Octavo Día Reflexión

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Octavo día del novenario, martes 4 de agosto

Bajo el impulso creativo del Espíritu, superamos la normalidad viciosa y rutinaria.


Sueño con comunidades cristianas capaces de entregarse y de encarnarse en la nueva realidad.

REFLEXIÓN.
“Amazonia: nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral” es el sugerente título que tiene el
documento emanado del sínodo sobre la Amazonia, llevado a cabo en Roma en octubre pasado. Inspirado en
él, el Papa redactó la Exhortación Querida Amazonia, dedicando la cuarta, última y más densa parte a meditar
en los nuevos caminos para la Iglesia, en lo que llama el Sueño Eclesial. El Papa anhela comunidades cristianas
capaces de entregarse y de encarnarse en las nuevas realidades. A partir de la profundización en la experiencia
de la inculturación, señala que todo lo que la Iglesia ofrece debe encarnarse de modo original en cada lugar
del mundo, de manera que la Esposa de Cristo adquiera multiformes rostros que manifiesten mejor la
inagotable riqueza de la gracia. La predicación debe encarnarse, la espiritualidad debe encarnarse, las
estructuras de la Iglesia deben encarnarse (QA 6). No hay duda de que detrás del sueño eclesial de Querida
Amazonia está la eclesiología misionera de la Exhortación Evangelii Gaudium, sobre el anuncio del Evangelio
en el mundo actual. El Papa invita a toda la Iglesia a vivir una nueva etapa evangelizadora marcada por la
alegría del encuentro con Cristo e indica caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años. El Papa
pide una Iglesia en actitud de salida, que viva una permanente conversión pastoral y una profunda renovación
eclesial. En estos últimos meses, marcados por la crisis sanitaria del coronavirus, el Santo Padre nos ha
recordado que la humanidad no puede seguir con el mismo estilo de vida, que es necesario salir de nuestra
zona de confort y aventurarnos por nuevos caminos. Esto no es privativo de los grupos sociales y culturales,
sino que se vuelve una exigencia imperante para la Iglesia. Es por ello que el Papa ha seguido animando a la
Iglesia a renovar su vocación misionera y a encarnarse en la nueva realidad de manera creativa e innovadora,
para hacer posible la inculturación del Evangelio en el mundo y en la cultura de hoy.

1. Sueño con comunidades cristianas capaces de entregarse y de encarnarse en la nueva realidad. “Qué
hermoso es ver correr sobre los montes al mensajero que anuncia la paz, que trae buenas noticias, que
anuncia la salvación” (Is 52,7). La Iglesia está llamada a caminar con todos los pueblos de la tierra,
revitalizando siempre su identidad misionera; por lo tanto, necesita crecer en la cultura del encuentro. Para
que sea posible esta encarnación de la Iglesia y del Evangelio, debe resonar, una y otra vez, el gran anuncio
misionero. La auténtica opción por los más pobres y olvidados, al mismo tiempo que nos mueve a liberarlos de
la miseria material y a defender sus derechos, implica proponerles la amistad con el Señor que los promueve y
dignifica. Todos tienen derecho al anuncio del Evangelio, sobre todo a ese primer anuncio que se
llama kerygma y que es el anuncio principal, ese que siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y
ese que siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra. Es el anuncio de un Dios que ama
infinitamente a cada ser humano, que ha manifestado plenamente ese amor en Cristo crucificado por
nosotros y resucitado en nuestras vidas. El kerygma y el amor fraterno conforman la gran síntesis de todo el
contenido del Evangelio que no puede dejar de ser propuesta (QA 63-65).
La Iglesia, al mismo tiempo que anuncia una y otra vez el kerygma, reconfigura su propia identidad en escucha
y diálogo con las personas, realidades e historias de su territorio. Una fe que no se haga cultura es una fe no
plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida. La Iglesia vive un camino receptivo, que la
enriquece con lo que el Espíritu ya había sembrado misteriosamente en esa cultura. De ese modo, el Espíritu
Santo embellece a la Iglesia, mostrándole nuevos aspectos de la Revelación y regalándole un nuevo rostro.
Para lograr una renovada inculturación del Evangelio en la Amazonia, la Iglesia necesita escuchar su sabiduría
ancestral, volver a dar voz a los mayores, reconocer los valores presentes en el estilo de vida de las
comunidades rurales y de los pueblos indígenas, quienes expresan la auténtica calidad de vida como un “buen
vivir” que implica una armonía personal, familiar, comunitaria y cósmica, y que se expresa en su modo
comunitario de pensar la existencia, en la capacidad de encontrar gozo y plenitud en medio de una vida
austera y sencilla, así como en el cuidado responsable de la naturaleza que preserva los recursos para las
siguientes generaciones. Ellos saben ser felices con poco, disfrutan los pequeños dones de Dios sin acumular
tantas cosas, no destruyen sin necesidad, cuidan los ecosistemas y reconocen que la tierra, al mismo tiempo
que se ofrece para sostener su vida, como una fuente generosa, tiene un sentido materno que despierta
respetuosa ternura. Los habitantes de las ciudades necesitan valorar esta sabiduría y dejarse reeducar frente
al consumismo ansioso y al aislamiento urbano (Cf. QA 66-70).
Esta inculturación, dada la situación de pobreza y abandono de tantos habitantes de nuestro continente,
necesariamente tendrá que tener un perfume marcadamente social y caracterizarse por una firme defensa de
los derechos humanos, haciendo brillar ese rostro de Cristo que ha querido identificarse con ternura especial
con los más débiles y pobres. Ya que hay una íntima conexión entre evangelización y promoción humana, y
esto implica para las comunidades cristianas un claro compromiso con el Reino de justicia en la promoción de
los descartados. Para ello es sumamente importante una adecuada formación de los agentes pastorales en la
Doctrina Social de la Iglesia. La inculturación del Evangelio debe integrar mejor lo social con lo espiritual, para
que así brille la verdadera hermosura del Evangelio, que es plenamente humanizadora, que dignifica
íntegramente a las personas y a los pueblos, que colma el corazón y la vida entera. La alegría del Evangelio
vivida en nuestros pueblos desde sus raíces culturales y desde la religiosidad popular promueve rasgos muy
peculiares de santidad: una Santidad hecha de encuentro y de entrega, de contemplación y de servicio, de
soledad receptiva y de vida común, de alegre sobriedad y de lucha por la justicia. (QA 75-79).
La inculturación también debe desarrollarse y reflejarse en una forma encarnada de llevar adelante la
organización eclesial y una nueva ministerialidad. Si se incultura la espiritualidad, si se incultura la santidad, si
se incultura el Evangelio mismo, para que así se pueda inculturar la espiritualidad, la santidad y el Evangelio
mismo. No se trata sólo de facilitar una mayor presencia de ministros ordenados, sino de provocar una nueva
vida en las comunidades. Necesitamos promover el encuentro con la Palabra y la maduración en la santidad a
través de variados servicios laicales, que suponen un proceso de preparación —bíblica, doctrinal, espiritual y
práctica— y diversos caminos de formación permanente. Una Iglesia viva requiere la presencia estable de
líderes laicos maduros y dotados de autoridad, que conozcan las lenguas, las culturas, la experiencia espiritual
y el modo de vivir en comunidad de cada lugar, al mismo tiempo que dejan espacio a la multiplicidad de dones
que el Espíritu Santo siembra en todos. Ello supone en la Iglesia una capacidad para dar lugar a la audacia del
Espíritu, para confiar y concretamente para permitir el desarrollo de una cultura eclesial
propia, marcadamente laical, en donde se respete y se promueva decididamente la fuerza y el don de las
mujeres. Las mujeres deberían poder acceder a funciones e incluso a servicios eclesiales que permitan
expresar mejor su lugar propio, en los que tengan estabilidad y reconocimiento público. Ellas han de tener una
incidencia real y efectiva en la organización, en las decisiones más importantes y en la guía de las comunidades
(Cf. QA 85-103).

2. Enviados bajo el impulso creativo del Espíritu, para superar la normalidad viciosa y rutinaria. “Estos son
los milagros que acompañarán a los que hayan creído: arrojarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas
nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará daño; impondrán las manos
a los enfermos y estos quedarán sanos” (Mc 16, 17-18). Con la exhortación Evangelii Gaudium, el Papa busca
alentar y orientar a toda la Iglesia para que vivamos una nueva etapa evangelizadora, llena de fervor y
dinamismo. Para la cual será necesario asumir la eclesiología de una “Iglesia en salida”. En la Palabra de Dios
aparece permanentemente este dinamismo de “salida” que Dios quiere provocar en los creyentes. Hoy, en
este “vayan” de Jesús, están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión
evangelizadora de la Iglesia, y todos somos llamados a esta nueva “salida” misionera. Cada cristiano y cada
comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este
llamado: salir de la propia comodidad y atrevernos a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del
Evangelio. La alegría del Evangelio que llena la vida de la comunidad de los discípulos es una alegría misionera,
que siempre tiene la dinámica del éxodo y del don, del salir de sí, del caminar y sembrar siempre de nuevo,
siempre más allá. La Palabra tiene en sí una potencialidad que no podemos predecir. La Iglesia debe aceptar
esa libertad inaferrable de la Palabra, que es eficaz a su manera, y de formas muy diversas que suelen superar
nuestras previsiones y romper nuestros esquemas. Fiel al modelo del Maestro, es vital que hoy la Iglesia salga
a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras y sin miedo (Cf. EG
20-23).
La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que
acompañan, que fructifican y festejan. “Primerear” es tomar la iniciativa, es adelantarse sin miedo, salir al
encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. “Involucrarse”
como Jesús, que lavó los pies a sus discípulos, involucrándose con ellos, achicando distancias, asumiendo la
vida humana y tocando la vida del pueblo. “Acompañar” a la humanidad en todos sus procesos, por más duros
y prolongados que sean. Saber esperar y tener paciencia. “Fructificar”, ser fecundos, cuidar el trigo y no perder
la paz por la cizaña; es encontrar la manera de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos
de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados. “Festejar” y celebra cada pequeña
victoria, cada paso adelante en la evangelización, renovando siempre el impulso misionero.
La nueva evangelización sólo será posible con una permanente actitud de “conversión pastoral” y de
“renovación eclesial”. Nos dice el Papa: “espero que todas las comunidades procuren poner los medios
necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas
como están. Ya no nos sirve una simple administración. Constituyámonos en todas las regiones de la tierra en
un estado permanente de misión” (EG 25). Hay estructuras eclesiales que pueden llegar a condicionar un
dinamismo evangelizador; igualmente las buenas estructuras sirven cuando hay una vida que las anima, las
sostiene y las juzga. Sin vida nueva y auténtico espíritu evangélico, sin fidelidad de la Iglesia a la propia
vocación, cualquier estructura nueva se corrompe en poco tiempo.
Sobre la “renovación eclesial” nos dice el Papa: “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo
todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un
cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación. La reforma de
estructuras que exige la conversión pastoral solo puede entenderse en este sentido: procurar que todas ellas
se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que
coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos
aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad” (EG 27).
Nos exhorta fuertemente el Papa: “Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo… Prefiero una
Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la
comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que
termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos… Más que el temor a equivocarnos,
espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las
normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras
afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: “¡Dadles vosotros de comer!” (EG 49).

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