siglo 21 sería imposible exagerar la importancia que la Séptima Tradición tiene para
fortalecer la Comunidad a fin de que pueda resistir las tentaciones ajenas. Ya en junio de 1946,
en un artículo publicado en el Grapevine, Bill W. hizo una advertencia que sigue siendo acertada
hoy día: » No debemos permitir nunca que ninguna ventaja inmediata, por muy atractiva que
sea, nos deslumbre de manera que no veamos la posibilidad de estar sentando un precedente
catastrófico para el futuro. Con demasiada frecuencia, las disensiones internas a causa del
dinero y de la propiedad han destrozado a gente mejor que nosotros, los alcohólicos
temperamentales.»
Hoy día, dado lo bien conocido que es el programa de recuperación de A.A. por parte del público
en general, y debido a la proliferación de agencias de alcoholismo y abuso de sustancias
químicas, Alcohólicos Anónimos se ve enfrentado a todos los problemas y tentaciones de su
propia prosperidad y éxito. Basándose firmemente en la Séptima Tradición, la Comunidad puede
aferrarse firmemente a sus principios esenciales y seguir haciendo lo que hace mejor: llevar el
mensaje al alcohólico que aún sufre por medio de la experiencia, fortaleza y esperanza de los
miembros individuales de A.A., y dejar a otros que hagan libre uso de sus propias virtudes y
aptitudes especiales en beneficio del alcohólico que sufre.
Séptima Tradición
¿ALCOHÓLICOS que se mantienen a sí mismos? ¿Quién ha oído hablar nunca de semejante cosa?
No obstante, nos damos cuenta de que así tenemos que ser. Este principio es una prueba
contundente de la profunda transformación que A.A. ha obrado en todos nosotros. Todo el
mundo sabe que los alcohólicos activos insisten a gritos que no tienen ningún problema que el
dinero no pueda solucionar. Siempre hemos andado con la mano extendida. Desde tiempo
inmemorial, hemos dependido de alguien, normalmente en cuestiones de dinero. Cuando una
sociedad compuesta exclusivamente de alcohólicos dice que va a pagar todos sus gastos, eso sí
que es una verdadera noticia.
Quizás ninguna de las Tradiciones de A.A. causara tanto dolor de parto como ésta. En los
primeros días, todos estábamos sin fondos. Si a esto se le añade la habitual suposición de que la
gente debe dar dinero a los alcohólicos que se esfuerzan por mantenerse sobrios, se puede
entender por qué creíamos merecer un montón de billetes. ¡La de cosas tan magníficas que
pudiera hacer A.A. con todo este dinero! Pero, por curioso que parezca, la gente que tenía
dinero pensaba lo contrario. Les parecía que ya era hora de que nosotros—ahora que estábamos
sobrios—pagásemos nuestras propias cuentas. Así que nuestra Comunidad se quedó pobre
porque así tenía que ser.
Había otra razón para nuestra pobreza colectiva. No tardó en hacerse evidente que si bien los
alcohólicos gastaban dinero pródigamente en casos de Paso Doce, tenían una tremenda
aversión a echar dinero en el sombrero que se pasaba en las reuniones para sufragar los gastos
de grupos. Nos sorprendió descubrir lo tacaños que éramos. Así que A.A., el movimiento,
empezó y permaneció pobre, mientras que los miembros individuales se hicieron cada vez más
prósperos.
Lo cierto es que los alcohólicos son gente de todo-o-nada. Nuestra reacción en cuanto al dinero
parece demostrarlo. A medida que A.A. pasaba de la infancia a la adolescencia, fuimos
abandonando la idea de que necesitábamos grandes sumas de dinero y llegamos al otro
extremo, diciendo que a A.A. no le hacía falta el dinero en absoluto. De todas las bocas salían
estas palabras: “A.A. y el dinero no pueden mezclarse. Tendremos que separar lo espiritual de lo
material.” Cambiamos de rumbo tan bruscamente porque por aquí y por allá algunos miembros
habían tratado de valerse de sus conexiones A.A. para ganar dinero, y temíamos que fueran a
aprovecharse de nosotros. En ocasiones, algunos benefactores agradecidos nos habían dotado
con un local para un club y, como consecuencia, a veces había interferencia ajena en nuestros
asuntos. Se nos donó un hospital y casi inmediatamente, el hijo del donante se presentó como
su principal paciente y aspirante a gerente. A un grupo de A.A. se le entregó cinco mil dólares
para hacer con este dinero lo que quisiera. Las peleas que provocó este dinero siguieron
haciendo estragos en el grupo durante años. Asustados por estas complicaciones, algunos
grupos se negaron a tener ni un centavo en sus arcas.
Pese a tales inquietudes, tuvimos que reconocer el hecho de que A.A. tenía que funcionar. Los
locales para reuniones nos costaban algo. Para evitar la confusión en regiones enteras, era
necesario establecer pequeñas ofi cinas, instalar teléfonos y contratar a algunas secretarias a
sueldo. A pesar de las muchas protestas, se logró hacer estas cosas.
Nos dimos cuenta de que si no se hicieran, el nuevo que llegaba a nuestras puertas no tendría su
oportunidad de recuperarse. Prestar estos sencillos servicios supondría incurrir en algunos
pequeños gastos, que podríamos pagar nosotros mismos, y así lo haríamos. Por fi n el péndulo
dejó de oscilar y señaló directamente a la Séptima Tradición tal y como la conocemos hoy día.
A este respecto, a Bill le gusta contar la siguiente historia, que tiene su moraleja. Dice que
cuando en 1941 apareció en el Saturday Evening Post el artículo de Jack Alexander, miles de
angustiosas cartas de alcohólicos y familiares desesperados llegaron al buzón de la Fundación*
en Nueva York. “El personal de nuestra ofi cina,” cuenta Bill, “estaba compuesto por dos
personas: una secretaria dedicada y yo. ¿Cómo íbamos a responder a esta avalancha de
solicitudes? Sin duda, tendríamos que contratar a más empleados a sueldo. Así que pedimos
contribuciones voluntarias a los grupos de A.A.
¿Nos enviarían un dólar por miembro al año? Si no, estas cartas conmovedoras tendrían que
quedarse sin respuesta. “Para mi asombro, los grupos tardaron en responder.
Me puse bien airado. Un día, al contemplar este montón de cartas, andaba yendo y viniendo por
la ofi cina, quejándome de lo irresponsables y tacaños que eran mis compañeros.
En ese mismo momento, vi asomarse por la puerta la cabeza desgreñada y dolorida de un viejo
conocido. Era nuestro campeón de recaídas. Podía notar que tenía una tremenda resaca. Al
recordar algunas de las mías, se me llenó el corazón de compasión. Le señalé que pasara a mi
cubículo y saqué un billete de cinco dólares. Como mis ingresos semanales eran de treinta
dólares en total, éste era un donativo considerable. A Lois le hacía falta el dinero para comprar
comida, pero eso no me detuvo. El profundo alivio que se reflejó en la cara de mi amigo me
alegró el corazón. Me sentía especialmente virtuoso al pensar en todos los ex borrachos que ni
siquiera nos mandaban un dólar cada uno a la Fundación, mientras yo gustosamente estaba
haciendo una inversión de cinco dólares para remediar una resaca.
“La reunión de esa noche se celebró en el viejo Club de la Calle 24 de Nueva York. Durante el
intermedio, el tesorero dio una tímida charla acerca del penoso estado de las finanzas del club.
(Esto era en la época en que no se podía mezclar el dinero y A.A.) Pero finalmente lo soltó—el
casero nos pondría en la calle si no pagábamos. Terminó sus observaciones diciendo, ‘Bueno,
muchachos, cuando se pase el sombrero esta noche, por favor, sean un poco más generosos.’
“Oí claramente sus palabras, mientras con todo fervor trataba de convertir a un recién llegado
sentado a lado mío. El sombrero llegó a donde yo me encontraba, y metí la mano en el bolsillo.
Mientras seguía hablando con el nuevo, me rebuscaba el bolsillo y saqué una moneda de
cincuenta centavos.
Por alguna razón, me pareció una moneda muy grande. Sin vacilar, la volví a meter en el bolsillo
y saqué una de diez centavos que tintineó tímidamente al caer en el sombrero. En aquel
entonces, nunca se echaban billetes en el sombrero.
“Entonces se me abrieron los ojos. Yo, que esa misma mañana, me había jactado de mi
generosidad, me estaba portando con mi propio club peor que los lejanos alcohólicos que se
habían olvidado de enviar sus dólares a la Fundación. Me di cuenta de que mi donativo de cinco
dólares al campeón de recaídas no era sino una cuestión de engordar mi propio ego, malo para
él y peor para mí. Había un lugar en A.A. donde la espiritualidad y el dinero sí podían mezclarse:
en el sombrero.”
Hay otra historia que trata del dinero. Una noche de 1948, los custodios de la Fundación estaban
celebrando su reunión trimestral. En la agenda se incluía un asunto muy importante para
discutir. Cierta dama había fallecido. Al dar lectura a su testamento, se descubrió que había
dejado a Alcohólicos Anónimos, con la Fundación Alcohólica como fiduciario, un legado de diez
mil dólares. La cuestión era: ¿Debería A.A. aceptar tal regalo?
¡Vaya debate que se armó! En ese momento la Fundación se encontraba muy mal de dinero; los
grupos no mandaban lo suficiente para el mantenimiento de la ofi cina; incluso añadiendo los
ingresos producidos por el libro, no alcanzábamos a cubrir los gastos. Las reservas se estaban
derritiendo como la nieve en primavera. Necesitábamos esos diez mil dólares. “Puede ser,” dijo
alguien, “que los grupos nunca lleguen a mantener completamente a la ofi cina. No podemos
permitir que se cierre; es de una importancia crucial. Sí, aceptemos el dinero. Aceptemos todos
los futuros donativos. Vamos a necesitarlos.”
Cuando se publicaron estos hechos, hubo una reacción profunda. A la gente acostumbrada a un
sinfín de campañas para recaudar fondos con propósitos caritativos, A.A. les presentaba un
espectáculo curioso y renovador.
Los editoriales favorables que aparecieron en la prensa aquí y en ultramar generaron una ola de
confianza en la integridad de Alcohólicos Anónimos. Hicieron notar que los irresponsables se
habían convertido en responsables y que al incorporar el principio de independencia financiera
como parte de su tradición, Alcohólicos Anónimos había resucitado un ideal ya casi olvidado en
su época.
Lo único que importa es que sea un alcohólico que haya encontrado la clave de la sobriedad. Esas
herencias de sufrimiento y recuperación pasan fácilmente de un alcohólico a otro. Son nuestro
don de Dios, y el conferirlo a otros semejantes a nosotros es el único objetivo que hoy en día nos
anima a los miembros de A.A. en todo el mundo.
… ha encontrado algo mejor que el oro… Puede ser que, de momento, no haya visto que apenas
ha arañado un filón inagotable, que le dará dividendos solamente si lo trabaja el resto de su vida e
insiste en regalar todo el producto.
Mi parte en la Séptima Tradición significa mucho más que solamente dar dinero para pagar el café.
Significa ser aceptado por mí mismo por pertenecer a un grupo. Por primera vez puedo ser
responsable porque puedo escoger. Puedo aprender los principios de resolver problemas de mi
vida diaria participando en los “negocios” de A.A. Por ser automantenido, puedo devolver a A.A. lo
que A.A. me dio a mí. Devolver a A.A. no solamente asegura mi propia sobriedad sino que me
permite comprar el seguro de que A.A. estará aquí, para mis nietos.
Cuando éramos alcohólicos activos siempre estábamos pidiendo algo, en una u otra forma …
Vi que yo tenía que soportar mi propia carga y permitir que mis nuevos amigos caminen conmigo
porque por medio de la práctica de los Doce Pasos y las Doce Tradiciones, nunca lo pasé mejor.
DAR LIBREMENTE
Ser automantenido por mis propias contribuciones nunca era uno de mis puntos fuertes durante
mis días de alcohólico activo. Dar tiempo o dinero siempre tenía que llevar una etiqueta con
precio.
Como recién llegado se me dijo que “tenemos que darlo para mantenerlo”. Cuando empecé a
adoptar los principios de Alcohólicos Anónimos en mi vida, muy pronto me di cuenta de que dar a
la Comunidad como una expresión de la gratitud sentida en mi corazón es un privilegio. Mi amor a
Dios y a otros se convirtió en el factor motivador de mi vida, sin ningún pensamiento de
recompensa. Ahora me doy cuenta de que dar libremente es la manera en que Dios se expresa a
través de mí.
EL “VALOR” DE LA SOBRIEDAD
Cuando salgo de compras miro los precios y si necesito lo que veo, lo compro y lo pago. Ahora que
estoy en rehabilitación, tengo que corregir mi vida. Cuando voy a una reunión, tomo café con
azúcar y crema, algunas veces más de una taza. Pero a la hora de la colecta, o estoy muy ocupado
para sacar dinero de mi cartera o no tengo lo suficiente, pero estoy ahí porque necesito esta
reunión. Oí a alguien sugerir que se debe echar en la cesta el precio de una cerveza y pensé ¡eso es
demasiado! Casi nunca doy un dólar. Como muchos otros, yo confío en que los miembros más
generosos financien la Comunidad. Me olvido que se necesita dinero para el alquiler del local de
reuniones, comprar café, leche, azúcar y tazas. Gustoso pago un dólar por una taza de café en un
restaurante después de la reunión; siempre tengo dinero para eso. Así es que, ¿cuánto vale mi
sobriedad y mi paz interior?
Año y medio más tarde, estos tres habían tenido éxito con siete más.
Si no hubiera sido por la tenaz determinación de nuestros fundadores, A.A. se habría desvanecido
rápidamente como muchas otras llamadas buenas causas. Echo una mirada a los cientos de
reuniones semanales en la ciudad donde vivo y sé que A.A. está disponible veinticuatro horas al
día. Si yo hubiera tenido que persistir con nada más que esperanza y deseo de no beber,
experimentando rechazo dondequiera que fuera, habría buscado el camino más fácil y cómodo y
habría regresado a mi anterior manera de vivir.
E n Alcohólicos Anónimos, ¿es el dinero lo que hace bailar al perro o la raíz de todos los males?
Estamos en el proceso de resolver este acertijo. Nadie pretende tener la respuesta completa.
Buscamos el punto del "espacio espiritual" donde termina el uso adecuado del dinero y empieza el
abuso. Son muy contados los problemas del grupo que causen mayor preocupación a los miembros
serios de AA. Todo el mundo hace la pregunta, "¿Cuál debe ser nuestra actitud hacia las
contribuciones voluntarias, los trabajadores asalariados, el profesionalismo, y las donaciones de
fuentes ajenas?"
Durante los primeros años de AA no teníamos problemas de dinero. Nos reuníamos en nuestras
casas, donde nuestras esposas nos preparaban el café y los bocadillos. Si algún miembro de AA
quería dar una pequen a "subvención" a un compañero alcohólico, lo hacía. Era exclusivamente
asunto suyo. No teníamos fondos de grupo y, por eso, no teníamos problemas con el dinero del
grupo. Y hay que hacer constar que muchos de los veteranos de AA desearían poder retornar a
aquellos días de sencillez alcohólica. Ya que nos damos cuenta de que las disputas por cosas
materiales han acabado aplastando el espíritu de muchas empresas bien intencionadas, a menudo
se piensa que demasiado dinero resultará ser un mal para nosotros también.
No sirve de mucho ansiar por lo imposible. El dinero ya figura en nuestros asuntos y nos hemos
comprometido a su uso prudente. Nadie consideraría seriamente abolir nuestros locales de reunión
y clubs a fin de evitar todo lo que tiene que ver con el dinero. La experiencia nos ha enseñado que
tenemos una gran necesidad de estas instalaciones, de manera que tenemos que aceptar cualquier
riesgo que esto suponga.
Pero, ¿cómo podemos minimizar estos riesgos? ¿Cómo limitar por Tradición el uso del dinero para
que no derrumbe nunca los fundamentos espirituales de le los que depende completamente la vida
de cada miembro de AA? Este es hoy nuestro verdadero problema. Echemos una mirada a los
elementos principales de nuestra situación financiera, tratando de distinguir lo esencial de lo no
esencial, lo legítimo e inofensivo de lo que puede ser peligroso o innecesario.
Comencemos con las contribuciones voluntarias. Cada AA pone dinero en “el sombrero" para pagar
el alquiler de una sala de reuniones, de un club o para el mantenimiento de su oficina local o de la
sede nacional. Aunque no todos estamos a favor de los clubs, y unos cuantos miembros no creen
necesario una oficina local o nacional, se puede decir con razón que la gran mayoría de nosotros
opinamos que estos servicios son fundamentalmente necesarios. Con tal de que sean manejados
eficientemente, y de que se lleven las cuentas de una forma responsable, estamos bien dispuestos
a comprometernos a apoyarlos asiduamente, provisto que, por supuesto, no se consideren
nuestras contribuciones como una condición para ser miembro de AA.
Estos usos de nuestro dinero son, por lo general, aprobados y, con algunas reservas, no vemos
ningún motivo de temer que nos acarreen posibles malas consecuencias en el futuro.
No obstante, hay algunas inquietudes, principalmente con relación a nuestros clubs, oficinas locales
y la sede nacional. Debido a que estas entidades normalmente emplean a trabajadores asalariados,
y que sus operaciones suponen, hasta cierto grado, la administración de negocios, algunos
miembros se preocupan por la posibilidad de que nos atasquemos en una burocracia pesada. O,
peor aún, por la posible profesionalización de AA. Aunque estas dudas no son siempre irrazonables,
ya hemos tenido la suficiente experiencia como para aliviarías en gran parte.
Para empezar, parece ser casi seguro que nuestros clubs, oficinas locales y la sede nacional en la
ciudad de Nueva York nunca nos abrumarán. Su función es prestar servicios; no pueden controlar ni
gobernar a AA. Si cualquiera de ellos resultara ineficaz, o se volviera imperioso, tendríamos un
remedio sencillo. Los miembros de AA no enviarían sus contribuciones mientras que no se
cambiaran las condiciones. Debido a que nuestra pertenencia a AA no depende de ninguna cuota ni
honorario, siempre tenemos la opción de "tomar o dejar nuestras instalaciones especiales. La
alternativa que se presenta a estos servicios es: servirnos bien o fracasar. Ya que nadie está
obligado a mantenerlos, no pueden nunca dictar órdenes, ni pueden desviarse por mucho tiempo
de lo esencial la Tradición de AA.
En conexión directa con el principio de tomar o dejar nuestras instalaciones especiales, existe una
tendencia alentadora a constituir en sociedades separadas todas estas entidades especiales, si
suponen una gran cantidad de dinero, propiedad o administración. Cada vez más, los grupos de AA
se están percatando de que son entidades espirituales y no organizaciones comerciales. Por
supuesto, los clubs o locales de reunión más pequeños quedan a menudo sin constituirse en
sociedad, porque su participación en asuntos de negocios solo es nominal. Sin embargo, a medida
que van experimentando un crecimiento grande, por lo general juzgan conveniente hacerlo,
separando así el club de los grupos de la misma localidad. Entonces, el mantenimiento del club llega
a ser un asunto personal y no un asunto del grupo. Pero si los grupos del área circundante
disponen, a través del club, de los servicios de una secretaria de la oficina central, parece justo que
dichos grupos sufraguen este gasto, porque la secretaria sirve a todos los grupos, aunque el mismo
club no lo haga. Nuestro desarrollo en los centros grandes de AA está empezando a indicar
claramente que, aunque es apropiado que un conjunto de grupos o su comité central pague el
sueldo de la secretaria asalariada de su área, no es una responsabilidad de los grupos ni del comité
central mantener los clubs económicamente. No todos los AA se interesan en los clubs. Por lo
tanto, los fondos para mantener los clubs deben provenir de los AA individuales que los necesitan o
a quienes les gustan los clubs - individuos que, a propósito, constituyen una mayoría.
No obstante, la mayoría no debe de tratar de coaccionar a la minoría a mantener los clubs que no
quiere ni necesita. Por supuesto, los clubs también reciben cierta ayuda por medio de las reuniones
que se celebran en el local. En los casos en que las reuniones centrales de un área tienen lugar en
un club, normalmente se reparte el dinero de la colecta entre el club y el comité central, la parte
mayor, por supuesto, asignada al club, ya que éste proporciona el local.
Cualquier grupo que desee utilizar el local, ya sea para una reunión o una diversión, puede
concertar un acuerdo parecido con el club. Por lo general, la junta de directores del club se ocupa
de la administración económica y de la vida social del local. No obstante, los grupos del área siguen
siendo los responsables de los propios asuntos de AA. Esta separación de las actividades no es en
absoluto una regla universal. Lo ofrecemos únicamente como una sugerencia que, por otra parte,
refleja bien las tendencias actuales.
Un club grande o una oficina central supone, por lo general, uno o algunos trabajadores
asalariados. ¿Qué me dicen de ellos? ¿Están profesionalizando a AA?
Sobre esta cuestión se debate acaloradamente cada vez que un club o un comité central se vuelve
lo suficientemente grande como para necesitar trabajadores a sueldo. Acerca de este tema, todos
hemos tenido gran cantidad de borrosas reflexiones. Yo me contaría entre los primeros en
declararme culpable de esta acusación.
La causa de lo borroso de nuestro pensamiento es la de siempre - el temor. Para cada uno de
nosotros, el ideal de AA, por muy lejos que nos encontremos de alcanzarlo, es todo belleza y
perfección. Es un Poder superior a nosotros mismos que nos ha rescatado de las arenas movedizas,
y nos ha llevado a tierra firme. La más lejana posibilidad de empañar este ideal, sin mencionar la de
trocarlo por otro, es para la mayoría de nosotros impensable. Por eso, estamos siempre alertas
para que no surja dentro de AA una clase de profesionales o misioneros pagados. En AA todos
somos por
derecho propio gentes que profesan la buena voluntad de misioneros, y no hay necesidad alguna
de pagar a nadie por hacer el trabajo de Paso Doce - una obra puramente espiritual. Aunque
supongo que el temor en cualquier forma es deplorable, tengo que admitir que me agrada bastante
que ejerzamos tanta vigilancia respecto a este asunto crucial. No obstante, creo que hay un
principio que nos servirá para resolver nuestro dilema honradamente. Es este: Un limpiador puede
fregar el suelo, un cocinero puede asar la carne, un portero puede echar a los borrachos
alborotadores, un secretario puede manejar una oficina, un editor puede publicar un boletín -
todos, no lo dudo, sin profesionalizar a AA. Si no hiciéramos estos trabajos nosotros mismos,
tendríamos que emplear a gente no AA para hacerlos por nosotros. No pediríamos a ninguna
persona no AA que los hiciera a jornada completa sin pago. Entonces, ¿Por qué algunos de
nosotros, que ganamos una vida cómoda en el mundo exterior, esperamos que otros AA se
dediquen a ser porteros, o secretarios, o cocineros a jornada completa? ¿Por qué ellos deben
trabajar sin sueldo en tareas que el resto de nosotros no podríamos o no querríamos hacer? O,
¿por qué deben estos trabajadores recibir un sueldo más bajo que el que podrían ganar en otra
parte por un trabajo parecido? ¿Y qué más daría si, mientras hacen su trabajo, hicieran además
algún trabajo de Paso Doce? El principio parece ser claro: podemos pagar bien por los servicios
especiales - pero nunca nada por el trabajo de Paso Doce.
Entonces, ¿Cómo se podría profesionalizar a AA? Pues, muy sencillamente. Por ejemplo, yo podría
alquilar una oficina y poner en la puerta un letrero que dijera: "Bill W.- Terapeuta de Alcohólicos
Anónimos. $10.00 por hora." Esto sería tratamiento caro a-cara del alcoholismo pagado. Y yo
estaría así claramente aprovechándome del nombre de AA, una organización completamente no
profesional, para aumentar mi clientela.
Esto sería sin la menor duda profesionalizar a AA. Sería perfectamente legal, aunque difícilmente
ético.
Pues, ¿implica esto que debamos criticar a los terapeutas como clase - incluso a los AA que elijan
trabajar en este campo? Por supuesto que no. El caso es que ninguna persona debe hacer
publicidad describiéndose como un terapeuta AA. Ya que no somos profesionales, no puede existir
tal cosa. Constituiría una tergiversación de los hechos que ninguno de nosotros puede darse el lujo
de intentar. Al igual que el jugador de tenis que tiene que renunciar su condición de aficionado
cuando se hace profesional, los AA que se hacen terapeutas deben abstenerse de publicar su
conexión con AA. Aunque dudo que muchos AA vayan a trabajar en el campo de la terapia del
alcoholismo, ninguno de los que lo haga debe sentirse excluido, especialmente si son asistentes
sociales, sicólogos, o siquiatras con buen entrenamiento profesional. No obstante, esta gente
nunca debe publicar su conexión con AA, ni utilizarla de manera que den al público la impresión de
que existe tal rango especial dentro de AA. En este punto tenemos que trazar la línea.
Séptima Tradición
i seguimos creciendo al ritmo actual, los ingresos totales de los miembros de Alcohólicos Anónimos
pronto alcanzarán la asombrosa suma de un cuarto de billón de dólares al año. Esta es una
consecuencia directa de nuestra pertenencia a AA. Sobrios ahora, lo tenemos; borrachos, no lo
tendríamos.
Por ejemplo, la Oficina de Servicios Generales de AA ahora nos cuesta $1.50 por miembro al año. En
realidad, la oficina de Nueva York pide a los grupos que contribuyan esta cantidad dos veces al año,
porque no todos los grupos contribuyen.
Aun así, la cantidad por miembro sigue siendo muy pequen a. Si un miembro de AA vive en un gran
centro metropolitano en el que es imprescindible tener una oficina de intergrupo para responder a
la multitud de solicitudes de información y hacer las numerosas disposiciones para hospitalización,
este miembro contribuye (o probablemente debe contribuir) con unos $5.00 anualmente. Para
pagar el alquiler del local de reunión de su grupo, y quizás los gastos para café y rosquillas, puede
que eche en el sombrero unos $25.00 al año. O, si es miembro de un club, tal vez ascienda a
$50.00. Si está abonado al AA Grapevine, la subscripción supondrá otro gasto prodigioso de $2.50.
Así que el miembro de AA que con seriedad contribuye a cumplir con las responsabilidades de su
grupo, se ve expuesto a gastar unos $5.00 al mes, como promedio. No obstante, es probable que
sus ingresos personales oscilen entre $200 y $2,000 al mes, como una consecuencia directa de no
beber.
Puede que algunos nos respondan, "Pero, nuestros amigos quieren regalarnos algún dinero para
amueblar nuestro club. Somos un grupo nuevo y pequeño. La mayoría seguimos andando escasos
de dinero. ¿Qué debemos hacer?"
Me siento seguro de que una multitud de voces de AA le contestarán ahora al nuevo grupo, "Si,
sabemos exactamente cómo se sienten ustedes. hubo ocasiones en las que nosotros solicitamos
dinero. Incluso hicimos solicitudes públicas. Creíamos que podíamos hacer muy buen uso del dinero
de gente ajena. Pero acabamos dándonos cuenta de que el dinero recogido de esa manera llevaba
consigo grandes peligros.
Al reflexionar sobre estas cosas, sería tal vez conveniente que cada uno de nosotros nos dijéramos,
"Sí, una vez los AA éramos una carga para todos los demás.
Éramos los que 'tomaban.' Ahora que nos encontramos sobrios y, por la gracia de Dios, hemos
llegado a ser ciudadanos responsables del mundo, ¿por qué no debemos dar un giro de 180 grados
para convertirnos en 'los que dan con gratitud'? Ya es hora de que lo hagamos."
Miles de AA recién llegados preguntan: ¿Qué es exactamente la Fundación Alcohólica, qué lugar
ocupa en AA, ¿quién la instituyo, y por qué le enviamos M fondos?"
Como los grupos están frecuentemente en contacto con nuestra Sede en Nueva York, la mayoría de
los miembros la consideran como una especie de servicio general para todo AA. Por leer el AA
Grapevine todos los meses, saben que es nuestra principal revista mensual. Pero de la historia de la
Fundación Alcohólica y de su relación con estas funciones vitales y con AA en su totalidad, tienen
muy escasos conocimientos.
Repasemos ahora un poco de su historia. En sus primeros años, Alcohólicos Anónimos ni siquiera
tenía ese nombre. Anónimos, ciertamente sin nombre, para fines de 1937, no éramos sino tres
pequeños grupos de alcohólicos: el primer grupo, Akron, Ohio; el segundo, Nueva York, y unos
pocos miembros de Cleveland que llegarían a ser nuestro tercer grupo. Supongo que en las tres
ciudades había unos cincuenta miembros en total. Ya había pasado la primera época pionera - el Dr.
Bob y yo nos conocimos por primera vez en Akron en la primavera de 1935. Íbamos estando cada
vez más convencidos de que teníamos algo para todos aquellos miles de alcohólicos que todavía no
sabían de ninguna solución ¿Cómo íbamos a comunicarles las buenas noticias, ¿cómo íbamos a
difundirlas? Esa era la pregunta candente.
Tras mucha discusión en una pequeña reunión convocada por el Dr. Bob y yo en Akron en el otoño
de 1937, formulamos un plan. Este plan resultó ser acertado en una tercera parte y equivocado en
todo lo demás - el conocido proceso de pruebas y tanteos.
Ya que la evolución de los primeros grupos había sido un proceso tan lento y difícil, suponíamos
que solo los pioneros experimentados podrían iniciar nuevos grupos.
Aunque teníamos nuestras dudas, parecía inevitable que unos veinte de nuestros miembros más
estables tendrían que dejar a un lado sus asuntos personales e ir a otras ciudades para crear nuevos
centros. Por poco que nos gustara la idea, parecía que íbamos a tener que emplear, al menos
temporalmente, una escuadra de misioneros de AA. Era obvio también que estos misioneros y sus
familias tendrían que comer. Haría falta dinero - y mucho dinero, nos parecía.
Pero eso no era todo. Se creía que necesitábamos hospitales de AA en Akron y Nueva York, por ser
consideradas estas ciudades nuestras "mecas" gemelas. Estábamos seguros de que allí se podría
colmar de excelentes atenciones médicas y de dinámica espiritualidad a todos los borrachos que
descenderían en tropel de todos los rincones del país tan pronto como llegara a sus oídos la palabra
mágica "curación." Nosotros los veteranos abrigábamos estos sueños, muy parecidos a las fantasías
de muchos recién llegados de hoy día. Providencialmente, ni el sueño del hospital AA ni el de la
empresa misionera a gran escala se convirtieron en realidades. Si lo hubieran hecho, AA sin duda
habría fracasado. En un instante, nos habríamos convertido en profesionales.
Había un tercer sueño, el de elaborar un libro de experiencia - el que hoy día conocemos como
Alcohólicos Anónimos. Estábamos convencidos de que, a menos que pusiéramos por escrito
nuestras experiencias de recuperación, nuestros principios y prácticas pronto se verían
desvirtuados. Era posible que se nos ridiculizara en la prensa.
Además, les debíamos al menos un libro a aquellos alcohólicos que no podían llegar a nuestros
hospitales o a quienes, tal vez, nuestros misioneros no alcanzaban enseguida.
Como todo el mundo sabe, el libro de AA se convirtió en realidad; los Otros sueños no.
Pero en 1937 parecía indudable que teníamos que disponer de una cantidad considerable de
dinero. Tal vez debido a que yo vivía en Nueva York, donde se supone que hay mucho dinero, se me
encargó la misión de recoger fondos a fin de que nuestro movimiento sin nombre pudiera tener sus
misioneros, sus hospitales y sus libros. ¡Qué simple parecía! ¿No hablamos visto ya (en nuestros
orgullos a imaginación) los comienzos de uno de los mayores acontecimientos, sociales, médicos y
espirituales de todos los tiempos? ¿No éramos los borrachos todos vendedores? ¿No había sido yo
un agente de Bolsa en Wall Street? ¡Qué fácil sería recoger fondos para una causa como la nuestra!
¡Qué penoso fue el despertar de estos sueños de dinero! Pronto resultó evidente que la gente
adinerada tenía poco interés en los borrachos. En cuanto a nuestros grandiosos planes de agrupar a
los alcohólicos en escuadras, pelotones y regimientos -pues, era completamente inverosímil, ¿no es
así? Según decía la gente, ya eran suficientemente difíciles de uno en uno. ¿Por qué imponer a cada
comunidad norteamericana un regimiento organizado de borrachos? ¿No sería mejor que los
donantes pusieran su dinero en algo más constructivo, como la tuberculosis o el cáncer?
O, ¿por qué no debían invertir su dinero en la prevención del alcoholismo? Un intento más de
rescatar a los borrachos desahuciados no podría tener éxito. Tales fueron las respuestas a nuestra
solicitud de dinero.
Dos días después de la llamada de mi cuñado, nos encontrábamos en las oficinas de Rockefeller,
hablando con Willard ("Dick") Richardson. Dick, un hombre de lo más encantador, fue el primero de
una serie de gente no alcohólica que nos ayudó cuando nos encontramos en situaciones muy
difíciles, y sin cuya sabiduría y devoción el movimiento de Alcohólicos Anónimos puede que nunca
hubiera existido. Después de escuchar nuestra historia, nuestro nuevo amigo mostró una
comprensión inmediata.
Pronto convirtió la comprensión en acción. Sugirió que algunos miembros de nuestra hermandad
alcohólica se reunieran con él y con algunos amigos suyos.
Poco tiempo después, una tarde de invierno de 1937, tuvo lugar esta reunión en Rockefeller
Center. Estuvieron presentes Dick Richardson, A. LeRoy Chipman, conocido desde entonces como
"Chip," Albert Scott, Frank Amos, y mi cuñado Leonard Strong. El Dr. Bob y Paul S. vinieron desde
Akron. Los antiguos borrachos neoyorquinos sumaban media docena y les acompañaba el Dr.
William Silkworth, quien, como el primer médico en favorecer nuestra causa, ya nos había dado un
ánimo y una ayuda inapreciables. Naturalmente, los alcohólicos estábamos encantados.
Creíamos que nuestros problemas de dinero se habían terminado. Si la solución estaba en el dinero,
sin duda habíamos llegado al sitio preciso.
Después de presentarnos, unos a otros, cada alcohólico contó su propia historia, y estas
narraciones fueron enérgicamente confirmadas por nuestro apasionado amigo el Dr. Silkworth. Al
terminar sus comentarios (¡y con la debida discreción!) sacamos a relucir el asunto del dinero. Ya
que nuestros oyentes parecían muy impresionados con nuestras historias de recuperación, nos
atrevimos a dilatarnos sobre la urgente necesidad de hospitales, de misioneros y de un libro.
También pusimos en claro que para esto haría falta dinero - mucho dinero.
Con esto llegamos a otro punto decisivo en el destino de AA. El presidente de la reunión, Albert
Scott (ahora fallecido), un hombre acostumbrado a atender asuntos importantes, y que era de
naturaleza profundamente espiritual, dijo en esencia, "Me siento muy conmovido por lo que acabo
de oír. Puedo ver que hasta ahora el suyo ha sido un trabajo de inmensa buena voluntad – un
alcohólico que ayuda personalmente a otro sólo por el amor de hacerlo. Esta es una hermosa
réplica de la cristiandad del siglo primero. Pero, ¿no temen que la incorporación de hospitales y
trabajadores asalariados pueda cambiar todo eso? ¿No deberíamos tener mucho cuidado de no
hacer nada que nos pudiera llevar a la creación de una clase profesional o acaudalada dentro de sus
filas?"
Estas fueron palabras de gran envergadura para Alcohólicos Anónimos. Nosotros los alcohólicos
reconocimos su alía significación. Decepcionados al ver que nuestra esperanza de obtener una
ayuda monetaria sustancial parecía irse esfumando, confesamos, no obstante, que a menudo
habíamos tenido dudas parecidas. Pero insistimos, ¿qué vamos a hacer? Nos ha costado tres años
formar tres grupos. Sabemos que tenemos una nueva vida para ofrecer a los miles que cada año
mueren o se vuelven locos. ¿Es necesario que las buenas noticias esperen hasta que se pasen solo
de palabra?
Y así ¿no van a acabar totalmente desvirtuadas? Finalmente, nuestros amigos se expresaron de
acuerdo en que había que hacer algo. Pero continuaron insistiendo en que nuestro movimiento
nunca debería ser profesionalizado. Esto dio el tono de la relación que hemos tenido desde
entonces con estos hombres de buena voluntad. Con razón, nunca han obtenido grandes sumas de
dinero para nosotros. Pero cada uno ha dado de sí mismo a nuestra causa, generosa y
constantemente; pocos AA se darán cuenta de cuánto nos han aportado.
Al ver claramente que ahora debíamos difundir más rápidamente el mensaje de recuperación,
sugirieron que experimentáramos cautelosamente con una pequeña casa de descanso en Akron.
Podría estar dirigida por el Dr. Bob, quien, al fin y al cabo, era médico. Con lo cual, en 1938, Frank
Amos, haciendo uso de su propio tiempo y con los gastos pagados por sus asociados, fue a Akron
para investigar el asunto. Volvió muy entusiasmado. Era de la opinión de que se debían invertir
$30,000 en un centro para alcohólicos. Nuestro amigo Dick Richardson enseñó el informe de Frank
al Sr. John D. Rockefeller, Jr., quien inmediatamente manifestó un vivo interés. Pero el Sr.
Rockefeller también expresó su preocupación por nuestra posible profesionalización.
No obstante, nos dio una cantidad de dinero que resultó ser aproximadamente la sexta parte de lo
que Frank había sugerido. Su donativo nos llegó en la primavera de 1938 y sirvió para ayudarnos al
Dr. Bob y a mí a pasar aquel año sumamente difícil. Sin ese dinero, no podríamos haber continuado
con nuestros trabajos. No obstante, desde el punto de vista económico, nuestro incipiente
movimiento de alcohólicos se encontró en la necesidad de arreglárselas por su cuenta -
precisamente donde debía encontrarse, por muy difícil que pareciera en aquella época. Seguíamos
sin tener trabajadores a sueldo, ni hospital, ni libro.
Estos fueron los acontecimientos que nos condujeron a la formación de la Fundación Alcohólica. La
necesidad de un libro en el que se describieran nuestras experiencias de recuperación parecía cada
vez más grande. Si se publicara este libro, podría suscitar una gran afluencia de solicitudes de
información por parte de los alcohólicos y sus familias. Miles, tal vez. Estas solicitudes tendrían que
ser procesadas por medio de algún tipo de oficina central. Eso era muy evidente.
Para estos fines más sensatos, nuestros amigos sugirieron la formación de una fundación a la cual
los donantes pudieran hacer contribuciones libres de impuestos. Nosotros los alcohólicos tuvimos
con ellos discusiones sin fin sobre este nuevo proyecto, acaparando muchas horas de sus jornadas
de trabajo. Frank Amos y un amigo abogado, John E.F. Wood, dedicaron mucho esfuerzo a redactar
el acuerdo fiduciario original de la Fundación. El abogado nunca había visto nada parecido.
Nosotros insistimos en que la nueva fundación tuviera dos clases de custodios - alcohólicos y no
alcohólicos. Pero desde el punto de vista legal, ¿qué era un alcohólico? preguntó él; y si un
alcohólico había dejado de beber, ¿seguía siendo un alcohólico? Entonces, ¿por qué dos clases de
custodios? Nunca se ha oído hablar de una cosa semejante, dijo nuestro abogado. Le explicamos
que queríamos tener con nosotros a nuestros amigos. Además, imagínese que todos los alcohólicos
nos emborracháramos a la vez, ¿quién se quedaría con el dinero entonces? Después de superar
muchos obstáculos parecidos, finalmente se inauguró la Fundación Alcohólica. Estaba compuesta
de cuatro custodios no alcohólicos y tres alcohólicos. Tenía derecho a nombrar a sus sucesores.
Según su carta constitutiva, podía hacer todo lo que se pudiera imaginar. Así que lo tenía todo -
¡menos dinero!
En los últimos siete años AA ha llegado a ser auto mantenida
Nunca podré explicarme cómo nos las arreglamos para seguir trabajando en nuestra oficina y en
nuestro libro en aquel verano de 1939. Si no hubiera sido por un verdadero acto de sacrificio por
parte de Bert T., un AA neoyorquino de los primeros tiempos, estoy seguro de que no habríamos
sobrevivido. Bert prestó $1,000 a la difunta Works Publishing Company, cantidad que obtuvo como
préstamo poniendo como garantía su propio negocio. A este acto de fe le siguieron otros dos
golpes de buena fortuna que apenas nos hicieron posible mantenemos a flote hasta el final del año.
En el otoño de 1938 la revista Liberty publicó un artículo acerca de nosotros. Esto provocó una
inundación de solicitudes de información y algunos pedidos del Libro de AA. Estos pocos ingresos
de ventas sirvieron para mantener en marcha nuestra pequeña Oficina Central. Luego hubo una
explosión de artículos en el periódico Plain Dealer de Cleveland. Esto inició allí un crecimiento
prodigioso de AA, y suscitó una demanda algo mayor del Libro de AA.
Tampoco nuestros amigos del Rockefeller Center estaban ociosos. Un día de febrero de 1940, Dick
Richardson nos informó que el Sr. John D. Rockefeller, Jr. Había estado observando nuestro
progreso con intenso interés; que le gustaría dar una cena para dar inspiración a sus invitados y
para el beneficio de Alcohólicos Anónimos. Esto nos pareció como caído del cielo.
La cena tuvo lugar en marzo de 1940. Los amigos del Sr. R. se presentaron en tropel. En cada mesa
había un miembro de AA. El Dr. Harry Emerson Fosdick, que había publicado una reseña fantástica
de nuestro libro, habló sobre AA desde el punto de vista espiritual. El Dr. Foster Kennedy, eminente
neurólogo, dio a sus oyentes la perspectiva médica. A nosotros los alcohólicos también se nos pidió
que habláramos. Al final de la cena, el Sr. Nelson Rockefeller, después de explicar que su padre no
había podido asistir por encontrarse enfermo, siguió diciendo que pocas cosas más profundamente
conmovedoras o prometedoras habían afectado tanto la vida de su padre como Alcohólicos
Anónimos; que le gustaría que sus amigos compartieran con él esta experiencia.
Aunque en la cena de aquella noche se veía representada una inmensa riqueza, apenas si se hizo
mención del dinero. Se expresó la esperanza de que AA pudiera convertirse pronto en auto
mantenido. Pero se hizo la sugerencia de que, hasta que no lograra a serlo, puede que se necesitara
alguna pequeña ayuda económica. Después de la cena, el Sr. Rockefeller escribió a cada uno de los
invitados una carta personal, en la que expresaba sus sentimientos con respecto a AA, cerrándola
con la observación que iba a hacernos un pequeño regalo. Adjuntas a las cartas les envió una copia
de las charlas dadas en la reunión y un ejemplar del libro Alcohólicos Anónimos. Al recibir la carta
del Sr. Rockefeller, muchos de los invitados respondieron con donativos a la Fundación Alcohólica.
Desde aquel entonces, la llamada "lista de invitados a la cena de Rockefeller" ha sido la única
fuente de donativos de dinero "ajenos" a la Fundación Alcohólica. Estos donativos como promedio
ascendieron a unos $3,000 cada año y se siguieron haciendo durante unos cinco años - desde 1940
hasta 1945. Le Fundación repartió estos ingresos entre el Dr. Bob y yo, para hacemos posible
dedicar a AA una parte sustancial de nuestro tiempo en esos años cruciales. Hace poco tiempo, los
custodios de la Fundación se vieron en la posibilidad de dirigir cartas a los contribuidores originales
participantes en la cena, expresando su agradecimiento y diciéndoles que ya no se necesitaba su
ayuda; que la Fundación se estaba manteniendo adecuadamente por medio de las contribuciones
de los grupos y por las ventas del libro Alcohólicos Anónimos; que las regalías del libro cubrían las
necesidades personales del Dr. Bob y mías.
Por supuesto, lo significante de la cena del Sr. Rockefeller no fue solo el dinero que se reunió. Lo
que entonces necesitábamos, tanto como el dinero, era el reconocimiento favorable del público;
necesitábamos a alguien que expresara ante el público lo que sentía y pensaba acerca de
Alcohólicos Anónimos. Teniendo en cuenta que éramos pocos en aquel entonces, que no nos
sentíamos muy seguros de nosotros mismos, que poco tiempo antes la sociedad nos había
Conocido como borrachos comunes y corrientes, creo que la sabiduría y el valor del Sr. Rockefeller
fueron realmente muy grandes.
El efecto de aquella cena fue instantáneo; todas las agencias de prensa publicaron la noticia.
Centenares de alcohólicos y sus familias se apresuraron a comprar el libro. Nuestra pequeña oficina
central se vio inundada de súplicas de ayuda. Pronto tuvimos que trasladarla de Nueva Jersey a la
Calle Vesey de Nueva York. Ruth Hock cobró su sueldo atrasado y, de allí en adelante, se convirtió
en nuestra primera secretaria nacional. Se vendieron suficientes libros para mantener en
funcionamiento la oficina. Y así pasó 1940. Alcohólicos Anónimos había hecho su debut nacional.
Un año más tarde, la revista Saturday Evening Post encargó a Jack Alexander que redactara un
artículo acerca de nosotros. Bajo el ímpetu de la cena del Sr. Rockefeller y los artículos del Plain
Dealer de Cleveland, el número de miembros había ascendido a toda prisa a unos 2,000. Nuestros
miembros de Cleveland habían acabado de demostrar que incluso un pequeño grupo, si las
circunstancias lo exigían, podía absorber rápidamente y con éxito una gran cantidad de recién
llegados. Habían refutado el mito de que AA siempre debía crecer lentamente. Desde el área de
Akron-Cleveland, habíamos empezado a extendernos hacia otros lugares - Chicago y Detroit en el
Medio Oeste. En el Este, Philadelphia ya estaba ardiendo. Se podía ver las primeras llamas en
Washington y Baltimore. Más al Oeste, Houston, San Francisco y Los Ángeles estaban prendiendo la
chispa. Continuaba el crecimiento en Akron y Nueva York. Nos sentíamos particularmente
orgullosos de la ciudad de Little Rock, Arkansas, que había brotado sin contacto personal con AA,
sólo por medio de libros y cartas de la Oficina Central. Little Rock fue el primero de los grupos
llamados "por correo" que hoy en día se encuentran en todas partes del mundo. Aun entonces,
habíamos empezado a mantener correspondencia con muchos alcohólicos aislados que más tarde
iban a formar grupos.
A pesar de este progreso, nos sentíamos preocupados por la próxima aparición del artículo del
Saturday Evening Post. Aunque nuestra experiencia de Cleveland nos había dado la seguridad de
que nuestros pocos grupos establecidos podrían sobrevivir el impacto de una gran publicidad, ¿qué
íbamos a hacer con los miles de ardientes peticiones que ahora empantanarían nuestra pequeña
oficina de Nueva York, que entonces sólo contaba con Ruth Hock, una mecanógrafa, y yo? ¿Cómo
podrían tres personas responder a los miles de desesperadas solicitudes que esperábamos recibir?
El artículo del Post tendría como resultado más ventas del libro, pero no suficientes para hacer
frente a esta emergencia. Necesitábamos más oficinistas - y pronto - si no, tendríamos que
resignarnos a echar en la papelera cantidad de peticiones desgarradoras. Nos dimos cuenta de que,
por primera vez, debíamos pedir la ayuda de los grupos de AA. La Fundación Alcohólica seguía sin
tener dinero, aparte de los $3,000 al año del "fondo de la cena," que nos ayudaba a mantenernos a
note al Dr. Bob y a mí.
Además, algunos de los acreedores e inversores del Works Publishing (compañía editorial de AA)
estaban volviendo a ponerse nerviosos. Dos de los miembros alcohólicos de nuestra Fundación
viajaron para visitar los grupos de AA y explicarles la necesidad. Presentaron a sus oyentes las
siguientes ideas: que el mantenimiento de nuestra Oficina Central era una clara responsabilidad de
los grupos de AA; que responder a las solicitudes escritas era un complemento necesario de
nuestro trabajo de Paso Doce; que nosotros los AA deberíamos pagar de nuestro bolsillo estos
gastos de oficina y dejar de depender de la caridad ajena o de unas ventas insuficientes del libro.
Los dos custodios también sugirieron que la Fundación Alcohólica se convirtiera en el depositario
de los fondos de los grupos; que la Fundación destinaría lodo el dinero proveniente de los grupos
para cubrir los gastos de la Oficina Central exclusivamente; que cada mes la Oficina Central pasaría
a la Fundación la cuenta de los gastos de operación de la oficina directamente relacionados con AA;
que todas las contribuciones de los grupos deberían ser completamente voluntarias; que cada
grupo de AA recibiría los mismos servicios de la oficina de Nueva York, ya fuera que contribuyera o
no. Se calculó que, si cada grupo enviara a la Fundación una cantidad igual a un dólar por miembro
y por año, con el tiempo este dinero podría mantener nuestra oficina, sin ninguna otra ayuda.
Según estas disposiciones, la oficina pediría contribuciones a los grupos dos veces al año y, al
mismo tiempo, les sometería un estado de gastos del período anterior.
Nuestros dos custodios, Horace C. y Bert T., no volvieron con las manos vacías. Ahora que tenían
una clara comprensión de la situación, la mayoría de los grupos empezaron a contribuir a la
Fundación Alcohólica para los gastos de la Oficina Central, y han seguido haciéndolo desde
entonces. Con esta práctica, la Tradición de auto mantenimiento de AA tuvo un sólido y seguro
comienzo. De esta manera respondimos a lo ocasionado por el artículo del Saturday Evening Post
por el que miles de AA hoy se sienten tan agradecidos.
El 1941 fue un gran año para la creciente Comunidad de AA. Marcó el comienzo del importante
cambio de actitud que habría de venir. Nuestra Oficina Central consiguió el sólido respaldo de los
grupos; empezamos a abandonar la idea de ayuda caritativa de fuentes ajenas, sustituyéndola por
el auto mantenimiento. Por último y no por ello menos importante, nuestra Fundación Alcohólica
realmente comenzó a funcionar. Ya vinculados a la Oficina Central de AA por ser responsables de
los fondos de los grupos que se gastaban allí, y a Works Publishing (el libro Alcohólicos Anónimos)
por encontrarse entre los propietarios de la empresa, los custodios de nuestra Fundación
Alcohólica, sin darse cuenta, se habían convertido en los guardianes de Alcohólicos Anónimos -
tanto del dinero como de la Tradición. Alcohólicos Anónimos había llegado a ser una institución
nacional.
Alrededor del año 1942, se hizo evidente que la Fundación debía ser el único propietario de Works
Publishing, acaparando las acciones de los restantes inversionistas de Works. Para hacer esto, se
necesitaban varios miles de dólares y, por supuesto, el dinero proveniente de los grupos no podía
utilizarse para este propósito.
Así que los custodios, encabezados en esta ocasión por nuestro viejo amigo Chip, acudieron de
nuevo al Sr. Rockefeller y su "lista de invitados." Gustosamente, estos donantes originales hicieron
a la Fundación el préstamo necesario para convertirse en propietarios exclusivos de nuestro Libro
de AA (Works Publishing, Inc.). Mientras tanto, Works Publishing, al encontrarse liberado en parte
de mantener la Oficina Central, se vio en la posibilidad de cancelar las cuentas con sus acreedores.
Más tarde, cuando los custodios propusieron pagar las deudas de la Fundación con los ingresos del
Libro de AA, algunos de los prestamistas solo aceptaron un pago parcial - y otros se negaron a
aceptarlo. Por fin, estábamos libres de deudas. Este acontecimiento señaló el fin de nuestras
dificultades financieras.
En años recientes, el desarrollo de AA ha sido fenomenal. Casi todo el mundo en Norteamérica sabe
de AA. Parece que el resto del mundo pronto tendrá conocimiento de AA a medida que los
miembros de AA viajen a otros países y la literatura se traduzca a otras lenguas. Hoy día, nuestra
Sede de servicios generales cuenta con doce trabajadores. Debido a nuestro prodigioso crecimiento
y la introducción de AA en cada vez más países extranjeros, pronto necesitaremos veinte. Nuestro
secretario general de AA, conocido por miles de personas como "Bobbie," ahora sirve a AA mundial.
Tres de los primeros custodios, cuya aportación a AA es incalculable, siguen siendo miembros de la
junta de la Fundación Alcohólica. En las reuniones trimestrales, se ven nuevas caras, cada uno tan
deseoso de servir como los del grupo original. El AA Grapevine, nuestra revista nacional mensual,
que hace tres años hizo su primera aparición, está integrándose cómodamente entre los servicios
de nuestra Sede general, y ya casi ha logrado cubrir sus propios gastos. Gracias a los ingresos de
Works Publishing, la Fundación ha acumulado una reserva económica prudente para el futuro. Esta
reserva ahora representa una cantidad algo superior al gasto anual de la Sede, el cual sigue siendo
no mucho más que la muy módica cifra de $1 por miembro de AA por año. Hace dos años, los
custodios asignaron a mi esposa y a mí una cantidad de dinero, sacada de los ingresos provenientes
de la venta del Libro de AA, que nos hizo posible terminar de pagar la hipoteca de nuestra casa y
hacer algunas mejoras necesarias. La Fundación concedió también al Dr. Bob y a mí sendas regalías
del 10% del libro Alcohólicos Anónimos, nuestros únicos ingresos de fuentes de AA. Ambos nos
encontramos económicamente desahogados y nos sentimos profundamente agradecidos. Este
relato de la administración de Alcohólicos Anónimos durante su infancia nos trae hasta el presente
- el año l947 - con un futuro que nos promete la continuación del crecimiento y de los servicios de
AA.
QUE VALOR TIENE TU SOBRIEDAD
Séptima Tradición: Cada grupo de A.A. debe ser completamente automantenido, negándose a
recibir contribuciones ajenas.
1. Hablar sobre el valor espiritual de contribuir a la Comunidad. ¿Nos conecta con la gran totalidad?
2. Las contribuciones de los miembros dan apoyo a la Comunidad en la que muchos de nosotros
tuvimos por primera vez la sensación de “encajar/pertenecer”.
3. A.A. es auto mantenida por medio de sus propias contribuciones, negándose a recibir
contribuciones ajenas. Considerar lo que sucede cuando las contribuciones disminuyen.
4. Las contribuciones a la OSG suministran apoyo económico para facilitar la visión del cofundador
Bill W. de llevar el mensaje a todo el mundo.
5. Recordarles a los miembros el plan de aniversario para los miembros individuales y para los
grupos y tener disponibles sobres de contribuciones a la OSG.
6. Animar a las áreas a hablar sobre el apoyo económico a todos los niveles.
7. Hablar sobre el hecho de que aunque no hay honorarios ni cuotas para ser miembro de A.A.,
A.A. no es gratis.
8. Si es posible, presupuestar la cantidad que el grupo desea contribuir a las diversas entidades de
servicio, en lugar de esperar a ver cuánto queda después de cubrir los gastos regulares del grupo.
9. Hablar sobre los diversos esfuerzos internacionales para llevar el mensaje, incluyendo el papel
que desempeñan los custodios generales y el personal de la OSG.
10. Considerar lo que le pasaría a A.A. si los grupos que contribuyen dejaran de hacerlo.
12. ¿Cómo informa su grupo a los miembros nuevos acerca de la importancia de la responsabilidad
de la Séptima Tradición?
A.A.? ¿Cómo?