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El poder constituyente

(Un debate entre la protección


y la problematización)
Por
César A. Ruiloba*

Resumen: Sin perjuicio de reconocer la influencia que pueda tener la represen-


tación de las formas políticas pretéritas sobre la organización de nuestro futuro,
el debate constituyente debe promover las reflexiones que tiendan a explicar la
evolución de las formas políticas incorporando los elementos pertenecientes al
contexto estricto de lo que se viene llamando la armadura o capa basal de las
sociedades, en las que se incluyen, las técnicas y las tecnologías de una socie-
dad, el estado de su economía y organizaciones financieras, y la misma estruc-
tura específica de la sociedad civil.

Palabras claves: Los problemas del poder constituyente, democracia plebisci-


taria, democracia constitucional, el espacio vacío, el motor constituyente, iner-
cia, gradualidad, shock.

Abstract: Without prejudice to recognize the influence that the representation of


the ancient political forms could have over the organization of our future, the
constituent debate should promote the reflections aimed to explain the evolution
of the political forms incorporating the elements which belong to the strict con-
text of what is called the armor or basal layer of the societies, in which there are
included, the techniques and technologies of a society, the state of its economy
and its financial organizations, as well as the specific structure of the civil society.

Keywords: The problems of the Constituent Power, plebiscitary democracy,


constitutional democracy, the empty space, constituent driving force, inertia,
graduality, shock.

*Licenciado en Derecho Ciencias Políticas de la Universidad de Panamá, (1999). Estudios de Maestría en Derecho
Procesal por la Universidad de Panamá. Postgrado en Gerencia y Gobernabilidad Política por las Universidades de
Panamá y la George Washington de USA. Exprofesor de la Cátedra de Derecho Procesal Penal de la Facultad de
Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Panamá. Expresidente del Colegio Nacional de Abogados de
Panamá (2011-2013).

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D esde la filosofía de la finitud se reflexiona sobre la condición


de la vida humana, entendiendo su forma de habitar el mun-
do. Uno de los aspectos fundamentales en los que una vida finita se
expresa es la precariedad de las situaciones, de los contextos, de las
relaciones, así como la fragilidad de las ideas, de los objetos y de las
acciones humanas. Ser finito es formarse una vida que no podrá ser
planificada de antemano, significa existir en la incertidumbre.

Porque somos finitos andamos fabricando ámbitos de protección,


tanto físicos como simbólicos, tal es el caso de la casa, la familia, los
mitos, las relaciones educativas y sobre todo, las leyes políticas. Ade-
más, es cierto que estas esferas no eliminan ni la inquietud ni la
incertidumbre de la vida, todo lo contrario, también problematizan
relaciones y situaciones.

Del mismo modo, el paradigma protección-problematización, im-


pacta la teoría del poder constituyente y los razonamientos que sur-
gen de sus entrañas. Es decir, los debates en torno a la creación o
reforma de la Constitución, llevan aparejados una serie de cuestio-
namientos que le son propios a este ámbito de la vida política de los
ciudadanos. Resulta esencial plantearnos las siguientes interrogan-
tes: ¿Qué es el poder constituyente y para qué sirve?, ¿En qué con-
texto de la historia se desarrolla?, ¿ Cuál es la diferencia esencial
entre el poder constituyente originario y el derivado?, ¿ En Panamá,
cuál es la actualidad de este debate constituyente?

I- Los problemas del poder constituyente

Precisamente, el paradigma protección-problematización que se


plantea desde la teoría del poder constituyente, requiere de un es-

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fuerzo intelectivo capaz de distinguir, no solo la naturaleza jurídi-


co-política de estas categorías, sino sobre sus límites formales y
fácticos, de tal forma que se pueda garantizar la fluidez de un diálo-
go preciso, eficiente y coherente respecto al poder constituyente.

En tal sentido, hago propio el pensamiento de Jeffrey C. Goldfarb


cuando señala que “la intervención intelectual es informar el debate
público y la decisión política. Se tiene conciencia de que los mun-
dos de la investigación intelectual y de la acción política están sepa-
rados aunque mantienen relación problemática. Los problemas po-
líticos no se resuelven cuando aparecen los intelectuales con
respuestas teóricas, sino mediante el confuso toma y daca del con-
flicto, el compromiso y el consenso político. Se entiende que las
ideas y los intereses no tienen una correlación necesaria”1.

A partir de esta premisa, somos conscientes de que el “debate cons-


tituyente” no es solo un asunto de proporciones jurídicas, ni mucho
menos, se agota desde el estudio y la reflexión del Derecho Consti-
tucional. Antes, se requieren enormes cuotas de consenso social y la
posibilidad de construir a lo interno de la sociedad, las condiciones
que permitan un ambiente de confianza, serenidad y objetivos co-
munes. En ocasiones, testificamos la forma como nuestros intelec-
tuales se enfrascan en debates superfluos y de cuyas consecuencia no
es fácil obtener resultados que determinen o impacten de manera
favorable la vida de nuestra gente. Un ejemplo de ello, se ocasiona
en los exacerbados conflictos dialécticos respecto al modelo presi-
dencialista de gobierno panameño. Hay quienes abanderan la posi-
bilidad de asumir como propio la tradición del sistema parlamenta-

1
Jeffrey C. Goldfarb. Los intelectuales en la sociedad democrática. Cambridge University Press. 1998, p. 29.

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rio que por siglos ha sustentando la realidad política y el


extraordinario desarrollo de los pueblos europeos. No obstante, un
sector de nuestra intelectualidad, aunque reconocen lo atractivo
que pudiera resultar para las naciones latinoamericanas estas poten-
cialidades, atesoran el sentido de la prudencia, ya que estamos de-
terminados por nuestra propia historia y las características que nos
definen desde el espectro de las identidades nacionales.

- ¿Qué es el poder constituyente?

Para E. J. Sieyès2, quien fue el primero en acuñar la expresión poder


constituyente, bajo la premisa que se constituye en el poder de san-
cionar una Constitución; poder que no lo tiene ninguno de los
constituidos y que tampoco ejercita el pueblo, cuya función es sim-
plemente electiva. Lo que deriva que el poder constituyente requie-
re de un órgano específico: una asamblea especial, llamada conven-
ción, distinta de la asamblea legislativa ordinaria, que otorga la
Constitución a la nación o la reforma; y que es de naturaleza repre-
sentativa, como encarnación de la nación soberana. La asamblea
constituyente tiene una misión específica: dotar al pueblo de una
Constitución, pero en modo alguno ejerce las facultades legislativas
ordinarias que, en esta división de poderes, compete a los constitui-
dos.

De esta forma, el Poder Constituyente se nos revela siempre como


una cuestión de “Poder”, de “Fuerza” o de “Autoridad” política que
está en condiciones de, dada una situación concreta, crear, garanti-

2
Sieyès, E.J. Proemio de la constitución (1789). Escrito y discurso de la revolución. Madrid, centro de estudios
constitucionales. 1990, p. 100.

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zar o eliminar una Constitución entendida como ley fundamental


de la comunidad Política.

Este debate se ofrece dentro de la tensa relación entre la democracia


plebiscitaria y la democracia constitucional

Si bien desde los fundamentos de la Revolución francesa el poder


constituyente se asimila exclusivamente al concepto de soberanía
popular, la dinámica social y política de nuestros tiempos nos impo-
ne otra realidad. Luigi Ferrajoli ubica al poder constituyente en me-
dio de una especie de confrontación entre las dos concepciones más
relevantes de la democracia. Desde la democracia mayoritaria o ple-
biscitaria se predica que el consenso de la mayoría legitima el poder
a cualquier costo, rechazando los sistemas de mediaciones, límites,
contrapesos y de controles del poder. Por otro lado, la democracia
constitucional establece las reglas, los acicates y las garantías para el
funcionamiento del poder político. La crisis planteada entre la po-
lítica y el derecho, o concretamente, entre el poder y la ley, se cons-
tituye en el espacio de acción para la construcción de una arquitec-
tura institucional capaz de permitir el desarrollo de la política
dentro de la lógica de la legalidad.

- Un poder constituyente originario

Ahora bien, uno de los aspectos fundamentales sobre el problema


del poder constituyente se circunscribe en la determinación de su
naturaleza. En tal sentido, es propio hablar de un poder constitu-
yente originario, que por sus características y alcance representa un
poder inicial, autónomo y omnipotente. Es inicial porque no existe
antes de él, ni en los hechos, ni en el derecho, cualquier otro poder.

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Es en él que se sitúa por excelencia, la voluntad del Soberano como


instancia jurídico política dotada de autoridad suprema. Es un po-
der autónomo, ya es solo a él al que le compete decidir cómo y
cuándo la nación debe dares una Constitución. Es un poder omni-
potente e incondicionado ya que el poder constituyente no está
subordinado a ninguna regla de forma o de fondo. El ejercicio del
llamado poder constituyente originario será legítimo a partir de de-
terminadas ideas políticas, pero no dentro del concepto de legali-
dad. La legitimidad de un acto constituyente originario no es un
concepto jurídico; es un concepto asociado a la ideología concor-
dante con determinadas ideas políticas.

Por su parte, el poder constituyente derivado existe exclusivamente


para modificar o reformar la Constitución en vigor de acuerdo con
las reglas y procedimientos establecidos en ella. Igualmente se le
denomina Poder Constituyente Constituido, pues, consiste en esta-
blecer, por la misma Constitución, un órgano y eventualmente de
un procedimiento para su reforma y transformación.

- ¿Acaso tiene límites este poder?

Los problemas relacionados con los límites (jurídicos y políticos) en


el ejercicio de este poder, también han sido materia de intrincados
debates. En tal sentido, Luis Carlos Sáchica3 nos ofrece una visión
al respecto: “Ningún constituyente puede cambiar enteramente una
Constitución. Ni las revoluciones arrasan con todo lo existente.
Hay procesos históricos, realidades sicológicas, infraestructuras cul-

Sachica, Luis Carlos. Constitucionalistas ante la constituyente. Ed. temis, 1990, pp. 10-11.
3

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turales preexistentes, dados, sobre o con los cuales es preciso edificar


lo nuevo. En atención a ello, la estabilidad institucional es una ri-
queza política que no se debe dilapidar. Las reformas no han de ser
frecuentes ni totales. Lo prudente es preferir lo existente probado
como bueno a lo nuevo impredecible, hacer solo los cambios que la
necesidad imponga, y únicamente en el grado que produzca menos
traumatismos, el mal menor”.

- El debate constituyente dentro de la dinámica social y política


del país

Para Eduardo Novoa Monreal, “no existe otro derecho que el que
una sociedad se da a sí misma y adquiere efectiva vigencia dentro de
una vida real. El objetivo de este derecho es servir de instrumento a
los lineamientos políticos que esa sociedad quiere o tiene que darse.
En principio, el derecho no cumple dentro de cada sociedad sino
una función ordenadora, que ha de ceñirse a las pautas de los siste-
mas y formas de organización y de gobierno por los que ella se rige.
Agrega el profesor Novoa Monreal que ni el mundo permanece es-
tático ni la vida detiene su curso tan solo porque algunos hombres,
ayudados por instituciones dispuestas para ello, quieran ahogar la
dinámica de la historia. Una continua movilidad y cambio impul-
san, más allá de cualquier voluntad conservadora, un proceso de
creación cultural que pugna por expresarse en variaciones y revisio-
nes de las formas de vida social, aun cuando para ello sea menester
desbordar los marcos que quisieran contenerlos. Nuevos valores y
nuevas necesidades sociales azotan, ininterrumpidamente, ese dere-
cho petrificado e insuficiente, por inepto para adecuarse a las reali-
dades emergentes. Y si las normas jurídicas no son capaces de latir
al compás acelerado de la vida, no será el ritmo de esta el que se

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retarde, aunque deba vencer obstáculos y por momentos parezca


que disminuye la marcha”4.

Resulta oportuno desde una especie de auditoría histórica, repasar


cuáles han sido los factores que han determinado la existencia de
un profundo divorcio entre las estructuras jurídicas actuales y las
dinámicas sociales, políticas y económicas que componen el queha-
cer de la sociedad panameña. Esta realidad, aunque reconocida por
un importante sector de la población, no ha logrado impedir que en
estos últimos treinta años de nuestra vida republicana se haya im-
puesto la retórica de los que defienden el inmovilismo, la inercia y
el “gatopardismo”. Ya lo decía Gramsci, en la dinámica de la vida en
sociedad, se van conformando solidaridades de grupo por encima
de los intereses de la nación; estos grupos, a los que él llama “el
bloque histórico”, han sido capaces de promover y articular sus in-
tereses sectarios sobre el bienestar de las mayorías desplazadas por
un sistema sin equidad ni justicia.

- El retorno democrático

Tras veintiún años de sometimiento a un régimen militar, la última


década del siglo XX significó para la sociedad panameña un verda-
dero parteaguas. Nuestra moral colectiva y las esperanzas por la
llegada de mejores días, se correspondían con la realidad de las ex-
periencias recién vividas. Sin embargo, la llegada al poder de un
tridente político con vocación democrática, posibilitaban los espa-
cios para acometer las urgentes transformaciones económicas, so-

Novoa Monreal, Eduardo. Derecho, política y democracia. Edit. Temis, 1983, pp. 57-61.
4

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ciales y políticas que requería el país. El principal objetivo de este


triunvirato en el poder era fijar las bases para delinear un proceso de
refundación del Estado panameño. Sin embargo, los intereses mez-
quinos y los cálculos aviesos de aquella coyuntura histórica frustra-
ron estos planes y proyectos. A grandes rasgos, fueron las diatribas,
los egos personales y quizás las altas dosis de soberbia, que traen
aparejado el ejercicio del poder, los que actuaron para destruir la
solidez y naturaleza de aquella alianza política de gobierno, y con
ella, la posibilidad de modernizar las estructuras jurídico-políticas
del Estado.

- La llegada del siglo XXI

Ante la inminente llegada del siglo XXI, nuestro país se alistaba


para asumir el control total de la administración y operación del
Canal interoceánico. En esta coyuntura se cumplían las condiciones
del tratado Torrijos-Carter (1977). Las expectativas eran de toda
índole; en el plano económico, la posibilidad de redituarnos por
completo sobre los beneficios financieros que generaba esta impor-
tante empresa nacional, nos hacía suponer la llegada de un creci-
miento en materia macroeconómica. Lo anterior se potenciaba por
las amplias oportunidades que se presentaban ante el desarrollo in-
tegral y la explotación económica de la zona adyacente al Canal de
Panamá. En el ámbito social, los diversos sectores de la población
exigían, como consecuencia de la pronosticada bonanza económica,
la obligación del Estado de distribuir de manera equitativa aquellas
riquezas nacionales. En el aspecto político, la llamada democracia
procedimental, si bien había logrado articular los espacios y con-
sensos necesarios que posibilitan la organización de elecciones con
un alto grado de transparencia y estabilidad; aquella deuda histórica

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por conciliar un proceso de debate constituyente capaz de refun-


dar las bases del Estado se mantenía ecualizada por parte del poder
constituido y los grupos conservadores que conformaban el llama-
do “bloque histórico”, Gramciano.

En este contexto, presenciamos una vez más la forma cómo el “de-


bate constituyente” resultó eclipsado por las propias estructuras
hegemónicas del poder constituido. Como un calco del pasado, las
fuerzas políticas que lideraron el gobierno del quinquenio 1999-
2004 pactaron políticamente con las huestes en el poder durante el
periodo siguiente (2004-2009) y así mediante el Acto Legislativo
No.1 de 2004 se consensuó un paquete de reformas constituciona-
les mediatizadas, superfluas, pero eso sí, capaces de garantizar el
futuro político de aquellos grupos en el poder. Ahondar en el análi-
sis de este proceso constitucional, de seguro no nos permitirá cons-
tatar nada diferente respecto al proceso del año 1994, pero aquellas
enmiendas incorporaron al régimen de reformas constitucionales el
mecanismo de la Asamblea Constituyente Paralela.

Es a propósito de la incorporación de este nuevo mecanismo al ré-


gimen de reformas constitucionales y, sobre todo, los parámetros
establecidos para definir su regulación constitucional, la causa di-
recta que genera confusión respecto a la posibilidad de distinguir o
diferenciar el poder constituyente originario del poder constituyen-
te derivado o paralelo.

- El espacio vacío

En las matemáticas, particularmente en la teoría axiomática, se dice


que el conjunto vacío es el que no posee elemento alguno. Si reali-

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zamos un breve repaso de la década que transcurrió entre los años


2009 a 2019, constataremos sin ninguna dificultad, la ausencia de
iniciativas para promover o activar los resortes de un debate consti-
tuyente. Las administraciones del poder público que nos goberna-
ron en dicho periodo, no lograron librarse de los efectos que conlle-
va el constantemente asedio de los conflictos políticos. Literalmente,
nuestro país naufragó en el plano institucional y como consecuen-
cia de ello, divagamos en las penumbras que se imponen bajo la
lógica de la judicialización de la política. Solo resta señalar que en el
primer lustro de aquel periodo, el poder constituido convocó a un
grupo de prestigiosos intelectuales para debatir y presentar un pro-
yecto base de Constitución que posteriormente debía someterse al
escrutinio general. La historia da cuenta de que una vez los miem-
bros de esta comisión cumplieron con la misión encomendada y
presentaron al poder ejecutivo el documento o informe contentivo
de “Proyecto de Constitución”, el cual a grandes rasgos avizoraba
aires de modernidad, equilibrio y cientificidad; de hecho aconteció
lo esperado, es decir, el poder constituido procedió según sus pro-
pios cálculos políticos y engavetó en los más profundo del escrito
presidencial aquel esfuerzo intelectual. Para colmo de nuestros ma-
les, en el quinquenio siguiente, (2014-2019) no ocurrió nada dis-
tinto. Pese a los compromisos que se habían adoptado por impulsar
la creación de una nueva Constitución mediante la aplicación del
método consagrado en la llamada Asamblea Constituyente Paralela,
el poder constituido de turno, simplemente resolvió desatender sus
compromisos de campaña, y bajo la falaz retórica que expresaba la
falta de condiciones sociales, económicas y políticas necesarias para
acometer un proceso de esta índole; hicieron que el tiempo prescri-
biera y la la inercia se apoderara por borrar el descontento social. Al
final, aquel proyecto de refundación del Estado quedó rezagado una

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vez más, sin que el poder constituyente; verdadero titular de la so-


beranía del Estado pudiera revertir los designios y la voluntad de los
que históricamente han determinado la agenda nacional. El tiempo
es historia, y el único hallazgo que servirá para referenciar esta co-
yuntura, tendrá necesariamente que relacionarse con los “ Espacios
Vacíos”.

II- El motor constituyente y sus obstáculos

El último intento que registramos en el país para activar un proceso


de reformas constitucionales tiene que ver con la iniciativa liderada
por el actual gobierno. El sustento que precede a esta decisión,
guarda estricta relación con sus promesas de campaña electoral. En
materia constitucional, el referido programa político establecía dos
matrices de trabajo: 1- Reformas concretas en cinco títulos de la
actual Constitución Política. 2- La implementación del mecanismo
de reformas ligado al contenido del artículo 313, numeral 2 de la
Constitución Política, es decir, la fórmula de las dos legislaturas de
una misma Asamblea y el posterior referéndum popular.

Una vez se aceitaron los motores para llevar adelante el mencionado


“debate constituyente”, los regentes gubernamentales incorporaron
a guisa de un actor estratégico al Consejo de la Concertación para
el Desarrollo Nacional, de cuya estructura, se concentran más de
treinta organismos de la sociedad civil y de los partidos políticos.
Los objetivos trazados por el Consejo de la Concertación para el
Desarrollo Nacional consistían en la posibilidad de consensuar a lo
interno, un proyecto o paquete de reformas constitucionales que
sirviera de base para el posterior debate legislativo. A nivel nacional,
muy pronto surgieron voces que, no solo cuestionaban el nivel de

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representatividad social de esta mesa de diálogo, sino los propios


contenidos del llamado proyecto de reformas del Consejo Concer-
tación. Con el apoyo del poder constituido, el Consejo de la Con-
certación para el Desarrollo Nacional presentó ante el actual Gabi-
nete de Ministros un paquete de reformas que concentraban
modificaciones en cinco de los títulos de la actual Constitución;
cumpliendo al pie de la letra con las recomendaciones exigidas por
las estructuras que eventualmente los había sumado al debate. Unas
vez se recibió el referido documento, el Gabinete de Ministros dis-
puso el traslado inmediato de aquel proyecto a la sede del Parlamen-
to Nacional.

Tal como se ha descrito, el debate constituyente se concentró en la


Comisión de Gobierno y Asuntos Constitucionales de la Asamblea
Nacional, y para tales fines se nombró una subcomisión para la
ejecución de un plan de consultas a nivel nacional, con base en el
proyecto de reformas constitucionales que en otrora adoptó el Con-
sejo de la Concertación Nacional para el Desarrollo.

Lo expuesto hasta aquí refleja quizás nuestra constante preocupa-


ción por el rumbo en el que históricamente han girado las diversas
y frustradas iniciativas de refundación del Estado panameño. Con-
sidero que la falta de sentido común que se asienta en la naturaleza
de las cosas y en la reflexión forjada de la contemplación atenta de
lo que ocurre en nuestra vida en sociedad, no le ha permitido al
poder político constituido la justa comprensión de sus límites. Des-
de esta perspectiva, el camino que adoptó la actual administración
para promover un proceso constituyente bajo la tutela y liderazgo
de los organismos que representan al poder constituido, chocan una
vez más con la lógica del fracaso. En la medida en que el poder

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constituyente, se erija como promotor y propulsor del proceso de


cambio, el panorama de desconfianza y desasosiego que nos ha
acompañado en este trayecto de más de treinta años finalizará por
completo.

En conclusión, a lo largo de estos treinta años de vida democrática,


la nación todavía no renuncia a la posibilidad de articular y promo-
ver las condiciones sociales, políticas y económicas que le permitan
culminar su proyecto de refundación del Estado. En la base popu-
lar, existen los acuerdos que avalan la necesidad de construir un
pacto político moderno y capaz de concebir la esencia de nuestros
valores e intereses en pleno siglo XXI, no obstante, son los poderes
constituidos los que se oponen vehementemente para que esto ocu-
rra; valiéndose de aquella lógica que establece que cualquier acuer-
do popular requiere del consenso de la clase política en el poder
para su materialización real.

III- Entre la Inercia, la Gradualidad y el Shock

Desde la perspectiva que nos impone la realidad pandémica, la so-


ciedad panameña, como estoy seguro ocurre en otras latitudes, se ha
visto abocada a priorizar la solución de los asuntos más urgentes y
coyunturales por encima de los temas importantes y estructurales.
No es fácil lidiar constantemente con esta encrucijada cuando nues-
tros índices macroeconómicos reflejan una caída en el PIB por el
orden de los 17,9%. Y si a ello le agregamos una tasa de desempleo
que ronda en el 18,5% y una baja en la recaudación tributaria por
más de 1560 millones de dólares en el año 2020, se augura la tor-
menta perfecta en un ambiente de desasosiego, incertidumbre y al-
tas cuotas de sacrificio de parte de nuestra población en general.

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Pese a ello, un sector representativo del quehacer nacional; vincula-


do a los partidos políticos en oposición y a un segmento de la socie-
dad civil, ligados a los temas de la institucionalidad democrática del
país, impulsan y promueven un movimiento para la recolección de
más de medio millón de firmas de nuestros ciudadanos, con el fin
de activar los resortes que se establecen dentro del artículo 314 de la
Constitución Política, y así impulsar un proceso constituyente bajo
los parámetros y mecanismos de la llamada Asamblea Constituyen-
te Paralela. Es importante acotar que en un breve periodo de tiem-
po hemos logrado advertir la preeminencia de al menos tres co-
rrientes o visiones del pensamiento que, de alguna manera, están
guiando los derroteros del actual “debate constituyente”.

1. De la Inercia: el estado de inercia representa la incapacidad que


tienen los cuerpos de modificar por sí mismos el estado de re-
poso o movimiento en el que se encuentran. Un calificado sec-
tor de panameños, entre los que se encuentran, intelectuales,
empresarios, profesionales, y de manera coyuntural, sectores
ligados al gobierno de turno, abanderan la hipótesis en cuanto
a que no es el momento oportuno para acometer un proceso
de esta naturaleza; cuando las prioridades del gobierno deben
estar centradas en la solución de los problemas inmediatos que
nos ha dejado la pandemia del Covid-19 y las medidas de clau-
sura del sistema económico en el último año. Este grupo de
panameño, coincide en señalar que las condiciones actuales no
propician este debate, lo que podría generar un efecto adverso
relacionado con el alto riesgo por ahuyentar el capital y la in-
versión extranjera. En conclusión, son partidarios de andar
con prudencia y por ende, priorizar los asuntos más relevantes
de nuestra realidad como nación.

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2. De la Gradualidad: esta supone un desarrollo que se lleva a


cabo lentamente, y no de forma abrupta, es decir, poco a poco,
pero de manera continuada. Frente a la postura anterior, existe
igualmente un amplio sector de la sociedad panameña que se
matricula ante la posibilidad de iniciar un proceso de debate
constituyente de forma serena, pero ininterrumpida, a efectos
que nos permita adelantar una agenda como país capaz de en-
frentar aquellas deficiencias que nos impiden nuestro desarro-
llo integral. El flagelo de la corrupción pública y privada tienen
un peso específico en este debate, una justicia aniquilada y
cooptada por el poder político requiere y exige una profunda
reingeniería institucional y como colofón, el desgaste y la falta
de credibilidad de nuestras organizaciones y estructuras políti-
cas, demandan de medidas profundas y efectivas. Los partida-
rios de esta gradualidad, si bien, no desconocen la nueva reali-
dad impuesta por la pandemia del Covid-19, advierten que
este flagelo no puede representar un impedimento de fondo
para activar un proyecto de refundación tan necesaria para el
país y capaz de proporcionarnos una nueva institucionalidad
democrática y de bienestar general.

3. El Shock: ante las posturas anteriores, grupos del sector social


y de los trabajadores, poseen una visión diametralmente dis-
tinta. Opinan que el estado de inercia hoy es insostenible y no
representa una opción posible. Nuestra historia y las experien-
cias que en ella se reflejan, nos demuestran cómo se ha impues-
to la lógica de los poderes constituidos sobre el poder constitu-
yente. Lo que significa que llegó el momento para que el poder
soberano, es decir, el pueblo organizado decida a través de la
convocatoria de una constituyente originaria los destinos de la

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sociedad. Estos cambios deben llegar sin la presencia del poder


constituido, dado que el soberano no está ni debe estar some-
tido a los designios de ningún poder que lo limite. Los parti-
darios de esta posición se aferran a los criterios vertidos, tanto
en la doctrina constitucional como en la teoría política, que
versa sobre la naturaleza, ideología y el desarrollo del poder
constituyente en manos del pueblo.

Referencias

Goldfarb, Jeffrey C. Los intelectuales en la sociedad democrática.


Cambridge University. 2000.

Novoa Monreal, Eduardo. Derecho, política y democracia. Ed. te-


mis, 1983.

Sachica, Luis Carlos. Constitucionalistas ante la constituyente. Ed.


temis, 1990.

Sieyès, E.J. Proemio de la Constitución (1789). Escrito y discurso


de la revolución. Madrid, centro de estudios constitucionales,
1990.

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