Articulo Ciudadanía Ascenso Docente IV

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La Ciudadanía Moderna:

Una noción y realidad por aclarar


desde lo histórico

Jesús María Molina G1

• Introducción

Una de las nociones políticas más invocadas o nombradas en la actualidad es la de


ciudadanía. Se le enuncia y usa con frecuencia, aunque pocas veces, se esclarece a 1
qué se está aludiendo o qué se pretende conseguir a través suyo. Aunque dentro de
la opinión pública existe un aparente consenso en torno a lo que representa e
implica, basta atestiguar una conversación entre políticos o ciudadanos respecto a
ella, para detectar las profundas controversias y divergencias que suscita su
significado. Para unos, es asumida como el conjunto de derechos legales con que
cuenta o debe contar la población -civiles, políticos y sociales-. Para otros, implica
no solo derechos, sino también su contracara, los deberes legales. Para algunos
más, refiere a la participación o influencia con que cuentan o deben contar los
ciudadanos en la conformación y dirección de sus gobiernos. Son estos, solo
algunos de los diferentes significados que se le dan.

A nivel de la teoría política, similares controversias y divergencias se presentan.


Para el pensamiento liberal, la ciudadanía debe orientarse básicamente a garantizar

111Docente de Carrera e investigador de la Escuela Superior de Administración Pública (ESAP). Administrador Publico
e Historiador. Magister en Estudios Políticos y Relaciones Internacionales. Magister en Psictoanálisis, Subjetividad y
Cultura. Candidato a Doctor en Estudios Políticos y Relaciones Internacionales.
y defender las libertades e intereses de los individuos (Schuck, 2002). En su lugar,
para el pensamiento republicano, a través suyo se debe edificar y construir la “cosa
pública” -común a todos-, como también, lograr el compromiso de los ciudadanos
y garantizar su influencia en el gobierno (Dagger, 2002). Por su parte, para el
pensamiento comunitario, con ella debe de conservarse las tradiciones, identidades
y valores que soportan la sociedad, como también, los posibles derechos
diferenciados que se desprenden de grupos o minorías con diferencias étnicas,
culturales o sociales (Delanty, 2010). Para el pensamiento marxista, con la
ciudadanía, o bien se busca, construir un manto ideológico para ocultar la
desigualdad y lucha entre clases sociales al tiempo que reproducir la dominación
y explotación (Holloway, 1982), o así mismo, a través de ella se pretende lograr
un compromiso logrado mediante el Estado que permita a clases sociales
enfrentadas el reproducirse (Tischler, 2001).

Sea que se trate de una controversia del mundo público o de la teoría política, cabe
2
decir, no existe un consenso, menos aún, claridad, respecto a qué significado pueda
darse a la noción, al concepto o a la realidad de la ciudadanía. Para avanzar en su
comprensión, este escrito propone como aporte, desde una aproximación histórica,
generar una serie de reflexiones respecto a qué es, qué componentes la integran,
cómo se construye, qué finalidades persigue y qué especificidades asume en las
sociedades modernas. Tal aproximación, tiene por ventaja el fundamentarse en
realidades fácticas, antes que, en convicciones personales, filosóficas o
doctrinales. Terrenos estos donde cada quien es “rey y señor” de sus creencias,
preferencias o anhelos; no así, en el mundo de los hechos y procesos sociales de
carácter histórico y colectivo.

En búsqueda de generar dicho aporte, los argumentos que alimentan este escrito
auscultan cómo se constituyó la ciudadanía en el occidente moderno. Caracteriza
los principales elementos que llegaron a conformarla y dinamizarla, posicionando
en primer plano, las dinámicas provenientes de la sociedad, como así mismo, las
derivadas del Estado. Sitúa el importante e imprescindible papel jugado por éste
con su institucionalidad, en lo que respecta, a estructuración y prolongación. Pone
de presente, los fines contradictorios que con ella se buscó, y en ese marco,
caracteriza cómo la democracia como sistema político se configuró en un camino
de solución para dirimirla. En un aporte por comprenderla en nuestras realidades
sociales, evidencia cómo en América Latina ella asume continuidades y
diferencias frente a su génesis europea. En particular, presenta que, en la
actualidad, en nuestra región, se vivencia una intensa “disputa política” en torno a
la fijación de sus sentidos, contenidos y alcances. Cuestión esta que, en Europa a
la fecha cuenta con un relativo consenso y estabilidad en torno a ella.

Otras cuestiones centrales se exponen en las reflexiones desplegadas en este


escrito. Evidencian el carácter complejo de la estructuración de la ciudadanía
moderna, al poner de presente, que para constituirse y perdurar, requiere que
converjan a su edificación procesos y componentes de distinta naturaleza. Presta
3
particular atención a los de tipo político, identitario y subjetivo, que en contraste
con los de tipo legal e institucional, han sido menos privilegiadas en la literatura
académica y en el debate público actual. Así mismo, revela cómo en América
Latina en contraste con Europa, en la actualidad la ciudadanía es un terreno político
en disputa y una agenda en construcción.

• Estructuración de la ciudadanía en Occidente Moderno

Aunque distintas tradiciones y corrientes del pensamiento científico proveen


conceptualizaciones respecto a qué es o qué debe de entenderse por ciudadanía,
son las de corte sociológico e histórico las que mejor se aproximan a sus
contenidos. La particularidad de estas estriba en que, en lugar de caracterizarla a
partir de moldes intelectuales jalonados por el anhelo de lo que debería ser o no,
más bien lo hacen, sobre la base de rastrear cómo se llevó a cabo su configuración
fáctica en el espacio social y tiempo histórico de las sociedades. Bajo su lente, es
asumida como una invención social que se configura y transforma a la luz de las
dinámicas políticas, sociales, económicas y culturales de la sociedad (Guerra,
1999). Con ocasión de esta mirada, comprender y explicarla ciudadanía como
objeto de estudio, es estar en disposición de atender a cómo ella emerge, cómo se
consolida, cómo se transforma, e incluso, cómo llega a desaparecer en el tiempo
histórico (Tilly, 2004).

Desde una perspectiva histórica la ciudadanía moderna puede definirse de la


siguiente manera. Se trata de la relación política y jurídica sostenida por los
integrantes de una sociedad con los ordenamientos políticos de los Estados
Modernos (Sassen, 2008). En un plano explícito, dicha relación está conformada
por los vínculos establecidos entre los ciudadanos y las instituciones del Estado
operadas por los agentes gubernamentales (Tilly, 1997), y en un plano implícito,
por los sostenidos entre sí por parte de grupos organizados y/o clases sociales 4

(Sassen, 2008). Dicha relación política se consolida y materializa en un régimen


legal de derechos y deberes legales que, soportados en unas instituciones estatales,
obliga y regula los intercambios y transacciones entre las partes. No obstante,
también se instaura como identidad política colectiva. Lo hace, a través de un
conjunto de principios, valores y reglas que tienen por objetivo central proponer a
los pobladores regidos por el Estado, unas formas de pensar, ser, sentir y actuar
para constituirlos y conducirlos políticamente como ciudadanos.

Acorde a Charles Tilly (2004), la ciudadanía moderna fue el producto de las luchas
protagonizadas por grupos organizados de la sociedad, pero también, por efecto de
las acciones de los Estados. Bajo la línea argumentativa del autor en cuestión,
emergió porque en el contexto europeo miembros relativamente organizados de la
población, durante siglos, conflictuaron y negociaron con las autoridades estatales.
Dicha dinámica tuvo su origen, en que estas últimas requerían extraer recursos a
diferentes grupos sociales para ir o continuar la guerra con otros Estados; por su
parte, los grupos sociales en cuestión, demandaban a dichas autoridades que
limitaran sus imposiciones, o les solicitaban, que apoyaran sus intereses. En ese
marco de conflicto y negociación, la ciudadanía moderna se constituyó en el
arreglo político edificado para dirimir y mediar las aspiraciones y reivindicaciones
enfrentadas de las partes. Y que para mantenerse y ser respetadas en el tiempo, las
plasmaron en un régimen legal de deberes y derechos legales.

Bajo el arreglo en cuestión, las partes enfrentadas que le dieron lugar, quedaron
atadas indisolublemente a una serie de obligaciones y contraprestaciones mutuas.
Grupos y miembros de la sociedad pudieron invocar con éxito el auxilio o
intervención del Estado para que fueran satisfechas ciertas reivindicaciones
exigidas. A la par, éste último se vio autorizado a imponer de manera coactiva
cargas y extraer recursos a distintos grupos organizados y miembros de la
sociedad. Esa exigibilidad mutua, hizo que la ciudadanía moderna se instaurara 5

como pacto político bifronte de protección y de dominación. En un primer


momento histórico, ese pacto se constituyó como uno, cuyos alcances, llegó a regir
las relaciones específicas entre ciertos grupos sociales y el Estado. No obstante, en
un segundo momento, se coextendió al conjunto de pobladores en su calidad de
nacionales (Tilly, 1997). Con dicho movimiento, los nacionales se volvieron
titulares de derechos y deberes, o en otros términos, entraron a participar en unas
relaciones de protección y de dominación ejercitadas en el marco de los Estados
Nación.

En adelante, los pobladores en su calidad de ciudadanos nacionales, reivindicaron


con algún éxito el esperar y exigir de parte de las autoridades e instituciones del
Estado determinadas libertades, bienes y servicios para su protección. No obstante,
a cambio y en simultánea, asumieron que debían cumplir una serie de obligaciones
frente a ellas, expresadas en el pago de tributos, la prestación de servicios militares
y el acatamiento de las normas y directrices estatales, entre otras. El aparato
administrativo y judicial de los Estados Nacionales, fue el encargado de garantizar
el cumplimiento en todo el territorio nacional de tales obligaciones. No obstante,
cuando en los hechos esto no fue posible -que el Estado hiciera cumplir lo
consignado en los derechos- los grupos sociales siempre podían acudir al
repertorio de la desobediencia civil, la revuelta y hasta la revolución social.

Con lo argumentado hasta aquí, puede afirmarse que la ciudadanía moderna es la


resultante histórica de conflictividades y negociaciones desarrolladas entre grupos
de la sociedad y las autoridades e instituciones del Estado. Sin embargo, esa
aproximación es incompleta. Deja de lado que, no solo ha sido producto de una
confrontación y negociación entre sectores de la sociedad y el Estado, sino
también, lo ha sido, de las confrontaciones y de negociaciones sostenidas entre los
propios grupos sociales. En tal sentido, debe ser vista también como aquella
relación política constituida entre sectores y/o clases sociales que, para tramitar los 6

conflictos mutuos, encuentran en ella, una mediación institucional que permite


alcanzar acuerdos para mantenerlos a raya o hacerlos manejables. Al respecto, el
sociólogo e historiador Norbert Elías (1998), señala que la ciudadanía es la
resultante de conflictos y procesos de integración entre clases sociales. Según su
mirada histórica, en un primer momento, entre clases burguesas y aristocráticas;
en uno segundo, entre clases obreras, burguesas y aristocráticas; y en uno tercero,
entre clases y sectores con aristas menos demarcables.

Otros estudiosos proveen repertorios argumentativos para sustentar la tesis


precedente, a saber que, la ciudadanía moderna fue producto de la confrontación y
la negociación entre sectores y/o clase sociales. Reinhard Bendix, ocupándose del
caso inglés en el siglo XVIII y XIX, muestra que se obtuvo porque los integrantes
de las clases pobres y trabajadoras para obtener derechos, -v.g. ocupantes de
tierras, jornaleros, trabajadores y sirvientes-, a través de una postura combinada
de negociación "legitimista" y violencia saboteadora, confrontaron a las clases
establecidas y a sus prolongaciones al interior del Estado (Bendix, 1977). Así
mismo, Saskia Sassen, ocupándose del caso europeo y norteamericano, señala que
históricamente diferentes tipos de conflictividades le dieron lugar, donde un peso
especial, lo cobraron las confrontaciones dadas en el campo civil y laboral (Sassen,
2008). Para la autora, el siglo XX fue un momento representativo de ellas. La
ciudadanía social y su correlato el Estado de Bienestar, fueron una expresión de la
formación y de lucha de clases sostenida entre capitalistas y trabajadores. A través
de ella, dichas clases encontraron un conjunto de funciones que le eran de utilidad
mutua, y que les condujo, a identificarse con la legislación y las regulaciones
estatales traducidas en un conjunto de derechos y obligaciones a nivel nacional.

Integrando las perspectivas hasta ahora abordadas en este escrito, puede afirmarse
entonces que, la ciudadanía moderna históricamente ha obedecido a procesos de
conflicto y de negociación, de una parte, entre los grupos organizados de la 7

sociedad con sus ordenamientos políticos Estado Nacionales, y de otra, entre


sectores o clases sociales enfrentadas entre sí. No obstante, ese doble proceso no
agota la producción histórica de ciudadanía moderna, aunque si lo determina de
forma dominante. Lo anterior se afirma, ya que se presentaron otras aristas de
conflictividad y de negociación que también estuvieron en la base de su
producción, extensión o profundización. Contradicciones y negociaciones de tipo
religioso, raciales, de género, de liberación nacional etc., también han aportado,
convergido y participado en su estructuración (Benhabib, 2005). En particular, en
los siglos XIX, XX y XXI sectores excluidos como los negros, las mujeres, los
mestizos, los no europeos, los migrantes, los no cristianos etc., en distintos
contextos sociales, se entregaron a la movilización social y política, e incluso
armada, para alcanzar reconocimientos y derechos articulados a la ciudadanía.
Siguiendo a Boaventura Dos Santos, debe decirse entonces, que la ciudadanía
moderna debe verse también como producto de historias sociales protagonizadas
por grupos sociales diferentes (Boaventura, 1998). Los conflictos y negociaciones
que llevaron a la construcción de la ciudadanía moderna son múltiples. Las
dinámicas conducentes a instaurarla variaron, presentándose desde
confrontaciones armadas y revueltas sociales, hasta pleitos judiciales e
institucionales (Bendix, 1977). Aparecieron también, como resultante de procesos
de movilización y de organización de grupos o sectores sociales que, a través de
protestas públicas, canalizaron sus demandas y exigencias frente al Estado para
reclamar o ampliar sus derechos. O así mismo, fue la resultante de combinatoria
de procesos organizativos, políticos y electorales de ciertos sectores o clases
sociales que confrontaron y transaron con otros (Esping-Andersen, 1996). Así
mismo, apareció como efecto del interés de clases y sectores políticos o
económicos que concertaron entre sí concesiones mutuas, bajo la forma de,
derechos y deberes (Acemoglu, 2006). 8

• El papel central jugado por el Estado en la construcción de la ciudadanía


moderna

La ciudadanía moderna como construcción histórica, cuajó en un conjunto de


derechos y deberes legales que, para tomar existencia, debieron de soportarse en
una institucionalidad estatal. Una aproximación de cómo se construyó dicha
institucionalidad es la hecha por el sociólogo T. H Marshall. La tesis principal de
dicho estudioso, es que los derechos legales asociados a la ciudadanía se
estructuraron históricamente y en grandes grupos. A su entender, en Europa, y en
particular en Inglaterra, correspondió la creación de los derechos civiles al siglo
XVIII2, los políticos al XIX3 y los sociales al XX4. No obstante, desde el punto de
vista aquí adoptado, más interesante que su tesis de asignar un grupo de derechos
para cada siglo, lo es que, T.H Marshall divisa que para la instauración decada
grupo de ellos debió de crearse e intervenir toda una institucionalidad estatal.

Así, para el primer grupo de ellos, el sociólogo Marshall ve que a los derechos
civiles correspondió la creación de los tribunales de justicia que permitieron
hacerlos exigibles. Para el segundo grupo, los derechos políticos, divisa que le
correspondió la creación de instituciones como el voto popular, los consejos de
gobierno local y los parlamentos. Para el tercer grupo, los derechos sociales, asume
que se crearon instituciones de servicios sociales y de educación. Con esta visión
de T.H Marshall, se pone de presente que la construcción de ciudadanía moderna
históricamente supuso la configuración e intervención de toda una
9
institucionalidad estatal. Sin los tribunales, los órganos colegiados de
representación y la administración pública constitutiva del Estado, no habría sido
posible la existencia de los derechos relacionados con ella. En otras palabras, sin
el Estado Moderno históricamente ella no hubiese llegado a existir.

Los planteamientos de Marshall ponen sobre el tapete una hipótesis central, ya


constatada por investigadores más recientes, y es que en las sociedades modernas
la construcción de ciudadanía es impensable sin la construcción histórica de los
Estados Nación. Dicha hipótesis ya constatada se expresa en las indagaciones del
historiador Roger Brubacker, quien señala que…

“El surgimiento de la institución de la ciudadanía no puede entenderse


aparte de la formación del estado moderno y del sistema estatal. Pero la

2Ligados al derecho a la vida, la libertad de expresión, la libertad de pensamiento, la libertad de culto, la libre
movilidad-
3Referidos al derecho para participar en la conformación y elección de sus autoridades políticas.
4Relacionados con la provisión de bienes y servicios a diversos sectores de la sociedad.
inversa es igualmente cierta: la formación del Estado moderno y del
sistema de Estados no puede entenderse aparte de la aparición e
institucionalización de la ciudadanía” (Brubacker, pág.71,2005).

La hipótesis de la imposibilidad de la existencia de la ciudadanía moderna sin


suponer a su vez la del Estado Moderno, toma mayor consistencia si se atiende los
análisis históricos realizadas por el sociólogo ya citado, Charles Tilly. Identifica el
autor en cuestión, cómo por efecto de la larga conflictividad y negociación
sostenida entre el Estado y grupos organizados de la sociedad, en distintos países
centrales de occidente, terminó por instaurarse un campo institucional estatal
intermedio entre gobernantes y gobernados, al igual que, una serie de programas
sociales a favor de diferentes clases (Tilly, 2005).

Dicho campo institucional, se estructuró alrededor del gasto gubernamental, la


operación burocrática y los servicios públicos. El mismo, fue el soporte estatal que
terminó por hacer factible el cumplimiento y la exigencia de los derechos y deberes 10
legales que llegaron a integrar la ciudadanía moderna. Para ejemplificar lo anterior,
Tilly muestra que los Estados respondieron a las crecientes demandas de las clases
burguesas y trabajadoras con programas públicos referidos a la seguridad social,
las pensiones de los veteranos, la educación pública y la vivienda. Para soportarlos,
tuvieron que crear y ampliar sus administraciones públicas mediante nuevas
oficinas, más burócratas y otras líneas presupuestarias.

La institucionalidad estatal apalancó no solo la construcción de derechos con los


que vino erigida la ciudadanía moderna, sino también, los deberes con los que se
le configuró. Se creó toda una institucionalidad construida desde el Estado
Moderno para soportar las exigencias que hacía a sus pobladores, y que estos
debían de cumplir, bajo la forma de deberes ciudadanos. Charles Tilly evidencia
como entre los siglos XIII al XX, en la medida que sus autoridades y agentes
requerían extraer recursos de la población, a su turno, iban consolidando toda una
institucionalidad que soportaba la imposición de las obligaciones que sobre
aquellos recaían. Así, crearon las armadas, la policía y marinas, pero también, las
oficinas de impuestos, las aduanas y la tesorería, entre otras. Fueron estas
instituciones estatales de carácter coactivo y de administración pública,
desplegadas en los territorios nacionales, las que hicieron posible que se
cumplieran las distintas obligaciones ligadas a los deberes propios de la ciudadanía
moderna.

Un lugar central jugado por el Estado moderno en la edificación de la ciudadanía,


estuvo dado por, constituirse en el ente que soportó el orden jurídico-legal en el
que se plasmó. Permitió que, los compromisos pactados entre las partes
involucradas en los conflictos y las negociaciones conducentes a su creación, se
institucionalizaran en una serie de normas legales de obligatorio cumplimiento.
Esto último se entiende mejor con la formulación hecha por Hans Kelsen. Este
pensador señala que el derecho es un sistema de coacción mediante el cual se busca 11

regular la conducta de los hombres (Kelsen, 2009). La ciudadanía moderna,


entonces, se formuló legalmente para que sus deberes y derechos legales se
constituyeran en referentes obligados de observar por parte de ciudadanos y
autoridades de las diferentes naciones. En caso de que ellos fueran incumplidos,
los agentes del Estado contaban con la potestad para hacer uso del recurso de la
fuerza para sancionar y obligar a los infractores. Todo un aparataje institucional
de carácter judicial, policial, militar y carcelario, contribuyó a hacer posible que la
ciudadanía moderna tomara un lugar y se impusiera entre pobladores y
autoridades.

Otro elemento fundamental cumplido por el Estado en la construcción histórica de


la ciudadanía moderna, fue el de promover su edificación como identidad política.
Sobre este aspecto se detendrá estas reflexiones, al ser poco tratado en los
abordajes dominantes que se ocupan de ella. Al respecto, gobernantes y élites se
esforzaron por lograr la adscripción e identificación de los pobladores a los marcos
de los Estados Nación. Movilizaron ideas, afectos e imágenes entre ellos con el
propósito de llevarlos a amar, defender, obedecer y ser leal a sus respectivos
ordenamientos políticos (Berzeni, 2001). Bajo tal propósito, se dieron a la tarea de
construir comunidades imaginadas nacionales, que, desde un plano de razones y
afectos, les permitiera sentirse adscritos a un pasado y destino colectivo común, y
que a su turno, los llevara a tener identidad y solidaridad frente a otros nacionales
(Anderson, 1991). Igualmente, que los condujera a asumir la obligación de proferir
respeto, obediencia y lealtadhacia sus instituciones, normas y autoridades
estatales.

A través de la estructuración de la ciudadanía como identidad política, el Estado


Moderno dio lugar a distintos tipos de sujetos ciudadanos que posibilitaran los
órdenes políticos y sociales perseguidos por su parte. Entre los tipos de ciudadanos
que construyó, se puede nombrar a los ciudadanos connacionales, a los 12

ciudadanos contribuyentes, a los ciudadanos soldados y a los ciudadanos


constituyentes (Poggi,2003). Los primeros, los ciudadanos connacionales, los
promovió para contar con unos sujetos cohesionados entre sí y en torno suyo que,
experimentaran lealtad a sus instituciones, a sus autoridades y a sus connacionales.
Los segundos, los ciudadanos contribuyentes, los edificó para contar con unos
sujetos que le reportaran recursos monetarios para mantenerse en el tiempo y
desarrollar sus tareas. Los terceros, los ciudadanos soldados, los instauró para
tener unos sujetos que, mediante su reclutamiento y participación en milicias o
ejércitos, protegieran su orden político y social frente a amenazas externas e
internas. Los cuartos y últimos, los ciudadanos constituyentes, más que ser
alentados por el Estado, tuvo que aceptarlos. Con dichos sujetos, tuvo que permitir
que sus exigencias y su participación fuera tenida en cuenta a la hora de conformar
el gobierno y a sus leyes.
En esa tarea de construcción de ciudadanos a través de la promoción de identidades
políticas, el Estado desplegó diferentes tipos de operaciones. Entre todas las
utilizadas, interesa aquí destacar una de ellas, a saber, la educación. Fue así que
gobernantes, líderes, consejeros y pensadores se dieron a la tarea de buscar cómo
ella podía coadyuvar a la edificación y mantenimiento de sus proyectos políticos
(Dereck, 2004). Un ejemplo de esto se evidencia en la revolución francesa. Tras la
misma, se llevó un proceso paulatino de sustitución de la educación ofertada por
la iglesia, por otra de tipo público, impartida por agentes encargados por el Estado.
Con esto, buscó que dejara de estar en manos de religiosos o de representantes de
las monarquías del antiguo orden, para estar más bien, en manos de civiles afines
con los órdenes republicanos y revolucionarios emergentes. Parece oportuno traer
una pequeña cita de Mirabeau en el contexto de la revolución francesa, para ver el
papel fundamental de la educación en la construcción de ciudadanos:

¿Puede la Constitución realmente existir, si esta existe únicamente en 13

nuestra ley; si no echa raíces en los corazones de todos los ciudadanos; si


no se imprime para siempre en nuevos sentimientos, nuevas costumbres,
¿nuevos hábitos? ¿Y no es por la actividad diaria y cada vez mayor de la
educación que estas transformaciones son conservadas? (Derek, pág. 42,
2004)

Para el Estado resultó fundamental la construcción de ciudadanía moderna como


identidad política no solo por su función de dar vida a cierto tipo de ciudadanos.
Con ella se sentó, además, las bases para establecer criterios o requisitos
identitarios para definir a quiénes sí o a quiénes no podía considerarse ciudadanos.
Y con ello, definir a quiénes conceder legalmente derechos para otorgarle
protecciones, o así mismo, a quiénes podía excluir de los mismos para imponer
mayores cargas y obligaciones. Por efecto de lo anterior, configuró un Nosotros
colectivo con el cual se definió unas fronteras político-legales y culturales respecto
a quienes sí y a quienes no podían llegar a hacer parte de la comunidad política.
Para quienes cumplían los requisitos de dicha identidad, los Nosotros y
Ciudadanos, hubo protección y reconocimiento de parte de los Estados y de las
comunidades nacionales. A los Otros, que, se les consideró de jure o de facto No
ciudadanos, hubo más bien exclusión, desprotección y hasta persecución (Arnold,
2004).

La construcción de la ciudadanía como instauración de criterios identitarios para


reconocer a los ciudadanos, fue hecha de forma diferencial según los contextos
históricos específicos de cada País (Brubacker, 1994). Mientras en unos países, el
Estado la construyó bajo el ideario de ser concedida y garantizada a quienes
compartieran una comunidad de origen atada a la sangre, la lengua, la religión y
las tradiciones, en otros, la edificó sobre la base de la lealtad a ciertos propósitos
14
y valores de un proyecto político por construir. Así, por ejemplo, en Alemania se
dio lugar a una ciudadanía nacional sobre la base de ciertos elementos étnicos-
culturales de carácter racial y lingüístico (Brubacker, 1994). En contraste, en el
caso de Francia, el Estado generó su propia nación y su población entró a
identificarse con sus postulados políticos, y con lo cual, se estuvo ante una nación
estatalmente creada que permitió conferir la ciudadanía a integrantes provenientes
de diversos pueblos y territorios5.

Desde otra arista, para el Estado, y para la misma ciudadanía como institución, fue
importante su construcción como identidad política. Sin esa dimensión, no hubiese
llegado a conformarse en su forma de Estado Nación abarcante de un gran
territorio y población, e incluso, como Estado Democrático, si bajo ella, no se
hubiese dado unas movilizaciones ideáticas y afectivas que adscribieran a los

5 No obstante, las diferencias entre países a lo largo del siglo XIX, por norma, tales criterios identitarios se vieron
teñidos de requisitos excluyentes y discriminatorios en común. Para adquirirla ciudadanía, sin importar el país de
procedencia, debían cómo mínimo ser hombres, ser blancos, ser propietarios, ejercitar la lengua oficial, saber leer y
escribir, y hasta, mostrar su lealtad por los gobiernos o regímenes de turno .
pobladores a su orden político. Sin dicho sustrato, no se hubiera dado en torno al
Estado adscripción y lealtad de grupos y personas de distintos territorios y
procedencias que, hasta el orden medieval o antiguo, se hallaban separadas y
adscritas a distintos tipos de vínculos particularistas -estructurados estos en grupos
familiares, territoriales, estamentales y/o gremiales- (Habermas, 1999). Tampoco
hubiese obtenido validez y aceptación el orden social y político del Estado entre la
población, y las instituciones y autoridades que lo soportaban. En fin, sin el
sustrato cultural e identitario que aportó la construcción de ciudadanía como
identidad política, no se hubiera contado con esa fuerza integrativa que dio lugar
a una comunidad política nacional de ciudadanos.

• Los fines históricos contradictorios de la ciudadanía moderna: la


democracia como camino de solución

Donde se instauró la ciudadanía moderna hubo cambios trascendentes para las 15

sociedades y sus integrantes. Un primer cambio evidente, fue que con su


establecimiento se abolió los distintos regímenes de derechos y de deberes legales
establecidos en el período medieval u orden antiguo en occidente. Tales regímenes
eran fuente de desigualdad, por establecer obligaciones y libertades diferenciales
a los miembros de una sociedad según la importancia de la familia, el territorio, el
estamento o el gremio al cual se pertenecía (O’Donnell, 2000). A su turno,
instauraban inmunidades que exoneraban de determinadas obligaciones a ciertos
grupos, clases, estamentos o territorios, al tiempo que, establecían cargas o
imposiciones a otros. En lugar de tal particularismo, con la ciudadanía moderna,
se estableció a nivel legal un único y homogéneo régimen de derechos y deberes
para todos los integrantes que gozaran de la calidad de ciudadanos en el marco de
los Estados Nación.
La instauración de la ciudadanía en occidente trajo consigo como consecuencia
una igualación jurídica entre todos los pobladores reconocidos como ciudadanos.
Esto los llevó a contar con similares libertades, derechos y deberes legales, a
quienes hasta entonces se encontraban en déficit o superávit en relación con ellos.
Tal igualación no fue un asunto menor. De ello, se derivaron importantes
consecuencias para la vida de las personas. Una de ellas, fue que se pudo avanzar
en derribar los soportes legales que apalancaban relaciones de servidumbre o de
esclavitud para diversos sectores o grupos. En particular, a través de su
reconocimiento legal, se logró que los poderes legales y coactivos del Estado
dejaran de ser movilizados y usados para proteger y reproducir dichas relaciones.
De tales poderes legales, ciertos estamentos o clases sociales - nobles, guerreros,
eclesiásticos- derivaban y reproducían sus privilegios frente a otros -siervos,
campesinos, burgueses, trabajadores, negros, domésticos-.
16

Al derribar las imposiciones legales establecidas por los antiguos regímenes,


amplios sectores dejaron de ser súbditos, siervos o esclavos, para convertirse más
bien en ciudadanos libres. Gracias a la igualación jurídica, los grupos, estamentos
o clases privilegiadas ya no podrían respaldar sus prácticas de opresión violenta en
la legalidad del Estado. Con la instauración como identidad política que acompañó
dicha igualación jurídica, además, paulatinamente se desmontó la idea y
mentalidad colectiva que hacía ver como natural, legal y legítimo que unos grupos
a su libre arbitrio dispusieran de manera violenta de otros. Se entró a derruir así
mismo, la idea generalizada y naturalizada según la cual unos solo tenían derechos,
mientras a otros, únicamente les correspondía tener y cumplir deberes6.

6
Y que dicho sea de paso, de no cumplirlas, serian en última instancia sancionadas por ley y el Aparato de Estado

(Brubacker,1994).
Varias libertades se inauguraron con la instauración de la ciudadanía moderna. Se
abrió la posibilidad para que grupos excluidos dejaran de contar con restricciones
legales y coactivas que les impedían ejercer determinados oficios o actividades
económicas. Restricciones que, hasta entonces elevaban dicho derecho económico
de actividad de manera monopólica a favor de ciertos grupos, gremios o
estamentos. También con la instauración de la ciudadanía, se empezó a derrumbar
las barreras legales instauradas para asegurar que la selección de autoridades
políticas y/o gobernantes solo recayera en ciertas élites o familias7. Con este nuevo
derecho político, la elección de autoridades y gobernantes se abrió a la
participación cada vez más amplia de distintos sectores, grupos o clases sociales.
Con la ciudadanía moderna, así mismo, en cierto momento histórico, en particular
en el siglo XX, determinados sectores llegaron a recibir bienes, ayudas,
protecciones y servicios (educación, salud, seguro de desempleo, etc.) por parte
del Estado. 17

Pero si la ciudadanía moderna trajo consecuencias positivas a la vida de las


personas también vino acompañada de otras menos deseadas. Al instaurarse,
estableció el derecho legal concedido a las autoridades del Estado Nación de
coaccionar con violencia e imposiciones a las poblaciones circunscritas bajo su
jurisdicción. Con ella, la estatalidad llegó a disponer de competencias y
autorizaciones legales para extraer recursos de la sociedad e imponer cargas
obligadas a sus integrantes (v.g. tributos o prestaciones de servicio militar).
Igualmente, dispuso de autorizaciones para instaurar reglas que ordenaran y
regularan sus comportamientos (v.g constituciones, leyes y reglamentos). Así
mismo, contó con potestades para sancionar con ejercicios de violencia física y
legal a quienes no se acogieran a sus normas y decisiones.

7Estas últimas, por cierto, daban por natural su derecho a gobernar en tanto inculcaban en las demás su deber de
obedecer.
A todas esas potestades coactivas entregadas a las instituciones del Estado, los
ciudadanos paulatinamente la asumieron como deberes legales que les cabía
cumplir y acatar -so pena, de ser sancionados o castigados de no hacerlo-. De
mencionar es que, desde el siglo XVII hasta el siglo XX, los deberes ligados a la
ciudadanía moderna llegaron hasta el extremo de conceder a los Estados la
potestad de disponer de la vida de sus ciudadanos. La primera y la segunda guerra
mundial, evidencian bien, hasta donde llegaron los deberes en cuestión. Los
Estados Nación obligaron a la mayoría de hombres a participar en ellas. Millones
de ellos cayeron en las trincheras al prestar la obligación del servicio militar
(Hobsbawn, 2009). Al respecto, es importante señalar que en las democracias
modernas liberales el servicio militar es percibido como parte de las mínimas
obligaciones que tienen los ciudadanos con el Estado, a cambio de, recibir iguales
derechos cívicos, políticos y sociales (Sasson-Levi, 2002). En la actualidad, en
diversos países, sectores de la población excluidos para ganar la nacionalidad y los
derechos ciudadanos ligados a ella, en particular minorías migrantes, se alistan en 18

los ejércitos nacionales (Sasson-Levi, 2002).

Atendiendo lo señalado hasta ahora en este apartado, puede decirse entonces, que
la ciudadanía moderna tuvo una constitución histórica bifronte y hasta
contradictoria. En ella se articuló al mismo tiempo la protección y la dominación,
ya que, así como entrega bienes, libertades y apoyos a los ciudadanos, también, el
Estado les exige y extrae otros de manera obligada y coactiva. Tal contradicción
llegó o intentó resolverse a través de la transformación de los Estados nacionales
en sistemas políticos democráticos. En estos, si bien existe una relación y ejercicio
de dominación hacia las sociedades, a su vez supone, que dicho ejercicio de
mando- obediencia se construye con un consentimiento de los ciudadanos.

Para que esto aconteciera, históricamente, en diversos países de occidente tuvo


que suceder que los procesos de dominación de los Estados Nación se articularan
con los de apertura e inclusión política de los ciudadanos a sus regímenes políticos.
Al constituirse entre los siglos XIX y XX los Estados nación en repúblicas
democráticas, paulatinamente empezó a instituirse que los pobladores en calidad
de ciudadanos podían influir en la dirección que aquellos tomaban y en las
acciones públicas que desde los mismos se proyectaban.

Cómo fue que históricamente esa dominación del Estado quedo atada
históricamente a un poder democrático, se expresa en los análisis hechos por
Charles Tilly (2007). La tesis general de este estudioso, es que los Estados para
conseguir el consentimiento de la población en la extracción de recursos a sus
integrantes, les entregó derechos. Tilly divisa el proceso de creación y de
nacionalización de los derechos de la ciudadanía moderna para Europa en tres fases
históricas. Una primera, estuvo dada por la creación de los ejércitos nacionales de
masas, que para reclutar a los integrantes de la población a sus filas, llevó a los
Estados a negociar y hacerle concesiones. Una segunda, estuvo dada por una 19

burguesía de vanguardia que, en búsqueda de sus intereses económicos, presionó


y condujo al Estado al reconocimiento de los derechos civiles y políticos. Una
tercera etapa, correspondió a una convergencia entre los trabajadores, la pequeña
burguesía y el campesinado, pero también entre la pequeña y gran burguesía, los
cuales se asociaron para contrarrestar el poder de la nobleza y negociar de manera
más autónoma con el Estado.

Saskia Sassen (2012) realiza una visión coincidente con la de Charles Tilly, en
relación a la apertura y ampliación del gobierno hacia el grueso de la población
conseguida con la ciudadanía moderna, sin embargo, con un mayor énfasis en una
perspectiva de clase. Al centrar su análisis en el caso Ingles en los siglos XVIII y
XIX, muestra cómo la burguesía en contraprestación a sus aportes monetarios a la
corona, pero también, en su pretensión de lograr influencia política, empezó a
ganar derechos de representación política en el parlamento. No solo ganó más
cupos dentro del parlamento, sino éste como institución, comenzó a asumir un
poder creciente frente a la monarquía y el pleno de la sociedad. Con sus acciones
en la institución parlamentaría, la burguesía se formó como un sujeto de derechos
que creo un sistema de protecciones privadas que la habilitaban para realizar
operaciones nacionales y globales. Desde dicha institución, la burguesía aseguró
la libertad del comercio y de la producción, además, la libertad de pagar el trabajo
en su nivel más bajo y de defenderse de las alianzas y revueltas de los trabajadores.
Concluye Sassen. Con el parlamento se llegó a la primera formulación de un
estado y ciudadanía liberal, para ella, un legítimo sistema de leyes y regulaciones
que privilegiaban los propietarios de capital productivo.

Charles Tilly (2007) también detalla cómo aconteció la democratización de los


20
Estados nacionales a partir de la generalización del voto entre la población. Para
hacerlo, el autor en cuestión centra su análisis en su extensión entre regiones del
mundo entre 1850 y 1979, y acorde a ello, identifica tres grandes periodos8. En el
primero, entre 1850 a 1899, señala Tilly que, si se quiere buscar oleadas de
democratización estas están ligadas a la expansión del voto en Europa Occidental
y en América Latina9. En el segundo periodo, entre 1900 a 1949, señala que
durante este casi medio siglo siguen dominando en la extensión del voto Europa y
las Américas, aunque se ven destellos en otros continentes tales como Oceanía o
países del norte de África10.

En el tercer periodo, entre 1950 a 1979, se presentan menos casos de expansión


del voto, sin embargo, en dicho periodo, se muestra un cambio significativo en la

8 Para esto toma el índice y el estudio construido por TatuVanhanen.


9 En ese marco, relaciona que se da extensión del mismo en países como Austria, Bélgica, Dinamarca, Francia, Grecia,
Italia, Países Bajos, Noruega, Portugal, España, Suecia, Suiza, Reino Unido, Argentina, Bolivia, Chile, Republica
Dominicana, Ecuador y Uruguay
10 En dicho lapso, particularmente gracias a la ampliación del voto a las mujeres, hay extensión del mismo en países

como Dinamarca, Finlandia, Francia, Alemania, Grecia, Hungría, Italia, Países Bajos, Noruega, Austria, Portugal,
Rumania, Rusia, España, Suecia, Suiza, Reino Unido, Egipto, Australia, Japón, Nueva Zelanda, Argentina, Bolivia,
Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, República Dominicana, Ecuador, Honduras, México, Panamá,
Perú, Estados Unidos y Uruguay.
geografía de su extensión llegando a continentes como Asia, India y África11.
Finalmente, a manera de epílogo, Tilly propone un difuso cuarto periodo
acontecido después de 1979 hasta la actualidad donde evidencia una
democratización del voto. Primero, en Europa del Este con el colapso del régimen
socialista en 1989; segundo, en América Latina con el tránsito de regímenes
autoritarios a democráticos; y tercero, en Asia y África con procesos de
independencia nacional y descolonización.

Las diferentes oleadas identificadas por CharlesTilly de extensión del voto en


distintas regiones del mundo, se constituyen en un indicador histórico que la
dominación ejercida por los Estados nacionales paulatinamente se abrió a la
incidencia política de sectores cada vez más amplios de la población. Al abrirse
los Estados a que sus cabezas gobernantes fueran elegidos por voto popular,
presentaron la posibilidad que los impulsos y las reglas por los cuales se daba dicha 21

dominación, quedara en conexión con las demandas y expectativas de la población.


Al elegir la población a los gobernantes, se abrió la posibilidad que las directrices,
reglas y mandatos que soportaban la dominación se hiciera también en función de
sus intereses y necesidades. Tilly identifica que un régimen fue y es democrático,
cuando las relaciones entre el Estado y sus ciudadanos se soportan en una consulta
amplia, igualitaria, protegida y mutuamente vinculante (Tilly, 2007).

Con la concesión a los ciudadanos de derechos para participar en la conformación


de sus gobiernos a través del voto popular, de forma expresa o tácita, se estableció
que la dominación de los Estados era válida o gozaba de la pretensión de serlo.
Los pobladores debían obedecer a sus autoridades e instituciones, sobre la base
que, contaban con el derecho de participar en la elección y conformación de las

11Aparece la extensión del voto en países como India, Israel, Líbano, Corea del Sur, Tailandia, Turquía, Egipto,
Marruecos, Zambia, Portugal, España Colombia, Costa Rica, El Salvador, República Dominicana, Guatemala,
Nicaragua, Paraguay, Perú y Venezuela.
mismas. Por lo tanto, las decisiones que ellas llegaran a tomar, gozaban de la
pretensión de validez, gracias a que fueron autorizadas por los mismos ciudadanos
quienes con sus votos habían delegado quienes las podían tomar. A través de sus
votos por una autoridad y/o programa político, podían plasmar las preferencias por
las cuales debería orientarse las autoridades en la dirección del Estado.

La explicación desde una perspectiva histórica de la dominación legítima


tramitada a través de la ciudadanía moderna en los sistemas democráticos,
quedaría incompleta si no se alude a otro componente de la misma. De anotar es
que, con ella se establece no solo una dominación consentida por los ciudadanos
al Estado, sino también, que es autorizada la sostenida de unos grupos o clases
sociales en relación a otros. En ese sentido, expresa un arreglo político de
legitimación de la organización y distribución de poder no solo en una vía vertical
entre el Estado y la sociedad, sino también, de carácter horizontal dado entre
distintos grupos, sectores o clases que integran la sociedad. 22

El decurso histórico de Europa muestra que a través de los derechos civiles y


políticos en los siglos XVIII y XIX la clase noble entregó poder a la burguesía, y
luego esta última, en los siglos XIX y XX, a través de los derechos políticos y
sociales, entregó poder a la trabajadora. En el siglo XX con la ciudadanía social
ligada al Estado de bienestar, se vio cómo mediante ella las clases capitalistas
transfirieron recursos económicos y políticos a las clases trabajadoras y pobres de
las sociedades nacionales. Todo lo anterior, para poder mantener sus procesos de
acumulación económica en marcos de reproducción pacífica y validada por un
conjunto significativo de integrantes de la población.

Uno de los autores que mejor expresa esta lógica legitimadora de validez de la
dominación entre clases o sectores sociales conseguida a través de la ciudadanía,
es T.H Marshall. Para este estudioso, resulta fundamental entender el cómo fue
posible que dos instituciones orientadas por principios opuestos, como lo son la
ciudadanía y el capitalismo, llegaran a florecer al mismo tiempo y aparecieran
aliadas. La contradicción la encontraba Marshall en el hecho que mientras una
promovía la igualdad general, la otra, apalancaba la desigualdad de clases. La
respuesta que da a dicha pregunta, es que si la primera define una igualdad entre
los ciudadanos, no por ello se plantea como un mecanismo para abolir a su
contraria, la desigualdad de clases. Con ella, antes que buscar una arremetida al
sistema de clases del capitalismo, más bien, se buscó hacerlo menos vulnerable a
posibles ataques por efecto de sus más nocivas consecuencias.

Desde la perspectiva de T.H Marshall, la igualación propuesta y conseguida a


través de la ciudadanía social propia del siglo XX, no buscó acabar con la
desigualdad entre las clases sociales, sino más bien, constituirse en una transacción
entre ellas para hacerla recíprocamente aceptable. Como lo sugiere Marshall en
una metáfora arquitectónica, con la ciudadanía social no se trataba de acabar o 23

bajar los pisos superiores de un edificio, sino más bien, se trataba de subir los pisos
más bajos hasta cierto nivel. En búsqueda de dicho logro, unas clases debían
transferir rentas a otras a través del Estado -vía impuestos-, que terminaban por
traducirse en la provisión de ingresos o bienes que coadyuvaban a su protección.
Siguiendo la interpretación propuesta por Marshall, puede afirmarse entonces que
la ciudadanía moderna busca organizar que se haga posible una dominación
legítima entre clases sociales. En términos políticos, la ciudadanía valída que
exista una desigualdad social entre clases sociales que es aceptada por ellas gracias
a ciertos recursos que se transfiere de unas a otras.

• América Latina: continuidades y diferencias respecto al molde europeo

De la realidad occidental, aunque de manera diferencial y específica, hace parte


América Latina. Y lo hace, desde la conquista y colonia que vivió por parte de los
Estados Europeos. En este continente, la ciudadanía sería traída de Europa e
implantada de manera abrupta por parte de las elites criollas en los siglos XIX y
XX. En el marco de los procesos de independencia ante el vacío de poder dejado
por la salida de los territorios coloniales por parte de las coronas imperiales
europeas, ella fue importada como ideario y diseño institucional (Sábato, 2006).
El propósito a conseguir a través suyo, estaría dado por el objetivo de posibilitar
el cambio de manos de una dominación política de tipo monárquico colonial a otra
de carácter republicano (Conde, 2007). Con su implantación abrupta, se trató de
lograr, o al menos prometer, una reconfiguración de las relaciones políticas entre
los distintos sectores de la población y el Estado, y entre aquellos mismos.

Una transformación en la arquitectura legal e institucional acompañó ese cambio


de dominación de manos de las autoridades españolas a las élites criollas, y que
fue tramitado entre otros, a través de la ciudadanía moderna. En ese marco, en el
grueso de países de América Latina, en su calidad de nuevas repúblicas, se 24

procedió a reconocer legalmente nuevos u otros derechos legales a distintos grupos


de la población -criollos ricos y pobres, y mestizos-. Para conseguirlo, se
instauraron cartas constitucionales que los definieron formalmente en un régimen
único y homogéneo, y en las cuales se detallaron sus contenidos. Derechos civiles
que aseguraban iguales libertades a los reconocidos como ciudadanos; similares
derechos políticos para participar en la conformación de los gobiernos y postularse
a cargos públicos; iguales derechos para ocupar cargos en el Estado y para ejercer
actividades económicas.

A la luz de dichos derechos, empezaron a configurarse instituciones que los


aseguraran. En el seno de los nuevos Estados Republicanos, se crearon cargos de
gobierno y corporaciones públicas para dirigirlos bajo autoridades elegidas
popularmente. Así mismo, se crearon elecciones políticas y se reconoció el voto
para elegir a los gobernantes, aunque con amplias restricciones censitarias. Se
empezó a dar lugar a instituciones estatales de carácter judicial y de administración
pública que permitieran reconocer y reclamar derechosy deberes.

No obstante, dadas las realidades históricas específicas y las inercias coloniales de


América Latina, el diseño institucional y el ideario de la ciudadanía moderna no
tuvo las mismas trayectorias, efectos y resultados que consiguió en su lugar de
origen europeo. Ella tuvo que enfrentarse y/o hibridarse con una organización de
la sociedad imperante durante siglos, que dividía, clasificaba y jerarquizaba la
sociedad en castas y/o razas. Así mismo, debió de insertarse en un contexto de
relaciones donde entre sus integrantes predominaban vínculos, adscripciones y
dinámicas grupales de tipo rural, vecinal y hacendatario. Relaciones estas que
imprimían fuertes dependencias, sumisiones y controles colectivos de tipo
comunitario sobre los pobladores. 25

Con tales realidades y herencias coloniales la idea y la institución de la ciudadanía


moderna se vio truncada o transmutada12. El primer horizonte que se vio impactado
respecto al ideario europeo, fue la idea de, con ella conformar un cuerpo social
hecho de individuos libres e iguales con similares deberes y derechos. Si en los
textos legales pudo aparecer dicha igualdad, siguió predominando en la práctica
social una interacción y cultura de jerarquías y privilegios propia de las sociedades
de castas. Revelada ésta, en el trato discriminatorio y en el acceso inequitativo a
oportunidades a ciertos grupos (Assies, 2012).También, sí a través de la ciudadanía
moderna implantada de manera repentina en América Latina pudo consignarse a
nivel legal que sus gobernantes fueran elegidos por la libre elección de los
ciudadanos, por las características del contexto latinoamericano, dicha posibilidad

12Es de advertir, que con esta contrastación entre realidades de Europa y América Latina, no se quiere generar una
idealización de la ciudadanía moderna tal como se llevó en Europa, sugiriendo que debería seguirse el mismo camino.
Solo quiere resaltarse, que su transposición e implantación en la región cambio las trayectorias, consecuencias y
resultados con la que fue creada en Europa en su proceso y contexto histórico.
se vio limitada. Los requisitos legales impuestos tales como ser hombre, blanco,
propietario, vecino reconocido, con manejo de la lectura y de la escritura llevaron
a restringir la posibilidad de elegir a los gobernantes solo a unos pocos integrantes.
También dicha elección fue condicionada o truncada por la primacía de las
influencias, sumisiones y sociabilidades vecinales y hacendatarias que impusieron
las lógicas colectivas sobre las preferencias autónomas e individuales de cada uno
de los ciudadanos.

Las realidades y herencias coloniales en América Latina impidieron que la


universalidad e igualdad de derechos y deberes legales declarada por la ciudadanía
moderna, pudiera ser disfrutada por distintos grupos de la población. Tras los
procesos de independencia se tardaron décadas y hasta siglos para reconocer a
nivel legal la ciudadanía a indígenas, negros, mujeres, campesinos, entre otros. A
dichos grupos como los ya mencionados, cuando les fue reconocida legalmente,
en la práctica, el orden colonial heredado los llevó a vivirla de manera excluida, 26

segregada y discriminada. A sus integrantes, otros connacionales ciudadanos y


autoridades terminaron por conminarlos a vivir una especie de apartheid social.
Por esa vía, tuvieron que enfrentar a un sustrato cultural e identitario que los
separaba y subordinaba espacial y socialmente respecto a otros grupos, etnias y
clases sociales.

A partir de la raza, la condición étnica y la situación socioeconómica, las herencias


del pasado terminaron por generar en los países de la región una ciudadanía que se
fundamentaba en una clasificación social soterrada, que organizaba y asignaba
lugares sociales y tratos diferenciales a los integrantes de la sociedad (Dagnino,
2006).Un ejemplo de ello, estuvo dado por el hecho que, contra grupos
poblacionales indígenas, negros y mestizos se construyeron barreras sociales sobre
la base de legitimar una pretendida superioridad de lo“blanco/europeo” por sobre
lo “no-blanco/no-Europeo”(Gavia,2009). Esto, que se constituyó en una implícita
identidad ciudadana, llevó a que quien gozaba la condición legal de ciudadano y
tuviera las características de lo blanco, se le clasificara y tratara como lo
“mejor/superior/civilizado”, mientras que a quienes gozaban también de la
condición legal de ciudadanos, pero no gozaba de los atributos identitarios blancos,
se le considerara y tratara como “malo/inferior/incivilizado”.

Esas herencias del pasado colonial en América Latina, no solo han traído
gramáticas sociales excluyentes, sino también, han alimentado culturas políticas
ciudadanas de signo patrimonialista, caudillista y clientelar (Assies, 2012). Bajo
tales culturas, los derechos y deberes se vieron vinculados a lógicas particularistas,
que llevaron a que su cumplimiento dependiera menos de las leyes y autoridades
adscritas al Estado Nacional, y más, de las pertenencias y lealtades personales a
determinados grupos familiares, territoriales, políticos o sociales. Dichas lógicas,
llevaron a que los derechos ciudadanos en la práctica fueran más bien asumidos
como favores o contraprestaciones personales, en lugar que, a obligaciones 27

reciprocas adquiridas entre el Estado y los ciudadanos. Así mismo, condujo a que
los deberes fueran más bien asumidos, como cuestiones circunstanciales y
diferenciales que debían cumplirse según se perteneciera a determinado apellido,
clase, condición racial o ubicación territorial.

Las realidades y herencias del pasado colonial terminaron por truncar, mutar o
condicionar la ciudadanía moderna en América Latina. Sin embargo, las
comentadas no son las únicas particularidades o especificidades de cómo ella se
instauró en la región de manera diferencial a lo acontecido en Europa Occidental.
En la región, al momento actual, ella se constituye en un “terreno político en
disputa” donde se vivencia una intensa conflictividad respecto a la definición de
sus sentidos, contenidos, prácticas y alcances (Mariani, 2008).
Si en Europa los siglos de conflictos y negociaciones que llevaron a su instauración
condujeron a un relativo y estable consenso en torno a los sentidos y contenidos
que a través suyo debe buscarse y garantizarse, en la región latinoaméricana, no
hay uno en torno a qué debe buscarse a través de ella, y se reporta una intensa
competencia y conflictividad de lo que debe edificarse a través suyo. Así para los
movimientos sociales, la ciudadanía, se constituyó en un poderoso vínculo entre
iniciativas distintas que evitó que su acción fuera aislada y fragmentada
(Dagnino,2007). En contraste, para agentes del pensamiento neoliberal, la misma
fue promovida y asumida básicamente como la integración del individuo al
mercado, al mismo tiempo, que como una noción vaciada de derechos. Para
representantes del denominado tercer sector, por su parte, la ciudadanía fue
comprendida esencialmente como filantropía y caridad para mejorar situaciones
de pobreza.

Margarita Gavia y Diana Guillen en su investigación sobre la ciudadanía en 28

América Latina, encuentran que, aunque la noción de ciudadanía fue condenada al


olvido y hasta estigmatizada durante décadas porparte de la izquierda, ésta emerge
en las últimas décadas, como uno de los rasgos distintivos de la conflictividad
social en la región (Gavia, 2009). Desde la perspectiva de las investigadoras en
cuestión, la ciudadanía se constituyó en el “eje aglutinante” que permitió la
convergencia de movimientos sociales pluriclasistas y multisectoriales que
buscaban mejorar las condiciones de vida de la población. A su entender, ella
permitió a los integrantes de la población a aspirar erigir el “derecho a tener
derechos”, y se constituyó, en el referente que incitó a luchar contra los agravios
que traía consigo injusticias y desigualdades. Para Gavia y Guillen, las luchas
articuladas a través de ella, en buena parte, se dirigieron contra el capitalismo a
escala planetaria que pretendió imponer una mercantilización y privatización de
bienes comunes como el agua, la tierra, el gas y la biodiversidad.
La matriz conflictiva de la ciudadanía que predomina en el momento actual en
América Latina también se expresóen los reclamos y luchas por el respeto de la
diferencia, la inclusión y los derechos colectivos de las minorías. Es el caso de los
indígenas. En el informe del 2013 del PNUD, titulado Ciudadanía Intercultural.
Aportes desde la participación política de los pueblos indígenas en Latinoamérica,
se muestra cómo basados en su identidad cultural, ellos enfrentaron el cambio de
los regímenes de ciudadanía propiciados por la arremetida neoliberal (PNUD,
2013). Se interroga en dicho informe, si puede una ciudadanía liberal soportada en
una identidad homogénea de tipo nacional e individual, dar cabida a otras
identidades organizadas desde lógicas colectivas y derechos diferenciales. Apunta
a señalar que, desde las lógicas indígenas debe de replantearse la ciudadanía desde
su énfasis occidental. Por ello, propone pasar de una ciudadanía individual a otra
de tipo colectivo, con la cual pueda hablarse de derechos culturales de grupos y
comunidades enteras acorde a los cuales puedan vivir su propia lengua, su estilo
de vida y sus propios objetivos. Reconocer tales derechos, es a su vez reconocer la 29

historia de discriminación y opresión por la que han pasado los pueblos indígenas,
como también, la creación de un compromiso por transformar su situación.

La lucha por los sentidos y alcances de la ciudadanía en América Latina no solo


se vive desde los grupos e identidades indígenas, sino también, desde otros
sectores que se han visto excluidos. Es el caso de las mujeres que se enfrentaron a
una invisibilidad social y a un trabajo no valorado (Jelin, 1997). Articuladas al
campo de la ciudadanía bajo la plataforma de hacer visible lo invisible, los
movimientos de mujeres lucharon por lograr una existencia social en el marco de
un reclamo por la igualdad de derechos y de oportunidades. Su irrupción como
movimiento social, se llevó a cabo en la década de los sesenta y los ochenta, al
demandar el reconocimiento de su identidad y su inserción en la vida social,
política, económica y cultural. En países como Argentina, Chile y Uruguay, sus
luchas se proyectaron a un campo político hilvanado alrededor del castigo y
esclarecimiento a las violaciones a los derechos humanos y a los abusos traídos
consigo por los regímenes dictatoriales. En las últimas dos décadas, su lucha se ve
tensionada por los procesos de democratización de sus sociedades, la movilización
internacional a favor de la condición social de las mujeres y las resistencias contra
las políticas de ajuste neoliberal.

Otro elemento que también ha mutado o truncado los propósitos de la ciudadanía


moderna en América Latina, respecto a las trayectorias que ha tenido en Europa,
es la inequidad y desigualdad imperante en sus sociedades, en particular, la vivida
en las ciudades. Se procede a un rodeo previo acerca de la importancia de la ciudad
para la edificaciónde la ciudadanía, antes de adentrarse, en las características que
ella asumió en la región. Aunque uno de los proyectos esenciales de construcción
de los Estados Nación fue el desmantelar la primacía histórica de la ciudad en la
edificación de la ciudadanía -para reemplazarla por el orden nacional-, las
ciudades fueron y siguen siendo, el escenario estratégico para su desarrollo
30
(Holston, 1996). Si los derechos y deberes formales que la configuran fueron y son
por norma reconocidos desde un ámbito nacional, su realidad efectiva para cada
uno de los ciudadanos suele llevarse por norma en el marco de las ciudades (Borja,
2013). De mencionar es que es en sus espacialidades urbanas en donde se realiza
la concurrencia y aglomeración de miles y millones de ciudadanos nacionales. Son
sus condiciones materiales y su tejido de relaciones, las que hacen posible o no
contar con los bienes, recursos, servicios y representaciones sociales que
materializan los compromisos de derechos y deberes propios de la ciudadanía.

La conexión intima entre ciudad y ciudadanía se hace evidente en el caso de las


ciudades latinoamericanas donde predominan la informalidad, la pobreza y la
exclusión social (Koonings & Dirk, 2007). Tal carácter, vino a engendrar una
fractura en las ciudades de la región donde llegaron a coexistir unas sociedades
formales y otras informales. Las primeras estuvieron hechas de clases medias bajas
y altas con empleo formal, servicios públicos y prestaciones de ley, mientras las
segundas, lo estuvieron de clases pobres, con déficit de servicios y con ingresos
informales y que, además, tuvieron que vivir aisladas y separadas espacial, social
y culturalmente de las primeras. En estas otrasespecies de mundos urbanos
informales se construyeron ordenes económicos, sociales, políticos y culturales
donde se entrelazaron pobreza, crimen y violencia, y donde imperó, el no gobierno
de la legalidad. En estos mundos informales se produjo para sus habitantes
restricción de la libertad de moverse y actuar socialmente, el sentimiento de
discriminación y estigmatización, la inminencia del peligro ante el abandono del
Estado, la victimización por las fuerzas de la ley y el temor a quedar sujetos a
actores armados 'extralegales'. La conexión entre pobreza urbana, inseguridad y la
violencia, permite señalar que, en dichos sectores puede estar presentándose un
fracaso "violento" de la ciudadanía” (Koonings & Dirk, 2007).En dichas
espacialidades urbanas de las sociedades informales, se da lugar a una ciudadanía
de segunda clase o una no ciudadanía por parte de los pobladores pobres y
excluidos. 31

• A manera de conclusiones

Un análisis histórico de la ciudadanía moderna muestra que su estructuración


obedece a procesos de conflicto y negociación entre grupos organizados de la
sociedad y el Estado, y a su vez, entre los propios grupos, sectores y/o clases. Ese
carácter confrontacional y transaccional, le imprime un carácter relacional donde
se vincula a las partes en un conjunto de compromisos mutuamente exigibles. Un
conjunto de deberes y derechos legales exigibles al conjunto de las poblaciones
nacionales y a sus autoridades, enuncian, articulan y obligan dichos compromisos.

La relación construida con ocasión de la ciudadanía moderna, involucra a los


integrantes de una sociedad en un vínculo con el Estado de protección y
dominación. Aunque ellos pueden exigir la garantía de libertades y bienes
colectivos que permitan su supervivencia y hasta bienestar, a su turno, deben de
entregar al Estado otros recursos bajo la forma de impuestos, servicio militar y
obediencia a las leyes y directrices de las autoridades. En este sentido, la
ciudadanía moderna se configura históricamente como una relación e institución
contradictoria en sus fines, que la lleva a proteger, al turno que, dominar o someter
a la población.

Dicho carácter contradictorio en sus finalidades ha de atribuirse a la naturaleza


política de conflictos y de negociaciones que están en la base de su creación. Tal
contradicción históricamente llegó o intentó resolverse o tramitarse a través de la
instauración paulatina de los sistemas políticos democráticos modernos. En estos,
si bien existe una relación y ejercicio de dominación de parte del Estado, a su vez
supone, que ella se construye con un consentimiento tácito de los ciudadanos. Para
que esto sucediera tuvo que acontecer procesos de apertura e inclusión política. Al
constituirse los Estados nación en repúblicas democráticas, paulatinamente 32

empezó a instituirse que los pobladores en calidad de ciudadanos podían influir en


mayor o menor medida en la dirección que tomaban y en las acciones públicas que
desde ellos se proyectaban.

La reflexión histórica sobre la ciudadanía moderna permite evidenciar el carácter


complejo de su estructuración, en particular, las diferentes dimensiones que
intervienen en darle vida y mantenerla en el tiempo. Sin ellas, la enseñanza que se
extrae es que la ciudadanía no logra configurarse o fenece. Un primer plano o
dimensión de su construcción, debe de ubicarse en la acción política de fuerzas y
actores que en el marco de procesos de conflicto y negociación luchan por su
instauración, transformación o negación; e igualmente, por definir sus sentidos,
contenidos y alcances.
Un segundo plano o dimensión en donde se configura la ciudadanía moderna, es
en su estructuración jurídica. Esta se revela en una serie de derechos y deberes
legales donde se plasman unos compromisos entre partes, y que se constituyen,
en vínculos obligados para el conjunto de la población y las autoridades. Un tercer
plano o dimensión en donde se configura, está dado por la intervención y accionar
del Estado. De sus recursos, agentes, competencias y territorializaciones,
condensadas en sus instituciones, es que se hace posible el vínculo de derechos y
deberes legales que instaura la ciudadanía. Un cuarto plano o dimensión desde el
cual se edifica la ciudadanía moderna, es el de su instauración como identidad
política colectiva. Bajo ella, se interviene las formas de pensar, de sentir y de actuar
de los integrantes de una sociedad, para generar entre ellos y sus instituciones lazos
de solidaridad mutua, lealtad y obediencia a sus instituciones y autoridades.

La reflexión de la ciudadanía moderna en América Latina, por su parte, evidencia


que aunque su estructuración histórica no disiente de las lógicas de conflicto y de
33
negociación que la caracterizaron en su edificación histórica en Europa, sí, expresa
unos rasgos diferenciales. Las herencias del pasado colonial la han transformado
en sus trayectorias, alcances y sentidos trastocando o truncando sus ideales de
igualdad de derechos y deberes entre ciudadanos. Muestra que su matriz de
confrontación y transacción también hace presencia en América Latina, no
obstante su diferencia radica, es que aún no es un proceso consensuado,
estabilizado o concluido.

Es más, en la actualidad la ciudadanía en la región es materia de una álgida y


amplia disputa política. Los procesos de reconocimiento y garantía de derechos
civiles, políticos y sociales que ya se pueden dar por instaurados para el conjunto
de la población en las democracias de Europa, en América Latina, para muchos
grupos sociales, hasta ahora se encuentran en pleno proceso de gestación. En
América Latina la ciudadanía es una agenda que, aunque con avances, aún está en
camino de ser construida y materializada.

Se termina con lo siguiente. Las reflexiones aquí hechas desde un enfoque


histórico, esperan haber contribuido a esclarecer y tener una visión más completa
e integral de la ciudadanía moderna y actual. Pone de presente que, sin reconocer
el papel cumplido por las acciones desplegadas por grupos, clases o sectores de la
sociedad, y también, sin asumir el desempeñado por las instituciones del Estado,
ella no puede ser comprendida o proyectada. Así mismo, que así como ella tiene
su origen en la negociación, también lo tiene, en la confrontación. Igualmente, que
así como trae libertades y oportunidades para quienes quedan inscritos en ella,
también trae consigo obligaciones, cargas e imposiciones.

Tales reflexiones, pueden contribuir a problematizar un lugar común en la


actualidad acerca de la ciudadanía, y que sin duda, tiene tintes ideológicos. Este
34
refiere a una versión “romántica”, “rosa” o “idealista” donde a ella se le divisa
como algo positivo y deseable de por sí. Particularmente, por asociarla en
exclusiva al conjunto de derechos que tiene la población, a una realidad que se
erige sin “roce alguno” y de manera armónica, o así mismo, a un atributo que
pertenece en exclusiva a la totalidad de ciudadanos –“la ciudadanía”- que en nada
tiene que ver con el Estado.

Esta la reflexión histórica invita a divisar a la ciudadanía desde una aproximación


que la saca de un mundo ideal de buenos deseos y anhelos, para estudiarla y
pensarlamás bien, como una relación e institución que en la realidad está hecha de
poder. Desde tal perspectiva, invita a asumir a la ciudadanía moderna como
relación e institución que se construye a través de luchas y negociaciones por el
poder, y también, que afecta y organiza las distribuciones del mismo a nivel de una
comunidad política. En ese sentido, que ella debe ser leída en su papel de
configurar y ordenar las líneas de poder en que se estructuran las sociedades
(Balibar, 2015).

Lo anterior porque, en un sentido vertical, organiza y distribuye el poder que existe


entre el Estado y los diversos integrantes, grupos o clases que integran la sociedad.
En un sentido horizontal, porque organiza, distribuye y reacomoda el poder entre
diferentes integrantes, grupos y clases que integran la sociedad. Y en un sentido
circular, porque cortocircuita los sentidos vertical y horizontal al conectar al
mismo tiempo las relaciones de poder entre instituciones de gobierno y gobernados
y entre los propios integrantes de una sociedad -y sus grupos y clases sociales- en
su condición de ciudadanos.

Con las reflexiones que integraron tácita o explícitamente este escrito se quiso
hacer pedagogía política y democrática. Entre ellos, dos mensajes quisieron
posicionarse: 35

1º. Aunque discursos de distinto tipo en la actualidad invitan a evitar o hasta


rechazar el conflicto y las confrontaciones entre los distintos grupos o clases
sociales -y entre estos y el Estado-, lo que muestra una aproximación
histórica a la ciudadanía moderna, es que sin su presencia difícilmente
podrían existir a la fecha de hoy derechos ciudadanos -y hasta deberes- de
los cuales muchos nos beneficiamos.

2º. Aunque los conflictos presentes en una sociedad llegan a agudizarse y


polarizarse al punto que las partes en confrontación pueden caer en la
tentación de negar o eliminar a su contraparte, solo la negociación o
transacción se constituye en el camino para lograr una coexistencia o
convivencia pacífica entre grupos, clases o sectores sociales con intereses
diversos. Es la ciudadanía, la forma y el camino por excelencia donde puede
plasmarse y lograrse tal negociación.
Una ciudadanía democrática se alimenta de aceptar y asumir la legitimidad
del conflicto y de la negociación como principios constitutivos del mundo
político y social.

• Referencias

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