15 La Gallina Degollada Horacio Quiroga
15 La Gallina Degollada Horacio Quiroga
15 La Gallina Degollada Horacio Quiroga
El almohadón de plumas de por la cabeza, y Alicia rompió en sus narices y labios se perlaron arreglaran el almohadón. Sus
Horacio Quiroga seguida en sollozos, echándole de sudor. terrores crepusculares
Su luna de miel fue un largo los brazos al cuello. Lloró —¡Jordán! ¡Jordán! —clamó, avanzaron en forma de
escalofrío. Rubia, angelical y largamente todo su espanto rígida de espanto, sin dejar de monstruos que se arrastraban
tímida, el carácter duro de su callado, redoblando el llanto a la mirar la alfombra. hasta la cama y trepaban
marido heló sus soñadas menor tentativa de caricia. Jordán corrió al dormitorio, y al dificultosamente por la colcha.
niñerías de novia. Lo quería Luego los sollozos fueron verlo aparecer Alicia dio un Perdió luego el conocimiento.
mucho, sin embargo, a veces retardándose, y aún quedó largo alarido de horror. Los dos días finales deliró sin
con un ligero estremecimiento rato escondida en su cuello, sin —¡Soy yo, Alicia, soy yo! cesar a media voz. Las luces
cuando volviendo de noche moverse ni decir una palabra. Alicia lo miró con extravió, miró continuaban fúnebremente
juntos por la calle, echaba una Fue ese el último día que Alicia la alfombra, volvió a mirarlo, y encendidas en el dormitorio y la
furtiva mirada a la alta estatura estuvo levantada. Al día después de largo rato de sala. En el silencio agónico de la
de Jordán, mudo desde hacía siguiente amaneció estupefacta confrontación, se casa, no se oía más que el
una hora. Él, por su parte, la desvanecida. El médico de serenó. Sonrió y tomó entre las delirio monótono que salía de la
amaba profundamente, sin darlo Jordán la examinó con suma suyas la mano de su marido, cama, y el rumor ahogado de los
a conocer. atención, ordenándole calma y acariciándola temblando. eternos pasos de Jordán.
Durante tres meses —se habían descanso absolutos. Entre sus alucinaciones más Murió, por fin. La sirvienta, que
casado en abril— vivieron una —No sé —le dijo a Jordán en la porfiadas, hubo un antropoide, entró después a deshacer la
dicha especial. Sin duda hubiera puerta de calle, con la voz apoyado en la alfombra sobre cama, sola ya, miró un rato
ella deseado menos severidad todavía baja—. Tiene una gran los dedos, que tenía fijos en ella extrañada el almohadón.
en ese rígido cielo de amor, más debilidad que no me explico, y los ojos. —¡Señor! —llamó a Jordán en
expansiva e incauta ternura; sin vómitos, nada.. . Si mañana Los médicos volvieron voz baja—. En el almohadón hay
pero el impasible semblante de se despierta como hoy, llámeme inútilmente. Había allí delante de manchas que parecen de
su marido la contenía siempre. enseguida. ellos una vida que se acababa, sangre.
La casa en que vivían influía un Al otro día Alicia seguía peor. desangrándose día a día, hora a Jordán se acercó rápidamente Y
poco en sus estremecimientos. Hubo consulta. Constatóse una hora, sin saber absolutamente se dobló a su vez.
La blancura del patio silencioso anemia de marcha agudísima, cómo. En la última consulta Efectivamente, sobre la funda, a
—frisos, columnas y estatuas de completamente inexplicable. Alicia yacía en estupor mientras ambos lados dél hueco que
mármol— producía una otoñal Alicia no tuvo más desmayos, ellos la pulsaban, pasándose de había dejado la cabeza de Alicia,
impresión de palacio encantado. pero se iba visiblemente a la uno a otro la muñeca inerte. La se veían manchitas oscuras.
Dentro, el brillo glacial del muerte. Todo el día el dormitorio observaron largo rato en silencio —Parecen picaduras —murmuró
estuco, sin el más leve rasguño estaba con las luces prendidas y y siguieron al comedor. la sirvienta después de un rato
en las altas paredes, afirmaba en pleno silencio. Pasábanse —Pst... —se encogió de de inmóvil observación.
aquella sensación de horas sin oír el menor ruido. hombros desalentado su médico —Levántelo a la luz —le dijo
desapacible frío. Al cruzar de Alicia dormitaba. Jordán vivía —. Es un caso serio... poco hay Jordán.
una pieza a otra, los pasos casi en la sala, también con toda que hacer... La sirvienta lo levantó, pero
hallaban eco en toda la casa, la luz encendida. Paseábase sin —¡Sólo eso me faltaba! — enseguida lo dejó caer, y se
como si un largo abandono cesar de un extremo a otro, con resopló Jordán. Y tamborileó quedó mirando a aquél, lívida y
hubiera sensibilizado su incansable obstinación. La bruscamente sobre la mesa. temblando. Sin saber por qué,
resonancia. alfombra ahogaba sus pesos. A Alicia fue extinguiéndose en su Jordán sintió que los cabellos se
En ese extraño nido de amor, ratos entraba en el dormitorio y delirio de anemia, agravado de le erizaban.
Alicia pasó todo el otoño. No proseguía su mudo vaivén a lo tarde, pero que remitía siempre —¿Qué hay?—murmuró con la
obstante, había concluido por largo de la cama, mirando a su en las primeras horas. Durante voz ronca.
echar un velo sobre sus antiguos mujer cada vez que caminaba el día no avanzaba su —Pesa mucho —articuló la
sueños, y aún vivía dormida en en su dirección. enfermedad, pero cada mañana sirvienta, sin dejar de temblar.
la casa hostil, sin querer pensar Pronto Alicia comenzó a tener amanecía lívida, en síncope Jordán lo levantó; pesaba
en nada hasta que llegaba su alucinaciones, confusas y casi. Parecía que únicamente de extraordinariamente. Salieron
marido. flotantes al principio, y que noche se le fuera la vida en con él, y sobre la mesa del
No es raro que adelgazara. Tuvo descendieron luego a ras del nuevas alas de sangre. Tenía comedor Jordán cortó funda y
un ligero ataque de influenza suelo. La joven, con los ojos siempre al despertar la envoltura de un tajo. Las plumas
que se arrastró insidiosamente desmesuradamente abiertos, no sensación de estar desplomada superiores volaron, y la sirvienta
días y días; Alicia no se reponía hacía sino mirar la alfombra a en la cama con un millón de dio un grito de horror con toda la
nunca. Al fin una tarde pudo salir uno y otro lado del respaldo de kilos encima. Desde el tercer día boca abierta, llevándose las
al jardín apoyada en el brazo de la cama. Una noche se quedó de este hundimiento no la manos crispadas a los bandós:
él. Miraba indiferente a uno y repente mirando fijamente. Al abandonó más. Apenas podía —sobre el fondo, entre las
otro lado. De pronto Jordán, con rato abrió la boca para gritar, y mover la cabeza. No quiso que plumas, moviendo lentamente
honda ternura, le pasó la mano le tocaran la cama, ni aún que le las patas velludas, había un
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animal monstruoso, una bola trompa, mejor dicho— a las moverse, la succión fue condiciones proporciones
viviente y viscosa. Estaba tan sienes de aquélla, chupándole la vertiginosa. En cinco días, en enormes. La sangre humana
hinchado que apenas se le sangre. La picadura era casi cinco noches, había vaciado a parece serles particularmente
pronunciaba la boca. Noche a imperceptible. La remoción Alicia. favorable, y no es raro hallarlos
noche, desde que Alicia había diaria del almohadón había Estos parásitos de las aves, en los almohadones de pluma.
caído en cama, había aplicado impedido sin dada su desarrollo, diminutos en el medio habitual,
sigilosamente su boca —su pero desde que la joven no pudo llegan a adquirir en ciertas
La miel silvestre de Horacio Quiroga público cuidaba mucho de su calzado, alacranes, sapos, víboras y a cuanto ser
TENGO EN EL Salto Oriental dos primos, evitándole arañazos y sucios contactos. no puede resistirles. No hay animal, por
hoy hombres ya, que a sus doce años, y a De este modo llegó al obraje de su grande y fuerte que sea, que no haya de
consecuencia de profundas lecturas de padrino, y a la hora tuvo éste que ellas. Su entrada en una casa supone la
Julio Verne, dieron en la rica empresa de contener el desenfado de su ahijado. exterminación absoluta de todo ser
abandonar su casa para ir a vivir al monte. —¿Adónde vas ahora? —le había viviente, pues no hay rincón ni agujero
Este queda a dos leguas de la ciudad. Allí preguntado sorprendido. profundo donde no se precipite el río
vivirían primitivamente de la caza y la —Al monte; quiero recorrerlo un devorador. Los perros aúllan, los bueyes
pesca. Cierto es que los dos muchachos poco —repuso Benincasa, que acababa mugen y es forzoso abandonarles la casa,
no se habían acordado particularmente de de colgarse el winchester al hombro. a trueque de ser roídos en diez horas
llevar escopetas ni anzuelos; pero, de —¡Pero infeliz! No vas a poder dar hasta el esqueleto.
todos modos, el bosque estaba allí, con un paso. Sigue la picada, si quieres... O Permanecen en un lugar uno, dos,
su libertad como fuente de dicha y sus mejor deja esa arma y mañana te haré hasta cinco días, según su riqueza en
peligros como encanto. acompañar por un peón. insectos, carne o grasa. Una vez
Desgraciadamente, al segundo día Benincasa renunció a su paseo. No devorado todo, se van.
fueron hallados por quienes los buscaban. obstante, fue hasta la vera del bosque y No resisten, sin embargo, a la
Estaban bastante atónitos todavía, no se detuvo. Intentó vagamente un paso creolina o droga similar; y como en el
poco débiles, y con gran asombro de sus adentro, y quedó quieto. Metióse las obraje abunda aquélla, antes de una hora
hermanos menores —iniciados también manos en los bolsillos y miró el chalet quedó libre de la corrección.
en Julio Verne— sabían andar aún en dos detenidamente aquella inextricable Benincasa se observaba muy de
pies y recordaban el habla. maraña, silbando débilmente aires cerca, en los pies, la placa lívida de una
La aventura de los dos robinsones, truncos. Después de observar de nuevo el mordedura.
sin embargo, fuera acaso más formal a bosque a uno y otro lado, retornó bastante —¡Pican muy fuerte, realmente! —
haber tenido como teatro otro bosque desilusionado. dijo sorprendido, levantando la cabeza
menos dominguero. Las escapatorias Al día siguiente, sin embargo, hacia su padrino.
llevan aquí en Misiones a límites recorrió la picada central por espacio de Este, para quien la observación no
imprevistos, y a ello arrastró a Gabriel una legua, y aunque su fusil volvió tenía ya ningún valor, no respondió,
Benincasa el orgullo de sus stromboot. profundamente dormido, Benincasa no felicitándose, en cambio, de haber
Benincasa, habiendo concluido sus deploró el paseo. Las fieras llegarían poco contenido a tiempo la invasión. Benincasa
estudios de contaduría pública, sintió a poco. reanudó el sueño, aunque sobresaltado
fulminante deseo de conocer la vida de la Llegaron éstas a la segunda noche toda la noche por pesadillas tropicales.
selva. No fue arrastrado por su —aunque de un carácter un poco singular. Al día siguiente se fue al monte, esta
temperamento, pues antes bien Benincasa dormía profundamente, vez con un machete, pues había
Benincasa era un muchacho pacífico, cuando fue despertado por su padrino. concluido por comprender que tal utensilio
gordinflón y de cara rosada, en razón de —¡Eh, dormilón! Levántate que te le sería en el monte mucho más útil que el
su excelente salud. En consecuencia, lo van a comer vivo. fusil. Cierto es que su pulso no era
suficiente cuerdo para preferir un té con Benincasa se sentó bruscamente en maravilloso, y su acierto, mucho menos.
leche y pastelitos a quién sabe qué la cama, alucinado por la luz de los tres Pero de todos modos lograba trozar las
fortuita e infernal comida del bosque. Pero faroles de viento que se movían de un ramas, azotarse la cara y cortarse las
así como el soltero que fue siempre lado a otro en la pieza. Su padrino y dos botas; todo en uno.
juicioso cree de su deber, la víspera de peones regaban el piso. El monte crepuscular y silencioso lo
sus bodas, despedirse de la vida libre con —¿Qué hay, qué hay?—preguntó cansó pronto. Dábale la impresión —
una noche de orgía en componía de sus echándose al suelo. exacta por lo demás— de un escenario
amigos, de igual modo Benincasa quiso —Nada... Cuidado con los pies... La visto de día. De la bullente vida tropical no
honrar su vida aceitada con dos o tres corrección. hay a esa hora más que el teatro helado;
choques de vida intensa. Y por este Benincasa había sido ya enterado ni un animal, ni un pájaro, ni un ruido casi.
motivo remontaba el Paraná hasta un de las curiosas hormigas a que llamamos Benincasa volvía cuando un sordo
obraje, con sus famosos stromboot. corrección. Son pequeñas, negras, zumbido le llamó la atención. A diez
Apenas salido de Corrientes había brillantes y marchan velozmente en ríos metros de él, en un tronco hueco,
calzado sus recias botas, pues los más o menos anchos. Son esencialmente diminutas abejas aureolaban la entrada
yacarés de la orilla calentaban ya el carnívoras. Avanzan devorando todo lo del agujero. Se acercó con cautela y vio
paisaje. Mas a pesar de ello el contador que encuentran a su paso: arañas, grillos, en el fondo de la abertura diez o doce
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bolas oscuras, del tamaño de un huevo. se había visto obligado a caer de nuevo No es común que la miel silvestre
—Esto es miel —se dijo el contador sobre el tronco. Sentía su cuerpo de tenga esas propiedades narcóticas o
público con íntima gula—. Deben de ser plomo, sobre todo las piernas, como si paralizantes, pero se la halla.
bolsitas de cera, llenas de miel... estuvieran inmensamente hinchadas. Y Las flores con igual carácter
Pero entre él —Benincasa— y las los pies y las manes le hormigueaban. abundan en el trópico, y ya el sabor de la
bolsitas estaban las abejas. Después de —¡Es muy raro, muy raro, muy raro! miel denuncia en la mayoría de los casos
un momento de descanso, pensó en el —se repitió estúpidamente Benincasa, sin su condición; tal el dejo a resina de
fuego; levantaría una buena humareda. La escudriñar, sin embargo, el motivo de esa eucaliptus que creyó sentir Benincasa.
suerte quiso que mientras el ladrón rareza. Como si tuviera hormigas... La
acercaba cautelosamente la hojarasca corrección —concluyó.
húmeda, cuatro o cinco abejas se posaran Y de pronto la respiración se le cortó
en su mano, sin picarlo. en seco, de espanto.
Benincasa cogió una en seguida, y —¡Debe ser la miel!... ¡Es
oprimiéndole el abdomen, constató que no venenosa!... ¡Estoy envenenado!
tenía aguijón. Su saliva, ya liviana, se Y a un segundo esfuerzo para
clarifico en melífica abundancia. incorporarse, se le erizó el cabello de
¡Maravillosos y buenos animalitos! terror; no había podido ni aun moverse.
En un instante el contador Ahora la sensación de plomo y el
desprendió las bolsitas de cera, y hormigueo subían hasta la cintura.
alejándose un buen trecho para escapar Durante un rato el horror de morir allí,
al pegajoso contacto de las abejas, se miserablemente solo, lejos de su madre y
sentó en un raigón. De las doce bolas, sus amigos, le cohibió todo medio de
siete contenían polen. defensa.
Pero las restantes estaban llenas de —¡Voy a morir ahora!... ¡De aquí a
miel, una miel oscura, de sombría un rato voy a morir!... no puedo mover la
transparencia, que Benincasa paladeó mano!...
golosamente. Sabía distintamente a algo. En su pánico constató, sin embargo,
¿A qué? El contador no pudo precisarlo. que no tenía fiebre ni ardor de garganta, y
Acaso a resina de frutales o de eucaliptus. el corazón y pulmones conservaban su
Y por igual motivo, tenía la densa miel un ritmo normal. Su angustia cambió de
vago dejo áspero. ¡Mas qué perfume, en forma.
cambio! —¡Estoy paralítico, es la parálisis! ¡Y
Benincasa, una vez bien seguro de no me van a encontrar!...
que cinco bolsitas le serían útiles, Pero una visible somnolencia
comenzó. Su idea era sencilla: tener comenzaba a apoderarse de él, dejándole
suspendido el panal goteante sobre su íntegras sus facultades, a lo por que el
boca. Pero como la miel era espesa, tuvo mareo se aceleraba. Creyó así notar que
que agrandar el agujero, después de el suelo oscilante se volvía negro y se
haber permanecido medio minuto con la agitaba vertiginosamente. Otra vez subió
boca inútilmente abierta. Entonces la miel a su memoria el recuerdo de la
asomó, adelgazándose en pesado hilo corrección, y en su pensamiento se fijó
hasta la lengua del contador. como una suprema angustia la posibilidad
Uno tras otro, los cinco panales se de que eso negro que invadía el suelo...
vaciaron así dentro de la boca de Tuvo aún fuerzas para arrancarse a
Benincasa. Fue inútil que éste prolongara ese último espanto, y de pronto lanzó un
la suspensión, y mucho más que repasara grito, un verdadero alarido, en que la voz
los globos exhaustos; tuvo que del hombre recobra la tonalidad del niño
resignarse. aterrado: por sus piernas trepaba un
Entre tanto, la sostenida posición de precipitado río de hormigas negras.
la cabeza en alto lo había mareado un Alrededor de él la corrección devoradora
poco. Pesado de miel, quieto y los ojos oscurecía el suelo, y el contador sintió,
bien abiertos, Benincasa consideró de por bajo del calzoncillo, el río de hormigas
nuevo el monte crepuscular. Los árboles y carnívoras que subían.
el suelo tomaban posturas por demás Su padrino halló por fin, dos días
oblicuas, y su cabeza acompañaba el después, y sin la menor partícula de
vaivén del paisaje. carne, el esqueleto cubierto de ropa de
—Qué curioso mareo... —pensó el Benincasa. La corrección que merodeaba
contador. Y lo peor es... aún por allí, y las bolsitas de cera, lo
Al levantarse e intentar dar un paso, iluminaron suficientemente.
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