Luis Alfredo Garavito

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Luis Alfredo Garavito Cubillos nació el 25 de enero de 1957 en el pueblecito

colombiano de Génova, donde se crió con seis hermanos (él era el mayor) y con
un padre, Manuel Antonio, del que jamás recibió afecto alguno. Todo lo
contrario, las palizas fueron la tónica habitual. Incluso sufrió toda clase de torturas:
quemaduras con velas, cortes con navajas de afeitar, golpes con palos mientras lo
ataba a un árbol, etc.

Estas vejaciones no fueron el único trauma que Luis Alfredo tuvo en la infancia.
Un amigo de la familia lo violó con trece años y, tiempo después, el muchacho
trató de vengarse contratando unos sicarios. A partir de entonces, la víctima se
convirtió en verdugo y desarrolló una personalidad agresiva, iracunda, psicótica y
paranoica, sumada a una fuerte atracción sexual hacia los niños.

De hecho, a los catorce cometió su primer intento de violación: acorraló a un


pequeño de cinco años, pero lo descubrieron. Aquella pedofilia desembocó en
una ola de crímenes que emergió cuando Garavito contaba con 35 años. Cuanto
más torturaba a sus víctimas, más placer sexual sentía.

Antes de comenzar su carrera criminal, el colombiano llevaba una aparente vida


normal ejerciendo como vendedor ambulante de estampitas religiosas (del
Papa Juan Pablo II y del Niño del 20 de Julio) con las que recorría gran parte del
país. Y aunque su comportamiento era poco sociable con tendencia a la
venganza, Garavito trataba de calmar aquellos ‘fantasmas’ con cantidades
ingentes de alcohol. Pero aquello no hacía más que incrementar sus estallidos
violentos contra todo aquel que estuviese delante: parejas, jefes o compañeros de
trabajo.

El pederasta finalmente cruzó la línea en 1992, una época en la que Colombia se


encontraba sumida en una guerra civil donde miles de ciudadanos lo perdieron
todo, acabaron en la calle, y por la que cientos de niños se quedaron
huérfanos. Estos serían el blanco perfecto de sus abusos, nadie los echaría en
falta si desaparecían.

Así fue cómo, durante los siguientes cinco años, Garavito perpetró cientos de
asesinatos movido por un “impulso”, según él. “Todo sucedía de repente” y sin
planificación. Pero la realidad era otra. El pederasta planeaba cada asalto y
tortura con sumo cuidado. Para evitar ser descubierto, cambiaba continuamente
de aspecto y se disfrazaba de sacerdote, granjero, anciano, vendedor
ambulante, profesor… Después, elegía a menores entre seis y dieciséis años,
que vagaban por las calles en busca de comida o simplemente de cariño, y se
acercaba ofreciéndoles alimentos, regalos, o prometiendoles dinero.
Una vez que captaba su atención y se ganaba su confianza, los animaba a dar un
paseo hasta cansarlos, mientras él se iba bebiendo una botella de brandy. Cuando
estaba lo suficientemente ebrio, los arrastraba hasta un lugar apartado e
iniciaba una tanda de torturas.

Según los informes forenses, los cadáveres encontrados presentaban signos de


un sufrimiento extremo: atados de pies y manos, los golpeaba y pisoteaba en el
estómago, pecho, espalda o cara; los marcaba, cortaba o mutilaba con
cuchillos o destornilladores, para después violarlos brutalmente. Solo alcanzaba
el clímax de placer cuando los degollaba. Tras los asesinatos, Garavito
abandonaba los cadáveres en algunos descampados, que empleaba como

Ante la magnitud de los hechos, la Policía creó un departamento especial para


capturar al fugitivo. En los siguientes dos años, la búsqueda fue incansable. Sin
embargo, Garavito jugaba con todo a favor: sus constantes cambios físicos y la
utilización de disfraces y nombres falsos dificultaron su detención. Mientras los
investigadores no paraban de desenterrar a niños mutilados en más de sesenta
ciudades, el apodado como ‘La Bestia’, ‘El Monje’ o ‘El Monstruo de Génova’
continuaba con sus tropelías.

Hasta que el 22 de abril de 1999, un indigente salvó a un menor de acabar


como el resto: torturado y bajo tierra. Garavito lo raptó en plena calle y tras
llevarlo a una zona boscosa empezó a besarlo y a intimidarlo. Los gritos de la
víctima alertaron a un sin techo, que no dudó en tirar piedras al pederasta para
espantarlo. Así fue cómo el infante escapó y la Policía detuvo, al fin, a Luis
Alfredo Garavito.

Al inicio del interrogatorio, el sospechoso negó ser el responsable de la muerte


de 114 víctimas, todas ellas documentadas gracias a la agenda confiscada por la
Policía en la casa de una novia de Garavito. Aún así, el detenido se mantuvo firme
negando la mayor. Pero las autoridades empezaron a acorrarlarlo. Primero, con
pruebas. En las escenas de los crímenes hallaron: las cuerdas con las que
maniataba a los niños, restos de su ADN en los cadáveres, además de una
botella de brandy vacía, siempre de la misma marca.

También lograron hacer un croquis de sus movimientos en los últimos años y que
coincidían con las fechas de los asesinatos: viajes en autobús, estancias en
hoteles, denuncias por altercados en estado de embriaguez… Pero los agentes
siempre llegaban tarde,
Ninguno de estos indicios hicieron que el pederasta se viniese abajo. Solo sucedió
cuando un miembro de la científica le puso delante un estudio detallado de la
forma en la que mataba a los niños. Ver y escuchar en boca ajena sus propios
actos criminales lo derrotaron y no paró de hablar en las siguientes doce horas.

Pidió un mapa y también la agenda donde tenía documentados los crímenes.


Entonces, señalando el plano, dijo: “Aquí enterré todos los cadáveres”. Uno
por uno desglosó las fechas, las ciudades y cada palito escrito al lado. Uno, dos,
tres, cuatro… dependiendo de cuántos pequeños hubiese asesinado en cada
localidad.

“Pido perdón a Dios, a ustedes y a todos aquellos a quienes yo haya hecho sufrir”,
espetó durante la confesión. Y aunque aseguró que no tenía “ninguna
perversión sexual” y que tampoco era “homosexual”, Garavito confirmó ser el
“responsable de la muerte de 140 niños”. La absoluta frialdad con la que describió
cada ataque, sin temblarle la voz siquiera, conmocionó a los presentes.

“Cada vez que yo tomaba [bebía alcohol] me daba por ir a buscar un niño”, relató.
Aquella “fuerza extraña” que decía dominarlo por completo, le llevaba cada
noche a cazar a nuevas víctimas y a practicar ritos satánicos con sus cuerpos.
“Hice un pacto con el diablo”, soltó para justificar las macabras vejaciones,
además de resaltar los presuntos malos tratos recibidos por su padre.

Todo ello llevó a los psiquiatras forenses a elaborar un perfil psicológico claro: “Es
un hombre muy peligroso, que finge emociones que no siente, se excita con
el riesgo y al que le encanta la sensación de dominio y de ejercer un papel
superior”. La excusa del alcohol no tuvo cabida para los expertos que le
examinaron porque “era consciente de lo que hacía”.

De hecho, uno de los investigadores explicó durante el juicio que Garavito


“siempre seguía un mismo patrón en su ritual de la muerte: llevaba a sus
víctimas maniatadas a lugares solitarios, los obligaba a practicar sexo oral, luego
los penetraba y mientras ejecutaba la violación, con cuchillas les rasgaba la
espalda. Finalmente los remataba con una puñalada en la costilla izquierda”.

Con una personalidad desinhibida, que jamás frenó sus impulsos asesinos, el
detenido también presentaba tendencia a la depresión y al suicidio, aparte de
poseer un carácter fácilmente irritable. De ahí que, hasta la celebración del juicio,
permaneciera en una celda de alta seguridad, en la prisión de Villavicencio.
Querían evitar que Garavito acabase con su vida.
Finalizado el juicio en diciembre de 2001, el tribunal lo condenó a 1853 años y 9
días de prisión por el asesinato de 138 víctimas. No obstante, gracias a su
colaboración a la hora de localizar los cuerpos y a que la ley colombiana establece
penas máximas de 60 años, el asesino vio reducida su pena a 40 años. Así,
cuando tenga cumplidas las tres quintas partes, y si sigue manteniendo su buen
comportamiento, podrá optar a la libertad condicional. Todo apunta a que
ocurriría en el 2023.

Hasta la fecha, el recluso pasaba las horas solo en su celda y confeccionando


pendientes y collares. Le prohibieron salir porque instituciones penitenciarias
temían por su integridad física. Por eso evitaban que el colombiano tuviese
contacto con otros presos peligrosos, que veían en Garavito al peor de los
monstruos.

Él mismo reconoció, ya estando entre rejas, que “cometí una serie de conductas
que infringen las normas penales y las morales” pero “soy un ser humano igual
a cualquier otro, con fallas pero no me considero peligroso”. Así se lo
explicaba a Jon Sistiaga, en el capítulo ‘Infancias robadas’ del programa ‘Tabú’,
donde Garavito insistió en haber cometido “una cantidad de errores de los cuales
estoy bastante arrepentido y estoy pagando una pena, esto es duro”.

Pero aquel testimonio no correspondía con la realidad: fue una retahíla de excusas
que incluso hicieron temblar al periodista español. “Ahora entiendo que esa
mirada sin vida fuera capaz de hipnotizar a todos aquellos niños, de
bloquearles. Porque esa mirada da miedo”, decía Sistiaga. Y es que cuando ‘La
Bestia’ se despidió, le sonrió y le dio recuerdos para sus hijos.
VICTIMAS

Rasgos comunes de las víctimas Llano 7 días Los niños que Luis Alfredo Garavito
aseguró haber asesinado eran hijos de familias humildes, de sexo masculino y de
estatura más baja a la del promedio para su edad.

Esa es la principal conclusión a que llegaron los antropólogos forenses que


analizaron los restos óseos de 14 menores de edad entre 7 y 15 años de edad,
encontrados en un lote ubicado en las afueras de Villavicencio, entre junio y
noviembre de 1998.

Los especialistas de Medicina Legal encontraron otras coincidencias como el que


los niños no presentan ninguna clase de tratamiento dental, a excepción de uno de
ellos, y posiblemente sufrían problemas de nutrición.

Por el contexto general del hecho se puede pensar en una manera de muerte
violenta y homicida para todos los casos, pues en varios de los cuerpos se pudo
establecer evidencia de lesión por arma cortante a nivel de falanges, vértebras y
huesos de miembros superiores y costillas.

El cuerpo encontrado en junio de 1998 presenta una descomposición típica de


entre 8 y 15 días antes de su hallazgo, mientras que los que se encontraron en
octubre y noviembre presentan un estado de esqueletización, así como invasión
de suelo y raíces vegetales, característica que indican un tiempo de muerte de un
mes o más tiempo.

Ninguno de los cuerpos presenta prendas sobre sí mismo en el momento del


hallazgo. Cerca de ellos se encontraron zapatos, tenis o botas, de las que en
algunos casos describen suelas desgastadas. Cerca de otros cuerpos también se
encontraron fragmentos de camisas y pantalones.

Otros hallazgos cerca a donde fueron encontradas las víctimas son botellas de
licor, tapas de brandy, uñas y cabello. Así mismo, recipientes con vaselina,
cabuyas o nylon de color amarillo y azul. Algunos de los niños tenían cabuyas
alrededor de las muñecas y los tobillos.
NOMBRES DE VICTIMAS

 José Aníbal Muñoz López , 15 años. Desapareció del estanquillo El Gato


del barrio La Badea de Dosquebradas el 6 de mayo de 1996. Tenía
chaqueta de capota, tenis blancos y bermuda azul.

 Los hermanos Tascón Puerta: Carlos Alberto, 11 años y Jorge Stiven, 11


años. Desaparecieron el 28 de junio de 1997 de la carrera 25 calle 72 de
Pereira. Carlos Alberto tenía camiseta blanca; pantaloneta azul y roja, botas
café de cuero. Su hermano, camiseta negra con estampado verde,
pantaloneta negra, botas de cuero café.

 Franchesco Alejandro Duque, 11 años. Desapareció el 12 de julio de 1998


de la Carrera 7 calle 10 de Pereira. Tenía pantalón corto de jean azul claro,
camiseta y zapatos negros.

 Fausto Alejandro Lozano Ruiz, 8 años. El 13 de agosto de 1998


desapareció del barrio Guayacanes (Cuba) de Pereira. Tenía uniforme
escolar (tenis colegial negros, sudadera gris, camiseta blanca de cuello
color azul).

 Didier Alexis Rendón, 12 años. El 22 de septiembre de 1998 desapareció


del barrio Las Violetas de Dosquebradas. Vestía bermuda color café, sueter
blanco estampado de manga corta, zapatillas negras de cuero y medias
azul oscuro.

 Juan Gabriel Escobar Hurtado, 11 años. Desapareció el 27 de octubre de


1998 del barrio Villa Santana, sector San Vicente de Pereira. Llevaba
pantalón negro, tenis blancos y buzo azul oscuro con capota.
 Carlos Arturo Patiño, 13 años. Desapareció el 24 de agosto de 1998 del
barrio Berlín de Pereira. Vestía pantaloneta blanca con letras, chaleco color
crema, zapatillas estilo mocacín de cuero color negro.

 Andrés Felipe Galeano Hernández. 13 años. Desapareció el 20 de marzo


de 1999 de Dosquebradas. Vestatos negros.

 Robinson Cuéllar Pinzón, 10 años. Fecha de desaparición: 17 de abril de


1994 en La Tebaida. Fecha de hallazgo de sus restos: 19 de abril de 1994.

 John Jairo Carmona Rendoso. Fecha de desaparición: 26 de junio de 1994


en Calarcá. Fecha de hallazgo de sus restos: 29 de junio de 1994.

 Hernán Darío Chadit Taborda, 13 años. Fecha de desaparición: 25 de


marzo de 1998 en Armenia. Fecha de hallazgo de sus restos: 29 de marzo
de 1998.

 Noé Gabriel García Lozano, 13 años. Fecha de desaparición: 19 de junio de


1998 en Génova. Fecha de hallazgo de sus restos: 22 de junio de 1998.

 Luis Gonzaga Marín García, 10 años. Fecha de desaparición: 19 de junio


de 1998 en Génova. Fecha de hallazgo de sus restos: 22 de junio de 1998.

 Carlos Andrés Amaya, 13 años. Fecha de desaparición: 20 de junio de


1998 en Génova. Fecha de hallazgo de sus restos: 22 de junio de 1998.

 En Caldas Andrés Felipe García Ríos, 8 años. Desapareció en junio de


1998 en el centro de Manizales. No se tienen más datos.
 Jorge Olmedo Galvis Agudelo, 10 años. Desapareció en junio de 1998 en el
centro de Manizales. No hay más datos.

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