Fin de Curso

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recomendable que nosotras siguiéramos en contacto con una chica

Fin de curso de Mariana Enríquez “desequilibrada”. Pero lo arreglaron de alguna manera. Faltaba poco para que se
terminara el año: para que termináramos la secundaria. Los padres de Marcela
Nunca le habíamos prestado demasiado atención porque era una de esas chicas aseguraron que ella estaría bien, que ya tomaba medicación, que estaba contenida.
que hablan poco, que no parecen demasiado inteligentes ni demasiado tontas, y Los otros padres les creyeron. Los míos apenas prestaron atención: lo único que
que tienen ese tipo de caras olvidables, esas caras que, aunque una las vea todos les importaba eran mis notas, y yo seguía siendo la mejor alumna, como cada año.
los días en el mismo lugar, es posible que no las reconozca en un ámbito distinto y,
Marcela estuvo bien durante un tiempo. Volvió con los dedos vendados, al principio
mucho menos, pueda ponerles un nombre. Lo único que la diferenciaba era que se
con gasa blanca, después con curitas. No parecía recordar el episodio de las uñas
vestía mal, feo, pero no solamente eso: la ropa que usaba parecía elegida para
arrancadas. No se hizo amiga de las chicas que se le acercaron. En el baño, las
ocultar su cuerpo. Dos o tres talles más grandes, camisas cerradas hasta el último
pocas que querían ser amigas de Marcela nos contaban que no se podía, que ella
botón, pantalones que no dejaban adivinar sus formas. Sólo la ropa hacía que nos
no hablaba, que las escuchaba, pero nunca respondía, y se las quedaba mirando
fijáramos en ella, apenas para comentar su mal gusto o dictaminar que se vestía
tan fijo que, al final, también les dio miedo.
como una vieja. Se llamaba Marcela. Podía haberse llamado Mónica, Laura, María
José, Patricia, cualquiera de esos nombres olvidables, intercambiables, que suelen Fue en el baño, justamente, donde todo empezó de verdad. Marcela estaba
tener las chicas en las que nadie se fija. Era mala alumna, pero rara vez recibía la mirándose fijamente al espejo, en la única parte donde realmente podía hacerlo,
desaprobación de los profesores. Faltaba mucho, pero nadie comentaba su porque el resto estaba descascarado, sucio, o tenía declaraciones de amor
ausencia. No sabíamos si tenía plata, de qué trabajaban los padres, en qué barrio imbéciles, o insultos de alguna pelea entre dos chicas rabiosas escritas con fibra o
vivía. lápiz labial. Yo estaba con mi amiga Agustina: tratábamos de resolver una discusión
que habíamos tenido más temprano. Parecía una discusión importante. Hasta que
No nos importaba.
Marcela sacó de algún lado (el bolsillo, probablemente), una gillete. Con rapidez
Hasta que, en la clase de Historia, alguien dio un pequeño grito asqueado ¿Fue exacta se cortó un prolijo tajo en la mejilla. La sangre tardó en brotar, pero cuando
Guada? Parecía la voz de Guada, que además se sentaba cerca. Mientras la lo hizo fue casi a chorros, y le empapó el cuello y la camisa abotonada, como de
profesora explicaba la batalla de Caseros, Marcela se arrancó las uñas de la mano monja, o de prolijo varón.
izquierda. Con los dientes. Como si fueran uñas postizas. Los dedos sangraban
Ninguna de las dos hizo nada. Marcela se seguía mirando al espejo, estudiando la
pero ella no demostraba ningún dolor. Algunas chicas vomitaron. La de Historia
herida, sin un gesto de dolor. Eso fue lo que más me impresionó: no le había dolido,
llamó a la preceptora, que se llevó a Marcela; faltó durante una semana, y nadie
estaba claro, ni siquiera había fruncido el ceño, o cerrado los ojos. Recién
nos explicó nada. Cuando Marcela volvió, había pasado de chica ignorada a chica
reaccionamos cuando una chica que estaba haciendo pis abrió la puerta y dio un
famosa. Algunas le tenían miedo, otras querían hacerse amigas. Lo que había
pequeño grito y trató de detener la sangre con un pañuelo. Mi amiga parecía a punto
hecho era lo más extraño que nosotras hubiéramos visto. Algunos padres querían
de llorar. Yo miraba y me temblaban las rodillas: la sonrisa de Marcela, que seguía
llamar a una reunión, para tratar el caso, porque no estaban seguros de que fuera
mirándose mientras se apretaba la cara con el pañuelo, era hermosa. Su cara era
hermosa. Le ofrecí a Marcela acompañarla hasta su casa, o hasta una salita para La encontramos en el baño otra vez, que estaba vacío. Gritaba y lloraba como en
que la cosieran o algo. Ella pareció reaccionar y dijo que no con la cabeza, que se un berrinche infantil. La venda se le había caído y pudimos ver los puntos de la
tomaba un taxi. Le preguntamos si tenía plata. Dijo que sí y volvió a sonreír. Una herida. Señalaba uno de los inodoros y gritaba “andate dejame andate basta”. Había
sonrisa que podía enamorar a cualquiera. Durante una semana faltó otra vez. La algo en el ambiente, demasiada luz y el aire apestaba más de lo habitual a sangre,
escuela entera sabía del incidente: no se hablaba de otra cosa. Cuando volvió, pis y desinfectante. Yo le hablé.
todos trataban de no mirar la venda que le cubría mitad de la cara, y nadie lo
–¿Qué pasa, Marcela?
conseguía.
–¿No lo ves?
Ahora yo trataba de sentarme cerca de ella en las clases. Lo único que quería era
que me hablara, que me explicara. Quería visitarla en su casa. Quería saber todo. –¿A quién?
Alguien me había dicho que se hablaba de internarla. Me imaginaba el hospital con
–A él. ¡A él! ¡Ahí en el inodoro! ¿No lo ves?
una fuente en el patio, no me imaginaba un instituto para enfermos mentales sórdido
y sucio y triste, me imaginaba una hermosa clínica llena de mujeres con la mirada Me miraba ansiosa y asustada, pero no confundida: estaba viendo algo. Pero no
perdida. Sentada a su lado vi, como todos los demás pero de cerca, lo que le estaba había nada sobre el inodoro, salvo la tapa destartalada y la cadena, que estaba
pasando. Todas lo veíamos, asustadas, maravilladas. Empezó con sus temblores, demasiado quieta, anormalmente quieta.
que no eran tanto temblores como sobresaltos. Sacudía las manos en el aire como
–No, no veo nada, no hay nada –le dije.
si espantara algo invisible, o como si intentara que algo no la golpeara. Más
adelante empezó a taparse los ojos mientras decía que no con la cabeza. Los Desconcertada por un momento, me agarró del brazo. Nunca antes me había

profesores lo veían pero trataban de ignorarlo. Nosotras también. Era fascinante. tocado. Miré su mano: todavía no le habían crecido las uñas, o a lo mejor se comía

Ella se derrumbaba en público sin pudores y a nosotras nos daba vergüenza. lo poco que crecía. Se veían sólo las cutículas, ensangrentadas.

Empezó a arrancarse el pelo poco después, el de la parte de delante de la cabeza. –¿No? ¿No? –y mirando el inodoro otra vez–, sí que está. Está ahí. Hablale decile

Se iban formando mechones enteros, de a poco, sobre su banco, montoncitos de algo.

pelo lacio y rubio. A la semana empezó a adivinarse el cuero cabelludo, rosado y Tuve miedo de que la cadena empezara a balancearse, pero seguía quieta. Marcela
brillante. Yo estaba sentada a su lado el día que salió corriendo de una clase. Todos parecía escuchar, mirando atentamente el inodoro. Noté que casi no le quedaban
la miraron irse pero yo por algún motivo la seguí. Al rato noté que detrás mío venía pestañas, tampoco. Se las había estado arrancando. Pronto empezaría con las
mi amiga Agustina y la que la había auxiliado en el baño la otra vez, que a esta cejas, imaginé.
altura sabíamos que se llamaba Tere, y era del otro quinto. A lo mejor nos sentíamos
–¿No lo escuchás?
responsables. Creo que en realidad queríamos ver qué iba a hacer, cómo iba a
terminar todo esto. –No.

–¡Pero te dijo algo!


–Qué dijo, contame. porque se la veía muy distinta, con una gorra de lana que le cubría la cabeza seguro
ya casi pelada, un jean y un pullover de tamaño normal. Salvo por las pestañas,
En este punto, Agustina se metió en la conversación diciéndome que dejara en paz
que no habían crecido, parecía una chica sana, común.
a Marcela, preguntándome si estaba loca, no ves que no hay nada, no le sigas el
juego, me da miedo llamemos a alguien. Fue interrumpida por Marcela, que le aulló No me invitó a pasar. Salió, cerró la puerta y quedamos las dos en la calle. Hacía
CALLATE, PUTA DE MIERDA. Tere, que era bastante cheta, murmuró que eso era frío; ella se abrazaba el cuerpo con los brazos, a mí me ardían las orejas.
too much y se fue a buscar al alguien. Yo traté de controlar la situación.
–No tendrías que haber venido – dijo.
–No les des bola a estas taradas, Marcela, ¿qué dice?
–Quiero saber.
–Que no se va a ir. Que es de verdad. Que me va a seguir obligando a hacer cosas.
–¿Qué querés saber? No vuelvo más a la escuela, se terminó, olvidate de todo.
Que no le puedo decir que no.
–Quiero saber qué te obliga a hacer él.
–¿Cómo es?
Marcela me miró y olfateó el aire a mi alrededor. Después desvió los ojos hacia la
–Es un hombre, pero tiene un vestido de comunión. Tiene los brazos para atrás.
ventana. Las cortinas se habían movido apenas. Volvió a entrar a su casa, y antes
Siempre se ríe. Parece chino pero es enano. Tiene el pelo engominado. Y me obliga.
de cerrar de un portazo, dijo:
–¿Te obliga a qué?
–Ya te vas a enterar. Él mismo te lo va contar algún día. Te lo va a pedir, creo.
Cuando Tere llegó con una profesora a la que había convencido de que entrara al Pronto.
baño (después nos dijo que en la puerta se habían juntado como diez chicas,
A la vuelta, sentada en el colectivo, sentí cómo palpitaba la herida que me había
escuchaban todo haciéndose shhh entre ellas), Marcela estaba a punto de
hecho en el muslo con una trincheta, bajo las sábanas, la noche anterior. No dolía.
mostrarnos qué la obligaba a hacer el engominado. Pero la aparición de la profesora
Me masajeé la pierna con suavidad, pero con la suficiente fuerza para que la sangre,
la confundió. Se sentó en el piso, con los ojos sin pestañas que no parpadeaban
al brotar, dibujara un fino trazo húmedo sobre mis jeans celestes.
mientras decía que no.

Marcela nunca volvió a la escuela.

Yo decidí visitarla. No fue difícil conseguir su dirección. Aunque su casa quedaba


en un barrio al que nunca había ido, me resultó fácil llegar. Toqué el timbre
temblando: en el colectivo había preparado la explicación de mi visita que iba a
darle a sus padres, pero ahora me parecía estúpida, ridícula, forzada.

Me quedé muda cuando Marcela abrió la puerta, no solamente por la sorpresa de


que ella atendiera el timbre –la había imaginado en cama, drogada– sino también

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