Hombres de Dios
Hombres de Dios
Hombres de Dios
Cerca de la aldea de New York Mills, había una fábrica de tejidos en el siglo 19. Cierta mañana
dos operarios conversaban sobre el culto de la noche pasada. Un joven alto y atlético entró en la
fábrica. Al verlo los operarios tenían gran dificultad para trabajar. Al pasar el predicador cerca de
unas muchachas que trabajaban en la fábrica una de ellas cayó al suelo llorando con una fuerte
convicción. En unos minutos el avivamiento estaba en toda la fábrica.
Este es uno de los episodios de la vida de Carlos Finney. Quien impulsó grandes avivamientos por
toda la Unión Americana.
Finney nació en una familia que no conocía la fe. Era abogado. Entre los libros que tenía se
encontraba una Biblia que compró debido a que hallaba muchas citas de ésta en los libros de
jurisprudencia. De ahí nació su interés en el culto de los creyentes.
En su autobiografía dice que empezó a asistir a los cultos de los creyentes y quedó sorprendido
porque semana tras semana los creyentes oraban por lo mismo y testificaban que sus oraciones no
habían sido escuchadas. Encontró en la Biblia la necesidad de pedir con fe y esto le hizo confirmar
que la Biblia era verdadera y que los creyentes no recibían lo que pedían porque no tenían fe.
Cuenta Finney en su autobiografía que un domingo de 1821 resolvió arreglar su situación con
Dios. Había decidido encontrar la salvación de su alma. Quiso orar en su oficina pero no pudo a
pesar de haber tapado el agujero de la cerradura. En esos últimos días se avergonzaba de que
alguien lo encontrara leyendo la Biblia a pesar de que antes no era así.
Pasaron el Lunes y Martes sin que pudiera orar y su corazón lo quemaba con una necesidad tan
grande y apremiante que se empezó a sentirse desesperado. El miércoles mientras iba a su oficina
le fue revelado que Cristo había hecho todo el sacrificio por él y dijo en su interior -Lo aceptaré
hoy o me esforzaré hasta morir-. Se dirigió al bosque para orar y prometió -Entregaré a Dios hoy
mi corazón o no saldré de aquí-. Sin embargo no pudo orar. Estaba tan desesperado que sintió que
su corazón estaba muerto y Dios lo había abandonado. Sentía el peso de sus pecados tan infinito
que empezó a desfallecer. Cuando intentaba orar se detenía pensando que alguien pudiera estar
cerca y oírlo.
De repente le fue revelado que era su orgullo lo que lo detenía y gritó -¡Vaya! Un vil pecador
como yo se avergüenza de que otro pecador como yo me encuentre de rodillas reconciliándome
con mi Dios-. Fue cuando empezó a orar sin saber cuánto tiempo y le prometió a Dios que si se
convertía iba a predicar el Evangelio.
Al regresar sentía una paz tan grande que perdió el apetito. En su oficina tocó un himno en el
contrabajo como de costumbre y dice -mi corazón parecía derretirse, y solo podía llorar…-
Después de esto le pareció ver al Señor Jesucristo y no pudo dejar de llorar en voz alta.
Finalmente fue bautizado con el Espíritu Santo. Finney comentó que sintió como ondas eléctricas
que lo pasaban de un lado a otro, como si fuera amor líquido. Dijo -¡Moriré si estas ondas
continúan pasando sobre mí! ¡Señor no soporto más!-
En la noche el director del coro de la iglesia lo encontró en ese estado de llanto y gritos, y fue a
llamar a un anciano de la iglesia y un joven. El joven al ver lo que sucedía cayó de rodillas
angustiado y clamando -¡Oren por mí!-.
Poco tiempo después fue a visitar a sus padres. Su padre lo recibió en la puerta y le dijo -¿Cómo
estás Carlos?- y Finney le respondió -Bien, padre mío, tanto de cuerpo como de alma. Pero, papá,
tú ya estás entrado en años; todos tus hijos ya son adultos y están casados; sin embargo, nunca oí a
nadie orar en tu casa- su padre bajó la cabeza y comenzó a llorar diciendo -Es verdad, Carlos;
entra y ora tú mismo. Desde ese tiempo empezó un gran avivamiento que se extendió por los
Estados Unidos de Norteamérica.
De 1851 a 1866 fue director del colegio de Oberlin. Escribió libros entre los cuales los más
conocidos son: "Autobiografía", "Discursos a los creyentes" y "Teología sistemática".
El domingo 16 de Agosto de 1875 predicó su último sermón. No asistió al culto de la noche, sin
embargo al escuchar cantar a los creyentes "Jesús, amante de mi alma, déjame volar a tu regazo",
salió de su casa y cantó con ellos. A media noche se despertó sintiendo dolores punzantes en el
pecho. Al amanecer, se durmió en la tierra, para despertar en la gloria de los cielos, trece días antes
de cumplir los 83 años.
John Wesley
Nació en la rectoría de Epworth, Lincolnshire, el 17 de junio de 1703, decimoquinto hijo del
clérigo Samuel Wesley y su madre Susana, quienes tuvieron diecinueve hijos. A la edad de 5 años
escapa de un incendio que se produce en casa de padre y en donde de igual forma Hetty su
hermana se salva de morir quemada al caer escombros de llamas sobre su cama. En una de sus
publicaciones posteriores del propio John, aparece el relato al pie del mismo se aprecia la
ilustración de una casa ardiendo y junto a ella la siguiente inscripción: "No es éste un tizón
arrebatado del incendio" Zacarías 3:2. Desde muy pequeño en el hogar se Samuel Wesley y su
esposa, aprendieron el valor que tiene la observación fiel de los cultos.Después del espectacular
salvamento de Juan del incendio, su madre, profundamente convencida de que Dios tenía grandes
planes para su hijo, resolvió firmemente educarlo para servir y ser útil en la obra de Cristo. La
familia del pastor Samuel Wesley era muy pobre, pero mediante la influencia del Duque de
Duckingham, consiguieron un lugar para Juan en la escuela de Londres.
En el barco a Savannah, Georgia, conoció a unos alemanes de Moravia cuya sencilla devoción
evangélica le impresionó. Durante su estancia en Georgia siguió tratándolos y tradujo algunos de
sus himnos al inglés. Excepto por esta relación, su experiencia americana fue un fracaso. Su ritmo
de vida era levantarse a las cuatro de la mañana y se acostaba después de las nueve. Las tres
primeras horas del día las dedicaba a la oración y al estudio de las Escrituras. En 1738 volvió a
Inglaterra y el 24 de mayo, mientras esperaba un encuentro con los moravos en la calle Aldersgate,
en Londres, experimentó un despertar religioso que le convenció de que cualquier persona podía
alcanzar la salvación sólo con tener fe en Jesucristo.En marzo de 1739, George Whitefield,
entonces famoso predicador en Bristol, lo llamó para que unieran sus esfuerzos. A pesar de su
rechazo inicial a predicar fuera de las iglesias, la entusiasta reacción de la audiencia tras el sermón
que pronunció el 2 de abril al aire libre lo convenció de que era la forma más efectiva de llegar a
las masas. En cualquier caso, pocos púlpitos estarían abiertos para él, pues la Iglesia anglicana no
aprobaba el evangelismo.
En 1751, a los 48 años, se casó con Mary Vazeille, una viuda con cuatro hijos, pero el matrimonio
fue un fracaso y ella lo abandonó. Wesley no tuvo descendencia.Organizador y predicador
infatigable, viajó cerca de 8.000 kilómetros al año pronunciando cuatro o cinco sermones al día
sin dejar de fundar nuevas congregaciones. En 1740 se separó de los moravos por desacuerdos
doctrinales y rechazó la doctrina calvinista de la predestinación, rompiendo así con Whitefield.
También se deshizo de muchos principios de la Iglesia anglicana, como el de la sucesión
apostólica (el mantenimiento de una misma línea de sucesión episcopal iniciada con san Pedro), y,
aunque nunca expresó intención alguna de establecer el movimiento como una nueva iglesia, sus
actividades hicieron inevitable la separación.
En 1784 publicó una declaración en la que se establecían las normas y las reglas que debían servir
de guía a las congregaciones metodistas y encargó a su ayudante, Thomas Coke, un clérigo
anglicano, la organización metodista en Estados Unidos, otorgándole poderes para administrar los
sacramentos. Aunque la separación con la Iglesia anglicana no se produjo hasta después de su
muerte, estas ordenaciones implicaban un paso decisivo hacia la ruptura.Wesley se preocupó por
el bienestar intelectual, económico y físico de las masas. También escribió sobre diversos temas
históricos y religiosos y vendió sus libros muy baratos para que hasta los pobres pudieran
comprarlos, contribuyendo así a fomentar los hábitos de lectura del público en general. Además de
fundar dispensarios médicos, ayudó a los que tenían deudas y a los que querían establecer un
negocio. Se opuso a la esclavitud y se interesó por diversos movimientos de reforma social. Su
influencia en el pueblo inglés fue tal que se cree que el metodismo evitó una revolución en
Inglaterra en el siglo XIX. Wesley reunió 23 colecciones de himnos, editó una revista mensual,
tradujo obras del griego, latín y hebreo, y editó con el título de El modelo cristiano, el famoso
devocionario medieval De Imitatione Christi (La imitación de Cristo), atribuido al eclesiástico
alemán Tomás de Kempis.
George Whitefield
Nació en Gloucester en el año de 1714 en una taberna de bebidas alcohólicas y antes de cumplir 3
años su padre falleció. Su madre se casó nuevamente. En la pensión de su madre él hacia la
limpieza de los cuartos, lavaba la ropa y vendía bebidas en el bar. Por extraño que parezca, a
pesar de no ser aún salvo, Jorge se interesaba grandemente en la lectura de las Escrituras, leyendo
la Biblia hasta altas horas de la noche y preparando sermones. En la Escuela se le conocía como
orador, su elocuencia era natural y espontánea. Estudió en Pembroke College, Universidad de
Oxford, donde se costeó sus propios estudios, sirviendo como mesero en un hotel. Durante sus
días de estudiante universitario conoció a John y Charles Wesley e ingresó en el Holy Club cuyos
miembros eran metodistas. En 1736 fue ordenado diácono de la Iglesia anglicana y dos años
después acompañó como misionero a los hermanos Wesley a Savannah, Georgia, en Estados
Unidos. Al poco tiempo volvió a Inglaterra y se ordenó sacerdote, pero le fueron vedados muchos
púlpitos de la Iglesia anglicana por su forma poco convencional de predicar y dirigir los oficios.
Comenzó entonces su predicación al aire libre y atrajo con su elocuencia enormes muchedumbres.
En 1739 volvió a América y participó con el clérigo congregacionalista estadounidense Jonathan
Edwards en la fundación del movimiento evangelista que más tarde pasó a llamarse Gran
Despertar.
La extraordinaria influencia que ejerció durante su vida es atribuible sobre todo a su habilidad
oratoria. Sus obras reunidas se publicaron después de su muerte (7 volúmenes, 1771-1772). Se le
considera como un gran predicador inglés y merecedor del título de príncipe de los predicadores al
aire libre donde predicó un promedio de diez veces por semana durante un período de treinta y
cuatro años, la mayoría de las veces bajo el techo construido por Dios que es el cielo y fundador
de los metodistas calvinistas.
Después del sermón que predicó en Exeter, fue a Newburyport para pasar la noche en la casa del
pastor. A las dos de la mañana se despertó, le faltaba la respiración y le dijo a su compañero sus
últimas palabras que pronunció en la tierra: "Me estoy muriendo".
Muere en el año de 1770 y en su entierro, las campanas de las Iglesias en Newburyport doblaron y
las banderas quedaron a media asta. Ministros de todas partes vinieron a sus funerales y millares
de personas no consiguieron acercarse a la puerta de la Iglesia debido a la inmensa multitud.
Cumpliendo su petición fue enterrado bajo el púlpito de la Iglesia.
En 1474 ingresó en la orden de los dominicos, en Bolonia. Después de pasar 7 años en Bolonia,
Fray Jerónimo fue para el convento de San Marcos, en Florencia en donde vio con desilusión que
el pueblo florentino era tan depravado como cualquier otro lugar.Hizo su primera aparición como
predicador en 1482, en el priorato de San Marcos, la casa dominica de Florencia. Sus sermones se
centraron cada vez más sobre el pecado de la sociedad, y atacó de forma abierta la corrupción y a
los partidarios aristocráticos de los Medici.En 1493 el papa Alejandro VI, que le nombró su primer
vicario general, aprobó su propuesta de reformar la orden dominica en Toscana. Entonces sus
sermones se hicieron políticos. En uno de sus discursos, señaló con claridad la próxima llegada de
los franceses dirigidos por el rey Carlos VIII. Cuando esta predicción se cumplió con la aparición
de las fuerzas francesas invasoras en 1494, ayudó a recibir a Carlos en Florencia. Cuando los
franceses abandonaron la ciudad, se había creado una república de la que fueron excluidos los
Medici, y él se convirtió, aunque sin funciones políticas, en su guía y espíritu animador.Ni siquiera
el papa Alejandro VI se vio libre de sus denuncias. Éstas, junto con la atribución de un don
sobrenatural de profecía y su interpretación extravagante de las Sagradas Escrituras, disgustaron a
Roma; y en 1495 fue acusado de herejía. Al no presentarse en Roma, se le prohibió predicar, y se
revocó el expediente mediante el cual la rama florentina de su orden (dominica) obtuvo la
independencia. Rechazó los intentos de conciliación del papa con indignación, y de nuevo se le
prohibió predicar, aunque ignoró esta orden.
Mientras tanto, las dificultades comenzaron a intensificarse en su patria. Las medidas de la nueva
república resultaron impracticables. El partido de los Medici, llamado de los arrabbiati (en
italiano, "enfurecido"), comenzó a recuperar terreno, y se formó una conspiración para apoyarles.
Se ejecutó a cinco de los conspiradores, lo que sólo sirvió para acelerar la reacción contra
Savonarola, ya que más tarde fue acusado de ello. En el punto crítico de la lucha, en 1497, llegó
una condena de excomunión de Roma. La declaró nula públicamente y se negó a someterse a ella.
Durante la epidemia de peste, a pesar de no poder administrar los santos óleos por estar
excomulgado, se dedicó con entusiasmo a atender a los monjes enfermos. Durante su corta
influencia, el predicador fue amenazado; excomulgado y en 1498, fue declarado culpable de
herejía y enseñanza sediciosa, y condenado a muerte. El 23 de mayo de 1498, fue ejecutado
(ahorcado) y luego su cuerpo fue quemado en la plaza pública. El Predicador y reformista italiano,
cuyo intento entusiasta de eliminar la corrupción terminó en martirio, se le recuerda como uno que
dejó en los márgenes de las páginas de su Biblia notas escritas mientras meditaba en las Escrituras.
Conocía de memoria una gran parte de la Biblia y podía abrir el libro y hallar al instante cualquier
texto bíblico. Pasaba noches enteras en oración; dentro de sus libros se encuentran "La
Humildad", "La Oración", "El Amor".
Martín Lutero
Nació en Eisleben, Alemania. Era una época oscura para la Iglesia verdadera. Cerca de un millón
de albigenses habían muerto en Francia por orden del Papa. Su delito era tratar de vivir de acuerdo
a la Palabra de Dios. Juan Huss había muerto en la hoguera en Bohemia suplicando por sus
perseguidores. La misma suerte correría Jerónimo de Praga, su discípulo, quien muere en las
llamas cantando himnos hasta su último suspiro. Juan Wessel, notable predicador de Erfurt, muere
en la cárcel por predicar que la salvación se obtiene por gracia. Savonarola, predicador y fiel
siervo de Dios es reducido a cenizas en Italia por orden de la Iglesia.
Martín Lutero nace de una familia pobre. El solía decir "mi padre, mi abuelo y mi bisabuelo
fueron verdaderos campesinos". Su padre era minero, y su madre además de los quehaceres del
hogar acarreaba leña desde el bosque.
Su madre le enseño la religión católica tal como era observada en aquellos tiempos. Su imagen de
Dios era la de un Juez colérico enfurecido con los hombres a quien era muy difícil de obedecer. El
castigo del infierno era tan real para él y tan terrible que temblaba al pensar en ellos.
Su padre lo mandó a estudiar a Magdeburgo y después a Einsenach en donde tuvo que pedir
limosna para subsistir cantando canciones como lo hacían la mayoría de los estudiantes. Su suerte
cambió cuando Doña Úrsula Cota lo recibe en su casa atraída por su humildad y devoción. En su
casa recibe el trato de hijo y esto le ayuda para adelantar de manera significativa sus estudios.
Doña Úrsula dijo a la hora de su muerte que su hogar había sido grandemente bendecido con la
llegada de Lutero.
Un tiempo después su padre había prosperado algo, trabajando en la fundición de cobre y había
sido nombrado concejal de su ciudad. Su padre tenía puestas las ilusiones en Martín deseando que
estudiara y se convirtiera en un abogado de renombre. Por esto lo envía a Erfurt, en donde Martín
a los 21 años obtiene el título de doctor en filosofía.
Sin embargo, el alma de Lutero se encuentra muy intranquila e incidentes que ocurren lo hacen
pensar en su situación espiritual. Durante sus estudios enferma gravemente y tiempo después
recibe dos golpes de espada en uno de sus viajes. Uno de sus amigos íntimos de la universidad
muere asesinado y entonces Lutero exclama "¿Que haría yo si fuese llamado a la otra vida de una
manera tan repentina?". Esta situación culmina cuando en una tormenta eléctrica durante un viaje,
cae un rayo cerca de él y en su terror hace un voto a Santa Ana para hacerse monje. Entonces entra
al convento de los agustinos a pesar de la protesta de sus amigos de la universidad y la decepción
de su padre.
A pesar de su continua búsqueda de la paz para su alma a través de ayunos, sacrificios etc. No
consigue lo que tanto anhela. Algunos monjes le hacen ver que Dios no solo juzga sino perdona
pero Lutero no puede creer que Dios le puede perdonar puesto que el no puede amar a Dios.
Tiempo después obtiene el título de doctor en teología. Además adelanta mucho en cuanto al
reconocimiento de su capacidad y devoción. Es entonces cuando halla la tan ansiada paz de su
alma al apropiarse de las palabras del apóstol Pablo: "Mas el justo por la fe vivirá". Encuentra un
gozo indescriptible y más decidido que nunca se dedica a la enseñanza y predicación de las
escrituras.
El mes de octubre de 1517 pega en la puerta de la iglesia de Wittenberg las 95 tesis contra el valor
de la indulgencias. En este documento proclama que el hombre es salvado por Dios de manera
gratuita por la fe en su Hijo Jesucristo. A pesar de no tener previsto que su proposición tendría
mucho efecto, esta inunda Europa y poco tiempo después hace temblar los cimientos de Roma.
Al realizarse algunos debates con autoridades reconocidas de la época como el doctor Juan Eck, se
notó que la ideas que exponía Lutero no eran simples diferencias de doctrinas sino que removían
los cimientos en los cuales se basaba la iglesia católica para afirmar su derecho de gobernar las
almas y cuerpos del mundo entero. Además sacaban a la luz verdades tan importantes que hacían
la diferencia entre un cristiano y un pagano o apóstata.. Las consecuencias de esto sería el
reconocimiento de la verdad divina expresada en las escrituras.
Lutero fue excomulgado por el Papa León X y el emperador Carlos V le impuso un edicto de pena
de muerte el cual nunca llegó a cumplirse por la protección de Dios y la ayuda de algunos amigos
como el elector Federico de Sajonia.
Escribió aproximadamente 180 libros. Tradujo la Biblia al alemán. Y como predicador destacó
notablemente. En Zwiekau predicó a un auditorio de 25 mil personas.
Se casó con Catalina de Bora a quien amaba profundamente. Tuvo tres hijos.
A los sesenta y dos años predicó su último sermón sobre el texto: "Escondiste estas cosas de los
sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños". Ese mismo día le escribió a su querida
esposa Catalina: "Echa tu carga sobre el Señor, y el te sustentará. Amén."
Sus últimas palabras fueron: "voy a entregar mi espíritu". Luego alabó a Dios en voz alta: "¡Oh,
mi Padre Celestial! Dios mío, Padre de nuestro Señor Jesucristo, en quien creo, a quien prediqué y
a quien confesé, amé y alabé… Oh, mi querido Señor Jesucristo, a ti encomiendo mi pobre alma.
¡Oh, mi Padre Celestial! En breve tiempo tengo que abandonar este cuerpo, pero sé que
permaneceré eternamente contigo y ¡que nadie podrá arrebatarme de tus manos!" Luego después
de recitar tres veces Juan 3:16 dijo: "Padre, en tus manos entrego mi espíritu, pues tú me
rescataste, Dios fiel", entonces cerró los ojos y durmió.
Fue sepultado en la iglesia de Wittenberg en donde había predicado durante tantos años. Su amigo
Felipe Melancton y el pastor Bugenhagen, pronunciaron sendos discursos.
A pesar de que sus padres eran muy pobres, consiguieron que aprendiera a leer y a escribir. El
mismo se llamó "el principal de los pecadores".
Se casó con una joven cuya familia entera eran cristianos fervorosos. Bunyan era hojalatero y por
lo tanto pobrísimo. Ella no poseía ni un plato, ni una cuchara, solamente tenía dos libros: "El
camino al Cielo para el hombre sencillo" y "La práctica de la piedad", obras que le dejó su padre
al fallecer. Bunyan solo encontró en los cultos la convicción de ir camino al infierno.
Había leído una obra de los "Ranters" y entonces cuenta que oró fervorosamente: "Oh Señor, no sé
juzgar entre el error y la verdad. Señor, no me dejes solo en esto de aceptar o rechazar esta
doctrina ciegamente; si es de Dios, no me dejes despreciarla; si es obra del diablo, no me dejes
abrazarla"- y alabado sea Dios por haberme guiado a clamar desconfiando de mi propia sabiduría,
y por haberme guardado del error de los "Ranters"-.
"Durante el tiempo en que me sentí condenado a las penas eternas, me admiraba de cómo los
hombres se esforzaban por conseguir los bienes terrenales, como si esperasen vivir aquí
eternamente... Si yo hubiese tenido la seguridad de la salvación de mi alma, cómo me sentiría
eternamente rico, aun cuando no tuviese para comer más que frijoles".
"Busqué al Señor, orando y llorando, y desde el fondo de mi alma clamé: 'Oh Señor, muéstrame, te
ruego, que me amas con amor eterno'. Entonces escuché repetidas mis palabras, como en un eco:
'Yo te amo con amor eterno'. Me acosté y, al despertarme al día siguiente, la misma paz inundaba
mi alma. El Señor me aseguró: 'Te amé cuando vivías en pecado; te amé antes, te amo después y te
amaré siempre'.
"Cierta mañana, mientras yo oraba temblando porque pensaba que no obtendría una palabra de
Dios para consolarme, El me dio esta frase: 'Te basta mi gracia'.
"Mi entendimiento se llenó de tanta claridad, como si el Señor Jesús me hubiese estado mirando
desde el cielo a través del tejado de la casa y me hubiese dirigido esas palabras. Volví a mi casa
llorando, transportado de gozo, y humillado hasta el polvo".
"Sin embargo, cierto día, mientras caminaba por el campo, con mi conciencia intranquila,
repentinamente estas palabras se apoderaron de mi alma: 'Tu justicia está en los cielos'. Con los
ojos del alma me pareció ver a Jesucristo sentado a la diestra de Dios, que permanecía allí como
mi justicia... Además vi que no es mi buen corazón lo que mejora mi justicia, ni lo que tampoco la
perjudica; porque mi justicia es el propio Cristo, el mismo ayer, hoy y para siempre. Entonces las
cadenas cayeron de mis tobillos: quedé libre de mis angustias y las tentaciones que me acechaban
perdieron su vigor; dejé de sentir temor por la severidad de Dios y regresé a casa regocijándome
con la gracia y el amor de Dios. No encontré en la Biblia la frase: 'Tu justicia está en los cielos',
pero hallé: 'El cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención'
(1 Corintios 1:30), y vi que la otra frase era verdad".
"Mientras así meditaba, la siguiente porción de las Escrituras penetró con poder en mi espíritu:
'Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia'. Así
fui levantado a las alturas y me hallé en los brazos de la gracia y de la misericordia. Antes temía a
la muerte, pero después clamé: 'Quiero morir'. La muerte se volvió para mí una cosa deseable. No
se vive verdaderamente antes de pasar a la otra vida. ¡Oh, pensaba yo, 'esta vida es apenas un
sueño en comparación con la otra!'.
Después de su conversión sintió un deseo grande de predicar el evangelio a todos los hombres
necesitados, pues había comprendido el gran valor de los tesoros que Dios les ofrece a los
hombres a través de su gracia.
En su ministerio empezó a cosechar éxitos y sus problemas con el enemigo de nuestras almas
comenzaron, primero al atacarlo con la tentación de la vanagloria y al no dar resultado estos
ataques se empezaron a esparcir rumores por todo el país de que Bunyan era un hechicero, jesuita
y contrabandista, y además que vivía con una amante y tenía dos mujeres y que sus hijos eran
ilegítimos.
A pesar de estos grandes ataques Bunyan no desistió de la predicación del evangelio y la búsqueda
de la salvación de los hombres. Entonces inició el ataque más fuerte del maligno. Bunyan fue
acusado de no observar los reglamentos de la iglesia oficial. Debido a esto las autoridades civiles
de Inglaterra lo sentenciaron a prisión perpetua, hasta que jurase que no volvería a predicar nunca
más.
Un año antes de caer preso Bunyan hizo su oración principal: "Fui guiado a orar, a pedirle a Dios
que me fortaleciese 'con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y
longanimidad, con gozo dando gracias al Padre'. Además fue llevado a considerar seriamente el
pasaje "Pero tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiásemos en
nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos".
En la prisión se fortaleció en el poder de Dios de manera que estaba dispuesto a sufrir cualquier
castigo por la causa de Cristo. Veía que con toda probabilidad que en cualquier momento podía ser
azotado o torturado en una picota. Temía el destierro, que lo llevaría a ser separado de sus seres
queridos; su esposa y sus hijos. Especialmente sufría por la suerte que correría su hijita ciega.
A pesar de todo meditaba en el horror del castigo eterno que correrían aquellos que se negaran a
glorificar a Cristo y de su deber de dar testimonio de Cristo a pesar de todo. Más pensaba en la
gloria que Cristo prepara para aquellos que con amor, fe y paciencia daban testimonio de Él.
Cuando le ofrecían su libertad a cambio de que nunca volviera a predicar el contestaba: "Si hoy
saliese de la prisión, mañana comenzaría a predicar, con la ayuda de Dios".
Bunyan pasó 12 años en la cárcel. Un cuáquero llamado Whitehead consiguió que lo liberaran con
la ayuda de Dios, Después de ser liberado continuó predicando con gran éxito en varias ciudades
de Inglaterra. Continuó su ministerio fielmente hasta la edad de sesenta años, cuando fue atacado
de fiebre y murió.
Algunas de sus obras escritas son las siguientes: "Gracia abundante para el principal de los
pecadores", "Llamado al ministerio", "La conducta del creyente", "La gloria del templo", "El
pecador de Jerusalén es salvo", "Las guerras de la ciudad de Alma humana", "Vida y muerte del
hombre malo", "El sermón del monte", "La higuera estéril", "Discursos sobre la oración", "El
viajero celestial", "Gemidos de un alma en el infierno", "La justificación es imputada" y el libro
más vendido después de la Biblia "El peregrino".
Enrique Martyn
Luz usada enteramente por Dios (1781 - 1812)
Arrodillado en una playa de la India, Enrique Martyn derramaba su alma ante el Maestro y oraba:
"Amado Señor, yo también andaba en el país lejano; mi vida ardía en el pecado...quisiste que yo
regresase, ya no más un tizón para extender la destrucción, sino una antorcha que resplandezca por
ti (Zacarías 3:2) ¡Heme aquí entre las tinieblas más densas, salvajes y opresivas del paganismo.
Ahora, Señor quiero arder hasta consumirme enteramente por ti!"
El intenso ardor de aquel día siempre motivó la vida de ese joven. Se dice que su nombre es: "el
nombre más heroico que adorna la historia de la Iglesia de Inglaterra, desde los tiempos de la reina
Isabel". Sin embargo, aun entre sus compatriotas, él no es muy conocido.
Su padre era de físico endeble. Después que él murió, los cuatro hijos, incluyendo Enrique, no
tardaron en contraer la misma enfermedad de su padre, la tuberculosis.
Con la muerte de su padre, Enrique perdió el intenso interés que tenía por las matemáticas y más
bien se interesó grandemente en la lectura de la Biblia. Se graduó con honores más altos de todos
los de su clase. Sin embargo, el Espíritu Santo habló a su alma: "Buscas grandes cosas para ti,
pues no las busques." Acerca de sus estudios testificó: "Alcancé lo más grande que anhelaba, pero
luego me desilusioné al ver que sólo había conseguido una sombra."
Tenía por costumbre levantarse de madrugada y salir a caminar solo por los campos para gozar de
la comunión íntima con Dios. El resultado fue que abandonó para siempre sus planes de ser
abogado, un plan que todavía seguía porque "no podía consentir en ser pobre por el amor de
Cristo".
Al escuchar un sermón sobre "El estado perdido de los paganos", resolvió entregarse a la vida
misionera. Al conocer la vida abnegada del misionero Guillermo Carey, dedicaba a su gran obra
en la India, se sintió guiado a trabajar en el mismo país.
El deseo de llevar el mensaje de salvación a los pueblos que no conocían a Cristo, se convirtió en
un fuego inextinguible en su alma después que leyó la biografía de David Brainerd, quien murió
siendo aún muy joven, a la edad de veintinueve años. Brainerd consumió toda su vida en el
servicio del amor intenso que profesaba a los pieles rojas de la América del Norte. Enrique Martín
se dio cuenta de que, como David Brainerd, él también disponía de poco tiempo de vida para
llevar a cabo su obra, y se encendió en él la misma pasión de gastarse enteramente por Cristo en el
breve espacio de tiempo que le restaba. Sus sermones no consistían en palabras de sabiduría
humana, sino que siempre se dirigía a la gente, como "un moribundo, predicando a los
moribundos".
A Enrique Martyn se le presentó un gran problema cuando la madre de su novia, Lidia Grenfel, no
consentía en el casamiento porque él deseaba llevar a su esposa al extranjero. Enrique amaba a
Lidia y su mayor deseo terrenal era establecer un hogar y trabajar junto con ella en la mies del
Señor. Acerca de esto él escribió en su diario lo siguiente: "Estuve orando durante hora y media,
luchando contra lo que me ataba...Cada vez que estaba a punto de ganar la victoria, mi corazón
regresaba a su ídolo y, finalmente, me acosté sintiendo una gran pena."
Por fin que Enrique Martyn también ganó la victoria, obedeciendo al llamado a sacrificarse por la
salvación de los perdidos. Al embarcarse, en 1805, para la India, escribió: "Si vivo o muero, que
Cristo sea glorificado por la cosecha de multitudes para EL"
A bordo del navío, al alejarse de su patria, Enrique Martyn lloró como un niño. No obstante, nada
ni nadie podían desviarlo de su firme propósito de seguir la dirección divina. El también era un
tizón arrebatado del fuego, por eso repetidamente decía: "Que yo sea una llama de fuego en el
servicio divino."
Después de una travesía de nueve largos meses a bordo y cuando ya se encontraba cerca de su
destino, pasó un día entero en ayuno y oración. Sentía cuán grande era el sacrificio de la cruz y
cómo era igualmente grande su responsabilidad para con los perdidos en la idolatría que sumaban
multitudes en la India. Siempre repetía: "Sobre tus muros, oh Jerusalén, he puesto guardas; todo
el día y toda la noche no callarán jamás. Los que os acordáis de Jehová, no reposéis, ni le deis
tregua, hasta que restablezca a Jerusalén, y la ponga por alabanza en la tierra" (Isaías 62:6,7).
La llegada de Enrique Martyn a la India, en el mes de abril de 1806, fue también en respuesta a la
oración de otros. La necesidad era tan grande en ese país, que los pocos obreros que habían allí se
pusieron de acuerdo en reunirse en Calcuta de ocho en ocho días, para pedir a Dios que enviase un
hombre lleno del Espíritu Santo y de poder a la India. Al desembarcar Martyn, fue recibido
alegremente por ellos, como la respuesta a sus oraciones.
Es difícil imaginar el horror de la tinieblas en que vivía ese pueblo, entre el cual fue Martyn a
vivir. Un día, cerca del lugar donde se hospedaba, oyó una música y vio el humo de una pira
fúnebre, acerca de las cuales había oído hablar antes de salir de Inglaterra. Las llamas ya
comenzaban a subir del lugar donde la viuda se encontraba sentada al lado del cadáver de su
marido muerto. Martyn, indignado, se esforzó pero no pudo conseguir salvar a la pobre víctima.
En otra ocasión fue atraído por el sonido de címbalos a un lugar donde la gente rendía culto a los
demonios. Los adoradores se postraban ante un ídolo, obra de sus propias manos, ¡al que
adoraban y temían! Martyn se sentía "realmente en la vecindad del infierno".
Rodeado de tales escenas, él se esforzaba más y más, incansablemente, día tras día en aprender la
lengua. No se desanimaba con la falta de fruto de su predicación, porque consideraba que era
mucho más importante traducir las Escrituras y colocarlas en las manos del pueblo. Con esa meta
fija en su mente perseveraba en la obra de la traducción, perfeccionándola cuidadosamente, poco a
poco, y deteniéndose de vez en cuando para pedir el auxilio de Dios.
Cómo ardía su alma en el firme propósito de dar la Biblia al pueblo, se ve en uno de sus sermones,
conservado en el Museo Británico, y que copiamos a continuación
"Pensé en la situación triste del moribundo, que tan sólo conoce bastante de la eternidad como
para temer a la muerte, pero no conoce bastante del Salvador como para vislumbrar el futuro con
esperanza. No puede pedir una Biblia para aprender algo en que afirmarse, ni puede pedir a la
esposa o al hijo que le lean un capítulo para consolarlo. ¡La Biblia, ah, es un tesoro que ellos
nunca poseyeron! Vosotros que tenéis un corazón para sentir la miseria del prójimo nosotros que
sabéis cómo la agonía del espíritu es más cruel que cualquier sufrimiento del cuerpo, vosotros que
sabéis que está próximo el día en que tendréis que morir. ¡OH, dadles aquello que será un
consuelo a la hora de la muerte!"
Para alcanzar ese objetivo, de dar las Escrituras a los pueblos de la India y de Persia, Martyn se
dedicó a la traducción de día y de noche, en sus horas de descanso y mientras viajaba. No
disminuía su marcha ni cuando el termómetro registraba el intenso calor de 50º, ni cuando sufría
de fiebre intermitente, ni debido a la gravedad de la peste blanca que ardía en su pecho.
Igual que David Brainerd, cuya biografía siempre sirvió para inspirarlo, Enrique Martyn pasó días
enteros en intercesión y comunión con su "amado, su querido Jesús". "Parece", escribió él, "que
puedo orar cuanto quiera sin cansarme. Cuán dulce es andar con Jesús y morir por EL..." Para él
la oración no era una mera formalidad, sino el medio de alcanzar la paz y el poder de los cielos, el
medio seguro de quebrantar a los endurecidos de corazón y vencer a los adversarios.
Seis años y medio después de haber desembarcado en la India, a la edad de 31 años, cuando
emprendía un largo viaje, falleció. Separado de los hermanos, del resto de la familia, rodeado de
perseguidores, y su novia esperándolo en Inglaterra, fue enterrado en un lugar desconocido.
¡Fue muy grande el ánimo, la perseverancia, el amor y la dedicación con que trabajó en la mies de
su Señor! Su celo ardió hasta consumirlo en ese corto espacio de seis años y medio. Nos es
imposible apreciar cuán grande fue la obra que realizó en tan pocos años. Además de predicar,
logró traducir parte de las Sagradas Escrituras a las lenguas de una cuarta parte de todos los
habitantes del mundo. El Nuevo Testamento en indí, indostaní y persa, y los evangelios en
judaico-persa son solamente una parte de sus obras.
Cuatro años después de su muerte nació Fidelia Fiske en la tranquilidad de Nueva Inglaterra.
Cuando todavía estudiaba en la escuela, leyó la biografía de Enrique Martyn. Anduvo cuarenta y
cinco kilómetros de noche, bajo violenta tempestad de nieve, para pedir a su madre que la dejase
ir a predicar el evangelio a las mujeres y les habló del amor de Jesús, hasta que el avivamiento en
Oroomiah se convirtió en otro Pentecostés.
Si Enrique Martyn, que entregó todo para el servicio del Rey de reyes, pudiese hoy visitar la India
y Persia, cuán grande sería la obra que encontraría, obra realizada por tan gran número de fieles
hijos de Dios, en los cuales ardió el mismo fuego encendido por la lectura de la biografía de ese
precursor.
Christmas Evans
El "Juan Bunyan de Gales"(1766 – 1838)
Sus padres le pusieron el nombre de "Christmas" (Navidad), porque nació el día de Navidad, en
1766. La gente lo apodó "Predicador Tuerto", porque era ciego de un ojo. Alguien se refirió así a
Christmas Evans: "Era el hombre más alto, el de mayor fuerza física y el más corpulento que
jamás vi. Tenía un solo ojo, si hay razón para llamar a eso ojo, porque, con más propiedad se
podría decir que era una estrella luminosa, que brillaba como el planeta Venus." También se le
llamó "El Juan Bunyan de Gales", porque era el predicador que, en la historia de ese país, disfrutó
más el poder del Espíritu Santo. En todos los lugares donde predicaba, se producía un gran
número de conversiones. Su don de predicar era tan extraordinario, que con toda facilidad
conseguía que un auditorio de 15 a 20 mil personas, de sentimientos y temperamento diferentes, lo
escuchasen con la más profunda atención. En las iglesias no cabían las multitudes que iban a
escucharlo durante el día; de noche siempre predicaba al aire libre a la luz de las estrellas.
Por un tiempo vivió entregado a las diversiones y a la embriaguez. Durante una lucha fue
gravemente acuchillado; en otra ocasión lo sacaron del agua como muerto, y aún otra vez, se cayó
de un árbol sobre un cuchillo. En las contiendas era siempre el campeón, hasta que, por fin, en un
combate sus compañeros lo cegaron de un ojo. Dios, sin embargo, fue misericordioso con él
durante ese período, conservándolo con vida, para más tarde utilizarlo en su servicio.
A la edad de 17 años fue salvo; aprendió a leer, y poco después fue llamado a predicar y fue
separado para el ministerio. Sus sermones eran secos y sin fruto, hasta que un día cuando viajaba
para Maentworg, amarró su caballo y penetró en el bosque donde derramó su alma en oración a
Dios. Igual que Jacob en Peniel, no se apartó de ese lugar hasta recibir la bendición divina.
Después de aquel día reconoció la gran responsabilidad de su obra; siempre su espíritu se
regocijaba en la oración y se sorprendió grandemente por los frutos gloriosos que Dios comenzó a
concederle. Antes tenía talentos y cuerpo de gigante. Era valiente como un león y humilde como
cordero; no vivía para sí, sino para Cristo. Además de tener, por naturaleza, una mente ágil y una
manera conmovedora de hablar, poseía un corazón que rebosaba amor para con Dios y su prójimo.
Verdaderamente era una luz que ardía y brillaba.
Andaba de pie por el sur de Gales, predicando, a veces hasta cinco sermones en el mismo día. A
pesar de no estar bien vestido y de sus maneras ordinarias, grandes multitudes afluían para oírlo.
Vivificado con el fuego celestial, se elevaba en espíritu como si tuviese alas de ángel, y el
auditorio se contagiaba y se conmovía también. Muchas veces los oyentes rompían en llanto y en
otras manifestaciones, que no podían evitar. Por eso eran conocidos como los "Saltadores
galeses".
Evans creía firmemente que sería mejor evitar los dos extremos: el exceso de ardor y la demasiada
frialdad. Pero Dios es un ser soberano, que obra de varias maneras. A uno El atrae por el amor,
mientras que a otros El aterra con los truenos del Sinaí para que hallen la paz preciosa en Cristo.
Los indecisos a veces son sacudidos por Dios sobre el abismo de la angustia eterna, hasta que
clamen pidiendo misericordia y encuentren el gozo inefable. El cáliz de ellos rebosa, hasta que
algunos, no comprendiendo, preguntan: "¿Por qué tanto exceso?"
Acerca de la censura que se hacía de los cultos, Evans escribió: "Me admiro de que el genio malo,
llamándose "el ángel del orden", quiera tratar de cambiar todo lo que respecta a la adoración de
Dios, volviéndola en un culto tan seco como el monte Gilboa. Esos hombres de orden desean que
el rocío caiga y el sol brille sobre todas sus flores, en todos los lugares, menos en los cultos del
Dios Todopoderoso. En los teatros, en los bares y en las reuniones políticas los hombres se
conmueven, se entusiasman, y se exaltan como tocados por el fuego, igual que cualquier "Saltador
Galés". Pero, conforme a sus deseos, ¡no debe existir nada que le dé vida y entusiasmo a los
cultos religiosos! Hermanos, meditad en esto! ¿Tenéis razón o estáis equivocados?"
Se cuenta que en cierto lugar tres predicadores tenían que hablar, siendo Evans el último. Era un
día de mucho calor, los dos primeros sermones fueron muy largos, de modo que todos lo oyentes
estaban indiferentes y casi exhaustos. No obstante, después, cuando Evans llevaba unos quince
minutos predicando sobre la misericordia de Dios, tal cual se ve en la parábola del Hijo Pródigo,
centenares de personas que estaban sentadas en la hierba, repentinamente se pusieron de pie.
Algunos lloraban y otros oraban llenos de angustia. Fue imposible continuar el sermón, la gente
continuó llorando y orando durante el día entero, y toda la noche hasta el amanecer.
En la isla de Anglesea, sin embargo, Evans tuvo que enfrentarse a una doctrina encabezada por un
orador elocuente e instruido. En la lucha contra el error de esa secta, Evans comenzó a decaer
espiritualmente. Después de algunos años, ya no poseía el mismo espíritu de oración ni sentía el
gozo de la vida cristiana. El mismo cuenta cómo buscó y recibió de nuevo la unción del poder
divino que hizo que su alma se encendiera aún más que antes:
"No podía continuar con mi corazón frío con relación a Cristo, a su expiación y a la obra de su
Espíritu. No soportaba el corazón frío en el púlpito, en la oración secreta y en el estudio,
especialmente cuando me acordaba de que durante quince años mi corazón se había abrasado
como si yo hubiese andado con Jesús en el camino a Emaús. Por fin, llegó el día que jamás
olvidaré: En el camino a Dolgelly, sentí la necesidad de orar, a pesar de tener el corazón
endurecido y el espíritu carnal. Después que comencé a suplicar, sentí como que unas pesadas
cadenas que me ataban, caían al suelo, y como que dentro de mí se derretían montañas de hielo.
Con esta manifestación aumentó en mí la certeza de haber recibido la promesa del Espíritu Santo.
Me parecía que mi espíritu se había librado de una prolongada prisión, o como si estuviese
saliendo de la tumba de un invierno extremadamente frío. Las lágrimas me corrieron
abundantemente y me sentí constreñido a clamar y pedir a Dios el gozo de su salvación y que El
visitase de nuevo las iglesias de Anglesea que estaban bajo mi cuidado. Supliqué por todas las
iglesias, mencionando el nombre de casi todos los predicadores de Gales. Luché en oración
durante más de tres horas. El espíritu de intercesión comenzó a pasar sobre mí, como ondas una
después de otra, impelidas por un viento fuerte, hasta que mis fuerzas físicas se debilitaron de
tanto llorar. Fue así que me entregué enteramente a Cristo, en cuerpo y alma, en talentos y obras,
mi vida entera, todos los días y todas las horas que aún me restaban por vivir, incluyendo todos
mis anhelos. Todo, todo lo puse en las manos de Cristo….... En el primer culto, después de esta
experiencia, me sentí como removido de la región espiritualmente estéril y helada, hacia las tierras
agradables de las promesas de Dios. Comencé entonces, de nuevo, los primeros combates de
oración, sintiendo fuertes anhelos por la conversión de los pecadores, tal como había sentido en
Leyn. Me apoderé de la promesa de Dios. El resultado fue, que al volver a casa vi que el Espíritu
estaba obrando en los hermanos de Anglesea dándoles el espíritu de oración insistente."
Ocurrió entonces un gran avivamiento, pasando del predicador a la gente en todos los lugares de la
isla de Anglesea, y en todo Gales. La convicción de pecado pasaba sobre los auditorios como
grandes oleadas. El poder del Espíritu Santo obraba, hasta que el pueblo lloraba y danzaba de
gozo. Uno de los que asistieron a su famoso sermón sobre el Endemoniado Gadareno, cuenta
cómo Evans retrató tan fielmente las escena de la liberación del pobre endemoniado, al
admiración de la gente al verlo liberado, el gozo de la esposa y de los hijos cuando volvió a la casa
ya curado, que el auditorio rompió en grandes risas y llanto. Otro se expresó así: "El lugar se
volvió un verdadero "Boquim de lloro" (Jueces 2:1-5). Otro más dijo que el auditorio quedó como
los habitantes de una ciudad sacudida por un terremoto, que salen corriendo, se postran en tierra y
claman la misericordia de Dios.
Como no era poco lo que sembraba, recogía abundantemente, y al ver la abundancia de la cosecha,
sentía que su celo ardía de nuevo y que su amor aumentaba, llevándolo a trabajar con más ahínco
aún. Su firme convicción era que nadie, ni aun la mejor persona, puede salvarse sin la operación
del Espíritu Santo, ni el corazón más rebelde puede resistir al poder del mismo Espíritu. Evans
tenía siempre un objetivo cuando luchaba en oración; se apoyaba en las promesas de Dios,
suplicando con tanta insistencia como aquel que no se va antes de recibir. El decía que la parte
más gloriosa del ministerio del predicador era el hecho de agradecer a Dios por la obra del
Espíritu Santo en la conversión de los pecadores.
Como vigía fiel, no podía pensar en dormir mientras la ciudad se incendiaba. Se humillaba ante
Dios, agonizando por la salvación de los pecadores, y de buena voluntad gastó sus fuerzas y su
salud por ellos. Trabajaba sin descanso, sin temer la censura de los religiosos fríos, el desprecio
de los perdidos, ni la ira y la furia de los demonios.
A la edad de 73 años, sin mostrar disminución en sus fuerzas físicas ni mentales, predicó el último
sermón, como de costumbre, bajo el poder de Dios. Al finalizar dijo: "Este es mi último sermón."
Los hermanos creyeron que se refería a su último sermón en aquel lugar. Pero el hecho es que
cayó enfermo esa misma noche. En la hora de su muerte, tres días después, se dirigió al pastor,
que lo hospedaba, con estas palabras: "Mi gozo y consuelo es que después de dedicarme a la obra
del santuario durante cincuenta y tres años, nunca me faltó sangre en el lebrillo. Predica a Cristo a
la gente." Luego, después de cantar un himno, dijo: "¡Adiós! ¡Adiós!" y falleció.
La muerte de Christmas Evans fue uno de los acontecimientos más solemnes de toda la historia
del principado de Gales. Fue llorado en el país entero.
El fuego del Espíritu Santo hizo que los sermones de este siervo de Dios enardecieran de tal
manera los corazones, que la gente de su generación no podía oír pronunciar el nombre de
Christmas Evans sin recordar vívidamente al Hijo de Maria en el pesebre de Belén, su bautismo en
el Jordán, el huerto de Getsemaní, el tribunal de Pilato, la corona de espinas, el Monte Calvario, el
Hijo de Dios inmolado en el altar y el fuego santo que consumía todos los holocaustos, desde los
días de Abel hasta el día memorable en que fue apagado por la sangre del Cordero de Dios.
Guillermo Carey
Padre de las misiones modernas(1761 – 1834)
Siendo niño, Guillermo Carey sentía una verdadera pasión por el estudio de la naturaleza. Su
dormitorio estaba lleno de colecciones disecadas de insectos, flores, pájaros, huevos, nidos, etc.
Cierto día, al intentar alcanzar un nido de pájaro, cayó de un árbol alto. Cuando trató de subir por
la segunda vez, cayó nuevamente. Insistió por tercera vez en su intento, pero cayó quebrándose
una pierna. Algunas semanas después, antes de que su pierna estuviese completamente sana,
Guillermo entró en su casa con el nido en la mano, "¡Subiste al árbol nuevamente!" exclamó su
madre. "No pude evitarlo. Tenía que poseer el nido, mamá", respondió el chiquillo.
Se dice que Guillermo Carey, fundador de las misiones actuales, no estaba dotado de una
inteligencia superior ni poseía tampoco ningún don que deslumbrase a los hombres. Sin embargo,
fue esa característica de persistir, con espíritu indómito e inconquistable, hasta llevar a término
todo cuanto iniciaba, el secreto del maravilloso éxito de su vida.
Cuando Dios lo llamaba para que iniciara alguna tarea, él permanecía firme, día tras día, mes tras
mes, y año tras año hasta acabarla. Dejó que el Señor se sirviera de su vida, no solamente para
evangelizar durante un período de cuarenta y un años en el extranjero, sino también para realizar
la hazaña, por increíble que parezca, de traducir las Sagradas Escrituras a más de treinta lenguas.
El abuelo y el padre del pequeño Guillermo eran, respectivamente, profesor y sacristán (Iglesia
Anglicana) de la parroquia. De esa manera el hijo aprendió lo poco que el padre podía enseñarle.
Pero no satisfecho con eso, Guillermo continuó sus estudios sin maestro.
A los doce años adquirió un ejemplar del vocabulario latino, por Dyche, que Guillermo se
aprendió de memoria. A los catorce años se inició en el oficio como aprendiz de zapatero. En la
tienda encontró algunos libros, de los cuales aprovechó para estudiar. De esa manera inició el
estudio de griego. Fue en ese tiempo que llegó a reconocer que era un pecador perdido, y
comenzó a examinar cuidadosamente las Escrituras.
Poco después de su conversión, a los 18 años de edad, predicó su primer sermón. Al verificar que
el bautismo por inmersión es bíblico y apostólico, dejó la denominación a que pertenecía. Tomaba
prestado libros para estudiar, y a pesar de vivir pobremente, adquirió algunos libros usados. Uno
de sus métodos para aumentar el conocimiento de otras lenguas, consistía en leer diariamente la
Biblia en latín, en griego y en hebreo.
A los veinte años de edad se casó. Sin embargo, los miembros de la iglesia donde predicaba eran
pobres y Carey tuvo que continuar con su oficio de zapatero para ganar el pan cotidiano. El hecho
de que el señor Old, su patrón, exhibiese en la tienda un par de zapatos fabricados por Guillermo,
como muestra, era una buena prueba de la habilidad del muchacho.
Fue durante el tiempo que enseñaba geografía en Moulton que Carey leyó el libro titulado Los
viajes del Capitán Cook, y Dios le habló a su alma acerca del estado abyecto de los paganos que
vivían sin el evangelio. En su taller de zapatero fijó en la pared un mapamundi de gran tamaño,
que él mismo había diseñado cuidadosamente. En ese mapa incluyó toda la información
pertinente disponible; el número exacto de la población, la flora y la fauna, las características de
los indígenas de todos lo países. Mientras reparaba los zapatos, levantaba los ojos de vez en
cuando para mirar su mapa y meditaba sobre las condiciones de los distintos pueblos y la manera
de evangelizarlos. Fue así como sintió más y más el llamado de Dios para que preparase la Biblia
para los millones de hindúes, en su propia lengua.
A pesar de ese incidente, el fuego continuó ardiendo en el alma de Guillermo Carey. Durante los
años siguientes se esforzó ininterrumpidamente, orando, escribiendo y hablando sobre el asunto de
llevar a Cristo a todas las naciones. En mayo de 1792 predicó su memorable sermón sobre Isaías
54:2, 3: "Ensancha el sitio de tu tienda, y las cortinas de tus habitaciones sean extendidas; no seas
escasa; alarga tus cuerdas y refuerza tus estacas. Porque te extenderás a la mano derecha y a la
mano izquierda; y tu descendencia heredará naciones, y habitará las ciudades asoladas".
Disertó sobre la importancia de esperar grandes cosas de Dios y, luego puso de relieve la
necesidad de emprender grandes obras para Dios.
El auditorio se sintió culpable de haber negado el evangelio a los países paganos, al punto de
"clamar en coro". Se organizó entonces la primera sociedad misionera en la historia de las iglesias
de Cristo, para la predicación del evangelio entre los pueblos nunca antes evangelizados. Algunos
ministros como Brainred, Eliot y Schwartz ya habían ido a predicar en lugares distantes, pero sin
que las iglesias se uniesen para sustentarlos.
"Ahí está Carey, pequeño en estatura, humilde, de espíritu sereno y constante; ha transmitido el
espíritu misionero a los corazones de los hermanos, y ahora quiere que sepan que él está listo para
ir a donde quieran mandarlo, y está completamente de acuerdo en que formulen todos los planes."
Pero ni siquiera con esta victoria le fue fácil a Guillermo Carey materializar su sueño de llevar a
Cristo a los países que permanecían en tinieblas, aunque dedicaba su espíritu indómito para
alcanzar la meta que Dios le había marcado.
La iglesia donde predicaba, no consentía que dejase el pastorado, y sólo después que los miembros
de la sociedad visitaron la iglesia, fue que este problema se resolvió. En el informe de la iglesia
consta lo siguiente: "A pesar de estar de acuerdo con él, no nos parece bien que nos deje aquel a
quien amamos más que a nuestra propia alma."
Sin embargo, lo que él sintió más fue que su esposa se rehusara terminantemente a irse de
Inglaterra con sus hijos. No obstante Carey estaba tan seguro de que Dios lo llamaba para
trabajar en la India, que ni la decisión de su esposa lo hizo vacilar.
Había otro problema que parecía no tener solución; no se permitía la entrada de ningún misionero
en la India. En tales circunstancias era inútil pedir permiso para entrar; y fue en esas condiciones
que lograron embarcar, sin poseer ese documento. Desafortunadamente el navío demoró algunas
semanas en partir; y poco antes de que zarpara, los misioneros recibieron orden de desembarcar.
Sin embargo, antes de que el navío partiese, uno de los misioneros fue a la casa de Carey. Muy
grande fue la sorpresa y el regocijo de todos al saber que ese misionero lograra convencer a la
esposa de Carey para que acompañase a su marido. Dios conmovió el corazón del comandante del
navío para que la llevase, en compañía de los hijos, sin cobrar el pasaje.
Por supuesto el viaje a vela no era tan cómodo como en los vapores modernos. A pesar de los
temporales, Carey aprovechó su tiempo para estudiar el bengalí y ayudar a uno de los misioneros
en la obra de traducir el Libro del Génesis al bengalí.
Durante el viaje Guillermo Carey aprendió suficiente bien el bengalí como para entenderse con el
pueblo. Poco después de desembarcar comenzó a predicar, y los oyentes venían a escucharlo en
número siempre creciente.
Carey percibió la necesidad imperiosa de que el pueblo tuviese una Biblia en su propia lengua y,
sin demora, se entregó a la tarea de traducirla. La rapidez con que aprendió las lenguas de la
India, es motivo de admiración para los mejores lingüistas.
Nadie sabe cuántas veces nuestro héroe experimentó grandes desánimos en la India. Su esposa no
tenía ningún interés en los esfuerzos de su marido y enloqueció. La mayor parte de los ingleses
con quienes Carey tuvo contacto, lo creían loco; durante casi dos años no le llegó ninguna carta de
Inglaterra. Muchas veces Carey y su familia carecieron de dinero y de alimentos. Para sustentar a
su familia, el misionero se volvió labrador, y trabajó como obrero en una fábrica de añil.
Durante más de treinta años Carey fue profesor de lenguas orientales en el Colegio de Fort
Williams. Fundó también el Colegio Serampore para enseñar a los obreros. Bajo su dirección el
colegio prosperó, y desempeñó un gran papel en la evangelización del país.
Al llegar a la India, Carey continuó los estudios que había comenzado cuando era niño. No
solamente fundó la sociedad de agricultura y Horticultura, sino que también creó uno de los
mejores jardines botánicos; escribió y publicó el Hortus Bengalensis. El libro Flora Indica, otra de
sus obras, fue considerada una obra maestra por muchos años.
No se debe pensar, sin embargo, que para Guillermo Carey la horticultura era sólo una distracción.
Pasó también mucho tiempo enseñando en las escuelas de niños pobres. Pero, sobre todo, siempre
ardía en su corazón el deseo de llevar adelante la obra de ganar almas.
Cuando uno de sus hijos comenzó a predicar, Carey escribió: "Mi hijo, Félix, respondió al llamado
de predicar el evangelio." Años más tarde, cuando ese mismo hijo aceptó el cargo de embajador
de la Gran Bretaña en Siam, el padre, desilusionado y angustiado, escribió a un amigo: "Félix se
empequeñeció hasta volverse un embajador!"
Durante los cuarenta y un años que Carey pasó en la India, no visitó Inglaterra. Hablaba con
fluidez más de treinta lenguas de la India; dirigía la traducción de las Escrituras en todas esas
lenguas y fue nombrado para realizar la ardua tarea de traductor oficial del gobierno. Escribió
varias gramáticas hindúes y compiló importantes diccionarios de los idiomas bengalí, maratí y
sánscrito. El diccionario bengalí consta de tres volúmenes e incluye todas las palabras de la
lengua, con sus raíces y origen, y definidas en todos los sentidos.
Todo esto fue posible porque Carey siempre economizó el tiempo, según se deduce de lo que
escribió su biógrafo:
"Desempeñaba estas tareas hercúleas sin poner en riesgo su salud, porque se aplicaba metódica y
rigurosamente a su programa de trabajos, año tras año. Se divertía pasando de una tarea a la otra.
El decía que pierde más tiempo cuando se trabaja sin constancia e indolentemente, que con las
interrupciones de las visitas. Observaba, por lo tanto, la norma de tomar, sin vacilar, la obra
marcada y no dejar que absolutamente nada lo distrajese durante su período de trabajo."
Lo siguiente, escrito para pedirle disculpas a un amigo por la demora en responderle su carta,
muestra cómo muchas de sus obras avanzaron juntas:
"Me levanté hoy a las seis, leí un capítulo de la Biblia hebrea; pasé el resto del tiempo, hasta las
siete, orando. Luego asistí al culto doméstico en bengalí con los sirvientes. Mientras me traían el
té, leí un poco en persa con un munchi que me esperaba; leí también, antes de desayunar, una
porción de las Escrituras en indostaní. Luego, después de desayunar, me senté con un pundite que
me esperaba, para continuar la traducción del sánscrito al ramayuma. Trabajamos hasta las diez.
Entonces fui al colegio para enseñar hasta casi las dos de la tarde. Al volver a casa, leí las pruebas
de la traducción de Jeremías al bengalí, y acabé justo cuando ya era hora de comer. Después de la
comida, me puse a traducir, ayudado por el pundite jefe del colegio, la mayor parte del capítulo
ocho de Mateo al sánscrito. En esto estuve ocupado hasta las seis de la tarde. Después de las seis
me senté con un pundite de Telinga, para traducir del sánscrito a la lengua de él. A las siete
comencé a meditar sobre el mensaje de un sermón que prediqué luego en inglés a las siete y
media. Cerca de cuarenta personas asistieron al culto, entre ellas un juez del Sudder Dewany
Dawlut. Después del culto el juez contribuyó con 500 rupias para la construcción de un nuevo
templo. Todos los que asistieron al culto se fueron a las nueve de la noche; me senté entonces
para traducir el capítulo once de Ezequiel al bengalí. Acabé a las once, y ahora te estoy
escribiendo esta carta. Después, clausuraré mis actividades de este día en oración. No hay día en
que pueda disponer de más tiempo que esto, pero el programa varía."
Al avanzar en edad, sus amigos insistían en que disminuyese sus esfuerzos, pero su aversión a la
inactividad era tal, que continuaba trabajando, aun cuando la fuerza física no era suficiente para
activar la necesaria energía mental. Por fin se vio obligado a permanecer en cama, donde siguió
corrigiendo las pruebas de las traducciones.
La humildad fue una de las características más destacadas de su vida, Se cuenta que, estando en el
pináculo de su fama, oyó a cierto oficial inglés preguntar cínicamente: "¿El gran doctor Carey no
era zapatero?" Carey al oír casualmente la pregunta respondió:
Cuando Guillermo Carey llegó a la India, los ingleses le negaron el permiso para desembarcar. Al
morir, sin embargo, el gobierno ordenó que se izasen las banderas a media asta, para honrar la
memoria de un héroe que había hecho más por la India que todos los generales británicos.
Se calcula que Carey tradujo la Biblia para la tercera parte de los habitantes del mundo. Así
escribió uno de sus sucesores, el misionero Wenger: "No sé cómo Carey logró hacer ni siquiera
una cuarta parte de sus traducciones. Hace como veinte años
(En 1855) que algunos misioneros, al presentar el evangelio en Afganistán (país del Asia Central),
encontraron que la única versión que ese pueblo entendía, era la Pushtoo hecha en Sarampore por
Carey."
El cuerpo de Guillermo Carey descansa, pero su obra continúa siendo una bendición para una gran
parte del mundo.