15 La Gallina Degollada Horacio Quiroga

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15 La gallina degollada Horacio Quiroga —¡Hijo, mi hijo querido!

—sollozaba ésta, largo tiempo transcurrido hubiera aplacado


Todo el día, sentados en el patio en un sobre aquella espantosa ruina de su a la fatalidad. No satisfacían sus
banco, estaban los cuatro hijos idiotas del primogénito. El padre, desolado, acompañó esperanzas. Y en ese ardiente anhelo que
matrimonio Mazzini-Ferraz. Tenían la al médico afuera. se exasperaba, en razón de su
lengua entre los labios, los ojos estúpidos y —A usted se le puede decir; creo que es un infructuosidad, se agriaron. Hasta ese
volvían la cabeza con la boca abierta. El caso perdido. Podrá mejorar, educarse en momento cada cual había tomado sobre sí
patio era de tierra, cerrado al oeste por un todo lo que le permita su idiotismo, pero no la parte que le correspondía en la miseria de
cerco de ladrillos. El banco quedaba más allá. sus hijos; pero la desesperanza de
paralelo a él, a cinco metros, y allí se —¡Sí!... ¡Sí! —asentía Mazzini—. Pero redención ante las cuatro bestias que
mantenían inmóviles, fijos los ojos en los dígame: ¿Usted cree que es herencia, habían nacido de ellos, echó afuera esa
ladrillos. Como el sol se ocultaba tras el que?... imperiosa necesidad de culpar a los otros,
cerco, al declinar los idiotas tenían fiesta. La —En cuanto a la herencia paterna, ya le dije que es patrimonio específico de los
luz enceguecedora llamaba su atención al lo que creía cuando vi a su hijo. Respecto a corazones inferiores. Iniciáronse con el
principio, poco a poco sus ojos se la madre, hay allí un pulmón que no sopla cambio de pronombre: tus hijos. Y como a
animaban; se reían al fin estrepitosamente, bien. No veo nada más, pero hay un soplo más del insulto había la insidia, la atmósfera
congestionados por la misma hilaridad un poco rudo. Hágala examinar bien. Con el se cargaba.
ansiosa, mirando el sol con alegría bestial, alma destrozada de remordimiento, Mazzini —Me parece —díjole una noche Mazzini,
como si fuera comida. redobló el amor a su hijo, el pequeño idiota que acababa de entrar y se lavaba las
Otra veces, alineados en el banco, que pagaba los excesos del abuelo. Tuvo manos—que podrías tener más limpios a los
zumbaban horas enteras, imitando al tranvía asimismo que consolar, sostener sin tregua muchachos.
eléctrico. Los ruidos fuertes sacudían a Berta, herida en lo más profundo por Berta continuó leyendo como si no hubiera
asimismo su inercia, y corrían entonces, aquel fracaso de su joven maternidad. oído.
mordiéndose la lengua y mugiendo, Como es natural, el matrimonio puso todo —Es la primera vez —repuso al rato— que
alrededor del patio. Pero casi siempre su amor en la esperanza de otro hijo. Nació te veo inquietarte por el estado de tus hijos.
estaban apagados en un sombrío letargo de éste, y su salud y limpidez de risa Mazzini volvió un poco la cara a ella con
idiotismo, y pasaban todo el día sentados en reencendieron el porvenir extinguido. Pero a una sonrisa forzada:
su banco, con las piernas colgantes y los dieciocho meses las convulsiones del —De nuestros hijos, ¿me parece?
quietas, empapando de glutinosa saliva el primogénito se repetían, y al día siguiente —Bueno; de nuestros hijos. ¿Te gusta así?
pantalón. amanecía idiota. Esta vez los padres —alzó ella los ojos.
El mayor tenía doce años, y el menor ocho. cayeron en honda desesperación. ¡Luego su Esta vez Mazzini se expresó claramente:
En todo su aspecto sucio y desvalido se sangre, su amor estaban malditos! ¡Su —¿Creo que no vas a decir que yo tenga la
notaba la falta absoluta de un poco de amor, sobre todo! Veintiocho años él, culpa, no?
cuidado maternal. veintidós ella, y toda su apasionada ternura —¡Ah, no! —se sonrió Berta, muy pálida—
Esos cuatro idiotas, sin embargo, habían no alcanzaba a crear un átomo de vida ¡pero yo tampoco, supongo!... ¡No faltaba
sido un día el encanto de sus padres. A los normal. Ya no pedían más belleza e más!... —murmuró.
tres meses de casados, Mazzini y Berta inteligencia como en el primogénito; ¡pero —¿Qué, no faltaba más?
orientaron su estrecho amor de marido y un hijo, un hijo como todos! Del nuevo —¡Que si alguien tiene la culpa, no soy yo,
mujer, y mujer y marido, hacia un porvenir desastre brotaron nuevas llamaradas del entiéndelo bien! Eso es lo que te quería
mucho más vital: un hijo: ¿Qué mayor dicha dolorido amor, un loco anhelo de redimir de decir.
para dos enamorados que esa honrada una vez para siempre la santidad de su Su marido la miró un momento, con brutal
consagración de su cariño, libertado ya del ternura. Sobrevinieron mellizos, y punto por deseo de insultarla.
vil egoísmo de un mutuo amor sin fin punto repitióse el proceso de los dos —¡Dejemos! —articuló, secándose por fin
ninguno y, lo que es peor para el amor mayores. Mas, por encima de su inmensa las manos.
mismo, sin esperanzas posibles de amargura, quedaba a Mazzini y Berta gran —Como quieras; pero si quieres decir...
renovación? Así lo sintieron Mazzini y Berta, compasión por sus cuatro hijos. Hubo que —¡Berta!
y cuando el hijo llegó, a los catorce meses arrancar del limbo de la más honda —¡Como quieras!
de matrimonio, creyeron cumplida su animalidad, no ya sus almas, sino el instinto Este fue el primer choque y le sucedieron
felicidad. La criatura creció bella y radiante, mismo abolido. No sabían deglutir, cambiar otros. Pero en las inevitables
hasta que tuvo año y medio. Pero en el de sitio, ni aun sentarse. Aprendieron al fin a reconciliaciones, sus almas se unían con
vigésimo mes sacudiéronlo una noche caminar, pero chocaban contra todo, por no doble arrebato y locura por otro hijo.
convulsiones terribles, y a la mañana darse cuenta de los obstáculos. Cuando los Nació así una niña. Vivieron dos años con la
siguiente no conocía más a sus padres. El lavaban mugían hasta inyectarse de sangre angustia a flor de alma, esperando siempre
médico lo examinó con esa atención el rostro. Animábanse sólo al comer, o otro desastre. Nada acaeció, sin embargo, y
profesional que está visiblemente buscando cuando veían colores brillantes u oían los padres pusieron en ella toda su
las causas del mal en las enfermedades de truenos. Se reían entonces, echando afuera complacencia, que la pequeña llevaba a los
los padres. Después de algunos días los lengua y ríos de baba, radiantes de frenesí más extremos límites del mimo y la mala
miembros paralizados recobraron el bestial. Tenían, en cambio, cierta facultad crianza.
movimiento; pero la inteligencia, el alma, imitativa; pero no se pudo obtener nada Si aún en los últimos tiempos Berta cuidaba
aun el instinto, se habían ido del todo; había más. Con los mellizos pareció haber siempre de sus hijos, al nacer Bertita
quedado profundamente idiota, baboso, concluido la aterradora descendencia. Pero olvidóse casi del todo de los otros. Su solo
colgante, muerto para siempre sobre las pasados tres años desearon de nuevo recuerdo la horrorizaba, como algo atroz
rodillas de su madre. ardientemente otro hijo, confiando en que el que la hubieran obligado a cometer. A
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Mazzini, bien que en menor grado, pasábale meningitis de tus hijos: mi padre o tu pulmón ofrecía duda. Al fin decidióse por una silla
lo mismo. picado, víbora! desfondada, pero faltaba aún. Recurrió
No por eso la paz había llegado a sus Continuaron cada vez con mayor violencia, entonces a un cajón de kerosene, y su
almas. La menor indisposición de su hija hasta que un gemido de Bertita selló instinto topográfico hízole colocar vertical el
echaba ahora afuera, con el terror de instantáneamente sus bocas. A la una de la mueble, con lo cual triunfó.
perderla, los rencores de su descendencia mañana la ligera indigestión había Los cuatro idiotas, la mirada indiferente,
podrida. Habían acumulado hiel sobrado desaparecido, y como pasa fatalmente con vieron cómo su hermana lograba
tiempo para que el vaso no quedara todos los matrimonios jóvenes que se han pacientemente dominar el equilibrio , y
distendido, y al menor contacto el veneno se amado intensamente una vez siquiera, la cómo en puntas de pie apoyaba la garganta
vertía afuera. Desde el primer disgusto reconciliación llegó, tanto más efusiva sobre la cresta del cerco, entre sus manos
emponzoñado habíanse perdido el respeto; cuanto hirientes fueran los agravios. tirantes. Viéronla mirar a todos lados, y
y si hay algo a que el hombre se siente Amaneció un espléndido día, y mientras buscar apoyo con el pie para alzarse más.
arrastrado con cruel fruición, es, cuando ya Berta se levantaba escupió sangre. Las Pero la mirada de los idiotas se había
se comenzó, a humillar del todo a una emociones y mala noche pasada tenían, sin animado; una misma luz insistente estaba
persona. Antes se contenían por la mutua duda, gran culpa. Mazzini la retuvo fija en sus pupilas. No apartaban los ojos de
falta de éxito; ahora que éste había llegado, abrazada largo rato, y ella lloró su hermana, mientras creciente sensación
cada cual, atribuyéndolo a sí mismo, sentía desesperadamente, pero sin que ninguno se de gula bestial iba cambiando cada línea de
mayor la infamia de los cuatro engendros atreviera a decir una palabra. sus rostros. Lentamente avanzaron hacia el
que el otro habíale forzado a crear. A las diez decidieron salir, después de cerco. La pequeña, que habiendo logrado
Con estos sentimientos, no hubo ya para los almorzar. Como apenas tenían tiempo, calzar el pie, iba ya a montar a horcajadas y
cuatro hijos mayores afecto posible. La ordenaron a la sirvienta que matara una a caerse del otro lado, seguramente,
sirvienta los vestía, les daba de comer, los gallina. sintióse cogida de la pierna. Debajo de ella,
acostaba, con visible brutalidad. No los El día radiante había arrancado a los idiotas los ocho ojos clavados en los suyos le
lavaban casi nunca. Pasaban casi todo el de su banco. De modo que mientras la dieron miedo.
día sentados frente al cerco, abandonados sirvienta degollaba en la cocina al animal, —¡Soltáme! ¡Déjame! —gritó sacudiendo la
de toda remota caricia. desangrándolo con parsimonia (Berta había pierna. Pero fue atraída.
De este modo Bertita cumplió cuatro años, y aprendido de su madre este buen modo de —¡Mamá! ¡Ay, mamá! ¡Mamá, papá! —lloró
esa noche, resultado de las golosinas que conservar frescura a la carne), creyó sentir imperiosamente. Trató aún de sujetarse del
era a los padres absolutamente imposible algo como respiración tras ella. Volvióse, y borde, pero sintióse arrancada y cayó.
negarle, la criatura tuvo algún escalofrío y vio a los cuatro idiotas, con los hombros —Mamá, ¡ay! Ma. . . —No pudo gritar más.
fiebre. Y el temor a verla morir o quedar pegados uno a otro, mirando estupefactos la Uno de ellos le apretó el cuello, apartando
idiota, tornó a reabrir la eterna llaga. Hacía operación... Rojo... rojo... los bucles como si fueran plumas, y los
tres horas que no hablaban, y el motivo fue, —¡Señora! Los niños están aquí, en la otros la arrastraron de una sola pierna hasta
como casi siempre, los fuertes pasos de cocina. la cocina, donde esa mañana se había
Mazzini. Berta llegó; no quería que jamás pisaran desangrado a la gallina, bien sujeta,
—¡Mi Dios! ¿No puedes caminar más allí. ¡Y ni aun en esas horas de pleno arrancándole la vida segundo por segundo.
despacio? ¿Cuántas veces?. . . perdón, olvido y felicidad reconquistada, Mazzini, en la casa de enfrente, creyó oír la
—Bueno, es que me olvido; ¡se acabó! No podía evitarse esa horrible visión! Porque, voz de su hija.
lo hago a propósito. naturalmente, cuando más intensos eran los —Me parece que te llama—le dijo a Berta.
Ella se sonrió, desdeñosa: —¡No, no te creo raptos de amor a su marido e hija, más Prestaron oído, inquietos, pero no oyeron
tanto! irritado era su humor con los monstruos. más. Con todo, un momento después se
—Ni yo, jamás, te hubiera creído tanto a —¡Que salgan, María! ¡Échelos! ¡Échelos, le despidieron, y mientras Bertita a dejar su
ti. . . ¡tisiquilla! digo! sombrero, Mazzini avanzó en el patio.
—¡Qué! ¿Qué dijiste?... Las cuatro pobres bestias, sacudidas, —¡Bertita! Nadie respondió.
—¡Nada! brutalmente empujadas, fueron a dar a su —¡Bertita! —alzó más la voz, ya alterada.
—¡Sí, te oí algo! Mira: ¡no sé lo que dijiste; banco. Y el silencio fue tan fúnebre para su corazón
pero te juro que prefiero cualquier cosa a Después de almorzar, salieron todos. La siempre aterrado, que la espalda se le heló
tener un padre como el que has tenido tú! sirvienta fue a Buenos Aires, y el matrimonio de horrible presentimiento.
Mazzini se puso pálido. a pasear por las quintas. Al bajar el sol —¡Mi hija, mi hija! —corrió ya desesperado
—¡Al fin! —murmuró con los dientes volvieron;, pero Berta quiso saludar un hacia el fondo. Pero al pasar frente a la
apretados—. ¡Al fin, víbora, has dicho lo que momento a sus vecinas de enfrente. Su hija cocina vio en el piso un mar de sangre.
querías! escapóse enseguida a casa. Empujó violentamente la puerta entornada,
—¡Sí, víbora, sí! Pero yo he tenido padres Entretanto los idiotas no se habían movido y lanzó un grito de horror. Berta, que ya se
sanos, ¿oyes?, ¡sanos! ¡Mi padre no ha en todo el día de su banco. El sol había había lanzado corriendo a su vez al oír el
muerto de delirio! ¡Yo hubiera tenido hijos traspuesto ya el cerco, comenzaba a angustioso llamado del padre, oyó el grito y
como los de todo el mundo! ¡Esos son hijos hundirse, y ellos continuaban mirando los respondió con otro. Pero al precipitarse en
tuyos, los cuatro tuyos! ladrillos, más inertes que nunca. la cocina, Mazzini, lívido como la muerte, se
Mazzini explotó a su vez. De pronto, algo se interpuso entre su mirada interpuso, conteniéndola:
—¡Víbora tísica! ¡eso es lo que te dije, lo y el cerco. Su hermana, cansada de cinco —¡No entres! ¡No entres!
que te quiero decir! ¡Pregúntale, pregúntale horas paternales, quería observar por su Berta alcanzó a ver el piso inundado de
al médico quién tiene la mayor culpa de la cuenta. Detenida al pie del cerco, miraba sangre. Sólo pudo echar sus brazos sobre
pensativa la cresta. Quería trepar, eso no
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la cabeza y hundirse a lo largo de él con un ronco suspiro.

El almohadón de plumas de por la cabeza, y Alicia rompió en sus narices y labios se perlaron arreglaran el almohadón. Sus
Horacio Quiroga seguida en sollozos, echándole de sudor. terrores crepusculares
Su luna de miel fue un largo los brazos al cuello. Lloró —¡Jordán! ¡Jordán! —clamó, avanzaron en forma de
escalofrío. Rubia, angelical y largamente todo su espanto rígida de espanto, sin dejar de monstruos que se arrastraban
tímida, el carácter duro de su callado, redoblando el llanto a la mirar la alfombra. hasta la cama y trepaban
marido heló sus soñadas menor tentativa de caricia. Jordán corrió al dormitorio, y al dificultosamente por la colcha.
niñerías de novia. Lo quería Luego los sollozos fueron verlo aparecer Alicia dio un Perdió luego el conocimiento.
mucho, sin embargo, a veces retardándose, y aún quedó largo alarido de horror. Los dos días finales deliró sin
con un ligero estremecimiento rato escondida en su cuello, sin —¡Soy yo, Alicia, soy yo! cesar a media voz. Las luces
cuando volviendo de noche moverse ni decir una palabra. Alicia lo miró con extravió, miró continuaban fúnebremente
juntos por la calle, echaba una Fue ese el último día que Alicia la alfombra, volvió a mirarlo, y encendidas en el dormitorio y la
furtiva mirada a la alta estatura estuvo levantada. Al día después de largo rato de sala. En el silencio agónico de la
de Jordán, mudo desde hacía siguiente amaneció estupefacta confrontación, se casa, no se oía más que el
una hora. Él, por su parte, la desvanecida. El médico de serenó. Sonrió y tomó entre las delirio monótono que salía de la
amaba profundamente, sin darlo Jordán la examinó con suma suyas la mano de su marido, cama, y el rumor ahogado de los
a conocer. atención, ordenándole calma y acariciándola temblando. eternos pasos de Jordán.
Durante tres meses —se habían descanso absolutos. Entre sus alucinaciones más Murió, por fin. La sirvienta, que
casado en abril— vivieron una —No sé —le dijo a Jordán en la porfiadas, hubo un antropoide, entró después a deshacer la
dicha especial. Sin duda hubiera puerta de calle, con la voz apoyado en la alfombra sobre cama, sola ya, miró un rato
ella deseado menos severidad todavía baja—. Tiene una gran los dedos, que tenía fijos en ella extrañada el almohadón.
en ese rígido cielo de amor, más debilidad que no me explico, y los ojos. —¡Señor! —llamó a Jordán en
expansiva e incauta ternura; sin vómitos, nada.. . Si mañana Los médicos volvieron voz baja—. En el almohadón hay
pero el impasible semblante de se despierta como hoy, llámeme inútilmente. Había allí delante de manchas que parecen de
su marido la contenía siempre. enseguida. ellos una vida que se acababa, sangre.
La casa en que vivían influía un Al otro día Alicia seguía peor. desangrándose día a día, hora a Jordán se acercó rápidamente Y
poco en sus estremecimientos. Hubo consulta. Constatóse una hora, sin saber absolutamente se dobló a su vez.
La blancura del patio silencioso anemia de marcha agudísima, cómo. En la última consulta Efectivamente, sobre la funda, a
—frisos, columnas y estatuas de completamente inexplicable. Alicia yacía en estupor mientras ambos lados dél hueco que
mármol— producía una otoñal Alicia no tuvo más desmayos, ellos la pulsaban, pasándose de había dejado la cabeza de Alicia,
impresión de palacio encantado. pero se iba visiblemente a la uno a otro la muñeca inerte. La se veían manchitas oscuras.
Dentro, el brillo glacial del muerte. Todo el día el dormitorio observaron largo rato en silencio —Parecen picaduras —murmuró
estuco, sin el más leve rasguño estaba con las luces prendidas y y siguieron al comedor. la sirvienta después de un rato
en las altas paredes, afirmaba en pleno silencio. Pasábanse —Pst... —se encogió de de inmóvil observación.
aquella sensación de horas sin oír el menor ruido. hombros desalentado su médico —Levántelo a la luz —le dijo
desapacible frío. Al cruzar de Alicia dormitaba. Jordán vivía —. Es un caso serio... poco hay Jordán.
una pieza a otra, los pasos casi en la sala, también con toda que hacer... La sirvienta lo levantó, pero
hallaban eco en toda la casa, la luz encendida. Paseábase sin —¡Sólo eso me faltaba! — enseguida lo dejó caer, y se
como si un largo abandono cesar de un extremo a otro, con resopló Jordán. Y tamborileó quedó mirando a aquél, lívida y
hubiera sensibilizado su incansable obstinación. La bruscamente sobre la mesa. temblando. Sin saber por qué,
resonancia. alfombra ahogaba sus pesos. A Alicia fue extinguiéndose en su Jordán sintió que los cabellos se
En ese extraño nido de amor, ratos entraba en el dormitorio y delirio de anemia, agravado de le erizaban.
Alicia pasó todo el otoño. No proseguía su mudo vaivén a lo tarde, pero que remitía siempre —¿Qué hay?—murmuró con la
obstante, había concluido por largo de la cama, mirando a su en las primeras horas. Durante voz ronca.
echar un velo sobre sus antiguos mujer cada vez que caminaba el día no avanzaba su —Pesa mucho —articuló la
sueños, y aún vivía dormida en en su dirección. enfermedad, pero cada mañana sirvienta, sin dejar de temblar.
la casa hostil, sin querer pensar Pronto Alicia comenzó a tener amanecía lívida, en síncope Jordán lo levantó; pesaba
en nada hasta que llegaba su alucinaciones, confusas y casi. Parecía que únicamente de extraordinariamente. Salieron
marido. flotantes al principio, y que noche se le fuera la vida en con él, y sobre la mesa del
No es raro que adelgazara. Tuvo descendieron luego a ras del nuevas alas de sangre. Tenía comedor Jordán cortó funda y
un ligero ataque de influenza suelo. La joven, con los ojos siempre al despertar la envoltura de un tajo. Las plumas
que se arrastró insidiosamente desmesuradamente abiertos, no sensación de estar desplomada superiores volaron, y la sirvienta
días y días; Alicia no se reponía hacía sino mirar la alfombra a en la cama con un millón de dio un grito de horror con toda la
nunca. Al fin una tarde pudo salir uno y otro lado del respaldo de kilos encima. Desde el tercer día boca abierta, llevándose las
al jardín apoyada en el brazo de la cama. Una noche se quedó de este hundimiento no la manos crispadas a los bandós:
él. Miraba indiferente a uno y repente mirando fijamente. Al abandonó más. Apenas podía —sobre el fondo, entre las
otro lado. De pronto Jordán, con rato abrió la boca para gritar, y mover la cabeza. No quiso que plumas, moviendo lentamente
honda ternura, le pasó la mano le tocaran la cama, ni aún que le las patas velludas, había un

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animal monstruoso, una bola trompa, mejor dicho— a las moverse, la succión fue condiciones proporciones
viviente y viscosa. Estaba tan sienes de aquélla, chupándole la vertiginosa. En cinco días, en enormes. La sangre humana
hinchado que apenas se le sangre. La picadura era casi cinco noches, había vaciado a parece serles particularmente
pronunciaba la boca. Noche a imperceptible. La remoción Alicia. favorable, y no es raro hallarlos
noche, desde que Alicia había diaria del almohadón había Estos parásitos de las aves, en los almohadones de pluma.
caído en cama, había aplicado impedido sin dada su desarrollo, diminutos en el medio habitual,
sigilosamente su boca —su pero desde que la joven no pudo llegan a adquirir en ciertas
La miel silvestre de Horacio Quiroga público cuidaba mucho de su calzado, alacranes, sapos, víboras y a cuanto ser
 TENGO EN EL Salto Oriental dos primos, evitándole arañazos y sucios contactos. no puede resistirles. No hay animal, por
hoy hombres ya, que a sus doce años, y a          De este modo llegó al obraje de su grande y fuerte que sea, que no haya de
consecuencia de profundas lecturas de padrino, y a la hora tuvo éste que ellas. Su entrada en una casa supone la
Julio Verne, dieron en la rica empresa de contener el desenfado de su ahijado. exterminación absoluta de todo ser
abandonar su casa para ir a vivir al monte.          —¿Adónde vas ahora? —le había viviente, pues no hay rincón ni agujero
Este queda a dos leguas de la ciudad. Allí preguntado sorprendido. profundo donde no se precipite el río
vivirían primitivamente de la caza y la          —Al monte; quiero recorrerlo un devorador. Los perros aúllan, los bueyes
pesca. Cierto es que los dos muchachos poco —repuso Benincasa, que acababa mugen y es forzoso abandonarles la casa,
no se habían acordado particularmente de de colgarse el winchester al hombro. a trueque de ser roídos en diez horas
llevar escopetas ni anzuelos; pero, de          —¡Pero infeliz! No vas a poder dar hasta el esqueleto.
todos modos, el bosque estaba allí, con un paso. Sigue la picada, si quieres... O          Permanecen en un lugar uno, dos,
su libertad como fuente de dicha y sus mejor deja esa arma y mañana te haré hasta cinco días, según su riqueza en
peligros como encanto. acompañar por un peón. insectos, carne o grasa. Una vez
         Desgraciadamente, al segundo día          Benincasa renunció a su paseo. No devorado todo, se van.
fueron hallados por quienes los buscaban. obstante, fue hasta la vera del bosque y          No resisten, sin embargo, a la
Estaban bastante atónitos todavía, no se detuvo. Intentó vagamente un paso creolina o droga similar; y como en el
poco débiles, y con gran asombro de sus adentro, y quedó quieto. Metióse las obraje abunda aquélla, antes de una hora
hermanos menores —iniciados también manos en los bolsillos y miró el chalet quedó libre de la corrección.
en Julio Verne— sabían andar aún en dos detenidamente aquella inextricable          Benincasa se observaba muy de
pies y recordaban el habla. maraña, silbando débilmente aires cerca, en los pies, la placa lívida de una
         La aventura de los dos robinsones, truncos. Después de observar de nuevo el mordedura.
sin embargo, fuera acaso más formal a bosque a uno y otro lado, retornó bastante          —¡Pican muy fuerte, realmente! —
haber tenido como teatro otro bosque desilusionado. dijo sorprendido, levantando la cabeza
menos dominguero. Las escapatorias          Al día siguiente, sin embargo, hacia su padrino.
llevan aquí en Misiones a límites recorrió la picada central por espacio de          Este, para quien la observación no
imprevistos, y a ello arrastró a Gabriel una legua, y aunque su fusil volvió tenía ya ningún valor, no respondió,
Benincasa el orgullo de sus stromboot. profundamente dormido, Benincasa no felicitándose, en cambio, de haber
         Benincasa, habiendo concluido sus deploró el paseo. Las fieras llegarían poco contenido a tiempo la invasión. Benincasa
estudios de contaduría pública, sintió a poco. reanudó el sueño, aunque sobresaltado
fulminante deseo de conocer la vida de la          Llegaron éstas a la segunda noche toda la noche por pesadillas tropicales.
selva. No fue arrastrado por su —aunque de un carácter un poco singular.          Al día siguiente se fue al monte, esta
temperamento, pues antes bien          Benincasa dormía profundamente, vez con un machete, pues había
Benincasa era un muchacho pacífico, cuando fue despertado por su padrino. concluido por comprender que tal utensilio
gordinflón y de cara rosada, en razón de          —¡Eh, dormilón! Levántate que te le sería en el monte mucho más útil que el
su excelente salud. En consecuencia, lo van a comer vivo. fusil. Cierto es que su pulso no era
suficiente cuerdo para preferir un té con          Benincasa se sentó bruscamente en maravilloso, y su acierto, mucho menos.
leche y pastelitos a quién sabe qué la cama, alucinado por la luz de los tres Pero de todos modos lograba trozar las
fortuita e infernal comida del bosque. Pero faroles de viento que se movían de un ramas, azotarse la cara y cortarse las
así como el soltero que fue siempre lado a otro en la pieza. Su padrino y dos botas; todo en uno.
juicioso cree de su deber, la víspera de peones regaban el piso.          El monte crepuscular y silencioso lo
sus bodas, despedirse de la vida libre con          —¿Qué hay, qué hay?—preguntó cansó pronto. Dábale la impresión —
una noche de orgía en componía de sus echándose al suelo. exacta por lo demás— de un escenario
amigos, de igual modo Benincasa quiso          —Nada... Cuidado con los pies... La visto de día. De la bullente vida tropical no
honrar su vida aceitada con dos o tres corrección. hay a esa hora más que el teatro helado;
choques de vida intensa. Y por este          Benincasa había sido ya enterado ni un animal, ni un pájaro, ni un ruido casi.
motivo remontaba el Paraná hasta un de las curiosas hormigas a que llamamos Benincasa volvía cuando un sordo
obraje, con sus famosos stromboot. corrección. Son pequeñas, negras, zumbido le llamó la atención. A diez
         Apenas salido de Corrientes había brillantes y marchan velozmente en ríos metros de él, en un tronco hueco,
calzado sus recias botas, pues los más o menos anchos. Son esencialmente diminutas abejas aureolaban la entrada
yacarés de la orilla calentaban ya el carnívoras. Avanzan devorando todo lo del agujero. Se acercó con cautela y vio
paisaje. Mas a pesar de ello el contador que encuentran a su paso: arañas, grillos, en el fondo de la abertura diez o doce
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bolas oscuras, del tamaño de un huevo. se había visto obligado a caer de nuevo          No es común que la miel silvestre
         —Esto es miel —se dijo el contador sobre el tronco. Sentía su cuerpo de tenga esas propiedades narcóticas o
público con íntima gula—. Deben de ser plomo, sobre todo las piernas, como si paralizantes, pero se la halla.
bolsitas de cera, llenas de miel... estuvieran inmensamente hinchadas. Y          Las flores con igual carácter
         Pero entre él —Benincasa— y las los pies y las manes le hormigueaban. abundan en el trópico, y ya el sabor de la
bolsitas estaban las abejas. Después de          —¡Es muy raro, muy raro, muy raro! miel denuncia en la mayoría de los casos
un momento de descanso, pensó en el —se repitió estúpidamente Benincasa, sin su condición; tal el dejo a resina de
fuego; levantaría una buena humareda. La escudriñar, sin embargo, el motivo de esa eucaliptus que creyó sentir Benincasa.
suerte quiso que mientras el ladrón rareza. Como si tuviera hormigas... La
acercaba cautelosamente la hojarasca corrección —concluyó.
húmeda, cuatro o cinco abejas se posaran          Y de pronto la respiración se le cortó
en su mano, sin picarlo. en seco, de espanto.
         Benincasa cogió una en seguida, y          —¡Debe ser la miel!... ¡Es
oprimiéndole el abdomen, constató que no venenosa!... ¡Estoy envenenado!
tenía aguijón. Su saliva, ya liviana, se          Y a un segundo esfuerzo para
clarifico en melífica abundancia. incorporarse, se le erizó el cabello de
¡Maravillosos y buenos animalitos! terror; no había podido ni aun moverse.
         En un instante el contador Ahora la sensación de plomo y el
desprendió las bolsitas de cera, y hormigueo subían hasta la cintura.
alejándose un buen trecho para escapar Durante un rato el horror de morir allí,
al pegajoso contacto de las abejas, se miserablemente solo, lejos de su madre y
sentó en un raigón. De las doce bolas, sus amigos, le cohibió todo medio de
siete contenían polen. defensa.
         Pero las restantes estaban llenas de          —¡Voy a morir ahora!... ¡De aquí a
miel, una miel oscura, de sombría un rato voy a morir!... no puedo mover la
transparencia, que Benincasa paladeó mano!...
golosamente. Sabía distintamente a algo.          En su pánico constató, sin embargo,
¿A qué? El contador no pudo precisarlo. que no tenía fiebre ni ardor de garganta, y
Acaso a resina de frutales o de eucaliptus. el corazón y pulmones conservaban su
Y por igual motivo, tenía la densa miel un ritmo normal. Su angustia cambió de
vago dejo áspero. ¡Mas qué perfume, en forma.
cambio!          —¡Estoy paralítico, es la parálisis! ¡Y
         Benincasa, una vez bien seguro de no me van a encontrar!...
que cinco bolsitas le serían útiles,          Pero una visible somnolencia
comenzó. Su idea era sencilla: tener comenzaba a apoderarse de él, dejándole
suspendido el panal goteante sobre su íntegras sus facultades, a lo por que el
boca. Pero como la miel era espesa, tuvo mareo se aceleraba. Creyó así notar que
que agrandar el agujero, después de el suelo oscilante se volvía negro y se
haber permanecido medio minuto con la agitaba vertiginosamente. Otra vez subió
boca inútilmente abierta. Entonces la miel a su memoria el recuerdo de la
asomó, adelgazándose en pesado hilo corrección, y en su pensamiento se fijó
hasta la lengua del contador. como una suprema angustia la posibilidad
         Uno tras otro, los cinco panales se de que eso negro que invadía el suelo...
vaciaron así dentro de la boca de          Tuvo aún fuerzas para arrancarse a
Benincasa. Fue inútil que éste prolongara ese último espanto, y de pronto lanzó un
la suspensión, y mucho más que repasara grito, un verdadero alarido, en que la voz
los globos exhaustos; tuvo que del hombre recobra la tonalidad del niño
resignarse. aterrado: por sus piernas trepaba un
         Entre tanto, la sostenida posición de precipitado río de hormigas negras.
la cabeza en alto lo había mareado un Alrededor de él la corrección devoradora
poco. Pesado de miel, quieto y los ojos oscurecía el suelo, y el contador sintió,
bien abiertos, Benincasa consideró de por bajo del calzoncillo, el río de hormigas
nuevo el monte crepuscular. Los árboles y carnívoras que subían.
el suelo tomaban posturas por demás          Su padrino halló por fin, dos días
oblicuas, y su cabeza acompañaba el después, y sin la menor partícula de
vaivén del paisaje. carne, el esqueleto cubierto de ropa de
         —Qué curioso mareo... —pensó el Benincasa. La corrección que merodeaba
contador. Y lo peor es... aún por allí, y las bolsitas de cera, lo
         Al levantarse e intentar dar un paso, iluminaron suficientemente.
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