Opinion Publica - Sartori

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MARX Los medios de difusión, en muchas ocasiones, buscan la

manipulación de la opinión e incluso la destrucción de aquellas


corrientes de opinión contrarias a sus intereses, intentado remplazar
el “contrapoder” de la opinión pública.
OPINIÓN PUBLICA

SARTORI: La democracia moderna utiliza la opinión para


fundamentar la democracia liberal.
. Sostiene que la democracia representativa se caracteriza no como
el "gobierno del saber", sino como el "gobierno de la opinión" (doxa).
. Entiende que la opinión pública puede definirse como un público o
multiplicidad de públicos, cuyos (opiniones) interactúan con los flujos
de información sobre el estado de la cosa pública.
. La opinión pública contiene ingredientes propios como necesidades,
deseos, valores y disposiciones, ingredientes de cualquier estado
mental; pero contiene además un factor característico, datos de cómo
se gestiona la cosa pública.

OPINIÓN PÚBLICA Y DEMOCRACIA


SARTORI:
La democracia se basa en la soberanía popular, en realidad es su
principio de legitimación.
Dos definiciones clásicas de la democracia:
 es un "gobierno de la opinión",
 es un "gobierno consentido", un gobierno fundado sobre el
consenso.

Entonces se define que “un gobierno de la opinión, es un gobierno


que busca y requiere, precisamente, el consenso de la opinión
pública;
y un gobierno consentido es, concretamente, un gobierno mantenido
por la opinión pública.

También dentro la democracia existe el disenso por ser pluralista de


la democracia que expresa oposición y alternancia de gobierno.
La autonomía de la opinión pública ha entrado en crisis o ha sido
puesta en duda por la propaganda totalitaria o por las nuevas
tecnologías de comunicación de masas.
Sartori: sostiene que la opinión en el público no necesariamente
puede ser considerada por una opinión del público.
Sartori señala que la opinión pública autónoma o heterónoma no
existe, sino existen una distribución de preponderancias, es decir, de
estados de opinión preferentemente autónomos o preferentemente
heterónomos.
COMUNICACIÓN POLITICA: público y masa:
Publico:
1.) expresan opiniones tantas personas como la reciben.
2. ) las comunidades públicas se hallan organizadas, una opinión
es comentada de manera inmediata y eficaz.
3. ) encuentran salida contra el sistema de autoridad vigente.
4. ) las instituciones autoritarias no
penetran en el público.
Masa:
1.) es mucho menor el número de personas que expresan una
opinión
2. ) el sistema de comunicación tiene una articulación tecnológica
que difícilmente puede replicar de forma inmediata y eficaz.
3. ) La formación de la opinión esta originada por la acción de las
élites políticas, económicas y sociales.
4. ) la masa no es independiente de las instituciones,

LA FORMACIÓN DE LA OPINIÓN
Sartori propone el modelo en cascada, es decir, una serie de
procesos descendentes "en cascada" cuyos saltos o intervalos
permiten mezclarse cada vez:
1. ) Élites económicas y sociales
2. ) Élites políticas y de gobierno
3. ) Redes de comunicación de masas
4. ) Líderes de opinión
5. ) públicos de masas (demos)
El modelo formación-difusión de las opiniones debemos considerar
de dos maneras:
1.) en cada cascada los procesos son horizontales: influyentes contra
influyentes, emisores contra emisores.
2.) cuando comienza un nuevo ciclo vuelve a mezclarse todo y se
modifican las demás cascadas.

REQUISITOS DE LA AUTONOMÍA DE LA OPINIÓN

 Los procesos de formación de la opinión se aplican solamente en


las democracias liberales.
 para esto Existen requisitos para que una opinión sea
auténticamente del público y estas bajo los principios de la
libertad de pensamiento, libertad de expresión y libertad de
organización.
 La libertad, es un valor descubierto por el pensamiento griego.
 La libertad es un valor sostenido por el respeto a la verdad"
 La libertad presupone no sólo pensar en silencio, sino acceso
irrestricto al mundo.
 La libertad de expresión presupone una atmósfera de seguridad
tutelada por la carta constitucional.

POLISEMIA DEL CONCEPTO DE OPINIÓN PÚBLICA


PSICOLOGIA: l.) tomara una posición reduccionista mencionando
que la opinión pública es la suma de opiniones y actitudes
individuales.
CULTURAL aglutina pensamientos y sentimientos colectivos,
expresados en patrones culturales, costumbres y tradiciones que
definen su opinión y comportamiento.
RACIONAL: bajo la concepción liberal de los griegos, al hombre se lo
entiende como ser racional, informado y responsable, además que
pertenece a una sociedad de públicos.
PUBLICISTICA: a partir de los medios de comunicación que
intervienen a traves de la publicidad y propaganda en la psiquis de la
opinión pública.
ELITISTA: distingue: públicos (mayorías y masas), y élites (minorías
y líderes).
INSTITUCIONAL: desde lo jurídico y político en donde la O.P. se
expresa desde la soberanía, voluntad general, libertades públicas,
participación y representación.
CONCEPTO LUHMANNIANO: O.P. "estructura temática de la
comunicación pública", en donde los ciudadanos ya no discuten, sino
los medios presentan los temas relevantes que sirven de referente,
orientación y reducción de la complejidad social.

1. CONCEPTO Y FUNDAMENTOS PSICOSOCIOLÓGICOS DE


LA OPINIÓN PÚBLICA

I. LA POLISEMIA DEL CONCEPTO DE OPINIÓN PÚBLICA


Una conclusión que parece quedar clara en los numerosos
escritos —tanto teóricos como empíricos— sobre opinión pública es
que no reflejan un concepto claro, unívoco y válido para todos, sino
que, por el contrario, éste se muestra confuso, complejo, polisémico
y fuertemente condicionado por las distintas perspectivas en las que
se sitúan los estudiosos del tema, sean aquéllas personales,
sociales, políticas, ideológicas, vulgares, teóricas, empíricas o de
cualquier otro signo.
Todo el mundo manifiesta tener una (su) idea sobre lo que pueda
ser la opinión pública, desde el hombre de la calle que la toma como
referente de orientación sobre los distintos temas públicos, hasta el
político que la entiende desde el respeto, el control y la
manipulación, o el científico que, a pesar de utilizar distintas
perspectivas para su análisis, la incluye entre sus temas de
investigación como uno de los factores que definen la dinámica y el
cambio social. Por ello, no es extraño encontrar opiniones
cualificadas como las de R. E. Park («La opinión pública es una cosa
más compleja de lo que han supuesto los analistas que han
intentado disecarla y medirla»)1, W. J. H. Sprott («Es difícil expresar
en términos exactos qué significa "opinión pública ". La dificultad
estriba en la palabra "pública " que se usa en muchos sentidos
diferentes [...]»)2 o la de E. Noelle-Neumann («[...] el término
"opinión pública " corresponde a una realidad, pero las explicaciones
no han acertado todavía a determinar dicha realidad»)3, que nos
invitan a desistir en el empeño de definir este concepto. Como dicen
J. Stoetzel y A. Girard, «[...] seria vano intentar definir la opinión
pública. La opinión pública no es un objeto: es un capítulo para la
investigación
Como en capítulos posteriores explicaremos en detalle la mayor
parte de estas perspectivas, vamos a resumir y sintetizar, en lo
posible, las acepciones y enfoques más importantes que han llevado
a esta disciplina a darle un sentido polisémico.
Desde una perspectiva histórica amplia, cabría distinguir entre: la
existencia de fenómenos de opinión pública, la aparición del término
y el concepto, la conciencia del fenómeno y su poder en la sociedad,
los intentos de explicación desde distintos marcos teóricos e
ideológicos y el enfoque interdisciplinar que se ha dado a la misma.
Suele ser un lugar común entre los tratadistas de esta materia
aceptar que fenómenos de opinión pública —entendidos como un
tipo más de comportamiento colectivo y comunicacional— se han
dado siempre, aunque haya que esperar hasta finales del siglo xvi
(M. de Montaigne) o mediados del xviii (J.-J. Rousseau) para que
aparezca el término e, inmediatamente después, los fisiócratas
presenten la primera formulación teórica sobre el concepto. A partir
de este momento, la opinión pública se convertirá en un tópico social
que, aun manteniendo un núcleo aparentemente común, cada uno la
entenderá desde los intereses que defiende, la posición que ocupa
en la sociedad, la ideología que subyace a sus planteamientos o la
perspectiva científica que utiliza en sus investigaciones. Los
ejemplos los tenemos en la explicación que dan la teoría e ideología
liberal frente a la teoría e ideología marxista, o la perspectiva
racional de la ilustración y la sociología del conocimiento frente al
punto de vista de los psicólogos de las multitudes y de los teóricos
de la sociedad de masas. Estas perspectivas nos dirán, en unos
casos, que la opinión pública no es sino un producto de la razón,
mientras que, en otros, la racionalización de un impulso colectivo; en
unos, que tiene por sujeto al público, mientras que, en otros, las
opiniones de las élites o los líderes; en unos, que es la expresión de
toda la sociedad, mientras que, en otros, la opinión de la clase domi-
nante. Y, así, podría alargarse la lista de puntos de vista, como, por
ejemplo, la de aquellos que la entiende como la suma de las
opiniones individuales o aquella otra que la ve desde una
perspectiva supraindividual, universal o colectiva.
Esto no quiere decir que todas estén equivocadas, sino que todas
tienen —como decía K. Mannhcim en Ideología y utopía— parte de
razón, pero no toda la razón. Y algo de esto ha ocurrido también con
la perspectiva científica e interdisciplinar de esta materia. Las
ciencias jurídico-políticas siempre la han contemplado desde un
punto de vista institucional y como concepto político; la psicología
social, como un comportamiento colectivo (al principio) y como una
extrapolación de las opiniones y actitudes individuales o grupales a
las opiniones de toda la población (después); la sociología, desde el
análisis de las opiniones de un nuevo conglomerado social - -los
públicos— en estrecha relación con las pautas de comportamiento y
el control social, pero distinguiendo claramente la existencia de dos
tipos de opinión pública: una opinión pública real, responsable y
razonada, y otra —denominada pseudo-opinión pública— irracional y
expuesta a la manipulación. Finalmente, cuando las ciencias de la
comunicación se ocupan del estudio de los medios de comunicación
y sus efectos, se encontrarán con una opinión pública entendida bajo
una doble acepción: primero, como un fenómeno que ya existe en la
sociedad y, por tanto, que puede accederse a él para cambiarlo o
reforzarlo, y, segundo —tal como lo describe el modelo estímulo-
respuesta—, como un fenómeno que los medios pueden crear e
implantar en la sociedad. En el primer caso, los medios y sus
mensajes tratarán de reconducir, modular o cambiar unos estados y
corrientes de opinión estrechamente relacionados con la idiosin-
crasia, las costumbres y el pensamiento popular. Y, en el segundo —
bajo la perspectiva de crear efecto y explicar la formación de la
opinión pública al amparo del poder de los medios—, será
contemplada como uno de sus efectos principales. Las teorías y
modelos que van apareciendo desde los años veinte hasta el
momento actual hablarán de efectos a corto y a largo plazo, de
efectos directos e indirectos, de efectos latentes y manifiestos y de
efectos persuasivos y cognitivos, estando siempre presente en todos
ellos la opinión pública como un fenómeno que puede crearse o
moldearse, porque los medios son fundamentales para su existencia
y expresión.
Desde que tiene relevancia pública, la opinión pública ha sido
contemplada, primero, como objeto de reflexión teórica y, después,
como objeto de investigación empírica con las repercusiones
correspondientes en los planteamientos teóricos y, sobre todo,
metodológicos. Esto es lo que intentaba reflejar P. F. Lazarsfeld en
1957 cuando hablaba de la existencia de una tradición clásica y de
otra empírica y de la necesidad de buscar puntos de encuentro entre
ambas corrientes, tal como manifiesta el autor al final del artículo6.
Este abanico de perspectivas ha transformado la opinión pública en
un concepto polisémico y abierto (con infinidad de posibilidades e
interpretaciones), tal como recogen después las distintas
definiciones dadas al concepto.
Sin ánimo de ser exhaustivos en la exposición y considerando
que se pueden hacer otras clasificaciones y añadir muchas
matizaciones, la opinión pública ha sido contemplada desde un
conjunto de perspectivas —unas veces, por separado y, otras, desde
varias a la vez—, entre las que pueden citarse las siguientes:
1) Psicológica. Esta perspectiva tiene sus precedentes remotos
en el mundo griego y considera que los juicios que se hacen en
público no reflejan sino opiniones (con mayor o menor
fundamentación) de los sujetos que las sustentan. La psicología
social posterior a los años veinte del siglo pasado —desde una posi-
ción reduccionista— retomará este punto de vista y explicará la
opinión pública como la suma de opiniones y actitudes individuales,
se hayan obtenido éstas a través de una muestra representativa o se
hayan registrado en su totalidad. A la opinión pública —decía Floyd
G. Allport en 19377— no se la puede entender como la
personificación u objetivación de una realidad que está por encima
de los individuos o los grupos, sino que en nada se diferencia de las
opiniones individuales o de los estados de opinión. Esta idea
behaviorista —contraria a la concepción de los psicólogos de las
multitudes que veían en cualquier aglomeración de gente una
personalidad colectiva, mente o alma de las muchedumbres—
registrará como opinión pública los estados de opinión obtenidos por
técnicas cuantitativas y estadísticas, tal como recogen, por ejemplo,
las encuestas de opinión. La opinión pública —como se verá en
apartados posteriores-— se aleja como objeto de estudio de la
ciencia política y el derecho para ser analizada desde la psicología
(especialmente, la social), una nueva perspectiva que, aun
reconociendo que hace aportaciones importantes en el campo de las
actitudes y los comportamientos, la asimilación (y reducción) que
hace del concepto de opinión pública al concepto de actitud quedará
a todas luces forzada e insuficiente.
Una segunda perspectiva psicológica de la opinión pública se
realiza a través del concepto de percepción. Autores como James B.
Lemert, H. O'Gorman, Garth Taylor o E. Noelle-Neumann han
destacado este aspecto, diferenciando, por un lado, las actitudes
individuales; por otro, el referente de la opinión pública como parte
del espacio público o la agenda pública y, en tercer lugar, la
percepción que puedan hacer las mismas personas de las opiniones
públicas. La opinión pública —dice Lemert— es una percepción
impuesta por el perceptor, apoyándose en la información que tiene
sobre actitudes ciudadanas hacia un tema, una personalidad, un
candidato, una actividad o los resultados que se debaten
públicamente y, aunque es un fenómeno subjetivo, puede ser
investigado desde los distintos elementos que toman parte en el pro-
ceso, desde los mismos individuos, hasta las fuerzas políticas, los
medios informativos o la publicación de resultados de encuesta8. E.
Noelle-Neumann subraya, además, la percepción que los individuos
hacen de su entorno para detectar lo que aparece como opinión
mayoritaria o minoritaria y, así, expresar o silenciar su opinión
personal. Algo parecido expresan H. O'Gorman y G. Taylor en su
teoría de la «ignorancia pluralista»9. El concepto de percepción
guardaría aquí una estrecha relación con los conceptos de opinión
pública, clima de opinión, espacio público y control social.
2) Cultural. Relacionada en parte con el enfoque perceptivo, el
concepto de opinión pública en sus orígenes nos remite a un
conjunto de pensamientos y sentimientos colectivos, expresados en
forma de patrones culturales, costumbres y tradiciones, que sirven
de referente para la expresión de las opiniones y el comportamiento
social del individuo. La opinión pública enlaza directamente con las
creencias dominantes de una comunidad, con el clima de opinión y
con el control que ejerce la colectividad sobre el individuo. Estas
ideas ya las habían expresado Glanwill, Rousseau, Locke, incluso, el
mismo Tocqueville, pero será E. Noelle-Neumann10 quien recupere
este concepto antropológico y cultural de opinión pública para refe-
rirse a la sensibilidad que existe en toda sociedad ante la percepción
de los temas dominantes y apuntarse al carro del vencedor o, en
caso de mantener una postura disonante, esconderse en el silencio.
Tiene tal poder la fuerza del «qué dirán», la costumbre o la «ley de la
opinión», que actúa de control social y de orientación en los temas
públicos. Es la ley de la reputación. La opinión pública, desde esta
perspectiva, subraya la importancia, y es fuertemente deudora, del
clima de opinión.
3) Racional. Éste es el concepto de opinión pública que
corresponde a la concepción liberal, que domina en la primera mitad
del siglo xix (aunque ya estaba presente en los círculos liberales,
como los clubes, cafés, salones, ateneos y sociedades del xviii) y se
prolongará en las referencias de los tratadistas en derecho y ciencia
política a lo largo del siglo xix e, incluso, del xx. Cuando se apela a la
opinión pública —y aquí se incluye a todos aquellos que buscan el
apoyo del pueblo— se apela a la racionalidad del hombre, una
dimensión que fue desarrollada con especial interés en el siglo de
las luces y que, en los temas de interés público, los liberales
llamarán opinión pública.
Los griegos ya habían hablado de las opiniones como sinónimo
de semisaber o saber vulgar, pero serán los ilustrados los que
defiendan la vía de la opinión como una de las mejores vías para
acceder a la verdad. Si entre humanos nadie posee la verdad
absoluta, en los asuntos públicos ésta debe salir de la confrontación
de las opiniones y del mejor argumento, del diálogo y el raciocinio
público hecho por personas privadas interesadas en los asuntos
públicos. Es la opinión pública como «instancia crítica» de la que J.
Habermas habla en Strukturwandel der Óffentlichkeit11.
Esta manera de entender al hombre como ser racional, informado
y responsable formando parte de una sociedad de públicos, dice C.
Wright Mills, no es sino una estampa de cuento de hadas12 que
toma a la opinión pública como un referente posible, pero
difícilmente realizable. Las teorías instintivistas de mediados del siglo
xix —que destacan la dimensión irracional del hombre— y la
irrupción posterior de las técnicas de propaganda y persuasión —
que entienden la opinión pública como un objeto de manipulación y
control— modificarán en parte la idea racional del hombre y la
racionalidad de la opinión pública. Sin embargo, y esto es
importante, al igual que ocurre con los regímenes de signo autoritario
que imitan formas y funciones de instituciones democráticas,
también sucede que aquellos que usan del tópico o definen
situaciones de opinión pública todos apelan a la racionalidad del
público.
4) Publicística. Esta perspectiva subraya la importancia y la
necesidad que siempre ha tenido la opinión pública de utilizar algún
medio de comunicación para darse a conocer y cumplir el requisito
de «notoriedad» o «publicidad». Así lo entendió Necker en 1781,
cuando hacía público el balance (compte rendú) del presupuesto
nacional13 para defenderse de ciertas presiones aristocráticas, así lo
entendieron las Declaraciones de derechos cuando proclamaban las
libertades de opinión, expresión e imprenta y así lo entendieron
todos aquellos que defendían la publicidad de las discusiones
parlamentarias.
La prensa desempeñará en estos siglos un papel fundamental en
la defensa de estas y otras libertades, pero siempre se presentará
como la clara defensora y exponente de la opinión pública. Tan
importantes llegarán a ser los medios de comunicación en la
formación y expresión de la opinión pública que algunos, al igual que
sucediera con las encuestas de opinión, han llegado a afirmar que la
opinión pública es lo que dicen los medios. Incluso, en aquellas
situaciones de comunicación informal, latente o subterránea, es
necesaria la presencia de los medios de comunicación para que una
opinión o un rumor se transformen en opinión pública a través de su
publicidad.
La preocupación de las ciencias de la comunicación por el estudio
de la opinión pública como un efecto fundamental de los medios no
hace sino confirmar la importancia de la dimensión publicística en los
fenómenos de opinión pública.
5) Elitista. Con este término no sólo se quiere hacer referencia
a la mentalidad conservadora que defiende una opinión pública
amparada en una minoría selecta e ilustrada, sino constatar el hecho
de que en los fenómenos de opinión pública las opiniones de todos
los que toman parte no tienen el mismo peso y que en ese sentido
se deben hacer diferencias cuando se quiere explicar el sujeto de la
opinión pública: por un lado están las masas y los públicos y, por
otro, los líderes y las élites. Esta forma de entender la opinión
pública está ampliamente recogida en la historia del pensamiento
social y con fuertes defensores en el momento actual. Como suele
suceder con otros muchos fenómenos sociales, se produce una
mezcla de observación científica e ideología, de realidad y deseo, de
ser y deber ser.
La idea principal que define esta concepción nos lleva a distinguir
entre los públicos (mayorías, masas) y las élites (minorías, líderes) y
que ambos elementos desempeñan papeles diferentes en los
fenómenos de opinión pública. Si se entiende que este concepto es
un fenómeno unitario y tiene por sujeto a los públicos («las opiniones
son de los públicos»), la parte más razonable y emprendedora de
este comportamiento estará en sus líderes, pero, si de antemano se
distinguen distintas formas de opinión pública, la corriente elitista
establecerá desde el primer momento la distinción entre una opinión
pública auténtica, real e ilustrada, de una pseudo-opinión pública u
opinión de masas inculta, irracional y manipulada.
Las referencias a ambas concepciones, pero especialmente a la
segunda, abundan. Los fisiócratas, por ejemplo, situaban la opinión
pública en el pensamiento de los sabios; los primeros liberales, en
los círculos selectos; los conservadores y doctrinarios, en las élites;
Alexis de Tocqueville y J. Stuart Mili distinguían entre una opinión
pública informada y razonada, de una opinión pública masificada (el
yugo y la tiranía de la opinión pública) y manipulable; los psicólogos
de las multitudes y los teóricos de la sociedad de masas subrayarán
y fundamentarán la opinión pública de la nueva sociedad como una
opinión de masas; incluso, M. Weber se hará eco de la distinción
entre los dos tipos de opinión pública mencionados; H. Blumer,
frente a la corriente cuantitativista, afirmará que en los fenómenos de
opinión pública no todas las opiniones tienen el mismo peso; K.
Deutsch, que el origen de la opinión pública está en las élites y,
finalmente, Doris A. Graber distingue entre opinión pública y pseudo-
opinión pública. La autora norteamericana sostiene que la auténtica
opinión pública sólo es posible en círculos minoritarios, supone
información, diálogo y consenso, mientras que la pseudo-opinión
pública se extiende a círculos más amplios, adolece de información y
debate, se apoya en juicios superficiales y es la opinión pública que
normalmente recogen las encuestas de opinión14.
6) Institucional. Ésta es la dimensión que han desarrollado las
ciencias jurídico-políticas, especialmente a lo largo del siglo xix, junto
al concepto de régimen de opinión. La idea de opinión pública está
muy próxima a conceptos como el de soberanía, voluntad general,
libertades públicas, participación y representación, y la
espontaneidad que lleva implícita la opinión pública encontrará en
las instituciones, leyes y principios del sistema democrático una
oportunidad para su expresión y representación formal. Las
constituciones no la citan, pero su espíritu está presente en su
articulado (y en otras leyes específicas, como la ley electoral o la ley
de partidos), y todos saben de su poder. Juristas y teóricos de la
ciencia política hablarán de ella al referirse a las relaciones entre
gobernantes y gobernados, al elaborar leyes que regulan los
derechos de opinión, información y asociación, al normalizar la
representación y participación políticas (sufragio), al delimitar las
funciones del parlamento y exigir publicidad de sus debates y al
definir el sistema democrático como un sistema abierto que debe
estar atento a las demandas de los ciudadanos, grupos e
instituciones. Autores como Montesquieu, J. Stuart Mili, V
Considerant, F. von Holtzendorf, J. Bryce, A. V. Dicey, A. L. Lowell,
A. Posada y H. Heller forman parte de esta tradición.
7) Finalmente, se podría hacer referencia al concepto
luhmanniano15 de opinión pública, entendida como «estructura
temática de la comunicación pública», donde los ciudadanos ya no
discuten sobre temas de interés público ni llegan a ningún consenso,
sino que los medios están encargados de ofrecer —y los ciudadanos
de aceptar—un conjunto de temas presentados como relevantes que
sirven de referente, orientación y reducción de la complejidad social.
También podría ser analizada desde una serie de condicionantes
que van desde el poder político, instituciones, organizaciones,
grupos, medios de comunicación, líderes e intereses de los mismos
públicos, hasta su inclusión en el clima de opinión o formando parte
del espacio público.
Todos estos puntos de vista se han concretado en distintas
formas de entender la opinión pública, como queda recogido en las
numerosas definiciones del concepto16, pero manteniendo, al
menos, unos puntos de acuerdo, como son los referidos a las
opiniones y actitudes, los públicos, la conciencia de colectividad, la
confrontación y la mediatización.
II. ELEMENTOS BÁSICOS Y CONSTITUTIVOS DE LA
OPINIÓN PÚBLICA
La expresión «opinión pública» tiene dos elementos —que
llamaremos básicos— relativos a los términos «opinión» y «pública».
Con el término «opinión» se hace referencia a dos conceptos
fundamentales, presentes siempre en cualquier fenómeno de opinión
pública, el de opinión y el de actitud. Hay también otros conceptos
relacionados con el término, de menor importancia aquí, que
completarían la dimensión racional (y también irracional), como, por
ejemplo, los de estereotipo, prejuicio, atención, percepción e
ideología.
En cuanto al segundo término, «pública», se debe entender en
tres sentidos: 1) «pública», referido al sujeto de la opinión pública, el
público; 2) «pública», como aquella opinión que se exterioriza y llega
a Jos demás, se hace pública y notoria; y 3) «pública», como aquella
opinión que se dirige a los asuntos de interés público, a la res
publica, porque es de interés general (público) o porque puede llegar
a serlo. También aquí, como veremos más adelante, se encuentran
conceptos relacionados, asimilados principalmente al público como
sujeto de la opinión pública.

1. Opiniones y actitudes
Cuando hablamos de la manifestación de opiniones y actitudes en
un fenómeno de opinión pública nos estamos refiriendo a su
verbalización, sea ésta oral o escrita. Detrás de la expresión verbal
se encuentra siempre una idea, una impresión, o la expresión de un
sentimiento. El hombre razona sus ideas, pero también racionaliza
sus impulsos, tendencias, intereses y necesidades, y ambas
funciones —razonamiento y racionalización—pueden ser
verbalizadas y expresadas colectivamente. La opinión pública, por
tanto, incluye ambas dimensiones, la racional y la irracional.
Cuando se habla de verbalización los autores se refieren más al
concepto de opinión que al de actitud, pero se debe aceptar desde el
principio que la mayor parte de las opiniones manifestadas,
especialmente las colectivas, reflejan algo más que una simple idea
o impresión: expresan valoraciones, sentimientos, emociones,
impulsos, reacciones o tendencias a favor o en contra de algo. Esta
toma de posición, a favor o en contra, se acerca más al concepto de
actitud. Por ello, en el lenguaje corriente, cuando se habla de
opiniones normalmente no estamos refiriendo a aquellas actitudes
que se expresan verbalmente.
¿Por qué se habla, entonces, de opinión pública en vez de actitud
o actitudes públicas? A nuestro entender se pueden aducir dos
razones. Históricamente, el siglo xviii es un siglo que siente pasión
por la razón y, por ello, no en vano se le ha llamado el siglo de las
luces o de la razón. Como podrá verse más adelante al hablar del
liberalismo, esta ideología defendía la vía de la opinión como uno de
los mejores caminos para llegar a la verdad (el conocimiento y la
solución de los problemas públicos). No cuenta el sentimiento, sino
la razón, y ésta encuentra su lugar natural en la reflexión, el debate y
el diálogo razonado. Las opiniones son la expresión verbal del uso
que las personas hacen del raciocinio y, cuando el tema en cuestión
es público y colectivo, entonces se activa la razón pública. Además,
el uso científico del término «actitud» no empieza hasta pasada la
primera mitad del siglo xix.
En segundo lugar, una actitud es una variable intermedia o
interviniente del sujeto a la que es posible acceder o llegar
mediatamente, esto es, a través de la palabra, el comportamiento,
los gestos u otras formas de expresión y, aunque en teoría una
opinión también es una variable intermedia, ésta se encuentra más
próxima al exterior (Eysenck) y a la expresión verbal. Algunos,
incluso, llegan a identificar expresión verbal con opinión17. Una
opinión—dice Germani—es la expresión de una actitud, y la
expresión pública de las actitudes políticas se ha considerado
tradicionalmente como la opinión pública
Una opinión es algo más que una mera noción o impresión de las
cosas, personas o acontecimientos y algo menos que cualquier
prueba científica19. Para W. Albig, las opiniones son simplemente la
expresión de aquellos puntos en controversia y, para Sprott, la
«linca» que toman las personas a favor o en contra de alguna cues-
tión en disputa. Otros entienden por opinión la simple manifestación
de una conclusión o juicio, cuando los motivos no nos dan suficiente
certeza, pero nos inclinan a creer que es verdad. Sin embargo, una
aproximación mayor al concepto de opinión, tal como se entiende en
opinión pública, la encontramos en su relación con el concepto de
actitud (componentes) e, incluso, con el de ideología (modelo de
Eysenck). Si los componentes que encontramos en una actitud,
como veremos más adelante, son el cognitivo, el afectivo y el
comportamental, se podrían definir las opiniones como aquellas
actitudes en que predomina el componente cognitivo.
En el modelo de Eysenck, las opiniones constituyen la parte más
superficial, inconsistente y cambiante del continuo cognitivo. El
modelo tiene una estructura jerárquica y los niveles se establecen de
la manera siguiente:

1) El nivel de las opiniones específicas, para referirse a


aquellas opiniones que circunstancialmente emiten las personas en
función de los mensajes que reciben, sin apenas relación alguna y
pasando en su mayoría, al olvido.
2) El nivel de las opiniones habituales, como aquellas
opiniones más o menos asentadas, estables y de respuesta
parecida. Son opiniones con un mayor grado de coherencia y
consistencia.
3) El nivel de las actitudes, como conjunto de opiniones
estables, predisposiciones, reacciones y orientaciones hacia
aquellos objetos (de actitud) cargados de alguna significación, esto
es, que no nos dejan en la indiferencia. Son las actitudes sociales
primarias.
4) El nivel de la ideología, como la parte más profunda y
formando una constelación o conjunto de actitudes correlacionadas,
agrupadas entre sí para originar una sobreactitud o ideología.
Aunque los cuatro niveles tienen que ver con la opinión pública,
esta se encontraría mejor representada en los niveles de las
opiniones habituales y de las actitudes. Ello quiere decir que cuando
aparece un problema o un tema que puede pasar a ser opinión
pública, desde el punto de vista psicológico, primero se le debe
prestar atención, en segundo lugar, interiorizarlo y, en tercer lugar,
expresarlo en forma de opinión o de actitud.
El tema de las actitudes constituye un capítulo importante en la
investigación de la opinión pública, especialmente entre los años
treinta y sesenta del siglo pasado. Si recordamos el paradigma
dominante de Lazarsfeld y los estudios de Hovland y colaboradores,
el concepto de opinión pública va íntimamente unido al de actitud.
Los proyectos de investigación se diseñan para ver el modo de
cambiar las actitudes (estudios sobre persuasión y propaganda) y al
extender los resultados a la población se hablará de control y cambio
de la opinión pública. Nos movemos dentro del modelo
reduccionista, que entiende la opinión pública como la suma de
opiniones y actitudes.
Es, sin embargo, la psicología social la disciplina que mejor ha
explicado este concepto. Desde 1862 (año en que H. Spencer
publica sus Principios) hasta el presente, el uso del término «actitud»
pasa por muchos y variados significados. A modo de ejemplo, se
puede ver la lista de significados recogidos por Nelson21 que se
atribuyen al vocablo en 1939, o la opinión de Campbell (1963) según
la cual los psicólogos incluyen hasta ochenta conceptos distintos en
la definición operativa de las actitudes22.
Se ha dicho de las actitudes que son «una predisposición motriz
para la acción (K. Young, 1967), «un tipo de conducta que tiende a
modificar el status de la persona o grupos en una situación
determinada» (Lundberg, 1952), «una creencia adicionada de carga
afectiva y volitiva» (Krech y Crutschfield, 1948), pero, sobre todo, y
donde la unanimidad es mayor, es cuando se define como aquella
«disposición a responder verbal o comportamentalmente a una
situación». Disposición que puede referirse, en primer lugar, a las
«actitudes mentales» (Spencer, 1862), y a la habilidad de
«interpretan) correctamente lo que se ha dicho como resultado de
mantener tales actitudes; y, en segundo lugar, a las «actitudes
motoras» (Lange, 1888), entendidas como estados de disposición
para reaccionar de una manera motriz23. Ya en este sentido. Tomas
y Znaniecki (1918) explicaban las actitudes como «aquellos procesos
mentales que determinan las respuestas de los individuos, actuales
o potenciales, hacia su mundo social».
Concretando, en el tratamiento de las actitudes se pueden
encontrar tres puntos de vista bien diferenciados. En primer lugar,
están aquellos que entienden la actitud desde la acción, como una
disposición a responder a una situación. En segundo lugar, aquellos
que explican la actitud como un sentimiento (Osgood, Succi y
Tannenbaum, 1957), o componente afectivo de la conducta. Y, en
tercer lugar, aquellos que la interpretan como una estructura de
componentes cognitivos (Fishbein, 1965), efectivos y conativos o de
reacción (Rosenberg y Hoviand, 1960; Triandis, 1971; y otros).
Según esta última postura, y siguiendo a J. R. Torregrosa, las
actitudes se pueden definir como «los modos de orientarse efectiva,
cognitiva y activamente hacia aspectos diferenciados de la realidad
del sujeto»24, definición que incluye elementos analíticamente
diferentes —efectos o sentimientos, creencias y tendencias a la
acción—, aunque funcionalmente interdependientes. Según esto, los
elementos o componentes que encontramos en una actitud, son tres:

1) El componente cognoscitivo o perceptivo, formado por el


conjunto de ideas, conceptos, nociones, percepciones, imágenes,
categorías, juicios de valor, creencias, etc., usados por el hombre al
pensar. En opinión de Triandis25, este componente está definido por
las categorías (que nos ayudan a percibir e interpretar el mundo), los
atributos y un tercer elemento que Rokeack (1967) llama
«centralidad» (proximidad respecto a la estructura del yo).
2) El componente afectivo, referido al aspecto sentimental,
emotivo e impulsivo que llevan consigo las ideas, los juicios y las
valoraciones al referirnos a los objetos.
3) El componente conativo, de acción o comportamental, como
aquella predisposición que manifiestan las personas a actuar,
reaccionar o manifestarse de una manera concreta. Es la
característica que recogen las definiciones como «tendencia a la
acción». Estas conductas se expresan a través de las palabras, los
gestos, las acciones, intenciones y lenguajes que comporten
expresiones simbólicas o reales de alguna actitud.
Estos tres componentes, con mayor o menor intensidad, siempre
pueden ser percibidos en toda actitud. Cuando predomina el
elemento cognitivo y la actitud se verbaliza, suele hablarse de
opinión, y cuando estas actitudes forman corrientes de opinión, la
gente dialoga y discute públicamente sobre temas de actualidad,
entonces se habla de opinión pública. Del conjunto de actitudes que
activan las personas, son las actitudes referidas a lo público y lo
político las que fundamentan el elemento «opinión» de la opinión
pública.
Las opiniones y actitudes pueden ser analizadas en tres planos
diferentes: el individual, el grupal y el público. El error de ciertas
corrientes de la psicología social ha estado en que han considerado
la opinión pública al mismo nivel que las opiniones y actitudes
individuales o grupales. No se niega que haya elementos comunes
en los tres tipos de actitud, pero la opinión pública añade nuevos ele-
mentos que la diferencian en parte de las opiniones y actitudes
individuales. Por ejemplo:

— las personas que participan en un fenómeno social de opinión


pública tienen conciencia de formar parte de un todo (el público);
— las partes se desconocen (distancia entre los miembros del
público);
— pero comparten ideas y sentimientos comunes que se
traducen en corrientes de opinión;
—participan activamente, por lo menos a nivel cognitivo, en un
proceso colectivo y público (dinamismo y notoriedad pública).

En la opinión pública la convergencia de opiniones y actitudes es


fundamental. Una opinión en tanto es válida en cuanto viene
respaldada por otras muchas que caminan en la misma dirección,
intención u objetivo, van formando un todo dinámico y van exigiendo
notoriedad pública. La convergencia lleva a las corrientes de opinión,
y éstas, al consenso o al conflicto. En todo caso, las opiniones se
agrupan y la opinión colectiva prevalece sobre la individual. La
opinión pública es uno de los muchos fenómenos en que el todo (la
opinión pública como tal) necesita de las partes (las opiniones y
actitudes individuales y grupales), pero sobré-pasa a la suma de las
mismas. Es el efecto multiplicador de las opiniones individuales
cuando éstas pasan a formar parte de la opinión pública.

2. El público
La ambigüedad le viene a la opinión pública, según algunos
autores, por el término «pública». Anteriormente hacíamos mención
a tres formas diferentes, y las tres válidas, de entender el término
«pública» dentro del concepto «opinión pública». Ciertas opiniones
son públicas (notorias), porque, al ser emitidas por personas
particulares, se exponen (porque así lo desean) a ser escuchadas
por los demás26. Es el concepto de publicidad que analiza en detalle
J. Habermas27 en Strukturwandel der óffentlichkeit. Cuando las
personas salen de la esfera de lo privado y, a través de la
comunicación y el diálogo, se interesan por el acontecer público,
ocupan un espacio en la vida social que se encuentra expuesto a la
mirada de los demás. Es el espacio público formado por aquellas
personas que dialogan y discuten en la calle, los cafés, las plazas, el
parlamento, los foros y, sobre todo, en los medios de comunicación.
La comunicación crea una nueva realidad que convierte en públicas
las opiniones que participan de ella.
«Pública» también hace referencia a «la cosa pública», a aquello
que atañe a todos y es de interés general o puede llegar a serlo; a
las cosas del Estado y a la administración que hacen de ellas los
gobernantes; a aquello que no es de nadie, pero es de todos; a
aquellas cosas que pertenecen al dominio público, porque el pueblo
es el propietario o porque, como sucede en infinidad de casos, está
en boca de la mayoría. Es decir, ciertas opiniones son públicas
porque atienden, participan y se interesan por el bien común.
Sin embargo, el aspecto más estudiado es el de «público» como
sujeto de la opinión pública. Ya se haga referencia a la notoriedad de
ciertas opiniones o a unas opiniones centradas en el bien común,
siempre se encuentra un grupo de personas que se manifiestan
portadoras de tales opiniones, el público. Dicho de otra manera,
ciertas personas pueden formar un público porque entran en las
redes del espacio comunicacional (como receptores o audiencias) y
pueden prestar atención a aquellos temas de interés general.
Espacio público (comunicacional) y atención pública son, por tanto,
dos condiciones para la existencia de los públicos de la opinión
pública.
Antes de pasar a la definición de público, conviene describir
algunos conceptos afines con los que mantiene semejanzas y,
también, diferencias. Son los conceptos de pueblo, población,
electorado, muchedumbre, multitud, masa, auditorio y audiencia.
1) Pueblo hace referencia al conjunto de ciudadanos que forman
parte de una comunidad o Estado. Enlaza más con el concepto de
«clima de opinión» que con el de «opinión pública», por su relación
con los usos, costumbres, tradiciones, valoraciones y
preocupaciones de la comunidad. Las relaciones entre público y
pueblo son relaciones de parte a todo. El público es aquella parte
activa del pueblo que en un momento dado activa sus pensamientos
y los expone a los demás. Solamente en un sentido amplio y con
matizaciones se podría tomar el pueblo como sujeto de la opinión
pública.
. 2) Población. Así como «pueblo» es un concepto jurídico y
antropológico, «población» es un concepto estadístico y
demográfico. Nos conduce al número de habitantes de un país,
región o Estado. El término «población» se queda en la simple
adición de personas según diferentes características sociográficas e
interesa aquí por su referencia a las opiniones individuales y a los
resultados de la investigación, especialmente de las encuestas de
opinión.
3) Electorado. Hay algunas definiciones que reducen la opinión
pública a aquella opinión manifestada en las urnas y sitúan el sujeto
en el cuerpo electoral.
Si bien es verdad que la opinión y la voluntad reflejadas en el
sufragio pueden coincidir en numerosas ocasiones con la opinión
pública, incluso desde el punto de vista político, este concepto se
extiende a otras muchas situaciones de la vida pública. El público de
la opinión pública no tiene por qué coincidir (ni coincide) con las
personas que tienen derecho al voto y, además, la opinión pública
adquiere su sentido genuino no tanto por la formalización que pueda
hacerse de la misma (a través de las leyes que regulan las
elecciones, los referendums y los plebiscitos), sino por la
espontaneidad y acción informal de los públicos que reaccionan ante
aquellos acontecimientos que atraen la atención. Sin embargo,
debemos decir que una de las manifestaciones más claras de la
opinión pública es cuando los ciudadanos de un país tienen la
posibilidad de expresar sus puntos de vista en un referéndum.
4) Muchedumbre. Cuando los individuos manifiestan conductas
semejantes pero se dirigen hacia diferentes lugares y no comparten
ningún objetivo, se puede hablar de un agregado o una agregación.
El agregado supone cierta cantidad de gente que está o pasa por el
mismo lugar sin que exista-interacción, comunicación o contacto vital
alguno29. Si estos agregados encuentran un foco común de aten-
ción, pueden convertirse fácilmente en una muchedumbre o una
multitud. Las muchedumbres son agregados de personas,
concentradas en un lugar de forma transitoria, bajo el efecto de un
centro común de atención o de acción: Las muchedumbres se
diferencian claramente de los públicos, porque las primeras suelen
estar concentradas en un lugar, mientras que los-segundos tienen a
sus miembros dispersos. Hay ciertos momentos, sin embargo, en
que una muchedumbre es la parte visible de un público más amplio
que se concentra en la calle u otro lugar para expresar una opinión,
reclamar un derecho o hacer notoria una protesta.
5) Multitud. Una multitud —dice K. Young— es una masa de
individuos que, ante un centro común de atención, libera ciertas
actitudes; emociones y acciones profundas30. Son muchedumbres
activas movidas por el odio, la agresividad, el miedo, los intereses,
los Valores, los prejuicios, las frustraciones y, sobre todo, por
aquellos rasgos de la personalidad primitiva enraizados en el ello y
en el inconsciente. En cuanto que liberan ciertas actitudes, las
multitudes encuentran alguna relación con los públicos, pero la
acentuación de su dimensión irracional las sitúa entre los
comportamientos más alejados. La ampliación dé los derechos
políticos en el siglo xix y la pérdida de protagonismo de ciertos
públicos difundió la idea de una opinión pública sujeta al concepto
negativo de multitud. El sujeto de la opinión pública pasó de los
públicos cultos y minoritarios a las capas incultas y activas, llamadas
multitudes. Si éstas se definían por la baja actividad de la razón,
como decía Le Bon, la opinión pública perdía su racionalidad y
pasaba a ser la expresión de un sentimiento o instinto.
6) Masa. El concepto de masa es tan ambiguo como difusa es
la realidad que pretende definir. En la segunda mitad del siglo xix
masa y multitud definían prácticamente el mismo comportamiento.
Posteriormente, el término «multitud» se aplicaría a aquellas
conductas colectivas que suponían menor cantidad de personas,
estaban reunidas en un lugar determinado y eran más activas y
emotivas. Las masas, especialmente en los años veinte31 del siglo
pasado, serán definidas por su magnitud, heterogeneidad,
polimorfía, dispersión, atomización, mediocridad e igualación en sus
comportamientos. Es un concepto negativo que será aprovechado
por todos aquellos movimientos sociales e ideologías de signo
autoritario de los años treinta para expresar la dependencia,
organización y control desde el poder de la masa de ciudadanos.
Cuando se habla de masas en la actualidad nos estamos refiriendo
al conjunto de conglomerados sociales, sin organización ni cohesión
alguna, expuestos a comportamientos uniformes bajo la influencia y
la presión de aquellos organismos que tienen poder. Las masas,
como tal, están muy lejos de ser el sujeto de la opinión pública, pero
siempre que la opinión se encuentre manipulada, controlada o
dirigida, el público de la opinión pública se acercará el concepto
negativo de masa.
7) Auditorio. Los auditorios constituyen una forma de
muchedumbre institucionalizada, porque las personas que la forman:
a) tienen un propósito definido al saber a donde van y qué van a oír
o ver, b) se reúnen en un tiempo y lugar -determinados y c) poseen
una forma definida de polarización e interacción32. Los conceptos de
auditorio y público se confunden con frecuencia. Por ejemplo, se
suele llamar público a las personas que asisten al teatro, a una
conferencia o a un mitin, cuando en realidad el término «público»
incluye gran cantidad de personas y, además, dispersas. Sin
embargo, el origen de la opinión pública va supeditado
a unos públicos que se definían por las características de
auditorio. Nos referimos a los públicos reunidos en los cafés,
salones, clubes, asociaciones e, incluso, el parlamento, para discutir
principalmente de asuntos públicos. La racionalidad le viene a la
opinión pública de estos públicos (auditorios) cultos, informados y
dialogantes, protagonistas de una opinión razonada.
8) Audiencia. Cuando en el proceso de la comunicación
colectiva el destinatario del mensaje es un sujeto, se suele hablar de
receptor, perceptor, descifrador, intérprete o consumidor. Si el
destinatario es un grupo de personas, entonces se suele hablar de
auditorio, público, audiencia o masa. En su sentido etimológico,
«audiencia» hace referencia a la «acción y efecto de oír», pero, hoy
en día, cuando hablamos de audiencia (aparte del sentido jurídico)
nos referimos a aquella «masa a la cual va dirigido el mensaje a
través de un medio de comunicación social»13. Por tanto, en el
comportamiento de la audiencia se incluye la acción de oír y de ver
y, en algunos casos, solamente la acción de ver (audiencia de
museos y bibliotecas, prensa, etc.). La audiencia está formada por
individuos que buscan satisfacer sus intereses particulares en la
comunicación, pertenecen a diferentes agrupaciones (frente a la
interpretación aislante y masiva de las primeras-teorías y estudios
sobre los efectos) y están expuestos tanto a la comunicación de los
medios como a la comunicación intragrupo e intergrupo.

Los públicos, como dicen Gerth y Milis, «están compuestos por


gente que no están en relación cara a cara, pero que, sin embargo,
manifiestan intereses similares, o está expuesta a estímulos
semejantes, aunque más o menos distantes»34. Los públicos
guardan relación estrecha con los auditorios y tanto en el lenguaje
científico (Sprott) como en el lenguaje vulgar, a veces se confunden.
La diferencia más clara se encuentra frente a las multitudes. Si éstas
se definen por su concentración y emocionalidad, los públicos, por
su dispersión y racionalidad; Sin embargo, cuando los autores
hablan de públicos se refieren a agrupaciones muy variadas e
incluyen desde el público de conferencias, exhibiciones cinematográ-
ficas o reuniones políticas (auditorios), hasta el público que escucha
el mismo programa, ve el mismo espectáculo de televisión
(audiencias) o lee el mismo periódico (público lector). Las
características comunes á todos estos públicos están en la
polarización, la dependencia de algo, aunque no estén reunidos en
un mismo lugar, no haya un propósito definido o no exista interacción
humana.
El término «público» ha pasado de significar aquel grupo de
personas que admira o contempla algo (en el circo, el teatro, el foro
o la plaza), a todo el mundo, la gente o el pueblo. Con la imprenta
nace el público lector y con la participación política, el público político
(la opinión pública). La importancia de la prensa, primero, y de la
radio y la televisión, después, extienden el concepto de público al de
población. La propaganda, la publicidad y los medios de
comunicación contribuyen a esta «confusión». También se puede
definir «público», por oposición a «privado», como aquel conjunto de
personas que traspasándo sus intereses particulares se preocupan
por algo que atañe a la colectividad. Este cambio de interés de lo
personal a lo notorio y común hace que el comportamiento dé ciertas
personas se llame «público» y no «privado». Estaría formado por
aquellas personas que, sin salir de la esfera de lo privado, se
preocupan de la esfera de lo común.
Entre las características de los públicos se suelen citar las
siguientes: a) suponen gran cantidad de gente; b) no es necesaria la
proximidad física entre sus miembros; c) se ven favorecidos en la
sociedad actual por tes medios de comunicación;
d)gozan de un carácter racional en su comportamiento, si bien en
ciertas circunstancias manifiestan comportamientos irracionales, al
estilo de las multitudes;
d)el comportamiento de los públicos guarda una relación estrecha
con los valores, normas y pautas de comportamiento vigentes; f)
forman agrupaciones naturales y espontáneas, sin organización
previa; y g) se mueven por intereses similares o. están expuestos a
estímulos semejantes.
El concepto de público-, al no ser unitario, nos lleva a, distinguir
diferentes tipos. Así, por ejemplo, Merril hace una distinción general
entre el público y un público. El público estaría formado por el
conjunto de personas que hay en una sociedad, con características
parecidas a las enunciadas más arriba. Un público, como dice A. M.
Lee, constituye «un área social de comunicación que puede definirse
por cualquier interés o cualesquiera intereses comunes, generales,
capaces de agrupar a personas que, en.cuestiones ajenaba estos
intereses,conducy no tienen por qué llegar a la unanimidad de
sentimientos u opiniones; por ende, en muchos aspectos, un público
es un área social.de interacción». V. Pnce, en cambio, diferencia
entre público en general (aquel que, queda recogido en las
encuestas, por ejemplo), público que vota, pública atento y público
activo.
Finalmente, Gerth y Milis, Sprott y, sobre todo, K. Young
distinguen entre:

a) público como sinónimo de gente, es decir, la. totalidad de


miembros que forman una comunidad* nación o sociedad;
b) público como aquella masa transitoria de individuos con una
preocupación común, sin que se encuentren los unos próximos a los
otros, y
c) público como aquel cuerpo de ciudadanos adultos que se
interesa por los asuntos públicos,

Sin embargo —dicen— sería más correcto hablar de públicos en


vez de público, ya que lo normal en toda sociedad es encontrar
diferentes públicos que respondan a grupos o corrientes.de opinión
que defiendan intereses diferentes37.
El sujeto de la opinión pública es el público y con este término nos
referimos tanto a las minorías cultas e influyentes de la sociedad
(como ocurría en los orígenes de la opinión pública) como a aquella
parte activa de la población que, al actuar como personas privadas,
se preocupan por los asuntos de interés general." No participan
todos con la misma intensidad, pero son personas atentas a lo
público, en gran parte informadas y expuestas a los medios de
comunicación. Utilizan las redes de la comunicación humana para
transmitir mensajes y preocupaciones con la conciencia de que
participan de una idea o sentimiento común y que esta participación
atañe a muchos. El público de la opinión pública goza de un senti-
miento de universalidad, de opinión compartida que, al ser pública,
actúa como elemento de cohesión y de refuerzo. Los medios de
comunicación, los grupos de presión, los líderes y el interés personal
contribuyen a esta convergencia de opiniones y actitudes en el
público.

3. Conciencia de colectividad, temas controvertibles y


mediatización
Otros elementos constitutivos de la opinión pública se refieren a:
1) la conciencia que existe entre los miembros de un público de
formar parte de una colectividad que mantiene posiciones
semejantes sobre un tema; 2) la falta de unanimidad (controversia)
que se da entre unos públicos y otros o entre todos y el poder, y 3) la
mediatización a la que está sometida la opinión pública en la
sociedad actual.
1) Los miembros de un público pueden participar de una idea
común que trascienda las" opiniones individuales y se proyecte como
una idea colectiva. Siguiendo la distinción que hace C. Cossío entre
«opiniones del público» y «opinión del público», las primeras
traducen simplemente un proceso cuantitativo de adición de
opiniones personales, mientras que la segunda responde a una voz
«unánime», «autorizada» y «cualificada» que pretende influir en las
opiniones individuales y en otros sectores de la sociedad.
Puede darse la coincidencia de que muchas personas participen
de las mismas opiniones y actitudes sin que exista entre ellas
información o conexión alguna. Sería una simple coincidencia que
transcribe las opiniones del público. Para que estas opiniones
pudieran pasar a opinión pública se necesitaría información de lo
que piensan los demás, adhesión a una idea colectiva y
exteriorización de la misma. Según V Rovigatti, la información es el
elemento que posibilita el paso de la pluralidad de opiniones a una
opinión pública: «La información crea un aglutina-miento de
opiniones individuales (iguales entre sí) y determina en cada uno de
los opinantes la conciencia de formar parte de un grupo (aunque
informal) que tiene su propia fuerza de presión en la realidad
social»39. La fuerza de la opinión pública le viene, precisamente, del
impacto que producen sus razones al ser defendidas y expuestas
por una colectividad.
2) La opinión pública se centra en aquellos temas de1
actualidad que son opinables, conflictivos y controvertibles. Cuando
los ciudadanos de un país manifiestan unanimidad o consenso sobre
un tema por mentalidad, idiosincrasia o evidencia, habrá lugar para
la opinión común, pero no para la opinión pública. Esta entra en
acción cuando surgen la disensión y el debate y los ciudadanos
ejercen el derecho a expresar sus discrepancias. La opinión pública,
por tanto, necesita —como dice A. Sauvy— un punto de apoyo o
resistencia para iniciar el proceso y expresar así su dinamismo; la
resistencia le puede venir de los mismos públicos, del poder o de Ios
expertos. La opinión pública se expresa no sólo en el diálogo sino en
la dialéctica de posiciones distintas o contrarias que pretenden
imponerse basándose en la mejor razón o argumento, en el poder de
convicción y en la adhesión de mayor o menor número de personas
a los distintos públicos. El fenómeno pervivirá en el tiempo mientras
permanezca la disensión activa de los actores que participan en el
conflicto.
3) En teoría, el sujeto de la opinión pública es el público, pero
sería de ingenuos pensar que todas las personas que lo forman se
implican con la misma intensidad y clarividencia. Nada más lejos de
la realidad; el grado de interés, participación, actividad, convicción o
comprensión de un tema de opinión varía en función de numerosas
diferencias personales y su entorno, a pesar de la imagen compacta
que proyecte la opinión pública frente a la sociedad y el poder. La
opinión pública, por otro lado, es uno de los muchos fenómenos
sociales que participa de la dinámica social al -servicio de objetivos
propios pero, también, de segundos y terceros. Consciente o
inconscientemente los públicos pueden expresar sus puntos de vista
y defender sus propios derechos, pero al mismo tiempo pueden estar
al servicio de otras instancias de poder que utilizan la opinión pública
para legitimar sus intereses frente a la sociedad; por ejemplo, cuan-
do se pone al servicio o es utilizada por los líderes, los grupos de
presión o las élites. La opinión pública, en esta segunda situación, se
encontraría con un sujeto aparente (el público) y un sujeto real (los
líderes o grupos). La habilidad (y manipulación) de los segundos se
centraría en eliminar la dicotomía público-grupo de presión y. ofrecer
como opiniones del público lo que no son sino opiniones interesadas
del grupo. Los conceptos de ideología y racionalización encontrarían
aquí plena aplicación para diferenciar entre los intereses del público
y los intereses de líderes y grupos, entre .la opinión aparente y la
opinión real, entre la opinión razonable y la opinión racionalizada,
entre los motivos conscientes y claros y los motivos inconscientes y
ocultos.
Todo esto aparece con mayor clarividencia cuando analizamos
las relaciones de la opinión pública con los medios de comunicación.
La opinión pública necesita de tal manera los medios de
comunicación para su expresión y conocimiento que, hoy en día, se
hace prácticamente imposible su existencia sin los mismos. Los
medios, en principio, median la opinión pública y posibilitan su
expresión. El problema radica en saber si es una mediación neutra y
fiel, reflejo de las opiniones de los públicos, o si la mediación se
convierte en mediatización, reflejo de los intereses de aquellas
instancias que se amparan en los mismos. Si ocurre lo primero, los
medios se convierten en el mejor vehículo para difundir y conocer la
opinión pública; si sucede lo segundo, se convierten en manipulado-
res e, incluso, creadores de opinión pública, regresando en cierto
modo al punto de vista de la primera etapa del estudio de los efectos
que decía: quien controle los medios, controlará la opinión pública.
Naturalmente, los medios como tales no manipulan ni crean opinión
pública, son aquellos actores que crean, dirigen y actúan a través de
ellos, que, casualmente, son las mismas instancias de poder a las
que se hacía mención anteriormente: los líderes, los grupos de
presión, las élites y el poder en general.

III. FORMACIÓN DE LA OPINIÓN PÚBLICA

La opinión pública es un fenómeno psicosocial y comunicacional


que depende fuertemente de las circunstancias de tiempo y lugar,
del tipo de sociedad y de las nuevas que nos trae el acontecer diario.
Es un fenómeno pasajero en cuanto a los temas de que trata, pero
rebrota de manera permanente como una actitud atenta del público
que busca expresar sus puntos de vista y preocupaciones o
defender derechos y libertades. Aunque cuenta con residuos y
refuerzos del pasado, se ocupa de problemas del presente, sea
porque aparecen por primera vez o porque resurgen con la misma
fuerza que tuvieron en un tiempo; en ambos casos, acaparan la
atención del público. La opinión pública, decíamos antes, es el
producto de las opiniones individuales y de la confluencia de
numerosos factores. González Seara nos recuerda que es muy poco
lo que sabemos acerca del proceso de la opinión pública y, entre los
factores que intervienen, cita la personalidad individual, la naturaleza
de los grupos, la estructura social del país de referencia, los siste-
mas educativos imperantes, la acción de los medios de
comunicación..., «y cuando conozcamos todos esos factores será
preciso saber cómo se producen las interrelaciones entre los
individuos que poseen dichas personalidades y viven en tales
circunstancias, para que se cristalice un estado de opinión»41. El
problema, por tanto, es complejo y cualquier esquema que se
ofrezca para explicar el proceso de formación habrá de tomarse con
la debida precaución. De nuevo reaparecen las distintas
perspectivas sobre la opinión pública.
Para V Rovígatti la opinión pública nace en el seno de una
colectividad en estrecha relación con el sistema sociocultural
(estructuras sociales, políticas, religiosas), en cuyo interior se articula
un aparato cultural (colegios, universidades, asociaciones, medios
de comunicación) y un subaparato informativo (la red de
informaciones interpersonales y sociales)42. Después de reconocer
la complejidad de la sociedad actual y la complejidad de proceso de
formación de la opinión pública, destaca el valor de la noticia como el
muelle que acciona la opinión pública motriz (clima de opinión) y la
impulsa a emitir un juicio (opinión pública)43. La opinión pública pasa
necesariamente por el ropaje de la información.
Así como K. Deutsch destaca el papel de ciertas élites
(económicas, políticas y comunicativas) y la formación en cascada
de la opinión pública (que arranca de las élites económicas hasta
llegar a los públicos, pasando por los líderes de opinión), Foote y
Hart (1953) hablan de la fase del problema (o surgimiento de una
situación problemática), la /ase de propuesta (con vistas a tomar
alguna línea de acción), la fase política (donde el debate público y el
liderazgo se constituyen en elementos principales), la fase
programática (que busca llevar a la acción lo consensuado) y la fase
valorativa (donde todos o algunos evalúan los resultados de las
acciones emprendidas)44.
Finalmente, J. Bryce, Ph. Davison, K. Young, A. Sauvy y R.
Rivadeneira45 ofrecen diferentes esquemas del proceso de
formación, que podemos resumir en los siguientes elementos:
En todo fenómeno de opinión pública existe un clima de opinión
que guarda relación con las predisposiciones colectivas,
idiosincrasia, tradiciones, costumbres y cualquier tema de consenso
o conflicto básico. Actúa como contexto y representa el entorno
cultural de una comunidad que, al tomar contacto con los
acontecimientos consuetudinarios, se traduce en opiniones
habituales y algunas veces, las menos, en opinión pública.
1) Las disposiciones individuales, especialmente las referidas a
intereses, sentimientos, opiniones y actitudes personales propias de
cada uno, aunque puedan ser coincidentes en gran cantidad de
sujetos. En ocasiones anteriores se ha hecho referencia a la opinión
pública como un producto de las opiniones individuales, para
diferenciarla de las opiniones del público o suma de opiniones. Tanto
en un caso como en otro las opiniones individuales cuentan, y en la
opinión pública constituyen el elemento subjetivo individual que inicia
el proceso de formación, aunque el resultado final (la opinión
pública) supere (no elimine) y unifique las posiciones individuales.
3) Los temas de opinión nos llevan a cualquier acontecimiento,
declaración o problema de actualidad, capaz de despertar la
atención y el interés del público. Son muchos los temas que
aparecen en la conversación humana y son muchos los mensajes
que difunden los medios de comunicación, pero solamente algunos
pasan a formar parte de la opinión pública. Las circunstancias de
lugar y tiempo y el análisis de los factores que concurren en el
proceso pueden explicar el surgimiento de una opinión pública frente
a otras posibles y, aunque en algunas ocasiones se muestra sencilla
y predecible su formación, en otras no se podrá conocer hasta
pasado el acontecimiento.
4) Cualquier idea u opinión compartida colectivamente necesita
del intercambio de puntos de vista o clima comunicativo. La opinión
pública, como opinión colectiva, supone una corriente de ideas tanto
entre los miembros que forman los grupos y dan vida a los públicos,
como entre los actores que participan en el diálogo público (poderes,
medios de comunicación, líderes y públicos). Son los grupos
primarios y secundarios quienes, a través de sus redes de comunica-
ción, posibilitan y dirigen el diálogo entre sus miembros y hacen que
aparezca como un todo colectivo producto de un público, lo que
normalmente no es sino el punto de vista de un grupo (partido
político, asociación^ sindicato, etc.). Los públicos de la opinión
pública están formados por gente, pero sobre todo por grupos y
líderes que, desde sus redes de comunicación y en defensa de sus
objetivos, dirigen la opinión pública.
5) En la sociedad actual la opinión pública pasa necesariamente
por el uso que hacen de ella los medios de comunicación. Las
noticias, los mensajes y las informaciones que difunden no sólo
median (exponen) los temas de opinión, sino que dirigen, orientan,
controlan o manipulan con frecuencia la opinión pública. Ciertos
acontecimientos pasan al público porque los medios los convierten
en noticia y ciertas opiniones son públicas porque los medios
posibilitan su difusión. Los lemas de la consonancia irreal y la fijación
de la agenda—de algunas teorías que se explicarán más adelante—
son algunos ejemplos de la importancia de los medios de
comunicación en cuanto a la atención pública, la creación de un
espacio público y la formación de la opinión pública.
6) Supuesto todo lo anterior, la opinión pública llega a su punto
más importante: el diálogo o debate entre las partes interesadas. Los
individuos, los grupos, los líderes, los públicos, los medios y el poder
entablan una dialéctica de razones y racionalizaciones, ofreciendo el
mejor argumento para convencer a propios y extraños ante la mirada
de todos. Los medios de comunicación se encargan de ello. Es un
debate que arranca desde posiciones individuales y avanza hacia la
convergencia de opiniones y argumentos. Algunos, los menos,
participando directa y públicamente en el debate otros los mas
asumiendo (asintiendo o rechazando) desde el silencio y desde los
grupos en que se mueven las razones que exponen en público los
primeros.
7) El resultado final es el agrupamiento de los puntos de vista
en corrientes de opinión, como expresión de las posiciones que
mantienen los públicos sobre un tema en disputa. Algunas veces, las
menos, se puede llegar al consenso de la mayoría.
8) Por último, toda opinión busca ejercer algún tipo de presión e
influencia sobre el gobierno, sobre el resto de la sociedad o sobre
aquellas instancias a las que dirigen sus miradas. Que lo consigan o
no depende de muchos factores; por ejemplo, del sistema político
vigente, de la cantidad de personas que participa de la misma idea,
de la intensidad con que se viva y de la imagen compacta que pro-
yecten. No tiene fuerza de ley, pero sí tiene la fuerza moral de sus
razones y del apoyo de la gente que la respalda.
IV EL ESTUDIO DE LA OPINIÓN PÚBLICA EN LA SOCIEDAD
ACTUAL

Todo lo que pueda decirse sobre la opinión pública presupone el


reconocimiento de las distintas aportaciones que han ido
apareciendo desde los orígenes del término y el concepto, hasta las
últimas teorías del momento actual. Desde mediados del siglo xviii —
como podrá verse en los próximos capítulos— son muchos los
enfoques propuestos para explicar este concepto, destacando en
cada momento algunas de sus características y arrinconando en el
olvido las demás46. A pesar de tanto vaivén, todas han contribuido a
la realización de un deseo que ya se planteaba en los años cuarenta:
la elaboración de una teoría de la opinión pública que deba tener en
cuenta tanto la tradición clásica y la aportación empírica como el
carácter interdisciplinar de la misma.
Sin olvidar, por tanto, ninguna de las aportaciones del pasado, el
estudio de la opinión en el momento actual, en nuestra opinión,
mantiene una relación más estrecha con los siguientes apartados y
temas: 1) la sociología de la comunicación de masas, 2) la
comunicación política, 3) el estudio del clima de opinión y del
espacio público, 4) los públicos, 5) los estados y corrientes de
opinión, 6) las instituciones y grupos, las élites y líderes, 7) la opinión
pública internacional y 8) la comprensión de la opinión pública como
un concepto abierto.
1) La sociología de la comunicación de masas se centra en el
análisis de la naturaleza, usos y efectos de las comunicaciones
masivas propias de la sociedad industrial avanzada en estrecha
relación con el desarrollo tecnológico, procesos de cambio,
conflictividad social y toda una serie de condiciones políticas, econó-
micas y culturales47 que completan el entorno de las
comunicaciones. El estudio de la opinión pública ocupa uno de los
capítulos principales de la investigación en comunicación de masas.
Algunos sociólogos de finales del siglo xix y principios del xx (F.
Tónnies, G. Tarde, R. E. Park y W. Lippmann) ya destacaban en la
sociedad industrial la importancia de nuevos conglomerados, como
los públicos de los medios de comunicación, pero será la
Communication Research la que investigue en amplitud y
profundidad sus características, la importancia y funciones de los
medios de comunicación, el proceso de la comunicación, los
mensajes y los usos que hacen las audiencias y, dentro del análisis
de los efectos de los medios, el efecto de (y sobre) la opinión
pública48.
Las comunicaciones de masas, afirman M. Janowitz y R. O.
Schultze, se refieren a «aquellos procedimientos mediante los cuales
grupos de especialistas se sirven de inventos técnicos (prensa,
radio, filmes, etc.) para difundir un contenido simbólico a un público
vasto, heterogéneo y geográficamente disperso»49. Por otro lado, en
el análisis de estas comunicaciones, dice D. McQuail, hay que tener
en cuenta, en primer lugar, la existencia de organizaciones formales
complejas que hacen posible este tipo de comunicación, frente a la
comunicación llamada informal, no estructurada e interpersonal. En
segundo lugar, los medios de comunicación se dirigen normalmente
a públicos muy amplios, con el consiguiente efecto de transmitir
mensajes estándar y estereotipados que, indudablemente,
homogeneizan la sociedad. Éste es uno de los aspectos que más
destacó en su momento la teoría de la sociedad de masas y que, por
mucho que se quiera diferenciar en la actualidad la audiencia y
subrayar la acción de los grupos primarios, nuestra sociedad sigue
manifestándose como sociedad de masas. La tercera característica
nos lleva a uno de los conceptos más apreciados en las nuevas
teorías sobre comunicación política, la idea de espacio público
informativo. Las comunicaciones masivas son públicas y, por mucha
intencionalidad (dirigida a grupos concretos de la sociedad) que
lleven estos mensajes, siempre estarán abiertos a todo el mundo,
porque es aquí donde se forma la agenda pública y el espacio
público, y donde la opinión pública encuentra su lugar natural de
existencia. En cuarto lugar, a pesar de la tendencia que manifiesta la
sociedad actual a la homogeneidad y la nivelación, el público de los
medios masivos de comunicación se muestra heterogéneo (por su
cultura, profesión, educación, ideología, etc.); una idea que será
ampliamente estudiada en la segunda fase de los estudios de los
efectos (paradigma dominante, 1940-1960), replicando el punto de
vista de las teorías del impacto directo. Finalmente, recogiendo las
observaciones de los primeros sociólogos, los públicos forman una
colectividad que caracteriza la sociedad moderna y que los distingue
de otros conglomerados y comportamiento colectivos.
Desde que H. D. Laswell publicara en 1927 su libro Propaganda
Technique in the World Ward, la lista de sociólogos y comunicólogos
que han investigado las comunicaciones de masas se hace
interminable, aunque algunos, como P. F. Lazarsfeld, R. K. Merton,
B. Berelson, C. I. Hovland, E. Katz, J. T. Klapper, W Schramm, D.
Bell, Ch. R, Wright, D. McQuail, J. Halioran, A. Moles, U. Eco y E;
Noelle-Neumann; son de obligada referencia. Tanto la escuela
norteamericana como la europea han dado importantes nombres,
orientando sus trabajos principalmente al estudio de los efectos y
audiencias, formación de la opinión pública y cultura de masas. Se
han creado muchas teorías y modelos51 desde las primeras teorías
del impacto y el modelo estímulo respuesta; se ha pasado por la
teoría de los efectos limitados de P. F. Lazarsfeld, el determinismo
tecnológico de H. A. Innis y M. McLuhan52, las diferentes teorías
sobre la violencia de los medios, entre las que hay que destacar la
teoría de los «indicadores culturales» y «análisis del cultivo» de G.
Gcrbner y L. Gross (Annenberg School of Communications). Las
críticas al modelo estructural funcionalista, dominante desde los
años treinta, han desembocado en nuevas perspectivas y
aportaciones, como las realizadas desde la semiología (U. Eco), el
estructuralismo (A. Moles), los enfoques marxistas (A. Mattelart), la
sociología radical (C. Wright Mills e L H. Schiller) y la
etnometodología (H. Garfinkel y A. V Cicouriel). Todo esto nos
muestra la gran preocupación que ha existido y sigue existiendo por
la investigación en comunicaciones de masas, investigación que
exige una perspectiva macrosociológica, multidisciplinar y, cada vez
más, transnacional. Por otro lado, al ser la opinión pública un
concepto que surge al amparo de la corriente liberal y democrática (y
ésta parece ser la línea política qué dominará en las próximas
décadas), el concepto de opinión pública, tanto nacional como
internacional, recibirá cada vez mayor atención, y, como en su
expresión y formación sigue estrechamente unida a los medios, el
estudio de éstos y sus efectos llevará necesariamente al estudio de
la opinión pública.
2) Si la sociología de la comunicación de masas constituye el
marco general para el estudio de la opinión pública, la comunicación
política es el campo específico en el que, al converger distintas
corrientes y disciplinas, podemos encontrar la visión más acertada
de la misma. Posiblemente, en la actualidad, el mejor enmarque para
el estudio de esta disciplina sea la comunicación política, y las
razones que pueden avalar esta opinión se pueden concretar en dos:
primera, porque es a través de los estudios de comunicación política
donde la opinión pública recupera y se encuentra con una dimensión
—la política— que los teóricos del siglo xix habían definido como
básica y fundamental. La superación del enfoque reduccionista,
denunciado por H, Blumer y J. B. Lemert y el encuentro de las
ciencias políticas con las ciencias de la comunicación devolverán de
nuevo esta característica al estudio de la opinión pública.
La segunda, que consultando la investigación en comunicación
política nos encontramos, además de la referencia expresa a la
opinión pública, con numerosos temas que forman parte de los
contenidos de esta disciplina. Tenemos, por ejemplo, todo el capítulo
relacionado con los procesos, campañas y comportamientos
electorales, el análisis de la propaganda política, las relaciones entre
gobernantes y gobernados y entre el poder y los medios de
comunicación, las distintas formas de expresión y comunicación
política (retórica política), los estudios sobre cultura y socialización
política, el tema de la conducta y las actitudes políticas y el estudio
de los partidos políticos como eslabones intermedios entre el
sistema político y los ciudadanos. J. Padioleau, en la presentación
de su libro Lopinion publique, titula «Desde la opinión pública a la
comunicación política», y D. Nimo y K. Sanders, en el Handbook
citado, relatan que en Estados Unidos es cada vez más frecuente
ver cursos de graduación o de postgrado sobre temas de
comunicación política (no adscritos a un departamento concreto) con
rótulos como «Comunicación política», «Persuasión política»,
«Opinión pública», «Campañas y elecciones», «Mass media y
política», «Retórica política», «Actitudes políticas, elecciones y
comunicación» y «Sociología de los mass media.
Las últimas teorías que explican la formación de la opinión
pública, como las teorías de los «usos y gratificaciones»,
«distanciamiento social», «fijación de la agenda», «ignorancia
pluralista» y «espiral del silencio», realizan sus estudios en un
contexto de comunicación política.
Si en el siglo xix el proceso de la comunicación política arrancaba
de ciertas ideas y principios, se apoyaba en los hechos y buscaba
llegar a los hombres, en la actualidad la estrategia de la
comunicación ha sufrido una transformación importante, al supeditar
las ideas a los hechos y éstos a los hombres. Esta inversión del
proceso ha trasladado a un primer plano el papel del líder, candidato
o político, convirtiéndole en emisor de mensajes o estrella de la
comunicación. La imagen, el carisma o las dotes de persuasión son
las cualidades que se buscan o se crean en los líderes políticos55,
cualidades que han de ser expuestas a los ojos del gran público a
través de la representación y el ritual de los medios de
comunicación. No hay comunicación directa entre políticos y
ciudadanos, sino entre imágenes y expectativas representadas en el
escenario de los medios. El hombre público se ha convertido en
actor y las técnicas de mercado (marketing, publicidad, persuasión,
etc.), trasladadas con relativa facilidad y éxito a la vida política, le
han ayudado a dar espectáculo y representación.
Esta situación ha llevado en la actualidad a la creación de nuevos
problemas dentro de la comunicación política relacionados, por
ejemplo, con la infravaloración de la opinión pública (al ser aceptada
como un objeto de manipulación o un referente lejano y vacío de
contenido), infravaloración de otras fuentes de producción política y
cultural extrapartidistas y extrainstitucionales, sobrevaloración de la
«política de imagen», exceso de mensajes políticos y escasa
exposición a los mismos por las audiencias o el uso acrítico e
indiscriminado de géneros lingüísticos sin examinar las
consecuencias en el receptor. El análisis de estos y otros problemas,
que rodean la comunicación política56 nos hace estar atentos sobre
los usos de un concepto —el de la opinión pública— que puede
quedar como un simple rótulo de referencia, vacío de contenido y
con realidad aparente en una sociedad dé formas e imagen.
3) El concepto de espacio público, como lugar donde acontecen
los fenómenos de opinión pública, es un concepto que encuentra sus
precedentes en los términos de esfera o ámbitos públicos y, en este
sentido, debemos remontarnos hasta los siglos xviu y xdc para saber
de él en los círculos ilustrados, asambleas, audiencias, prensa y
parlamentos. Incluso, si queremos ir más atrás, podemos retroceder
a las primeras ideas de mercado y asambleas en la antigüedad. El
mismo mercado (como lugar físico), el agora o el foro eran espacios
públicos y abiertos a los ciudadanos, por ellos circulaban noticias y
opiniones y en ellos se practicaban el razonamiento, el diálogo y la
confrontación de ideas. El símil del mercado, utilizado después por
los liberales, será muy aclaratorio para el tema que estamos
tratando. Citamos de nuevo a C. Wright Mills, como ilustración de lo
que estamos diciendo: «Esta idea del siglo xviii acerca de la opinión
pública equivale a la idea económica de mercado libre. Aquí está el
mercado, compuesto de hombres de empresa que compiten
libremente; allá está el público, compuesto de círculos donde se
discuten las distintas opiniones. Como el precio es el resultado del
regateo anónimo de individuos a los que se da la misma importancia,
la opinión pública es el resultado del pensamiento personal de cada
hombre que contribuye con su voz al gran coro. Claro que algunos
pueden influir más que otros en la opinión pública, pero ningún grupo
monopoliza la discusión ni determina por sí solo las opiniones: que
prevalecen».
Este concepto ha sido desarrollado en la actualidad por. autores
como E. Man-
heim, H. Arendt, J. Habermas, N. Luhmann, F. Bóckelmann y R.
Sennet5? y en
todos ellos ha sido definido como el espacio contrapuesto al espacio
individual,
porque no pertenece a nadie en exclusividad, está abierto a todo el
mundo, todos
pueden participar en él y el resultado de lo que acontezca vuelve de
nuevo a todos
aquellos que manifiestan interés o relación con él. Es como un
sistema abierto de
inputs y ouputs, donde los mensajes van de un lado, para otro en
continua trans-
formación (retroalimentación y equ finalidad)
El concepto de espacio público nos remite a un número
indeterminado de acepciones, algunas de las cuales ya hemos
enumerado al principio del capítulo. Una primera referencia se centra
en el concepto legal, institucional y público de espacio al referirnos
con él a todo aquello que no es de nadie pero es de todos, repre-
senta a la comunidad, está amparado por la ley y se expresa bajo el
concepto de bien común. Las opiniones de I3 opinión pública se
orientarían, precisamente, sobre lo «público» de aquellos temas
abiertos que son de propiedad común.
Una segunda interpretación de espacio público nos introduce de
lleno en las investigaciones actuales sobre comunicación política y
opinión pública: aquella que entiende el espacio público desde un
punto de vista psicológico, comunicativo y envolvente a los
individuos. El espacio público se mostraría, en este caso, como
aquel referente formado por conjuntos temáticos capaces de captar
la admiración y la atención de la población, aquello que se presenta
para ser contemplado por todos los miembros de una sociedad y/o
aquello que puede ser percibido y creído como común y público y
que la gente, al contemplarse en ello como un espejo o marco de
referencia, puede dar una respuesta colectiva.
Este espacio, como sistema abierto, se alimenta de todos los
sistemas que le rodean, pero especialmente de las agendas de los
medios de comunicación, de las informaciones que tienen su origen
en la estructura de poder y de los temas que circulan por el clima de
opinión. Los medios son los que mejor reflejan este espacio público
y, por ello, en alguna ocasión hemos hecho referencia al espacio
público informativo. Sin embargo, los medios de comunicación
también pueden crear un falso espacio que, aunque se utilice como
referente, se aleja de la realidad. Entraríamos aquí en el difícil
problema de esclarecer el poder que tienen ciertas agendas o los
mismos medios para crear una segunda realidad (Lang y Lang) o
pseudo entorno (Lippmann) y que E. Noelle-Neumann ha descrito
perfectamente cuando habla del tema de la. consonancia y de la
percepción que tiene el público de los temas dominantes y
mayoritarios. En todo caso, dadas las limitaciones del ser humano,
este espacio público es el que mejor acoge y explica la opinión
pública y el clima de opinión en una sociedad fuertemente
supeditada al poder de los medios y al poder político y sirve de
orientación para todos aquellos que buscan información.
Eli Skogerbo, en este sentido, tras realizar un repaso histórico del
concepto en su artículo «The Concept of the Public Spherc in a
Historical Perspective: An Anachronism or a Relevant Political
Concept?»60, se pregunta si el concepto de esfera pública es un
concepto relevante para entender el papel de los medios en la
sociedad actual o, por el contrario, debemos añadir una visión
utópica representada por un nostálgico anhelo de «los buenos días
pasados», donde los medios de comunicación constituían un servicio
público. La respuesta no es sencilla y habría que empezar con un
«depende...». Reconocer la importancia del concepto de esfera
pública —sigue diciendo— supone reconocer que la comunicación
política tiene muchas expresiones, pero que los medios, aunque
estén en un escenario de rápida transformación, desempeñan un
papel fundamental en la comunicación de valores, interpretaciones,
información y otros aspectos de la imagen de la realidad que los
hombres perciben y relacionan formando parte de una sociedad
común. La libertad de prensa en un sentido político —concluye—
supone la obligación de mantener o crear la existencia de la esfera
pública, situación que lleva al Estado no sólo a garantizar el derecho
de expresión, sino a la obligación de garantizar el acceso de todos
los ciudadanos a la información relevante de aquellos asuntos con-
siderados importantes.
4) Al hablar de públicos queremos hacer referencia a la
importancia que tuvo este término en los orígenes del concepto de
opinión pública, la importancia que se le dio en los siglos xix y xx
(tanto en la tradición clásica como en la investigación empírica) y
que, por muchas transformaciones o desviaciones que hayan podido
o puedan hacerse de este concepto, el sujeto de la opinión pública
siempre será el público o los públicos. Decimos «público» o
«públicos», según se entienda la opinión pública como un fenómeno
unitario que engloba distintas corrientes de opinión y distintos
públicos, o se entienda —como ocurre en la realidad— formada por
diferentes opiniones públicas que participan de un tema común. Se
acepte la primera (como un todo, el «público») o la segunda
interpretación (como las partes del mismo, los «públicos»), aquellos
ciudadanos informados e interesados en los asuntos públicos que
participan, dialogan y expresan sus puntos de vista, ésos son el
público o los públicos de la opinión pública.
Se podrán entender como una agrupación reducida, al estilo de
los públicos burgueses e ilustrados de los siglos xvin y xix cuando se
reunían en los salones, cafés, clubes o ateneos y discutían sobre
infinidad de asuntos públicos62, o se podrán entender como los
grandes públicos dispersos de la sociedad actual, orientados hacia la
curiosidad, información y participación pública, pero, en ambos
casos, se diferenciarán de conceptos muy próximos, como el de
masa, muchedumbre, multitud, pueblo, población, cuerpo electoral,
auditorio y audiencia.
Por ello, no nos debe extrañar la existencia de ciertas confusiones
en torno a los términos citados, aunque, desde el primer momento,
los autores que hablan de ellos intentan clarificar sus contenidos. G.
Tarde, por ejemplo, en el capítulo I de La opinión y la multitud, al
intentar diferenciar el concepto de público del de multitud, entenderá
el primero como «una colectividad puramente espiritual, como una
dispersión de individuos, físicamente separados y entre los cuales
existe una cohesión sólo mental»64. H. Blumcr, en cambio, cuando
busca las diferencias entre público y masa, describe el primero
desde los intentos que realiza un grupo de gente por resolver un
problema a través del diálogo y el debate para llegar, si es posible, a
un consenso final65. H. Gerth y C. W. Mills, finalmente, resumiendo
estos y otros puntos de vista, definen los públicos desde la distancia
entre sus miembros, la defensa de intereses similares y estar
expuestos a estímulos semejantes66. Las características que suelen
añadir otros autores a las ya mencionadas hacen referencia a la
importancia de los medios de comunicación en la formación de los
públicos, la tendencia que manifiestan a cierta racionalidad (que
contrasta con la irracionalidad de otros comportamientos colectivos)
y las relaciones que mantienen con las normas, valores y pautas de
comportamiento.
Los públicos de la opinión pública normalmente están
compuestos por personas informadas, atentas a los medios de
comunicación y al acontecer público y mantienen con las
instituciones, organizaciones y grupos relaciones de pertenencia o
de referencia, gozando sus miembros de un sentimiento de
universalidad. Las teorías de la «espiral del silencio» y la «ignorancia
pluralista» destacan precisamente la presión de la colectividad sobre
aquellos individuos que participan de ideas semejantes, hasta
alcanzar un tipo de comportamiento colectivo que sobrepasa el
comportamiento y la percepción personal. Frente a las pretensiones
manifestadas de vez en cuando en algunos medios de comunicación
y de boca de algunos líderes de ser ellos la opinión pública, y frente
a los intentos de manipulación desde los distintos poderes públicos,
instituciones y grupos, los públicos, directa o indirectamente, siempre
serán los sujetos de la opinión pública. No descartamos la
importancia de estas instancias, pero detrás de todo fenómeno de
opinión pública siempre se encuentra un público: el público o los
públicos.
5) El estudio de los estados y corrientes de opinión constituye uno
de los campos donde la sociología empírica ha hecho numerosas c
importantes aportaciones desde que aparecieran las primeras
escalas de actitud y encuestas de opinión. Tan importante llegó a ser
el estudio de la opinión pública desde la perspectiva empírica que
durante años se intentó crear una ciencia de la opinión pública a
partir de datos de encuesta y que, lo que nosotros definimos como
estados de opinión, otros lo entendieron como opinión pública,
llamando, a su vez, a las encuestas de opinión encuestas de opinión
pública. Las críticas que hiciera H. BIumer, en 1948, a aquellos que
no sabían distinguir entre estados de opinión (medidos por las
encuestas) y opinión pública van en esta dirección.
Será en este contexto de irrupción de las encuestas cuando, unos
años atrás (1943), J. Stoetzel68 intente dar una definición empírica y
operativa de opinión pública a partir de los estados de opinión,
aclarando que hay un primer estado (descrito en forma de curva
normal) que no representa sino las opiniones individuales dadas al
azar y sin ninguna cohesión, mientras que existe un segundo estado
o corriente de opinión (en forma de «J» o de «L») que representa el
pensamiento compacto y en la misma dirección de un grupo de
referencia y que podría llamarse, con toda propiedad, opinión
pública. Al respecto J. Stoetzel dirá que «la concentración de
miembros de un grupo en una de las extremidades de un continuo
télico de opiniones no es otra cosa que la opinión pública»69. V O.
Key, en Public Opinión and American Democracy (1964), se
mostrará continuador de la línea de Stoetzel, al definir y describir la
opinión pública como «aquellas opiniones, sostenidas por personas
privadas, que los gobiernos estiman prudente escuchar»70. Y éste
será el punto de vista que recojan F. Murillo o L. González Seara
cuando hablan de las pautas de consenso y las pautas de conflicto,
expresadas en los resultados de la investigación de la opinión
pública71. Esta forma de entender la opinión pública, asimilable a
estados de opinión, tuvo un amplio respaldo entre los años treinta y
sesenta e, incluso, en la actualidad, algunos estudios empíricos
apoyados en encuestas o escalas de actitud siguen llamándose «de
opinión pública». Nosotros subrayamos la importancia de estos
estudios para conocer valores, expectativas, opiniones, actitudes,
creencias e, incluso, la opinión pública. Por eso hablamos de ellos
aquí. Las demandas de gobiernos, partidos, instituciones y la misma
vida académica han conducido a un aumento de estudios puntuales
sobre el acontecer político y social. Tan importantes han llegado a
ser los estudios de encuesta, que sus resultados han pasado a ser
noticia casi permanente en los medios de comunicación con la
consiguiente popularidad entre la gente.
La importancia de estos estudios y su reflejo como estados de
opinión nos llevan a establecer una diferencia conceptual entre
opiniones (individuales, de grupo, publicadas y públicas), estados de
opinión, corrientes de opinión y opinión pública.
Las opiniones hacen referencia a cualquier manifestación verbal,
tengan por sujeto a un individuo o sean la expresión de la mentalidad
de un grupo o una colectividad (a través de sus portavoces o
líderes), haciendo observar que, si tanto unas como otras utilizan
algún medio de expresión, entonces decimos que son opiniones
publicadas y, si una opinión colectiva está expuesta a la mirada de
los demás, entonces decimos que es pública. Los estados y
corrientes de opinión hacen referencia a situaciones de actualidad,
las corrientes a aquellas ideas que mantiene un público con mayor o
menor intensidad y actividad, mientras que los estados constituyen
una instantánea del mapa mental y actitudinal de la población. La
opinión pública supone, además, la existencia de públicos o fuerzas
antagónicas, la publicidad, el debate, la conciencia de sus miembros
de formar parte de una opinión colectiva y la presión que pueda
ejercer sobre las partes en conflicto. Las encuestas de opinión nos
ofrecen normalmente opiniones en forma de estados de opinión
(según variables y atributos de la población), pero, repetidas con
cierta asiduidad, es fácil detectar las corrientes de opinión e
introducirnos en el conocimiento de la opinión pública.
6) Cuando en el siglo xix se hablaba de factores influyentes en la
formación de la opinión pública, prácticamente todos los autores
citaban las instituciones, los grupos y los líderes, y, cuando a
principios de siglo va tomando cuerpo la teoría de las élites72, éstas
entrarán a formar parte de los factores condicionantes de la opinión
pública. Los públicos raciocinantes (Habermas) de la Ilustración y del
primer liberalismo, al crecer en magnitud, se convertirán en masas
ignorantes y manipulables y la mentalidad conservadora
aprovechará esta circunstancia para despreciar a las nuevas
mayorías sublimando de paso el papel dirigente de las élites en la
sociedad.
Dejando a un lado la interpretación que pueda hacerse desde las
distintas ideologías, en los fenómenos de opinión pública, hay que
situar a cada uno en su justo lugar. El sujeto de la opinión pública,
hemos dicho, son los públicos, pero dentro de los públicos hay
personas que desempeñan un rol más destacado que otros en la
definición, desarrollo y expresión de la opinión pública. Una de las
críticas que dirigiera H. Blumer a la técnica de los sondeos se refiere
al absurdo de considerar todas las opiniones con el mismo peso y
valor. El principio liberal de igualdad puede funcionar en el plano
político, pero no en la consideración de las opiniones y actitudes. Y,
desde fuera, hay una serie de elementos (los medios de comunica-
ción, las instituciones, los grupos, las élites y los líderes) que
condicionan y dirigen los fenómenos de opinión pública de tal
manera que hay que contar necesariamente con ellos para explicar
su formación.
Los procesos de interacción y comunicación humana nos llevan al
descubrimiento de entidades más amplias donde el hombre satisface
sus necesidades y desarrolla su sociabilidad. En este sentido, los
grupos —sean de referencia o de pertenencia, primarios o
secundarios, grandes o pequeños— siempre desempeñarán un
papel básico en la formación de opiniones, actitudes y opiniones
públicas. La importancia que diera C. H. Cooley a los grupos
primarios a principios de siglo (1902, 1909 y 1918), resurgirá con
nueva vitalidad en los años treinta y cuarenta (E. Mayo, K. Lewin, J.
L. Moreno), destacando su importancia en el campo de las
comunicaciones (P. F. Lazarsfeld, E. Katz, B. Berelson). Entre los
factores intermediarios del proceso de comunicación, se subrayará la
importancia del grupo primario y del líder de opinión.
El tema de las élites empezó a trabajarse a principios de siglo y,
se entiendan como aquellas personas que tienen cualidades
excepcionales o «superiores» (aunque no hereditarias —Pareto—),
se entiendan como una minoría (asimilable al concepto de «clase
social») que detenta el poder en una sociedad (Mosca) o se
entiendan como aquellas personas que, teniendo un poder
considerable (poder económico, militar y político), se unen para
mantener el statu quo y seguir dominando (Mills), su papel es
fundamental en la sociedad por las decisiones que toman, las ideas
que difunden y la influencia que ejercen73. Éste es el papel que K.
Deutsch atribuyó a las élites en su teoría sobre la formación de la
opinión pública.
No vamos a entrar ahora en la descripción de cada uno de estos
factores, sino a constatar su importancia en la formación de la
opinión pública. En este sentido, junto al carácter directivo y
orientativo que se dio al grupo primario y a los líderes de opinión
entre los años treinta y sesenta, destacar también la importancia de
los grupos secundarios y grupos categóricos, grupos de presión y
grupos de interés, instituciones y organizaciones, élites y dirigentes,
por su capacidad envolvente de marco de referencia que, a largo
plazo, van determinando la agenda pública y orientando a la
población75. Las investigaciones de la opinión pública en esta línea
han sido escasas, como lo han sido también en una perspectiva a
largo plazo, dejando a la observación la constatación de su
importancia. Las nuevas perspectivas (marcos y grupos de
referencia, cultura y socialización política, efectos indirectos, latentes
y a largo plazo) en el estudio de la comunicación política y opinión
pública resaltan la necesidad de estos factores.
7) La opinión pública internacional constituye uno de los campos
emergentes que, al igual que ocurriera con la opinión pública
nacional o local a finales del siglo xviu, se está convirtiendo en uno
de los tópicos más populares y universales del momento actual. La
conciencia pública, crítica y exigente que se formó en torno a las
revoluciones de los siglos xvii y xviii, se extiende ahora a la con-
ciencia universal con sus públicos transnacionales, la defensa de
principios, derechos y libertades que afectan a la naturaleza
humana, las presiones que ejercen los públicos sobre la estructura
(bloques, Estados, líderes) del poder internacional y el uso que se
hace o el favor que prestan los medios de comunicación para su
difusión y conocimiento. Aunque la opinión pública internacional
como opinión que nace en la esfera de lo privado y tiene por sujeto a
los públicos está en sus comienzos, su peso en el concierto
internacional va subiendo como lo confirman, por ejemplo, los
movimientos de base que emergen en todas partes del mundo para
defender derechos universales (al margen del sexo, el lugar, la raza
o la edad), la atención que presta la estructura de poder
internacional —aunque a veces sea para manipularla— a estos
fenómenos y la dedicación que ofrece la investigación científica al
conocimiento de estos problemas (eurobarómetros y
mundibarómetros).
8) Al final de esta exposición, podemos sostener que la opinión
pública es un concepto abierto: porque depende en su existencia y
formación de una serie de factores externos condicionantes, porque
han sido muchas las interpretaciones que se han dado al concepto y
porque, al ser un fenómeno dinámico, de contraste y actualidad,
siempre puede asumir alguna variante no prevista en los fenómenos
anteriores.
Una aclaración a esta afirmación se puede encontrar en la teoría
de sistemas, al considerar la opinión pública como un sistema
abierto que mantiene relaciones estrechas con otros sistemas del
ambiente. No nos referimos aquí a la opinión pública como
fenómeno aislado, sino como actitud permanente de una parte de la
población (los públicos) que mantiene un actitud crítica y vigilante de
sus derechos, bienes comunes (lo público) y comportamientos de
aquellos que administran la cosa pública: Aunque el sistema de la
opinión pública acepta cualquier forma de entender la opinión
pública,1 tomamos este concepto en su acepción política.
Según P. F. Lazarsfeld, fue R. M. Mclver quien primero introdujo
la expresión ^sisteína dfe opinión pública»76, para describir los
componentes más importantes que intervienen en el proceso de la
opinión pública. En primer lugar, encontramos lo que él llama
«alienación dé opiniones» y que corresponde al tipo de información
qué suministran las encuestas de opinión; en segundo lugar, la
«estructura de la Comunicación», o conjunto de elementos que
intervienen en el proceso comunicativo, como asociaciones, líderes,
medios de comunicación, etc.; y, en tercer lugar, el «fundamento del
consenso», o las razones que llevan a las personas a consensuar o
discutir sobre ciertas verdades o temas. Como dice el mismo P. F.
Lazarsfeld, el problema estuvo siempre en situar la opinión pública
«entre el sistema de valores de una sociedad, bastante permanente
y subconsciente, y la reacción pasajera de un pueblo a los
acontecimientos del momento», es decir, establecer las diferencias
entre clima de opinión y opinión pública.
Esta diferencia y relación entre ambos conceptos es la que
pretende explicar O. Baumhaúer en su ensayo sobre el clima de
opinión y la opinión pública desde la teoría de sistemas. El sistema
de la opinión pública consta de tres elementos principales: la
información, el clima de opinión y la opinión-pública. La información
se concreta en el proceso input y se refiere a todos aquellos
mensajes que vienen del exterior y que de alguna manera se pueden
transformar o influir en la opinión pública. El clima de opinión es el
sistema propiamente dicho, equivale a un subsistema de cultura y
está compuesto por miembros del grupo social portador de dicha
cultura junto con las corrientes del tiempo, actitudes, normas, valo-
res, exigencias, que se sienten simultáneamente predominantes,
sustanciales y realizables, dentro de dicho grupo7K. La opinión
pública es el resultado final del proceso que se transforma en
respuesta (ouput) del sistema al ambiente como consecuencia de la
información introducida en el sistema. «La opinión pública —dice
Baumhauer— es el producto del proceso transformativo de
información introducida en el sistema abierto del clima de
opinión»79. Finalmente, entre las propiedades más importantes que
regulan el funcionamiento del sistema, destaca las propiedades de
totalidad, equifinalidad y retroalimentación.
Para completar la idea de opinión pública como un concepto
abierto, a los puntos de vista de Mclver y Baumhauer podríamos
añadir que el ambiente del sistema de la opinión pública se concreta,
principalmente, en los sistemas psicológico, social, ideológico,
cultural, comunicacional y político, destacando en cada uno de ellos
aquellas partes mejor relacionadas con la opinión pública: las
opiniones, actitudes, procesos de percepción y liderazgo (del
psicológico); las instituciones, grupos y élites (del social); las
ideologías, perspectivas y concepciones de la vida (del ideológico);
patrones culturales y clima de opinión (del cultural); emisores,
mensajes y medios (del comunicacional); e instituciones, leyes, roles
y personajes políticos como representantes del poder (del político).

2. EL SURGIMIENTO DE LA OPINIÓN PÚBLICA AL AMPARO


DE LA PUBLICIDAD POLÍTICA Y EL DESARROLLO DE LAS
LIBERTADES PÚBLICAS

I. LOS PRECEDENTES HISTÓRICOS EN EL MUNDO


CLÁSICO, EDAD MEDIA Y RENACIMIENTO
La mayor parte de los autores que escriben sobre historia de la
opinión pública, además de subrayar que la misma está por hacer1,
distinguen en el tiempo la existencia de comportamientos sociales
que actualmente se describen como opinión pública, la aparición del
término, su toma de conciencia como factor social y político, el
desarrollo del concepto y la elaboración de teorías que intentan
explicar la complejidad social de esta realidad. Algunos fenómenos
sociales que hoy damos el nombre de opinión pública ya aparecen
recogidos en los primeros escritos y documentos de la historia,
aunque la existencia de los mismos deba extenderse hasta los
mismos orígenes de la humanidad.
Entendida en un sentido amplio y referida al hecho en sí,
fenómenos de opinión pública se han dado siempre, porque:

— La historia nos muestra desde sus orígenes la existencia de


grupos, comunidades, sociedades y pueblos, cuyos miembros
mantienen, relaciones entre sí (relaciones horizontales).
— En toda comunidad siempre ha existido algún tipo de
autoridad que se impone, se acepta o dirige a la población
(relaciones verticales).
— Entre gobernantes y gobernados, incluso en los regímenes
más autoritarios, se detecta algún tipo de comunicación
(comunicación política). Los mensajes y las relaciones de autoridad
no se agotan en los flujos que van desde arriba hacia abajo, sino que
también hay que reservar un lugar para las demandas y/o apoyos
que van desde la población hasta el poder.
— Finalmente, siempre ha existido la posibilidad, aun cuando en
algunas sociedades haya sido pobre o ejercida por una minoría, de
contestación y participación del pueblo en los asuntos públicos.
Aunque se pueda afirmar que los gobernantes, como personas
interesadas en mantenerse en el poder, y algunos escritores, como
testigos, prestaran mayor o menor atención en el pasado a las
opiniones y actitudes de la población3, la historia propiamente dicha
de la opinión pública se debe situar en los comienzos de la Edad
Moderna, junto al desarrollo de la imprenta, la expansión de las
ideas democráticas y el nacimiento del público político (Habermas,
1962). Habrá que esperar, sin embargo, a la segunda mitad del siglo
xix para que se inicie el estudio científico y sistemático de la opinión
pública (Katz y cois., 1950, cap. 2) e, incluso, como manifiestan
todos aquellos que entienden la opinión pública como una ciencia
empírica, habrá que prolongar esta fecha hasta los años veinte del
presente siglo. La convergencia de disciplinas como la antropología
cultural, la psicología social, la sociología, la semiología y las
ciencias de la comunicación, apoyadas por análisis cuantitativos de
la opinión pública a través de los estudios demoscópicos, harán —
como dice Rovigati siguiendo a Stoetzel y Sprott— que surja una
disciplina específica y unitaria, con dimensión propia, bien definida y
con autonomía científica4.
En este sentido, Bernard Berelson, allá por los años cincuenta,
nos ofrecía un cuadro donde detallaba la evolución de los estudios
de opinión pública en los últimos cien años, aventurándose a afirmar
que en la actualidad la opinión pública puede ser plenamente
considerada una ciencia social empírica.
Los pasos, son los siguientes:

1) Se comienza a prestar atención al fenómeno «opinión


pública».
2) Muchos pensadores multiplican todo género de
consideraciones sobre el fenómeno en sí.
3) Se descubren datos que pueden ser útiles para un estudio
sistemático.
4) Se especifica la metodología adecuada para investigar en el
campo de la opinión pública.
5) Institutos universitarios y centros comerciales especializados
organizan investigaciones empíricas.
6) Surge la exigencia de estudios interdisciplinarios.
7) La investigación sobre la opinión pública llega a ser una ciencia
social empírica5.
Aun reconociendo como bueno el esquema de B. Berelson, P. F.
Lazarsfeld, en «La opinión pública y la tradición clásica» (1957)6
subraya, sin embargo, la distancia entre el enfoque clásico y el
empírico, enumerando una serie de temas de opinión que no se
adaptan al esquema propuesto por Berelson y que cada una de las
corrientes, escuelas o disciplinas ha intentado estudiar por separado
y sin conexión.
Como ha escrito J. L. Dader7, no existe una, sino varias historias
de la opinión pública y que en forma sintetizada, podrían resumirse
en las siguientes:

— Historia de los fenómenos de opinión pública., siguiendo


criterios de tiempo (períodos) o espacio (países);
— Historia de la evolución del «espacio público» o situación
social de la opinión pública, contemplada como resultado de los
sucesos históricos que afectan a la manifestación de corrientes y
climas de opinión (Jacobs, 1989; Egido López, 1971;Defourncaux,
1964, y N. Elias, 1987).
— Historia sobre el pensamiento político-institucional relativo al
papel y naturaleza de la opinión pública. Es el enfoque que
normalmente se utiliza al hacer historia de la opinión pública entre
los siglos xvi y xex, acudiendo a los clásicos de la ciencia política, el
derecho y la filosofía social, tales como Rousseau, Mon-tesquieu,
Hume, Bcntham, Stuart Mili o Tocqueville.
— Historia de la condiciones técnicas y organizativas de la
comunicación, centrada en la historia de la comunicación social y del
periodismo, bajo la perspectiva de las influencias que tales medios
hayan podido tener en la transformación del espacio público y,
lógicamente, de la opinión pública. Como veremos más adelante, el
invento de la imprenta y su desarrollo posterior desempeñarán un
papel fundamental en la publicidad política.
— Finalmente, la historia de la ciencia de la opinión pública o
conjunto de investigaciones y estudios sistemáticos sobre la
mencionada materia (realizados a lo largo de los siglos xix y xx)
desde las perspectivas filosófica, política, psicológica, sociológica,
jurídica, antropológica, comunicacional y alguna más si hubiere.
Volviendo a los orígenes de la opinión pública, W. Ph. Davison,
en su artículo «Public Opinión» de laEncyclopaedia Britannica%,
cree encontrar referencias sobre este concepto en algunos
documentos llegados de los pueblos asirio, babilónico, egipcio e
israelita. A modo de ejemplo, se puede citar el capitulo 8 de I
Samuel, donde el pueblo de Israel, movido por la atracción e
imitación de los pueblos vecinos y para defenderse de las
acometidas de los filisteos, quiere pasar de la tradicional teocracia a
un régimen monárquico, pidiendo para ello un rey. Aunque la idea
desagradaba tanto al Altísimo como a Samuel, Yahvé finalmente
accede y le dice al profeta: «Oye la voz del pueblo en cuanto te
pide», amonéstales de las consecuencias que puede traer consigo la
monarquía y dales un rey «como a las demás naciones». La voz de
la opinión pública, en este caso, no sólo intenta llegar ante la
máxima autoridad (humana y divina), sino que fuerza ante Yahvé un
cambio de régimen político en el pueblo de Israel.
Las referencias más claras y abundantes, sin embargo, nos
vendrán de Grecia y de Roma. Se suele atribuir a Protágoras (siglo v
a. C.) la expresión «dogma poleón» que, traducida literalmente,
significa la «creencia de las ciudades», pero interpretada en estilo
libre podría significar la «creencia pública» o el «parecer de la
colectividad», asimilable al concepto actual de «opinión pública»10.
Protágoras pertenece al grupo de los sofistas, cuya verdadera arete
se basa en el arte de persuadir. La sofística, directamente
emparentada con las técnicas modernas de persuasión, propaganda
y marketing político, entendía el ideal pedagógico como la
capacitación para la dirección política apoyada en la palabra y sus
protagonistas, los sofistas desempeñarán un papel fundamental en
el siglo de Pericles actuando como líderes de opinión y conductores
de masas.
Expresiones parecidas a las de Protágoras también se
encuentran en Herodoto («la opinión popular»), Dcmóstones («la voz
pública de la patria») y Tucídides («el sentimiento general de los
pueblos»). Platón y Aristóteles, en cambio, desarrollarán desde la
filosofía y con una perspectiva muy distinta a la de los liberales, el
concepto de «opinión» (doxa).
Platón, desde su mentalidad elitista y aristocrática de la sociedad,
distingue en el plano del conocimiento la vía de la opinión (doxa) de
la vía de la ciencia (episteme) como formas de acceder a la verdad
(aletheia) y a la perfección {arete) humana. La doxa es un
conocimiento parcial e inseguro de la realidad, un semi-saber,
basado en impresiones y ambigüedades. Es el saber propio del
vulgo. La episteme, en cambio, está reservada a las minorías,
especialmente a aquellos que cultivan la ciencia (el método
científico) o manifiestan un amor especial por la sabiduría, los
filósofos".
Aristóteles, aunque sigue manteniendo diferencias importantes
entre doxa y episteme, acepta la vía de la opinión como una forma
de aproximarse a la verdad, ya que entiende aquélla como un
conocimiento aproximado o probable. El hombre —sigue diciendo—
goza, además, de un criterio casi infalible, el endoxon, fruto del
sentido común, de las experiencias individuales y de las
comprobaciones empíricas que le permiten acertar en las cuestiones
fundamentales de la vida. Como dice J. Beneyto, «la doxa
aristotélica está dotada de poder armonizador, de capacidad de
discernimiento y de valor vinculativo»12. Aristóteles define al hombre
no sólo como «animal racional» o «animal político», sino como «ser
vivo capaz de hablan), y hablar, en Atenas, era tomar parte en la
vida pública, algo que estaba reservado a los ciudadanos libres y
prohibido a los bárbaros y esclavos. Como diríamos hoy, esta gente
«sin habla» sería asimilable a todos aquellos que no tienen «ni voz ni
voto».
Puesto que el concepto de opinión pública va unido al desarrollo
de la democracia y las libertades públicas, en Grecia, especialmente
en tiempos de la democracia, debemos presuponer la existencia de
una opinión pública activa, desarrollada en lugares públicos, como el
agora, donde los representantes del pueblo o el cuerpo de
ciudadanos libres se informaban, dialogaban, discutían y
participaban en los asuntos más variados de la cosa pública. La
participación política imponía, frente a la coerción y la violencia, el
«gobierno de la palabra» y, aunque el agora en sus comienzos era
un lugar de mercado, más tarde se convertirá en el lugar de las
reuniones de la Asamblea popular para, finalmente, en el más puro
estilo simbólico de la concepción liberal del mercado, pasar a ser el
espacio público donde día tras día los ciudadanos se reunían en
corros inoficiales y deliberaban incansablemente sobre todo aquello
que les parecía pertinente. Una función semejante es la que tendrá
más tarde en Roma el foro, como lugar abierto para celebrar asam-
bleas y tratar negocios públicos. Este tipo de opinión pública en nada
se diferenciará de aquella que H. Speier considera como la primera
en el tiempo y que tiene por protagonista a los públicos que se
reúnen en los clubes, asambleas, cafés y salones a lo largo de los
siglos xvii y xviii.
La cultura romana nos ha legado muchas palabras y referencias
relacionadas con el tema de la opinión pública. Cicerón, por ejemplo,
nos habla de la fuerza que ejerce sobre cada uno de nosotros la
publicam opinionem (Noelle-Neumann, 1995, 9). Sin embargo,
cuando se habla de opinión (rumor o fama) ya no se entiende ésta
en sentido filosófico, sino publicístico, tal como más tarde la
explicará Nicolás de Maquiavelo. Opinión se usa aquí como
sinónimo de apariencia, suposición o notoriedad, la buena o la mala
imagen que los demás tienen de uno mismo.
Otra expresión de raíz latina, que será ampliamente utilizada a lo
largo de la Edad Media, es la de voxpopuli, y que enlaza
directamente con la corriente antropológica relacionada con la
cultura y el clima de opinión. Cuando esta vox populi encuentre más
adelante las condiciones políticas de libertad, información, discusión
y publicidad, entonces se convertirá en opinión pública (siglo xviii).
También los romanos harán aportaciones importantes desde el
campo del derecho cuando diferencian el ius privatum del ius
publicum, marcando las distancias entre el ámbito de lo privado y el
ámbito de lo público. La res publica va referida principalmente al
concepto legal de propiedad —en este caso, pública—, pero cuando
se extienda al terreno de las opiniones, éstas versen sobre el interés
común y además entren en las redes de la publicidad, al igual que
sucediera con la vox populi, la opinión pública emergerá como punto
de unión entre la esfera de lo privado (las opiniones de los
ciudadanos) y la esfera de lo público (el Estado, el bien común o el
interés general). Pero, como dice J. Habermas a lo largo del libro
Strukturwandel der Óffentlichkeit (1962), esto no tendrá lugar hasta
el siglo xviii cuando la burguesía implante su tipo de sociedad.
La Alta Edad Media sigue manteniendo muchos de los principios
herededa-dos de la Roma clásica y del cristianismo. Por ejemplo, se
acepta —dice Sabine— «la validez del derecho natural y su
autoridad obligatoria sobre gobernantes y subditos, la obligación de
los reyes de gobernar justamente y de acuerdo con la ley»17 y la
sacralidad de la autoridad humana y eclesiástica. Sin embargo, tras
la caída del Imperio Romano, la influencia de los pueblos
germánicos traerá nuevas ideas sobre el derecho y el gobierno,
arrinconando viejos conceptos relativos a las diferencias entre esfera
privada y esfera pública. Los pueblos germánicos entenderán el
derecho como algo inmerso en el pueblo, no escrito, y basado en la
costumbre y el consentimiento popular.
Aunque la Edad Media no reúne las condiciones político-sociales
adecuadas para elaborar una teoría sobre la opinión pública, sí
podemos encontrar algunas referencias relacionadas con la teoría y
la práctica de la misma. Partiendo del texto atribuido a Bracton de
que «el rey no debe estar sometido a ningún hombre, sino a Dios y a
la ley»18, Juan de Salisbury en el Policraticus (1159), ante posibles
abusos del monarca, da un paso más afirmando que el rey, si
incumple la ley, pierde moralmente el derecho a ocupar la dignidad
real. Con este autor surge la doctrina de la licitud del tiranicidio y
empieza a alborear la idea de que los derechos políticos hunden sus
raíces en el pueblo19. Sin embargo, y volviendo a Bracton, este
autor considera que «si el rey estuviera sin freno, es decir, sin ley»,
la corte debería frenarle, por lo que algunos, como Sabine, han
creído encontrar en esta corte de condes y barones la matriz que
dará origen más tarde a algunos principios e instituciones
constitucionales limitadores del poder absoluto, tales como el de la
representación y la legislación llevada a cabo por asambleas.
Siguiendo con la Edad Media, además de ciertas prácticas
relacionadas con la publicidad y la propaganda, como las llevadas a
cabo por los juglares o los debates públicos protagonizados por las
órdenes monásticas, Tomás de Aquino alaba la monarquía, ataca la
tiranía (pero rechaza el tiranicidio) y reconoce ciertos poderes en el
pueblo cuando el gobierno es elegido democráticamente. En Juan de
París, por otro lado, aflora la influencia secularizadora de la época,
defiende la separación entre la autoridad espiritual y secular y apoya
el consenso popular como fundamento del poder político. Guillermo
de Occam, Marsilio de Padua y Nicolás de Cusa harán intentos
importantes para justificar la secularización del poder político y,
frente el poder soberano, hablarán de la necesidad de la
representación y el consentimiento. Los problemas que habían
acarreado el cisma y la forma de ejercer el poder el papa (junto a las
tensiones entre el poder religioso y el político), provocarán la
expansión de las teorías de la supremacía del concilio sobre el poder
del pontífice. Nicolás de Cusa, como representante de la corriente
del gobierno por consentimiento, será el que defienda en el Concilio
de Basilea (1433) la superioridad del Concilio sobre el papa. Éste —
dirá— representa la unidad de la Iglesia, pero el concilio la
representa mejor. Marsilio transfiere a la iglesia un elemento de su
teoría política, dando por supuesto que el cuerpo universal de fieles
cristianos, como el de los ciudadanos de un Estado, constituye una
corporación (universitas) y que el concilio general, como principio
político, es su delegado21. Como otros muchos autores de la Edad
Media, también Marsilio se hará valedor de la máxima democrática
romana (recogida en el Código de Justiniano, V, 59, 5) Quod omnes
tangit, debet ab ómnibus approbari («lo que a todos atañe, por todos
debe ser aprobado»). G. de Occam, arriesgando un poco más,
propondrá que el concilio sea ampliamente representativo, de
seglares y clérigos, y no tendrá reparos en afirmar que participen,
incluso, las mujeres, aunque la representación sea indirecta
(corporativa).
Sin embargo, a pesar de todas estas referencias relacionadas con
principios de libertad, racionalidad, respeto a la ley natural,
representación, consenso y publicidad, a lo largo de la Edad Media
domina la concepción vertical (teocrática o descendente, como la
llama Ullmann) en el modo de entender las relaciones entre poder y
pueblo. El modelo dominante en esta etapa de la historia de Europa
confunde el pueblo con los súbditos y/o fieles y pocas son las
ocasiones en que éstos tienen la posibilidad de opinar y menos de
elegir a sus representantes. Constituyen un sujeto pasivo y
obediente, donde apenas es posible el diálogo político y la
participación. No existe lugar para la opinión pública, aunque sí
podrá haber un hueco para la voxpopuli, entendida como mentalidad
o conjunto de sentimientos y creencias de una comunidad.
El Renacimiento trae consigo aires de renovación e, incluso, de
ruptura y la mentalidad armónica y descendente que dominó la Edad
Media se resquebrajará al abrirse nuevas vías de pensamiento y de
acción: el hombre se constituye en el centro del universo y la razón
se convierte en la mejor aliada para comprender y solucionar los
problemas que los humanos tienen planteados en el espacio y en el
tiempo, aquí y ahora. No se niega el valor de lo trascendente y lo
sobrenatural, pero se marcan las fronteras entre lo sagrado y lo
secular, entre el poder político y el religioso, entre la fe y la razón,
entre el principio de autoridad y la vía de la opinión.
Los humanistas, por ejemplo, atentos siempre a la búsqueda del
equilibrio humano, luchan por encontrar nuevas formas de rigor
intelectual, desarrollan el espíritu critico en el análisis de los textos y
profesan un profundo respeto por las opiniones. Erasmo de
Rotterdam, en su obra Encomium Moriae, será el primero en estudiar
el comportamiento irracional humano desde un punto de vista racio-
nal, adelantándose varios siglos a los psicólogos de las multitudes.
Galileo, como representante del mejor espíritu científico de la época,
defenderá el rigor del método científico, así como el examen libre de
la realidad, «que se atiene sólo a pruebas empíricas y a las normas
de la lógica frente a los principios de la afirmación dogmática»23.
Descartes, por otro lado, dejando a un lado los temas de la fe y
desde su duda metódica y universal, rechazará la vía de los sentidos
y encontrará en la razón (el yo pensante) el mejor camino para llegar
a la verdad.
Sin embargo, de todos los renacentistas, será Nicolás de
Maquiavelo quien nos introduzca en la prehistoria propiamente dicha
de la opinión pública a través de conceptos como el de Estado,
reputación del Príncipe y comunicación política entre gobernante(s) y
gobernados. El gran acierto, y por eso hay que agradecérselo, dice
Bacon, es que Maquiavelo dice abiertamente y sin disimulo lo que
los hombres acostumbran a hacer y no lo que deben hacer. En El
Príncipe (escrito en 1513 y publicado en 1532), el poder político se
seculariza y, aunque no llegue a formular una teoría sobre el Estado,
éste ocupará un lugar central en su pensamiento.
A través de nuevos conceptos y nuevas formas de actuar del
príncipe, Maquiavelo —dice Touchard— reconoce el poder de la
opinión pública, «con el objeto de construir una teoría del manejo de
esta opinión que él sabe maleable, sensible a la fuerza y fácil de
engañar». Muchas son las citas relacionadas con la estimación y la
reputación del príncipe, la doble moral, el uso de la mentira, o el arte
de comunicarse con el pueblo, pero son los capítulos IX (Del
principado civil) y XVIII (De qué modo los príncipes deben guardar la
fe dada) donde abundan más las referencias.
Frente al posible apoyo que puedan darle los grandes o notables
del reino, el príncipe necesita siempre del aprecio, la estima o el
favor popular. El príncipe —repite con frecuencia— está en la
necesidad de vivir siempre con el pueblo, no ser abandonado por él
y no tenerlo nunca en su contra: «a un príncipe le es necesario tener
al pueblo de su lado, de lo contrario no tiene remedio en la adver-
sidad»25. Para proteger el Estado, conservar el poder y mantener
buenas relaciones con el pueblo, el príncipe necesita de la buena
imagen y de toda una técnica de relaciones públicas, que utilizará o
modificará según sus conveniencias.
Maquiavelo recoge el concepto romano de opinión, entendida
como la (buena o mala) imagen que los demás tienen de uno. No se
plantea la verdad de la opinión, como hacían los filósofos griegos,
sino la bondad de la misma, reflejada en la buena imagen. No
importa que el príncipe sea bueno o malo, fuerte o débil, justo o
injusto, pero sí importa que debe aparecer ante los demás con la
mejor imagen posible; en un gobernante que aspire a mantenerse en
el poder no hay lugar para la debilidad la duda o la incorrección: «No
es necesario, pues, que un príncipe posea de hecho todas las
cualidades mencionadas, pero es muy necesario que parezca
poseerlas. Incluso me atreveré a decir que, si las posee y las
observa siempre, serán perjudiciales, y, si aparece poseerlas, le
serán útiles.» O, como dice más adelante: «Un principe, pues, debe
tener gran cuidado de que nunca 1c salga de la boca una cosa que
no esté llena de las cinco mencionadas cualidades, y de que
parezca, al verlo y oírle, todo bondad, todo buena fe, todo integridad,
todo humanidad, todo religión».
Como habrá podido verse, la hipocresía y el cinismo se elevan
aquí a virtud. Por ello no debe extrañarnos que Maquiavelo defienda
la doble moral e, incluso, si es necesario, la mentira: «Un hombre
que en todas las cosas quiera hacer profesión de bueno, entre tantos
que no lo son, no puede llegar más que al desastre. Por ello es
necesario que un príncipe que quiere mantenerse aprenda a poder
no ser bueno, y a servirse de ellos o no servirse según las
circunstancias», o como especifica más adelante, al hablar de las
flaquezas del ser humano: «Un príncipe prudente no puede ni debe
mantener fidelidad en las promesas, cuando tal fidelidad redunda en
perjuicio propio, y cuando las razones que la hicieron prometer ya no
existen. Si los hombres fueran todos buenos, este precepto no sería
bueno, pero como son malos y no observarían su fe con respecto a
ti, tú tampoco tienes que observarla con respecto a ellos».
Finalmente, en el mismo capítulo XVIII se recoge una de las
expresiones más discutidas y que más fama le han dado,
relacionada con la «razón de Estado», la propaganda de los hechos
y la justificación de los medios por sus fines: «Procure, pues, un
príncipe conservar y mantener el Estado: los medios que emplee
serán siempre considerados honrosos y alabados por todos: porque
el vulgo se deja siempre coger por las apariencias y por el acierto de
la cosa».

II. DE LA PUBLICIDAD REPRESENTATIVA A LA PUBLICIDAD


BURGUESA. LA IMPRENTA, EL PÚBLICO LECTOR Y EL PÚBLICO
POLÍTICO
1. lo público y la publicidad

La expresión «opinión pública» viene delimitada por dos términos,


«opinión» y «pública», que a lo largo de la historia han sufrido
muchas transformaciones en su significación. Aquí radica la razón
principal de que la opinión pública sea un concepto polisémico y
complejo y que hayan sido muchas las dificultades para dar una
definición universalmente aceptada por todos (Stoetzel, 1971; Sprott,
1964; NoellcNeumann, 1971). Por ejemplo, frente al concepto
filosófico y psicológico de los griegos que definían la opinión como
un semisaber, está el punto de vista de los romanos y de otros
muchos, como Maquiavelo, que la entenderán desde la imagen y la
fama. Sin embargo, será el término «público» el que más cambios
soporte con el paso del tiempo.
Tanto en Grecia como en Roma quedan perfectamente
diferenciadas las categorías de «privado» y de «público». La esfera
de lo privado gira en torno al domicilio doméstico (oikos) y en ella
tiene lugar la reproducción de la vida, el trabajo de los esclavos, el
servicio de las mujeres y todo aquello relacionado con la necesidad y
la transitoriedad. La esfera de lo público (koyné), en cambio, se
refiere a todas aquellas actividades públicas donde el ciudadano,
liberado de las cargas domésticas, puede participar como ser libre
en las actividades cívicas (políticas) y comunes. Frente a la esfera
privada se alza la esfera de la publicidad, entendida como aquel
espacio donde es posible la libertad, el diálogo y la claridad; si la
esfera privada viene marcada por la subsistencia y la transitoriedad,
la esfera de lo público por la competencia entre iguales y la
búsqueda de lo mejor.
La contraposición clásica de «público» y «privado» apenas si es
usada en la Alta Edad Media, por lo que parece más correcto acudir
a términos germánicos como «común» y «particular». Es común
aquello que es accesible o está abierto para todo el mundo y es
particular lo que es propio y de uso exclusivo para uno. Hasta la
inmunidad y los privilegios son entendidos como algo particular.
Sin embargo, a medida que nos acercamos a la Baja Edad Media
la categoría de «público» va unida al papel que el señor feudal debe
representar ante los demás. La publicidad representativa no se
constituye aquí como un ámbito social o una esfera de la publicidad,
sino como una característica del status social: el señor feudal,
siempre encaramado en su jerarquía, está por encima de lo
«público» y lo «privado», pero su status lo representa
públicamente32. Palabras como grandeza, alteza, majestad,
dignidad, etc., hablarán de esa representación.
La evolución de la publicidad representativa irá unida a ciertos
atributos de la persona, como insignias, hábitos, gestos y retórica,
representados en la figura del noble. Este código de conducta
cristalizará en la Edad Media en un sistema de virtudes cortesanas y
eclesiásticas que afloran a la publicidad en forma de fiestas (como
los torneos), o representaciones de tipo religioso (como procesiones
o actos de fe) y, aunque la representación necesite de un entorno
(subditos y fieles), el pueblo quedará siempre fuera, como
espectador, porque la representación exige la distancia y cierta
aureola de misterio (arcanum).
El tránsito de la Edad Media al Barroco conlleva un cambio en la
representación: las fiestas que antaño se celebraban en las ciudades
y al aire libre como el torneo, la danza o el teatro, pasan ahora de las
plazas públicas a los jardines y, de las calles, a los salones de
palacio. La vida cortesana se resguarda del exterior. La aristocracia,
que ha perdido gran parte de su dominio, se pone ahora al servicio
de la representación monárquica y, el pueblo, desde la calle, queda
constantemente a la expectación. La publicidad representativa y
cortesana encontrará en la monarquía de Luis XIV su mejor
exposición. «La última forma de la publicidad representativa —dice
Habermas—, contraída y retirada en la corte del monarca y, al
mismo tiempo, agudizada, es ya una reserva en medio de una
sociedad que se está separando del Estado. Sólo ahora comienzan
a escindirse las esferas pública y privada en un sentido
específicamente moderno»33. Con el absolutismo, el Estado y las
instituciones públicas se objetivizan frente a la persona del monarca
y su corte (que es considerada como algo privado), pasando a
llamarse «público», a partir de este momento, una serie de cargos y
funciones relacionadas con la administración del Estado. Incluso, la
religión, pasará a ser asunto privado.
La burguesía emergente en el siglo xiii pone en funcionamiento
un nuevo sistema de producción que con el tiempo también traerá un
nuevo orden social. El nuevo marco de relaciones se apoyará en lo
que Habermas llama tráfico de mercancías y noticias.
Superando las barreras del mercado local, dominado
principalmente por gremios y cofradías, la burguesía desarrolla el
comercio a larga distancia, convirtiendo la ciudad no tanto en base
física del mercado, sino en base operativa del mismo. Ciudades del
centro y norte de Europa, ante la importancia de su mercado y la
concentración de comerciantes, se consolidan como ferias
periódicas que contribuyen, además, al desarrrollo del sistema
financiero. La burguesía ha logrado desprenderse del concepto
económico original —ligado al señor de la casa (oikosdesposta) y la
vida doméstica—, y decide trasladar la plaza, de la casa al mercado,
y convertir la economía en una economía de comercios. Sin
embargo, lo importante de este cambio es que el burgués sigue
actuando en la esfera de lo privado, manteniendo la distancia entre
el orden económico y el orden político. La esfera del poder público
se objetiviza en una administración constante y un ejército
permanente y la categoría de lo «público» se reserva, no ya para la
corte, sino para lo estatal y su funcionamiento.
Richard Sennet nos recuerda que a finales del siglo xv en
Inglaterra se identificaba lo «público» con el bien común en sociedad
y, unos años más tarde, se ampliará el concepto a todo aquello que
era manifiesto y abierto a la observación general: «Público significa
abierto a la consideración de cualquiera, mientras que privado
significa una región de la vida amparada y definida por la familia y
los amigos»34. Un sentido similar también tendrá en Francia. Lo
«público» pasará de tener una acepción próxima al concepto de bien
común a significar el de cuerpo político o, un poco más tarde, el de
una región especial de la sociabilidad. Esta región se encontrará en
la ciudad, especialmente en la ciudad-capital, y el «cosmopolita»
será el hombre público por excelencia. «Al comenzar el siglo xvni —
continúa R. Sennet— el sentido de quién era «el público» y dónde se
encobaba uno cuando estaba en público, se volvió más amplio, tanto
en París como en Londres. La burguesía se interesó menos por
ocultar sus orígenes sociales; las ciudades que habitaba se
transformaban en un mundo en el cual comenzaban a relacionarse
grupos muy diferentes de la sociedad. En consecuencia, para la
época en la que la palabra «público» había adquirido su significado
actual, no aludía solamente a una región de la vida social localizada
al margen del dominio de la familia y los amigos íntimos, sino que
aludía también a que este dominio público de conocidos y extraños
incluía una diversidad de personas relativamente amplias»35. Es la
época en que los parques, las posadas, los salones o los cafés se
transforman en centros de relación social, de exposición y de diálogo
público.
El tráfico de noticias sigue un camino parecido al tráfico mercantil.
Las grandes ciudades se convierten, además, en fuente de noticias y
los comerciantes cambiarán el viejo sistema de información por otro
más profesional y rápido. Sin embargo, como muy bien matiza
Sombart, no podrá hablarse de «correo» y «prensa» en sentido
estricto hasta que sus mensajes no sean accesibles al público en
general (siglo xvii).
La prensa periódica del siglo xvii no sólo informará de las más
variadas noticias, sino que éstas se convertirán en mercancía.
Además, y esto es importante, la autoridad dará su apoyo a la misma
(Richelieu en Francia, por ejemplo, con el periódico dirigido por
Renaudot) y utilizará esta vía de comunicación para dar órdenes y
disposiciones, convirtiendo a los destinatarios por primera vez en
público. La prensa se convierte, así, en fiel servidora de la
administración.
El poder político, en principio, se dirige al público, es decir, a
todos los subditos, pero dadas las circunstancias de analfabetismo y
pobreza, los mensajes sólo llegarán a los estamentos ilustrados.
Capitalistas, comerciantes, banqueros, editores y manufactureros
constituyen la nueva capa burguesa que sustenta y alimenta al
nuevo «público», formado principalmente por juristas, médicos,
curas, oficiales y profesores y al que podríamos dar el nombre de
«público lector». Es en esta capa donde poco a poco se irá
generando una esfera crítica, el público político, que juzgue muchas
de las decisiones relacionadas con los impuestos y la administración
pública. Cuando este grupo de ciudadanos, crítico y raciocinante,
levante su voz y se convierta en sujeto y destinatario de los
mandatos de la autoridad, entonces habrá nacido la opinión pública.

2. La imprenta y los públicos


Entre las causas más importantes que contribuyen al cambio de
la mentalidad medieval en mentalidad moderna se encuentran el
invento de la imprenta, el poder emergente de la burguesía, la vuelta
al pasado de los clásicos, el nacimiento del Estado-Nación y la
ruptura religiosa con la reforma protestante. La imprenta se convierte
en el mejor soporte de la comunicación y la publicidad y, en el
espacio de dos siglos, ayudará a crear las bases necesarias para el
surgimiento de la opinión pública.
Su aparición suele situarse en 1456 y su difusión va unida al
desarrollo comercial e industrial de las principales ciudades de
Europa. Con la imprenta la cultura sale de los claustros a la calle y
hace posible que nazca el público lector. La imprenta ayuda a la
Reforma a expandirse y ésta, a su vez, crea un amplio público de
lectores por medio de la literatura religiosa en lengua vernácula. Más
adelante, a la expansión del público lector se unirá el desarrollo de
instituciones conexas como las sociedades y los clubes de lectura,
las bibliotecas circulantes y las librerías de segunda mano;
finalmente, cuando una parte importante de esos lectores se interese
por las publicaciones políticas y decida tomar parte en los asuntos
públicos, habremos llegado al nacimiento del público político.
La imprenta, por tanto, se convierte en un instrumento
extraordinario al servicio de la propaganda y hablar de difusión de
ideas implica hablar de mecanismos de control por parte del poder
(sea éste religioso o político) para impedir que ciertas ideas entren
en circulación. La imprenta hizo posible la difusión de escritos
injuriosos contra el papado, la divulgación de libros heréticos y la
circulación de hojas impresas subversivas que cuestionaban la
autoridad religiosa, obligando al Vaticano a una intervención
inmediata. Al papado no le preocupaba tanto las ideas heréticas de
los reformadores (herejías había habido a lo largo de la historia de la
Iglesia), cuanto el conocimiento, la difusión y la aceptación por parte
de la gente.
En el terreno político sucede algo parecido. En Inglaterra, por
ejemplo, entre 1500 y 1700 hay diversos intentos de regular lo que
se edita. En 1538, pero especialmente en 1643, la monarquía
impone la censura cerrando los periódicos; en 1662 un Acta de
Licencia limita el número de imprentas y en 1663 se nombra un Ins-
pector de Prensa. Pasada la Revolución, en 1695, el Parlamento
rechazará la mencionada Acta, notándose inmediatamente en la
expansión de periódicos y revistas.
La imprenta posibilita el cambio de las antiguas hojas manuscritas
(awisi, zei-tungeri) por hojas de noticias impresas y éstas, a su vez,
darán paso a ciertas publicaciones que se imprimen semanalmente y
por iniciativa privada, llamadas gacetas. El desarrollo de las gacetas
hará posible el triunfo del periodismo regular (siglo xvn) y más tarde
del periodismo diario (xviii).
En el siglo xvii el periodismo es principalmente informativo,
cultural, mundano y político y como ejemplo de este periodismo en
Francia se pueden citar la Gazeite de France, el Journal des Savants
y el Mercure GalanL T. Renaudot, como personaje importante en la
historia del periodismo, será el encargado de dirigir la Gazette y sus
éxitos periodísticos serán imitados en Holanda, Alemania e Ingla-
terra.
Inglaterra, condicionada por la Revolución, verá surgir desde los
años treinta una publicidad política muy próxima a la opinión pública.
Las «hojas de noticias», primero, y las «hojas de polémica»,
después, en línea con el espíritu panfletario y anónimo expresarán
ideas revolucionarias para aquellos tiempos, como la esperanza en
la utopía democrática, la felicidad del hombre o la participación en
los asuntos públicos40. Esta corriente crítica del pueblo hacia el
poder no se perderá, a pesar de la censura, y en gran parte será
recogida por periódicos y periodistas de finales del xvii y principios
del xviii, como The Spectator (Addison), The Examiner (Swift), The
Mercator (Defoe), Universal Chronicle (Johnson) y The Tatler
(Steele), que practican el periodismo político e ideológico41. Como
dice Wilbur Schramm, el periodismo y el panfleto político estarán
siempre presentes en todos los movimientos políticos y revoluciones
populares que se suceden entre los siglos xvii y xix42. Con el siglo
xviii el periodismo diario se extenderá a otros países, que verán
aparecer periódicos como el Daily Courant (1702), el Diario Noticioso
(1758), el Journal de París (1777), el Pennsylvania Packet (1784) y
el Times (1785).
Se llama le public en la Francia del siglo xvn a los lecteurs,
spectateurs y auditeurs, en calidad de destinatarios, consumidores y
críticos de arte y literatura43. Y, si en un principio este público
estaba formado por la corte y ciertas capas de la aristocracia y la
burguesía urbanas, con el tiempo se trasladará totalmente a la ciu-
dad. La corte, especialmente la inglesa, con el tiempo pasará a ser
residencia real, mantendrá una distancia prudente con $1 pueblo y
serán muchas las dificultades para acceder a ella. La publicidad,
como decíamos antes, pasará a ciertos lugares de la ciudad que, al
entender de H. Speir y J. Habermas, se convierten en incubadoras
de la opinión pública: son los cafés, los salones de té y, en Alemania,
las Tischgesellschaften, aunque también se puede extender a
clubes, asociaciones, academias, institutos, círculos y ateneos.
Los cafés entran en Europa (Inglaterra) a mediados del siglo xvii y
se convierten en poco tiempo en centros populares para adquirir y
comunicar noticias, para hacer debates políticos y para realizar
crítica literaria44. En estos lugares se mezcla la intelectualidad con
la aristocracia y la clase media encontrará una oportunidad de
adquirir su propia educación. Las mujeres, sin embargo, no tendrán
acceso a estos locales.
Los salones franceses, dice H. Speier, se remontan al siglo xvii, e
incluso antes, y alcanzarán su máximo esplendor en el siglo xviii. En
ellos se reunían hombres y mujeres distinguidos que disfrutaban de
la conversación, aplaudían el sentido de la crítica y no consideraban
escandalosos el libre pensamiento o las ideas irreverentes. El salón
fue un experimento de igualdad, ya que consideraba a todos los
presentes como iguales fuera cual fuese su condición, y desde él, no
desde la corte, se gobernaba la opinión de París45. Los grandes
escritores, antes de publicar su obras, tenían que pasar por la
discusión de las academias o salones; era, por así decirlo, como la
primera prueba de la publicidad.
En Alemania se encuentran las Tischgeséllschaften, menos
efectivas y extendidades que los cafés y salones ingleses y
franceses. Su público estaba formado por personas privadas y
activas en el trabajo productivo, se mantenían al margen de la
honorabilidad y todos eran tratados, por encima de la jerarquía
social, en el mismo plano de igualdad. Aun cuando pudieran
encontrarse, como es lógico, diferencias, en todos ellos se trataban
temas parecidos, se practicaba el raciocinio y la conversación, y
todos estos actos eran tomados como asuntos privados. En opinión
de Habermas, tres son los criterios institucionales que los
caracterizan. En primer lugar, el trato social que se daba entre sus
miembros y participantes no presuponía igualdad de status, sino que
prescindía y se actuaba al margen de él; el público en cierto modo
devuelve a sus miembros la igualdad original de hombres. En
segundo lugar, las barreras temáticas interpuestas por la corte y la
iglesia son sobrepasadas, extendiendo el debate, como si de una
mercancía se tratara, a todos los ámbitos de discusión posible. Y, en
tercer lugar, el público es una institución abierta que ha roto con el
concepto de enclaustramiento del pasado. Las cuestiones que saltan
a la discusión están abiertas en teoría a todo el mundo, aunque el
público burgués, allí donde se institucionaliza, siempre marcará las
distancias sobre el gran público, al que pretende educar y
representar47.
Los públicos, sin embargo, no se agotan en las tres modalidades,
que hemos descrito anteriormente, sino que su acción también debe
extenderse a todas aquellas actividades relacionadas con el teatro,
los conciertos, las bibliotecas y los museos. Todos se guían por
cánones parecidos y en todos está presente el raciocinio, la
polémica y la crítica.
El público lector y espectador no acaba en la actividad social, sino
que una parte importante de esa actividad se traslada al ámbito
político. Anteriormente recordábamos cómo las casas de café de la
Inglaterra del siglo xvii eran consideradas como incubadoras de la
agitación política48 o cómo, en tiempos de la Revolución inglesa,
proliferaban toda suerte de pasquines, panfletos y «hojas de
polémica». Será la prensa, en efecto, quien se haga eco de temas,
personas c instituciones relacionadas con los asuntos públicos y se
ofrezca como marco ideal para la publicidad política.
La abolición de la censura en Inglaterra (1695) llevará a una
nueva etapa en la historia del raciocinio público y la publicidad,
permitiendo que las decisiones que se toman en el Parlamento de
alguna manera salten a la discusión, de los distintos públicos. En la
primera mitad del siglo xviii, los políticos (tanto del gobierno como de
la oposición) se dan cuenta de la importancia de la prensa y la
literatura política pasando a utilizar de estos medios y de algunos
escritores —como D. Defoe o J. Swift— para hacer la crítica política.
Con la edición* por parte de Bolingbroke, de Graftsrnann (1726) y la
aparición posterior de Gentleman 'sMagazine la prensa se convierte
por primera vez y de un modo propio en el órgano crítico de un-públi-
co raciocinante, se convierte en fourth Estate, en cuarto poder49. El
Estado; a partir de ahora, entrará en disputa con la prensa y aunque
el parlamento venía gozando del privilegio de mantener en secreto
las discusiones parlamentarias, las críticas y presiones de la prensa
harán levantar la prohibicióny , a-comienzos del xex (1803), el
speaker reservará por primera vez un puesto en la tribuna a los
periodistas. Las discusiones parlamentarias pasarán a partir de
ahora a ser un asunto público.
Los enfrentamientos bélicos del pasado se han transformado
ahora en una controversia entre Gobierno y oposición. Aparecen
nuevos periódicos, como The limes (1785), se distingue entre
resultados electorales y opinión del pueblo y las asociaciones poco a
poco se van transformando en partidos políticos. «En 1-792/tres
años después del estallido de la Revolución francesa, el público
políticamente raciocinante es indirectamente reconocido en su
función de crítica pública por un discurso de Fox ante la Cámara de
los Comunes. Por primera vez se habla en el Parlamento de public
opinión»50. El raciocinio político del público ha arrebatado la
exclusiva al Parlamentó, conviertendola opinión pública en referente
obligado de cualquier asunto público. Además, dice Fox, en el
supuesto de que no hubiera opinión deberían proporcionarse al
público los medios adecuados para su formación
En Francia hay que esperar a la segunda mitad del siglo xvii para
que aparezca un público políticamente raciocinante. La prensa tiene
mucha menor importancia que en Inglaterra y tampoco existe una
asamblea de estamentos que represente al pueblo. El rey
monopoliza el poder político, todos son subditos y todos están
sometidos a la autoridad superior. La crítica políticá se introduce a
través de la Enciclopedia, a través de los filósofos y a través de
economistas como los fisiócratas. Nombres como los de Mirabeau,
De la Riviére, Türgbt y Malesherbes se encontrarán entre los
primeros exponentes de la opinión pública.'
Fue Necker, sin embargo, quien abrió una puerta a-la publicidad
política frente al sistema absolutista cuando publica el balance del
presupuesto nacional. La gran contribución de Necker a la historia de
la opinión pública fue la publicación de las declaraciones fiscales
(compte rendu), haciendo posible que los méritos y los defectos de la
política del gobierno pudieran ser analizados en público5'. Por otro
lado, será la Revolución francesa la que aporte las instituciones
necesarias que le faltaban al público raciocinante: los partidos de
club, la prensa diaria política y los estamentos generales, para que la
opinión pública salte a la publicidad y a la calle.
Entre 1789 y 1793, tanto las Constituciones como las
Declaraciones de Derechos, reconocen, entre otras muchas
libertades, el derecho a manifestar ideas y opiniones, de palabra, por
escrito o en imprenta. En agosto de 1792, sin embargo, un Edicto de
la Comuna de París, ante la existencia de «empoisoneurs de
l'opinion publique», manda requisar cierto tipo de prensa y, con la
llegada de Ñapo-león, se impone un régimen de estricta censura que
perdurará hasta la Revolución de Julio de 1848. Sólo a partir de este
momento la prensa, los partidos y el Parlamento recobrarán los
derechos recogidos en el espíritu de la revolución.

3. El desarrollo de las libertades públicas


El surgimiento de la opinión pública sufre un desarrollo dialéctico
de acción recíproca con el proceso de las libertades públicas, que
desembocará (segunda mitad del siglo xvm), por un lado, en la
aparición del término y la toma de conciencia del poder de la opinión
pública frente a todos aquellos que quieren limitar los derechos y
libertades de los ciudadanos y, por otro, en la declaración formal de
estos derechos y libertades en torno a las revoluciones francesa y
americana. Aunque en apartados anteriores se han hecho breves
referencias al tema que estamos tratando, a continuación, vamos a
ocuparnos de lo que convencionalmente se ha llamado prehistoria
de las libertades públicas y cuyo proceso se puede resumir en tres
apartados: a) los fermentos medievales de las libertades; b) la
anticipación maquiavélica; y c) la rebelión contra el absolutismo.

A) Los fermentos medievales


El individualismo bárbaro, las limitaciones morales y jurídicas de
la monarquía medieval, la rebeldía y el individualismo de la
aristocracia feudal, la disidencia religiosa y las franquicias
burguesas, constituyen importantes elementos que, con el tiempo,
nutrirán la teoría y la práctica del Constitucionalismo en cuyo seno
surgen las libertades públicas.
Frente al uniformismo y la concepción totalitaria del imperio
romano, los bárbaros dividen el territorio y aportan el vigor de la
apreciación del individuo, de su amor por la libertad. Para los
bárbaros el individuo constituye la unidad de la vida política52,
ensalzan el valor de la independencia personal y destacan la
importancia de los subditos frente al poder del reino o la nación.
Estas ideas, que perduran durante el feudalismo y se sumergen en
el corporativismo bajo-medieval, resurgirán en el Renacimiento y la
Reforma para contribuir a la formación del espíritu individualista y
democrático de los siglos xviii y xíx.
Entre las aportaciones bárbaras, en línea con este espíritu,
conviene destacar: las asambleas nacionales y locales de las que
emergerá, con el tiempo, la Cámara de los Comunes, el principio
electivo de los monarcas y la adscripción de los derechos a los
individuos como persona sin tener en cuenta su condición de miem-
bros del Estado,
Una segunda idea importante se refiere a las limitaciones
interpuestas al poder real. Las distintas monarquías medievales,
gracias a la influencia cristiana sobre el trasfondo individualista
germánico de respeto al derecho de las personas, sufren
limitaciones por la idea del bien común, el respeto al derecho y las
costumbres de los subditos y los juicios de sus consejos. Este
sentido limitativo pervivirá desde la Alta Edad Media hasta bien
entrada la Baja Edad Media, cuando los monarcas, en su disputa
con la Iglesia y los señores territoriales, se sobreponen con el apoyo
de la burguesía. Es el momento en que los juristas que rodean al
monarca reimponen el sentido dominante del derecho romano,
sustituyendo el derecho de «coordinación» (contrato) por el de
«subordinación» (ley), dejando el camino abierto hacia el Estado
absoluto.
A. Hauriou entiende que las libertades medievales «son fruto de
la desigualdad, en el sentido de que se presentan en las sociedades
feudales, e incluso en los comienzos del Estado, como reservadas a
ciertos privilegiados». Éstos son los integrantes de los estamentos
(nobles, clérigos y, posteriormente, burgueses) que realizan pactos
de naturaleza privada con los soberanos, cambiando normalmente
impuestos por libertades en forma de privilegios. Uno de los primeros
documentos que hablan de estos pactos lo tenemos en España,
recogido en las Cortes de León (1188), por el que el rey Alfonso IX
reconoce, entre otros privilegios, la inviolabilidad del domicilio y la
garantía de las personas y las propiedades. La historia, sin embargo,
destacará como documento más significativo el de la Carta Magna
(1215), de Juan sin Tierra, considerado como el fundamento de la
libertad inglesa, aun cuando su origen se remonte al contrato feudal
de Enrique I en 1100. La Carta Magna siempre se invocará
(«vuestros subditos - dirá Burke han heredado estas libertades») en
defensa de las libertades en la tradición inglesa y, si bien en principio
sólo beneficiaba a clérigos y barones, cuando las libertades se
extiendan a un mayor número de ciudadanos— las Bill of Rights del
siglo xvii— entonces es cuando empezará a vislumbrarse la
realización de las libertades públicas.
W. Theimer dice que leyendo los escritos políticos de la época, el
lector se asombra con frecuencia de la insospechada libertad de
expresión, tomada como normal por aquel entonces, aunque en
materia religiosa había una estricta censura56. Solamente la herejía
se convierte en el único canal de protesta frente al autoritarismo
religioso de la jerarquía eclesiástica57. Se puede sostener que hasta
el siglo xii las discrepancias en materia religiosa apenas si exigían
medidas especiales para ser reprimidas o eliminadas, pero será a
partir del segundo tercio de este siglo cuando aparezcan algunas
claves de esta preocupación, como lo demuestran algunas
conductas heterodoxas y la estrecha colaboración entre el poder civil
y eclesiástico para reprimir la disidencia religiosa58. Los ejemplos
los tenemos en ArnaJdo de Brescia (discípulo de Pedro Abelardo),
ejecutado en la segunda mitad del siglo xii, las quemas en hoguera
de los valdenses o las acciones militares contra los cataros
(albigenses), donde siempre actuaban en connivencia el rey o empe-
rador con la jerarquía eclesiástica.
Desde la Grecia clásica hasta el Renacimiento hay una serie de
cuestiones de las que no se puede hablar; es el mundo de lo inefable
o «tabú» y que sistemáticamento aparece como prohibido. Si lo
inefable inicialmente aparece en términos religiosos, la idea
sacralizada que se tenía del Estado desde la antigüedad hará que
este concepto también se traslade al campo político. La libertad de
expresión empieza justamente cuando el hombre se atreve a invadir
la esfera de lo inefable y esta invasión ocurre con la herejía y la
heterodoxia. El mundo de la opinión entra en la historia cuando se
destruye la idea de lo inefable, algo que históricamente ocurre en
torno al Renacimiento, con el descubrimiento de la razón y el
rechazo de la verdad dogmática.
En torno al siglo xiv Europa va a conocer dos herejías que
constituyen el antecedente del protestantismo: la de J. John Wyclif y
la de J. Juan Hus. El uno, inglés; el otro, bohemio. El primero
expresa la repulsa de Inglaterra ante el pontificado y, entre sus
treinta y tres tesis sobre la pobreza de Cristo, en la décima establece
el deber del cristiano de «seguir la ley y la palabra de Cristo sin
preocuparse de las censuras y de las excomuniones, de amenaza y
de hecho». El segundo, rector de la universidad de Praga,
reivindicará la «libre expresión de la palabra de Dios». El primero
será excomulgado por la iglesia y, el segundo, quemado como
hereje en 1415.
Los acontecimientos que más contribuyen a la convulsión y
escisión de la conciencia europea, finalizada la Edad Media, hay que
situarlos, sin lugar a dudas, entorno a la Reforma Protestante. El
deseo de recuperar el sentido primitivo de la cristiandad y la pureza
de costumbres y el intento de considerar las Escrituras como única
fuente de autoridad y permitir a cada individuo «el libre examen de la
biblia», chocarán frontalmente con el poder religioso de Roma. La
reforma no tendrá sólo repercusiones en el campo religioso, sino que
éstas se extenderán al campo político, como lo confirman las luchas
entre los príncipes alemanes y el emperador Carlos. Lutero, Calvino
y Zwinglio se convierten en líderes de opinión y las sectas que
emanen del espíritu reformador exportarán allá por donde vayan la
defensa de la libertad de cultos y la tolerancia y, por extensión, las
libertades públicas59. El cristianismo lleva en sus gérmenes el paso
de una sociedad sacralizada a otra secularizada, siendo una
consecuencia lógica entre los siglos xvi y xviii el paso de la libertad
religiosa al de las libertades públicas.
Será en este contexto de luchas y represión religiosa donde
aparezcan las teorías monarcómanas, tal como las había esbozado
Juan de Salisbury (Policraticiis) en el siglo xii al defender la sumisión
de todos, incluso el rey, a la ley. Esta idea de desobediencia civil y
resistencia al príncipe será recogida en Vindiciae contra tyranos
(1579), idea que formará parte de las teorías monarcómanas que
apoyan el tiranicidio y que serán desarrolladas con mayor precisión y
profundidad por autores españoles, como Juan de Mariana (De rege
et regis institutione), Francisco de Vitoria, Domingo de Soto o Luis de
Molina. El depositario de la soberanía —dirán— es el pueblo, no el
rey, porque aquél, sin hacer referencia alguna a razones
trascendentales, goza naturalmente —ipso itire— de un poder que le
es propio y, si alguien accede al gobierno, lo hará por delegación
suya.
B) La anticipación maquiavélica
En el renacimiento la libertad va a expresarse como un «privilegio
perdido», o en trance de perderse, tanto por la aristocracia en el
contexto de las grandes monarquías, como por la burguesía
emprendedora y los humanistas dentro de las reivindicaciones
democrático-urbanas. Sin embargo, así como los aristócratas que-
dan controlados por la monarquía, los burgueses y humanistas van a
experimentar un proceso en curva que transformará al democrático
burgués aventurero en «rentista» y al humanista apasionado por la
libertad, en un ser retraído que se atrinchera en la nostalgia y se
margina de la política. El interés por la libertad política —dice A. von
Martin— cede ante la comodidad personal de una plácida existencia
privada60. La libertad como aventura del «capital» o del «espíritu»
acabará en la «seguridad burguesa».
Un personaje de este tiempo, que se revela contra el espíritu del
tiempo, es N. de Maquiavelo. «La burguesía ascendente —dirá Von
Martin— ha caído en un cómodo pacifismo, y el humanismo que
prometió elevar a los hombres sobre el nivel animal, lo que hizo fue
convertirlos en bons burgois»61. Maquiavelo busca la unidad política
italiana y, a través de los consejos que da en El Príncipe, anticipa la
secularización del Estado moderno. Ya hemos hablado
anteriormente de las aportaciones que Maquiavelo hace a la opinión
pública en su obra El Príncipe. Ahora nos vamos a fijar en los
Discursos, donde reivindica la antica virtü republicana que enlaza
con el primitivo humanismo de la libertad. En el capítulo VII de éstos,
dice: «A los nombrados en una ciudad para guardianes de su
libertad no puede dárseles atribución mejor y más necesaria que la
facultad de acusar ante el pueblo o ante un magistrado o consejo, a
los ciudadanos que de algún modo infringen las libertades públicas
[...]. Nada contribuye más a la estabilidad y firmeza de una república
como el organizaría de suerte que las opiniones que agitan los
ánimos tengan vías legales de manifestación». Texto este modélico
en el que las libertades públicas y opinión se entrecruzan de tal
modo que se hacen dialéctica y necesariamente complementarias,
aunque ello no sucederá sino dos siglos después, con la Ilustración.
En esta misma línea, en el capítulo VIII Maquiavelo analiza con
mentalidad de moderno Estado de Derecho una limitación a la
libertad de expresión: la calumnia. Considera «cuan detestable es la
calumnia en un régimen de libertad, y debe acudirse a todos los
medios oportunos para reprimirla; siendo el que mejor la impide la
libre facultad de acusar, pues la acusación es tan útil en la república
como funesta la calumnia. Hay además, entre ellas, la diferencia de
que la calumnia no necesita testigos, ni ningún otro género de
prueba, de suerte que cualquiera puede calumniar a otro, pero no
acusarlo, porque la acusación exige verdaderas pruebas y
circunstancias que demuestren la verdad en que se funda. Se acusa
a los hombres ante los magistrados, ante el pueblo, o ante los
consejos. Son calumniados en las plazas o en el interior de las
casas, y prospera menos la calumnia a medida que el régimen
permite más la acusación». Precisamente, será en la ausencia de
esta garantía jurisdiccional de la libertad de expresión, donde se
encuentre la causa del desorden de la Florencia de su tiempo.
En los Discursos legaliza las vías de expresión de la opinión
como garantía de la estabilidad republicana. En El Príncipe, en
cambio, somete la opinión al manejo de los gobernantes. La opinión
pública es importante, pero esta opinión es maleable, sensible a la
fuerza y fácil de engañar64. En una y otra, introduce, pues, la
opinión en el Estado. Pero, así como en los Discursos anticipa el
gobierno de «participación» al servicio del Estado de la razón
democrática, en un momento en que el municipio y la república libre
agoniza en Italia, en El Principe anticipa el gobierno por la seducción
o la persuasión pragmática, al servicio de la dimensión utilitaria de la
Razón de Estado.
C) La rebelión contra el absolutismo
Es éste un proceso complejo en el que podemos considerar dos
momentos importantes: el de su anticipación por los humanistas
católicos y el de los disidentes del protestantismo.
Entre los humanistas católicos es bueno destacar, junto a F. de
Vitoria, la figura del padre Las Casas, que en su De regia potestate,
se manifiesta como un anticipador de la modernidad liberal. La
communis opinio de la orden dominica promovió la línea
proindigenista, abierta a la libertad, frente a la colonialista.
Frente a estos intentos, el humanismo cristiano (incluido el de
Erasmo) no rebasa la frontera de la resistencia al poder, frontera que
sí será superada por los monarcómanos (tanto católicos como
protestantes) y que, pese a sus concepciones dogmáticas y
aristocráticas, limitarán y condicionarán de tal manera el poder que
abrirán las puertas para la penetración de la idea de pacto, tan
importante para los padres del liberalismo.
El segundo momento es el de la iniciación. Esta tiene lugar en el
contexto de las tensiones conflictivas, tanto políticas como religiosas
del siglo xvii y que, en unos casos, fueron dominadas (reforzando el
absolutismo), mientras que, en otros, pervivieron durante algún
tiempo.
Uno de los fenómenos históricos más interesantes es el de la
guerra civil inglesa, pues durante ella aparece un personaje
relevante: la opinión. Sus temas preferidos: la constitución, el
sufragio, la tolerancia religiosa, la libertad civil, la propiedad y las
prerrogativas del Parlamento y la Corona. Su consecuencia más
importante: el nacimiento de actitudes divergentes y de opiniones
políticas y, como efecto a más largo plazo, la necesidad del
compromiso para vivir pacíficamente.
Es de destacar la gran cantidad de folletos y panfletos aparecidos
durante esta época manifestando la voluntad de cambio social e
intentando movilizar la sociedad a través de la opinión. Entre 1640 y
1661 se publicaron en torno a veintidós mil panfletos y periódicos.
Tan importante será su influencia, que —según L. Stone— se
produjo «un choque de ideas e ideologías y el nacimiento de
conceptos radicales que afectaron a todos los aspectos del
comportamiento humano y a todas las instituciones de la sociedad,
desde la familia hasta la Iglesia y el Estado»65. Por su parte G.
Sabine dirá que las guerras civiles en Inglaterra señalan la primera
aparición de la opinión pública como factor importante en la vida
política.
Un pensador, Juan Milton, va a enlazar en la Aeropagítica (1644),
libertad y opinión. Milton se enfrenta en esta obra a la proscripción
de la libertad informativa, hecha por el parlamento inglés, y en su
contra aduce los siguientes argumentos:

— La libertad de información está por encima del resto de las


libertades: «Dadme —dice— la libertad de conocer, de expresar, de
discutir libremente, de acuerdo con mi conciencia, por encima de
todas las libertades».
— La libertad exige difusión: «Es una fuente que corre». Sus
aguas «se corrompen en una oscura charca de conformidad y
tradición, si no fluye en una perpetua progresión»67.
— La difusión de opiniones sirve a la verdad: «Donde hay deseo
de aprender, hay muchas disputas, mucho escribir, muchas
opiniones, porque la opinión de los hombres buenos no es más que
el conocimiento en formación»63. Afirmación ésta que tiene
evidentes resonancias con la retórica de Aristóteles.
— La difusión de opiniones exige tolerancia: «pero si no pueden
ser todos de una opinión —¿y quién piensa que puedan serlo?— es
sin duda más saludable, más prudente y más cristiano que sean
tolerados muchos antes que constreñidos todos»69. ! ■
— El gobierno no debe interferir la libre difusión, ni la Iglesia
buscar su apoyo para limitarla. Las dos instituciones son de
naturaleza distinta y el apoyo del Gobierno, dice Milton, produce
corrupción.

4. La prehistoria de la opinión pública*y su primera formulación


teórica:
los fisiócratas
Aunque podría extenderse hasta el Renacimiento, la prehistoria
propiamente dicha de la opinión pública debe situarse en los
acontecimientos que se suceden en torno a la Revolución inglesa
(conflictos entre la corona, el parlamento y el pueblo, aparición de la
publicidad política, libertad de expresión frente a la censura, etc.) y
en la evolución que sufren una serie de tópicos (opinión, conciencia,
opinión general, opinión común, voluntad general, etc.) hasta llegar
(a finales del siglo xvm) al nombre y al concepto de «opinión
pública».
Como hemos podido ver en lo expuesto hasta ahora, desde el
mundo clásico caminan paralelas dos formas distintas de entender el
término «opinión», que ayudarán más tarde a explicar el concepto de
opinión pública: la primera de ellas se sitúa en el plano filosófico y
traduce los significados de doxa y opinio como semi-saber, jucio
incierto o conocimiento probable y, la segunda, desde un punto de
vista publicístico, se equiparará con reputación, fama o notoriedad.
Los liberales retomarán la primera perspectiva y defenderán —en
contra de los griegos— que la vía de la opinión (diálogo, contraste de
opiniones o debate) es un camino adecuado para llegar a la verdad
de las cosas, mientras que la-segunda encontrará su mayor
desarrollo en el mundo periodístico y en ciertas concepciones
elitistas de la sociedad.
Según Habermas70, la perspectiva que desarrolla el primer
sentido se encuentra en autores como Hobbes, Locke, Bayle,
Rousseau, Burke o Kant y, aunque algunos no utilizan la expresión
«opinión pública», todos irán desarrollando poco a poco el concepto
y describiendo sus funciones en la sociedad. Pasada la Revolución
francesa será uno de los tópicos más aceptados y su referencia será
una constante para legitimar el nuevo sistema democrático (Régimen
de Opinión) o para denunciar los peligros políticos que puede
acarrear en una sociedad de multitudes.
Tanto Hobbes como Bayle se apartarán de aquella concepción
vulgar de la opinión para aproximarse a una postura más racional y
crítica. Hobbes, en este sentido, identifica conciencia con opinión y
Bayle le añadirá un carácter critico y agresivo. La opinión se
convierte aquí en razón destructiva que todo el mundo puede utilizar
y la verdad se encontrará en la discusión pública de aquellas
personas que ejercen la razón crítica. Sin embargo, tanto en uno
como en otro, el ámbito de la razón se entenderá como una actividad
de la esfera interna y privada.
Locke destaca la importancia, junto a la ley divina y la.ley estatal,
de la ley de la opinión, recuperando el concepto de «clima de
opinión» que utilizara un siglo antes J. Glanwill. La ley de la opinión y
la reputación recupera el segundo significado que habíamos dado a
la «opinión» (la idea que los demás tienen de uno) para convertirse
aquí en «la malla informal de los folkways, cuyo control social
indirecto es más eficaz que la censura formal bajo la amenaza de
sanciones eclesiásticas o estatales»71. Es el poder del «qué dirán»,
del clima de opinión o de la mentalidad del grupo que presiona para
que nadie se desmande o se margine y permanezca dentro del
sistema de valores de la colectividad. En un sentido parecido
entenderá Rousseau la opinión pública.
Se suele atribuir a I-J. Rousseau la paternidad de la expresión
«opinión pública», cuando se presenta en 1750 a un premio de la
Academia de Dijon con su Discurso sobre las ciencias y las artes. En
este discurso se revela contra la Ilustración, sus protagonistas, su
ideología y el papel nefasto de la cultura72. La civilización —dice—
ha traído la alienación al hombre y la cultura ha desnaturalizado su
estado primitivo. El hombre ilustrado ha roto con sus orígenes para
convertirse en un ser social y público que vive pendiente del engaño,
de las formas y de la mirada (reputación) de los demás. La cultura y
su portavoz, la opinión pública, no son, sin embargo, la causa de los
males, sino la consecuencia de una situación que encuentra su raíz
en la desigualdad humana. Esta idea la desarrolla en el Discurso
sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los
hombres.
En esta segunda obra describe, desde un punto de vista
filosófico-histórico, el paso del hombre del estado de naturaleza al
estado social. En el primer estado el hombre evoluciona de una
situación autónoma, individual y aislada (nomadismo) a una situación
grupal. Se vuelve sedentario, se ubica en el espacio formando
comunidades y a través de las relaciones interpersonales y el uso
del lenguaje va creando un nuevo espacio simbólico y social que
posibilita la entrada de lo público y la opinión pública. Las relaciones
son directas y espontáneas y el espíritu comunitario resultante
responde a los deseos individuales; por ello, la opinión pública es
auténtica y muy distinta a la opinión de los ilustrados.
En el tránsito del paleolítico al neolítico el hombre se separa de su
espacio-entorno, empieza a organizarse, aumenta el progreso
económico y, como consecuencia, surge la necesidad de acumular
riquezas y el deseo de agradar. La pérdida del estado de naturaleza
ha traído el reino de la ficción y de las apariencias y la opinión
pública ha perdido su carácter de representación colectiva para
transformarse en opinión privada de los poderosos. La opinión
pública como opinión de la colectividad ha sido secuestrada por la
opinión de una minoría selecta que dice representar a toda la
sociedad.
Pero Rousseau no se para aquí, sino que busca un nuevo tipo de
sociedad donde el estado de naturaleza se reencuentre con el
estado social, sociedad ideal que describe en El contrato social. La
nueva sociedad se basa en un contrato donde las personas, libre y
espontáneamente, entregan su libertad para unirse en una nueva
mentalidad común que llama «voluntad general»: «Cada uno de
nosotros —dice Rouseau— pone en común su persona y todo su
poder bajo la suprema dirección de la voluntad general; y nosotros
recibimos corporativamente a cada miembro como parte indivisible
del todo»73. Este gesto de solidaridad y de «entrega incondicional al
espacio público conlleva la solución de la contradicción entre la
conciencia privada y el ser social»74, transformando al «individuo»
(particular) en «ciudadano» (público). Esta nueva sociedad, dice H.
Béjar, «vivida libremente y construida voluntariamente, debe suponer
implícitamente una verdadera participación, una actuación directa e
inmediata de los individuos sobre los mecanismos políticos»75 que
hagan de la opinión pública una opinión auténticamente democrática
y colectiva.
Rousseau establece una relación estrecha entre opinión,
costumbre y ley76, atribuyendo a la opinión pública la función de
arbitro moral de la sociedad a través de la censura y la función de
elaborar leyes que expresen la voluntad general. «La opinión pública
—dirá— es la especie de ley de la que el censor es el ministro»77.
En la sociedad ideal de Rousseau no hay lugar para los públicos
ilustrados que usen del raciocinio público frente al Estado, porque
éste controla todos los aparatos ideológicos y, además, se supone
que la voluntad general vive en armonía con la opinión pública. Esta
se centraría en el juicio de la ciudadanía sobre los asuntos públicos y
aquélla en la acción conjunta de la colectividad.
La opinión pública en Rousseau pierde «el carácter liberador y
racional que tenía en los círculos dieciochescos [...} y se convierte en
aclamación constante de la voluntad general de un Estado cuya
perfección no se cuestiona. La crítica de los grupos se considera
traición y crimen, la opinión pública es la propia voz del Estado que
se caracteriza por su extensión en todas las esferas y se hace
portavoz de una comunidad que ha logrado unir en una armonía
política, moral y naturaleza, identificar hombre y ciudadano»78.
W. Temple, en su ensayo On the Origin and Nature of
Government (1672) —considerado por algunos79 como una de las
primeras exposiciones de la opinión pública—, ya usaba la expresión
«opinión vulgar» para referirse a todas aquellas opiniones que
criticaban el poder político, y un siglo más tarde, autores como F. G.
Forster (1793) Steele o Bolingbroke utilizarán sinónimos como
«opinión general» y «espíritu público» para referirse a auténticos
fenómenos de opinión pública. E. Burke, antes de la Revolución
francesa, nos dará casi una definición de opinión pública cuando, al
hablar de la opinión general, haga coincidir ésta con las reflexiones
privadas, hechas en público, sobre los asuntos de interés general.
Finalmente, y desde planos distintos, E. Kant y J. Bentham
relacionarán la opinión pública con los principios de racionalidad y
publicidad política. El Oxford Dictionary registrará por primera vez el
vocablo «opinión pública» en 1781.
La doctrina de la opinión pública debe su primera formulación a la
escuela fisiocrática y será Mercier de la Riviére quien se valga de
ella, en 1767, para defender el absolutismo, al decir que también en
esta forma de gobierno quien manda no es en realidad el rey, sino el
pueblo por medio de la opinión pública.
Según J. Touchard, el pensamiento de este movimiento francés
del siglo xvm se ordena en torno a los siguientes temas: la
naturaleza y sus leyes, la propiedad de la tierra, la libertad81 y el
despotismo ilustrado82. Los fisiócratas serán los grandes defensores
de la separación entre la sociedad y el Estado: la sociedad, dirán, es
lo real y el Estado lo artificial y condenable (Dupont de Nemours). La
doctrina del orden natural será la que explique la racionalidad interna
del mundo económico y social orientada siempre hacia el equilibrio
óptimo. En el plano económico, por ejemplo, la regulación vendrá por
el libre juego de la oferta y la demanda y, en el plano político, a
través de la opinión pública83.
La distinción entre público y privado, basado en el conocido texto
de Ulpia-no84, pierde toda su validez en los fisiócratas al negar
éstos el valor de cualquier tipo de organización estatal y aceptar
únicamente como reales y naturales las relaciones privadas entre
hombres. Cuando se habla de lo público, dice Habermas, es lo
público de lo privado.
En el pensamiento de los fisiócratas se da una estrecha relación
entre orden natural, leyes, razón y opinión pública. El monarca tiene
la misión de custodiar el orden natural y el público ilustrado le
proporciona la comprensión de las leyes del orden natural. Quien
gobierna, por lo tanto, no es el rey, sino la opinión pública que
emerge de las leyes a través de los ilustrados. Para entender esto un
poco mejor, Mercier de la Riviére distingue dos tipos de autoridad: a)
la autoridad de los sabios e ilustrados85, encargados de descubrir
con la razón y el debate las leyes del orden natural y b) la autoridad
de los gobernantes, encargados de llevar a la práctica las
consecuencias del raciocinio público. La opinión pública es fruto de
la reflexión común y pública, tiene por sujeto a los ilustrados y su
publicidad no hace sino expresar las leyes del orden natural. No
domina, dirán, pero el poderoso ilustrado se verá obligado a seguir
su visión de las cosas. Con esta doctrina —concluye Habermas— de
la doble autoridad de la opinión pública y el soberano, de vatio y
voluntas, interpretan los fisiócratas la posición del público
raciocinante aun dentro de los límites del régimen existente86.
3. EL PLANTEAMIENTO LIBERAL DE LA OPINIÓN PÚBLICA Y
LA REVISIÓN CRÍTICA DEL MARXISMO
I. EL CONCEPTO LIBERAL DE OPINIÓN PÚBLICA
1. El liberalismo clásico

Nos referimos, naturalmente, a la primera etapa o período clásico


del liberalismo que, al entender de la mayoría de los autores, se
extiende desde la segunda mitad del siglo xviii hasta mediados del
siglo xix o, si se busca una mayor precisión, desde la publicación de
la Riqueza de las Naciones (1776), de Adam Smith, hasta la
publicación de Principios de economía política (1848) de J. Stuart
Mili.
Dejando a un lado las diferencias entre el liberalismo de corte
anglosajón y el centroeuropeo o las diferencias entre el liberalismo
económico, el político y el intelectual1, el liberalismo, en general,
pero el clásico, en particular, aparece como la filosofía de la clase
burguesa y se define por su confianza en el hombre (como ser
racional y libre), el progreso y la felicidad universal, la creencia en
una armonía natural y social, su visión individualista, pragmática y
utilitarista de la vida, la defensa de los derechos naturales —tales
como la propiedad, la libertad y la individualidad—, y una serie de
principios políticos relacionados con el ideal democrático que,
arrancando desde Locke y pasando por Montesquieu y Rousseau,
quedan detalladamente recogidos en las primeras constituciones y
manifiestos como las Declaraciones de Derechos americana y
francesa. Estos ideales políticos, dice G. Sabine, se refieren a las
libertades civiles —libertad de pensamiento, de expresión y de
asociación—, la seguridad de la propiedad y el control de las
instituciones políticas mediante una opinión pública informada2. El
poder, a partir de ahora, será del pueblo y, quien le gobierne, lo hará
en representación suya. Además, para que el poder no caiga en la
tentación de la concentración y el abuso, se defenderá y se llevará a
la práctica la doctrina del poder limitado y dividido (Montesquieu).
Los liberales, por otro lado, trasladan al terreno de la vida pública
su idea de mercado y las leyes de la oferta y la demanda también
regularán el intercambio de opiniones. Las ideas de soberanía y
participación política, el poder de la razón y la libertad de expresión
serán las encargadas de poner en funcionamiento el debate público
que finalizará en la mejor idea para la mejor solución. El mercado se
ha cambiado por el público, y los productos, por las opiniones; y, así
como el precio es el resultado del regateo anónimo de todas
aquellas personas interesadas en un producto, opinión pública éstá
el resultado dél pensamiento de todo aquellos ciudadanos
interesados en un tema comun.
La opinión pública, dice G. Germani, se convierte en el
mecanismo ideal para alcanzar ciertas verdades en el terreno
político y social, que otrora estaban reservadas a la revelación b, la
autoridad3, y el debate público, llevado por personas privadas con
capacidad raciocinante y discursiva, conducirá a lo que C. Wright
Mills llama el «concepto de autoridad debatida». La verdad y la
justicia ya no se hacen depender del poder establecido, sino de la
sociedad entendida como un gran organismo? De discusión libre,
donde todo el mundo puede opinar, escuchar* discutir, plantear
problemas y hacer que la idea ganadora se plasma una solución
práctica. Con este sistema hemos entrado en el Régimen de
Opinión. Las ideas liberales ya veníase desarrollándose desde el
siglo xvii y en este sentido hay. que destacarlas aportaciones —
como hemos recordado más arriba— de J. Milton sobre la libertad de
opinión y expresión y, especialmente* las de J. Locke (Segundo
tratado del gobierno civil) sobre el paso del estado de naturaleza al
estado -civil atravesóle un consentimiento voluntario donde la
propiedad, la libertad y la igualdad son piezas fundamentales del
sistema social. Además de aceptar que la soberanía es popular, y
que el gobierno debe representar a todos los ciudadanos, encontrará
en la; doctrina de*la separación de poderes (legislativo, ejecutivo y
federativo) la garantía de limitación del poder estatal. Esta idea, sin
embargo, quien mejor la explicará será Montesquieu en El espíritu
de las leyes, al defender la separación dé los poderes legislativo,
ejecutivo y judicial. El barón de la Brede, sin embalo, tío defiende
rota separación total, sino una armonía entre los mencionados
poderes, porque su idea principal se concentra en la teoría política
de los contrapesos («Es preciso que el poder detenga al poder»).
Las fuerzas que impiden que el poder caiga del despotismo se
apoyan no sólo en la división de poderes, sino en otros elementos
(contrapesos) como los cuerpos intermedios {parlamento y nobleza,
especialmente), la descentralización (idea que defenderá más tarde
Tócqueville) y él respeto a la moral y las costumbres.
D. Huirte se encuentra a mitad de camino entre Locke y Bentham
y a través suyo entrará el utilitarismo en el liberalismo anglosajón.
Como empirista rechaza el principio de causalidad y la idea de
contrato social para afirmar que el fundamento de todo gobierno e
institución se encuentra en. el hábito. Si los hombresrespetan los
compromisos y obedecen las leyes no es por creencia en una ley
eterna o una ley natural, sino por conveniencia y utilidad personal.
Aunque la mayoría puede equivocarse, dentro de cierto
escepticismo, se -indina más por las formas democráticas y el
gobierno parlamentano porque éste —dice - - es el que
tiene menor margen de error. Al defender la importancia del instinto y
la pasión.
Hume, en cierto modo, se adelanta a las posiciones úiatüiirvistas de
finales del
siglo xix que, pomo veremos más adelante,.apQrtaráttu^^^
explicación del comportamiento humano y social detfoaottjreiy, en
nuestro caso,
de la opinión pública.
En A. Smith se encuentran algunas ideas fundamentales del
primer liberalismo como la idea del libre comercio» la eliminación de
aduanas, el precio como resultado dejas leyes (deja oferta y la
demanda, el trabajo como fuentes de valor la armonía entre el
interés particular y el interés general el equilibrio de egoísmo y de la
elección del egoísmo a la categoría de virtud. La Providencia, dice
Smith. ha puesto inconscientemente en el hombre el deseo de
mejorar su salación material y puesta lucha por la supervivencia, sin
proponérselo, promueva ^también el iaterés de la sociedad. J.
Bentham, en cambios significa el primer frpop a la política del libre
comercio defendida por los fisiócratas y Smith, En Bentham están
unidas, dice J. Tpuchard, la moral y la contabilidad, la felicidad y con
el tiempo evolucionará de un despotismo ilustrado a un
racalismóíj^oc^ Su doctrina es rígidamente individualista y defensora
del interés privado (no tanto del particular), pero también se ocupará
de manera preferente y especial del interés público, porque será
desde este interés desde donde se explique la máxima benthamiana:
«la mayor felicidad para el mayor número de personas» y donde se
sitúe el Public Opinión Tribunal. Esta será una.de las ideas más
originales de Bentijam, r^ogida en sus últimas obras y utilizada para
justificar el proceso de reformas políticas desde los planteamientos
del liberalismo radical. El Tribunal d$l&0pinión Pufclica^diti, es una
ficción, pero una ficción «útil», que actúa, -en.st^tíiio (ígüradb^}gomo
una verdadera instancia judicial8. Actúa a través de súbc^jtéjs,
como. ,las audiencias ante los órganos legislativo y judicial,
espectáculos teatrales, literatura social y política y, sobre todo, por
medio de la prensa y, entre las funciones específicas, citará la
statistic, censoria!\ executive y melioration-suggestivefunction.
Bajo la influencia de J. Mili, el liberalismo defender^ una serie de
principios políticos que más tarde recogerá el movimiento cartista:
establecimiento del voto
masculino universal, reunión anual del parlamento e implantación
del voto secreto. Bentham decía, en Fragment on Government, que
el gran descubrimiento de los tiempos modernos era el sistema
representativo y que en este sentido había que extender el sufragio a
toda la comunidad, especialmente a la clase media industrial. Por
otro lado, consideraba que ciertas limitaciones legales que se ponían
a la soberanía (como las Declaraciones de derechos, la separación
de poderes y los controles y equilibrios) aparecían como confusas en
la teoría y engañosas en la práctica, por lo que defenderá un
Parlamento plenamente soberano y la necesidad de confiar en una
opinión pública ilustrada para asegurar la responsabilidad10. Como
veremos más adelante, Bentham será también uno de los máximos
defensores del principio de la publicidad parlamentaria.
Finalmente, y dejando a un lado el pensamiento demográfico,
económico y social de T. R. Malthus y las aportaciones de D.
Ricardo en materia de economía política, destacamos el apoyo que
J. Mili dio a ciertas ideas defendidas por Bentham, como el rechazo
a la división y equilibrio de poderes o la confianza en las clases
medias, su fe en la razón y en el progreso humano y la defensa de la
educación como caminó para conseguir la felicidad y el cambio
social. Sus argumentos a favor del sufragio universal se apoyaban
eñ la premisa de que todos los seres humanos, al menos con una
cantidad moderada de educación, podrían llegar a un conocimiento
claro de sus intereses y que, comprendiendo éstos, actuarían
de.acüerdo con ellos". En este sentido, las aportaciones más
importantes al liberalismo político hay que atribuírselas al liberalismo
radical.

2. Las declaraciones de derechos


Las declaraciones de derechos van íntimamente unidas a las
revoluciones americana y francesa y son consecuencia de los
intereses de una clase (la burguesa), de una ideología (el
liberalismo) y de las influencias de la Ilustración. Aunque la
Revolución americana tenga aparentemente una motivación de
menor importancia (la presión fiscal'del gobierno británico), ambas
están impulsadas por el mismo espíritu de independencia y de
ruptura y esperanzadas en los mismos ideales de creación de un
nuevo orden social. Los americanos lucharán por separarse de la
metrópoli, los franceses por eliminar el Antiguo Régimen, pero
ambos pueblos por la conquista de derechos y libertades tal como
quedan recogidos en las constituciones y declaraciones de
derechos.
En todos los padres de la patria americana, pero especialmente
en J. Washington, B. FrankJin, A. Hamilton (autor de la mayor parte
de los artículos de El Federalista) y T. Jefferson (redactor de la
Declaración de independencia), y no sólo en los revolucionarios
franceses, está presente el espíritu liberal y las doctrinas de la
Ilustración (especialmente de Locke, Rousseau y Montesquieu).
Algunos se mostrarán más conservadores y aristocráticos (Hamilton
y Adams), otros más liberales y democráticos (Jefferson), pero todos
actuarán bajo la impronta del utilitarismo y el moralismo. Entre las
ideas más importantes, recogidas en las constituciones,
declaraciones y comentarios, se encuentran las de soberanía, demo-
cracia, constitución, ley, parlamento, sufragio y un sinfín de derechos
y libertades al servicio del interés individual y el orden social. La
democracia americana, tal como testificará más tarde A. de
Tocqueville (la democracia jeffersoniana), será la democracia que
mejor responda a un Régimen de Opinión.
La Revolución Francesa es la revolución liberal por excelencia y
con ella triunfa la libertad de expresión, como así lo confirma
Mirabeau en 1788 ante los futuros electos de los tres estados. Pero
este espíritu de libertad y su consecuencia inmediata, la opinión
pública, ya venía practicándose años atrás por los ministros
fisiocráticos de Luis XVI. Turgot, Malesherbes y, sobre todo, Necker,
estarán entre los primeros exponentes de la opinión pública y en el
período prerrevolücionarió, a través de los «Cuadernos de Agravios»
y de la literatura panfletaria, el público general también entrará en la
discusión pública, generando una auténtica y mas amplia opinión
pública. De la noche a la mañana, dice1 Habermas, la Revolución
crea en Francia lo que en Inglaterra había necesitado casfuha
centuria: las instituciones que le faltaban al público raciocinante.
Surgen tos partidos y facciones, se forma una prensa diaria política y
los estamentos genérales dan a la publicidad los debates
parlamentarios a través del Journal des Dehattes et des Decrets.
Con la Revolución la opinión pública sale de los círculos ilustrados y
llega á la calle, aunque haya que soportar ciertos manipuladores de
la opinión (empoisoneurs de Vopinion publique), contrarios a la
Revolución, como así lo denunciaba un edicto de la Comuna de
París12.
La Declaración de Derechos de Virginia, de junio de 1776, la
Declaración de Derechos o Bill of Rights que recoge las diez
primeras Enmiendas a la Constitución americana (la primera
enmienda es de 1791) y \§ Declaración de Derechos del Hombre y
del Ciudadano, de agosto de 1789 (y ampliada en la Declaración de
1793), recogen la parte más esencial del espíritu ilustrado y liberal
del siglo xviii y, en especial, aquellas libertades relacionadas
directamente con la opinión pública, como la libertad de opinión, de
palabra, de imprenta y de expresión.
La Declaración de Derechos de Virginia, después de reconocer y
referirse, entre otros temas, a los derechos innatos del hombre, la
libertad y el poder del pueblo, los deberes del gobierno, la división de
poderes y las elecciones, en los artículos xii y xvi se habla de la
libertad de prensa y de religión, respectivamente:
[...] la libertad de prensa es uno de los grandes baluartes de la
libertad y no puede ser restringida jamás, a no ser por gobiernos
despóticos [art. xii].
[,..] todos los hombres tienen igual derecho al libre ejercicio de la
religión de acuerdo con el dictamen de su conciencia [...] [art. xvi].

De la Bill of Rights nos interesa destacar la primera Enmienda,


que dice lo siguiente:

El congreso no hará ley alguna por la que se establezca una


religión, o se prohiba ejercerla, o se limite la libertad de palabra, o la
de la prensa, o el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y
pedir al gobierno la reparación de sus agravios14.
La Declaración francesa, inspirada en las declaraciones
americanas, es la más completa y más universal de todas, aunque
algunos la hayan tachado de «tendenciosa» por defender los
derechos de la clase burguesa contra los privilegios de la
aristocracia y por no extender a todas las clases sociales, el
beneficio de los principios de igualdad y libertad15. La Declaración
representa el triunfo de la burguesía contra el Antiguo Régimen y
recoge en unos puntos concretos los principios teóricos del derecho
natural y el liberalismo. A pesar de su importancia y universalidad Ja
política restrictiva seguida por los gobiernos liberales a lo largo del
siglo xix nos demostrarán que las Declaraciones son sólo eso, una
declaración, una manifestación de intenciones.
Como otros muchos documentos, la Declaración francesa recoge
una serie de principios relacionados con la igualdad (art. 1), la
libertad (art. 4), la propiedad (art. 17), la soberanía de la nación (art.
3), la soberanía de la ley (arts. 5 al 11), la separación de poderes
(art. 16), la voluntad general (art. 6) y las libertades de opinión y
expresión:

Nadie debe ser inquietado por sus opiniones, incluso religiosas,


en tanto que su manifestación no altere el orden público establecido
por la ley [art. 10].
La libre comunicación de los pensamientos y de las opiniones es
uno de los derechos más preciados del hombre: todo ciudadano
puede, por tanto, hablar, escribir e imprimir libremente, salvo la
responsabilidad que el abuso de esta libertad produzca en los casos
determinados por la ley {art. II]
Todos estos derechos quedan recogidos y ampliados en la
Declaración de junio de 1793, incluyendo, además, una idea muy
apreciada por los liberales radicales: el acceso de todos a la
educación:
La instrucción es una necesidad para todos. La sociedad debe
favorecer con todo su poder los progresos de la razón pública (el
subrayado es nuestro) y colocar la instrucción al alcance de todos
los ciudadanos [art. 22]17.
Estas y otras ideas serán recogidas y ampliadas, siglo y medio
más tarde, en la Declaración universal de derechos humanos de
diciembre de 1948, y aprobadas en asamblea sin ningún voto en
contra y con ocho abstenciones.
Sobre la libertad de pensamiento y la libertad de opinión, dice lo
siguiente:
Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de
conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar
de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su
religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público
como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la
observancia [art. 18].
Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de
expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de
sus opiniones, el de investigar y recibir información y opiniones y el
de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de
expresión [art. 19].

3. LOS PRINCIPIOS LIBERALES


La articulación de la opinión pública en el liberalismo19 viene
sustentada por una serie de principios sin los cuales se haría muy
difícil explicar su formación y definir cuál es su papel y sus funciones
en la sociedad liberal. Además de ciertos presupuestos filosóficos
como la aceptación de un orden natural y la armonía preestablecida,
la confianza en la razón y la esperanza en el mejor de los mundos,
debemos subrayar la importancia de ciertos principios de tipo
económico y, sobre todo, los de tipo político.
Siguiendo a M. Duverger20, el liberalismo económico se
encuentra perfectamente recogido en la famosa expresión
fisiocrática laissez-faire, laissez-passer, que podría traducirse por
libertad de empresa y libertad de comercio, libertades
ambas que encuentran su fundamentación y complemento en el
concepto ele propiedad.
La propiedad privada, tal como recogen las Declaraciones, pero
especialmente la Declaración francesa en su artículo 1, constituye un
«derecho inviolable y sagrado» que los poderes públicos deben
respetar y, en el supuesto de su eliminación en un caso concreto por
necesidades públicas legalmente constatadas, deben pagar la
indemnización justa y adecuada. Esta propiedad se refiere tanto a la
propiedad de los bienes de uso y consumo como a la propiedad de
los bienes de producción. Libertad de empresa Se preciaría contra la
dependencia y las licencias del Estada para fundar empresas y
sostiene que todo ciudadano puede crear empresas, cuando y ¡como
-quiera, y pagar los salarios que crea oportunos según las leyes del
mercado. La Libertad de comercio^ finalmente, significa quesera el
mercado, y no el Estado con sus tasas y privilegios, quien regule,
según las leyes dé la oferta y la demanda, la circulación 4& los
productos y la fluctuación de sus precios. Tamo Impropiedad como
las libertades citadas pos rematen a la importancia que dan U>:>
liberales al individuo (la ideología liberal es individualista y sólo
través delanteros personal se puede pasar al interés general), su
conciencia (como la parte más íntima y personal, a la que nadie
puede acceder porque es la propiedad por excelencia) y la&
opiniones que puedan emitir porque son el fruto de la racionalidad, el
reflejo deljuego.de libertades y un elemento fundamental dé la
dinámica y del equilibrio social.
Los principios políticos son el marco directo que fundamenta la
existencia y la expresión de la opinión pública, por lo que nadie debe
extrañarse que haya sido esta etapa de la historia y no otra (en que
se teoriza y aparecen los gobiernos democráticos), la que haya
hablado por primera vez de opinión pública, la que haya reservado
un lugar tan especial a este concepto y la que haya denominado al
nuevo réginen Régimen de opinión. Los principios políticos forman
parte de un todo, de concepaón global de la sociedad, a la que
articulan y dan vida y cuya quintaesencia se encuentra resumida en
el artículo 1 ? de la Declaración francesa: «los hombres nacen y
permanecen libres e iguales en derechos».
La igualdad política coloca a todos los ciudadanos eo el mismo
plano de la ley y se afirma que; nadie, por herencia o privilegio^
puede estar por encima de los demás. La única autoridad que debe
admitirse es aquella que proviene del consentimiento de la población
y en ese sentido la sociedad liberal articulará los medios necesarios
(aunque con muchas trabas) para demostrar que el origen del poder
esta en el pueblo: el sistema representativo y las elecciones serán la
prueba histórica que lo confirme/Con esta posición los liberales
ponen en tela de juicio un sistema político sustentado en la nobleza y
la monarquía hereditaria, dando entrada en el poder en principio a
todo el mundo, pero en realidad, a la clase social dominante: la
burguesía. Como veremos más adelante oLpriocipioxie igualdad
será malinterpretado (según los liberales, especialmente
conservadores) por las
masas que 1© entenderán no sólo en sentido legal y político, sino
que ampliarán
esta igualdad al terreno económico del principio, tendrá más
adelante
repercusiones en el campo científico cuando las opiniones y actitud
ecogidas
en una encuesta de opinión sean consideradas todas en el írpísmo
plano de igual
dad (H. Blumer,■ 1947).
Las libertades se desarrollan en un doble plano; audivi el público
o político- Las libertades civiles se refieren ajodas aquellas acuida-
des que afectan a ja libertad privada, con la única limitación de la
libertad dé los demás. Entre éstas se pueden citar la libertad
dfi;mdYÍ puento y de residencia, la inviolabilidad de domicilio y
correspondencia, las libertades familiares (casá mierito, diTOraOy
educación...) y la libertad de opinión -Esla-libertad será una.de las
más importantes y de las más perseguidas alójalo de la historia,
primero en el piano religioso y después en político / Las - libertades
públicas se • diferencian de las anteriores porque necesitan de os
demasiara su-realización. La libertad de opinión, por ejemplo,
cuando trascíénde individuo, se convierta en libertad de expresión,
de imprenta o de información. También se puede incluir la libertad de
asociación, de reunión, de mamfestacion incluso, de espectáculos.
Todas estas,(y piras) libertades desempeñan un papel básica en
la .vida poli» tica y social de un país, aunque hay que decir que;;
tanto la igualdad domólas libertades, son puramente jurídicas y que
los liberateéító que defienden es una abstención del Estado en la
esfera que ellos con&idenái) privada.. La burguesía comercial,
industrial, bancaria e intelectual del siglo x^iií no se sentíá oprimida
por la aristocracia dominante, pero las leyes otorgábante los nobles
unes privilegios que la mantenían en un estatuto inferior; de ahí 1&
necesidad de cambiar las leyes para recuperar el miaño piano de
igualdad y el mismo trato. Por ello la burguesía las definirá como
libertades «de derecho»
De acuerdo con las doctrinas de Locke y Monéesquieu para
evitar, que el potóse vuelva despótico y absoluto hay que crear los
mecanismos para que esto no pueda suceder. La primera limitación
de los gobernaitípsi situara en el poder y, la segunda, en el pueblo.
Recogiendo una larga tradición, especialmente la de los fisiócratas,
los liberales defenderán no sólo la separación de las esferas privada
y pública y la reducción al mínimo; de las funciones de Estado, sino
también la necesidad de controlar a los gobernantes ponqué el poder
político por naturaleza es peligroso. La primera limitación se
consigue desde las mismas instituciones, es decir, separando los
poderes ejecutivo, legislativo y judicial y, la segunda, articulando vías
de representación que demuestren que el poder está en el pueblo y
que aquéllos cada cierto tiempo deben rendir cuentas y conseguir, si
quieren acceder a o continuar en el poder, el apoyo de la voluntad
popular. La historia del sufragio nos muestra a lo largo de más de un
siglo la lucha entre el pueblo y los gobiernos, los primeros, para
controlar y hacer valer sus derechos y, los segundos, para
mantenerse en el poder a costa de forzar la ley, elaborando infinidad
de leyes electorales.
Otro de los principios básicos del liberalismo, causa y efecto a la
vez de los anteriores, es el del pluralismo político. La democracia, las
libertades, los partidos políticos, el debate parlamentario, las
corrientes de opinión, etc., serían incomprensibles sin este marco
social donde tienen cabida todos. Los regímenes democráticos se
diferencian de los autoritarios porque los primeros pierden la rigidez,
el dogmatismo y el monopolio de la verdad atribuidos a los
segundos. En democracia la diversidad de opiniones debe
entenderse como un valor y, consecuentemente, el pluralismo liberal
debe aceptar el debate y el enfrentamiento público como un derecho
y una actividad política normal, sobre el supuesto básico de que
nadie posee la verdad ni el error absolutos. El uso de la razón y el
diálogo público son los mejores instrumentos que utilizan los
ciudadanos para acercarse a la mejor razón y a la mejor solución de
los problemas que la sociedad les tiene planteados.
Finalmente, y en la perspectiva de la limitación y división de
poderes, los liberales defenderán la separación del poder económico
del poder político. El primero formando parte de la actividad privada,
la sociedad civil, y, el segundo, de la esfera pública, el Estado. Esta
separación constituirá el fondo mismo de las libertades, del gobierno
y del pluralismo.
Para M. Duverger, a quien hemos seguido en este apartado, la
separación entre liberalismo político y económico es una ilusión
porque ambos liberalismos constituyen las dos caras de una misma
realidad. Aunque al principio reducían la actividad del Estado liberal
a unas pocas funciones: mantener el orden público, proteger contra
las invasiones extranjeras y garantizar el cumplimiento de las reglas
de competencia entre los individuos y las empresas23, según
avanza el siglo xix serán los mismos liberales los que pidan mayor
intervención del Estado (liberal) en la actividad privada. El poder
político no es sino un reflejo de los intereses económicos y, en caso
de conflicto entre ambos principios y poderes, los liberales siempre
se inclinarán por la defensa de los principios económicos.
Históricamente han preferido, por ejemplo, la supresión de las
libertades públicas a la supresión de la propiedad. A pesar de las
críticas que puedan hacerse desde dentro (contradicciones entre la
teoría y la praxis liberal) y desde otras ideologías, la realidad es que
muchos de los principios que surgieron al amparo de la ideología
liberal han alcanzado rango de universalidad, porque han sido
acogidos tanto en gobiernos socialdemócratas y socialistas como
autoritarios.
4. La articulación de la opinión pública en el liberalismo
Una vez que hemos descrito el marco de los principios que sirven
de fundamento para éste y otros procesos de la democracia liberal,
el punto de arranque de la opinión pública debe situarse en las
personas privadas, en las opiniones que emiten los particulares
sobre aquellos asuntos de interés general (lo público de lo privado,
como dirá Habermas). La opinión pública se ubica en la sociedad
civil (en la esfera de lo privado y no en la esfera del Estado, como
pretendía Hegel) y será en esta privacidad donde deba surgir el
raciocinio que, al hacerse público y versar sobre la cosa pública,
convertirán sus opiniones en opinión pública. La vía de la razón,
dado su carácter de unidad y universalidad, se convierte en el mejor
medio para llegar a la verdad y cuando todos participen en el diálogo
público, las opiniones que fluyan en el discurso dejarán de ser un
conocimiento probable o semisaber (Platón y Aristóteles) para
convertirse en una de las mejores vías de acceso a la verdad. La
opinión pública burguesa, dice P. de Vega, se presenta aquí como el
único medio de liberar a la razón individual del ofuscamiento de las
pasiones y prejuicios para llegar a alcanzar ese sensus communis
que es el que se identifica con la verdad.
Frente a la esfera de lo privado está la esfera de lo público.
Quienes ejercen el raciocinio público representando los intereses de
toda la población tienen un interlocutor claro: el Estado. Por ello, en
sus orígenes el concepto de opinión pública es un concepto político y
así se entendió hasta principios del siglo xx. Incluso, H. Heller, en
1947, sólo consideraba verdadera manifestación de la opinión públi-
ca aquella que mantenía una relación estrecha con la voluntad
política: «la opinión pública —decía—, tal como nosotros la
entendemos, es opinión de voluntad política en forma racional» y es
así como se intentará estudiar en la actualidad a través del estudio
de la comunicación política.
Como hombre se pertenece a la sociedad civil y como ciudadano
se participa en la vida pública. A pesar de atribuir pocas funciones al
Estado, los liberales eran conscientes de que, como un potente
Leviatán, su poder iría devorando lentamente parcelas de la esfera
privada y será en este contexto de comunicación política donde deba
oírse la voz de la opinión pública para ejercer funciones de control y
crítica frente al poder. La opinión pública se convierte así en la voz
de la razón que expresa y defiende el orden natural y le dice al poder
dónde debe estar y cómo debe actuar.
Antes de la Revolución francesa los públicos liberales estaban
contra el poder monárquico, pero una vez que la revolución pasa y la
burguesía accede al poder político lo más que pueden hacer es
tomar una posición crítica frente a los nuevos detentadores del poder
político, porque los intereses del Estado ahora no son contrarios a
los de la sociedad civil. El poder es ahora democrático y constitucio-
nal, recibe su legitimación de la opinión pública y ésta se
institucionaliza en la ley y el Parlamento. Pero la opinión pública,
dirán además los liberales, no se agota sólo en la acción formal, sino
que existe una respuesta permanente y espontánea de un sector de
la población que, actuando como público ilustrado, razona como
personas privadas sobre los asuntos de interés público, manteniendo
una actitud crítica frente al poder. Tanta es la importancia de este
público que, desde que Necker publica el balance del presupuesto
nacional, se desata la fiebre por conocer y controlar todo aquello que
acontece en torno a la esfera del poder.
El público no es el pueblo y, aunque algunos liberales y las
Declaraciones de Derechos parece que hablan en nombre de (y se
dirigen a) todos los ciudadanos, avanzando el siglo xix se verá con
mayor claridad que el público equivale a propietario, burgués e
ilustrado. Éstas son las personas que han conseguido el status de
ciudadano, éstas son las personas que pueden votar o presentarse
como candidatos para ocupar un lugar en el parlamento y éstos son
los sujetos que forman el público raciocinante con capacidad crítica
para controlar las acciones del gobierno. Por ello, cuando la
autoridad escribe sus comunicados no se dirige al hombre común,
sino al estamento de los ilustrados25. La opinión pública, por tanto,
no tiene por sujeto al cuerpo de ciudadanos, sino a una parte
minoritaria que llamamos público burgués e ilustrado y que,
pretendiendo representar el punto de vista de toda la población, no
hace sino representar los intereses de su clase. Esta pretensión de
universalidad será una de las falacias que denuncie Marx.
Este público que, como hemos dicho, es culto, demandará del
poder público los medios necesarios para hacer oír su voz y de entre
estos medios destacará la educación, el acceso a la información y la
articulación de la vida política. Ya hemos visto cómo J. Mili y la
Declaración francesa de 1793 (en su artículo 22), subrayaban la
instrucción como una necesidad para todo el mundo y cómo los
primeros gobiernos liberales apoyarán a lo largo del siglo xix la
construcción de escuelas públicas.
El segundo medio hace referencia al derecho a la información,
porque sólo en la publicidad y el raciocinio público es donde la razón
puede alcanzar la verdad. Primero en la Revolución inglesa y
después en la francesa, la prensa fue creando un periodismo
independiente como «órgano crítico de un público raciocinante».
Desde que Necker diera a la publicidad el balance del presupuesto
nacional y desde que Fox reconociera que es verdaderamente
prudente consultar a la opinión pública y que al público deben
proporcionársele los medios necesarios para su formación, la opinión
pública siempre encontrará en la información, en general, y en los
medios de comunicación, en particular, el mejor vehículo de
expresión.
La tercera petición a la que hace referencia el público burgués se
concreta* en la articulación de la vida política, especialmente en la
elección de sus representantes. La participación política es
posiblemente la característica que mejor define la democracia y la
elección de representantes, además de mostrar que la soberanía
reside en el pueblo, constituye uno de los mecanismos de control del
poder. Como el derecho al voto no estuvo al alcance de todos los
ciudadanos adultos desde el principio del régimen parlamentario,
será uno de los derechos más reclamados a lo largo del siglo xix y
parte del xx.
Supuesto todo lo anterior, es posible el raciocinio y el debate
público, primero en el Parlamento y, segundo y sobre todo, a través
del raciocinio público de las personas interesadas en la cosa pública.
Hemos entrado de la dinámica de la comunicación política. Por un
lado, y formalmente, los ciudadanos hacen llegar sus demandas al
poder en la elección de sus representantes; pero si este diálogo
público fuera insuficiente o se quedará truncado por incumplimiento
u olvido de los parlamentarios, siempre queda la opinión pública
informal que, directamente o a través de instituciones intermedias
(partidos políticos, por ejemplo), hará llegar su voz al resto de la
sociedad y, sobre todo, al poder. El sistema político, a su vez,
responderá a los ciudadanos con leyes, comunicados, obligaciones o
cualquier otro producto del sistema y será en este ir y venir de
mensajes y acciones mutuas (retro-alimentación) donde la
comunicación política se convierta en una parte fundamental del
sistema democrático y la opinión pública se muestre como una
fuerza moral y crítica que vigila y controla los comunicados y
acciones del poder. Como dijera otrora M. de la Riviére, «quien
gobierna realmente es la opinión pública» y, como demostrarán los
liberales a lo largo del siglo xix, el régimen de autoridad dará paso al
régimen de opinión.
Finalmente, la opinión pública no termina en la simple
manifestación de un
punto de vista, sino que es el resultado de un proceso raciocinante y
público que
pretende conseguir la mejor verdad para la mejor solución política.
Por ello, como
si de un tribunal se tratara, la opinión pública presionará y proyectará
su fuerza
moral sobre la sociedad, la cosa pública, el parlamento y el poder en
general, para
hacer cumplir su mandato que no es otro que el de la voz del pueblo
y la razón
pública. _•

II. EL RÉGIMEN DE OPINIÓN Y LA PUBLICIDAD


PARLAMENTARIA
El Régimen de opinión se inaugura como declaración cuando Fox
se dirige a la Cámara de los Comunes en 1792 y les dice que «es
verdaderamente prudente y correcto consultar a la opinión pública» y
proporcionar al público los medios adecuados para su formación,
porque el público político raciocinante ha llegado a tal mayoría de
edad en los últimos años del siglo, que desempeña el papel de
permanente comentarista crítico, ha arrebatado la exclusiva al
Parlamento y se ha convertido en interlocutor oficial de los
diputados26. Algo parecido, pero más patético dice por las mismas
fechas Bergasse ante la Asamblea Nacional francesa: «Sabéis —
dice— que sólo mediante la opinión pública podéis conseguir algún
poder para actuar benéficamente; sabéis que sólo por ella ha
prevalecido la causa tan desesperada del pueblo; sabéis que ante
ella callan todas las autoridades, desaparecen todos los prejuicios,
se borran todos los intereses particulares».
Como realidad, el régimen de opinión se instaura cuando
aparecen los primeros gobiernos liberales a principios del siglo xdc y
se llevan (y fundamentan desde la ciencia política) a la práctica los
ideales democráticos expuestos por la Ilustración. Ninguna de las
constituciones que se van elaborando desde principios de siglo cita
expresamente el termino opinión pública, pero todas recogen su
espíritu, significado y referencia. El régimen de opinión, dice A.
Muñoz Alonso, es «un sistema de gobierno que se legitima por la
opinión pública y que tiene a la opinión pública como criterio y punto
de referencia permanente»28. Desde el momento en que se acepta
el origen popular del poder, las opiniones y deseos de los ciu-
dadanos no podrán estar ausentes del proceso democrático y,
aunque el mundo de la opinión queda en libertad, no será la voz de
la opinión pública, sino la de la voluntad general la que pase a
expresarse en actos formales o a articularse en leyes. Esa
ambigüedad, vivacidad y versatilidad que se le atribuye es lo que
hace que no entre a formar parte de la ley, sino del ejercicio de
ciertas libertades que posibilitan el diálogo público y la participación
de todos los ciudadanos en los asuntos de interés general. Pero,
también hay que hacerlo notar, aunque no se la cite expresamente
en el articulado de la ley, quienes ocupan el poder siempre estarán
atentos a su voz porque, en definitiva, será de esta opinión de donde
reciban su legitimidad.
La característica más importante del público que opina, dice W.
Mills29, es la libertad de discusión. En el régimen de opinión también
funciona el principio de autoridad (unido al de racionalidad y
discusión), pero serán las instituciones democráticas las que
posibiliten la discusión pública, primero entre particulares y, después,
en el Parlamento. El concepto de autoridad debatida se basa en la
esperanza de que la verdad y la justicia surgen de algún modo de la
sociedad construida como un organismo de discusión libre. Los
individuos, las asociaciones y partidos y, después, el Parlamento
serán los protagonistas de esta discusión.
El pensamiento político y el desarrollo democrático del siglo xix
serán los encargados de llevar a la práctica los conceptos que
definen la esencia del régimen de opinión: soberanía, voluntad
general y ley, limitación y división de poderes, pluralismo político y
parlamentario, articulación de la vida pública a través del sistema de
partidos y sistema electoral y un buen número de libertades públicas
que hacen posible que funcione el nuevo sistema. Por su relación
con la opinión pública y el régimen de opinión destacamos, además
de la libertad de opinión, expresión c imprenta, el derecho que tienen
todos los ciudadanos a aquella información que se origina en las
esferas del poder, especialmente en el Parlamento.
E. Kant, en sus obras póstumas, pero especialmente en el
Anühuber y sobre todo en el Conflicto de las facultades, realiza su
gran reconstrucción sobre la publicidad burguesa al subrayar la
dimensión social del pensamiento y su objetivación a través del
diálogo con los demás. No basta con usar de la razón indivi-
dualmente, sino servirse de la misma para entrar en contacto con los
demás. «De qué me sirve, dice en el Conflicto de las facultades,
utilizar de toda mi razón, si no puedo comunicar mis pensamientos
con los demás. Se me otorga la libertad de pensamiento y nadie
obviamente me la puede negar, en cuanto expresión de una facultad
íntima del hombre, pero de qué me sirve mi libertad de pensamiento,
si no puedo comunicar mis pensamientos con otras personas y no
puedo enriquecerme con las críticas que otras personas puedan
hacer de mis ideas. Kant. como los ilustrados, considera que el uso
público de la razón es asunto de sabios, especialmente de aquellos
que tienen que ver con los principios de la razón pura, los filósofos.
«El conflicto de las facultades, dice Habermas, se consuma como
disputa entre las bajas y las altas. Estas, la teología, el derecho y la
medicina, se basan de uno u otro modo en la autoridad [...] Las
facultades bajas [en cambio] tienen que ver con conocimientos de la
razón pura, cuyos representantes, los filósofos, independientes de
los intereses del gobierno, sólo por la razón se dejan guiar. Su
espíritu está llamado a la exposición pública de la verdad
Los sabios, y todos aquellos que pueden actuar como tal. son los
encargados de utilizar la razón pública para llegar a acuerdos sobre
asuntos de interés común. Ll principio de soberanía popular, la
elaboración de leyes, la custodia de los derechos, el control de la
verdad y la moralidad pública se asientan en el uso público de la
razón y en el principio de publicidad. El público raciocinante de los
«hombres» se constituye en el de los «ciudadanos», y la publicidad
políticamente activa se convierte, bajo la «Constitución republicana»,
en principio organizativo del Estado liberal de derecho H. La
prohibición de la publicidad impediría, según Kant, el progreso de un
pueblo hacia una situación mejor.
la publicidad parlamentaria, sin embargo, es desconocida en las
etapas interiores a las revoluciones burguesas. En Inglaterra, por
ejemplo, la prensa no puede informar durante el siglo xviii de los
debates parlamentarios porque el debate es considerado como un
privilegio de la aristocracia, encargada por aquel entonces de la
dirección de los asuntos públicos. Como nos recuerda Süordon, se
consideraba «una grave ofensa y una notoria violación de los
privilegios (breach of Phvüege) publicar en opúsculos y periódicos el
contenido de los debates.
El régimen del secreto parlamentario en Inglaterra ya unido al
régimen de
inmunidades y privilegios, con el doble objetivo de proteger a los
parlamentarios
de las posibles venganzas y arbitrariedades de la monarquía y de
evitar las presiones de la población. La defensa del secreto se lleva
a cabo de dos maneras:
impidiendo que el público y la prensa entre en las sesione
parlamentarias y prohibiendo la publicación de cualquier noticia
relacionada con los debates, sin la debida autorización. A pesar
de la afirmación del Parlamentarios en la defensa del secreto de las;
sesiones, el pueblo inglés insistirá en conocer los secretos de la vida
política y el mundo de la información luchará para difundir las
discusiones parlamentarias para hacer transparente el misterio de la
vida política. Es en este sentido en el que habrá que entender la
aparición de hojas de noticias (que hablaban dejos debates par-
lamentarios), el uso de la sátira y la, publicación por p-jrtc ce
¡¿ Cambra de los Comunes de los Votes andproceedmgs
bajc^wgilancja felspeaker, creando una situación ambigua por «la
existen i.i de cdnores y repórter?, privados de la actividad
parlamentaria, frente a unas publicaciones oftcialessin difusión tú
incidencia social alguna» o incidentes como el protagonizado
entorno al presidente de la Asociación de la ciudad de Londres que/a
pesar de ser diputado, fue llevado a la Torre por defender la causa
de los reporters privados36.
La prensa inglesa durante, el siglo xv/in y primera mitad del xíx
fue una prensa partidista que ayudó sobremanera a mantener unida
a la oposición parlamentaria. Pasada la Revolución francesa el
radicalismo británico inicia su lucha, ayudado por la prensa, contra la
naturaleza aristocrática de la política, especialmente contra el
impuesto sobre la impresión (stamp táx) la ley del libelo y los
derechos de importación del papel y será a partir de 1860 cuándo la
prensa rivalice con el Parlamentó como plataforma de discusión
política
Ya, en 1681, E Washington había sostenido qué «no es natural ni
racional que el pueblo que nos ha elegido no esté informado de
nuestras acciones»; Burke, un siglo más tarde, a la par que defendía
la independencia de juicio y acción de los parlamentarios, apoyará la
conveniencia de la publicación oficial de todos los actos de las
Cámaras y J. Bentham; en su obra Essays oh Politioai Tacticsi
defenderá el
principio de publicidad parlamentaría: «Antes de entrar en los
detalles escribe
Bcntham— sobre la forma de operar la Asamblea, vamos a colocar a
la cabeza do
su reglamento la ley más apropiada para asegurar la pública
confianza, y hacer
con ello que avance constantemente hacia su finalidad como
institución. Se trata
de la ley sobre la publicidad)
En Francia la libertad de expresión, como hemos visto más arriba,
queda perfectamente recogida en las Declaraciones de Derechos de
1789 y 1793 y, aunque
no gozó de la tradición parlamentaría que tuvo Inglaterra; no
constituye ningún
obstáculo para que, una vez iniciado el proceso revolucionario, se
practique con
claridad y nitidez la actividad parlamentaria y se defienda la
publicidad de sus
sesiones. En 1789 la Asamblea Constituyente nombra una
delegación de veinticuatro diputados para que expresen al rey su
disconformidad porque el lugar de
las sesiones está rodeado de soldados y la entrada prohibida al
público. En este
sentido, la Constitución de 1791 establece en el título III. capítulo III,
sección 2.',
que «las deliberaciones del cuerpo legislativo serán públicas y las
actas de sus
sesiones serán impresas.
Con la publicidad parlamentaría se consigue eliminar los arcanos-
de la política e introducir al pueblo en el conocimiento de las razones
que aducen sus representantes en el debate de la cosa pública y en
la toma de decisiones que obligan a la población. La información se
convierte así en educación lávica, ayuda a la participación política y
se utiliza como control político de la actividad del parlamento.
El fundamento de la publicidad hay que situarlo en el giro que se
produce con las revoluciones burguesas al entender el Parlamento
como un órgano de un sociedad y no como un órgano del Estado.
Los liberales aceptarán algunos puntos de los fisiócratas tales como
la separación entre sociedad civil y Estado la doctrina del orden
natural, la idea de libertad y la regulación del mercado según las
leyes de la oferta y la demanda. El único sistema de relaciones e
intereses —dicen tos fisiócratas— es aquel que se desarrolla en la
esfera de lo privado (entre particulares), rechazando el artificio del
Estado y negando, por lo tanto, la distinción entre lo público y lo
privado. No existe lo público del Sitado, sino lo público de lo privado
y asi como el mercado es el encargado de regular la circulación de
los productos, la opinión pública tendrá por misión racionalizar el
mundo de la política y la sociedad. «Si la opinión pública—dice P. de
Vfega— expresa los deseos naturales y racionales de los hombres,
las instituciones publicas sólo podrán legitimarse a través de ella en
la medida que, en su formación y en su funcionamiento, recojan y
den traducción concreta a sus contenidos. De esta suerte, el Parla-
mento, que, por un lado, se convertirá en la pieza fundamental del
sistema político.
por otro, sólo encontrará su razón de ser, y su justificación última,
en cuanto se presente incardinado en esa estructura de la opinión
pública y de la publicidad (Publizitát) burguesa»
El Parlamento, según esta concepción, hay que entenderlo como
un órgano de la sociedad y no del Estado, es un claro reflejo y una
continuación del diálogo político de los particulares y, al convertirse
en vehículo de canalización, orientación y expresión de la opinión
pública, debe atenerse a las reglas de la publicidad. El mandato
representativo que ha recibido de todos los ciudadanos le obliga a
dar publicidad de todo aquello que discute y decide.

III. LA REVISIÓN LIBERAL DE LA OPINIÓN PÚBLICA

1. conservadores y doctrinarios

La sociedad liberal intentará crear, frente a la sociedad


estamental de súbditos del antiguo régimen, una nueva sociedad de
ciudadanos libres y responsables ante la vida pública, aunque para
llegar a ese ideal tenga que esperar algo más de un siglo. A pesar
de la proclamación de los principios democráticos en numerosos
escritos (Declaraciones y primeras Constituciones) y a pesar de la
importancia de corrientes liberales como la radical y progresista, un
liberalismo conservador se extiende por toda Europa reinterpretando
o rechazando los principios originarios y poniendo el primer freno al
desarrollo de los derechos y libertades proclamados como
universales. Se les llamará conservadores, doctrinarios,
tradicionalistas o reaccionarios y, aunque puedan encontrarse notas
claramente diferenciadoras entre unos y otros, todos se
caracterizarán, con sus matices de moderación o radicalidad, por la
puesta en duda o el rechazo de la revolución, el respeto a la
tradición y el orden, el abandono de los principios del derecho
natural, el apoyo a la monarquía, la estrecha relación entre sistema
político y sistema religioso, la afirmación de las diferencias entre
clases y la negación de las clases populares en las tareas de
gobierno. Según la mentalidad aristocrática y conservadora,
articulada más tarde en la teoría de la sociedad de masas, la opinión
pública, si existe, no es sino la expresión del sentimiento y la
irracionalidad de las masas y, si tiene algo de noble y racional, ello
habrá de atribuirse a las clases minoritarias y aristocráticas que son
las que aportan las ideas y dirigen al resto de la sociedad.
Dentro de la corriente liberal conservadora, destacamos la
aportación de D. Hume, por la crítica que realiza en el Tratado de la
naturaleza humana a la filosofía del derecho natural y al mal uso del
concepto de razón. Aquellos principios (del campo de la religión, la
ética y la política) que el iusnaturalismo presentaba como naturales,
necesarios y universales no derivan tanto de la razón, sino de ciertas
inclinaciones o propensiones de la naturaleza humana relacionadas
con el mundo del interés y los instintos. La razón no dicta por sí
misma ningún modo de obrar, porque el hombre se mueve por la
necesidad y la utilidad. Como dirá Hume, y más tarde los psicólogos
de las multitudes, la razón actúa siempre al servicio de los instintos,
es «esclava de las pasiones y no puede pretender otro oficio que el
de servirlas y obedecerlas». Los argumentos de Hume, dice Sabine,
barrerán toda la filosofía racionalista del derecho natural, de las
verdades evidentes por sí mismas y de las leyes de la moralidad
eterna c inmutable que se suponía garantizaban la armonía de la
naturaleza y el orden de la sociedad humana. En lugar de los
derechos inviolables o de la justicia y libertad naturales, no queda
sino la utilidad, concebida en términos de egoísmo o de estabilidad
social.
E. Burke recoge la herencia de Hume en lo referente a la
negación de la razón y el derecho natural y de Locke y Montesquieu
recibirá la idea de equilibrio constitucional, no como garantía de los
derechos y libertades1 individuales, sino referida al equilibrio entre la
corona, los lores y los comunes. Siente pasión por la tradición y la
cultura de los pueblos, las costumbres y el sentimiento de
comunidad. La civilización -dirá— pertenece a los pueblos, no a los
individuos, y ésta se construye paso a paso, sin sobresaltos ni
revoluciones. A E. Burke, dice S. Cíiner, le repugna el racionalismo
revolucionario, sus declaraciones de derechos y su fe en la ley
promulgada42. La única Declaración que acepta es la Bill of Rights
de Inglaterra, porque ésta no surge como la francesa, de una
situación nueva y revolucionaria, sino de una armonía de
costumbres, prejuicios e instituciones, salidos de la dinámica
histórica del pueblo inglés, Y así como parece lógico que desde su
mentalidad ataque a la Revolución francesa (Reflexiones sobre la
Revolución francesa), su actitud será distinta (y favorable) hacia la
Revolución americana, por la defensa que hace de los colonos y sus
libertades frente a las presiones de Jorge III y la idea elitista que
tenía del Parlamento, representada en los hombres de la inde-
pendencia americana.
Se muestra favorable al hábito y al prejuicio y aunque no niega la
existencia de los derechos naturales, afirmará que éstos no tienen su
origen en la naturaleza humana, sino en las instituciones y las
prescripciones. Rechaza el concepto de igualdad, porque la
desigualdad es natural e inevitable en cualquier sociedad y. además,
porque aquélla (como otras muchas de la vida política) es una
palabra abstracta, una ficción que crea la revolución, sin
posibilidades de conseguir su realización.
La teoría de la representación parlamentaria merece una atención
especial. Aunque se encuentra muy dispersa y se muestra poco
consistente, desde el punto de vista de Harina F. Pitkin, Burke la
hace depender de cuatro factores: de la representación de la nación
por parte dé la élite, de la representación virtual y real de los distritos
electorales, de la deliberación parlamentaria y del exacto reflejo de
los pareceres populares
La élite parlamentaria —dice Burke— construye una aristocracia
natural formada por hombres superiores en virtud, sabiduría y
capacidad, que descubren y decretan lo que es mejor para la nación.
Estas élites son una parte fundamental de cualquier cuerpo,
correctamente constituido, porque la masa del pueblo es incapaz de
gobernarse así misma al no estar hecha para pensar o actuar sin
guía ni dirección44- El parlamento, por tanto, debe apoyarse en la
sabiduría (de la élite) y no en la voluntad (del pueblo), porque
representa la razón de toda la nación.,
Una vez que han sido elegidos los parlamentarios, éstos se
vuelven, autónomos en sus decisiones políticas y no tienen por qué
consultar con sus electores. El pueblo concede a sus representantes
completa libertad para actuar y decidir y, estos, a cambio, deben
razonar y actuar en función de la totalidad, nunca en favor de una
parte, aunque sean sus electores. Las elecciones,
consecuentemente, no son la demostración de la soberanía popular,
sino un medio para encontrarlos miembros que han de formar la
aristocracia natural parlamentaria y, si hubiera otro método de
selección, éste sería igualmente válido-: Burke, continúa Pitkin, es
partidario de un sufragio restringido, apoyado en un grupo elitista de
votantes que elige a una-élite superior que representará a toda la
nación en el Parlamento y el gobierno.-A los volantes los denomina
«el público, ipublic) británico»45, y, si no hubiera motivos
sustantivos, no se muestra partidario de la ampliación del sufragio.
Burke, diferencia entre representación real y representación
virtual. Es real cuando el cuerpo electoral elige a sus representantes
y es virtual cuando los elegidos representan además, a todos
aquellos que no han podido votar o no han conseguido
representante. La representación, virtual, en principio, podría
hacernos pensar que en Burke las elecciones no son necesarias,
pero esto no es así, porque «la representación virtual no puede tener
una existencia larga o segura si no tiene un sustrato en la
representación real. El miembro, debe guardar alguna relación con el
elector». Lo que quiere decirnos Burke con la representación virtual
es que aunque, sectores o localidades concretas no tengan
representantes en el Parlamentó, los elegidos representan los
intereses de todos los ciudadanos, porque éstos son comunes y
muy' semejantes en todos.
Finalmente, decir que en Burke los parlamentarios representan
intereses, no opiniones, y que un camino para acceder al
conocimiento de los intereses se consigue a través del conocimiento
de los pareceres. A través de la información y el
debate parlamentario los diputados consiguen, primero, (inexacto
reflejo de pareceres y, segundo, la deliberación sobre lo que es justo
y ademado para los íniexcses de toda la nación. El gobierno y la
política, portanmvaon cuesnoiiM de conocimiento y de razón y no de
opinión y voluntad.
Los doctrinarios mantienen posiciones más moderadas que los
conservadores, aunque ambos manifiestan la misma actitud de
miedo hacia la realización
de los principios liberales. El liberalismo doctrina que ocupa un lugar
importante en La vida política francesa de la primera mitad del siglo
xix (Guizot, Royer-
Coilard y Baraate, entre otros y sos ideas se cxucrtdcft a otros
países, como
España (Alcalá Galiano, Donoso Cortes y Cánovas «Castillo, por
ejemplo),
en torno a los partidos libérale en erados y corwcrvftdores. tos
doctnnanos
son hombre a que sin renunciar al espíritu de la votación apoyan la
restauración monárquica y la constitución, buscan «4 cocrinrt y -cY
orden desde la elite
gobernante, defienden principios y abocan Jeyw para que el pueblo
participe
lómenos posible y no acceda al poder y utilizan expresiones
grandilocuentes y
estéticas que no hacen sino ocultar los intereses de la burguesía
aristocrática.
Con los doctrinarios, la burguesía deja de ser libera! y se convierte.,
como dice
HabermaByCn aquel liberalismo preburgués de libcita eses mentales
que nada
tiene que ver con las libertades y derechos proclanudos en las
declaraciones
burguesa. Los acetrinan os, pasado el furor de la Revolución, se
sienten comprometidos, por un lado, con cierto legado tradicional
monarquía. orden, clasismo, etc.) pero, por otro, con ciertas
conquistas conseguidas en la revolución
burguesa. Esto hará que su política se manifieste con cierta dosis de
ambigüe-
dad, especialmente cuando grupos menos privilegiados presionen y
quieran sacar
las consecuencias lógicas de los principios proclamados, en las
declaraciones y
defendidos en la revolución.
Frente al poder absoluto que en el pasado tuyo el rey, ahora se
defiende el principio de la representación. Para algunos, como
Roycr-Collird la representación se identifica con el mandato
imperativo basado en el sufragio universal; para otros, en cambio, la
representación en una monarquía restaurada habrá de restringirse y
aristocratizarse. La tesis que dominará durante la primera mitad del
siglo xtx, será la del sufragio censitario. Con la Revolución el «tercer
estado» llega a serlo todo y podrá -pCOtDO dice leyés • identificarse
con toda la nación. El «tercer estado», comenta Diez del Corral,
partía del derecho reconocido a todas las personas para participar
igualmente en la formación de la voluntad estatal, pero todos no
podían dominar al mismo tiempo. Era preciso efectuar una selección
para destacar a los mejores y más influyentes; es decir, a aquellos
que disponían de los medios conducentes al mayor
perfeccionamiento propio y la más eficaz ayuda de los demás4*. El
sistema representativo será para Guizot el medio para llegar a la
realización de la razón pública que debe detectar a los más capa-
citados para representar los intereses de la nación.
Aunque seguían manteniendo los principios abstractos de
libertad, igualdad y soberanía popular, los doctrinarios situarán en la
propiedad (y la instrucción) el fundamento del poder político. La
clase media, como clase dominante y valedora del «tercer estado»
representa los intereses de toda la nación, porque en la sociedad
burguesa de los doctrinarios no se representan voluntades, sino
intereses y éstos se hacen depender de ciertas capacidades
relacionadas con la propiedad. He aquí el fundamento del sufragio
censitario. Los electores y los posibles elegidos, según la ley
electoral, quedaban reducidos a un círculo minoritario que en algu-
nos casos no sobrepasará el porcentaje del 2 por 100.
La ley de prensa, junto a la ley electoral y el equilibrio de poderes,
constituyen los tres pilares del régimen representativo. Los
doctrinarios piensan que todo poder tiende a ser absoluto y para
evitar que éste so concentre en una sola persona, defenderán
(desde de la teoría de frenos y contrapesos) la división de poderes.
Separan, primero, la Corona de la Cámara y dentro de los poderes
clásicos aceptarán tantas divisiones internas como centros de poder
puedan existir. Aunque los doctrinarios en los primeros años no se
distinguieron precisamente por el apego a esta libertad, la prensa
será el eje de la publicidad. Fue de tanta importancia la
promulgación de la ley de prensa que, a pesar de que
independientes y ultramonárquicos reclamaban mayor libertad en
este terreno, Guizot, cuarenta años después, se sentirá orgulloso de
esta ley Esto no quita, sin embargo, para que. ante la prohibición de
publicar sin permiso gubernamental, los periodistas de la oposición
redactasen una protesta proclamando el final del régimen legal y
anunciando que publicarían los periódicos sin autorización previa.
Esta es la ocasión, dice Friedrich, en que el periodismo se opone al
gobierno, suplanta las funciones del Parlamento y emerge como
«Cuarto Poder.
La libertad de prensa en los doctrinarios ha de entenderse desde
el contexto general de la sociedad y la razón pública, desde el
equilibrio y la moderación y desde el papel que tiene encomendada
la clase dirigente ante el resto de la sociedad: «Puesto que los
periódicos, dice Diez del Corral, condensan las opiniones en la
sociedad y forman hasta cierto punto parte de su gobierno, deben
estar constituidos en el mismo plano que la sociedad política a la que
pertenecen. Y de la misma manera que los asuntos políticos son
tratados por hombres escogidos en virtud de una situación que
garantice su prudencia, los periódicos deben ser encomendados a
personas de consideración; sólo pueden ser manejados, en una
palabra, por aquellos que poseen capacidad política activa; es decir,
por los que pertenecen a la burguesía cualificada esencialmente por
la propiedad»".
Frente a conservadores y doctrinarios se encuentran los grupos
tradicionalistas y reaccionarios que nada tienen que ver con las
ideas liberales (aunque a veces utilicen un vocabulario parecido), y
cuyo objetivo principal se centra en reavivar un sistema político y
social anclado en el pasado. J. de Maistre y L. de Bonald, como los
representantes más conocidos de estas corrientes, contraponen,
como indica Touchard, la experiencia a la razón, la sociedad a]
individuo y el orden al progreso52. Frente a las ideas revolucionarias
de «libertad, igualdad y fraternidad», contrapondrán las de «trono y
altar». Sus principios girarán en tomo a temas como la tierra, la
tradición, la comunidad, el orden, la moral, la desconfianza en la
razón, la experiencia o la providencia y acudirán a la historia como
principio de explicación y de justificación política. El concepto de
ciudadano, que los ilustrados habían elaborado en el siglo xviii como
el concepto más importante creado a lo largo de la historia para
definir al hombre público, será devuelto por las corrientes
conservadoras y reaccionarias a su sentido más peyorativo bajo el
nombre de hombre masa o, los colectivos, de multitudes,
muchedumbres o, simplemente, masas. Sus contenidos, así como el
papel de la dimensión racional-irracional del hombre o el de la
opinión pública en una sociedad de masas, serán recogidos un siglo
más tarde por los teóricos de esta sociedad.

2. Alexis de Tocqueville y J. Stuart Mili.

Según avanza el siglo xix, a la par que los gobiernos liberales van
desarrollando con freno y temor los principios de igualdad y libertad
proclamados en torno a la Revolución, otras ideologías y fuerzas
políticas van reivindicando en nombre del pueblo la ampliación de
estos derechos, trasladando a la esfera pública problemas y
conflictos que anteriormente se debatían exclusivamente en la esfera
de la privacidad. A. de Tocqueville y J. Stuart Mili, dentro de la mejor
tradición liberal, se sumarán a la corriente que reivindica mayores
derechos y libertades (como la ampliación del sufragio, por ejemplo),
pero también manifestarán sus temores ante unas masas y una
opinión pública dominante que no actúa como contrapeso del poder
desde la sociedad civil, sino como poder coactivo de las masas
contra la inteligencia y la racionalidad. Esta es la ambivalencia de la
que habla Habermas en Stuart Mili y Tocqueville cuando estos
autores apoyan el desarrollo de derechos y libertades, pero
denuncian la coacción moral o el «yugo de la opinión pública»
dominada por las muchedumbres y los mediocres.
Alexis de Tocqueville, especialmente en La democracia en
América y El antiguo Régimen, hace una exposición magistral sobre
la igualdad y la libertad (y sus peligros) en la nueva sociedad
democrática (cuyo ejemplo más notorio se encuentra en la sociedad
norteamericana), desde la perspectiva sociológica, histórica y moral.
Partidario de la descentralización y del pluralismo político reclama
«la creación de nuevos poderes intermedios para insertar
eficazmente la opinión pública en la división y limitación de los
poderes»54. Pero la opinión pública en Tocqueville, como en Stuart
Mili- dejará de ser un instrumento de emancipación para convertirse
en una fuerza de opresión.
En la parte dedicada a la «influencia de la democracia sobre el
movimiento intelectual de los Estados Unidos» de La democracia en
América, Tocqueville nos resume su punto de vista sobre el poder de
las mayorías, la importancia de las costumbres y las creencias
dogmáticas como ideas comunes, el proceso de nivelación e
igualdad y el papel de la opinión pública en las sociedades
democráticas: En las épocas igualitarias —dice—, «a medida que los
ciudadanos se nivelan y asemejan, disminuye la tendencia de cada
uno a creer ciegamente en un hombre o en una clase determinada.
Aumenta en cambio la de fiarse a la masa, y su opinión llega a ser la
que conduce el mundo.
No sólo la opinión común es el único maestro que le queda a la
razón individual en los pueblos democráticos, sino que en ellos dicha
opinión es infinitamente más poderosa que en los otros pueblos. En
épocas de igualdad ningún hombre fía en otro, a causa de su
equivalencia; pero esta misma equivalencia les da una confianza
casi ilimitada en el juicio público, ya que no les parece verosímil que
siendo todos de igual discernimiento, la verdad no se encuentre del
lado de la mayoría»". Es el poder de las mayorías, inimaginable en
una sociedad de tino aristocrático. En las sociedades democráticas,
como es la de Estados Unidos, la omnipotencia política de la
mayoría hace aumentar la influencia de la opinión pública sobre cada
uno de los ciudadanos, aunque la causa principal no haya de
buscarse en las instituciones sino en el principio de igualdad- La
relación entre mayorías, igualdad y opinión pública queda
perfectamente aclarada en la sentencia que dicta un poco más
adelante: «en las épocas de igualdad cabe prever que la fe en la opi-
nión será como una religión cuyo profeta vendría a ser la mayoría»
Queda claro que en los sistemas democráticos quien manda es la
mayoría y que en sociedades como la americana a Tocqueville lo
que más le repugna no es el exceso ele libertad, sino las escasas
garantías que existen contra la tiranía, incluida la de la opinión
pública. ¿A quién acudir entonces?, se pregunta Tocqueville, cuando
entiende por opinión pública la opinión opresora de las mayorías:
«Cuando un hombre o un partido es víctima de una injusticia en los
listados Unidos, ¿a quién queréis que se dirija? ¿A la opinión
pública? Es ella la que forma la mayoría». Y es aquí cuando nos
ofrece uno de los pasajes más bellos sobre la libertad de prensa,
como libertad de expresión que deja sentir su poder tanto sobre las
opiniones políticas, como sobre las opiniones individuales de los
hombres". Nosotros diríamos, además, que es en esta libertad de
expresión donde recupera la opinión pública su sentido originario de
expresar públicamente una opinión:
En nuestros días, un ciudadano oprimido no tiene más que un
medio de defensa: dirigirse a la nación entera, y si ésta no le
escucha, al género humano. Y no hay sino un medio para hacerlo,
que es la prensa. Por ende, la libertad de prensa es infinitamente
más preciosa en las naciones democráticas; ella sola remedia la
mayoría de los males que puede producir la igualdad. La igualdad
aísla y debilita a los hombres; pero la prensa pone a su servicio un
arma poderosísima de la que el individuo más aislado y desvalido
puede hacer uso. La igualdad priva a todo individuo del apoyo de sus
allegados; pero la prensa le permite llamar en su ayuda a todos sus
ciudadanos, incluso a todos sus semejantes. La imprenta, que ha
impulsado los progresos de la igualdad constituye uno de sus
mejores correctivos.
Creo que los ciudadanos de las aristocracias pueden, si es
preciso, pasarse sin la libertad de prensa; pero quienes habitan los
países democráticos no pueden prescindir de ella. Para garantizar su
independencia personal no confío en las grandes asambleas
políticas, ni en las prerrogativas parlamentarias ni en la proclamación
de la soberanía del pueblo.
Todas estas cosas se concilian, hasta cierto punto, con la
servidumbre individual; pero esta servidumbre no será total si la
prensa es libre. 1a prensa es el instrumento democrático por
excelencia de la libertad».
J. Stuart Mili ocupa la línea divisoria entre el primer liberalismo
inglés y el revisado o modernizado, como consecuencia de la
industrialización y la ampliación de derechos y libertades públicas.
Así como en Francia el liberalismo (doctrinario) se definía por «ser la
filosofía social de una clase, más bien aristocrático en su actitud
hacía "las masas" y esencialmente crítico en su función», el inglés,
empeñado en ampliar derechos y libertades, primero a las clases
medias y después a las obreras, «en su intención fue siempre una
teoría del bienestar general de toda la comunidad nacional»54.
Aunque los primeros liberales se definían por ser individualistas,
provincianos y doctrinarios, nunca se olvidarán de la cosa pública,
razón por la cual será más fácil la «adaptación a los cambios
progresivos del industrialismo y el nacionalismo».
E910 hará que Stuart Mili, por un lado, dé su «aprobación a todos
los movimientos que se alzan contra la aristocracia del dinero, del
sexo y del color, contra la democracia minoritaria de los poseedores
de mercancías, contra la plutocracia de la gran burguesía» y dará su
apoyo a la ampliación del voto; por otro, sin embargo, ante el
aumento del poder de las masas, se lamentará del yugo de la «opi-
nión pública».
En sus obras El utilitarismo y Principios de economía política
continúa y amplía las ideas de Bentham, Sraith y Ricardo, aunque
con su impronta especial. Si bien en un principio aceptaba que la
norma del bien social y el objeto de toda acción moral radica en
conseguir el máximo de placer y la mayor felicidad (Bentham), más
tarde, al abandonar el egoísmo, su ética le llevará a aceptar la bús-
queda del bienestar social como algo que concierne a todos los
hombres de buena voluntad y entenderá la libertad, la integridad, el
respeto a la persona y la distinción personal como bienes
intrínsecos, apartó de su contribución a la felicidad62. Sin embargo,
será en su obra Sobre la libertad, donde encontremos referencias
especiales a la libertad de opinión y a la opinión pública. . . On liberiy
(1859) enlaza con la mejor tradición inglesa (especialmente, con la
Areopagítica de Müton) sobre la defensa de la libertad y, según S.
Giner, este ensayo se manifestará como «una defensa del derecho
de cada ciudadano o grupo a disentir pacíficamente, a expresar su
disensión del mismo modo, y a no ser perjudicados o dañados por
ello»". La defensa de la libertad, dice Stuart Mili en la introducción,
se refiere, primero, al dominio interno de la conciencia, a la más
absoluta libertad de pensamiento y sentimiento y la libertad de
expresar y publicar las opiniones; en segundo lugar, a la libertad en
nuestros gustos y en la determinación de nuestros propios fines y, en
tercer lugar, a la libertad de asociación.
Aunque en principio la obra va dirigida contra el Estado moderno,
su argumentación principal va referida a la sociedad. Cuando afirma
que la humanidad entera —dice Sabine— no tiene derecho a
silenciar a un solo disidente65 está afirmando realmente que la
libertad de juicio, o el derecho a ser convencido masque obligado, es
una cualidad inherente de toda personalidad madura y que una
sociedad liberal es aquella que al mismo tiempo reconoce ese
derecho y modela sus instituciones para llevarlo a cabo. Los seres
humanos son racionales porque son capaces de escuchar y discutir
sobre cuestiones públicas, participar en las decisiones políticas,
tener convicciones morales y asumir Irresponsabilidad de hacerlas
efectivas. La obra que estamos comentando —continua Sabine— no
pretende tanto aliviar la opresión política ni provocar un cambio en la
organización política, «sino lograr una opinión pública
auténticamente tolerante, que valore las diferencias de puntos de
vista, que limite la medida de acuerdo que exija y que acoja las
nuevas ideas como fuentes de descubrimiento. La amenaza a la
libertad que Mili temía principalmente no era del gobierno, sino de
Una mayoría intolerante».
Esta es la idea que aparece cuando usa la expresión «opinión
pública», al supeditar ésta al poder y tiranía de las mayorías en el
nuevo contexto de la sociedad democrática liberal: «Actualmente los
individuos están perdidos en la multitud. En política es casi una
trivialidad decir que es la opinión pública la que gobierna el mundo El
único poder que merece tal nombre es el de las masas, y el de los
gobiernos que se hacen órganos de las tendencias c instintos de las
masas. Esto es verdad tanto en las relaciones morales y sociales de
la vida privada como en las transacciones públicas. Aquellos cuyas
opiniones forman la llamada opinión pública no son siempre la
misma clase de público: en América son toda la población blanca; en
Inglaterra, principalmente la clase media. Pero son siempre una
masa, es decir, una mediocridad colectiva. Y lo que todavía es una
mayor novedad, la masa no recibe ahora sus opiniones de los
dignatarios de la Iglesia o del Estado, de jefes ostensibles o de tos
libros. Su pensamiento se forma para ella por hombres de su mismo
nivel, que se dirigen a ella, o hablan en su nombre, del asunto del
momento, a través de los periódicos»67. Toda una concepción
elitista sobre el papel de las masas en la nueva sociedad, la
nostalgia por el papel dirigente de una aristocracia intelectual y la
ambivalencia del concepto de opinión pública
Una primera lectura de los usos que hace de la expresión
«opinión pública» nos conduce a una situación de hecho, que él
lamenta, en donde la opinión pública no es sino la expresión de las
masas y su poder. Por ello, no es de extrañar que encontremos
frases como «tiranía de la opinión» «yugo de la opinión» «invasiones
de la opinión pública» «coacción moral de la opinión pública» o
«tiranía de la opinión pública». Éste es un tipo de opinión pública que
ha perdido toda su dimensión racional, emancipadora y elitista para
convertirse en una instancia opresiva de las masas que utiliza las
oportunidades que le ofrecen las vías democráticas para dar rienda a
sus instintos. En el recuerdo le queda la añoranza de aquella opinión
pública fruto del juicio y del raciocinio público hecho por los ilustra-
dos o los representantes del pueblo: «las cuestiones políticas - dice
E. Fracnkel, interpretando a este y a otros autores liberales— no
deben ser decididas mediante un llamamiento directo o indirecto a la
inteligencia o a la voluntad de un conjunto instruido, sino sólo
mediante la pertinente consideración de los puntos de vista
instruidos y cultivados de un relevante reducido número de personas
especialmente llamadas para esta tarea»6". O, como expresa el
mismo Stuart Mili en su Representative Govenmxent, al referirse al
Parlamento como lugar de discusión, donde los hombres ilustres
elegidos por el pueblo representan todas las posibles corrientes de
opinión: «El Parlamento es el lugar donde no solamente la opinión
de la nación, sino también la opinión de las diversas partes de la
nación, y en la medida de lo posible, la de los hombres más egregios
del país, puede manifestarse públicamente y provocar, la discusión.
En él cada ciudadano puede estar seguro de encontrar a alguien que
expone su propia opinión, tan bien o mejor como pudiera hacerlo él
mismo, y no sólo ante amigos y partidarios, sino también ante
adversarios que le hicieran sufrir la prueba de argumentaciones
contrarias. En él es donde aquellos cuya opinión resulta vencida,
sienten la íntima satisfacción de haber sido escuchados y
contradichos, no por un capricho arbitrario, sino por razones
consideradas superiores por los representantes de la mayoría de la
nación».

IV. LA REVISIÓN CRÍTICA DEL MARXISMO

Marx, desde sus primeros escritos, deja constancia de las


contradicciones y ficciones que lleva consigo la sociedad liberal del
siglo xix. La revolución política llevada a cabo por la burguesía había
eliminado los antiguos estamentos y privilegios de la sociedad civil,
pero había creado una nueva sociedad de clases, que impedía de
hecho el acceso al status prometido de ciudadano a grandes capas
de la sociedad: «en vez de una sociedad de estamentos medios
constituida por pequeños productores de mercancías, se forma una
sociedad de clases en la que las expectativas de ascenso social del
trabajador asalariado a propietario son cada vez más reducidas»79.
Hegel, en su Filosofía del Derecho, ya había constatado la profunda
escisión de la sociedad burguesa, las desigualdades naturales y
sociales de la nueva sociedad y la posibilidad de trasladar al Estado
la desorganización de la sociedad civil.
Al estar escindida la sociedad, la opinión pública ni es compacta,
ni es general, ni es universal y aquellas características de unidad y
universalidad que la sociedad liberal había dado a la opinión pública,
se han convertido en una ficción, constatando, por contra, el disenso
y la existencia de tantas opiniones como clases sociales existan en
una sociedad. El Estado liberal burgués, al tratar de objetivarse en
sus instituciones, cae víctima de su propio desarrollo, como
sucederá, por ejemplo, con la reforma electoral. «En la medida en
que las capas no burguesas, dice Habermas, entren en la publicidad
política y se instalen en sus instituciones y participen en la prensa,
en los partidos, en el Parlamento, el arma de (a publicidad, afilada
por la burguesía, se volverá contra ella»71. La esfera de lo privado
(corno estera distinta y contrapuesta de la esfera pública) ocupada
principalmente por burgueses e ilustrados, pasará a formar parte de
la sociedad política en el momento que entren el resto de las capas
sociales con sus problemas y reivindicaciones públicas. La
racionalidad ya no estará en el grupo de hombres egregios que
pensaban en nombre de los demás, sino en las asociaciones,
partidos y medios de comunicación que poco a poco van
secuestrando el ejercicio público de la racionalidad. Nó sólo se habrá
disuelto el Estado político abstracto, sino también la sociedad civil
burguesa.
Marx pone en tela de juicio algunas ficciones de la opinión pública
burguesa. En primer lugar, denuncia la opinión pública como falsa
conciencia porque, según los liberales, pretende representar los
intereses de toda la sociedad y lo único que representa son los
intereses de una clase social, la burguesía. Entre las causas que
hacen posible esta ficción se encuentran: la creencia en las leyes
naturales, la aceptación de la unidad de la razón, el secuestro del
raciocinio público por los hombres ilustrados y el control que hace la
burguesía del Estado y sus aparatos ideológicos. En segundo lugar,
pone al descubierto la falta de presupuestos sociales sobre la
igualdad de oportunidades, al sostener que en el liberalismo, con
resolución y buena suerte, todo el mundo puede conseguir el status
oV propietario y acceder así a la vida pública, cuando en realidad las
expectativas de ascenso social del trabajador asalariado son cada
vez más reducidas. Finalmente, Marx no acepta que el consenso al
que puedan llegar las personas privadas reunidas en público,
después de un debate, deba ser confundido con lo justo y lo conecto.
La identificación entre razón y opinión pública no es adecuada.
Aunque no son muchas las ocasiones en que Marx habla de
opinión pública, no es difícil entrever cuál es su papel y cuáles sus
funciones en la sociedad desde la descripción que hace de las
clases sociales y de la expresión pública de las ideologías,
especialmente de la ideología dominante. En Las luchas de clases
en Francia de 1848 a 1850, por ejemplo, destaca el enfrentamiento
entre estas clases, las facilidades que tiene la clase dominante para
exponer sus puntos de vista, frente a las dificultades que tienen otros
grupos, y los medios que utiliza para llevar a cabo su control:
«Mientras la aristocracia financiera hacía las leyes, regentaba la
administración del Estado, disponía de todos los poderes públicos
organizados y dominaba la opinión pública [la cursiva es nuestra]
mediante la situación de hecho y mediante la prensa, se repetía en
todas las esferas, desde la corte hasta el cafetín de mala nota, la
misma prostitución, el mismo fraude descarado, el mismo afán por
enriquecerse, no mediante la producción, sino mediante el
escamoteo de la riqueza ajena ya creada73.
El concepto de opinión pública en el marxismo, por tanto, se
desarrolla en torno a los apartados relativos a la estructura social, la
teoría del reflejo y los residuos y los conceptos de ideología,
alienación y falsa conciencia.

1. LOS FUNDAMENTOS ESTRUCTURALES


Desde la perspectiva del materialismo histórico y dialéctico, el
punto de arranque para explicar la formación de cualquier grupo o
pensamiento ha de situarse en el proceso de producción (la
infraestructura). En La ideología alemana, por ejemplo, Marx y
Engels aseguran que el hombre empieza a diferenciarse del animal
porque produce sus medios de vida y las naciones progresan porque
desarrollan sus fuerzas productivas, aparece la división del trabajo y
favorecen el intercambio interior y exterior".
También, en la misma obra, afirman que «la producción de las
ideas y representaciones, de la conciencia, aparece al principio
directamente entrelazada con la actividad material y el comercio
material de los hombres». La historia de la humanidad desde sus
comienzos, por tanto, va unida a las relaciones que el hombre
mantiene con la naturaleza, la tendencia que manifiesta por
satisfacer sus necesidades, la lucha por conseguir y transformar los
productos y las relaciones humanas y laborales que el hombre
mantiene en el proceso de producción.
Las relaciones y el lugar que cada uno ocupa en el proceso de
producción constituyen la causa principal que determina el
nacimiento de las clases. La estructura social cambiará según
cambien los modos de producción, pero algunas características,
como el antagonismo entre las clases, estarán siempre presentes en
cualquier tipo de sociedad: «La historia de todas las sociedades que
han existido hasta nuestros días —dicen Marx y Engels en el
Manifiesto Comunista— es la historia de la lucha de clases. Hombres
libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y
oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron
siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y
otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la
transformación revolucionaria de luda la sociedad o el hundimiento
de las clases beligerantes»".
De todos los tipos de sociedad (tribal, asiática, clásica, feudal y
burguesa), el análisis más amplio y profundo lo dedica a la sociedad
burguesa. Esta sociedad se caracteriza por el modo de producción
capitalista, siendo sus ciases principales la burguesía y el
proletariado. La burguesía es la clase propietaria de los medios de
producción que, además, siempre que puede saca provecho del
trabajo ajeno. Tiene su origen en la sociedad feudal y han
contribuido a su posición ascendente los descubrimientos, los
nuevos mercados, la navegación y el desarrollo de la industria.
Aunque en su primera etapa desempeñó un papel eminentemente
revolucionario frente a la sociedad feudal, en el momento actual se
muestra opresora e incapaz de salvar las crisis y contradicciones
que ella misma ha creado78. Como clase, la burguesía monopoliza
los avances técnicos, científicos y culturales de los tiempos
modernos y desde la Revolución francesa ha impuesto al mundo su
modo de vida, su concepción del Estado, de la propiedad y del
Derecho.
La segunda clase en importancia, y opuesta a la burguesía, es el
proletariado. Trabajadores ha habido siempre, pero proletarios
solamente en la sociedad capitalista cuando los obreros, al tomar
conciencia de clase, se unen para defender sus intereses frente a las
pretensiones explotadoras del capital. El proletariado solamente es
dueño de su trabajo y es entendido aquí como una mercancía dentro
del proceso de producción. Los intereses de ambas clases son
opuestos y no puede entenderse la una sin la otra, porque el
proletariado surge al amparo de la burguesía. Su antagonismo les
viene de las contradicciones que se producen en el modo de
producción capitalista, y los conflictos solamente serán eliminados
con el advenimiento de una sociedad sin clases (y de todos los
elementos opresores), llamada por Marx sociedad comunista. Antes
de llegar a esta etapa, sin embargo, habrá una fase intermedia —la
sociedad socialista en donde el proletariado como clase ascendente
y dominante conquistará el Estado, socializará los medios de
producción, eliminará los residuos de la sociedad capitalista y
conducirá la sociedad a una sociedad sin clases, donde no sea
posible la explotación del hombre por el hombre y éste recupere su
auténtica libertad. Con la sociedad burguesa —dice Marx en el
Prólogo de ¡a Contribución a la crítica de la economía política se
acabará la prehistoria del hombre y la etapa socialista iniciará la
historia propiamente dicha de la humanidad.
La superestructura, en Marx y Engels, se refiere al conjunto de
formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas y filosóficas, todas
ellas comprendidas bajo la denominación genérica de ideología.
Como apuntábamos anteriormente, la superestructura siempre tiene
su origen en la infraestructura (estructura económica), pero sin caer,
como algunos han querido ver, en un determinismo mecanicista. La
conciencia, las formas de conciencia (ideas) y las formas ideológicas
de conciencia (ideologías) tienen su origen en el modo y las
relaciones de producción. En La ideología alemana queda
perfectamente expresada esta idea: «La producción de las ideas y
representaciones de la conciencia, aparece al principio directamente
entrelazada con la actividad material y el comercio material de los
hombres, como el lenguaje de la vida real. Las representaciones, los
pensamientos, el comercio espiritual de los hombres se presentan
todavía, aquí, como emanación directa de su comportamiento
material. Y lo mismo ocurre con la producción espiritual, tal y como
se manifiesta en el lenguaje de la política, de las leyes, de la moral,
de la religión, de la metafísica, etc., de un pueblo. Los hombres son
los productores de sus representaciones, de sus ideas, etc., pero los
hombres reales y actuantes, tal y como se hallan condicionados por
un determinado desarrollo de sus fuerzas productivas y por el
intercambio que a él corresponde [,..]. No es la conciencia la que
determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia».
Como dice C. Marx en Las luchas de clases en Francia, todas
estas producciones mentales no son sino el más fiel reflejo de la
situación económica", o, como dice el Manifiesto del partido
comunista: la ideas de libertad religiosa y libertad de conciencia «no
hicieron más que reflejar el reinado de la libre concurrencia en el
dominio de la conciencia»83. No hay autonomía, pues, para la con-
ciencia. No se puede admitir, como sostenían algunos filósofos
contemporáneos de Marx, dos vías paralelas e independientes: por*
un lado, la de la conciencia (o espíritu), y, por otro, la de la
producción económica. Y, mucho menos, por supuesto, puede
admitirse la determinación de la vida económica y humana en
general a partir del espíritu, porque las ideas son un reflejo de la vida
económica, de los conflictos de clase y de las relaciones de
producción.
La ideología, por tanto, no es sólo un reflejo y una ilusión, sino
una supervivencia (en forma de «residuos») y una fuerza que utiliza
la clase más fuerte para dominar y, lo que es más grave, para
imponer la creencia de la legitimidad de su dominio. Como se dice
en el Manifiesto, «las ideas dominantes en cualquier época no han
sido más que las ideas de la clase dominante». Estas ideas no sólo
constituyen una ideología, entendida como la representación falsa e
interesada que una clase hace de la realidad, sino que pueden
penetrar con tal fuerza en las clases antagónicas que producen
auténticos fenómenos de falsa conciencia. En el caso de la sociedad
burguesa y referido a una parte del proletariado, puede darse falsa
conciencia porque en este sector se produce una inadecuación entre
el status económico (de obrero) y la ideología (propia de la clase
burguesa); es falsa, porque tales personas sufren una segunda
alienación (la primera alienación es de tipo económico y psicológico):
trabajan como obreros y piensan como burgueses; y falsa, porque
siempre que una ideología se aparta de las condiciones reales del
sujeto y por vía de abstracción o fantasía no refleja las condiciones
materiales concretas, tal ideología es considerada como «falsa
conciencia».
2. La opinión pública en la sociedad burguesa y en la sociedad
socialista

Para entender el concepto de opinión pública en el marxismo


nada mejor que situarse en la perspectiva sincrónica y diacrónica
que hace de las clases y las ideologías. A éstas las divide en
ascendentes y descendentes (punto de vista diacrónico), y
dominantes y dominadas (punto de vista sincrónico). Con la llegada
de la burguesía al poder, los burgueses controlan el funcionamiento
de la sociedad, la producción y el Estado, y su ideología se convierte
en dominante. La aristocracia pasa a ser la clase descendente y
dominada y el proletariado, la clase dominada y ascendente. En
teoría, y eso es lo que pretenden los liberales, la comunicación
política en el Estado democrático liberal debe ser fluida, porque los
representantes elegidos por el pueblo dicen representar a todos los
ciudadanos y la opinión pública no es sino el portavoz de toda la
sociedad. Éste es el valor unitario y universal que los liberales daban
a la opinión pública, aunque, como se ha expuesto en apartados
anteriores, el raciocinio público sólo estaba al alcance de grupos
minoritarios relacionados con la propiedad y la cultura.
Marx y Engels, aparte de constatar lo dicho anteriormente,
rechazan la unidad de la opinión pública al afirmar que existen tantas
opiniones como clases sociales se den en una sociedad. Aquella
idea liberal de una opinión pública representando a toda la población
no es sino una falacia y una ficción, porque quienes ejercen el
raciocinio público en la esfera privada no se diferencian en nada de
aquellos que ocupan los poderes político, económico y social. No
hay, por tanto, tal enfrentamiento entre la opinión pública burguesa y
el poder, el enfrentamiento vendrá de otras esferas de la sociedad
(clases c ideologías) que defienden intereses distintos, se sienten
marginadas y explotadas o rechazan el orden burgués.
El sujeto de la opinión pública en el marxismo ha pasado de los
públicos a las clases y aquélla se localiza en la manifestación pública
de sus ideologías. Siguiendo el esquema de clases e ideologías,
citado más arriba, tendremos, consecuentemente, una opinión
pública dominante y otra dominada, una opinión pública aseen
dente y otra descendente; todo ello explicado desde el
enfrentamiento y la correlación de fuerzas de las clases.
A pesar de la existencia de todas estas opiniones, normalmente
se suele tomar por opinión pública la opinión de la clase dominante
porque es ésta la clase que, al controlar el poder y los distintos
aparatos ideológicos, difunde su pensamiento como pensamiento
universal. Esto es lo que sucedía en la sociedad burguesa cuando
hablaban de la opinión pública como opinión de toda la sociedad.
Esta opinión pública respondía perfectamente a los intereses de un
sector minoritario, pero el resto de la sociedad se proyectaba como
falsa conciencia.
En la sociedad socialista, el proletariado pasará de clase
ascendente a dominante y, al estar respaldado por la mayoría, su
ideología tendrá la misión de interpretar correctamente la realidad y
de conducir la sociedad hacia su estado final. La opinión pública,
como en la sociedad de los fisiócratas, será la representación del
«orden natural» de la nueva sociedad y estará formulada y
representada en aquel sector del proletariado encargado de dirigir
los destinos del Estado socialista. El partido, en cierto modo,
concentrará la sabiduría de los ilustrados y la autoridad de los
gobernantes y, en teoría, no tendrá por qué haber conflicto entre la
sociedad civil y el Estado, entre la esfera de lo privado y la esfera de
lo público, porque ambas esferas son las dos caras de la misma
realidad: la sociedad (el proletariado) se ha hecho con el Estado y
éste representa a la sociedad. Si hay lugar para la disensión y la
crítica, éstos habrán de localizarse en los escasos «residuos» y
«resistencias» de las viejas clases o en la persistencia de alguna
falsa conciencia. Si el partido cumple con su misión y la sociedad
camina hacia los objetivos marcados, el tiempo eliminará todos
aquellos elementos de alienación.
La opinión pública en la sociedad socialista pierde gran parte de
su virulencia, actividad y acritud. Ya no hay lugar para los públicos
que, como parte de la sociedad civil, pueden ejercer el raciocinio
público y levantar su voz contra el poder. La opinión pública ha
perdido en diálogo y en debate porque ha quedado desconectada de
la idea de mercado. Las opiniones ya no fluyen libremente de un
lado para otro porque el poder las representa, las controla y las
dirige desde arriba; por ello, cuando se habla de opinión pública,
ésta ha de entenderse más que como un comportamiento, como una
actitud pasiva y aclamadora, supeditada a los fenómenos de
propaganda.
Este acoplamiento de las esferas y concordancia en los
pensamientos pueden estar claros en la teoría, pero no en la
práctica, porque sectores importantes de la población pueden seguir
caminos distintos y/u opuestos a los deseados desde el poder. Si
esto fuera así, la opinión pública recobraría su sentido original de
crítica o contestación al poder desde la esfera de la sociedad civil,
con la consiguiente crisis y reajuste de la sociedad.

4. LA OPINIÓN PÚBLICA COMO CONCEPCIÓN


INTERDISCIPLINAR
I. LA OPINIÓN PÚBLICA COMO CONCEPTO POLÍTICO.
APORTACIÓN DE LAS CIENCIAS JURÍDICO-POLÍTICAS

La opinión pública, en sus orígenes, surge como un concepto


político y racional que pretende representar, a través del orden
natural, él peso del pueblo en las tareas de gobierno y el liberalismo
democrático, después, la entenderá como una pieza clave del
Régimen de Opinión. Con la Revolución francesa la opinión pública
sale de los salones y los clubes a la calle, encontrará su mejor medio
de expresión en la prensa, los políticos apelarán constantemente a
ella y los teóricos de la ciencia política tratarán de explicar su
naturaleza, funciones, articulación y fuerza en la nueva sociedad.
Las leyes y constituciones, sin embargo, contarán con ella sólo como
referente, pero nunca la citarán explícitamente en su articulado.
A medida que se va desarrollando el sistema democrático, se
reconoce la soberanía popular y se va aceptando el sistema de
representación parlamentaria, la opinión pública aparece como el
referente obligado que legitima y controla el poder. No constituye un
poder, dirá Bluntschli, porque le falta ubicación y los órganos
correspondientes, pero sí una fuerza política a la que los
gobernantes deben atender, escuchar y orientar1.
Ya hemos visto en apartados anteriores la atención que prestan a
la opinión pública teóricos del pensamiento político como J. Stuart
Mili, A. de Tocqueville o los doctrinarios, pero debemos pensar,
especialmente, en todos aquellos políticos y juristas que intentan
hacer posible desde principios del siglo xix el funcionamiento del
sistema democrático. La elaboración de constituciones, la prepara-
ción de leyes electorales, el reconocimiento de libertades como la de
opinión e información y la práctica electoral no son sino la expresión
del régimen de opinión y la aceptación del poder de la opinión
pública en la vida política. El público a partir de ahora es poderoso y
el fundamento del derecho a gobernar habrá de contar con el
consentimiento de los gobernados. A lo largo del siglo xix —dice V
O. Key— «las luchas por la expansión del sufragio y el gobierno
parlamentario suscitaron la creación de instituciones de acuerdo con
la creencia de que el pueblo de algún modo tenía que participar en
las grandes decisiones del Estado y, por tanto, tenía que gobernar.
Esta imagen idílica del «gobierno mediante la opinión pública»
hizo posible el desarrollo de la democracia, pero finalizando el siglo y
prolongando este periodo hasta los años veinte, nuevas perspectivas
y teorías (como veremos más adelante) destruirán la imagen utópica
del poder de la razón y la razón del pueblo en la conducción de los
asuntos públicos: «La imagen de la opinión pública —concluye V. O.
Key— como un gigante irresistible (cede) ante la imagen de los todo-
poderosos manipuladores de la opinión, ingenieros del
consentimiento y forjadores de la opinión pública»3. Los ataques al
sistema democrático y el descubrimiento de nuevas dimensiones
psicológicas en el comportamiento del hombre harán cambiar el
concepto de opinión pública y otras ciencias distintas a las jurídico-
políticas (sociología, psicología social y ciencias de la comunicación,
principalmente) retomarán la explicación de la opinión pública.
A lo largo del siglo xix (y, también, por supuesto, a lo largo del
siglo xx) el tema de la opinión pública será tratado principalmente
desde la Teoría del Estado, el Derecho Constitucional o el Derecho
Político, incluyendo entre sus temas preferidos, los apartados
siguientes:
—La opinión pública es considerada como expresión de la
soberanía popular y como legitimación del sistema democrático y,
aunque a veces algunos apelen a ella (junto a la prensa) como un
poder especial (el cuarto poder), la opinión más generalizada la
entenderá como una fuerza política que vigila y controla todo lo que
acontece en torno a la cosa pública, desde la actuación de
gobernantes y representantes del pueblo hasta el respeto por los
bienes, los derechos y las libertades públicas. La opinión pública se
constituye así en tribunal de la vida pública y se erige en elemento
de equilibrio dentro del juego de poderes.
—Es corriente en estos años considerar la opinión pública en
relación estrecha con la ley y el derecho, con la conciencia y el
espíritu nacional o simplemente como expresión de la voluntad
mayoritaria. La ley —dirán— debe correr pareja y ser expresión del
sentir mayoritario de la población y la opinión pública debe ser un
elemento fundamental que ayude a fortalecer la conciencia nacional.
De ahí la necesidad de educar y orientar la opinión pública desde
cualquier instancia del poder.
—Y, aunque el término no quede recogido en las leyes por
entender que es un concepto vago y ambiguo, la mayoría de los
autores intentarán ver en el sufragio la articulación formal de la
opinión pública. En las elecciones, referéndums o plebiscitos no sólo
queda relegada la voluntad política del pueblo. sino las corrientes de
opinión más importantes de la sociedad. Por ello, muchos serán los
que consideren el sufragio, en general, y el referéndum, en
particular, como una de las formas más claras de expresión de la
opinión pública.
— Siguiendo con la representación formal de la opinión
pública, las elecciones nos llevarán a la representación
parlamentaria. El Parlamento, como lugar que reúne las voluntades y
pareceres más importantes de la población, se convertirá en el foro
ideal para el debate y la confrontación pública. Quien habla, ya no
hablará en nombre propio, sino representando una parte importante
de la población, su opinión se convertirá en pública porque los temas
de discusión se orientarán hacia el interés general, porque intentarán
representar a una parte de la población y porque los ciudadanos
estarán en el derecho de conocer todo lo que allí se expone a
debate. Por ello, desde principios del siglo xix, se reivindicará como
uno de los derechos importantes del sistema democrático la
publicidad de las sesiones parlamentarias.
— El concepto de opinión pública como opinión de
ciudadanos libres, informados y responsables, sin embargo, se irá
transformando según avanza el siglo en opinión de masas incultas,
irracionales e irresponsables hasta convertirse en el primer tercio del
siglo xx en objeto de manipulación y control bajo el efecto de la
propaganda. Ciertas aportaciones de las corrientes instrutivistas,
serán aprovechadas por algunos para corregir el desarrollo
democrático y volver a una concepción vertical, elitista y autoritaria
de la sociedad, explicando la opinión pública como un efecto de las
técnicas de persuasión. Todos los sistemas políticos de signo
autoritario y dictatorial que nacen en el siglo xx entenderán la opinión
pública como un objeto expuesto al control de la propaganda.
- Finalmente, la mayor parte de los escritos políticos que hablan
de opinión pública en estos años, suelen desarrollar temas
relacionados con su naturaleza y concepto, hacer consideraciones
filosófico-políticas sobre la misma (tiranía de la opinión pública,
irracionalidad, educación, etc.) o desarrollar temas concretos como
el gobierno de la opinión pública, proceso y elementos que
intervienen en su formación, organización, ámbitos donde actúa y
representación, órganos de expresión (especialmente, sufragio,
partidos políticos y prensa) y papel de la opinión pública dentro del
pluralismo y la unidad del Estado democrático.

Entre los primeros tratadistas que escriben sobre la opinión


pública se encuentran los alemanes Cari von (iesdorf y Franz von
HoltzcndorfT El primero de ellos publica en 1846 el libro Über den
Begrijj unddas Wessen der óffenüichen Meinung. donde desarrolla la
evolución, el concepto y las relaciones de la opinión pública con el
derecho y el concepto de soberanía. Von Holtzendorf, unas décadas
después (187°). siguiendo la tradición clásica y el pensamiento de
autores como Hegel, Scháffle y Bluntschli publicará Wessen und
Werth der óffenüichen Meinung, donde, por un lado, sigue la línea
clásica liberal que relaciona la opinión pública con conceptos como
los de soberanía y espíritu nacional, mientras
que, por otro, trata de contemplar la opinión desde una
perspectiva más amplia e interdisciplinar (desde la ciencia política, el
derecho, la historia y la sociología). En este sentido, siguiendo a
Scháffle (que unos años antes había descrito la opinión pública
como una «informe reacción de la masa»), Von Holtzendorff subra-
yará hasta qué punto los cambios que se están produciendo en la
sociedad hacen que la opinión común prescinda «tanto de una firme
recepción de la herencia histórica [...] como de aquella
verdaderamente vigorosa y eficaz elaboración intelectual de los
grandes hombres que creían en principios y eran capaces de sacri-
ficarlo todo a ellos. Lo que hace cien años —continúa Von
Holtzendorff— era, según el parecer de los coetáneos, el único
principio obligatorio en la sociedad (la opinión pública) se ha
convertido con el curso del tiempo en una consigna gracias a la cual
la masa cómoda e intelectual mente desidiosa ha tenido el pretexto
para sustraerse al propio trabajo intelectual»4.
En Gran Bretaña hay que destacar en este siglo a G. C. Lewis y a
G. C. Thompson. El primero, en su obra Essay on the injluence of
Authority in maiters of Opinión y siguiendo los pasos de Bentham.
subrayará el papel que desempeña la prensa en la formación y
expresión de la opinión pública, mientras que el segundo, en Public
Opinión and Lord Beaconsfield (1875-1880), analizará la «cuestión
de oriente» —que enfrentaba a los imperios otomano y zarista- -
desde el punto de vista de la opinión pública británica y del gobierno.
Thompson intenta destacar en esta obra dos aspectos que seguían y
siguen preocupando en las sociedades democráticas; aparte de
rechazar la idea de una opinión pública uniforme c indivisible, dis-
tingue, por un lado, entre una opinión pública minoritaria,
fundamentada y razonada, propia de personas ilustres y cultas, de
aquella opinión superficial e irracional que domina en las masas y,
por otro, se pregunta si un gobierno elegido democráticamente
puede y debe actuar en algunas ocasiones contra el sentir
mayoritario de la población. «El problema normativo que ocupa la
atención del autor —dice P. F Lazarsfeld— es si un gobierno, aun
teniendo el apoyo de la mayoría de su propio partido en el
Parlamento, debe renunciar cuando hay señales inconfundibles de
que la población en general no está de acuerdo con su política. En
los 1880 ésta no era todavía la tradición británica; probablemente lo
seria hoy en día»5.
El mayor exponente del «gobierno por la opinión pública» se
encuentra en el irlandés James Brycc, quien en su obra The
American Commonwealth, además de constituir una de las
aportaciones más importantes a la opinión pública dentro de la
tradición clásica, describe y alaba, tal como lo hiciera A. de
Tocqueville medio siglo antes, el sistema democrático de los Estados
Unidos como el prototipo del régimen de opinión. «La ficción
norteamericana de un "gobierno por la opinión pública — dice H.
Heller— supone una uniformidad y capacidad de obrar de la public
opinión que sólo puede concebirse si se admite la ficción demoliberal
de una voluntad del pueblo que se forma a sí misma sin intervención
del elemento autoritario. El gran teórico y práctico de la política,
James Bryce, se atreve a sostener que la opinión pública en
Alemania, Italia, Francia e Inglaterra no es, en sustancia, más que la
de las clases dominantes, mientras que en los Estados Unidos es la
opinión de toda la nación con sólo una exigua diferencia de clases.
[...] Para Bryce continúa Heller— la opinión pública está por encima
de todos, incluso de los supremos conductores del Estado, «como la
gran fuente de poder, como la señora de sus servidores, que
tiemblan ante ella».
En Estados Unidos, además del poder legislativo, ejecutivo y
judicial se encuentra el poder de la opinión que, independientemente
del gobierno, actúa como sistema de equilibrio y control. En la
opinión pública se pueden distinguir tres esta-dios do desarrollo:
aquel, propio de la sociedades autoritarias, en que la opinión pública
se define por su pasividad, aquel que se caracteriza por el conflicto y
el enfrentamiento entre los dirigentes y la opinión pública naciente, y
aquel en que el pueblo y su opinión domina todos los ámbitos
públicos. En Estados Unidos el que domina es el tercero. La doctrina
del gobierno por la opinión pública, perfectamente recogida en el
libro de J. Bryce —concluye H. Heller— viene a ser «una variante de
la concepción demoliberal que relativida el Estado al pueblo, otra de
las formas que presenta aquella ficción de un gobierno por una
voluntad del pueblo que no se halla organizada ni representada y
que carece de una formación autoritaria. Al modo como, en aquella
concepción, se supone que el pueblo es una unidad y.
desconociendo la legalidad peculiar de lo político, se le identifica con
la unidad estatal, atribuyéndose aquí, ficticiamente, a la opinión
pública una unidad y una capacidad de obrar que en realidad no
tiene».
Es en la parte IV del capítulo II donde desarrolla el concepto y la
naturaleza de la opinión pública, su gobierno, el proceso y los
elementos que intervienen en su formación, los órganos de la
opinión pública, el papel de la prensa, las reuniones, los partidos y
las elecciones, la acción de la opinión pública, el papel de las clases
sociales en su formación y otros muchos temas que explican el
desarrollo de la opinión pública en un régimen de opinión. Como dice
F. G. Wilson en su artículo «James Bryce on Public Opinión», The
American Commonwealth marca la pauta de los estudios de opinión
pública hasta los años veinte*.
En Bryce empiezan a estar presentes algunos de los temas
defendidos por los psicólogos de las multitudes, como los
relacionados con el papel activo de los lideres en la creación de
ideas o la pasividad y seguimiento de las masas en los temas de
opinión. En obras posteriores, aunque de menor importancia, como
Modern Democracies (1921) e International Relations (1922), seguirá
escribiendo sobre la opinión pública, destacando el papel de los
partidos políticos, la educación de la opinión pública y la importancia
que va adquiriendo la propaganda. Cuando se refiere a la prensa por
estos años la contemplará no como espejo de la opinión pública,
sino como órgano de propaganda9.
Otra de las aportaciones clásicas importantes, se encuentra en la
obra del también irlandés A. V Dicey Lectores on the relation
between law andpubhc opinión in England during o/Nineteenth
Century, publicada en 1905. En este libro intenta describir los
cambios producidos en Inglaterra entre 1840 y 1880, destacando las
transformaciones sociales y legales de una sociedad liberal (de
laissez-faire) a otra de orientación «colectivista o socialista», que él
reprueba. No sólo le interesa destacar las características, formación
y cambio de opinión, sino, sobre todo, el influjo recíproco entre
opinión pública, ley y vida política. Una de estas características,
comprobadas años más tarde por investigaciones empíricas
realizadas en Estados Unidos, se refiere a la «reacción de
respuesta» o feed-back entre la ley y la opinión: «las leyes fomentan
o crean opiniones», porque «la mayor parte de las personas están
muy inseguras sobre su propia opinión, de tal modo que cuando una
ley es promulgada su principio básico obtiene prestigio del simple
hecho de haber sido reconocido por el Parlamento»10.
A. L. Lowell constituye otro de los clásicos en materia de opinión
pública, a través de las ideas expuestas en sus obras Public Opinión
and Popular Government (1913) y Public Opinión in War and Peace
(1923). En la primera de ellas, en cierto modo, relaciona el punto de
vista de la corriente elitista sobre la opinión pública con las
aportaciones más recientes de la investigación empírica (Converse,
por ejemplo), al destacar la importancia de la información y la
fundamentación de las opiniones. Lowell se propone investigar cuál
es o qué debe entenderse por opinión pública «cierta» y
«verdadera», aportando los siguientes criterios para aclarar esta
cuestión: a) sólo debe tomarse en consideración como opinión
pública las opiniones de aquellas personas que reflexionan, razonan
o discuten seriamente sobre un tema; b) no se deben incluir las
elecciones y los referendums entre las formas de expresión de la
opinión pública, porque en las primeras no se tocan problemas deter-
minados y, en ambas, no sabemos si participan las personas
adecuadas e informadas; y c) ciertos tópicos, como los religiosos, al
no ser objeto de legislación, también deben desterrarse de una
opinión pública «verdadera»". La opinión pública se refiere a las
ideas y deseos relacionados con la legislación mantenidos por aque-
lla parte de la población que en un momento dado se integran de
una manera efectiva en la vida pública. En la segunda de las obras
contempla la opinión pública en la sociedad actual, destacando la
importancia de las actitudes y el papel que desempeñan los partidos
políticos en su formación y representación.
Un tema que ocupará gran parte de la teoría jurídico-política del
siglo xix y que se extenderá hasta el día de hoy, es el de la
representación. El régimen de opinión debe articular y canalizar las
opiniones y voluntades de los ciudadanos para hacer factible el
principio de soberanía popular y esto será posible, principalmente,
gracias a la aparición (en torno a los años treinta del siglo xix) y
actuación de los partidos políticos y a la puesta en práctica del
sistema electoral.
La historia del sufragio recorrerá un largo camino hasta conseguir
que sea universal y la prueba de esta evolución la encontramos en
las innumerables leyes electorales que se han elaborado en los
distintos países democráticos hasta llegar a la situación actual. Las
principales formas de sufragio utilizadas pasan por el sufragio
indirecto, el censuario, el universal masculino y el sufragio universal.
El principio que domina en los primeros momentos de las
democracias parlamentarias y representativas es el mayoritario,
aunque la idea ya venía practicándose desde la antigüedad: en la
polis griega, por ejemplo, la democracia iba unida al principio de
igualdad y a la regla de la mayoría; en la república romana, seguía
manteniéndose en las votaciones el principio de la mayoría y en la
Edad Media eran los principios de la mayoría y la calidad (maior et
saniorpars) los que primaban en las decisiones electorales. Con el
sistema mayoritario también se alinearán, más adelante, Rousseau y
Locke, mientras que Montesquieu y Stuart Mili (especialmente, en
Consideration on Representative Government) manifestarán críticas
importantes.
El principio proporcional se remonta, como dice D. Nohlcn, al siglo
xvm y a la filosofia de la Ilustración. La idea de que el representante
debia representar la mayor parte de las corrientes de opinión ya fue
expuesta por De Borda y Con-dorcet, pero será Mirabeau quien
formule la primera teoría del reflejo de la representación política:
«Los estados son para la nación —dirá— lo mismo que un mapa a
escala reducida para toda su extensión física, parcial o total; la copia
ha de tener siempre las mismas proporciones que el original»12.
Será, sin embargo, Víctor Consideran quien mejor exponga a
mediados del siglo xix las ideas sobre el sistema proporcional al
defender que si una asamblea parlamentaria quiere realmente
representar a todo su electorado, cada opinión ha de encontrarse
representada en relación proporcional a su influencia en el cuerpo
electoral. Sin embargo, este autor hará la matización de que, dentro
del Parlamento, las decisiones que se tomen se harán siguiendo el
principio mayoritario.
Aunque las enseñanzas de Consideran cayeron en el olvido, otros
autores seguirán desarrollando el tema, como T. GUpin, en On the
Representen ion o/Mino-rities of FAectors Act with the Majority in
Elect Assemblies (1844), las importantes aportaciones de T. Haré en
su obra Treatise on the Election of Representative, Parlamientary
and Municipal (1859), las de W. Bagehot y O. von Gierke y las dé los
matemáticos V D'Hondt y E. Hagenbach-Bischoff. Según avanza el
siglo xx y se extiende la idea de representación, van apareciendo
nuevas formas, recogidas en los tratados como principios y sistemas
mixtos de representación13.
Finalmente, destacar, además de los análisis históricos sobre la
opinión pública realizados por \V. Bauer en sus obras Die offenüiche
Meinung und ihre ges-chichtlichen Grundlagen (1914) y Die
Óffentliche Meinung in Weltgeschichte (1930), las obras de M. Y.
Oslrogorski la democratie et l 'organisation des partís potitiques
(1902 y 1912) y de R. Michels Zur Soziologie des Parteinwessens in
der modernen Demokratie (1911).
El nacimiento de los partidos políticos suele situarse entre los
últimos años del siglo xvm y el primer tercio del siglo XIX, aunque
propiamente hablando habría que situarlos en lomo a los años treinta
del último siglo citado14. Los antecedentes, tal como describe G.
Sartori en su obra Partidos y sistemas de Partidos, I (v.o. 1976), se
remontan a Maquiavelo, Montesquieu, Rousseau, Bolingbroke,
Hume y Burke. Hume, en su obra OfParties in General (1742), nos
dará una clasificación tipológica de los mismos, pero será Burke
quien mejor defina, diferencie (del concepto negativo de secta) y
describa qué debe ser un partido político. La Revolución francesa,
por el contrario, borrará cualquier referencia a los partidos (por
entenderlos como sinónimos de sectas y contrarios al espíritu
unitario de la revolución) y los padres fundadores del nuevo Estado
en el norte de América (tal como queda recogido en el número 10 de
El Federalista) también mantendrán recelos por su relación con los
aspectos más negativos de las sectas. Será Jefferson, sin embargo,
uno de los primeros en captar la idea y fundar el primer piulido en
sentido moderno.
A lo largo del siglo xix (especialmente, desde la Reform Act de
1832), serán muchos los autores que hablen de partidos, aunque sin
prestarles la atención que merecían. A. de Tocqueville, J. Stuart Mili,
W. Bagehot o el mismo J. Bryce, son algunos ejemplos. En este
sentido habrá que esperar a los comienzos del siglo xx para que se
profundice en su estudio y se reconozca el papel que desempeñan
en la sociedad. Entre los autores más importantes hay que citar a G.
Mosca y W. Pare-to, pero, sobre todo, a M. Ostrogorski y R. Michels
c, incluso, a M. Weber.
Gaetano Mosca, en Elementos de la Ciencia Política (1896 y
1923) presta una atención especial a la formación y organización de
la «clase política», mientras que W. Pareto, en diferentes artículos y
obras, desarrollará el tema de las élites, la
clase política y las oligarquías. Serán, sin embargo, M.
Ostrogorski y R. Michels quienes desarrollen con mayor profundidad
y dedicación el tema de los partidos. Ostrogorski, en La democratie
et l'organisation des partís pal'¿tiques (donde describe los sistemas
de partidos de Estados Unidos y Gran Bretaña), rechaza su
institucionalización y denuncia el carácter oligárquico y
antidemocrático de los mismos. A lo largo de su obra, realiza
innumerables referencias sobre la opinión pública, a la que entiende
en un sentido clásico y muy próximo a las descripciones que realizan
Tocqueville y Stuart Mili. Se refiere, por ejemplo, a la tiranía de la
opinión pública y al despotismo del gobierno de opinión, al tiempo
que constata las dificultades y la valentía en un sistema democrático
para mantener opiniones discrepantes. Para Ostrogorski, los
gobiernos democráticos sólo son posibles cuando todas las
opiniones encuentran la misma libertad para ser expresadas y las
oportunidades necesarias para establecer un debate razonado.
Cuando las opiniones sólo valen para ser contadas y formar un
gobierno respaldado por la mayoría, el gobierno de opinión
resultante estará muy próximo a los gobiernos de signo autoritario.
El interés principal de R. Michels, aunque tiene puntos en común
con Ostrogorski, se centra en el análisis y descripción del
funcionamiento de las organizaciones y el papel de las élites en las
sociedades democráticas. Aunque no habla directamente de la
opinión pública, participa plenamente de la mentalidad de los
psicólogos de las multitudes y los teóricos de la sociedad de masas.
Son muchas las ocasiones, pero especialmente en los capítulos que
describen las causas psicológicas del liderazgo en las
organizaciones democráticas, donde expone su teoría de las élites,
el papel dirigente de las minorías, la indiferencia de las masas sobre
los asuntos públicos, la necesidad de guías y de gratitud hacia los
mismos y las tendencias autocráticas de los lideres. La opinión
pública, como fenómeno de masas, naturalmente estará expuesta a
la acción y dirección que impongan los líderes en una sociedad. Éste
es el ejemplo del uso de la prensa para controlar la opinión pública,
especialmente cuando el líder se oculta en el periodismo anónimo".
Finalmente, decir que M. Weber en diferentes escritos, pero
especialmente en Parlamento y gobierno (1918), Economía y
sociedad (1922) y La política como vocación, realiza uno de los
primeros análisis sociológicos sobre los partidos.

II. EL ESTUDIO DE LA OPINIÓN PÚBLICA DESDE LA


SOCIOLOGÍA
Dejando a un lado la contribución marxista, las primeras
referencias sociológicas al estudio de la opinión pública debemos
situarlas en los últimos años del siglo xix. citando entre las primeras
aportaciones las recogidas en la obra de Ferdinand Tónnies,
Gemeinschaft und Gesellschaft, publicada en 1887. La exposición
que se hace de la opinión pública en esta obra será recogida y
ampliada más larde por el mismo autor en otra de las obras clásicas
de la opinión pública, Krilik der óffenüichen Meinung, publicada en
1922.
En la primera de las obras citadas, relaciona la opinión pública
con las formas de voluntad de la asociación IGesellsthaft) I a opinión
pública dice «establece normas generalmente válidas, no basándose
en la fe ciega, sino en la clara penetración, en la rectitud de las
doctrinas propuestas mediante ella. En tendencia y forma es una
opinión científica y elaborada. SÍ se forma con vistas a todos los
posibles problemas que pueden interesar al pensamiento humano,
se dirige en primer lugar hacia la vida y la relación de la asociación
con el Estado»16. Es una opinión pública ilustrada que, aunque en
principio pueda ocuparse de todos los asuntos, su orientación
principal se dirige hacia aquellos temas que relacionan la asociación
con el Estado. Se interesa, por ejemplo, de los temas económicos,
de las acciones (y opiniones) correctas y buenas obras y se ocupa,
de una manera especial, de los temas políticos. Es tan fuerte su
influencia que el Estado depende de ella en la elaboración de sus
leyes y de la política interior y exterior'*.
Es tan importante, que todos están interesados en tenerla de su
lado y si es posible, llegar a su manipulación. Los partidos políticos,
por ejemplo, se ven obligados a procurar que su opinión sea la
opinión pública o, al menos, parecerlo y «el Estado o el gobierno, es
decir, el partido que representa el poder soberano (persona) o ejerza
la mayor influencia sobre él, está igualmente interesado en «fabri-
can) y «amoldan) la opinión pública, así como en determinarla y
cambiarla»'*. Es tan grande su influencia y su fuerza moral que,
unida a la prensa, constituye uno de los poderes más fuertes del
mundo: La prensa —dice Tónnics— se constituye en «el instrumento
(órgano) real de la opinión pública, arma y herramienta en manos de
aquellos que saben cómo usarla y que tienen que asarla; posee
fuerza universal en tanto que critica temible de los hechos y cambios
de índole social. Es comparable, y en algunos casos superior al
poder material que poseen los Estados en virtud de sus ejércitos,
sus tesoros públicos y su servicio civil burocrático»19.
En Kritik der Óffenüichen Meinung sigue considerando la opinión
pública como una de las formas voluntaristas de la Geselhchaft,
distinguiendo entre una opinión pública entendida como
conglomerado de sentimientos, deseos e intenciones múltiples, de
aquella otra que se manifiesta como potencia unitaria y es expresión
de la voluntad común; entre una opinión pública con alcance
histórico, de aquella otra que carece de valor social y político alguno.
En esta extensa obra se desarrollan y resumen las líneas más
importantes de la tradición clásica y se esbozan algunos temas que
con el tiempo pasarán a recibir una atención especial. Se hablará,
por ejemplo, del concepto y la naturaleza de la opinión pública; de
las diferencias entre opinión, opiniones, voluntad común y opinión
pública; del público y la propaganda; de las noticias y el papel de la
información; de la vida pública y los partidos políticos; del poder y la
lucha política; de las relaciones entre la opinión pública y conceptos
como la religión, la tradición o el derecho; hará una exposición y
crítica de aquellos autores que han desarrollado el tema de la opi-
nión pública en Norteamérica, Inglaterra, Francia y Alemania, y
finalizará con una referencia a algunos problemas especiales que
preocupan a la opinión pública de su tiempo, como es el lema de la
Primera Guerra Mundial.
R. E. Park, en su tesis doctoral Die Masse und die Pubhkum
(1904) (y traducida al ingles en 1972, bajo el título Tfie Crowd and
the Public and Oiher Essays), expone su pensamiento sobre la
opinión pública al hablar de los conceptos de masa y público. En
comparación con el primer tipo de grupos (sectas, castas, clases y
otros grupos específicos, como los partidos políticos), tanto a los
individuos que constituyen una masa como a aquellos que forman un
público les falta la tradición común, el control de sus propias
acciones y la conciencia de formar una colectividad permanente: por
contra, la interacción recíproca es fundamental en ellos y, además,
sirven de base para la formación de nuevos grupos. La masa es
acrítica, en ella mandan Jos instintos y está dominada por un
impulso colectivo; en el público, en cambio, predomina la razón. Las
condiciones de acesso a un público son más difíciles que en la
masas, sus miembros son más críticos y se guían por la normas de
la lógica. A veces, por la confusión que suele darse entre público y
masa, puede entenderse por opinión pública el juicio derivado de un
impulso colectivo, controlado y manipulado por la información. Sin
embargo, lo correcto es entender que la opinión pública tiene por
sujeto al público, que se forma desde «la discusión entre individuos
que asumen posiciones distintas» y como algo objetivo y externo que
trasciende a los individuos20.
A. F Bentlcy, en su obra sociopolitica 77ic Process of Government
(1908). además de subrayar la importancia de la opinión pública en
la vida política, destaca el papel que tienen los grupos
(especialmente, los grupos de presión) en la formación de la opinión
pública y la necesidad de medir cuantitativamente los fenómenos de
opinión. Ch. H. Cooley, en Social Organizaron (1909) y Social Pro-
cess (1918), vuelve sobre los temas de la naturaleza de la opinión
pública, su formación y las funciones en una sociedad democrática.
La opinión pública es analizada por este autor desde un punto de
vista orgánico: como un juicio cristalizado o un producto de la
comunicación y de la interacción recíproca y nunca como un
agregado de juicios individuales. Además de cierto grado de
consenso, la opinión pública exige información, discusión y madurez.
Por ello, Cooley distinguirá entre una opinión pública verdadera,
sustentada en juicios minoritarios, atentos, razonables y
fundamentados, de una opinión popular, mayoritaria, inconsistente y
pasajera, basada en impresiones. Esta diferencia de niveles le
llevará a rechazar la idea de una opinión pública entendida como
término medio. La opinión pública es el resultado de un proceso
orgánico y complejo, donde los creadores de opinión y los juicios de
las mentes más ilustres ocupan un lugar fundamental en la creación
del pensamiento colectivo. También, en este sentido, distinguirá
entre opinión pública general y opiniones específicas, propias de los
grupos. Si, por un lado, la opinión general necesita de las
aportaciones de los especialistas para su fortalecimiento y
construcción de las sociedades democráticas, por otro, suele actuar
como control de los individuos, los grupos, los expertos y el
gobierno. La opinión pública, como elemento que contribuye al
desarrollo de la democracia, constituye un todo orgánico y complejo
que integra pareceres distintos (opiniones generales y opiniones
especializadas) y se refuerza con las opiniones de los contrarios.
En el mismo año —1922— en que F. Tónnies publica Kritikder
óffenüichen Meinung, W. Lipprnann también publica Public Opinión,
otra de las obras importantes en la historia de la opinión pública y
que, en cierto modo, marca el final del período clásico. W. Lipprnann,
como veremos más adelante, está inmerso en la nueva perspectiva
de utilizar las investigaciones y conocimientos sobre opinión pública
al servicio de la propaganda (Lipprnann trabajó en los servicios
americanos de propaganda en Europa) y su Public Opinión refleja el
desencanto de la teoría tradicional sobre esta materia. Desarrolla el
concepto de estereotipo y destaca su importancia en el concepto y
formación de la opinión pública. Para Lipprnann, «las imágenes
mentales de (los) seres humanos, las imágenes de ellos mismos, de
los demás, de sus necesidades, propósitos y relaciones, constituyen
sus opiniones públicas. Aquellas imágenes, influidas por grupos de
personas o por individuos que actúan en nombre de grupos,
constituyen la Opinión Pública, con mayúscula»-1. Sin embargo, el
uso de estereotipos dificulta la formación de opiniones inde-
pendientes, críticas y razonadas, porque detrás esconden toda la
fuerza del mundo instintivo e irracional. Además de destacar la
importancia de la prensa y sus relaciones con el poder político, las
influencias de las teorías instintivistas le harán poner en duda los
planteamientos liberales sobre el carácter racional y democrático del
hombre actual.
También, en la década de los años veinte, se publican obras
importantes que desarrollan y relacionan la opinión pública con el
tema de la propaganda. Entre éstas se pueden citar: Cristalíizing
Public Opinión (1923), de E. L. Bernay, donde destaca la importancia
de la publicidad comercial; The Public and its Prohlems (1927), de J.
Dewey, o la conocida obra de Harold D. Lasswcll, Propaganda tech-
ñique in Worid War (1927).
Finalmente, subrayar que también M. WEber, en obras como La
ciudad. Ensayos de sociología contemporánea. Política y ciencia, y
la parte segunda de Economía y sociedad se encuentran referencias
directas a la opinión pública22. En Ensayos, por ejemplo, se habla
de dos formas de entender la opinión pública: «una opinión pública
intelectualmente evolucionada, educada y de libre orientación» y,
otra, entendida como «conducta comunal nacida de "sentimientos"
irracionales» y controlada por los líderes políticos y la prensa". Ideas
parecidas se recogen en Economía y sociedad al hablar de las
formas de dominación, donde contrapone la opinión fundamentada y
crítica de las minorías14 a la llamada «opinión pública» o «gobierno
por la opinión pública»: «No solamente se opone al curso racional de
la justicia y del gobierno —tan frecuentemente y a veces más
fuertemente de lo que podría hacerlo la "justicia ministerial" de un
soberano "absoluto" (toda clase de "justicia popular") que no suele
interesarse por "razones" y "normas" racionales— sino también toda
clase de influencias ejercidas sobre el gobierno por la llamada
"opinión pública", es decir, cuando existe una democracia de masas,
por una acción social brotada de "sentimientos" irracionales
preparados y dirigidos normalmente por los jefes de partido y por la
prensa»". Esto no quita que M. Weber reconozca que la opinión
pública en algún momento haya desempeñado un papel positivo,
como es el caso de «competencia entre familias igualmente
poderosas que se disputan el poder o en épocas de excitación
religiosa»26.
LA sociologia del conocimiento

En Ideología y utopia, Mannheim afirma que la sociología del


conocimiento pretende «analizar la correlación (que existe) entre el
conocimiento y la existencia»27; se ocupa de cualquier tipo de
pensamiento (ideológico, religioso, artístico, cultural, etc.), de su
distribución, origen y condicionamientos y pretende analizar las
relaciones y dependencias entre el conocimiento y la base
existencial que la sustenta.
Aunque Marx y Engels ya habían sentado las bases de esta
disciplina en el siglo xix, al desarrollar el tema de In ideología y sus
relaciones con las estructuras social y económica, habrá que esperar
hasta los años veinte para que un grupo de sociólogos desarrollen,
dentro de la ciencia social, una nueva rama de la sociología que se
dedique a estudiar las formas, contenidos y dinámica del
pensamiento de los grupos humanos28. La sociología del
conocimiento se desarrolla principalmente en Alemania y Francia y,
aunque pueden encontrarse matices distintos (E. Grünwald, T. B.
Bottomore, K. Wolff y R. K. Merton), la mayor parte de los autores
coinciden en destacar como antecedentes inmediatos el historicismo,
el marxismo y la sociología (etnografía) francesa. Entre los franceses
sobresalen las aportaciones de L. Lévi-Bruh y E. Durkhcim sobre las
variaciones mentales que se producen entre diferentes pueblos y
culturas. Mientras que el primero compara la mentalidad primitiva
(impermeable a la experiencia c insensible a la contradicción) con la
mentalidad moderna (inclinada a los conceptos y al uso de la lógica),
el segundo analiza las formas de organización social y su relación
con las categorías del pensamiento29.
La rama alemana, más amplia y fecunda, recibe influencias
importantes de los neokantianos, la izquierda hegeliana y la
fenomenología, destacando entre sus autores más sobresalientes a
M. Scheler y K. Mannheim. La preocupación fundamental de M.
Scheler - -afirman Bcrger y Luckmann— no es tanto desarrollar la
sociología del conocimiento, sino elaborar una antropología filosófica
que le ayude a trascender los obstáculos que plantea el
relativismo53. Será en su ensayo Probleme einer Soziologie des
Wissens (1926) donde exponga las ideas más importantes sobre
esta materia, especialmente las relacionadas con el condicionamien-
to histórico y sociológico de las formas de pensar y la selección de
ideas de entre todas las posibles. K. Mannheim, en cambio, da
mayor sustantividad a esta disciplina y hace aportaciones
importantes a la misma, como queda demostrado en su obra
Ideología y utopía (1929). Conceptos como los de relativismo y
relacionismo, ideología y perspectiva o sus observaciones sobre el
papel de los intelectuales en la sociedad, serán citas obligadas en
estudios posteriores. Las influencias del historicismo y el marxismo
en Mannheim serán notables. En su ensayo sobre el Historicismo
(1924), por ejemplo, «acepta el punto de vista de los autores
historicistas alemanes de que cada periodo histórico posee su propio
estilo de pensamiento y de que todos los estilos de pensamiento son
igualmente válidos». Del marxismo recibirá, entre otras, la
preocupación por el tema de la ideología y los factores de su
condicionamiento.
La sociología del conocimiento se introduce en Estados Unidos
con la traducción al ingles de Ideología y Utopía y autores como R.
K. Merton, A. Child, T. Parsons, C. Wright Mills, W. Stark o P. liergcr
y T. Luckmann trasladarán a la vida intelectual americana las
preocupaciones europeas sobre esta materia. Sin embargo, aunque
se ha seguido trabajando en otras muchas partes sobre el tema, los
avances sobre Mannheim se han caracterizado por su dispersión,
multiplicidad de estudios empíricos, pobreza metodológica y
ausencia de marcos teóricos adecuados.
La Wissenssoziologie (entendida por algunos, como «sociología
burguesa») desde sus comienzos se enfrenta claramente al
marxismo y, en especial, al planteamiento que Marx y Engels habían
hecho sobre la Ideologiekritik. Por ello, para algunos autores como
W. Stark. la doctrina de la ideología se encuentra en los orígenes de
la sociología del conocimiento33.
El término «ideología» fue utilizado por primera vez por Destutl de
Tracy, en 1796, y en pocos años pasará de tener un sentido neutro
(«la doctrina general de las ideas») a tener un contenido negativo.
Napoleón (junto a otros, como Chateaubriand), será uno de los
primeros en utilizar la expresión «ideología» (e «ideólogos») para
atacar y despreciar a todos aquellos pensadores que se oponían a
sus campañas políticas y militares. Ideólogos son aquellas personas
que defienden ideas irrealizables y alejadas de la realidad y este
sentido de falsedad y error será el que recojan y atribuyan Marx y
Engels al concepto de ideología. Sin embargo, como muy bien ha
hecho observar E. 'Irías, en Marx y Engels se cruzan dos pro-
blemáticas distintas: una científico-sociológica (que entiende la
ideología como percepción de las condiciones materiales de vida) y,
otra, filosófico-epistemológica (que contempla la ideología como
sinónimo de error y falsedad). El segundo sentido, que es el que más
sobresale en las obras de Marx, connotaría una valoración negativa
de las distintas formas de conciencia, equivaldría a error o
conocimiento falso y se opondría al conocimiento científico.
Marxistas posteriores, como Gramsci y Althusser, seguirán con el
tema de la ideología, aunque introducirán alguna variante. Gramsci,
por ejemplo, entiende la sociedad civil como parte de la
superestructura, destacando la influencia que ejercen las clases
dominantes, no tanto desde el Estado, sino desde el control que
ejercen sobre ciertas instituciones. Esta misma idea, pero con mayor
precisión, la desarrollará Althusser cuando analiza la permanencia y
el retuerzo del sistema y la clase dominante a través del control y
uso de los aparatos ideológicos del Estado (el religioso, el educativo,
el familiar, el jurídico, el político, el sindical, el informativo y el
cultural).
Con Mannheim se recupera de nuevo el sentido neutro de
ideología y a lo largo del capítulo segundo de Ideología y utopía
hablará de distintos tipos de ideología, distinguiendo, por ejemplo,
entre ideología particular e ideología total, entre ideología especial e
ideología general'5. La primera se refiere a una parte del pensa-
miento del adversario; la segunda, a la totalidad del pensamiento del
adversario; la especial se centra en el pensamiento socialmente
condicionado del adversario y, la general, considera condicionado
todo, incluso el pensamiento propio. «Con el concepto general de
ideología —dicen Berger y Luckmann— se alcanza el nivel de la
sociología del conocimiento, la comprensión de que no hay
pensamiento humano [...] que este inmune a las influencias
ideologizantes de su contexto social»16, es decir, el concepto de
ideología general nos acerca a un panideologismo: todas las formas
de pensamiento de todos los grupos humanos a lo largo de la
historia poseen un carácter ideológico.
Estas connotaciones negativas de la palabra «ideología» y el
intento de superar el callejón sin salida del relativismo, serán los que
le lleven a cambiar el término «ideología» por el de «perspectiva» y
el de «relativismo», por el de «relacionismo». Mannheim pondrá un
empeño especial en analizar las diferentes formas de pensamiento y
sus relaciones con la sociedad, pero, sobre todo, en explicar el valor
y la verdad del pensamiento condicionado, es decir, el problema
epistemológico. Para llegar al conocimiento objetivo, dirá, no vale
apoyarse en un solo criterio —como el criterio económico (Marx) o la
perspectiva de la clase ascendente (Lukács)—, sino en varios, como
la acumulación de perspectivas, la perspectiva más reciente y/o el
papel que desempeñan los intelectuales (la intelligentsia) en la
sociedad17. El papel que daba Marx al proletariado para acceder al
pensamiento social sin deformaciones, lo cumplen en Mannheim los
«intelectuales social-mente independentes». La posición privilegiada
que ocupan en la estructura social, su desde Sarniento y pasión por
la verdad, les permitirá superar el relativismo y conseguir la
perspectiva más completa y objetiva de todo lo que acontece en la
historia y la sociedad. Sin embargo, como ya hizo observar R. K.
Merton en 1949 (y las críticas han continuado hasta el día de hoy),
IC Mannheim planteó una serie de antinomias que no supo
resolver'5, por lo que sería oportuno trasladar el problema
epistemológico a otras disciplinas, como la filosofía de la ciencia o la
teoría del conocimiento.
R. K. Merton y J. J. Maquel han ofrecido dos paradigmas para
analizar los puntos más importantes de la sociología del
conocimiento y que, comparando, al final se pueden resumir en tres:
a) tipos y grado de pensamiento condicionado, b) elementos o
factores relativos a la base existencial que condiciona el
pensamiento y c) relaciones entre pensamiento y base existencial.
Merton extiende el análisis de los tres pimíos citados a autores como
C. Marx y F. Engels, M. Scheler, K. Mannheim, E. Durkhcim y P.
Sorokin y que, aunque en algunos aspectos mantengan puntos
comunes, en otros se marcan las diferencias39. Marx y Engels, en
líneas generales, afirman que todo pensamiento está condicionado y
que este condicionamiento no es sino un reflejo de la estructura
económica. M. Scheler también sostiene que todo pensamiento está
condicionado, aunque en grado muy diverso, y ofrece una serie de
teorías para explicar las relaciones mutuas entre pensamiento y
base existencial. K. Mannheim, aunque en gran parte se muestra
seguidor de la línea de Marx, mantiene posiciones más moderadas
ampliando la base existencial a otros grupos, además del de la clase
social. E. Durkheim subraya la importancia del grupo y el origen
social de las categorías y P. Sorokin, cayendo en cierto modo en una
tautología y emanacionismo, nos habla de ciertas mentalidades
culnirales (ideativa, sensitiva e idealista) como origen de los distintos
modos de pensamiento.
La sociología del conocimiento a partir de los años cuarenta en
algunos aspectos (como el epistemológico) se bloquea, en otros
amplía su campo de estudio a otras áreas, también se hace más
empírica y especializada y andando los años, algunos, ante tanta
dispersión, hablarán de su disolución. Esto no obsta para que,
aunque ciertos estudios no hagan ninguna referencia a la sociología
del conocimiento o se realicen como parcelas separadas c
independientes, se siga investigando en campos tan importantes
como la sociología de la ciencia y los intelectuales, sociología de las
ideologías y todas aquellas sociologías que se adjetivan de cultura,
comunicación, educación o religión. En este sentido, ante el intento
de algunos autores por mantener viva esta disciplina y por su
relación con los temas de opinión pública, debemos hacer mención a
las aportaciones de A. Schutz, P. Berger y T. Luckmann, y a las
anteriores de R. K. Merton.
R. K. Merton, como hemos apuntado anteriormente, pertenece al
grupo de intelectuales que introducen en los Estados Unidos los
planteamientos de la sociología del conocimiento europea, tal como
queda recogido en su libro Teoría y estructura sociales (1949). Ya,
en su ensayo sobre La sociología del conocimiento, de 1937, este
autor era partidario de la supresión de la cuestión epistemológica y
aconsejaba una vuelta a los hechos, a lo empírico, para lograr el
consenso y comprender las complejas relaciones entre pensamiento
y sociedad40. En la «Introducción» a la parte dedicada a «La
sociología del conocimiento y las comunicaciones para las masas»,
después de hacer un análisis comparativo entre los estudios
europeos y americanos'11, llega a la conclusión de que la sociología
de las comunicaciones no es sino la variante americana de la
sociología del conocimiento europea. Aunque ambas escuelas sigan
orientaciones diferentes en sus métodos, contenidos y objetivos y la
americana preste mayor atención a la cultura popular, a la estructura
de las opiniones y a las influencias de los medios sobre el público y
la opinión pública, la investigación americana sobre los medios y sus
efectos nunca será sino una variante más de la sociología del
conocimiento.
A. Schutz y, después, P. Berger y T. Luckmann retoman el tema
de la sociología del conocimiento, pero centrando su objetivo no
tanto en el conocimiento intelectual o las grandes ideologías, sino en
el «pensamiento de la vida cotidiana» o del «sentido común». Con
estos tres autores la sociología del conocimiento se encuentra
directamente con la opinión pública, al ser ésta uno de los
pensamientos cotidianos más activos de la sociedad actual. Según
Schutz, la sociología del conocimiento no debería centrarse tanto en
la determinación social del pensamiento, sino en el estudio de su
distribución.
En cuanto a R Berger y T. Luckmann, aunque desarrollan el tema
en otros trabajos conjuntos y por separado, la aportación más
importante a la sociología del conocimiento se encuentra en su obra
colectiva The Social Construction o/Rea-liiy: A Treatise in the
Sociology of Knowledge (traducido al castellano, como La
construcción social de la realidad, 1968). En esta obra profundizan
en los planteamientos iniciados por Schutz y aplican su modelo
teórico de sociología del conocimiento a la sociología de la religión.
La sociología del conocimiento, en primer lugar, debe analizar los
procesos por los cuales la realidad se construye socialmente*2. es
decir, debe analizar la relación dialéctica entre individuo y sociedad a
través de los procesos de externalización, objetivación c
internalización. Y, en segundo lugar, debe ocuparse de los
siguientes puntos: abandonar los problemas epistemológicos y
metodológicos, actuar como una ciencia empírica, centrar sus
análisis en el pensamiento de la vida cotidiana, constatar
empíricamente las variaciones que se producen en las distintas
formas de pensamiento y, finalmente, debe ocuparse del análisis de
la construcción social de la realidad.
La sociología del conocimiento, en la línea iniciada por el
liberalismo, contempla la opinión pública como una forma de
pensamiento: aquel pensamiento colectivo, cotidiano y conflictivo,
expresado públicamente y fuertemente condicionado por la
estructura social. La sociología clásica del conocimiento apenas si
trataba directamente el tema de la opinión pública y, si hablaba de
ella, era por que desarrollaba temas políticos o hablaba de las
masas, las ideologías y la acción de los líderes. No debemos olvidar
que M. Scheler y K. Mannheim también fueron creadores de la teoría
de la sociedad de masas. Los temores de principios del siglo XTX
sobre la «tiranía de las masas» o el «yugo de la opinión pública» se
extenderán por todo el siglo y serán sistematizados posteriormente
por los teóricos de este tipo de sociedad. Como hemos dicho en otro
lugar44, la opinión pública será considerada como una forma de
pensamiento propia de las masas, con escaso rigor intelectual y
fuertemente condicionada por los impulsos colectivos o la acción de
sus líderes. Entre las distintas formas de pensamiento, la opinión
pública ocupará uno de los últimos lugares y estará entre las más
condicionadas.
Si analizamos la sociología del conocimiento desde la perspectiva
americana, ésta nos llevará directamente al estudio de los medios de
comunicación y sus efectos, tal como apuntaba Merton a finales de
los años cuarenta. Aunque a este apartado dedicaremos una
extensión considerable en capítulos posteriores, solamente apuntar
que el estudio de la opinión pública enlaza con el estudio de la
cultura popular, el estudio de los medios y sus efectos (donde los
medios influyen en la opinión pública o consideran a ésta como uno
de sus efectos principales) y el intento de crear una ciencia empírica
(principalmente, a base de sondeos) de la opinión pública.
Finalmente, si contemplamos la opinión pública como uno de los
pensamientos del acontecer diario, la sociología del conocimiento
deberá dedicarle una atención especial: por su importancia en la vida
social y política (especialmente, en los regímenes donde funciona el
pluralismo político e informativo), por su actitud vigilante y crítica de
los asuntos de interés general, por su actualidad y actividad y por su
contribución a la construcción social de la realidad

III LA DIMENSIÓN IRRACIONAL DE LA OPINIÓN PÚBLICA


Así como la sociología del conocimiento se centra en los
productos de la mente, siendo un fiel exponente de los usos y el
poder de la razón (tal como lo habían hecho anteriormente el
liberalismo y el marxismo), la psicología social, en sus orígenes,
pretende dar respuesta (con sus investigaciones sobre la vida
instintiva y sus repercusiones en la vida social) a todos aquellos
miedos y temores sobre el hombre y la sociedad masa que tanto
habían preocupado durante el siglo XIX a las corrientes
conservadora y elitista. En algunos casos, las preocupaciones
científicas se mezclarán con la ideología de los pensadores,
constituyendo ésta una variable que influirá en los análisis; en otros,
la búsqueda de claves para entender ciertos comportamientos
individuales y sociales, nos adentrarán en una de las dimensiones
más desconocidas y temidas desde la antigüedad, la dimensión
irracional del hombre. Como dicen algunos de estos autores, la
razón se pondrá a trabajar al servicio de los instintos para llegar al
inconsciente y esclarecer el mundo de los impulsos. Estos análisis
sobre el hombre y su comportamiento en multitud serán
aprovechados más tarde por sociólogos y pensadores sociales para
dar una explicación de la sociedad actual desde el concepto de
«sociedad de masas». Este es un período que incluye el último tercio
del siglo xix y el primero del xx, donde los psicólogos de las
multitudes gozan de cierta notoriedad y donde, también, parte de sus
descubrimientos se utilizarán como marco teórico para los primeros
estudios sobre comunicación.
En el siglo largo de historia de la psicología social hay dos
momentos en que esta disciplina enlaza con el tema de la opinión
pública. El primero de ellos va unido a su nacimiento, cuando la
psicología social pone un énfasis especial en explicar el
comportamiento colectivo desde la teoría de los instintos. Es el
período que ha dado en llamarse de la «psicología de las
multitudes» y que va unido a nombres como los de G. Le Bon, G.
Tarde, W. Mc Dougall, E. A. Ross o el mismo S. Freud. El segundo
momento lo situamos entre los años treinta y sesenta, período en el
que aparecen las técnicas y teorías más importantes de esta
disciplina, tales como las escalas para medir actitudes (Bogardus,
Thurstonc, Lickert, Gutt-mann) o las encuestas de opinión (G.
Gallup), y las teorías de K. Lewin (teoría de campo), de T. M.
Newcomb (teoría del esfuerzo en dirección a la simetría), de F.
Heider (teoría del equilibrio), de Hovland, Janis y Kelley (cambio de
actitudes) o la teoría de la disonancia cognoscitiva de L. Festingcr.
Este es un período en el que muchas de las investigaciones en
psicología social se realizan en el campo de las comunicaciones y
que nosotros analizaremos más adelante como el período del
«paradigma dominante» de 1» K Lazarsfeld, donde el uso de las
encuestas y otras técnicas conducirán a la reducción de la opinión
pública a la suma de opiniones y actitudes (J. M. Lemert) o —como
dirá J. Habermas- - a la disolución sociopsicológica de la opinión
pública. Se harán muchos e importantes estudios sobre la naturaleza
y cambio de actitudes, pero se generalizarán equivocadamente sus
conclusiones al campo de la opinión pública. De momento, en este
apartado, nos centraremos en la primera de las etapas de la
psicología social.
Desde los tiempos más antiguos, la religión, la filosofía y la
mentalidad popular tuvieron conciencia clara de la existencia en el
hombre de un estrato desconocido, poderoso y peligroso, que nos
aproximaba a las especies inferiores y al que, además, se le tenía
miedo, respeto y hasta desprecio. Aristóteles, por ejemplo, definía al
hombre como «animal racional» y «animal político», incluyendo en el
término animal todos aquellos elementos relacionados con la
dimensión irracional del hombre. Abundando en la misma idea, éste
y otros filósofos defenderán que, si el hombre busca el acceso a la
perfección (arete), no tendrá más remedio que alejarse de esta
dimensión.
Los primeros intentos por racionalizar la dimensión irracional del
hombre se encuentran en Erasmo (Elogio de la locura, 1511), línea
que será continuada después por autores como T. Hobbes y D.
Hume, pero serán los conservadores y doctrinarios quienes recojan,
desde un plano ideológico y pesimista, la mejor tradición sobre la
incidencia del mundo de los instintos y las pasiones en los
comportamientos colectivos, el hombre masa y la nueva sociedad. El
ejemplo más claro se encuentra en De Maistrc, que fundamenta el
orden social no tanto en la razón, sino en el dogma y los prejuicios.
Los psicólogos de las multitudes recibirán una gran ayuda de las
teorías instintivistas que venían desarrollándose desde mediados del
siglo xix y que tendrán su momento más sobresaliente en torno a
1900. El concepto de «instinto» se pondrá de moda y muchos
creerán haber encontrado en él la clave para la explicación científica
del comportamiento individual y colectivo. Tendrá grandes
defensores y grandes detractores, pero según avanza el siglo XX el
concepto se irá abandonando por otros más operativos y científicos,
como el de «necesidad», «pulsión», «reflejo» o «motivos básicos».
La crítica tendrá en la escuela conductista a uno de sus más grandes
opositores, pero a lo largo del siglo xxi seguirá hablándose de
instintos, especialmente entre los etólogos y los psicoanalistas.
Charles Darwin, en su obra The Origin oj'Species (1859),
contempla los instintos desde las variaciones espontáneas y la
acción de la selección natural de las especies. William James, en
The Principies ofPsychology (1890), destaca la abundancia de
instintos en el hombre y se aproxima a una explicación mecanicista
de los mismos. C. Lloyd Morgan, en Habitat and ¡nsiinct (1896),
continúa la línea de los dos anteriores y sostiene que, si bien en
principio las primeras manifestaciones de los instintos no están
sujetas al aprendizaje, más adelante pueden sufrir alguna variación
sobre la base de la experiencia.
L. T. Hobhouse, en obras como Mind in Evolution (1901) y Social
Develop-ment (1924), aunque guarda muchas semejanzas con
Morgan, lleva más lejos su investigación realizando estudios
comparativos desde un punto de vista sociológico45. El instinto -—
dirá— está en la base del comportamiento humano, es fruto de la
evolución y forma un continuo con la inteligencia, al cual debe su
origen y debe prestar servicio. Esto no impide que, a la hora de
buscar una explicación real del comportamiento humano, haya que
acudir también a la experiencia, la inteligencia, la tradición cultural y
el contexto social.
W. McDougall, a través de su obra An Introduction lo Social
Psychology (1908). es el autor que populariza el tema de los
instintos y, también, uno de los instinti-vistas que más críticas recibe
en su tiempo. Como dice R. Hetcher, la notoriedad le vino porque
ofrecía una interpretación psicológica (y no biológica o mecanicista)
del instinto, hablaba de instintos humanos y porque lo explicaba en
un lenguaje simple, sencillo y fácil de entender16. Además de definir,
clasificar y explicar los instintos, admite que ciertas características de
los mismos pueden ser modificadas por el medio ambiente. Son
importantes las relaciones que establece entre el mundo de los
impulsos y el mundo de las ideas, entre instintos e inteligencia y, al
igual que hicieran otros autores, defenderá el origen, la unidad y el
continuo psicológico entre inteligencia y vida instintiva. Como dice el
mismo McDougall: «La inteligencia, por su parte, trabaja siempre al
servicio de algún impulso, de alguna tendencia, de algún deseo o
intención, enraizado en nuestra constitución instintiva y surgidos de
ella».
J. Drcver (Instinct in Man, 1917) y el sociólogo M. Ginsber (The
Psychology ofSociety, 1921) seguirán la línea de los autores
anteriores, haciendo matizaciones sobre la importancia de los
factores genéticos y sociales en los instintos, hasta llegar a S. Freud.
Este autor, que en un principio daba poca importancia al tema de los
instintos, según avanza en sus investigaciones se verá obligado a
formular una teoría sobre los mismos. En obras como Introducción al
narcisismo (1914), Los instintos y sus destinos (1915), Más allá del
principio del placer (1919), El porvenir de una ilusión (1927) y El
malestar en la cultura (1929), irá deshilvanando los puntos más
importantes de su teoría, tales como concepto y componentes de los
instintos, su influencia en los conflictos de la personalidad, signifi-
cado psicosocial y cultural de los mismos, clasificaciones, utilidad de
esta teoría y relaciones de la vida instintiva con otras dimensiones
psicológicas, como los estratos de la personalidad, niveles de
conciencia, fases del desarrollo psicológico y principios que dirigen la
vida psíquica.
Aunque en algún momento Freud llega a dudar de la utilidad de
su teoría sobre los instintos, son numerosas las ocasiones en que
sitúa en los instintos la causa principal de los trastornos psíquicos y
el origen de la civilización humana. Por un lado, la mayor parte de
los conflictos se deben a los enfrentamientos que se producen entre
las demandas del ello y las demandas del yo, condicionado por las
presiones del exterior. Por otro, Freud está convencido de que la
civilización y la cultura no son sino una consecuencia de la
represión, sublimación o supresión de los instintos. Los impulsos
instintivos y, en especial, los sexuales—dice en Lecciones
introductorias al psicoanálisis— «coadyuvan con aportaciones nada
despreciables a la génesis de las más altas creaciones culturales,
artísticas y sociales del espíritu humano»*8 y en El malestar en la
cultura concreta un poco más: «La sublimación de los instintos
constituye un elemento cultural sobresaliente, pues gracias a ella las
actividades psíquicas superiores, tanto científicas como artísticas e
ideológicas, pueden desempeñar un papel muy importante en la vida
de los pueblos civilizados.» Son tan importantes, que los entenderá
como «la causa última de toda actividad» y la teoría de los instintos
la entenderá como «su mitología».
A pesar de que las clasificaciones que da de los instintos gozan
de escaso interés y las cambia con el tiempo, distingue entre
instintos del yo e instintos sexuales (Los instintos y sus destinos),
libido narcisista y libido objetual (Introducción al narcisismo) y,
finalmente, instintos de vida e instintos de muerte. Más importancia
merece, sin embargo, las relaciones que se producen entre la vida
instintiva y los apartados relativos al ello, el inconsciente, la vida
sexual y el principio del placer. Gran parte de sus investigaciones las
dedica a esclarecer el instinto sexual y su incidencia en el desarrollo
psicológico del hombre, sus conflictos y vida social.

LOS PSICÓLOGOS DE LAS MULTITUDES

Gabriel Tarde, en los capítulos primero y segundo de L'opinion et


lafoule (1901), nos ofrece una serie de observaciones importantes
sobre los públicos y las masas, la opinión, la razón y la tradición y la
importancia de la conversación y la prensa en la formación de la
opinión.
En el capítulo primero trata de clarificar un concepto relativamente
reciente —el de público, de otro concepto más antiguo —el de masa
—, por ser el primero el que mejor define las colectividades de la
nueva sociedad. G. Tarde defenderá, frente a G. Le Bon, que hemos
pasado de la «era de las multitudes» a la «era de los públicos»'19, y
que nuestra atención se debe centrar ahora en los públicos. En el
mundo griego y romano contrastaba la escasez de palabras para
definir el público frente a la abundancia de términos para referirse a
las masas. La masa, dirá, es una agrupación social del pasado,
mientras que el público y su nacimiento se debe a un proceso
histórico más reciente que se inicia con el nacimiento de la imprenta
y encuentra su máxima actualidad con el desarrollo de los medios
masivos de comunicación. A partir del siglo xvi, irán apareciendo
públicos, primero minoritarios (como los públicos selectos de
principios del siglo xvm) y, después, más amplios (como los públicos
de lectores de finales del siglo xix), transformándose, a su vez, de
público lector en público político, tal como queda reflejado en los
acontecimientos que rodean la Revolución francesa.
Los públicos se distinguen de las masas por la pertenencia, la
motivación y la libertad. Frente al carácter exclusivo e intolerante de
las masas, los públicos son más tolerantes y permiten que sus
miembros pueden pertenecer, a la vez, a varios públicos; las masas,
por ser una agrupación más espontánea, están más expuestas
u las influencias naturales y externas, mientras que los públicos
están más influidos e identificados con aquellos que les aportan
ideas y orientación; finalmente, debido a la acción de la información
y las ideas, la libertad se desarrolla con mayor amplitud en los
públicos que en las masas.
En el capítulo segundo empieza afirmando que «la relación que
une la opinión al público es semejante a la relación del alma con el
cuerpo y el estudio de una nos llevará naturalmente al otro»50. A lo
largo de todo el capítulo dedica una especial atención a la formación
de la opinión, gracias a los mecanismos comunicativos de la
conversación y a) papel que cumple la prensa en la difusión de los
mensajes. Ante los equívocos que suelen darse sobre el término
opinión, distingue la opinión propiamente dicha, como conjunto de
juicios (que es la acepción por la que más se inclina), de la voluntad
general, entendida como conjunto de deseos, para pasar más
adelante a explicar la distinción entre opinión, razón y tradición. La
tradición remite siempre al pasado, a las costumbres de una
sociedad; la razón, al uso de razonamientos hechos por minorías
pensantes, como los filósofos, sacerdotes, universidades, tribunales
o parlamentos; la opinión es la más superficial y la más actual,
aunque no por ello menos importante y con mayores capacidades de
desarrollo. Tarde la define como aquella «agrupación momentánea y
más o menos lógica de juicios que, respondiendo a problemas
planteados actualmente, se encuentran reproducidos en numerosos
ejemplares, en las personas de un mismo país, de un mismo tiempo
y de la misma sociedad»11. Las tres fuerzas se distinguen por su
naturaleza, por sus causas y por sus efectos, pero todas concurren,
aunque de manera desigual, a la formación del valor de las cosas.
Los factores o canales más importantes que contribuyen a la
formación de la opinión son: la conversación y la prensa. Son
muchos los elogios que da Tarde a la prensa, por constituir un
instrumento maravilloso para la acción a distancia y para la
formación de la opinión. En la antigüedad y la Edad Media, la opinión
individual se convertía en opinión social o pública por la acción de la
palabra pública; en la actualidad, en cambio, este papel lo cumple de
una forma extraordinaria la prensa. La prensa es como una carta
pública, como una conversación pública. Sin embargo, los elogios
más importantes y extensos los dedica a la conversación. Tarde
llega incluso a afirmar que «si no se hablase, por mucho que
apareciesen los periódicos [...] no ejercerían sobre los ánimos
ninguna acción duradera y profunda, pues serían como una cuerda
vibrante sin diapasón»". «La conversación —afirma un poco más
adelante — señala el apogeo de la atención espontánea, que los
hombres se prestan recíprocamente, y mediante la cual se
compenetran con infinitamente más profundidad que en ninguna otra
relación social. Al hacerles enfrentarse en la conversación les hace
comunicarse por una acción tan irresistible como inconsciente. La
conversación es, por consiguiente, el agente más poderoso de ¡a
imitación [la cursiva es nuestra], de la propaganda de sentimientos,
así como de ideas y de modos de acción. Un discurso arrollador,
fascinador y aplaudido, frecuentemente es menos sugestivo porque
confiesa su intención de serlo. Los interlocutores obran los unos
sobre los otros, muy de cerca, por el timbre de voz, por la mirada, la
fisonomía, por los movimientos magnéticos de los gestos y no
solamente por el contenido del lenguaje. Se dice, con razón, de un
buen conversador que es encantador en el sentido mágico de la
palabra».
A esto hay que añadir que G. Tarde en cierto modo enuncia la
hipótesis que, cuarenta años más tarde, Lazarsfeld y sus
colaboradores formularán como «comunicación en dos fases»,
destacando el papel que desempeñan los «líderes de opinión» en el
proceso de la comunicación.
Por sus «fórmulas claras y bien acuñadas»54, Gustavo Le Bon
alcanzará la misma notoriedad en el tema de las multitudes que la
que obtuviera McDougall en el de los instintos. En la introducción de
Psychologie des foules (1895) anuncia que la humanidad está
entrando en uno de sus momentos críticos (como lo confirma la
destrucción de las creencias religiosas, políticas y sociales y la apa-
rición de nuevas formas de pensamiento), dominado por la transición
y la anarquía y donde las clases populares se transforman en clases
dirigentes. Es la era de las muchedumbres" que, a lo largo de las
tres secciones en que divide el libro, intentará definir y describir su
esencia (al alma de las muchedumbres), sus opiniones y creencias y
los tipos más importantes de multitud.
El «alma de las muchedumbres» (traducida, en forma suvizada
por McDougall, como «mente de grupo») se refiere a la nueva
naturaleza supraindividual que trasciende los sentimientos, intereses
e ideas de cada uno de los miembros que forman la multitud.
«Cualesquiera que sean los individuos que la componen —dice Le
Bon--, y por semejantes o desemejantes que sean su género de
vida, sus ocupaciones, su carácter y su inteligencia, por el mero
hecho de transformarse en muchedumbre poseen una clase de alma
colectiva que les hace pensar, sentir y obrar de una manera
completamente diferente a aquella de como pensaría, sentiría u
obraría cada uno de ellos aisladamente». Es el alma de la raza o
alma colectiva, dominada por el inconsciente5*.
Cuando se forma una muchedumbre ésta se encuentra sometida
a la ley de la unidad mental. Los individuos, al orientar sus intereses,
sentimientos y acciones en la misma dirección, pierden parte de su
personalidad consciente, igualando los comportamientos57. Por otro
lado, la dimensión irracional (instintos, sentimientos, afectos,
emociones) es fundamental en todo comportamiento colectivo. Asi
como sus emociones son instantáneas, simples, extremas, intensas
y cambiantes, la vida intelectual sufre un fuerte retroceso. Sus
pensamientos son simples, rudimentarios, imaginativos y
superficiales: a las muchedumbres —dirá— no las une el talento,
sino la estupidez*8. La razón de este comportamiento se encuentra
en una doble causa: una interna, el sentimiento de poder irresistible
que invade a todos los miembros de una multitud, unido a los efectos
de la sugestión y el contagio" y otra externa, relacionada con la
actuación de los dirigentes. Toda colectividad tiene necesidad
instintiva de una autoridad que la dirija, y ésta son los líderes que, a
través de recursos como la afirmación, repetición, contagio y
prestigio, infunden moral y organización a las masas60.
Cuando las personas actúan en muchedumbre, el fenómeno de la
nivelación borra las cualidades individuales y las aptitudes
intelectuales para desembocar en comportamientos mediocres y
estandarizados. Por ello, cuando enumera las características más
importantes de las multitudes, a éstas las define por su impulsividad,
irritabilidad, sugestibilidad, exageración, simpleza en los
sentimientos, intolerancia, autoritarismo, conservadurismo y
moralidad variable. Las opiniones de las muchedumbres y los
públicos de la sociedad actual responden más a la influencia de los
impulsos instintivos y a la acción de los líderes, que a un discurso
racional que permita encontrar la mejor solución de los problemas
planteados por la sociedad.
Esto puede verse con mayor claridad cuando, en el libro segundo,
analiza la incidencia de ciertos factores en las opiniones y creencias
y coloca, al final de todas, la razón, no para destacar su peso
positivo, sino «el valor negativo de su incidencia». Las multitudes,
concluye, se guían por las leyes de sus destinos, nunca por las de la
razón y la lógica61.
Estamos en la era de las muchedumbres porque las clases
populares, rompiendo la tradición y aprovechando el desorden y la
acción de ciertas ideologías, han tenido acceso a la vida pública,
convirtiéndose en clase dirigente, y han transformado la opinión
popular en opinión general. Quien gobierna ahora es el régimen de
opinión, pero no el de la aristocracia intelectual, sino el de las
multitudes incultas y primitivas expuestas a la acción de los
dirigentes (agitadores) y a las ideologías de la moda.
E. A. Ross y W. McDougall publican en el mismo año (1908) los
dos primeros tratados con referencia explícita en el titulo a la
«psicología social», aunque con perspectivas bastante diferentes.
Mientras Social Psychology, del primero, enfoca el estudio del
comportamiento humano desde un punto de vista social y cultural,
An Introduction to Social Psychology, del segundo, lo hace desde
una posición instintivista. E. A. Ross, además, entre 1896 y 1898
publica una docena de artículos, que recogerá más tarde en su obra
Social Control (1901), donde habla de la opinión pública como una
de las formas de control social. McDougall, en cambio, en obras
como The Group A/m¡¿ (1920), seguirá hablando de las multitudes
en la línea iniciada por Le Bon.
En la parte II de Social Control, E. A. Ross hace referencia a las
distintas formas de actuar la opinión pública y a las sanciones (y
premios) que pueden aplicarse para corregir las conductas
reprobadas por la comunidad; asimismo, habla de los méritos y
deméritos en relación con el derecho y, finalmente, de los modos
posibles de hacerse respetar con vistas a la protección del bienestar
social. Cuando se refiere a la opinión pública, intenta recuperar el
significado que dieron a este concepto autores como J.-J. Rousseau
o J. Locke, al explicarla como censura y arbitro moral que controla y
dirige (como si de una ley se tratara) los comportamientos de las
personas en sociedad. Por derecho propio, la opinión pública se
refiere en primer lugar a los juicios públicos que emite la población
sobre todo aquello que puede ser de interés general. Pero el
concepto de opinión pública no acaba aquí, sino que también puede
extenderse a los sentimientos y a las acciones públicas orientadas al
control de la conducta social. Por ello, unas veces sanciona (a través
de la comunicación social, las relaciones económicas y las san-
ciones físicas) y, otras, premia.
Como concepto jurídico-político, la opinión pública guarda una
relación estrecha con el derecho. En algunos aspectos, por ejemplo,
goza de mayores ventajas (méritos) que la ley en la influencia que
ejerce sobre los individuos., por su mayor flexibilidad, poder de
penetración y de anticipación y por su inmediatez y coste menor; en
otros, sin embargo, la opinión pública se manifiesta menos definida,
reactiva y con escasa memoria, utiliza distintos marcos o criterios de
actuación y se muestra impotente frente a los poderes político y
económico. Puesto que la opinión pública debe cumplir una función
de control social importante, y porque en algunas ocasiones se
muestra débil y primitiva, E. A. Ross propone tres vías para elevar su
nivel de respetabilidad: a través de la elevación del carácter c
inteligencia de las gentes, a través del aumento del respeto por la ley
y a través de una mayor influencia y prestigio de la ciencia en la
sociedad.
W. McDougall, aunque en muchos aspectos sigue (con mayor
moderación) la línea iniciada por G. Le Bon (por la importancia que
da a factores como la imitación, sugestión, afectividad, inhibición de
la inteligencia, falta de responsabilidad etc.), en otros hace las
precisiones oportunas, como las referidas a la existencia de un
mínimo de organización en las multitudes o las referidas a las
condiciones mínimas (continuidad entre el individuo y la masa,
conciencia de colectividad.
relación de la masa con otras formaciones colectivas análogas,
que la masa posea tradiciones y que tenga un mínimo de
organización) para elevar el nivel de su vida psíquica. En opinión de
Freud, la multitud recupera, gracias a ese mínimo de organización,
aquellas cualidades que el individuo poseía al principio y que ha
perdido al ser absorbido por la masa informe.
S. Freud no sólo escribe una obra sobre psicología de las masas
(Massenpsy-chologie und ch-Analyse), sino que a lo largo de todos
sus escritos ofrece los mejores argumentos para explicar el
comportamiento colectivo desde la teoría de los instintos y el
inconsciente.
En Psicología de las masas intentará buscar la explicación
psicológica de la influencia de la masa sobre los individuos que la
forman", y aquella la encontrará en la existencia de lazos afectivos
que tienen lugar en el alma colectiva". Será la libido, o el principio de
Eros, quien dé cohesión a la masa a través de las relaciones
verticales entre el jefe y los demás miembros o a través de las
relaciones horizontales que se establecen entre todos. Las
frustraciones y sentimientos hostiles que el individuo va acumulando
con el paso del tiempo, desaparecen fugitiva o duraderamente en la
masa66; en las relaciones verticales, a través de los procesos de
identificación, enamoramiento e hipnosis, y, en las relaciones
horizontales, a través del instinto gregario. Precisamente, al hablar
de este instinto, encontramos una de las escasas referencias a la
opinión pública para subrayar la influencia del alma colectiva sobre el
individuo. La opinión pública —dirá— es uno, catre otros factores,
que actúa contra la opinión individual para eliminar las voces
discrepantes y reforzar el punto de vista de la colectividad.
Sin embargo, una explicación de la opinión pública como
racionalización de un impulso colectivo la encontramos a través del
análisis que hace de los procesos conscientes c inconscientes, a
través del ello y sus instintos y a naves del mecanismo de
racionalización del yo. La mayor parte de los procesos psicológicos
son inconscientes, especialmente, en los primeros años de vida.
Guardan una relación estrecha con el ello y se definen por ser
perceptivos, afectivos, faltos de lógica, estar fuera del tiempo68 y
desvinculados de la realidad exterior. Los procesos conscientes,
menos importantes que los anteriores, son verbales, conceptuales y
lógicos y van unidos al desarrollo del yo. La opinión pública, tal como
la entendieron los hombres de la ilustración y los primeros liberales,
se apoyaba claramente en los procesos conscientes, mientras que
Freud intentará demostrar que no es sino una manifestación de la
vida instintiva e inconsciente.
En el concepto de personalidad, continúa diciendo, pueden
encontrarse, además, instancias o estratos que cumplen funciones
distintas y complementarias, que no pueden reducirse a los niveles
de conciencia mencionados. Son el ello, el yo y el superyó. Como
dice en Nuevas lecciones introductorias al psicoanálisis69, el ello es
la parte más desconocida y primitiva del hombre, el lugar donde
residen los instintos y el punto de encuentro con las especies
inferiores. Es inconsciente, se rige por el principio del placer y se
constituye en depositario de la herencia filo-genética de la especie
humana. El yo «es aquella parte del ello que fue modificada por la
proximidad y la influencia del mundo exterior y dispuesta para recibir
los estímulos y servir de protección contra ellos». Por estar entre dos
mundos que presionan en sentido contrario, es el estrato más débil,
y por tener su origen en el ello, procura trabajar a su servicio.
Aunque en parte es inconsciente, es el encargado de hacer
funcionar la dimensión consciente y racional del aparato psíquico:
representa la razón y la reflexión71. El superyó, que tiene su origen
en torno al Complejo de Edipo, puede entenderse como el ideal del
yo o como aquella instancia que le vigila y controla.
Para agradar y justificarse ante el ello, y o utiliza ciertos
mecanismos de defensa, como los de proyección, sublimación,
identificación y, sobre todo, el de racionalización. La racionalización
«consiste en encontrar una razón que parezca justificar la acción
ante los principios conscientes, con lo cual no se presentan
problemas de conciencia ni sensación de culpa»72; «es el modo en
el que t\yo se explica y se justifica a sí mismo sus propios motivos y
actividades»73. Se aportan razones aparentemente válidas (aunque
no la verdadera), para eliminar conflictos y justificarse ante sí mismo,
ante el ello y ante los demás7". Algo parecido sucede con la opinión
pública. Frente a la concepción de los liberales que la entendían
como una consecuencia lógica del uso de la razón y del debate
público, desde la posición de Freud no puede entenderse sino como
la manifestación externa de alguno de los instintos de una multitud,
la racionalización de un impulso colectivo.
Aunque a W. Pareto hay que considerarle economista y
sociólogo, y no psicólogo de las multitudes, en su Trataito di
sociología genérale (1916) acude a los instintos para encontrar la
explicación última del comportamiento social del hombre. En opinión
de I. Zeitling, Pareto se esfuerza por refutar y desacreditar los
principios del Iluminismo y el Marxismo, al considerar al hombre
como un ser irracional e inmutable. A lo largo del Tratatto, Los
sistemas socialistas y otras obras, sostiene que el sentimiento es la
fuerza dominante y arrolladura de la conducta social y que la lógica y
la racionalidad tienen una significación mínima en el hombre75. Si
cambia algo en el hombre, son las explicaciones, las razones o jus-
tificaciones teóricas que haga de su comportamiento.
Su análisis se centra en las acciones humanas y, aunque a éstas
las divide en lógicas y no-lógicas, la hipótesis que pretende
demostrar es que las acciones son generalmente no-lógicas. Llama
acciones lógicas a aquellas que «unen lógicamente las acciones con
el fin»76, y suelen encontrarse en la actividad económica y la
investigación científica y, en menor grado, en la actividad militar y la
vida política. El resto de las acciones son no-lógicas (por su
inadecuación entre fines y medios), son distintas de las ilógicas,
comprenden la mayor parte de los comportamientos humanos,
suelen manifestarse a través del lenguaje y están sistematizadas en
teorías o doctrinas con caracteres sociales que trascienden la expe-
riencia77.
Tanto en unas como en otras, pero esencialmente en las no-
lógicas, se pueden encontrar tres elementos: el elemento A o ciertos
sentimientos y/o instintos que llama residuos, el elemento B o
derivación y, el elemento C o derivado. Los sentimientos c instintos
(Pareto enumera seis) forman el núcleo de la acción, la parte
sustancial e inmutable que, incluso, debe distinguirse del residuo
(entendido como la manifestación verbal o no verbal de los
sentimientos). Las derivaciones son la explicación razonada de las
acciones, la parte contingente y variable que se concreta en
«razonamientos lógicos, sofismas, manifestaciones de sentimientos,
utilizados para derivar; son — como dice Pareto- manifestaciones de
la necesidad de razonar que siente el hombre»'' y dar, así, la
impresión de que las cosas cambian, cuando en realidad están en el
mismo lugar. El equilibrio social es posible porque, aunque cambien
las ideologías, las ideas, la cultura o los gobiernos, los sentimientos
permanecen inmutables. Los derivados (concepto que explica poco)
se refieren a aquellos conceptos complejos y secundarios,
elaborados sobre la base de las derivaciones.
Los planteamientos de los instintivistas y de los psicólogos de las
multitudes, aunque no puedan ser aceptadas muchas de sus
conclusiones por acientíficas, subjetivas e ideológicas, se enfrentan
con una dimensión del hombre (oscura, vituperada y temida) que, a
partir de ahora, habrá de tenerse muy en cuenta para explicar el
comportamiento individual y social del ser humano. La opinión
pública, como una forma más de los comportamientos de las
multitudes, perderá gran parte de la racionalidad que se le había
atribuido desde el principio, para explicarla como un comportamiento
colectivo de tipo instintivo con adornos aparentes de racionalidad.
Aunque los psicólogos de las multitudes propiamente no elaboran
una teoría sobre la opinión pública, a través de sus referencias y de
la explicación que dan al comportamiento humano, la opinión pública
debe entenderse como el final de un proceso que empieza en los
instintos, continúa en una actividad posterior de la razón (puesta a su
servicio) y la acción exterior de los líderes, finalizando en la
expresión racionalizada de un impulso colectivo. En las multitudes, y
lo repiten con demasiada frecuencia, la inteligencia se inhibe, y si
expresan una opinión o defienden alguna idea, éstas vienen del
exterior. Son los líderes y las elites quienes trasladan a las masas la
parte razonable de una proposición. El desarrollo de los derechos
políticos y la ampliación del sufragio ha creado el espejismo del régi-
men de opinión y del poder de las multitudes y aunque,
aparentemente, las mayorías han ganado en poder, de hecho han
perdido en racionalidad y protagonismo porque las élites han vuelto
a ocupar el espacio que los fisiócratas, un tiempo atrás, habían dado
a los ilustrados como los sujetos activos y representantes de la opi-
nión pública.
Desde marcos teóricos distintos se pueden encontrar ciertas
semejanzas entre los conceptos de «ideología» de Marx y Engels,
«la inteligencia al servicio de algún instinto» de McDougall,
«racionalización» de Freud, «derivación» de Pareto y «estereotipo»
de Lipprnann79. Todos estos términos están utilizados para destacar
la debilidad de la inteligencia y la distancia entre los productos del
pensamiento y la realidad que pretenden representar. Así lo hace
constar E. Trías cuando establece cierta afinidad entre el concepto
freudiano de racionalización y el marxiano de ideología: «ambos se
definen como explicaciones a nivel consciente que constituyen
pseudo explicaciones debidas a las peculiaridades mismas de los
procesos que las motivan»80. Y, algo muy parecido defiende R.
Osborn cuando sostiene que «marxismo y psicoanálisis se ocupan,
de maneras diferentes de lo irracional en la vida humana. El
marxismo estudia las irracionalidades del orden social que impiden al
hombre utilizar plenamente los avances técnicos que le proporciona
la ciencia. El psicoanálisis estudia las fuerzas irracionales de su
mente que le impiden convertirse en un ser maduro y más racional,
preparado para poner la ciencia al servicio de su bienestar»81.
Los instintivistas dejaron claro que la razón trabaja siempre al
servicio de algún instinto; Marx y Engels, que la ideología es un
fenómeno de falsa conciencia al servicio de intereses clasistas;
Freud, que el hombre utiliza con relativa frecuencia el mecanismo de
racionalización para tapar los auténticos motivos (de tipo irracional)
de su comportamiento; Pareto verá en las derivaciones la necesidad
que siente el hombre por dar una explicación (pseudo)racional de
todo lo que hace y Lipprnann encontrará en el estereotipo el molde
mental para definir una realidad que se le escapa. A pesar de la
aparente racionalidad, por todos estos términos fluye el
reconocimiento de la importancia de la dimensión irracional del hom-
bre. Algo parecido sucede con el concepto de opinión pública.
Aunque la sociedad, en general y, los públicos, en particular, acudan
al raciocinio público para exponer sus puntos de vista, la opinión
pública no es sino la manifestación de un impulso colectivo
hábilmente manejado desde el exterior, un debate mal planteado y
vacío de contenido que esconde la auténtica razón (instintiva) de su
ser ya no se reconoce en la razón, la reflexión o el diálogo público,
sino en los estereotipos y racionalizaciones que encubren los
impulsos de una multitud.

IV. LA TEORÍA DE LA SOCIEDAD DE MASAS Y LA OPINIÓN


PUBLICA

Como una consecuencia lógica de dos factores: el primero,


relacionado con una corriente de pensamiento denominada
conservadora, elitista y aristocrática, que arranca desde los griegos y
llega hasta el momento actual y, el segundo, estrechamente unido a
una serie de circunstancias de tipo económico, social y político,
harán que una serie de pensadores, en el período de entreguerras y
al igual que ocurriera con la sociología del conocimiento, teoricen
sobre la sociedad actual como una sociedad de masas Los
acontecimientos que se suceden por estos años y la falta de
perpectivas para el futuro, harán que describan la sociedad como
algo caótico, destructivo, alienante y pesimista porque las élites,
dirán, han perdido el papel dirigente que la historia les había
asignado en el pasado, el orden y los valores tradicionales han sido
trastocados y las masas (con toda la carga negativa que dan a este
concepto) protagonizan la marcha de la historia desde la
mediocridad y el acceso al poder.
Aunque la teoría propiamente dicha de la sociedad de masas se
elabora en los años veinte y treinta de este siglo por autores como K.
Mannheim, M. Scheler y J. Ortega y üassel, y encuentre una amplia
difusión en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial por los
efectos producidos por ambas guerras mundiales y por la
importancia que asumirán los medios de comunicación, llamados,
también, de masas, la idea de «sociedad masa» —como sostiene S.
Giner en su libro Sociedad masa; crítica del pensamiento
conservador (1979)—, recorre un largo camino por la historia del
pensamiento social.
En la primera etapa, que podríamos extender desde los primeros
escritos hasta mediados del siglo XTX, se incluyen aquellos autores
que estructuran la sociedad en los muchos y en los pocos, los
selectos y los mediocres, los buenos y los malos. Las minorías son
los aristoi, los mejores, aquellos que gozan de las excelencias de la
humanidad y tienen acceso a la virtud. Las mayorías —hoi polhi—
corresponden a la plebe, la chusma o el populacho, aquellos que se
guían por instintos y vagan por la mediocridad. Más adelante, entre
la Edad Media y la Ilustración,
las minorías estarán formadas por los señores feudales, la
nobleza e, incluso, la burguesía; las mayorías, por contra, por los
súbditos y el tercer estado, que la Ilustración, sobre el papel y ante la
ley, elevará a la categoría de «ciudadanos». Los años cercanos a las
revoluciones francesa y americana, tal como queda reflejado en las
Declaraciones de Derechos, serán testigo de uno de los momentos
en que mejor concepto se lenga del hombre como miembro de la
sociedad. Sin embargo, según avanza el siglo Xix y se va
implantando el régimen de opinión, los mismos liberales y, sobre
todo, los conservadores, transformarán el concepto de pueblo por el
de multitud y masa y el de ciudadano, por el de hombre masa. Las
masas, dice L. Bramson, con sus demandas de igualdad social,
política y cultural serán identificadas como una amenaza para el
orden social burgués82 y liberales como J. Stuart Mili y A. de
Tocqueville hablarán del temor de la mayoría, de la mediocridad de
ciertas personas elegidas democráticamente para ocupar puestos de
poder, de la tiranía de la opinión pública y de las tendencias hacia la
nivelación.
Este pensamiento incipiente se irá extendiendo según avanza el
proceso de industrialización, se desarrolla el sistema democrático,
crece el poder del Estado, aumenta la población y las ciudades se
convierten en grandes conglomerados de masas humanas.
Intelectuales como Tainc, Nietzsche y Burckhard denunciarán el
excesivo poder del Estado y la administración, la expansión del
jacobinismo entre los intelectuales, las tendencias a la nivelación y el
papel de la prensa en el control de la opinión pública. Los psicólogos
de las multitudes, como hemos visto en el apartado anterior,
acudirán a los instintos para encontrar la causa principal del
comportamiento humano y pensadores como Mannheim, Scheler y
Ortega y Gas-set, teorizarán sobre las causas, características y
consecuencias de una sociedad que llamarán de masas.
Aunque la teoría de la sociedad de masas la centramos
principalmente en los tres autores citados, no debemos olvidar las
aportaciones que han hecho algunos sociólogos cuando describen la
evolución de las sociedades desde el punto de vista de los estadios
y las fases o desde la bipolaridad. Haciendo las matizaciones corres-
pondientes a cada autor, la sociedad de masas guardaría relación
con el estado positivo de Comte, la sociedad capitalista de Marx, la
Cesselschaft de Tónnies, la Vergesselschaflung de Weber, la
solidaridad orgánica de Durkheim, la sociedad abierta de Bergson y
Popper, el comportamiento no-lógico de Pareto, el grujió secundario
de Cooley y los grupos contractuales y obligatorios, así como la cul-
tura sensada de Sorokin.
Las influencias de los psicólogos de las multitudes y,
especialmente, de Freud se harán notar en Max Scheler cuando
utiliza conceptos como «mito de masas» y «alma de las
muchedumbres» o relaciona la irracionalidad del hombre en períodos
de crisis con las tendencias a la igualación. «Scheler creía —dice S.
Giner- - que la esencia de la crisis occidental consistía
fundamentalmente en una subversión general (Umsturz) de los
valores morales y culturales, que acarreaban una confusión psico-
lógica, estética, política y social sin preccdentcs»K3, con un
resultado final que llevaba a la eliminación de rasgos diferenciales en
el hombre y en los grupos (nivelación). Aquí es donde se encontraría
la causa última de la «masificación» (Vermassung).
K. Mannheim, especialmente en Mensch und Gesselschaft in
Zeitalter (1935), nos remitirá a la expansión del sistema capitalista, al
proceso de industrialización, las tendencias democratizadoras y al
papel del Estado burocrático como las causas importantes de la
nueva sociedad. El hombre de la sociedad de masas vive sometido a
fuertes tensiones y conflictos porque no sabe armonizar el desarrollo
técnico con el desarrollo de la mente, la racionalidad sustancial con
la racionalidad funcional, cuyas consecuencias se traducirán en una
serie de características relacionadas con la interdependencia
creciente de las instituciones sociales, la disolución de las
comunidades (especialmente, grupos primarios), la aparición de las
sociedades burocráticas (como la mejor expresión de la racionalidad
funcional), el caos moral y la crisis de valores como expresión del
desorden real84.
J. Ortega y Gasset, aparte de sus referencias a la opinión pública
—que veremos en el apartado siguiente- - en muchas de sus obras,
pero especialmente en La rebelión de las masas (1937), nos hará
una de las descripciones más profundas del protagonista de esta
sociedad, el hombre masa. En sus escritos se nota la influencia de
los psicólogos de las multitudes, el romanticismo alemán, la
mentalidad conservadora (a pesar de ser un liberal) y el temor
extendido a la desaparición de las clitcs. El hombre masa es el
hombre medio, aquel que no se valora a sí mismo, no piensa y se
pierde en la inmensidad de la multitud*5; es, además, mediocre,
vulgar, falto de tradición, autosatisfecho, primitivo, mezquino y
brutal14. Vive en las masas y éstas están en continua rebelión con
las minorías, aunque su rebelión termina en la homogeneidad y en la
sumisión al Estado.
Pasada la Segunda Guerra Mundial son muchos los autores que
siguen describiendo la sociedad actual como sociedad de masas,
destacando unos factores sobre otros como causa de la
masificación. La descripción no será tan pesimista y trágica como la
de la etapa anterior y la amplitud y profundidad de estudios tratarán
de «controlar» el rumbo de una sociedad que parecía a la deriva. En
opinión de C. Manucci es el momento en que el concepto de
«teoría» hay que ampliarlo al de «teorías de la sociedad de
masas»87. Cuando describen la sociedad de masas, por ejemplo,
algunos destacarán el rasgo de desarrollo demográfico y urbano
(corno
Kópke, Park, Mumford...), otros, el de los regímenes autoritarios y
dictatoriales (como Ncuman, Arendt. Nisbet, Reich, Adorno...), el
papel político de las masas (como Kornhauser), el surgimiento de las
nuevas clases medias (como Lederer, Marschak, Mills...), la cultura
de masas (apocalíptico —McDonald—, integrados —Shils y Bell—, y
críticos como los de la Escuela de Francfort —Adorno, Mar-cuse y
Fromm— u otros, como Morin) o el papel de los medios de
comunicación. Los estudios sobre los medios y sus efectos - que
trataremos en el próximo capítulo utilizarán, entre otros, el marco
teórico de la sociedad de masas.
La mayor parte de los autores, más que definir, prefieren describir
las características de este tipo de sociedad y. entre las más
importantes, suelen hacer referencia a la ausencia de vínculos entre
unas personas y otras (anonimato), a la soledad del individuo frente
al resto de la sociedad y el Estado, a la impersonalidad en las
relaciones humanas, que se traduce en sentimientos de inseguridad,
angustia y soledad, a la pérdida del concepto de autoridad y del
sentido de lo sagrado (secularización), la tendencia a la
homogeneidad y la nivelación, la erosión y desaparición de las
asociaciones intermedias, la racionalización aparente a través de las
organizaciones burocráticas, el auge de los símbolos, las formas y la
imagen y la tendencia a la desintegración. Cuando hablan del
hombre masa, la imagen es más deprimente, porque suelen definirlo
como un átomo aislado, perdido en la inmensidad de la multitud; un
ser solitario, egoísta, mediocre, primitivo e infantil; un ser que tiene
miedo a la libertad, que ha perdido la independencia y, lo que es
peor, el deseo de ser independiente; en su comportamiento actúa al
margen de la moral y es un reflejo de los conflictos y contradicciones
de la sociedad"*.
El estudio de la opinión pública en el contexto de la sociedad de
masas irá unido al tema de la propaganda y a la investigación en
comunicaciones de masas. Las masas serán entendidas como
colectividades pasivas, receptivas y fácilmente manipulables desde
aquellas instancias que tienen poder: en los regímenes autoritarios,
porque todas las instancias convergen en la dirección que marca la
autoridad política y, en los regímenes democráticos, porque las
técnicas de persuasión, publicidad y propaganda trabajan, dentro de
una sociedad pluralista y de mercado libre, al servicio de aquellos
que venden productos, servicios e ideas. Las primeras teorías sobre
el impacto de los medios así lo afirmarán entre 1920 y 1940 y las
nuevas teorías (como la Agenda-seiiing o la espiral del silencio),
aunque con razones diferentes, intentarán demostrar el poder que
tienen los medios sobre los ciudadanos y la opinión pública.
Una comparación entre el concepto clásico (teórico) y el concepto
moderno (empírico) de opinión pública, que C. Wright Mills sitúa en
la sociedad de públicos y la sociedad de masas, se encuentra
perfectamente descrita en el capítulo 13
(«La sociedad de masas») de su libro La élite del poder (1956).
Después de enumerar las características de una y otra sociedad,
pasa a analizar el papel de la opinión pública en ambas. Citamos:
«En el público (sociedad de públicos), tal como podemos
entender dicho término 1) expresan opiniones tantas personas como
las reciben; 2) las comunicaciones públicas se hallan organizadas de
modo que cualquier opinión manifestada en público puede ser
comentada o contestada de manera inmediata y eficaz. Las
opiniones formadas en esa discusión 3) encuentran salida en una
acción efectiva, incluso -si es necesario— contra el sistema de
autoridad dominante, y 4) las instituciones autoritarias no penetran
en el público, cuyas operaciones son, por lo tanto, más o menos
autónomas. Cuando prevalecen estas condiciones, nos encontramos
ante el modelo activo de una comunidad de públicos, y este modo
encaja perfectamente con las diversas suposiciones de la teoría
democrática clásica.
»En el extremo opuesto, en una masa (sociedad de masas), 1) es
mucho menor el número de personas que expresa una opinión que
el de aquellas que la reciben, pues la comunidad de públicos se
convierte en una colección abstracta de individuos que reciben
impresiones proyectadas por los medios de comunicación de masas;
las comunicaciones que prevalecen están organizadas de tal modo
que es difícil o imposible que el individuo pueda replicar en seguida o
con eficacia; 3) la realización de la opinión en la acción está
gobernada por autoridades que organizan y controlan los cauces de
dicha acción; 4) la masa no es independiente de las instituciones; al
contrario, los agentes de la autoridad penetran en esta masa,
suprimiendo toda autonomía en la formación de opiniones por medio
de la discusión».
Los públicos de la sociedad de públicos, dice el mismo Mills, son
como «estampas de un cuento de hadas» que no representan a una
época y a una sociedad. Posiblemente no se ha dado el tránsito de
la sociedad de públicos a la sociedad de masas, porque los
ilustrados y burgueses del siglo xviii y principios del siglo xix
(sociedad de públicos), salvando las circunstancias de tiempo y
lugar, se diferencian poco de los patricios, aristócratas y sabios de la
antigüedad o las cutes de la actualidad. El miedo a las mayorías y la
expansión de derechos y libertades, hizo pensar a muchos en este
cambio, pero la sociedad de públicos no se transforma en sociedad
de masas, sino que son los «públicos» quienes pasan a formar las
«élites» y será el «pueblo» quien se convierta en «masa».
La opinión pública, entendida como opinión razonada y pública,
en ambos tipos de sociedad siempre estuvo en manos de la minoría
dominante. En la llamada sociedad de públicos la opinión se formaba
en torno a los grupos cultos y minoritarios reunidos en los salones o
los cafés y con acceso directo a los medios de comunicación. En la
sociedad de masas, la opinión pública sigueteniendo por sujeto al
público, pero este no se parece en nada a los públicos de 1¡,
Üusüación. Lo- público:» lo forman ahora las masas (las mayorias)
que siguen mostrándose dóciles, receptivas, manipulablcs,
irracionales y mediatizadas por los grupos, las cutes y los medios de
información. La formación de la opinión pública, dice K. Deutsch, se
origina en cascada, inducida por las élites: Las opiniones tienen su
origen y van cayendo desde las élites económicas y sociales a las
élites políticas y gubernamentales y, desde aquí, a los medios de
comunicación y los líderes de opinión hasta llegar, finalmente, a la
masa del público90. La opinión pública puede haber ganado en
poder, pero ha perdido en racionalidad y, si los psicólogos de las
multitudes la entendían como la racionalización de un impulso
colectivo, los teóricos de la sociedad de masas le añadirán la idea de
mediocridad, impersonalidad y mediatización. Las minorías
aristocráticas ya no deben tener miedo a la tiranía de la opinión-
pública, porque las técnicas de persuasión, el poder de que gozan y
el control sobre los medios de comunicación les permiten tener
secuestrada a la opinión. Ellos son la opinión pública.

V LA OPINIÓN PÚBLICA EN ESPAÑA

Apoyándonos principalmente en las investigaciones de nuestro


compañero de Departamento, el profesor Juan Ignacio Rospir91, y
aceptando que es mucho lo que aún queda por investigar, el tema de
la opinión pública en España sigue un desarrollo más o menos
paralelo al del resto de los países de Europa, con la salvedad de ir
normalmente por detrás, de ser tratada con menor profundidad y de
constatar en los momentos políticos importantes la inexistencia de
una opinión pública real y eficaz (Ortega y Gasset y Casses Casan).
Dejando a un lado la época del franquismo92 y el momento
actual, tres son las etapas que resumen la historia de la opinión
pública en España desde la época de los Austrias hasta la Segunda
República: la primera, que podríamos denominar de prehistoria de la
opinión pública, comprende desde la aparición de El Principe y la
actuación de la Contrarreforma hasta la aparición del público político
en tiempos de Carlos III; la segunda, liberal y doctrinaria, se extiende
desde los primeros escritos que hablan de la opinión pública
{Reflexiones sobre la Opinión Pública, de Jove-llanos) hasta la
aparición de la Institución Libre de Enseñanza (1876); y, la tercera,
más académica y científica, desde la Restauración hasta la Segunda
República.

I) La prehistoria de la opinión pública en España, como en


Europa, gira en torno a la publicación de El Principe (y su
concepción secularizante del poder, la razón de Estado y la
comunicación política entre gobernantes y gobernados), la existencia
de una información rudimentaria sobre los asuntos públicos5' y los
efectos de la Reforma protestante, que en España se entenderán
como efectos de la Contrarreforma. Aunque El Principe entra en el
índice de libros prohibidos en 1559, su doctrina será conocida entre
la gente culta y estará presente en todos aquellos que se sienten en
el deber de educar y asesorar al príncipe. Las razones de
Maquiavelo y las razones de la Contrarreforma harán que surja, en el
contexto de un Estado Absoluto, la doctrina de la Doble Razón de
Estado.
Lo que podríamos llamar opinión pública por estos años va unido
-como dice Rospir— a la simulación, la opinión y la información,
como elementos de un concepto más amplio que podríamos llamar
«diálogo político». Los escritores (principalmente, funcionarios en
sentido amplio) están atentos a la opinión popular (manifestada en
quejas, murmuraciones, libelos, pasquines, sátiras, panfletos... o la
simple experiencia política) y desde las reflexiones (morales) que
hacen sobre la vida y el funcionamiento del Estado, tratarán de
advertir, persuadir c influir en la educación del príncipe. «Es en estas
advertencias sobre la vida, la convivencia y las instituciones
estatales donde se hallan alojadas las reflexiones sobre el "diálogo
público". La Opinión, la fama, la reputación, la murmuración, la
libertad de expresión... van apareciendo como apéndices de un
discurso pedagógico mucho más amplio. El hecho mismo de
aparecer dentro de esta pedagogía política —y no en otra literatura
— es una prueba de la importancia que se concedía a la opinión. El
"diálogo político" -Opinión, Simulación e Información—, al estar den-
tro de esta pedagogía, no aparece como una entidad propia, como
un discurso abstracto, razonado, sino como una advertencia, un
aviso, un problema, encaminado a educar la voluntad del príncipe.
La prudencia política como una virtud para el mando tendrá presente
a la Opinión».
La corriente contra reformista tratará de armonizar la fe y la razón,
la moral cristiana y las exigencias políticas del poder y, frente a la
razón de Estado esgrimida en El Principe, defenderán la buena
razón de Estado. El ejemplo más claro de esta corriente se
encuentra en el jesuita Pedro de Rivadeneira, quien en escritos
como Tratado de la Religión y virtudes para conservar y gobernar
sus Estados, contra lo que Nicoli Maquiavelo y los políticos de su
tiempo enseñaron (1595) expone la doctrina de la doble razón de
Estado: aquella razón de Estado, auténtica, sólida y verdadera, que
subordina la vida política a un orden superior de valores, y aquella
otra, diabólica, falsa y engañosa, que pone la religión (y cualquier
otro medio) al servicio del Estado. Aunque condena la idea de
simulación en el gobernante, en algunos casos y, por necesidad,
llegará a tolerarla.
La segunda corriente, de mayor importancia y originalidad en el
Barroco español, es la tacitista95. En ella se pueden encontrar
nombres como los de Antonio Pérez, D. Saavedra Fajardo y J.
Alfonso de Lancina, defensores de la simulación y de la autonomía
política frente a la injerencia de cualquier poder religioso. F. Furió
Ceriol, A. de Barrientos y M. López Bravo, por ejemplo, defienden la
idea de racionalización del aparato del Estado y algunos encontrarán
en Fernando de Aragón el modelo ideal de rey, por su pragmatismo
y capacidad de simulación. A. Pérez, en su Norte de Príncipes
(1595), posiblemente sea el que exponga con mayor claridad la idea
de simulación y reputación desde la dimensión pública que juega
todo hombre de Estado.
Diego Saavedra Fajardo es el ejemplo más claro del pensamiento
tacitista, por intentar compaginar aquello que ataca y defiende, el
maquiavelismo y el antima-quiavelismo, la esfera autónoma de la
política y las exigencias de la moral cristiana. Experto propagandista,
sus ideas principales sobre la opinión y la simulación quedan
perfectamente reflejadas en Idea de un príncipe político-cristiano
representado en cien empresas (1640). A lo largo de esta obra se
muestra favorable al uso de la mentira, la simulación y el engaño
siempre que se haga con un fin lícito y para desorientar al contrario,
recomienda cierta libertad de expresión y atención a todo aquello
que espontáneamente se dice sobre el poder (en libelos, sátiras y
murmuraciones) y subraya la oportunidad de aprovechar la buena
imagen y opinión por lo efectos saludables que puede producir;
«Siempre que pudiere el príncipe acomodar sus acciones a la
aclamación vulgar —dice en la Empresa XXXII—, será gran
prudencia, porque suele obrar tan buenos efectos como la
verdadera.»
Finalmente, J. Alfonso de Lancina, en sus Comentarios políticos
(1687), será uno de los que más atención dediquen al «diálogo
político» y, como Fajardo, será partidario de la tolerancia en la
circulación de chismes, manifiestos, libelos, murmuraciones y
cualquier otra forma de comunicación y expresión por los efectos
positivos que puedan producir para el pueblo y por la información
que puedan aportar al poder. Valora en toda su profundidad la
información y la contrainformación, es atento a los lenguajes
políticos y, como otros muchos, destacará la fuerza política de la
opinión. La frase de Pascal afirmando que «la opinión es la reina del
mundo», encontrará un precedente casi Iiteral en Alfonso de Iancina,
cuando sostiene que «la opinión mantiene al mundo».
Como puente entre la primera y la segunda etapa (la crisis de la
conciencia española, como la llama J. L. Abellán), es decir, entre el
barroco y la Ilustración, se encuentra la figura del padre Feijoo. Con
el autor del Teatro critico entramos en el siglo de la crítica y de la
razón, se acepta (sin connotaciones religiosas) el maquiavelismo
como una forma normal de actuar en política, y aparecen los
públicos —primero, el público lector y, después, el público político—
que darán paso a la opinión pública. Al dirigirse al público lector, éste
se convertirá en mecenas de los escritores (como queda registrado
en las reivindicaciones que hacen D. Torres Villarroel o el padre Isla)
y aparecerá la crítica y la opinión. Aunque el padre Feijoó será uno
de los primeros comentaristas de J.-J. Rousseau, el concepto de
opinión pública pasará por alto en la lectura del Discurso sobre los
ciencias y las artes y habrá que esperar a la traducción, más tarde,
del Contrato social
2) Con la aparición del periodismo regular (siglo xvii) y el
periodismo diario en el siglo xviii (el Diario Noticioso aparece en
Madrid en 1758) y la apertura de nuevos ámbitos públicos —como
las tertulias, academias y sociedades— una parte importante de la
población (especialmente la burguesa e ilustrada) irá entrando
paulatinamente en la discusión de aquellos temas que llamamos de
interés público. El público lector dará paso al público político y la
opinión pública hará su entrada en España en los últimos años del
siglo xviii.
Sociedades como la Sociedad Económica de Amigos del País o
la Sociedad Económica Matritense (1775), serán los lugares donde
se den cita las personas que buscan un ordenamiento racional de la
vida humana, se defienda la necesidad de la cultura y la educación y
se ejercite el raciocinio público. 1.a ausencia de Parlamento y de
partidos potenciará la actividad de estas sociedades como elemento
aglutinador y articulador de la vida política del pais.
Las sociedades se fundarán siguiendo el ejemplo de algunas
extranjeras (Dublin, Berna), en ellas tendrán cabida las ideas
fisiocráticas francesas y se citarán nombres como los M. de la
Riviére y Necker y, en el intento de ordenar la economía y reformar
el país, aparecerán las primeras referencias a la opinión pública
(Duque de Almodóvar y V de Foronda).
Será, sin embargo, Francisco de Cabarrús quien apele al público
ilustrado, la libertad de imprenta y la opinión pública como forma de
legitimar la autoridad en un contexto de absolutismo ilustrado y será
también el primero que hable en España —como lo hiciera Necker
en Francia— del «Tribunal de la opinión pública»96. El Tribunal de la
opinión pública —dirá en el Elogio al Conde de Gausa (1786)—es
superior a todas las jerarquías y se hace más poderoso cuanto más
ilustrado es su público y, en el Elogio de Carlos III (1789), volverá
sobre las ideas de ilustración, la importancia de seguir la antorcha de
la opinión pública y la legitimación del poder por la razón.
El primer escrito con una referencia explícita en el título a la
opinión pública lo encontramos en M. Gaspar de Jovellanos:
Reflexiones sobre la opinión pública, escrita entre los años 1790 y
1797. Jovellanos, en ésta y en otras obras como los Diarios y la
Memoria (1811) hace referencias continuas al tribunal de la opinión
pública, a los ámbitos públicos y a la opinión pública como fuerza
política. En las Reflexiones no sólo destaca su influencia como
fuerza política, sino su alcance y extensión. Y, más adelante, como
queda recogido en la Memoria, describirá el importante papel de la
opinión pública en tiempos de la Junta central y las Cortes de Cádiz
al describir la importancia de la voz del pueblo en relación con los
poderes ejecutivo y legislativo. Defiende la publicidad de las
sesiones (a puerta cerrada) de la Junta Central y la necesidad de la
libertad de imprenta.
El papel que desempeñó la opinión pública en torno a los
acontecimientos de la Revolución francesa, aunque con un
significado, contexto e intensidad distintas, en cierto modo se ve
mimetizada en los sucesos que rodean la guerra de la
Independencia y la formación de las Cortes de Cádiz. Las alusiones
a la opinión pública serán constantes en los discursos y
contradiscursos de las sesiones, porque la entenderán como un
elemento fundamental —unas veces, como aliado y, otras, como
freno-— dentro del juego de poderes constitucionales. «La opinión
pública —dice Rospir— se concibe como el gran aliado que los
constituyentes tienen que mantener y alentar si quieren salvar la
causa constitucional de los continuos ataques a que se ve
sometida»''7. Por ello, como queda recogido en los testimonios de
Manuel J. Quintana y Agustín Arguelles, se defenderá la publicidad
de las sesiones parlamentarias y la necesidad previa de la libertad
de imprenta.
El interés de los constitucionales por la libertad de expresión será
tan importante que, antes de empezar la redacción de la
Constitución, dictarán un Decrelo (10 de diciembre de 1810) donde
se reconoce la libertad de imprenta y, una vez proclamada ésta, se
producirá tal explosión de publicaciones que, solamente en Cádiz,
pasarán de cincuenta9*. Periódicos, como El Observador o El
Conciso, contribuirán a la publicidad de las sesiones y la prensa, en
general, será utilizada para informar (y preparar) a la opinión pública
de las reformas proyectadas.
Tras el paréntesis de la época fernandina", la opinión pública
resurge con escaso interés en la época isabelina, porque nace
controlada por los liberales y moderados La opinión pública hasta el
final de este segundo período irá unida a las aportaciones de los
doctrinarios, la lucha por la ampliación del sufragio y el respeto o las
limitaciones (según quien gobierne) a la libertad de expresión.
Los doctrinarios españoles defenderán el régimen de opinión y el
papel de la opinión pública dentro del juego de poderes. En centros
como el Ateneo científico y literario de Madrid (fundado en 1835):0°,
el Liceo (inaugurado en 1836) o los casinos se desarrollan
actividades culturales y políticas, donde los públicos participantes
contribuyen a la formación de la opinión pública101. A. Alcalá
Galiano, por ejemplo, en su Memorias y Apuntes hace numerosas
referencias a la opinión pública y a los públicos, a la publicidad
política y a la libertad de prensa y, en las Lecciones (impartidas en el
Ateneo de Madrid en 1836), relacionará la opinión pública con la
legislación, los sistemas electorales y sufragio, las cámaras parla-
mentarías, la publicidad de las sesiones y la libertad de imprenta. J.
Donoso Cortés, en cambio, defenderá la soberanía de la inteligencia
frente al poder de la opinión pública, mientras J. E Pacheco
reconocerá la importancia que la opinión pública y el debate público
están teniendo a lo largo del siglo xix, reivindicando la publicidad
política y la importancia del periodismo en el desarrollo del libera-
lismo democrático.
A lo largo del siglo XIX nuestro sistema electoral tendrá las
modalidades de sufragio universal indirecto, sufragio censuario y
sufragio universal masculino. La representación formal de la opinión
a través del sufragio pasará desde las restricciones que imponía el
sufragio censilario del Estatuto Real (1834) —que sólo permitía votar
a un 0,15 por 100 de la población—, hasta la promulgación del
sufragio universal masculino de la Constitución de 1869, que
permitía votar a todos los varones mayores de veinticinco años. En
tiempos del sufragio censuario el cuerpo electoral disminuirá o
aumentará según gobiernen los moderados o los progresistas,
sufragio censuario que volverá de nuevo a estar vigente cuando
Cánovas lo implanta en el período que va desde 1876 hasta 1890.
En cuanto a la libertad de expresión, las leyes que se publican
también siguen el espíritu de los moderados o los progresistas. En
los decretos y periodos moderados (1834-1836, 1837-1839, 1843-
i854 y 1856-1868) se reconoce el principio de libertad, pero
acompañada de algún tipo de censura; en los gobiernos progresistas
(1836-1837, 1839-1843, 1854-1856 y 1868-1875), en cambio,
reaparecerá el espíritu liberal de las Cortes de Cádiz. Con la
Restauración vuelven las restricciones a la libertad de expresión (por
ejemplo, se restringe la libertad de cátedra), pero se acepta, en
cambio, la creación de la institución Libre de Enseñanza (1876).
Aunque la Constitución de 1876, en su artículo 13, reconoce que
«todo español tiene derecho [...] de emitir libremente sus ideas y
opiniones, ya de palabra, ya por escrito, valiéndose de la imprenta o
de cualquier otro procedimiento semejante, sin sujeción a censura»,
la Ley de Prensa de 7 de enero de 1879 impondrá de nuevo
restricciones. Estas limitaciones serán eliminadas con la llegada de
Sagasta al poder (Ley de Prensa de 1883) y esta situación de
libertad se prolongará sin grandes modificaciones hasta la Segunda
República.
3) El tratamiento de la opinión pública en la etapa que va desde la
Restauración hasta la Segunda República, se desarrolla en torno al
krausismo y el positivismo, la Institución Libre de Enseñanza y
ciertas actividades de ámbito universitario. Son hombres que
desarrollan su actividad principal en el campo del derecho, pero
cuando hablan de la opinión pública no sólo la enfocan desde el
ámbito jurídico -político, sino que reclaman otras perspectivas como
la sociológica o la psicológica. Además de Gincr de los Ríos, hay
que citar a Gumersindo de Azcárate, Adolfo Posada, Manuel Salas y
Ferré, José Ortega y Gassct o las tesis doctorales de Alberto López
Selva y Luis García de los Ríos.
Los autores que escriben sobre la opinión pública dejan entrever
las influencias del extranjero, especialmente de la Escuela
Publicística alemana (C. Róder y F. Holtzendorff) y Adolfo Posada,
por ejemplo, sorprenderá por la bibliografía tan detallada y
actualizada que ofrece sobre la opinión pública en las ediciones de
1928 y 1935 de su Curso de Derecho Político.
Los autores mencionados suelen distinguir entre el planteamiento
teórico de la disciplina y la existencia del fenómeno en España,
sobre el que manifiestan un acusado pesimismo (Ortega). Los temas
y capítulos sobre los que gira el planteamiento teórico, se refieren a:
a) naturaleza, concepto y definición; b) factores que intervienen en
su formación; c) proceso y organización de la opinión pública; d)
ámbitos de actuación, expresión y manifestación, y e) la opinión
pública como fuerza política en un régimen de opinión. También
extienden su análisis a conceptos relacionados con la opinión
pública como los usos, costumbres, ideas, creencias, conciencia
social, espíritu público o colectivo y a algunos factores que participan
en su formación y expresión como el sufragio, partidos políticos,
asambleas, parlamento, publicidad y prensa.
El desarrollo de la opinión pública, decíamos antes, va unido a
actividades de discusión y publicidad en ateneos, academias e
instituciones, especialmente en la institución Libre de Enseñanza. En
el periodo que estamos analizando, por ejemplo, Manuel Conrotc, en
1888, lee la memoria en la Real Academia de Legislación y
Jurisprudencia, con el título: «Influencia que la opinión pública puede
y debe ejercer sobre el poder judicial»; el Ateneo de Madrid, en abril
de 1884, organiza un ciclo de conferencias sobre la opinión pública,
donde hablan sobre e! tema E de Silvela («Opinión pública,
examinada bajo sus diferentes aspectos y modos de formarse») y
Canalejas («La opinión pública y el Parlamento»); y, el 15 de mayo
de 1932, Sangro y Ros de Olano lee su discurso de entrada en la
Academia de Ciencias Morales y Políticas con el título «Opinión
pública y masa neutra». Sin embargo, será la Institución Libre de
Enseñanza la que ofrezca las mejores oportunidades para el estudio
y publicidad de la opinión pública, como puede constatarse en su
Boletín donde se recoge la traducción y publicación de algunos auto-
res alemanes y donde se publica parle de la primera tesis doctoral
sobre esta disciplina.
En cuanto a los autores, Arcad i o Roda Rivas, en 1870, escribe
su Ensayo sobre la opinión pública, donde, desde un planteamiento
teórico y general, se pregunta sobre el concepto de opinión pública,
las relaciones entre opinión pública y vida política y manifestaciones
de la misma. Unos años más tarde, Gumersindo de Azcárate
publicará, en 1885, el Régimen Parlamentario en la Práctica. En esta
obra defiende la necesidad de una opinión pública si se quiere tener
un auténtico régimen parlamentario y democrático. Reclama la
presencia en la vida política del pueblo (la masa neutra de los
conservadores), porque si no participa es por la corrupción y la
inmoralidad de los políticos o por el falseamiento del régimen par-
lamentario. En la formación, actuación y expresión de la opinión
pública destaca el papel de los partidos y, sobre todo, el de la prensa
política que, como «cuarto poder», desarrolla las funciones de
orientación, dirección y expresión.
La primera (posiblemente) tesis doctoral sobre opinión pública la
realiza Alberto López Selva y de su existencia tenemos conocimiento
a través de las referencias de A. Posada y G. de Azcárate y de la
publicación que se hace de algunos capítulos en el Boletín de ¡a
Institución Libre de Enseñanza (en los meses de enero a abril de
1890), bajo el título Sobre la opinión pública. Como sostiene J. I.
Rospir, «el trabajo de López Selva es importante por el programa,
por la organización que establece y por el estudio c investigación
que realiza»'04. En el capítulo preliminar (1.°) se observan las
influencias del krausismo y el positivismo a través de sus reflexiones
sobre la sociedad, el individuo y el espíritu público y en el resto de
los seis capítulos, se dedica a hablar del concepto (2.°),
distinguiendo entre opinión, conocimiento y opinión pública: los
elementos que concurren a la formación de la opinión pública (3.°),
destacando la memoria social, la comunicación ideal y la publicidad;
el proceso de formación (4 o); ta esfera de acción (5.°) y la
manifestación de la opinión pública (6.°).
Luis García de los Ríos, siguiendo los pasos de López Selva,
publica su tesis doctoral en 1910 con el escueto título La opinión
pública, con tres grandes apartados: a) la costumbre y la opinión
pública, b) órganos que expresan y dirigen la opinión pública, y c) si
la opinión pública puede ser fuente directa de derecho. Ir. el primer
capítulo distingue y relaciona la costumbre con la opinión pública,
asimilando la primera con lo que suele entenderse por clima de
opinión, mientras que la opinión pública aparece como un fenómeno
más variable y pasajero encontrando en el régimen parlamentario su
lugar más adecuado. Entre los órganos y formas de manifestarse
deben citarse la publicidad, el periódico político, los partidos políticos
y el sufragio Finalmente, en el tercer capítulo sostiene que la opinión
pública puede ser fuente de derecho y, además, subraya su
importancia en un régimen constitucional como forma de legitimar el
gobierno democrático.
Adolfo Posada forma parte de aquellos autores que, teniendo una
formación jurídico-política, reclaman nuevas perspectivas para el
estudio de la opinión pública. Su nivel científico-académico y
amplitud de miras queda manifiesto en la bibliografía sobre opinión
pública (jurídico-política, sociológica y psicológica) que incluye en las
últimas ediciones (1928 y 1935) de su Curso de Derecho Ihli-tico
(1893). Además del Curso, deben tenerse en cuenta los artículos
publicados en el Boletín de la institución Libre de Enseñanza, en
1909: Sobre la opinión pública y Naturaleza de la opinión pública. En
el Curso, siguiendo a Bryce, distingue los gobiernos de opinión (por
su representatividad) de aquellos que no lo son, desconfía de las
estadísticas electorales españolas, recoge las ideas de publicidad de
los alemanes Róder y Schaífle, explica las formas de expresarse a
través del sufragio, los partidos, el Parlamento, las asambleas, etc., y
siguiendo a Azcárate. destaca el papel de la prensa
En los artículos que publica en el Boletín manifiesta su
preocupación por la creación de una teoría de la opinión pública,
defendiendo (como Holtzendorff) su carácter interdisciplinar. Bajo la
influencia de Coolcy identifica opinión pública con organización,
hablando de ella como un estado de conciencia colectiva o expresión
del espíritu social que da vida a la sociedad. Todas estas ideas
quedan recogidas y ampliadas en las últimas ediciones del Curso. La
opinión pública, desde el organicismo político-social, hay que
entenderla como una manifestación del espíritu social o conciencia
colectiva. «Aparece como la animación y el reflejo del sentir y del
palpitar de la sociedad. La opinión pública es un motor dentro del
organismo social. Para evitar que el espíritu público, que el sentir
colectivo, que la conciencia social, que la opinión pública, pudiese
ser suplantada por una interpretación individual de lo colectivo.
Posada defiende apasionadamente el principio de la libertad y de la
publicidad en el Estado como garantía frente al irracionalismo. La
libertad de prensa, las asambleas públicas, el sufragio, el auténtico
régimen representativo, el constitucionalismo, la libertad de
conciencia y opinión... son todas ellas garantías frente a la
instalación del irracionalismo en la política»".
El primer catedrático de Sociología. Manuel Salas y Ferré, en el
libro dedicado a la «Conciencia Social» de su Tratado de Sociología
(1912), dedicará parte del capítulo III a la opinión pública. Siguiendo
a Tarde, distingue, por un lado, el público, la multitud y la opinión
pública y, por otro, la opinión, la razón y la tradición y, al hablar de su
formación, destacará la conversación, la tribuna y, sobre todo, la
prensa, Antonio Casses Casan, tal como lo hará por el mismo tiempo
Ortega y Gassct, se lamenta en La opinión pública en España (1917)
de la escasa incidencia de ésta en la vida política.
Finalmente, José Ortega y Gasset, además de la contribución que
hace a la teoría de la sociedad de masas y, especialmente, a la
descripción del «hombre masa», son numerosas las referencias a la
opinión pública a lo largo de toda su obra. Tal como lo hiciera
Antonio Casses Casan en su escrito sobre La opinión pública en
España (1917), Ortega y Gasset, en artículos como «De re política»
(1908) y «De puerta de tierra» (1919), duda de la existencia de una
opinión pública en España y se refiere a la idea confusa que la gente
tiene de ella. En «Desconfianza de la opinión pública» (1915) vuelve
en parte sobre el mismo tema, denuncia como falsa («la opinión
pública es casi siempre una opinión larvada y disfrazada») la opinión
pública de ciertos círculos y la diferencia de la opinión pública
popular. En «Vieja y nueva política» (1914) preconiza una nueva
opinión pública, distinta de los viejos tópicos y de aquellas
«opiniones muertas y sin dinamismo», que anime la vida política
En «Cunegunda o la opinión pública española» nos dice que «la
opinión pública española viene a ser, como en el Cándido, de
Voltaire, la gentil Cunegunda. que cuantas veces la ocasión se
presenta queda indefectiblemente violada». La situación política del
momento, el sistema de partidos, el turnismo y la actuación del
Parlamento contribuyen a esta situación. Comparando los
parlamentos y la opinión pública de otros países europeos con
nuestras Cortes y nuestra opinión pública, llega a decir; «Nuestras
Cortes no son una ficción; la ficción es la idea que de nuestra opinión
pública tenemos.» Para que exista un gobierno de opinión —dirá en
la Redención de las provincias— es necesaria la existencia de una
cultura política adecuada, porque cuando algo se ignora o no se
siente, es muy difícil opinar.
Finalmente, en La rebelión de las masas (1929) destaca la fuerza,
el poder y la soberanía de la opinión pública como algo que ha
estado siempre presente en toda sociedad, y en /;/ hombre y la gente
(1951) la asimila con los usos y los tópicos y establece una relación
de dependencia entre el poder político y la opinión pública.
5. LA SOCIOLOGÍA DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN. LA
INVESTIGACIÓN EMPÍRICA DE LA OPINIÓN PÚBLICA DESDE EL
ESTUDIO DE LOS EFECTOS DE LOS MEDIOS DE
COMUNICACIÓN

i. LOS ESTUDIOS SOBRE COMUNICACIÓN y PROPAGANDA


I. La investigación en comunicación de masas
La concepción interdisciplinar de la opinión pública recibirá, a
partir de la Primera Guerra Mundial, un impulso considerable de las
investigaciones que empiezan a realizarse en el campo de las
comunicaciones de masas y de los nuevos planteamientos (con
nuevos objetos de estudio, técnicas y orientación) de la psicología
social, iniciados por la «Escuela de Chicago». Será por estos años
-como afirma P. E Lazarsfeld en «La opinión pública y la tradición
clásica»1— cuando se produzca el tránsito del pensamiento clásico
(más teórico y especulativo), al planteamiento moderno (más
técnico, pragmático y empírico) de la opinión pública, citando entre
los estudios que marcan el final y el principio de ambos periodos o
escuelas, las obras de F. Tónnies (Kritik der óffenüichen Meinung,
1922), de W. Lipprnann (Public Opinión, 1922) y de H. D. Laswell
(Propaganda Technique in the World Ward, 1927).
Los estudios de opinión pública a partir de este momento se
harán desde la óptica multidisciplinar de la Ciencia Política, la
Sociología, la Psicología Social y las Ciencias de la Comunicación,
pero será la perspectiva del estudio de los efectos de los medios la
que marque la pauta principal de investigación de la opinión pública,
aunque el concepto sufra las consecuencias reduccionistas de la
investigación empírica desde las teorías que van surgiendo para
explicar los efectos de los mass media. La importancia que los
medios de comunicación de masas van adquiriendo en la sociedad
se traducirá en una preocupación creciente por el estudio de sus
efectos, considerando a la opinión pública como uno de sus efectos
principales o como el destinatario principal de los mensajes que
difunden los medios de comunicación.
Para entender la relación entre los estudios de periodismo, la
investigación en comunicación y la nueva orientación de la opinión
pública es oportuno recordar las observaciones que hacían D. H.
Weaver y R. G. Gray, en el papel que presentaron en 1979 en la
Convención anual de la Asociation for EducaIion in Journalism2.
Desde el siglo xviii hasta el momento actual — dicen los autores
citados—, las enseñanzas de periodismo (en Estados Unidos) han
pasado por cuatro fases, siendo la tercera (desde los años veinte
hasta los cincuenta) y la cuarta (hasta el momento actual) aquellas
en que los estudios se han apoyado en bases más firmes, han
pasado del área de humanidades a la de ciencias sociales, se han
incluido programas específicos de doctorado y la preocupación fun-
damental se ha centrado en el estudio de los efectos. Será desde
esta perspectiva y preocupación, desde los estudios que investigan
las influencias de los medios en la sociedad, donde se estudie la
formación de la opinión pública3. La parte más importante de la
investigación se realizará desde las nuevas ciencias de la
información, pero el carácter interdisciplinar de la opinión pública
reclamará en la mayor parte de los estudios las orientaciones,
métodos y técnicas de las áreas enumeradas más arriba.
Muchas han sido las causas y condiciones que han estado
presentes en el desarrollo de los estudios sobre comunicación y
muchas han sido también las causas que han influido en los cambios
de perspectiva para el análisis de la opinión pública. Guiados por un
afán de síntesis, los condicionantes más importantes podrían
resumirse en tres apartados: l) el apoyo conceptual y metodológico
de teorías sociales, sociológicas y psicológicas; 2) la aplicación de
nuevas técnicas de investigación en el estudio de la opinión pública,
y 3) la presencia de una serie de causas relacionadas,
principalmente, con los nuevos medios de comunicación, el ambiente
sociopolítico de la época y las exigencias del mercado y la
administración.

A) Los marcos teóricos


Una teoría que estará siempre presente —unas veces de manera
clara y, otras, de forma latente— en los estudios sobre los medios y
sus efectos de la primera y segunda etapa (desde 1920 hasta 1960),
será la Teoría de la Sociedad de Masas. Ya nos hemos referido a
ella en el capítulo anterior y a sus relaciones con la opinión pública;
solamente destacar aquí la influencia que tendrá en la interpretación
que se vaya haciendo del poder de los medios sobre el público. La
idea que domina en los primeros años de la Mass Communication
Research presupone la existencia de unos medios de comunicación
(también llamados, de masas) omnipotentes y omnipresentes, que
causan efectos directos e inmediatos sobre una población dispersa,
atomizada y desintegrada, porque los grupos intermedios han
desaparecido y las masas han conducido al individuo a la más
absoluta soledad e indefensión. Las técnicas de persuasión y
propaganda al servicio de quienes controlan los medios ayudarán a
producir estos efectos y a reforzar la imagen de una sociedad
masificada. Se difunde la idea -dice M. L. de Fleur— de que la comu-
nicación de masas está dotada de un enorme poder y que la opinión
pública y el receptor están a expensas del comimitador1. Aunque
esta forma de pensar parece ser que fue la forma dominante a lo
largo de los años veinte y treinta, la revisión de las primeras teorías
(teorías del impacto directo), limitando el poder de los medios
(teorías de los efectos limitados), no podrá desterrar la imagen de
una sociedad masificada, porque el estudio de los efectos se seguirá
realizando desde la perspectiva de la persuasión y el control tic las
opiniones y actitudes, según el modelo conductista estimulo-
respuesta5.
F;.n opinión de O. Statera la llegada de los nuevos medios de
masas fue saludada por algunos con cierto optimismo, porque
posibilitaba «la reconstitución de una opinión pública informada y
consciente». Otros, sin embargo, no veían en los medios más que
instrumentos de excitación y de maldad diabólica, aunque tanto unos
como otros tenían la misma imagen del proceso de comunicación*:
la imagen de una masa atomizada compuesta por millones de
oyentes, dispuestos a recibir el Mensaje7. Como afirma Dcnis
McQuail, «la teoría de la sociedad de masas concede primacía a los
medios de comunicación en cuanto causa y agente mantenedor de
la sociedad de masas y se apoya en gran medida en la idea de que
los medios de comunicación ofrecen una visión del mundo, un
sucedáneo o seudo-ambiente, que constituye un poderoso
instrumento de manipulación de la gente»".
La teoría sociológica funcionalista desciende al terreno de las
comunicaciones no tanto a través de la obra de T. Parsons (la Gran
Teoría), sino, sobre todo, a través de la Teoría de Rango Medio
expuesta principalmente por R. K. Merton, en Teoría y estructura
sociales9 y. en menor medida, por H. I). Laswell y P. F. Lazarsfeld.
La influencia que tuvo la obra de Parsons en la sociología
norteamericana no fue secundada en la investigación de las
comunicaciones por problemas relacionados con las fuentes de
financiación; fueron, sin embargo, las teorías de rango medio las
que, impulsadas por el Estado benefactor, «resultaron mucho más
eficaces para el establecimiento de una investigación administrada
dado que estas teorías parten de leyes científicas orientadas hacia el
estudio del impacto de factores sociales particulares en el conjunto
de actividades y necesidades del sistema social».
Las teorías de rango medio, sin renunciar a la abstracción, se
centrarán en problemas concretos, se ofrecerán como guía de la
investigación empírica y estarán siempre cerca de los datos11.
Aplicadas al campo de las comunicaciones, entenderán la imagen y
el papel de los medios como un sistema de conexiones capaces de
asegurar tanto la integración y el orden, como la capacidad de res-
ponder a las distintas contingencias que se presentan a la sociedad.
Y, aunque la teoría estructural-funcionalista intenta presentar los
medios de comunicación como faltos de ideología y esencialmente
independientes y autorregulables. la realidad es que en ella subyace
cierta tendencia conservadora que pretende defender el statu quo.
Finalmente, la escuela psicológica del Conductismo también será
utilizada como marco teórico y aportará modelos para interpretar los
efectos de los medios de comunicación, tanto desde el
condicionamiento clásico (Watson) como del operante e instrumental
(Skinner). El modelo estimulo-respuesta, por ejemplo, tendrá una
aplicación inmediata en las teorías del impacto directo al entender
los mensajes como estímulos condicionantes, y el efecto sobre las
opiniones, actitudes y conducta, como la respuesta condicionada.
Si contemplamos la opinión pública como un objeto supeditado a
las influencias de las técnicas de persuasión y propaganda, podrá
ser explicada como uno de los fenómenos más expuestos al
condicionamiento, pero si la entendemos como la suma de opiniones
y/o actitudes de un grupo o una muestra, el condicionamiento no
será menor, como lo demuestran los estudios sobre formación v
cambio de actitudes (Hovland). El modelo y las técnicas conductistas
no sólo tendrán una aplicación práctica en el campo de la publicidad
comercial, sino que, imitando el marketing económico y político,
serán seguidas en la investigación universitaria.
B) Las técnicas de investigación
Aunque este punto será desarrollado más ampliamente en
apartados posteriores, solamente destacar aquí la importancia de
ciertas técnicas de investigación en el cambio de perspectiva del
estudio de la opinión pública. Son técnicas que empiezan a utilizarse
a partir de los años veinte y treinta y que, dentro del espíritu
pragmático y cuantitativo, van a contribuir a la creación de un nuevo
concepto de opinión pública. Las encuestas de opinión, por ejemplo,
aplicadas a muestras representativas de la población, ayudarán a
conocer los estados de opinión y, aplicadas en intervalos sucesivos,
contribuirán al conocimiento de las corrientes de opinión c, incluso,
de la opinión pública. El peligro que se cierne sobre esta técnica no
es sino una consecuencia de la concepción reduccionista que marcó
los estudios sobre opinión pública en el período del «paradigma
dominante» de P. E Lazarsfeld. Como ya decía H. Blumer en 1947,
los sondeos pueden ser una técnica perfectamente válida para
conocer las opiniones individuales o grupales, pero es insuficiente
para conocer la opinión pública: «los sondeos actuales no ofrecen
una imagen precisa ni realista de la opinión pública, puesto que no
logran captar las opiniones tal como están organizadas y como
operan en una sociedad en funcionamiento»14. A pesar de estas
tempranas críticas, muchos seguirán considerando las encuestas
como una técnica adecuada para medir la opinión pública.
Otras técnicas importantes, relacionadas también con la opinión
pública, son las escalas de actitud y el análisis de contenido. Las
escalas de actitud, más laboriosas en su construcción, nos ofrecen
sobre las encuestas de opinión la ventaja de acceder a niveles más
profundos del mundo consciente e inconsciente de los individuos y,
aplicadas a muestras representativas de la población, nos pueden
ayudar a esclarecer dimensiones ocultas de los fenómenos de
opinión pública. El análisis de contenido, aunque se ocupa en
principio del contenido de los mensajes, también se extiende a todos
los elementos que intervienen en el proceso de la comunicación,
desde el emisor hasta el receptor. Es una técnica que se ha usado
poco para el análisis de la opinión pública, posiblemente por las
dificultades y laboriosidad que entraña el método y quizá, también,
por la existencia de otras técnicas más fáciles de aplicar que
aparentemente se muestran más relacionadas con la opinión
pública. Sin embargo, si reconocemos la publicidad de las opiniones
como un elemento esencial de la opinión pública, esta notoriedad
pasa necesariamente por los medios de comunicación y el análisis
de contenido, aplicado a los medios y mensajes, se presentará como
una de las técnicas más importantes para conocer con bastante
precisión los distintos fenómenos de opinión pública que acontecen
en una sociedad. No debemos olvidar que, ya en el siglo xrx, el
mejor aliado de la opinión pública se encontraba en la prensa y que
ambos elementos juntos eran considerados el «cuarto poder».
C) Los condicionantes sociopoliticos y económicos. La
investigación administrada

Con este epígrafe se pretende hacer referencia a una serie de


factores que, desde los campos más distintos y los intereses más
variados, favorecerán el desarrollo de la Mass Communication
Research, especialmente en Estados Unidos. La investigación en
comunicación de masas -como puede constatarse en la extensa
bibliografía sobre el tema— hasta finales de los años cincuenta es
una etapa que está dominada por investigadores norteamericanos.
En Europa, en cambio, los primeros trabajos sobre información (y
referidos a la prensa escrita) no empezarán hasta ver finalizada la
Primera Guerra Mundial y normalmente bajo perspectivas filosóficas,
jurídicas e históricas. Habrá que esperar hasta el final de la Segunda
Guerra Mundial y a la evolución del desarrollo político y económico
de cada país para explicar el interés sobre un tema que en Estados
Unidos ya había recorrido un largo camino. «Que la Ciencia de la
Comunicación europea —dice M. de Moragas— se encuentre
paralizada hasta cerca de los años sesenta es lógica consecuencia
de la situación económica en que quedó el continente después de la
Segunda Guerra Mundial y de sus repercusiones en los ámbitos
comunicativo y cultural)»15.
Los factores que condicionan la Communication Research
guardan relación con situaciones tan variadas, como el ambiente
prebélico y bélico de ambas guerras mundiales, la situación política y
económica de Estados Unidos, primero, y de Europa, después, el
impacto de los nuevos medios de comunicación de masas en la
sociedad, las demandas de la administración y las necesidades de la
empresa privada. Estos y otros factores harán que la sociedad tome
conciencia de la importancia del proceso comunicativo y de sus
medios para explicar la existencia y el desarrollo de la sociedad.
Algunos autores, como Jesse G. Dclia16, desde las nuevas
perspectivas neo-funcionalistas y conductistas destacarán el
surgimiento en Norteamérica de una mentalidad pragmática y
empírica que se distanciará de los planteamientos teóricos del
pasado o de la orientación que se seguía haciendo en Europa de la
ciencia social. Esta orientación pragmática llevará al descubrimiento
de nuevas técnicas de investigación y al intento de cuantificarlo todo,
con el consiguiente peligro reduccionista. En cierto modo, esto es lo
que sucederá años más tarde con la opinión pública que pasará de
ser un objeto (político) de reflexión teórica a una disciplina científica
y cuantitiva, estudiada desde la psicología social como una variante
más de las opiniones y actitudes de la población. En todo este
proceso de transformación desempeñará un papel impórtame la
«Escuela de Chicago» y sus nuevas aportaciones al desarrollo de la
psicología social (estudio de la interacción social, procesos de grupo
y actitudes), algunos en relación con los estudios sobre
comunicación, sus medios y sus efectos (Park y I31umer, por
ejemplo).
M. L. de Fleur, en la enumeración de factores condicionantes, se
remonta a la Primera Guerra Mundial y al uso de la propaganda
como arma política y psicológica17. Denis McQuail, en cambio, al
hablar de la evolución del pensamiento sobre los efectos de los
medios de comunicación como una «historia natural», concreta un
poco más, destacando entre los factores condicionantes: «los
intereses de los gobiernos y de los legisladores, las necesidades de
la industria, las actividades de los grupos de presión, los objetivos de
la propaganda política y comercial; las preocupaciones dominantes
de la opinión pública; y las modas de las ciencias sociales»58.
Finalmente, E. Saperas, y referido a Estados Unidos, sitúa las
causas de la evolución de los estudios sobre comunicación de
masas en cuatro demandas principales: a) demandas de los nuevos
medios de comunicación, especialmente la radio y televisión; b)
demandas del sistema político liberal norteamericano; c) demandas
de fundaciones privadas, y d) demandas militares.
La radio tiene su momento importante en 1926 con la creación de
la cadena NBC americana y la segunda BBC inglesa y, a partir de
este momento, será grande su uso (comercial, político y bélico) e
impacto (primeras teorías sobre los efectos de los medios) sobre las
masas hasta la entrada de la televisión (pasada la Segunda Guerra
Mundial) como el medio más potente de comunicación de masas.
Los usos políticos de los medios y su influencia en la opinión pública
quedarán patentes en las campañas electorales y en otras formas de
comunicación política, pero serán las demandas militares
(propaganda política), las que contribuyan con un interés especial a
la innovación tecnológica y a los estudios de los efectos de los
medios. La prueba de ello se encuentra en las relaciones que
mantuvieron con la guerra y la propaganda autores de la
«Communication Research», como H. Las-well (War
Communications Research Proyect of the Library of Congress), C. L
Hovland (Research Branch of the Army s Information and
Educational División) o W. Schramm (Office of War Information).
Finalmente, destacar el apoyo que la administración dará (el New
Deal) al surgimiento de fundaciones e instituciones privadas que
investigarán en el campo de la comunicación, principalmente en
efectos y audiencias.
Como queda recogido en el editorial de presentación de The
Public Opinión Quarterly (1937), serán los investigadores, el
gobierno estatal, los empresarios, los publicitarios, las relaciones
públicas y los medios de comunicación las personas y entidades
más afectadas por el proceso de comunicación y será de ellas de
quien salgan las principales fuentes de financiación. Esla
convergencia de intereses será definida por R E lazarsfeld como
Investigación Administrada y no será sino la expresión de la
confluencia de intereses y voluntades entre la industria de la
comunicación y de la cultura y los gabinetes de investigación
surgidos en las universidades norteamericanas durante los años
treinta, dentro del Estado benefactor que regula y protege el sistema
económico y social20. La Investigación Administrada o, más en
concreto, la «Communication Research», orientada principalmente a
los estudios de los efectos, audiencias, mensajes, propaganda y
opinión pública, procurará dar una visión optimista de la sociedad,
trabajará al servicio interior y exterior de la sociedad norteamericana,
asesorará en temas de comunicación y propaganda y estará siempre
atenta a las demandas de la administración.
Estrechamente unida a la investigación que se realiza en estos
años y su publicidad se encuentra la revista Public Opinión
Quarterly, nacida en 1937 en la Universidad de Princcton como
portavoz de la American Association for Public Opinión Research y
ante la necesidad política de «obtener y divulgar conocimientos
sobre el control de la opinión y las actitudes públicas»21. Estarán
unidos a ella autores de la investigación en comunicación de masas,
como Cantril, Lasswell, Katz, Lazarsfeld, Berelson y Schramm, y en
todos sus estudios estará presente el deseo por conocer (y, en
ocasiones, con la intención de controlar) los estados de opinión y la
opinión pública.

D) Etapas en el estudio de los efectos de los medios de


comunicación

La mayor parte de los autores que estudian y clasifican (Blumler,


McQuail y Beniger, por ejemplo) la investigación en comunicación de
masas, suelen distinguir tres periodos claramente diferenciados, con
un número mayor o menor de teorías, hipótesis y modelos de
comunicación.
El estudio de los efectos se presenta como uno de los capítulos
más difíciles de estudiar, porque el mismo concepto de efecto está
expuesto a condicionamientos políticos y económicos y, como
consecuencia lógica, los resultados de una etapa deben ser
revisados en estudios de etapas posteriores. Esta actitud crítica,
entendida como normal y necesaria en todo proceso de
investigación, produce la impresión de que, a pesar de tanto estudio
empírico, su validez y utilidad es cuestionable, relativa y temporal.
La opinión pública, ya se entienda como uno de los efectos
principales que pueden producir los medios o como aquel sujeto
receptor que sufre la presión de sus mensajes, sigue los vaivenes de
la investigación, perdiendo gran parte del contenido político y crítico
del pasado para convertirse en un objeto expuesto a la manipulación
y el control, con características parecidas a las opiniones y actitudes
y. por tanto, medible y cuantificable. Este proceso reduccionista que,
en parte, finaliza con los años sesenta, será superado por las nuevas
teorías relacionadas con la comunicación política, devolviendo a la
opinión pública el contenido y la función política que tuvo en el siglo
xix, aunque enmarcada en la nueva realidad de la comunicación.
El estudio de la opinión pública, por tanto, lomando como
referencia el estudio de los efectos de los medios de comunicación,
tal como hemos apuntado más arriba, también pasa por tres etapas:
a) En la primera de ellas (que comprende desde los años veinte
hasta los cuarenta) los medios de comunicación son contemplados
como instrumentos de influencia directa, poderosa y eficaz. Son los
momentos en que las técnicas de persuasión y propaganda han
desempeñado y siguen desempeñado un panel importante en el
control de la opinión pública y donde el nuevo medio de masas, la
radio, ofrece grandes posibilidades de penetración en extensión y
cantidad sobre la población. Se tiene la convicción —aunque
algunos nieguen que esta idea cuajara en los estudiosos de la
comunicación (Lang y Lang, 1981). o que el modelo E-R no pasara
nunca de «representar una actitud de asombro y temor no
articulados conceptualmente en relación con el poder de la
propaganda política vehieulada por los medios»— de que los medios
tienen un poder irresistible y que su control lleva automáticamente al
control de la opinión pública u otros aspectos relacionados con las
opiniones, actitudes y comportamientos de la población. El modelo
que predomina en esta etapa es el modelo E-R de los primeros años
del conductismo y las teorías que intentan explicar los efectos de los
medios recibirán nombres como «teoría tic la aguja hipodérmica»,
«teoría de la bala», «teoría del impacto directo» o «teoría de la
influencia unidireccional».
b) La segunda etapa comprende, principalmente, las décadas de
los años cuarenta y cincuenta y ha sido definida como la etapa del
«paradigma dominante» de R F. Lazarsfeld o. también, como
investigación administrada, teoría de los factores intermediarios, de
los efectos mínimos o teoría de los efectos limitados.
La idea dominante de esta etapa se orienta a corregir el punto de
vista de la etapa anterior, afirmando que los medios no son tan
poderosos como se había creído en un principio. Entre el emisor y el
receptor —dirán— se interponen una serie de elementos que filtran y
median el mensaje, aminorando el efecto y aceptando que el efecto
principal es el efecto de refuerzo. El modelo que predomina en esta
época es el «modelo de la influencia social», por hacer referencia a
todos aquellos factores de tipo social (grupos, normas y redes de
comunicación interpersonal, líderes de opinión y clima de opinión)
que coadyuvan con algunos elementos del proceso de la
comunicación (fuente, emisor, mensaje y medios) en la explicación
de los efectos, especialmente, formación y cambio de opiniones y
actitudes. Las teorías más importantes en esta fase son la «teoría de
la comunicación en dos fases y de los líderes de opinión» y la
«teoría de la exposición y percepción selectiva», teorías ambas que
convergerán en la hipótesis del refuerzo. Uno de los mejores
resúmenes de esta segunda etapa se encuentra en el libro de J. T.
Klapper, Efectos de las comunicaciones de masas, publicado en
1960.
La opinión pública, desde la perspectiva conductista, será vista
como un objeto expuesto a la influencia y el control de los medios de
comunicación, tal como se contemplaba y actuaba frente a las
opiniones y actitudes de la población. El uso de técnicas, como las
encuestas de opinión y las escalas de actitud, ayudarán al intento de
crear una ciencia empírica de la opinión pública, supeditando su con-
tenido a los resultados empíricos y medidas cuantitativas de
muestras representativas de la población. El concepto de opinión
pública a partir de ahora se intentará ver como un concepto
operativo que si, por un lado, gana en precisión, por otro, pierde
parte del sentido globalizante, político y critico que se le había dado
hasta el momento. Los estudios sobre comunicación en estos años
llevarán a la opinión pública, como dice X B. Lemert23, a un proceso
reduccionista o, como dice Haber-mas24, a su disolución
sociopsicológica. Tanto en la primera como en la segunda etapa, los
efectos de los medios serán contemplados como efectos
persuasivos y la opinión pública como un efecto que se puede crear,
controlar y modificar desde la perspectiva de los medios y sus
mensajes.
c) La tercera y última etapa, que algunos subdividen en dos
subetapas2\ está marcada por las críticas a los estudios anteriores,
la conciencia de la complejidad del proceso comunicativo, la
abundancia de nuevas teorías y modelos y la recuperación de la
primitiva creencia relacionada con el poder de los medios.
La creación de nuevos centros académicos y las demandas en
aumento del mercado favorecerán la investigación y las propuestas
de nuevos modelos y teorías para explicar una realidad comunicativa
que cada vez se manifiesta más compleja y expansiva. Los efectos
de los medios, a partir de ahora, se contemplarán desde una
perspectiva más amplia (tanto desde su complejidad interior, como
desde los factores que presionan del medio ambiente), pudiéndose
hablar, además, de efectos persuasivos, efectos a corto plazo,
manifiestos y directos, de efectos cognitivos, efectos a largo plazo,
indirectos y efectos latentes, Entre el medio y el receptor se
reconoce la existencia de un entorno que condiciona no sólo a
ambos factores, sino a todo el proceso de comunicación y, que si
queremos aproximarnos a la realidad comunicativa, estamos
obligados a estudiar el ambiente, el clima de opinión y el espacio
público. Es en este contexto de ámbitos públicos, de efectos a largo
plazo y de recuperación de la dimensión política, donde se estudiará
la opinión pública a partir de los años sesenta.
La comunicación política, como «campo emergente» (Nimo y
Sanders, 1981) e interdisciplinar se presentará como el marco
adecuado para entender la opinión pública en la sociedad actual,
porque disciplinas como la psicología social, la sociología política y
electoral, la ciencia política y las ciencias de la comunicación se han
encontrado en áreas comunes de análisis, enriqueciendo un concep-
to (el de la opinión pública) que en la mayor parte de las ocasiones
se había estudiado por separado y sectorialmente. La convergencia
interdisciplinar que da origen a la comunicación política e,
indirectamente, a una nueva perspectiva de la opinión pública, se
centrará en temas como el estudio de los efectos políticos de los
medios y su incidencia en la formación del espacio público, análisis
de la propaganda y la publicidad política, formación y cambio de
actitudes y, por extensión, de la opinión pública, estudios electorales
(campañas políticas, comportamiento electoral, etc.), relaciones
entre el poder y los medios, retórica y lenguajes políticos o el estudio
de todos aquellos factores que condicionan la cultura y la
socialización políticas.
Dejando a un lado las referencias históricas de D. Lerner (1958),
G. A. Almond y J. S. Coleman (1960), C. W. Deutsch (1963) o de R.
R. Fagen (1966), las contribuciones más importantes se encuentran
en las obras de Stcvcn H. Chaf-fee {Poiitical Communication. Issites
and strategies for Research, 1975), S. Kraus y D. Davis (The effeets
of Mass Communication on Poiitical Behavior, 1976), y, sobre todo,
en D. Nimo y Kcith R. Sanders (llandbook of Poiitical Communica-
tion, 1981) y D. Nimo y David L. Swanson (New Directions in Poiitical
Communication. A resource book, 1990). Por otro lado, las
demandas de los gobiernos y administración, partidos y líderes y
políticos u otras instituciones relacionadas con la vida política y
pública, favorecerán el surgimiento de profesionales en esta área
específica, los encuentros internacionales y la publicación de
revistas como Poiitical Communication Review (publicada por la Divi-
sión de Comunicación Política de la Asociación Internacional de
Comunicación), Revue frangaise de Communication (París) y
Political Communication and Persuasión (Nueva York).
Siguiendo con el tema de los efectos de los medios se
propondrán nuevos modelos para su estudio, como los modelos de
difusión, de reconversión, de cambios en el nivel de influencia, de los
efectos incuestionables o de búsqueda de información y siempre que
en el estudio de los efectos se toque algún tema relacionado con lo
público o lo político, se propondrán teorías que nosotros
relacionamos
con la comunicación política y la opinión pública. Entre las teorías
más importantes hay que citar: la «teoría de los usos y
gratificaciones», la «teoría del distanciamiento en los
conocimientos», la «teoría de la fijación de la agenda» y la «teoría de
la espiral del silencio».

2. PLANIFICACIÓN Y ESTUDIO DE LA PROPAGANDA

Tienen razón G. S. Jowett y V. O'Donnell cuando afirman que «el


uso de la propaganda como un modo de controlar el flujo de la
información, dirigiendo la opinión pública o manipulando la conducta,
es tan antigua como la historia recordada», entre otras razones,
porque «el concepto de persuasión es una parte integrante de la
naturaleza humana, y la utilización de técnicas específicas para cam-
biar las ideas a gran escala puede trazarse desde los albores del
mundo antiguo»26. A esta declaración, sin embargo, se podría
añadir que, si siempre hubo esta actitud de persuadir y controlar a
los ciudadanos, el momento histórico en que esto se cumple con
mayor claridad corresponde a los tiempos y sucesos que rodean las
dos guerras mundiales.
Hasta la fundación de la Sacra Congregatio de Propaganda Fide
(1622) —momento histórico en que aparece por primera vez el
término propaganda—, referencias históricas claras sobre el uso de
la retórica para persuadir a los hombres las encontramos ya en
Confticio27 y la Grecia clásica. Así como Confucio la utiliza para dar
sentido a la vida de los hombres, la finalidad perseguida por Platón y
Aristóteles en la codificación de la retórica trasciende los límites de la
comunicación, porque en sus intenciones está inmunizar al
ciudadano contra las argucias de políticos, demagogos y abogados
sin escrúpulos. Fueron, sin embargo, los romanos, los que utilizaron
con mayor profundidad la propaganda política, tal como nos
recuerda L. Smith al señalar que en algunas ruinas romanas que han
llegado hasta nuestro días se encuentran restos de propaganda
electoral.
Sin necesidad de recurrir a monumentos históricos de carácter
arqueológico, en las obras de Quintiliano y Cicerón, por ejemplo, se
describen con gran rigor y claridad tácticas de persuasión, pero será
Julio César quien maneje con exquisita perfección todos los medios
y técnicas de que se vale la comunicación persuasiva para crear su
propia leyenda, llegando incluso a convencer a los romanos de su
descendencia de la diosa Venus. Su frase veni, vidi, vici, no tiene
nada que envidiar a los mejores eslóganes de la época
contemporánea.
Además del uso político que se hizo de la propaganda en la
antigüedad, no podemos olvidar el ámbito religioso de la misma,
como queda expresado tanto en las religiones monoteístas como en
las politeístas. Los ídolos, los ritos, las fórmulas sacramentales y
otras prácticas religiosas no son sino instrumentos de presión psi-
cológica y social destinados a imbuir en los fieles la creencia de la
idea de lo trascendente y un comportamiento ético acorde con la
misma, según marcaban las directrices de sus ministros y
sacerdotes. la «ley de la opinión» en este sentido, a pesar de ser
una ley distinta a la «ley divina» (J. Locke), estará marcada histórica-
mente por los usos, ideas y valores religiosos.
Como decíamos antes, la palabra «propaganda» aparece junto a
la creación de la Sacra Congregatio de Propaganda Fide (1622) y la
fundación posterior del Collegium Urbanum (1627). La Congregación
y el Seminario tenían por finalidad frenar la expansión de la herejía
protestante, planificar la labor misionera en los países descubiertos y
promover la unión de los cristianos orientales con Roma. El término
«propaganda», por tanto, en sus orígenes tenía encomendada «la
tarea de proselitismo o predicación con el fin de obtener
conversiones»29. Andando el tiempo, sin embargo, el uso de la
propaganda pasará a utilizarse en otros campos, especialmente en
el político y el militar, como queda registrado en las distintas formas
de comunicación utilizadas en las revoluciones inglesa, francesa y
americana o en el uso de la propaganda que hace Napoleón de su
persona y de su obra, emulando a Julio César. Abundando en esta
línea, los usos que se han hecho del término confirman esta
evolución. Si en un primer momento —dice Qualter— la palabra
«propaganda» pasa a designar cualquier organización dedicada a
difundir cualquier doctrina, más tarde pasará a describir la doctrina
misma y, posteriormente, las técnicas empleadas para cambiar
opiniones y difundir ciertas ideas50.
El desarrollo de la publicidad comercial, la guerra ideológica que
se libra durante el siglo xix y la velocidad en la transmisión de
mensajes serán algunas causas que expliquen el auge de la
propaganda en los primeros años del siglo xx. La Primera Guerra
Mundial va a significar «el nacimiento y organización desde el
Estado de fórmulas de propaganda (preparadas y aplicadas con
cálculo) de información, denominadas por ello propaganda
científica»31. Será una guerra total o guerra de masas, donde no es
posible distinguir entre población civil y fuerzas combatientes. En un
conflicto de tales características, los medios de comunicación se
transformarán en instrumentos beligerantes y la prensa —de modo
particular, aunque no único— dejará de ser un medio de información
para transformarse, de modo insensible, en un medio de
propaganda. Como ha recordado, entre otros, W. fl. Thomas, la
información y la propaganda serán las que decidan el final de una
guerra que los frentes de batalla se manifiestan incapaces de resol-
ver militarmente".
El paso, sin embargo, de la llamada propaganda espontánea a la
propaganda planificada no se realiza de la noche a la mañana, sino
que constituye un proceso complejo en el que es posible distinguir
tres fases. En la primera de ellas (1914-1915), se repiten los viejos
esquemas de sometimiento de la información a las directrices
marcadas por la censura política y militar. En la segunda (1915-
1917), se produce una identificación entre información y propaganda;
el periodista ya no tiene que inventar historias más o menos
patrióticas, sino «arreglan) los hechos que acontecen en la realidad.
Y, en la tercera, aparece claramente la planificación, tal como la
realiza el británico G. Parker a través de su Oficina de Información
de Nueva York, o el periodista G. Creel a través de la dirección que
ejerce en el Comité de Información Pública.
La misión del Comité consistía en preparar a los americanos para
entrar en guerra contra los Imperios Centrales, apoyando a las
potencias aliadas, Inglaterra y Francia. En pocos meses el Comité
Creel logrará crear tal sentimiento de odio y distancia hacia los
alemanes que justificará la entrada de Norteamérica en la guerra. La
clave del éxito de Creel fue muy sencilla; la objetividad en el trata-
miento de la información. Fue tan respetuoso con la verdad que sólo
en dos ocasiones, y por error, se deslizaron dos informaciones falsas
sobre un total superior a seis mil noticias33.
Tanto las actividades del Comité Crecí, como las de la Oficina
inglesa en Nueva York y las de otros organismos británicos
dedicados a la propaganda, no se limitaron sólo a planificar y
coordinar las actuaciones de periodistas, psicólogos, publicitarios,
sociólogos y demás expertos, sino que aplicaron una serie de
principios o leyes de carácter mecanicista —los mismos que dan
nombre a la llamada «propaganda científica»—, que años más tarde
serán recogidos por P. Quentin (1943) y difundidos posteriormente
por J. M. Domenach (1950)". Son los principios de la simplicidad, de
la espoleta, de la simpatía, de la síntesis, de la sorpresa, de la
repetición, de la saturación y el desgaste, de la dosificación y de la
orquestación35. Muchos de estos principios serán los que pongan
después en práctica regímenes totalitarios, como el fascista, el
nacionalsocialista o el soviético.
Las consecuencias de la guerra tuvieron enormes significaciones
en los campos social, político y económico. La guerra creará un
orden nuevo con la desaparición de tres imperios, posibilitará el
surgimiento de Norteamérica como fuerza dominante en la economía
mundial y hundirá a los «vencedores» europeos en unas
circunstancias económicas y sociales realmente dramáticas. Si el
aspecto económico, incluso en Estados Unidos (donde el espejismo
de un consumismo desconocido hasta el momento presentaba
grandes fisuras), no era excesivamente alentador, los aspectos
sociales y políticos tampoco presentaban mejor imagen. El
enfrentamiento con la verdad de lo que había sido la guerra y la
manipulación a la que habían sido sometidos los pueblos durante la
contienda, determinó el nacimiento de una desconfianza
considerablemente alta hacia los medios de comunicación,
especialmente el periodismo escrito. La propaganda bélica había
utilizado las directrices de un periodismo «amarillo» que, al finalizar
la guerra, perderá la credibilidad que había tenido hasta el momento.
Por otro lado, la crisis de conciencia colectiva posibilitará, a su vez,
el surgimiento de totalitarismos que bajo la idea de crear un orden
nuevo utilizarán con mayor entusiasmo y eficacia las técnicas de
persuasión.
Los historiadores de las Relaciones Públicas consideran la
década 1920-1930 como la «década dorada», fundamentalmente
porque durante estos años se crean los departamentos de
Relaciones Públicas de las grandes corporaciones norteamericanas,
despertando un entusiasmo sin precedentes en el campo de la
publicidad. En efecto, los grandes empresarios del país, que habían
visto cómo las actividades del Comité de Información Pública de
Creel habían cambiado la opinión pública americana durante la
guerra, determinando la entrada en el conflicto del lado de los
aliados, se apresuraron a crear en sus organizaciones direcciones,
departamentos y divisiones en Publicidad y Relaciones Públicas con
el objetivo de resolver lo que ya comenzaba a dibujarse como un
problema de incalculables proporciones: dar salida al exceso de
producción y afrontar la competencia de las marcas.
El entusiasmo por las nuevas técnicas de persuasión fue tan alto
que la Universidad de Nueva York, en 1923, incorpora la enseñanza
de las Relaciones Públicas en su Escuela de Sociología, enseñanza
que será encargada a E. L. Bernays, sobrino de S. Freud36.
Pasada la crisis del veintinueve, la década que se avecina —
década de desarrollos totalitarios en el campo político y social— va a
conocer un desarrollo extraordinario de las técnicas de propaganda y
va a experimentar la importancia de un nuevo medio de
comunicación de masas: la radio. La teoría de la sociedad de masas
y la escuela conductista aportaran los marcos teóricos para explicar
el proceso de la comunicación como un proceso de influencia,
manipulación y control. Y la opinión pública, por supuesto, estará
entre los objetivos de esa manipulación.
La radio rompe los moldes del periodismo escrito (que había
tenido hasta este momento su época dorada), inaugurando un nuevo
sistema de comunicación que llegará en extensión y profundidad a
grandes cantidades tic gente. Los «nuevos protagonistas-estrella»
de la información (en la radio) ya no vendrán de la información, sino
del mundo de la política, como queda confirmado por las actuaciones
de F. K. Roosevelt en Norteamérica, el Dr. Goebbels en Alemania,
Queipo de Llano en España u Oliveíra Salazar en Portugal. Las
voces persuasivas de un Roosevelt o un Goebbels, dirigiéndose al
ciudadano medio en charlas aparentemente domésticas, en tono
coloquial y creando en él la ilusión de la confidencia de amigo, harán
el milagro de creer en un mundo nuevo, a pesar de las crisis
económicas o las derrotas militares sufridas anteriormente.
El hecho de que la organización de la propaganda en los países
democráticos difiriera en gran medida del modelo seguido por los
países totalitarios no significa, en modo alguno, que los fines de
ambas no coincidieran, ni que fueran distintas las técnicas o los
medios utilizados. Prueba de esta afirmación se encuentra en las
tendencias, sospechosamente totalitarias, que se advierten en los
Estados liberales, cuando se crean órganos administrativos de
máximo rango —ministerial—, bajo el pretexto de contrarrestar la
propaganda que viene de la Rusia comunista, la Italia fascista y la
Alemania nació nal-socialista.
Si bien la Segunda Guerra Mundial va a inaugurar una nueva
forma de hacer información, lo cierto es que en ella se van a repetir
muchos de los esquemas que venían utilizándose desde finales de
los años veinte, aunque algunos hincracentuados o con una fuerte
dosis de racionalización. También en los países democráticos, por
ejemplo, se producirá un fuerte control de la información por parte
del Estado, aunque en este caso, las razones que aducen en
defensa propia les llevará a nombrar esta actividad de
«contrapropaganda».
Una vez más. las potencias democráticas durante la Segunda
Guerra Mundial volverán a derrotar, tanto militarmente como en el
campo de la información, a los países del Eje, utilizando todos el
gran medio de la radio. Los modos de hacer propaganda serán
distintos. Aleccionados posiblemente por las Relaciones Públicas,
los aliados se inclinarán por la llamada propaganda «blanca»
(basada en hechos comprobados y comprobables), mientras que los
alemanes se orientarán por la propaganda «mecanicista» que tan
buenos resultados Ies había proporcionado en la construcción del
Tercer Reich. Estos tipos de propaganda tuvieron sus aciertos y sus
fracasos, especialmente en el refuerzo de ciertas actitudes, pero
donde parece que el éxito fue mayor fue en el uso de la propaganda
«negra» en el campo aliado. Los aliados crearon numerosas
emisoras, fingiendo ser alemanas o italianas, que ofrecían
información aparentemente favorable a las fuerzas del Eje. Algunos
nombres de estas emisoras son, por ejemplo, «Wehrmachssender
Nord», «Atlan-tik», «Radio Livorno» o «Soldatensendcr Calais» y
cuyos destinatarios eran, principalmente, el ejército v las
retaguardias alemanas.
El hecho de que la radio fuera la gran protagonista de la
propaganda bélica en la Segunda Guerra Mundial, no tiene por qué
restar importancia a otros medios de información. A la radio le
siguieron, en orden de importancia decreciente, el cine, la prensa
escrita, los carteles, las fotografías y, en general, todos los medios
de comunicación existentes. El 30 por 100 de las películas
producidas en Hollywood entre 1942 y 1945 tenían como tema la
guerra propiamente dicha y, aunque se han hecho críticas al cine
como medio de propaganda, no se debe olvidar que está
configurado como instrumento de entretenimiento y diversión antes
que de propaganda y promoción ideológica, y que fue a través de
este entretenimiento como se «vendió» a inmensos auditorios el
American way oflife. Esta idea de entretenimiento es la que utilizó
también Goebbels con el cinc para llegar a la población alemana,
aunque - tanto en la URSS, como en Italia y Alemania-- fue el cinc
documental el que más se aprovechó con fines propagandísticos1*.
Sobre la prensa escrita hay que decir que la corriente «amarillista»
que dominó hasta principios de los años veinte, prolongó los efectos
negativos que había generado durante la Primera Guerra Mundial.
La importancia que la propaganda como fenómeno social tuvo
entre las dos guerras mundiales, contrasta con la imagen negativa
que arrastrará este término en años posteriores, la paralización de
su actividad a partir de los años cincuenta y la desviación hacia
problemas más puntuales relacionados con el consumo (estudios de
mercado) y las campañas electorales (estudios de opinión). A este
abandono de la propaganda contribuyen la confusión entre los
términos «propaganda», «publicidad» y «persuasión» y la
orientación que tomarán a partir de los años cuarenta los estudios
sobre los efectos de los medios de comunicación de masas, sobre
persuasión, relaciones públicas y cambios de actitud. Será, sin
embargo, en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial
cuando aparezcan obras importantes analizando las causas,
organización, principios y efectos de la propaganda.
La preocupación por el estudio de la propaganda va
estrechamente unida a la investigación en comunicación de masas y
al estudio de la opinión pública. El nacimiento de la Masa
Communication Research va ligado a la obra de Tlarold D. I aswell,
Propaganda Technique in the World Mfar I1927). y !;i rev:s:a Public
Oph nion Quarterly proclamará entre sus objetivos principales la
divulgación de conocimientos sobre el control de la opinión pública y
las actitudes políticas, destacando poderosamente entre sus temas
el de la propaganda política. Prueba de esta importancia es la
bibliografía (sobre propaganda) que recoge la revista, por ejemplo,
entre 1937 y 1939, siguiendo la bibliografía seleccionada por
Laswcll, Casey y Smith (1935) o los estudios sobre propaganda y
opinión pública que se editan continuamente en la misma.
Ya hemos hablado anteriormente del Comité para la Información
Pública creado por el Presidente Wilson en 1917, cuyo director, G.
Crecí, recogerá gran parte de sus experiencias sobre el poder de la
propaganda en uno de los libros más conocidos de la posguerra,
titulado fíow We Advertised America. La desconfianza que había
creado la manipulación de las conciencias a través de las distintas
técnicas de persuasión, por un lado, y la admiración, por otro, que
habían provocado los éxitos conseguidos en la aplicación tic tales
medios, hará que los gobiernos integren los servicios de propaganda
en el aparato estatal. Los Departamentos de información y/o
propaganda, creados tanto en los regímenes totalitarios como demo-
cráticos, confirman la importancia de esta actividad.
Como es natural, un fenómeno de tan elevadas proporciones no
podía permanecer ajeno a la reflexión y a la investigación social.
Junto a las numerosas publicaciones que van apareciendo sobre el
tema (tal como registra la revista Public Opinión Quarterly), en 1937
E. A. Filcnc financia el Instituto para el Análisis de la Propaganda,
cuya dirección encomendará al profesor de la Universidad de
Columbia, A. McLung Lee. Si bien las actividades del Instituto
cesaron definitivamente en enero de 1942, su labor fue memorable,
contando entre sus haberes la publicación de numerosos libros y
promocionando multitud de cursos, cursillos y seminarios sobre el
tema en diferentes centros del país. Es importante destacar dentro
del Instituto, por ejemplo, la enumeración de reglas para crear una
buena campaña de propaganda: nominación, procedimiento
testimonial, generalidades brillantes, llamada a la sencillez del
pueblo, ilusión de universalidad, descubrimiento de la falsedad y el
engaño e inducción a la asociación. Sobre estas y otras aporta-
ciones, autores como L. W. Doob, S. Tchakhotine, K. Young, J. M.
Domenach y J. A. C. Brown han completado el número de leyes o
principios que están o han estado presentes en la propaganda
política, principalmente de signo autoritario40.
También en el período de entreguerras hay que destacar una
serie de obras relacionadas con la opinión pública, que marcan la
separación entre el concepto clásico y el concepto moderno y
empírico de la opinión pública. Son las obras de W. Lippman, Public
Opinión (1922); la mencionada obra de H. D. [aswcll. Propaganda
Technique in the World War (1927), unida a Psycopathology and
Poli-tics (1930), World Politics and Personal ¡nsecurity (1935) y
World Revolutionary Propaganda: A Chicago Study, escrita en
colaboración con D. Blumcnstock (1939); la obra de W. Bauer, Die
óffentliche Meinung in der Weltgesichte (1929); la de F. Tónnies,
Kritik der óffenüichen Meinung (1922) c, incluso los artículos de
Lenin recopilados en Berlín, en 1929. bajo el título Agitation und
Propaganda.
La producción más importante, sin embargo, se realizará a partir
de los años cuarenta, unida principalmente —como veremos en los
próximos apartados— a nombres de la investigación en
comunicación de masas, como R. K. Merton, P. F Lazarsfeld, B.
Bcrelson, B, Katz, C. Hovland, y un numeroso etcétera entre los que,
por su referencia directa, debemos citar a L. D. Doob, Public opinión
and Propaganda (1948); H. D. Laswcll. D. Lemer e I. de Sola Pool,
The Comparative Study of Symbols (1952); J. Driencourt, La
Propagande: Nouvelle Forcé Politique (1950) o los trabajos de I. L.
Janis y colaboradores sobre Personatity and Persua-sibility (1959).
G. S. Jowett subraya que existen claros indicios en la actualidad
de que los estudios sobre propaganda se están retomando de
nuevo, en el sentido de centrarse más en su objeto y, sobre lodo,
porque ponen de relieve «el papel omnipresente de la propaganda
como aspecto integral de la sociedad moderna»41. Esta actitud se
refleja, de modo especial, en el hecho - como hace observar L. Smith
— de que ciertas teorías actuales consideran la propaganda como
un caso especial de la teoría de la comunicación, formando parte, a
la vez, de la teoría general de los sistemas sociales.
Sintetizando, los estadios más recientes sobre propaganda
podrían clasificarse en cuatro categorías:

1) La primera incluye todos aquellos trabajos relacionados con la


teoría de la propaganda y la opinión pública, destacando, entre otras,
la obra de T. Qualter, Propaganda and Psychological Warfare
(1962), centrada principalmente en la historia y las funciones de la
propaganda. También se pueden incluir los numerosos trabajos de
E. Noelle-Neumann sobre la naturaleza, historia y funciones de la
opinión pública, así como la obra de B. Ginsbcrg, La mente cautiva:
cómo promociona la opinión de las masas el poder del Estado,
donde se estudia la dependencia que soportan las democracias
políticas de la formación y evaluación de la opinión pública y los
esfuerzos que se llevan a cabo para su control para someterla a las
clases privilegiadas.
2) La segunda de las categorías se centra en el estudio de la
propaganda desde un punto de vista histórico y espacial, contando
entre las obras más importantes: El nacimiento del Estado-
Propaganda: Métodos soviéticos de movilización de masas 1917-
1929, de P. Kenez; Cómo hacer aceptar un imperio: propaganda
imperialista británica y francesa, 1890-/940, de T. G. Augus! y otra
serie de obras sobre la propaganda norteamericana, como las de R.
W. Steele o M Honey.
3) La tercera categoría incluye aquellos estudios que destacan la
importancia del cine en la propaganda. Se pueden citar, entre otras.
Film & Radio Propaganda in World War, de J. R. M. Short, y
Propaganda en la política internacional, 1919-1939, de Ph. M.
Taylor.
4) Finalmente, la cuarta y última categoría, incluiría todas aquellas
obras que consideran la publicidad como una forma de propaganda.
Ante el auge que la publicidad ha tomado en las últimas décadas, los
estudios son muy numerosos, citando —por su relación con la
opinión pública y la propaganda— el libro de L. W. Doob, Opinión
pública y propaganda'. Publicidad: la persuasión molesta, de M.
Schudson, y la obra de Marchand, Im publicidad del sueño
americano: abriendo camino a la modernidad, 1920-1940**.

II. TEORÍAS SOBRE LOS EFECTOS PERSUASIVOS DE LOS


MEDIOS
Contemplamos en este apartado las primeras teorías sobre el
estudio de los efectos correspondientes a la primera y segunda
etapas, es decir, las teorías que se elaboran entre los años veinte y
cuarenta —«teorías del impacto directo»—y, entre los años cuarenta
y sesenta — «teorías de los efectos limitados»—. Ambos tipos de
teorías se mueven dentro de un contexto común al considerar los
efectos de los medios como efectos persuasivos, dotando a los
medios de un poder especial para crear, transformar o reforzar unas
opiniones y actitudes que después se verán reflejadas en la
conducta de la población. El esquema conductista E-R considera al
receptor como un sujeto que recibe mensajes con la intención
declarada de trastocar su mapa mental y sentimental. Esto se ve con
mayor claridad en los estudios del primer período, aunque el modelo
perdurará hasta los años sesenta. Como dice Bockelmann, «a pesar
de la inclusión de los grupos primarios y secundarios, a pesar de la
solemne afirmación de que en los receptores no se ve ya una masa
anónima e inconexa de los objetos influenciables, los estudios del
two-step-flow continúan en deuda con el modelo estímulo-
reacción»".

I LAS TEORÍAS DEL IMPACTO DIRECTO Y EL MODELO


ESTÍMULO-RESPUESTA

Como hemos dicho anteriormente son teorías que surgen al


amparo de la teoría de la sociedad de masas, bajo los efectos
disgregadores de la Primera Guerra Mundial, el éxito de la
propaganda (aunque con mensajes falsos) para conseguir cierta
solidaridad y el impacto que produce la radio como medio de
comunicación.
La teoría de la sociedad de masas describirá la sociedad como un
conglomerado de individuos aislados y dispersos, sin grupos
intermedios que favorezcan la integración social y la interacción
humana y con unos medios de comunicación que. quien tenga la
posibilidad de manejarlos, podrá controlar a la población".
Abundando en esta misma idea M. L. de Fleur sostiene que se
«daba por sentado que cienos estímulos hábilmente elaborados
llegarían a través de los medios a cada uno de los miembros
individuales de la sociedad de masas, que cada uno de ellos los
percibiría del mismo modo que sus iguales y que ello provocaría en
todos una respuesta más o menos uniforme [...]. Se pensó que los
medios eran capaces de moldear la opinión pública y de lograr que
las masas adoptaran casi cualquier punto de vista que el
comunicador se propusiera»44.
Es en este contexto de sociedad de masas, y con referencia
principalmente a la primera etapa del estudio de los medios y sus
efectos, cuando C. Wríght Mills afirma que: «1) los medios le dicen al
hombre masa quién es: le prestan una identidad; 2) le dicen qué
quiere ser: le dan aspiraciones; 3) le dicen cómo lograrlo: le dan una
técnica, y 4) le dicen cómo puede sentir que es así, incluso cuando
no lo es: le dan un escape»47.
Esta capacidad de los medios para moldear opiniones, cambiar
creencias o modificar conductas, no se apoyará tanto en resultados
empíricos cuanto en el impacto de la propaganda política o el
crecimiento de las audiencias, razones que llevarán a los estudiosos
de la comunicación a elaborar teorías, como la «teoría de la bala
mágica» o la «teoría de la aguja hipodérmica», para explicar la
creencia en el poder ilimitado, eficaz e irresistible de los medios. El
símil de la aguja hipodérmica o el símil de la bala hacen referencia al
efecto directo y rápido (la vulnerabilidad del receptor a su influencia)
que producen los mensajes cuando se introducen o se proyectan
desde los medios hacia la audiencia.
Aunque las teorías instintivistas encontraron en el conductismo
uno de sus enemigos más críticos, por estos años y conviviendo con
el modelo E-R, se seguirá aceptando la idea de una naturaleza
uniforme (caracterizada esencialmente por procesos irracionales),
que al ser sometida a estímulos fuertes, produce respuestas que
también serán inmediatas y uniformes. Esto es lo que muchos verán
en los ejemplos de la propaganda bélica y política, en el impacto de
algunas emisiones radiofónicas o en los éxitos conseguidos en el
campo de la publicidad*'.
El modelo que subyace en estas (e, incluso, posteriores) teorías
es el modelo E-R, donde «los efectos —dicen D. McQuail y S.
Windahl— son respuestas específicas a estímulos específicos, de tal
manera que se puede esperar y predecir una conespondencia
estrecha entre el mensaje de los medios y la reacción de la audien-
cia»49. Es un modelo deudor de la teoría de la sociedad de masas y
de una concepción sublimada del poder de los medios, que puede
concretarse en los rasgos siguientes:
a) Los mensajes se preparan y distribuyen de modo sistemático, a
gran escala y para captar la atención de mucha gente.
b) Se espera que el mensaje llegue al máximo de individuos y que
la respuesta también sea masiva.
c) Se presta poca atención a la estructura diferenciada de la
sociedad, admitiendo un contacto directo entre el emisor y el
receptor.
d) Los receptores son considerados como iguales o con el mismo
peso.
e) Se supone que el contacto con el mensaje producirá los efectos
deseados con cierta probabilidad50.
Algunos de estos estudios relacionarán el campo de la
comunicación y sus efectos con el de la propaganda y la opinión
pública, como las obras de II. l^sweU, Propaganda Technique in the
World War (1927) y dcG. Crecí, How we Advertised America (1920) o
las obras de W. Lipprnann, Public Opinión (1922) y The Phantom
Public (1925); otros se centrarán en el campo de la publicidad, las
relaciones públicas y las relaciones humanas, como los trabajos de
J. Watson (en la empresa «Walter Thompson»), E. Bemays:
Crystallizing Public Opinión (1923), o las investigaciones de E. Mayo
en el campo de la psicología industrial: Human Problems of an
Industrial Civilizarían (1933); y, finalmente, están los trabajos rea-
lizados en el campo del cinc y su influencia en las conductas, como
las realizadas por W. Charters y P. Cressey en torno a la Fundación
Payne51.

2. TEORÍAS SOBRE LOS EFECtOS LIMITADOS


Incluimos en este apartado la mayor parte de los estudios
realizados (principalmente en Estados Unidos) entre los años
cuarenta y sesenta, en torno a figuras tan destacadas como K P.
La/arsfeld, R. K. Merton, B. Berclson o C. I. Hovland (junto con sus
equipos de colaboradores) y que J. T. Klapper ha resumido con
bastante precisión en su libro The Effects ofMass Communication,
1960 (traducido como Efectos de las comunicaciones de masas,
1974).
Los estudios de esta segunda etapa —dice J. T. Klapper en la
introducción-pretenden «abandonar la tendencia a considerar las
comunicaciones de masas como una causa necesaria y suficiente de
los efectos que se producen en el público, para verlos como una
influencia que actúa junto con otras influencias, en una situación
total»". Es el enfoque «situacionab, «funcional» o «fenoménico»
(Klapper), que otros autores llamarán de los «efectos mínimos» o
«efectos limitados», de las «diferencias individuales» (De Fleur), de
los «factores intermedios», o con nombres más críticos como los de
«empirismo abstracto» (Mills), «paradigma dominante» (Gitlin),
«modelo reduccionista» (Lemert) o «investigación administrada»,
como lo llamará el mismo Lazarsfeld, por sus estrechas relaciones
con la administración.
Es una etapa importante de la investigación en comunicación de
masas, aunque al final de la misma arrecien las críticas o se abran
nuevas perspectivas para su estudio. En este sentido habrá que
entender las observaciones de Lang y Lang (1959), Mills (1959), Key
(1961), Habcrmas (1962), Blumler (1964) o Ilalloran (1965) que,
frente a la perspectiva de los efectos mínimos, destacarán
importantes efectos sociales, o las críticas posteriores de NocIIe-
Neumann (1973), Bockelmann (1975), Gitlin (1981), Lemert (1981) y
Padioleau (1981).
Se realizan —dice D. McQuail— numerosos estudios sobre los
efectos y sus mensajes, sobre cine y campañas electorales y,
aunque la gama es muy amplia, la atención se centrará en las
posibilidades de utilizar los medios de comunicación para la
información o la persuasión eficaz y para valorar los efectos
perjudiciales en temas relacionados con la delincuencia, los
prejuicios, la agresividad y la estimulación sexual".
Son testigo de los estudios que se realizan en esta fase las
revistas Public Opinión Quarterly y Journal of Communication,
aunque será el libro citado de Klapper quien mejor resuma los
puntos más importantes de esta etapa:

— Las comunicaciones de masa —dirá Klapper— no


constituyen normalmente causa necesaria y suficiente de los efectos
que producen sobre el público, sino que actúan dentro y a través de
un conjunto de factores c influencias.
— Los factores intermediarios son de tal naturaleza que
convierten las comunicaciones de masa en agente cooperador, pero
no en causa única. Los medios de comunicación contribuyen más a
reforzar que a cambiar las opiniones ya existentes. !
— Los factores intermediarios, cuando son inoperantes,
pueden favorecer el efecto directo de los medios y, cuando actúan
como refuerzo, pueden favorecer el cambio.
— Existen situaciones en que las comunicaciones de masas
pueden producir efectos directos o satisfacer directamente y por si
mismas ciertas funciones psicofisicas.
— Y, finalmente, la eficacia de las comunicaciones puede
verse favorecida por una serie de aspectos relacionados con los
medios, las comunicaciones y las condiciones en que se desarrolla
el proceso de la comunicación, como, por ejemplo, la disposición del
texto, naturaleza de la fuente y el medio o la opinión pública
existente.

La opinión pública, considerada aquí como un efecto más que


pueden producir los medios de comunicación, pierde el sentido
globalizador y, por supuesto, político que había tenido en tiempos
pasados (y que había mantenido en la etapa anterior cuando se la
consideraba un objeto manipulable desde la propaganda), para
convertirse en un tema de la investigación empírica (comunicativa,
psicológica y sociológica) identificable con las opiniones y actitudes
de la población. El negocio de las encuestas —dice J. B. Lemert—
vino a promover un modelo reduccionista de la opinión pública, que
abarcaba mucho más allá de los resultados electorales y que se
traducía en un conjunto de porcentajes representativos de la pobla-
ción". Los estudios empíricos se hacían sobre cualquier tema y si
aquéllos se generalizaban a la población, entonces estábamos ante
un fenómeno de opinión pública.
La investigación de la opinión pública en estos años caminará
paralela al estudio de los efectos y relacionada con las siguientes
áreas56:
1) El estudio del proceso de la comunicación (estudios de Ene,
Rovere, Elmira y Decatur), tanto interpersonal como massmediático,
destacando las fases del proceso, el papel de los grupos y normas,
los líderes de opinión y contemplando la opinión pública en el final
del proceso como una variante de los receptores, las audiencias o
los públicos.
2) Los estudios sobre opiniones y actitudes realizados a través de
encuestas, escalas y experimentos de laboratorio, que conducirán a
un nuevo concepto (reduccionista) de opinión pública. Son de
destacar los trabajos de Hovland y colaboradores en Yale sobre
formación y cambio de actitudes, el principio del equilibrio de F.
Heider, la teoría de la disonancia cognoscitiva de L. Fesringcr, la
teoría del esfuerzo en dirección a la simetría de T. M. Newcomb y el
principio de la congruencia de Osgood y Tannenbaum. asi como los
intentos europeos de estudiar las opm:ones y actitudes, de J.
Stoetzel (Theoriedesopinions, 1943) y de H. J. Eysenck (The
Psychology of Politic, 1960). ' '
3) Los estudios sobre persuasión y propaganda, que entenderán
la opinión pública como un factor más que puede ser controlado,
dirigido y manipulado apoyándose en las técnicas que operan en el
mundo del mercado.
4) Los estudios electorales, porque las elecciones ofrecen el
marco adecuado para el estudio interdisciplinar de la comunicación
política y la movilización de la opinión pública (en sentido
estrictamente político) y porque en estos estudios se analizará el
refuerzo y el cambio de opinión, el papel de los líderes políticos y de
opinión, el comportamiento electoral de la población y otros aspectos
relacionados con el sistema y los partidos políticos. Entre los
primeros estudios electorales hay que citar los realizados en la
universidad de Columbia, en torno a Lazarsfeld Bcrclson y Gaudet
(Thepeople's chotee, 1944), Lazarsfeld, Berelson y McPhee (Voting,
A study of opinión fomxation in a presidential campaign, 1954) y Katz
y Lazarsfeld (Personal Influence, 1955), a los que seguirán más
tarde los de la Universidad de Michigan, con Campbell a la cabeza.
5) Y, en menor importancia, los estudios sobre audiencias que
harán cambiar el concepto de masa amorfa de la etapa anterior para
entenderla ahora como una estructura social diferenciada, formada
por grupos que consumen de manera distinta los mensajes que
difunden los medios de comunicación. Los primeros estudios sobre
medición de audiencias llevados a cabo por las empresas de
Crosslcy. Hpopcr y Nielsen en los años treinta (Díaz Mancisidor,
1984). darán paso en años posteriores a estudios más profundos
sobre los públicos y la distinta manera de exponerse a los medios y
percibir sus mensajes, tal como queda reflejado, por ejemplo, en la
«teoría de la exposición y percepción selectiva» o en la «teoría del
distanciamiento social». La explicación que vaya a darse de la
opinión pública en las últimas décadas, pasará necesariamente por
el reconocimiento de las distintas audiencias o públicos.

El estudio de los medios y sus efectos en estos años se realizará


fundamentalmente desde la óptica de la persuasión y, en el caso
concreto de la opinión pública, como uno de los efectos principales
asociado al estudio de la creación, refuerzo y cambio de actitudes.
En opinión de J. B. Lemert, desde los primeros trabajos iniciados por
Lazarsfeld en los años cuarenta, los investigadores de la comunica-
ción de masas estuvieron viviendo de un conjunto de supuestos
implícitos, pero no articulados, sobre las relaciones entre los efectos
de los medios, las actitudes y la opinión pública. Estos supuestos
estimularon la reunión de muchas evidencias valiosas sobre los
efectos de los medios en las actitudes, pero también se orientaron
hacia una posición reductora simple en el sentido de que la opinión
pública no es sino una suma más o menos directa de las actitudes
de la población.
Esta asociación entre actitudes y opinión pública estará presente
en la investigación de los medios de comunicación, que tratará de
explicar sus efectos en la opinión pública desde la formación y el
cambio de actitudes58, por lo que todo lo que se diga sobre
actitudes será generalizable a la opinión pública. En este sentido,
nada mejor que acudir a ios clásicos para conocer los aspectos más
destacados de la comunicación persuasiva y sus efectos sobre las
actitudes y la opinión pública.
E. Katz y P. E Lazarsfeld, por ejemplo, en La influencia personal
(1955), subrayan la importancia de la exposición y atención a los
medios, el carácter diferencial de los mismos, el contenido de las
comunicaciones y las predisposiciones psicológicas de los individuos
que componen la audiencia51'. Sin embargo, será J. T. Klapper, en
la primera parte de Efectos de las comunicaciones de masas, dedi-
cada a los efectos de la comunicación persuasiva, quien ofrezca los
apartados, elementos y factores más relevantes que determinan este
tipo de comunicación. Son los siguientes:

a) Refuerzo, creación y cambio de opiniones y actitudes.


b) Factores intermediarios que favorecen el refuerzo y el cambio:
—■ Exposición, percepción y retención selectivas.

— Los grupos y sus normas.


— Las redes de comunicación interpersonal.
— Los líderes de opinión.
— Naturaleza de los medios.
c) Aspectos cooperantes de la comunicación:
— La fuente.
— Los medios per se,
— Los contenidos de las comunicaciones.
— El clima de opinión.

En la «nota preliminar»60 enumera los posibles efectos de los


medios (crear, reforzar, cambiar, aminorar o no producir ningún
efecto sobre las opiniones y actitudes) y, al final de cada capítulo —
después de repasar numerosos estudios resume las conclusiones
más importantes sobre las comunicaciones persuasivas, que apenas
difieren de las adelantadas en la introducción.
Teniendo en cuenta las cinco áreas mencionadas más arriba y los
apartados del cuadro de Klapper, los puntos más sobresalientes
relacionados con el proceso de la comunicación (Two-Step-Flow), el
impacto de los medios sobre las actitudes (hipótesis del refuerzo y
teoría de la exposición y percepción selectivas) y la formación de la
opinión pública, serían los siguientes: a) la exposición y percepción
selectivas, b) los grupos y sus normas, c) el proceso de la
comunicación y el papel de los líderes de opinión, d) el poder
persuasivo de la fuente y el medio, e) el mensaje y sus distintas
formas de presentación, y f) el clima de opinión.
La psicología social sufre en estos años un gran desarrollo y entre
sus temas capitales se encuentra el de las actitudes, campo que
recibirá una gran atención desde la investigación en comunicación
de masas, como lo demuestra el programa de Yalc. Un esta
Universidad y con Hovland a la cabeza de un grupo de inves-
tigadores (lumsdainc. Shcffield, Janis, Kelley...), se abordará el
estudio experimental del cambio de actitudes desde la comunicación
persuasiva, tal como se recoge en dos de sus obras fundamentales:
Expeñments on mass communication (1949) y Communication and
persuasión (1953). Desde la teoría del aprendizaje de Hull. Dollar y
Miller, teniendo en cuenta el condicionamiento clásico (Pavlov) y el
instrumental (Skinner) y con unos diseños experimentales bien
preparados, se analizarán los elementos y variantes que acompañan
a la fuente, el mensaje, el canal y el receptor (junto a los incentivos
correspondientes) y su incidencia en el cambio de actitud (variable
dependiente).
Las actitudes y sus posibles cambios también serán estudiadas
desde la congruencia-incongruencia (equilibrio, consistencia,
consonancia) o la tensión que trasladan los medios a los receptores.
Ahí están las teorías (algunas mencionadas anteriormente) como la
teoría del equilibrio de F. Heider (1946. 1958), la teoría del esfuerzo
en dirección a la simetría de Newcomb (1953), la teoría de la con-
gruencia de Osgood y Tannenbaum (1955) y, sobre todo, la teoría de
la disonancia cognoscitiva de L, Festinger (1957).
Este tema -el del cambio de actitudes— seguirá desarrollándose
en los años sesenta y setenta como lo confirman los intentos de
Mcüuire (1969) por superar el modelo de Hovland, el modelo de la
acción razonada de Fishbcin y el modelo del cambio de actitud
basado en la acción, de Kelman. McGuire llama la atención sobre
una serie de variables antecedentes (las citadas por Hovland) y
consecuentes (la actitud), explicando el cambio de actitud a través
de una serie de fases que pasan por la atención, la comprensión, la
cesión, la retención y la acción". El modelo de Fishbcin y Ajzen pone
el acento en las creencias que las personas tienen sobre un objeto
para explicar las actitudes hacia ese mismo objeto, y el modelo de
Kelman destaca la importancia de la acción en el cambio de
actitudes: «cuanto más pública, irreversible y comprometida es la
conducta, mayores (serán) los
cambios que produce en el entorno y de mayor trascendencia
(resultarán) las consecuencias reales para el autor»63.
La teoría de la disonancia cognoscitiva, a pesar de las críticas
recibidas por autores como S. Asch (1958), N. P. Chapanis y A.
Chapanis (1964) o M. J. Rosenberg (1965), se presenta como una
de las mejores teorías para explicar la conducta selectiva del
receptor y el papel reductor de los medios de comunicación cuando
existe disonancia cognitiva. Como afirma Bóckeltnann en Formación
y junciones sociales de la opinión pública, «el receptor intenta, con
ayuda del consumo de los medios, reducir o impedir las
contradicciones (disonancias) abiertas y amenazadoras entre sus
actitudes, sus principios, su conocimiento y su acción, y construir
una consistencia y congruencia lo más amplias posibles dentro de su
estructura psiquico-cognitiva. principalmente en su propia
percepción».
Para L. Festinger la consonancia es lo normal, porque el hombre
tiene una tendencia natural a procurar la consistencia dentro de sí
mismo, tal como puede constatarse en la adecuación entre las
opiniones y actitudes65 o entre lo que una persona sabe o cree y lo
que hace. Partiendo de este supuesto - que la consistencia es lo
normal—también podrán darse situaciones incongruentes que. si el
individuo no tiene la habilidad o fuerza para reducirlas o
racionalizarlas, seguirá soportándolas como inconsistencia. Ha
aparecido la disonancia.
Las hipótesis básicas de Festinger se reducen a dos:
1) Aparecida la disonancia, y puesto que psicológicamente es
incómoda, las personas harán todo lo posible por reducirla y lograr la
consonancia.
2) Cuando la disonancia esté presente, además de intentar
reducirla, las personas evitarán activamente todas aquellas
situaciones o informaciones desfavorables que puedan hacerla
aumentar66.

En concreto, las formas de reducir la disonancia se pueden


resumir en tres:
a) Transformando uno o varios de los elementos comprendidos en
las relaciones disonantes.
b) Añadiendo elementos cognoscitivos nuevos, que sean
consonantes con la cognición ya existente.
c) Disminuyendo la importancia de los elementos incluidos en las
relaciones disonantes.
Y, aplicando estas consideraciones a situaciones reales, la
disonancia puede disminuir, por ejemplo, aumentando el atractivo de
la alternativa elegida, disminuyendo el de la no elegida, o de las dos
maneras; considerando análogas algunas de las alternativas
elegidas o no elegidas; cambiando o afirmando la opinión personal;
buscando nueva información que proporcione cognición consonante;
cambiando de conducta, rechazando a aquellos que mantienen
posturas diferentes, buscando el apoyo de aquellas personas con las
que se mantiene cierto grado de acuerdo o buscando el apoyo
social.
La teoría de la disonancia cognoscitiva, además de mostrarnos
algunas formas de recuperar la consistencia, puede ayudarnos a
entender mejor la hipótesis de la exposición y percepción selectivas,
los conceptos de refuerzo y racionalización, la importancia del
entorno en la percepción del mensaje y la reducción de la disonancia
y la existencia de efectos indirectos y latentes (sleeper effect).
Volviendo a los puntos enumerados más arriba:
1) La teoría de la exposición y percepción selectivas pretende
demostrar que las audiencias desempeñan un papel activo en el
proceso de la comunicación, rechazando la idea de pasividad que
los teóricos de la sociedad de masas habian dado a las audiencias.
La gente —dice Klapper—tiende a exponerse a aquellas
comunicaciones de masas que están de acuerdo con sus intereses y
actitudes ya existentes. Consciente o inconscientemente, evita las
comunicaciones de tipo contrario y, cuando no puede eludirlas, con
frecuencia no las percibe, o las modifica c interpreta para
acomodarlas a sus propios puntos de vista, o bien las olvida más
rápidamente que el material con el que se siente de acuerdo.
La existencia de tanto medio de comunicación y la capacidad que
tienen éstos para difundir sus mensajes exige un proceso selectivo
por parte del receptor que se extiende desde la mera exposición
hasta la re interpretación del mensaje recibido. Éste es el proceso de
autoprotección que Klapper define como exposición, percepción y
retención selectivas70. No es suficiente con exponerse a un medio
para percibir y retener el mensaje; es necesario, además, que el
individuo se encuentre motivado y vincule el mensaje con el conjunto
de sus necesidades. En relación, por ejemplo, con la teoría de la
disonancia cognoscitiva, se escogen aquellos mensajes que
permiten obtener una mejor comprensión y ajuste con el entorno,
aquellos que favorecen nuestra autoestima y aquellos que sintonizan
con nuestro sistema de valores.
2) Otro de los hallazgos importantes de esta segunda etapa es el
redescubrimiento del grupo primario. La teoría de la sociedad de
masas en cierto modo había hecho olvidar los descubrimientos que
Charles H. Colley había realizado sobre los grupos primarios a
principios de siglo (Social Organization, 1909). Contribuyen a este
redescubrimiento, en primer lugar, los experimentos de E. Mayo
sobre relaciones humanas en la empresa, los estudios sobre
pandillas urbanas en Yankee City, las investigaciones sobre el
ejército (The American Soldier) de Stouffcr y colaboradores, los
trabajos de J. L. Moreno sobre sociometría y las aportaciones de K.
Lewin al estudio de la dinámica de grupos y, en segundo lugar, los
trabajos real izados a partir de 1940 en el campo de las
comunicaciones por P F. Lazarsfeld, Berelson y Gaudct (The
Peoples Choice, 1944), lazarsfeld, Berelson y McPhee (Voting. A
Study on Opinión Formation in a Presidential Campaing, 1945) y
Katz y Lazarsfeld (Personal Influence, 1955).
Todas las personas forman parte de grupos y entre ellos hay que
destacar el grupo primario por la influencia que proyecta sobre sus
miembros y por las redes de comunicación que unen a unos con
otros. Por ello, cuando los medios envían sus mensajes hacia la
audiencia, ésta se encuentra formada por grupos que bloquean o
filtran los mensajes y si éstos quieren llegar a todos sus miembros
necesitan apoyarse en sus redes de comunicación. Los grupos se
convierten en factor intermediario de la comunicación porque añaden
a sus miembros la idea de una mentalidad colectiva (la conciencia
del «nosotros»), crean una comunicación interna (tanto vertical como
horizontal) que los medios deben utilizar si quieren conseguir sus
efectos, se convierten en intérpretes de la realidad y presionan sobre
sus miembros para defender la identidad.
3) Desde principio de los años cuarenta (en The Peoples Choice)
se enuncia la hipótesis de la comunicación en dos fases (Two Steps
Flow of Communication) y se destaca la importancia de los líderes
de opinión en el proceso de comunicación, abandonando la idea de
una comunicación unidireccional y en una sola fase. En el estudio
electoral de 1940 se constata que los medios, al dirigirse a la audien-
cia, se encuentran con grupos organizados, normas y redes de
comunicación que obstaculizan el poder de los medios. La posición
que ciertas personas ocupan en los grupos y la fácil exposición a los
medios harán que estas personas constituyan el eslabón intermedio
del proceso, desempeñando funciones de liderazgo. Las ideas - se
dirá en The People s Choice— pasan normalmente de la radio a los
líderes de opinión y, desde ellos, a sectores menos activos de la
población".
Estas ideas serán confirmadas en estudios posteriores (R ove re,
Elmira y, sobre todo, Decatur) subrayando durante décadas su
importancia en el proceso de comunicación. La bibliografía de estos
años destacará entre sus características principales que los líderes
de opinión son personas que se convierten en correa de transmisión
entre la comunicación vertical de los medios y la comunicación
horizontal de los grupos, son personas que suelen estar más
expuestas a los medios, ocupan posiciones centrales en las redes de
comunicación de los grupos, acomodan el mensaje de los medios a
las necesidades de los miembros del grupo y se les encuentra en
todas las capas de la sociedad.
4) El poder persuasivo de la fuente suele ir asociado a ideas de
imagen7', competencia, familiaridad, atracción, poder74, experiencia,
veracidad y exactitud de las afirmaciones, aunque en estos temas
hay que tener mucho cuidado en las conclusiones porque
investigaciones posteriores (como ocurrió con los hallazgos de
Hovland, revisados veinticinco años más tarde por Fishbein), pueden
constatar imprecisiones y la necesidad de revisar las hipótesis de
partida con nueva experimentación75.
Los medios de comunicación de masas —dice Klapper— son
ampliamente considerados con respeto y confieren status a las
personas y conceptos que sirven de vehículo. No existen normas
universalmente válidas para medir la eficacia persuasiva de los
medios, aunque en algunos casos parece haber sido más eficaz la
utilización de diferentes medios, junto a la comunicación personal.
Cada medio tiene su público y su forma de influir con eficacia y
pocas cosas más se pueden decir sobre este tema76.
5) El grupo de Yale, además del estudio del poder persuasivo de
la fuente, dedica una especial atención al efecto del contenido y a la
forma del mensaje, porque éste, según sea su estructura, podrá
producir efectos distintos. En este sentido —dice Triandis— el
análisis de los efectos del mensaje se ha centrado en el estudio del
estilo, la estructura del mensaje y el contenido7'. Solamente recordar
que los experimentos han versado sobre el orden en la presentación
de los argumentos del discurso, la comunicación con mensajes
atemorizantes, la argumentación unilateral o bilateral, la
presentación de conclusiones explícitas o implícitas, la exposición
repetitiva del mensaje, la discrepancia con los puntos de vista del
auditorio y el uso de la razón o la emoción en el discurso. Los
resultados de todas estas cuestiones se encuentran recogidos en las
obras de Hovland y colaboradores: Experimente in Mass
Communication (1949), Communication and Persuasión (1953) y
The Order of Presentaron in Persuasión (1957), y, en forma
resumida, en el libro citado de KIapper?l.
6) Finalmente, aunque nos hubiera gustado una mayor dedicación
al estudio del clima de opinión, es poca la atención que dedican a
este tema. El éxito persuasivo de una comunicación —dice Klapper
— puede ser afectado por el clima de opinión, especialmente cuando
el clima es favorable79. Algunos ejemplos que relacionan el clima
con la eficacia persuasiva de la comunicación los encontramos en
Slierif y Asch (estudios sobre el efecto cinético), o cuando se analiza
la influencia de la opinión mayoritaria. En este sentido se debe
destacar el efecto de «carro del vencedor» tal como se describe en
el estudio de Eric (1940), donde algunas personas votaban a favor
del candidato presentado como ganador, o las sugerencias hechas
más tarde (1954) por Hovland subrayando que «el punto de vista
mayoritario es como una especie de señal de la esperada
recompensa que representa la aprobación social»80. Esta tendencia,
sin embargo, no se cumple en las minorías que disienten de las
corrientes mayoritarias (Cooper y Dinerman, 1951, y Asch, 1952).

III. LA MEDICIÓN DE LA OPINIÓN PÚBLICA Y LAS TÉCNICAS


CUANTITATIVAS

I. Expresión y medida de la opinión pública

Tal como hemos repetido en numerosas ocasiones, el tema de la


opinión pública constituye un campo típicamente interdisciplinar en el
que convergen de manera especial la ciencia política, la sociología,
la psicología social y las ciencias de la comunicación. Es difícil saber
en muchos momentos si un estudio pertenece a uno u otro sector o a
varios a la vez; la realidad es que la opinión pública es fuertemente
deudora de estos cuatro marcos científicos de referencia, de sus
principios, métodos, teorías, paradigmas, modelos y de las distintas
técnicas que aportan para su investigación.
Por otro lado, el concepto de opinión pública es un concepto
complejo y polisémico (H. Honcken, r. E. Park, w. H. x Sprott, r. Pccl,
j. Stoetzel, e. Noelle-Ncumann, j. Paidioleau, etc.) que puede llevar a
tantas definiciones como marcos de referencia se utilicen. Algunos,
por ejemplo, han analizado la opinión pública desde la perspectiva
histórica, ideológica o teórica, mientras que otros, en cambio, lo han
hecho desde la perspectiva estructural, empírica o comunicacional.
Además, su carácter de «publicidad», conduce a que ciertas
«opiniones» que llamamos «públicas» utilicen distintas formas y
distintos ámbitos de expresión, situación que nos lleva a concretar,
primero, cómo y dónde se manifiesta y, en segundo lugar, cuáles
son las técnicas más pertinentes para su análisis.
La opinión pública en su expresión de alguna manera podría
compararse al uso que hace de ciertos artilugios el camaleón. Así
como este animal toma distintos colores en la piel para obstaculizar
su detección, aquélla, por el contrario, puede pasar por distintas
situaciones para darse a conocer. Unas veces utiliza la repre-
sentación formal frente a la informal; otras, la expresión directa frente
a la representativa; también, la manifiesta frente a la latente y,
finalmente, la verbal frente a la comportamental. En concreto, las
formas que la opinión pública ha utilizado más frecuentemente para
darse a conocer, se han centrado en las siguientes:
a)manifestaciones directas de los públicos en formade estados y
corrientes de opinión,
b)participando en las distintas formas de sufragio y de
representación formal (parlamento),
c) a través de sus líderes y dirigentes (políticos),
d)en los medios de comunicación,
e)dirigiéndose a los organismos públicos (cartas al director y
recogida de fumas),
f) utilizando la comunicación informal (rumor), y
g)expresándose en forma de comportamientos colectivos
(manifestaciones y huelgas).
a) La forma más natural y directa de darse a conocer la opinión
pública se realiza a través del comportamiento de sus públicos.
Directa o indirectamente, activa o pasivamente, estos fenómenos
sociales siempre tienen por sujeto al público (o los públicos) y si hay
alguna técnica que se aproxime al conocimiento de sus opiniones y
actitudes, también nos acercará a la comprensión de fenómenos
más amplios y complejos, como es el de opinión pública. En un
principio, la observación y la especulación eran las formas más
utilizadas para analizar los comportamientos de los públicos e,
incluso, de la opinión pública, pero avanzado el siglo xtx empezarán
a utilizarse técnicas que intentarán ser más precisas (los «votos de
paja») y que acabarán en las encuestas de opinión, las escalas de
actitud y, finalmente, los estudios cualitativos. Son técnicas
pensadas, en principio, para medir opiniones, actitudes y
valoraciones de individuos, grupos o muestras y que, tal como
veremos en el próximo apartado, su aplicación irá estrechamente
unida al estudio empírico de la opinión pública. La orientación
cuantitativa que se dé en esta etapa al estudio de la opinión pública
conducirá a una situación reduccionista de la misma (Lemert) y a su
disolución sociopsico-lógica (Ilabermas).
En torno a los años cincuenta y, sobre todo, sesenta82, se van
introduciendo técnicas cualitativas, que lentamente van ganando
terreno al imperio de la estadística y la cuantificación de inspiración
norteamericana, aportando nuevas perspectivas en el estudio de las
opiniones y actitudes y ayudando a recuperar el enfoque tradicional
cualitativo. Entre estas técnicas hay que citar la entrevista abierta y
la discusión de grupo que, si se aplican a muestras representativas,
y sus resultados se complementan con los datos de las técnicas
cuantitativas tradicionales, nos darán una visión más completa del
mapa mental y valorativo de la población.
b) El concepto de opinión pública surge al amparo del desarrollo
de los principios democráticos (elaborados por ilustrados y liberales)
y desde el momento en que el régimen de opinión empieza a andar,
políticos y teóricos de la ciencia política verán en el sufragio una de
sus formas más claras y legales de expresión y, en el Parlamento, su
representación formal. La opinión pública, como concepto político,
será estudiada junto a principios y derechos constitucionales, poder
político y equilibrio de poderes, leyes y constituciones,
parlamentarismo y publicidad política, partidos políticos y elecciones
y el análisis de resultados de elecciones y referendums siempre
ofrecerá una pauta para el conocimiento y expresión de la opinión
pública. El desarrollo de la opinión pública irá unido al desarrollo de
los principios democráticos y, en concreto, a la historia del sufragio y
a la representación de las distintas corrientes de opinión en el
Parlamento.
El estudio de la opinión pública desde la comunicación política
nos permite recuperar procesos y situaciones que en el siglo xix
fueron muy importantes y que la etapa reduccionista había dejado en
gran parte olvidados. La recuperación del concepto político hace que
el estudio de la opinión pública se desarrolle junto a temas
tradicionales como la ley, el poder, los partidos, el parlamento o las
elecciones, pero también junto a temas actuales como el estudio de
campañas electorales, la formación del espacio público o la creación
de imagen, relaciones entre el poder y los medios, la administración
comunicativa o la personalización política. La opinión pública, al
encontrarse unida a todos estos campos, utilizará las técnicas de
todos ellos, especialmente las relacionadas con las ciencias jurídico-
políticas, la sociología electoral y todas aquellas que mantienen
alguna relación con la comunicación, la persuasión y la publicidad.
c) Una forma indirecta y representativa de conocer la opinión
pública se encuentra en las declaraciones de aquellos dirigentes que
lideran una ideología, un movimiento social, simplemente un grupo o
una corriente de opinión. No nos referimos ahora a los líderes de
opinión, tal como son explicados en The Peoples Choice o en La
influencia personal, sino a aquellas personas que, por exigencias del
grupo al que pertenecen y/o sus cualidades personales, ocupan un
lugar central en la estructura y dirección del mismo.
Frente al entorno u otros grupos, sus declaraciones representan
los principios y objetivos de su grupo y, dada la fuerte dependencia
que en la actualidad tienen los públicos de la opinión pública de
estos grupos y sus líderes, en algunas circunstancias puede ser más
acertado acudir al punto de vista de estos líderes para conocer las
opiniones públicas de una sociedad. No se trata, como hace K. W.
Dcutsch83 de trasladar el origen de la opinión pública a las fuentes
del poder (élites y líderes), sino de destacar el importante papel que
desempeña en todo grupo el líder y que su imagen y su palabra, en
una sociedad fuertemente instrumental izada por los medios de
comunicación, pueden perfectamente representar los distintos
sectores de la comunidad. Aparte del análisis que pueda hacerse de
sus declaraciones, la técnica de la entrevista se presenta como un
medio adecuado para conocer cualitativamente, en extensión y
profundidad, las razones de los distintos fenómenos de opinión que
imperan en una sociedad.
d) Si anteriormente decíamos que los primeros análisis de la
opinión pública se hacían desde la observación y la especulación,
esa afirmación hay que completarla diciendo que la opinión pública
puede encontrar en la prensa, la radio y la televisión una de las
formas más adecuadas para darse a conocer. Las hojas volantes,
los panfletos, la prensa regular y diaria y, más tarde, los nuevos
medios de comunicación de masas (nidio y televisión,
principalmente) se convertirán en los portavoces de la opinión
pública. Prensa y opinión pública —dirán— forman el cuarto poder.
La opinión pública tiene por sujeto al público, pero su publicidad
se encuentra en los medios. Por ello, cuando en el siglo xix los
analistas de la opinión pública y los gobernantes querían hacer algún
seguimiento, hasta que aparecen las nuevas técnicas de medir los
estados de opinión, no tenían más remedio que acercarse a los
editoriales y artículos de opinión. También será la prensa la que
inicie de manera rudimentaria los primeros intentos de medir la
intención de voto de los electores, a través de los llamados «votos
de paja».
Este protagonismo de los medios hará que se conviertan en
mediadores y media-tizadores de la opinión pública; por un lado,
porque posibilitan su expresión, por otro, porque influyen y crean
opinión. De ahí la importancia del estudio de los medios y sus
efectos para conocer el papel de la opinión pública en la sociedad
actual. Desde los primeros estudios del contenido de los medios
(Laswell y, sobre todo, Berelson), las distintas técnicas de análisis de
contenido han posibilitado el análisis, no sólo del contenido que
difunden los medios, sino de todos los elementos que aparecen en el
proceso de la comunicación, incluida la opinión pública.
Una parte importante de los capítulos 5 y 6 están orientados al
desarrollo de este apartado.
e) Otra forma de manifestarse la opinión pública se encuentra en
todas aquellas peticiones, individuales o colectivas, dirigidas a
instituciones públicas relacionadas con el poder o la información. A
través de la recogida de firmas o la sección de «cartas al director»
(con sus variantes de teléfonos abiertos y otras nuevas formas de
comunicación relacionadas con las nuevas tecnologías de la
información en radio, televisión e Internet), ciudadanos y grupos
hacen llegar sus demandas a la autoridad o medio de comunicación
correspondiente para ser atendidas o, simplemente, divulgadas. El
análisis de estos escritos y las circunstancias que los rodean nos
relacionan con una forma directa de expresión de la opinión pública.
j) Los primeros exponentes de la doctrina de la opinión pública
vieron claro desde el primer momento la necesidad de articular los
medios adecuados84 para que el ciudadano pudiera expresar sus
puntos de vista y su voluntad política. En este sentido, los primeros
gobiernos liberales procuraron desde el primer momento, aunque,
también hay que decirlo, con muchas trabas y limitaciones articular
la vida política con la implantación del sufragio, apoyar la
construcción de escuelas para fomentar la educación y la cultura y
aceptar el pluralismo informativo para posibilitar la libertad de opinión
y expresión. Para los teóricos liberales, el régimen de opinión
suponía el desarrollo de estos principios, pero la sociedad y el poder
no siempre ofrecían (y, menos, en los sistemas autoritarios) los
medios más adecuados para posibilitar tal expresión. La
comunicación informal, por tanto, apoyada en razones personales y
en dificultades del entorno social y político, ha funcionado como algo
normal en toda sociedad y la opinión pública ha utilizado con relativa
frecuencia este modo de comunicación y expresión, porque en
fenómenos como el rumor, el mensaje suele extenderse a una parte
considerable de la población.
El análisis del rumor, entendido como una forma de comunicación
y como una forma de opinión pública, nos permite adentrarnos en las
leyes que rigen la interacción humana, la difusión de un mensaje, la
comunicación horizontal, el clima de opinión y la formación de la
opinión pública, siempre en un contexto difícil de controlar y aclarar.
g) Finalmente, la opinión pública también puede expresarse en
forma de comportamiento colectivo, especialmente cuando estas
colectividades tienen una incidencia notable en la sociedad. Pueden
estar reunidas o pueden estar dispersas, pero siempre que un
conglomerado (público, muchedumbre o multitud) con su
comportamiento y su palabra pretenda expresar algo, estamos ante
un fenómeno de opinión pública.
Aunque los fenómenos de opinión pública los identificamos con
grandes colectividades, más o menos dispersas y con un
componente importante de racionalidad, los comportamientos
colectivos forman parte de un proceso más amplio que incluye no
sólo elementos racionales e irracionales, sino dosis importantes de
actividad y publicidad. Por ello, las técnicas de observación de
masas válidas para este tipo de conducta, también pueden ser útiles
para analizar la opinión pública cuando toma esta forma de
expresión.'
2. EL ANÁLISIS CUANTITATIVO DE LA OPINIÓN PÚBLICA:
LAS ENCUESTAS
DE OPINIÓN Y LAS ESCALAS DE ACTITUD

En el apartado anterior hacíamos una breve referencia a las


distintas formas de expresarse la opinión pública y a las técnicas
más utilizadas para su análisis. La intención principal, sin embargo,
se dirigía a subrayar la importancia que adquirieron en esta fase los
estudios y las técnicas cuantitativas para medir opiniones, actitudes
y opinión pública, llegando a trastocar el concepto cualitativo y
político que había dominado durante más de un siglo, para aceptar
otro más cuantitativo, preciso y psicológico, con la sana intención de
crear una ciencia empírica de la opinión pública. Las encuestas de
opinión y, en menor medida, las escalas de actitud y los trabajos de
laboratorio, contribuirán a este cambio reduccionista.
Los precedentes inmediatos de las encuestas de opinión hay que
situarlos en el interés por conocer la intención de voto de los
ciudadanos en las primeras experiencias electorales del siglo xix.
Las revistas Harrisburg Pennsylvanian y Raleight Star, con ocasión
de las elecciones presidenciales norteamericanas de 1824,
publicaron por primera vez los resultados de una «votación
particular» (sn'aw votes o «votos de paja») y a partir de aqui, con
mayor o menor fortuna, la experiencia se prolongará hasta la
aparición de las encuestas de opinión85. Utilizados especialmente
en período electoral, los «votos de paja» se recogían en papeletas
impresas en la prensa, que después el lector interesado debía
recortar, rellenar y enviar a la redacción del periódico, o se sacaban
de tarjetas enviadas a direcciones conocidas o, simplemente, de
preguntar a los transeúntes. La revista Lüerary Digest los convierte
en una «institución nacional» al acertar en 1916 el candidato
ganador a la presidencia, pero esta misma revista sufrirá un fuerte
fracaso —frente al acierto de las primeras encuestas electorales— -
en la predicción del ganador en las elecciones presidenciales de
1936. El 41 por 100 que la revista daba al presidente F. D.
Roosevelt, se convertirá en un 61 por 100 en las urnas.

- El método de: encuesta tiene también sus precedentes en los


padres fundadores de la sociología. C. Marx, por ejemplo, proyectó
en 1880 una encuesta social para conocer los problemas más
importantes que aquejaban a los obreros franceses, encuesta que,
por otro lado, no pudo ser terminada por el bajo porcentaje de
respuestas al cuestionario y por los. problemas técnicos de
infraestructura que planteaba. Max Weber también demostrará un
alto interés por las encuestas sociales, como queda demostrado, al
menos, en la participación a sus veinte años en una investigación
sobre las condiciones de trabajo en el mundo rural (Munters, 1972),
o en la dirección posterior de dos investigaciones, una sobre
condiciones de vida del trabajador rural y otra sobre «actitudes
subjetivas» del trabajador industrial hacia su situación de trabajo
(Lazarsfeld y Oberschall, 1965). En realidad —dice García Ferrando
— la investigación por el método de encuesta se inicia práctica-
mente al mismo tiempo que se establecen los cimientos de la
sociología científica, respondiendo, a la vez (McGregor, 1957), a las
preocupaciones de una clase media que, sin alterar la estructura
básica de la sociedad, busca corregir los desajustes sociales de los
procesos de industrialización y urbanización86.
La aparición de las encuestas científicas de opinión puede
situarse a finales del período que separa las dos guerras
mundiales87 y van unidas a nombres muy concretos, como los G.
Gallup, E. Roper, A. Crossley y P. F. Lazarsfeld. Las circunstancias
que posibilitan lá entrada de las encuestas, en opinión de Stoetzel y
Gírard, se resumen en tres: el método representativo, los estudios de
mercado y la medida de las actitudes.
El método representativo, tras largos intentos (1895,1897 y 1901)
realizados principalmente por el estadístico noruego A. N. Keier, es
aceptado por el Instituto Internacional de Estadística como método
científico adecuado para conocer características de la población
apoyándose en un número reducido de muestras bien
seleccionadas. Este apoyo al método representativo será confirmado
después por el informe favorable que prepara para el Instituto el
danés A. Jansen, en 1925, generalizándose su aplicación en todo el
mundo.
La segunda circunstancia que citan los autores franceses la
refieren a los estudios sobre preferencias y gustos de la población en
el terreno de compras y ventas. Las empresas industriales se dieron
cuenta de que, para vender más y mejor, venía muy bien preguntar
antes a la población sobre sus gustos y otras circunstancias,
convirtiendo, así, los estudios den mercado en encuestas de opinión
sobre costumbres, preferencias y juicios en materia de consumo. La
única diferencia con las encuestas de opinión, dicen los dos autores
franceses, radicaba en que los resultados se mantenían secretos y
se buscaba un efecto comercial y no de información al público89.
Uno de los primeros estudios de mercado es el realizado por R.O.
Eastman en 1912 para conocer el tipo de lector que leía revistas
donde anunciaba alimentos de desayuno, creándose el primer
Departamento de Estudios de Mercado en 1919. La experiencia del
análisis motivacional, que tendrá una amplia aplicación en el terreno
comercial, se utilizará después en la investigación de las opiniones y
actitudes.
Thomas y Znanieki definían la psicología social en 1918 como el
estudio científico de las actitudes, pero será a partir de los años
treinta cuando el tema empiece a tomar mayor importancia y se
constituya en uno de los capítulos fundamentales de la psicología
social y de los estudios de comunicación. El estudio empírico de esta
variable interviniente de la personalidad vendrá apoyado por la
confección de escalas de actitud que ayudarán a medir, además de
la existencia o no de actitudes, su amplitud, intensidad y
consistencia.
Entre las escalas más importantes, hay que citar las escalas de
distancia social, creadas por E. S. Bogardus (Measuring social
distance,.1925) para medir la intensidad de los prejuicios nacionales
y raciales; las escalas de intervalos aparentemente iguales, de
mayor precisión que las anteriores y creadas por L. L. Thurstone en
colaboración con E. J. Chave (The Measuremenf of'Altitudes, 1929);
las escalas de calificaciones sumadas, creadas por R. Likert (A
Technique for the Measurement of Altitudes, 1932) para medir
actitudes hacia el imperialismo, internacionalismo y los negros, con
mayor precisión querías anteriores en la medida de la amplitud, la
intensidad y la consistencia, y el escalograma de L. Guttman (The
Quantijication of a Class of Attributes: a Theory and Method of Scale
Cons-truction, 1941). A estos autores y escalas hay que añadir,
además, las contribuciones de H. Cantril, D. Katz, S. Stouffer, S. A.
Rice, G. W. Allport y R E Lazarsfeld.
A estas tres circunstancias que enumeran Stoetzel y Girard, hay
que sumar una cuarta, la experiencia, que con sus aciertos y errores
irá corrigiendo (y creando cada empresa o instituto su libro particular
sobre cómo hacer encuestas) las imprecisiones de estudios
anteriores.
Las encuestas de opinión saltan a la notoriedad en las elecciones
norteamericanas de 1936, en el mismo momento en que fracasan los
«votos de paja del Literary Digest, Sin embargo, la euforia favorable
que habían despertado en un primer momento no se extenderá más
allá de 1948, año en que todos los pollster apuestan por E. Dewey,
mientras que el ganador será H. S. Truman. Las encuestas de la
revista Fortuna de B. Roper se equivocan en un 12 por 100 y los
sondeos de Gallup, en un 5 por 100. En el estudio que encarga el
Social Science Research Council se enumeran como causas
importantes del fracaso: la utilización de una mala base de la
muestra, el olvido de los cambios (acontecimientos) de última hora y
el problema siempre complejo de los indecisos. Llegan las criticas (L.
Rogers, 1949), se extienden las dudas sobre su validez, Pero
también llegará su defensa (G. Gallup, 1953) y expansión como lo
demuestra la fundación de institutos y empresas privadas que
realizan infinidad de encuestas por todo el mundo.
G. Gallup funda en 1935 un instituto de encuestas que después
extiende a Gran Bretaña (Biitish Institute of Public Opinión, 1936). En
1937 aparece la revista Public Opinión Quarterly. En 1938 se funda
en Francia el Insiitute Francaise del'Opinion Publique, con su revista
Sondage. En 1939 R. Likert se encarga de la sección de encuestas
del Departamento de Agricultura norteamericano. En 1940 y 1941 se
fundan, respectivamente en las universidades de Princeton y
Denver, los primeros centros de investigación de la opinión pública.
En Canadá y Australia se fundan en 1941 institutos análogos y,
también, por estas fechas, van apareciendo nuevos institutos, como
el italiano «Doxa» o el alemán «Demoscopia», empresas privadas y
revistas que se encargarán de realizar y difundir los estudios de
opinión y opinión pública.
Paralelamente a la creación de institutos y empresas van
apareciendo asociaciones nacionales e internacionales, fundadas
para «asegurar [los] lazos personales entre los profesionales, velar
por las normas éticas del trabajo y promover el progreso científico y
técnico. En 1946 se crea la Asociación Estadounidense de Estudio
de la Opinión Pública (AAPOR); en 1947 se celebra en París un
Congreso de Institutos Europeos de la Opinión Pública; el mismo
año se crea en Amsterdam la Comisión Europea de Estudios de
Opinión y de Mercado (ESOMAR) y en 1957 se crea la Asociación
Mundial de Estudio de la Opinión Pública (WAPOR), asociada a la
UNESCO
En España, los estudios de opinión toparán con un régimen
autoritario que si en teoría (como lo confirman los distintos Institutos
de la Opinión Pública) no niega la realización de algún tipo de
encuesta, hará que éstas entren en la vida social y científica con
retraso, habrá ciertas áreas que encontrarán dificultades para su
publicación y solamente en los últimos años de Franco se tendrá
acceso a datos de encuestas políticas o existirá la posibilidad de que
algún dato político salga publicado en los medios de comunicación.
Antes de crearse en 1962 el definitivo Instituto de la Opinión
Pública, habían existido en España el Servicio Español de
Auscultación de la Opinión Pública (1942-1945) y el Instituto de la
Opinión Pública (1951-1957), creados ambos, como es natural, para
fines propagandísticos, detección de rumores y control de la opinión
pública. Sus trabajos no estaban pensados para ser publicados,
aunque algunos de ellos aparecieran en la Gaceta de la Prensa
Española e, incluso, el Instituto publicara las revistas (gratuitas)
Opinión y Mercados.

En 1962 se funda el nuevo Instituto de la Opinión Pública,


dependiente del Ministerio de Información y Turismo, que publicará
desde 1965 la Revista Española de Opinión Pública con las
secciones de estudios, ensayos, documentación y datos de
encuesta". El Instituto y la Revista cambiarán de nombre en 1976 por
los nuevos de Centro de Investigaciones Sociológicas y Revista
Española de Investigaciones Sociológicas.
Además de la labor del Instituto, el campo de las opiniones,
actitudes y opinión pública será también investigado por instituciones
como el Instituto de la Juventud (cuya Revista publica la I encuesta
nacional a la juventud en 1960), la Fundación FOESSA (con sus
Estudios e Informes sociológicos sobre la situación social de
España), investigaciones realizadas desde o por profesores de la
universidad como las realizadas, entre otros, por I L. Pinillos
(actitudes políticas), Gómez Arboleya y S. del Campo (Temas
familiares), L. Linz y A. de Miguel (encuesta a empresarios), M.
Bertrán (encuesta a funcionarios) o J. Castillo (encuesta a amas de
casa sobre el consumo) y, finalmente, un número superior de veinte
empresas privadas que. como ECO, DYM, ICSA-Gallup, Metra-seis.
Data, Consulta. Alef, Emopública o Demoscopia, van pulsando día a
día los estados de opinión de la población española. La publicación
de datos de encuesta, especialmente en período preelectoral, han
hecho que desde 1974 las encuestas hayan pasado a ser tema
popular y un dato importante de la información. Difícilmente podrá
encontrarse en los últimos años alguna semana sin que aparezca en
los medios de comunicación alguna encuesta publicada.
La publicación de encuestas (especialmente, prefectorales) ha
profundizado la división entre defensores y detractores, agudizando
las dudas sobre su valor científico o tachando de injerencia
innecesaria y peligrosa la publicación de sondeos en período
electoral. La polémica95 la tenemos perfectamente reflejada en el
debate que se originó en Francia en 1972 (recogida en le Monde, los
días 25 de agosto, 5, 6 y 22 de septiembre, y publicada en España
en el Boletín del Instituto de la Opinión Pública, números 1 y 4).
donde los institutos que realizaban encuestas (IFOP y SOFRES, por
ejemplo) se defendían de los ataques (de políticos). exponiendo los
fundamentos científicos de las mismas. La polémica continúa
siempre que aparece una fecha electoral, como ocurre en España
desde las pri-meras elecciones de junio de 1977.
Esta situación ha llevado en distintos países a plantearse la
necesidad de regu-lar la publicación de encuestas, polémica que ha
diferenciado claramente la actitud anglosajona de la actitud latina.
Los primeros rechazan la regulación de encuestas porque ésta
atentaría contra la libertad de expresión y el derecho a la
información. Los países latinos, en cambio (entre los que se
encuentran Francia, Portugal y España), han promulgado leyes con
la intención de defender los mismos derechos y proteger al
ciudadano de una información incorrecta o manipulada. En Portugal,
por ejemplo, la ley prohíbe la publicación de toda encuesta en tiempo
de campaña electoral; en Francia (Ley de 19 de julio de 1977), los
sondeos están prohibidos los diez días anteriores a la votación, en
Estados Unidos se mantiene cierta regulación para proteger los
derechos del entrevistado y, en España, el primer intento
administrativo de regular las encuestas (para controlar la información
política, empresas y realizadores) aparece en 1974, preocupación
que se plasma en el Decreto 2.951 de 31 de octubre de 1975. El
Decreto se deroga inmediatamente, pero la importancia que van
tomando las encuestas en la vida política y comunicativa hará que
en abril de 1980 se promulgue la ley «Sobre régimen de encuestas
electorales». Esta ley está inspirada en la reglamentación francesa
de 1977 y será reproducida con algunas modificaciones en el artículo
69 («Encuestas electorales») de la Ley Orgánica sobre Régimen
Electoral General, Ley que recibirá una nueva modificación en marzo
de 1991, añadiendo un nuevo apartado a los siete del artículo 69.
En el mencionado artículo se hacen una serie de observaciones
sobre el régimen de publicación de encuestas, relacionadas con la
ficha técnica, funciones de vigilancia y control de la Junta Electoral
Central, condiciones en que deben llevarse a cabo las rectificaciones
cuando se publican dalos falsos o erróneos y la prohibición de
publicar o difundir sondeos los cinco días anteriores a la votación.
Por su novedad, y como consecuencia de una larga disputa
relacionada con el uso de las encuestas realizadas por el Centro de
Investigaciones Sociológicas, el apartado 8, añadido en marzo de
1991, dice que «en el supuesto de que algún organismo dependiente
de las Administraciones Públicas realice en periodo electoral
encuestas sobre intención de voto, los resultados de las mismas,
cuando así lo soliciten, deben ser puestos en conocimiento de las
entidades políticas concurrentes a" las elecciones en el ámbito
territorial de la encuesta en el plazo de cuarenta y ocho horas desde
su solicitud».

IV LA DISOLUCIÓN SOCIOPSICOLÓGICA DE LA OPINIÓN


PÚBLICA Y OTRAS CRITICAS A LA TEORÍA DE LOS EFECTOS
LIMITADOS

La abundancia de estudios y el uso de tanta técnica cuantitativa


en el campo de las opiniones y actitudes, también extenderá su
efecto a la opinión pública bajo la pretensión de crear una ciencia lo
más exacta posible de esta disciplina. La definición operativa más
aproximada se encontrará en la afirmación que define la opinión
pública como «¡o que miden los sondeos». La opinión pública será
analizada principalmente a través de técnicas cuantitativas
(encuestas y escalas), será asimilable a las opiniones de grupo y los
resultados de los estudios de opinión y actitud se generalizarán con
relativa facilidad a este concepto. La opinión pública, al final, no será
sino la suma de opiniones y/o actitudes de muestras representativas
de la población.
Un resumen de este cambio de perspectiva (de la tradición
clásica a la tradición empírica) en el estudio de la opinión pública se
encuentra perfectamente descrito en un párrafo del artículo de B.
Berclson, «The Study of Public Opinión»": «Reunidas, esas
diferencias (hace veinticinco años y hoy) significan un cambio
revolucionario en el campo de los estudios sobre la opinión pública:
ese campo se ha hecho técnico y cuantitativo, ateórico, segmentario
y particularizado, especializado e institucionalizado, «modernizado»
y «grupizado», en suma, como ciencia conductista caracterizada,
«americanizada». Hace veinticinco años y antes, escritores
eminentes estudiaban eruditamente, como parte de su interés
general por la naturaleza y funcionamiento de la sociedad, la opinión
pública no «por ella misma», sino en amplios términos históricos,
teóricos y filosóficos y escribían tratados. Hoy, equipos de técnicos
estudian proyectos sobre asuntos específicos y registran los
resultados. Hace veinte años el estudio de la opinión pública era una
parte de la erudición. Hoy es parte de la ciencia».
Si hacemos un poco de memoria de aspectos tratados en
capítulos anteriores, los primeros liberales localizaban la opinión
pública en el raciocinio público de aquellas personas ilustradas y
capaces que manifestaban cierto interés por los asuntos públicos.
Más adelante (concepción jurídico-política), se encontrará en las
instituciones y procesos políticos que posibilitan la representación de
la voluntad popular y, a finales del xix y principios del siglo xx, se
asimilará a las opiniones de las multitudes o las masas (psicólogos
de las multitudes y teóricos de la sociedad de masas), con todo lo
que conlleva de mediocridad, irracionalidad, nivelación y de acceso
al poder (W. Kornhauser. 1969). Finalmente, con el pathos
positivista, la investigación social empírica —dice J. Habermas— la
opinión pública se desconecta de los aspectos institucionales,
«procediendo a la disolución sociopsicológica del concepto de
opinión pública».
F. von Holtzendorf, en Wessen und Wert der óffentlichen Meinung
(1879), ya había descrito la opinión pública como un concepto
problemático y supeditado a la reacción de las masas, tal como lo
hiciera un lustro antes A. Scháffle, al definirla como «informe
reacción de la masa» y como «expresión de los puntos de vista,
juicios de valor o tendencias volitivas del público todo o de
cualquiera de sus partes». Analizada, sin embargo, por primera vez
por Tarde (L`opinión en la foule, 1901) como «opinión de masas»,
«es arrancada al contexto funcional de las instituciones políticas y
despojada de su carácter de "opinión pública"; pasa ahora por
producto de un proceso de comunicación en el seno de las masas
que no está vinculado a los principios de la discusión pública ni a la
dominación política»
El público (culto, minoritario, ilustrado, informado, participativo y
racional), que en un principio fue considerado como el auténtico
sujeto de la opinión pública, pasa, después, a equipararse con masa
y, más tarde, con grupo, convirtiéndose este último en una noción
abstracta (que prescinde de todo presupuesto social, histórico e
institucional y de todas las atribuciones de la discusión política
propias de un régimen de opinión), como sujeto psicosociológico de
un proceso de comunicación c interacción entre dos o más
individuos100. Algo parecido sucede también con el concepto de
«opinión». En un principio —sigue diciendo Haber-mas— pasa a
significar la expresión de un tema en controversia (W. Albig, 1938),
más tarde, la expresión de una actitud (M, B. Ogle, 1950) y,
finalmente, la actitud sin más (L. W. Doob, 1948)10'. P. F. Lazarsfeld,
como uno de los principales investigadores de esta etapa, llamará la
atención de la pérdida del sentido socio-lógico y político del concepto
ante la irrupción de la investigación empírica, aunque al final se
inclinará por una síntesis clasico-empírica del concepto102. En los
estudios que realiza sobre procesos electorales, cambio de actitud y
opinión pública, sin embargo, predominará más la dimensión
psicológica que la institucional o política.
Una posición parecida mantiene J. M. Lcmert al enjuiciar los
trabajos que Lazarsfeld y otros investigadores realizaron a partir de
1940 sobre los efectos de las comunicaciones de masas. En los
años cuarenta y cincuenta la psicología social hizo grandes
progresos en el estudio de las actitudes individuales, pero las
transferencias que hicieron de métodos y modelos a campos, como
el de la opinión pública, provocaron un coste elevado. Las
investigaciones que se realizan en esta fase llevan implícitos una
serie de supuestos, no articulados, que relacionan los efectos sobre
las actitudes con los efectos sobre la opinión pública. Tienden-dice
Lmert-hacia una posición reduccionista simple al explicar la opinión
pública como la suma más o menos directa de las actitudes de la
población"".
El modelo reduccionista simple que domina a lo largo de estos
años se apoya en tres corolarios fundamentales: a) si la
comunicación masiva produce un cambio de actitud sobre un tema,
ese cambio es suficiente para decir que también se produce un
cambio en la opinión pública; b) si la comunicación masiva no ha
producido cambio de actitud entre su público, tampoco puede haber
ocurrido cambio de opinión pública (esto es, siempre es necesario el
cambio de actitud para que se produzca el cambio en la opinión
pública): y c) las actitudes de todos los miembros que forman la
audiencia cuentan lo mismo.
Por los años cincuenta, los científicos de la política tomarán
prestadas de la psicología social las técnicas y definiciones
operativas válidas para medir actitudes c intentarán explicar los
efectos de los medios sobre la opinión pública como si fueran
efectos sobre las actitudes. El ejemplo más claro de los supuestos
reduccionistas implícitos en los investigadores de la época se
encuentran en el libro ya citado de J. T. KJapper, The Effects of
Mass Communicanon, que, al hablar del efecto principal (efecto de
refuerzo), deja a un lado si el efecto es social o individual cuando los
estudios que maneja se ocupan exclusivamente de los efectos a
nivel individual105.
Además de los hábitos mentales de ciertos investigadores, el
traslado de técnicas y descubrimientos de la psicología social al
terreno del comportamiento electoral, el modelo reduccionista
recibirá un gran impulso del uso de las encuestas. El «negocio de las
encuestas - dice Lemert— vino a promover un modelo reduccionista
simple de la opinión pública. Por razones comerciales, las encuestas
pro-elcctorales se convirtieron en "un gancho comercial" para los
encuestadores de los años 1940. Hoy día, las encuestas cuentan
con un récord tan largo de predicciones acertadas en las elecciones,
que son ya parte de un negocio muy provechoso que se especializa
en campañas políticas. El modelo de opinión pública que va implícito
en las encuestas es el reduccionista simple; abarca mucho más allá
de los resultados electorales y llega a cuestiones y tendencias no
electorales: a la Opinión Pública se la trata como un conjunto de
porcentajes proyectados hacia una población»106.
J B. Lemert no rechaza el método de encuesta o los resultados
conseguidos en el campo de las actitudes; rechaza, como otros
muchos, la posibilidad de hacer una ciencia de la opinión pública a
base de sondeos, tal como habían expresado, primero, G. Gallup en
Puhe of Oemocracy (1940) al afirmar que las limitaciones y
deficiencias de las encuestas, son las limitaciones y deficiencias de
la opinión pública, o L. Bogart, después, en Silent Politics: Polis and
the Awardness of Public Opinión (1972), al sostener que, hoy en día,
nuestra comprensión de la opinión pública es inseparable... de lo que
se descubre mediante las encuestas de opinión pública.
Por otro lado, en el uso de las encuestas laten algunos
postulados de la ideología liberal. El principio de igualdad ante la.ley,
por ejemplo, se traslada a las encuestas cuando colocan en el
mismo plano de igualdad todas las opiniones dadas a un
cuestionario, y el principio de racionalidad, porque suponen que las
opiniones que emiten los entrevistados gozan todas de buena
información, están bien pensadas y bien razonadas. Sin embargo,
algunos —por no decir muchos— como Ph. E. Converse o C. Zukin,
han puesto de manifiesto la baja información que suele tener el
público sobre infinidad de aspectos y la tendencia que tiene gran
parte de los entrevistados a responder, aunque no tengan la
respuesta adecuada u oigan hablar por primera vez del tema de la
pregunta (Ph. E. Converse, 1964, y C. Zukin, 1981).
Algunas de estas observaciones ya las había hecho Herbert
Blumer, en la conferencia que pronuncia en 1947 ante la Sociedad
Americana de Sociología («Public Opinión and Public Opinión
Polling»), artículo que será silenciado (o criticado) por los autores del
«paradigma dominante» (Th. M. Newcomb, por ejemplo), y
recuperado (en el reader de Padioleau) o citado en autores de los
años ochenta como J. B. Lemert y D. Graber. Los conceptos de
«opinión pública» y «pseudo opinión pública», entendida. Esta última
como producto de los sondeos108, serán definidos por Blumer como
«opinión pública efectiva» y «opinión pública de los sondeos»109.
H. Blumer intenta demostrar que no se puede definir la opinión
pública (como concepto genérico y abstracto) apoyándose sólo en
los resultados de las encuestas. Los sondeos, tal como se realizan,
no ayudan en nada a aislar la opinión pública como objeto de estudio
(diferenciando lo que es de lo que no es opinión pública), no se
realiza ningún estudio para verificar proposiciones generales y,
finalmente, a pesar de tanto estudio empírico, se observa una falta
total de generalizaciones que superen la mirada corta y cuantitativa
del efecto inmediato del estudio. Blumer denuncia «la rígida postura
operacionalita que sostiene que la opinión pública es aquella que
registran los sondeos» o que se acepte con toda tranquilidad que
este tipo de investigación «constituye un estudio de la opinión
pública».

Después de describir la opinión pública como una función de la


sociedad en actividad, desde los grupos y su interacción, desde, el
papel clave que desempeñan algunas personas e instituciones y
desde la fuerza o la presión que ejercen ciertas opiniones sobre el
poder, la administración u otras instituciones, este concepto no se
puede reducir a «una distribución cuantitativa de opiniones
individuales». El principal defecto de los sondeos —continúa blumer
— «reside en el procedimiento de muestreo, el cual obliga a
considerar la sociedad como una mera colección de individuos
aislados»: apenas si sabemos nada del individuo que forma parte de
la muestra, cuál es el grado de información, de certeza o de
precisión, si su opinión es completamente individual, representa a
algún sector o forma parte de una corriente de opinión. Por
consiguiente, éstas y otras* razones hacen que «los sondeos
actuales no [ofrezcan] una imagen precisa ni realista de la opinión
pública, puesto que no logran captar las opiniones tal corno están
organizadas y como operan en una sociedad- en funcionamiento».
La disolución psicosociológica de la opinión pública el efecto
reduccionista de la misma será recogido por otros muchos autore y
norteamericanos y europeos, a través de las críticas que dirigen al
paradigma dominante de Lazarsfeld Las nuevas teorías sobre los
efectos de los medios (o los nuevos planteamientos de la
comunicación política) que aparecen a partir de 1960 constituyen ya,
de por sí, una crítica y revisión de los estudios y teorías anteriores.
Por ello, nos vamos a centrar en las críticas de un número reducido
de autores que, por su importancia, pueden resumir los puntos de
vista1 más sobresalientes de la mayoría. Nos referimos a C. W. Mills,
F. Bóckelmann y T. Gitlin. '
C. Wright Mills, en La imaginación sociológica (1959), pone en
guardia contra ciertos peligros que se ciernen sobre la ciencia, en
general, y la investigación sociológica, en particular. «El concepto de
ciencia que yo sustento —dice Mills— no ha predominado
últimamente. Mi concepto se opone a la ciencia social ¿cómo
conjunto de técnicas burocráticas que impiden la investigación social
con sus pretensiones metodológicas, que congestionan el trabajo
con conceptos oscurantistas o que lo trivializan interesándose en
pequeños problemas sin relación con los problemas públicamente
importantes»". Como puede verse, en esta cita se hace referencia a
tres denuncias importantes: el oscurantismo de la Gran Teoría, la
pasión por la metodología en el empirismo abstracto y la
supeditación de la investigación al ethos burocrático.
No niega que la gran teoría de Parsons no diga nada, sino que
cuando es traducida a un lenguaje común e inteligible lo que
descubre son lugares comunes de la sociología. «La causa
fundamental de la gran teoría es la elección inicial de un nivel de
pensamiento tan general, que quienes lo practiquen no puedan
lógicamente descender a la observación»1". Parsons convierte sus
conceptos en fetiches y no desciende a los problemas específicos y
empíricos porque el modelo de orden social que ha construido es
una especie de modelo universal. Sus problemas, su trayectoria y
sus soluciones se detienen en el mundo de la teoría".
Las críticas a la etapa que estamos estudiando las realiza cuando
habla del empirismo abstracto de P. F. Lazarsfeld y B. Berelson (a
quienes pone como ejemplo). El empirismo abstracto se pierde en la
metodología, las técnicas, la estadística y la cuantificación,
confundiendo «lo que se quiere estudiar con la serie de métodos
sugeridos para su estudio».
Aparte de los estudios sobre publicidad y medios de
comunicación, la opinión pública ha sido una de las materias más
estudiadas y que más ha sufrido el enfo-que reduccionista. Sobre
una estructura simple de preguntas y muestreos, se han olvidado
aspectos importantes del entorno social que han empobrecido el
concepto de opinión pública. Esto puede verse con mayor claridad
cuando se investigan los públicos (asimilables a masas), la conducta
de los votantes (sin ninguna referencia a la estructura de partidos y a
las instituciones políticas) o la moral del soldado en la guerra (que
puede tener utilidad para la administración, pero no para la ciencia
social). En todos estos estudios han estado ausentes los aspectos
históricos, culturales, estructurales e, incluso, institucionales.
Tratando de justificar los estudios sobre opinión pública, Mills afirma
que estos estudios «se han hecho en su mayor parte dentro de una
misma estructura social nacional de los Estados Unidos y, desde
luego, se refieren sólo al último decenio aproximadamente. Quizá
por eso no han refinado el significado de "opinión pública" ni
replanteado los principales problemas de este campo».
Los empiristas abstractos se caracterizan por la ausencia de
proposiciones o teorías importantes; son ahistóricos, antirrelativistas,
estudian campos en pequeña escala y se inclinan hacia el
psicologismo. La recogida de datos, el tamiz posterior del ritual
estadístico y el añadido final de una «teoría» para «dar sentido» a
todo lo anterior, «desorienta al iniciado, quien puede suponer
apresuradamente que ese estudio empírico particular fue
seleccionado y proyectado y ejecutado para someter a una prueba
empírica concepciones o supuestos más amplios»"*.
Este empirismo abstracto, al ir acompañado de un «demiurgo
administrativo», lo convierte en una creación burocrática: porque
estandariza y racionaliza cada fase de la investigación social; porque
colectiviza y sistematiza los estudios humanos; porque selecciona y
forma nuevas cualidades mentales entre el personal; porque está al
servicio de los distintos fines que proponen los clientes burocráticos;
y porque tanta practicidad conduce a la eficiencia y reputación del
dominio burocrático en la sociedad actual. Esta situación lleva a la
aparición de una nueva casta burocrática, que Mills llama los
«ejecutivos de la inteligencia»117.
F. Bóckclmann. en Thoeriedes Masscnkommunikation (1975),
después de exponer las transformaciones que sufre la opinión
pública desde los primeros planteamientos liberales (liquidación de la
opinión pública burguesa, tal como la describe Habermas en
Struckturwandel der Óffendichkeit) y explicar la reducción que sufre
este concepto bajo el efecto de las comunicaciones de masas (que
lo transforman en un número reducido y selectivo de temas) que
llenan el espacio público, pasa a describir y criticar los estudios y
teorías sobre los medios y sus efectos, Se detiene en forma
pormenorizada en la fase de la Investigación Administrativa
(paradigma dominante de La/arsfeld). aunque las críticas también las
extiende a aquellas teorías (como la teoría transaccionaste de
Raymond A. Bauer y la teoría de la espiral del silencio de E. Noelle-
Neumann) que estudian los efectos a largo plazo. «Aunque Baucr y
Noelle-Neumann —dice Bdckehnann— intentan, de distinta manera,
escapar al círculo de influencia de las preguntas y respuestas
cortocircuitadas. ambos son víctimas de la capciosidad del modelo
de causalidad monocarril o policarril». La ciencia que se aplica en
este caso trata de controlar las relaciones entre fines y medios, esto
es, de todas aquellas variables que intervienen en el proceso de
investigación; sin embargo, la teoría y la práctica de la comunicación
de masas no será capaz de explicar la traslación de modelos y
técnicas de las ciencias exactas a las ciencias sociales, «la
sustitución del pensamiento determinista por el pensamiento
probabilístico», con las implicaciones que lleva de aislamiento de
variables o de generalización de resultados.
Volviendo a las críticas que realiza a la segunda etapa,
Bockelmann afirma que la mayor parte de los estudios sobre
opiniones y actitudes que se realizan en Estados Unidos entre 1940
y 1960 son estudios que analizan exclusivamente el efecto a corto
plazo de la comunicación persuasiva. Tales estudios no buscan tanto
comprender la situación comunicativa, cuanto medir y cuantificar una
consecuencia conductista aislada, olvidando procesos más amplios
e importantes del contexto social. El modelo que domina en estos
años no es sino una continuación del modelo causal estímulo-
respuesta. El estímulo, que en este caso se sitúa en el emisor, los
medios y el mensaje, es la parte principal y eficiente de la
comunicación, mientras que la respuesta, lógicamente, se sitúa en la
audiencia, entendida como un conglomerado de opiniones, actitudes
y deseos a explorar y controlar. La teoría de la sociedad de masas
sigue estando presente, aunque en forma más mitigada, en este tipo
de investigación.

A esto hay que añadir que muchas de las investigaciones son


trabajos de laboratorio (Hovland y cois.) que, si bien pueden tener
cierta validez para situaciones parecidas a la de la experimentación,
siempre se encontrará alguna variable incontrolada y siempre se
topará con el problema de trasladar sus resultados a situaciones de
la vida normal. Aquí es donde el estudio de la opinión pública
planteará mayores interrogantes en sus conclusiones, porque las
opiniones y actitudes serán arrancadas de sus grupos de referencia,
normas y valores del medio-ambiente y serán analizadas como
opiniones de individuos aislados y autónomos o, a lo sumo,
formando parte de grupos estadísticos.
Por otro lado, la hipótesis del Two-Step-Flow confunde
comunicación con influencia y difusión con persuasión. Si prestan
interés por el entorno lo hacen para «poder controlar de la manera
más extensa posible el flujo de comunicación a través de las etapas
que median entre el comunicante y el receptor» y, además --tal como
queda ya demostrado en estudios como los de Elmira y Decatur—,
más que de Step-Flow habría que hablar de Multi-Stop-Flowl2}.
Finalmente, aun reconociendo la importancia del grupo primario y
del líder de opinión, la difusión de informaciones y opiniones ya no
necesita tanto de la actuación del conductor de opinión. La presencia
de la televisión en la vida diaria ha modificado de tal manera la
conducta del ciudadano, que las relaciones entremedios y
audiencias ahora son normalmente directas, aminorando el papel de
intermediario o de filtro que en un principio se le había dado.
Además, como los grupos primarios constituyen parte de
organizaciones formales más amplias, la eficacia de una
comunicación no habrá que buscarla tanto en las predisposiciones
de los receptores, medios de comunicación, líderes y grupos, sino en
el contexto cultural (clima de opinión, espacio y ámbitos públicos)
que envuelve y determina el proceso de comunicación1". Como
veremos más adelante, las teorías de la tematización, agenda-
seíting y espiral del silencio intentarán explicar este proceso.
Así como Jean Padioleau asocia el estudio empírico y cuantitativo
(la definición operativa) de la opinión pública con la ideología liberal,
Todd Gitlin lo relaciona con la socialdemocracia. Para este último
autor la socialdemocracia se convierte en el marco ideológico que
justifica el paradigma dominante en la investigación de la
comunicación de masas. Lazarsfeld, desde sus primeros momentos
de investigador en Austria, mantiene relaciones estrechas con
autores próximos a esta ideología (O. Bauer y A. Adler, por ejemplo)
y cuando llega a Estados Unidos en 1933, no le será difícil adaptar
su concepción ideológica y su «nuevo estilo investigador» a la
sociedad americana. Su formación psicológica y técnica encajará
perfectamente en la investigación administrativa, patrocinada por
instituciones y fundaciones como la Fundación Rockefeller. Intentará
atraerse a investigadores como M. Horkheimer y T. W. Adorno, pero
será la persona de F. Stanton quien le acompañe en esta andadura
científica de «utilidad comercial y legitimidad académica». En este
sentido, será C. Wright Mills quien mejor explique --tal como hemos
apuntado más arriba— esta mezcla de hechos burocrático o
investigación administrada.
A pesar de la necesidad que Lazarsfeld y Katz reclaman en La
influencia personal por conocer el entorno interpersonal del individuo
para explicar mejor sus actitudes y relaciones frente a los mass
media y a pesar de reconocer que los medios pueden producir otros
efectos distintos a los efectos a corto plazo, y hasta con mayores
incidencias en la sociedad, el modelo que proponen sigue siendo
sustantivo, pretencioso, autosuficiente y cargado de
behaviorismo126. Por ejemplo, Gitlin criticará la equiparación que
suelen hacer entre el ejercicio del poder a través de los medios y el
ejercicio del poder en situaciones de relación personal; la inclinación
por contemplar el poder como algo concreto y situacional (como una
«especie de mercancía circulando libremente por el mercado»),
cuando aquél incluye muchas más dimensiones que nunca suelen
plantearse a los encuestados; la facilidad con que trasladan al
campo de las ideas, actitudes y comportamientos políticos,
situaciones, actos y objetos de la vida económica, equiparando, por
ejemplo, un programa político o un candidato con una mercancía que
se puede comprar y vender; critica la especial manera de entender el
cambio de actitud, como variable dependiente, siempre sujeta a un
estímulo concreto y eficaz; revisa el concepto de refuerzo y
denuncia, finalmente, en el conductismo la falta de atención a
conceptos más amplios y fundamentales —como el de «ideología» o
«conciencia»— para explicar el funcionamiento de la vida social y
política.

6. OPINIÓN PÚBLICA Y COMUNICACIÓN POLITICA


I. CONCEPTO Y ÁREAS DE INVESTIGACIÓN DE LA
COMUNICACIÓN POLÍTICA

Tras el corto camino recorrido por la Comunicación Política como


disciplina científica, todo parece indicar que nos hallamos ante un
problema complejo, laborioso y de difícil solución para encontrar una
definición que reciba el consenso mayoritario de los estudiosos del
tema. El concepto tradicionalmente ha estado cargado de
numerosas controversias, ambigüedades e imprecisiones, aunque,
también hay que decirlo, no por ello los interesados han abandonado
el intento de definir y aclarar este concepto. Algunos, en ese empeño
por salir del impás, han crecido más conveniente abordar dicha
problemática desde la investigación y la delimitación de sus ámbitos
de estudio.
Dan D. Nimo y Keith R. Sanders, en su Hanbook of Polítical
Communication (1981), sitúan los orígenes de la comunicación
política como campo diferenciado en el empuje behaviorista de los
años cincuenta y, más concretamente, en el libro Political Behavior,
publicado en 1956 por Eulau, Eldersveld y Janowitz. La posibilidad
de la comunicación política, junto al liderazgo político y las
estructuras de grupo, serán presentados como los tres procesos
mediadores que explican y hacen posible las relaciones entre las
instituciones del gobierno y el comporta-miento electoral del
ciudadano1. Estos autores, además, califican la obra de «instructiva
y profética» al entender la comunicación política como un campo
esencial, emergente y mediador dentro de las ciencias sociales. Es
así como se vuelve a constatar en 1981 con la publicación del
Handbook, aunque la descripción que hagan del estado de la
cuestión en ese momento no les permita precisar el contenido
sustantivo de esta disciplina, definir sus fronteras y, menos aún, dar
una definición explícita del concepto2. La razón principal que
aportarán se apoyará en la falta de acuerdo entre los estudiosos de
la comunicación política sobre contenidos y fronteras, materia
fundamental a tratar, fines y metas y los orígenes divergentes que
confluyen en esta materia.
Aun reconociendo estas y otras dificultades para aclarar el
concepto, la comunicación política ha sido definida, por ejemplo,
como «el intercambio de símbolos o mensajes que con un
significativo alcance han sido compartidos por, o tienen
consecuencias para, el funcionamiento de los sistemas políticos»3;
R. R. Fagen entiende que «una actividad comunicacional se
considera política en virtud de las consecuencias, actuales y
potenciales, que ésta tiene para el funcionamiento del sistema
político»; S. Chaffce la reduce «al papel de comunicación en el
proceso político»; D. Nimo sostiene que una comunicación
(actividad) puede ser considerada política en virtud de las
consecuencias (actuales y potenciales) que regulan la conducta
humana bajo ciertas condiciones de conflicto»; y, finalmente, R. H.
Blake y E. O. A. Haroldscn entienden por tal aquella comunicación
que conlleva actuales o potenciales «efectos sobre el funcionamiento
de un estado político u otra entidad política». Todas estas
definiciones destacan la existencia de un campo común que llaman
«comunicación» y otro que llaman «política» y que cuando el primero
influye o guarda relación con el segundo, entonces se puede hablar
de «comunicación política», sin especificar el tipo de actividad ni la
naturaleza de la influencia8.
La idea de comunicación política ya estaba presente en la
antigüedad. Por ejemplo, en el mundo griego y romano quedaba
perfectamente definida a través de la idea y el uso de la retórica9 y,
en el Barroco, la Ilustración y el liberalismo, a través del concepto de
representación (Hobbes, Burke). Será, sin embargo, la democracia
moderna quien, al explicar la vida política como un «sistema de
diálogos» entre gobernantes y gobernados, gobierno y oposición,
mayorías y minorías, por ejemplo, incorpore esta disciplina entre los
contenidos y temas de investigación de la ciencia política. Algunos,
como Parsons o Easton, entenderán la comunicación como aquel
proceso que relaciona las partes del sistema sin constituir un sistema
autónomo; Almond y Colcman (1960), por el contrario, la explicarán
como una función básica que, en cierto modo, invade, controla y
hace posible las demás. Por ello, a partir de los años sesenta
aparecerán dos posturas claramente diferenciadas: una primera, que
juzga la comunicación política como básica a todo sistema político
(K. Deutsch, 1963) o que todo es comunicación política (1. Sola
Pool, 1974), y aquella otra que considera la comunicación política
como uno de los conceptos más improductivos y fútiles de la ciencia
social (C Cherry. 1966, y G. N. Gordon, 1975). La controversia
seguirá abierta con muchos puntos por aclarar y como concepto
interdisciplinar la atención principal le vendrá de las Ciencias
políticas, la Sociología y las Ciencias de la Comunicación.
Tal como hemos visto en el capítulo dedicado al estudio de los
efectos de los medios de comunicación, la opinión pública ha
ocupado y ocupará un lugar importante en el proceso de la
comunicación, aunque durante algunas décadas será estudiada
como un efecto más que se puede crear, controlar o modificar desde
las intenciones del emisor, la actividad de los medios o el poder de
su información. En estos años, sin embargo, la opinión pública
perderá su referencia política y quedará asimilada a un
comportamiento social estrechamente relacionado con las actitudes
de las masas o los grupos. Toda la tradición jurídico-política que
venía desarrollándose desde el siglo xviii quedará truncada por la
reorientación que vaya a hacerse de la opinión pública desde la
investigación en comunicación de masas. Habrá que esperar a los
años sesenta para que el campo emergente de la comunicación
política, aparte de hacer posible el encuentro entre disciplinas que en
temas comunes de investigación habían caminado por separado,
replantee de nuevo el tema y coloque las cosas en su justo lugar.
La opinión pública será contemplada a partir de este momento
como un capítulo importante de la comunicación social, pero
especialmente de aquellos «procesos que median entre las
instituciones formales del Gobierno y la conducta electoral de los
ciudadanos»", esto es, desde la parte central de la comunicación
política. Con esto no quiere decirse que toda opinión pública sea
comunicación política12, pero sí que en todo fenómeno de opinión
pública —sea cultural, social o político— puede encontrarse un
componente público muy próximo a los ámbitos políticos, tal como
fuera entendido por los liberales del siglo XLX13.
La comunicación política, tal como se especifica en los temas de
investigación relacionados con esta disciplina, sitúa la opinión
pública entre sus temas principales y, en aquellos otros temas que
llevan rótulos distintos como «campañas y elecciones», «medios de
comunicación y política» o «actitudes políticas, elecciones y
comunicación», las referencias a la opinión pública son constantes.
La comunicación política, respetando la tradición de investigación en
comunicación de masas, ha conseguido recuperar el componente
político de la opinión pública y situar ésta en un marco interdisciplinar
relacionado con la sociología, las ciencias políticas, la psicología
social y las ciencias de la comunicación.
A pesar de sus orígenes diversos, su carácter interdisciplinar, las
dificultades para encontrar una definición convincente y la falta de
consenso temático, en opinión de Nimo y Sanders, hay una serie de
temas, muchos de ellos relacionados con la opinión pública, que han
impulsado el desarrollo de la comunicación política.
Son los siguientes:
1)El análisis retórico se ha estudiado a través de tres perspectivas
distintas: una, que podríamos llamar «tradicional», que hunde sus
raíces en Aristóteles y se centra en el comunicador; una segunda, de
tipo «experimental» y abierta al análisis de todos los elementos del
discurso; y, la tercera, la «nueva retórica», ubicada entre las dos
anteriores y centrada en el análisis de los símbolos como elementos
que influyen en la percepción de la realidad.
2)El análisis de la propaganda que, tal como ha sido expuesto en
el capítulo anterior, ha recorrido un largo camino —especialmente el
tiempo comprendido entre las dos guerras mundiales— hasta llegar
a la situación sofisticada del día de hoy. Si en un principio
interesaban las motivaciones del comunicador, los símbolos clave y
el control de la opinión pública, las nuevas técnicas han añadido la
preocupación por los contenidos latentes y no verbales.
3)Los estudios sobre cambio de actitudes constituyen una de las
aportaciones más importantes que la psicología social ha hecho al
estudio de la opinión pública y la comunicación política. Estos
estudios adquieren una gran importancia desde los primeros
momentos de la Commun¡catión Research y siguen ocupando el
mismo papel central en la actualidad en aquellas investigaciones
especialmente relacionadas con la propaganda política, debates
políticos, socialización política, campañas electorales y opinión
pública.
4)Los estudios electorales también pasan por tres fases. Desde
los primeros estudios de Meriam y (iosncll (1924) y Rico (1928), la
primera generación (Universidad de Columbia) incluye los estudios
del paradigma dominante de Lazarsfeld y Berelson con su famosa
teoría de los efectos mínimos y el papel reforzador de los medios; la
segunda se sitúa en la Universidad de Michigan (A. Campbell y
cois.), acepta algunos cambios metodológicos respecto al grupo
anterior y focaliza su investigación en la identificación partidista; y la
tercera (Blumler, McQuail, etc.) orienta sus estudios hacia el uso que
los electores hacen de la comunicación en tiempo de campaña
electoral.
5)El análisis de las relaciones entre el gobierno y ¡os medios de
comunicación tiene su primer intento en el libro de W. Lippmann
Public Opinión (1922) y, desde entonces hasta el momento actual,
los estudios se han extendido a todos los medios de comunicación,
siendo los científicos de la política, sociólogos e investigadores de la
comunicación quienes más han trabajado el tema.
6)El origen del análisis funcional y sistémico se sitúa en la
preocupación de los científicos de la política por analizar
comparativamente los sistemas políticos, preocupación que más
tarde se extenderá al análisis de las principales funciones
de la vida política y poder, así como al descubrimiento de las
estructuras sociopolíticas que sustentan tales funciones. Los
estudios de G. Almond y X Coleman (1960) y el modelo de K. W.
Deutsch se orientan en esta dirección.
7) Finalmente, los cambios tecnológicos sufridos en estos años
también han contribuido al desarrollo de la comunicación política. En
primer lugar, los cambios habidos en la difusión informativa (prensa,
radio, televisión y nuevas técnicas informativas); en segundo lugar,
las técnicas utilizadas en las campañas elec-torales y, finalmente, los
cambios ocurridos en la metodología y técnicas de investigación
aplicadas al análisis de acontecimientos sociales14.

En New Directions ¡n Political Communication, D. Nimo y D. L.


Swanson se proponen continuar la tarea de «construcción» que
nueve años atrás habían iniciado los editores del Handbook y para
ello revisarán y ordenarán la ingente labor que sobre comunicación
política se ha producido a lo largo de los años ochenta. Las
investigaciones más importantes, según los autores, se resumen en
los siguientes capítulos o temas:

I) Fundamentos de la comunicación política. Una de las líneas


seguidas en estos años está representada en la revisión que la
teoría critica ha hecho del estudio de las campañas políticas y el
paradigma de la persuasión en el voto, denunciando que estos
estudios, al estar centrados en la posible influencia de los políticos y
los periodistas en la decisión del voto, lo que estaban ocultando era
una serie de rituales dramatizados que legitimaban la estructura de
poder en las democracias liberales. Las elecciones —dirán - -
ayudan a sostener el mito de la democracia representativa, la
igualdad política y la autodeterminación colectiva, con lo que están
reforzando valores políticos respaldados activamente por el sistema
educativo, las principales organizaciones políticas y el aparato del
Estado. A pesar de las críticas realizadas desde esta corriente, gran
parte de los estudios realizados han seguido analizando las
estrategias que utilizan los medios de conocimiento para influir en el
conocimiento, las creencias y la decisión del voto. Son aquellos
estudios que guardan relación con la agenda setting, usos y
gratificaciones, el análisis retórico de los discursos y los efectos de la
publicidad política, entre otros.
Nimo y Swanson, a la par que reconocen que esta confrontación
ha dado lugar a una pluralidad de investigaciones con diferentes
enfoques teóricos y epistemológicos1*, se quejan, sin embargo, de la
inexistencia de beneficio mutuo y de pasar de una «diversificación»
en 1981 a una «fragmentación» en 1990, reclamando la necesidad
de retomar y defender la interdisciplinariedad de la disciplina.
2)El análisis de los mensajes políticos. Si este apartado siempre
lucia importante en los estudios de comunicación política, en los
últimos años ha sufrido una gran expansión por la ampliación de la
categoría de mensajes llamados «políticos». Una particular
relevancia ha adquirido la orientación empírica que los científicos
sociales han dado tanto a los análisis de los mensajes, como al
acercamiento retórico y simbólico de los mismos. Nimo y Swanson
no creen posible en el futuro la existencia de una «teoría maestra»
que englobe todos estos enfoques, aunque el carácter empírico de
los mismos sí podrá reducir las abundantes generalizaciones que se
siguen haciendo dentro de la comunicación política16.
3)Perspectiva institucional, sistémica y cultural En los años en
que la comunicación política estaba dominada por el paradigma de la
persuasión del voto, las variables institucional, sistémica y cultural
recibieron una atención respirable para explicar el comportamiento
electoral; ahora, los estudiosos han retomado el tema y han
aumentado la preocupación por analizar, más allá de la respuesta
que los individuos pueden dar a las campañas electorales, el papel
de la comunicación desde todos los factores que rodean las
instituciones políticas, los sistemas y las culturas políticas.
Así como en los años sesenta y setenta el interés de los
investigadores se centraba en analizar el grado de confianza en las
instituciones, el interés se desvía ahora hacia la comunicación
presidencial (contenido de los discursos, retórica presidencial,
popularidad presidencial, etc.), el tema de la imagen política en
relación con la agenda-setting, las relaciones entre el presidente, el
Congreso, los medios y la opinión pública o la comunicación que se
da entre las instituciones políticas.
El análisis de la comunicación política no sólo se realiza y
expresa desde las instituciones políticas, sino que un grupo
importante de estudios se ha orientado al análisis de los sistemas
políticos. Los investigadores han preparado marcos conceptuales y
análisis comparativos para analizar uno o distintos sistemas políticos
vigentes en el mundo (Almond, 1960; Deutsch, 1963, y Easton, 1953
y 1965).
Los estudios que han seguido el modelo de Almond Easton, por
ejemplo, han enfocado la comunicación política como una función
separada, diferenciada e identificable dentro del sistema político. En
unos casos se han aislado dos o más sistemas políticos, se ha
identificado un grupo de actividades de comunicación política y se
han comparado dichas actividades dentro de los sistemas. En otros,
los investigadores se han centrado en un solo sistema político, se
han aislado las actividades de comunicación política, han aplicado
las mismas herramientas analíticas y cada cual por su parte ha
presentado los resultados por separado, extrareconocen los peligros
del aislamiento de estas actividades al separarlas de un contexto
más amplio relacionado con la comunicación política.
Después del desarrollo que los estudios de cultura política
tuvieron en los años sesenta y las críticas que han recibido después
(lnglchart, 1988; Laitin, 1988), el tema ha vuelto a la actualidad
desde una nueva reconceptualización. La cultura política se intenta
ver ahora no sólo como un constructo psicológico, sino, sobre todo,
como un constructo social. No importan tanto las reacciones
individuales, sino la interpretación que pueda hacerse de las mismas
desde el contexto social y cultural en el que se mueven. La
reconceptualización significa la consideración de las totalidades y no
de las partes; de las prácticas y no de las orientaciones; de los tipos
y no solamente de los rasgos. Como dice A. Wildavsky: «comparar
culturas significa —exactamente— comparar culturas como
totalidades con prácticas y valores compartidos, no aislados».
Por último, cabe destacar la importancia que los medios de
comunicación, especialmente la televisión y los nuevos medios
telemáticos, están adquiriendo en el desarrollo de la democracia de
los años noventa. Es la mediocracia o «democracia centrada en los
medios», como la llama David L. Swanson18 que está
revolucionando el mundo de la información y la política. Como queda
patente a la observación, y así lo confirman los estudios, los
procesos de interés público —y entre ellos incluimos los políticos—
cada vez dependen más del mundo de la ima-gen, los periodistas
han pasado de testigos de la actividad pública y política a actores,
los líderes políticos aprenden técnicas de comunicación y
persuasión, el gobierno debe dar cuenta de sus actos con mayor
rapidez y transparencia, los partidos políticos están perdiendo peso
en la escena política dando paso a la popularidad e imagen de sus
líderes y todos estamos envueltos en un nuevo espacio público
dominado por la información.

ii. ENFOQUES Y MODELOS APLICADOS A LA


COMUNICACIÓN POLÍTICA

No nos referimos ahora a posibles teorías y modelos elaborados


exclusivamente para explicar procesos de comunicación política,
sino a aquellas teorías que de alguna manera presiden la
investigación en comunicación de masas, algunos de cuyos modelos
han sido aplicados en casos concretos directamente al estudio de la
comunicación política. Son, por ejemplo, lo que Denis McQuail
denomina «planteamientos "holísticos", habitualmente "de arriba
abajo", que presuponen la coherencia o unidad del "sistema" de los
medios de comunicación y centran la atención en la "sociedad" como
fuente originaria y determinante de esta institución organizadora y
productora de conocimientos. Estos macro planteamientos se
encuentran sobre todo en la sociología y las ciencias políticas, pero
también surgen de la historia, la economía y la filosofía». Tampoco
vamos a hacer una exposición pormenorizada de las mismas, sino la
referencia mínima para justificar que el estudio de la comunicación
social, en general, y la comunicación política, en particular, tienen
siempre detrás alguna teoría general que enmarca la comunicación
dentro del estudio del hombre y la sociedad. Además de estas macro
teorías, se encuentran otras - que podíamos llamar de rango medio
— y que han sido utilizadas con gran proliferación en el campo de la
comunicación política. De estas macro teorías nos vamos a fijar en el
conductismo, el estructural funcionalismo, los enfoques marxistas y
críticos y el enfoque sistémico, con la referencia concreta a algún
modelo de comunicación que tenga aplicación práctica en el campo
de la política. Dentro de las teorías de rango medio haremos también
una breve referencia al estudio de las campañas políticas y las
relaciones entre el poder político y los medios y dejaremos para
apartados posteriores las teorías y modelos que desarrollan
directamente el tema de la comunicación política y la opinión pública.
Son el enfoque de los «usos y gratificaciones», los modelos de
«difusión de la información», la teoría de la «fijación de la agenda» y
la teoría de la «espiral del silencio».
El concepto de modelo dentro del lenguaje científico cuenta con
numerosas acepciones y ha sido utilizado en sentidos muy diversos.
M Bunge, por ejemplo, destaca dos sentidos fundamentales: como
representación esquemática de un objeto concreto y como teoría
relativa a esta idealización20. N. Smelscr resalta el carácter
predictivo, M. Martín Serrano, el de representación y H. Albert lo
define como un constructo intermedio entre las hipótesis y las
teorías2'. En líneas generales un modelo puede ser definido como
una construcción racional orientada a la representación y descripción
simplificada de una parte de la realidad.
M. Rodríguez Alsina, siguiendo a M. Bunge, destaca tres
elementos característicos en todo modelo: a) el de ser una
construcción teórico-hipotética de la realidad, esto es, un instrumento
para interpretar parte del mundo que nos rodea, infiriendo problemas
y formulando hipótesis susceptibles de ser contrastadas
empíricamente; b) el de ser una representación (isomórfica) y
descripción simplificada de la realidad, y c) el de formar un conjunto
de enunciados teóricos sobre las relaciones entre variables que
caracterizan un fenómeno22. D. Willer, por otro lado, destaca la
importancia de los conceptos en relación a las variables principales
que actúan en el modelo, la presencia de un principio racional de
congruencia interna que permita contrastar los resultados y la
existencia de una estructura de relaciones entre los conceptos y
elementos del modelo23. Finalmente, M. Martín Serrano añade las
referencias al criterio de uso, su grado de terminación y su grado de
cerramiento.
Los modelos, sean analógicos, icónicos o simbólicos, son de gran
utilidad en la investigación de las ciencias sociales. Además de su
carácter descriptivo, explicativo y predictivo, cumplen una serie de
funciones que, al entender de K. W. Deutsch, se concretan en a) una
función organizadora, porque ordena y relaciona los datos
desarticulados y muestra similitudes o conexiones recíprocas que
anteriormente no habían sido percibidas; b) una función heurística,
porque explica Ja realidad de forma simplificada permitiendo al
investigador determinar los elementos básicos del proceso
estudiado, y c) una función previsora sobro los resultados.
A continuación, junto a los enfoques teóricos, se recogen algunos
modelos aplicados al estudio de sistemas de comunicación
particulares, unos orientados a la intervención práctica (modelos
conductistas y funcionalista) y otros encargados de analizar la
comunicación como un sistema general, ofreciendo una explicación
teórica y metodológica de los sistemas comunicativos (modelos
dialéctico y sistémico).

1. EL ENFOQUE CONDUCTISTA. EL MODELO DE H. D.


LASWELL

El conductismo como método científico toma en consideración


aquello que aparece como verdaderamente observable, rechazando
cualquier tipo de estructura que no pueda ser utilizada
experimentalmente. La psicología es la ciencia de la conducta y la
conducta no es sino la acción-reacción del organismo sobre el
mundo que lo rodea. J. B. Watson, en «Psychology as the
Behaviorist Views it» (1913), definía la psicología como una rama
puramente objetiva y experimental de la ciencia natural, cuyo fin es
la predicción y control de la conducta. Rechaza, frente a escuelas
psicológicas anteriores, los conceptos de conciencia e introspección,
se orienta por un determinismo y un materialismo mecanicista y
subraya la importancia del ambiente en la formación de la
personalidad. Estimulo (E)
y respuesta (R) constituyen las nociones básicas de esta escuela,
si bien más adelante, se incluirán entre ambos las variables
intervinientes del sujeto (S). El Estímulo sería la entrada (input) del
sistema, mientras que la respuesta, la salida (ouput).
De este modo, el esquema general del primer conductismo — y
que dominó la primera etapa de la investigación en comunicación de
masas— se traducirá en el
esquema: ER, donde a cada estímulo (E) 1c corresponde una
respuesta determinada (R), existiendo una relación directa, causal y
determinista entre ambos
elementos. Aunque algunas de las ideas de Watson fueron
abandonadas, el conductismo en Norteamérica tendrá un gran
desarrollo de manos de E. C. Tolman,
E. R. Guthrie, C. L. Hull, B. E Skinner y W. K. Estes, entre
otros26.
Aplicando la teoría conductista al estudio de la comunicación, H.
D. Laswell, en 1948, crea un modelo con los siguientes elementos y
preguntas:

El estudio científico del proceso de comunicación —dice Laswell


— tiende a concentrarse en una u otra de tales preguntas. Los
eruditos que estudian el «quién», el comunicador. contemplan los
factores que inician y guían el acto de la comunicación. Llamamos a
esta subdivisión del campo de investigación análisis de control. Los
especialistas que enfocan el «dice qué», hacen análisis de
contenido. Aquellos que contemplan principalmente la radio, la
prensa, las películas y otros canales de comunicación, están
haciendo análisis de medios. Cuando la preocupación primordial se
centra en las personas a las que llegan los medios, hablamos de
análisis de audiencia. Y si lo que interesa es el impacto sobre las
audiencias, el problema es el del análisis de los efectos71.
R. Bradock2B, considerando que el modelo de Lasswell se
quedaba demasiado simple, le añadió dos facetas más: las
circunstancias en las que se produce la comunicación y los
propósitos del comunicador:
A pesar de su «actualidad», han sido muchas las críticas que ha
recibido. M. de Moragas, por ejemplo, aun reconociendo que el
modelo de Laswell tiene la ventaja de haber conseguido delimitar los
componentes del proceso comunicativo sirviendo de guía a otros
muchos trabajos, el modelo no es sino una extrapolación de la
comunicación interpersonal a la comunicación de masas,
observándose, además, una ausencia de interrelación entre las
distintas preguntas que lo integran29. M. Rodrigo Alsina, siguiendo a
J. T. Klapper, destaca su simplicidad por su concepción ideológica
de la comunicación, la prepotencia del emisor y la impotencia del
receptor. Otros, además, destacarán el carácter de modelo
«cerrado» e «incompleto»30, su unidireccionalidad y ausencia de
realimentación11.

2. EL ENFOQUE FUNCIONALISTA. EL MODELO DE CH. R.


WRIGHT
El objetivo principal del enfoque funcionalista de la sociedad - dice
A. Inke-les— es el de delinear las condiciones y las demandas de la
vida social y señalar el procedimiento por el cual una sociedad
determinada se las arregla para satisfacer sus necesidades, así
como tratar la manera en que las distintas estructuras están
coordinadas e integradas, para conservar la unidad de la sociedad
como un sistema u organismo completo". Los funcionalistas tratan de
subrayar la importancia del entorno con el fin de explicar la
naturaleza y las funciones de una institución social, bajo el supuesto
epistemológico de que existe cierta analogía entre la sociedad y el
organismo.
Aunque fue H. Spencer el primero en utilizar los términos
«estructura» y «función», fueron B. Malinowski, E. Durkheim y A. R.
Radcliffc-Brown los que mejor expusieron el funcionalismo como el
método más pertinente para reflejar la complejidad social. B.
Malinowski, considerado el fundador del funcionalismo antro
político y sociológico, es el mejor exponente del funcionalismo
absoluto" con sus postulados (también de Radcliffc-Brown) de la
unidad funcional de la sociedad, del funcionalismo universal y del
postulado de la indispensabilidad R. K. Mcrton, representante del
funcionalismo relativizado, hará una crítica de estos postulados
aminorando sus afirmaciones. Así, frente al postulado de la unidad
funcional dirá que todas las sociedades tienen algún grado de
unificación (no un alto grado) yt además, que hay que especificar
«las unidades para las cuales es funcional una manifestación social
o cultural dada». Respecto al postulado del funcionalismo universal,
es exagerado afirmar que todas las formas sociales o culturales
tienen funciones positivas. Este postulado —dice Merton— no es
sino el «producto de la enconada, estéril y prolongada controversia
sobre "supervivencias" que se encendió entre los antropólogos a
principios del siglo». Y, respecto a la indispensabilidad, Merton
subraya su ambigüedad, proponiendo fórmulas más suaves, como el
concepto de alternativas funcionales, equivalentes funcionales o
sustitutos funcionales.
También está, por supuesto, la importante contribución de T.
Parsons a la sociología contemporánea —el padre de la Gran
Teoría, como dice C. Wright Mills— con el objetivo de explicar el
orden social. En su elaboración abstracta y formal son importantes
los conceptos de sistema social y acción, los cuatro subsistemas de
la acción y su jerarquía, evolución y cambio social y el análisis
funcional del sistema social. Las críticas al funcionalismo, en
general, y a la obra de Parsons, en particular, se lían concretado,
especialmente, en la presunta incapacidad para explicar el cambio
social, su ideologismo teleológico y estatismo, su holismo anti
subjetivista y el descuido del factor poder.
Cabría preguntarse qué entienden los funcionalistas por
comunicación de masas. Siguiendo a Ch. lí Wright. cuando hablan
de comunicación de masas ésta la entienden orientada hacia unas
audiencias relativamente amplias y heterogéneas que son anónimas
para el comunicador. Los mensajes son transmitidos públicamente y
sincronizados para llegar rápidamente a la mayoría de la audiencia,
a veces simultáneamente, y en general pretenden ser documentos
más bien transitorios que permanentes16. También, en la misma
línea, D. McQuail, sostiene que «la sociedad debe verse como un
sistema de partes que funcionan Inter vinculadas o subsistemas, uno
de los cuales serían los medios de comunicación». Estos son
contemplados por la sociedad como un sistema de conexiones, con
la función de asegurar la integración y el orden internos, así como la
capacidad para responder a las contingencias a partir de una visión
global de la realidad. Satisfaciendo las necesidades y demandas de
la sociedad es como los medios de comunicación contribuyen
involuntariamente al beneficio de la sociedad. La teoría
estructuralrancionalista, por tanto, «no precisa presuponer que los
medios de comunicación ejercían ninguna orientación ideológica
(aunque sí da por cierta su congruencia ideológica), sino que
presenta los medios de comunicación como esencialmente
independientes y autorregulados, dentro de ciertas normas
institucionales de orden político. Difiere de los planteamientos
marxistas en diversos aspectos, pero sobre todo en su aparente
objetividad y universal aplicabilidad. Si bien su formulación es
apolítica, se adecúa a las concepciones pluralistas y voluntaristas de
los mecanismos fundamentales de la vida social y tiene una
tendencia conservadora en la medida en que los medios de
comunicación antes aparecen como un factor favorable al statu quo
que como una posible fuente de cambio»37.
Como ejemplo de modelo funcionalista de comunicación podemos
tomar el ofrecido por el sociólogo norteamericano Charles R. Wright,
recogido en 1964 en su artículo «runctional Analysis and Mass
Communication»38. En el modelo se incluye una combinación de las
consecuencias de los fenómenos sociales expuestos por Merton y
las actividades básicas de la comunicación tomadas de Laswell, a
las que se añade, como ahora veremos, una más, la de
entretenimiento.
La «fórmula» que propone se transforma en una pregunta más
compleja que recoge los aspectos más importantes del estudio del
proceso de comunicación de masas:

Al principio aparecen las funciones y disfunciones que genera la


sociedad de masas en el sistema social y que afectan al
funcionamiento, adaptación o ajuste de los grupos, sistemas
culturales, sociedad e individuos en cuanto que forman parte de esas
instituciones.
En lo que se refiere a las cuatro actividades básicas de la
comunicación Ch. R. Wright señala que la vigilancia se refiere a la
recopilación y distribución de la información concerniente a
acontecimientos del entorno, tanto dentro como fuera de cualquier
sociedad particular, con lo que viene a corresponder,
aproximadamente, a lo que normalmente se llama circulación de
noticias. Aquí, los actos de correlación incluyen la interpretación de
la información respecto al entorno y las prescripciones para la
conducta en reacción ante estos acontecimientos. El gran público
identifica esta actividad como editorial o propagandística. La
transmisión de cultura incluye actividades destinadas a comunicar el
acopio de las normas sociales de un grupo, información, valores,
etc., de una generación a otra o de los miembros estables de un
grupo a los que se incorporan al mismo. Esta actividad se identifica
generalmente como actividad educacional. Finalmente, el
entretenimiento se refiere a la comunicación primordialmente
destinada a distraer a la gente, independientemente de los efectos
instrumentales que pueda tener.
Una vez establecidos los doce elementos de esta fórmula, estos
se pueden transformar en un inventario que toma en consideración
muchos de los efectos de los medios de comunicación, sean
hipotéticos o verificados empíricamente.
Los modelos funcionalistas en general, y el modelo de Ch. R.
Wright, en particular, tradicionalmente han recibido las críticas de ser
un tipo de modelos al servicio de la reproducción conservadora del
sistema, al servicio de la ideología dominante y, también, utilizados
como control del sistema Los mismos P. F. Lazarsfeld y R. K.
Merton, han realizado sus críticas hacia el análisis de los efectos de
los medios, poniendo de manifiesto la irracionalidad y
disfuncionalidad de ciertas consecuencias sociales de la
comunicación, como, por ejemplo, el efecto o la disfunción
narcotizante*0.

3. LOS ENFOQUES MARX 1STAS Y CRÍTICOS

Nos referimos a una serie de teorías o enfoques que han


estudiado el tema de la comunicación de masas desde la teoría
marxista. El punto de arranque de estas teorías se encuentra en la
afirmación que hace C. Marx en La ideología alemana, de que «las
ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada
época»11. Los medios de comunicación, al ser una institución de la
forma predominante de la sociedad de clases, transmiten una visión
del mundo acorde con los intereses de la clase dominante y más o
menos coherente con el saber (o ideología) que producen y difunden
otras instituciones. Desde esta perspectiva, el estudio de la
comunicación de masas intenta desenmascarar y poner al
descubierto los complicados mecanismos que utiliza la sociedad
capitalista en la producción, distribución y consumo del contenido
ideológico, sin recurrir al uso coactivo de la fuerza del Estado.
Tres son los enfoques principales que han estudiado el tema
desde el pensamiento marxista: a) La teoría político-económica de
los medios de comunicación; b) la teoría de la «hegemonía»; y c) la
Escuela de Francfort.
a)La teoría político-económica se centra más en la estructura
económica que en el contenido ideológico de los medios. Afirma la
dependencia que tiene la ideología de su fundamento económico y
orienta la investigación hacia el análisis empírico de la estructura de
la propiedad y hacia el estudio de cómo operan las fuerzas de
mercado en los medios de comunicación43. La institución de los
medios, con las funciones de conservación e integración del sistema
social, estrechamente vinculada al sistema político, estaría integrada
dentro del sistema económico.
b)La teoría de la «hegemonía», utilizada por Granisci para
referirse a la ideología dominante, se ocupa no tanto de los
determinantes económicos y estructurales de la ideología clasista
cuanto, de la ideología misma, sus formas de expresión, sus
sistemas de significación y los mecanismos mediante los cuales
sobrevive y florece con la aparente conformidad de sus víctimas
(sobre todo, de la clase obrera), cuyas conciencias consigue invadir
y moldear. La diferencia con el enfoque marxista clásico y con el
político-económico radica en que reconoce a la ideología una mayor
independencia con respecto al fundamento económico. La ideología,
en forma de definición distorsionada de la realidad y de descripción
de las relaciones entre las clases no es dominante en el sentido de
que sea impuesta a la fuerza por las clases dominantes, sino que es
una influencia cultural omnipresente e intencionada que sirve para
interpretar la experiencia de la realidad de manera encubierta pero
coherente44.
N. Poulantzas y L. Althusser, a su vez, han llamado
poderosamente la atención sobre el procedimiento mediante el cual
se reproducen y legitiman las relaciones capitalistas con el
consentimiento de la propia clase trabajadora.
Otras aportaciones que tienen puntos en común con la teoría de
la «hegemonía» las encontramos en los análisis que hacen D.
Kellner y H. 1. Schiller de los medios de comunicación en las
sociedades industriales capitalistas. Kellner se centra en el análisis
de la televisión y las contradicciones que plantea al sistema
democrático, mientras que Schiller busca la red de intereses
económicos que determinan el funcionamiento de los medios de
comunicación y, en los análisis que realiza, no investiga sólo el
emisor, sino que busca, a partir de estos descubrimientos, los
condicionantes impuestos por este control al resto de los elementos
que componen el proceso comunicativo44.
c) Los críticos de la Escuela de Francfort se ocupan del aparente
fracaso del cambio social revolucionario vaticinado por Marx y,
cuando intentan explicar este fracaso, señalan la capacidad de la
superestructura, especialmente bajo la forma de medios de
comunicación de masas, de trastocar el proceso histórico de cambio
económico. La cultura de masas, universal y comercializada, sería el
principal medio gracias al cual habría alcanzado este éxito el capital
monopolista y la sociedad unidimensional tendría en la industria de
la cultura su principal apoyo.
A estos tres enfoques, D. McQuail añade el enfoque sociocultural
por tener éste «una visión más realista de los productos de la cultura
y por el propósito de comprender el significado y el lugar que ocupa
la cultura popular en las vivencias de los distintos grupos sociales,
como los jóvenes, la clase obrera, las minorías étnicas y otras
categorías marginales»46. Esta corriente se encuentra
perfectamente representada por la Escuela de Birmingham y, en
especial, por Stuart Hall, quien da una importancia capital a la cultura
y a las relaciones entre el mensaje y el público.
Entre los modelos dialécticos inspirados en la tradición marxista,
podemos ciuir el de M. Martín Serrano49. Éste es un modelo que se
mueve en dos niveles, el propio del sistema de la comunicación y el
de aquellos sistemas con los que mantiene relación.
Su representación gráfica, podría ser ésta:

El sistema de comunicación (SC), el sistema social (SS) y el


sistema de referencia (SR) son sistemas abiertos a las influencias
mutuas y aparecen como subsistemas de otro sistema más general.
El modelo tiene como objetivos analizar los distintos componentes
que intervienen en el sistema de la comunicación (SC), analizar las
interdependencias entre este sistema (SC) y el sistema social (SS) y
aclarar las relaciones entre comunicación y sistema de objetos de
referencia (SR).
Los elementos del modelo se concretan en los instrumentos de
producción de la comunicación o infraestructura económica, los
contenidos de poder entre grupos y clases sociales y las numerosas
mediaciones entre propietarios y usuarios de los medios. Más en
concreto, los componentes hacen referencia a actores, instrumentos,
expresiones, representaciones, objetos de referencia e
intervenciones originadas en el sistema social.

4. EL ENFOQUE SISTÉMICO. EL MODELO DE K. W.


DEUTSCH

La noción de sistema —dice L. von Bertalanfffy - es tan antigua


como la filosofía y es en este sentido como deben interpretarse las
nociones «holísticas» y teleológicas de Aristóteles o su expresión de
que «el todo es más que la suma de las partes»50. Algunas de estas
ideas se han mantenido a lo largo de la historia, pero habrá que
esperar hasta el siglo xx para que aparezcan las primeras
formulaciones de la teoría general de sistemas. Como suele ocurrir
con otras muchas disciplinas y teorías, la teoría sistémica surge de la
confluencia de distintos y numerosos campos, como son, en este
caso: la filoso fía, la biología (L. von Bcrtalanffy), la psicología, la
economía, la medicina, la cibernética (N. Wiener), la teoría de la
información (C. E. Shannon y W. Weaver), la teoría de los juegos (J.
von Neumann y O. Morgenstern) y algunos más que podrían
enumerarse. R. Lilienfeld, por ejemplo, destaca las aportaciones de
S. Pepper sobre contextualismo y organicismo, las ideas del
bioquímico y sociólogo L. J. 1 Ienderson sobre la idea paretiana de
equilibrio, el concepto de homeostasis de W. B. Cannon y, sobre
todo, las primeras formulaciones de la teoría de sistemas elaboradas
por L. von BertalanffySi. Concretando un poco más, N. Luhmann
destaca cuatro momentos importantes en el desarrollo de la teoría
de sistemas: el antiguo concepto de sistema, que diferenciaba y
relacionaba las categorías de todo y partes', las distintas teorías
sobre el equilibrio, subrayando la autonomía del sistema; la teoría
sobre los sistemas abiertos, que contempla a éstos en estrecha
relación y dependencia con el medio ambiente; y la cibernética, que
describe la complejidad de los sistemas en relación a la complejidad
del medio52.
La teoría general de sistemas —decía L. von Bcrtalanffy en 1947-
«es una teoría lógico-matemática que se propone formular y derivar
aquellos principios generales aplicables a todos los "sistemas". De
esta manera, se hace posible la formulación exacta de términos tales
como totalidad y suma, diferenciación, orden jerárquico.

finalidad y equifinalidad, etc., términos que aparecen en todas las


ciencias que utilizan "sistemas" y que implican la homología lógica
de éstos»55. Más adelante, sin embargo, el mismo autor hace la
precisión de que la expresión hay que entenderla en un sentido
amplio, y no «reducirla a su sentido "técnico", en tanto en cuanto se
refiere a una teoría matemática», porque muchos problemas de
«sistemas» que requieren «teorías» no se pueden formular en
términos matemáticos51. En este sentido, una primera rama de la
teoría general de sistemas se orientará hacia la teoría matemática,
una segunda, hacia la tecnología de sistemas y, una tercera, hacia la
filosofía de los sistemas. De hecho, el análisis sistémico se ha
aplicado en numerosos campos y disciplinas, entre ellos, el de la
comunicación y la ciencia política55.
Algunos conceptos básicos de la teoría general de sistemas
hacen referencia al concepto de sistema, las partes del sistema, el
ambiente que rodea el sistema, relaciones entre las partes y entre
éstas y el sistema, relaciones entre el sistema y el ambiente,
retroalimentación, isomorfismo, complejidad, equilibrio, identidad y
equifinalidad.
Tomamos aquí el modelo sistémico de K. W. Deutsch por ser uno
de los primeros en intentar establecer una teoría general de la
comunicación en su obra Los nervios del gobierno. Modelos de
comunicación y control políticos (1963). Este autor retoma
conceptos, proposiciones y modelos derivados de la filosofía de la
ciencia y de la teoría de la comunicación y el control (según el
concepto cibernético de N. Wiener) y los aplica al campo de la teoría
política. En concreto, busca considerar el gobierno no tanto como un
problema de poder, sino más bien como un problema de conducción
(steering), y pretende mostrar que la conducción es,
fundamentalmente, un problema de comunicación. Trata de señalar
algunas consecuencias de este punto de vista para el análisis de las
instituciones gubernamentales, del comportamiento político y de las
ideas políticas, y marca ciertos sectores de investigación política
empírica que podrían merecer más atención que la que recibieron a
menudo en el pasado5*. Por ello, puesto que la comunicación no
constituye una función más, sino que se halla en la base de todo
sistema, propone como tarea intelectual analizar y relacionar la
teoría de las comunicaciones en tres campos de pensamiento: el de
la teoría política clásica, el de la teoría de las comunicaciones y el
control (según se recoge en la obra de N. Wiener y de otros) y en
relación con las comunicaciones internacionales.

Aunque no es tarea fácil resumir el pensamiento de K.. W.


Deutsch, en el mode-lo57 destacan cuatro partes importantes: los
flujos de la información y la «con-ciencia», la «voluntad» o señales
de control interno que establecen pantallas, las pantallas o funciones
de filtrado/selección y las áreas de decisión.
Los flujos de información pueden venir del exterior y del interior
del sistema. «Tx)s mensajes primarios son aquellos que atraviesan
el sistema como consecuencia de la interacción de éste con el
mundo exterior». «Los mensajes secundarios son los que se refieren
a cambios en el estado de las partes del sistema, es decir, a
mensajes primarios» y la «conciencia» puede definirse «como un
conjunto de realimentaciones internas de mensajes secundarios». La
«conciencia» no sólo se apoya en estos mensajes secundarios,
rótulos o símbolos, sino «en los procesos por los cuales tales
mensajes son derivados de la red y retrointroducidos en ella, y en los
procesos por los cuales dos o más mensajes secundarios de este
tipo llegan a interactuar entre sí»5*.
La voluntad hace referencia al «conjunto de decisiones rotuladas
internamente y de resultados anticipados, propuestos por la
aplicación de datos provenientes del pasado del sistema, y por el
bloqueo de impulsos o datos incompatibles provenientes del
presente o futuro del sistema»59. Las pantallas o filtros hacen pasar
toda la información por un sometimiento a la «voluntad política» y
permiten confrontar todas las informaciones recibidas con la
memoria y la «conciencia». Las últimas pantallas filtran lo que es
realizable de lo que no lo es y, así, la información llega hasta el área
de decisión, transformándose la información primitiva en medidas de
política interior y exterior.
J. M. Cotteret sostiene que, según el modelo cibernético que
propone, el sistema no es otra cosa que información60 y J. E.
McCombs le critica el lenguaje hegeliano de atribuir a las
colectividades políticas «memoria», «conciencia» y «voluntad» y de
no explicar suficientemente la dinámica del cambio político.

5. OTROS ENFOQUES Y MODELOS. LAS CAMPABAS


POLÍTICAS Y LAS RELACIONES ENTRE EL PODER Y LOS
MEDIOS

1) El tema de las campañas y procesos electorales ha sido uno


de los capítulos más importantes dentro del estudio de los efectos, la
formación de la opinión pública y la comunicación política. Los
estudios realizados a partir de 1940 por P. F. lazarsfeld y
colaboradores en la Universidad de Columbia o los estudios pos-
icriorcs llevados a cabo por A. Campbell y colaboradores en la
Universidad de Michigan, confirman la importancia del tema dentro
de la investigación empírica. Frente a las primeras teorías sobre el
poder de los medios y el efecto de retuerzo (los efectos
persuasivos), algunos autores, como Brenda Derwin, han destacado
el aspecto subjetivo de la información y las circunstancias que
rodean la percepción de los mensajes en una campaña electoral62.
Otros, como Steven Chufee, al hablar de la estructura de la
comunicación en una campaña electoral, destacan el papel de las
audiencias o electores, las relaciones interpersonales, el sistema
político y el papel de los medios en la formación de las opiniones y la
toma de decisiones políticas. En el momento actual, por ejemplo, no
cuenta tanto la identificación partidista, cuanto el uso de los nuevos
medios de comunicación o el papel de las encuestas pree-
lcctorales63. La importancia de los medios, especialmente la
televisión, será uno de los factores que más subrayen los estudios
como agentes de información c influencia política. El foro de
información, discusión e influencia ya no está tanto en el Parlamento
o en los mítines, sino en la televisión, porque las campañas
electorales se han convertido en campañas de comunicación.
Un modelo para el estudio de la comunicación en cualquier tipo
de campaña, y en este caso válido para las campañas políticas, nos
lo ofrece D. McQuail en su Introducción a la teoría de la
comunicación de masas. Sobre las campañas —dice— sabemos
realmente poco, porque normalmente se ocupan de dirigir, reforzar y
activar tendencias preexistentes y orientadas hacia objetivos
socialmente aprobados, como votar, comprar objetos, recaudar
dinero para buenas causas, conseguir mejoras en la salud y la
seguridad, etc., quedando fiicra del análisis los efectos novedosos y
los cambios importantes. No obstante, el carácter organizado y en
gran escala de las campañas hace deseable trazar un modelo
revisado de las mismas:

El primer elemento es casi siempre una colectividad y no un


individuo: un grupo, un partido político, una institución religiosa, una
organización empresarial, etc. El éxito de la campaña dependerá de
la posición que ocupe en la sociedad este primer elemento.
El segundo elemento lo conforman los numerosos mensajes que
difunden los distintos medios de comunicación. Su alcance
dependerá del contenido.
En tercer lugar están las «condiciones de filtro» que facilitan o
dificultan la circulación de los mensajes hacia el público. La atención
es una de las condiciones fundamentales, ya que sin ella no es
posible efecto alguno; las otras dos condiciones importantes son la
percepción y el papel que desempeñan los grupos como mediadores
de los efectos. El conjunto de estas «condiciones de filtro»
determinan la estructura del público al que se llega y el éxito de una
campaña depende, en último término, del razonable «ajuste» entre la
composición del público «objeto» previsto y la del verdadero público
con el que se conecta65.
Finalmente, está el tema de los efectos. Contando con que éstos
pueden ser muy numerosos y distintos (intencionados o no, a corto y
a largo plazo, etc.) el éxito de la campaña dependerá de la
conjunción de los efectos planeados y los efectos conseguidos.
En el análisis que hace de las campañas, D. McQuail hace notar
algunos rasgos contextúales de las mismas: a) las campañas están
fuertemente institucionalizadas y han conseguido algo de carácter
ritual; b) los promotores de las campañas no controlan las
circunstancias que pueden interponerse hasta llegar a destruir el
mensaje de la campaña; c) casi todas las campañas se realizan en
condiciones de competencia, situación que condiciona la mayor
parte de los conocimientos teóricos que poseemos; d) las campañas
dependen, en última instancia, de la relación entre el emisor y el
receptor, sin olvidar la importancia del contexto, la credibilidad de los
medios y las relaciones emocionales entre la audiencia y los medios.

2) La historia de las relaciones entre el poder y los medios está


cargada de tensión y desconfianza. Esta peculiar situación —dice A.
Muñoz Alonso— «se deriva del hecho de que la información es un
poder y, aunque no figura en el esquema de los poderes
constitucionales clásicos, forma parte del sistema de equilibrios, de
frenos y contrapesos en que consiste un régimen pluralista de
libertades». A eso apuntaban los teóricos del siglo xix, que acuñaron
la expresión régimen de opinión. Y de ahí se deriva también la
conocida expresión de Macaulay cuando afirmó que la «galería del
Parlamento en que se sientan los periodistas se ha convertido en el
cuarto poder del reino».

Desde una perspectiva histórica puede decirse que las relaciones


entre el poder y los medios han pasado de una situación de
sometimiento (inquisición, censura) a una situación —como la actual
— donde la naturaleza de dichas relaciones viene a explicarse por
un mutuo respeto y control. El poder tiene una tendencia «natural» a
amordazar los medios y éstos, a su vez, a hacer de «perro guardián»
para proteger al público de los gobernantes. Aunque sea en niveles
diferentes, las relaciones son de poder a poder. De ahí que la
incorporación de los medios como «cuarto poder» a los sistemas
políticos democrático-liberales haya reforzado la teoría clásica del
equilibrio de poderes.
Contemplando las relaciones entre ambos poderes desde la
posición de los medios, L. John Martin resume esta función de
control en una serie de roles específicos, como son la recogida y
presentación de información objetiva, interpretación y explicación de
las informaciones, formación de la opinión pública, fijación de la
agenda política y control del gobierno y de otras instituciones.
Los modelos que se han construido para reflejar las difíciles
relaciones entre el poder y los medios, se han concretado en tres: el
modelo del adversario, el modelo del intercambio y el modelo
transacional.
El modelo del adversario corresponde en el tiempo al papel que
presentó la prensa en su época dorada (último tercio del siglo xix y
primero del xx) y que, al entender de R. Hofstádtcr y A. Ranncy,
coincide con la época progresista de los Estados Unidos. La prensa
en estos años tuvo un papel decisivo denunciando las malas
intenciones, engaños y corrupciones de aquellas personas próximas
a cualquier poder68. La prensa desempeñaría aquí el papel de perro
guardián frente a posibles abusos del poder69.
El modelo anterior ha sido fuertemente criticado porque supone
que el periodista, más que informador es reformador y, en la vida
real, la producción de noticias políticas corresponde a una labor
conjunta de periodistas y políticos, por lo que se ha propuesto un
segundo modelo, llamado de intercambio. Este modelo, pese a la
importancia que da a las relaciones personales entre periodistas y
políticos y pese a las tensiones que puedan darse en algún
momento, supone la colaboración y la existencia de una cultura
compartida que regula las relaciones entre las partes. Entre estas
normas, por ejemplo, se encuentra el mantenimiento de los criterios
de objetividad o aquellas que obligan a mantener ciertos usos, como
el respeto a los embargos de informaciones, el anonimato de las
fuentes, objeto del llamado secreto profesional de los periodistas, o
las prácticas del denominado off-the-record70.

Finalmente, L. John Martin propone un modelo tripartito o


transacional, formado por tres elementos básicos: el gobierno, los
medios y el público. En la sociedad moderna —dice— el gobierno y
los mass media están unidos al público en un clásico triángulo de
relaciones. Hasta tal punto cada uno actúa sobre y depende de los
otros que un análisis meramente dual de las relaciones convierte el
ejercicio en estéril'. Sin embargo, la inclusión del público en las
relaciones poder-medios dificulta su medida y valoración. Éste es el
problema a que han tenido que enfrentarse otras teorías cuando han
intentado medir los efectos de los medios sobre el público.

III. LA CONCEPCIÓN MODERADA DEL PODER DE LOS


MEDIOS

Continuando con el hilo conductor del estudio de los efectos de


los medios de comunicación, al principio del capítulo 5
enumerábamos las fases más importantes de la investigación en
comunicación de masas y sus efectos sobre la opinión pública y en
la tercera y última etapa hacíamos referencia a la superación de los
planteamientos reduccionistas del paradigma dominante, al
surgimiento de nuevos modelos y teorías dentro del campo de la
comunicación política, a la necesidad de tener en cuenta el contexto
que rodea la comunicación (clima de opinión y espacio público), a la
necesidad de prestar mayor atención a otros efectos, es decir,
además de tener en cuenta los efectos directos, persuasivos y a
corto plazo, investigar también los efectos latentes, indirectos y a
largo plazo y, finalmente, a la recuperación del carácter político que
la opinión pública había tenido desde sus orígenes hasta el primer
tercio del siglo XX.
Aunque algunas de las nuevas teorías tienen sus precedentes en
estudios anteriores, se puede tomar 1960 como la fecha que marca
el antes (paradigma dominante) y el después (nuevas teorías) de
una nueva perspectiva en la investigación en comunicación de
masas. Se pasará de los efectos persuasivos a los efectos
cognitivos, de los efectos limitados a los efectos moderados e,
incluso, algunas teorías como la espiral del silencio tratarán de
recuperar y de demostrar que los medios, como en la primera etapa,
producen efectos muy importantes.
Todo esto será posible porque a) se llega a la conclusión de que
el proceso comunicativo es bastante más complejo de lo que se
había pensado hasta el momento, b) otras disciplinas también
muestran interés por el estudio de los efectos (carácter
interdisciplinar de la comunicación) y no serán sólo los
departamentos de psicología social quienes lleven el peso principal
de la investigación, c) se rompe el cerco del funcionalismo y el
conductismo para dar entrada a nuevas escuelas y perspectivas, y d)
aparecen (o se perfeccionan) nuevas técnicas de investigación

como, por ejemplo, las cualitativas. Estas y otras razones harán


que surja un número suficientemente amplio de teorías que intente
explicar un proceso que se muestra cada vez más complejo y
complicado.
Los nuevos modelos, teorías y enfoques son numerosos. En las
obras de J. Blumler (1977), S. Kiaus y D. Davis (1976), D. McQuail
(1983), J. Bcninger (1987), D. McQuail y S. Windahl (1981) y X L.
Dader (1990) se encuentra una exposición pormenorizada de los
modelos y teorías correspondientes a esta tercera etapa. Entre los
muchos que podrían citarse están, por ejemplo, los modelos de
difusión (de innovaciones, en múltiples pasos o en «J»), el
Iransaccional o de reconversión, el modelo de búsqueda de
información, el modelo de los efectos incuestionables, el modelo del
ga/ekeeper, el enfoque cultural isla de la «Escuela de Birmingham»
(S. Hall), la teoría de los indicadores culturales de Gerbner
(Annenberg School of Communications) o las aportaciones de
aquellos que relacionan la información con la construcción social de
la realidad. La mayoría se centran en los efectos individuales de la
comunicación, pero algunos mostrarán especial interés por los
efectos sobre el ambiente, el clima de opinión y, en nuestro caso, la
opinión pública.
El nuevo campo emergente de la comunicación política será el
que favorezca esta perspectiva porque a partir de este momento se
prestará mayor atención a los efectos a largo plazo, indirectos y
acumulativos, efectos de información y percepción del entorno, a
aquellos factores que crean espacio público y a la existencia de una
opinión pública que se hace fuertemente deudora del poder de los
medios y que traspasa la barrera de los tradicionales públicos para
convertirse en rótulo de referencia o de orientación. Será desde esta
perspectiva desde donde analicemos la opinión pública y para ello
desarrollaremos en este apartado aquellos enfoques que mantienen
una relación más estrecha con ella, como son el de los «usos y
gratificaciones» o los modelos de difusión (especialmente la
«hipótesis del distanciamiento»), dejando para el apartado siguiente
las teorías de la «fijación de la agenda», «tematización», «espiral del
silencio» e «ignorancia pluralística».
Este cambio de orientación en el estudio de los efectos de los
medios queda perfectamente recogido en el artículo de L. Becker, M.
McCombs y J. McLeod: «The Development of Political Cognitions»
(Chaffcc, 1975). El modelo del paradigma dominante, que ponía el
acento en los efectos persuasivos y su incidencia directa (como
cambio o refuerzo) en las actitudes, se cambiará por otro donde lo
importante ya no es la acción inmediata de estímulo-respuesta, sino
la difusión y control de una información que ha de llegar al máximo
de personas para cambiar el entorno y crear un clima que, con toda
seguridad, devolverá después su efecto sobre las actitudes,
necesidades o cualquier otro objetivo que esté en la intención del
emisor. Aunque muchos de los estudios están realizados en
períodos cortos de tiempo se buscará conocer los efectos a largo
plazo, la modificación de ambiente y los efectos sobre el mapa
mental de la población. Los medios ya no buscan

convencer o demostrar algo (para convencer), sino mostrar lo que


se tiene para crear un clima informativo favorable a las intenciones
del comunicador.
Este cambio de perspectiva o revalorización de la dimensión
cognitiva de la actividad pública de los medios de comunicación será
una consecuencia de la con-vergencia de tres campos de análisis
distintos, aunque relacionados entre si: el análisis del rol y de los
efectos de los medios de comunicación, el análisis de la función
social de la profesión periodística y el análisis de los mecanismos de
formación y desarrollo de la opinión pública72. Las acusaciones que
en un tiempo se hacían al poder público, se pueden extender ahora
a los medios de comunicación: es tanta su omnipresencia y tan
fuerte su influencia —dirán— que cada vez roban más nuestra
atención e invaden parte de la privacidad. Y esta afirmación, que en
principio se extendía a todos los medios, va dirigida de manera
especial a la televisión. D. McQuail, citando a Gerbner, por ejemplo,
dice que «la televisión ocupa un lugar tan central en la vida diaria
que domina nuestro "ambiente simbólico", sustituyendo sus
mensajes sobre la realidad a la experiencia personal y demás formas
de conocer el mundo»73. Es el pseudoentorno de Lippmann o la
realidad de segunda mano del matrimonio Lang y Iang que, al
contemplar las incidencias de la televisión sobre la vida pública,
destacan sus influencias en la creación de imagen, en la formación
del clima político y otras prioridades relacionadas con las agendas
temáticas7*.
Siguiendo a E. Saperas75, las causas que han contribuido a este
cambio de orientación pueden quedar resumidas en dos grandes
bloques: causas contextúales y causas internas. Entre las causas
contextúales se debe destacar, en primer lugar, las transformaciones
sufridas en el sistema comunicativo, consolidando la televisión como
el medio más importante. En segundo lugar, las transformaciones
sufridas en el sistema político y en la población afectando a las
relaciones de comunicación política entre gobernantes y
gobernados. El aumento de la indiferencia y apatía política ha hecho
cambiar la estrategia de comunicación entre el gobierno, los partidos
y los ciudadanos, acudiendo todos al espejo de los medios, unos
para crear imagen y, otros, para contemplar la realidad. El resultado
ha sido muy claro: los medios de comunicación se han convertido en
un verdadero sistema parapolitico que influye tanto en el sistema
como en el cuerpo de ciudadanos (Chaffee. 1975). Y, en tercer lugar,
las transformaciones en la organización de la investigación que, ante
los nuevos planteamientos teóricos de la sociofenomenología, euio
metodología y otras aportaciones sociofilosóficas, han enriquecido el
concepto de opinión pública.
Entre las causas internas, se pueden citar, por ejemplo: a) los
cambios de orientación en el estudio de los medios y sus efectos,
pasando de prestar más atención al estudio del refuerzo y cambio de
opinión, a dedicar más tiempo al estudio de la distribución de
conocimientos sobre el entorno político, programas e influencia
sobre los indecisos en una campaña electoral; b) el cambio de
perspectiva en el estudio de la opinión pública que, superada la
barrera reduccionista de la etapa anterior, pasará ahora al marco de
la comunicación política, donde se prestará mayor atención a los
efectos cognitivos, creación de agendas, atención pública y
formación de climas de opinión; c) la superación de la perspectiva
individual y a corto plazo por otras con miras mis amplias, donde se
incluyan los efectos acumulados y expliquen la distribución social del
conocimiento público; d) la integración, junto al proceso
comunicativo, de nuevas instancias mediadoras que completen y
expliquen mejor el proceso de influencia de los medios. Entre estas
instancias se pueden citar, por ejemplo, la conducta del electorado,
la adaptación de los partidos a las exigencias tecnológicas de los
medios, los diferentes usos sociales de los medios o la indiferencia
política; e) la revisión de la capacidad selectiva de los miembros de
la audiencia (Noelle-Neumann), porque el sistema de valores o
ciertos rasgos psicológicos del individuo impiden que aquélla actúe
permanentemente y en todas las ocasiones o porque características
semejantes de los mismos medios llevan a obstaculizar dicha
selectividad; y) la consideración de la influencia indirecta ejercida por
los medios de comunicación de masas; y g) finalmente, la
consideración dentro de los estudios sobre los efectos del rol
profesional del periodista, la noticia y la actividad de las empresas
periodísticas.
1. EL ENFOQUE DE LOS «USOS Y GRATÍFICACIONES»

Según vamos entrando en la década de los años sesenta se


observa un cambio importante en el estudio de los efectos de los
medios de comunicación. El modelo que había dominado hasta
estos años se centraba principalmente en el estudio de la influencia
y el control de las opiniones y actitudes —los efectos persuasivos de
los medios—, mientras que, a partir de ahora, se introducirán nuevos
elementos que cambiarán la perspectiva de «persuasión» por otras
perspectivas como la de «información», «influencia en el
conocimiento» o simplemente «gratificación». Es así como hay que
entender los modelos de «cambio en el nivel de influencia» de
Becker, McCombs y McLeod (1975), el modelo sobre la «búsqueda
de la información» de Donohew y Tipton (1973), el «inventario
funcional» de Ch. Wnght o el enfoque de los «usos y
gratificaciones», de Katz, Blumler y Gurevitch (1973), entre otros.

Los primeros apoyarán la hipótesis de que es mejor seleccionar la


información y llegar al mayor número de receptores, que intentar
persuadirles en una dirección concreta; la repetición (información
constante) y la paciencia (como efecto a medio y a largo plazo)
harán producir su efecto en su momento. Otros, subrayarán la
importancia de las funciones y disfunciones de los medios de
comunicación (reactualizando el punto de vista de R. K. Merton)
desde la perspectiva del usuario o consumidor, aunque toparán con
muchos problemas en la detección de las funciones latentes. Los
terceros —como decía E. Katz en 1959— afirmarán que la pregunta
que debemos hacernos no es «qué hacen los medios con la
audiencia», sino «qué hace la audiencia con los medios».
El enfoque de los «usos y gratificaciones» supone una reacción
frente a las teorías de la «incitación», que entendían al receptor
como un sujeto dependiente de los medios de comunicación y ante
cuyos mensajes debía dar una respuesta. Ahora se reconocerá
mayor actividad y protagonismo a la audiencia, al aceptar que ésta
utiliza los medios según sus intereses, necesidades y motivaciones.
El estudio de los medios de comunicación no se hará (sólo) desde
las características de comunicante y medio, sino (también) desde los
usos y gratificaciones del receptor, convirtiendo el proceso de
comunicación en un proceso transacional en dos carriles.
Si los medios de comunicación —ta! como entendía la teoría de
los efectos mínimos— no consiguen muchas conversiones, esto será
debido a que los individuos cuando se exponen a los medios no lo
hacen desde una situación de «tabla rasa», sino desde un supuesto
de experiencias, intereses y motivaciones distintas76. El enfoque
basado en los «usos» decía Katz en 1959— «supone que los valores
de las personas, sus intereses, sus asociaciones, sus funciones
sociales son predominantes y que la gente "adapta" lo que ve y
escucha seleccionando los materiales de acuerdo con tales
intereses». Por ello, D. McQuail, apoyándose en la cita anterior,
concluye que el enfoque de los «usos y gratificaciones» aporta dos
ventajas fundamentales: «ayuda a comprender el significado y la
finalidad del uso de los medios masivos y sugiere un cierto número
de nuevas variables que deben ser tenidas en cuenta en la
búsqueda de los efectos»77.
La obra principal que resume el núcleo de esta teoría se
encuentra en el articulo publicado por E. Katz, J. G. Blumlcr y M.
Gurevitch en Public Opinión Quarterlyn, bajo el título «Uses and
Gratifications Research», aunque —como dice Host (1979)— en esta
teoría se puede encontrar un período clásico y otro más moderno.
Entre los primeros se debe citar a Waples (1940) cuando describe
los

motivos que están presentes en los lectores de prensa, como la


búsqueda de prestigio, descanso, identificación, segundad,
confianza y goce artístico; también, los estudios de Herzog (1944)
sobre gratificaciones buscadas por los oyentes en las radionovelas;
o los estudios de Fearíng (1947) sobre el uso que hace el público del
cinc y, así, un largo etcétera que pasa por los estudios de Berelson
(1949), Mer-ton y Lazarsfeld (1948), Katz y Lazarsfeld (1955),
Klapper (1963) y Blumler y McQuail (1968). Y, entre los más
actuales, los trabajos sobre adolescentes de Johnstone (1974). el
estudio de B. S. Greenberg (1974) sobre motivos y gratifi-caciones
subyacentes en niños y jóvenes ante la televisión, las
investigaciones de Brown, Cramond y Wildc (1974) y los trabajos de
McLeod y Becker sobre gratificaciones dentro del campo de la
comunicación política. Así como los primeros estudios se
caracterizaban por su aislamiento y dispersión, los más actuales se
definirán por su complejidad y mezcla con otras lineas de
investigación y por las críticas surgidas desde los mismos
defensores y expositores de la teoría.
Aun cuando pueda discutirse si hay uno o varios modelos en el
enfoque de los usos y gratificaciones, Katz y colaboradores (1973)
sintetizan las líneas funda-mentales de esta teoría en una serie de
puntos. Estas investigaciones están interesadas en 1) los orígenes
sociales y psicológicos de 2) las necesidades, las cuales generan 3)
expectativas de 4) los medios de difusión u otras fuentes, que llevan
a 5) pautas diferenciadas de exposición a los medios (o una
dedicación a otras actividades), dando lugar a 6) la gratificación de la
necesidad y 7) otras consecuencias, la mayor parte de ellas no
pretendidas79.
También Katz y colaboradores*0 han resumido los supuestos más
importantes de este modelo: a) las audiencias son activas porque
usan de los medios y/o porque éstos no son independientes de las
intenciones de la audiencia; b) la exposición a los medios depende
de las motivaciones personales y las gratificaciones que esperan
conseguir; c) el público, cuando busca gratificaciones, recurre a
diferentes fuentes, entre otras, a los medios de comunicación, y d) la
audiencia utiliza los medios de comunicación para aumentar sus
cogniciones y obtener criterios adecuados en sus juicios y
valoraciones. Por ello, algunos, como Troldahl (1965), han llamado a
este enfoque, «estudio de los buscadores de información».
En forma sintetizada, aunque también con un poco de
ambigüedad, Katz y colaboradores hacen depender los usos de los
medios de un combinado de disposiciones psicológicas, de factores
sociológicos y de condiciones ambientales; R. Roda81 deriva las
gratificaciones de tres fuentes distintas: del contenido de los medios,
de la exposición per se y del contexto social en que tiene lugar la
expo

sición; y D. McQuail*2 resume la tipología de los usos y


gratificaciones en cuatro grandes grupos relacionados con la
información, la identidad personal, la integración e interacción social
y entretenimiento. Sin embargo, como dice el mismo autor en otro
lugar, las gratificaciones más importantes descubiertas en los
estudios sobre el uso de los medios masivos de comunicación hacen
referencia a la adquisición de información, evasión o descarga de
problemas, búsqueda de apoyo, seguridad y aumento de la
autoestima, ayudas para la interacción social y acompañamiento
ritualista de las actividades diarias83.
De los muchos trabajos sobre usos y gratificaciones, destacamos
por su relación con la comunicación política, la investigación de J. G.
Blumler y D. McQuail (1968) sobre los efectos políticos de la
televisión y, especialmente, los trabajos de J. M. McLeod y L. B.
Bcckcr (1974 y 1981) sobre procesos electorales. Los hallazgos del
primero de los estudios demuestra hasta qué punto el grado de
interés por los programas políticos de televisión y algunos de los
efectos actitudinales que se observaron dependen de la naturaleza
del motivo por el que una persona ve tales programas y del nivel de
motivación más amplio que caracteriza a los telespecta-dores84.
Los trabajos de McLeod y Becker, además de darnos una
clasificación de los estudios relacionados con la comunicación
política, nos ofrecen un «modelo transacional» que busca integrar la
teoría de los usos y gratificaciones con las teorías del impacto
(incitación). Esta teoría puede prestar sus servicios a la
comunicación política cuando se analizan los usos que hace la
audiencia de todo aquel material que se considera «político» o
cuando se analizan los efectos políticos de la comunicación. McLeod
y Becker tienen en cuenta variables de exposición, de gratificación,
percepción del contenido y resultados de la campaña electoral,
interés politico, etc. Entre las gratificaciones o funciones positivas,
por ejemplo, cita la vigilancia, guía para votar, comunicación
anticipatoria, excitación y refuerzo, y, entre las evitaciones o
funciones negativas, enumera el partidismo, la relajación y la
alienación.
Las críticas a este enfoque abundan y, como decíamos
anteriormente, la mayor parte vienen desde dentro de la teoría.
Dcnis McQuail y Sven Windhal", por ejemplo, resumen las críticas en
los siguientes puntos:
a)El enfoque es demasiado individualista en su método y
concepción, obstaculizando su relación con estructuras sociales más
amplias.
b)Se apoya sobremanera en manifestaciones subjetivas de los
estados mentales. Se Ie acusa de «mcnlalista».

c)Aunque la teoría considera a la audiencia como relativamente


activa (frente a la concepción pasiva que daba la teoría de la
sociedad de masas), este punto de vista puede entrar en
contradicción con el postulado de la misma teoría que sostiene que
los motivos están determinados por las necesidades básicas, la
experiencia y las condiciones sociales.
d)El enfoque es poco sensible a la sustancia de los contenidos de
los medios, al tratar con categorías muy generales.
e)El enfoque tiene un carácter funcionalista, al relacionar el uso
de los medios con la recuperación del equilibrio al satisfacer ciertas
necesidades.
J) Finalmente, se ha tachado el enfoque de conservador porque
da un pretexto para ofrecer productos «malos» en los medios ante
las demandas de la audiencia. «A pesar de las críticas —concluyen
los autores citados- - el enfoque tiene muchos defensores y
aparentemente ha sobrevivido sobre todo en los Estados Unidos.»

El enfoque de los usos y gratificaciones, aunque sea desde un


punto de vista individualista, recupera el viejo concepto liberal de dar
mayor protagonismo al individuo dentro de una esfera más amplia —
que ellos llamaban la esfera de lo público —y que, en esta situación,
se circunscribe a las relaciones y actitudes de los receptores frente
al poder de los medios de comunicación. Se rechaza el concepto de
audiencia pasiva, sumisa y dirigida —tal como se explicaba desde la
teoría de la sociedad de masas o, más en concreto, desde las
primeras teorías del impacto directo —, para dar mayor
protagonismo a los destinatarios de los mensajes: las audiencias.
Ahora, como decíamos antes, hay que preguntarse qué hace la
audiencia con los medios y no qué hacen los medios con la
audiencia. La opinión pública —entendida incluso como uno de los
efectos principales que pueden producir los medios de comunicación
— deja de ser un objeto sometido a las técnicas de persuasión y
propaganda, para conceder a sus públicos mayor actividad y
racionalidad. La opinión pública se reencuentra con sus públicos,
pero no aquellos públicos espontáneos, de relación directa y
concentrados en plazas, salones o cafés, sino los públicos
(audiencias) generados en torno a los medios de comunicación.
Si los medios influyen en el entorno, aquéllos deben contar con el
uso diferencial que los individuos hacen del proceso de la
comunicación. Hemos llegado, por tanto, a un modelo de
comunicación transacional en dos carriles, donde cada parte (medios
y públicos) tiene su parcela de influencia y actividad.

2. LOS MODELOS DE DIFUSIÓN Y LA HIPOTESIS DEL


DISTANClAMlENTO SOCIAL

1) Los modelos de difusión centran su atención en el proceso de


información, desde el inicio de un mensaje hasta su llegada al
receptor. Analizan, por tanto, los modos de circular una información,
las etapas por las que atraviesa y los efectos que produce en la
audiencia, desde los efectos de persuasión, información o
entretenimiento hasta las influencias en la cultura y el clima de
opinión.
Entre estos modelos se pueden citar: el modelo de difusión en
múltiples pasos, el modelo de la difusión de innovaciones de Rogers
y Shocmakcr, el modelo de la curva en «J» y la hipótesis del
distanciamiento.
El modelo de «difusión en múltiples pasos» resume un conjunto
de críticas al modelo de «comunicación en dos fases» de Lazarsfeld
y colaboradores, al comprobar que el proceso de la comunicación se
presenta en forma mucho más compleja y complicada de como
habían pensado los autores del paradigma dominante. Como dicen
D. McQuail y S. Windahl, aun reconociendo los beneficios que este
modelo ha aportado a la investigación en comunicación de masas,
se muestra incompleto y, en algunas aspectos, desorientador. Por
ejemplo, a) los roles contrapuestos de líderes de opinión (activos) y
seguidores (pasivos) forman parte de un continuo y, además, son
intercambiables; b) tanto los líderes como los seguidores comparten
las mismas o semejantes características y ambos se diferencian de
una tercera categoría que suele mantenerse al margen de la
influencia de los medios y los líderes; c) la expresión «líder de
opinión» es desorientados porque no distingue bien entre el creador
de una opinión y el transmisor de la misma; d) la investigación
posterior ha demostrado que puede haber más de dos fases en el
proceso de comunicación; e) el papel de líder de opinión ha pasado
a un lugar secundario, porque son muchas las personas que se
exponen directamente a los medios;,/) el modelo parte del supuesto
de que la fuente principal de información está en los medios, y esto
no siempre es así; y g) el modelo podría valer para una sociedad
desarrollada, no para una sociedad tradicional o una sociedad en
crisis87. Y aunque las críticas de Bóckelmann ya las hemos recogido
en otro lugar, solamente recordar que el flujo en dos etapas aparece
ahora como un caso especial del transcurso comunicativo polielápico
y que esto en cierto modo ya estaba recogido en los estudios de
Elmira, Decatur c, incluso, en el de Erieu.
El modelo de difusión de innovaciones, resumido y expuesto por
E. M. Rogers y F. Shoemaker (1973), pretende explicar la adopción
de innovaciones, tanto en sociedades en desarrollo como en
sociedades más avanzadas. Sin embargo, las aplicaciones más
importantes se han realizado en sociedades rurales y países del
Tercer Mundo en áreas como la agricultura, la salud pública, la vida
social y el comportamiento político. El modelo —que desde el punto
de vista científico pretende superar el modelo de comunicación en
dos fases y, desde el punto de vista cultural, la idea paternalista y
jerárquica de modernización de otras culturas— pasa por cuatro
etapas: conocimiento, persuasión, decisión y confirmación, siendo la
primera de ellas la etapa en que los medios de comunicación
desarrollan una mayor actividad de información y concienciación.
Este modelo presupone la difusión de una gran información, la
existencia en cada una de las fases de distintos procesos de
comunicación, la aceptación (además de los medios de
comunicación) de otras muchas fuentes que aportan información, el
respeto por la idiosincrasia de cada comunidad y, frente a la
jerarquización y linealidad que pueda imponer todo proyecto
fabricado desde el exterior, la aceptación, la cooperación «desde
abajo», la aleatoriedad en los procesos de cambio y una mayor
retroalimentación en las distintas fases.
El modelo de difusión en «J», a diferencia de otros modelos que
ponen más atención en las influencias (persuasión) sobre las
actitudes y el comportamiento, subraya la importancia de los canales
interpersonales en la transmisión de noticias e información a través
de los medios de comunicación** o, como dice McQuail en otro
lugar: «la propagación de las noticias medida por la capacidad para
recordar determinados acontecimientos señalados»91. No sólo se
pueden medir con este modelo los efectos a corto plazo, sino efectos
más largos en relación a variables de impacto de la noticia, interés
personal y apoyo social. Por ello, para analizar la incidencia de una
información en el público hay que tener en cuenta las siguientes
variables: lo que sabe la gente de un acontecimiento dado; la relativa
importancia o publicidad del acontecimiento en cuestión; el volumen
de información sobre una noticia y si la información que se tiene
proviene de las noticias difundidas o de contactos personales.
El modelo, propuesto principalmente por B. S. Greenberg (1964),
trata de relacionar las variables mencionadas dando como resultado
una curva en forma de «J». En aquellos acontecimientos que tienen
poca importancia para la mayoría, pero mucha importancia para una
minoría, las personas interesadas utilizarán la vía de la información
personal como forma de acceder a la información deseada; en
aquellos acontecimientos de interés general que gozan de una gran
difusión, la mayor parte de la población recibirá esta información de
los medios de comunicación: y en aquellos acontecimientos de gran
interés, por su excepcionalidad e impacto (el caso de la muerte de
Kennedy, por ejemplo), a pesar de su alta difusión en los medios, se
puede suponer que una gran proporción de ciudadanos recibirán o
confirmarán la noticia a través de otra persona. En este caso, la
importancia del acontecimiento moviliza tanto los canales
interpersonales como los distintos medios de información.
El modelo de difusión en «J», aparte de la aplicación inmediata
para todas aquellas situaciones de crisis en que la información de los
medios y la comunicación interpersonal son fundamentales, nos
puede ilustrar, además, sobre las distintas vías de información y
comunicación que utiliza la gente, la exposición y credibilidad que los
ciudadanos dan a los medios, la importancia que en ciertos casos
adquiere la comunicación informal y, en especial, el rumor y la
dependencia—en amplitud e intensidad— que los grupos tienen de
los medios.

2) La hipótesis del distanciamiento forma parte de un grupo de


investigaciones y teorías que analizan más los efectos cognitivos de
los medios que los persuasivos, orientándose, en concreto, sobre la
distribución y control de la información, así como en la forma de
exposición a los medios y recepción de los mensajes por parte de los
distintos grupos que forman la sociedad.
La formulación podría ser ésta: cuando se incrementa la
circulación de información en un sistema social, los segmentos de
población con un status socioeconómico alto tienden a asimilar mejor
la información que las segmentos socioeconómicos bajos.
Consecuentemente, el aumento de información, en vez de disminuir
el distanciamienio entre los grupos, tiende a incrementarlo92. Se
establece un distancia-miento (Gap) de conocimientos entre los
diversos sectores socioeconómicos fundamentado en las diversas
habilidades comunicativas de los individuos93.
La hipótesis del distanciamiento, en cierto modo, va contra la idea
popular y de no muchos expertos de que, al proliferar los medios de
comunicación y al ser muchos los mensajes que difunden, la mayor
parte de los ciudadanos y sectores de la población tendrán
información suficiente sobre todo aquello que acontece a su
alrededor. Esta idea, próxima al sentido común y apoyada por el
hecho comprobado de la gran expansión de los medios de
comunicación desde el invento de la imprenta, reforzaría la hipótesis
de que, al haber más información, habrá mayor comprensión del
entorno y mayor igualación entre las diferentes capas que forman la
sociedad. Y esto es precisamente lo que rechaza la hipótesis del
distanciamiento: a) que exista una correspondencia lineal entre el
incremento de la información y una mayor comprensión de la
realidad y b) que exista una posibilidad de igualación de información
y conocimiento entre los distintos grupos que forman la sociedad.
Como indican D. McQuail y S. Windahl, la hipótesis del
distanciamiento puede ser considerada, más bien, «como una
reacción contra la creencia liberal, ingenua y exagerada sobre la
capacidad de los medios de difusión para crear una masa de
ciudadanos homogéneamente bien informados»**. Un análisis más
profundo, y eso es lo que intentarán hacer los autores principales
(Tichenor, Donohue y Olicn) de esta teoría en numerosos artículos
(1970,1973, 1975, 1979, 1980, 1983, 1984), nos demostrará lo
contrario.

La investigación de los distanciamientos se apoya en numerosos


estudios sobre audiencias y mantiene relaciones estrechas con la
teoría de la fijación de la agenda, ya que ambas pretenden explicar
los efectos cognitivos y a largo plazo que producen los medios sobre
el público a través de la captación de su atención y la influencia en la
agenda pública. Aunque la hipótesis del distanciamiento no acepta la
identificación entre agenda de los medios y agenda pública, ambas
hipótesis pueden ayudarnos a entender el proceso de formación de
la opinión en una sociedad formada por diferentes grupos (públicos)
que se exponen y usan de manera distinta los medios y sus
informaciones. El concepto de opinión pública nos remite
normalmente a situaciones conflictivas protagonizadas por públicos
distintos y aunque, como fenómeno global, se suele hablar de
opinión pública, sería más adecuado hablar de opiniones públicas,
en función de los grupos que las sustentan y la dialéctica (debate)
que se establece entre los mismos".
La hipótesis del distanciamiento puede aclarar algunos puntos
relacionados con la estructura social, las causas del distanciamiento
entre los grupos, los distintos usos sociales, la estructura de poder
que está detrás de toda información distribuyendo y controlando el
conocimiento o las razones que llevan a la audiencia a exponerse a
estos y no a otros mensajes. No se niega que llegue suficientemente
información a todas las capas y, en especial, a los grupos más
desfavorecidos de la población, sino que ciertos condicionamientos
relacionados con las distintas estructuras (social, política,
económica, educativa, etc.), el uso de la tecnología informativa, los
hábitos culturales y los intereses de la población llevan a usos
distintos de la información y a un mayor distanciamiento entre los
grupos.
Los puntos más importantes de la hipótesis del distanciamiento
pueden resumirse en cuatro96: a) características que definen el
potencial de la comunicación; b) factores que explican la adquisición
diferenciada de conocimientos; c) controles sobre la distribución de
conocimientos, y d) relaciones entre los medios y las distintas formas
de ejercer el distanciamiento.

a) Novak y sus colaboradores (1976,1977) han prestado una


atención especial a la incidencia y consecuencias de las diferencias
de información asociadas con la estructura de poder económico y
social, asi como a las diferentes fuentes que ayudan a los individuos
a conseguir sus objetivos a través de la actividad comu-nicativa97. El
potencial comunicativo para dar y recibir información se haría
depender, principalmente, de características de tipo personal (como
facultades, capacidades y otros rasgos de la personalidad), de
características derivadas de la posición del individuo (renta,
educación, edad y sexo, por ejemplo) y de características reía
clonadas con la estructura social (como la pertenencia a distintos
grupos primarios y secundarios). Este potencial permite al individuo
conseguir ciertos valores y determinados objetivos98.
b) Los factores más importantes que originan el distanciamiento,
según los estudiosos del tema, se concretan en cuatro: el status
socioeconómico, el nivel de educación, la motivación o interés social
y la sucesión temporal. Tichenor, Donohue y Olien (1970) situaban el
origen principal del distanciamiento en el status socioeconómico de
la población y, en este sentido, afirmaban que las capas más bajas
eran las que reflejaban el nivel más bajo en la adquisición de
conocimientos, especialmente en temas políticos. Casi al mismo
tiempo se hablará del nivel educativo como el factor más importante
que determina la adquisición de conocimientos, pero los autores
citados rechazarán esta hipótesis (1975), porque ni el factor
económico ni el educativo explicarían suficientemente la adquisición
de información. Comprobarán, por ejemplo, que en temas de
información local el distanciamiento sólo se produce en función del
interés y no de otras variables.
A los estudios y observaciones anteriores hay que añadir,
además, las aporta-ciones de J. S. Sttema y F. G. KJime (1977) y las
de B. K. L. Genova y B. Grcen-berg (1979), sobre la importancia de
la motivación y el interés social, así como la permanencia en el
tiempo de una noticia en los medios. Si hacemos una distinción entre
conocimientos referidos a situaciones concretas (factuales) y
conocimientos referidos a la estructura de relaciones entre
elementos puntuales de la realidad (estructurales), Genova y
Grccnberg llegan a la conclusión de que la motivación desempeña
un papel más importante que el nivel educativo en el conocimiento
estructural, mientras que en los conocimientos factuales las
diferencias no son significativas. La importancia del tiempo queda
perfectamente expresada en la siguiente conclusión de los autores
citados: «cuando la difusión de una infor-mación sobre un tópico se
prolonga durante un tiempo más o menos largo, el distanciamiento
de los conocimientos entre aquellos que manifiestan interés en el
tema, tiende a decrecer»99.
r) La hipótesis del distanciamiento, además de analizar las
habilidades del receptor de la información, también se fija en las
habilidades, técnicas y posibilidades de aquellas personas, grupos e
instituciones que controlan la información. La agenda pública, como
veremos más adelante, es fuertemente deudora de otras agendas y
en este sentido la hipótesis del distanciamiento también intenta
explicarnos cómo se genera la información, cómo se procesa y cómo
se distribuye desde los medios. Según Tichenor y sus colaboradores
el control se realiza, en primer lugar, desde el proceso de
retroalimentación que se establece entre la información que difunden
los medios y la atención que prestan los públicos a la misma y, en
segundo lugar, a través de mecanismos relacionados con la
distribución del conocimiento, como la selección e interpretación de
noticias, el acultamiento o sesgo de otras, las secciones de opinión y
todos aquellos condicionamientos de tipo económico, político y social
que inciden sobre la información.
d) Finalmente, habría que hacer referencia a una serie de
cuestiones que reflejan el tipo de interacción que se produce entre
los distintos medios de comunicación y la comunidad donde actúan.
Por ejemplo, la hipótesis del distanciamiento ha constatado que tal
distanciamiento apenas es perceptible cuando aparecen climas de
crisis social, aflora cierta tensión o se produce un acontecimiento
especial. Algo parecido ocurre en las comunidades pequeñas donde
la gente se conoce, la información que predomina es la local y la
mayor parte de la población participa de los mismos problemas. Los
distanciamientos quedan perfectamente reflejados, en cambio, en las
comunidades grandes o cuando la información es nacional o
internacional. Por último, los autores de esta hipótesis hacen una
serie de observaciones puntuales sobre la incidencia de los distintos
medios de comunicación (prensil, radio y televisión) y sobre la
incidencia negativa (distancia-miento) de las nuevas tecnologías que
se avecinan.

IV LA RECUPERACIÓN DEL PODER DE LOS MEDIOS. LOS


EFECTOS COCÍMTIVOS DE LOS MEDIOS, EFECTOS A LARGO
PLAZO Y EFECTOS SOBRE EL CLIMA DE OPINIÓN

Tal como hemos visto en el apartado anterior, las teorías


llamadas de transición eran testigos del cambio que se estaba
operando en el estudio de los medios y sus efectos, recuperando —
aunque fuera moderadamente— el poder que se les había dado en
un principio, prestando mayor atención a otros efectos distintos de
los persuasivos y reorientando la preocupación y el análisis hacia
procesos sociales más complejos y globalizantes, como la formación
y mantenimiento del sistema de creencias, las escalas de valores,
los climas de opinión, las formas de conciencia colectiva o la
construcción social de la realidad. La tarea era ardua y compleja,
porque en el intento había mucho de teoría y especulación y poco de
comprobación empírica100, pero esto no era obstáculo para que se
incluyeran en la investigación temas como la cultura, la socialización,
la distribución de los cono-cimientos, el control social y otras muchas
dimensiones de la realidad social relacionadas con el proceso de la
comunicación.
Las teorías que ocupan los últimos años de esta tercera etapa
-agenda set-ting, tematización, espiral del silencio e ignorancia
pluralista (además de las ya citadas de los usos y gratificaciones y
distanciamiento social)— reviven plan-teamientos antiguos tratados
de forma especulativa o intuitiva, pero que ahora buscan la
comprobación empírica. Unas se fijarán en la distribución y control
de los conocimientos, otras en la formación del espacio público o el
clima de opinión y, las terceras, en los mecanismos subjetivos que
posibilitan la expresión o el silencio de las opiniones en función del
poder del ambiente, pero todas intentarán analizar efectos globales
(o de consecuencias sociales)101 y a largo plazo, prestarán mayor
atención al espacio público informativo (amplitud, acumulación,
consonancia... de mensajes) y harán un uso de lo público que va
más allá de lo político.
La opinión pública recuperará en estos ámbitos o esferas la vieja
idea de mercado (tanto en sentido clásico, como liberal), y entenderá
el espacio público como aquel lugar (real, imaginado o simbólico) por
donde fluyen mensajes, opiniones e intereses, donde todo el mundo
puede, si quiere, contemplar las opiniones y razonamientos de los
demás (individuos, grupos, corrientes de opiniones, etc.), exponer
sus puntos de vista y participar en el diálogo público y, en el peor o
en el mejor de los casos, aceptarlo como lugar común de referencia
abierto a todo el mundo. El agora, el foro, los mercados, las plazas,
los parlamentos, la constitución, los cafés, los salones, los ateneos,
las academias, etc., eran espacios públicos donde la gente podía
intercambiar puntos de vista y crear opinión pública. En la época
moderna, sin embargo, estos espacios se han desplazado hacia los
medios de comunicación y será en ellos donde se encuentre el
intercambio de mensajes, el espejo de la realidad y el mejor
exponente de la opinión pública. La esfera de lo público ya no sólo
remite a la res publica, el Estado, las instituciones o el bien común,
sino a todo aquello que puede ser contemplado por los miembros de
una comunidad. El espacio público informativo al final se convertirá
en el mejor marco de referencia por donde fluyen las opiniones, los
temas de interés público y los patrones que orientan y controlan la
sociedad.
Las teorías de la «fijación de la agenda», «tematización», «espiral
del silencio» e «ignorancia pluralista» aportarán nuevos elementos
para explicar el concepto y la formación de la opinión pública en una
sociedad fuertemente informa-tizada y dependiente de los medios de
comunicación.

1. LA FIJACIÓN DE I.A AGENDA (AGENDA SETTING) Y LA


TEMATIZACIÓN

De entrada, solamente apuntar que la agenda-seuing function ha


sido traducida al castellano con nombres como «jerarquización de
las noticias» (McQuail, 1985), «capacidad para el establecimiento de
la agenda temática» (Saperas, 1987), la «función de establecer la
agenda» (Roda, 1989), «canalización periodística de la realidad»
(Dader, 1983) y nosotros, sin ánimo de entrar en polémica,
aceptamos el rótulo dado por algunos autores de «fijación de la
agenda». Con esta expresión —agenda setting— se quiere explicar
el importante papel que desempeñan los medios de comunicación en
la difusión, selección y ocultamiento de noticias —el orden de
importancia que reciben los temas en los medios— y la significación
que dan a su vez los públicos a estos temas.
Los medios, por el simple hecho de prestar más atención a unos
temas y de silenciar otros, canalizan la atención del público
influyendo en el clima de opinión y la opinión pública. La fijación de
la agenda es posible porque en uno de los lados del continuo (del
proceso de comunicación) tenemos a los medios que difunden (con
sus características propias) gran cantidad de información, y en el
otro, a los públicos que buscan orientación. «Todo individuo —dice
McCombs— siente una cierta necesidad de familiarizarse con su
entorno, y para satisfacer esta necesidad, para rellenar los detalles
que faltan en un mapa cognitivo, los individuos adoptan una
conducta buscadora de información. El pseudoentomo de Lippmann
y la realidad de segunda mano de Lang y Lang son los productos
finales de esta conducta buscadora de información, de esta pugna
en busca de orientación»"".
A partir de los años sesenta se produce un cambio de actitud ante
los medios. Los expertos en difusión de mensajes ya no buscan el
efecto directo e inmediato, la persuasión, sino crear un ambiente
favorable. Y es en este contexto donde entra la teoría de la «fijación
de la agenda» para explicar (principalmente en el campo político) la
canalización que sufren los públicos por la forma y el fondo de
difundir mensajes los medios. Trenaman y McQuail, en 1961, ya
decían que la gente piensa más sobre, lo que se dice que en lo que
se dice y B. Cohén, en 1963, sintetizará perfectamente la idea de la
agenda: «la prensa, en la mayor parte de los casos, no tiene éxito
diciéndole a la gente qué tiene que pensar, pero sí puede tener éxito
diciéndoles sobre qué tiene que pensan. Las campañas electorales
norteamericanas se utilizarán de prueba para comprobar la hipótesis
y, entre las investigaciones más importantes, se deben citar los
trabajos de J. McLeod (elecciones de 1964, donde ya describe el
fenómeno de la agenda), los de M. E. McCombs y D. L. Shaw
(elecciones de 1968, donde dan nombre a la teoría y cristalizan la
investigación) y los de McLeod, Bekcr y Byrnes (elecciones de
1972). La investigación no empieza ni acaba en estos autores,
porque precedentes de esta teoría ya se encuentran en W.
Lippmann, R. E. Park, H. Laswell, P. F. Lazarsfeld, R. K. Merion, W.
Mills y el matrimonio Lang101 y hasta 1988 se publicarán algo más
de cien investigaciones.
Aunque en teoría el tema de la agenda se puede extender a todos
los campos relacionados con la actividad de los medios,
originariamente surge dentro de los estudios de comunicación
política, al prestar mayor atención a la presencia pública de ciertas
informaciones políticas (campañas electorales) que a los efectos
tradicionales de persuasión. Una variante de la «agenda de los
medios» se encuentra en la «agenda institucional» (agenda-buiIding)
iniciada por B. McCohen y que ha centrado el interés no tanto en las
relaciones entre agenda de los medios y la agenda pública, sino en
las razones que llevan al poder a prestar mayor atención a unos
temas que a otros. Abundan los casos en que los medios de
comunicación marcan las prioridades a las élites políticas, pero esto
no significa que siempre deba ser así. A diferencia del público, que
suele estar muy influenciado per los medios, el poder puede definir
prioridades dejando perfectamente a un lado la presión de los
medios. La mencionada teoría en cascada de K. Deulsch sobre
formación de la opinión pública podría encontrar un fuerte respaldo
en el triángulo de las agendas institucional, de los medios y la
pública. Una segunda variante, como veremos más adelante, se
encuentra en los planteamiento de N. Luhman sobre la
«tematización».
La función de crear agenda por los medios se concreta, por un
lado, en el tratamiento que éstos hacen sobre un tema y, por otro,
las preferencias manifestadas por la audiencia tras recibir el impacto
de los medios. Éstos no sólo dan información, mucha información,
sino que jerarquizan la importancia de los problemas sobre la base
de criterios más o menos inconfesos e interesados. En algunos
casos, por ejemplo, la agenda de los medios puede verse
perfectamente reflejada en la agenda pública, en otros, solamente en
el efecto global (de la campaña política, por ejemplo) y no en los
temas puntuales (de los partidos y líderes políticos) y, en otros, los
medios no harán sino reflejar la percepción que el público hace
sobre ciertos temas.
En el primer supuesto, la atención que presta el público a un tema
no es sino la consecuencia del énfasis que dan al mismo los distintos
medios de comunicación, estableciéndose una «relación directa y
causal entre el contenido de la agenda de los media y la
subsiguiente percepción pública de cuáles sean los temas
importantes del día»103. Los medios de comunicación,
seleccionando unos temas sobre otros, destacando algunos y
silenciando el resto, consiguen canalizar la atención del público
hacia aquellos mensajes que difunden los medios y no otros.
Naturalmente, la noción de Gatefceeper —como seleccionador y
jerarquizador de noticias— representará un papel básico en esta
selección y orientación.
La investigación sobre la capacidad de establecer la agenda se
ha centrado principalmente en tres objetivos: a) Los temas y tópicos
que forman los contenidos de las comunicaciones propuestos por los
medios de comunicación; b) el estudio de las distintas agendas que
intervienen en el proceso, y c) el estudio de la naturaleza de los
efectos y del marco temporal necesario para formarse la agenda
temática108.
a)En cuanto al primer punto — composición y formación de la
agenda— los estudios se orientan hacia el análisis de las unidades
temáticas que difunden los medios y a la jerarquización temática que
hacen los periodistas siguiendo priori-dades e intereses. Algunos,
como E. Saperas109 o el matrimonio Lang110, se quejan de la gran
confusión terminológica en torno a los temas que determinan la
agenda. Saperas, por ejemplo, distingue entre salience, contenido o
comunicación recomendada, e issue. Sa/ience se refiere a aquellos
ítems de actualidad que aparecen en la comunicación y que
determinan la agenda; son ítems temáticos que dan prioridad a
ciertas informaciones y cuya aparición en los medios depende de la
acción del gatekeeper. Los contenidos son distintos de los ítems de
actualidad implican una actitud u opinión y lo que buscan es influir en
las actitudes de la población; forman, por tanto, parte del proceso
persuasivo, no de la determinación de la agenda. Los issues serían
aquel conocimiento público o colectivo, consecuencia de la
percepción que las personas tienen de los ítems de actualidad (de
ahí la relación entre salience e issue) y se utilizarían como punto de
encuentro entre la agenda de los medios y la agenda pública. J. L.
Dader1", sin embargo, sostiene que tal confusión no existe, porque
los autores anglosajones, en general, han distinguido con claridad
los conceptos de issues o subjeets (entendidos como aquellos
asuntos temáticos, de carácter abstracto y de preocupación pública)
de aquellos denominados eventos (que se refieren a aquellos
asuntos de acontecimientos concretos, con cierto interés
periodístico, pero referidos siempre a situaciones concretas e
individualizadas). Los ítems y objetos se utilizarían para hablar
globalmente de cualquier tema.
b)En cuanto a los distintos tipos de agendas, se podría hablar de
1) una agenda imrapersonal (individual issue salience), referida al
conjunto de conocimientos públicos que retiene un (o cada)
individuo; 2) una agenda interpersonal (perceived issue salience),
consecuencia de la interacción y el diálogo entre las personas, asi
como de la percepción que tiene cada uno de los temas que pueden
interesar a los demás; 3) una agenda de los medios («media
agenda»), representada por todos aquellos temas periodísticos que
están presentes en los medios durante un tiempo determinado; 4)
una agenda pública (community issue salience), formada por todos
aquellos temas que el público considera de dominio común, de
referencia pública o que reflejan los distintos estados de opinión
pública, y 5) de una agenda institucional (policy agenda),
considerada como el conjunto de temas que preocupan
mayoritariamente a cualquier institución y que tiene presente en
relación a sus intereses y toma de decisiones.
De todas estas agendas, las que han recibido mayor atención y
así queda demostrado en los modelos de investigación y estudios,
han sido la agenda de los medios y la agenda pública.
Í ) El tercer objetivo se centra en la secuencia temporal (time-
frame), el tiempo necesario para la formación de una agenda
temática que, en la mayor parte de los casos estudiados, se refiere
al tiempo imprescindible para que la agenda de los medios coincida
con la agenda pública. Aunque el problema es de máxima
importancia (especialmente, en nuestro caso, para entender la
formación de la opinión pública), la experiencia investigadora no
llega a coincidencias importantes (Salwen, 1985) porque se han
estudiado distintos medios, en distintos momentos, sobre distintos
temas, bajo condiciones distintas, etc.
Siguiendo las indicaciones de Ch. H. Eyal, J. Winter y W. F.
DeGecrge113, Sape-ras destaca cinco componentes (y el modelo
correspondiente) relacionados con la secuencia temporal: en primer
lugar, se destaca el marco temporal (time-frame) necesario desde
que aparece un tema en los medios hasta que empieza a perder
presencia en la atención pública; en segundo lugar, el paréntesis o
intervalo (time-lag) que se produce entre una y otra agenda, el
tiempo que necesita para que un tema que está en la agenda de los
medios pase a la agenda pública; en tercer lugar, duración y medida
de un tema en la agenda de los medios (inedia agenda measure); en
cuarto lugar, duración y medida de la agenda pública (publica
agenda measure). y, en quinto lugar, período óptimo para la
convergencia de dos o más agendas (optimal effeci span).

Además de los inconvenientes ya enumerados, hay una serie de


factores que influyen en el establecimiento de la agenda temática y
que, en cierto modo, nos recuerda los factores intermediarios de la
teoría de los efectos limitados. Salvando las distancias (en el tiempo,
objetivos, circunstancias y experiencias) entre ambas teorías, los
factores más importantes a tener en cuenta estarían relaciona

dos con: el marco temporal (tratado anteriormente), tipo de medio


que contribuye a la formación de la agenda, tiempo de exposición de
un tema en los medios y exposición a los mismos del público,
proximidad geográfica de un tema (local, regional, nacional,
internacional), involucración de las personas en los temas,
consonancia de distintos medios en los mismos temas, rasgos
psicológicos de la audiencia, credibilidad de la fuente, naturaleza de
los temas y posibilidad de participación en el diálogo informativo.
En relación con el potencial canalizador de los distintos medios de
comunicación, los estudios se han realizado dentro del ámbito de la
comunicación política, se ha utilizado la televisión y la prensa y los
resultados a los que se ha llegado no son precisamente
esclarecedorcs. Dejando a un lado si es más importante en la fijación
de la agenda temática la atención y credibilidad del receptor que el
tipo de medio utilizado, para algunos como I3cnton y Frazier (1976),
Mullins (1977) o Epstein (1978) Ja prensa tiene mayor poder
canalizador: por el tipo de audiencia que tiene (más selectiva y
racional), la profundidad con que presenta los temas y la
jerarquización de los mismos. Otros, como McCombs y Shaw (1972)
o Hilker (1976), valoran con la misma intensidad la influencia de
ambos medios o matizan que en temas locales o en los primeros
días de un acontecimiento es la prensa quien juega más fuerte,
mientras que en temas nacionales o de más largo alcance, es la
televisión quien refleja mayor poder para fijar la agenda (McCombs,
1977, y Palmgreen y Clarkc, 1977). Finalmente, hay otros (como
Zucker, 1978 y Shaw y Bowers, 1973) que se inclinan sin ningún
género de dudas por la televisión: por la fuerte dependencia y
exposición a este medio, porque activa con mayor intensidad la vida
emocional y porque —aunque sea más débil en el establecimiento
de prioridades— «impregna» el mapa mental de las personas
(Hoffsteler y cois-, 1976),M.
Tras veinte años de investigación y de esfuerzo continuado por
aclarar los efectos de los medios de comunicación, la teoría de la
fijación de la agenda deja muchos puntos por aclarar. D. McQuail"5,
por ejemplo, sostiene que las dudas no sólo surgen de las estrictas
exigencias metodológicas, sino también de las ambigüedades
teóricas y, junto a Windhal, afirmarán ambos que a) no queda
suficientemente claro si los efectos directos de los medios hay que
buscarlos sobre las agendas personales o a través de la influencia
interpersonal; b) no queda suficientemente clara la implicación de las
distintas agendas, porque los medios pueden influir tanto sobre las
opiniones del público (agenda pública), como sobre las élites
(agenda institucional), y c) en cuanto a la intencionalidad de los
medios de difusión, no queda suficientemente claro si el
establecimiento de la agenda lo inician los medios.

o los miembros del público y sus necesidades, o, podríamos


añadir, las élites institucionales que actúan como fuentes de los
medios.
Otras críticas se extienden también al número de agendas
temáticas y su definición, a la indeterminación sobre el tiempo
óptimo para crear agenda, conocimiento de las distintas audiencias c
imprecisión terminológica y metodológica. Finalmente, oíros
destacan (critican) que la mayor parte de la investigación se ha
centrado en temas electorales, abandonando otros (como el
publicitario) que pue-den dar tanto juego para aclarar conceptos,
ausencia de contraste entre el «cuadro periodístico» de la realidad y
otros cuadros que hablen de la misma realidad, escaso o nulo
aislamiento de la variable independiente en la causación del efecto y
que la mayor parte de los estudios, aunque la teoría busca conocer
el efecto a largo plazo, han sido realizados sobre espacios cortos de
tiempo117.
A pesar de las criticas y autocríticas, la teoría supone un esfuerzo
importante por aclarar un problema de vital importancia —la
canalización de los mensajes o determinación de la agenda temática
— en una sociedad fuertemente mediatizada por los medios de
comunicación de masas. Con esta teoría no sólo se intenta aclarar el
poder de los medios, el modo de actuar de los periodistas, la
formación de las distintas agendas, la explicación de los efectos
cognitivos que pueden producir los medios, sino la contribución de
los medios a la formación de un espacio público informativo (en
interacción con otros espacios), la creación de un contexto social
relacionado con la cultura, el sistema de valores y el clima de
opinión, y la formación y definición de una opinión pública que se
muestra fuertemente deudora de los conocimientos que difunden los
medios. Hasta teoría, además, mantiene puntos de contacto con el
enfoque de los «usos y gratificaciones» y la teoría de la «espiral del
silencio», pero también puede ser vinculada con todos aquellos
procesos de aprendizaje y socialización, la teoría de la construcción
social de la realidad (Schutz, Berger y Luckmann) o las aportaciones
etnometodológicas de (ioffman.
Finalmente, y como complemento de la teoría de la fijación de la
agenda, una breve referencia a la teoría de la «tematización» de N.
Luhmann («Óffcntliche Meinung», 1970) y continuada,
posteriormente, por autores italianos como F. Rosi-ti (1978), G.
Grossi (1981, 1983) y A. Agostini (1984). Para algunos —como
Noelle-Neumann (1979) y Agostini (1984)—, la «tematización» no es
otra cosa que la «fijación o establecimiento de la agenda» y, en este
sentido, cuando se hacen traducciones francesas o italianas se
traduce «fijación de la agenda temática» por «tematización»,
entendiendo ambos planteamientos dentro del mismo contexto
científico, aunque el primero se apoye en pruebas empíricas
relacionadas con la comunicación y, el segundo, en planteamientos
teóricos (filosót'ico-sociológicos) ajenos a la investigación de los
medios.
N. Luhmann, continuador de la teoría sistémica de Parsons, parte
del supuesto de la complejidad de la sociedad actual y de la
necesidad de buscar mecanismos reductores de tal complejidad.
Entre estos mecanismos reductores cita la opinión pública,
entendiendo por tal, «la estructura temática de la comunicación
colectiva»: la opinión pública no consta ahora propiamente de
opiniones, sino de temas institucionalizados de la comunicación
organizada de la conversación popular, independientemente de si se
han mezclado o no las preferencias temáticas y las intenciones de
las opiniones"8. El concepto liberal de opinión pública se ha
desmoronado («Lopinion publique n'existe pas», decia Bordieu en
1973J, pero el tópico sigue existiendo y hay que explicar cuál es su
Junción y cómo se forma en la sociedad actual. La tematización —
dice Saperas— parte de la negación de la noción de opinión pública
surgida de la tradición liberal, pero intenta reconocer un nuevo tipo
de opinión pública que se corresponde con una nueva sociedad
definida por su complejidad estructural y por la transformación del
sistema político.
La opinión pública ha perdido el carácter de racionalidad que en
un tiempo le daban los liberales, no se la puede confundir con la
suma de opiniones y actitudes —tal como se explicaba desde el
paradigma dominante—, no es el fruto del consenso ni del diálogo,
sino que se traduce en el reconocimiento de unos temas que nos
vienen dados (principalmente desde los medios y el poder) como
refe-rentes de orientación y de reducción de la complejidad social. La
opinión pública no reside ahora en lo razonable de unas opiniones o
en el poder de una voluntad sino en la capacidad de los temas para
crear estructuras y absorber inseguridad. Dado que la esfera de la
opinión pública se ha desmoronado —continúa Bóckel-man— son
los medios los que tienen que improvisar una esfera de interés
común: «la comunicación social de masas institucionalizada
proporciona el "contexto universal" (Bisky/Fricdrich), dentro del cual
el número ilimitado de lematizaciones posibles es reducido por dicha
comunicación institucionalizada a una estructura comunicativa
pública muy selectiva. En otras palabras: la exclusión de la gran
mayoría de posibles temas, que la correspondiente constelación de
reglas de atención no admite [...], contribuye a la selección de una
realidadpiiblica»)2°.
La opinión pública se encuentra ahora en la «estructura temática»
que difunden los medios, una estructura de sentido común, acritica y
receptiva desde los públicos, que se presenta como lugar común de
referencia, orientación y salva-guarda de la integración social. La
opinión pública se contempla ahora en el espejo de aquellos temas
que los medios seleccionan y proponen como universales,
necesarios y actuales. Por ello —y aquí es donde tiene lugar el
encuentro con la agenda-seiting— es importante enumerar aquellos
mecanismos de selección que los medios utilizan para escoger unos
temas y rechazar otros. N. Luhmann, por ejemplo, entre las reglas
para captar la atención del público, cita las siguientes: «prioridad
descollante de determinados valores, las crisis o síntomas de crisis,
el status del emisor de una comunicación, los síntomas del éxito
político, la novedad de los acontecimientos, los dolores o los
sucedáneos del dolor en la civilización». Y F. Bóckelmann, de quien
hemos tomado la cita anterior, amplía las «reglas dominantes de la
atención y su función dentro de la creación de programas en los
medios» a todas aquellas informaciones relacionadas con lo
personal, privado e intimo; a todo aquello que guarda relación con el
éxito y el prestigio; lo novedoso, último y moderno de los
acontecimientos (fenómenos); distintas expresiones del ejercicio del
poder; el contraste entre normalidad y anormalidad; informaciones
sobre violencia, agresividad, sufrimiento y todo aquello relacionado
con el dolor; sobrevaloración de la ambición, competencia y éxito;
referencias al incremento de la propiedad; crisis y síntomas de crisis
que pueden poner en peligro el sistema y, finalmente, todos aquellos
sucesos que se presenten como extraordinarios, singulares y
exóticos121.

2. LA ESPIRAL DEL SILENCIO Y LA IGNORANCIA


PLURALISTICA
La teoría de la opinión pública es fuertemente deudora del
pensamiento alemán y en este sentido podemos recordar, a modo
de ejemplo, autores del período clásico como F. von Holtzcndorff y F.
Tonnics, o, del presente, como J. llabcrmas, N. Luhmann y E. Noelle-
Neumann. Aunque podría encontrarse un núcleo común a todos
ellos, existen diferencias importantes, como queda reflejado en el
debate mantenido en los años setenta entre Habermas y Noelle-
Neumann sobre el concepto de opinión pública.
Asi como J. Habermas (1962) está más en la línea de una
concepción jurídico-política de la opinión pública (concepto que, al
entender de Noelle-Neumann, es inventado y racionalizante y que no
puede ser demostrado por métodos empíricos de observación)112,
N. Luhmann. como hemos visto anteriormente, reduce el concepto a
un conjunto de temas que simplifican la complejidad social y que los
ciudadanos, por acción de los medios o del poder, toman como lugar
común de referencia y orientación. Aunque la opinión pública pierde
en este autor toda connotación ideológica y valorativa, cumple una
función política importante de conexión e integración entre los
ciudadanos. Noelle-Neumann, en cambio, más pragmática y realista,
no se detiene tanto en la descripción de una opinión pública posible,
sino que registra los estados de opinión tal como se muestran en la
realidad. La opinión pública recupera en esta autora el sentido
cultural y subjetivo que dieron los primeros teóricos (Rousseau,
Locke) a este concepto en relación al concepto de imagen pública y
de clima de opinión.
La opinión pública, en primer lugar, guarda relación con el
concepto de imagen, honor, opinión o reputación (Maquiavelo,
Davenant, Defoc), una concepción que enlaza con el sistema de
valores, tradiciones y costumbres de una comunidad (Glanwill,
Locke, Rousseau) y que, al final, actúa como control social (Ross).
«Nadie -decía Locke- - puede vivir en sociedad bajo el constante
disgusto y mala opinión de sus familiares y aquellos con los que
convive. Es una carga demasiado pesada para el sufrimiento
humano»125. Y, en segundo lugar, la opinión pública implica la idea
de percepción. Las personas —decía Hume— tienen tendencia a
observar las opiniones de los demás para no sentirse aislados de su
entorno y, trasladando esta observación al terreno político, llegará a
afirmar que «todos los gobiernos descansan en opiniones».
Madison, más tarde, comentando esta frase añadirá que, si es
verdad que todos los gobiernos descansan en la opinión, no es
menos verdad que la opinión de un individuo se traduce en
comportamiento cuan-do percibe que son muchos los que piensan
como uno mismo. Resumiendo el pensamiento de todos estos
autores, Noelle-Neumann concluirá que el hombre tiene «el don de
percibir con gran sutileza el desarrollo de las opiniones de su
ambiente» y citando a Rousseau definirá la opinión pública como
aquello que en la esfera de la controversia puede uno expresar
públicamente sin quedarse aislado124.
Será este miedo al aislamiento el que despierte en la población el
mecanismo psicosocial denominado por Noelle-Neumann, «espiral
del silencio». Ante la alarma que produce toda situación conflictiva,
los individuos tienen dos posibilidades: o subirse al carro del
vencedor, mostrándose más expresivos y seguros de sí mismos
porque sintonizan con la mayoría, o al perder terreno sus ideas,
ocultarse en el silencio y el ostracismo. Es aquí, precisamente,
donde se distancia del concepto habermasiano de «opinión pública
crítica», al definirla como aquella opinión que puede expresarse en
público sin temor a quedar aislado, rompiendo con un concepto
restringido de opinión pública y ampliando este concepto a otros
objetos distintos de los políticos125.
E. Noelle-Neumann, en el artículo «Public Opinión and the
Classical Tradi-tion: A Re-evaluation» (1979), resume algunas
conclusiones que han llevado a cierta confusión sobre el concepto
que estamos tratando. En primer lugar, el tér-mino «público» se lia
entendido normalmente en un sentido jurídido-político, como
sinónimo de «asuntos públicos» o «interés público», cuando en
realidad pueden existir otros puntos de vista como, por ejemplo, el
tratamiento que pueda hacerse desde la esfera psicosocial (tribunal
de juicio y control social), tal como fue explicado por Locke, Hume,
Rousseau, Tocqueville o Ross. En segundo lugar, el temor al
aislamiento lleva al individuo a un compromiso entre sus propias
inclinaciones y las tendencias dominantes que observa en el
ambiente. Allí donde se detecte este compromiso, podemos suponer
que estamos tratando una situación de opinión pública. En tercer
lugar, la expresión «opinión pública» se refiere tanto a opinión como
a comportamiento (Allport). En cuarto lugar, se debe distinguir
cuidadosa-mente entre «opinión pública» y «opinión publicada». En
quinto lugar, las distribuciones frecuenciales de respuestas a una
encuesta no son expresión de opinión pública, entre otras razones
porque el elemento «público» está ausente. Y, final-mente, el
término «opinión pública» no puede quedar restringido a ciertas
materias o a las opiniones de personas especialmente
cualificadas126.
La teoría de la espiral del silencio, en algunos aspectos, ya había
sido tratada anteriormente bajo expresiones como «ignorancia
pluralista», «mayoría silenciosa» o efectos del «vagón de cola», pero
será la autora alemana, en diferentes artículos (1973,
1974,1977,1978, 1979, 1983) y más adelante en su libro La espiral
del silencio (1995), quien exponga desde un punto de vista histórico,
crítico y doctrinal una nueva visión de los efectos de los medios y
una nueva explicación de la formación de la opinión pública. Por un
lado, estudiará la formación de la opinión pública dentro del proceso
de la comunicación política, por otro, extenderá el concepto de
opinión pública a fenómenos distintos de los políticos y, finalmente,
recuperará los hallazgos de la psicología social al estudio de la
opinión pública, cuando, por ejemplo, traslade al ámbito de lo público
el modelo de presión, ajuste o conformidad que ejercen unas
personas sobre otras cuando forman parte de un grupo o una
colectividad. Ahí están los experimentos de M. Sherif (1936), de S.
Asch (1951) o de R. S. Crutchfield (1955) sobre la tendencia que
tiene el individuo a adaptarse al grupo.
Se sumará, como otros muchos, a las nuevas corrientes sobre el
estudio de los efectos de los medios de comunicación y apoyará la
vuelta al poder de los medios, tal como queda recogida en el décimo
Congreso de la AIERI, de 1976: «Después de tres décadas de
rechazo continuado de la idea de poder de los medios de
comunicación de masas, la Conferencia recibió una serie de
informes insistiendo en que tal vez debiéramos retornar a la idea de
la poderosa acción de tales medios, si bien no a la anterior y
convencional concepción de influencias y efectos de índole directa. A
lo que se tendía era, más bien, a concentrarse en el analisis del
indirecto y sutil modo en que los medios conforman nuestra
recepción del ambiente»127. Y, aunque reconoce que en la etapa
anterior se consiguieron grandes avances con la hipótesis del
refuerzo y la percepción selectiva, criticará y revisará su
metodología, los planteamientos teóricos y los objetivos buscados en
la investigación.
La metodología que utilizan puede ser válida para medir efectos
directos, de tipo persuasivo y a corto plazo, pero se muestra a todas
luces insuficiente para medir efectos más amplios, sutiles e
indirectos que repercuten a largo plazo en el clima de opinión y en la
formación de la opinión pública. La ley de la percepción selectiva,
por ejemplo, se ha mantenido como un dogma a lo largo de dos
décadas, sin apenas mencionar su ley complementaria; «cuantas
menos posibilidades tenga la percepción selectiva, mayor será el
efecto de los medios de comunicación sobre la opinión»128. Y las
pruebas de laboratorio se han mostrado incapaces de medir el
impacto de las comunicaciones, porque han quedado excluidos
desde el principio «factores decisivos del impacto» del contenido de
los medios, como la omnipresencia y la acumulación.
También Noelle-Neumann critica la falta de una teoría que haya
orientado ade-cuadamente la investigación. Las teorías de rango
medio utilizadas por Lazarsfeld, Merton, Rerelson y otros, apenas si
tienen en cuenta las normas y valores del ambiente o, simplemente,
el clima de opinión. Estudios como los de G. Gerbner y L. Gross
(1976), confirman que el efecto de la televisión no debe medirse
simplemente por las modificaciones inmediatas del comportamiento,
sino también por el grado en que está influyendo en las opiniones
sobre la realidad'30.
Finalmente, los autores del paradigma dominante creyeron tener
bien orienta-dos los objetivos de la investigación al centrarse en la
exposición y percepción selectiva, el reforzamiento y el cambio de
opinión, cuando —al entender de la autora citada— olvidaron
aspectos más importantes como el estudio de la consonancia o
coincidencia de los diferentes medios en la presentación de sus
mensajes, la acumulación, como consecuencia de la publicación
periódica de los medios y la omnipresencia, resonancia o conciencia
de lo público (ÚJfentlichkeitseffekt) ante el impacto que producen los
medios en la creación del espacio público. Además, por razones
perfectamente explicables, la mayor parte de los estudios se
centraron en la prensa y en la radio.
Aparte de estas criticas, dedica una especial atención a tres
temas: el clima de opinión, la selectividad que producen los medios,
y la percepción del entorno por parte de cada sujeto.

1)En cuanto a medios de comunicación, y en especial la


televisión, entre los muchos efectos se pueden citar el de crear clima
de opinión y hacer creer a la gente que la imagen que difunden es un
fiel reflejo de la realidad. Son muchos los mensajes que llegan al
espacio público, algunos pasan a formar parte del clima de opinión y
si logran captar la atención de los receptores, los medios estarán
contribuyendo de una manera «sutil, indirecta y a largo plazo» a la
formación de la opinión pública. La secuencia sería la siguiente:
opinión pública «- clima de opinión «— espacio público informativo *
— medios de comunicación.
El clima de opinión suele ser complejo, externo al individuo y
envolvente, alude a algo exterior al individuo que lo rodea completa y
fatalmente y que, por su naturaleza y variabilidad, influye al máximo
en su interioridad, a pesar de su condición foránea1". Como veremos
más adelante en los ejemplos electorales investigados por esta
autora, en el proceso de formación de la espiral del silencio, las
personas suelen hacer todo lo posible por evitar el aislamiento, el
desprecio o el desdén y subirse al carro de la «popularidad,
simpatía, estima y respeto» de lo que se cree opinión mayoritaria o
corriente dominante del momento. Buscan el arropamiento del clima
de opinión.
2)1.a teoría de la espiral del silencio mantiene una estrecha
relación con la teoría de la fijación de la agenda y/o tematización. De
todos los medios de comunicación, la televisión es el más importante
y el que tiene mayor poder reductor de la capacidad selectiva de la
audiencia. Las razones de esta reducción se encuentran en la
existencia de un pequeño número de canales de televisión, en las
escasas diferencias que aparecen en los informativos políticos, en la
facilidad con que el usuario de televisión —interesado o no en la vida
política— acepta seguir exponiéndose a una información disonante y
en las facilidades de comodidad y esfuerzo que da la televisión para
ver todo lo que ofrece.
Por otro lado, los medios de comunicación y los periodistas en el
mundo democrático, pluralista y con libertad de información, tienen
tendencia a lo que Noelle-Neumann llama la consonancia irreal. Es
un fenómeno que en cierto modo ya denunció W. Lippman (1922) al
hablar del carácter restrictivo y convergente de la información por el
uso estereotipado que hacen los periodistas de la misma, como
consecuencia de la economía técnica de la percepción y la
comunicación. La consonancia real es aquella que suele darse en
países de signo autoritario con un fuerte control de la información,
mientras que la consonancia irreal obedece a una serie de «factores
que provocan y consolidan esta uniformidad abstracta de imágenes
del público» hasta llegar a la consonancia. Los factores tendrían
relación con los criterios coincidentes de éxito, la tendencia unánime
de los periodistas a la autoafirmación, la dependencia de fuentes
comunes de información, la influencia reciproca entre unos medios y
otros y la existencia de intereses comunes y parecidos en buscar la
aprobación del jefe o del compañero. Si se demuestra la existencia
de esta consonancia (unida a la omnipresencia y la acumulación)
entre medios y periodistas y se acepta la minoración en la capacidad
selectiva del televidente, los medios recuperarán el poder que se Ies
dio en un principio y conseguirán todo tipo de efectos: directos e
indirectos, manifiestos y latentes, persuasivos y cognitivos, a corto y
a largo plazo, sutiles y acumulativos sobre la audiencia y sobre el
ambiente, etc.
3) En tercer lugar, está la percepción del ambiente o entorno que
rodea a cada persona. Suele ser habitual en las encuestas de
opinión (especialmente electorales) incluir dos tipos de preguntas:
una, sobre intención de voto, que quedaría reflejada en una
distribución de opiniones y una segunda pregunta sobre presunto
partido ganador (preelectoral) o partido al que votó en las elecciones
anteriores (postelectoral) para detectar la presión del ambiente sobre
el punto de vista personal. En la mayor parte de las encuestas se
observa una diferencia de puntos que oscila entre 5 y 20, favorable
siempre a la imagen que uno se hace de la opinión mayoritaria o
ganadora. Esta situación encuentra una explicación psicológica en la
tendencia que tienen las personas de estar al corriente de las
opiniones dominantes, de reducir las disonancias con el entorno y de
evitar, en lo posible, el aislamiento.
Noelle-Neumann utilizó material de encuesta (del Institut fiir
Demoskopic Allensbach) y análisis de contenido sobre prensa e
informativos de televisión, centrando sus investigaciones en temas
controvertidos de la vida política y social ale-mana, como la pena de
muerte, el uso del alcohol en la conducción, el castigo en la
educación infantil, los tratados con los países del Este, problemas
sobre el paro y la percepción del proceso electoral. En la mayor
parte de los casos, las posiciones reales de la población estaban
más o menos equilibradas, pero la actitud de los medios de
favorecer unas posiciones sobre otras generaba un clima de opinión
que en la población era percibido como opinión mayoritaria. Era la
opinión pública. Por el contrario, aquellos que disentían de la opinión
publicada y dominante, se escondían en el silencio y en la
percepción subjetiva de ser minoría. «Esta falsa impresión —dice—
sobre las proporciones reales de fuerza motiva a su vez a otras
personas a asociarse con las primeras y a los partidarios del lado
opuesto a replegarse al silencio. Esto puede continuar como un
proceso en espiral hasta que la prioridad de la primera queda
establecida, lo que denominamos precisamente con la expresión
espiral del silencio»1*2.
Un ejemplo del estudio y comprobación de la espiral del silencio y
su relación con el clima de opinión se encuentra en los trabajos
realizados con motivo de las campañas electorales alemanas de
1965, 1972 y 1976. En estos estudios se pretende analizar las
relaciones existentes entre la tendencia de voto y la percepción

que los sujetos tienen del clima político, comprobando que entre
ambas se produce un desfase importante. La espiral del silencio (o el
desfase) se produce porque una de las tendencias recibe mayor
apoyo público y éste viene principalmente de la acción de los medios
de comunicación (consonancia). En la campaña electoral de 1965,
por ejemplo, la tendencia de voto a los dos partidos mayoritarios no
superaba la diferencia de 10 puntos (favorable a CDLJ/CSU). Sin
embargo, a medida que se iban acercando las elecciones las
distancias iban aumentando (también a favor de CDU/CSU) hasta
alcanzar una diferencia superior a 30 puntos. La visita de la reina de
Inglaterra y la campaña de Erhard crearon ese ambiente favorable
para la coalición CDU/CSU Algo parecido sucedió en las elecciones
de 1972, pero, en este caso, a favor del SPD.
En las elecciones de 1976, en cambio, se detecta, además, la
existencia de un doble clima de opinión. Las elecciones se celebran
en septiembre y ganará la coalición socialista/liberal. Hasta el mes
de junio el clima de opinión era favorable a la coalición
conservadora, pero a partir de este momento, el clima se invierte y
se vuelve favorable a los presuntos ganadores, pero no en la
proporción que hubiera podido esperarse. La existencia de un primer
clima de opinión haría referencia al porcentaje mayoritario que
presume ganador hasta el mes de jumo a la coalición conservadora,
mientras que el segundo se apoyaría en el aumento que sufre la
coalición socialisla/liberal a partir del mismo mes hasta las
elecciones. Noelle-Neuman fundamenta la razón de este cambio de
clima en el apoyo que desde el principio de la campaña dieron los
medios y los periodistas a la coalición ganadora, apoyo que tendrá
una influencia especial en aquellos que se exponían intensamente a
la televisión133.
La teoría de la espiral del silencio, dicen D. McQuail y S. Windhal,
se apoya en el «juego recíproco entre la comunicación colectiva, la
comunicación interpersonal y la percepción que un individuo tiene de
su propia opinión frente a otras opiniones, dentro de la
sociedad»134. Devuelve a los medios el poder que en un principio
se les había atribuido, especialmente a la televisión, intenta
demostrar que cuando funciona la consonancia (junto a la
omnipresencia y acumulación) se aminora la percepción selectiva,
introduce en la teoría mecanismos psicológicos que explican la
tendencia que tiene todo individuo a sumarse a la corriente
mayoritaria, distingue entre la autopercepción y la percepción del
ambiente y, finalmente, explica que cuando un individuo sintoniza o
recibe el apoyo de su medio ambiente, lo tiene más fácil para
expresar sus ideas, mientras que aquellas personas que mantienen
puntos de vista disonantes con la corriente mayoritaria o pública, lo
tendrán más difícil para expresar sus opiniones, ocultándose en el
silencio.

De todas las teorías citadas hasta el momento, además de


situarse en el ámbito de la comunicación política, la teoría de la
espiral del silencio pretende explicar directamente la formación del
espacio público, el clima de opinión y la opinión pública, amén de
todos aquellos factores comunicativos, psicosociológicos y políticos
que intervienen en su formación. Su concepción de la opinión pública
es integradora, añadiendo a las últimas corrientes una visión
antropológica y cultural olvidada desde hace tiempo. Reconocerá las
dificultades para dar una definición de opinión pública, pero
reclamará en el concepto la idea de «poder del ambiente», el «clima
de opinión» de Glanwill, la «ley de la opinión» de Locke, la «opinión
pública» de Rousseau y la idea de «control social» de E. A. Ross.
Anteriormente hacíamos referencia a algunas teorías que habían
servido de precedente a la espiral del silencio y, entre ellas,
citábamos la «ignorancia pluralista» o «ignorancia generalizada».
Esta teoría, que tiene sus precedentes en F. H. Allport (1924), R. L.
Schanck (1932) y R. K. Merton (1949), es definida por D. Krcch, R.
S. Crutschfield y E. L. Ballachey como aquella condición «en la que
los miembros de un grupo piensan incorrectamente que todos los
demás del grupo mantienen una cierta actitud, mientras que ellos no
la mantienen»135. En el estudio de Schanck, se comprobó la
disonancia entre la presión del clima de opinión (las normas
dominantes de la Iglesia metodista, que prohibía fumar, jugar y
beber) y el comportamiento individual (que no respetaba las normas
de la iglesia), aunque en la mente de todos (como quedó recogido en
los cuestionarios y entrevistas) predo-minaba el recto cumplimiento
de las mismas por la mayoría. Merton, haciendo referencia a la
«ignorancia pluralista» de Allport, la describe como aquella situación
en que los miembros individuales de un grupo suponen que están
virtualmente solos en sustentar las actimdes y expectativas sociales
que practican, ignorando que otros las comparten en privado136,
distinguiendo, un poco más adelante, dos tipos de ignorancia:
aquella que infundadamente supone que ciertas actitudes y
expectativas no son compartidas por nadie y aquella, también sin
fundamento, que supone que son compartidas por todos137.
La idea de la «ignorancia pluralista» vuelve a ser recuperada en
los trabajos de H. O'Gorman (1975, 1976, 1979 y 1980), publicados
principalmente en la Revista Public Opinión Quarterly (n.M 39,40 y
43) y referidos a problemas raciales. La «ignorancia pluralista» de
O'Gorman es utilizada para describir aquellas situaciones
mantenidas realmente por una minoría como si fueran posiciones de
la mayoría. D. G. Taylor, citando de paso la teoría de la «percepción
espejo» (¡ooking-glassperception o tendencia en la gente a creer que
los demás piensan como uno mismo), relaciona la «espiral del
silencio» con la «ignorancia pluralista».
La teoría de La espiral del silencio —según este autor— se
muestra como una profecía que se cumple a sí misma, al existir
relación entre la posibilidad de expresar opiniones y la percepción de
formar parte de la mayoría, mientras que la igno-rancia pluralista se
centra en el grado de corrección de las percepciones de las
personas en un determinado ambiente. El mayor descubrimiento de
estos estudios nos dice que las percepciones no son
necesariamente correctas y que es difícil encontrar correlación entre
las opiniones de los demás y las de uno mismo.
Las hipótesis13* que Taylor formula en su investigación, dos
hacen referencia a la espiral del silencio (hipótesis A y B), dos a la
ignorancia pluralista (C y D) y una quinta hipótesis, E, que supone
como ciertas las hipótesis A y D. En la «espiral del silencio» se
plantea un problema de percepción del ambiente y la repercusión (en
forma de expresión o de silencio) que tendrá para el individuo,
mientras que en la «ignorancia pluralista» lo que se analiza es el
grado de concordancia entre lo que uno piensa y lo que piensan los
demás, así como las consecuencias que esta certeza tiene sobre los
niveles percibidos de respaldo público a determinadas opiniones.
7. EL ENTORNO POLÍTICO DE LA OPINIÓN PÚBLICA

I. EL SISTEMA POLÍTICO, EL SISTEMA DE PARTIDOS Y EL


SISTEMA ELECTORAL COMO CONDICIONANTES DE LA
OPINIÓN PÚBLICA

Durante más de siglo y medio la opinión pública encontró su


mejor elaboración teórica y justificación práctica junto a las ciencias
jurídico-políticas, el desarrollo del régimen de opinión, la actividad de
los partidos políticos y la puesta en práctica de los distintos sistemas
de representatividad. Es la visión instituciona-lista de la opinión
pública que dominó desde sus orígenes hasta el período de entre
guerras y que fue interpretada, principalmente, como un concepto
jurídico y político. Hermán Heller, por ejemplo, en 1947, todavía
seguía entendiendo «como verdadera manifestación de la opinión
pública la manifestación de la voluntad política»' y E. Fraenkel (1957)
y G. Leibholz (1958), según J. Habermas, serán buenos exponentes
de esta visión institucionalista. Fraenkel, por ejemplo, equipara
opinión pública con el sector dominante en el parlamento, y para
Leibholz, al hacer coincidir la voluntad de los partidos con la voluntad
activa de los ciudadanos, el partido en cada caso más votado será el
que mejor represente la opinión pública2. Por eso no es extraño
encontrar entre los numerosos escritores que hablan de opinión
pública durante el siglo xix que ésta se articula principalmente a
través de la prensa, los grupos de presión, los partidos políticos y el
sufragio. Los acontecimientos que se suceden en torno a las dos
guerras mundiales, el peso de los medios de comunicación en la
sociedad, las nuevas técnicas de persuasión y de medición y las
aportaciones de la psicología social, la sociología y las ciencias de la
comunicación traerán una visión más amplia, distinta y convergente
que complementará, aunque no anulará, la interpretación que fue
mayoritaria durante el siglo xix.

1) De las distintas clasificaciones que la teoría política ha dado


sobre regímenes y sistemas políticos, nos interesa destacar aquí
aquella que sitúa a todos en la dimensión democrático-autoritaria.
Todos los regímenes que se han dado a lo largo de la historia
pueden posicionarse en una u otra parte del continuo, reconociendo,
sin embargo, que hasta principios del siglo xix los sistemas
dominantes han sido los de signo autoritario y, en numerosas
ocasiones, los sistemas autoritarios duros (dictaduras y tiranías).
Esto explica que el concepto y la realidad de la opinión pública no
haya aparecido en la historia hasta que no se dieran las condiciones
mínimas para la expresión y la contestación pública. Históricamente
esto sucedió en el siglo xvin y, formalmente, a partir del siglo xrx.
Ya hemos hablado en un apartado anterior del Régimen de
Opinión como aquel régimen que surge y se desarrolla al amparo de
la democracia formal. La democracia, como sistema político,
reconoce y protege numerosos derechos y libertades y, cuando
hablamos de opinión pública, subrayamos como importante la idea
de soberanía, los derechos de opinión y expresión públicas, la
participación en la elección de los gobernantes y el control de las
acciones de gobierno y el reconocimiento implícito y real del
importante papel que juega la opinión pública en el equilibrio de
poderes. Los doctrinarios del siglo pasado la incluyeron entre los
pesos y contrapesos que deben llevar al equilibrio político,
Maquiavelo dejó escrito en El Príncipe que los gobernantes deben
gozar del favor popular para mantenerse en el poder y los usos que
los gobiernos han hecho de las encuestas de opinión confirman que
la opinión pública ocupa un espacio importante en la esfera pública
y, en concreto, en la esfera del poder.
La opinión pública nos remite a esa parte de los ciudadanos
informados, conscientes y activos que quieren intervenir en la cosa
pública y ha sido tan importante a lo largo de dos siglos la atención
que le han prestado los gobiernos democráticos que esta atención
se ha extendido, por lo menos en sus formas, hasta los Estados
totalitarios. La opinión pública se ha hecho un hueco en todos los
países del mundo, pero más y mejor en los países democráticos. Por
eso decimos que el lugar natural de la opinión pública se encuentra
en la democracia. Éste es el sistema que, en teoría o por
aproximación, hace posible el respeto al individuo y al pueblo, a la
conciencia individual y a la conciencia pública, posibilita la educación
para todos y la libertad de información, el pluralismo político y la
circulación de ideas, la libertad de opinión y de expresión, la
participación y responsabilidad públicas y un sinfín de condiciones
que sitúan al hombre y la sociedad por encima del Estado o de
cualquier otra forma de superestructura.
Sin embargo, habría que hacer alguna distinción entre la
democracia (como) ideal y la democracia real o formal. Las
declaraciones de derechos, tanto la francesa como la
norteamericana y, más tarde, la Declaración Universal de los
Derechos Humanos, son declaraciones de intenciones que, más
tarde, las Constituciones democráticas recogerán en forma de ley.
Aun admitiendo su carácter obligatorio —que lo que dice la ley ha de
cumplirse— la historia de las democracias nos recuerda las
conquistas y los numerosos avances en derechos y libertades, pero
también nos habla del techo democrático, del enquistamiento de la
cultura política, del cinismo político, de los guiños que hacen
frecuentemente los gobernantes añorando formas autoritarias de
regímenes pasados (autoritarios), de los intentos

de control, censura y manipulación del ciudadano en general y de


aquellas instancias críticas relacionadas con el ejercicio de las
libertades públicas y un sinfín de detalles que siguen confirmando la
gran distancia existente entre la sociedad civil y la sociedad política,
entre los ciudadanos y el poder. Como ejemplo, recordamos una de
las últimas teorías de la opinión pública —la teoría de la tematización
de N. Luhmann— que vacía este concepto de contenido,
racionalidad y actividad para convertirlo en un rótulo o referente que
entretiene a la gente, contribuyendo de esta manera al
mantenimiento del orden y el control de una sociedad que se
muestra compleja, complicada y con cierta inclinación al caos. El
régimen de opinión ya no se fundamenta en los ciudadanos o
públicos informados, críticos e influyentes en la esfera de poder —
aquella clase media que expresaba sus puntos de vista a través de
la prensa, los partidos políticos y las elecciones-—, sino en el
seguimiento que hacen los ciudadanos de la «estructura temática de
la comunicación» ofrecida por las estructuras de poder y la
comunicación.
Abundando un poco más en esta idea, W P. Davison, en 1968, se
hacía eco de los estudios que intentan destacar la influencia y la
eficacia de la opinión pública sobre el gobierno, pero dejaba también
entrever la otra cara de la moneda, los esfuerzos que han hecho
todos los gobiernos del mundo por influir en la opinión pública. La
publicidad, la propaganda, la censura y las técnicas de manipulación
han estado presentes en todos los gobiernos, aunque esto se ha
dejado ver con mayor claridad y descaro en los gobiernos de signo
totalitario.

2) Los partidos políticos entran en la historia en el período


comprendido entre el último tercio del siglo xviii y la primera mitad
del siglo xix y a lo largo de estos dos siglos de existencia se han
ocupado principalmente de articular la vida política, representar los
intereses de los ciudadanos, seleccionar las élites políticas,
organizar los procesos electorales y legitimar las respectivas formas
de dominación.
Para unos —teorías institucionales— los partidos surgen como un
efecto natural y necesario del desarrollo de las instituciones
representativas, principalmente, el sistema parlamentario y el
sistema electoral; para otros —teorías de crisis— los partidos
emergen principalmente de las situaciones de crisis y rupturas que
se dan en la sociedad y el Estado moderno. K. von Beyme, por
ejemplo, destaca la influencia del componente ideológico en estas
crisis, especialmente asociado al surgimiento de nuevos Estados
(partidos nacionalistas), a las quiebras de legitimidad (monárquica) y
al hundimiento de democracias parlamentarias como las de Italia,
1922; Alemania, 1933; Austria, 1935; España, 1936; Portugal, 1926,
y Grecia, 19676. Rokkan, sin embargo, sitúa el origen de los partidos
políticos en una serie de cleavages escalonados que posibilitan el
desarrollo del Estado nacional: los enfrentamientos entre el centro y
la periferia (partidos centralistas vs. regionalistas), los intentos de
dominación de las estructuras eclesiásticas sobre las estructuras
políticas (partidos laicos vs. confesionales), el auge de la ciudad
frente al deterioro y escaso peso del campo (partidos campesinos), y
la escisión entre el mundo del trabajo y el del capital (partidos de
clase). Finalmente —teorías de la modernización— están aquellos
que ven el origen de los partidos en variables asociadas a la
modernización como la ampliación del derecho de sufragio, los
avances en la lucha contra el analfabetismo y el crecimiento de la
ciudad.
Se acepte una u otra teoría, en parte o todas a la vez, el hecho es
que los partidos políticos desde mediados del siglo pasado han
desempeñado y siguen desempeñando un papel fundamental en la
articulación de la vida política y social. Aunque son muchas las
organizaciones, instituciones, grupos de presión, medios de
comunicación, etc., que median entre la sociedad y el Estado, los
partidos políticos constituyen por excelencia los mejores
interlocutores entre el ciudadano y el poder político. «Son aquellas
asociaciones voluntarias perdurables en el tiempo, dotadas de un
programa de gobierno de la sociedad en su conjunto, que canalizan
determinados intereses sectoriales [...] y que aspiran a ejercer el
poder político o a participar en él.
Cuando hablamos de las relaciones entre el sistema social y el
sistema político, de la esfera privada con la esfera pública, de las
conexiones entre la sociedad y el poder político y de los gobernantes
con los gobernados, estamos haciendo referencia al proceso de
comunicación política. Son muchas las formas que pue-den definir
este proceso, pero entre las más importantes pueden citarse
aquellas que se realizan a través de la constitución y de las leyes,
cuando actúa directa-mente el ciudadano frente a la administración
pública, movilizando la opinión pública, a través del defensor del
pueblo, usando métodos científicos como las encuestas de opinión,
participando en el sufragio en sus distintas modalidades, a través de
los medios de comunicación, campañas electorales, grupos de
presión, asociaciones, instituciones y organizaciones, pero,
especialmente, a través de los partidos políticos.
Los partidos políticos, además de desempeñar las funciones de
socialización política, legitimación del sistema político, reclutamiento
y selección de élites, organización de las elecciones y organización y
composición del parlamento, tienen las funciones de representación
de intereses y movilización de la opinión pública. Difícilmente pueden
escaparse a los ciudadanos estas dos funciones en los
acontecimientos y días que rodean unas elecciones y su campaña
electoral. Los partidos, movidos por el objetivo de captar el máximo
de votos, se presentan ante el ciudadano como el grupo más
sensible y más capacitado para conectar y solucionar los problemas
y aspiraciones del máximo de la población. Allí donde hay un
problema, especialmente si éste tiene resonancia pública, allí se
hace presente el partido. Sus mensajes no lo son tanto de
información, sino de propaganda, con el objetivo de reforzar las
opiniones de aquellos que le son fieles, crear una opinión pública
favorable o de poner de su parte a los indecisos. Todo esto no sería
posible, especialmente en los efectos a largo plazo, sin la ayuda de
los medios de comunicación. De ahí la importancia de la
convergencia entre la agenda política (de ciertos partidos políticos) y
la agenda de los medios (con ciertos medios de comunicación).
Cuando nos referimos a la opinión pública y a su peso o
presencia en las esferas del poder, debemos considerar tres planos:
el de los ciudadanos, el de los partidos y el del parlamento. A través
de las encuestas de opinión, por ejemplo, podemos conocerlas
preferencias políticas de los ciudadanos y ubicarlas en una escala
(escalas de autoubicación ideológica) con los porcentajes
correspondientes a cada uno de los valores escalares y, a través de
los resultados electorales, su representación en las esferas del poder
(presidencia o parlamento). También, a través de las encuestas, los
ciudadanos pueden ubicar a cada uno de los partidos políticos en el
mismo continuo izquierda-derecha y comprobar si los partidos que
se presentan a las elecciones completan todos los valores del
continuo, dejan muchos espacios en blanco o si si se produce algún
tipo de desfase entre la ideología de un partido y la percepción que
el ciudadano tiene de la misma. Finalmente, los resultados
electorales, mediados por la ley electoral, nos indican tanto la
composición del parlamento, la presencia de partidos políticos que
consiguen representación y la cantidad de escaños asignados a
cada grupo, como el grado de semejanza entre el mapa
parlamentario y el mapa de las opiniones y voluntades de la
población. Todo esto nos pone de manifiesto las dificultades que
existen en la democracia formal para articular la opinión pública y
encontrar la representación adecuada en el parlamento a través de
los filtros partidistas. Es en ese afán de máxima representación
donde encontramos precisamente una de las razones que justifican
el nacimiento del populismo (liderazgo político) y la existencia de
partidos «atrapatodo»". Las nuevas formas de comunicación política
supeditadas a la creación de imagen, la fuerte competencia entre
partidos políticos, el ensalzamiento de la figura del líder, el fenómeno
de la desideologización tanto en los partidos como en los
ciudadanos, la disolución del concepto de clase por el de capa
estamento o población, la constante apelación a lugares, tópicos y
soluciones comunes, y el aumento de los indecisos registrados
repetidamente por las encuestas de opinión (no saben/ no
contestan), son algunas causas que llevan a los partidos
(especialmente los mayoritarios) a olvidar que son «parte» del
«todo» político, a utilizar distintas «técnicas y artes» para conseguir
el máximo de votos y acceder finalmente al poder.

3) El miedo que ha imperado en los legisladores para incluir la


expresión «opinión pública» en las leyes fundamentales no ha
impedido que, tanto la teoría como la práctica política, hayan
contemplado el hecho del sufragio como una de las formas de
expresión de la opinión pública, especialmente en la votación de
referéndum (democracia semidirecta). Esta fue la idea que dominó a
lo largo del siglo xix y, aunque los medios de comunicación se han
convertido en el espacio público por excelencia para dar publicidad a
ciertas opiniones, el uso del sufragio sigue siendo un medio válido de
expresión. En períodos regulares de tiempo el uso del sufragio no
sólo nos lleva al conocimiento de la voluntad del pueblo, sino a la
expresión formal de la opinión en temas fundamentales para la vida
pública como pueden ser la elección de representantes públicos o la
opinión manifestada en un referéndum sobre un tema de capital
importancia para la sociedad. Ésta es la grandeza de la democracia
entendida como aspiración: acercar en lo posible las estructuras del
poder político a las estructuras de la sociedad civil para que las
opiniones y deseos de la población encuentren respuesta adecuada
en la voluntad de los gobernantes10.
No vamos a entrar aquí en la descripción técnica del
funcionamiento, condiciones y características del sistema electoral,
pero si detenernos en los usos y significados del sufragio con
relación a la representación de las corrientes de opinión. Las
condiciones que acompañaron los primeros usos del voto en el siglo
xix estaban dominadas por la idea de gobernabilidad, representación
limitada del pueblo y por la llegada al poder de la burguesía liberal.
Por ello, una parte importan-te de este siglo estuvo dominada por la
idea del sufragio censitario y el principio mayoritario de
representación. La presión de las ideas radicales, socialistas e,
incluso, imperialistas1unida al deseo de las masas por participar más
en la vida polí-tica, forzaron poco a poco el camino hacia el sufragio
universal.

La igualdad de todos los ciudadanos ante la ley proclamada en


las Declaraciones de Derechos y recogida en las constituciones dio
paso lentamente a la eliminación de barreras como las de propiedad,
pago de impuestos, cultura, educación, edad y sexo hasta conseguir
de hecho la igualdad política de todos los ciudadanos. Si la
Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano francesa
(1789) proclamaba en su primer artículo que «los hombres nacen y
permanecen libres e iguales en derechos», Francia, como ejemplo,
no reconocerá la igualdad política entre el hombre y la mujer
(sufragio universal masculino y femenino) hasta 1945. A pesar de la
tardanza producida en numerosos países, el voto femenino, sin
embargo, empezará a ser reconocido en Estados como el de
Wyoming (EEUU) en 1869 y posteriormente en Nueva Zelanda
(1893), Australia (1902) y Finlandia (1906) y el sistema proporcional,
después del debate planteado en la segunda mitad del siglo xix
(Andrae, Haré, Stuart Mili, Bagehot, D'Hondt, Hagenbach-Bischoff,
Guyot), finalizada la Primera Guerra Mundial se implantará
rápidamente en países como Holanda, Bélgica, Suecia, Noruega,
Alemania, Italia, Dinamarca o Finlandia.
Pero esto no quiere decir que la participación política se agote en
el sufragio universal o que la representación se exprese mejor en el
sistema proporcional que en el mayoritario. Como dicen los expertos
y enseña la práctica política hay otras muchas formas (algunas por
desarrollar) de participación política y, en cuanto a la representación,
tanto el principio proporcional como el mayoritario pueden ofrecer
ventajas como inconvenientes. Por ejemplo, se suele decir a favor
del sistema mayoritario que es un sistema sencillo de aplicar, que
produce un mayor acerca-miento entre el elector y el candidato y que
disminuye la influencia partidista; en cambio, a favor del sistema
proporcional se destaca su mayor equidad, una mayor
representación de ideas y partidos en el parlamento y mayor
honestidad al no existir segundas vueltas y evitar pactos
comprometedores. Por contra, los inconvenientes al sistema
mayoritario le pueden venir de la injusticia en la representación, de la
posible venta de votos ante la imposibilidad de conseguir
representación y de la constitución de feudos electorales; y, al
sistema proporcional, de la excesiva dependencia que el votante
tiene del partido y de favorecer la fragmentación y conflictividad entre
los distintos grupos políticos.
Sin embargo, estas y otras observaciones deben tomarse con
cierta prudencia. Por ejemplo, el sistema electoral español en la
elección de diputados acepta el principio proporcional tal como fue
explicado por D'Hondt. Este sistema intenta compaginar
gobernabilidad con representación, pero en sus efectos salen más
favorecidos los partidos mayoritarios a costa de los de menor
implantación, que en numerosos casos ni consiguen representación.
Y decir esto significa que muchas corrientes de opinión, deseos,
sentimientos e ideas no tienen representación en el Parlamento. La
excepción está en los partidos nacionalistas-regionalistas que, al

presentarse sólo en una zona del Estado, pueden convertirse en


mayoritarios en su Autonomía y, por tanto, conseguir la prima que
concede una circunscripción a los partidos más votados. Por
ejemplo, Unión de Centro Democrático, en 1977 y 1979, salió
favorecida en un 12,1 y un 13 por 100, respectivamente; el Partido
Socialista Obrero Español, en 1982, un 9,3, en 1986, un 8, en 1989,
un 10,1, y en 1993, un 6,7; el Partido Popular, en 1996, un 5,7 por
100; el Partido Comunista e Izquierda Unida, siempre han salido
perjudicados, mientras que el Partido Nacionalista, siempre
favorecido, y Convergencia i Unió, ligeramente favorecido.
Se acepte un principio u otro, lo que sí parece claro es que la
democracia, con la implantación del sufragio universal, se constituye
en un sistema de mínimos y que la imaginación, el interés, la
participación, la responsabilidad política y el buen hacer de las élites
políticas —la cultura política— podrán aproximar la democracia
representativa a la utopía del ideal democrático. Finalmente, de entre
las muchas funciones que se atribuyen a las elecciones, destacar las
funciones de «elevación de la conciencia política», «movilización del
electorado a favor de valores sociales, objetivos y programas
políticos» y «representación de opiniones e intereses de la
población».

II. CULTURA POLÍTICA Y POPULISMO

Antes de que J.-J. Rousseau utilizara por primera vez la


expresión opinión pública en 1750, Josepf Glanwill formuló en 1661
el concepto de clima de opinión para referirse al conjunto de ideas,
sentimientos y vivencias que una comunidad va acumulando con el
paso del tiempo y que sirven de soporte y referente de las opiniones
que en un momento dado saltan a la publicidad. El clima de opinión
guarda relación estrecha con los usos, costumbres y tradiciones,
está ubicado en la memoria colectiva y alimenta las corrientes de
opinión que afloran en una sociedad. Por ello suele decirse que el
clima de opinión está en la base del proceso de formación de la
opinión pública.
Si contemplamos la opinión pública como un sistema que
mantiene relaciones estrechas con otros sistemas del entorno, de
todos ellos debemos destacar la importancia del sistema cultural15
y, del conjunto de temas y elementos que lo integran, desviaríamos
la atención hacia el clima de opinión. La antropología cultural se ha
visto enriquecida en las últimas décadas con los estudios sobre
comunicación política y opinión pública, al centrar éstos su atención
en el estudio del clima de opinión como parte fundamental del
espacio público y del entorno cultural. La cultura política y su
investigación, por tanto, vuelven al primer plano de la mano de la
comunicación política como un efecto que se genera a largo plazo y
como resultado de la convergencia de numerosos factores. Enlaza
directamente con el clima de opinión, la agenda pública y la agenda
de los medios y, como concepto político, la opinión pública encuentra
en la cultura política su (un) marco natural de referencia.
El tema de la cultura política recibe su primer impulso en torno a
los años treinta en la Universidad de Chicago16, pero será en los
años cincuenta y sesenta, bajo la influencia de las teorías
funcionalistas de la acción social y las teorías conductistas del
aprendizaje17, cuando consiga su máximo desarrollo. Como
instrumento científico al servicio de la política comparada, intentará
explicar, entre otros temas, el hundimiento de sistemas democráticos
como los de Alemania, España e Italia en la década de los años
treinta, la cultura política de aquellos países que acceden a la
independencia a lo largo del siglo xx, los sistemas políticos actuales
en función de su tradición democrática o autoritaria y, en general, las
orientaciones políticas que mantienen los ciudadanos hacia los
llamados «objetos» políticos.
Cuando autores como G. A. Almond, S. Verba, L. Pye o G. B.
Powell hablan de cultura política, la definen como el conjunto de
actitudes, creencias, sentimientos, símbolos y valores, producto de la
historia colectiva y de la experiencia individual, que dan sentido al
sistema y a la vida política de un país. La cultura política, dicen
Almond y Verba, nos remite tanto al «sistema político que informa los
conocimientos, sentimientos y valoraciones de una población», como
a la «particular distribución de las pautas de orientación hacia los
objetos políticos entre los miembros de una nación». Precisamente,
esa relación entre sistema político y actitudes ciudadanas sitúan a la
cultura política en el proceso de comunicación política que se
establece entre las distintas instancias del poder—especialmente el
poder político— y las demandas y expectativas que generan los
ciudadanos sobre la cosa pública y su administración.
También, cabe subrayar que cuando hablamos de este concepto
estamos pensando en fenómenos duraderos y acumulativos que
definen una etapa más o menos larga o la manera de ser de un
pueblo. La cultura democrática, por ejemplo, no sólo supone un acto
de voluntad inicial, sino el ejercicio continuado de los principios
democráticos que permiten mantener claro el modelo de sociedad
que deseamos para superar las dificultades, principalmente de signo
autoritario, que se puedan presentar con el paso del tiempo. La
cultura política, por tanto, no es producto de un momento ni
resultado de la improvisación, sino la consecuencia lógica de un acto
de voluntad que implica esfuerzo, convicción y participación de los
ciudadanos en la vida pública del país.
Entre los muchos sentidos que se han atribuido al término19, la
cultura puede ser entendida como Junción (cuando los ciudadanos,
por ejemplo, interesados por la vida política, acuden a las urnas para
votar), como proceso (cuando se analiza la cultura a través de la
evolución del comportamiento político de los ciudadanos en períodos
relativamente largos de tiempo) y como resultado (cuando
comparamos épocas y/o pueblos y describimos los tipos de cultura
política existentes).
La cultura que debe acompañar a la democracia como sistema
político es una cultura de información, participación y
responsabilidad, fundada en actitudes y sentimientos estables de
confianza por parte de la colectividad hacia el sistema político y que
mezcla en buena armonía consenso con diversidad y tradicionalismo
con modernidad. La cultura política, según G. A. Almond y S. Verba,
se refiere a aquellas orientaciones específicamente políticas,
posturas relativas al sistema político y sus, diferentes elementos, asi
como a las actitudes relacionadas con el rol que uno mismo cumple
dentro de dicho sistema20. Esta perspectiva subjetiva es también
contemplada por L. W. Pie y S. Verba cuando afirman que existe «un
reino subjetivo ordenado de la política que explica las decisiones
políticas, disciplina las instituciones y da sentido a los actos
individuales»21. Idea, a su vez, confirmada por G. A. Almond y C. B.
Powell Jr. cuando expresan que la cultura política es el modelo o
patrón de las actitudes y orientaciones individuales hacia la política
entre los miembros del sistema político. Es el ámbito subjetivo que
subyace y da sentido a las acciones políticas.
Sin embargo, la cultura política no puede apoyarse sólo en
imágenes, orientaciones, actitudes, expectativas, valores o
experiencias personales. Más bien es necesario recurrir a los
procesos históricos y colectivos donde esas vivencias tienen lugar, al
sistema político que las articula y sustenta, a la estructura social de
la comunidad, a su desarrollo económico e, incluso, a los valores
religiosos dominantes en la sociedad21. No es otra cosa que el
producto de la historia del sistema político y de sus miembros
individuales, de los acontecimientos públicos y de la

experiencia privada que intenta cubrir el vacío entre la


interpretación psicológica del comportamiento político individual y el
enfoque macrosociológico24. Este tipo de enfoque resume, por
tanto, la postura de aquellos que fundamentan el comportamiento
social en la responsabilidad cívica del individuo y la de aquellos que
subrayan a la vez la importancia de la estructura social sobre el
mismo. En todo caso, cuando hablamos de cultura nos estamos
refiriendo a aquel sistema de actitudes, valores y conocimientos
ampliamente compartidos en el seno de una sociedad transmitidos
de generación en generación25.
Un primer modelo para el análisis de la cultura política lo
encontramos en la ya clásica obra de G. A. Almond y S. Verba26 —
modelo o perspectiva culturalista—, donde a partir de una
interpretación psicológica (conductismo) de la cultura, y siguiendo los
tipos de orientación política propuestos por Parsons y Shils
(funcionalismo), junto con una visión general, compacta y uniforme
dentro de cada país analizado27, proponen un modelo que incluye
los siguientes elementos y tipos de cultura política:
a)En la base de toda cultura política se encuentra un conjunto de
orienta-ciones políticas, supuestamente internalizadas por los
ciudadanos, que se con-cretan en conocimientos (orientación
cognitiva), sentimientos (orientación afec-tiva) y valoraciones
(orientación evaluativa) hacia los objetos políticos.
b)Entre los objetos políticos se distinguen los roles o estructuras
específicas (cuerpos legislativos, ejecutivos o burocráticos), los
titulares de dichos roles (como monarcas, primeros ministros,
legisladores, etc.) y los principios de gobierno, decisiones o
aplicaciones legales. Todos estos objetos son contemplados, a su
vez, dentro de un proceso político (inputs) y un proceso
administrativo (outputs). Es decir, los objetos políticos se refieren al
sistema político en cuanto tal, a los roles y titulares de los mismos, al
funcionamiento y eficacia del sistema, al personal político y
administrativo y a uno mismo como objeto político.
c)Al relacionar las orientaciones con los objetos políticos, nos
proponen, en principio, tres tipos de cultura política: la cultura
localista, la cultura de subdito y la cultura participante. En la cultura
localista las orientaciones políticas son extremadamente débiles, no
hay roles políticos especializados y el individuo no espera nada del
sistema político. En el segundo tipo, el subdito tiene conciencia de la
existencia de una autoridad gubernativa, está afectivamente
orientado (a favor o en contra) hacia ella y su relación con el sistema
es eminentemente pasiva, normativa y de nivel bastante general. En
la participante, el ciudadano mantiene a la vez una relación plena
con el sistema, con sus estructuras y con los procesos políticos y
administrativos.

Estas culturas, en cuanto tipos ideales, rara vez se encuentran en


su forma pura, por lo que sería más realista hablar de culturas
políticas mixtas. En concreto, los autores hablan de cultura localista
de subdito, de cultura de subdito participante y de cultura localista
participante. Pero su objetivo último es tratar de la cultura cívica, de
«la cultura política de la democracia y de las estructuras y procesos
sociales que la sostienen»29. Es una cultura, como ya indicamos,
mezcla de tradición y modernidad, sobre todo plural, fundada en los
procesos de comunicación y persuasión, en el consenso y la
diversidad, innovadora y moderada a la vez, que reúne lo mejor de
las culturas políticas anteriormente mencionadas.
La segunda perspectiva la situamos en el marxismo estructural,
desarrollado principalmente por L. Althouser y N. Poulantzas.
Sostienen que las realidades importantes no se encuentran tanto en
los hechos observables, tal como los relata la historia, cuanto en las
estructura subyacentes, especialmente las estructuras económica,
política e ideológica. Las estructuras gozan de cierta autonomía,
especialmente la política y la ideológica frente a la económica (que la
siguen considerando la más importante), son la parte fundamental de
la realidad, de ellas derivan las distintas formas culturales, y los
actores —que ocupan un lugar secundario en la historia— no son
sino meros ocupantes de esas estructuras. Al punto de vista de los
dos autores anteriores es importante añadir el concepto de
hegemonía —desarrollado principalmente por A. Gramsci—,
entendida como el liderazgo cultural que ejercen las clases
dirigentes en una sociedad. La hegemonía o ideología dominante,
como expresión propia y al servicio de la clase dominante, busca
llegar a todos, incluso a aquellos que piensan de manera distinta; se
introduce de manera lenta e inconsciente, sin usar la fuerza,
utilizando los distintos medios de culturización (destacando el papel
de los medios de comunicación) y buscando el apoyo y la legitimidad
de la mayor parte de la población. No basta sólo con prestar
atención al factor económico —tal como sostiene el marxismo
clásico—, sino que deben tenerse en cuenta otros factores o
estructuras, como la cultura y su control, para explicar la dinámica
social y el control de la sociedad. De ahí la relativa autonomía, poder
e influencia (hegemonía) de estas estructuras.

El tercer modelo lo encontramos en el modelo sistémico de


Easton30, también desarrollado en un contexto behaviorista y
funcionalista. El modelo habla; á) del sistema, entendido como una
«caja negra», que apenas manifiesta interés de lo que pasa en su
interior; b) del ambiente, tanto intrasocietal (sistemas ecológico,
biológico, de personalidad y sociales) como extrasocietal (sistemas
políticos, eco-lógicos y sociales, pero internacionales); c) de los
flujos y respuestas que se dan entre el sistema y el ambiente,
entendidos principalmente como demandas y apoyos del ambiente al
sistema y como productos del sistema al ambiente; y, final-mente, d)
de la retroalimentación. El problema de este modelo es que la cultura
política aparece como un subsistema marginal de los sistemas del
ambiente.
El cuarto modelo nos lleva a los conceptos de centro y periferia,
ampliamente utilizados en diferentes disciplinas y desarrollado en las
ciencias sociales, entre otros, por J. üaltung31 a finales de los años
sesenta. En el modelo hay una parte referida a las partes del
sistema, el centro y la periferia, y otra, a las relaciones que se
establecen entre las partes implicadas. El centro constituye el núcleo
del sistema —la parte principal— por su poder, influencia y
relevancia, y la periferia, el resto de las partes que rodean o
dependen del centro32. En cuanto a las relaciones, éstas pueden ser
entre iguales o feudales y de interés mutuo o de conflicto. Por
ejemplo, las relaciones entre el centro y la periferia suelen ser
verticales, feudales o de dominio, y entre las distintas partes de la
periferia o no existen o éstas deben pasar por el centro. En el caso
de la cultura política, por ejemplo, el centro estaría formado por
aquellos que manifiestan una alta concienciación, participación y
actividad política o aquellos que definen, influyen y controlan la
dimensión de la vida pública; por el contrario, la periferia estaría
formada por aquellos que manifiestan un alto grado de incultura,
desinformación o desconocimiento de todo lo que gira en torno a lo
político, los indiferentes y apolíticos y, en general, aquellos que viven
de espaldas (por la razón que sea) a la cosa pública.
El quinto modelo lo situamos en las actitudes políticas básicas o
actitudes-raíz de A. López Pina y E. Aranguren cuando analizan la
cultura política del fran-quismo33. Este modelo se centra en dos
tipos de cultura claramente diferenciadas y opuestas, capaces de
sobrevivir en cualquier país del mundo, pero especialmente en
aquellos que sufren una polarización política importante. También
destacan la importancia del componente actitudinal de los
ciudadanos hacia el sistema y hacia todo aquello que tenga relación
con el poder político. Detrás de las actitudes se vislumbra un
componente ideológico, más o menos importante en la mente de los
ciudadanos, con todo lo que lleva de racionalidad e irracionalidad.
Estas dos culturas son definidas como: a) cultura de identificación y
b) cultura de alienación. La cultura de identificación se encontraría
en aquellos que se adhieren a la cultura dominante u oficialista, y la
de alineación, en aquellos que se oponen a ella porque su ideal está
en otra parte, en otro tipo de cultura o en otro sistema político. En
ambas pueden diferenciarse pautas de comportamiento que hunden
sus raíces en actitudes básicas de: 1) tolerancia-intolerancia, 2)
tradición-modernidad-secularización y 3) reacción-conservadurismo-
reformismo-revolución. Este modelo nos llevaría a los fundamentos
ideológicos de las distintas corrientes de opinión.
También podría utilizarse el modelo o enfoque elitista, dominante
a lo largo de la historia y vigente, incluso, en numerosos países
avanzados culturalmente; el enfoque de la elección racional, que
pone el acento no tanto en los componentes culturales, cuanto en las
estrategias personales para defender los intereses materiales y a
corto plazo o los nuevos enfoques aplicados a las sociedades
avanzadas (Inglehart) y países emergentes, especialmente Asia y
países de la antigua Unión Soviética.
Todos estos modelos (y algunos más) permitirían explicarnos el
surgimiento y la formación de climas de opinión y opiniones públicas
desde el marco de la cultura y las subculturas que definen y fluyen
por un país. Por ejemplo, dónde están las raíces históricas de la
conciencia pública, dónde los fundamentos del consenso y la
discrepancia, cómo se desarrollan las pautas estables e inestables
del comportamiento público, cómo surgen y evolucionan las
actitudes básicas, cómo se forman las distintas corrientes de opinión
o los fenómenos cotidianos de consenso y conflicto, cuál es la
influencia del clima de opinión, las normas de cultura y las
costumbres y qué tipo de indicadores serían los pertinentes para
analizar la cultura política desde cada uno de los modelos,
perspectivas o teorías.

Una de las variantes de la cultura política, surgida al amparo de la


democracia desde finales del siglo xix y que ha rebrotado con
nuevos bríos en los últimos años e, incluso, en países considerados
avanzados políticamente, está en las formas populistas de hacer
política.
Son muchos los enfoques que se han propuesto para explicar el
surgimiento de estos movimientos sociales —en democracia y en
autocracia—, como, por ejemplo, el cesarismo, el bonaparrismo, los
movimientos de autodefensa, ciertos movimientos revolucionarios (y
algunos utópicos), los enfoques funcionalista, estructural-
desarrollista, de la modernización, o el discursivo-interpclativo.
Todos han intentado explicar casos concretos —ligados a un tiempo
y a un país— y en todos ellos pueden encontrarse rasgos comunes o
características que han diferenciado esta forma de hacer política de
aquellas clásicas que recogen los manuales de ciencia política.
Incluso, algunos defienden que el populismo no tiene identidad
propia, que no es sino una variante o mezcla de formas ya conocidas
de gobernar y que, por tanto, sería mejor olvidarse del término. Pero
la realidad manda y, como ya hemos apuntado anteriormente, está
(y ha estado) presente por lo menos en el lenguaje y en las formas
de la comunicación política actual.
Por ello, dejando a un lado los orígenes concretos de estos
movimientos y gobiernos, tal como plantean los distintos enfoques y
teorías15, vamos a centrarnos en las características más
importantes que se han atribuido a este fenómeno y que hemos
resumido en las siguientes líneas.
Cuando se habla de populismo, el término se usa principalmente
para referirse, a:

1. Un movimiento social y político de masas. Un movimiento


democrático con formas autoritarias de gobierno, donde el pueblo es
el referente principal y centro de la acción política. El populismo, en
principio, hay que situarlo entre los movimientos democráticos,
porque busca los deseos de la mayoría y se apoya en ellos. Más
tarde, al pueblo se le podrá adular, manipular o hundir, pero como
proyecto político y social busca su activación, la implicación masiva
de los ciudadanos en la esfera pública.

2.No busca tamo el comportamiento institucionalizado, sino la


participación directa, inmediata y activa de las masas. Va con prisa,
sin intermediarios y en línea recta. El ejemplo más claro lo tenemos
en las formas de comunicación -directas y compactas— que utiliza el
líder carismátjco para con el pueblo o la rapidez con que se inician
las reformas para dar satisfacción a la inmensa mayoría de la
población: hay que dar «pan y circo» a todo el mundo, aunque la
cosecha de trigo haya sido mala o amenacen el déficit y la deuda a
los presupuestos generales del Estado. La mayor parte de los
gobiernos populistas han fracasado porque detrás de las promesas
(políticas) ha fallado el proyecto (económico) que las sustentaba.
3.Consecuencia de los dicho anteriormente, la participación tiene
un carácter emancipador y catártico. El camino que otros pueblos
han recorrido —normalmente lento— para hacer realidad parte del
ideal democrático (político y económico); en el contexto populista se
busca la transformación rápida como si de una acción mágica se
tratara. Una magia que se localiza, principalmente, en la acción
carismática de los líderes junto a los deseos impacientes de la
población por alcanzar rápidamente el máximo de objetivos
(políticos, sociales, culturales, económicos) y que, al estilo del
concepto griego de catarsis, busca la eliminación de aquellas
impurezas sociales que impiden la consecución de la justicia y la
igualdad y recuperar aquellos derechos y libertades que por derecho
propio han pertenecido desde siempre a la población en general.
4.Tan importante como el pueblo es el Estado, la nación o la
patria. Esto es lo que dicen, al menos, sus líderes políticos y, en este
mito —de logos distintos—, los gobernantes encuentran la llave para
su discurso, su dominio y su control. A la par que sus dirigentes
buscan la consolidación del Estado nacional, hacen que éste sea
intervencionista moviéndose entre políticas paternalistas
(autoritarias) y participativas (democráticas). En lo más alto está la
nación o la patria, que representa y sintetiza las esencias de sus
miembros (ciudadanos) y sus grupos (clases), dando identidad al
pueblo. Para Cardoso y Faletto, por ejemplo, el interés por lo propio
y nacional —etapa latinoamericana del «desarrollo hacia dentro»—
emergerá en la fase desarrollista posterior a la crisis del 29, donde
cristaliza la alianza entre clases y la inclusión gradual de las masas
en la vida política y económica del país.
5.Al hablar de las raíces del pueblo, éstas suelen encontrarse en
el hombre sencillo del campo, el nativo o el indígena: populismo
rural. Así fue en un principio —finales del siglo xrx —, cuando la
mayor parte de la gente vivía en el campo y del campo y se
enfrentaba a los privilegios de aquellos que estaban cerca del poder,
como la nobleza, la burguesía, los terratenientes o los empresarios.
Además de esta razón fáctica, está la imagen idílica de que el pueblo
es sinónimo de hombre llano, rural y natural, portador de
costumbres, tradiciones y esencias. El pueblo se asocia a mayoría y
esta mayoría tradicionalmente ha estado ligada a la tierra, al campo
o a la naturaleza. Más tarde, desde la segunda mitad del siglo xix —
y unido a la revolución industrial— las gentes del campo emigrarán a
la ciudad siguiendo parámetros de tiempo, desarrollo y país en
busca de emancipación, beneficio y respeto por los derechos y las
libertades. Algunos países (Latinoamérica, por ejemplo) se
incorporarán más tarde al progreso (económico, político y social) y
sus campesinos también emigrarán a la ciudad, dando lugar a
movimientos y regímenes que llamamos populistas. Comparando
esta etapa con la anterior, a este populismo se le denominará
populismo urbano.
6.Es policlasista, porque en él convergen distintas clases
sociales, aunque no todas. Están, por ejemplo, parte de la
burguesía, las llamadas clases medías y los marginados:
empresarios, comerciantes e industriales, parte de la patronal y
sindicatos, técnicos, administrativos e intelectuales, artesanos y
obreros... y toda esa masa de gente definida como lumpen,
desheredados o desarraigados. De todos estos grupos o clases, el
papel dirigente será asumido por una parte de la burguesía, ayudada
por un sector de intelectuales y apoyada por el pueblo. I-a alianza de
clases marginará a la oligarquía y unirá a la burguesía con las clases
populares. El proletariado no tendrá inconveniente en unirse a la
burguesía nacional, porque sabe que por encima de todo está el
pueblo, que la economía es nacional y que el enemigo se localiza en
la oligarquía o el imperialismo extranjero. El Estado populista —dice
Ianni— despolitizará a las clases, politizará la alianza y armonía
entre las clases y legitimará a las masas en la estructura del poder
representando a todos como pueblo». Laclau —apoyándose en el
concepto de hegemonía de Gramsci— añadirá que esa clase que
domina impondrá la razón de su dominio interpelando a la población
hasta conseguir el sometimiento voluntario y la eliminación del
antagonismo entre clases.
7.Si el pueblo no ha alcanzado aquellos derechos y libertades
que, según él, le pertenecen, es porque en el camino se ha
interpuesto el enemigo en forma de extranjero, oligarca o cualquier
otro poder opresor y acaparador. En una primera fase, el enemigo se
encontraba en el país colonizador, pero más adelante se localizará
en el poder oligárquico, la economía dependiente o el imperialismo
exterior. Con la llegada del populismo desarrollista se recuperarán la
identidad y el orgullo nacional, el pueblo ocupará el centro de la vida
política, económica y social y las masas se legitimarán en el poder.
8.Además de movimiento social y político de masas, el populismo
es considerado como una forma de gobierno, al que se llega por la
vía democrática del voto (elecciones o plebiscito) y se termina en un
forma autoritaria de mandar. El punto de arranque de esta forma de
gobierno se apoya siempre en la consulta popular, sea utilizando un
sistema de sufragio restringido o universal, o con una participación
electoral alta o escasa. Las elecciones, de hecho, se asemejan más
a una consulta plebiscitaria que a una consulta electoral marcada por
los principios, la ideología o los proyectos electorales de aquellos
partidos políticos que concurren a la elección. Por eso, todo lo
anterior va asociado y supeditado a la fuerza y al carisma del
candidato elegido que, al acceder al poder, se hará dueño del
Estado e implantará una forma personalizada (y populista) de
gobernar.
9.El Estado populista, por definición, es intervencionista, aunque
deje cierto margen de acción al capital extranjero y a las empresas
nacionales o intente conciliar los sectores dominantes y busque la
implicación de las masas en la vida pública. Está por encima de las
clases e instituciones, representa a todos como si todos fueran
«pueblo» y el gobierno normalmente ejerce una fuerte influencia (si
no lo tiene sometido) sobre el poder legislativo y judicial. El Estado
no sólo sienta las bases de la economía y actúa como fuerza
productiva, sino que parte y reparte entre el pueblo. Sus políticas
públicas e intervensionismo van orientadas a una mejor
redistribución de la riqueza y a dar satisfacción, así, a las masas.
10. Por todo ello, practica el clientelismo, el patronazgo y el
paternalismo. Se produce una correa de transmisión que va desde la
esfera pública hasta la sociedad civil: el Estado, el jefe de gobierno,
la burocracia, el partido, los sindicatos y el pueblo. Y entre ellos fluye
y se practica una cultura de dependencia que se impone desde los
patrones, los caciques o los delegados del poder. No debemos
olvidar que en Latinoamérica se puede distinguir desde antiguo entre
clase dirigente y clase dominante (Touraine), donde el campesinado
trabajaba para el (capital) extranjero, pero quedaba sometido al
patrón. Esta cultura de dependencia será utilizada en el siglo xx para
buscar y controlar a la clientela y aceptar a todos bajo la
denominación de «pueblo». La contrapartida del Estado a las clases
populares se traducirá en una socialización del capital, la búsqueda
del Estado de bienestar, la justicia social, la igualdad y el
reconocimiento de las libertades. Ha sido una realidad que en
muchos países y gobiernos populistas gran parte del gasto social se
ha canalizado hacia obras sociales, obras benéficas u obras de
interés público (Alvarez Junco).
11. El ascenso y la permanencia en el poder se ha basado en
un liderazgo personalizado y «carismático» que en algunos casos
habrá podido ser, en otros han querido creérselo y, en la mayoría, ha
quedado supeditado a las circunstancias de tiempo y lugar; pero
todos lo han vendido como si fuera cierto y han esperado del pueblo
la correspondiente aprobación. Sin embargo, los líderes en sus
discursos y ademanes no han aceptado ser una parte separada del
pueblo o pertenecientes a un estrato superior; se han confesado
como uno más, uno de ellos —del pueblo— en su origen, en sus
maneras, en sus actos, en sus objetivos... hasta interpelar (envolver)
a las masas en ese proyecto común simbolizado en la nación y la
(su) persona que dirige a la nación y al pueblo. No hay líderes sin
seguidores y los líderes se hacen, afirman las últimas teorías sobre
el liderazgo; por ello, más que en las cualidades del líder habría que
fijarse en las circunstancias y las condiciones que han marcado las
demandas de la población. Algunos, por ejemplo, han destacado la
emergencia de cierta dimensión irracional que busca proyectar y
magnificar en la persona del líder las frustraciones acumuladas en la
memoria histórica (inconsciente colectivo) y en la experiencia
personal (inconsciente personal). Aunque el líder no lo busque, el
pueblo lo sublima magnificando su persona, sus ademanes, sus
acciones..., comparándole con mitos populares o personajes
importantes de su entorno cultural. Es el caso de Evita Perón,
comparada con la Madre Dolorosa, o Haya de la Torre con el Cristo
Redentor. Aquel que sea sensible a este estado anímico colectivo y
sepa poner en escena su oferta salvadora, habrá generado la espiral
del seguimiento y abierto las puertas que llevan al poder. La historia
nos brinda ejemplos como los de Julio César, Napoleón Bonaparte,
Adolf Hitler o Juan Domingo Perón, personajes que tuvieron gran
poder de arrastre y seguimiento —carisma— pero que,
curiosamente, todos cayeron en desgracia al final.
12. Y si hay una cualidad del líder que debe destacar sobre las
demás, ésa es la del uso de la palabra. De ahí la importancia de la
comunicación, el discurso o ¡a retórica. Lo practicaron y enseñaron
los sofistas, lo destacó Nicolás de Maquia-velo en su obra El
Principe, y lo ha llevado al terreno de la comunicación política actual
el marketing político. Si hoy en día alguien quiere dedicarse a la
política debe saber que su éxito pasa por ser un buen actor y un
buen comunicador y ésta es precisamente la cualidad que han
practicado en abundancia los distintos líderes populistas. Es la
magia de la palabra que sitúa a la retórica por encima de la
ideología, que transmite orden y claridad a las mentes de los
oyentes, que despierta sentimientos de aprobación y seguimiento y
que sugestiona a las masas. Un lenguaje de pocas ideas,
grandilocuente, maniqueísta, adulador, colorista, dramático,
apasionado, abundantes en promesas y que sitúa al pueblo en el
centro del discurso, de la acción y de la nación.
13. Está claro que en el populismo domina la retórica. ¿Se
puede encontrar detrás de la palabra y el discurso una ideología que
sustente esta forma de hacer política? La mayor parte de los autores
lo niegan y, en el mejor de los casos, hablan de una doctrina al
servicio del poder personalizado. Como dice Álvarez Junco, los
populistas hacen gala de antiintelectualismo, desprecian los
programas y se mueven por gestos o estilos de tinte irracional y
voluntarista.
14. Programas y promesas difíciles de llevar a cabo,
especialmente en lo económico. En los proyectos e intenciones late
la promesa de mayor redistribución de la riqueza, de una justicia
equitativa y social, trabajo para todos, aumento de salarios,
asistencia social, sanidad y educación, etc., pero, al no cuidar la
retaguardia económica —falta de proyectos o proyectos económicos
mal gestionados—, se han encontrado con más paro, inflación,
déficit, deuda externa, devaluación de la moneda, mayor
dependencia y mayores heridas en la autoestima personal y
nacional. Y todo porque el populismo se ha presentado en infinidad
de ocasiones más como un proyecto económico (que va a solucionar
el déficit histórico de los derechos y necesidades básicas) que como
—es en realidad— un proyecto político.

La opinión pública actual es testigo —porque lo sufre, sobre todo


en tiempo de campaña electoral— de los vaivenes, presiones y
promesas de los grupos y líderes políticos. A esto lo llamamos juego,
lucha o competencia democrática, pero la visión o creación del
enemigo, la facilidad en prometer algo y ofrecer soluciones para todo
y la importancia de la retórica en el discurso político nos llevan
muchas veces a pensar que estos líderes encajan perfectamente en
el perfil de lo que se llama «líder populista». Como decíamos más
arriba, pueden localizarse en cualquier país del mundo, dominan la
escena electoral y sorprende que hayan aparecido en democracias
más o menos consolidadas.
La teoría de Gino Germani37 sobre el populismo defiende que
éste suele darse en aquellos países que saltan de una sociedad
tradicional a una sociedad más moderna —teoría de la
modernización— y podría ponerse como ejemplo el populismo
clásico de América Latina38, pero en Europa (y otras partes del
mundo) hemos visto en los últimos años la emergencia de líderes —
llamados públicamente populistas— que, apoyándose en algunos de
los rasgos enunciados anteriormente, se comportan como tales.
Abundan en todos los países europeos (aunque en unos más que en
otros), pero especialmente en aquellos donde el apoyo popular les
ha llevado al parlamento. Nuevas circunstancias crean nuevos
liderazgos y los ciudadanos de Europa han sentido en parte la
pérdida de su Estado de bienestar; se han trastocado valores
fundamentales relacionados con la patria, la tradición, las
costumbres, la (idiosincrasia y, sobre todo, aquello que les hacía
distintos a los demás, su identidad como nación. Las oleadas de
inmigrantes se han convertido en uno de los mejores indicadores
para dar la señal de alerta, hablar del enemigo y de los nuevos
peligros; y, por si fuera poco, resucitar viejos demonios asociados a
ideologías que creíamos perdidas en la historia. Todo esto produce
alarma y resonancia, pasando al espacio público, especialmente en
tiempo de campaña electoral. Los viejos y nuevos líderes apelan a
su oratoria, carisma, promesas y mensajes viscerales, señalando a
los nuevos enemigos, de fuera y de dentro, tratando de imponer una
sociedad más segura, más dura, más suya, más lineal y de
pensamiento único y excluyente. El impacto que tuvo la propaganda
en los años veinte y treinta (del siglo pasado) para influir en la
opinión pública, vuelve de nuevo con esta forma de hacer política.

III. LA COMUNICACIÓN ELECTORAL

Utilizamos el rótulo «comunicación electoral» para referimos a


aquel lugar de convergencia donde pueden contemplarse los
resultados de los estudios electorales, la importancia que han tenido
las campañas electorales dentro de la comunicación política y los
efectos que producen los medios de comunicación sobre el
comportamiento electoral. En nuestro caso, intentamos analizar las
oscilaciones y las influencias a las que se ha visto sometida la
opinión pública por los cambios acaecidos en la vida política, en la
comunicación y en el comportamiento electoral desde los años
cuarenta.
Anteriormente, cuando hacíamos referencia a la investigación de
la opinión pública, decíamos que ésta caminaba paralela al estudio
de los efectos de los medios de comunicación y que entre las áreas
importantes de investigación había que destacar la de los estudios
electorales. Estos estudios, al igual que los de los efectos, pasarán
por las mismas preocupaciones, dudas, críticas y enfoques hasta
llegar a la conclusión de la necesidad de una concepción
interdisciplinar de los mismos, distinguiendo, en principio, dos fases
claramente diferenciadas: la primera —eminentemente
norteamericana y que sigue el modelo de los «efectos mínimos» o
«efectos limitados»—, que caminará estrechamente unida a los
nombres de P. Lazarsfeld (y colaboradores), de la universidad de
Columbia, y de A. Campbell (y colaboradores), de la universidad de
Michigan. Y la segunda —norteamericana y europea y con una
concepción más abierta y pluridisciplinar de los estudios electorales
—, que se orientará desde numerosas teorías y modelos hacia los
estudios de comunicación política. A estas dos fases podría
añadírsele una tercera como consecuencia de los cambios políticos,
sociales, técnicos y comunicativos producidos en el mundo desde los
años ochenta y por la participación en la investigación de otras áreas
distintas a la norteamericana y europea.
En la historia de la investigación electoral nos encontramos con
dos estudios electorales que han marcado la investigación en
comunicación de masas. Son, The People's Cholee: How the voter
makes up his mind in apresidential campaign (1944), de P. F.
Lazarsfeld, B. Berelson y H. Gaudct", y Voting: A study of opinión
formation in a presidential campaign (1954), de P. F. Lazarsfeld, B.
Berelson y W. N. McPhee40. A estos estudios podría añadírseles un
tercero, Personal Influence: The pan playea by people in the flow of
mass communication (1955), de E. Katz y P. F. Lazarsfeld41 no
tanto por sus referencias al tema electoral (no es un estudio
electoral), sino por la confirmación y aclaraciones de elementos
comunicativos descubiertos en estudios anteriores, como la
comunicación en dos fases, el papel de refuerzo de los medios, la
importancia del grupo primario y del líder de opinión o la exposición y
percepción selectivas que Suele hacer el receptor.
Estos estudios se desarrollarán bajo las directrices del
«paradigma dominante» de P. F. Lazarsfeld y bajo un contexto
político de bipartidismo electoral, sistema electoral mayoritario en la
elección del Presidente e identificación partidista del electorado. La
teoría de los efectos limitados les llevará en The People's Choice a
entender los medios de comunicación como una variable más (uno
de los muchos factores intermediarios) y trasladarán al campo de la
política las técnicas de marketing utilizadas en el mercado. El
modelo que utilizan es un modelo lineal que contempla cuatro
conjuntos de variables: variables socio estructurales, como afiliación
de grupo y pertenencia partidista; variables cognoscitivas, como
creencias y actitudes políticas preexistentes; variables intervinientes,
entre las que deben citarse los medios; y variables de
comportamiento político. El modelo lineal se especifica en las
siguientes secuencias: afiliación (o no) partidista -* actitudes
preexistentes -* exposición selectiva (a los medios) -»
comportamiento electoral. Los medios, en este modelo, constituyen
una variable interviniente que posibilita la influencia de otras
variables y que todas juntas —las variables que intervienen en la
campaña— tienen la función de vincular las estructuras sociales y
cognitivas al resultado de la votación. El efecto final y principal de
estas variables será el de refuerzo, siendo muy difícil el de creación
o cambio de actitud. Lógicamente, dicen S. Kraus y D. Davis, en esto
modelo no hay lugar para explicar los cambios tan importantes que
se dan en la actualidad sobre candidatos preferidos durante la
campaña.
En el resumen que publica P. F. Lazarsfeld en 1953 de The
people's Choice y afirma que si las decisiones que toman los
votantes durante la campaña están fuertemente determinadas por
predisposiciones, no podemos esperar que los medios de
comunicación formales ejerzan un gran efecto. La influencia más
importante viene de la relación interpersonal. El efecto principal de la
campaña es el de refuerzo, las elecciones quedan decididas por los
acontecimientos que tienen lugar en todo el período comprendido
entre las dos elecciones presidenciales y no por la campaña. Esto no
significa que los partidos puedan prescindir de su campaña electoral.
«La propaganda ha de reforzar y sostener las intenciones de voto de
un 50 por 100, aproximadamente, de los votantes que han tomado
su decisión antes de comenzar la campaña. Por otra parte, ésta ha
de activar las predisposiciones latentes en la mayoría de los que se
muestran indecisos. La campaña es como el baño químico que
revela las fotografías. La influencia química es necesaria para que
surjan las imágenes, pero sólo pueden aparecer aquellas imágenes
ya latentes en la placa.

Esta relegación a segundo plano de los medios de comunicación


será recuperada y destacada en el estudio que realiza P. F.
Lazarsfeld, junto a B. Berelson y W. N. McPhee, en la ciudad de
Elmira en las elecciones de 1948. En Voting; a Síudy of Opinión
Formation in a Presidential Campaign se destaca la importancia de
los medios de comunicación, las implicaciones políticas de esta
información que actúa como refuerzo de la comunicación
interpersonal, la beligerancia partidista de ciertos medios y
editoriales y el papel que asigna a la exposición política selectiva:
Cuanto mayor es la exposición a la campaña electoral en los medios
de comunicación, más interesados llegan a mostrarse los votantes y
más vigorosos son sus sentimientos con respecto a su candidato.
Cuanto mayor es la exposición a la campaña en los medios, más
correcta es la información que poseen los votantes respecto a la
campaña y más correcta su percepción de la postura de los
candidatos en las diversas cuestiones.
Las críticas a estos estudios se han dirigido, principalmente, a la
preponderancia que dan al método sobre la teoría, a la orientación
psicologista de los mis-mos46, a la trascendencia que dan a ciertos
factores no políticos (como los líderes de opinión), frente al escaso
tratamiento de aspectos institucionales (como los partidos políticos) y
a la lógica ausencia de estudios de televisión y su impacto sobre la
audiencia y su entorno47. Las críticas, sin embargo, no van dirigidas
propia-mente a estos investigadores y sus estudios, sino a quienes
dieron validez universal a unos estudios limitados por el tiempo
(años cuarenta), el lugar (Estados Unidos) y una serie de
condicionantes técnicos, institucionales, culturales y sociales.
También dentro de la línea de los «efectos limitados», A.
Campbell y colaboradores en la universidad de Michigan realizarán
entre los años cuarenta y setenta numerosos estudios electorales48,
tomando como referencia principal la identificación partidista de los
electores. Los estudios en esta Universidad no se realizarán en
pequeñas o medianas comunidades, sino en todo el territorio
nacional. La atención que presten a los medios de comunicación
será mínima y la predicción que hagan del comportamiento electoral
se apoyará sólo en aquellos que piensan votar. Utilizarán y
desarrollarán el método de encuesta (por ejemplo, en el Survey
Research Center), adoptarán una línea psicologista en la predicción
del voto e identificarán participación política con participación
electoral. Capítulos importantes del proceso electoral actual, como
los votantes indecisos, volatilidad del voto o la información local,
recibirán menos atención; incluso, cuando hablen de medios,
entenderán éstos más como una variable dependiente que
independiente al considerar la exposición del electorado a los
mismos como un dato asociado al mayor o menor interés por la
campaña electoral y las elecciones.
En esa relación a tres; partidos, medios de comunicación y
ciudadanos quedará patente tanto el grado de interacción, uso e
influencia de unos sobre otros, como la parcela de independencia y
el rol a cumplir por cada uno en el espacio público. Los partidos
políticos utilizarán los medios de comunicación (principalmente
prensa y radio) para difundir ideas, principios y programas con vistas
al refuerzo de sus fieles seguidores y, si es posible, convencer al
indeciso. Asumirán la función de canalizadores de la opinión pública
y nada mejor que la campañas electorales para orientar, convencer y
representar las distintas corrientes de opinión. El partido que domina
ahora, especialmente en Europa, será el partido de masas con un
fuerte aparato organizativo y un fuerte componente ideológico. Los
medios se prestarán a la labor de información y actuarán de eso, de
mediadores entre las ofertas y las demandas políticas; y el
ciudadano, en líneas generales, se mostrará como un fiel seguidor
de su partido.
Las transformaciones, sin embargo, empezarán a notarse a partir
de los años sesenta. Primero será la prensa, después, la radio y, en
tercer lugar, la televisión, los medios que han posibilitado la
adaptación de las instituciones políticas a lo que D. L. Swanson
llama «la democracia centrada en los medios»: «A medida que los
medios de comunicación de masas se sitúan en el centro de la vida
social y política, están cambiando las formas tradicionales de
periodismo y sus vínculos con el gobierno y la política. El gobierno y
la política se ven entrelazados con la utilización eficaz de los medios
de comunicación a causa de la enorme capacidad de éstos de
formar la opinión pública. Y sin embargo, al mismo tiempo que las
instituciones políticas están dedicando más recursos y pericia a
comunicar con el público, grandes sectores de éste en muchos
países expresan su escepticismo hacia la política y decepción con
los líderes, se debilitan las tradicionales lealtades de los votantes a
los partidos políticos y la opinión pública es más inconsistente que
antes.
Los cambios ocurridos en la sociedad, la comunicación y las
estrategias polí-ticas, la trasformación de las campañas electorales
en campañas de comunicación, la influencia de los medios de
comunicación en la vida política, la importancia de la tipología de
votantes, especialmente de los indecisos, los flotantes, los inde-
pendientes y los de última hora han trastocado las relaciones entre
los electores y los medios de comunicación y entre ambos y la
identificación partidista. Los medios de comunicación se han
convertido ahora en el referente principal de la vida política, en la
nueva institución, fundamental para explicar la construcción de la
realidad política, y han dejado y subordinado a partidos y líderes
políticos en un segundo lugar. «Los votantes han dejado de tener a
los partidos como orientación principal, y a veces única, de su
decisión de voto para emprender una decisión electoral en la que el
mundo político construido por los medios está cada vez más
presente»50. Todos nos hemos hecho ahora más dependientes de
los medios (dígase televisión), convirtiendo éstos en él nuevo
espacio público donde las instituciones y partidos se ven
representadas en la imagen de sus líderes y en el papel que les
corresponde interpretar. Durante las campañas electorales —dice R.
Cay-rol— los acontecimientos ocurren en la misma televisión51. La
personalización de la política y la publicidad política han pasado al
primer plano y, por todo ello, las campañas electorales se han
convertido en campañas de comunicación política.
Esta importancia que han adquirido los medios de comunicación
en la vida política actual es lo que pretenden destacar, entre otros,
los estudios correspondientes a las teorías del distanciamiento
social, fijación de la agenda, tematización y espiral del silencio. Los
estudios de la primera, porque intentan subrayar la abundancia de
información en la sociedad actual y el uso diferenciado que hacen de
la misma los distintos segmentos de audiencia; los segundos y
terceros, porque quieren explicar la canalización mass mediática en
la captación de la atención del público; los cuartos, porque quieren
destacar los procesos de percepción supeditados a la representación
simbólica que los medios de comunicación hacen de la realidad y,
todos, para aclarar la formación del clima de opinión y su influencia
en fenómenos sociales y políticos como la formación de la opinión
pública o el comportamiento electoral.
La mayor parte de los estudios de agenda se han realizado
tomando como referencia campañas electorales (agendas
electorales). Los ejemplos los tenemos en los primeros estudios
sobre esta teoría: J. McLeod, por ejemplo, estudia la canalización
periodística en la campaña presidencial estadounidense de 1964, M.
McCombs y D. Shaw, en la campaña de 1968 y J. McLeod, L.
Becker y J. Byrnes en la campaña presidencial de 1972. Estas
investigaciones han continuado hasta el día de hoy como nos
recuerda Holli A. Semetko en su artículo «Investigación sobre
tendencias de la agenda-setting en los noventa», destacando los
estudios sobre formación de la agenda de los medios, las relaciones
entre la agenda de los medios y la agenda política, la extensión de
los efectos de los medios a la preparación o priming del público o la
importancia que debe darse al enfoque o framing de la información.

También E. Noelle-Neumann utilizó las campañas electorales de


la Alemania Federal de 1965,1972 y 1976 para comprobar la espiral
del silencio y su relación con el clima de opinión. En estos estudios
se pretendía analizar las relaciones existentes entre la tendencia de
voto y la percepción que los sujetos tienen del clima político,
comprobando que entre ambas se producía un desfase importante.
La espiral del silencio se originaba en aquella parle de los votantes
que recibía y percibía menor apoyo público, especialmente de los
medios de comunicación (consonancia).
Alrededor de los años sesenta, como hemos dicho antes,
cambian muchas cosas. Cambia la sociedad, cambia el escenario de
la comunicación política, cambian los partidos, cambian las
estrategias de campaña y cambia el electorado. Se produce lo que
R. Dahl53 llamó a principios de los años cincuenta «poliarquía». La
sociedad se vuelve cada vez más compleja, especializada y
diferenciada (N. Luhmann), concurriendo en las esferas de poder un
número mayor de actores que actúan y compiten en política.
Además del gobierno y los partidos también se asoman a la
resolución de los problemas públicos instituciones culturales y
religiosas, la patronal, la banca, los sindicatos, los medios de
comunicación, ONG y grupos emergentes como pueden ser las
mujeres, los jóvenes y, últimamente, la tercera edad. Por otro lado,
los medios de comunicación pasan de ser vehículos pasivos de la
comunicación, simples canalizadores o taquígrafos, a ser sujetos
activos y transformadores de la sociedad. Gozan de autonomía y
poder y de alguna manera compiten con los partidos y sus líderes en
la influencia política. Todos están de acuerdo en destacar entre los
medios la importancia y el papel de la televisión y, últimamente, la
televisión privada y la comercial. Los periodistas traspasan la barrera
de la información para influir en la vida política como si fueran
políticos y los líderes políticos aprenden técnicas de comunicación
para ser buenos actores y comunicadores, porque lo importante
ahora es la simulación, la imagen y el espectáculo. La consecuencia
de este trasvase ha llevado a los partidos políticos a buscar del
mundo exterior expertos en sondeos de opinión, en comunicación y
relaciones públicas, en publicidad y marketing político, en persuasión
e imagen pública, convirtiendo la vida democrática y, en este caso, el
voto ciudadano, en algo que se puede comprar y vender. Para
conseguirlo sólo hace falta poner en funcionamiento la maquinaria
de los técnicos, los expertos y los asesores, lo demás vendrá por
añadidura.
Las consecuencias de este proceso se han traducido en lo que ha
dado en llamarse populismo y personalización. Ha funcionado en
Estados Unidos, ha funcionado en Latinoamérica y a partir de los
años ochenta está funcionando en Europa y en otras partes del
mundo.

IV LOS USOS COMUNICATIVOS Y POLÍTICOS DE LAS


ENCUESTAS PREELECTORALES

El poder, con sus gobiernos autoritarios o democráticos, ha


estado siempre interesado en conocer los gustos y disgustos de la
población, las reacciones a sus decretos y leyes y el grado de
aceptación ante sus decisiones políticas. Al gobernante, decía
Maquiavelo, no le conviene tener en su contra al pueblo55 y una
forma de adelantarse al enfrentamiento se consigue con la
información. Por eso, desde la antigüedad, los gobiernos han
utilizado distintos métodos para conectar con su pueblo. Por
ejemplo, en Las mil y una noches se cuenta que el califa Harún-al-
Rashid salía disfrazado por las noches recorriendo zocos con la
intención de conocer el estado de ánimo de sus subditos; Luis XIV,
antes de tomar una decisión, consultaba la opinión de las princesas;
Daniel Defoc confiesa en sus cartas que el Gobierno inglés le
encargó la formación de una red de corresponsales locales para
estar al corriente del ánimo público. Algo parecido hizo Napoleón y,
en general, la mayor parte de los gobiernos del mundo han utilizado
los servicios de los llamados «delatores» o «moscones policíacos»,
personajes mitad periodistas mitad policías, para mezclarse entre la
población, sonsacar información y transmitirla a la autoridad
competente. Con la llegada de la prensa, las encuestas de opinión
tendrán un precedente en los llamados «votos de paja», cupones o
papeletas impresas en la prensa, que el lector debía recortar,
rellenar y después enviar a la redacción de periódicos y revistas,
para dar a conocer la tendencia del voto de la población56. La
década de los años treinta dará a conocer el método de encuesta y
su uso, con sus defensores y detractores, pervivirá hasta el día de
hoy.
Los sondeos, dice R. Worcester, sirven para informar, entretener
y educar57, pero el uso que se hace normalmente de ellos va mucho
más allá. Las encuestas de opinión, en principio, vienen afectadas
por dos tipos de error (el error natural de la muestra y los errores
llamados «sistemáticos») y, si algunos de sus datos apa-recen en los
medios de comunicación o saltan a la publicidad, pueden verse
afectadas, además, por un error de interpretación. Y de este último
es del que vamos a hablar aquí por el buen o el mal uso que pueda
hacerse de ellas desde las razones de la vida política e institucional
o desde los intereses de los medios de comunicación.
Los medios de comunicación cuando publican datos de encuesta
—y nos referimos ahora a las encuestas preelectorales o encuestas
políticas en general— no publican ni pueden publicar, como es
lógico, toda la encuesta o el informe que la empresa realizadora ha
elaborado sobre la misma. Eso significa que hay un filtro «natural»
para seleccionar unos datos y rechazar otros, considerados de
menor importancia para la audiencia. Y es aquí donde puede
aparecer el primer sesgo, equiparable a la labor y a las actitudes que
asume el profesional de la información cuando quiere hablar de la
realidad y debe hacer la selección o poner el filtro correspondiente
(Gatekeeper). Las condiciones personales, profesionales,
institucionales y sociales que rodean al periodista explicarían en
cada caso las razones del sesgo cometido.
Sobre los usos y abusos de los sondeos en los medios de
comunicación subrayaríamos, entre otros, tres aspectos importantes:
a) la inclusión y datos relacionados con la ficha técnica, b) las tablas
de resultados que publican y c) la interpretación que hace el medio y
el periodista de la encuesta.

á) Sobre los problemas que rodean la ficha técnica —obligatoria


en numerosos países, entre otros por ley en España58—, su
inclusión ayudaría a interpretar con mayor precisión los datos que se
publican. Es ahí donde vienen recogidas o deberían aparecer las
condiciones científicas que garantizan y justifican la validez de la
encuesta en su parte teórica y empírica. Sin embargo, cuando se
incluye en la prensa escrita, la ficha técnica suele situarse en un
rincón o lugar «oscuro» y, además, en letra pequeña, que induce o
hace casi imposible su lectura y comprensión. Eso en el supuesto de
que se incluyan todos los datos exigidos por la ley. Como ha dicho
alguien, «los pronósticos constituyen noticias; en cambio, los
problemas de la encuesta no son objeto de interés periodístico»59.
b) La influencia del medio y el periodista en la selección de
preguntas y publicación de datos o tablas de resultados queda
patente en la mayor parte de los medios que publican sondeos. Los
datos de encuestas políticas frecuentemente más difundidos hacen
referencia a temas relacionados con la estimación e intención de
voto, estimación de diputados, conocimiento y valoración de líderes
polí-ticos, valoración del presidente y su gobierno, escalas de
autoubicación política, volatilidad del voto y cuadros, por ejemplo,
sobre quien o qué partido político, solucionaría mejor o peor estos o
aquellos problemas del país. Algunas críticas al uso de las
encuestas60 se han dirigido, por ejemplo, a:
— Las preguntas del cuestionario seleccionadas que, aunque
esté justificada la elección, dejan entrever en algunos casos criterios
claramente subjetivos y partidistas que privan al lector del marco
adecuado para interpretar correctamente la respuesta que
representa a la población.
— La redacción de las mismas, que en numerosas ocasiones
se transcriben de manera distinta a como fueron planteadas al
entrevistado.
— El ocultamiento de datos, que tal como fueron contestados
por el conjunto de la muestra, a cada pregunta se deben añadir los
NS (no sabe) y NC (no con-testa); es decir, la respuesta directa que,
en el caso de un sondeo preelectoral, se llama intención de voto o
respuesta sobre censo. Con relativa frecuencia los medios de
comunicación no incluyen el cuadro de intención de voto (directo o
sobre censo) llamando de esta manera, intención de voto, a lo que
en realidad no es sino estimación de voto.

c) La interpretación que hace el medio y el periodista de los datos


de la encuesta.

-En numerosas ocasiones al medio de comunicación no le


interesa tanto reflejar un estado de opinión información—, cuanto
influir en el electorado en una u otra dirección —educar o persuadir
—. Los datos de la encuesta, en este caso, son un pretexto para
defender o atacar a un personaje, una institución o una opción
política.
— El olvido, consciente, inconsciente o por ignorancia de
algunas características técnicas de la encuesta. No es lo mismo, por
ejemplo, que una encuesta sea telefónica o personal, que se hayan
controlado cuotas como las del sexo, la edad y el habitat o que el
objetivo de la misma sea conocer a los concejales o a los
eurodiputados.
— La orientación (que a veces raya en la manipulación)
dirigida a la atención del lector (oyente o televidente) sobre aquellos
aspectos de la encuesta que más interesa destacar como ocurre,
normalmente, en los titulares de primera página, titulares que
resumen la encuesta, fotografías y cuadros, etc. Todos sabemos que
la formación de la opinión reposa principalmente en la lectura de
estos titulares (extensible a la mayor parte de la gente que se
expone a un medio) y no tanto en la lectura detallada de la letra
pequeña (que suele ser de un bajo porcentaje). El caso extremo de
manipulación lo encontraríamos en la publicación por algún medio de
una encuesta inventada.
— La relación incorrecta que se establece entre el tipo de
encuesta y el tipo de elección. No significa lo mismo realizar una
encuesta de opinión con una muestra de dos mil personas para
conocer la intención de voto y la atribución de escaños al Parlamento
Europeo (el Estado español aparece como una sola circunscripción)
que la misma encuesta para la elección de concejales (tantas
circunscripciones como ayuntamientos), consejeros autonómicos
(cada autonomía es independiente con sus circunscripciones) o
elecciones generales (tantas circunscripciones independientes como
provincias, más Ceuta y Mclilla). En el primer caso, la encuesta lo
tiene más fácil para precisar la intención de voto y la estimación de
diputados; en el segundo, tercer y cuarto casos, la división del
territorio nacional en numerosos ayuntamientos, autonomías y
provincias, con atribución de escaños independientes en cada
circunscripción, la misma encuesta lo tiene bastante más complicado
para estimar los candidatos porque no sería una, sino muchas las
encuestas realizadas, aunque con muestras muy pequeñas en cada
circunscripción, aumentando, como es lógico, su error. La solución a
este problema se encontraría en el plano económico, gastarse más
dinero y realizar las llamadas macro encuestas.
— Es tan fuerte la agenda de los medios en tiempo electoral
que, al crear un clima favorable a una opción política (y, por el
contrario, desfavorable a otras), hasta los mismos profesionales que
realizan las encuestas para los medios se dejan influir por este clima.
Los ejemplos los tenemos en España en las elecciones generales de
1993 y, sobre todo, en las elecciones generales de 1996, en el
apartado de «estimación de voto». No valesó/o con acudir al
«ocultamiento» del voto socialista para justificar la falta de acierto de
las encuestas, sino que el experto, dejándose llevar también del
clima creado por los medios, no tuvo en cuenta otros indicadores
para detectar la intención de voto real y hacer la correcta estimación.

En cuanto a los usos políticos de las encuestas existe un intento


solapado de confundir una encuesta con un acto electoral, esto es,
equiparar sondeocracia con democracia. Aunque son muchos los
elementos relacionados con la cultura polí-tica que están detrás de
las encuestas preelectorales y la votación, en el primer caso el
componente actitudinal que aparece dominante es el verbal,
mientras que en el sufragio es el comportamental. Y, aunque haya
un trasfondo común, h res-puesta que da un entrevistado a una
encuesta de opinión es siempre distinta al comportamiento que tiene
un ciudadano cuando va a votar.
Desde las elecciones norteamericanas de 1948 las opiniones en
torno a las encuestas están divididas y, aunque cada vez son más
las encuestas que se realizan, en cuanto a su imagen pública
domina el clima desfavorable tanto en los políticos como en la gente
de la calle. Los medios de comunicación airean de vez en cuando
entrevistas callejeras hablando de la inutilidad e invalidez de los
sondeos; pero las voces más altas y, normalmente en contra, son las
de los líderes políticos. En todos se da la curiosa coincidencia de la
crítica y el desprecio y, a su vez, la necesidad de tener una encuesta
delante. Es la relación clásica de amor/odio.
Se ha dicho, por ejemplo, que los sondeos pueden empobrecer el
diálogo político, fomentar la apatía y la indiferencia política porque
todo está determinado estadísticamente de antemano; que pueden
inducir al empobrecimiento de la vida política porque son pocos los
temas, y siempre los mismos, los que sacan a la publicidad; que
pueden contribuir al reforzamiento de actitudes maniqueistas de
ganadores/perdedores, mayorías/minorías, izquierdas/derechas,
éxito/fracaso, etc.; que, siguiendo con la tendencia ascendente de
las últimas tres décadas en las democracias occidentales, las
encuestas contribuyen al auge del populismo (barómetros de
popularidad e imagen); que tienen una influencia específica sobre el
grupo de los indecisos, aunque esta influencia haya que entenderla
en múltiples direcciones: aquellos que se suman a la corriente
mayoritaria (hipótesis del «vagón de cola», «ignorancia pluralista» y
«espiral del silencio») o ta de aquellos que, por oposición, reacción u
ocultación del voto responden en las elecciones de manera contraria
a lo previsto en las encuestas.
Finalmente, destacar el uso que hace el gobierno (o cualquier otra
institución política) de las encuestas como si éstas fueran una
consulta democrática. Los éxitos que han tenido los estudios de
mercado por conocer y sintonizar con los gus-tos del consumidor se
han trasladado al mundo de la política con la sana intención de
conocer y controlar las orientaciones políticas de Ja población. La
información que suelen aportar las encuestas de opinión en teoría
debería contribuir al diálogo político, pero en la práctica este diálogo
está truncado porque el beneficiario principal es el poder.
Apoyándose en ^características científicas de las encuestas, la
consulta a la muestra se convierte casi en una consulta democrática
a la población, con la salvedad de que los ciudadanos no se dan
cuenta de la información que anortan ni el uso que se va a hacer de
la misma. Es una simulación de un acto pseudodemocrático que
favorece la política del gobierno frente al ciudadano y que en
algunos casos puede desembocar en usos maquiavélicos
relacionados con la manipulación. Lo menos que debería hacer en
estos casos el gobierno es ofrecer los datos para uso de cualquier
ciudadano, grupo o institución.
V. LA OPINIÓN PÚBLICA INTERNACIONAL

1. CONCEPTO Y CARACTERÍSTICAS

I-a opinión pública internacional apenas difiere en su estructura y


funciona-miento de la opinión pública que podríamos llamar nacional
o local6', con la sal-vedad de que los elementos que entran en juego
gozan de una mayor dimensión. El conocimiento del exterior en el
pasado estaba reservado a una minoría, pero con el correr de los
tiempos, factores relacionados con el mercado, el comercio, la
guerra, la colonización, la religión, las ideologías, los medios de
comunicación, intereses comunes, etc., han ido creando un espacio
común que ha hecho saltar las clásicas barreras de frontera y
soberanía. Los problemas de todos son, cada vez más, problemas
comunes y universales.
El siglo xx ha sido testigo de esta apertura entre Estados y
pueblos a través de una mayor información e internacionalización de
los intereses y problemas. Las condiciones que exigían a principios
del siglo xrx los liberales para la existencia de una opinión pública
siguen teniendo vigencia en los tiempos actuales. Los públicos
traspasan ahora las fronteras porque hay temas de interés general (y
nunca mejor expresado el término) que importan a gran parte de la
humanidad; los medios de comunicación con su estructura,
organización, difusión de mensajes y exposición de las audiencias,
hacen posible que la información llegue a millones de hombres; los
Estados, las instituciones, los grupos y los ciudadanos articulan el
debate y la expresión pública y si un fenómeno de este tipo alcanza
la fuerza y la notoriedad pública, su efecto se hará notar en los
organismos públicos correspondientes.
M. Merlo, admitiendo la existencia de una opinión pública
internacional, supe-dita ésta a la aproximación o convergencia entre
diferentes opiniones nacionales, manifestadas a través de tres
canales distintos y complementarios: a) por la con-vergencia de
opiniones expresadas por los representantes cualificados de las
distintas naciones; b) por la concordancia que pueda darse
espontáneamente entre las diversas opiniones públicas nacionales,
ayudadas en cierto modo por las informaciones comparativas que
difunden los medios de comunicación, y c) la actividad militante de
ciertos trunos v minorías que defienden causas transnacionales. Sin
embargo, los cambios ocurridos en el mundo quince años después
posiblemente invitarían a suavizar a M. Merlo la dependencia de la
opinión pública internacional de las opiniones nacionales. La
internacionalización de los problemas, el final dé la guerra fría y la
información cotidiana que llega de todo el mundo a través de
agencias y cadenas transnacionales, hacen más próximos los temas
y preocupaciones de todas las partes del mundo.
La preocupación por el estudio de la opinión pública internacional
ha venido asociada a 1) el interés en mejorar las relaciones
internacionales, 2) los papeles que ciertos organismos deben cumplir
en el concierto mundial, 3) la internacionalización de ciertos
problemas, 4) el estudio de la propaganda, 5) la circulación
internacional de noticias, 6) el auge de estudios empíricos,
comparando problemas en países distintos (eurobarómetros, por
ejemplo), y 7) la lucha por el respeto de derechos y tratados
internacionales. Esto no quita que pueda haber problemas e intentos
de manipulación de la opinión pública. La propaganda al servicio de
las grandes potencias e intereses de los más fuertes, la
concentración informativa (tanto bajo influencia estatal como
privada)65, el control de las agencias y la información internacional,
son algunos ejemplos.
En la opinión pública internacional se pueden encontrar rasgos
diferenciales referidos, por ejemplo, a la transnacionalidad, las
distintas formas de expresión, su origen y dependencia, la
racionalización que se hace de la misma o el debilitamiento del
público. La transnacionalidad le viene a la opinión pública interna-
cional porque ciertos temas de interés general saltan, en unos casos,
las barreras del Estado, la nación o el país y, en otros, la cultura, la
religión o la ideología en dirección a un lugar común de encuentro y
discusión protagonizado, por lo menos aparentemente, por un
público internacional; suele expresarse en forma de comunicados y
declaraciones apoyados por círculos, foros, organismos y
conferencias de ámbito internacional, tanto públicas como privadas
y, sobre todo, por los medios de comunicación; en numerosas
ocasiones el origen de estas corrientes de opinión no se encuentra
tanto en el pueblo, sino en los centros internacionales de poder, el
liderazgo internacional, la tecnología, la producción y los medios de
comunicación, lo que significa que el debate internacional está
mediatizado, dirigido y controlado desde arriba, dejando en un lugar
secundario al público internacional. La información, necesaria para
entrar en el debate público, la mayor parte de las veces es
propaganda, el diálogo público está fuertemente mediatizado y las
razones que aportan defienden tan claramente intereses particulares
(aunque sean de Estados 0 bloques) que más que razones son
racionalizaciones.

2. EL ESPACIO PÚBLICO lNTERNACIONAL, EL ESPACIO


PÚBLICO POLÍTICO Y EL ESPACIO PÚBLICO INFORMATIVO

Hemos hablado y hablaremos más adelante del concepto de


espacio público. Solamente recordar que constituye aquel espacio
por donde la gente puede transitar, puede contemplar y participar en
la actividad que se está desarrollando, se muestra como un espacio
transparente y abierto a todo el mundo, ajeno a lo privado, particular
y exclusivo, relacionado con el reino de la libertad y la igualdad y
contrario a la opresión, el miedo y el misterio. Es el espacio ideal
para percibir y aportar ideas, ejercitar la razón y el diálogo y formar la
conciencia pública. Si la opinión pública se mueve por algún ámbito
o esfera, este es el espacio público sustentado por los públicos y la
razón pública, la actividad pública y política, la idea de interés y de
bien común y el apoyo de los medios de comunicación.
Sobre el concepto de espacio público político podríamos distinguir
tres modelos: el modelo griego, el ilustrado66 y el de la sociedad de
masas. El modelo griego —reconstruido por H. G. Gadamer y
Hannah Arendt— nos remite al agora como lugar público donde los
ciudadanos se reunían para hablar sobre los asuntos concernientes
al gobierno de la ciudad. La polis griega constituía el espacio público
y político por excelencia donde los ciudadanos, sin olvidar el objetivo
último de la acción y el bien común, discutían y decidían de igual a
igual sobre los asuntos de interés general en un reino de libertad.
Política y esfera pública coincidían.
El modelo ilustrado —reconstruido por J. Habermas y R.
Kosellcck— intenta explicar el salto que se da entre los siglos xvi y
xviii desde la esfera privada a la esfera pública, separando, como lo
hizo Hobbes, lo público de lo privado, la razón de la opinión y la
política de la moral.
Frente a la esfera privada, dominada por la conciencia individual y
la opinión, se pasa a una esfera pública dominada por un nuevo tipo
de razón: la razón de Estado. El salto a la publicidad y al espacio
público le vendrá desde la «crítica» ejercida desde abajo por
personas particulares que se ocupan de la cosa pública. Frente a la
razón de Estado aparecerá la razón del público y será en los
salones, cafés y clubes donde aparezca esta razón crítica o pequeño
tribunal que pida explicaciones al poder de la buena o mala
administración del bien común. Nos encontramos, como dice
Speicr67, en los orígenes reales de la opinión pública.
Con el advenimiento de las masas y el desarrollo de los medios
de comunicación, en el siglo xix las diferencias entre lo público y lo
privado se diluirán en lo social y la opinión pública pasará de ser una
opinión de sabios c ilustrados a una

masa amorfa de opiniones y prejuicios sustentadas por las


nuevas mayorías, analfabetas, activas y protagonistas de la vida
política o, más adelante, la expresión segmentada de las opiniones,
tal como reflejan las encuestas de opinión. En la sociedad del siglo
xx convivirán los tres modelos: se dará una mayor participación de
las masas en la vida pública, el Estado se mostrará cada vez más
fuerte y burocrático y se producirá una nueva feudalización del
espacio público. El arninoramiento de la fuerza ideológica y la
emergencia del espectáculo, la imagen y la representación
conducirán a la opinión pública a un rótulo de referencia, en muchos
casos vacío de contenido y dirigido desde la técnica, la burocracia,
los medios o desde cualquier entidad que tenga poder.
El espacio público informativo es el espacio creado por los
medios de comunicación que se apoya en símbolos, códigos e
imágenes. Es una realidad de segunda mano que el receptor percibe
desde la óptica del emisor como si ésta fuera la auténtica realidad.
Las limitaciones sensitivas y perceptivas que posee el hombre para
percibir el mundo que lo rodea son sustituidas por el poder de los
medios y la labor del periodista, que ponen al alcance del gran
público los datos más importantes y significativos de la realidad. El
nuevo espacio público, al estilo del viejo teatro, interpreta y
representa esta realidad bajo los nuevos códigos de la imagen y la
comunicación. Ahora todo está más al alcance de la mano, pero bajo
la simulación y la interpretación.
El espacio público internacional es el espacio por donde fluye
todo aquello que interesa o puede afectar a más de un país en forma
de acciones, bienes, intereses o mensajes. El símil más ilustrativo lo
tenemos en el mercado internacional. Supone fronteras abiertas, ya
que cada día es más difícil mantener espacios cerrados y exclusivos
en lo físico, lo cultural, lo económico, lo comunicacional o lo religioso;
está regulado por el derecho internacional o derecho de gentes; las
relaciones en este espacio no lo son tanto de ciudadanos, sino de
Estados y, además, jerarquizadas; se encuentra principalmente en
organismos internacionales, leyes, conferencias y mercado; y utiliza
la comunicación para mantener cierta unidad internacional y darse
publicidad. En los medios de comunicación puede contemplarse
cierta utilidad pública, pero siempre dependiente de los intereses de
algún país, de cierto orden económico, de intereses privados y al
servicio de un sistema de valores concreto.

3. EL SISTEMA DE LA OPINIÓN PÚBLICA INTERNACIONAL.


EL TRIÁNGULO «PODER, MEDIOS DE COMUNICACIÓN,
PÚBLICOS

También la opinión pública internacional puede ser considerada


como uno de los muchos subsistemas que forman la realidad social.
Su papel, aunque pequeño en el concierto internacional, le da cierta
entidad y diferenciación, está fuertemente condicionada por el
entorno y se ve regulada por leyes como las de retroalimentación y
equifinalidad. Pero lo más importante a destacar aquí son los tres
elementos que configuran el sistema de la opinión pública: el poder,
los medios de comunicación y el público.

1) El poder, cualquier tipo de poder que tenga relevancia en el


concierto internacional, se puede constituir en referente obligado de
la opinión pública internacional. En algunos casos como sujeto activo
de su formación y, en la mayor parte de las veces, como destinatario
de sus protestas, criticas o desacuerdos. Cuando las cosas no van
bien, cuando se gestionan de manera incorrecta los bienes públicos
o de patrimonio universal, cuando hay dejadez, ignorancia o
pasividad ante un problema que afecta al hombre o cuando alguna
instancia de poder (Estados, bloques, instituciones) presiona en
demasía a una parte de la población mundial, la opinión pública
internacional suele intervenir como una fuerza moral y crítica para
salir en defensa de derechos y libertades, frenar los posibles abusos
del poder o, simplemente, para manifestar que existe una conciencia
viva, pública y universal, sensible a los problemas de la humanidad.
La historia del hombre nos dice que siempre ha habido algún tipo
de poder y que este poder, con el paso del tiempo, se ha
manifestado más patente, más fuerte y más universal. Ha perdido
gran parte de la irracionalidad autoritaria que dominó en los
gobiernos y sistemas políticos vigentes hasta la llegada de la
democracia formal, dando paso a la participación, el consenso y la
racionalidad; pero sigue siendo fuerte y tiende a la centralización y a
la universalidad.
Apoyándonos en la teoría de Galtung68, en el orden político
internacional actual pueden distinguirse Estados «centrales» y
Estados «periféricos» y, a su vez, en cada Estado puede distinguirse
un «centro» y una «periferia». El imperialismo estructural del que
habla Galtung supone una relación de dominio que pasa desde el
centro de los Estados centrales al centro de los Estados periféricos
para beneficio de ambos, pero especialmente, de los primeros69.
Ese imperialismo no sólo puede constatarse en el ámbito político,
sino que se extiende a las áreas económicas, militares, culturales y
comunicativas y que, como partes de una gran sistema, se
encuentran perfectamente intercomunicadas.
Este orden internacional de signo imperialista supone una
armonía de intereses entre los centros de las naciones centrales y
los centros de las naciones periféricas, discordancia de intereses
entre las naciones centrales y las naciones periféricas y discordancia
entre las periferias de las naciones centrales y las periféricas. Por
ello, las interacciones entre el centro y la periferia son verticales y de
signo feudal, mientras que las interacciones entre periferia y periferia
son imposibles o muy difíciles de llevar porque están vetadas y
controladas por el centro.
De los cinco sistemas relacionados con el ejercicio de poder
universal: eco-nómico, político, militar, cultural y comunicativo, si en
el pasado lo fue el político-militar, en el momento actual, el más
universal y el que está en la base del orden y el desarrollo
internacional, es el económico, y los sistemas que ayudan a la
difusión y fortalecimiento de valores universales, el cultural y
comunicativo.
Descendiendo un poco más, el liderazgo internacional (el centro
del centro) se encuentra localizado principalmente en países como
listados Unidos y/o en el Grupo de los Siete71. Es en este grupo de
países donde se manifiesta con mayor claridad el poder económico,
político, militar, cultural y comunicativo. Si, durante el siglo XTX
(hasta la Primera Guerra Mundial), el imperio por excelencia lo fue el
de Gran Bretaña, con el comienzo del siglo, pero especialmente con
los golpes de las dos guerras mundiales, el país emergente y líder
indiscutible hasta el momento actual es Estados Unidos de
Norteamérica. Es la primera potencia económica del sistema
capitalista, primera potencia en el ámbito político-militar, líder
indiscutible en energía atómica, electrónica, telecomunicaciones,
industria aeroespacial, agencias de publicidad, ciencia, cinc y mucho
más. Su cultura se ha visto favorecida por el uso del inglés como
idioma dominante, por el desarrollo de la industria audiovisual, las
agencias de publicidad y las tecnologías de la información y
comunicación. Por ello no es de extrañar que todos estos sectores y
empresas que dependen del «centro» hayan contribuido a cierta
homogencización o nivelación cultural en todo el mundo, teniendo
como fuente principal los Estados Unidos.
Finalmente, y fruto más del voluntarismo (unido a ciertas dosis de
racionalización), hay que hacer referencia a la existencia y a la labor
de ciertas organizaciones internacionales (ONU, UNESCO, UNICEF,
OEA, OMS, OIT, FMI, OTAN, entre otras), que en numerosas
ocasiones constituyen una auténtica autoridad internacional en las
funciones que desarrollan, en otras sirven de plataforma para
canalizar y satisfacer demandas de la población y en otras muchas
están supeditadas a los intereses de las grandes potencias. Se ha
transnacionalizado la economía, la cultura, la religión, los gustos y
muchas cosas más, pero no se ha logrado crear de hecho un
referente de poder efectivo, objetivo y universal que se muestre por
encima del concepto tradicional de Estado. En ello estamos desde
hace décadas y quizá se necesiten siglos para conseguirlo.

2) La opinión pública internacional en sus fundamentos necesita


de la publicidad y notoriedad y esto lo consigue utilizando los medios
de comunicación. El sistema comunicativo se convierte así en un
factor envolvente y necesario para su formación y expresión aunque,
a la vez, debe pagar el tributo de la mediación. Para entender la
estructura comunicativa internacional se debe tener en cuenta las
distintas políticas de comunicación, la tecnología informativa, el
papel de las empresas dedicadas a la información, la profesionalidad
de los periodistas y la exposición del público ante los medios.
Anteriormente destacábamos que el sistema comunicativo era
uno de los sistemas más importantes, además de mostrarse como
un sistema emergente y cada vez más necesario en la sociedad
actual y futura y que, quien lo controle, tendrá una parcela
importante de poder. También decíamos que la integración de estos
poderes en el «centro» a través de los procesos de interacción y
retroalimentación hacía que quienes tuvieran el poder económico,
político, militar y cultural, también serian los dueños de la
comunicación en el mundo. Por ejemplo, si los siete grandes en los
poderes anteriormente enumerados son Estados Unidos. Canadá,
Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia y Japón, las cuatro agencias
más importantes en producción y distribución de noticias de carácter
internacional —Associated Press, United I*ress International, France
Presse y Rcuter— las dos primeras están centralizadas en Estados
Unidos, la tercera, en Francia y, la cuarta, en Inglaterra; entre las
compañías líderes en producción de electrónica destacan las
empresas de Estados Unidos (AT&T, IBM, GT&E, RCA, Xerox y una
numerosa lista conocida incluso del gran público), Japón
(Matsushita, Hitachi, Nippon Electric, Sony, Fujitsu...), Alemania
(Siemens, AEGATelefunken, Grundig, Bertelsmann...), Gran Bretaña
(Recd International, Rank Xerox, EMI, Plessey...), Francia (Thomson-
Brandt), Holanda (Philips), Italia (Olivetti) y Canadá (Northern
Telecom); entre los grupos multimedia que facturan miles de
millones de dólares al año están (sólo citamos algunos) Time Inc,
Times Mirror, Ganen o Donnelley & Sons, de Estados Unidos y, en
Europa, tenemos a Silvio Berlusconi (Italia), Thom EMI (Gran
Bretaña), Bertelsmann (Alemania), Hachette-Matra (Francia) o
Havas (Francia); la producción y distribución cinematográfica tiene
su centro principal en Estados Unidos (Paramount, Warner,
Columbia, MCA Universal, Walt Disney, 20th Century Fox,
MetroGM...); la distribución mundial de programas de televisión ha
seguido un camino parecido al del cine, aunque aquí se observa una
mayor independencia, producción e intercambio de programas o la
influencia de antiguas metrópolis, como Francia o Inglaterra, sobre
países que antes eran colonias; las grandes agencias de publicidad
en el mercado internacional dependen en su gran mayoría de
Estados Unidos y algunas de Japón, Francia y Alemania; y,
finalmente, las principales compañías discográficas dependen de
Estados Unidos y, en menor medida, del Reino Unido y Alemania".

El desarrollo de los medios de comunicación de masas ha


seguido el mismo camino que el seguido en los demás sectores
industriales: estandarización de sus productos, sean mensajes
culturales, informativos o de entretenimiento; racionalización
comercial en la distribución y consumo; tendencia a la concentración
y expansión transnacional73. La información se ha convertido, y así
la trata el mercado, en un producto más, con la salvedad de que
actúa de motor y de vínculo de unión entre todas las partes del
sistema, especialmente, de la parte central.
3) Queda claro que hay un sistema de poder y queda claro que
funciona un sistema de comunicación, pero no queda tan claro que
funcione la opinión pública como un poder activo, consciente, crítico
y efectivo a nivel internacional. Por eso decimos que los públicos de
la opinión pública internacional son la parte más débil del triángulo y
que la opinión pública internacional existente hasta el momento se
asemeja a la opinión pública nacional de principios del siglo xix. La
formación de una conciencia pública, fuerte y amplia tiene en su
contra la desinformación, la falta de una cultura de participación,
cierta insensibilidad, el difícil acceso de los ciudadanos a los medios
de comunicación y sobre todo los cruces que se presentan en el
camino relacionados con la mediatización. En numerosas ocasiones,
ciertas corrientes tomadas como opinión pública no son sino la
expresión de puntos de vista próximos a algún poder y ajenos a la
sociedad. Las teorías elitistas destacan precisamente este aspecto
que, tristemente, se da con relativa frecuencia. Como decía K.
Deutsch en su teoría en cascada de la opinión pública, la formación
de ésta nace y depende del papel que desempeñan las élites
económicas, las élites políticas y los medios de comunicación. Los
medios de comunicación están continuamente hablando de
problemas que afectan a la humanidad, pero solamente en algún
caso se hace referencia al despertar del público y a su sensibilidad.
No queremos ser pesimistas y caer en la tentación de decir que la
opinión pública no existe (Bourdieu). Mientras existan ciudadanos y
existan problemas, existe la posibilidad de una opinión pública. Otro
problema es su eficacia, su fuerza o la manipulación que pueda
hacerse de ella. Por eso, cuando contemplamos los fenómenos de
opinión pública internacional hoy en día, destacamos los
movimientos que surgen desde abajo, desde el ciudadano y con
cierta organización. Ahí está por ejemplo, la labor y la contribución
que pueden hacer ciertas — no todas-— organizaciones no
gubernamentales.

8. LA INVESTIGACIÓN DE LA OPINIÓN PÚBLICA. LAS


ENCUESTAS DE OPINIÓN Y OTRAS TÉCNICAS
En apartados anteriores hemos hecho referencia a alguno de los
aspectos relacionados con la investigación de la opinión pública,
especialmente cuando hablábamos de «la medición de la opinión
pública y las técnicas cuantitativas», apar lado 5.111, y «los usos
comunicativos y políticos de las encuestas de opinión», apartado
7.IV Ahora nos centraremos en las técnicas en cuanto tales, en
aquellas técnicas más utilizadas para medir la opinión pública.'
Hubo un tiempo -desde 1750 hasta 1920, más o menos—; donde
el análisis de la opinión pública se hacía desde la reflexión y la
observación. Eran los tiempos de la escuela clásica. Pero a partir de
los años veinte y, sobre todo, treinta del siglo pasado, el tratamiento
de la opinión pública se hará desde la investigación empírica,
especialmente desde el análisis de contenido, las escalas de actitud
y las encuestas de opinión (apartado 5.III). Es lo que Lazarsfeld
llamaba la escuela empírica1. Será desde esta perspectiva de donde
salga lá mayor parte de las técnicas que busquen analizar este
fenómeno social, teniendo en la encuestas de opinión el instrumento
más conocido para medir la opinión pública2. A pesar del avance y el
éxito que consiguieron las técnicas cuantitativas en los años
mencionados, caminarán en paralelo junto a las técnicas cualitativas
y la reflexión teórica que debe acompañar a todo análisis de la
opinión pública:
Resumimos en un cuadro lo dicho en el apartado 5.HI.1, sobre
«Expresión y medida de la opinión pública»:

Como puede verse, son muchas las formas de expresión y


también son muchas las técnicas para medir la complejidad de este
fenómeno. Por la importancia que han tenido y el juego que han
dado, especialmente en la vida política, las encuestas de opinión han
ocupado >* siguen ocupando el primer puesto entre las técnicas
conocidas. Por ello, sin ánimo de convertir este capítulo en un
manual de técnicas para medir la opinión pública, dedicamos un
apartado especial a las encuestas de opinión para describir sus
fundamentos, las fases que deben desarrollarse para evitar los
llamados errores sistemáticos y los problemas que plantean los
errores naturales de la muestra. También hablaremos de algunas
técnicas, especialmente del análisis de contenido, las escalas de
actitud, los grupos de discusión, la entrevista abierta o en
profundidad y la observación de comportamientos colectivos para
justificar su uso y acercarnos al conocimiento de la opinión pública
desde distintos ángulos.

I. LAS ENCUESTAS DE OPINIÓN

1. FUNDAMENTOS TEÓRICOS Y FASES DE UNA ENCUESTA

«Una encuesta —dice M. García Ferrando— es una investigación


realizada sobre una muestra de sujetos representativa de un
colectivo más amplio, que se lleva a cabo en el contexto de la vida
cotidiana, utilizando procedimientos estandarizados de interrogación,
con el fin de obtener mediciones cuantitativas de una

gran variedad de características objetivas y subjetivas de la


población. La encuesta de opinión, como una variación de la
anterior, es placimiento para conseguir información (opiniones) a
través de mediciones cuantitativas de un grupo de sujetos (muestra)
que pretende representar a un universo mayor (población), dentro de
unos márgenes de error controlados (probabilidad).
Como toda técnica que investiga la realidad, las encuestas
pueden ser de gran utilidad (junto a otras técnicas complementarias,
especialmente aquellas de signo cualitativo) para el estudio de las
opiniones, actitudes, varetes e, incluso; la opinión pública, sabiendo
que la información que aportan no exacta, sino aproximada o
probable. La corriente que critica su validez no se apoya tanto en los
fundamentos teóricos y en el método, sino en la desilusión que
suelen producir cuando no dan los resultados esperados. La
decepción que originan, por tanto, no es científica, sino psicológica,
aunque también debe reconocerse que en numerosas ocasiones la
única información que aportan es de indicativo y no muy diferente de
aquella que puede conseguirse por la experiencia o la simple
observación. Los ejemplos de esta actitud disonante los
encontramos en núfti'etbsos políticos que en tiempos de campaña
electoral critican el método y los resultados de encuesta, aunque —
también hay que decirlo— todos están deseosos de tener delante
algún sondeo electoral. Las encuestas se convierten aquí en el
espejo que refleja lo que son, lo que hacen, lo que valen, sus
posibilidades y la imagen de la competencia.
Ya hemos hablado en otros lugares de la importancia de las
encuestas de opinión en la historia y la investigación de la opinión
pública, las circunstancias que han posibilitado su desarrollo, las
críticas sobre su valide/, y el intento reduccionista de la opinión
pública apoyándose en los sondeos. Nosotros defendemos que las
encuestas de opinión miden eso, opiniones, pero también que detrás
de esas opiniones reflejadas en forma de estados de opinión se
puede encontrar una eprriente de opinión o un fenómeno de opinión
pública y que desde esta óptica es una técnica adecuada para
investigar la opinión pública.
Según J. Stoctzel y A. Girard4, el rigor y la precisión de las
encuestas se apoya en una teoría suficientemente probada y
establecida:
— número de personas a interrogar (volumen de la muestra):
cálculo de probabilidades y ley de los grandes números;
— determinación de las personas consultadas (cómo se
eligen los entrevista-dos): teorías de las muestras;
— significación de las respuestas: teoría de las actividades;
— validez y fidelidad de las respuestas: teoría de la
entrevista;
— rapidez de ejecución: procesamiento de datos, e
— interpretación de los resultados: técnicas de análisis y
construcción de modelos.

Como técnica de investigación, las encuestas incluyen una serie


de fases (el método de la técnica), resultado de la teoría y la
experiencia investigadora que, de cumplirse correctamente,
garantizan la fiabilidad y validez de las mismas.
Las fases más importantes de una encuesta se pueden resumir
en las siguientes5:
1)Proyecto y diseño de la encuesta
2)La muestra. Tipos de muestra y errores muéstrales
3)El cuestionario. La codificación
4)Trabajo de campo. La entrevista, supervisión y depuración
5)Procesamiento de datos
6)Análisis de resultados e Informe

A) La determinación del volumen de la muestra con su


consiguiente error rauestral
Lo ideal en una encuesta, para que no haya error, es trabajar con
toda la población, pero razones de tipo técnico, de tiempo y, sobre
todo, económicas hacen que se trabaje con una parte de la misma.
Toda muestra, por tanto, al no coincidir con la población lleva
implícito un error, siendo la magnitud de la muestra una de las
causas fundamentales de dicho error. Cuando se toma la decisión
sobre el volumen de la muestra, suelen estar presentes dos (hay
más) razones importantes: cometer el menor de los errores posibles
y rebajar al máximo los costes de la encuesta. Que el dinero tiene un
valor secundario o que una razón importante exige precisar al
máximo (errores muy bajos), ahí están las macroencuestas.
Razones de tipo económico obligan en la mayor parte de los casos a
trabajar con muestras que oscilan entre 800 y 2.500 entrevistados.
La ley de los grandes números y el cálculo de probabilidades
sostienen que a medida que aumentamos el número de elementos
de la muestra el error disminuye, pero también afirman que el
mencionado error no disminuye en la misma proporción que como se
aumenta el número de unidades de la muestra. Una precisión mayor
exigiría un aumento considerable de la muestra. En ese sentido,
suele decirse que hay una cifra ideal» (entre 800 y 2.500) con la que
la muestra representa relativamente bien a su población (con errores
entre 3,5 y 2 puntos, para un nivel de confianza del 95,5 por 100 y un
supuesto teórico de q 50, superando las dificultades arriba
mencionadas).
En muestras probabilísticas, el volumen de la muestra depende
de tres factores: la varianza poblacional (la relación entre p y./ •. el
nivel de confianza (interpretado dentro de la distribución normal y los
intervalos de confianza marcados por el valor de s) y el error máximo
que nos permitimos cometer. Según esto, el cálculo del volumen de
la muestra, utiliza la siguiente fórmula:
*M
n■
&
Siendo:
n = la muestra
s = la desviación típica que nos indica, a su vez, el NC con el que
se trabaja p.q = la varianza poblacional c - el error permitido
Por ejemplo, si trabajamos con un nivel de confianza del 95,5 por
100, es decir, s = 2, bajo un supuesto de máxima dificultad para
pyq(p = q = 50op-*-q-50 + 50) y con la probabilidad de cometer un
error no superior a 2,5, el número de personas que debemos incluir
en la muestra debe sen n = 1.600.

B) La elección del tipo de muestra

La teoría de las muestras explica los diferentes tipos de muestreo


en función de la complejidad de la población y el modo de proceder
para que las unidades seleccionadas representen lo mejor posible a
su población. La muestra ideal es la muestra aleatoria simple,
porque es donde el error se puede calcular matemática-mente, pero
razones de diferente índole (técnicas, económicas, de tiempo, de
facilidad, etc.) llevan a utilizar otros tipos de muestras que también
permiten conseguir los objetivos de la investigación.
La población no sólo está formada por un conjunto de unidades
representadas por una cantidad total, sino que, sobre la base de la
información recogida, se puede subdividir en numerosos
subconjuntos o estratos que definen características diferenciadas de
la población. La distribución de las entrevistas de la muestra entre
los diferentes estratos de la población se llama en terminología
estadística «afijación de la muestra»6. Se da afijación simple cuando
la muestra atribuye la misma cantidad de entrevistas a los distintos
estratos de la población. Cuando estos estratos se encuentran
representados proporcional mente en la muestra, se habla de
afijación proporcional y, si se tiene en cuenta además la desviación
en cada uno de los estratos, la afijación es óptima.
La clasificación de las muestras se hace, principalmente, teniendo
en cuenta el criterio del azar, aunque también pueden utilizarse otros
criterios que nada tienen que ver con este concepto.

1. Muestras aleatorias, probabilísticas o al azar:


— Muestreo aleatorio simple. Todas las unidades de la
población están identificadas con un nombre, un número o un código
y las unidades que van a formar la muestra se extraen por riguroso
sorteo. Uno de los ejemplos más conocidos es la muestra de
números premiados en la lotería de Navidad. Para mayor facilidad,
se suele utilizar la tabla de números aleatorios.
— Muestreo aleatorio sistemático. Constituye una variante del
muestreo anterior. Las unidades se encuentran en un listado, se
calcula el coeficiente de elevación y se van designando por adición
(según el valor del cociente) las unidades que van a formar la
muestra. Este sistema se puede prestar a sesgos.
— Muestreo aleatorio estratificado. Se divide primero la
población en categorías o estratos según características similares,
como, por ejemplo, el habitat, el sexo, la edad, niveles de renta o los
niveles culturales, y después se acomoda la muestra, de manera
proporcional o no, a los estratos de la población. Finalmente, se
hace intervenir el azar en cada uno de los estratos de la población
(muestreo polietápico). Ha sido la forma más utilizada en las
encuestas de opinión.
— Muestreo por conglomerados. Las unidades de muestreo
no son aquí los individuos, sino la colectividad, que viene definida
por alguna característica especial que la distingue de las demás; el
pueblo, el barrio, la unidad didáctica, la vivienda, la familia, etc. Se
parte del supuesto de que los miembros que forman el
conglomerado son heterogéneos, En las encuestas de opinión se
suelen seleccionar los conglomerados en varias fases (carácter
polietápico) y se hace intervenir el azar en cada uno de ellos.
— Muestreo por teléfono. La selección de los entrevistados
se realiza utilizando una base de la muestra donde quedan
recogidos los teléfonos de la población; por ejemplo, listas de
teléfonos o listas infonnatizas de teléfonos móviles. Una vez
conseguidas estas líneas, se puede utilizar el muestreo aleatorio
sistemático o el muestreo aleatorio estratificado. La entrevista se
realiza por teléfono y aporta importantes ventajas económicas y de
tiempo (rapidez). Los inconvenientes, como es lógico, también son
muchos e importantes pero la informática, la experiencia
investigadora y las exigencias del mercado han hecho que esta
forma de entrevistar vaya ganando espacios importantes en la
demoscopia.

2. Muestras no probabilísticas o empíricas.

Entre las más conocidas, se pueden citar;


— Muestreo periodístico. Se entrevista a las primeras
personas que el periodista encuentra para conocer su opinión sobre
un tema que ha saltado a la actualidad o se supone importante.
Aunque son personas elegidas al azar, no representan nunca a la
población, porque las unidades de ésta no han tenido la misma
probabilidad de ser elegidas.
— Muestreo por cuotas. Se estratifica la muestra (cuotas) en
relación con la estratificación de la población, dejando en libertad al
entrevistador para que elija las unidades de la cuota y las entreviste
al margen del azar.
— Muestreo mediático. No nos referimos al muestreo
telefónico y periodístico descrito más arriba, sino a una práctica
mediática relacionada con la comunicación, donde el medio o el
comunicador ofrecen teléfonos o espacios abiertos para que el
receptor (radioyente, telespectador o internauta) dé su opinión sobre
un tema, un programa o cualquier cuestión que se plantee. Las
llamadas o comunicados pueden ser numerosos, muy numerosos,
pero la muestra nunca será representativa de la población.
Constituye una práctica que adquiere grandes volúmenes en el
mundo de la radio, la televisión e Internet, se ayuda no sólo del
teléfono sino de nuevas tecnologías, como las conversaciones en
línea (IRC y chats), la mensajería instantánea (MSN Messenger,
ECQ, AOL, Jabbcr) o el e-mail, y ha abierto nuevas vías para la
comunicación entre emisor, receptor y público, pero los responsables
siempre deberían informar del valor estadístico de las personas que
se suman a estas muestras.
3)El cuestionario

El cuestionario está formado por todas aquellas preguntas que


nos van a dar información sobre el problema o tema de
investigación. La confección de un buen cuestionario exige tiempo,
experiencia y conocimiento del tema.
Entre los aspectos más importantes en la construcción del
cuestionario, se debe tener en cuenta:
— la elección del tipo de preguntas: preguntas abiertas y/o
preguntas cerradas:
— ensayos del cuestionario: pruebas pretest;
— correcta redacción de las preguntas para evitar confusión y
equívocos (las preguntas deben ser breves, claras y concisas);
— ordenación lógica y psicológica de las preguntas del
cuestionario;
— precodificación y poscodificación;
— buena presentación c identificación de los responsables de
la investigación.
4)Trabajo de campo

El trabajo de campo incluye: planificación del trabajo de campo,


calculando tiempos y costos de las actividades; instrucciones
generales y explicación del cuestionario a los entrevistadores;
realización de las entrevistas y supervisión; depuración, transcripción
y codificación. El plan de codificación debe tener en cuenta el tipo de
preguntas (cerradas o abiertas) que incluye el cuestionario
(precodificación y poscodificación) y si la codificación es manual o
electrónica.
El entrevistador, que en principio es un mero intermediario,
desempeña un papel fundamental (para bien y para mal) en la
encuesta porque, en cierto modo, personaliza a la empresa y el tema
de investigación. Gran parte de los errores sis-temáticos se
introducen por la entrevista a través de los problemas de imagen,
pro-fesionalidad y problemas laborales que soporta el entrevistador.
5)Procesamiento de datos

En el procesamiento de datos se incluye la perforación de fichas,


la grabación en cinta o en disco de los datos y códigos del
cuestionario, tabulación de datos y cálculos estadísticos
correspondientes.

6) Análisis de resultados e Informe

Al final del proceso se pasa al análisis e interpretación de los


datos en función de las variables explicativas, los objetivos y las
hipótesis planteadas al principio, porque «los datos no hablan por sí
mismos». Como muy bien ha apuntado R. López Pintor sobre la
experiencia en trabajos de encuestas: «Nada más difícil de hacer
que un buen cuadro. Nada más sutil que tenerlo a mano cuando se
necesita. Y nada tan infrecuente como saberlo leer y. mucho más,
interpretar»7. La parte más significativa de la investigación es La que
queda recogida en el Informe.

2. LOS ERRORES MUESTRALES

Los errores que afectan a una encuesta de opinión, decíamos


más arriba, son el error natural de la muestra, los errores
«sistemáticos» que se introducen a lo largo de las diferentes fases
de la encuesta y, si se publica, los errores de interpretación. Ahora
hablaremos del error natural de la muestra, también llamado error de
azar, error aleatorio y, generalizando, error muestral.
Cuando se trabaja con muestras, la investigación no acaba en los
entrevista-dos, sino que busca generalizar las características de la
muestra a la población de la que ha sido extraída. Estadísticamente
a esto se llama inferencia de parámetros a partir de muestras. Fn
una encuesta de opinión no nos interesa tanto conocer las opiniones
de los mil o dos mil entrevistados (estadístico), sino aproximarnos
con el máximo de precisión a las opiniones de la población
(parámetro).
El cálculo de un parámetro (intención de voto de la población, por
ejemplo) a partir de los datos de una muestra se realiza de la
siguiente manera: al porcentaje p de una muestra (intención de voto
dado en la muestra al partido A, por ejemplo)* se le suma y se le
resta el error muestral (el error típico de un porcentaje a cierto nivel
de confianza), consiguiendo un intervalo de confianza (con un
máximo y un mínimo) donde se supone que estará el porcentaje P
de la población (la intención de voto al partido A, en el supuesto de
que toda la población pudiera manifestarlo).

Inferencia p ± z.s► P (parámetro estimado entre dos valores)

Por ejemplo, si partimos de una intención muestra] de voto del 45


por 100 para el partido A, se puede inferir que la intención de voto de
la población al mismo partido estará entre el 43 y el 47 por 100. Si
hubiera elecciones en el momento de la realización de la encuesta y
el partido A consiguiera un porcentaje mayor de 47 o menor de 43, o
el azar habría actuado en contra de lo previsto (puesto que
trabajábamos a un nivel de confianza del 95,5 por 100), o se habrían
introducido errores sistemáticos en su realización.
Para calcular el error muestral, se utilizan las siguientes fórmulas:

— Para poblaciones de número finito de elementos (con menos


de 100.000 unidades):

V « N-i

Para poblaciones de número infinito de elementos (con más de


100.000 unidades):

Resumiendo, los elementos que intervienen en el error muestral


son los siguientes:

V: la población, que para efectos del cálculo del error muestral


habrá que distinguir entre población de número finito y de número
infinito de elementos. Cuando la población es inferior a 100.000
unidades, es de número finito; y, cuando es superior a 100.000, de
número infinito. La fórmula para calcular el error muestral en realidad
es una, la que aparece en relación con el número finito de
elementos. Como la segunda parte de esta fórmula en poblaciones
de número infinito de elementos su cociente se aproxima a 1 y todo
número que multiplica a 1 se queda como está, en la fórmula del
error muestral para poblaciones de número infinito de elementos
esta parte se hace innecesaria y, por tanto, queda eliminada.
n: la muestra, como aquella parte de la población que pretende
representar a la población de la que ha sido extraída. La ley de los
grandes números —mencionada anteriormente al hablar del cálculo
del volumen de la muestra— dice, en

principio, dos cosas: primera, que, según vamos aumentando el


número de elementos de la muestra, el error va disminuyendo y,
segundo, que este error no disminuye en la misma proporción que
como aumenta su volumen. Por ello, hay unas muestras ideales en
las encuestas de opinión (porque relacionan errores con costes,
personal y tiempo) que oscilan entre 800 y 2.500 entrevistas, con
costes y errores (3,5 y 2) relativamente bajos (ver tablas) y que son
las que se utilizan normalmente. Aparte quedan, cuando se busca
una precisión mayor, las llamadas macroencuestas.
5: la desviación típica, que nos indica la dispersión, variabilidad o
distanciamiento de las medidas de un conjunto de elementos en
relación con la media de su grupo. A medida que las puntuaciones
de un grupo o una muestra se alejan de su media, la desviación
típica es mayor y, cuando se aproximan a la media, la desviación es
menor. En temas de opinión, si todo el mundo opinara lo mismo
(ausencia de desviación típica) nos bastaría con entrevistar a una
sola persona para conocer las opiniones de toda la población. Pero,
como esto no es así, se hace necesario contar con este estadístico.
En la curva normal de la población se nos indica la cantidad de
población (representada en las ordenadas) que hay entre dos
puntuaciones típicas (representadas en la abscisa) o entre una
puntuación típica y la media. Así como la desviación típica (s) es una
medida de dispersión que afecta a todo el colectivo, las
puntuaciones típicas (z) son puntuaciones individuales dadas en
unidades de desviación típica (s) que nos permiten una
interpretación universal de cualquier puntuación directa0.
Recordemos que. cuando queremos hacer medidas empíricas,
creamos escalas directas para cada caso (para medir la inteligencia,
el peso, la altura, las actitudes, etc.). Pero, si queremos hacer
comparaciones entre unas y otras, debemos utilizar escalas
universales donde quepan todas las medidas. Transformando las
puntuaciones directas en puntuaciones típicas, podremos hacer tales
comparaciones y muchas cosas más.
NC: el nivel de confianza. La curva normal de población —que
representa cantidad de población en relación con cada uno de los
valores de la abscisa— en teoría se encuentra con la abscisa en el
infinito y una de sus propiedades nos dice que entre una sigma
positiva y otra negativa se encuentra el 68,3 por 100 de la población;
entre dos sigmas positivas y dos negativas, el 95.5 por 100, y entre
tres sigmas positivas y tres negativas, el 99,7 por 100. De hecho,
podría decirse que más allá de cinco sigmas positivas y cinco sigmas
negativas (tabla de la curva normal) difícilmente se encontraría algún
elemento de la población.

Cuando extraemos una muestra, lo que deseamos es que


represente a la mayor parte de la población, que en la curva normal
de la población (ver gráfico) se concentra en torno la media. Por eso
establecemos un nivel para diferenciar la parte de población
(mayoritaria) que nos interesa conocer, de aquella otra (minoritaria)
que se encuentra repartida por partes iguales en los extremos de la
curva, pero sabiendo que el azar, al extraer la muestra, puede incluir
tanto unidades de la población que queremos conocer (confianza o
probabilidad) como aquella parte que se encuentra más allá del corte
o nivel. El nivel de confianza nos indica la probabilidad que tenemos
de extraer un elemento (muestra o estadístico) al azar de aquella
población que se encuentra entre los porcentajes marcados por las
sigmas. Si pretendemos que nuestro elemento se encuentre en el
grupo de población comprendido entre dos sigmas positivas y dos
sigmas negativas, la probabilidad (o nivel de confianza) será del 95,5
por 100, y entre tres sigmas positivas y tres sigmas negativas, del
99,7 por 100. Y esto que hemos dicho de la distribución normal de la
población también puede aplicarse a la distribución muestral de un
estadístico (en nuestro caso, de un porcentaje). Son los porcentajes
p y q del epígrafe siguiente. En concreto, el nivel de confianza de
una encuesta de opinión hace referencia a la probabilidad que
tenemos de que el porcentaje/? que queremos conocer esté
comprendido entre los porcentajes teóricos de un número infinito de
muestras (distribución binomial de los porcentajes p y qt sabiendo
quep = q — 50), marcados por la desviación típica que hemos
elegido. Si buscamos un nivel de confianza del 95,5 por 100,
buscamos que nuestro porcentaje p se encuentre entre los
porcentajes comprendidos entre dos sigmas positivas y dos sigmas
negativas de la curva normal.

p y a: la varianza poblacional. Se loman aquí como dos


porcentajes que sumados dan el 100 por 100 de la población. En las
preguntas de una encuesta de opinión siempre hay, al menos, dos
alternativas de respuesta. Al porcentaje que nos interesa conocer lo
llamamos/» y al resto de las alternativas de respuesta, es decir, lo
que no es />, lo llamamos q. Como en teoría las alternativas de
respuesta pueden ser infinitas, agrupamos todas las respuestas en
dos porcentajes.
El cálculo de la desviación típica (error típico) del porcentaje p se
realiza bajo el supuesto de una población dicotomizada, cuya
distribución muestral corresponde a una distribución binomial. En el
caso de las encuestas de opinión, al desconocer los valores de p y q
de la población, nos ponemos en la situación más difícil y compleja
para p(p = q = 50), tal como indica la ley de máximos y mínimos: el
producto de dos números, cuya suma permanece constante, es
máximo cuando se acercan a la igualdad y mínimo, cuando uno de
ellos se acerca a la unidad La relación de todos estos elementos y
su influencia en el error muestral pueden verse en las tablas de
limites de error.

Límites de error y número de elementos a incluir en la muestra


para poblaciones infinitas, con un nivel de confianza (NC) del 95,5 (2
SIGMAS) cuando p y q toman diferentes valores
II. OTRAS TÉCNICAS PARA INVESTIGAR LA OPINIÓN
PÚBLICA
1. EL ANÁLISIS DE CONTENIDO

Algunas leonas sobre la opinión pública, como la teoría de la


espiral del silencio y la teoría de la agenda, subrayan la importancia
de los medios de comunicación en la formación del clima de opinión
y la opinión pública. Esto nos lleva a aceptar que la opinión pública
pasa por los medios —porque pueden crear e influir en la opinión
pública existente— y que analizando estos, especialmente sus
contenidos, podemos conocer una variante importante de la opinión
pública. Con respecto a los medios y el proceso de la comunicación
se podrían analizar todas las partes del mismo: la fuente, el canal, el
comunicador, el código, el mensaje y el receptor, porque todas
tienen algún tipo de relación con la opinión pública, pero algunas mis
que otras, como sucede, por ejemplo, con el mensaje y el receptor.
En el final del proceso encontramos el receptor, la audiencia o el
público y es aquí donde podemos localizar los públicos" de la opinión
pública. Todo análisis que hagamos de las audiencias y del papel
receptivo y activo de ellas nos ayudará a entender mejor la
formación de la opinión pública en una sociedad dominada por los
medios12. Sin embargo, el punto central lo situamos en los
mensajes y aquí está—desde los inicios de la investigación en
comunicación de masas— la técnica del análisis de contenido.
Desde que Berclson definiera en los años cincuenta el análisis de
contenido como aquella técnica que busca «la descripción objetiva,
sistemática y cuantitativa del contenido manifiesto de la
comunicación»13, hasta otras posteriores, como la dada por L.
Bardin en los años setenta14, donde se amplía el análisis del
mensaje a todos los elementos que intervienen en el proceso y se
admiten nuevas técnicas, como el análisis de la contingencia o el
análisis estructural, la técnica se ha convertido en un grupo de
«técnicas de análisis de contenido» —donde se incluyen las ya
clásicas cuantitativas como otras muchas de signo cualitativo que
buscan el análisis del texto, su contenido y sentido. El hombre utiliza
diferentes códigos o lenguajes para expresarse, siendo el más
importante el verbal (oral o escrito), pero puede utilizar otros
muchos, como el gestual, el comportamental, el gráfico, el pictórico o
el musical. Estas y otras más no son sino formas que los humanos
utilizan para comunicarse y en todas ellas va implícito un mensaje.
Mensaje que se apoya no sólo en el texto, sino en el contexto que lo
acompaña, en el sentido, la significación, los marcos de referencia o
las estructuras que lo sustentan. Muchas veces debemos salir del
texto para encontrar el sentido del mismo. Por ello, en todo
comunicado podemos encontrar el texto (lingüística), el contenido
(análisis de contenido) y la interpretación (semiótica).
Si entre los contenidos de la comunicación podemos diferenciar el
nivel sin-táctico, el nivel semántico y el nivel pragmático15, el
análisis de contenido se movería principalmente entre los dos
últimos y, más en concreto, en el semántico, aun-que hay técnicas
para todos los niveles. Según P. Navarro y C. Diez16, en el nivel
sintáctico se podrían incluir: el análisis de la expresión, el análisis
automático del discurso (AAD) y los estudios sociolingüísticos de
Bernstein. En el nivel semántico: el análisis de la evaluación, el
análisis de contingencias, el análisis discriminante, el Q-análisis o
dinámica poliédrica y el análisis sociosemántico. Y en el nivel
pragmático: la perspectiva instrumental de A. George, el análisis de
la expresividad, el punto de vista conversacional, el análisis de
conversaciones, el análisis del discurso y el análisis de la
enunciación.
Definidos los objetivos de la investigación y seleccionado el
corpus que se ha de investigar, en todas estas técnicas se deben
concretar las unidades de análisis o registro (palabras, frases,
titulares, intenciones, referentes, temas...), las unidades de contexto
o marco interpretativo, las reglas de codificación, la categorización,
la inferencia y la interpretación. No se centra, como decíamos antes,
sólo en el texto, sino que deben tenerse en cuenta el sujeto
comunicador (como persona, como profesional, como miembro de
un grupo o como empresa mediática), sus intenciones manifiestas o
latentes, sus formas de expresarse, las circunstancias que le
acompañan, el destinatario de la comunicación, el entorno o contexto
(donde el número de variables implicadas podría ser largo) y las
distintas estructuras que sustentan y justifican el discurso.
En relación con la opinión pública que pasa por los medios de
comunicación y se genera en ellos, citamos dos técnicas de análisis
de contenido que buscan medir dos aspectos fundamentales de la
comunicación: la información (análisis temático) y la opinión (análisis
evaluativo). Es de todos conocido que, desde que aparece la prensa
diaria (siglo xviii), en los medios siempre han estado presentes la
información y la ilustración, primero, como formas diferenciadas de
comunicar17 y, segundo, porque tras la información • -lo que
llamaríamos propiamente informa

ción objetiva— al comunicador le ha acompañado - algunas veces


— la insinuación, la calificación, el sesgo, la beligerancia o la
valoración del hecho informativo (información persuasiva) para
influir, conciente o inconscientemente, en la audiencia. Todo lo que
fluye por la comunicación puede producir algún efecto sobre el
publico, pero en este caso nos interesa aquellos efectos que
contribuyen a la formación del clima de opinión, la opinión pública y
la imagen pública.
El análisis temático (como una de las formas del análisis
calegorial) y el análisis evaluativo (por ejemplo, el análisis evaluativo
de Ch. Osgood y colaboradores) son dos técnicas que se prestan a
la consecución de estos objetivos. El primero, de signo cuantitativo y
el segundo, de signo cualitativo.
El análisis temático sigue los pasos del análisis calegorial18:
— elección del corpus que se ha de investigar;
— elección de los «temas» y reglas de recuento (presencia,
frecuencia, intensidad dirección, orden y contingencia);
— elección de las categorías pertinentes y reglas para su
codificación (homogeneidad, exclusión mutua, pertinencia,
objetividad y productividad);
— análisis individual de cada categoría; —- análisis global de
las categorías;
— inferencia, teniendo en cuenta el contexto comunicativo,
social, político, económico, cultural, etc., y
— conclusiones.
Hacer un análisis temático consiste en localizar los micteos de
sentido que aparecen en la comunicación para reconstruir al final el
sentido del discurso. El punto central se localiza en las unidades de
análisis o de registro, que llamamos «tema». Un tema suele ser una
frase, una frase compuesta, una frase compensada, un título o el
titular de un medio de comunicación, siempre con una unidad de
significación. A modo de ejemplo, los titulares de un periódico (o de
cualquier otro medio de comunicación) pueden tomarse como
ejemplo de tema, y su análisis —durante un tiempo más o menos
largo y con la muestra adecuada de medios— puede ilustrar todo
aquello que estamos diciendo sobre la formación del clima de
opinión, la presencia de la opinión pública en los medios o la
creación de la imagen pública.
Partimos de un supuesto teórico relacionado con la formación de
la opinión pública: en los lenguajes hablados (verbales o escritos) -
-por ejemplo, en la prensa escrita- los mensajes que mejor sintetizan
la comunicación y que mayor atraen la atención del público están en
los titulares. Los lectores de prensa, en su mayor

parte, sólo leen titulares y, en casos especiales o como


complemento a un interés especial, dedican un tiempo añadido a la
ampliación de la noticia. Los intereses particulares empujan a cierta
parte de la audiencia a la lectura de detalles y ampliaciones
recogidos en la «letra pequeña» de secciones como el deporte, la
sociedad, la política, la economía, la religión, o de cualquier otra
sección. Pero el promedio del tiempo de lectura que la gente dedica
a la prensada para leer los titulares y poco más. Por eso, la imagen
que nos hacemos de lo público a través de la prensa (y de otros
medios) se apoya en esa habilidad estereotipada de los periodistas,
que llamamos titulares y que resume la parte principal de la noticia o
el discurso informativo. Gran parte de lo que pasa por la mente
(imagen) y la palabra (comunicación) de los ciudadanos depende del
discurso dominante de los medios condensado en esas formas
estereotipadas de hablar o de escribir, razones que han llevado a
algunas teorías a afirmar que la agenda de los medios tiene una
influencia especia] en la agenda de los públicos-9. Colocados en
esta perspectiva, la técnica del análisis temático no sirve sólo para
detectar la formación de opiniones, actitudes o valores, estereotipos,
prejuicios o imágenes, sino aquellas formas más estables del pensar
y el sentir que se traducen en cultura, tradición, idiosincrasia o
identidad.
El análisis evaluativo de Ch. Osgood20 se centra en la dimensión
valorativa de la comunicación. El comunicador no es sólo un mero
transmisor de información, sino que en su relato incluye perspectivas
subjetivas que traslucen actitudes personales y juicios de valor sobre
lo que habla o escribe. La técnica puede aplicarse a los textos que
directamente son valorativos, como la llamada prensa de opinión, o
hacia aquella información que teóricamente debería ser neutra u
«objetiva», pero que de vez en cuando el emisor deja traslucir
alguna actitud (positiva o negativa), porque toma posición sobre
aquello de que o de quien habla. Ambas están presentes en los
medios de comunicación y ambas buscan efectos específicos sobre
la audiencia. Las intenciones del emisor se unen a las demandas de
un receptor que busca información y orientación, y en esta última
palabra —orientación— es donde reside el punto de conexión entre
el sistema de valores de los emisores y de los receptores.
Resumiendo, la técnica se orienta a medir la presencia de actividad
en los mensajes del emisor, su orientación c intensidad.
La parte específica de la técnica se apoya en las siguientes fases:
— elección del corpus que ha de investigar,
— selección de las unidades evaluativas, y

— definición del proceso valorativo: sujeto emisor, objeto de


actitud y valoración.
• El sujeto emisor es aquella persona que habla o escribe.
• El objeto de actitud es aquella persona, objeto o acontecimiento
sobre quienes el comunicador manifiesta una actitud (opinión o
valoración). Aunque a veces suelen coincidir, detrás de los objetos
de actitud están los referentes, aquello de quien se habla o se opina
en la comunicación
• Escala de valoración. Las actitudes vertidas por el emisor se
pueden trasladar a unos ejes que pueden cuantificarse. En primer
lugar, hay que detectar la dirección de la actitud y, en segundo lugar,
su intensidad. El modo operativo se realiza de la manera siguiente:
las expresiones valorativas (si fuere necesario) se traducen a
oraciones más simples donde aparezca

el objeto de actitud * * el verbo conector < ► y el atributo


evaluador

Al verbo conector se le da siempre el valor de 2 y, si tuviera algún


adverbio u otro complemento que modifique la dirección del verbo, a
éstos se les daría un valor que oscila entre + 1 y - 1.
Por ser la parte más importante de la valoración, al atributo
evaluador se le dan valores que oscilan entre + 3 y - 3.
Multiplicando el verbo conector (y complementos) con el atributo
evaluador, nos da una escala que oscila (máximo negativo y máximo
positivo) entre - 9 y + 9.
Al final tendríamos tantas escalas como frases valorativas,
pudiendo sacar el perfil actitudinal del emisor sobre los objetos de
actitud21.

2. LAS ESCALAS DE ACTITUD


En el apartado dedicado a las «opiniones y actitudes» del capítulo
primero se detallan las relaciones, semejanzas y diferencias entre
las opiniones, las actitudes y la ideologia. Por un lado, se entiende la
ideología como la parte más profunda de la personalidad22, en
oposición a la dimensión más superficial, externa y cambiante
centrada en las opiniones. Por otro, se explican las opiniones y las
actitudes como partes de un continuo, destacando, en las primeras,
el componente cognitivo y, en las actitudes, los componentes
cognitivo, afectivo y comportamental. La verbalización de una idea,
un sentimiento o una valoración se asocia más al concepto de
opinión, mientras que la toma de posición a favor o en contra de algo
se aproxima más al concepto de actitud. También decimos que lo
que entiende normalmente la gente por «opinión pública» podría
llamarse con mayor propiedad «actitudes públicas», porque ante un
problema de interés general, cuando los públicos asumen posturas
distintas y encontradas, con intensidades diferentes, más que
opiniones están manifestando actitudes. Con toda técnica, por tanto,
que nos ayude a medir aquellas actitudes relacionadas con lopáblico
y lo notorio, especialmente cuando éstas sean colectivas o se
apoyen en muestras representativas, estaremos midiendo opinión
pública.
Las escalas de actitud pretenden medir actitudes, entendidas
como variables intermedias o intervinientes del sujeto. Las actitudes
son un constructo mental que utilizamos para definir situaciones
internas del sujeto, no susceptibles de observación directa.
Observamos lo que dicen o hacen las personas y, a partir de aquí,
inferimos estados internos del individuo que llamamos^ por ejemplo,
actitudes, y que los psicólogos sociales han recorrido un largo
camino para explicar este concepto. Por ejemplo, Allport sostenía en
1935 que es más fácil medir que definir las actitudes. Para llegar a
su conocimiento y análisis se puedan utilizar distintos caminos,
como, por ejemplo, las acciones explícitas, las afirmaciones
verbales, los sentimientos manifiestos o las disposiciones verbales, y
todo ello en forma de comportamientos observables que pueden
trasladarse a alguna escala para ser cuantificadas. Y esto que
decimos de las actitudes como variables intermedias también podría
decirse de la personalidad o la inteligencia
Además de la existencia o no de actitudes, las escalas suelen
medir algunos de sus rasgos, como: a) la consistencia, o la
permanencia del-mismo tipo dé respuesta en la escala; b) la
amplitud, o el número de aspectos; acontecimientos o personas que
se incluyen en las actitudes; e) la intensidad, o la fuerza con que se
mantiene la actitud; y d) la saliencia o espontaneidad, como la
predisposición que manifiestan las personas cuando van a responder
a una pregunta en una escala.
Las escalas de actitud se utilizan para asignar un valor numérico
a un individuo (grupo, colectivo o muestra) en algún punto
comprendido entre los dos extremos de la escala. Comprende una
serie de frases o ítems a los que el sujeto debe responder para
conseguir una posición dentro del continuo. Los ítems deben
discriminar entre actitudes diferentes y, también, entre intensidades
diferentes dentro de una misma actitud. No debe haber nunca ítems
neutros —porque mostrarían la ausencia de actitud- y la
discriminación debe extenderse a todos las preguntas del continuo.
Cuanto mayor sea el número de preguntas, mayor será la Habilidad
e, indirectamente, la validez de la escala.
Las primeras escalas que aparecen (1925) son las escalas de
distancia social de Rogardus, pensadas para medir la intensidad de
los prejuicios nacionales y racionales en Estados Unidos. Son
escalas fáciles de confeccionar, de pocos ítems y buscando siempre
la mayor o menor aceptación (o rechazo) de algo o de alguien.

Como escala ordinal24, la dificultad principal está en la distancia


que se establece entre un gradiente y otro, que no es la misma.
Las escalas de Thurstone aparecen en 1929 y suponen un
avance importante en la construcción de escalas porque consiguen
una mayor precisión en la medición de las acritudes. En la base de
su construcción está el intento de convertir la escala ordinal en
escala de intervalo lineal o de intervalos aparentemente iguales. Su
construcción exige más tiempo, incluye un mayor número de ítems,
cada ítem tiene una valoración y el conjunto de ítems o preguntas se
reparte por todo el continuo de la escala. La puntuación del sujeto
sería la media de los valores correspondientes a los ítems
contestados. La dificultad de este tipo de escala está en el coste
(tiempo) de su construcción y en las readaptaciones que exige su
actualización.
Likert elabora en 1932 las escalas de calificaciones sumadas para
medir acti-tudes hacia el imperialismo, internacionalismo y los
negros. Tienen en cuenta la amplitud consistencia c intensidad de la
actitud. La vahante principal de esta escala está en que a los ítems
elegidos (favorables o desfavorables a la actitud) se les añade una
subescala complementaria. Aplicada la escala, el puntaje de cada
individuo vendrá del resultado de sumar cada una de las respuestas
favorables por su intensidad y de restarle la suma de las respuestas
desfavorables por su intensidad. A pesar de ser tan laboriosas como
las de Likert, se han extendido más.
En este afán de crear instrumentos de medida y de perfeccionar
las escalas existentes, en 1940 Guttman da un paso más
construyendo el escalograma que lleva su nombre. Coincide con
Likert y Thurstone en la necesidad de formular preguntas para medir
las actitudes y también en su ordenación dentro de un máximo y un
mínimo, pero prefiere formular las preguntas y presentar los
resultados en un orden jerárquico dentro de una escala
unidimensional. Se supone que quien decide por un item,
automáticamente decide por todos los ítems de nivel inferior.
Para medir aspectos relacionados con la opinión pública, además
de estas escalas tipo, es importante tener en cuenta otros tipos de
escala, el concepto de gra-diente aplicado a cualquier escala y la
aplicación de escalas complementarias (tipo Likert) a cualquier tipo
de pregunta o tema. Los cuestionarios que diariamente se aplican
para medir diferentes aspectos de la opinión pública ilustran la
imaginación y la creatividad del investigador en ciencias sociales.

3. LOS ORI IPOS DE DISCUSIÓN

Si las encuestas de opinión constituyen la técnica cuantitativa


más importante y más conocida para investigar opiniones, actitudes
y valores, los grupos de discusión ocupan el mismo lugar entre las
técnicas cualitativas, pero sin tener la

misma resonancia (conocimiento) entre la gente. Si en su origen


debemos acudir aR.K. Merton —años cuarenta y cincuenta—
cuando planteaba la entrevista focalizada y, más tarde, los grupos
focalizados, en España es obligado citar a J. lbá-ñez2- como uno de
los investigadores que más han desarrollado esta técnica desde el
punto de vista epistemológico y metodológico. Los anglosajones, al
referirse a los grupos de discusión, prefieren hablar de focus group y
de group interview y en la tradición científica a veces se han
confundido con otros tipos de grupo con los que existen claras
diferencias y algún tipo de relación, como el brainstorming (tormenta
de ideas), el Phillipóó, los grupos delphi; la entrevista de grupo, \a
entrevista nominal, los grupos terapéuticos, la dinámica de grupo y
las entrevistas grapa les de campo, naturales y formales.
Aunque la técnica empezó en el ámbito de las ciencias sociales,
rápidamente se trasladó a los estudios de mercado (grupos
focalizados y análisis motivacional), pero poco a poco fue retornando
—-no sin ciertas dificultades— a la investigación social. Se han
utilizado para investigar audiencias y mercados, propaganda y
publicidad, para evaluar planes, proyectos y programas, investigar
posibles políticas, confeccionar cuestionarios de encuestas sociales,
conocer motivaciones y preferencias o sencillamente como técnica
exploratoria de la realidad social. A veces se la ha considerado como
una técnica autosuficiente y, otras, como una téc-nica asociada a
otras, especialmente las encuestas de opinión.
La filosofía que subyace en los grupos de discusión es que éstos,
apoyados en el habla y la interacción, se muestran como el marco
ideal para expresar las representaciones ideológicas, valores,
imaginarios, sentimientos o proyecciones dominantes de un
determinado estrato social, clase o sociedad en general. El discurso
social no habita en cuanto tal ni en la subjetividad ni en algo
independiente a los mismos individuos, sino en algo exterior que se
expresa, por ejemplo, en las palabras, las acciones o los gestos y es
el grupo —el discurso interactivo que se realiza en el grupo— la
ocasión para que el discurso de lo público y lo social se abra a la
consciencia. Los interlocutores, con sus hablas y sus gestos, se
constituyen en parte de la conversación porque es ésta la que se
convierte en huella que debe llevarnos a las matrices y estructuras
colectivas, al núcleo del sentido, al campo semántico, algo que el
investigador, siguiendo el rastro que dejan la palabras, le permitirán
la reconstrucción del sentido de esa realidad. El grupo de discusión,
apoyado en su autonomía y espontaneidad, ofrece la posibilidad de
que emerja la palabra reprimida para que estas palabras tejan y
reproduzcan la estructura y el sentido, los consensos que impone la
cultura dominante.
El diseño de la técnica arranca de la demanda del cliente que se
conviene en el objetivo de la investigación. A partir de ahí se diseña
el número de grupos, ubicación geográfica de los mismos, número
de participantes en cada grupo, características de sus miembros,
etc. La muestra de grupos no busca la representación estadística,
sino la tipológica o socio estructural. Hay que destacar también el
papel de aquella persona que busca a los participantes que van a
integrar los grupos, el «pago» de las mismas, el lugar y la forma de
conducir la reunión, su duración y. sobre todo, el papel del
moderador, que debe ser, sobre todo, introductor, activador y
canalizador.
Grabada y transcrita la conversación, se pasa a su análisis,
sabiendo que éste ya comenzó con el diseño y la fase de campo. El
analista, como decíamos antes, apoyándose en las «huellas» que
deja la conversación, debe descubrir el sentido de la misma.
Sabiendo que es una técnica exploratoria e interpretativa, debe
echar-le imaginación y sistematicidad hasta encontrar el sentido
correcto del discurso. Se puede utilizar el análisis temático clásico,
como propone Krueger. o se puede seguir la vía de los tres niveles
propuesta por Ibáñez, en el nivel mínimo, se localizarían las
unidades sintácticas mínimas; en el nivel medio, se seleccionarían
las unidades sintácticas según su etiquetado; y, en el nivel máximo,
se contextualizarían los discursos. Finalmente se redacta el Informe
poniendo el acento en los datos directos, en su descripción o en su
interpretación.

4. LA ENTREVISTA ARIHRTA O EN PROFUNDIDAD


El hecho de preguntar forma parte del habla, de la conversación,
de la interacción y de la comunicación y, allá donde haya algo que
despierte curiosidad, surge el deseo de saber, razón que nos empuja
a preguntar, interrogar o entrevistar.
Todo lo que pueda decirse de la entrevista en general es válido
para la entrevista abierta o en profundidad, porque ésta no es sino
un tipo especial de entrevista. Si hacemos una clasificación muy
general de las entrevistas en estructura-das y no estructuradas, la
entrevista abierta estaría entre las últimas.

Las características más importantes de este tipo de entrevista se


pueden resumir en tres:
a)La preparación de un guion o cuestionario —lo más extenso y
preciso posible- según el tema a investigar, aunque se deja libertad
al entrevistador para reconducir los puntos de la entrevista según las
circunstancias y la marcha de la misma.
b)La selección de una muestra (no muy amplia), que represente
al mayor número de grupos, públicos o corrientes de opinión.
Normalmente se suele entrevistar a los líderes o directivos
principales, pero, si fuera posible, seria conveniente escoger otras
muestras de personal intermedio, personal de base o del público en
general para contrastar las opiniones de todos, teniendo en cuenta la
posición que cada uno ocupa en la estructura del grupo, del colectivo
o de la sociedad.
c)Para llevar con éxito la entrevista y conseguir el objetivo de la
investigación, es necesaria una experiencia probada, conocimiento
de la técnica y aptitudes comunicativas por parte del entrevistador o
investigador. También se pide que el entrevistador tenga una
información mínima de las personas a entrevistar o de los perfiles de
la muestra elegida.

La abundante bibliografía77 sobre esta técnica explica en cada


caso las variantes, pasos o condiciones que han de cumplirse para
que la entrevista llegue a buen término. No es lo mismo, por ejemplo,
una entrevista de investigación, que una entrevista clínica,
terapéutica, de evaluación de resultados o de selección de personal.
En los casos judiciales y penales, las entrevistas se llaman
interrogatorios.
Grabada o registrada la entrevista, tal como se hiciera en los
grupos de discusión, se pasa a su análisis y conclusiones finales.
Como técnica exploratoria y descriptiva se pueden hacer diferentes
análisis que pasarían desde la simple exploración, fijación de
posiciones o contenidos hasta los análisis que nos remiten al
contexto, grupos y marcos de referencia. Técnicas como el análisis
temático o el análisis de la enunciación pueden ser útiles para el
análisis de la entrevista.
Esta técnica pretende conectar no tanto con el público como
conglomerado general, sino con aquellas personas que, por su
posición e influencia, pueden aportar una información especial sobre
la ideología, objetivos, motivaciones, intereses, etc., de las distintas
corrientes de opinión. Es una técnica que sintoniza con la
concepción aristocrática de la opinión pública, esto es, con el punto
de vista de aquellos que sostienen que la opinión pública no es sino
un reflejo de aquellos que ocupan los puestos más altos de las
distintas esferas de poder: las élites, los directivos o los líderes de la
sociedad. Pero no tiene por qué serlo, ya que el liderazgo y la
dirección son consustanciales a todo grupo humano, incluida la
sociedad como un gran grupo. Al margen de esta concepción de la
opinión pública—como en los grupos de discusión—, es una técnica
complementaria de las encuestas de opinión que permite ofrecer una
visión más cualitativa y funda-mentada de los fenómenos de opinión
desde posiciones más cualificadas y distintas a las del público en
general.

5. LA OBSERVACIÓN DE COMPORTAMIENTOS
COLECTIVOS

Cuando se habla de opinión pública en el siglo xx o en el


momento actual, se suele decir que su marco principal de expresión
se encuentra en los medios de comunicación. Sin embargo, en
ocasiones utiliza medios más contundentes, como las
concentraciones masivas en forma de comportamientos colectivos.
Por eso, cuando se quiere poner un ejemplo concreto y visible de
qué es y cómo se manifiesta la opinión pública, éste se encuentra
perfectamente reflejado en las numerosas manifestaciones públicas
que se suceden en la calles de las grandes ciudades, convertidas en
foros públicos de expresión de lo que quiere la gente, del respeto
que piden a sus derechos y libertades lesionados, o como simple
manifestación de sus muchas frustraciones, quejas, rabietas,
promesas incumplidas y muchas cosas parecidas. La observación de
estos comportamientos —con la técnica adecuada— nos permite
investigar sobre el terreno una de las manifestaciones más claras dé
la opinión pública, tanto en su variante racional como irracional.
Además, si en el pasado estas manifestaciones también se daban,
pero estaban prohibidas o eran reprimidas, desde el siglo xix
numerosas declaraciones y constituciones reconocen el derecho de
manifestación.
La observación es tan antigua como el hombre y forma parte de la
vida coti-diana, pero puede convertirse en técnica, cuando:
— sirve a un objetivo de investigación;
se planifica y controla sistemáticamente y se relaciona con
proposiciones más generales en vez de presentarse como una serie
de curiosidades interesantes, y
— está sujeta, como toda técnica, a los controles de
Habilidad y validez.

Aquí contemplamos la observación como observación directa o


como observación participante. En la primera, los observadores sólo
cumplen la función de observación, por lo que permanecen ajenos a
los objetivos que buscan los manifestantes; en la segunda, los
observadores se implican de alguna manera en los intereses de la
multitud, pero observando. Lógicamente, las estrategias, el método,
los registros y los resultados pueden ser distintos. Y, puesto que
hablamos de manifestaciones, las estrategias deben ser distintas
cuando de algunas se sabe mucho (quién la convoca, cuándo, por
dónde, razón de la convocatoria, magnitud de la misma, etc.) o de
otras se sabe poco o irrumpen por sorpresa en la vida pública. Por
ello, la planificación definitiva dependerá de cada acontecimiento en
particular. Puede suceder, por ejemplo, que se cambie de hora y de
lugar, que dure más de lo previsto o que siga por derroteros no
esperados y, aunque se haya realizado una buena planificación, un
buen diseño, unas buenas plantillas para registrar lo observado o
estén bien entrenados los entrevistadores, la sorpresa puede surgir
en cualquier momento y, además, habrá que contar con el factor
subjetivo del observador.
La observación, dice Ander Egg, puede tomar diferentes
modalidades. Ateniéndonos a la preparación y a los medios que se
utilizan, puede clasificarse en estructurada y no estructurada;
siguiendo el grado de implicación del observador, en participante y
directa (no participante); según el número de observadores, en
individual o en equipo; y, según el lugar donde se realiza, en
observación efectuada en la vida real (espacios abiertos y públicos)
y observación efectuada en laboratorio7*. De todas las
clasificaciones citadas aquí, además de la directa y participante,
destacamos la estructurada y la no estructurada, por la importancia
que tienen en la preparación del diseño y la forma de registrar las
unidades de observación. Se utiliza la estructurada cuando se
conocen muchos datos de la manifestación que va a tener lugar o
cuando los objetivos son precisos; los observadores no tienen por
qué ser muchos (uno para cada función o aspecto a analizar), la
planificación y el diseño quedan muy detallados y las categorías
suelen estar claras. En la observación no estructurada la imprecisión
es mayor porque se sabe poco del acontecimiento. Se debe contar
con un número mayor de observadores, la planificación debe ser
flexible, el diseño amplio y las categorías aproximadas.
Elegido un sistema u otro y hechos los registros pertinentes
(presencia, ocurrencia, frecuencia, duración, intensidad, etc., de las
unidades de observación y registradas en las correspondientes
categorías), se pasa al análisis, sabiendo que estos acontecimientos
ocurren en un espacio y en un tiempo, que tienen unos referentes,
contextos y entornos y que hay que contar con la interpretación que
hagan otros observadores del mismo fenómeno.
En principio todas las técnicas que se aplican en las llamadas
ciencias sociales son válidas para analizar cualquier fenómeno
social, aunque unas con mayor pertinencia que otras. De éstas
hemos entresacado aquellas que tienen una relación más estrecha
con la opinión pública, pero podrían incluirse algunas más,
especialmente aquellas que se identifican como variante de alguna
de ellas. Es el caso del panel y los barómetros, como variantes
especificas de las encuestas de opinión o el análisis de resultados
electorales, la experimentación aplicada a la comunicación y
formación de actitudes y las distintas formas de muestrear a través
de los medios de comunicación donde infinidad de gente aporta su
opinión sobre los temas mas variados de la vida pública: cartas al
director, recogida de firmas, teléfonos abiertos, chais, entrevistas,
encuestas mediáticas, correos electrónicos, foros. hlogs, etc.
en la estatalización, desea que el mercado funcione en sus
aspectos pluralistas y de competencia, y por lo tanto mantiene que el
mercado debe seguir siendo, aunque dirigido, un protagonista
central. Se entiende que el economista pUrí¡ o de otras convicciones
preferirá el mercado sin socialismo al socialismo de mercado. Incluso
si tuviese razón, respetar las «razones de la economía» no quiere
decir que todo haya de subordinarse a la economía.
Recapitulo. Afirmaba a modo de introducción que la noción de
sistema capitalista era engañosa. De hecho, ¿cuál es el capital que
hace el «capitalismo*? Si es, aunque lo dudo, el capital para la
inversión, entonces el Estado denominado capitalista está «mal
capitalizado» (vive de impuestos y tiende a dilapidar el capital que
adquiere), mientras que el Estado capitalista por excelencia y d
Estado propietario exclusivo de todo el capital es, por consiguiente,
el Estado comunista. ¿Quién es, entonces, el verdadero protagonista
de las economía llamadas (mal llamadas) capitalistas? Los
capitalistas (personas concretas) o bien el mercado, y por lo tanto un
mecanismo impersonal Si es el mercado, como sostengo, entonces
es necesario comprenderlo mejor. Con este objetivo afirmar que
todos nuestros sistemas económicos son «mixtos- no clarifica para
nada el problema. Si por sistema mixto entendemos un «tercer tipo»,
entonces no lo encontraremos variando la mezcla entre mano
invisible y mano visible. Mientras tanto, la alternativa sigue
planteándose entre el mercado (aunque imperfecto, impuro y
mezclado con otras cosas) o la planificación colectivista. Y puesto
que la alternativa es ésta, escoger el no-mercado es
verdaderamente un pésimo negocio.

CAPÍTULO 8

OPINIÓN PÚBLICA

Marco general

El término «opinión pública» es de cuño relativamente reciente:


se remonta a los decenios que preceden a la Revolución francesa de
1789- La coincidencia no es fortuita. No se trata sólo del hecho de
que los ilustrados se atribuían la tarca de «difundir las luces» y, por
lo tanto, de modo implícito, de formar las opiniones de un público
más amplio; sino también que la Revolución francesa preparaba una
democracia en grande —bien distinta de la democracia en pequeño
de Rousseau— que a su vez presuponía y generaba un público que
manifiesta opiniones. El hecho de que la opinión pública emerja —
bien como término, bien como fuerza operante— en concomitancia
con la Revolución de 1789 indica también que la asociación primaría
del concepto es una asociación política. Es evidente por sí mismo
que una opinión generalizada (difundida entre un gran público)
puede existir, y de hecho existe sobre cualquier tema. No obstante,
los estudios sobre la opinión pública y el significado que podemos
denominar técnico del término se centra, en primerísima instancia,
sobre un público interesado en la «cosa pública» El público en
cuestión es sobre todo un público de ciudadanos, un público que
tienen una opinión sobre la gestión de los asuntos públicos, y por lo
tanto, sobre los asuntos de la comunidad política. En síntesis: el
«público» no es sólo el sujeto, sino también el objeto de la expresión.
Una opinión se denomina pública no sólo porque es ¿¿/público
(difundido entre muchos, o en -ue los más), sino también porque
afecta a objetos y materias que son de naturaleza pública: el interés
general, el bien común, y en esencia, la res publica.
A pesar de que el nombre surge a mediados del siglo XVIII, es
lícito mantener que el fenómeno existió siempre aunque bajo otros
nombres: la voxpopuli del Imperio romano tardío, el consensus de la
doctrina medieval, la «pui-voce» y la «pubblica fama» de
Maquiavelo. Locke, en particular, introduce junto a las leyes divina y
civil, una «ley de opinión y de reputación.! Se h' mantenido también
que el concepto de opinión pública se encuentra prefirado en el
«espíritu» de Montesquieu y en la «voluntad general» de Rousseau y
algunos han encontrado incluso afinidades entre el concepto de
opinión pública y el de VolksseeU o Volksgeist, el alma o espíritu del
pueblo de los ro mánticos '. No obstante, un nombre nuevo denota
por lo general un fenómeno nuevo, o normalmente evidencia nuevos
aspectos del propio referente. Al decir voxpopuli, espíritu general,
voluntad general, y todavía más Volksgeist evocamos una entidad
que no desea ser descompuesta y tampoco contabiliza pro capiie.
Incluso la doctrina medieval del consenso pertenece a la misma
familia, desde el momento en que designa un consenso presumible,
no sometido a la certidumbre ni tampoco a la posibilidad de pruebas
contrarias. Por otra parte la «voz publica»» o «fama» de
MaquiaveIo.es simplemente la fama, fama popularis o incluso los
rumores de los romanos: una reputación, o bien una serie de
«voces» que circulan os adaurem, de boca en boca, en un allegado
social. Más que ninguno otro es, sin duda, Locke el que tienen en
menee la opinión pública tal y como se concebirá en la más madura
doctrina liberal constitucional, es decir, como fuente no sólo de
legitimidad, sino también de conducción de un gobierno recto.
Una opinión se denomina «pública», por lo tanto, cuando se dan
conjuntamente dos características: la difusión entre públicos y la
referencia a la cosa pública. Queda por precisar por qué decimos
«opinión», es decir, por qué ya no decimos vox, espíritu o voluntad.
¿Cuál es, al menos en clave semántica, la diferencia? Vox indica
únicamente una exteriorización, una manifestación verbal cuyo
entorno queda sin precisar. Por lo tanto la «voz» puede expresar
únicamente deseos o necesidades inmediatos, y por ello no
presupone estados de información y todavía menos estados de
cognición. La diferencia entre «opinión» y «espíritu» es todavía más
evidente. Cuando Montesquieu traía del espíritu de las leyes, o
cuando decimos «el espíritu de la constitución», aludimos a un
sentido profundo, a un ánimo; mientras que el «espíritu del pueblo»
de los románticos es una esencia metafísica, aunque historiada, y
por lo tanto referida a un «espíritu del tiempo». Sin embargo, ¿por
qué decir opinión pública en lugar de decir, con Rousseau, «voluntad
general"? En parte la denominación roussoniana ha sido derrotada
parcialmente por su sabor metafísico, en parte por su monolitismo y
en parte por su ambigüedad o incluso indescifrabilidad. Por otro lado,
entre la «opinión», que es el estado mental, y la «voluntad» que es la
energía activadora y el sostén de la acción, la diferencia es, por lo
menos para nosotros grandísima. Lo era menos para Rousseau,
puesto que ( suya era una voluntad racional, intelectualizada, y no
ciertamente la «volunyoluntarista» (anrirracional, o por lo general a-
racional) celebrada por muchas filosofías posteriores. Queda el
hecho de que la voluntad general de Rousau sintonizaba con un
contexto de pequeñas democracias directas y anticipadas, mientras
que el concepto de opinión pública se sitúa en el contexto ¿c la
democracia representativa y se plantea el problema de instituir la
democracia en gran escala.
Finalmente, «opinión» es doxa, no es —para referirse a la clásica
distinción platónica-— episteme, no es saber o ciencia. Incluso por
esta vía se llega a entender de qué modo la democracia de los
modernos se ha aproximado al concepto de opinión pública, y cómo
este último concepto se presta mejor que todos sus antecesores y
parientes para fundamentar la democracia liberal. La máxima
objeción contra la democracia es, de hecho, que el pueblo «no
sabe», platón argüía que la tarea de gobernar debía concernir a los
depositarios de la episteme, es decir, a los filósofos. No es necesario
seguir las múltiples variaciones del tema del filósofo-rey, del
gobierno de los sabios. El hecho es que la democracia
representativa se caracteriza no como «gobierno del saber», sino,
por el contrario, como «gobierno de la opinión»; lo que equivale a
decir que a la democracia le basta la doxa, que el público tenga
opiniones: nada más, pero —es necesario subrayarlo cuanto antes—
nada menos.
Este breve marco histórico circunscribe el análisis que vamos a
hacer y permite una definición preliminar de este hecho. Con
respecto a lo primero, no nos ocuparemos de cualquier opinión que
se encuentre diseminada, individuo i individuo, en amplios públicos,
sino únicamente de aquellas opiniones que asuman una cierta
relevancia política, que los impliquen no sólo como particulares, sino
también como ciudadanos. En relación a lo segundo la «opinión
pública» puede definirse, en primera instancia, así: un público, o una
multiplicidad de públicos, cuyos estados mentales difusos
(opiniones) interactúan con los flujos de información sobre el estado
de la cosa pública.
Esta definición puede parecer demasiado vaga o fluida; pero su
fluidez refleja la naturaleza del fenómeno en observación. Por otra
parte, aun en su vaguedad la definición propuesta contiene una
especificación que permite aprehender la novedad del fenómeno.
Los estados mentales inducidos por «flujos de información sobre el
estado de la cosa pública» no son los estados de opinión que
encontramos también en las sociedades premodernas y
tradicionales, o allí donde los flujos de información no son
propiamente «flujos», o no conciernen a la res pública. Bien
entendido, la opinión pública tal y como se define aquí contiene,
como ingredientes propios, necesidades, deseos, valores y
disposiciones, es decir, los ingredientes de cualquier estado mental;
pero contienen, además, y como un factor característico, datos sobre
cómo se gestiona la cosa pública. Es en este último aspecto, y por
este motivo, por lo que la teoría de la opinión pública se convierte en
parte constituyente de la teoría de la democracia.

Opinión pública y democracia

El nexo constituyente entre la opinión pública y la democracia es


totalmente evidente: la primera es el fundamento esencial operativo
de la segunda. Cuando afirmamos que la democracia se basa en la
soberanía popular indicamos únicamente, o sobre todo, su principio
de legitimación. Queda el hecho de que un soberano vacío, un
soberano que no sabe y no dice, es un soberano de nada, un rey de
copas. Para ser de algún modo soberano el pueblo debe, por lo
tanto, poseer y expresar un «contenido»; y la opinión pública es
precisamente el contenido que proporciona sustancia y operatividad
a la soberanía popular. De esta consideración se desprenden dos
definiciones clásicas de la democracia: que la democracia es un
«gobierno de la opinión» * y que la democracia es un «gobierno
consentido», un gobierno fundado sobre el consenso, la vinculación
entre las dos definiciones es fácil de ven un gobierno de la opinión
es un gobierno que busca y requiere, precisamente, el «consenso»
de la opinión pública; y un gobierno consentido es, concretamente,
un gobierno mantenido por la «opinión pública».
Se ha discutido mucho recientemente si es verdad que la
democracia se fundamenta en el consenso, y algunos autores han
mantenido que, por el contrario, la democracia presupone el disenso.
Con tal de que no se exageren, ambas tesis son verdaderas en los
diversos contextos y significados en los que se expresan. Quien
subraya el diseño y la conflictividad piensa en la naturaleza pluralista
de la democracia y en el disenso que se expresa principalmente en
los mecanismos de la oposición y de la alternancia de los gobiernos.
El disenso en cuestión es, por lo tanto, un disenso a nivel del
gobierno, frente a un personal de gobierno que descaremos cambiar.
Por el contrario, quien subraya la importancia del consenso se refiere
al denominado consenso sobre los fundamentos, sobre los valores
de fondo y sobre las reglas de juego del sistema político. Por
ejemplo, sin consenso sobre las reglas que ordenan los conflictos,
queda únicamente un conflicto dirigido a imponer estas reglas por
medio de la violencia.

El hecho que más interesa, en este punto, es, por lo tanto, que los
conceptos de opinión pública y de consenso no sólo se refieren el
uno al otro, sino que son coincidentes: ambos son, por consiguiente,
conceptos que designan estados difusos. Es difícil demostrar que el
consenso de una opinión pública consiste, en una multiplicidad de
consensos precisos sobre una multiplicidad ¿c cuestiones precisas.
Pero, concretamente, el demonstrandum no es éste. Del mismo
modo, el consenso de la opinión es un idetn sentiré generalizado, un
estado de sintonía, o bien de ausencia de sintonía.
Hasta el advenimiento de los instrumentos audiovisuales de
comunicación de masas —radio y televisión— la teoría de la
democracia podía detenerse en este punto. Existía una opinión
pública porque existían periódicos. Más concretamente, el requisito
del «flujo de informaciones» era satisfecho por la existencia de una
prensa que fuera múltiple y libre. De ello se desprendía, de hecho,
que el público era alimentado con noticias que a su vez alimentaban
a una opinión que era verdaderamente ¿¿/público, es decir, que el
público la hacía por si mismo. En otros términos, la opinión pública
que funciona como arquitrabe de la democracia es una opinión
«autónoma». La opinión pública no lo es porque esté ubicada en el
público, sino porque está hecha por público. Bien entendido, en los
procesos de opinión que dependen de los flujos de información el
público es un término de llegada que «recibe» los mensajes. Pero h
su el advenimiento de los media por antonomasia los procesos de
formación de la opinión estaban —hay que recordarlo— en equilibrio,
o mejor dicho contraequilibrados, es decir, permitían la
autoformación de la opinión de los públicos.
La autonomía de la opinión pública ha entrado en crisis, o ha sido
puesta en duda, por la propaganda totalitaria y también por las
nuevas tecnologías de las comunicaciones de masas. Es un punto
sobre el que nos detendremos en seguida. Por el momento basta
con señalar esta posibilidad: que la opinión en el público no sea para
nada una opinión del público. No está escrito en ninguna ley natural
que una opinión pública sea autónoma, puede ser, o haberse
transformado en heterónoma. En ambos casos es una opinión que
se sitúa materialmente en el público, pero la primera es a la segunda
como un original a una falsificación. De este modo, una opinión
pública prefabricada, heterónoma. no es meramente la otra cara,
sino también la negación de una opinión pública autónoma. La
distinción entre opinión en y del público es, por lo tanto, una
distinción crucial.
Es evidente que una opinión pública puramente autónoma o
puramente heterónoma constituyen tipos ideales que no existen,
como tales, en el mundo real. La distinción fija los polos opuestos de
un continuo, a lo largo del cual encontraremos, en concreto, una
distribución de preponderancias, es decir, de estados de opinión
preferentemente autónomos o preferentemente heterónomos, más
próximos a un polo o bien mis cercanos al otro. Una última
advertencia preliminar es la de que cuando afirmamos que la
democracia se basa sobre la opinión pública, la afirmación vale tanto
para la democracia representativa como para la democracia directa
y, en el límite, autogobernada. La diferencia entre los dos tipos es
muy grande; pero en este punto se unen. P0r lo tanto, en una
democracia dirigida la opinión de los públicos es el porro unum. En la
democracia directa el pueblo ejerce el poder en nombre propio Por lo
tanto, con mayor razón si el pueblo no tienen una opinión pública el
llamado autogobierno es una estafa; y si la cualidad de aquella
opinión es decadente, si el pueblo quiere sin saber, tendremos un
autogobierno que se autodestruye.

La formación de la opinión

Las opiniones no son innatas y no surgen de la nada; son el fruto


de procesos de formación. ¿De qué modo, entonces, llegan a
formarse o se forman las opiniones?
Una primera representación de los procesos de opinión es la del
bubble-up, de la opinión pública como un «rebullir» del cuerpo social
que sale hacía lo alto. Deutsch contrapone a esta imagen el cascade
mode P, es decir, una serie de procesos descendentes «en
cascada» cuyos saltos son contenidos a intervalos por depósitos en
los cuales se vuelven a mezclar cada vez. En el modelo de Deutsch
los niveles o depósitos de la cascada son cinco. En lo alto está el
depósito en el que circulan las ideas de las élites económicas y
sociales, seguido por aquel en el que se encuentran y enfrentan las
élites políticas y de gobierno. El tercer nivel está constituido por las
redes de comunicaciones de masas y, en buena medida, por el
personal que transmite y difunde los mensajes. Un cuarto nivel lo
proporcionan los «líderes de opinión» a nivel local, es decir, aquel 5-
10 por ciento de la población que verdaderamente se interesa por la
política, que está atento a los mensajes de los media y que es
determinante en la pías-nación de las opiniones de los grupos y con
los que interactúan los líderes de opinión. Finalmente el todo
confluye en el demos, en el depósito de los públicos de masas.
Profundizaremos a continuación en los procesos que tienen lugar en
este último nivel. Por el momento baste con señalar que el grueso de
la literatura más reciente niega la pasividad de las denominadas
masas, y de este modo subraya cómo el receptor de los mensajes
es, al recibirlos, bastante más activo que pasivo.

Volviendo al esquema de conjunto de Deutsch, es oportuno poner


en ¿encía tres aspectos. El primero es la importancia del nivel de los
líderes de opinión local: un lugar de paso y de intermediación que ha
estado infravalorado durante largo tiempo. El segundo aspecto es
que ninguno de los niveles es monolítico y tampoco, normalmente,
solidario: en el interior de cada depósito las opiniones y los intereses
son discordantes, los canales de comunicación múltiples y
polifónicos. Lo que equivale a decir que en todos los niveles
encontramos un ciclo completo de dialéctica de opiniones, por sí
mismo un crisol de formación de la opinión. El tercer aspecto es que,
aunque el sentido de una cascada es descendente, Deutsch subraya
la continua presencia de fced-backs, de retroacciones de retorno. En
este último respecto podría mantenerse que el modelo de la cascada
incorpora, como un elemento propio interno, el del resurgimiento, el
del bubble-up. Me parece más exacto ver los dos tipos de procesos
como fenómenos alternativos que pueden muy bien coexistir, pero
que normalmente se reemplazan el uno al otro.
El hecho es que Deutsch elabora su modelo en referencia a la
política exterior, es decir, a un sector demasiado remoto para
interesar verdaderamente a públicos amplios, al menos hasta que no
estallan crisis próximas; Deutsch se refiere, en realidad, a aquel
público que hace más de cuarenta años era descrito por Lippmann
de forma imaginativa como un «público fantasma», un público que
no existe porque no tienen opiniones *. Pero en el plano de los
asuntos exteriores el cascade modíl puede reabsorber (aunque no
comprenda, por ejemplo la guerra de Vietnam) el bubble-up. El caso
es distinto cuando pasamos a considerar sectores y problemas que
afectan al público de cerca, a personas o cosas propias. Aquí el
fenómeno de borbotones, resurgimientos y quizá chorros de opinión
—y, por lo tanto, de una opinión pública que emerge auténticamente
y se impone desde abajo— no se plantea de hecho como un subtipo
del movimiento de cascada. Cada cierto tiempo el público se obstina
y reacciona de un modo inesperado, no previsto y ciertamente no
deseado por quien está en los depósitos superiores. Por
consiguiente, se dan «marcas de opinión» que verdaderamente
hacen que se desborde el curso de las aguas. Una vez clarificado
esto, y sólo después de que esté bien claro, se puede estar de
acuerdo con la tesis de que los procesos normales, o más
frecuentes, de génesis de la opinión pública son en cascada.
La doctrina ha sobrentendido siempre que la opinión pública
debía su propia autonomía a complejos procesos de reequilibrio y a
una neutralización recíproca. El valor del modelo de Deutsch reside
en transformar este sobrentendido —que seguía siendo un
sobrentendido generalizado— en un esquema analítico. En el mundo
real la «autonomía» es un concepto relativo. Cuando firmarnos que
en las democracias el público se forma una opinión propia de a cosa
pública, no afirmamos que el público lo haga todo por sí mismo y
solo, •abemos muy bien, por lo tanto, que existen «influyentes» e
«influidos», que es procesos de opinión van desde los primeros a los
segundos, y que en el origen de las opiniones difusas están siempre
pequeños núcleos de difusores. El techo es que la difusión de las
influencias que forman la opinión no ha de configurarse como una
serie de ondas concéntricas que se expanden, como cuando
lanzamos una piedra en un estanque. Incluso si prescindimos de las
tareas de resurgimiento, el modelo de cascada permite ver el
proceso de formación-difusión de las opiniones de un modo
totalmente distinto.
En primer lugar, todo depósito no sólo desarrolla un ciclo
completo, sino que en el seno de todo depósito los procesos de
interacción son horizontal: influyentes contra influyentes, emisores
contra emisores, recursos contra recursos. En segundo lugar, en
todo paso desde un nivel a otro intervienen menos factores: cada
vez que vuelve a comenzar un ciclo completo que lo vuelve a
mezclar todo, y que al volverlo a mezclar modifica lo que llega de los
temas depósitos. A este respecto la imagen del «salto» es oportuna
no tanto ni implemente porque denota un descenso, sino porque
evoca una discontinuidad, una parada. Comencemos, para
simplificar, por el nivel de la clase política; no porque ésta sea la
verdadera y primaria forja de las opiniones, sino porque la opinión
pública se caracteriza como tal —recordémoslo— en relación a) que
dicen y hacen los políticos. La clase política ejemplifica bastante bien
odas las características de un depósito de ciclo completo: es un
microcosmos ltamente competitivo en el cual los partidos maniobran
para robarse los decires y los políticos se pelean entre sí, también, y
con frecuencia sobre todo, en I seno de los respectivos partidos,
para quitarse los puestos. Y si los partidos como tales son
extravertidos en el sentido de que tienen puestos los ojos en el
lectorado, los políticos como particulares son, por el contrario,
introvertidos, por ello todos dispuestos a maniobrar los unos contra
los otros en el interior e un mundo cerrado de juegos de poder. De la
multiplicidad de los partidos, todavía más de la conflictividad
interpartidista, parten por lo tanto voces casi infinitas y ciertamente
contrastadas, que llegan en primera instancia al personal de los
media. Este personal no las retrasmite tal cual. Como mínimo, cada
anal de comunicación establece lo que constituye o no constituye
una noticia, bdo canal selecciona, simplifica, quizá distorsiona,
ciertamente interpreta y con frecuencia es fuente autóctona de
mensajes. Por otra parte, también en este nivel valen las reglas de la
competencia y, por lo tanto, se vuelven a proponer aquellos
procesos de interacción horizontal que vuelven a constituir un nuevo
conglomerado.

Los líderes de opinión local juegan, en el siguiente nivel, un papel


no menos decisivo. Los instrumentos de comunicación de masas
son, incluso en potencia, instrumentos anónimos que no pueden
sustituir la relación personal, cara a cara, con un interlocutor de
carne y hueso5. Además los medios de comunicación hablan con
voces distintas, presentan «verdades» distintas. ¿A quién creer? Los
líderes de opinión son, por lo tanto, las «autoridades cognitivas»,
aquellos a los que preguntamos, a los que tener fe y en los que
creer. Obviamente, incluso en este nivel las opiniones y las
autoridades cognitivas están diversificadas: pero con mayor razón
cada grupo escucha a un determinado líder. Los líderes de opinión
local hacen, pues, de filtro y también de prisma de las
comunicaciones de masa: pueden reforzar los mensajes
retrasmitiéndolos extensamente, pero pueden también desviarlos o
bloquearlos declarándolos poco creíbles, distorsionados o incluso
irrelevantes.
Se ha señalado ya que durante largo tiempo la importancia de
este paso ha sido infravalorada. Vale ahora la pena señalar que el
modelo de cascada de Deutsch se inspira en concreto en las
investigaciones sobre el denominado twüStep-flovj, sobre el flujo de
dos niveles de las comunicaciones6. En estas investigaciones se
ponía en evidencia que el mensaje no encontraba un público
«atomizado» y no llegaba en línea recta, sino, por el contrario,
llegaba «en escalones», es decir, pivotando sobre el escalón del
líder de opinión. La intuición de Deutsch fue la de poner sobre
escalones, o escalonar, todo el proceso de arriba a abajo.
Queda por centrarse en el papel y la ubicación, en los distintos
niveles de la cascada, de los intelectuales en sentido amplio. El
punto se le escapa incluso a Deutsch, quizá porque la
superproducción y consiguiente masificación de los intelectuales es
un desarrollo de los últimos decenios que caracteriza, para decirlo
con Daniel Bell, a la sociedad postindustrial. La población que
dispone de «diplomas para pensar» ha crecido desmesuradamente
y, con su crecimiento, ha aumentado también su peso específico. Si
no por otra razón, por razones cuantitativas el fermento del intelecto
o del pseudo-intelecto se distribuye en todos los niveles. Sí hasta
hace una veintena de años el grueso de los intelectuales encontraba
un empleo relativamente apartado y remoto en la universidad, hoy
una «nueva clase» colapsa los medios de comunicación, y al no
encontrar ya un puesto ni siquiera allí, se orienta en otras
direcciones. La expansión de la profesión intelectual y su difusión
más o menos activa en todo el cuerpo social da lugar a que el
modelo del hubbling-up haga agua e intensifica la fermentación de
opiniones que no caen de hecho desde lo alto, sino que, por el
contrario, pululan y germinan o bien en pequeños núcleos de
intelectuales o en el nivel de las masas.
Hasta aquí nos hemos detenido, fundamentalmente, en el modo
en que los públicos se relacionan con las informaciones y reciben los
mensajes relativos, los «mensajes informadores». En este punto es
importante subrayar —para reequílibrar el cuadro en su conjunto-
que las opiniones de todos los particulares derivan también, y no en
poca medida, de los «grupos de referencia»: la familia, las cohortes,
el grupo de trabajo, y las eventuales identificaciones de partido,
religiosa, de clase, étnicas, además de otras. El yo es un yo-en-
grupo que se integra en los grupos y con los grupos, que constituyen
sus puntos de referencia. Decimos, entonces, que las opiniones
provienen de dos fuentes: de mensajes informadores, pero también
de identificaciones. En el primer contexto nos encontramos con
opiniones que interactúan con informaciones, lo que no las convierte,
evidentemente, en opiniones informadas, sino que las caracteriza
como opiniones expuestas, y en cierto modo como influidas por
flujos de noticias. En el contexto de los grupos de referencia es fácil
encontrarse, por el contrario, con «opiniones» sin información. Con
ello no se entiende que en este tipo de opinión la información esté
totalmente ausente, sino que las opiniones están p reconstituid as
con respecto a las informaciones. La opinión sin información es, por
lo tanto, una opinión que se defiende contra la información, y que
tiende a subsistir a despecho de la evidencia contraria.
En conclusión, ¿quién forma la opinión que se convierte en
pública? Después de haber seguido los mil arroyos del modelo de
cascada» de haber evidenciado que existen emergencias desde
abajo y recordado que las opiniones provienen también de las
identificaciones de grupo, de múltiples grupos de referencia, la
respuesta global no puede ser más que ésta: todos y ninguno. Bien
entendido, «todos» no son verdaderamente rodos: sin embargo son
muchos, y muchos en lugares y modos distintos. Del mismo modo,
«ninguno» no es realmente ninguno, sino, en el conjunto, ninguno en
particular o, si se quiere, alguien que es siempre distinto. Incluso si
resultara posible asignar a todo aquel que expresa una opinión en
particular una específica «autoridad» que lo guía, una sola fuente
fidedigna, sigue siendo verdad que el conjunto resulta de un montón
de influencias y contrainfluencias. He aquí, pues, una opinión pública
que puede denominarse auténtica: auténtica porque es autónoma, y
ciertamente autónoma por lo que es suficiente para fundamentar la
democracia como gobierno de opinión.

Policentrismo y requisitos de la autonomía de la opinión

£s justo subrayar que los procesos de formación de la opinión que


hemos descrito hasta aquí se aplican únicamente a las democracias
liberales, y esto porque una opinión que sea auténticamente del
publico presupone toda una serie ¿e condiciones. Estas condiciones
se resumen en los principios de la libertad ¿e pensamiento, libertad
de expresión y libertad de organización. Los principios son
evidentes, pero no todos comprenden sus implicaciones concretas y
más profundas.
La libertad de pensamiento no es, para comenzar, un valor que
sientan iodos. Es un valor occidental, un valor descubierto y afirmado
por el pensamiento griego; y es un valor en la medida en que está
sostenido por un ansia de verdad y, todavía más fundamentalmente,
por el "respeto a la verdad»: la verdad de lo que ha sucedido
verdaderamente, de lo que se ha dicho verdaderamente. Si falta el
fondo de respeto y de deseo de verdad, la libertad de pensamiento
ya no significa nada, y ya no hay motivo para moverse en pro de la
libertad de expresión. Además, la libertad de pensamiento no es sólo
la libertad de pensar en silencio, en lo cerrado del alma, lo que nos
plazca: presupone que el individuo pueda acceder libremente a
todas las fuentes del pensamiento; presupone además que cada uno
sea libre de aceptar y controlar lo que encuentre escrito u oye decir,
y por lo tanto presupone, entre otras cosas, mundos abiertos,
mundos atravesables que nos permitan ir a verlos en persona,
A su vez, la libertad de expresión, la libertad de escribir o decir lo
que se piensa en privado, presupone una «atmósfera de seguridad».
En la medida en que la libertad de expresión está tutelada por una
carta constitucional, allí donde existen intimidaciones, donde
tememos las consecuencias de lo que decimos y, en resumen,
donde aletea el miedo, la libertad de expresión se convierte
rápidamente en una libertad sobre el papel, y como reflejo la propia
libertad de pensamiento se anquilosa y se deforma. Con la
excepción de unos pocos héroes solitarios, quien teme decir aquello
que piensa acaba por no pensar en lo que no puede decir.
Finalmente, la libertad de expresión es también, en su evolución
natural, libertad de organizarse para propagar lo que tenemos que
decir. Los modernos partidos políticos, cuya matriz se encuentra en
los clubs de opinión y de difusión de las opiniones del siglo xviii,
constituyen la primera ilustración concreta de cómo la libertad de
expresión se convierte en «organización de la opinión». A nosotros
nos interesa, además, por otro lado, la libertad de organizar las
comunicaciones, y más precisamente la estructura de las
comunicaciones de masas, que es, al mismo tiempo, el producto y el
promotor de la libertad de expresión.
La estructura de las comunicaciones de masas que caracteriza a
las democracias liberales es una estructura de tipo policéntrico,
incluso si el grado de policentrismo varía igualmente de país a país.
En los Estados Unidos no existe ningún monopolio estatal ni de la
radio ni de la televisión: el policentrismo es máximo. En Inglaterra la
radiotelevisión del Estado se atiene a reglas de imparcialidad que
corrigen eficazmente esta concentración. Existen también
democracias con un policentrismo relativamente bajo, o mal
acoplado con los fines que declara querer servir. Incluso así, cuando
la estructura de las comunicaciones de todas las democracias se
pone bajo acusación, es difícil negar, al menos con los datos en la
mano, el policentrismo. De hecho, las acusaciones versan en
general, sobre una insuficiente «democraticidad» de las
comunicaciones de masa, y salen de lo genérico cuando señalan
que los costes de puesta en marcha de un órgano de prensa, de una
estación de radio, o de antenas televisivas son costes prohibitivos
que privilegian el poder del dinero. En verdad, el poder del dinero
coincide cada vez menos con el poder del capitalista; pero es bien
cierto que la libertad de expresión no es —en su proyección en los
median igual para todos. Con más razón entonces es conveniente
establecer que el requisito necesario y suficiente para los fines de las
autonomías de una opinión pública es el requisito policéntrico.
Precisémoslo mejor. Para ser suficiente el policentrismo de los
media debe ser un policentrismo con un cierto equilibrio, y
específicamente un policentrismo no dominado por una voz
quebrantada. Por lo tanto, un coloso rodeado por una multitud de
pigmeos no constituye un estado de policentrismo satifactorio. Si
pensamos en lo difícil que son de satisfacer las condiciones de un
«policentrismo reequilibrador», es necesario estar atentos a no
confundir el problema del pluralismo de los media con el problema
de la igualdad en los media. Incluso en economía se puede
mantener que el productor no es igual al consumidor, y que un
sistema económico justo necesitaría que todos fueran, particular e
igualmente, producto res-consu nudo res; pero éste sería un
perfeccionamiento igualitario que destruiría nuestros sistemas
económicos y que retraería a los supervivientes a la poco atrayente
economía feudal de la Edad Media. Del mismo modo, cualquier
análisis de costes-beneficios, e incluso más de riesgos-beneficios,
pone en evidencia costes y riesgos —al perseguir objetivos de
igualdad en los media o de los media— totalmente
desproporcionados con los beneficios. Por lo tanto, puesto que el
policentrismo es ya una condición suficiente, es conveniente darse
cuenta en su contexto de lo que ya es, de por sí, una conquista difícil
y precaria. A este fin basta con alargar la mirada y mirar alrededor7,
como nos disponemos a hacer ahora.

La propaganda totalitaria

Se ha dicho ya de pasada que la fe en la opinión pública, o mejor


en su autonomía, ha sido golpeada por dos hechos nuevos: la
potencia intrínseca de las comunicaciones de masa y la propaganda
totalitaria. Comencemos por la primera.
Hasta ahora hemos considerado un sistema de comunicaciones
de masas c0n una estructura policéntrica y contra equilibrada. En tal
caso la potencia, diremos técnica, del instrumento está en cierta
medida neutralizada por su dispersión, por el hecho de que emite
mensajes distintos, y por el hecho de que roda voz está contrastada
por contravoces. En tal caso, por lo tanto, es válida la regla general
de que cualquier fuerza resulta domable si se divide en
contrafuerzas, pero en el mundo contemporáneo no existen mas que
una treintena, o poco más, de sistemas policéntricos de este tipo.
Pongamos, por consiguiente, aparte a todos aquellos países en vías
de desarrollo cuyos sistemas de comunicaciones de masas son
verdaderamente subdesarrollados y, por lo tanto, cuentan todavía
poco o nada. Queda un nutrido grupo de países con alta, o al menos
suficiente tecnología de comunicaciones, que no satisfacen las
condiciones del policentrismo y que poseen, por el contrario, una
estructura unicéntrica. Es aquí, en el caso de su concentración
monopolista y monista, en donde verdaderamente se mide la
potencia del instrumento.
Desde la perspectiva de las relaciones de fuerza toda la evolución
histórica puede ser vista como una sucesión de medios ofensivos
que prevalecen sobre medios defensivo, y viceversa. La caballería
supera al soldado a pie, pero el fusil del hombre a pie destruye al
hombre a caballo; la fortaleza resiste a quien sólo posee únicamente
la bombarda, pero es eliminada por el cañón. Lo mismo sucede con
la opinión pública. Mientras que es asaetada por una multitud de
flechas es una coraza que resiste; pero si el cañón sustituye a las
flechas finaliza el tiempo de la coraza.
La autonomía de la opinión pública se demuestra por sus casos
óptimos: las democracias con una alta estructuración pluralista y
policéntrica. Un correcto procedimiento eurístico requiere el mismo
tratamiento para la heteronomía, o sujeción, de la opinión pública, y
ello es lo que ilustraba el caso óptimo opuesto: las dictaduras
totalitarias. Los ejemplos por antonomasia son el régimen de Hitler,
la Unión Soviética, los países comunistas del Este y el régimen de
Mao en China. Se entiende que, al igual que ninguna democracia
real es una democracia pura, del mismo modo ninguno de los
totalitarismos existentes es un totalitarismo completo o perfecto (si
se compara, por ejemplo, con el mundo imaginado por Orwell). Del
mismo modo, al igual que las democracias liberales son más o
menos democráticas, los países de dictadura comunista son más o
menos totalitarios y el grado de su «totalismo» varía no sólo entre
uno u otro, sino también en el tiempo. Grados aparte, en la óptica
que nos compete un sistema totalitario se define por las siguientes
características.
Primero, la estructura de todas las comunicaciones de masas es
rígidamente unicéntrica y monocolor, y por lo tanto habla con una
única voz: la del régimen. Segundo, y quizá todavía más importante,
todos los instrumentos de socialización, y principalmente la escuela,
son también instrumentos de una única propaganda del Estado: la
distinción entre propaganda y educación se borra. Tercero, el mundo
totalitario se preserva como un mundo cerrado que no desea
parámetros externos, que impide la salida de la gran mayoría de sus
propios subditos y que censura todos los mensajes del mundo que le
circunda. Cuarto, el mundo totalitario está movilizado capilar e
incesantemente, y en esta perenne movilización los líderes de
opinión local que emergen espontáneamente son machacados,
incluso más que por el control policial por el freno de los activistas
del partido. Por último, y a modo de resumen, el totalitarismo se
caracteriza por ser la invasión última de la «esfera privada».
En estas condiciones el ciudadano está expuesto, casi desde la
cuna al féretro, a una propaganda obsesiva y adoctrinante que hace
que todo cuadre por que todo es falso, y que hace que todo parezca
verdadero impidiendo determinar lo verdadero. ¿Es posible que en
dichas circunstancias la opinión en el público sea también la opinión
del público? Si es cierto que la formación de una opinión pública
autónoma depende de los factores que antes se han descrito,
entonces es seguro que, cuando faltan o incluso cuando se invierten
todos estos factores, el producto no puede ser el mismo. Lo
podemos llamar opinión pública; pero, en este caso, un mismo
término no vale para una misma realidad. De un totalismo
omnipresente sólo puede resultar una opinión pública prefabricada
en bloque, una opinión pública heterónoma.
Habiendo planteado esta premisa, busquemos captar más de
cerca las diferencias que existen entre la opinión del público que
caracteriza las democracias y la opinión en el público que
encontramos en los totalitarismos. Señalábamos al comienzo que la
opinión pública se caracteriza como tal en cuanto que esto
alimentada por un flujo de informaciones sobe la cosa pública. No
habíamos dicho —pero es necesario explicitarlo ahora— que este
flujo de informaciones se caracteriza a su vez como tal, como
«información» en cuanto que está dirigida, dentro de los límites de la
imperfección humana, a la totalidad y a la objetividad. No se
pretende, obviamente, que estos requisitos se satisfagan por cada
una de las voces. Es la polifonía la que proporciona una relativa
totalidad; y es el policentrismo el que corrige, dentro del conjunto, la
subjetividad, unilateralidad o incluso falsedad de los mensajes de las
fuentes particulares. Importa además recordar que la libertad de
pensamiento nos es querida en la medida en que nos es querido,
digámoslo entonces, el espejismo de la Verdad (con mayúscula).
Este espejismo alimenta, entre otras cosas, una ética profesional de
los transmisores de informaciones. Sólo pequeños grupos
intensamente ideologizados cultivan, en Occidente, el culto a la
mentira; además está vigente una íntima repugnancia por el mensaje
patentemente falso, patentemente distorsionado. Y, por lo tanto, se
puede hablar legítimamente de una información que es, en las
democracias occidentales, relativamente completa y relativamente
objetiva.
Éste es el elemento que falta totalmente en los regímenes de
propaganda total, cuando todo es adoctrinamiento y el culto a la
Verdad sustenta el culto a la Causa. Nótese: un totalitarismo no lo es
(no llega a serlo) si no está sustentado por creyentes, por una fe en
un «hombre nuevo», en una regeneración ab ¡mis de la humanidad.
En una escatología como ésta los seres vivos se convierten en
animales y el fin justifica cualquier medio, incluyendo la mentira pura,
la distorsión sistemática (incluso si el ideólogo fanático no la percibe
ya como tal). Así un flujo de informaciones se transforma en su
opuesto, en un flujo de desinformación y mistificación.
Respecto al modelo de cascada, sigue existiendo la cascada:
pero tiene un solo escalón, y todo depósito es únicamente una caja
de resonancia, una tapa de refuerzo. El paso de un nivel a otro no
interrumpe y modifica, sino que por el contrarío multiplica la
irradiación del único verbo. La dócil sumisión del inferior al superior
no requiere, sin embargo, un férreo control: basta con una «bóveda
de miedo». Los fenómenos de bóveda son simples, tanto en su
arquitectura como en su política. Una bóveda se sostiene porque
todas las dovelas del arco están en su lugar, pero se rompe si una
sola dovela se cae. En una bóveda de miedo puede darse, en el
límite, que rodas las dovelas humanas que la mantienen deseen, en
el fondo de su corazón, la caída; pero, al tener miedo, esperan que
sea otro el que se salga de la bóveda. A la espera continúan
pasándose la patata caliente, y así la bóveda se mantiene.
Podremos decir, entonces, que la cascada (con retroacciones) de
Deutsch se transforma en una cascada de miedo, en la cual basta el
miedo para mantener a lo largo de toda la línea una transmisión
correcta (sin retroacciones).
En definitiva, a la opinión heterónoma le falta todo lo positivo de la
opinión autónoma, y por lo tanto la propia posibilidad de «opinión
informada». La única posible semejanza entre los dos fenómenos
reside en lo negativo, y por lo tanto en eventuales reacciones de
rechazo. Si la propaganda totalitaria impide a limineh formulación en
positivo de los sistemas de opinión distintos del que se propaga, a la
larga puede, no obstante, fracasar. El público, cansado de
bombardeo y saturado de monotonía, elude la presa, no creyendo, o
bien no interesándose: se cierra en sí mismo, se defiende mediante
la apatía, y termina eventualmente por reaccionar con una hostilidad
generalizada. Es probablemente cierto que, en el nivel de las masas,
existen hoy más creyentes en el comunismo en los países
occidentales que en los países del Este europeo. A la larga, como
decíamos, incluso la propaganda totalitaria puede fracasar. Pero
este pronóstico necesita comprenderse bien.
En primer lugar, incluso si existe fracaso, no es un fracaso total.
Un totalitarismo no fracasa en lo que elimina, es decir, en lo que no
hace llegar a su público; puede fracasar sólo en lo que comercia, es
decir, en la venta de las mentiras que vende. En todo caso, por lo
tanto, un totalitarismo produce una opinión pública anquilosada y
dividida, la opinión que hemos denominado en negativo. En segundo
lugar, incluso si un totalitarismo fracasa en la parte en la que fracasa,
no debemos creer que el reflujo del rechazo sea fácil ni mucho
menos rápido. El objetivo con el que los totalitarismos se inician es,
recordémoslo, la destrucción de la esfera privada, la invasión del
espíritu. Para remontar la pendiente de esta invasión debemos
recordar que un totalitarismo envejece y, con el advenimiento de las
generaciones postrevolucionarias, se pudre. Más en concreto, para
remontar la pendiente es necesario que la esfera privada recupere
su vitalidad y que esté en disposición de reconstituir «grupos de
referencia» espontáneos, es decir, en concreto, grupos de
contrarreferencia.
En tercer lugar, y como conclusión, el fracaso es posible, no
cierto. La tesis según la cual una propaganda totalitaria pierde la
guerra necesaria e inevitable-mente es plausible si se argumenta en
clave de inexorables ciclos históricos de decadencia; pero es una
tesis que sigue estando hasta hoy largamente indemostrada a corto
o medio plazo. En la Alemania hitleriana y en la Rusia estalinista el
adoctrinamiento de las mentes ha funcionado muy bien y la
destrucción de los grupos de contrarreferencia ha sucedido
realmente; no se puede dudar de que la opinión inculcada en
aquellos públicos fuese una opinión fuertemente creyente y
auténticamente persuadida. Además, en buena lógica, no es sobre la
base de los fracasos acaecidos (si es que ya han ocurrido) como se
puede demostrar que no existe potencial, y que por lo tanto una
tecnología de las comunicaciones de masa instrumental izada por un
régimen totalitario (y por lo tanto ampliada a rodos los ámbitos de la
socialización) no puede ser irresistible. Como recordaba Gaetano
Mosca, no es verdad que las persecuciones no tienen éxito; lo que
es cierto, por el contrario, es que no tienen éxito las persecuciones
que no persiguen hasta el último hombre, que no persiguen hasta el
fondo.
En los últimos veinte años el sentido que ha prevalecido en la
literatura especializada ha sido la de desdramatizar el impacto de las
comunicaciones de masas, sobre todo revalorizando los procesos de
retroacción, de feedback y el «papel activo» de los que reciben los
mensajes. Como reflejo, la dirección que ha prevalecido ha sido
también la de atribuir a la propaganda una relativa inocuidad. Esta
literatura está basada sobre investigaciones y posee la fuerza de la
comprobación. Su límite es olvidar, cuando generaliza, que las
investigaciones aciertan únicamente en lo que observan en donde lo
observan. Por ejemplo, uno de los más notables exponentes de la
literatura sobre los media, W. Schramm, denuncia un «miedo casi
patológico a la propaganda» en los estudios de los años treinta-
cincuenta, y observa que las investigaciones de los últimos treinta
años «han demolido esta visión de las cosas», y por lo demás (lo no
investigado) se limita a observar de forma hipotética que si «un
punto de vista particular monopolizara los canales que componen los
media (...) el influjo de la propaganda sería verosímilmente mayor»9.
En el nivel del método la literatura ejemplificada por estos pasos
tiene dos vicios: no advierte su propio parroquianismo y permanece
inserta en el círculo vicioso de todo el behaviorismo. Para el primer
punto bastará con señalar que el grueso de la literatura de
investigación de los últimos veinte años conoce sólo los Estados
Unidos. Conoce, si se quiere, cada pliegue y meandro; pero cuanto
más excava en profundidad, más se restringe su horizonte visual.
Hasta aquí no hay nada que objetar: estamos dentro de la lógica de
todos los especialismos. El vicio reside en que esta literatura conoce
sólo América, pero habla, implícitamente también, de lo que conoce;
y al hacerlo cae en el error de generalizar sobre la base de un caso
óptimo, extrapolando desde una situación límite. Para el segundo
punto —el círculo vicioso— es necesario recordar que para las
ciencias sociales de signo behaviorista no existe conocimiento
científico si no existe investigación. Es difícil negar la cientificidad de
este precepto. Pero seguimos teniendo un interrogante sin contestar:
¡Qué decir de los países en los que no existe investigación o incluso
está prohibida?
La pregunta no sólo queda sin respuesta, sino que además en la
mayoría de los casos ni siquiera se plantea. De ello se deduce, de
hecho, que sobre lo no investigable se cierne una cortina que no es
tanto de silencio, sino sobre todo de miopía. No puede ser de
silencio desde el momento en que las tres cuartas partes del género
humano no pueden ignorarse. Se produce, así, una miopía que con
frecuencia es pura y simple ignorancia, cuyo procedimiento eurístico
es el proyectar los datos del mundo que permite recabarlos —con
ajustamientos de gradación mayores o menores— sobre el mundo
en el que la investigación no puede entrar. Al final todo se parece,
salvo por algunas diferencias de grado: la propaganda totalitaria es
«menos» inocua; una dictadura es «menos» policéntrica; la opinión
pública lo es «menos». En virtud de sus premisas, y se quiere de su
propio rigor, el behaviorismo atrofia la imaginación, y de este modo
se entrampa. Lo irónico es que esta cientificidad premia a quien la
impide, y por lo tanto impide la investigación.
Por lo tanto, la cara oculta de la luna no existe. Si no se deja
explotar, a| menos hay que tenerla en cuenta en el nivel de los
presupuestos. Por ello, en este escrito, hemos contrapuesto al caso
límite de una opinión que es verdaderamente del público el caso
igualmente límite de una opinión que está únicamente en el público.
En este punto el horizonte está totalmente desplegado, y ya no hay
inconveniente en restringirlo. A partir de ahora, por lo tanto, nos |L
miraremos a profundizar en el papel y los límites de la opinión
pública en la democracias liberales.

Elementos y características de la opinión pública

Pasemos a descomponer la opinión pública —en las democracias


— en sus diversos ingredientes, tal y como se desprenden de las
investigaciones empíricas. La primera observación obvia es que el
investigador no encuentra, cuando empieza a excavar, una opinión
pública, sino opiniones de «muchos públicos»». Cuando hablamos
de una opinión pretendemos simplemente decir que con respecto a
un determinado problema encontramos una curva unimodal de
distribución de opiniones, en forma de campana, y por lo tanto que
existe una opinión de la mayoría que es la opinión modal de esta
distribución. Por el contrario se encuentran muchos públicos cuando
la distribución es bimodal o plurimodal: lo que indica que una
cuestión es controvertida (con cada público individualizado por su
moda).
En este punto es necesaria también una definición técnica de
«opinión como la propuesta por Lañe y Sears: «una opinión es una»
respuesta «que se da a una "pregunta" en una determinada
situación» l0. Obviamente esta definición vale para opiniones
particulares. Toda individuo posee también un conjunto de opiniones
que pueden ser —como conjunto— totalmente inconexas,
relativamente congruentes, o incluso altamente coherentes. Veremos
cómo y por qué. Lo que importa señalar aquí es que la definición
anterior permite separar al individuo que verdaderamente cambia de
opinión (poco seguro, poco enterado, o que responde
accidentalmente), del individuo que adapta cada vez su propia
respuesta al contexto en que se da (y, por lo tanto, no cambia de
hecho, sustancial mente, su propia opinión). La precisión es
importante porque cuando acusamos a alguien de incoherencia con
frecuencia confundimos dos cosas: el contradecir la misma opinión
específica expresada con anterioridad o bien una contradicción de
las distintas opiniones entre sí. El primer caso es mucho menos
frecuente que el segundo. A la pregunta ¿te casarías con un chino',
la respuesta puede ser no; a la pregunta «¿te gustan los chinos?, la
respuesta puede ser sí; lo que no revela, por sí mismo, ninguna
íntima contradicción, si recordamos que cada respuesta se adapta al
contexto en el que se sitúan concretamente, planteadas estas
precisiones preliminares, existen dos preguntas de fondo. Primero:
¿Cuál es la estructura y cuáles los componentes de lo que se llama,
de modo resumido y global, opinión? Segundo, ¿cuál es el grado
efectivo o el nivel de información que sustenta las opiniones
diseminadas en los públicos de masas?
Los estudios e investigaciones que analizan estas cuestiones son
sobre todo las investigaciones sobre los comportamientos
electorales. Es fácil entender el porqué, si recordamos que lo que
más importa, en el ámbito de la opinión del público, es opinar sobre
la res pública. Ahora bien, esta es realmente la opinión que el
ciudadano manifiesta sub especie de elector. En la óptica de
conjunto de la teoría de la democracia el discurso se plantea así: el
pueblo es verdaderamente soberano, y por ello ejercita el poder del
que es titular, cuando vota; y, por el contrario, sin elecciones libres la
opinión se queda desarmada y se presume el consenso de la
opinión. Por todas estas buenas razones existe ahora una muy
nutrida literatura que está reagrupada bajo el título «opinión pública y
comportamientos electorales)». Al revisarla atentamente Converse
distingue entre: a) la base de la información; b) la opinión particular,
especialmente en su grado de cristalización; c) la estructura que
vincula las opiniones (o estructuras de disposición); d) el entramado
de creencias o ideologías que organiza todo el conjunto de
conceptos abstractos
Llegaremos dentro de poco a la base de la información. Ya
hemos hablado de la opinión particular. Por lo demás, la
descomposición analítica de Converse pone en evidencia dos
puntos: que la información no es, en sí misma, opinión; y el problema
de cómo «están juntas» las opiniones. Con respecto al primer punto
sabemos ya que existen opiniones sin información; Converse se
detiene, por el contrario, en la diferencia entre mensaje-como-es-
emitido y el mensaje-como-es-recibido. El punto que aquí interesa
desarrollar es, por lo tamo, el segundo: cómo se relacionan entre sí
las opiniones, al interactuar con la base de la información. Saltando
por encima de las estructuras de disposición llegamos rápidamente,
por una necesidad de brevedad, al nivel en el que las opiniones se
aglutinan e incluso quizá se organicen en un entramado mis
abstracto (de conceptos abstractos), es decir, en el sistema de
creencias o bien en una específica y bien definida ideología.
Un sistema de creencias está indicado por términos del tipo «la
visión liberal de la vida» y se caracteriza, en este caso, como una
red conceptual de amplias y difuminadas mallas- En consecuencia,
un sistema de creencias predispone a la «mente abierta», o al
menos no la obstaculiza, en el sentido de que el receptor de los
mensajes escucha también mensajes disonantes, informaciones y
opiniones que molestan y que van a contradecir las propias
creencias. Una ideología —piénsese en el marxismo— es, por el
contrario, un «sistema» verdaderamente sistematizado y
caracterizado por su propia sistematicidad. Una ideología es, por lo
tanto, una doctrina bien explícita que traza un círculo y se acaba en
sí misma, lo que hace que la red conceptual tenga mallas estrechas
y cerradas. En este sentido una ideología predispone no a la mente
abierta, sitio a la «mente cerrada»: el receptor de los mensajes sólo
escucha los mensajes de refuerzo y rechaza los mensajes
disonantes. En esta cerrazón se halla, al mismo tiempo, el límite,
pero también la fuerza del ideologizado: él es quien no sólo posee
las opiniones más estables y seguras, sino también las opiniones
más coherentes, mejor concatenadas. Por el contrario, quien está
poco o nada ideologizado se encuentra con frecuencia en
dificultades para dar un sentido a los acontecimientos, y es no sólo
mucho menos coherente, sino también bastante menos diestro que
el ideólogo en el manejo de los conceptos abstractos. Los méritos de
la mente abierta constituyen, al mismo tiempo, su debilidad.
Llegamos a la segunda pregunta de fondo, y por ello a la
determinación de cuánto sabe o no sabe la opinión pública. Con
respecto a la base de información acuden en nuestra ayuda no sólo
las investigaciones sobre el comportamiento electoral, sino también
los sondeos de opinión. Estamos, pues, muy documentados sobre
este punto n. Y la respuesta es constantemente, salvo diferencias de
énfasis, de este tenor: el estado de falta de atención, des formación,
distorsión perceptiva y, finalmente, total ignorancia de los públicos de
masas es descorazonados Sólo un diez o veinte por ciento de la
población adulta merece la calificación de informada, o
suficientemente informada, y por lo tanto supera el examen de seguir
los acontecimientos, lo que supone también, en alguna pequeña
medida, comprenderlos; el resto no acaba nunca de asombrar
incluso al observador más desencantado.
Por ejemplo, ha resultado que más de una vez, menos de la mitad
del electorado sabe —en los Estados Unidos— cuál es el partido que
mantienen la mayoría en el Congreso; donde hay que subrayar no
sólo qué los partidos son únicamente dos, sino también que la
mayoría, la mayoría del partido democrático, no ha cambiado desde
hace décadas. Otro ejemplo: el caso de Berlín. El bloqueo de Berlín
en 1949 provocó la crisis internacional más peligrosa de toda la
postguerra; sin embargo, en 1961, en el momento de la construcción
del famoso muro de Berlín, una encuesta reveló que más de la mitad
de los americanos no sabía que Berlín era una ciudad aislada,
rodeada por el territorio de la Alemania de Pankow. Pero ilustremos
con un ejemplo particularizado en el que la ceguera del electorado
es tan fuerte como para reflejarse, a su vez, en una ceguera de sus
intérpretes. En 1968 la guerra de Vietnam era sin duda el centro de
la opinión pública americana, y constituía su punto más doloroso v
controvertido. En aquel año MacCarthy se presentó a las elecciones
primarias demócratas como candidato a la presidencia contra el
entonces presidente Johnson. La primera de estas primarias, la que
tradicionalmente señala la tendencia, es la de New 1 lampshire; y
entre la sorpresa general, McCarthy obtiene el 42 por ciento de los
votos contra un escaso 48 por ciento del presidente en el cargo. Los
observadores dedujeron que el movimiento pacifista (McCarthy se
presentaba, sin sombra de ambigüedad, como una «paloma» a
ultranza) estaba extendiéndose por el país; y el presidente Johnson
fue el primero en comprender la señal de este modo. Sólo más tarde
un sondeo señaló que al grueso de los votantes de McCarthy estaba
constituido por «halcones» irritados por la indecisión con la que
Johnson dirigía la guerra, e ignorantes del hecho, aunque muy
conocido, que McCarthy buscaba su fin a cualquier precio. El
ejemplo ilustra también la diferencia entre mensaje-emitido y
mensaje-recibido, tanto a la ida como a la vuelta. En la dirección que
va desde McCarthy al electorado de New Hampshire se derrumba la
defensa del electorado realizada por Key, es decir, la tesis del
«público engañado», del público al cual no se deja saber o se deja
saber ambiguamente. En el caso que estamos exa-minando, el
mensaje de McCarthy era de una simplicidad evidente, y los media lo
habían difundido con igual claridad y profusión. Por lo tanto, estamos
frente a un caso patente de infrainformación y distorsión perceptiva
por parte, adviértase, de un electorado de elecciones primarias y por
lo tanto de un electorado que votaba porque estaba interesado. En la
dirección contraria, desde los votantes a la media, el interés del caso
no está tanto en las mal interpretación del mensaje recibido, sino
igualmente en el testimonio de que la opinión pública pesa, y lo que
pesa. Porque se puede bien mantener que el inicio del fin de la
guerra del Vietnam se deriva de esta señal.

Si no se ha entendido ya implícitamente, es necesario decirlo: el


cuadro precedente, que es el cuándo pintado por el politólogo, no
coincide con el trazado por el especialista de comunicación de
masas; de este modo, el contraste es bastante estridente. El cuadro
que ofrece la ciencia política es, en su conjunto, poco entusiasta, por
no decir desalentador; mientras que el cuadro propuesto por el
segundo se ha convertido progresivamente no diremos que en un
cuadro radiante, pero sí de bellas esperanzas u. Antes de entrar en
el valor de cada uno de ellos es importante establecer que las dos
categorías de especialistas no observan exactamente el mismo
fenómeno y además lo observan en función de problemas y
parámetros bien diversos. El referente del politólogo está constituido
principalmente por los efectos, o no efectos; mientras que el
estudioso de las comunicaciones de masas mira bastante más a la
publicidad, es decir, a la propaganda comercial. En modo alguno son
la misma cosa.
El telespectador más inundado del mundo por la publicidad, por
los comerciales, es sin duda el americano, que pasa más de dos
horas de media al día frente a la televisión. ¿Persuasión oculta? En
este contexto hay bastante poco de oculto. No sólo le llega la
publicidad por lo que es, sino que el reclamo de una marca está
indefectiblemente seguido por el contra-reclamo de las marcas en
competencia. Se dirá que el caso no es distinto cuando sale en la
pantalla un republicano al que responde inmediatamente, o poco
después, un demócrata. De hecho, hasta aquí la diferencia no es
apreciable, lo que ayuda a explicar cómo para el especialista de
comunicaciones americano —que hace también de precursor de sus
colegas europeos— la distinción entre publicidad y propaganda
acaba por diluirse. Pero ampliemos nuestra mirada y tomemos al
propagandista auténtica, que no es un agente publicitario contratado
para una campaña electoral, sino un «creyente» que se dedica a
propagar su propia fe política.
Mientras tanto, y para comenzar, quien desea convertir a una fe
política apunta en primer lugar a la socialización, y en concreto a la
escuela, los libros de textos, los asignados a la transmisión del
saber. A este respecto el propagandista llega bastante antes que el
agente publicitario y trabaja en profundidad sobre un terreno que el
otro apenas si toca ligeramente. En segundo lugar, a la propaganda
política se le permite un margen de engaño inconmensurablemente
mayor del permitido a la publicidad. Dejemos por lo tanto de lado el
hecho de que el sistema legal castiga el fraude en el comercio
mientras que no puede sino tutelar -—debiendo tutelar la libertad de
pensamiento y de expresión— el fraude del falso político. La
diferencia es que la publicidad se dirige a un consumidor, el cual, al
consumir controla (puesto que aunque puede ser engaña (se da
cuenta de si aquello que ha comprado como vino es sólo agua
coloreada), mientras que la propaganda política puede vender
colosales mentiras que ningún ciudadano normal está en
condiciones de controlar. Finalmente, y volviendo al caso específico
de la televisión, la comparación entre publicidad y propaganda no
puede ser realizada como se ha hecho hasta este momento, sino
que hay que trasladarse detrás de los bastidores. Se puede decir
que la propaganda eficaz no es la que se exhibe como tal, la que
habla de un hombre político o lo hace hablar. El verdadero juego
sucede todo en la oscuridad, y su eficacia persuasiva se la
proporciona su invisibilidad. El juego se hace eliminando las noticias
disonantes; cuando no es posible comentándolas de un modo
minimizante y escogiendo ad hoc en los debates a quién ha de
presentarse en la pantalla y a quién hay que dejar en casa de
manera que se decide previamente la tesis que vencerá. Es verdad
que hay también «persuasión oculta» en publicidad, pero, en
definitiva, persigue el consumismo y, por lo tanto, su objetivo y su
culpa es la de inducir a consumir en exceso. La persuasión oculta
que se despliega en política tiene un alcance totalmente distinto: se
refiere a la vida en su totalidad, y por lo tanto llega, o puede incluso
llegar, hasta vendernos un infierno bajo los falsos ropajes de un
paraíso.
Habiendo llevado hasta el límite las características
diferenciadoras, precisemos rápidamente que la manipulación o
persuasión oculta que se da en política varía en gran medida, en
concreto entre país y país. Donde el personal de los media es
altamente profesional y está permeado por la ética profesional del
¡espeto a la verdad, las diferencias entre publicidad y propaganda
pueden resultar mínimas. Por el contrario, el propagandista entra
incluso en la escuela, y logra transformar la educación en
adoctrinamiento sobre todo en las democracias con alta intensidad y
conflictividad ideológica. La regla general, o la norma, es, parece ser
que la manipulación propagandista crece con el aumento de la
ideologización. Tiene una entidad modesta y sobre todo una
naturaleza subconsciente en los países caracterizados por el
pragmatismo político, mientras que se hace preeminente, deliberada
y casi sin frenos interiorizados en los países caracterizados por la
guerra ideológica, y ello porque una fe ideológica no sólo requiere,
sino que legitima una propaganda fidel.
Una vez establecida la diferencia entre propaganda y publicidad,
de ello se desprende que el politólogo hace bien en circunscribir su
propia atención a la propaganda política, así como es justo que el
especialista en comunicaciones se interese por cualquier tipo de
mensaje. El segundo está equivocado, por otra parte, cuando hace
un ramo con cada brizna de hierba —o bien porque confunde los dos
fenómenos, o bien porque niega su distinción—, lo que le lleva, a la
hora de extraer sus conclusiones, a revestir y disfrazar la
propaganda con las vestimentas de la publicidad. El error es
explicable cuando se analizan países con una modestísima
deslealtad e intensidad ideológica. Pero, aunque explicable, el error
sigue existiendo.
Decíamos también que el politólogo y el estudioso de las
comunicaciones se plantea problemas totalmente distintos. El
primero intenta comprender el grado en que la opinión pública puede
fundamentar la democracia y cómo se traduce en los
comportamientos de voto. El segundo se preocupa sobre todo por
establecer —al menos en la fase actual de su disciplina— que el
receptor de los mensajes no es ni pasivo ni está indefenso. Si las
conclusiones de uno se igualan con las del otro a la luz de las
respectivas prospectivas, se harían evidentes muchas alteraciones.
No obstante, la diferencia de problemas atribuye un significado bien
distinto a una misma afirmación. El receptor es caracterizado por
Schramm y por la mayoría de su especialidad como «no menos
activo que el emisor». Pero en el análisis del politólogo la grandísima
mayoría de estos receptores presentados como «activos» resultan
serlo en la actividad de no escuchar o de escuchar mal. De este
modo la consolación del primero es la desolación del segundo.
¿Quién tiene más razón? En materia de opinión pública debería
tener razón el que se ocupa de la res publica, es decir, el politólogo.
El estudioso de las comunicaciones incluye la opinión pública en sus
argumentaciones; pero su punto de vista se centra en los emisores,
los mensajes y los receptores, no en la opinión pública. Por lo tanto,
la característica distintiva de este fenómeno —que de hecho no es
un sub-fenómeno— se le escapa.

opinión pública y comportamientos de voto

Berelson, es un pasaje clásico, asimila a los gustos las opiniones


que se expresan en el voto. Escribe: «Para muchos electores las
preferencias políticas son algo muy parecido a los gustos
culturales... Ambos tienen su origen en tradiciones étnicas,
profesionales, de clase y de familia. Ambos despliegan estabilidad y
resistencia al cambio en los individuos particulares, pero flexibilidad y
ajustamiento generacional en la sociedad es su conjunto. Ambos
incluyen sentimientos y disposiciones más que preferencias
razonadas». En este pasaje se dota implícitamente a la opinión
pública de una formidable autonomía; pero no presupone en modo
alguno actores «activos». Entiéndase, Berelson no negaría que sus
electores decodifican y recodifican incesantemente los mensajes;
pero toda esta actividad no le perturba porque no afecta un ápice al
hecho de que el conjunto es sobre todo un conjunto viscoso
caracterizado, precisamente, por su viscosidad. Por otra parre, está
igualmente claro que Berelson no alude en modo alguno a unos
protagonistas «pasivos», si por pasividad se entiende —como
entiende la mayoría— una cera blanda que se deja fácilmente
moldear. De lo cual se deduce, en conclusión, que los términos
actividad y pasividad no son apropiados para el caso. No sólo se
prestan mal para describir el fenómeno, sino que dan lugar a
equívocos: definir al elector como «no pasivo» no equivale en modo
alguno a declararlo activo.
Es mejor referirse, entonces, a otra distinción, como la planteada
antes entre opinión pública en negativo y opinión pública en positivo.
Esta distinción dispone a la opinión pública en dos vertientes.
Berelson, en el pasaje citado, representa de forma característica la
vertiente negativa, es decir, la vertiente en la que las opiniones se
anclan sobre todo en los «grupos de referencia». En su
representación, de hecho, los mensajes de los media tienen bien
poco peso. Pero podremos decir que tienen poco peso precisamente
porque el elector es «activo» al bloquearlos, al rechazarlos, al
recodificarlos según su propia imagen y conveniencia. Esta actividad
no es óbice, por lo tanto, para que la opinión pública en cuestión sea
en negativo, es decir, fortísima al decir que no, o igualmente tenaz al
querer y preferir «sin informaciones», prescindiendo del flujo de
mensajes informativos. Como consecuencia, podemos decir que el
estado en negativo de la opinión de los públicos se traduce,
normalmente, en un «preguntar-resistir». Por el contrario, el estado
al positivo es el que resulta de las «opiniones informadas», o de las
opiniones que interactúan con las informaciones, y por lo tanto es el
estado que se convierte, normalmente, en un «proponer-pilotar».
Entendámonos, en ambos casos —el preguntar-resistir o el
proponer-pilotar— existe un «preguntar»; pero no es el mismo
preguntar. El primer término se refiere a la democracia gobernada; el
segundo prefigura una democracia que se autogobierna. Sobre este
punto nos explicaremos más adelante. Mientras tanto
permanezcamos en la siguiente conclusión. El hecho de que el
receptor de los mensajes no sea —mientras que escuche en un
habitat pluralista y polifónico— fácilmente plasmable va a confirmar
la consistencia de la opinión pública en negativo, de la opinión que
impide a los gobernantes el «hacer mal». Por otro lado, la masiva
evidencia sobre el estado de desinformación, o peor, de los públicos
de masa, deja sobre el tapete el problema de cuanto hace, y puede
hacer la opinión pública al positivo, la opinión que indica el «hacer
bien».
Llegamos a la pregunta; por qué el elector vota como vota? Es
una pregunta central porque es en el voto como el ciudadano
termina por expresar concretamente su propia opinión. Es necesario
establecer, entonces, de qué modo la opinión pública se manifiesta
en el voto, y más exactamente en la elección. Puesto que en las
democracias existentes el ciudadano vota eligiendo entre candidatos
y entre partidos (el caso del referéndum será tratado como un caso
por sí mismo), la pregunta se convierte en: ¿de qué modo el votante
escoge entre un candidato y otro, y entre un partido y otro? Es
superfluo detenerse sobre el candidato en su independencia del
partido. El candidato independiente, o que se hace elegir en virtud de
sus propios méritos, se ha convertido en un caso bastante marginal
que presupone electorados pequeños, o bien sistemas de colegio
uninominal (pero incluso aquí sólo cuando un colegio es inseguro).
Ciertamente, en una elección presidencial del tipo americano o
francés el candidato cuenta; pero se trata no obstante siempre de
candidatos sustentados por partidos y que se benefician de su
apoyo. Por lo tanto, nos limitaremos a la elección que el elector
efectúa primariamente entre partidos.
A este respecto los electores se dividen entre «identificados» y
no, entre issue voters (que votan en razón de las posiciones de los
partidos sobre cuestiones particulares) y no, entre electores estables
c inestables. La idea general es que el elector identificado
(compenetrado con su partido) es un elector estable que está poco o
nada influido por los issues, por las cuestiones particulares; y buena
parte de la literatura considera a este elector irracional o a-racional,
es decir, de menos valor. El elector declarado racional, o por lo
general considerado de mejor nivel, es el elector que vota en función
de las cuestiones, y que, por lo tanto, cambia el voto para castigar a
un partido que lo desilusiona o bien para premiar al partido que lo
satisface. Pero no es tan simple. Para comenzar, los electores
identificados (compenetrados) constituyen toda una gama que va
desde el intenso hasta al débilmente identificado, y estos últimos
cambian su voto. Por otro lado, no es cierto que un elector sea
estable porque esté identificado: puede resultar estable porque vota
con conocimiento de causa, contra o por el menor de los males.
Viceversa, un elector fluctúan te puede ser también un elector que
verdaderamente no sabe lo que vota. Finalmente, dado que incluso
el denominado issue votercsii. con frecuencia mal informado, que su
percepción de las issues es con frecuencia parcial y está
distorsionada, ¿por qué razón debería ser calificado con el título de
votante «racional», o en general más racional?
Converse desarrolla muy bien esta crítica. En primer lugar,
observar que en la literatura sobre los comportamientos electorales
la racionalidad no se define, o bien se define como «la elección que
maximiza la utilidad percibida». En este sentido está bien claro que
todo elector es por definición racional, es decir, que sigue su propia
percepción de su interés particular. En segundo lugar, una
racionalidad así entendida tienen un alcance muy limitado y se
convierte fácilmente, a más largo plazo, en una irracionalidad
catastrófica para el conjunto. Por ejemplo, el individuo que vota para
que se le pague sin trabajar es —por el susodicho parámetro— muy
racional, pero total y estúpidamente irracional para otros parámetros
y a más largo plazo. La propuesta de Converse para comprender el
voto dejando de lado las apreciaciones de racionalidad parece, pues,
ser digna de tenerse en cuenta.
Para comprender realmente el voto es necesaria una explicación
de tipo causal o cuando menos una secuencia. Un posible tipo de
secuencia es: a) preferencias de issue; b) percepciones de issues; c)
voto por el partido «próximo», en soluciones de issue. En efecto esta
secuencia se da, y se pone en evidencia, cuando una o dos
cuestiones adquieren una visibilidad particular y dividen una opinión
pública. No obstante, es una secuencia relativamente rara en los
países donde la issue voting, el votar en función de los problemas, y
está facilitado por dos condiciones: un sistema bipartidista y, por lo
tanto, con la máxima simplicidad de elección, y un bajo grado de
ideologización. Pero en la gran mayoría de los países la secuencia
que prevalece desde hace tiempo es una secuencia invertida, que va
desde las «imágenes del partido» a un elector que prefiere a uno o
se adhiere a él. Por otro lado, a medida que el sistema de partidos
se complica (se complica por su estado de fragmentación), y a
medida que se pasa de la política pragmática a la política ideológica,
estas imágenes de partidos se traducen igualmente en imágenes de
«ubicación espacial», es decir, del tipo derecha-izquierda. Dicho en
pocas palabras, un partido es escogido, por lo general, porque es
considerado de derecha, de centro o de izquierda, y, por el contrario,
rechazado porque es demasiado de derecha o demasiado de
izquierda. En resumen, el elector medio es un grandísimo
simplificador. No sucede casi nunca que un electorado sea, en su
conjunto, suficientemente atento y suficientemente articulado como
para juzgar sobre cuestiones, y, por lo tanto, para expresar, con un
issue voting, sus propias preferencias y percepciones de issue. Y si
esto es así, entonces debernos insistir en preguntarnos cuál sea, y e
ser, el papel en la gestión del sistema político de la opinión que se
expresa votando. En resumen; ¿qué es lo que hace este tipo de
público y, viceversa, ¿qué es lo que no puede o no sabe hacer?

Democracia electiva, democracia participativa y de referéndum


Volvamos a recorrer en dos puntos el hilo de todo el argumento.
Primero, la democracia postula una opinión pública que, a su vez,
fundamenta un gobierno consentido, es decir, gobiernos que están
condicionados por el consenso de esta opinión. Segundo, para ser
auténtico este consenso debe hacer frente a públicos que poseen
opiniones autónomas, y para ser eficaces debe verificarse y
expresarse mediante elecciones libres. Una pregunta: ¿este edificio
—que es después la teoría de la democracia representativa—
reacciona o no a la prueba de los hechos? La respuesta es que
reacciona en los términos antes expuestos, es decir, en el ámbito de
la democracia de tipo representativo. De hecho, en este ámbito todo
lo que la teoría requiere de la práctica es que la opinión pública se
constituya como opinión autónoma. Ciertamente, como hemos visto,
no es poco; pero tampoco es, como pasaremos a ver, pretender
demasiado.
El punto que parece más débil y desafortunado es —lo sabemos
— el punto de partida: la base de información. Nadie pone en duda
que se deba intentar curar de todas las maneras posibles el estado
de desinformación de los grandes públicos. Pero para encontrar una
terapia es necesario comprender primero la naturaleza del problema.
En el pasado las culpas se han atribuido alternativamente a los
bajos niveles de instrucción, a las insuficiente variedad o grado de
acabado de los canales de información, a la escasa inteligibilidad y
claridad del juego político o incluso a la escasez de la puesta en
juego, es decir, de las alternativas propuestas al elector. Pero
cuando, en un país o en otro, estas condiciones obstaculizadoras
han venido a menos, los efectos sobre el estado de opinión han sido
desde hace tiempo inferiores a las expectativas. El hecho más
sobresaliente es que el porcentaje de ciudadanos relativamente
atentos e informados en política no varía de modo apreciable incluso
cuando varían las condiciones antes expuestas. AI final estamos
obligados a replegarnos sobre esta obvia generalización: el estrato
de los relativamente informados está constituido, fundamentalmente,
por los sectores más instruidos. Por consiguiente, se concluye, el
nivel de información es una función del nivel de instrucción. Pero
cuidado, esta conclusión —que es en buena medida tautológica—
vale para la información en general, es decir, se aplica a un conjunto
constituido por una multiplicidad de sectores particulares. Funciona
mal, o no tan bien, si se refiere específicamente a la información
política. El más instruido está, por definición, más informado; pero
esto no significa que un crecimiento generalizado de los niveles de
instrucción se refleje en un aumento de los públicos informados
políticamente.
La información también es un «coste». Por lo tanto, quien se
mantienen informado en un sector lo hace, a la fuerza, en perjuicio
de los demás. En segundo lugar, el coste de informarse se reduce —
se hace pequeño y al mismo tiempo menos gratificante— sólo
después de que la información almacenada alcanza un determinado
umbral. Para disfrutar de la música es necesario saber música. Un
juego que entusiasma al deportista no le dice nada a quien no lo
entiende. En política, quien ha superado el umbral lee sin problema
las noticias del día y las capta al vuelo; pero quien se queda por
debajo del umbral, quien no ha almacenado, hace un esfuerzo, no
aprehende lo mismo y, en definitiva, se aburre mortalmente. Para
quien no está informado, por lo tanto, el coste de comprender y
digerir la información política se replantea todos los días y ya no se
convierte en gratificante. Lo que explica dos cosas. Primero, explica
por qué encontramos el salto que enfrenta a quien esta informado y
quien no lo está, es decir, una distribución discontinua. Segundo,
explica por qué los límites entre las distintas zonas o especialidades
de información son verdaderamente unos límites, y por lo tanto
también por qué la cuota de una especialidad puede convertirse en
muy grande, mientras que la cuota de otra puede seguir siendo
exigua. Supongamos una población toda compuesta por licenciados;
queda todavía por explicar por qué esta población tiene que
encontrar el interés político más atrayente que otros intereses.
Habiendo aclarado por qué el nivel de instrucción puede
aumentar sin ningún crecimiento necesario o reflujo en el sector de
los informados políticamente, es necesario confirmar que, incluso si
la base de información de los públicos de masa sigue siendo la
misma, sigue siendo, sin embargo, un punto débil digerido —o por lo
general digerible— mientras que permanezcamos dentro de la
«democracia electoral», es decir, mientras que la opinión pública se
exprese eligiendo. Cuando votamos para elegir, no decidimos
meramente sobre cuestiones de gobierno. El verdadero poder del
electorado es el poder de elegir a quien lo habrá de gobernar. Por
consiguiente, las elecciones no deciden U cuestiones sino quien
tomará las decisiones. La diferencia es muy grande. Y explica por
qué la autonomía de la opinión puede bastar. En términos de
autonomía no nos preocupamos de qué parte de la opinión pública
está en el negativo y cuánta en el positivo ni tampoco postulamos
que debe estar informado. Todo lo que presuponemos es que la
opinión pública se constituye como un protagonista por sí misma,
que los gobernantes deben tener en cuenta. La mala o buena
calidad de esta opinión no se pone, pues, en cuestión. Ciertamente
es mejor si la calidad es buena; pero el sistema político puede
funcionar también si no lo es. Pero si la democracia electoral no nos
basta, y si pedimos, como se hace hoy, una «democracia
participativa» entonces hay que rehacer todo el discurso.
Entendámonos sobre esta nueva noción, verdaderamente
nebulosa. El único punto claro es que una democracia participativa
no se contenta con la «participación electoral», y tampoco puede
contentarse con el referédum en la medida en que éste sigue siendo
un instrumento interno, subordinado, de una democracia que sigue
siendo de tipo indirecto y representativo. Gcorges Burdeau distingue
entre una democracia gobernada y una democracia gobernante,
pero esta distinción vale sobre todo para dar idea de un paso, o 'le
un crecimiento, y no se presta a clarificar cuál es el punto de cambio
entre democracia representativa y no representativa Bien entendido,
la democracia representativa es una democracia gobernada (por
representantes); pero para Burdeau una democracia ya es
gobernante cuando las asambleas representativas se pliegan a la
voluntad popular, cuando se convierten en demo-dirigidas En este
desarrollo podemos ver una maximización de la soberanía del aerro
pero podemos también ver aquel gobierno demagógico e
irresponsable que ya Aristóteles denunciaba como el inicio de un fin,
como un desarrollo degenerativo. Sea como fuere, el hecho es que
la óptica de Burdeau no ayuda a encontrar el límite entre la
democracia electoral y una democracia con un fundamento distinto.
Después de todo, incluso la democracia representativa auspicia la
participación y pide «más participación». ¿Cuándo sucede, por
consiguiente, que la participación subordina a sí misma la
representación y, en los diseños más ambiciosos, la sustituye hasta
eliminarla?
En concreto, la división debe ser estructural y traducirse en
estructuras. De hecho, lo podemos encontrar en la institución del
referéndum. Que quede claro: tanco en la democracia representativa
como en la democracia que denominaremos, para entendernos, de
referéndum, el ciudadano se limita a votar; y puesto que en el
referédum la opción se reduce a un sí-no, es lícito mantener que la
opinión que se expresa en el referéndum es todavía más cruda o mis
elemental que la opinión que se expresa en una elección (en los
sistemas pluripartidistas con el voto de preferencia). La diferencia es
que, cuando elige, el ciudadano decide sobre quién decidirá por él;
mientras que con el referéndum el ciudadano decide por sí mismo,
es decir, decide sobre una cuestión. El referédum hace, pues, de
línea divisoria a este respecto: sustituye la decisión de los
representantes por la decisión de los representados. Consigue que
cuantas más decisiones se toman por medio del referéndum, tanto
mis .se transforma una democracia representativa en una
democracia directa, denominada de formas variadas «in crescendo»
—participativa, verdaderamente gobernante, o literalmente
autogobernante. Quizá se pueda objetar que los que propugnan la
democracia participativa no piensan de hecho en primera instancia
en una democracia de referéndum, Pero incluso si su corazón se
inclina por el asambleísmo y por la activación de pequeños grupos,
su razón no puede comprender que una democracia cuyo demos se
cuenta por decenas o incluso centenas de millones no puede sino
aproximarse a la técnica del referéndum: no existe otro instrumento
de actuación. Por lo tanto, quien desea superar la democracia
representativa debe querer —la llame como la llame— una
democracia de referéndum, una democracia que gira y se apoya en
remitir las cuestiones particulares sobre las que hay que decidir a la
decisión del pueblo.
Si es ésta, como lo es, la esencia de una democracia más
avanzada que la democracia queda claro rápidamente por qué el
problema de la opinión pública ha de replantearse totalmente. En la
democracia de referéndum la opinión pública se conviene en el sitie
qua non de todo, y todo depende de ella. Por lo tanto, no basta con
que la opinión de los públicos sea autónoma, poco importa que la
temible en lo negativo; importa, por el contrario, que sea «de
calidad» en lo positivo. Aquel receptor que es activo en la
eliminación de lo que le molesta, y en la recodificación de los
mensajes a su modo, es decir, sin ninguna fidelidad, no so'0 ya no
nos sirve, sino que se convierte en peligroso, por no decir en
perjudicial. Quien decide por sí mismo —no para sí mismo, se
entiende, sino para todos- debe saber sobre qué decide, y debe
también controlar el problema sobre el que decide.
Hasta ahora hemos hablado siempre únicamente de
«información», quizá sobrentendiendo que la información comporta
«cognición», pero sin poner nunca los puntos sobre las «íes». Sobre
todo, hasta ahora hemos pasado por encima de la diferencia, la
enorme diferencia, que existe entre información y conocimiento. La
distinción no es esencial cuando se refiere a un electorado elector,
pero se hace crucial cuando se refiere a un demos que toma
decisiones. Incluso si una persona memoriza una enciclopedia, y por
lo tanto está informadísima sobre todo, de ello no se desprende en
modo alguno que sepa unir de modo fructífero este arsenal de
nociones. Ciertamente la maestría cognoscitiva presupone
información, es decir, un conjunto de noticias, de datos. Pero lo
contrario no es verdad: la información no proporciona, por sí misma,
episteme, aquel saber que es la comprensión del problema en el que
se sitúa una decisión y de las consecuencias de la decisión que
vamos a tomar. Y si la democracia electiva basta para la
transformación de la información en opinión, la democracia de
referéndum necesita la transformación de la información en saber,
en conocimiento.
Hoy en día la literatura sobre la democracia participativa insiste
en la fórmula «participando se aprendo y deja entender, o
sobreentiende, que la «verdadera participación» lleva consigo un
salto cualitativo. Sin embargo, no es así; y por consiguiente es
necesario desarrollar el discurso en sentido contrario. La
participación en cuestión ya no es, recordémoslo, la que existe ya de
hecho; quiere ser una participación activa, generalizada (en el
extremo, de todos), que sustituye al ciudadano que «toma parte» en
primera persona por el representante que actúa en nombre suyo.
Ahora bien, para este tipo de salto hacia delante no nos ayuda el
nivel de instrucción (que corre el riesgo de generar, entre otras
cosas, un hombre contemplativo en lugar de un hombre activo) sino
que es necesaria la politización: es decir, el factor en juego es la
«intensidad». En resumen, la teoría de la democracia participativa
plantea la hipótesis de que las características de lo grupos pequeños
intensos —que sienten intensamente los problemas de la comunidad
política— se difunden y alcanzan a todo el cuerpo social. Y aquí está
el nudo gordiano.
Es verdad que la intensidad estimula la atención, pero aquella
particular atención que activa, que estimula la acción. El implicado —
y es ciertamente de él de quien estamos tratando— no ve. no quiere
ver los pros y los Contras ve sólo en blanco y negro, con todo el bien
de un lado y todo el mal de En política el muy «intenso» es —ocho
de cada diez veces— el dogmático el sectario, el fanático. Lo que
resulta de todas las investigaciones es una altísima correlación entre
intensidad y extremismo; quien adopta posiciones extremas es muy
intenso, y viceversa El extremista lo sabe ya todo, tiene ya respuesta
para todo: al ser altamente intenso, «quiere- simple y fortísimamente.
El hecho es, por lo tanto, que la intensidad que produce el ciudadano
politizado, a|. lamente participante, está en las antípodas de la
maestría cognoscitiva y erosiona sus mismas premisas. No es que la
intensidad —> atención -» información —>cognición —> maestría
cognitiva, varíen positivamente; mis bien la se tiende a variar de
forma negativa. Lo que desearíamos que fuese un •crescendo
virtuoso» se revela, por el contrario, como un boomerang: el triunfo
de la mente cerrada sobre la mente abierta21.
Es obligado concluir, entonces, que mientras la democracia
representativa se basa en una opinión suficiente para su
sostenimiento —tanto en la teoría como en la práctica— cualquier
intento de superar las instituciones representativas debe comenzar
por considerar el problema de la opinión pública: una omisión que es
tan enorme como sorprendente. He señalado al comienzo que
cuando surge el término opinión pública el sustantivo no se eligió al
azar: acuñó «opinión- porque se entendía concretamente el opinar.
Pero para objetivos de una democracia de referéndum no basta la
opinión, se necesita y hay que repetirlo— el saber, la competencia
cognitiva. El salto debe verdaderamente cualitativo, es realmente un
alto grandísimo y por lo que sabemos, factible. Téngase en cuenta:
desde el punto de vista tecnológico una democracia de referéndum
integral —es decir, un pueblo que se autogobierno día a día— es
ahora algo muy factible. Basta con instalar en cada casa un terminal
barato conectado a un ordenador central, frente al cual todas las
noches los ciudadanos responden sí o no a las preguntas que
aparecen en la pantalla. Es algo muy factible, ¿pero ha de hacerse?
Para responder es necesario comenzar por tener claro lo que es y
puede ser la opinión pública.

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