2º Bach-Para Comentar A Antonio Machado
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Prof. José Antonio García Fernández DPTO. LENGUA Y LITERATURA IES Avempace – ZARAGOZA
Aunque Antonio Machado Ruiz, el poeta, tuvo una primera etapa modernista,
llena de “fuentes” y “jardines”, su carácter era más bien opuesto al de Rubén Darío, al
que conoció en París en 1907 y del que se hizo amigo. Era hombre melancólico,
austero, triste, solitario y viudo. Él mismo reconocía su "torpe aliño indumentario" (los
alumnos lo llamaban “don Antonio Manchado”, porque se vestía desastrosamente y
con manchas inclusive en la ropa). Era un anciano prematuro, un hombre de la
provincia frecuentador de cafés y tertulias, sosegado y tranquilo, reflexivo y meditador,
fumador empedernido.
“Lo clásico —habla Mairena a sus alumnos— es el empleo del sustantivo, acompañado
de un adjetivo definidor […] Lo barroco no añade nada a lo clásico, pero perturba su equilibrio,
exaltando la importancia del adjetivo definidor hasta hacerle asumir la propia función del
sustantivo”.
Se fue a Madrid a los 8 años, en 1883, con su hermano Manuel y con toda la
familia, a estudiar en la Institución Libre de Enseñanza (ILE), cuando su abuelo,
Antonio Machado Núñez, ganó una plaza de profesor en la universidad (luego, sería
catedrático). Pero el paso por la ILE y, más tarde, por la universidad no dejaron en él
sino “una gran aversión por todo lo académico”.
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“La poesía de Bécquer […], tan clara y transparente […] Es palabra en el tiempo […]
Recordemos hoy a Gustavo Adolfo, el de las rimas pobres, la asonancia indefinida y los cuatro
verbos por cada adjetivo definidor. Alguien ha dicho, con indudable acierto: “Bécquer, un
acordeón tocado por un ángel”. Conforme: el ángel de la verdadera poesía”.
Sin embargo, no le gustó la nueva poesía vanguardista (los poetas del 27),
cuyo gusto por la imagen le parecía iba a reeditar los peores excesos simbolistas de la
década anterior, no aceptaba su culto a Góngora, pues siempre fue antibarroco.
En 1899, siguiendo a su hermano Manuel, que se había ido antes, se fue a París,
donde vivió un tiempo. Allí asistió a algunas clases en La Sorbona, siguió los cursos
del futuro premio Nobel y filósofo Henri Bergson y trabajó para la casa Gallimard
como traductor. Allí también vivió el ambiente de bohemia, que agradaba más a su
hermano Manuel que a él mismo, y sobre todo leyó a los poetas simbolistas,
especialmente a Verlaine, que le influirá en sus comienzos poéticos.
En 1901, publicó Antonio sus primeros versos, en una revista que se llamaba
Electra, versos que luego retiró de la edición de Poesías completas y que decían así:
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Como la poesía no daba para vivir, Machado decidió que tenía que trabajar para
ganarse la vida. Sacó así una plaza de profesor de francés y lo destinaron a Soria. Su
etapa de Soria va de 1907 a 1912. Quería vivir de su pluma y no ponía gran entusiasmo
didáctico, aunque en cierta manera intentaba llevar a la práctica las técnicas
pedagógicas que había aprendido en sus tiempos de la ILE. Odiaba hacer exámenes,
porque decía que no servían para nada, y aprobaba a todos sus alumnos, quienes le
pusieron el mote de “Cenicienta”, porque fumaba en las clases y, como era tan
despistado, se llenaba de ceniza. Vivía en una modesta pensión y, en 1909, se casó con
Leonor Izquierdo Cuevas, la hija de su patrón. Ella tenía 15 años, él 35.
Ella era católica y aseguraba que no tuvo con el poeta, más que “una amistad
sincera” de “afecto limpio y espiritual”. Machado le escribió unas doscientas cuarenta
cartas a lo largo de siete años, quemando todas, menos unas cuarenta, en vísperas de
la guerra civil, antes de salir de España. Ella escribió una autobiografía, publicada
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póstumamente, Sí, soy Guiomar (1981). Su libro de poemas Huerto cerrado, historia de
un amor imposible, se inspira también en su relación con el poeta de Sevilla. Machado
descubre con ella la sorpresa del amor a una edad tardía:
1. El crimen
Se le vio, caminando entre fusiles,
por una calle larga,
salir al campo frío,
aún con estrellas de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos
no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
—sangre en la frente y plomo en las entrañas—
... Que fue en Granada el crimen
sabed —¡pobre Granada!—, en su Granada.
2. El poeta y la muerte
Se le vio caminar solo con Ella,
sin miedo a su guadaña.
—Ya el sol en torre y torre, los martillos
en yunque— yunque y yunque de las fraguas.
Hablaba Federico,
requebrando a la muerte. Ella escuchaba.
«Porque ayer en mi verso, compañera,
sonaba el golpe de tus secas palmas,
y diste el hielo a mi cantar, y el filo
a mi tragedia de tu hoz de plata,
te cantaré la carne que no tienes,
los ojos que te faltan,
tus cabellos que el viento sacudía,
los rojos labios donde te besaban...
Hoy como ayer, gitana, muerte mía,
qué bien contigo a solas,
por estos aires de Granada, ¡mi Granada!»
3.
Se le vio caminar...
Labrad, amigos,
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Republicano confeso, Machado sabía que, de ser atrapado por las tropas
franquistas, acabaría como Lorca, ante el pelotón de fusilamiento. Así que se exilió
cuando finalizaba la guerra civil y murió en Collioure (Francia), el 22 de febrero de
1939. Su hermano José recogió de su chaqueta el célebre último verso que había
compuesto:
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Por lo que hace a los símbolos machadianos, hay que recordar que fue gran
lector de los poetas simbolistas franceses: Charles Baudelaire (1821-1867), Arthur
Rimbaud, Stéhane Mallarmé (1842-1898) y, sobre todo, Paul Verlaine (1844.-1896),
muy presente en su primer poemario, Soledades. Los simbolistas decían que el objetivo
de la poesía era crear símbolos, es decir, alusiones a la realidad mediante evocaciones
de objetos, ideas o sensaciones. Esta corriente poética estuvo en boga en Francia hasta
finales del siglo XIX y fue muy seguida por los modernistas hispánicos. Así que era
normal que Machado se sirviera del símbolo en sus poemas. Estos son los más
importantes:
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“Todo pasa y todo queda / pero lo nuestro es pasar / pasar haciendo caminos / caminos
sobre la mar”
“Busca a tu complementario,
que marcha siempre contigo,
y suele ser tu contrario.”
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“Por mucho que un hombre valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre” (Juan
de Mairena).
“Estos días azules y este sol de la infancia” (últimos versos del poeta, encontrados en
Collioure, Francia, escritos en una cuartilla que llevaba en el bolsillo de su chaqueta).
“Si vais para poetas, cuidad vuestro folklore. Porque la verdadera poesía la hace el pueblo”.
“Existe un hombre del pueblo que es, en España al menos, el hombre elemental y
fundamental, y el que está más cerca del hombre universal y eterno”.
“El poeta debe enfrentarse con dos imperativos en cierto modo contradictorios: esencialidad
y temporalidad”.
“Mis romances no emanan de las heroicas gestas, sino del pueblo que las compuso y de la
tierra donde se contaron; mis romances miran a lo elemental humano, al campo de Castilla”.
Retrato
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,
más recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.
Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
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Recuerdo infantil
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.
Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel,
junto a una mancha carmín.
Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.
Y todo un coro infantil
va cantando la lección:
«mil veces ciento, cien mil;
mil veces mil, un millón».
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales.
Las moscas
Vosotras, las familiares,
inevitables golosas,
vosotras, moscas vulgares,
me evocáis todas las cosas.
¡Oh, viejas moscas voraces
como abejas en abril,
viejas moscas pertinaces
sobre mi calva infantil!
¡Moscas del primer hastío
en el salón familiar,
las claras tardes de estío
en que yo empecé a soñar!
Y en la aborrecida escuela,
raudas moscas divertidas,
perseguidas
por amor de lo que vuela,
-que todo es volar-, sonoras
rebotando en los cristales
en los días otoñales...
Moscas de todas las horas,
de infancia y adolescencia,
de mi juventud dorada;
de esta segunda inocencia,
que da en no creer en nada,
de siempre... Moscas vulgares,
que de puro familiares
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Mi padre en el tiempo
“Ya casi tengo un retrato
de mi buen padre, en el tiempo,
pero el tiempo se lo va llevando.
Mi padre, cazador, – en la ribera
de Guadalquivir ¡en un día tan claro! –
– es el cañón azul de su escopeta
y del tiro certero el humo blanco!
Mi padre en el jardín de nuestra casa,
mi padre, entre sus libros, trabajando.
Los ojos grandes, la alta frente,
el rostro enjuto, los bigotes lacios.
Mi padre escribe (letra diminuta-)
medita, sueña, sufre, habla alto.
Pasea – oh padre mío ¡todavía
estás ahí, el tiempo no te ha borrado!
Ya soy más viejo que eras tú, padre mío,
cuando me besabas.
Pero en el recuerdo, soy también el niño que tú
llevabas de la mano.
Muchos años pasaron sin que yo te recordara, padre
mío!
¿Dónde estabas tú en esos años?”
(“En el tiempo”. 1882. 1890. 1892.-“Mi padre”.- 13 marzo 1916)
“Como valor absoluto, bien poco tendrá mi obra si alguno tiene, pero creo —y en eso estriba
su valor relativo— haber contribuido con ella, y al par de otros poetas de mi promoción, a la
poda de ramas superfluas en el árbol de la lírica española, y haber trabajado con sincero
amor para futuras y más robustas primaveras.
Baeza, 20 de abril de 1917”.
“Prólogo” a Páginas escogidas.
“Por aquellos años [1899-1902], Rubén Darío, combatido hasta el escarnio por la crítica al
uso, era el ídolo de una selecta minoría. Yo también admiraba al autor de Prosas profanas,
el maestro incomparable de la forma y la sensación, que más tarde nos reveló la hondura de
su alma en Cantos de vida y esperanza. Pero yo pretendí —y reparad que no me jacto de
éxitos, sino de propósitos— seguir camino bien distinto. Pensaba yo que el elemento poético
no era la palabra por su valor fónico, ni el color, ni la línea, ni un complejo de sensaciones,
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sino una honda palpitación del espíritu; lo que pone el alma, si es que algo pone, o lo que se
dice, si es que algo dice, con voz propia, en respuesta al contacto del mundo. Y aún pensaba
que el hombre puede sorprender algunas palabras de un íntimo monólogo, distinguiendo la
voz viva de los ecos inertes; que puede también, mirando hacia dentro, vislumbras las ideas
cordiales, los universales del sentimiento. […] 1917.”
“Prólogo” a Soledades.
Machado y Castilla
“Cinco años en la tierra de Soria, hoy para mí sagrada —allí me casé, allí perdí a mi esposa,
a quien adoraba—, orientaron mis ojos y mi corazón hacia lo esencial castellano. […]
Y pensé que la misión del poeta era inventar nuevos poemas de lo eterno humano,
historias animadas que, siendo suyas, viviesen, no obstante, por sí mismas. Me pareció el
romance la suprema expresión de la poesía y quise escribir un nuevo Romancero. A este
propósito responde La tierra de Alvargonzález. Muy lejos estaba yo de pretender resucitar el
género en su sentido tradicional. La confección de nuevos romances viejos —caballerescos
o moriscos— no fue nunca de mi agrado, y toda simulación de arcaísmo me parece ridícula.
Cierto que yo aprendí a leer en el Romancero general que compiló mi buen tío don Agustín
Durán, pero mis romances no emanan de las heroicas gestas, sino del pueblo que las
compuso y de la tierra donde se cantaron; mis romances miran a lo elemental humano, al
campo de Castilla y al libro primero de Moisés, llamado Génesis. […] 1917”.
“Prólogo” a Campos de Castilla.
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Bibliografía y webgrafía
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