Cronicas de Mujeres Nikkei - 1
Cronicas de Mujeres Nikkei - 1
Cronicas de Mujeres Nikkei - 1
ASOCIACIÓN
©APJ PERUANO
JAPONESA
FONDO EDITORIAL
Crónicas de mujeres nikkei
Prohibida la reproducción parcial o total de esta obra, sin previa autorización escrita
del Fondo Editorial.
Presentación
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En ese camino de reconstrucción se encuentra el trabajo
que ha emprendido Doris Moromisato al recopilar los
testimonios que aparecen en este libro. Ahora, queda pre-
guntarnos ¿a quiénes se les ha cedido la palabra? ¿A quiénes
pertenece el testimonio puesto en valor? Y la respuesta es “a las
mujeres inmigrantes y a sus descendientes”. En este trabajo,
Moromisato “cede la palabra” con todas sus letras, puesto que
se ha esforzado por preservar la musicalidad a través del
alargamiento silábico en algunas palabras y la sintaxis enre-
vesada (llena de sabiduría) del testimonio oral. Es por ello que
el trabajo editorial ha sido muy cuidadoso en respetar la
trascripción oral original de aquellas intervenciones que asaltan
por momentos las crónicas de la autora.
A saber, las que leerán aquí son solo algunos de los nu-
merosos trabajos que Moromisato ha elaborado sobre la base de
testimonios recogidos a lo largo de los años y que ha difundido
en diversos medios, como el International Press de Japón y la
web Discover Nikkei del Japanese American National Musem,
solo por dar un par de ejemplos. Estos textos han sido
actualizados, corregidos y aumentados para la presente edición,
además de contar con un glosario de términos que facilita la
lectura.
Si bien las opiniones de la autora son de su responsabi-
lidad, la APJ aplaude la valiosa labor de recopilación de ma
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terial testimonial, ya que contribuye en reconstruir la historia
de la inmigración y a brindarle todo el reconocimiento a
aquellas mujeres que lucharon desde sus espacios para la
consolidación de la comunidad nikkei. El espíritu que anima
esta publicación parte de dos intereses fundamentales. El
primero es la necesidad de rendirle un justo homenaje a las
pioneras y, en ellas, a sus descendientes; el segundo, el
compromiso con la difusión cultural, lo cual empuja a la APJ a
actuar como un simple medio para abrir el espacio de diálogo,
labor saludable y necesaria en la generación de conocimiento.
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a todas las mujeres nikkei porque sostienen sobre sus
hombros la memoria y el destino de nuestra comunidad
nikkei
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eso, y que no era necesario salir de las cuatro paredes del
hogar.
Pensé también en la película La aldea, dirigida por M.
Night Shyamalan, cuya pletórica fundación se debía a un
macabro ensayo antropológico de unos padres para controlar
los destinos de sus hijos e hijas.
Hasta que un día —siempre hay un día— me llegó la
poesía y me ayudó aristotélicamente a construirme un alma
inquieta, honesta, irrenunciable. Ese día, maravillada y
asustada, vi la enorme burbuja a mi alrededor... y comencé a
preguntar; es decir, comencé a incomodar a mis cohabitantes
burbújeos.
¿Era correcto que una mujer atosigara al resto con tantas
dudas?, ¿quién era yo para contrarrestar los inflamados
discursos de la gesta migratoria y la consolidación de una
utópica sociedad construida a punta de penurias y gallardía?
Mi incipiente inteligencia me dictaba que debía premu-
nirme de herramientas teóricas para demostrar que lo mío era
rebeldía legítima y no temporales berrinches femeninos. Los
estudios psicoanalíticos y las interpretaciones marxis- tas me
ayudaron a entender el funcionamiento del poder en las
estructuras mentales y sociales de una comunidad, pero fueron
los estudios de género y las teorías feministas los que salvaron
mi vida, en todos los sentidos y en la amplitud de la palabra
vida.
Gracias al feminismo, entendí por qué se construyen
burbujas y por qué los mismos sujetos subordinados refuerzan
y hasta defienden esa estructura que les oprimen 3; comprendí,
3 Gerda Lerner en La creación del patriarcado desarrolla ampliamente este con-
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también, por qué a la gente no se le puede medir por su dosis
de maldad o de bondad sino por la necesidad de supervivencia
que les inspira ser tales personas o hacer tales acciones.
En todos mis libros, investigaciones, textos y poemas,
subyace mi convicción feminista. El presente libro no escapa a
esta opción ideológica, pues es la única manera de entender,
con suma comprensión y sangre fría, por qué las mujeres que
narran sus historias en las presentes crónicas dejaron que sus
vidas transcurrieran entre sometimientos y relaciones de
subordinación, entre pequeñas alegrías y grandes esperanzas.
Aquí, debo ser honesta. Siempre he buscado entender a mi
madre —mi okaasan— y responderme a las preguntas que
como espinas he llevado clavadas en mi corazón: ¿por qué dejó
que la casaran a los 18 años con un hombre que no conocía?,
¿por qué aceptó tan sumisa a que la insertaran en un país que
no eligió?, ¿por qué no guardó rencor contra ese hombre que la
arrancó de su aldea y la apartó de su madre?, ¿por qué dejó que
otros decidieran por ella?, ¿por qué nunca se quejó, por qué
nunca se quebró?
Tantas preguntas y mi madre murió en 1988. Yo tenía 25
años y no nos alcanzó el tiempo para decirnos todo lo que
hubiésemos querido. Sospecho que todas las investigaciones y
discursos que realicé alrededor de la inmigración japonesa
tienen como finalidad persistir en este diálogo que la muerte
truncó.
A partir de 1996, empecé a investigar sobre la llegada de
cepto. Afirma que las mujeres no están oprimidas sino subordinadas, porque
existe una aceptación voluntaria entre el dominador y la dominada a cambio de
“protección por sumisión y manutención por trabajo no remunerado”.
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los japoneses a Perú. Entre 1996 y 2006, realicé 500 entrevistas
a hombres y mujeres, publiqué dos libros sobre inmigración,
edité más de 15 revistas y memorias institucionales, escribí
más de 200 artículos en diferentes diarios y revistas, siempre
con la obsesión de entender este proceso histórico. Pero, en la
medida en que avanzaba, me percaté de que las mujeres
estaban ausentes.
A pesar del rol protagónico que cumplieron, ellas no
estaban presentes en la memoria colectiva y su incorporación
en los textos históricos y de poder no se daban. Incluso hoy, en
120 años de historia, su desenvolvimiento protagónico en el
espacio público de la comunidad nikkei sigue sin ser una
constante.
Fue así que terminé narrando la vida íntima de las muje-
res, revalorando sus espacios domésticos y privados como un
aspecto relevante en la historia de la inmigración japonesa a
Perú.
Alrededor del mismo tema publiqué, con el apoyo de Juan
Shimabukuro Inami, el libro Okinawa. Un siglo en el Perú, y
escribí, en el diario Perú Shimpo, 125 artículos; 55 en el diario
International Press de Japón y decenas de textos en el sitio web
Discover Nikkei del International Nikkei Research Project del
Japanese American National Museum. Justamente, las crónicas
que aquí publico fueron difundidas por primera vez en aquellos
espacios aunque han sido modificadas para esta edición.
Las crónicas y los textos que conforman el presente libro
aspiran a brindar luces sobre la experiencia vital de tres
generaciones de mujeres: las issei, nisei y sansei. Las crónicas
están basadas en testimonios que me brindaron a través de
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entrevistas con la intención de tener una perspectiva primaria;
este enfoque fenomenológico garantizaría —al menos, eso es lo
que creo— el carácter endógeno. Estas entrevistas me
permitieron acercarme a la autopercepción de sí misma que
tenía cada entrevistada y, también, las alentaba para que
contaran y expresaran sus ideas, recuerdos, vivencias, valores,
creencias y sentimientos con la finalidad de escuchar su voz, y
ayudar en la articulación y recuperación de una memoria
colectiva. Tal como afirma Giddens, una persona, cuando narra
su biografía, no solo está contando los hechos sino lo que guió
dichos actos y el sentido que confiere a estos, va dando
coherencia y continuidad a su vida en la medida en que la
reconstruye y, de esta manera, articula una identidad.
En ningún momento desdeñé el método autobiográfico4
como una ruta para las respuestas. Sin embargo, resultó una
tarea muy delicada recoger los testimonios de las mujeres
inmigrantes que, durante 80 años, se desenvolvieron, la gran
mayoría de ellas, en la oralidad de una simpática combinación
de su idioma originario —el okinawense— con el japonés de la
expansiva Era Meiji y un incipiente español más bien utilitario.
Este es el caso de la mayoría de mis entrevistadas, que nacieron
en Japón alrededor del año 1900, y cuyos testimonios habrían
sido imposibles de rescatar si no hubiese contado con la ayuda
de sus hijas o nietas que, de forma simultánea, me traducían sus
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palabras5 6. ¿Cuánto perdimos en ese proceso, en esa doble o
triple interpretación idiomática?
Francesca Denegrí (2000) nos ilustra ampliamente sobre
los riesgos de la elaboración de los testimonios en la
introducción de su libro Soy señora. Testimonio de Irene
Jara*: “por tratarse de la voz de un subalterno que por regla
general y por razones históricas tiene un hablar propio que no
siempre se ciñe a las normas gramaticales de la lengua
nacional, toca al escritor decidir cómo usar esa voz que se
expresa ‘incorrectamente’, si respetarla tal cual, si corregirla’, o
si adoptar una de muchas posiciones intermedias” 7, y recalca
que “si es cierto aquel lugar común que define al testimonio
como el género que da voz al que no la tiene, habría pues que
examinar bajo qué condiciones sucede esa transacción, qué
pierde y qué gana esa voz en el proceso mismo de encontrar un
espacio en la cultura letrada”8.
Como afirma Denegrí, “la verdad de la oratura no es la
misma que de la palabra hablada, como tampoco la verdad
literaria es la misma que la verdad vivida. Hay un proceso de
construcción que tergiversa para vitalizar ciertos episodios y
palidecer ciertos otros, no solo por parte de la editora que
ordena sino también de la informante que relata su historia.
Entramos así al tema de la subjetividad de la narradora, quien,
además de narrar guiada por la memoria, lo hace también
5 Es preciso mencionar que algunos datos que proporcionan las entrevistas no
cuentan con respaldo documentado por múltiples motivos.
6 DENEGRI, Francesca (2000). Soy señora. Testimonio de Irene Jara. Lima:
Ediciones Flora Tristán / Instituto de Estudios Peruanos / Ediciones El Santo
Oficio, pp. 13-43.
7 Ibid. p. 16.
8 Ibid. p. 21.
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guiada por el deseo de proyectar una imagen particular para la
posteridad, y ni el deseo ni la memoria son objetivos” 9.
Exacto y preciso: fue el deseo de esta humilde servidora
proyectar para la posteridad las vidas que me conmovieron y
que aspiro, subjetiva y honestamente, a que permanezcan como
la historia de la inmigración japonesa a Perú.
Sin embargo, admito que no deja de ser un riesgo que los
enunciados y la voz hablante surjan desde mis propias
percepciones.
Al respecto, Diana Miloslavich Túpac reflexiona inten-
samente sobre la escritura de mujeres y el lugar que ocupan
histórica y socialmente; apoyándose en Nattie Goluvob, medita
sobre las posiciones del sujeto hablante (la narradora), los
sujetos que son hablados (los personajes) y las/los lectores/as
implícitos/as10.
El presente libro abarca testimonios de mujeres inmi-
grantes cuyo encuentro con el país de arribo significó un
choque cultural y geográfico, el cual desencadenó en una
relación entrañable y para toda la vida.
También, se comparte las vivencias de las hijas y las nietas
de inmigrantes japonesas que, en su búsqueda de la
profesionalización, de la vocación artística, o del amor,
sufrieron las desavenencias esperadas porque incursiona- ron
en otros espacios y otros grupos étnicos.
Y —¿por qué no?— al final del libro, comparto mis
reflexiones sobre la identidad nikkei desde mi condición de
9 Ibid. p. 24.
10 MILOSLAVICH, Diana (2012). Literatura de mujeres. Una mirada desde el
feminismo. Lima: Ediciones Flora Tristán, p. 115.
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escritora y feminista.
Sinceramente, es muy escaso encontrar material biblio-
gráfico sobre procesos migratorios japoneses y construcción de
identidades nikkei con una perspectiva de género.
Deposito en este libro la ilusión de serle útil a quien lo
necesite, no sin antes sugerirle que para analizar las múltiples
identidades que se construyeron en este grupo humano es
imprescindible acallar las trompetas del triunfo y auscultar, de
una manera íntima y humana, el mundo simbólico y cultural
que sus integrantes construyeron en forma cotidiana.
Porque soy la primera interesada en encontrar formas de
convivencias equilibradas y humanamente sostenibles para el
bienestar de todos y todas en la comunidad nikkei, debo admitir
—a manera de colofón— que todas las mujeres de este libro
me enseñaron una lección: existe una remota posibilidad de que
la libertad, la felicidad y la belleza se hallen tanto dentro como
fuera de la burbuja.
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INTRODUCCIÓN
Una mirada de género a la inmigración
japonesa a Perú
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grulla, pino, hoz o tortuga. Más de una persona pensaría que
elegían sus nombres con lo primero que se les cruzaba en el
camino; si así fuera el caso, hoy sería como llamarse zapato,
pan, pescado, televisor o Ipad. Sin embargo, la elección de los
nombres respondía a una interesante filosofía que, un siglo
después, bien vale entender por su belleza y complejidad.
Las mujeres que llegaron a Perú nacieron durante la Era
Meiji (1868-1912) o la Era Taisho (1912-1926). En aquellos
tiempos, las familias japonesas no elegían para sus hijas
nombres complicados ni abstractos, sino muy reales y con-
cretos; nombres relacionados a los animales que habitaban la
tierra o a los elementos de la naturaleza u objetos que em-
pleaban en la vida cotidiana.
Para la cultura japonesa, no era lo mismo nacer mujer que
nacer hombre y, lo más interesante, no era lo mismo buscar un
nombre para un hijo que para una hija.
Hallar un nombre para el varón era un acto casi sagrado:
apenas nacidos se convocaba a señores reconocidos y probos
de la comunidad para elegir con sumo cuidado ideogramas,
cálculos y sonidos, pues no solo se estaba buscando un vocablo
o una palabra sino las aspiraciones de ese niño, y hasta el
futuro del apellido, la familia y el clan. Guillermo Nugent
(2012) tiene un importante estudio sobre la elección de los
nombres y su trascendencia social.27
No sucedía lo mismo con la niña recién nacida: las
mujeres ni siquiera tenían derecho al kanji o escritura china,
empleada durante siglos exclusivamente por la realeza y por los
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hombres. El nombre elegido para las mujeres tendría la
simpleza de la escritura silábica, sonaría cotidiana como la vida
y sería elegido con muchísimo cariño, pero sin ninguna
importancia.
Para ellos, el cielo: los nombres de los hijos estaban rela-
cionados a la grandeza, el honor, la felicidad o el esplendor, y
siempre estaban ligados al poder; mientras que los nombres de
las hijas no trascendían la realidad terrenal.
Sin embargo, suponemos que, si bien esta clasificación
estaba basada en valoraciones masculinas y devaluaciones
femeninas, su intención no era despreciar explícitamente a las
mujeres.
Las culturas japonesa sustentan su cosmovisión espiritual
en el sintoísmo jque otorga un alma a las cosas) y en el
budismo (que profesa-un sagrado respeto a lajatupalezq)28.
Las plantas, animales y objetos son siempre simbologías y
tienen un significado mucho más allá que el que les otorga su
mera existencia: son parte de la armonía de un universo cuyo
centro no es la humanidad sino la existencia toda. Para el
pueblo okinawense, no era una burla llamarse como un animal,
a diferencia del mundo occidental que los utiliza para el insulto
o infundir vergüenza. Y llamarse como las cosas era ser
considerada útil y necesaria para los demás, lo cual era motivo
de felicidad.
Sospecho que lo que se buscaba era una especie de re-
partición de responsabilidades en la vida social: los hombres se
encargarían de alcanzar la inmortalidad del clan y de construir
28 Para una explicación más detallada de las características del budismo y sin-
toísmo, se puede revisar el libro Japanese Philosophy. A source.
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el mundo simbólico, mientras que las mujeres tendrían los pies
bien puestos sobre la tierra, organizando, y manteniendo la
realidad y el orden de las cosas.
Para ellas, la tierra: los nombres más comunes y frecuentes
entre las primeras inmigrantes japonesas que llegaron a Perú
eran:
Nombre Traducci
ón
Kame tortuga
Ushi buey
Umee (Ume)2S ciruelo
Tsuru grulla
Matsu pino
Utoo (Oto) sonido
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Lo curioso es, ¿cómo una mujer podía llamarse «sonido»,
y vivir entre el gentío y las ruidosas calles de Lima?, ¿cómo se
sentiría una mujer llamada «buey» o «tortuga» trabajando en
una cantina donde los parroquianos se insultaban con nombres
de animales?
Con los años, las inmigrantes se adaptaron a la sociedad
peruana y también modernizaron los nombres de sus hijas.
Además de inscribirlas en los registros parroquiales y
municipales con nombres castellanos, siguieron la moda de
Japón de la Era Showa y a sus hijas nisei las llamaron Akemi,
Mitsuko, Yoshiko, Toyoko, Hatsue o Sachiko.
A su vez, continuarían con esta modernización en el
movimiento de sus nietas sansei, además de adoptar nombres
ingleses, italianos o franceses, muy frecuentes a partir de la
década del 60. Ellas fueron llamadas Sayuri, Keiko, Hi- romi o
Midori.
Los nombres de las nisei y las sansei estaban más desli-
gados del objeto en sí (como los animales y las cosas), y se
relacionaban con la contemplación del paisaje y la sutileza de
los sentimientos.
¿Volveremos a poner Ushi, Kame, Matsu, Tsuru a las
nuevas generaciones?, ¿nos atreveremos a rescatar esa simple y
hermosa manera de unir a una mujer con la tierra?
Mientras buscamos las respuestas, podríamos ir infor-
mando a las nuevas generaciones que en los nombres de sus
abuelas y abuelos habitan los sueños y el mágico universo de la
cultura japonesa.
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MIYOKO SHIMIZU:29
Una mujer de escándalo