El Concepto de Cooperacón Textual

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El concepto de

cooperacón
textual

Semiótica
Co-texto y selecciones
circunstanciales.
Según Umberto Eco, las selecciones circunstanciales representan la posibilidad abstracta de que
un término aparezca en conexión con ciertas circunstancias de enunciación (Eco, 1979: 84). Es
decir, la posibilidad de que un discurso pueda ser enunciado, por ejemplo: en una guerra, en un
living, en un viaje, en un juzgado, en una entrega de premios, en un equipo de trabajo, en una
oficina. En el caso de los textos narrativos, por ejemplo, las selecciones circunstanciales (en la
medida que sean expresadas verbalmente), quedan incluidas en el plano del contexto.

Un individuo es capaz de desambiguar una expresión, aún cuando ésta le es presentada fuera de
contexto. Cualquiera está en condiciones de comprender intuitivamente que una misma expresión
puede ser enunciada en un sentido u otro. O dicho de otro modo: un hablante normal tiene la
posibilidad de inferir, a partir de la expresión aislada, su posible contexto lingüístico y sus posibles
circunstancias de enunciación. El contexto y las selecciones circunstanciales son indispensables
para poder conferir a la expresión su significado pleno y completo.

Una selección contextual registra los casos generales en que determinado término podría
aparecer en concomitancia (y, por consiguiente, coaparecer) con otros términos pertenecientes al
mismo sistema semiótico. Cuando, después, el término coaparece concretamente con otros
términos (vale decir, cuando la selección contextual se actualiza), tenemos precisamente un co-
texto. Las selecciones contextuales prevén posibles contextos: cuando éstos se realizan, se
realizan en un co-texto.

En cuanto a las selecciones circunstanciales, se pueden formular algunos ejemplos de la siguiente


manera: el lexema ballena puede ser desambiguado como pez o como mamífero, según la
selección contextual que supone su aparición en dos clases distintas de co-textos posibles: puede
ser que el término ballena aparezca en un co-texto de un discurso "antiguo" (la Biblia, las fábulas,
los bestiarios medievales) y otro co-texto posible puede ser un discurso "moderno" –por ejemplo
un libro de Biología- (donde hay una clasificación del reino animal legitimada).

Otro ejemplo lo constituiría el lexema león. Normalmente se conocen leones en tres situaciones:
en la selva, en el circo y en el zoológico. Cualquier otra posibilidad es muy idiosincrásica (en el
medio del centro de la ciudad) y se aparta precisamente de la norma: como tal, cuando esa
posibilidad se realiza, pone en crisis la enciclopedia. Selva, zoológico y circo son selecciones
circunstanciales en que puede producirse el lexema león. El lexemas león, alberga, además, una
serie de marcas connotativas que varían según tres selecciones contextuales. Puede que león
aparezca en una clase de co-textos donde aparezcan los términos -selva-, -África-, entonces la
palabra león connota "libertad", "ferocidad", "salvaje". En un co-texto donde se mencione el circo,
dicha palabra connota "amaestramiento", "habilidad", y en un co-texto donde se mencione el
zoológico, la palabra va a connotar "cautiverio", "enjaulado" “encierro”.

Para Eco, todo enunciado, aunque se encuentre actualizado semánticamente en todas sus
posibilidades de significación, requiere siempre un co-texto. Necesita un co-texto actual, porque el
texto posible estaba presente de manera virtual. Se dirá, entonces, siguiendo a Eco, que una

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teoría textual necesita un conjunto de reglas pragmáticas que establezcan cómo y en qué
condiciones el destinatario se encuentra co-textualmente autorizado a colaborar en la
actualización de lo que sólo puede existir realmente en el co-texto, aunque ya existía virtualmente
en el semema.

Contexto. Circunstancias de enunciación.


Se define al contexto como la posibilidad abstracta, registrada por el código, de que determinado
término aparezca en conexión con otros términos pertenecientes al mismo sistema semiótico
(Eco, 1979: 76). Por ejemplo: dado un término como “gato” una buena representación semántica
deberá considerar una selección contextual que advierta su conexión con palabras o expresiones
como coche, rueda, neumático. Entonces, la referencia designará un contexto mecánico. Ahora, si
la palabra está conectada a un contexto donde aparezcan términos como doméstico, casa,
comida, la circunstancia será un contexto familiar. Estará hablando de un animal del hogar.

En el caso de las enunciaciones verbales es bastante obvio que se establezca una relación
“inmediata” entre el enunciado y quien lo enuncia. Las circunstancias de la enunciación
proporcionan diversas informaciones extralingüísticas sobre la naturaleza del acto que un hablante
realiza. No es necesario decodificar lingüísticamente la expresión “te ordeno que” para saber que
se está recibiendo una orden: también pueden intervenir previamente ciertos elementos
relacionados al tono, la situación social, un gesto. Sin embargo, a veces puede ocurrir lo contrario
y sólo la decodificación previa de la expresión puede brindar ciertas informaciones capaces de
incidir en la determinación de las circunstancias.

Sin embargo, cuando se lee un texto escrito, la referencia a las circunstancias de la enunciación
tiene otras funciones. El primer tipo de referencia consiste en la actualización implícita, en el nivel
del contenido, de una meta proposición como, por ejemplo, "aquí hay (había) un individuo humano
que ha enunciado el texto que estoy leyendo en este momento y que pide (o no pide) que yo
suponga que está hablando del mundo de nuestra experiencia común". Este tipo de actualización
puede entrañar también una hipótesis inmediata relativa al "género" textual: entonces es cuando
se decide si se está ante un texto novelesco, historiográfico, científico, etc., sin excluir tampoco
eventuales saltos a decisiones extensionales. Un segundo tipo de referencia entraña operaciones
más complejas, de tipo "filológico", por ejemplo, cuando se trata de un texto enunciado en una
época lejana y hay que reconstruir su localización espacio-temporal originaria para poder
determinar precisamente a qué tipo de enciclopedia habrá que recurrir.

Por otra parte, es precisamente ante un texto escrito (en que el emisor no está físicamente
presente, sino que está connotado por todas las propiedades decodificables a partir de sistemas
semióticos extralingüísticos) cuando el juego cooperativo sobre el sujeto de la enunciación, su
origen, su naturaleza, sus intenciones, se vuelve más azaroso. Pero precisamente en ese caso
las decisiones que hay que tomar dependen de una interacción entre los demás niveles textuales.

El concepto de cooperación textual.


Para Eco, la cooperación textual, debe entenderse como la actualización de las intenciones que el
enunciado contiene virtualmente (Eco, 1979: 80). La cooperación textual es un fenómeno que se
realiza entre dos estrategias discursivas puestas a actuar, una con otra, y no, entre dos sujetos
individuales. Este tipo de cooperación se refiere a la capacidad de vincular estrategias para hacer
el texto lo menos polisémico posible, y de alguna manera lograr el acto comunicativo.

En la medida que el texto requiere ser actualizado, éste se considera incompleto. El texto, tal
como se manifiesta en su superficie lingüística, representa una cadena de artificios expresivos que
el destinatario debe ponerse a actualizar. El texto siempre postula la cooperación del lector como

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condición de su actualización.
En este sentido, según Eco, la lectura pasa, entonces, de ser concebida como un acto que parte
del texto y se dispara hacia territorios y conexiones insospechadas, a ser pensada como una
actividad que no puede dejar de realizarse “con” y “junto” al texto (Eco, 1979: 80). Así, la lectura
se homologa en gran medida a la conversación, al diálogo conversacional, y no es casual que,
entonces, Eco aluda al concepto de “cooperación”, remitiendo implícitamente a un “principio
cooperativo” que constituye la base de la relación comunicativa que se establece entre cualquier
par de interlocutores. Y lo hace, concretamente, afirmando que la cooperación textual implica la
“actualización de las intenciones que el enunciado contiene virtualmente” (Eco, 1979: 80).

El lector modelo como hipótesis de la cooperación interpretativa: Desde la semiótica del


texto –narrativo- que Umberto Eco desarrolla en Lector in fabula, el texto no sólo postula al
destinatario como condición indispensable por su naturaleza comunicativa y su potencialidad
significativa (un texto se emite para que alguien lo actualice, y la cooperación de éste es la
condición de su actualización, dado que las competencias del destinatario pueden coincidir o no
con las del emisor) (Eco, 1979: 71). El texto es concebido, además, como un producto cuya suerte
interpretativa debe formar parte de su propio mecanismo generativo: generar un texto significa
aplicar una estrategia que incluye las previsiones de los movimientos del otro (Eco, 1979: 79).

Un texto no sólo se apoya sobre una competencia: contribuye a producirla (Eco, 1979: 81); esto
es, la cooperación textual como una actividad promovida por el texto (Eco, 1979: 84).

En esta instancia Eco reconoce, además, dos modalidades básicas de cooperación del lector para
con el texto: una interpretación a la que denomina “Semiótica”, del tipo de la que venía
describiendo, la cual es resultado del proceso por el cual el destinatario, ante la manifestación
lineal del texto, la llena de significado; y otra, a la que denomina “crítica”, que intenta, además,
explicar por qué razones estructurales el texto puede producir esas (u otras) interpretaciones
semánticas, la cual consistiría en una especie de interpretación “meta”, de segundo nivel.

A esta altura del recorrido es claro que el proceso de lectura e interpretación de un texto consiste
en un trabajo de proposición y contraste de hipótesis por parte del lector, trabajo a lo largo del cual
el texto funciona alternativamente como punto de partida, objetivo e instrumento de validación. La
operatoria consiste, concretamente, en la formulación, por parte del lector, de conjeturas
interpretativas que deberán ser probadas sobre la coherencia del texto. La lectura y la
interpretación se asemejan, así, a la actividad científica dentro de un marco epistemológico
hipotético-deductivista. Toda interpretación es hipotética, conjetural, y se basa en una evidencia
textual que es siempre parcial, provisoria, cuya legitimidad persiste mientras no aparezca una
nueva lectura que, a partir de nuevas evidencias también textuales aunque no contempladas
anteriormente, la refute. Dentro de este marco, y en sintonía con la postura de Eco, puede decirse
que es mucho más factible demostrar la falsedad y la incorrección de una determinada hipótesis o
conjetura que postular una lectura o interpretación absolutamente verdadera y acertada. Ahora
bien, es importante señalar que en el proceso interpretativo, el texto no aparece como un
objeto acabado y terminado, invariable. Para Eco, el texto es un objeto que la interpretación
construye en su intención de convalidar no sólo las conjeturas que efectúa con respecto a él, sino
también con respecto a las intenciones del Autor Modelo. Así, el lector re-construye el texto y re-
formula la imagen del Autor Modelo a cada instante, re-construyéndose a su vez en tanto lector
empírico que busca sintonizar en el mayor de los grados con la imagen de Lector Modelo prevista
y demandada por cada una de las otras dos instancias. Este proceso consiste, para Eco, en un
“círculo hermenéutico, el cual está basado, como puede observarse, en una radicalización de la
“cooperación” más arriba descrita, cooperación que, a esta altura, está explícitamente prevista
para ambos polos de la relación de interlocución. El mejor lector es, para Eco, aquel capaz de

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entregarse al acto interpretativo en plenitud, hasta el punto de adquirir la forma que, tanto el texto,
como el autor implícito en él, le demandan. La intención del lector consistiría, dicho de otro
modo, en responder de la mejor manera a las intenciones del texto y del autor que, sin embargo,
de modo aparentemente paradójico, no son estáticas e invariables sino dinámicas, que a su vez
se adaptan y se dejan hacer, que “juegan a favor” de la llegada a buen término de la voluntad
lectora.

Interpretación y sobre-interpretación: la obra de Eco está basada en el concepto eje de


“interpretación”. Aparece aquí, una reafirmación de la relación circular que se da entre texto e
interpretación, relación de determinación mutua, en el que el texto es ese objeto que la
interpretación construye en el curso del esfuerzo circular de validarse a sí misma sobre la base de
lo que construye como resultado. Este círculo hermenéutico ya descrito conceptualiza la
interpretación en términos de “estrategia”, de operación, si se quiere “formadora”, en el polo de la
recepción. Así, el lector empírico realmente entregado a la tarea interpretativa no haría otra cosa
que ir configurando, reconfigurándose, a ese lector modelo propuesto y requerido por el texto.

También Eco plantea en esta instancia el concepto de sobre-interpretación. Reafirma el sentido de


que si bien un texto puede tener varios sentidos, no puede tener “todos los sentidos”, ya que
hay al menos un caso en que es posible decir que determinada interpretación es mala. Ese límite,
vinculado sobre todo con los enunciados negativos, implica la noción de respeto. Hay un límite
que la interpretación no puede cruzar y ese límite es el “no” del texto. En tal sentido, afirma Eco
que si no hay reglas que permitan averiguar qué interpretaciones son las „mejores‟, existe al
menos una regla para averiguar cuáles son las „malas‟, con lo cual reafirma la posibilidad de la
existencia de “interpretaciones aberrantes”. La cuestión del respeto, por otro lado, se vincula con
la postulación de la existencia de una especie de “núcleo duro” del texto, de un “algo” a
interpretar de manera más o menos adecuada, lo cual impide –por definición-, la postulación de
cualquier “deriva” interpretativa libre e indeterminada.

En este sentido, lo que podría denominarse libertad o iniciativa interpretativa no consiste en un


movimiento que va del texto hacia el infinito, sino en un retornar, en un volverse hacia el texto,
hacia sus intersticios, en pos del descubrimiento de sus enunciados implícitos. Es, en este punto,
en el que Eco postula por primera vez la existencia de “interpretaciones aberrantes”, vinculadas
sobre todo con el desencuentro que puede producirse entre las intenciones y las competencias del
emisor (presentes en la forma textual misma a través de las marcas que configuran aquella
imagen denominada Autor Modelo) y la competencia y voluntad de cooperación del destinatario,
quien puede acercarse o alejarse de aquella imagen de Lector Modelo correlativa a la mencionada
(que también surge de marcas y huellas materialmente identificables en el enunciado). Es el
propio texto, entonces, el que define “el universo de sus interpretaciones, si no „legítimas‟,
legitimables”, a partir de las “instrucciones de lectura” que contiene, universo cuya amplitud
depende del tipo textual en el que se encuadre.

En lo que hace a la distinción entre interpretación y uso, Eco reafirma la posibilidad de las
múltiples lecturas siempre y cuando dicha actividad sea considerada dentro del segundo de los
terrenos. Afirma Eco que el lector empírico puede leer de muchas maneras, y no existe ninguna
ley que le imponga cómo leer, porque usa el texto como recipiente para sus propias pasiones.
Por otro lado, retomando el concepto de cooperación como clave de la actividad interpretativa,
Eco reconoce que a través de dicha actividad los lectores pueden inferir de los textos, lo que los
textos no dicen explícitamente, pero no pueden hacer que los textos digan lo contrario de lo que
han dicho, reafirmando así, el límite pragmático ya establecido a partir del concepto de “sobre-
interpretación”, basado en la imposibilidad de postular que el texto afirma lo que explícitamente
niega.

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Quizás el punto más interesante de este texto sea el modo en que retoma la cuestión de la
competencia necesaria para la interpretación adecuada, competencia que el texto mismo debe ser
capaz de generar. Eco extiende, en este abordaje, la competencia referida a las cosas del mundo
“real” (vinculada con el contexto concreto al que tanto el texto como su lector pertenecen), al
mundo “ficcional”, respecto del cual el autor induce al lector modelo “a creer que debería hacer
como si conociera cosas que, en cambio, en el mundo real no existen”, acercándose así a las
poéticas y filosofías “discursivas” más radicales, basadas en la no-diferenciación absoluta entre
los mundos real y ficcional en tanto objetos de referencia, y centradas sobre todo en los efectos
pragmáticos que cualquier tipo de relato –referido a cualquiera de ambos mundos– produzca en
los lectores.

En Lector in fabula, efectivamente, se afirma que la comprensión y el análisis de un texto


dependen de la cooperación interpretativa entre el autor y el lector, y no de la preparación y de la
determinación de unas estructuras subyacentes, fijadas de una vez por todas. Lector in fabula de
Eco, desde su aparición en 1979, transformó una reivindicada cooperación texto – lector, en una
articulada explicación semiótica de cómo se produce (semiosis) la significación, de naturaleza
cooperativa, en los textos narrativos. Muestra cómo pueden cooperar texto y lector en las
narraciones.

Para Eco, los movimientos extensionales de quien lee un texto narrativo, desde su manifestación
lineal hasta la actualización de su contenido, están en todo momento acompañados por los
movimientos intencionales que este mismo lector va realizando y que van depositando, como
equipamiento enciclopédico, la competencia textual necesaria para su interpretación (desde el
conjunto de códigos y subcódigos, que incluye el diccionario básico, hasta llegar a las estructuras
ideológicas).

Sin duda la propuesta de Eco, no agotaba todos los aspectos y perspectivas implicadas, pero la
naturaleza cooperativa del proceso significativo que son las narraciones y algunos de los
principales pilares sobre los que se asienta, sí quedan puestos de manifiesto con suficiente
claridad. Y este hecho ha sido trascendente para los derroteros de la propia teoría semiótica y,
más en particular, la semiótica aplicada a cualquier texto de la cultura, para las propias teorías
textuales y, por supuesto, para la teoría literaria, que en Lector in fabula ha encontrado no sólo
cómo explicar el texto literario como comunicación, sino también la operación crítica previa a la
recepción literaria y a la misma hermenéutica, aunque los límites con esta última son bastantes
tenues, como el propio Umberto Eco advierte (1979: 252-259).

La obra Lector in fabula de Umberto Eco sigue ubicando a la semiótica, en este caso, a la
semiótica textual narrativa, más en el cómo (el cómo funciona) que en el qué, más en el explicar
semiótico, que en el revelar. Este es el sesgo de racionalidad de la semiótica de Eco, que en una
sociedad del conocimiento y la comunicación como la actual, en la que el qué nos es dado con
inmediatez conviene con más urgencia explicar cómo se llega a ese qué: “Si alguna finalidad tiene
una teoría semiótica, ésta consiste precisamente en explicar cómo funciona la intuición y
explicarlo mediante recursos no intuitivos” (Eco, 1979: 35). Y Lector in fabula explica con
convicción cómo interpretar una de las mayores metáforas que el ser humano ha ideado para
hablar del mundo, de su propio mundo: los textos narrativos.

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Bibliografía de referencias
Eco, U. (1999). Lector In Fabula. Barcelona: Lumen.

Zecchetto, V. (2005). Seis Semiólogos en busca del lector. Bs As., Argentina: La


Crujía Editores.

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