Opinion Publica - Sartori
Opinion Publica - Sartori
Opinion Publica - Sartori
LA FORMACIÓN DE LA OPINIÓN
Sartori propone el modelo en cascada, es decir, una serie de
procesos descendentes "en cascada" cuyos saltos o intervalos
permiten mezclarse cada vez:
1. ) Élites económicas y sociales
2. ) Élites políticas y de gobierno
3. ) Redes de comunicación de masas
4. ) Líderes de opinión
5. ) públicos de masas (demos)
El modelo formación-difusión de las opiniones debemos considerar
de dos maneras:
1.) en cada cascada los procesos son horizontales: influyentes contra
influyentes, emisores contra emisores.
2.) cuando comienza un nuevo ciclo vuelve a mezclarse todo y se
modifican las demás cascadas.
1. Opiniones y actitudes
Cuando hablamos de la manifestación de opiniones y actitudes en
un fenómeno de opinión pública nos estamos refiriendo a su
verbalización, sea ésta oral o escrita. Detrás de la expresión verbal
se encuentra siempre una idea, una impresión, o la expresión de un
sentimiento. El hombre razona sus ideas, pero también racionaliza
sus impulsos, tendencias, intereses y necesidades, y ambas
funciones —razonamiento y racionalización—pueden ser
verbalizadas y expresadas colectivamente. La opinión pública, por
tanto, incluye ambas dimensiones, la racional y la irracional.
Cuando se habla de verbalización los autores se refieren más al
concepto de opinión que al de actitud, pero se debe aceptar desde el
principio que la mayor parte de las opiniones manifestadas,
especialmente las colectivas, reflejan algo más que una simple idea
o impresión: expresan valoraciones, sentimientos, emociones,
impulsos, reacciones o tendencias a favor o en contra de algo. Esta
toma de posición, a favor o en contra, se acerca más al concepto de
actitud. Por ello, en el lenguaje corriente, cuando se habla de
opiniones normalmente no estamos refiriendo a aquellas actitudes
que se expresan verbalmente.
¿Por qué se habla, entonces, de opinión pública en vez de actitud
o actitudes públicas? A nuestro entender se pueden aducir dos
razones. Históricamente, el siglo xviii es un siglo que siente pasión
por la razón y, por ello, no en vano se le ha llamado el siglo de las
luces o de la razón. Como podrá verse más adelante al hablar del
liberalismo, esta ideología defendía la vía de la opinión como uno de
los mejores caminos para llegar a la verdad (el conocimiento y la
solución de los problemas públicos). No cuenta el sentimiento, sino
la razón, y ésta encuentra su lugar natural en la reflexión, el debate y
el diálogo razonado. Las opiniones son la expresión verbal del uso
que las personas hacen del raciocinio y, cuando el tema en cuestión
es público y colectivo, entonces se activa la razón pública. Además,
el uso científico del término «actitud» no empieza hasta pasada la
primera mitad del siglo xix.
En segundo lugar, una actitud es una variable intermedia o
interviniente del sujeto a la que es posible acceder o llegar
mediatamente, esto es, a través de la palabra, el comportamiento,
los gestos u otras formas de expresión y, aunque en teoría una
opinión también es una variable intermedia, ésta se encuentra más
próxima al exterior (Eysenck) y a la expresión verbal. Algunos,
incluso, llegan a identificar expresión verbal con opinión17. Una
opinión—dice Germani—es la expresión de una actitud, y la
expresión pública de las actitudes políticas se ha considerado
tradicionalmente como la opinión pública
Una opinión es algo más que una mera noción o impresión de las
cosas, personas o acontecimientos y algo menos que cualquier
prueba científica19. Para W. Albig, las opiniones son simplemente la
expresión de aquellos puntos en controversia y, para Sprott, la
«linca» que toman las personas a favor o en contra de alguna cues-
tión en disputa. Otros entienden por opinión la simple manifestación
de una conclusión o juicio, cuando los motivos no nos dan suficiente
certeza, pero nos inclinan a creer que es verdad. Sin embargo, una
aproximación mayor al concepto de opinión, tal como se entiende en
opinión pública, la encontramos en su relación con el concepto de
actitud (componentes) e, incluso, con el de ideología (modelo de
Eysenck). Si los componentes que encontramos en una actitud,
como veremos más adelante, son el cognitivo, el afectivo y el
comportamental, se podrían definir las opiniones como aquellas
actitudes en que predomina el componente cognitivo.
En el modelo de Eysenck, las opiniones constituyen la parte más
superficial, inconsistente y cambiante del continuo cognitivo. El
modelo tiene una estructura jerárquica y los niveles se establecen de
la manera siguiente:
2. El público
La ambigüedad le viene a la opinión pública, según algunos
autores, por el término «pública». Anteriormente hacíamos mención
a tres formas diferentes, y las tres válidas, de entender el término
«pública» dentro del concepto «opinión pública». Ciertas opiniones
son públicas (notorias), porque, al ser emitidas por personas
particulares, se exponen (porque así lo desean) a ser escuchadas
por los demás26. Es el concepto de publicidad que analiza en detalle
J. Habermas27 en Strukturwandel der óffentlichkeit. Cuando las
personas salen de la esfera de lo privado y, a través de la
comunicación y el diálogo, se interesan por el acontecer público,
ocupan un espacio en la vida social que se encuentra expuesto a la
mirada de los demás. Es el espacio público formado por aquellas
personas que dialogan y discuten en la calle, los cafés, las plazas, el
parlamento, los foros y, sobre todo, en los medios de comunicación.
La comunicación crea una nueva realidad que convierte en públicas
las opiniones que participan de ella.
«Pública» también hace referencia a «la cosa pública», a aquello
que atañe a todos y es de interés general o puede llegar a serlo; a
las cosas del Estado y a la administración que hacen de ellas los
gobernantes; a aquello que no es de nadie, pero es de todos; a
aquellas cosas que pertenecen al dominio público, porque el pueblo
es el propietario o porque, como sucede en infinidad de casos, está
en boca de la mayoría. Es decir, ciertas opiniones son públicas
porque atienden, participan y se interesan por el bien común.
Sin embargo, el aspecto más estudiado es el de «público» como
sujeto de la opinión pública. Ya se haga referencia a la notoriedad de
ciertas opiniones o a unas opiniones centradas en el bien común,
siempre se encuentra un grupo de personas que se manifiestan
portadoras de tales opiniones, el público. Dicho de otra manera,
ciertas personas pueden formar un público porque entran en las
redes del espacio comunicacional (como receptores o audiencias) y
pueden prestar atención a aquellos temas de interés general.
Espacio público (comunicacional) y atención pública son, por tanto,
dos condiciones para la existencia de los públicos de la opinión
pública.
Antes de pasar a la definición de público, conviene describir
algunos conceptos afines con los que mantiene semejanzas y,
también, diferencias. Son los conceptos de pueblo, población,
electorado, muchedumbre, multitud, masa, auditorio y audiencia.
1) Pueblo hace referencia al conjunto de ciudadanos que forman
parte de una comunidad o Estado. Enlaza más con el concepto de
«clima de opinión» que con el de «opinión pública», por su relación
con los usos, costumbres, tradiciones, valoraciones y
preocupaciones de la comunidad. Las relaciones entre público y
pueblo son relaciones de parte a todo. El público es aquella parte
activa del pueblo que en un momento dado activa sus pensamientos
y los expone a los demás. Solamente en un sentido amplio y con
matizaciones se podría tomar el pueblo como sujeto de la opinión
pública.
. 2) Población. Así como «pueblo» es un concepto jurídico y
antropológico, «población» es un concepto estadístico y
demográfico. Nos conduce al número de habitantes de un país,
región o Estado. El término «población» se queda en la simple
adición de personas según diferentes características sociográficas e
interesa aquí por su referencia a las opiniones individuales y a los
resultados de la investigación, especialmente de las encuestas de
opinión.
3) Electorado. Hay algunas definiciones que reducen la opinión
pública a aquella opinión manifestada en las urnas y sitúan el sujeto
en el cuerpo electoral.
Si bien es verdad que la opinión y la voluntad reflejadas en el
sufragio pueden coincidir en numerosas ocasiones con la opinión
pública, incluso desde el punto de vista político, este concepto se
extiende a otras muchas situaciones de la vida pública. El público de
la opinión pública no tiene por qué coincidir (ni coincide) con las
personas que tienen derecho al voto y, además, la opinión pública
adquiere su sentido genuino no tanto por la formalización que pueda
hacerse de la misma (a través de las leyes que regulan las
elecciones, los referendums y los plebiscitos), sino por la
espontaneidad y acción informal de los públicos que reaccionan ante
aquellos acontecimientos que atraen la atención. Sin embargo,
debemos decir que una de las manifestaciones más claras de la
opinión pública es cuando los ciudadanos de un país tienen la
posibilidad de expresar sus puntos de vista en un referéndum.
4) Muchedumbre. Cuando los individuos manifiestan conductas
semejantes pero se dirigen hacia diferentes lugares y no comparten
ningún objetivo, se puede hablar de un agregado o una agregación.
El agregado supone cierta cantidad de gente que está o pasa por el
mismo lugar sin que exista-interacción, comunicación o contacto vital
alguno29. Si estos agregados encuentran un foco común de aten-
ción, pueden convertirse fácilmente en una muchedumbre o una
multitud. Las muchedumbres son agregados de personas,
concentradas en un lugar de forma transitoria, bajo el efecto de un
centro común de atención o de acción: Las muchedumbres se
diferencian claramente de los públicos, porque las primeras suelen
estar concentradas en un lugar, mientras que los-segundos tienen a
sus miembros dispersos. Hay ciertos momentos, sin embargo, en
que una muchedumbre es la parte visible de un público más amplio
que se concentra en la calle u otro lugar para expresar una opinión,
reclamar un derecho o hacer notoria una protesta.
5) Multitud. Una multitud —dice K. Young— es una masa de
individuos que, ante un centro común de atención, libera ciertas
actitudes; emociones y acciones profundas30. Son muchedumbres
activas movidas por el odio, la agresividad, el miedo, los intereses,
los Valores, los prejuicios, las frustraciones y, sobre todo, por
aquellos rasgos de la personalidad primitiva enraizados en el ello y
en el inconsciente. En cuanto que liberan ciertas actitudes, las
multitudes encuentran alguna relación con los públicos, pero la
acentuación de su dimensión irracional las sitúa entre los
comportamientos más alejados. La ampliación dé los derechos
políticos en el siglo xix y la pérdida de protagonismo de ciertos
públicos difundió la idea de una opinión pública sujeta al concepto
negativo de multitud. El sujeto de la opinión pública pasó de los
públicos cultos y minoritarios a las capas incultas y activas, llamadas
multitudes. Si éstas se definían por la baja actividad de la razón,
como decía Le Bon, la opinión pública perdía su racionalidad y
pasaba a ser la expresión de un sentimiento o instinto.
6) Masa. El concepto de masa es tan ambiguo como difusa es
la realidad que pretende definir. En la segunda mitad del siglo xix
masa y multitud definían prácticamente el mismo comportamiento.
Posteriormente, el término «multitud» se aplicaría a aquellas
conductas colectivas que suponían menor cantidad de personas,
estaban reunidas en un lugar determinado y eran más activas y
emotivas. Las masas, especialmente en los años veinte31 del siglo
pasado, serán definidas por su magnitud, heterogeneidad,
polimorfía, dispersión, atomización, mediocridad e igualación en sus
comportamientos. Es un concepto negativo que será aprovechado
por todos aquellos movimientos sociales e ideologías de signo
autoritario de los años treinta para expresar la dependencia,
organización y control desde el poder de la masa de ciudadanos.
Cuando se habla de masas en la actualidad nos estamos refiriendo
al conjunto de conglomerados sociales, sin organización ni cohesión
alguna, expuestos a comportamientos uniformes bajo la influencia y
la presión de aquellos organismos que tienen poder. Las masas,
como tal, están muy lejos de ser el sujeto de la opinión pública, pero
siempre que la opinión se encuentre manipulada, controlada o
dirigida, el público de la opinión pública se acercará el concepto
negativo de masa.
7) Auditorio. Los auditorios constituyen una forma de
muchedumbre institucionalizada, porque las personas que la forman:
a) tienen un propósito definido al saber a donde van y qué van a oír
o ver, b) se reúnen en un tiempo y lugar -determinados y c) poseen
una forma definida de polarización e interacción32. Los conceptos de
auditorio y público se confunden con frecuencia. Por ejemplo, se
suele llamar público a las personas que asisten al teatro, a una
conferencia o a un mitin, cuando en realidad el término «público»
incluye gran cantidad de personas y, además, dispersas. Sin
embargo, el origen de la opinión pública va supeditado
a unos públicos que se definían por las características de
auditorio. Nos referimos a los públicos reunidos en los cafés,
salones, clubes, asociaciones e, incluso, el parlamento, para discutir
principalmente de asuntos públicos. La racionalidad le viene a la
opinión pública de estos públicos (auditorios) cultos, informados y
dialogantes, protagonistas de una opinión razonada.
8) Audiencia. Cuando en el proceso de la comunicación
colectiva el destinatario del mensaje es un sujeto, se suele hablar de
receptor, perceptor, descifrador, intérprete o consumidor. Si el
destinatario es un grupo de personas, entonces se suele hablar de
auditorio, público, audiencia o masa. En su sentido etimológico,
«audiencia» hace referencia a la «acción y efecto de oír», pero, hoy
en día, cuando hablamos de audiencia (aparte del sentido jurídico)
nos referimos a aquella «masa a la cual va dirigido el mensaje a
través de un medio de comunicación social»13. Por tanto, en el
comportamiento de la audiencia se incluye la acción de oír y de ver
y, en algunos casos, solamente la acción de ver (audiencia de
museos y bibliotecas, prensa, etc.). La audiencia está formada por
individuos que buscan satisfacer sus intereses particulares en la
comunicación, pertenecen a diferentes agrupaciones (frente a la
interpretación aislante y masiva de las primeras-teorías y estudios
sobre los efectos) y están expuestos tanto a la comunicación de los
medios como a la comunicación intragrupo e intergrupo.
1. conservadores y doctrinarios
Según avanza el siglo xix, a la par que los gobiernos liberales van
desarrollando con freno y temor los principios de igualdad y libertad
proclamados en torno a la Revolución, otras ideologías y fuerzas
políticas van reivindicando en nombre del pueblo la ampliación de
estos derechos, trasladando a la esfera pública problemas y
conflictos que anteriormente se debatían exclusivamente en la esfera
de la privacidad. A. de Tocqueville y J. Stuart Mili, dentro de la mejor
tradición liberal, se sumarán a la corriente que reivindica mayores
derechos y libertades (como la ampliación del sufragio, por ejemplo),
pero también manifestarán sus temores ante unas masas y una
opinión pública dominante que no actúa como contrapeso del poder
desde la sociedad civil, sino como poder coactivo de las masas
contra la inteligencia y la racionalidad. Esta es la ambivalencia de la
que habla Habermas en Stuart Mili y Tocqueville cuando estos
autores apoyan el desarrollo de derechos y libertades, pero
denuncian la coacción moral o el «yugo de la opinión pública»
dominada por las muchedumbres y los mediocres.
Alexis de Tocqueville, especialmente en La democracia en
América y El antiguo Régimen, hace una exposición magistral sobre
la igualdad y la libertad (y sus peligros) en la nueva sociedad
democrática (cuyo ejemplo más notorio se encuentra en la sociedad
norteamericana), desde la perspectiva sociológica, histórica y moral.
Partidario de la descentralización y del pluralismo político reclama
«la creación de nuevos poderes intermedios para insertar
eficazmente la opinión pública en la división y limitación de los
poderes»54. Pero la opinión pública en Tocqueville, como en Stuart
Mili- dejará de ser un instrumento de emancipación para convertirse
en una fuerza de opresión.
En la parte dedicada a la «influencia de la democracia sobre el
movimiento intelectual de los Estados Unidos» de La democracia en
América, Tocqueville nos resume su punto de vista sobre el poder de
las mayorías, la importancia de las costumbres y las creencias
dogmáticas como ideas comunes, el proceso de nivelación e
igualdad y el papel de la opinión pública en las sociedades
democráticas: En las épocas igualitarias —dice—, «a medida que los
ciudadanos se nivelan y asemejan, disminuye la tendencia de cada
uno a creer ciegamente en un hombre o en una clase determinada.
Aumenta en cambio la de fiarse a la masa, y su opinión llega a ser la
que conduce el mundo.
No sólo la opinión común es el único maestro que le queda a la
razón individual en los pueblos democráticos, sino que en ellos dicha
opinión es infinitamente más poderosa que en los otros pueblos. En
épocas de igualdad ningún hombre fía en otro, a causa de su
equivalencia; pero esta misma equivalencia les da una confianza
casi ilimitada en el juicio público, ya que no les parece verosímil que
siendo todos de igual discernimiento, la verdad no se encuentre del
lado de la mayoría»". Es el poder de las mayorías, inimaginable en
una sociedad de tino aristocrático. En las sociedades democráticas,
como es la de Estados Unidos, la omnipotencia política de la
mayoría hace aumentar la influencia de la opinión pública sobre cada
uno de los ciudadanos, aunque la causa principal no haya de
buscarse en las instituciones sino en el principio de igualdad- La
relación entre mayorías, igualdad y opinión pública queda
perfectamente aclarada en la sentencia que dicta un poco más
adelante: «en las épocas de igualdad cabe prever que la fe en la opi-
nión será como una religión cuyo profeta vendría a ser la mayoría»
Queda claro que en los sistemas democráticos quien manda es la
mayoría y que en sociedades como la americana a Tocqueville lo
que más le repugna no es el exceso ele libertad, sino las escasas
garantías que existen contra la tiranía, incluida la de la opinión
pública. ¿A quién acudir entonces?, se pregunta Tocqueville, cuando
entiende por opinión pública la opinión opresora de las mayorías:
«Cuando un hombre o un partido es víctima de una injusticia en los
listados Unidos, ¿a quién queréis que se dirija? ¿A la opinión
pública? Es ella la que forma la mayoría». Y es aquí cuando nos
ofrece uno de los pasajes más bellos sobre la libertad de prensa,
como libertad de expresión que deja sentir su poder tanto sobre las
opiniones políticas, como sobre las opiniones individuales de los
hombres". Nosotros diríamos, además, que es en esta libertad de
expresión donde recupera la opinión pública su sentido originario de
expresar públicamente una opinión:
En nuestros días, un ciudadano oprimido no tiene más que un
medio de defensa: dirigirse a la nación entera, y si ésta no le
escucha, al género humano. Y no hay sino un medio para hacerlo,
que es la prensa. Por ende, la libertad de prensa es infinitamente
más preciosa en las naciones democráticas; ella sola remedia la
mayoría de los males que puede producir la igualdad. La igualdad
aísla y debilita a los hombres; pero la prensa pone a su servicio un
arma poderosísima de la que el individuo más aislado y desvalido
puede hacer uso. La igualdad priva a todo individuo del apoyo de sus
allegados; pero la prensa le permite llamar en su ayuda a todos sus
ciudadanos, incluso a todos sus semejantes. La imprenta, que ha
impulsado los progresos de la igualdad constituye uno de sus
mejores correctivos.
Creo que los ciudadanos de las aristocracias pueden, si es
preciso, pasarse sin la libertad de prensa; pero quienes habitan los
países democráticos no pueden prescindir de ella. Para garantizar su
independencia personal no confío en las grandes asambleas
políticas, ni en las prerrogativas parlamentarias ni en la proclamación
de la soberanía del pueblo.
Todas estas cosas se concilian, hasta cierto punto, con la
servidumbre individual; pero esta servidumbre no será total si la
prensa es libre. 1a prensa es el instrumento democrático por
excelencia de la libertad».
J. Stuart Mili ocupa la línea divisoria entre el primer liberalismo
inglés y el revisado o modernizado, como consecuencia de la
industrialización y la ampliación de derechos y libertades públicas.
Así como en Francia el liberalismo (doctrinario) se definía por «ser la
filosofía social de una clase, más bien aristocrático en su actitud
hacía "las masas" y esencialmente crítico en su función», el inglés,
empeñado en ampliar derechos y libertades, primero a las clases
medias y después a las obreras, «en su intención fue siempre una
teoría del bienestar general de toda la comunidad nacional»54.
Aunque los primeros liberales se definían por ser individualistas,
provincianos y doctrinarios, nunca se olvidarán de la cosa pública,
razón por la cual será más fácil la «adaptación a los cambios
progresivos del industrialismo y el nacionalismo».
E910 hará que Stuart Mili, por un lado, dé su «aprobación a todos
los movimientos que se alzan contra la aristocracia del dinero, del
sexo y del color, contra la democracia minoritaria de los poseedores
de mercancías, contra la plutocracia de la gran burguesía» y dará su
apoyo a la ampliación del voto; por otro, sin embargo, ante el
aumento del poder de las masas, se lamentará del yugo de la «opi-
nión pública».
En sus obras El utilitarismo y Principios de economía política
continúa y amplía las ideas de Bentham, Sraith y Ricardo, aunque
con su impronta especial. Si bien en un principio aceptaba que la
norma del bien social y el objeto de toda acción moral radica en
conseguir el máximo de placer y la mayor felicidad (Bentham), más
tarde, al abandonar el egoísmo, su ética le llevará a aceptar la bús-
queda del bienestar social como algo que concierne a todos los
hombres de buena voluntad y entenderá la libertad, la integridad, el
respeto a la persona y la distinción personal como bienes
intrínsecos, apartó de su contribución a la felicidad62. Sin embargo,
será en su obra Sobre la libertad, donde encontremos referencias
especiales a la libertad de opinión y a la opinión pública. . . On liberiy
(1859) enlaza con la mejor tradición inglesa (especialmente, con la
Areopagítica de Müton) sobre la defensa de la libertad y, según S.
Giner, este ensayo se manifestará como «una defensa del derecho
de cada ciudadano o grupo a disentir pacíficamente, a expresar su
disensión del mismo modo, y a no ser perjudicados o dañados por
ello»". La defensa de la libertad, dice Stuart Mili en la introducción,
se refiere, primero, al dominio interno de la conciencia, a la más
absoluta libertad de pensamiento y sentimiento y la libertad de
expresar y publicar las opiniones; en segundo lugar, a la libertad en
nuestros gustos y en la determinación de nuestros propios fines y, en
tercer lugar, a la libertad de asociación.
Aunque en principio la obra va dirigida contra el Estado moderno,
su argumentación principal va referida a la sociedad. Cuando afirma
que la humanidad entera —dice Sabine— no tiene derecho a
silenciar a un solo disidente65 está afirmando realmente que la
libertad de juicio, o el derecho a ser convencido masque obligado, es
una cualidad inherente de toda personalidad madura y que una
sociedad liberal es aquella que al mismo tiempo reconoce ese
derecho y modela sus instituciones para llevarlo a cabo. Los seres
humanos son racionales porque son capaces de escuchar y discutir
sobre cuestiones públicas, participar en las decisiones políticas,
tener convicciones morales y asumir Irresponsabilidad de hacerlas
efectivas. La obra que estamos comentando —continua Sabine— no
pretende tanto aliviar la opresión política ni provocar un cambio en la
organización política, «sino lograr una opinión pública
auténticamente tolerante, que valore las diferencias de puntos de
vista, que limite la medida de acuerdo que exija y que acoja las
nuevas ideas como fuentes de descubrimiento. La amenaza a la
libertad que Mili temía principalmente no era del gobierno, sino de
Una mayoría intolerante».
Esta es la idea que aparece cuando usa la expresión «opinión
pública», al supeditar ésta al poder y tiranía de las mayorías en el
nuevo contexto de la sociedad democrática liberal: «Actualmente los
individuos están perdidos en la multitud. En política es casi una
trivialidad decir que es la opinión pública la que gobierna el mundo El
único poder que merece tal nombre es el de las masas, y el de los
gobiernos que se hacen órganos de las tendencias c instintos de las
masas. Esto es verdad tanto en las relaciones morales y sociales de
la vida privada como en las transacciones públicas. Aquellos cuyas
opiniones forman la llamada opinión pública no son siempre la
misma clase de público: en América son toda la población blanca; en
Inglaterra, principalmente la clase media. Pero son siempre una
masa, es decir, una mediocridad colectiva. Y lo que todavía es una
mayor novedad, la masa no recibe ahora sus opiniones de los
dignatarios de la Iglesia o del Estado, de jefes ostensibles o de tos
libros. Su pensamiento se forma para ella por hombres de su mismo
nivel, que se dirigen a ella, o hablan en su nombre, del asunto del
momento, a través de los periódicos»67. Toda una concepción
elitista sobre el papel de las masas en la nueva sociedad, la
nostalgia por el papel dirigente de una aristocracia intelectual y la
ambivalencia del concepto de opinión pública
Una primera lectura de los usos que hace de la expresión
«opinión pública» nos conduce a una situación de hecho, que él
lamenta, en donde la opinión pública no es sino la expresión de las
masas y su poder. Por ello, no es de extrañar que encontremos
frases como «tiranía de la opinión» «yugo de la opinión» «invasiones
de la opinión pública» «coacción moral de la opinión pública» o
«tiranía de la opinión pública». Éste es un tipo de opinión pública que
ha perdido toda su dimensión racional, emancipadora y elitista para
convertirse en una instancia opresiva de las masas que utiliza las
oportunidades que le ofrecen las vías democráticas para dar rienda a
sus instintos. En el recuerdo le queda la añoranza de aquella opinión
pública fruto del juicio y del raciocinio público hecho por los ilustra-
dos o los representantes del pueblo: «las cuestiones políticas - dice
E. Fracnkel, interpretando a este y a otros autores liberales— no
deben ser decididas mediante un llamamiento directo o indirecto a la
inteligencia o a la voluntad de un conjunto instruido, sino sólo
mediante la pertinente consideración de los puntos de vista
instruidos y cultivados de un relevante reducido número de personas
especialmente llamadas para esta tarea»6". O, como expresa el
mismo Stuart Mili en su Representative Govenmxent, al referirse al
Parlamento como lugar de discusión, donde los hombres ilustres
elegidos por el pueblo representan todas las posibles corrientes de
opinión: «El Parlamento es el lugar donde no solamente la opinión
de la nación, sino también la opinión de las diversas partes de la
nación, y en la medida de lo posible, la de los hombres más egregios
del país, puede manifestarse públicamente y provocar, la discusión.
En él cada ciudadano puede estar seguro de encontrar a alguien que
expone su propia opinión, tan bien o mejor como pudiera hacerlo él
mismo, y no sólo ante amigos y partidarios, sino también ante
adversarios que le hicieran sufrir la prueba de argumentaciones
contrarias. En él es donde aquellos cuya opinión resulta vencida,
sienten la íntima satisfacción de haber sido escuchados y
contradichos, no por un capricho arbitrario, sino por razones
consideradas superiores por los representantes de la mayoría de la
nación».
que los sujetos tienen del clima político, comprobando que entre
ambas se produce un desfase importante. La espiral del silencio (o el
desfase) se produce porque una de las tendencias recibe mayor
apoyo público y éste viene principalmente de la acción de los medios
de comunicación (consonancia). En la campaña electoral de 1965,
por ejemplo, la tendencia de voto a los dos partidos mayoritarios no
superaba la diferencia de 10 puntos (favorable a CDLJ/CSU). Sin
embargo, a medida que se iban acercando las elecciones las
distancias iban aumentando (también a favor de CDU/CSU) hasta
alcanzar una diferencia superior a 30 puntos. La visita de la reina de
Inglaterra y la campaña de Erhard crearon ese ambiente favorable
para la coalición CDU/CSU Algo parecido sucedió en las elecciones
de 1972, pero, en este caso, a favor del SPD.
En las elecciones de 1976, en cambio, se detecta, además, la
existencia de un doble clima de opinión. Las elecciones se celebran
en septiembre y ganará la coalición socialista/liberal. Hasta el mes
de junio el clima de opinión era favorable a la coalición
conservadora, pero a partir de este momento, el clima se invierte y
se vuelve favorable a los presuntos ganadores, pero no en la
proporción que hubiera podido esperarse. La existencia de un primer
clima de opinión haría referencia al porcentaje mayoritario que
presume ganador hasta el mes de jumo a la coalición conservadora,
mientras que el segundo se apoyaría en el aumento que sufre la
coalición socialisla/liberal a partir del mismo mes hasta las
elecciones. Noelle-Neuman fundamenta la razón de este cambio de
clima en el apoyo que desde el principio de la campaña dieron los
medios y los periodistas a la coalición ganadora, apoyo que tendrá
una influencia especial en aquellos que se exponían intensamente a
la televisión133.
La teoría de la espiral del silencio, dicen D. McQuail y S. Windhal,
se apoya en el «juego recíproco entre la comunicación colectiva, la
comunicación interpersonal y la percepción que un individuo tiene de
su propia opinión frente a otras opiniones, dentro de la
sociedad»134. Devuelve a los medios el poder que en un principio
se les había atribuido, especialmente a la televisión, intenta
demostrar que cuando funciona la consonancia (junto a la
omnipresencia y acumulación) se aminora la percepción selectiva,
introduce en la teoría mecanismos psicológicos que explican la
tendencia que tiene todo individuo a sumarse a la corriente
mayoritaria, distingue entre la autopercepción y la percepción del
ambiente y, finalmente, explica que cuando un individuo sintoniza o
recibe el apoyo de su medio ambiente, lo tiene más fácil para
expresar sus ideas, mientras que aquellas personas que mantienen
puntos de vista disonantes con la corriente mayoritaria o pública, lo
tendrán más difícil para expresar sus opiniones, ocultándose en el
silencio.
1. CONCEPTO Y CARACTERÍSTICAS
V « N-i
5. LA OBSERVACIÓN DE COMPORTAMIENTOS
COLECTIVOS
CAPÍTULO 8
OPINIÓN PÚBLICA
Marco general
El hecho que más interesa, en este punto, es, por lo tanto, que los
conceptos de opinión pública y de consenso no sólo se refieren el
uno al otro, sino que son coincidentes: ambos son, por consiguiente,
conceptos que designan estados difusos. Es difícil demostrar que el
consenso de una opinión pública consiste, en una multiplicidad de
consensos precisos sobre una multiplicidad ¿c cuestiones precisas.
Pero, concretamente, el demonstrandum no es éste. Del mismo
modo, el consenso de la opinión es un idetn sentiré generalizado, un
estado de sintonía, o bien de ausencia de sintonía.
Hasta el advenimiento de los instrumentos audiovisuales de
comunicación de masas —radio y televisión— la teoría de la
democracia podía detenerse en este punto. Existía una opinión
pública porque existían periódicos. Más concretamente, el requisito
del «flujo de informaciones» era satisfecho por la existencia de una
prensa que fuera múltiple y libre. De ello se desprendía, de hecho,
que el público era alimentado con noticias que a su vez alimentaban
a una opinión que era verdaderamente ¿¿/público, es decir, que el
público la hacía por si mismo. En otros términos, la opinión pública
que funciona como arquitrabe de la democracia es una opinión
«autónoma». La opinión pública no lo es porque esté ubicada en el
público, sino porque está hecha por público. Bien entendido, en los
procesos de opinión que dependen de los flujos de información el
público es un término de llegada que «recibe» los mensajes. Pero h
su el advenimiento de los media por antonomasia los procesos de
formación de la opinión estaban —hay que recordarlo— en equilibrio,
o mejor dicho contraequilibrados, es decir, permitían la
autoformación de la opinión de los públicos.
La autonomía de la opinión pública ha entrado en crisis, o ha sido
puesta en duda, por la propaganda totalitaria y también por las
nuevas tecnologías de las comunicaciones de masas. Es un punto
sobre el que nos detendremos en seguida. Por el momento basta
con señalar esta posibilidad: que la opinión en el público no sea para
nada una opinión del público. No está escrito en ninguna ley natural
que una opinión pública sea autónoma, puede ser, o haberse
transformado en heterónoma. En ambos casos es una opinión que
se sitúa materialmente en el público, pero la primera es a la segunda
como un original a una falsificación. De este modo, una opinión
pública prefabricada, heterónoma. no es meramente la otra cara,
sino también la negación de una opinión pública autónoma. La
distinción entre opinión en y del público es, por lo tanto, una
distinción crucial.
Es evidente que una opinión pública puramente autónoma o
puramente heterónoma constituyen tipos ideales que no existen,
como tales, en el mundo real. La distinción fija los polos opuestos de
un continuo, a lo largo del cual encontraremos, en concreto, una
distribución de preponderancias, es decir, de estados de opinión
preferentemente autónomos o preferentemente heterónomos, más
próximos a un polo o bien mis cercanos al otro. Una última
advertencia preliminar es la de que cuando afirmamos que la
democracia se basa sobre la opinión pública, la afirmación vale tanto
para la democracia representativa como para la democracia directa
y, en el límite, autogobernada. La diferencia entre los dos tipos es
muy grande; pero en este punto se unen. P0r lo tanto, en una
democracia dirigida la opinión de los públicos es el porro unum. En la
democracia directa el pueblo ejerce el poder en nombre propio Por lo
tanto, con mayor razón si el pueblo no tienen una opinión pública el
llamado autogobierno es una estafa; y si la cualidad de aquella
opinión es decadente, si el pueblo quiere sin saber, tendremos un
autogobierno que se autodestruye.
La formación de la opinión
La propaganda totalitaria