Defensa Reclutas y Donativos en Canarias PDF
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Volumen II
V
C.21. Intentos de recluta en 1720-1722 1.014
C.22. La recluta de Caraveo (1727) 1.017
C.23. La leva de 1733 1.022
C.24. El intento de recluta de 1734 1.029
C.25. La segunda recluta de 1734 1.031
VI
B.4. El donativo de 1667 1.110
B.4.1. El donativo en La Palma 1.110
B.4.2. La exclusión de Tenerife 1.112
VII
C.3. La contribución de otras instituciones: miembros
del Santo Oficio y conventos
C.3.1. Los donativos de ministros del S. O. de Tenerife
y La Gomera 1.175
C.3.2. Los ofrecimientos conventuales 1.177
VIII
II. LEVAS Y RECLUTAS:
LA GUERRA OFENSIVA
A. Inicio de las levas. Introducción: un contexto de cambios
militares en España
El reclutamiento de hombres era un monopolio regio, y en su nombre lo efectua-
ba el Consejo de Guerra, aunque fuera de la Península tenían competencia de ese
tipo el gobernador de los Países Bajos y los virreyes de Nápoles y Sicilia (en áreas
cercanas)1. La movilización durante el quinientos descansó sobre todo en Castilla y
no hubo muchos problemas en atender la petición de soldados, pero en las últimas
décadas de esa centuria se asistió a una disminución del aporte de reclutas
castellanos debido a una serie de causas que van desde el estancamiento demo-
gráfico castellano y las mayores dificultades de financiación hasta un exceso de
demanda ante la superior implicación hispana en conflictos europeos, pasando por
el aumento del salario real mientras la paga al soldado fue notoriamente inferior,
si bien la soldada se acompañaba del botín o de la exención impositiva2. Además,
el superior tamaño de los ejércitos en liza y la multiplicidad de focos bélicos
agravaron los factores mencionados. A esto se le unió que en las primeras déca-
das del s. XVII hubo quejas sobre la ineficacia de los milicianos y se confió más en
el soldado profesional; pero, finalmente, la casi inesperada irrupción de Francia en
la guerra contra España arrinconó la tendencia de requerir en exclusiva a la tropa
profesional, pues se hizo inevitable una participación numerosa de la población en
el frente, que en parte se trasladó al propio territorio nacional, convirtiéndose no
pocas veces las criticadas milicias en cantera provisora de hombres3. No es de
extrañar que los tratadistas elogiasen entonces las virtudes de unos soldados «na-
turales» del reino que se veían obligados a acudir de modo voluntario o forzado4.
En el ya mencionado contexto de cambios demográficos, militares, diplomáticos y
de asfixia financiera se explica el inicio de la obligada participación militar canaria
en el exterior. El archipiélago, pues, desde comienzos de la tercera década del s.
XVII estaba llamado a concurrir al esfuerzo colectivo mediante levas, aunque
tardase unos pocos años la efectividad de ese comienzo. Las autoridades isleñas
poco o nada podían aducir legalmente ante los llamamientos regios, pues como
escribía un tratadista, Oya y Torres, en 1734, las movilizaciones constituían un de-
recho de los monarcas, que podían valerse de sus gentes… como otro particular
de sus propios bienes5. El rey es la cabeza, se lucha por él y por Dios, y tanto una
petición o resolución de impuestos o cualquier otra acción que suponga sacrificio y
servicio está ligada al monarca6. Ahora bien, no es tan evidente que pueda
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extenderse a la mayoría de los reclutados en Canarias la pureza de las con-
diciones contractuales vinculantes entre el soldado que se alistaba ante un capitán
con conducta de modo voluntario y se sujetaba a la institución castrense hasta su
muerte o licencia regia7, pues además de la promesa real en varias reclutas de
otorgar libertad de retorno a los enganchados en las islas una vez finalizada la
contienda para que se le pedía el servicio, la ausencia de plena voluntariedad
―como se constatará― resta compromiso a esa relación.
Como más arriba se ha mencionado, las islas no fueron el único territorio franco
afectado por la saca de tropas con anterioridad a los años treinta del seiscientos,
pues lo mismo ocurrió con el reino de Aragón, entre otros, si bien con el signifi-
cativo matiz de sustituir sus prestaciones militares por aportaciones dinerarias, que
ni siquiera fueron solicitadas en Canarias. En cambio, desde esa década también
Aragón fue objeto de una escalada de peticiones de servicios de tropas8. Tam-
poco los territorios forales estuvieron dispensados de estos deberes: por ejemplo,
entre 1662-1665 (intensa ofensiva en Extremadura contra Portugal) se les compe-
lió a cargas fiscales y levas como a otras provincias de la monarquía9. En Valencia
no solo se realizaron numerosas levas coactivas, sino que la Corona presionó para
emplear la Milicia Efectiva en misiones fuera de las fronteras valencianas10. El siglo
de la movilización militar, como lo ha denominado Rodríguez Hernández, se llevó
por delante los privilegios y fueros, configurándose un Estado militar con la guerra
como finalidad11. Como comprobaremos en este trabajo, los pesares fiscales de
individuos y grupos sociales, así como los aprietos hacendísticos concejiles giraron
en torno al hecho militar, pues los donativos más o menos «voluntarios» (que
devienen en impuestos extraordinarios), los «servicios» particulares mediante el
lutas gobernaba por la gracia de Dios, era defensor de la religión, al tiempo que personificaba al Es-
tado y, en cierto sentido, era el Estado mismo.
7 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Milites vs. civitas: análisis de los conflictos producidos
por el reclutamiento de soldados voluntarios en las ciudades castellanas durante la segunda mitad
del siglo XVII», en Chronica nova, n.º 40 (2014), p. 80. Thompson también ha contrapuesto la condi-
ción del recluta que asentaba plaza con el capitán real, afirmando su conformidad con la política y
con los proyectos del rey, respecto a las levas con intervención de las ciudades, pues eran entonces
los intermediarios (se tratase de ciudades, señores o empresarios) quienes realizaban el servicio,
pasando el soldado a convertirse en instrumento de ese servicio (THOMPSON, I. A. A.: «El soldado,
la sociedad y el Estado...», art. cit., p. 463). Martínez Ruiz reseña que, en lo tocante al ejército profe-
sional, la legislación de 1717 referida al reclutamiento propició la desaparición de la relación directa
entre el soldado y el jefe, generalizándose la expresión «ir a servir al rey» en lugar de a tal coronel o
general [MARTÍNEZ RUIZ, Enrique: «El ejército de la Ilustración: precisiones y matices desde una
nueva perspectiva», en PORRES MARIJUÁN, Rosario, e Iñaki REGUERA (editores): La proyección de
la monarquía hispánica en Europa. Política, guerra y diplomacia entre los siglos XVI y XVIII, Bilbao,
2009, p. 108].
8 ESPINO LÓPEZ, Antonio: «El servicio de armas aragonés durante el reinado de Carlos II: la de-
fensa de Cataluña, 1665-1697», en Revista de Historia Jerónimo de Zurita, n.º 72 (1997), p. 7. Con
la crisis catalana de 1640 se dispuso una leva en Aragón de 4.400 infantes y 500 caballos mediante
repartimiento, y pocos años después, en 1644, el monarca solicitó un servicio de 3.000 hombres,
aunque al final las Cortes aprobasen 2.000. Pero desde finales del s. XVI este reino se hallaba involu-
crado en la estructura defensiva de la monarquía, y las Cortes de Tarazona o de Barbastro-Calata-
yud, dependiendo de la época, aprobaron cuantiosas cantidades de dinero a requerimiento de la Co-
rona en 1592, 1604 o 1625 [SOLANO CAMÓN, Enrique: «Formas de reclutamiento en la movilización
de Aragón durante la guerra dels segadors (1640-1652)», en Obradoiro de historia moderna, n.º 15
(2006), pp. 176, 178, 180, 185].
9 SÁNCHEZ BELÉN, Juan A.: «La aportación de la provincia de Álava a la contienda hispano-portu-
guesa en los años finales del reinado de Felipe IV (1663-1665)», en Espacio, Tiempo y Forma, serie
IV, Historia Moderna, t. 12 (1999), pp. 250-252.
10 PARDO MOLERO, Juan Francisco, y José Javier RUIZ IBÁÑEZ: «Una monarquía, dos reinos y un
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levantamiento de reclutas o las ventas de oficios y honores, incluidos títulos nobi-
liarios y señoríos, tuvieron como propósito costear la guerra. Esta realidad sobre-
venida a las franquicias, exenciones y libertades de algunos reinos la iremos con-
cretando en páginas y epígrafes siguientes. Por fortuna para las islas, la necesidad
dramática de recursos humanos y financieros no se produjo en el siglo XVI, sino en
una época con una solidez demográfica y con un modelo económico afianzado, de
modo que en principio el número de habitantes y el ritmo de crecimiento no reper-
cutieron tan negativamente como de haber sido dispuestas las movilizaciones me-
dio siglo antes. Con todo, las milicias no fueron obligadas, como las castellanas12,
a combatir fuera de las islas; sin duda, un privilegio que debe relacionarse con los
elevados riesgos costeros de Canarias y la extrema lejanía de los frentes de com-
bate peninsulares (Extremadura, Cataluña, la frontera vasco-francesa).
Era cierto que las diferencias entre reclutas o levas y el servicio en las milicias
isleñas eran acusadas, entre otros aspectos porque lo habitual fue que el papel
miliciano consistiera en acudir a las marinas a velar, a disuadir al enemigo con una
presencia más o menos masiva y, en última instancia, impedir con armas de fuego
el acercamiento del invasor a la línea de playa, como se ha reiterado. Digamos que
en las islas mayores, salvando famosos episodios, que no por importantes fueron
frecuentes, no fue habitual la lucha cuerpo a cuerpo, en cuanto el asaltante no
solía sobrepasar la barrera defensiva; en cambio, la recluta llevaba aparejado el
combate en el frente, además de un transporte inseguro y en malas condiciones.
Pero también es cierto que la milicia era obligatoria y sin remunerar, y que el ar-
mamento debía ser sufragado por el propio vecino. En ambas situaciones (resis-
tencia en milicias frente al invasor o enrolamiento en reclutas) se vivieron diná-
micas bélicas inducidas desde el exterior, asociadas, sobre todo las reclutas, a la
política exterior y a la estrategia imperial de la monarquía española. Por último,
ponderemos que los soldados de los famosos tercios españoles (con soldados pro-
fesionales) eran enviados al campo de batalla después de un período de adies-
tramiento de dos años en Italia o el norte de África13, preparación que nunca se
practicó en las islas ni en otros territorios de reclutamiento, pues precisamente la
urgencia era fundamental, y ni existió una campaña de esa naturaleza ni se pensó
en esa posibilidad, que solo encarecería la leva y quizá contribuiría a la deserción.
Encuadraremos el inicio de la contribución canaria a la defensa imperial hispana
atendiendo a varios aspectos. En primer lugar, ciñéndonos solo al s. XVII, la dedi-
cación española a la guerra fue extraordinaria, pues abarcó tres cuartos de siglo,
en los que se consumó la decadencia hispana; es decir, Canarias participó en las
campañas militares españolas en un significativo período en el que, al principio, to-
davía la monarquía de los Austrias se situaba en la cumbre política-militar del con-
tinente, y en los años finales, ya durante los Borbones, era palpable el descenso a
potencia de segundo orden, no solo con la pérdida de Portugal y Holanda, sino con
otras amputaciones territoriales en Italia y la imparable presencia inglesa en Amé-
rica14. Otra cuestión es el número de tropas destinadas a la defensa de los inte-
reses de la monarquía en el exterior. Resulta oportuno recordar que, si en Cana-
rias apenas hubo soldados profesionales, en el conjunto peninsular el número de
veteranos fluctuó bastante y tampoco fue excesivo. Incluso en el exterior penin-
12 Por ejemplo, las milicias granadinas fueron utilizadas en el frente extremeño en 1640, y a finales
de 1644 se pidieron 1.000 hombres para el frente catalán. Asimismo los Tercios de Granada servirán
en Cataluña con posterioridad. Además, el costo recaía en ese reino a trevés de una mayor presión
fiscal [PRIETO GUTIÉRREZ, Manuel: «La milicia granadina en el siglo XVII: entre la obligación y el ser-
vicio», en Revista de CEHGR, n.º 25 (2013), p. 209].
13 BORREGUERO BELTRÁN, Cristina: «Logros del Imperio Español: el poder militar...», art. cit., p.
111.
14 SIMÓN TARRÉS, Antonio: «La política exterior»…, art. cit., p. 339.
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sular los contingentes oscilaban mucho: en 1672, etapa de intensa actividad bé-
lica, los efectivos militares en Flandes sumaban 33.500, pero en un período de
paz, en 1699, tras una de las numerosas reformas que adelgazaban los ejércitos
en liza, había 5.000 soldados de infantería y 2.500 de caballería15. El número de
combatientes se elevó con los Borbones. Por ejemplo, en 1701 se contaba con al-
rededor de 12.000 hombres (20.000 entre Flandes e Italia), aunque esa cifra au-
mentó con la guerra de Sucesión y la política de Felipe V16. Las reformas de co-
mienzos de siglo de este monarca tenían, entre otros objetivos, no cómo encarar
eficazmente una comprometida coyuntura bélica, sino cómo cimentar un ejército
permanente17, realidad poco frecuente en la centuria precedente. De ahí los cam-
bios posteriores en la dirección de un reclutamiento obligatorio (las quintas) que
mejorase la calidad de los alistados y moderase la decadencia y desprestigio de la
vida militar18. Espino López ha retratado con fidelidad la situación en las últimas
décadas del siglo XVII: Morirían más soldados a causa del hambre, la mala asisten-
cia sanitaria y otras privaciones, y se perderían más soldados por las deserciones,
cansados por no recibir a tiempo sus pagas, que por las acciones del enemigo que,
de todas formas, era tecnológicamente más avanzado, estaba mejor asistido y pa-
gado, tácticamente más modernizado y más brillantemente comandado19.
En segundo lugar, subyace en la convocatoria generalizada a las armas la polí-
tica de Olivares20, que en una primera etapa (hasta 1630) ya había abogado por el
repartimiento de 30.000 soldados en Castilla en un intento de restablecer la milicia
general castellana, así como la famosa Unión de Armas esbozada desde 1621 y
promulgada en 1626. El proyecto de la Unión, como es sabido, pretendía afrontar
con garantías financieras y militares la política exterior de los Austrias y sus
desafíos descargando a la asfixiada Castilla de su descompensada contribución
financiera y demográfica, lo que implicaba una superior y más equitativa aporta-
ción de las demás provincias y reinos de la monarquía. Uno de sus principales me-
dios consistió en el mantenimiento de un ejército de reserva de 140.000 hombres,
15 STORRS, Cristopher: «La pervivencia de la monarquía española bajo el reinado de Carlos II (1665-
1700)», en Manuscrits, n.º 21 (2003), p. 44. No obstante, en conjunto todavía en el reinado de
Carlos II la Corona pudo movilizar entre 87.000 y 112.000 soldados en Flandes, unas cifras pare-
cidas a las de Felipe II, y los soldados hispanos siguieron jugando un destacado papel en las guerras
europeas, como se ha destacado recientemente [MAFFI, Davide: «El gigante olvidado. El ejército de
Carlos II: entre la decadencia y la conservación (1665-1700)», en SAAVEDRA VÁZQUEZ, M.ª del Car-
men (ed.): La decadencia de la monarquía hispánica en el siglo XVII..., (2016), pp. 116 y 123].
16 En 1721 habrá 80.000 soldados, y en 1734 unos 130.000 [BORREGUERO BELTRÁN, Cristina: «Del
permanentes y el papel de estos en la configuración del Estado moderno. Así, Andújar ha destacado
que la omnipresencia de la guerra afectó de manera sustancial a la estructura misma del Estado mo-
derno, que se vio abocado a organizar y financiar ejércitos permanentes cada vez más numerosos y
más costosos (ANDÚJAR CASTILLO, Francisco: Ejércitos y militares..., op. cit., p. 9).
18 TORRES AGUILAR, Manuel: «El delito de deserción y la reforma del reclutamiento en el ejército de
Felipe V», en La Guerra de Sucesión en España y América: actas X Jornadas Nacionales de Historia
Militar, Sevilla, 2001, pp. 542-545.
19 ESPINO LÓPEZ, Antonio: «El declinar militar hispánico durante el reinado de Carlos II», en Studia
en un marco de cooperación y fraternidad en el que, en palabras del propio valido, los no castellanos
tuviesen los honores, oficios y confianzas que los nacidos en medio de Castilla. En su Gran Memorial
le propuso a Felipe IV llamarse «rey de España», y el máximo confidente de Olivares, Villanueva,
afirmaba en 1626 que el objetivo de la política real era que los habitantes de los diferentes reinos
olvidasen la separación que hasta aquí han vivido. El valido, en un año como 1632, el de la fecha del
primer donativo canario y ya cercano a la leva inicial de nuestro período, aseveraba que en decir
españoles se entiende que no hay diferencia de esta a aquella nación de las que se comprende los
límites de España. Y lo mismo que de los catalanes entiende cuanto a los portugueses (KAMEN, Hen-
ry: Una sociedad conflictiva: España, 1469-1714, Barcelona, 1996, p. 340).
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levantados en los distintos territorios y sustentados por ellos; de esa cifra, 6.000
corresponderían a Cerdeña, Baleares y Canarias21. Fracasó el proyecto, pero no la
intención de involucrar al resto de provincias en la defensa común y en las em-
presas exteriores de la Corona. En la segunda etapa, desde 1630, la actuación
estuvo determinada por la precisión de afrontar los problemas puntuales22. Ha
resaltado Jiménez Estrella que el «pacto de autodefensa» saltará por los aires a
partir de 1635: los navarros, por ejemplo, prestarán servicios militares fuera de
sus fronteras, y lo mismo aconteció en las provincias vascas, incrementándose la
autoridad del capitán general, de modo que entre 1636-1638 participarán 11.700
guipuzcoanos en tareas defensivas23. No en vano Stradling ha calificado como
«guerra total» el escenario español posterior a 163524 y, en general, como ha ex-
puesto Parker, la guerra constituyó casi una costumbre en algunos países euro-
peos: entre 1618-1678, Polonia conoció unos 27 años de paz; Holanda, 14; Fran-
cia, 11; España, 325. Los años treinta y cuarenta del seiscientos representarán el
comienzo de una etapa exigente26 en hombres y dinero para todos los reinos es-
pañoles, como expresa Contreras Gay: …Nunca como en el período transcurrido
entre 1640-1668 había sufrido la sociedad española tanto en sus propias carnes
los estragos de las levas, alojamientos, destrucción de cosechas y pérdida de ga-
nado en los frentes; ni nunca antes se había tenido que emplear tan a fondo en la
defensa de la propia tierra, ni durante tanto tiempo y con unos recursos humanos
pp. 3-5. Por mencionar otro ejemplo de ese cambio sustancial a partir de 1635, en La Mancha se
aprecia de un modo nítido, pues aunque desde el principio del reinado de Felipe IV se contribuyese
con donativos para las guerras, desde la citada fecha se incrementaron ostensiblemente las necesi-
dades y aportaciones militares, fuese en términos humanos (levas, incluso forzosas), entregas de di-
nero, alojamientos, repartimientos para enviar carros y mulas al frente, etc. Entre las consecuencias,
se establecieron sisas, arrendamientos de tierras comunales... y parte de la población huyó de los
núcleos urbanos para evitar el pago [FERNÁNDEZ-PACHECO SÁNCHEZ-GIL, Carlos: «La fiscalidad de
las cargas militares en La Mancha del siglo XVII», en ARANDA PÉREZ, Francisco José (coord.): La de-
clinación de la monarquía..., (2004), pp. 420-422, 427-430].
24 STRADLING, R. A.: Felipe IV y el gobierno de España, Madrid, 1989, p. 195.
25 PARKER, Geoffrey: «El desarrollo de la crisis», en PARKER, Geoffrey: La crisis de la monarquía de
Felipe IV, Barcelona, 2006, p. 46. Entre 1600 y 1700, España estuvo en guerra tres de cada cuatro
años (BORREGUERO BELTRÁN, Cristina: «Logros del Imperio Español: el poder militar...», art. cit., p.
100). Parker, en otra publicación, realza la presencia de lo bélico y violento en la Edad Moderna, afir-
mando que en los siglos XVI y XVII se produjo una actividad militar superior a la de cualquier otro pe-
ríodo de la historia europea, hasta el punto de que solo reinó la paz diez años, reproduciendo una
frase, de 1641, del poeta italiano Fulvio Testi: Este es el siglo de los soldados (PARKER, Geoffrey:
Historia de la guerra..., op. cit., pp. 153-154). Si atendemos al número de soldados, en 1600 los ejér-
citos europeos apenas llegaban a 250.000, pero la cifra se duplicó en 1645, y hacia 1706 se movili-
zaron alrededor de 1.300.000 combatientes. A lo largo del seiscientos estuvieron alistados entre 10-
12 millones de europeos [PARKER, Geoffrey: «El soldado», en VILLARI, Rosario (ed.): El hombre ba-
rroco, Madrid, 1991, p. 51].
26 Una de las razones determinantes de la larga duración y mortandad de las guerras en Flandes fue
la táctica empleada, con el predominio de los asedios, de la primacía de la guerra defensiva, de des-
gaste y estática (RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: Breve historia de los tercios..., op. cit., pp.
21-23).
841
y financieros tan mermados27. Esto supuso una mayor presión reclutadora y se
extendió la resistencia y el rechazo de los reinos a la política movilizadora y fiscal
de los Austrias28.
En tercer lugar, conviene examinar en esta introducción el cambio producido en
la composición del ejército y en los sistemas de reclutamiento en el tránsito del s.
XVI al s. XVII, en el sentido de que se nutrió de manera creciente de los sectores
más bajos de la sociedad, incluyendo a desocupados y personas de mala reputa-
ción. Es la «plebeyización» de la guerra, a la que alude Ribot, quien en pocas
páginas presenta un apretado y acertado resumen de la cuestión, desde el recluta-
miento de voluntarios a sueldo (o soldados) —fuese por vía administrativa, me-
diante un delegado del monarca— o a través de un capitán con la «conducta»
(documento con la comisión y licencia para levantar la leva enarbolando bandera,
que se acompañaba de instrucciones sobre la zona de saca y órdenes para las au-
toridades locales, facilitadoras de la misión) expedida por el Consejo de Guerra—,
hasta el sistema del asiento concertado con un «empresario de la guerra»29. Una
de las consecuencias de este cambio en el tipo de soldado será el desprestigio del
oficio, lo que unido a una paga mediocre muy diferida e incierta la convertirá en
una profesión poco solicitada. Esa disminución del voluntariado degradó la imagen
del ejército, obstaculizó el enganche volitivo y encareció los asientos de particula-
res, de los que luego se tratará30. Ya desde finales del s. XVI no era tan atractiva
para la población la imagen del soldado, de lo que nos da cuenta Pérez de Herre-
ra: […] Fuera de traer las vidas a riesgo de perderlas cada hora, y las armas a
cuestas, no siempre tienen el sustento necesario, faltos de todas las cosas que pa-
ra la vida humana son menester, careciendo de camas en las que descansar con la
asistencia de las guardias, el hacer centinelas y pasar noches enteras sin reposar,
en lo que sus capitanes mandan, con el rigor del frío, vientos y nieve, y las angus-
tias de los calores31. No solo en España, sino en casi toda Europa, el recurso a la
27 CONTRERAS GAY, José: «La reorganización militar en la época de la decadencia...», art. cit., p.
133.
28 JIMÉNEZ ESTRELLA, Antonio: «Servir al rey, recibir mercedes: asentistas militares y reclutadores al
servicio de Felipe IV antes de la Guerra de Restauración», en STUMPF, Roberta & Nandini CHA-
TURVEDULA (orgs.): Cargos e ofícios nas monarquias ibéricas: provimento, controlo e venalidade
(séculos XVII e XVIII), Lisboa, 2012, p. 242.
29 RIBOT, Luis: El arte de gobernar. Estudios sobre..., op. cit., pp. 19-37. El reclutamiento por co-
misión o mediante capitanes con conducta, resultó eficaz, en cuanto garantizaba el reemplazo anual
(en torno a 9.000 soldados), con la ventaja para la inmensa mayoría de la población de no entor-
pecer la actividad económica (los enrolados voluntarios huían de la agricultura, la artesanía...), pero
desde por lo menos los años treinta fue muy insuficiente para atender la guerra total que implicó el
conflicto con Francia. De uno u otro modo, como se verá en el texto, la coacción fue importante a
partir de entonces. Las ciudades, uno de los entes que actuó como intermediario, ya habían suge-
rido a la Junta de Reformación la conveniencia de recurrir forzadamente a un sector social hetero-
géneo integrado por vagabundos, malhechores, ociosos (un grupo difícil de concretar, lo que posible-
mente diese lugar a bastantes abusos en la ya impuesta obligatoriedad de la leva para ese etéreo
sector)... Esto daba un respiro a las autoridades al prevenir posibles alteraciones sociales, además de
contentar a una buena parte de la población, sin que esos individuos dispusiesen de claros apoyos
familiares o gremiales que acudiesen en su apoyo al practicarse la «cacería humana» en zonas mar-
ginales o barrios bajos de las urbes [CONTRERAS GAY, José: «El servicio militar en España durante el
siglo XVII», en Chronica Nova, n.º 21 (1993-1994), pp. 102, 109].
30 MARTÍNEZ RUIZ, Enrique: El ejército de los Austrias..., op. cit., p. 134.
31 PÉREZ DE HERRERA, Cristóbal: Discursos del amparo de los legítimos pobres, y reducción de los
fingidos, y de la fundación y principio de los albergues destos Reynos, y amparo de la milicia dellos,
Madrid 1598 (edic. facsímil, 1975), pp. 277, 278, 280, 281. Abundaba en otros detalles duros del
oficio: Porque los excesos y delitos que el soldado comete son castigados con penas más terribles y
extraordinarias que las que el derecho común, y leyes de griegos y romanos imponen a los otros
delincuentes […]. Pues en este tiempo los debemos juzgar por más animosos que los antiguos, por el
riesgo y muerte tan propincua a que se ponen, esperando las balas de los arcabuces, y piezas de
artillería, de que ellos estaban tan seguros: pues solo con la igualdad de las armas, cuando venían a
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recluta forzosa se convertirá en el procedimiento más frecuente de formar ejérci-
tos32. Pero si en los primeros momentos la población pudo entender la necesidad
de la magnitud del esfuerzo reclutador, su continuidad despertará una seria oposi-
ción33. Otra consecuencia, advertida por algunos autores, fue lo ineficaz de un
sistema reclutador que desmovilizaba a sus efectivos al finalizar una campaña, con
lo costoso e ineficiente que resultaba levantar compañías, vestir, armar y discipli-
nar a una tropa bisoña en vez de utilizar a buena parte de esos soldados, conver-
tidos al término en veteranos34; o, por lo menos, intentar ofrecer de un modo más
atractivo la continuidad como profesional. Naturalmente, el impacto en la ha-
cienda real es mucho menor en los numerosos casos de reclutamiento y transporte
a cargo de particulares mediante ofertas de patentes, hábitos o títulos nobiliarios,
como veremos con más amplitud en otros epígrafes. Por último, otra cuestión será
el nuevo perfil del oficial, que en muchos casos carecerá de hoja de servicios en el
campo de batalla, pues su principal o único bagaje será el dinero para reclutar o
sufragar costes bélicos y los contactos familiares o políticos adecuados, de modo
que se antepuso la urgencia de hombres a los criterios meritocráticos en los nom-
bramientos de jefes militares35.
Se percibe, por tanto, en el período que estamos estudiando una transformación
respecto a los comienzos de la modernidad, cuando se evitaba el llamamiento
generalizado o leva, normalmente confiada a los municipios o en las que estos
tuvieron un relevante papel, hasta 163536. Se producirá así una alteración impor-
tante motivada por varias causas: desde el decaimiento de la obligación nobiliaria
de prestar servicio a la Corona37, un mayor distanciamiento entre sociedad y mili-
cia, los acusados apuros económicos de la monarquía hispana y un recrudecimien-
to de los conflictos bélicos en Europa, que precisaban nuevos mecanismos. Hubo
cierta improvisación38 y tanteo de diversas modalidades en las formas de recluta-
miento, pues el objetivo lógico era lograr de manera relativamente eficaz el má-
ximo de soldados con el mínimo de inversión posible. Esto supuso hasta cierto
punto un retorno a los instrumentos reclutadores medievales, con la apelación al
servicio de los nobles y del pueblo llano por parte del poder real, y el paso del vo-
las manos, era el mayor riesgo que corrían, porque las piedras de los trabucos eran pocas y menos
dañosas, y de incierta puntería, y a pocos pasos, lo que agora alcanza millas y leguas enteras; y un
miserable artillero, cobarde y vil, hace pedazos a un gran capitán, y a otros muchos famosos solda-
dos con una bala, que en otro tiempo, peleando valerosamente, ganaran nombre eterno.
32 Así lo destaca, por ejemplo, José CALVO POYATO: «Medio siglo de levas, reclutas y movilizaciones
en el Reino de Córdoba (1657-1712)», en Actas de II Coloquio de historia de Andalucía, t. II, Córdo-
ba, 1983, pp. 25-26.
33 GELABERT GONZÁLEZ, Juan Eloy: «Guerra y sociedad urbana en Castilla...», art. cit., pp. 141, 145,
149.
34 JIMÉNEZ MORENO, Agustín: Nobleza, guerra y servicio a la Corona..., op. cit., p. 47.
35 JIMÉNEZ ESTRELLA, Antonio: «Servir al rey, recibir mercedes...», art. cit., pp. 240-241.
36 CONTRERAS GAY, José: «El siglo XVII y su importancia en el cambio de los sistemas de recluta-
miento durante el Antiguo Régimen», en Studia historica, Historia moderna, n.º 14 (1996), pp. 142,
144 y 146. En el mismo sentido, subrayando las limitaciones del reclutamiento por comisión (apenas
se enganchaba la mitad de los soldados precisos), se pronuncia Espino López, quien destaca que en
la crisis militar del s. XVII inciden el distanciamiento del soldado noble respecto a la milicia y las difi-
cultades del soldado voluntario para promocionarse [ESPINO LÓPEZ, Antonio: «La historiografía his-
pana sobre la guerra en la época de los Austrias. Un balance, 1991-2000», en Manuscrits, n.º 21
(2003), pp. 165-167].
37 Indica Domínguez Ortiz que los nobles debían acudir al monarca en caso de guerra, y de igual
modo su deber era asistir al corregidor para mantener su autoridad, pues en cierto modo, sustituían
la casi total ausencia de fuerzas de orden público, que es una de las características del Antiguo Régi-
men (DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: «La nobleza como estamento y grupo social en el siglo XVII», en
VV. AA.: Nobleza y sociedad en la España Moderna, Oviedo, 1996, p. 126).
38RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Los hombres y la guerra. El reclutamiento», art. cit., p.
197.
843
luntariado al enrolamiento forzoso, más o menos enmascarado. El soldado, al decir
de Thompson, se transformó en un individuo extraño a la sociedad, en una pieza
molesta y gravosa, que ocasionaba muchas veces perjucios a la colectividad (gra-
vámenes, alojamientos, robos, violaciones…), valiéndose de su fuero y su violen-
cia, de su patente de corso39. De ahí que Andújar afirme que, más que un desa-
pego de la nobleza respecto a sus antiguas funciones, lo esencial fue el rechazo
popular hacia la milicia en cuanto se asoció la guerra con miseria, sacrificios y
riesgos40. La Corona era consciente de la impopularidad de sus medidas recluta-
doras y del descontento ante la política impositiva y la generalización de las movili-
zaciones, como se expresaba en una servilleta poética deslizada en 1639 en la re-
gia mesa:
39 THOMPSON, I. A. A.: «Milicia, sociedad y Estado en la España moderna», art. cit., p. 127.
40 ANDÚJAR CASTILLO, Francisco: «Milicia y nobleza. Reformulación de una relación a partir del caso
granadino (siglos XVII-XVIII)», en ANDÚJAR CASTILLO, Francisco y Antonio JIMÉNEZ ESTRELLA
(eds.): Los nervios de la guerra: estudios sociales sobre el ejército de la monarquía hispánica (siglos
XVI-XVIII). Nuevas perspectivas, Granada, 2007, p. 254.
41 Cit. en STRADLING, R. A.: Felipe IV y el gobierno…, op. cit., p. 197 (Stradling toma la cita de la
844
B. Características de las levas canarias
42 GARCÍA HERNÁN: David: La cultura de la guerra y el teatro del Siglo de Oro, Madrid, 2006, p. 29.
43 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento a larga distancia: las
levas canarias a Flandes y otros destinos a lo largo de la segunda mitad del siglo XVII», en Revista de
Historia Canaria, n.º 189 (2007), p. 108.
44 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, José Antonio: «Los primeros ejércitos peninsulares y su influencia en la
españoles en el conjunto del Ejército en España, Europa y África, que se hallaba por encima de las
aportaciones de otros sectores foráneos [RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, José Antonio: Los tambores de
Marte. El reclutamiento en Castilla durante la segunda mitad del siglo XVII (1648-1700), Valladolid,
2011, p. 43)]
46 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, José Antonio: «Los primeros ejércitos peninsulares y su influencia en la
formación del Estado Moderno...», art. cit Ibíd., pp. 36, 40, 42-44. Indica el autor respecto a la natu-
raleza y uso de las milicias: El problema es que la milicia era una institución para la defensa, que da-
ba muy buenos resultados a corto plazo y por un tiempo muy limitado.
845
za social», forzando el alistamiento de delincuentes, vagabundos, personajes incó-
modos socialmente o improductivos; en definitiva, de quienes se pensaba que no
contribuían a la riqueza común, con un modo de vida alejado de las pautas colec-
tivas ejemplarizantes, y hasta era una oportunidad para expulsar a individuos o
sectores sociales que en un futuro cercano pudiesen constituir un peligro para la
estabilidad del sistema y, en todo caso, su marginalidad y escaso interés laboral
distaban de ser un modelo para los candidatos a peones estacionales. Rodríguez
Hernández también se ha referido de modo general para el territorio peninsular a
la inscripción forzada, fuera en la real cédula o en instrucciones reservadas, de ese
tipo de población, incluso en las levas presentadas como voluntarias, realidad que
considera relacionada con la ausencia de motines47. Las disposiciones de los ca-
pitanes generales en algunas levas —dejando a un lado la de 1654, en cuyos pro-
cedimientos debieron influir un mayor déficit proveedor de soldados en la Penínsu-
la a causa de la persistencia del frente portugués y de las consecuencias demográ-
ficas de la peste que afectó al oeste, en especial al área mediterránea, a mediados
de siglo— corroboran la falta de voluntariedad, incluso en la juzgada muy pacífica
de 1662, pues Quiñones no dudará en amenazar con pena de muerte a los solda-
dos tornilleros gomeros que no se integrasen en esa recluta.
Lo expuesto invita a considerar inadecuada la calificación de voluntariedad en
las levas con el argumento tecnicista de que el cupo asignado a los municipios era
decisión del gobernador, pues lo realmente importante es que siempre se trató de
reclutamientos impuestos, por regla general con la oposición u hostilidad de la ma-
yoría de la población. Otra cuestión es la mayor o menor facilidad en el alistamien-
to, la colaboración de algunos estamentos o instituciones o el rechazo de estas. No
estamos hablando aquí del sistema, más propio del quinientos, en el que un capi-
tán con permiso regio (la conducta)48 y apoyo concejil hincaba y enarbolaba su
bandera en un lugar y se disponía a enrolar a los que de buena disposición quisie-
sen combatir en lejanas tierras a cambio de un salario que él mismo comenzaba a
abonarles. El apremio, practicado en el territorio peninsular desde la tercera déca-
da del seiscientos, se generalizó en Europa en esa etapa de agudización bélica
entre 1618-1659, de ahí que afectase a las islas, recién incorporadas al engranaje
militar continental, un sistema que va a significar el inicio de la conscripción reclu-
tadora, que se afianzará y regulará en la centuria dieciochesca y supondrá la gé-
nesis del servicio militar obligatorio universal o «nacional»49.
En suma, conviene distinguir, más que entre reclutas teóricamente voluntarias y
forzadas, entre levas aceptadas o toleradas y aquellas rechazadas y en las que
medió un grado de coacción intenso. A este respecto es categórica Ruth Mackay al
contraponer la pretendida voluntariedad con la realidad de que la mayoría de sol-
47 Ibíd., pp. 44-45. Reiteraba lo mismo el autor en «Los hombres y la guerra. El reclutamiento», art.
cit., p. 199: [Desde 1634 el reclutamiento fue un sistema]... de control social hacia los sectores
sociales más marginales y desfavorecidos. Esto era así hasta el punto de que, aunque rigiese teóri-
camente la voluntariedad, estaba estipulado que en caso de insuficiencia se obligaba a los penados
por delitos leves, ociosos, vagabundos... con lo cual se imponía el reclutamiento forzoso de las masas
sociales más desfavorecidas (ibíd., p. 200).
48 Con la conducta se entregaba una instrucción (con indicación del lugar de extracción de los sol-
dados y su número, y a veces alguna referencia a las características o la calidad de estos) y una or-
den (destino de la tropa, e incluso podía recoger el plazo de entrega). Lo más frecuente fue que la
orden se asociase a una carta remitida a la conclusión del alistamiento (DOMÍNGUEZ NAFRÍA, Juan
Carlos: El Real y Supremo Consejo de Guerra..., op. cit., p. 449). Todo apunta a que en Canarias las
reales cédulas que ordenaban las reclutas contenían la instrucción y la orden, pero en este caso, co-
mo veremos, se trataba no ya de conductas facilitadas a particulares, sino sobre todo de órdenes di-
rigidas a los capitanes generales.
49 RIBOT, Luis: El arte de gobernar. Estudios sobre…, op. cit., p. 30.
846
dados eran capturados o sorteados50. Como se advertirá en esta aportación, lo
determinante fue la asignación de una cifra concreta de soldados exigida al archi-
piélago, que en alguna que otra ocasión —es cierto— logró ser rebajada; lo im-
portante radicó en que los gobernadores-capitanes generales, cuando no fueron
inductores o convencidos colaboradores de las movilizaciones, procuraron cumplir
con rectitud y eficacia el mandato real para satisfacer el número de soldados fija-
dos por la real cédula, y parece —a falta de documentación precisa y salvando
algunos ejemplos aislados— que casi siempre correspondió al general la decisión
del cupo que, de hecho, debía aportar cada isla. Más allá, por tanto, de la contro-
versia historiográfica o de la precisión puntillosa acerca de la condición forzosa o
voluntaria de la leva desde una perspectiva legalista, por lo general la población la
percibió como una pesada y opresiva carga que devino en continua en la segunda
mitad del s. XVII y en la tercera década de la siguiente centuria, y no olvidemos,
como han apuntado algunos autores, que el reclutamiento forzoso era seguramen-
te el peor de los impuestos51.
Podemos matizar también que algunas levas comenzaron sin mucha oposición,
pero la escasa predisposición de la vecindad para enrolarse incomodó a los gene-
rales, que aplicaron repentinamente medidas y procedimientos duros en ocasio-
nes, originando la huida de la población al interior, hacia zonas boscosas y mon-
tes. Llegaron entonces a ordenar los generales, para evitar ese tipo de fugas, una
acción repentina y sigilosa para atrapar desprevenidos a los mozos. Cuando los
métodos violentos no bastaron, no tuvieron más remedio que resignarse a las cir-
cunstancias y acortar el número de los hombres solicitados. Es decir, las levas
conservaban la condición de voluntarias si los vecinos se inscribían y se cumplía
más o menos el expediente numérico requerido, pero todo cambiaba si los hom-
bres no acudían al alistamiento, la Corona se mostraba premiosa, el capitán ge-
neral destilaba fervor patriótico o ansias de mejorar su carrera y la oligarquía mos-
traba dudas o debilidad. Todos lo sabían, andando el tiempo, y conforme a esa
percepción y experiencia se actuaba. También se ha advertido que el sistema de
«asiento», que pudiera inducir a la creencia de la voluntariedad y benignidad en el
alistamiento, en la práctica conllevaba engaño y coerción52.
No puede decirse, más bien ocurre lo contrario, que hubiese un mayor grado de
constricción, intimidación o violencia en Canarias respecto a otros territorios de la
monarquía. Basta leer cualquier estudio local o regional para verificarlo. El mismo
ejemplo gallego puede servirnos: no solo los municipios, sino los nobles o la Igle-
sia (órdenes monásticas) ejercitaron la coacción en el reclutamiento intermediario
tan recurrente en esa área53. La relativamente reducida conflictividad de las re-
50 MACKAY, Ruth: Los límites de la autoridad real. Resistencia y obediencia en la Castilla del siglo
XVII,Salamanca, 2007, p. 19. Cita el caso de Zamora, donde se amarró y esposó a los hombres para
trasladarlos, pues igual que otras ciudades castellanas debía cumplir con varias levas a la vez en
1637, en una sufrida coyuntura que se analizará en esta obra (ibíd., p. 95).
51 GARCÍA HERNÁN: David: La cultura de la guerra y el teatro …, op. cit., p. 31. También Rodríguez
Hernández ha contemplado los reclutamientos del Antiguo Régimen, tras los impuestos ―o al uní-
sono― como un gravamen más que la Corona exigía a sus súbditos [RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, José
Antonio: Los tambores de Marte. El reclutamiento en Castilla..., op. cit., p. 11]. Por supuesto, ese
tipo o variante de impuesto es enormemente desigual, pues no afecta de manera análoga a la pobla-
ción, ya que a falta de voluntarios las movilizaciones bélicas se nutren de los más desfavorecidos, ca-
rentes de protección social o «patronal», de los marginados...
52 ANDÚJAR CASTILLO, Francisco: «Empresarios de la guerra y asentistas de soldados en el siglo
XVII», en GARCÍA HERNÁN, Enrique, y Davide MAFFI (edits.): Guerra y sociedad en la monarquía his-
pánica…, vol. 2 (2006), p. 383.
53 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, José Antonio: «De Galicia a Flandes: reclutamiento y servicio de sol-
847
clutas tuvo que ver con la captura —pues se trató de una caza humana— de hom-
bres situados en la frontera del orden social establecido, cuya ausencia temporal o
permanente no solo no deparaba problemas económicos o familiares, sino que
eran miradas por lo común con indiferencia o beneplácito por la mayoría, y por su-
puesto la redada contaba con el apoyo de la oligarquía. En cambio, la oposición se
generaba cuando, ante la insuficiencia de la cuota aportada por ese segmento so-
cial falto de defensa y respaldo social e institucional, se extendía la conscripción a
hombres casados o con obligaciones de sostener a mayores, máxime si se perci-
bía como una sangría a causa de la cercanía de otras levas o en una coyuntura de
intensa emigración a Indias54.
Partiendo de los móviles o motivaciones generales que pueden apuntarse para
explicar el alistamiento de buen grado de un joven —cuestión sobre la que apenas
se pronuncian los especialistas ni la documentación aporta novedades o eviden-
cias—, como la huida de un oficio impuesto por el padre, la necesidad de la paga o
el señuelo del botín (para los más menesterosos o marginados), un cierto afán
aventurero o curioso, la evitación de una sentencia criminal, la obtención de ho-
nor…55, cabe decir que un factor adverso en las islas para el alistamiento fue la
inexistencia de tradición militar profesional, que podría haber incitado con más brío
al enganche, en cuanto la relativa seguridad de un salario y el éxito de algunos
soldados de fortuna (habría que añadir en estos casos la participación en botines y
la prepotencia o patente de corso toleradas a veces en campaña) eran acicates
para unirse al ejército. En cambio, el isleño, habituado a la organización miliciana,
a la asunción de la defensa de su territorio y lejos de los grandes escenarios bé-
licos, solo tenía ―en las capitales realengas, y en particular en Las Palmas de Gran
Canaria― como paradigma al soldado del presidio, que más bien era contemplado
como una carga. Quizá pesó en el imaginario colectivo el aciago recuerdo de la
etapa de D. Luis de la Cueva, y debió estar presente en cuantos intentos de aloja-
miento masivo posterior pretendieron algunos capitanes generales. Es cierto que
las crisis cerealísticas y el inicio de serios problemas en el modelo económico em-
pujaron en sentido contrario, pues la población joven buscaba salidas a la deses-
perada, pero también la emigración indiana operó como un elemento alternativo,
mientras en las depauperadas islas orientales (Fuerteventura y Lanzarote) la mi-
gración a las islas más pobladas fue su primera opción de salvación. En suma, po-
dría aplicarse a las islas aquella frase del Quijote: A la guerra me lleva mi necesi-
dad; si tuviera dineros, no fuera en verdad56.
54 Andújar ha estudiado la baja conflictividad en las levas en Andalucía, concluyendo como causas de
una moderada contestación social, por lo general, la presencia de estos factores: la diversidad y
simultaneidad de sistemas y agentes reclutadores, la suavidad en los procedimientos y el alistamien-
to selectivo de elementos sociales marginales [ANDÚJAR CASTILLO, Francisco: «El peso de la guerra.
Factores de conflictividad en la Andalucía barroca», en LÓPEZ-GUADALUPE MUÑOZ, Miguel Luis, y
Juan José IGLESIAS RODRÍGUEZ (coord.): Realidades conflictivas: Andalucía y América en la España
del Barroco, Sevilla, 2012, p. 200].
55 WHITE, Lorraine: «Los tercios en España: el combate», en Studia historica. Historia moderna, n.º
19 (1998), p. 145.
56 Cit. en PARKER, Geoffrey: El ejército de Flandes y el Camino Español, 1567-1659, Madrid, 1991, p.
77.
848
décadas se decretaron levas, con predominio de dos o tres movilizaciones en cada
una de ellas. En el siglo XVII el destino preferente fue Flandes (nueve), frente a
una para sofocar la revuelta catalana y otra a Extremadura (frente portugués). A
Indias se organizaron cuatro entre 1669-1684; es decir, que las reclutas america-
nas, con unas características muy determinadas, como se explicará en su momen-
to, fueron más tardías y estuvieron más concentradas. Si el seiscientos fue el esce-
nario flamenco el predominante en número de reclutas y hombres, en el setecien-
tos, con el cambio de orientación de la diplomacia española tras el Tratado de
Utrecht, el panorama será exclusivamente europeo, con mayor presencia de las re-
clutas de mar.
A grandes rasgos, se percibe una similitud en la presión y exigencia militar de la
Corona entre Canarias y otras áreas peninsulares, como La Mancha57, en la que el
período 1635-1668 (fecha esta última del reconocimiento de la independencia
portuguesa) fue asimismo el más duro, convergiendo en él las guerras de Flandes
y los servicios para los frentes internos peninsulares. Podría decirse que Canarias
no fue requerida para la conflictividad mediterránea, sino para la atlántica. ¿Cuáles
eran las razones de que la mayoría de reclutamientos canarios al continente eu-
ropeo tuviesen como destino Flandes? La más importante fue la envergadura y
curso temporal de los conflictos, pues el catalán se circunscribe a 1640-1652 y fue
resuelto con tropas más cercanas al teatro de operaciones. Quizá por eso bastó
con una aportación reducida en una ocasión. En la contienda con Portugal, de más
amplia duración (1640-1668), la estrategia fue distinta por priorizarse otros focos
de atención (como Flandes) y por la necesidad de atender además la guerra con
Cataluña, de modo que se convirtió en parte en una guerra controlada, de diferen-
te ritmo, en buena parte atendida con tropas fijas de frontera en Galicia y el frente
extremeño. A Canarias solo se recurrió para estos frentes peninsulares cuando la
situación fue de gran aprieto o se aceleró la presión en uno de ellos por una modi-
ficación en la estrategia. En cambio, la dilatada guerra con Flandes exigió de conti-
nuo aportes de hombres en un conflicto de sangría permanente, secular, aunque
ciertamente se advertirá que la demanda disminuyó en la última quincena del siglo
XVII. También debe atenderse, a pesar de la distancia, a la relativa facilidad para
hallar transporte en unas islas habituadas a las relaciones mercantiles con Inglate-
rra, Francia, Países Bajos…, como se concretará en otro apartado.
La inmensa mayoría de las reales órdenes movilizadoras y de los proyectos parti-
culares resultaron exitosos, pero hubo excepciones, fracasando de modo total al
menos las de 1644, 1647, 1718 y 1734; de modo parcial, la de 1664, y tenemos
dudas acerca de las de 1721-1722. La oposición firme de la población, apoyada
por los Cabildos en graves circunstancias económicas —que tuvieron en cuenta los
capitanes generales de turno—, o el cambio de política gubernamental, se encuen-
tran en el origen de esas reclutas fallidas. Así, en la suspensión de la leva de 1644
resultó decisiva la intermediación del general Carrillo, en el marco de la crisis de
1640, que económicamente afectó de un modo extraordinario al archipiélago (in-
dependencia portuguesa, como se ha explicado en otros epígrafes). Quizá Carrillo
subrayase en su informe la indefensión de las islas y la proximidad a otras áreas
lusitanas.
Como más arriba se señaló, la participación canaria, aunque supuso el fin de
una época de excepcionalidad tampoco significó un nivel de perjuicio o de agravio
comparativo respecto a otras áreas peninsulares, como se comprobará en este es-
57FERNÁNDEZ-PACHECO SÁNCHEZ GIL, Carlos, y Concepción MOYA GARCÍA: «La fiscalidad de las
cargas militares en La Mancha del siglo XVII», en ARANDA PÉREZ, Francisco José (coord..): La decli-
nación de la monarquía..., p. 419.
849
tudio. Por ejemplo, en Valencia58 hubo casi una leva anual (en ocasiones, dos)
entre 1679 y 1694, y además de los destinos habituales para Canarias (Extrema-
dura, Flandes, Indias), allí también surtieron con tropas, por razones de proximi-
dad, a Cataluña e Italia, dejando extenuado aquel reino a finales del seiscientos.
La frecuencia de estas extracciones humanas en un territorio reducido y exento
hasta 1638 de este tipo de contribución ocasionará descontento y resistencias,
aunque nunca se llegará, ni siquiera en la más turbulenta coyuntura posterior a la
guerra de Sucesión, tan pródiga en conflictividad, a una oposición por este motivo
que degenerase en motines o algaradas. Cabe resaltar por el grado de oposición y
enconamiento social las levas de 1654, 1664 y 1733, que en su momento serán
explicadas con detalle. La conflictividad vendría dictada por la convergencia o com-
binación de varios factores: el exceso de cercanía entre levas con la sensación de
acentuada extracción demográfica, la impresión de despoblamiento en determina-
das comarcas insulares, la mayor o menor dimensión de los dramas familiares
originados por el alistamiento, la episódica escasez de mano de obra con la secue-
la de elevación de costes salariales, los procedimientos y la actitud del capitán ge-
neral (personalidad autoritaria, falta de entendimiento popular con la oligarquía…),
interés de algunos sectores de la clase dominante en obtener mercedes y títulos
de Castilla, etc. Es probable que la relativamente reducida oposición violenta a la
saca militar esté relacionada con la progresiva entrada de las islas en una larga
etapa de crisis, a la que nos hemos referido ya y retomaremos de manera puntual
en varios apartados, y a la implicación de buena parte de la clase dominante en la
financiación y organización de las reclutas, cuestión que también abordaremos.
Como antes se mencionó, aparte de Europa, el Nuevo Mundo fue el otro rumbo
militar de centenares de canarios desde la segunda mitad del seiscientos. Resultan
más desconocidas que las europeas, pues han dejado menos huella en la docu-
mentación isleña. De inferior número, asimismo solían ser menos lesivas que las
otras en cuanto el número de soldados demandados pues, salvo excepción, la pe-
tición de hombres fue más reducida. Las levas a Indias se agrupan sobre todo, co-
mo más arribá se indicó, en el período 1669-1684. Parece que la primera recluta a
Indias fue la de 1669, pero esta tardanza fue compensada por una sucesión de re-
clamos en esa dirección, de modo que se reiteraron convocatorias de sangre isleña
en 1672, 1680, 1682 y 1684, coincidente esta última con otra encaminada a Flan-
des. La densidad en ese lapso de tiempo no es algo azaroso, como se explicará en
este trabajo, sino asociada a la conjunción de intereses del poder central, de los
altos funcionarios y autoridades representantes de la Corona en Canarias, con los
de la oligarquía isleña, que actuó en función de la situación económica y demográ-
fica del archipiélago y de sus propios intereses. Coincidió la necesidad de la mo-
narquía hispánica de salvaguardar y defender determinadas áreas americanas del
acoso de potencias rivales y de corsarios y piratas con otros elementos ya indica-
dos: el interés de la clase dominante isleña de fomentar la salida de población y
las acuciantes privaciones de una parte de la población. No resultaba en principio
un destino apetecible el servicio en un presidio americano59, máxime cuando ha-
58 CANDELA MARCO, Mª Vicenta, y Carmen M.ª FERNÁNDEZ NADAL: «La guerra en movimiento: los
valencianos en Italia durante el reinado de Carlos II», en Millars: Espai i Historia, n.º 26 (2003), pp.
215-224.
59 Marchena indica que la mayoría de los integrantes de los presidios eran semiforzados, de modo
que esos soldados formaban un conjunto heterogéneo de personas no aptas para el servicio , cuyas
consecuencias fueron la pésima calidad de las tropas enviadas, el aumento progresivo de la deser-
ción en América... Desde comienzos del s. XVI arrastraba tal desprestigio servir como soldado en In-
dias que se encubría el destino real de las reclutas para un presidio como el puertorriqueño fingien-
do que eran para la armada (MARCHENA FERNÁNDEZ, Juan: Ejército y milicias..., op. cit., pp. 74 y
76).
850
bía otras vías de viajar a Indias para un isleño, que a partir de esas fechas más
bien es invitado y casi impelido a emigrar a ultramar; de ahí el fracaso de algunas
levas y la utilización de reclutas infantiles, como sucedió en la de 1682, en las que
se incluyó a 70 niños de 10-11 años. Tenían la ventaja, respecto a las demás re-
clutas, de que podían viajar las esposas, y en alguna ocasión encontramos una
suerte de salida mixta en la que se fusionan migración y servicio militar. Sin em-
bargo, prácticamente finalizan ahí las noticias sobre levas indianas, pues aunque
hubo un intento en 1698 y hay cierta información que sitúa otra en 1701, no se
registran datos en el resto del nuestro período. El punto de llegada es muy varia-
do, desde La Habana a San Juan de Puerto de Rico pasando por Maracaibo, Hon-
duras o Campeche.
B.3. Organización
des durante la segunda mitad del siglo XVII», en GARCÍA HERNÁN, Enrique, y Davide MAFFI (edits.):
Guerra y sociedad en la monarquía hispánica..., vol. 2 (2006), p. 397.
62 Si el hospedaje no era el adecuado ―pensemos en el retraso enorme de las reclutas isleñas en
lugares no preparados para alojar a centenares de enganchados del interior de Tenerife y de otras
islas a la espera del transporte (además, de avituallar a esos navíos en condiciones dignas de salu-
bridad y alimentos)―, podía desanimar a una muchedumbre de soldados bisoños que podían sentirse
engañados, tener la tentación de desertar... Rodríguez Hernández indica que el reclutamiento de una
compañía no debía exceder los quince días o un mes, mientras en las islas se tardaban meses en
reunir al contingente que debía remitirse (RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Milites vs. civi-
tas: análisis de los conflictos producidos por el reclutamiento...», art. cit., pp. 85-86).
851
las circunstancias políticas que motivaban la movilización, el número de soldados,
el destino… En aquellas reclutas con intervención de comisionados se extendía con
posterioridad una cédula específica. Estos no disponían de libertad absoluta, pues
debían contar con el general y el veedor, de manera que su desempeño estaba
controlado. Además, como los gastos eran tan elevados se veían forzados a acudir
a las instituciones del archipiélago, lo que los situaba en una posición incómoda.
No se utilizó aquí el sistema de encargo o comisión a los municipios mediante
repartimientos forzosos, si bien las últimas levas se acercaron a ese procedimien-
to, en la línea de una mayor obligatoriedad y de tránsito hacia el sistema de quin-
tas. Tampoco se empleó, aunque a primera vista pudiera parecerlo en ocasiones,
el recurso a la nobleza local en lo que Thompson ha calificado como «reclutamien-
to intermediario». Ni esta poseía en Canarias la potencia económica y señorial de
algunas zonas españolas ni la disgregación isleña hacía aconsejable tal llamamien-
to. Desde un principio, pero sobre todo después de la leva de 1638, se procuró
centralizar las decisiones relevantes en el gobernador-capitán general, como más
adelante se explicará, se tratase de islas de realengo o de señores, a los que se
instaba o solicitaba la prestación de auxilio y óptima asistencia al general. No
tenemos información acerca de si siempre se obró así, pero al menos en algunas
de las primeras reclutas hay constancia de que el rey se dirigía directamente a los
señores para avisarles de la leva y pedir su ayuda. Pero esta apelación no revistió
un carácter singular ni se les pidió autorización para practicar levas en sus domi-
nios; simplemente se les trató en similar plano de comunicación que a los Cabil-
dos, solicitándoseles colaboración con las máximas autoridades. La razón es senci-
lla: el rey no precisaba la anuencia señorial para realizar levas de voluntarios en su
jurisdicción, máxime si la financiación era real63. En cuanto a la Real Audiencia, su
cometido fue tangencial, salvo en 1638, pues con motivo de la ausencia forzada
(secuestro) del capitán general transmitió instrucciones a los corregidores insula-
res basándose en la documentación que portaba el comisionado regio (marqués
consorte de Lanzarote). Dado el papel central del capitán general y de los Conce-
jos, trataremos en epígrafes posteriores el papel de cada una de estas institucio-
nes.
Un problema indudable lo constituía la lentitud en las comunicaciones: tardaban
los decretos de los reyes o los autos de los Consejos varios meses (dos o tres) en
llegar a sus destinatarios institucionales en las islas. El desfase podía conllevar pro-
blemas añadidos a la tarea, a veces dificultosa, de convencer a las instituciones
para que apoyasen y facilitasen la recluta, y suponía un mayor obstáculo para reu-
nir en tiempo cabal en el puerto capitalino de la isla «central», Tenerife, a los ex-
pedicionarios durante un tiempo que podía tornarse desesperante y gravoso, supe-
perando el presupuesto previsto. En el interior de cada isla, a su vez, no era sen-
cillo el mecanismo de enganche. La orografía y las inadecuadas comunicaciones
retrasaban el alistamiento y complicaban la captura de los hombres considerados
idóneos en caso de coacción, facilitando en cambio la huida y el refugio de obje-
tores y desertores. Frente a esa dilación, los corregidores o generales, y en ocasio-
nes los comisionados, se anticipaban de modo oficioso e informaban a los Cabildos
por la cuenta que les traía para comenzar con celeridad los preparativos. El desa-
juste informativo respecto a acontecimientos peninsulares o europeos podía afec-
tar de modo muy significativo a la organización, cuestionar las principales caracte-
terísticas e incluso influir decisivamente en su suspensión. Encontraremos ejem-
852
plos en el análisis de cada leva; así, en la decretada en 1652 para la campaña de
Cataluña, que se enmendó ante la recuperación de ese territorio por la Corona a
finales de aquel año, de modo que se alteró la composición del contingente soli-
citado en su número y en el destino final, dos años más tarde, derivándola enton-
ces hacia el persistente destino flamenco. La distancia se revelaba como elemento
embarazoso, además, en las frecuentes situaciones que precisaban de una mayor
cuantía de aportación regia o de instrucciones complementarias. La tardanza en
recibir nuevas órdenes o libranzas de la Corte está en la base de actuaciones apre-
miantes de los capitanes generales y fue semillero de roces y choques instituciona-
les.
Las cédulas se rezagaban, retrasando las diligencias incluso en momentos de
apuro (el comienzo de las levas podemos fijarlo en el conocimiento del mandato
real por las principales autoridades isleñas), y se prolongaba extraordinariamente
el embarque de la tropa. Si exceptuamos las levas indianas y la de 1638, muy rápi-
da (unos dos meses), la mayoría se enlentecían para consternación de los organi-
zadores: por ejemplo, la de 1647, unos 8-9 meses; la de 1654, un año y tres me-
ses; la de 1684, más de catorce meses. A veces el arranque era prometedor y se
alistaban algunos centenares de hombres, pero acto seguido se producía un
inquietante goteo en el enganche que añadía nerviosismo sobre el resultado espe-
rado, alejándose la realidad de la cifra de soldados y de los plazos previstos. Ro-
dríguez Hernández insiste en su análisis en el efecto causado en esa lentitud por el
retardo en llegar los comisionados o encargados de algunas reclutas, pero no cree-
mos que se tratase de un factor decisivo, aunque sí pudo influir, y sobre todo con-
viene tener en cuenta que la mayoría de las movilizaciones fueron asumidas por
los gobernadores-generales. En algunas levas, además, hubo situaciones concretas
que jugaron un papel importante; por ejemplo, el secuestro del capitán general en
la de 1638. En todo caso, la duración excesiva fue la pauta frente a los dos o tres
meses en Castilla64.
La Corte utilizó a veces el mecanismo de la comisión, que no resultó en las pri-
meras levas nada afortunado. El procedimiento en la actuación de los particulares
no difería en exceso del seguido en las reclutas realizadas directamente por los ge-
nerales, recibiendo los comisionados el grado de maestre de campo del tercio que
se les encomendaba. La primera leva ordenada por la monarquía fue encargada
precisamente a un particular, el marqués consorte de Lanzarote, D. Juan de Casti-
llo y Aguayo, a quien se confirió el mencionado rango de maestre de campo, y se-
guramente a instancia suya fue nombrado sargento mayor su hermano, D. Fer-
nando de Castillo. Será tan catastrófico el resultado que quedó grabado en la me-
moria colectiva durante bastantes años y repercutió en el fracaso de la de 1647, a
cargo del mismo marqués. Resulta sorprendente la torpeza de confiar esta leva al
responsable de la de 1638, pues en la Corte debían tener noticias de los desatinos
criminales cometidas en aquel envío y era previsible una reticencia o resistencia
popular. Tampoco fue de grato recuerdo la siguiente leva con comisión, la de
1654, esta vez a cargo de D. Antonio de Castrejón. En 1664 intervino un noble ti-
nerfeño, D. Andrés de Valcárcel, un veterano capitán de la guerra de Flandes, vás-
tago del regidor perpetuo D. Francisco de Valcárcel Xuárez de Lugo. En 1667 fue
protagonista un destacado noble militar isleño, D. Pedro Ponte de Franca Llerena,
futuro conde del Palmar, que llegaría a ser capitán general del archipiélago. Otra
cuestión vinculada a esta participación particular, a la que nos referiremos más
adelante, fue el decisivo auxilio prestado por diversas familias, sobre todo tinerfe-
ñas, en la financiación y organización total o parcial de compañías.
64 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento a larga distancia…», art.
cit. p. 108.
853
La jefatura de las tropas recayó casi siempre en naturales canarios. La Corte en-
tendió que el mando de maestres de campo o coroneles isleños podía favorecer
una más rápida y sosegada aceptación de la extracción de gente. Por lo demás, la
frecuente apelación regia a la ayuda particular propició la titularidad de capitanías
en manos de canarios —en el contexto venal que se expondrá más adelante—,
situación que tendió a moderarse en el s. XVIII, pues se buscó un equilibrio entre el
origen hidalgo de los mandos y la compensación honorífica a los financieros de la
recluta con la necesidad de una mayor preparación y experiencia profesional.
Cuando existió la posibilidad, el maestre de campo encargado de la leva incluso se
desplazaba con oficiales canarios desde Flandes, como en 165465. Incluso cuando
no se pudo contar con la colaboración financiera de la hidalguía isleña, se procuró
que los mandos fuesen para los naturales, como en la leva de 1664, en la que el
comisionado Valcárcel no halló respuesta positiva a las ofertas de mercedes y
patentes en blanco. La condición de capitán isleño, con su posición económica e
influencia política, sus redes sociales, sus contactos comerciales facilitaban la efi-
cacia en las operaciones logísticas de abasto y transportes. Es probable que ade-
más sirviese de freno a la deserción en las largas esperas para la constitución de
las compañías y su embarque, aparte de las mayores dificultades para la huida o
escondite (los montes) en un territorio insular.
Se puede afirmar que la década de los años veinte del siglo XVIII fue en Cana-
rias la de los proyectos o empresas particulares, figurando como ejemplos más
significados las levas de los Mesa-Valcárcel y de Caraveo, mientras la década si-
guiente representa la transición hacia el sistema de quintas, aspecto que aquí de-
jamos enunciado como una cuestión técnica para analizarlo socialmente en otro
apartado. La recluta de Caraveo (1727) es un ejemplo de la modalidad de asiento,
es decir, de un acuerdo empresarial por el que un particular corría con los gastos
de la movilización, incluyendo salarios, indumentaria, manutención y conducción
de tropas a cambio de la coronelía y patentes en blanco de capitán, con las cuales
negociaba el asentista para resarcirse de gastos, continuando así con la venalidad
de cargos que se arrastraba desde la centuria anterior66, mientras la Corona
asumía su contribución al recibir las tropas. Obviamente, tanto en este caso como
en los otros en los que nobles o aspirantes a la nobleza levantaron compañías, las
patentes se concedían con suplimientos, o sea, con la exención de la obligatorie-
dad de haber desempeñado un determinado número de años en el ejército para
acceder a la oficialidad. En el s. XVIII fue un procedimiento bastante recurrido en
España, con el que se logró un suministro de tropas más eficaz que con los siste-
mas tradicionales de levas, quintas y reclutas de voluntarios67.
Por lo poco que conocemos de las levas indianas, fue la Corte a través del
Consejo de Guerra la que solía disponer, sin intermediarios, bajo la responsabilidad
65 Ibíd., p. 111.
66 ANDÚJAR CASTILLO, Francisco: «El ejército de Felipe V. Estrategias y problemas...», art. cit., pp.
670-672. Andújar reitera algo que se analizará en otro epígrafe en este trabajo: la delegación de la
gracia real en los asentistas con la concesión de patentes en blanco constituía un instrumento de
poder, pues el particular tenía ante sí la posibilidad de conferir nobleza a un individuo, colocar al
frente de una compañía a quien jamás hubiera visto un arma. Se trataba de un sistema venal sutil,
por el que el coronel a su vez vendía patentes a oficiales inferiores, que podían hacer lo propio con
otros, bien por dinero o por facilitar el enganche de más soldados, lo que podía convertir esta moda-
lidad en coercitiva, dadas las peculiariades de relaciones de producción en el mundo rural, la devo-
lución de favores o promesas de diversa índole valiéndose de su poder, influencia o redes sociales...
67 ANDÚJAR CASTILLO, Francisco: «La privatización del reclutamiento en el siglo XVIII: el sistema de
asientos», en Studia historica. Historia moderna, n.º 25 (2003), pp. 123-128. También corresponde a
los rasgos de los asientos del siglo precedente que el mismo autor ha enumerado en otro estudio
(ANDÚJAR CASTILLO, Francisco: «Empresarios de la guerra y asentistas de soldados…», art. cit., p.
382).
854
del capitán general, la extracción de hombres para los presidios, aunque —como
antes se apuntó— hubo alguna propuesta del Consejo de Indias (dado el carácter
híbrido de algunos envíos: levas colonizadoras, podríamos catalogarlas a veces).
También se dio el caso de algún ofrecimiento privado, sin mediar (que se sepa)
instrucciones superiores. Por último, digamos que en los fletes y logística tenía un
destacado papel el contador y veedor de la gente de guerra, que formalizaba fleta-
mentos y libraba sumas de dinero por orden del general.
68 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Poner una pica vallisoletana en Flandes. Reclutamiento
y costes del transporte de tropas a los Países Bajos (1665-1700)», en Investigaciones históricas:
Época moderna y contemporánea, n.º 28 (2008), p. 65.
69 THOMPSON, Irving Anthony A.: «Consideraciones sobre el papel de la nobleza como recurso mili-
tar en la España Moderna», en ANDÚJAR CASTILLO, Francisco, y Antonio JIMÉNEZ ESTRELLA: Los
nervios de la guerra…, (2007), p. 33.
70 ANDÚJAR CASTILLO, Francisco: «Milicia y nobleza. Reformulación de una relación…», art. cit., p.
255.
71 RODRÍGUEZ YANES, José Miguel: La Laguna durante el Antiguo Régimen…, t. I, vol. I, op. cit., p.
143.
855
oportunidad de descollar en el real servicio en el campo de batalla y labrarse así
una salida profesional o social, a menudo previa compra de la patente. De igual
modo que la extensión, la duración y el control de la guerra y de los ejércitos influ-
yó en una mayor importancia del poder estatal sobre los particulares (la guerra co-
mo monopolio estatal y el peso decisivo del gasto militar en el presupuesto como
garantía de consecución o mantenimiento del rango de gran potencia continental),
en Canarias el procedimiento seguido en las levas contribuyó al afianzamiento del
papel supremo del capitán general en el esquema institucional. En cambio, retro-
cedió el rol de los señores y de los Ayuntamientos, más supeditados al poder casi
omnímodo de los generales.
A mediados del s. XVII se originó algún roce entre el general y el comisionado
(leva de 1647) con motivo de la convocatoria de dos levas paralelas, una a cargo
del capitán general y otra encomendada a un particular. El previsible resultado, so-
bre todo teniendo en cuenta la proximidad de reclutas anteriores, fue el mutuo
entorpecimiento y el amplio rechazo social. Determinó entonces la Corona que en
lo sucesivo las movilizaciones las debía organizar una sola cabeza, otorgando pre-
ferencia al gobernador-capitán general. Esta acertada decisión, que reforzaba la
autoridad del capitán general y potenciaba la centralización de la toma de deci-
siones, fue determinante en el éxito de algunas reclutas y en el mejor entendi-
miento entre las instituciones. Incluso, como antes se mencionó, serán a veces los
generales los que, ante la demora de la real cédula a los Cabildos, se dirijan a esas
instituciones para adelantarles la orden o anunciarles la llegada inminente de un
comisionado (leva de 1654). No solo optó el Consejo de Guerra por el capitán ge-
neral como única autoridad válida para cumplir e «interpretar» las cédulas perti-
nentes (gestionar el cumplimiento de las órdenes, adoptando decisiones con fir-
meza) y cumplir los objetivos (extracción y envío de un cierto número de hombres
con la máxima premura y ahorro), fiándose de su poder y competencias, sino que
de esa manera evitó la colisión y el estorbo de diversas «lecturas» de las órdenes
y diferentes modos de obrar (tantos como altas autoridades e islas). Pensemos
que la Corona marcaba un número de alistados para un conjunto de siete islas, sin
precisar la distribución territorial, por ejemplo. De otro modo, se hubieran produ-
cido enfrentamientos jurisdiccionales, apelaciones a la Real Audiencia de Canarias
y a los Consejos, recelos insulares, etc., lo que hubiese derivado en inoperancia,
dilaciones y mayor carestía del proceso en coyunturas consideradas críticas (por la
urgencia en remitir tropas al frente) por la Corona. La razón bélica exigía eficacia,
por lo que la autoridad centralizada e indiscutible de un mando militar fue la mejor
―quizá la única posible― fórmula para atender ese requerimiento. Esto contribuye
a explicar la generosidad (a veces, el perdón o la vista gorda) y favor con que los
capitanes generales eran tratados por la Corte, aceptando sus solicitudes de
dinero para suplir las acostumbradas insuficiencias de las previsiones financieras
de cada recluta, consintiendo sus arbitrarios modos de acceder a fondos concejiles
o de rentas reales o donativos con coacción y castigos, o tolerando, admitiendo o
manejando con suavidad los excesos en el forzamiento de voluntades para
completar los enganches, pero también ante los abusos y corruptelas aludidas en
el capítulo precedente. Estos funcionarios constituían la garantía más firme de eje-
cución de los mandatos regios y de los Consejos, velaban sin duda por la defensa
de las islas y su permanencia en la Corona, lo que ayudaba a la fluidez de la
Carrera y, por tanto, a la política imperial72.
72 Rodríguez Hernández reconoce la mayor eficiencia del sistema de reclutamiento con un repre-
sentante real a modo de superintendente, pues con su control directo podía solucionar con rapidez y
autoridad las múltiples complicaciones de estas movilizaciones (RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, José An-
tonio: Los tambores de Marte. El reclutamiento en Castilla..., op. cit., p. 95).
856
En sentido positivo o negativo, algunas levas estuvieron asociadas al nombre de
los capitanes generales responsables. Un prototipo fue la de 1645, cuya ágil y pa-
cífica conclusión, tras la leva fallida justo un año antes, prácticamente fue obra del
general Carrillo, quien aparte de haberse granjeado el agradecimiento y respeto de
las instituciones y de la población por el apoyo prestado para la desconvocatoria
de la recluta anterior, obtuvo la complicidad colectiva mediante una hábil asocia-
ción de suave diplomacia, implicación de los grupos dirigentes locales, adecuada
estrategia comunicativa con la elite socioeconómica y dotes de convicción.
Otra gestión de estos altos funcionarios consistió en incitar a los caballeros de-
seosos de ennoblecimiento para que asumieran la tradicional función social de la
nobleza, levantando compañías a sus expensas y obteniendo así determinadas re-
compensas. Combinando las presiones y el ofrecimiento de mercedes los generales
podían mover las voluntades de los poderosos para costear los tercios, consiguien-
do con las aportaciones un rápido enrolamiento, pues el dinero operaba como un
eficaz instrumento que suavizaba recelos y oposiciones, seducía a bastantes y re-
ducía tiempos de recluta; por ejemplo, Quiñones consiguió alistar 700 infantes en
la leva de 1662. Algunos generales, emparentados con la nobleza isleña, actuaron
en pro de intereses familiares, como el propio Quiñones en la citada leva, nom-
brando maestre de campo del tercio a su yerno D. Diego de Alvarado Bracamonte,
en tanto su hijo, D. Gabriel de Benavente y Quiñones, ostentaría una patente de
capitán. Los generales cuidaron el agradecimiento a los colaboradores, incitándo-
los a proseguir en esa línea; un ejemplo fue la carta dirigida en 1664 por el capi-
tán general Velasco al palmero D. Juan de Monteverde y Espino para manifestarle
su reconocimiento por la participación en el levantamiento del tercio, recomendán-
dole que él y su familia y círculo de amistades persistiesen en ese tipo de servi-
cios73. Uno de los estímulos compensatorios más comunes fue el mando de com-
pañías (los monarcas, o incluso los comisionados traían patentes en blanco para
beneficiarlas al mejor postor, como se aludió más arriba), una vía para el ennoble-
cimiento y para colocar a los segundones de algunas familias o introducirlos en la
carrera militar. Actuarán así como emisarios de la Corona, comprometiéndose en
caso necesario a mover el ánimo regio para colmar pretensiones de los favorece-
dores del enganche. En realidad, actuaron como obligados mediadores en la cade-
na venal.
Mención aparte habría que hacer del general Benavente y Quiñones, pues como
nos extenderemos más adelante, será el promotor de la expulsión poblacional con
sus planes de colonización isleña de algunas plazas americanas, y jugó en conso-
nancia un papel notable en las levas de su mandato. Otro importante general pro-
motor fue el conde de Eril, que propuso la recluta de 1693. En estos casos los
gobernadores dispusieron de un mayor margen de maniobra: Eril estaba auto-
rizado para que los mandos de las compañías y el sargento mayor fuesen canarios.
La implicación decidida de los capitanes generales a veces fue más allá del
cumplimiento de sus obligaciones. Tengamos presente que un móvil decisivo de la
preocupación de los militares por el éxito de la recluta era la obtención del favor
real. La consecución de la tropa ordenada en el tiempo previsto y a bajo coste
realzaba la talla del general y podía constituir un destacado mérito en su carrera y
el logro de sus aspiraciones y ambiciones. Esto condujo a algún gobernador de las
islas a transmitir falsas expectativas y mentir, como Balboa en la leva de 1670, ori-
ginando una dura reprimenda de sus superiores. Precisamente este mismo general
fue desautorizado por el Consejo de Guerra cuando pretendió utilizar medios rigu-
73 FERNÁNDEZ DE BÉTHENCOURT, Francisco: Nobiliario…, t. III, op. cit., p. 536: No puedo excusar
de encargar a vuestra merced (como lo hago) que por sí, sus parientes y amigos fomenten este ser-
vicio.
857
rosos para forzar el alistamiento. Pese a que algunos mandatos de gobernación
puedan estar más salpicados por las reclutas que otros, no se puede afirmar que
esto se debiera a la voluntad o mayor belicosidad de los generales, casi siempre
obedientes y ejecutores de reales órdenes de una monarquía a la que procuraban
servir de modo eficiente por los motivos apuntados. Por eso mismo es cuestiona-
ble también trazar una imagen monstruosa o benévola de un capitán general ba-
sándose solo en el número de levas o la conflictividad desarrollada en alguna. A
veces las urgencias o la coyuntura fueron factores importantes que impulsaron —
sin que esto suponga justificación alguna— a algunos generales a actuar con ma-
yor severidad que otros. Pero sí se reconoce un distinto estilo o conducta en los
gobernadores; es reconocible, por ejemplo, un grado de rigor, incluso de destem-
planza (podríamos decir, de torpe e innecesaria crueldad) en Dávila, un modelo de
suave diplomacia en Carrillo, de sagaz hipocresía en Valhermoso.
Para la monarquía, naturalmente, solo contaba el resultado. Canarias estaba
muy lejos, pero también las quejas lastimosas provenían, y con mayor clamor, de
cualquier parte del reino ante las tropelías, atropellos y violencias propios de las
levas y alojamientos en todos los rincones peninsulares. Los generales se mostra-
ron inflexibles en algunas levas y practicaron procedimientos rigurosos a sabiendas
de contar en última instancia con el apoyo regio, pues por encima de todo se valo-
raba el logro de la cantidad de soldados decretada, y únicamente podía sobrevenir
censura en caso de negligencia excesiva o evidente «mala calidad» de las tropas
remitidas, y hasta incluso en esas ocasiones el asunto no revestía graves repercu-
siones en la carrera del militar. Solo en contados casos de rechazo a la leva se
mostraron los generales solícitos a acceder a los ruegos de las instituciones y del
clamor popular. Esta conducta no se limitó al sistema de enganche, pues de modo
independiente a la celeridad o retardo en la reunión de los soldados, la otra ver-
tiente era la del ahorro, y una forma de aliviar el gasto implicó la renuncia a la ob-
servancia o vigilancia de requisitos mínimos de seguridad y alimentación para los
reclutados, practicando la vista gorda ante las condiciones del transporte o la fia-
bilidad de los dueños de los barcos, o respecto a la adecuación de la indumentaria
o del armamento, o ante las propias características de los soldados (excesiva biso-
ñez de la tropa, incluso hombres con edades inferiores a los 16 años, por ejem-
plo). Siempre podían los generales traspasar la responsabilidad de los fiascos, de
las críticas y hasta de las muertes a los transportistas, comisionados (si los ha-
bía), o a sus subordinados (veedores…).
Los Ayuntamientos fueron una otra pieza clave para el buen fin de las levas,
desde el doble punto de vista financiero y sociopolítico. Esto se explica por su
poder de convocatoria, por su capacidad económica y por la influencia social de
sus miembros, que en gran medida ―ya lo hemos constatado― residían en loca-
lidades del interior de cada isla. Como se explicó en otro apartado, esta situación
resaltó el poder de los regidores, muchas veces hacendados con cargos en las mi-
licias, lo que les otorgaba una múltiple utilidad: 1) poseían un excelente conoci-
miento de los hombres válidos para el servicio militar, y en caso de ser necesario
podían ayudar a la selección; 2) contaban con doble ascendencia sobre el pueblo
llano, tanto por su fortaleza económica y los lazos tributarios o de prestación de
favores que unían a aquél con los concejales, como por su calidad de maestres de
campo de los tercios o capitanes de las compañías; 3) en sus pagos y aledaños
podían intermediar y negociar con la burguesía rural que ostentaba la alcaldía del
858
lugar o la mayordomía del pósito, con los «vecinos principales» que convenía tener
como colaboradores en los alistamientos.
Sabido es que los Cabildos operaban como caja de resonancia de los intereses
de la oligarquía agrocomercial que los integraba74, interesada en el manteni-
miento de un statu quo social garante de su hegemonía y, por ende, de la conti-
nuidad y fortalecimiento de sus heredades y negocios mercantiles, consciente de
la fragilidad del territorio y de la sociedad, de las limitaciones para imponer su au-
toridad sin apoyo de la Corona, de su dependencia jurídico-político-militar-fiscal del
poder central. Estas instituciones no podían oponerse frontalmente a las exigen-
cias de extracción de recursos dinerarios (entre ellos, los donativos, como vere-
mos) o de efectivos militares, pero tampoco les convenía distanciarse del común
ni, mucho menos, malquistarse con él. En coyunturas, sucesos y lances compro-
metidos (como sucedía con levas particularmente odiosas) la población esperaba
algo más que la mera actitud neutra como testigo incómodo o mudo por parte del
Concejo, de modo que la salida más socorrida fue la vía diplomática o la media-
ción, fuese intentando suavizar o aminorar el impacto de la movilización o solici-
tando la posibilidad de que esa institución, con el auxilio de las autoridades locales
o pedáneas, asumiese la selección de los sujetos juzgados convenientes o apro-
piados (los «inadaptados», marginales, delincuentes, perezosos…: el «mal social»)
o menos necesarios o lesivos para el núcleo familiar o la economía isleña75. De ese
modo legitimaba socialmente su poder institucional, presentándose como un
senado paternal, atento a las quejas y aprietos de unos súbditos incomprendidos
desde la lejana Corte o los implacables Consejos reales76. Al tiempo maniobraba en
un doble juego, pues además de no desairar al monarca ni enemistarse con los
poderosos capitanes generales, debía conciliar su benefactor papel con los afanes
de promoción social de un sector apreciable de los regidores, tentados por la sen-
da del servicio en las campañas militares del soberano como llave para acceder a
la nobleza titulada y al aumento de los blasones familiares. En el otro extremo, las
autoridades centrales o las establecidas en el archipiélago (en especial, los genera-
les) pretendieron contar con ellos, pues los consideraron de importancia desde va-
rios puntos de vista: económico y social (apoyo y control).
Los teóricos castellanos entendían la relación gobernante/gobernado como de
obediencia activa, en el sentido de que el monarca ciertamente se hallaba por
encima de los súbditos, pero también formaba parte del sistema legal cuya legiti-
midad se basaba en el consentimiento77. De ahí que fuera importante e indispen-
sable el hábito de la negociación y del consenso con los Ayuntamientos y las oli-
74 Siguiendo a Molina Puche, es cierto que no conviene confundir oligarquía concejil con elite local
(insular, en este caso), en cuanto esta última se caracteriza por la conjunción de poder político, eco-
nómico y reconocimiento social; pero en los Cabildos canarios está muy representado el poder eco-
nómico, la gran propiedad y la nobleza, de manera que no es abusivo asimilar ambos conceptos [so-
bre esta cuestión terminológica, vid. MOLINA PUCHE, Sebastián: «Más allá del Concejo. Sobre elites
locales a través del ejemplo del corregimiento de Chinchilla en el siglo XVII», en Revista de Historia
Social y de las Mentalidades, n.º XI, vol. 2 (2007), p. 20].
75 Ruiz Ibáñez, en su estudio sobre Murcia entre 1588-1648, asegura que con la coacción y selección
de las autoridades locales se verificó un traspaso de la soberanía del individuo a la monarquía gracias
a esos mediadores provinciales, con el premio de afianzar su posición en esos territorios, tal como
ratifican otros historiadores, lo que va quedando afianzado en las explicaciones y variadas citas
(RUIZ IBÁÑEZ, José Javier: Las dos caras de Jano..., op. cit., pp. 360-361).
76 MACKAY, Ruth: Los límites de la autoridad real…, op. cit., p. 14. Sostiene la autora que en el
juego de relaciones y negociaciones entre la Corona y los municipios o nobles la oposición de las cor-
poraciones obedecía en parte a presiones desde abajo. Asimismo subraya que la monarquía deman-
daba recursos y hombres a sus súbditos sin por ello poner indebidamente en cuestión aquellos privi-
legios y derechos que todos los sectores sociales —nobles, ciudades, magistrados e incluso campe-
sinos— consideraban propios (ibíd., p. 13).
77 Ibíd., p. 33.
859
garquías locales, principio teórico que había pasado a regir el ejercicio político
real78. Los regidores, pues, estuvieron interesados en mantener una relación cor-
dial o correcta con los capitanes generales, o por lo menos rehuyeron el enfren-
tamiento en una prueba de fuerza que tenían perdida de antemano. Procuraron,
antes, reivindicar con tacto, utilizar la prudencia, ganarse su confianza o acercarlos
a la postura cabildicia enviando como mensajeros diputados, si procedía, a los
concejales más cercanos al general, a sabiendas de que era una figura útil por ex-
celencia ante la Corte y de que sus informaciones podían resultar decisivas no solo
en lo relativo a la suspensión o suavización de una leva, sino en cualquier otro
asunto de interés, además de que la presidencia de la Real Audiencia de Canarias
le confería un extraordinario poder y, por si fuera poco, la monarquía le concedía
jurisdicción privativa en negocios de calado.
La posición política municipal varió durante el período estudiado, e incluso se
observan cambios de actitud en una misma recluta, como comprobaremos. No
cabe una clasificación estricta de levas en función de la actitud capitular, pues a
veces se transitaba de una cierta pasividad o tibio apoyo a la posición resignada o
rechazo activo, con convocatoria de cabildos generales abiertos, que solían suce-
derse de redacción de escritos —en ocasiones con intención de confluir en una ac-
ción conjunta con los Ayuntamientos de otras islas— y comisiones negociadoras o
de elección de diputados, elevando súplicas al general y memoriales a la Corona.
Sí se puede hablar, a grandes rasgos, de una determinada tendencia en ciertos
períodos, más favorable o crítica con las órdenes de alistamiento. El margen de
actuación inicial de los Ayuntamientos era estrecho a partir del momento en que
recibía la real cédula o la carta «informativa» del general, y disponía de escaso
tiempo y casi nulo poder para arbitrar una estrategia, dilatar la respuesta o inten-
tar moderar o rebajar las pretensiones o condiciones de una leva. Por lo general,
el Concejo intervenía oponiéndose o apoyando, o solicitando mesura. En contadas
ocasiones cooperó en la organización durante el s. XVII, si bien en la leva de 1654,
en sus inicios, pidió que los regidores tomasen parte en la elección de los sol-
dados, recordando quizá la buena sintonía experimentada en una leva anterior con
el general Carrillo, que accedió a la participación de juntas vecinales. Veremos que
en la siguiente centuria se le asignó a veces un papel protagonista.
Como en tantos otros asuntos, la oposición concejil a las levas (o a los donati-
vos, en su caso) puso de relieve las limitaciones del poder municipal representado
en los regidores. No solo estos no acudían a las sesiones sino que sus intereses
estaban encontrados y procuraban, además, no involucrarse o comprometerse en
860
votar resoluciones que podían resultar oprobiosas para la población o molestas
para la autoridad central. De ahí la necesidad de convocar cabildos generales, al-
gunos con carácter abierto, pues la presencia de representantes locales (que podía
suponer discusión y votación o consenso previo entre los apoderados de la bur-
guesía agraria, los «poderosos» o influyentes de cada lugar) servía para una triple
finalidad: 1) tantear la voluntad o inclinación, el grado de asentimiento u oposición
de la población insular; 2) implicar a los grupos sociales movilizadores en decisio-
nes o acciones concretas, incluyendo la colaboración en el señalamiento y persua-
sión de candidatos de una recluta; 3) validar y reforzar al Ayuntamiento frente a
los capitanes generales. De manera independiente al móvil que impulsaba a los
regidores a apoyar en diferente grado alguna leva u oponerse a ella, los vecinos
sabían que prácticamente no disponían de otra plataforma institucional que los
amparase y fuese válida como entidad intercesora ante la Corona. Los represen-
sentantes de los lugares llevaban el sentir de gran parte de la población a los ca-
bildos generales y abiertos. En ellos, pero también incluso en las sesiones ordina-
rias, la argumentación manejada por el Ayuntamiento para intentar frenar o sus-
pender una leva giró en torno a estas variables: 1) méritos realizados por la isla en
ocasiones procedentes, fuese en dinero (donativos) o en hombres (reclutas); 2)
impacto demográfico resultante de levas anteriores, en particular si mediaba poco
tiempo entre ellas; 3) contingencia de indefensión de la isla al mermar temera-
riamente el número de hombres; 4) en relación con este punto, sostén de la de-
fensa isleña con cargo casi exclusivo de las milicias canarias, sin apenas coste para
la hacienda real; 5) despoblamiento de las islas agravado por la emigración a
América; 6) escasez de mano de obra para el cultivo, con la consecuencia de ele-
vación salarial inasumible; 7) coyuntura de malas cosechas; 8) decadencia econó-
mica originada por una disminución de la salida mercantil (sobre todo, vitivinícola)
o el empeoramiento de las condiciones de intercambio con Inglaterra, independen-
cia portuguesa... En las reclutas de marinos se planteaba de modo específico la in-
significante población costera dedicada a esas labores, el menguado número de
embarcaciones, el azote de los cautiverios que se cebaba en marineros y pescado-
res; todo lo cual podía incidir, de derivar gente de mar fuera de las islas, en un
entorpecimiento aun mayor de los intercambios interinsulares y un retroceso de-
mográfico de áreas sensibles a la invasión, mientras a la real Armada apenas le
podrían ser de utilidad las destrezas de este sector profesional, poco habituado a
empeños belicosos. El reclamo frecuente de reclutas suponía un inconveniente
para la efectividad del sistema defensivo insular, ligado a las milicias, no solo por-
que la demanda repercutía en un acortamiento de defensores sino por la juventud
de los enrolados, y a nadie escapaba que justo era presionado para alistarse el
segmento poblacional más vigoroso y predispuesto a la aventura por sus menores
cargas familiares.
Una de las forzadas modalidades de participación de los Concejos consistió en el
socorro a las tropas hasta el embarque. Como señala Contreras Gay, los munici-
pios solían manifestarse remisos, y si al final transigían los oligarcas que detenta-
taban el poder local y cumplían (mal que bien) estos servicios era porque normal-
mente se hacían a costa del sacrificio del pueblo llano79. Por ejemplo, en la leva de
1638 el Ayuntamiento tinerfeño costeó el alojamiento de los reclutados y auxilió a
los soldados más necesitados. La asunción forzada de gastos por esas institu-
ciones resultó dispendiosa80, dada la precariedad de su hacienda y la progresiva
79 CONTRERAS GAY, José: «El siglo XVII y su importancia en el cambio de los sistemas de recluta-
miento…», art. cit., p. 149.
80 Muñoz Rodríguez señala que se produjo un «consenso fiscal» entre la Corona y las elites provin-
ciales que hizo de las instituciones locales unos eficaces agentes regios al emplearse el producto de
861
entrada de las islas en un ciclo económico negativo. Esto explica que el Cabildo ti-
nerfeño condicionase su asistencia (por lo demás, en especie) a la leva de 1684 a
Flandes, igual que los regidores (que prometían cantidades de modo particular), a
la financiación regia de la recluta.
Como se pondrá de manifiesto en el desarrollo de este estudio, a partir de la dé-
cada de 1660 se abrió una etapa de apoyo decidido de la clase dominante a la
salida poblacional ante una situación de dificultades económicas en el comercio
exterior, que en realidad había comenzado con anterioridad, combinándose con un
desequilibrio creciente entre las cosechas de productos cerealísticos y la presión
demográfica, producto de un marcado ritmo de crecimiento desde la segunda mi-
tad del quinientos. Tanto la salida a América como el engrosamiento de las reclu-
tas fueron impulsados por la oligarquía política, si bien la expulsión de hombres y
familias pronto preocupó a esos mismos grupos sociales, que titubearon en más
de una ocasión respecto a las movilizaciones bélicas por el perjuicio que podía oca-
sionar la carencia de hombres para el cultivo de la tierra y la defensa de las islas, y
similar postura sinuosa cabe observar en relación con algunos miembros de la cla-
se dominante que impulsaban la salida de población a Indias.
No habían reparado los regidores en los problemas que podía generar una reclu-
ta bajo responsabilidad del municipio, en la convicción de que la intervención con-
cejil podía ser un bálsamo o paliar los conflictos e injusticias asociados a la actua-
ción más severa de los comisionados o de los capitanes generales; pero la realidad
de la oposición vecinal, sobre todo en el s. XVIII, demostró que esa fórmula no
entrañaba seguridad de acatamiento vecinal o rápido enrolamiento, como ya había
sucedido en otros territorios peninsulares, en los que la nocturnidad y la violencia
(encarcelamiento) habían sido habituales en el s. XVII81.
El rol de los lugares aparece bastante difuminado en la documentación, salvando
ciertas situaciones. Contribuyeron de modo activo mediante donaciones para cu-
brir el presupuesto (por ejemplo, en la recluta de 1654). En esos casos, dado el
carácter discrecional de la colecta, las aportaciones vecinales diferían mucho,
como se comprobará más adelante, pero la mayoría apenas pudo aportar entre 4 y
8 rs. Las juntas locales o vecinales adquirieron importancia en dos tipos de oca-
siones: 1) cuando se convocó cabildo general y abierto, lo que acontecía con cierta
frecuencia si el Ayuntamiento quería sondear la voluntad general de la isla y sen-
tirse apoyado para presionar al general; 2) si se le transfería a las autoridades lo-
cales, que se rodeaban de los personajes «principales» en circunstancias de
aprieto, la selección de los llamados a la guerra o al presidio, como sucedió en la
leva de 1733, costeando los lugares la conducción de la tropa a Santa Cruz, ade-
más de facilitar alojamiento a los encargados de la recluta.
clase en el Alto Valle del Ebro durante el siglo XVII. El Concejo de Calahorra», en Espacio, Tiempo y
Forma, serie IV, Historia Moderna, t. 20 (2007), pp. 73-94.
862
financiación y la carestía de los ejércitos permanentes, que eran reducidos, la
clave se hallaba en el dinamismo logístico, en la capacidad de organización y ra-
pidez de movilización de las tropas82. Ya el dicho popular expresaba: ¿Quién gana
la guerra? Quien porta moneda. La guerra ha menester gen (gente) y argen
(plata); sin mucha gen y mucho argen no se hace la guerra bien)83. El tratadista
militar de mediados del seiscientos, Enríquez de Villegas, era muy expresivo y rei-
terativo con este asunto: Aquel príncipe que a otro haze guerra deve precisamente
tener dineros prontos y efetivos, porque para las levas son necessarios dineros y
dineros; estando levantando gente, dineros; después de hechas las levas, dineros;
marchando, dineros en la plaça de armas, dineros campeando, dineros sitiando,
dineros expugnando, dineros defendiendo, dineros conseguida la victoria, con que
dineros y más dineros, y siempre dineros son necessarios84. De ahí la importancia
del estudio de los costes, de los que se ofrece una síntesis en los párrafos
siguientes, aunque se profundizará posteriormente en el desarrollo de aquellas le-
vas cuyos datos lo permitan.
Nos aproximaremos al monto de algunas reclutas y realizaremos comparaciones,
aunque no dispongamos de datos globales para la mayoría. Así, la de 1654 supuso
673.850 rs. (algo más de 61.000 ducs.), y sabemos, según el propio capitán ge-
neral, que en una leva anterior (quizá la de 1645) se habían gastado 44.000 ducs.
para menos de 800 hombres. Es decir, que el gasto por enganchado osciló entre
51-55 ducs.85, unos 585 rs., si bien el coste para un particular que adquiriese ho-
nores podía ser más elevado (Massieu satisfizo 660 rs. por soldado para comprar
su hábito en la leva de 1638). Aproximadamente coincide con los datos presu-
puestados para las fases de la leva de 1645, en la que la plaza de soldado salía
por unos 516 rs. (17.563 mrs.). Esta cifra está en consonancia con otras cuentas
de reclutas posteriores: calculamos el gasto de los Mesa por soldado puesto en
Flandes en unos 425 rs. en la leva de 1667; el coste por soldado en la de 1683
estaba establecido en julio de 1687, a pocos meses de su fin, en unos 338 rs.,
pero la cifra aportada por el general Eril una década después la situaba en a unos
511 rs., mientras la leva de 1693 podemos situarla en unos 590 rs., pero con la
salvedad de que a esa cantidad es preciso añadir otros costes no especificados
para cubrir el viaje desde el sur de Inglaterra hasta Flandes. En suma, poner una
pica canaria en Flandes desde Canarias rondaba los 450-500 rs.86. La disparidad
entre las prevenciones financieras y el costo final es difícil establecerla al no po-
seer las cifras correspondientes. Quizá parte de la mala fama, bien ganada, del
mal trato, de enfermedades, defecciones y muertes en algunas levas, así como de
la pésima disposición para entrar en combate y de la inadecuada imagen—en
cierta levas— de los infantes canarios al arribar a su destino se deban al excesivo
afán de ahorro de los responsables de esas reclutas. A partir de la segunda mitad
del s. XVII fue patente el afán de ahorro en los capitanes generales, que parecen
presumir de que «su» leva era la más barata emprendida, mérito por el que espe-
82 SIMÓN TARRÉS, Antonio: «La política exterior»..., art. cit., pp. 372 y 376.
83 TEIJEIRO DE LA ROSA, Juan Miguel: «El comisariado en el ejército y la marina del siglo XVIII», en
GARCÍA HURTADO, Manuel-Reyes (ed.): Soldados de la Ilustración. El ejército español en el siglo
XVIII, La Coruña, 2012, p. 263. En España, casi el 70 % del gasto público en el siglo XVIII se dedicó a
necesidades militares.
84 HENRÍQUEZ DE VILLEGAS, Diego: Levas de la gente de guerra..., op. cit., p. 65.
85 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento a larga distancia…», art.
cit., p. 115. El autor prefiere redondear y ajusta en 561 rs. el costo de poner una pica canaria en
Flandes.
86 En la Península, a mediados del s. XVII el costo estaba en torno a los 300 rs. (ANDÚJAR CASTILLO,
Francisco: «Empresarios de la guerra y asentistas de soldados...», art. cit., 393). Rodríguez Hernán-
dez eleva esta cifra a 200 rs. de vellón en los años setenta (1677-78) (RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Jo-
sé Antonio: Los tambores de Marte. El reclutamiento en Castilla..., op. cit., pp. 174-175).
863
rarían un reconocimiento en forma de ascenso. Sí sabemos que en la recluta de
1693 se estipularon 20.000 pesos (en reales de a ocho), cifra asombrosamente
irreal a la baja, superados ya a principios de mayo de 1694, por lo que se pedían
10.000 escudos adicionales. Es más, el desastroso estado de los hombres que pi-
saron suelo inglés precisó de un desembolso posterior para vestirlos y trasladarlos
a Flandes.
Asimismo podemos acercarnos a la composición del gasto gracias a las cuentas
de la citada recluta de 1693, que pueden servir de orientación en ese aspecto: la
mayor parte del costo, un 36 %, se aplicaba a la manutención; la indumentaria
consumía un 27 %87; un porcentaje similar, el 25 %, se consagraba al flete88. A
los soldados se les abonaba un salario mensual (en la leva de 1680 a Indias era de
2 rs. diarios), y el uniforme costaba en torno a 80 rs. Particularizando más, el le-
vantamiento de una compañía ascendía a unos 20.000 rs. en 1662. Al enrolado se
le proporcionaban 200 rs., y el vestuario suponía cerca de 88 rs.
En cuanto a las levas indianas, la carencia documental dificulta profundizar en
aspectos como el coste, pero a tenor de los distintos datos de la leva americana de
1680 podemos colegir que superó los 270.000 rs., una elevada suma. Pero tam-
bién conviene apuntar que, en general, el coste real fue siempre superior al con-
signado en la documentación, pues las instituciones concejiles eran forzadas a
contribuir y, como mínimo, debían colaborar en el mantenimiento. Por ejemplo, en
algunas levas indianas —en las que menos colaboró el Cabildo tinerfeño— ofreció
el pan de munición a los alistados.
La distinción entre levas asumidas directamente por el poder público respecto a
las que de uno u otro modo comportaron participación total o parcial privada no
resulta tan tajante en el plano financiero como en otros de carácter organizativo,
pues rara vez la Corona, las instituciones municipales o el conjunto de la población
―mediante donativos específicos o repartos de grano― se vieron libres de aporta-
ción económica. Ya trataremos en otro apartado acerca de la importancia de la im-
plicación privada asumiendo el levantamiento de compañías, lo que sin duda allanó
los estorbos y ahogos dinerarios de buena parte de las levas. Un ejemplo del ca-
rácter realmente mixto, aunque con preponderancia de financiación particular, es
la considerada como leva arquetipo de promoción privada (basada esencialmente
en la venta de patentes de capitán y hábitos militares): la de 1662, en la que el
Cabildo tinerfeño fue compelido a auxiliar con 2.000 ducs. para conducción de las
tropas, y con otra cantidad igual intervino el obispo.
En las levas en las que el erario público asumía el costo, durante el s. XVII solía
recurrirse como complemento o como única fórmula a las rentas reales o a lo caí-
do de los donativos (en la segunda mitad del seiscientos fue común pedir el dinero
recaudado del 1 %). El monarca autorizaba entonces con reales cédulas las libran-
zas pertinentes para que los recaudadores, tenedores o depositarios cediesen
fondos al capitán general. Rara vez se desarrolló una recluta sin que se padeciesen
agobios, a pesar de que en algunas ocasiones, como en la leva de 1645, se ma-
87 Los uniformes, junto con el socorro diario y prima de enganche, era un gancho importante para
muchos jóvenes (RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, José Antonio: Los tambores de Marte. El reclutamiento
en Castilla..., op. cit., p. 53).
88 A título comparativo, en una recluta asturiana a Flandes de 1676, los principales apartados de
gasto fueron el socorro a los soldados (un 65 %) y los vestidos de munición (el 29 %). En una re-
cluta posterior, de 1684, el capítulo más costoso (48.2 %) lo constituyó el de dichos vestidos (RO-
DRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «El reclutamiento de asturianos para el ejército de Flandes
durante el reinado de Carlos II», en MARTÍNEZ-RADÍO GARRIDO, Evaristo (edit.): Aportaciones a
cinco siglos de la historia militar de España, Entemu XVII, Asturias (2013), pp. 38 y 43. En general, el
mismo autor calcula el gasto del flete en España en un tercio o la mitad del presupuesto (RODRÍ-
GUEZ HERNÁNDEZ, José Antonio: Los tambores de Marte. El reclutamiento en Castilla..., op. cit., p.
69).
864
drugase en cuanto a la financiación, pues desde un principio se dispuso una
libranza a favor del capitán general a través de una real cédula, pero ni esa tem-
prana previsión alejaba los peligros. Era usual, por lo demás, que el dinero ―con
facultad de la hacienda real― procediese precisamente de los impuestos per-
cibidos en la zona de reclutamiento89, de ahí el repetido mecanismo de autorizar a
los capitanes generales para utilizar tales fondos reales, e incluso del adelanto
forzado de estos, ante la lejanía de la Corte y la dilación en las comunicaciones, en
la seguridad de obtener a posteriori la confirmación regia.
Los apuros fueron numerosos, sobre todo a causa de la ya frecuente tardanza
en conseguir los hombres necesarios o las embarcaciones de transporte. La pro-
longada estadía en el puerto de Santa Cruz de Tenerife de tropas de varias islas
debió incrementar la presión sobre la deficiente cosecha cerealística, seguramente
solventada gracias a la llegada de navíos con trigo foráneo y a la presencia de pes-
cadores en esa zona (el pescado tuvo un componente decisivo en la dieta isleña).
También debió movilizar la actividad económica en su conjunto, y en particular la
relativa al ocio y vicio (tabernas, juego, prostitución…), con los consiguientes per-
cances e inseguridad de ese tipo de situaciones. Instituciones locales y vecinos de-
bieron entonces suplir —como se ha señalado— la carencia estatal o la lentitud en
las gestiones para obtener con urgencia dinero de la hacienda real. Una fórmula a
veces empleada por los Cabildos consistió en el reparto a panaderas. Como se ha
señalado, los lugares asimismo debían ofrecer a través de daciones voluntarias por
hogar, comenzando por dar ejemplo los propios concejales con su óbolo. Incluso
en la leva de 1645 los Cabildos de Tenerife y Gran Canaria adelantaron los fondos
mediante un préstamo restituido unos dos años después. Una buena parte del
dinero público procedió del impuesto del 1 %. Este uso, no previsto en principio,
devino en abuso cuando los generales pretendieron ―ante la premura de algunas
situaciones― la utilización inmediata de parte de esos fondos sin aguardar o exhi-
bir la pertinente autorización real, generando conflictos con los depositarios y los
Cabildos, en especial en el caso del 1 %.
La insuficiencia particular se aprecia desde la leva de 1638, pues no solo el Ca-
bildo tinerfeño (es seguro que los demás también tuvieron que colaborar) socorrió
a la gente de armas concentrada hasta el embarque, sino que el capitán general
acudió a fuentes financieras extraordinarias (las fincas o depósitos de bienes rea-
les), que se transformarían pronto en ordinarias por la frecuencia en recurrir a
ellas: dinero del real donativo precedente, condenas por contrabando… Esto fue
así porque en la mencionada recluta el asiento con la Corona establecía un máxi-
mo de mes y medio de mantenimiento de los inscritos por el marqués de Lanzaro-
te, plazo a partir del cual los gastos eran por cuenta de la real hacienda. El Conse-
jo de Guerra cometió el error de calcular la duración de la leva basándose en la
experiencia peninsular, lo que supuso un alto coste adicional; pero el desacierto se
incrementó al conceder la recluta a un personaje poco solvente, quizá fiándose de
su doble condición de titulado consorte de Lanzarote, de manera que el capitán
general, asesorado por una junta especial de autoridades isleñas tuvo que auxiliar
a Castillo para satisfacer los últimos pagos de socorro a los enrolados, además de
solucionar los fletes y bastimentos con una cantidad suplementaria de los 12.000
ducs. entregados durante el proceso de enganche, aunque el dinero era reembol-
sable con interés.
89RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Milites vs. civitas: análisis de los conflictos producidos
por el reclutamiento...», art. cit., p. 86. Esa fue la norma. En las reclutas peninsulares solo de modo
excepcional la Corona enviaba dinero desde Madrid (RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, José Antonio: Los
tambores de Marte. El reclutamiento en Castilla..., op. cit., p. 173).
865
Una parte considerable de las tensiones y conflictos, a veces entre instituciones,
provino de la indefinición de la administración central, que tuvo por norma en las
reclutas equivocarse en sus previsiones de necesidades financieras y mantener
una actitud errática en cuanto a la fórmula de obtención de fondos. Si se ha apun-
tado, y se insistirá con concreciones en otro apartado, a la sustitución de la inter-
vención pública por una mixta en la que la concurrencia particular fuese conclu-
yente, los improvisados giros correctivos dentro de una misma leva no resultaron
recomendables. La Corona creyó que el éxito de la colaboración privada en una
determinada coyuntura o leva podía perpetuarse, sin reflexionar sobre anteriores
fracasos parciales de ese modelo y sin recabar información in situ sobre las posi-
bilidades reales. Un ejemplo de fiasco fue el de la leva de 1684, cuando apenas se
constató interés por las patentes de capitán y el título de Castilla puesto en almo-
neda. El revés condujo, casi con un año de retraso, a un cambio fundamental: la
urgencia llevó a autorizar el empleo de todas las rentas reales canarias, con el re-
sultado de que la primera remesa de los soldados isleños llegó a Flandes en el ve-
rano de 1685. Por fortuna, un caballero grancanario salvó la situación asumiendo
el coste de una compañía complementaria.
90 Aunque con tan escasos datos sea problemático comparar, estimamos que no debió diferir mucho
la realidad general en este punto, y como referencia externa tomamos la ofrecida por Parker ―asi-
mismo con noticias fragmentarias―, según la cual la media estaría sobre los 24 años, y casi la cuarta
parte de los alistados había ingresado antes de los 20 años (PARKER, Geoffrey: «El soldado», art.
cit., p. 53). Comprobaremos que en ciertas levas canarias se habla de la mala calidad de los en-
ganchados, a veces a causa de la poca edad de una parte de los soldados. Debió ocurrir así en parte
de las movilizaciones de diversos territorios. Por ejemplo, en 1676 se recriminó la calidad de la tropa
asturiana enviada a Flandes porque había niños de 11 a 13 años, por un lado, y ancianos e imposibi-
litados por otro, hasta el punto de que más de la mitad eran inútiles para el combate (RODRÍGUEZ
HERNÁNDEZ, Antonio José: «El reclutamiento de asturianos para el ejército de Flandes...», art. cit.,
p. 41). Este mismo autor ha señalado que, por lo común, más del 50 % de los movilizados en la Pe-
nínsula tenía entre 14-25 años, procurando atraer a hombres entre 18 y 40 años; pero esto no ex-
cluía los incumplimientos de las instrucciones ante la presión de los superiores (o la avaricia de los
reclutadores), citando el ejemplo de Madrid en 1693, cuando el Consejo de Guerra descubrió que la
mayoría de los inscritos tenía entre 15-16 años (RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, José Antonio: Los tambo-
res de Marte. El reclutamiento en Castilla..., op. cit., pp. 313-314, 319).
866
las tipificadas desde una óptica institucional o historiográfica como «voluntarias»,
tenemos constancia de un determinado dirigismo e instrumentación social de las
levas ―como ya se ha expuesto―, y de ningún modo la omisión documental en
las demás es prueba de que en otras movilizaciones similares no mediara la suge-
gerencia, el empuje de las fuerzas vivas de una localidad en ese sentido. Por
ejemplo, en 1638 el capitán general proponía que los destinatarios de la leva
«voluntaria» fuesen los individuos prescindibles, ociosos, marginados. En todas las
levas, aunque no poseamos siempre referencias concretas, es seguro que se
utilizó la fuerza para enrolar a los marginados en cuanto la afluencia de voluntarios
se mostró insuficiente para completar el número establecido por la superioridad.
Es decir, la presunta voluntariedad se transformaba con rapidez, en un plazo que
podemos estimar en dos o tres meses, en mixta (voluntaria para la población y
coactiva para los grupos marginales) y en generalizadamente coercitiva en caso de
ser necesario al medio año si las cifras de alistados eran muy bajas. En el citado
año 1638, ni el personero, con su carga crítica, se opuso al final con tanta rotundi-
dad porque la leva afectaba a vagabundos y gente de mal vivir, y apenas requirió
con firmeza las mínimas garantías de vituallas y armamento, limitándose a reco-
mendar la continuidad y unidad del tercio sin reformar, anticipando que en esas
circunstancias harían un buen papel por la belicosidad propia de los naturales. En
1654, cuando se instó a seleccionar en las compañías de milicias, se aleccionó a
los jefes para que extrajesen a los que menos hicieran falta y gente de malvivir y a
las personas inquietas. Cuando en el transcurso de los acontecimientos aciagos de
esa leva se logró la libertad de parte de los apresados para integrarla, se utilizó
también como criterio dispensador prioritario a los casados con descendencia y a
aquellos mozos con carga familiar. Es justo en esos años (en la década de los cua-
renta) cuando se demandaron vagabundos, bandidos o encarcelados en toda la
monarquía91. En la leva de 1684 a Flandes será el maestre de campo D. Fernando
del Castillo el que recrimine el escaso interés del capitán general por no forzar el
alistamiento de vagabundos, forajidos y fugitivos92. Las disposiciones legales en
teoría podían marcar una pauta, pero era contradicha de inmediato por otra; así
sucedió con la R. C. de 20 de julio de 1717, que regulaba las levas, supuesta-
mente de voluntarios, pero la posterior ordenanza de 21 de julio de 1717 reunía
las instrucciones para la forzosa integración de vagos y ociosos93. Será en los años
treinta de esa centuria, con motivo de la innovación en el sistema de recluta-
tamiento tras la implantación en 1733 del sorteo a cargo de las autoridades loca-
les, cuando se introduzca de modo palmario la tipología social preferente para
completar los regimientos, nombrándose así por los regidores a vagabundos, ma-
lentretenidos y osiosos94, en especial si tenían algún delicto o visio, con objeto de
soslayar la salida de artesanos, jornaleros y campesinos, elementos ponderados
como imprescindibles en aquel modelo productivo y piezas clave para mantener
los costes; además, como se explicará más adelante, interesaba desprenderse de
personas estigmatizadas como un peligro o riesgo social. Hallamos algún otro ma-
tiz en La Palma, pues además de mencionarse expresamente como grupo priorita-
rio para el enganche obligatorio a los solteros de 16 a 40 años, se situaba además
pesar de su título) a la segunda mitad del s. XVIII y primeras décadas del s. XIX, vid. MONZÓN PER-
DOMO, M.ª Eugenia, y Juan Manuel SANTANA PÉREZ: «Levas de vagos al ejército en Canarias
(1700-1833)», en VIII coloquio de historia canario-americana (1988), vol. I, Las Palmas de Gran Ca-
naria, 1991, pp. 188-208.
867
a los casados que de manera manifiesta practicasen violencia doméstica o desta-
casen por su temperamento pendenciero. No obstante, no se practicaron específi-
camente levas de vagabundos en nuestro período en las islas, cuando en la Penín-
sula se dispusieron desde 1580, si bien es verdad que fueron más importantes y
frecuentes desde 1734.
Más arriba se indicaba que en esa recluta de 1733 se ensayó en territorio pe-
ninsular el sistema de sorteo de mozos, previa relación de afectados que debían
reunirse al efecto. Se siguió así en las islas, como era lógico, el mismo discurso
cronológico que en el resto de la monarquía: reclutamiento más o menos volunta-
rio, leva forzosa y sorteo. Tanto la selección de vagos y marginados como la quin-
ta fueron nocivos y rechazados por el pueblo, pues se prestaban a arbitrariedad y
corruptelas, además de incidir la recluta de «ociosos» y gente de «mal vivir» en la
incorporación de muchos individuos poco recomendables o aptos para el ejérci-
to95. Carecemos de noticias acerca de la conmutación de penas practicada en otras
latitudes, enganchando a determinado tipo de reclusos a los que se prometía
libertad a cambio de alistarse, como sucedió en 164796.
En apartados anteriores se ha mencionado la dilación como una de las caracte-
rísticas de las levas en Canarias. En 1654, una leva conflictiva, en unos nueve me-
ses se reunieron unos 800 hombres, pero con anterioridad, en la consentida y pa-
cífica de 1645 se había logrado un resultado similar en un plazo parecido. Preci-
samente una de las claves del costo, como más arriba se indicó, radicaba en la de-
mora, fruto de la resistencia de los hombres, más acentuada en la sucesión de le-
vas muy continuadas, o cuando se registraba una salida excesiva de población
acompañada de una migración inusual a América. Lógicamente, si además media-
ba el conocimiento de un mal trato en la conducción de una recluta precedente
con la secuela de muertes ajenas al conflicto bélico, la oposición a enrolarse será
intensa, respaldado entonces este comportamiento de rechazo por una mayoría
social.
La composición numérica de las compañías varió mucho, pero normalmente es-
tuvo por debajo de los 100 soldados (en 1662, en torno a unos 87 como media;
en otras reclutas, unos 80). Se aprecia sintonía con los promedios peninsulares,
pues de una composición de 250 hombres por compañía se pasó en las primeras
décadas del seiscientos a un centenar de hombres, mientras entre 1688-1697 se
rebajó la cuantía a 82.5 soldados97. En el siglo XVIII el número descendió en Cana-
rias, pues en la leva fallida de 1718 se fijaban compañías con 50 soldados, mien-
tras en la de Caraveo (1727) la media se situaba en unos 40. En esa centuria se
constata un paralelismo con la evolución peninsular en cuanto a la reducción de
los componentes de los regimientos (antiguos tercios), debida sobre todo a los
agobios para alcanzar la cifra planificada de reclutados98.
95 CONTRERAS GAY, José: «El siglo XVII y su importancia en el cambio de los sistemas de recluta-
miento...», pp. 151-152.
96 PARKER, Geoffrey: El ejército de Flandes y el Camino Español…, op. cit., pp. 83-84.
97 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Los hombres y la guerra. El reclutamiento...», art. cit.,
pp. 202-203. White ha señalado que a mediados del s. XVII era casi imposible para dos de las princi-
pales potencias contendientes en Europa, España y Francia, mantener compañías superiores a 100
soldados, mientras las unidades de caballería no solían superar los 60 hombres [WHITE, Lorraine:
«Guerra y revolución militar en la Iberia del siglo XVII», en Manuscrits, 21 (2003), pp. 84-85].
98 ANDÚJAR CASTILLO, Francisco: Los militares en la España..., op. cit., p. 73. en ese siglo se ad-
868
Se apreciará que el poder central procurará, en cuanto convenía a sus intereses,
sustituir el levantamiento de una cifra determinada de hombres, con expresión del
número de compañías, por la agrupación en tercios. Por un lado, estos implicaban
ya una cantidad suficiente y forzaba más la voluntad de los funcionarios reales en
el archipiélago para completarlo. Por otro, se cumplía con un doble objetivo: agra-
dar a los Ayuntamientos, cuya oligarquía era más propicia al apoyo político y finan-
ciero a las reclutas si se levantaba un tercio con el nombre de las islas, y al tiempo
se satisfacía al particular con afán de encumbramiento social que deseaba ostentar
el cargo de maestre de campo a cambio de una generosa contraprestación econó-
mica. Podía modificarse la organización si así convenía en ese sentido; por ejem-
plo, en 1684 se alteró la composición de 800 hombres en ocho compañías por la
de tercio al agregar una compañía levantada por un particular, pues había que re-
compensar el esfuerzo con una maestría de campo, aunque el número definitivo
no superase el solicitado en el decreto inicial.
Otra cuestión fue la continuidad de esos tercios en el campo de batalla, es decir,
de mantener vivas esas unidades. Uno de los beneficios buscados en la configu-
ración de un tercio propio del archipiélago residía en el impacto psicológico (y, por
tanto, de eficacia en el combate) derivado de la sensación de pertenencia a una
organización o unidad de cierta envergadura bajo el mando de un personaje isle-
ño, infundiendo así cohesión e impregnando de más motivación a un amasijo de
hombres que podían sentirse desarraigados y ajenos a aquellos teatros de opera-
ciones y a las consignas patrióticas de sus jefes, para que combatiesen con coraje
en la batalla y adquiriesen el temple suficiente para persistir con ánimo en largas
contiendas. Podía esa fórmula revelarse más fructífera que una arenga de un
maestre de campo o coronel desconocido en medio de otras unidades ajenas al ar-
chipiélago99. Pero esa era la teoría.
La pretensión de estabilidad o continuidad de los tercios influyó en ocasiones en
el levantamiento de reclutas posteriores, como sucedió con la de 1670 respecto a
la de 1667. No obstante, el riesgo entonces fue provocar un efecto contraprodu-
cente, pues precisamente la excesiva proximidad entre un llamamiento y otro re-
sultó ser un factor adverso, pues la población rehuía el alistamiento y se agotaba
la «cantera» de extracción de nuevos candidatos. Dicho de otro modo, la realidad
fue que la permanencia de un regimiento o tercio con el nombre de Canarias no
significaba tanto para el común de la población, que ponía la «carne de cañón»,
sino para la oligarquía. La consecuencia fue que, a pesar del interés del poder
central y de un sector de isleños, no se logró conservar un tercio canario, pues
suponía un aporte anual de soldados insoportable: así, en la leva de 1662 estaba
calculado en unos 100 infantes, cifra que aproximadamente se confirma en la leva
de 1683, pues en unos cuatro años de 700 hombres se pasó a 409 (casi un 43 %
de merma), reformándose el primitivo tercio. Hay que ser cauteloso al manejar es-
ta información, pues el retraso y espaciamiento en los embarques impiden realizar
cálculos precisos, ya que desconocemos el número exacto de los soldados en cada
año, así como la pérdida anual y las razones de esa disminución (enfermedades,
deserción, muerte en combate…). Mención aparte merece la leva a Extremadura
de 1662, pues de los más de 700 soldados llegados a aquellas tierras en 1663, en
más de una ocasión se hallan referencias al sustento del tercio de 400 hombres,
de manera que entre la deserción —que fue importante en aquel frente, como era
99 Según un escrito anónimo de 1694, el maestre de campo y los capitanes con los oficiales siempre
conviene sean naturales del mismo partido, porque obliga mucho a los soldados el que los cabos que
los gobiernan sean todos de una misma patria (SÁNCHEZ-BELÉN, Juan Antonio: «Colonos y militares:
dos alternativas de promoción social», en ALCALÁ-ZAMORA, José N.: La vida cotidiana en la España
de Velázquez, Madrid, 1993, p. 294).
869
habitual en los conflictos más «cercanos» a la patria del combatiente— y las muer-
tes, en apenas un año la reducción sobrepasó el 40 % de los efectivos. A este do-
loroso coste humano, en la actualidad imposible de calcular con exactitud, que
debía ser compensado cada año por el envío de un mínimo de cien hombres, es-
taba el impresionante peso económico de conservar esa formación. Las islas nunca
asumieron tamaño sacrificio. Hubiera supuesto un estado de reclutamiento conti-
nuo, habida cuenta de la elevada disminución de hombres en esas unidades. La
carencia de más datos de esa índole dificulta evaluar la tasa de reemplazo, que
considerando esas cifras estarían entre el 10-14 %, inferior a la general (20-30 %
anual)100.
Asimismo, la obligatoriedad de patrocinar tercios y costear alojamientos, comi-
das y transporte de los sustitutos implicaba una sobrecarga impositiva con destino
bélico que discurriría en paralelo a los donativos y al secular impuesto del 1 %,
pues obligaría a las postradas haciendas concejiles a arbitrios indirectos extraordi-
narios para atender esas obligaciones. Esa tentativa se enmarcó en un propósito
general de esos años, pues una de las vías para la resolución de la crisis militar fue
la derivación hacia las provincias de la formación y del mantenimiento de sus ter-
cios con el acicate de llevar su nombre, transformando en 1663 los Tercios Provin-
ciales en fijos por considerarlo el método más idóneo para la costosa guerra con
Portugal, como ya se indicó al estudiar las milicias101.
En el s. XVIII se impulsó, con probabilidad como estímulo para animar el interés
de autoridades y vecinos, la creación de regimientos con el nombre de Canarias,
como ocurrió en la interrumpida leva de 1718, que se encontró con la oposición
vecinal. Pero en especial sobresalieron los proyectos de algunos particulares, como
el de unos caballeros de La Orotava para crear el regimiento de infantería «Provin-
cial de Canarias» en 1721, concebido así como requisito para contar con el apoyo
capitular. Algunos aspectos ya comentados (las urgencias de la Corte en disponer
de fuerzas en el frente, la demora en completar el número solicitado de soldados y
el notable costo adicional que implicaba —rompiendo al alza el importe previsto—,
junto a la dificultad en conseguir el número suficiente de embarcaciones aptas
para el viaje), motivaron el envío de tropas de manera escalonada, mediando va-
rios meses entre las remesas de enganchados que iban arribando a su destino. Es-
to no quiere decir que se produjera un fraccionamiento excesivo, pero sí fue co-
mún la práctica de dos o tres fletes, distribuyendo a las compañías, por lo gene-
ral, en dos fases.
Apenas hay datos sobre deserciones ―un grave problema en todos los ejércitos
de la época102―, y parece que se producían más en el punto de llegada que en el
100 THOMPSON. I. A. A.: Guerra y decadencia…, op. cit., p. 120. Lorraine White coincide, también
apuntando la escasez de datos, con ese porcentaje de índice de reemplazo, sopesando a la vez
muertes y deserciones, pues se inclina más por una tasa de mortandad en torno al 20-25 % (WHITE,
Lorraine: «Los tercios en España…», art. cit., pp. 154-155).
101 Los Tercios Provinciales, recordemos, nacieron entre 1637 y 1663 e implicaban una transacción:
exención de cargas militares a cambio de reemplazar las bajas y financiar esas unidades, además de
la disposición de cierta autonomía en el modo de reclutamiento (CONTRERAS GAY, José: «la reorga-
nización militar en la época de la decadencia…», art. cit., pp. 132-149). Los primitivos Tercios Pro-
vinciales surgieron a partir de las antiguas milicias, conformando unas agrupaciones similares a las
de un ejército de intervención. Se desconoce con certeza hasta qué punto los integraron hombres de
las anteriores milicias o soldados extraídos mediante levas (RIBOT, Luis: El arte de gobernar. Estu-
dios sobre…, op. cit., pp. 64-65).
102 El tipo de guerra librado en Europa (largas y cruentas guerras con asedios muy prolongados, ca-
rácter forzoso de algunas levas, mala paga o retraso en el la remuneración, fueron factores motiva-
dores importantes) generó cuantiosas mermas en las filas. Así, durante el sitio de Bergen-up-Zoom
en 1622 el ejército español perdió casi el 40 % de sus efectivos por huida, y en la primera mitad del
s. XVII se contaba ya en Francia con una disminución de los alistados en un 40 % por deserción y
enfermedades (PARKER, Geoffrey: «El soldado», art. cit., pp. 59-60). Sin llegar a esas cifras, Espino
870
intervalo que mediaba hasta el embarque. Por supuesto, en las levas conflictivas
eran problemáticas las fugas porque los reacios estaban presos y las medidas de
seguridad debían ser formidables. En algunos documentos sí se mencionaba a los
tornilleros, que tras percibir y consumir la paga abandonaban su tercio, siendo
conminados en reclutas posteriores a incorporarse con apremio. Picaresca aparte,
diversos autores atribuyen estas deserciones a la menguada paga y a las de-
ficientes condiciones que acompañaban la vida de soldado, junto a una compren-
sión, tolerancia o complicidad del cuerpo social, que entendía esas huidas o las
apoyaba103. Pero en principio el principal factor que deberíamos considerar es el
carácter forzado o coactivo de no pocas levas. Ya a mediados del seiscientos lo
manifestaba con franqueza el tratadista Enríquez de Villegas: Si los soldados son
forçados, aunque sean naturales, como sienten dexar sus oficios, sus tratos, sus
casas y familias, anhelan por bolver a ellas, buscando todos los caminos para con-
seguirlo [...] y pocos son los que sirven con puntualidad, porque por no acostum-
brados al trabajo ni gustosos de aquel modo de vida, a que por fuerça son compe-
lidos, se acomodan mal a ella, y assí huyen104. Comprobaremos, por ejemplo, có-
mo en La Gomera o Fuerteventura son forzados con la colaboración de las auto-
ridades señoriales, procurando quienes tenían medios la elusión del enganche me-
diante el pago a sustitutos, que suponía el desembolso de unos 230 rs. En el
territorio peninsular esta desigualdad tuvo temprana cobertura legal, pues desde
finales de los años cuarenta del s. XVII la monarquía aceptó incluso la dispensa del
servicio personal que eran las milicias mediante una compensación económica (la
«composición de milicias», degenerando así un servicio físico en un impuesto105).
También hubo abandonos antes de llegar al frente, en territorio inglés, cuando los
hombres eran maltratados (hambre, frío…) durante la travesía, como ocurrió en la
leva de 1693. Otra modalidad de librarse de la carga militar fue la compra de la
exención mediante el ofrecimiento de un sujeto al que se entregaba una cantidad
para que se alistase en vez del seleccionado. La sustitución del servicio militar (pa-
go por quedar libre) entrañaba un doble significado: la conversión de un servicio
forzoso individual al rey en una carga fiscal, y la desigualdad cívica ante un impe-
rativo que, teóricamente, traspasaba las fronteras estamentales y clasistas ante el
grave estado de defensa del imperio. Podría servir como reflexión sobre este punto
la conclusión de Rodríguez Hernández sobre la permutación en las quintas galle-
gas106, que era promovida por las autoridades, por entender que la estrechez
económica de un alistado era más fiable que la condición de propietario como fac-
tor disuasorio frente a la deserción cuando se luchaba lejos del terruño.
Estimamos que en este siglo de levas salieron de las islas en torno a unos
18.000 hombres, cifra por debajo de la teóricamente exigida en las reales cédulas
que las ordenaban, como se advirtió antes, pues por diversas razones —entre
López aporta datos para la segunda mitad del s. XVII de un 7 % entre los enganchados en Cataluña
(ESPINO LÓPEZ, Antonio: Las guerras de Cataluña..., op. cit., pp. 214-215). Rodríguez Hernández
sitúa entre un 8-13 % el porcentaje de alistados que no llegaba al frente, problema que llevó al Con-
sejo de Guerra a aumentar las penas para los fugitivos en 1678 (RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, José An-
tonio: Los tambores de Marte. El reclutamiento en Castilla..., op. cit., pp. 84-85).
103 PARKER, Geoffrey: El ejército de Flandes y el Camino Español…, op. cit., pp. 259, 261, 267.
104 HENRÍQUEZ DE VILLEGAS, Diego: Levas de la gente de guerra..., op. cit., p. 37.
105 RIBOT, Luis: El arte de gobernar. Estudios…, op. cit., pp. 45 y 65.
106 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, José Antonio: «De Galicia a Flandes: reclutamiento y servicio de sol-
871
ellas, la oposición popular o institucional—, la Corona aceptaba una reducción.
Rodríguez Hernández ha calculado que en la segunda mitad del s. XVII el grado de
incumplimiento fue muy notable, superior al peninsular, en cuanto solo se extrajo
la mitad del número solicitado107. A pesar de todo, podemos calificar de razonable
éxito el conjunto de movilizaciones si atendemos a factores como la distancia y la
fragmentación del territorio isleño.
En términos comparativos, no resulta excesivo el número de integrantes de cada
leva, que llegaba a unos 1.000. Si hacia la década de los años años ochenta del s.
XVII el número de habitantes de Canarias ascendía a unos 100.000, esto signi-
ficaba que la Corona demandaba el 1 % del total, cuando en no pocas ocasiones,
en otras zonas peninsulares este porcentaje fue el doble108. Las reclutas en Cana-
rias fueron como catas periódicas extractivas, mientras en otras áreas peninsulares
supuso una pérdida anual de menor volumen aparente pero de mayor relieve de-
mográfico. Un ejemplo fue Valladolid: en las primeras décadas del s. XVII se pre-
sentaba casi todos los años un capitán con su conducta para levantar una compa-
ñía de crecido número (unos 250 hombres), y estas movilizaciones persistieron a
mediados de siglo, con sacas de 55 o 36 soldados anuales. Si tenemos en cuenta
que la población vallisoletana era de unos 20.000 habitantes en 1645 y calculando
en unos 1.175, como mínimo, los inscritos obligatoriamente (se generalizó el siste-
ma de repartimientos o quintas desde los años cuarenta) entre 1640 y 1654, esa
cantidad fue inferior en bruto a la aportada por Canarias (unos 2.300 hombres),
pero la población de las islas, aunque carecemos de datos concretos, al menos
triplicaba o cuadriplicaba, incluso, la de Valladolid109. Ahora bien, hemos de pon-
derar dos aspectos: por un lado, no contamos con cifras de población fiables para
los primeros años de las levas, pero considerando que por entonces el número de
habitantes era inferior y que alguna leva, aunque ligeramente, sobrepasó los 1.000
hombres, es evidente que al principio la relación fue superior a ese 1 %; por otro
lado, no es en principio tan importante ese dato porcentual si sólo se trata de le-
vas episódicas, infrecuentes, que cuando se produce una saca continua. Ya se ha
visto que este último extremo no afectó mucho a Canarias. Asimismo conviene
matizar que el efecto demográfico es más impactante cuando a una serie de levas
107 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento…», art. cit., p. 112. El
dato aportado es de 5.200 soldados alistados frente a 10.200 exigidos. La cifra de este autor, ceñida
a los envíos a Flandes, prácticamente coincide con la señalada a mediados del s. XVIII en el memorial
de Machado, aunque este también se refería a los combatientes en el frente portugués, pues calcu-
laba en más de 5.000 los isleños enviados a esos destinos (BULL, C.ª 12, f.º 3. Memorial de D. Fran-
cisco Javier Machado y Fiesco, impreso en 1758). Las reducciones o incumplimientos no pueden
considerarse una victoria de la capacidad de presión o negociadora de la oligarquía isleña. Lo mismo
sucedía en otros territorios. Por ejemplo, en el reino de Aragón la aportación efectiva de soldados
rara vez superó el 70 % de la solicitud de la Corte, aparte del impacto de las deserciones y la pica-
resca de registrarse en varias compañías para percibir sueldo y prima de enganche, de modo que en
los años ochenta de esa centuria apenas se conseguían 450 hombres de los 700 reclamados [SANZ
CAMAÑES, Porfirio: «Aragón y la defensa del Principado Catalán durante el reinado de Carlos II», en
GARCÍA HERNÁN, Enrique, y Davide MAFFI (edits.): Guerra y sociedad en la monarquía hispánica…,
vol. II (2006), pp. 335 y 337]. En general ―de ahí el juicio de Rodríguez Hernández mencionado en
el texto―, el grado de cumplimiento en las reclutas peninsulares en relación con el objetivo fijado
por la Corte fue superior, con una tasa incluso del 90 % en 1676, aunque disminuyó en años poste-
riores (RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, José Antonio: Los tambores de Marte. El reclutamiento en Casti-
lla..., op. cit., p. 192).
108 CALVO POYATO, José: «Medio siglo de levas, reclutas y movilizaciones…», art. cit, p. 30. En 1694,
la leva fue tan dura que afectó al 2 % de la población. En el reino de Valencia, durante las décadas
de 1630 y 1640 se detrajo un 2 % anual de los hombres entre 15 y 44 años (ESPINO LÓPEZ, Anto-
nio: Guerra, fisco y fueros. La defensa de la Corona de Aragón en tiempos de Carlos II, 1665-1700,
Valencia, 2007, p. 33).
109 GUTIÉRREZ ALONSO, Adriano: Estudios sobre la decadencia de Castilla. La ciudad de Valladolid
872
acompañan otros factores negativos, fundamentalmente epidemias, emigración o
catástrofes naturales.
No hubo episodios mórbidos de gran relevancia asociados a las levas, y en cuan-
to a catástrofes ya se tratará la de principios de los años veinte del s. XVIII. Mere-
ce mucha mayor atención, en cambio, la salida de canarios a Indias, que fue in-
tensa a partir de la década de los años setenta del seiscientos. Por tal motivo se
ofrece, como dato complementario, generalmente en los párrafos finales de deter-
minadas levas, la situación a este respecto, puesto que además uno de los motivos
de la oposición a los alistamientos será, en particular desde las dos décadas finales
del s. XVII, dicho flujo migratorio. Es decir, hemos optado por incluir, sucinta y
fundamentalmente utilizando la bibliografía existente, la emigración unida a la sa-
lida por levas, aunque se trate de dos salidas diferentes. La primera es continua y
adquirirá importancia, sobre todo, a partir de 1680, si queremos hablar de fechas
redondas, y suele ser una ida sin retorno. Sus efectos demográficos y económicos
son significativos. Las levas y reclutas son más difíciles de evaluar, no sólo por tra-
tarse de salidas esporádicas, sino porque ―sobre todo en el caso de las dirigidas a
Europa, que son la mayoría―, desconocemos la mortandad y la cuantía del regre-
so (debió haber enganchados que con el tiempo prefirieron quedarse en otras tie-
rras). Entendemos que sólo la conjunción de levas en un período breve pudo tener
un efecto sensible. Su principal aspecto negativo, aparte naturalmente de la mor-
tandad habida por hambre, enfermedades y muerte en batalla, radicó en el carác-
ter forzoso y violento que tomó en ocasiones, y la salida circunstancial de grupos
de adolescentes. El impacto que causaron determinadas coacciones y agravios du-
rante la travesía fueron enormes, y por supuesto en la escala familiar ―de ahí su
impopularidad― fueron generalmente nocivas. Como cifra orientativa, pues está
referida al conjunto de Castilla, se calcula que entre 1618-1659 la tasa anual de
pérdida por muerte en combate rondó el 0.12 % (300.000 bajas mortales para
una población de 6 millones de habitantes)110.
La incertidumbre rodeaba a veces la suerte de los ausentes, incluso para su pro-
pia familia. Por ejemplo, en algunos testamentos de familiares de soldados se con-
signa que un hermano se fue a la leva de Su Magd. de Flandes, o que otro recluta-
do está ausente por aberse ydo a servir a Su Majestad y no se sabe si bibe o mue-
re, y de otro solo se sabía que había ido a América abrá tiempo de beynte años en
servicio del rei111. Thompson advertía que el reclutamiento militar es una dimen-
sión de la migración doméstica112, calculando que para el conjunto de España en
menos de un siglo (desde los años treinta del s. XVI hasta los años veinte del s.
XVII) se habían movilizado más de medio millón de soldados, lo que suponía que
este drenaje fue más importante que la emigración indiana, si bien puntualizando
que una parte de los hombres volvía de la guerra y que había soldados casados.
Más sencillo es analizar el reparto o la distribución de las reclutas entre las islas:
como puede suponerse, las más pobladas (Tenerife, Gran Canaria, La Palma) pro-
veyeron un mayor número de soldados. Ignoramos el porcentaje de cada isla en
cada una de las levas pero, como se apreciará enseguida y en el estudio porme-
norizado posterior, no se guardó una correspondencia estricta entre cantidad
insular de habitantes y porcentaje de alistados; es más, en algunas levas quedaron
110 JIMÉNEZ MORENO, Agustín: Nobleza, guerra y servicio a la Corona..., op. cit., pp. 32-33. El autor
advierte que ese porcentaje se eleva al 10 % si se pondera respecto al número de hombres en edad
militar. Parker utiliza otra cifra más elevada: moría anualmente en torno al 20-25 % de los alistados
en los ejércitos europeos (PARKER, Geoffrey: «El soldado», art. cit., p. 73).
111 ESPINOSA DE LOS MONTEROS Y MOAS, Eduardo, y Estanislao GONZÁLEZ Y GONZÁLEZ: Historia
873
excluidos los territorios con menor envergadura poblacional y mayor pobreza, en
particular las islas orientales (Fuerteventura y Lanzarote). La isla que más hombres
suministró fue Tenerife, por encima incluso de su peso demográfico. Desde los
inicios, en 1638, entre 600-700 de los 1.200 soldados procedieron de esa isla (50-
58 %), y en diciembre de 1654, 500 de los 800 matriculados se habían alistado en
Tenerife; en total, en esa ocasión el 60 % de los soldados fueron tinerfeños. En la
leva de 1654 no embarcaron vecinos de Lanzarote y Fuerteventura, y en la de
1693 quedarían excluidas La Gomera y El Hierro, que sin embargo en las primeras
décadas tuvieron un destacado protagonismo: su contribución supuso el 15 % de
los reclutas demandados en 1638, porcentaje bastante superior al de su cuota po-
blacional. Es posible que en la mayor aportación exigida a Tenerife pesase la preo-
cupación en las primeras décadas del s. XVII por el déficit demográfico de islas
como Gran Canaria a favor de aquella isla113. Es cierto también que no podemos
restringir la contribución de una isla al enrolamiento; precisamente las islas menos
pobladas suplieron su aporte humano en dinero. Era congruente el mayor aporte
de las islas de realengo, dada su entidad poblacional, pero además esas islas con-
taban con los núcleos urbanos más potentes, costeros, y sabemos que la ciudad
atraía a sectores de población empobrecidos, a aventureros, a individuos propen-
sos a un cambio en sus vidas y a segmentos de los «ociosos y de mal vivir» que
entraban en el objetivo de algunas reclutas, aparte de servir como mercado labo-
ral ocasional o temporero y socorro (en situaciones carenciales) a centenares de
personas de las islas de señorío.
Algunas cifras son expresivas de la disimilitud demográfica, que se reflejaría en
la militar: entre 1686-1688 residían en Tenerife el 49 % de los varones del archi-
piélago, y si consideramos la fracción poblacional más propensa al enrolamiento
(y, por tanto, más apreciada por los reclutadores), entre 15-60 años, este porcen-
taje era de un 48.5 % sobre el conjunto regional; las cifras respectivas de Gran
Canaria y La Palma eran el 21.4 % (22.4 %) y 12.3 % (12.1 %). Esto quiere decir
que alrededor del 82.5 % de los hombres comprendidos entre esas edades se con-
centraban en solo tres islas114. Con alguna pequeña diferencia se mantuvieron las
proporciones en las primeras décadas del siglo XVIII, pues en 1740-41 Tenerife
reunía el 46.5 % del total de «hombres de armas» (hombres entre 15-60/70 años)
del archipiélago; Gran Canaria, el 26.7 %; La Palma, el 9.6 %. En conjunto, el
82.8 % del total regional115. Ahora bien, si estas islas, en especial Tenerife, cons-
tituían el principal semillero de candidatos de las levas, se reitera que no existía
una correlación absoluta entre estas proporciones poblacionales y la cuota de alis-
tados asignada a cada isla. En cambio, no estimamos conveniente el uso de la se-
113 DÍAZ-TRECHUELO, Lourdes: «La despoblación de la ´isla de Canaria´y la emigración ilegal a In-
dias (1621-1625)», en I Coloquio de Historia canario-americana (1976), Gran Canaria, 1977, pp. 295-
314. A comienzos de los años veinte hubo incidentes entre el gobernador D. Pedro de Barrionuevo y
el juez de registros, licdo. Isidro Moreno de Sotomayor, alarmado el primero por el despoblamiento
progresivo de Gran Canaria y la negligencia del segundo ante las salidas ilegales. Los jueces de In-
dias, según algún testimonio, cerraban los ojos ante la emigración desde hacía décadas. En este
asunto se mostró interesado desde su llegada el general Andía Irarrazábal (1625) (ibíd., p. 303),
también preocupado por la falta de población de la isla, hasta el punto de que había sido necesario
llevar gente desde Tenerife. En la Real Audiencia se constataba en 1630 el declive demográfico, muy
perceptible en la capital grancanaria, donde había sido notable la incidencia de una adversa coyun-
tura sanitaria en los últimos años. Aunque probablemente sea exagerada la afirmación, se indicaba
que de 1.000 casas solo quedaban 200 vecinos (AHPLP, Audiencia, t. I, Libro de gobierno de la Real
Audiencia Territorial de Canarias, sig. 27, f.º 53).
114 SÁNCHEZ HERRERO, José: «La población de las islas Canarias...», art. cit., pp. 401-415. Los por-
centajes son medias realizadas sobre los datos base de las tablas estadísticas de ese artículo.
115 TOUS MELIÁ, Juan: Descripción geográfica de las islas Canarias (1740-1743) de Dn. Antonio Ri-
viere..., op. cit., pp. 63, 145, 180, 193, 209, 243, 254.
874
rie aludida de padrones del obispo García Ximénez (1676-1688) para comprobar el
efecto demográfico de las levas, pues las variaciones negativas, con retroceso en
habitantes, de esas matrículas anuales son muy diferentes según las islas y en al-
gunos casos incluso hay islas de realengo, participantes en las reclutas, cuya po-
blación se incrementa.
Salvo la leva de 1638, las demás se centralizaron en Tenerife. Esto implicó, por
lo general (carecemos de noticias en sentido contrario) que los soldados alistados
en cada una de las islas participantes debían remitir los efectivos a Tenerife, desde
donde embarcaban (en los puertos de Santa Cruz o de La Orotava, casi siempre)
al destino fijado por la real cédula, que en la circunstancia del destino flamenco
podía ser directo o vía otro puerto español (La Coruña, Cádiz). Este traslado inte-
rinsular de tropas y el consiguiente alojamiento y espera encarecía la movilización.
Debió pesar en la elección de Tenerife como centro de organización y centraliza-
ción de reclutas no solo su primacía demográfica y económica sino la mayor abun-
dancia de barcos (superior afluencia de navíos noreuropeos atraídos por la saca de
vino y la venta de manufacturas y otros productos continentales) para el transpor-
te de las tropas, una superior disponibilidad de dinero procedente de rentas reales
y la presencia de una hidalguía y burguesía con el suficiente poder financiero para
costear parte de las movilizaciones a cambio de un ascenso social. Esta centraliza-
ción en Tenerife representaba un lastre para la isla, pues las demoras en el em-
barque generaban costes o problemas para la zona de acogida de los alistados,
casi siempre el puerto de Santa Cruz de Tenerife. Es cierto que podía suponer una
pequeña activación económica, pero los problemas sociales o de orden público y la
manutención y alojamiento en períodos prolongados repercutía en repartimientos,
forzados adelantos de rentas o préstamos de las arcas concejiles, como ya se ha
señalado.
La incertidumbre sobre la fecha de salida era la regla: se carecía de embarcacio-
nes isleñas apropiadas, y debía confiarse en la convergencia de la estadía de los
convoyes ingleses o, en algunas levas indianas, en el paso de alguna de las flotas,
con la disponibilidad de un número suficiente de soldados que hiciera rentable la
expedición. Caso contrario, se requisó algún navío, o comúnmente, se recurrió al
flete de algunos mercantes extranjeros acondicionados a posteriori para la trave-
sía.
Casi siempre el trayecto fue directo al punto próximo al escenario bélico, pero
en las levas a Flandes en ocasiones debían recalar en un puerto peninsular ―inte-
grándose en flotas que transportaban soldados de otros territorios― o en el sur de
Inglaterra. Los puertos gallegos (La Coruña, como más atrás se citaba) tenían
mucha importancia en el envío de tropas desde 1630, utilizando fragatas construi-
das en los Países Bajos, mejor adaptadas al litoral de destino, con numerosos ban-
cos de arena que dificultaban la navegación de barcos de mucho calado116. No
obstante, en la mayoría de las ocasiones, sobre todo en las últimas décadas del
seiscientos, la singladura no admitió escalas españolas, y si a mediados de siglo
existió una disparidad en los puertos finales para una misma leva (Mardick117,
116 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «El reclutamiento de asturianos para el ejército de Flan-
des...», art. cit., p. 8. El viaje a puerto flamenco tardaba unas dos semanas (p. 9).
117 Este puerto, a pocos kilómetros al este de Dunquerque, ofrecía la ventaja de admitir navíos de
gran calado frente a este último, que se estaba enarenando y dificultaba la recepción de barcos de
mucho tonelaje (VERMEIR, René: En estado de guerra. Felipe IV..., op. cit., p. 49).
875
Dunquerque, Niewport, Ostende), a partir de los años setenta se dirigieron todos a
Ostende118. En el viaje por mar a Flandes desde las islas tuvieron un destacado
papel los navíos extranjeros, en algunas ocasiones holandeses119, pero sobre todo
ingleses, como se ha explicado, aprovechando los convoyes mercantiles que en
época invernal concurrían para cargar malvasía. La propia Corte optó al principio,
lógicamente antes de la enemistad armada con Inglaterra (1655), a los servicios
navales de esa potencia, cuya neutralidad y respeto proporcionaban garantía120.
Resulta interesante comprobar, además, cómo incluso en la etapa postrera de
nuestro período de estudio, cuando la presencia y el papel de los británicos había
disminuido, sobre todo desde los primeros años de la guerra de Sucesión, todavía
se acudía a barcos de esa nacionalidad para el transporte de tropas, como acon-
teció con la recluta de Caraveo (1727). No fue una exclusividad o particularidad de
las levas canarias el empleo del transporte marítimo de titularidad o tripulación ex-
tranjera, pues después del cierre del famoso «camino español» (Génova-Milán-
Namur) fue inexcusable el envío de tropas por mar, facilitado después de la firma
de la paz con Holanda en 1648121. También el resto de tropas peninsulares utili-
zaron los servicios de comerciantes ingleses, y sobre todo de la flota de Dunquer-
que122. En las levas indianas se intentó a veces aprovechar el paso de las flotas,
pero ni eran puntuales ―con los consiguientes gastos acarreados por los retra-
sos―, ni la mecánica y el raquítico número de los movilizados aconsejaba este
sistema, utilizándose asimismo barcos mercantiles, más fáciles de fletar dados los
estrechos lazos económicos canario-americanos y la excepcionalidad isleña en ese
trato. Cuando el transporte se efectuaba en convoyes, fuera en los mercantes
ingleses hacia Europa, fuera en las flotas americanas, la informalidad en la llegada
repercutía pesadamente en el costo.
Las condiciones de alojamiento y la cuantía y calidad de la comida a bordo eran
establecidas en los contratos ante escribano. Esto teóricamente garantizaba una
dieta suficiente y equilibrada para los soldados y un trato adecuado en las condi-
ciones sanitarias y de salubridad de la tropa (la oficialidad gozaba de un tratamien-
to de cortesía, tanto en el acomodo como en la comida, pues compartía mesa con
el capitán del barco). La realidad para la tropa fue diferente de la concertada en
los protocolos notariales en varias ocasiones, como en las vergonzosas y dramáti-
cas levas de 1638 y 1693, con el resultado de muertes por inanición. Incluso las
condiciones nefastas podían persistir al tocar puerto intermedio, como ocurrió en
esa última leva citada. En la travesía la tropa comprobaba un anticipo de las pena-
lidades que la aguardaban, así como las diferencias en comida y alojamiento res-
118 La paz de 1659 supuso la pérdida de los puertos de Dunquerque y Mardick, que eran esenciales
para la conexión marítima con Flandes, de ahí el desplazamiento de los navíos a Ostende [ECHEVA-
RRÍA BACIGALUPE, Miguel Ángel: «El ejército de Flandes en la etapa final del régimen español
(1659-1713)», en GARCÍA HERNÁN, Enrique, y Davide MAFFI (edits.): Guerra y sociedad en la mo-
narquía hispánica…, vol. 1 (2006), p. 556].
119 Consta el uso de navíos holandeses en las levas de 1654 y, en menor medida, en la de 1662. Las
876
pecto a su oficialidad, cuestión que no ayudaba, sobre todo cuando la voluntarie-
dad era ilusoria, a la conexión entre soldados y mando.
El flete por soldado variaba (incluso hay oscilaciones en una misma leva), pues
los ajustes con los capitanes de los navíos diferían: en la recluta de 1654 hallamos
precios de 64, 80 y 100 rs.; en 1662, 50 rs.; en 1684 y 1693, 100 rs. Ahora bien,
esas cifras no cubrían todos los costes, siendo preciso agregar a esa cantidad bá-
sica por soldado otras partidas para que el carpintero acondicionara el barco (pién-
sese que suelen ser embarcaciones comerciales), para disponer de cirujano y bo-
tica, gratificación «de capa» por el transporte de géneros… Más pobre es la infor-
mación relativa a los barcos que llevaban tropas a América. Los datos apuntan a
un mayor precio del flete con ese destino: en 1680 se cobraron 100 rs. por la tra-
vesía, incluida la manutención; en la de 1684, 100 rs. en la de Puerto Rico, y 170
rs. en la dirigida a La Habana (comprendido asimismo el sustento).
No se puede generalizar acerca de la indumentaria o del armamento cuando no
hay información completa123, y sucede en ocasiones que es noticia o se refleja
aquello que se aparta de lo adecuado o acordado. Con esa reserva, señalemos que
en algunas reclutas hubo quejas por la carencia del vestido pertinente o por haber
arribado los soldados desarmados. Las razones de las negligencias, que llegaron a
veces hasta los Consejos, en parte se intentaron atribuir a las dificultades de hallar
en las islas armamento, pero es evidente que la prisa o el deseo o la necesidad de
evitar un mayor desembolso estuvieron en la raíz de no pocas de esas penurias.
Las autoridades, cuando el asunto llegaba a mayores y se sugirió o intentó depu-
rar responsabilidades, trataron de culpabilizarse unas a otras, pero la realidad para
delimitar incumbencia es atender a la cadena de mando, cuya cabeza era el capi-
tán general, que por lo demás residía en Tenerife; además, estaban los cargos es-
pecíficos como el veedor124, o los mandos de los regimientos o compañías, que de
algún modo podían y debían haber gestionado mejores condiciones. Mencionemos,
por la evidente mala indumentaria, las levas de 1667-69 y la de 1684125, si bien las
críticas también alcanzaron a la de 1693, aunque en los prolegómenos de esta,
como se apreciará en su momento, el propio capitán general advertía que en las
islas era imposible un avituallamiento en condiciones.
123 A lo largo del trabajo se harán referencias sobre este elemento, que como se ha indicado podía
ser un cebo para los jóvenes algo predispuestos al enganche. En una nota de la leva de 1693 nos ex-
tenderemos algo más sobre esta cuestión. Pero tengamos en cuenta, como señala Rodríguez Her-
nández, que no todos los soldados (en todas las levas, se entiende) vestían igual ni los trajes tenían
los mismos colores, por ejemplo (RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, José Antonio: Los tambores de Marte. El
reclutamiento en Castilla..., op. cit., pp. 53-54).
124 Comprobaremos cómo en algunos fletes o pagos se menciona expresamente al veedor y conta-
dor de la gente de guerra, un empleo al que nos referimos en otro capítulo como nacido en la etapa
de D. Luis de la Cueva.
125 DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: La sociedad española en el siglo XVII, Granada, MCMXCII, vol. I, p.
352. En despachos de 1686 se critica el lamentable aspecto de las tropas canarias que llegaban a
Flandes, casi desnudas y sin armas, así como la mala calidad de los soldados. Por lo demás, es cono-
cida la falta de uniformidad de las tropas europeas hasta finales del s. XVII o principios del s. XVIII,
pues apenas llevaban algún distintivo (PARKER, Geoffrey: «El soldado», art. cit., p. 67).
877
de ese rol (auxilium) de la nobleza126. Hay historiadores que disienten de la rotun-
didad127 con que se ha defendido el distanciamiento de la nobleza de su misión
guerrera, pero más que de una revisión se trata de matices: a la monarquía le in-
teresaba contar con la implicación de ese estamento, aunque solo fuera por el
carácter paradigmático que proporcionaría su intervención personal, promoviendo
incluso —con escaso o nulo resultado práctico— ponerse el propio rey al frente de
su ejército con marchas masivas compuestas por nobles y sus huestes, pero se
inclinó sobre todo por la venalidad en lo que algunos han denominado una inver-
sión en la secuencia de otorgamiento de mercedes, antecediendo estas a los futu-
ros méritos de los nobles128. Si, como hemos indicado, la mengua en la vocación
militar de calidad condujo a la aceptación y búsqueda de vagabundos y delincuen-
tes, así como al uso de métodos coactivos en el alistamiento, las premuras que
arrancaron en 1635 desempolvaron la invocación por la monarquía de las obli-
gaciones estamentales nobiliarias de auxilio, incluyendo como elemento propa-
gandístico la famosa marcha sobre Aragón del propio Felipe IV para aleccionar a
los nobles129.
Poderosos e hidalgos locales de las islas se involucraron así en las reclutas,
trocándose aportación financiera y méritos de armas por mercedes a los medra-
dores y aspirantes a la nobleza. Debido a la acuciante presión ―comentada más
atrás― de reunir más soldados y en medio de una ostensible dificultad movilizado-
ra, en el s. XVII la Corona procedió a conceder preeminencias a los particulares que
levantasen compañías130. Constituía así una situación intermedia entre la ad-
ministración directa y la indirecta de la guerra, en un proceso de privatización ace-
lerado en la segunda mitad del seiscientos ante las carencias de reclutas y la
ampliación de las necesidades bélicas, debido a la incorporación de los frentes
peninsulares131. Esto se producía en Canarias justo cuando, a partir de la cuarta
década del s. XVII, empezaba a flaquear la inclinación bélica de la nobleza hispana
―antes aludida―, explicable no solo por una mayor cristalización social de ese es-
tamento, sino por una manifiesta inclinación a la compra de mercedes. Este sis-
tema venal, el «reclutamiento a costa», que se atisba desde el último cuarto del
126 Maravall habla del resquebrajamiento de la conexión entre nobleza y función militar (MARAVALL,
José Antonio: Poder, honor y élites en el siglo XVII, Madrid, 1989, p. 205). También, HERNÁNDEZ
FRANCO, Juan, y Sebastián MOLINA PUCHE: «El retraimiento militar de la nobleza castellana con mo-
tivo de la guerra franco-española (1635-1648). El ejemplo contrapuesto del Reino de Murcia», en
Cuadernos de Historia Moderna, n.º 29 (2004), p. 113. Hasta hubo quienes lamentaban la supuesta
dejación o declive del arte militar, fomentado esto desde las máximas instancias desde mediados del
s. XVI, por una mayor inclinación hacia las letras. Así se expresaba el cronista de Aragón, D. Joseph
Pujol, en su obra Discursos políticos y militares (1662): El señor rey Don Felipe II tomó la pluma y
dexó la espada, y la Majestad del señor Don Felipe III se dio a la vida contemplativa […]. Han toma-
do estimación las letras, y perdido las espadas [Cit. en GELABERT GONZÁLEZ, Juan Eloy: «Guerra,
fiscalismo y actividad económica en la España del siglo XVII», en ARANDA PÉREZ, Francisco José
(coord.): La declinación de la monarquía..., (2004), pp. 333-334].
127 García Hernán, por ejemplo, entiende que es más adecuado referirse a «nobles» que no a
«nobleza», pues no cabe realizar generalizaciones en ese estamento respecto a su actitud frente a la
guerra en ese período. Asimismo ha subrayado el «espacio de autoridad» ocupado por los nobles, lo
que realzaba su papel en las levas en unos dilatados territorios que el poder central distaba de con-
trolar (GARCÍA HERNÁN, Enrique: «La nobleza castellana y el servicio militar: permanencias y cam-
bios a partir de los conflictos con Portugal», en GARCÍA HERNÁN, Enrique, y Davide MAFFI (edits.):
Guerra y sociedad en la monarquía hispánica…, vol. 2 (2006), pp. 97-98).
128 JIMÉNEZ MORENO, Agustín: «Las repercusiones de la guerra sobre los privilegiados y la asisten-
pp. 377-378.
878
siglo XVI en la monarquía, aumentó extraordinariamente desde 1630 y culminó en
la «edad de la almoneda» de los Borbones132. Dedicaremos este epígrafe a desa-
rrollar esta idea de un modo sintético, si bien en el estudio de cada leva se ofrece-
rán detalles de esa práctica.
Es preciso subrayar la relativamente novedosa línea de investigación sobre la
venalidad en el ámbito militar, un camino complicado de desbrozar, en el que, co-
mo apunta Andújar Castillo, solo a veces se obtiene cierto éxito mediante el cruce
de cinco o seis fuentes documentales sobre un individuo. En los últimos años ha
comenzado a analizarse con mayor profundidad esta temática en algunos terri-
torios, pues los actores que operaban en el negocio (monarca dispensador de mer-
cedes y beneficiario) procuraron que un velo de silencio133 cubriera estos tratos
mercantiles, presentando la consecución de empleos y los ascensos de carreras
militares importantes en el estamento noble como fruto del heroísmo y de la de-
dicación, omitiéndose en las «hojas de servicios militares» cualquier referencia a
transacción financiera, ya que era contraria a las ordenanzas militares134. La propia
existencia de una norma de 1643 prohibitiva de esa práctica es una manifiesta
prueba indiciaria de su generalización. La monarquía excusó las ventas amparán-
dose en los aprietos y apuros financieros y bélicos135, y el disimulo social fue nor-
ma compartida; pero hubiera sido, no ya una ilegalidad, sino un desdoro o desho-
nor —sobre todo pensando en el futuro de la «casa» nobiliaria en cuestión— hallar
el más mínimo rastro del empleo del vil dinero en la obtención de tantos honores y
loores que llevan y jalonan los memoriales y estudios genealógicos. La Corona,
132 JIMÉNEZ ESTRELLA, Antonio: «El reclutamiento en la primera mitad del XVII y sus posibilidades
venales», en ANDÚJAR CASTILLO, Francisco, y M.ª del Mar FELICES DE LA FUENTE (edits.): El poder
del dinero. Ventas de cargos y honores en el Antiguo Régimen, Madrid, 2011, pp. 5, 19. Destaca el
autor la diferencia entre la concesión de una merced como resultado de una solicitud en la que se
exhiben los méritos y la gracia otorgada mediante un concierto con la Corona previa almoneda u
oferta por parte de esta, que implicaba una tasa dineraria del valor de ese cargo u honor (p. 18).
133 En el caso de los agraciados con títulos de Castilla por su contribución militar, los aspirantes pe-
dían en sus memoriales que no se especificase la compra [RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José:
«La venta de títulos nobiliarios a través de la financiación de nuevas unidades militares durante el si-
glo XVII», en ANDÚJAR CASTILLO, Francisco, y M.ª del Mar FELICES DE LA FUENTE (edits.): El poder
del dinero..., (2011), p. 276].
134 ANDÚJAR CASTILLO, Francisco: El sonido del dinero: monarquía, ejército y venalidad en la Espa-
ña del siglo XVIII, Madrid, 2004, p. 18. El mismo autor señalaría en otro trabajo que estamos solo en
el inicio de un itinerario largo, sinuoso, y muchas veces sin esos necesarios indicadores que son las
fuentes documentales [ANDÚJAR CASTILLO, Francisco: «Introducción. Venalidad de cargos y hono-
res en la España Moderna», en Chronica nova, 33 (2007), pp. 9-10]. Como ha matizado Soria Mesa,
la intervención del dinero no solo no alteró el orden social, sino que contribuyó a reforzarlo, situación
que el autor ha conceptuado con la afortunada expresión «el cambio inmóvil» (SORIA MESA, Enri-
que: La nobleza en la España moderna. Cambio y continuidad, Madrid, 2007, p. 320). En igual senti-
do se ha expresado Alberto Marcos, que entiende esa elasticidad integradora respecto a la burguesía
como garantía de pervivencia y continuidad del cuerpo social [MARCOS MARTÍN, Alberto: «Movilidad
social ascendente y movilidad social descendente en la Castilla Moderna», en GÓMEZ GONZÁLEZ,
Inés, y Miguel LÓPEZ-GUADALUPE MUÑOZ (eds.): La movilidad social en la España del Antiguo Régi-
men, Granada, 2007, p. 34].
135 JIMÉNEZ ESTRELLA, Antonio: «Poder, dinero y ventas de oficios y honores en la España del Anti-
guo Régimen», en Cuadernos de historia moderna, n.º 37 (2012), p. 259. También alude a la
extensión de la venalidad en otras monarquías europeas de la época, como la francesa o inglesa (p.
265) y postula la necesidad de una metodología investigadora que profundice en las fuentes pri-
marias, cruzándolas, para llegar a la correcta interpretación de los silencios que esconden, frecuen-
temente, transacciones venales que quedaron enmascaradas bajo la etiqueta de concesiones gracio-
sas del rey (p. 275). El autor ha señalado que a menudo, venalidad y oscuridad son dos conceptos
convergentes, y que este tipo de operaciones se justificaban con un argumento legitimador, que asi-
mismo hallamos en las cédulas petitorias de los donativos: las urgencias de la guerra (ANDÚJAR
CASTILLO, Francisco: «Vender cargos y honores. Un recurso extraordinario para la financiación de la
corte de Felipe V», en VV. AA.: Homenaje a don Antonio Domínguez Ortiz, vol. III, Granada, 2008,
pp. 92 y 94).
879
consciente de ese deseo, colaboró en el sigilo: en las patentes no aparece rastro
de los reales utilizados para ser capitán o coronel, de las coacciones y manejos
para reunir un grupo de «voluntarios» como moneda de cambio para el ascenso
social, ni las notas o los informes militares podían contener la más mínima sombra
sobre las eximias virtudes castrenses y acendrado espíritu marcial del galardonado
personaje recomendado para un ascenso o un destacado puesto político-militar.
Lógicamente, si tal praxis nacía fomentada por las necesidades hacendísticas, rela-
cionadas en gran medida con la continuidad bélica, la pertinacia de los problemas
de financiación hacía imposible la observancia de la ley.
Este proceso proporcionó a la nobleza una modalidad de participación en el es-
fuerzo bélico que no precisaba en bastantes ocasiones de exposición física ante el
enemigo y podía reportarle beneficios a la vez que ofrecía su «servicio» a la mo-
narquía: la inversión monetaria en el levantamiento de unidades militares, que
además suponía la recepción del honor o de la merced de manera inmediata y con
sujeción a un valor tasado previamente en el que se equiparaba el precio de una
capitanía, de una maestría de campo, de un hábito de orden militar o de un título
de Castilla, sin que en apariencia trasluciera que se traficaba con la distinción, a la
par que deparaba la posibilidad de resarcirse en parte del desembolso a través de
la venta de patentes en blanco136; este sistema, que resultaba trascendental para
el linaje familiar, apuntaló la posición hegemónica de la oligarquía municipal137. El
hueco dejado por la alta nobleza lo ocuparon los grupos más bajos de ese esta-
mento138, situación que podría equipararse a la mayoría de la hidalguía isleña has-
ta finales del s. XVII. En suma, sería la incapacidad fiscal del Estado, por emplear
una expresión de Andújar, la que llevó a una transferencia y privatización de fun-
ciones regias139, pues el rey expedía patentes en blanco, a ciegas, recibidas por un
individuo con dinero, que a su vez podía beneficiar (vender) esos empleos, esca-
pando así a la supervisión o control de un representante o delegado de la Coro-
na140. Dado que se vendía «servicio» y «honor», el adquiriente obtenía al mismo
tiempo «galones y nobleza», de modo que el financiador, asentista o proponente
de un tercio o regimiento se erigía en el controlador del origen social de la oficiali-
dad141, como se adelantó antes. Esta cuestión era importante para los pretendien-
136 Además de la patente de capitán se obtenían los despachos y suplimientos de los empleos de
suboficiales, que pasarían a un mercado de negociación y venta privada entre los adláteres, deudos,
familiares y clientes locales, que escapaba al control de la Corona. Cuando este tipo de reclutamiento
alcanzó su apogeo, en la segunda mitad del seiscientos, el mecanismo estaba «estandarizado» y las
oficinas reales contaban con modelos tipo de patentes y cédulas de suplimiento en una especie de
plantillas que dejaban sin rellenar el espacio destinado a consignar el nombre del beneficiado com-
prador del rango militar [JIMÉNEZ ESTRELLA, Antonio: «Mérito, calidad y experiencia: criterios volu-
bles en la provisión de cargos militares bajo los Austrias», en PARDO MOLERO, Juan Francisco, y Ma-
nuel LOMAS CORTÉS (coords.): Oficiales reales. Los ministros de la Monarquía Católica (siglos XVI-
XVII), Valencia, 2012, pp. 256, 260. También, el mismo autor trata el asunto en «Los nuevos bellato-
res de Su Majestad...», art. cit., pp. 390-393].
137 ANDÚJAR CASTILLO, Francisco: «Milicia y nobleza. Reformulación de una relación a partir del ca-
gestionar el mercado de oficios y honores, tanto por el traspaso de parte de esas patentes como por
la enajenación de los despachos de suboficiales (JIMÉNEZ ESTRELLA, Antonio: «Mérito, calidad y
experiencia: criterios volubles...», art. cit., p. 258).
140 ANDÚJAR CASTILLO, Francisco: El sonido del dinero: monarquía, ejército y venalidad..., op. cit.,
pp. 32-33. El poder del dinero se adentró en el exclusivo mundo de la sangre y del honor para, senci-
llamente, comprarlo […] en una sociedad más permeable de lo que suponíamos (p. 34).
141 Ibíd., p. 166.
880
tes a las patentes a subasta u ofertadas, pues facilitaba o evitaba las costosas y
dilatadas probanzas de hidalguía, tan manipuladas en no pocos casos142. Conviene
advertir, no obstante lo dicho y los datos que se expondrán a continuación, que la
venalidad estuvo extendida en los principales países europeos, en los que alcanzó
cotas más elevadas que en España143.
Como podrá suponerse, este sistema venal echaba por tierra el procedimiento
legal de ascensos previsto en las ordenanzas militares de 1632 ―que redundaba
en la teórica prioridad de la antigüedad y méritos de la instrucción de 1584, pero
siempre dejando una puerta abierta a la ascendencia noble―, al eliminar con el
suplimiento que acompañaba a la patente la obligatoriedad de desempeño del ofi-
cio durante un tiempo determinado144, pues entrañaba la habilitación total del pe-
ríodo de ejercicio requerido, cuestión que no era de sumo agrado en el Consejo de
Guerra. Era tan importante el interés nobiliario en estas lides que ha sido juzgado
como uno de los factores favorables para la prolongación de la larga contienda de
Flandes, en cuanto de ella podían depender sus carreras, sus fortunas y medios
personales, su prestigio145. La Corona, además del ansia de ascenso de la nobleza
y de sus recursos económicos, conocía las capacidades potenciales de ese esta-
mento para atraer a parientes, amigos y redes clientelares, lo que facilitaba la
enorme rapidez en la recluta146. Thompson se ha referido a la desprofesionali-
zación del ejército en el s. XVII en cuanto prevaleció la jerarquía social sobre el
rango militar, se produjo un retroceso en la meritocracia y el mando se convirtió
en una pieza más del clientelismo político y social, de modo que las levas de las
oligarquías locales reproducían la jerarquía social, horizontal, limitando las posibi-
dades del ascenso vertical147.
142 Ha recalcado Pike que la riqueza era el principal factor de movilidad social, aunque per se no
otorgaba honor (PIKE, Ruth: Aristócratas y comerciantes. La sociedad sevillana en el siglo XVI, Barce-
lona, 1978, p. 106).
143 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «La venta de títulos nobiliarios a través de la financia-
autor ha expuesto la evolución de un sistema esencialmente meritocrático para los ascensos militares
en la primera mitad del s. XVI, que se va viciando en la segunda mitad de esa centuria hasta desem-
bocar en la subversión del procedimiento de acceso, como lo evidencian la recurrencia en el recorda-
torio de la norma y los requisitos asentados en las ordenanzas de 1632 hasta el descalabro practi-
cado, sobre todo, después de la ruptura de hostilidades con Francia en 1635, pues los suplimientos
sorteaban la obligatoriedad de acreditar años de servicios o consecución de hazañas. Las menciona-
das ordenanzas de 1632 estipulaban una antigüedad de seis años como soldados, tres de alférez (o
diez como soldado) para el empleo de capitán, ordenando el rey: sin que en manera alguna se pueda
dispensar en menos tiempo de servicio, porque desde luego es mi voluntad excluir, como excluyo, en
los unos y los otros, todo género de suplemento; pero el propio monarca reconocerá en 1635 que
quando fuere menester gente no se puede dejar de abrir la mano (JIMÉNEZ ESTRELLA, Antonio:
«Mérito, calidad y experiencia: criterios volubles...», art. cit., pp. 242, 244, 246, 253, 256).
145 MARCOS MARTÍN, Alberto: «España y Flandes (1618-1648): la financiación de la guerra», en
en Andalucía…», art. cit., p. 644. Jiménez Estrella ha destacado cómo el cambio en los procedi-
mientos de reclutamiento entre finales del s. XVI y primeras décadas del s. XVII condujo a un papel
importante en estas reclutas de las oligarquías locales, que utilizaban y exprimían al máximo su co-
nocimiento del marco local, el papel de intermediación y la capacidad de las elites municipales para
enganchar soldados (JIMÉNEZ ESTRELLA, Antonio: «Los nuevos bellatores de Su Majestad...», art.
cit., p. 395).
147 THOMPSON, I. A. A.: «El soldado, la sociedad y el Estado...», art. cit., pp. 454, 463-465. Repro-
duce el autor una R. C. de 15 de julio de 1677 del rey al Consejo de Guerra, en la que resalta su
preocupación por el posible perjuicio de la venalidad en el ejército: ...con que el mal entendido punto
de que es yndecoroso dejar sus casas sin grados correspondientes a la sangre o a los méritos
heredados, como si aquella o estos fuessen bastantes a ynfundir por sí solos la ciencia prática de la
guerra antes de averla visto [...]. Desto se siguen gravísimos daños a mi servicio en las funciones
881
Un antecedente o una primera evidencia del entroncamiento entre la red de ho-
nores de los poderosos y la necesidad financiera de la Corona data de 1626, pues
tras las victorias del año anterior Olivares especuló con que el aumento del poder
de la monarquía pasaba por la remuneración y reconocimiento social de lo militar.
Ideó entonces varios premios, divididos en siete categorías, para recompensar
servicios prestados en el ámbito bélico, y al principio topó con la oposición de la
Cámara de Castilla. Pero la coyuntura de la década de los años treinta, incluso con
anterioridad a la crisis con Francia, venció algunas resistencias, si bien se requirió
que los pretendientes ostentasen el rango de capitán para levantar soldados profe-
sionales. Tampoco le gustó el proyecto a Felipe IV, refractario al «sonido» del di-
nero en los honores; no obstante, el camino lo allanó la recién creada Junta de
Hábitos, que en una consulta de finales de 1635 concluía: ...Y que si en la gracia
interviniese pecunia efectiva tendría escrúpulo, pero que el hacerla a los que han
servido y ofrecen servir en la guerra, con gente pagada a su costa, siendo como
es para la defensa y aumento de la religión católica, se puede hacer sin ningún es-
crúpulo, y que los establecimientos y definiciones de las órdenes no son contrarios
a esto148. Entre 1635-1640, las ventas de hábitos supusieron para la real hacienda
115.000 ducs.149.
Esto es más explicable en el caso canario, con características sociohistóricas
singulares: sociedad formada tardíamente, abierta a la llegada continua del forá-
neo, con la consiguiente influencia e integración social de grupos de mercaderes y
elites extranjeras desde los comienzos de la colonización hasta comienzos del s.
XVIII, al menos. La estratificación social es más tardía que la peninsular, y la for-
mación e inicios de la conformación de un incipiente bloque nobiliario con títulos
es más propia de la segunda mitad del seiscientos, justo el siglo de las levas por
excelencia en las islas, en consonancia con las necesidades más perentorias de la
monarquía. La competencia por el reparto del poder político y del control econó-
mico y social librado entre algunas grandes familias se ejemplifica en Tenerife y
estuvo acompañada de ostentación social, uno de cuyos ingredientes fue el ejer-
cicio de cargos militares en las milicias. Los aspirantes se embarcaron en una
carrera de actos positivos de nobleza, pero comprobaron que, así como los hábitos
de órdenes militares se hallaban más al alcance en el mercado de honores y dis-
tinciones, era más complejo lograr dos categorías que coronaban el sueño perse-
guido desde el s. XVI por algunos: el señorío jurisdiccional o el título de Castilla. La
continuidad de las guerras en el exterior durante la segunda mitad del seiscientos,
el repentino frente abierto en españa en sus flancos oeste y nordeste con las crisis
portuguesa y catalana, la necesidad de proveer los presidios indianos y las
tre la ocultación y el delito de simonía», en ANDÚJAR CASTILLO, Francisco, y M.ª del Mar FELICES
DE LA FUENTE (edits.): El poder del dinero..., (2011), p. 304.
882
urgencias financieras de la real hacienda brindaron una coyuntura extraordinaria
para favorecer las aspiraciones sociales de la hidalguía isleña en un ambiente de
venalidad desbordante. La «vía militar», llamémosla así, de la nobleza y de la clase
dominante en Canarias se restringía hasta entonces casi siempre a su papel
dirigente en las milicias insulares. Pero tenía sus limitaciones: por un lado, el
número de compañías y tercios era harto reducido para acoger a los vástagos de
esos grupos sociales, que debían aguardar al fallecimiento de los oficiales para el
relevo; por otro, la capitanía o el alferazgo de una compañía no profesional, útil en
lances defensivos locales, carecía del alcance necesario, salvo que se entrase en
combate, para exhibir méritos ante los Consejos y el rey, que premiaría por en-
cima de todo el riesgo, la bravura y el esfuerzo manifiestamente demostrados en
varios episodios al servicio de la estrategia real (toma de plazas, defensa de
fortalezas, heridas en el campo de batalla, etc.) en las guerras y conflictos de
importancia para el sostenimiento de la monarquía, a las que se acudía tras
llamamiento regio. Y no bastaba la participación en una simple operación militar,
pues los honores se alcanzaban con la constatación de una hoja de servicios
repleta de acciones de coraje o de contribuciones financieras relevantes para el
levantamiento o sustento de tropas. Si en otros reinos peninsulares se apagó o
menguó de manera circunstancial la vinculación entre nobleza y el tradicional
papel militar (en el plano ideológico y en su plasmación de compromiso bélico con
la Corona) en las primeras décadas del seiscientos, en Canarias, con una hidalguía
reducida y con una sociedad aun abierta y en proceso de articulación aristocrática,
no fue patente ese «distanciamiento». De un lado, porque la realidad imponía una
intervención continua (el cacareado «estar siempre con las armas en la mano») de
esa nobleza o de los miembros de los clanes familiares en los oficios de regidor de
los Ayuntamientos, y asimismo como jefes de compañías o tercios obligados a
comparecer con los milicianos so pena de arriesgarse a perder influencia social o
ser considerados (ellos, y por ende, sus familias) de traidores. De otro, como se ha
explicado en el capítulo anterior y en este epígrafe, importaba con viveza el ascen-
so o el espaldarazo social (con el respaldo regio, proveedor de mercedes).
Se forjó así una feliz concomitancia de intereses: la Corte situó como cebo, en
una época de venalidad exacerbada, al alcance de los poderosos canarios una
serie de honores, distinciones, cargos y títulos (adquisición de regimientos, hábitos
de órdenes militares, etc.), ofreciendo la posibilidad de ascenso social y aun de ti-
tular mediante el levantamiento o la financiación parcial de tercios o compañías.
No resultó extraño a la oligarquía isleña, habituada al acceso al poder político mu-
nicipal mediante el dinero, la adquisición de patentes militares. Como ya verifica-
mos, desde el s. XVI se producía la compraventa o traspaso de los oficios de regi-
miento en el seno familiar (pero también entre particulares no emparentados) bajo
la fórmula de «renuncia», a la vez que se compraban regidurías a la Corona, conti-
nuándose en el seiscientos150.
883
La ventaja del procedimiento intermedio ―digamos que imperfecto o incompleto
en el caso isleño― para la monarquía en Canarias consistió en que no cedió el
control total de la leva, intentando asegurarse el cumplimiento de los requisitos de
la recluta en cantidad y calidad. La Corona compensaba al financiador en especie:
mercedes y títulos, por un lado; patentes de oficial, por otro (el particular podía
quedarse con el oficio para sí o un familiar, o venderlo al mejor postor, amorti-
zando parcialmente sus gastos). Mediante tal mecanismo de ofrecimiento de hábi-
tos de órdenes militares o patentes en blanco del mando de compañías, aparte de
la concesión de títulos de Castilla o del grado de maestre de campo de un tercio,
la Corona logró una mayor eficiencia en el levantamiento, al menos parcial, de
algunas levas canarias, en cuanto representó una reducción en los costos (pago de
hombres, manutención, armamento, indumentaria, transporte…) para la hacienda
real y una teórica disminución del tiempo necesario para el enganche, pues se de-
jaba en manos de la clase dominante local, perfecta conocedora de los meca-
nismos sociales, de los grupos sociales o individuos aptos para el alistamiento
(desde su punto de vista), manejadora de procedimientos de presión —como que-
dó dicho más arriba— merced a su posición en las comunidades rurales (en todo
caso, disponían de capataces o miembros de la burguesía rural que harían las
veces de intermediarios para configurar nóminas de posibles sujetos de la recluta).
La propiedad de extensas cantidades de tierra, sus relaciones mercantiles con los
extranjeros facilitadores de dinero o géneros de pago o intercambio, su control de
las milicias y del Ayuntamiento operaban como garantía de una movilización más
efectiva. Y difícilmente podría pensarse en voluntariedad cuando el comprador de
la patente debía reunir en corto tiempo el número de hombres estipulado, pues a
fin de cuentas, el candidato tenía que satisfacer el rango y honor en especie. Cabe
imaginar las presiones a jornaleros, a censatarios y sus hijos, a los cargos locales
para que conquistasen voluntades, hicieran mudar de criterio, recordasen viejas
deudas o favores, coaccionasen o, en el más fácil de los supuestos, ordenasen
prender a los marginados del lugar y de sus alrededores. En tales circunstancias,
la calidad de la tropa debió estar reñida con las mínimas condiciones requeridas
para un grupo de buenos soldados. La Corona daba la impresión así de contar con
los notables y poderosos, que en bastantes ocasiones reivindicaban su rol inter-
mediario y de paso reforzaban su preeminencia social. Cabe añadir que los nobles
conformaban un baluarte social, un último recurso institucional para reforzar el
orden, pudiendo ser requeridos para restablecer la paz social si el orden se veía
gravemente amenazado en una sociedad carente de fuerzas de orden público151.
Garantizaban la paz social, pero exigían, sobre todo desde el primer tercio del seis-
cientos, coincidiendo con la petición por la Corona de una mayor contribución te-
rritorial y social al sacrificio bélico europeo, una consolidación de su estatus y un
mayor boato, un parangón con los privilegios nobiliarios presentes en la sociedad
castellana.
En Canarias esta implicación de la oligarquía con pretensiones de ascenso no-
biliario abarcó varias facetas serviciales: la pecuniaria, la organizativa y la asis-
tencial, en cuanto movilizó sus recursos económicos, su influencia entre deudos y
dependientes, y se situó en la mayoría de las ocasiones al frente de compañías o
tercios. Esta fórmula de implicación también convino a unos exhaustos Cabildos,
rebosantes de regidores y faltos de recursos debido en parte ―como sabemos― a
una pésima gestión de las haciendas concejiles. Estas instituciones apoyaron, por
lo general, que un sector de sus concejales, de manera privada, los exonerase del
desgaste inherente a una sucesión de levas que pesaban sobre la economía muni-
cipal y no eran vistas con buenos ojos por quienes, de uno u otro modo, debían
151 DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: «La nobleza como estamento y grupo social...», art. cit., p. 126.
884
engrosar las filas de los ejércitos hispanos. En definitiva, la participación militar
realzó y amplificó el «valor» de las oligarquías insulares (en particular, en el rea-
lengo): 1) su función política en los Concejos con ocasión de las reclutas, facili-
tadora de estos requerimientos regios en la organización, aportación complemen-
taria en dinero o especie (abastecimiento), comunicación a los alcaldes pedáneos
o regidores del interior de cada isla, adelanto de dinero guardado en sus arcas
para otros fines...; 2) el papel defensivo ―sobre todo desde mediados del s. XVI―
mediante la organización de las milicias, la planificación y construcción de fortifi-
caciones, adquisición y reparto de armas, liderazgo de la oficialidad en las compa-
ñías etc., garantizando la integridad del territorio; 3) contribución a la hacienda
real con las funciones expuestas (la Corona ahorraba dinero a expensas de la par-
ticipación de los vasallos de una u otra manera, y para ello resultaba muy impor-
portante la tarea concejil).
Es discutible si la aportación financiera de los prebostes isleños corría pareja con
los privilegios y honores concedidos por la monarquía. Como ejemplo se analizará
con más detalle en su momento el ejemplo del título de Castilla negociado por D.
Juan de Mesa con ocasión de la leva de 1667. Sin llegar a los escalones más ele-
vados, la mayoría de las mercedes otorgadas y de favores solicitados o deseados
(comprados) no apuntaron tan alto y solían consistir en hábitos de órdenes mili-
tares (vinculados a esa función estamental militar nobiliaria) y los mandos (maes-
tres de campo) de los tercios y sus unidades militares (capitanes de compañías).
No obstante, más allá de la compra —pues de eso solía tratarse, y no de ardor pa-
triótico gratuito o de generosos favores sin contrapartida— de mercedes y privile-
gios diversos, importa destacar que los conciertos de esta naturaleza coadyuvaron
al fortalecimiento de los lazos entre la Corona y el estamento nobiliario y, en gene-
ral, de la clase dominante canaria. Los Cabildos agradecieron el honor de distinguir
con rangos elevados del ejército a la oligarquía, independientemente de la isla a la
que perteneciese, como sucedió con D. Fernando del Castillo Cairasco, que consi-
guió la patente de maestre de campo a cambio de proporcionar 200 hombres a su
costa en 1686, viniendo desde Flandes con su sargento mayor. Expresó entonces
el Cabildo de Tenerife el sumo agradesimiento que merecía esa merced con que
Carlos II honraba a los hijos destas yslas en puestos semejantes, añadiendo en un
cristalino mensaje al monarca: ...Y espera exercitará [el rey] su rreal liberalidad en
adelante para que, a imitasión destos, se animen los demás hijos de islas em-
pleándose en el rreal serbisio, conviniendo en dirigir un escrito al monarca alaban-
do esa iniciativa152. Será esa vía de ascenso, bien ligada al antiguo deber nobilia-
rio, la que utilizará la hidalguía adinerada insular para encaramarse a la elite titu-
lada. La Corona, por su parte, valorará la distancia del archipiélago y la necesidad
de garantizar con escaso coste, recurriendo a determinadas familias, la fidelidad
de un sector notorio de la oligarquía, que considerando con gratitud el origen de
su ascenso social, practicaría lealtad a la dinastía. La oligarquía, como se ha estu-
diado en varios territorios peninsulares, asumió un doble rol defensivo (tanto en la
organización miliciana como en el reclutamiento) y fiscal (así se comprobará al
analizar los donativos)153. Este proceso de movilidad social que amplió el esta-
885
tamento nobiliario e impulsó a parte de sus miembros hacia la codiciada titulación
fue impulsado por la monarquía como elemento de interiorización y penetración de
su poder a nivel «provincial», de manera que la nobleza actuase como apéndice o
extensión de la Corona a nivel territorial y local en su eficaz y leal respaldo so-
cial154. Esto servía para vincular aun más a los nobles beneficiados a una dinastía a
la que debían su ascenso. Es probable que ese sólido nexo favoreciera el gene-
ralizado acatamiento de la clase dominante canaria, y en particular del estamento
nobiliario, de Felipe V, pues fue muy minoritario el sector austracista, y se pondrá
de manifiesto al estudiar el período ―casi carente de levas― entre 1700 y 1718.
No solo la ampliación cuantitativa de las ramas de las primeras familias de
poderosos del s. XVI y la incorporación de inmigrantes pudientes en la centuria si-
guiente a la elite demandante de distinciones, sino la buena coyuntura económica
del subsector exportador isleño hasta avanzado el s. XVII, explican la favorable
acogida de algunas levas entre los particulares de las islas. La aparición de las
primeras limitaciones, trabas e inconvenientes variados en el modelo exportador
canario (en otro epígrafe se hizo mención a mayores dificultades para la partici-
pación en la Carrera de Indias, a la práctica desaparición del comercio con Bra-
sil155 y la disminución en el conjunto del mercado colonial lusitano, y, andando el
tiempo, a la progresiva pérdida de importancia en el abasto de vino a Inglaterra),
no fueron en nuestra etapa un freno para la financiación de esos grupos sociales.
A medio plazo, la clase dominante no supo o quiso hallar una alternativa o mejora
a la coyuntura negativa y optó, en lo social, por el conservadurismo y oropel, por
el robustecimiento de su posición, por el mantenimiento o ampliación del dominio
sociopolítico. Una cierta parálisis económica fue simultánea a una mayor aristo-
cratización y actitud elitista en los sectores más relevantes de la «antigua nobleza»
y miembros más prominentes de la burguesía con ansia nobiliaria. La militarización
inherente a las necesidades hacendísticas regias coadyuvó, a través de la finan-
ciación de reclutas, a la creación de una jerarquía social isleña con más matices
diferenciales internos. Constituyó, asimismo, el llamamiento a las levas una oca-
sión inmejorable para exteriorizar la valentía de algunos de los miembros de esa
nobleza y un refuerzo para la imposición de su código de honor, el conjunto de
esencias que daban sustento o completaban el título comprado a la Corona o el lu-
gar preponderante que estimaban como propio y asumible en la sociedad. Contra-
ponía así su predisposición a la guerra, liderándola, aportando armas y recursos
financieros al servicio del rey, con la actitud a veces reticente, de huida u oposi-
ción de la población a engancharse por temor a perder la vida o a penalidades y
sacrificios de la vida militar.
Levas y donativos tendrán un peso importante en el afianzamiento social de la
clase dominante, en cuya consecución resultaba clave la apariencia, la imagen, la
fama, la exteriorización de costumbres, comportamientos, etc. El modo de vida po-
día ser determinante e influía en los sutiles mecanismos de poder. En este siglo
XVII, en el que centramos en particular el estudio de las levas, se pasa del vivir
como noble al ser noble, un tránsito sin duda decisivo teniendo en cuenta los pro-
blemas de orden económico, y por tanto, de dificultades sociales y de control de
orden que se producirán en las islas, en especial desde las primeras décadas del s.
XVIII. Y es que una capitanía, además del salario, tenía beneficios como el presti-
154 MOLINA PUCHE, Sebastián: «De noble a notable: las distintas vías de acceso a la élite en Castilla
(siglos XVI-XIX)», en SORIA MESA, Enrique, Juan Jesús BRAVO CARO, y José Miguel DELGADO BA-
RRADO (coords.): Las élites en la época moderna: la Monarquía Española, vol. 3..., (2009), p. 224.
155 Aunque la caída del mercado brasileño repercutió mucho más negativamente en Tenerife que en
las otras islas, también afectó a otras como La Palma, como rezaban las instrucciones del Cabildo de
esa isla a su mensajero a Corte en 1649, pues con ese destino se tenía la mayor correspondencia
(LORENZO RODRÍGUEZ, Juan Bautista: Noticias para la historia…, t. III, op. cit., p. 400).
886
gio y reconocimiento social, el fuero militar, su equiparación a la hidalguía, al
constituir un hito para la obtención del hábito de orden militar156. Ya se indicó que
la compra de las patentes podía ser solo un inicio, pues los beneficiados eran li-
bres de revenderlas a otros particulares para que gozasen del rango de capitán, el
cual, además, podía comerciar con el resto de cargos de su compañía (alférez, sar-
gento…), resarciéndose en mayor o menor medida del desembolso efectuado. Se
configuraba, pues, una cadena venal. Este comportamiento, promovido desde la
cúspide del Estado, reproducido en los demás escalones del mando y de las insti-
tuciones, conformó una especie de pirámide corrupta dentro de la legalidad, en la
que los términos enmascaraban una realidad rendida al poder del dinero sin trans-
formar los cimientos y los ideales en lo básico, perdurando la estructura estamen-
tal, en la que la imagen y la situación del noble continuaban siendo el ideal digno
de emulación.
No hubo, en cambio, en Canarias una burguesía dispuesta a financiar la guerra,
a practicar asentamientos, a aprovisionar. Pero esto hay que matizarlo, pues apar-
te de alguna excepción, conviene recordar que la base económico-financiera que
permitió el crecimiento demográfico y económico del archipiélago, como sabemos,
se gestó en la segunda mitad del s. XVI y primeras décadas de la siguiente cen-
turia, y en ello tuvieron un papel destacado algunos personajes de la burguesía,
que alcanzó cuotas de poder político, de influencia social y enlazó mediante matri-
monios con la hidalguía. A la altura de las principales levas con financiación parti-
cular, los apellidos de esa burguesía están camuflados o mezclados en las familias
de abolengo, aceptando obviamente aquellos personajes el modelo social, ideo-
lógico, las actitudes y costumbres de la nobleza isleña. Dinero y alianzas matrimo-
niales abrieron puertas para disimular o encubrir orígenes modestos, turbios o más
que dudosos, y fue fácil inventarse pasados quiméricos, hojas de servicios fraudu-
lentas o amañadas. En ese sentido, la «privatización» de los mecanismos de reclu-
ta se redujo a caballeros e hidalgos, a nobles postulantes de titulación o mayor
gloria para su casa, o para hallar salida digna del apellido en una senda diferente
de la mercantil. La insignificante participación de algún burgués, rápidamente, por
lo demás asimilado a la hidalguía a través de enlaces matrimoniales y compra de
regidurías, fue tenue y reducida. En varias levas se concretará esa contribución
particular y su alcance en la conformación social (de un modo limitado, pues no es
el objetivo de este estudio), y de hecho los memoriales de muchos miembros de la
hidalguía isleña remiten asiduamente a los méritos o hazañas de carácter militar,
reales o supuestas, de los antepasados157, así como a las ayudas económicas
156 ANDÚJAR CASTILLO, Francisco: «Milicia, venalidad y movilidad social..», art. cit., pp. 226-227. En
otra publicación el autor ha distinguido entre las familias nobles ya posesionadas de regidurías que
ambicionaban otros empleos proporcionadores de reputación con el objetivo de lograr metas más
altas de poder, y los sectores extraños al primer estamento que pretendieron ingresar en él merced a
la carencia de filtro social que significan las patentes en blanco [ANDÚJAR CASTILLO, Francisco: «De
la comunidad local al servicio de la monarquía: milicia y venalidad en el ejército español del siglo
XVIII», en VASCONCELOS VILAR, Herminia, Mafalda SOARES DA CUNHA, y Fátima FARRICA
(coords.): Centros periféricos de poder na Europa do Soul, Lisboa, 2013, pp. 230-231].
157 Un ejemplo es el de los Franchi de La Orotava. Juan Francisco de Franchi Alfaro organizó una
declaración testifical para solicitar la confirmación de la capitanía de una compañía de milicias que su
padre había ostentado durante casi tres décadas. Como indica el autor, la oligarquía era consciente
del valor de acopiar documentación de diversa índole (a la que se añadían, de considerarlo preciso,
rosarios testimoniales como el de 1618-1619), guardados celosamente para impetrar en su momento
mercedes y honores (ALFARO HARDISSON, Emilio: «Antonio y Francisco de Franchi y la defensa del
Puerto» en La torre. Homenaje a Emilio Alfaro Hardisson, Santa Cruz de Tenerife, 2005, pp. 19-30).
El problema de este tipo de documentación, como podrá suponerse, es que se fabrica a petición de
parte interesada para obtener una imagen favorable y no se trata, lógicamente, de un conjunto de
declaraciones tomadas por una instancia independiente con posibilidad de testimonios contradicto-
rios. El resultado, elaborado gracias a las respuestas de testigos del entorno familiar, de amistades,
887
prestadas por la familia con ocasión de conflictos o reclutas. Algunos fundamentos
alegados por la familia Nava en su petición de título explicitaban esa asociación
entre nobleza y belicismo o, si se prefiere, exaltaban la actividad militar como fun-
ción inherente a la nobleza, como sello distintivo que la alejaba del interés, del
mero lucro, afirmándose como estamento superior frente a grupos sociales que
actuaban animados por otros valores: [los miembros de la familia Nava] nunca
han estendido la mano a los sueldos por averlas tenido siempre ocupadas con el
azero […]. Muchos vizarros españoles han apretado la mano en las heridas: no sé
si es hazaña más digna de estimación el abrirlas con el oro que el apretarlas con el
azero. Lo que se sabe es que el obrar con valor en las lides es hazaña que, por
vulgar, no se haze ya reparar en los nobles158. Pero tal alarde de méritos gue-
rreros venía precedido del recordatorio del desembolso —según el peticionario—
de más de 20.000 ducs. durante los catorce años que se ocupó en reorganizar una
compañía, en una etapa, la del capitán general Carrillo, en que supuestamente las
milicias estaban en decadencia.
Se puede afirmar que, aunque hubo proponentes o solicitantes de reclutas, de
modo total o parcial —para lo que necesariamente debía disponerse de los con-
tactos adecuados en el Consejo de Guerra—, menudeó más en Canarias el aco-
gimiento a la almoneda de rangos y despachos militares. A veces esta se hallaba
prevista desde el inicio de la movilización, como un instrumento básico de finan-
ciación, y se acudió en otras circunstancias a este reclutamiento a costa cuando la
ineficacia del procedimiento inicial, fuera desde el punto de vista económico o de
la capacidad movilizadora, se hizo patente y se precisó la venalidad para solventar
el apremio. Es obvio que no todos disponían de caudal para levantar una compa-
ñía, pero aportaban cantidades en torno a los 4.000 rs. (recordemos que una com-
pañía comportaba un desembolso que quintuplicaba esa cantidad). Cualquier con-
curso fue aceptado entonces, se tratase del levantamiento de una unidad o de
vestir y equipar a unos pocos soldados, como hizo el comerciante neoconverso
Tomás Perera de Castro, quien costeó seis soldados de infantería para Flandes en
1654, en el tercio de D. Francisco Castrejón159.
Nos centraremos, pues, en la conexión entre la hidalguía isleña y la financiación
del envío de tropas a los frentes extremeño, indiano y flamenco, principales recep-
tores de las movilizaciones efectuadas en Canarias. En algunas levas se constatará
que grupos o clanes familiares acapararon parte de los mandos, como los Mesa
(destacan estos en las levas de 1667 y 1721), los Ponte o los Hoyo. Esos grupos
familiares habían crecido mucho, a veces entrelazándose entre sí, y una vez con-
solidado su patrimonio agrario mediante mayorazgos y guarnecidos por los ingre-
sos derivados de la vitivinicultura y los beneficios provenientes del comercio india-
no y del mercado británico, se trataba de dar el salto social cualitativo con el acce-
so a la primera línea de la nobleza en una verdadera pugna inter pares. Como han
indicado varios tratadistas, y en los últimos años Enrique Soria, se hallaba ya lejos
la noción de la nobleza como un cuerpo social cerrado, ajeno a los avatares de
cada época. Al contrario, el cambio continuo, su capacidad de adaptación, la in-
corporación de nuevos elementos en sus filas es una característica señera de este
tulos se comprueba ese amplio uso de los méritos belicosos propios de antepasados como canal de
mejora social, situación común en los territorios hispanos, como ha realzado Jiménez Estrella (JIMÉ-
NEZ ESTRELLA, Antonio: «Los nuevos bellatores de Su Majestad...», art. cit., p. 389).
159 FERNÁNDEZ BÉTHENCOURT, Francisco: Nobiliario…, t. II, op. cit., p. 274.
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estamento que le aseguraba su pervivencia, modificando la nómina de componen-
tes (generalmente, mediante el ensanche o integración) y con algunos cambios
externos; pero manteniendo la esencia del privilegio con el dinero como palanca o
motor fundamental para esa ampliación, hasta el punto de que no siempre es sen-
cillo dar con una definición de nobleza, que el citado autor nos presenta como una
nebulosa social, de confusos bordes y de difícil estructuración interna, en el seno
de una sociedad estamental pero tendencialmente clasista, en la que con la aco-
gida de ricos y poderosos se descapitalizaba cualquier oposición política y se asu-
mía nueva sangre que venía a reforzar la ya añeja y caduca, de modo que los ad-
venedizos reforzaban la vieja estructura social, pues en ello les iba el poder y la
gloria160.
En Canarias, los primeros pasos —de ahí su presencia en las levas— los da la
elite local, en especial los descendientes de la antigua oligarquía enraizada desde
el siglo XVI, que entendió que la consideración y el reconocimiento como noble se
asimilaba cada vez más a los titulados, y esto llevaba aparejado a veces la pose-
sión de un señorío, y de modo casi obligatorio la obtención de hábitos de órdenes
militares más una carrera o sucesión de otros méritos y servicios apoyados en una
fortuna dispuesta a remendar la maltrecha hacienda del rey. En ese sentido con-
viene reflexionar sobre la oposición capitular tinerfeña a los oficios de regimiento
acrecentados y beneficiados por la Corona en las primeras décadas del seiscien-
tos161―asunto apuntado en otro epígrafe―, como expresión del rechazo oligár-
quico, de las familias «tradicionales» a una pérdida de control, a una interferencia
de poderes ajenos en los manejos municipales, a perder influencia en las vo-
taciones y control del Concejo y en el acceso a unos oficios —en un territorio hasta
entonces poco preocupado por afanes nobiliarios— generadores de prestigio social
y válidos como actos positivos de nobleza162. Constituyó un primer aviso y una
señal que la antigua clase dominante entendió y asumió como reto y tarea. Su
reacción fue la de cerrar filas y poner sus caudales y la vida de sus vástagos en
valor para avanzar más decididamente por el camino venal participando de la fie-
bre aristocratizante generalizada en el s. XVII. Se dio prisa ante una realidad que
160 SORIA MESA, Enrique: La nobleza en la España moderna…, op. cit., pp. 16-17, 37, 213-214.
Jiménez Moreno coincide en que la nobleza no fue jamás una casta cerrada, pues sin la entrada
constante de neófitos habría desaparecido (JIMÉNEZ MORENO, Agustín: Nobleza, guerra y servicio a
la Corona..., op. cit., p. 90). Ya Domínguez Ortiz había insistido en que el modelo estamental ni
siquiera funcionó ―más allá de constituir un modelo teórico― en la Edad Media, advirtiendo sobre el
importante peso del dinero en la estructura social y en la permeabilidad social, pues las fronteras
estamentales no eran rígidas; otro asunto, como es sabido, fue la anulación en el plano ideológico,
mental de la capilaridad social progresiva, en cuanto lo nobiliario se convirtió en el modo de vida de
referencia (DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: Política fiscal y cambio social en la España del siglo XVII,
Madrid, 1984, pp. 81 y 83).
161 RODRÍGUEZ YANES, José Miguel: La Laguna durante el Antiguo Régimen …, t. I, vol. I, op. cit.,
lias mesocráticas del momento, y a ello se dedicaron con ahínco durante generaciones, a veces du-
rante siglos (SORIA MESA, Enrique: La nobleza en la España moderna…, op. cit., p. 320). Como es
conocido, en las últimas décadas se viene trabajando sobre el esclarecimiento del papel de la oligar-
quía concejil, de los intereses de sus miembros, de las redes clientelares, etc. Como reflexión gene-
ral, es interesante el planteamiento expuesto por Centenero, que sintetizaba hace pocos años un es-
tado de la cuestión [CENTENERO DE ARCE, Domingo: «De oligarquías, redes y sujeto. Texto para un
debate», en GUILLAMÓN ÁLVAREZ, F. J., y J. D. MUÑOZ RODRÍGUEZ y D. CENTENERO DE ARCE
(editores): Entre Clío y Casandra. Poder y sociedad..., (2005), pp. 257-274].
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se iba abriendo paso con suma rapidez y podía amenazar su control social, su as-
cendencia y preeminencia, ante un mundo que aportaba elementos de incertidum-
bre y de posibilidades económicas a las que se ha hecho referencia.
Las antiguas familias de la elite local utilizaron las levas y la carrera militar como
una herramienta con varias salidas: el servicio profesional en el ejército, la con-
secución de una mejor posición intraestamental, con el título como máxima aspi-
ración, y la salida como mandatario militar o civil en América. Antiguos linajes de
la conquista y primeros momentos de la colonización marcaron así distancias con
esas otras familias llegadas mucho más tarde que intentaban medrar haciéndose
un hueco entre la oligarquía mediante su poder mercantil o financiero. Fue una
manera de consolidar su poder socioeconómico, reforzar su hegemonía ―fortale-
ciendo las redes familiares, pues en la tesitura de elección de cargos milicianos y
otras prebendas se procuraba actuar como redes familiares, en bloque―, repar-
tiéndose honores y distinciones, poniendo coto en lo posible (y en gran medida tu-
vieron éxito en su estrategia) a los tenidos por advenedizos, que solo mediante
enlaces matrimoniales pudieron en ocasiones entrar en lo más alto de una más en-
durecida sociedad estamental, en la que a duras penas podían colmar ya las as-
piraciones de los segundones, habida cuenta de lo exiguo y fragmentado del te-
rritorio insular, sus ajustados recursos naturales y el alejamiento del núcleo de la
monarquía.
Pero se cometería un error de reducir todo el interés de las compras de patentes
y ambiciones bélicas a una estrategia de promoción social: la oficialidad en la gue-
rra era una salida socioeconómica prometedora para parte de los vástagos de la
hidalguía y el dinero utilizado en el levantamiento de tropas era también una for-
ma de inversión en un empleo relativamente bien remunerado, pues si una plaza
de soldado en la guerra de Portugal se pagaba con 5 escudos mensuales (sin
«ventajas»), el salario de capitán ascendía a 44 escudos, y el de maestre de cam-
po era de 80 escudos163. Un militar de entonces, D. Francisco Ventura de la Sala,
manejando un cálculo de gasto de 3.000 ducs. por el levantamiento de una com-
pañía de 100 hombres, estimaba que el rendimiento de la operación superaba los
150 ducs. anuales que podía entrañar esa cantidad a renta. La afirmación se sos-
tenía en lo siguiente: 1) aparte del salario percibido, estaba la opción de cobrar
como mínimo la mitad de la paga si el oficial era objeto de reforma; 2) en caso de
continuidad de servicios en guerra viva, podía aprovechar para recuperar la inver-
sión a costa de los soldados164.
Fue importante y estratégico para defender el derecho a la integración nobiliaria
o la consecución de un título la mención o exhibición de méritos o servicios milita-
res, reales o ficticios, verídicos o aderezados o amplificados hasta la desmesu-
ra165, directos o indirectos (entraría aquí el levantamiento financiado de unidades
163 MENCÍA GÓMEZ-AREVALILLO, M.ª de los Ángeles: «El Ejército de Felipe IV en la guerra con Por-
tugal», en BALAGUER, Emilio, y Enrique GIMÉNEZ (eds.): Ejército, ciencia y sociedad en la España
del Antiguo Régimen, Alicante, 1995, p. 55.
164 JIMÉNEZ MORENO, Agustín: Nobleza, guerra y servicios a la Corona..., op. cit., p. 73. No obstan-
te, el autor advierte que la principal recompensa residía en el acceso a la condición de hidalgo, intrín-
seca al empleo de capitán.
165 Hace varias décadas prevenía Rumeu de Armas acerca de las informaciones nobiliarias, en parti-
cular las tardías [que] son de uso peligrosísimo para el historiador [...] por ser la información muchas
veces ―no siempre― la puerta falsa por donde humildes destripaterrones de Castilla, Extremadura y
Andalucía, afincados y enriquecidos en las islas, se colaban de rondón en la hidalguía. Ceñidos nada
más que a lo histórico, los ejemplos se podrían multiplicar sobre la vacuidad e inconsistencia de los
testimonios. Las informaciones canarias, amañadas con deliquios (sic) de grandeza y testificaciones
de paniaguados, han de merecernos poco crédito sin el contraste vivo y crítico con el documento y la
crónica [RUMEU DE ARMAS, Antonio: «En torno a la personalidad de Juan López de Cepeda», en
Revista de Historia Canaria, n.º 89 (1950), pp. 87-88]. El regidor Anchieta dedicó un largo alegato en
890
militares o el pago de transporte, por ejemplo). A fin de cuentas, la primigenia
función militar de la nobleza, justificadora en última instancia de su condición pri-
vilegiada, constituyó pieza clave en el discurso de los memoriales y en las ges-
tiones para alcanzar un título. Naturalmente, los méritos y avales de estas familias
huelga decir que se completaron con otros múltiples actos positivos, como patro-
nazgos y mecenazgos, que quedan fuera del ámbito de este trabajo. Pero, ade-
más, en el seno de esas familias isleñas se trató de situar a las diferentes ramifi-
caciones, como sucedió con los Ponte, Mesa u Hoyo, que movieron sus piezas en
el ajedrez social utilizando ducados o pesos de a ocho reales para movilizar com-
pañías, colonizar tierras americanas, ofrecer cuantiosos donativos, etc., que les
valiesen un señorío jurisdiccional, elevados rangos militares o títulos castellanos.
Buena parte de los honores, distinciones y títulos de la nobleza canaria tuvo su
origen y respaldo en el dinero aportado de manera directa o indirecta, en opera-
ciones de compraventa (ofrecimientos…), presentados por la monarquía o la Igle-
sia como recompensas a «servicios» heroicos o piadosos de los integrantes de la
oligarquía. Percibieron pronto, en un proceso idéntico al vivido en el conjunto de la
monarquía, que la vía más rápida y cómoda para la promoción social y el enno-
blecimiento pasaba por el dinero, que era la llave para obtener el poder político, el
prestigio social y la estimación que operaba como un factor inclusivo en las redes
elitistas, pues la apariencia de ser noble y el reconocimiento de los integrantes de
ese estamento eran decisivos166. No fue casualidad que prácticamente todos los ti-
tulos nobiliarios de las islas hasta 1700 (doce: nueve marquesados y tres conda-
dos) estén fechados entre 1666 y 1698, coincidiendo con la sucesión de levas de
la segunda mitad de la decimoséptima centuria, y la inmensa mayoría (once titu-
los) se concentraron en una veintena de años: 1666-1686, es decir, el período ca-
racterizado por una mayor presión movilizadora en el archipiélago. Si cruzamos es-
ta fiebre de titulaciones con la intensa compra de patentes a través de la financia-
ción y movilización de reclutas, podemos afirmar que la edad de oro de la vena-
lidad canaria, en lo referido a las levas, se circunscribe al cuarto de siglo 1662-
1687, pues el repunte en alguna leva del s. XVIII es circunstancial y el sistema, ya
agotado por la falta de demanda (satisfacción de las principales «casas» y familias
nobiliarias e impacto de una crisis económica de larga duración) y los cambios
militares, precisaba de transformaciones para ser eficaz. Otra nota elocuente de
los ardores de ennoblecimiento favorecidos por el reinado de Carlos II: los cuatro
primeros títulos de Castilla concedidos en su reinado fueron creados en Canarias:
marquesados de Villanueva del Prado, Acialcázar, Adeje y La Breña167. Mencione-
mos asimismo a la familia de los Hoyo Solórzano, que obtendrían por compra el
uno de sus cuadernos de citas acerca de este asunto, así como sobre la movilidad social aludida en
este trabajo: Si no fuera el temor de que no sea desagrado de Dios el contar en este libro acasos
sucedidos en esta y en las otras islas en mi tiempo y familias que de vendederos e hijos de taber-
neros los veo capitanes y puños de oro en los bastones y pardos de linaje, que en mis días les he
visto [a] uno y otro y hacer informaciones de nobles siendo hijos de oficiales y nietos de gente de
muy bajo linaje, lo había de apuntar por dar gracias a Dios no solo de que Dios da los bienes na-
turales y de fortuna, sino de verles la vanidad que tienen; y lo mismo hombres nobles y ricos llegar,
después de haberlos visto vestidos de grana y lampazos y el porte como unos grandes personajes,
llegarlos después a ver pobres pidiendo limosna por las calles, a las puertas y llegar a verlos morir
arrimados en las calles y en una sábana amortajados... (ANCHIETA Y ALARCÓN, José de: Cuaderno
de citas..., vol. IV, op. cit., p. 278). Por último, uno de los estudiosos de la vida nobiliaria, Peraza de
Ayala, mencionaba algunos ardides de los aspirantes a la nobleza: desde aportar certificaciones fal-
sas de devolución de sisas, amaño de filiaciones, unificación de antepasados con personas homóni-
mas de reconocida hidalguía, pruebas testificales al gusto de su presentante... (PERAZA DE AYALA,
José: «El elemento nobiliario en la vida social..., art. cit., pp. 298-299).
166 MARCOS MARTÍN, Alberto: «Movilidad social ascendente y movilidad social...», art. cit., pp. 23,
27, 30.
167 FERNÁNDEZ DE BÉTHENCOURT, Francisco: Nobiliario…, t. I, op. cit., p. 876.
891
señorío de la Villa de Santiago (1663)168 y el condado de Sietefuentes (1698) tras
participar en varias levas; o a D. Pedro de Ponte, que conseguiría el condado del
Palmar (1686), mientras D. Cristóbal de Ponte lograba el marquesado de la Quinta
Roja. Los Hoyo-Solórzano estuvieron presentes en varias levas y en la salida de
colonos canarios a América, siempre prestos, incluso sin mediar demanda regia, a
ofrecer su patrimonio y sus personas para aumentar la sucesión de servicios
exhibida en memoriales169. Precisamente se les reconocía por sufragar costes de
levas o de remisión de familias canarias a Indias170. Aunque no esté relacionado
directamente con las reclutas, digamos que otros títulos nobiliarios y cargos de
canarios con oficio militar y ascendencia ufana de desempeños vinculados con las
armas, recurrió a la venalidad, sobre todo en Indias. Es el caso, por citar solo un
ejemplo, de D. Jerónimo Boza de Lima, que tituló como marqués de Casa Boza en
1736, según todos los indicios gracias a un espléndido desembolso, tras haber
comprado el corregimiento de Guayaquil, donde se movió entre la ineptitud y una
grave doble imputación judicial171. Asimismo hay fundadas sospechas de sombra
de dinero en otros títulos de esta época, como los de D. Gaspar del Hoyo Solórza-
no (vizcondado del Buen Paso y marquesado de San Andrés)172. No fue una singu-
festar servicios al monarca, en el mismo sentido que se comprueba en otros reinos, como han estu-
diado Cózar Gutiérrez y Muñoz Rodríguez en Murcia: Conseguir hacerse visible en el servicio al mo-
narca constituyó, así pues, un deseo compartido entre los miembros de las elites murcianas... (CÓ-
ZAR GUTIÉRREZ, Ramón, y Julio David MUÑOZ RODRÍGUEZ: «Monarquía, poder y movilización so-
cial...», art. cit., p. 93.
170 D. Fernando del Hoyo-Solórzano y Arzola vistió y armó una compañía en la leva de 1654 (FER-
compró el corregimiento de Guayaquil por 3.500 pesos a los 21 años, y se vio envuelto en un largo
juicio por su responsabilidad en una alevosa negociación con dos corsarios ingleses (uno era Woodes
Rogers, que ya había pasado por aguas canarias), con el resultado de saqueo de la ciudad, compro-
bándose el desastroso estado de las defensas por negligencia suya y del sargento mayor. Además,
asesinó al alguacil mayor de Lima. Gracias a la corrupción y a la inmensa fortuna que manejaba
(Guayaquil permitía enriquecerse ilegalmente en pocos años, y pudo disponer de la ayuda de su
esposa), logró salir relativamente bien del brete, adquirió un hábito de Santiago e intentó en 1726
hacerse con un título de Castilla que beneficiaba el convento del Sacramento de Madrid por 22.000
ducs., pero se le denegó debido a la causa judicial en curso, debiendo pagar una multa de 8.000
pesos como pena pecuniaria; no obstante, logró el marquesado en 1736, según parece por entrega
de una suma de dinero [FELICES DE LA FUENTE, M.ª del Mar: La nobleza titulada en el reinado de
Felipe V. Formas de acceso y caracterización, [<tesis doctoral en línea>], Almería, 2011, p. 591 (cfr.:
de la misma autora sobre el marqués de Casa Boza: «Silencio y ocultaciones en los despachos de los
títulos nobiliarios. Análisis crítico de su contenido», en Chronica nova, n.º 36 (2010), pp. 237-249);
SZÁSDI NAGY, Adán, y Dora LEÓN BORJA: «Origen de la fortuna del primer marqués de Casa Boza»,
en VI Coloquio de historia canario-americana (1984), Las Palmas de Gran Canaria, 1986, pp. 452,
493-496, 525-527].
172 FELICES DE LA FUENTE, M.ª del Mar: La nobleza titulada en el reinado de Felipe V ..., op. cit., pp.
588-590. Opina la autora que, aunque en las concesiones de dichos títulos no se mencionen los mé-
ritos, hay indicios de que medió dinero, pues por un lado en el «Nobiliario de Canarias» se menciona
que Hoyo contribuyó a las necesidades de la Corona con crecidas cantidades; por otro, la merced fue
892
laridad canaria173, pues en Sevilla se cuadruplicó el número de títulos entre 1665 y
1700, y como afirma Cartaya Baños, quien podía y quien tenía recursos o méritos
para ello no dejó de aspirar a la codiciada dignidad174. Y si insertamos la realidad
isleña en la del reino, podemos recurrir al recuento de la cifra de titulados en Cas-
tilla, expresiva de este entusiasmo por la titularidad venal, siendo uno de los más
utilizados el proporcionado por Domínguez Ortiz: los 60 títulos del reinado de Car-
los V se convirtieron en 152 en tiempos de Felipe III, disminuyó en el largo reina-
do de Felipe IV (creó 118) y explosionó con Carlos II, que concedió 295, la inmen-
sa mayoría expedidos para sufragar gastos militares175. A lo comentado en páginas
antecedentes sobre las características de los candidatos propuestos para capitanes
de milicias canarias añadimos ahora, por relacionarse de manera estrecha con lo
concedida con exención de la media anata por una sola vida tras servir D. Gaspar con 1.500 doblo-
nes pagados en la Tesorería Mayor de Guerra, cuantía que excedía el valor de tal impuesto, sospecha
de que posiblemente en esa entrega se incluía parte del precio abonado por el título. Añade Felices
de la Fuente que la villa de San Andrés se opuso a que ese topónimo figurase en el título y la Cáma-
ra apoyó a la localidad, pero finalmente Hoyo consiguió su objetivo, quedando patente más adelante
que pretendía la jurisdicción de dicha villa, como ya lo había intentado su hijo Cristóbal del Hoyo
Solórzano. Abunda la autora en que otra prueba de venalidad radica en la condición estipulada de
retención del título de vizconde para el hijo primogénito, facultad que raramente se concedía si no
era a cambio de dinero. Además, ya en 1716 se había remitido a Grimaldo la documentación sobre el
título para que informase, pues por las circunstancias creía V. M. hubiese sido por beneficio. Final-
mente, sugiere Felices de la Fuente que quizá mediase en la operación el padre Guillermo Daubeton
(confesor del rey en varios años), ya que solicitó los despachos del título en nombre de D. Gaspar del
Hoyo.
173 Andújar afirma que la intervención del dinero para adquirir títulos nobiliarios en España alcanzó
cotas inusitadas durante el último tercio de la centuria, vendiéndose unos 35 entre 1679-1682, con
una carencia absoluta de control sobre los orígenes y las calidades de los aspirantes. Remata con es-
te juicio concluyente: Cualquier individuo de cualquier condición [...] podía ser investido con una de
las altas dignidades de la jerarquía del privilegio que otorgaba el soberano. La sangre noble, los dila-
tados servicios a la monarquía, los méritos familiares y todo el enorme cúmulo de elementos que
conformaban el capital inmaterial del honor se convertían en una ficción que buena parte de la histo-
toriografía de siglos posteriores convirtió en mito. El mito de que lo más granado de la sociedad del
Antiguo Régimen ―y los herederos de dichos títulos hasta la actualidad― pertenecían a una casta de
sangre de color azul que cada día se nos revela, más y más, como un grupo de sangre teñida de las
tonalidades doradas que proporcionaba el oro y la riqueza [ANDÚJAR CASTILLO, Francisco: «Hacerse
noble a finales del siglo XVII. Las contradicciones de la jerarquía nobiliaria», en JIMÉNEZ ESTRELLA,
Antonio, Julián J. LOZANO NAVARRO, Francisco SÁNCHEZ-MONTES GONZÁLEZ, y Margarita M.ª BI-
RRIEL SALCEDO (eds.): Construyendo historia. Estudios en torno a Juan Luis Castellano , Granada,
2013, pp. 18-20, 29].
174 CARTAYA BAÑOS, Juan: «”No se expresare en los títulos el precio en que compraron”: los funda-
893
tratado sobre nobleza y participación en levas, las condiciones exigidas por Carlos
II en una real cédula de finales del seiscientos leída en el Cabildo tinerfeño acerca
de la terna concejil, de modo que los postulantes debían ser personas de calidad,
cristianos viejos, limpios de toda mala rrasa i que presenten sus papeles de quién
son i asimismo los capitulares que de oi en adelante entraren en este Consejo i
Cavildo sean caballeros ijos de algo176. Se cerraba así el círculo social, coincidiendo
Corona y oligarquía en la exigencia de nobleza para la ostentación de oficios mili-
tares177.
Un tema en el que habría que profundizar es la especificidad insular del desa-
rrollo de la nobleza, qué factores ventajosos o embarazosos condicionaron el as-
censo de los aspirantes a ese estamento en territorios carentes de población euro-
pea —salvando grupos misioneros— antes de la conquista: los recién llegados no
debían competir con una antigua nobleza que pudiera obstaculizar su inclusión. La
participación por islas en el mercado venal fue parejo al ya mencionado de aporta-
ción militar. La producción, precio y distribución de los recursos (en su momento,
al tratar el restablecimiento de la capitanía general, se ofrecieron algunos datos
generales sobre el particular) fue muy diferente, y por tanto los aspirantes con li-
quidez procedían por lo general de Tenerife o residían en esta isla (absentismo
señorial), que como se ha indicado anteriormente se convirtió en el centro eco-
nómico y militar de Canarias con fundamento en la pujanza de su éxito vitivinícola.
En el caso tinerfeño, además, sería de interés el análisis detallado del proceder en
su peculiar distribución espacial con la división de la isla en tres grandes distri-
tos178, uno de los cuales se alzaría —y no es fortuita tampoco la correspondencia
cronológica con los donativos y levas— con el privilegio de villazgo a mediados del
s. XVII, y la cabecera del otro (Garachico) obtendría una curiosa «alcaldía mayor»,
más prestigiosa que efectiva, pues careció de alcance administrativo-político-
jurídico, a finales del s. XVI, en su época de máximo poderío mercantil. Es decir, en
los dos «tercios» no capitalinos de la isla, en sus períodos de apogeo agromer-
cantil, basado uno en el tráfico indiano y colonial lusitano (en particular, brasileño)
y el otro en el creciente poder otorgado por el comercio del malvasía con Ingla-
terra, los regidores residentes en esos espacios y el entorno aristocrático-mer-
cantil, apoyados en su riqueza y utilizando sus resortes políticos y contactos inten-
taron apuntalar un cierto intento de autonomía política. Los movimientos sociales,
pues, de la clase dominante actuaron en sentido centrífugo desafiando, a fin de
cuentas, a una capital que no destacaba demográficamente desde finales del qui-
nientos ni en el cultivo exportador. No obstante, no conviene exagerar: en la ciu-
dad vivía en torno a la mitad de los regidores. Pero su declive a largo plazo como
centro político lo marcaría una decisión militar: el asentamiento del comandante
general Valhermoso en el puerto capitalino, del que ya se ha hablado.
Repasemos a continuación algunos ejemplos de esta venalidad en el ámbito de
las levas que estamos estudiando. El buen resultado de ese sistema fomentó su
894
posterior empleo en otras campañas, pero el reclamo no funcionó siempre, pues a
medida que los clanes familiares con mayores recursos y afanes nobiliarios vieron
colmadas sus aspiraciones, se retrajo la participación privada, lo que situó a la Co-
rona, y en su nombre a los capitanes generales, en situaciones de aprieto para
alcanar la financiación total de algunas reclutas. Desde las primeras movilizaciones
fue palpable el interés nobiliario, que no siempre culminó felizmente a causa de
negligencias criminales de los promotores de la expedición, como la del marqués
consorte de Lanzarote (1638); pero interesa resaltar que se detecta la compra de
mercedes para situar a los hijos en la senda nobiliaria antes del comienzo de las
levas: D. Francisco Sarmiento y Porras, alguacil mayor del S .O., pretendía enviar
a su hijo D. Pedro Sarmiento en 1630 a luchar a Flandes, a Italia o donde el rey lo
requiriese, y si el rey concedía a su vástago el título de capitán con potestad para
levantar gente, ofrecía 500 ducs. a la Corona179. El ejemplo de Benítez de las
Cuevas en la leva de 1638 debió ser uno de los primeros de venalidad, más allá de
sus famosos méritos durante muchos años en Flandes (resulta sospechoso que
con una dilatada hoja de servicios y tanto valor derrochado solo pasase en trece
años de capitán de infantería a capitán coracero), pues se le otorgó la patente de
capitán con apenas veinte años, sin antigüedad en los reales ejércitos, por levan-
tar a los soldados de su unidad180. Asimismo veremos cómo D. Juan Massieu ad-
quirió un hábito de orden militar en esa leva por levantar 40 soldados. Aunque no
se trate en apariencia de una compra, sino de una recompensa, un hermano del
marqués de Lanzarote, D. Fernando de Castilla, obtuvo un hábito de Santiago por
su servicio como sargento mayor en ese tercio que se levantó, pero con calidad de
poder tomarlo para sí o para ofrecerlo a otra persona, como así ocurrió, ya que lo
cedió (¿una compraventa?) a su sobrino D. Andrés de la Cerda181.
Es posible que en la leva de 1654 se recurriese a la venta de patentes, pues
apenas contamos con los nombres de algún capitán. Es de suponer, en todo caso,
que los «ofrecimientos» de algunos particulares o las recomendaciones concejiles
sirvieron para dilucidar el nombramiento de los oficiales insulares. Es probable que
así sucediera en el caso de la familia Valcárcel. Uno de los capitanes de Tenerife,
D. Andrés de Valcárcel, hijo del regidor perpetuo D. Francisco de Valcárcel, des-
pués de diversas acciones militares en Flandes sería requerido en 1664 para actuar
como maestre de campo reclutador de una empresa parcialmente fracasada. Sa-
bemos que en esta recluta comenzó la participación directa de la casa de los Hoyo,
tres de cuyas cinco ramas descendientes de García del Hoyo y doña Beatriz Calde-
rón financiarán movilizaciones. En esta ocasión participó la rama de D. Fernando
del Hoyo Solórzano (la de los señores de Santiago del Teide), que vistió y armó a
su costa una compañía.
En la leva de 1662, en la que se ofreció hábito de orden militar a quienes reclu-
tasen 80 hombres, varias familias hidalgas pudientes concurrieron a la financia-
ción, si bien unos individuos figuraron como promotores y otras obtuvieron las pa-
tentes de capitán por renuncia (venta encubierta) de los primeros. Los honores y
distinciones se «trocearon»: no solo los financiadores pudieron vender las paten-
tes con suplimiento, sino que era factible adquirir la capitanía mientras el hábito
de la orden militar se adjudicaba a otro comprador, todo en función de las estrate-
gias familiares y de las posibilidades económicas. Había ramas familiares que
disponían de hábitos desde hacía décadas y no precisaban de ese honor (a menos
que ante una excelente posición económica decidiesen beneficiar también a un
segundogénito) y preferían invertir en otros honores que condujesen al título, o
179 RODRÍGUEZ YANES, José Miguel: La Laguna en el Antiguo Régimen…, t. I, vol. II, op. cit., p. 748.
180 FERNÁNDEZ DE BÉTHENCOURT, Francisco: Nobiliario…, t. I, op. cit., p. 231.
181 JIMÉNEZ MORENO, Agustín: Nobleza, guerra y servicio a la Corona..., op. cit., pp. 380, 405.
895
sencillamente se aguardaba la oportunidad para mercarlo. Es un doble ejemplo de
venalidad el que encontramos en esta leva, utilizando la terminología de Jiménez
Estrella: la legal o directa, protagonizada por la Corona al ofrecer las patentes en
blanco y otros honores, y la indirecta, practicada entre particulares que pueden
desprenderse de un derecho, cargo u honor, o bien, en el caso de las capitanías,
benefician los puestos inferiores de mando de esta182. Participaron tras la apor-
tación financiera tres hermanos de la familia Ponte como capitanes, dos de los
cuales, D. Cristóbal y D. Pedro de Ponte, alcanzarán títulos de Castilla, en buena
medida relacionados con sus desvelos en pro de la guerra (marquesado de la
Quinta Roja y condado del Palmar, respectivamente, como se mencionó antes)183.
Mención especial merece el segundo, que no dudó en renunciar a una acomodada
vida como rentista y regidor para forjarse un futuro militar y político, más allá del
tercio y de las sucesivas levas, luchando en Extremadura, Flandes y Francia. Su
carrera militar y política fue fulgurante con la promoción a los grados de sargento
mayor, maestre de campo y sargento mayor de batalla, siendo nombrado gober-
nador y capitán general de Tierra Firme y presidente de la Audiencia de Panamá
en 1681, y finalmente culminaría sus aspiraciones tras formar parte del Supremo
Consejo de Guerra, como capitán general de Canarias y presidente de su Real Au-
diencia (1697)184. Teniendo en cuenta la práctica habitual en la época y las adqui-
siciones de capitanías generales y gobernaciones a las que nos referiremos des-
pués, lo probable es que buena parte —como poco— de los cargos y honores de
D. Pedro se obtuviesen con dinero185 (los Ponte destacarían en este tipo de almo-
centuria del seiscientos mediante la línea de Pedro de Ponte, encarnada en D. Juan Bautista de Ponte
Fonte Pagés, que obtuvo sucesivamente el señorío de Adeje en 1655, el hábito de Santiago en 1662
y el marquesado de Adeje en 1666. En cuanto a la la línea de Bartolomé de Ponte, alcanzarán sus
objetivos D. Pedro de Ponte y Llarena, primer conde del Palmar (1686) y futuro capitán general de
Canarias (1697), a quien más adelante nos referiremos, y D. Cristóbal de Ponte y Llarena, primer
marqués de la Quinta Roja (1687).
184 FERNÁNDEZ DE BÉTHENCOURT, Francisco: Nobiliario..., t. III, op. cit., pp. 96-97.
185 Ya Viera recogía la información (VIERA Y CLAVIJO, Joseph de: Noticias de la historia general..., t.
II, op. cit., pp. 292-293). Abona esta teoría el comportamiento de Ponte en su empleo, con un nepo-
tismo y corrupción que fue denunciado y llevado a la Corte por otros poderosos, ya que intervino en
favor de su familia frente a otros apellidos destacados de la nobleza, en particular en el tercio de
Daute. En ese distrito se libraba una pugna por el control militar y político, sobre todo por parte de
los Ponte y Hoyo (tras haber obtenido estos el señorío del Valle de Santiago y el título nobiliario,
como se comentó más atrás). Se decía en el impreso de denuncia, entre otras acusaciones a D. Pe-
dro de Ponte: 1) había intentado aderezar el camino a Daute con el uso de las milicias del tercio a
cambio solo de un real diario para manutención, aunque al final apenas arregló un reducido recorrido
de dos tiros de mosquete desde Garachico; 2) vendió la exoneración del trabajo forzoso de los
milicianos en el reducto de Candelaria exigiendo diversas cantidades, dependiendo de la graduación
(a los soldados, entre 14 y 60 años, 2 rs. de plata antigua; a los cabos de escuadra, 3 rs.; a los
sargentos, 4 rs.; a los alféreces, 8 rs.; a los ayudantes, 16 rs.; a los capitanes, 20 rs.; a los caballeros
y condestables, 3 rs.; a los soldados a caballo, 8 rs.; a los caballeros y señores, conforme a sus
rentas, y de esta forma cogió gran cantidad de dinero para sí; 3) utilizó con fines privados parte de
los 50.000 rs. extraídos del depósito de Lanzarote con la excusa de emplearlo en fortificaciones; 4)
sustrajo para su propia bolsa porción de los 2.000 pesos anuales del 1 % aplicado a fortificaciones;
5) recomendó para los oficios de maestres de campo y sargentos mayores a sus parientes, en per-
juicio de cabos con mayor antigüedad, como ocurrió con el sargento mayor de Garachico, cargo con-
ferido a su cuñado D. Gaspar de Ponte Ximénez, que no era capitán, cuando gozaban de esa condi-
ción y veteranía otros candidatos como D. Alonso del Hoyo Solórzano (señor de Santiago), D. Este-
ban Prieto del Hoyo y D. Miguel Jerónimo Ferraz de Caraveo; 5) este favoritismo había provocado el
desistimiento de capitanes, ocasionando así el reemplazo por cabos de capitanes, que han sido la
mayor parte muchachos y sin experiencias ni servicios; 6) como se mencionó en su momento, había
896
neda de mercedes en esos años), como se especificará en páginas posteriores. Los
Ponte de las diferentes ramas, en su intento de obtener los máximos peldaños en
lo militar, político y social ―lo que debía acompañarse de cargos apropiados para
acumular recursos económicos de manera lícita o fraudulenta―, se decidieron por
responsabilidades en Canarias o América, a veces (como sucedió con D. Pedro de
Ponte) alternando empleos en las dos orillas.
La familia Hoyo participó a través de dos de sus ramas: D. Cristóbal del Hoyo-
Solórzano y Alzola (la de los futuros marqueses de S. Andrés y vizcondes del Buen
Paso), capitán de infantería y de caballería de milicias, y maestre de campo de un
tercio tinerfeño desde 1657, costeó una compañía de 80 hombres, pero su patente
de campo la traspasó (vendió) a otro capitán, aunque sí se benefició del hábito mi-
litar que llevaba incorporado el precio; su primo D. Fernando del Hoyo-Solórzano,
primer señor de Santiago, ya mencionado con motivo de la leva de 1654, también
levantó una compañía, cuya patente debió beneficiar, pues tampoco viajó en la
expedición.
En esa leva destacó asimismo su maestre de campo, rango por el que se pagaba
más a la Corona, además de ir asociado por parte del pretendiente a la finan-
ciación de su propia compañía de 80 soldados: D. Diego de Alvarado-Bracamonte
Vergara y Grimón, cuyo padre (D. Diego de Alvarado-Bracamonte, como él) tam-
bién tuvo experiencia militar y había sido gobernador de Tenerife. La ascensión
militar-nobiliaria de D. Diego fue brillante, apoyado desde un principio en una
acertada estrategia matrimonial, no en vano enlazó justo en el año de la recluta
(1662), a la edad de 31 años, con la hija del capitán general Benavente y Quiño-
nes. Además de la maestría de campo del tercio consiguió uno de los hábitos mili-
tares186 ofertados en esa leva. En años posteriores accederá al generalato y a una
plaza en el Consejo de Guerra, pero su meta la culminó en 1679 con el título de
marqués de la Breña (su tío D. Baltasar López de Vergara había obtenido el título
de marqués de Acialcázar en 1666187, el mismo año que su cuñado, D. Tomás de
Nava, adquirió el título de marqués de Villanueva del Prado). Las alianzas y favo-
res en el mercado venal se tejían a veces en familia. D. Diego llevaba el encargo,
por parte del citado D. Tomás, de gestionar en la Corte el señorío del Realejo de
Abajo, operación finalmente frustrada188. La familia Nava jugó sus bazas en esa
década. Ya se ha indicado la «coincidencia» entre la fiebre por la señorialización
dado la plaza de sargento mayor de La Palma a una persona sin las condiciones requeridas (BULL,
Patrimonio Bibliográfico Lacunense, ms. 323).
186 La oferta de hábitos militares empieza en las islas en esta leva, y no se trata, como afirma Rodrí-
guez Hernández, de un premio a la fidelidad por ser más difícil reclutar en las islas, sino de opera-
ciones venales. Si tenemos en cuenta el coste de levantar cien hombres y el precio de hábitos (pode-
mos, por ejemplo, servirnos de las cifras del donativo de 1632, que se expondrán en el tercer capí-
tulo, y de otras similares expuestas en este estudio), llegamos a la conclusión de que los aproxima-
damente 30.000-33.000 rs. que podría valer un hábito se corresponden con el gasto de las aportacio-
nes de las levas canarias (obviamente, depende de las características de cada contribución militar: si
incluye armamento y vestuario, transporte...), pero que podríamos tasar, pues los costes varían, en
unos 30.000-40.000 rs. (RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Servir al rey con hombres. Re-
compensas a elites y representantes del rey por su colaboración en el reclutamiento (1630-1700)»,
en ESTEBAN ESTRÍNGANA, Alicia (ed.): Servir al rey en la monarquía de los Austrias. Medios, fines y
logros del servicio al soberano en los siglos XVI y XVII, 2012, p. 428). Indica el autor que la opción de
ofrecer hábitos se debió a su relación con el mundo militar, pero en especial para satisfacer la de-
manda, el deseo de un selecto y variado colectivo (p. 423), desde nobles hasta burgueses enrique-
cidos que conformaban la oligarquía política o intentaban entrar en esta o en el estamento nobiliario.
187 Sirvió con 34.000 rs. de a ocho para ayuda de galeras (o sea, compró su título por 272.000 rs.).
El segundo marqués levantó un tercio de 500 hombres a Flandes, vestidos, armados y transportados
a su costa [RSEAPT, Fondo Moure, RM 268 (9/549), f.º 1].
188 RODRÍGUEZ YANES, José Miguel: La Laguna durante el Antiguo Régimen…, t. I, vol. II, op. cit., p.
760.
897
en la isla y las primeras titulaciones en los años sesenta, y no resulta tampoco una
coincidencia ―la apariencia pudiera resultar contradictoria― entre las convulsiones
de la Compañía de vinos inglesa y el «derrame del vino» con el fulgor del ascenso
social y cristalización nobiliaria: en efecto, la elevada cotización del malvasía pro-
vocó consecuencias variadas; de ahí los claroscuros marcados por el uso por la
elite que acumuló elevados beneficios y los créditos de los mercaderes ingleses
con la oposición de gran parte de estos a continuar con un tipo de relación mer-
cantil y financiera tan perjudicial para sus intereses. La emergente aparición de un
nuevo contexto mercantil, aun incipiente e incierto, no obstaculizó los planes nobi-
liarios de los aspirantes a la promoción social por diversos medios. En el caso de
los Nava, que ya hemos visto que cultivaron la cercanía o amistad con los capita-
nes generales aprovechando su residencia en Tenerife, habían obtenido ya la men-
cionada lugartenencia de capitanía general en 1660 con el capitán general Hurtado
de Corcuera, pero continuaron en esa línea, a sabiendas de las ventajas del con-
trol militar para fortalecer su posición, en años posteriores mediante una calculada
y exitosa estrategia matrimonial, que en parte se aludía antes con el enlace entre
D. Diego Alvarado-Bracamonte (sobrino de D. Tomás de Nava) con doña Ana de
Benavente (hija del general Quiñones), reanudada poco después (en 1669) con la
unión de doña Antonia de Nava (hija de D. Tomás de Nava189) con Luis Manuel
Laso de la Vega, hijo del siguiente capitán general, el conde de Puertollano. Más
adelante, a comienzos del s. XVIII, intentarán de nuevo la señorialización de facto
(no mencionaba el título de señor), esta vez en Gran Canaria, valiéndose de su
gran propiedad en La Aldea y de la necesidad de fortificaciones en esa isla. Como
el capitán general Chacón solicitó al marqués de Villanueva del Prado la asunción
del coste de un castillo en aquel lugar, se mostraba dispuesto en 1712, pero le a
de hazer Su Magestad señor de aquel lugar haziéndole villa y çeparándola del Ca-
vildo, de modo que las sentencias dictadas por el alcalde mayor nombrado por Na-
va solo pudiesen ser apeladas ante su persona y no ante la R. Audiencia, además
de ser el marqués y sus sucesores alcaides del castillo a perpetuidad con título de
coronel, gobernando las milicias de la zona y con subordinación exclusiva y directa
al capitán general (no ante ningún cargo de Gran Canaria)190.
La casa Mesa comenzó en esta leva una serie de intervenciones, que se inte-
rrumpirán durante unas décadas para resurgir en las levas de 1721-1722. En esta
ocasión se trata de la rama descendiente del conquistador Diego de Mesa (la otra
actuará en la mentada recluta del s. XVIII). Conviene recordar ―como se puso de
manifiesto en otro epígrafe― y subrayar que la casa Mesa tenía cierto historial mi-
litar en sus dos ramas, así como cargos políticos en el Ayuntamiento, como ya
hemos tratado. En el caso que nos ocupa de la línea de Diego de Mesa, los primo-
génitos solían ostentar a la vez una capitanía de milicias y una regiduría (por lo
general, con carácter perpetuo). En esta leva de 1662 la iniciativa será de D. Juan
189 Veintidós años más tarde, en 1687, D. Alonso de Nava Grimón, hijo de D. Tomás de Nava,
contrajo matrimonio con doña Catalina de Aguiar, hija del corregidor tinerfeño D. Pedro de Aguilar
Ponce de León. Estos enlaces de los Nava no tuvieron parangón, pero alguna otra familia procuró
entroncar con los personajes foráneos, como se percibe en la unión celebrada en 1712 entre el co-
rregidor D. Francisco Peñuela de Miranda, llegado en octubre de 1709, y doña Isabel Grimaldo de
Franchi, hija de Francisco Benítez Grimaldo y doña Isabel Home de Franchi (VIERA Y CLAVIJO, Jo-
seph de: Noticias de la historia general..., t. II, op. cit., p. 315).
190 RSEAPT, Fondo Moure, RM 264, f.º 284. El marqués se basaba para su pretensión en el elevado
costo de la fábrica del castillo y de su mantenimiento, pues no había materiales en la zona, y la pre-
sencia de agrios y penossos caminos, que hacían imposible su transporte terrestre, ya que la misma
iglesia se había edificado llevando lo necesario por mar. Mencionaba que La Aldea contaba con 80
vecinos en otro tiempo, pero había descendido la población a causa de los destierros impuestos por
la R. Audiencia. El teniente del castillo también lo nombrarían el marqués y sus sucesores, y sería el
capitán de infantería y jefe efectivo de los milicianos del lugar.
898
de Mesa, uno de los tres hijos del capitán y regidor D. Juan de Mesa Lugo y Ayala,
a quien luego aludiremos. No sabemos si fue su citado padre o él quien costeó
realmente los 80 hombres para el ejército extremeño, que le valdrían no solo la
patente de capitán sino el hábito de Calatrava (aprobado este en 1665). Otro ad-
quirente de una capitanía fue D. Melchor de Valcárcel, pero a esta familia nos refe-
feriremos en conjunto algo más adelante, al estudiar las levas de la tercera década
del s. XVIII.
Los Salazar, una familia de más tardío asentamiento en las islas ―como se dijo
en otro apartado―, oriunda de Portugal y ajena a la conquista, se interesaron por
la compra de patentes en una calculada y eficaz carrera por el ascenso social.
Igual que otros linajes (en este caso podían exhibir más vínculos con el comercio y
las finanzas que con un pasado noble), entendieron que la actividad bélica era un
poderoso medio de promoción. D. Cristóbal de Salazar y Frías, establecido en Te-
nerife desde principios de s. XVII tras combatir en Flandes, participó del caracte-
rístico cursus honorum oligárquico: regidor, maestre de campo de milicias, hábito
de Calatrava… Sus hijos, D. Cristóbal y D. Ventura, lucharon en Flandes, y el pri-
mero ocupó cargos en las milicias (maestre de campo) y también obtuvo un hábito
de orden militar. Pero serán sus hijos, en coyuntura propicia, quienes conquisten
un título, como se verá más adelante, trufado con fundaciones religiosas, como
era de rigor en todas las familias que aspiraban al dominio político y control social.
En esta leva de 1662 los Salazar no coadyuvaron a la financiación inicial, sino que
consiguieron patentes, de modo que los hijos de D. Cristóbal, D. Cristóbal Lázaro y
D. Antonio, se hicieron con patentes de capitán a los 16 años (era relativamente
frecuente entre los vástagos de la clase dominante iniciar su incursión militar a
edades que hoy consideraríamos prematuras), seguramente compradas por su pa-
dre, sin beneficiarse de hábitos de orden militar que también estaban en almone-
da. Combatirá D. Cristóbal Lázaro en algunas plazas (Évora, Estremoz) y retornará
a Tenerife en 1666, donde fue sargento mayor de milicias del tercio capitalino.
Ahora sí que obtendría el hábito de Calatrava, y más abajo lo encontraremos parti-
cipando en la leva de 1681 como financiador para dar el salto al título.
En la leva de 1664 fracasó parcialmente, quizá por la excesiva cercanía a la leva
anterior, el ofrecimiento-almoneda de mercedes regias o patentes en blanco, a
pesar de la rebaja en el precio-requisito de un hábito de orden militar, tasado a la
sazón en el importe de 60 soldados levantados. La recluta fue entonces encargada
con la calidad de maestre de campo a D. Andrés de Valcárcel, un veterano de
Flandes, miembro de la rama de los Valcárcel-Fonte, que no logró para su familia
honores o rangos especiales al malograrse la saca y ante el abierto rechazo po-
pular de la gente, que una vez más se echó al monte para evitar el enrolamiento
forzado.
El interés nobiliario se recuperó en la leva de 1667, confiada a D. Pedro de Pon-
te, con una decisiva implicación de la comentada rama de la familia Mesa. En esta
movilización pujó fuerte D. Juan de Mesa Lugo y Ayala191, que decidió levantar el
tercio casi al completo con el compromiso del alistamiento de 500 soldados, ade-
más de correr con los gastos de flete de 100 hombres más. Su interés no radicó
ahí en un cargo militar, pues ya la rama familiar había obtenido honores en la leva
de 1662, como hemos comprobado. Apuntó a lo más alto y pretendió comprar un
título de Castilla (en 1668 adquirieron el alguacilazgo mayor de Tenerife), que su
hijo D. José de Mesa iría a gestionar en Madrid. Tras sortear dificultades —lo
191 Como tantos isleños, participó en el mercado venal indiano, adquiriendo los corregimientos de
Arequipa, La Paz y Charcas, el segundo a cambio de servicios y 4.000 pesos, y por esta misma canti-
dad consiguió el tercero [SANZ TAPIA, Ángel: ¿Corrupción o necesidad? La venta de cargos de go-
bierno americanos bajo Carlos II (1674-1700), Madrid, 2009, pp. 223 y 440].
899
constataremos al tratar de esa leva— aportó 223.793 rs. (unos 27.975 pesos) a la
movilización, cantidad que a la Cámara le pareció insuficiente, pero cedió final-
mente mediante la concesión del marquesado de Torrehermosa, que al fin osten-
taría el citado D. José de Mesa, mientras su otro hermano D. Lope de Mesa fue ca-
pitán de milicias, regidor, alguacil mayor y caballero de Santiago. Explicaba Domín-
guez Ortiz, que dedicó unas líneas a la operación venal de Mesa, que las ventas de
este tipo de mercedes (los títulos) encontraron mayor comprensión y tolerancia
que las de hidalguías, en cuanto las primeras no suponían un cambio fundamental
de estatus del agraciado, pues supuestamente era ya noble; además, la falta de
dinero mermó las firmes convicciones y los austeros principios192. Contrasta la
cuantiosa suma reclamada por ese entonces por la Corona para un título en Cana-
rias con las exigencias pecuniarias con las que se adjudicaban señoríos: el de Ade-
je, en 1655, vendido a D. Juan Bautista de Ponte y Fonte Pagés, por 44.000 rs., y
el de Santiago del Teide, adquirido por D. Fernando del Hoyo Solórzano a cambio
de 34.200 rs. en 1663 (en ambos casos, la legua se tasaba en 6.400 ducs., y por
supuesto se falseaban datos de extensión o número de habitantes para satisfacer
menos dinero).
En 1670 nuevamente se tentó con patentes en blanco, sin éxito. En ese sentido
más importante será la recluta indiana de 1680. Lo curioso es que se acudió al
auxilio privado en última instancia, pues en principio la financiación concebida era
de carácter público, pero fueron los acontecimientos (la insuficiencia de los medios
reales) los que precipitaron la urgente apelación a particulares a cambio de
mercedes. Una tercera rama de la casa Hoyo (hemos nombrado a otras dos en las
levas de 1654 y 1662, sobre todo), la del condado de Siete Fuentes, está presente
en la persona de D. Juan del Hoyo-Solórzano (el futuro conde) intentando levantar
una compañía a cambio de la patente de capitán, pero el fracaso en la moviliza-
ción conduciría a que sus escasos hombres fuesen integrados en otras compañías
y su cargo reformado. Este fue un ejemplo palmario de que los despachos de pa-
tente se entregaban y rellenaban antes del cumplimiento íntegro de los requisitos
(entrega del número de reclutas con las condiciones estipuladas), y en ese caso no
se podía revocar el nombramiento. Esto sucedía por la presión de los comprado-
res, que además deseaban comenzar cuanto antes a disfrutar de su antigüedad en
el cargo y recibir la correspondiente paga. No obstante, cuando a finales de la cen-
turia acaricie el título de Castilla, el capitán general Eril mencionará su condición
de capitán de leva entre los méritos, aparte de los 20.000 ducs. de plata ofrecidos
para reparar el castillo de Garachico, que fue lo que a la postre le valdría el título
condal en 1698. Un ejemplo más de la instrumentalización de las necesidades mili-
tares para conseguir un fin particular nobiliario, solo que esta vez sin cumplir con
la promesa193. Es más, en ese año 1698 propuso otro trato venal al monarca: la
merced del corregimiento de Veracruz con el rango de maestre de campo (tal co-
mo lo poseía D. Francisco Lorenzo de Rada, que a su vez había comprado el
cargo) a cambio de reclutar 100 infantes a su costa en Tenerife para enviarlos a la
ciudad de Cartagena, pagando la media anata en Veracruz194. En general, en Es-
paña la década de 1680 fue un período venal extraordinario en el que se registra-
192 DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: La sociedad española en el siglo XVII, vol. I, op. cit., pp. 211, 213.
193 La fortaleza de Garachico fue afectada por el incendio de marzo de 1697, lo que aprovechó para
proponer a la Cámara de Castilla el compromiso del coste del reparo a cambio del título. Parece que
influyó en esa gestión el apoyo de su compatriota y primo, el capitán general D. Pedro de Ponte. Se
obligó el 17 de julio de 1698 a la reposición del castillo, y el 15 de septiembre se le concedió el título,
pero por diversas causas (la principal, entendemos, porque no tuvo voluntad real o cantidad líquida
en determinados momentos para atender al gasto) no cumplió por entero con su compromiso (FER-
NÁNDEZ DE BÉTHENCOURT, Francisco: Nobiliario…, t. III, op. cit., pp. 940-941).
194 AGI, Indiferente General, leg. 134, n.º 62.
900
ron numerosas proposiciones movilizadoras a cambio de títulos nobiliarios, convir-
tiéndose el reclutamiento en un instrumento más de ascenso social que continua-
ría, consolidándose como tal, en la época borbónica195. Los generales constituían
la mejor garantía fiscalizadora para los intereses regios en la observancia de los
pactos derivados de la práctica venal. Quien resultó decisivo en esa recluta fue el
maestre de campo D. Cristóbal Salazar y Frías, caballero de Calatrava y futuro con-
de del Valle de Salazar, que prometió 20.000 pesos para ayuda del costo reclu-
tador. Ese monto, 160.000 rs., correspondía al precio que la Corona fijó para los
dos títulos de Castilla que puso en almoneda para financiar esa recluta indiana,
mientras los catorce hábitos de órdenes militares que ofertó con el mismo fin los
tasó a 8.000 rs., una cantidad alejada de los alrededor de 30.000 rs. pagados en
el donativo de 1632, aunque es cierto que aquellos eran de Santiago y estos otros
ignoramos a qué orden se refieren. De todas formas, parece deducirse una deva-
luación, expresiva de los apuros reales, pero también de una cierta sensación de
saturación en el mercado de mercedes. La nobleza isleña pujó a la baja, pues los
dos únicos solicitantes, D. Diego Benítez de Lugo (de la rama segunda de los
Benítez de Lugo Grimaldi) y D. Cristóbal de Salazar y Frías, apenas ofrecían 22.000
rs. por cada título, cifra que lógicamente rechazó la Corona196, que hizo caso omi-
so del convencional ramillete de servicios, hazañas y méritos, reales o supuestos,
objetivos o inflados que integraban los memoriales de los postulantes a mercedes
regias, narrando lealtades y acontecimientos familiares desde la conquista, en al-
gunos casos, que hipotéticamente podían mover el real ánimo y «compensar» una
cantidad a todas luces exigua. En el mismo año se mostraron interesados en la
almoneda de hábitos de órdenes militares cuatro caballeros isleños (el capitán y
sargento mayor D. Felipe del Castillo y Guerra, el capitán y regidor D. Tomás de
Castro Ayala, el capitán de caballos y familiar del S. O. don Diego Alfonso Galle-
gos, el capitán de caballos D. Gaspar del Hoyo Solórzano), a cambio de 1.000
pesos. Todos manifestaban sus servicios y los de sus antecesores, en especial D.
Cristóbal de Salazar Frías, caballero de Calatrava y aspirante a título, que se
refería como actos positivos a los desempeñados por sus ascendientes y él mismo
con sus personas y hasiendas, que siempre an ocupado en el mayor servisio de Su
Magestad197. Este mecanismo para obtener títulos tenía amplio rodaje, pero se
intensificó en el reinado de Carlos II, como ya hemos visto (unos 300 títulos en su
reinado, se recordará), prefiriéndose más que la venta directa esta otra indirecta
vinculada al reclutamiento, que aparentaba menos deshonrosa que la desnuda ad-
quisición en metálico198. Calculaban quizá los compradores que, sumida la hacien-
da real en notables estrecheces, el regateo adobado con una retahíla de gestas fa-
miliares y la posesión de otros cargos (comprados también) constituía un procedi-
195 JIMÉNEZ ESTRELLA, Antonio: «Servir al rey, recibir mercedes...», art. cit., p. 242.
196 Andújar menciona que los títulos nobiliarios alcanzaban una cotización en el mercado venal en
esas últimas décadas del seiscientos entre 16.000-22.000 ducs., que podrían equivaler al levanta-
miento de unos 400-420 soldados a costa (ANDÚJAR CASTILLO, Francisco: «Empresarios de la gue-
rra y asentistas de soldados...», art. cit., p. 379). Menguó considerablemente la cantidad ofertada
por los títulos, hasta el punto de que por R. C. de 30 de agosto de 1692 se decretó que los enajena-
dos a partir de 1680 se convirtiesen en vitalicios, satisfaciendo los herederos la diferencia hasta
30.000 ducs. que les otorgaba esa condición. No obstante, esa cantidad se devaluó en 1693 a 22.000
ducs. ante las quejas, e incluso se rebajó más, con las consecuencias negativas para la real hacienda
(SÁNCHEZ BELÉN, Juan A.: La política fiscal en Castilla durante el reinado de Carlos II, Madrid, 1996,
pp. 310-311).
197 AHPSCT, Prot. Not., leg. 831, reg. de 1680, f.º 131.
198 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «La creación de títulos de Castilla durante los reinados
de Felipe IV y Carlos II: concesiones y ritmos», en DÍAZ LÓPEZ, Juan Pablo, Francisco ANDÚJAR
CASTILLO y Ángel GALÁN SÁNCHEZ (eds.): Casas, familias y rentas. La nobleza del Reino de Grana-
da entre los siglos XV-XVIII, Granada, 2010, pp. 168, 179-182.
901
miento más corto y barato. Al fin Salazar hubo de transigir llegando a un convenio
en mayo de 1681 a cambio de eximirle del pago de la media anata (el título tarda-
ría cinco años en serle despachado). En el mismo año, D. Juan de Vargas y Cabre-
ra Rengifo, descendiente de Sancho de Vargas, conquistador de Gran Canaria y
Tenerife, capitán de una compañía del tercio lagunero, levantó 60 infantes para los
presidios indianos, alcanzando un hábito de orden militar. Al año siguiente era ca-
pitán de caballos corazas y ascendió a maestre de campo en el Nuevo Mundo.
El caso de los Benítez de Lugo fue peculiar: no hubo un ofrecimiento superior
por esta familia porque cupo la fortuna de ser agraciada con un título nobiliario
gracias al traspaso (una venta)199 del título del marquesado de Celada por un pa-
riente peninsular (D. Luis Mauricio Fernández de Córdoba, duque de Feria)200. No
obstante, persistió la implicación militar de los Benítez de Lugo. El propio D. Diego,
capitán de milicias del tercio de La Orotava, fue más adelante capitán de caballos
corazas, pero la definitiva concesión del título lo alejó del mercado de la finan-
ciación de levas o de su participación en el frente. Sin embargo, uno de sus hijos,
D. Andrés Benítez de Lugo, luchó en Flandes y en la guerra de Sucesión. Papel
destacado en futuras levas tuvo otro hijo, D. Pedro Nolasco Benítez de Lugo, que
siendo veterano en Flandes vino a Canarias como sargento mayor del tercio levan-
tado en 1693. Por último, otro vástago, José Gonzalo Benítez de Lugo, sirvió en
Flandes como soldado entretenido y combatió en el bando austracista durante la
guerra de Sucesión201.
Halló poco eco inicial entre la oligarquía la leva a Flandes de 1684, pues nadie
colaboraba ni presentaba propuestas dinerarias a cambio de títulos nobiliarios; sin
embargo, se consiguió la colaboración del grancanario D. Fernando de Castillo Ca-
beza de Vaca, que alcanzó el rango de maestre de campo de ese tercio a cambio
de levantar 200 hombres para esa recluta, que merced a esa aportación se elevó a
la categoría de tercio. Además, D. Fernando gestionó el nombramiento de un so-
brino, D. Francisco Tomás del Castillo Ruiz de Vergara, como capitán de una de las
compañías. Si no miente el Nobiliario, tendría unos 13 años el novel capitán, fenó-
meno este no tan infrecuente en las compras de patentes. La familia Castillo refor-
zó así otra rama propensa a las armas y al control político (regiduría perpetua y
alferazgo mayor de Gran Canaria) al acecho también de un título nobiliario que
conseguirán en la centuria siguiente (condado de la Vega Grande). D. Francisco
Tomás del Castillo permaneció al menos hasta la siguiente década luchando en tie-
rras flamencas, donde en 1699 fue recomendado para un ascenso202. Es otro clá-
sico arquetipo de intervención nobiliaria: una familia de cierto abolengo, con inve-
terado mando en las milicias insulares y vinculada al dominio político concejil utili-
zó para su promoción social la vía bélica. Como sucedió en levas anteriores, otras
familias menos linajudas participaron de este sistema de ascenso: D. Lázaro de
Herrera y Leyva (o Leiva) financió una compañía en la que, según algunas fuentes
de información fue como capitán (y, por tanto, le traspasó D. Lázaro su patente)
su sobrino D. Jerónimo de Herrera y Leiva, que moriría en la defensa de Luxem-
burgo, y según Rodríguez Hernández iría con ese rango el propio D. Lázaro203.
199 El rey autorizó la operación de compraventa atendiendo a los particulares méritos de esta casa y
los empeños con que se hallaba y al que entonces se le ofrecía, tuvo por bien de venir en hacerle es-
ta gracia, sin que sirviese de ejemplar para otro caso alguno (FERNÁNDEZ DE BÉTHENCOURT, Fran-
cisco: Nobiliario…, t. I, op. cit., p. 179).
200 FERNÁNDEZ DE BÉTHENCOURT, Francisco: Nobiliario…, t. I, op. cit., p. 178.
201 Ibíd., p. 185.
202 Ibíd., p. 368.
203 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento…», art. cit., p. 126. Por
razones de edad parece más probable que fuese como capitán Jerónimo, de 23 años. En un artículo
sobre el hacendado D. Simón de Herrera Leiva se afirma ―sin mención de fuentes― que falleció en
902
Como veremos, el Cabildo tinerfeño advertirá en más de una ocasión al rey,
desde finales del siglo XVII, sobre el carácter egoísta y oportunista de quienes se
ofrecían a levantar levas, pero la monarquía siempre contempló con agrado la in-
tervención privada en las sacas de gente, tanto de tipo militar como demográfico,
pues primó el interés de Estado. No olvidemos que los Concejos los componían re-
gidores que practicaban el absentismo y solo acudían en tropel a las sesiones, y a
veces constreñidos y de mala gana, en situaciones apreciadas como excepcionales
o cuando convenía a sus intereses, y los mismos concejales que se alarmaban des-
pués de una leva o por el perverso efecto demográfico de la emigración indiana,
sobre todo con motivo del descenso de demanda laboral en época de zafra, apo-
yaban en otras ocasiones la formación de tercios o regimientos canarios para las
levas o la misma ida familiar a América.
Enseguida ejemplificaremos para las primeras décadas del siglo XVIII el nexo
ennoblecimiento-reclutas, pero precisando que la ausencia de levas canarias en la
guerra de Sucesión frenó momentáneamente la fiebre de titulaciones, ahora más
ralentizada, y la concesión de mercedes, en un fenómeno lógico, que sirve de
contrapunto a lo vivido en las islas durante la segunda mitad del seiscientos y
contrariamente a lo experimentado en otros territorios peninsulares, como Andalu-
cía, cuya aportación económica y militar al conflicto fue recompensada, aparte de
las patentes en blanco, con honores varios, sobre todo a partir de 1710204. De
igual modo que se indicaba más atrás, recalcamos ahora la congruencia de investi-
gar la venalidad militar dentro de la general. Sin que corresponda con este trabajo,
apuntamos algún dato en ese sentido, ampliando así algún apunte ya facilitado, y
ayuda a comprender los móviles y entresijos de algunas movilizaciones, que eran
presentadas por la oligarquía como ofrendas patrióticas y regalo para las islas, co-
mo ocasión sin par para acreditar la lealtad y amor al monarca. Recordemos la
enorme dificultad, para probar la compra de cargos, oficios y mercedes. Ya en una
instrucción de Felipe V, en referencia a ese tipo de prácticas en tiempos de su an-
tecesor, se reconocía que en muchos de los títulos que se habían entregado a las
partes no se expresaba el servicio que hicieron205. Este monarca prohibió en 1701
la venalidad, pero rectificó en 1704 ante la urgencia de allegar fondos para la gue-
rra. Señala Andújar que las distintas cotizaciones de los cargos se relacionan con
el tiempo previsto para la amortización del dispendio, lo que va asociado a las po-
sibilidades de lucro ilícito, el prestigio del cargo y el uso del oficio en la promoción
profesional206. Un procedimiento para desvanecer la sombra pecuniaria fue la
utilización del doble escrito: uno, oficial, con la solicitud del cargo u honor; otro,
difícil de rastrear posteriormente, con el «servicio» (oferta de dinero). Como mu-
chas veces el pago se efectuaba a través de un ingreso sin datos de contrapresta-
diciembre de 1683 en la defensa de Luxemburgo (en realidad, la rendición tuvo lugar en junio de
1684) el mencionado Jerónimo de Herrera, pero no hubo envío de soldados canarios a Flandes desde
1672 hasta 1685, por lo que no parece correcta esta afirmación, como verificaremos en el análisis de
las reclutas [MANRIQUE DE LARA MARTÍN-NEDA, Baltasar: «El hacendado don Simón de Herrera
Leiva», en Anuario de Estudios Atlánticos, n.º 55 (2009), pp. 233-234]. En el «Nobiliario» se atribuye
a Pedro de Herrera-Leiva ―un capitán grancanario, hijo del licdo. D. Nicolás de Herrera-Leiva, fiscal
de la R. Audiencia y síndico personero de Gran Canaria―, la financiación de una compañía para Flan-
des en esa isla, sin especificar fuentes, afirmando además que el sujeto murió en una acción bélica
con el grado de maestre de campo (FERNÁNDEZ DE BÉTHENCOURT, Francisco: Nobiliario…, t. II, op.
cit., p. 566).
204 ANDÚJAR CASTILLO, Francisco: «Servicios para la guerra, mercedes para las oligarquías. Las re-
903
ción o compensación, incluso mediante un intermediario, era dificultoso descubrir
la operación venal, que afectó a todos los ámbitos207.
La concesión de futuras (desembolso de una cantidad para ejercer el cargo al
quedar vacante) implicaba una compra, aunque a veces es difícil de verificar. Tan-
to las capitanías generales como, especialmente, sus futuras, fueron muy del gus-
to de los generales que gobernaron Canarias y América: Nicolás Eugenio Ponte
abonó 140.000 rs. en 1692 por el gobierno y la capitanía general de Venezuela, y
Bartolomé de Ponte compró en diciembre de 1706 la futura de la capitanía general
de Guatemala, que llevaba aparejada la presidencia de la Audiencia, por la que
extendió 3.000 doblones más con la promesa de satisfacer otros 1.000 doblones al
tomar posesión del cargo. Como se retrasaba el acceso al oficio, optó Ponte por
renunciar a él apenas dos años después de la transacción (aun le aguardaba una
espera de seis años), prefiriendo pagar 5.000 pesos más por la gobernación y
capitanía general de Santa Marta208. Asimismo compró por 150.000 rs.209 la capi-
tanía general de Venezuela el icodense D. Marcos de Béthencourt y Castro en
1709. Es muy probable que los primeros capitanes generales del siglo XVIII, Miguel
González de Otazo y Agustín de Robles Lorenzana, consiguiesen sus cargos por
compra, ya que obtuvieron el puesto en régimen de futura210. En concreto, Robles
pagó en 1705 por su futura como capitán general de Canarias (lo mismo había
hecho con anterioridad en la capitanía general del Río de la Plata), y en 1709
obtuvo el gobierno de Cádiz mediante un «servicio secreto» de 60.000 rs.211. Su
sucesor y yerno, Francisco Chacón Medina y Salazar había comprado la futura de
la capitanía general de Canarias por 120.000 rs. en 1706, pero ofreció otros
120.000 rs. antes de comenzar su mandato en 1709 para que su gobernación se
extendiera durante cinco años212. Juan Mur Aguirre pagó 300.000 rs. en 1712 por
había referido a ese «donativo» de 10.000 pesos escudos [BORGES DEL CASTILLO, Analola: «Un
icodense gobernador en Indias», en Estudios Canarios, n.º X (1965), pp. 37-38]. Béthencourt se
había ido labrando un perfil militar con el desempeño de la castellanía de Santa Cruz de Tenerife y la
gobernación de las armas del puerto de La Orotava. Felices de la Fuente cifra la compra en 120.000
rs. (FELICES DE LA FUENTE, M.ª del Mar: «Silencio y ocultaciones en los despachos de los títulos
nobiliarios...», art. cit., p. 244). Sanz Tapia maneja la cifra de 16.000 pesos, cantidad que le parece
elevada, pero explicable por la posible inclusión venal de la compra del grado militar. El mismo autor
recuerda el escabroso desenlace de su gobernación, siendo obligado al final a ceder el cargo a los
alcaldes ordinarios por enfermedad mental (SANZ TAPIA, Ángel: ¿Corrupción o necesidad? La venta
de cargos..., op. cit., pp. 93 y 305). Por lo demás, los currículos de cargos y títulos de diversa índole
de muchos isleños en América y las islas son sospechosos de venalidad o de modo claro se sirvieron
de ella. Por ejemplo, el famoso D. Gaspar del Hoyo Solórzano compró la gobernación de Cumaná en
1688 por 6.000 pesos, y posiblemente de igual modo alcanzase sus nombramientos militares de
maestre de campo y el hábito de Calatrava. Planea la sombra de la compra en su doble título de viz-
conde de Buen Paso y marqués de San Andrés, pues consta que abonó 1.500 doblones en la Tesore-
ría Mayor de Guerra [FELICES DE LA FUENTE, M.ª del Mar: La nueva nobleza titulada de España y
América en el siglo XVIII (1701-1746). Entre el mérito y la venalidad, Almería, 2012, pp. 363, 370,
377].
210 Incluso Otazo actuó en 1706 como mediador en la compra para su cuñado, José Villarán, de un
cargo en la Contaduría Mayor de Cuentas por 120.000 rs. (ANDÚJAR CASTILLO, Francisco: Necesidad
y venalidad…, op. cit., p. 216). Respecto a la obtención de futuras a cambio de un donativo, Darias
sentenciaba: ...hoja de parra con que a veces se ocultaban estas inmoralidades del poder central
(DARIAS PADRÓN, Dacio V.: «Sumaria historia orgánica de las milicias...», art. cit., p. 151).
211 Ibíd., p. 236.
212 Ibíd., p. 187. Chacón tenía experiencia en el mercado venal indiano: había comprado el corre-
gimiento de Nejapa (exhibición de servicios más 8.000 pesos) y el de Guajuapa (servicios y 2.000 pe-
sos) (SANZ TAPIA, Ángel: ¿Corrupción o necesidad? La venta de cargos..., op. cit., p. 223).
904
una combinación venal que incluía una plaza en el Consejo de Guerra y la futura
de la capitanía general de Canarias (al término del mandato de Landaeta). Mur ya
había acumulado una estimable suma de dinero mediante negociación clandestina
con mercaderes franceses tras la compra del corregimiento de Arica en 1699213,
pero tuvo la mala fortuna de que días antes de ingresar la cantidad pactada se le
adelantase Ventura Landaeta, que compró la capitanía general en 1712 por
180.000 rs., por lo que se retrasó la incorporación de Mur, tras una dilación oca-
sionada por una doble venalidad: primero tuvo que respetar el término del manda-
to del anterior comprador, Chacón, así como el final de la gobernación del referido
Landaeta (de ahí la toma de posesión efectiva en 1719214). Del marqués de Valher-
moso sabemos que ese título nobiliario lo había adquirido en 1681 su padre215.
En ese contexto, los años veinte se caracterizaron en Canarias por la presen-
tación de proyectos particulares de reclutas (el de la familia Mesa, en 1721; el de
Caraveo, en 1727), que supusieron iniciativas de carácter global que dejaron prác-
ticamente todo el costo en manos de isleños de buena posición. Y es que, aunque
por lo general era la monarquía la que tomaba la iniciativa de ofrecer honores y
patentes en blanco, en algunas levas fueron los particulares los que se adelan-
taron (como sucedió en la leva de Caraveo). Es decir, se parte de una situación
producto de un acuerdo detallado en el que se insertan las ventajas y privilegios,
distinciones o premios a favor del organizador. Los mentados cambios borbónicos
a comienzos del setecientos en la organización militar influyeron en una mayor
profesionalización de los mandos; de ahí, por ejemplo, que en el proyecto de leva
de 1718 se precisase que el coronel y los oficiales fuesen veteranos, y que en la
propuesta de regimiento de Caraveo (el único cuerpo creado en España desde el
fin de la guerra de Italia en 1719 hasta 1734, inicio de la guerra de Lombardía), a
pesar de reservarse para él el grado de coronel y solicitar patentes en blanco para
isleños, se matizase que la mitad de los empleos los ocuparían militares profe-
sionales de la Corona. Caraveo, que ascendió así de capitán a coronel a cambio de
dinero, tenía experiencia venal en la subida en el escalafón, pues entró en el ejér-
cito en 1720, aprovechando la creación de nuevos regimientos, comprando el em-
pleo de capitán (saltándose el rango de teniente) en 1722216. Caraveo continuó
con posterioridad su ascenso, llegando a mariscal de campo y gobernador del
campo de San Roque y de Pamplona217. La nobleza canaria, y en especial la tiner-
feña, acudió al llamamiento, destacando la asentada en el valle de La Orotava (los
Viña, Mesa…). Se mencionó antes que la familia Mesa participaría en la leva de
1721 mediante otra rama, la proveniente del conquistador Lope de Mesa, que
213 ANDÚJAR CASTILLO, Francisco: Necesidad y venalidad…, op. cit., pp. 182 y 187.
214 Ibíd., pp. 186-188. Mur utilizó los servicios de un mediador de la Corte, Agustín Merizalde, conta-
dor de la veeduría de obras reales, quien ingresó la cantidad pactada. En cambio, Landaeta pudo di-
simular mejor su compra al depositar el dinero en la tesorería real como beneficio secreto.
215 FELICES DE LA FUENTE, M.ª del Mar: La nueva nobleza titulada de España y América..., op. cit.,
pp. 362-363. El capitán general de Canarias Nieto de Silva (1681-1685), compró el título de marqués
de Tenebrón al convento de San Francisco de Orán a finales del s. XVII por 4.000 pesos dobles de
plata (p. 76). Otro capitán general, el conde de Eril (1689-1697), compró en 1698 la gobernación del
virreinato de Perú, pero antes de embarcar a Indias fue nombrado en julio de 1699 gobernador de
Cádiz (SANZ TAPIA, Ángel: ¿Corrupción o necesidad? La venta de cargos..., op. cit., p. 37). Esto últi-
mo lo confirma otra investigación, que cifra en 200.000 pesos (tres millones de reales de vellón) la
cantidad desembolsada, concretando que no cruzó el Atlántico por la difícil situación política que
aconsejó antes aceptar la gobernación gaditana, siendo ascendido luego a consejero de Guerra. La
venta del virreinato se debió al Almirante por mediación de la reina [GONZÁLEZ BELTRÁN, Jesús Ma-
nuel: «La ciudad presente en la Corte. La diputación del regidor gaditano D. Rodrigo Caballero
(1697-1699)», en BRAVO, Jesús (ed.): Espacios de poder: cortes, ciudades y villas (ss. xVI-XVIII),
2002, vol. 2, p. 214].
216 ANDÚJAR CASTILLO, Francisco: El sonido del dinero…, op. cit., p. 111.
217 VIERA Y CLAVIJO, Joseph de: Noticias de la historia general..., t. II, op. cit., p. 872.
905
también gozó de una probada presencia en asuntos y cargos militares. Un ejemplo
fue D. Lope de Mesa y Ocampo, que lideró la fuerza militar enviada desde Tenerife
para auxiliar a la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria frente a la invasión de Van
der Does (1599)218 ―ya se aludió en su momento a esa intervención―, alcan-
zando el rango de sargento mayor en Tenerife. Como la otra rama de la familia,
simultaneó los cargos milicianos con las regidurías perpetuas, como sucedió con el
hijo y nieto del citado D. Lope; pero quien nos interesa de modo directo aquí es su
bisnieto D. Álvaro de Mesa Azoca, aunque los hermanos de este también tuvieron
una trayectoria militar219. D. Álvaro quiso culminar a sus 48 años una larga ca-
rrera bélica en Flandes y en el territorio peninsular, ejerciendo como teniente
coronel del regimiento de Portugal. Igual que sucedería años después con Cara-
veo, planeó el levantamiento de un regimiento canario desde Andalucía, en
concreto desde Cádiz. Se apoyó para su empresa en una rama de los Valcárcel, la
que poseía el alferazgo mayor perpetuo de Tenerife (se recordará que las otras
ramas participaron en levas precedentes del seiscientos: la rama «palmera» lo hizo
en la leva de 1662 a través de la patente de capitán comprada por D. Melchor de
Valcárcel Prieto y Lugo, y la rama de los Fonte intervino en la leva de 1664 me-
diante el maestre de campo D. Andrés de Valcárcel). Vamos comprobando, pues,
cómo las diversas ramas de las «casas» nobles aprovecharon para turnarse en las
distintas levas, algunas más tardíamente, en el s. XVIII. Contó D. Álvaro de Mesa
con el coronel del regimiento de La Orotava, D. Francisco Nicolás de Valcárcel, y
con el hermano de este, el capitán de caballos corazas D. Cristóbal Mateo de
Valcárcel Ponte y Lugo, y para allanar el camino ante el resto de la oligarquía is-
leña en el Cabildo tinerfeño contaron con la ayuda de otros parientes: el alguacil
mayor Pedro de Mesa y el alférez mayor (y regidor perpetuo) D. Francisco de Val-
cárcel Mesa y Lugo, padre de los citados D. Francisco Nicolás y D. Cristóbal de
Valcárcel. Los máximos cargos, a cambio de la aportación económica (es decir, de
la compra) eran para el principal promotor, D. Álvaro de Mesa, y para su pariente
D. Juan Domingo de Mesa. No sabemos si esta recluta se llevó a efecto, pero sí se
constata en esta sucesión de intervenciones particulares desde mediados del s.
XVII la aplicación a Canarias de la expresión «experiencia venal» que Andújar
menciona a escala nacional al comentar la no transmisión familiar de los empleos
militares (no sucedía lo mismo que con algunas regidurías y otros oficios munici-
pales), pero sí la continuidad de esta pauta de adquisición de patentes durante ge-
neraciones en una misma familia220.
Aprovecharán también la oportunidad algunos sujetos, relativamente advenedi-
zos en la sociedad isleña con la mácula del criptojudaísmo, como los lusitanos Pe-
reira de Castro: D. Diego, hermano del poderoso financiero Tomás Pereira (Perera)
de Castro, levantó y sostuvo en Flandes una compañía de 100 infantes con motivo
de la leva de 1645, en la que fue como capitán su primogénito D. Gonzalo Perei-
ra221. Como ha expresado Andújar, orígenes poco esclarecidos y condiciones so-
218En una escritura notarial de 7 de julio de 1599, Lope de Mesa consignaba que se hallaba en San-
ta Cruz con sus hijos y criados, armas y caballos, en la defensa desta ysla, donde se a juntado la
gente della para resistir una gruesa armada de enemigos de Olanda y Zelanda y Inglaterra que a
venido sobre estas yslas, e tiene rendida la de Canaria y se espera de próximo vendrá sobre esta ysla
(CIORANESCU, Alejandro: Historia de Santa Cruz..., t. II, op. cit., p. 493). Es relevante la referencia
a un conjunto de personas (hijos e criados), movilizados por el personaje. Se ha hecho hincapié en la
capacidad movilizadora de algunos poderosos, lo que determinaba su valía ante la Corte en materia
de defensa.
219 Desarrollaron una carrera militar fuera de las islas D. Juan Evangelista de Mesa y D. Pedro Loren-
zo de Mesa, mientras D. Carlos Francisco Andrés de Mesa fue capitán de caballos corazas y regidor
perpetuo, y el también capitán D. José Francisco de Mesa moriría en combate.
220 ANDÚJAR CASTILLO, Francisco: El sonido del dinero…, op. cit., p. 30.
221 FERNÁNDEZ DE BÉTHENCOURT, Francisco: Nobiliario de Canarias…, t. II, op. cit., p. 301.
906
ciales muy alejadas de los oropeles que adornaban a la nobleza tuvieron la posi-
bilidad de promocionar en la escala social. No importó que para ello se inventaran
servicios y se manipularan memoriales de méritos222. Esta adjudicación de cargos
debió repercutir en ocasiones en una falta de eficacia, pues los elegidos que com-
praban la patente podían no ser los más dotados en mando, gestión, destrezas,
tácticas o valor, lo que explica que en 1693, por ejemplo, se facultó al capitán ge-
neral para que los oficiales (capitán, alférez, sargento) fuesen isleños de la maior
calidad, espíritu i garra. Está por estudiar la eficacia de un sistema que ponía com-
pañías bajo el mando de compradores de oficio sin la preparación y veteranía idó-
neas. De hecho, un conocido tratadista militar de mediados del seiscientos, el capi-
tán de corazas D. Diego Enríquez de Villegas, veterano de la campaña de Cata-
luña, desaprobaba a los oficiales beneficiados con esas patentes: ...Como no prác-
ticos, desamparan los puestos, las insignias, y son los primeros que huyen en las
ocasiones. Y roban no solo en los lugares donde se alojan, mas a los mismos sol-
dados, no dándoles la paga o el socorro puntual. Ni enseñan a sus soldados el ma-
nejo de las armas, antes les permiten todo género de insolencias223.
El hecho de subrayar el afán de ennoblecimiento como móvil promotor de la
participación financiera de sectores de la clase dominante no excluye el entusias-
mo ferviente o la vocación por el ejército en algunos isleños. En palabras de Herre-
ro Sánchez, Flandes actuó durante mucho tiempo como un espacio de promoción
personal para todos aquellos que estuviesen interesados en labrarse una carrera
fulgurante en la administración o en la milicia224. Esta otra vertiente comenzó con
anterioridad a las levas, ilustrada, por ejemplo, en D. Ventura Salazar de Frías, que
en 1614, a los trece años, comenzó su vinculación con la milicia en las guerras de
Italia225. Es difícil conocer si en estas actividades e iniciativas aisladas tuvo que ver
la asunción del antiguo rol tradicional de la nobleza, en un ámbito territorial de
nueva sociedad como Canarias, o la mentalidad aventurera. En la recluta de 1638
servirá un joven veinteañero, D. Bartolomé Benítez de las Cuevas y Fiesco, como
capitán de arcabuceros, participando en una serie de actos bélicos, desde la toma
de Lens hasta la derrota de Rocroi, pasando por un encarcelamiento, la defensa de
Dunquerque, etc.226. Sus servicios en Flandes —ignoramos si medió la entrega de
alguna cantidad aparte de la recomendación que portó al ir a la Corte después de
su estancia de 11 años en Flandes— obtuvo la plaza de maestre de campo en el
tercio de Icod y el cargo de teniente de capitán general de la provincia227, de mo-
do que la guerra viva le sirvió como impulso para promocionarse en los oficios mi-
licianos. Mencionemos asimismo como paradigmas de esta actitud guerrera al
grancanario D. Diego Sopranis del Castillo Suárez Ponce de León, quien tras cos-
tear una compañía en la leva de 1654 anduvo en distintas acciones de guerra en
Flandes hasta 1681228. Un integrante de la familia Mesa, tan citada en varias levas
en este trabajo, D. Álvaro de Mesa Azoca Llarena y Ponte, luchó durante 36 años
en los frentes de Portugal y Flandes y murió en la defensa de Ceuta, mientras D.
Antonio de Sotomayor Topete perdió la vida en la guerra de Cataluña en 1647, al
mando de la compañía que había costeado229. Naturalmente, otros muchos retor-
222 ANDÚJAR CASTILLO, Francisco: «Milicia, venalidad y movilidad social...», art. cit., pp. 226, 228.
223 Citado en: JIMÉNEZ MORENO, Agustín: Nobleza, guerra y servicio a la Corona..., op. cit., p. 69.
Sobre este personaje y su obras, caballero y comendador de la Orden militar de Cristo, vid. DÍAZ
MORENO, Félix: «Don Diego Enríquez de Villegas en el solar de Marte..», art. cit., pp. 197-218.
224 HERRERO SÁNCHEZ, Manuel: «La cuestión de Flandes…», art. cit., p. 522.
225 FERNÁNDEZ DE BÉTHENCOURT, Francisco: Nobiliario…, t. IV, op. cit., p. 100.
226 FERNÁNDEZ DE BÉTHENCOURT, Francisco: Nobiliario…, t. I, op. cit., p. 231.
227 DARIAS PADRÓN, Dacio V.: «Sumaria historia orgánica de las milicias…», art. cit., p. 164.
228 FERNÁNDEZ DE BÉTHENCOURT, Francisco: Nobiliario…, t. II, p. 26.
229 Ibíd., t. II, pp. 227 y 792.
907
naron, como D. Manuel Ponce de León Espinosa y Vargas230, que combatió en los
campos de Flandes entre 1656 y 1664, o Felipe Fonte Spínola, que participó en
varias levas y campos de batalla: en 1654 figuró como alférez en el tercio del
maestre de campo Francisco Antonio Castrejón y luchó en Flandes hasta mediados
de 1656, en que su unidad fue reformada, pero en 1658 lo hallamos en el frente
de Extremadura; cuando regrese a las islas en 1660, con permiso, obtendrá la pa-
tente de capitán de una compañía de leva para Extremadura en 1662, y tras ser li-
quidada su unidad en 1664 sirvió como capitán reformado hasta su retorno defini-
tivo a Canarias en 1665231. Como era de esperar, el esfuerzo y competencia de al-
gunos fue recompensado con ascensos a maestres de campo232 y alguna comisión
para levantar regimientos en las islas (como el ejemplo ya citado de D. Andrés de
Valcárcel Fonte y Lugo en 1664) y, en el caso de D. Pedro de Ponte, como quedó
dicho, la máxima magistratura política-militar del archipiélago, aunque ignoramos
si medió la entrega de una suma de dinero. Otros, con menor fortuna, murieron
en campaña al poco de haber sufragado su unidad233. Sirva esta afirmación del
maestre de campo Francisco Dávila Orejón en 1669, después de 32 años de servi-
cio en Flandes, para compendiar este talante: Pues no se va a los ejércitos a dor-
mir en algodones, sino a estar expuesto al frío y al calor, a el hambre y a la sed, al
riesgo de la herida y de la vida, y todo se le hará tolerable al que con amor sirve al
rey y a la patria234. Dávila había costeado una compañía de infantería en su isla, La
Gomera, en 1639, y en Flandes tomó parte en numerosas batallas, como la de Ro-
croi, continuando combatiendo a pesar de sufrir prisión por el enemigo. De aquel
escenario pasó a la guerra de Extremadura, y hasta en la mencionada fecha de
1669 publicó una obra sobre temática militar235.
Gran Canaria para combatir en Flandes, donde alcanzó la maestría de campo, grado también al-
canzado por D. Pedro Nolasco Benítez de Lugo, quien partió a Flandes como sargento mayor, como
ya se señaló en otra nota (FERNÁNDEZ BÉTHENCOURT, Francisco: Nobiliario…, t. III, op. cit., p. 101;
t. I, p. 181).
233 Así le sucedió a D. Fernando de Palacio, muerto en Flandes después de levantar una compañía en
Flandes permaneció hasta 1657. Con posterioridad sería gobernador de Gibraltar, y gobernador y
capitán general de Cuba y Venezuela. Sus servicios militares se resumen así: 5 años en Canarias, 16
en Flandes, un año y medio en Extremadura, tres y medio en Gibraltar, 5 años y nueve meses en La
Habana y unos cuatro años en Venezuela. La obra publicada en 1669 fue Política y mecánica militar
para sargento mayor de tercio. Tras su muerte, su hijo publicó otro libro de su autoría: Excelencias
del arte militar y varones ilustres (1683).
908
1) Desde un punto de vista demográfico, es imposible evaluar con precisión la
huella demográfica de las levas. No conocemos el número de fallecidos o de los
que decidieron no regresar y se reengancharon y quedaron en el continente (en el
caso de Indias, se puede suponer que raramente retornan). No obstante, es evi-
dente que las bajas y estancias definitivas o de muy larga duración ya supusieron
una pequeña ralentización en el ritmo de crecimiento poblacional, a lo que se aña-
de la ausencia de una campaña (dos, tres años) de un sector en edad reproducti-
va que de igual modo influiría en una ligera disminución demográfica.
2) Entre los efectos sociales, mencionemos:
a) En los períodos con reclutas seguidas o dramáticas (las más forzadas) pudo
suponer un acicate más para la emigración.
b) Aunque se procuró que afectase lo menos posible a los casados, sabemos
que en la práctica se recurrió también a ellos, lo que con seguridad ocasionó or-
fandades (y viudedades) y afectó a la vida familiar, incrementando la pobreza en
bastantes hogares.
c) Ya se ha comentado que las reclutas cumplieron, en cuanto así fueron ins-
trumentalizadas, una función de ascenso social y de reforzamiento oligárquico.
d) Es razonable deducir que aumentó el número de hombres discapacitados,
que en parte ―dependiendo de su grado de dificultad para recuperar su antiguo
oficio― engrosaron el sector marginal de la población, a pesar de las tímidas ayu-
das que en algunos momentos se destinaron a los soldados «estropeados», cues-
tión que abordaremos.
3) El alcance militar, en cambio, entendemos que fue beneficioso. La experiencia
adquirida por los oficiales y soldados supervivientes retornados tuvo que repercutir
en la preparación de las milicias y en una mejor disposición para la defensa. Los
primeros estuvieron mejor capacitados para dirigir operaciones y poner en práctica
tácticas o mejorar la disciplina, y los segundos conocieron la dureza de combates
en el frente y de los asedios, así como la importancia en el buen manejo de las ar-
mas (sobre todo en las de fuego).
4) Las consecuencias de carácter político las podemos resumir así:
a) La participación en guerra viva, unida a la secular defensa del territorio con
las propias fuerzas, potenció la convicción (y el «sentimiento») de la notable con-
tribución isleña a las obligaciones con la Corona y conformó así una pieza justifi-
cadora más, una demostración y argumento de peso en las exposiciones y memo-
riales a la Corona.
b) La necesaria eficiencia en la ejecución de las levas exigió una centralización y
jerarquización estricta, lo que fortaleció el rol de los capitanes generales y retro-
cedió de modo progresivo el de los Cabildos, mientras el poder señorial se limitó a
extraer rentas y los clanes insulares se repartían el poder político que les dejaba la
ausencia señorial.
c) Reiteramos, pues es difícil disociar facetas de control sociopolítico a veces, lo
expuesto sobre el robustecimiento del control político de la oligarquía.
5) Por último, desde una óptica económica distinguimos estas secuelas:
a) Las levas implicaron una mayor presión contributiva, tanto en donativos co-
mo en presión fiscal (ya se comprobará lo sucedido con el arbitrio del 1 %), que
se añadía a otras cargas impositivas derivadas de la defensa, como el gravamen
de vendederas.
b) Naturalmente, la carencia eventual de brazos repercutió en la producción y
debió empobrecer a bastantes familias, privadas del aporte de jóvenes para com-
plementar ingresos asalariados o en la economía minifundista.
c) Asimismo, al aumentar los déficits concejiles, en un contexto de mala gestión
y gasto de sus haciendas municipales, dificultó la atención a fines públicos (arreglo
909
o apertura de caminos y calles, financiación de hospitales o de la enseñanza, con-
ducción de agua...) y junto a una mayor presión demográfica condujo a una enor-
me deforestación, reducción de dehesas, y a medio y largo plazo privatización de
tierras públicas.
d) Dificultó el presupuesto la buena salud económica de las alhóndigas de los
lugares, con cuyos remanentes a veces se acometían obras públicas en ellos, ya
que la labor del Ayuntamiento insular no acometía por lo general inversiones en
mejoras esenciales para las poblaciones no capitalinas, además de comprometer la
capacidad prestamista de esas instituciones, esenciales para el pequeño propie-
tario y afrontar las crisis y escaseces agrarias.
e) La guerras, en general, no solo las levas, constituyeron una oportunidad de
negocio y de movilización mercantil. Fueron necesarios negociantes e intermedia-
rios que fabricasen, financiase o consiguiesen materiales bélicos, uniformes, provi-
siones, además de fletar barcos de transporte de tropas.
Se imbricaron las levas y reclutas con los donativos y una cierta saturación de-
mográfica en un modelo social y productivo con evidentes signos de estancamien-
to y dificultades ante un contexto mercantil más restrictivo y negativo que el impe-
rante con anterioridad a 1640, por mencionar una fecha importante.
910
C. Estudio cronológico de las levas
La primera leva del ciclo aquí estudiado no supuso salida de hombres del ar-
chipiélago, pero sí un reclutamiento forzoso, que posiblemente cogió por sorpresa
a una población desacostumbrada a este tipo de «servicios», y supuso un pequeño
trasvase masculino a Las Palmas de Gran Canaria con objeto de reforzar el pre-
sidio de dicha isla. El contexto de esta leva conviene asociarlo a la ya conocida
situación de inseguridad en las islas, desprovistas de una tropa profesional en
número razonable. De hecho, el propio general que decretó esta primera movi-
lización interna había intentado combatir la amenaza pirática mediante la creación
de una flotilla de cinco naves236. Pero también es menester mencionar la situación
internacional, a la que se prestará más atención en el estudio de la siguiente leva:
el estado de tensión con Francia, que presagiaba un inminente conflicto. Por últi-
mo, y esto es quizá lo más importante, es indispensable una referencia a la política
nacional respecto a la defensa, en parte recordando lo ya expuesto con ante-
rioridad. Se ha aludido ya a que la década de 1630 supuso un cambio importante
en el sistema de reclutamiento, que en la práctica pasó a ser obligatorio y transfe-
rido parcialmente a la nobleza y los municipios, si bien en Canarias con ciertas e
importantes peculiaridades. La perspectiva de un conflicto con Francia y el fracaso
de la Unión de Armas de Olivares movieron al Consejo de Guerra y al valido a de-
cantarse por una movilización para reforzar los presidios ante la escasa confianza
en unas milicias locales juzgadas como poco formadas y preparadas, con la
promesa a las Cortes de Castilla de renunciar a las reclutas a cambio de engrosar
la cadena de presidios que custodiaban la frontera pirenaica y ciertas zonas
costeras237. La idea provenía de 1631 y se aprobó en 1634, estimándose en 22.000
el número de soldados necesarios, contando además con las guarniciones de
Cartagena, Canarias, las Cuatro Villas de Costa, la costa del reino de Granada y La
Alhambra. No obstante, quedarían fuera al final las provincias vascas y Canarias
(esto, en teoría, pues realmente no ocurrió así). Por ello es pertinente analizar la
iniciativa de esta recluta isleña de 1635 en el inicio del cambio de ciclo ya
estudiado y la idea de completar un presidio, el canario, muy debilitado y en
decadencia desde la marcha del primer capitán general, aunque la llegada de
veteranos con Andía había recompuesto someramente la defensa profesional. La
Corona, que durante muchos años prefirió apartar a las islas del esfuerzo militar y
financiero, se distanció de esa trayectoria —obligada por sus compromisos
europeos, en los que ya trataba de no perder posiciones—, puesto que en 1632
había procedido a solicitar el donativo que analizaremos en el último capítulo, cuya
cobranza continuaba aún en 1635. Como se ha indicado antes, el propio nombra-
miento de capitán general, esta vez con carácter definitivo y sin el carácter pro-
visional de su predecesor, era todo un síntoma de la nueva política que se
postulaba para el archipiélago.
El nuevo capitán general, D. Íñigo de Brizuela Urbina, recibió los títulos de sus
funciones (política, militar y judicial) el 28 de mayo y el 1 de junio de 1634, del
236MILLARES TORRES, Agustín: Historia general de las Islas Canarias..., t. III, op. cit., p. 247.
237RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, José Antonio: «Las Cortes de Castilla y la leva para los Presidios: la
gestión de la primera recluta obligatoria de los Austrias», en PÉREZ ÁLVAREZ, M.ª José, y Alfredo
MARTÍN GARCÍA (editores): Campo y campesinos en la España moderna. Culturas políticas en el
mundo hispano, Madrid, 2012, pp. 1.732-1.735.
911
mismo modo que las instrucciones para ejercerlas238, tomando posesión en la ca-
pital grancanaria el 28 de julio. Su misión estaba muy enfocada al reforzamiento
de la seguridad, que incluía la fiscalización de las fortificaciones y su refuerzo.
Ahora bien, las instrucciones regias revelaban un alto interés por contar con una
adecuada tropa profesional, disponiendo―como se recordará― que los 300 hom-
bres que en su momento se habían señalado (1625: época de Andía) para llevar
al archipiélago los organizase y repartiese Brizuela, primando la custodia de las
fortificaciones para que cesse así el mal recado y las molestias de dichos naturales,
pues era consciente Felipe IV de la oposición de la población a efectuar servicios
de vigilancia239.
La situación internacional se enrareció más el año siguiente, añadiendo presión
a los problemas crónicos de indefensión de las islas. El 23 de febrero de 1635 re-
cibirá la real orden de completar el presidio de Gran Canaria con 300 infantes, nú-
mero que se alcanzaría contando con los 40 existentes en la fortaleza de Santa
Ana, mientras los 260 restantes se habían de reclutar de modo que los dos tercios
(173) se alistasen en la Península a cargo del duque de Medina Sidonia y el otro
tercio (87) en las islas. La financiación teóricamente debía ser mixta: la peninsular
la asumía la Tesorería General de Presidios y la isleña sería enjugada mediante ar-
bitrios ad hoc, pero entretanto se disponían estos últimos la Corona determinaba
el libramiento de 11.000 ducs. de dicha Tesorería. En la cédula se le instruía sobre
el procedimiento en la recluta en Canarias, que debía encargar a uno de los capi-
tanes residentes en el archipiélago pagándole una cantidad por cada soldado.
La leva comenzó en cuanto recibió la orden, enviando a mediados de 1635 a
Tenerife, la isla más poblada y de la que debía salir de modo prioritario la recluta,
como mensajero y ejecutor de su orden al capitán Antonio Pérez del Pino, entre-
tenido del rey240. Como el número de soldados solicitados era de 87, se requería la
presencia en Tenerife durante unos meses del capitán y de sus oficiales, cuyo
alojamiento se pretendía que costease el Ayuntamiento de esa isla. Sorprendido
por la decisión y ante el nuevo costo que se venía encima de una ya muy agobiada
hacienda municipal, además puesta a prueba en esos años por el primer donativo
pedido por Felipe IV en Canarias, el Cabildo pospuso su resolución, que será nega-
tiva en principio, e intentó convencer a Brizuela, que se hallaba por esos días en
Garachico, para que reconsiderase su orden, como si se tratase de una decisión
personal. El general no aceptó el razonamiento concejil y recordó que la decisión
de la leva procedía del rey241. Podemos formarnos una idea del costo de las tropas
reales en 1636, teniendo en cuenta que el importe a pagar a la gente de guerra en
mayo de ese año montaba 3.921 rs. y 14 mrs.242.
Constatada la imposibilidad de oponerse a las órdenes, lo que discutió el Cabildo
fue la manera de sufragar el gasto del alquiler (casa, cama, cuatro sillas y una me-
238 Visita de las yslas y reyno de la Gran Canaria hecha por Don Ynigo de Briçuela..., op. cit., pp. 14,
92.
239 Ibíd., p. 92.
240 AMLL, Libro de actas 12, ofic. 2.º, f.º 52 v.º (13 de julio de 1635). Este oficial fue uno de los
cuatro capitanes (junto con Martín Tejada, Antonio del Haro y Andrés de Frías) llegados con los 200
veteranos de Andía.
241 Ibíd., fols. 53 v.º y 55 v.º (16 y 25 de julio de 1635).
242 El desglose es este: al veedor y contador, 363 rs.; al cap. García de Ávila, castellano del risco de
S. Francisco, 300 rs.; a D. Cristóbal de Heredia, sargento mayor, 25 ducs.; a tres entretenidos: a dos,
16 escudos, al otro, 20; al cabo maestro de los artilleros, 12 ducs.; al cabo de los soldados, 6
escudos; 44 plazas ordinarias, a 4 escudos; las 4 aventajadas con 15 escudos. El pago lo efectuaba
el almojarife Francisco de Higueras, en nombre de Luis Lorenzo, poderoso mercader y financiero ya
citado más atrás. La cantidad mensual no sufría muchas oscilaciones, pero sí podía variar algo; por
ejemplo, en agosto la suma era de 3.841 rs. y 14 mrs. (AHPLP, Prot. Not., leg. 1.196, s. f.). Es decir,
que anualmente el coste se puede cifrar en torno a los 46.000 rs.
912
sa). Básicamente se distinguen dos posturas entre los regidores: a) satisfacer el
importe ellos mismos, de su bolsillo, prorrateando entre todos, para librar de cual-
quier desembolso a la mayoría de la población, ya bastante gravada con el donati-
vo; b) pagar el Cabildo de modo transitorio a la espera de una compensación
posterior de la hacienda real, pues aún no estaba fijada la cantidad que corres-
pondía en teoría abonar al municipio, que posiblemente resultase exento, ya que
la leva general del reino estaba presupuestada en 11.000 ducs. y su financiación
recaía sobre las rentas reales. La mayoría de capitulares, con los que se conformó
el corregidor, optó por pagar a escote los gastos. Sin embargo, en octubre de
1635, cuando parece que había finalizado la leva, se autorizó al mayordomo para
que abonase gastos derivados del alojamiento243.
Da la impresión de que será en exclusiva Tenerife la isla que soportó esta
novedad del reclutamiento244, con la circunstancia de que el objetivo era reforzar
la salvaguardia del archipiélago; pero no debió contar con mucha aceptación popu-
lar, pues en una orden real de 13 de marzo de 1636 se instó al capitán general a
que ejecutase sin más dilación la leva245. Desconocemos ―pero sospechamos― la
obligatoriedad de esa leva para los vagabundos y grupos marginales urbanos, tal
como se practicó, con numerosos abusos, en la Península246. La insistencia regia
conectó con las circunstancias de la segunda leva, esta vez para extraer gente
fuera de las islas, pues desde 1635 sonaban los tambores de Marte. Había guerra
con Francia, en junio de ese año se decretaba el embargo a los franceses en Ca-
narias y la tensión se trasladaba a las islas, como se expresará en el siguiente epí-
grafe. Mucho más no pudo hacer el capitán general, que falleció en las islas en
noviembre de ese año.
La primera leva que extrajo población de las islas con destino a Europa, y las
que le seguirán de modo inmediato, tendrán por objetivo, igual que en el resto del
reino, contrarrestar la ofensiva francesa en territorio peninsular y reforzar la po-
sición española en Flandes. La ocasión era del mayor apuro para una Corona que
se hallaba, después de 120 años, con una «guerra en casa»247, y debía lanzar una
desesperada llamada de socorro a todos sus territorios después de la fracasada
Unión de Armas (1626) de Olivares. Gelabert ha enfatizado la conmoción produ-
cida por ese hecho bélico en cuanto la población tenía una percepción remota de
la guerra, y precisamente la lejanía del teatro de operaciones era conceptuada co-
mo prueba del poder regio248. Alcalá-Zamora también ha subrayado el impacto
psicológico sobre la mentalidad de los españoles de la declaración de guerra gala,
243 AMLL, Libro de actas 12, ofic. 2.º, f.º 65 v.º (29 de octubre de 1635). Autorización de libranza al
mayordomo para satisfacer la petición de Antonio de Acosta solicitando el pago de 180 rs. entre-
gados por libranza de D. Lope Fonte a D. Antonio del Pino, capitán de la compañía que levantaba en
La Laguna, aparte de 100 rs. de la casa en que vivió y tuvo la bandera.
244 No debe sorprender la exclusividad o primacía de Tenerife en ser requerida para las levas, en es-
pecial para las primeras, pues ya se ha comentado la inquietud de algunas autoridades por la despo-
blación en Gran Canaria (DÍAZ-TRECHUELO, Lourdes: «La despoblación de la ´isla de Canaria´y la
emigración...», art. cit., pp. 295-314).
245 Visita de las yslas y reyno de la Gran Canaria hecha por Don Ynigo de Briçuela…, op. cit., p. 112.
246 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, José Antonio: «Las Cortes de Castilla y la leva para los Presidios...»,
pp. 135-36.
913
de modo que hubo un ambiente de movilización general249. Por su parte, Parker
asegura que el ataque francés de 1635 quebró la estrategia de los Habsburgo250.
Esto explicará el alcance y las circunstancias del bautizo canario en las levas.
Como se ha puesto de manifiesto en otros apartados, las islas estaban ente-
radas de la situación extrema vivida con Francia, la declaración formal del conflicto
armado, el embargo contra bienes de los franceses en Canarias... La orden real al
capitán general (23 de mayo de 1636) sobre los preparativos del enemigo ya dis-
ponían que en essa ysla se esté con las armas en la mano, de manera que en dos
horas puedan acudir a qualquiera parte donde llamare la ocassión251. Pero una
cosa era un aviso serio de alarma para defender la isla y otra una movilización pa-
ra luchar fuera de Canarias. La real cédula sobre esta leva estaba fechada en Ma-
drid el 15 de diciembre de 1638252 y se remitió el despacho el 16 de febrero de
1639, pero tardó en llegar a las islas; por ejemplo, de manera oficial acusó recibo
el Ayuntamiento tinerfeño el 30 de noviembre de ese año253, aunque con ante-
rioridad tenía conocimiento oficioso, pues el nuevo corregidor de la isla, D. Juan de
Urbina Eguiluz, había llegado el 14 de julio y corroboró la noticia recibida meses
antes por otro conducto, y en el Concejo palmero se trató el 21 de noviembre254.
El rey y su estrecho entorno fueron los impulsores de la recluta, cuyo recorrido
de consultas burocráticas en los Consejos se resolvió con extraordinaria rapidez,
síntoma de la urgencia que apremiaba a la Corona. Es de resaltar que no hubo
unanimidad en la Corte, pues la Cámara —en consulta que se le pasó el 11 de no-
viembre de 1638— se mostró reticente a una extracción de hombres tan crecida
para la relativamente corta población isleña, en cuanto podía hacer peligrar la se-
guridad de las islas ante posibles invasiones, pues se juzga abrá pocos más que
puedan tomar a su cargo su defensa en qualquier ocasión. A pesar de ese alto dic-
tamen contrario, comunicado a Felipe IV el 24 de noviembre, la determinación re-
gia era firme y su voluntad y justificación habla claramente de la jerarquía de prio-
ridades: Hágase lo que tengo mandado, que el estado de las cosas no admite el
hacerse lo mejor255. Mencionemos también el exquisito tacto gubernamental, que
conocía las disensiones y los recelos entre las instituciones canarias, pues la rein-
troducción de los capitanes generales y, más aún, la desaparición de los regentes
de la R. Audiencia, eran acontecimientos relativamente recientes y resultaba acon-
sejable obrar con prudencia, a sabiendas de que era vital la plena colaboración de
las autoridades y la coordinación entre estas. De ahí la recomendación regia, para
evitar fricciones y problemas de competencia entre la R. Audiencia y el capitán ge-
neral, de remitir despacho por duplicado al alto tribunal que incluyese una cláusula
de inhibición para que no tengan ocassión de poner impedimento alguno. Preci-
samente se encargaba en el documento dirigido a la Audiencia que procurasen au-
xiliar al capitán general en esa misión, evitando todo aquello que la pudiere atra-
sar.
La cédula real argumentaba la leva, que debía constar de 1.200 soldados, por el
acoso galo a España, citándose expresamente la incursión en Guipúzcoa y el sitio
de Fuenterrabía, además de las noticias que se tenían de otra invasión. Tal era el
249 ALCALÁ-ZAMORA Y QUEIPO DE LLANO, José: España, Flandes y el Mar del Norte…, op. cit., p.
362.
250 PARKER, Geoffrey: El ejército de Flandes y el Camino Español…, op. cit., p. 309.
251 Visita de las yslas y reyno de la Gran Canaria..., op. cit., p. 113.
252 AMLL, XV. Libro tercero de reales cédulas y provisiones del primer oficio de Cabildo, n.º 27, f.º
328.
253 AMLL, Libro de actas 24, ofic. 1.º, f.º 370 v.º.
254 AMSCLP, leg. 681, sesión de 21 de noviembre de 1639.
255 AHN, Consejos, leg. 4.427, expdte. 153. (También ha manejado esta documentación Domínguez
914
aprieto, que no se pensó en la distancia de Canarias, en la demora en llegar las ór-
denes y en las dificultades que podían pesar sobre la primera experiencia de una
leva de esta naturaleza en las islas. Así se explica la instrucción de que las tropas
se hallasen en La Coruña a principios de abril de 1639, apenas tres meses y medio
después de firmar la cédula. No obstante, poco después se introdujeron modifi-
caciones, que se exponen más abajo, respecto a la manera de efectuar el reclu-
tamiento y el destino de los soldados256. Por las mismas fechas, entre 1639 y
1640, se emitieron órdenes reales de recluta para Flandes y para los ejércitos de
Cantabria o Guipúzcoa. Justamente en ese trienio 1638-1640, antes de manifes-
tarse en su crudeza la gran crisis peninsular, podemos referirnos a un ejemplo de
contribución regional en el caso de Galicia, que puede servir de contrapunto para
evaluar la leva canaria, si bien especificando que la población gallega era unas
siete veces superior a la isleña. Así y todo, en 1639 hubo petición de hombres para
los presidios en las fronteras de dicho territorio, a razón de 1 alistado/100 vecinos,
además de una leva de 600 para la Armada y 500 infantes para el ejército de Can-
tabria. Asimismo dispuso el rey una movilización a Flandes (acudiendo de ser pre-
ciso a las milicias) hasta completar 8.000 infantes que debían embarcar por La
Coruña. Para conseguirlo, se decretaba la leva de 1 soldado/50 vecinos (2 %). Lo
grave era que, según las Juntas del Reino, ya se habían reclutado en el trienio an-
terior (1636-1639) 3.000 labradores casados, aunque las cifras oficiales rebajaban
la cifra a 1.738. Otra orden de 1640 solicitaba hombres para sustituir las bajas de
los 500 enviados el año anterior a Cantabria. Las deserciones fueron numerosas
en Cantabria (un desertor por cada dos enganchados)257. La dificultad para esta-
blecer cotejos estriba en la carencia canaria de matrículas, censos o recuentos de-
mográficos en estos años para calcular porcentajes y realizar comparaciones,
como más arriba se indicó. No obstante, podemos aventurar que la población no
debía superar los 15.000 vecinos (en las matrículas del obispo García Ximénez,
medio siglo después, es cuando se llegará a los 21.000, mientras a finales del s.
XVI podía haber en torno a 11.000-12.000). Si este cálculo no resulta erróneo, el
porcentaje de esta leva en las islas representaba un 7.5 %, bastante superior al
gallego. Si el cotejo se realiza con Murcia, cuya población podría equipararse con
la canaria, además de haber proporcionado 300 hombres en 1628 para la guerra
de Mantua y 50 soldados anuales en fechas posteriores para nutrir presidios penin-
sulares, entre 1635-1638 se le exigieron a Murcia 1.163 soldados, desde 1639 se
le solicitó un cupo de un soldado por cada cien vecinos, coincidiendo en 1649 con
reclutas de las coronelías; es decir, la presión fue superior a la demanda solicitada
a las islas258.
En las instrucciones anexas a la real cédula gozaba de amplia potestad el capi-
tán general, pues figuraba en blanco el nombre del «gobernador» o jefe o maestre
de campo del tercio que debía levantarse, y asimismo se le anunciaba el envío de
doce patentes para que eligiese el general a los capitanes de la leva, no sabemos
ni mediando dinero. A pesar de que los decretos de esta movilización iban dirigi-
dos al general Fernández de Córdoba, gobernador del archipiélago desde mayo de
256 Recuérdese lo expresado en varios epígrafes ―en especial al tratar el primer establecimiento de
capitán general―, acerca del papel asignado a Galicia en el desplazamiento marítimo de tropas a
Flandes. Este rol lo jugó sobre todo desde 1630 hasta 1639, es decir, desde el práctico cierre de la
ruta terrestre a Flandes hasta la derrota naval de las Dunas en la última fecha citada (SAAVEDRA
VÁZQUEZ, M.ª del Carmen: «La decadencia militar del imperio español de los Austrias...», art. cit., p.
238).
257 EIRAS ROEL, Antonio: «Levas militares y presión fiscal en Galicia en los primeros años de la gue-
rra con Portugal (1640-1647)», en Homenaje a Antonio de Béthencourt, t. III, Las Palmas, 1995, pp.
536-537.
258 RUIZ IBÁÑEZ, José Javier: Las dos caras de Jano..., op. cit., pp. 322-325.
915
1638, el rey reconsideró la organización, seguramente a petición del personaje
que finalmente resultaría comisionado para su ejecución: el marqués consorte de
Lanzarote, D. Juan de Castillo y Aguayo259 (R. C. de 7 de marzo de 1639), con el
cargo de maestre de campo del tercio, mientras su hermano D. Fernando de Casti-
lla era nombrado por real orden con esa misma data como sargento mayor260. Cas-
tillo, merced al asiento formalizado con Felipe IV, debía conducir las tropas cana-
rias a Cádiz o Lisboa y será él quien de modo oficioso informó a algunas institu-
ciones isleñas, como fue el caso del Cabildo de Tenerife, de esa novedad desde fi-
nales de abril de 1639. Viera y Clavijo vincula el título de maestre de campo con la
leva, lo que hace suponer que medió venalidad, y atribuía la intervención de D.
Juan de Castillo en el servicio real como una estrategia para favorecer a su esposa
en el litigio por el estado de Lanzarote261.
Comenzó de inmediato el debate sobre el particular en el Ayuntamiento tiner-
feño, pero por ese entonces los regidores estaban más impresionados y ocupados
en hallar una rápida y feliz solución a un asunto pintoresco, pero dramático y de
alcance institucional, como el secuestro por un navío holandés del capitán general,
que desde hacía pocos meses se hallaba en Tenerife en visita oficial y se disponía
a acudir a La Palma262. Con todo, se acordó escribir al rey para que se anulase la
recluta, aprovechando la circunstancia de no haber recibido aún la real cédula. El
regidor más destacado por su oposición y argumentaciones fue D. Luis de Interián,
rico propietario agrícola y comerciante, que mostró su disconformidad basándose
en dos razones que en adelante utilizaría la oligarquía cuando le interesase apelar
sobre una decisión regia similar: a) el desamparo defensivo en que dejaría la mo-
vilización planeada a la isla en una situación de alarma ante una invasión, temor
este compartido por un sector del gobierno central; b) la necesidad de mano de
obra para el cultivo, sobre todo de los viñedos, ya que incluso sin leva las viñas se
labraban fuera de tiempo por insuficiencia de peones, que además ―a juicio de los
regidores― percibían un elevado salario. Los altos costes de la viticultura, cultivo
capital de la exportación tinerfeña, constituyen un tema recurrente y obsesivo de
la oligarquía capitular, que como es sabido tenía poderosos intereses en ese sub-
sector.
El Cabildo palmero reclamó desde el recibo de la real cédula su exoneración del
servicio, en atención al acuciante despoblamiento (evocaban que años atrás ha-
bían informado al rey sobre la pérdida de un tercio de la población), que ponía en
riesgo la conservación de la isla. Los regidores comisionaron como informadores
del monarca al procurador mayor y a los capitanes regidores Santiago Fierro y Do-
mingo Corona263. Sin embargo, algunos concejales abrieron la mano a algún tipo
259 Ya en 1623 D. Juan de Castilla había elevado un memorial al rey solicitando que lo emplease en
su real servicio (RSEAPT, Fondo Tabares de Nava, 2.2., f.º 323).
260 AHPLP, Audiencia, Libro de Gobierno de la Real Audiencia Territorial de Canarias, t. II, sign. 28,
Castillo vino desde Cádiz en el mismo barco que el visitador de la R. Audiencia D. Fernando Altami-
rano, que traía el nombramiento del oidor D. Álvaro de Navia para efectuar la información sobre el
pleito que afectaba a su esposa, doña Luisa Bravo. Realmente estuvo más ocupado en actuar como
marqués consorte que como organizador de la leva (VIERA Y CLAVIJO, Joseph de: Noticias de la his-
toria general..., t. I, op. cit., p. 768). Castillo fue el tercer marido de doña Luisa Bravo de Guzmán,
esposa del segundo marqués de Lanzarote, D. Agustín de Herrera y Rojas, y se adjudicó el marque-
sado como heredera de su hijo (homónimo de su padre), fallecido a los siete años (BÉTHENCOURT,
Francisco: Nobiliario de Canarias..., t. I, op. cit., pp. 62-64).
262 Ibíd., pp. 202-204.
263 AMSCLP, leg. 681, sesión de 21 de noviembre de 1639. Aunque no se utilizó el argumento en-
tonces, a finales de 1640, en un debate sobre escasez de trigo se mencionaba que a causa de la te-
rrible necesidad cerealística de 1635 había muerto casi la tercia parte de la población, una afirma-
916
de colaboración. Por ejemplo, Miguel de Abreu, aun estimando ciertas las razones
y el planteamiento conjunto municipal, entendía que debía permitirse un alista-
miento voluntario. El maestre de campo Nicolás Massieu iba más lejos, pues invi-
taba a sus compañeros de Cabildo a participar en el reclutamiento, pues él mismo
se comprometía a ofrecer seis soldados voluntarios sustentados a su costa hasta el
embarque a real y medio diario, además de abonar dos pagas a cada uno de esos
soldados durante dos meses. Como se mencionó más atrás, los Massieu acaricia-
ban desde esa década honores y poder nobiliarios (intento de compra de las juris-
dicciones de Argual y Tazacorte...); de ahí su firme apoyo al servicio real en esta
ocasión.
Quizá debido a que toda la atención estaba centrada en la suerte del general,
sin cuyo concurso se consideraba problemático el éxito de la leva, y a la demora
en llegar la disposición regia, el asunto no pareció preocupar mucho a los Cabildos
canarios durante los meses siguientes. No obstante, el Ayuntamiento tinerfeño se
dirigió a la Real Audiencia con ánimo de obtener información oficial sobre la ma-
teria. La llegada de Castillo a las islas iba a despertar del letargo a las autoridades
isleñas. El 10 de julio se presentaba el marqués en Gran Canaria, donde debido a
la ausencia del capitán general presentó los pliegos y órdenes reales en la Real
Audiencia, que además de acatar las cédulas remitió decretos e instrucciones a los
corregidores de todas las islas para que se levantase toda la gente posible y se
fueran entregando los soldados, mientras Castillo socorría con créditos mediante
diferentes personas. Recordemos que todas las autoridades insulares fueron alec-
cionadas para contribuir al éxito de la leva, auxiliando en tal sentido al gobernador
y capitán general. También consta que el monarca se había dirigido a los señores,
aspecto importante en cuanto cuatro de las islas eran de señorío: los titulares de
La Gomera y de El Hierro habían recibido comunicación a finales de 1638, igual
que el señor de Fuerteventura264. Es decir, aunque nos refiramos en el trabajo a
«una real cédula», en realidad fueron despachadas varias con contenido muy simi-
lar, con idéntica data y razonamientos copiados de manera literal. Como es lógico,
la diferencia estribaba en el papel o la misión asignada al receptor de cada carta
real. De modo inmediato, el 17 de julio, Castillo empezó a recibir soldados en Gran
Canaria, donde tenía intención de hacer la plaza de armas, por ser ysla más aco-
modada para el sustento de los soldados y aprestos de dicha leva265. Posiblemen-
te influyó en la decisión del responsable la condición de capital de facto del archi-
piélago que ostentaba esa isla, en cuanto sede de la Real Audiencia y residencia
del capitán general.
Será entonces cuando de verdad comiencen las reacciones institucionales. En
principio, el Cabildo de Tenerife cortésmente rogó a la Real Audiencia que en su
nombre diese la bienvenida al marqués, a quien se estaba dispuesto a prestar la
ayuda que necesitase para cumplir con su misión266. No eran simples palabras, y
pronto se puso en marcha el mecanismo de alistamiento, hasta el punto de que
ción muy exagerada pero que debió ocasionar una mortandad elevada (leg. 681, sesión de 23 de no-
viembre de 1640).
264 AHPLP, Audiencia, Libro de reales cédulas. Órdenes particulares para Canarias (1527-1807), vol.
II, fols. 332-336; DÍAZ PADILLA, Gloria, y José Miguel RODRÍGUEZ YANES: El señorío en las Ca-
narias…, op. cit., p. 525. La carta a D. Fernando Arias y Saavedra, señor de Fuerteventura, fechada
el 15 de diciembre de 1638 (misma data que la real cédula movilizadora), repetía la motivación de la
recluta respeto de estar el rey de Francia adelantando sus prevenciones para intentar nuevas inva-
siones, resaltando que ante la insuficiencia de hombres en la Península es preciso que de todas par-
tes se acuda a ocasiones tan principales. No se puntualizaba el auxilio preciso, simplemente se orde-
naba la prestación de apoyo según el requerimiento del capitán general (FERNÁNDEZ DE BÉTHEN-
COURT, Francisco: Nobiliario..., t. I., op. cit., p. 74).
265 AHPSCT, Prot. Not., leg. 935, f.º 316.
266 AMLL, Libro de actas 24, ofic. 1.º, f.º 354 v.º.
917
nueve días después el corregidor participaba a los regidores que ya se habían
ofrecido como soldados una serie de vecinos, a los que entendía que el Cabildo
debía ofrecer casa y cama; los concejales aprobaron el alquiler de una casa a tal
objeto267. En los últimos días de ese mes, la Audiencia respondió que carecía de
cédula real acerca de la leva, mientras el marqués de Lanzarote noticiaba de su
llegada a Gran Canaria y de su próximo viaje a Tenerife268. En esta isla el perso-
nero general, más crítico con la situación, presentó el 29 de julio una petición ante
el Cabildo para que se tratase el asunto con objeto de reducir el alcance de la
movilización y de que la Corona no exigiese más levas en Canarias. El acuerdo
adoptado en la sesión del 3 de agosto resulta expresivo de la incertidumbre y falta
de reflejos de los concejales, que no estaban habituados a las reclutas y veían ta-
les acciones como sucesos que ocurrían en lejanas tierras, en las que podían servir
voluntariamente algunos hijos de la «hidalguía» isleña deseosos de merecer hono-
res, pero juzgaban exentas a las islas de tales obligaciones de igual modo que lo
estaban de la fiscalidad general del reino. En esa reunión se sacaron a colación los
servicios de la isla a la Corona, en especial los esfuerzos en dinero y sangre —sin
apenas coste para el erario real— para fortificar y defender el territorio durante el
siglo y medio posterior a la conquista, e igualmente se expuso la buena disposición
con que se había coadyuvado al real donativo de 1632269.
La supuesta confusión —así como la ralentización en la leva— venía originada
por el mentado secuestro del capitán general, a quien iba dirigida la documenta-
ción, de modo que se hallaba la isla esperando su llegada para que abriese los
pliegos y procediese a acelerar el negocio. Liberado por fin en octubre, Fernández
de Córdoba llegó a La Laguna a fines de noviembre. Como más arriba se señaló,
sería entonces cuando el Cabildo conozca la real cédula (sesión del 30 de noviem-
bre), en la que se le explicaba lo irremediable de la medida, en cuanto era nece-
sario formar una fuerza formidable para afrontar las pretensiones francesas, pues
en estos reynos no ay tanta como es menester para formación de exérçitos por las
continuas lebas que se están haçiendo para la defensa y seguridad dellos. Por ello,
se recalcaba, era preciso que de todas partes se acuda a ocasiones tan prinçipales.
No son de extrañar estos reclamos y la suavidad, pues se exigía de Tenerife una
superior contribución humana: entre 600 y 700 soldados debían reclutarse en su
suelo, estimando la Corona que por su superioridad demográfica tal cifra se consi-
guirá sin dificultad, con la coletilla engatusadora de que si la gente que biniere no
gustare de continuar mi serviçio y se quisiera bolver a sus cassas passados los ac-
çidentes que se esperan, se les dará licençia270. Efectivamente, según una noticia
capitular de 1641, la cifra final superó los 600271.
Las instrucciones más concretas se conocerán el mismo día en que el general
trasladaba la real orden al Cabildo. Proponía Fernández de Córdoba que los selec-
cionados para la leva debían ser los individuos estimados como prescindibles, ocio-
sos, marginados con que no dejará de limpiarse de muchos bagamundos y gente
de no buen bivir. Entendía el militar que la operación iba a efectuarse con suma
diligencia, ya que calculaba que el 20 de diciembre la gente estaría lista para em-
barcar en Santa Cruz. Asimismo apostillaba que la perentoriedad de la orden real
328.
271 AMLL, Libro de actas 25, ofic. 1.º, f.º 18 (8 de julio de 1641). En el cabildo general para el dona-
tivo, además de señalarse que el donativo anterior aún no estaba satisfecho y que estaban empeña-
dos los propios del cabildo, se recuerda que se había servido en la leva de gente con más de 600
infantes.
918
era mayor un año después, pues se habían experimentado reveses en Cataluña y
la armada francesa había quemado Laredo en septiembre. El general era enorme-
mente optimista respecto a la rápida resolución del cometido, pues el 29 de no-
viembre confiaba en que en un mes tendría a los alistados en Santa Cruz, mos-
trándose abierto a atender los procedimientos concejiles que facilitasen la reclu-
ta272. Quizá el peso de la gravosa contribución demográfica reclamada a Tenerife
(alrededor de un 55 % de los enrolados) explique que, a pesar del espíritu colabo-
racionista de los dos meses anteriores, ese día 30 de noviembre el Ayuntamiento
provea dirigirse al rey y al capitán general acerca de los perjuicios que ocasionaría
la leva, aduciendo justo lo contrario de la fundamentación regia, es decir, la corte-
dad de gente para defensa de la isla, así como las necesidades que se pade-
cían273. El 6 de diciembre se leyó en cabildo el texto de la carta que debía dirigirse
al rey y se aprobó su remisión274. A pesar de la llegada de Aguayo, el capitán ge-
neral dispuso de amplio margen de acción, pues pudo disponer de su potestad
para nombrar, al menos, a algunos capitanes. Es el caso de un personaje que le
acompañaba en la tarea de inspección de La Palma y, por tanto, sufrió prisión por
los corsarios holandeses cuando partían desde Garachico a aquella isla. Se trata de
un militar perteneciente a una familia repetidas veces mencionada en esta obra: el
sargento mayor Juan Fernández Franco, a quien nombró275 para que levantase
una compañía en La Laguna, resaltando sus cualidades: ...Es amable de todos,
respecto de el çelo y voluntad con que está exerciendo el dicho su offiçio [...] y
como honrrado soldado y leal vassallo de Su Magestad, y como capitán de arcabu-
ceros detallaba sus funciones de enrolador: ...enarbole vandera y toque caxas y
conduzga a su compañía todos los soldados que pudiere y la sirva, rija y govierne
en todos los casos y cosas a ellas annexas y perteneçientes, con potestad para
que Fernández Franco designase a sus subordinados, sin salario, pues seguiría
percibiendo el sueldo de sargento mayor276.
Carecemos de detalles acerca de la forma de reunir el contingente de soldados,
que sentaron plaza con celeridad. Es muy probable que la buena disposición ca-
pitular anticipándose a la recepción formal de la cédula, la novedad del alistamien-
to —que para muchos pudo parecer una mezcla de aventura y de señuelo econó-
mico—, así como la eficacia del capitán general y el deseo de las autoridades de
verse libres de individuos tenidos por molestos, hayan sido la clave del corto y
suave proceso reclutador, que en enero de 1640 estaba prácticamente terminado.
Pocos imaginaban el fatal desenlace que debía tener, pero motivos y tiempo hu-
bo para evitar o paliar el mal. El agorero sería el personero, D. Tomás de Tagle
Bustamante, que presentó al Cabildo un escrito en el que advertía sobre el inco-
rrecto proceder en los preparativos de la expedición, que podía acarrear perni-
ciosas consecuencias. Su alegato se discutió el primer día del año 1640277. Recor-
daba el personero su anterior petición de medio año atrás para que se moderase
la leva, que se desestimó tanto por la brevedad del tiempo como por confiar en la
buena voluntad del capitán general, que según Tagle estaba actuando con acierto,
ya sacando la gente menos nesessaria de la ysla, ya ocupando en los prinçipales
272 AMLL, Libro tercero de reales cédulas y provisiones del primer oficio de Cabildo, n.º 27, f.º 330.
273 Ibíd., f.º 370 v.º.
274 Ibíd., f.º 376 v.º.
275 RSEAPT, Fondo Tabares de Nava, 2.3.4., f.º 271 v.º. El general alababa en una certificación la
general, siguiendo órdenes, lo nombró a Fernández Franco como capitán. El monarca lo confirmó
otorgándole despacho de capitán de infantería española el 4 de septiembre de 1641 (AGI, Indiferen-
te General, leg. 119, n.º 50).
277 AMLL, E-XX-8.
919
offiçios los hijos de vezinos desta calidad haziéndoles estos honores. El personero
entendía que por ese motivo cabía manifestar gratitud al general, pero también
apreciaba puntos oscuros en la organización, de modo que al mismo tiempo de-
bían exponérsele algunas puntualizaciones:
1) La leva se realizaba por orden real, pero conforme a un asiento concertado
con el maestre de campo D. Juan de Castillo Aguayo, quien debía ajustarse a una
serie de condiciones, que conocía el corregidor y que debían ser leídas en cabildo,
en especial aquellas cláusulas favorables a la isla, con objeto de que el Ayunta-
miento suplicase al general para que se cumpliesen, pues no sería justo que fiados
los que quedan en ella [Tenerife] en su propio valor y del gobierno de tal capitán
general y capitán a guerra, se expongan sus hijos a peligro de captiverio o ser
prissioneros, no yendo en buenos vajeles capaces para el alojamiento como fuer-
tes para poderse defender de qualquier enemigo, cuya obligaçión es del dicho
maestre de campo, ya que en caso contrario no deberían salir de la isla.
2) Según el asiento, Aguayo debía pagar a los soldados, capitanes y demás ofi-
ciales antes de embarcarse, y para su sustento a de enbarcar la cantidad de basti-
mentos neçessaria para çinquenta días para que no les falte. Debía pedírsele al ge-
neral que vigilase esta condición para que no faltase nada, para que con esto çes-
se enfermedad y peste en ellos.
3) El asiento obligaba al maestre de campo a proveer de 600 armas de fuego a
la tropa y se rumoreaba que no las había traído. Subrayaba el personero el peligro
inherente a partir desarmados y prevenía sobre la posible tentación del marqués
de paliar esa omisión apoderándose de las reducidas armas de la isla, en cuanto
sería enorme el perjuicio debido a la gran necesidad defensiva de Tenerife.
4) Otro aspecto importante era el de la contratación de los navíos, que debía ser
solventado rápidamente para soslayar el riesgo de un detrimento en el comercio,
pues en cuanto se propagase en Portugal la especie de un probable embargo de
navíos no acudirían a cargar frutos en la isla por temor a perder sus barcos a pe-
sar de no resultar a propósito para una misión semejante por sus reducidas di-
mensiones y su carencia de armamento; es más, ya corría la voz de que se habían
requisado los que habían acudido al puerto de Santa Cruz para comerciar.
5) El personero puntualizaba que era exigible la continuidad de los isleños al
mando de las compañías, y en tal sentido era oportuno que el general intercediese
ante el rey para que conservase ese tercio con sus capitanes y demás oficiales sin
reformarlos, pues estando juntos y siendo como son los naturales destas yslas fue-
ra de ellas tan hermanos, destacarían en la batalla por ser gente velicossa y de es-
fuerço singular.
La petición del personero, que se extendía más allá de una prudente reflexión
previsora, revestía un carácter de denuncia. Debía estar bien informado de las de-
ficiencias y negligencias con que se actuaba, producto de la ausencia de escrú-
pulos del marqués de Lanzarote. Esto debía ser público y notorio, lo que vuelve
incomprensible —por irresponsable— la pasividad de la mayoría municipal, pues
sólo dos regidores (D. Francisco de Valcárcel y D. Pedro Interián) exigieron cursar
inmediatamente la solicitud al capitán general. Sus compañeros de corporación se
inclinaron por esperar, de modo que el escrito lo participasen a su debido tiempo a
esa autoridad los diputados de meses y el personero278. Se perderá así un mes:
será el 4 de febrero cuando el Cabildo encomiende el cumplimiento de esa misión
al capitán Yanes Ordóñez, que había sido diputado en diciembre y enero. Protestó
el regidor para curarse en salud, poniendo de relieve la demora, pues a principios
de febrero la leva estaba de partida, y no save que sea este el tiempo a propósito
para poder cunplir con su obligaçión. No obstante, acató la decisión con prontitud
278 AMLL, Libro de actas 24, ofic. 1.º, f.º 389 v.º.
920
y el 9 de febrero279 comunicaba que había transmitido las advertencias al general,
quien se mostró agradecido y dispuesto a recibir más sugerencias. Fernández de
Córdoba escurrió el bulto remitiendo todo al veedor y contador, encargado de las
condiciones del fletamento y de las provisiones. Yanes, que consideraba finalizada
su gestión, proponía escribir al rey para representarle el servicio realizado por la
isla a pesar de sus limitaciones, así como el esfuerzo capitular en la ayuda para
costear parte del enganche y socorrer a los soldados pobres. Se hacía constar que
la leva había resultado exitosa gracias a la prolongada y diligente estancia del ge-
neral en Santa Cruz.
Desconocemos si todas las islas participaron en la leva; desde luego, con segu-
ridad contribuyeron las realengas. Sabemos que a La Palma le fueron asignados
entre 200-250 hombres, según real cédula al Concejo de esa isla280. Tenemos la
constatación asimismo de la extracción de hombres de La Gomera y de El Hierro a
través de una petición formulada a principios de enero de 1640 al capitán general
por el sargento mayor de La Gomera, el capitán D. Juan Orejón, en la que exponía
haber efectuado una primera saca de esas islas con tres barcos, a los que aún se
les debía el flete, y solicitaba 1.000 rs. para satisfacer esa deuda y tomar otras
embarcaciones para la continuidad de la traída de más alistados281, que debían
sumar 180 hombres. Esta cantidad exigida a las islas de señorío occidentales era
muy elevada para su débil poblamiento y, en cambio, si acumulamos las aporta-
ciones de dichas islas, Tenerife y La Palma, apenas quedaría una cuota de unos
200 hombres para el resto del archipiélago. Sabemos con certeza que se reclutó
gente en Lanzarote, pues D. Fernando de Castillo presionó al sargento mayor de la
isla para que prendiese a seis de los principales declarantes en la información rela-
tiva al litigio que afectaba a su esposa282, con la justificación de que debían sentar
plaza en la leva, lo que además es muestra del empleo de coacción. Las fuentes
consultadas no permiten hurgar apenas en esa faceta, pero una pequeña anéc-
dota, una de esas huellas que nos deja la microhistoria, nos acerca a una realidad:
la formación de nóminas de forzados cuando la inscripción voluntaria encontraba
sus límites. Así se desprende de la maldición de una palmera contra el encargado
de la leva: ¡Malos turcos cautiven a quien a mi hija puso en la lista!283.
En otro orden de cosas, el dato de Orejón nos sirve para entrar en el capítulo de
la financiación, que resultaba vital en estas operaciones. Aunque el Cabildo tiner-
feño intervino con alguna pequeña suma supletoria, los gastos corrieron por cuen-
ta del erario real, y normalmente se recurría a aquellos caudales comprometidos o
asignados para otros fines, lo que conllevó a veces desavenencias con los capi-
tanes generales, revestidos de poderes prácticamente omnímodos con objeto de
culminar con apremio los enganches, como se adelantaba páginas atrás en la
introducción. El primer fondo previsto era el de las rentas reales, pero como no
siempre se hallaban con liquidez, la premura impulsaba a los generales a disponer
de aquellas contribuciones extraordinarias, como los donativos, que al abonarse
aplazados dejaban siempre alguna cantidad en poder de los depositarios. Así, en
esta ocasión Fernández de Córdoba ordenó al capitán Bartolomé Ponte, como tal
depositario, la entrega a Orejón de la suma pedida.
El mayor problema surgido por esas fechas, a principios de enero, fue la exigen-
cia de dinero planteada por el marqués de Lanzarote al capitán general. Según el
279 Ibíd., f.º 401 v.º.
280 AMSCLP, 727-1-1-67. Se aseguraba al Cabildo palmero ―en los mismos términos expresados al
tinerfeño― que si los reclutados en la isla no deseaban permanecer en el ejército y preferían regre-
sar a sus casas, passados los acçidentes que se esperan, se les otorgaría licencia para ello.
281 AHPSCT, Prot. Not., leg. 935, reg. de 1640, f.º 294.
282 VIERA Y CLAVIJO, Joseph de: Noticias de la historia general..., t. I, op. cit., p. 770.
283 ANAYA HERNÁNDEZ, Alberto: «El corso berberisco...», art. cit., p. 1.789.
921
primero, el asiento con la Corona lo obligaba a mantener a la gente que asentaba
plaza durante mes y medio a contar desde el día de su recepción, de modo que si
el alistamiento se retrasaba más tiempo el gasto era por cuenta de la hacienda pú-
blica, tanto en lo referido a las demoras de navíos como en el socorro de la gente.
Aparte de esto exponía Castillo el desembolso que le estaba suponiendo el susten-
to de su persona y de dos viviendas (una en Tenerife y otra en Gran Canaria) con
su hermano, el sargento mayor. El secuestro del general y el importante retraso
de su liberación habían desbordado los gastos previstos, pues Castillo, por temor a
la deserción de la gente ya entregada, la estuvo socorriendo mucho más tiempo
del estipulado. En definitiva, pedía a Fernández de Córdoba el reintegro de todo lo
gastado fuera del mes y medio284. La pretensión de Castillo chocó con la oposición
del veedor y contador de la gente de guerra en Tenerife, D. Juan Esquier Manri-
que, en el entendimiento de que el general había cumplido con su obligación. El
procedimiento ideado por Fernández de Córdoba para hallar una solución consistió
en la convocatoria de una pequeña junta de autoridades para asesorarse, com-
puesta por D. Fernando de Guevara Altamirano, alcalde de Casa y Corte de la
Chancillería de Granada y visitador de la R. Audiencia de Canarias; por el corre-
gidor de Tenerife; por el maestre de campo general D. Cristóbal de Salazar; y por
el licdo. D. Francisco de Molina, juez de Indias. Reunidos con el general, se acordó
que Salazar se dirigiese a Castillo para solicitarle razón de la cantidad de dinero
preciso para la paga y el socorro de la gente, así como para fletes y bastimentos
del viaje a España. Al día siguiente, 10 de enero, con la respuesta del marqués, la
junta adoptó un acuerdo que no debió ser muy del agrado de aquél. En primer
lugar, se ratificaba la postura del veedor respecto a que el general había obrado
satisfactoriamente, pues le había dado con anterioridad 12.000 ducs. y había
puesto a su disposición —previo embargo— cuatro navíos y una carabela, que
sumaban más de 700 t. Además, para ahorrarle costos, los 1.000 hombres recluta-
dos se encontraban en los lugares de sus compañías, y hasta el Cabildo colabo-
raba corriendo con la manutención de los soldados que se hallaban presos por no
haber ofrecido seguridad (otro indicio de involuntariedad de una porción de solda-
dos). No obstante, como Castillo alegaba dificultades financieras para atender la
primera nómina a los soldados, la junta convino en que el capitán general le con-
cediese 2.000 ducs. de préstamo que debía restituir al rey en un plazo de seis me-
ses a un interés del 7 %. Como garantía, además, se le exigía a Castillo la hipote-
ca de lo ya obligado en las fianzas y asiento y en la facultad concedida de los
6.000 ducs., así como el gravamen de las mercedes prometidas por el rey. Por últi-
mo, se le advertía que el lunes 16 se le entregarían los mil hombres porque no se
podía dilatar más el asunto.
Prácticamente perdido, Castillo intentó que la resolución de la junta fuese algo
más suave. Argumentaba la injusticia que suponía la hipoteca de unas mercedes,
en cuanto se trataba de una cuestión de honor y ni siquiera las poseía aún. Ade-
más, aseguraba haber ya empeñado bienes por valor de 26.000 ducs., y para ma-
yor seguridad obligaba la merced real para tomar sobre su mayorazgo 6.000 ducs.
Respecto a la recepción de los 1.000 hombres, respondía que estaba socorriendo a
500 que se le habían presentado, y para la conducción de los demás sólo se
aguardaba el barco de La Palma, pues dado el mal tiempo los navíos habían re-
querido carena y prevenciones para navegar en invierno. Suplicaba que se detu-
viese la entrega del resto de la tropa hasta que las embarcaciones estuviesen lis-
tas, en cuanto la concentración de tantos hombres podría producir enfermedades
contagiosas en Santa Cruz, lugar calificado poco apto para acoger a tantas perso-
922
nas. Finalmente, concluía su regateo solicitando un aumento del crédito hasta tres
mil ducados.
La junta, rebajadas sustancialmente las ínfulas del marqués, se amoldó a algu-
nos de sus deseos: admitió que en la fianza no se incluyese la hipoteca de las
mercedes, aunque se prevendría en carta aparte a Castrillo285, encumbrado perso-
naje de la Corte, que con el tiempo llegaría a presidir el Consejo de Castilla, pero
que a la sazón pertenecía al Consejo y Cámara y presidía el Consejo de Indias. Se
aprobó la ampliación del préstamo a 3.000 ducs., teniendo en cuenta que en las
islas era casi imposible encontrar financiadores a daño; asimismo, se aceptó la de-
mora de la recepción de los soldados hasta la llegada de navío desde La Palma.
Con este acuerdo conseguido, Castillo confiaba en alcanzar otras ventajas adi-
cionales en la dialéctica de mediados de enero de 1640. La larga espera de los re-
clutados y las circunstancias del crudo invierno fueron haciendo mella. El marqués
expuso entonces a la junta un relato poco halagüeño acerca de los reclutas, pues
la soldadesca que se le remitía está desnuda y descalça y inposibilitada de poder
navegar en ybierno por su desnudez, y llebándolos de la manera que están podrán
peligrar por los rigores del tiempo. Como en esto no le faltaba razón a Castillo,
pero tampoco se quería consumir más dinero, la solución arbitrada por la junta
consistió en detraer tres cuartas partes del salario de los soldados para comprarles
vestidos, con el argumento de que el dinero abonado carecía de valor fuera de Ca-
narias, y para evitar la especulación se confiaba la vigilancia de los precios a Sala-
zar y al veedor. Los 3.000 ducs. prestados procedían del dinero percibido por el
general de las condenas por contrabando. Esa cantidad la tomó de algunas perso-
nas en vestidos, camisas, zapatos, sombreros y medias, todo nuevo, destinado al
socorro y vestuario de los soldados, si bien una parte de la suma se le proporcionó
a Castillo en dinero. El corregidor tuvo que hacer malabarismos para atender a la
cantidad de bocas que alimentar concentradas en La Laguna con motivo de la le-
va, y como en otras ocasiones el remedio del pescado se tornó providencial286. A
finales de enero287 D. Juan de Castillo y Aguayo declaró ante escribano haber re-
cibido del capitán general los 12.000 ducs. en contado prometidos (97.618 rs.
procedían del donativo, 33.382 rs. de condenaciones por contrabando, y 1.000 rs.
satisfechos a D. Juan Orejón para conducción de la leva desde La Gomera y El
Hierro a Tenerife). Finalmente, Castillo se sirvió del ofrecimiento (venta) de paten-
tes de capitán, pues consta que D. Bartolomé Benítez de las Cuevas288, con ape-
nas veinte años, recibió una de esas patentes a cambio de levantar una compañía
de arcabuceros (nombramiento de 23 de noviembre de 1639). También se vendie-
285 AHPSCT, Prot. Not., leg. 935, f.º 324. Posteriormente, el 6 de febrero, el capitán general y su jun-
ta apoderaron a dos procuradores de los Consejos para que compareciesen ante el Consejo de Cá-
mara y otros tribunales, así como ante el conde de Castrillo, para pedir que D. Juan de Castilla y
Aguayo cumpliese la escritura de obligación a S. M. de 3.000 ducs. en plata doble más el 7 % de in-
terés en el plazo de 6 meses de su llegada a España.
286 AHPSCT, Prot. Not., leg. 1.548, reg. de 1640, f.º 17 (26 de enero de 1640). El santacrucero Juan
Simón, maestre de su patache El Rosario, recibió licencia de Urbina Eguiluz para ir a pesquería y sa-
car una porción de sal que estaba embargada, con objeto de acudir al mantenimiento de la gente de
la leva, obviamente con la condición de que el pescado lo condujera Santa Cruz.
287 AHPSCT, Prot. Not., leg. 935, f.º 311.
288 FERNÁNDEZ DE BÉTHENCOURT, Francisco: Nobiliario…, t. I, op. cit., p. 231. Se embarcó el 17 de
febrero de 1639, y en octubre pasó a Flandes. Según esa obra, tuvo una dilatada y activa hoja de
servicios luchando en la zona flamenca. Hicimos alusión ya en otro epígrafe a Benítez de las Cuevas y
su posterior trayectoria en Flandes, donde estuvo hasta comienzos de los años cincuenta. De regreso
a Canarias, permaneció cercano a los capitanes generales Dávila y Quiñones, con los que coincidió
durante su período militar en Flandes, y como se recordará este último general lo nombró maestre
de campo del recién creado tercio de Icod en 1663, refrendado por el monarca al año siguiente. Uno
de sus descendientes, el teniente coronel D. Bartolomé Benítez de Ponte y Lugo, detalló los méritos
de este antepasado y de otros, como era costumbre entre la nobleza (BULL, sign. 929.7, f.º 27).
923
ron hábitos, llegando a pagar D. Juan Massieu Vandala (La Palma) 2.400 ducs. por
levantar 40 soldados289.
Entre unos contratiempos y otros se entró en el mes de febrero, y sólo en la se-
gunda quincena se efectuó la partida de la expedición, como lo ponen de mani-
fiesto algunas escrituras protocolizadas el 16 de ese mes. Uno de los navíos que
llevaba a los soldados era San Pablo y la Caridad, propiedad del capitán Juan de
Urtusáustegui, el cual lo había mercado pocos días antes al capitán D. Juan Álva-
rez de Ulate, a quien se le había embargado en La Palma para que sirviese para la
leva, e iba como administrador del barco el también capitán Gerardo Machado de
Miranda290. Otro barco fue apremiado asimismo a participar en el transporte por el
capitán general: la carabela Nuestra Señora de Candelaria, como lo declaraba su
maestre portugués, Silvestre Fernández291. Uno de los capitanes que marchaba
con su compañía era D. Francisco de Ávila Orejón292, hijo del sargento mayor de
La Gomera, a quien se le prestaron para su embarque 400 rs. por orden del capi-
tán general, acreedor de dicho sargento mayor, mediante una letra de cambio293.
Una parte de los soldados aprovecharía esos últimos días antes de la salida de la
expedición para dictar disposiciones económicas. Contamos con nueve documen-
tos de esa naturaleza escriturados en el puerto de Santa Cruz de Tenerife entre el
6 y el 13 de febrero: ocho corresponden a soldados (dos de El Sauzal, otros dos
de Buenavista, y uno de Agüimes, La Orotava, La Laguna e Icod) y uno a un capi-
tán de Gran Canaria294. Este, el regidor D. Francisco Ortiz de Padilla, es menciona-
do como gobernador y cabo de 4 compañías.
289 JIMÉNEZ MORENO, Agustín: «Honores a cambio de soldados...», art. cit., p. 168.
290 AHPSCT, Prot. Not., leg. 935, fols. 334 y 335. El precio del navío había sido de 47.457 rs., y D.
Juan de Castillo pretendía ciertos derechos por valor de 3.960 rs. que Ulate había recibido a cuenta
de los fletes, demoras, gastos y otras cosas que se le debían desde el día del embargo del barco.
291 AHPSCT, Prot. Not., leg. 700, f.º 453 v.º.
292 Ya se indicó que este personaje alcanzaría notoriedad militar y compuso un tratado ( Política y
mecánica militar para sargento mayor de tercio, 1669), aparte del ya mencionado más atrás (DÁVILA
OREJÓN Y GASTÓN, Francisco: Excelencias del arte militar..., compuesto por su hijo en 1687). Ya
había servido en esa isla durante cinco años cuando salió a Flandes, donde permaneció 16 años co-
mo profesional. En 1652 fue sargento mayor en Valenciennes, y maestre de campo en 1656. Según
certificaciones citadas por su hijo, estuvo en 40 sitios, socorros y defensas y combatió en cinco bata-
llas, fue prisionero dos veces y herido en distintas ocasiones. Con posterioridad sirvió año y medio en
Extremadura y otros tres y medio en Gibraltar hasta que entre 1664 y 1670 fue nombrado goberna-
dor y capitán general de Cuba (pp. 8-9 del citado libro redactado por su hijo).
293 AHPSCT, Prot. Not., leg. 935, f.º 336.
294 AHPSCT, Prot. Not., leg. 506, f.º 154; leg. 700, fols. 435 v.º, 437 v.º, 440, 442, 444, 446 v.º,451,
458. Suele tratarse de donaciones inter vivos, poderes de administración de bienes o cobranzas y
disposiciones cuasi testamentarias en las que señalan herederos en caso de fallecimiento. Como la
ley exigía que las donaciones por valor superior a 500 sueldos se efectuasen ante juez competente,
los soldados en esa situación recurrían al escribano y justicia de la isla para formalizar su voluntad. El
recluta icodense Francisco López Araña vendió a otra convecino sus propiedades raíces; Asensio
Pérez, de El Sauzal, transmitía sus derechos hereditarios a su hermana casada; Joan Lorenzo, vecino
del mismo lugar, apoderaba a sus dos hermanas para administrar y cobrar sus bienes, a quienes
sustituiría en caso de muerte un sobrino (hijo de un hermano), a quien declaraba heredero universal;
Manuel Díaz, de Agüimes, donaba cualquier derecho hereditario (su padre había fallecido) a su
madre; el buenavistero Joan Pérez donaba a un vecino de Los Silos la mitad de un rebaño de cabras
y de una fanega de sembradura que tenía a medias; otro soldado de Buenavista, el huérfano Luis
Pérez Fonseca, apoderó al capitán de milicias de su pueblo, Francisco Pérez Roxas, para cobranzas y
administrar una suerte sembrada, nombrando como heredero universal a un hermano; Luis Pérez,
vecino de La Orotava, otorgó poderes a su hermana y su cuñado para interponer demandas de
cobranza y gozar de los frutos de una viña, que sería para su hermana en caso de fallecimiento del
soldado, en tanto el resto de bienes y derechos los dejaba a su padre, a cuya muerte pasarían a
otras dos hermanas; un soldado lagunero huérfano, Joan Truxillo, donó una casa a su hermana y
marido. En cuanto al capitán, D. Francisco Ortiz de Padilla, apoderó a su suegro Vicente Álvarez
Travieso, pagador de la gente de guerra de la isla, para cobranzas y compras, asuntos juiciales y ad-
ministración de bienes.
924
Un aspecto interesante fue la participación inglesa en la leva, tanto en el apro-
visionamiento como en el transporte de la tropa. No sólo no debe extrañar que
súbditos de una potencia frecuentemente enemiga de la Corona española inter-
vengan en una operación de esa índole —que para ellos era un mero capítulo más
de su creciente dominio de la economía y finanzas de las islas más ricas, y en par-
ticular de Tenerife, como ya se advertirá en el donativo de 1632—, sino que será
una situación repetida en otras reclutas. Por ejemplo, el navío San Pablo y La Cari-
dad, antes citado como propiedad de Urtusáustegui, pertenecía al mercader bri-
tánico Marmaduque Esquier, por cuya cuenta y riesgo se realizó el viaje, ya que la
escritura a favor del orotavense se concibió debido a algunos combinientes que
entonçes ubo, y lo aceptó a instancias de personas de autoridad que se lo pidie-
ron295. Otro conocido comerciante inglés, Joan Chicle, proporcionó vestidos, cami-
sa y zapatos a los soldados por orden del capitán general, a cuenta de los cuales
se embolsó 18.000 rs.296.
Como ya se anticipaba antes, el epílogo de la leva resultó desventurado. Las
sospechas que albergaba el personero acerca de la mala preparación del viaje se
convirtieron en una trágica realidad, pues muchos hombres murieron mucho antes
de haber trabado batalla, incluso en la propia travesía marítima. La extrema caren-
cia de alimentos, de asistencia médica, y los abusos a bordo condujeron a la
muerte a cientos de soldados. En el Cabildo tinerfeño, con ocasión de la leva que
intentaba practicarse en 1645-46, se afirmaba que en esta leva que nos ocupa
ahora se infligieron malos tratos a los hombres después de enbarcados, detenién-
doles en los mismos navíos después de aver llegado a España y tratando mal la
gente en la mar y no dándole de comer, causas que se les ocaçionó la muerte a
cassi todos en la isla de Cadis y a pocos días después de aver llegado297. Conoce-
mos otros detalles gracias a la información testifical verificada en 1647 con ocasión
de otro intento reclutador del marqués, a quien sólo parecían interesarle la evo-
lución de los pleitos de su esposa, la marquesa de Lanzarote. El capitán Martín de
Ascanio, gobernador del tercio de La Laguna, afirmaba que en la leva de 1638 se
trató a los soldados como si fueran perros. El cap. Gaspar Yanes Espinosa Espínola
depuso que dos hijos suyos (D. Juan y D. Pedro) se habían alistado volunta-
riamente como alféreces en esa leva y habían partido con dos pajes y abundante
bastimento, con el que si querían podían agasajar a sus amigos, pero así y todo
murieron de hambre porque los demás soldados carecían de lo necesario para su
sustento, en vista de lo cual sus hijos decidieron socorrerlos hasta que perecieron.
El capitán Antón Benítez de las Cuevas, que también había encaminado a un hijo
suyo (D. Bartolomé) en esa leva, declaró que le había escrito su hijo que al llegar
a La Coruña sólo sobrevivían trescientos de los mil que habían salido en esa de-
sastrosa y criminal recluta. Pudo escapar de la muerte, pero con secuelas, el cape-
llán mayor de la expedición, Baltasar Martínez Espino, que fue reformado al llegar
a La Coruña, y asimismo tubo una grave enfermedad en Lisboa del mucho travajo
que passó en la mar con la dicha gente, de que quedó muy alcançado por no aver
cobrado ningún sueldo y aver servido con mucho cuydado y cumplido muy vien
con su obligaçión298. Para el Cabildo tinerfeño y la población, en general, la res-
ponsabilidad recayó en el marqués de Lanzarote, y es cierto que como asentista y
principal organizador, y por su apresuramiento y ambición desmedida, recortando
en los gastos más elementales, Castillo fue el principal o primer cupable. Pero del
295 AHPSCT, Prot. Not., leg. 935, f.º 468 (7 de noviembre de 1640).
296 Ibíd., f.º 333 (14 de febrero de 1640).
297 AMLL, Libro de actas 14, ofic. 2.º, f.º 178 (18 de julio de 1646).
298 AGI, Indiferente General, leg. 193, n.º 77. Natural de Gran Canaria, era capellán de coro de la
catedral.
925
relato de los acontecimientos cabe deducir que otras instituciones y personajes co-
metieron negligencias o faltaron en pequeña o gran medida a sus obligaciones, en
cuanto era de dominio público la existencia o la sospecha de mal avituallamiento y
falta de medidas o de seguridad, como así le constó al personero tinerfeño. Cabe,
por tanto, atribuir parte del desastre al capitán general299, al veedor y al Cabildo,
que actuó tardíamente. Ni el personero, con su carga crítica, se opuso al final por-
que la leva afectó, al menos parcialmente, a vagabundos y gente poco recomen-
dable, de modo que apenas requirió con firmeza las mínimas garantías de vituallas
y armamento, recomendando incluso la continuidad y unidad del tercio sin refor-
mar, anticipando que en esas circunstancias haría la tropa reclutada un buen papel
debido a la belicosidad propia de los canarios. Por último, no podemos olvidar que
estamos ante la primera leva levantada en las islas con destino exterior en una
etapa de apuros para la monarquía, en la que se ensayaron diversas modalidades
de reclutamiento siguiendo una política errática en un intento de conseguir el má-
ximo de combatientes con precipitación, a la búsqueda del modelo más eficaz300.
Este tipo de actitudes de maltrato, criminales, por parte de ciertos organizadores,
también se constata en alguna leva peninsular301. No deja de parecer un punto
cruel el posterior informe del capitán general, que en un memorial de 10 de octu-
bre de 1642, afirmaba que en esa leva ―según él, de 900 hombres― obró con
toda maña y acierto302.
Como antecedente de lo que trataremos en otras levas, en especial desde los
años sesenta, finalizamos este epígrafe con un ejemplo de la preocupación de la
oligarquía concejil por un tema desde la citada década se asociará con las reclutas:
el control de la población. Sirva ahora como ejemplo la intervención del regidor ti-
nerfeño capitán Juan de Mesa en la sesión capitular de mediados de abril de 1643,
exponiendo la marcha de muchos vecinos de esa isla a Lanzarote y Fuerteventura
con título de jornaleros como por dezir que tienen sementeras que quieren yr a se-
gar303. Los perjuicios derivados de esa migración, según el edil, eran: a) la pérdi-
da de milicianos en una coyuntura bélica internacional intensa, lo que dejaba la is-
la desprovista de defensa en caso de invasión, que es cierto que si se abre la
puerta a dexarlos yr se yrán en más cantidad de 400 o 500 hombres, esto respec-
to de la pobreza que ay, y que todos procuran buscar su commodidad, alusión a la
crisis vinculada a la independencia portuguesa; b) el daño económico, que tanto le
dolía a los propietarios y mercaderes vitícolas, ya que la disminución de la deman-
da laboral tendría un impacto en los salarios: vendrían a haser gran falta los jorna-
les y se rrecreserían, lo que incidiría en la competitivad de la oferta del malvasía y
en los beneficios.
299 El Concejo grancanario solicitó al rey en enero de 1644 la continuidad de Fernández de Córdoba
por su labor fortificadora y de prevención defensiva, pretendiendo incluso hablar en nombre de las
demás islas al realizar su petición (LOBO CABRERA, Manuel, y Fernando BRUQUETAS DE CASTRO: El
ingeniero militar Próspero Casola..., op. cit., pp. 307-309).
300 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José. «Servir al rey con hombres. Recompensas a elites y re-
ducirlos a Flandes. Tras siete semanas de hacinamiento, al llegar a Dunquerque se comprobó que
habían muerto más de 140, y unos 400 estaban enfermos. Se les denominó los «adanes» por carecer
de traje (RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Los hombres y la guerra. El reclutamiento», art.
cit., pp. 204-205).
302 LUXÁN MELÉNDEZ, Santiago: «Los soldados del presidio de La Madera...», art. cit., p. 98. Según
el general, aunque la expedición zarpó de Tenerife en febrero, tardó unos meses en salir desde su
llegada a la Península, de donde se hicieron a la mar en octubre (p. 99).
303 AMLL, Libro de actas 25, ofic. 1.º, f.º 68.
926
C.3. El intento de leva de 1644
304 MAFFI, Davide: «Las guerras de los Austrias...», art. cit., p. 95.
305 AMLL, Libro de actas 14, ofic. 2.º, f.º 109 (8 de agosto de 1644).
306 RODRÍGUEZ YANES, José Miguel: «El Cabildo tinerfeño y las relaciones comerciales de Canarias
con Brasil en los siglos XVI y XVII», en Revista de Historia Canaria, n.º 187 (2005), pp. 205-224.
927
instaurarse de modo esporádico el sistema de quintas a través del ámbito muni-
cipal, como sucedió en Antequera307. Pero tardará en aplicarse este sistema en
Canarias, e incluso se llevó a cabo ―y con enorme éxito, a pesar de que nadie en
las islas creyó en su conclusión― la leva cuya dirección y organización encomendó
Felipe IV hacia septiembre de 1645 al conde de Castrillo ―mencionado con moti-
vo de la leva de 1638―, miembro del Consejo de Estado y presidente del Consejo
de Indias. En las islas, más alejadas de la presión que afectaba a otros territorios
cercanos a las sublevaciones internas y con el recuerdo de los infortunios y fiascos
de algunas levas anteriores, esta vez discurrió con sosiego la campaña movilizado-
ra dirigida con templanza por el capitán general Carrillo. Al comienzo la orden fue
recibida con descontento, y el Ayuntamiento tinerfeño intentó liderar a finales de
1645 a los demás Concejos insulares para formular una petición a la Corte razo-
nando la escasa población y, por ende, el estado de indefensión al que podía
exponerse Canarias ante un ataque de continuar la extracción de soldados. Esa
demanda la plantearía el mensajero Bernardo Justiniano de Lercaro, regidor de
Tenerife, que asimismo expondría otras reivindicaciones de carácter mercantil rela-
cionadas con un trato más favorable en el comercio indiano. El problema es que
otras islas, como Fuerteventura, carecían de recursos para ayudar económicamen-
te a ese apoderado308.
Antes se mencionó la crisis bélica española a comienzos de los años cuarenta.
En la campaña de 1644, el enemigo estuvo muy cerca de las zonas más impor-
tantes de los Países Bajos meridionales, mientras disminuían las mesadas de ma-
nera alarmante. Se achaca la serie de derrotas de 1645 a varios factores: crisis de
autoridad interna en la cúpula del ejército en Flandes, insuficiencia de medios fi-
nancieros y potencia militar del enemigo309. Por eso se pretendía auxiliar a los
ejércitos de Flandes con 1.000 isleños, y con objeto de facilitar la movilización, de
carácter voluntario, era fundamental la disponibilidad del dinero previsto (20.000
escudos), cuestión que el rey pretendía encarrilar con su R. C. de 23 de septiem-
bre de ese año310, por la que disponía la libranza a favor del capitán general de
10.000 escudos de a 10 rs. (3.400.000 mrs.) sobre el capitán Bartolomé de Ponte,
cobrador del donativo de 1632, cuya finalización aún seguía coleando.
Por razones que ignoramos, la ejecución del despacho real se retrasó, pues la
aceptación por parte de Ponte data del 25 de junio de 1646. Por esas fechas la
mayor parte de la gente enganchada debía estar reunida, a juzgar por el acta ca-
pitular tinerfeña de mediados de julio. Pero una cosa era que Ponte, como era ló-
gico, obedeciese la regia voluntad, y otra que dispusiese de liquidez. Como ese no
era el caso, y urgía remitir la tropa a su destino, el recurso más inmediato y fácil
—practicado tantas veces por los generales en las islas— consistió en la petición
(más bien diríamos, la exigencia) de un anticipo a los Cabildos realengos, en con-
creto a los de Tenerife y Gran Canaria, tomando los 100.000 rs. del arca del dona-
tivo. En esa tesitura todo fueron parabienes y facilidades. La explicación la pro-
porciona la indicada acta concejil tinerfeña311.
Como antes se adelantó, al conocerse la nueva leva, todos convinieron en que
había razones sobradas para el pesimismo en cuanto a su oportunidad, tanto por
las condiciones económicas y laborales de la mayoría de la población, pobres la-
bradores que debían cuidar de sus cultivos y sus familias, como por el doloroso re-
307 FERNÁNDEZ PARADAS, Antonio Rafael: «Antequera como ejemplo de rebeldía pasiva ante la Co-
rona: el caso de la petición de soldados para la Guerra de Sucesión de Portugal en 1645», en Jávega,
n.º 101 (2009), p. 80.
308 Acuerdos del Cabildo de Fuerteventura, 1605-1659…, op. cit, p. 277.
309 VERMEIR, René: En estado de guerra. Felipe IV..., op. cit., pp. 300, 301, 305.
310 AHPSCT, Prot. Not., leg. 937, reg. de 1649, f.º 1.
311 AMLL, Libro de actas 14, ofic. 2.º, f.º 178 (18 de julio de 1646).
928
cuerdo de los sucesos de la leva precedente: ...Y sobre todo tímidos y aun es-
candalisados de los malos tratamientos con que se hiso en la leba passada […], lo
qual quedó tan ynpresso en los naturales y deudos que acá dejaron, que conforme
al buen discurso y práctica que entre la jente avía, se tubo por ymposible se jun-
tassen quatro soldados. Sin embargo, el buen tino de Carrillo, que aparte de con-
tar con dotes diplomáticas era conocedor de los malos resultados de una política
de apremio que causaría de entrada la retracción de la mayoría, practicó una es-
trategia de persuasión y moderación, asiendo por sí particulares dilixencias de jun-
tas, escriviendo cartas a lo prinsipal desta ysla, rrepresentándoles con modos sua-
bes y de grande discrezión e importancia del servisio, la obligazión de vasallos y la
disposisión de los buenos bastimentos, socorros y pagas. Y onrrando en particular
y general a todos los vesinos, a obrado una cossa que jamás se entendió, y así se
tiene por sierto están oy asentadas plasas de 700 soldados. Y es de adbertir que
para esto no se a usado de medio biolento, y que todos los soldados, o por lo me-
nos la maior parte, son jente de buenas partes y calidad y jente de mucho brío y
obligasiones y para mucho trabajo, y que la voluntad y deseo con que avían sen-
tado las dichas plasas es y a sido ferborosísima; todo lo qual se puede atribuir y
atribuie esta ysla a la gran disposisión y medios tan suabes que el señor general a
puesto y de que a usado, y todo ello redunda en aumento y reputazión de crédicto
de las islas. Esta exposición tan halagadora —pocas veces hubo mejor sintonía en-
tre un general y el Cabildo de Tenerife— excusa de muchos comentarios. El Ayun-
tamiento agradeció a Carrillo su mesura y prometió su ayuda, aparte de acordar
un escrito al rey y al Consejo de Guerra para darle cuenta de todo. La táctica,
pues, radicó en promover juntas vecinales, exhortar a los poderosos y prometer
buen trato a los soldados.
En algunas levas se percibe de modo visible el uso de las milicias para el buen
éxito de las levas, y lo lógico era que así fuera, pero no es sencillo verificar ese da-
to en otras y, en cualquier caso, se trata de referencias poco concretas. Un ele-
mento clave en ese sentido debió ser el sargento mayor, que debía poseer listados
de milicianos o conocer de primera mano los enclaves más idóneos para valerse de
soldados jóvenes. Aunque seguramente peca de exageración al ser un testimonio
propio, en las levas del general Carrillo se asegura que tuvo una notable parti-
cipación el sargento mayor Juan Fernández Franco, acudiendo por todos los luga-
res de ellas a combocar los naturales para servir a S. M., en que travaxó mucho
con gasto de su haçienda, que fue la maior causa de que se hisiesen las lebas312.
También participó, suponemos que mediante venta de patente, el capitán Diego
Perera (Pereira) de Castro ―como se mencionó más atrás―, costeando una com-
pañía de 100 infantes en la que fue como jefe su primogénito D. Gonzalo Pere-
ra313.
Más pronto que tarde tuvo oportunidad el Cabildo de cooperar y cumplir así con
su promesa de auxilio, ya que —como antes se indicó— Carrillo, que veía muy pró-
xima la finalización de la recluta (ya hemos visto que contaba con 700 soldados),
dictó dos autos para que la institución municipal le cediese en préstamo dinero del
312 RSEAPT, Fondo Tabares de Nava, 2.3.101. Carrillo lo contaba así al rey en carta de 13 de junio de
1650, indicando que la ayuda había sido tanto en el levantamiento de los hombres para que se
enganchasen como en la embarcación y despacho. También, en AGI, Indiferente General, leg. 119,
n.º 50: acudió en Tenerife a alentar a los naturales para que sentasen plaça, como también a la em-
barcazión y despacho de esta gente, poniendo mucho travajo personal y gasto de su hazienda.
313 FERNÁNDEZ DE BÉTHENCOURT, Francisco: Nobiliario…, t. II, op. cit., p. 301. Según el «Nobi-
liario», mantuvo esa unidad en Flandes con paga, alimentos y vestuario a su costa, pero no debió ser
así, pues lo acostumbrado, en el mejor de los casos, era levantar y sufragar ese coste en la isla, ya
que la Corona pagaba los gastos al tocar tierra en el punto de destino, y los gastos de flete y ali-
mentos a bordo sabemos que asimismo formaban parte del presupuesto de la leva.
929
arca de tres llaves. La razón era sencilla: los reintegros se iban detrayendo en con-
sonancia con las urgencias, en buena medida porque los fondos del donativo
resultaron cortos, pero también porque el dinero disponible era variable y los in-
gresos, habida cuenta del origen de las cantidades ingresadas, tenían entrada en
diferentes partidas y plazos a lo largo del año. A medida que transcurría el verano
y la recluta estaba a punto de finalizar, con un contingente de hombres reunidos
en Santa Cruz que ocasionaba gastos, el capitán general exhortó al capitán Bar-
tolomé de Ponte, responsable de la cobranza del donativo de 1632, para que exhi-
biese 10.000 escudos (100.000 rs.) a fin de utilizarlos en el despacho de la recluta.
Ante la negativa de Ponte, que reconocía no contar con esos fondos, requirió en-
tonces al corregidor tinerfeño a mediados de agosto para disponer, al menos, de
3.000 ducs. del arca del donativo, sin perjuicio de las diligencias que pensaba em-
prender contra Ponte. Se sacaron 30.000 rs., pero el trance se tornaba cada vez
más dificultoso e inaplazable, y a finales de agosto Carrillo reclamó otros 30.000
rs. El corregidor, consciente de la situación y de la pena de 1.000 ducs. por deso-
bediencia, siempre se apresuraba a convocar cabildo para exponer el auto de tur-
no del general, obtener autorización y dejar constancia en acta de que la extrac-
ción de dinero del donativo se realizaba por orden superior. El 24 de septiembre
de 1646, ante la inminencia de la partida, Carrillo ordenó al corregidor la traída al
puerto de Santa Cruz, donde se hallaba toda la dicha gente leva junta para embar-
carse, de otros 50.000 rs., fuera del dinero sobrante del arca o del estanco del ta-
baco. Como solía suceder, se satisfizo la demanda con el dinero disponible: 27.300
rs. más una cantidad abonada por Bigot sobre el estanco del tabaco314. No hubo
necesidad de tanto dinero, de modo que el 2 de octubre se declaró que solo se
habían gastado 18.020 rs. En una memoria del escribano mayor del Concejo, Villa-
rreal, figuran las cantidades satisfechas a algunos soldados y oficiales315: a los pri-
meros se les entregaban 80-82 rs., y a los mandos unas sumas variables (743 rs.
al capitán D. Antonio de Sotomayor; 500 rs. al capitán Pedro Muy Forte; otros 500
rs. al capitán Juan Bandeduin; 237 rs. al capitán Andrés de la Guerra y Ayala; 994
rs. al capitán Diego Perera; 243 rs. al capitán D. Pedro Vergara y Arzola; 729 rs. al
capitán D. Pedro de Ocampo; 243 rs. al sargento D. Tomás de Bustamante; 460
rs. al alférez D. Lucas Alfonso y Llanos; 1.870 rs. al capitán Gaspar Rodríguez). La
tropa debió embarcar en navíos extranjeros, pues se menciona la remuneración de
250 rs. a Federico, cirujano de un navío alemán, y a Duarte Musa, cirujano de un
navío inglés. A falta de más datos ciertos, hay que suponer que la recluta (800
hombres)316 embarcó a partir de finales de septiembre de 1646.
Ignoramos el alcance territorial de la leva, pero según el memorial de D. Diego
de Herrera Ayala en 1663 sus antepasados en el señorío de La Gomera y de El
Hierro aportaron hombres, entre otras, a una leva del general Carrillo. Ignoramos
314 La secuencia fue la siguiente: el 18 de agosto de 1646 mandó Carrillo que se le entregasen
30.000 rs. del arca del donativo en el ínterin que se diligenciaba la cantidad (10.000 ducs.) que debía
facilitar Ponte, suma que iría a las manos de González de Lima. El 23 de agosto hubo que entregarle
otros 9.000 rs. Por auto del 24 de agosto se mandó abrir el arca de 3 llaves exigiendo 50.000 rs.
para apresto de la leva, empleándose 27.300 rs. de ese fondo. El 18 de septiembre se discutía en el
Cabildo otro auto peticionario de Carrillo (del 3 de ese mes) instando otros 30.000 rs. para la leva,
asimismo para dar a Lima. El general había mandado disponer de 50.000 rs., pero se contentó en
principio con una cantidad inferior del arca del donativo (38.460 rs.) que el 11 de octubre de 1646 se
le entregaron para el despacho de esa leva al citado Melchor González de Lima, con intervención del
veedor y contador Juan de Soto: 22.572 rs. procedentes del estanco del tabaco, proporcionados por
su arrendador, Claudio Bigot; 15.888 rs. estaban ya en el arca (AMLL, A-XII-18, fols. 20 v.º-21, 22,
58-60, 65).
315 AMLL, A-XII-18, f.º 62.
316 Como se ha advertido, diez eran los capitanes mencionados en el documento antes aludido, lo
que podría coincidir con ocho compañías con un número cercano a los cien hombres.
930
si esa participación se refiere a esta primera fase enviada en 1646 o a la segunda,
de la que hablaremos a continuación317. Algo similar podemos decir de La Palma,
pues con motivo del donativo de Melgarejo (1659) el Concejo de esa isla318 men-
cionaba las tres levas que había alimentado (obviamente, 1638, 1645 y 1654). Las
islas orientales debieron participar, dada su reducida entidad demográfica, con
aportaciones de víveres de acuerdo con el rol de reserva agraria que soportaban
(con la excepción de sus conocidas crisis cerealísticas); por ejemplo, el capitán ge-
neral Carrillo exigió en julio de 1646 al sargento mayor de Fuerteventura que dis-
pusiese de 5.000 libras de carne para abastecer la leva319.
Con más diligencia y celeridad de la que cabía esperar en aquella época, las can-
tidades tomadas a los Ayuntamientos fueron devueltas por Ponte: 67.244 rs. que
el 5 de octubre de 1647 entraron en el arca del Cabildo de Tenerife; 22.000 rs.
que el 2 de noviembre de 1647 retornaron al arca del Cabildo de Gran Canaria;
10.756 rs. que el 19 de diciembre de 1648 fueron restituidas a las arcas de los dos
Cabildos, todo lo cual sumó los 100.000 rs. de la real cédula, ingresada esta última
cantidad con bastante retraso, después de finalizada la segunda fase de la leva, a
la que se aludirá. Pero se advertirá que Carrillo había tomado dinero de los dos
Ayuntamientos, y en concreto el de Tenerife le había proporcionado 100.000 rs,
por lo que, al menos a la altura de mayo de 1648, le restaba debiendo (y debía
restituirle Ponte) 20.460 rs.
ordenó que los deudores del real donativo supliesen su incapacidad dineraria por la aportación de
vacas y tocino al sargento mayor. El Concejo reiteró su acuerdo, obligando a los vecinos morosos a
ofrecer carne, tocino y queso, a mediados de septiembre, pues el capitán general lo urgía (p. 281).
320 Tras la crisis abierta en 1640 y el negativo desarrollo de la campaña en Cataluña en 1642, el
Consejo de Estado debió dilucidar la priorización de uno de los dos frentes internos peninsulares, de-
cantándose por la mayor atención a Cataluña (CAMARERO PASCUAL, Raquel: «La Guerra de Recu-
peración de Cataluña y la necesidad de establecer prioridades en la Monarquía Hispánica (1640-
1643)», en GARCÍA HERNÁN, Enrique, y Davide MAFFI (edits.): Guerra y sociedad en la monarquía
hispánica…, vol. 1 (2006), p. 357). La primacía concedida a la guerra en Cataluña creció posterior-
mente, y el costo resultó un argumento importante, pues al evaluar el Consejo de Hacienda en 1652
el presupuesto necesario para el ejército extremeño en 1.593.000 escudos y el del ejécirto catalán en
1.200.000 escudos, consultó al monarca a favor de este último frente arguyendo que las operaciones
militares en Extremadura eran de menor importancia e intermitentes, cuando la razón era de índole
económica (MARTÍNEZ RUIZ, Enrique: «La compleja financiación del ejército interior...», art. cit., p.
83).
321 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento...», art. cit., p. 107. El
autor precisa que la leva para Cataluña la realizó el capitán general, mientras el marqués de Lanza-
rote se encargó de la destinada a la Armada, extremo que en principio no queda meridianamente de-
finido en la documentación local consultada, pero puede deducirse del fracaso de la leva de Castillo,
que a la postre facilitaría el posterior éxito de la del general.
Hay coincidencia entre los historiadores en considerar un error enorme la decisión del Consejo de
Estado de priorizar la campaña catalana respecto a la portuguesa, pues en los primeros años Portu-
gal era muy vulnerable desde el punto de vista militar, de modo que no solo se permitió la prepa-
931
examinaremos separadamente. En esos meses, pero sobre todo a partir de abril,
se produjo una ofensiva institucional para detener la que, de prosperar, hubiera
sido la segunda leva del marqués de Lanzarote, a quien se la encomendaba de
nuevo el monarca. Los regidores tinerfeños podrán agregar a su conocida argu-
mentación contraria a las levas la repulsa general de la isla a D. Juan de Cas-
tillo322, exteriorizada —entre otros actos— por la desbandada de muchos hombres
hacia las cumbres y su manifiesta voluntad de desriscarse antes que dejarse apre-
sar para engrosar la recluta.
En 11 de abril se discutió sobre el tema en el Cabildo de Tenerife, que ya co-
nocía el viaje emprendido por el marqués desde Lanzarote a Gran Canaria. En esa
reunión se determinó la rotunda oposición a la leva, manejándose en primer lugar
la argumentación económica: el perjuicio demográfico ocasionado por las levas
anteriores, sobre todo después de la reciente de 1645, había conducido a un en-
carecimiento notable de los salarios. Pero a ese motivo la oligarquía, respaldada
por toda la población, podía ahora sumar otro de más peso: el desastre de la leva
de 1638, de la que sobraban referencias negativas (…se trataron muy mal los sol-
dados que se alistaron, hasiéndoles tal pasaxe que últimamente quando llegaron a
Cadis llegaron casi muertos de hambre y sed; ya a esto a obrado con tanto temor
en los vesinos que sólo de aber oydo benía el dho. marqués a haser leba, se afli-
xen y esconden). Es decir, en cuanto se propaló que Castillo venía nuevamente en
busca de reclutas, se perturbó la vida en la isla y muchos se echaron al monte323.
Como se tenía cierta confianza en el general, que había demostrado mayor sosie-
go en sus métodos que el marqués, se resolvió suplicarle para que informase al
rey desfavorablemente, remarcando la necesidad de contar con todos los hombres
en la isla para su defensa debido a la carencia de tropa profesional. La simulta-
neidad de la demanda de marineros con una recluta solicitada al general para el
frente catalán alentará el repudio vecinal y cabildicio. Puesto que el alistamiento
del marqués se cebaba en la gente de mar, se razonaba la exigüidad del número
de marineros, ya que apenas había cuatro barcos para el comercio interinsular, sin
mencionar el azote del periódico cautiverio que afectaba a bastantes vecinos; en
total, se resumía con evidente exageración, no llegaba a la cincuentena el número
de marineros, incluyendo a los apresados por los moros. Se concluía arguyendo
que la extracción de los pocos individuos dedicados a estas tareas ponía en peligro
la continuidad del intercambio entre las islas, mientras que su experiencia marina
poco iba a ser de utilidad para la Armada real al tratarse de personas habituadas a
cortos desplazamientos en barcos raquíticos y mal equipados.
A la vista de la representación municipal, el general ordenó practicar una infor-
mación, cuyas preguntas giraban en torno a la insuficiencia de hombres en la isla
ración bélica de este reino, sino que se mantuvo una guerra estancada pero movilizando de manera
estéril (y despilfarrando recursos) durante muchos años en el frente occidental (MAFFI, Davide: «Las
guerras de los Austrias», art. cit., p. 96).
322 Nuevamente, el interés real de este personaje se relacionaba con el pleito y el control de los inte-
reses de su esposa en el señorío. En 1646 ya se había presentado en Lanzarote con ese motivo para
tomar posesión del estado, vendiendo algunas propiedades. En 1647 también realizó una serie de
actos de ese tipo, como el traspaso de cortijos (VIERA Y CLAVIJO, Joseph de: Noticias de la historia
general..., t. I, op. cit., pp. 773-774).
323 La oposición a las levas alcanzó a otros territorios españoles en esos mismos años. En Galicia, por
ejemplo, las Juntas del Reino reivindicaron que durante diez años se eximiese de levas a esa zona, o
que estas afectasen a solteros, hijos de escribanos, clérigos y vagabundos. Se amparaban tales peti-
ciones de 1644 en la parvedad de los recursos asignados para su mantenimiento. Fracasó así la idea
de formar un ejército cuantioso en el noroeste para entrar en Portugal, pues la gente huía para evi-
tar el reclutamiento, a lo que se añadía la deserción de los enrolados, ya que no eran socorridos
adecuadamente (EIRAS ROEL, Antonio: «Levas militares y presión fiscal en Galicia...», art. cit., pp.
538, 542, 546-548).
932
motivada por las dos levas anteriores (la de 1638 y la de 1645), que según las ci-
fras concejiles habían extrañado a unos 2.000 hombres en total. También se ha-
cía hincapié en el infortunio padecido en la anterior leva del marqués, y el capitán
Francisco Martín de Llarena resaltaba que la mayor parte de las levas anteriores
había salido de Tenerife, isla más «castigada» por las reclutas a tenor de su po-
tencial demográfico.
Más prolijo y valioso resultó el testimonio de D. Jerónimo Interián de Ayala, que
abundaba en la primera parte de su disertación en el Cabildo en detalles similares
a los de otros concejales, concretando que la leva de 1645 había alcanzado los
800 o 900 hombres, reunidos con ciertas dificultades, sólo superadas gracias al
empeño y a las gestiones del general. Aseguraba Interián que el alistamiento no
podría revestir ahora el carácter de voluntario, subrayando los problemas de ca-
rácter productivo y comercial del vino, pues no se podía hallar asalariados ni ofre-
ciendo el doble de jornal, mientras la salida de los caldos se había contraído enor-
memente en los últimos años (efecto de la independencia portuguesa, que como
quedó dicho finiquitó el formidable flujo mercantil Canarias-Brasil). Otro punto en
el que se extendió fue el de la protección de la isla, a cuyo pésimo estado pasó
revista con detalle. Por esa razón, esgrimía, el general Andía Irarrazábal había traí-
do en su momento 300 infantes pagados para guarnición de Canarias. El testigo
utilizaba un símil muy sencillo y contundente para explicar la situación: un simple
barco indiano de aviso enviado con un pliego poseía más artillería que todo Teneri-
fe. Por último, se refería a otro perjuicio: el decisivo papel que el pescado jugaba
en el salario y la manutención de los peones. Una buena parte del pescado proce-
día de los navíos portugueses, que aportaban sardinas y salazón del banco pes-
quero cercano a las aguas canarias, además del beneficio añadido que suponía la
ayuda de los marineros lusos en los escasos barcos pesqueros del archipiélago. La
independencia lusa había finalizado también con el provecho derivado de esta
práctica324. Otro testigo de peso, el capitán D. Alonso Llarena Cabrera, ratificaba la
escasez de barcos en Tenerife, agravada por los cinco que habían desaparecido,
dos de los cuales habían sido capturados por los moros, y los otros tres se sospe-
chaba que habían corrido igual suerte.
En esta ocasión el problema se solucionó con rapidez y con el apoyo del capitán
general, posiblemente porque la aportación isleña en esa leva no era tan relevante
y quizá pesaban más los deseos del marqués de medrar y de obtener apoyos en la
Corte para fines particulares que la verdadera necesidad de la Corona. El 30 de
abril el Cabildo pidió al capitán general D. Pedro Carrillo que autorizase la compa-
recencia de D. Juan de Castillo, a instancias del procurador mayor de la institución,
ruego al que accedió el militar. Sin apoyo de este, con la oposición frontal de la
oligarquía y el odio popular, el marqués optó por una salida digna, sobre todo
cuando el primero de mayo acudió un escribano a su morada lagunera para comu-
nicarle el auto citatorio del general.
La respuesta del marqués fue inmediata y conciliadora en extremo (incluso la
fecha era del 29 de abril). El 10 de mayo se leyó en cabildo la misiva de Castillo en
la que anunciaba su intención de suspender la leva y la saca de trigo de las islas
orientales, admitiendo las razones municipales referidas a la cortedad demográ-
fica, al perjuicio agrícola y a las tribulaciones defensivas. Previamente a esta carta
el marqués había parlamentado con Carrillo, que le había autorizado para condes-
cender con los deseos concejiles, y asimismo noticiaba que él mismo daría cuenta
324 La falta de pescado era tal que cuando venía algún barco cargado —si antes no caía en poder de
los moros—, se hacía estanco y pósito de ese alimento para repartirlo, y así y todo se recibía menos
porción por persona que antes. Una opinión similar sobre la importancia del pescado para la viti-
cultura la sustentaba D. Juan Colombo de Vargas en su declaración.
933
a la Corte de esta decisión, que el Ayuntamiento agradeció325. De nuevo, pues, la
peculiar incidencia de la crisis de 1640 en la economía isleña y la comprensión del
general jugaron a favor de las islas, pero además se producirá una decisión de
alcance por parte de las autoridades del poder central, que en vista de la
interferencia habida entre las dos reclutas, entendiendo que había sido lesiva la
existencia de dos cabezas (el marqués y el general), concluyeron que en lo suce-
sivo las movilizaciones debían correr a cargo de una sola persona, preferentemen-
te del capitán general326, cuyo poder quedaba así realzado por esta circunstancia.
En otras palabras, las levas se convirtieron en un demostración más a favor de la
centralización de funciones y de poder prácticamente absoluto en manos de estos
funcionarios reales.
325 Los capitanes D. Carlos de Briones Samaniego y D. Francisco del Hoyo fueron los regidores comi-
sionados para dar las gracias personalmente al marqués, quien les aseguró que su intención nunca
había sido desazonar a la gente, sobre todo tras reconocer los inconvenientes que podría ocasionar a
las islas (AMLL, S-VIII-1, sesión capitular de 10 de mayo de 1647).
326 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento…», art. cit., p. 106.
327 AMLL, A-XII-18, f.º 67.
328 AMLL, A-XII-18, fols. 23-24. Los ingresos se realizaron en diferentes fechas, como febrero y oc-
tubre de 1647. El dinero procedía, sobre todo, de las entradas previstas para los plazos del estanco
del tabaco, y eran exhibidas las cantidades por el propio Bigot o por Melchor González de Lima.
934
recluta, además de otros 10.000 rs. que había tomado ya por dos autos, de modo
que el disponible exigido al Cabildo se reducía a finales de mayo de 1648 a 57.855
rs. Recapitulamos lo sucedido: a principios de diciembre de 1647 el capitán ge-
neral ordenó detraer 4.000 rs. de los donativos para los preparativos de esa leva,
dinero que se depositaría en Antonio de Alpuyn, determinando la asistencia de un
real diario a cada soldado para su sustento329; como los gastos de los procesos de
reclutamiento continuaron en meses posteriores, a medida que se iban alistando
voluntarios, Carrillo decretará otro auto el 25 de abril de 1648330 para servirse de
6.000 rs., de los que se destinaría un real diario para sustento a cada inscrito. Pero
a mediados de mayo de 1648 solicitó 6.000 rs. para socorrer a los soldados que
habían asentado plaza y a otros que se iban enganchando331, de modo que tuvo
que recurrir a una petición a Navia para que reiterase su orden, pues la original la
había extraviado. El oidor repitió su escrito el 24 de mayo, previéndose una peque-
ña cantidad que todavía debía emplearse (los ya mencionados 15.000 rs., de los
que en buena medida se habían consumido unos 12.000 rs.) en el alistamiento en
Gran Canaria hasta que los soldados de esa isla fuesen trasladados a Tenerife,
detrayéndose fondos para ese fin del donativo a cargo del Cabildo grancanario332.
Todavía a finales de 1648 el capitán general, en su desvelo por cumplir con su
compromiso y compensar al arca del donativo de Tenerife, se mostró inflexible con
la incuria de Bartolomé de Ponte, que se resistía al ingreso de 10.756 rs. (recor-
demos que desde junio de 1646 debió haber mostrado 100.000 rs. a Carrillo). Este
decidió entonces su apresamiento en las dependencias del Ayuntamiento bajo cus-
todia de cuatro guardas a su costa con 8 rs. de salario al día. La medida surtió
efecto con celeridad: a los tres días Ponte ingresó la cantidad en el arca y el gene-
ral zanjó su débito333.
La movilización contó con la oposición del Cabildo catedral de Las Palmas bajo el
argumento de los ataques piráticos y la miseria334, pero no logró detener la reclu-
ta. La partida de la expedición debió producirse a mediados de julio de 1648, pues
el flete de la nave establecía como fecha de embarque de los soldados el 15 de
dicho mes, y dos días después se firmó la recepción de bastimentos. El transporte
se realizó en el barco inglés El jiles de Londres335, que llevó dos banderas de in-
fantes, con un máximo de 200 soldados (todavía en los últimos días de junio no
estaban las compañías completas y se seguía apuntando gente).
Las tropas iban provistas de alimentos para 30 días y el destino era Sanlúcar de
Barrameda, donde se verificaría el desembarco en un plazo de cuatro días. Res-
pecto a los servicios y obligaciones del transportista, se comprometía el capitán a
facilitar los auxilios del cirujano del barco para asistir a los soldados y oficiales, uti-
lizando las medicinas del navío. También proporcionaría un marinero para que con
cuenta, pesa y medida, distribuyese los bastimentos entre los soldados de la ma-
nera que ordenasen los mandos y acorde con las instrucciones del veedor. El im-
329 AMLL, Libro de actas 26, ofic. 1.º, f.º 8 (3 de diciembre de 1647); A-XII-18, fols. 26 y 66. Se
efectuó la operación de saca del dinero ante el escribano Argüello, que actuaba como veedor y con-
tador por nombramiento de Juan de Soto, que ejercía tal oficio.
330 AMLL, A-XII-18, f.º 69.
331 AMLL, Libro de actas 26, ofic. 1.º, f.º 166 v.º (20 de mayo de 1648).
332 AMLL, A-XII-18, f.º 72.
333 Ibíd., fols. 35 y 89.
334 QUINTANA ANDRÉS, Pedro C.: A Dios rogando, y con el mazo dando…, op. cit., p. 753.
335 AHPSCT, Prot. Not., leg. 937, reg. de 1648, f.º 62 (21 de junio de 1648). El británico Enrique
Tupe (¿Toopd?), era el propietario del navío y hacía las veces de capitán y maestre. Cuando se ve-
rificó la escritura notarial estaba surto en Puerto de la Cruz, desde donde tenía que dirigirse a Santa
Cruz de Tenerife para recibir a las compañías. Sirvió como intérprete en el contrato el mercader in-
glés Joseph Lambel, y actuó como fiador del capitán del barco otro comerciante de esa nacionalidad,
Joan (John) Campion.
935
porte del flete ascendía a 20.000 rs. de moneda isleña, satisfechos antes de la par-
tida, como era habitual, pero a esa cantidad había que añadir una penalización de
300 rs. por cada día de demora, que por lo menos en la ida se produjo. Los con-
tratos los formalizó el veedor y contador de la gente de guerra Juan Alonso Argüe-
llo, en ausencia del titular, Joan de Soto, como ya se dijo336 .
Acerca de esta leva ya nos hemos ocupado en otra publicación, en particular acer-
ca de la resistencia ocasionada en Tenerife, cuyo Cabildo mantuvo una pugna con el
capitán general D. Alonso Dávila y Guzmán337, nombrado para el cargo en 1650.
Hace pocos años fue objeto de un interesante estudio por parte de los historiadores
Brito González y Alemán Ruiz338, además del citado artículo posterior de Rodríguez
Hernández. Aunaremos aquí todas estas aportaciones e intentaremos completar al-
gunos aspectos de la que resulta ser la unas de las levas canarias de este período
más y mejor conocida.
Realmente la recluta arrancó a finales de 1652, cuando la Corona resolvió alistar
en un primer momento 1.000 soldados en Canarias a costa de la real hacienda, asig-
nándose la misión al maestre de campo D. Francisco Antonio de Castrejón339. La no-
ticia sorprendió a los solicitadores enviados por el Concejo tinerfeño en la Corte, que
posiblemente informaron ya en una carta de 1 de abril de 1653, aunque la constan-
cia y referencia plena corresponde a una posterior de 1 de julio340 en la que uno de
los apoderados, el excorregidor tinerfeño Urbina Eguiluz relataba la situación en esos
momentos y las circunstancias de sus negociaciones al respecto: A la novedad que
allamos de la leva, se a procurado restituir todo lo posible y últimamente pregun-
tándome el marqués de Balparaíso qué disposición pudía tener para executarse le re-
presenté los graves ynconbenientes que se me ofreçían y el perjuiçio grande que se
les açía a esas yslas, con que asta aora no se a dado horden para que el maestre de
canpo baya. Eguiluz confiaba en la suspensión de la orden, pero advertía que depen-
día de que las necesidades aprieten, de suerte que no se puede escusar, y sienpre
conbendrá que esa ysla tenga aquí persona que acuda a lo que se ofreciere de tanta
satisfación que no necesite de ynviar de allá procuradores y que se ynbíe horden
para que en caso que trate de partirse el maestre de canpo se ofresca de parte desas
yslas algún donativo aciendo el ofrecimiento. En mucho cotizaba su valimiento en la
Corte Eguiluz, dispuesto a ejercer de embajador permanente a cambio de dinero, y
336AHPSCT, Prot. Not., leg. 937, reg. de 1648, f.º 76 (17 de julio de 1648). La relación de los basti-
mentos incluía: 2 pipas con vinagre; 12 carretadas de leña (8 rajadas y 4 por rajar); 30 peruleras pa-
ra agua y vino; 30 platos y gavetas grandes de palo; 4 arrobas de aceite en botijas; 1 fanega de sal
en un costal; 15 tazas de palo para beber; 2 calderas de cobre grandes; 400 libras forfolinas de ba-
calao en 561 bacalaos; 2 fanegas de chícharos blancos en 2 costales; 24 cabos de ajos; 11 barrilones
de carne salada de vaca, quesos y almendras; otro pequeño de carne; 1 costal de pasas con 3 arro-
bas y 15 libras; 40 sacos y medio de bizcocho con 271 arrobas; un cajoncillo con velas para los ran-
chos. Al llegar al puerto de Sanlúcar, debía entregarse a los oficiales reales de este el excedente de
bastimentos junto con la madera de pipas de aguada, vino y vinagre, así como peruleras, sacas, cos-
tales, calderos, etc.
337 RODRÍGUEZ YANES, José Miguel: Tenerife en el siglo XVII…, op. cit., pp. 79-84.
338 BRITO GONZÁLEZ, Alexis D., y Esteban ALEMÁN RUIZ: «Canarias en las guerras de Flandes: la
tación aparece «Castejón» y «Castrejón» indistintamente) que en 1648 había conseguido veinte pa-
tentes en blanco de capitanes para reclutar 2.000 soldados andaluces para el frente de Cataluña,
aparte de otras seis para movilizar compañías de infantería en Jaén y Granada (JIMÉNEZ ESTRELLA,
Antonio: «Mérito, calidad y experiencia: criterios volubles...», art. cit., p. 260).
340 AMLL, D-XIII-23. La carta fue leída en la sesión concejil de 19 de septiembre de 1653.
936
mal calculaba los tiempos necesarios para detener una orden del Consejo de Guerra
que afectaba a un territorio tan lejano, en época en que ningún reino se libraba de la
contribución humana a la política imperial. Tampoco eran tiempos para donativos,
pues precisamente uno de los principales motivos de su gestión en la Corte era pro-
curar ―como se verá en el último capítulo― la recuperación del estanco del tabaco
como arbitrio tinerfeño para satisfacer el importe del donativo de 1641, estando ya
embargados los propios municipales por impago.
El destino previsto de la leva era Cataluña, pues a pesar de los indudables éxitos
militares de la monarquía todavía la región distaba de estar ganada para los Austrias
hispanos y los galos no renunciaban a su control; el peligro, pues, continuaba y Fran-
cia continuaba enviando combatientes allí, aunque solo fuese para distraer tropas en
ese territorio. Así, en diciembre de 1653 el mariscal Hocquincourt entró en Cataluña,
y a pesar de no hallar la esperada adhesión catalana, se apoderó de algunas plazas y
sitió Gerona. D. Juan de Austria acudió a repeler a los invasores mientras a Hocquin-
court le sucedía el príncipe de Conti.
Esa finalidad inicial de la recluta canaria experimentó un cambio, pues la demora
de su puesta en práctica —un año en el que variaron las circunstancias bélicas y las
urgencias estratégicas hispanas— derivó en una modificación del número de hom-
bres y del destino, que a la postre sería Flandes341, donde se habían logrado algunos
triunfos parciales, sobre todo con el paso al bando español del príncipe Condé y su
ejército. Algunas plazas, como Dunquerque o Rocroi, fueron recuperadas, pero en
1654 la situación se enrareció a causa de los recelos y desavenencias entre los man-
dos españoles en Flandes. El resultado inmediato fue el debilitamiento de las posicio-
nes hispanas, lo que aconsejó el reforzamiento de efectivos.
Debió ser en enero o febrero de 1654 cuando se enmendó el proyecto, que exigió
ahora una saca de 2.000 soldados342, pues el 22 de marzo fue cuando se debatió en
el Cabildo tinerfeño la carta del capitán general Dávila en la que avisaba a esa ins-
titución de la llegada de Castrejón —acompañado de un sargento mayor y dos ayu-
dantes— para proceder a la leva. El Concejo hizo ver al general la inconveniencia de
la operación, objetando como en ocasiones anteriores las necesidades defensivas de
la isla y los perjuicios económicos. Se realzaba la incidencia negativa en la dismi-
nución de la oferta de jornaleros, que tenía su pronto correlato en el alza de los
costes salariales y la inflación. A eso se le sumaba la mala cosecha del bienio anterior
y la pérdida demográfica derivada de las levas de años antecedentes. No se perdió la
ocasión para manifestar a Dávila, quien por haber venido en 1650 desconocía de
primera mano la todavía recordada funesta movilización de 1638, la inoportunidad
del reclutamiento. Se le hicieron patentes, por una parte, los problemas habidos en
las ocasiones anteriores para conformar la totalidad de las compañías previstas y el
sonado fracaso del marqués de Lanzarote en 1647, por lo que era previsible una
dificultad superior en un momento como aquél, afligida la población por una reciente
mortandad; por otra parte, sugerían los regidores que el enganche lo organizasen
dos caballeros diputados por el Cabildo para evitar abusos, y se rechazaba la orden
de alojar y mantener a los ayudantes del maestre de campo, basándose tanto en la
ausencia de precedentes como en la carencia de mandato real y en el déficit de los
propios concejiles. No obstante, la posición de los regidores, contraria a la leva, tuvo
tanto o más que ver con sus propios intereses económicos como clase dominante (su
341RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento…», art. cit., p. 113.
342 Aunque no guarde relación estrictamente sincrónica con esta leva, como referencia comparativa
digamos que en 1657 se exigió a Galicia reunir siete tercios de infantería (7.500 soldados). Esta cifra
era tan irreal que no se consiguió, pero sirvió para exonerar a Galicia de la sustitución de milicias por
Tercios Provinciales en 1663 (SAAVEDRA VÁZQUEZ, M.ª del Carmen: «La contribución de Galicia a la
política militar...», art. cit., p. 693).
937
vinculación con la vitivinicultura y su comercialización) como con el generalizado re-
chazo popular, aunque como en ocasiones similares su rechazo se ornaba con ciertos
tintes populistas. Esta oposición no está constatada, posiblemente por vacío docu-
mental, en otras islas, salvo en Gran Canaria y La Palma.
La renuencia cabildicia no hizo mella en la determinación de Castrejón, portador de
órdenes reales, y menos aun en el capitán general. La leva, pues, comenzó sin que
constituyera un éxito pero con perspectivas moderadamente halagüeñas, pues hacia
finales del verano, en septiembre de 1654, se habían inscrito unos 500 hombres,
agrupados en catorce compañías, en el conjunto del archipiélago. Esto llevó a pensar
a los responsables del alistamiento que al concluir la vendimia podría doblarse la ci-
fra343. Pero aunque se incrementó el número de enrolados la realidad fue muy dife-
rente y se presentaron complicaciones y tensiones de diversa índole.
Para empezar, a finales de año344 el problema no será sólo la leva en sí, en cuanto
parecía que se había conseguido frenarla, sino la manutención de la tropa ya reuni-
da, que ascendía a 800 hombres, de los que 500 procedían de Tenerife. El Cabildo
repudió la fórmula de repartimiento con apremio que quería Dávila, amparándose en
el requisito de licencia real, pues una nueva imposición vulneraba el privilegio de la
isla, de modo que sólo era factible la donación voluntaria. Los regidores presentes
ofrecieron el caldo de 40 pipas y 2 barriles de vino 345. En efecto, se procedió de in-
mediato al mecanismo de la donación por lugares. Como ejemplo, cuatro días des-
pués de la celebración del cabildo contamos con la relación de los vecinos que
ofertaron para la causa en la zona noroeste de la isla (Garachico, Los Silos, Buena-
vista y El Tanque)346. No era frecuente tal diligencia, quizá motivada por la coac-
ción de Dávila o por el interés municipal en satisfacer cuanto antes al general con
una demostrable eficacia y generosidad, colmando así sus apetencias antes de que
ocurrieran males mayores. La recaudación en la zona aludida ascendió a 4.735½
rs. y 32 pipas de vino, todo lo cual generó al final una cantidad de 15.715½ rs., ci-
fra desigualmente repartida entre las cuatro localidades. Si descendemos al repar-
to por lugares, las ofrendas nos proporcionan la medida de la importancia econó-
mica de cada núcleo y una cierta idea de la situación socioeconómica. En realidad,
las 32 pipas correspondieron en exclusiva a Garachico, que además aportó 2.372
rs. Por tanto, se situaba a enorme distancia del resto de la comarca, multiplicando
por más de seis su contribución respecto a los otros tres lugares. En Buenavista y
Los Silos, por este orden, se reunió una cantidad similar, pues si en el primero de
esos lugares se reunieron 1.219½ rs., en Los Silos a los 502 rs. se agregaron 16
barriles y medio, que traducidos estos a dinero representarían 450 rs., deducida la
ganancia de la vendedera y el transporte, lo que sumaría 962 rs. en total. El Tan-
que planteó su pobreza y la escasez de la cosecha para justificar sus ralos 200 rs.,
que se extrajeron del caudal de grano de la alhóndiga. Pero la relación admite más
comentarios, pues el propio número de vecinos donantes es significativo. En el ca-
so de Garachico fueron 97, de los que 20 destacaron por prometer entre 1 y 3 pi-
pas o una cantidad dineraria equivalente (sólo se registra un caso en metálico en-
tre la elite, que prefirió entregar vino de su cosecha). En ese grupo reparamos en
la aristocracia y burguesía garachiquense347; una segunda categoría de donantes
343 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento…», art. cit., p. 113.
344 AMLL, Libro de actas 15, ofic. 2.º, f.º 164 (11 de diciembre de 1654); también, S-VIII-1.
345 El alférez mayor ofreció tres pipas; D. Alonso Llerena otras tres, etc.
346 AMLL, A-XII-20.
347 El alcalde mayor, D. Gaspar de Ponte, el maestre de campo D. Martín del Hoyo y su hijo, el
capitán D. Cristóbal del Hoyo Solórzano, D. Cristóbal de Ponte del Hoyo, el capitán D. Sebastián
Prieto del Hoyo, el maestre de campo D. Luis Interián, los capitanes D. Fernando del Hoyo Solórzano
(por sí y por D. Juan del Hoyo, su padre), Juan Francisco Ximénez, D. Melchor Prieto, D. Alonso del
Hoyo Calderón, Francisco Xorva Calderón, D. García del Hoyo, D. Pedro Sotomayor, D. Pedro de
938
la integraba un corto número de vecinos348, y por último seguían 64 personas (es
decir, casi el 66 % del total) con cantidades inferiores a 50 rs., la mayoría entre 4-
8 rs. Digamos, finalmente, que en Garachico la colecta se efectuó por una comi-
sión integrada por cuatro personas: el alcalde mayor, capitán D. Gaspar de Ponte
Ximénez, los regidores D. Cristóbal de Ponte y Hoyos y D. Sebastián Prieto del
Hoyo, y los caballeros ciudadanos D. Fernando del Hoyo Solórzano y Cristóbal del
Hoyo Solórzano. La excelente respuesta garachiquense a la petición contributiva es
pareja a su importancia mercantil y portuaria en el ámbito canario, a la residencia
de un sector significativo de la oligarquía tinerfeña y a la presencia de regidores y
aspirantes a la nobleza titulada entre sus vecinos más conspicuos, como se ha
apuntado en otros epígrafes.
En Los Silos participaron como oferentes 87 vecinos, una elevada cantidad si
comparamos con Garachico, dada la diferente población de estos lugares, pero las
aportaciones fueron raquíticas. Ningún vecino puede encuadrarse en las princi-
pales categorías que destacábamos en Garachico: sólo el alcalde, el capitán D. Si-
món de Betancor —más por considerarse obligado como principal cargo público
que por su posición económica— sobresalía con el caldo de media pipa de vino, y
ya por detrás figuraba un corto segmento de 7 vecinos349, la burguesía rural de un
lugar modesto, aportando dádivas entre 25 y 100 rs. La inmensa mayoría apenas
fue capaz de ofrecer entre 1-4 rs. Una perspectiva análoga brinda Buenavista con
una nómina de 130 vecinos (la inmensa mayoría, 115, donó dinero). Nadie sobre-
pasó los 100 rs., pagase en vino o en metálico, y sólo ocho superaron los 30 rs.,
correspondiendo este grupo a los vinateros que ofrecieron su caldo. En cuanto al
resto, la mayoría optó por dar entre 4-8 rs.
Como las cantidades obtenidas por este método resultaron limitadas para el empe-
ño, se apeló a otros procedimientos comunes. Por ejemplo, en febrero de 1655350 se
determinó el reparto a panaderas de 2.000 fas. de trigo a 14 rs. para los gastos de la
leva, el envío de los soldados a España y la conformidad con la orden de cobranza
del capitán general. También tenemos noticia de que algún capitán, por su cuenta,
vistió y armó a los soldados de su compañía, como D. Fernando del Hoyo Solórzano,
con la mirada puesta sin duda en el ennoblecimiento351.
Dávila no se contentó con los soldados que habían sentado plaza y el dinero que se
le iba entregando. Su fijación inflexible era la de completar la leva a costa de la isla
más poblada y próspera, lo que implicaba la perentoria búsqueda y captura de otros
400 tinerfeños. La orden se puso en marcha a mediados de febrero, para ejecutarse
el 21 de ese mes, como se detallará más abajo. Esto provocará la rápida reacción
capitular352. En vano suplicará el Ayuntamiento al general, trayendo a colación los
sacrificios y servicios de los isleños en las últimas décadas (tres donativos y tres le-
vas), aparte de los 500 ya movilizados y de las sumas aportadas para la ocasión. In-
cluso se rogó al menos una reducción del número de 400, en atención a razones de-
mográficas, económicas y defensivas, en cuanto para llegar a esa cuantía de solda-
dos era menester alistar a casados, viejos y oficiales artesanos. El general se mostró
Ponte del Hoyo, D. Jerónimo Fonte, D. Juan de Castro Vinatea, D. Gaspar de Roxas Alzola, D. Juan
Riquel, Blas Franiel, los alféreces Pedro Hernández Bestre (por sí y su hermano Lucas Mexía).
348 Los alféreces Sebastián García, Josep Méndez, Juan de Arango, Antonio Fagundes, el ayudante
Diego de Santamaría Salinas, Pedro Franiel, Agustín de Goyas y su yerno Francisco Díaz, Antón Luis,
Doña Leonor de Fraga y Prieto, y los capitanes D. Diego Sotelo de la Mota, D. Francisco de Mesa,
Pedro Interián de Ayala, D. Juan Interián de Ayala.
349 El alcalde, capitán D. Simón de Betancor, los también capitanes Ferraz y D. Benito de Figueroa,
Sebastián Pérez Enríquez (fundador del convento de la localidad), el alférez Gaspar Jorge, Sebastián
Álvarez, Joseph de Castro, Domingo Afonso Salgado.
350 AMLL, Libro de actas 15, ofic. 2.º, f.º 182 v.º.
351 FERNÁNDEZ DE BÉTHENCOURT, Francisco: Nobiliario…, t. III, op. cit., p. 1.019.
352 AMLL, Libro de actas 15, ofic. 2.º, f.º 190 v.º.
939
intransigente y adujo la rebaja decidida ya por él en el número de hombres que teó-
ricamente debían proceder de las islas353, ajustándose a extraer únicamente 1.500 de
los 2.000 hombres ordenados por la Corona. El Concejo, espoleado por el amplio
descontento social, pero a la vez impotente, continuó elevando súplicas a Dávila.
Los regidores atribuían esta segunda y cruel fase de la leva a la llegada de D.
Lope de Mendoza, pero quizá haya influido la hoja de servicios del general Dávila,
fogueado en los campos de Flandes, donde había permanecido veinte años354. El
sistema consistió en recurrir a las matrículas de integrantes de las compañías, de
modo que Dávila dispuso que en la noche del 21 de febrero todos los capitanes
capturasen a 6 y 8 soldados, más o menos, de sus compañías, según el número
de cada una, y los remitiesen presos a la cárcel de la ciudad. Un ejemplo fehacien-
te lo proporciona la carta dirigida por el capitán general el 14 de febrero al capitán
Juan Riquel y Angulo, en Garachico355. Se le mandaba que el domingo siguiente,
21, tras anochecer, llamase a su casa al alférez, al sargento y a los cabos de es-
cuadra de su compañía, uno a uno, con tal dispossisión que no cause sospecha, y
tras notificarle la orden superior los retendría Riquel en su propia casa sin que
puedan hablar ni dar aviso a persona alguna, ni dentro ni fuera de ella. A las nue-
ve de la noche, hora en que se suponía que todos los milicianos estarían recogi-
dos, Riquel saldría con sus oficiales y con sigilo prendería a seis de ellos, aunque
no estuviesen alistados, para que engrosasen el tercio de Flandes. A continuación
debía trasladarlos con custodia a La Laguna, prebiniéndolo con tanta sagasidad y
secreto que ninguno lo presuma antes de la exxón. Los elegidos debían ser los que
considerase arán menos falta en sus casas y en el lugar y compañía, y antes que a
otros prenda a los que fuesen de malvivir. Finalmente, se le exhortaba a obrar con
urgencia, bajo pena de 500 ducs., con la instrucción —en caso de encontrar re-
sistencia— de pedir ayuda al capitán de la compañía de leva que se levantaba en
ese lugar. En La Palma se constata también la intemperancia empleada en las mis-
mas fechas, pues el 21 de febrero el teniente de la isla intervino en el Ayuntamien-
to356 mencionando que se estaba procediendo a leva de forzosos y que los hom-
bres de los campos venían maneatados y así se les llevaba al cuerpo de guardia
sin que hasta ora se sepa que aya orden de Su Magestad para ello, de lo qual a bi-
do escándalo en la çiudad y le an benido a pedir muchos vezinos lo remedie, re-
presentándole la poca gente que ay en esta ysla y los daños que se siguen de sa-
carla forsosa a la conserbación della, y que abiendo enpesado esta leba oy ya no
parese en la çiudad moso ninguno, y que lo mismo pasa en los lugares del canpo,
porque todos se an alsado a los montes. El Cabildo palmero acordó dirigirse al ca-
pitán general para pedirle que reparase ese daño y los inconvenientes de hacer la
leba forsada, y maiormente quando en la boluntaria se an listado más de setenta
onbres, que para la cortedad de gente de la ysla es grande. Según los regidores,
los capitanes generales hasta entonces habían prohibido la salida de ningún hom-
bre de la isla sin tener seguridad de su regreso ante la escasa gente que se reunía
en los rebatos y alertas357.
A principios de marzo, el Cabildo tinerfeño estimaba en mil el número de movili-
zados, cifra exagerada, pero en todo caso bastante por encima de los realmente
enviados por la isla. Seguramente Dávila se sintió respaldado por la autoridad real
353 Ibíd., f.º 192. Las violencias y los abusos en las levas fueron, si cabe, mayores en Castilla (DOMÍN-
GUEZ ORTIZ, Antonio: «La ruina de la aldea castellana» en Instituciones y sociedad en la España de los
Austrias, Barcelona, 1985, p. 38).
354 SÁNCHEZ MARTÍN, Juan L.: «Apuntes para una reconstrucción histórica...», art. cit., p. 7.
355 AHPSCT, Prot. Not., leg. 110, f.º 96.
356 AMSCLP, leg. 682, sesión de 21 de febrero de 1655.
357 Ibíd., sesión de 21 de mayo de 1655. Meses después, el capitán general respondió que no había
podido contestar antes a la carta concejil por los ahogos y aprietos derivados de la leva.
940
al recibir a comienzos de ese febrero tan dramático dos reales cédulas de 14 de
septiembre de 1654 autorizándolo para tomar dinero de lo procedido de rentas de
oficios y contribuciones pagadas por los franceses, así como de las cantidades
adeudadas por los caballeros de hábitos de órdenes militares residentes en las
islas en función de lo que debían satisfacer por los montados de 1642 y 1643 (los
caballeros que no se habían personado con un determinado número de soldados
en los llamamientos de esos años para participar en las campañas militares tenían
que pagar 200 ducs. por cada uno de esos llamamientos)358. Se efectuaron las
oportunas gestiones tras los autos del general para acceder a esos fondos o recla-
mar el dinero. En La Palma se justificó D. Juan Massieu de Vandale, caballero de
Santiago, quien exhibió recibos y despachos que probaban el pago de 400 ducs.
en Madrid, pues se hallaba por entonces en la capital, así como de otros 200 ducs.
abonados al capitán general Carrillo en 1646 para la formación de un hospital para
los heridos de las levas del batallón de caballería de las órdenes militares. Quiso
también eludir el pago el maestre de campo D. Ventura de Frías Salazar, caballero
de Calatrava, recordando sus continuos servicios militares y el desconocimiento de
la obligación de participar en los montados, aparte de haber contribuido con 200
ducados a petición del general Carrillo en 1646. Dávila ordenó ejecución en los
bienes de Frías, pero al no presentarse ponedor en el remate, dispuso prisión para
el caballero y su abonador359.
Esta leva se puede considerar entre las tres o cuatro que más impacto dejaron en
siglo y medio entre la población tinerfeña, en buena medida como consecuencia del
innecesario aparato coactivo desplegado y de los abusos cometidos ante el rechazo
al enrolamiento. El 4 de marzo360 se analizaron en el Cabildo tinerfeño los trastornos
de la leva, revestida ya de las características plenas de forzada, compadesido este
Cavildo de las lástimas y clamores del pueblo y de la nesesidad y aprieto [de la isla] y
el ynconveniente mayor que puede resultar de quedar esta ysla sin gente y desanpa-
rada, a riesgo de qualesquiera ynvassión de enemigo. También se ponderaba la falta
de importaciones de Azores y Madera a causa de la independencia portuguesa. Ade-
más, no le constaba al Concejo la orden real para la leva forzosa, y se subrayaba que
Tenerife había contribuido ya a la causa de las guerras de la monarquía con más de
80.000 rs.
Este tipo de actuaciones, practicadas en todas las poblaciones, originó una olea-
da de recelo y descontento. Como se recoge en las actas concejiles, motivó el cla-
mor y sentimiento en toda la ysla, retirándose a los montes y quebradas y a otras
partes mucha de la jente que la avita y cultiba, temerosos no los obliguen y lleven
forsados como se hase con los demás, con que se pierden totalmente las dichas
viñas y sembrados; unos, por falta de quien los escarde y limpie de las yerbas que
los consumen, y otros por no aber pastores que guarden los ganados que los co-
men, y las viñas por no hallar personas que las poden ni caben, siendo la ocasión
presente la más ardua y en la que de hecho se vienen rebentando, y que por no
acudirlas malogren el fruto que les nasse y quedan menoscabadas e ynposibili-
tadas a el remedio del daño que padesen, que a el presente lo a resivido la tierra
por no aver personas que las cultiben, en más de dosientos mill ducados, y este
cada día cresse y ba en aumento con unibersal ruyna si no se acude con el brebe
remedio que pide.
El Cabildo de Tenerife envió otro mensaje al capitán general para representarle
nuevamente las pérdidas y lamentar la prisión de más de 460 hombres, muchos
de ellos casados y con hijos, incluso ancianos. Una buena parte de la población se
358 LORENZO RODRÍGUEZ, Juan Bautista: Noticias para la historia…, t. III, op. cit., pp. 183-184.
359 Ibíd., pp. 186-187.
360 AMLL, Libro de actas 27, ofic. 1.º, f.º 107.
941
dividía en tres grupos: los fugitivos, los que andaban afanados en la búsqueda de
estos, y quienes debían acudir desde los lugares más distantes al sustento de los
apresados en la capital. Se solicitó a Dávila la finalización de la leva y la liberación
de los encarcelados; caso contrario, debía mostrar la orden regia que la justifica-
ba. El Ayuntamiento, que utilizó como comisionados para dar cuenta del duro
aviso al general a cuatro de sus más cualificados regidores, advirtió que un mayor
deterioro de la situación lo obligaría a dirigirse a las más altas instancias de la na-
ción y a convocar un cabildo general. Dávila respondió con maneras despóticas,
recurriendo primero a la altanería361 (los señores capitanes generales no acostum-
bran mostrar las hórdenes de Su Magestad a los Cavildos ni a persona ninguna), y
menospreciando acto seguido las reuniones capitulares (las tilda de juntas) en tan-
to situaba su proceder por encima de cualquier control o crítica municipal (los cla-
mores de los lastimados no se sosiegan con ber si los señores capitanes generales
hobran bien o mal, y que las juntas que hasen no es del servisio de Su Majestad).
El Ayuntamiento llamó a cabildo general y, entretanto, remitió esa respuesta y los
acuerdos capitulares al abogado concejil para que emitiese su parecer por escrito,
de modo que pudiera analizarse en esa reunión.
Las posiciones no variaron, pues en dicha sesión362 se convino nuevamente en diri-
girse al general para que liberase a los presos, añadiendo como justificación la caren-
cia de fortificaciones en la isla y la defensa exclusiva de esta a cargo de los vecinos.
Esta vez se tomó la precaución de nombrar diputados distintos para parlamentar con
Dávila. Por lo demás, el informe del abogado capitular sirvió para reafirmar a los asis-
tentes en su postura; es más, no sólo se legitimó el proceder de los regidores y veci-
nos, sino que se alabó por acomodarse al cumplimiento de un deber patriótico: ...el
derecho nos enseña, y leyes recopiladas nos adbierten, que semejantes hórdenes y
otras qualesquiera de que pueda resultar daño y perjuissio en su execussión ayan de
ser manifestados por los señores jueses, aunque sean superiores.
Como han desvelado Brito González y Alemán Ruiz363, se produjo una importante
implicación del clero lagunero, compadecido del panorama dramático protagonizado
―sobre todo en la capital tinerfeña― por muchas esposas y madres de reos y solda-
dos apremiados, acompañadas de su prole, que inundaron las calles de la ciudad im-
plorando auxilio y compasión. Con objeto de mediar en la angustiosa situación, se
celebraron reuniones de la cúpula clerical (beneficiados y representantes de los con-
ventos) con el vicario, a pesar del intento de Dávila de abortar esas juntas. Esa in-
tervención originó, como puede suponerse, diferencias entre la autoridad militar y la
eclesiástica. El general acusó al vicario de exhortar a la población a la protesta, recri-
minando este en su respuesta a Dávila la ausencia del comportamiento diplomático
practicado por su antecesor, pues recordaba que Carrillo se había asistido de los be-
neficiados y de los más ancianos de cada localidad para seleccionar a los hombres
idóneos para el reclutamiento. La participación clerical, por tanto, en buena medida
coincidió con la de los regidores tinerfeños, no tanto en una oposición frontal a la re-
cluta, sino en una discrepancia respeto a las formas, en particular en lo tocante al
mecanismo de clasificación de los movilizados forzosos. El obispo, presionado por el
general, efectuó una investigación sobre la actuación del clero lagunero, pero tam-
bién hubo cierta colisión, en un nivel distinto, con el clero grancanario en relación con
el alojamiento dispuesto por Dávila en Las Palmas de Gran Canaria para Castrejón y
sus ayudantes. Con el afán de frenar esa iniciativa, el Cabildo eclesiástico ofreció 150
fas. de trigo a condición de prescindir del alojamiento, que perjudicaría a los vecinos
942
más pobres. El Cabildo catedral manifestaba a finales de enero de 1655 que los sol-
dados estaban congojados por la falta de effectos para su sustento364. Incluso el cle-
ro se dirigió al corregidor para que apoyase su posición contraria al alojamiento, pero
aquel fue remiso aludiendo a su obligación de atender órdenes superiores.
Sabemos que algunos espacios privilegiados actuaron como asilo excepcional
frente a los furores de los generales, incluso con motivo de la feroz cacería huma-
na desencadenada por el general Dávila en la leva de 1654. Lo comprobamos en
la biografía del hidalgo mercader inglés Marmaduque Rawdon, poderoso personaje
que por su poder financiero y sus dotes diplomáticas logró entretejer excelentes
relaciones con la elite residente en Tenerife, en especial al asumir la gestión del
arrendamiento de la Hacienda de los Príncipes (Realejo Bajo), en la que recibió en
varias ocasiones y alojó durante varios días al capitán general Dávila y a su espo-
sa. Las autoridades no se atrevían a adentrarse en la mansión durante la leva, aun
a sabiendas de que en ella se hubiera refugiado algún hombre apto para el alista-
miento, para no violar el respeto que, de siempre, le tenían [a la heredad de su
estimado arrendatario]365.
A pesar de la firme apariencia, la postura del general comenzó a templarse, quizá a
raíz de la última comisión enviada por el Cabildo tinerfeño y a la injerencia eclesiás-
tica. El 12 de marzo se dio cuenta en dicho Concejo366 de que Dávila había decidido
liberar a los casados para que cumplan las obligassiones de su estado, y a los que
por su edad tuvieran bastante impedimento, y se esperaba poder convencerlo de la
falta que hacía a sus familiares el resto de los apresados. Ante esos primeros signos
de flexibilidad, el Ayuntamiento acordó dar las gracias al general y rogar por la am-
pliación de la gracia a todos. No obstante, sabedores de que en última instancia el
problema radicaba en las órdenes reales, y esas eran inapelables y contra ellas no
valía discurso legal, se entró en el fondo de la materia, aunque en realidad poco más
podía debatirse, clarificar y exponer a la Corte que lo ya explicitado con anterioridad:
las levas causaban daños, como una mayor indefensión de la isla, con el riesgo de no
poder afrontar una invasión; la coyuntura era adversa, a causa de la esterilidad y de
las enfermedades, agudizando la falta de cultivo; los vecinos habían contribuido con
varios servicios monetarios. El remedio a tanto mal conducía a una petición de im-
posible atendimiento: el fin de las reclutas. Los reunidos pensaron que podrían lograr
el apoyo de Dávila para tal pretensión. Cabe imaginar la sorpresa del militar ante
semejante propuesta, y no tardarán los regidores en reparar que el general no se
detenía ante ningún reparo con tal de cumplir la orden real. Lejos de apaciguarse, la
presión, por lo menos en mayo y junio, fue extraordinaria. Sabemos que en mayo el
Cabildo de Gran Canaria había decidido dirigirse mediante mensajero al rey sobre los
problemas ocasionados por las levas forzadas, pues dicho Concejo escribió al de La
Palma para que representase lo mismo. A pesar de que esta última isla tenía apo-
derado en Madrid para diversos negocios, creyó más efectivo otorgar poder al
representante nombrado por Gran Canaria, para actuar así con la misma instruc-
ción367. Como en otras levas, ignoramos el rol exacto desempeñado por los cargos
milicianos ―si bien en el apresamiento del 21 de febrero hemos constatado su deci-
siva y forzada participación―, aunque Dávila alabó la ayuda prestada por el sargento
mayor Juan Fernández Franco para reunir soldados, pues acudió y mostró su çelo en
la gente que se levantó en la de Tenerife, animándolos a servir y empleándose parti-
364 QUINTANA ANDRÉS, Pedro C.: A Dios rogando, y con el mazo dando…, op. cit., p. 753.
365 GUERRA CABRERA, José Carlos: Un mercader inglés en Tenerife en el siglo XVII. Biografía de Mar-
maduque Rawdon, Santa Cruz de Tenerife, 1994, p. 57.
366 AMLL, Libro de actas 27, ofic. 1.º, f.º 112.
367 AMSCLP, leg. 682, sesiones de 21 y 24 de mayo de 1655.
943
cularmente en el travajo de la emvarcación, despacho de la jente y demás cosas que
se ofrecieron, en que sirvió mucho con gasto de su hazienda368.
Dávila, aparte de hombres, que iba movilizando mediante los medios expuestos,
necesitaba dinero, y en el gasto no puede catalogársele como un dechado de ahorro
y eficiencia. La importante suma que implicó la leva no recayó de modo exclusivo en
la hacienda real; ya se ha visto cómo en Tenerife se recurrió a donativos y reparti-
mientos de trigo369, y es probable que lo mismo sucediese en otras islas como Gran
Canaria. Unos 115.000 rs. procedieron de esta contribución isleña370, que a falta de
la llegada de otros medios por parte de la Corona, resultó insuficiente para solventar
pagos. Como sabemos, la única reserva de dinero disponible en cierta cuantía era la
proveniente de las rentas reales ordinarias y del donativo del 1 %. El problema,
como hemos verificado ya, residía en que esas cantidades obraban en poder de de-
positarios, ajenos a la autoridad del militar; esta materia supondrá ásperos enfrenta-
mientos del general con el Cabildo tinerfeño a causa de su propensión a utilizar esas
sumas, en particular las del 1 %, y fue en esta leva cuando quizá se produjeron los
incidentes371 más agudos de ese tipo de conflictividad. En mayo y junio, en dos oca-
siones distintas, los custodios de los fondos del donativo (el corregidor, el regidor
decano y el escribano mayor del Concejo) serán encarcelados por Dávila por su opo-
sición a entregarle las llaves del arca. El general se salía siempre con la suya, pues la
prisión, y más si llevaba aparejadas medidas como el embargo de bienes, constituía
una medida que surtía efectos casi inmediatos. De paso, generaba tirantez en el seno
de la propia institución capitular, ya que los represaliados, como fue el caso del regi-
dor decano, juzgaban que la reacción de los compañeros regidores no era un para-
digma de solidaridad, y la verdad es que les asistía la razón. El Cabildo sólo se
mostró dispuesto a poner en ejecución la acordada diputación al rey cuando dispuso
—en lo relativo a esta cuestión del dinero— del apoyo de D. Álvaro Gil de la Sierpe,
oidor de la Real Audiencia de Canarias y juez privativo de la cobranza del real dona-
tivo372. El monto entregado a Dávila fue de 65.266 rs. en tres partidas: 11.000 rs. el
9 de mayo, 44.766 rs. el 14 de junio y 9.500 rs. el 22 de ese mes373. El dinero era
sacado del arca del donativo (de 1641) con la intervención de D. Francisco Manrique,
veedor y contador de la gente de guerra de Canarias, y de D. Juan Manrique, veedor
de Tenerife, y de Juan Alonso Argüello, escribano público de Tenerife y de la gente
de guerra de Canarias, para ir a parar a las manos del pagador Juan González de
Castro. En las actas de entrega se constataba que las sacas se efectuaban con inti-
midación, con graves penas y prissiones sufridas por los tenedores de las llaves del
arca, que al final (el 22 de junio) y con imperioso auto que daba dos horas de térmi-
no para la entrega por la brevedad que requiere el despacho de dicha leva y estar ya
fletados los navíos, y por no incurrir en las dichas penas y como compulsos y apre-
miados abrieron dicha arca y entregaron dicho dinero374. Ignoramos si se produjo
malestar en Gran Canaria, donde fueron sustraídos 43.693 rs. y 36 mrs. del de-
368 RSEAPT, Fondo Tabares de Nava, 2.3.101. También, en AGI, Indiferente General, leg. 119, n.º
50.
369 Viera indica que los vecinos tinerfeños contribuyeron con 80.000 rs. a esa leva (VIERA Y CLAVI-
JO, Joseph de: Noticias de la historia general..., t. II, op. cit., p. 224).
370 BRITO GONZÁLEZ, Alexis D., y Esteban ALEMÁN RUIZ: «Canarias en las guerras de Flandes…»,
lidad del poder monárquico y de las necesidades bélicas se impuso: por R. C. de 7 de octubre de
1664 se le otorgó competencia al capitán general para utilizar los fondos del 1%.
373 AMLL, D-XVII-14. Este dinero de la leva fue admitido en las cuentas sobre el donativo.
374 AMLL, A-XII-19, fols. 28, 29 v.º.
944
positario general del Concejo de esa isla375. También hizo uso Dávila de las contri-
buciones forzosas de los franceses y de otros fondos como el dinero de las tercias
reales y de empréstitos de mercaderes, que satisfizo con la llegada de letras por va-
lor de 80.000 rs.376. Con objeto de evitar embarazosas situaciones a los depositarios
del donativo, la Corona despachaba reales cédulas amparando la actuación forzada
de aquellos ante los requerimientos de los generales377. Pero el costo total siempre
superaba las cifras oficiales, pues no consta, por ejemplo, la manutención de las tro-
pas en las capitales insulares antes de enviar a los soldados de cada isla al puerto
principal de embarque, en Santa Cruz de Tenerife. El Cabildo de La Palma lo recorda-
rá así en algunas ocasiones cuando se le pida un donativo o alguna recluta, como en
1662378.
Según Viera, Felipe IV ordenó la suspensión de la leva, embarcándose 700 de los
1.200 reclutados, aunque la primera cifra incluso habría que reducirla, pues por di-
versos motivos no todos llegaron a Flandes379. Sin embargo, esto no fue así, pues los
datos procedentes de los fletamentos y del embarque de provisiones lo desmienten,
pues descontando a los oficiales embarcaron unos 1.190 hombres; es decir, todos.
En las cifras de Brito González, Alemán Ruiz y Rodríguez Hernández sobre el número
de hombres a bordo resalta la superior contribución de Tenerife (en torno al 60 %
del conjunto de soldados), con nueve compañías de las quince, figurando a continua-
ción Gran Canaria con tres, mientras El Hierro, La Palma y La Gomera aportaba una
compañía cada una, quedando exentas Lanzarote y Fuerteventura380. En cuanto a las
compras «de libertad» referidas por Viera, son más bien contratos de sustitución por
los que un padre con posibles lograba la exclusión de un hijo alistado presentando un
sustituto, a cambio de la recepción por este de una cantidad por tal «servicio». Este
pacto requería documento formal ante notario por el que el familiar del rescatado
ofrecía en caución sus bienes o su persona en caso de fuga del suplente381. Quienes
nunca se hicieron falsas ilusiones acerca de una hipotética suspensión o reducción de
la recluta fueron los enrolados, teniendo en cuenta cómo se las gastaba el general
375 BRITO GONZÁLEZ, Alexis D., y Esteban ALEMÁN RUIZ: «Canarias en las guerras de Flandes…»,
diciembre de 1658 advirtiendo al juez o comisionado que se asentase en la contabilidad del donativo
de 1641 la partida de 65.230 rs. entregada por el depositario a instancias del general Dávila para la
leva. El general dejó esa documentación en manos del veedor y contador, Josep de Carriaço. Tam-
bién, en AMLL, R-XIII-33.
378 AMSCLP, leg. 685, f. r. (Relación de servicios a la Corona, a comienzo del legajo, sin fecha). En
1655 sustentó la leva en casi mil pesos por faltar el socorro. Esto debió incluir alguna exacción por
parte del capitán general para contribuir al embarque en Santa Cruz de Tenerife.
379 VIERA Y CLAVIJO, Joseph de: Noticias de la historia general..., t. II, op. cit., p. 223.
380 BRITO GONZÁLEZ, Alexis D., y Esteban ALEMÁN RUIZ: «Canarias en las guerras de Flandes…»,
art. cit., p. 166; RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento…», art.
cit., p. 112.
381 Sirva como ejemplo la obligación que contrajeron en fecha tan significativa como el 31 de mayo
(es decir, cuando se preveía que el embarque se verificaría como máximo un mes y medio después)
los icodenses Matías Borges y su hijo homónimo, un día después de que el general Dávila hubiera fir-
mado el decreto que excluía de la recluta a Gonzalo Borges —hijo y hermano, respectivamente, de
los otorgantes—, a cambio de presentar a Juan Ponce de León en lugar de Gonzalo. Si Ponce huía,
Matías pagaría una suma de dinero al general, y su otro hijo además embarcaría como soldado
(AHPSCT, Prot. Not., leg. 506, fols. 101 y 108 v.º). Otro caso fue el del tacorontero Sebastián Rodrí-
guez, que había sido conducido preso como soldado de la leva y consiguió que sentase plaza en su
lugar un vecino de La Laguna, Cristóbal Alonso; pero fue preciso que compareciesen ante notario
unos fiadores (Juan Hernández Galván y Francisco Bernal, vecinos de La Laguna, y el tacorontero
Baltasar Afonso), de modo que cualquiera de estos —el que designase el capitán general— sería for-
zado a embarcar como soldado si el sustituto, Cristóbal Alonso, se fugaba el día de la partida
(AHPSCT, Prot. Not., leg. 506, f.º 107) .
945
con las autoridades isleñas; por ejemplo, ya desde mediados de marzo testaba un
infante, originario de La Gomera382. Seguramente la «suspensión» de la leva referida
por Viera debe referirse a la suavización de los procedimientos tan implacables de
Dávila y a la liberación, al menos parcial, de los apresados, cuyo número debió ron-
dar los 460, que permanecieron como reos durantes meses hasta que de modo se-
lectivo y gradual se eximió y liberó a muchos casados con hijos383. También debe te-
nerse en cuenta que el general se hallaba teóricamente al final de su gobernación y
la Corte procedía a su relevo, pero el rechazo del militar designado a ese cargo y la
dificultad en encontrar sustituto, según Rumeu384, desembocaron en un alargamiento
de su estancia, además seguramente estimado por el C. de Guerra como más pru-
dente después de la amenaza de bloqueo atlántico por la armada británica en 1656 y
el ataque de Blake en 1657.
Vamos a centrarnos en esta última fase de la misión, el embarque de las compa-
ñías, emprendido a principios de junio. Antes que nada, se imponía el aviso a la
superioridad y la posible recepción de últimas instrucciones. Con ese objeto el ge-
neral fletó385 el 20 de junio de 1655 a unos sevillanos (D. Pedro Espinosa y Pedro
Gómez, capitán, contramaestre y administradores del barco) el navío Ntra. Sra. del
Rosario (o El sol), para que viajasen algunas personas, como el capitán D. Cristó-
bal de Alvarado Bracamonte, con rumbo a Sanlúcar o Cádiz, donde debería espe-
rar unos 40 días. Las prisas de Dávila debían ser enormes cuando optó por enviar
un navío con este fin exclusivo y pagar de flete 12.000 rs. de plata corriente isleña
(se puede comparar esta cuantía con la de los fletes que transportaban a cientos
de soldados con destino más distante, como luego comprobaremos). Puede guar-
dar relación este viaje con el intento, según Rodríguez Hernández, de que el go-
bernador de Cádiz concertase los fletes, pues era harto difícil hallar navíos conve-
nientes y de potencias fiables en Canarias, pero las circunstancias se impondrán
en estas y otras levas y al final, como veremos, se contrató en las islas con ingle-
ses y holandeses. A fin de cuentas, la guerra era un negocio y los propietarios y
maestres de barcos foráneos, a más de obtener ganancia estaban interesados —al
igual que los mercaderes y la oligarquía agroexportadora— en la perdurabilidad de
las relaciones mercantiles y en el favor de las autoridades isleñas para la conti-
nuidad del comercio. Además, debió proveerse de bastimentos a la tripulación,
mientras los mensajeros despachados por el general debían llevar lo preciso para
su sustento, pues los armadores suministraban sólo lo mínimo acostumbrado: fo-
gón, leña, agua y sal386. Tanto estos contratos como los sucesivos debían ser au-
torizados o realizados directamente por D. Francisco Manrique, veedor y contador
de la gente de guerra, obras y fortificaciones. También tuvo poderes para actuar
en nombre del general su secretario, D. Joseph de Carriazo, quien mandó una de
382 Se trata de un tal Amaro Núñez, que poseía bienes en la Gomera, heredados de sus padres
(AHPSCT, Prot. Not., leg. 2.306, f.º 139, 17 de marzo de 1655).
383 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento…», art. cit., p. 113.
Coincide este dato con la afirmación de Viera: ... murieron en las cárceles infestadas, donde estuvie-
ron detenidos y echados en el suelo 6 meses. Es decir, el espacio de tiempo que medió, aproximada-
mente, hasta el embarque en el verano de ese año (VIERA Y CLAVIJO, Joseph de: Noticias de la his-
toria general..., t. II, op. cit., p. 222).
384 RUMEU DE ARMAS, Antonio: Piraterías y ataques navales..., t. III, 1.ª parte, op. cit., pp. 152-153.
El militar nombrado fue el general D. Fernando Tejada, a quien incluso Barrionuevo en sus Avisos lo
hacía ya en Canarias en enero de 1656.
385 AHPSCT, Prot. Not., leg. 506, f.º 102 v.º, 20 de junio de 1655. El navío tenía un porte de 70 t y
946
las compañías de la leva387. En este viaje de aviso tenía facultades de actuación el
citado capitán Alvarado Bracamonte.
Pocos días después, entre el 11 de junio y el 6 de julio, se formalizaron los fle-
tamentos y se procedió a la estiba de bastimentos. La mayoría de las tropas (quince
compañías) fueron remitidas en julio, como luego se concretará, y el resto a finales
de agosto. Es importante recordar que el motín contra el comisionado real, D. Pedro
Gómez del Rivero, fiscal de la Casa de Contratación a la sazón residente en La La-
guna para indagar, entre otros asuntos, los abusos y fraudes del comercio canario-
americano ―como ya se mencionó más atrás―, se produjo en estas fechas del
embarque: el 28 de julio388. Resultaba muy sencillo para la oligarquía movilizar a la
población descontenta, en medio de aquella impopular leva y estando en juego ―se
decía o pensaba― la continuidad de la esencial participación de las islas en la Ca-
rrera, en contra del enviado por la Corona. Pero tampoco se quería reconocer la más
mínima mezcla de las autoridades en ese asunto, que podía perjudicar los intereses
isleños y la imagen de la isla y de la ciudad. Eso explica la iniciativa concejil repre-
sentando los servicios de la isla, entre otros el auxilio en el despacho de la leva y la
generosa contribución vecinal para socorrer a los soldados en el difícil período de
demora (debido a la dilación de las embarcaciones de transporte), en el que el dinero
presupuestado fue menguado para el mantenimiento. Es decir, se utilizó una ayuda
que ya había sido realizada y bajo presión del capitán general, como testimonio de
servicio y fidelidad para compensar el posible descontento de la Corte. De hecho, se
diputó para resolver tan delicado asunto en Madrid a varios regidores y al abogado
D. Joan de Herrera, para que representasen al rey la antigua lealtad continuada por
tantos siglos por todos los naturales que an ssido y sson desta ysla, aludiendo a que
el título del blasón de la ciudad (muy noble y mui leal) siempre a tenido y tiene por la
mayor riquessa, pues quiere antes vivir con hambre y miseria como la que padese
que no perder el dho. título y blassón389.
En total, fueron cinco los barcos utilizados para el transporte, de los que tres eran
extranjeros (dos holandeses y un inglés), uno vizcaíno y otro del santacrucero Juan
Rodríguez de Riberol390. Destacan Brito González y Esteban Alemán que hubo dificul-
tades para conseguir los barcos necesarios, pero en esta ocasión la fortuna sonrió a
Dávila, que ya tenía noticia de que no iban a llegar a Tenerife las embarcaciones pre-
vistas para el embarque, fletadas en Cádiz391. En efecto, las autoridades españolas
preferían que en la conducción marítima de los soldados no se utilizasen barcos de
determinados países que comerciaban con las islas392, pero se transigió debido a la
urgente necesidad.
El tiempo transcurrido desde la recepción de la orden hasta la fecha del embarque
de la tropa coincide aproximadamente con la duración de leva estimada por Rodrí-
guez Hernández: un año, tres meses y diez días393. Tardíamente, como antes se se-
ñalaba, por los motivos apuntados, el Cabildo encomendó a dos mensajeros envia-
dos a la Corte —D. Juan Bautista de Ponte y Pagés, y D. Juan de Mesa, curiosa-
387 Ya se indicó en otro epígrafe que Carriazo, a causa de una enfermedad, no llegó a embarcar.
388 RODRÍGUEZ YANES, José Miguel: Tenerife en el siglo XVII…, op. cit., pp. 64-73.
389 AMLL, Libro de actas 9, ofic. 2.º, s. f. El expediente, fuera de fecha, se encuentra suelto e inter-
AHPSCT, Prot. Not., leg. 506, fols. 121, 139, 142, 144, 157, 160, 166 v.º, 171, 181, 184 v.º, 185,
185 v.º, 186, 261.
391 BRITO GONZÁLEZ, Alexis D., y Esteban ALEMÁN RUIZ: «Canarias en las guerras de Flandes…»,
art. cit., p. 170. Señalan los autores que el navío inglés utilizado había llegado a Garachico para re-
cibir vino, pero debido a que aun no era la época para cargar el caldo en retorno se fletó para las
cuatro compañías que faltaban por embarcar.
392 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento…», art. cit., p. 114.
393 Ibíd., p. 108.
947
mente miembros destacados de dos de las familias más involucradas con posterio-
ridad en las levas en provecho de su ascenso social, como se adelantó en otro
epígrafe— que pidiesen al rey el fin de las levas canarias, fuesen forzadas o volun-
tarias, insistiéndose en el daño que producían en la defensa insular394 .
El destino concreto en Flandes no aparece precisado, pues de modo indistinto se
hace referencia en los fletes a Mardique, Dunquerque, Niewport u Ostende. Los
barcos poseían diferente envergadura, pero la capacidad de pasaje no guardaba
estrecha relación con el porte; algo más tenía que ver con sus defensas y tripu-
lación. El primer barco debía estar disponible para recibir carga el 21 de junio,
siendo la fecha prevista de salida el 5 de julio. La travesía se realizaba en con-
serva, todos juntos, pero sería el día 6 cuando se entregasen los bastimentos. Es
de señalar la segura presencia de cirujano del propio barco en dos de ellos (Santa
María y La maravilla), e incluso de boticario en el primero de los indicados; tenga-
mos en cuenta que, en cambio, sí figura siempre un carpintero de la embarcación
en todos. En todos los documentos se manifestaba que sólo se incluía el flete del
barco, de modo que los repartimientos, fogones, tablados, etc., eran por cuenta
de la hacienda real, pues el capintero de a bordo —con ayuda de algunos tripu-
lantes— se limitaba a realizar los trabajos con los materiales que se le entrega-
ban, previa gratificación por esa labor. Asimismo se enfatizaba que el dueño del
navío era el capitán o maestre del navío, sin que los oficiales de las compañías se
entrometiesen en asuntos de navegación, si bien se procuraba un buen acomodo
para la plana mayor (sargento mayor, capitanes…).
(Cuadro V)
Transporte de la leva de 1654
Tripulación Soldados
Nombre Nacionalidad Tonelaje Defensa
(número) de leva
Cap. Jacob Teyse, 8 piezas
El Camello 80 t 11 250
v.º Amsterdam artillería
Cap. Juan Renbout,
Santa María 150 t 24 16 p. a. 230
v.º Middelbourgh
El Rosario y Cap Juan Rodríguez
100 t 16 5 p. a. 250
las Nieves de Riberol, v.º S/C
Cap. Simón de
San Pedro Ygola, v.º Fuente- 100 t 16 5 p. a. 150
terrabía
Cap. Duarte Crespe,
La maravilla 250 t 35 20 p. a. 300
inglés
Fuente: AHPSCT, Prot. Not., leg. 506, fols. 139, 142, 144, 184 v.º, 185, 185 v.º, 186, 121, 124, 157,
166 v.º, 261. Elaboración propia.
La cuantía del flete por infante osciló entre 64 rs. (en tres de los navíos), 80
(otro) y 100 (en el último en zarpar, La maravilla; quizá porque el capitán del bar-
co, sabiendo los apuros del capitán general, quiso sacar partido). Con ser un pre-
cio considerable, no constituía esta cifra la única que se debía desembolsar ni el
único gasto de la expedición. En todos los casos se exigió una cantidad de 100 rs.
para el carpintero de a bordo por los trabajos complementarios en el acondiciona-
miento de la nave para el transporte de los soldados; tres de los capitanes exigie-
ron la gratificación de «capa» (por el transporte de géneros), que equivalía a 400
rs.; otros dos pidieron una cantidad por la disposición de cirujano y botica (250 rs.
394AMLL, D-XIII-27. El Concejo de Tenerife les instaba (6 de julio de 1655) a solicitar al rey que no
se agan más lebas forssadas ni boluntarias en estas yslas y representen el daño que puede aber de
quedarse sin jente y a peligro de perderse.
948
en un barco, 300 rs. en otro). Con todo, como se comprenderá, la cantidad adeu-
dada a los capitanes correspondía fundamentalmente a los fletes. En total, el gas-
to fue de 92.250 rs., a los que habría que sumar los 12.000 rs. del navío de aviso
que zarpó a Andalucía en junio. Otro gasto significativo correspondía a los basti-
mentos para alimentar a la tropa.
Con la finalidad de atender los pagos, el veedor D. Francisco Manrique ordenaba
las libranzas dirigidas a Juan González de Castro, pagador de ese tercio de leva en
Tenerife (en Gran Canaria ese oficio lo servía el alférez D. Miguel Lesur Machado),
quien entregaba la cantidad total estipulada en el fletamento al maestre de cada
embarcación, dando éste la fianza usual. En el caso del navío El camello, el fiador
fue el mismo personaje que actuó como intérprete: Nicolás Motiller o Mustelier395.
En cuanto al embarque de víveres, el veedor los entregó al tenedor de bastimen-
tos de cada barco. Por tanto, la tipología documental consta, generalmente, de
cuatro escrituras: fletamento con fianza del maestre, libranza del veedor, carta de
pago otorgada por el maestre y recepción de mantenimientos por parte del tene-
dor de estos. Los dos o tres primeros documentos se otorgaban en la misma fe-
cha, mientras solían transcurrir unos 20 días desde estos hasta la entrega de víve-
res.
El segundo embarque de tropas se efectuó en el navío La maravilla, fletado el 6
de agosto cuando se encontraba en Garachico, con la condición de zarpar de in-
mediato a Santa Cruz, donde en unos 10 días debía recibir todo (a veces podía es-
tablecerse una moratoria de 6 días). Pasada la fecha tope, se introducía una pena-
lización diaria (100 rs. en unos casos, 150 rs. en otros; 220 rs. en el último).
En los días previos al embarque los soldados se apresuraban a poner sus asun-
tos personales pendientes en orden, en particular lo referido a deudas y propie-
dad de terrenos, encaminado todo a reunir dinero para su marcha. Además, si ya
el simple viaje por mar representaba un grado de riesgo indudable (naufragio, ata-
que y captura por piratas…), la entrada en combate elevaba de modo considera-
ble la incertidumbre y la probabilidad de muerte. Ante ese lance bastantes solda-
dos optaron por intentar garantizarse la otra vida y aclarar o asegurar temas terre-
nales relacionados con herencias, explotaciones agrarias… Disponemos, por ejem-
plo, de algunos testimonios relativos a Gran Canaria396, que completaremos ahora
con otros de Tenerife, fechados unos a principios de julio y otros en agosto, co-
rrespondientes a las dos fases de la expedición397. Otros formalizaron escrituras
movidos por intereses distintos, relacionados con la inseguridad de la empresa: los
capitanes D. Francisco de Castro Navarro y D. Pedro de Castro Navarro, hermanos
y avecindados en Los Realejos, por ser la muerte cierta y el uno a el otro y el otro
a el otro nos tenemos particular amistad, de más de nuestra hermandad, se dona-
ron mutuamente sus derechos (la legítima de su padre y los futuros de su madre),
de modo que si fallecía uno de ellos sin descendencia el otro heredaría sus bie-
395 Sobre este personaje, que un año antes había casado con la hija de otro comerciante flamenco
establecido en La Laguna, vid. RODRÍGUEZ YANES, J. Miguel: La Laguna durante el Antiguo Régi-
men..., t. I, vol. II, op. cit., pp. 768-769.
396 BRITO GONZÁLEZ, Alexis D., y Esteban ALEMÁN RUIZ: «Canarias en las guerras de Flandes…»,
tano D. Alonso de Vargas reconocía una deuda de 128 rs. que había utilizado para curarse y despa-
charse; el icodense Marcos Jorge apoderaba a otra vecina de esa localidad norteña para cobrar 300
rs. que le había prestado por la demora de su padre en socorrerlo con esa cantidad; el lagunero Juan
Ramos Guerra, huérfano, vendía sus derechos sobre el valle de Antón Yanes por 400 rs. para acopiar
fondos para su despacho. El icodense Francisco López Araña enajenó una viña de regadío a Antonio
de la Guarda
949
nes398. Precisamente el citado capitán Francisco de Castro tenía preso en la cárcel
lagunera al soldado de leva Antonio Díaz Correa, al parecer por prófugo o sospe-
choso de fuga, pues el padre de este salía como fiador, de manera que si el alista-
do no se embarcaba sería su padre el sustituto en la leva399.
Un apartado interesante son los mantenimientos que acompañaban la travesía,
en parte traídos desde Gran Canaria a partir de marzo y almacenados en tres lon-
jas alquiladas en el puerto de Santa Cruz entre febrero y agosto: 1.006 qq de biz-
cocho, 96 de carne vacuna, 112 pipas de vino, 279 de aguada, etc.400. Debido a la
demora en el embarque se perdió una porción de las provisiones. En cuanto a las
realmente cargadas en un navío, tomemos como arquetipo las del Santa María401.
Como es lógico, el volumen de los víveres era proporcional al número de reclutas
embarcados en cada navío. Correspondían a cada soldado: 1.15 barriles de vino,
2.6 barriles de agua (algo más del doble que de vino), 2.8 libras de pescado
salado, 70 libras de bizcocho, 1.25 kg de almendra. Los carneros solían llevarse
para los enfermos.
Respecto al costo de la leva, Dávila alardeó de la mesura en el gasto, pues a pe-
sar del año y medio invertido en todo el proceso había gastado 673.850 rs. y 20
mrs. (algo más de 61.000 ducs.), mientras una leva anterior, diligenciada en seis
meses, había tenido de costo 44.000 ducs. para menos de 800 hombres402. De ser
cierta esta última cifra, es verdad que el costo por soldado fue algo inferior en la
leva de Dávila, pero no se menciona un factor fundamental, y es el pésimo recuer-
do y la conflictividad derivada de la actuación de Dávila, que podía dificultar otras
reclutas y, por tanto, encarecer enganches posteriores. De todos modos, Rodrí-
guez Hernández precisa que el costo por soldado superó al de las levas de otros
territorios403. No tiene mucho sentido el júbilo del general, que tardó un tiempo
desmesurado en reunir una cantidad de hombres inferior a la estipulada y enconó
a varias instituciones importantes y al conjunto de la población.
Desconocemos, como en tantas otras levas, la suerte colectiva de los alistados
en tierras europeas, pero se sabe que el tercio se mantuvo en Flandes dos cam-
pañas hasta que se reformó404. Como han recogido Brito González y Alemán Ruiz,
sí se puede establecer la trayectoria de algunos individuos que hicieron carrera por
su pericia y valentía405, como el teldense Diego Suárez Ponce, ascendido a sar-
gento mayor en campaña y más adelante recompensado con responsabilidades
como la capitanía general de Trinidad y la Guayana o la capitanía general de Ara-
gón.
398AHPSCT, Prot. Not., leg. 506, f.º 280. En f.º 287: los hermanos nombraron a su madre como ad-
ministradora de sus bienes.
399 AHPSCT, Prot. Not., leg. 506, f.º 255.
400 La relación global completa de bastimentos y materiales, en BRITO GONZÁLEZ, Alexis D., y Es-
teban ALEMÁN RUIZ: «Canarias en las guerras de Flandes…», art. cit., p. 171.
401 AHPSCT, Prot. Not., leg. 506, f.º 184 v.º. Se relacionaban: 23 pipas de vino; 52 pipas de agua;
950
C.8. La leva de 1662
En la década de los años sesenta las islas fueron requeridas para ese otro foco
bélico que desde 1640 tenían abierto los Austrias en la propia Península Ibérica (el
frentre extremeño). Dejando a un lado la tensión y el esfuerzo en ciertas áreas
fronterizas, como el reino de Galicia, en general durante la década de los años
cuarenta se consideraron prioritarios otros frentes, de modo que España se man-
tuvo a la defensiva con Portugal406. Esta situación cambió a partir de 1656 al con-
figurarse la Regencia portuguesa, que se contempló como una oportunidad para el
retorno luso a la obediencia española, por lo que se pasó a la ofensiva. En 1657
Portugal invadió España y asedió Badajoz, y dos años más tarde una incursión
hispana terminaría con la derrota de Elvas. Después del Tratado de los Pirineos
(1659) la monarquía española se afanó obsesivamente en la recuperación de Por-
tugal, empeño que resultaría desastroso. Se ha dicho incluso que el factor deter-
minante en la guerra de los Ochenta Años (1568-1648) fue la alteración en las
prioridades de los Austrias, ante la imposibilidad de reunir el dinero necesario con
una mayor presión fiscal, situación que condujo a una dedicación superior a las
guerras abiertas en la Península407. Preocupó más el frente de Aragón (rebelión
catalana) y la guerra en Flandes, lo que permitió una más adecuada organización
lusa408. Quizá se rectificó a destiempo, pues la diversidad de espacios bélicos y la
preeminencia otorgada, por ejemplo, a Flandes, hizo que durante bastante tiempo
tuviese la significación de «guerra olvidada», una contienda de desgaste en la que
los lusitanos alcanzaron ventaja409. El final de la guerra en Cataluña permitió con-
centrar los limitados recursos militares peninsulares en el frente portugués, hasta
entonces un conflicto sorteado a base de escaramuzas. En Castilla y Andalucía se
movilizarían forzadamente 14.000 infantes y 5.000 jinetes410. En esos reinos se
asignó un cupo a cada población, sorteándose teóricamente entre los mozos del
lugar. En La Mancha las exigencias de soldados fueron anuales, y aunque relaja-
das desde 1645, en cuanto se posibilitó la redención parcial de las cuotas median-
te pago, este mecanismo empobreció más a la población, recargando a la gente
con más impuestos indirectos e incluso repartos de dinero entre los vecinos, una
aportación más agresiva que la exigida para Canarias411.
Hay autores que afirman que el comienzo real de la guerra con Portugal lo seña-
la el año 1662, resultando decisivo el período 1662-1668412. En los comienzos, la
marcha de la campaña fue adversa para España, si bien en 1662 y primeros meses
de 1663413 se registró una mejoría, pero así y todo hubo episodios de cobardía
406 La consideración de guerra secundaria se tomó desde un principio por el rey, a pesar de los dic-
támenes en sentido contrario de los Consejos de Estado y de Guerra, y de la opinión de Olivares
[WHITE, Lorraine: «Guerra y revolución militar en la Iberia...», art. cit., p. 66].
407 MARCOS MARTÍN, Alberto: «España y Flandes (1618-1648): la financiación…», art. cit., p. 30.
408 RODRÍGUEZ REBOLLO, M.ª Patricia: «El Consejo de Estado y la guerra de Portugal (1660-1668)»,
en Investigaciones históricas: Época moderna y contemporánea, n.º 26 (2006), pp. 118-119. Como
confirma la autora en otra publicación mencionada algo más abajo, se reactivará el frente en 1660,
nombrando a D. Juan José de Austria como jefe supremo de la campaña, que realmente comenzó en
1662.
409 CORTÉS CORTÉS, Fernando: Alojamientos de soldados en la Extremadura del siglo XVII , Mérida,
1996, p. 14.
410 CALVO POYATO, José: «Medio siglo de levas, reclutas y movilizaciones...», art. cit., p. 26.
411 FERNÁNDEZ-PACHECO SÁNCHEZ GIL, Carlos, y Concepción MOYA GARCÍA: «La fiscalidad de las
llevarla a cabo (1664-1668)», en GARCÍA HERNÁN, Enrique, y Davide MAFFI (edits.): Guerra y so-
ciedad en la monarquía hispánica…, (2006), p. 306.
413 CALVO POYATO, José: «Medio siglo de levas, reclutas y movilizaciones…», art. cit., pp. 27-29.
951
colectiva y un crecido flujo de deserciones414. Si durante años los combates en Ex-
tremadura se libraron por pequeñas unidades en acciones más bien propias de
una guerrilla (saqueo, ocupación por sorpresa de núcleos urbanos en territorio lu-
so y abandono posterior), la movilización más masiva después de 1652 conllevó
para los extremeños no pocos inconvenientes con los alojamientos forzados, fuen-
te de vergonzosos actos criminales en contra de la población civil (pillaje, robos,
asesinatos, desmanes, etc.)415. Con objeto de contrarrestar la situación se organi-
zaron tercios para el ejército de Extremadura, como los solicitados en número de
1.000 hombres a Córdoba y Granada, haciéndose hincapié en la conveniencia de
alistar a reclutas más experimentados. Fue, como indica Sánchez Belén, una tenta-
tiva suprema que supuso un elevado precio financiero y humano para el conjunto
de la monarquía, pues se solicitaron sacrificios incluso a las provincias exentas416.
Hasta desde Flandes, aprovechando la desmovilización general de 1659, se traje-
ron algunos regimientos alemanes417.
En esta coyuntura, hacia finales de 1662 decretó Felipe IV una nueva leva en
Canarias para engrosar el citado ejército de Extremadura y apuntalar así el frente
portugués. Debió ser a finales de noviembre, pues el 30 de ese mes el presidente
del Consejo de Hacienda, D. Joan de Góngora, despachó libramiento de 18.000 es-
cudos para formar el tercio de esa leva418, en la que será la única recluta de sol-
dados canarios en tal frente. Viera se refería en sus Noticias… a esta movilización,
y de él utilizaremos algunos datos, que Rumeu reproduce en su magna obra419. En
su momento realizamos una pequeña aportación acerca de esta recluta, rela-
cionándola con un cambio de orientación de la oligarquía del archipiélago y de
quienes ostentaban los diferentes poderes para buscar una salida en el exterior a
la problemática situación socioeconómica canaria y aliviar la presión poblacional,
bien fuera apoyando levas o encauzando mediante la migración el exceso demo-
gráfico hacia América. Retomaremos esta cuestión para completar y matizar lo en-
414 WHITE, Lorraine: «Estrategia geográfica y fracaso en la reconquista de Portugal por la mo-
narquía hispánica, 1640-1668», en Studia historica. Historia moderna, n.º 25 (2003), p. 81. La autora
atribuye el elevado número de deserciones al alto porcentaje de composición local de las unidades, al
excesivo tiempo de retención en las fortalezas y al retraso en las pagas. Henry Kamen menciona que
un observador extranjero describía a ese ejército extremeño en 1664 como desnudo, mal armado y
disciplinado (KAMEN, Henry: «¿Decadencia o subdesarrollo?...», art. cit., p. 656). También White ha
aludido al problema derivado de la falta de entrenamiento e instrucción de las tropas, a causa del
fuerte componente miliciano, aparte de la escasa predisposición de servicio militar de las tropas
(WHITE, Lorraine: «Guerra y revolución militar en la Iberia...», art. cit., p. 86).
415 GARCÍA BARRIGA, Felicísimo: «Sociedad y conflicto bélico en la Edad Moderna: Extremadura ante
la guerra con Portugal (1640-1668)», en Norba. Revista de Historia, vol. 21 (2008), pp. 33 y 40.
Lorraine White se refiere, hablando de la guerra de Portugal, tanto a los actos criminales con el ene-
migo (se practicó el asesinato de los derrotados) como a las acciones de pillaje con la población local
extremeña, dejándonos la percepción que del soldado tenía ésta: Por encima de todo, el soldado era
considerado como una amenaza a la sociedad, puesto que iba armado, estaba habituado a la violen-
cia, y vivía por y para ella, y su primer objetivo era matar» (WHITE, Lorraine: «Los tercios en Espa-
ña…», art. cit., pp. 165-166). Precisamente la mencionada postergación del conflicto portugués fren-
te a otras prioridades bélicas y políticas condujo a unos recursos de escasa y de mala calidad: la in-
suficiencia de soldados se palió con tropas inexpertas y bisoñas de localidades extremeñas, lo que
constituyó una fuente de indisciplina, a lo que se añadía el aumento del malestar social a causa del
aumento impositivo y de los abusivos alojamientos, con otras secuelas como el pillaje [CARO DEL
CORRAL, Juan Antonio: «La frontera cacereña ante la Guerra de Restauración de Portugal: organiza-
ción defensiva y sucesos de armas (1640-1668)», en Revista de Estudios Extremeños, t. LXVIII, n.º I
(2012), pp. 194-195].
416 SÁNCHEZ BELÉN, Juan A.: «La aportación de la provincia de Álava a la contienda hispano-
952
tonces expuesto420. Se destacaba entonces que frente a la desazón inducida por las
levas en la década precedente, inmersas las islas en una situación económica adver-
sa, se hallaban ante unas nuevas perspectivas comerciales (sobre todo, a raíz de la
paz con Inglaterra), y en el nuevo escenario el crecimiento demográfico alcanzado
por la población isleña fue evaluado por los poderosos como un problema. La mayo-
ría de los habitantes comenzaba a padecer serias dificultades en aquel modelo pro-
ductivo. Se comenzó a generar entonces en Canarias y en particular en Tenerife una
actitud distinta, más proclive a la expulsión de un sector de la población; situación
esta, como ya se ha resaltado, aprovechada por la clase dominante para costear
expediciones migratorias, como favores a la Corona, que podían propiciar un ascenso
social, sobre todo con las miras puestas en un título nobiliario. Los Ayuntamientos y
lugares, en estas ocasiones, no opusieron resistencia a un asunto cuyo coste no gra-
vaba las apuradas arcas concejiles o los bolsillos del común. Fueron costeadas las le-
vas por los pudientes al sufragar de su peculio los gastos, de modo que la vecindad
no tuvo que soportar ninguna contribución extraordinaria. Sin duda, la recompensa
regia de asociar concesiones de mercedes y patentes en blanco de capitanías de
compañías constituyó otro importante ingrediente en el éxito de estas operaciones.
La mentada inquietud de los poderes públicos se acrecentaría en la década de los
años setenta, compartida por las autoridades eclesiásticas (como el obispo García Xi-
ménez)421, en convergencia con la política poblacionista y la estrategia de la monar-
quía española de incrementar el número de súbditos hispanos en ciertas áreas del
Caribe, cuestión sobre la que volveremos más adelante. No debe extrañar que de
esta confluencia de intereses422, si bien no se consultó —que sepamos— a ninguna
institución canaria, naciese el tan denostado (en especial por un sector de la historio-
grafía isleña) «impuesto» de 1678, que algunos investigadores elevaron a la cate-
goría de «contribución de sangre», denominación que Peraza de Ayala criticaba a
mediados del pasado siglo423. Se recordará que consistía en la obligación de embar-
car a América cinco familias canarias por cada 100 t exportadas a partir de aquella
fecha. En cualquier caso, era evidente que los asentamientos militares suponían la
salida, cuando menos temporal, de segmentos poblacionales en edad productiva y
reproductora. Si consideramos dos listas parciales de levas que hemos examinado,
420 RODRÍGUEZ YANES, José Miguel: Tenerife en el siglo XVII…, op. cit., pp. 84-86.
421 Hernández González ha traído a colación la opinión del obispo García Ximénez pocos años antes,
cuando en 1676 advertía ya acerca de la superpoblación relativa de Canarias, relacionando la densi-
dad demográfica isleña con la escasez de recursos (HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, Manuel: Los canarios
en la Venezuela colonial 1670-1810, La Laguna, 1999, p. 18).
422 Suárez Grimón ha señalado cómo los intereses mercantiles de las elites canarias quedan compa-
Canarias con las Indias», en Revista de Historia, t. XVIII, 1952, n.º 100. Más apropiado sería, en todo
caso, llamar «impuesto de sangre», como hace Stradling, al reclutamiento obligatorio (casi siempre lo
era en la práctica) (STRADLING, R. A.: Felipe IV y el gobierno…, op. cit., p. 282). Incluso podríamos de-
batir sobre la aplicación de esa expresión a la movilización casi vitalicia que suponía el enrolamiento en
las milicias isleñas. Hernández González también preconiza que la real cédula de 1678 no fue una im-
posición de la monarquía, sino un proyecto de las elites dirigentes canarias [HERNÁNDEZ GONZÁLEZ,
Manuel: «El mito del tributo de sangre en la emigración canaria», en Canarii, n.º 12 (mayo de
2008)]. Solbes Ferri ha destacado asimismo que se estableció a solicitud de las instituciones canarias,
mientras a cambio se eximió de modo definitivo a los navíos isleños del impuesto de avería, inci-
diendo en que la alternativa personas/dinero fue viable hasta 1764, pues desde esa fecha adquirió
un carácter pecuniario (entre 1720 y 1779, 202 barcos pagaron el impuesto y 54 trasladaron emi-
grantes) (SOLBES FERRI, Sergio: Rentas reales y navíos de permisión..., op. cit., p. 196).
953
aun reconociendo que estamos ante una muestra poco significativa, en una relativa a
la leva de 1672, el 62,5 % de los reclutados tenía menos de 25 años, subiendo este
porcentaje a casi el 73 % en otra de 1680424. Domínguez Ortiz425, no obstante, utiliza
la expresión en un sentido más amplio, vinculándola no solo a la obligatoriedad de
remitir familias a Indias, sino a las levas, más lesivas desde varios puntos de vista
que el «impuesto» americano, que se realizaba en una coyuntura migratoria de ca-
rácter voluntario, obviamente inducida esta salida por el cambio de ciclo económico
en el archipiélago. En esta publicación, como ya se ha dicho, se emplean datos cono-
cidos de carácter general sobre la expulsión de población, pero el centro de atención
es el conjunto de servicios militares solicitados por la monarquía, por lo que solo de
manera tangencial se aborda la cuestión.
Al decir de Viera, reproducido por los historiadores posteriores, en esta ocasión de
1662 se alistaron 700 hombres con destino a Portugal426. Según Rodríguez Hernán-
dez, el propósito inicial era la petición de esa cifra, pero se minoró a 500 soldados en
la convicción de que resultaba un número más razonable y realista427. Digamos que
en esta oportunidad la iniciativa regia cayó en terreno abonado. Fue el capitán ge-
neral D. Jerónimo de Benavente y Quiñones, ya mencionado como modelo de go-
bernante corrupto y opresor, el que potenció estos proyectos de saca y reducción
demográfica y favoreció dos levas en su corto mandato (1661-1665). La aceptación
fue no sólo inmediata y no suscitó rechazo, sino que el capital privado y los intereses
particulares tomaron la delantera al Cabildo tinerfeño. Coincidió con el intento de
Quiñones de potenciar una leva fixa para colonizar Santo Domingo, que según sus
detractores, era un medio encaminado solo a sus yntereses y fines particulares, entre
otros el justificar su residencia en La Laguna, cuando debía radicar en la capital
grancanaria428. El rey fue más cauto que el general, pero tomó buena nota de la
idea. Por lo pronto, agradeció a su subordinado la propuesta, que seguramente debió
ser concreta, ya que Felipe IV aludía al estudio de la potencial extracción de 800
familias por aver en essas yslas mucha gente sobrada y falta de sustento. Al general
le encomendaba mayor información sobre la idea (costo del flete de esas miles de
personas, la posible contribución económica de las islas a ese empeño, o la fortaleza
de las rentas reales en Canarias como para distraer dinero a ese efecto). Otra
cuestión era lo relativo a las levas: el monarca requería asimismo que se le indicase
el monto del proyecto de situar soldados isleños en Indias, por lo que demandaba el
cálculo del coste por hombre; en cualquier caso, se enfatizaba que la prioridad era
enviar soldados al tercio extremeño, y más adelante se dispondría lo referente a
eventuales levas indianas. Veremos precisamente cómo en años posteriores se suce-
derán salidas de soldados rumbo a varias plazas y presidios americanos.
Con motivo de la propuesta (más bien imposición) del capitán general al Concejo
tinerfeño de extraer 800 familias isleñas rumbo a esa isla americana, el regidor D.
Benito Viña recordó la conveniencia de aguardar el mandato regio, ya que el Cabildo
424 AHPSCT, Prot. Not., leg. 2.013, s. f.; Hacienda, expdte. H-695.
425 DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: La sociedad española en el siglo XVII..., op. cit., p. 353.
426 VIERA Y CLAVIJO, Joseph de: Noticias de la Historia general…, t. II, op. cit., p. 244.
427 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento…», art. cit., p. 115.
428 Ya se comentó en otro epígrafe lo relativo a la residencia de los capitanes generales. Quiñones,
en su descargo, motivó su designio de establecerse en Tenerife razonando que era la isla de más
trato mercantil, mayor y más poblada, su ubicación central y no aver medio en ninguna para soco-
rrerlas si no es de allí, y aver ocassiones los más de los años en que se juntaban quarenta y cinquen-
ta nabíos de ynglesses y olandeses en la de Tenerife y que nunca avisaban si vienen de paz o de
guerra. Añadía como móvil de peso que antecesores en el cargo como Dávila y Hurtado de Corcuera
hubieran adoptado la misma decisión, lo que en su opinión era prueba irrefutable de la conveniencia
de esa mudanza. Por último, añadía la atención a las levas, y las comisiones y administración de ren-
tas que con el tiempo se habían añadido al cargo, todo lo cual exigía su presencia continua en Tene-
rife (AHN, Consejos, leg. 26.431, expdte. 1, f.º 72).
954
había suplicado sobre ese negocio, pero ya el general tenía nombrados hasta a los
capitanes de la expedición indiana, y enfurecido por la posición del edil lo mandó
encarcelar cuando acudió al domicilio de Quiñones para despedirse antes de regresar
a La Orotava429. Resulta relevante que en ese mismo año de 1663 la Corona solici-
tase información al gobernador de Puerto Rico sobre la utilidad de enviar familias is-
leñas430. Otra de las claves que explican el ambiente bonancible de esta leva viene
dada, por un lado, por la crisis cerealística de 1659-1661431, que produjo una oleada
de hambre y miseria, etapa que fue seguida de una tímida recuperación, tornándose
a niveles de abasto o relativa «normalidad» a partir de 1665; por otro, la Corona pre-
sentó como señuelo para la clase dominante la recompensa con hábitos de órdenes
militares y patentes en blanco con suplimiento a los benefactores de la recluta432, pu-
diéndose decir que esta leva inició en Canarias un período dorado de la venalidad de
cargos y honores militares, acompañada de la venta de títulos nobiliarios, cuestión ya
analizada.
De uno u otro modo, sea mediante el aporte de hombres o de dinero, como sue-
le ocurrir con todas las levas, la de 1662 afectó a todo el archipiélago. Algunos
datos así nos lo confirman. El 16 de enero de 1663 Quiñones ordenó al señor de
La Gomera que la pusiera en práctica433 ante escribano público —por carecerse de
veedor—, socorriendo a cada soldado con 2 rs. Fuese por disponer de noticias ne-
gativas sobre el éxito de la operación o para asegurarse un número suficiente de
plazas en la compañía que pretendía enviar en breve, el 23 de enero el capitán ge-
neral disponía que los soldados tornilleros de levas anteriores que habían sentado
plaza y cobrado sueldo sin haberse incorporado a sus banderas o haber desertado
debían incorporarse al tercio en el plazo de ocho días, si se hallaban en esa isla,
bajo pena de muerte. Transcurrido ese plazo, el señor de la isla procedería a pri-
sión y embargo de bienes. No fue el único ejemplo del recurso a los tornilleros,
pues en Tenerife —y probablemente en otras islas— Quiñones utilizó este expe-
ditivo método. También participó La Palma, ya que en julio de 1663 se organizaron
allí dos compañías, levantadas por D. Juan de Sotomayor Topete, quien había co-
locado como capitán en una de ellas a su hijo D. Pedro de Sotomayor434. De Fuer-
teventura salieron soldados, pues en 1668 se mencionaba a un tornillero de esa
leva435. Por último, sabemos ―en lo relativo a Gran Canaria en estos primeros me-
ses436―, que en febrero de 1663 el capitán Francisco de Espinosa y Montero reci-
bía del recaudador mayor de rentas reales 3.200 rs. para socorrer a la gente de le-
va que se estaba levantando en dicha isla437. Más adelante haremos una referen-
cia a Lanzarote.
429 AHN, Consejos, leg. 26.431, expdte. 1, f.º 31. El regidor todavía estaba vestido, conforme a la in-
dumentaria exigida en las sesiones municipales, de negro y con golilla.
430 HERNÁNDEZ GARCÍA, Julio: «El "tributo en sangre" de 1678-1778» (2.ª parte), en Rumbos, n.º 9
(1982), p. 63.
431 RODRÍGUEZ YANES, José Miguel: Tenerife en el siglo XVII…, op. cit., pp. 26-27.
432 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento…», art. cit., p. 110.
433 DÍAZ PADILLA, Gloria, y José Miguel RODRÍGUEZ YANES: El señorío en las Canarias…, op. cit., p.
525.
434 Según el memorial de Vandewalle, D. Pedro Sotomayor gastó más de 1.000 ducs. solo con los sol-
dados alistados («Solicitud presentada por D. José Vandewalle de Cervellón, diputado general de Ca-
narias...», art. cit., p. 346); también, FERNÁNDEZ DE BÉTHENCOURT, Francisco: Nobiliario..., t. II,
op. cit., p. 228.
435 PADRÓN ARTILES, M.ª Dolores: Protocolos de Pedro Lorenzo Hernández (1668-1673), escribano
955
Viera nos ha dejado dos datos significativos respecto a esta recluta, sobre todo
para reflejar lo sucedido en los dos primeros meses: 1) Quiñones consiguió que
muchos caballeros costeasen el tercio, ahorrando así un considerable dinero a la
hacienda pública; 2) en tan breve lapso se alistaron 700 hombres. En cuanto a los
más destacados promotores, recalcaba la contribución de D. Diego de Alvarado
Grimón (yerno del general Quiñones), que fue nombrado maestre de campo del
tercio. Otros personajes colaboradores citados fueron: D. Benito Viña de Vergara,
que levantó 80 infantes, socorridos y vestidos a su costa hasta dejarlos prestos pa-
ra el embarque, y D. Juan de Mesa, que puso otros 80 hombres en Extremadura.
Asimismo, el historiador ilustrado mencionaba los nombres de los capitanes de las
primeras compañías del tercio, que en parte contienen errores, como se desprende
de la aportación reciente de Rodríguez Hernández y de la documentación concejil:
D. Gabriel de Benavente y Quiñones, hijo del general; D. Cristóbal de Salazar y
Abarca; D. Pedro de Salazar Sotomayor y sus hermanos D. Antonio y D. Ventura
de Salazar; D. Diego Ponte de Llerena, D. Francisco de Ponte Pimienta, y D. Pedro
de Ponte (que en Flandes obtendría el grado de sargento mayor, maestre de cam-
po y sargento mayor de batalla, futuro conde del Palmar y protagonista de una le-
va posterior, como se verá en su momento), todos hermanos, hijos de Cristóbal de
Ponte y Román438. Sabemos, al menos, el nombre de uno de los capitanes gran-
canarios, D. Diego Moreo, bajo cuyo mando iban dos teldenses desertores, episo-
dio al que se aludirá luego.
Una vez asegurada la ayuda privada y con el alistamiento adelantado, el capitán
general acudió a las instancias de poder del archipiélago. Así, el 1 de marzo comu-
nicó al corregidor el servicio ofrecido por algunos caballeros para costear parte de
la leva (más de 600 hombres), y ahora demandaba ayuda del Cabildo de Tenerife
para que se fletasen los tres navíos a Sanlúcar con cargo a sus propios439. El cabil-
do general de 7 de marzo decidió contribuir a ese fin con 2.000 ducs.440, y el obis-
po ofreció igual cantidad441. La Corona vendió varios hábitos de órdenes militares
(oficialmente eran una recompensa por su generosa y patriótica contribución a la
recluta) a siete personajes tinerfeños que se distinguieron por sus «donacio-
nes»442, como es el caso de D. Benito Viña de Vergara o del mencionado D. Juan
de Mesa. Levantar una compañía suponía unos 20.000 rs. Algo menos, 16.000 rs.,
le costó a D. Cristóbal del Hoyo Alzola (sabemos por un capítulo de gasto que a
cada soldado se le daban 200 rs., y que el vestuario suponía unos 88 rs. por cada
enganchado). Otros caballeros, remunerados con hábitos, donaron entre 3.500-
4.500 rs. (como D. Juan Bautista de Ponte o D. Cristóbal de Ponte Juárez). En rea-
lidad, esta leva, desde un punto de vista social y financiero, adquirió un marcado
carácter familiar-oligárquico, pues como queda dicho es menester subrayar que
entre el estado mayor se hallaron los familiares del capitán general y las familias
438 VIERA Y CLAVIJO, Joseph de: Noticias de la historia general…, t. II, op. cit., p. 244.
439 AMLL, D-XVII-8.
440 El Cabildo carecía de liquidez, y tuvo que servirse de los fondos del donativo del 1 %, con
obligación de los regidores de hipotecar los propios y salir ellos como abonadores. El 9 de octubre de
1663 se devolverían 20.971 rs. al capitán Juan Manuel Delgado, depositario del donativo, a cuenta
de esos 2.000 ducs. (AHPSCT, Hacienda, expdte. 628).
441 AMLL, R-XIII-38. El rey lo agradece al inexistente cabildo eclesiástico de Tenerife, que había apor-
956
Salazar y Ponte, además de la presencia como donantes dadivosos de integrantes
de clanes familiares como los mencionados Ponte y los Hoyo. Ya se reiteró más
atrás el papel de promoción social que representaban la leva y el servicio militar.
Recordamos lo antedicho en relación con la coyuntura, teñida de vanidades seño-
riales las islas, al menos en Tenerife, y la fiebre de titulaciones experimentada du-
rante las décadas finales del seiscientos. Precisamente el capitán Alvarado Braca-
monte llevaba el encargo de D. Tomás de Nava de negociar en Madrid una juris-
dicción en la isla, la del Realejo de Abajo443. Contrasta el relativo sosiego en el de-
sarrollo de esta leva con la resistencia despertada en tierras gallegas en las sucesi-
vas reclutas de esta guerra, muy impopular excepto entre la pequeña nobleza que,
como en Canarias, ansiaba los honores militares. Cierto es que Galicia, además de
con hombres, contribuyó con la intendencia (fortificaciones, forraje, alojamiento,
transporte de artillería, abasto de leña, etc.)444.
Al menos conocemos dos envíos de soldados en 1663445. Uno corresponde al
núcleo principal de las tropas, al que hacen referencia las fuentes tradicionales. Ya
a mediados de febrero un tornillero icodense declaraba que estaba preparado para
embarcar en la compañía del capitán D. Bartolomé de Molina y Llerena446. Por lo
que deducimos de la documentación posterior, esa fuerza principal (unos 610 mili-
tares entre soldados y oficiales) debió salir a mediados de marzo con destino gadi-
tano447. A principios de mayo Felipe IV agradecía al Ayuntamiento tinerfeño su
concurso económico para el flete448, y con la misma fecha dirigió dos órdenes a
Quiñones en las que le exhortaba a seguir con la leva, que iría destinada a conso-
lidar el tercio ahora levantado. Otro contingente más reducido partiría a finales de
julio, como consta del contrato de fletamento449 firmado con el inglés Juan Badi-
son, capitán, maestre y dueño del navío El pescador del rey, de 230 t de porte. La
cuantía del flete ascendió a 4.000 rs. de moneda isleña (50 rs. por soldado), aun-
que también se le entregaron 800 rs. adicionales. El barco estaba listo para zarpar
a Cádiz en la jornada siguiente, de modo que el 29 debió ser el día de salida, pues
443 RODRÍGUEZ YANES, José Miguel: La Laguna durante el Antiguo Régimen…, t. I, vol. II, op. cit.,
pp. 759-760.
444 CASTILLA SOTO, Josefina: «La aportación de Galicia a la Guerra de Secesión de Portugal (1640-
1668)», en Espacio, Tiempo y Forma, serie IV, Historia Moderna, t. 9 (1998), pp. 233, 235, 238.
445 Viera afirma que hubo tres navíos (VIERA Y CLAVIJO, Joseph de: Noticias de la historia gene-
hijos un pedazo de viña y tierra calma heredado de sus padres, en Icod y su distrito, para que en tal
caso les sirviese de sustento (AHPSCT, Prot. Not., leg. 3.608, f.º 526, 18 de febrero de 1663).
447 El rey hará alusión a las cartas que envía el capitán general el 14 de marzo con otra documen-
tación relativa a las tropas; además, contamos con un documento notarial (AHPSCT, Prot. Not., leg.
1.387, f.º 101) que hace referencia a otro suscrito en esa misma fecha. Se trataba de un poder de D.
Diego de Alvarado Bracamonte, caballero de Calatrava, con motivo de la partida con su tercio al ejér-
cito de Extremadura, para nombrar como administrador del hospital de S. Sebastián al capitán de ca-
ballos D. Cristóbal de Alvarado Bracamonte. Rodríguez Hernández proporciona la cantidad de solda-
dos: 656, de un total de 708 militares, pues se añaden 52 oficiales y se restan cuatro soldados falle-
cidos (RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento…», art. cit., pp.
115-116). Para ser más precisos, según una certificación notarial del 15 de marzo el mensajero con-
cejil D. Francisco de Espinosa y León embarcó en la capitana de las tres naves que partían rumbo a
Cádiz (AMLL, A-XI-63).
448 AMLL, R-XIII-37 (R. C. de 7 de mayo de 1663). El Cabildo pagó con dinero del arbitrio del 1 %,
pues el 9 de octubre de 1664 extrajo del arca de tres llaves y entregó 20.971 rs. de dicho impuesto a
Joan Manuel Delgado en nombre del general Quiñones por cuenta de los 2.000 ducs. que este había
prestado al Cabildo para el tercio, mediando la obligación de los propios y la fianza de los ediles co-
mo abonadores. El 19 de julio salieron otros 1.029 rs. para entrar en poder de Delgado y cumplir así
con los 22.000 rs. ofrecidos (AHPSCT, Hacienda, expdte. 430).
449 AHPSCT, Prot. Not., leg. 939, reg. de 1663, f.º 566 (28 de julio de 1663). Era un barco de di-
mensiones respetables. Además de sus 250 t de porte, contaba con 22 piezas de bronce y hierro y
una tripulación de 32 hombres.
957
la demora en el embarque se penalizaba con 25 pesos diarios. Navegarían en esa
remesa 6 oficiales y 81 soldados450, que en apariencia disponían a bordo de ví-
veres suficientes para garantizar durante la travesía una dieta normal compuesta
por huevos, arenques, carne de cerdo, carneros, habas, arroz451. Por las fechas de
embarque podemos concluir que esos hombres combatieron en la campaña de
otoño de ese año (por motivos climatológicos, que afectaban estrechamente a las
circunstancias bélicas, había dos temporadas en esa campaña: la de primavera, de
marzo a mediados de julio; la de otoño, de octubre a noviembre)452. El tercio ca-
nario luchó en la batalla de Estremoz, llevando a los derrotados a Arronches453.
Sabemos que la indumentaria se componía de vestidos que incluía calzón,
casaca de sarja estameña y paño basto, jubones de bombasín y medias de lana de
diferentes colores. No está claro si este segundo grupo corresponde a la compañía
de 80 hombres —en la que gastó 23.404 rs.— movilizada por un donante especial,
el capitán D. Fernando del Hoyo Solórzano, vecino de Garachico y recién encum-
brado (en julio de 1663) como señor de la villa de Santiago454. En cuanto a la su-
ma total de soldados, se habla de más de 700. No obstante, cuando en diciembre
de 1664 el Cabildo tinerfeño se oponga a una leva redondeará la cantidad al alza y
hablará de 1.000 reclutados455, seguramente para exagerar y dar más fuerza a su
protesta. El pagador de la gente de guerra de la leva canaria era D. Jerónimo
Golfos de la Puerta, quien se servía en Tenerife para ese oficio del escribano Ma-
tías Oramas Villarreal. El veedor y contador, que formalizaba fletamentos y expe-
día libramientos por orden de Quiñones, era en Tenerife el capitán Miguel de Ri-
vas, mientras en La Palma desempeñaba este oficio de veedor el capitán Andrés
González Hurtado. Finalmente, el tercio de Alvarado-Bracamonte se integraría en
un cuerpo de ejército junto con el regimiento de la Guardia real y el tercio catalán
de D. Lope de Abreu456. Es difícil discernir en qué proporción exacta participaron
otras islas en hombres y dinero. Parece que fue Tenerife, como solía ser habitual,
la que soportó más carga humana y financiera. La cuenta parcial, varias veces
apuntada, revela que hubo infantes de Lanzarote, o por lo menos se intentó, dada
la mención de una partida para levantar gente en esa isla. Parece que, como suce-
día en otras levas, el punto de encuentro de los soldados fue el puerto de Santa
Cruz de Tenerife.
Antes se apuntó la existencia de desertores, cuestión que rara vez aparece tra-
tada en la documentación. Una excepción es la referida a cinco fugitivos que de-
bieron zarpar a finales de 1662 o comienzos de 1663, prendidos al retornar al ar-
450 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento…», art. cit., p. 116.
451 AHPSCT, Prot. Not., leg. 939, reg. de 1663, f.º 568. Las provisiones consistieron en: 22 pipas
nuevas de agua; 2 pipas de vino; media pipa de vinagre; un barril de huevos con 250; 2 barriles de
arenques; 2 barricas de carne de puerco con 958 libras de a 16 onzas la libra; 4 carneros; 4 fanegas
de habas; 1 quintal de arroz; 6 botijuelas de aceite; 48 qq y 93 libras de bizcocho; 1 fanega de sal.
Como combustible se embarcaron 4 carretadas de leña, y la caldera de cobre para cocinar pesó 38
libras. Para repartir las raciones y la aguada se llevaron 30 lebrillos pequeños y 24 botijas pequeñas.
En todo caso, la dieta era más variada que la más sobria que, según White, se repartía a los solda-
dos en ese frente: 11/2 libra de pan de munición, 1 onza de aceite, 1 pinta de vinagre, 2,27 litros de
vino, 3 onzas de bacalao o queso, 3-4 onzas de tocino, 11/4 de libra de carne de puerco salado o ½
libra de carne fresca (WHITE, Lorraine: «Los tercios en España…», art. cit., p. 149).
452 WHITE, Lorraine: «Guerra y revolución militar en la Iberia...», art. cit., p. 65.
453 VIERA Y CLAVIJO, Joseph de: Noticias de la historia general..., t. II, op. cit., p. 244.
454 AHPSCT, Prot. Not., leg. 939, reg. de 1664, f.º 2 v.º (2 de enero de 1664). En esta fecha se
rado Bracamonte se concretaba la cifra de 795 hombres, que según ese documento habrían salido el
15 de marzo (debe referirse a la segunda salida) (AGI, Indiferente General, leg. 122, n.º 131).
456 MENCÍA GÓMEZ-AREVALILLO, M.ª de los Ángeles: «El Ejército de Felipe IV…», art. cit., pp. 60-
61.
958
chipiélago y juzgados por mandato de Quiñones, en un proceso sustanciado a
partir de mayo de 1663, ya que ―por utilizar los términos del general― habían
desamparado sus banderas y retornado en un navío francés a Gran Canaria, don-
de fueron apresados por orden suya y traídos a Tenerife para su enjuiciamien-
to457. Los soldados fueron el teldense Juan Corredera y el guiense Lázaro Rodrí-
guez (ambos de la compañía del capitán Diego Moreo); los güimareros Salvador de
Castro y Benito Rodríguez; el portuense Luis Sánchez. Sus edades iban desde los
18 años (dos), 19 hasta los 22 y 29. Las circunstancias y motivaciones de la de-
serción eran distintas: los dos grancanarios se responsabilizan mutuamente de
inducción y emprendieron su huida apenas llegados al castillo de San Salvador, en
Sanlúcar. Según la versión de Lázaro, Juan Corredera manifestó su intención des-
de el trayecto en barco, dado que contaba con doble amonestación de matrimo-
nio. Tras abandonar el ejército se movieron en las poblaciones cercanas: Rota,
Puerto de Santa María y Cádiz, desde donde embarcaron. Los güimareros y el por-
tuense pertenecían a la compañía del hijo de Quiñones, D. Gabriel de Benavente, y
adujeron diferentes alegaciones: Salvador de Castro, aparte de pasar por el mis-
mo castillo de San Salvador, continuó con su formación hasta Sevilla, donde en
tres ocasiones le fue denegada la paga ―según su versión― con el pretexto de
que no figuraba en los listados. Decidió entonces ocultarse en Sevilla un día antes
de que el tercio tomara rumbo a Badajoz y fue a Cádiz. Benito Rodríguez también
desertó en Sevilla tras asistir allí unos 12 o 13 días. En cuanto a Luis Sánchez,
siguió la misma ruta: castillo de San Salvador y Sevilla, pero llegó más lejos, pues
partió de la capital hispalense y huyó al llegar a Guillena, muy cerca de Alcalá del
Río, y como los otros se dirigió a Cádiz. Confesó Luis que se había enrolado de
modo repentino, el día que la expedición hizo vela en Santa Cruz, para evitar la
ejecución de una deuda, pero se arrepintió de esa decisión a causa de su respon-
sabilidad familiar, pues estaba casado y con tres hijos (el mayor tenía tres años) y
carecían de otra fuente de sustento. La resolución final del proceso revela el talan-
te del general: su sentido de la justicia se basó en un sorteo de la muerte a los da-
dos, según el estilo y uso militar, condenando a la pena capital al desertor que ob-
tuvo menos puntos, mientras los otros cuatro fueron penados a diez años de
galeras. El desafortunado fue Luis Sánchez, quien en última instancia eludió la eje-
cución gracias a otro capricho de Benavente, pues cuando estaba en capilla lo
liberó por coincidir con un hecho festivo para el general (el bautismo, al parecer,
de una nieta), en tanto los otros reos fueron libertados también458. Un dato ais-
lado evidencia que la deserción asimismo podía producirse en territorio isleño, in-
cluso después del alistamiento. Así sucedió a principios de diciembre de 1686 en el
puerto de Santa Cruz de Tenerife, donde huyó un soldado, lo que motivó el apre-
samiento del miliciano que custodiaba en el cuarto de vigilia que le correspon-
día459.
Aunque se ha resaltado la importancia que tuvo, al menos en los primeros
meses, la intervención particular en los costos de la leva, así como la participación
de varias instituciones como Cabildos u Obispado, la hacienda estatal también con-
tribuyó mediante la detracción de fondos de las rentas reales. Como se refería más
atrás, el Consejo de Hacienda había dispuesto 18.000 escudos desde noviembre
de 1662. Provisto de ese libramiento, el general Benavente y Quiñones ordenó el
10 de marzo de 1663 a D. Luis Benítez Fiesco del Castillo, arrendatario del almoja-
959
rifazgo tinerfeño, la entrega de 9.000 escudos de esa renta y de las medias anatas
de los juros consignados en las rentas reales de Canarias. Ante la resistencia de
Fiesco, el general lo encarceló en su casa, medida que surtió el esperado efecto de
proporcionarle en pocos días 64.000 rs. en dos entregas460. Con posterioridad, co-
nocemos dos partidas (de septiembre de 1663 y de marzo de 1664), por un total
de 60.000 rs. del estanco del tabaco, que tuvieron que ser desembolsados me-
diante orden con apremio del capitán general. También presionó en 1663-1664 al
Cabildo catedral, que efectuó un ofrecimiento de 520 fas. de trigo, al que detalla-
remos en el capítulo de los donativos. Quiñones pretendía el cobro de las tercias
reales sin autorización superior, embargando las rentas decimales461. El obispo au-
torizó el 19 de junio de 1663 al Cabildo de La Palma para utilizar 2.000 pesos
(1.000 rs. de plata) de las dos arcas de misericordia administradas por esa institu-
ción ante las presiones de Quiñones de que la isla proveyese municiones y pertre-
chos462.
Donativos y levas eran dos caras de una misma moneda, pues el objetivo de la
mayoría de los donativos perseguía el sostén del desmesurado esfuerzo militar
hispano en la frontera portuguesa, Cataluña y Países Bajos, especialmente. De ahí
que La Palma recordase, con motivo de la solicitud de una cantidad en 1667, que
ya había servido anteriormente con casi 5.000 pesos (en frutos isleños) para el
sustento de un tercio extremeño, y en 1655 con otros 1.000 pesos463. Otra parte
de la leva se financió con dinero procedente de embargos a particulares por con-
denas, como ocurrió con D. Diego Perera de Castro. No obstante, según otra in-
formación Perera contribuyó voluntariamente también con veinte pipas de vino a
la aguada del embarque de ese tercio, de igual modo que el capitán Francisco
Hurtado ofreció diez pipas, si bien el general decidió tasarlas abusivamente a 40
rs.464. También parece que Quiñones hizo uso de fondos de las rentas reales y del
Cabildo tinerfeño, pues constituyó uno de los cargos formulados contra él465. No
fue menos dura la batalla mantenida por D. Miguel de Salinas, oidor de la R.
Audiencia, como comisionado del embargo a los ingleses, con el capitán general,
pues este pretendió con diversos ardides apoderarse de parte de ese dinero para
la leva. Salinas se negó, a pesar de las presiones y vejaciones a que lo sometió
Quiñones, quien comprobó que no funcionaba la fingida amistad ―como denomi-
nó Salinas a su primera treta― para captar fondos para el despacho del tercio.
Esta situación la expuso el oidor al C. de Hacienda con pormenor de detalles, de-
nunciando la petición de 18.000 escudos cuando la leva la han levantado y pagado
particulares vecinos a su costa. Con esta escusa ha cogido de aquí y de allá mu-
chos millares de escudos466. Añadía que las cuentas de costo del tercio, de costo
vecinal ―reiteraba― revelarían que había sobrado dinero, pues habían pagado a
razón de 200 rs. cada soldado, además de muchos millares de ducados en dinero,
trigo o vino a cargo de los Concejos y del obispo. Disponemos de unas cuentas
parciales, de principios de 1665, según las cuales se gastaron 168.530 rs. y 6
nerar a sus amigos, y por castigar a sus enemigos y a quienes se mostraban remisos a sus arbitrarie-
dades y deseos.
465 RODRÍGUEZ YANES, José Miguel:Tenerife en el siglo XVII…, op. cit., p. 188.
466 AGS, Estado, leg. 2.981. Cartas de Miguel de Salinas Viñuela a D. Blas de Loisla y al rey (20 de
960
cuartos. Cioranescu467 menciona que el tercio supuso a los vecinos 20.000 escu-
dos.
Vuestra Magestad que se gane, y cada día sepa Vuestra Magestad que se pierde, y que es mucha la
pérdida de cada día [CASTILLA SOTO, Josefina: «La aportación de Galicia a la Guerra de Secesión de
Portugal (1640-1668)…», art. cit., p. 242].
469 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento…», art. cit., p. 118.
470 Jiménez Moreno habla del binomio «composición de milicias»-Tercios Provinciales como primer
ensayo sólido de un ejército estable en España (JIMÉNEZ MORENO, Agustín: Nobleza, guerra y servi-
cio a la Corona..., op. cit., p. 60).
471 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, José Antonio: «La contribución militar del reino de Granada durante la
segunda mitad del siglo XVII», en ANDÚJAR CASTILLO, Francisco, y Antonio JIMÉNEZ ESTRELLA: Los
nervios de la guerra…, (2007), p. 151. Canarias se libró también de esta composición pecuniaria, que
961
servicio obligatorio (cuota asignado a cada ciudad) por otro pecuniario. Se pensó
en la posibilidad de que cada provincia mantuviese su propio tercio, que regresaría
durante el invierno a su lugar de origen con su maestre de campo (esto, en el ca-
so canario presentaba suma dificultad, de manera que seguramente debía perma-
necer en tierras peninsulares con el consiguiente costo adicional). El plan regio de
los Tercios Provinciales se modificó en cuanto se redujo a variar el nombre de uni-
dades ya operativas en el frente de Extremadura y excluyó a las provincias de
facilitar nombres a los tercios y de reclutamientos, a cambio del compromiso de
aportar dinero para la formación de esas unidades, que quedaron en cinco: Bur-
gos-Valladolid, Toledo, Madrid, Sevilla y Córdoba, para más adelante agregarse el
de Portugal. Concluida la guerra en dicho país, se fue extendiendo la manutención
de los Tercios Provinciales a todas las áreas castellanas, pero fracasó en Canarias,
Navarra, Aragón e Italia, dadas las connotaciones de voluntariedad de ese servicio,
que podía ser eludido en aquellos territorios no sujetos al sistema de composición
de milicias ya comentado472. Detallamos a continuación lo acontecido con la manu-
tención exigida al archipiélago.
La real cédula de 19 de septiembre de 1663, que determinaba la formación de
algunos tercios de 1.000 hombres, especificaba su sustento territorial a cargo de
diferentes provincias, de modo que las islas debían mantener al menos 400 solda-
dos. El objetivo era disponer en Extremadura de un número considerable de infan-
tería fixa y bien asistida […] siendo justo que concurran todos mis vasallos a cossa
tan ynportante, empeño en el que se involucraba a distintas provincias de Castilla
y Aragón, y a Italia. Si las islas no podían costear enteramente esa unidad, se in-
tentaría sacar por lo menos de la jente necesaria para que se mantenga siempre
en esa cifra de 400 y si fuere posible el sustento della por algunos messes del año
alargando la negosiaçión a lo más que se pudiere, y os encargo mucho la esfor-
séis473. Otra real cédula (13 de diciembre de 1663) retomaba la petición y recor-
daba el despacho anterior para inquirir información sobre las diligencias del gene-
ral Quiñones en ese negocio, por estar el tiempo tan adelante, reiterando la reso-
lución del negocio con la mayor brevedad474.
El capitán general Quiñones notificará al efecto las dos cédulas reales, que cono-
cerá el Cabildo tinerfeño a principios de junio475. La reacción capitular fue la más
que previsible negativa, y no sólo por la crónica mala situación económica, tanto
en la vertiente hacendística como en la ya mencionada crisis cerealística de la que
se empezaba a salir, y en vísperas de un delicado conflicto isleño con los ingleses
(el «derrame del vino» y el intento de la Compañía de vinos por un grupo de mer-
caderes londinenses, como se ha repetido). Se añadían asimismo otras razones de
peso, como el servicio recién ofrecido476 para arrancar la promesa regia de no ena-
jenar más jurisdicciones privativas en la isla y poder tantear en las ya concedidas
(Adeje y Santiago del Teide, en el sur tinerfeño, tema que se analizará en el tercer
capítulo), en el ya explicado contexto de ansia de ennoblecimiento de un sector de
la oligarquía canaria, en particular de la tinerfeña. Los regidores sabían que la si-
tuación en la Corte era comprometida, y que el general estaba dispuesto a hacer
devino en un gravamen comunitario para muchas poblaciones peninsulares, que se recargaron con
repartimiento o sisas para que sus vecinos evitaran la obligación militar. Exigido desde 1646, el ser-
vicio de milicias perduraría desde 1669 hasta más allá de la guerra de Sucesión (CONTRERAS GAY,
José: «Las milicias pecuniarias...», art. cit., pp. 97-113).
472 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, José Antonio: «Los primeros ejércitos peninsulares y su influencia en la
962
cumplir la apremiante voluntad real, suficientemente explicitada en una de las cé-
dulas mostrada por el militar. En principio, el Ayuntamiento de Tenerife se resistió
a una nueva carga y pidió al capitán general su intercesión para amparar a la isla.
El militar expresó que sobre ese particular se le habían despachado apretadas y
repetidas órdenes, pues cada territorio debía favorecer el troso de jente que man-
tiene debajo del nombre de su misma provinsia. Como se ha reiterado en páginas
antecedentes, habían quedado atrás los tiempos en que Castilla llevaba la mayor
parte de la carga del imperio y requería ya el concurso contributivo de los demás
territorios477. El 5 de junio478 se acordó convocar cabildo general y abierto en Te-
nerife para el 1 de julio, solicitando a Quiñones que esperase hasta ese día, pues
además estaba pendiente la mentada materia de las jurisdicciones, que por aquel
entonces era la prioridad. En esa solemne sesión de julio479 los regidores decidie-
ron servir al rey con 20.000 ducs. para la guerra con Portugal, pagaderos en dos
años, incluyendo esa cantidad en el total de 100.000 ducs. ofertados por la conce-
sión del privilegio negativo de las jurisdicciones y el derecho de tanteo de las ya
vendidas, tema que se detallará en el tercer capítulo. Parecía que las cosas iban
por buen camino, y las alabanzas al general eran continuas.
Las otras islas también parece que contribuyeron al sustento de los 400 hom-
bres. Algunas referencias aisladas tenemos en relación con este tema; por ejem-
plo, El Hierro ofreció dinero (aparecen 654 rs. en la dita) para sustentar el tercio.
En cuanto a La Palma, como se explicará con más detalle en el último capítulo,
ofreció 1.000 fas. de trigo, 36 pipas de vino y 416 arrobas de azúcar, todo embar-
cado. Desde las islas orientales se contribuyó en especie, como se concretará en el
apartado oportuno (envío a Cádiz en diciembre de 2.561 fas. de cebada lanzaro-
teña para provisión de ese ejército)480, colaborando también la vecindad de Fuer-
teventura con cereal481. A la postre resultó imposible soportar un tercio propio con
dinero y hombres, máxime si comenzaban a despuntar problemas graves en el sis-
tema productivo y mercantil exportador y si al mismo tiempo se agobiaba al archi-
piélago con exigencias reclutadoras en otros frentes.
Sería la última aportación isleña al frente extremeño, sumido a partir de 1665
(fallecimiento de Felipe IV en 1665) en una etapa lánguida de espera con la for-
mación de facciones enfrentadas en la Corte respecto a la continuidad o el aban-
dono de esa empresa bélica. Se impondrá esta última opción, que confirmaba el
fracaso español en lo que muchos historiadores consideran como fruto de una vi-
sión anacrónica de gran parte de la aristocracia y miembros de las altas institucio-
nes que durante años impusieron una concepción reputacionista para mantener a
toda costa la hegemonía imperial de los Austrias sin reparar en costes humanos y
económicos482. No solo no cuajó el asunto de los Tercios Provinciales en las islas,
la verdad es que resultó un fracaso general, como se apuntó antes: el reconoci-
477 Tras una cierta resistencia, el reino de Aragón aceptó colaborar con una cuarta parte del tercio de
400 hombres solicitado para ese frente portugués. Valencia se comprometió a sufragar durante 7
meses un tercio de 400 soldados por un importe de 25.000 libras, a lo que añadiría otras 6.000 libras
para la leva de otros 400 soldados por dos meses. Navarra ofreció un servicio de 540 hombres por
cuatro meses prorrogable a seis (SÁNCHEZ BELÉN, Juan A.:«La aportación de la provincia de Álava a
la contienda hispano-portuguesa…», art. cit., pp. 251-253).
478 AMLL, Libro de actas 16, ofic. 2.º, f.º 159 (5 de junio de 1664).
479 Ibíd., f.º 162 v.º (1 de julio de 1664).
480 SANTANA PÉREZ, Germán: «Las islas Canarias ante la encrucijada…», art. cit., p. 447. Vid. tam-
bién: AHN, Consejos, leg. 26.430, fols. 319 y 323 (agradecimiento del capitán general por el donati-
vo lanzaroteño, que según esta fuente fue de 1.500 fas. de trigo y 1.000 de cebada remitidas, en
efecto, a Cádiz).
481 Los cobradores del donativo debían comparecer en el Cabildo en tres días con memorias de lo en-
tregado [Acuerdos del Cabildo de Fuerteventura (1660-1728)..., op. cit., pp. 65, 67].
482 RODRÍGUEZ REBOLLO, M.ª Patricia: «El Consejo de Estado...», art. cit., pp. 120-133.
963
miento del naufragio peninsular de una defensa de base ciudadana que venía in-
tentándose desde las últimas décadas del s. XVI483. Por lo demás, Canarias resul-
taría ausente de las sucesivas reformas emprendidas en esos años para reorga-
nizar los Tercios Provinciales, igual que Cataluña, País Vasco o el reino de Galicia,
hasta llegar a principios del s. XVIII 484. Tengamos en cuenta que resultaba excesi-
vo este mantenimiento al mismo tiempo que persistía la saca humana para otras
levas, las milicias locales se encargaban de la defensa de un territorio amenazado
de modo permanente y comenzaba a regir el arbitrio del 1 %. En 1666 los efecti-
vos españoles en ese conflicto sumaban 19.443 hombres, cifra poco acorde con
las exigencias, aunque varias eran las taras según un observador francés, que veía
unas tropas mal armadas, indisciplinadas y mal asistidas485.
El donativo para el tercio no colmó el pozo sin fondo de las guerras de Felipe IV.
Ahora era otro el destino —el tradicional de Flandes— y de mayor fuste el reque-
rimiento. A los pocos meses de la resolución del donativo, el rey ordenó levantar
un tercio de 1.000 hombres en Canarias con destino a Flandes (posiblemente la
cédula real esté fechada en septiembre o a principios de octubre de 1664, mien-
tras las prometidas patentes en blanco como premio para los particulares se con-
cedieron el 22 de noviembre). Será el 27 de este mes cuando lo comunique Qui-
ñones mediante una carta dirigida al Cabildo tinerfeño486. Más arriba se aludió al
debate interno en los Consejos acerca de la continuidad en la guerra con Portugal,
y en ese contexto se entiende el abandono del frente extremeño por el flamenco.
Prácticamente desde 1666 España se limitó a una guerra defensiva, de manteni-
miento, en Extremadura, mientras se buscaban condiciones adecuadas de un
acuerdo de paz (desde 1664 se estaba negociando con la mediación británica)487.
Obviamente, la guerra de Devolución ―a las que nos referiremos en la siguiente
leva― condicionará aún más ese clima de desatención hacia el frente peninsular y
el desvío de fondos hacia el flamenco.
La recluta había sido comisionada a un particular, D. Andrés Valcárcel, recu-
rriéndose al señuelo facilitador de la leva precedente en el conocido mercado ve-
nal; es decir, la promesa de hábitos de órdenes militares reales a quienes reu-
niesen 60 hombres y los costeasen hasta el puerto de embarque isleño, añadiendo
la concesión de doce patentes en blanco para, en su defecto, los que levantasen
un cierto número de soldados a sus expensas488. En principio, los regidores no só-
lo acataron la real cédula, sino que invitaron a los vecinos a alistarse, si bien ro-
gaban al capitán general que procediese con toda suabidad en la leva […] en con-
siderazión de que está esta dicha ysla mui minorada de jente para las fábricas de
las hassiendas con que se sustenta y mantiene de biñas y senbrados. Sin embar-
go, en el plazo de una semana, todo cambió. Debió ser tan formidable la oposición
vecinal que en la reunión concejil del 7 de diciembre, en la que se ratificaba el
ofrecimiento de los 100.000 ducs. acordados en julio, se solicitó a Quiñones que
informase al monarca a favor de la suspensión de la leva, vista la falta de gente
para la agricultura y la defensa, así como la prestación humana desplegada en re-
clutas anteriores489. En otro cabildo celebrado dos días después se elevó el tono
483 JIMÉNEZ ESTRELLA, Antonio: «Las milicias en Castilla: evolución y proyección social…», art. cit.,
p. 13.
484 MENCÍA GÓMEZ-AREVALILLO, M.ª de los Ángeles: «El Ejército de Felipe IV…», art. cit., pp. 61-
62, 81.
485 ESPINO LÓPEZ, Antonio: «El declinar militar hispánico…», art. cit., p. 179.
486 AMLL, Libro de actas 16, ofic. 2.º, f.º 189 v.º (28 de noviembre de 1664).
487 RODRÍGUEZ REBOLLO, Patricia: «Los años finales de la guerra de Portugal...», art. cit., pp. 317-
319.
488 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento…», art. cit., p. 119.
489 AMLL, Libro de actas 16, ofic. 2.º, f.º 194 v.º (7 de diciembre de 1664).
964
del rechazo, pues se aludía a la proximidad de la saca precedente (se exponía que
hacía año y medio de la salida de más de 1.000 hombres de recluta), que había
originado carencia de brazos para la viticultura, de esencial importancia para la isla
(no se alla quien cultibe las tierras, como la fábrica de las viñas, que es notorio se
mantiene desso esta dha. isla)490.
Todo se agravó con el pregón de leva que ese mismo día había llevado a cabo el
maestre de campo D. Andrés de Valcárcel, ya citado, vástago de ilustre prosapia y
perteneciente a la oligarquía política tinerfeña, veterano capitán de infantería en
Flandes a quien el rey enviaba a las islas como maestre de campo para acelerar el
levantamiento del tercio. Es un claro ejemplo de la tácita alianza entre la Corona y
la clase dominante isleña, que no vaciló en el uso de métodos rigurosos o severos
para la consecución de sus propósitos. Pero este particular, que había traído con-
sigo desde Sevilla y Cádiz, además de oficiales, a 50 soldados, se había empeñado
en Sevilla en un préstamo para financiar los primeros compases de la operación,
llegando a obligar sus bienes y salario. Al llegar a Tenerife, a pesar de estar debili-
tado por afección de calenturas, acudió pronto para organizar la leva voluntaria, y
aunque pesadamente en la materia me recibió [Quiñones]. Desde un primer mo-
mento percibió en el general un distanciamiento, a pesar de acceder al nombra-
miento de capitanes, así como al levantamiento de la bandera y cuerpo de guardia
en la capital. Los inicios parecían alentadores para la causa de Valcárcel, pues se
asentaron 130 voluntarios, aunque Quiñones dispuso que no sentase plaza ningún
tornillero. En ese punto Valcárcel veía ya la tibiesa y poca voluntad del general,
pues aseguraba que había más de 500 tornilleros, cuyo enganche podía servir de
acicate a muchos voluntarios, lo que hubiera supuesto el término del proceso en
cuatro meses.
La controversia respecto a la leva condujo a una situación que nos resulta fa-
miliar: ...Se halla esta ysla con mucha más falta porque de temor se han rretirado
los hombres a los montes. Presentaban los regidores como evidencia de la nega-
tiva situación que denunciaban la escasa incidencia de la alarma decretada por el
capitán general con motivo de la aparición de unos navíos sospechosos el 30 de
noviembre, cuando no acertó a reunirse ni la tercera parte de las milicias, pues
muchos miembros optaron por refugiarse en los montes por miedo a ser forzados
a inscribirse. Finalmente, los ediles utilizaron un argumento que debió calar en
Quiñones —a quien continuaban adulando— y, de paso, en la Corte: un enrola-
miento coactivo y de esa magnitud numérica imposibilitaría el pago del servicio de
los 100.000 ducs., pues ese desembolso dependía del buen rumbo de la agricul-
tura de exportación, para la que se precisaba mucha mano de obra. Parece que
los demás Concejos también contradijeron la leva491, y también el Cabildo catedral
acordó asimismo solicitar al rey la suspensión de la recluta el 12 de diciembre492.
Como suele suceder, corren parejas (es el mismo sustrato social y político) la ne-
gativa concejil y la falta de respuesta de la clase dominante por las mercedes y
patentes de capitán. Valcárcel no se amilanó y nombró capitanes a seis oficiales
reformados de origen canario, con experiencia pero sin dinero para predisponer al
alistamiento493. El capitán general actuó con autoridad frente a Valcárcel: reformó
a los capitanes y demás oficiales, así como al sargento mayor, despojando a Val-
cárcel de la posesión de su tercio. Despidió a los soldados, se tratase de los traídos
por este como de los voluntarios, y anuló las patentes concedidas por aquel a per-
965
sonas de su cuerda sin méritos ni calidad494. Cabe añadir que la interrupción se
produjo a pesar de la petición cursada en 1665 por el gobernador de los Países
Bajos, marqués de Castel-Rodrigo, de 1.000 soldados de Canarias, 500 de Asturias
y 500 de León para combatir en Flandes, lugares de extracción seleccionados por
ser los únicos no implicados en la guerra con Portugal y contar con zonas costeras
para embarcar a los reclutados con cierta facilidad495.
Indica Rumeu que gracias a esa actitud y a los buenos oficios del general se lo-
gró el fin de la leva496, pero probablemente otra causa del fracaso —más bien par-
cial— radicase en la falta de interés de la clase dominante a causa de los proble-
mas vitivinícolas apuntados por el Cabildo tinerfeño. También debió pesar la consi-
derable implicación personal y económica en la leva de 1662, lo que influiría en la
búsqueda de una maniobra de espera, reivindicado por una mayoría social con la
que no convenía enemistarse, sino desempeñar ocasionalmente el rol institucional
de cuerpo protector de los intereses populares, como más arriba se señaló.
Una documentación posterior, de 1673, desvela que la suma proveída por la Co-
rona para la leva ascendió a 336.369 rs., de los que sobraron unos 136.369 rs.,
expresión del reducido eco de la recluta497. Una de las cantidades justificadas por
el capitán general Balboa Mogrovejo en 1673 fue una partida de 4.251 rs. desti-
nada al socorro de los soldados del tercio de D. Andrés de Valcárcel, lo que nos
indica, junto al monto gastado, que tuvieron que remitirse infantes. Por lo demás,
según el ofrecimiento de la cantidad ofrecida por el Concejo, arriba citada, 20.000
ducs. estaban destinados al sustento del tercio de los 400 hombres para la guerra
de Portugal, y el resto hasta 100.000 —tras pagar a los interesados en las com-
pras de las jurisdicciones de Adeje y Santiago, que no llegaría a buen puerto—, se
dejaban para la Armada oceánica498. Precisamente a la Armada irá el corto núme-
ro de reclutas, unos 20, que habían aceptado movilizarse499. En relación con los
20.000 ducs. ofrecidos para el tercio extremeño, como el asunto se dilató y quedó
en nada, no llegó a hacerse efectiva la cantidad500.
Los campos de Flandes serán otra vez el destino de una leva en la misma dé-
cada, exigida por una larga contienda que enfrentaría a la monarquía española con
su vecina borbónica. El reinado de Carlos II se caracterizó por una dilatada activi-
dad bélica contra Francia, desde la guerra de Devolución, a la que corresponde
esta leva. En mayo de 1667 Francia rompió las paces con España e invadió Flan-
des para exigir la devolución de los Países Bajos españoles como supuestos bienes
patrimoniales pertenecientes a María Teresa, hermana mayor de Carlos II y espo-
494 AHN, Consejos, leg. 26.430. Una de las patentes invalidadas fue la de Melchor Rodríguez, al-
guacil del general, a cuyo padre habían azotado por ladrón en La Laguna.
495 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José. «El reclutamiento de asturianos para el ejército de Flan-
remitir a la Corte el sobrante de la cantidad prevista para la leva de Quiñones. Resalta la liberalidad
en el destino del dinero, que los generales empleaban en diversos usos; por ejemplo, destacaban los
52.000 rs. remitidos para ayuda a las fortificaciones de los presidios catalanes, los 36.336 rs. em-
pleados por Puertollano en la fábrica del Santo Cristo en el puerto de Santa Cruz de Tenerife ―como
se indicó más atrás―, y los 34.000 rs. prestados al Cabildo tinerfeño.
498 AMLL, R-XIV-44 (23 de septiembre de 1664).
499 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento…», art. cit., p. 119.
500 Así se recordaba en una real cédula posterior [AMLL, R-XIV-16 (23 de marzo de 1671)].
966
sa de Luis XIV501. Fue un conflicto esperado en Flandes, donde existía la seguri-
dad de la intervención gala, frente a una Corte madrileña escéptica ante los prepa-
rativos franceses y absorta en la lucha contra Portugal, país al que Luis XIV estaba
ayudando para debilitar a España y procurar su dispersión en dos frentes. Consti-
tuiría el primero (1667-1668) de los cuatro enfrentamientos entre las dos poten-
cias en el curso de otros treinta años: 1667-1697, enmarcados por las paces de
Aquisgrán y Ryswick [la guerra de los Nueve Años (1689-1697), participación his-
pana en la guerra de Holanda (1672-1678) y la de Luxemburgo (1683-84)]502. La
población canaria resultó afectada por las guerras europeas del último de los Aus-
trias, además de verse forzada a engrosar algunas reclutas indianas.
España declaró la guerra, a su pesar, el 14 de junio503, y mediante la real cé-
dula de 17 de noviembre de 1667, la regente doña Mariana de Austria dispuso una
leva en Canarias de un tercio de infantería de 1.000 hombres, ofreciendo a los
isleños que levantasen gente la posibilidad de obtener hábitos de órdenes militares
u otras mercedes. En esa conformidad, se remitió orden por el Consejo de Guerra
el 19 de diciembre a D. Lorenzo Santos de San Pedro, visitador de Canarias, quien
ostentaba la gobernación y capitanía general desde el verano de ese año tras sus-
tituir al capitán general conde de Puertollano debido a los acontecimientos deri-
vados de la formación de la «Compañía» de vinos londinense504. Ahora bien, de
manera complementaria, la regente despachó cédula el 31 de diciembre de 1667
para que el tinerfeño D. Pedro de Ponte Franca Llerena, después de haber triun-
fado en Portugal y Flandes —donde ascendió a maestre de campo, como se recor-
dará, en la leva de 1662-1663—, levantase un tercio de 1.000 infantes para com-
batir en Flandes con la obligación de costear 100 soldados505. Este último manda-
to de la regente se leyó en el Cabildo de Tenerife el 16 de marzo de 1668, pues se
solicitaba cooperación de esa institución506. Quizá tenga que ver con esta partici-
pación canaria la mencionada solicitud de 1665 cursada por el gobernador de los
Países Bajos de 2.000 soldados españoles para la guerra en Flandes, concretando
que 1.000 procediesen de Canarias507.
Estas órdenes sucesivas, cuyos originales no conocemos, han originado interpre-
taciones diversas en la historiografía. Lo cierto, pues así lo confirman los contratos
notariales de fletamento, es que fuese cual fuese la voluntad de la Corte, las vo-
luntades y los hechos convergieron en una leva que se hizo efectiva en 1668 y se
presenta en esos documentos como responsabilidad de D. Pedro de Ponte, si bien
cabe la posibilidad de que este, además, tras la avenencia con una destacada fa-
milia tinerfeña, continuara con una recluta propia que culminó en 1672. En este
episodio de 1667 los regidores se mostraron proclives a colaborar, pero lo que re-
sultó decisivo fue el afán nobiliario de la orotavense familia de los Mesa, pues Pon-
te había llegado con D. Juan de Mesa y Lugo —quien había participado ya en 1662
501 Francia reclamaba Brabante, Amberes, Limburgo, Malinas, Güeldres, Namur, la parte española de
Hainaut y un tercio de Luxemburgo (ECHEVARRÍA BACIGALUPE, Miguel Ángel: «El ejército de Flan-
des en la etapa final...», art. cit., p. 558).
502 STORRS, Cristopher: «La pervivencia de la monarquía española…», art. cit., p. 41.
503 El objetivo de la monarquía fue acometer una leva universal en todas partes (RODRÍGUEZ HER-
NÁNDEZ, José Antonio: Los tambores de Marte. El reclutamiento en Castilla..., op. cit., p. 340).
504 RODRÍGUEZ YANES, José Miguel: Tenerife en el siglo XVII…, op. cit., pp. 147 y ss.
505 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento…», art. cit., p. 111.
506 AMLL, Libro de actas 28, ofic. 1.º, f.º 81 (16 de marzo de 1668); también, S-VIII-1. Asimismo po-
demos hallar referencia a esa real cédula en AHPLP, Audiencia, Libro de reales cédulas. Órdenes par-
ticulares para Canarias (1527-1807), vol. 3.º, f.º 38.
507 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «El reclutamiento de asturianos para el ejército de Flan-
967
armando a 80 hombres, como se ha señalado— a un acuerdo508, al que luego se
aludirá.
En la Corte se hallaba por entonces D. Fernando Espino y Ayala, regidor de Gran
Canaria, como representante de esa isla para un negocio que ignoramos, pero que
seguramente tendría que ver con alguna o algunas de las reivindicaciones que sal-
drán a relucir a continuación. Conocedor de la orden real que facultaba a D. Pedro
de Ponte509 para levantar el tercio, se apresuró a redactar en nombre de su isla un
memorial, presentado el 6 de diciembre, por el que ofrecía 6.000 ducados como
ayuda para la recluta, aparte de apoyar el alistamiento y asegurar que otras ins-
tancias de su isla con certeza colaborarían con dinero para la causa, siempre que
la Corona satisfaciese en cada caso determinadas demandas510. Las contraparti-
das solicitadas por Gran Canaria eran: 1) la concesión como propios municipales
del arbitrio de la carne o del gravamen sobre la saca de frutos de la isla, tanto pa-
ra atender obligaciones y necesidades como para sufragar gastos de fausto institu-
cional; 2) la facultad para obtener el Ayuntamiento 3.000 ducs. y guardarlos como
caudal concejil con el fin de afrontar posibles carencias de pan o adquirir bizcocho
para los castillos en ocasiones de rebatos. Aparte del ofrecimiento y de estas peti-
ciones de carácter capitular, Espino era portavoz de otros negocios, de cariz parti-
cular:
a) Los notarios isleños prometían un donativo a cambio de la exención de juez
de escribanos, de manera que las denuncias contra estos las resolviesen la justicia
ordinaria y la Real Audiencia. Como argumento justificativo subrayaba los excesos
de las residencias protagonizadas por dichos jueces, citando en concreto el impor-
te de una realizada en 1664, que supuso más de 40.000 rs. sin provecho alguno
para el rey.
b) Otro colectivo que, según Espino, brindaba dinero era el de los mercaderes
ingleses, con el designio de alcanzar la gracia de poseer y elegir juez conservador
para sus pleitos y negocios.
El presidente del Consejo trasladó el asunto a la Cámara, que se demoró bastan-
te en su respuesta, por lo que se tuvo que insistir por aquél para que con bre-
vedad despachase la materia. Mientras, el regidor grancanario decidió retornar al
archipiélago con D. Pedro de Ponte alegando motivos de salud. Por fin, el alto ór-
gano, con fecha de 19 de enero de 1668 emitía su dictamen, en el que resaltaba
que Espino no presentaba acreditación ni poder para asegurar el cumplimiento de
las ofertas. Además, el arbitrio impetrado por el Cabildo ya estaba concedido para
la paga de 16.000 ducs. ofrecida para el donativo regio pedido a través de D.
Lorenzo Santos de San Pedro. Precisamente para evitar posibles interferencias con
las gestiones que estuviese desarrollando Santos, recomendaba la Cámara que se
pidiese informe, en especial al Cabildo. Por lo que al visitador se refiere, se puede
adelantar que su precipitación, guiada por la buena voluntad y un deseo vehemen-
te de servir a la Corona —y de paso culminar su ascenso social y político— está en
el origen de ciertas actuaciones que le valdrán más adelante, en 1671, sendas re-
convenciones del rey y de la Cámara, disconformes tanto con sus discutibles deci-
siones en torno al envío de la leva sin contar con orden precisa como con la adop-
508 La mayoría de las noticias acerca de esta leva, salvo indicación concreta en otro sentido, proce-
den del expediente sobre el título nobiliario para D. Joseph de Mesa (AHN, Consejos, leg. 4.444,
expdte. 68).
509 Se dice que D. Pedro de Ponte y su hermano D. Diego (recuérdese la leva de 1662) combatieron
juntos durante seis años en Extremadura y Flandes, pero no sabemos si esto es exacto, si aconteció
de modo continuo... Como se ha reiterado, bastantes datos utilizados en textos tradicionales pro-
ceden de informaciones de parte, elaboradas a instancias de los nobles, que no siempre son fiables o
correctos (VIERA Y CLAVIJO, Joseph de: Noticias de la historia general..., t. II, op. cit., pp. 284-285).
510 AHN, Consejos, leg. 4.441, expdte. 5.
968
ción de compromisos en nombre de la Corona sin la preceptiva autorización. El in-
forme probatorio de D. Lorenzo Santos, de 14 de abril de 1671, así como los jui-
cios y consultas de diversas altas instancias de la monarquía, nos sirven de segura
guía para estudiar esta leva. Aquel había llegado a las islas en junio de 1667, y
cuando se retiró a la Península, en diciembre de 1668, tuvo la mala fortuna de ser
capturado por piratas argelinos, permaneciendo cautivo en Argel hasta que la Co-
rona aceptó pagar el rescate en 1670511. Eso explica la tardanza en notificar acer-
ca de los pormenores de una leva controvertida.
Según Santos, ya la R. C. de 31 de diciembre de 1667 recomendaba (y, por tan-
to, facultaba) el recurso a particulares para costear el proyecto a cambio del ofre-
cimiento de mercedes. La urgencia de la monarquía era enorme, pues le inte-
resaba enviar 20.000 hombres no solo a Flandes, sino a Milán y Cataluña; ante la
ineficacia y el agotamiento de los procedimientos habituales, se recurrió en el te-
rritorio peninsular hasta a las reclutas señoriales, lo que constituyó un fracaso512.
En Canarias, bien fuera a causa del enrarecido clima creado por la crisis del co-
mercio de vinos con Inglaterra, por la «saturación» de determinadas gracias y
concesiones entre quienes disponían de caudal para aspirar a su obtención, o
porque algunos particulares con medios ya apuntaban más alto —teniendo en
cuenta la fiebre por adquirir señoríos desatada a principios de esa década—, lo
cierto es que nadie mostró interés por los hábitos o mercedes diversas que prome-
tía el visitador513. Sin embargo, D. Juan de Mesa le propuso levantar 500 hom-
bres514 (con vestidos, armas, espadas, dagas y sueldo durante 50 días) y ponerlos
en Flandes, pidiendo como contrapartida la concesión de un título de Castilla. A D.
Lorenzo le pareció razonable y, aunque teóricamente suspendió la leva, concertó
con Mesa que fuera previniéndolo todo para su ejecución en tanto se recibía la
respuesta regia, que estimaba favorable. El 20 de marzo se dirigió al Consejo de
Guerra para que consultase con la regente sobre esa materia, pero como la li-
cencia se retrasaba, D. Juan de Mesa manifestó al cabo de cuatro meses que iba a
resultar imposible el cumplimiento de lo previsto si había más dilación. Explicaba
con razón que era menester avisar a los navíos noreuropeos que debían venir al
tiempo de la carga de los vinos —aspecto fundamental de más de una leva, pues
la presencia de estos barcos era como el nervio principal o tabla de salvación de la
economía tinerfeña—, con objeto de que esas naves trajesen los vestidos y bas-
timentos precisos para la expedición. Santos se encontró entonces en una difícil
situación y evaluó los pros de un acuerdo con Mesa: por un lado, tenía nuevas de
los avances de las tropas francesas y también contaba con información ex-
traoficial de que el Consejo de Guerra, con fecha de 28 de mayo, recomendaba ac-
ceder al trato con Mesa; por otro, coincidía con este en la urgencia de tomar deci-
siones y en la casi imposibilidad de ejecutar la recluta por otro procedimiento.
El visitador, sin contar con el beneplácito real —conducta que luego descargará
aduciendo su creencia en el extravío del documento aprobador—, optó por dar luz
verde a Mesa. Así, el 25 de julio se arbolaron las banderas y se puso a punto la
511 VIERA Y CLAVIJO, Joseph de: Noticias de la historia general…, t. II, op. cit., pp. 258-259.
512 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Los servicios de la nobleza y el reclutamiento señorial
en Andalucía…», art. cit., p. 649.
513 Se recompensaba con hábito de orden militar la movilización de 100 hombres (RODRÍGUEZ HER-
aportación de envíos similares de soldados: Juan Fernando Pérez del Pulgar consiguió un marquesa-
do con una recluta de 600 hombres, aunque sin costear el uniforme; Cristóbal Moscoso se asentó
con 400 hombres sin vestido a cambio de un condado; Jorge de Villalonga accedería al título de con-
de con un tercio de 500 soldados para la Armada; también otro título condal sería para Nicolás de
Rioja a cambio de un tercio de 420 hombres... (RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «La venta
de títulos nobiliarios a través de la financiación...», art. cit., pp. 288-289, 294).
969
maquinaria administrativo-militar, arbitrándose el sistema para la disposición de
los gastos: aunque estos corrían por cuenta de Mesa, los libramientos los realizaba
el visitador Santos con intervención de la veeduría y contaduría. A partir de ahí los
preparativos se efectuaron con rapidez, de manera que en dos meses, a fines de
septiembre, estaba todo dispuesto. La movilización debió alcanzar a todas las islas,
pues en los protocolos de Fuerteventura consta cómo en julio y agosto algunos
soldados (dos de ellos, tornilleros de la leva de 1662, del tercio de D. Diego de Al-
varado Bracamonte) pagaban diferentes cantidades (en torno a 225-250 rs.) a
sustitutos que sentaban plaza en su lugar en esa leva de D. Pedro de Ponte515. Ya
Mesa había empleado fondos en sueldos, vestidos, etc., y se habían ultimado los
fletes. Entonces aconteció algo imprevisible: llegó una carta de la Secretaría de
Guerra (fechada el 28 de julio) por la que se comunicaba la orden de la regente de
poner fin a la leva por haberse ajustado la paz con Francia (la Paz de Aquisgrán).
Santos nunca hubiera esperado hallarse en escenario tan comprometido: cientos
de soldados movilizados y percibiendo sueldo, cabos y oficiales llegados de la Pe-
nínsula y sin medios para regresar, inviabilidad financiera de alojar a tantos mien-
tras se consultaba con la Corte la posibilidad de continuar con la movilización y re-
mitir las tropas a su destino. Confesaría en su informe que en su determinación
pesó el pensar que por razones más ligeras se habían producido movimientos que
fueron causa para que V.ª Mgd. se sirviese de mandarme (a las islas), en referen-
cia directa a los desórdenes habidos en Tenerife pocos años atrás. Otro motivo
alegado fue el grave riesgo de deserción de buena parte de los congregados516. Fi-
nalmente, razonó que la paz en Flandes debía ser efímera, por lo que siempre se-
ría benéfico el aporte de un contingente de soldados. Con esa batería argumental,
en parte razonable pero con un fondo exculpatorio, resolvió el atribulado visitador
enviar a Europa a la gente reunida (571 hombres), que no dudó en calificar de
muy buena calidad. Santos no andaba muy errado en la escasa duración de las pa-
ces asentadas con Francia, que pretendió practicar el imperialismo allí donde pudo
y no dudó en romper tratados con cualquier argucia para ampliar sus fronteras.
Pero ni nadie lo autorizaba a actuar por su cuenta ni, en esta ocasión, las hostili-
dades retornaron con tanta premura como para hacerse perdonar.
Si reparamos en los bastimentos que estaban embarcados el 26 de octubre en
los navíos Las armas de Londres, cuyo capitán era Adam Carpentier, y La esperan-
za de Middelburgo —que iba como capitana—, surtos en el puerto de Santa Cruz
de Tenerife, todas las tropas pudieron haber navegado en esos dos barcos, uno
inglés y otro holandés517. Cabe decir que tales suministros, tal y como señala la
515 Protocolos de Pedro Lorenzo Hernández…, op. cit., docs. 22, 23, 24 y 29. Las cantidades solían
componerse de una cifra en dinero y de diversos objetos (vestido, espada, medias, sombrero…). Los
pagadores eran los propios liberados de la obligación o sus padres.
516 Aunque apenas dispongamos de datos aislados respecto a las deserciones en levas canarias (co-
de Londres llevaba a bordo para sustentar a los soldados: 100 pipas nuevas de agua, 187 1/2 qq de
bizcocho, más 10 qq de bizcocho blanco en dos pipas y tres barriles; 8 barriles de carne de puerco
con 1.349 libras, y 3 barriles de carne de vaca de salmuera; 3 barriles de sardinas de Francia con
33.000 sardinas, y 2 barriles de sardinas de Inglaterra con 12.000; 17 pipas de vino; 1 p. de vinagre;
600 libras de quesos; 500 huevos; 50 libras de pasas; media fanega de almendras; 9 fanegas de
arvejas; 837 libras de arroz; 10 arrobas de aceite; 50 libras de azúcar; 20 carneros; 40 gallinas; 13
carretadas de leña; 2 fas. de sal; 2 calderas; 4 fas. y media de millo; 2 barriles de a quintal de
970
documentación, habían sido proveídos por el maestre de campo D. José de Mesa
Lugo y Llarena, caballero de Calatrava, en nombre de su padre D. Juan de Mesa
Lugo y Ayala, conforme al acuerdo pactado con Santos. En cuanto a la compo-
sición de los víveres, si comparamos el tipo y cantidad de los géneros embarcados,
el agua presentaba una proporción muy similar, bajando la de bizcochos y vinos,
pero destacaban sobremanera la presencia de sardinas (los británicos surtían de
esta especie a los puertos canarios, pues como se ha reiterado el pescado era
básico en la dieta alimenticia de la época) y, en segundo lugar, de arroces y
quesos. En la misma fecha entregó el armamento, igual que había hecho con los
víveres y pertrechos de los barcos, el capitán D. Jerónimo Golfos de la Puerta,
pagador de la gente de guerra de Canarias. En el primer navío citado viajaba como
maestre de raciones el santacrucero Juan de Acosta, y en el segundo Bartolomé
Méndez, que era furriel mayor de ese tercio, mientras el armamento518 lo recibió
D. Joseph Sáenz de Arévalo, sargento mayor del tercio. Sabemos que uno de los
capitanes fue el regidor perpetuo de Tenerife D. Francisco Bautista de Castilla
Valdés519, y parece que Mesa no fue el único hidalgo en asistir a esta leva, pues
según el Nobiliario, el noble palmero D. Juan de Guisla Boot levantó a su costa una
compañía520. También había obtenido patente de capitán D. Juan Fernández
Franco de Medina, aspirará a la gobernación de Puerto Rico en 1692521 ―como ya
pólvora; 25 libras de velas de sebo; 2 balanzas con sus pesos para pesar las raciones; 4 alcusas para
aceite y vinagre para repartir raciones; 4 foniles para raciones de vino y agua; y otros 4 para aceite y
vinagre; 3 bombas; 80 platos y bateas; 90 botijas para recoger las raciones; 2 faroles para los
pañoles en que iba la infantería; 2 tinas; 4 baldes; 4 libras de velas de cera. En cuanto al navío La
esperanza de Middelburgo, sus pertrechos eran los siguientes: 150 pipas nuevas de agua; 262 qq de
bizcocho y 10 qq de bizcocho blanco más en 3 pipas y 1 barril; 12 barriles de carne de puerco con
3.938 libras, 3 barriles de carne de vaca de salmuera, 5 barriles de sardinas de Francia con 55.000; 2
barriles con 12.000 de sardinas de Inglaterra; 26 pipas de vino; 2 pipas de vinagre; 712 libras de
quesos; 1 barril con 500 huevos; 50 l. de pasas; 1 f. de almendras; 13 fas. de arvejas; 1 fa. de
chícharos; 975 l. de arroz; 14 arrobas de aceite; 50 l. de azúcar; 30 carneros; 60 gallinas; 17 ca-
rretadas de leña; 2 fas. de sal; 2 calderas; 4 fas. y media de millo; 2 barriles quintaleños de pólvora;
2 balanzas con sus pesos para pesar las raciones; 4 alcuzas para aceite y vinagre; 3 bombas; 80
platos y bateas; 110 botijas para recoger las raciones; 2 faroles para visitar los pañoles en que esta-
ba la infantería; 2 tinas; 4 baldes; 8 l. de velas de cera.
518 AHPSCT, Prot. Not., leg. 1.388, f.º 134 v.º. Las armas consistieron en 180 arcabuces, 130 pares
de frascos, 100 chuzos, 140 libras de cuerda (las 100 recibidas de D. Álvaro de Mesa y Azoca como
depositario de la cuerda, de cuenta de S. M., y las 40 libras del capitán Diego de Molina y Quesada,
castellano del castillo principal de Santa Cruz. También entregó D. Diego de Molina 110 libras de
cuerda.
519 FERNÁNDEZ BÉTHENCOURT, Francisco: Nobiliario…., t. IV, op. cit., p. 172.
520 FERNÁNDEZ BÉTHENCOURT, Francisco: Nobiliario…., t. II, op. cit., p. 838. Guisla habría servido
en Flandes entre 1668 y 1682 (cfr.: LORENZO RODRÍGUEZ, Juan Bautista: Noticias para la his-
toria…., t. II, op. cit., p. 154). Según una certificación de servicios de 1721 presentada por su hijo D.
Domingo de Guisla para obtener el gobierno y la capitanía a guerra de Cuacuilas, en Nueva Galicia, y
más tarde, en 1725 para solicitar la alcaldía mayor de Santa Catalina de Chichicapa y Zimatlán en
Nueva España (AGI, Indiferente General, leg. 140, n.º 97; leg. 142, n.º 122), D. Juan de Guisla com-
batió con valor en Flandes, en especial en Cambrai. Su destino político-militar estuvo vinculado a su
jefe militar en la leva, D. Pedro de Ponte, que también fue a Indias en 1681 (Ponte, como presiden-
te de la Real Audiencia de Panamá). En 1691 regresó a España y obtuvo otro destino indiano, la al-
caldía mayor de las Minas de Pampona (Nuevo Reino de Granada), pero al encontrarse en La Palma
en 1692 decidió quedarse porque contó con el apoyo de los capitanes generales: primero, el del con-
de de Eril, y más adelante, el de su antiguo protector D. Pedro de Ponte, que desde 1697 asumió el
mando militar del archipiélago, nombrándolo superintendente de fortificaciones de La Palma en 1699,
y como se indica en este trabajo gobernó las armas de su isla.
521 Franco de Medina seguiría en esto la tradición familiar, pues su padre, a quien nos hemos refe-
rido varias veces, ya había intentado medrar en Indias, presentando informes en la Corte, donde lle-
garon representaciones favorables al Consejo de Guerra, que recomendó a Fernández Franco para
un gobierno americano, lo que el rey acogió de buen grado transmitiendo a la Cámara en octubre de
1657 ―tras su papel en el ataque de Blake― su deseo de que se le tuviera presente en las vacantes
(AGI, Indiferente General, leg. 119, n.º 50).
971
se expuso―, y que a sus veinte años reclutó 61 o 71 (depende de la fuente con-
sultada) soldados en La Laguna y estuvo en Flandes hasta 1675522, regresando a
Tenerife para hacerse cargo de la sargentía mayor de la isla, que antes había os-
tentado su padre523. Tras recibir la conducta de capitán el 23 de julio de 1668, en
virtud de orden arboló bandera y estubo entendiendo en lebantar la gente de su
compañía en las partes que se le señaló quatro meses y nueve días524. Como
comprobaremos en las páginas siguientes, la tropa llegó a Flandes y entró en ser-
vicio, pero su estado dejaba de nuevo que desear, como sucedería durante el seis-
cientos con varios envíos. Así, el 1 de febrero de 1669, el gobernador de los Países
Bajos comunicaba a la Corte que los soldados de la leva de Ponte habían llegado
desnudos525.
El Consejo de Guerra consultó en sentido contrario a lo dispuesto por Santos.
Criticaba el Consejo la lentitud del visitador en las negociaciones y proponía a do-
ña Mariana de Austria que se averiguase si los soldados levantados podían ser
idóneos para guarnecer los presidios de Indias (se retornaba así a la idea de Qui-
ñones), compensando la real hacienda a Mesa por los gastos ocasionados. Pero
todo se había producido con enorme rapidez en Canarias a causa de los aprietos,
forzado todo por el próximo advenimiento de los navíos foráneos en busca del
vino. D. Juan de Mesa no sólo cumplió lo pactado respecto a los 500 hombres, si-
no que fletó y abasteció barco para los otros 100 que se habían movilizado a costa
de la hacienda real. D. Lorenzo Santos, pues, respondió al Consejo de Guerra el 12
de septiembre que, debido al elevado monto de los pagos satisfechos ya por Mesa,
continuaría la leva para proceder al embarque en octubre. Como los soldados de-
bían estar en Flandes en los momentos en que dicho Consejo emitía su parecer
opuesto a la leva, la regente estimó preferible no dictar ninguna disposición ante
hechos consumados.
El asunto, debido al cautiverio de Santos y al de D. Joseph (o José) de Mesa
(quien sería apresado asimismo por argelinos cuando se dirigía a la Corte con dos
criados para gestionar su título), tardará en convertirse en materia de consulta en-
tre Consejos. Hay que destacar que, según D. Joseph, su libertad y la de sus dos
deudos le costó 10.159 pesos, una suma que sobrepasaba ligeramente las rentas
anuales de su familia. Por todo ello, sólo saltará a la palestra hacia finales de 1670
o principios de 1671, que es cuando D. Joseph reclamó ante el Consejo de Guerra.
La alta institución, que consultó a la regente, recibió el cometido de trasladar a la
Cámara el 27 de marzo de 1671 esa consulta del Consejo de Guerra acerca de la
reclamación por D. Joseph de Mesa del título prometido por Santos. A su vez, este
Consejo solicitó información sobre el particular a D. Lorenzo Santos el 6 de abril,
quien lo presentó el 14 de ese mes. A partir de ahí, la rueda administrativa giró al
revés: el Consejo de Guerra pasó la materia al de Cámara, que el 16 de mayo se
522 Uno de los soldados tinerfeños, Pedro Hernández, natural de Tacoronte, testó en Niewport, en-
fermo (quizá herido) el 14 de septiembre de 1669, dejando sus bienes (era huérfano y no tenía
hijos) a su capitán, el citado Franco de Medina, perteneciente al tercio del maestre de campo Pedro
de Ponte (RSEAPT, Fondo Tabares de Nava, 2.2., f.º 22).
523 LÓPEZ CANTOS, Ángel: «Juan Fernández Franco de Medina, gobernador de Puerto Rico (1695-
1698)», en I Coloquio de Historia canario-americana (1976), Gran Canaria, 1977, p. 321. Se recor-
dará lo expuesto en su momento acerca de los Franco de Medina y la sargentía mayor de Tenerife.
524 RSEAPT, Fondo Tabares de Nava, 2.3., f.º 106. Según esa información, llegó con sus soldados a
Flandes el 3 de diciembre de ese año y sirvió allí ocho años y dos días, regresando con licencia para
ejercer el oficio de sargento mayor de Tenerife. Si nos fiamos de los informes de sus superiores en
Flandes, estuvo en la guarnición de Cambrai cuatro años, y con otros capitanes fue designado para
fabricar un puente en la riviera del Somme para servir a la caballería que había entrado en Francia.
También se relacionaba su participación el 31 de agosto de 1676, con 50 hombres, en una refriega
en una de las puertas de Cambrai.
525 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento…», art. cit., p. 107.
972
dirigió a la regente en relación con la consulta inicial, básicamente en torno a la
providencia de Santos en cuanto a ofrecer el título a Mesa.
A los Consejos no les importó tanto la ausencia de orden expresa para remitir
soldados a Flandes, pues a fin de cuentas esto iba en servicio real sin detrimento
de la hacienda pública, sino la aceptación —y por tanto, recomendación, que en la
práctica equivalía a empeñar la palabra real— del título de Castilla para Mesa. Se
aferró D. Lorenzo Santos a que en ocasiones similares era práctica común ofertar
títulos si el postulante poseía la calidad requerida; y no anduvo descarriado, pues
el mismo Consejo de Guerra (el 28 de mayo de 1668) y el de Cámara apoyaron su
propuesta, si bien se cuestionó por dichas instituciones la cortedad del servicio de
Mesa, ya que el acuerdo alcanzado con este no se acompañaba de la cantidad pro-
metida. Santos incluso se permitió defenderse asegurando que los reparos pos-
teriores del Consejo de Guerra venían engendrados por la coyuntura pacífica, que
no exigía soldados con tanta premura. Además, precisaba que el coste de la leva
había supuesto para D. Juan 223.793 rs. de plata (alrededor de 28.000 pesos), ci-
fra considerablemente mayor a las acostumbradas en los beneficios nobiliarios de
esa categoría526. Hubo otras acusaciones y reproches en el capítulo de gastos,
pues se aseguraba que el costo en la habilitación de un destacamento similar des-
de la Península era inferior, pero Santos lo refutaba aseverando que tan solo la
conducción de esa tropa desde territorio peninsular —sin contar la inversión en ar-
mar o vestir a los hombres, por ejemplo—, hubiera exigido una suma de dinero si-
milar a la leva de Canarias; por tanto, quedaba invalidado el hipotético ahorro para
la hacienda real en beneficiar esa merced en la Península y financiar con ese im-
porte una recluta similar.
Resultan interesantes para la historia de Canarias, aunque colaterales para el
asunto que más nos importa aquí, otros móviles mencionados por Santos para re-
compensar a Mesa con el título de Castilla. Brevemente, señalemos: 1) la «cali-
dad» del aspirante era notoria en el memorial y en el litigio que mantenía en el
Consejo por el Adelantamiento con el conde de Talara; 2) la familia Mesa poseía
una fortuna cuantiosa; 3) esta familia había prestado elevados servicios a la Coro-
na, pues el primogénito D. Joseph y sus hermanos habían contribuido a la paz
isleña, aquietando y sosegando los ánimos de aquellos naturales en los movimien-
tos que a avido estos últimos años, de modo que consta por las informaçiones y
provanças que yo hiçe sobre ellos se devió a D. Joseph en gran parte el que no
ubiesen sido mayores; además, D. Joseph jugó un papel relevante en la leva debi-
do a los achaques y a la vejez de su padre; 4) la conveniencia política de conceder
títulos en las islas, punto que había trasladado al Consejo de Guerra, por lo que
reconoçí se estrechavan los naturales con los yngleses por el comerçio de los vi-
nos, quánto combenía para su buen gobierno y mayor seguridad prendarles en Es-
paña con honrras y dependençias. Con este último razonamiento hiló fino el visita-
dor, pues presentaba un posible error suyo como una sagaz mediación en un tema
de Estado, en cuanto contribuía a fortalecer los vínculos de la clase dominante ca-
naria con la Corona frente a las tentaciones derivadas de una excesiva dependen-
cia económica isleña respecto a Inglaterra527.
526 El marquesado de Alcántara del Cuervo le costó 70.000 pesos en 1668 a D. Agustín de Villavi-
cencio (DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: La sociedad española en el siglo XVII..., op. cit., p. 213).
527 La Corona procuró, además del ingreso de dinero por expedir títulos nobiliarios, que hubiese un
cierto intercambio de intereses entre la monarquía y la clase dominante para reforzar vínculos entre
las partes (Corona-poder central y oligarquías urbanas-territorios), lo que podía disuadir de intentos
o posiciones secesionistas. Así lo ha comprobado Sanz Camañes en Aragón [SANZ CAMAÑES, Porfi-
rio: «Del Reino a la Corte. Oligarquías y élites de poder en las Cortes de Aragón a mediados del siglo
XVII», en Revista de Historia Moderna. Anales de la Universidad de Alicante, n.º 19 (2001), p. 54].
973
La consulta de la Cámara, decisiva para la concesión del título, originó un debate
en su seno, con opiniones encontradas entre los miembros del organismo. Anali-
zaron con lupa la consulta del Consejo de Guerra, que había decidido aconsejar a
la regente en consonancia con la posición y el ofrecimiento de D. Lorenzo Santos,
ponderando la buena fe de Mesa en su servicio, las certificaciones que avalaban la
suma invertida en la leva, el dinero consumido en su rescate, y la calidad y forta-
leza económica de esa familia orotavense. Asimismo puntualizaba otra faceta del
negocio: sin dejar de recriminar a Santos por excederse en sus facultades al ofer-
tar el título, advertía que este había negociado en nombre de la reina, por lo que
sólo cabía cumplir lo pactado o restituir a Mesa el dispendio. Finalmente, se valo-
raba la información de Santos relativa a la continuidad del tercio, que seguía ope-
rando en Flandes, así como la conveniencia política defendida por el visitador de
titular a algunos canarios, pues se coincidía en la ejemplaridad y el estímulo de
ese ascenso nobiliario para que otros particulares se aprestaran a ofrecer servicios
al rey.
La Cámara fue menos condescendiente con las gestiones del visitador, pero ade-
más aprovechó para pronunciarse sobre la exageración en la venalidad practicada
con los altos títulos nobiliarios, manifestando a la regente su desacuerdo con que
por medio de interés se traten y capitulen ese tipo de mercedes de títulos de Cas-
tilla, por el decoro de la misma classe y jerarchía de los que han llegado a conse-
guir esta honrra, dignidad y exçepçión en sus casas a costa de sus grandes servi-
çios, muchas azañas y derramamiento de la sangre de sus pasados para correr, en
igual grado, con los que le consiguen por dinero. Censuraba la actuación de San-
tos de San Pedro, pero temperaba su juicio porque comprendía que había actuado
presionado por las circunstancias, aparte de sopesar la utilidad, por razones de Es-
tado, de salvaguardar el crédito de gobierno otorgando conformidad a lo acorda-
do por el visitador. En principio, la Cámara se inclinaba por la compensación eco-
nómica a Mesa, pero dejaba la puerta abierta, si había dificultades financieras en
la hacienda real, a la concesión del título por lo sagrado del empeño y haver re-
dundado el servº en benefiçio y causa pública, con que queda más condecorada la
acción y el exemplar para más aliento de los vasallos, que no de queja. Eso sí, la
Cámara pedía asegurarse de que el tercio había llegado a Flandes528.
La defensa indiana nunca estuvo bien atendida. Recordemos que no hubo una
organización miliciana propiamente dicha hasta fecha muy tardía, y aunque se es-
tablecieron guarniciones, fueron deficitarias en hombres y armamento. La principal
razón fue económica: el costo de un capitán y 50 soldados en el presidio de San
Juan de Puerto Rico suponía unos dos millones y medio de maravedís anuales,
mientras a finales del s. XVI los 245 soldados de Cartagena costaban más de ocho
millones y medio de mrs.529. A esto se unía la relativamente escasa población de
muchos puntos estratégicos, de ahí la llamada a pobladores y soldados de la me-
trópoli.
(dir.): Historia militar de España. III. Edad Moderna. I. Ultramar y la Marina, Madrid, 2012, pp. 164 y
167.
974
Muy poca información tenemos de la primera leva conocida con destino america-
no530. Corresponde también al mandato del capitán general conde de Puertollano,
restituido en sus funciones a finales del año anterior. Los 100 infantes solicitados
fueron enviados a La Habana, sin que conste oposición ni procedimientos. Supone-
mos que favoreció el éxito de la movilización la moderada cifra de voluntarios pe-
dida —muy inferior a la habitual en las reclutas extraídas de las islas—, la crisis
desatada (en particular, en Tenerife) con los aprietos en el negocio exportador del
malvasía, y las características geográficas y de desempeño militar: en primer tér-
mino, era la primera vez que salían soldados canarios a Indias, lugar que seguía
significando para muchos un área de múltiples posibilidades de mejoría socioeco-
nómica; en segundo lugar, no entrañaba el riesgo de participación en una guerra
declarada, como sucedía con las reclutas de Flandes o Extremadura. La mitad de
los soldados procedió de Tenerife, y el avío tuvo de coste 35.579 rs.531, una canti-
dad muy alejada de los costes de las levas con destino europeo.
Debió influir en las posteriores peticiones de levas indianas por parte de la Coro-
na la concurrencia de intereses y voluntades ya explicitada al estudiar la leva de
1662: de un lado, los alegatos de las autoridades isleñas desde comienzos de esa
década, ya aludidos, relativos a la abundancia poblacional en el archipiélago y la
conveniencia de transferir canarios al Nuevo Mundo; de otro, las necesidades im-
periales españolas de incrementar la defensa de algunos enclaves con presidio y
de ciertas plazas importantes por su papel económico o estratégico en áreas codi-
ciadas por potencias europeas, como Gran Bretaña, que amparaban o armaban a
piratas y corsarios (toma de Jamaica, saqueos de Blake...). Mencionemos también
que estaba vetado el enrolamiento de marineros en esas áreas indianas necesita-
das de refuerzo, por lo que las reclutas se efectuaron en territorio peninsular e in-
sular532.
Es oportuno, pues, enlazar en este punto con un asunto abordado en el aparta-
do dedicado a la mencionada leva de 1662 que puede explicar la posición de la oli-
garquía en el futuro: el comienzo de esas peticiones desde Canarias para enviar
población a América y su relación con el requerimiento de la saca de cinco familias
isleñas por cada 100 t exportadas. Hace pocos años, Hernández González se refirió
a esa cuestión533, recordando una de las disposiciones dimanadas del Concejo
tinerfeño con el fin de que las defendiera en Madrid en 1670 su representante re-
cién designado a tal efecto, el regidor D. Francisco Espinosa y León, que debía
gestionar (instrucción n.º 4)534 la conversión de los tres navíos de permisión de
200 t cada uno en seis navios de 100 t. Como contrapartida, ofrecía el Ayunta-
miento nivariense la salida decenal desde Tenerife de hasta 100 familias para po-
blar Santo Domingo; pero al mismo tiempo se concedía libertad al comisionado pa-
ra plantear este servicio como moneda de cambio en la consecución de otras mer-
cedes. En la década de los años sesenta se estaban sucediendo y aunando presio-
nes o pulsiones desde un triángulo formado por tres vértices: la monarquía y sus
Consejos, la oligarquía canaria y las autoridades de algunas islas (Cuba, La Espa-
ñola, Puerto Rico) en pro de favorecer u obligar el paso de canarios, sea de infan-
tes o de colonos, a esas tierras. La Corona pretendía estimular el poblamiento en
Cuba con isleños como escudo frente a una invasión extranjera (holandeses…), y
desde Puerto Rico su gobernador, el general Jerónimo de Velasco (futuro capitán
530 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento…», art. cit., p. 132.
531 AGS, Contaduría Mayor de Cuentas, leg. 3.190, n.º 1.
532 MARCHENA FERNÁNDEZ, Juan: «Las levas de soldados a Indias en la Baja Andalucía. Siglo XVII»
975
general de Canarias), pidió a la Corona, para paliar la exigua población puertorri-
queña y conjurar las amenazas foráneas, la obligatoriedad de exigir a los navíos
registrados en Canarias con destino cubano el embarque de cinco o seis familias
isleñas para establecerse en Puerto Rico (se comprobará la similitud entre esa pro-
puesta y la real cédula de 1678)535. Es cierto, en fin, que en estos años existió
preocupación general acerca de la continuidad de la excepcionalidad isleña en sus
relaciones con América, a la que contribuyó el siguiente capitán general, Balboa
Mogrovejo, a finales de 1671 cuando hizo partícipe al Cabildo de la eventualidad
de un cese del privilegio a causa de una siniestra relación llegada al Consejo de In-
dias en la que se aseguraba —cosa, por otra parte, de dominio público— que Ca-
narias era escala en el transporte de mercaderías noreuropeas mediante los cinco
bajeles de la permisión536. Pero es conveniente recordar que el general, que había
tomado posesión de su cargo pocos meses antes (principios de 1671) había sido
gobernador y capitán general de La Española y presidente de la Audiencia de San-
to Domingo537, y probablemente conectó bien con la oligarquía isleña e impulsó la
salida de canarios hacia un destino americano que conocía sobradamente. Un año
y medio después, el diputado tinerfeño en la Corte, D. Juan de Castillo y Mesa, de
acuerdo con las órdenes recibidas, solicitó al rey que autorizase el envío decenal
de 10 familias a Santo Domingo, asunto que con anterioridad se había gestionado
ante el Consejo de Indias538. Puerto Rico reiteró el 19 de agosto de 1677 una pe-
tición al rey en la que, tras exponer la situación económica, demográfica y defen-
siva (solo contaba con mil hombres de armas), solicitaba un navío de permisión
anual de frutos de Canarias de hasta 250 t, libre de derechos con ciertas condi-
ciones ventajosas, a cambio de lo cual el capitán del barco se obligase a llevar 10
familias de las islas por cada 100 t, que ymporta mucho para que esta poblazión
baya en aumento y asegurándose de los enemigos para que no se extingan del to-
do los pobladores desta ysla como se ba experimentando. Se recurría al archipié-
lago por ser más fácil el ponerlo en ejecuzión respecto de que la navegazión desta
ysla a las de Canaria es más breve y más segura de turcos y otros enemigos539.
Aparte de América, fue Flandes el destino bélico al que fueron requeridos varios
miles de hombres canarios durante las décadas siguientes. La decisión movi-
lizadora se produjo entre el final del mandato de Puertollano y el de su sucesor en
la gobernación y capitanía general de las islas, el citado Balboa Mogrovejo, pues la
real cédula de la leva estaba fechada el 25 de octubre de 1670 y el nombramiento
del nuevo gobernador databa del mes siguiente, llegando el militar a Las Palmas
de Gran Canaria en febrero de 1671. Por tanto, habida cuenta de la demora de
dos meses y medio o tres meses (a veces, incluso más) en llegar una orden a las
535 CASTILLO MELÉNDEZ, Francisco: «Participación de Canarias en la fundación de Matanzas», en VI
Coloquio de historia canario-americana (1984), Las Palmas, 1987, vol. VI, primera parte, p. 55;
LÓPEZ CANTOS, Ángel: «Emigración canaria a Puerto Rico en el siglo XVIII», en VI Coloquio de histo-
ria canario-americana..., p. 102.
536 AMLL, Libro de actas 29, ofic. 1.º, f.º 134 (15 de diciembre de 1671).
537 Santo Domingo presentaba un problema de despoblación a mediados del s. XVII, arbitrando la Co-
rona dos remedios: la migración canaria y la libertad de los esclavos negros (1677) huidos del área
francesa. En 1669 el Cabildo dominicano y el arzobispo de esa isla insistían en la repoblación [(HER-
NÁNDEZ GONZÁLEZ, Manuel: «Santo Domingo: formación y desarrollo de una sociedad de frontera
(1680-1795)», en Ibero-americana Pragensia-Supplementum, n.º 19 (2007), p. 405].
538 PERAZA DE AYALA, José: El régimen comercial de Canarias…, op. cit., p. 88. Recuerda Peraza la
976
islas, esta recluta entra de lleno en el mandato de Balboa, quien quizá por hacer
méritos en su estreno se excedió tanto en el celo que llegó a engañar a la Corona,
proporcionando falsas ilusiones respecto a la buena acogida del proyecto, por lo
que fue recriminado años más tarde ante la mala gestión del negocio y las falacias
vertidas, como veremos enseguida540.
El origen de la recluta posiblemente haya tenido mucho que ver con la anterior a
Flandes, si seguimos al visitador Santos de San Pedro, quien afirmaba en abril de
1671 que aquel tercio de las islas (el de 1667) aún se mantenía vivo y se recono-
cía tan necesario que la regente había resuelto disponer otro enganche para com-
pletarlo con 600 hombres. De hecho, así se recoge en un documento de 1673 (pe-
tición de un soldado adejero) al que luego se aludirá, en el que se indica que la
leva tenía por objeto reclutar el tercio que fue de ellas [de las islas] a cargo de D.
Pedro de Ponte Llarena. Pero la operación devino en fracaso. De poco valieron los
engaños y falseamientos en los informes de Balboa fantaseando sobre el número
de alistados, hasta el punto de tener la osadía de solicitar buques de la Armada
con objeto de embarcar los supuestos soldados apuntados, cuando apenas habían
respondido cuarenta al llamamiento541. También se extendió la recluta a las de-
más islas, según algunos documentos protocolizados en Fuerteventura y relativos
sobre todo a tornilleros, mencionándose por lo demás (julio-agosto de 1672) que
se trataba de la leva de D. Pedro de Ponte542. El general pretendió el recurso a
medios más enérgicos, pero el Consejo de Guerra rehusó esa pretensión543. Resal-
ta la colaboración de las autoridades insulares, pues el señor de Fuerteventura, D.
Fernando Arias y Saavedra, concedió licencia al padre de un hombre sospechoso
de deserción para que se desplazase a Tenerife en el primer barco que encontra-
se y regresase con certificación del capitán general de que su hijo se hallaba regis-
trado como soldado, pues en caso contrario su fiador pagaría a un sustituto. Otro
de los citados documentos refleja una peculiar situación: un padre otorgó el per-
dón a su yerno, acusado de asesinar a su esposa (hija del primero), con la condi-
ción de sentar plaza en la leva, extrañarse de la isla para siempre y abonar las
costas de la causa.
Ese verano de 1672 debió representar un punto culminante en la leva, y de ese
momento disponemos de una documentación interesante acerca de un gasto par-
cial de movilizados. El costo de la operación (levantamiento, munición y conduc-
ción) recayó sobre el impuesto del 1 %, del que se pagaban los dos reales diarios
a cada soldado y los tres al sargento, disponiéndos entonces de 24.000 rs. para el
gasto. En junio se alistaron en La Laguna 38 hombres (en la plantilla de «oficiales»
se anota al sargento, al paje de jineta y a un atambor), y en julio, 21. Como se
nos presenta la fecha del asentamiento de cada recluta, comprobamos que en
junio las inscripciones se concentraron en las dos primeras semanas (31 de los 38
enganchados); en julio, en cambio, se registró una distribución más proporciona-
da, sentando plaza en 17 días (entre el 2 y el 26 de ese mes), casi siempre a uno
por día salvo en tres (de modo excepcional, el 2 de julio se alistaron tres solda-
dos)544. En esos dos meses el gasto de la nómina montó 3.393 rs. para esa tropa.
En los meses posteriores el descenso fue impresionante, pues solo se anotaron ca-
torce hombres en agosto y dos en septiembre. Con todo, a comienzos de octubre
540 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento…», art. cit., p. 106.
541 Ibíd., p. 106.
542 Protocolos de Pedro Lorenzo Hernández.., op. cit., docs. 550, 557, 559, 560 y 561. Se hacía
patente en los documentos que los soldados habían percibido su salario y desertado (habían vuelto
sin licencia de sus superiores, rezaba textualmente).
543 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento…», art. cit., p. 108
977
el gasto montaba ya 4.799 rs. En el citado agosto se enrolaron seis soldados entre
los días 6 y 10, y ocho entre los días 26 y 29 de ese mes. Todo hace pensar que
se trató, por lo menos, en esos últimos días de agosto, de alguna redada ante el
declive alarmante en el enganche. Digamos también que uno de los alistados en
ese mes huyó a los trece días. Es posible que la elección del sargento tenga rela-
ción con la data de inscripción, pues se enroló el día 2 de junio como soldado y el
4 aparecía como sargento. Los apellidos de los soldados no corresponden precisa-
mente con las familias pudientes de la ciudad. En Tacoronte se registraron cuatro
soldados en septiembre. A finales de agosto llegaron cinco soldados asentados en
Lanzarote, incorporados a la compañía que se estaba levantando en La Laguna. En
cada listado de junio y julio se observa un caso de presentación de soldado susti-
tuto, es decir, del que aceptaba ocupar el lugar de otro a cambio de una cantidad,
una prueba más de la involuntariedad real de estas reclutas. Pero la evidencia de
la coerción se desvela en varias peticiones de soldados forzados a sentar plaza.
Isidro González relataba en octubre de 1672 que lo habían traído preso para la le-
va por haber gozado de sueldo en la leva del general Dávila y porque le apremia-
ron y forssaron, hallando ocasión de passaje se vino a esta isla, a onde se cassó y
es biudo de ocho días. Tenía tres hijos (el mayor, con seis años), sin medios ni
personas que los cuidasen. Por fortuna, el capitán Domingo Bello, del tercio de
Chasna, que lo había traído preso como tornillero, confirmó la versión del soldado
y ser onbre trabaxador y no oçiosso ni bagamundo (prueba de que quienes se ha-
llaban en esta circunstancia o eran tenidos por tales iban sin remisión a la leva),
por lo que fue excusado. Otro soldado, Blas de Morales, de Los Realejos, pudo elu-
dir el embarque por encontrarse enfermo, aunque se hallaba inscrito en la compa-
ñía del capitán D. Francisco Pinel Monroi desde el 1 de octubre y había sido soco-
rrido con 2 rs. diario hasta el 11 de ese mes, aparte del coste de las municiones
(123 rs.). En una petición de junio de 1673 de un soldado del tercio de Adeje (la
organización miliciana, una vez más, fue instrumento útil en esta recluta, en la que
se nombra varias veces el tercio lagunero), Francisco González Gallego, solicitaba
al capitán general para ser excluido por tener cinco hijos (el mayor, con menos de
ocho años) y están a mi cargo con el de su madre el sustentarlos […] y ser de ser-
visio de Dios el dotrinarlos y sustentarlos. Exponía el soldado que se había matri-
culado en octubre del año anterior debido a las órdenes y bandos del general Bal-
boa para que todos los que hubiesen gossado sueldo de S. M. se presentasen a
sentar sus plassas para la presente leva. La desobediencia significaba ser tenido
por tornillero, por lo que Francisco se presentó por no incurrir en las penas yn-
puestas. Reconocía haber percibido socorro (la paga) desde el día de su enganche,
que estaba dispuesto a devolver si se le daba por exento, petición a la que accedió
el general tras requerir informe acerca de la cantidad recibida por el soldado545.
El consabido renglón de la insuficente financiación movió a Balboa Mogrovejo a
remover un clásico asunto de dejadez y dilación en el ajuste de cuentas, como el
dinero de la liquidación y el manejo del dinero concedido por la Corona para la
leva de Quiñones de 1662. Se trataba de unos fondos (136.369 rs.) que aquel ge-
neral utilizó sobre todo en 1663, del que quedaban unos remanentes que podían
ser útiles para el empeño de Mogrovejo, quien dirigió en junio de 1672 un informe
a la Corte con certificación de diversas cantidades empleadas de aquella suma546.
Las partidas aprovechables sumaban 41.752 rs., pero debían percibirse y remitirse
a la Corte.
El embarque de parte de la expedición debió producirse a principios de octubre
de 1672, pues consta la llegada de navíos con soldados isleños al puerto inglés de
978
Falmouth el 6 de noviembre en el navío genovés San Miguel con 250 soldados
(además de vino), rumbo a Ostende. Otro barco genovés llegó a Pendennis el 11
de noviembre con 350 isleños y el mismo destino flamenco547. Las noticias jactan-
ciosas del capitán general fueron tantas que se le autorizó a decretar una amplia-
ción de la petición inicial de 600 soldados, de modo que Balboa, sin haber conclui-
do con el encargo inicial decidió un nuevo enrolamiento de otros 600 hombres el 2
de septiembre de 1673548, con el consabido anzuelo para los poderosos isleños del
ofrecimiento de patentes en blanco para los capitanes de las compañías. Re-
cordemos que entre 1672-1678 se libró la guerra de Holanda, en la que holande-
ses y españoles, ahora coaligados frente al común enemigo francés, intentaron a
duras penas contener la ofensiva borbónica. La anterior guerra de Devolución ha-
bía constituido el preámbulo de esta involucración hispana en apoyo de Holanda
frente a la coalición anglofrancesa549.
Una de las patentes de capitán fue otorgada a D. Juan del Hoyo Solórzano para
que levantase soldados en La Laguna y La Orotava. Logró el registro de 24 sol-
dados, que fueron agregados a otras compañías, y se les pagó sueldo. Contamos
con una relación de la compañía del capitán de caballos D. Diego de Ponte, com-
puesta por 43 hombres550. Como la mayoría de los anotados indican su proceden-
cia y edad, podemos entresacar algunas conclusiones: 1) casi la mitad (47.5 %)
tenía entre 15 y 18 años, y sólo el 20 % superaba los 30 años, con edad límite de
50 en dos soldados, uno de ellos veterano; 2) según el origen geográfico, el único
grupo compacto que destacaba —dejando a un lado la naturaleza tinerfeña de la
mayoría— era el del noroeste de esta isla (Icod, Garachico, El Tanque, Los Silos,
Buenavista), de donde eran oriundos 14 alistados. Merece destacarse que 5 eran
foráneos (nacidos fuera de Canarias), 3 de Gran Canaria y 6 de La Gomera y de El
Hierro; 3) tres de los reclutas habían formado parte de levas anteriores, y de dos
se hace constar su estado de casado. Sin embargo, ante el fiasco real y la inope-
rancia de Balboa, que solo llegó a remitir unos 375 hombres551 durante el período,
cesó la leva, por lo que el decreto del general quedó reformado, incluyendo el
nombramiento de D. Juan del Hoyo (2 de septiembre de 1673). De sus 24 solda-
dos, 17 se unieron a la compañía de D. Martín de Llarena Carrasco y 7 a la de D.
Pedro Medrano, percibiendo Del Hoyo por su corto oficio 1.354 rs. de sueldo552.
Un asunto relacionado con las levas pero apenas tratado en la historiografía is-
leña es la ayuda real, vía limosna, a algunos soldados con heridas en Flandes que
produjeron grave discapacidad, dando lugar a los denominados soldados estro-
peados (inhábiles para el combate debido a la edad o a alguna deficiencia sobre-
venida en el ejercicio de la vida militar)553. Las medidas de previsión social para
este colectivo fueron tardías y erráticas, aunque el problema preocupó desde el s.
547 FAJARDO SPÍNOLA, Francisco: «Vino, velas y cañones. Nuevos datos y consideraciones sobre la
navegación con Canarias en la Edad Moderna», en Anuario de Estudios Atlánticos, n.º 50 (2004), p.
414. El autor señala que a pesar del Tratado de Dover (1670), las tropas canarias con destino a los
Países Bajos españoles pasaban por puertos ingleses.
548 AGI, Indiferente General, 134, n.º 62.
549 Fueron determinantes en la alianza de España con Holanda la enemistad con Francia (apoyo de
esta potencia a Portugal en su conflicto con España) y la deficiencia marítima de España. Esta cir-
cunstancia aconsejaba un acercamiento a Holanda, que resultaba conveniente para prolongar la pre-
sencia castellana en Flandes (ESPINO LÓPEZ: El frente catalán en la Guerra…, op. cit., p. 130).
550 AHPSCT, Prot. Not., leg 2.013. La relación de soldados, en un folio suelto, no forma parte real-
nes a este tipo de soldados [DOMÍNGUEZ NAFRÍA, Juan Carlos: El Real y Supremo Consejo de Gue-
rra..., op. cit., p. 456].
979
XVI: desde mediados de esa centuria Felipe II inició una tímida protección para los
soldados más cercanos a la figura del rey554. El protomédico Pérez de Herrera pro-
puso un proyecto de seguro de vejez para evitar la mendicidad, aunque no llegó a
plasmarse, y Cervantes dedicó un largo párrafo a la desgraciada situación de estos
militares555. La atención a este colectivo tuvo que ver, por un lado, con una mayor
sensibilidad de la opinión pública de las primeras décadas del s. XVII ante el cua-
dro, sobre todo en las ciudades, de un cierto número de exsoldados enfermos o
discapacitados mendigando, en la marginalidad; por otro, ese espectáculo resul-
taba la peor propaganda para animar al enganche a los jóvenes, precisamente en
una época en la que ―como hemos visto― existían dificultades para el reclu-
tamiento voluntario. Esto explica que los arbitristas recomendasen la adopción de
medidas para ayudar a estos veteranos en apuros. En 1627 se expidió real orden
al Consejo de Estado en la que se hacía referencia a la gran omisión relativa a las
reclamaciones de los militares de esa condición. Al principio (ordenanza de 1632)
se estableció una cantidad única de 300 ducs. para estos desafortunados, pero se
trataba de una entrega única y no de una pensión vitalicia. Al menos en la segun-
da mitad del seiscientos ya se asignaban cantidades mensuales a los tullidos. La
segunda ordenanza de Flandes de 1702 estableció por primera vez un sistema pre-
ventivo, adoptando como financiación la retención de una parte del salario de la
tropa556, asunto regulado con más concreción en el real decreto de 21 de enero de
1706557. La ordenanza de 14 de febrero de 1716 supuso un progreso al crearse el
cuerpo de Inválidos558, encaminado a la custodia de plazas militares y fortale-
zas559. Fue eficaz también una iniciativa particular para inválidos, la obra pía fun-
dada en 1660 por la baronesa doña Beatriz de Silveira, con 12.000 ducs. anuales
situados en juros, que sería administrada por la Corona560. En lo relativo a Cana-
rias, algunos documentos, normalmente motivados por la reclamación de paga an-
te una demora por soldados afectados, nos aproxima a esa situación. Mediante
real cédula el monarca concedía con carácter vitalicio una renta de cuatro escudos
mensuales (40 rs.) al soldado561, situados sobre las rentas reales del archipiélago
cojo, a lo menos no os podrá coger sin honra, y tal que no os la podrá menoscabar la pobreza: cuan-
to más que ya se va dando orden como se entretengan y remedien los soldados viejos y estropea-
dos, porque no es bien que se haga con ellos lo que suelen hazer los que ahorran y dan libertad a
sus negros cuando ya son viejos y no pueden servir, y echándolos de casa con título de libres los ha-
cen esclavos de la hambre, de quienes no piensan ahorrarse sino con la muerte (CERVANTES SAA-
VEDRA, Miguel de: El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, parte II, t. V, Madrid, 1836, pp.
16-18).
556 BORREGUERO BELTRÁN, Cristina: «Al servicio de Su Majestad el rey de España: soldados, reclu-
tamiento y vida cotidiana», en O´DONNELL, Hugo (dir.): Historia militar de España. III. Los Borbo-
nes..., (2014), p. 165. Se creó un fondo de aportaciones estatal (el 2.35 % del presupuesto de la Te-
sorería Mayor de la Guerra). Según el modelo francés, se organizaron unidades de inválidos para
atender a los damnificados y ofrecer una vejez en condiciones a los discapacitados.
557 BORREGUERO BELTRÁN, Cristina: «La vida de los soldados en el Siglo de las Luces», en GARCÍA
edad o heridas) y de la creación de las «cajas de inválidos», en 1717 se estableció un cuerpo de In-
válidos, que constaba en sus inicios de cuatro batallones (RIBOT, Luis: «Las reformas militares y na-
vales en tiempos...», art. cit., p. 136).
559 MARTÍNEZ RUIZ, Enrique: «El ejército de la Ilustración: precisiones y matices...», art. cit., p. 109.
560 PUELL DE LA VILLA, Fernando: Historia de la protección social militar..., op. cit., p. 49.
561 AMLL, A-XII-36. Tenemos constancia de la concesión al gomero Juan Muñoz y al icodense Joseph
González, a finales de la década de los setenta. Por lo menos el sueldo vitalicio de Muñoz le había
980
(almojarifazgo, sobre todo) con reserva de los descuentos coyunturales de los que
el monarca se servía, de modo que el pagador de la asignación era el arrendatario
de esa renta, que en ocasiones tomó en fieldad el Cabildo. La generosidad o com-
pasión regia podía alcanzar en algún caso a un familiar del militar fallecido que
quedase en desamparo562. Con todo, el número de los socorridos fue muy limita-
do: en 1715 se mencionaban cinco soldados con derecho a cuatro escudos men-
suales563.
sido concedido en 1669 (AHPSCT, Prot. Not., leg. 831, reg. de 1680, fols. 57 v.º. y 246 v.º). Tam-
bién disfrutaba de un salario en 1680 (14 escudos mensuales) gracias a una merced real por vía de
limosna el alférez Simón Luis de Medina, ayudante de sargento mayor de Tenerife (ibíd., f.º 223 v.º).
562 Ibíd. Aunque sin relación con las levas, fue el caso de doña Francisca Gallarado, hija del ex sar-
gento mayor de la plaza de S. Miguel (ultramar), que pudo disfrutar de una paga superior a la de los
soldados mencionados: 4 reales diarios, que suponían una renta anual de 49.640 mrs. sobre las ren-
tas reales canarias, sin que pudiera afectarle descuento alguno.
563 AHPSCT, Hacienda, expdte. 427.
564 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento…», art. cit., p. 106. El
auto fue leído en las plazas del Pozo del Concejo y de la iglesia mayor.
565 BULL, Fondo Darias: Anotaciones históricas sobre la isla..., ms. cit., f.º 11 v.º.
566 MORALES PADRÓN, Francisco: «Las canarias y la política emigratoria a Indias», en I Coloquio de
981
necesidades militares hispanas en esa zona, pero sobre todo se alteró la estrategia
durante la guerra de Holanda y las energías se concentraron en la defensa penin-
sular e italiana568. Hasta la aportación de Rodríguez Hernández569 existía cierta
confusión en algunos autores respecto a las levas decretadas durante el período
de los capitanes generales Velasco y Nieto, atribuyendo al primero la organización
de dos, o situando una leva a Indias en 1680 y otra a Flandes en 1681570. Otros
mencionaban a Velasco, exgobernador de Puerto Rico571, como el protagonista de
una leva a Indias y apenas le dedicaban dos o tres líneas572, poco más que lo re-
lacionado por Viera. Según el autor antes citado y la documentación consultada
para esta publicación, la única leva que corresponde a la gobernación de D. Jeró-
nimo de Velasco —y sólo parcialmente, como veremos—, fue la ordenada por R. C.
de 4 de marzo de 1680573, ya en las postrimerías de su mandato, pues a finales de
ese año finalizó su estancia en las islas. Tratamos aquí lo que podríamos consi-
derar una doble leva enlazada o una leva continua complementada, según el pun-
to de vista que adoptemos, pues veremos cómo el sucesor de Velasco fue encar-
gado de otro alistamiento con destino americano. El despacho le fue transmitido al
general a través del Supremo Consejo de Guerra, teniendo como meta el refuerzo
de los presidios españoles en América con 1.000 canarios, como remedio al hosti-
gamiento a que estaban sometidas algunas plazas. La remisión de los soldados se
debía hacer en dos tandas: 500 infantes partirían con la flota de Nueva España
(teóricamente, en junio de 1680), y otros 500 con la flota de Tierra Firme (en oc-
tubre).
Casi un mes y medio después le llegó la real orden a Velasco y este la comunicó
al Cabildo tinerfeño, a quien el monarca exigía socorrer a la tropa mientras se
aguardaba el paso de las flotas. Por tanto, es incorrecto sostener que la moviliza-
ción la costeaba la hacienda real, pues el sustento de la tropa, a la vista de las pe-
nosas (por lo dilatadas) experiencias anteriores, representaba un capítulo gravoso
que en parte producía el frecuente o acostumbrado desajuste entre las previsiones
presupuestarias y el coste real. Había, pues, gran empeño en ahorrar, intención
trasladada al gasto de vestuario, que se decidió remitir desde España con las flo-
tas, con lo que además se pretendía evitar la insatisfacción con la calidad de la
manufactura isleña574. El 6 de mayo se trató en sesión capitular, decidiendo los
presentes convocar un cabildo general para el 17 de ese mes575. En esa reunión se
resaltó la estrechez económica de la institución, debido a la cortedad de los
propios concejiles y a los embargos, por lo que no podía ofrecer un servicio consi-
siderable; sin embargo, sacando fuerzas de flaqueza, el Ayuntamiento ofreció 50
fanegas de trigo (para pan de munición) a los soldados que se levantasen, tomado
568 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Poner una pica vallisoletana en Flandes…», art. cit., pp.
64-65.
569 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento…», art. cit., p. 120.
570 DARIAS PADRÓN, D. V.: Breves nociones sobre la historia general de las Islas Canarias , La La-
guna, 1934, p. 164; MONTERO, Juan: Historia militar de Canarias desde la conquista hasta nuestros
días, Santa Cruz de Tenerife, 1847, p. 158.
571 Velasco, capitán general de Canarias durante parte de esta recluta, había sido gobernador y capi-
tán general de Puerto Rico entre 1664 y 1670, y todavía en 1680 tenía intereses allí, pues el 30 de
abril de ese año apoderó a D. Francisco Calderón de la Barca, vecino de San Juan de Puerto Rico,
para cobrar el dinero que se le adeudaba de su sueldo de gobernador y el procedente de cualesquie-
ra otros negocios, cantidades que debían haber entrado en poder de otro vecino de la isla, D. Fer-
nando de Castilla (AHPSCT, Prot. Not., leg. 831, reg. de 1680. f.º 57 v.º).
572 RUMEU DE ARMAS, Antonio: Piraterías y ataques navales…, t. III, 2.ª parte, op. cit., p. 689.
573 AMLL, A-XII-74.
574 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento…», art. cit., p. 120.
575 AMLL, Libro de actas 30, ofic. 1.º, fols. 238 y 240 (6 de mayo y 17 de mayo de 1680). También,
S-VIII-1.
982
del que el Cabildo tenía de renta ese año, decisión que agradó al general. Por for-
tuna, en medio de esas convocatorias, un particular con deseos de grandeza, el
maestre de campo D. Cristóbal de Salazar y Frías, caballero de Calatrava y futuro
conde del Valle de Salazar, garantizó al rey ante notario 20.000 pesos de a 8 rs.
para ayuda de costo de esa expedición576. Ya veremos más adelante en qué paró
de modo definitivo esa propuesta.
Velasco, que como militar tenía prisa en cumplir la orden regia, dispuso el meca-
nismo de enganche para que en diversos lugares del archipiélago comenzasen los
primeros alistamientos. Una nómina de 59 voluntarios577 nos facilita detalles, aun-
que sólo se refieran a un limitado número de enrolados en Gran Canaria. Los sol-
dados sentaron plaza entre el 28 de abril y el 3 de junio, a un ritmo desigual. En el
tercio de Las Palmas —ya que se utilizaría la información y organización de las
milicias para la recluta— el 73 % se presentó durante la primera semana, mientras
en los dos meses posteriores se aprecia un lento y espaciado goteo. Es decir, pa-
sado el impacto inicial de la propaganda, que convenció a los que estaban desean-
do una oportunidad de esa índole, fue duro persuad¡r a más candidatos sobre la
bonanza de la vida militar en América. Es destacable que algo más de la mitad
presentase huella visible de herida en el rostro o cabeza (no debía tratarse preci-
samente de inocentes mozalbetes), y algunos estaban marcados por picaduras de
viruela. La inmensa mayoría de los apuntados se inscribió en ese tercio de Las Pal-
mas, siguiendo a continuación el de Guía y en postrero lugar el de Telde. Es ver-
dad que esto puede justificarse por la mayor tardanza en publicarse el bando en
esta última localidad, pues en Guía el reclutamiento fue simultáneo al capitalino.
Fuera de Las Palmas el enrolamiento se realizaba ante el maestre de campo del
tercio respectivo, acompañado —en el caso de Telde— de un escribano público.
Un dato destacable es que sólo se registró un profesional del presidio, seguramen-
te porque sus componentes poseían más información sobre la realidad de la situa-
ción en las fortalezas indianas y las casi nulas posibilidades de retorno. A esto hay
que añadir las raíces familiares y los probables intereses económicos que tendrían
otros. Un detalle interesante y revelador para la demografía es la procedencia: casi
el 43 % de los reclutas habían nacido en otra isla, sobresaliendo Tenerife, de la
que era oriundo el 28,5 % del total de los alistados. Si afinamos más, apreciamos
que la presencia de naturales grancanarios es mayor en los tercios de Telde y
Guía. En otras palabras: fue notable la emigración interinsular, sobre todo entre
Tenerife y Gran Canaria, estableciéndose la mayoría de los migrantes tinerfeños en
la capital. Dentro de Tenerife, los lugares de nacimiento más repetidos eran La La-
guna, Garachico e Icod.
Ahora bien, como en otras latitudes, una cosa era sentar plaza y otra la conti-
nuidad en la espera y el embarque efectivo en la expedición, pues no todos los
apuntados marcharon a Indias. En ese sentido hay que diferenciar dos situaciones:
1) bajas «voluntarias» de los que fueron coaccionados o se arrepintieron y presen-
taron a otros en su lugar, lo que implicaba la entrega de una suma de dinero al
sustituto, previo decreto del capitán general; 2) exclusiones decididas por dicho
mando en contra del deseo de los reclutas en razón de su origen (berberiscos, en
este caso), por enfermedad… Sólo un alistado desertó. Resalta, finalmente, la ju-
ventud de estos voluntarios: el 76 % tenía entre 14 y 21 años y constituían una
excepción los mayores de 35 años (la edad máxima rondó los 40). A los engancha-
dos se les proporcionaba camisa, jubón y un par de medias, ascendiendo los gas-
tos de 56 soldados a 5.976 rs. al cabo de 9 semanas; es decir, cada hombre costa-
ba cerca de dos reales diarios.
576 AHPSCT, Prot. Not., leg. 831, registro de 1680, f.º 131 (14 de mayo de 1680).
577 AHPSCT, Hacienda, expdte. 695.
983
A partir de ahí, la situación se complicó, y no porque hubiera graves problemas
en la movilización, aunque como era habitual la cadencia y buena acogida de la le-
va fue disminuyendo (en junio había unos 200 inscritos, y 313 en diciembre)578,
sino por la tardanza en reunir a los infantes, y sobre todo porque sucedió algo im-
previsto para las autoridades peninsulares pero más familiar para los isleños: las
flotas de Indias o se retrasaban o no tocaban las islas, ocasionando un gasto muy
superior al pronosticado. Es verdad que por carta del presidente del Consejo de
Hacienda se asignaron para el socorro diario de esa infantería 3.000 pesos, que
debía tomar Velasco de las rentas reales de Canarias cuyo cobro fuese más inme-
diato. Pero, por una parte, esa cantidad no era suficiente (a finales de año el gasto
superaba ya los 103.040 rs. previstos)579; por otra, la perentoriedad de los pagos
de la leva no podía ser enjugada por el arbitrio del almojarifazgo, que adolecía en
ocasiones de falta de liquidez. Las rentas prácticamente se reducían al 6 % y a las
tercias, y Velasco sacó diferentes cantidades del administrador de estas, D. Berna-
bé de la Torre, a quien solicitó 9.000 pesos (72.000 rs.) a causa de los crecidos
dispendios en alimento e indumentaria por las razones antes mencionadas. D.
Bernabé de la Torre le proporcionó vales como parte del pago, pero no bastó: de-
bido a la demora en el cobro por los deudores, el general, acuciado por la nece-
sidad de atender al sustento diario de los soldados, se sirvió del efectivo caído del
donativo del 1 % por un total de 49.722 rs. y 2 ctos., que tuvo que cederle en
préstamo su depositario, el capitán Juan Manuel Delgado. Nuevamente, una ma-
nera de intentar solucionar la situación, aprobada por la Corona a petición del ca-
pitán general, fue el ofrecimiento de mercedes a particulares (dos títulos de Casti-
lla y catorce hábitos de órdenes militares), estipulándose los primeros a 20.000
pesos y los hábitos a 1.000 pesos580. Ya hablamos antes de la oferta de D. Cris-
tóbal Salazar Frías, caballero de Calatrava, maestre de campo del tercio capitalino,
que ansiaba consumar su posición nobiliaria con un condado o marquesado «del
Valle de Salazar» a cambio de la mencionada cantidad de 20.000 pesos de a ocho
rs. de plata entregables en cuanto se dispusiese del despacho y título, libre de cos-
tos y de medias anatas. En el mismo mes de mayo tres caballeros más, vinculados
a las milicias, ofrecieron cada uno 1.000 pesos por un hábito de cualquiera de las
órdenes militares, ostentando —igual que Salazar— sus méritos y los de sus as-
cendientes y pidiendo asimismo exención de pagos y costos (media anata y otros):
el capitán y sargento mayor del tercio de Los Realejos, D. Felipe del Castillo y Gue-
rra, vecino de La Laguna; el capitán y regidor D. Tomás de Castro Ayala, vecino de
La Laguna; el capitán de caballos D. Diego Alfonso Gallegos, familiar del S. O. y
castellano de la fortaleza de San Felipe (Puerto de la Cruz)581. En los dos últimos
casos, el hábito debía ser para un descendiente, hijo o nieto a elección del com-
prador, puesto que se trataba de una operación mercantil. Meses más tarde, en
septiembre, habrá otro postulante a hábitos de orden militar: el capitán de caba-
llos D. Gaspar del Hoyo Solórzano y Alzola, natural de Garachico y avecindado en
La Palma, recordando sus servicios y los de su abuelo paterno y demás ascendien-
tes, ofreciendo los mismos 1.000 pesos con las mismas condiciones de exención
de pagos582.
Este agrio panorama es el que se encontrará en diciembre de 1680 el siguiente
capitán general, D. Félix Nieto de Silva, a quien casi no quedó más remedio que
seguir la estela de su antecesor durante los primeros meses de gobierno. El gene-
578 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento…», art. cit., p. 120.
579 Ibíd., p. 120.
580 Ibíd., p. 120.
581 AHPSCT, Prot. Not., leg. 831, reg. de 1680, fols. 132 v.º, 133 y 134.
582 Ibíd., f.º 220.
984
ral se sirvió del 1 % en 17.000 rs., y como no alcanzó recurrió al crédito que le
otorgó la renta de la Santa Cruzada, cuyo tesorero general D. Juan de Ledos le de-
sembolsó 8.000 rs., suma que debía serle reintegrada con el primer dinero per-
cibido por la hacienda real. No fue sencillo, pues D. Bernabé de la Torre no podía
desempeñar la administración de las rentas por no haber presentado fieldad, de
manera que la gestión recaía en fieles recaudadores nombrados por los Cabildos,
que rendían cuenta mensual; mientras, el general se podía servir por cuenta de lo
que importasen las medias anatas y otros descuentos de las rentas de ese año.
El caso es que las prevenciones iniciales no se correspondían con la realidad y la
tropa permanecía inmovilizada originando gastos. Miguel de Rivas, veedor y conta-
dor de la gente de guerra de Tenerife, había anotado un gasto de 12.600 rs. en el
mantenimiento de 315 infantes desde el 1 de enero de 1681 hasta el 20 de ese
mes (2 rs. diarios por infante). El 3 de ese mes fue comisionado el sargento mayor
Franco de Medina para cobrar 49.139 rs. en el Puerto de La Orotava que se habían
consignado para socorro de la leva583. Pero en las tres semanas posteriores au-
mentó la cifra de soldados de la leva y se debían satisfacer a D. Juan de Ledos
esos 8.000 rs. Además, verificando un recuento y una evaluación razonable de los
gastos desde principios de año y de las necesidades calculadas hasta fines de fe-
brero, se estimaba que con lo ya recibido debía entregarse una cantidad de 24.000
rs. al depositario de la leva, D. Antonio Ximénez Moscoso. Ante el informe de
Rivas584, el 21 de febrero Nieto adoptó una decisión drástica para proveerse de
fondos urgentes, y como los asequibles eran los del 6 % del almojarifazgo, mandó
notificar al capitán D. Francisco Machado, fiel de la aduana del puerto de La Oro-
tava, que en tres días facilitase a Moscoso, detrayéndolo de lo recaudado, esa can-
tidad de 24.000 rs., con lo que se podrían satisfacer los 1.000 pesos que el
general había tomado a crédito de Ledos, y con el resto (16.000 rs.) se acudiría a
socorrer a la leva. Esa suma la traspasaría a cuenta de la sobra de finca de media
anata y otros capítulos. Machado no se mostró conforme con el requerimiento e
hizo oídos sordos, una actitud arriesgada ante un capitán general en apuros. En
cuanto transcurrió el plazo, Nieto hizo prender al fiel y lo encarceló en La Laguna
bajo custodia de dos guardas, cuyo salario de 16 rs. diarios debía sufragar el
propio Machado. Este demandó auxilio al corregidor para que citase a cabildo,
cuyos miembros suplicaron al militar el sobreseimiento del auto y la derivación del
cobro hacia otros efectos reales. Argumentaban los regidores que la orden del
Consejo de Hacienda no precisaba que el dinero para la leva debía provenir de las
rentas reales del 6 %, que además estaban consignadas en parte para la cobertu-
ra de diferentes salarios y juros, por lo que el Ayuntamiento —caso de persistir
Nieto en su actitud— apelaría ante dicho Consejo. Tanto el Cabildo como el fiel sa-
bían que el razonamiento y la amenaza eran endebles, y al día siguiente Machado
se decidió a exhibir y entregar los 24.000 rs. para salir de prisión.
Volviendo a los infantes congregados, su espera resultó ser muy larga, tomando
barco los últimos en la segunda quincena de marzo de 1681. Se procuró diligencia
en el enganche y en la vigilancia y conducción de los inscritos, lo que no dice mu-
cho de la voluntariedad y deseo de permanencia de los enrolados, pues en una in-
formación sobre los buenos oficios del mencionado sargento mayor Franco de
Medina, se señala que este se desplazó a todos los lugares de Tenerife en los que
había soldados y los concentró en La Laguna, aviéndolos traído con toda guardia y
custodia, en que tubo considerable travaxo y mucho gasto585. Una buena parte
navegó en dos galeones de la armada del marqués de Brenes, que debió surgir
985
hacia la primera quincena de marzo, pero por lo menos 130 soldados no encon-
traron plaza en esa flota y fue menester utilizar varios barcos comerciales. Uno fue
el navío Santa Ana, fletado el 26 de de ese mes586. Era un navío de permisión, de
porte de 100 t, propiedad del lagunero D. Simón de Herrera Leiva, que tenía como
fin de singladura La Habana, previa escala en San Juan de Puerto Rico. Como
otros buques de larga travesía de entonces, contaba con ciertos pertrechos defen-
sivos: 5 piezas de artillería, 4 pedreros y 12 mosquetes y sus municiones. Allí re-
solvió el capitán general que debían viajar 31 soldados con destino al presidio de
S. Juan de Puerto Rico. El veedor Rivas se ajustó en pagar 100 rs. de flete por ca-
da recluta, en tanto viajaban gratis seis esposas de soldados. El monto de 3.100
rs., en el que se incluía el sustento de todos, fue satisfecho por el depositario del
dinero de la leva, el citado D. Antonio Ximénez Moscoso. Otros 100 infantes fueron
enviados en mayo en el navío de permisión El Salvador y San Joseph, con un porte
de 170 t, propiedad de su capitán Mateo de Palacio, dotado de 24 piezas de arti-
llería, 6 pedreros y 50 armas de chispa. El barco debía encaminarse a Gran Ca-
naria para pedir registro, y desde allí su destino final era Veracruz, con escala en
La Habana y Campeche, pero se concertó con el veedor Rivas587 para embarcar al
centenar de soldados y dejarlos en el presidio de La Española por un flete de 145
rs. (con manutención incluida) por persona (en total: 14.500 rs.). Pero ese envío
de la tropa (al parecer se embarcaron algo más de 300 hombres588) y el abono de
los cuantiosos gastos no constituyeron la única tarea del general Nieto, que junto
a su nombramiento recibió la orden de levantar 800 hombres con el mismo destino
americano, procurando la intervención de algún particular con fervores nobiliarios
de título de Castilla dispuesto a costear ese empeño.
Hagamos un paréntesis para incidir en un asunto que venimos tratando tangen-
cialmente, y es la predisposición capitular para las levas, aparte de la congruencia
de analizar globalmente la extracción demográfica a América, pues incluso en oca-
siones se combinaba la salida militar con la motivada por otras causas. En este
caso, simplemente unimos la voluntad capitular, que sólo se queja de la falta de
medios para ayudar, con la ya mencionada R. C. de 1678 (embarque de cinco fa-
milias isleñas por cada 100 t a Indias)589. Esos pobladores debían colonizar Puerto
Rico y otras islas de Barlovento y no fue apreciada esta condición como una carga
colonial ni suscitó ningún tipo de oposición. Al tiempo de la leva, además, se pre-
tendió extraer gente para que voluntariamente se poblase el oriente venezolano
con misioneros capuchinos, que estuvieron en Canarias en 1680. El problema es-
tribó, como casi siempre, en la falta de medios para sufragar el envío de colonos,
pues el general Velasco, favorable a la salida de emigrantes, reparó ya en la insufi-
ciencia de las rentas. Por otra parte, la sustitución de aquel dio al traste con la
idea misional590, pero hubo otros intentos para conducir pobladores a Cumaná, co-
586 AHPSCT, Prot. Not., leg. 832, reg. de 1681, f.º 49 (26 de marzo de 1681).
587 Ibíd., f.º 93 v.º. La manutención durante la estadía en Las Palmas de Gran Canaria corría por
cuenta de la hacienda real.
588 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento…», art. cit., p. 120.
589 AMLL, R-XIV-33 (25 de mayo de 1678). Se añadía la inmunidad y el privilegio de no pagar alca-
bala (para estimular a otros) ni otro impuesto los 10 primeros años, así como la exención de avería.
590 VAN BENEDEN, Ch.: Al noroeste de África, las Islas Canarias, Tenerife, 1995, pp. 115, 118. Se
contaba que el padre fray Ángel de Mataró recibió una real cédula remitida por el padre fray Fran-
cisco de Tauste (que había venido con más religiosos desde Cumaná con ese motivo) ordenando al
capitán general de Canarias que comprobase y diligenciase el envío de cien familias que quisieran
pasar con la misión de los capuchinos a fundar un pueblo. El padre Ángel consultó esa cédula con
varias personas, que manifestaron la suma ventaja de que la cédula se acompañase de religiosos
que diesen calor al capitán general y a las familias, pues en caso contrario tendría escaso valor, por
lo que él resolvió ir con el documento. Se añadía que la isla estaba tan llena de personas que se
atropellan, que preciso se ha de ir. Se escribió al rey sobre este punto, pero fue relevado el general,
986
mo el del mentado Simón Herrera Leiva, que proponía a la Corona conducir allá
200 familias isleñas, pero las excesivas condiciones y pretensiones del promotor se
encontraron con la oposición del Consejo de Indias591.
No sabemos si están vinculadas a esta leva o constituyen reclutas diferenciadas
(Rodríguez Hernández se limita a mencionar una leva entre 1680-1683) otros en-
víos como la movilización de 60 infantes para los presidios indianos, levantados
por D. Juan de Vargas y Cabrera Rengifo en agosto de 1681592(nos inclinamos por
su integración en la misma recluta), pero sí con seguridad estaba incluida la expe-
dición de 1682, de carácter mixto cívico-militar, organizada por Francisco García
Galán, que supuso la salida de 158 personas y 68 soldados593. Este se limitó a
aceptar una oferta hecha pública por el general Nieto, quien en cumplimiento de
una carta acordada por el Consejo de Indias (29 de octubre de 1681), pregonó
que se otorgaría un navío de permisión (de porte de 200 t) —aparte del registro
permitido a las islas— a quien condujese a Cumaná 30 familias de cinco miembros.
Galán formalizó su acuerdo el 5 de marzo de 1682, cumpliendo con su obligación
de transportar a esas personas de modo gratuito y proporcionarles alimento hasta
entregarlas allá al gobernador y a los oficiales reales594. Sabemos que el navío N.ª
S.ª del Rosario y San Diego, maestre D. Juan de Uriarte, estaba atracado en Santa
Cruz de La Palma a mediados de junio, y allí el Cabildo se encontró con problemas
de inspección, pues era excesiva la carga del barco, en el que iban 30 familias y
80 soldados (esta es la cifra del acta capitular) para la población de Cumaná y la
guarnición del castillo de Campeche. Se decidió relajar el nivel del registro en el
navío, que exigía la bajada a tierra de todos, pues justamente se teme en la dis-
tracción y fuga de los soldados595.
Se frustró el intento de sustentar la leva con la venta de dos títulos de Castilla,
pues los dos únicos aspirantes (D. Diego Benítez de Lugo y Vergara y el citado D.
Cristóbal de Salazar y Frías) ofertaban una cantidad muy reducida (2.000 ducs.
cada uno), pero se llegó a un ajuste con el segundo de los caballeros. Ya se aludió
al ofrecimiento de Salazar, que estaba gestionando su título de Castilla. Se dirigió
al capitán general, al que sabía en aprieto económico para costear la recluta, y
amplió y formalizó la oferta realizada el año precedente, entregando 26.000 pesos
de plata de moneda isleña para la leva a cambio de que el general recibiese esa
cantidad en nombre del rey, con exención del pago de la media anata que le co-
rrespondía. La operación debía incluir el pronto despacho del título por juro de he-
redad, que ya le había sido otorgado por R. C. de 4 de febrero (Consejo de Gue-
rra), pero precisaba para su rápida tramitación por el Consejo que debía despa-
char el título de un mayor empuje, que encontró ahora en los cresidos empeños,
y nuevamente fue preciso escribir a la Corte para que dispusiese nueva cédula. Sin embargo, estima-
ba que el negocio caminaba con buen pie.
591 Ibíd., pp. 390-391.
592 FERNÁNDEZ BÉTHENCOURT, Francisco: Nobiliario…., t. II, op. cit., p. 447. Vargas, que recibiría el
hábito de Santiago, pasó a Indias, donde obtuvo importantes empleos, como el de gobernador y
capitán general de Nueva Andalucía. Quizá se trate Vargas del particular citado por Rodríguez Her-
nández que ofreció reunir 60 hombres, vestidos y sustentados durante 50 días, servicio por el que
solicitaba la tenencia general de caballería de Canarias, cargo no retribuido (RODRÍGUEZ HERNÁN-
DEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento…», art. cit., p. 120).
593 VAN BENEDEN, Ch.: Al noroeste de África..., op. cit., pp. 392-393. El premio para García Galán
consistiría en una nueva permisión al año siguiente, o un navío de 300 t. Esa concesión a un foráneo
que no era vecino de la isla disgustó y encrespó a los poderosos tinerfeños.
594 AHPSCT, Prot. Not., leg. 834, reg. de 1686, f.º 266.
595 LORENZO RODRÍGUEZ, Juan Bautista: Noticias para la historia…, t. II, op. cit., p. 231.
987
ques notorio padecía la hacienda real. El trato se cerró el 22 de mayo y se efectuó
el pago al día siguiente596.
De todos modos, Nieto sabía que su margen de actuación no era ilimitado. Las
rentas y donativos estaban demasiado gravados por los Austrias como para permi-
tirse un manejo alegre y una libérrima disposición indefinida. Lo adeudado al im-
puesto del 1 % ascendía ya a 66.722½ rs., y sobre el 1 % y los donativos esta-
ban situadas por el rey las mercedes concedidas a doña Leonor de Moscoso, con-
desa de Cabra, y a doña Beatriz Carrillo de Guzmán, viuda de D. Alonso Dávila y
Guzmán, asunto que se concretará mejor al estudiar los donativos. Esos pagos se
demoraron, por lo que a mediados de 1682 el general ordenó al Cabildo, que ha-
bía administrado —como se ha dicho— el almojarifazgo en 1681, el reintegro de la
citada cifra a la caja del 1 %597.
Según Rodríguez Hernández, entre 1681-1684 se enviaron 815 soldados, y la
leva persistió en 1683 y 1684 con escaso éxito, pues apenas pudieron remitirse 80
hombres en el verano de 1683 en dos navíos de permisión y hubo que esperar a
noviembre de 1684 para enviar 40 soldados en una embarcación particular598.
Todas las islas aportaron hombres, pero la mayoría fueron alistados en Tenerife,
Gran Canaria y La Gomera. El destino de las tropas fue diverso: además del citado
de Puerto Rico, otras partidas fueron encaminadas a Honduras, Campeche, La
Habana… Por tanto, se puede concluir que el grueso de la recluta fue enviado en
1681, y con posterioridad podemos hablar de pequeños flujos distanciados599.
596 AHPSCT, Prot. Not., leg. 832, reg. de 1681, f.º 99. El dinero fue entregado al capitán Joan Ma-
nuel Delgado, depositario de la real hacienda, con asistencia del capitán Miguel de Rivas, veedor y
contador en Tenerife.
597 AMLL, A-XII-74.
598 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento…», art. cit., p. 121.
599 Ibíd., pp. 121-122.
600 HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, Manuel: Los canarios en la Venezuela…, op. cit., pp. 373-374.
601 HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, Manuel: «Colonización canaria y política misional...», art. cit., pp. 192-
196.
988
garlos pero tuvo que ceder, con la justificación de costear el envío de unas familias
a Indias por orden regia602.
602 AGI, Indiferente General, leg. 3.98, doc. 43. Contraponía, en todo caso, que los envíos de fa-
milias isleñas a América en su mandato se habían efectuado sin coste, pues lo habían asumido los
capitanes de los navíos.
603 AHPSCT, Prot. Not., leg. 833, reg. de 1684, f.º 216 v.º (14 de septiembre de 1684). La nave era
HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, Manuel: «El primer Marqués del Toro (1675-1742) la forja de una fortuna
en la Venezuela colonial», en Anuario de Estudios Atlánticos, n.º 58 (2012), p. 110.
606 HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, Manuel: La emigración, La Laguna, 1995, p. 30.
989
por el flete y sustento de dos personas 150 pesos de 8 rs.607. Esta predisposición
isleña pudo servir para compensar parcialmente las deserciones de los engancha-
dos en territorio peninsular rumbo a Indias, que en buena medida se hacían pen-
sando en la gratuidad del pasaje, por lo que se produjo gran número de aban-
donos, que precisamente comenzaban en la escala canaria, pues la vida en presi-
dios y en la armada tenía fama de sufrida 608. Mencionemos asimismo en esta
década de los ochenta el proyecto de colonizar Matanzas (Cuba), que aunque
retrasado a 1693 moverá a asentarse en La Habana, entre tanto, a varias docenas
de familias canarias (la inmensa mayoría, tinerfeñas: entre 1683-1693 llegaron
109 familias isleñas a Cuba, y todos los navíos menos uno procedían de Teneri-
fe)609. Hay un aspecto que convendría subrayar en cuanto a la relativa facilidad o
éxito de los reclutamientos en determinados períodos, como en la década de los
ochenta. No se trata tanto de que los hombres se embarquen debido a una serie
corta de malas cosechas, pues las penurias de granos eran relativamente frecuen-
tes. Es más correcto hablar de una conjunción de factores, ya esbozados al señalar
la posición favorable de las autoridades y de la clase dominante a la salida de po-
blación a Indias, básicamente: a) la relación entre crecimiento demográfico y pro-
ducción agraria, que empeoró en el último tercio del siglo XVII; b) las paulatinas
sombras en la exportación vinícola, sea a Indias, Brasil o Inglaterra. La incidencia
de un corto ciclo adverso en la producción cerealística comportaba ahora unos
efectos más dañinos y peor tolerados por buena parte de los isleños. El enrareci-
miento del clima social a partir de la década de los años setenta predispondrá, por
decirlo de manera suave, a un sector de población de escasos recursos a salir de
las islas. La posibilidad de alistarse no era vista como un modo de promoción sino
por determinados miembros de la burguesía agraria y la nobleza con ánimo de
titular, que podían patrocinar o encabezar compañías o tercios, pero fue una salida
más a disposición de osados, desesperados, ociosos, ambiciosos…
Hacía más de una década que no se disponían levas canarias con destino eu-
ropeo (el mayor período de tiempo sin recurrir a reclutas isleñas de ese tipo desde
el inicio de las movilizaciones) cuando la guerra de Luxemburgo quebró las espe-
ranzas de muchos. En 1683 se inició otro hito en la larga contienda que sostu-
vieron Francia y España, determinada ahora por la ocupación de Luxemburgo por
607 AHPSCT, Prot. Not., leg. 113, f.º 415 (26 de octubre de 1684). El barco lo mandaba el capitán de
mar y guerra D. Ignacio Pérez Caro. Parece que esa fue la primera participación colectiva en el po-
blamiento de La Española después de la real cédula mencionada de 1678 y de la iniciativa del ca-
pitán general Quiñones en los años sesenta, pues fracasó otro intento del capitán Mateo de Palacios.
En principio, Caro había logrado la reunión de 552 personas, recibiendo un socorro de 40 rs. por ca-
da familia y otros 4 rs. por el portazgo de sus ropas. Los gastos ascendieron a 27.500 rs. En el tra-
yecto murieron nueve personas y otras no comparecieron para el embarque. A su llegada se les pro-
porcionó marranos e instrumentos agrícolas, y con los hombres se formó una compañía de milicias.
Cinco años más tarde, en abril de 1689, llegó desde Las Palmas de Gran Canaria un navío, en princi-
pio con destino a La Habana, con 20 familias canarias que aumentaron la población de San Carlos de
Tenerife [PAREDES VERA, M.ª Isabel: «El Cabildo de Sto. Domingo en la segunda mitad del siglo XVII
y creación del Cabildo de San Carlos de Tenerife en La Española», en XX Coloquio de historia cana-
rio-americana (2012), Las Palmas de Gran Canaria, 2014, pp. 313-314, 316]. Entre 1680 y 1691 lle-
garon a Santo Domingo ocho navíos con canarios, y Pérez Caro fue uno de los privilegiados por las
autoridades para ese transporte [HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, Manuel: «Santo Domingo: formación y
desarrollo...», art. cit., p. 405].
608 PÉREZ TURRADO, Gaspar: Armadas españolas en Indias, Madrid, 1992, pp. 164 y 168.
609 CASTILLO MELÉNDEZ, Francisco: «Participación de Canarias en la fundación...», art. cit., pp. 55-
990
los galos, que derivó en la declaración de guerra por Carlos II en noviembre de
ese año. Estos acontecimientos sirven para explicar la penúltima recluta a Flandes
en el s. XVII.
Viera y Clavijo610 proporcionó los datos básicos acerca de esta recluta, que otros
autores han tomado de él y que Rodríguez Hernández ha ampliado611, mientras
nosotros procuraremos analizarla y profundizar en ella. Escribía el ilustrado que
Carlos II había ordenado levantar una leva con destino a Flandes al general Nieto
de Silva, quien se serviría de ayuda de trigo concejil (300 fas.) y de 20 pipas de
vino ofrecidas por los regidores para la subsistencia de los soldados. Constituirá la
única salida militar que comience y finalice este general en su gobernación. Desco-
cemos la fecha exacta de la orden real, que se expidió a finales de 1683, exigiendo
a los Ayuntamientos más importantes de Canarias la movilización de un tercio a su
costa612. Pero será, como otras muchas ocasiones, el capitán general el que en los
primeros días de marzo comunique al Cabildo tinerfeño la existencia de una cédula
real que suponía la demanda de ocho compañías con destino a Flandes, en núme-
ro total de 800 hombres, con la que el Ayuntamiento debía colaborar económica-
mente. Los regidores presentes, como era costumbre, citaron a cabildo general, al
que sólo acudieron 11 concejales (había en torno a medio centenar por enton-
ces). Como si se tratase de un ritual, los ediles comenzaron pincelando el clásico
cuadro de la pésima situación de la isla y de sus habitantes, para acabar decidien-
do una moderada aportación pecuniaria. Antes se adelantaba que ofrecieron trigo
y vino como ayuda, siempre y cuando la leva fuese esta real y no privada; es de-
cir, rehusaban cargar en exclusiva con el coste, asumiendo parcialmente el dispen-
dio con la condición de su carácter público, a costa de la hacienda real, prueba de
la desconfianza en particulares, quizá por la mala coyuntura cerealística que se es-
taba oteando. En prueba de su buena disposición, los concejales prometieron con-
tribuir con su peculio, pero no aceptaron hacerlo sólo los presentes en la sesión,
en tan corto número. Para abarcar en la empresa a sus compañeros ausentes
acordaron convocar otro cabildo general, pero no de acuerdo con el modo habitual
de cita, sino recurriendo a un sistema más taxativo y comprometedor: la notifica-
ción de la sesión la portaría un ayudante adjuntando una misiva del capitán gene-
ral613. Esta argucia no logró todo el efecto buscado, pues apenas asistieron cuatro
regidores614 más que en la reunión precedente. Las ofrendas de los ediles fueron
las siguientes: dos regidores se obligaron a entregar 2 pipas de vidueño o 25 pe-
sos; seis, 1 pipa de vidueño; dos, 1 pipa o 200 rs.; uno, 200 rs.; otro, 100 rs. en
ropa; otro, 50 rs. en ropa; otro, 3 pipas de vino; otro, 1 pipa y media. Se aprobó
también trasladar el acuerdo a los ausentes para que brindasen ayuda, si bien
subrayando nuevamente —de igual modo que había sucedido con el socorro del
trigo concejil—, que esa generosidad personal sólo era firme si los 800 infantes se
reunían por cuenta del rey y de su real hacienda.
Los recelos capitulares se explican por el deseo de la Corona, a falta de finan-
ciación concejil suficiente, de que el costo corriese a cargo de particulares, pues se
habían enviado ocho patentes en blanco, pero esta vez no se halló postulantes615
ni siquiera para comprar un título nobiliario616. A pesar de que los regidores de
610 VIERA Y CLAVIJO, Joseph de: Noticias de la Historia general…, t. II, op. cit., p. 270.
611 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento…», art. cit., pp. 122-
127.
612 Ibíd., p. 111.
613 AMLL, Libro de actas 31, ofic. 1.º, f.º 153 (16 de marzo de 1684); también, S-VIII-1.
614 Ibíd., f.º 154 v.º (7 de abril de 1684).
615 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento…», art. cit., p. 122.
616 La Corona, debido a la crisis hacendística, presionó a las ciudades con voto en Cortes para que
contribuyesen formando compañías a cambio de disponer de nuevos arbitrios sobre el consumo, pero
991
Gran Canaria también habían prometido dinero y vino, fue evidente enseguida que
eran exiguas las ayudas institucionales isleñas y que no existía interés privado, por
lo que se decidió reconducir la cuestión pecuniaria mediante la R. C. de 30 de
agosto de 1684617, de modo que la Corona se arrogaba el coste de la operación
con cargo a la hacienda real. No está claro si hubo mucha lentitud inicial en ejecu-
tar esa orden, pero desde la Corte debió urgirse y, desde luego, se pusieron en
marcha los mecanismos legales para tornarla factible, pues el 27 de febrero de
1685 el Consejo de Hacienda autorizó al general Nieto a utilizar fondos de las ren-
tas reales isleñas para la leva. En caso de carencia de liquidez, se le instaba a dis-
poner de crédito de esas rentas o del propio general. Su sucesor, el capitán gene-
ral D. Francisco Bernardo Varona, llegó a las islas (en concreto, a Gran Canaria) el
9 de mayo de 1685. Por tanto, cuando el nuevo gobernador tomó posesión ya ha-
bía comenzado la maquinaria movilizadora, hasta el punto de que a mediados de
junio se concertó el primer flete —que sepamos— entre el veedor y contador de la
gente de guerra en Tenerife, Joseph Agustín de Mallea y Torralba, y el inglés John
Landfil, capitán y maestre del navío La providencia618.
Si eran frecuentes los choques entre generales y Ayuntamientos a cuenta del
apremio de dinero con fines militares, la presión aumentaba cuando el recluta-
miento estaba en marcha. Varona presionó en julio al Cabildo tinerfeño en relación
con cantidades que adeudaba esa institución en concepto del 6 %, pretendiendo el
general una inmediata entrega de dinero para atender los gastos de los solda-
dos619. El cruce de cartas por ese motivo entre Varona y el Cabildo continuó en los
meses siguientes, pues la leva se demoró y devino en lenta sangría hasta reunir
las ocho compañías. A finales de septiembre, el Cabildo, a la vista de la real cédula
que favorecía a Varona, accedió a proporcionarle dinero procedente de las tercias
de las rentas reales de 1681 que habían estado en fieldad620. Por entonces, a la
vista de cómo se desarrollaba inexorablemente la leva, derivando a los campos de
Flandes más hombres útiles para las labores agrícolas y para la guarnición
miliciana isleña, el Ayuntamiento manifestó su preocupación por el despobla-
miento que ya se estaba empezando a apreciar en determinados núcleos (Santa
Cruz, El Sauzal, Valle de Guerra…). Es oportuno recordar que a las reclutas de es-
tas décadas se añadía la intensa migración americana de ese decenio; todo apun-
ta, como hemos verificado con motivo de la recluta anterior a Indias, a que miles
de personas se embarcaron al Nuevo Mundo en esos años, sobre todo en 1685621.
Ya hemos verificado que era común en las quejas cabildicias exaltar las conse-
cuencias defensivas, económicas y hacendísticas de esta notable merma demográ-
fica, atizada por algunos particulares que explotaban los aprietos regios de poblar
y custodiar algunos enclaves indianos con estrechas miras de obtener utilidades
económicas y sociales, más aun en coyunturas de cosechas calamitosas. Los regi-
dores resolvieron entonces representar el asunto a los Consejos de Guerra e Indias
para que se forzase al juez superintendente en el sentido de impedir el embarque
se negaron ocho de las diecisete ciudades (RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, José Antonio: «Los primeros
ejércitos peninsulares y su influencia en la formación del Estado Moderno…», art. cit., p. 54).
617 AMLL, Libro de actas 31, ofic. 1.º, f.º 250 (24 de septiembre de 1685).
618 AHPSCT, Prot. Not., leg. 834, reg. de 1685, s. f. (13 de junio de 1685). El barco tenía un porte de
150 t, estaba artillado con 15 piezas de hierro y contaba con una tripulación de 18 marineros.
619 AMLL, Libro de actas 31, ofic. 1.º, f.º 238 (20 de julio de 1685).
620 Ibíd., f.º 250 (24 de septiembre de 1685).
621 HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, Manuel: Los canarios en la Venezuela…, op. cit., p. 20. En 1685 el Ca-
bildo se alarmó con excesos migratorios como la salida de 400 personas en un solo barco, propiedad
de D. Fernando del Hoyo Solórzano, como ya se indicó. En esta y otras circunstancias similares, el
Ayuntamiento denunció las negativas consecuencias de este cúmulo de expediciones propiciadas por
algunos particulares para su lucro o ascenso social.
992
a los vecinos en los navíos despachados durante la prohibición, excepto a las per-
sonas beneficiadas con partida de registro.
Más arriba se adelantó que el levantamiento y conducción de los soldados se
espació extraordinariamente en esta ocasión622, aunque ya desde mediados de ju-
nio de 1685 salió la que suponemos fue la primera de las remesas. En concreto,
hacia el 20 de ese mes estaba previsto que se embarcasen los 100 infantes de esa
expedición inicial (84, según Rodríguez Hernández), que como el resto partió des-
de Puerto de la Cruz hacia Ostende. Quizá la lentitud y el objetivo, nunca abando-
nado por entero, de contar con intervención particular haya sido la causa de otra
variante en esta leva, además de la comentada «reforma» en la financiación, que
pronto requirió nuevos aportes con una carta-orden del presidente del Consejo de
Hacienda para que Varona se valiese de cualquier cantidad recaudada pertene-
ciente a la hacienda real. Esa disposición no fue bastante para vencer las reti-
cencias de los Cabildos a facilitar al capitán general el acceso a los fondos de los
donativos con la excusa de no contar Varona con facultad especial en calidad de
juez privativo de esos servicios como sus antecesores en el cargo. Para remediar
esa situación se dirigió el general a la Corona el 18 de febrero de 1686 para obte-
ner idéntico título, a lo que accedió la Cámara, que además por decreto de 22 de
abril aprobó todos los pagos del general y autorizó cualquier recurso rentístico en
las islas623. Nos referimos a la encomienda complementaria de una nueva compa-
ñía, sumada a las ocho previstas inicialmente, a costa del grancanario D. Fernan-
do de Castillo Cabeza de Vaca Cayrasco, capitán de caballos y veterano de Flan-
des, que había ofrecido levantar 200 hombres a su costa624. El rey aceptó, y a
cambio lo recompensó con la maestría de campo de la leva, convirtiendo en tercio
las primeras ocho compañías, más la agregación de la de Castillo. El 5 de agosto el
Cabildo tinerfeño trataba el asunto del maestre de campo, quien venía a las islas
acompañado por su sargento mayor D. Francisco Hurtado625. La institución acogió
la nueva —de la que fue extrañamente informado con tanto retraso— con satis-
facción, agradeciendo al monarca que distinguiese a los isleños con ese tipo de
mercedes. Desconocemos la data exacta de esa decisión (finales de 1685 o pri-
meros meses de 1686)626. El nuevo mando trajo a las islas a oficiales y otros ayu-
dantes de su elección para participar en la formación de esa otra compañía627.
Otros particulares sufragaron el envío de tropas, como el capitán D. Lázaro de He-
rrera Leiva, que levantó a sus expensas una compañía al mando de su sobrino, el
también capitán D. Jerónimo de Herrera Leiva, quien murió en Luxemburgo628.
Igual que en otras levas, los contratos de fletamento contienen interesantes re-
ferencias que analizaremos. En esos documentos se dejaba abierto el número
622 La duración la confirma en su aportación Rodríguez Hernández, que le atribuye 21 meses (RO-
DRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento…», art. cit., p. 108).
623 AHN, Consejos, leg. 4.475, expdte. 39.
624 AGS, GA, leg. 3.878 (consulta del Consejo de Estado, de 24 de octubre de 1686). Castillo había
servido más de 15 años en Flandes, y Rodríguez Hernández ha destacado no solo la importancia so-
cial del personaje en la sociedad grancanaria, sino el ejercicio de responsabilidades gubernativas o
militares de sus ascendientes: su padre había sido corregidor, y su abuelo, maestre de campo gene-
ral (RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, José Antonio: Los tambores de Marte. El reclutamiento en Castilla...,
op. cit., p. 124).
625 AMLL, Libro de actas 32, ofic. 1.º, f.º 30 v.º (5 de agosto de 1686).
626 Rodríguez Hernández opta por las postrimerías de 1685, pero resulta extraño que tarde unos seis
meses en presentarse a los Cabildos. Algunos antecedentes familiares del nuevo maestre de campo
parecían favorecer su proclividad al servicio militar, pues su abuelo homónimo había ostentado ese
cargo en las milicias de Gran Canaria.
627 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento…», art. cit., p. 123.
628 VIERA Y CLAVIJO, Joseph de: Noticias de la historia general…, t. II, op. cit., p. 306; FERNÁNDEZ
993
exacto de soldados, fijándose habitualmente una horquilla con un mínimo de re-
clutas cuyo flete había que abonar, a razón de 100 rs. de moneda isleña por hom-
bre. Aparte del fletamento de ese navío, contamos con otros cuatro, correspon-
dientes a octubre de 1685, y a abril, junio y octubre de 1686. Parece que hubo
otro envío anterior, en agosto de 1685, pues en él fue una compañía a cargo de D.
Miguel Tiburcio Rosell de Lugo, quien probablemente adquirió la patente (osten-
taba por entonces una capitanía de milicias), embarcándose en el navío El Daniel
rumbo a Ostende629. Un dato aislado confirma que tuvo lugar otro embarque el 4
de diciembre de 1686 en Santa Cruz de Tenerife en presencia del capitán gene-
ral630. Según un tardío informe de Joseph de Carriaço (o Carriazo) —quien susti-
tuyó a Mallea como veedor y contador—631, la última remesa de tropas salió del
Puerto de La Orotava (o de la Cruz) el 24 de agosto de 1687, y en ese viaje pos-
trero embarcó D. Fernando del Castillo con el resto de la infantería y sus respec-
tivos capitanes y oficiales. Es muy probable que el alistamiento grancanario se vie-
se beneficiado por la atroz hambruna que en 1684 impulsó una dramática salida
poblacional de Fuerteventura (también, posiblemente, de Lanzarote)632. La ralen-
tización de 1686-1687 se debe, como bien apunta Rodríguez Hernández, al cambio
de coyuntura, pues a la mala cosecha de 1683 sucede el buen bienio 1686-
1687633, mejora que desalentó el enganche de muchos. Parece que se estuvo a
punto de dar por finalizada la leva en mayo de ese último año, pero la Corona se
empeñó en culminarla con más fondos. Indicaba Carriaço que a cada soldado se le
socorría con 2 rs. de plata de moneda antigua desde el día de sentar plaza hasta
el de su partida (como era habitual). El uniforme se componía de casaca y calzo-
nes de carisea, dos camisas, un jubón de bombasí y medias, zapatos y sombrero
con su corbata, tahalí o vidracu (?), siendo el coste de cada vestido 124 rs.
En los diversos embarques (cuadro VI), el precio del flete incluía el sustento y
alojamiento de la tropa, quedando excluida la atención sanitaria, que se cubría
mediante dietas de enfermería a cuenta de la real hacienda, de manera que se
satisfacía una cantidad juzgada idónea a tenor del número de soldados a bordo,
haciendo entrega de las dietas a uno de los cabos. Es de reseñar que los fletes se
concertaban y protocolizaban en el Puerto de La Orotava, donde estaban surtos
los navíos, sin duda porque era por entonces el principal puerto isleño, al que acu-
dían los comerciantes ingleses para cargar el malvasía o traer manufacturas o pro-
ductos de primera necesidad (téngase en cuenta que los meses son dispares: oc-
tubre, abril, junio). Precisamente los intervalos entre los documentos (hasta casi
un año) constituyen un indicativo más de la notable moratoria en el envío de tro-
pas, y aunque es obvio que faltan algunos fletamentos esta conclusión la confir-
man otras fuentes634.
629 Visita de las yslas y reyno de la Gran Canaria hecha por Don Ynigo de Briçuela… , op. cit., p. 32.
D. Miguel se casó en Flandes con una nativa y regresó a Tenerife en 1687.
630 AMLL, XIII. Cuaderno tercero de testimonios de reales cédulas y privilegios, n.º 55, f.º 126.
631 AHN, Estado, leg. 474, 7 de diciembre de 1693.
632 Acuerdos del Cabildo de Fuerteventura (1660-1728)…, op. cit., pp. 123 y 134. Emigró en torno al
80 % de la población, y dos años después no había retornado ni la mitad a la isla, falleciendo cente-
nares de personas en Gran Canaria (140 murieron en un naufragio en la punta de Jandía en 1685, en
el viaje de regreso a Fuerteventura).
633 RODRÍGUEZ YANES, José Miguel: La Laguna durante el Antiguo Régimen…,., t. I, vol. II, op. cit.,
p. 508.
634 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento…», art. cit., p. 126.
994
(Cuadro VI)
Transporte de la leva de 1684
Número
Barco Capitán Porte Artillería/tripulación de
soldados
La John 15 piezas hierro
150 t 100
providencia Landfil 18 marineros
Diego y John 4 piezas hierro 120
60 t
Juan Rooper 8 marineros (100-120)
John 6 piezas hierro 100
La Cresencia 100 t
Guiton 12 marineros (70-100)
La
Richard
expedición 35 t 6 marineros 50
Douling
de Plymouth
Fuente: AHPSCT, Prot. Not., leg. 834, reg. de 1685, s. f. (13 de junio de 1685); íd. (20 de octu-
bre de 1685); íd., reg. de 1686, f.º 99 (4 de junio de 1686); íd., f.º 155 v.º (21 de junio de
1686). Elaboración propia635.
635 Los datos no coinciden con los proporcionados por Rodríguez Hernández (RODRÍGUEZ HERNÁN-
tres días de la semana (miércoles, viernes y sábado el bacalao, y cecina los otros días), y a diario 3
onzas de chícharos o arvejas, 1 onza de manteca y el agua necesaria para beber y guisar. Se añadía
que si en los días de pescado no se podía hacer caldero, en lugar de las arvejas o chícharos se pro-
veía a cada soldado con un arenque (AHPSCT, Prot. Not., leg. 834, reg. de 1684, f.º 270).
995
cuestión que, frente a la posición asumida poco antes, comenzaba a inquietar a la
clase dominante. El 8 de julio de 1686, el Cabildo tinerfeño, que no había alzado
su voz en contra de la leva, seguramente porque hasta entonces convenía cual-
quier iniciativa que fomentase la expulsión de población joven debido a la carencia
cerealística ―en cuanto las levas y la emigración americana actuaban como fac-
tores atenuantes o evitadores de malestar social o de motines―, resolvió entonces
reivindicar su suspensión, dirigiéndose al general para que se sumase a la deman-
da, sobre todo para que accediese al cese del reclutamiento mientras el rey resol-
vía la súplica capitular, que se extendía también a la saca de gente para Améri-
ca637. El motivo puntual de esa toma de posición era la noticia de que se despa-
chaban en España navíos de azogue a Indias, con escala en Canarias, de donde
embarcarían familias por orden real. Era sólo un detalle, pero venía a sumarse al
ya comentado flujo continuo migratorio de la década de los setenta y ochenta que
producía una sensación de despoblamiento de la isla, más perceptible en Santa
Cruz. A este puerto capitalino, según se manifestaba en cabildo, estaba bajando
con asiduidad una compañía de 100 hombres por hallarse deshabitado ese lugar
(toda la de la besindad [está] en Argel, se llega a decir en una sesión). El peligro
de que ese estratégico enclave, entrada hacia la «ciudad», se convirtiese en un
desierto aumentaba con el paso del citado barco, pues muchos o los más tratarán
de perder la tierra pasándose a Yndias, y juntamente se alla con una leba que si
se acaba de executar quedará como está dicho sin jente la ysla. Confluía aquí un
lento éxodo poblacional, producto tanto de los reclutamientos como del impuesto
de familias y de la huida impulsada por la miseria. La intervención del corregidor,
que llevó en principio la iniciativa en el debate capitular, fue corroborada por los
regidores, que reiteraron la falta de vecinos, hasta el punto de que el general
debía desplazar hombres de unos lugares a otros para vigilar las marinas, no obs-
tante ese grave peso de las nuevas guardias, originado porque continuamente a
salido y autualmente sale mucho número de jente desta ysla, así para los estados
de Flandes como para las Yndias, tanto que de muy poco tiempo a esta parte se
an embarcado más de tres mill hombres fuera de familias, que sólo en la ysla de
Santo Domingo an poblado lugar sin entrar de otro reyno ni probinçia jente algu-
na para ello. A esto añadían los ediles la mentada extracción de familias y la vo-
luntaria salida de otros empujados por la esterilidad de los años anteriores. La
institución no había protestado —según precisaban— por servicio al rey, pero per-
cibían ahora que la continuidad de la situación redundaba precisamente en per-
juicio real, además (y resaltamos la reincidencia argumental de esta línea exposi-
tiva en los memoriales y ruegos a la Corona) de la extrema dificultad en hallar
mano de obra. La oligarquía, pues, comenzaba a vislumbrar que la situación esca-
paba a su control, que la espita abierta podía tornarse contraria a sus intereses,
pues las carestías encadenadas, el egoísmo de un segmento de la hidalguía cana-
ria en su afán de ennoblecimiento y las razones estratégicas y oportunistas de Es-
tado —ora demandando soldados para conflictos europeos, ora infantes para pre-
sidios indianos o vecinos repobladores en el Nuevo Mundo— se transformaban en
una bomba de efectos retardados activada por el fomento institucional de la «solu-
ción migratoria», que avivaba y otorgaba amplias alas a una crónica tendencia is-
leña a acogerse a la tabla de salvación americana. No era ajeno a este desaso-
siego institucional el temor ante la orden del Consejo de Indias para enviar 150 fa-
milias isleñas a América, aunque al final se reclutaran 50638.
637 AMLL, Libro de actas 32, ofic. 1.º, f.º 18 v.º (8 de julio de 1686).
638 DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: La sociedad española en el siglo XVII..., op. cit., p. 353. No sabemos
si es esta leva a la que alude Hernández González, con destino a Cuba y Santo Domingo, y en la que
el capitán general solicitó la reducción del envío de 150 soldados a 50, por la falta de gente que
996
En los meses finales de 1686 y principios de 1687, nuevamente cundió la alarma
en el Cabildo tinerfeño ante la presencia del ya citado Francisco García Galán, que
en octubre se presentó en el puerto santacrucero como cabo y gobernador de una
escuadra de cinco navíos que se dirigía a América. Quizá se trate de la expedición
impulsada por el Consejo de Indias y remitida a consulta de la Cámara (febrero de
1686) sobre la remisión de 30 familias canarias a Cumaná639. El Consejo de Indias
había actuado a instancias de fray Félix de Artasona, un capuchino misionero en
esa zona, deseoso de refundar San Carlos para acoger a la población indígena que
quisiese reducirse en esa misión, objetivo al que contribuiría la sangre canaria
aprovechando el navío de permisión. En todo caso, Galán traspasó aquí ese navío
de permisión que le concernía por el transporte de familias a Cumaná a cambio de
víveres640, y es posible que aprovechando la ocasión se decidiesen algunos isleños
a embarcarse, pues en enero de 1687 se debatió en el Ayuntamiento acerca de la
pronta llegada de ciertos forasteros que habían ofrecido al rey llevar desde
Tenerife cierta cantidad de familias a Indias. García Galán, como antes se indicó,
renunció a su derecho de permisión a cambio de la recepción de bizcocho, vino y
otros mantenimientos del alférez lagunero Felipe Fernández Sidrón, aparte de di-
nero que le sirvió para las lebas de gente que embarcó. Condujo a Indias 29 fami-
lias y 68 infantes641.
Ante ese movimiento de gente a América evocaban los regidores que en aquella
sala se habían tomado acuerdos sobre esa materia de saca de gente y con poste-
rioridad habían salido muchos hombres a Flandes, pero el riesgo consistía en que a
cressido tanto la pobressa, que si se diesse lugar se embarcaría la mayor parte de
moradores, como lo comensaron haser en la escuadra de cargo de D. Francisco
Garçía Galán. La institución decidió, ante la inminente arribada de esos navíos,
obedecer y suplicar las posibles cédulas reales, aparte de exigir el apoyo del capi-
tán general642. Este asunto continuará ocupando el interés concejil a lo largo de
1687, lamentando los concejales el desamparo en la guarda de la isla, hasta el
punto —aseveraban— de que el 75 % de la población lo componían mujeres y ni-
ños, y sólo el resto lo conformaban hombres aptos para las armas643. La causa,
una vez más, se atribuía a las ahora vituperadas levas de la última decada, que
habían supuesto la salida de más de 3.000 hombres, y de hecho el tema será
objeto de mención en numerosas peticiones a la Corona para intentar la veda mi-
gratoria en los decenios siguientes. Con escaso éxito, en gran medida por la razón
ya apuntada: la burguesía e hidalguía isleña compraban méritos indianos con «ser-
vicios» pagados con sangre isleña. Por último, cabe decir, retornando al envío de
los reclutados a Flandes, que frente a las teóricas condiciones estipuladas en los
contratos de fletes, la realidad del avituallamiento de las tropas era muy diferente,
como lo reflejaba el informe de 4 de septiembre de 1686 del gobernador de Flan-
des, marqués de Gastañaga, al Consejo de Estado, acerca de la llegada a Ostende
de un grupo de 40 soldados canarios desarmados y desnudos bajo el mando de un
capitán; pero lo peor era que el cuadro descrito no resultaba novedoso, pues con
anterioridad (en los últimos meses de 1685) había avisado sobre la venida de cin-
co compañías de Canarias en las mismas condiciones, y los más de ellos mucha-
había en aquellas islas (HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, Manuel: «Colonización canaria y política misio-
nal...», art. cit., p. 200).
639 AHN, Consejos, leg. 4.457, expdte. 24.
640 AHPSCT, Prot. Not., leg. 834, reg. de 1686, f.º 266.
641 MORALES PADRÓN, Francisco: Cedulario de Canarias, transcripción y estudio preliminar por Fran-
997
chos644. En su día, el Consejo de Estado había reclamado informe al Consejo de
Guerra sobre el procedimiento practicado en el ajuste de esa leva. En respuesta,
recibida en el Consejo de Estado el 23 de febrero de ese año, se relataban los por-
menores ya conocidos. El Consejo de Estado propuso entonces que se previniese
al capitán general de Canarias para evitar esas penurias en el resto de la tropa que
faltaba por enviar, sugerencia aceptada y apoyada por el rey. Como las disposi-
ciones habían sido claramente incumplidas, ya que los 40 hombres habían llegado
en tan mal estado como las cinco primeras compañías, se tornó a representar en
idéntico sentido al rey el 24 de octubre, redundando en la exigencia de que los
soldados debían llegar vestidos o con el dinero preciso para vestirlos en Flandes, y
en cualquier caso armados. El rey hizo suya la consulta y dispuso las órdenes
oportunas, pero era tarde. Por la causa que fuese, la mortandad en los campos de
Flandes era elevada: cuando el tercio fue reformado, a finales de 1689, quedaban
409 hombres, que probablemente serían utilizados en la siguiente guerra, de la
que hablaremos a continuación. El Consejo de Estado determinó que lo mejor era
no realizar más reclutas en Canarias sino en casos forzosos y en años estériles. El
Tratado de Ratisbona (agosto de 1684) debía iniciar teóricamente un período de
20 años de paz entre ambas naciones. Pero la estrategia de la Corona, las alianzas
internacionales, la estrategia y las ambiciones de algunas potencias hacían añicos
los informes, las consultas, los deseos.
en 1691 el gobernador intentó una leva de 500 hombres anuales mientras siguiese la guerra con
Francia, pero las ciudades rechazaron el designio. Entonces el gobernador ejecutó el reclutamiento
998
Pasemos a examinar con brevedad las circunstancias político-bélicas europeas
que explican este nuevo llamamiento. Los diplomáticos deseos enunciados en la
mencionada tregua de Ratisbona (agosto de 1684), alcanzada entre Francia, Aus-
tria y España tras el enfrentamiento franco-español de 1683-1684, apenas duraron
cuatro años. En noviembre de 1688 comenzó la guerra de los Nueve Años o de la
Liga de Augsburgo, que enfrentó a Francia648 con una coalición europea en la que
España aceptó entrar. Esta vez, como se comprobará a continuación, Carlos II
contó con el apoyo de Inglaterra. Cuando se dispuso la leva ya hacía dos años que
los franceses habían reiniciado las hostilidades en territorio peninsular (bombar-
deos de Barcelona y Alicante en 1691, ocupación de diversas plazas catalanas en
1693). Mientras, en tierras flamencas, los coaligados sufrieron la derrota de Neer-
winden. Como se indicó más atrás, el conflicto terminó con la Paz de Ryswick en
1697, volviéndose al statu quo de la Paz de Nimega (1678).
Respecto a las características de este leva, la reciente historiografía se ha ocu-
pado de ella, en particular Rodríguez Hernández, Anaya Hernández y, sobre todo,
Sevilla González649. Desarrollaremos los pormenores en las próximas páginas, com-
pletando la información de estos autores, en especial basándonos en documenta-
ción procedente de archivos locales y estatales650. La data de inicio del proceso es
el 5 de noviembre de 1693, que es cuando los tenientes generales651 elevaron con-
sulta al rey sobre el particular. El 13 de dicho mes pasó el asunto a la Secretaría
de Guerra, y al día siguiente se redactó la cédula que le llegaría a Eril con el resto
de la documentación, que tardó algo menos de un mes en llegar a su destinatario.
Por lo demás, y esta parece una cuestión de suma importancia, el capitán general
Eril no sólo no opuso ningún reparo a la leva, sino que según la documentación de
la Corte fue él mismo quien propuso el reclutamiento, lo que explica la extrema di-
ligencia en sus actuaciones, como se advertirá enseguida.
Como está ya publicado, se facultó al general para que los mandos de las com-
pañías (capitán, alférez, sargento) y el sargento mayor, fuesen isleños de la maior
de modo directo mediante las justicias locales y las órdenes religiosas, sistema que repitió en 1692
para alistar 800 soldados a Flandes, además de otra con igual destino de 1.000 hombres (SAAVEDRA
VÁZQUEZ, M.ª del Carmen: «La contribución de Galicia a la política militar...», art. cit., p. 696).
648 Francia pretendía nuevamente extender sus dominios hacia el norte y el este. La citada Liga se
había formado en 1686: el emperador, España, Suecia, Saboya, Venecia, el elector palatino, el duque
de Holstein-Gottorp, los príncipes alemanes de Baviera, Suabia y Franconia (ECHEVARRÍA BACIGALU-
PE, Miguel Ángel: «El ejército de Flandes en la etapa final...», art. cit., p. 566).
649 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento…», art. cit.; ANAYA
HERNÁNDEZ, Luis Alberto: «La leva canaria de 1693-1694», en ARANDA PÉREZ, Francisco José
(coord.): La declinación de la monarquía hispánica..., (2004), pp. 451-462; SEVILLA GONZÁLEZ, Car-
men: «La junta de tenientes generales en las islas Canarias. La leva de 1693», en XIV Coloquio de
historia canario-americana (2000), Madrid 2004, pp. 1.110-1.120; misma autora: «Carlos II y las islas
Canarias: singularidad y alcance de algunas normas jurídicas de su reinado (el almirante de Castilla,
teniente general para las islas Canarias)», en XIII Coloquio de historia canario-americana (1998),
Madrid, 2000, pp. 1.945-1.957, interesante artículo sobre el panorama político e institucional español
de esa época.
650 AHN, Estado, leg. 474; AGS, Estado, legs. 3.969, 3.888. Este último legajo lo ha manejado tam-
chipiélagos balear y canario y las plazas africanas se atribuyeron a tres elevados personajes, a la par
consejeros de Estado y de Guerra (los «tenientes generales»). Según Andújar, se atribuye al duque
de Montalto la creación de la Junta de Tenientes Generales, que modificó el funcionamiento de los
órganos decisorios militares de la monarquía, en cuanto prevaleció su autoridad más allá del Consejo
de Guerra con el fin de agilizar la ejecución de las órdenes (ANDÚJAR CASTILLO, Francisco: «Refor-
ma política y económica en el reinado de Carlos II: El ´valimiento´ del duque de Montalto (1691-
1694)», en PARDOS MARTÍNEZ, J. A., J. VIEJO YHARRASSARY, J. M.ª IÑURRITEGUI RODRÍGUEZ,
José M.ª PORTILLO VALDÉS y Fernando Andrés ROBRES (eds.): Historia en fragmentos. Estudios en
homenaje a Pablo Fernández Albadalejo, Madrid, 2017, p. 543).
999
calidad, espíritu y garvo. La financiación consistía en 20.000 pesos (reales de a
ocho) que el gobernador de Hacienda libraría en las rentas reales o en otros efec-
tos disponibles, aunque con la salvedad de que —como era costumbre, según he-
mos comprobado en levas precedentes— el capitán general debía afrontar un
eventual déficit presupuestario, bien fuese recurriendo a su crédito o librándolo a
la Corte. De igual modo que se actuó en otras levas, aunque fuera de modo par-
cial, para abaratar costos de flete se determinó el uso de barcos mercantes britá-
nicos, que acudían anualmente en número de 30 o 40 a cargar vino malvasía, es-
coltados por dos o tres navíos de guerra, para cuyo contacto inicial se encomen-
daba a Eril que se pusiera en contacto con el embajador español en Londres652.
Con objeto de que sirviese de ayuda, el monarca dirigió sendas notas a los emba-
jadores de Holanda e Inglaterra en Madrid para que emitiesen cartas facilitadoras
del transporte a Flandes. En cuanto al maestre de campo y sargento mayor, se
dispuso que en su momento viniesen desde la Península, pero se tenía la intención
de que fuesen isleños con la experiencia militar requerida653. La premura era tan
grande que se acordó fletar expresamente una embarcación en Cádiz para portar
los despachos y órdenes, en caso de no hallar ninguna con destino canario. La pri-
sa era lógica si tenemos presente que era necesario movilizar las tropas y tenerlas
dispuestas para cuando llegasen los bajeles ingleses. El capitán general debía
tener margen de tiempo para reunir a la gente, pero además debía ser extremada-
mente preciso para evitar el otro inconveniente: una precipitada concentración de
soldados. En el primer caso, debería pagarse la demora a los maestres de los na-
víos; en el segundo, sería forzoso atender al mantenimiento de la tropa un mayor
número de días o semanas, y una y otra situación resultaban lesivas para la ha-
cienda real.
La presteza fue tan grande —se advertía a Eril de que la ejecución de la orden
de leva era inmediata—, que el 14 de noviembre, cuando aún no había salido de
Madrid la documentación con destino al general, se habían realizado las citadas
gestiones ante los representantes de Inglaterra y Holanda con objeto de obtener
documentos para el comandante del convoy que debía dirigirse a Canarias, pero
en principio sólo se había logrado respuesta oficial del embajador inglés, D. Ale-
jandro Stanhope. El diplomático había redactado un escrito recomendatorio, con-
siderado suficiente pero corto por las autoridades españolas, que utilizaron esa
misiva —con la intermediación del embajador hispano en Londres, D. Manuel
Coloma—, para lograr un documento más contundente de Guillermo III destinado
al comandante del convoy. Aquél recibiría instrucciones desde Canarias de mano
del general Eril, a quien se recordará que se le había instado a actuar en estrecha
correspondencia con el embajador. Solo un último escollo dilató, aunque fuera por
un par de días, la remisión de todas las órdenes y despachos (orden de la leva,
carta del gobernador de Hacienda con inclusión de las patentes de los mandos,
etc.): la sorda pugna institucional por el poder entre el Consejo de Guerra y la
Junta de Tenientes Generales, dilucidada el 11 de noviembre a favor de la Junta,
652 Se pueden ampliar detalles acerca de esas flotas, como la llegada en 1694, así como sobre el
ambiente que rodeaba a las relaciones canario-británicas y la coyuntura económica de esos años en
el excelente artículo de Francisco FAJARDO SPÍNOLA («La Guerra de Sucesión española y la comu-
nidad británica en Canarias: el final de una época», en Felipe V y el Atlántico. III Centenario del ad-
venimiento de los Borbones, XIV coloquio de historia canario-americana, Gran Canaria, 2002, pp. 49-
88). Alude Fajardo a la presencia en Canarias de una flota de 31 barcos, escoltada por navíos de
guerra, en enero de 1694.
653 Es posible que el sargento mayor fuese D. Pedro Nolasco Benítez de Lugo, a quien el «Nobiliario»
nombra en tal cargo en una expedición a Flandes, sin concretar fecha, pero dada su fecha de naci-
miento y su hoja de servicios militar, entendemos que puede ser esta (FERNÁNDEZ DE BÉTHEN-
COURT, Francisco: Nobiliario…, t. I, op. cit., p. 181).
1000
cuando ya el Consejo poseía una cédula firmada por el rey lista para remitir a Eril.
La respuesta de este fue rápida: nada más tener en sus manos la orden que ya
debía estar aguardando, el general solicitó informe a D. Joseph de Carriaço sobre
el costo de la recluta del general Varona (la anterior, de 1684), expediente que en-
tregó el 7 de ese mes; dos días más tarde, el 9 de diciembre —cuatro días des-
pués de la llegada de las órdenes — se dirigió al almirante de Castilla, el teniente
general a quien estaban encomendados los asuntos de guerra y leva de Cana-
rias654, entre otros territorios, acusando recibo de las disposiciones.
A partir de ese momento adquirió suma importancia el plan previsto por Eril,
pues ya se ha comprobado cómo el éxito o fracaso de una movilización dependía
en buena medida de las decisiones adoptadas en las islas. Reparaba el capitán ge-
neral en un problema respecto al convoy británico, y era la carencia de puntuali-
dad en su arribo, no sólo por las contingencias propias del mar, sino por las de su
despacho desde Londres. Apenas se conocía que tomaban puerto en Canarias a
partir de mediados de enero, pudiéndose estimar como fecha límite los días finales
de febrero. Otro detalle significativo que ponía en conocimiento de su superior y
correligionario austracista era el período de estancia y espera en puerto isleño (un
máximo de 40 días improrrogables), sin posibilidad de negociar o de ordenarles al-
gún tipo de aplazamiento, debido a los seguros y fletamentos que impedían demo-
ras excesivas; por ello, explicaba Eril, era imprescindible que la leva se adelantase
para su embarque, intentando disponer del mayor número posible de gente, pues
en caso de no contar a la sazón con los 1.000 hombres solicitados era preferible
remitir posteriormente el resto en diferentes navíos que salían para Holanda e In-
glaterra, pues el costo era similar, mientras él procedería a repartir las patentes a
los capitanes de las compañías. Estas se componían de 80 hombres cada una,
mientras la del maestre de campo ascendía a 120 hombres.
Otro asunto de importancia para el general era el de los cargos de maestre de
campo y sargento mayor, cuyas patentes en blanco solicitaba concederlas a perso-
nas adecuadas y «pudientes», pues esos mandos atenderían la leva como interés
propio, y aunque no contribuyesen por vía de contrato intentarían alistar la mejor
gente posible. En cuanto al coste calculado, indicaba que era harto limitado, como
se podía inferir de la comparación con la última leva de Varona, por lo que pro-
ponía que se le remitiese orden para extraer más cantidad de las mismas rentas,
ya que su crédito personal era trabajosa hipoteca, e insistía en que el envío de
patentes de maestre de campo y sargento mayor adelantaría mucho. El general
finalizaba su carta con otras cuestiones para que los burócratas de la Corte se per-
catasen de la dificultad o imposibilidad de dar cumplimiento a algunas partes de
sus órdenes de despacho, ajenas a la realidad; por ejemplo, subrayaba la inviabi-
lidad de la correspondencia con el embajador en Londres, pues posiblemente sólo
podría comunicarse con él mediante el convoy que se esperaba, y quizá la primera
carta que podría recibir a su vez de Canales sería con esa flotilla, de manera que
cualquier instrucción al embajador debía formalizarse desde Madrid. Asimismo, re-
cordaba su desconocimiento sobre el lugar concreto al que debía encaminar la leva
y la identidad del militar que debía recibirla en el punto de destino, extremos es-
tos relevantes, pues a pesar de la corta distancia entre el lugar de derrota de los
navíos y Las Dunas, tenía que prevenir a los cabos que conducían las tropas y
ajustarlo en los fletamentos. Tenía razón Eril en puntualizar esos pormenores,
pues se advertían cabos sueltos en una situación de urgencia y se imponía la coor-
dinación entre muchos responsables ubicados en lugares distantes en una opera-
ción sujeta a imprevistos. La realidad, como verificaremos, dará la razón al gene-
ral, y hasta los propios errores y negligencias de la diplomacia cortesana torpedea-
654 SEVILLA GONZÁLEZ, Carmen: «Carlos II y las islas Canarias…», art. cit.
1001
rán el buen logro de la misión. En fin, aseguraba el militar en su epístola que esa
misma semana comenzaría el enganche, previendo un desembolso moderado ha-
bida cuenta del poco tiempo que mediaba hasta la venida de los barcos ingleses.
En esto último no anduvo descaminado.
Como antes se señaló, Eril estaba interesado en transmitir al almirante el gasto
efectuado por Varona, por lo que aprovechó el envío del testimonio para recalcar
su afán por abaratar al máximo el costo de la operación, aunque el flete no depen-
día de su buen hacer sino del contrato con los capitanes de los convoyes. Lo que sí
entraba en su competencia era el abono de salario a los oficiales, y en ese sentido
consultó a su superior acerca de si el pago a los capitanes corría desde el día en
que sentaban sus plazas. Como así estaba obrando él, para obviar dispendios sólo
nombraba los mandos imprescindibles para las compañías realmente formadas.
También avisaba, reiterativo, que saldrían con la flota las tropas disponibles, que
debían navegar sin armas por su manifiesta carencia en Canarias, pretendiendo
curarse en salud en un tema que a veces suscitaba reproches de la Corte, como
había ocurrido con la recluta anterior.
Hay que indicar que la leva, como era usual e iba dispuesto en la orden, alcan-
zaba a todas las islas, y así lo confirmaba la segunda comunicación evacuada por
Eril el 24 de enero de 1694, es decir, mes y medio después aproximadamente de
haber iniciado el reclutamiento. Le anunciaba al almirante que ya estaban asen-
tados 246 hombres, cifra tal vez inferior a la real porque había demoras en los avi-
sos llegados de algunas islas. Sorprende, si se coteja con la información analizada
más adelante, el alegato de descargo del general acerca de esta suma un tanto
exigua de alistados con el argumento de que la nómina de soldados se reducía a
hombres muy al propósito —aducía Eril que los muchachos sólo generaban gas-
tos—, de modo que se estaba procediendo selectivamente, pensando más en la
calidad que en el número. Destacamos también esto porque un aspecto casi obse-
sivo en el epistolario de Eril fue la redundancia en el ahorro experimentado en las
variadas facetas de su cometido (adquisición de material, alquiler, fletes, etc.). En
esta materia son marcados los contrastes con su antecesor en el mando (un 20 %
de economía respecto a Varona), con tratarse de unas operaciones realizadas ocho
años más tarde. Será el caso, por ejemplo, de la indumentaria y del transporte.
Por esas fechas ya el general Eril anunciaba como improbable que pudiera embar-
car los 1.000 hombres, pero sí prometía enviar más de 500. Finalmente, solicitaba
10.000 ó 12.000 escudos, que entendía proporcionados para toda la leva, jactán-
dose de que sería la más económica, pues el coste de la última, de 450 hombres,
había ascendido a más de 230.000 rs. Además, hacía notar la necesidad del maes-
tre de campo y del sargento mayor.
La ansiada comitiva inglesa apareció el 28 de enero y zarpó el 16 de marzo ha-
cia el norte. En ese mes y medio es de imaginar la actividad del general y de los
oficiales de las seis compañías que finalmente envió. A las otras islas se despla-
zaron oficiales para levantar gente; por ejemplo, a Gran Canaria acudieron el ca-
pitán D. Francisco Coronado y el alférez D. Diego Bermúdez. Casi en vísperas de
partir las tropas, el 9 de marzo, se le autorizó desde la Corte el crédito requerido
de 10.000 escudos suplementarios, que obviamente recibió con retraso. Villanue-
va, que actuaba como enlace entre Carlos II y el almirante, será quien le participe
a este la orden para que traslade, como gobernador de Andalucía y Canarias, esa
nueva a Eril. Mientras, desde Tenerife, centro de decisiones y lugar de encuentro
de los movilizados de todas las islas (aportaron efectivos de todas menos de La
Gomera y de El Hierro), el capitán general avisó al almirante el 10 de marzo de
1694 para transmitirle sus decisiones, pues ya estaban a punto de salir los barcos
ingleses y no cabía consulta a los superiores sino justificación (esa carta se reci-
1002
biría en la Corte nada menos que el 5 de julio). Aprovechaba asimismo para noti-
ciarle que iba a proceder al embarque de seis compañías de 75 hombres (más los
oficiales). Aunque los soldados viajaron distribuidos en distintos navíos, el convoy
discurrió en conserva hasta llegar a Las Dunas, pues hasta ese punto los merca-
deres habían asegurado sus fletes y seguros. Como en esa fecha no había recibido
respuesta a su solicitud de crédito, insistía en la necesidad de 12.000 escudos y en
la eficiencia económica de su gestión, proclamando nuevamente que sería la leva
menos costosa levantada en las islas (los vestidos los había negociado a 38 rs. de
plata menos que Varona, y el transporte de cada soldado supondría 20 rs. menos).
Con el propósito de seguir la recluta, su plan consistía en dejar en Canarias tres
capitanes, de modo que el resto de las compañías se irían remitiendo en cuanto la
ocasión se presentara. El general se sirvió de los fondos del impuesto del 1 % para
la leva, o por lo menos así consta en La Palma, y lo más probable es que en Tene-
rife ocurriese lo mismo. En esta isla no debió encontrar oposición, pero sí en La
Palma, donde el Cabildo se resistió. Eril actuó entonces con suma firmeza y pren-
dió a los regidores hasta que, en diciembre de 1694, tras 50 días de prisión, los
ediles se plegaron a remitirle los fondos del arbitrio655.
Eril apuró hasta la víspera la firma del flete ante notario: el 15 de marzo el vee-
dor y contador D. Joseph de Carriaço será el encargado de formalizar ese contrato
con los negociantes británicos Cristóbal Francis (avecindado en Puerto de la Cruz),
y Guillermo Pouldon656. En el documento se concertaba el viaje de hasta 500 in-
fantes, aunque al final embarcaron 439 soldados (incluidos los sargentos), 6 ca-
pitanes y 6 alféreces; por tanto, 475 hombres, que irían repartidos entre buques
de guerra y mercantes. Si bien el destino final era Las Dunas, se preveía que podía
producirse un desembarco en Plymouth, pero en cualquiera de los casos el paso a
tierra sería a cuenta de los ingleses y la tropa quedaría a las órdenes del embaja-
dor Canales. Las condiciones incluían la comida, el agua y bizcocho. Los oficiales,
como solía ser costumbre, se alojaron en las cámaras de los navíos y comieron en
la mesa de los capitanes de cada barco. El flete se pagó a razón de 80 rs. (100 rs.
isleños) por cada infante, y el doble costó el de los oficiales, aunque se eximió de
pago a un capitán y su alférez.
Se habrá reparado en que, en contraposición con lo detectado en otras levas (a
veces, bastaba el simple anuncio de que se podía realizar alguna), no hemos men-
cionado en esta ocasión la reacción capitular, y es que no la hubo, o al menos no
se refleja en las actas municipales tinerfeñas sino tardíamente y de modo indi-
recto. Un mes y medio después de la salida del grueso de los soldados y cuando
todavía se estaba procediendo a la continuación del enganche, con bastante par-
simonia los regidores expresaron su inquietud ante la emigración a América en
unos momentos en que se estaba levantando la leva a Flandes, pues se ba despo-
blando la ysla de jente en tanto grado que las conpañías de ynfanterían [sic] que
se conponían de ciento y veinte hombres, o [sic] no llegan a cincuenta, y ay luga-
res despoblados657. La razón de la desbandada vecinal era la miseria, como reco-
nocían los concejales —se recordará que esta causa se repite en las actas—, pero
el peligro residía más bien en la avaricia de algunos negociantes que pretendían
enriquecerse fomentando aún más el paso de numerosas familias a Indias, por lo
que se acordó pedir al rey la prohibición de la salida de más gente y la suspensión
de la saca de familias para prorrogar el privilegio comercial con América. En defini-
tiva, más que las levas inquietaba a los regidores lo que empezaba a asemejarse a
un pausado pero inexorable tránsito sistemático de miles de personas a Indias que
655 LORENZO RODRÍGUEZ, Juan Bautista: Noticias para la historia…, t. III, op. cit., p. 413.
656 AHPSCT, Prot. Not., leg. 839, reg. de 1694, f.º 61 (15 de marzo de 1694).
657 AMLL, Libro de actas 32, ofic. 1.º, f.º 428 (30 de abril de 1694).
1003
no parecía tener fin. Hay que pensar que la recluta no causó esta vez conmoción,
pues de haber sido así se hubiera convocado cabildo general y habría noticias de
huidas masivas al monte. Los aspirantes a nobles isleños parecían haber colmado
la mayor parte de sus aspiraciones o encontraban otras vías de ascenso social. Im-
portaba más ahora el negocio de la emigración y la decadencia de la exportación
de malvasía a Inglaterra, aparte del deterioro de las condiciones de intercambio
con esta potencia. Como sabemos, la Corte no atendió las peticiones isleñas, lo
que lamentará el Cabildo en fechas posteriores, como en 1697658 .
En lo que se refiere al capítulo financiero, la documentación permite no sólo
cuantificar el costo de la leva, sino afinar en la estructura del gasto. Según un in-
forme del veedor Carriaço (8 de mayo de 1694), que incluía el dinero gastado des-
de el 9 de diciembre de 1693 hasta esa fecha, la suma total ascendió a 183.792 rs.
y 2 cuartos. El mayor porcentaje de esa cantidad (36 %) concernió a la subsis-
tencia de los reclutas desde su asiento hasta el embarque (se les socorría dia-
riamente con 2 rs). Los dos siguientes capítulos en importancia, bastante iguala-
dos, correspondieron en un 27 % a la indumentaria (600 vestidos659 comprados al
mercader británico Francisco Koper), y al flete, que por un importe de 45.900 rs.
supuso el 24,9 % del gasto global. De mucha menor entidad, hubo otros aparta-
dos como 487 espadas (a 8 rs.), el costo de iluminación y alquiler de las casas de
los cuerpos de guardia, y el de los transportes y fletes interinsulares (traslado de
soldados desde Gran Canaria, La Palma, Lanzarote y Fuerteventura), o la adquisi-
ción de colchones y el alquiler de sábanas para atender en el hospital a los 36 sol-
dados enfermos que no pudieron embarcar. En el momento de ese informe, ade-
más, se habían inscrito otros 40 soldados, lo que sumaba 76 soldados disponibles,
que bien podían constituir otra compañía.
Ese dosier fue enviado por Eril al almirante el 12 de mayo con una carta en la
que avisaba de una momentánea interrupción de la leva. La razón estribaba en el
naufragio en las Azores de tres navíos en los que pensaba transportar dos o tres
compañías, que podría reunir en poco tiempo en cuanto hubiese ocasión. El ge-
neral estimaba preferible el cese temporal de la recluta para ahorrar gastos de
mantenimiento, aparte de la desmesura que implicaba fletar un barco desde Cádiz
para conducir las tropas. También anunciaba el recibo de los 10.000 escudos, que
por exiguos debían completarse con dinero procedente de la tercia parte de los sa-
larios descontados por orden real a todos los funcionarios de la monarquía, cuya
658 AMLL, Libro de actas 33, ofic. 1.º, f.º 33 v.º (7 de julio de 1697).
659 La indumentaria se componía de casaca, calzón, jubón con mangas, 2 camisas, medias, zapatos,
sombrero y corbata. Como es sabido, no existió uniformidad en la vestimenta de los soldados, y los
tratadistas hablan de cierta inclinación a la ostentación, así como de una mera distinción por colores
en los trajes de los contendientes en los campos bélicos de Flandes (el rojo predominaba entre las
tropas españolas). A mediados del s. XVII comenzó, de modo incipiente, una tendencia a la homo-
geneidad, pero sin punto de comparación con lo que entendemos por uniformidad un siglo después.
Parece que en el seiscientos, en Flandes la mayoría de los soldados vestía prendas de color pardo,
conforme a la moda de esa época, pero después de 1670 se produjeron algunas modificaciones y
predominaron los colores en los uniformes (RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, José Antonio: Los tambores
de Marte. El reclutamiento en Castilla..., op. cit., p. 58). Ya comprobamos cómo en la leva de 1662
se mencionaban calzón, casaca de sarje y estameña y paño basto, jubones de bombasín y medias de
lana de colores variados. Teijeiro de la Rosa menciona que en un contrato, ajeno a las islas, de me-
diados del seiscientos, las piezas proporcionadas fueron: camisa de lienzo de Brabante, jubón del
mismo lienzo, hungariña de paño pardo catorceno, calzones de esa calidad, medias de paño, zapatos
de cordobán, coleto de badana, sombrero de color, pañuelo de valona, espada de tahalí; una década
posterior alude a la moda francesa: casaca fancesa con mangas anchas dobladas hasta el codo y con
bolsillos en los costados, corbata de lienzo en vez de golilla [TEIJEIRO DE LA ROSA, Juan Miguel:
«Logística y financiación», en O´DONNELL, Hugo (dir.): Historia militar de España. III. Edad Moder-
na..., (2013), p. 232]. En las reclutas canarias debió primar la diversidad, cuando no la falta de vesti-
dos, bien sea por negligencia (ahorro) o por las condiciones nefastas en el transporte.
1004
porçión se va separando no con poco dolor de los ynteresados, pues yo no tengo
más emolumentos que los treçientos escudos que goço por sarjento general de va-
talla.
Lo que no sabía el capitán general era que, mientras redactaba esa comunica-
ción, el embajador español en Londres debía remediar la pésima situación de las
seis compañías canarias llegadas a Las Dunas (The Downs, unos 20 km al oeste
de Plymouth) el 22 de abril; es decir, se habían invertido unas cinco semanas en la
travesía hasta la costa inglesa. Dos días más tarde, se personó en Londres el jefe
de la expedición, el capitán D. Juan de Ahumada, ya que se recordará que no via-
jaban el sargento mayor ni el maestre de campo. Ahumada le entregó a Canales la
carta de Eril y lo puso al corriente del mal estado de la tropa (57 enfermos, aparte
de los 4 fallecidos sin asistencia sacerdotal ni médica660), debido sobre todo a la
deficiente ración alimenticia de a bordo: se socorría a diario con sólo 4 libras de
bizcocho y 12 sardinas a cada media docena de soldados661 (a todas luces, unos
300 gramos de bizcocho y dos sardinas para un hombre cada día era muy poco).
De nada sirvió la reclamación efectuada por Ahumada al capitán del bajel en que
viajaba recordando la obligación notarial contraída, pues remitió las quejas al otor-
gante de la escritura. El comandante se vio precisado a comprar medio quintal de
bizcocho cuando se consumió, lo que bastó en ese barco hasta que saltaron a tie-
rra. Por si fuera poco, Canales reparó en que carecían de oficial de veeduría, de
comisario y de medios para alimentarse, y a pesar de su buena voluntad Ahumada
era joven y poco experimentado.
Los informes redactados el 30 y 31 de abril por el capellán mayor y el propio
Ahumada revelaban más detalles del desastre, incluso en tierra. Atestiguaba el sa-
cerdote que las enfermedades de la tropa provenían del intenso frío y de la ham-
bruna soportada: Están en una casa sin ventanas, viento por todas partes, sobre
un puño de paxa molida 30 y 40 en cada aposento, tan llenos de pioxos que en
marchando se sienten crujir debajo los piez. Había mejorado la alimentación y la
recuperación era palmaria, pero una permanencia prolongada podía provocar la
muerte de una cuarta parte de la tropa debido al frío extremo y estar ahogados
unos sobre otros que causa infectión. La impresión de Ahumada cuando inspeccio-
nó el alojamiento de los soldados (allí estaban los 57 enfermos) también era elo-
cuente: Aseguro a V. E. quisiera no aberlos bisto; todo su achaque se a orijinado
de lo mal que los desembarcaron, pues salieron todos mojados. Los responsables
militares atendieron las penurias de la tropa como pudieron, a veces con recursos
propios. Consumidos los 200 pesos proveídos por el jefe expedicionario hasta el
día 28, el desembolso realizado esos días ascendió a 173 patacones aportados por
los capitanes, quienes destinaron al auxilio de los desvalidos soldados una pe-
queña cantidad reservada en principio para hacerse una casaca al saltar a tierra.
Ahumada completaba su relato con un cálculo de los gastos previsibles y de las
provisiones, y una referencia a las deserciones: era probable la exigencia de 21/2
patacones por el coste del alojamiento diario; la ración negociada consistía en car-
ne compuesta y 11/2 libra de pan a cada uno (en particular, a los enfermos ½ libra
de carnero), cerveza... En cuanto a las fugas, la dura situación experimentada y la
incertidumbre habían espoleado el deseo de abandonar la empresa en algunos sol-
dados (tan sólo el día antes del informe del comandante habían huido seis).
No había exageración en las descripciones y el embajador tuvo oportunidad de
verificar el drama en su propia posada, pues hasta allí se habían dirigido un sar-
660 Canales, compadecido, envió a la posta al capellán mayor de la real capilla, y ordenó la curación
de los enfermos.
661 Únicamente el capitán del navío El deleite suministraba una libra de bizcocho por soldado, pero
1005
gento y 40 soldados con un sargento, a los que un bajel había arrojado a la costa
para ahorrarse su sustento, permaneciendo allí hasta que Canales logró embar-
carlos en uno de los navíos que debía trasladar la expedición a Ostende. Como Las
Dunas estaba a 30 leguas, y también en Inglaterra se reclutaban soldados con un
enganche de 12 escudos, suma tentadora para una tropa tan maltratada, decidió
el embajador paliar los males acelerando las gestiones con el gobernador de Flan-
des, elector de Baviera, para el transporte a ese destino, pues podían tardarse
unos 20 días en los preparativos. Por supuesto, el diligente embajador se apresuró
a dar cuenta de la presencia de los soldados al rey inglés, pues sin su licencia no
podían desembarcar, formulando el monarca múltiples preguntas acerca de la si-
tuación.
Cuando Canales expuso a la Corte el lastimoso panorama (escrito del 27 de abril
al Consejo de Estado), ya tenía el propósito de recurrir al empréstito de un merca-
der —dada su precariedad de medios— para la subsistencia y el avío de los sol-
dados por un importe de 1.000 libras esterlinas, pagaderas por el elector de
Baviera. Las circunstancias financieras del embajador distaban de ser envidiables,
pues no disponía de dinero para su sustento y había perdido algunas alhajas em-
peñadas a prestamistas, que las habían vendido para resarcirse de su morosidad.
En definitiva, carecía de crédito entre los inflexibles negociantes británicos, porque
estos hombres escriven en bronze todas las faltas que se les hace y palabras que
no se les cumple. Por ese motivo halló casi todas las puertas cerradas cuando pre-
tendió obtener dinero para la expedición a Ostende; solo accedió un mercader lon-
dinense, Roland White, que exigió como garantía un aval británico, rechazando in-
cluso el del cónsul español D. Felipe de la Guerra. Precisamente ese 27 de abril se
formalizó el compromiso entre Canales y White, quien se comprometía a pagar
1.000 libras esterlinas (equivalentes a 10.500 florines amberinos) para la opera-
ción del traslado, que incluía la manutención de los soldados durante 20 días. El
embajador cursó una letra de cambio por ese importe, pagadera en Amberes, ac-
tuando como fiadores D. Felipe de la Guerra y Ricardo White (la letra en realidad
la libraba el cónsul español sobre D. Manuel de Fonseca, en Bruselas, reintegrable
en Amberes). A cargo de Canales quedaban trámites como la gestión en la corte
inglesa de pasaportes y salvoconducto para los barcos de transporte. Aunque la
travesía no era muy larga, con la lección aprendida de la calamidad acaecida en el
trayecto precedente desde Canarias, Canales procuró asegurarse de una dieta co-
rrecta, concretándose que cada soldado recibiría diariamente 11/2 libra de pan o
bizcocho662, 1 libra de carne, ½ libra de queso, dos jarros de cerveza y agua fres-
ca, mientras a los oficiales se les proporcionaría la ración correspondiente a su
rango.
662 Las escasas referencias en ese sentido apuntan a que se trataba de una ración estipulada: una
libra y media equivalía a unos 700 gr., que podían repartirse a veces en piezas de tres libras distri-
buidas cada dos días (TEIJEIRO DE LA ROSA, Juan Miguel: «Logística y financiación», art. cit., p.
228). A título de comparación, cuando vino en 1571 el capitán Gaspar de Salcedo desde Sanlúcar de
Barrameda a Canarias, la ración por soldado, tasada en 40 mrs., consistió en 2 libras de bizcocho, 1
libra de carne de vaca salada y medio azumbre de vino [AGS, CJH, leg. 114, f.º 17 ( Fuentes para la
historia de Canarias..., CD, regs. 172-178)]. Según Martínez Ruiz, la ración diaria de un soldado con-
sistía en 700 gramos de pan, 900 gramos de carne, pescado o queso y 6 cuartillos (unos dos litros)
de cerveza o vino (MARTÍNEZ RUIZ, Enrique: «La compleja financiación del ejército interior...», art.
cit., p. 81). Una dieta similar proporciona Parker para el soldado de los ejércitos europeos: 1.5 libras
de pan, 1 libra de carne, pescado o queso, 6 cuartillos de cerveza (o 2 de vino) (PARKER, Geoffrey:
La revolución militar. Las innovaciones militares..., op. cit., p. 110). De este último autor: 0.75 kg. de
pan, 0.5 kg. de carne o queso, 2 litros de cerveza (PARKER, Geoffrey: «El soldado», art. cit., p. 70).
Recordemos también la ración calculada por el veedor Hoyo en 1591 para los soldados de las fra-
gatas de D. Luis de la Cueva: 11/2 l. de bizcocho, 1 cuartillo de vino, 1 l. de carne fiesta o media libra
salada, 2 mrs. de agua.
1006
Ya el 7 de mayo el elector de Baviera había dado su conformidad a la operación,
por la parte que le tocaba, y había prevenido el pago y alojamiento de las tropas,
dependiendo del puerto en que finalmente se desembarcase. El elector encomiaba
a Canales en su información a la Corte española, y en cambio consideraba muy
digna de reparo la falta de providençia en el governador de Canarias —aparte de
insistir en la necesidad de medios en Flandes para socorrer a las tropas reales—,
pues entendía que Eril debió haber enviado o gestionado medios o créditos en In-
glaterra para el transporte al continente. Como han puesto de manifiesto otros au-
tores663, desde la Corte se responsabilizó en principio al capitán general de Ca-
narias del descalabro del envío, aunque más adelante comprobaremos cómo se
sustanció este asunto. El Consejo propuso al rey que se agradeciese a Canales y al
elector sus servicios, mientras se recomendó que el reproche a Eril debía proceder
de la Junta de Tenientes, consulta que contó con el refrendo regio.
El último acto, el más importante, debía transcurrir en el destino de la leva. Las
tropas pisaron tierra flamenca en mayo, y el 28 de ese mes, en Ostende, García de
Quintana, comisario en Brujas del veedor general de Flandes —D. Francisco
Henríquez Dávalos—, remitió una relación pormenorizada de los soldados canarios
llegados a ese puerto: de los 433 soldados embarcados habían llegado a Inglaterra
377, mientras de los 18 oficiales había muerto un alférez (en conjunto, pues, son
394 los militares canarios que pisaron Flandes). Denunciaba el veedor que las tro-
pas estaban desnudas y desarmadas, cuando en Canarias habían recibido armas,
según había comprobado por las listas. La explicación facilitada por los capitanes
se centraba en que se habían visto obligados a su venta para comer en Inglaterra,
donde además habían sustentado a los soldados a su costa durante ocho días.
Otros detalles resultaban asimismo escandalosos y sin duda aumentaban la irrita-
ción contra el capitán general de Canarias; por ejemplo, la extrema bisoñez de un
sector considerable de los reclutados (se mencionaba a unos 80 muchachos de 12
a 16 años) o el número excesivo de enfermos en la travesía a causa de las priva-
ciones padecidas (más de 200 afectados, incluyendo a tres de los seis capitanes y
a otros cuatro oficiales). Fue tal el infortunio que llegó a temerse que el mal daña-
se a la totalidad de la expedición, porque en ttodo el camino no olieron carne, con-
tradiciendo el concierto establecido en Canarias. En feliz contraposición, sí se cum-
plió el acuerdo negociado en Londres para el itinerario Inglaterra-Ostende. Desde
esta ciudad los soldados pasaron por Brujas para llegar a Amberes hacia el 5 de
junio. El informe citado fue remitido el 4 junio, se consultó en el Consejo de Esta-
do el 15 y fue remitido a la Junta de Tenientes Generales, que el 22 emitió su dic-
tamen. En el mismo acuerdo se coincidió en la necesidad de manifestar a Eril su
negligencia (en el sentido de desprevención que indicaba Canales), pero se confor-
maba con las disposiciones del capitán general en otros puntos, como la suspen-
sión temporal de la leva para ahorrar el precio del flete o la propuesta de utilizar el
tercio de los salarios que se había descontado.
Toda la documentación se envió al almirante, como responsable directo de la le-
va y superior inmediato de Eril. El 7 de julio manifestó a Villanueva su conformidad
con las consultas de Estado y de la Junta de Tenientes Generales, pero su predi-
lección hacia Eril, de cuyo nombramiento era responsable, le condujo a protegerlo.
Razonaba que no se podía inculpar al capitán general de Canarias por la inobser-
vancia de las condiciones del flete ni por las enajenaciones de armas y vestidos
realizadas por los soldados en Inglaterra. Llegó el almirante a imputar los graves
errores al marqués de Canales, pues al recibir copia de los contratos de fletamento
663
RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Antonio José: «Factores para un reclutamiento…», art. cit., p. 130;
ANAYA HERNÁNDEZ, Luis Alberto: «La leva canaria de 1693-1694», art. cit., pp. 451-462; SEVILLA
GONZÁLEZ, Carmen: «La junta de tenientes generales...», art. cit., p. 1.116.
1007
le competía a él exigir explicaciones y compensaciones a los capitanes de las em-
barcaciones por los incumplimientos habidos durante el trayecto. En última instan-
cia, estaba dispuesto a aceptar que la desaprobación a Eril fuese condicional, de
modo que si se había producido algún defecto en las capitulaciones del embarque
rectificase en el envío de las otras compañías.
También se le remitió al almirante, como transmisor de noticias al capitán ge-
neral, la carta de crédito del gobernador de Hacienda para que se sirviera de la
tercera parte de los sueldos ya aludida. Un problema añadido al que debió hacer
frente Eril fue la reivindicación salarial de algunos oficiales recién llegados a las is-
las, cuando no encontró recursos para pagarles, por lo que utilizó parte de los diez
mil pesos de la leva. No sabemos si pudo enviar más tropas y en qué condiciones.
Es de suponer que lograría enviar varias compañías más.
Con esta recluta finalizó la aportación canaria al ejército de Flandes en el s. XVII,
que en la segunda mitad de siglo llegó a unos 6.200 hombres. Con ánimo de
comparar, Galicia remitió unos 18.500 soldados664. Habida cuenta de la desigual
población de los dos territorios (Galicia contaba con unas diez veces más habitan-
tes que las islas), proporcionalmente las islas fueron compelidas a participar con el
doble que el noroeste peninsular. Es cierto que Galicia hasta 1668 (reconocimiento
español de la independencia lusitana) estuvo prácticamente exenta de las levas a
Flandes por su superior contribución, permanente, a la defensa de la frontera con
Portugal, pero incluso examinando el número enviado a partir de esa fecha fue su-
perior la extracción militar de Canarias, que, como se recordará, también tuvo que
aportar hombres con destino a Indias. Una parte de esa salida fue colonizadora,
pero eso es una verdad a medias, ya que los hombres ―al menos, parcialmente―
servirán como soldados de presidio en el punto de destino, como comprobaremos
a continuación. El ya citado capitán Franco de Medina propuso a la Corona en
1692 la remisión de 100 canarios a Puerto Rico a cambio de la gobernación de esa
isla665, y entre esa fecha y 1700 salieron de La Laguna 63 familias (315 personas)
a diversos puntos (150 a La Habana, 90 a Maracaibo, 78 a Santo Domingo)666. En
el envío de las 20 familias667 por Franco de Medina la Corona dictó instrucciones
precisas en las que se instruyó al capitán general de Canarias para que ayudase en
la consecución y el embarque de los emigrantes como si fuesen por cuenta de la
monarquía, pregonando la salida entre la población con el aliciente de ofrecer una
pequeña suma de dinero al inscribirse y con la promesa de ofrecerles sustento al
llegar al destino durante un tiempo razonable hasta que se pudieran sostener con
las tierras que se les repartirían, pues el objetivo era fundar un lugar, con otras
conveniencias y buenos pasaxes que se les harán para su conservazión y que es-
tén gustosos, sin estrañesa. En el caso de que algunas familias no contasen con
cinco miembros, podían asociarse con otra familia que superase esa cifra, para con
las que le sobran ajustar las que al otro le faltan668. Ese pacto (un contrato venal)
fue más amplio y debió mediar alguna entrega de dinero, pues coinciden la conce-
sión de un hábito de orden militar (real decreto de 13 de septiembre de 1692) con
la real cédula de 30 de diciembre de ese año por la que se le premiaba con la fu-
664 RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, José Antonio: «De Galicia a Flandes: reclutamiento y servicio de sol-
dados…», art. cit., p. 239.
665 FERNÁNDEZ BÉTHENCOURT, Francisco: Nobiliario…., t. II, op. cit., p. 531. Medina llevó 20 fami-
lias.
666 FARIÑA GONZÁLEZ, Manuel A.: «La emigración canaria a Indias, 1680-1717», en EIRAS ROEL,
1008
tura de la gobernación y capitanía general de Puerto Rico a cambio de llevar 20 fa-
milias canarias a esa isla. El oficio lo podía ejercer al término de la gobernación de
D. Gaspar de Arredondo, que finalizaba en mayo de 1695. Prueba de ese inter-
cambio, es decir, de que el pretendido «servicio» por la futura había sido una me-
ra compra fue la organización del viaje hacia junio-julio de 1695; esto es, cuando
ya había finalizado su cargo Arredondo y contaba desde 1693 con una real cédula
dirigida a la Audiencia de Santo Domingo para que no enviase juez pesquisidor a
Puerto Rico (Franco de Medina iba con título real), fue cuando aprestó su expedi-
ción con las veinte familias, que llegó el 26 de julio de ese año al puerto de San
Francisco de la Aguada por error del navío. Desde allí se dirigió a San Juan, donde
de inmediato presentó a las familias isleñas en la real contaduría, en donde se les
passó muestra y se le expidió certificación de la entrega, tomando posesión de su
oficio el 28 de agosto. No acabó todo ahí, pues Franco de Medina, tras pasar re-
vista al presidio advirtió que de las 400 plazas solo había cubiertas 264, contando
los agregados a las dos compañías de la guarnición, que son algunos de los mozos
que binieron con las familias, y por lo que tengo reconocido a muy poca costa se
pudieran conducir de dichas yslas de Canarias a esta plaza hasta 200 hombres o
asta acavar la dotación, y porque fuera muy del real servicio de V.ª Magd. el que
además de los dos capitanes que tienen dichas compañías huviesse otro con reclu-
ta de 200 infantes, así por qualquier acçidente que se ofrezca de caer enfermo el
uno y quedar toda la guardia de la plaza a cargo del otro, como porque la circum-
balaçión y puestos abanzados deste presidio neçesitan de más guarniçión, y por-
que si mueren algunos o faltan otros no ay de donde reclutarlos más ynmediatos
que de dichas yslas de Canaria, y de ser esta proposisión del mayor serviçio de V.ª
M. se servirá de dar las órdenes conbenientes para que el presidente de dichas Ca-
narias se providençie en su remissión, que creo serán muy a menos costa que la
que se haze de los reynos de Castilla669. El nuevo gobernador puertorriqueño no
terminó su mandato, pues pronto consiguió (¿venalidad?) la futura de la capitanía
general de Yucatán (14 de mayo de 1698), pero ni siquiera pudo saberlo, pues fa-
lleció en Puerto Rico dos días después de la real cédula de este nombramiento. Es
un ejemplo de intento de ascenso social que se encontró con límites en las islas
debido a la extraordinaria competencia con otras poderosas familias, desde el leja-
no nombramiento como capitán de Pedro Fernández Franco (capitán en Gran Ca-
naria), abuelo del gobernador de Puerto Rico, pasando por su padre D. Juan Fer-
nández Franco (sargento mayor, como se recordará, en 1638). Tras su fallecimien-
to se hizo residencia y fue condenado en algunos capítulos, por haber nombrado
como capitanes a sus dos hijos adolescentes ―sin contar con la edad mínima re-
glamentaria y sin suplimientos― y por obligar a los vecinos a contribuir a la ma-
nutención de las veinte familias que había llevado670.
669 RSEAPT, Fondo Tabares de Nava, 2.3.4., fols. 110 v.º, 111, 121, 122, 123 v.º, 194 v.º, 248. La
carta al rey solicitando esa recluta de 200 canarios está fechada el 28 de agosto de 1695, tras su
posesión el día 11. Al general conde de Eril se le comunicó el nombramiento de Franco de Medina co-
mo gobernador de Puerto Rico y el envío de las veinte familias por R. C. de 24 de enero de 1693,
con objeto de que lo apoyase. Consta que otro isleño, Juan Miguel de Rocha, residente en San Juan
de Puerto Rico y vecino tinerfeño, había prestado 1.300 pesos para socorrer a la infantería del presi-
dio de la isla, que le fueron devueltos por D. Juan Fernández Franco de Medina, como gobernador, el
15 de enero de 1697 (RSEAPT, Fondo Tabares de Nava, 2.1.2).
670 Ibíd., fols. 242-245. Sin apoyo en la isla, su hijo el capitán D. Juan Fernando Franco de Medina,
solicitó licencia para abandonarla y servir en Ceuta en 1700 (con escala en Gran Canaria para resol-
ver asuntos familiares), pero al no conseguir embarcación para desplazarse a ese destino africano
sentó plaza en Puerto Rico como capitán reformado hasta 1706, en que abandonó la isla.
1009
C.19. Reclutas indianas en torno a 1700 y la situación durante la gue-
rra de Sucesión
agosto de 1695), Franco de Medina había entregado allí las veinte familias, por lo que en un cabildo
de la misma fecha, con asistencia del gobernador y capitán general D. Gaspar de Arredondo, fue re-
cibido como nuevo gobernador y capitán general de la isla en virtud de las reales cédulas de 30 de
diciembre de 1692 y 19 de febrero de 1693.
677 HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, Manuel: La emigración…, op. cit., p. 30.
678 AMSCLP, leg. 689, sesión de 5 de enero de 1703.
1010
nas contamos con una mención. A mediados de 1701 se ordenaba el levantamien-
to de una compañía de infantería para el presidio de La Habana, cuya capitanía se
concedió a D. Juan Castilla Cabeza de Vaca en recompensa de méritos propios y
ajenos679. Este había sido alférez en Flandes durante 6 años, y durante 25 años
sirvió la plaza de veedor y contador en La Palma sin salario, mientras su padre D.
Fernando también había prestado ciertos servicios a la Corona.
No hubo aquí, que se sepa, divisiones o indecisiones respecto al apoyo al nuevo
monarca borbónico680, como sí ocurrió en otros territorios peninsulares681, si bien
algunos miembros de la nobleza se sumaron al bando austracista. A título indivi-
dual sí participaron en la lucha, en ambos bandos, una serie de miembros de la hi-
dalguía isleña o aspirantes a integrarse en el estamento nobiliario. Viera cita, a
modo de ejemplo, a D. Cristóbal y D. Diego de Herrera (hijos del conde de La Go-
mera), D. Andrés Benítez de Lugo (hijo del marqués de Celada), D. Adrián de Bé-
thencourt…682.
No tenemos constancia de otras reclutas durante el período bélico que dura has-
ta 1714 en España, cuando en otras provincias683 Felipe V recurrió a repartimien-
tos de soldados a cargo de los municipios. Es probable que ese hipotético descan-
so en la aportación de levas tenga relación con motivos relacionados con la segu-
ridad isleña, que descansaba ensencialmente en sus milicias. Quizá la monarquía
consideró que el riesgo de invasión y pérdida de las islas era superior a los bene-
ficios de una recluta. En una coyuntura de enfrentamiento con Gran Bretaña, que
previsiblemente podía intentar la ocupación de un archipiélago que conocía tan
bien, aun importante en la ruta americana, hubiera sido peligrosa la salida de cen-
tenares o miles de hombres, además de los extraídos a Indias, que podían resul-
tar vitales para oponerse a los ingleses. De hecho, el nuevo rey, mediante la Se-
cretaría del Consejo tanteó el 17 de abril de 1702 la situación en Canarias, quizá
679 FARIÑA GONZÁLEZ, Manuel: Canarias-América (1678-1718), La Laguna, 1997, pp. 273-274. En
una publicación anterior, el autor sitúa a Puerto Rico como el destino de esa recluta de 60 soldados,
señalando como motivaciones una R. C. de 28 de junio de 1701 y la necesidad defensiva de esa isla.
El coste total del alistamiento, practicado en La Laguna, La Orotava y Gran Canaria, ascendió a
16.538 rs. de plata, procediendo el dinero de los depósitos de familias que no pasaban a Indias y,
por tanto, debían sufragar los maestres de navíos de la Carrera (FARIÑA GONZÁLEZ, Manuel A.: «La
emigración canaria a Indias...», art. cit., pp. 305-306). En el citado Nobiliario de Canarias (t. III, op.
cit, p. 155) se cita 1700 como la fecha en que D. Juan Castilla se trasladó a La Habana, plaza de la
que sería comandante del batallón de infantería y sargento mayor, matrimoniando y asentándose
con carácter definitivo en esa ciudad.
680 Como expresión del apoyo casi pleno de una nobleza ―por lo demás, casi recién titulada, como
hemos comprobado ya―, mencionemos la ceremonia de pleito homenaje celebrada en la iglesia del
convento de Santa Catalina de Siena de la capital tinerfeña, en presencia del capitán general Gon-
zález de Otazo, el 11 de diciembre de 1701, compareciendo el ex capitán general D. Pedro de Ponte,
conde del Palmar, así como los marqueses de Villanueva del Prado, Acialcázar, Torrehermosa, Fuente
de Las Palmas, Villafuerte, Quinta Roja, y el señor de Fuerteventura y Alegranza (AHPSCT, leg. 845,
f.º 613 v.º).
681 En Castilla un sector importante de la alta nobleza mostró una actitud tibia, mientras en Aragón
hubo división; en Andalucía, en cambio, la nobleza titulada estuvo al lado de Felipe V desde un prin-
cipio [GUTIÉRREZ NÚÑEZ, Francisco J., y Pilar YBÁÑEZ WORBOYS: «El llamamiento a la nobleza de
las ´dos Andalucías´de 1706», en Revista de Historia Moderna, n.º 25 (2007), pp. 64-65].
682 VIERA Y CLAVIJO, Joseph de: Noticias de la historia general…, t. II, op. cit., p. 312. Rumeu de Ar-
mas añade a D. Alonso de Nava Grimón, hijo del marqués de Villanueva del Prado, el capitán Quinta-
na, todos muertos en combate. Sobrevivieron: D. Antonio de Benavides, D. José de Salas, D. Luis
Fiesco… (RUMEU DE ARMAS, Antonio: Piraterías y ataques navales…, t. III, 2.ª parte, op. cit., p.
712).
683 Como simple referencia de un territorio mencionada en varias ocasiones con afán comparativo,
durante ese conflicto bélico Galicia aportó 7.000 soldados (incluidos 2.000 que fueron a Indias),
aparte de los 20.000 hombres reclutados durante la segunda mitad del s. XVII, la mayoría con destino
flamenco [LAGO ALMEIDA, Héctor: «Recluta para Indias. La contribución del reino de Galicia a la de-
fensa del Imperio (1702)», en Cuadernos de Historia Moderna, n.º 40 (2015), p. 208].
1011
con el doble propósito de comprobar la fidelidad a su causa y de evaluar el poten-
cial económico y militar del archipiélago en el conflicto que, aunque aun lejos del
territorio peninsular, se había declarado un año atrás. La Real Audiencia de Cana-
rias elaboró el informe solicitado y se tomaría buena nota de la debilidad defensiva
recalcada, pues se habló de la inposibilidad de poder mantener la opossiçión en
caso de ynbadirlas los enemigos, por la falta de armas y municiones684.
Francisco Fajardo685 ha descrito el ambiente de inseguridad y dificultades de
abasto y sanitarias imperantes en las islas en esos años, así como los frustrados
intentos británicos de evacuar a su colonia en algunas ocasiones y la perspectiva
de una posible invasión inglesa, cuyo éxito podría ser favorecido, según los cálcu-
los enemigos, por la falta de hábitos defensivos o de espíritu bélico y las carencias
alimentarias. Todo se redujo a algún ataque frustrado (el del almirante Jennings,
1706, ya analizado) o episodios anecdóticos, como las exigencias de Woodes Ro-
gers (1708) en Tenerife. Precisamente en esos años, como ya se expuso, se llevó
a cabo una reorganización de la estructura de las milicias insulares, con ocasión de
los cambios militares ordenados por Felipe V. En cambio, sí se recabó, como se
comprobará en el tercer capítulo, un donativo en todas las islas para auxiliar en los
gastos bélicos a Felipe V. De todos modos, no es descartable que se produjeran
algunas levas a Indias sobre cuya organización no haya quedado huellas en las
actas capitulares, e incluso en el Nobiliario se alude a una compañía levantada a
su costa en las islas por D. Ventura de Torres durante la guerra de Sucesión686.
684 La Cámara recomendó el estudio del informe por el Consejo de Guerra, pues era el más adecua-
do dada la naturaleza de la materia (AHN, Consejos, leg. 4.471, expdte. 51).
685 FAJARDO SPÍNOLA, Francisco: « La Guerra de Sucesión española…», art. cit., pp. 56-74.
686 FERNÁNDEZ DE BÉTHENCOURT, Francisco: Nobiliario…, t. II, op. cit., p. 627. Torres moriría, se-
gente ociosa y vagabunda, cogida de leva en dichas Canarias, involuntarios ... (HERNÁNDEZ GONZÁ-
LEZ, Manuel: «Colonización canaria y política misional...», art. cit., pp. 223-224).
1012
paña689. Si el Tratado de Utrecht hizo concebir esperanzas de una paz duradera
(Bélgica pasó a depender de la Corte de Viena y ya no saldrán más canarios a bre-
gar en tierras flamencas), la política del cardenal Alberoni, primer ministro de Feli-
pe V, presagiaba lo contrario. El irredentismo mediterráneo empujó a España a la
ocupación de Cerdeña (1717) y de Sicilia (julio de 1718), y la adversa reacción de
algunas grandes potencias europeas se reflejará en la formalización de la Cuádru-
ple Alianza (Inglaterra, Francia, Holanda y Austria). Inglaterra destruyó en agosto
de 1718 a la Armada española en Italia, y poco después ingleses y franceses inva-
dieron España en abril de 1719. En este escenario bélico se produjo la orden de
movilización.
Casi recién llegado a las islas (su entrada databa del 19 de marzo de 1719), el
capitán general D. Juan de Mur y Aguirre se convirtió en protagonista de este in-
tento de recluta al actuar como ejecutor de una real cédula fechada el 28 de octu-
bre de 1718, pero cuyo conocimiento en Canarias por mano del general se retrasó
a finales de abril de 1719. Por tanto, la decisión de Felipe V se tomó después del
ataque británico a los navíos españoles, pero realmente llegó a las islas casi medio
año después, al tiempo de la invasión peninsular. El monarca había aleccionado a
Mur para que en cuanto llegase a su destino reconozca si hubiere disposizión de
formar este cuerpo690. El 29 de abril se leyó en el Ayuntamiento tinerfeño la carta
de Mur691 que reproducía la regia orden de crear un regimiento de canarios, que
Felipe V tenía a bien englobar en su ejército para liberar Gibraltar. Con celeridad
se convocó un cabildo general y abierto para dos semanas más tarde. En él, ade-
más de debatirse sobre dicha orden, el general destacó la gran honra que suponía
para las islas el contar con un regimiento de naturales isleños, encomiando a los
presentes en la reunión para que conferenciasen sobre ese punto con sus conve-
cinos; en realidad, el general daba por hecha la aprobación, pues más que la pro-
puesta de discusión sobre aceptación de la idea regia, Mur señalaba como punto
de conferencia el discurrir sobre quáles serán los medios más propios y eficazes
para la formación del referido regimiento. En la citación para cabildo abierto (15
de mayo), dirigida al alcalde y al cura de cada lugar, se siguió la traza del mensaje
del general, loando la honra que rresivirá la hisla en complacer a la Magestad con
el servisio que tanto desea y el hadelantamiento y consequencias que se seguirán
tan favorables a estos avitadores692. Como se echó en falta la presencia de repre-
sentantes de varios lugares, entre ellos de Santa Cruz o La Orotava, se acordó
proceder a otra junta de igual rango pasados quince días693.
En tal sesión, celebrada el 31 de mayo, se evidenció la oposición vecinal al de-
signio de Felipe V. Los comisionados lugareños invocaron un despliegue de argu-
mentos y argucias; por ejemplo, que realmente el rey sólo encargaba en su des-
pacho el indagar la posibilidad y modo de levantar el regimiento. Resaltaban los
apoderados vecinales la pobreza isleña, que achacaban a la decadencia comercial
y a la desestimación de los vinos, pues la coyuntura registraba las exportaciones
más bajas y los precios más ínfimos que nunca, aparte del mal modo de abono de
los caldos. A ello se unía la pérdida de la última cosecha de granos. En esa situa-
ción económica, discurrían osioso tratar de suplementos y gastos. Sus tesis las
culminaban con el recordatorio a Mur del perjuicio ocasionado por la emigración a
Indias. No obstante, quizá por falta de confianza en el apoyo del general o por la
689 RUMEU DE ARMAS, Antonio: Piraterías y ataques navales…, t. III, 2.ª parte, op. cit., p. 712.
690 AMLL, I-VI-1.
691 AMLL, Libro de actas 21, ofic. 2.º, f.º 123 v.º (30 de abril de 1719).
692 AMLL, I-VI-3.
693 AMLL, Libros de actas 34, ofic. 1.º, fols. 179 v.º y 182 (15 y 31 de mayo de 1719). También, S-
VIII-1.
1013
pervivencia en la memoria histórica de la infructuosidad de la mayoría de las pe-
ticiones de esa índole, al final se utilizó una mezcla de resignación y obediencia, lo
que de hecho contradecía la débil protesta y se convertía en un canto al honor en
el campo de batalla, más al gusto de la mentalidad nobiliaria que próxima a la
defensa de los intereses y del sentir de la inmensa mayoría. Por un lado, confiaban
en que, a pesar de esta nueva salida de hombres, todavía quedase un número
apto para defenderse de una invasión. Por otro, agradecían al rey la honra de que-
rer contar en sus tropas con un regimiento de naturales canarios, cuyo logro le se-
ría gososo a ellas por la esperansa de oír que hijos suios (como en otros siglos) y
en la guerra próxima, morían gloriosamente en la campaña y plasas sirbiendo a Su
Magd. con notorio desempeño de sus encargos. El Cabildo se limitó a apoyar esa
exposición y transmitirla al general.
El regimiento estaba llamado a tener trece compañías de 50 hombres (650 sol-
dados), cuya plana mayor la integrarían un coronel, un teniente coronel, un sar-
gento mayor, un ayudante, un capellán y un cirujano. El coronel y oficiales, o la
mayor parte de estos, serían veteranos —bien isleños, bien del ejército de Andalu-
cía—, que era el lugar previsto de acantonamiento de la tropa una vez reunida,
vestida y armada, aunque el armamento era secundario, pues podía recibirse ya
en la Península694.
Sin embargo, el reclutamiento no llegó a ponerse en práctica, seguramente de-
bido, por una parte, a las resistencias encontradas, que al menos debieron dilatar
el proceso de reclutamiento; por otra parte, a causa de que el rey cedió ante las
presiones de los aliados, de manera que en diciembre de 1719 expulsó a Alberoni
de España y en enero de 1720 decidió adherirse a la Cuádruple Alianza695. Igno-
ramos si la movilización se interrumpió en una fase avanzada, pues en noviembre
de 1720, en una relación de gastos efectuados por el Cabildo en esos años, se alu-
día a uno de 1.000 pesos en financiar la infantería y otros costos696.
La única salida demográfica seguía siendo la de familias isleñas a Indias. En
febrero de 1720 el intendente Ceballos suplicaba al Cabildo que sustentase con un
almud de trigo durante cinco o seis días a cada una de las 50 familias que iban a
ser transportadas en los navíos de registro a Puerto Rico697 y Santo Domingo. La
espera se debía a que se había enviado una embarcación para asegurarse de que
las aguas canarias se encontraban libres de corsarios698.
Han sido muy escuetos hasta ahora los datos vertidos sobre las reclutas de ese
corto período. No mucho más hemos recopilado, pero se intentará una cierta ac-
tualización respecto a lo conocido a través de Viera, Dugour, Peraza o Rumeu, que
en parte se basaron en el memorial de 1758 de Machado y Fiesco, cuando no to-
maron las referencias unos de otros, sin apenas añadir nada novedoso. En con-
junto699, proporcionan este cuadro: en 1721 el teniente D. Manuel Guerra habría
694 DARIAS Y PADRÓN, Dacio V.: Milicias y fortificaciones en Canarias. Apuntes mecanografiados
(BULL, D/VI-21).
695 RUMEU DE ARMAS, Antonio: Piraterías y ataques navales…, t. III, 2.ª parte, op. cit., p. 712.
696 AMLL, Libro de actas 34, ofic. 1.º, f.º 221 (25 de noviembre de 1720).
697 Entre 1714 y 1797 se fundarían en Puerto Rico 28 nuevas poblaciones, de las que 19 se debieron
a colonos canarios (FARIÑA GONZÁLEZ, Manuel A.: «La emigración canaria a Indias...», art. cit., pp.
307-308).
698 AMLL, A-X-25 bis (27 de febrero de 1720).
699 RSEAPT, Fondo Moure, RM 132 (20/30), f.º 183 v.º. Memorial del capitán D. Francisco Xavier
Machado y Fiesco (1758); VIERA Y CLAVIJO, Joseph de: Noticias de la historia general…, t. II, op.
1014
reclutado 400 hombres para un regimiento de Marina; ese mismo año, tres ofi-
ciales caballeros de La Orotava, el teniente coronel D. Álvaro de Mesa, D. Juan Do-
mingo de Mesa y D. Cristóbal de Valcárcel, procuraron levantar un regimiento de
infantería con el nombre de «Provincial de Canarias», compuesto por 13 compa-
ñías, interponiendo el Cabildo tinerfeño súplica al rey. Al año siguiente, tuvo lugar
una recluta de D. Dionisio Martínez, en un número de 500 hombres. En las líneas
que siguen expondremos un cuadro explicativo y más completo en el que se in-
serte la información precedente. No debe causar extrañeza el retorno a sucesivas
movilizaciones en la década de los años veinte y treinta, pues el reinado de Felipe
V destacó por su militarismo y el ejercicio de una política exterior belicosa (el revi-
sionismo de Utrecht)700.
En 1721 convergieron en el tiempo una petición de reclutas por parte de la Co-
rona y una intentona particular de un clan familiar tinerfeño con ánimo de osten-
tación. Teniendo en cuenta la tardanza en llegar los mensajes peninsulares, la or-
den debió cursarse a finales de 1720. Lo cierto es que a mediados de febrero de
1721 el capitán general Mur manifestó al Cabildo de Tenerife701 una carta del ins-
pector D. Joseph de Vicaria, desde Cádiz, acerca de la posibilidad de reunir volun-
tarios isleños para formar batallones de Marina. El propio inspector, consciente de
lo mui amantes que son estos naturales de su país y lo poco ynclinados a salir del,
había consultado previamente con el intendente general de la Marina, D. Joseph
Patiño, a quien se le ocurrió, seguramente por la cuenta que le traía, que la solu-
ción a esa aversión al servicio militar isleño podía ser una leva para la Marina por
aver provado mui bien en la mar, prometiendo la aportación financiera pertinente,
quizá para amainar los ánimos de los Cabildos, poco propensos a colaborar en ex-
tracciones de población. El Cabildo tinerfeño asintió y hasta agradeció al general
su celo. Debió ser esta la recluta acometida por el teniente D. Miguel Guerra, en la
que coinciden todos los testimonios.
Ahora bien, no había transcurrido un mes de la decisión capitular702 cuando se
presentó ante los regidores un proyecto particular, concebido en Cádiz por el
teniente coronel del regimiento de Portugal, D. Álvaro de Mesa, para reclutar un
regimiento de infantería en Canarias, que estaría constituido por trece compañías.
Éste había remitido el plan a sus parientes en La Orotava (D. Francisco de Mesa y
Lugo y el coronel de infantería D. Francisco de Valcárcel), compartido con el capi-
tán de caballos D. Cristóbal de Valcárcel, su hermano, y con D. Juan Domingo de
Mesa, que para el efecto de apoyar la pretensión ante las autoridades isleñas se
desplazaron desde aquella ciudad andaluza. La familia contaba con poderosos alia-
dos en el Cabildo tinerfeño, incluyendo a miembros consanguíneos influyentes, co-
mo el alférez mayor, D. Francisco de Valcárcel, y el alguacil mayor Pedro de Mesa.
El propio Valcárcel presentó la propuesta y articuló la exposición de la idea por
parte de D. Juan Domingo de Mesa, quien con licencia de los reunidos leyó el plan
y las cartas. En ese proyecto se pretendía que el primer empleo lo ostentase D.
Álvaro de Mesa, y como ayudante figurase D. Juan Domingo, obligándose los dos
a levantarlo703. El cabildo general del 20 de marzo acordó apoyar esta recluta de
cit., pp. 344-345; PERAZA DE AYALA, José: El régimen comercial…, op. cit., p. 145; DUGOUR, José-
Desiré: Historia de Santa Cruz de Tenerife, edic. de 1994, p. 91; RUMEU DE ARMAS, Antonio: Pirate-
rías y ataques navales…, t. III, 2.ª parte, op. cit., pp. 712-713.
700 BORREGUERO BELTRÁN, Cristina: «Del Tercio al regimiento», art. cit., p. 175.
701 AMLL, Libro de actas 34, ofic. 1.º, f.º 230 (17 de febrero de 1721); también, S-VIII-1.
702 Ibíd., f.º 231 v.º (10 de marzo de 1721); f.º 232 (20 de marzo de 1721).
703 Javier Guillamón ha destacado que buena parte del éxito de las reformas borbónicas hay que
atribuirlo a la habilidad real para lograr la participación de las elites locales en sus proyectos, brin-
dando a las oligarquías municipales la posibilidad de integrar sus aspiraciones en el nuevo entorno
1015
D. Álvaro mediante la elevación de una súplica al rey en tal sentido, con la
condición de que el regimiento de infantería tomase el nombre de «provincial»,
que no supusiese ningún coste para el Concejo ni para la isla y que se suspendiese
la recluta para la Marina. Como no había seguridad en el apoyo regio a esa solici-
tud, en caso negativo se rogaba a Felipe V que tuviese presente a los caballeros ti-
nerfeños que estaban a su servicio en la Real Academia de Cádiz, y en especial a
D. Juan Domingo de Mesa y a D. Cristóbal de Valcárcel, que a sus expensas ha-
bían venido a la isla para recabar apoyo para ese servicio. Ignoramos el alcance y
efectividad de esas iniciativas, pero según un poder otorgado en noviembre de
1721 estaba en marcha la recluta del teniente de marina Guerra, más arriba aludi-
do, pues un soldado tacorontero había sentado plaza ya704.
No debe resultar extraña la postura favorable de los regidores a la movilización,
que probablemente pensaron que podría encontrar eco entre los numerosos inmi-
grantes de las islas orientales presentes en Tenerife, en una coyuntura realmente
crítica a causa de la extrema penuria cerealística, que se agravaría al año siguiente
con el desastre del huracán de octubre de 1722. De hecho, en julio de 1721 hay
evidencia en un acta concejil del deseo de bastantes vecinos de abandonar la isla,
hasta el punto de que la institución decidió representar al monarca acerca del
deseo de esas familias para que si fuese servido para extraer algunas a dichas po-
blaciones de las que su Magestad fuere servido señalar705. Pero confluía también la
utilización de la salida de población como instrumento para aliviar la conflictividad
a la que nos hemos referido en otro epígrafe. Pensemos que la Real Audiencia
había informado en agosto de 1720 al Consejo que el único remedio al peligro de
la serie de motines con impunidad en las islas era enviar familias a Indias706.
Ayuntamiento tinerfeño y capitán general concordaron en sus propuestas: el 15 de
julio Mur planteó a la Corona el extrañamiento de mil familias isleñas para formar
una o dos colonias en La Florida (alrededores del Mississippi), o en el área de la
actual Venezuela (Caracas, Puerto Cabello), Curaçao... En esa línea, en su sesión
del dos de agosto el Cabildo tinerfeño, algo más contenido, sugería la salida de
500 familias a América, pues nunca les podrán hazer faltta por hallarse muy ricas
de gentte y muy pobres de medios, y resivirán alibio los que quedaren, pues lo
cortto de cada una, en comparazión, pudiera dezirse no caben de pies, y se les sa-
ca a los que ubieren de extraherse de tantas miserias707.
Algunos datos acreditan el impacto de ese sufrido trance en el éxodo indiano. A
principios de 1722, en el navío San Clemente, alias «La urca», viajaron a Puerto
Rico 30 familias por cuenta de la hacienda real708. A mediados de 1723 se tuvo
noticia de una real orden para conducir 200 familias isleñas a Campeche con obje-
to de fundar una población. El Ayuntamiento decidió mantener una conferencia
con el comandante general, con D. Juan Montero de la Concha (que tenía la comi-
sión de Intendencia) y con otras personas que se estimase oportunas709. En 1724,
el ingeniero militar Álvarez de Barreiro, en su informe sobre las islas indicaba que
podían seguir desempeñando las islas un servicio relevante como reserva poblacio-
nal colonizadora de Indias sin detrimento de la Corona […] como se ve claramente
político (GUILLAMÓN ÁLVAREZ, Javier: «La Guerra de Sucesión y el comienzo de las reformas…»,
art. cit., pp. 536 y 540).
704 AHPSCT, Prot. Not., leg. 1.577, f.º 798 (20 de noviembre de 1721). Juan González, el Alcaldito,
1016
en la isla de La Habana, costa de Caracas, provincia de Venezuela y villa de Córdo-
ba en la Nueva España, provincia de Yucatán y yslas de Santo Domingo y Puerto
Rico, y ser capaces de dar más de 2.000 familias más que ningunas otras de Euro-
pa para el cultivo y beneficio de las tierras, y asimismo por la continua gente que
dan a S. M., así para su real servicio en los ejércitos de España como para la tripu-
lación de sus reales armas710. Sin embargo, en cuanto mejoró algo el horizonte
económico, nuevamente se explicitó el rechazo a las levas, así como a la llegada
de algún regimiento, cuando había sospecha de que el general de turno estaba
gestionando esa posibilidad, como ya comentamos en otro apartado que sucedió
con el proyecto de incrementar notablemente el presidio por el general Valhermo-
so.
Machado y fiesco (1758); VIERA Y CLAVIJO, Joseph de: Noticias de la historia general…, t. II, op.
cit., p. 345; PERAZA DE AYALA, José: El régimen comercial de Canarias..., op. cit., p. 145; RUMEU
DE ARMAS, Antonio: Piraterías y ataques navales…, t. III, 2.ª parte, op. cit., p. 713.
713 RSEAPT, Fondo Moure, RM 132 (20/30), fols. 129-134.
1017
Una cláusula decisiva para culminar con éxito el propósito de Caraveo era la co-
laboración de las máximas autoridades reales en Canarias. A ese fin reclamaba del
rey las órdenes necesarias para que el gobernador y el comandante general lo
auxiliasen, precisando como puntos de reunión de la tropa las islas de La Palma
(seguramente un error en lugar de Gran Canaria, por lo que se comprobará más
adelante) y de Tenerife, a donde se habría de conducir a los reclutas para agru-
parlos en compañías.
Otra cuestión importante, tanto para el coste total de la operación como para el
estímulo de los alistados, era el momento en que comenzaba la percepción de la
paga. Caraveo pretendía que el salario rigiese en cuanto cada compañía contase
con 15 hombres, inclusos los sargentos y el tambor (es decir, el regimiento consta-
ría entonces de 195), de modo que tanto los oficiales como los militares de rango
inferior, comprendida la tropa, cobrasen sus emolumentos y raciones conforme al
reglamento establecido para el ajuste y pago de la infantería real. La cuenta debía
formarla la tesorería de las islas según la moneda corriente en ellas, contando el
mes en que pasase el regimiento la última revista antes de embarcar. Como era
importante para el reclutamiento la asistencia de profesionales desde un primer
momento (campañas de publicidad, adiestramiento…), pedía también al rey la po-
sibilidad de disponer, separándolos temporalmente de sus regimientos, de 50
hombres para sargentos y cabos con calidad de reemplazarlos en los mismos
cuerpos tras la llegada de la tropa a Cádiz. Con esas miras pretendía que a esos
50 profesionales y a los oficiales de servicio que sacase se les abonasen sus plazas
en los regimientos de origen desde el día que saliesen de ellos hasta el que deven-
gasen su asignación en el nuevo regimiento. Dado que se contemplaban sólo dos
islas como cuarteles de Assemblea o puntos de concentración, Caraveo quería ga-
rantizarse el pago real desde el día en que constase el inicio del socorro, en caso
de imposibilidad de congregar en esos enclaves a los reclutas de otras islas por
contratiempo ajeno a su voluntad. Por otra cláusula requería la disponibilidad en
La Palma y Tenerife de edificaciones sólidas para guarecer a los soldados, dotadas
de camas y el simple cubierto de cuenta del rey, con la prohibición de que el co-
mandante general utilizase esas tropas para servicio alguno. El abono propuesto
por Caraveo era de 2½ escudos por plaza desde el número de 30 a 40, en cuanto
se cumpliesen las condiciones antes enunciadas para cobrar el devengo, siguiendo
la práctica usual en los regimientos de infantería real. Tanto en este punto, como
en el del armamento (fusiles, bayonetas, frascos, cartucheras, bolsas, granaderas,
cinturones, portafrascos y portafusiles), que sufragaba la monarquía, existió total
acuerdo. También hubo pleno entendimiento en el plazo para finalizar la recluta y
transportar la tropa a Cádiz: seis meses desde completarse el enganche de 260
hombres. El aval de las condiciones lo afianzaba Caraveo mediante la obligación
de su persona y patrimonio.
En otras propuestas, como era lógico, se produjeron discrepancias, y Caraveo se
avendría irremediablemente a aceptar las determinaciones regias. Por ejemplo, en
lo relativo a las patentes en blanco, el monarca optó por una situación de equili-
brio y de preeminencia de criterios profesionales conforme a lo legislado en los
ejércitos. Así, se reservó la mitad de los oficiales: el teniente coronel, el sargento
mayor, 5 capitanes (entre ellos, el de granaderos), el ayudante, 6 tenientes y 6
subtenientes. Dejaba para provisión directa de Caraveo, aparte de la coronelía, 6
capitanes, 7 tenientes (uno más por el ayudante) y 7 subtenientes. Además, exigía
Felipe V que todos ellos debían disfrutar de antigüedad y sueldo en cuanto el re-
gimiento alcanzase el número de 260 hombres, incluidos los sargentos y el tam-
bor, a razón de 20 plazas por compañía, con el matiz de prelación en antigüedad
para los de nombramiento regio. Respecto a los elegidos por Caraveo, en la tesitu-
1018
ra de no haber militado, la antigüedad se gozaría según edad, acorde con las or-
denanzas reales. En la materia tocante a los profesionales solicitados por aquél
(los 50 hombres más los oficiales), el rey consentía en el pago de sus salarios por
la hacienda real hasta que comenzasen a recibir los del nuevo regimiento, pero el
reemplazo de esa tropa en su unidad de origen debía ser inmediato, o bien debía
satisfacerse a los capitanes de las compañías así mermadas en la cantidad asen-
tada con ellos. El monarca también accedía a abonar las reclutas de islas no consi-
deradas cuarteles en el supuesto de impedimento para transportar a las otras, pe-
ro siempre que el regimiento llegase a 260 hombres (la mitad de los previstos),
con el requisito añadido de que no debían aceptarse las partidas inferiores a diez
alistados. En lo relativo a las facilidades de hospedaje hubo buena sintonía, pero
con la salvedad de que, una vez completada la mitad del regimiento, el coman-
dante general podía valerse de esas tropas si lo estimaba indispensable para el
real servicio. Finalmente, cabe apuntar algo muy curioso, y es que Caraveo dejó
en manos de Felipe V el nombre del regimiento, de modo que será el rey el que lo
bautice como «de Canarias». Transcurrió a continuación un período de varios me-
ses, que previsiblemente destinó Caraveo a obtener financiación, seleccionar a los
50 hombres y oficiales que pensaba llevar a las islas y negociar con los capitanes
de esas compañías, hasta que en noviembre puso en ejecución la recluta.
Hagamos un inciso para puntualizar lo expresado en el epígrafe dedicado a la
organización de las levas, en relación con el sistema de asientos. Se indicaba en-
tonces que la monarquía, tras ensayar diversas modalidades movilizadoras, se de-
cantó en estas décadas por una combinación de los asientos (privatización de las
reclutas, como hemos visto en la anterior de la familia Mesa) con sistemas más
coactivos. En particular, los asientos fueron el principal método en esta centuria
para crear nuevos cuerpos en el ejército, como ha estudiado Andújar. Destacaba
este714 el carácter de verdadera empresa, en cuanto exigía una notable inversión
financiera, pues como hemos comprobado en el contrato firmado por Caraveo, su
compromiso requería un gasto cuantioso, y ya veremos cómo los Concejos no le
aportarán ayuda de alojamiento, apoyados por el comandante general. Ahora
bien, si las patentes en blanco suponían una posibilidad de retorno del dinero gra-
cias a su venta en el mercado venal, precisamente en esta modalidad el rey mutiló
bastante el negocio al imponer una serie de profesionales ―algunos en puestos
clave, con objeto de controlar la eficacia del regimiento―, recortando así la cade-
na de «microasientos» que se daba en muchos acuerdos al ofrecer los capitanes,
por ejemplo, los demás puestos de mando de la compañía a otros sujetos deman-
dantes a cambio de una cantidad de dinero715.
El 19 de noviembre recibió carta716 de Caraveo el corregidor de Tenerife,
avisándolo de la llegada a la isla del teniente de su regimiento, D. Manuel de Arias.
Dado que en la misiva indicaba que el objetivo de ese viaje era el destino que
714 ANDÚJAR CASTILLO, Francisco: «Guerra, venalidad y asientos de soldados en el siglo XVIII», en
Studia historica. Historia moderna, n.º 35 (2013), pp. 241, 246-247, 249, 251.
715 Exponía Andújar las ventajas de comprar una patente, pues se ingresaba directamente como ofi-
cial, incluso careciendo de cualquier experiencia previa en el ámbito militar, y hasta con el regalo adi-
cional de antigüedad que lo situaba como oficial más antiguo en el escalafón frente a otros; o bien
podía suponer, para otros militares, la posibilidad de saltarse puestos en el escalafón. Por eso subra-
yaba el autor que la «rentabilidad» de este tipo de accesos venales es muy difícil evaluarla con el
único criterio del salario obtenido, pues entraban en juego factores o aspectos no traducibles en di-
nero como la consecución de hidalguía, la distinción social de un empleo de plana mayor, las pers-
pectivas de futuro en caso de continuar en la carrera militar (ANDÚJAR CASTILLO, Francisco: «Gue-
rra, venalidad y asientos de soldados...», art. cit., pp. 258-259). En este caso de Caraveo, la Secre-
taría de Guerra actuó con prudencia y pensó más ―quizá por negativas experiencias recientes en
este tipo de asientos en el campo de batalla― en la eficiencia y combatividad del nuevo cuerpo.
716 AMLL, C-III-42.
1019
Vmd. no ygnora, en cumplimiento de orden de S. M., parece que ya las autori-
dades estaban sobre aviso. Se convocó cabildo general el 31 de noviembre para
tratar del asunto, pues por falta de quórum no se pudo leer el escrito en cabildo.
El día señalado, el Ayuntamiento se dio por enterado de varias cartas, destacando
una de Caraveo en que formalmente comunicaba su advenimiento para la recluta,
y otra del comandante general, marqués de Valhermoso, en la que advertía de la
voluntad real de llevar a pronto término la misión, tarea que el militar debía
facilitar717. La campaña de Caraveo, favorecida por órdenes del comandante gene-
ral, no hallará total apoyo en el Concejo. No se obstaculizó lo referente a propor-
cionar casa en el mejor paraje de la ciudad y de los diferentes lugares de la isla
para sentar bandera, recibir a los reclutas y comenzar la vida militar bajo la direc-
ción de los sargentos, que convivirían con los enganchados; pero sí se objetó la
solicitud de proveer de cubierto simple (o sea, cuarto, cama y luz) a los oficiales.
De inmediato, los regidores invocaron el real privilegio de Carlos I, ratificado por
monarcas posteriores, y pidieron al corregidor la suspensión de la ejecución de las
órdenes dirigidas a las justicias de los lugares en tanto se noticiaba a Valhermoso,
ya que Tenerife estaba exenta de tal práctica de suministrar cubierto simple. En
esta ocasión, el general, que tantas fricciones y abiertos litigios tuvo con el Ayun-
tamiento, le otorgó la razón a los pocos días de esa decisión718, disponiendo que a
los capitanes, alféreces y tenientes se les buscase casa a costa de estos, pero con
la acotación de moderación en el precio y de facilidad en el abono del alquiler, que
debía ser prorrateado, con arreglo al tiempo real que permaneciesen alojados y no
bajo la fórmula de pago anual. Las otras islas participaron con hombres, de lo que
tenemos certeza al menos en Fuerteventura719, cuyo Cabildo el 12 de diciembre
acusó recibo y debatió la carta que en tal sentido le dirigió el comandante general,
quien avisaba de la próxima llegada a aquella isla del teniente D. Luis de Estrada y
tres sargentos para proceder a la movilización, aprovechando la misiva para re-
cabar ayuda económica de la institución. El Cabildo decidió que un regidor pasase
a la casa de Estrada para ofrecer esa colaboración. En septiembre de 1728 el te-
niente pedía al Cabildo de esa isla alojamiento, cama y lumbre, solicitud parcial-
mente atendida por el Ayuntamiento con algunos soldados720.
Desconocemos los procedimientos empleados en el alistamiento, pero es más
que probable que las ciudades (Las Palmas de Gran Canaria y La Laguna) fuesen
lugares idóneos para efectuar enrolamientos más o menos consentidos. La ciudad
en época de miseria era territorio de refugio para los más castigados por las crisis.
Un memorial a la Corte en 1729 del regidor tinerfeño Fonseca, con el fin de obte-
ner licencia para la fundación en la isla de un centro para atender mendigos, puso
de manifiesto la elevada concentración de menesterosos en la capital. La realidad
descrita por el diputado concejil era penosa: ante la inexistencia de hospicio, los
pobres se quedan a la inclemencia en los pórticos, porttales, plazas, barrancos y
en los güecos de los peñascos, con ttantta lásttima que causa universal compasión
ber que por no tener casa en que recojerse ban los párrochos a administrarles los
sacramenttos a semejantes parajes donde los encuentran, y tal vez a sittios im-
mundos721.
El tiempo total de la recluta duró unos ocho meses, pues los primeros contin-
gentes fueron embarcados a mediados de agosto de 1728. Contamos con dos de
los –casi seguro– tres contratos de fletamento concertados para el transporte de
717 AMLL, Libro de actas 22, ofic. 2.º, f.º 60 v.º (31 de noviembre de 1727).
718 Ibíd., fols. 61 y 62 v.º (31 de noviembre y 4 de diciembre de 1727).
719 Acuerdos del Cabildo de Fuerteventura (1660-1728)..., op. cit., p. 282.
720 Ibíd., p. 284.
721 AHN, Consejos, leg. 413, expdte. 33.
1020
los soldados722. Por esta documentación sabemos que se recurrió a navíos ingle-
ses (El millar, del capitán D. Juan Gardinet, y El príncipe Federico, del capitán D.
Pedro Blommart), que zarparon el 16 de agosto el primero, con 200 hombres y 15
esposas de soldados, y el segundo salió de Santa Cruz de Tenerife el 11 de
diciembre para dirigirse a Las Palmas de Gran Canaria, donde recogería a 120
reclutas con otras 15 esposas, desde donde partiría rumbo asimismo a Cádiz en
torno al 18 de ese mes. El flete de la primera expedición lo concertaron el coronel
Caraveo, que acompañó a ese primer navío, y su sargento mayor, D. Vicente Hore.
Parece que el coronel permaneció en la ciudad andaluza esperando a los otros
grupos, que debió significar tiempo congregar a causa del amplio intervalo entre
estas dos partidas, aparte del hecho de reunirse en Las Palmas. En el segundo en-
vío custodiaron a los soldados 2 capitanes, 2 tenientes y 2 subtenientes. El coste
de cada flete fue dispar, y no sólo por la diferencia de reclutas, sino por la mayor
carestía en la travesía de diciembre (en agosto se cobró algo más de 3 pesos y
medio por persona, y en el segundo caso, unos 4 pesos). Pero esa tarifa apenas
incluía el sitio en la nave, pues los suministros (así como la leña, sal o agua) co-
rrían por cuenta de Caraveo. La alta oficialidad, como era habitual, iba aposentada
en mejores condiciones que los soldados: Caraveo compartía cámara con el capi-
tán del barco (eso sí, llevando él sus víveres), y los oficiales de la segunda embar-
cación tenían asignados catres delante de la cámara, por lo que debían pagar casi
el doble que por una plaza de soldado, o sea, 8 pesos, salvo el capitán comandan-
te o más antiguo, que viajaba gratis. El abono del flete no era perentorio: en un
contrato se facilitaba un plazo de dos meses a partir de la llegada a Cádiz, y en el
otro se concedían cuatro meses. Pero los fletadores se aseguraron el pago de las
cantidades, con intervención del comandante general Valhermoso. Este expidió
decreto para que, en caso de incumplimiento, la Contaduría real retuviese los
salarios de Caraveo y de los oficiales; además, D. Miguel de Caraveo, que firmó el
flete en nombre de su hijo D. Joseph, afianzó el pago con la hipoteca de sus bie-
nes en Tenerife. Agreguemos que ya con ocasión del viaje del transporte de agos-
to D. Miguel firmó un documento notarial de aval para su hijo, a instancias de
Valhermoso, por el que aseguraba la observancia del compromiso suscrito por el
coronel en las capitulaciones con el monarca723. Al decir de Viera y del Nobiliario,
el regimiento participó en la conquista de Orán, como se adelantó más arriba724.
Alguno de los oficiales isleños voluntarios lograría con posterioridad acomodo en
América, que se presentó a veces como una buena alternativa para los pupilos de
la burguesía o hidalguía canaria725.
Mientras tanto, la extracción de población con destino a América continuaba.
Citemos como ejemplos en estos años: a) la salida de 15 familias (56 personas),
en principio destinadas a la provincia de Texas y Nuevas Filipinas, en Nueva Espa-
ña, pero que acabarían fundando S. Antonio de Béjar en 1731726; b) la autoriza-
722 AHPSCT, Prot. Not., leg. 1.111, fols. 154 (14 de agosto de 1728) y 168 (4 de septiembre de
1728).
723 Ibíd., f.º 158 (17 de agosto de 1728).
724 VIERA Y CLAVIJO, Joseph de: Noticias de la historia general…, t. II, op. cit., p. 345; FERNÁNDEZ
ta (19 mayo 1727), llegó a coronel del real ejército, y fue gobernador y corregidor en el Nuevo Reino
de Granada (FERNÁNDEZ DE BÉTHENCOURT, Francisco: Nobiliario…, t. II, op. cit., p. 346).
726 FARIÑA GONZÁLEZ, Manuel: «La presencia isleña en la fundación de San Antonio de Béxar (1731-
2006)», en XVII coloquio de historia canario-americana (2006), Las Palmas de Gran Canaria, 2008,
p. 1.196. Asimismo ha sido estudiado por Urquiola: en principio, según el despacho de 10 de marzo
de 1723, debían ser 400 las familias canarias que debían poblar el área de la bahía de San Antonio
(URQUIOLA PERMISÁN, José Ignacio: «Familias canarias en la colonización del norte de Nueva
1021
ción concedida por el monarca a Juan Chourio (R. C. de 28 de noviembre de 1731)
para trasladar 25 familias canarias para poblar la villa de Rosario de Perijá (en Ma-
racaibo). En agosto de 1732 el barco La Asunción y S. Juan Bautista recogió en
Santa Cruz de Tenerife 19 familias y 3 personas con ese destino727. Hernández
González ha destacado la colonización de muchas docenas de familias canarias en
la colonización de Venezuela en la primera mitad del setecientos728.
Hacía unos cuatro años que las islas estaban libres de iniciativas de hidalgos o
de llamadas regias forzosas a las armas, cuando el comandante general Valhermo-
so recibió a finales de febrero de 1733 una real cédula de 28 de enero en la que
se le mandaba reclutar, al menos, 600 marineros para servir en la Real Armada.
Esta leva, que al principio parecía que no iba ser tan conflictiva, sobre todo desde
la perspectiva del general, dio muchos quebraderos de cabeza al corregidor de Te-
nerife y a los regidores, que intentaron rehuir como pudieron la responsabilidad de
asumir una tarea harto impopular.
El 2 de marzo729, sin más discusión, se acordó publicar el bando en la ciudad,
que estaba dispuesta a contribuir al éxito de tal empresa. La recluta fue encargada
desde la Corte, en calidad de comisionado, al alférez de fragata D. Joseph de Alfa-
ro, quien recibió una instrucción del teniente general de la Real Armada D. Anto-
nio Serrano sobre la forma de proceder. La aparente buena disposición concejil ti-
nerfeña cambiará a partir del 6 de ese mes tras escuchar la exposición de Alfaro,
que causará alarma y ocasionará un rosario de sesiones en los dos meses siguien-
tes, en los que se trató la cuestión, intercambiando propuestas con el comandante
general Valhermoso, disponiendo y divulgando el modo de actuar en los lugares y
desesperando ante el fracaso de la operación. Entremos en detalles.
Los regidores se dirigieron al comandante general para transmitirle su desa-
cuerdo con la fórmula prevista, con la que además —advertían—, es de reselar no
se consiga el deseado fin, pues el sistema anunciado de juntar la gente y sor-
tearla, no practicado en las islas hasta entonces, podía ser perjudicial. También se-
ñalaban que resultaría lesiva la exigencia de cargar a la vecindad de cada lugar
con el coste de la conducción de los reclutas hasta Santa Cruz y con el alojamiento
de los militares encargados de la leva. Asimismo se hacía notar el daño para el co-
mercio interior y exterior de una saca de gente de mar. La propuesta de los conce-
jales, que se repetirá en estos meses, consistió en la selección de los individuos
alistados de manera que recayese la leva especialmente en los vagabundos y ocio-
sos, salvando a los aplicados a los trabajos y a la agricultura —tan escasos, insis-
tían, debido a la extracción a América, a los naufragios y a la gente que había sa-
lido con el regimiento de Caraveo—, para aminorar el creciente coste de la fábrica
de cultivos. El plan capitular consistía en que Valhermoso prescribiese a los alcal-
des que formasen junta con los principales de su pueblo para elegir a las per-
sonas de la saca, dejando en el aire que primero debería intentarse obrar apelan-
España: fundación, entrega de tierras y conflictos por aguas en San Fernando de Béjar, 1730-1735»,
en XVII coloquio de historia canario-americana (2006)..., p. 1.243.
727 HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, Manuel: Los canarios en la Venezuela…, op. cit, p. 380.
728 HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, Manuel: Canarias: la emigración ..., op. cit., pp. 39-42. Menciona di-
versas fundaciones, como la del pueblo de N.ª S.ª de Candelaria en 1717 por 25 familias canarias, o
la intervención de D. Fernando del Hoyo Solórzano, que llevaría 300 familias.
729 AMLL, Libro de actas 35, ofic. 1.º, fols. 63 y 64 (2 y 6 de marzo de 1733).
1022
do a la voluntariedad pero sin descartar la coacción (y que a éstas las presisen en
caso que buenamente no quieran)730 .
El comandante general actuará en todo el proceso de modo ladino. Se encontra-
ba ya, y lo intuía, en una fase final de su largo mandato, en la que la Corte se es-
taba inclinando en las resoluciones de los numerosos conflictos habidos con el Ca-
bildo tinerfeño a favor de esta institución. Por tal motivo, y porque no deseaba
más enemigos ni medirse con autoridades de menor rango, no cayó en la trampa
de un mayor desgaste, de asumir personal y directamente la transmisión de órde-
nes, sino que utilizó e involucró al Cabildo de manera que asumiese su responsabi-
lidad en obligar a los alcaldes lugareños. El Ayuntamiento731, por su parte, quiso
evitar gastos de alojamiento a los isleños y buscar una salida de extrañamiento a
la minoría social que entendía como molesta o estéril para retener a la población
productiva y prevenir así un indeseado aumento salarial que constriñese aun más
las posibilidades del renglón exportador vinícola.
El sistema fue consensuado entre Valhermoso y el Cabildo, pero será este el que
dirija las circulares a las justicias de cada lugar732, con expresión del número de
marinos que les correspondía reunir y el protocolo: con sigilo y diligencia se for-
maría una junta integrada por el alcalde y unos pocos vecinos «principales» para
reflexionar acerca de qué individuos podían ser candidatos a la recluta, aunque se
les apuntaba que debían ser desenvarasados, maleentretenidos y osiosos. Una vez
seleccionados, conferenciaría ese comité sobre el mejor plan para captarlos: a) de
buen grado, atrayéndolos voluntariamente con las ventajas de enrolarse (percep-
ción de un adelanto de 10 pesos escudos para vestirse y la seguridad de que, en
su ausencia, en cuanto llegasen a Cádiz, se asistiría aquí a sus familias, mujeres o
padres con la porción que ellos mismos señalasen de sus sueldos); b) de manera
forzada, apresándolos por sorpresa para evitar su fuga y remitiéndolos a Santa
Cruz de Tenerife. Confiando en el celo de los alcaldes (se aprecia aquí la interce-
sión concejil para librar a la vecindad de cargas), se excusó la presencia y estancia
en cada pueblo del oficial y de los soldados que estaban señalados en teoría para
auxiliar en el reclutamiento, lo que eximía de alojamientos y otras prevenciones.
Esas autoridades locales serían responsables del descuido o de la omisión en el
cumplimiento de lo establecido, y en particular se las exhortaba a practicar la me-
sura en público y en privado pero implicándose en la misión, procurando hablar
con la moderazión y rreflexa que pide esta materia, moviendo los ánimos con pala-
bras favorables a consegir el fin. La redacción de las cartas a los alcaldes se confió
a los diputados, con libertad para añadir o suprimir lo conveniente y con faculta-
des de apoyarse en los cabos militares para que los asistiesen. En la ciudad corres-
pondía al corregidor, D. Esteban Delgado, y a solo dos regidores el cometido de
designar a los reclutas, pues falló el intento de aquel de nombrar otros dos ediles,
que se excusaron ante una tarea que con seguridad repararon comprometida.
Como se anticipaba más arriba, sorprende el desconocimiento que parece alber-
gar el general cuando, en su respuesta al Cabildo, prácticamente aceptaba el pro-
yecto pero prohibía con vehemencia cualquier atisbo de apremio, pues transmitió
1023
al corregidor733 que en ninguna manera los alcaldes debían enviar marineros a
Santa Cruz de modo violento ni los debían asegurar con cárcel, ya que aseveraba
que de esa guisa no aceptaría a los reclutas.
Así las cosas, el Cabildo fijó las pautas de la operación a las autoridades locales:
al irse juntando los voluntarios, se expediría una especie de certificación de las
justicias correspondientes con el apunte de determinados datos del individuo (ve-
cindad, nombre, edad, filiación paterna y rasgos físicos). Este documento se entre-
garía al general, que les mandaría sentar plaza y les pagaría 10 escudos, sistema
que estaba practicando con más de 130 hombres que habían llegado ya de Gran
Canaria. Estos marineros de fuera andaban sueltos y dormían en sus casas (si las
tenían aquí) o en el cuartel destinado a tal efecto. Si el alistamiento no tenía éxito
con ese método, las autoridades darían oportuna cuenta al Cabildo. Hay que re-
saltar la diligencia adoptada en Gran Canaria, que con esa cifra es probable que
estuviese cerca de completar su cuota, así como el papel de Santa Cruz como pun-
to de reunión de la leva.
No habían transcurrido dos semanas después de las disposiciones comentadas
cuando Valhermoso, que barruntaba ya ciertas dificultades —por lo menos en la
capital tinerfeña—, se dirigió al corregidor Delgado para que le participase el es-
tado de la recluta734. Se diputó entonces a dos regidores, D. Pedro Colombo y D.
Baltasar Peraza, para mostrar al general la situación en La Laguna y las respuestas
facilitadas por algunos lugares. Respecto a la citada capital, en la que se practi-
caban diligencias públicas y secretas, no se había podido congregar gente por es-
tar la proporsionada fuera de la siudad en sus menesteres. No debió agradarle
mucho al militar aquella apatía, en realidad un fracaso de la voluntariedad de la
leva, y de hecho los regidores comisionados le reiteraron la necesidad de recurrir a
métodos más expeditivos. Dos días después, el Cabildo emitió las nuevas preven-
ciones735, en las que se retornaba a la propuesta inicial de esa institución, que
transfería a una representación de los poderosos lugareños la selección de los can-
didatos a marineros, basada sobre todo en criterios utilitarios: una junta local inte-
grada por el alcalde y los regidores residentes (en su defecto, vecinos principales),
nominaría a los hombres menos menesterosos y sindicados con algún delicto o
visio, aunque sea leve, y prestestando este motivo los aprexenda y remita con la
custodia necesaria. Si algún alcalde no cumplía, debía responder ante el Cabildo.
Para dar ejemplo en La Laguna, convocó el corregidor a D. Pedro Colombo y D.
Josep Pedro Lordelo para reunirse a ese efecto, entre las 4 y 5 de la tarde, junto
con el teniente y ante el escribano mayor. Asimismo se disponía que durante el
tiempo de la recluta no se ausentase ningún caballero residente en la ciudad, pues
ocurría que se tenían que suspender sesiones capitulares por falta de quórum (el
mínimo era de siete), máxime cuando algunos regidores se hallaban indispuestos.
Como es sabido, era proverbial la escasa inclinación de los concejales a estar pre-
sentes en las sesiones y en esa ocasión se preveía una menor afluencia bajo pre-
texto de atender asuntos en haciendas situadas en parajes distantes para no res-
ponsabilizarse de una cuestión tan peliaguada como la recluta, convertida enton-
ces en forzosa.
Al día siguiente, el Cabildo comenzó a urgir con cartas a los alcaldes reacios,
concretándoles el procedimiento ya expuesto. Un ejemplo fue la misiva dirigida al
alcalde de Los Silos736, en la que además se le señalaba un plazo máximo de 15
1024
días para trasladar a los desventurados reclutas al puerto de Santa Cruz. Se preve-
nía al alcalde de que en la conferencia que tuviese con los principales del pueblo
los aleccionase sobre la reserva rigurosa en la misión, e igual sosiego y madurez
se debía observar en la selección de las personas que debían sacarse del vecinda-
rio en el caso de no hallarse sujetos acusados de delito o vicio, porque entonces se
abrá de hacer juicio de los desembarazados, mal entretenidos y ociosos para com-
pletar el número.
El plan concebido apenas tuvo éxito, a pesar del buen ánimo de D. Esteban
Delgado, quien incluso aquejado por una enfermedad y en plena celebración de la
Semana Santa no cesó en su empeño para reunir a los 50 hombres que Valher-
moso había establecido. Todo resultó infructuoso, pues un sector de los regidores
no estaba por la labor, como tuvo oportunidad de comprobar el corregidor el 6 de
abril cuando se determinó el arresto de varios hombres previamente convenidos
entre él y los concejales, acordando que ejecutasen la orden los cabos militares.
En esa situación, determinados miembros de la junta seleccionadora y otros ca-
balleros boicotearon el acuerdo. Recurrió entonces a Valhermoso, que ya apoyaba
cualquier férrea medida, pues el tiempo pasaba y estaban al llegar algunas embar-
caciones para transportar a los marineros. El 11 de abril737, presionados por el
corregidor, los ediles resolvieron que los diputados efectuasen la selección, pero
dando otro giro —el que más temía la población, pues quizá no era tan amplio el
número de individuos con delito o habían huido— respecto al perfil de los obli-
gados patriotas que serían compelidos a enrolarse. Ahora la relación efectuada en
los barrios de la ciudad incluía a los hombres solteros y sin carga familiar (que no
sean casados ni hagan falta a sus padres o familias a cuyo cargo estén). Obvia-
mente, en la matrícula se inscribía a los vecinos que hubieran sentado plaza de
manera voluntaria, además de los huidos por miedo a ser alistados. El corregidor
manifestaba que había hecho quantas dilixencias an sido ymaxinables junto con
los diputados, a quienes encomendaba que —para excusar demoras por si en esos
días llegaban las embarcaciones—, desde el día siguiente, domingo, a las 3 de la
tarde, se emplazase en cada barrio a dos o tres sujetos, dando facilidad horaria a
los nombrados, y en esa tarea se persistiría durante la semana siguiente hasta dar
cuenta el viernes siguiente en el Cabildo. En similares términos perentorios se
transmitieron órdenes a los alcaldes, a los que se concedía un plazo de 8 días para
satisfacer su cuota de recluta.
Casi una semana después, Delgado reconoció que en gran medida había fraca-
sado de nuevo. Aparte de cuatro individuos que mencionaba738, y de las pesqui-
sas para separar a los varones menos menesterosos y capaces, además de los en-
causados ante el propio corregidor, no a podido consegir ni los unos ni los otros,
porque se an ocultado como todos los demás desta espesie, que ninguno parese,
extremo que comunicaba al Cabildo, porque además de la recluta era obligación
suya como corregidor tener limpia la ciudad de semexantes suxetos739. Queda pa-
tente aquí tanto la asunción por parte de la autoridad municipal como deber im-
portante de la práctica de la «limpieza social», así como cierta negligencia en el
ejercicio de la novedosa mudanza en el sistema de reclutamiento, que a buen se-
«principales», y a continuación la junta haga juicio prudente de los hombres convenientes —según
las características ya apuntadas—, los capture y envíe con el mejor modo, quietud que se pueda con-
seguir, y con la custodia necessaria. Para ello se podrían auxiliar de los cabos militares del distrito.
737 AMLL, Libro de actas 22, ofic. 2.º, f.º 151 (11 de abril de 1733).
738 AMLL, Libro de actas 22, ofic. 2.º, f.º 152 v.º (19 de abril de 1733). Se mencionaba a Manuel
tanto, mucho antes de la legislación específica de levas de vagos de las últimas décadas del siglo
XVIII (ANDÚJAR CASTILLO, Francisco: «Guerra, venalidad y asientos de soldados...», art. cit., p. 239).
1025
guro dio mucho que hablar. Debió crear esto cierta concienciación o aviso entre
segmentos de población «interesada» o concernida por los nuevos mecanismos y
condiciones de levas; este nuevo panorama y la ingenuidad del plan al no acome-
terlo con diligencia y enorme discreción, quizá por la escasa experiencia o los te-
mores de algunos concejales al rechazo o descontento social, facilitaron la propa-
gación de noticias y rumores y, por tanto, la ausencia de los afectados. El Cabildo
solo pudo limitarse a acordar la continuidad de las diligencias contra todos ellos.
Se daba la circunstancia de que ya Valhermoso, exasperado, había dirigido una mi-
siva al corregidor desde días antes, aunque será el 24 de abril cuando la conozca
oficialmente la institución, que toma nota no obstante de la premura del general,
dirigiendo nuevamente circulares a los alcaldes de los lugares740 para que los hom-
bres señalados fueran sacados por las justicias de sus domicilios sin excepción de
grupo social o estamento (marqueses, condes, regidores y hombres ricos, se cita-
ba textualmente).
En la conversación que posteriormente mantendrán los diputados concejiles con
Valhermoso, este insistirá en que los reclutados fuesen hombres libres y, curiosa-
mente, en que no se violente ninguno, en contradictoria hipocresía con sus propios
mandatos y como si los acontecimientos no hubiesen demostrado ya que era im-
posible reunir el número deseado, ni lejanamente, a menos que se utilizase la
coacción. Pero el Cabildo, convertido en agente reclutador y responsable directo
de la eficacia de la movilización, devenida claramente en forzosa y urgente, adoptó
el 29 de abril una línea más conminatoria para autoridades y familias741, a las que
transfería gran parte del peso de su propia obligación. Consistió el mandato en dis-
poner que quien tuviese dos mozos se desprendiese de uno para la recluta, para
cuyo efecto serían requeridos los amos, mientras reclamaba que en los lugares la
junta de los alcaldes con los principales vecinos elaborasen un listado de las fami-
lias con dos o tres hijos que menos falta les hagan y le pidan uno, y el que no lo
diere pase a estar con Su Ex.ª a dar rasón. Las justicias locales disponían de ocho
días para reunir el contingente o serían responsables con sus personas y bienes.
La dureza concejil pretendía devolver así la previsible hostilidad vecinal hacia el
general Valhermoso, presentado como primer eslabón regional de la leva y como
juez implacable ante el que debía comparecerse en caso de incuria, rechazo o re-
beldía.
A pesar de tantas órdenes y amenazas, se tardó varios meses en la operación y
hubo de valerse de más decretos y presiones. La ciudad, sin embargo, salió mejor
parada —desde el punto de vista de sus obligaciones— que la mayor parte de los
lugares, pues hacia mediados de mayo, entre voluntarios y forzosos, se había
cumplido con la porción de 50 hombres repartida a La Laguna742. Otro cantar era
lo que sucedía en el interior de la isla. Ya entrado el verano se remitió a los alcal-
des una certificación de la veeduría con el número de plazas que faltaban por cu-
brir en cada lugar, así como un decreto de Valhermoso en relación con su negli-
gencia. Pero también se empezó a preparar el ambiente para solicitar el cese de la
extracción de gente del archipiélago743, fuese por causa militar o de repoblación
indiana, y ello tanto por necesidades defensivas como laborales.
Respecto a la evolución de la recluta, el 31 de julio se constató que había con-
cluido el plazo dado a los alcaldes para el despacho de los soldados. Por no reco-
nocer la falta de autoridad y la falla de todo el proceso, se prorrogó el llamamiento
en ocho días, por si se había producido omisión en trasladársele a las justicias la
740 AMLL, Libro de actas 22, ofic. 2.º, f.º 153 (24 de abril de 1733).
741 Ibíd., f.º 153 v.º (29 de abril de 1733).
742 AMLL, Libro de actas 35, ofic. 1.º, f.º 71 v.º (22 de mayo de 1733).
743 Ibíd., f.º 73 (8 de julio de 1733).
1026
orden y certificación744. Al menos en lo que atañe a algunas localidades tendrá
efecto ese postrer intento, pues en las dos semanas siguientes se recibieron cartas
de alcaldes confirmando que ya habían cumplido con su obligación y procedían al
envío de los últimos reclutas745 .
En relación con lo que antes se anticipó, es importante resaltar que a raíz de la
representación formulada al comandante general por los diputados concejiles, D.
Ángel Bauptista Bandama y D. Bartolomé Francisco Yanes, respecto a la súplica
elevada al rey impetrando la suspensión de saca de población de la isla, Valhermo-
so no sólo se manifestó conforme y aseguró que en ese mismo sentido había in-
formado al monarca, sino que incluso sugirió que similar petición podrían dirigir
Gran Canaria y La Palma. El Cabildo tomó en cuenta la idea y la comunicó a los
Cabildos de esas islas, adjuntado copia de la solicitud746. Sabemos que por lo me-
nos se adhirió La Palma, según un documento correspondiente a la postura conce-
jil sobre el intento de recluta de 1734.
No tiene nada de extraño este último dato, pues en esa isla el proceso de en-
ganche adquirió también caracteres dramáticos. Aunque la orden de Valhermoso
databa del 28 de febrero, en La Palma se recibió en abril, tratándose en los ca-
bildos de 12 y 15 de ese mes747. El número de hombres adjudicado a la isla era
elevado: 100 marineros. No obstante, desde el Ayuntamiento palmero se dieron
las instrucciones precisas a los alcaldes, que en unión de otros vecinos debían
efectuar la difícil selección, con el mandato de prender a los hombres necesarios si
no se alistaban voluntarios para servir en la Armada durante un año. El perfil reco-
mendado era que se prefiriesen, en primer término, los solteros entre 16 y 40
años; en segundo lugar, a falta de los anteriores se apelaría a los casados, pero en
todo caso debía tratarse —y es interesante subrayar las características distintivas
respecto de las manejadas en Tenerife, pues aquí cobra relevancia la conducta
irregular o penal en el ámbito sociofamiliar— de sujetos sospechosos de delito o
de maltrato a mujeres, irrespetuosos con sus padres, desvergonzados y penden-
cieros. El fiasco fue similar al tinerfeño, pues se reunieron unos 55 soldados, por lo
que Valhermoso recriminó a las autoridades en julio para que cumpliesen con la
cantidad requerida. Pero el Concejo palmero, además de dejar constancia de que
la cifra era muy estimable en comparación con Tenerife, donde apenas se habían
reclutado algo más de 80, relató algún pormenor de la situación: la mayoría de los
candidatos a la leva se habían retirado al monte, y se han derriscado y ahogado
algunos. Los párrocos avisaban de que tales individuos ni siquiera asistían a misa
ni cumplían con otros preceptos. La consecuencia era la falta de brazos (entre re-
clutados y fugitivos) para recoger los frutos. Si la atribución de reclutas guardara
estricta correlación con el número de varones entre 15-60 años, solo hubiera con-
tribuido con unos 58 soldados; en cambio, sí es equilibrada la asignación de 40 a
La Laguna, mientras en conjunto a Tenerife le debieron corresponder unos 280748,
cantidad difícilmente alcanzable, pues precisamente era el territorio más solicitado
y castigado por las sucesivas levas, y en efecto fue el que más resistencia opuso.
Se puede decir que hacia finales del verano estaba casi terminado el enrola-
miento, ya que el 16 de septiembre Valhermoso se dirigió al Cabildo para precisar
que todavía faltaban 32 hombres para completar lo dispuesto en la orden real749.
En diciembre había finalizado y embarcado ese pequeño contingente, pues a me-
1027
diados de ese mes se convino en remitir a la Corte los informes sobre la recluta,
cuyos integrantes estaban retenidos esperando por los de Gran Canaria, pero se
decidió al menos despachar los correspondientes a Tenerife y La Palma. Esto nos
indica que Tenerife y su Cabildo actuaron nuevamente como impulsores y gestores
de la movilización en todos los sentidos, tanto para reivindicar ante la Corona
como para concentrar la gestión relativa a aquélla en el archipiélago750. Respecto a
Gran Canaria, la escasa información es parcial, pues procede de una relación de
méritos del licdo. D. Fernando Vélez de Valdivieso, abogado de los Reales Conse-
jos, regidor perpetuo de esa isla y alcaide del castillo de la Luz, quien fue diputado
por el Cabildo para que asistiese con el gobernador de las armas y el regente de la
R. Audiencia a la organización de la recluta, que según sus palabras se executó
con buena orden, sosiego y brevedad, a satisfación de la ciudad y demás minis-
tros, poniendo a su cargo la intervención de la compra de mantenimientos751.
Contamos con información casi coetánea acerca de las compulsiones ejercidas
en el alistamiento. En ese sentido son muy expresivas las afirmaciones vertidas en
los cabildos generales y abiertos celebrados en 1734 para tratar de paralizar otra
recluta; en particular, el beneficiado Joseph Jacinto Lorenzo criticó las grandes
violencias practicadas en 1733: andubo la jente huyendo de las violensias que se
les hasía, traiendo muchos amarrados aunque no fuesen marineros, quedando sus
hixos huérfanos; y muchos padres viexos sin poder travaxar les quitaban el hixo
que les mantenía, por cuyo temor y fuga se quedaron muchos sin cumplir con la
Yglesia, y en los montes se hallaron algunos muertos en la pasada recluta. Un pro-
blema derivado, apuntaba el clérigo, radicó en la crisis originada en el comercio in-
terinsular, indispensable para abastecerse de los alimentos necesarios, y hasta hu-
bo perjuicios añadidos como el aborto de mujeres embarazadas. El síndico coin-
cidió con esta cruda exposición752. Todo se debió a que, como no pudo obtenerse
gente de mar, se recurrió de mala manera e indiscriminadamente a los varones de
cualquier oficio. No debió ser ajeno el rechazo de muchos al enrolamiento la «de-
valuación» del oficio de soldado, pues su condición tendía a equipararse a la de
vagos y fugitivos. La insistencia de las autoridades en valerse de los marginales y
desocupados pudo contribuir al alejamiento de algunos que no querían compartir
su suerte con la de un sector aborrecido ni que la negativa conceptuación del sol-
dado de entonces ensombreciera su futuro y sus posibilidades. Se llegaba así a
una curiosa situación: en la cúspide, la monarquía premiaba la incorporación de la
nobleza, a la que se ofrecía la plana mayor; por la base, el retroceso del volunta-
riado condujo a los repartimientos, a métodos coactivos, incluso a la caza del va-
gabundo o «pernicioso».
Los protocolos notariales permiten acercarnos a otro aspecto humano y coti-
diano, tal como comprobamos en las levas del seiscientos: el de los enganchados
que acuden al escribano para otorgar poderes y dejar dispuesto el futuro próximo
en su ausencia. Veamos algunos ejemplos: en abril, un soldado de Garachico fa-
cultó a un hermano para administrar sus bienes; en mayo, un marinero de Arico,
casado y con un hijo de apenas cuatro días, autorizó a su esposa para gestionar
sus propiedades y derechos; en julio, un lagunero que había asentado plaza apo-
deró para recibir la herencia que le correspondía en el caso de que su madre falle-
ciera; un santacrucero, en fin, también concedió potestad a su mujer para admi-
nistrar su peculio753.
1028
C.24. El intento de recluta de 1734
Transcurridos pocos meses desde la llegada del último grupo de vecinos movili-
zados —muchos forzosos, como quedó patente— de 1733, casi a principios de
1734, el comandante general Valhermoso recibió otra real cédula de Felipe V por
la que le ordenaba poner en marcha otra leva de marineros, esta vez en número
de 300 o 400. Así lo manifestaba por carta del 12 de marzo al Cabildo de Teneri-
fe754, cuyos regidores seguramente no salían de su asombro ante la serie de re-
clutas de los últimos 15 años, que recordaban algunos sufridos períodos (1639-
1669) del siglo XVII. El general pareció decidido a tomar una iniciativa más directa,
quizá para evitar los desaciertos, conflictos e inconvenientes del año anterior. De
ahí que manifestase el propósito de reunir una junta de «ministros» de la isla para
fijar las pautas de la operación, probablemente en la creencia de que las dificul-
tades de 1733 se habían debido a una táctica errónea como la concesión de un ex-
cesivo margen de acción y participación a las autoridades concejiles. Por eso modi-
ficó el comandante general el procedimiento antecedente y pretendió restringir a
un corto número de personas, controladas por él y reunidas en su domicilio, las
principales decisiones. Los ediles nombraron a tres miembros capitulares (D. Ángel
Bandama, D. Matías Boza y D. Bartolomé Yanes) para que concurriesen a ese cón-
clave en defensa del punto de vista de 1733, apoyado entonces por La Palma, sólo
que se debería insistir más ahora al empeorar la situación, pues se carecía de los
marineros precisos. Los diputados tenían el mandato de implorar la suspensión de
la recluta, pero también de pedir que en lo sucesivo no se compeliese a más sacas
de gente. El objetivo era persuadir al general para que se sumase a esa demanda
y la hiciese llegar al rey. La junta se reunió el 20 de marzo en casa del general, de
cuyo resultado informaron los concejales comisionados: se encontraba el Ayunta-
miento con que no sólo tenía una recluta pendiente, sino que Valhermoso había
dictado un auto para exigir un donativo755. Otra vez se convocó cabildo general y
abierto como arma frente a la intransigencia de los jefes militares del archipiélago,
más atentos por su condición y responsabilidad, pero también por su afán en as-
cender en su carrera, a agradar al rey que a servir ―en cuanto gobernadores que
eran de un territorio―, como defensores o justificadores de las demandas isleñas
por justas que parecieran.
La respuesta vecinal difícilmente podía ser otra que la oposición. Tendrán un pa-
pel relevante en la sesión los beneficiados, que razonaron la ilegalidad de solicitar
un donativo sin licencia expresa del rey, e incluso en el caso de contar con ella no
dudaban en exigir la necesaria súplica para su suspensión; es más, pensaban que
incluso la contribución voluntaria de los isleños redundaría en su contra, toda vez
que los gravaría más en efectos y negocios. Aclaraba por su parte D. Josep Jacinto
Lorenzo que sólo en caso de urgencia se podía recabar un donativo máximo de
3.000 mrs. Otro alegato esgrimido para la desaprobación de la leva, sin caer en el
artificio de su teórica voluntariedad, fue el vivo recuerdo de los nefastos métodos
y repercusiones que ante la muy previsible falta de enganchados se ejercitarían,
con idénticas presiones y excesos que en la pasada recluta. De hecho, sin comen-
zar el proceso de alistamiento se constataba ya que muchos van desamparando
sus casas y baxeles los de mar, juiendo a los montes. El cabildo general aprobó la
1733 (teniente de capitán D. Joseph María de Saravia Antolines), y el 4 de julio de 1733 (Melchor de
Castro).
754 AMLL, Libro de actas 35, ofic. 1.º, f.º 89 v.º (13 de marzo de 1734).
755 Ibíd., f.º 90 (23 de marzo de 1734).
1029
propuesta de efectuar una representación al general para exponer la justa parali-
zación de los dos proyectos756.
Como era de prever también, dada su tajante forma de operar en esta ocasión,
el comandante general no accedió y al día siguiente del citado cabildo decretó un
auto llamando a la recluta. El Ayuntamiento respondió con la convocatoria de otro
cabildo general y abierto para el 8 de abril, en el que los presentes mostraron su
desesperanza ante la firme postura de Valhermoso, sin margen de negociación,
pues fijaba un plazo de 15 días, pasado el cual se pasaría del enrolamiento volun-
tario al presiso y violento. Esto, pensaban, conllevaría las mismas estorsiones e yn-
convenientes que en la recluta antesedente, porque con ella ay mayor falta de jen-
te de mar como de labradores, travaxadores, pastores y ganaderos de que se con-
puso dha. antesedente recluta, por no averse podido juntar de marineros ni aun
ochenta personas. De todas formas, se convenía en que, aun disponiendo el gene-
ral de facultad regia para proceder a una recluta compulsiva, si bien era inexcusa-
ble el acatamiento debía suplicarse con el justificado discurso de la carencia de
vecinos aptos para la leva a causa de la sucesión de movilizaciones dispuestas en
tan corto número de años y la sangría de numerosas familias extraídas para Indias
por orden real, lo que repercutía negativamente en la agricultura (insuficiencia de
campesinos y carestía de los jornales). Algo similar ocurría entre la gente de mar,
motivado por la gran cantidad de bajeles que habían naufragado en el golfo. Otro
agravio señalado, en la confianza de conmover la voluntad del monarca con un
argumento crematístico, era la pérdida dineraria para la real hacienda derivada de
la falla mercantil ocasionada por la crisis agraria. Por todo ello se reiteraba la utili-
dad de solicitar la suspensión de la recluta, fuese voluntaria o precisa, así como la
de informar y prevenir al rey acerca de la intencionalidad y los objetivos de quie-
nes se ofrecían como organizadores y financiadores de levas atendiendo solo a su
ennoblecimiento o ascenso social con fingidos alegatos patrióticos: ...que los que
pretenden en la Corte o ubieren pretendido venir a levantar jente a estas yslas
(según la carta que se a leydo) se mueben por sus particulares yntereses y ade-
lantamientos sin atender al beneficio común, vien público y conservasión de
ellas757. La oligarquía concejil subrayaba así su rechazo a la tolerancia, al consen-
timiento y a las facilidades contempladas en otras etapas. También proponía al ge-
neral la revocación de lo decretado hasta que la Corona decidiese con arreglo a
varios informes. El personero secundó esta postura y se acordó efectuar las repre-
sentaciones oportunas.
Valhermoso dictó también autos el 4 de abril para las otras islas realengas,
según consta en el leído en el Concejo de La Palma758. La orden pretendía impli-
car a los Ayuntamientos y al juez de Indias para que cumpliesen con su obligación
con objeto de conseguir que a los 15 días de la publicación del bando se apronten
en este puerto los marineros que se hallaren dentro y fuera de los navíos de per-
mición, destinando para su alojamiento uno de ellos el mencionado juez, en tanto
se preparaba la remisión de los reclutados a Cádiz. Para empezar, aunque a la se-
sión capitular palmera de 31 de mayo fueron convocados todos los regidores de la
isla, solo acudieron tres, y eso que la tardanza en tratar el asunto con tanto re-
traso se atribuía a la falta de copia de caballeros regidores por aver estado enfer-
mos algunos y otros ausentes desta ciudad en lugar remoto. El Cabildo consintió
en las diligencias dispuestas por el comandante general, aunque expresaba el pro-
blema del muy reducido número de gente de mar de la isla, la emigración de parte
de ellos a Indias —y como consecuencia la muy corta edad de los muchachos de-
756 AMLL, Libro de actas 35, ofic. 1.º, f.º 92 v.º (30 de marzo de 1734).
757 AMLL, Libro de actas 22, ofic. 2.º, f.º 173 v.º (8 de abril de 1734).
758 AMSCLP, leg. 692, fols. 5 v.º-6.
1030
dicados entonces a esas labores en los barcos—, además de su indispensable pa-
pel en la operatividad de la artillería, como más expertos que los demás en este
exersisio. Carecemos de más información acerca de esta recluta, que no sabemos
si se suspendió, aunque una petición del Cabildo palmero al rey a mediados de ju-
lio de 1734, solicitando una docena de cañones, y excusándose al mismo tiempo
por no haber cumplido con el número de gente de mar asignado a la recluta por
falta de marinos759, hace pensar que se remitió una parte de la cifra pretendida. El
mayor nivel coercitivo de las levas y el rechazo social amplio, que como ya se ad-
virtió se inserta en un contexto de cambio en el modelo de reclutamiento español,
se ha visto como la muestra del fracaso del sistema movilizador de Felipe V y en
respuesta tuvo una deserción masiva760.
Machado y Fiesco (1758); VIERA Y CLAVIJO, Joseph de: Noticias de la historia general…, t. II, op.
cit., p. 345. ; DUGOUR, José-Desiré: Historia de Santa Cruz…, op. cit., p. 91; PERAZA DE AYALA, Jo-
sé: El régimen comercial…, op. cit., p. 145; RUMEU DE ARMAS, Antonio: Piraterías y ataques nava-
les…, t. III, 2.ª parte, op. cit., p. 713.
762 AMLL, Libro de actas 22, ofic. 2.º, f.º 193 (14 de febrero de 1735).
763 La salida de canarios, por hablar de años inmediatamente posteriores, en parte estuvo relaciona-
da ―como ocurrió muchas veces, y algunos ejemplos hemos visto ya― con las propuestas de repo-
blación efectuadas a la Corte desde algunos territorios indianos. Así ocurrió en la isla de Santo Do-
mingo, cuyo gobernador recordaba en 1733 al rey su compromiso con el envío de isleños a la isla.
No obstante, el fiscal del Consejo de Indias argumentaba que, bajo presión de los navegantes ca-
narios, se había aceptado la admisión de dinero a cambio de eludir el embarque de isleños. Al final
se concedió permiso a D. Bernardo Espinosa para ir desde Tenerife a La Guaira y llevar 40 familias a
1031
ocasionados por la extendida fuga de individuos de una tipología determinada: un
hombre cargado de hijos o mal trabajador vagabundo, deudor o manzebado o la-
drón. Esas personas embarcaban dolosamente (grangean la dha licencia de el re-
ferido juez patricio, con lo que quedan sus hijos y mujeres perdidas, otros sin co-
brar sus deudas y los restantes sin castigar sus delitos…)764. Proponía Delgado que
la facultad recayese en los corregidores, que autorizarían la partida con su firma.
Por mandato real se pidió informe a la Real Audiencia de Canarias, también con-
traria al ejercicio incontrolado y corrupto del juez superintendente. En su recomen-
dación, en la que resumía las vicisitudes del régimen de excepción canario y su
gestión isleña hasta la venta del cargo por juro de heredad a D. Pedro Casabuena
en 1708, y tras detallar la manera de cometerse el fraude en los registros y la pre-
varicación de perdonar la sanción en el tornaviaje tras comprobarse la emigración
ilícita, apuntaba la propuesta de que la salida de pasajeros dependiese del coman-
dante general, por escrito y previo informe de las justicias ordinarias, debiendo
castigarse con multa al capitán o maestre todo fraude consentido. El fiscal del rey
coincidía, como el Consejo de Castilla, con el dictamen de la Real Audiencia, pero
el monarca zanjó la cuestión en 1736 con la negativa a restar poderes al juez in-
diano, limitándose a ordenar la imposición de una multa de 1.000 pesos, según
una de las medidas prevenidas por el alto tribunal canario, al maestre o capitán in-
fractor de la legalidad. En ese año se habían encaminado 50 familias a Santo Do-
mingo; el mismo armador, Bernardo Espinosa, conduciría otras 50 familias dos
años más tarde: 25 a Guayana y 25 Santo Domingo, que partieron de Tenerife765.
Las levas de mar tropezaban no solo con la escasez de marinería en las islas, sino
que en general producían especial rechazo incluso en áreas como Galicia, recu-
rriéndose para un mejor control el registro obligatorio de marinos y pescadores,
sobre todo después de los duros bretes para reclutar en los años inmediatamente
posteriores a la introducción del sorteo766.
Santo Domingo. En 1736 llegaron a esa isla 46 familias (240 personas), aunque hubo descontento
por la calidad de los emigrantes (muchas mujeres solas viciosas, y otras cuyos maridos están en ga-
leras y destierros); en 1737 se precisaba que el número de familias había sido 40, pero se confirma-
ba la presencia de muchos vagabundos delincuentes (JULIÁN, Amadeo: «Inmigración canaria y nue-
va fundación de Puerto Plata», en XVI Coloquio de historia canario-americana..., pp. 564-565).
764 AHN, Consejos, leg. 5.955, expdte. 49.
765 Véase también: HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, Manuel: Los canarios en la Venezuela…, op. cit., pp.
58, 412-413.
766 REY CASTELAO, Ofelia: «Hombres y ejército en Galicia: la leva de 1762», en Espacio, Tiempo y
1032
III. LOS DONATIVOS, EL DINERO PARA LA
GUERRA
A. Introducción a los donativos
Tanto el ejército defensivo, la protección de las islas y del espacio marítimo propio,
como la contribución militar isleña al ejército exterior (se tratase del continente
europeo, de los conflictos peninsulares tras la crisis de 1640, o del refuerzo de los
presidios indianos), exigieron un colosal esfuerzo financiero y humano. Hemos verifi-
cado, en especial en el primer capítulo, la carga concejil (a la postre, vecinal) y parti-
cular, pues no solo las sisas o el recurso a los pósitos o el impuesto de vendede-
ras―por mencionar solo estos ejemplos― suponían una mayor fiscalidad y una me-
nor proporción de recursos económicos para atender necesidades vecinales, sino que
los milicianos debían adquirir sus armas y municiones, como ya sabemos. Dado que
hemos efectuado diversas consideraciones sobre este punto con anterioridad ―aun-
que también se efectuarán otras en algunos epígrafes que siguen― nos centramos
ahora en el estudio de los donativos, que sirvieron para financiar, igual que en otros
territorios de la Corona, la política exterior de la monarquía y, de paso, algunas reclu-
tas de las islas; pero asimismo con el arbitrio del 1 % se costeó parcialmente el siste-
ma de fortificaciones de las islas mayores, en particular el de Tenerife, y parte de
gastos complementarios como salarios de soldados profesionales767. Hemos de tener
presente que la cobertura parcial por la hacienda real de determinados gastos milita-
res constituía, en el fondo, una forma, a veces muy directa, de inversión en la seguri-
dad del sistema imperial, pues la Carrera podía quedar afectada si se incrementaba
en extremo la inseguridad de los mares isleños en la zona recorrida por las flotas
mercantiles o las islas quedaban bajo control de una potencia enemiga. En ese sentí-
do, se vería reducido el metal y el beneficio procedente del continente americano. En
los siguientes párrafos se procurará contextualizar el nacimiento de los donativos en
el sistema fiscal estatal, para dedicarnos en otros apartados a una semblanza de los
solicitados en el archipiélago durante el Antiguo Régimen, y finalizar con un análisis
del primer donativo que afectó a Canarias, el de 1632.
La preservación del sistema imperial español, como es sabido, representó una pe-
sada carga financiera, que la sucesión de guerras en territorio europeo incrementó
hasta extremos asfixiantes. No fue una excepción, un caso único el hispano. El Esta-
do moderno y el ejército nacido de la revolución militar caminaron unidos y supusie-
ron un enorme problema hacendístico para esas monarquías768. Constataba Domín-
767 Es recomendable la consulta del capítulo dedicado al sostenimiento del ejército en Canarias en las
últimas décadas del s. XVIII, alejadas ya de nuestro período de estudio: SOLBES FERRI, Sergio: «La
defensa de las islas Canarias en el siglo XVIII: modificaciones presupuestarias para su financiación»,
en GONZÁLEZ ENCISO, Agustín (ed.): Un Estado militar..., en especial las páginas 108-121.
768 Se ha destacado, por ejemplo, la gravosa fiscalidad de las monarquías francesa y española, res-
pecto al pasado medieval, para financiar el ejército profesional. En ambos países la fórmula imposi-
tiva consistió esencialmente en impuestos sobre las transacciones mercantiles y aduaneras. En cuan-
to al paralelismo y complementariedad entre la pujanza de las nuevas monarquías unitarias estatales
y los cambios en el sistema castrense, se ha subrayado que si es cierto que el ejército se modernizó
y ajustó para responder a nuevas metas (y a los conflictos asociados a estas), también lo fue que so-
lo un sistema estatal como el moderno podía sostener un instrumento bélico adecuado como el sur-
gido con la revolución militar [MARTÍNEZ PEÑAS, Leandro, y Manuela FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ:
«Guerra, ejército y construcción del Estado moderno: el caso francés frente al hispánico», en GLOS-
SAE. European Journal of Legal History, n.º 10 (2013), pp. 270 y 274]. Aunque, como se menciona
en este estudio, el costo bélico fue ingente para la monarquía española, otras naciones asumieron un
1035
guez Ortiz que desde Felipe III hasta Carlos III ningún rey accedió al trono sin hallar
las rentas reales empeñadas y gastadas con anticipación769. En particular, la guerra
de los Treinta Años obligó a un esfuerzo contributivo sin precedentes, con el agra-
vante de que la pretensión de evitar nuevos impuestos conllevó la aplicación de me-
didas como la almoneda de oficios públicos, cargos, honores, etc. Así, en los comien-
zos del reinado de Felipe IV, las rentas no enajenadas estaban comprometidas hasta
1627770. La intensificación en la presión fiscal tuvo varias raíces: las limitaciones o el
derrumbamiento del espléndido crédito privado de un siglo antes, la contracción eco-
nómica, el declive de ciertos impuestos importantes y el crecimiento del situado de
los juros, lo que forzó la búsqueda de otras fuentes, formas y figuras impositivas771,
además de conllevar cinco bancarrotas generales en el s. XVII y otra parcial772. A fina-
les del s. XVI estaba caducado el instrumento de las rentas ordinarias para enjugar
los gastos, incluidas las remesas indianas y la acuñación de moneda, y en torno a
1640-1644 también se tornaron inservibles los servicios de millones773. Los monarcas,
como Felipe IV, eran conscientes de la flaqueza de los ingresos respecto a la desme-
sura, al descomedimiento en el gasto, exclamando en 1650: Padecemos la aflicción
eterna de tener que gastar mucho más de lo que tenemos774. Resultaba inevitable,
desde la óptica de la monarquía, incrementar las fuentes de ingresos trasvasando
una parte del coste de la actividad militar a los diversos reinos, lo que acarrearía
un aumento de la presión fiscal775.
En esas circunstancias, los donativos constituyeron uno de los sistemas más utili-
zados por los Austrias menores ante la insuficiencia y el agotamiento de otros pro-
cedimientos impositivos y de exacción, una vez verificada la resistencia de los dis-
tintos territorios a contribuir proporcionalmente a los gastos comunes776. No es ésta
gasto más elevado: a finales del seiscientos, Francia invirtió en la guerra el 75 % de su presupuesto,
y Cromwell había consumido en ese capítulo el 90% en los años cincuenta de dicho siglo (PARKER,
Geoffrey: «El soldado», art. cit., p.72).
769 DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: Política y hacienda de Felipe IV, Madrid, 1960, p. 103. No fue solo
una realidad del s. XVII , pues ya a mediados del siglo XVI los gastos fijos del ejército y la marina res-
pecto al presupuesto, en tiempos de paz, suponían el 65.4 % del total (TEIJEIRO DE LA ROSA, Juan
Manuel: «Logística y financiación...», art. cit., p. 242. Entre 1559-1598 la carga fiscal se incrementó
para el contribuyente castellano en un 430 %, y con posterioridad, entre 1621-1642, los impuestos
se duplicaron (p. 253).
770 Ibíd., p. 104.
771 MARCOS MARTÍN, Alberto: «Deuda pública, fiscalidad y arbitrios en la Corona de Castilla en los
siglos XVI y XVII», en SANZ AYÁN, Carmen, y Bernardo J. GARCÍA GARCÍA (edición): Banca, crédito y
capital. La Monarquía Hispánica y los antiguos Países Bajos (1500-1700), Madrid, 2006, p. 359. Tam-
bién, del mismo autor: «La deuda pública de la Corona en los siglos XVI y XVII», en PITTM, nos. 82-83
(2011-2012), p. 59. Constataba Domínguez Ortiz que todas las reformas hacendísticas del s. XVII es-
tuvieron vinculadas a crisis político-militares, en consonancia con las directrices internacionales de la
monarquía (DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: Política fiscal y cambio social..., op. cit., p. 17).
772 Si durante el el reinado de Felipe II se recurrió a la bancarrota en 1557, 1575 y 1596, en sl
seiscientos se consignan las de 1607, 1627, 1647, 1652, 1660 (parcial) y 1662.
773 GELABERT, Jesús E.: «Rasgos generales de la evolución de la hacienda moderna en el reino de
quiera en las escasas etapas de paz existió un presupuesto equilibrado, pues las mejores rentas se
hallaban enajenadas a particulares en forma de juros (DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: Política fiscal y
cambio social..., op. cit., p. 35).
775 Por ejemplo, así sucedió en Galicia, a pesar de que a la altura de 1640 la fiscalidad era muy in-
tensa y una porción mayoritaria del presupuesto defensivo gallego se dedicaba al mantenimiento de
las tropas (SAAVEDRA VÁZQUEZ, M.ª del Carmen: «El coste de la guerra: características y articula-
ción de las finanzas militares gallegas en la primera mitad del siglo XVII», en Revista de Historia Mo-
derna. Anales de la Universidad de Alicante, n.º 22 (2004), pp. 38 y 43). El marqués de Aytona ase-
veraba en 1630: El que se alla con más dinero es el que vence (PARKER, Geoffrey: La revolución mi-
litar. Las innovaciones militares..., op. cit., p. 92).
776 DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: Política y hacienda..., op. cit., p. 157. También Gelabert mantiene
ese carácter complementario de los donativos como aportaciones extraordinarias, precisas para equilibrar
1036
ocasión para exponer con detalle la literatura teoricista cimentadora de los donativos
y servicios reales. Bastará para el presente empeño con el repaso de algunos plan-
teamientos de historiadores contemporáneos que recogen en síntesis los fundamen-
tos de ese recurso. Ramón Lanza recoge que el donativo constituía un signo de agra-
decimiento, un don honorario que los clientes debían a sus patrones, una gracia, un
beneficio, una acción benévola que se justificaba en el muto intercambio de actos de
reconocimiento entre vasallo y señor777. Considera este autor que suponía una obli-
gación, pero no un impuesto forzoso, y su condición era asimilable a la de un servi-
cio. Fortea Pérez ha expuesto con pormenores teóricos la naturaleza y justicia de los
donativos, sus fundamentos doctrinales, incidiendo en su primigenia condición de
«don» y justificando la simultaneidad no contradictoria de voluntariedad y obliga-
toriedad778 que conllevaban. Subraya asimismo que en una sociedad saturada por los
servicios de millones779, los donativos ofrecían ciertas ventajas, como la posibilidad
de prescindir de la autorización de las Cortes, la universalidad del servicio (no había
lugar a exenciones estamentales) y la plena discrecionalidad regia para gestionar y
percibir la recaudación780. No obstante, el autor concede que los donativos termina-
ron siendo algo muy distinto de su justificación teórica, aunque inicialmente no fue-
ran planteados como impuestos. Esta situación resaltó con claridad al reiterarse su
petición con excesiva frecuencia, al modificar las instrucciones permitiendo la colabo-
ración concejil (lo que se traduciría en una suerte de gravamen indirecto a la postre)
y la perentoriedad en las exigencias de cobro forzando voluntades, a lo que se aña-
dió el carácter de contrapartida del que pronto estuvieron revestidos. Marcos Martín
se pronuncia sobre esas peticiones como abiertamente negativas en cuanto se trata-
ba de exacciones tan compulsivas o más que las que configuraban la fiscalidad ordi-
naria781. No obstante, el primer donativo general (1625) no se presentó como una
el presupuesto. (GELABERT, Jesús E.: «Rasgos generales de la evolución de la hacienda...», art. cit.,
p. 56).
777 LANZA GARCÍA, Ramón: «El donativo de 1629 en el distrito de Fernando Ramírez Fariñas», en IX
vicio o beneficio?», en RIBOT GARCÍA, Luis, y Luigi de ROSA (dirs.): Pensamiento y política económi-
ca en la época moderna. Actas, Madrid, 2000, pp. 39-42.
779 Los fundamentos de los sucesivos intentos de afrontar los gastos se basaron en gran medida en
nuevos impuestos generalizados sobre el consumo, como los millones, que ocasionaban numerosas
quejas (DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: Política fiscal y cambio social..., op. cit., p. 42).
780 FORTEA PÉREZ, José Ignacio: «Los donativos en la política fiscal...», art. cit., pp. 74-75.
781 MARCOS MARTÍN, Alberto: «¿Fue la fiscalidad regia un factor de crisis en la Castilla del siglo
XVI?», en PARKER, Geoffrey (coord.): La crisis de la monarquía de Felipe IV, Madrid, 2006, p. 247. En
otra publicación, el autor señala la abierta contradicción entre el fundamento teórico esgrimido por
1037
petición regia, pues fue el inquisidor general el promotor, diseñándose en principio
como un conjunto de ofrecimientos individuales, conforme a la riqueza, condición y
obligaciones de los particulares. Asimismo conviene destacar que ese donativo fue el
primero del reinado de Felipe IV, pero ya había sido utilizado por los anteriores
monarcas de la dinastía de manera moderada, nunca habitual782. Ahora bien, bajo
esa cobertura teórica de voluntariedad, ese donativo ―como puso de manifiesto su
aplicación en Extremadura― presentaba unas connotaciones claras de obligatoriedad
y universalidad783. Subrayaba por su parte Domínguez Ortiz el teórico carácter pro-
gresista de este sistema impositivo respecto a otros como la sisa, que afectaba de
manera gravosa a las economías más necesitadas, mientras el donativo implicaba un
esfuerzo fiscal directo, en el que cada uno debía contribuir de acuerdo con sus posi-
bilidades, con su nivel de riqueza, aunque para salvar las apariencias se le diera un
carácter voluntario que en la práctica no lo era784. Lo expuesto, en especial la su-
puesta voluntariedad de esta figura fiscal, convirtió a los donativos en un instrumento
eficaz para alcanzar recursos más problemáticos, dado que: a) no era precisa la rati-
ficación de las Cortes; b) el control y la recaudación estaban bajo dominio real; c) se
avenía al proyecto de Olivares de sumar territorios a la causa de la defensa imperial;
d) su universalidad, contribuyendo sin oposición los estamentos privilegiados785.
El problema residió, y en esto parecen coincidir los tratadistas, en su forma de
aplicación, así como en la asiduidad del recurso a este sistema786, que llevó al endeu-
damiento a algunos Concejos. Además, comprobaremos que, incluso desde los pri-
meros donativos, una parte se pagaba con sisas o imposición directa, pero esta úl-
tima casi desaparecerá en corto tiempo. La opresión se agudizó al no restringirse la
contribución vecinal a los donativos, pues hubo exacciones paralelas o inmediatas a
estos, levantamientos de levas, peticiones para atender a gastos de fortificaciones,
etc. Cabe añadir que ya desde el donativo general de 1629, no extendido a Canarias,
se perciben unas peligrosas novedades que ponían en cuestión la relativa bondad del
sistema recaudatorio, como la presencia de sisas787, la conmutación de penas, las
los tratadistas [el donativo como «don» que circula de manera unidireccional del vasallo-súbdito ha-
cia su señor-monarca por (y en señal de) agradecimiento], y la realidad: 1) los vecinos concibieron el
donativo como una contribución obligatoria; 2) Las instrucciones a los ministros comisionados para la
propuesta y cobranza recogían sugerencias y órdenes sobre la destreza utilizable y, en segundo tér-
mino, acerca del grado de coacción preciso para el feliz término de la misión; 3) la referencia conti-
nua a la universalidad del donativo entrañaba obligatoriedad; 4) en varios donativos hubo contesta-
ción de vecinos, procedimientos judiciales de embargos, muertes de poderosos, etc.; 5) la volunta-
riedad es opuesta a la existencia de contrapartidas, pues la supuesta transferencia unidireccional de
renta se transformaba en una transferencia bidireccional de bienes económicos; 6) no puede hablar-
se de voluntariedad cuando los ofrecimientos de un donativo se consignaban a negociantes o finan-
cieros como pago a provisiones realizadas al rey (MARCOS MARTÍN, Alberto: «Sobre la violencia del
impuesto en la Castilla...», art. cit., pp. 198-204, 210).
782 FORTEA PÉREZ, Juan I.: «El donativo de 1625 en el realengo andaluz», en MARCOS MARTÍN, Al-
berto (ed.): Hacer historia desde Simancas. Homenaje a José Luis Rodríguez de Diego , Valladolid,
2011, p. 317.
783 RODRÍGUEZ GRAJERA, Alfonso: «El donativo de 1625 en el medio rural extremeño. Una primera
aproximación», en FORTEA PÉREZ, Ignacio, y Carmen M.ª CREMADES GRIÑÁN: Política y hacienda
en el Antiguo Régimen, vol. I, Murcia, 1993, p. 470. Señala el autor que el donativo significa una car-
ga menor si la comparamos con el conjunto de figuras fiscales, pero podía resultar onerosa en algu-
nos sectores sociales en determinadas coyunturas (p. 479).
784 DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: Política y hacienda..., op. cit., p. 297.
785 GIL MARTÍNEZ, Francisco: «De a negociación a la coerción: la recaudación del donativo de
en 1627: Es mejor gravar con impuestos a los ricos que oprimir a los vasallos pobres y menesterosos
de Castilla (STRADLING, E. A.: Felipe IV y el gobierno de España…, op. cit., p. 276).
787 Los especialistas han destacado la progresiva representación de los impuestos indirectos en el
sistema fiscal castellano del s. XVII, hasta el punto de que los arbitristas los desaprobaban por su inci-
dencia en la limitación de productos básicos debido a la carestía que provocaban. La relevancia de
1038
consignaciones a asentistas... De ahí que en la encomienda de la solicitud de ese año
se sustituyó a los corregidores, como había sucedido con el donativo de 1625, por
altos funcionarios revestidos de facultades especiales para negociar y conceder mer-
cedes788. Si el concepto de voluntariedad del donativo siempre fue una quimera, en
los años treinta se presentó en su forma más descarnada como una simple compra-
venta, en la que el monarca obtenía de muchos particulares (los poderosos) e ins-
tituciones (Ayuntamientos) jugosas cantidades a cambio de concesión de honores789
o de autorización para determinadas prácticas o procedimientos de cobro que resul-
taban lesivas para el común, comportando una pesada carga tributaria ―decidida por
los Concejos― para la mayoría de la población, decidida por los Concejos790. Tampo-
co fue extraordinario el impago de alguna porción con cargo a las rentas de parti-
culares791.
Donativos y levas dieron al traste con los privilegios fiscales canarios, apoyada la
monarquía en el brazo firme de los capitanes generales y auxiliada por la oligarquía
que ―entre incapaz, indiferente o interesada en colaborar con la Corona para su
medro― consintió o apoyó la riada de contribuciones monetarias y humanas de los
siglos XVII y XVIII.
No es posible establecer una correspondencia entre donativos y figuras o renglones
impositivos de otros reinos peninsulares con los exigidos a Canarias. Ni cronología ni
tipología son coincidentes, otra cuestión es que exista una lógica asociación en perío-
dos de mayor exigencia tributaria; pero las cargas y obligaciones de los reinos cas-
tellanos estaban ligados en buena medida a las decisiones de las ciudades con voto
en Cortes. La Corona actuó siempre, como hemos apreciado asimismo respecto a las
reclutas, forzada por las urgencias derivadas de sus necesidades militares, que en
último término justificaban, también en las islas, el incremento de la presión fiscal792,
al igual que ocurrió con otros territorios exentos de la monarquía793.
estos gravámenes fue en aumento hasta significar el 71 % de los ingresos fiscales de la Corona en
los años sesenta de la centuria [ANDRÉS UCENDO, José Ignacio: «¿Quién pagó los tributos en la
Castilla del siglo XVII? El impacto de los tributos sobre el vino en Madrid», en Studia historica. Historia
moderna, n.º 32 (2010), pp. 231-232].
788 LANZA GARCÍA, Ramón: «El donativo de 1629 en…», art. cit., p. 2.
789 Andújar se plantea si la venalidad no constituyó un recurso permanente de la monarquía, como
un capítulo más del conjunto de sus ingresos anuales (ANDÚJAR CASTILLO, Francisco: «Vender car-
gos y honores. Un recurso extraordinario...», art. cit., p. 97).
790 DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: Política y hacienda..., op. cit., p. 300. El autor considera que estos
donativos «voluntarios» poseían un doble sesgo negativo, en cuanto implicaban un simple mercado de
venta de gracias y un repartimiento forzoso (ibíd., p. 303).
791 AHPSCT, Prot. Not., leg. 935, f.º 4. El rey tomó para sí la mitad de juros de la princesa de Ásculi de
las rentas de 1636 y la cuarta parte de las de 1637 (uno de 562.500 mrs. en La Palma, y otro en Teneri-
fe por valor de 525. 000 mrs.).
792 Por reseñar solo un ejemplo, Andújar ha estudiado el caso granadino, en el que a la tradicional
autodefensa ―cuyo coste recaía en la vecindad― se añadía ahora una superior carga tributaria (AN-
DÚJAR CASTILLO, Francisco: «La defensa de la frontera...», art. cit., p. 165).
793 Susana Truchuelo ha significado que los servicios militares y los donativos voluntarios en dinero
constituyeron las contribuciones extraordinarias más comunes en esta época en los territorios vascos
y en Cataluña (TRUCHUELO GARCÍA, Susana: «Privilegios y libertades fiscales: los donativos al mo-
narca...», art. cit., p. 292).
1039
A.2. La frustrada aplicación del donativo de 1629 y la afectación re-
trasada del de 1632
794 Los historiadores coinciden en la suavidad del sistema fiscal canario. Por ejemplo, Suárez Grimón
lo califica como privilegiado, caracterizado por la casi total ausencia de impuestos de naturaleza indi-
recta; Béthencourt subraya la levedad impositiva del archipiélago; Eiras Roel compara, en favor de
las islas, no solo el punto de partida de las exenciones posteriores a la conquista, sino el empeora-
miento registrado en los reinos peninsulares desde las últimas décadas del s. XVI, con un aumento
significativo y progresivo de los servicios, mientras en Canarias la fiscalidad continuaba descansando
en las rentas reales [SUÁREZ GRIMÓN, Vicente: «Contribución al estudio de la historia de las fisca-
lidad en Canarias: exención y uso del papel sellado (1636-1826)», en Boletín Millares Carló, n.º 17
(1998), p. 184; BÉTHENCOURT MASSIEU, Antonio: «Fiscalidad y franquicias en Canarias...», art. cit.,
p. 1.726; EIRAS ROEL, Antonio: «Deuda y fiscalidad de la Corona de Castilla en la época de los Aus-
trias. Evolución e historiografía», en Obradoiro de Historia Moderna, n.º 14 (2005), p. 66]. Como es
conocido, esencialmente (aunque no son los únicos integrantes del sistema fiscal isleño) los ingresos
estatales en Canarias descansaban en el almojarifazgo de las islas realengas (en él incluimos la tasa
del comercio canario a Indias), la participación decimal (tercias reales), y los monopolios de la or-
chilla y del estanco del tabaco. Concluida la conquista, las islas realengas disfrutaron de un suave ré-
gimen sobre la exportación e importación, regulado en Gran Canaria por la provisión de 20 de enero
de 1487, prorrogado por otra provisión de 24 de diciembre de 1507, y en el caso de Tenerife y La
Palma, la R. C. de 20 de marzo de 1510 obtuvo prórroga por las reales cédulas de 12 y 19 de sep-
tiembre de 1528 (sobre esta cuestión, vid, la aportación más reciente de MIRANDA CALDERÍN, Sal-
vador: Orígenes y evolución del régimen económico y fiscal de Canarias..., op. cit., pp. 299-300).
Con posterioridad, Felipe II confirmaría las exenciones por RR. CC. de 24 de marzo y 24 de septiem-
bre de 1579, que fueron confirmadas por los monarcas posteriores. Ahora bien, cuando se pondera
benignidad en el sistema fiscal se habla siempre de la extracción de la Corona, pero conviene matizar
esa perspectiva con las tasas y gravámenes concejiles, que sí supusieron impuestos indirectos, va-
riables según las épocas e islas, y desde luego ―como se verá en los epígrafes siguientes― la suce-
sión de donativos implicó el nacimiento de una más intensa fiscalidad municipal, aparte de la deri-
vada del arbitrio estatal del 1 %. Además, no suele considerarse el sistema fiscal gravoso soportado
por las islas señoriales. Los donativos alteraron el sistema fiscal canario, y los Concejos fueron cons-
cientes, en especial a medida que el gravamen del 1 % se convirtió en un componente indefinido de
dicho régimen, como se expresará más adelante, y de un modo claro se patentiza en el caso de la toma
por el Estado del estanco del tabaco con la oposición isleña. Entre 1718-1744, considerando el dinero
transferido de las rentas reales a la Tesorería general, el arbitrio del 1 % supuso un 6.9 %, mientras el
tabaco casi duplicó ese porcentaje, un 13.2 %: (SOLBES FERRI, Sergio: Rentas reales y navíos de
permisión..., op. cit., p. 234). En cambio, no se entiende bien la inclusión, en términos generales, de las
limitaciones en cantidad o puerto de la Carrera como un gravamen, como parece plantear Solbes Ferri
(SOLBES FERRI, Sergio: Rentas reales y navíos de permisión..., op. cit., p. 35), pues más bien consti-
tuyen una reducción o restricción de la participación de ventajas en un monopolio. Otra cuestión es
la compensación exigida en aquellos casos, muy numerosos, en los que no se contribuyó con el em-
barque de familias exigido, ya que implicaba una tasa fija sobre un tonelaje determinado como alter-
nativa a la citada aportación humana (p. 77 de la obra antes mencionada). Tampoco entendemos
que deban ser comprendidas de un modo estricto como integrantes de la fiscalidad regia en las islas las
imposiciones por lanzas o medias anatas, pues las primeras atañían a una selecta minoría (unos pocos
titulados) y la segunda suponía una carga que afectaba sólo durante el primer año de desempeño a una
elite principalmente funcionarial. El regente Tomás Pinto Miguel, cuando informaba a la Corte en 1751 en
respuesta a la argumentación de los coroneles de Tenerife (era habitual y hemos constatado en este
trabajo que la oligarquía manejase siempre la defensa gratuita de las islas como parte de un pacto fiscal
con la Corona) razonaba que los coroneles aducían la defensa de la tierra sin sueldo, pero callan que
están obligados a hacerlo por obligación natural, que dicta la propia defensa, y por derecho civil,
porque gozan de immunidad de alcavalas, cientos, millones, servicio ordinario y de otros qualesquie-
ra tributos con que en España y demás dominios del rey se contribuye [...]; porque el príncipe, sin
percivir tributos hubiera de pagar salarios, fuera quererle hacer pechero de sus vasallos (AGS, GM,
leg. 4.324).
1040
nativos anteriores a 1632795, librándose así de los correspondientes a los reinados de
Felipe II (1590) y de Felipe III (1603), pero no podrá eludir la cascada de exaccio-
nes desencadenada por la guerra de los Treinta Años, que persistirá terminado este
conflicto con el agravamiento de la decadencia hispana. Pensemos que entre 1624 y
1636 la Corona pidió cinco donativos generales, que proporcionaron unos trece mi-
llones de ducados796. Como antes se señaló, era delicado el estado de la hacienda es-
pañola durante el reinado de Felipe IV. Resulta sumamente expresiva de los aprietos
españoles y del abatimiento del valido, conde-duque de Olivares, para hallar una
eficaz panacea financiera, la carta que en enero de 1634 dirigió al presidente de la
Cámara de Castilla, con alusión a las muchas noches sin sueño y días de continua
meditación que le causaba la peligrosa situación, haciendo constar que ignoraba la
forma de disponer de la suma necesaria para reforzar el contingente bélico hispano
en Europa797.
El período de Felipe IV no será, pues, muy bien recordado por los canarios que, no
obstante, se vieron libres de los dos primeros donativos de este monarca, los de
1625 y 1629. Asimismo estarán exentas las islas de la dura carga que supuso la obli-
gación militar contributiva (Unión de Armas) decretada en 1626. Precisamente el do-
nativo de 1629 comportará rasgos novedosos que tornarán odiosa esta variante de
gravamen, pues implicaba la generalización en la práctica del impuesto indirecto,
debido en particular, como comprobaremos en el caso canario, a la concesión de ar-
bitrios a los Ayuntamientos a cambio de sus ofrecimientos. Se transfirió así a los Con-
cejos la impopularidad y una parte de la siempre molesta cobranza.
Con objeto de que sirva de comparación y como sucinta contextualización, recor-
demos que los ingresos hacendísticos castellanos dependían en un 55 % a comien-
zos del s. XVII de dos arbitrios: la alcabala (un teórico 10 % sobre la venta de todos
los productos, reducido a un real 4-5 % a causa del encabezamiento por las ciuda-
des) y el servicio de millones (en principio, una suma de dinero que por tiempo de-
terminado ofrecían o consentían las ciudades al rey pero que significaban un dacio
más, ya que se pagaban gracias a imposiciones de diferente cuantía sobre la expedi-
ción de vino, vinagre, aceite y carnes, las llamadas «cuatro especies»). Los deno-
minados «cientos» se unieron a las dos figuras anteriores (alcabalas y millones)
desde 1626: consistían en un recargo de un 1 % en la venta con objeto de contener
el déficit de los servicios de millones prometidos798. Todo un repertorio, pues, de ga-
belas indirectas sobre el consumo, cuya percepción la monarquía cedió mediante
arrendamiento o encabezamiento.
A pesar de que Felipe IV casi había comenzado su reinado con un donativo, hacia
1628 se presentaba una buena oportunidad para España de plantearse una hacienda
795 Hay alguna noticia aislada de solicitud, como la cursada en 1601 por Felipe III a D. Gonzalo de
Saavedra, señor de Fuerteventura, en el curso de un donativo general del reino, por el apretado es-
tado de mi hacienda. La recolecta se debía organizar, según la real cédula, por medio de la justicia
ordinaria, i de religiosos, si los huviere en esse lugar, y se remitiría la cantidad al corregidor (no lo
había entonces en las islas, sino gobernadores) para que viniese a manos del presidente del Consejo
(FERNÁNDEZ DE BÉTHENCOURT, Francisco: Nobiliario…, t. I, op. cit. pp. 69-70). También podría
plantearse incluir, aunque se trató de algo puntual, la contribución isleña al alojamiento del presidio y
fábrica de las fragatas, que como constatamos se acompañó ―además de las cantidades satisfechas
por los Concejos― de aportaciones vecinales. Ahora bien, en este caso estamos hablando más bien
de sostenimiento de la defensa de las islas y no de un gravamen aportado a la hacienda pública, por
lo que estrictamente no se corresponde con un tributo sin dejar de ser una imposición estatal pun-
tual.
796 LANZA GARCÍA, Ramón: «El donativo de las guerras de Italia (1629): estudio del caso del arzo-
en ARANDA PÉREZ, Francisco José (coord.): La declinación de la monarquía..., (2004), pp. 361-362.
1041
más equilibrada y unas relaciones internacionales más estables y menos proclives al
intervencionismo bélico. La estrategia de Olivares frustró esa ocasión con la reaper-
tura de la guerra en Mantua, y a partir de ahí se sucedió ―como conocemos― el re-
crudecimiento de la contienda europea y un espectacular incremento de los gastos
de guerra.
A esos donativos cabe añadirles otros relacionados con celebraciones regias
(matrimonios…), mantenimientos de tercios, etc. Es decir, que la contribución is-
leña a los gastos de la Corona distó de ceñirse ―almojarifazgo y tercias reales a un
lado― a los donativos. Con todo, siempre hemos de tener presente que la fiscali-
dad ordinaria y extraordinaria fue superior en otras partes de la Corona y nunca
tuvo para la población el impacto dramático que en Castilla799. A título de ejemplo,
a comienzos de la década de 1640 Galicia aportaba unos 330.000 ducados, y en
1646 la suma ascendía a 390.000 ducs., de los que 130.000 procedían de recauda-
ción directa800. Hay que señalar que los canarios se resignaron dócilmente a la
nueva situación, a pesar de que se atravesasen coyunturas adversas y de que la
Corte no respondiese favorablemente a determinadas gracias que se esperaban
como contrapartida de las sumas ofertadas.
En esta tercera parte de la obra se ofrece una aproximación al conjunto de los do-
nativos canarios desde el primero, en 1632, hasta la década de los años treinta del
siglo XVIII (en realidad, el famoso del 1 % duraría desde su implantación hasta finales
del Antiguo Régimen). Se analizarán en particular las peculiaridades del donativo de
1632, que abre la serie en Canarias; pero sería oportuno continuar con estudios mo-
nográficos dedicados a otros donativos y gabelas en el archipiélago, cuya raíz esen-
cial es de índole militar. Entre otros beneficios, estaremos así en condiciones de pon-
derar la presión fiscal estatal en Canarias, si bien eso no debe ocultar otra laguna: la
necesidad de más investigaciones sobre la totalidad del sistema impositivo, de carác-
ter isleño, que recaía sobre la población. Habría que conocer con la mayor precisión
posible no sólo la cuantía, ya sabida, de cada donativo, sino las maneras de exacción,
la afectación de vecinos, las ventas de cargos, etc. Conviene, pues, reflexionar sobre
la magnitud del esfuerzo financiero y su impacto en la economía y la sociedad is-
leñas, la actitud y las motivaciones de la oligarquía canaria en las contribuciones di-
nerarias a la Corte, los mecanismos de percepción, etc. Será esta una contribución
más que pueda ayudar a avanzar en una temática como los donativos en la que,
como han manifestado en fechas relativamente recientes algunos estudiosos, todavía
falta mucho por esclarecer801.
799 DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: Política y hacienda..., op. cit., pp. 40-41.
800 EIRAS ROEL, Antonio: «Levas militares y presión fiscal en Galicia...», art. cit., p. 563. Según Espi-
no López, entre 1639 y 1665 la detracción económica en el reino de Valencia fue de 6.550.570 rs.
(ESPINO LÓPEZ, Antonio: Guerra, fisco y fueros.., op. cit., p. 33). Solo entre 1635 y 1658 los donati-
vos en las islas supusieron alrededor de 3.740.000 rs., aproximadamente. Si tenemos en cuenta que
a mediados de siglo la población del reino de Valencia era en torno a 2.5 veces la canaria, la contri-
bución isleña fue proporcionalmente superior. Pero también es cierto que Galicia ofreció 800.000 du-
cados en 1629, Sevilla 500.000 y Córdoba 200.000 (GELABERT, Jesús E.: «Rasgos generales de la
evolución de la hacienda...», art. cit., p. 57). Insistimos en la necesidad de profundizar y elaborar
más estudios antes de realizar comparaciones concluyentes.
801 LANZA GARCÍA, Ramón: «El donativo de las guerras de Italia (1629)...», art. cit., p. 127. Subraya
el autor la dificultad para establecer el rendimiento de los donativos, sus contribuyentes, objetivos y
el grado de alteración en la naturaleza del sistema fiscal hispano. También Rey Castelao aludía a la
escasa atención a este fenómeno, que precisamente fue una de las principales vías para aumentar
los ingresos de la hacienda castellana, por lo que habría que estudiar mejor sus mecanismos de
distribución y aplicación, su cuantía y el modo como se recaudaron [REY CASTELAO, Ofelia: «Los
estudios sobre fiscalidad en la época moderna. ¿fenómeno historiográfico real o aparente?», en
Obradoiro de Historia Moderna, n.º 13 (2004), p. 234]. Por mencionar otra autoridad, Marcos Martín
precisa que falta por cuantificar el conjunto de donativos y servicios extraordinarios (MARCOS MAR-
TÍN, Alberto: «Deuda pública, fiscalidad y arbitrios...», art. cit., p. 363).
1042
A.2.1. Hacia el donativo de 1632
802 GELABERT GONZÁLEZ, Juan Eloy: Castilla convulsa (1631-1652), Madrid, 2001, pp. 17-18, 53-55,
64-65.
803 Ibíd., p. 72.
804 DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: Política fiscal y cambio social..., op. cit., p. 49.
805 DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: Política y hacienda..., op. cit., pp. 46-47.
806 Ibíd., p. 51. Subraya el autor que se inicia en 1635 una nueva etapa hacendística caracterizada
por un paulatino deslizamiento hacia una economía de guerra carente de planificación, de modo que
los acontecimientos bélicos determinarían las sucesivas medidas para remediar o paliar las necesida-
des (pp. 48-49).
807 GELABERT GONZÁLEZ, Juan Eloy: Castilla convulsa…., op. cit., p. 137.
1043
impositivo castellano (millones, cientos y alcabalas) en el medio siglo transcurrido en-
tre 1632 y 1682, fecha que señaló un retroceso debido a un cambio en la política ex-
terior hispana tras el reconocimiento de su fracaso hegemónico europeo, lo cual se
reflejó en una disminución del gasto militar y en una reorientación808 hacia las Indias.
Comprobaremos que corresponde a una fase diferente del esfuerzo exigido a Cana-
rias, que entroncó con la consolidación del famoso 1 % y ―tal como ya comproba-
mos― un descenso en las levas encaminadas al continente europeo.
Como significativa anécdota es oportuno señalar que el donativo de 1629 estuvo a
punto de cobrarse en las islas, por lo menos en Tenerife, sin que mediara petición
expresa de la Corte. Todo se debió al exceso de celo patriótico del gobernador Al-
varado Bracamonte, que en mayo de 1630 planteó en el Cabildo la conveniencia de
coadyuvar a los gastos bélicos como lo estaban haciendo los vecinos en Castilla. Su
propuesta se concretaba en un «ofrecimiento» particular, que en el caso de La La-
guna solicitaría por las calles una comisión formada por el propio gobernador y dos
diputados nombrados por la corporación, que se acompañarían del escribano con-
cejil. De igual modo pensaba que debía procederse en La Orotava y Garachico, los
dos lugares con gente más acaudalada junto con la capital, mientras en los demás
lugares la delegación petitoria la presidiría el alcalde pedáneo809. Los regidores
presentes en la reunión municipal se tomaron la inesperada idea del gobernador con
calma y firmeza, e instaron la convocatoria de cabildo general para decidir sobre una
materia tan seria y onerosa. No obstante, la escasa asistencia al cabildo general in-
clina a pensar que el asunto no preocupó demasiado al conjunto de concejales, pues
apenas concurrió al llamamiento una quinta parte de estos, si bien es verdad que su
presencia en las sesiones consistoriales era muy reducida. Probablemente pensaron
que el tema estaba bastante decantado para molestarse en acudir. Los dos jurados,
curiosamente, apoyaron al gobernador, pero la mayoría —como es conocido— era
determinante, por lo que Bracamonte decidió paralizar su propuesta en tanto no se
recibiese una expresa resolución real810. Merece la pena resaltar que el paladín de la
oposición al donativo, que aquí sí que cabría calificar como voluntario y gracioso —si
se hubiera aprobado—, fue un poderoso caballero: D. Alonso Llarena Carrasco Loren-
zo, quien sutilmente manejó el argumento de que la ausencia de comunicación del
arbitrio estaba motivada con toda probabilidad por el deseo regio de librar a las islas
de una contribución excesiva, pues el monarca conocería la pobreza de Canarias y los
múltiples servicios y cargas de sus moradores, que el regidor se esmeró en enumerar
con un repertorio de datos y actos serviciales de carácter fiscal-militar (aportaciones
anuales a fines defensivos de las islas, asignación del tercio del caudal de los pósitos
para pólvora y municiones, pago de velas y de salarios de funcionarios y soldados
reales, alistamiento en milicias...), agregando la exoneración de Felipe III sobre el
impuesto de un ducado por pipa embarcada para sufragar el muelle de Gibraltar.
Subrayaba el regidor que el monarca debía ser consciente de la mayor utilidad de la
participación isleña en materia defensiva en esa asistencia dineraria y humana en la
defensa, además de argumentar los terribles años de nesesidad anteriores a causa
de la esterilidad y de la venida de jueces particulares con comisión, uno de los asun-
tos que más preocupaban a la oligarquía, poco deseosa de ser controlada. El concejal
Francisco de Molina, sin dejar de reconocer las exigencias bélicas de la monarquía y
el deber de los vasallos en socorrer a su rey, pero siguiendo el hilo de Llarena, preci-
808 ANDRÉS UCENDO, José Ignacio: «Una visión general de la fiscalidad castellana…», art. cit., pp.
365-366. El autor matiza que el monto de los ingresos impositivos descendió debido a la necesidad,
para cumplir con los compromisos financieros internacionales, de convertir en reales de plata los tri-
butos, generalmente satisfechos en maravedís (cobre).
809 AMLL, Libro de actas 23, ofic. 1.º, f.º 33.
810 AMLL, Libro de actas 17, ofic. 2.º,fols. 21-22 v.º, sesión de 17 de mayo de 1630.
1044
saba que si Felipe IV hubiese querido aplicar el donativo a las islas habría despa-
chado las reales cédulas oportunas, e incorporaba otro poderoso fundamento al re-
chazo de la propuesta del gobernador, en cuanto tocaba un negocio vital para la cla-
se dominante: el vino. Explicaba Molina que la estrechez imperante en los propieta-
rios impedía la fábrica de las heredades vitícolas, porques esto el nierbo prinsipal en
que la ysla se funda, porque del fruto de los vinos se a de sacar todo lo demás
nessesario para passar la vida811. Otro regidor, D. Bernardo Lercaro, perfilaba la co-
yuntura mencionando la falta de liquidez debido al escaso trato, pues se reducía a
conmutar los frutos de la tierra con algunos géneros de mercadurías con que los ve-
sinos corran. Otros incidían en que la cosecha de vinos iba a ser ruinosa. Como pue-
de pensarse, semejante panorama era exagerado, pero existía unanimidad, cerrada
defensa corporativa y oligárquica. Las disertaciones más bien tenían como destina-
tario al gobernador, al que se suponía más falto de información sobre los méritos
contributivos isleños, y además servía para caldear el ambiente ante una eventual
llegada de una cédula del donativo o de un intento de Bracamonte para requerirla.
Pero no hay que engañarse: los Cabildos no dieron señales de oposición, más bien
se adelantaron presurosos en algunas ocasiones no justificadas por apuros bélicos
(tal es el caso de matrimonios o nacimientos), pretendiendo significarse como ejem-
plares súbditos con vehementes afanes de agradar a la persona regia. No hay cons-
tancia de contrapartidas directas de la Corona a los Concejos, como en otras partes
de España, pues se recurrió ―como hemos comprobado ya al analizar las levas, y se
analizará con concreción al estudiar el donativo de 1632― a la almoneda de merce-
des compensatorias (hábitos militares, patentes en blanco…) a cambio de ofrecimien-
tos en el mencionado donativo. Sí es obvio que la monarquía premió a las elites is-
leñas, en especial a las tinerfeñas, como se constató en las levas, pues era vital para
aquella la alianza con los grupos y clanes que movían los hilos de los Ayuntamientos.
Los regidores actuaron siempre, aun en aquellos temas o disposiciones que juzga-
ban contrarios a sus intereses, con suma cautela y, en general, manifestaron fide-
lidad personal e institucional y procuraron granjearse el favor real, indispensable para
la consecución de más altas aspiraciones sociales personales o familiares, como se ha
corroborado en los capítulos precedentes. A fin de cuentas, en el capítulo fiscal las
fórmulas de obtención de fondos no solían causarles mucho perjuicio o se resarcían
con relativa facilidad. Algunos autores han visto en los donativos y sus negociaciones
(se aludirá en varios epígrafes a las conversaciones en el ámbito privado entre dele-
gaciones concejiles y los comisionados regios solicitadores del donativo, pero con
seguridad no debieron ser los únicos «encuentros» entre estos delegados de la Co-
rona y personajes pudientes de cada isla, en especial de las realengas, las que
contaban con una clase dominante más poderosa) una negociación en la que dos
partes ―en realidad, el «bloque local» solo lo es en apariencia― intentan transar una
fórmula para coincidir en una cantidad aceptable, unas condiciones y un sistema de
pago con cierta garantía y viabilidad. Por un lado, los Concejos intentaban obtener
determinadas gracias de la Corona, entre ellas la incorporación a la hacienda mu-
nicipal de arbitrios concedidos para la satisfacción de la cantidad ofrecida una vez
liquidado ese importe; por otro, los particulares, entre los que estaban los regidores y
sus familias ―pero también otras personas o actores sociales con dinero― buscaban
afianzar su posición socioeconómica, y ahí entraba una variada gama de oferta, para
la que estaba facultado el comisionado real: hábitos de órdenes militares, oficios mu-
nicipales, indultos, escribanías públicas, jurisdicciones señoriales, etc. La monarquía,
en el otro extremo, además del beneficio de partida (consecución pronta de dinero),
811 AMLL, Libro de actas 10, ofic. 2.º, fols. 21-22 v.º.
1045
se encontraba con otra oportunidad de anudar un muy necesario consenso político y
social con los poderes locales812.
Resulta curioso que sea el tercer donativo de Felipe IV, el de 1632, el primero de-
sarrollado en Canarias ―el de 1629 revistió un carácter más universal, pues incluso
abarcó a las Indias―, mientras el de 1632 careció de esa amplitud territorial y fue
menor su duración e importancia impositiva, debido no tanto a la voluntad regia sino
a su interrupción motivada por el amplio rechazo suscitado en una población ya con-
trariada por las peticiones continuas de dinero, con especial incidencia en las provin-
cias vascas813. En principio, el donativo de 1632 sí fue proyectado de un modo ge-
neral en cuanto al perfil de los afectados: ...sin omitir la más pobre venta o cortijo
[...], que no sólo se haga en las casas de los señores, pero también en las de sus
criados, pidiendo al marido y muger, hijos, criados y criadas, teniendo asentado que
a ninguna persona se ha de dexar de pedir, aunque sea el gañán o el pastor. Por
ello, el Consejo de Castilla intentó disuadir al monarca de su propósito con una bate-
ría de razonamientos que son comprendidos por aquél pero no atendidos, pues la ne-
cesidad es de calidad814.
La petición regia, fuertemente contestada —como en Lorca y en las provincias
vascas—, parece que no se desplegó con igual premura en todos los territorios de la
Corona. Por ejemplo, a Salamanca le afectará la petición en 1634815. Precisamente
esta es la fecha en que se decide ejecutarlo en Canarias, cuando según Hume fue
interrumpido en territorio peninsular ante la repulsa hallada y el limitado alcance (en
comparación con los donativos de 1625 y 1629) de la recaudación. Este retraso expli-
ca la afortunada exclusión canaria del donativo posterior de 1635, motivado direc-
tamente por la guerra contra Francia y que inaugurará un ciclo de donativos suce-
sivos, aunque si le alcanzó el siguiente, cuando en teoría debía haber concluido el pa-
go aplazado del comenzado a cobrar en 1634816.
812 GARCÍA HOURCADE, José Jesús, y José Javier RUIZ IBÁÑEZ: «Un poder simbiótico: la articula-
ción de los lazos de dependencia entre la Corona y los mediadores, Murcia ss. XVI-XVII», en GUILLA-
MÓN ÁLVAREZ, Guillermo, y José Javier RUIZ IBÁÑEZ (eds.): Lo conflictivo y lo consensual en Casti-
lla..., (2001), pp. 421, 431-432. Los autores destacan que el sistema recaudatorio de los años trein-
ta significaba activar y crear espacios para el desarrollo de las aspiraciones de satisfacción de los in-
tereses de los grupos/familias/individuos con capacidad de monetarizar sus deseos.
813 DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: Política y hacienda..., op. cit., pp. 300-301.
814 Ibíd.
815 DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio.:«La desigualdad contributiva en Castilla durante el siglo XVII», en Ins-
gadero en tres años, en virtud de su peculiar y privilegiado sistema fiscal, pero sí el donativo de 1641.
1046
No obstante, adelantamos ciertos rasgos, pero subrayando la importancia de atender
a las peculiaridades de cada donativo:
1) En primer lugar, conviene puntualizar que ―de igual modo que hemos practi-
cado en lo relativo a las levas― nos referiremos a los donativos de acuerdo con la
fecha de la real cédula respectiva. Si los tres primeros (1632, 1641, 1658) aparecen
relativamente espaciados (en realidad, teniendo en cuenta la petición efectiva en las
islas, el primero y el segundo estuvieron muy unidos), se advierte una fiebre petitoria
en los años setenta, aunque no siempre tuvieron éxito. No se produjo una conjunción
exacta entre las datas de donativos y levas (salvo en 1684, pues en 1718 ni puede
hablarse de un donativo propiamente dicho), pero sí cabe un paralelismo entre una
cierta cadencia pausada en los comienzos de unos y otras y una aceleración en algu-
nos períodos: 1664-1686 podríamos considerarlo un período muy intenso de intentos
de reclutas y presión fiscal, y ya hemos comentado en varios epígrafes que en torno
a ese espacio de tiempo podría situarse el comienzo de una dilatada etapa de crisis
en el archipiélago, contribuyendo ese factor externo de mayor demanda de la monar-
quía y dificultades mercantiles isleñas con la manifestación de desajustes pobla-
cionales y de abasto interno. En relación con la denominación del primer donativo,
los autores que más atención han dedicado al tema ―como es el caso de Peraza de
Ayala―817, sólo hacen referencia a la comisión conferida al inquisidor Valero (1634),
sin relacionarlo con el donativo general del reino de dos años atrás. No existió con
carácter general ni territorial ningún donativo en 1634. Sencillamente, esa fue la fe-
cha en que se determinó la aplicación en Canarias del donativo de 1632, como queda
reflejado de manera indiscutible en toda la documentación. No hay constancia tam-
poco de ningún donativo en Canarias con anterioridad al de 1632, que revistió un
cariz marcadamente obligatorio (a pesar del consabido tinte eufemístico de volun-
tario con que se solicitaron durante el seiscientos, cuestión que se tratará en los
párrafos siguientes), y en todas las relaciones, memoriales y actas concejiles se
cita como el primero. Es verdad que con anterioridad se había intentado esporádi-
camente aplicar algún gravamen para fines generales, pero las presiones isleñas
habían abortado tales intentos o desaparecieron al poco tiempo (como es el canon
de un ducado por pipa exportada818 como ayuda para el muelle de Gibraltar, im-
puesto que el propio Felipe III terminaría anulando, como se indicó antes)819. Sub-
rayemos que esta contribución de 1632 supuso el comienzo de una nueva etapa,
817 PERAZA DE AYALA, José: El régimen comercial de Canarias..., op. cit., p. 91. Rumeu menciona los
donativos en algún que otro volumen de su obra, en particular de una manera conjunta en uno (RUMEU
DE ARMAS, Antonio: Piraterías y ataques navales..., t. III, 2.ª parte, pp. 615-616, y de un modo más
parcial en t. III, 1.ª parte, p. 154), con algunos errores. Por ejemplo, señala que el primer donativo data
de 1642, alcanzó 47.989 rs. y se reunió por suscripción popular (las tres afirmaciones son inexactas).
Posiblemente se refiera a la recolecta concejil tinerfeña, ajena a la Corona, con fines militares de esa fe-
cha, que ya ha sido mencionada y será objeto de un desglose por lugares más adelante.
818 En la instrucción a los procuradores generales para oponerse a dicho impuesto se manifestaba
que el Concejo tinerfeño estaba dispuesto a ofrecer alguna cantidad de pipas de vino (hasta 2.000),
o bien ―si al final no se podía frenar ese arbitrio en las islas― se intentaría que una parte de ese
gravamen en Canarias se emplease en la fortificación de la isla (AMLL, D-XII-9).
819 Recordemos que el Concejo tinerfeño pudo frenar el arbitrio de un ducado sobre pipa de vino
exportada a Indias para la construcción del castillo principal en los años setenta del siglo anterior.
También en 1669 la Corona pretendió un impuesto para los navíos que llegasen de Brasil por algún
asidente (AMLL, Libro de actas 29, ofic. 1.º, f.º 15). Convendría diferenciar entre intentos impositivos
externos de carácter general o para asuntos isleños (como la edificación del mencionado castillo),
pero también debería repararse en que los gastos defensivos pudieron afrontarse gracias a gravá-
menes impuestos por los Ayuntamientos (con licencia regia), como es el caso de Gran Canaria o La
Palma, aparte de los donativos eventuales de la población con esta finalidad. Los Cabildos lamen-
taban la posible vulneración del privilegio fiscal del 6 %, pero fueron ellos mismos los que recurrieron
a los impuestos más duraderos y penosos para la población, al ser indirectos y gravar productos de
consumo cotidiano.
1047
de un ciclo de dificultades aumentadas para Canarias ―citadas con anterioridad en
relación con el comercio indiano, sobre todo―, aunque la pujanza del malvasía en
el mercado británico y la aun importante (hasta 1640) relación con el área lusitana
(en particular, Brasil) alejaban transitoriamente a las islas del clima de decadencia
peninsular. Dejando a un lado la decisión real de 1634 de extender el donativo a las
islas, el diferente ritmo —aparentes titubeos— en su generalización y su reiteración
guarda relación con las alternativas de la política exterior. Es decir, está vinculada a
la nueva situación iniciada en 1635, con la entrada en una fase de guerra total en la
prolongada contienda europea cuando, para colmo, las remesas indianas experimen-
taban un declive mientras la serie de bancarrotas arruinaban el crédito español ante
financieros y prestamistas820. A partir de 1686, más que de nuevos donativos hay
que hablar de la institucionalización del arbitrio del 1 % (al menos, en Tenerife y La
Palma), una tasa aduanera que en realidad subirá en un punto la secular presión fis-
cal del almojarifazgo realengo, revalidado en 1718 en asociación con el trato de favor
en el comercio indiano, un triunfo de la Corona ―propicia desde la segunda década
del siglo XVII al grupo de presión de los mercaderes andaluces―, que a lo largo del
tiempo redujo la antigua libertad canaria con América en mercados y tonelaje, incre-
mentando el impuesto (además del que gravaba específicamente el comercio entre
las islas e Indias) en el «Reglamento» de 1718, como ya se estudiará, a cambio de la
continuidad controlada en el disfrute de la excepción.
2) El proceso recaudatorio de un donativo comenzaba con las cédulas y despa-
chos portados por el comisionado regio (el delegado por la Corona, encargado con
amplios poderes de comunicar la determinación regia de pedir el donativo, nego-
ciando cantidades y condiciones con los Cabildos) y dirigidos a las principales insti-
tuciones del archipiélago, en especial a los Concejos insulares. En todas se indica-
ba el motivo de la petición: casi siempre, la guerra (el enfrentamiento con Francia
en el escenario flamenco, el levantamiento de Portugal y Cataluña, la guerra inter-
na ―e internacional― de Sucesión...). Podía especificarse en alguno un objetivo fi-
nalista, como la potenciación de la Armada, pero igualmente la Corona podía mu-
tar sin explicación el designio originario y aplicar el dinero a otra causa bélica. Co-
mo se podrá acreditar en los epígrafes que dan cuenta de los diversos donativos,
uno de sus denominadores comunes es la supuesta inevitabilidad, tanto del en-
frentamiento como de la petición dineraria. La guerra era presentada como una
triste obligación atribuida a un implacable enemigo (por ejemplo, el rey francés), a
pesar del pacifismo hispano. A veces el monarca dedicaba algún comentario excu-
satorio a su petición, con el alegato de la inevitable necesidad del recurso a ese
medio antes que la imposición de una gabela más lesiva, resaltando la cualidad de
«gracioso» y «voluntario» del donativo, así como la generalidad o universalidad,
en cuanto nadie podía exonerarse de la contribución alegando dispensas estamen-
tales o de otra índole.
3) Una figura cardinal en los donativos era el encargado de solicitarlo, revestido
siempre de extraordinarias facultades y competencias para el desempeño de su ta-
rea, con jurisdicción privativa. En su despacho, los comisionados recibían poder es-
pecial para su función con inhibición, en su caso, de otras jurisdicciones (sobre to-
do los primeros comisionados, con objeto de conferirles independencia y de que su
labor no fuese obstaculizada por los capitanes generales o la R. Audiencia). Tam-
bién se les facultaba para convocar reuniones y conceder determinadas gracias o
mercedes ―si era el caso, pues en solo en contados donativos se incluyó esa po-
tencial fuente de ingresos―, con ciertas limitaciones (desde los años sesenta se
insertaba una cláusula alusiva a veto de enajenaciones de propios, indultos… etc.).
820 SIMÓN TARRÉS, Antonio: «La política exterior», art. cit., pp. 373-374.
1048
En algún caso se incluía alguna instrucción secreta en la previsión de hallar resis-
tencias.
En 1632, como se comentará al analizar este donativo, el elegido fue el licdo. D.
Francisco Valero de Molina, inquisidor de Canarias. Se trataba de un hombre fiel a la
Corona, perfecto conocedor del medio, lo que resultaba esencial en las negociaciones
con los Cabildos y otras instituciones, pues podía presionar con objeto de obtener
una cantidad superior a la ofertada en un inicio, a sabiendas de la situación real de
cada Concejo y de los recursos y efectos necesarios para la consecución relativamen-
te rápida de dinero. Por ende, consciente de la idoneidad de los arbitrios, admitía
solo aquellos válidos para un reintegro razonable de la cifra negociada. Asimismo,
tras la visita inquisitorial efectuada por islas y localidades del archipiélago años antes,
disponía de una red de contactos con los principales personajes pudientes y un cono-
cimiento cabal de su posición económica, de sus deseos de ascenso social y ambi-
ciones, lo que resultaba muy útil en una ocasión venal en la que la Corona brindaba
una tentadora panoplia de mercedes, cargos y honores. Los donativos de 1641 y
1658 fueron confiados a hombres del ámbito judicial (el primero, al oidor decano
de la Real Audiencia de Canarias; el segundo, al visitador de esta, el alcalde mayor
de la Audiencia de Galicia), mientras los posteriores fueron negociados casi siem-
pre por los capitanes generales, que además recibían comisión para exigir la co-
branza de los restos de donativos anteriores. La monarquía era partidaria de coordi-
nar y unificar el mando político y militar de las islas, pero en estos primeros donativos
―aun en el comienzo de la implantación definitiva del gobernador-capitán general―
prefirió confiar en un servidor eclesiástico, pero del Santo Oficio, y en la Real Audien-
cia, para solicitar el dinero, pero sobre todo para asegurarse su reintegro. Por tanto,
solían ser los oidores decanos de esta los habilitados por la Corona para la cobranza
de los donativos y sus atrasos, pasando de unos a otros esta rémora y su ardua ta-
rea. En los primeros donativos fue notorio el retraimiento de los capitanes genera-
les, dejando en manos de los delegados regios las conversaciones y diligencias con
los Cabildos y otras instituciones, y solo cabe reseñar ―como se indicó en su mo-
mento y se retomará en el epígrafe final― el uso de alguna porción de los donativos,
previa real cédula, para enjugar gastos de alguna leva, como la de 1638. Todo cam-
bió a partir de la década de los años sesenta, en coincidencia ―como ya se ha desta-
cado― con la asunción de más responsabilidades hacendísticas y poder fáctico por
parte de los capitanes generales, en quienes la monarquía depositará su confianza
para urgir al cobro de atrasos y la solicitud de los siguientes donativos. Todavía en
1660 Melgarejo confió la percepción del donativo de 1658, tras su marcha a la Corte,
al oidor D. Miguel de Salinas, pero ya en 1664 se inició un cambio importante con la
delegación en el capitán general Benavente y Quiñones, que además, como sabe-
mos, jugó un papel importante en las otras cuestiones de índole económico-política
en Tenerife, configurada de manera objetiva como centro del archipiélago. Quizá es-
to influyó en el deslizamiento de confianza y poder hacia los generales a partir de en-
tonces. Se unía una autorización-delegación regia para la petición de nuevos donati-
vos a otras reales cédulas para la cobranza de residuos de donativos precedentes y
del donativo en curso, además del nombramiento como jueces conservadores de los
arbitrios negociados con los Concejos para el abono de las cantidades prometidas. En
los tres primeros donativos, los comisionados se personaron en las islas de realengo,
con asistencia a las principales sesiones concejiles de debate relacionadas con el
asunto, y por lo común delegaron en representantes-apoderados la petición en los
territorios señoriales. Los capitanes generales prefirieron delegar más; consta su pre-
sencia siempre en el Cabildo tinerfeño, no así en el palmero, e ignoramos su despla-
zamiento a Gran Canaria con ese motivo. En los inicios de su intervención, todavía
recurrieron a intermediarios ajenos al ramo militar; por ejemplo, en 1664 el capitán
1049
general delegó la petición para Gran Canaria, Lanzarote y Fuerteventura en el oidor
de la Real Audiencia de Canarias Bazán de Larralde, y en 1671 el solicitador en La
Palma fue Pérez de Valcárcel, corregidor de Tenerife-La Palma. Pero pronto se sirvie-
ron de los gobernadores de las armas del resto de las islas para la solicitud y todo ti-
po de gestiones de los donativos, en un rasgo más de la acusada militarización del
último tercio del siglo XVII. Una excepción la constituyó el donativo de 1707, enco-
mendada al obispo de Canarias (o «Canaria», si se quiere emplear el formulismo de
entonces y la literalidad nominal de su cargo, como sucedía con la R. Audiencia de
«Canaria»), basada en la colecta vecinal de alcance desconocido, cuyas característi-
cas las comentaremos en su momento.
4) Tras la presentación de la solicitud y de las credenciales (reales cédulas relativas
a la petición y de nombramiento del comisionado, con las facultades e instrucciones
de este), se convocaba cabildo general. Más tarde o temprano, dependiendo de las
circunstancias, solía citarse cabildo abierto, pues las elevadas sumas manejadas, la
búsqueda de arbitrios ―siempre perjudiciales para la mayoría― y el previsible dife-
rido pago de la deuda, con la hipoteca de bienes concejiles, aconsejaba un amplio
consenso y apoyo social, al menos de las minorías que controlaban las localidades del
interior.
5) Los Concejos regatearon con los delegados o comisionados, pero eran conscien-
tes de que su rechazo inicial a los donativos (o levas, en su caso, como hemos com-
probado) o a las sumas propuestas o esperadas por los comisionados regios en las
reuniones particulares ―a las que aludiremos con ocasión de los diferentes dona-
tivos― no conducían a nada, pues las acostumbradas exposiciones cargadas de
dramatismo en la descripción y enumeración de las miserias del terruño se daban ya
por descontado por los representantes reales (y por la Corte) antes de procederse a
la lectura de las reales cédulas de solicitud. Todo entraba en la estrategia conocida
por las dos partes. Los cabildos generales, en especial los abiertos, jugaban sobre
todo un papel de posible presión o exhibición de fuerza ante el comisionado, pero
también servía para comprometer y hacer corresponsable a la vecindad, de modo
que las futuras e impopulares medidas se interpretasen como inexcusables ante una
fuerza superior que actuaba en nombre de la monarquía, y en este punto los pode-
rosos locales actuarían como portavoces de sus localidades, pero la oligarquía asi-
mismo los utilizó como transmisores de la inevitabilidad de decisiones enojosas. Las
razones aducidas por los Concejos para negarse a los donativos (como primera res-
puesta) o justificar una reducida contribución son similares a las esgrimidas frente a
las levas, que grosso modo pueden sintetizarse así: 1) la coyuntura económica, en la
que podía hacerse referencia a años de esterilidad y mala cosecha, a problemas en el
mercado exterior (escaso tonelaje de permisión a Indias o dificultades para enviar la
carga en un solo barco, entorpecimiento de los trámites por el juez de registros, tra-
bas de los mercaderes ingleses o de la monarquía británica, consecuencias adversas
de los acontecimientos peninsulares de 1640 en el mercado lusitano, etc.); 2) la par-
ticipación humana y económica de los vecinos en la defensa de las islas (actuación
en alerta continua, gastos en municiones, pertrechos y fortalezas...) y en las guerras
en el exterior (levas); 3) la condición miserable de la población, con alusión reiterati-
va, según las islas y la etapa histórica, a la migración a América o interinsular, así co-
mo a la alimentación con raíces de helecho.
6) Un aspecto interesante son las condiciones y contrapartidas negociadas con el
representante real, pues los reyes tenían presente que, al igual que en las peticio-
nes en Cortes, era precisa ―al menos, a partir del segundo donativo― una tran-
sacción compensatoria. Ya sabemos que la naturaleza teórica del donativo era
contraria a este tipo de negociaciones, pues se pretendía diferenciar donativo de
1050
servicio821; pero en el caso canario, desde el segundo donativo, en especial, apre-
ciaremos las arduas negociaciones con el representante regio en solicitud de peti-
ciones conforme al principio de reciprocidad. De ahí la referencia a la concesión de
mercedes que, en su nombre, en principio aceptaba el comisionado, pero con la
reserva de la ineludible aprobación por la Corona, que sometía a consulta de los
Consejos pertinentes las solicitudes de los Ayuntamientos en un proceso que podía
extenderse varios años. Además, entre las condiciones o calidades era esencial la
aceptación regia de los medios y arbitrios para la obtención de los fondos (repar-
timiento vecinal, recurso a los propios, imposiciones sobre el consumo, estanco,
gravámenes aduaneros, conversión de dehesa en tierra labradía…), así como la
atención a colmar ciertas necesidades defensivas, de abastos, de privilegios conce-
jiles variados, de medidas tendentes a engrosar los propios, aparte de las que
apuntaban más alto, como las referidas a la mejora de las condiciones en el régi-
men de excepción en la Carrera o el sistema político de las islas (léase presencia o
poder de los capitanes generales). Los Consejos reales no ponían reparos a los
medios, pues a fin de cuentas la propuesta solía provenir de las propias institucio-
nes concejiles, y las más comprometidas, como la del 1 o 2 %, que implicaba una
contradicción con los privilegios concedidos a las islas, debía importarle más a es-
tas que a la propia Corona. Otra cuestión era lo referido a reivindicaciones que ro-
zasen otros intereses de calado (como las relativas al tráfico de Indias) o pudiesen
alterar las directrices fundamentales de la Corona en el ámbito institucional isleño
(como la desaparición del gobierno de los capitanes generales). El primer donativo
en el que aparecen peticiones fue en el de 1641. Las mercedes suelen ser de va-
riada índole, algunas coyunturales, aunque hay una preocupación crónica, que es-
tá siempre presente: el comercio con América. El hecho de que aparezca, por
ejemplo, en la negociación con Tenerife, en ese donativo, guarda una estrecha re-
lación con la crisis provocada por la independencia portuguesa, que reducía de
modo extraordinario las posibilidades de exportación del vidueño. Una singularidad
en los donativos la marcó la compleja negociación entre el Concejo tinerfeño y la
Corona, mezclándose el tira y afloja de las cantidades y contrapartidas con la ma-
teria de las enajenaciones señoriales.
7) En el territorio peninsular fue más sencillo, al menos en el donativo de 1625 y
en algún otro posterior, solventar el expediente con cargo a los pósitos y los bie-
nes de propios822. Los Ayuntamientos de otros reinos procuraron redimir a los
vecinos ―pues contaban con recursos para ello― de arbitrios locales indirectos, de
cargas más severas para la mayoría de la población, mediante el uso y explotación
de la propiedad comunitaria, rompimiento de ejidos o baldíos para el sembrado, y
en el caso de los pósitos se antepuso la venta del superávit823 antes que la impo-
sición del celemín por fanega, tan extendido en los pósitos y alhóndigas de Cana-
rias. Pero en el archipiélago, ninguna isla, ni siquiera Tenerife, contaba con una
hacienda concejil capaz de admitir un donativo (como se verificará, casi los dos
tercios de la participación municipal tinerfeña exigió la introducción de nuevos im-
821 Lanza García también constataba que la dinámica en el proceso de petición de los donativos es
que se convirtieron en servicios, actuándose conforme al protocolo y la lógica de negociación del ser-
vicio de millones, en cuanto las promesas u obligaciones de pago fueron la antesala de la concesión
de facultades para financiarlas [LANZA GARCÍA, Ramón: «El donativo de las guerras de Italia
(1629)...», art. cit., p. 149]. Ahora bien, en Canarias, en gran medida por la presión ejercida por los
comisionados, y en especial por los capitanes generales, la recaudación comenzaba casi de inmedia-
to, sin aguardar a la confirmación de los arbitrios por la Corona y, sobre todo, sin haber logrado al-
gunas de las reivindicaciones más deseadas.
822 FORTEA PÉREZ, Juan I.: «El donativo de 1625 en el realengo...», art. cit., p. 337.
823 LANZA GARCÍA, Ramón: «El donativo de las guerras de Italia (1629)...», art. cit., pp. 150, 152-
156.
1051
puestos). Por tanto, era forzoso establecer diversos procedimientos recaudatorios,
acomodados a la realidad y peculiaridad de cada isla. Como puede servirnos como
punto de referencia, es conveniente resaltar dos aspectos del donativo general de
1635, que no alcanzó a las islas: a) el procedimiento excluía la petición a los Ayun-
tamientos para evitar el rechazo vecinal debido a que los Concejos recurrían a si-
sas, haciendo recaer el esfuerzo en muchos necesitados; b) se recomendaba la pe-
tición individual selectiva, dirigida a los más adinerados824. Pues bien, como com-
probaremos, el sistema elegido en Canarias en algunos como en 1632 o 1641 (en
parte, en 1658) fue mixto y varió de unas islas a otras, pero en buena parte se
solicitó a los Cabildos que, en efecto, instrumentaron medidas indiscriminadas e
impopulares, pero también se puso en práctica la solicitud vecinal, general, acom-
pañada de repartimientos forzosos y exigencias de cantidades a los pudientes (en
1632). La guerra exigía enormes sumas y no se dudó en emplear todos los expe-
dientes, modos y prácticas para acopiar dinero. Tanto el donativo de 1632 como el
siguiente implicaron en buena medida una participación popular y ambos resul-
taron sumamente molestos para el conjunto de las pequeñas economías domésti-
cas, pues afectó a gravámenes sobre productos básicos, mientras a partir del ter-
cero, cuando no se había pagado aun el anterior y se solapaban las exacciones ge-
nerales con las levas, su mantenimiento y la necesidad de costear tercios, se recu-
rrirá a una gabela (el 1 %) sobre la exportación e importación portuaria, descar-
gando de presión a las asfixiadas haciendas concejiles y al campesinado. Resulta
elocuente que si en otras islas, como La Palma o La Gomera (desconocemos los ar-
bitrios establecidos en Gran Canaria), buena parte de los efectos gravitaron sobre
la producción o exportación de sus principales productos, en Tenerife no se apela-
se al principio a impuestos sobre la producción o el comercio de vino (el de vende-
deras no afectaba tanto a los grandes cosecheros), precisamente en la isla con la
mayor oferta vitícola y en la que el malvasía estaba conquistando el mercado britá-
nico y que ―como se ha subrayado ya― era la principal beneficiaria de la excep-
ción isleña de la Carrera y del comercio con el área lusitana. Como señala Marcos
Martín, las haciendas locales se vieron empujadas al diseño de una amalgama de
figuras impositivas novedosas, pues las posibilidades de modificación de las exis-
tentes eran exiguas a menos que se acometiesen profundas reformas que redu-
jesen o derogasen los privilegios fiscales estamentales y el abuso de la imposición
indirecta825. Sí es cierto que a partir del donativo de 1658 el 1 % supuso un gra-
vamen también para los poderosos cosecheros vitícolas. En Tenerife fue importan-
te la contribución a través de las alhóndigas (en 1641, alrededor de un 55 % esta-
ba previsto recolectarlo mediante esta tributación), siguiéndoles como apartados
notables el impuesto de las vendederas y el fallido estanco del tabaco. Análisis
aparte merecerá la mencionada tasa del 1 %, a la que dedicaremos especial aten-
ción por el impacto secular que tendrá en el sistema fiscal isleño del realengo y su
vinculación con las necesidades defensivas desde el donativo de 1658, aunque en
Gran Canaria comenzó la andadura de un 2 % aduanero con anterioridad, desde el
donativo de 1641. Esta gabela del 1 % fue un «hallazgo» que convino a las partes:
a la Corona, que encontró un modo de eternizar un ingreso, por lo demás de tan
dudosa administración que con los intereses de demora en el pago solo conducían
a una prolongación indefinida de un arbitrio que burlaba la téoricamente cerrada
oposición de las oligarquías isleñas realengas a incrementar la aportación fiscal al
Estado (un alegato manido y un tanto hipócrita), a la vez que podía responder a
las demandas canarias de una mayor implicación de la Corona en infraestructuras
o pertrechos con la cantidad anual descontada del 2 % para fortificaciones y otros
824 HUME, M.: La corte de Felipe IV, Barcelona, 1949, pp. 302-303.
825 MARCOS MARTÍN, Alberto: «¿Fue la fiscalidad regia un factor de crisis...?», art. cit., p. 228.
1052
gastos defensivos. En cuanto a los Cabildos, vieron en ese efecto una forma de
evitar un mayor deterioro de sus rentas. Es más, se intentó en alguna contraparti-
da aumentar los propios mediante la agregación de alguno de los recursos presen-
tados como forma de pago (la dehesa de El Mocanal, en La Palma, por ejemplo)
para aumentar los propios.
8) Es difícil precisar la cantidad total ofrecida en Canarias en algunos donativos,
en especial en el primero de 1632, pues las cantidades manejadas en la biblio-
grafía hasta ahora y la mayoría de fuentes están referidas a los donativos conce-
jiles y no al monto total de las cantidades recaudadas de los particulares por dife-
rentes conceptos; además, por lo común se circunscriben las noticias a la aporta-
ción tinerfeña, y cada Cabildo trató de amplificar su contribución. Conviene por
ello ser muy prudentes con las cifras de las sesiones municipales, que suelen ate-
nerse más a la verdad, aunque con las reservas ya comentadas y contrastadas,
en lo relativo al número de levas o de soldados enrolados en ellas, pero suelen
tener mala «memoria» los regidores en lo relativo a los donativos. En 1651826 se
aseguraba en el Ayuntamiento tinerfeño que se habían aprobado dos donativos
por ciudad, uno de 30.000 y otro de 40.000 ducs. más 37.000 ducs. por los veci-
nos, aproximadamente, y en otra ocasión (sin precisar) 60.000 ducs. Asimismo,
algunos datos de la historiografía tradicional sobre el monto de estas cantidades
inducen a confusión. Respecto a los memoriales, de modo interesado los diversos
documentos de los siglos XVII y XVIII utilizan a su antojo las cifras, mezclando los
ofrecimientos insulares con los regionales827, exagerando los datos y, en definiti-
va, manipulando. Así, un memorial de 1654 atribuía a Tenerife la suma regional
de 120.000 ducados en 1632 y, no contentos con la fantasía, elevaban a casi
100.000 los correspondientes a los caudales vecinales, mientras un memorial de
1761828, aunque atina prácticamente en la cantidad global del primer donativo
incurre en inexactitudes en otros. No ha sido posible, como se apreciará al final,
aclarar con fidelidad las cifras, pero sí intentaremos acercarnos a la realidad, co-
rrigiendo o matizando algunas afirmaciones, concretando algunos aspectos y si-
tuando el primer donativo en un contexto de larga duración.
Una primera aproximación basada en los estudios realizados y en la certifica-
ción practicada casi un siglo y medio después, en 1768, referida a la serie de
contribuciones de Tenerife, revelan la magnitud del primer donativo de 1632, que
a pesar de algunas demoras se liquidó prácticamente en siete años. Si reali-
zamos un repaso a algunos datos, que serán analizados en los correspondientes
epígrafes, una idea del alcance cuantitativo de dicho donativo lo reflejan las actas
capitulares, pero de un modo algo confuso y, a veces, con diferencias notorias.
En 1638 se afirmaba que además de los 34.000 ducs. concejiles, los vecinos ha-
bían dado 70.000 ducs., cifra exagerada, a menos que se refiera a lo ingresado
por diferentes apartados. De hecho, agregando al ofrecimiento concejil las dona-
ciones lugareñas, de miembros del S. O., así como las compras de hábitos de
Canario, núms. 75-76 (1960), p. 51. Un memorial posterior, muy similar, pues la fuente es común y
la tendencia es la de remedar lo publicado y argumentado por otros con alguna nimia agregación, es
este: Solicitud presentada por D. José Vandewalle de Cervellón, diputado general de Canarias, en fa-
vor de las milicias de la misma y sus privilegios, en El Museo Canario, t. VIII, cuad. 8.º (22 de abril
de 1900), p. 245.
1053
Santiago, escribanías, etc., la cifra tinerfeña rondó los 79.580 rs. En otra sesión
de 1642 se aseguraba que los vecinos habían donado más de 40.000 ducs., con-
cordando con los 46.000 ducs. atribuidos en 1646829, cantidad coincidente con lo
estimado por nosotros si restamos a los aproximadamente 80.000 ducs. mencio-
nados más arriba los 34.000 ducs. concejiles.
Ya se ha anticipado que conviene discernir entre la aportación concejil, proce-
dente de propios y arbitrios, y la obtenida de particulares, al menos en el donativo
de 1632, pues el esfuerzo contributivo procedió no tanto de los Cabildos como de
los particulares en el caso de Tenerife (en torno al 65 % se trató de ofrecimientos
privados). Según la cifra total citada por Morales Padrón830, Canarias aportó
120.000 ducs. de plata (nuestra estimación es algo superior, de unos 121.000 du-
cados831 como mínimo, manejando partidas conocidas y constatadas), de los que,
conforme a las afirmaciones capitulares tinerfeñas, 80.000 (los dos tercios del to-
tal, pero como se verá la cantidad y el porcentaje superaron ese dato) correspon-
dieron a la isla más poderosa. Adelantándonos a los números y detalles emplea-
dos más adelante, de esos 120.000 ducs. los Concejos ofertaron 56.000 (con ex-
clusión de Lanzarote y Fuerteventura); o sea, el 46.6 % del total. Es más, según
los datos de la información detallada en este estudio, las cantidades globales as-
cendieron a un mínimo de 1.322.126 rs. (unos 120.193 ducs.); pero estamos por
debajo de la realidad de los ingresos, dejando a un lado los costes de la operación,
pues determinadas exacciones particulares y, posiblemente, otras mercedes y gra-
cias, no figuran en la documentación. De tal cuantía, y en eso el Ayuntamiento ti-
nerfeño no andaba descaminado, unos 945.249 rs. (en torno a 85.931 ducs.) pro-
cedieron de uno u otro modo de Tenerife; es decir, casi el 71.5 % del total provino
de una sola isla. Nunca se realizó un esfuerzo recaudatorio similar en las islas en
tan corto espacio de tiempo, a pesar de la lógica demora en el pago. La mayoría
del donativo resultó de aportaciones vecinales (lugar por lugar) o de ofrecimientos
particulares, bien fueran forzados o realmente voluntarios con objeto de alcanzar
una contrapartida (mercedes, gracias…). Habría que distinguir la repercusión que
afectó forzadamente a la inmensa mayoría de los habitantes (esencialmente, ofre-
cimientos particulares por vecindad, impuestos de vendederas y sobre alhóndigas,
tasas sobre intercambio…), pero no siempre es factible un cálculo de esa natura-
leza, pues la contribución de La Palma no permite concretar en ese sentido. En
cuanto al resto, en torno a 567.000 rs. pueden enmarcarse en ese apartado. No es
aventurado afirmar que al menos la mitad de los 110.000 rs. de La Palma tuviesen
ese carácter, lo que significa que casi la mitad (un 47-48 %, al menos) del donati-
vo fue involuntario y descansó sobre el esfuerzo mayoritario. La oferta de títulos y
mercedes solo se ensayó en 1632, quizá porque se prefirió primar a las levas como
únicas beneficiarias de la ambición de nobleza, y porque la venalidad a través de la
financiación de reclutas tenía más la consideración de servicio y podía encubrir
mejor el «sonido del dinero» en la compra de esos honores, oficios y distinciones.
829 AMLL, Libro de actas 24, ofic. 1.º, f.º 266 v.º, sesión de 30 de agosto de 1638; Libro de actas 14,
ofic. 2º, f.º 189, sesión de 3 de septiembre de 1646); Libro de actas 25, ofic. 1.º, f.º 73 (1642).
830 MORALES PADRÓN, Francisco: El comercio canario americano: siglos XVI, XVII y XVIII, Sevilla, 1955,
p. 158. El autor seguramente tomó la cifra del memorial de 1761 mencionado algo más atrás.
831 Como mera referencia para comparar en un futuro las aportaciones de los diversos territorios,
merece la pena traer a colación el resultado del donativo de 1625 en el realengo andaluz, que alcan-
zó los 678.000 ducs. (Sevilla y su distrito, 296.000 ducs.: reino de Granada, 72.000 ducs.; Córdoba,
69.000 ducs.; Jaén, 44.000 ducs.). Madrid y Toledo recaudaron 70.000 ducs. cada uno; Valladolid,
30.000 ducs. (FORTEA PÉREZ, Juan I.: «El donativo de 1625 en el realengo...», art. cit., p. 321).
Otra cifra de ese período son los 140.500 ducs. de donativos guipuzcoanos entre 1625-1628, de los
que 95.000 (el 67.6 %) fueron recaudados mediante arbitrios sobre el consumo (TRUCHUELO GAR-
CÍA, Susana: «Privilegios y libertades fiscales: los donativos al monarca...»(, art. cit., p. 295).
1054
Además, era una fuente de ingresos de rápida percepción local, lo que resultaba
imperioso para el enganche de soldados, la vestimenta, el mantenimiento de la
tropa y la rápida remisión al frente, al contrario que los donativos concejiles, tar-
dos en su cobranza, pero cuyas cantidades, sujetas a intereses de castigo, podían
ser negociadas con consignatarios. Aunque con apuros, la monarquía era cons-
ciente de esta parsimonia y no tenía más remedio que moverse en esa situación de
deudas aplazadas.
Unos someros datos nos ayudarán a establecer una comparación cuantitativa: si
en 1632 el Cabildo de Tenerife ofreció en torno al 61 % del total prometido por el
conjunto de los Ayuntamientos de Canarias y dicha isla ―con las reservas antes
apuntadas― aportó en total (es decir, con las donaciones y compras individuales e
institucionales) alrededor del 71 % del conjunto del archipiélago, como quedó di-
cho en el párrafo anterior, la primacía de aquella isla continuó en los donativos ul-
teriores. Ahora bien, en 1641 y 1658, así como en la práctica totalidad de los pos-
teriores (exceptuamos la petición de 1707, así como el donativo de 1701, pero
este de finalidad no militar), no se recurrió a colectas vecinales ni se produjeron
ventas de mercedes y honores, mientas los ofrecimientos institucionales se limi-
taron ―que sepamos― al obispo y al Cabildo catedral. En 1641, del total regional
de 106.500 ducs., correspondieron a los Concejos 101.500 ducs. Los Ayuntamien-
tos se alargaron más para suplir a los particulares, de modo que contribuyeron un
80.4 % más que en 1632, pero la cifra del montante canario, antes mencionada,
resultó un 12 % inferior. En 1658, contando con los datos conocidos de cuatro is-
las (Tenerife, Gran Canaria, La Palma, La Gomera) y estimando las cifras de El Hie-
rro, Lanzarote u Fuerteventura de acuerdo con los datos de 1641, la cantidad total
debió rondar los 121.000 ducs., es decir, un monto similar al de 1632. Esto signifi-
ca que el esfuerzo municipal (más bien habría que decir de cada isla, no de la ins-
titución) fue en aumento para suplir la participación vecinal directa; pero también
encubría otra realidad, pues en una sociedad estamental, con un reparto tan abru-
madoramente desigual de los recursos y rentas, los acuerdos concejiles ―en ma-
nos de la oligarquía― que obligaban a cada isla beneficiaban a la clase dominante,
distribuyendo la carga fiscal sobre la totalidad de la población (se procura soslayar
colectas y repartimientos) ―en lugar de gravar a los poderosos― mediante proce-
dimientos indirectos de recaudación, como comprobaremos. En suma, la disminu-
ción de las cantidades recaudadas en los donativos posteriores a los dos primeros
se relaciona con estos factores: a) en el de 1632 fue primordial la petición parti-
cular, que resultó significativa por la novedad de la iniciativa y la escasa compe-
tencia de otras modalidades prontas de logro de mercedes entre los poderosos,
pero precisamente la financiación de las levas se convirtió ―en especial desde
mediados de la centuria― en otra forma de extracción de recursos dinerarios que
restó potencialidad a la solicitud o respuesta privada en otros donativos; 2) las difi-
cultades de pago, que demoraban el finiquito de un donativo, así como la frecuen-
cia en el uso de esta figura fiscal, tornarían imposible el empleo exhaustivo o
excesivo de sisas o repartimientos, pues se tocó techo en una etapa, además, en
la que como se ha reiterado comenzaban a ser visibles dificultades socioeconómi-
cas generalizadas; c) la captación del tabaco como renta real; d) el nacimiento del
arbitrio del 1 %.
La carencia de datos concretos a partir de 1686 hasta principios del s. XVII en
islas distintas a Tenerife impide afinar las aportaciones canarias hasta esa fecha.
De modo aproximado (comprobado), exponemos la contribución de cada isla rea-
lenga: Tenerife, 4.074.000 rs.; Gran Canaria, 665.270 rs.; La Palma, 466.000 rs.
Reiteramos el valor orientativo de estas cantidades, que revelan las diferencias en-
tre las islas más importantes. Es decir, Tenerife corrió con el 78.2 % de lo contri-
1055
buido por el realengo, que casi es lo mismo que decir de la totalidad, pues los
ofrecimientos señoriales, a más de desconocidos a veces, fueron de poca esti-
mación ―como se verá en los diferentes epígrafes―, salvando algún donativo de
repartimiento vecinal como el de 1701, pues en él las cuatro islas señoriales apor-
taron el 23.4 % (Tenerife, el 53 %). Diferenciamos entre las islas de señorío occi-
dentales y las orientales. En estas últimas, los repartimientos vecinales (con fre-
cuencia pagados en especie) o la exportación de cereal a las islas más poderosas
eran el expediente más utilizado (por ser casi el único posible dentro de una situa-
ción que solía rayar en la miseria), y su participación en los donativos se hallaba
muy condicionada por el efecto climático sobre el volumen de la cosecha.
9) Las cantidades concertadas con los representantes regios se ofrecían satis-
facer en un plazo variable, según la isla y el donativo, oscilando en las más im-
portantes (y de promesa dineraria más prominente) entre 7-12 años. Los Cabildos,
desde el primer donativo, debieron formalizar ante escribano los ofrecimientos
acordados tras varias sesiones concejiles (y negociaciones realizadas en la residen-
cia del comisionado real, al margen y entre esas reuniones capitulares), con hipo-
teca de propios y rentas municipales. Como ha señalado Rumeu832, el pronto pago
reclamado por la Corona, en especial a partir del donativo de 1658 (las sumas
precisas para la guerra y los pagos a acreedores no admitían dilación) implicaba el
indispensable recurso concejil al crédito, arrendando el cobro del gravamen a par-
ticulares, y a sabiendas de esta circunstancia la Corte accedió siempre a prórrogas
de pago, pues debían computarse los réditos del donativo, así como los cuantiosos
gastos de conducción y riesgos, como se comprobará en su momento. El ingreso
del dinero recaudado solía tener como primer destino las arcas de tres llaves de los
Concejos, aunque en algún donativo hubo un recipiente propio para sus fondos.
Un sistema eficaz, para evitar el doble peligro de naufragios y la piratería, fue el
traslado de las cantidades en letras de cambio mediante el servicio de mercaderes
ingleses, que tomaban el dinero en metálico y otorgaban cédulas cambiarias a sus
correspondientes o deudores en otras plazas, es especial en Lisboa, Sevilla y Ma-
drid. Un sector de la clase dominante se benefició del negocio de estas cédulas,
como dadores de letras, avalistas o intermediarios de los intereses de los asentis-
tas de la Corte, a quienes a veces se les consignó una parte del dinero de algún
donativo, como ya hemos constatado. En varias ocasiones el dinero era utilizado
directamente por los capitanes generales para las levas. Parte del dinero del 1 % y
otros arbitrios se enviaba a Tenerife, pues en otras islas era más difícil encontrar
mercaderes extranjeros con el capital o credibilidad necesarios para comprometer-
se en unas operaciones que requerían contar con correspondientes en otras pla-
zas. Esto conllevaba un riesgo en el transporte del dinero de una isla a otra, recu-
rriéndose en ocasiones a fraccionar los envíos en diferentes barcos para minimizar
los riesgos de naufragio y, en especial, los ataques de piratas. A medida que avan-
zó el siglo, los gobernadores de las armas remitían los fondos a la isla central, resi-
dencia del capitán general, donde entraba en poder del depositario.
10) Una de las características más relevantes de los donativos fue el incumpli-
miento en el pago. Ningún donativo, al menos de los importantes y cuantiosos, se
satisfizo en el término acordado. Las cantidades ofertadas sobrepasaban las posibi-
lidades vecinales, los efectos estaban ligados a las buenas expectativas económi-
cas en un contexto de incertidumbre y guerra, y el sistema recaudatorio, de vigi-
lancia y control fue deficiente en exceso. Como se verificará con detalle en cada
donativo, la carencia de contabilidad, el fraude, la inoperancia o complicidad de la
oligarquía concejil, los intereses de demora que sumaban más deuda... todo con-
dujo a una situación de impago permanente, con unos Cabildos que no sabían si la
832 RUMEU DE ARMAS, Antonio: Piraterías y ataques navales..., t. III, 2.ª parte, op. cit., p. 618.
1056
deuda se hallada o no saldada, y una Corte aprovechada a través del poder de los
capitanes generales, que encontraron en el gravamen del 1 % una manera fácil de
aumentar la presión fiscal en las islas sin apenas oposición. Cabe preguntarse si los
capitanes generales prefirieron cierto desorden en este manejo o lo toleraron, pues
les servía de excusa para interferir echando mano de los fondos con fines militares,
en especial a partir del «Reglamento» de 1718. Una estricta y eficiente regulación
por parte de los Cabildos, así como el apoyo de la monarquía a través de visitado-
res podían haber evitado el caos crónico: las cuentas jamás se aclararon. Es obvio
que la oligarquía tampoco puso mucho empeño en rectificar una situación que con-
ducía a mayor dilación en el tiempo de pago y la continuidad de exacciones, segu-
ramente porque no se sentía muy perjudicada por un sistema recaudatoria indirec-
to y se acomodó al impuesto del 1 %. El esfuerzo de los primeros donativos y la
tardanza en su reembolso repercutieron en las enormes dificultades para ofrecer
cantidades elevadas en los siguientes, sobre todo, como queda dicho, si se exigían
con carácter inmediato y aun no se había concluido la cobranza del precedente,
imbricándose hasta ocasionar un gran impacto en la población. Sin duda, la condi-
ción secular del arbitrio del 1 % tiene que ver con los impagos de unos importes
muy superiores a la capacidad económica de las islas.
11) Las principales consecuencias833 fueron las siguientes:
a) Elevó la presión fiscal de modo indiscriminado al gravar productos básicos
y basarse en gran medida en impuestos como el del 1 % (cuyo coste repercutía en
las mercancías importadas, por ejemplo), o el de alhóndigas o vendederas. Fue
una especie de generalización de las sisas sobre el consumo, pues la repercusión
del 1 % sobre este era enorme. Es difícil evaluar qué sectores o grupos sociales
soportaron en mayor medida las consecuencias negativas. Una explicación rápida
y tradicional conduciría a apuntar a los más desfavorecidos, en particular a quie-
nes solo dependían de una renta salarial; pero en el Antiguo Régimen no es senci-
llo concretar este sector poblacional, máxime en un área rural… Sí es cierto que
los poderosos, que solían contar con propiedades con dedicación al cultivo expor-
tador (vid) y al policultivo estaban en mejores condiciones de sortear las dificul-
tades. Dicho en palabras de Marcos Martín, el cúmulo de arbitrios ideados para so-
lucionar a la desesperada los problemas fiscales de la monarquía, no repararon en
los efectos dañinos para la economía y la sociedad, supeditando los intereses ge-
nerales a los del Estado y la política834. Asimismo, como bien indicaba Domínguez
Ortiz, hubo siempre una descomunal carencia en el sistema fiscal: la inexistencia
de un impuesto sobre la posesión o producción agraria835, cuando la mayoría de la
riqueza provenía de ese sector. Al final, los Ayuntamientos crearon una red pa-
ralela fiscal a la estatal836, de perniciosos efectos. Ante todo, conviene reparar en
833 Conviene tener en cuenta las reflexiones de Marcos Martín acerca del aumento impositivo, que en
buena medida verificamos en las islas: la presión perjudicó en especial a los sectores económicos
dinámicos y desvió recursos hacia capítulos o fines improductivos o menos beneficiosos para el co-
mún; alteró de manera negativa la estructura de la propiedad mediante la enajenación de baldíos y
propios; apuntaló al patriciado urbano ―poco propicio al progreso económico― mediante el mercado
venal; incrementó la deuda municipal (MARCOS MARTÍN, Alberto: «La deuda pública de la Corona en
los siglos XVI...», art. cit., pp. 64-65).
834 MARCOS MARTÍN, Alberto: «Deuda pública, fiscalidad y arbitrios...», art. cit., p. 359. En esa lí-
nea, Muñoz Rodríguez señala que la alianza entre la Corona y el patriciado urbano subordinó los re-
cursos locales a las necesidades de la monarquía, contribuyendo a la desnaturalización de los Conce-
jos (MUÑOZ RODRÍGUEZ, Julio D.: «Tantas Cortes como ciudades: negociación, beneficio...», art.
cit., p. 293).
835 DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: Política fiscal y cambio social..., op. cit., pp. 201-202.
836 En este punto inciden autores como Marcos Martín (MARCOS MARTÍN, A.:« «Deuda pública, fis-
calidad y arbitrios...», art. cit., p. 364; lo reitera en «¿Fue la fiscalidad regia un factor de crisis...?»,
art. cit., p. 245).
1057
que las sisas, reputadas a veces como un instrumento igualitario en un sistema fis-
cal, podría aproximarse a esa consideración en una sociedad diferente de la anti-
guorregimental, una de cuyas características es la enorme diferencia en la tenen-
cia y distribución de recursos, aparte de la carencia de mecanismos compensa-
torios de desigualdad. El aumento fiscal del 1 % detrajo recursos sin apenas con-
trapartida, pues la cantidad de 2.000 pesos con finalidad militar, mal conocida y
peor gestionada, arroja muchas sombras sobre su eficacia real respecto al destino
defensivo.
b) Empobreció más las haciendas de los Cabildos.
c) Benefició a los intermediarios, financieros o mercaderes que giraban letras,
las avalaban o eran intermediarios de los consignatarios ―cuando los había― de
algunas cantidades cuantiosas de los donativos.
d) Potenció la influencia inglesa, una mayor dependencia de los mercaderes
británicos.
e) Fomentó el ascenso social de los pudientes y el ennoblecimiento mediante
la compra de cargos, honores y mercedes a cambio de dinero. Pero, aparte de ese
valor puntual, alcanzó otro atemporal, perpetuo, en cuanto las aportaciones de los
poderosos se emplearon por los donantes y su descendencia durante siglos como
valioso servicio en peticiones y memoriales. Naturalmente, esto contribuyó a una
mayor aristocratización y rigidez social, igual que las mercedes, empleos y títulos
conseguidos mediante la financiación de las reclutas.
f) Constituyeron una ayuda importante para la financiación de las levas cana-
rias, pues se recurrió con frecuencia a las cantidades recaudadas por diversos ca-
pítulos de los donativos para socorrer con urgencia algunas necesidades impe-
riosas, salvando así el obstáculo de la lejanía. Los capitanes generales gozaron de
amplias facultades para disponer de esos fondos de manera urgente, lo que ori-
ginó en ocasiones conflicto con las autoridades concejiles y un deterioro de su po-
sición política.
g) Tensaron las relaciones institucionales con los capitanes generales, que
vieron reforzado su poder como jueces de cobranza. No obstante, los Cabildos si-
guieron siendo piezas clave en la gestión (arrendamiento) de unos impuestos o
elección (imposición) de otros, en la línea de la Corona de convertir a la oligarquía
en colaboradora y partícipe del sistema, enmarcando las relaciones ―como hemos
comprobado en los capítulos anteriores― entre centro y periferia en una reciproci-
dad que favorecía a las dos partes, en particular a medida que aumentaba el de-
clive en la época de los Austrias837.
h) Instituciones aparte, los componentes de los Cabildos, la oligarquía concejil
salió consolidada como única intermediaria ante el poder central: 1) se presentaba
como un valladar contra la opresión del monopolio indiano (en cuanto las contra-
prestaciones negociadas solían contener reivindicaciones relativas a la Carrera) y la
«incomprensión» de la Corte frente a la desventurada situación de unas islas cer-
cadas por el enemigo; 2) supo transmitir a la población que, en lo esencial, la Co-
rona en teoría respetaba el privilegio fiscal isleño y la participación canaria en el
monopolio mercantil americano, aunque más bien el resultado en nuestro período
de estudio fue el mantenimiento de una garantía de las posibilidades (menguadas)
de negocio de la clase dominante en las islas. En particular, ciertos miembros de
los Concejos salieron favorecidos: 1) los participantes en el proceso de cobranza,
fianza, etc., en especial los que ostentaban mayor poder financiero, ya que por un
lado tenían ventaja en la apropiación de ganancia de modo directo o indirecto (a
837CÓZAR GUTIÉRREZ, Ramón, y Julio Domingo MUÑOZ RODRÍGUEZ: «El reino en armas. Movili-
zación social y "conservación" de la Monarquía a finales del siglo XVII», en GARCÍA HERNÁN, Enrique,
y Davide MAFFI (edits.): Guerra y sociedad en la monarquía hispánica..., (2006), pp. 438-439.
1058
través de intermediarios o correspondientes o socios) en arrendamientos de ren-
tas, letras de cambio, etc., y por otro alcanzaban una mayor relevancia social al
tener en su mano el encubrimiento o demora en impagos o aplazamientos, afian-
zando su influencia. Mención aparte merece la actuación de algunos personajes,
como sucedió en el donativo de 1632, en la consecución de los ofrecimientos ve-
cinales, acompañando a los comisionados regios o representándolos, papel que
podían utilizar más adelante como activo preciado para obtener recompensa.
i) Aumentaron la tensión social al coincidir con reclutas y con una etapa de
mayores dificultades económicas en las islas, favoreciendo la emigración.
j) En La Palma favoreció la disminución de las dehesas y su privatización en
manos de propietarios agrícolas, aumentando la extensión del viñedo.
k) Aumentó las dificultades de algunos pósitos al exigírseles una detracción
de sus recursos para satisfacer las cantidades adeudadas.
l) Fomentó el uso no productivo del excedente de acaudalados (incluso de
quienes poseían un pequeño ahorro en un momento determinado), ofertando la
Corona en el mercado venal oportunidades de ascenso social (compra de hábitos
de órdenes militares, de cargos del Santo Oficio, de señoríos, de títulos nobiliarios,
etc.)838. Al adquirir mercedes, el excedente obtenido en una larga etapa de bo-
nanza se dilapidó en gastos suntuarios sin inversión en el sistema productivo. La
hacienda real halló un filón en las islas con mercaderes, caballeros o nobles con
poder económico al explotar el deseo de ascenso social de un estamento carente
del boato, de los títulos y oficios ya generalizados en otros reinos españoles, mien-
tras los comerciantes o medianos y grandes propietarios plebeyos aprovecharon
para acceder a la nobleza.
ll) De modo parcial se logró tardíamente una financiación estable para cubrir
parte de los gastos en fortificaciones y salarios de veteranos.
m) Los Concejos ahorraron parte de los cuantiosos gastos que suponía el en-
vío de solicitadores, mensajeros o apoderados, procuradores, etc., que actuaban
en su representación en la Corte para la petición y gestión de asuntos que pudie-
ron plantear directamente a los comisionados regios.
838 Marcos Martín también afirma la concentración de renta sin redistribución en servicios o activi-
dades propiciadores de la economía, dificultando la asunción o mantenimiento de competencias mu-
nicipales para atender el bienestar común. Dado que la extracción dineraria se dirigió a financiar la
guerra y los intereses exteriores de la monarquía, los recursos se aplicaron a fines distintos de los
que el progreso del país requería (MARCOS MARTÍN, Alberto: «¿Fue la fiscalidad regia un factor de
crisis...?», art. cit., pp. 250-251).
1059
B. Estudio general de los donativos (1641-1718)
La nueva demanda regia, que en teoría tardó nueve años desde la anterior si
atendemos a la fecha inicial de 1632, en la práctica, habida cuenta de la data de re-
caudación (1634) apenas supuso siete años desde aquel enorme esfuerzo, un corto
período todavía insuficiente para enjugar el primer donativo. En el inicio de 1640 la
situación hacendística española era crítica debido a la carencia de plata por no haber
llegado los galeones839. Como sabemos, dos acontecimientos espinosos complicaron
la coyuntura ese mismo año: las sublevaciones portuguesa y catalana. Se reselló el
vellón y el premio ascendió más de un 100 %840. De nuevo, era apremiante recau-
dar fondos.
A veces, las peticiones reales coincidían en el tiempo con otros sacrificios econó-
micos exigidos a la población por las autoridades locales. Tal ocurrió, por ejemplo,
con este segundo donativo (R. C. de 17 de enero de 1641)841, encargado al oidor de-
cano de la Real Audiencia de Canarias, D. Juan Fernández de Talavera, pues un mes
antes de recibirse la noticia en Tenerife se había procedido a una colecta vecinal para
atender las fortificaciones —eterno problema isleño— y adquirir pertrechos defensi-
vos, como se verá más adelante. El mencionado despacho real fundamentaba esta
nueva solicitud, como sucedió casi siempre, en motivaciones de apuro hacendístico
para acudir a la defensa del reino, centrándose en los levantamientos de Portugal
y Cataluña. El documento iba acompañado de otra cédula con la misma data otor-
gando facultad regia especial a Talavera para la concesión de arbitrios a los Ayun-
tamientos en aras de satisfacer los ofrecimientos, además de instruir al oidor acer-
ca del argumentario frente a un probable rechazo concejil: En caso que pussieren
dificultades por estrechessa de hazienda avéys de procurar irlos vensiendo con las
considerasçiones y razones que ofrece la mesma materia, dándoles a entender
quán mal parescida acçión sería en el mundo que vassallos de tales obligasciones
faltasen a la que es tan natural y precissa842. De entrada, pues, la «obligación» de
los vasallos, reputada como «natural», dejaba muy poco margen para la volunta-
riedad amorosa del pueblo y de los Ayuntamientos.
Adelantemos que la suma ofrecida por los Cabildos (más el Cabildo catedral) al-
canzó 106.500 ducs. (39.937.500 mrs.) para el conjunto del archipiélago. Estas
fueron las aportaciones institucionales insulares en 1641843 (cuadro VII).
839 Díaz Blanco se refiere así a la coyuntura iniciada por la guerra desde 1635: ... elevó a su culmen
las necesidades militares de la monarquía, que para satisfacerlas se proyectó sobre la sociedad espa-
ñola con una implacabilidad, virulencia e intensidad superiores a las empleadas en los años prece-
dentes. Asimismo ha sintetizado el problema de ingresos relacionado con la aportación indiana desde
las primeras décadas del s. XVII: 1) Hamilton ya había señalado el notable retroceso de las importa-
ciones de metales preciosos desde esa década de los años treinta; 2) los Chaunu apuntaron a 1620
como el punto de inflexión en el comercio atlántico (en cuanto al número de barcos y volumen de to-
neladas); 3) es apreciable un descenso similar en el almojarifazgo referido a Indias en los años vein-
te y treinta (DÍAZ BLANCO, José Manuel: Así trocaste tu gloria. guerra y comercio colonial en la Es-
paña del siglo XVII, Madrid, 2012, pp. 131 y 165).
840 DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: Política fiscal y cambio social..., op. cit., p. 53.
841 PERAZA DE AYALA, José: El régimen comercial..., op. cit., p. 91.
842 AMLL, Libro de actas 25, ofic. 1.º, f.º 26.
843 Una referencia comparativa de fecha próxima fue la aportación de Galicia, que desde 1640 sufrió
una doble fiscalidad, pasando de 330.000 ducs. en esa fecha a 475.045 ducs. en 1660 (SAAVEDRA
VÁZQUEZ, M.ª del Carmen: «La contribución de Galicia a la política militar...», art. cit., p. 695).
1060
(Cuadro VII)
Aportaciones institucionales
(donativo de 1641)
Instituciones Cantidad (ducs.)
Cabildo de Lanzarote 4.000
Cabildo de Fuerteventura 3.000
Cabildo de La Palma 13.000
Cabildo de Gran Canaria 14.000
Cabildo de Tenerife 60.000
Cabildo de El Hierro 4.000
Cabildo de La Gomera 3.500
Obispo de Canaria 3.000
Cabildo catedral 2.000
Fuente: AMLL, A-XII-18, f.º 77. Elaboración propia.
B.1.2. Fuerteventura
1061
el estanco del tabaco y aguardiente por falta de postor. La conjunción de la mise-
ria económica y monetaria dio al traste con el plan, pues la forma de pago predo-
minante era el trueque, hasta el punto de que dos años más tarde sólo se habían
recaudado 3.000 rs., siendo entonces cuando se decantó el Cabildo por un grava-
men sobre la entrada y salida de mercancías, sistema que en un primer momento
había sido desestimado porque, en lo que respecta a la importación, produciría un
efecto nocivo en el comercio y retraería a los indispensables mercaderes foráneos,
y en cuanto a la exportación redundaría en presión de los distribuidores sobre los
productores para obtener un precio muy reducido. Esta decisión se complementará
poco después con la puesta en práctica de la vía de apremio contra los vecinos
morosos. Como tampoco bastó, se amplió la nómina de contribuyentes para incluir
a los casados. Para colmo de dificultades, un vecino ganó provisión de la Real Au-
diencia de Canarias sobre el reparto vecinal. En 1646 el Concejo debió transigir
con la forma de pago vecinal, aceptando la dación en especie. Así y todo, la demo-
ra continuaba en 1650, procediéndose a la ejecución en algunos casos846.
B.1.3. Tenerife
En esta isla se convocó el 1 de julio de 1641, ante la llegada del oidor Talavera, un
cabildo general para el día 8847, en el que se advirtió que el donativo anterior aún no
se había satisfecho y estaban empeñados los propios concejiles. Como sucedía con la
petición de otras cargas, los regidores sacaron a relucir otros servicios muy cercanos:
1) la reciente leva de más de 600 infantes, a la que se atribuía la falta de cultivo en
sementeras y viñedo; 2) la contribución voluntaria para la fortificación de la isla (ci-
frada en más de 6.000 ducs., algo inflada respecto a la ya especificada más arriba);
3) la implicación personal de la vecindad en las obras de fortificación (se estaba tra-
bajando en el reforzamiento de tres puertos y caletas) y la adquisición de pólvora por
valor de 2.000 ducs. el año anterior848, a pesar de no haberse recibido aún la artille-
ría prometida por el monarca; 4) la grave coyuntura abierta por la independencia de
Portugal (con lo que representaba para la exportación vinícola canaria, y en particular
para la tinerfeña, el comercio con Brasil, como se ha reiterado en los capítulos prece-
dentes), que era la maior conbeniençia y aumentos desta isla y estar ynpedido el tra-
to de las Yndias […], de donde benía [de Portugal] la maior parte de mantenimientos
y dinero de tostones849. Se advertirá, salvando esa obligada referencia a la rebelión
portuguesa, lo ya expresado sobre el costo adicional frecuente, humano y económi-
co, en materia militar.
No obstante, como en tantas otras situaciones, el Cabildo se avino a la solicitud
regia y acordó servir con 60.000 ducs. pagaderos en 12 años, que correrían desde el
día que la institución asentase la forma de liquidación. Con la excusa de la pobreza
vecinal se optó por la colectivización del pago, haciéndolo corporativo público y re-
caudándolo mediante imposición indirecta en lugar de gravar a los poderosos. Esa
cantidad del Ayuntamiento tinerfeño supondrá el 59.1 % del total ofrecido por los
Cabildos isleños, porcentaje similar al aportado en el donativo de 1632 (60.7 %),
indicativo de la preeminencia económica y poblacional de Tenerife. El modelo provi-
sorio para completar los 60.000 ducs. provenía de estas fuentes: 1) imposición sobre
846 Acuerdos del Cabildo de Fuerteventura 1605-1659..., op. cit., pp. 254, 255, 256, 266, 267, 269,
280 y 292. En el repartimiento figuraban 334 vecinos que ofrecían 6.454 rs., cantidad limitada, aun-
que cercana a la necesaria (6.660 rs.), aparte de que se calculó en 100 rs. una cifra adicional ante
impagos.
847 AMLL, Libro de actas 25, ofic. 1º, fols. 18 v.º-19, sesión de 8 de julio de 1641.
848 Ibíd., f.º 22 v.º.
849 Ibíd., f.º 19. Más adelante se reitera: ...el reyno de Portugal, ques de donde esta isla se alimenta y
1062
las alhóndigas (continuidad de los 2 rs./fa. que ya veremos se utilizó en el donativo
de 1632), que supondría en doce años 361.428 rs.; 2) impuesto sobre las vende-
deras (a similitud también del nacido en ese primer donativo, pero incrementando el
número de vendederas hasta 160 y disminuyendo la cuota de cada una de estas a 60
rs. anuales); 3) pago de 200 ducs. anuales de los propios concejiles (en total, 2.400
ducs.); 4) facultad para hacer estanco del tabaco en ese período de 12 años hasta
llegar a 11.000 ducs. en vino o dinero, a elección de los pagadores; 5) reparto de
4.000 ducs. entre los vecinos pudientes, cobrables en vino o dinero850. Los tres
primeros efectos ya se habían utilizado en el donativo antecedente, de modo que la
aprobación real suponía una prórroga de aquellos.
El conjunto de las medidas implicaba que las alhóndigas, y por tanto el común de
los vecinos, soportaban el 55 % del donativo en un renglón capital para aquella eco-
nomía, siguiendo en importancia los estancos (en la práctica) de otros productos de
consumo habitual como vino atabernado o tabaco (cada uno representaba en torno a
un 10 %), pues la contribución directa de los más pudientes era de un 7 % y el Ca-
bildo, a fin de cuentas toda la población, aportaba otro 4 %. Se prescindió de la
colecta en cada lugar, que no se volverá a utilizar en este tipo de donativos en
cuanto debían resultar penosas este tipo de prácticas y despertarían rechazo entre
una población que ya estaba sometida a los nuevos impuestos indirectos que re-
presentaban en realidad las cuotas alhondigueras o de las vendederas, a lo que se
agregaba el malestar derivado de las levas y las aportaciones periódicas para
fortificaciones, compra de armamento concejil o individual, etc. A cambio, el Concejo
solicitó al monarca: 1) la traída de alimentos (trigo, carne salada, pescado, legum-
bres), de municiones y otros suministros defensivos (pólvora…), con expresa peti-
ción de flexibilidad ante la circunstancia de un posible transporte en navíos de poten-
cias enemigas, a cambio de pagarles en vino, por la necesidad y conflito en que nos
hallamos, cercados de mar sin mantenimientos ni pertrechos en la tierra y sin espe-
rança de donde nos venga y con el desseo de defendernos y acudir a el servicio del
rey…851; 2) licencia para navegar vinos a Indias sin limitación de cantidad o hasta
3.000 pipas con calidad de poder remitirlas en cualquier época del año para evitar el
peligro pirático, ya que la obligada singladura veraniega o en seguimiento de flota
suponía una trampa con barcos piratas aguardando la ocasión segura del asalto; 3)
restitución del privilegio concejil en la elección y proposición de beneficios eclesiásti-
cos patrimoniales, suprimido unos ocho años atrás; 4) cambio en la equivalencia de
los tostones, incrementándose en Canarias (desde 2 rs. y 5 cuartos hasta 3 rs.) con
objeto de combatir la extracción de esa valiosa moneda y favorecer su entrada, ade-
más de combatir así la falta de moneda permanente, practicándose permutas y pa-
gos en especie. La administración del donativo se comprometía a manejarla el Cabil-
do mediante los regidores diputados con ajuste anual de cuentas de los arbitrios o
arrendamientos, cuyo procedido entraría en el arca de tres llaves de acuerdo con el
modelo de gestión o la recepción de cada capítulo de recaudación, entendiendo el
Ayuntamiento que era más barato y eficaz arrogarse directamente, sin juez particu-
lar, todo el proceso con ahorro de ejecutores o ministros.
Talavera aceptó los medios planteados por el Cabildo por dos razones: en primer
lugar, era consciente de la situación comprometida de la economía isleña y de las
instituciones concejiles, y como juez particular para la cobranza de la media anata y
otras rentas reales, como el almojarifazgo, había comprobado la extrema contrarie-
dad en percibir los rezagos y deudas; en segundo lugar, los arbitrios y procedimien-
tos, como el de las alhóndigas, se habían ensayado con éxito en el donativo prece-
850 ROSA OLIVERA, Leopoldo de la: Evolución del régimen local..., op. cit., pp. 159-160; AMLL, Libro
de actas 25, ofic. 1.º, fols. 21-22.
851 AMLL, Libro de actas 25, ofic. 1.º, f.º 23.
1063
dente852. A la espera de la confirmación regia y como había meses por delante, los
regidores no concretaron más hasta que la proximidad a enero de 1642, en que
comenzaba la satisfacción del pago, motivó algunas sesiones capitulares en las que
se pretendió disponer con rapidez la organización recaudatoria. Todavía en junio
estaba en el aire la forma de cobro y de guarda (arca de tres llaves o depósito), y
quizá aprovechando esa fase de vacío o escasamente reglada el Ayuntamiento deci-
dió tomar prestados 600 rs. del donativo con la obligación del mayordomo concejil de
restituirlos en agosto853. A principios de diciembre se adoptó un conjunto de de-
terminaciones para paliar esa carencia regulatoria854: 1) cada año dos regidores
controlaban la adecuada administración y percepción, guardando cada cuatro meses,
aproximadamente, el dinero en el arca de tres llaves, de modo que se encontrasen
las cantidades a disposición del oportuno comisionado regio; 2) actuaría un apode-
rado concejil como recaudador del dinero y expedidor de los correspondientes reci-
bos, llevando cuentas de entradas y salidas; 3) los regidores diputados debían alec-
cionar a los mayordomos alhondigueros sobre la obligación de cargar los 2 rs. en
cada fanega entregada, de manera que en abril pagasen la cantidad de su alhóndiga;
4) las 160 vendederas eran nombradas por los diputados y debían otorgar fianza
ante el Concejo para que ejerciesen su actividad desde el 1 de enero con licencias
firmadas por el corregidor o su teniente, entregando su impuesto cada 4 meses (20
rs. hasta cumplir con los 60 rs. anuales); 5) como el estanco del tabaco (en hoja y
polvo) se regiría por arrendamiento de tres años, los diputados concejiles dispondrían
el pregón y las condiciones855; 6) los diputados debían librar la cantidad convenida de
200 ducs. de los propios concejiles; 7) las otras partidas que completarían el donativo
(como los 4.000 ducs.) y otras de costos se entregarían en su momento, cuando
mejor acomodase al Cabildo; 8) al final de cada año los diputados tenían que ajustar
y presentar cuentas. Con el fin de un control más eficaz, los diputados, si eran
capitalinos, podían valerse de algunos regidores residentes en La Orotava y Ga-
rachico para que los auxiliasen en esas zonas. Estos diputados nombraban a un
depositario que guardaba el dinero conforme se obtenía y entregaba hasta que, cum-
plido un tercio, pasaba al arca. Con la demora habitual, la corte tardó unos años en
aceptar el donativo (R. C. de 3 de junio de 1645)856 confirmando los arbitrios ne-
gociados con Talavera en el plazo solicitado, pero rechazando la concesión del es-
tanco del tabaco por ese período (ya veremos cómo el paso de ese capítulo a la ad-
ministración real supuso un duro golpe en la capacidad recaudatoria prevista), así
como el aumento de los efectos en caso de insuficiencia para completar la paga.
B.1.4. La Palma
diciones y con prohibición de estanco en el tabaco molido, los diputados debían esclarecer qué ta-
baco restaba por vender de esa concesión, pues se les debía descargar a ellos y se entregaría por
idéntico precio al rematador del estanco.
856 AMLL, R-XIII-16 y R-XIII-17.
857 LORENZO RODRÍGUEZ, Juan Bautista: Noticias para la historia..., t. IV, op. cit., pp. 146-148.
1064
trecho estado de su hacienda para que se atajen los daños que de una tiranía tan
grande pueden resultar858. La reunión se interrumpió para continuar por la tarde,
pero las negociaciones debían estar avanzadas ya con el oidor de la Real Audien-
cia, pues el montante y los plazos del convenio se aprobaron entonces. Fue funda-
mental en el concierto que la contribución debía encerrarse en una única cantidad
aprobada en el Concejo y confirmada en su momento por el rey, de modo que se
excluyese petición general por lugares, y en caso de invocar algún género de
solicitud selectiva lo recolectado debía contabilizarse en la suma global ofertada
por el Cabildo. En la argumentación los concejales lamentaron la crisis económica
de la isla debido a la caída de las exportaciones motivada por las rebeliones lusi-
tana y catalana, hasta el punto de que muchos habitantes se alimentaban de raí-
ces de helecho. La propuesta contributiva consistía en 13.000 ducs. pagaderos en
10 años con la posibilidad de tardar un año más si las circunstancias impedían la li-
quidación total. Talavera aceptó la cifra, realzando el mérito de sobrepasar en
3.000 ducs. la aportación del donativo anterior cuando se hallaba la isla ahora en
una adversa coyuntura. También se conformó con el plazo y advirtió que el dinero
de los diferentes ramos o efectos anuales debía entregarse, como depositario ge-
neral, al regidor licdo. D. Tomás Vandeval Aguiar. Por lo que se deduce de una se-
sión posterior (23 de agosto), en la que se concretaron los arbitrios y términos,
que el oidor admitió necesarios a causa de la insuficiencia de propios, fueron con-
sultados los vecinos de los lugares (cabildo general abierto), representados por sus
alcaldes, que fueron llamados, decidiendo la manera de participar en el donativo,
como se verá en alguna de las condiciones expuestas a continuación, relativas a
los efectos y medidas impetradas y negociadas para conseguir los fondos:
1) Estanco del tabaco vendido, administrado por un particular tras pregón públi-
co o por el Ayuntamiento, a falta de postor, con el añadido de pasar a engrosar los
propios municipales al cabo de los 10 u 11 años si lo caído no alcanzaba el pago
establecido.
2) La siembra de la mitad de la dehesa de El Mocanal (del camino de Mazo ha-
cia el mar), zona poco arbolada859.
3) Sisa de 2 mrs. por cuartillo en el vino expedido en las tabernas, satisfaciendo
además sus propietarios 20 rs. anuales.
4) Penalización de la venta particular de carne, sin pasar por la carnicería (50 rs.
la primera vez, además de pérdida del producto), doblándose la pena si mediaba
reincidencia y con previsión de penas pecuniarias mayores en caso de contumacia.
5) Tasas aduaneras por extraer de la isla madera de tea (6 rs./docena), gar-
banzos, habas y arvejas (2 rs./fa.), cueros vacunos (1,5 rs./cuero, elaborados en
la isla o importados) y tasa del mismo tipo por entrada de azúcar (1 r./arroba).
6) Contribución de la mayoría de localidades de la isla a través de las ganancias
de los pósitos, asignándose una cantidad acorde con el excedente anual.
7) Aportaciones dinerarias según reparto entre los vecinos de Los Llanos, las
Breñas y Santa Cruz de La Palma, atendiendo al monto asignado por el Cabildo
(los más opulentos de la ciudad podían ofrecer una suma por el conjunto de los
diez años, o bien se les forzaría al pago de una determinada cantidad).
8) Pago de 2.000 ducs. durante diez años (200 ducs. anuales) por los dueños de
los ingenios de Argual y Tazacorte, a razón de 10 ducs. cada décimo de ingenio.
Talavera, conforme a sus facultades, dio el visto bueno a los arbitrios el 24 de
agosto. Comprobaremos que ya en el donativo de 1632 se obtuvo autorización re-
gia para comenzar a cultivar la citada dehesa de El Mocanal, y de hecho para im-
858AMSCLP, 726-2-2-79.
859 Se prohibía la tala de árboles, castigada con la pérdida de la sementera, cuyos dos tercios se
aplicaban a la causa del donativo.
1065
posiciones posteriores tuvo que darse a tributo esa zona, aunque fue escaso el
resultado y se recurrió al 1% y a donaciones de particulares. El recurso al azúcar se
emplearía desde el primer donativo. La ausencia de estimación de cantidades asocia-
das a cada renglón recaudatorio, con la salvedad de los 2.000 ducs. exigidos a los
propietarios de ingenio, dificulta un comentario pormenorizado.
B.1.5. Lanzarote
El rey se dirigió al señor de estas islas por carta de 22 de enero de 1641 ―en tér-
minos prácticamente inéditos a los ya conocidos―, aludiendo al accidente de Portu-
gal, que obliga a disponer con toda celeridad los medios necesarios para que se ata-
jen los daños que de una tiranía tan grande pueden resultar. A continuación expo-
nía: Mi hacienda se halla en tan estrecho estado..., para finalizar con la petición,
dado que en España había provincias tan descaminadas y olvidadas de su obligación
natural como Cataluña y Portugal [...], que por propia reputación, aún sin las demás
consideraciones, solicita en mis vasallos la obligación de asistirme861. Sin duda la Co-
rona, además de una cuestión de cortesía, percibió que los propietarios jurisdicciona-
les podían mover positivamente o con su poder e influencia el ánimo de sus vasallos
para colaborar en el donativo. Por lo que se desprende de un auto de 25 de agos-
to862 del licdo. D. Simón de Frías, teniente general de La Palma, este fue instado por
el oidor Talavera para acompañarlo en la petición de La Gomera y para pasar a Te-
nerife. A la vista de este ejemplo, es posible que el comisionado regio se sirviese asi-
mismo de funcionarios realengos en las islas señoriales orientales. La fecha corres-
ponde con el ofrecimiento del Cabildo de La Gomera de 28 de agosto por el que se
comprometió a entregar 3.500 ducs. en el período de diez años abonando 350 du-
cados anuales con inicio ese mismo día.
El Cabildo de El Hierro sería el postrero en ofrecer (9 de septiembre) su donativo
de 4.000 ducs. prorrateados durante un decenio a 400 ducs. anuales, con comienzo
de la obligación ese día.
860 BRUQUETAS DE CASTRO, Fernando: Las actas del Cabildo de Lanzarote..., op. cit., p. 153.
861 VIERA Y CLAVIJO, Joseph de: Noticias de la historia general…, t. II, op. cit., p. 57. También, en
FERNÁNDEZ DE BÉTHENCOURT, Francisco: Nobiliario..., t. III, op. cit., pp. 177-178.
862 LORENZO RODRÍGUEZ, Juan Bautista: Noticias para la historia..., t. III, op. cit., p. 175.
1066
Palma y Gran Canaria, y dos plazos los de Tenerife, La Gomera, El Hierro, Fuerte-
ventura y Lanzarote. Los Concejos se obligaron a una suma excesiva para su capa-
cidad, sobre todo si tenemos en cuenta la coyuntura económica negativa que pre-
cisamente tuvo en 1640 un hito memorable, como ya se ha indicado en este trabajo.
Aunque se analizarán y concretarán los principales problemas en algunas islas, en
especial en La Palma y Tenerife, resaltamos uno de los factores que incidieron en el
fallo previsor de los Cabildos: la Corona se arrogó el estanco del tabaco a pesar de
haberlo concedido inicialmente, privando así de un renglón significativo a los munici-
pios que habían incluido este efecto como arbitrio importante. Tampoco destacó la
Iglesia como pronta pagadora, pues en 1649 ordenó el Cabildo catedral el libramien-
to de 2.000 ducs. para el donativo863. Pero en este caso los problemas derivaban de
la forma de reintegro decidida, pues el Cabildo catedral impuso el criterio de extraer
la suma de la cilla de Garachico y otras fuentes, mientras Talavera ―apoyado por el
obispo― era partidario de percibir el dinero de la fábrica catedral. En 1646 recordaba
la deuda el oidor-cobrador Navia y Valdés, a quien nos referiremos a continuación,
procediendo el Cabildo a la percepción de las orchillas de Fuerteventura y Lanzarote
y al remate citado de Garachico. Como el retraso continuaba, en marzo de 1649 se
emplearon 1.000 ducs. prestados de depósitos, fondos de la cilla de Garachico y
otros recursos de varias islas, pero todavía en 1658 estaba la deuda sin saldar864.
La cobranza del total se confió al oidor de la Real Audiencia de Canarias D. Álvaro
de Navia y Valdés, que asimismo debía ocuparse de los rezagos del donativo de
1632, aclarándole que el dinero lo debía canalizar vía Inglaterra o por la parte que
más convenga en letras de personas seguras y abonadas. De igual modo que en el
donativo de 1632, se decretó la inhibición del capitán general en este capítulo865.
Navia se encargaría durante unos años de esa función, desplegando la actividad
impuesta por las cédulas reales a través de la autorización o el libramiento de canti-
dades a favor de determinadas personas con cargo a los fondos del donativo que se
iban ingresando.
La demora en la liquidación de las sumas ofrecidas ocasionaba el forzado incum-
plimiento de la misión por estos oidores-jueces privativos para la cobranza, trans-
firiéndose así la enojosa labor de unos a otros mediante las oportunas cédulas reales.
Tras la muerte del juez D. Álvaro de Navia (hacia finales de 1651 o principios de
1652), le sucedió el 2 de marzo de 1652 D. Álvaro Gil de la Sierpe, asimismo juez de
apelaciones en la Real Audiencia de Canarias866. El rey ordenó a este último que re-
copilase todas las cédulas e instrucciones relacionadas con el negocio para continuar
la percepción de los atrasos, en particular para pagar al máximo beneficiario, D. Juan
de Betancur (o Betancourt) y Vargas867, sucesor en los derechos de D. Fernando La-
863 VIERA Y CLAVIJO, Joseph de: Extractos de las actas del Cabildo Catedral…, op. cit., p. 216.
864 ALEMÁN RUIZ, Esteban: «Política, guerra y hacienda en España...», art. cit., p. 106.
865 AMLL, A-XII-18, f.º 80.
866 AMLL, A-XII-19, f.º 56; AHPLP, Audiencia, Libro de títulos de los señores presidentes, regentes y
certó un asiento por el que adelantó a la Corona 300.000 rs. y, mediante la Junta del Donativo,
recibió la recaudación del tabaco durante la etapa del general Carrillo, además de las medias anatas
de los oficios y un interés del 10 % (MELIÁN PACHECO, Fátima: Aproximación a la renta del tabaco
en Canarias, Santa Cruz de Tenerife, 1986, pp. 59-60). Sería el beneficiario del arrendamiento del
estanco del tabaco en 1650, pero a los pocos meses esta renta se traspasó a uno de los potentados
de las islas, D. Baltasar de Vergara Grimón, primer marqués de Acialcázar, por casi 80.000 ducs.
como precio de la renta perpetua de ese estanco en Canarias (SOLBES FERRI, Sergio: Rentas reales
y navíos de permisión..., op. cit., p. 37). Melián Pacheco indica que el capital entregado por Vergara
fue posible gracias a la suma de 55.000 ducs. prestados por el mercader inglés Marmaduque Raw-
don, a quien nos hemos referido ya, a cambio de gestionar el producto en Tenerife (ibíd., p. 72). En
su testamento de 1674 D. Baltasar de Vergara vinculó para la dotación del título nobiliario el crédito
de 170.000 escudos de plata asegurado con la renta del tabaco de Sevilla que tenía contra el Estado,
1067
drón de Guevara, de quienes luego hablaremos. Vargas había asentado con el rey la
entrega en la Corte de 600.000 rs., con un 10 % de premio por conducción e inte-
reses, empezando a pagar en 1652, aparte de un 8 % de demora. Los oidores comi-
sionados nombraban a su vez subdelegados para la cobranza en cada isla, cuyo pe-
ríodo de ejercicio fue relativamente corto, como se advertirá, por ejemplo, en el caso
de Tenerife; así, a comienzos de los años cincuenta ejercía en esa isla tal misión Es-
pinosa Montero, facultado por De la Sierpe.
El procedimiento para el traslado del dinero a la Corte estaba basado en la parti-
cipación de acaudalados caballeros o mercaderes que recibían las cantidades en las
islas a cambio de letras pagaderas en España a favor del rey, asegurándose antes de
la bondad, calidad y seguridad de esas operaciones. Por distintos motivos el sistema
resultaba provechoso para las dos partes. Algún que otro ejemplo lo ilustrará, uno to-
mado de la intermediación británica y otro de la española, sirviendo como modelo la
remisión de fondos por el Cabildo tinerfeño. En la comprometida coyuntura econó-
mica creada por la crisis de 1640, el mercader inglés Joan Chickley (o «Chicle») se
prestó a solucionar la puesta de 3.000 ducs. del donativo en la Península mediante
letras abonadas en Madrid o Sevilla pues, como se reconocía en el Cabildo tinerfeño,
el depósito indefinido del dinero recaudado en el arca no tiene ningún útil al trato y
comercio desta isla y correspondencia de los mercaderes, antes daño y pérdida de
los derechos rreales por falta del dicho trato. También pesaron otros argumentos en
la predisposición concejil al acuerdo con el inglés, reparando en la mayor seguridad
de las cédulas de cambio, aparte de que el dinero aun es ynpusible por otro camino
llevarse a España, rrespeto de que las monedas que corren esta isla no corren en
España, porque muchas vesses sucede no hallarse las dichas letras tan seguras como
conbiene y abonadas868. A esto se unía la incertidumbre sobre la venida próxima de
embarcaciones rumbo a España o la inconveniencia de tomar letras y tenerlas re-
tenidas durante un cierto tiempo. Eso explica el acuerdo de entregar dinero a Chic-
kley, que así disponía de liquidez inmediata en las islas para sus negocios y financiar
sus operaciones de compra de vino o préstamos a los cosecheros, y también resulta-
ba útil para la economía isleña el retorno a la circulación de un dinero procedente de
impuestos indirectos, consumo de tabaco, préstamo de simiente… El mercader halló
pronto avalistas y afianzadores (los capitanes y regidores Juan de Mesa y D. Lope de
Fonte, y el capitán Gaspar Martín de Alzola), garantizando letras abonadas para Ma-
drid o Sevilla efectivas en plata doble y pagaderas al rey y a la Real Junta del Dona-
tivo869. Años más tarde, en diciembre de 1648, el oidor se dirigió al corregidor de Te-
según otro asiento convenido con Felipe IV por el que ofrecía esa cantidad para gastos bélicos en
Flandes. No obstante, la cantidad real entregada a la Corona fue de 145.000 escudos, cantidad que
le generaba ―a un interés anual del 3 %― 65.250 rs. situados en la renta del tabaco de Tenerife
(FERNÁNDEZ DE BÉTHENCOURT, Francisco: Nobiliario..., t. IV, op. cit., p. 957). El negocio del arren-
damiento pasó, tras la muerte del marqués, a su sobrino D. Diego de Alvarado-Bracamonte, que se-
ría marqués de la Breña, quien asentó otro contrato con la real hacienda incluyendo una cláusula de
posible reintegración del estanco al Estado (SOLBES FERRI, Sergio: Rentas reales y navíos de permi-
sión..., op. cit., p. 55; cfr.: MELIÁN PACHECO, Fátima: Aproximación a la renta del tabaco..., op. cit.,
pp. 73 y 92-94. Según la autora, hubo un litigio entre Vergara y Alvarado-Bracamonte por haberle
rescindido la gestión de la renta). No deja de ser significativo que dos de los primeros títulos de Cas-
tilla en Canarias (los marquesados de Acialcázar y de la Breña) estén relacionados con la riqueza ge-
nerada por el estanco del tabaco. No es extraño. En los años setenta, al menos se arrendaba por
94.000 rs. anuales (ANCHIETA Y ALARCÓN, José de: Cuaderno de citas..., vol. II, op, cit., p. 357).
868 AHPSCT, Prot. Not., leg. 1.548, fols. 2-12 (enero-febrero de 1643).
869 La Junta del Donativo (o Real Junta del Donativo) constituyó el órgano creado por la monarquía
para gestionar todo lo relativo a estos arbitrios. Dado que el donativo era una regalía, algo téorica-
mente excepcional y sujeto a la discrecionalidad del monarca, en principio no existía una estructura
institucional prevista para recaudar el gravamen, pero la realidad se impuso: se creó una junta com-
puesta en sus comienzos por el valido y miembros de diversas instituciones reales, y a medida que
se demandaban nuevos donativos se agregaban otros integrantes. Dicha Junta elegía a los comisio-
1068
nerife para que entregase 66.000 rs. a D. Alonso Llarena Lorenzo, hijo del mercader
Luis Lorenzo, que —como veremos más adelante— había intervenido también con
cédulas de cambio en el donativo de 1632. Llarena situaría mediante una letra esa
suma en España actuando como fiadora su esposa y prima, doña Francisca de Pon-
te870. Otros mercaderes británicos, cuya actividad económica al calor del malvasía ya
hemos destacado en otros capítulos, intervinieron en el donativo. Uno de los más co-
nocidos en Tenerife, Leonardo Clerque, actuará en nombre de algún socio o mayor,
seguramente por la emisión de letras de cambio: en 1653 el oidor De la Sierpe orde-
nó el pago de 3.000 ducs. del donativo de Tenerife a ese mercader, quien operaba
en nombre de Roberto Breton; pero solo había en el arca 19.554 rs. (unos 1.777 du-
cados), de ahí que a veces las cantidades procedentes de ciertos efectos del donativo
no llegaban a introducirse en el arca, sino que eran entregadas directamente a Cler-
que, como ocurrió con los 2.400 rs. que en noviembre del año anterior le había cedi-
do el regidor D. Francisco de Mesa, diputado encargado de la recogida del dinero de
las vendederas de Daute, para compensar así la mencionada deuda de 3.000 duca-
cados.871. Ese manera de proceder no era la más apropiada para clarificar las cuentas
y sustentar una contabilidad digna de ese nombre.
Durante un tiempo el importe del donativo tuvo un único destinatario, que cedería
su derecho en otra persona. Nos referimos a D. Fernando Ladrón de Guevara, que en
noviembre de 1648 asentó con la Corona la fabricación de la capitana real de la Ar-
mada del Mar Océano en el astillero de San Sebastián. Para pagarle, el rey mandó
disponer de 11 cuentos de maravedís del donativo canario de 1641 (323.524 rs. y 14
mrs.) por R. C. de 25 de noviembre de 1648. Guevara cedió su derecho a D. Juan de
Vargas Betancur, quien percibía el dinero valiéndose de intermediarios en las islas872.
Por ejemplo, en 1652 recibía el dinero el capitán Diego Perera de Castro, que daba
carta de pago a D. Leandro de Espinosa y Montero, juez ejecutor de la cobranza del
donativo, como antes se mencionó. Las cantidades entregadas consistían en fraccio-
nes (5.531 rs., 15.710 rs., 23.600 rs., etc.) de los libramientos sucesivos por valor de
143.000 rs. dispuestos por D. Álvaro de Navia. Como la percepción se alargó, las car-
tas de pago continuaron en años posteriores, con intervención del ya mencionado oi-
dor Gil de la Sierpe873. Tras esta panorámica general vamos a analizar lo sucedido
con el cumplimiento del donativo en algunas islas.
b) El pago en Fuerteventura
nados, se encargaba de la contabilidad general, ejecutaba los cobros y libraba cantidades para di-
versos destinos decididos por la monarquía (GIL MARTÍNEZ, Francisco: «De la negociación a la coer-
ción: la recaudación..», art. cit., pp. 217-219). Pero estaba fuera de su competencia, como veremos,
la aprobación de las mercedes y gracias compensatorias, que se dirigían a los diferentes Consejos,
en especial al de Cámara, si bien en el caso canario también fue importante el de Indias.
870 AMLL, A-XII-18, f.º 81. El compromiso establecía el abono de esa cantidad en ocho meses.
871 AMLL, A-XII-19.
872 AMLL, A-XII-18, fols. 90-93. En marzo de 1649 Navia ordenaba en un auto al corregidor tiner-
feño la entrega de 230.685 rs. por ese concepto a Vargas. Esa cantidad era el resto de lo debido de
la cantidad aludida más arriba, descontando dos pagos: 30.508 rs. satisfechos por el Cabildo de Te-
nerife, más 1.000 ducs. (11.000 rs.) del Cabildo catedral de Gran Canaria. En mayo de 1649 se en-
tregaron dos partidas con ese fin: 46.997 rs. y 10.754 rs. (ibíd., fols. 37 v.º-38).
873 AHPSCT, Prot. Not., leg. 507, fols. 80-81.
1069
tivados cuando asaltaron la isla, en tanto se procuraba su venta874. En esta misma
isla el oidor Navia, ante el incumplimiento del donativo, se sirvió en agosto de 1650
de un intermediario, el capitán Ximénez, para requerir en cabildo la entrega de lo
adeudado. Se acordó la prosecución del embargo de algunos vecinos para cobrar del
remate de sus bienes, añadiendo la prisión de aquellos hasta finalizar el pago875. La
medida fue ineficaz, pues en septiembre de 1651 el Cabildo, sobre todo para curarse
en salud respecto a sus obligaciones, requirió al alcalde mayor para que continuase
con las diligencias encaminadas al cobro del resto para saldar los 3.000 ducs., y en
noviembre de ese año, tras recibirse una citación del oidor D. Álvaro Gil de la Sierpe
ante las irregularidades en el manejo de parte de los fondos del donativo, el Concejo
se exculpó alegando que tanto el alcalde mayor como los regidores presentes en la
reunión no eran los responsables, pues hacía poco tiempo que desempeñaban sus
oficios876.
c) La demora en La Palma
1070
anterior, en virtud del acuerdo con Talavera por el que se podían suprimir o agregar
los considerados fallidos o idóneos para la paga. Por último, se señalaba la elimina-
ción del estanco del tabaco por la Corona, que se comentará mejor en el epígrafe de-
dicado a Tenerife. Según el Cabildo, se dejaban de ingresar por ese concepto 3.000
rs. anuales del arrendamiento hasta entonces en manos concejiles.
El Concejo, pese a lo esgrimido, solo aceleraba gestiones y presionaba en pro del
pago si existía presión externa, como en esta ocasión en que actuaba el oidor de la
Audiencia con real cédula. En esa tesitura, la estrategia consistía en ganar tiempo
mediante la exhibición de una suma de cierta cuantía para evitar mayores complica-
ciones, y eludir una imagen ostensible de súbdito mal pagador, cuando al tiempo se
solicitaban mercedes al rey. La cantidad reunida era de 63.200 rs. (50.000, en conta-
do), razonando además que era incorrecta la exigencia de 85.800 rs., pues los
13.000 ducs. del donativo, prorrateados a diez años, que era el plazo previsto (aun-
que en el acuerdo se contemplaba un año más de prórroga), salían a 13.000 rs.
anuales, por lo que el sexenio ahora reclamado importaba 78.000 rs., lo que signifi-
caba que el dinero puesto a disposición del oidor representaba un 81 % de esos seis
años. Se había pensado enviar a un representante concejil a la Corte el año anterior
a pedir varias mercedes, como la asignación al Cabildo de la renta del tabaco una vez
liquidado el donativo, o la dilación de la visita del juez de propios y pósitos, pero co-
mo el viaje se había demorado, ya estaba nombrado ese juez. No obstante, esa mi-
sión tuvo lugar por apoyarla la mayoría de los regidores. Entre varias instrucciones
portadas por el mensajero, licdo. Blas Simón de Silva, se rogaba la exención del pago
del canon anual de 13.000 rs. del donativo amparándose en la cortedad y miseria a
que ha venido la isla, convencidos ya de que había de sobrepasarse ampliamente el
plazo de 1653 para el cumplimiento de la cantidad ofrecida. Incluso se pedía, además
de la anulación del donativo, que el dinero recaudado se dedicase a gastos defensi-
vos878, y no será cosa muy fuera de razón el conceder que a costa de los mismos
vecinos y naturales se hagan estos reparos, pues este donativo ha salido y sale de
ellos […], acomodándose con los vecinos aunque sea en frutos de la tierra, supuesto
que resulta en su beneficio y propia defensa, y de otra manera será imposible sacar-
se ni concluir en muchos años. También se suplicaba la reivindicación indicada de in-
tegración del estanco del tabaco, una vez satisfecho el donativo, en los propios muni-
cipales, conforme a lo acordado con Talavera. Ambas peticiones eran innegociables
para la Corona: por un lado, como territorios hispanos debían asumir el costo de su
defensa, a menos que de modo circunstancial así lo recomendara su gobernador en
el archipiélago; por otro, el tabaco de todas las islas había pasado a la real hacienda
y resultaba inconcebible consentir una excepción.
Con poca fe en el resultado de esa gestión y bajo el apremio del oidor, los regido-
res decidieron movilizar a los responsables del cobro y de la contabilidad del donati-
vo: a) orden a Andrés de Acosta, cobrador del donativo, para presentar la orden y
memoria relativas a la cobranza, con distinción de cargos y descargos en la cuenta y
con expresión de las cuentas del vino acuartillado en la capital y en el término de Los
Llanos, mencionándose lo abonado por las taberneras en los años anteriores; b) in-
forme por el almojarife de la exportación de los cueros y de la importación de azúcar;
c) clarificación de las tierras sembradas en El Mocanal; d) percepción de las tasas por
la carne y del tabaco (antes de pasar a regalía del monarca); e) cobro de lo adeuda-
do por los pósitos y vecinos de los campos, conforme a la memoria de lo prometido
por los particulares, y lo mismo cabía respecto a las cantidades referidas a los dueños
de los ingenios según décimos de propiedad879.
878 LORENZO RODRÍGUEZ, Juan Bautista: Noticias para la historia…, t. III, op. cit., p. 401.
879 AMSCLP, leg. 682, sesión de 17 de mayo de 1649.
1071
En 1650 continuaban los aprietos de unos y las trabas de otros para la entrega del
importe correspondiente a diversos arbitrios. En relación con la obligación vecinal y la
implicación de los pósitos, teniendo en cuenta la reconocida crisis económica, se llegó
a una solución en agosto de 1650, a petición de la vecindad de la zona de Los Lla-
nos, Tazacorte, Argual, Tajuya y El Paso. Consistió en el pago conjunto de 600 rs.
anuales hasta el fin del donativo, mediante obligación de cuatro vecinos abonados al
cumplimiento de ese desembolso con facultad de estos para el cobro de la sisa del
vino acuartillado en ese término, pudiendo completar la cantidad mencionada con el
excedente del pósito de la zona880. No solo el común incumplía con lo asignado, sino
los poderosos. Así ocurría con los poseedores de los décimos de ingenios, que debían
asumir 10 ducs. anuales cada uno, pues rehusaban el reintegro o intentaban satisfa-
cer en especie con la dación de azúcar, decidiendo el Ayuntamiento emprender ac-
ciones mediante el procurador mayor. También se debatió en el Concejo la siembra
de El Mocanal del camino abajo, secular objeto de discordias, discusiones y decisio-
nes encontradas. Lo cierto es que no quedaban muchas opciones para finiquitar el
donativo sin el recurso al arrendamiento de esas tierras, ya previsto en el acuerdo
con Talavera, pero con más peso ahora al desaparecer la renta del tabaco. Los
opuestos a la siembra se basaban en el papel tradicional de la dehesa para cría y
conservación del ganado, en especial tras el volcán, pues las dehesas de Fuenca-
liente ya no servían, y la de El Mocanal era la única para aprovisionamiento gana-
dero, porque las cumbres no dan pasto considerable. Los favorables al uso agrícola,
de modo transitorio por un año o hasta liquidar el donativo, resaltaban el beneficio
de proporcionar pan de centeno para los pobres, así como paja y pasto de rastrojo
para el ganado (algún regidor aseguraba que bajo los mocanes no crecía hierba sino
una higueruela dañina, rechazada por el ganado), aparte de contribuir con 2.500 rs.
de renta al donativo cada año. Al final, la mayoría decidió no proceder a la siem-
bra881.
En 1651 el Ayuntamiento afrontó otro auto de cobranza, esta vez del capitán D.
Leandro de Espinosa Montero ―que también ejercitaba como subdelegado de co-
branza en Tenerife―, en virtud de comisión delegada del oidor Navia882. No se men-
cionaba cantidad concreta; simplemente, el Cabildo ordenó a D. Tomás Vendoval,
depositario general, entregar a Espinosa el dinero caído del donativo, e igualmente
avisó a todos cuantos tuviesen efectos vinculados a esa paga en la isla para que acu-
diesen a dar cuenta con pago.
A principios de 1652, la deuda debía ser de 15.000 rs., pues esa es la cifra que
reclamó con un auto D. Gabriel de Lanuza, juez ejecutor del donativo, por comisión
del oidor D. Álvaro Gil de la Sierpe, sucesor de Navia, como ya se ha indicado. Pero
se produjo un conflicto jurisdiccional, ya que el capitán general D. Alonso Dávila
había despachado orden, basándose en una real cédula sobre esa materia, dis-
poniendo que el dinero procedente del donativo debía estar a disposición suya para
emplearse solo en fortificación y reparo de las fuerzas, así como en la fundición de
cuatro piezas que se habían reventado. En cabildo general, el Concejo se arrimó a la
posición del capitán general, pues a la vez cumplía con la máxima autoridad política y
militar del archipiélago y se beneficiaba de modo directo de fondos recaudados en la
isla para sus necesidades defensivas, como ya hemos visto argumentaba ante la
Corona. La justificación ofrecida para la negativa al juez del donativo fue la carencia
de orden y comisión real del oidor, pues el general se fundamentaba en una orden
regia para utilizar esa cantidad en gastos militares. Lanuza no se contentó con la de-
cisión capitular y proveyó prisión y apremio contra el regidor Domingo Corona, que
1072
solicitó la intervención del teniente de corregidor para reparar ese exceso883. La real
cédula que permitía la fundición de artillería inútil para fabricar piezas a propósito la
había ganado en Madrid el mensajero de La Palma, el licdo. Blas Simón de Silva,
quien la había mostrado a Dávila para que la ejecutase884. De nuevo nos encontra-
mos con la aplicación de fondos de donativo a fines militares, que se practicó desde
el primer donativo de 1632.
El 22 de septiembre de 1653 el Cabildo de La Palma dispuso el alza de la cobranza
de todos los efectos, tras confirmar Luis Méndez, cobrador del donativo, con pre-
sentación de cuentas, la práctica liquidación de la deuda. Méndez certificó la entrega
de 30.000 rs. al capitán D. Francisco de la Coba Ocampo, apoderado del ya mencio-
nado más atrás D. Juan de Vargas Betancur, cesionario final del dinero885. Esto no
conllevó el final del pago: en 1668, el capitán general D. Lorenzo Santos de San Pe-
dro presentó en el Concejo de La Palma una real cédula de 4 de julio de 1667 por la
cual la reina gobernadora exigía la satisfacción de los donativos de 1632 y 1641 en
Canarias, donde se adeudaban cantidades considerables a pesar de las comisiones a
Navia y Gil de la Sierpe. Encargaba la materia entonces a Santos de San Pedro, quien
recabaría toda la documentación y ajustaría cuentas, procediendo con rigor contra
los reos de excesos y fraudes, sentenciándolos conforme a derecho con inhibición de
cualquier autoridad o tribunal, incluida la Real Audiencia de Canarias, y remitiendo las
apelaciones al Consejo de Sala de donativos y arbitrios. El dinero así recaudado lo
debía remitir el capitán general a Joan Batista de Benavente, depositario de esos
efectos, y para agilizar ese asunto en La Palma Santos nombró al maestre de campo
D. Juan de Sotomayor Topete, gobernador de las armas886. En efecto, el afianza-
miento de los capitanes generales y su progresivo dominio de los fondos públicos
conllevó la elección de individuos con cargo militar para los efectos de percepción
de deudas públicas por parte de aquellos.
En el verano de ese año 1668 las posiciones fueron muy encontradas: por un
lado, el deseo del capitán general de aclarar de una vez las cuentas y cobrar los
rezagos, conforme a la instrucción real, con el apoyo del gobernador de las armas
Topete, que al parecer actuaba ―según el Cabildo― por deseo de venganza rela-
cionado con una anterior representación concejil ante el capitán general en pro de
la jurisdicción civil―; por otro, la postura capitular que sostenía el finiquito hacía
años del pago de esos donativos. A sabiendas de uno de los talones de Aquiles del
Cabildo (las lagunas archivístivas y la calamitosa o inexistente contabilidad), Soto-
mayor Topete requirió al Ayuntamiento la documentación relativa a la paga de los
donativos mencionados, de modo que apareciese con claridad y distynçión de lo
que a ymportado y rentado cada arbitrio. El Cabildo no tuvo más remedio que ex-
plicar la falta de papeles para dar cuenta por menor de lo solicitado, remitiendo en
todo caso a particulares que en su día habían sido responsables de la cobranza o a
sus herederos, por si conservaban documentación. La consecuencia del enfrenta-
miento fue el arresto de los regidores D. Matías de Escobar Pereira (procurador
mayor del Cabildo), del licdo. D. Simón de Frías Coello (abogado de la Real Au-
diencia y letrado del Ayuntamiento) y del capitán D. Baltasar de Acosta Vandeval
por orden de Santos de San Pedro como medida de prisión para que el Cabildo de
esa isla presentara las cuentas de los arbitrios señalados de dichos donativos887. El
Cabildo palmero desplazó a Tenerife a un regidor, D. Jerónimo de Guisla, para ne-
883 Ibíd., sesiones de 15 y 19 de enero, y 10 de febrero de 1652.
884 Ibíd., sesiones de 10 de junio y 24 de julio de 1652.
885 Ibíd., sesión de 22 de septiembre de 1653.
886 AMSCLP, 725-1-1-89, f.º 234.
887 AMSCLP, leg. 685, fols. 70, 73, 74 v.º-75, sesiones de 27 de julio; 8, 9 y 22 de agosto de 1668
[también, LORENZO RODRÍGUEZ, Juan Bautista: Noticias para la historia…, t. IV, op. cit., pp. 117-
118 y 152 (cfr., t. II, op. cit., p. 347)].
1073
gociar con Santos, pues había quedado indefenso sin procurador mayor y letrado;
a pesar de esas gestiones, el Ayuntamiento salió alcanzado en más de 7.000 rs.,
pues no se aceptaron varias partidas. El capitán general abandonó Canarias en di-
ciembre de 1668 sin determinar el asunto. Hubo más conflictos o roces del Cabil-
do palmero con generales posteriores respecto a la satisfacción de importes de los
donativos; por ejemplo, en 1694 exigieron orden expresa real, como era costum-
bre, para proceder al desembolso.
1074
dinero, aparte de que los ingresos alhondigueros no eran fiables, ya que las
juntas vecinales podían quedarse con una parte del impuesto para fines comu-
nitarios con licencia de la justicia892. Pero lo peor fue la pérdida del tabaco co-
mo fuente de financiación del donativo y su incorporación al sistema de rentas
reales en 1647893, lo que supuso un revés definitivo para las esperanzas de
cumplir en el plazo estipulado o con poca dilación. El 9 de octubre de ese año
el capitán general Carrillo remitió al Cabildo tinerfeño un auto en el que noti-
ciaba una real cédula (Consejo de Hacienda) que le encomendaba la admi-
nistración del tabaco en Canarias. Los regidores, vanamente, recordaron al
general que el estanco de ese producto era fundamental para el cumpli-
miento del donativo y estaba adjudicado hasta finales de 1648 por 27.000
rs. anuales y que la consignación había sido por vía de contrato, e incluso rei-
vindicó, en su defecto, la rebaja de la cifra prometida894. Añádase a esto que
los pagos de los arrendadores fueron tardíos; por ejemplo, en mayo de 1649
todavía se estaban ingresando pequeñas cantidades del arrendamiento de
1644, y en la misma fecha Antonio de Acosta exhibía 27.000 rs. de 1647 (su
contrato terminó a los 9 meses y 1 día por orden real, traspasando la ges-
tión al capitán general Carrillo)895. Como volveremos a comentar en otro
apartado, fue otro de los indicios significativos del aumento de la presión fis-
cal estatal sobre las islas.
3. La incapacidad de los arbitrios (como el de vendederas o alhóndigas) para
completar la suma anual. La partida de vendederas896 fue esperanzadora en
1642 (12.455 rs. y 3 ctos. frente a los 9.600 rs. previstos, e incluso faltaba al-
guna suma por ingresar)897, pero las alhóndigas reportaron 24.605 rs. (las de
Güímar y Candelaria adeudaban 1.303 rs.) cuando se esperaban 31.119 rs.898.
rs. (a razón de 25.625 rs. anuales), y fue entonces cuando se arrendó en Antonio de Acosta (o da
Costa d´Ared) (MELIÁN PACHECO, Fátima: Aproximación a la renta del tabaco..., op. cit., p. 59).
896 El impuesto sobre las vendederas tropezó con frecuencia con la obstaculización derivada de las
autoridades de la nueva villa de La Orotava, que actuaban a veces más allá de lo permitido por sus
ajustadas competencias, se tratase de ese impuesto para un donativo o para sufragar los gastos de
las velas vecinales. El control de algo tan cotidiano e importante como las vendederas difícilmente
podía escapar a la pugna de los alcaldes de La Orotava frente al Cabildo. En unas ocasiones la acción
desafiante consistía en dilatar el reembolso del dinero, en otras en no exigir la licencia a las vende-
deras, en otras el alcalde villero otorgaba licencia y percibía el importe para su distrito (AMLL, Libro
de actas 27, ofic. 1.º, f.º 12 v.º, sesión de 14 de enero de 1653; Libro de actas 28, ofic. 1.º, fols. 63 y
71).
897 La crisis mercantil y financiera de 1640 no afectó tanto al mercado interno, y seguramente el
buen resultado del impuesto de vendederas está asociado al considerable aumento de su número a
finales de 1641, cuando el Cabildo, para satisfacer la demanda, aprobó la existencia de hasta 200
vendederas (AMLL, Libro de actas 25, ofic. 1.º, f.º 52 v.º, sesión de 30 de diciembre de 1641).
898 A mediados de 1642 se delimitaron mejor las tres grandes zonas que agrupaban a las vendederas
con objeto de proporcionar más eficacia a la cobranza: el área de la ciudad (La Laguna) comprendía
desde esta hasta La Matanza, por el norte, y Barranco Hondo, por el sur; la de La Orotava se extendía
desde los límites antes citados hasta el barranco de Santa Catalina (norte) y Chasna (sur); por último, el
área de Garachico se fijaba desde el barranco de Santa Catalina hasta Buenavista y El Tanque. Cada dis-
trito contaba con un cobrador (AMLL, Libro de actas 25, ofic. 1.º, f.º 75). Era habitual que el reque-
rimiento o recordatorio del Cabildo a los diputados para que procediesen al cobro del tercio vencido (por
ejemplo, hacia abril o mayo de un año determinado) coincidiese con la dación de cuentas o gestiones por
los diputados cesantes, que referían sus esfuerzos y acciones (embargos, prisiones…) para culminar su
obligación del año precedente. La importancia del distrito capitalino está fuera de duda: en 1652 se re-
caudaron por ese concepto unos 5.500 rs.; en 1653, 5.300 rs.; en 1654, 4.550 rs. Como comparación,
en 1653 aportaron las vendederas de Taoro 1.500 rs., y las de Daute, 2.260 rs.; en 1654, las de Taoro
supusieron 2.673 rs., y las de Daute 2.250 rs. (AMLL, A-XII-19). Su número en cada zona varió; por
1075
4. Los impagos, demoras y quiebras en los efectos de vendederas y alhóndigas,
que hicieron trizas las desmesuradas expectativas del fantasioso plan inicial del
Ayuntamiento, que previó unos ingresos por diversas partidas (vendederas,
alhóndigas, tabaco) alejados de la realidad. Las actas concejiles rezuman esta
realidad desde un principio. Por ejemplo, uno de los dos regidores diputados
para la cobranza de 1642, Juan de Mesa, en mayo del año siguiente informaba
de sus diligencias con los morosos, apresándolos o embargándolos, mientras
otros deudores habían huido899.
5. La confusión y el oscurantismo en las cuentas constituyó una constante en to-
dos los donativos. El Ayuntamiento rara vez conocía el estado de los ingresos
y, por tanto, el grado de cumplimiento del donativo. Por lo común apremiaba a
los diputados o a otras personas (el procurador mayor o un escribano capitu-
lar) a presentar liquidación, a reunir información y realizar algo parecido a un
remedo de auditoría cuando instancias externas a la institución así lo reclama-
ban. Por ejemplo, en julio de 1644 concluyó el ajuste elaborado por los regi-
dores Mesa y Justiniano a demanda del capitán general, que debía informar al
rey900. Se tratase de los donativos o de las cuentas de propios, hasta muy en-
trado el siglo XVIII la administración y el conocimiento concreto de la realidad
fue pésimo, una maraña en la que las autoridades no tuvieron demasiado inte-
rés en entrar.
6. Los diputados concejiles fueron a menudo negligentes, tardos en la obser-
vancia de sus funciones y obligaciones, siendo necesaria la insistencia del Ca-
bildo para la entrega de las cantidades percibidas de los efectos correspondien-
tes.
ejemplo, en La Laguna ejercitaban ese oficio 95 personas en 1653, pero solo 62 vendederas en 1670
(AMLL, Libro de actas 17, ofic. 2.º, f.º 82), y en 1678 se había incrementado la cantidad hasta 120
(AMLL, E-XIV-11).
899 AMLL, Libro de actas 14, ofic. 2.º, fols. 42, 44.
900 Ibíd., f.º 95.
901 AMLL, Libro de actas 27, ofic. 1.º, f.º 247 v.º.
1076
anulación del tabaco como instrumento de percepción, mientras la deuda se incre-
mentaba.
(Cuadro VIII)
Dinero del donativo de las alhóndigas de Tenerife (1647)
Los donativos pesaron sobre la acusada cortedad de los fondos concejiles insula-
res, y el ejemplo de Tenerife fue paradigmático. La hacienda municipal tinerfeña es-
tuvo embargada de manera crónica desde fecha temprana para responder a la can-
celación del donativo de 1641 ante la clara invalidez del arbitrio que gravaba los pósi-
tos, déficit agravado por la mentada anulación de la asignación del recurso al tabaco.
El otrora poderoso Cabildo tinerfeño se veía impotente ante el frecuente y casi conti-
nuo embargo de sus propios y rentas para la cobranza de los donativos, pues los co-
misionados para la cobranza mantuvieron una posición inflexible y solo consintieron
un desembargo parcial y limitado de las rentas concejiles en situaciones excepciona-
les (por ejemplo, con fines militares)902. Ya desde 1638 el regidor Mesa achacaba al
donativo (de 1632) el déficit de liquidez del Cabildo, que desde hacía más de dos
años era incapaz de invertir un real en actuaciones básicas vecinales903.
Si en 1642 y 1643 ya hubo morosidades y quiebras en el cobro, en 1644 era pa-
tente que el Cabildo no había satisfecho los dos plazos vencidos de 5.000 ducs.
anuales (por tanto, debía 10.000 ducs.), por lo que el rey dispuso la inmediata en-
trega de esa cantidad a través del oidor Navia, que subdelegó en el corregidor de
Tenerife. El auto del juez era categórico en su objetivo, pues obligaba a la presen-
tación de cuentas de los años anteriores. Algunos regidores reconocían en el debate
que parte de lo adeudado provenía de cantidades que la hacienda municipal había
utilizado para gastos públicos inevitables, y como sorprendente excusa para el impa-
go se apuntaba que el desembolso de los 5.000 ducs. anuales debía entenderse con-
902 AMLL, Libro de actas 15, ofic. 2.º, f.º 11. El oidor De la Sierpe aprobó un desembargo de 1.000
ducs. a mediados de 1653 para obras militares.
903 RODRÍGUEZ YANES, José Miguel: La Laguna durante el Antiguo Régimen …, t. I, vol. I, op. cit., p.
382.
1077
dicionado a su cobertura por los efectos y arbitrios destinados a ese fin. También se
revelaba que en 1642 se había registrado un visible desfase: la recaudación había
alcanzado 37.060 rs., faltando unos 18.000 rs. más para completar los 5.000 ducs.,
aparte de los ya citados 31.000 rs. prestados a Chickley con obligación de pagarlos
en letras904. Cansado ya de excusas encubridoras y de la desidia, Navia instó a prin-
cipios de septiembre al Ayuntamiento a depositar los 10.000 ducs. en el arca en el
término de un mes. Consta que, por lo menos en enero de 1645, el oidor había reci-
bido letras de Chickley para España con la cantidad prestada por el Cabildo905. La
continuidad de la confusión en las cuentas motivó una propuesta del regidor Lercaro,
avalada por la mayoría y el corregidor, que urgía a presentar a cada regidor diputado
un cuaderno preciso e inteligible de su año de gestión con ingresos y descargos906.
En la década de los cincuenta, a medida que se aproximaba el vencimiento del
donativo, la monarquía apretó más al Cabildo a través del oidor comisionado Gil de la
Sierpe. La complicación de la retirada del arbitrio del tabaco, unida a otras deficien-
cias, ya apuntadas, retrasaron la liquidación de los 60.000 ducs. El siguiente cuadro
del importe de los arbitrios entre 1642-1653 ilustra bien el acusado desajuste a partir
de 1648 (mencionada carencia del estanco del tabaco):
(Cuadro IX)
Recaudación de arbitrios en Tenerife
(1642-1653)
Año Importe (en rs.)
1642 37.059
1643 75.125 ½
1644 75.622
1645 66.864
1646 65.585
1647 58.025
1648 39.001
1649 38.102
1650 32.402
1651 38.102
1652 38.445
1653 34.366
Fuente: AMLL, D-XVII-2 (elaboración propia)
904 AMLL, Libro de actas 14, ofic. 2.º, fols. 104, 110-111.
905 Ibíd., fols. 114 y 125 v.º.
906 Ibíd., f.º 136.
907 AMLL, D-XVII-2.
908 RODRÍGUEZ YANES, José Miguel: Tenerife en el siglo XVII…, t. I, vol. I, op. cit., pp. 304-305.
1078
favores y mercedes, cotejando esta situación de dádivas pactadas, con contrapres-
tación, con la de las islas: ...y los que ofreció esta isla fueron con mera liberalidad.
Ponderaba esa especie de queja-memorial la situación isleña dependiente de In-
glaterra tras la desaparición del mercado lusitano. Ya entonces los británicos inten-
taban (y en bastantes ocasiones lo lograban) imponer las condiciones de intercam-
bio. No dudaban los regidores en equiparar la situación de Tenerife con la de los
presidios indianos, porque interesaba encarecer que estos estaban sostenidos con
fondos reales y gozaban de privilegios, mientras el «presidio» canario era finan-
ciado por los isleños y carecía del derecho al retorno directo de navíos con plata,
sin que pudiera compensar un trato de excepción en el comercio americano, repu-
tado de muy corto alcance. También se aludía al empeño concejil en sus propios
para pagar el donativo anterior debido a la decisión de Hacienda de segregar el
efecto del tabaco, por lo que se pedía al rey que consintiera un descuento o dicta-
ra alguna medida supletoria.
La situación empeoró. Pensemos que a los pésimos años cerealísticos de 1650-
1651 se unía el ahogo exportador vitícola por las causas ya reseñadas, y tras la
retirada del estanco tabaquero pesó un embargo sobre los propios concejiles debido
a la demora en la satisfacción del donativo. En marzo-abril de 1652 se diseñó una
ofensiva diplomática ante el rey y los Consejos de Guerra, Indias, Castilla y Hacienda
a cargo del excorregidor Urbina Eguiluz y del exprovincial de S. Diego, fray Juan de
San Francisco, como solicitadores para diversos asuntos, entre los que destacaba la
recuperación del arbitrio del tabaco o, en su defecto, el descuento del importe del
donativo de las cantidades que reportaba el estanco anualmente909. Incluso se pre-
tendió la concesión del estanco como integrante de los propios concejiles, sin estar
asociado a ningún tipo de contribución a la Corona, justificando semejante solicitud
en la necesidad municipal de atender gastos defensivos y necesidades públicas diver-
sas, ya que los propios se hallaban muy contraídos y se padecía quiebra en algunas
rentas, así por la seca y malos años, como porque naturalmente las tierras están
canssadas y de peor calidad que antes. Nada de esto se consiguió, como era de pre-
ver. En carta de 1 de julio de 1653, Urbina expresaba al Cabildo que se hizo quanto
se pudo910, y solo concedió el monarca la prórroga de los arbitrios hasta cumplir con
la cantidad prometida. En agosto de ese año Gil de la Sierpe, siguiendo instrucciones
reales, exigió información exacta sobre el importe de los arbitrios del tabaco (con
indicación de la fecha en que dejó de constituir efecto válido para el donativo), de las
vendederas y alhóndigas desde el principio de su concesión911. Esta fiscalización era
indispensable, pues por R. C. de 1 de mayo de 1653 el monarca exigió un terminante
ajuste de cuentas para acceder a la petición tinerfeña de demorar en el tiempo con
carácter indefinido los demás arbitrios, en respuesta a la mencionada queja isleña de
la falta del tabaco para cumplir con el total del donativo912. Incluso el Concejo debió
afrontar el intento de implantar un arancel sobre los cueros vacunos exportados a
otros reinos913. Las desconfianzas y acusaciones entre los responsables del dinero
909 AMLL, D-XIII-22. También se dirigieron en busca de apoyo al exobispo de las islas, D. Francisco
de Villanueva (con la esperança cierta de tenerle en essa Corte por protector y amparo en lo que se
ofrecca [sic] al bien común de estas sus yslas); a D. Juan de Carvajal y Sande, marqués de Valpa-
raíso, exregente de la R. Audiencia de Canarias y por ese entonces en el Consejo y Cámara de Casti-
lla; al recién nombrado obispo de Canarias, D. Francisco de Roxas.
910 AMLL, D-XIII-23.
911 AMLL, Libro de actas 15, ofic. 2.º, fols. 3 y 25 v.º.
912 AMLL, P-XVII-33, R-XIII-26 (también, Cuaderno tercero de testimonios de reales cédulas, n.º 14,
f.º 27). Tenerife solicitaba una rebaja de 30.000 ducs. en el donativo (basados en el cálculo de que el
desaparecido gravamen del tabaco rentaba 3.000 ducs. anuales) o, en su defecto, facultad para que
otros arbitrios corriesen el tiempo necesario para pagar los 60.000 ducs.
913 AMLL, D-XIII-28. Se pretendía percibir 2 rs. y 1 cuarto por cada cuero vacuno exportado, lo que
se rebatió respecto de que por merced y prebilegio que a echo a esta ysla en forma de contrato tiene
1079
también saltaron pronto: en octubre de 1654 el maestre de campo general Cristóbal
de Salazar solicitó al corregidor914, como uno de los custodios de las llaves del arca
del dinero (los otros dos eran el corregidor de turno y un escribano concejil), la en-
trega de dos cuadernos de entrada y salida de caudales de ese depósito para su da-
ción al escribano, pues por error contable parecía que faltaban más de 14.000 rs.,
cuestión que quería aclarar.
El escenario apenas cambió para el acosado Ayuntamiento en los ejercicios pos-
teriores; por ejemplo, en junio de 1655 la institución se defendió del embargo deri-
vado del auto de D. Diego Grimón y Roxas, juez subdelegado para la cobranza del
donativo, con base en que la obligación de pago estaba fundada en los efectos aso-
ciados a la recaudación y no en los propios915. En las vísperas de otro nuevo dona-
tivo, en 1657, D. Álvaro Gil de la Sierpe recibió el encargo de ajustar las cuentas del
correspondiente a 1641. Por un auto suyo de 5 de junio de 1657 encomendó a D.
Pedro de Velasco esa misión en Tenerife, pues los doce años del donativo se habían
cumplido a finales de 1653, debiendo haberse satisfecho ya los 60.000 ducs.
(22.500.000 mrs.). El ajuste fue efectuado con la intervención del procurador mayor
del Cabildo tinerfeño, el regidor D. Luis de Mesa y Castilla, que proporcionó la docu-
mentación municipal oportuna (testimonios de cartas de pago y otros recaudos)916.
Como la data (serie de pagos satisfechos por libramientos reales o de los oidores Na-
via o de la Sierpe) alcanzó 20.385.559 mrs., el Ayuntamiento fue alcanzado en un
total de 2.114.441 mrs., pero esta suma fue sobrepasada por los 2.219.044 mrs. que
el Cabildo se vio forzado a procurar en 1655 al capitán general Dávila para la leva de
1654, como ya se expuso. Por tanto, la hacienda real quedó en deuda con 104.603
mrs. De los libramientos y pagos de la data se infiere que realmente el dinero co-
menzó a ser transferido a la Corte a poder de los cesionarios en 1648 por los libra-
mientos de Navia. Ese año fueron pagados 5.246.540 mrs. (el 23.3 % del total del
donativo); en 1650, 9.039.313 mrs. (el 40.17 %). El intermediario que recibía las
cantidades y otorgaba letras de cambio a favor de los cesionarios (recordemos: pri-
mero, D. Fernando Ladrón de Guevara, luego, D. Juan de Vargas), era el ya citado D.
Alonso de Llarena Lorenzo, ya mencionado como uno de los miembros más promi-
nentes de la clase dominante y de la aristocracia isleña. Es oportuno destacar que de
la suma librada en 1648, 88.310 rs. (el 57.2 % del total), fue destinada al envío de
200 soldados que completaba la leva de 1645, a cargo del capitán general Carrillo,
como se expuso con detalle en el capítulo segundo.
En septiembre de 1658 el Ayuntamiento se las prometía felices con la posibilidad
próxima de levantar la carga del donativo, que en teoría pendía apenas del desenlace
de la gestión ante el Consejo de Hacienda sobre una partida utilizada por el capitán
general para socorro de la leva (se contaba ya con el despacho favorable del Consejo
de Guerra)917. Pero se llegó al año 1659 sin que los 60.000 ducs. que correspondían
a Tenerife hubieran sido entregados, a pesar de que por R. C. de 3 de junio de 1645
se había autorizado algún otro pago para satisfacerlo, además de un reparto de
4.000 ducs. entre los vecinos, sobre todo por la mencionada retirada del estanco del
tabaco como fuente de ingresos. Como ya se indicó en el primer capítulo, por R. C.
de 16 de julio de 1669918 el Consejo de Cámara fue favorable a la petición concejil de
prometido el no ymponerle nuebas ympossiciones ni otros derechos en las mercaderías que se co-
merziaren de entrada y salida en esta ysla que el seis por ciento.
914 AMLL, D-XVII-3.
915 AMLL, Libro de actas 15, ofic. 2.º, f.º 221.
916 AMLL, D-XVII-4. También, en AHPSCT, Prot. Not., leg. 507, fols. 368-370. Las fechas límites del
donativo debían ser (la primera paga) el 5 de noviembre de 1641, y el 5 de noviembre de 1653 (últi-
ma paga).
917 AMLL, Libro de actas 27, ofic. 1º, f.º 248.
918 AMLL, XIII. Cuaderno tercero de testimonios de reales cédulas y privilegios, n.º 12, f.º 25 v.º.
1080
finiquitar la inclusión del impuesto de vendederas para el pago de los soldados profe-
sionales, pues el efecto pensado de modo inicial para la satisfacción del donativo de
1641 se lo habían apropiado los capitanes generales utilizando una real cédula del
Consejo de Guerra de 31 de abril de 1667.
Hay que recordar que las islas se libraron, merced a sus protestas, de un nuevo
impuesto que en 1640 pretendió imponer la Corona: el del papel sellado, que con
carácter general se había introducido en el reino en 1636. La disposición real se reco-
gía en la R. C. de 29 de febrero de 1640, por la que se encargaba al capitán general
Fernández de Córdoba la promulgación en las islas de la pragmática de 15 de
diciembre de 1636, que debía ser efectiva desde el 24 de junio de 1640. De hecho,
se remitieron ocho balones de papel sellado para que se consumiesen en dos años.
El Cabildo grancanario solicitó al capitán general el sobreseimiento en la ejecución de
la orden mientras se exponían al monarca los considerandos concejiles919. De ese
asunto trató, por ejemplo, el Cabildo tinerfeño en junio de 1642, aduciendo el pri-
vilegio isleño, los dos donativos ofrecidos y la participación en la defensa920. El 27 de
junio de 1642 se pregonó el nuevo gravamen, ofreciendo las islas pagar el interés de
esos balones de papel sellado si fracasaban las diligencias en la Corte para frenar el
impuesto. La oposición grancanaria se basaba en estas razones921: 1) exención fiscal
histórica (desde los Reyes Católicos) de arbitrios salvo el reducido tipo sobre el almo-
jarifazgo, sobre todo; 2) defensa y conservación del archipiélago bajo la Corona de
Castilla como contrapartida a ese régimen impositivo; 3) pobreza y miseria de las is-
las (alimentación con raíces de helecho, dificultades de labranza, disminución de la
producción vitícola, carencia de moneda a causa de la rebelión portuguesa); 4) posi-
ble despoblamiento de las islas con el riesgo de pérdida para la Corona; 5) excesiva
tributación de Gran Canaria como sustentadora del presidio y sobrecarga de alcaba-
las, sisas, pechos, millones...; 6) servicios recientes como donativos y levas; 7) con-
secuencias negativas (cese) para el trato y comercio.
Los argumentos tinerfeños, como era previsible, giraron asimismo en torno a la
exposición de la pobreza reinante, significando en especial la problemática coyuntura
de 1640: la insurrección portuguesa, la ausencia de comercio, la pérdida vinícola:
...por no venderse los vinos ni aver quien las cultive y no aver en ellas moneda, por-
que las que corren son tostones de los pocos que han quedado del tiempo que el rei-
no de Portugal tenía allí su correspondencia. Como sucedía en toda reivindicación, se
agrandaban y dramatizaban las circunstancias y condiciones de vida, exponiendo que
apenas había 11.000 vecinos en el archipiélago, por lo que se utilizaría muy poco pa-
pel sellado y serían superiores las costas de la hacienda real que el beneficio a causa
de la cortedad de pleitos y de allarse cerrados los oficios de escrivanos por no tener
que hazer, y que se bendrían a consumir casi todos si se diese lugar a que entrase
en aquellas yslas el dicho papel sellado, ocasionando a que se despueblen, porque
los más de los avitadores son pobres de solemnidad y biben en el campo miserable-
mente comiendo raízes del hecho [sic] y en cassas no congregadas sino muy dibidi-
das y apartadas, haziendo sus moradas en cuebas, y que desta suerte se an conser-
vado desde su conquista hasta agora, y a pesar de aliviárseles las cargas cada día se
ban a bivir a otras partes con sus familias. Se mencionaba la cifra ―ya aludida más
atrás como manejada en el memorial de 1654― de 120.000 ducs. ofrecidos en el do-
nativo de 1632, así como la reciente leva, y sin rubor se subía hasta 125.000 ducs. la
supuesta aportación del donativo de 1641, argumentando que la satisfacción de esas
cantidades sería imposible con la nueva imposición, que insistían en que ocasionaría
194-197.
1081
la despoblación. Los argumentos isleños y el apoyo del capitán general consiguieron
la revocación de esa gabela por R. C. de 20 de agosto de 1643922, y el 21 de di-
ciembre de 1643 se recibieron cartas noticiando el privilegio real de anulación923. En
esa resolución fue decisiva la consulta del Consejo de Hacienda, que sopesó en par-
ticular la ubicación de Canarias, demasiado cercana a las islas portuguesas y a la cos-
ta africana, y que continuamente les están ynfestando olandeses, franceses y moros,
siendo muchos los vezinos que en el tráfico de una ysla a otra cautiban y lleban a
África924.
922 VIERA Y CLAVIJO, Joseph de: Noticias de la historia general…, t. II, op. cit., p. 208.
923 AMLL, Libro de actas 14, ofic. 2.º, f.º 64.
924 AMLL, R-XVIII-15.
925 DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: Política fiscal y cambio social..., op. cit., p. 58.
926 Si entre 1606-1610 la monarquía recibía anualmente dos millones de escudos (5 millones de
florines) en metales nobles de las colonias; entre 1616-1645 la cantidad había mermado a un millón
de escudos anuales, y entre 1646-1655 no se llegaba al medio millón de escudos (VERMEIR, René:
En estado de guerra. Felipe IV..., op. cit., p. 29).
927 AMLL, Libro de actas 27, ofic. 1.º, f.º 294 v.º.
928 AMSCLP, leg. 683, f.º 116, sesión de 18 de agosto de 1659. R. C. de 3 de mayo de 1658.
1082
rebeldes de Portugal929, y en la comisión a Melgarejo se le encomendaba que repre-
sentase en sus comparecencias el estado de la monarquía, y que de la defenssa de
Catalunia pende la siguridad destos mis reynos930. Se presentaba la petición como
donativo general a las ciudades, villas y lugares, concejos y perssonas de todos esta-
dos. Quedaba patente de nuevo su universalidad. Se cuidaba el rey de ordenar al ca-
pitán general y a la Real Audiencia de Canarias que auxiliasen a Melgarejo, acatasen
sus disposiciones y se inhibiesen, sin entrometerse en la jurisdicción del comisionado.
La cuantía lograda al finalizar el proceso, por lo menos en las islas realengas, fue
más o menos superior respecto al precedente, llegando a los 80.000 ducs. (30 millo-
nes de mrs.) en Tenerife (cabildo de 1 de julio de 1659), a los 10.000 pesos
(2.720.000 mrs.) en La Palma y a los 176.000 rs. en Gran Canaria, mientras en La
Gomera la cifra resultó algo inferior (36.000 rs.). En los siguientes epígrafes se anali-
za el proceso petitorio, fórmula de pago e incidencias, comenzando por una referen-
cia obligada a los inicios del principal impuesto isleño ―concebido como donativo en
sus inicios― del Antiguo Régimen.
Este donativo revistió una importancia enorme, en especial para Tenerife y La Pal-
ma (en Gran Canaria ya se había recurrido al 2 % aduanero en el donativo anterior
de 1641, como sabemos), pues a partir de esta fecha nació una exacción que se
utilizará en lo sucesivo para satisfacer los servicios posteriores a la Corona, y debi-
do a los impagos de unos y otros devendrá en una pieza más, de carácter secular,
del sistema fiscal isleño: el 1% que gravaba la entrada y salida de mercancías (y
un real sobre la exportación de cada cuero vacuno en Tenerife)931. En los apar-
tados oportunos, al analizar cada donativo posterior, se tratará de sus vicisitudes
hasta el «Reglamento» de 1718, pero es conveniente aclarar la génesis, naturale-
za y contexto de un arbitrio que ha sido considerado, en general, de un modo uni-
forme para todas las islas sin apenas precisiones en fechas, prorrogaciones y moti-
vaciones, y es preciso hacer matizaciones teniendo en cuenta la documentación
consultada.
Se recordará que ya desde la primera mitad del siglo XVI hubo alguna petición
isleña (en Tenerife) de una gabela de un 1 % sobre importación y exportación con
fines defensivos. En La Palma se registró otro intento en 1623 de implantar un 1
o un 2 % aduanero, además de una sisa durante veinte años sobre carne, aceite y
otros mantenimientos para proceder a la reparación de su puerto (la famosa obra
diseñada por Turriano), cuyo deterioro se debatió numerosas veces en el Cabildo.
La Corte ordenó efectuar entonces un informe a la Real Audiencia de Canarias932.
929 LORENZO RODRÍGUEZ, Juan Bautista: Noticias para la historia…, t. I, op. cit, p. 430; AMLL, Libro
de actas 27, ofic. 1.º, f.º 294; AMLL, R-XIII-32 y D-XVII-11.
930 La comisión, en R. C. de 28 de abril de 1658 (AMSCLP, leg. 683, f.º 116, sesión de 18 de agosto
de 1659).
931 Solbes Ferri considera que el régimen fiscal canario se mantuvo gracias a la vía del donativo
(SOLBES FERRI, Sergio: Rentas reales y navíos de permisión..., op. cit., p. 35). Esto es discutible,
pues aunque tal aserto podría ser compatible con los primeros donativos, tras el establecimiento cró-
nico del 1 % se incrementó el régimen fiscal, modificando de facto con carácter indefinido el primiti-
vo privilegio, pues el recargo sobre el gravamen aduanero se mantuvo a pesar del rechazo insular y
sin clara justificación. Algo similar cabe decir del tabaco, como hemos visto en los epígrafes prece-
dentes, en cuanto pasó de constituir una fuente de ingresos para satisfacer un donativo concreto a
ser arrebatado por el Estado (como hemos verificado, las islas intentaron recuperar infructuosamente
como renta concejil ese producto) y convertirse en otro arbitrio de la hacienda real.
932 AMSCLP, 725-1-1-63, f.º 156. Real provisión de 18 de marzo de 1624. El Cabildo cifraba la
cantidad necesaria en 12.000 ducs., que era imposible afrontar con sus propios. Como señala Lanza
García, en los territorios con insuficiente patrimonio municipal, los Concejos optaban por imponer si-
1083
Pero al margen de intentos de ese tipo que no llegaron a fructificar, los inicios
de su establecimiento en Tenerife y La Palma revisten una naturaleza militar, algo
anterior al donativo de Melgarejo (1658), y conviene precisar que en Tenerife se
convirtió el arbitrio en el único soporte del donativo de 80.000 ducs., mientras en
La Palma, donde probablemente se implantó a imitación de Tenerife, se incluían la
renta de tierras de El Mocanal y otros gravámenes sobre la exportación de madera
y brea. En Gran Canaria se instauró con ocasión del donativo de 1677, aunque
será incrementado hasta un 2 % con posterioridad (a comienzos del siglo XVIII).
Fue impensable la extensión del impuesto a las islas de señorío, ya gravadas con
un régimen fiscal distinto y gravoso, aparte de la reducida cantidad que podría ge-
nerar para la real hacienda.
En concreto, el origen inmediato de este arbitrio en Tenerife podemos rastrearlo
cuando menos dos años antes, pues en 1657 el Cabildo intentó aplicarlo para
abonar los 6.000 ducs. que pidió en préstamo al capitán general para atender las
fortificaciones de la isla. Para entender, pues, la introducción de un nuevo grava-
men, que atacaba los fundamentos del privilegio fiscal recordado continuamente
por la oligarquía concejil de las islas en todo secular alegato, tan celosa en la de-
fensa a ultranza de la «franquicia» proveniente de los inicios colonizadores, es me-
nester un somero análisis de ese sorprendente cambio, que se convirtió, sin sospe-
charlo el Cabildo, en una especie de crónico impuesto del que no se sabía o quería
salir y se traspasaría a generaciones posteriores. Las inquietantes noticias sobre la
amenaza de una flota inglesa en la segunda mitad de 1655 ―tal como se expuso
en otro capítulo― ocasionaron una serie de debates acerca de la mejor manera de
financiar las urgentes medidas de fortificación. Fueron tiempos de enorme presión
del general Dávila sobre el Ayuntamiento de Tenerife, así como de propuestas su-
yas al rey para obtener financiación para las fortificaciones ―vista la oposición
concejil― de la prórroga de los efectos del donativo de 1641, cuando aún se halla-
ba sin liquidar. La Corte no atendió las repetidas peticiones del general en tal
sentido933. El 1 de enero de 1656 el Cabildo tinerfeño solicitó al capitán general
2.000 ducs. procedentes de la represalia de ingleses para mejorar esa infraestruc-
tura defensiva, además de otra demanda similar por 1.000 ducs. al juez privativo
del real donativo, dado que las rentas concejiles estaban embargadas precisamen-
te por impago del donativo anterior y del dinero de armas, al punto de estar en
marcha el remate de los propios934. El municipio tinerfeño se halló en manos de
quien poseía recursos o podía demandárselos, el capitán general, cuya presión y el
temor a un ataque británico, ante las noticias recibidas, movieron al Cabildo a dar
otro paso en marzo de ese año, pidiendo a Dávila, a causa de la incapacidad
financiera concejil, 6.000 ducs. del fondo de represalias de ingleses para renovar
las fortificaciones y cavar trincheras costeras. El general requirió escritura notarial
de obligación con fianzas particulares de algunos regidores, pero tres meses des-
pués tuvo que ampliarse la súplica de crédito al general, con cargo al mismo fondo
de represalias, por 3.000 ducs. más con nuevas fianzas935. Veamos la secuencia.
Ya a finales de junio de 1656 se leía en el Cabildo una carta del monarca apre-
miando a la fortificación de la isla por el riesgo de una invasión inglesa y conce-
sas sobre mantenimientos o repartimientos vecinales (LANZA GARCÍA, Ramón: «El donativo de 1629
en…», art. cit., pp. 32-33).
933 RUMEU DE ARMAS, Antonio: Piraterías y ataques navales…, t. III, 2.ª parte, op. cit., pp. 615-616.
934 AMLL, Libro de actas 27, ofic, 1.º, f.º 135.
935 AHPSCT, Prot. Not., leg. 506, f.º 88 v.º (21 de marzo de 1656): se obligaron con 1.000 ducs. los
ediles D. Alonso de Llarena, D. Benito Viña, D. Tomás de Nava, D. Melchor Prieto y D. Francisco Bau-
tista de Ponte, y con 500 ducs. D. Luis Interián y D. Juan Francisco de Franqui. El 26 de junio (ibíd.,
f.º 178 v.º), fiaron D. Alonso de Llarena, D. Francisco de Mesa, D. Vicente Castillo, D. Ángel Justi-
niano de Lercaro, D. Pedro de Ponte Franca y Llarena, además del jurado D. Simón Castilla y Vera.
1084
diendo por seis años más los arbitrios del donativo para pertrecharse y edificar
otro castillo936. Como se recordará, a finales de abril de 1657 tuvo lugar el temido
ataque de Blake a la flota española del almirante Egues, procedente de Indias y
surta en el puerto santacrucero, con un descalabro de las naves españolas. Si bien
Blake optará por alejarse937, el general Dávila y las autoridades de la isla recela-
ron de una vuelta reforzada del enemigo y de la casi inevitable caída de Tenerife,
cuyas fortalezas habían sido notablemente dañadas, y ahora con escasas esperan-
zas en la ayuda de la flota española, pues según el regidor D. Benito Viña todas
sus naves se habían quemado, encallado o estaban perdidas938. Añadía el concejal
la clamorosa falta de municiones ―pues habría apenas para dos días de comba-
te― y la carencia de mantenimientos. El capitán general, que incluso un día antes
del ataque de Blake se había dirigido al Concejo por carta, redactó otra después
del desastre bélico, el 14 de mayo, reclamando al Cabildo la asunción económica
de todas las obras precisas para una razonable defensa. Pero la hacienda concejil
se encontraba consumida, empeñada por el pago de los donativos precedentes y
los esfuerzos en las levas (se estaba saliendo de la muy reciente y terrible de
1654). Entonces nació la idea, en conversaciones previas entre diputados capitula-
res y Dávila, de gravar el tráfico mercantil portuario con un 1 %, medio al que se
agregaba un impuesto menor (un real por cada cuero vacuno exportado) y el
arrendamiento de las tierras concejiles de La Florida (Vilafor), integrantes de los
propios de la institución. En ese mes de mayo se desarrolló la discusión en el Ca-
bildo, y aunque una minoría se inclinaba por una imposición de 2 mrs. por la venta
de cada cuartillo de vino atabernado y del exportado, desde un principio el general
mostró su preferencia por la primera posición y se comprometía a defenderla ante
el rey para que confirmase el tributo, introduciendo de ese modo su autoridad en
el debate capitular939. Entre los propósitos de Dávila, esbozados justo en la víspe-
ra del ataque de Blake, estaba el establecimiento de una dotación de 200 solda-
dos y 30 artilleros con paga en el puerto de la capital, que a propuesta del alférez
mayor D. Nicolás Ventura de Valcárcel se redujeron a 100. Era la ocasión, entre
otras muchas en la historia isleña, para que se debatiese el fondo del asunto; esto
es, la presunta obligación concejil de sostener cargas de índole militar profesional
defensivo, pues en palabras del regidor Viña no es obligassión ni contrato que ten-
ga hecho [el Cabildo] con Su Magestad940. Otro concejal, Diego Lorenzo, añadió al
1 % otro impuesto, este ya conocido del donativo anterior: el de vendederas, que
aunque no tuvo apoyo entonces sí conformará el donativo de 1658. En cambio, sí
es atendida la propuesta de Lorenzo sobre la petición de préstamo a Dávila941,
quien sin dejar de agradecer con diplomacia los arbitrios aprobados por el Ayunta-
miento sugería la adición de otros gravámenes por la previsible o segura insufi-
ciencia de los aprobados. El militar explicaba la situación con toda franqueza: el
esquema defensivo de castillos concebido por el Cabildo era fantasioso, pues su
coste superaba los 80.000 ducs., contando con obtener licencia real. La realidad
era que se carecía de esa facultad y, lo peor, de materiales y de recursos, e inclu-
936 AMLL, Libro de actas 27, ofic. 1.º, f.º 169. Vid. también, acerca del apoyo institucional en 1656
para reforzar el sistema defensivo tinerfeño con parte del caudal de la represalia: SEVILLA GONZÁ-
LEZ, Carmen. «Las represalias contra ingleses: respuesta institucional al ataque de Blake a Tenerife
de 1657», en XVII coloquio de historia canario-americana..., p. 1.693.
937 CIORANESCU, Alejandro: Historia de Santa Cruz…, t. II, op. cit., pp. 173-187.
938 AMLL, Libro de actas 27, ofic. 1.º, f.º 188.
939 Ibíd., fols. 186-187.
940 Ibíd., f.º 188.
941 Ibíd. La idea de Lorenzo era que se habilitasen en el puerto fortificaciones capaces de albergar
entre 600-1.000 hombres, en buena medida procedentes de los restos de la armada de D. Diego de
Egues, que seguía en Santa Cruz.
1085
so contando con ingenieros y oficiales para el magno proyecto la realización se
preveía harto dilatada en el tiempo. No obstante, como muestra de apoyo y de es-
píritu colaborador, se allanaba al préstamo sin autorización regia, que la tramitaría
condescendiendo, como antes se anticipó, en la rebaja numérica de los soldados y
artilleros (en total, 130) para la guardia de la marina santacrucera, reparación de
instalaciones defensivas, montaje de artillería, etc., si bien debían concurrir al es-
fuerzo las tres compañías milicianas de la capital942. El Cabildo tardó en responder
a Dávila, quien se vio obligado a requerir a la institución hasta conseguir un acuer-
do concreto concejil943 de reparar las fortificaciones y costear todas las prevencio-
nes defensivas pertinentes con la aceptación del préstamo de aquél (se ofrecían
los propios como garantía), procediendo al nombramiento de administradores del
1 % y 1 real/cuero vacuno exportado en los tres puertos tinerfeños (Santa Cruz,
Puerto de La Orotava, Garachico). Se inició así la percepción de una de las exac-
ciones aduaneras más famosas de las islas, de cuyo cobro debía llevarse cuenta y
razón cada cuatro meses. Como el Ayuntamiento desconocía si el donativo de
1641 estaba liquidado o no, solicitó noticias en tal sentido al oidor D. Álvaro Gil de
la Sierpe, pues en caso afirmativo soñaba con destinar a gastos defensivos el resto
a favor del Cabildo.
Hubo algún impedimento para la firma ante notario de los 6.000 ducs.944 que el
Cabildo debía recibir del capitán general, aparte de que los regidores comisionados
estuvieron faltos en principio de facultad municipal para recibir aquella cantidad;
pero la traba principal residió en los recelos de Dávila respecto a la fórmula de re-
caudación y a la incógnita que representaba esta, pues sospechaba que los admi-
nistradores de las rentas reales, no interesados en el buen funcionamiento del
nuevo efecto, no se esforzarían en su control y percepción. El resultado sería el
desconocimiento de la cantidad real proveniente de esa gabela, por lo que reco-
mendaba el arrendamiento, ya que en caso contrario sería menester discurrir otro
arbitrio945. El Ayuntamiento aceptó la propuesta y pregonó la nueva renta en La
Laguna, La Orotava y Garachico, presentando separadamente cada puerto con la
obligación del arrendador de ingresar cada cuatro meses los tercios del remate en
el arca concejil946. Este proceso se aceleró porque la entrega del dinero por el ge-
neral estaba condicionada al arrendamiento efectivo de la renta. El primer remate
de los arbitrios ascendió a 75.000 rs., finalizando en mayo de 1658947. Como se
abundaría dos años más tarde de su aprobación concejil, fue el enorme temor a la
invasión inglesa la razón de una actitud que se reprocharía el Cabildo, al menos
teóricamente: …y así repentinamente se acordó por este Cabildo como en tiempo
942 AMLL, Libro de actas 27, ofic. 1.º, f.º 194. El general no concordaba con el criterio de los re-
gidores, partidarios de que a falta de arrendamiento la administración del 1 % y del real por cuero
vacuno corriese a cargo de los almojarifes.
943 Ibíd, fols. 197-198.
944 AMLL, Libro de actas 16, ofic. 2.º, f.º 41. El 1 de junio de 1657, a dos meses del ataque de Bla-
ke, se suplicó al general el préstamo de los 6.000 ducs., para cuya seguridad de pago había dispues-
to el Ayuntamiento el nuevo arbitrio. Se encomendó a los capitanes D. García del Castillo y D. Luis de
Mesa y Castilla la formalización de la escritura notarial, facultándolos para obligar el impuesto del
uno por ciento y los propios municipales.
945 AMLL, Libro de actas 27, ofic. 1.º, fols. 200 v.º-201. Desde un principio el sistema de administra-
ción consistió en el arrendamiento tras pregón y subasta, de manera que la recaudación podía recaer
en personas ajenas al almojarifazgo, e incluso podían ser diferentes en los tres puertos tinerfeños.
946 Ese no fue el sistema definitivo, pues en 1659 se determinó la cesión de la renta a nivel insular,
pero el resultado proporcionó una base: en La Orotava la máxima puja llegó hasta los 21.000 rs.,
aunque ya otro interesado, D. Simón de Herrera, ofertaba una cantidad global por toda la isla (una
cantidad de 50.000 rs. por el 1 % de entrada y salida de mercancías, y 10.000 rs. por la exportación
de cuero) (AMLL, E-XI-13).
947 AMLL, Libro de actas 27, ofic. 1.º, fols. 219 y 232.
1086
de guerra y el enemigo a la bista948. Concluyamos con estos antecedentes comen-
tando que el aditamento de exacción por la salida de cueros vacunos puede tener
origen en un ensayo frenado de imposición real de 2 rs. y 4 mrs. por ese concepto
en 1653, que se protestó de inmediato porque vulneraba el privilegio isleño949.
1087
bien, este donativo de vendederas consignado para el salario de los soldados de la
marina de Santa Cruz, siguiendo una práctica sobre la que ya se incidió en este es-
tudio, no recibió licencia real, como se demostró en una sesión concejil de febrero
de 1669, en la que se manejaron dos reales cédulas referidas al impuesto (de 3 de
junio de 1645, del Consejo de Cámara, que incluía también el donativo de las
alhóndigas, y de 31 de octubre de 1667, del Consejo de Guerra), pues la Corte se
limitó a facultar al corregidor para promover una consulta en cabildo abierto sobre
la utilidad de esa imposición, y efectuada la diligencia no se expidió autorización, a
pesar de lo cual persistió el cobro del gravamen. Tal ilegalidad culminó en el citado
año 1669 en prisión para los exmayordomos concejiles que, bien por ignorancia,
inercia o tolerancia social e institucional, pues así se consideró que convenía a la
mayoría vecinal (en especial a los milicianos de las compañías del área capitalina),
habían cobrado los 60 rs. a las vendederas. Los ediles reconocieron que carecían
de esa competencia y la mayoría se opuso, en consecuencia, al arbitrio, si bien
existió consenso en apoyar a los exmayordomos952.
Precisamente un dato revelador en las aludidas sesiones del verano de 1659 es
que la Corte no envió autorización en esos dos años para el nuevo arbitrio, a pesar
de lo cual principió su recaudación, en la confianza de que llegaría la licencia. Lo
que se planteó en junio de 1659 como solución, aprovechando la carencia de fa-
cultad real y de compromiso de asociar el gravamen a una causa pretérita, fue la
revocación de los acuerdos adoptados en 1657 y la asignación del efecto del 1 %
al nuevo servicio, añadiendo el impuesto de vendederas y subrogando en el dona-
tivo ahora solicitado la licencia real otorgada al Cabildo en su día. Melgarejo estuvo
conforme y se escenificó el ofrecimiento formal el 1 de julio953 con la lectura de la
cédula real ya conocida del año anterior (28 de abril de 1658). El comisionado
estaba revestido de autoridad para convocar juntas y reuniones municipales y pac-
tar compensaciones o gracias con alguna restricción, utilizándose la habitual salva-
guarda aclaratoria: ...como no sean facultades para enajenar o empeñar bienes de
maiorazgo y perdón o indultos de casos criminales, pues este tipo de peticiones se
reservaba para el Consejo de Cámara, con exclusión también del rompimiento de
tierras baldías o su prórroga. Melgarejo no titubeó en emplear la coerción, como
antes quedó dicho, en cuanto percibió dilación en las convocatorias de cabildos,
pues debía gestionar el donativo en los demás Concejos isleños (lo que no im-
plicaba su presencia en todos), aparte de la inconveniencia de conceder tiempo
para que los diversos sectores sociales ofreciesen resistencia. La presión cons-
tante, la urgencia eran un arma a favor de una más crecida contribución, cons-
ciente además de que la cantidad ofrecida por Tenerife constituiría un referente
para las otras islas. Por ese motivo, el 6 de junio, en cuanto supo que se difería la
siguiente sesión hasta el día 26 sin dar respuesta firme, ordenó al corregidor que
notificase a todos los regidores de la ciudad y a los presentes en la última reunión
que no la abandonasen bajo pena de 500 ducs. hasta resolver satisfactoriamente
el asunto, instando nueva reunión para el día siguiente a las ocho de la maña-
na954. Antes de acordar formalmente la cantidad, los medios y la contrapartida, los
regidores no se recataron en reiterar la pobreza isleña y las contribuciones di-
nerarias y humanas realizadas en los últimos años: cuatro levas, ayudas de so-
corro, los dos donativos (pendiente aún de liquidación el de 1641), los servicios en
la defensa de la isla, (como en 1657, que con posterioridad supuso el mentado
gasto en que se endeudó con el capitán general)… Especial insistencia se empleó
en reseñar las fatigas y repercusiones del estado de alerta permanente sufrido
952 AMLL, Libro de actas 28, ofic. 1.º, fols. 174 v.º-180.
953 AMLL, Libro de actas 27, ofic. 1.º, fols. 288 v.º-293.
954 AMLL, D-XVII-5.
1088
desde hacía más de tres años, que por imponer guardas duplicadas y asistencia en
los puertos distrajo esfuerzos de la agricultura. A continuación se argumentó la
oferta única de la isla a pesar de que la orden real preveía dos servicios paralelos:
el de las instituciones y el de los vecinos. Se adujo que la experiencia había de-
mostrado el grave perjuicio para estos, máxime en una coyuntura crítica; de ahí la
proposición de 80.000 ducs. de manera global, cifra en la que se calculaba la re-
caudación por el 1 % de entrada y salida y el real sobre exportación por cuero va-
cuno durante diez años, con la excepción, ya enunciada antes, de las mercaderías
venidas del resto del archipiélago, dado que Melgarejo debía visitar las demás is-
las. Pero se proponía la oferta con estas condiciones y mercedes: 1) extinción del
1 % al término de los diez años, respetándose así las franquezas, exenciones y li-
bertades de Tenerife; 2) incremento (de 30.000 a 60.000 mrs.) en la competencia
judicial en segunda instancia del Cabildo, con la intención de disminuir los daños y
cautiverios marinos al acudir a Gran Canaria en apelación por procedimientos de
escasa cuantía; 3) orden a los corregidores de reducir a dos el número de tres es-
cribanos en sus visitas a la isla para ahorrar dispendios; 4) precedencia de los
regidores sobre los particulares en las ceremonias públicas y festivas; 5) retorno al
gobierno de la Real Audiencia por regentes en lugar de los capitanes generales; 6)
licencia para asignar 75 ducs. a la celebración de las fiestas de S. Juan Evange-
lista, S. Plácido y del Cristo; 7) limitación a los tenientazgos de regiduría, dado el
elevado número de ediles, consumiéndose los dos existentes. Melgarejo, conforme
al compromiso adquirido con los ediles negociadores, aceptó el servicio, pues ex-
cedía en más de 20.000 pesos, según los cálculos, el arrendamiento del 1 %. En
cuanto a las mercedes, se mostró conforme pero no se pronunció, como cabía es-
perar, pues algunas rebasaban sus facultades, y respecto a otras sabía que eran
cuestiones difícilmente aceptables por el poder central, como la sustitución de los
capitanes generales955.
El Cabildo se inclinó por el sistema de arrendamiento del 1 %, como ya venía
funcionando; es decir, el mecanismo de adjudicación consistía en pregonarlo en
los tres puertos principales de la isla mediante edictos, otorgándose al máximo po-
nedor ―tras presentarse las diversas posturas― en sesión municipal, en la que se
debía dar conformidad, además, a las fianzas otorgadas (verificada su calidad de
abonadas y seguras), registradas en un máximo de ocho días. En principio, Melga-
rejo pretendió controlar al principio el procedimiento, exhortando, por ejemplo, al
Cabildo en enero de 1660 a pregonar con premura la renta y obtener así el cobro
de los efectos, debiendo remitírsele a él o a quien nombrase como subdelegado
las posturas de los interesados956, pero muy pronto la autoridad y supervisión to-
tal se confiaría a los capitanes generales. Un testimonio del remate y de las fianzas
se entregaba al capitán general como juez conservador del gravamen. Con el tiem-
po se concretarían y recordarían, por incumplimiento, algunos detalles, como la
imprescindible concreción de las cantidades de los postores en las cédulas957, pues
en caso de no presentarse la oferta con esa regla no se admitiría (prueba de que
en algunas ocasiones se permitió de manera irregular alguna contrapropuesta oral
sobre pujas por escrito). Esas cédulas debían ser secretas y abrirse ante el corregi-
dor y los diputados de los meses a la hora de la postrera campana de las doze958,
y el abono de la renta se efectuaba en tercios (cuatrimestres) cada año. Las adju-
dicaciones debieron estar envueltas en polémica y las presiones a la orden del día,
como más adelante se verá en algún caso. Quizá por eso los regidores preferían
955 Cfr.: VIERA Y CLAVIJO, Joseph de: Noticias de la historia general..., t. II, op. cit., pp. 236-237.
956 AMLL, D-XVII-6.
957 AMLL, Libro de actas 30, ofic. 1.º, f.º 167.
958 Ibíd., f.º 213.
1089
eludir las reuniones referentes a ese negocio. En la de febrero de 1670 la ina-
sistencia fue porfiada aunque rigiesen multas por absentismo, pero cuando al fin
se admitió el remate por un cuatrienio en 82.000 rs. a los dos meses debieron rec-
tificar porque prosperó una apelación ante la Real Audiencia de Canarias que rea-
signó el arbitrio a otro pujador por 93.000 rs.959.
Así como en 1657 hemos comprobado que el rey no había aceptado el impuesto
del 1 %, con inquietud y cierto enojo veían los regidores tinerfeños que transcu-
rrían los meses y no había respuesta afirmativa real al donativo. Era razonable el
recelo, pues el arbitrio se estaba aplicando, con lo perjudicial que resultaba cual-
quier tasa sobre un tráfico mercantil reducido desde 1640, máxime al tratarse de
una novedosa servidumbre contraria a los antiguos privilegios isleños. Hacia abril
de 1660 se supo que el Consejo de Cámara no había admitido el servicio del 1 % y
real/cuero vacuno, con la sospecha de que el rey no apreciaría lo prometido como
oferta sino como regalía regia960. En junio urgía el Ayuntamiento al oidor D. Mi-
guel de Salinas, comisionado de Melgarejo para la percepción del donativo (Mel-
garejo había fallecido hacia abril), para que lo cobrase, mientras el capitán general
compelía a la institución para que abonase el resto de los 16.000 ducs. de las
represalias961. Esto explica que algunas voces se alzaran en el Ayuntamiento im-
petrando el término de la percepción, ya que la gente que tiene en Madrid el Ca-
bildo avisaba de la renuencia regia a la aceptación del donativo, noticia pareja a la
carencia de confirmación de las mercedes concertadas con Melgarejo962.
El acuerdo formal del donativo, una vez aceptado por el rey, se retrasó cinco
años y se escrituró en Madrid el 25 de junio de 1664, con el compromiso pactado
en su momento de abonar los 80.000 ducs. en diez años con un recargo del 8 %
por impago y del 15 % por la conducción del dinero a la Corte, reduciéndose los
80.000 ducs. a 30 cuentos de maravedís (a 375 mrs./duc.) o, lo que es lo mismo,
a 882.353 rs., aspectos que se desarrollarán a continuación963. Al principio el 1 %
incluyó el tráfico americano, pero cesó en 1663 ante la oposición del juez de In-
dias964. La confirmación regia fue un trabajoso asunto logrado gracias a la gestión
del apoderado concejil Espinosa, encargado de negociar el privilegio negativo de
jurisdicciones del que trataremos en páginas siguientes. Quedaba una cuestión por
despejar, en línea con lo expuesto más arriba: el rey conceptuaba esa imposición
como regalía suya, de modo que las perspectivas eran sombrías, como lo de-
mostró la realidad, pues después de la entrevista de Espinosa con el conde de
Castrillo, presidente del Consejo de Castilla, y otros integrantes de la Cámara, dos
decretos de esta denegaron el arbitrio. No cejó Espinosa en su diplomacia y obtu-
vo recompensa tras solicitar consulta al monarca, pues por fin la Cámara se avi-
no965. En síntesis, la mencionada escritura notarial asentada el 25 de junio de 1664
entre los representantes de la Corona y Espinosa contenía estas cláusulas966: 1)
concesión de las gracias acordadas con Melgarejo en 1659; 2) entre estas, se
959 AMLL, Libro de actas 29, ofic. 1.º, fols. 41 v.º, 42 v.º, 46 v.º.
960 AMLL, Libro de actas 27, ofic. 1.º, f.º 385.
961 Ibíd., f.º 391. Medio año después, a mediados de 1660, el capitán general seguía exigiendo en
otro auto el pago de esos 16.000 ducs., situado en las vendederas, exigiendo al Cabildo ―descui-
dado en la gestión y puntual cobranza de los impuestos― el ingreso en el arca del dinero de las ven-
dederas que desde hacía dos o tres años se hallaba en poder de los depositarios de La Orotava y Ga-
rachico.
962 Ibíd., fols. 463 v.º, 465 v.º.
963 AMLL, D-XVII-9.
964 PERAZA DE AYALA, José: El régimen comercial de Canarias..., op. cit., p. 93.
965 AMLL, Libro de actas 16, ofic. 2.º, fols. 172 v.º-173.
966 AMLL, Libro de actas 16, ofic. 2.º, fols. 174 v.º-179 (también, en AMLL, A-XII-63). Contiene el
poder concejil a Espinosa, el cabildo abierto de 6 de octubre de 1663, el acuerdo de 1659, la escritu-
ra notarial de Madrid de 1664…
1090
mencionaba en particular el nombramiento de fieles ejecutores entre los regidores
por turnos de dos meses en La Laguna, La Orotava y Garachico; 3) obligación de
formalizar escritura para obtener el despacho del privilegio, obligando Espinosa los
bienes, propios, juros, rentas y arbitrios del Cabildo al pago del donativo; 4) abono
de los 80.000 ducs. en Madrid, en ducados de plata doble (de 375 mrs.), en
nombre del rey, a Juan Bauptista de Benavente, depositario de la Cámara, a quien
lo había consignado el monarca según un asiento tomado con él por 150.000
escudos para proveer a la Armada; 5) obligación de liquidar en Madrid en seis
meses a partir de la fecha de la escritura el importe recaudado del 1 % desde el 1
de julio de 1659 (se cumplían, por tanto, cinco años en julio de 1664), calculado
en 438.000 rs. (cifra obtenida de la suma de los cinco primeros remates y, por
tanto, algo ficticia, como se verificará algo más abajo), de los que se deducirían
las cantidades abonadas en diversos capítulos en razón de cédulas reales orde-
nantes; 6) compromiso de satisfacer el resto de lo adeudado, hasta llegar a los
80.000 ducs., en otros cinco años (recuérdese que lo pactado eran diez años) en
sumas iguales y anuales cada 1 de julio para concluir en esa fecha de 1669; 7) en-
trega del interés por la conducción del dinero (15 %) el 1 de julio de 1670, que en
realidad funcionaba como prórroga para pagar cualquier residuo y los eventuales
intereses de demora (a razón de 8 %), facultándose el alargamiento del arbitrio en
el tiempo para cumplir con la totalidad del donativo; 8) en caso de ejecución de
deudas, envío por la Corte de un perceptor con escribano, remunerando la isla al
ejecutor con 1.000 mrs. de vellón al día desde la Corte al puerto de embarque, y
con 1.200 mrs. de plata desde allí hasta el regreso, rebajándose este salario al es-
cribano hasta 600 y 800 mrs.; 9) aprobación de la escritura por el Ayuntamiento
en un término de cuatro meses a partir de la fecha formalizada en Madrid.
El Cabildo no cumplió, quizá porque estaba enredado en las mismas fechas del
segundo semestre de 1664 ―como se comprobará más adelante― en el tremendo
asunto del privilegio negativo. Pero puede que influyera en su remoloneo la táctica
picaresca de jugar al estiramiento de los plazos. El monarca revistió al general de
comisión, poder y facultad en amplia forma, la que para el casso se requiere y es
nesesaria, para inquirir el estado de los cobros del donativo de 1658, pues se sa-
bía que algunos efectos no se habían puesto en cobro, y asimismo se deseaban
conocer en manos de quién se hallaban las cantidades generadas por el 1 %, acla-
rando que las facultades concedidas en esa real cédula (de 23 de septiembre de
1664)967 eran las mismas de otra real cédula con la misma fecha por la que se le
facultaba para la petición de otro donativo, al que más adelante se hará refe-
rencia. El capitán general Benavente y Quiñones exigió en noviembre de ese año,
a la vista de la real cédula de aceptación, que el Cabildo nombrase depositario del
1 %, así como a otra persona que asistiese al general para pedir las cantidades ya
ingresadas968. De todas formas, Quiñones ya había sido nombrado juez conserva-
dor de los arbitrios concejiles para el pago del donativo por R. C. de 7 de octubre
de ese año969, que incluía el capital principal de los 80.000 ducs. más los 12.000
ducs. de los intereses y costos de conducción (a razón de 15 %), y se le apodera-
ba para proceder a la recaudación de las cantidades ya recaudadas desde un prin-
967 AMSCLP, leg. 683, fols. 287-288. En otra real cédula de 7 de octubre de 1664 la Corona «legali-
zaba» la percepción ya efectuada del arbitrio del 1 % hasta los diez años pactados en el donativo, in-
cluidos los 12.000 ducs. (15 % de interés) de la conducción de la cantidad de 80.000 ducs. ofrecida
en principio, además de acceder a la prórroga del gravamen por el tiempo necesario. Pero se faculta-
ba así con la condición de que se enviase de contado el dinero recaudado desde el inicio de vigencia
del 1 %, remitiéndolo a Juan Bauptista de Benavente (AMLL, R-XIII-46; XIII. Cuaderno tercero de
testimonios de reales cédulas y privilegios, n.º 16, f.º 31).
968 AMLL, Libro de actas 16, ofic. 2.º, f.º 186 v.º (auto de 24 de noviembre de 1664).
969 AHPSCT, Hacienda, expdte. 253.
1091
cipio y de las futuras asociadas a ese arbitrio, dinero que debía ser remitido a Be-
navente en letras seguras. Su comisión lo autorizaba para pedir cuentas a los anti-
guos gestores o delegados de cobranzas o arrendamiento. Por ejemplo, le pre-
sentó relación jurada de los ingresos D. Antonio de Urrutia, excontador nombrado
por D. Miguel de Salinas en la etapa que actuó por subdelegación de Melgarejo970.
Cuando se decidió a ratificar la escritura de Espinosa, el 30 de enero de 1665, se
extendió hasta diciembre de ese año la remisión a Benavente de lo caído del 1 %,
mientras se agregó un año más en los plazos normal y extraordinario de liquida-
ción del donativo (1 de julio de 1670 para las cinco pagas, y 1 de julio de 1671 pa-
ra la totalidad con intereses de conducción o impagos)971. Al recibir el capitán ge-
neral conde Puertollano la subdelegación de Quiñones, en 1666, exigió al es-
cribano mayor del Cabildo, como tenedor de una de las tres llaves del arca conce-
jil, cuenta y razón de las cantidades y de los remates: entre 1659 y 1665 los rema-
tes habían importado 595.875 rs., entrando en el arca concejil 169.981 rs., pero
como habían salido 134.850 rs. quedaba un resto de 32.131 rs. A su vez, de esta
cifra había que descontar 27.858 rs. que debían emplearse para restituir a los
efectos del almojarifazgo, pues ya hemos comprobado cómo en varias ocasiones
las autoridades ―en caso de apuro― libraban sobre ese fondo, como fácilmente
disponible y crecido, de manera que el líquido real era de 4.261 rs.972. De nuevo a
finales de mayo de 1667 consta ese uso: se habían sacado fondos del 1% del arca
por acuerdos concejiles por valor de 72.108 rs. para suplir ese dinero tomado en
empréstito de la renta del 6 %. Tanto el general Quiñones, como Santos de San
Pedro y Puertollano despacharon ejecuciones contra los arrendadores y fiadores
de las cantidades adeudadas, aunque Quiñones actuó de modo irregular en su
gestión.
Los vencimientos se quedaron cortos: a mediados de 1678 el Cabildo se dirigió
al capitán general solicitando posesión de las mercedes inherentes a ese donativo,
aunque como aun le restaba el pago de la media anata (algo más de 5.000 rs.) ro-
gaba al general que separase del producto del 1 % esa cantidad en una bolsa
aparte con carta de pago del receptor a favor del Concejo973. Comprobaremos en
ofrecimientos posteriores, unos no admitidos y otros sí, por qué se prolongó en el
tiempo este arbitrio, que a partir de 1687, como se verá, entró en una fase dife-
rente.
Lo expuesto se hará más comprensible, además de lo que se explicará en el es-
tudio de los donativos posteriores, con las notas relativas al siguiente cuadro de
remates (cuadro X), en el que se ofrece una visión orientadora del rendimiento del
1 % hasta aproximadamente la última fecha indicada, pero las cifras nunca deben
tomarse como brújula estimativa del movimiento mercantil ni de los ingresos rea-
les sino vagamente, por lo que se señalará después. Los remates hasta 1664,
aproximadamente, evidencian un elevado valor y se observa una disminución en
años posteriores, para recuperarse algo en la década de los años setenta. Ahora
bien, las cifras prometidas no siempre se entregaron ni disponemos de una conta-
bilidad pormenorizada que permita una evaluación cabal de los ingresos, pero sí
sabemos que hubo renuncias o suspensiones en los remates por insuficiencia en
los avales, y las discusiones en torno a la aceptación de los remates son indicati-
vas de disfunciones, fallos y dudas entre los regidores.
970 Ibíd. El cargo ascendió a 2.441.812 mrs., y la data a 2.189.600 mrs., resultando un alcance de
150.212 mrs. que exhibió por auto de 17 de diciembre de 1664, cantidad que entró en poder de Joan
González de Castro, nombrado por el Cabildo tinerfeño para ese fin.
971 AMLL, Libro de actas 16, ofic. 2.º, f.º 206 v.º.
972 AHPSCT, Hacienda, expdte. 253.
973 AMLL, Libro de actas 18, ofic. 2.º, f.º 118.
1092
(Cuadro X)
Importe de los remates del 1 % en Tenerife (1659-1689)
Año Rematador Importe (rs.)
1659 D. Pedro Hidalgo de la Torre 92.000
1660 D. Andrés de Ponte y Azoca 92.000
1661 D. Andrés de Ponte y Azoca 88.000
1662 D. Andrés de Ponte y Azoca 80.000
1663 Francisco Hurtado de Ortega 86.000
1664 Juan Ortiz de Zambrana 76.875
1665 Juan Ortiz de Zambrana 81.000
1666 D. Martín de Ascanio 40.000
1667 D. Simón de Herrera 52.500
1668 D. Diego Perera de Ocampo 95.500
1669 D. Antonio de Villaraza 76.000
1670-1673 Pascual Sánchez 93.000
1674-1677 D. Juan de Urtusáustegui 55.200
1678-1680 Lorenzo Rodríguez Lindo 72.190
1681-1684 Capitán Francisco Remeris 67.420
1685-1689 D. Agustín Interián Briceño 75.060
Fuente: AMLL, A-XII-85. Elaboración propia. El remate de 1670-1673 fue cedido por Pascual Sánchez
a D. Baltasar Caraveo. Se puntualiza que las cifras no se corresponden exactamente con los años na-
turales, pues los remates se efectuaban en diferentes meses de cada uno de esos años (julio, agos-
to, septiembre…). Los importes de los cuatro últimos remates (entre 1670 y 1689) son anuales.
Resulta pertinente realizar algunas precisiones que ayudarán a entender las dis-
cordancias en las cantidades de los remates y las efectivamente obrantes en poder
de la real hacienda, a tenor de los datos del cuadro precedente:
1) En el segundo remate, adjudicado a D. Andrés de Ponte, se detectan irre-
gularidades. Antes que nada, puntualicemos que una rama de la familia Pon-
te (como es sabido y hemos comprobado en otros capítulos, varios integran-
tes de esta familia controlaban varias regidurías del Cabildo) estuvo implicada
en los primeros remates, fuese como rematadora o avalista: la renta de
1659, adjudicada a D. Pedro Hidalgo, contó con el aval exclusivo de D. An-
drés de Ponte y su madre, doña Ana de Azoca, la cual figuraba asimismo
como fiadora de su hijo en el segundo remate, por valor de 2.000 ducs., y en
los otros posteriores de D. Andrés. Pues bien, la renta de 1660 fue otorgada
a este sin haber cubierto el aval de la renta de 1659 y sin acabar de hacerlo
en la fianza de 1660, por lo que estuvo en suspenso temporalmente, aunque
con posterioridad se adjudicó de nuevo el remate a D. Andrés, incluso sin
haber cumplido con los avales precedentes. Algo similar ocurrió con la renta
de 1662 (80.000 rs.), que solo la afianzó D. Andrés en 6.000 ducs. (66.000
rs.), lo que obligó a poner la renta en fieldad. Lo interesante es que, descon-
tados los gastos de administración, los meses de la fieldad dejaron un balan-
ce positivo de 108.522 rs., lo que proporciona una idea de las ganancias em-
bolsadas por los rematadores y la complicidad del Cabildo al no asumir direc-
tamente la gestión para enjugar el importe del donativo con prontitud. La po-
sición de D. Andrés de Ponte resultó muy comprometida en un balance de los
años setenta, pues en total fue alcanzado en 112.7011/2 rs., por lo que se eje-
cutaron sus bienes974.
2) La renta de 1663 (capitán Francisco Hurtado) también fue accidentada, pues
ante el descenso en los derechos del tráfico indiano tras la intervención del
1093
juez de Indias D. Antonio de Salinas, hizo dejación de aquélla, administrándo-
se en fieldad, por lo que solo pagó Hurtado los 36.068 rs. correspondientes a
los cinco meses de su ejercicio975.
3) En la renta de 1665 (segundo año de remate de Juan Ortiz Zambrana), el
Cabildo recurrió de nuevo a la fieldad por falla en el afianzamiento. Bajados
los costos, los tres puertos produjeron unos 24.824 rs. (22.297 referidos a los
puertos de Santa Cruz y La Orotava, pues el de Garachico estaba a bastante
distancia ya en cuanto a importancia), pero Ortiz quedó debiendo 56.172 rs.
y 6 cuartos. Fue una quiebra en toda regla. Este fue un año crítico, así como
1666, a causa de la Compañía londinense de vinos, que marcó un hito nega-
tivo en las relaciones mercantiles de las islas con Inglaterra; pero la gravedad
del descalabro de la renta hay que achacarla también a la negligencia en
confiar el remate a una persona no abonada, que además de no cubrir el aval
fue incapaz de afrontar los pagos por sí misma976.
4) En ocasiones, aunque de manera tardía, alarmados seguramente por la suce-
sión de «problemas» en la gestión del arbitrio y la ya improbable posibilidad
de pagar el donativo en la fecha estipulada, se produjo algún debate en el
Cabildo. Un ejemplo fue la polémica en la sesión del 15 de febrero de 1674
en torno a la postura más alta ofrecida por cuatro años (40.000 rs.), consi-
derada escasa por la mayoría. Había discrepancias entre los ediles sobre la
continuidad con el procedimiento de remate en una coyuntura de contracción
mercantil o la decantación por la administración en fieldad. Lógicamente, ca-
da sistema presentaba puntos fuertes y débiles. La mayoría, en esa y otras
ocasiones, fue partidaria del remate977.
5) Es muy ilustrativo acerca de lo que de verdad generaba el efecto del 1 % el
ajuste de cuentas de julio de 1681978, que hemos utilizado para extraer algu-
nos datos de los apartados precedentes. El dinero recaudado entre 1659 y
1680 (la renta de este último año finalizó en febrero de 1681) ascendió a
1.579.120 rs. y 2 ctos., sin contar la quiebra de 1665. Pero esa cantidad tiene
poco que ver con lo realmente ingresado y aprovechable por estas razones:
a) se le restaron diferentes bajas autorizadas por el capitán general Balboa
Mogrovejo (la más cuantiosa, a D. Baltasar Ortiz de Caraveo por la renta de
1670-1673: 199.316 rs. y 6 ctos.), que en conjunto sumaron 206.059 rs. y 6
ctos.; b) también se dedujeron deudas de arrendatarios por valor de 109.160
rs. y 5 ctos.
6) El Cabildo se encontró con un serio problema a consecuencia de las quiebras,
pues en sus informes el capitán general Balboa Mogrovejo informó en contra
de los intereses concejiles al Consejo de Hacienda, atendiendo las demandas
de los afectados por las quiebras de los años sesenta, estimando que las
deudas de esa naturaleza correspondían al Cabildo por defecto de fianza o
condiciones, porque los hacidentes durantte el arrendamiento no están pre-
vistos, debiendo procederse en el caso del arrendamiento del 1 % como en el
almojarifazgo del 6 %. Esto sucedió, por ejemplo, con la demanda interpues-
975 Según Peraza de Ayala, esto contribuyó (pero habría que añadir, quizá con más relevancia, la cri-
sis con los mercaderes ingleses) al descenso de ingresos y remates en años siguientes (PERAZA DE
AYALA, José: El régimen comercial de Canarias…, op. cit., p. 93).
976 AHPSCT, Hacienda, expdte. 428. Fue ejecutado en sus bienes Juan de Llerena Cabrera como fia-
dor de Zambrana, restando a deber 9.772 rs. Y es que Zambrana murió y no se le conocían bienes
para afrontar el pago de la quiebra. En el puerto de Santa Cruz de Tenerife quedó debiendo D. To-
más Maroto 475 rs. y 28 mrs., y el sargento mayor Diego Lorenzo quedó en descubierto de 12.540
rs. en el Puerto de La Orotava.
977 AMLL, Libro de actas 17, ofic. 2.º, f.º 158.
978 AMLL, D-XVII-9.
1094
ta por D. Tomás de Castro como fiador de D. Antonio de Villarasa (11.476
rs.), y en la de D. Baltasar de Caraveo (y sus fiadores, entre los que se en-
contraba D. Fernando del hoyo), con una deuda de 225.353 rs.979.
1095
B.2.4. El donativo en La Palma
983 AMSCLP, leg. 683, f.º 116 (sesión de 18 de agosto de 1659). R. C. de petición de 3 de mayo de
1653, y R. C. de 28 de abril de 1658 por la que se comisionaba a Melgarejo.
984 Ibíd., fols. 118 v.º-119, sesión de 25 de agosto de 1659.
985 Ibíd., f.º 121 v.º, sesión de 26 de agosto de 1659.
986 Ibíd., f.º 123, sesión de 29 de agosto de 1659.
1096
varios productos: un real sobre cada cuero vacuno, 6 rs. por cada docena de
madera, 1/2 real por quintal de brea. Se enfatizaba por el Cabildo que ese 1 % y
un real por cuero vacuno se ceñía a lo aceptado por Melgarejo en Tenerife, pero el
comisionado seguía tensando la cuerda y mediante su secretario apremió al Ca-
bildo a que adoptase una resolución definitiva, emplazando a un encuentro al día
siguiente en su domicilio a cuatro o seis regidores para concluir el asunto. El Ayun-
tamiento nombró para esa gestión a los capitanes Diego de Guisla, licdo. D. Luis
Vandeval, D. Bartolomé de Campos, D. Nicolás Massieu de Vandale, D. Matías de
Escobar Pereira y el maestre de campo D. Ventura de Frías Salazar, con la misión
de prometer 6.000 ducs. durante diez años ―más la posibilidad de añadir alguno
más de demora en caso de insuficiencia de los medios de recaudación conveni-
dos―, ajustándose a los arbitrios acordados en esa reunión concejil y a otros que
pudiese asumir la isla. Habría que aludir aquí a la facultad regia ―nombrada en el
primer capítulo― concedida en 1642 al Cabildo palmero de un 1% sobre expor-
tación e importación de mercancías durante veinte años para costear la compra de
34 piezas de artillería, pero desconocemos los pormenores de esa imposición, a la
que no se hace referencia en esos momentos de la negociación, por lo que cabe
sospechar que, en caso de haber corrido desde aquella fecha, no estaría ya en
vigor.
Melgarejo tampoco estuvo dispuesto a pactar una cifra distante de los donativos
anteriores, planteando estas opciones: a) oferta concejil por sí, además de petición
vecinal a cargo del comisionado; b) ofrecimiento similar al del donativo de Talave-
ra (13.000 ducs.). El visitador, cansado de los escasos avances para alcanzar un
acuerdo a su conveniencia, proveyó un auto conminando al Ayuntamiento a zanjar
el negocio en tres días con amenaza de reducción de salarios. Esa jornada987 el
Cabildo, en una de las dos sesiones celebradas, presentó una contrapropuesta: a)
se avino a prometer 10.000 pesos de 8 rs. de plata por toda la vecindad, paga-
deros en diez años con una prórroga de dos en caso necesario, cantidad vinculada
a una relación de arbitrios que Melgarejo debía confirmar, a cambio de gracias y
mercedes que se pretendía suplicar; b) oferta de 1.000 ducs. liquidables con el
fruto procedente de las tierras de El Mocanal desde el camino de Mazo hacia aba-
jo, además de requerir el comisionado a los vecinos pudientes. Los dos regidores
que portaban el encargo (Diego de Guisla y el licdo. D. Luis Vandeval) se encon-
traron con una negativa, en especial ―como cabía esperar― de la segunda
fórmula de los 1.000 ducs. Melgarejo, quizá para incrementar la presión ―sabedor
del punto débil de los adinerados: la contribución directa conforme al caudal―,
parecía inclinado entonces a pedir a la vecindad, y dictó otro auto solicitando copia
de las concesiones de los donativos de 1632 y 1641, así como una memoria de to-
dos los mercaderes y tratantes con caudal superior a los 500 ducs. y de los demás
poderosos. Esto alarmó e irritó a los regidores, pues nunca se habían confecciona-
do semejantes listas [...] que paresen enpadronamientos988, pues salvando el al-
mojarifazgo del 6 %, por privilegios consedidos en fuersa de contrato por los re-
yes, nuestros señores, es libre de pechos y derechos. Es interesante ese concepto
de «contrato» (hoy se habla de «pacto») para denominar la situación fiscal de las
islas de realengo, cada isla de manera distinta, y a veces se ha calificado como
«pacto colonial». Históricamente, la clase dominante ha pretendido refugiarse en
el agitamiento de los privilegios fiscales ―exhibiendo la bandera de una supuesta
defensa del interés general― para rehuir un mayor incremento de la presión fiscal
directa.
1097
Este escarceo entre Melgarejo y los regidores fue solo el inicio de una larga ba-
talla entre las dos partes, con varias sesiones capitulares en las que se abordó el
asunto sin aportar novedades. El 9 de septiembre, aparte de reiterarse y lamentar
la misma penosa situación de la isla989, con alusión otra vez al infortunio gene-
ralizado, a la despoblación ante la ausencia de perspectivas laborales, a la agonía
mercantil, a la ruina del volcán, al sustento con raíces de helecho, a la carencia de
dinero de los hacendados para fabricar sus tierras, etc., se presentó una oferta
similar a las precedentes pero con una mayor y más amplia concreción de efectos
para el pago. Se habló de 9.000 ducs. a satisfacer en diez años con los siguientes
arbitrios: 1) el 1 % de entrada y salida de mercancías, que quedaría extinguido al
abonarse la deuda; 2) renta del sembrado y arrendamiento de las tierras de El Mo-
canal, del camino hacia abajo; 3) un real sobre cada cuero vacuno reexportado, de
los entrados en navíos de registro y permisión; 4) impuestos de salida sobre ma-
dera (6 rs./docena de solladio, 2 rs./trabe, 1 r./tablón, 1 r./toza de madera blanca
o viñátigo, 1 r./docena de madera blanca y jibrones); 5) 2 rs. por cada quintal de
brea exportado. El Cabildo se comprometía a organizar el pregón, remate y afian-
zamiento de las rentas, pero sería ajeno a posible quiebra o merma de esos ar-
bitrios, pudiendo alargarse la decena de años en caso de no poder satisfacerse el
pago en ese plazo. También estaría facultado el Concejo para modificar los arbi-
trios con el fin de pagar los rezagos o plazos problemáticos de liquidación. El dine-
ro debía guardarlo un depositario nombrado por el comisionado, pues la isla care-
cía de depositario general, o bien entraría en un arca de tres llaves según el mode-
lo del pósito. Asimismo se asociaba la proposición con una serie de peticiones en
contrapartida: a) continuidad de los arbitrios, cumplido el donativo, durante dos o
tres años más para su empleo en gastos defensivos (fortificaciones, cerramiento
de la marina con trincheras de argamasa, reparo del castillo de El Cabo); b) confir-
mación de la sisa sobre el vino acuartillado para los conocidos fines militares; c)
facultad de empleo de 1.000 rs. de los propios concejiles para la celebración de la
fiesta de las Nieves, ya que el Cabildo iba en forma a dicha festividad y permane-
cía toda la jornada en la ermita; d) confirmación de la merced de pagar con los
propios los salarios de médico, cirujano y boticario, con prórroga del tiempo esti-
pulado; e) merced de la zona citada de El Mocanal para acudir con su renta a ne-
cesidades como el gasto de acueductos, reparación de las avenidas de los tres
barrancos de la capital, de sus calles, puentes y fuentes, así como mantenimiento
del muelle ―arruinado por las tormentas marinas―, y como compensación a los
labradores que perdieron su propiedad a consecuencia del volcán de 1646, que así
dispondrían de parcela para cultivar y con una renta adecuada para alimentar los
propios, además de generar riqueza a las rentas reales con las cosechas.
Melgarejo se tomó su tiempo (una semana) para responder a esa oferta median-
te un auto, expresando que no podía dar su conformidad de repente y sin preme-
ditar y considerar las rasones990. El visitador parecía haber imitado, con ventaja, la
táctica dilatoria y zorruna del Concejo, pues no rechazaba la oferta pero tampoco
la confirmaba en plenitud, en todos sus extremos y, sobre todo, no se compro-
metía a la defensa de ninguna recompensa de mercedes ni firmaba documento. El
Ayuntamiento se exasperó y convocó cabildo general para el día 18, pues Melga-
rejo advertía en ese auto que comunicaría al rey y al presidente del Consejo de
Castilla todo lo obrado por la isla, dando a entender la cortedad del servicio. En
esa sesión991 se revelan aspectos que proporcionan claves para entender mejor las
posiciones, en especial la actitud de Melgarejo, quien había aceptado el 1 % en
1098
Tenerife, pero no se hallaba tan conforme con esa tasa en La Palma, pues la po-
tencia mercantil de aquella isla garantizaba unos ingresos suficientes para enjugar
la suma prometida, pero dudaba de la recaudación en La Palma, además de que
los efectos de esta isla dependían en exceso de la contribución de los forasteros, a
pesar de que los regidores razonaban que su propuesta provocaría una minoración
del valor de sus frutos y un incremento en el de los géneros importados, lo que al
final corría en detrimento de los naturales isleños, que lo satisfarían. Se trataba de
una especie de confirmación con reservas y sin otorgar gracias. No obstante, sí or-
denaba Melgarejo el pregón de los arbitrios durante 30 días en La Palma y Tene-
rife, avisando de que si no se alcanzaban los 9.000 ducs. el resto deberían abo-
narlo los cosecheros de vino, los propietarios de ingenios de azúcar y los acaudala-
dos comerciantes, cada sector una tercia parte. Sin dar lugar a más, el comisiona-
do partió a La Gomera sin tiempo para realizar diligencias ni negociar con él, y
aunque los regidores decidieron apelar ante el rey, no tuvieron más remedio que
continuar con los pregones.
Comenzaron las posturas de inmediato, y ya a principios de octubre había una
sobre El Mocanal; pero el Cabildo, insatisfecho con la actitud de Melgarejo, quería
enviar a un mensajero a la Corte para ofrecer el donativo, pidiendo las mercedes
pretendidas. Esto requería financiación, y como no se tenían fondos se acordó
recaudar entre la vecindad992. Pero no finalizó aquí el asunto. Es posible que el
Cabildo tuviese muchas dudas acerca del triunfo de esa gestión en la Corte, de al-
to coste, y al final, el 3 de noviembre determinó subir 1.000 ducs. más su ofreci-
miento, dejándolo así en 10.000 ducs. (110.000 rs.), pero pagaderos en doce años
y solicitando la confirmación de lo ajustado con Melgarejo993. Este acuerdo se
formalizó en carta de 17 de diciembre, y por fin el comisionado aceptó el servicio,
remitiendo lo relativo a gracias y mercedes al presidente del Consejo de Castilla.
Emitió en consecuencia un auto, leído en cabildo a principios de febrero de 1660,
decretando la ejecución de los arbitrios, por lo que el Concejo procedió al rema-
te994. Sabemos que en marzo del año siguiente se concedió el arrendamiento a D.
Juan de Acosta, que se adjudicó todos los arbitrios en una suma de 10.000 ducs.
remunerables en doce años, con el compromiso de satisfacer 9.166 rs. y 32 mrs.
anuales995, corriendo el primer plazo el 23 de marzo de 1661996. Pero en mayo de
1664 Acosta quiso desistir de su arrendamiento997. Sabemos que hubo problemas
sobre la pretensión de suspender la cobranza del 1 % por el juez superintendente
de Indias, así como un pleito con el arrendatario por la dehesa de El Mocanal998.
Una cosa eran los ofrecimientos y otra su cumplimiento. En 1668 corría el 1 %
ante el impago del donativo, como reconocía el Cabildo con motivo de la petición
de otro donativo en ese año, faltando teóricamente cuatro años para su liquida-
ción, sobre todo debido a la crisis en el comercio indiano, siendo este el que sus-
tenta la ysla, que por la estrecheça no puede conducir navío de las treçientas to-
neladas de la permiçión, con que no goçan de ella y está en lastimoso padeçer999.
Hasta 1670 se resumía así la secuencia de pagos de los años anteriores: 1) entre-
ga de 27.500 rs. en 1664 (19.500 entregados en contado y 8.000 en letra de cam-
bio con intermediación británica a pagar en Sanlúcar de Barrameda a la orden del
1099
Consejo de Hacienda), depositándose la cantidad al contado en el arca de tres lla-
ves del Cabildo tinerfeño con intervención del contador D. Miguel de Rivas; 2)
10.000 rs. entregados por el maestre de campo D. Juan de Sotomayor Topete, con
comisión del capitán general conde de Puertollano, unos años después (hacia
1666-1667), que fueron a parar al depositario Pedro de Velasco con intervención
del contador; 3) 13.500 rs. entregados por el mismo sistema (Sotomayor Topete
los envió a Tenerife y serían entregados al depositario). Esto significaba que de los
91.660 rs. y 32 mrs. de diez pagas, cumplidas en marzo de 1670, se habían
cobrado 51.000 rs., de modo que adeudaban el arrendador Acosta y sus fiadores
40.660 rs. y 32 mrs.; o sea, se llegaba al final del plazo estipulado para el ajuste
del donativo con un incumplimiento del 44.36 %1000. Todavía en esas fechas pen-
dían las diferencias con el arrendatario Acosta, quien pleiteó con el Cabildo, cur-
sando demanda contra el Ayuntamiento el 22 de marzo de 1667 ante el capitán
general (D. Lorenzo Santos de San Pedro), por haber resultado fallidos los efectos
de la dehesa y el 1 % (a causa de la crisis comercial, inducida por la falta del trá-
fico indiano), pues calculaba una merma anual de 4.950 rs. por la ausencia o
extrema debilidad de esos efectos. Reclamaba la sustitución o añadido de esos
arbitrios por otros y una prórroga de los diez años convenidos, mientras el Ayun-
tamiento replicaba que no estaba obligado a sanear esos capítulos de ingresos,
pues así se contenía en la real cédula de Melgarejo. El arrendatario consiguió de
Santos de San Pedro una primera determinación a su favor para que se le liberase
de prisión a cambio de exhibir la cantidad adeudada menos la cifra en torno a la
cual giraba el pleito, y más tarde obtuvo otra victoria en la sentencia dictada por el
general conde de Puertollano el 10 de octubre de 1669, accediendo a la reducción
reivindicada por Acosta de 450 ducs. anuales (4.950 rs.): 300 ducs. por la dismi-
nución del 1% de exportación a Indias y 1 r./cuero vacuno (desde el 29 de marzo
de 1664), y 150 ducs. relativos a la dehesa de El Mocanal (a partir del 28 de di-
ciembre de 1664), ordenando además al Concejo palmero a señalar otros arbitrios
sustitutivos de los inciertos para finalizar el pago del donativo1001. El Cabildo se di-
rigió a la Corte para apelar de esa sentencia, aprovechando el viaje de dos regido-
res tinerfeños1002.
Las referencias al impago de ese donativo se hallan en muchas sesiones de los
años setenta y ochenta, así como ―según se apreciará en varios epígrafes poste-
riores― en las peticiones de donativos siguientes, pues se perseguirá a duras pe-
nas el ajuste final de la cantidad de 1658 y los nuevos compromisos de servicios,
con lo que al final se vio envuelto el Cabildo, como sucedió en Tenerife (no sabe-
mos si en Gran Canaria) con una aglomeración de débito que únicamente se pen-
só afrontar con la cómoda perpetuación del arbitrio del 1 % y la siempre socorrida
y anhelada puesta en cultivo de la dehesa de El Mocanal. En tanto, los capitanes
generales, como delegados regios para apremiar al pago de los atrasos, periódica-
mente expedían autos, como a mediados de 1679 hizo el general Velasco, que re-
cordaba los 19.185 rs. que faltaban para satisfacer ese donativo de veinte años
atrás1003.
1100
otra convocatoria de cabildo abierto, y en todo caso el asiento formal se desarrolló
el 1 de octubre. El resultado fue el ofrecimiento de 36.000 rs., que debían satisfa-
cerse en doce años con entregas anuales de 3.000 rs.1004 con cargo a diferentes
arbitrios que desconocemos, pero es improbable el 1% en una isla de señorío, cu-
ya entidad mercantil con el exterior era escasa para permitir una recaudación ca-
bal, y en todo caso el comisionado real no hubiese admitido tal efecto por dema-
siado arriesgado. La primera paga corría a partir del 1 de octubre de 1660. Como
era tradicional, se sucedieron impagos, situación en parte corregida a partir de la
gestión del capitán general conde de Puertollano, en quien subdelegó sus com-
petencias en la materia su antecesor Quiñones el 9 de febrero de 1666, aparte de
la carta dispuesta por el presidente del Consejo de Castilla el 15 de diciembre de
1665. En 1666, Puertollano cobró 11.500 rs. de ese donativo. En 1670, en dos
ocasiones el sargento mayor de La Gomera, que tenía orden de proceder en la co-
branza en esa isla, remitió cantidades a Garachico (al maestre de campo D. Cris-
tóbal de Ponte Xuárez): una de 7.300 rs., otra de 1.100 rs., otra de 1.400 rs., que
fueron puestas con intervención en el depositario Joan Manuel Delgado. En total,
sumaron 21.300 rs., lo que significaba que tras once pagas La Gomera debía
11.700 rs. (el 58.3 % del total ofrecido); es decir, era imposible que cumpliese en
el período convenido de doce años. Se confirma asimismo la importancia de Gara-
chico como puerto comercial de referencia de La Gomera y de plaza financiera (así
la podríamos considerar), pues como veremos al analizar el donativo de 1632, otro
poderoso personaje de ese lugar intervino decisivamente en los pagos en aquella
circunstancia.
La coyuntura bélica tras la Paz de los Pirineos (1659), que se trató con más de-
talles en la leva de 1662, repercutió en Canarias con una petición (una primera, en
septiembre de 1663, reiterada en diciembre) de un donativo para sustentar un ter-
cio en Badajoz con la finalidad de encauzar de manera concluyente el enfrenta-
miento con Portugal, acabada ya la contienda con Cataluña, asunto que en parte,
desde otra perspectiva, se trató en el segundo capítulo. Esto sin olvidar el casi per-
petuo conflicto bélico librado en los campos de Flandes, que ya constatamos cómo
exigió otra recluta con ese destino en 1664. Mientras, en esos años sesenta la ha-
cienda real se valió de descuentos adicionales sobre los juros, recargos en dere-
chos sobre varios capítulos de consumo (carne, vino, aceite...), acuñación de nue-
va moneda de vellón, etc.1005. Todo fue inapreciable para alimentar al monstruo
bélico.
Comenzó con este donativo la intervención directa ―como comisionados― de
los capitanes generales en los servicios impuestos por la Corona, aunque ya ha-
bían gozado de delegaciones y comisiones para la cobranza de las demoras en el
pago de los ofrecimientos anteriores, casi en coincidencia con una ya permanente
presencia (residencia) de los generales en Tenerife, comentada en otros capítulos.
Añadamos a lo expuesto entonces que su misión, primero como supervisores y
encargados de liquidar donativos atrasados, y más tarde como comisionados di-
rectos de la petición, negociación y cobro con inhibición de las demás autoridades
y poderes, era más efectiva en la isla con rentas y sumas ofrecidas superiores,
máxime cuando del corregidor de Tenerife dependía también La Palma. Ya habían
1004 AHPSCT, Hacienda, exptes. 428 y 253. También, FERNÁNDEZ DE BÉTHENCOURT, Francisco: No-
biliario..., t. III, op. cit., p. 180.
1005 DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: Política fiscal y cambio social..., op. cit., p. 61.
1101
recurrido para los rezagos en otras islas a los gobernadores de las armas o sar-
gentos mayores ―es decir, a subordinados en el orden militar―, contribuyendo
esto tanto a una mayor centralización como a una superior acumulación de poder
institucional y fáctico (la posibilidad de coaccionar a los Ayuntamientos es mucho
mayor ahora, con la negociación de mercedes con la Corona a través de los dona-
tivos, y de la mayor o menor permisividad o flexibilidad en sus informes al Consejo
de Hacienda sobre las demandas de los muy postrados Cabildos). En el juego de
poderes institucionales, será otro paso más en la postergación de la Real Audiencia
frente a los capitanes generales1006.
Esta demanda de otro donativo interferirá en Tenerife en medio de una peculiar
situación, pues se pretendía entonces con énfasis el ofrecimiento voluntario de
una elevada cantidad al rey para detener el incipiente pero peligroso proceso de
señorialización de ciertos enclaves de la isla y, de ser posible, la restitución de
estos. Para terminar de complicar las cosas, como se recordará, la Corte, apretada
por la marcha de la campaña contra Portugal, demandó otro donativo en octubre
de 1664 para el sustento del tercio en Extremadura. En La Palma el servicio con
esta última finalidad de la guerra peninsular fue un servicio en especie (trigo, vino,
azúcar) para el mantenimiento de los 400 soldados valorado en 5.000 pesos (unos
3.600 ducs.), que probablemente no gravitó sobre el 1 % al tratarse de cantidades
en especie. Veremos que, aunque Tenerife estaba dispuesta a contribuir con una
cifra en dinero (20.000 ducs.), esa suma se negoció con otras más importantes
para configurar un monto de 100.000 ducs. que nunca llegó a buen puerto, y tu-
vo suerte la isla en desembarazarse del compromiso de socorrer al tercio al fina-
lizar la contienda portuguesa sin haber concluido las largas negociaciones para la
conformidad del servicio general. Comenzamos, pues, con el estudio del contexto
tinerfeño y la imbricación de los servicios, todo ello en vísperas de la ya mencio-
nada crisis de la Compañía de vinos inglesa de 1665.
1006 No obstante, la monarquía jugó siempre con la existencia de estas dos instituciones en función
de la conveniencia o ineficacia. Por ejemplo, cuando se trataba de esclarecer actuaciones (oscuras o
fracasadas, con indicios de corrupción) de índole hacendística en manos de los capitanes generales
se recurría a los jueces de la Real Audiencia de Canarias. Por ejemplo, tras las anomalías detectadas
en la percepción de las represalias a los ingleses a partir de 1655, en las que se calculaba ―como ya
se indicó― un perjuicio de 400.000 ducs. para la hacienda real, la Corona eligió al licdo. Larrea, de
ese tribunal, para averiguar lo ocurrido, dictaminando expresamente la inhibición de su presidente, el
capitán general (RODRÍGUEZ YANES, José Miguel: Tenerife en el siglo XVII…, op. cit., p. 99).
1007 RODRÍGUEZ YANES, José Miguel: Tenerife en el siglo XVII…, op. cit., pp. 218-235.
1102
la alarma de la posible enajenación del Realejo de Abajo por D. Tomás de Nava,
otro patricio tinerfeño, lo que sirvió de acicate para perseverar en la idea de la re-
cogida de dinero, pero al mismo tiempo se exigía por la Corona otro servicio para
el mencionado sostén del tercio de 400 hombres en la guerra de Portugal.
El Cabildo pidió ayuda al capitán general Benavente y Quiñones, sin caer en la
cuenta de que Espinosa podía estar consiguiendo frutos de su gestión. Esa doble
vía paralela engendró problemas, pues cuando el general había conseguido éxito
en su gestión convenciendo a los Consejos de la conveniencia de la iniciativa con-
cejil (que ascendía a 1.100.000 rs.), también Espinosa había logrado formalizar
con la Corona un ajuste de 46.000 pesos por el privilegio negativo de jurisdiccio-
nes, incluyendo el precio del Realejo de Abajo, y 4.000 pesos por la reposición de
Adeje y Santiago del Teide; en total, 400.000 rs., que incluso sumándole los
20.000 ducs. (220.000 rs.) por el sustento del tercio, llegaban a 620.000 rs., una
cifra muy inferior (480.000 rs. menos) a la negociada a través del general. No fue
sencillo el arreglo, pues el Consejo de Castilla no admitía el 1 % como arbitrio y
fue preciso recurrir directamente al rey1008. Pero conviene, siquiera sea de modo
breve, relatar y especificar algunos detalles.
En realidad, Felipe IV había consentido en otorgar el privilegio negativo el 6 de
junio de 1664, urgido también por las circunstancias de costear la armada del año
siguiente, siempre que los 50.000 pesos se abonasen en un año (en una sola paga
efectiva, el 24 de junio de 1665, más el 8 % por posible demora). Como Espinosa
no contaba en el poder especial otorgado por el Cabildo con las cláusulas y pre-
venciones exigidas por la Cámara, se negó el uso del privilegio hasta la aprobación
por el Ayuntamiento de la escritura que debía firmar el apoderado concejil.
No solo la isla se sirvió del capitán general para intentar solucionar con celeridad
una situación alarmante como la señorialización, sino que la lógica tardanza en lle-
gar noticias de su apoderado Espinosa y otro factor externo complicaron la salida
del lío. El 4 de junio de 1664 el general Quiñones llevó al Cabildo dos reales cédu-
las (de 29 de septiembre y 13 de diciembre de 1663) por las que se solicitaba a las
islas el sustento de un tercio de hasta 400 hombres en Badajoz para la guerra con
Portugal, con la negativa inicial de los regidores, que se aferraron al general como
su valedor alegando las gestiones en curso para ofrecer un cuantioso servicio a la
Corona1009. El militar dejó claro que se me an despachado apretadas y repetidas
hórdenes que indican bastantemente lo que nessesitan las armas de Su Magestad
de la asistencia que pide a sus vasallos. Los representantes de los lugares en el
cabildo abierto decidieron ofrecer 100.000 ducs., incluyendo en esa cifra los
20.000 demandados para el tercio y otros 20.000 para el tanteo de las villas enaje-
nadas; es decir, el donativo en sí quedaba en 60.000 ducs., pues el resto de la
cantidad concernía a exigencias finalistas1010, siempre que estuviese efectivamente
otorgado ese privilegio en fuerça de contrato1011, expresión esta reiterada en las
actas.
El plan de los apoderados lugareños no debía coincidir con los intereses de sus
convecinos, pues la recaudación popular no prosperaba. Se conservan algunos
ofrecimientos vecinales1012, como el de Granadilla (8.000 rs.), el del Puerto de La
ofrecimientos, aunque es posible la lectura en el de Candelaria-Arafo, que permite una visión socioló-
gica basada en el óbolo vecinal: una base de 46 vecinos aportaba entre 2 y 10 rs. cada uno; una
franja de 25 prometía entre 11 y 20 rs.; y otros 18 ofrecían entre 22 y 50 rs. Se trataba de can-
tidades modestas, pues en el Puerto de La Orotava algunos donaban entre 300 y 600 rs. Era la di-
1103
Orotava (5.284 rs.), Arico (1.598 rs.), Candelaria-Arafo (1.4091/2 rs.) Güímar y su
jurisdicción (1.967 rs.). Aunque es una muestra poco representativa, si compara-
mos estas cifras con las del donativo de 1632 se aprecia un mayor esfuerzo en
esta ocasión. Si hiciéramos una proyección con estos datos, es probable que el di-
nero en 1664 se acercase a un 60 % del total prometido, pero resultaba corto pa-
ra el objetivo, y ya se estaba gestando la crisis de la «Compañía» de vinos, pro-
ducto este sin cuya comercialización no podía esperarse una cantidad apreciable.
Llegó a la Corte la carta del general Quiñones, fechada el 10 de julio de 1664,
con la cantidad global mentada de 100.000 ducs. (de los que realmente eran apro-
vechables 60.000 para la Corona, como se ha visto), de modo que en principio el
Consejo de Hacienda consultó el 5 de septiembre agradecer los esfuerzos de Qui-
ñones en cuanto ya se había convenido una solución con Espinosa, el comisionado
concejil1013. El Cabildo había dispuesto ya a mediados de julio el retorno del apode-
rado Espinosa y la intercesión del general para que con su autoridad presionase en
la petición de dinero en los lugares de la isla para la consecución de una buena su-
ma1014. Reincorporado Espinosa a sus funciones como regidor, recordaba a sus
compañeros el compromiso de ratificación de la escritura de los 50.000 pesos y la
presteza de un repartimiento vecinal en virtud de la real cédula de 13 de julio,
asimismo lograda con sus buenos oficios para esa colecta, pudiendo repartirse en-
tre los vecinos según hacienda y caudal, con el aditamento de poder organizar
otros medios de exacción en caso de insuficiencia1015.
Lógicamente, la Corona prefirió la suma más elevada y lo hizo con mucha rapi-
dez (carta de 23 de septiembre de 1664, leída en cabildo casi un año después, el
20 de junio de 1665). Por R. C. de 22 de octubre de 1664, se confirmó el donativo
de 100.000 ducs., en el que consideraba integrado el anterior contrato de Espino-
sa. El general Benavente y Quiñones presentó el despacho real con el protocolo
requerido en el cabildo de 24 de noviembre, aceptándose por el Ayuntamiento el 7
de diciembre con el requisito de incorporar en aquella suma la escriturada por Es-
pinosa, el costo de medias anatas y demás gastos inherentes a los despachos del
privilegio1016. Se determinó repartimiento vecinal con fundamento en la aludida fa-
cultad conseguida por Espinosa, que fracasó. El Cabildo aun confiaba en liberarse
de la carga de ese segundo acuerdo, muy gravoso, por lo que ratificó a finales de
enero de 1665, como en otro apartado quedó dicho, la escritura firmada por Espi-
nosa en junio de 1664, con cargo al 1 %.
Cuando llegó el privilegio negativo a manos del capitán general, en abril de
1665, se produjo una doble circunstancia que trastocó la ejecución de la merced y
la aceptación del donativo por el Cabildo: la oposición de un grupo de regidores,
tanto a la nueva imposición como a la devolución de las jurisdicciones, y el co-
mienzo de una compleja y agria coyuntura (la citada «Compañía» de vinos ingle-
sa) que centrará la atención y los esfuerzos de todos durante unos años. Ahora
parecía que la suma de 100.000 ducs. había sido producto de precipitación y algo
inalcanzable, decantándose la mayoría municipal por los 50.000 pesos negociados
por Espinosa. Pero los capitanes generales no quisieron aguardar y exigieron el
cumplimiento de la R. C. de 7 de octubre de 1664, que suponía el nombramiento
de un depositario ajeno al Cabildo, aunque nombrado por este, que debía guardar
ferencia marcada por una comunidad rural de modestos labradores de cereal, la inmensa mayoría,
frente a otra pequeña comunidad mercantil, pujante, regada por el comercio de malvasía.
1013 AHN, Consejos, 4.443, expdte. 142.
1014 AMLL, Libro de actas 16, ofic. 2.º, fols. 167 v.º-168.
1015 Ibíd., f.º 172 v.º, 180 v.º.
1016 Ibíd., f.º 186 v.º.
1104
el dinero del 1 % y atender de modo exclusivo los libramientos de D. Juan Baup-
tista de Benavente, el tesorero de la Cámara, como disponía el mandato real.
n.º 32, f.º 76). El monarca agradecía el servicio de los 100.000 ducs., aunque matizando que es
propio de vuestra obligaçión y continuaçión de lo que siempre havéis hecho como tan buenos y lea-
les vassallos.
1105
pago de los 100.000 ducs., ni de los 20.000 ducs. para el sustento del tercio, ni se
había ofrecido nada para el nuevo donativo. Amenazaba con dar cuenta al rey, sin
perjuicio de proceder como procederá en lo conveniente al real servicio y a la soli-
citud de ese nuevo donativo. Conviene reseñar que la Corte había introducido una
herramienta poderosa en manos del capitán general, a quien por R. C. de 7 de oc-
tubre de 1664 había nombrado juez conservador del arbitrio del 1 %, de modo
que conociera privativamente en primera instancia todo lo relacionado con esa
materia con inhibición de otras instancias y jurisdicciones, incluida la Real Audien-
cia de Canarias, pudiendo proceder a mandamientos, diligencias, embargos, ejecu-
ciones de bienes, prisiones, remates, etc. El cese de Quiñones y su sustitución pro-
visional por el obispo fray Juan de Toledo no contribuyó al buen discurso del dona-
tivo, de modo que recién nombrado el nuevo capitán general (conde de Puertolla-
no), que tardaría varios meses en llegar a las islas (mayo de 1666), en diciembre
de 1665 el conde de Castrillo le ordenaba a Puertollano la cobranza de lo pendien-
te con su antecesor y el feliz término de la negociación del nuevo donativo ―tal
como se había ejecutado en el resto de la monarquía―, recordando el servicio re-
ferido al privilegio negativo. El nuevo capitán general debía remitir al Consejo de
Castilla distinta relación en sus informes (percepción de restos de los antiguos do-
nativos, cobranza del servicio del privilegio de jurisdicciones, acuerdo sobre el nue-
vo donativo), apremiándolo a adelantar la transferencia de dinero, pues sabe el
aprieto en que nos hallamos y lo que combiene para resguardo de todas partes el
tener Armada con que defenderlas y que se está entendiendo en su apresto sin los
medios que se nesesitan para conseguirla1021.
La sesión concejil correspondiente a este auto fue tumultuosa. Los regidores
más sumisos y serviciales se deshicieron en explicaciones sobre la voluntad de pa-
go de los 100.000 ducs.; pero la mayoría, perdida en divagaciones pero renuente
a asumir el comprometido desembolso, se ratificó en su oposición. Harto ya, el co-
rregidor concluyó: ...Dixo que a sido soldado toda su vida y no sabe de preámbu-
los y que a la pata llana dice que en quanto a la forma de la cobranssa de los sien
mil ducados este Cabildo la dio, y Christo con todos, la qual está en el officio deste
Cabildo1022. La oposición a la ahora denostada propuesta de los 100.000 ducs.,
acaudillada por el regidor D. Luis de Mesa, basaba su rechazo en la defensa del
privilegio fiscal de la isla.
Desde el punto de vista de los donativos, al Cabildo tinerfeño le vino bien la cri-
sis de la Compañía, con el cese de Quiñones incluido, pues sin duda contribuyó a
enfriar el asunto y a replantearlo años más tarde, y hasta la coyuntura bélica (final
de la guerra con Portugal) suavizó la presión. De este lío creado por una variedad
de reales cédulas, órdenes de los generales, acuerdos y ofrecimientos concejiles,
etc., se empezó a salir superada la crisis de 1665-1666 y sus consecuencias inme-
diatas. En septiembre de 1669 el Ayuntamiento tinerfeño aprovechó el fin de la
guerra con Portugal para anular el pago de los 20.000 ducs. ofrecidos cinco años
antes para el sustento del tercio, pero quedaba pendiente al asunto más peliagudo
del donativo ofrecido. El propio Consejo de Hacienda, posiblemente debido a la cri-
sis imperante en las islas en esos años, también había determinado paralizar cual-
quier decisión hasta que ordenaron impulsar el proceso al general conde de Puer-
tollano en las mismas fechas (1669). Mientras, no lo olvidemos, continuaba la re-
caudación del arbitrio del 1 %. Durante la gobernación del general Benavente fue
nombrado el ayudante Juan González de Castro para percibir el dinero, como he-
mos visto, pero renunció al poco tiempo y el Cabildo acordó que lo ya recolectado
1021 AHN, Consejos, 25.633, expdte. 9. Carta del conde de Castrillo a Puertollano (15 de diciembre de
1665).
1022 AMLL, Libro de actas 16, ofic. 2.º, fols. 238 v.º-242.
1106
y lo que fuese percibiéndose del impuesto se encerrase en el arca de tres llaves;
pero con el cambio de gobernación, el capitán general Lasso de la Vega, conde de
Puertollano, requirió al Ayuntamiento en 1666 para que eligiese otro depositario,
car-o que recayó en D. Melchor López Prieto1023, que también se opuso y logró el
apoyo de la Corte para su desistimiento, hasta que al final el general impuso a D.
Josep Carriazo1024.
La idea que acariciaba la Corte era la concesión a perpetuidad del mencionado
impuesto1025 del 1 %, que estaba en vigor teóricamente para pagar el donativo de
Melgarejo (80.000 ducados)1026. El Ayuntamiento pretendió retornar a los 50.000
pesos ya ofrecidos, pero la Corona esgrimió que había expirado el vencimiento
(dos años). Se inició entonces un tira y afloja entre el Concejo y la Corte. Puerto-
llano tenía en sus manos la importante baza de la real cédula con el ansiado privi-
legio negativo de jurisdicciones, que le había traspasado Quiñones al término de
su mandato. La isla, sin embargo, descartaba el pago de los 100.000 ducs. nego-
ciado en su día por el citado general y rebajaba el donativo a 80.000 ducs., cuyo
importe saldría, no de una contribución vecinal como se preveía años atrás, pues
las circunstancias económicas eran más sombrías, sino del impuesto del 1 % una
vez saldadas las cuentas del donativo de Melgarejo, con la condición, naturalmen-
te, de que se anulaban las cantidades ya convenidas un lustro antes de 50.000 pe-
sos y 100.000 ducs., aparte de la extinción del impuesto al finalizar el pago. Ade-
más, se seguía aspirando con los 80.000 ducs. de nueva oferta a los tanteos de
Adeje y Santiago del Teide y al privilegio negativo de jurisdicciones y, por último,
en los 60.000 ducs. que realmente iban a parar a la hacienda real se incluían la
media anata y demás gastos inherentes a los despachos que debían expedirse. El
acuerdo concejil de 19 de septiembre de 1669 fue remitido por el capitán general
Puertollano con carta suya el 22 del mismo mes.
El siguiente episodio de esta trama fue el regateo, en el que el Consejo de Ha-
cienda apretó para volver a los 100.000 ducs., y al fin las partes pactaron la cifra
de 90.000 ducs., presentada como un éxito por el general razonando que en la
cantidad conseguida en su día por Quiñones se comprendía la suma de los 20.000
ducs. para el tercio extremeño que, por el final de la guerra, como se apuntó an-
tes, fue eliminada. El Consejo de Hacienda respaldó en su consulta este último tra-
to, pues así la cifra real para el erario público ascendía a 70.000 ducs., aplicables a
la Armada o al mantenimiento del tercio que las islas tenían en Flandes. La Cáma-
ra se conformó con Hacienda en lo fundamental, pero surgió una discrepancia en
cuestiones formales de carácter competencial, pues objetaba que la expedición de
los despachos atañía a ese Consejo y no al de Hacienda en cuanto la materia ha-
bía comenzado su andadura en una orden enviada a la Cámara el 6 de junio de
1666 (lo cierto es que el rey había enviado a la Cámara una consulta de Hacienda
con una orden de 26 de abril de 1664). La paz se selló al imponerse la propuesta
de este último Consejo, finalizando el 18 de diciembre de 1670 la fase de consul-
tas1027. Precisamente por esas fechas, el 25 de enero de 1671, la Corte enmenda-
ba un curioso olvido: desde el cese del capitán general Quiñones no existía juez
conservador del 1 %, nombrando a ese fin a Mogrovejo con las mismas faculta-
puesto papel relevante en la continuidad del 1 % como un mérito más exhibido ante el rey para ob-
tener el marquesado de Villanueva del Prado (RSEAPT, Fondo Moure, RM 261, fols. 103 y 164 v.º-
165).
1026 AHN, Consejos, 4.443, expdte. 142.
1027 Ibíd.
1107
des1028. La Corona comisionó entonces al capitán general para proceder a la for-
malización de las escrituras oportunas en marzo de 1671, aunque la aceptación
por el Ayuntamiento se retrasará en 1672, como se pondrá de manifestó al anali-
zar los donativos de 1671.
La Palma fue muy madrugadora en atender a la carta del capitán general (20 de
mayo) relativa al sustento del tercio extremeño, pues el 27 trataba el asunto en
cabildo. En su misiva Quiñones señalaba que debía ofrecerse un efecto fijo me-
diante donativo voluntario, pidiendo singularmente a cada persona según su pusi-
ble. El Ayuntamiento palmero decidió someter el tema a un cabildo general (4 de
junio), pero realmente tardó un mes más para llegar a un acuerdo, no sin antes
―como era habitual― realizar un repaso a los servicios prestados por la isla en las
décadas anteriores (los regidores recordaron que en casi treinta años había contri-
buido la isla con unos 33.000 ducs., e incluso aun se estaba pagando el donativo
de Melgarejo), dejando claro que todo se consentía sin utilizar el privilegio real de
no superar el 6 % de la renta del almojarifazgo como única contribución, en com-
pensación de lo costoso que resultaba asumir por cuenta propia la construcción y
el mantenimiento de fortificaciones y, en general, defender la isla sin ayuda real.
No desperdició la ocasión para aludir a la disminución en el comercio indiano, atri-
buida al nombramiento de juez superintendente de ese trato en Tenerife seis años
atrás, con el pernicioso efecto de no venir navíos a despacharse a la isla desde ha-
cía tres años, de modo que resultaba baldía la concesión del navío de permiso con
300 t, pues todos los barcos preferían registrarse en Tenerife. Según el Cabildo
palmero, hasta para despachar un barco el subdelegado de La Palma pedía el con-
sentimiento al juez afincado en Tenerife, por lo que su conexión con Indias estaba
postrada. El Ayuntamiento de la isla tanteó entonces una estrategia: la concesión,
a pesar de las dificultades planteadas con firmeza, de un servicio a la Corona a
cambio del retorno de un juez de Indias y de la posibilidad de que las 300 t de
permisión a ese mercado ultramarino se enviasen en dos navíos, uno a Nueva Es-
paña y otro a Tierra Firme, medida que aliviaría considerablemente el panorama
económico, pues actuaría como revulsivo general y atraería a mercaderes euro-
peos, que asimismo se habían distanciado del trato palmero. Tras ese preámbulo
de queja y reivindicación, el Concejo se avenía a proporcionar 1.000 fas. de trigo,
36 pipas de vino y 416 arrobas de azúcar, todo embarcado1029.
La Corona no negoció medidas de carácter institucional y no se modificó la cen-
tralización económica en Tenerife, desatendiendo las demandas referentes al co-
mercio con América. Por la discusión mantenida en el Cabildo palmero con motivo
del siguiente donativo sabemos que la citada contribución en especie de la isla se
cuantificó en 5.000 pesos (unos 3.600 ducs.). Ignoramos la incidencia del donativo
correspondiente a la R. C. de 22 de septiembre de 1664, pero no consta alusión a
él en la documentación posterior. Con posterioridad, en 1668, se le reclamarían a
la isla unos hipotéticos restos adeudados de la cantidad en especie ofrecida para el
tercio extremeño. D. Lorenzo Santos de San Pedro, capitán general, había enviado
1028 AMLL, XIII. Cuaderno tercero de testimonios de reales cédulas y privilegios, n.º 30, f.º 67 v.º.
1029 AMSCLP, leg. 683, fols. 267, 276 v.º-278 (sesiones de 27 de mayo, 4 de junio, 7 de julio y 11 de
julio de 1664). Aprovechaba su donativo suplicando vanamente al rey la provisión (restitución) de
juez particular de Indias y la posibilidad de que las 300 t de permisión se pudiesen cargar en dos na-
víos (uno para Nueva España y otro a Tierra Firme), en períodos o momentos distintos del año,
cuando les correspondiese, pues en uno solo era imposible, recordando que en ese trato de Indias
estaba la mayor conbeniencia de la isla (Cfr.: LORENZO RODRÍGUEZ, Juan Bautista: Noticias para la
historia..., t. I, op. cit., pp. 434-435).
1108
a La Palma al licdo. Blas Simón de Silva en relación con cuentas del nuevo donati-
vo y pretendía hacer cargo al Cabildo de algunos alcances supuestamente debidos
de resto de ese socorro. La cantidad que Sotomayor Topete reclamaba al Cabildo
por ese concepto era algo más de 200 rs. La cantidad exacta adeudada, según los
autos de Sotomayor, eran 238 rs. y 36 mrs. que parecían faltar de 5.193 rs. y 36
mrs. del importe de 36 pipas de vino ofrecidas para ese tercio en 1664. Según el
Cabildo, en el socorro a ese tercio estuvo interesado Sotomayor, pues por su or-
den se distribuyó en los lugares de La Palma el trigo perteneciente al sustento de
la unidad extremeña1030.
bién: AHN, Consejos, expdte. 26.430, fols. 319 y 323 (agradecimiento del capitán general por el do-
nativo lanzaroteño, que según esta fuente fue de 1.500 fas. de trigo y 1.000 de cebada remitidas, en
efecto, a Cádiz).
1034 Los cobradores del donativo debían comparecer en Cabildo en tres días con memorias de lo en-
tregado [Acuerdos del Cabildo de Fuerteventura (1660-1728)..., op. cit., pp. 65, 67].
1109
B.4. El donativo de 1667
diendo todos los elementos, sobre todo relacionados con el tráfico mercantil, que en su día le habían
reportado buenos ingresos y lustre. En efecto, como se sabe, el juzgado de Indias se creó por R. C.
de 17 de enero de 1564 con sede en Santa Cruz de La Palma, pero como ya se expuso en el primer
capítulo apenas dos años después la Corona rectificó y creó juzgados de Indias (R. C. de 19 de oc-
tubre de 1566) en las tres islas realengas (LOBO CABRERA, Manuel: «La Casa de Contratación y Ca-
1110
remitir los frutos del registro en un solo navío de 300 t, lo que resultaba imposible
de admitir. La carencia del trato originaba por efecto en cadena la falta de interés
―y, por tanto, la ausencia― de los mercaderes extranjeros, que de modo legal o
ilícito participaban de la Carrera (no allando frutos de Yndias que comerciar, no
llegan a esta ysla). Todos sabían que el trato americano desde Canarias, en gran
medida basado en el contrabando y fraude, era el cebo para la presencia de
mercaderes de otras naciones que activaban la economía general de la isla, ad-
quirían frutos, se aprovisionaban sus tripulaciones, y suministraban productos eu-
ropeos, a la vez que constituían una vía para la financiación de la agricultura, del
comercio, de cualquier proyecto mediante letras de cambio. Por eso Guisla presen-
taba una contraoferta ―repetida en cualquier informe o memorial― en una nego-
ciación con la Corona a través de la intermediación del capitán general: el reparto
de las 300 t en dos envíos y el retorno de un juez particular de Indias a la capital
palmera (como existió hasta 1657), pues de ese modo se acrecentaría la actividad
mercantil y aduanera y sería viable un servicio basado en el uno por ciento desde
la liquidación del pasado donativo de 1658. Esta posición fue respaldada el 14 de
mayo por sus compañeros regidores, que lamentaban el fracaso del propósito de
gestionar ese asunto ante la Corte, por falta de fondos, según acuerdos adoptados
el 28 de febrero de 1662 y el 27 de enero de 1668, concretando que la promesa
de ajustar con el arbitrio del 1 % la petición real se extendía por ocho años tras la
satisfacción del resto del donativo adeudado. El capitán general insistió mediante
el licdo. Blas Simón de Silva, consultor del Santo Oficio, que como portavoz de
narias en el siglo XVI», en VILA VILAR, Enriqueta, Antonio ACOSTA RODRÍGUEZ y Adolfo Luis
GONZÁLEZ RODRÍGUEZ: La Casa de Contratación y la navegación entre España y las Indias, 2004,
pp. 411-412). Casi un siglo después, por R. C. de 18 de junio de 1657 se estableció el juzgado supe-
rintendente de Indias en Tenerife (PERAZA DE AYALA, José: El régimen comercial de Canarias…, op.
cit., p. 37). Aparte de un activo comercio con América, muy patente a mediados del s. XVI, es posible
que otro de los motivos para establecer el juez de registros en esa isla en 1564 frente a las otras is-
las haya sido el controlar el fraude consistente en introducir mercancías portuguesas en América, en
el que Santa Cruz de La Palma destacó en Canarias como puerto más permeable [AGS, CJH, leg. 33,
f.º 20 (Fuentes para la historia de Canarias..., CD cit., reg. 73)]. Según el informe de julio de 1558 a
cargo de Juan Suárez de Carvajal, obispo de Lugo y comisario general del rey y del Consejo para
averiguar ciertos asuntos relativos al comercio con Indias (fraude de navíos portugueses sin licencia),
los navíos extranjeros llevaban pasajeros foráneos con mercancías, que salían de Portugal y llegaban
a América sin dar registro de su carga. La razón estaba en que recalaban en puertos canarios como
Las Palmas de Gran Canaria, y sobre todo en el de Santa Cruz de La Palma, donde subían algún pro-
ducto con registro pero sin declarar la mercadería que traían de fuera, y con ese documento introdu-
cían en Indias lo cargado en Portugal. Esta queja se venía produciendo desde al menos los años
treinta de esa centuria ante la competitividad de los caldos isleños en el mercado indiano, pero era
cierto que el contrabando y el fraude, así como la relajación y cierto descontrol siempre estuvieron
arraigados en las islas. El destacado rol de La Palma en la Carrera era reconocido ya en descripciones
universales de la época, como en las Relaciones Universales de Juan Botero Benes, quien destacaba
en su obra (hacia 1591-1595) que dicha isla era abundante de azúcar, vino, carne y queso, donde las
flotas que van de España al Perú y al Brasil tocan y hazen escala de ordinario para tomar refresco
[LÓPEZ ESTRADA, Francisco: «Las islas Canarias en las "Relaciones Universales" de Botero Benes»,
con un comentario histórico de B. Bonnet, en Revista de Historia Canaria, n.º 81 (enero-marzo de
1948)]. Unamos a lo dicho el papel de esta isla como consentidora de fraude a la real hacienda, pues
según denunciaba en 1559 ante el Consejo de Indias el dr. Francisco Hernández de Liévana, fiscal
del rey, muchos introducían en La Palma oro, plata y otras mercancías indianas sin registrar en la
Casa de Contratación, y allí se conciertan con los juezes de allí para que conozcan de la causa y los
sentencien. Uno de los casos más sonados fue el del teniente general de la isla, el bachiller Maldona-
do, que el año anterior había cometido cohecho al entrometerse en juzgar ―en vez de remitir la cau-
sa a la Casa de Contratación― a dos individuos, Miguel Vaquero y Diego de Solís (el primero había
metido unos 7.000 ducs. en ladrillos de plata). Después de la farsa procesal en que se condenaba a
los defraudadores en una módica cantidad, el teniente general se embolsaba diversas cantidades, en
este caso 400 ducs. de Vaquero y 100 de Solís, devolviendo lo embargado a los delincuentes. Fue
tan público que el propio Cabildo de la isla decidió actuar ante la Corte, pues Maldonado intentaba
marcharse a América en compañía de Vaquero (AGI, Indiferente General, leg. 1.180, n.º 5).
1111
aquél exponía que la reivindicación relativa al comercio indiano no dependía de su
Consejo, sino del de Indias, por lo que solo podía comprometerse a plantear en la
Corte lo referido a la perpetuación de la imposición del vino acuartillado, y sugería
el añadido de otros arbitrios distintos de los vigentes (es decir, reclamaba «apar-
tar» el consabido 1 % de la negociación), de modo que alguno de ellos pudiese in-
tegrar los propios concejiles con posterioridad a la satisfacción del donativo.
De nada sirvieron otras misivas del visitador ni una carta de la reina1041. Es pro-
bable, por tanto, que este servicio no haya corrido, y tampoco tenemos informa-
ción sobre lo acaecido en Gran Canaria.
En este año se mezcla un nuevo donativo con un asunto añejo como el ofre-
cimiento largamente negociado derivado de los donativos de 1663-1664. Por tan-
to, se une a la necesidad de más liquidez para las levas a Flandes (como estudia-
mos en el capítulo segundo) con una materia no resuelta en la década precedente
en Tenerife. Por tanto, trataremos tanto del servicio para frenar las señorializa-
ciones en la isla y reintegrar al realengo los dos señoríos concedidos, como de la
nueva petición real. Respecto a este donativo, pedido con carácter general en todo
el reino, tuvo su origen en la real cédula de 16 de febrero de 1671, dirigida a los
Cabildos (en este caso, se maneja la del tinerfeño1043), que nuevamente llamaba a
socorrer las necesidades de la monarquía con una cantidad que, dada la urgencia,
debía abonarse ese año y el siguiente. El despacho era distinto, más escueto, que
el dispuesto, con la misma fecha, para el general Balboa Mogrovejo, a quien la rei-
na gobernadora comisionaba1044 para pedir este donativo grasioso y voluntario,
considerando ynportará [en todo el reino] un millón de ducados pagaderos en dos
años (1671-1672). Al Concejo tinerfeño se le pedía que ofreciese la mayor canti-
dad posible, advirtiendo que el encargo al general se debía a que ymporta que su
paga sea prompta y efectiva, y que ese servicio pretendía escusar nuevas contri-
buciones, en la confianza de que Tenerife proporcionase ejemplo a las demás ys-
1041 También se solicitaba la merced de elevar a 500 ducs. la imposición sobre el vino acuartillado
con fines defensivos y su prorrogación indefinida (ibíd., fols. 65 v.º-66, sesión de 14 de mayo de
1668; sesión de 18 de septiembre y 1 de octubre de 1668; LORENZO RODRÍGUEZ, Juan Bautista:
Noticias para la historia…, t. I, op. cit., pp. 435-438).
1042 AMLL, Libro de actas 29, ofic. 1.º, fols. 71 v.º-72.
1043 AMLL, R-XIV-15.
1044 AMLL, R-XIV-14.
1112
las y solicitando que todas las villas y lugares de essas yslas a vuestra ymitación
adelanten el dicho serviçio quanto se puede. La justificación se centraba en los
gastos defensivos de la monarquía, asy en Flandes y Catalunia como la armada
real, presidios y fronteras despaña y otras partes. Las instrucciones al general re-
comendaban flexibilidad en sus procedimientos, prohibición de repartimientos veci-
nales (pero sí apertura de contactos con los más pudientes para que sirviesen con
alguna cantidad), prórroga de los arbitrios utilizados hasta entonces para otros
servicios (referencia indirecta al 1 %), prontitud en la remisión de cantidades con
facultad para tomar dinero hasta al 6 % de interés, administración conforme a los
donativos anteriores, veto a determinadas mercedes en la línea ya conocida de
reales cédulas anteriores (prohibición de gracias lesivas de mayorazgos, indultos
en casos criminales, etc.). Finalmente, se exhortaba a Mogrovejo a animar a los
vecinos a que se alienten a hacer este servisio, disponiéndoles y asentándolos a
que sirvan en ocasión tan propia.
A comienzos de junio le llegó el despacho al capitán general, quien se dirigió por
carta al Ayuntamiento para que atendiese ese servicio sin excusarse en corteda-
des. El 8 y 26 de ese mes será cuando se lea oficialmente y debata la petición real
en el Cabildo tinerfeño. De inmediato, la institución describió el sombrío panora-
ma económico: esterilidad desde 1666, necesidad de importar 150.000 fas. de tri-
go cada año, pobreza. A esa exposición coyuntural unía la mención de los donati-
vos y servicios realizados. Todo entraba en el guion habitual, y conforme a este el
Cabildo terminó prometiendo 12.000 pesos que remitiría a Madrid en letras pa-
gaderas en el área andaluza, en la zona vasca o en la propia capital del reino.
También se recordó la situación de insolvencia y el recurso al arbitrio del 1 %. Co-
mo se carecía de dinero o de otros efectos y se adeudaba el donativo de 1658
(Melgarejo), utilizando la facultad contenida en la orden despachada al capitán ge-
neral, el Ayuntamiento solicitó emplear lo caído de ese gravamen y prorrogarlo,
pero sin que tuviese consecuencias en el secular privilegio del 6 %, porque el áni-
mo deste Cavildo no es el que se quebrante1045.
No obstante la «voluntariedad» (más bien obligatoriedad) del donativo, la canti-
dad ofrecida fue ligada desde las primeras intervenciones a una franca condición
concejil: la concesión de la permisión a Indias por diez años. No existió unanimi-
dad entre los regidores. Un sector minoritario siguió a D. Diego Carreño, que ape-
lando a la convocatoria de cabildos generales para dirimir los donativos anteriores
exigía una reunión de esa calidad para el de 1671, añadiendo la contradicción o
irregularidad de pagar tomando en préstamo el importe del 1 % cuando el capitán
general hacía pocos días se había dirigido al Cabildo para apremiarlo a la liquida-
ción del donativo anterior. El corregidor invitó a Carreño a explicar una alternativa
a ese procedimiento. En una reunión posterior (agosto), con presencia del capitán
general, de nuevo se aludió a la esterilidad, que afectaba por igual a los cereales y
viñedos, así como al herbaje ganadero, lo que estaba produciendo despoblamiento
en algunos lugares muy afectados para establecerse en otros que tienen alguna
sustancia1046. Las razones invocadas eran la sequedad y la Compañía londinense
de vinos (1665). El general logró arrancar un alza respecto a la cantidad anterior,
duplicándola (24.000 pesos), sin modificarse —como era previsible— la fuente de
ingresos; es decir, la toma de dinero del 1 % del arca y del que estuviese deposi-
tado, interrumpiéndose el cumplimiento del donativo anterior hasta pagarse el de
1671, dada la prisa de la Corona. Esa cantidad se abonaría por mitad en 1671 y
1672, como apremiaba la real cédula, pudiendo librarla en Tenerife el presidente
del Consejo de Hacienda. Se tapaba un agujero o se acataba con una orden de ín-
1045 AMLL, Libro de actas 17, ofic. 2.º, fols. 5 v.º y 20.
1046 Ibíd., f.º 25.
1113
dole financiera abriendo un oscuro túnel comprometedor, un futuro fiscal lastrado.
Eso sucedió, en general, con los donativos isleños desde 1658, como se ha reite-
rado. Simplemente, en esta ocasión se echó mano de lo obrante en caja, en las ar-
cas del 1% destinadas al abono del donativo de los 80.000 ducs., para satisfacer
la voracidad impositiva de una dinastía embarcada en un rosario bélico intermina-
ble, con el compromiso de reintegrar lo distraído en cada momento perentorio con
la demora de los arbitrios, porque obviamente era indispensable liquidar los ofre-
cimientos anteriores. Al fin la merced solicitada fue, como se previno antes, la am-
pliación de la prórroga de la permisión indiana a diez años con cinco bajeles, ade-
más de la oposición a la venida de receptores de la Corte a residencias o pesqui-
sas.
El servicio de 24.000 pesos fue aceptado por la monarquía por R. C. de 3 de di-
ciembre de 1671, según carta del presidente del Consejo de Hacienda a Balboa
Mogrovejo (7 de diciembre de 1671)1047, y quizá tuvo que ver con ello la misiva so-
bre la materia dirigida a la reina gobernadora por el capitán general el 18 de
agosto de 1671 explicando las circunstancias y su proceder, dejando patente que
se había conducido con arreglo a las instrucciones secretas remitidas desde la Cor-
te. Manifestaba a doña Mariana la moderación en sus diligencias y la estimable
ayuda del corregidor Pérez de Valcárcel, disculpando la menguada aportación, sen-
siblemente inferior a la de servicios antecedentes, en la crítica coyuntura isleña.
Así, encomiaba que en ninguno [tiempo] se les puede estimar tanto como en el
presente, porque me consta por experiensia y vista de ojos que se halla esta isla,
como todas, en tan miserable estado quanto desde que se descubrieron se ha vis-
to, porque a tres años que no llueve, y como en estas yslas no ai otra hasienda si
no es la de sus cosechas de pan y vino, totalmente están estos vasallos destruidos
y por esta causa obligados a buscar trigo de fuera para sustentarse, y la poca mo-
neda que tienen a salido la mayor parte por esta presisa necesidad y la que ha
quedado no basta para el comersio doméstico1048. El general apoyaba la reivindi-
cación concejil referida al comercio americano como indispensable para la supervi-
vencia isleña (es el único remedio para que estén pobladas), pues respecto al trá-
fico del malvasía pensaba que era preciso tiempo para que se cure la enfermedad
pasada de la Compañía de ingleses, que tantas inquietudes y daños costó, y que le
dé Dios más favorables cosechas que haora. La otra gran merced impetrada (la
suspensión de receptores y pesquisidores), abogaba porque no viniesen de Espa-
ña, valiéndose la Corte de los residentes en las islas, nombrados por la Real Au-
diencia, siempre que la residencia o asunto fuese de isla diferente a la morada del
funcionario, por el poco fruto que dan a la satisfassión pública y a los maravedís
de condenasiones. Balboa aseguraba que la cantidad prometida la podría librar el
presidente del Consejo de Hacienda en la isla en dos mitades (en 1671 y 1672). Fi-
nalmente, informaba de que, conseguido ya el servicio en Tenerife, lo solicitaría en
Gran Canaria y La Palma, pero ―como veremos algo más abajo― solo contamos
con datos del donativo en esta segunda isla.
La cantidad de 24.000 pesos se mandó librar sobre la casa Piquinotti en Madrid,
y por acuerdo del Consejo de Hacienda se utilizaron los fondos para reclutar y en-
viar a Flandes los soldados del tercio del maestre de campo D. Pedro de Ponte, co-
mo ya se verificó, ordenando el general Balboa al veedor el 22 de abril de 1672 el
uso de dinero del donativo con ese fin. El Ayuntamiento formalizó escritura de
contrato con el capitán general el 14 de mayo de 16721049. La cuestión era que, a
pesar de constar el pago de los 24.000 pesos por la certificación del veedor Miguel
1047 AMLL, Libro de actas 30, ofic. 1.º, f.º 172; Libro de actas 18, ofic. 2.º, f.º 106.
1048 AMLL, Libro de actas 17, ofic. 2.º, f.º 220 v.º.
1049 AMLL, Libro de actas 18, ofic. 2.º, f.º 106.
1114
de Rivas, la Corte no había concedido la prórroga de la permisión indiana por diez
años, de manera que en 1678 será una de las materias encomendadas al mensa-
jero en Corte1050.
Respecto al antiguo tema derivado de los donativos de 1663-1664, lo incluimos
aquí por razones cronológicas y lo contextualizamos en un marco de variadas difi-
cultades de pago del Cabildo en relación con pretéritas operaciones erradas, todo
mezclado con la extrema tardanza en finiquitar el donativo de 1658. Digamos que
la sombra del servicio negociado, pero no ejecutado todavía, durante la década
anterior (el del privilegio negativo de jurisdicciones) seguía prolongándose y en-
gendrando polémicas, y la propia Corona, que juzgaba superada la crisis de la
Compañía inglesa de vinos, resucitó el ofrecimiento mediante varias reales cédulas
en los primeros meses de 1671: dos fechadas el 3 de marzo (una de confirmación
del servicio de 90.000 ducs. y otra de aprobación del impuesto del 1 % para su
pago), otra del 25 de enero y 23 de marzo (comisiones al capitán general Balboa
Mogrovejo como juez conservador para el cobro, respectivamente, del donativo de
Melgarejo y de este otro de 90.000 ducs.)1051. Esas disposiciones reales fueron leí-
das en el Ayuntamiento un año después, en marzo de 1672, lo que dio pie de in-
mediato a otra fase de debates en torno al ofrecimiento por el privilegio negativo,
polémica que en parte obviamos por haber sido resumida ya en otra obra.
El asunto volvió a complicarse enseguida, tanto por la oposición de Ponte, a fa-
vor de su señorío de Adeje, como por la tibia postura de la Corona. En junio de
1671 se discutió con posturas enfrentadas sobre el arbitrio del 1 %. Una de las po-
siciones más emblemáticas fue postulada por el regidor decano, Carreño. Se pre-
tendía pagar los 80.000 ducs. del donativo de Melgarejo y se desconocía a esas al-
turas el alcance de la deuda a causa, teóricamente, del retardado proceso de pa-
go, por lo que se imponía en primer lugar un esclarecimiento, pidiendo la interven-
ción del capitán general, revestido de autoridad en la cobranza de la renta, para
exigir cuenta con pago a los arrendadores del efecto citado. Era partidario Carreño
de recortar con firmeza los costes salariales concejiles para hacer frente con la ha-
cienda municipal a los residuos del 1 %. La postura mayoritaria preconizaba la ac-
ción del procurador mayor en el ajuste de la deuda relativa al préstamo tomado
del donativo, destinando al pago la mitad de lo procedido de los propios1052. El
Ayuntamiento tinerfeño aceptó el servicio de 90.000 ducs. en abril de 1672, con-
forme a la real cédula del año anterior (23 de marzo de 1671)1053. La mayoría capi-
tular reclamó la culminación de los trámites del privilegio negativo de jurisdiccio-
nes mediante la otorgación de la escritura que activase el ansiado privilegio custo-
diado por el capitán general de turno, Mogrovejo1054. Pero el asunto se iba ralen-
tizando en exceso, pues si en junio se apoderó al regidor D. Francisco Bautista
Lugo del Castillo para solicitar en la Corte que se ejecutase el mencionado privi-
legio relativo a los señoríos, en febrero de 1673 se reconocía que aquel poder de-
bía ser especial y con cláusula de sustitución1055.
A esas alturas, tanto una demanda de dinero (la antigua) como la novedosa,
constituían pésimas noticias para el Ayuntamiento tinerfeño, que hacía tiempo re-
curría al empréstito para atender diversos desembolsos. Un informe del regidor Mi-
guel de Rivas lo explicaba con rotundidad, remitiendo a un lejano negocio: en
1050 AMLL, Libro de actas 30, ofic. 1.º, f.º 172 v.º.
1051 AMLL, Libro de actas 29, ofic. 1.º, f.º 167 v.º.
1052 AMLL, Libro de actas 17, ofic. 2.º, f.º 12.
1053 En realidad había dos reales cédulas: una de la Cámara por la que el rey aceptaba esa cantidad
por el privilegio negativo de jurisdicciones, y otra del Consejo de Justicia, a petición de D. Juan Bau-
tista de Ponte, mandando recoger esa cédula en lo referido al señorío de Adeje.
1054 AMLL, Libro de actas 17, ofic. 2.º, f.º 40 v.º.
1055 Ibíd., f.º 108.
1115
1641 el rey autorizó la entrega al Cabildo de 4.000 ducs. procedentes de las con-
denaciones por contrabando para comprar armas y municiones. Como en su mo-
mento se esbozó al estudiar la compra de armamento, el mercader inglés con el
que se escrituró la traída de aquellas, Joan Chickley ―a quien nos referimos al
analizar el donativo de 1641―, incumplió y se le ejecutó, pero en lugar de rein-
tegrar el dinero a la hacienda real el Ayuntamiento decidió hacer uso de esa can-
tidad. La mayor parte, 3.000 ducs., se impusieron en un censo a rédito en 1643 a
Jacinto Amado, maniobra esta fallida hasta el punto de que en julio de 1673 (trein-
ta años después de aquella operación) la suma del principal y de los réditos impa-
gados llegaba a 70.950 rs. En cuanto a los otros 1.000 ducs., sorprendentemente
se confiaron otra vez por el capitán general Carrillo al mismo mercader británico
Chickley en 1644 con idéntico objetivo (traída de municiones) y resultas (incumpli-
miento y ejecución en el cobro). Al final, esa suma de 1.000 ducs. logró recupe-
rarla el general Dávila. Casi de inmediato, en 1660, su sucesor, el general Hurtado
de Corcuera prestó ese dinero en varias partidas al Ayuntamiento con obligación
de devolverlas casi de inmediato, pero la realidad es que no se reintegraron. Era
tal la anarquía y la negligencia en las cuentas municipales, que se ignoraba si los
mayordomos y contadores habían contabilizado esas partidas. También se consta-
taba que el general Dávila había prestado 4.000 rs. del dinero del impuesto del
uno por ciento (de la renta de 1657-1658) al Cabildo para invertirlo en fortifica-
ciones1056. El destino del Cabildo parecía ser atarse a la benevolencia de los capita-
nes generales, acreedores de una institución en permanente insolvencia y acumu-
ladas necesidades. En abril-mayo de 1673 el Ayuntamiento intentó negociar la
demora de pago de 18.000 rs., de los que la mitad concernían al 1 % y la otra mi-
tad al préstamo para fortificaciones1057. Todo apunta a que la deuda con ese arbi-
trio estaba minusvalorada, pues en agosto de 1675 el Cabildo reconocía haberse
valido de 45.600 rs., que habían ido reduciéndose mediante la entrega de seis par-
tidas en diferentes fechas, hasta fijarse el alcance de la deuda en 19.537 rs.1058.
Examinando las datas de restitución del dinero, se aprecia que el déficit con el
impuesto iba minorándose de modo razonable en aquellas inmediatamente poste-
riores al crédito, pero después de 1666 se registra un enorme espaciamiento en
las entregas (coyuntura de la Compañía de vinos londinense, crisis política en el
archipiélago, estancamiento económico), con el resultado de que en unos catorce
años el Cabildo aun debía el 42.4 % del empréstito. De este tema seguiremos ocu-
pándonos en las fechas relativas a otros donativos. El peso de los gastos militares
en su conjunto (levas, fortificaciones, pago a soldados) se reveló abrumador e ina-
sumible para una institución municipal con limitados ingresos, dependientes en
más de la mitad de la renta cerealística, y con una gestión hacendística lamenta-
ble.
1056 AMLL, Libro de actas 29, ofic. 1.º, fols. 241-243 vº.
1057 AMLL, Libro de actas 17, ofic. 2.º, f.º 125. El Cabildo disponía de 1.000 fas. de trigo para ese
reintegro, pero ni la atención a otros problemas ni la ausencia de postor por ese cereal en la situa-
ción de carestía generalizada permitían afrontar el pago. El general accedió a esperar hasta el fin de
la cosecha de ese año.
1058 Ibíd., f.º 211 v.º. Las cantidades tomadas habían sido: 22.000 rs. para el despacho del mensaje-
ro a Corte, D. Francisco de León; 22.000 rs. como ayuda de conducción de un tercio en 1663 a Ex-
tremadura; 1.600 rs. para diversos asuntos concejiles.
1059 AMSCLP, leg. 685, fols. 177-181, sesión de 5 de octubre de 1671.
1116
cuenta que la petición no la efectuó de modo directo el capitán general, aunque
en descargo cabe decir que la persona comisionada por este, el corregidor Pérez
de Valcárcel, debía asumir antes su responsabilidad gubernativa en Tenerife. El ca-
pitán general no solo envió a La Palma la real cédula y la carta con instrucciones
dirigida a él, sino la información relativa al ofrecimiento de Tenerife (por entonces,
24.000 pesos), con el añadido de que se había otorgado a esa isla la continuidad
de los efectos de donativos anteriores para enjugar esa cantidad. Con tal ejemplo
se pretendía incitar al Cabildo palmero a ofrecer una suma notable, con el mensaje
de que podía recurrir asimismo a la prórroga de arbitrios ya existentes. En el ca-
bildo general celebrado cinco días después1060, con asistencia del corregidor, el
regidor D. Nicolás Massieu adoptó el clásico discurso pesimista y con pretensiones
de exención fiscal. Su relato manejaba estos puntos: a) el descenso enorme de la
producción en sus varios ramos, se tratase del vino como del grano (se habría pa-
sado, según su versión, de 60-70.000 fas. a 40.000, por estar robadas las más de
las tierras por ser las más dellas altas y pendientes), y del azúcar (los ingenios que
molían antes 110-120 días anuales, ahora no llegaban a 36 días de molienda); b)
hundimiento del comercio indiano (en otra época salían entre 10 y 14 navíos en
julio y sobre 4-5 en Navidad con vino, aguardiente, brea, harinas y otros frutos,
frente a los diez en total en la última década); c) incremento de la miseria, atribui-
da en especial al volcán de 1646, que dejaría inutilizadas muchas tierras de labor,
sobre todo dedicadas a centeno y cebada, ques el más ordinario mantenimiento
de la jente pobre. Agregaba el regidor que los campesinos recurrían a las raíces de
helecho, comida rústica ynsulsa y miserable que la ban a cabar a las cumbres y las
train a sus hombros y hasen graneros dellas en el berano para el sustento del yn-
bierno, e incluso en la capital la mayoría de los pobres y gente de los barrios [...]
se balen deste rústico, desabrido y miserable sustento por falta de pan1061. El pro-
blema era la falta de dinero, pues en ocasiones llegaban barcos con trigo y otros
bastimentos en época de necesidad y no hallaban comprador, debiendo zarpar sin
vender el alimento. No se alargaba en más detalles Massieu, quien se remitía a la
exposición desarrollada en la sesión de 25 de agosto de 1659, con motivo del do-
nativo de 10.000 ducs., todavía sin liquidar, mencionando de paso los de los años
1632, 1641 y 1664, que no alcanzó la categoría de los demás (el mantenimiento
del tercio en Badajoz), además de reseñar las contribuciones concejiles y vecinales
en las reparaciones y edificaciones defensivas, la provisión de pólvora y otros per-
trechos militares, pago de soldada al condestable y a los artilleros, alojamiento del
1117
sargento mayor... Como es lógico, todo el Ayuntamiento secundó a Massieu en la
petición de eximir a la isla del donativo. En cabildos posteriores, el corregidor rei-
teró la necesidad de emular a Tenerife y ofrecer una cantidad, convocándose otro
cabildo general el 16 de octubre1062. En esa reunión se prometieron 5.000 pesos,
incluso el terminar de pagar el donativo de 1658 (faltaban más de 5.000 pesos y el
asunto se hallaba litigioso), pero con arreglo a los siguientes efectos y condicio-
nes: 1) continuidad del 1 % y de las tasas sobre la madera y brea, tal como ha-
bían discurrido en el último donativo; 2) tributación, previa facultad real, de las
tierras baldías de El Mocanal del camino abajo para cultivarlas con viñedo y arren-
darlas, destinando la mitad del dinero al servicio ofrecido y la otra mitad a los pro-
pios con objeto de acudir a necesidades y fortificaciones; 3) incremento de los
propios con la totalidad de esas rentas una vez cumplidos los servicios pendientes.
El corregidor se mostró satisfecho con esta propuesta y creyó cumplida su misión.
Parece que la confirmación regia no contempló todas las condiciones solicitadas,
y existe una referencia a un servicio ofrecido el 21 de marzo de 1672, segura-
mente el mismo de octubre 1671 con algún retoque. Mientras, al arrendamiento
del 1 % se efectuaba anualmente por marzo, pues debía abonarse tanto la deuda
que se acarreaba del servicio de 1658 como ―tras su liquidación― la de 1671-
1672. El arrendamiento del impuesto del 1 % se efectuaba en almoneda pública
mediante dos pregones diarios en el transcurso de 10 días, con remate en el ma-
yor postor, todo bajo el control de los diputados de meses, mientras la percepción
aduanera ―en tanto se adjudicaba el arbitrio― corría a cargo del almojarife, de-
positándose el importe en el arca concejil1063. En mayo de 1673 el corregidor Val-
cárcel comunicó al Cabildo palmero que el servicio estaba aceptado, pero que no
había resolución sobre la petición principal de la isla: las tierras de El Mocanal1064.
Es probable que la cantidad del 1 % se mantuviese estable, pues en marzo de
1678 sabemos de otra postura de 3.000 rs.1065. El importe procuraba remitirse a
Tenerife con ciertas garantías, como consta de la instrucción cursada por el capi-
tán general Velasco al alcalde mayor de La Palma en julio de 16781066, que desea-
ba enviar 6.000 rs. del donativo, disponiendo el general dos opciones: o letra de
cambio o transporte en tres barcos distintos (2.000 rs. en cada uno), para mini-
mizar el riesgo pirático, sobre todo.
1118
do, como en este caso, por la solicitud de donativos1068. Como en otras peticiones,
se exhortó a contribuir con la mayor cantidad posible, dando la opción de ofrecer
el dinero como municipio o transfiriendo la aportación a los vecinos. A Tenerife se
la invitaba a ser exemplo a las demás yslas para que a vuestra imitación hagan lo
mismo, otorgando la comisión de su cumplimiento al capitán general, casi al térmi-
no de la gobernación de Balboa Mogrovejo.
En esa isla, el cabildo general de 6 de agosto decidió ofrecer 10.000 pesos, ade-
lantando además 24.000 pesos a cuenta de las cantidades pendientes de otros do-
nativos adeudados, lo que montaba 34.000 pesos, cantidad a cambio de la que se
solicitaban ciertas mercedes al rey. El 2 de octubre se albergaban dudas sobre la
incierta liquidación de los 24.000 pesos del donativo anterior, por lo que se deter-
minó consultarlo con el capitán general1069. Este despejó algunas interrogantes de
los regidores, puntualizando que tenía comisión para suspender los pagos asocia-
dos al 1 %, de modo que el impuesto quedase libre para que el Cabildo lo aplicase
por finca a la persona interesada en contratar el nuevo servicio, y para facilitar el
donativo el 5 de octubre dictó auto en ese sentido liberando el arbitrio desde fina-
les de febrero de 1676.
Llegados a ese punto, el Ayuntamiento pensaba ya en las mercedes que conve-
nía obtener en contrapartida, pero precisamente una de ellas era una vieja materia
no resuelta que debía desenmarañar. Se trataba del tema, tratado en páginas pre-
cedentes, del privilegio negativo de jurisdicciones en rremunerassión del dicho ser-
viçio. Como cuestión previa, el corregidor se vio obligado a hacer salir de la sala a
cuatro regidores, tres de la familia Ponte (por tanto, interesados directamente en
el tema señorial de Adeje) y el abogado del marqués de esa villa. La gracia supli-
cada ahora era la definitiva determinación del litigio, pendiente en el Consejo de
Justicia, sobre las jurisdicciones que debían restituirse a cambio de 90.000 ducs.,
conforme a los cabildos de 16721070.
Ante la carencia de fondos, y para presentar como creíble la operación ante el
rey, se buscó liquidez y crédito en el mercado; es decir, se efectuaron diligencias
para hallar un particular dispuesto a situar los 34.000 ducs. del donativo en Madrid
a interés razonable. El único atraído por la operación fue D. Juan de Urtusáuste-
gui, quien presentó un pliego de asiento y una carta-cuenta en cabildo general (11
de octubre de 1675) asegurando la anticipación del dinero en dos mitades, la pri-
mera (17.000 pesos) el 31 de diciembre de 1676 y la otra mitad en la misma fecha
de 16771071. En la cuenta fija detallaba Urtusáustegui algunas compensaciones: el
1068 SÁNCHEZ BELÉN, Juan A.: «Mirando hacia delante: las reformas económicas y fiscales en el rei-
nado de Carlos II», en SAAVEDRA VÁZQUEZ, M.ª del Carmen (ed.): La decadencia de la monarquía
hispánica en el siglo XVII..., (2016), pp. 168-169.
1069 AMLL, Libro de actas 17, ofic. 2.º, f.º 218 v.º.
1070 Ibíd., fols. 221 v.º-227. No hubo unanimidad, como fue norma en esta delicada cuestión. Por
ejemplo, el regidor decano, Carreño, pedía deslindar el privilegio de la restitución del señorío de Ade-
je, pues el marqués rendía con su autoridad allí un servicio extraordinario defendiendo la zona de
enemigos, mientras otros reseñaban los perjuicios y excesos del señor, pues la jurisdicción se había
convertido en un coto de forajidos, donde los malhechores adeptos al marqués escapaban al brazo
de la justicia insular, aparte de tolerar el desembarco de mercancías en los puertos y caletas del se-
ñorío sin abonar los derechos reales. Las gestiones en la Corte pasaban ahora de D. Francisco Baup-
tista Lugo de Castillo, que había ofrecido de su peculio 1.000 pesos para seguir la causa para que no
sufriese menoscabo la maltrecha hacienda municipal, a otro comisario elegido por el Cabildo, que
haría uso de esa cantidad. El regidor D. Diego Carreño se mostró opuesto a incluir como principal
merced solicitada la del privilegio negativo al tratarse de un asunto pendiente de decisión en el Con-
sejo de Justicia, mayormente litigando con un caballero marqués de Adeje contioso y de las partes
loables que pueden comprehenderse en un sujeto y que tiene en aquella parte de la ysla defendida
de enemigos.
1071AHPSCT, Prot. Not., leg. 1.652, fols. 11, 14, 31 v.º. Urtusáustegui prometía el desembolso de los
34.000 pesos en 8.500 doblones de dos escudos. Las condiciones se acordaron finalmente a partir de
1119
Cabildo debía pagar, además de los 34.000 pesos, un 16 % por la conducción del
dinero a su cuenta y riesgo más un 10 % anual hasta la cancelación de la deuda.
Anticipándose a las dificultades, el rey admitía en su cédula la contingencia de un
interés del 6 %, pero Urtusáustegui argüía el impedimento de reunir el dinero en
aquella coyuntura en tan poco tiempo a un interés tan reducido. El prestamista se
cobraría en el impuesto del 1 %, que tenía precisamente en arrendamiento en
5.000 ducados anuales (por un cuatrienio que había comenzado en 1674)1072 que
concluían el 15 de febrero de 1678, fecha en la que sería acreedor de 27.510 pe-
sos. Esto forzaba al Cabildo a prorrogarle el arrendamiento del 1 % a Urtusáuste-
gui por otro sexenio, hasta 1684, en las mismas condiciones del cuatrienio que
disfrutaba (55.000 rs. anuales), pues se contaba con ajustar la deuda el 15 de fe-
brero de ese año, incluso con un crédito de 4.309 pesos favorable a la isla. Por
tanto, Urtusáustegui consideraba su aportación como caudal adelantado de los fu-
turos ingresos que recaudaría del impuesto. En cumplimiento de la legislación se
pregonó públicamente por si salían otros postores que mejorasen la oferta, trámite
que finalizó sin novedad. El capitán general también aceptó que gravitase sobre el
impuesto del 1 % la ayuda de costa y el salario para el mensajero municipal y de-
más costos que acarrease la gestión en la Corte. Es más, vista la precariedad del
Ayuntamiento y su imposibilidad de encontrar los 6.000 rs. necesarios para el des-
pacho del mensajero, el general accedió a prestarlos a la institución como autori-
zado a disponer de los fondos del arca del donativo del 1 %. El militar razonaba
que con el dinero que entraría en caja por febrero de 1676 se cubría el pago del
donativo de 80.000 ducs., de modo que el resto quedaba para los otros donativos
pendientes. Como el viaje a Madrid se costeaba con cargo al nuevo arrendamien-
to, se realizaría el reintegro de los 6.000 rs. tras el pago a Urtusáustegui del princi-
pal y de los intereses, y en caso de no aceptar el rey el ofrecimiento se cobraría la
cantidad en la primera cantidad disponible de ese impuesto. La negociación no
cuajó en la Corte, según relató el mensajero Ponte en Cabildo de julio de 1677. De
lo que no pudo librarse el Ayuntamiento fue del abono de 11.979 rs. a D. Diego de
Ponte por los gastos de su gestión, retribuidos con fondos del impuesto del 1 %.
En relación con este punto, y prosiguiendo la prolongada discordancia entre los
capitanes generales y el Cabildo acerca de la deuda municipal tinerfeña con esa
gabela, dos años después del reconocimiento concejil del alcance de 19.537 rs.,
más arriba citado, el capitán general Velasco reclamaba 15.739 rs., de los cuales
6.000 rs. lo eran por el préstamo del 1 %, otorgado por su antecesor Mogrovejo,
para el viaje del mensajero D. Diego de Ponte a Madrid en 1675; todo esto, aparte
de una dita de 19.500 rs. adeudados a los tenedores de las llaves del arca a cuen-
ta de un donativo traído desde La Palma. El Ayuntamiento discrepaba del débito
de 6.000 rs. en cuanto se escrituró en su momento que la toma de tal cantidad del
impuesto fue condición de quedar cubierto, una vez finiquitado el donativo de
80.000 ducs., del primer año que corriese. Es decir, que no gravaba los propios
municipales, asimismo ajenos a la suma del donativo palmero y a otra cantidad de
una propuesta del prestamista, corregida posteriormente en cabildo. Uno de los motivos del interés
exigido por aquél radicaba en la necesidad de valerse él mismo de crédito ajeno, pues tampoco dis-
ponía de la cantidad requerida. También dejó claro que su condición de acreedor era preferente has-
ta el punto de que no debía consignarse ninguna cantidad sobre ese impuesto hasta liquidar su anti-
cipo, incluyendo en esa prohibición al capitán general y al Cabildo, que no podrían emplear los fon-
dos ni por vía de empréstamo ni para socorro de levas ni otra necesidad pública o privada. Otra cláu-
sula estipulaba que el general debía autorizarle la disposición de los 10.000 ducs. que importaban los
dos últimos años del arrendamiento del impuesto. Los pagos en la Península se materializaban en le-
tras de personas abonadas, y en caso de impago Urtusáustegui se responsabilizaba de las obligacio-
nes y gastos. A su vez, el Cabildo garantizaba el cumplimiento del acuerdo con sus rentas y propios.
1072 En 1674 se remató el 1 % por 4 años en 40.000 rs. (AMLL, Libro de actas 20, ofic. 2.º, f.º 158).
1120
31.971 rs. mencionada por el general, pues en definitiva era un déficit imputable a
los custodios del arca por ser de cargo de dichos llaveros el dar la quenta y no es-
te Cavildo, reconociendo únicamente la institución 9.739 rs. por concepto de prés-
tamos del 1 %, que se comprometía a saldar con la renta del jabón1073.
La frustración acompañaba no pocas veces a los donativos ante el incumplimien-
to por la monarquía de las condiciones o acuerdos vinculados a los contratos de
servicio. Y así ocurrió con este donativo, sobre todo en el vital tema de la per-
misión indiana por diez años. Se recordaba en un cabildo de marzo de 1678 el do-
nativo de 1671, con mención del pago de los 24.000 pesos ofrecidos (verificable
en libramientos oficiales por orden del Consejo de Hacienda relacionados con la
leva conducida a Flandes por D. Pedro de Ponte). El influyente regidor decano Val-
cárcel postulaba que, vista la inobservancia de la Corte, se apoderase al procura-
dor enviado por el Concejo para ofrecer los 10.000 pesos ya negociados por D.
Diego de Ponte en el acuerdo de 16751074. La mayoría de los ediles siguieron su
parecer, pues como indicaba D. Juan de la Torre debía ofertarse esa cantidad aun-
que sea, como dice el idioma vulgar, sacando fuerzas de flaqueça. En principio los
regidores recurrieron en esta oportunidad, acuciados por la necesidad, a la contri-
bución voluntaria vecinal, y hasta se intentó la colaboración de Gran Canaria y La
Palma como islas interesadas en el tráfico indiano. Ignoramos si llegó a satisfacer-
se o contabilizarse este ofrecimiento de 10.000 pesos, así como la situación en
otras islas.
A finales de los años setenta comenzó a gestarse otro tributo. Carlos II reclamó
una contribución para una Armada real por R. C. de 25 de febrero de 16771075, que
se extenderá con notable retraso, más de un año y medio después, por lo menos a
las tres islas realengas, aunque hubo intento de extenderlo a otras, como se verá
en el caso de Fuerteventura. La justificación real era palmaria: La suma falta de
medios a que se ve reduysida mi real hasienda para la formación de una harmada
para la defensa destos mis reynos obliga a valerme de quanto pueda condusirme a
este fin1076. La petición de la Corona comprendió a todas las ciudades capitales de
las 19 provincias del reino y a todas las ciudades y lugares cabeza de partido. En
Canarias se encomendó la ejecución de la orden, como en otras ocasiones, al capi-
tán general, y en el caso tinerfeño se hacía referencia también a la conveniencia
de la ejemplaridad de la isla en su respuesta a la demanda regia. También se co-
misionaba a los capitanes generales todas las gestiones de cobranza que el Conse-
jo de Hacienda había delegado en los gobernadores antecedentes, como expresa-
mente confirmaba el rey en su R. C. de 3 de abril de 1677, dirigida al capitán ge-
neral Jerónimo de Velasco1077. La tardanza en conocerse la solicitud real obedeció
capitanía general de Canarias por haberse marchado D. Juan de Balboa sin aguardar la llegada de su
sucesor (VIERA Y CLAVIJO, Joseph de: Noticias de la historia..., t. II, op. cit., p. 264). Como indicaba
Viera, aunque sin indicar fechas de nombramiento, había sido nombrado gobernador de las islas el
conde de Torrejón (R. C. de 24 de septiembre de 1675), pero no vino a Canarias por haberle sido
concedido el gobierno de Cádiz. Nombrado en su lugar el general de artillería D. Joseph de Tapia (R.
C. de 1 de octubre de 1676), tampoco pudo tomar navío por fallecimiento. Finalmente, Velasco fue
nombrado, según la anotación de Cioranescu, el 9 de abril de 1677, pero curiosamente la comisión
1121
a un motivo sencillo: la R. C. de 25 de febrero de 1677 era de carácter general,
aunque fuese cursada en su encabezamiento a cada isla, pero la comisión efectiva
a Velasco para beneficiar el donativo se tramitó con una fecha tardía, por R. C. de
27 de septiembre de 16771078.
para tomar a su cargo los asuntos hacendísticos del archipiélago correspondió a la mencionada R. C.
de 3 de abril de 1677.
1078 AMSCLP, leg. 687, sesión de 24 de octubre de 1678.
1079 AMLL, Libro de actas 18, ofic. 2.º, fols. 120, 123 v.º-124, 124 v.º-125.
1080 AMSCLP, leg. 687, sesión de 24 de octubre de 1678. La comisión a Abreu estaba datada el 17 de
1122
animar el ofrecimiento del donativo para una armada, como si esas naves estuvie-
sen destinadas a surcar los mares isleños. Los regidores, como siempre, coincidie-
ron en la necesidad de convocatoria de un cabildo general (31 de octubre). Allí,
después de la acostumbrada perorata sobre los males que aquejaban a la isla (cri-
sis mercantil indiana, con cinco años sin navíos; volcán de 1677 que afectó a tierra
labradía, por averse tupido con el malpays; extrema cortedad de los propios, que
impedían reedificar el castillo de Santa Catalina), terminaron ofertando 8.000 pe-
sos1081 de esta manera: a) 4.000 pesos sobre el arbitrio del 1 % y derechos de ma-
dera y brea con la misma cualidad vigente, durante el número de años preciso
para satisfacer esa cantidad, una vez saldadas las deudas de donativos preceden-
tes; b) otros 4.000 pesos de atributar ―contando con licencia regia― tierras de El
Mocanal (camino abajo) de viñedo, con condición de quedar como propios conceji-
les después de pagado todo. Abreu, como subdelegado del capitán general, aceptó
el ofrecimiento. No obstante, Velasco no se contentó e instó a aumentar la canti-
dad, pero se le respondió que era imposible, pues ni siquiera se habían podido
reunir 200 o 300 pesos para obtener los despachos de la permisión de Indias1082.
La complicación surgió cuando la Corona, más que atender a la petición de atri-
butar, se inclinó por la enajenación de las tierras de la dehesa. La R. C. de 27 de
mayo de 1680 autorizaba la venta de las tierras de El Mocanal, con el añadido de
poder acudir al 1 % y a los derechos sobre madera y brea (una vez cumplidos lo
donativos asociados a esos arbitrios) para soportar los 8.000 pesos de donativo
«voluntario» destinado a una Armada real, finalidad que ya a esas alturas había si-
do modificada en pro de la atención a las plazas africanas. Pero el ingreso iba a
devenir parco y el Cabildo pretendía contar con un medio perpetuo de financiación
complementaria, aprovechando la disposición real a conceder nuevas fuentes fis-
cales a las haciendas locales. El objetivo era atributar El Mocanal, además de
disponer de los otros gravámenes conseguidos. Así lo planteó el Concejo a finales
de 1680, alegando la imposiblidad de costear con medios concejiles la defensa,
con mención expresa de la pésima situación del castillo de El Cabo, totalmente de-
molido, y de de la fortaleza de Santa Catalina, en la que era imposible el juego de
una pieza de artillería, petición reforzada en otra sesión de abril de 16811083. El
plan capitular consistía en arrendar esas tierras e ir pagando con las primeras
entradas la primera parte de los 4.000 pesos, de forma que al cabo del pago el
principal y decursos pasase a propiedad municipal, y los otros 4.000 pesos ya que-
darían a cargo del 1 % y derechos de madera y brea. La primera respuesta regia
vino en la R. C. de 9 de febrero de 16821084, y no se ajustó a la solicitud del
Cabildo, pues invirtió el orden, dando primacía al uso del 1 % y derechos de ma-
dera y brea para enjugar la mitad del servicio. Además, se dejaba en suspenso la
licencia para atributar hasta contar con informe del capitán general, disponiendo la
pronta recaudación con esa gabela y la remisión del dinero al capitán general, con
el añadido de permitir el recurso a tomar a daño con intereses en caso de nece-
sidad. El informe del capitán general Nieto de Silva, atento en especial a las cares-
tías defensivas de la isla, favoreció la petición palmera: El Mocanal contenía unas
600 fas. valoradas en 50.000 rs. que convenía atributar para sostener y mejorar
reunión también se pedía una ayuda de costa de la real hacienda de 14.000 ducs. con destino defen-
sivo (Cfr.: LORENZO RODRÍGUEZ, Juan Bautista: Noticias para la historia..., t. II, op. cit., pp. 226-
228).
1084 AMSCLP, 725-1-1-95, f.º 245 (cfr.: LORENZO RODRÍGUEZ, Juan Bautista: Noticias para la his-
1123
las instalaciones militares y el personal de guerra, amén de posibilitar el cumpli-
miento del donativo pendiente, pues calculaba 8.000-10.000 pesos para reedificar
los dos castillos, invertir en la compra de 150 qq de pólvora, 15 qq de cuerda y
400 granadas, además de ser precisos 300 ducs. para reparar los encabalgamien-
tos de piezas artilleras y dotarlas de herraje, más 600 ducs. anuales para asoldar
al condestable y a los artilleros, amén de adquirir municiones y pertrechos. Los
castillos, exponía Silva, correspondía fabricarlos a los vecinos con caudal y no a los
pobres, sin exención de los eclesiásticos, rememorando a ese efecto lo ocurrido
con el reparto de 3.000 ducs. a mediados del s. XVI. También tuvo presente el mo-
narca el escrito con diligencias de 23 de octubre de 1682 en que se demostraba la
quimera de tomar a daño con intereses 4.000 ducados en la isla. Como resultado,
se expidió la real cédula de 30 de noviembre de 16831085, admitiendo el servicio de
8.000 pesos. Conviene destacar en ese documento los siguientes puntos condicio-
nantes: 1) ajuste de la cuenta de lo procedido del arbitrio del 1 % y entrega al ca-
pitán general para su remisión a la Corte; 2) facultad al Concejo palmero para atri-
butar las tierras de El Mocanal del camino abajo mediante remate en almoneda pú-
blica durante el tiempo necesario para pagar el donativo; 3) la mitad de la renta de
esas tierras se utilizaría en gastos militares (fortificaciones...), a pesar de advertir
que la conservación de los castillos o provisión de municiones era asunto concejil;
4) asunción por el Ayuntamiento de los gastos derivados de intereses, costos y
gastos de esos 8.000 pesos, cuya administración y cobranza debía seguir el mismo
procedimiento que otros donativos; 5) una vez liquidado el donativo, y en aten-
ción a la estrechez de los propios, las tierras de El Mocanal pasarían a engrosar los
propios, con el fin de atender gastos defensivos (fábrica de fortalezas, municio-
nes, salario de condestable y artilleros...)1086, con prohibición expresa de enajenar
esa propiedad u obligarla a otras cargas. El Cabildo aceptaba, lógicamente, la dis-
posición real a sus peticiones, pero se oponía a contraer el empeño de acarrear
con los gastos defensivos, pues no era viable con el producto anual de El Mocanal,
estimado conforme a la nueva pragmática real en 2.500 rs., lo que originaría un
déficit de 4.100 rs. respecto a los 600 ducs. indispensables para cubrir ese presu-
puesto. En abril de 16841087 pedía el Concejo palmero a la Cámara la exoneración
de la carga militar incluida en la real cédula, a menos que se añadiese la continui-
dad de la imposición sobre el vino acuartillado, cuyo remate era ya tan bajo que se
adeudaban varios salarios al condestable y a los artilleros; además, se rogaba el
mantenimiento del arbitrio del 1 % para acudir a esas obligaciones. Por último, in-
tentó de nuevo el Ayuntamiento tomar a daño con intereses los 4.000 pesos sobre
las rentas de los propios para remitir esa cantidad al rey, pero no encontró finan-
ciero1088. La isla alcanzaría más merced real con la R. C. de 30 de octubre de 1699,
relativa a las tierras del camino arriba1089.
1085 AMSCLP, 725-1-1-35, f.º 247 (cf.: LORENZO RODRÍGUEZ, Juan Bautista: Noticias para la his-
toria..., t. IV, op. cit., pp. 136-139).
1086 En la real cédula se imponía el procedimiento en caso de reparación de las fortificaciones: tasa-
ción de la obra con asistencia de la justicia ordinaria, pregón y almoneda pública, interviniendo el
capitán general si se actuaba de otra forma.
1087 AMSCLP, leg. 687, sesión de 17 de abril de 1684.
1088 La facultad para tomar a daño una cantidad con intereses corrientes se propuso como fórmula
para afrontar los gastos defensivos de 1703, recordándose entonces que esa fórmula había fracasa-
do en intentos precedentes por falta de personas interesadas, aparte de que gravar o empeñar los
propios con semejante procedimiento era disparatado, pues la indigencia de los propios impediría el
desempeño (AMSCLP, leg. 689, f.º 64, sesión de 21 de marzo de 1703).
1089 El Cabildo consideraba insuficiente las tierras del Mocanal de Abajo, pues el número real de fane-
gas repartidas no superó las 300, por lo que suplicaron otras 300 hacia arriba (Cfr.: LORENZO RO-
DRÍGUEZ, Juan Bautista: Noticias para la historia..., t. IV, op. cit., p. 139).
1124
B.7.3. El donativo en las demás islas
Sabemos por una carta del general Eril de 1693 que Gran Canaria ofreció 14.000
ducs. por acuerdo concejil de 3 de octubre de 1678. Será entonces cuando, por R.
C. de 27 de mayo de 1680, se implante el impuesto del 1 % sobre la entrada y sa-
lida de mercancías en esa isla, pero desconocemos el período de contribución con-
signado1090. A este arbitrio lo acompañaron otras gabelas, como el antiguo canon
de 3 mrs./cuartillo de vino atabernado, asignado también para completar el salario
del oidor y ejecutor de la R. Audiencia de Canarias1091.
Como antes se anticipó, parece que en las islas señoriales se intentó pedir el do-
nativo, pues consta que a finales de diciembre de 1678 se leyó en el Ayuntamien-
to de Fuerteventura una carta del capitán general comunicando la petición de un
donativo real para reformar una armada. En la sesión de 7 de enero de 1679 se
razonó la pobreza de la isla para demorar la oferta, en cuanto la cosecha venidera
prometía ser más venturosa. No sabemos si el Ayuntamiento llegó a ofrecer o pa-
gar algo, pero se trató en una reunión concejil de fines de septiembre de ese año,
a instancias del general, que recordaba la promesa de meses atrás, así como del
señor, D. Fernando Matías Arias y Saavedra, que exigía el cumplimiento de ese
servicio1092.
Precisamente Eril se dirigió a la Cámara para que se le expidiera facultad para
exigir la cobranza de las deudas de donativos anteriores, pues se le había facul-
tado para ejecutar las comisiones de percepción de cobros de la real hacienda que
el general Varona y sus antecesores habían desempeñado, pero los Cabildos pu-
sieron reparos a Eril por carecer, como Varona (R. C. de 29 de abril de 1686), de
delegación específica para esa cobranza1093.
1090 PINTO Y DE LA ROSA, José María: Apuntes para la historia de las antiguas fortificaciones..., op.
cit., p. 190.
1091 SUÁREZ GRIMÓN, Vicente: «Propios y realengos...», art. cit., p. 182.
1092 Acuerdos del Cabildo de Fuerteventura, 1660-1728..., op. cit., pp. 108-109.
1093 AHN, Consejos, 4.475, expdte. 39.
1094 La colocación de un millón de escudos en Italia o Flandes suponía un desembolso de dos millo-
nes y medio de escudos, además de los costos de conducción (DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: Política
fiscal y cambio social..., op. cit., p. 70).
1125
Preparado el teatro, comenzó a desarrollarse la obra. La real carta se leyó en el
Cabildo tinerfeño el 23 de junio y 14 de julio de 1681. Precisamente en esas fe-
chas el Ayuntamiento contaba con una cierta idea, habida cuenta de la habitual
maraña de cuentas y ajustes parciales, del débito de la isla con la real hacienda
procedente de los últimos donativos: 863.077 rs. y 5 cuartos, una cantidad nada
desdeñable, superior a 78.000 ducs.1095, lo que no suponía una ocasión propicia
para acumular más deuda. El capitán general indicaría a la Corte más tarde que,
hallándose confusos los regidores les insinuó el medio, conforme a las pautas dic-
tadas por la Cámara, y viendo que no entravan derechos en esta concesión porque
se defendían con la summa miseria que allí se padecía entre los vecinos1096, insis-
tió primero alentando a los ediles para que recapacitaran sobre el ahogo financiero
de la monarquía. Los asistentes coincidieron, sin ofrecer mucha resistencia ni rela-
tar infortunios y escaseces como era habitual en estos casos, orientados por el ge-
neral, en el único expediente para atender la voluntad real: el 1%. Dado que el
donativo anterior, como se explicó más arriba, aun no había sido ejecutado ante el
silencio del poder central, la solución deliberada por el Ayuntamiento se funda-
mentó en activar los 30.000 pesos ofrecidos en 1678 añadiendo 20.000 pesos
más, lo que sumaba un total de 50.000 pesos. Esto suponía, de hecho, una am-
pliación de un donativo anterior no negociado en su totalidad, pagadero ―como
los que estaban corriendo― en el impuesto del 1 %, que de esa manera se iba es-
tirando indefinidamente para poder acomodarse a los nuevos cargos vinculados a
él, y con la apostilla de la indispensable licencia real para derivar todo el procedido
del gravamen al nuevo ofrecimiento paralizando el abono de los donativos en cur-
so. Este esfuerzo isleño se efectuó con estas condiciones, extensivas incluso a los
donativos aun no enterados:
1) La autorización —que también convenía a la monarquía— de distraer 2.000
pesos anuales de ese arbitrio para las fortificaciones del puerto capitalino, por ser
la parte más ariesgada y por donde se conquistó por los señores Reyes Católicos,
de gloriossa memoria, por donde puede ser invadida.
2) La ampliación a diez años de las 1.000 toneladas del privilegio mercantil ca-
nario de la Carrera de Indias (la permisión era de cuatro años —finalizaba el 25 de
abril de 1682— y por 600 tm). De esa manera, argumentaban, se reducían los
costos asociados a las frecuentes gestiones de renovación del permiso, por estar
tan distantes y en parte tan remota y por tener por cossa ympossible el poderse
conservar estas yslas y defenderse de los enemigos sin este comercio. Agregaba el
Cabildo su pretensión de proponer el navío de permisión al juez de Indias1097, ade-
más de recalcar la naturaleza esencial de esa merced para dar salida al vidueño,
en particular con la mirada puesta en el último trienio, que resultó calamitoso de-
bido a la estrechez exportadora.
3) La consecución de un privilegio para los milicianos isleños: la validez de los
servicios prestados por estos en sus compañías para computarlos en los ascensos
a que se hiciesen acreedores en guerra viva, demanda importante en especial para
la oficialidad.
El 31 de agosto envió Silva a Madrid la escritura firmada un día antes por el Ca-
bildo1098, y allá, como era preceptivo, se remitió al Consejo de Indias lo solicitado
respecto al comercio americano. Por despacho de 9 de febrero de 1682 se otorgó
asunto convenido con el Cabildo, con referencia expresa a los acuerdos concejiles de 14 y 17 de julio
de 1681 (AMLL, XVI. Cuaderno de datas y otras escrituras, f.º 1.007).
1126
la aprobación de ese donativo por el tiempo necesario para satisfacer los 50.000
pesos, intereses y costos incluidos, pero con cortapisas, dejando de atender algu-
nas peticiones isleñas1099. Tras la consulta del C. de Cámara, se rechazó el aumen-
to de 600 a 1.000 tm, la licencia de un solo arqueamiento (concedido, como se re-
cordará, por la R. C. de 27 de mayo de 1680, respecto a cual se aducía que había
algunos ymconbenientes, no obstante que por la dicha mi sédula se os avía conse-
dido un arqueamiento solo) y la antelación sobre otros libramientos, retrotrayendo
la materia de la permisión indiana al punto anterior a esa real cédula de 1680. Los
50.000 pesos debían entregarse al general Silva para remitirlos a la Corte, y para
adelantar esa cantidad se autorizaba al Ayuntamiento a tomarla a daño con inte-
reses con arreglo a lo habitual en las islas. El 6 de agosto de 1682 el general Silva
mostró en cabildo la real cédula de aceptación, con las calidades de extraer la can-
tidad pedida para las fortificaciones, la permisión indiana menguada y la conside-
ración de equiparar los rangos militares de las milicias a los del ejército profesional
si se servía en guerra viva1100. La escritura de obligación sería cursada asimismo
después de una consulta (7 de octubre de 1683) al presidente del Consejo de Ha-
cienda para que se valiese de ella a los efectos recaudatorios correspondientes,
teniendo en cuenta que el pago había comenzado en febrero de 1681, cesando los
donativos anteriores hasta ser liquidado este último, tras haber hipotecado el Ca-
bildo dicha renta del 1 %1101. No resultó llano el proceso en el trasiego entre Con-
sejos (Hacienda, Castilla, Cámara) entre 1683-1684. La Cámara, donde llegó el
asunto en marzo de 1684 tras haber permanecido en estudio en el C. de Hacienda,
resaltaba que a raíz del primer donativo de 30.000 pesos el Ayuntamiento de
Tenerife había orillado ceder el arbitrio del 1 % para venta o empeño y en su lu-
gar añadió luego los 20.000 pesos. El interés de la Corte se centraba en la calidad
e inmediata liquidez del efecto (el 1 %) y buceó en su origen; es decir, averiguó
que en principio había sido señalado para mejorar la defensa de la isla (fortifica-
ciones, municiones…) y posteriormente afectado a otros servicios de que se pre-
sume está deviendo grandes cantidades. Esta debilidad de la finca no fue del agra-
do real, pues no se debe tener por efecto prompto este por no haver persona que
quiera entrar a negociarle. Aparte de la reducida fiabilidad del gravamen estaba la
parva cuantía que de modo efectivo reportaba a la hacienda regia: por un lado, la
Cámara previno sobre el acusado descenso de la renta (87.600 rs. de plata en el
quinquenio 1659-1664 frente a 72.000 rs. en los años setenta); por otro, del mon-
to debían descontarse 66.000 rs. consignados al abono de las dos antiguas merce-
des (pago a la viuda del ex capitán general Dávila y a la condesa de Cabra), cir-
cunstancia que apenas dejaba unos 6.000 rs. anuales libres para la monarquía1102.
Por todo ello se calculaba que la hacienda real tardaría en disponer de los 50.000
pesos más de siete años, incluso prescindiendo de las mercedes situadas sobre el
gravamen. El Consejo de Hacienda reiteró la fórmula que podría captar a finan-
cieros y depararle dinero con agilidad: la cesión del 1 % al rey para que pudiera
ser empeñado o vendido con el pacto de retrovenderlo de modo que Tenerife pu-
diera desempeñarlo a voluntad al satisfacer su deuda, pues esto podría interesar a
particulares, que negociarían facilitar dinero al erario público. Entendía Hacienda
que se podría encargar al capitán general la misión de convencer al Cabildo, si
bien la Cámara no se mostró entusiasmada, en particular por tratarse de un negó-
1127
cio ya expuesto medio año atrás y resuelto por el propio monarca, como recordó
en su consulta de 24 de marzo de 16841103. La tesis de la Corona para doblegar al
Cabildo sobre el empeño se centraba en que el arbitrio gravaba en exclusiva a los
dueños de las mercancías que entraban y salían, pero no afectaba a la mayoría de
los naturales isleños, por lo que el rey podía usar del arbitrio (empeño, perpetua-
ción, venta…) como bien propio sin afectar a merced concejil alguna, pero dejaba
esa decisión en manos de Tenerife para tornar más estimable y de mayor gratitud
el servicio. Incluso se animó a encontrar solución financiera en la isla negociando
con algún capitalista residente en ella, ofreciendo desligar el importe de las merce-
des y ubicarlo en otras rentas para facilitar la operación. De todas formas, Silva
fracasó en su intento de persuadir al Ayuntamiento en la línea propuesta por la
Cámara, como expresaba en su carta de 14 de julio de 1683, relatando cómo tras
recibir el despacho real de 30 de noviembre del año anterior reunió al Cabildo el
11 de mayo de 16831104, en el que los regidores rehusaron la perpetuación, venta
y empeño del arbitrio con la invocación del mejor servicio real y, lo que era real-
mente trascendente para ellos, como acto contradictorio con el privilegio fiscal isle-
ño. Al final, se dejó en manos de Hacienda la búsqueda de otra forma de hacer
uso del servicio. La Cámara recomendaba la reasignación de las consignaciones de
las dos mercedes mencionadas en otros efectos y la aceptación real del donativo
conforme estaba dispuesto el Ayuntamiento tinerfeño (consulta de 7 de octubre de
1683), con el alegato final de que es propio de la real grandeza de Vuestra Mages-
tad no se contrabenga al previlegio concedido a la ysla1105.
El Cabildo debió movilizarse para conseguir los despachos de los privilegios o
condiciones del donativo, porque la Corona era diligente para urgir a la satisfac-
ción de los servicios, pero extremadamente pausada en la expedición de sus pre-
mios. Infundía especial desasosiego en los regidores la dilación concerniente a la
permisión americana; por ejemplo, a mediados de 1685, a pocos meses de termi-
nar el último período (mayo de 1686), todavía no se contaba con la autorización
de diez años inclusa en la real cédula del donativo que estamos comentando (9 de
febrero de 1682), por lo que se remitió al agente concejil en Madrid un testimonio
de la carta real para agilizar la materia1106. Las esperas podían resultar de conse-
cuencias negativas inesperadas, pues en diciembre surgió la alarma ante una real
cédula de 24 de septiembre de ese año restrictiva del privilegio mercantil con
América a causa de una denuncia por exceso en el despacho de un navío, y es que
el Consulado sevillano, enemigo de la particularidad isleña con América, estaba
atento a la más mínima evidencia de ilegalidad (estaba aceptado que el fraude era
habitual y crónico desde Canarias) para que el Consejo de Indias impusiera limita-
ciones indeseadas1107.
Igual que aconteció con el donativo de 1680, en este de 1686 nuestra informa-
ción se reduce a Tenerife. Su importancia radica en que en 1687 (fecha del ofreci-
miento) se inició una nueva etapa en cuanto se dio un salto cualitativo temporal
1103 Ibíd.
1104 AMLL, Libro de actas 18, ofic. 2.º, f.º 283. El cabildo general de 11 de mayo fue producto de la
sesión de 26 de abril, en la que el general Silva compareció para entregar la real cédula mencionada
de 30 de noviembre de 1682, urgiendo al general a presionar al Ayuntamiento para que la entrega
del dinero fuese inmediata.
1105 AHN, Consejos, 4.475, expdte. 39.
1106 AMLL, Libro de actas 18, ofic. 2.º, f.º 309 v.º.
1107 Ibíd., f.º 319 v.º.
1128
en la vigencia del arbitrio del 1 %, consistente en la aportación de una cantidad in-
definida sobre ese efecto durante 25 años, pero segregando anualmente la cono-
cida cantidad de 2.000 pesos para fortificaciones y con la compensación de que las
cantidades que pudiesen resultar de alcances contra la isla por las consignaciones
antecedentes se entendiesen condonadas. Como se apreciará más abajo, ese período
fue transcurriendo hasta transformar el dacio en pieza fija del sistema fiscal tinerfeño
(incluso, del canario, como se anticipó, según comprobaremos en otro epígrafe), pe-
se a las tradicionales protestas de los regidores, teóricos defensores acérrimos del
primigenio privilegio real del 6 % de almojarifazgo. La Corona, con una hacienda que
naufragaba ante unos gastos bélicos inasumibles, no renunció a la ocasión de servir-
se de unos ingresos extrapeninsulares más o menos fijos que, aunque muy modestos
en comparación con el déficit, podía constituir un pequeño respiradero a la asfixia
financiera. Pensemos que el desajuste en el costo bélico español en Europa era ya de
un 29 %: entre 1689-1691, el dispendio militar en los Países Bajos alcanzó la formi-
dable suma de 5.426.098 florines frente a unos ingresos que llegaron a 3.844.661
florines. En 1692 no mejoró la situación: 5.426.098 florines de inversiones en la gue-
rra para los que solo hubo unas entradas de 3.844.661 florines. Desde 1695, la mo-
narquía española renunció a enviar dinero a Flandes1108.
Todo empezó el 29 de enero de 1687 con la presencia del capitán general Varona
en la sesión concejil tinerfeña representando la estrechessa del patrimonio real con
las guerras y amagos de ynbasiones, laguna financiera que no se colmaba con el me-
tal aportado por los galeones indianos, pues las urgencias de la Corona requerían un
donativo cuantioço. Mostró entonces una R. C. de 22 de noviembre de 1686 y una R.
O. de 28 de noviembre del mismo año (del Consejo de Castilla) por las que se de-
mandaba esa ayuda1109. La real cédula1110 incidía en la naturaleza del agobio finan-
ciero (los conflictos bélicos) y la insuficiencia de los medios previstos (la incapacidad
de cobertura del metal americano: ...Su arivo no a dado ensanche alguno de medios
por los que an consumido en detención y biaje tan dilatado) y de los extraordinarios
de ajuste o búsqueda de recursos (sin bastar tanpoco al alibio de las urgencias pre-
sentes la probidencia que se a dado con la reforma de mis casas reales y otras mer-
cedes). Como ya se había convertido en costumbre, la Corona solicitaba el servicio de
modo adelantado, con la mayor cantidad posible de contado. Diferido el debate para
un cabildo general (24 de febrero)1111, se constata una aplastante mayoría en la
primera reacción municipal: en principio, rechazo a otra carga por no haberse fini-
quitado el pago de las anteriores (90.000 ducs. del donativo de 1664 y 50.000 pesos
del donativo de 1680, que como se recordará incluía la cantidad ofrecida en 1677) y
por la situación carencial de los vecinos (crisis en la exportación vitícola ante la au-
sencia de la salida de malvasía y el cese de la permisión de Indias, destino del vi-
dueño). Pero, utilizando la estrategia escenificada de ofrecimiento sufrido y forzado
para obtener contrapartidas, a continuación se aceptó la demanda real mediante el
empleo del único medio admitido como posible (1 %), esta vez acompañado de tres
novedades: a) cantidad indefinida de dinero, pues no se brindó una cifra concreta,
sino la recaudación de un arbitrio a medio plazo, una vez satisfecho el abono de los
rezagos de donativos anteriores; b) el alargamiento considerable del número de años
de vigencia del arbitrio hasta 25, dejando abierto su sistema de provecho o gestión
(por empeño, remate o administración), aunque puntualizando, como era de rigor, la
extinción del gravamen al término de ese período; c) la inclusión en ese servicio de
1108 ECHEVARRÍA BACIGALUPE, Miguel Ángel: «El ejército de Flandes en la etapa final...», art. cit., p.
572.
1109 AMLL, Libro de actas 32, ofic. 1.º, f.º 42.
1110 AMLL, R-XV-4.
1111 AMLL, Libro de actas 32, ofic. 1.º, fols. 42-47.
1129
los débitos acumulados a causa de los donativos ofrecidos hasta entonces por la isla.
Las mercedes suplicadas eran las siguientes: 1) la continuidad de la disposición anual
de 2.000 pesos para las fortificaciones santacruceras; 2) mejoras en el régimen de
excepcionalidad isleña con América conforme a la concesión de 1678, amparándose
en el sempiterno discurso (en gran medida correspondiente en esta ocasión a la rea-
lidad) de los problemas exportadores y monetarios, con la matización de facultar a
Tenerife para navegar al menos 400 t en distintas embarcaciones, pues el escaso ca-
pital impedía el mantenimiento de un solo navío de potente calado para llevar toda la
carga permitida; 3) transferencia a Tenerife del eventual déficit de carga consignada
a La Palma o Gran Canaria en esa permisión indiana; 4) exención del impuesto de
entrada de cereales, esencial en un territorio con grave insuficiencia en granos, adu-
ciendo el riesgo de despoblación y el rol paternal del monarca mirando con la benini-
dad de padre la conserbasión destos vasallos, e imitando en esta franquicia a los rei-
nos de Castilla1112; 5) anulación de la doble o triple fiscalidad aplicada a un mismo
género en el comercio interinsular tras haber pagado ya los derechos de entrada en
una isla cuando, por falta de mercado, se reexportaba o pretendía introducir en otra,
con el curioso y pernicioso efecto de que la sisa se confunde con el valor principal de
la mercancía1113; 6) comprehensión en este servicio de la media anata pendiente de
satisfacer para acceder a la merced del privilegio de fieles ejecutores (donativo de
80.000 ducs.).
Hubo ediles disconformes con un ofrecimiento tan prolongado en el tiempo y, por
tanto, descomunal pues incluso en la coyuntura difícil de entonces la concesión del
uno por ciento por diez años podía reunir unos 50.000 pesos, siempre que se sus-
pendiera en ese lapso el pago de los restos de los servicios pendientes de 90.000
ducs. y 50.000 pesos1114. Ante alguna acusación por parte de un regidor ausente en
esa sesión y las dudas surgidas en torno a las deudas cubiertas por el nuevo ofreci-
miento, se aclaró en la sesión del 16 de mayo que no solo lo estaban las atribuidas al
Cabildo, sino a los particulares que por débitos litigiosos adeudasen restos del im-
puesto, cuestión particularmente referida a los arrendatarios morosos del 1 %, obli-
gados por escritura a liquidar el precio de su ejercicio de acuerdo con las escrituras
otorgadas con obligación de bienes1115. Aunque solo se mencionasen los últimos do-
nativos, no estaba clara la liquidación total de los anteriores, situación con la que se
pretendía terminar ahora. Esto fue una trampa para los Cabildos, pues la Corona in-
terpretó ―como se comprobará― las cuentas y prácticamente nunca consideró satis-
fechos los donativos del s. XVII, a pesar de la evidencia de su cancelación.
La idea subyacente en las medidas compensatorias solicitadas era la pervivencia
del modelo económico dominado por la clase dominante tinerfeña. Dejando a un lado
la cuota asignada a fortificaciones, necesaria para consolidar una defensa potente sin
extenuación de la hacienda municipal, es preciso subrayar las dos peticiones relacio-
nadas con el comercio americano, que aunque nunca había sido dejado de lado, vol-
vía a un primer plano en la nueva era instaurada en el trato mercantil isleño con In-
glaterra. Una vía para reforzar la salida de los vinos (en este caso, vidueños) y man-
tener la presencia e interés de los negociantes extranjeros (en particular de los in-
gleses) en el malvasía (recuérdese que había distintos tipos de malvasía, y que solo
uno era conducido al mercado británico) era asegurarse mediante un adecuado
reparto la participación de los diversos propietarios-exportadores-armadores median-
te porciones del cupo tinerfeño, que se intentaba engrosar sutilmente a través del
1130
mecanismo de aprovecharse de la mayor dificultad de las otras islas realengas para
enviar su porción. En otro orden de cosas, las dos últimas mercedes son enorme-
mente significativas: por un lado, como se ha apuntado en capítulos anteriores, el
progresivo desajuste cerealístico (en general, de abastecimiento del mercado interno)
en Tenerife, era ya muy peligroso y en una etapa novedosa de importantes proble-
mas exportadores, convenía apuntalar y abaratar el abasto de granos (no reiteramos
aquí lo expuesto acerca de la salida migratoria, los planes de la oligarquía en con-
nivencia con la Corona, el temor a una situación social comprometida...); por otro, la
reivindicación de una fiscalidad cero en los productos redistribuidos procedentes de
otros mercados foráneos miraba a los intereses asimismo de Tenerife: su papel cen-
tral en la importación, como receptora de la mayor parte de navíos extranjeros y re-
sidencia de las más importantes colonias de ingleses franceses, flamencos, etc., ade-
más de la participación en este negocio de la clase dominante agroexportadora de la
isla, buscaba robustecer esa posición en una coyuntura de cierta incertidumbre, faci-
litando el consumo de los sectores compradores de otras islas. Un «regalo» añadido,
nada desdeñable para la oligarquía y sus deudos, era la práctica impunidad que su-
ponía la condonación de las deudas por mala gestión de los responsables capitula-
res. Naturalmente, el mundo de las súplicas, demandas y deseos concejiles solía es-
tar alejado de la voluntad regia y de los Consejos en atender a tales pretensiones.
A principios de cada año se ordenaba en sesión capitular el despacho de edictos
para el arbitrio del 1 % en los tres puertos de Tenerife para admitir posturas, deci-
diéndose por el mayor ponedor y aprobándose las fianzas, en su caso, antes del ven-
cimiento del período anterior (mediados de febrero)1116. Conviene notar que el im-
puesto adquirió carta de naturaleza sin obtener licencia real ni haberse conseguido,
por tanto, ninguna compensación, lo que se prestó a descontrol y a improvisaciones.
La única resolución despachada casi de inmediato, gracias a la favorable consulta de
la Cámara (con previo pase por el Consejo de Indias) de 31 de enero de 1688, fue el
aumento hasta 1.000 t de frutos propios a Indias, con la contrapartida de llevar 5
familias a Puerto Rico por cada 100 t. Era ostensible ―como hemos corroborado en
los capítulos precedentes― el celo de la Corona por la colonización puertorriqueña y
el papel de Tenerife (y de algunos de sus personajes de prosapia, como comproba-
mos con Franco de Medina) en ese objetivo durante las dos últimas décadas del seis-
cientos, prolongándose esa relación en los comienzos de la siguiente centuria.
A comienzos de 1690, a punto de finalizar el arrendamiento cuatrienal del arbitrio
en D. Agustín Interián, el corregidor pidió un pronunciamiento a los regidores. El
acuerdo mayoritario aludía a la inexistencia de facultad y aprobación real para la pro-
secución del impuesto, que de nuevo se solicitó. Entretanto, la fórmula de gestión
fue el arrendamiento por un año, pidiendo al capitán general Eril, como juez conser-
vador del 1 %, que se encargase de la administración nombrando a las personas idó-
neas en los puertos1117. El refrendo real no llegaba y lo que iba a ser un acomodo por
un año se convirtió en una administración por un trienio, hasta que a principios de
1693, sumido el Cabildo en el desconcierto por la ausencia de noticias de la Corte,
planteó al capitán general su intención de tornar al remate de la renta por la institu-
ción. Esta se acometerá conforme al procedimiento tradicional: pregón durante nue-
ve días en los tres puertos principales y adjudicación al mayor postor, verificándose el
proceso final ante el corregidor y los regidores diputados, con la reserva de rectificar
y acordar lo conveniente en caso de descubrir que ya estaba satisfecha la deuda de
los residuos impagados de donativos anteriores1118. Es decir, que a la carencia de
novedades acerca de la determinación del rey sobre la confirmación del donativo se
1116 Así sucedió, por ejemplo, en 1697 (AMLL, Libro de actas 20, ofic. 2.º, f.º 17).
1117 AMLL, Libro de actas 32, ofic. 1.º, fols. 266 v.º-267.
1118 Ibíd., f.º 400.
1131
unía, como era habitual, la absoluta ignorancia sobre el grado de endeudamiento o
cumplimiento de las obligaciones contraídas.
En marzo de ese año, 1693, el comisionado del Cabildo conoció con certeza que el
rey no aceptaba el servicio por 25 años con las condiciones planteadas por la isla.
Pretendió entonces ajustar cuentas de modo definitivo en la esperanza de haber sal-
dado ya los atrasos de donativos anteriores con los remates efectuados y en atención
a que el gravamen del 1 % contradecía el privilegio fiscal isleño. Con ese objetivo en-
comendó a los escribanos concejiles la composición de las cuentas desde el primer
servicio en que se empleó el 1 %, ajuste que con la documentación atinente al asun-
to debían presentar en un cabildo general1119. Se llevó a efecto el trámite, pero la
cuestión no era tan sencilla: de nuevo se tropezó con la pésima gestión y la extrema
negligencia del Cabildo en la contabilidad. Primero se reparó en que faltaban los da-
tos de los tres años que la renta estuvo en administración y se solicitaron al capitán
general, pero cuando un mes después acudieron los regidores a otro cabildo general
se puso de manifiesto que faltaban todavía partidas no fenecidas de algunos años,
por lo que el informe se postergó a la espera de que el procurador mayor dispusiese
de toda la documentación.
Revisemos qué había sucedido en Madrid en relación con un asunto que parecía
paralizado. La Cámara había consultado el 16 de diciembre de 1690 el servicio tiner-
feño, sometiéndolo al parecer del Consejo de Hacienda. En el entramado de la admi-
nistración polisinodial austracista, dicho Consejo era resolutivo en materia de dona-
tivos, actuando la Cámara como órgano de resonancia que se limitaba a corroborar
las consultas de aquél. En la relación de peticiones de la isla, la Cámara se conformó
desde un principio con algunas y hasta mejoró en otra las aspiraciones isleñas, como
en el caso de la disposición de 2.000 ducs. para fortificaciones (se mostró favorable a
añadir 2.000 pesos más siempre que estuviese bajo control del capitán general)1120;
pero en lo relativo a cuestiones como la navegación a América trasladaba la materia
al Consejo de Indias, y en lo concerniente a los derechos de entrada de granos o la
inclusión de la media anata cursaba el punto a Hacienda. Esto retrasaba la adopción
de medidas y las posibles negociaciones o acuerdos entre instituciones, y el Consejo
de Indias era remiso históricamente a ampliar las ventajas del régimen de excepción
canario. Ya a mediados de 1692 la Cámara, en consulta de 14 de junio, se conforma-
ba con el dictamen de Hacienda excluyendo del servicio ofrecido dos de las condi-
ciones, las dos relativas a privar a la monarquía de más ingresos: la renuncia al
abono de derechos por la entrada de granos y por los géneros reexportados en el
ámbito interinsular, y la inclusión de la media anata referida al privilegio de los fieles
ejecutores1121. Recibida la resolución, el capitán general Eril, antes de publicar la vo-
luntad real entendió oportuno aclarar a la Corte (por carta de 30 de enero de 1693)
los pagos asociados a la renta: 2.000 pesos (16.000 rs.) para las fortificaciones de
Santa Cruz de Tenerife; 24.000 rs. (en otra información se mencionan 25.980 rs.) pa-
ra doña Beatriz Carrillo como merced regia en alimentos para ella y sus hijos por ser-
1132
vicios de su marido y padre, el ex capitán general Dávila; otra suma indeterminada
para la condesa de Cabra por disposición del Consejo de Guerra1122. A esto había que
añadir el sueldo del general por su administración (4.000 rs.) y los gastos de la leva
de 1693.
En medio del endémico galimatías municipal con las rentas y liquidaciones, la Corte
tanteó entonces la voluntad concejil con una contraoferta mediante una carta-orden
del Consejo de Castilla (21 de mayo de 16931123, previa consulta de la Cámara el 6
de mayo), que fue conocida en la sesión del 22 de agosto, por la que se ordenaba al
capitán general la negociación del ofrecimiento capitular para conseguir que el Ayun-
tamiento desistiese de las dos calidades rechazadas. Los regidores cedieron y consin-
tieron, no sin alegar que el aprieto era mayor en ese momento que en 1687. Sin em-
bargo, se amoldó al deseo regio por el conflicto de la monarquía española con el rei-
no con Francia y hasiendo un manifiesto del amor y lealtá [sic] con que siempre a
deseado servir y sacando fuerssas de sus cortedades1124. Se fechaba el comienzo del
servicio el 24 de febrero de 1687 (data del acuerdo concejil del donativo) con el cál-
culo de que la cantidad debía regularse en torno a los 150.000 pesos, habida cuenta
de que el remate en curso era de 58.020 rs. (en realidad, si se manejaba esa cifra de
150.000 pesos durante 25 años, se estimaba a razón de 40.000 rs. anuales). El Cabil-
do reiteró al capitán general la conveniencia de exponer al rey la pésima situación
económica de la isla, que afectaba a todos los grupos sociales, pues a ssido presiso
para conservar las bidas de sus abitadores conseguir licencia regia para importar de
España 20.000 fas. de trigo y empeñar los propios concejiles para contratarlo y com-
prarlo por no hallar préstamo particular a daño. También se confiaba en el pronto
despacho de las otras mercedes aceptadas con la intercesión del general.
La Corte no quería ir tan deprisa, pues otorgaba suma importancia al procedimien-
to de cobro. Así, la Cámara consultó al rey el 14 de noviembre de 1693 sobre esta
cuestión, aun conformándose con que el arbitrio corriese desde la fecha de 1687,
pues en caso de decantarse por la administración directa a través del Ayuntamiento y
entregar el dinero a la persona designada por la Corona se le debía exigir garantía y
debía someterse anualmente a un control de dación de cuentas. Con el respaldo del
monarca para ahondar en esa dirección, la Cámara evaluó tres sistemas: empeño,
1122 Se hizo mención a estas consignaciones al tratar el donativo de 1680. Expliquemos un asunto
que fue un tanto embrollado. El 9 de agosto de 1665 el Consejo de Guerra decidió conceder a doña
Beatriz Carrillo, viuda del ex capitán general de Canarias D. Alonso Dávila (luego, miembro de dicho
Consejo), y a sus cinco hijos una pensión de 250 escudos mensuales; con posterioridad, otorgó otra
renta a la condesa de Cabra (cuyo marido había muerto en la guerra de Portugal). Al asignarse am-
bas cantidades al donativo del 1 %, la real cédula de Cabra fue anterior a la de Carrillo. La de Cabra
fue amparada por el capitán general conde de Puertollano en su derecho a percibir el dinero con pre-
ferencia a la renta de doña Beatriz, pero fue rectificado ese criterio por R. C. de 27 de septiembre de
1678 dirigida al general Velasco. Después de una serie de órdenes y contraórdenes, compensacio-
nes por derechos dejados de percibir y demás, a pesar de que la renta era solo vitalicia, todavía en
1715 seguía cobrando del 1 % de Tenerife su parte correspondiente D. Diego Dávila Toledo Carrillo,
corregidor de Salamanca. Más interesante resulta conocer el medio de llegada del dinero a doña Be-
atriz en Madrid: la red de correspondientes inglesa, al principio integrada por Roberto Edwards, con-
tinuada por su compatriota y socio Diego Trolope, y más tarde por Cristóbal Francis, quien remitía el
dinero a la capital española a otro inglés, D. Francisco Arter. Este servicio implicaba una comisión de
un 50 % para los intermediarios (AHPSCT, Hacienda, exptes. 840 y 861). Seguramente la cantidad
concedida a la viuda de Dávila tenga que ver con el embargo sufrido por el general, que afectó a sus
bienes y sueldo, por 4.000 ducs. de plata que había utilizado de los efectos de la represalia contra los
ingleses. El ex capitán general representó su maltrecha situación económica, y como la Corte valoró
que gracias a él se había conseguido en la represalia una gran cantidad para la real hacienda, por R.
C. de 25 de agosto de 1663, dirigida al oidor de la R. Audiencia D. Miguel de Salinas Viñuela, resolvió
que los 4.000 ducs. se le cargasen a cuenta de los sueldos vencidos, al tiempo que debían alzarse los
embargos efectuados (RSEAPT, Fondo Moure, RM 264, f.º 1).
1123 AMLL, R-XV-17.
1124 AMLL, Libro de actas 32, ofic. 1.º, fols. 415-417.
1133
remate o administración, examinando el producto del gravamen en los seis años
inmediatos y las cargas inherentes. Con esas miras interpelaron al capitán general y
a la Real Audiencia de Canarias, que al principio dieron largas al tema y decepciona-
ron con su aportación, ya que no fue en término de conseguirse el puntual cono-
cimiento que se desseava tener, con que no se pasó a executar otra cossa1125. En su
descargo habría que decir que no era sencillo inclinarse por un sistema desde el
punto de vista del beneficio de la monarquía. La Corte reclamaba una respuesta más
expedita y concluyente, pero ya a mediados de 1694 se habían pronunciado las prin-
cipales instituciones. El sistema, recordemos, funcionó hasta 1690 del mismo modo
ya conocido: remate municipal al mejor licitador y entrega de la obligación afianzada
al capitán general como juez conservador de su cobranza, el cual nombraba a un de-
positario. En 1690, año en que corrió la administración a cargo de Eril, había ascen-
dido la recaudación a 107.994 rs., un sensible incremento respecto a los remates in-
mediatamente anteriores (el año antes por ejemplo, con D. Agustín Interián, el rema-
te había sido de 75.000 rs). El capitán general continuó con la administración un trie-
nio (hasta 1693), fecha en que se reanudó la modalidad de los remates (por cuatro
años, a 58.020 rs. anuales hasta 1697, en que se adjudicó por un trienio por valor de
50.500 rs.). En cuanto a la Real Audiencia de Canarias, tras recibir real cédula de 1
de diciembre de 1693 solicitando informe sobre ese asunto, en junio del año siguien-
te respondió apoyando la administración. Los oidores ignoraban el valor del impues-
to, pero dedujeron a partir del almojarifazgo de Tenerife en 1690-1693 (unos 60
cuentos de mrs.) una cifra en torno a 80.300 rs. anuales brutos, razonando para pre-
ferir la administración sobre el arrendamiento: ...el comercio del mar suele salir de el
regular curso y dar de provecho en una buena zafra el valor de dos medianas, aun
concediendo la mayor seguridad del sistema de remate ante las eventualidades. Lo
que desechaban frontalmente era el empeño, ya que conllevaba el premio de grue-
sos intereses por la anticipación.
De nuevo la Cámara requirió al tribunal por carta de 14 de octubre de 1698 para
que remitiese el informe que en su día había elaborado sobre la materia el oidor D.
Pedro Calderón y Barrionuevo. La Real Audiencia dictó provisión al Cabildo tinerfeño
el 9 de enero de 1699 para que informase sobre el donativo desde 1687 hasta ese
momento, y porque creo no tienen buena quenta los regidores de aquella isla, dilata-
rán el darla. El tribunal canario reiteró su petición en sobrecarta de 5 de marzo1126. A
la desidia o desinterés de los capitulares habría que añadir el conflicto entre institu-
ciones. Calderón expresaba su desesperación en 1699 ante el escaso o nulo eco de
las resoluciones de su institución, máxime desde que en 1697 ostentaba la capitanía
general el tinerfeño D. Pedro de Ponte, indicando que Tenerife, como todas las de-
más, es tan rematada en quanto a la justicia porque la guerra se a levantado a maio-
res con hallarse con el capitán general natural de ellas, y solo nos ha quedado la fa-
cultad de quexarnos, i mui limitada1127.
El Cabildo se presentó ante la Corte como ajeno a los manejos del arbitrio, cuyos
ingresos reales aparentaba ignorar en cuanto su receptor y custodio era un deposita-
rio nombrado por el capitán general, pero sí creía a finales del seiscientos que no so-
lo estaban liquidados los residuos de los donativos, sino que incluso sobraba dinero.
Cabildo de Tenerife ante su desobediencia. Según el memorial de Lucas de Toledo Guadarrama con-
tra el comandante general D. Pedro de Ponte, este nombró por almojarife de Garachico a su herma-
no D. Esteban de Ponte; en el Puerto de La Orotava, a su cuñado D. Gaspar Rafael de Ponte; y como
recaudador designó a su hermano D. Francisco de Ponte. El objetivo, según Toledo, era ocultar los
fraudes, de modo que no había dado cuenta de la renta de esas aduanas [RSEAPT, Fondo Moure,
RM, 132 (20/30), f.º 306].
1134
El otro protagonista obligado, el capitán general, mostraba sus dudas en el informe a
la Cámara (12 de mayo de 1694), ya que aunque el importe del trienio administrado
por Eril, deducidos los costos de gestión, había sido de 203.402 rs. y 3 ctos. (todavía
faltaba por ingresarse parte del tráfico del puerto de Garachico), el gobernador titu-
beaba entre la mayor utilidad del sistema de administración o de remate, pues en el
primer caso no había que fiarse de las cifras más elevadas de la etapa de Eril, que
podían ser pura contingencia o azar, en tanto el arrendamiento aseguraba un ingreso
fijo. Lo que sí rechazaba era la venta por no hallar beneficio para la real hacienda y
difícilmente sería atractiva para un negociante debido al riesgo de la finca al funda-
mentarse en la extracción de frutos (el arrendamiento entonces era de 56.000 rs.).
(Cuadro XI)
Rendimiento del 1 % (1689-1700)
Rendimiento o cifra de licitación
Año Sistema de gestión
(rs.)
1689 Remate 75.000
107.597 (Santa Cruz: 9.054; Puerto de la
1690 Administración Eril (16-2-90 a 15-2-91)
Cruz: 91.004; Garachico: 7.538)
53.687 (Santa Cruz: 7.552; Puerto de la
1691 Administración Eril (16-2-91 a 15-2-92) Cruz: 3.135; Garachico [incom-
pleto]: 3.000)
42.115 (Santa Cruz: 8.021; Puerto de la
1692 Administración Eril (16-2-92 a 15-2-93)
Cruz: 34.094; falta Garachico)
1693-
Remate 58.020
1696
1697-
Remate 50.500
1699
Fuentes: Actas capitulares de Tenerife y AHN, Consejos, 4.475, expte. 39 (Elaboración propia). En los datos de la
administración del general Eril están descontados los costos salariales de almojarifes y guardas. Hay que reparar
en que el «año» impositivo corría de mediados de febrero de un año al siguiente, de modo que las fechas
indicadas en la primera columna van referidas al año de inicio, que cubre la mayor parte del año de exacción.
1135
nó al Cabildo a restituir la cantidad con cargo a los propios, a pesar de que en princi-
pio el fiscal de la causa había dictaminado contra los bienes del mayordomo1130.
Se reconocía esta circunstancia de alegalidad en 1703, cuando ante la ausencia de
rematador el corregidor y los diputados remitieron los autos al Concejo porque le
atribuían condición de renta real, no ostante que no está asetado ni concedido las
mercedes que por él se pidieron1131. En esa tesitura el Ayuntamiento pidió al capitán
general que nombrase a las personas idóneas para la administración del efecto. Nue-
vamente, en agosto de 1705, cundió la incertidumbre sobre el estado del gravamen,
su legalidad y el nivel de cumplimiento de los servicios al rey. Las providencias eran
similares siempre: se encargaba al procurador mayor el acopio y la exposición de
toda la documentación ―en particular de cédulas reales― relativas al impuesto, e
inicio de la consabida discusión sobre si se había terminado de satisfacer o no el 1 %
recurriendo a cuentas, remates y demás papeles desde los primeros donativos ofre-
cidos1132. En el ínterin, como tardaba meses en sustanciarse el asunto, se remataba
la renta en octubre por un año. Por fin, en dicho mes se presentó en el Ayuntamiento
la conclusión del estudio (un libro), en el que intervino el famoso cronista Juan Núñez
de la Peña, del que se deduce un alcance contra los rematadores de unos 500.000
rs., documento que se remitió al capitán general1133. Más suerte (demanda) hubo el
año siguiente, pues se presentaron cuatro posturas y se admitió la de 45.000 rs.1134.
Calculamos que en esas fechas, hacia 1704-1705, se había satisfecho el importe de
los donativos de 90.000 ducs. y 50.000 pesos, pero es evidente que la Corona espe-
raba un aporte suplementario correspondiente al donativo de 1686; es decir, que el
arbitrio le reportase dinero supletorio respecto a la cobranza de los rezagos durante
los diez años que, aproximadamente, debía aún regir el efecto.
1130 Ibíd., f.º 225. El Cabildo solicitó una demora de dos años para satisfacer los rezagos aún adeu-
dados en 1708 por su exmayordomo.
1131 Ibíd., f.º 135.
1132 Ibíd., f.º 170; Libro de actas 33, ofic. 1.º, f.º 219.
1133 AMLL, Libro de actas 20, ofic. 2.º, f.º 175.
1134 Ibíd., fols. 190, 191 v.º-192, 193.
1135 KAMEN, Henry: «¿Decadencia o subdesarrollo?...», art. cit., pp. 653-654.
1136
con miras a ese nuevo endeudamiento isleño, contrario al privilegio fiscal, pero con-
servando la disponibilidad de 2.000 pesos anuales para financiar las fortificaciones
como hasta entonces1136. El general lo comunicó al día siguiente a la Corte, pues pre-
cisaba de facultad.
Seguramente acorralado por los problemas bélicos y financieros, el nuevo monarca
fue más diligente que los Austrias, más displicentes en la confirmación de los ofreci-
mientos ―con el consiguiente refrendo de las calidades inherentes solicitadas por los
donantes― pero raudos en el embolsamiento de las cantidades que iban cayendo de
los impuestos consignados. El expediente (actas de tres cabildos de Tenerife con in-
forme del capitán general) lo examinó primero la Cámara de Castilla por orden real
de 12 de noviembre de 1706 y pasó luego al Consejo de Castilla, que efectuó consul-
ta el 20 de diciembre tras sintetizar lo acaecido en torno al impuesto desde 16821137.
Se tuvo en cuenta la recomendación favorable del capitán general, que calculaba un
importe medio de 4.000 pesos anuales (32.000 rs.), una cifra inferior al importe real
de los remates. Discurría el general que la opción reportaba el beneficio de contar
con esas anticipaciones y disponer de remesas con cierta brevedad. El Consejo coin-
cidió con ese parecer, inclusive la merced de los 2.000 pesos para fortificaciones,
pero demandando información complementaria al gobernador de las islas y a la Real
Audiencia, sobre todo en relación con el procedimiento de gestión (arrendamiento o
administración) más ventajoso para la real hacienda. Recomendaba, finalmente, a
Felipe V la congruencia de confiar la comisión a una persona de confianza para fisca-
lizar y cobrar el arbitrio, averiguar el valor en años antecedentes, proceder a la toma
de cuentas y remitir el dinero.
Explicaba todo su proyecto Robles en una misiva de 14 de noviembre de 1706, in-
dicando que había empezado la petición en la isla de Tenerife como la principal y de
la que por su importancia penden todas las demás, exigiendo nuevo juramento a
Felipe V y su proclamación, en especial al enterarse de la forzada salida real de Ma-
drid1138. Añadía la dificultad del ofrecimiento por un cúmulo de circunstancias que
asolaban el archipiélago, pues esa imposición y los donativos de diverso tipo de estos
años iniciales de Felipe V se inscriben en una coyuntura muy dura, caracterizada por
crisis cerealísticas (con episodios extremos en las islas orientales1139), recrudecimien-
to de los intentos de invasión o práctica del corso por ingleses, un corto ciclo de te-
rremotos y volcanes (1704-1706) y nuevas cargas fiscales, que serían las que movili-
zarían a los Concejos más poderosos de las islas y que quizá, en conjunto, expliquen
—como se indicó en el capítulo anterior— la ausencia de levas en Canarias en estos
años. A continuación, valiéndose del ejemplo de Tenerife, el capitán general conminó
a La Palma y Gran Canaria para que la imitasen, que son las que pueden seguir este
curso porque las demás por su esterilidad son incapazes. Obró del mismo modo en
esas islas realengas, exhortando a sus Ayuntamientos a reiterar el juramento y la
proclamación de Felipe V y urgiéndolos con un donativo. Obtuvo de La Palma idénti-
co ofrecimiento que Tenerife: dación durante doce años de la recaudación del 1 %
sobre entrada y salida de géneros, que debía estar vigente aun en la isla. Con Gran
1136 AMLL, Libro de actas 33, ofic. 1º, fols. 229-234. La idea de demorar el gravamen por doce años
fue del representante de La Orotava.
1137 AHN, Consejos, 4.475, expdte. 39.
1138 Ibíd.
1139 Lanzarote y Fuerteventura, además del rol agrario complementario de la insuficiencia de produc-
tos del sector primario respecto a Gran Canaria y Tenerife, sobre todo, sufrieron la condena de un
modelo productivo ―en el marco de un régimen fiscal señorial duro para sus recursos y posibilida-
des―, que las tornaba vulnerables ante las dramáticas crisis cerealísticas. En esos períodos se que-
daban casi vacíos estos territorios a causa de las hambrunas y constituyeron un factor intensificador
de la conflictividad latente en las islas realengas principales a las que se dirigían con ánimo de super-
vivencia.
1137
Canaria alcanzó el mismo compromiso, pero insatisfecho con el resultado decidió
acudir a la isla y duplicó la aportación con un 2 % de arbitrio por doce años1140. Este
donativo, inconcreto como el de 1686, al que viene a reforzar y prolongar, implicó un
alcance generalizado de las tres islas más importantes, las que podían realmente
contribuir y se hallaban más interesadas (las únicas beneficiadas) en el régimen de
excepción americano, lo que facilitó y preparó el camino para el «Reglamento» de
1718. Las islas de señorío fueron excluidas de estos ofrecimientos de gran cuantía.
La Corona, bien informada por los capitanes generales, era conocedora de la imposi-
bilidad de esos territorios, máxime en la crisis de esos primeros años del seiscientos,
que en particular fue dramática en Lanzarote y Fuerteventura. Robles fundamentaba
la limitada contribución de las islas en que están con tanta pobreza quanta no puedo
ponderar, y el que estén pobladas es providenzia de Dios que las quiere mantener
por de V. M. como legítimas partes de su Corona. Por su parte, el Cabildo catedral se
había adelantado el 15 de mayo de 1706 con una contribución al rey para los gastos
de la guerra por 300 doblones, añadiendo en años sucesivos diversas cantidades con
fines militares: 2.000 rs. de plata (500 doblones) el 28 de septiembre de 1707, 500
escudos el 8 de febrero de 1709, 1.000 ducs. el 2 de junio de 17121141. La Cámara
consultó favorablemente el servicio canario con la petición (era una repetición, en
realidad, de esa demanda) al gobernador y a la Real Audiencia de Canarias de la re-
gla u orden que debía seguirse con esos donativos (arrendamiento o administración),
previa indagación del valor en los años anteriores. La Palma obtendría la confirma-
ción real de la prórroga en el impuesto del 1 % por R. C. de 20 de junio de 1707 por
doce años, que contaban desde el día de recepción de esa orden, remitida el 30 de
agosto de ese año1142. Pero la isla no rindió cuentas ni remitió fondos del arbitrio, co-
mo se denunciaba al capitán general en 17151143.
Tanto el ya lejano servicio de los 25 años como el reciente de los 12 años de alar-
gamiento fueron aprobados por R. C. de 19 de enero de 1707. Pero resurgió enton-
ces, no sabemos si por indicación de la Corte o por iniciativa propia del capitán gene-
ral, una exigencia de reintegro de caudales contra una serie de personajes, como el
noble D. Alonso del Hoyo Solórzano, por su papel en el pasado arrendamiento del ar-
bitrio. Páginas atrás aludíamos a la desafortunada (con toda probabilidad, fraudu-
lenta) administración del impuesto, cuya renta muchas veces se liquidó por debajo
de la cantidad prometida, y asimismo indicamos que en un cabildo tinerfeño posterior
al del ofrecimiento de los veinticinco años se aclaró que la inclusión de los residuos
de donativos anteriores a partir de 1687 abarcaba (contra derecho y en perjuicio pú-
blico, pues se trataba de deudas particulares) los débitos de los arrendatarios. Preci-
samente la acción puesta en marcha por el general pretendía ajustar cuentas con
esos deudores en cuanto se conjeturaba que su déficit (posible desfalco en algunos o
bastantes casos) era un delito contra la hacienda real. D. Alonso del Hoyo esgrimirá
como mejor defensa y fundamento el acuerdo mencionado de 16 de mayo de 1687
que suponía una suerte de «punto final», de borrón y cuenta nueva para los adminis-
tradores o arrendatarios del 1 %. Sostenía que la aprobación regia por real cédula lo
amparaba (cuestión que no estaba clara a partir de 1687, solo hasta esa data), argu-
general si la administración debía ser directa, a cargo de esa institución, o ponerla en arrendamiento.
1143 AHPSCT, Hacienda, expdte. 427. Una fuente palmera corrobora que, por ejemplo, en 1711 se pa-
gaba ese impuesto del 1 % (LORENZO RODRÍGUEZ, Juan Bautista: Noticias para la historia…, t. III,
op. cit., p. 411).
1138
mentando la antigüedad de las deudas, las pérdidas por la administración y conflictos
bélicos y sacando a relucir los servicios y méritos familiares1144.
En 1708 el remate del 1 % en Tenerife ascendió a 47.014½ rs.1145. A medida que
se alargaba la guerra, con adversas consecuencias para el intercambio comercial, ba-
jó el rendimiento de la renta, patente en los remates: en 1709 eran 35.049½ rs.1146.
Precisamente el debate concejil sobre el remate de 1710 ofrece una visión de conjun-
to del valor de la renta, así como la especulación de los interesados en ella, que pre-
sentaban dos alternativas: una cantidad mientras perdurase la coyuntura bélica y
otra en cuanto cesasen las hostilidades y se recuperase el comercio. La discusión se
suscitó porque la máxima licitación para el primer caso era de 37.100 rs. y de 44.000
rs. durante ocho años para el segundo, cuando la media de las adjudicaciones en el
quinquenio 1706-1709 (en 1705 se decidió realizar remates anuales de la renta) ha-
bía rondado los 45.500 rs. El contrasentido radicaba en que el rey acababa de permi-
tir el comercio con los países del norte, que constituía el grueso de la renta del 1 %.
Algunos regidores recordaban que en tiempos de paz las pujas por el arbitrio podían
alcanzar los 70.000 rs.1147. Pero el Cabildo se acomodó a las exigencias y contra-
tiempos de los arrendatarios, víctimas de la guerra y del corso. Por ejemplo, en octu-
bre de 1711 el capitán Juan Rodríguez Lindo pidió al Ayuntamiento la prórroga del
arrendamiento por seis años hasta finalizar 1715 como medio de resarcirse de las
pérdidas ocasionadas por el apresamiento de varios navíos que, provenientes del
norte europeo, venían a Tenerife (estimaba el daño en unos 8.000 rs.). El canon
anual estaba fijado en 35.000 rs., obligándose Rodríguez Lindo a subirlo a 50.000 si
se publicaban paces. Pero se presentaron de inmediato otros dos postulantes con
posturas más elevadas, tanto en guerra como en la paz por un año, que fueron res-
pondidas a modo de almoneda por Lindo, cuya oferta final se vio sobrepasada por D.
Antonio Joseph de la Torres en algo más de 41.000 rs.1148.
Otro donativo para cubrir el coste bélico fue solicitado por el rey en enero de
1708 (R. C. de 15 de noviembre de 1707) con la mediación del obispo de Canarias,
quien delegó en sus vicarios insulares la ejecución de ese encargo real. En la ins-
trucción se preconizaba que debía practicarse de la forma más útil y suave, valién-
dose de aquellas personas eclesiásticas o seculares más autorizadas y seguras y
más aceptables a los pueblos1149. Se basaba en el real decreto de 18 de octubre de
17071150, en el que se destacaba el fundamento militar, dada la continuidad de la
guerra por los enemigos de la Corona con más eficacia que nunca, y reconociendo
1144 AMLL, Libro de actas 33, ofic. 1.º, f.º 259. De esta familia se habló ya en este trabajo con motivo
del señorío del Valle de Santiago y, sobre todo, en el desarrollo del capítulo dedicado a las levas, en es-
pecial en torno a la relación entre ascenso nobiliario y servicios militares.
1145 AMLL, Libro de actas 20, ofic. 2.º, f.º 227 v.º.
1146 Ibíd., f.º 247.
1147 Ibíd., fols. 276 v.º-277.
1148 Ibíd., fols. 318-323.
1149 CABALLERO MÚJICA, Francisco: Documentos episcopales canarios. Vol III. De Bernardo de Vicu-
ña a Francisco Javier Delgado y Venegas (1691-1768), Las Palmas de Gran Canaria, 2001, pp. 39-40.
1150 La Corona recurrió varias veces a la Iglesia, fuese mediante donativos o préstamos, y solo este
de 1707 parece que alcanzó a Canarias. En marzo de 1706 la reina solicitó un donativo voluntario a
los eclesiásticos, y el monarca recurrió a un préstamo a ese estamento en febrero de 1707 antes de
la citada real cédula de octubre de dicho año. Posteriormente, en julio y agosto de 1709 se requirió
de nuevo a los eclesiásticos. Entre junio de 1705 y 1707, el 56.6 % de los ingresos de la monarquía
procedió de rentas extraordinarias [ANDÚJAR CASTILLO, Francisco: «Sobre la financiación extraor-
dinaria de la guerra de Sucesión», en Cuadernos dieciochistas, n.º 15 (2014), pp. 27, 38-39].
1139
ser su ánimo proseguirla aún con mejor tenacidad, si bien tras la victoria de Al-
mansa, la recuperación de Aragón y Valencia o la entrada en Cataluña las perspec-
tivas de Felipe V eran más esperanzadoras. Pero esto exigía tanta cantidad de me-
dios, así para esto como para subvenir a los considerables gastos que ocasionan la
defensa de Ceuta y Orán [...], y habiéndose consumido durante esta guerra tantos
millones que parece increíble su número en la manutención de tan copiosas tropas
como han subsistido y subsisten en todas las fronteras, habiendo en todas partes
guerras ofensivas y estando apurados todos los medios de mi real erario... Como
sus predecesores austracistas, el nuevo monarca alegaba su deseo de eludir la im-
posición de nuevos tributos para solicitar el donativo «gracioso y voluntario», uni-
versal (de ahí, en teoría, el recurso a eclesiásticos en vez de a ministros reales,
aunque estos debían asistir y ayudar), cuya porción ha de ser a la voluntad de ca-
da uno, siendo para mí tan apreciable la corta cantidad que suministrare el pobre
jornalero como la mayor parte que diere el más rico personaje, debiendo conducir-
se el importe a la Tesorería Mayor de la Guerra. En cumplimiento de la orden real,
el prelado canario D. Juan Ruiz Simón dictó un mandato episcopal que rezumaba
una apología desaforada del monarca, enfatizando las amabilísimas y tan sobera-
nas prendas personales y naturales con que el cielo le ha dotado, siendo un ángel
en las costumbres y de piadosísimo y suavísimo corazón y de gran valor y espíritu.
El obispo ordenó que se enviasen al rey las listas con los nombres y con lo que se
hubiera contribuido, sin duda un modo de coacción, sobre todo para los poderosos
lugareños. En la circular de 20 de enero de 1708 puntualizaba el procedimiento en
la recolecta:
1. Convocatoria de los parroquianos en el primer día de fiesta siguiente a la re-
cepción de la circular y lectura del edicto.
2. Elaboración por el párroco y la justicia de una lista de eclesiásticos y otra de
seglares, sin excepción posible. El párroco y la justicia elegirían a un eclesiástico y
un seglar (los más aceptables del pueblo), que con los listados en mano realizarían
la petición, que debía ser no coactiva entre los eclesiásticos y al menos de medio
real entre los seglares, estableciendo un plazo de unos ocho días para entregar el
dinero.
3. Depósito de la cantidad recaudada en un comisario secular abonado.
4. Traslado a la ciudad de dicho comisario seglar con los listados de ofrecimien-
tos, certificados y firmados por el párroco y la justicia, entregando todo al tesorero
general del archipiélago para ese donativo. De prometerse en especie, los frutos
los beneficiarían el párroco y el comisario. En Gran Canaria los comisarios entrega-
rían el dinero y los listados al provisor y vicario general, y en las demás islas al vi-
cario respectivo.
Así se recibió la solicitud en el Ayuntamiento de Tenerife1151, contrario a la orden
real que responsabilizaba a la isla del riesgo de conducción del dinero hasta la
Corte. En esta isla intervino el canónigo D. Juan García Ximénez, secretario epis-
copal, nombrando el Cabildo a dos regidores para que auxiliasen al prelado en la
cuestación, que debía entrar en poder del tesorero designado por el obispo. En el
caso de La Palma, su Ayuntamiento se opuso alegando las cantidades entregadas
en los últimos años y el calamitoso estado económico1152. Sacaba a relucir el Cabil-
1140
do sus grandes gastos defensivos, así como las sumas empleadas en actos festivos
institucionales, el donativo de 1701 ―que más adelante se tratará― y la crisis co-
mercial derivada de la guerra, de modo que se hallan presisados a lo que se com-
pra y vende entre unos y otros vezinos a permutar frutos por frutos, pues no se
hallaba moneda, a pesar de lo cual se esforzaría la vecindad aportando algo de lo
destinado a su alimento. Consta la recepción de una carta del capitán general, de
16 de junio de 1712, agradeciendo un donativo de 200 pesos1153.
Desconocemos el importe del donativo de 1707. Según Viera1154, al final se
aceptó a cambio de la exoneración de la cascada impositiva en 1708. No sabemos
si realmente fue así, pero anotemos en qué consistió el conjunto de medidas fisca-
les que suscitaron rechazo general, con los Cabildos como interlocutores ante la
Corona. Consistía en 6 ducados sobre la exportación de cada pipa de malvasía, un
4 % sobre la importación de géneros de ilícito comercio, y otra tasa de 15 % sobre la
entrada de géneros en navíos neutrales (todo esto, aparte del almojarifazgo del 6 %
y del arbitrio de 1 o 2 %, según las islas). La abultada suma de gabelas disparó las
alarmas y los Cabildos y la clase dominante se movilizaron, a pesar de las peculia-
res circunstancias bélicas y los intentos de invasión de Jennings (1706) y la ame-
naza ocasional de Rogers (1708). Serán, como es lógico, las dos islas más ricas,
residencia de los cargos e instituciones más importantes del archipiélago, las que
lideren la protesta. Por parte de Gran Canaria la representó su alférez mayor, D.
Pedro Agustín del Castillo, quien elevó un memorial, mientras en el Ayuntamiento
tinerfeño el personero a finales de junio de ese año inició las actuaciones capitu-
lares con una representación en la misma línea de D. Pedro Agustín1155. La crítica
se centraba en que si ya el 6 % de almojarifazgo significaba 3 escudos (aforando
la pipa a 500 rs.), la adición de los 6 escudos por pipa de vino recién introducidos
hacía subir la cifra a 9 escudos/p., y el 4 % de entrada en géneros de ilícito
comercio, además del 15 % de los productos que entrasen en navíos neutrales, en
realidad el gravamen perjudicaba al isleño (y por extensión, a todas las islas). Se
argumentaba la razón: precisamente eran esos géneros el pago de los vinos, de
modo que el comerciante importador aumentaba el valor de ese producto para ob-
viar la merma en su beneficio; es decir, los mercaderes extranjeros bajaban del
precio del vino los 6 escudos/pipa y recargaban el 4 y 15 % en los géneros de en-
trada. Aplicado esto al caso de Gran Canaria (con el 2 % del donativo, que corría
por doce años1156, como ya se indicó, en el donativo de 1706), se llegaba a un
desmesurado 28 %. Es más, estos dígitos podían incrementarse, en aplicación de
la real cédula de Carlos I —según la cual transcurridos 30 días, se pagaba otro de
6 % de salida y entrada—, hecho más frecuente de lo que parecería a primera vis-
ta, pues los mercaderes, faltos de dinero, dejaban su mercancía en la aduana mu-
cho tiempo. En el mejor de los supuestos (una compraventa antes de dicho plazo)
hay que tener en cuenta la cadena de ganancias de encomenderos, mercaderes y
vendedores. Había, naturalmente, particularidades en la situación de cada isla. La
Palma se opuso al impuesto del 4 %, en cuanto nunca se había exigido allí, ya que
desde el «asiento y contrato» concedido por Carlos I en 1537 se eximía de otras
contribuciones a la isla a cambio de pagar anualmente 430.000 mrs. consignados
mismo el control del retorno en su lugar de residencia (Tenerife). Además, había descendido la re-
caudación de los derechos de almojarifazgo desde el inicio del conflicto bélico.
1153 LORENZO RODRÍGUEZ, Juan Bautista: Noticias para la historia…, t. II, op. cit., p. 317.
1154 VIERA Y CLAVIJO, Joseph de: Noticias de la historia general..., t. II, op. cit., p. 314.
1155 RSEAPT, Fondo Moure, RM 133 (22/39), f.º 44. También se recoge en «Propuesta que hice al
Cabildo y Regimiento desta ciudad sobre los graves perjuicios que ocasionaron al público destas is-
las...», art. cit.
1156 Asimismo hace referencia a esa imposición del 2 % en esas fechas por doce años SUÁREZ GRI-
1141
sobre el almojarifazgo del 6 %1157. En suma, las islas realengas utilizaban como
suprema defensa frente a cualquier incremento fiscal de la monarquía la ratifica-
ción imperial de su moderado régimen tributario obtenido en las primeras décadas
de la colonización. En el caso de Gran Canaria, la carencia de frutos para permutar
aumentaba la saca de recursos en metálico, de forma que la moneda era ya un
raro objeto, sin otra fuente de aprovisionamiento de esta que el moderado tráfico
de granos con Tenerife. Por último, el alférez mayor grancanario citaba como an-
tecedentes de exención fiscal la autorizada por Felipe III (el impuesto de 1 du-
cado/pipa de vino para la fábrica de los muelles de Ceuta y Gibraltar, por provisión
en contradictorio juicio de 13 de febrero de 1618), y la dispensa del uso de papel
sellado, ya mencionada páginas atrás, de 20 de agosto de 1643. En cuanto a Te-
nerife, después de la intervención de su personero se sucedieron los acontecimien-
tos con rapidez. Corría ya la noticia en esa isla de que algunos mercaderes habían
escrito a sus correspondientes que suspendiesen la remisión de géneros y comesti-
bles hasta aguardar si el rey revocaba las imposiciones, con la amenaza de inte-
rrupción comercial en la hipótesis de continuidad de los gravámenes. Se trató la
cuestión en cabildo general a principios de julio y en otras sesiones posteriores. La
urgencia de las gestiones venía dada ante la comisión del oidor fiscal D. Diego Jo-
seph de Tolosa para la averiguación y recaudación de los nuevos derechos im-
puestos a la isla. Finalmente, el 19 de noviembre se leyó en cabildo la real cédula
de 19 de septiembre de ese año 1708 por la que se eximía del impuesto de 4 %
en géneros importados y de los 6 escudos por pipa1158.
1142
rifazgo, tercias y rezagos de donativos, se encontraron con un panorama de oculta-
ción y enredos en las cuentas ―nada infrecuente, por lo demás, y los propios gober-
nadores, como Otazo o Robles, fueron condenados con crecidas sumas por su contri-
bución a la arbitrariedad y corrupción isleñas― y pidieron al Cabildo de La Palma en
1703 dación de cuentas del valor de la aduana y de las tercias de 1681, así como del
producto del 1% asignado para el donativo de 8.000 pesos (el de 1677, según la real
cédula de 1683), pues tenían información de haberse percibido más años de los ne-
cesarios para el ajuste del donativo1160. A partir de ahí se sucedieron otros autos del
capitán general en relación con ese impuesto1161, aunque permitió ―en tanto se
intentaban clarificar las cuentas― la continuidad del 1 %, procediéndose al pregón y
remate de 1703, pues convenía en aplicar a las fortificaciones 3.000 rs. del 1 % y la
mitad de la renta de El Mocanal, una vez cumplido con el donativo pendiente, todo
ello sin alterarse el curso de la causa sobre las cuentas. Ante todo, el capitán general
prevenía sobre el zercano peligro que amenazaba a estas yslas con las fuerzas ma-
rítimas de los enemigos de la Corona1162. El asunto de fondo era que Otazo exigía
que se remitiesen al capitán Joan Manuel Delgado, depositario del dinero procedi-
do de los almojarifazgos, tercias reales y donativos de las islas, una cantidad rela-
tiva a las tercias1163 y otra de 9.305 rs. depositados en Andrés Tadeo García,
derivados del donativo de los 8.000 pesos de 1677, aunque de aquella cifra debían
deducirse los derechos del teniente general de La Palma, licdo. D. Pedro de la To-
rres, del escribano, contador y demás personas que se ocuparon en la causa. El
importe conjunto de lo debido en las tercias y el donativo debía enviarse a Teneri-
fe en letras seguras o, en su defecto, en barcos. Se oponía Otazo a incluir como
primera partida en la data de pago de los 8.000 pesos una cuantía de 3.782 rs. y
18 mrs. que supuestamente se había pagado de más del donativo de 11.000 ducs.
El capitán general sostenía que se trataba de partidas totalmente diferentes, y que
en caso de que el Cabildo hubiese satisfecho de más de un donativo pasado, era
un asunto que debía reclamar a la Corte1164. También avisaba acerca del impago
de los 8.000 pesos, debiendo asumir el Cabildo los costos de cobranza y conduc-
ciones, por lo que se imponía la prosecución de los arbitrios consignados, preci-
sando un plazo de cuarenta días para la remisión al general de las cuentas relati-
vas a los réditos de las tierras de El Mocanal y la aplicación de su procedido. Ya
hemos reiterado a lo largo de este trabajo el desorden, el guirigay de los Conce-
jos en la gestión y contabilidad de los cobros y cuentas de los donativos.
La consecuencia de la continuidad de la exacción del 1 % en Tenerife fue ésta:
los cuatro donativos pendientes de satisfacer desde 1659 sumaban 3.471.000 rs.,
cantidad que el rey tenía de crédito contra el nuevo arbitrio1165. Sin embargo, en
teoría solo estaban pendientes los donativos de 90.000 ducs. y 50.000 pesos (en
torno a 1.060.000 rs.), que incluso con intereses de demora no alcanzaba el triple
avanzado por la Corona, pues además a principios del s. XVIII ya se había ido enju-
gando parte de la deuda con las recaudaciones caídas del arbitrio, que aunque va-
riables con creces suponían la liquidación de esa cantidad. No obstante, la monar-
quía no fue contestada en su cargo. De ese modo, en octubre de 1707 la hacien-
da real estimaba que había recibido por ese sistema para el pago de los donativos
de Medina, que en su día fue administrador de los granos y dineros pertenecientes a las tercias rea-
les en 1681 (bajo administración del Cabildo de La Palma en 1681) por falta de recudimiento.
1164 AMSCLP, leg. 689, fols. 69 v.º-70, sesión de 6 de junio de 1703.
1165 Archivo parroquial de la iglesia de la Concepción de Santa Cruz de Tenerife, leg. 15, fols. 231,
257, 261.
1143
citados 2.630.8101/2 rs. y se le debían 635.329 rs., 1 cto. y 5 mrs. Por razones que
desconocemos, no se reivindicó o solicitó la liquidación particularizada de alguno
de los donativos pendientes de satisfacer, lo que hubiera ayudado a despejar in-
cógnitas, de modo que paulatinamente fueran considerándose zanjados los más
antiguos. Siempre se ofrece el dato de una deuda conjunta, sin especificar, contra
otra cantidad de ingresos. Este sistema, así como la incuria y el fraude beneficia-
ron a la monarquía y a algunos particulares, aunque el Cabildo tinerfeño, por lo
menos, pudo imaginar que podía sacar partido para tomar cantidades que alivia-
sen su abatida hacienda con un impuesto al que se resignó la población. Lo cierto
es que el el gravamen del 1 % se convirtió en la panacea ―a un elevado costo―
de todas las deudas impagadas de los donativos de décadas atrás, jamás aclara-
das.
Ya se comprobó que desde mediados del siglo XVII los Cabildos realengos fue-
ron advirtiendo que no les quedaba más remedio que sumar un punto más al al-
mojarifazgo para saldar donativos anteriores y afrontar las diversas peticiones que
las guerras de la monarquía ocasionaban. Pero no solo la política exterior era res-
ponsable de este aumento de la presión fiscal de modo casi perpetuo, pues cual-
quier gasto añadido hacía peligrar en exceso el ya desajustado equilibrio entre in-
gresos y gastos. En una situación de crisis que se iba convirtiendo en estructural a
comienzos del s. XVIII, los Concejos recurrieron al uso casi indefinido de ese 1 %
para solventar todo nuevo compromiso financiero, donativo o petición a la Corona
(como elemento de intercambio o compra de la merced), pero sin diseñar y aplicar
un riguroso sistema de cálculo y fijación de cuentas para evaluar la deuda pen-
diente. Cuando, como ya se expuso, se discuta en 1714 la reintroducción del re-
gente en la Real Audiencia de Canarias, el Cabildo de La Palma ―que ya en 1707,
como se ha visto, quedó sujeto a satisfacer el 1 % para un donativo durante doce
años más― solicitó la exoneración de contribuir al salario de este funcionario (lo
cual resultaba imposible), o bien la perpetuación de dicho arbitrio en los propios
para poder participar en ese sueldo1166. Argüía el Cabildo la complicada situación
isleña con la falta de propios, la pobreza vecinal que impelía a la emigración, pasán-
dose a otras partes a vivir sin poderlo remediar ni estorbar la real justicia por verles
pereser sin remedio como por la calamidad de las malas cosechas, que no menos les
ha compelido a enagenarse aun de las pressísimas e ynescusables alaxas de oro y
platta de su servicio, poniéndolos en el miserable y último extremo para comprar gra-
nos de vender los usuales bestidos y armas. Como aun faltaban seis años para cum-
plir con el donativo anterior, se pedía detraer del 1 % la parte correspondiente del
salario, reintegrándose al donativo el sobrante, sistema que persistiría hasta finiquitar
la deuda del ofrecimiento.
Como antes se expresó, el gravamen se extendió en virtud del «Reglamento» de
comercio de 17181167 (artículo 26), por el que prometieron las tres islas realengas
un servicio de 24.000 pesos hasta 1724, iniciándose nuevo cómputo en 1725 con
una docena de años más de la gabela del 1 %, además de la conducción anual de
50 familias (de cinco componentes) a América. Cada isla realenga contribuía a ese
donativo de 24.000 pesos con el gravamen del 1 % de manera proporcional, con-
forme al aprovechamiento que les cabía en la permisión indiana, lo que significaba
que Tenerife y La Palma asumían la mayor parte de esa cantidad1168. Lo explicare-
mos, siquiera sea con brevedad, en los párrafos siguientes.
1144
El «Reglamento» de 1718 supuso un cambio significativo en el funcionamiento y
las características del arbitrio. Por un lado, de un modo manifiesto involucró a las
tres islas realengas y la gestión recayó en la real aduana, desapareciendo así la in-
tervención municipal, pero manteniendo el destino de parte de la recaudación en
fines defensivos isleños. De nuevo se vinculó en la argumentación isleña ―en este
caso utilizamos el ejemplo de La Palma― la continuidad del régimen de excepción
indiano con los servicios y méritos defensivos, mencionándose la fábrica de nuevas
fortificaciones, el estado de alerta con las armas preparadas, y la exhibición del va-
lor que heredaron de sus mayores expuestos a perder sus vidas por su rey y señor
natural y defenza de su patria1169. Pero esa inclusión de las tres islas en un mismo
documento hace que los plazos y prórrogas corran por igual para las tres, así co-
mo los fundamentos y objetivos del donativo. Como el «Reglamento» surgió de la
voluntad regia de encauzar de una manera estable y más regulada el régimen de
excepción canario con América, la negociación se entabló en Madrid por parte de
representantes de las tres islas con intereses más directos y amplios en ese tra-
to1170, por lo que las disposiciones (con el gravamen del uno por ciento) afectaron
solo a ellas. No existe una cifra concreta de ofrecimiento o promesa de donativo,
sino que se calculó en los expresados 24.000 pesos escudos de plata la cantidad
que podría rendir el 1 % durante un sexenio, aunque en proporción distinta según
la isla (Tenerife, 14.000 pesos; La Palma, 6.000; Gran Canaria, 3.600), en conso-
nancia con el beneficio que obtenían de la participación en el comercio americano
según la cuota asignada a cada una de ellas. Todo esto, sin haberse saldado su-
puestamente (según la interpretación de la Corte) los donativos anteriores de di-
chas islas, cuestión que hacía prever (no era ninguna novedad) una persistencia
del gravamen por acumulación de otras deudas e incumplimiento de plazos, lo que
siempre podía argüir la monarquía ante la carencia de datos fiables o el deseo de
la oligarquía de ocultarlos por intereses espurios. En teoría, el objetivo perseguido
era doble:
1) La entera satisfacción de las cantidades atrasadas (no especificadas) por
las islas. Obviamente, se trataba de deudas singulares, distintas en cada isla,
pues no solo las cantidades obligadas en sucesivos donativos habían sido di-
versas, sino también las cantidades recaudadas por los conceptos asociados a
esos servicios (en Tenerife y La Palma, el 1 %; en Gran Canaria, en principio el
1 %, pero al menos a principios del s. XVIII, el 2 %). Además, las modalidades
de pago y contabilidades habían sido diferenciadas, con lo que suponía de deu-
das contraídas por los Cabildos respecto a las cantidades ingresadas y pagos
efectuados para necesidades reales con lo procedido del arbitrio del 1 %. Parece
que a todos convino silenciar este apartado y remitirse a la comodidad aceptada
de un punto más de gravamen sobre el comercio exterior, aparte del indiano.
2) En el propio «Reglamento» se incidía en el carácter militar del impuesto,
como ponía de relieve D. Alonso de Nava Grimón en una representación al Ca-
bildo en 17921171. Continuaba así la cláusula de la disponibilidad de 2.000 ducs.
anuales para la fortificación, pero no limitada a las obras del puerto de Santa
Antonio M. Bernal y Antonio M. Macías Hernández, Santa Cruz de Tenerife, 1988, pp. 77-78.
1145
Cruz de Tenerife y su marina, pues se extendía a las otras islas de realengo1172;
además, se debía utilizar esa cantidad para las obras de fortificación (con
inclusión del montaje de artillería, armas, explanadas…) de las tres islas, cesan-
do en teoría en 1724 en cuanto el impuesto se establecía por seis años. Pero
hay algo que puede pasar desapercibido: con anterioridad esa cifra se extraía
solo de la aportación de una isla, Tenerife, para uso obviamente de ella, pero
ahora la monarquía mantenía prácticamente idéntica cifra (es cierto que antes
se trataba de pesos, y ahora de ducados) con un montante recaudatorio supe-
rior, pues se detraía del arbitrio aplicado a las tres islas realengas; o sea, que
en la práctica se reducía la aportación del Estado a los gastos defensivos ca-
narios. Tal argucia no fue criticada por la oligarquía tinerfeña, quizá porque por
encima de todo situó la golosina de la continuidad del comercio americano en
un contexto mercantil exterior cada vez más incierto ante la creciente renuencia
inglesa (era un hecho ya corroborado la menor presencia de mercaderes britá-
nicos y la disminución de sus compras de malvasía respecto a los datos de
treinta años atrás). De esta manera se prolongó la participación isleña en los
costos ofensivos y defensivos, pues el 1 % se empleó tanto para financiar la
guerra en la política exterior como para la protección del archipiélago (islas de
realengo), si bien el manejo de la recaudación por los capitanes generales, re-
sidentes en Tenerife, ocasionó distorsiones en el reparto proporcional de la can-
tidad correspondiente a cada isla, con las protestas de las islas afectadas, pues
se tendió a invertir más en Tenerife1173.
Como se consideró por la administración real (en realidad, por los capitanes ge-
nerales, de modo harto interesado), que la deuda no estaba zanjada ―y para ello
se cotejó el conjunto de las cantidades ofrecidas y aceptadas entre 1659 y 1687
con el dinero ingresado a la real hacienda―, el arbitrio no se estimó extinguido en
1724 ni en los doce años de prórroga, pues en el propio Reglamento las islas se
comprometían, para mayor servicio al rey, a continuar con él doce años más, a
partir del 1 de enero de 1725. Se señalaba en la norma que el gravamen se podría
arrendar o administrar por el intendente de Canarias ―cargo de reciente creación
que desaparecería a los pocos años―, con la indicación de que el excedente en el
arrendamiento redundaría en la real hacienda.
Los forcejeos entre algunos comandantes generales (en especial el marqués de
Valhermoso) y los Cabildos fueron numerosos. Es conocido el litigioso período de
este general, sobre todo con el Concejo tinerfeño, que a través de su diputado en
la Corte, el regidor Fonseca, intentó contrarrestar las arbitrariedades de aquél. En
este punto del 1 %, tras haberse cumplido en 1724 el empleo previsto en el «Re-
glamento» de 1718 relativo a costos de montaje de artillería y armas, pretendió
continuar con el uso de la cantidad prevista, incluso exigiendo al Cabildo de Tene-
rife más allá de la cuota correspondiente a su participación en el trato americano,
como si actuase como fiadora de las demás islas, extremo que no figuraba en el
«Reglamento». Sencillamente, Valhermoso se servía de los fondos más cercanos a
su residencia en la isla más floreciente, y cuando no disponía de dinero de ese
impuesto acudía a los propios concejiles tinerfeños1174. Mencionemos también que
en 1727 el general asignó otro destino más para los 2.000 pesos del 1 %: el sa-
1172 De los 2.000 pesos, 1.200 eran para las fortificaciones de Tenerife, 500 para las de La Palma y
300 para las de Gran Canaria (PERAZA DE AYALA, José: El régimen comercial…, op. cit., p. 102).
1173 Las supuestas contrapartidas obtenidas por los Concejos realengos de la Corona, como franqui-
1146
lario de los 30 oficiales, instructores milicianos en teoría, que había mandado traer
de la Península y se hallaban en Tenerife y Gran Canaria desde el año anterior.
Rumeu resume en su obra algunos avatares de la pugna entre el comandante ge-
neral y el Cabildo a cuenta del arbitrio y de los 2.000 pesos para gastos mili-
tares1175. Valhermoso consideraba que el importe de los gastos aducidos por el
Concejo tinerfeño relativos a fortificaciones correspondían a una obligación ante-
rior al Reglamento y, por tanto, no computables, frente a los deseos de este Ayun-
tamiento de acotar el período de vigencia del 1 %. El regidor diputado Fonseca
propuso un informe de la veeduría sobre la inversión real de los 2.000 pesos en las
fuerzas de la isla, pero todo fue en vano, máxime al extinguirse la Junta creada
para atender los negocios de Canarias. Es conocido que las denuncias de las islas,
pero en especial de Tenerife, ante la Corte subieron de tono e intensidad a partir
de 1732, acusando a dicho general de quedarse con los 2.000 pesos de las forti-
ficaciones1176, por lo que se le mandó por real cédula en 1733 que diese cuenta
pormenorizada de las cantidades relativas a ese depósito en Tenerife, aunque tal
disposición solo fue transmitida al final del mandato. Entretanto, el general presio-
nó al Cabildo tinerfeño para que contribuyese a la mejora de las fortificaciones con
motivo de la guerra de Sucesión de Polonia1177.
Parece que en La Palma hubo alguna particularidad, lo que constituye otra evi-
dencia de que el impuesto del 1 % no corrió de igual manera ni en plazos idén-
ticos en las islas realengas. No está de más indicar que justo en medio de la nego-
ciación del Reglamento de 1718 la Corona estaba considerando utilizar durante
seis u ocho años más el arbitrio del 1 % de La Palma (al menos, de esa isla) para
sufragar gastos bélicos, ordenando al intendente la elaboración de un informe so-
bre las cuentas de ese efecto. El Concejo de la isla argumentó que la instrucción
de su agente en Madrid era emplear tal impuesto en la fábrica del muelle por avér-
selo llevado y demolido el mar, siendo inescusable dicha obra, además de exten-
derse en el estado catastrófico de La Palma, presentando una oferta al rey: conce-
sión de la facultad de vender y atributar 150 fas. de la dehesa de El Mocanal, cuya
arboleda resultaba inútil según el Cabildo, y una vez enajenada la mitad podría
ofrecer el Ayuntamiento 1.500 pesos al rey, mientras la otra mitad se tributaría co-
mo propio concejil con la plantación de viñedos de calidad1178. Una vez concluido el
plazo estipulado del «Reglamento», en 1736 la isla se dirigió al capitán general D.
Francisco Joseph de Emparán en relación con el cese del impuesto, respondiéndole
este que según su información el arbitrio finalizaba el 17 de septiembre de 1737,
pero no le correspondía a él decidir sobre su extinción, aunque aseguraba que en
caso de solicitársele informe por el monarca su dictamen sería favorable a la pre-
tensión de La Palma1179. El Cabildo palmero agradeció al sucesor de Emparán, el
capitán general Bonito Pignatelli, la atención que dispensaba a la defensa de la is-
la, para cuyo remedio solo se disponía del efecto del 1 %, que por doce años se
prorrogaba desde el 17 de septiembre de 1741 para concluir en esa fecha de
17531180. Pero el Concejo cambió de opinión y en 1742 pidió al rey una solución al-
1175 RUMEU DE ARMAS, Antonio: Piraterías y ataques navales..., t. III, 2.ª parte, op. cit., pp. 623-
631.
1176 El ingeniero Riviere relató que, según su información, durante el mandato de Valhermoso no se
habían gastado más de 5.000-6.000 pesos del 1 % en fortificaciones (TOUS MELIÁ, Juan: Descrip-
ción geográfica de las islas Canarias (1740-1743) de Dn. Antonio Riviere..., op. cit., p. 50). Esto sig-
nifica que no se invirtieron en el capítulo fortificador, conforme a lo dispuesto, unos 24.000 pesos.
Todo un fraude de ley.
1177 CASTILLO, Pedro Agustín del: Descripción histórica y geográfica de las Islas Canarias..., op. cit.,
p. 1.203.
1178 AMSCLP, leg. 691, sesión de 18 de diciembre de 1718.
1179 AMSCLP, 727-1-1-96. Carta del capitán general Emparán (29 de agosto de 1736).
1180 AMSCLP, leg. 692, sesión de 17 de marzo de 1741.
1147
go distinta para reforzar, renovándola, su capacidad artillera, con objeto de reem-
plazar 28 cañones de hierro y 6 de bronce de sus tres castillos y otros reductos de
la marina, vendiendo ese material para adquirir otras piezas, con la ayuda de una
prórroga del 1 % durante veinte años. El monarca concederá entonces la real cé-
dula de 6 de diciembre de 1742, autorizando a esta isla a gravar ese 1 % aduane-
ro en la veintena solicitada, con facultad de tomar a interés sobre este derecho el
dinero preciso para la operación, también con la condición de que el dinero so-
brante se lo quedase la real hacienda1181. Aún sin concluir ese período, en 1753, el
Cabildo palmero ofreció al rey la perpetuidad del 1 % para servir en el fallido pro-
yecto de una compañía comercial de las islas realengas para el trato con América,
idea apoyada por el comandante general Urbina1182.
En Tenerife, según el memorial de Machado Fiesco, desde principios de 1742
prosiguió la exacción sin facultad real a pesar de que el Consejo de Castilla ordenó
su interrupción en 17471183. Como el comandante general no acató el despa-
cho1184, el Consejo consultó sobre el asunto a Fernando VI el 1 de septiembre de
1748, y en 1751 una real orden remitió la materia a la Secretaría del Despacho
Universal de Hacienda con los expedientes sobre el gravamen, pero se empantanó
el negocio en la Corte sin pronunciamiento1185. Se quejaba el Ayuntamiento tiner-
feño de ignorar el destino de los 2.000 pesos anuales aplicados a fortificaciones,
por lo que solicitaba el fin de la contribución con intervención de los regidores de-
signados por la institución para liquidar las cuentas desde 1741. De nuevo, el rey
remitió el asunto al Consejo de Castilla, pero continuó percibiéndose el efecto.
El impuesto continuó casi por inercia, sin que suscitara grandes debates ni preo-
cupaciones, a pesar de las apariencias y de determinadas intervenciones y escritos
aludidos más arriba, mientras los poderosos capitanes generales, perfectamente
conocedores de las ventajas que aportaba a la Corona el secular gravamen, como
celosos funcionarios del poder central callaron y dieron por buena la ya casi natural
inserción del añejo arbitrio, en su día introducido y reputado como ocasional, no
1181 AMSCLP, 727-1-1-43 (cfr.: LORENZO RODRÍGUEZ, Juan Bautista: Noticias para la historia…, t.
III, op. cit., pp. 114-115; t. IV, pp. 141-142).
1182 AMSCLP, 134-1-4-9. Carta del comandante general D. Juan de Urbina al teniente de corregidor (5
de noviembre de 1753).
1183 Los regidores ofrecieron en 1746 la continuidad del 1 % a cambio de la permisión de detraer di-
renta fija, que además resultaba de importancia para el pago de salarios y pensiones de soldados, y
disculpaba la insuficiente atención al reparo de fortificaciones de los teóricos 2.000 pesos destinados
a ese fin con el argumento de los elevados gastos militares que impedían la segregación de esa can-
tidad. Además, aseveraba que la continuidad impositiva estaba justificada por el débito arrastrado de
los donativos de 1658 y posteriores hasta 1680 (RUMEU DE ARMAS, A.: Piraterías y ataques nava-
les..., t. III, 2.ª parte, op. cit., pp. 631-632). El Concejo tinerfeño recordaba al comandante general
que ya en la época de Valhermoso, en la sesión de 6 de mayo de 1730 había defendido que las deu-
das estaban más que satisfechas, así como la real orden de 1747 disponiendo el cese del gravamen
como respuesta a la propuesta concejil de prorrogarlo por diez años más. Además, el asunto estaba
pendiente de resolución tras otras gestiones de la isla en la Corte, por lo que el Cabildo se alla con
las manos ligadas para no poder haser nobedad alguna, a lo que se añadía la negativa coyuntura
para Tenerife debido a la guerra, que afectó a la exportación de malvasía, prinsipal fruto que produ-
çe y se sacaba en la paz para las partes del norte, que era en donde principalmente se consumía , y
que a pesar del descenso en su cotización, a lo menos no quedaban estancadas en las vodegas como
ahora se esperimenta (AMLL, Libro de actas 36, ofic. 1.º, fols. 159-161). El Ayuntamiento conocía la
importancia del 1 % para la consecución de los 2.000 pesos para fortificaciones, lo que permitía li-
berar a los propios para atender otros aspectos de la defensa de la isla. El Cabildo de Gran Canaria
manifestó entonces su interés por la real cédula de cese del 1 %, cuyo testimonio solicitó a la institu-
ción tinerfeña.
1185 AHN, Consejos, leg. 413.
1148
sin protestas y recelos de los regidores de entonces, en el sistema fiscal isleño. Si
atendemos a la certificación de remates de ese impuesto en 1687, que incluye el
valor desde 1659, y al memorial del cap. D. Francisco Xavier Machado y Fiesco en
1758, Tenerife contribuyó durante un siglo, desde mediados del s. XVII hasta me-
diados del s. XVIII (1659-1758), con 643.818 ducs. por ese concepto1186 (o sea, por
término medio, unos 6.400 ducs. anuales)1187.
En el caso de Gran Canaria, entre 1725-1730 el impuesto representó 15.907 rs.
y 6 ctos. de moneda de vellón. Como en otras islas, el Concejo de la isla se planteó
el término de la gabela, y ya en la sesión capitular de 4 de junio de 1740 se acordó
solicitarlo así para 1742, al acabar el plazo fijado; pero como ocurrió en Tenerife y
La Palma, continuó. En el cabildo de 9 de mayo de 1788 se confirmaba que el arbi-
trio debía haberse extinguido en 1742 al haberse liquidado los 14.000 pesos com-
prometidos en el donativo de 1677, con sus costas y gastos, tal como se despren-
día de la mencionada real cédula de 16801188.
Es oportuno matizar que, como se ha reiterado, no toda la recaudación iba a
parar a la Corona, pues además de los costos de la administración o conducción
del dinero, se admitió en determinadas circunstancias y períodos que una porción
se destinase para el pago de fortificaciones, así como la exención del tráfico inte-
rinsular de tal gabela. En 1768, el síndico personero D. Amaro González de Mesa
ponderaba la dificultad para dilucidar en algunos períodos la cantidad que real-
mente se destinaba a enjugar el déficit de los donativos a causa de la in-
formalidad en las cuentas y documentos de la época1189; pero entendía que, sobre
todo a partir de 1737, en que el cobro lo ejecutó la real hacienda, sin arrenda-
mientos, la deuda estaba más que satisfecha1190. Y las cifras, derivadas de su em-
peño en solicitar una aclaración de las cuentas, aunque fuera a grandes rasgos, así
lo corroboran. Según una certificación del contador D. Pedro Catalán (18 mayo de
1768), entre 1737 y 1767 se cobraron por ese derecho 1.478.354 rs. y 16 mrs.1191.
1186 AMLL, A-XII-85; RSEAPT, Fondo Moure, RM 132 (20/30), f.º 187 v.º. También se ha tenido en
cuenta la citada certificación de la real contaduría presentada por D. Amaro González de Mesa, síndico
personero de Tenerife (AMLL, Libro de actas 26, ofic. 2.º, f.º 94), y la relación presentada por el dipu-
tado Vandewalle en 1774 [«Solicitud presentada por D. José Vandewalle de Cervellón, diputado
general de Canarias, en favor de las milicias de la misma y sus privilegios», en El Museo Canario, t.
VIII, cuad. 8.º (22 abril 1900); también: AMC, Colección documentos de Agustín Millares Torres, t. VI,
n.º 3: Solicitud presentada por D. José Vandevalle de Cervellón, diputado general de Canarias, en favor
de las milicias de las mismas y sus privilegios (1774)]. Según Machado y Fiesco, entre 1687 y 1758 el
valor habría sido de 450.000 ducs. (BULL, C.ª 12, f.º 3. Memorial de D. Francisco Javier Machado...,
ms. cit.). Según los períodos, se evaluaba por encima o debajo de la media de 6.400 ducs. anuales
mencionada en el texto; por ejemplo, Machado indicaba que en la prorrogación decidida en 1687 por
25 años rindió el impuesto 174.000 ducs. de plata (una media de 6.960 ducs. anuales).
1187 Las cifras aportadas por Solbes Ferri, en reales de vellón, expresan un incremento incluso de las
cantidades recaudadas por ese concepto en la segunda mitad del s. XVIII. Las medias fueron estas:
entre 1740-1744, 54.552 rs.; entre 1745-1749, 46.809; entre 1750-1754, 65.382; entre 1765-1769,
116.803; entre 1770-1774, 77.767; entre 1775-1779, 74.532; entre 1780-1784, 56.695; entre 1785-
1789, 72.035 (SOLBES FERRI, Sergio: Rentas reales y navíos de permisión..., op. cit., p. 161).
1188 PINTO Y DE LA ROSA, José María: Apuntes para la historia de las antiguas fortificaciones ..., op.
cit., p. 191.
1189 Según González de Mesa, el quid de la cuestión al que se aferraba la real hacienda para conti-
nuar con la percepción del 1 % estaba en el período 1659-1687, entendiéndose que había un des-
fase entre las cantidades ofrecidas en los donativos y lo cobrado por ese arbitrio (AMLL, D-XVII-13).
1190 AMLL, Libro de actas 26, ofic. 2.º, f.º 94. Certificación de la Real contaduría presentada por el
síndico (14 de julio de 1768). Entre 1737 y 1767 se habían ingresado 1.478.254 rs. y 16½ mrs. en
moneda isleña.
1191 AMLL, D-XVII-13. No parece que deba estimarse correcta ―por excesivamente baja, no corres-
pondiente con otras cantidades indicadas en la misma publicación, y en contradicción con los datos
manejados con nuestro estudio― la cifra de resultados del 1 % mencionada por un capitán general,
según la cual el rendimiento de ese arbitrio entre 1682 y 1780 fue de 2.981.766 rs. (LUXÁN MELÉN-
1149
Aun aceptando que la totalidad no se transfería íntegra a la real hacienda, tenien-
do en cuenta las deudas de principios del siglo XVIII, todo apunta que la deuda es-
taba saldada. Nava Grimón hacía una estimación, partiendo del promedio anual de
4.768 pesos1192 entre 1737-1767, resultando que en los veinticuatro años transcu-
rridos hasta 1792, fecha de su representación, el importe total había sido para for-
tificaciones y otros dispendios militares, pues los donativos se hallaban más que
satisfechos, y de hecho mencionaba que por acuerdo de 15 de abril de 1778 se ha-
bía consignado su importe para vestuario de las milicias, si bien siempre se cum-
plió con el obligado depósito de 2.000 pesos para fortificaciones1193.
En definitiva, el impuesto del 1 % quedó como un efecto asociado exclusiva-
mente a las fortificaciones1194, y de hecho en la documentación de las últimas dé-
cadas del s. XVIII y comienzos del s. XIX se le vincula expresamente como un gra-
vamen de carácter terminal con esa denominación, desaparecido ya el motivo
principal y original (la satisfacción de donativos). Posiblemente esta condición mili-
tar haya sido la principal razón de su interesada pervivencia en un triángulo de
conveniencia: la Corona estaba segura de la existencia de fondos para subvenir a
las principales urgencias defensivas de las islas más poderosas; los comandantes
generales podían instar a los Cabildos a la ejecución de las fábricas y reparaciones
pertinentes; los Cabildos no recurrían a su depauperada hacienda, ya que los pro-
pios estaban muy recargados y obligados por otras necesidades. Como telón de
fondo, los funcionarios encargados de controlar la renta no se caracterizaron por
su honradez: Riviere indicaba que el veedor tenía como sucesor en el empleo a su
hijo, además de haber situado en el entramado a sus dos yernos (uno, como ad-
ministador de aduanas; otro como guardia mayor de la marina y aduanas). Apun-
tillaba el ingeniero miitar: Así todas las rentas reales son en una misma fami-
lia1195. El regidor Anchieta y Alarcón exponía en 1762 en su cuaderno de citas una
crítica muy acertada y una sencilla descripción de la situación, partiendo del deseo
del Cabildo de deshacerse de la recaudación del arbitrio desde finales del s. XVII:
[el Concejo] como suele en todo lo que no es tomar para sí los regidores lo que
puedan, no hace memoria de esta cargo [el 1 %] y obligación y déjala a los gene-
rales que, aunque sean ministros del celo que quisieren juzgar, ellos vienen a es-
tas yslas a adquirir caudales y se van con Dios y la isla piérdase o gánese.Y de es-
ta verdad mírese la experiencia pues, andando siempre buscando ideas para que
se aplique a Su Majestad, y aun reservando 2.000 pesos para fortificaciones, miren
qué se hace y qué artillería se ha traído o qué castillo se ha hecho...1196
DEZ, Santiago de, y Óscar BERGASA PERDOMO: «Los recursos para la defensa de Canarias en el si-
glo XVIII...», art. cit., p. 1.737).
1192 Con anterioridad a esa fecha, según el informe del ingeniero Herrán en 1729, el arrendamiento
tante liberalidad y sin sujetarse su fin en exclusiva a las fortificaciones. De hecho, según datos de la
segunda mitad del s. XVIII, hubo años en que el 80.57 % fue a parar a sueldos (comandante ge-
neral, guarnición de fortificaciones, castellanos, oficiales del ejército de Andalucía...) (LUXÁN MELÉN-
DEZ, Santiago de, y Óscar BERGASA PERDOMO: «Los recursos para la defensa de Canarias en el
siglo XVIII...», art. cit., p. 1.745). El porcentaje calculado del remanente destinado a fortificaciones,
según las cantidades proporcionadas por Solbes Ferri, expresan la arbitrariedad en el uso del
montante vinculado a su destino militar: entre 1718-1744 se invirtió en fortificaciones el 29 % de la
recaudación del 1 %; entre 1744-1755, el 23.9 %; entre 1755-1760, el 29.2 %; entre 1761-1765, el
20.7 %; entre 1766-1770, el 9.8 %; entre 1771-1775, el 38 %; entre 1776-1780, el 37.7 % (SOLBES
FERRI, Sergio: Rentas reales y navíos de permisión..., op. cit., p. 231).
1195 TOUS MELIÁ, Juan: Descripción geográfica de las islas Canarias (1740-1743) de Dn. Antonio
Riviere..., op. cit., p. 50. Respecto al tesorero, informaba Riviere que apenas había salido de su do-
micilio en los últimos trece años, y dizen que ay muchos años que no ha dado sus quentas.
1196 ANCHIETA Y ALARCÓN, José de: Cuadernos de citas..., vol. II, op. cit., p. 262.
1150
El impuesto del 1 % se cobró incluso en el siglo XIX, ya muy lejana la fecha final
del período de este estudio, como lo demuestran diversos expedientes de Hacien-
da correspondientes a Gran Canaria, Tenerife y La Palma, y hasta se alude a él en
una vasta instrucción encomendada por esta ultima isla al diputado en las Cortes
en 1854, pidiendo el reintegro de las cantidades de ese arbitrio, recaudadas en La
Palma, que al parecer se quedaba Tenerife en su integridad1197.
En este epígrafe haremos una pequeña referencia ―dejando aparte los dona-
tivos de carácter general y finalidad militar hasta ahora mencionados― a algunos
otros exigidos con un propósito muy distinto (desposorios reales, por ejemplo), o
con intencionalidad cuasi venal (obtención de determinado privilegio para las islas
a cambio de una cantidad), o que, a pesar de su designio defensivo-militar, su ám-
bito era insular y, por tanto, no suponían un ingreso en las arcas de la hacienda
real. Este conciso apunte final del apartado dedicado a la exposición global de los
donativos pretende llamar la atención sobre dos aspectos: 1) la fiscalidad especial
isleña, ajena al almojarifazgo, tuvo un carácter esencialmente militar, como hemos
visto en este apartado, pues el resto de contribuciones esporádicas y de otra natu-
raleza son poco relevantes en comparación; 2) no obstante, un estudio exhaustivo
sobre la carga total exigida por la Corona u otras instituciones locales a la pobla-
ción canaria deberá contemplar este otro tipo de exacciones que, si no representa-
ron una losa pesada en cifras, sí añadieron aprietos a los más desfavorecidos.
a) El donativo de 1647
Partimos en esta breve relación de la solicitud de 1647, después de los dos pri-
meros donativos, en un contexto muy complicado (como hemos visto ya) para las
islas. La información utilizada procede del Cabildo de Tenerife, y aunque en el si-
guiente epígrafe se advertirá con más detalle, suelen afrontarse estos donativos a
través de ofrecimientos particulares generalizados, organizándose la postulación
vecinal en cada lugar. El gasto del acontecimiento no tenía tanto que ver con el
conjunto de actos profanos o religiosos celebrados en la Corte, sino con el despla-
zamiento de la prometida regia desde su lugar de origen, casi siempre en reinos
muy distantes, con séquitos muy numerosos.
En octubre de 1647 Felipe IV pidió ayuda para traer desde Alemania a su prome-
tida y sobrina, Mariana de Austria. El monarca expresaba que siempre había evi-
tado gastos, pero era preciso que el recorrido de la futura reina se realizase con la
deçemçia y authoridad correspondiente a mi persona y a la suia1198. Los regidores
tinerfeños debatieron sobre el asunto en marzo del año siguiente en unos años de
gastos, crisis y levas poco favorables para obtener dinero en las islas1199. De ahí las
referencias en las intervenciones a los servicios prestados en materia defensiva, los
dos donativos (cuya suma total estimaban en más de 230.000 ducs.), las levas y,
en general, las sumas gastadas con motivo de esponsales, nacimientos y óbitos re-
gios, pues las celebraciones institucionales, con todo el boato y solemnidad acos-
tumbrados, acarreaban un desembolso extra para la economía concejil y vecinal.
1197 LORENZO RODRÍGUEZ, Juan B.: Noticias para la historia…, t. III, op. cit., p. 408.
1198 AMLL, R-XIII-20 y AMSCLP, 727-1-1-71. R. C. de 17 de octubre de 1647.
1199 AMLL, Libro de actas 26, ofic. 1.º, fols. 157 v.º-158 v.º.
1151
Se exponían las limitaciones económicas crónicas y coyunturales de las islas, como
las monetarias (escasez de moneda) y las relaciones dependientes de producción
(...es un modelo de permuta de vinos a ropa y a los pocos mantenimientos que de
fuera entra, con que se sustenta). Así se fundamentaban las anteriores prestacio-
nes en metálico, gracias a los plazos pactados, frente al pago en especie (vino) po-
sible en esos momentos. En principio el Ayuntamiento no se comprometió a una
cantidad concreta, dejando que fuesen los vecinos en cada tercio o distrito de la
isla los que se ajustasen con posibilidad de elegir el lugar de entrega de los caldos
y si se ofrecían encascados o no. Una vez efectuada la diligencia se procedería a
transmitirla al rey, pero ligándola a la concesión de alguna merced. Según Rumeu,
se reunieron 10.000 ducs. en esa suscripción vecinal1200. Desconocemos más deta-
lles sobre esta contribución, centrándonos como modélico en el de 1701, con más
información de carácter regional.
b) El donativo de 1701
A título comparativo, traemos a colación este donativo, que proporciona una vi-
sión global del esfuerzo contributivo por islas. La nueva dinastía borbónica estrenó
su andadura impositiva en 1701 reclamando una ofrenda para sufragar las costas
del enlace de Felipe V con la princesa María Luisa Gabriela de Saboya. Las cartas
petitorias tienen fechas diferentes (al menos, mediaron dos meses entre las diri-
gidas a los Cabildos de Tenerife, primero, y La Palma). Felipe V fundamentaba su
demanda en la precisión de tomar estado por la combeniencia pública y el amor
que tengo a mis vasallos, y aunque no deseaba gravar a sus súbditos (cantinela
reiterativa en este tipo de textos) era indispensable para el viaje de la reina con la
decencia correspondiente a mi persona y a la suya1201, recordando que los súbditos
tienen obligazión en tales funciones a este tipo de servicios1202. Como se apreciará,
estamos ante otro donativo «voluntario», esta vez ajeno a las necesidades bélicas.
Signo de los nuevos tiempos, el presidente del Consejo de Castilla comisionó al ca-
pitán general para conseguir la perentoria remesa de dinero. Los Cabildos simple-
mente actuaban como agentes organizadores de lo que era, en realidad, una exac-
ción. A fin de cuentas supuso un esfuerzo directo para la población, reclamando de
nuevo la colecta por lugares, como sucedió en 1634-1635 (donativo de 1632).
El Ayuntamiento palmero se avino a obedecer, a pesar de reconocer que aun no
se había pagado el donativo de 10.000 ducs. a Carlos II y las inversiones rea-
lizadas en obras defensivas. La fórmula del recurso vecinal la propuso el capitán
general, quizá sospechando la presumible negativa capitular en esa isla, poniendo
como ejemplo que el Cabildo de Tenerife había decidido ese sistema1203. La re-
caudación en los lugares se efectuó a través de los alcaldes y dos «vecinos honra-
dos» que se encargaban de pedir, pero en previsión de la negativa vecinal, corte-
dad de la recolecta o imposibilidad en muchos casos, el Cabildo autorizaba a dis-
1200 RUMEU DE ARMAS, Antonio: Piraterías y ataques navales…, t. III, 2.ª parte, op. cit., p. 615.
1201 AMLL, R-XV-32. También, en AMSCLP, 725-1-1-142, f.º 351 (R. C. de 25 de junio de 1701).
1202 Sánchez Belén ha destacado la repercusión de estos enlaces regios en la presión fiscal. Como
ejemplo de los elevados costos de tales matrimonios, mencionaba los 429.026 ducs. de plata y
252.121 ducs. de vellón del ajuar y traslado a Viena de la infanta Margarita en 1666, mientras la bo-
da de Carlos II con M.ª Luisa de Orleans supuso 50.000 ducs. de oro en joyas para la princesa, más
100.000 rs. de a ocho en regalo para su servidumbre, a lo que se añadiría el dispendio del viaje a
Madrid. El segundo matrimonio de ese monarca supuso 100.000 ducs. de oro para el viaje de la rei-
na, obsequiada además con preseas de 300.000 rs. de a ocho (SÁNCHEZ BELÉN, Juan A.: La política
fiscal en Castilla..., op. cit., pp. 63-65).
1203 LORENZO RODRÍGUEZ, Juan Bautista: Noticias para la historia…, t. II, op. cit., pp. 236-237. La
misiva de Otazo tiene fecha de 10 de agosto de 1701 (AMSCLP, leg. 689, f.º 33, sesión de 1 de sep-
tiembre de 1701).
1152
traer alguna cantidad de los pósitos que no fuese necesaria. A mediados de 1702
comunicaba el Cabildo palmero el envío de 14.000 rs. para entregarlos en Tenerife
al capitán D. Gonzalo Perera y Ocampo, receptor de ese donativo1204. A duras pe-
nas se consiguió esa cifra (abajo verificaremos que fue algo inferior), pues en prin-
cipio 2.000 rs. de esa cantidad debían extraerse del pósito de Los Llanos, pero ya
el Cabildo consideraba que era incobrable, pues la situación de esa entidad era rui-
nosa (les era más de carga que de utilidad a los vecinos, por sus deudas acumu-
ladas impagables), de modo que determinó cubrir ese desajuste de 2.000 rs. del
trigo y centeno repartido a las panaderas1205.
Tardó casi dos años en finalizar el proceso de cobro, y la cantidad prometida por
el Concejo tinerfeño (el Ayuntamiento se involucró como institución con 20.000 rs.,
además de solicitar a la vecindad) se exigió con urgencia mediante el capitán ge-
neral. En varias ocasiones nos hemos referido a la exigüidad de los recursos muni-
cipales. Un dato de la institución tinerfeña en 1703 proporciona una idea de la si-
tuación: con variaciones, los propios aportaban una renta, según el quinquenio, de
unos 80.000 rs. anuales, mientras las cargas, costos y pensiones ascendían a
65.000 rs., siendo la principal carga 26.000 rs. que se pagaba de salarios. A esto
se le sumaban los gastos militares, como 2.000 rs. en castillos, aparte de rogati-
vas1206. Se comprenderá que los 20.000 rs. prometidos para el desposorio sobre-
pasaban con amplitud las posibilidades concejiles. Llegada la hora del pago, solo
tenía 1.000 escudos de los 2.000 ofrecidos, y se encargó a los regidores diputados
para ese donativo que los buscasen o solicitasen bajo cualquier fórmula, aunque
fuese empeñando los propios concejiles1207.
En 1703 se reunieron en el conjunto de las islas 204.861 rs. de plata1208. En Te-
nerife, además del Cabildo, la vecindad de los diferentes lugares ofreció las si-
guientes sumas:
En total, la isla contribuyó con 109.094 rs. En cuanto al resto del archipiélago,
estas fueron las cifras:
Gran Canaria: 36.290 rs.
La Palma: 11.477 rs.
Lanzarote: 20.000 rs.
Fuerteventura: 18.000 rs.
La Gomera-El Hierro: 10.000 rs.
1204 Ibíd., p. 237 (también, AMSCLP, leg. 689, f.º 44 v.º, sesión de 10 de junio de 1702). Desde abril
se estaban enviando en distintos navíos los 14.000 rs., reconociendo el capitán general el celo con-
cejil, e igualmente en otra carta de abril ya había transmitido al Cabildo el agradecimiento real por el
desvelo municipal en las reparaciones defensivas (AMSCLP, 725-1-1-143, f.º 352).
1205 LORENZO RODRÍGUEZ, Juan Bautista: Noticias para la historia…, t. II, op. cit., p. 237 (cfr.:
1153
A grandes rasgos, del total de 204.861 rs. (20.486 escudos y un real), Tenerife
aportó el 53.25 %. La superior contribución del territorio nivariense descansaba, a
pesar del inicio de la decadencia del comercio de sus caldos, en su producción
vitícola, y de hecho la mayor parte de la suma fue ofertada en esa especie, pre-
sionando el capitán general para que los mercaderes aceptasen el vino a buen
precio. Si cruzamos los datos de las contribuciones zonales tinerfeñas con las cifras
de la tabla antes facilitada del rendimiento del 1 % por puertos, sobresale con niti-
dez el distrito del valle de La Orotava y su puerto, situándose en cuanto a zonas
mercantiles de exportación en segundo lugar el puerto de la capital y, por último,
el de Garachico, ya muy alejado de su antiguo esplendor, en decadencia irrever-
sible, un dato más que avala el declive de este lugar bastante antes de la famosa
efemérides volcánica de 1706 frente a la tesis catastrofista que explica todo en
función de ese acontecimiento.
Ahora bien, la contribución vecinal de comienzos del setecientos fue muy inferior
a la de 1635; en cambio, fue algo superior la de las otras islas que en aquel mo-
mento participaron de esta modalidad, como Gran Canaria, Fuerteventura o Lan-
zarote. En cuanto a La Gomera y El Hierro, la realidad fue que tardaron en pagar,
el dinero no estuvo listo para el envío en el momento de hacer la remisión del
conjunto del donativo y hubo que servirse del préstamo por orden del general1209.
El Cabildo catedral, que ya en 1691 había servido con 500 escudos de plata para
los hospitales del ejército en Cataluña, también aportó a principios de 1702 un
donativo de 200 escudos para ese casamiento regio1210.
1154
pios eran demasiado limitados, la solicitud de dinero a la vecindad despertaba un
rechazo rotundo, y las sisas o impuestos indirectos resultaban también gravosos y
eran muy injustas. A finales de 1629, quizá aprovechando la llegada del capitán
general Ribera, el regidor Francisco de Molina propuso al Cabildo tinerfeño solicitar
al rey la creación de un arbitrio que, sin daño, sirviese para recaudar fondos con el
fin de invertir en fortificaciones1211. La propuesta del edil consistía en ofertar la
perpetuidad de los oficios de regimiento que aun no tenían esa calidad, pero aña-
diendo que esa almoneda podría extenderse a otros oficios públicos, al usso y mo-
do que se a hecho en España. Además, Molina pretendía, para facilitar la parti-
cipación de los interesados, que las cantidades pudieran concederse en especie,
en frutos de la tierra (en realidad, en vino), que el Cabildo se encargaría de co-
mercializar, bien distribuyéndolo en el mercado interno o vendiéndolo a los merca-
deres foráneos, lo que podría resultar más factible si el monarca otorgaba priori-
dad a esos caldos en la permisión a Indias1212. Que sepamos, el asunto quedó en
nada, y conviene contextualizar la iniciativa en el ya comentado despegue de pre-
tensiones oligárquicas y de honores, espoleado por el acrecentamiento de oficios
de la monarquía de comienzos de esa década, que florecería con motivo del dona-
tivo de 1632.
En cuanto a cuestaciones del s. XVII, nos servirá un ejemplo notable de media-
dos de la centuria. Un mes antes de recibirse en las islas la noticia del donativo de
1641, como más arriba se anticipó, se puso en marcha en Tenerife una colecta
destinada a la mejora de las instalaciones defensivas, especialmente destinada
―como se comprobó en su momento― al castillo de San Juan. El mérito en el éxito
de la colecta dependió de la implicación concejil, en particular del corregidor, persua-
diendo a toda los vecinos de la importancia de la empresa, en la que todos podían
colaborar, fuese con dinero, en especie o trabajo, quebrando cal de las caleras, y
otros con sus barcos trayéndola a los puertos en que conviene haser las fortificaçio-
nes1213. Se recaudaron 48.756 rs. (reduciendo a dinero el vino y trigo prometidos),
además del ofrecimiento de extracción de piedra de cal y 70 carretadas de leña para
os hornos. Fue considerada tan extraordinaria e impactante la situación (recordemos
la relevancia económica del trato mercantil lusitano para las islas, así como la cer-
canía de Madera) que el obispo Villanueva, entonces en Garachico, aportó unos 500
ducs. para unir a la recaudación efectuada en Tenerife, en la que habían colaborado
los clérigos de esta isla1214 (el resultado pormenorizado se ofrece en el cuadro XII).
Un caso distinto fue cuando la Corte exigió ―como ya hemos visto en el capítulo
anterior― el mantenimiento de un tercio canario en esa guerra, tocándose a las
puertas de otras instituciones ajenas a los Concejos, como el Cabildo catedral, que
aportó 500 fas. de trigo en mayo de 1664, pero pretendió quedar exento de otro
servicio similar en diciembre del mismo año, objetivo con el que se escribió al obis-
po reprochándole la falta de defensa de la inmunidad eclesiástica ante la terminan-
te iniciativa del capitán general, que entró a saco en las tercias reales mediante el
embargo de las rentas decimales en los hacedores. La irritación fue tan grande
1155
que se acordó dirigirse al monarca y a los presidentes de los Consejos de Castilla y
Hacienda para denunciar los excesos y violencias del general1215.
(Cuadro XII)
Aportaciones de lugares al donativo concejil tinerfeño de 1641
Lugar Cantidad
Buenavista, Los Silos, San Pedro de Daute 3.222 rs. y 2 ctos.
Icod 5.364 rs. y 5 ctos.
Fuente de La Guancha y S. Juan de La Rambla 1.233 rs y 2 ctos.
La Orotava 9.227 rs. y 2 ctos.
Los Realejos 3.097 rs.
Puerto de La Orotava 802 ½ rs.
Santa Úrsula 455 rs. y 3 ctos.
Chasna, Granadilla y Arico 2.219 rs. y 7 ctos.
La Laguna y su tercio 6.057 rs. y 4 ctos.; 43 botas vino
Tercio del campo lagunero 1.887 rs.; 8 botas y 3 barriles vino
Taganana 70 carretadas de leña
Tejina, Tegueste, Valle de Guerra Extracción de piedra de cal
Candelaria, Güímar, Arafo 763 rs. y 7 ctos.; 47 ½ fas trigo; 1
bota de mosto
Fuente: AMLL, Libro de actas 25, ofic. 1.º, fols. 11 v.º-12. Elaboración propia.
1215 VIERA Y CLAVIJO, Joseph de: Extractos de las actas…, op. cit., pp. 245, 247.
1216 AMLL, Libro de actas 32, ofic. 1.º, fols. 333-338.
1217 Ibíd., fols. 341-344.
1218 AMSCLP, leg. 689, f.º 101, sesión de 26 de marzo de 1704.
1156
ofrendar un donativo para ayuda de costos en la guerra, aunque más enfocado a las
prevenciones defensivas de la isla. A los pocos días se celebró una «junta abierta» en
las casas consistoriales para dirimir esa cuestión1219. El protagonista fue un ausente,
pues se encontraba enfermo el maestre de campo D. Juan de Guisla, gobernador de
las armas, quien hizo llegar a la reunión una carta suya que resultó determinante,
una pieza muy interesante, ya que las intervenciones de los ediles se ofrecen siempre
reducidas por el escribano, por lo que de modo parcial reproducimos algunas frases:
En quanto a ofreser donativo a Su Magestad sin pedirlo para aiuda de las grandes
guerras en que se halla la cathólica y real persona, es mui devido y todos sus leales y
fieles vasallos devemos poner nuestras vidas, honrras y hasiendas por nuestro rey, y
yo con más obligasión, con ardiente fidelidad seré el primero en sacrificarme con
quanto valgo al maior servicio de su rey, que el cielo nos puso para nuestro maior
consuelo y feliçidades, para conservaçión de la fee cathólica y destruçión de las enor-
mes heregías que como lobos sangrientos yntentan sumergirnos en sus ynfernalez
abuzos... Pero razonaba Guisla que la mayor prueba de fidelidad consistía en mante-
ner debaxo de su estandarte y ovediencia los dominios en que havitan, defendién-
dolos con esforzado valor de las invaçiones y azedios que los enemigos intentaren. A
partir de ahí, llevado el asunto a su terreno, desgranó todas las deficiencias defensi-
vas y exhortos efectuados al Cabildo en sus años como jefe militar de la isla, desde
mediados de 1702, discurso y desvelos ya comentados en otra parte de este trabajo.
Su conclusión era obvia: el mejor servicio al monarca debía empezar por la fortifi-
cación y adecuada preparación defensiva de la isla, que estaba lejos de ser óptima.
Esto desbarató la iniciativa de Sotomayor, y tras haberse escuchado otros pareceres,
cuando quedaron solos los regidores para decidir, se secundó de modo mayoritario a
Guisla, resolviéndose que por aquel momento se debía atender a las urgencias de-
fensivas, además de elogiarse la figura del gobernador de las armas, quien desde sus
primeros años a espuesto su vida en la defensa de su rey, como es público. Por lo
demás, la conclusión de este fallido donativo sirvió al teniente de la isla para recordar
que se había solicitado al rey el arbitrio del 1 % con fines defensivos, materia sobre
la que el monarca había pedido informes, y de hecho él estaba a punto de emitir el
suyo; no obstante, reparó en la escasa entidad del producto de ese impuesto, pues a
causa de la falta de comercio apenas se llegaba a 1.000 rs.
1157
visita y su abrupto desenlace1221. Los solicitadores del Cabildo tinerfeño en la Corte,
en especial el excorregidor Urbina Eguiluz1222, avisaron al Concejo acerca de la tras-
cendencia de esa comisión en su carta de 1 de julio de 1653, hasta el punto de que
algunos asuntos que debían gestionar en los Consejos dependían absolutamente del
resultado de las pesquisas de Ribero, que en particular debía informar sobre los ex-
cesos canarios en la Carrera1223.
Las islas, capitaneadas por Tenerife, a pesar de las dificultades de pago del dona-
tivo de 1641 deliberaron formular una serie de peticiones al monarca a cambio de
ofrecer un donativo. En el Cabildo de Tenerife se debatieron dos posiciones al res-
pecto: una consistente en prometer 30.000 ducs. pagaderos en seis años (5.000 du-
cados anuales) con la oportuna aprobación de arbitrios por el rey, y otra de 42.000
ducs., también saldable en un sexenio. Venció la primera postura, pero decidiendo
como medio de captación de fondos el reparto vecinal según caudal. Esta exacción
(en esta ocasión sí era de carácter realmente voluntario) tenía como objetivo la elimi-
nación del oficio de juez de Indias en la isla, la finalización de la tarea de Ribero y un
informe de este sobre la pobreza insular. Otras instituciones del archipiélago (obispo,
Santo Oficio) unieron sus voces para lograr el favor real, pero las negociaciones no
fructificaron ni tampoco estaba claro si habría arbitrios para recaudar el dinero, hasta
el punto de que a mediados de 1654 los regidores tinerfeños, presos del desánimo,
llegaron a proyectar el aumento del almojarifazgo del 6 al 10 % (es decir, se modifi-
caba al alza el tan salvaguardado régimen fiscal de la conquista) a cambio de que la
Corona autorizase el retorno directo de productos americanos a la isla. Esa fue la
conclusión de un enconado debate sobre los contribuyentes, pues todos coincidían
de un modo genérico en la identidad de los pagadores (los interesados en el negocio
del vino), con el figurado designio de evitar un gravamen más para los pobres, pero
no se terminaba de precisar el sujeto impositivo entre varias opciones: 1) el conjunto
de cosecheros, con el peligro de igualar injustamente al pequeño viticultor con el
gran propietario, sobre todo teniendo en cuenta los costos de producción que a ve-
ces endeudaban en exceso a bastantes agricultores; 2) los negociantes y mercade-
res, que de inmediato repercutirían el canon en los cosecheros; 3) toda la población
mediante un tributo indirecto sobre mantenimientos, que empobrecería a los más ne-
cesitados, la inmensa mayoría1224. La población estaba extenuada (coincidió con la
dura leva de 1654), y cuando se discutió una nueva petición dineraria para enviar
mensajeros a Corte, el regidor D. Pedro de Interián la contradijo argumentando el
cansancio vecinal ante las exacciones continuas por las autoridades. Se generaba ya
hasta algún incidente ante los repartimientos, como el ordenado para reparación de
las fortalezas en ese mismo verano de 1654, cuando un tal Lázaro Rivero se opuso
desenvainando su espada con palabras gruesas contra los diputados1225.
En La Palma quizá preocupó más que en Tenerife la inspección de Ribero. No
solo compartía con esta última isla la inquietud por perder el trato indiano, tras ha-
berse esfumado el muy provechoso tráfico con las colonias portuguesas, sino que
no disponía de un malvasía como el tinerfeño como salvavidas en el cotizado mer-
1221 RODRÍGUEZ YANES, José Miguel: Tenerife en el siglo XVII..., op. cit., pp. 63-73.
1222 Ya un año antes, en 1652, la isla había expuesto ante el C. de Indias que las limitaciones a Ca-
narias en el comercio indiano eran de tal calibre que está a pique la ysla, de que si se impide en todo
quedará totalmente perdida y a peligro de despoblarse (AMLL, D-XIII-22).
1223 AMLL, D-XIII-23. Eguiluz remitía incluso un tanto de la comisión que portaba Ribero para actuar,
pero avisando de que la otorgada por el Consejo de Indias ―que no había podido conseguir― segu-
ramente era más amplia.
1224 AMLL, Libro de actas 15, ofic. 2.º, fols. 110 v.º-111. El Cabildo tinerfeño decidió enviar como
apoderados a una representación de enjundia: los regidores capitanes D. Juan Baptista de Ponte y D.
Juan de Mesa y Lugo, que debían comparecer ante el monarca y la Real Junta de Comercio de Cana-
rias para solicitar aumento en la permisión indiana (AMLL, D-XIII-24).
1225 Ibíd., fols. 133 y 143 v.º.
1158
cado británico. A mediados de octubre de 1653 se habló en el Cabildo palmero de
las pesquisas del fiscal sevillano, de las que se pueden reselar ynconbenientes
grandes a esta saca de frutos, por lo que se suplicaba al rey la suspensión de esa
comisión e investigación, argumentando que aun cuando hubiera personas exce-
diendo las ordenanzas, esto no a sido culpable en ellos, pues lo abrán fecho con la
buena fee que les debió causar el ber que los juezes de Yndias, a cuyo cargo está
el mirar por esto, y an dado el despacho de lo que a salido y judicialmente an co-
nosido de lo que ha entrado, y lo han admitido por las causas que debieron de jus-
tificar abía para ello, o por otros motibos que la materia puede ofreser1226. Tanto el
Concejo tinerfeño como el palmero arremetieron contra el juez de Indias, deslizan-
do su connivencia en la corrupción, de la que se beneficiaban realmente todos, co-
mo así sucedía con todas las autoridades. Era partidario asimismo el Ayuntamiento
palmero de enviar a un mensajero para parlamentar con los Consejos, comenzan-
do en esa gestión por la exposición clásica (miseria isleña, importancia estratégica
de las islas para el buen funcionamiento de la Carrera) pero, previendo que sería
preciso en aquella España venal la aportación de dinero para mover la voluntad
real, instruían al futuro emisario en Madrid para que si reconoçiere en la Corte que
se podría fasilitar y conseguir haçiendo algún serbiçio, quedando esto a su pruden-
çia y discreçión, lo podrá ofreser, hasta 50 o 60.000 ducs. para el conjunto de las
islas realengas, correspondiendo a La Palma una cuarta parte de esa cantidad, de
modo que conseguida la merced se abonaría el servicio por cuatro o cinco años,
imponiendo el pago y efecto sobre los mismos frutos y géneros indianos (de entra-
da y salida). Se entendía imposible afrontar esa aportación (el pago al rey) a tra-
vés de otros arbitrios porque no tiene sustançia para ello por estar sus vezinos
prostados y rendidos con los serbiçios que an fecho, en referencia a los dos dona-
tivos (en total, 23.000 ducs. de plata) recién terminados, pero matizando que asta
oy no están ajustados ni concluydos por la cortedad y miseria de los efetos y por
las lebas de gente que a bueltas desto se an fecho y las an condusido a Flandes,
Catalunia y otras partes, y la maior parte de los vezinos de los canpos se susten-
tan con rayses de jelecho, yerba silbestre y sustento miserable. Como Tenerife ha-
bía informado al Cabildo palmero y ya había comisionado a un capitular (el maes-
tre de campo D. Pedro de Vergara Alzola), para que además de lo escrito propu-
siese in voce los motivos de Tenerife en ese negocio, se acordó remitir al Ayunta-
miento tinerfeño la posición de La Palma, sumándose a la iniciativa en cuanto se
tomaba conciencia de la trascendencia interinsular de la materia y de la con-
veniencia de una estrategia y actuación común: ...todos en un cuerpo y en una
conformidad, pues a todos toca por conbiniençia, pidan y hagan la deligençia con
Su Magestad y señores de sus Reales Consejos y jjuntas a quien tocare. Con miras
a aclarar o despejar dudas sobre el alcance del acuerdo palmero, viajaría a Teneri-
fe el capitán regidor D. Marcos Urtusáustegui, conformándose respecto a la nego-
ciación en la Corte con apoyar a la persona nombrada por el Concejo tinerfeño1227.
En algunos Concejos y lugares se aprecia una pequeña oposición a este tipo de
operaciones en las que una isla asumía un coste para enjugar una situación ilegal
que principalmente suponía especulación y provecho para unos pocos poderosos.
1159
Por ello estos intentos de exculpación regional (más bien, de las islas de realengo)
estuvieron acompañadas de acusaciones a los principales beneficiarios del comer-
cio canario-americano. Por ejemplo, el lugar de Icod reclamaba a Ribero que se in-
vestigase a los verdaderos culpables, examinando las ilegalidades en los navíos de
arribada, pues no parecía justo que la compra del indulto ―a fin de cuentas se
pretendía comprar el perdón al rey― lo soportase la isla en su conjunto, cuando
los favorecidos por el fraude mayúsculo eran un sector de la clase dominante, muy
bien representada en los Concejos, pues así tenían, como se recalcaba, una doble
ganancia: el pago de la isla por su delito continuado, y el formidable lucro de sus
manejos, cuando al pequeño labrador lo presionaban para adquirir a la baja la pi-
pa de vino a 50 rs. y pagarla en droga1228. Naturalmente, es una parte de la reali-
dad. El fraude, aunque en mucha menor medida, repartía dividendos, por así de-
cirlo, en toda la sociedad.
Al final, se reiteró la negociación con la mencionada cifra de 30.000 ducs. (paga-
deros en seis años en plata doble) en julio de 16551229, cantidad a la que el Ayunta-
miento de La Palma, isla aun más interesada que Gran Canaria en la Carrera, añadía
10.000 ducs., a cambio de ciertas mercedes relacionadas con ese comercio. Memo-
riales, conversaciones y ofertas no lograron su fin, pero continuó la permisión india-
na, por lo que ese donativo no tuvo lugar1230.
1160
C. Estudio del donativo de 1632
Se confió la siempre difícil misión de solicitar fondos, con lo que ello implicaba de
regateo y presiones ― de ejercicio conjunto de persuasión y de firmeza a la vez (la
que confiere tratar en nombre de la realeza)―, a un alto dignatario de la Iglesia, que
además conocía bien el medio en que iba a desarrollarse la negociación. El elegido
fue el inquisidor de Canarias, don Fancisco Valero de Molina, que había sido capellán
real e inquisidor en Sevilla, y cuyo título como máximo responsable del Sto. Oficio en
las islas le había sido despachado el 11 de enero de 1630. Llevaba unos cuatro años
ejerciendo su cargo, en el que se había posesionado el 22 de agosto del citado año.
Hacia mayo de 1633 parece que emprendió viaje a España, ocasión que seguramen-
te se aprovechó para encomendarle la misión recaudatoria1231.
La Corte debía tener en alta estima al clérigo, pues no se puede decir que desde
algunas instancias del archipiélago se le remitiesen buenos informes acerca de su
buen proceder. En concreto, disponemos de una serie de acusaciones formuladas por
la Real Audiencia de Canarias contra Valero, si bien conviene tener en cuenta que por
las mismas fechas (años 1631-1632) se desarrollaba un serio conflicto entre ese tri-
bunal y otras instituciones y cargos grancanarios (el corregidor, el obispo y el vee-
dor), con los que parece formó frente común también el inquisidor. No obstante, algo
de cierto debió haber en el cúmulo de cargos atribuidos, que iban desde descom-
postura y excesos en el ejercicio de su función jurisdiccional hasta corrupción y co-
misión de ilegalidades con ánimo venal. Así, se le recriminaba su conducta durante
1631 en Tenerife, a donde había acudido por causas profanas y actuó, según la acu-
sación, poniendo las manos y hablando con votos como si fuera soldado. Pero sobre
todo se le reprochaba su avaricia, que lo asemejaba más a un amoral mercader que
a un clérigo virtuoso, pues en contravención de las disposiciones insulares, extraía
bastimentos de Gran Canaria (trigo, carneros...) a un precio y los colocaba en Teneri-
fe por un valor casi cinco veces superior. De un calibre similar eran otro tipo de de-
nuncias, como la concesión de familiaturas del Santo Oficio a portugueses a cambio
de dinero, o el levantamiento de procesos contra quienes se oponían a venderle algo
al precio que él fijaba. Además, la R. Audiencia aseguraba que había salido bien
librado con malas artes de la residencia que se le había practicado, recurriendo a la
coacción a testigos, por lo que se solicitaba una nueva inspección. Parece, en fin, que
las relaciones de Valero con el obispo fueron tensas, llegándose al cruce de insultos
entre ellos1232. Quizá buena parte de la inquina a Valero proviniese de la visita gene-
ral efectuada en 1631-1632, que realizó conforme a los procedimientos habituales,
con minuciosidad1233. Es probable que ese enfrentamiento en Gran Canaria se corres-
1231 Durante el transcurso de su actividad como delegado regio para el donativo, Valero continuó perci-
biendo su salario de inquisidor, que incluso se le abonó todo el año 1635 incluido. En 1652, la propia
institución exigirá a los testamentarios de Valero el reembolso de lo cobrado de más como inquisidor de
Canarias, quedando los bienes afectados en un exceso de cobro de 3.081 rs. y 10 mrs. (AMC, Inquisi-
ción, legs. XCIV-6 y CLXXVII-126). Valero había ascendido en la diócesis de Murcia, años atrás, en 1620,
gracias a sus buenas relaciones en el Cabildo eclesiástico, y después de dejar el archipiélago fue como
inquisidor a Sevilla (IRIGOYEN LÓPEZ, Antonio: Entre el cielo y la tierra, entre la familia y la institución.
El Cabildo de la catedral de Murcia en el siglo XVI, Murcia, 2000, p. 64).
1232 AHPLP, Audiencia, Libro de gobierno de la Real Audiencia Territorial de Canarias, fols. 69, 73 y 76.
1161
ponda con el muy frecuente nido conflictivo de una pequeña ciudad, muy distante de
la Corte y cuajada de autoridades como Las Palmas de Gran Canaria, donde hemos
comprobado que la coexistencia de varias instituciones de ámbito regional suscitaba
antagonismos de toda suerte, con la Real Audiencia y sus ministros casi siempre co-
mo protagonistas. Cabe decir que, por lo menos en 1632, la oligarquía tinerfeña mos-
traba un total apoyo a Valero en un nuevo intento de cambiar la sede del tribunal del
Santo Oficio a La Laguna. A mediados de ese año, el regidor Francisco de Molina ala-
baba el valor, prudençia y selo de sserviçio de Nuestro Señor que se podría desear y
entender de ministro de tanta estima, proponiendo que el Cabildo informase al rey
sobre el buen proceder de Valero en su visita, e incluso se dirigiese en igual sentido
al inquisidor general y al Consejo de la Inquisición para recomendar premio al inqui-
sidor en las islas por el mucho travaxo y gasto que ha tenido1234 (en su visita). Apro-
vechaba para replantear el asunto del traslado del tribunal a Tenerife con esta argu-
mentación:
1) La lucha contra los marranos, exhibiendo como modelo el reciente auto celebra-
do en Madrid para castigar a muchos herejes, pues de la naçión gebrea que del rrei-
no de Portugal sse esparssieron por toda Castilla y el Adalucía, y mui notorio es el
rriesgo questa isla corre de lo mismo, pues de hordinario en ella entran en cada un
año más de ttres o quatro mill ereges de todas naçiones fforasteras al trato que les
es permitido. Hacía hincapié en la poderosa venida de portugueses que se avecinda-
ban a sonbra del trato mercantil, y se puede temer que enttre ellos vengan muchos
de la dicha naçión. Resulta curiosa esta preocupación, que cabe interpretar, aparte
de un cierto celo religioso, como una respuesta de un sector de la oligarquía al me-
dro de algunos conversos casi recién llegados, que ya habían logrado entrar en el
Ayuntamiento y manejaban parte de las finanzas isleñas1235.
2) Disminución del gasto de los propios en los alojamientos de las visitas.
3) Repercusión económica del consumo en la isla de las rentas de los ministros del
S. O., que el regidor D. Bernardo Lercaro estimaba en 12.000-15.000 ducs.
4) Mayor facilidad para la traída de mantenimientos de otras islas.
5) Posibilidad de más influencia en la Corte para la obtención de mercedes.
No obstante, el concejal D. Lope Fonte, frente al optimismo de los regidores favo-
rables a esa moción, recordaba que los ediles más antiguos advertían sobre la anti-
güedad de esa pretensión, fracasada en varias oportunidades. El asunto quedó para
tratamiento en un cabildo general y se diluyó.
La real cédula que correspondía a la contribución isleña estaba fechada el 5 de
abril de 16341236, y en ella exponía el rey como justificación de este donativo gra-
siosso y voluntario la propia universalidad hispana del donativo de 1632 para finan-
ciar las guerras europeas. Según la orden regia, todos debían contribuir de acuerdo
con sus posibilidades, lo que en teoría podía hacer pensar en una exacción de carác-
ter directo y proporcional, pero más se trataba de una fórmula retórica que de un in-
dicativo sobre la manera de ejecutarla, pues las diversas instituciones —esencial-
mente, los Cabildos— gozaban de amplio margen de maniobra previa conformidad
real, que estaba asegurada porque el objetivo era recaudatorio y extraordinario.
Las propias facultades y competencias del comisionado real no dejaban lugar a du-
das acerca de la urgencia de dinero y de la casi absoluta liberalidad de medios para
sonsacarlo a todos. Por un lado, se le revestía de poderes representativos y de auto-
La Palma entre mayo y julio, alojándose en la casa de D. Antonio de Lugo (FAJARDO SPÍNOLA, Fran-
cisco: «Las visitas de la Inquisición a la isla de La Palma», en I encuentro de geografía, historia y
arte de la ciudad de Santa Cruz de La Palma, 1993, p. 316).
1234 AMLL, libro de actas 10, ofic. 2.º, fols. 194 v.º-197.
1235 RODRÍGUEZ YANES, José Miguel: La Laguna durante el Antiguo Régimen ..., t. I., vol. I, op. cit.,
1162
ridad lo bastante amplios para que ninguna institución se le resistiese y se le fran-
queasen todas las puertas. Así, podía realizar todo tipo de juntas, convocar Ayunta-
mientos y asistir a sus sesiones. Por otro, contaba con suficiente capacidad negocia-
dora para disponer de un amplio margen de receptividad a las aspiraciones de quie-
nes tuviesen peculio —instituciones o particulares—, recogiendo toda suerte de pe-
queñas y grandes pretensiones que, con el dictamen jurídico y aprobación precisa del
órgano consultivo pertinente, se tornaban factibles si la aportación pecuniaria al do-
nativo era juzgada acorde con la petición formulada. De ahí que se autorizase al
enviado real para conceder los arbitrios necesarios para sufragar las cantidades ofre-
cidas y la posibilidad de acensuar bienes vinculados, pues de antemano se contaba
con la imposibilidad de liquidez inmediata en la inmensa mayoría de los casos. Nada
mejor para disponer el buen ánimo de los contribuyentes con posibles en aquella
época de búsqueda de ascenso social y ennoblecimiento que subastar cargos y ofi-
cios apetecibles de diversa índole (alférez mayor, escribanías, fieles ejecutores, etc.),
generadores de abolengo y generalmente de buenas entradas de dinero, contem-
plando incluso la creación de oficios inexistentes hasta entonces en el archipiélago.
Además, otra fuente segura de ingresos era el perdón judicial, que también se incluía
en esta almoneda, y en general se señalaba que se podían conceder cualesquier dis-
pensasiones y todo lo demás que se suele dar y conseder en mi Consejo y en el de la
Cámara.
La comisión a Valero era, pues, muy vasta, entendiéndose que la posterior confir-
mación de las mercedes y cargos ofertados como recompensa al dinero prometido
era más una cuestión formal de trámite —que Valero gestionaría con celeridad en la
Corte— que un duro escollo a salvar. Finalmente, ninguna autoridad insular se podría
entrometer en su jurisdicción por ninguna vía, dado que el rey expresamente decre-
taba su forzada inhibición, de modo que podía nombrar los alguaciles necesarios para
su misión. Por descontado, se ordenaba a todas las autoridades canarias que auxilia-
sen a Valero, por lo que que gozaba este de total libertad de actuación ante el inex-
cusable retraimiento de aquéllas.
Conviene reparar en un aspecto que explica tanto las facultades concedidas al co-
misionado del donativo como la universalidad del impuesto y la pérdida del supuesto
carácter progresivo de este (los más pudientes debían ser los soportes básicos del
donativo, según la fundamentación doctrinal) con la participación de los municipios,
que trasladaban el pago de sus ofrecimientos al conjunto de la vecindad. Se trata de
la acumulación de experiencias, corta pero importante, derivada de la aplicación de
los donativos precedentes, incluyendo la del propio donativo de 1632. La mayor con-
tundencia en la petición, que daba al traste con la supuesta voluntariedad, y el deta-
llismo en las instrucciones, así como los poderes disfrutados por Valero, además de la
alarma creada ante el inminente conflicto bélico con Francia, explican las caracterís-
ticas de una situación novedosa en el ámbito fiscal hispano, trasladada a unas islas
exceptuadas de empeños fiscales extraordinarios relevantes. No sólo entrañaba una
molesta innovación fiscal, presentada como excepcional pero que con el paso del
tiempo se reveló de carácter periódico, sino una oportunidad de ascenso o afianza-
miento social vía compra de mercedes y gracias, y hasta de obtención de perdón por
determinados delitos en el contexto de almoneda general de lo público instaurado a
partir de 1635, en plena petición del primer donativo canario. La privilegiada fiscali-
dad isleña, el hecho de solicitarse por vez primera el donativo y la probable creencia
de hallarse ante una ocasión aislada pueden explicar la ausencia de fuerte oposición
frente al manifiesto descontento de otras partes de España, más sujetas desde anta-
ño a imposiciones y obligaciones gravosas.
El primer aviso oficial de la nueva era impositiva llegó, como era lógico, a la máxi-
ma institución corporativa de gobierno del archipiélago, la Real Audiencia de Cana-
1163
rias, donde tuvo entrada oficial el 21 de mayo de 1634. Era a la sazón su presidente
el capitán general D. Juan de Rivera Zambrana. Paulatinamente, las comunicaciones
sobre el asunto se extendieron a los otros organismos de Gran Canaria, pues Valero
consumió los primeros meses de su misión en esa isla, si bien ya el monarca había
dirigido el 7 de abril una misiva al Cabildo tinerfeño notificándole la próxima llegada
de Valero a la isla, a la par que expresaba el deseo de que se le sirviese con el do-
nativo voluntario1237. En igual fecha debió dirigirse a los otros Concejos; al menos, te-
nemos constancia de la cédula remitida al Ayuntamiento de La Palma1238. Se prepa-
raba así el terreno para allanar asperezas y se predisponía el ánimo de los futuros
contribuyentes de Tenerife, la isla más poderosa, y por tanto la que podía marcar la
pauta de ejemplaridad.
Hay que advertir que por ese tiempo se produjo el relevo en la gobernación del ar-
chipiélago (y presidencia de la R. Audiencia), con la llegada en julio del nuevo capitán
general, D. Íñigo de Brizuela y Urbina, quien recibió la comunicación del encargo re-
gio del donativo a principios de septiembre1239, aunque la orden real de asistir a Vale-
ro (para que salga más lucido y cuantioso) en su importante misión recaudatoria es-
taba fechada el 2 de julio de 16341240.
meses el corregidor tinerfeño D. Gabriel de la Puebla. En mayo de 1638 llegó el nuevo capitán general,
D. Luis Fernández de Córdoba.
1240 Visita de las yslas y reyno de la Gran Canaria hecha por Don Ynigo de Briçuela..., op. cit., pp. 18
y 98. Brizuela informaría a la Corte el 18 de septiembre de 1635 de las cantidades negociadas por
Valero con los Cabildos de Tenerife, la Palma, El Hierro y Gran Canaria.
1241 AHPLP, Audiencia, Libro de gobierno de la Real Audiencia Territorial de Canarias, sign. 28, t. II, p. 42
1164
por haber liquidado 420 ducs. de plata doble por la media anata de ese año corres-
pondiente a la plaza de que se le había hecho merced, además de haber contribuido
el año precedente con otros 50 ducs. para el donativo en Madrid. El resto del importe
se completaba con lo que abonaría la cohorte de oficiales, relatores, ejecutores...
(554 ducs.), más 300 ducs. que ofrecía la Audiencia de los gastos de justicia en dos
años.
No obstante, esta cifra se incrementó ligeramente con la venida de D. Luis En-
ríquez, alcalde del crimen de la Chancillería de Granada y visitador de la Real Au-
diencia de Canarias, ante quien ofrecieron nuevas contribuciones el dr. Bohórquez
(50 ducs.), el licdo. Talavera (50 ducs.) y el nuevo oidor D. Gonzalo Gallego de la
Serna (60 ducs.).
El Cabildo catedral se dio por enterado de la orden real el 7 de julio de 1634, día
en que entró Valero en la sesión correspondiente y mostró el documento1243, deci-
diendo reunirse para tratar del tema el 12 de ese mes. Las aportaciones del prelado y
del Cabildo fueron relativamente modestas y muy similares, pues el Cabildo eclesiás-
tico prometió 22.712 rs. y el obispo 22.000 rs. En cuanto a la primera cifra, casi la
mitad, 11.712 rs., se pagaría por el Cabildo propiamente dicho de esta manera:
8.800 rs. provendrían del tributo que debían los marqueses de Lanzarote por la mar-
ca de Jandía, y 2.912 rs. los tenía el canónigo D. Juan Fernández Oñate. La otra mi-
tad, 11.000 rs., se distribuía a su vez en dos mitades exactas, cargadas a la fábrica
de la catedral (5.500 rs.) y a las demás fábricas del obispado (otros 5.500 rs.). Sin
embargo, esta información no coincide exactamente con la proporcionada por Quin-
tana Andrés, a menos que se trate —que no parece el caso, pues este investigador
no ha hallado otro dato sobre aportaciones cabildicias a la corona castellana en este
período— de un donativo paralelo1244. Se trataría, según este autor, de una exigencia
proporcional impuesta sobre las rentas de los eclesiásticos y de las fábricas cate-
drales, de modo que tocaba en las islas un total de 1.056.000 mrs., que por mitades
pagarían la fábrica catedral y la mesa capitular. El abono de esta cifra resultó proble-
1242 La escritura pasó ante el notario Juan Báez Golfos, pero se halla en un legajo de pésima conser-
vación, prácticamente perdido en su totalidad para la investigación.
1243 VIERA Y CLAVIJO, Joseph de: Extractos de las actas..., op. cit., p. 189.
1244 QUINTANA ANDRÉS, Pedro C.: A Dios rogando, y con el mazo dando..., op. cit., pp. 759-760.
1165
emático, como se indicará en su momento. Sea lo que fuere, se trataba de prome-
sas, que tardarían años en materializarse. Por ejemplo, el prelado ofrecía sus 22.000
rs. en carta dirigida al rey (8 de junio de 1638), con cargo a sus rentas de 1639 y
1640.
1245 AMLL, Libro de actas 12, ofic. 2.º, f.º 7 v.º (18 de septiembre de 1634).
1246 Ibíd., f.º 12 (también, Libro de actas 24, ofic. 1.º, f.º 1 v.º, sesión 2 de octubre de 1634).
1166
tórica lastimera provinciana, era el obligado y cuantioso ofrecimiento tinerfeño. En
efecto, a pesar del rosario de lamentaciones, la institución se avino a servir con
34.000 ducs., excusando no poder sobrepasar esa cifra por la escasez de propios, al
tiempo que se pedía al enviado real que transmitiera esta dificultad al monarca. Se-
gún una certificación1247 de Valero, desempeñó un papel importante en la consecu-
ción del éxito de la petición en Tenerife el capitán y regidor D. Francisco de Molina
Quesada, a quien tomó como ayudante1248 y, posiblemente, como agente suyo en el
Cabildo, porque con su yndustria, dispusiçión y cuydado y por ser de los más anti-
guos rejidores della [de la ciudad] se encaminó de manera que ubo de tener tan
buen effecto como lo fue el serviçio que la çiudad hizo a Su Magestad. Además, Moli-
na aportó como particular una cierta cantidad y prestó un patrocinio de peso en el
convencimiento de sus iguales, pues fue mucha parte para que en particular los de-
más rejidores y vezinos della hiziesen lo propio, por lo mucho que les animó a ello
con exttraordinarias dilixencias para que se alargasen en sus ofresimientos. Es posi-
ble que otros sujetos notables auxiliasen a Valero, pero es difícil constatar la veraci-
dad de algunas afirmaciones, pues este tipo de accciones, como la ayuda a un dona-
tivo real, se exhibían como actos merecedores de gratitud regia y de decoro de no-
bleza1249.
Casi tan relevante como la cuantía en sí era la concreción en la forma de pago y la
especificación de los recursos o fuentes de financiación de tan considerable suma,
pues sólo así sería creíble para Valero, quien presionaba para lograr un ágil pago,
punto este muy sensible para la Corona, y que además resultase aceptable para el
pueblo y disipase rumores falsos y un probable malestar social. La cantidad se pre-
veía reunir mediante un conjunto de medidas y de cobranza de deudas que desglo-
samos en las partidas y efectos siguientes:
licitud de ese donativo, circunstancia que no nos consta, aunque la familia Franchi ―como se com-
probará más adelante― sí participó, como otras muchas, en los ofrecimientos (FERNÁNDEZ DE BÉ-
THENCOURT, Francisco: Nobiliario…, t. I, op. cit., p. 302).
1167
2. Plan parcial de ahorro salarial, que contemplaba:
a) Suspensión del sueldo de letrado del Concejo y procurador mayor (60
ducs. anuales), pues ambos oficiales ejercerían de balde durante seis años
(en total, 360 ducs.).
b) Depreciación en 100 ducs. del salario del mayordomo anualmente duran-
te otro sexenio, abonándosele sólo 50 ducs. anuales.
c) Reducción de 100 ducs. anuales del salario de médicos, cirujanos y boti-
cario, rateados conforme ganaban, por otros seis años, pasados los cuales se
les remuneraría en lo posible.
d) Supresión durante similar lapso de tiempo de los emolumentos de los
regidores de la ciudad que gozaban de estipendio (como eran 25 en esa si-
tuación, la economía resultante suponía 1.200 ducs.).
1168
dificultoso lograr que los miembros del Concejo acudiesen a las sesiones, y el meca-
nismo de cita general demoraba la solución a cualquier problema, se preveía que
para otro particular relacionado con el donativo bastaría una sesión ordinaria, sin ne-
cesidad de llamamiento general, excepto para lo referido al último plazo. Valero se
apresuró a aceptar tanto el donativo como la forma de pago y se mostró satisfecho
del ánimo y liveralidad del Cabildo, prometiendo informar favorablemente al rey en lo
concerniente a la conservación de los privilegios de la isla y a otros negocios que el
municipio estimase de interés.
El progresivo enrarecimiento de la situación española en la guerra de los Treinta
Años, que de seguro pesaba en las instrucciones que Valero recibía, así como las re-
ticencias y obstáculos que se observaban y hacían temer una dilación en la rápida y
total recepción de lo ofrecido, ocasionaron en los primeros meses de 1635 un giro en
la tolerante disposición del comisionado regio, que exhibiría un tono más exigente y
apremiante. Así, solicitó después la formalización notarial de los acuerdos capitulares
que recogían la concesión del donativo y la forma de pago, comprometiendo a los re-
gidores en sus haciendas. Por un lado, se trataba de implicar con más ahínco al Ca-
bildo, para que extremase su celo en el debido cobro de las rentas y capítulos aplica-
dos al donativo. Por otro, este procedimiento convenía más a la premura regia de
disponer de dinero pronto, pues sólo así aceptarían los agentes financieros —general-
mente, poderosos mercaderes británicos— librar cédulas de cambio a sus correspon-
sables o acreedores en territorio peninsular. Hay que recordar que con anterioridad
no había demandado tal formalidad al Ayuntamiento grancanario, si bien lo hará de
retorno a España, e igualmente lo exigirá del Concejo palmero, que visitaba a conti-
nuación.
El Cabildo conoció oficialmente el requerimiento de Valero en los primeros días de
febrero de 1635 mediante la comunicación que formuló el capitán D. Francisco de
Molina1250, quien había recibido una carta de aquél ordenándole que comunicase a la
institución la necesidad de obligarse en forma, pues de ese modo el rey podría res-
ponder a los compromisos con sus acreedores. A sabiendas de lo espinoso del asun-
to, se resolvió discutir la cuestión el 26 de ese mes en cabildo general1251, en el que
se entabló un larguísimo debate sobre la petición de Valero con variedad de pare-
ceres, pues una cosa era ligar al Ayuntamiento y sus rentas y otra obligarse per-
sonalmente los concejales con su patrimonio. Al final de la sesión, el corregidor deci-
dió que verificasen escritura de obligación los regidores presentes en la reunión del
primer acuerdo sobre el real donativo, lo que significaba la exclusión y la no respon-
sabilidad personal de los ausentes ese día. Pero el asunto sería más difícil de decidir y
ejecutar. El 1 de junio se citó para otro cabildo para tratar sobre lo dispuesto por Va-
lero, con el fin de tratar el asunto de ese compromiso notarial. La formalización nota-
rial continuaría siendo objeto de controversia entre los regidores. Una notable mayo-
ría pretendía quedar al margen de la escritura, sin que se terminara de dilucidar la
materia en varias sesiones1252, a pesar de la molestia que manifestaban algunos regi-
dores como Molina, quien justamente recordaba que la oferta se había efectuado en
cabildo general y, por tanto, atañía a todos la obligación corporativa ante escribano,
se hallasen o no presentes en las reuniones específicas relativas al donativo. Valero
no estaba dispuesto a demorar más, y mediante un auto exigió una rápida solución.
El resultado es que al fin los regidores Lercaro, Gallegos y Molina gestionaron el
oportuno acto notarial, en cumplimiento de lo acordado, y estuvieron concertando la
redacción del documento con Valero, no sin tensión, pues este exigía que el Cabildo
se obligase con sus propios, pero sus representantes entendieron que no era preciso
1250 AMLL, Libro de actas 12, ofic. 2.º, f.º 40; Libro de actas 24, ofic. 1.º, f.º 50 (9 de febrero de 1635).
1251 AMLL, Libro de actas 24, ofic. 1.º, f.º 56 (26 de febrero de 1635).
1252 Ibíd., fols. 82, 85 y 91.
1169
por cuanto los arbitrios dispuestos eran suficientes para cumplir1253; no obstante, Va-
lero se mostró inflexible en la defensa de este punto, condición por lo demás también
presente en los textos firmados en las otras islas realengas. Sometido el asunto al
Cabildo para que otorgase su visto bueno, el corregidor de ausencias no pudo menos
que lamentar la escasa asistencia a la reunión (doce concejales), a pesar de las mu-
chas citaciones, cuando al acto del ofrecimiento habían acudido 33 regidores. Dado
que en el cabildo general del 2 de octubre de 1634 se había resuelto que todo lo tra-
tado sobre este negocio en cualquier cabildo obligaba a la totalidad de sus miembros,
se acordó transmitirlo a cada regidor en su lugar de residencia para que firmase allí
la escritura en el día de la notificación, so pena de ser apremiados a presentarse en
el Cabildo en un plazo de cuatro días desde la comunicación, con el añadido de que
el escribano y el alguacil irían a su costa con dos guardas para que se hallasen en la
sesión concejil y cumpliesen con su deber. Anotemos que por esas fechas1254 se reci-
bió en cabildo al nuevo corregidor D. Gabriel de la Puebla, ya citado. Es oportuno
apuntar que al final, aunque los documentos notariales de obligación entrañaban, en
caso de faltar alguna partida, la subrogación en los bienes concejiles, dejaban a sal-
vo el patrimonio de los miembros del Cabildo, que por su lado habían prometido di-
nero como particulares (unos 7.000 ducs.).
La confirmación real del donativo tinerfeño se produjo en febrero de 1636 median-
te cuatro cartas y provisiones fechadas el 18 de ese mes, si bien el Ayuntamiento
acusó oficialmente recibo a mediados de año1255: una de ellas era relativa a las deu-
das acreedoras del Concejo, otra al impuesto de vendederas, otra a las detracciones
salariales, y la última a ciertos capítulos impositivos (alhóndigas, exportación de ma-
dera y saca de una cantidad de los propios). No debe extrañar esa demora en la
aceptación, pues la aprobación de los arbitrios concejiles se formalizó en bloque una
vez que Valero hubo llegado a la Corte y presentado el conjunto de los ofrecimientos
insulares, de colectivos y particulares.
En las cédulas se hacía especial referencia a la aceptación de las deudas de que
era acreedor el Cabildo como parte del donativo, que se reputaba como el apartado
más dudoso y de más espinosa admisión. El Ayuntamiento dispuso que comenzase
de inmediato la recaudación y se depositase en el arca de tres llaves. Logró así un
notable refuerzo en su dilatado intento de librarse de unas deudas engorrosas, difícil-
mente reintegrables, y dejaba a la autoridad central, sin duda con más apremiantes y
coercitivos procedimientos, la actuación contra unos morosos y negligentes o desa-
fortunados gestores de su hacienda.
Una vez obtenida la oferta del Ayuntamiento tinerfeño, Valero, además de estar
muy atento a los problemas que iban surgiendo con la percepción de algunas par-
tidas concejiles, era consciente de que la tarea en Tenerife iba a ser compleja y pro-
longada por su extensión, dispersión de los lugares, atención a las numerosas
demandas de mercedes, etc., lo que aconsejaba su permanencia en esa isla durante
94 v.º (9 de junio de 1636). La relativa a la aprobación regia del plan de ahorro salarial concejil, en R-
XII-55. Ha sido fundamental la consulta de AGS, Contaduría General, leg. 3.218. En la documentación
de la Contaduría General se alude a varios legajos con documentación relativa al donativo que Valero en-
tregó en ese organismo hacendístico, como un Libro original del donativo, un Libro de letras, indultos y
gracias, o Cartas y letras que se despachan en razón de donativo y otras gracias que se conceden. Una
buena parte de la información relativa a este donativo procede de la consulta de este legajo del archivo
de Simancas.
1170
algunos meses. Esta circunstancia, añadida a la previsible modesta recaudación en
las islas de señorío, a la visita que debía girar a La Palma —donde esperaba reunir
una suma considerable de dinero— y a los riesgos que comportaba la navegación
(presencia pirática), debió decidir al inquisidor a que la cuestación la efectuase en La
Gomera y El Hierro un representante suyo. Para ello el 3 de noviembre de 1634 nom-
bró subdelegado al licdo. Gaspar Pérez de Illada, consultor calificado del S. O. en Te-
nerife y beneficiado de Garachico1256.
Al parecer, la primera de las dos islas en ser visitada fue El Hierro, donde no se tar-
dó mucho en llegar a un entendimiento con las autoridades, que se produjo el 5 de
diciembre, fecha en la que el Concejo votó la cantidad de 4.000 ducs., que en nom-
bre de la institución garantizaron los regidores capitanes Juan de Magdaleno y Juan
Quintero. El fraccionamiento en el pago presentaba la peculiaridad de no ser cons-
tante, pues se reservaba para el primer aplazamiento la cuarta parte (1.000 duca-
dos), mientras el resto se distribuía durante cinco años a 600 ducs. pagaderos en di-
nero o en productos de la tierra en agosto1257.
En La Gomera se encontraba Illada el 31 de enero de 1635, presentando en sesión
capitular celebrada en la morada del gobernador (el sargento mayor capitán D. Juan
Orejón) la real cédula de petición del donativo en presencia de D. Diego de Rojas y
Sandoval y de D. Diego de Guzmán Ayala y Rojas, dos de los señores jurisdiccio-
nales. El Cabildo quiso efectuar la ofrenda en nombre de la isla y acordó ese día1258
pagar 3.000 ducs. de plata doble liquidables en seis pagas anuales de 500 ducs., que
debían hacerse efectivos en agosto, contando desde enero de 1635, en contado o en
frutos de la tierra. Los presentes pidieron a Illada la aceptación de esa cantidad como
si prometiesen muy grandes tesoros, atendiendo a la pobreza isleña, al escaso pobla-
miento y a las invasiones sufridas. Ese mismo día se arbitraron los medios de recau-
dación para cumplir con el donativo, y el trato lo escrituraron con Valero, en nombre
de la isla, los regidores capitán Pedro Hernández Méndez, el maestre de campo Se-
bastián González Prieto, Hernando Díaz de Aguiar, y Diego de Herrera Cascante,
quienes formalizaron escritura pública de obligación el 5 de febrero. La inmediatez de
estos cabildos en la presentación del donativo y su inmediata aceptación, así como el
rápido acuerdo acerca de la manera de sufragar lo ofertado, hace pensar que previa-
mente todo estaba hablado y pactado; primero, entre los señores y su representante
—quizá con el propio Valero en Tenerife—, y posteriormente con los regidores, ge-
nuinos representantes de la oligarquía gomera. Illada nombró depositario a Gaspar
Serrano, mayordomo concejil1259.
El método ideado para las reglas que habían de regir en la percepción de los di-
versos capítulos gravados para la provisión de fondos varió parcialmente en otra se-
sión celebrada casi una semana después (el 6 de febrero), y se basaba en dos tipos
de exacción: una, de carácter más general e indiscriminado, era el impuesto de ven-
dederas, encargadas estas de percibir un cuarto por cada cuartillo de vino (en taber-
nas o casas particulares); otro, más específico pero de más amplio espectro, consistía
en un gravamen añadido a los que ya afectaban a la exportación, y suponía el pago
de una cantidad de dinero por cada unidad recolectada, vendida o exportada de cier-
tos productos:
1256 DÍAZ PADILLA, Gloria: Colección documental de La Gomera del fondo Luis Fernández (1536-
1646), Cabildo Insular de La Gomera, 1996, t. II, p. 170.
1257 La información básica, en DÍAZ PADILLA, Gloria, y José Miguel RODRÍGUEZ YANES: El señorío en
las Canarias..., op. cit., p. 453; DÍAZ PADILLA, Gloria: Colección documental de La Gomera…, op.
cit., t. I, pp. 189-193; AHPSCT, Prot. Not., leg. 279, f.º 264 (21 de agosto de 1635).
1258 En la sesión, aparte de los citados estaban los regidores capitanes D. Guillén Peraza de Ayala y
Hernando Díaz de Aguiar (BULL, Fondo Darias: Anotaciones históricas sobre la isla..., ms. cit., f.º
11).
1259 BULL, Fondo Darias: Anotaciones históricas sobre la isla..., ms. cit., f.º 79.
1171
― El vino: a) 1 cuarto por cuartillo de vino vendido en tabernas y casas particu-
lares; b) 1 ducado por pipa de vino vendida encascada o embarcada (exportación de
la isla).
― Los cereales: 1 real por fanega de trigo o centeno cogida.
― La seda: a) 1 real por libra de seda vendida en el mercado insular; b) 2 rs. por
libra de seda exportada.
― El ganado y productos derivados: a) 2 rs. por quintal de quesos y lana; b) me-
dio real por res menuda (carneros, lechones, chivatos de cualquier suerte); c) 1 real
por res de cerda; d) 4 rs. por res vacuna y caballar; e) 6 rs. por bestia mular.
Estaban exentos los señores, la clerecía y los forasteros. Naturalmente, estas nue-
vas imposiciones requerían facultad real, que Valero se comprometió a obtener para
un período de seis años. Pero no era tan simple de aplicar el arbitrio, y los conflictos,
costas y ocultaciones se veían venir. Suponía realizar tazmías para comprobar la can-
tidad de cereal y, una vez separado el grano necesario para el sustento y la semilla,
se exigiría el real por fanega del resto destinado a trueque o venta. Algo similar se
haría con el vino, pues sólo se gravaba con 1 ducado por pipa aquella porción desti-
nada al mercado (normalmente era vino de exportación); pero el peso tributario rela-
tivo al vino descansaba en exceso en el despachado al por menor en tabernas o ca-
sas particulares, pues comparativamente la imposición de un cuarto por cuartillo casi
quintuplicaba la que tasaba la pipa exportada. Con la seda sucedía al revés: si la libra
de circulación interna se recargaba con un real, a la exportada se le agregaba un real
suplementario, doblando así la imposición. La razón quizá estribaba en que la de-
manda de seda era mayor y se hallaba más asegurada, mientras que el vino no en-
contraba salida tan fácil ante los cuantiosos y excelentes caldos de las islas mayores
—a pesar de lo cual se registraron esporádicas quejas de los cosecheros de Tenerife
a causa de la entrada de vinos gomeros en dicha isla—, y se destinaba al consumo
interno y al avituallamiento de navíos.
1172
más problemática de obtener mediante limosnas vecinales— y el previsible descon-
tento que comenzó a recorrer la ciudad y sus alrededores, los capitulares consintie-
ron en contribuir como municipio en una cifra, 10.000 ducs. (110.000 rs.) en nombre
de todos los vecinos de la isla, ricos y pobres, pagaderos en tres años contados des-
de fin de marzo de 1635, abonables por tercios (la tercera parte de la cantidad ofer-
tada en cada año). Las fuentes de ingresos establecidas fueron éstas:
— Un real por cada arroba de azúcar producida en cada
cosecha de los ingenios de Tazacorte, Argual y Los Sau-
ces durante un trienio. El importe se pagaba en ser por
los propietarios labradores, que debían entregarlo a la
persona designada por Valero.
— Dos reales por cada bota de vino cosechado, con la con-
dición de que si la cantidad a satisfacer superaba 40 rs.,
lo debía abonar puesto en la ciudad a su costa.
— Medio real por cada fanega cogida de trigo y centeno. El
labrador que cosechase más de 36 fas. debía pagar su
contribución en especie.
— Un real gravado sobre cada arroba de aceite importada.
— Treinta reales aportados anualmente por cada tabernera
que vendiese por menudo (estas venteras estaban obli-
gadas a dar fianzas de pagar en tercios, so pena de per-
der las licencias).
— Diversas imposiciones bimensuales sobre cabezas de ga-
nado llevado a la carnicería: por cada res vacuna, 2 rs.;
por cada carnero, medio real; por cada cerdo, 1 real; por
un cabroncillo, ½ real; por una oveja o cabra, 2 ctos.
— Dos reales procedentes de cada canasta de sardina de-
sembarcada en la isla (los cuartos de sardinas, 4 rs.).
— Un 2 % de entrada pagados por los foráneos por todo
género de pargos, tasartes y otros pescados que se tra-
jesen a vender.
— Dos reales de arbitrio de exportación sobre cada pipa de
vino cargada a Brasil, Angola, Guinea y Cabo Verde.
— Un real por arroba de azúcar importada de Brasil, Santo
Tomé u otras zonas portuguesas.
— Un real por cada quintal de zumaque.
Además de esta miscelánea de arbitrios que afectaba a las taberneras y a la in-
mensa mayoría de la población, pues gravaba la producción agropecuaria (la
tríada cereal-vid-caña de azúcar en agricultura, y el ganado vacuno, ovino, de
cerda y caprino), básicamente, así como algunos productos importados y deter-
minada exportación selectiva (los caldos destinados al mercado colonial lusitano,
prueba de la importancia que, junto con Tenerife, tuvo ese destino mercantil),
los regidores pensaron en arrendar propios y repartir alguna porción de dinero
entre los individuos ajenos al circuito productivo, siempre que se obtuviese licen-
cia real. De ahí que el Cabildo se asegurase en contrapartida la promesa del in-
quisidor de interceder a favor de determinadas mercedes: a) debía conseguir que
la mitad de la dehesa de El Mocanal se desmontase, con el fin de que la renta
obtenida durante tres años sirviese para contribuir al donativo, y en lo sucesivo
para la ciudad; b) también obtendría facultad para que las personas «principa-
les», jueces, navegantes, mercaderes, oficiales, etc., que no tenían fruto, contri-
buyesen conforme a su caudal; c) se comprometió Valero a conseguir la confir-
mación de todas las preeminencias y privilegios, y en particular:
1173
1) La autorización para suprimir o agregar lo necesario para cumplir con el
donativo.
2) El incremento de hasta 100 ducs. en el gasto de las fiestas de Corpus,
que se repartirían entre varios oficios.
3) La facultad para repartir 200 ducs. anuales entre los vecinos, pues se
atribuía la causa de la despoblación de la isla a la carencia de médico y boti-
cario debido a la falta de propios.
4) Prórroga por 30 años de la merced de la conocida imposición sobre el vi-
no satisfecho por los vecinos para abonar el salario de artilleros y reparo de
fortificaciones.
5) El retorno al sistema de celebrar un cabildo semanal sin asistencia de la
justicia, ya que por contemplaçión de los jueses hacía años que no se practi-
caba.
En cuanto a la forma de pago de los 110.000 rs., se negoció efectuarlo por ter-
cias partes en marzo durante los tres años convenidos. El Ayuntamiento nombró
cobradores del donativo en: Mirca, Velhoco, Puntallana, La Galga, Los Sauces, San
Andrés, Barlovento, Garafía, Puntagorda, Tijarafe, Los Llanos, Mazo y Breña. El in-
quisidor accedió a algunas reivindicaciones, pero en otras se limitó a comprometer
su mediación, pues sus competencias se constreñían a los arbitrios para el donati-
vo.
Apenas un mes después de formalizado el acuerdo, las quejas de los hacen-
dados exportadores de viñedo al área colonial portuguesa en contra de los 2 rs.
sobre la pipa de vino exportada a dicho mercado lograron la suspensión de esa
tasa durante un año para verificar si lo ingresado por otros conceptos era sufi-
ciente para abonar el primer pago, revisándose entonces la posibilidad de consi-
derar ese canon mercantil1262 o introducir otro concepto tributario. Se patentiza así
en otra isla de realengo la avaricia de los poderosos. No solo se eludía en el ofreci-
miento una tasa sobre dos renglones importantes de la exportación (vino indiano y
azúcar enviada al mercado europeo), sino que suprimieron el impuesto sobre vino
al mercado portugués. Se inició también, a modo de deseo o reivindicación ante la
Corona, la larga tentativa de ocupación agrícola de El Mocanal; de igual manera,
se obvió la petición selectiva a los más pudientes, si bien se solicitó a Valero facul-
tad para que se gravase a un sector no propietario de bienes agrarios.
1174
C.3. La contribución de otras instituciones: miembros del S. O. y con-
ventos
Los ministros del Santo Oficio habían sido requeridos a participar, de manera ge-
neral en todo el reino, en 1629, y de hecho se recibió carta a mediados de ese año;
pero como ocurrió con otras provincias, como Sevilla y Valladolid, en Canarias no hu-
bo respuesta, al menos inmediata, lo que generó descontento1263. Lógicamente, en
esta ocasión de 1632, en que la petición alcanzó a toda la población, no hubo posi-
bilidad de escapatoria. Contamos sólo con la referencia general a la cantidad de una
isla y la nómina de las aportaciones de los miembros de dos islas, que se expone a
continuación. Respecto a la primera, sabemos que los ministros de Las Palmas (igno-
ramos si en realidad se quiso decir Gran Canaria) ofrecieron 7.000 rs., cantidad aleja-
da de los 30.716 rs. recolectados entre Tenerife y La Gomera, aunque en esta última
isla solo se trate de 1.000 rs. de una persona. Es más, en Tenerife, los ministros de
las tres poblaciones más destacadas (La Laguna, La Orotava y Garachico), prometie-
ron, respectivamente, 5.906 rs., 6.600 rs. y 14.600 rs.
De esa cantidad, 5.675 rs. se hicieron cargo a Francisco García Sánchez, familiar y
abogado de presos del S. O., depositario del donativo de los ministros del S. O. de
Tenerife. Los 231 restantes son del precio de la pipa de vino, vendida a Interián.
b) La Orotava:
1175
— Cap. Mateo Viña de Vergara, familiar .................. 1.000 rs.
(en total, 2.000)
— D. Mateo de Sanabria, familiar ............................. 300 rs.
— Cap. Juan Francisco de Franquis de Alfaro, familiar 550 rs.
— Cap. Juan Xuárez Gallinato y Fonseca, familiar ...... 500 rs.
— Cap. Dominigo Grimaldo Riço, notario ................... 500 rs.
— D. Fernando de Molina Bazán, familiar .................. 550 rs.
— Cap. Lope de Mesa y Ayala, y su hijo el cap. Juan
de Mesa, familiares y regidores .......................... 1.000 rs.
(Para la cobranza y como depositario fue nombrado el cap. Andrés Xuárez Gallinato)
c) Realejo de Abajo:
d) Icod:
e) Garachico:
1264La familia Prieto de Saa tuvo especial importancia desde comienzos del s. XVII. El padre de D.
Melchor, de origen portugués, había llegado a Tenerife en la segunda mitad de la centuria anterior, y
su encumbramiento socioeconómico fue rápido en el dinámico puerto de Garachico. La descendencia
practicó atinados enlaces matrimoniales la descendencia, de modo que pronto tuvieron regiduría per-
petua, parte en el señorío de La Gomera (como consortes) y, desde luego, presencia militar conti-
nua: el padre de D. Melchor, homónimo, ya había sido capitán, y sus dos hijos, que aparecen en el
donativo (D. Melchor y D. Luis Fernando Prieto de Saa) también alcanzaron patente de capitán, así
como el hijo de D. Melchor (D. Melchor Fernando Prieto del Hoyo y Ayala), y tanto el hijo como el
nieto de este llegaron a ser coroneles (D. Melchor Prieto del Hoyo Anchieta y Fiesco, y D. Melchor
Fernando Prieto del Hoyo-Solórzano, ya en el siglo XVIII) (FERNÁNDEZ DE BÉTHENCOURT, Fran-
cisco: Nobiliario…, t. III, op. cit., pp. 55-60).
1176
rio y beneficiado ........................................... 1.100 rs.
— Cap. D. Luis Fernando Prieto de Saa, alguacil
mayor y regidor ........................................... 3.000 rs.
f) La Gomera:
Otros:
— Cap. Francisco Pérez de Rojas, familiar y vecino
de Buenavista .................................................. 6 p. v.
— Martín de Ongay Navarro, familiar ausente en In-
dias ................................................................ 3.000 rs.
Por alguna escritura sabemos que contribuyeron las órdenes religiosas radicadas
en Canarias. El repartimiento fue organizado por el licdo. D. Baltasar de Castellanos,
canónigo de Canarias y colector de S. S., y el depositario fue el capitán Fernando Ál-
varez Rivera, regidor perpetuo de Tenerife y tesorero de la Santa Cruzada, inicián-
1265 AHPSCT, Prot. Not., leg. 279, f.º 258 (19 de agosto de 1635).
1177
dose la recaudación en febrero de 1634. No conocemos el importe de lo donado, pe-
ro sí que alguna orden, como la de los dominicos, intentó eludir el pago argumen-
tando que dicha congregación había contribuido a nivel nacional. La respuesta con-
sistió en solicitarle la cantidad repartida en las islas, que se le retornaría conforme
presentase la documentación probatoria de esa aportación en la Península1266.
La información procedente del cuadro XIII, que incluye los ofrecimientos de los
distintos lugares de Gran Canaria revelan que, con excepción de la cantidad de Las
Palmas, el total de Gran Canaria fue: 7.623 rs. y 3 cuartos en dinero; 561 fas. y 7
cels. de trigo (en el dinero se incluyen partidas de trigo vendidas en Tenerife, que se
sacan del trigo ofrecido en especie: o sea, que serían 15.184 rs. y 25 fas. y 7 cels. de
trigo, cifra que añadiéndole el valor del vino vendido llegaría a 17.158 rs.).
(Cuadro XIII)
Ofrecimientos vecinales en Gran Canaria
Donativo en
Lugar Donativo en especie
dinero (rs.)
Las Palmas 15.396
Telde 2.645
Agüimes y Tirajana 600 87 fas. y 3 cels. trigo; 2 barriles mosto
La Vega 344 y 6 ctos. 74 fas. trigo; 1 p. vino; ½ p. mosto
Teror 270 y 3 ctos. 901/2 fas. de trigo
Tejeda 104 y 1 cto. 41/2 fas. de trigo
Arucas-ingenio de Tenoya 1.0371/2 71/2 barriles vino
Firgas 10 62 fas. y 1 cel. trigo
Moya 8 401/2 fas. trigo
Guía 560 1621/2 fas. trigo; 9 p. y 2 ½ barriles vino
Gáldar 220 76 fas. trigo; 3 p. y 1 ½ barril vino
Agaete 20 3 fas. De trigo, 3 ½ barriles vino
TOTAL 23.019 y 3 ctos. 561 fas. y 7 cels. trigo; 12 p. y 101/2 barriles de
vino
Fuente: AGS, Contaduría General, leg. 3.218 (elaboración propia)
1266AHPSCT, Prot. Not., leg. 485, f.º 177 (15 de febrero de 1634).
1267AMLL, Libro de actas 12, ofic. 2.º, f.º 210 v.º; Libro de actas 24, ofic. 1.º, f.º 266 v.º (3 de agosto
de 1638).
1178
Con el aporte de la capital, la vecindad de toda la isla contribuyó con 32.554 rs.
(unos 2.959 ducs.). Como se ha indicado, una buena porción del grano ofrecido se
remitía a Tenerife para su venta, lo mismo que ocurría con el de Lanzarote y Fuerte-
ventura, aspecto que se tratará más abajo. En dicho cuadro descuella el elevado por-
centaje de la capital, casi la mitad del total (47.29 %). A distancia se encuentra el
resto de lugares, pues Telde se halla muy alejada con sus 2.645 rs. Es más, si conta-
bilizásemos en dinero los productos en especie, Guía se situaría algo por encima, si-
guiéndole en importancia Teror, Agüimes-Tirajana, La Vega... Mención aparte, pues
no se incluye en esta cuenta, es la contribución de 37 ½ rs. que el capitán general
Brizuela logró reunir entre los soldados del presidio.
1179
de la nobleza insular y cercano al emergente Puerto de la Cruz, que figura separada-
mente en la nómina del donativo.
(Cuadro XIV)
Ofrecimientos vecinales en Tenerife
Lugar Cantidad (en rs.)
La Laguna 53.220
Santa Cruz 5.118
Valle de Salazar 423
El Rosario 354
Candelaria-Güímar-Arafo 1.677
Tacoronte 7.739
El Sauzal 3.089
Tegueste el Viejo 808
Tejina, Bajamar, Punta del Hidalgo y Valle de 1.431
Guerra
Taganana 741
La Matanza 2.037
Acentejo 1.841
Santa Úrsula 1.684
Fuente de la Guancha 1.305
Chasna 8.648
Garachico 59.413
Arico 676
Granadilla 1.131
Valle de Santiago 464
Adeje 1.124
Isora 1.270
Vilaflor 8.648
Puerto de la Cruz 2.816
La Orotava 44.310
Realejo de Abajo 10.189
Realejo de Arriba 4.999
San Juan de la Rambla 6.639
Icod 30.030
El Tanque 1.396
S. Pedro de Daute y hacienda de Interián 1.090
Buenavista 9.893
Los Silos 3.300
(Elaboración propia. Fuente: AGS, Contaduría General, leg. 3.218; AHPSCT, Prot. Not.,
leg. 2.114, f.º 593).
No disponemos de relaciones o nóminas vecinales de cada lugar, y sólo en Gara-
chico contamos con escasos ejemplos de donantes de relieve: el mercader Felipe
Hernández Bestre aportó 1.100 rs.; Juan Riquel el menor, 4.400 rs.; D. Cristóbal de
Ponte y del Hoyo y su madre doña Magdalena Romana, 3.800 rs.; D. Alonso de
Ponte Jiménez, 2.400 rs.; el mercader de origen flamenco Blas Flaniel, 300 rs.; D.
Francisco del Hoyo, 1.000 rs.; doña Mariana de Fonte y Calderón, viuda del maestre
de campo Bartolomé de Ponte, 5.000 rs. entregados por su hijo D. Juan Bautista1270.
O sea, se trataba de mercaderes recién enriquecidos o de familias nobiliarias de no-
torio arraigo, con posición social basada en la gran propiedad y la participación en el
tráfico mercantil internacional. Otra forma de pago, además de dinero al contado o
en especie, fue el ofrecimiento de censos1271. Contrastan con los dígitos de cuatro ci-
1270 AHPSCT, Prot. Not., leg. 2.114, fols. 269 v.º, 285, 287 v.º, 360, 371, 374. Los pagos se efectuaron
en mayo de 1635.
1271 AHPSCT, Prot. Not., leg. 279, f.º 6. D. Diego Fiesco del Castillo, ante la carencia de dinero u
otros efectos, sirvió al donativo con un censo estimado en 50 ducs. de principal (21 de enero de
1634).
1180
fras de la clase dominante las escuálidas donaciones de los desfavorecidos. Por ejem-
plo, en esta localidad se exoneró al final de la obligación de pago a dos vecinos, Juan
Díaz y Francisco Gómez, por ser muy pobres (había prometido cada uno 12 rs.).
Las diferencias entre los ofrecimientos vecinales de las dos islas principales son pa-
tentes: la cantidad tinerfeña es 6.5 veces la grancanaria, expresión de la riqueza de
la isla más poblada y con mayor entidad económica y mercantil, aunque todavía los
principales órganos políticos y eclesiásticos residan en Gran Canaria, situación que
―como hemos visto― experimentó algunos cambios de facto en la segunda mitad
de la centuria. No deja de ser significativo que la proporción resultante sea muy simi-
lar a la existente entre los ofrecimientos concejiles (6.8 veces superior en Tenerife
respecto a Gran Canaria). En realidad, dejando a un lado las cantidades eclesiásticas
y de la Real Audiencia, incluso uniendo las aportaciones concejiles y vecinales de
Gran Canaria (unos 7.959 ducs.), la cifra es inferior a los 10.000 ducs. del Concejo
palmero. Otro hecho destacado es que la aportación de cada uno de los cuatro prin-
cipales núcleos aportadores del donativo en Tenerife (Garachico, La Laguna, La
Orotava, Icod) supera a la capital grancanaria; es más, cada uno de los tres primeros
ofrece más que Gran Canaria en su conjunto. Por último, cabe significar dos extre-
mos en el donativo tinerfeño: por un lado, también como reflejo de la extrema disi-
militud en esos aspectos entre las vertientes septentrional y meridional, la proporción
del donativo en la zona norte es aplastante (93 % del conjunto insular); por otro, no
existe un peso tan categórico de una sola localidad respecto al conjunto, pues Ga-
rachico representaba el 28 % del total, si bien junto con la capital suponía algo más
de la mitad insular. No son solo cifras aisladas las que dan cuenta del peso de ciertas
áreas o localidades, pues en 1652, por ejemplo, con motivo del ofrecimiento volunta-
rio vecinal en Tenerife para sufragar gastos de los mensajeros a la Corte (ya se ha
mencionado esta importante misión), Garachico aportó 3.943 rs. de los 12.758 rs. in-
sulares1272, es decir, un 30.9 %.
1272 AMLL, D-XIII-22. En esos donativos destacaban, obviamente, los poderosos de la oligarquía polí-
tica agromercantil, como los regidores de ese lugar D. Cristóbal de Ponte y del Hoyo, D. Pedro Inte-
rián de Ayala y D. Nicoloso de Ponte y de las Cuevas, que en conjunto aportaron 605 rs.; el maestre
de campo D. Luis Interián, con 200 rs., y los capitanes Juan Francisco Jiménez, Gaspar de Ponte y
Jerónimo Fonte, con 50 rs. cada uno. Constituía una mezcla de deber, ostentación social y una inver-
sión sociopolítica, pues este tipo de contribuciones se aireaban debidamente en los memoriales como
mérito reseñable, además de justificarse socialmente ante el conjunto de la población y realizar una
demostración de poder económico y financiero.
1273 Para más información sobre esta cuestión, vid. RODRÍGUEZ YANES, José Miguel: Tenerife en el
siglo XVII..., op. cit., pp. 23-25, 35-38; íd.: La Laguna durante el Antiguo Régimen..., t. I, vol. II, op.
cit., pp. 490-509.
1181
La vecindad de Lanzarote ofreció 1.542 rs., 430 fas. de trigo y 86½ fas. de ceba-
da. En las islas más prósperas los frutos eran vendidos en el mercado interno, pero
en territorios como Lanzarote resultaba un pésimo negocio, dado que la transacción
se verificaba a un precio muy reducido, además de la comentada realidad de remitir
el cereal al exterior (por ser cossa ordinaria sacarlo della y navegarlo a otras par-
tes)1274. Con ese propósito se embarcó en la fragata de un tal Sebastián Rodríguez
Moreno, con tan mala fortuna que naufragó y se perdió todo el grano. Esto no fue
todo: como se debían 286 rs. de diversos costes del cereal (medida, paleaje y con-
ducción hasta el puerto de Arrecife), hubo que descontarlo de la cantidad en metáli-
co, que quedó reducida a 1.256 rs. Por su parte, la marquesa de Lanzarote había
ofrecido 200 ducs.
En paralelo discurrió el donativo de Fuerteventura, cuyos moradores reunieron
1.483 rs. y 1611/2 fas. de trigo, que fueron cargadas rumbo a Tenerife en el patache
de Andrés Gutiérrez por no haver en aquella sazón otro y ser tierra pobre y mísera.
Pero debido al acoso de unos turcos en el mar, el barco buscó refugio en Gran Cana-
ria, surgiendo en el puerto de La Luz, en el que lo sorprendió, igual que a otras em-
barcaciones, un gran temporal que lo hizo encallar, con el resultado de pérdida de los
frutos transportados. Como había acaecido con el cereal lanzaroteño, también el de
Fuerteventura implicó gastos: 1611/2 rs. de acarreto y 10 rs. abonados a personas
que fueron por la isla a çitar la gente para venir a la villa para pedirles donativo, por
ser partes remotas. En definitiva, restaron líquidos 1.3111/2 rs.
Como se observa, la aportación de estas islas al donativo fue simbólica. Aunque no
se hubiera perdido la carga del cereal (es decir, si se hubiera puesto en venta el
grano exportado), las cantidades recaudadas habrían sido muy modestas, lejanas in-
cluso de las prometidas por las islas señoriales occidentales (La Gomera y El Hierro);
y como se ha apreciado en el donativo posterior de 1641, las cifras de Lanzarote y
Fuerteventura se situaron ya en un entorno más «razonable». La causa de la muy
reducida oferta en este donativo debió estar relacionada con la mala cosecha de
1635, pues como ya se ha comentado las islas orientales padecían oscilaciones extre-
mas en sus cosechas, que podían pasar de la abundancia a la esterilidad repentina.
Esto corrobora una doble realidad: la de las islas realengas, que aun con diferencias
notorias entre sí, a favor de Tenerife, presentan una estructura socioeconómica más
sólida, con una oferta de productos de exportación cotizados en mercados europeos
y de ultramar y la presencia de mercaderes que facilitan el crédito, y la de unos terri-
torios más pobres y vulnerables, sometidos a jurisdicción señorial. Pero incluso den-
tro de las islas señoriales es constatable una mayor dificultad, con episodios de mi-
graciones masivas desesperadas, de supervivencia en las crisis cerealísticas.
1182
sos de la isla a que contaban con medios para que el gravamen concejil no les in-
quietase mucho. En esta isla la suma fue superior a la herreña (6.442 rs.), aportada
por dos señores de La Gomera (es conocida la división de la jurisdicción entre varios
copartícipes y los pleitos entre estos): D. Diego de Rojas y Sandoval donó 4.000 rs.,
pagaderos sobre sus rentas a fines de 1635, y D. Diego de Rojas y Guzmán prometió
2.200 rs., a satisfacer en un año. Los otros donantes fueron D. Andrés de Villarroel,
beneficiado y vicario de la isla (220 rs.) y Juan de Castro, vecino de Garachico resi-
dente entonces en La Gomera. Un dato interesante, que la propia autoridad central
quiso investigar, fue la promesa de ciertos derechos por parte del mencionado D.
Diego de Rojas1275.
1275 Ibíd.
1276 AHPSCT, Prot. Not., leg. 279, fols. 4-5 (20 de enero de 1635).
1183
sar un mayor apremio a los que sí disponían de «caudal» y «hacienda», que fueron
los que encabezaron la movilización. Con ese tipo de prácticas de liderazgo, además,
algunos miembros prominentes de la comunidad se hacían acreedores a un reconoci-
miento y redoblaban su prestigio, conquistando réditos en influencia y control social.
Con brevedad digamos que Miguel Fonte era el dueño de una hacienda amayorazga-
da (la «hacienda de Daute»)1277, de viñedo, cereales y azúcar, con ingenio propio, y
regidor de la isla. En cuanto a Pérez Enríquez, sin llegar a la entidad económica y
abolengo de Fonte, era el vástago de un mediano propietario que en pocos años
acrecentó la hacienda familiar y con astucia ascendió socialmente en el entorno local,
logrando la alcaldía y, sobre todo, fundando años después (1649) el único conven-
to1278 del pueblo, sin duda para fortalecer con un acto positivo el lento ascenso de un
burgués rural hacia la nobleza.
En otros sitios, el rol de estos personajes varió ligeramente. Es el caso de Vilaflor.
Las bandas del sur de la isla, menos habitadas y más pobres, con peores comuni-
caciones, no fueron visitadas por Valero, quien nombraba a un comisionado para la
ingrata tarea de pedir. Esta recayó, como ya sabemos, en D. Francisco de Molina
Quesada, quien logró arrancar de la vecindad la promesa de entregar 8.374 rs. pa-
gaderos por San Juan de 1635. Pero fue tal la esterilidad que imposibilitó la cosecha
de grano y, por tanto, el abono del donativo, pues hasta una parte de los pobladores
tuvieron que abandonar su domicilio. Ante ese infortunio, el capitán Francisco Loren-
zo de Yllada, vecino del lugar, solicitó a Valero espera por un año, demora concedida
a condición de que se obligase un particular, postulándose Yllada como valedor para
la satisfacción de esa cantidad a cambio de esa garantía notarial1279. Como Molina
había dejado una memoria en poder del alcalde pedáneo, Alonso de Chozas, con los
nombres de vecinos a los que no se había pedido el donativo, con objeto de conti-
nuar la cuestación, Yllada se obligó incluso a responder de las cantidades que logra-
sen agregarse, como así sucedió, pues se amplió la aportación chasnera en 274 rs.
Como sucedería en tantas otras ocasiones y lugares, el pago se retrasó más dos
años, pues en 1637 Yllada entregó varias partidas de 5.000, 2.226 y 700 rs. a cuen-
ta, terminando de liquidar al año siguiente con la entrega de 722 rs.1280.
La petición del donativo discurrió simultánea a otras medidas fiscales que afectaron
a los más pudientes, aunque estos ya habían comprometido su cuota en las rela-
ciones generales de cada lugar y, de un modo particular, aquéllos que pertenecían al
Santo Oficio. No sólo se trataba ya, como sucedió en áreas peninsulares, de los
«préstamos» forzosos con cargo a la plata americana que llegaba a Sevilla, sino de la
adquisición obligada de juros puesta en práctica por el corregidor D. Gabriel de la
Puebla por mandato regio. Esta dura medida se insertaba en el designio general de
contribución extraordinaria impuesta a los miembros de tribunales y Consejos, exten-
dida a todo el reino y encomendada a los corregidores de cada Concejo. Se pretendía
aquí que la compra o participación se realizase sobre 200.000 ducs. fundados en las
rentas de millones.
En el caso de Tenerife, D. Gabriel de la Puebla sondeó la opinión de una serie de
personas, proponiéndoles participar en el proyecto. Como comprobó que por vía vo-
1277 RODRÍGUEZ YANES, José Miguel: «La hacienda de Daute: 1555-1606», en Revista de Historia
Canaria, n.º 174 (1984-1986), pp. 115-150.
1278 RODRÍGUEZ YANES, José Miguel: «El convento de San Sebastián de Los Silos (1649-1836)», en
EL DÍA, 30 y 31 de diciembre de 1981.
1279 AHPSCT, Prot. Not., leg. 279, f.º 188 (julio de 1635).
1280 AHPSCT, Prot. Not., leg. 935, fols. 133 y ss.
1184
luntaria no iba a conseguir nada, decidió optar por el sistema de los repartimientos,
determinando la cantidad que cada uno debía comprar en juros sin atender a las ex-
cusas planteadas con anterioridad, hasta el punto de apremiar a los pudientes in-
cluso a efectuar la operación en un plazo de veinte días. A veces, bien fuera por
apremio derivado de ese repartimiento o de otra índole, llegaba el inquisidor a encar-
celar a los renuentes a sus presiones, sin importar la condición social o el empleo del
individuo. A los castigados apenas les quedaba la apelación ante la Corte, a la que
recurrió en febrero de 1635 mediante apoderado el regidor perpetuo Hernando Álva-
rez de Rivera para protestar por el agravio inferido por Valero, que decretó su ingre-
so en la cárcel pública con mucha desautoridad de mi persona y con guardas, com-
peliéndolo con fuerza a pagar salarios además de haberle sacado 400 rs. más de los
ofrecidos al donativo1281.
Lo común en la mayoría de las circunstancias fue la utilización de la queja colecti-
va, organizada. Los afectados se movilizaron conjuntamente, pidiendo audiencia para
exponer sus razones, pero sin resultado. Ante la negativa, se dirigieron al teniente de
corregidor, licdo. Cornejo, con objeto de gestionar licencia para reunirse y elevar una
súplica a la Corte. Hacían constar los junteros que si fracasaba esta última diligencia
al más alto nivel se resignarían al remate parcial de sus haciendas y servirían del mo-
do que lo estaban haciendo con el real donativo, que para darlo bendían muchos ve-
zinos partes de sus haçiendas por la mitad menos de lo que valían1282. El apoderado
en Corte debía exponer el grado de pobreza de la isla debido a la falta de pan y a la
cortedad de la cosecha vitícola, hasta el punto de que no llegaba a una sexta parte
de la normal, ocasionado todo ello por la ausencia de lluvia. Estas reuniones debieron
realizarse en varias partes de la isla, seguramente en los tres grandes distritos en
que se hallaba dividida. La información utilizada para este apartado corresponde a la
junta de Daute, y entre los firmantes del poder es manifiesta la presencia de la clase
dominante, desde representantes de la terratenencia hasta de la burguesía comer-
cial: D. Alonso Calderón, D. Juan del Hoyo Calderón, Juan Francisco Ximénez Jorva
Calderón, Gaspar de Acevedo, Miguel Fonte de Ferrera, Conrado de Brier, Cristóbal
de Ponte del Hoyo, Blas Flaniel, Francisco de Cospedal Grimaldo, D. Melchor López
Prieto de Saa, D. Martín del Hoyo, D. Francisco del Hoyo, D. Alonso de Ponte Ximé-
nez, D. Luis Fernando Prieto de Saa, Felipe Hernández Bestre, Francisco Jorva Cal-
derón, Luis Angelin, Cristóbal González Delgado, D. García Calderón, Bartolomé del
Hoyo, Vicente Castillo... Conviene puntualizar que el alegato vecinal tenía un fondo
de razón, pues el año 1635 fue seco, situación que permaneció en buena parte del
año siguiente, pero era exagerada la aseveración de ausencia de lluvia durante un
trienio, así como la referencia a una catastrófica mengua en la cosecha vitícola o tri-
guera, a tenor de los datos de los diezmos; sí es verídico que el descenso en el vino
puede situarse en torno a un 70 % (muy considerable, es cierto), y que la cosecha
triguera de ese año fue muy baja. El principal problema es que el comienzo de ese
decenio fue malo, y los precios de los artículos alimenticios básicos aumentaron enor-
memente. Era lógica, por tanto, la oposición de acaudalados y del común a contri-
buir, pues se padeció hambre en el invierno de 1635 y la primavera posterior1283.
La monarquía no se conformó con las cantidades recaudadas de algunos particu-
lares, disposición que se trató de remediar con ocasión del nombramiento como co-
brador del donativo (finales de 1636) de Fernández de Talavera, a quien se instruyó
1281 AHPSCT, Prot. Not., leg. 810, f.º 103 v.º (25 de febrero de 1635).
1282 AHPSCT, Prot. Not., leg. 2.114, fols. 465 y 469 v.º (10 de septiembre de 1635). Se apoderó para
representar en Corte al licdo. D. Simón de Frías, abogado de la R. Audiencia, si bien se contemplaba que
en ausencia podían sustituirle, por este orden, el cap. Juan Francisco de Franqui y Alfaro o D. Gerónimo
Boza de Lima, o el cap. Diego Lorenzo.
1283 RODRÍGUEZ YANES, José Miguel: La Laguna durante el Antiguo Régimen..., t. I, vol. II, op. cit.,
1185
para que exigiese a quienes no habían contribuido conforme a su caudal y obli-
gaciones, y asimismo se ordenaba al gobernador y oidores de la R. Audiencia que co-
laborasen con Talavera en esa tarea1284. Otra «víctima» de estos requerimientos fue
un personaje ya mencionado, el poderoso D. Luis Interián, quien fue constreñido por
Puebla a tomar un tributo de 1.000 ducs. de principal (100 ducs. de rédito) que abo-
naban al Cabildo de Tenerife Juan de Hinojosa y su esposa, que como se recordará
había ofrecido esa institución como parte del pago, girando Interián letra de cambio
de 24.200 rs. a favor del monarca. Otras cantidades fueron algo más modestas, pero
importantes: doña Juana Grimón aportó 1.500 rs.; el teniente licdo. Juan Cornejo,
200 rs.1285.
En La Laguna, al menos, Valero utilizó el procedimiento del reparto de trigo entre
los vecinos, a los que obligaba a la adquisición de pequeñas cantidades (2, 4, 8 fane-
gas) a 22 rs.1286. Por razones no especificadas en la documentación consultada (sí fi-
guraban en el libro original del donativo), algunas autoridades y personas de relieve
se excusaron de ofrecer. Citemos entre los oficios y cargos al capitán general D. Íñi-
go de Brizuela, al corregidor de Tenerife y La Palma D. Gabriel de la Puebla, al juez
de Indias de Tenerife D. Baptista Ruiz de Bañuelos, al teniente de corregidor de Te-
nerife licdo. Juan Cornejo, al obispo D. Francisco Sánchez, al deán y canónigo Dr.
Xirón. En cuanto a personas de alcurnia, se contaban doña Juana Grimón y D. Balta-
sar de Vergara, anotando en el libro: ...siendo los más ricos de aquella tierra.
Se veía venir que la política de apaños practicada para intentar una reposición
financiera, siquiera parcial y pasajera, en el saco sin fondo en que se había conver-
tido la hacienda castellana constituía una misión harto complicada, y que las fórmulas
pensadas como meramente coyunturales, como la venta de cargos y oficios, debían
reiterarse mientras las coordenadas críticas permaneciesen inalterables o empeora-
sen con nuevos compromisos bélicos. Todavía no se había culminado un proceso de
enajenación —es decir, los grupos sociales con una oronda bolsa de ducados y capa-
cidad de endeudamiento, tan sobrados de dinero como elevados sus fervores hidal-
gos y ambiciones, no había terminado de digerir la precedente privatización o apro-
piación venal de oficios y honores1287—, cuando ya se planteaba, con precipitación,
otro raudal, si cabe mayor, de transmisiones y ofrecimientos de perpetuaciones de
cargos o ventas de señoríos. La Corona percibió que la amplitud y diversidad de
gracias y mercedes, así como la pluralidad de vías de obtención, podían tener un
efecto negativo para una buena recaudación, pues la competencias entre organismos
1284 AHPLP, Audiencia, Libro de títulos de los señores presidentes, regentes y oidores de la Real
Audiencia (1568-1823), t. I, f.º 243.
1285 AHPSCT, Prot. Not., leg. 925, fols. 133 y ss.
1286 Como ejemplos de estos repartos: el labrador Juan Estévez se obligaba a pagar 44 rs. por 2 fas.;
Baltasar González, 22 rs. por 1 fa.; Jacinto Amado, 44 rs. por 2 fas.; Domingo Rodríguez, 176 rs. por
8 fas. (AHPSCT, Prot. Not., leg. 279, fols. 56, 56 v.º, 58, 59).
1287 Como señala Domínguez Ortiz, ese fenómeno de adquisición de oficios y honores tiene una base
social en la existencia de individuos y aun clases dirigentes dispuestas a comprar cargos que signifi-
caban un ascenso en la escala de consideraciones jerárquicas, con las consiguientes modificaciones
en el status colectivo (DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: «La venta de cargos y oficios públicos en Cas-
tilla y sus consecuencias económicas y sociales», en Instituciones y sociedad en la España..., 1985, p.
146).
1186
enajenadores a veces derivaba en negociaciones a la baja; en ese sentido, la centra-
lización de oferta a cargo de los comisionados de los donativos y la presencia in situ
de un delegado real incidió en una mayor facilidad para la hacienda real, en cuanto
predispuso a un mayor número de solicitantes e incluso ―al menos en ciertas mer-
cedes― frenó la devaluación de las concesiones regias1288. Como señala Marcos Mar-
tín, bienes que en principio no eran económicos, como un hábito militar, la conce-
sión de un indulto, el poder jurisdiccional, alcanzaban esa dimensión de bienes eco-
nómicos en cuanto la monarquía (en su nombre, el delegado solicitador del donati-
vo) les concedía un valor monetario, entrando así en la venalidad y enajenación del
patrimonio regio1289. En las facultades con que venía investido el comisionado queda-
ba patente el carácter de puja que también iba a caracterizar al donativo: ...criando
offisios de alferes mayor, fieles executores, regidores, escrivanías, procurasiones y
otros de qualquier calidad o condición, ansí con voz y voto en los Cabildos y Ayunta-
tamientos como sin ellos, fiscalías, contadores de particiones, padres de menores y
otros, aunque sus officios y nonbres no vayan aquí expresados1290.
Respecto a este apartado es de advertir que es probable que en la documentación
consultada no se mencionen todos los ofrecimientos efectuados con este motivo, qui-
zá porque algunos no llegaron a contar con la aprobación de D. Luis Henríque, ni to-
dos se materializaron al no alcanzarse la merced real. Aun así, partiendo de la conta-
bilidad general, el conjunto de peticiones montaba 428.025 rs., una cantidad sin
duda importante, superior incluso a la prometida por el Cabildo tinerfeño. Pero, como
se indicaba antes, hubo mucha diferencia con la realidad al no llegar a buen término
las concesiones, por ejemplo, de los señoríos, que suponían el 42.75 % de esa cifra,
quedando así la cantidad líquida en 357.425 rs. Por orden de importancia cuantitativa
seguían las demandas de hábitos de Santiago (34.69 %), y a distancia figuraba el
resto: los oficios de fiscal y contadores de Tenerife (8.99 %), las escribanías públicas
de Tenerife (4.9 %), los indultos (4.77 %), el estanco de aguardiente en Tenerife
(3.85 %). En este apartado hemos incluido, en cuanto se trató de una merced, la ad-
misión de la postura de Esteban Alberti, vecino de La Laguna, por el estanco en el
aguardiente (monopolio) durante 10 años, por el que satisfizo 16.500 rs. Resulta lla-
mativa la exclusión de oficios de regidores, pero es explicable porque ―como se ex-
plicó en otro capítulo― ya había suscitado problemas en la década precedente la am-
pliación venal, llegándose a un pacto entre monarquía y Ayuntamientos en el sentido
de mantener inalterable el número de ediles. Aunque nadie se fiaba de la palabra re-
gia (en la instrucción ya hemos comprobado cómo Valero tenía potestad para crear
ese tipo de oficios), estaba demasiado cerca el escándalo precedente para obrar en
esa línea cuando era factible obtener fondos de otra manera. Además de haber toca-
do fondo la compraventa de regidurías, diversos oficios concejiles habían sido vendi-
dos ya desde mediados del siglo XVI (alférez mayor, alguacil mayor, depositario y fiel
ejecutor, mayordomía...)1291, por lo que la subasta de este tipo de empleos fue forzo-
samente limitada.
1288 GIL MARTÍNEZ, Francisco: «De a negociación a la coerción: la recaudación...», art. cit., p. 221.
1289 MARCOS MARTÍN, Alberto: «Sobre la violencia del impuesto en la Castilla...», art. cit., p. 210.
1290 AHPSCT, Prot. Not., leg. 1.547, f.º 98.
1291 RODRÍGUEZ YANES, José Miguel: La Laguna durante el Antiguo Régimen …, t. I, vol. I, pp. 229-
239. la mayordomía estuvo enajenada entre 1642 y 1686 (ibíd., pp. 391-393).
1187
cimientos de esta naturaleza procedieron de Tenerife. Aunque esta era la isla con
más potencial y con presencia de un más amplio elenco de vecinos con capacidad
para adquirir mercedes, no justifica suficientemente la casi nula presencia de deman-
dantes de otras islas, y de hecho al menos en un caso hemos detectado que en otros
lugares debieron promoverse instancias similares. Un ejemplo fue la pretensión de
perpetuidad de la vara de alguacil mayor de la Real Audiencia formulada por el ca-
pitán D. Francisco Gallego Altamirano, castellano de la fuerza de San Pedro en Las
Palmas de Gran Canaria. Gallego había negociado con Bartolomé Ponce de León, ti-
tular de ese oficio, la venta del cargo, con la intención de adquirirlo posteriormente a
perpetuidad. Después de la renuncia de Ponce, y cuando ya había iniciado gestiones
el nuevo alguacil mayor para comprar la perpetuación en la Corte, se enteró de la
paralela oferta que efectuaba Valero. Como advirtió que era un camino más corto y
rápido, negoció con éste en septiembre de 1635 una oferta de 2.000 ducs. en plata
doble, que el inquisidor logró incrementar hasta 2.500 a cambio de una serie de con-
diciones planteadas por el aspirante1292.
Uno de los oficios que más madrugó en su licitación oficial (otros fueron propues-
tas cursadas a Valero) fue el de contador, que ya había sido objeto de venta en te-
rritorio peninsular en años precedentes. Se pregonó varias veces, desde el 21 de sep-
tiembre de 1634, siendo publicado el primer remate el 29 de octubre con la condición
de limitar a dos los oficios de contador en Tenerife. Se fueron presentando otras
ofertas (como las de Manuel Fernández Merodio, Martín de Naveda Romero y D.
Francisco de Molina Quesada), y Valero procuró que estos oficios fueran acrecenta-
dos en precio y número para aumento de la real hacienda, pero no hubo quien con-
cursase en más de dos oficios. Por último, compareció D. Francisco Ruiz Barrio, que
presentó una postura mayor en uno de ellos en 500 ducs., con el requisito de que no
se creasen más de dos y la promesa de saldar la mitad a la entrega del título y la
otra mitad en el plazo de un año, satisfechos los plazos en Tenerife al contado o en
letras a Sevilla, Madrid o Lisboa, abonadas y al plazo ordinario de 60 días. Valero
transmitió, sin éxito, ese ajuste a Merodio por si quería superarla1293.
Quizá animado por esto y observando Ruiz Barrio que con la falta de postulantes
podía llegar a monopolizar las dos contadurías pugnando con una cantidad global, a
principios de 1635 formalizó su propuesta al inquisidor: remató Ruiz en los dos oficios
con una oferta de 400 ducs. por cada uno1294. Tras la admisión de la postura y su
1292 AHPLP, Prot. Not., leg. 1.210, f.º 93 (26 de septiembre de 1635). La cantidad la podía hacer efectiva
en Sevilla a su cuenta y riesgo, o en Gran Canaria los 1.000 ducs. el día que se le entregase el título, y
los otros 1.000 en un año desde esa entrega, con que se le concediesen estas calidades: 1) intervención
en todas las ejecuciones y mandamientos despachados por la R. Audiencia en las islas de su jurisdicción;
2) posibilidad de nombrar teniente de ese oficio, con los mismos privilegios que el propietario; 3) disfrute
de los 250 ducs. anuales de renta concedidos a sus antecesores en el empleo; 4) facultad para nombrar
dos alguaciles que pudiesen traer vara y acudir a ejecutar lo concerniente al oficio; 5) potestad de rondar
y realizar averiguaciones y probanzas de delitos en Gran Canaria por el titular del oficio o su teniente; 6)
concesión al alguacil mayor o a su teniente del mismo lugar y asiento ofrecido al alguacil mayor en Sevi-
lla en diversos ámbitos: en audiencia, actos públicos, iglesias, procesiones, etc., allí donde asistiese la
Real Audiencia; 7) posibilidad de vincular el oficio en hijo, hija o nieto que el titular desease por vía de
mejora, aunque con su legítima no le tocase el valor de dicho oficio; 8) facultad de nombrar persona que
en nombre del titular acudiese a ejecutar lo dispuesto por la Real Audiencia en cualquier isla, con idénti-
co salario. Se establecía que el oficio estaba exento de media anata y otros derechos. La mitad del precio
pactado, pagadero en Madrid o Sevilla, se abonaría en el momento del despacho del título, y se comple-
taría en el término de un año después.
1293 AHPSCT, Prot. Not., leg. 279, fols. 266 y 271.
1294 Ibíd., f.º 272 (2 de enero de 1635). El pago prometía efectuarlo en tercios: el primero, el día que se
le entregasen los títulos, uno despachado en su cabeza y otro en quien Ruiz señalase, abonando la canti-
1188
pregón en La Laguna, le salió un competidor, D. Francisco de Molina Quesada, que
repitió la oferta efectuada por Ruiz unos meses antes; es decir, pujó con 500 ducs.
en uno de los oficios. Pero ya Ruiz no estuvo dispuesto a incrementar su oferta y se
limitó a tantear por igual cantidad en el otro oficio. Valero se mostró satisfecho en
principio y ordenó trasladar las propuestas a D. Luis Henríquez, visitador de la R. Au-
diencia de Canarias.
Como transcurrían los meses y no salía mayor ponedor en la almoneda ni adoptaba
resolución el visitador de la Audiencia, Valero estimó que no debía aguardar más,
pues había decidido su retorno a la Corte, y los dos máximos intervinientes en el re-
mate lo urgían a que finalizase el proceso o los liberase de su ofrecimiento. El 16 de
agosto determinó solucionar el negocio con el pregón de un último remate, comuni-
cándose particularmente esta decisión a Ruiz Barrio, al capitán D. Francisco de Mo-
lina Quesada y al capitán Manuel Fernández Merodio. Valero, sin embargo, prorrogó
hasta el 18 a las doce del día por no haberse citado a Martín de Naveda Romero
(escribano público) como persona interesada por haber hecho postura. Al no regis-
gistrarse novedad, como era previsible, los oficios se adjudicaron a Ruiz y a Molina en
500 ducs. cada uno (11.000 rs. en conjunto). Valero ya había terminado su misión en
Tenerife, y a finales de agosto se encaminaba a España a dar cuenta al rey, hacien-
do escala en Gran Canaria. Como era normal en la burocracia de la época, los trámi-
tes hasta la efectiva obtención del oficio y toma de posesión duraban un par de años,
de modo que fue en septiembre de 1638, por ejemplo, cuando D. Francisco de Moli-
na presentó su título en cabildo solicitando admisión en el cargo y juramento1295.
Conviene precisar que el capitán D. Francisco Ruiz Barrio, que también pujará por
el oficio de fiscal de la isla, estaba casado con doña Juana Díaz Maroto, hija del
maestre de campo Mateo Díaz Maroto, quien —como veremos— intentará que se le
conceda el señorío de la Punta del Hidalgo, donde radicaban sus posesiones. Ruiz Ba-
rrio ocuparía cargos importantes en la isla (personero general en 1634, mayordomo
concejil en 1638), y en 1622, 1623 y 1624 había tenido administrado el almojarifaz-
go1296. La almoneda de empleos, tuviese o no que ver con el real donativo, interesó
vivamente a la clase dominante, cuyos miembros pujaron por variedad de cargos,
apoderando frecuentemente a intermediarios en la Corte. El propio Ruiz Barrio, por
ejemplo, recurrió a Francisco Manzano, contador y receptor real de la Junta del Almi-
rantazgo, para tomar del monarca cualquier oficio en venta por el Consejo de Indias,
con la condición de que fuese vitalicio o perpetuo por juro de heredad1297.
dad en dinero o letra segura; el segundo tercio, en un año a partir del día de la entrega de esos títulos;
el último tercio, en un año desde el abono de ese segundo tercio.
1295 AMLL, Libro de actas 12, ofic. 2.º, f.º 218.
1296 AHPSCT, Prot. Not., leg. 1.547, f.º 81. Fue alcanzado en su mayordomía en 16.249 rs., aunque tenía
alguna libranza más por presentar. Se le admitió la imposición de 8.000 rs. sobre sus bienes a cuenta del
alcance para liquidar el rédito en tanto no satisfaciese la deuda (se citan las propiedades ofrecidas como
garantía: AHPSCT, Prot. Not., leg. 1.548, fols. 20 y ss.).
1297 AHPSCT, Prot. Not., leg. 810, f.º 373 (13 de septiembre de 1635).
1298 RODRÍGUEZ YANES, José Miguel: La Laguna durante el Antiguo Régimen…, t. I, vol. I, op. cit.,
pp. 302-305.
1189
mató en el ya citado capitán Ruiz Barrio, pero el inquisidor accedió a interrumpir el
procedimiento urgido por el Cabildo, que alegaba un déficit formal en el ofrecimiento
del interesado. La institución aprovechó esta fisura legal para demorar la concesión y
posibilitar una negociación con Valero exponiendo los perjuicios para el común de
consumarse la venta del oficio, a la par que se prometía ―ya que todo se limitaba en
el fondo a una cuestión de dinero― una cantidad para compensar la cancelación del
trámite de la merced. Valero se mostró favorable a los ruegos capitulares, de modo
que la operación se dilató durante 1635, tardanza que favoreció la posición del Ayun-
tamiento, que al fin logró una rebaja de 500 ducs. sobre los 3.000 en que evaluaba
el oficio, así como una prórroga de seis años para hacer efectiva la suma.
1299 Es interesante recordar un acertado juicio de Domínguez Ortiz al respecto: Las compras de car-
gos, como las de títulos e hidalguías, revelan la disociación entre el ideal y la realidad, entre un sta-
tus legal arcaico y una situación de hecho que tenía que acabar por imponerse (DOMÍNGUEZ ORTIZ,
Antonio: «La venta de cargos y oficios públicos…», art. cit., p. 183).
1300 DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: Política fiscal y cambio social..., op. cit., p. 210.
1301 RÉGULO PÉREZ, Juan: «Venta de la jurisdicción de los lugares de Argual y Tazacorte durante el
reinado de Felipe IV», en Homenaje a Elías Serra Ràfols, t. III, La Laguna, 1970, pp. 189-207.
1302 FERNÁNDEZ DE BÉTHENCOURT, Francisco: Nobiliario..., t. II, op. cit., pp. 118-119.
1190
mencos), se casó con la hija mayor de este en 1607 y se convirtió en el hacenda-
do más poderoso del Valle de Aridane, llegando a poseer entre otras propiedades
seis veinteavas partes de los ingenios de Argual y Tazacorte. Su ascenso social co-
rrió parejo al político: en 1619, regidor perpetuo de La Palma; en 1630, familiar
del S. O. (en 1633, alguacil mayor de esa institución). La ciudadanía española le
fue concedida en 1638. La misma política matrimonial la aplicó a sus vástagos, con
el fin de enlazar con familias palmeras de abolengo. En esa tesitura, como otros
caballeros y mercaderes de postín, vislumbró en la petición real de donativo una
oportunidad para abrir la puerta a un título nobiliario, para lo que primero se pro-
puso obtener una jurisdicción señorial en la zona de su morada; de ahí que solici-
tase a Valero con el título de villa las jurisdicciones de Argual y Tazacorte, por las
que ofreció 4.000 y 9.000 ducs.1303, respectivamente. La petición formal y el ofreci-
miento los formuló ante escribano a principios de abril de 1635. Tomó posesión de
su señorío y posteriormente lo traspasó a su hijo Juan Massieu Van Dalle. Todo es-
to lo llevó a cabo en secreto, que lógicamente mucho no podía durar. En 1639,
cuando la alarmante noticia circuló en la isla, el Cabildo actuó con diligencia ante
la arrogancia de uno de sus miembros más notorios: suplicó al rey la nulidad de la
concesión y entabló pleito ante el Consejo Real. Aparte de la oposición institucio-
nal, Massieu tendrá enfrente a otros litigantes poderosos: los copartícipes en el in-
genio. En realidad, adversarios oficiales y personales constituían casi una sola co-
sa, pues al menos cuatro de los copartícipes azucareros eran regidores (capitanes
Andrés Lorenzo, D. Juan de Guisla Vendoval, D. Juan Monteverde, Santiago Fierro
Bustamante). En el Concejo se argumentó que en el ingenio de Argual había mu-
chos interesados, personas de mui gran calidad, como D. Diego de Ayala y Roxas,
señor de La Gomera; el capitán D. Diego Vélez de Ontanilla, que además de regi-
dor era veedor y contador de la gente de guerra; el maestre de campo Juan Ángel
Poggio, sargento mayor del tercio de aquel distrito; el maestre de campo D. Pedro
de Sotomayor Topete1304, juez de las materias de contrabando; el maestre de
campo Andrés Lorenzo, regidor; el capitán de a caballo Jaques de Brier; el alférez
mayor D. Melchor de Monteverde; D. Juan Monteverde. Estos poseían cada uno
ocho décimos en el ingenio de Tazacorte y cinco décimos en el ingenio de Argual.
En cambio, Nicolás Massieu poseía 5 décimos en el ingenio de Argual y dos en el
ingenio de Tazacorte, de los que había cedido uno a su yerno, el capitán D. Juan
de Sotomayor Topete. Sostenía Guisla que eran frecuentes los conflictos entre los
dueños a causa de la administración común en las instalaciones de los ingenios,
así como en las aguas y montes, tensión que con dificultades intentaba resolver la
justicia ordinaria y que podría empeorar con el señorío. También se destacaba la
existencia en esas haciendas de dos fuertes ―como ya sabemos― y un puerto, lo
que aumentaba la importancia del futuro dueño jurisdiccional, y se añadía con
exageración que el comercio del puerto capitalino podría trasladarse al de Taza-
corte con la consiguiente disminución de las rentas reales1305. Los regidores con-
cordaron con Guisla y apoderaron para comparecer ante el rey y contradecir las
pretensiones de Massieu. Tal fue la compulsión que Massieu se avino a una auto-
1303 AMSCLP, leg. 681, sesión de 18 de agosto de 1639. La jurisdicción de Argual se pagaría en pla-
zos anuales de 1.000 ducs.; la de Tazacorte, en cabeza del capitán Nicolás Massieu, se abonaría en
azúcar al precio corriente en pagos anuales durante cuatro años.
1304 Los Sotomayor Topete (D. Juan, padre, y D. Pedro, su hijo) habían entrado en la propiedad de
los ingenios de Argual y Tazacorte merced a su matrimonio con descendientes de flamencos: D. Juan
casó con doña Ana de Monteverde, y D. Pedro con doña Gerónima Vandale (o Van Dalle). Este último
había recibido tres décimas del ingenio de Tazacorte [SANTANA PÉREZ, Germán, y Manuel LOBO CA-
BRERA: «Exportación de azúcar palmero a Europa durante la primera mitad del siglo XVII», en XIII
coloquio de historia canario-americana (1998), Las Palmas de Gran Canaria, 2000, p. 1.906].
1305 AMSCLP, leg. 681, sesión de 18 de agosto de 1639.
1191
compra del señorío de Argual en 1642, financiada por mitades entre el frustrado
señor y el resto de propietarios de la hacienda. Es de suponer que debió fracasar
al mismo tiempo la compra de Tazacorte, aunque sobre este particular carecemos
de datos concretos.
Por las mismas fechas, como hemos analizado en otro lugar —por lo que aho-
rramos aquí muchos detalles1306—, se registró otro episodio, esta vez en Tenerife,
a cargo del maestre de campo Mateo Díaz Maroto. La significación, como en su
momento se apuntaba, es destacada por ser la primera tentativa sólida y realiza-
ble de obtener dominio jurisdiccional privativo en una isla de la relevancia econó-
mica de Tenerife. El desarrollo del proceso fue el característico en las concesiones
señoriales, mediando un memorial con informes acerca de las características físi-
cas, económicas y demográficas del área pretendida. En una primera fase Maroto
presentó una petición informal para sondear la voluntad de Valero a finales de
1634, demorándose hasta julio de 1635 la solicitud en forma. La zona en cuestión,
denominada «Acuyar», estaba radicada en el nordeste de la isla, cercana al pago
de Punta del Hidalgo, perteneciente al distrito capitalino. Reclamaba el postulante
la jurisdicción civil y criminal, alta y baja, mero y mixto imperio, señorío y vasalla-
je. Dada la escasa entidad económica y poblacional de la demarcación (no sobre-
pasaba la decena de vecinos), se trataba más de un asunto social, simbólico, ho-
norífico, con la carga e importancia que podía implicar a medio plazo para los nue-
vos señores en un enclave tan cercano a la capital de la isla principal del archipié-
lago. Consultado el negocio por Valero a don Luis Henríquez, el solicitante concre-
tó por fin su óbolo (40.000 rs.), así como la modalidad de pago. Apostillaba Maro-
to que él y sus sucesores debían titularse «señores de la villa de Acuyar», y debían
disfrutar de la facultad de nombrar alcalde ordinario, gobernador y otros ministros.
Era evidente que tan escaso número de moradores no justificaba la parafernalia
de cargos y oficios, que más servían al encumbramiento y a la ostentación de los
señores que al control de una zona que apenas precisaba un capataz o mayordo-
mo. Cuando parecía que el viento soplaba a su favor, Maroto adquirió terrenos co-
lindantes con esa zona y gestionó en la Corte la consecución de licencia para insti-
tuir mayorazgo. Todos los sueños de grandeza se fueron al traste por una inespe-
rada cobranza ejecutiva que debió afrontar Maroto como fiador de un mercader
condenado por contrabando, hasta el punto de que la hacienda será subastada en
1640.
1306 RODRÍGUEZ YANES, José Miguel: La Laguna durante el Antiguo Régimen..., t. I, vol. II, op. cit.,
pp. 754-759.
1307 AHPSCT, Prot. Not., leg. 935, f.º 323.
1192
de ellos en relación con la importancia demográfica, económica y social del área
competencial, de ejercicio o desempeño de cada uno de ellos, circunstancia de la que
se derivarían unos ingresos pecuniarios y una relevancia social dispares.
La concesión de hábitos de órdenes militares fue moneda corriente en la época de
los Austrias y, como comprobamos al analizar las levas, constituyó un expediente
(venal) para acelerar o conseguir reclutamientos que de otro modo no se hubieran
producido, hubiese supuesto más tiempo y, a la postre, resultado costosísimo para
una administración deficitaria, en apuros y con urgencias bélicas. El hábito fue para
muchos españoles con posibles, acaudalados, una vía para el ennoblecimiento, un
símbolo de limpieza e imprimía un sello de distinción y prestigio social en su benefi-
ciario1308; en el caso de recaer en un hidalgo, lo realzaba respecto al resto de su con-
dición o estamento, y si ya se poseía un regimiento en el Cabildo era un aderezo no-
torio en la carrera de promoción social, en especial si correspondía a la orden de San-
tiago. Felipe IV dispensó en 1635 más de 1.282 hábitos de órdenes militares, más
del doble de los otorgados por Felipe III1309. La novedad en la instrumentalización
de los hábitos como fuente de ingresos por Felipe IV consistió en la venta directa
por la monarquía1310, aparte de la enajenación indirecta como compensación ―co-
mo ya se comprobó― a cambio de ayuda militar.
Elena Postigo ha descrito este mercadeo de hábitos como un capítulo más de los
recursos económicos de la Corona, que desde inicios del seiscientos irrumpió con
más fuerza que antes en los mecanismos de concesión, pues la relación servicio-mer-
ced fue ya vital para la conservación del imperio: ...en un momento en que los pre-
mios económicos eran inviables, se consideraba una postura necesaria subsanar las
deficiencias necesarias pagando los servicios con la moneda mejor aceptada, el ho-
nor, e incluso entregar este a cambio de dinero1311. La demanda e importancia de los
hábitos estribaba en su elevado y prestigioso rol de discriminación social, pues apro-
bar el examen del Consejo y vestir el hábito era sinónimo de nobleza tradicional1312,
en cuanto sus pruebas eran más duras que las practicadas por el Santo Oficio y aca-
llaban cualquier duda o sospecha de origen impuro, al tiempo que implicaba la perte-
tenencia a un selecto grupo social que situaba a sus miembros, en una época en la
que la exhibición de los signos externos era fundamental, por encima de otros pode-
rosos o hidalgos1313.
1308 LÓPEZ ARANDIA, M.ª Amparo: «Al servicio de Dios y del rey. Élites giennenses en la orden de
Santiago», en SORIA MESA, Enrique, Juan Jesús BRAVO CARO y José Miguel DELGADO BARRADO
(coords.): Las élites en la época moderna: la Monarquía Española, vol. 3. Economía y poder, Cór-
doba, 2009, pp. 173, 175-176. Francisco Andújar afirma que el mejor y más rápido camino para
ennoblecerse fue la adquisición de hábitos de orden militar (ANDÚJAR CASTILLO, Francisco: El so-
nido del dinero..., op. cit., p. 35).
1309 STRADLING, E. A.: Felipe IV y el gobierno..., op. cit., p. 238.
1310 GIMÉNEZ CARRILLO, Domingo: «La venta de hábitos de las órdenes militares en el siglo XVII...»,
denes y los caballeros de hábito en el siglo XVII, Soria, 1988, pp. 113-114.
1312 Señala Aranda que las órdenes militares se constituyeron en férreas definidoras del honor social,
en uno de los más codiciados filtros para obtener la hidalguía y limpieza de sangre, de modo que la
posesión de un hábito era de por sí una casi garantía de nobleza, presuponía una posición clara y fa-
vorable dentro de la jerarquía nobiliaria, llegando a ser una de las obsesiones más acuciantes de la
clase media nobiliaria, en un afán por encontrar nuevos resortes de distinción [ARANDA PÉREZ, Fran-
cisco José: «Caballeros de hábito y oligarquías urbanas», en LÓPEZ-SALAZAR PÉREZ, Jerónimo
(coord.): Las órdenes militares en la Península Ibérica. Vol. II. Edad Moderna , Murcia, 2000, pp.
2.050-2.051].
1313 GIMÉNEZ CARRILLO, Domingo: «La venta de hábitos de las órdenes militares en el siglo XVII...»,
art. cit., pp. 111-112, 177. Más recientemente, ha abundado en la misma tesis Giménez Carrillo,
quien subraya el rol de discriminación social de estas instituciones frente a la pérdida del papel cas-
trense. Reproduce este autor una frase de Fernández Izquierdo relativa al lucimiento de las insignias
por los caballeros de hábito, que así mostraban la ostentación pública del máximo honor, compuesto
1193
Comencemos, por orden de importancia, por las peticiones de hábitos de Santiago,
que globalmente alcanzaron las cotizaciones más elevadas, dada su excelencia como
acto positivo de nobleza. El hecho de ofertarse justo en las postrimerías de la estan-
cia de Valero induce a pensar que este tuvo que rebajar sus pretensiones de arrancar
mayores aportaciones. Los solicitantes, avisados de que el tiempo jugaba a su favor,
aguardaron pacientemente a la fase final, momento en que los apuros reales flexibi-
lizarían la postura del delegado regio. Las peticiones pasaban antes por el filtro de D.
Luis Enrique (o Henríquez), el visitador de la R. Audiencia, y con su aprobación o ma-
tizaciones se remitía el asunto a Valero, que negociaba los detalles y conducía el re-
gateo.
por la nobleza y la limpieza [GIMÉNEZ CARRILLO, Domingo Marcos: «Los militares y las órdenes mili-
tares castellanas durante el reinado de Felipe V», en GARCÍA HURTADO, Manuel-Reyes (ed.): Solda-
dos de la Ilustración..., 2012, pp. 217 y 219].
1314 Franchi Alfaro, como algún otro miembro de la nobleza isleña, manifestaba en su memorial de
1649 poseer una sala de armas suia propia, con que en las hostilidades i rebatos de guerra arma cien
hombres con armas de fuego i todas municiones [...] i de la misma suerte ai otras salas de armas
[MARTÍN PERERA, Alejandro: «El memorial, instrumento de méritos, servicios y estado de las Cana-
rias: el trabajo en la Corte de Juan Francisco de Franchi Alfaro en 1649», en XX Coloquio de historia
canario-americana (2012), Las Palmas de Gran Canaria, 2014, p. 446]. Desconocemos más refe-
rencias sobre esos depósitos particulares de armas, quizá exagerados o fabulados por los urdidores
de informes, exposiciones y súplicas ante la Corte.
1315 Pudo estar relacionado con este hábito de Santiago el poder otorgado por el mencionado D. Lau-
rencio Pereira de Ponte en 1638 al regidor y maestre de campo de La Orotava, Sebastián de Perala-
çia y Valle, que iba a efectuar un viaje a Madrid, donde tenía cierta «pretensión» el poderdante, au-
torizándolo a abonar ―en caso de alcanzar éxito en la gestión en curso― hasta 5.000 ducs. y 5.000
rs., incluso recurriendo a solicitar empréstitos (AHPSCT, Prot. Not., leg. 935, reg. de 1638, f.º 63
v.º). Los poderes especiales de esta naturaleza pueden constituir otra fuente, cruzando con otros da-
tos, para avanzar en el estudio de la venalidad.
1316 POSTIGO CASTELLANOS, Elena: Honor y privilegio en la Corona de Castilla… , op. cit., p. 204.
También se concedieron hábitos de Calatrava a algunos isleños, pues consta el otorgado a D. Alonso
de Nava Grimón en 1664, cuando solo tenía nueve años, aunque ingresó en la orden poco después,
en 1668 (RSEAPT, Fondo Moure, RM 261, f.º 104).
1194
(Cuadro XV)
Hábitos de Santiago
Demandante Precio
D. Cristóbal del Hoyo Solórzano 33.000 rs.
Maestre de campo D. Laurencio Pereira de Ponte y Lugo, vecino 33.000 rs. o 3 piezas de arti-
de La Orotava llería para la fortificación de la
isla
Cap. D. Juan Francisco de Franchi de Alfaro, vecino de La Oro- 27.500 rs. para piezas de arti-
tava llería para fortificación de las
islas
Cap. D. Francisco de Franchi Alfaro 27.500 rs. para piezas de arti-
llería para fortificación de las
islas
Maestre de campo D. Martín del Hoyo Calderón, vecino de Gara- 33.000 rs. en piezas de arti-
chico llería para fortificación del lu-
gar u otras partes de la isla
Cap. D. Alonso Llarena Carrasco y Ayala, reg. de Tenerife y al- 27.500 rs.
guacil mayor del S. O.
Fuente: AGS, Contaduría General, leg. 3.218; AHPSCT, Prot. Not., leg. 279, fols. 235, 260, 262 y
319. Elaboración propia.
1195
(Cuadro XVI)
Posturas por escribanías de Tenerife
(donativo de 1632)
Comprador Escribanía Precio
Vicente Castillo, v.º de Garachico y Daute 10.500 rs.1318
Garachico
Lázaro Osorio, v.º de Tacoronte, El Sauzal y su jurisdicción 7.000 rs.
Tacoronte
Benito Jácome Romano Candelaria y su beneficio 3.600 rs.
Pedro Contreras La Rambla y La Guancha 2.000 rs.
Diego García Calzadilla Chasna 1.200 rs.
Fuente: AGS, Contaduría General, leg. 3.218; AHPSCT, Prot. Not., leg. 278, f.º 439; leg. 279, f.º 230;
leg. 2.291, f.º 532 v.º; leg. 935, fols. 133 y ss. Hay que advertir que los ofrecimientos por las escri-
banías de La Rambla-La Guancha y la de Chasna no figuran en la documentación general del
donativo. Elaboración propia.
Las diferencias en las cifras ajustadas son explicables teniendo en cuenta, por un
lado, el potencial económico del puerto de Garachico, sede de la notaría más va-
lorada, donde además ejercían otros tres escribanos, lo que evidencia la intensa acti-
vidad mercantil en esa comarca. Respecto a Tacoronte, El Sauzal y su jurisdicción1319,
se trataba de una extensa comarca, cerealística y vitícola (por este orden), en el área
de influencia de la capital de la isla. A distancia figuran zonas de menor importancia,
como las de Candelaria y San Juan de la Rambla-La Fuente de la Guancha. Aunque
esta última contaba con una afamada producción de vinos cerca del litoral, estaba
distante su relevancia económica de las escribanías anteriores, máxime si tenemos
en cuenta que buena parte de los dueños de sus haciendas residían o hacían nego-
cios en La Orotava o Daute, en cuyas notarías verificaban sus asuntos y transaccio-
nes. Es muy probable que estos precios se hayan negociado a la baja por parte de
los interesados, pues en 1623 había sido vendido un oficio de escribanía pública de
La Laguna a Tomás Andrés de Figueroa por 19.000 rs.1320, y aunque hablemos en
este caso de la capital, debía ser parangonable al de una escribanía en Garachico. Es-
to quiere decir que en el libre mercado la cotización era superior, lo que confirma la
oportunidad que advirtieron los pudientes en esta almoneda.
Conviene subrayar la compra por el notable mercader Vicente Castillo de la escriba-
nía del lugar que era su centro de operaciones y que le será concedida por R. C. de 7
de diciembre de 1639. No sólo influyó en su ofrecimiento el provecho de un instru-
mento de información, control e influencia, sino la posibilidad de que su hijo, con es-
tudios jurídicos, asumiera realmente la escribanía. Los Castillo necesitaban, además,
formarse una imagen y una opinión que en lo posible los alejase de sospechas de orí-
genes judíos1321. En cuanto a la modalidad de pago, subrayemos que el caso de Oso-
rio se obligaba en un plazo de 18 meses, abonando la mitad en el momento del des-
pacho de su título, mientras Contreras era mucho más diligente en su desembolso,
1318 Vid. también: AMLL, Libro de actas 17, ofic. 2.º, f.º 28 v.º.
1319 La escribanía comprendía hasta Barranco Hondo y el pago debía efectuarse en dos mitades: una
parte en cuanto se entregase el título (obtenido en 1637) y la otra en dos plazos (una, desde el día
de la entrega en un año, y la otra en seis meses).
1320 ANCHIETA Y ALARCÓN, José de: Cuaderno de citas..., vol. III, op. cit., p. 337.
1321 La información practicada en 1626 había concluido que eran tenidos en su tierra natal (Aragón y
Navarra) como cristianos nuevos (AMC, Inquisición, XX-9). La compra la hizo con calidad de oficio
perpetuo (AMLL, libro de actas 24, ofic. 1.º, f.º 442).
1196
que se comprometía a efectuar en el plazo de un mes tras la concesión real valién-
dose, como tantos, de mercaderes ingleses y lisboetas1322.
Entre la nómina de cargos y empleos altamente cotizados entre los pudientes con
ánimo de ascenso social y promoción nobiliaria, los relacionados con el Santo Oficio,
en este caso los alguacilazgos, gozaban del añadido de servir como escudo protector
y disfrutar de un puesto temido, que podía reportar ventajas sociales. Si el ejercicio,
y no digamos la propiedad vitalicia o perpetua, de un oficio de regidor suponía un ac-
to positivo nobiliario y dispensaba un aura de prestigio ―y en caso de ser advene-
dizo o de origen turbio o ajeno a la oligarquía facilitaba el ascenso social―, un cargo
inquisitorial reunía elementos adicionales como un fuero especial y una prueba casi
definitiva de limpieza de sangre o, al menos, contribuía a acallar rumores y disipar
sospechas1323.
Tenemos información sobre sobre la compra de dos varas de alguacilazgos del
Santo Oficio1324: la de La Orotava y su puerto, por el capitán Andrés Suárez Gallinato,
que aportó 20.000 rs., y la de La Guancha, adquirida por Salvador García de la Guar-
da a cambio de 3.300 rs. Pero la realidad de continuas compras de cargos inquisi-
toriales, incluso anteriores al donativo, es perceptible en las presentaciones de tales
títulos ante el Concejo tinerfeño y continuarán en fechas posteriores. Un ejemplo es
la presentación de título de alguacil del S. O. de Güímar y Candelaria por el capitán
Fancisco de Alfaro, vecino de La Orotava (título dado por Valero). Tras presentarse el
título se inscribía en el libro de provisiones. Además, se presentaron tres títulos por el
santacrucero Antón Rodríguez: dos de familiar1325 del S. O. de Santa Cruz, uno de
ellos a su hijo Cristóbal Rodríguez (otorgados por el S. O. de Gran Canaria); el otro
era de la Suprema Inquisición, en que nombraban a Antón alguacil del S. O. en Santa
Cruz.
Debió ser tal el afán venal y el descontrol, que surgieron a veces contradicciones
de otros miembros de la oligarquía que ya poseían el oficio concedido. Por ejemplo,
Llarena protestó sobre el título de alguacil mayor del S. O. en La Laguna y Santa
Cruz, que proclamaba poseer, cuestión ya en trámite ante la Inquisición en Gran Ca-
naria y ante la Suprema1326. En efecto, el capitán D. Alonso de Llarena Carrasco y
Ayala había adquirido dicho oficio y la vara durante tres vidas por 20.000 rs.1327. Es-
tas confusiones pueden ser achacables a ciertas dosis de precipitación y de falta de
organización, pero también a que algunos próceres venían optando ya a este tipo de
distinciones desde la promulgación general del donativo —antes de su extensión al
archipiélago—, e incluso, como norma de actuación, sin que mediase una ocasión
concreta de petición real. Este fue el caso de Llarena, que desde principios de 1633,
1322 AHPSCT, Prot. Not., leg. 278, f.º 234. El pago se efectuaba mediante dos letras de cambio abo-
nables en plata doble: una de 2.000 rs. librados por el importante comerciante inglés radicado en Te-
nerife, capitán Enrique Isam, sobre Gualteriate, mercader inglés avecindado en Lisboa, a pagar a 60
días vista; y otra de 200 rs. pasada por Antonio Díaz de Moyra, mercader portugués, sobre Diego
Cardoso y Francisco Rodríguez Melo, vecino de Lisboa, a pagar a 30 días vista.
1323 SORIA MESA, Enrique: La nobleza en la España moderna..., op. cit., p. 251. Señala el autor cómo
los poderosos utilizaron su fortuna para presionar y sobornar jueces, atemorizar testigos, comprar
voluntades, conseguir el silencio o la declaración positiva (ibíd., p. 256).
1324 AHPSCT, Prot. Not., leg. 279, fols. 156, 217 (1635).
1325 Una familiatura del S. O. suponía el principio de inclusividad para un aspirante a noble (MARCOS
MARTÍN, Alberto: «Movilidad social ascendente y movilidad social...», art. cit., pp. 30-31).
1326 AMLL, Libro de actas 24, oficio 1.º, f.º 81 (junio de 1635).
1327 AHPSCT, Prot. Not., leg. 1547, f.º 20 (3 de enero de 1634). El capitán Lope de Mesa y Ayala, regidor
y familiar del S. O., y el licdo. Fancisco García Sánchez, familiar y abogado de presos del S. O., tenían co-
misión para percibir de Llarena 17.800 rs., de resto de los 20.000.
1197
al menos, había cursado su solicitud, en principio relativa sólo al alguacilazgo de La
Laguna, por 5.000 rs., aunque estaba abierto a ofertar 50 ducs. más en caso de otra
puja superior. El añadido de la jurisdicción de Santa Cruz, el alargamiento de la gra-
cia por tres vidas y una probable competencia en la puja, justificarían la posterior ci-
fra de 20.000 rs.1328.
Como ocurrió con otros donativos anteriores españoles, una de las gracias reales
incluidas en el de 1632 fue el perdón judicial, tanto para conmutar penas carcelarias
como de destierro. En este sentido señalaba Domínguez Ortiz que uno de los efectos
perniciosos de estos donativos fue la interferencia en la acción normal de la justi-
cia1329, pero asimismo indica que en parte se explica por la práctica de considerar el
crimen como un litigio entre partes, que podían acordar una composición por dine-
ro1330.
El procedimiento se iniciaba, tras la oportuna difusión de las prerrogativas de Vale-
ro, con la petición por parte del interesado o de un representante suyo al inquisidor,
mediando seguramente algún arreglo. Valero en ciertos casos procuraría informarse
acerca del negocio que se le proponía, y cuando entendía que la gracia regia era fac-
tible demandaba del solicitante la formalización notarial de la dádiva, en la que se in-
cluía la cantidad estimada como adecuada para alcanzar el favor real, la forma de pa-
go y la doble mención condicionante de obtener el visto bueno del licdo. D. Luis Hen-
ríquez, el citado visitador de la Audiencia canaria, y lógicamente la concesión del mo-
narca en la Corte1331.
Se comprueba que, por lo general, el perdón impetrado comprendía dos tipos de
delito: los comunes (crímenes, estupro) y los de suspensión temporal de oficio, relati-
vos todos a las sanciones de esa índole impuestas a algunos notarios tinerfeños por
el juez de escribanos. Hasta tal punto cundió el temor entre estos que de modo cor-
porativo ofrecieron al monarca 14.300 rs. para que les eximiera de la visita inspecto-
ra de tal funcionario durante el decenio que cumplía en 1640, gracia que fue atendi-
da1332. Este tipo de peticiones se cursaban a la instancia adecuada; en este caso, se-
rá el Consejo de Cámara el que conceda el fiat, aprobación que se trasladaba al
responsable del donativo para que lo comunicase a los solicitantes. A sabiendas de la
facultad de Valero para indultar y conceder otras gracias, le expusieron su petición
precisando, para asegurarse, que en la merced real se explicitase a las justicias y a la
Real Audiencia que, en caso de venir visitador, le impidiese actuar. Se facilita a conti-
nuación la nómina de indultados en Tenerife, la única registrada en la documenta-
ción:
igualdad ante la ley comenzó con Felipe III, que admitió ese tipo de composiciones.
1331 Dos ejemplos de lo expuesto son los indultos gestionados por Miguel Bravo de Laguna y por el capi-
tán Luis García Izquierdo [AHPSCT, Prot. Not., leg. 278, f.º 442 (6 de diciembre de 1634); leg. 1.197, f.º
666 (9 de septiembre de 1635)].
1332 AHPSCT, Prot. Not., leg. 279, f.º 321 (9 de septiembre de 1635). El ofrecimiento fue realizado por
los escribanos Salvador Fernández de Villareal, capitán Luis García Izquierdo, capitán Cristóbal Guillén del
Castillo, Francisco de Miraval Rivero, Juan Alonso de Argüello, Francisco de la Parra, José Laso Mogro-
vejo, Juan de Azoca Recalde, Manuel Lobo, Cristóbal Jovel Cabrera, Antón Joven Luzardo y Simón Fer-
nández de Villarreal, en nombre de sus colegas tinerfeños. La cantidad prometida se pagaría en plata en
Tenerife, o en letra de cambio: la mitad, en un mes desde la obtención de la merced, y la otra mitad en
un año a contar desde ese momento.
1198
— Indulto de Pedro Carrasco de Ayala, hijo del capitán Juan Carrasco de Ayala,
en la causa por la muerte de Andrés Gómez de Acuña: 400 rs. por no haber parte.
— Indulto a Pedro Solar, vecino de La Laguna, por la misma causa antes citada
(Gómez de Acuña): 400 rs.
— Indulto a Miguel Bravo de Laguna, vecino de La Laguna, por la misma causa:
400 rs.
— Indulto a Matías Machado Espínola, vecino de La Laguna, por la misma cau-
sa: 300 rs.
— Indulto a D. Francisco de Estrada por la misma causa: 300 rs.
— Indulto a Sebastián Díaz, vecino de La Laguna, de tres años de destierro de
la isla (los dos precisos y uno voluntario) por cierta causa criminal de Elvira Brito: 275
rs.1333.
— Indulto a Bartolomé Díaz Gan, vecino de Icod de los Vinos, en la causa de ha-
ber matado a su hija por hallarla preñada: 1.500 rs.
— Indulto a D. Nicolás García del Castillo, hijo del jurado y escribano público ca-
pitán Luis García Izquierdo, de un año de destierro de condena por la Real Audiencia
de Canarias en un pleito criminal que contra él trató Mariana Méndez, hija de Juan
Méndez Bazo, por decir que le había llevado su honra: 350 rs. (9 de septiembre de
1635)1334.
— Indulto a Juan de Ascanio, escribano, por la suspensión de ese oficio durante
5 años impuesta por el juez de escribanos: 1.000 rs.
— Indulto a Juan de Camacho, escribano público de Tenerife, por la suspensión
del oficio durante 2 años: 400 rs.
— Indulto a Francisco de Rojas, escribano, por la suspensión del oficio durante
un año: 350 rs.
— Indulto a Francisco Miraval, escribano público, por un año de suspensión de
oficio: 450 rs.
La máxima autoridad en las islas en todo lo relativo a la petición del real donativo,
con todas las facultades necesarias, tal como se recogió más arriba, fue el comisio-
nado regio D. Francisco Valero, quien se comunicaba en caso necesario con los Con-
sejos pertinentes para allanar el camino a las demandas de instituciones y particula-
res, y debía dar cuenta a la Junta Central del Donativo. Después del regreso de
Valero a la Corte, donde entregó toda la documentación en la Contaduría (los valores
se asentaban en el «Libro de obispados»), se confió la cobranza del donativo y gra-
cias a D. Gabriel de la Puebla y Escobedo, caballero de Santiago, excorregidor de Te-
nerife y La Palma, a quien se le proporcionaron las oportunas instrucciones (R. C. de
31 de diciembre de 1636), además de certificaciones de Juan Bautista de Aramburu,
a la sazón contador de la razón del donativo. En el ínterin, es decir, durante la ausen-
cia de Valero y con anterioridad al nombramiento de D. Gabriel de la Puebla, estaban
encargados de la percepción de las cantidades concejiles los regidores diputados.
Hacia marzo de 1637, al recibirse la cédula real, comenzó su cometido De la Puebla,
1333 En otra documentación esa cantidad ascendió a 300 rs. (AHPSCT, Prot. Not., leg. 935, fols. 133
y ss.).
1334 Tardaría en satisfacerse este indulto (parece que fue la nota predominante), pues en 1637 es
cuando entregó el capitán Luis García 250 rs. a cuenta del total (AHPSCT, Prot. Not., leg. 935, fols.
133 y ss.).
1199
que recaudó diferentes cantidades. Su misión fue corta, y cuando marchó a la Corte,
hacia octubre-noviembre de 1638, dejó subdelegada su comisión en el licdo. Fran-
cisco García Sánchez, consultor y comisario del S. O.1335, que recibiría la confirmación
regia de su subdelegación por R. C. de 6 de enero de 1639, tanto para continuar
gestionando los cobros como lo procedido de las letras protestadas1336, debiendo ate-
nerse a la comisión e instrucciones de su antecesor. Por último, tras algo más de
cuatro años en el desempeño de su tarea, la enfermedad obligó al licenciado Sán-
chez a elegir en 1643 como receptor al capitán Bartolomé de Ponte1337, subdele-
gando su comisión provisional en cuanto dependía de la confirmación real, que llega-
ría el 7 de junio de 1644. Ponte era un buen conocedor de la materia, igual que su
antecesor, pues ambos estaban vinculados de una u otra forma al donativo. En su
caso, ejercía desde un principio como depositario general, y entre sus competencias
se incluía que debían entrar en su poder las cantidades cobradas en todas las islas,
con jurisdicción privativa, de manera que las demás instancias y autoridades no inter-
firiesen en su labor y sólo admitiese apelaciones que debían resolverse por el Consejo
de Hacienda. En las instrucciones recibidas (fechadas el 8 de junio del mencionado
año, un día después de la data de su nombramiento) se le encomendaba: 1) la reco-
gida de todos los papeles, instrucciones y certificaciones relativas a la materia; 2) la
diligencia en el cobro y depósito de lo recaudado en personas legas, llanas y abona-
das por cuenta del Cabildo de La Laguna para que desde la isla se remitiesen a la
Corte, y en especial se le encarecía observar la orden dada al licdo. García (16 de
mayo de 1642); 3) todas las letras deberían expresar: a pagar a quien los señores de
la Junta del año 1632 ordenaren; 4) como debido a las guerras con Inglaterra había
dificultad en reunirse dinero por esa vía en conformidad con la orden citada de 16 de
mayo de 1642, se modificaba ahora de manera que todo el dinero debía enviarse a
Sevilla del modo más rápido y seguro posible1338, entregándose al receptor del S. O.
en esa ciudad con intervención del inquisidor D. Francisco de Molina, dinero que no
se podía utilizar sino por cédula real despachada por la Junta del Donativo.
En las islas orientales, de manera específica se encomendó la cobranza tras la par-
tida de Valero al licdo. D. Juan Fernández de Talavera, oidor más antiguo de la Real
Audiencia de Canarias (R. C. de 31 de noviembre de 1636). Sus facultades serían re-
forzadas por la R. C. de 6 de marzo de 1637, dirigida al gobernador y oidores de la
Real Audiencia, ordenándoles auxilio e inhibición respecto a dicho juez. Debió cumplir
su cometido con suficiencia, pues sería el comisionado para el donativo de 1641,
como ya se indicó.
1635, era abogado de presos del S. O. y depositario del donativo de los ministros del S. O. de La La-
guna.
1337 AHPSCT, Prot. Not., leg. 936, f.º 545 v.º. Codicilo del licdo. García Sánchez.
1338 El seguro hasta Sevilla se haría conforme lo acostumbrado en semejantes casos.
1200
el afamado escultor, que llegó a las islas con tal cometido ligado a la cobranza del
donativo, a quien Valero libró 2.000 rs. para ayuda de costa por su ocupación y tra-
bajo en esa tarea1339 (el imaginero acabaría afincándose en Garachico1340; b) comisio-
nados o apoderados para solicitar el donativo en islas señoriales (como sucedió con
La Gomera y El Hierro con el beneficiado Yllada) o en rincones apartados de las islas
realengas (como Molina en el sur tinerfeño). A lo largo del proceso de cobro, en es-
pecial entre 1635-1645, en la documentación consultada destacamos en el organi-
grama la labor de estos oficiales o vecinos apoderados para una misión concreta de
depositaría o cobranza:
1339 AHPSCT, Prot. Not., leg. 279, f.º 219 (30 de julio de 1635).
1340 AGS, Contaduría General, leg. 3.218. Posiblemente eligió Andújar su morada en Garachico valién-
dose de los conocimientos adquiridos en su labor como alguacil. Para un artista era una tentación
trabajar en la localidad que más había donado de toda Canarias, en un contexto económico que aun
resultaba risueño. Vid. sobre este artista, Documentos notariales sobre arte y artistas en Garachico
(1522-1640), coordinación y estudio introductorio de Carlos Rodríguez Morales, Santa Cruz de Tene-
rife, 2008, pp. 33-37.
1201
e) Cobradores insulares: por ejemplo, en marzo de 1635 se encargó por cédula real
al sargento mayor Diego de Oviedo, corregidor de Gran Canaria, la cobranza del
donativo en esa isla1341.
f) Cobradores vecinales en lugares. En Gran Canaria la percepción y rendición de
cuentas de las distintas localidades estuvo a cargo, generalmente, de sus párro-
cos, con excepciones como en Firgas (el encargado fue el capitán Sebastián Ma-
rrero) o Moya (aquí el cobrador fue el alcalde, Matías Lorenzo). En Tenerife predo-
minó la recaudación por seglares, o al menos en las contadas citas de cobradores
apenas aparecen mencionados clérigos: en Santa Cruz fue el capitán Antonio Díaz;
en Tegueste, Juan de la Mota; en Taganana, Gaspar Melián; en Adeje, Sebastián
Gutiérrez; en Isora, Pedro Delgado; en La Orotava, Juan Baptista Vizcarra; en San
Juan de La Rambla, el capitán Pedro de Contreras; en La Laguna, Melchor Gon-
zález de Lima y Pascual Francisco. En la zona de Garachico-Daute se presentaba
una peculiar situación: Manuel Flores actuará en Garachico; el licdo. Gaspar Jorge,
beneficiado y cura de San Pedro de Daute, en el área de El Tanque, S. Juan del
Reparo, San Pedro de Daute y hacienda de Interián; el capitán Francisco Pérez de
Rojas, en Buenavista.
Los cobradores debían entregar lo percibido a los depositarios de distrito, que en-
tregaban cantidades por libranzas de Valero a los dadores de letras de cambio. A su
vez, los cobradores locales disponían de auxiliares de recaudación ejecutiva, nom-
brados por Valero, a los que se pagaba con cargo a los morosos1342.
Las instituciones, como ocurría con los Concejos, contaban con autonomía para or-
ganizar la recaudación, fiscalización y control de las rentas atribuidas a la satisfacción
de los plazos del donativo. El caso que mejor conocemos es el tinerfeño, donde ya
sabemos que los diputados de meses tuvieron que aceptar una misión harto engo-
rrosa. Al principio actuaban incluso como cobradores, pero la realidad desbordó esta
forma de gestión tan primaria y se impuso el sistema de cobradores fijos. A nivel lo-
cal podían contar estos oficiales con recaudadores para determinados impuestos li-
gados al donativo: Juan de Heredia, por ejemplo, se encargaba de recibir en la zona
de Daute el arbitrio de las vendederas1343.
Posibles beneficios económicos aparte, los servicios prestados como perceptores o
depositarios podían servir —y eso lo tenían muy presente los candidatos en tales
ocupaciones— como un refuerzo más para el ascenso social, tarea que no resultaba
tan fácil en un área tan alejada de los centros de poder españoles. La Corona y sus
representantes conocían muy bien esta realidad, por lo que un poderoso de la bur-
guesía emergente como D. Melchor López Prieto de Saa se sintió satisfecho cuando
Valero agradeció su colaboración haciendo constar que era digno y merecedor de
que Su Magestad le honrre y aga merced por lo que en esta ocasión y en otras que
se an ofreçido de su real serviçio le a servido, que le consta y es notorio a Su Mages-
tad, y por ser persona benemérita y de partes para que Su Magestad le ocupe en su
serbiçio1344.
En La Palma ya se indicó que desde un principio se nombraron cobradores en una
serie de puntos de la isla ―ya mencionados―, a los que en julio de 1635 el corregi-
dor concedió facultades y comisión para proceder a la cobranza y nombrar alguaci-
les que los auxiliasen en su tarea1345.
1341 AHPLP, Audiencia, Libro de gobierno de la Real Audiencia Territorial de Canarias, sign. 28, título
II, fols. 93 v.º-94.
1342 AHPSCT, Prot. Not., leg. 2.114, f.º 286.
1343 AHPSCT, Prot. Not., leg. 2.288, f.º 316 (28 de septiembre de 1635). Tenía en su poder 1.950 rs.
1202
C.6.3. La remisión de fondos. El rol de los mercaderes ingleses
109, 16 de octubre de 1635) fue la operación protagonizada por Thomas Coling (avalado por una fianza
de su compatriota Enrique o Henry Isam) al emitir una letra de cambio por valor de 7.500 rs. sobre Gui-
llermo Pasley, asimismo mercader inglés, avecindado en Madrid, a pagar al rey y al Consejo de Guerra,
con objeto de traer armas a la isla, y que incluía la obligación de Coling al Cabildo de que la letra sería
aceptada. Además de esta letra, el comisionado concejil portaba otras de Marmaduque Rawdon y de
Genquenson, importando todas más de 28.000 rs. (Para una época algo posterior, vid. nuestro estudio:
Tenerife en el siglo XVII…, op. cit., pp. 87-93).
1348 La mayor parte del control verdadero del negocio exportador con Inglaterra y sus colonias (des-
taca la relación con Nueva Inglaterra, en especial tras la guerra civil inglesa y la independencia lusi-
tana) lo poseían unos 15-20 mercaderes (en torno al 70 % de la importación de malvasía). Mencio-
nemos a John Newton, Bretton, Hall, Arthur Ingram, Courtney, Shipman, Flavell... [MARTÍN RUIZ,
José Ignacio: «Los Canary merchants de Londres y Tenerife y el mercado atlántico de vinos en el si-
glo XVII», en Anuario de Estudios Atlánticos, n.º 62 (2016), pp. 4, 14-15].
1203
de pago del receptor (con frecuencia, un mercader inglés); c) letra de cambio del fi-
nanciero; d) fianza de esa letra. Las cédulas eran abonadas por el fiador y librador, y
a continuación se libraba a la persona que facilitaba en la isla la cantidad anticipada,
otorgando carta de pago. La operación en sí misma no revestía ninguna complica-
ción, y el riesgo era mínimo para unos mercaderes que contaban con corresponsales
de confianza en las principales plazas ibéricas, sobre todo en Sevilla y Lisboa. Ellos
recibían el dinero en las islas de los depositarios del donativo, con lo que disponían
de mayor liquidez y crédito para incrementar sus diversas operaciones —entre ellas
la adquisición de malvasía—, mientras los receptores del donativo evitaban la inse-
guridad del transporte marítimo de dinero, garantizándose la remisión del capital a
las personas designadas por la Junta del Donativo. La seguridad venía avalada por
mercaderes y personajes ingleses de reputación y solvencia (Delte, Henry Isam, Mar-
maduque Rawdon, etc.), convenientemente afianzados por garantes (a veces, otros
mercaderes de la misma nacionalidad)1349. Pensemos que en 1635 se decía que In-
glaterra era la principal área importadora de vino canario en el mundo1350.
No estuvieron solos los británicos en su rol de libradores de cédulas de cambio. Al-
gunos miembros de la clase dominante tinerfeña, en parte ya citados en párrafos an-
teriores, participaron con fuerza, como veremos enseguida. Conforme se iba acumu-
lando una cierta cantidad de dinero, al principio Valero, y en lo sucesivo el juez con
particular comisión para la cobranza, expedía un libramiento a un depositario (D.
Melchor López Prieto de Saa y, sobre todo, Bartolomé de Ponte, depositario general
del donativo), para que entregase una cierta suma a un librador con el que previa-
mente se había pactado el pago en una plaza peninsular de esa cantidad de dinero a
favor del real donativo, figurando Su Majestad como tomador. Nos pueden servir co-
mo paradigma los pagos con libranza efectuados hasta agosto de 1635 por el depo-
sitario D. Melchor López Prieto de Saa a favor de D. Luis Interián, Felipe Hernández
Bestre, Jorge Delte, el propio Prieto de Saa, Luis Lorenzo, Marmaduque Rawdon, To-
más Perera de Castro, Felipe Hernández Bestre (de nuevo, en dos ocasiones segui-
das), Simón Fernández de Villareal, Isam, de nuevo Interián, por estos valores expre-
sados en reales: 7.000, 3.000, 2.706, 5.000, 4.250, 10.000, 3.000, 4.400, 25.000,
10.500, 4.000, 9.000 (en total, 78.856 rs.). Estas cantidades estaban listas para su
pronto pago por proceder de ofrecimientos vecinales en los primeros meses de pe-
tición, en presencia del inquisidor1351. El dinero ofrecido por los ministros del S. O., al
menos del área de Garachico, era enviado con letras de cambio a favor del Supremo
Consejo de la Inquisición. Entre los intermediarios isleños en este negocio destacaron
Interián, el maestre de campo Cristóbal de Frías Salazar…
La envergadura de las letras de cambio en el donativo queda patente en un solo
dato: en octubre de 1638, cuando aun se hallaba en cobro el donativo, se habían co-
locado en la Península 282.595 rs. por este sistema, según el descargo del deposi-
1349 Como muestra de las redes mercantiles y financieras de los británicos protagonistas en la nego-
ciación de las cédulas de cambio del donativo (Isam, Coling, Hill...), exponemos una operación en la
que intervinieron algunos de estos personajes. Por lo menos en 1638 tenían un compromiso suscrito
los mercaderes Isam, Coling y Pedro Estoner, residentes en Canarias, para utilizar los servicios de
Roberto Hudson, propietario y maestre del navío El amor verdadero de Londres, para fletar su em-
barcación con objeto de llevar trigo desde Lanzarote a Lisboa. En la capital portuguesa lo beneficia-
ría el correspondiente de los mercaderes, Duarte Hill, que adquiriría con lo procedido de la venta ar-
cos y otras mercancías que irían destinadas en el tornaviaje a Tenerife, donde se cargaría vino en el
tiempo de la cosecha con destino a Londres. Ese contrato, por negligencia de Hudson, fracasó, recla-
mando los mercaderes 12.000 ducs. de pérdidas, pero al final se avinieron las partes a un arbitraje
de otros dos conocidos comerciantes ingleses: Fouler y Joan Chickley (AHPSCT, Prot. Not., leg. 935,
reg. de 1639, f.º 176 v.º).
1350 GUERRA CABRERA, José Carlos: Un mercader inglés en Tenerife..., op. cit., p. 17.
1351 AHPSCT, Prot. Not., leg. 2.114, f.º 593.
1204
tario Bartolomé de Ponte1352. Las obligaciones de fiadores, traslados u originales de
cédulas de cambio y libranzas de los depositarios del donativo o autorizaciones para
éstos, se concentraron en los últimos años de la paga, a partir del verano de 1638.
La información sobre estas letras aparece en una tipología documental variada, que
va desde la reproducción de dicha cédula de cambio hasta una obligación pasando
por un abono. Por ejemplo, D. Alonso de Llarena Carrasco abonaba en mayo de 1635
una letra emitida dos días antes por el mercader inglés E. Isam, y lo mismo hacía el
capitán Francisco Martín de Llarena con dicho comerciante1353. El proceso, pues, era
sencillo y seguía un protocolo que teóricamente aseguraba el pago: libramiento de
una cantidad por un depositario (generalmente, el depositario general), obligación de
abono de letra con aval, letra de cambio, carta o certificación de pago en la plaza pe-
ninsular.
Resulta oportuno destacar otra circunstancia, y es el «olvido» sobre los orígenes o
antecedentes, así como de la pasada o inmediata legalidad o lealtad, de un sector
importante de los personajes intervinientes en el sistema de letras de cambio. Como
se ha destacado no pocas veces, las más altas autoridades se aplican una tupida
venda cuando de dinero se trata, incluso con inquisidores por medio. Por ejemplo,
muy poco atrás, en 1628, se trataba de averiguar por el Santo Oficio los pormenores
de la presencia y acusada actividad en las islas de mercaderes ingleses que se pre-
sentaban por lo menos desde 1627, en que estaban prohibidos sus negocios, como
naturales de Francia. Un capítulo de esta información tuvo como escenario Garachi-
co, donde los barqueros aseguraban que el vino embarcado en los presuntos navíos
galos eran británicos cuando se sabía que eran buques de guerra, habida cuenta de
la abultada tripulación y artillería. Pues bien, realizadas las correspondientes pesqui-
sas el promotor fiscal de la Inquisición halló que los principales implicados isleños
eran Enrique Isam, Felipe Hernández Bestre, Conrado de Brier, D. Luis Interián, Die-
go de Argumedo y Guillermo Baltar, subrayando el papel principal de Isam y Bestre,
quienes fueron protagonistas notorios en la red de letras del donativo1354.
Las cantidades sólo podían ser cobradas por orden real, despachada por la Junta
para el cobro del donativo. Sevilla gozaba de una extraordinaria importancia como
plaza comercial y financiera, lugar de abono de muchas letras de cambio, principal
urbe relacionada con América y, por tanto, ciudad receptora de la plata indiana (las
letras solían emitirse pagaderas a venida de galeones), vital en las negociaciones y
pagos1355. Añádase que, precisamente por estas condiciones, constituía lugar de resi-
dencia y operaciones de la burguesía mercantil y financiera ibérica e inglesa. Esto ex-
plica que las cédulas reales de cobranza de las letras de cambio fuesen dirigidas al
licdo. Sancho Hurtado de la Puente, juez para la cobranza del donativo de Sevilla y
su arzobispado. Como ya comprobamos, las instrucciones cursadas a Bartolomé de
Ponte de mayo de 1642, en un contexto de dificultades para el funcionamiento habi-
tual de la remisión de fondos debido a la guerra con Inglaterra, se reforzó el rol sevi-
llano, prevaleciendo el control del Santo Oficio como comisionado para la recepción
de los fondos, siempre con la superior autorización y dirección de la Junta del Dona-
tivo.
breve bosquejo sobre su actividad en RODRÍGUEZ YANES, José Miguel: Aproximación al estudio del
Antiguo Régimen en la comarca de Daute..., op. cit., pp. 103-106.
1355 A los ingleses les interesaba acceder a la plata americana y exportarla fuera de España. Una ma-
nera de obviar la prohibición canónica de la usura consistió en aprovecharse del diferente valor de la
moneda en las plazas de emisión y pago de la letra, mecanismo muy conocido y utilizado en la época
(TEIJEIRO DE LA ROSA, Juan Manuel: «Logística y financiación...», art. cit., p. 247).
1205
En ocasiones los mercaderes ingleses adelantaban dinero, como sucedió a me-
diados de 1635, cuando Marmaduque Rawdon1356 adelantó a Valero 10.000 rs. con
una letra pagadera por Thomas Rawdon, mercader británico residente en Oporto, a
Valero, y este emitió una cédula de cambio como pago a Marmaduque sobre D. Mel-
chor López Prieto de Saa1357. La intervención inglesa no se limitó a situar vastas can-
tidades de dinero en territorio peninsular, sino que contribuyó a financiar determina-
das compras de mercedes. Así sucedió con la vara de alguacil del S. O. de Santa
Cruz, de modo que por lo menos el resto del pago (100 ducs.) fue satisfecho por En-
rique (Henry) Isam mediante letra1358.
En el cuadro cuadro XVII se relacionan los principales datos1359 de algunas de estas
letras, correspondientes a las reales cédulas de 26 de enero de 1636 (referida a las
letras emitidas en 1634 y 1635) y 18 de diciembre de 1637 (relativa a las letras da-
tadas en 1637), con objeto de percibir 71.460 rs. y 1 cuarto en el primer caso, estan-
do fijado el interés en un 5 % del importe de la cantidad. Del reguero de letras de
cambio, sobre todo en la fase inicial de cobro del donativo, encontramos rastro asi-
mismo en libranzas del depositario Bartolomé de Ponte, que fue afrontando la liqui-
dación de modo paulatino. En diciembre de 1634, por ejemplo, pagó 5.500 rs. a do-
ña María de Alarcón, mujer del capitán Jorge Fernández Perera, a cuenta de letras
otorgadas para el donativo sobre Thomás de Arauz, Enrique de Andrade y Francisco
Antúñez, vecinos de Sevilla1360.
(Cuadro XVII)
Repertorio de letras de cambio del donativo de 1632 (1634-1637)
Librador Librado Cantidad Plazo Fecha
Nicolás Antonio (Se-
Francisco de Angulo 5.500 rs. 12-X-1634
villa)
Timoteo Estore y To-
más Balquer, merca-
E. Isam 6.600 rs. 60 d. v. 14-IX-1634
deres ingleses, veci-
cinos Lisboa
Roberto Coque, mer-
Felipe Hernández
cader inglés, v.º Lis- 4.400 rs. Enero 1635
Bestre
boa
D. Francisco Vélez de
D. Francisco del Hoyo la Peña, racionero de 4.543 rs. Enero 1635
Sevilla
Felipe Hernández Roberto Coque, v.º
25.000 rs. Enero 1635
Bestre Lisboa
Duarte Hill, v.º Lis-
E. Isam 11.190 rs. 18-V-1635
boa
Benjamín Rubit, v.º
E. Isam 3.000 rs. 20-V-1635
Madrid
Jorge Delte, mercader Andrés Rodríguez Es-
2.706 rs. 30-V-1635
portugués, resid. tremós, v.º Lisboa
1356 GUERRA CABRERA, José Carlos: Un mercader inglés en Tenerife…, op. cit., p. 15. Marmaduque
Rawdon, que llegó a Tenerife como factor de su tío homónimo, se convirtió en una figura principal de
los ingleses junto a E. Isam, que llevaba varios años residiendo en ella. Los Rawdon poseían una red
familiar en varias plazas, y entre los factores se encontraba el citado Thomas Rawdon, primo de Mar-
maduque, con residencia en Oporto.
1357 AHPSCT, Prot. Not., leg. 2.114, f.º 345.
1358 AHPSCT, Prot. Not., leg. 279, f.º 229 (7 de agosto de 1635).
1359 Se puede comparar y matizar lo aquí expuesto, y con un enfoque más tecnicista, con un artículo
dedicado a las letras de cambio en esta época, relativas a donativos, rentas reales, etc., que en parte
coincide, lógicamente, con las dos relaciones expuestas a continuación, aunque existe cierta con-
fusión acerca de la vinculación con este donativo de 1632 (OJEDA CABRERA, M.ª del Pino: «La letra
de cambio: un instrumento de pago del donativo a la Hacienda real en Canarias (s. XVII)», en Revista
de Historia Canaria, n.º 184 (2002), pp. 255-274.
1360 AHPSCT, Prot. Not., leg. 485, f.º 876.
1206
D. Melchor López Antonio Ramos de
5.000 rs. 6-VI-1635
Prieto de Saa Villalpando (Sevilla)
Thomas Rawdon, Hacia 13-VI-
Marmaduque Rawdon 10.000 rs.
resid. Oporto 1635
Cap. Juan de Juan de la Presa, v.º
4.000 rs. Íd.
Ustusáustegui Sevilla
D. Melchor López Antonio Ramos de
5.000 rs. 30 días vista 6-VI-1635
Prieto de Saa Villalpando (Sevilla)
Francisco Martínez de
Tomás Perera de
Lazos (aus., Nicolás 2.000 rs. 20 d. v. 18-VI-1635
Castro
Antonio), en Sevilla
Tomás Perera de Juan García de
3.000 rs. 27-VI-1635
Castro Luazes, v.º Oporto
Tomás Armitaño, en
Marmaduque Rawdon 1.650 rs. 60 d. v. 8-VIII-1635
Sanlúcar
D. Miguel Interián
D. Luis Interián 22.000 rs. 60 d. v. 9-VII-1635
(Sevilla)
D. Miguel Interián
D. Luis Interián 11.000 rs. 60 d. v. 15-VIII-1635
(Sevilla)
Tomás Armitaño, en
Marmaduque Rawdon 7.000 rs. 60 d. v. 15-VIII-1635
Sanlúcar
Antonio de Acosta Francisco Rodríguez
5.100 rs. 60 d. v. 17-VIII-1635
Eredia Vega (Lisboa)
Antonio de Acosta Francisco Rodríguez
100 ducs. 60 d. v. 18-VIII-1635
Eredia Vega (Lisboa)
Robert Lang, Juan
Thomas Coling 1.100 rs. 60 d. v. 20-VIII-1635
Loberinge (Sevilla)
D. Claudio Grimón
Dña. Juana Grimón 4.366 rs. 60 d. v. 18-VIII-1635
(Sevilla)
Gaspar Rguez. de Nicolás Antonio (Se- 2.452 rs. y 7
15 d. v. 20-VIII-1635
Santacruz villa) ctos.
Domingo Molinar o
Luis Lorenzo Juan de la Presa (Se- 4.950 rs. 2 meses 21-VIII-1635
villa)
D. Luis Interián Álvaro de Acevedo 5.500 8-IX-1635
D. Miguel Gerónimo
D. Luis Interián 1.584 rs. 12-IX-1635
Interián
Juan Limbres Ricardo Suite (Sevilla) 6.092 rs. 60 d. v. 27-IX-1635
Licdo. Gregorio de la Nicolás Antonio (Se-
6.482 rs. 20 d. v. 23-VI-1637
Paz villa)
Dña. Mª de Salas D. Bartolomé de
10.035 rs. 8 d. v. 30-VI-1637
Alarcón Arauz
D. Luis Interián Juan Calzado (Sevilla) 24.200 rs. 30 d. v. 1-VII-1637
Cap. Francisco de Antonio Ramos de
1.000 rs. 40 d. v. 1-VII-1637
Molina Villalpando (Sevilla)
Nicolás Antonio (Se-
Enrique Isam 8.000 rs. 30 d. v. 8-VII-1637
villa)
Juan de la Presa y
D. Cristóbal de Ponte 60 d. v. 4-XII-1637
Juan Flaniel (Sevilla)
Fuente: AGS, Contaduría General, leg. 3.218 ; AHPSCT, Prot. Not., leg. 485, f.º 827 v.º; leg. 279, f.º 144, 152, 152
v.º, 162 v.º, 163 v.º, 165, f. r. (17 y 18 de agosto de 1635); leg. 2.114, fols. 372, 398, 399. Elaboración propia.
1207
caba la obligación del financiero librador de traer y entregar al juez del donativo testi-
monio auténtico del pago efectuado en la plaza ibérica1361.
(Cuadro XVIII)
Repertorio de letras de cambio del donativo de 1632 (1638-1640)
Plazo
Cantidad
Librador Fiadores Librado (días Plaza Fecha
(en rs.)
vista)
Cap. Domingo
Andrés Rgues. 28-VII-
Alf. Jorge Delte Boza de Lima y 4.000 60 Lisboa
de Estremós 1638
esposa
Cap. D. Juan Ber-
Cap. Jorge 28-VII-
meo Villarroel y 2.000 60 Sevilla
Fdez. Pereira 1638
esposa
Tomás Gui-
3-IX-
Coling E. Isam llermo, merca- 11.000 60 Oporto
1638
der inglés
6.000 (en plata
Marmaduque 4-IX-
E. Isam Timoteo Shory corriente 60 Lisboa
Esquier 1638
portuguesa)
Juan Tomás
Juan Flanel (o 4-IX-
E. Isam Baulén de 6.000 60 Sevilla
Flaniel) 1638
Ocampo
Juan Tomás
4-IX-
E. Isam Baulén de Juan Flanel 22.000 60 Sevilla
1638
Ocampo
Mateo Pedro Midel-
Cap. Bartolomé 20.000 (plata 22-IX-
Enquenson y ton, mercader 6 meses Lisboa
de Ponte corriente) 1638
Joan Checkley inglés
Mateo Joan Miles,
Cap. Bartolomé 15.500 (plata 22-IX-
Genquenson y mercader Lisboa
de Ponte corriente) 1638
Joan Checkey inglés
Cap. Cristóbal
D. Rodrigo de Diego de 24-IX-
Guillén de Cas- 500 60 Sevilla
Argumedo Argumedo 1638
tro
Cap. D. Domin-
Manuel Núñez 22-IX-
Alf. Jorge Delte go Boza de 2.200 60 Lisboa
Méndez 1638
Lima
Francisco de
Marmaduque 15.000 (plata 25-IX-
Molina Quesa- Joan Luens 60 Lisboa
Esquier corriente) 1638
da
Tomás Perera de Diego Pereira 27-IX-
Diego Peijoto 4.160 Sevilla
Castro de Castro 1638
Licdo. 30-IX-
D. Luis Interián 12.000 30 Sevilla
Cárdenes 1638
Cap. Gaspar de Tomás 5-IX-
E. Isam 3.000 60 Oporto
Soria Pimentel Guillermo 1638
Francisco de
Marmaduque 5.000 (plata Abril 5-IX-
Molina Tomás Quenda Lisboa
Esquier corriente) 1639 1638
Quesada
Francisco de
Marmaduque 25.000 (plata Abril 5-IX-
Molina Joan Evens Lisboa
Esquier corriente) 1639 1638
Quesada
Francisco de
Marmaduque Andrés Quin y Abril 5-IX-
Molina 12.000 Lisboa
Esquier Joan Bland 1639 1638
Quesada
Cap. Juan Jaques 1.000 (plata 28-IX-
Duarte Hill 60 Lisboa
de Lange corriente) 1638
Tomás Perera de Diego de 20-X-
Su esposa 3.000 3 meses Madrid
Castro Peijoto 1638
Cap. Bartolomé Diego de 20-X-
10.000 120 Sevilla
de Ponte Argumedo 1638
E. Isam y Juan
13.975 (plata 28-VI-
Juan Checkley T. Baulén de Juan Meyles 3 meses Lisboa
corriente) 1639
Ocampo
1361AHPSCT, Prot. Not., leg. 936, f.º 375. Isam y su fiador se obligaban a aportar tal documento en
dos meses, cumplido el plazo máximo de abono de la letra en Madrid.
1208
Juan T. Baulén Joan Linne y
E. Isam 11.550 60 Oporto 3-I-1640
de Ocampo Richerte Plarçe
Roberto Coque
E. Isam 5.000 60 Lisboa 8-I-1640
y Richard Ber
Joan Checkley y
Joan Meyles, 22.800 (plata 20-XI-
Cap. Álvaro Ma- Lisboa
merc. inglés corriente) 1639
chado de Cala
D. Francisco de
Valcárcel Suá- 1-II-
Coling Duarte Hill 4.380 60 Lisboa
rez y Lugo, 1640
reg.
Esteban de 4.730 (plata 4-XII-
E. Isam Duarte Hill 60 Lisboa
Mederos moneda portuguesa) 1640
Fuente: AHPSCT, Prot. Not., leg. 935, fols. 74, 75 v.º, 88, 89, 90, 97, 102, 104, 105, 106, 114, 116, 120, 122, 127,
129, 255, 295 v.º, 297, 299, 314, 460, 462. En algún caso de nombre inglés españolizado se ha añadido su condición
británica, no así en los demás en que resulta evidente. Elaboración propia.
A veces el documento empleado no es una letra, sino una obligación de pago. Por
ejemplo, en noviembre de 1642, E. Isam y su fiador se comprometieron a la entrega
de 4.730 rs. en plata doble en Madrid a la persona designada por la Real Junta del
Donativo en un plazo de seis meses, de acuerdo con lo dispuesto por el licdo. García
Sánchez1362. Formalizado ese instrumento, el citado juez para la cobranza del dona-
tivo emitía orden de pago o libramiento al depositario general del donativo, Barto-
lomé de Ponte, a favor de Isam por importe de 20.000 rs. para corresponder a la
obligación del mercader británico de colocar en Madrid esa cantidad en plata doble,
por su cuenta y riesgo, entregándola al designado por la Junta del Donativo1363. Una
escritura similar otorgaba un mes después García Sánchez ordenando a Ponte el abo-
no de 21.000 rs. a John (o Joan, o Juan) Chickley, quien se había obligado a entregar
en Madrid ese dinero en plata doble, asimismo a quien designase la Junta del Dona-
tivo1364. Días más tarde, por otra orden similar recibía 12.000 rs. Joan Fouler1365. Una
variante consistía en que el receptor del dinero no fuese la persona que giraba la le-
tra, sino un tercero que traspasaba letras de mercaderes ingleses por el equivalente
a la cantidad tomada del pagador del donativo1366.
El sistema de letras debió continuar hasta el final. En 1645, por ejemplo, D. Luis
Interián se obligó a principios de enero a poner en Madrid 14.966 rs. en plata doble
sin otro interés quel del real servicio, a su costa y riesgo en un plazo de ocho meses,
pasados los cuales debía pagar un 8 % de interés. Esa cantidad se le había entre-
gado en la isla de lo caído de efectos del servicio y se remitían a la Real Junta del Do-
nativo en la capital, entrando en primer lugar en poder del Consejo y Contaduría Ma-
Cala, el capitán Gaspar Martín de Alzola y el capitán Juan Tomás Baulén de Ocampo, cada uno por
7.000 rs.
1365 Ibíd., f.º 429.
1366 Un ejemplo: D. Luis Interián apoderó y traspasó a S. M. en su Real Junta del Donativo para cobrar
9.000 rs. en dos letras de cambio: una de 4.000 rs. dada por Juan Torner, residente en Garachico, sobre
Roberto Coque, a pagar en plata corriente en Lisboa (12 de noviembre de 1640), y otra de Isam, vecino
de La Laguna, por 5.000 rs., sobre Duarte Hill, en Lisboa, pagadera en plata doble (9 de noviembre de
1640), tras haber recibido Interián en Tenerife los 9.000 rs. del licdo. García Sánchez (AHPSCT, Prot.
Not., leg. 935, f.º 456, 22 de noviembre de 1640).
1209
yor de Hacienda el 20 de septiembre de ese año1367. Interián obró así por no haber
hallado en la isla libradores de cédulas de cambio.
Algunas letras de cambio resultaron fallidas y vinieron recambiadas con un cargo
del 8 %, de modo que la cantidad librada y el interés fueron satisfechos por los libra-
dores. Así sucedió con las cédulas protestadas libradas por: Gaspar Rodríguez sobre
Nicolás Antonio en Sevilla (2.697 rs. y 7 ctos., en 20 de agosto de 1635, pagada con
un recargo de 245 rs. en 1637); Tomás Perera de Castro sobre Juan García de Lua-
ces, en Oporto (3.000 rs., con un cargo de 330 rs.); E. Isam sobre Juan Flaniel en
Sevilla (6.000 rs., en 10 de octubre de 1637, con un cargo de 480 rs. en 1638); D.
Luis Interián sobre Juan Calzado en Sevilla (14.021 rs., el 1 de julio de 1637, con un
recargo de 1.121 rs. en 1638); Jorge Delte sobre Jerónimo Fernández Montero en
Lisboa, el 8 de octubre de 1637 (con un recargo de 368 rs. en 1638).
El procedimiento de cobro de una renta en la isla y obligarse, generalmente me-
diante cédula de cambio, a restituir esa cantidad en la Península en plata doble no
fue monopolio inglés. Por ejemplo, el capitán Cristóbal de Ponte recaudó 4.000 rs.
por libranza concejil a cuenta del trigo municipal de la dehesa de La Orotava, emi-
tiendo letra sobre Juan de la Presa, pagadera en Sevilla a Juan Flaniel. También se
usó la letra de cambio en el interior del archipiélago para satisfacer el donativo. Así,
D. Pedro de Sotomayor libró 1.000 rs. sobre E. Isam en 1637 como pago al Cabildo
de La Palma de azúcares traídos de Brasil por el capitán Domingo Tomás1368.
La mayoría de letras se gestionaban en el verano y en noviembre, y precisamente
en décadas posteriores las cédulas se conseguirían con mayor facilidad en torno al
comienzo de la época invernal. La razón, además de habernos referido ya a la pre-
sencia de la flotilla mercantil inglesa en esa época en Tenerife en capítulos anterio-
res, nos la corrobora y explica un informe a la Corte de D. Miguel de Salinas Viñuela
en 1663, encargado de la represalia de bienes británicos: ...porque siendo aquel
tiempo de diciembre el de la cargazón de las malvasías que se conpran y cargan para
Ingalaterra y otros puertos del norte es la ocasión en que se allan letras de cambio
para Madrid y otros puertos y plazas de España por necesitar entonces los mercade-
res de dinero de contado en aquella isla para pagar estos vinos, para lo qual thraen
[sic] créditos, y pasada aquella ocasión no se alla letra segura en estas islas para Es-
paña. Y como esta moneda de plata provincial no es coriente en Castilla por ser baja,
la maior parte portugesa y otra de la antigua castellana mui cortada y de poquísimo
pesso y cencilla, que no solo no tiene valor intrínseco pero sería de ningún probecho
en España, no se puede remitir en ser en los navíos que aquí suelen venir y volver a
Cádiz y a Bizcaia, con que es necesario se remita en letras1369. Era preciso, además,
un premio o recargo de un 8 o 10 % entre mercaderes entre la moneda provincial y
el valor de la moneda de plata doble en Castilla, y efectuada esa reducción entre
mercaderes era necesario concertar el interés del cambio y conducción a España en
un 10-12 %, según las circunstancias, la oferta y demanda, pues dependía de la can-
tidad de dinero solicitado por los compradores del vino o de otras mercaderías, aun-
que a veces los especuladores cargaban un porcentaje mayor, cuando la moneda de
plata doble solo valía un 8-10 % más que la provincial isleña. El papel inglés en la
economía isleña y en la financiación con letras de cambio aumentó en las décadas si-
guientes, como ya se ha puesto de relieve en otros epígrafes, y así lo demuestra un
informe del juez de Indias en 16741370.
1367 AHPSCT, Prot. Not., leg. 937, reg. de 1646, fols. 6 v.º-7. También, en AMLL, A-XII-18, f.º 7. El
Consejo y Contaduría Mayor de Hacienda dispusieron la entrega del dinero al secretario Pedro García
del Águila, quien otorgó carta de pago de los 508.824 mrs.
1368 AHPSCT, Prot. Not., leg. 935, fols. 133 y ss.
1369 AGS, Estado, leg. 2981.
1370 AGI, Indiferente General, leg. 3.098, doc. 5 (informe de 20 de noviembre de 1674). Exponía el
juez, D. Diego de Salazar y Trillo, para justificar la falta de envío de una cierta cantidad de dinero por
1210
C.7. El cobro del donativo. Incidencias y tensiones
Este tribunal no podía ser presentado como un buen paradigma de pagador. Aun-
que la cantidad prometida (12.144 rs.) debía abonarse en dos plazos, en mayo de
1637 es cuando el comisionado real D. Juan Fernández de Talavera, oidor más anti-
guo, procedió a la cobranza de la primera mitad1371. No obstante, la recepción de las
cantidades no generó problemas, lo que resultaba lógico habida cuenta de que eran
pocas las personas implicadas en los ofrecimientos y se trataba de oficiales públicos
de buena posición.
Poco sabemos sobre las personas a cargo de la recaudación de esta isla. La má-
xima autoridad municipal parece haber sido la persona de confianza elegida para la
cobranza; por lo menos, así lo disponía en 1635 una real cédula que facultaba para
esa misión al sargento mayor, Diego de Oviedo, corregidor de la isla1372, ya mencio-
nado. En la gestión del donativo de Lanzarote y Fuerteventura intervinieron regido-
res de Gran Canaria, intermediarios en el intento de venta de cereal a las islas nece-
sitadas, como Tenerife1373.
QUINTANA ANDRÉS, Pedro C.: «Las relaciones entre el Cabildo Catedral de Canarias...», art. cit., pp.
167-168.
1375 VIERA Y CLAVIJO, J. de: Extractos de las actas…, op. cit., p. 190.
1211
de las parroquias, por lo que Talavera ―por auto de 8 de junio de 1638― exigió al
Cabildo catedral su intervención, pero esa institución adujo en descargo su carencia
de jurisdicción sobre esas fábricas1376. Todavía en 1641 el rey insistía en demandar
parte de la deuda (1.056.000 mrs. de las rentas de la mesa capitular), sin que las
cuentas estuviesen liquidadas en 1658.
1376 QUINTANA ANDRÉS, Pedro C.: A Dios rogando, y con el mazo dando…, op. cit., p. 760; ALEMÁN
RUIZ, Esteban: «Política, guerra y hacienda en España...», art. cit., pp. 103-105.
1377 AHPSCT, Prot. Not., leg. 279, f.º 264 (21 de agosto de 1635).
1378 AHPSCT, Prot. Not., leg. 279, f.º 315 (5 de septiembre de 1635). Tres años después, D. Luis Inte-
rián libró letra de cambio el 24 de septiembre en Sevilla a 30 días vista por valor de 12.100 rs. de plata
doble a la venida de galeones. De esa cantidad, 6.600 rs. tenían su origen en la paga de ese año del do-
nativo de El Hierro, y los 5.500 rs. asimismo correspondían al donativo de La Gomera (paga de este
año). La orden iba dirigida al licdo. D. Jacinto de Cárdenas Vallejo, y en su ausencia a Diego de Argu-
medo o Joan Calzado (AHPSCT, Prot. Not., leg. 935, f.º 113, 30 de septiembre de 1638).
1379 AHPSCT, Prot. Not., leg. 2.288, f.º 624 v.º (1635); leg. 2.118, f.º 252 v.º (1639). En esta última
escritura Interián apoderó a D. Luis Fernando Prieto de Saa para cobrar en La Gomera los 500 ducs. de
la paga cumplida en noviembre de 1638, añadiendo el ajuste de los plazos de 1636 y 1637.
1380 Valero recibió letra de 500 ducs. el 8 de septiembre de 1635 sobre Álvaro de Acevedo (en su au-
1212
juez de residencia de la Gomera y El Hierro, en nombre de Interián recibió los 11.000
rs. del período transcurrido1381.
La percepción del donativo en La Gomera resultó conflictiva. Para empezar, los
tazmieros nombrados eran algunos de los más significados personajes de la oligar-
quía (Hernando Díaz de Aguiar, Sebastián González Prieto, Pedro Fernández Mén-
dez, Diego de Herrera Cascante), que dispondrían como aparato coercitivo de algua-
ciles y ejecutores, con salario de 10 rs. diarios1382. Las denuncias darían como fruto
que la justicia dispusiese la presencia del alcalde mayor y del escribano durante la re-
caudación. Tenemos constancia de cierto malestar, pues ya en una sesión capitular
del 21 de septiembre de 1635, en presencia del juez de residencia licdo. Cristóbal
Cibo de Sopranis, se hizo constar que el capitán Juan Gómez Oramas había recu-
rrido en queja a la Real Audiencia de Canarias por la forma de cobrar arbitrios pa-
ra dicho donativo1383. La Audiencia, en principio, favoreció a Oramas, pero no está
claro si tuvo el efecto real pretendido (parece que lo más que se consiguió fue una
presunta mayor transparencia en la manera de percibir el gravamen de los veci-
nos), y en todo caso los afectados, y en su nombre Pedro Fernández Méndez, ape-
laron ante ese tribunal en 16401384, sin que sepamos el resultado, si bien el dona-
tivo ya estaba casi liquidado y el mal hecho contra la vecindad.
En efecto, una serie de vecinos declararon sobre el cúmulo de iniquidades per-
petradas por los tazmieros, cuyas arbitrariedades sin duda gozaban de la tole-
rancia y del respaldo —por omisión— del Concejo gomero. Aquellos, que eran po-
derosos y poseían intereses económicos directos en los productos asociados al do-
nativo (se hallaban entre los grandes cosecheros de vino y también se dedicaban
al cultivo cerealístico y sedero, por ejemplo), exigían a los productores una canti-
dad o porcentaje superior a la justa, sin respetar el mínimo para la supervivencia,
no entregaban documento o finiquito y se sospechaba que no contribuían al grava-
men estipulado. Otra manera utilizada por los tazmieros para expoliar a los peque-
ños y medianos cosecheros y enriquecerse consistía en exigirles el pago al conta-
do, y en caso contrario les tomaban el producto en especie pero a un precio muy
inferior, engrosando así su propia cosecha. Los tazmieros alardeaban de su au-
toridad, y se presentaban ante los descontentos como jueces, proclamando con
audacia que su actuación ni siquiera podía apelarse ante la Real Audiencia, de mo-
do que solo cabía apelar al cielo1385. En caso de resistencia o simple queja, la res-
puesta era la amenaza de cárcel o el maltrato. Para erradicar los abusos, Oramas
propuso a las autoridades insulares negociar una fórmula más satisfactoria, que
implicaba la desaparición del sistema de tazmieros y la introducción en los diversos
lugares de cobradores de confianza, que entregarían la recolecta al depositario con
la garantía documental para los cosecheros y ganaderos de haber satisfecho su
contribución1386. El licdo. Sopranis hizo un llamamiento a capitanes, soldados y ve-
cinos para que conviniesen en una solución. La mayoría deseaba librarse de cobra-
dores y tazmieros y preferían pagar en los tres años restantes las cantidades ano-
tadas en el libro de repartimientos según una evaluación de su patrimonio. La con-
trapropuesta de Sopranis consistía en el mantenimiento de un cobrador como esla-
bón con el depositario, pero con la promesa de perdonar el canon aduanero si lo
percibido llegaba a los 500 ducs. necesarios, e incluso sugería reservar para el últi-
1381 DÍAZ PADILLA, Gloria, y José Miguel RODRÍGUEZ YANES: El señorío en las Canarias..., op. cit.,
453.
1382 DÍAZ PADILLA, Gloria: Colección documental de La Gomera…, t. I, op. cit., p. 191.
1383 BULL, Fondo Darias: Anotaciones históricas sobre la isla..., ms. cit., f.º 1 v.º; DÍAZ PADILLA, Glo-
1213
mo año una eventual cifra excedentaria. Parece que más se trató de una estra-
tagema de las autoridades que de tantear la voluntad popular. Téngase en cuenta
que los tazmieros formaban parte de la oligarquía insular, pues eran regidores o
habían desempeñado puestos de responsabilidad. Pérez de Illada decidió terminar
con la desobediencia de Oramas y sus seguidores (en pocos días se iba a presen-
tar en la villa con siete u ocho vecinos para intentar solucionar la materia). Así, or-
denará prisión domiciliaria y la entrega de un aval de 500 ducs. que le serían de-
vueltos al finalizar la satisfacción del donativo. El objetivo era amedrentar al cabe-
cilla del movimiento, Oramas, y al resto de conspiradores, un sector de la burgue-
sía agraria, que posiblemente se opusieron porque la modalidad impuesta por el
Cabildo sólo beneficiaba a los regidores y a otros poderosos intermediarios, pero
perjudicaba sobre todo a los grandes y medianos productores ajenos a la recauda-
ción. Otros de los implicados eran el capitán Enrique de Morales y el propio escri-
bano Martín de Mederos. No se pretendía una rebelión fiscal, sino cumplir con el
servicio mediante contribución directa, pagando la cantidad (estimaban en 200 o
300 rs. el impuesto que les correspondería)1387.
No debemos reputar como exagerada la precaución de Interián de confiar los co-
bros a personas encumbradas de la sociedad señorial si pensamos en las habituales
renuencias y negligencias para reunir las sumas anuales, y de hecho en 1639 todavía
había rezagos de 1636 y 1637. Un ejemplo de los embarazos sucedidos en La Gome-
ra fue el conflicto entre los obligados en la escritura de cobranza (entre ellos el ca-
pitán Hernández Méndez) y el gobernador de la isla, quien le había despojado de la
comisión recaudatoria. Cuando el regidor se encaminó a solicitar justicia ante la Real
Audiencia e hizo escala en Tenerife, fue prendido y custodiado en la cárcel de la capi-
tal (La Laguna) a instancias de Interián, quien le exigía 1.000 ducs. adeudados de las
dos últimas pagas. Por fin Hernández Méndez obtuvo licencia de su poderoso acree-
dor para desplazarse a G. Canaria durante 15 días con el compromiso de retornar a
Tenerife, donde continuaría las diligencias con Interián1388.
Respecto a El Hierro, quitados los 1.000 ducs. iniciales pagados al contado, In-
terián proporcionó letra de cambio de los 600 ducs. del primer plazo de los 3.400 du-
cados restantes sobre D. Miguel Interián, su hijo, a pagar en Sevilla a dos meses de
la entrega de la plata indiana de 16351389. Parece que las otras anualidades fueron
satisfechas con puntualidad por Interián; al menos, así consta de la de 16371390. No
conocemos el mecanismo de recaudación de esta isla, solo que el primer plazo de
11.000 rs. lo aportaron los vecinos con prontitud (julio de 1635) y fue entregado por
el licdo. Gaspar Pérez de Illada al depositario Prieto de Saa en Garachico a finales del
siguiente mes1391.
Así pues, Interián avaló en conjunto la paga del donativo de las islas de señorío
occidentales, cumpliendo por su parte con el compromiso adquirido hasta el finiquito
de 16391392. Por su parte, D. Melchor López Prieto de Saa, depositario general perpe-
tuo de Tenerife, se hizo cargo de 4.000 rs. cobrados de D. Diego de Rojas y Sandoval
en 1635. En cuanto a los 2.200 rs. de D. Diego de Rojas y Guzmán, consta que fue-
1387 Ibíd., t. II, pp. 174-175.
1388 AHPSCT, Prot. Not., leg. 935, f.º 268 (6 de septiembre de 1639).
1389 El resto se obligó a satisfacerlo en letras abonadas en Sevilla o Lisboa, a venida de galeones después
una (fechada el 20 de septiembre de 1639) por importe de 6.000 rs. a satisfacer en Sevilla, pagadera al
retorno de los galeones (30 días tras la entrega de la plata), en plata doble, a S. M. a cuenta del donati-
vo de 1632. El fin era satisfacer la última paga del donativo de El Hierro cumplida ese mes de agosto de
1639. Otra cédula, por un monto de 5.500 rs. de plata doble, la giró a cuenta del donativo de La Gomera
cuyo plazo expiraba en noviembre de ese año.
1214
ron percibidos en letra de cambio de 7.000 rs. librada por el mercader británico Mar-
maduque Rawdon sobre Tomás Armitaño en Sanlúcar.
1215
brasileño, aduciendo su excesivo trabajo en defensa jurídica del Cabildo; más ade-
lante, un portugués maestre de una nao que había sufrido merma en parte del azú-
car de Brasil introducida en la capital ―tras haber pagado la tasa del donativo― a
consecuencia del diluvio caído, solicitaba una reducción en el impuesto1397.
No obstante, la maraña de fraudes y negligencias solo empezaron a desvanecerse
tímidamente a mediados de 1637. En esto influyó la real cédula de 31 de diciembre
de 1636 por la que el rey comisionó al corregidor de Tenerife-La Palma, D. Gabriel de
la Puebla, para proceder al recaudo y a la remisión a la Corte de lo caído del donativo
en La Palma, delegando aquél en el capitán D. Andrés Baro de Herrera, que se des-
plazó a dicha isla en mayo de 1637. El Cabildo estipuló entonces nombrar otro co-
brador, al menos en lo relativo a la capital, para que percibiese los restos atrasados,
tarea encomendada al vecino de esa ciudad Francisco López Barroso, pues de esa
forma se evitaba que el cobro pasase por muchas manos, teniendo en cuenta la di-
versidad de arbitrios asignados al donativo, dando cuenta y razón cada dos meses a
un apoderado concejil. Por esas fechas fue cuando un personaje significado como el
maestre de campo Nicolás Massieu exhibió en Cabildo, como receptor que manifestó
ser de la cobranza por nombramiento de Valero, 3.003 rs. entregados por varios re-
caudadores del donativo, para que se le entregasen a Baro de Herrera, el delegado
del corregidor1398. Extrañamente, el Ayuntamiento eligió como depositario de esas
cantidades al ya nombrado Vélez de Ontanilla, cuya gestión había sido criticada un
año atrás. Asimismo, dos días después, en otra reunión capitular se manifestó el
enorme fraude colectivo de los labradores de grano, que mentían en el volumen de
sus cosechas para contribuir menos y se negaban a entregar las tazmías con el pre-
texto de que el vicario les prohibía mostrarlas bajo pena de excomunión. Esa práctica
era muy perjudicial porque se demoraba más el gravamen sobre las sementeras. El
regidor Fierro exigía a sus compañeros una actuación rigurosa con los cogedores y,
de ser necesario, que se realizase una gestión ante el arzobispo1399.
De todas formas, cuando tanta indolencia había en años precedentes, de repente,
a mediados de junio se entregaron, en buena medida en letras de cambio abonadas,
más de 21.960 rs.1400. Esto no significó que las cuentas se hubiesen formalizado ni
solucionado el dolo y descuido en pagar y gestionar correctamente la percepción de
lo caído en cada renglón. Es más, después de la marcha de Baro de Herrera se volvió
a la incuria. Esto lo censuraba y advertía en cabildo el regidor Fierro, que estimaba
en dos tercios la cantidad camuflada en las cosechas de cereal para reducir la apor-
tación correspondiente. Los demás concejales no compartían la visión de Fierro y se
limitaron a dirigirse a los cobradores encargados y al procurador mayor para agilizar
cuentas y cobranza1401. Meses después, en enero de 1638, a poco de cumplirse el
trienio de entrega del dinero, el Concejo pareció tomar conciencia de la necesidad de
poner orden en la cobranza y acordó dirigirse en tono amenazante a Francisco López
Barroso, el encargado de recolectar los dineros en la capital, de modo que en la si-
guiente sesión capitular diese cuenta de todo lo caído y debido cobrar hasta finales
1397 Ibíd., sesiones de 16 de febrero y 11 de mayo de 1637. El maestre de campo fue obligado a
ocuparse de la cobranza, aunque apeló contra esa decisión. Al dueño del navío se le concedió una
rebaja en el pago.
1398 Ibíd., sesión de 5 de junio de 1637.
1399 Ibíd., sesión de 8 de junio de 1637.
1400 Ibíd., sesión de 19 de junio de 1637. Se trata de la suma de estas cantidades: 2.308 rs. y 6 ctos.
exhibidos por Antón de Brito, el ya mentado cobrador; una letra de 6.000 rs. dada por el capitán
Pedro Fernández de Lago a favor del rey por una suma igual recibida del Concejo; otros 3.000 rs.
que el mismo Fernández de Lago entregaba en letra a favor del rey sobre el maestre de campo Cris-
tóbal Salazar de Frías en Tenerife; otros 1.000 rs. que libró el teniente de corregidor sobre el mer-
cader Enrique Isam por haberlos quedado a pagar por Domingo Tomé; 8.003 rs. entregados en con-
tado a Vélez de Ontanilla; y otros 5.000 rs. que entregó Antón de Brito.
1401 Ibíd., sesión de 4 de septiembre de 1637.
1216
de diciembre del año recién terminado, pues en caso contrario se procedería contra
él como persona omisa en el servicio real. Además, se le pidió al capitán Diego de
Guisla Vendoval que cuidase del ajuste del donativo en el distrito de Los Sauces, San
Andrés y Barlovento, en el que faltaba resolver lo relativo al año anterior. En rea-
lidad, no podían exigir mucha solicitud y escrupulosidad a otros los miembros del Ca-
bildo cuando eran negligentes en la custodia de la propia documentación, pues justo
en la misma reunión se reconocía: Oy están muchas proviçiones y papeles tocantes a
este Cabildo fuera de su archivo sin saver quién los tenga, por cuya causa no se pue-
de haser ningún procedimiento judicial1402.
Como era de prever, el dinero no estaba listo en marzo de 1638. Es más, en agos-
to, una comisión encargada por el Cabildo reconocía su incapacidad para clarificar las
cuentas, y aunque lo intentaron no pudieron finalizar su labor con liquidaçión çierta,
porque faltaba conocer ajustadamente lo que tocaba pagar en algunos conceptos co-
mo aceites o azúcares1403. El negocio de la satisfacción del donativo continuará varios
años más, con algunos episodios destacados como la prisión dispuesta por el maes-
tre de campo D. Pedro de Sotomayor Topete, receptor nombrado por el Cabildo y co-
misionado por el excorregidor D. Gabriel de la Puebla, contra el regidor Miguel de
Abreu, quien atribuía todo a la carencia de liquidación de la cuenta y de exhibición de
lo caído. De nuevo los regidores intentaron conocer la situación de esas cuentas y se
expidieron mandamientos contra los cobradores de los lugares en los dos primeros
años para que acudiesen a presentar razón del pan y vino de esas cosechas1404. En
agosto de 1639 se resolvió otra vez que los excobradores se presentasen en cabildo
para dar cuenta y se apremiaba a los deudores con la admonición de costas, daños e
intereses de dilación a los que debían enfrentarse1405. En octubre, el capitán Miguel
de Abreu denunciaba en el Ayuntamiento la negligencia en las gestiones de averi-
guación del estado de la cobranza y solicitaba al teniente de corregidor una actuación
más terminante nombrando a una persona que activase la realización de cuentas, la
recaudación y el buen orden en la documentación del donativo, que debía guardarse
en el archivo concejil1406. Los regidores argüían que estaba nombrado para ejecutar
los mandamientos el alguacil mayor D. Nicolás Massieu, que se mostraba remiso, a
quien se exhortó a cumplir con su obligación.
1217
La escritura formal de pago aludida más arriba sólo era una garantía, pues además
la monarquía requería urgentes inyecciones de liquidez, y por tanto de presteza en la
recepción de fondos. Así se le comunicó al comisionado regio, quien personalmente
transmitió al Cabildo1407 el 1 de junio de 1635 la orden real de remitir el dinero dispo-
nible —y aún algunos anticipos— sobre lo previsto para el primer plazo. El requeri-
miento de la Corte obedeció a la escalada bélica, pues como se comentó en el ante-
rior capítulo, en febrero de 1635 Francia, que mantenía desde 1631 un conflicto la-
tente con España, se alió con Holanda y en mayo le declaró formalmente la guerra a
la monarquía hispana. El sacrificio económico fue formidable: se gravaron los juros,
se acuñaron millones de ducados de vellón, las Cortes votaron un impuesto de 9 mi-
llones de ducados pagaderos en tres años, y se exigió a la alta nobleza que levantase
compañías a su costa1408.
Lógicamente, la nueva pretensión no despertó unanimidad entre los regidores.
Destacaban en especial con sus intervenciones los diputados a cuyo cargo había co-
rrido la cobranza hasta entonces, que proclamaban su celo en el desempeño de su
obligación. La mayoría coincidía en la conveniencia de una reforma en el mecanismo
de cobro para concluir el intrincado negocio en que se estaba convirtiendo la ejecu-
ción del donativo. La propuesta consistió en que el recaudo recayese en una persona
fija hasta la liquidación de la cantidad ofrecida, nombrándose para el efecto a Fran-
cisco de Molina, D. Bernardo Justiniano Lercaro, D. Alonso Gallegos, D. Lope Fonte y
D. Alonso de Llarena Carrasco, a quienes se confirió los poderes necesarios para el
cumplimiento de su misión1409 con el objetivo final de ir entregando lo recolectado al
capitán Bartolomé de Ponte, depositario general nombrado por Valero. Una vez des-
pejado el panorama, los pequeños problemas se debían ir solventando en cabildo a
medida que sus apoderados planteaban dudas o proponían determinadas actuacio-
nes. Por ejemplo, el 16 de julio1410 se decidió, a la vista del deseo de Valero de remi-
tir letras a España para paliar las exigencias de la Corona, que Ponte, como deposita-
rio general, fuese entregando el dinero al inquisidor, otorgando cartas de pago de lo
recibido.
No obstante, como ya había adelantado Valero, la situación era más cruda de lo
que el Concejo pensaba, y las complicaciones con el donativo no habían hecho más
que empezar. La situación internacional de España se enrareció tras la declaración de
guerra de Francia. Como apuntaba Domínguez Ortiz, 1635 fue un año decisivo en el
que se desarrolló la pugna suprema, no sólo entre España y Francia, sino entre todas
las fuerzas materiales y espirituales que en Europa luchaban por la hegemonía1411. El
monarca reiteró entonces su perentoriedad de dinero y reclamó anticipos, como ex-
puso el 3 de agosto Justiniano Lercaro1412 en nombre de Valero, que se hallaba indis-
puesto. Alegaba el regidor la precisión de fondos para afrontar los compromisos béli-
cos por haberse recrescido nuevas guerras con Francia, para cuyo fin proponía al Ca-
bildo la entrega inmediata de la cantidad consignada a fines de año. La respuesta ca-
pitular fue simple: carecía de fondos para semejante adelanto. No todo fueron malas
noticias, pues se había vendido el tributo que pagaba D. Claudio Grimón a D. Balta-
sar de Vergara. Más bien se trataba de dos los tributos que se había logrado enaje-
nar de entre los transferidos por el Ayuntamiento al donativo. Posiblemente urgidos
por Valero y con promesas de recompensa, algunos particulares se avinieron en
1407 AMLL, Libro de actas 24, ofic. 1.º, f.º 68 v.º (1 de junio de 1635).
1408 TARRÉS SIMÓN, Antonio: «La polítca exterior», art. cit., p. 430.
1409
El poder incluía desde la cobranza de caídos de tributos y de las alhóndigas hasta la actuación en
pleitos, nombramiento de alguaciles, cobradores y cogedores, así como el castigo y procesamiento con-
tra los que impidiesen el cobro, imponiendo penas, ejecutándolas y aplicándolas al real donativo.
1410 AMLL, Libro de actas 12, ofic. 2.º, f.º 54 v.º (16 de julio de 1635).
1411 DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: Política y hacienda..., op. cit., p. 51.
1412 AMLL, Libro de actas 24, ofic. 1.º, f.º 103.
1218
agosto de ese año a adquirir estos dos tributos: el de 2.452 rs. y 7 ctos. de principal,
que pagaba Diego de Paz como tutor de Luis, hijo de Luis de Palenzuela, y el de 700
doblas que satisfacía D. Claudio Grimón1413.
El pertinaz inquisidor, habituado a los forcejeos con el Ayuntamiento, no se dio por
vencido. Ya recuperado y dispuesto a emprender su viaje de retorno a la Corte, se
personó ante el Cabildo el 17 de agosto1414. Estratégicamente, comenzó su discurso
con el anuncio de su partida y su buena disposición para interceder allá en favor de
asuntos que interesasen a la institución. A renglón seguido entró de lleno en materia,
sacando a colación el tema del anticipo. Lo que pedía Valero en esta ocasión era que
el Cabildo ejecutase un acuerdo —más bien una salida que se habían inventado para
traspasar la responsabilidad a otras instancias, quizá pretendiendo involucrar a Valero
en cuestiones competenciales—, por el que se ofrecía el dinero consignado en el arca
de tres llaves para la compra de armas; pero al tratarse de una concesión real debía
mediar licencia del capitán general. Y ahí radicaba el problema. Cuando, apremiado
por Valero, el Concejo planteó la cuestión al general, este respondió que tenía carta
del marqués de Leganés ordenándole la remisión del dinero para la traída de armas,
por lo que no pudo atender la solicitud del Cabildo.
Los dos arbitrios más polémicos —por incidir en el encarecimiento del consumo de
productos básicos para la mayoría de la población— serán sin duda el de vendederas
y el de las alhóndigas. Desde fechas muy próximas al ofrecimiento se percibieron tra-
bas para la colecta del dinero, disfrazadas unas de veces de supuestas dificultades
técnicas en el proceso administrativo o de gestión, y otras, de un modo más abierto,
mediante la interposición de recurso en el impuesto más factible de apelación, el de
las alhóndigas. No debió ser ajena a la pugna vecinal con el Cabildo la naturaleza de
ese arbitrio como una cuestión de mayor trascendencia, como una especie de tanteo
o ensayo cuyo vencedor tendría más fuerza en el futuro para extender el ámbito im-
positivo o contrarrestarlo.
En cuanto a la contribución de las vendederas, fue de las primeras cargas en ori-
ginar problemas porque, entre otras consideraciones, su comienzo era inmediato, a
partir de la fijación de la postura del vino de 1634, si bien quedaba claro que aparte
de las 110 vendederas podía expender el caldo el labrador de viña en su domicilio,
siempre, naturalmente, que procediese de su cosecha, pues en caso contrario perdía
el producto. Desde muy pronto se esbozó el procedimiento de exacción1415: los dipu-
tados de la ciudad debían efectuar el asiento de las vendederas del partido lagunero
—o sea, hasta el Barranco Hondo de Acentejo—, e instarlas a que se obligasen al pa-
go del donativo por escrito y con fianzas, y también debían tomar razón del caudal
de las alhóndigas de dicha demarcación a efectos de la imposición de los 2 rs./fa., a
la que debían comprometerse ante notario los mayordomos respectivos, enviando un
tanto para que se fijase en el cuaderno del donativo. De igual modo se procedería
por los diputados de los partidos de La Orotava y de Garachico, los otros dos distritos
de la isla. Los diputados, con la colaboración de los alcaldes pedáneos, no debían
1413 El primero fue comprado por el santacrucero Gaspar Rodríguez, quien pagó en letra de cambio sobre
Nicolás Antonio, mercader vecino de Sevilla, a 15 días después de la entrega de la plata de la primera
flota llegada de Indias. El segundo censo lo tomó doña Juana Grimón, viuda del capitán Cristóbal López
de Vergara, que abonó el importe en dos letras de cambio (una de 4.366 rs. sobre D. Claudio Grimón a
pagar en Sevilla a 60 días vista; otra de 3.000 rs., pasada por el mercader inglés Enrique Isam a 60 días
sobre su compatriota Roberto Coque en Lisboa) (AHPSCT, Prot. Not., leg. 1.547, fols. 89-92).
1414 AMLL, Libro de actas 24, ofic. 1.º, f.º 106 (17 de agosto de 1635).
1415 Ibíd., f.º 18 v.º (22 de octubre de 1634).
1219
consentir la expedición de vino atabernado y por vendaje a las personas ajenas a ese
registro.
Los primeros síntomas de nerviosismo aparecieron en septiembre de 1634, ante el
silencio (inobservancia) de las disposiciones concejiles, como un atisbo de que la re-
caudación no iba a constituir un mero trámite administrativo, a pesar de haber com-
prometido en la ejecución de la normativa a los alcaldes pedáneos. De ahí el acuerdo
de 22 de septiembre, que ordenaba a los diputados y alcaldes, en ocho días a partir
de la notificación del auto, el acatamiento y la fiscalización de las disposiciones con-
cejiles, dotándolos asimismo de facultades para ejecutar los arbitrios, de manera que
si apreciaban resistencia en los vecinos o alhondigueros debían apremiarlos y remitir-
los presos a la cárcel de la ciudad, a donde también se enviarían las escrituras.
La atención prestada por los ediles hacia esta materia difería notablemente. Sólo
algunos regidores, normalmente los diputados para la cobranza, se mostraron real-
mente preocupados y apelaron a sus compañeros capitulares para que adoptasen re-
soluciones firmes y racionalizadoras. Por ejemplo, el capitán Francisco de Molina ad-
vertía el 11 de octubre de 1634 sobre la urgencia de aplicar los arbitrios de vendede-
ras y de las alhóndigas: en el primer caso para acometer su recaudación desde el pri-
mer día de aprobación, y en el segundo para tomar razón del caudal de los pósi-
tos1416. En esa ocasión no sólo recibió el pleno apoyo de los asistentes, sino que el
personero general ratificó con vehemencia la propuesta por el carácter medular de
esos efectos en el monto del compromiso municipal, resaltando también su calidad
de impuestos más ffásiles y menos dañossos a los vessinos. Asimismo se acordó re-
tomar el asunto de las reivindicaciones concejiles, que Valero se había obligado a
gestionar.
La inquietud por la demora en la recepción de las fianzas de las vendederas para
inscribirlas en la matrícula, así como por el silencio —más bien sutil oposición— de las
alhóndigas, aún continuará varias semanas1417. Lentamente la iniciativa se puso en
marcha en algunos lugares, como en Garachico, desde donde su alcalde mayor remi-
tió un informe a finales de noviembre1418 notificando el estado de la nómina de ven-
dederas que despacharían vino. Todavía el 22 de diciembre se constató que faltaban
diligencias y se forzó a los diputados de meses y a los alcaldes de los lugares para
que en ocho días regulasen el número de vendederas de cada término con sus escri-
turas y fianzas y obtuviesen las obligaciones formales de los mayordomos alhondi-
gueros, comisionándolos con potestad de conducir presos a la capital a los inobedien-
tes y reacios1419. Con todo, hubo determinados incidentes en algunas localidades. A
veces las vendederas fueron más renuentes a la hora de registrarse, de modo que
los regidores demandaron al corregidor la prohición de vender vino a las no matri-
culadas. Otra circunstancia fue la falta de vino en La Orotava y Garachico, que podía
retraer a bastantes vendederas a inscribirse. Se proveyó entonces que en caso de
advertirse escaso interés, por sólo el año siguiente de 1635, se podría estimular a po-
sibles candidatas mediante la concesión de especial licencia para expender menuden-
cias de mantenimientos en régimen exclusivo en sus respectivas áreas a cambio de la
promesa de los 150 rs.1420.
1416 AMLL, Libro de actas 12, ofic. 2.º, fº 15 v.º (11 de octubre de 1634).
1417 AMLL, Libro de actas 24, ofic. 1.º, f.º 18 v.º (22 de octubre de 1634).
1418 AMLL, Libro de actas 12, ofic. 2.º, f.º 33 v.º (1 de diciembre de 1634).
1419 AMLL, Libro de actas 24, ofic. 1.º, f.º 25.
1420 En ese punto disintió D. Pedro Interián de Ayala, afirmando que no se debía innovar del cabildo ge-
neral que había fijado el número de 110 vendederas para vino, de modo que las demás fuesen libres y
pudiesen vender todo lo demás porque no se puede hasser otra cossa por el daño de los pobres. Aparte
de las vendederas, los expendedores de vino en taberna se obligaban también ante notario. Por ejemplo,
el tonelero Domingo González se ofrecía ante escribano a abonar al real donativo según estaba señalado
1220
Los regidores no pudieron contar con el apoyo del personero general: a principios
de 1635, D. Francisco Ruiz Barrio presentó una petición reclamando que no se deli-
berase más sobre las vendederas ni sobre otros asuntos que implicasen fiscalidad1421.
De poco o nada sirvió. El panorama general de indolencia no pareció cambiar mucho,
a juzgar por la queja de uno de los diputados de meses, D. Alonso Gallego1422, de-
nunciando el descuido de las autoridades locales, pues se había despachado por los
lugares de la isla al portero del Cabildo con autos para que los alcaldes y demás per-
sonas relacionados con el real donativo hiciesen afianzar a las vendederas y lo remi-
tiesen. Como no hubo resultado positivo en el primer intento, por segunda vez ha-
bían enviado al portero, notificando lo propio asimismo a los alhondigueros, de modo
que los del beneficio capitalino acudiesen a la ciudad a otorgar escrituras. Tras expo-
ner el resultado de su comisión, formuló una batería de propuestas para, previa apro-
bación del Ayuntamiento, transmitirlas a Valero: 1) los arbitrios concedidos para seis
años debían quedar fijados como propios concejiles respeto de la grande nessesidad
en que está constituido y tenerla mui grande esta isla de ffortificación; 2) debía ce-
rrarse la posibilidad de incremento de oficios, tanto de regimientos como de otra ín-
dole; 3) el inquisidor debía informar a S. M. sobre las preeminencias históricas del
Cabildo en la elección de beneficios eclesiásticos. La mayoría se conformó y decidió
que los diputados informasen a Valero, al igual que del asunto del fiscal, ya tratado
más arriba. Los diputados regresaron de su visita más apretados aún, pues Valero no
hacía sino predicar a quien quería oírle la extrema necesidad y premura de la cobran-
za; de ahí la pretenciosa iniciativa de Gallego en el Cabildo1423, solicitando que las
vendederas aportasen de inmediato la mitad o el tercio de la cantidad, y asimismo
debía entregarse una partida de la alhóndiga de la ciudad.
No existió regularidad en la recaudación por este concepto, evidencia de fallos en
la observancia de lo establecido o negligencia en las autoridades. Recordemos que lo
calculado eran 16.500 rs. anuales. Pues bien: el importe en 1635 ascendió a 2.026
rs., aunque también aparece otra cifra, referida a vendederas y otras cosas, de 3.416
rs. (ambas partidas suman 5.442, advirtiendo de que Valero había tomado cuenta ya
de 5.750 rs.). También se mencionan 1.250 rs. recibidos del maestre de campo Cris-
tóbal de Frías por los entregados en Garachico como procedido de las vendederas de
ese partido. Otro rezago de ese año por el mismo concepto alcanzó los 1.821 rs. En
1636 el donativo de vendederas se elevó a 17.034 rs. y 5 ctos. y en 1637 bajó a
10.000 rs. Otra partida del ajuste parcial recoge 9.3671/2 rs. de restos de ese donati-
vo entre 1635-1638. La conclusión es que, con un retraso de unos dos años, se iba
completando este apartado de la aportación concejil.
No tenemos noticia de que se suscitasen problemas para la recaudación proce-
dente de otras partidas, pues su cobranza no revestía el carácter de gabela gravosa y
generalizada, y su regulación era más sencilla1424.
por el Cabildo a los que vendían vino atabernado, asegurando que solo despacharía ese producto
[AHPSCT, Prot. Not., leg. 2.118, f.º 125 (16 de abril de 1639)].
1421 AMLL, Libro de actas 24, ofic. 1.º, f.º 38 v.º (12 de enero de 1635).
1422 AMLL, Libro de actas 12, ofic. 2.º, f.º 36 v.º (2 de enero de 1635).
1423 AMLL, Libro de actas 24, ofic. 1.º, f.º 35 v.º (8 de enero de 1635).
1424 AMLL, Libro de actas 24, ofic. 1.º, f.º 155 (31 de marzo de 1636). Como los derechos de saca de
madera estaban aplicados al real donativo, acordaron que D. Lope Fonte, castellano de Santa Cruz,
tuviese cuenta y razón de la madera que salía por ese puerto, de manera que debía contar con licencia
concejil el cargador del producto. Por supuesto, de igual modo se obraba en los otros puertos. El Cabildo
defenderá celosamente la universalidad de este arbitrio; así, a fines de 1636 apeló una provisión de la R.
Audiencia por la que se eximía de pagar derechos de saca de 18 docenas de tablas destinadas a la cate-
dral (AMLL, Libro de actas 24, ofic. 1.º, f.º 205, sesión de 22 de diciembre de 1636).
1221
c) Otro impuesto impopular: la tasa sobre las alhóndigas
1425 Por ejemplo, Pedro Álvarez y Miguel González Grillo, mayordomos de la alhóndiga de El Tanque, se
obligaron a pagar los 2 rs. por fa. de caudal (el de su pósito era de 396 fas. y 9 als., lo que montaba de
ganancia en 1635, 7931/2 rs.) (AHPSCT, Prot. Not., leg. 2.114, f.º 68 v.º, 24 de enero de 1635).
1426 AMLL, Libro de actas 24, ofic. 1.º, fols. 42 y 47 v.º (sesiones de 22 y 26 de enero de 1635).
1427 Ibíd., f.º 85 (sesión de 18 de junio de 1635). Se encargó al regidor Gallegos para gestionar en Gran
agosto de 1635).
1430 Ibíd., f.º 168 v.º (sesión de 6 de junio de 1636).
1222
Las cantidades de las alhóndigas de los diferentes lugares de Tenerife, a tenor de
las fianzas de los alhondigueros y de las cantidades recibidas por el depositario Bar-
tolomé de Ponte en 1635 y 1636, entregadas respectivamente, por los regidores co-
misionados y durante el mandato de Puebla, figuran en el cuadro XIX. Es convenien-
te tener en cuenta que el Cabildo, como en su momento se señaló, había ofrecido,
aparte del donativo anual, 5.000 rs. por una sola vez sobre la alhóndiga capitalina,
pero además no dudó en forzar el reparto de grano para enjugar el rezago municipal
con el donativo correspondiente a 1635-1637 en la partida anual asociada a los pro-
pios (10.560 rs.). La fórmula consistió en la compra obligada de 60 fas. entre 49 ve-
cinos a 18 rs./fa. (11.706 rs.).
(Cuadro XIX)
Cantidades aportadas por las alhóndigas de Tenerife (en rs.)
(1635-1638)
Lugar Año 1635 Año 1636 Año 1637 Año 1638
Los Silos 1.159 1.193 1.193 1.193
Buenavista 2.617
La Fuente de La Guancha 974 974 974 974
El Sauzal 1.393 1.394 1.394 1.394
La Orotava 6.021 6.021 6.021
Santa Úrsula 747 740 740 740
S. Juan de La Rambla 1.174 674 1.174 1.174
Realejo de Arriba 1.332 1.332 1.332 1.332
El Tanque 674 674 674 674
La Matanza 493 496 496 496
Realejo de Abajo 1.669 1.669 1.669 1.669
Tacoronte 2.779 2.779 4.679
La Laguna 1.066 2.066 2.066
Icod 2.528 2.202 2.2011/2 1.1001/2
Chasna 2.786 2.786 2.786 2.786
Güímar 1.260 630
Candelaria 1.303 670
Granadilla 700 700 700 700
Fuente: AHPSCT, Prot. Not., leg. 935, fols. 133 y ss.; AMLL, escrituras ante Agustín de Mesa (1623-
1643), fols. 154, 156, 166, 167, 170 (1635); fols. 5, 6 (1637). Elaboración propia.
1223
nester reunir más moneda para completar la cuota asignada a esa alhóndiga. La
solución ofrecida por el Ayuntamiento consistió en el reparto de 50 fas. de trigo a
las panaderas de La Laguna para que las amasasen a 20 ½ rs./fa., pudiendo llegar
hasta 60 fas. para completar la cantidad de dinero1431. En cuanto a los derechos por
saca de madera, los datos de 1635-1637 (este último año, incompleto) revelan la pri-
macía del puerto de Santa Cruz (775 rs. en total) sobre el de La Orotava (386 rs. y 3
ctos.) y el de Garachico (3641/2 rs.).
1431 AMLL, Libro de actas 13, ofic. 2.º, f.º 121 (sesión de 4 de enero de 1640).
1432 AMLL, Libro de actas 12, ofic. 2.º, f.º 126 v.º (sesión de 20 de abril de 1637).
1433 Ibíd., f.º 163 (sesión de 12 de abril de 1638).
1434 Ibíd., f.º 217 v.º (6 de septiembre de 1638).
1224
por mandato de Valero, además de los realizados por Puebla1435. Pero seguía sin
abordarse el tema de fondo hasta que a finales de ese mes lo manifestó con rigor el
mayordomo concejil, D. Francisco Ruiz Barrio1436, a través de la lectura de dos peti-
ciones, en una de las cuales exhibía el apremio de D. Gabriel de la Puebla para la en-
trega de trigo municipal embargado a una serie de particulares a los que había re-
partido distintas cantidades de ese cereal, ordenando que se le diese en pago de los
atrasos concejiles del donativo, asunto ya expuesto en este trabajo. En su otra de-
manda, el mayordomo apremiaba a la institución a salir a la causa. Como solía su-
ceder en los asuntos conflictivos, no había acuerdo entre los regidores. Molina seña-
laba que, con otros regidores, había estado a su cargo la disposición de lo ofrecido
por el Cabildo al monarca y había entendido en ello en varias ocasiones hasta que
Puebla, en virtud de comisión particular para la cobranza, trató de que se le diese
cuenta del estado de ese asunto y en quién paraba lo cobrado. Fue entonces cuando
Molina y el licdo. D. Bernardo de Lercaro, en presencia del escribano del Concejo, le
presentaron sus cuentas. Como Lercaro le manifestó que había dado noticia de esto
al Cabildo, Molina se abstuvo de hacer más gestiones. A partir de ahí intervino en la
cobranza Puebla, incluyendo los arbitrios determinados por el Cabildo. Argüía Molina
que lo justo era que el Cabildo se implicase para ponerse al corriente de cómo anda-
ba todo. La institución nombró como diputado al capitán Juan Yanes Ordóñez, y Mo-
lina, por su parte, trató de instruir a sus compañeros concejales, concretando que el
Cabildo debía a la hacienda real hasta fin de 1637 en torno a 14.000 o 15.000 rs., su-
ma que Puebla pretendía reembolsar. Dada la cortedad del Concejo y el bajo precio
del trigo debido a su abundancia, la propuesta de Molina, pensando en beneficio del
Ayuntamiento, consistía en tasar el cereal engranelado de la cosecha de ese año a 18
rs./fa. para evitar quiebras, pues era problemático hallar mejor precio, sobre todo re-
parando en la presencia de trigo foráneo en el mercado.
A pesar de esas explicaciones, los capitulares no parecían satisfechos y se entabló
un vivo debate, en el que afloraron discrepancias y reproches. Juan de Monsalve pro-
testó porque varias veces había solicitado que los regidores comisionados presenta-
sen las cuentas, pues conocido el balance el Cabildo habría decretado algún reparti-
miento, con lo que se hubiera alcanzado el pago del donativo con menor daño veci-
nal, ya que con el sistema de Puebla muchas personas debían adquirir 100 fas. o 50,
y otras quedaban exentas. D. Alonso Gallegos, a quien siguieron en su discurso D.
Lope Fonte y D. Pedro Interián, recordaban que en el cabildo anterior se habían re-
querido diligencias sobre el donativo y no se habían realizado. Disentían estos regido-
res del embargo anticipado que se pretendía, pues el Cabildo, como administrador
del caudal de la alhóndiga, debía impedirlo en cuanto su caudal facilitaba remedio a
los pobres en tiempos duros. Una posición similar defendió Juan Yanes Ordóñez, que
censuraba el silencio institucional durante su etapa de un año como regidor, así co-
mo el incumplimiento en la presentación de cuentas al Concejo. Estimaba Yanes que
la alhóndiga debía pagar lo adeudado a la Corona, pero sin entregar anticipaciones.
Por último, D. Francisco de Valcárcel y Lugo creía que el Cabildo tenía que pagar con
prontitud. Al final, decidió el gobernador que Molina y Gallegos expusiesen sus cuen-
tas y se liquidase el débito a tenor de lo acordado.
Algunas cantidades no llegaron a Madrid. La cadena de levas comenzada en esa
década de los años treinta del seiscientos será el motivo del desvío de parte de ese y
otros donativos para sufragar los costes de tales expediciones. A fin de cuentas, el
origen de los donativos radicaba en la contribución al esfuerzo bélico hispano en la
difícil coyuntura europea. De ahí la entrega de dos partidas de 51.278 rs. y 46.340 rs.
en febrero de 1640 para la leva a D. Juan de Castillo y Aguayo, marqués consorte de
1225
Lanzarote (leva de 1638)1437. Entonces, ante la proximidad del fin del sexenio fijado
para el abono del donativo, creció el interés capitular por la materia. En ese mes de
febrero de 16401438 se acordó que los regidores diputados se reuniesen en casa del
gobernador para presentar cuentas. En abril comunicaba Lercaro a sus compañeros
regidores el resultado del balance1439: hasta finales de 1639 se habían entregado
336.000 rs. (los 34.000 ducs. suponían en total 374.000 rs.); es decir, ese año el Ca-
bildo debía liquidar 38.000 rs. para cumplir con su compromiso. Uno de los proble-
mas residía en fallos de las vendederas, que debían investigarse. Se pretendía termi-
nar cuanto antes con el donativo, de modo que dadas las cuentas el último resto se
saldase rateando en los arbitrios y se levantase el donativo para disponer de un míni-
mo alivio.
A pesar de las dificultades para la completa satisfacción de las cantidades prometi-
das por particulares, el Cabildo cumplió en seis años con su ofrecimiento, como cons-
taba a mediados de 16421440. Precisamente el mencionado D. Bernardo Lercaro, que
servirá el cargo de teniente general a partir de 1640, solicitaba en 1642 el nombra-
miento de otro regidor para finalizar el ajuste de cuentas con el juez del donativo,
licdo. Francisco García, pues su cargo le impedía atender esa tarea y había exceso en
lo que el Ayuntamiento había destinado a esa finalidad1441.
Si nos parece decepcionante la dificultad para establecer mejor los datos cuanti-
tativos globales del donativo de 1632 para Canarias, es oportuno advertir que aun
resulta imposible evaluar el rendimiento de los diversos donativos, sobre todo en la
primera etapa del reinado de Felipe IV. Podemos forjarnos una idea general del ritmo
de recaudación por los ajustes efectuados con motivo del cese en sus funciones del
máximo gestor de aquélla y del advenimiento de su sucesor, lo que obligaba a un ba-
lance de la situación que permitiera en su día exigir responsabilidades contables y de
eficiencia en la cobranza. Hubo varias daciones de cuenta, alguna de las cuales nos
resulta conocida, al menos de manera parcial. Con ocasión de su partida a Madrid, D.
Gabriel de la Puebla tomó cuenta al depositario D. Bartolomé de Ponte el 11 de oc-
tubre de 1638 de lo cobrado por cuenta de los 34.000 ducs. ofrecidos por el Cabildo
tinerfeño, pagaderos en seis años, encabezando las partidas el conjunto de canti-
dades recaudadas por los regidores diputados anteriores a la comisión de Puebla1442.
El cargo al depositario montó 283.554 rs. y 2 ctos. Un aspecto que habría que te-
ner en cuenta es el coste o los gastos generados por la cobranza del donativo, desde
salarios hasta partidas fallidas. Tan solo la ayuda de costa a Valero para su desplaza-
miento a Canarias representó 6.600 rs.1443, y en octubre de 1638 presentaba Ponte
Quesada. Ya meses antes, en abril, daba cuenta el procurador mayor del positivo resultado de la tarea
encomendada a él y a Tomás Andrés, secretario de la comisión de cobranza, comunicando al Ayun-
tamiento que ya estaban cobrados los 34.000 ducs., de modo que la institución se propuso aclarar qué
residuos podía incorporar a sus propios y la libre disponibilidad de los efectos municipales destinados al
pago del donativo (AMLL, Libro de actas 14, ofic. 2.º, f.º 4 v.º).
1442 AHPSCT, Prot. Not., leg. 935, fols. 133 y ss.
1443 Ese dinero no se lo cobró directamente Valero, quien después de su marcha apoderó para ese fin al
licdo. Francisco Sánchez García, comisario y consultor del S. O. en Tenerife, quien más adelante, como
se ha indicado, se encargaría de la recaudación del donativo. En marzo de 1636, Sánchez se dirigió a
1226
como descargo una partida de 2.000 rs. satisfechos al cap. D. Andrés Baro de He-
rrera por la cobranza del donativo en La Palma, y otra de 1.000 rs. como pago al es-
cribano Tomás Andrés de Figueroa por sus servicios notariales. El salario de otros
alguaciles o de los cobradores o el coste derivado del transporte o medición del ce-
real significaban otros tantos dispendios. Por ejemplo, se le entregaron 500 reales a
Alonso de Chozas, alguacil en Gran Canaria; la traída del trigo de Teror, Firgas, Aru-
cas, Moya y La Vega, con otros gastos menudos, montó 7011/2 rs.; del donativo co-
brado en Guía (Gran Canaria) tuvieron que descontarse 154 rs. de acarretos del ce-
real y compra de esteras, además de 8 rs. pagados a un alguacil.
Según el ajuste hecho por Juan de Zubiaurre, contador de la razón del donativo,
sobre el estado de este al cesar Puebla en su cometido (finales de 1638), aún queda-
ban por ingresar 209.872 rs. en plata doble, a lo que se añadía el importe de intere-
ses y recambios de letras no aceptadas. El resultado del tanteo del donativo al mar-
charse Puebla fue parcial, pues fue imposible el ajustamiento exacto al haber dejado
toda la documentación en manos del licdo. García (26 de febrero de 1638), y la
cuenta debía ser única. De todas formas, se alcanzó un balance provisional, confor-
me al cual las partidas —que figuraban especificadas— a su cargo ascendían a
534.458 rs., 6 pipas de vino y 1 barril de mosto, a lo que se agregaban otras cantida-
des (como 28.400 rs. por diferentes gracias, unas cantidades de Chasna, procedidos
de recambios de letras...), sumando un total de 571.106 rs., 6 pipas de vino y 1 barril
de mosto. En cambio, su data ascendió a 284.456 rs., con lo que aún quedaban por
reintegrar 286.650 rs. y 6 pipas de vino. De tal cantidad se hizo cargo al licdo. Gar-
cía, además de lo procedido del recambio de letras protestadas. En el siguiente ajus-
te con el licdo. García (9 de mayo de 1644), con referencia al cargo de 286.650 rs.,
ya citado, la data que mostró sumaba 76.778 rs., de modo que permanecían sin co-
bro 209.872 rs. más los recambios de letras protestadas. En cuanto al ajuste con
Bartolomé de Ponte, que tuvo lugar el 27 de noviembre de 1646, las libranzas de su
data montaron 231.897 rs. (de los cuales 112.775 eran reales de plata y 119.222 de
vellón), cifra que sobrepasaba lo que le era exigido como principal a su cargo.
Pronto repararán los isleños en lo difícil que resultaba terminar de liquidar un
donativo. Más de una década después de su implantación en Canarias, todavía co-
leaba el finiquito. En 1646, D. Luis Interián exponía que desde el comienzo de la
recaudación había remitido más de 10.000 ducados, pero a principios de ese año
se presentaron dificultades, de modo que se hallaba inmovilizada en Tenerife una
elevada suma de reales que no se podían enviar debido a la falta de letras y al
atraso mercantil que se padecía tras la crisis de 1640. Es verdad que siempre ca-
bía el recurso a alguna letra de extranjeros, pero Interián las estimaba poco segu-
ras, además de pretender una comisión de 15 o 16 %, para que se pagasen en
España en moneda de vellón. El regidor, consciente de las necesidades regias, se
comprometía a conducir 10.000 ducados a Madrid en el plazo de un año, con el
simple expediente de que se otorgase cédula real para que se le entregase la can-
tidad en Tenerife a Interián, poniéndola éste a su costa y riesgo en la Corte, paga-
da en vellón y sin interés. Por su parte, Interián se obligaba, caso de incumpli-
miento en un año desde el traspaso del dinero, a abonar intereses y a pagar eje-
cutor con 2 ducs. de salario diario1444.
La dilación en los pagos, las renuencias y los embrollos en la contabilidad no
constituyeron precisamente un rasgo específico ni de este donativo ni del conjunto
Puebla, quien demandó el dinero al depositario Bartolomé de Ponte (AHPSCT, Prot. Not., leg. 812, f.º
377 v.º).
1444 AHPSCT, Prot. Not., leg. 497, f.º 24 (15 de enero de 1646).
1227
de los donativos isleños. Era lo acostumbrado en la monarquía hispana1445 y, posi-
blemente, en las demás. Algunos ejemplos nos pueden servir: en 1650 fue reque-
rido el concejo de Jaén para desembolsar 1.000 de los 1.500 ducs. prometidos en
1635; otros toques de atención recibieron las villas de Llerena, Illescas o Morano
por no hacer efectivo el pago de cantidades ofrecidas desde 16251446.
La cobranza de los ofrecimientos vecinales contrasta con la cuasi morosidad apun-
tada y la diligencia y eficacia en la recaudación directa. Tampoco es de extrañar si
pensamos en la convergencia de estos factores: mayor posibilidad de control y del
ejercicio de acciones punitivas en la exacción individual; excelente funcionamiento de
un sistema piramidal recaudatorio directamente dependiente del inquisidor y fisca-
lizado por él, que elegía cuidadosamente a personas que por diversos motivos le
ofrecían garantías de cumplir rápida y estrictamente con su misión (pertenencia al
Santo Oficio, afán de promoción social, participación lucrativa en la recolecta a costa
de los morosos...). El resultado es que, por ejemplo, en Tenerife se solventó el cobro
vecinal a mediados de 1635, así como los primeros plazos de las islas de La Gomera
y de El Hierro, que entraron dentro de esta cadena «privada» de reembolso merced
a la ya señalada función intermediaria de D. Luis Interián.
Digamos, finalmente, que el donativo canario sirvió para remediar insolvencias de
libramientos inciertos, consignados en otras rentas o donativos1447, situación esta por
lo demás demostrativa del desastroso estado financiero de la hacienda estatal y de la
regresión de la credibilidad económica de la Corona, claramente incapaz —sobre todo
a raíz de la crisis de 1640— de afrontar de modo razonable una política intervencio-
nista en Centroeuropa. En ocasiones, como se ha comprobado, parte de los fondos
se gastaron in situ sin necesidad de remitir fondos a la Península. Una ocasión, por lo
demás repetida décadas después, por ejemplo, con el famoso impuesto del 1 %, fue
la entrega de varias cantidades para la financiación de las levas. Así, por R. C. de 3
de septiembre de 1645 se mandó al depositario Bartolomé de Ponte que pusiese a
disposición del capitán general D. Pedro Carrillo 10.000 escudos (3.400.000 mrs.) pa-
ra atender el reclutamiento de 1.000 hombres a Flandes, a cuenta de 20.000 escudos
prescritos para ese efecto, pues esos 10.000 escudos habían sido aprobados por D.
Francisco Antonio de Alarcón, presidente del Consejo de Hacienda. Algo menos de un
año después otra orden regia (R. C. de 8 de mayo de 1647) disponía la entrega al
mencionado general Carrillo de 10.3311/2 escudos en vellón para la leva y el avío de
los soldados.
1445 FORTEA PÉREZ, José I.: «Los donativos en la política fiscal…», art. cit., pp. 46-47. Concluye el
autor: Insuficiencias burocráticas, resistencias de los cabildos o de los particulares eran, en efecto,
los problemas con los que habitualmente se enfrentaba la cobranza de los donativos. También ase-
gura Fortea que la recaudación por donativos fue inferior a la prevista.
1446 Ibíd., pp. 72-73.
1447 Dos ejemplos servirán para ilustrar lo dicho. Una real cédula de 20 de agosto de 1646 ordenaba
el pago por Bartolomé de Ponte a D. Job Arbi y consortes ingleses de 2.877.080 mrs. en vellón por
unas partidas de estaño tomadas en Sevilla y S. Sebastián para artillería, obligación en principio con-
signada en el 1 % de Murcia, pero por resultar fallido el pago se volvió a librar en el donativo cana-
rio. Una cédula de la misma data disponía el abono al inglés Mateo Barrett, dueño del navío La fama,
de 1.173.074 mrs. en vellón, de resto de fletes por la conducción de grano desde Andalucía a Tarra-
gona en 1642. Esta suma había sido librada en el donativo de Sevilla de 1629, pero por carencia de
liquidez se cargó sobre el donativo de las islas.
1228
FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA
FUENTES MANUSCRITAS
ARCHIVOS ESTATALES
― Diversos de Castilla
Leg. 13, fols. 2, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 18bis, 19,
20, 21, 22, 23, 24, 25, 26, 27, 28, 29, 30-1, 32, 33, 34, 35, 37, 39, 46, 48, 48-1,
49, 50, 51, 52, 53, 54, 56, 57, 58, 59.
― Patronato Real
Leg. 8, f.º 27; leg. 85, doc. 469; leg. 91, f.º 21.
― Estado
Leg. 1.382, f.º 269; leg. 2.981; leg. 3.888; leg. 3.969.
― Guerra Antigua
Leg. 46, f.º 260; leg. 62, f.º 201; leg. 67, f.º 251; leg. 77, f.º 272; leg. 78,
fols. 66, 103, 105, 163, 188; leg. 122, f.º 168; leg. 140, f.º 119; leg. 142, f.º 47;
leg. 143, fols. 183, 186, 198, 200; leg. 144, fols. 83, 84, 85 y 86; leg. 145, fols.
9,11; leg. 148, fols. 8, 9; leg. 149, fols. 43, 54, 85; leg. 185, fols. 83, 89, 242; leg.
186, f.º 149; leg. 189, f.º 113; leg. 206, f.º 109; leg. 208, fols. 33, 336; leg. 216,
f.º 28; leg. 234, fols. 103, 198, 227; leg. 235, fols. 43 y 44; leg. 239, fols. 138,
187 y 188; leg. 240, fols. 70, 132 y 133; leg. 253, fols. 207, 270; leg. 262, f.º 169;
leg. 267, f.º 170; leg. 280, fols. 46, 48, 49; leg. 282, fols. 240, 339, 341, 342,
346; leg. 283, f.º 326; leg. 287, fols. 296, 297, 301; leg. 289, f.º 300; leg. 294, f.º
205; leg. 303, fols. 168, 171; leg. 313, f.º 31; leg. 316, f.º 326; leg. 317, fols. 244,
256; leg. 320, fols. 209, 210, 211, 213; leg. 3.878.
― Guerra Moderna
Leg. 4.324
― Contaduría General
Leg. 3.218
Leg. 24, fols. 535 y 538, regs . 35 y 38; leg. 25, f.º 55; leg. 25, f.º 351, reg.
39; leg. 27, f.º 55, reg. 43; leg. 40, fols. 179 y 180, reg. 93-94; leg. 33, f.º 232,
reg. 80; leg. 28, f.º 226, reg. 62; leg. 28, f.º 227, reg. 63; leg. 28, f.º 228, reg.
1231
64; leg. 28, f.º 229, reg. 65; leg. 28, f.º 231, reg. 67; leg. 34, f.º 393, reg. 81;
leg. 37, f.º 168, reg. 85; leg. 31, f.º 201, reg. 71; leg. 69, f.º 137, reg. 136; leg.
118, f.º 16, regs. 181-185; leg. 114, f.º 17, regs. 172-178; leg. 33, f.º 229, reg.
77; leg. 33, fols. 229, 230, regs. 77-78; leg. 35, f.º 241, reg. 84; leg. 27, f.º 275
bis, reg. 46; leg. 91, f.º 321, reg. 144; leg. 56, f.º 153, reg. 125; leg. 47, f.º 78,
reg. 112; leg. 57, f.º 140, reg. 127; leg. 39, f.º 247, reg. 90; leg. 69, f.º 1, reg.
135; leg. 75, f.º 135, reg. 141; leg. 92, f.º 99, reg. 145; leg. 8, f.º 298, reg. 24;
leg. 185, f.º 1, reg. 228; leg. 335, f.º 1, reg. 517; leg. 222, f.º 1, reg. 253; leg.
259, f.º 2, reg. 277; leg. 206, f.º 1, regs. 237 y 239; leg. 214, f.º 5, reg. 246; leg.
226, f.º 2, reg. 257; leg. 131, f.º 15, regs. 195-201; leg. 160, f.º 15, regs. 215-
218; leg. 127, f.º 16, reg. 192; leg. 42, f.º 152; leg. 90, f.º 365, reg. 143; leg.
133, f.º 16, reg. 202; leg. 140, f.º 15, regs. 203-208; leg. 154, f.º 14, reg. 214;
leg. 275, f.º 22, regs. 304-305; leg. 249, f.º 15, reg. 266; leg. 270, f.º 16, reg.
296; leg. 259, f.º 10, reg. 280; leg. 260, f.º 20, reg. 284; leg. 302, f.º 16, docs. 20
y 21, regs. 413-414; leg. 269, f.º 20, regs. 288, 290-292; leg. 331, f.º 20, regs.
499-501; leg. 301, f.º 14, doc. 9, reg. 361; leg. 286, f.º 3, reg. 319; leg. 291, f.º
25, regs. 330, 333, 340, 334, 336, 342-343; leg. 302, fº 15, doc. 10, reg. 382; leg.
302, f.º 17, doc. 10; leg. 308, f.º 23, regs. 443-445; leg. 301, f.º 14, doc. 15, reg.
367; leg. 304, f.º 12, doc. 5, reg. 437; leg. 293, f.º 23, reg. 344; leg. 299, f.º 23,
regs. 351-352; leg. 302, f.º 17, doc. 2, reg. 416; leg. 302, f.º 15, doc. 17, reg.
389; leg. 302, f.º 15, doc. 3, reg. 375; leg. 304, f.º 12, doc. 3, reg. 435 ; leg. 302,
f.º 15, doc. 7, reg. 379; leg. 302, f.º 16, doc. 19, reg. 412; leg. 318, f.º 21, doc. 2,
reg. 458; leg. 318, f.º 21, doc. 1, reg. 457; leg. 318, f.º 21, doc. 8, reg. 464; leg.
331, f.º 16, regs. 496-498; leg. 302, f.º 15, doc. 10, reg. 382; leg. 302, f.º 16,
doc. 12; leg. 301, f.º 14, doc. 19, reg. 371; leg. 301, f.º 14, doc. 18, reg. 370; leg.
301, f.º 14, doc. 20, reg. 372; leg. 309, f.º 25, regs. 446-447; leg. 302, f.º 16,
doc. 3, reg. 396; leg. 302, f.º 16, doc. 14, reg. 407; leg. 272, f.º 20, reg. 301; leg.
271, f.º 1, reg. 300; leg. 277, f.º 20, reg. 309; leg. 282, f.º 7, reg. 311; leg. 304,
f.º 12, doc. 2, reg. 434; leg. 302, f.º 16, doc. 8, reg. 401; leg. 304, f.º 12, doc. 4,
reg. 436; leg. 304, f.º 12, doc. 6, reg. 438; leg. 302, f.º 15, doc. 18, reg. 390; leg.
270, f.º 25, regs. 297-298; leg. 318, f.º 21, doc. 14, reg. 470; leg. 318, f.º 21,
doc. 12, reg. 468; leg. 318, f.º 21, doc. 4, reg. 460; leg. 318, f.º 21, doc. 9, reg.
465; leg. 318, f.º 21, doc. 5, reg. 461; leg. 346, f.º 22, reg. 530; leg. 338, f.º 16,
reg. 520; leg. 351, f.º 25, reg. 534; leg. 377, f.º 24, reg. 560; leg. 362, f.º 2, reg.
545; leg. 376, f.º 1, reg. 558-559; leg. 333, f.º 21, reg. 511; leg. 329, f.º 17, doc.
13, reg. 492; leg. 332, f.º 26, doc. 3, reg. 505; leg. 362, fº 19, reg. 548; leg. 335,
f.º 20, reg. 518; leg. 345, f.º 15, reg. 527; leg. 345, f.º 18, reg. 528; leg. 342, f.º
17, reg. 524; leg. 362, f.º 19, reg. 547; leg. 375, f.º 26, regs. 553-554; leg. 387,
fº 17, reg. 562; leg. 33, f.º 20, reg. 73; leg. 304, f.º 12, doc. 9, reg. 441; leg. 346,
f.º 22, reg. 532
― Consejos
Leg. 413, expdtes. 16, 19, 31, 33; leg. 1.466, expdte. 8; leg. 1.822, expdte. 18;
leg. 4.000, expdte. 24; leg. 4.427, expdte. 153; leg. 4.441, expdte. 5; leg.
4.443, expdte. 142; leg. 4.444, expdte. 68; leg. 4.457, expdte. 24; leg. 4.471,
expdte. 51; leg. 4.475, expdte. 39; leg. 5.955, expdte. 49; leg. 25.633, expdte.
1232
9; leg. 26.430, fols. 319, 323; leg. 26.431, expte. 1, fols. 25 v.º-26, 37 v.º, 48
v.º-49, 53; leg. 25.633, expdte. 9, fols. 206 v.º, 287; leg. 27.793, expdte. 7.
― Diversos, Colecciones
Sign. 175, n.º 9
― Estado
Leg. 474
― Indiferente General
Leg. 119, n.os 50, 125; leg. 122, n.º 131; leg. 123, n.º 52; leg. 134, n.º 62; leg.
136, n.º 11; leg. 140, n.º 97; leg. 142, nos 47, 122; leg. 145, n.º 99; leg. 161,
n.º 156; leg. 193, n.os 74, 77; leg. 194, n.º 44; leg. 1.180, n.º 5; leg. 2.063, n.º
126; leg. 3.098, docs. 3, 5, 43; leg. 3.106.
― Patronato
Leg. 257, n.º 1.
― Contratación
Leg. 1.113, nos 1, 2 y 10.
ARCHIVOS CANARIOS
― Hacienda
Expedientes H-695, 253, 427, 428, 430, 628, 629, 695, 840, 861.
― Fondo Román
Sign. 96
― Audiencia
- Libros de gobierno:
- Libro de reales cédulas. Órdenes particulares para Canarias (1527-1807),
vol. I, fols. 69, 73, 76, 176; vol. II, fols. 332-336; vol. III, f.º 38.
1233
- Libro de títulos de los señores presidentes, regentes y oidores de la Real
Audiencia - (1568-1823), libro 35, fols. 243, 281 v.º.
- Libro de gobierno de la Real Audiencia Territorial de Canarias, t. I, sign. 27,
fols. 53, 58, 62-65, 71, 73.
- Libro de gobierno de la Real Audiencia Territorial de Canarias, t. II, sign.
28, fols. 90, 93 v.º-94, 101 v.º-102, 163-165.
― Protocolos notariales
Legs. 1.196, 1.210.
―Libros de actas
- Oficio 1.º: libros 5, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20, 21, 22, 23, 24, 25,
26, 27, 28, 29, 30, 31, 32, 33, 34, 35, 36.
- Oficio 2.º: libros 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 20,
21, 22, 26.
― América o embarcaciones
A-X (21, 25 bis)
― Almojarifazgos e impuestos
A-XI (11, 63); A-XII (18, 19, 20, 36, 63, 66, 74, 85)
― Asuntos distintos
A-XIII (3)
― Atalayas de la isla
A-XV (1, 2, 4, 6, 9, 10, 18)
― Cartas diversas
C-III (1, 19, 42)
― Derecho de sisa
D-X, fols. 15 v.º, 18 v.º.
― Diputados a la Corte de S. M.
D-XII (1, 7, 9, 14, 21, 23, 24, 26, 27); D-XIII (1, 2, 7, 10, 12, 13, 14, 19, 22,
23, 24, 26, 27, 28, 33, 37)
― Donativos a la Corona
1234
D-XVII (2, 3, 4, 5, 6, 7. 8, 9, 11, 13, 14)
― Fábricas públicas
F-I (4, 24, 29)
― Fortificaciones y castillos
F-IX (1, 2, 3, 5, 8, 9, 10, 12, 15, 17, 21); F-X (8, 12, 16, 18); F-XI (7, 10, 16,
17, 19, 21, 24, 25, 29, 37); F-XII (15, 17); F-XIII (30, 31, 33, 35, 36); F-XIV (4, 5,
7, 8, 10, 12, 13, 15, 16, 20, 31); F-XV (7, 14, 21, 27, 32, 41); F-XVI (1, 10).
― Informes a S. M.
I-I (9); I-II (1, 3, 9, 11, 12)
― Inspección militar
I-V (1, 2, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14); I-VI (1, 3)
― Jurisdicción real
J-VI (2)
― Licencias de madera
L-V (2)
― Proclamaciones y rogativas
P-IX (1)
― Reales cédulas
R-IV (32, 41); R-VI (7, 11, 26); R-VII (52); R-VIII (16, 23, 26, 33); R-IX (14,
15, 17, 38, 44, 45, 46, 49); R-X (6, 7, 8, 10, 13, 14); R-XI (27, 34, 38, 40, 62); R-
XII (35, 52, 55, 56, 57); R- XIII (5, 10, 12, 16, 17, 20, 26, 28, 32, 33, 37, 38, 44,
45, 46); R-XIV (7, 14, 15, 16, 21, 22, 23, 26, 29, 33, 34, 38, 39, 40, 44); R-XV (2,
4, 5, 17, 32); R-XVI (22, 32); R-XVII (14); R-XVIII (1, 15, 25); R-XIX (22); R-XLIV
(7); R-XLV (12); R-XVIII (25)
― Salarios
S-V (8, 20)
1235
― Soldados y levas
S-VIII (1, 2, 3)
― Títulos de jueces
T-IV (1, 3, 7, 10, 11, 12, 15, 17, 18, 20, 21).
― Libros de actas
Legajos 665, 666, 667, 668, 669, 670-1, 670-2, 670-3, 671, 672, 676, 677, 678,
679, 680, 681, 682, 683, 684, 685, 686, 687, 688, 689, 690, 691, 692.
1236
― Disposiciones de la Corona a la Real Audiencia de Canarias
725-1-1-63, 726-1-1-47,
1237
― Inquisición
Leg. XX-9; leg. XCIV-6; leg. CXLVII-29; leg. CLXXII-81; leg. CLXXVII-26
― Obras manuscritas
«Visita de las armas hecha por D. Alonso Pacheco, año de 1558», en MILLA-
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