Cristo Nuestra Justicia
Cristo Nuestra Justicia
Cristo Nuestra Justicia
En ocasiones, parece haber una confusión en cuanto a la relación que hay entre
la justificación y santificación, y nuestra salvación. Algunos promueven la
justificación excluyendo la santificación y terminan en lo que se suele llamar la
“gracia barata”. Otros se enfocan casi exclusivamente en la santificación y
terminan en lo que se conoce como el “perfeccionismo”, una forma personal de
salvación legalista por las obras. Pero la justicia plena de Dios incluye la
totalidad de ambas. Es su plan, no el nuestro. Es su manera de llevarnos hacia
una relación inmediata y a largo plazo con él, en preparación para pasar la
eternidad a su lado. Es el medio señalado por la divinidad para declararnos y
también hacernos buenos; para cambiar nuestro estado en los libros celestiales
y nuestro carácter aquí en la tierra.
Solo la gracia divina nos salva del pecado, nos justifica mediante la justicia de
Cristo y nos declara perfectos ante Dios. Al aceptar el poder que acompaña a la
justificación, Cristo comienza a santificarnos, transformándonos en su gloriosa
imagen. Este cambio total se debe a la justicia abarcadora de Cristo. Es por ello
que Pablo, después de describir la extraordinaria humildad de Cristo al venir a
morir como sustituto por los pecadores, proclama en Filipenses 2:12, 13: “Por
tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no solamente cuando
estoy presente, sino mucho más ahora que estoy ausente, ocupaos en vuestra
salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el
querer como el hacer, por su buena voluntad”.
Es por eso que los inconversos se convierten. Los borrachos se vuelven sobrios.
Los de dudosa moral se vuelven castos. Los de espíritu pendenciero,
pacificadores. Los mentirosos, honestos. Los de mente sucia, puros. Los
egoístas y egocéntricos se vuelven benefactores generosos y altruistas.
Todo lo produce el poder de Dios, que comienza a producir el fruto del Espíritu
en nuestra vida. Por ello, tiene razón Santiago, que escribe: “Así también la fe,
sin obras, está completamente muerta” (Santiago 2:17). Al concentrarnos
plenamente en Cristo y su justicia, desarrollamos una relación correcta con él, y
su poder nos cambia desde adentro.
Pablo describe esta provisión para una relación correcta en uno de los
versículos más poderosos de la Biblia: “Al que no conoció pecado, por nosotros
lo hizo pecado, para que nosotros seamos justicia de Dios en él” (2 Co-
rintios 5:21). Dios el Padre ofreció a su Hijo en sacrificio por nuestros pecados,
para que pudiéramos recibir la justicia perfecta de Cristo. Esta es la experiencia
del “nuevo nacimiento” proclamada por Jesús: “De cierto, de cierto te digo que el
que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3).
Esta experiencia nos hace personas completamente nuevas: “De modo que si
alguno está en Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas pasaron; todas son
hechas nuevas” (2 Corintios 5:17). Mediante la dirección del Espíritu Santo,
confesamos nuestros pecados y caemos ante la cruz de Cristo, somos limpiados
de nuestros pecados y recreados a imagen de Dios. Dice Juan: “Si confesamos
nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos
de toda maldad” (1 Juan 1:9). Y agrega: “Mas a todos los que lo recibieron, a
quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios. Estos
no nacieron de sangre, ni por voluntad de carne, ni por voluntad de varón, sino
de Dios” (Juan 1:12, 13). Y también: “Porque todo lo que es nacido de Dios
vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” (1
Juan 5:4).
En Tito 3:5, 6 Pablo indica que Cristo “nos salvó, no por obras de justicia que
nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la
regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo”. Notemos lo que dice
Pablo: somos justificados solo mediante el poder de Cristo (“por su misericordia,
por el lavamiento de la regeneración”) y nos santificó solo mediante el poder de
Cristo (“la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros
abundantemente por Jesucristo, nuestro Salvador”). Toda nuestra justicia, ya
sea en los libros del cielo o en nuestra vida aquí en la tierra, se hace realidad tan
solo mediante la gracia y el poder de Cristo.
En el versículo 8, Pablo dice: “Palabra fiel es esta, y en estas cosas quiero que
insistas con firmeza, para que los que creen en Dios procuren ocuparse en
buenas obras. Estas cosas son buenas y útiles a los hombres”. Las buenas
obras no son resultado de nuestras fuerzas sino del poder santificador de Cristo.
El Espíritu Santo obra en nosotros para hacernos cada vez más semejantes a
Cristo. Para la santificación, dependemos totalmente de nuestra relación con
Cristo. Esa es la justicia de Cristo.
Cristo creó una vía de escape. “No tenemos justicia propia con que cumplir lo
que la ley de Dios exige. Pero Cristo nos preparó una vía de escape. Vivió en
esta tierra en medio de pruebas y tentaciones como las que nosotros tenemos
que afrontar. Sin embargo, su vida fue impecable. Murió por nosotros, y ahora
ofrece quitar nuestros pecados y vestirnos de su justicia. Si te entregas a él y lo
aceptas como tu Salvador, por pecaminosa que haya sido tu vida, gracias a él
serás contado entre los justos. El carácter de Cristo reemplaza el tuyo, y eres
aceptado por Dios como si nunca hubieras pecado”.2
“Cristo cambia el corazón, y habita en el tuyo por la fe. Tienes que mantener
esta comunión con Cristo por la fe y la sumisión continua de tu voluntad a él.
Mientras lo hagas, él obrará en ti para que quieras y hagas conforme a su
beneplácito […]. Así que no hay en nosotros mismos cosa alguna de qué
jactarnos. No tenemos motivo para ensalzarnos. El único fundamento de nuestra
esperanza es la justicia de Cristo que se nos imputa y la que produce su Espíritu
obrando en nosotros y por nosotros”.3
“Cuando los hombres comprenden que no pueden obtener la justificación por los
méritos de sus propias obras, y con firme y completa confianza miran a Cristo
como su única esperanza, no hay en sus vidas tanto del yo y tan poco de Jesús
[…]. Dios obra y coopera con los dones que ha impartido al ser humano, y este,
siendo partícipe de la naturaleza divina y realizando la obra de Cristo, puede ser
vencedor y obtener la vida eterna […]. La combinación del poder divino y el
agente humano será un éxito completo, porque la justicia de Cristo lo realiza
todo”.10
Mediante su gracia podemos recibir el poder divino y su carácter, y ser cada vez
más semejantes a él. Cristo vino a esta tierra. Vivió una vida sin pecado, murió
por nosotros, resucitó por nosotros, intercede ahora mismo por nosotros en el
Lugar Santísimo del Santuario celestial como nuestro Sumo Sacerdote, y pronto
regresará por nosotros como Rey de Reyes y Señor de Señores. ¡Qué
maravilloso día será ese! ¡Marcará la culminación de toda la historia terrenal y el
fin del conflicto de los siglos! ¡Será la revelación última de justicia y salvación
plenas! Iremos al hogar a estar con él para siempre, para ya nunca más
separarnos de nuestro Señor.
REFERENCIAS
1. Elena G. White, Testimonios para la iglesia (Doral, Florida: Asociación Publicadora
Interamericana, 2005), 9:17.
2. -----, El camino a Cristo (Doral, Florida: Asociación Publicadora Interamericana, 2005),
p. 94.
3. Ibíd., pp. 94, 95.
4. Ibíd., pp. 104, 105.
5. -----, Mensajes selectos (Mountain View, California: Publicaciones Interamericanas,
1966), vol. 1, pp. 299, 300.
6. -----, El Deseado de todas las gentes (Doral, Florida: Asociación Publicadora
Interamericana, 2007), p. 279.
7. -----, Palabras de vida del gran Maestro (Mountain View, California: Publicaciones
Interamericanas, 1971), p. 47.
8. -----, Mensajes selectos, vol. 1, p. 304.
9. -----, True Revival, (Hagerstown, Maryland: Review and Herald Publ. Assoc., 2010), p.
62.
10. -----, Fe y obras (Doral, Florida: Asociación Publicadora Interamericana, 2010), pp. 26,
27.
11. Ibíd., p. 60.