Campagnuolo Jonaira - Lo Que Oculta Tu Corazón
Campagnuolo Jonaira - Lo Que Oculta Tu Corazón
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TU CORAZÓN
Jonaira Campagnuolo
LO QUE OCULTA TU CORAZÓN
Primera Edición Abril de 2013
SC: 1304214980011
*****
—De verdad lo lamento, Deborah, pero no podemos seguir así. Sabes que
tengo a otra, con quien deseo iniciar una vida realmente, feliz. —Brian se pasó una
mano por los cabellos rubios y prolijos, se notaba ansioso—. Necesito que… te vayas.
Con aquellas palabras su esposo terminó con los años de matrimonio
que había soportado a su lado. La echó de la casa sin más explicaciones. Y no
podía reclamar. La vivienda pertenecía a Marian, la madre de él, que se las
cedió cuando anunciaron su repentino enlace.
Debby apartó los amargos recuerdos de la mente y se asomó por una
rendija en la ventana, para asegurarse que el tal Zack se alejaba. Marchaba a
pie por el sendero en dirección a la vía Pedersen, con una mochila sobre uno
de los hombros.
Después de amenazarla, el hombre terminó de vestirse, se tomó de un
trago su café y comió un par de trozos de pizza antes de marcharse. No le dijo
nada al salir de la cabaña, solo le dedicó una mirada tosca mientras tomaba
su morral colgado junto a la puerta de la cocina, que daba al exterior, y se
colocaba una desgastada gorra.
Ella se mantuvo en silencio, apoyada en la encimera, y con los brazos
cruzados en el pecho, hasta que él cerró la puerta. Esperó unos minutos antes
de correr a la ventana, para confirmar que en realidad, se iba.
Al quedar sola, se derrumbó en uno de los sillones de la sala de estar.
El polvo voló a su alrededor cuando su peso cayó en el mueble y le produjo
tos. Miró acongojada el lugar, que estaba hundido en la suciedad y las
sombras, tan abandonado como ella. No pudo evitar que de nuevo, sus ojos
se llenaran de lágrimas y su mente se atormentara con recuerdos.
—¿Qué Brian hizo qué? —Le preguntó impactada Jimena cuando la recibió
en su casa, después de lograr que dejara de llorar y hablara con claridad— Es un
imbécil. Te lo dije, esperaste demasiado para dejar a ese tipo.
Su amiga la consoló por horas, o mejor dicho, aprovechó la ocasión
para expresarle su punto de vista. Pero cuando llegó el momento de pedir
asilo, su actitud solidaria cambió por completo.
—Deborah aquí no te puedes quedar. Sabes cómo es de celoso mi esposo, no le
gusta que perturben su intimidad.
Ella perdió en ese momento la fe. Su última opción era solicitar ayuda
a su madre, pero ella la enloquecería con sus reproches, y al darle cobijo, se
sentiría con el derecho de dirigir su vida a su antojo. Como lo hizo antes de
casarse.
—Pero puedes darte una escapada a un lugar solitario —expresó su amiga,
aunque la duda se le reflejaba en el rostro—. Uno de los clientes de mi esposo le dejó
las llaves de su casa vacacional. Podrías utilizarla, nadie se enteraría y así, me dices
en qué estado está. —Jimena entró al despacho de su marido para buscar el juego de
llaves de la cabaña—. Pensamos comprarla, pero ha estado mucho tiempo
abandonada. Me gustaría saber si vale la pena hacer la inversión.
Fue así como llegó a Lutsen.
Minutos después, cuando la sensación de hambre superó a la pena, se
levantó del sillón y se dirigió al refrigerador. Adentro, solo había sobras,
algunas tenían mal olor, otras, mal aspecto. Se atrevió a tomar un par de
trozos de la pizza que había comido Zack y se sirvió los restos del café que
quedaba en la cafetera. Comió de pie, en la encimera, con la mirada perdida.
No podía quedarse ahí, no había logrado una buena relación con el
cuidador de la cabaña, pero no tenía a dónde ir, ni tenía fuerzas para buscar
otro refugio. Zack, al menos, no la había corrido. Solo le exigió que fuera más
cortés, aunque, el único desagradable y falto de modales allí, había sido él.
Debby respiró hondo y arrugó el ceño. ¿En qué se había convertido su
vida? Unos días atrás, disfrutaba de la estabilidad que aportaban un negocio
propio, una casa y un matrimonio. Ahora, no tenía nada, la despojaron de
todo, y para completar, el sitio que eligió para expulsar sus penas estaba
invadido por un ogro antipático y prepotente.
Golpeó la encimera con un puño y se encaminó con paso decidido a la
segunda habitación que estaba abierta. No se marcharía, Zack tendría que
acostumbrarse a su presencia el tiempo que fuera necesario, mientras
elucubraba un plan para recuperar sus pertenencias y su dignidad.
Se introdujo en el cuarto, apartó la cortina para permitir la entrada de
los rayos del sol y encendió el viejo equipo portátil de música que se hallaba
en la cabaña. Se dejó atormentar por la triste letra de «Love is a losing game»,
de Amy Winehouse, que le decía: «Los recuerdos solo estropean la mente, el amor es
un destino resignado», y comenzó a limpiar y a ordenar.
Ese espacio, a diferencia de la habitación principal, no tenía una cama
de dos plazas, sino dos de una, colocadas a cada costado. En medio, estaba
ubicada una mesa de centro bajo una ventana. El baño era más pequeño, pero
todos los servicios funcionaban a la perfección.
Sacó al pasillo todos los jarrones, las sillas individuales y las mesas,
que estaban arrumadas en el cuarto para poder limpiar. Luego, les
conseguiría un lugar.
Pasó toda la mañana en esa habitación hasta dejarla reluciente como
una tacita de plata. Parte de la tarde la dedicó a la cocina. El trabajo la ayudó
a mantener la mente ocupada y alejarse de los malos recuerdos.
Trasladó los jarrones a la sala de estar, para que adornaran las mesas,
pero uno de ellos —un recipiente de cristal, largo y delgado, repleto de
canicas de vidrio—, resbaló y se hizo añicos en el suelo.
—Maldita sea —murmuró Debby. Estaba ansiosa por darse un baño
antes de preparar la cena, pero ahora, debía recoger las estúpidas canicas.
Con rapidez, barrió los fragmentos rotos y guardó las piedras en una caja de
zapatos. Se agachó para sacar algunas que habían caído bajo uno de los
sillones, justo en el momento en que tres de ellas pasaron por su lado en
dirección al pasillo de las habitaciones.
Ella las miró confundida, hasta que se detuvieron cerca de la puerta
que no había podido abrir. Sin modificar su posición, comenzó a evaluar la
cabaña. La única manera de que las piedras rodaran era que alguien las
moviera, pero estaba sola. Aunque las ventanas se encontraban abiertas la
brisa era suave, era imposible que el viento las moviera.
Tomó la caja y se levantó del suelo sin dejar de otear los alrededores.
De pronto, la puerta trasera se abrió. La sorpresa la hizo pegar un grito de
espanto y agitar la caja. Varias canicas volvieron a caer al suelo.
—¿Está loca? —preguntó Zack parado inmóvil en la puerta.
Ella colocó la caja sobre una mesa y se frotó el pecho, mientras
intentaba controlar la respiración.
—Me asustó.
Él entró mascullando palabras, o quizás, maldiciones, y dejó sobre la
encimera una bolsa de papel llena de comestibles.
—¿Desocupó mi habitación? —le preguntó con brusquedad. Debby le
asintió con la cabeza, aún, con los nervios de punta.
Zack dejó el morral sobre otra encimera y repasó la cocina. Ella
esperaba que dijera alguna palabra de agradecimiento, o tal vez, de ánimo.
Sin embargo, no dijo nada, se dirigió al refrigerador y al abrirlo, su rostro
volvió a tornarse iracundo.
—¿Qué le pasó a mi comida?
—Mucha de ella estaba en mal estado. —Él la fulminó con la mirada—.
La boté —le confesó ella con soberbia y levantó el mentón para demostrarle
que no le importaba su opinión. Pero Zack, solo cerró el refrigerador y
comenzó a caminar hacia su habitación, con el rostro crispado.
Debby respiró hondo y antes de que él se encerrara en su cuarto, le
propuso una tregua. Al fin y al cabo, había comprado los víveres.
—Lo invito a cenar.
Zack se detuvo en el pasillo, de espaldas a ella, parecía considerar su
invitación.
Debby lo observó asentir y luego, se marchó. A su paso, pateó las
canicas que se habían detenido frente a la puerta sellada. Ella no apartó la
mirada de él hasta que entró en el dormitorio, finalmente, se acercó a la
encimera para revisar el contenido del paquete. Halló latas de salsa, pasta y
algunos vegetales, pero en el fondo, se encontraba una pequeña caja de
chocolates.
*****
—Las mujeres tenemos que ser sumisas. Cuidar con celo a nuestro marido
para que no nos deje. Mantener la casa, sus cosas y nuestra dignidad intacta. Y callar
ante los arrebatos de ira. Así, aseguramos al hombre de por vida.
Los consejos de su madre fueron el pan de cada día en la vida de
Debby, hasta que se casó y se marchó de casa. Pero ahora, no se encontraba
en el hogar de su infancia, sino en Lutsen, dentro de una cabaña olvidada en
medio de una densa vegetación.
A la mañana siguiente, se levantó con más ánimo. Los chocolates la
ayudaron a soportar la pena durante la noche y le permitieron dormir mejor.
Ese día, Zack se fue a primera hora, así que de nuevo, tenía la cabaña para
ella sola.
Encendió el equipo de música y dejó que el ritmo soul de Joss Stone
impregnara cada rincón. Mientras continuaba la limpieza pensaba en las
maneras de relanzar su negocio con poco dinero, para captar nuevos clientes.
No podía dejar el trabajo, se había aferrado demasiado a él, esa actividad la
ayudó a sobrellevar la soledad y la traición. Aunque, en esta oportunidad,
debía darle una visión diferente.
Sin darse cuenta, se le pasó el día. Había terminado con la cocina, el
comedor y la sala. Cada vez que realizaba alguna tarea, se sumergía en
cuerpo y alma en ella, y se olvidaba del resto del planeta. Cuando la tarde
comenzó a caer se dio un baño y se colocó un vestido vaporoso, que le llegaba
a las rodillas.
Merendó los chocolates que le quedaban en la caja antes de salir a la
terraza. Desde que llegó, no había disfrutado de las bellezas naturales del
lago, ni del calor del sol. Aunque había acudido a ese lugar para esconderse y
llorar, ahora, se lo pensaba mejor. Brian no se merecía sus lágrimas, fueron
muchas las que derramó por ese imbécil. Era hora de hacer algo diferente.
Al salir, respiró hondo al ver toda la entrada cubierta por hojas. Aún
no se había ocupado de esa zona, pero lo haría al día siguiente. Quería
descansar.
Sacudió una vieja mecedora de madera olvidada en un rincón y se
sentó a admirar el paisaje. La brisa era suave, el sonido del viento armonizaba
a la perfección con el romper de las olas. Y el lago, estaba completamente
teñido de cielo. Una sonrisa se le coló en el rostro, producto de una dulce
sensación de calma que le hinchaba el pecho. Aquel paraje era mágico,
parecía ejercer un poder especial sobre ella. Su belleza era idílica, similar a los
sueños que tenía de niña, cuando idealizaba al padre que perdió de pequeña
y lo imaginaba a su lado, para llevarla de la mano a recorrer el mundo.
Por alguna extraña razón el pensamiento le recordó que la señal de
televisión no era nítida. Debía redireccionar la antena.
Se levantó en medio de un suspiro y entró a la casa en dirección al
ático. Subió las estrechas escaleras que se encontraban al final del área de
estar y abrió con dificultad la puerta. El tiempo había endurecido las bisagras.
Adentro, el polvo la hizo estornudar. El calor y la falta de oxigeno eran
asfixiantes. Allí, la desidia era peor que en el resto de la casa.
A diferencia de otros áticos, éste era amplio y contaba con ventanas
panorámicas en cada costado. El lugar era precioso, si le quitaban las cajas,
los juguetes, los muebles deteriorados, la gruesa capa de polvo y la red de
telarañas que cubría las vigas del techo, se podría crear un salón de descanso,
un cómodo dormitorio, un cuarto de juegos, una biblioteca, o tal vez, un
gimnasio. A pesar de que los vidrios estaban empañados por la mugre, las
vistas que le ofrecía del lago y las montañas eran impresionantes. A Debby le
fue imposible no conmoverse con semejante majestuosidad.
Al salir de su ensoñación, recordó las instrucciones de Zack: sacar
medio cuerpo por una de las ventanas del lateral derecho. Se dirigió a esa zona y
luchó con el pestillo de una de las ventanas para subir el listón. Después de
una batalla, que por momentos creyó perdida, el pasador cedió y abrió la
ventana. Se asomó con cuidado. Las maderas del marco tenían mal aspecto. A
su derecha, y a más de un metro de distancia, divisó la pequeña antena
parabólica que miraba hacia la montaña, envuelta en tierra, telarañas y hojas
secas, y con un nido abandonado en su base.
Estudió bien la situación antes de atreverse a sacar medio cuerpo. La
altura era considerable, así como la distancia de la antena a la ventana. No
sería una tarea fácil. Se sentó sobre el marco y escuchó el crujir de las
maderas. Inclinó el cuerpo hacia afuera y se sostuvo de la pared lo mejor que
pudo, antes de comenzar a estirarse para alcanzar el plato de aluminio.
Un extraño chillido la hizo perder el equilibrio. Si no se hubiera
sostenido con fuerza, hubiera caído al suelo. Giró el rostro, en busca de la
fuente del sonido. A pocos metros, sobre un inmenso árbol, estaba un águila.
—Maldito pajarraco —murmuró y clavó una mirada mortal en el
animal que la observaba con curiosidad.
Volvió a ocuparse de su tarea, pero ésta vez, se sostuvo de un caño
ubicado junto a la ventana, en la parte exterior. De esa manera, tendría más
posibilidades de inclinarse para llegar a la antena.
Se encontraba en medio de su empresa, y con más de la mitad del
cuerpo fuera de la cabaña, cuando escuchó un segundo chillido. Pero en ésta
ocasión, el ruido provenía del interior de la casa. Miró alarmada hacia la
ventana al sentir que algo rozaba sus piernas, en ese preciso momento, el
águila se antojó de emprender vuelo y su violento batir de alas la hizo perder
de nuevo el equilibrio.
Al hacer un movimiento para no caer, quebró la madera donde estaba
sentada y su cuerpo salió proyectado al exterior. Gritó aterrada. La salvó de
una muerte segura el hecho de estar bien sostenida del caño, pero el tubo
parecía no soportar mucho tiempo su peso. Se doblaba con lentitud,
amenazaba con despegarse y caer al suelo con ella. Además, el borde del
vestido se le había quedado engarzado en las astillas de la ventana y se le
subió al cuello. Debby colgaba del tubo a más de tres metros de distancia del
suelo, y con la ropa interior expuesta. No sabía si sentir miedo o vergüenza.
El cuerpo de Zack se estremeció al escuchar un grito desgarrado
proveniente de la cabaña. Soltó las bolsas que tenía en las manos y corrió con
la imagen de la imprevista visitante en su mente. Al llegar, quedó pasmado,
al ver un estilizado cuerpo colgar de una ventana, enfundado en una
diminuta ropa interior bordó que mostraba la generosidad de sus curvas.
El caño chirrió al despegarse de la madera. Los ojos de Debby se
llenaron de terror al sentir que la fuerza de la gravedad la reclamaba. Gritó
mientras caía, esperaba sentir de un momento a otro, la dureza de las piedras
en su cuerpo. Para su sorpresa, no cayó en el suelo, sino encima de un cálido
y acolchado cuerpo.
Zack había llegado a tiempo y evitó que ella impactara contra las
baldosas. Pero no pudo evitar torcerse el tobillo de manera dolorosa, al
rescatar a la bella dama.
—Oh Dios mío, oh Dios mío… —repetía Debby, mientras se levantaba
y se acomodaba los restos del vestido para tapar su desnudez.
—¡Por todos los demonios, ¿se volvió loca?! ¿Qué hacía colgada de la
ventana? —le preguntó Zack, soportando el intenso dolor.
—¡Cumplía con sus absurdas explicaciones! —le gritó Debby.
Temblaba de ira y miedo.
Él la miró con los ojos muy abiertos antes de comenzar a levantarse
con dificultad.
—¡Debería dejar las tareas complejas para la gente inteligente!
Ella quedó muda, lo observaba con incredulidad, con el rostro
colorado y bañado en lágrimas. Al notar que sufría por el dolor en el tobillo y
eso le impedía erguirse, fue invadida por una desagradable sensación de
culpa. Se acercó a él para ayudarlo, pero Zack se lo impidió y le dirigió una
dura mirada de advertencia.
—Déjeme hacer algo por usted —le rogó. Ese hombre la había salvado
de la muerte, tenía que buscar alguna forma de agradecerle.
—Vaya por las bolsas que me hizo tirar y déjeme en paz —le gruñó y
se encaminó a la cabaña cojeando.
Debby se quedó ahí, parada, lloraba en silencio, sin comprender lo que
había sucedido.
*****
*****
—No lo dudes más, Deborah. Vete —le insistía Jimena. Su amiga siempre era
la primera en enterarse de las infidelidades de Brian, gracias a los comentarios que le
hacía su hermano, quién trabajaba con el hombre en el mismo despacho contable—.
¿Cuántas mujeres necesitas conocer para entender que él no vale la pena?
En realidad, Debby nunca conoció a ninguna. Solo a la habitual. Cada
vez que su amiga le confesaba una nueva travesura de su marido, se
enconchaba en una falsa inocencia. Tenía miedo a lo que sucediera si Brian se
enteraba que ella era consciente de sus andanzas.
Si él la dejaba, ¿qué haría?
Sin embargo, ya no estaba en Minneápolis. Se encontraba en una
cabaña con Zack, un sujeto misterioso, pero muy atractivo, que despertaba en
ella emociones desconocidas.
El hombre, se ocupaba en exprimir unas naranjas sobre la encimera
mientras ella se sentaba en la mesa del comedor. Aprovechó que estaba de
espalda para admirar su cuerpo. Era delgado, pero se podía notar a la
perfección la definición de los músculos. Tenía que estar en forma para
dedicarse al senderismo.
Suspiró hondo, ¿desde cuándo no recibía las atenciones de un hombre?
Zack era un completo desconocido, pero, quizás, eso era lo que le hacía agitar
las sensaciones en el estómago.
—He notado que no tiene teléfono móvil —expuso él, sin darle la cara.
Concentrado en la preparación de las bebidas.
Debby se tensó y entrelazó las manos sobre la mesa.
—Las personas que se interesan por mí saben dónde estoy. Además,
vine en busca de descanso. El teléfono fue lo primero que dejé.
—¿A eso vino? ¿A descansar?
Zack se giró por un breve momento para dedicarle una mirada
profunda. Debby se estremeció, y se reprendió internamente por reaccionar
de forma infantil y desesperada frente al hombre.
—Desde que llegó no ha parado de llorar.
La vergüenza se apoderó de ella. Había evitado por todos los medios
que él notara su depresión, pero por lo visto, fracasó en sus intentos.
En medio de su cojera, Zack se dirigió hacia ella, con dos vasos de
cristal llenos de jugo de naranja. Acercó una silla para sentarse a su lado e
impregnarla con su fresco aroma a jabón, mezclado con fragancia de sándalo.
Colocó uno de los vasos frente a ella, de forma que sus manos rozaran los
brazos de Debby. El calor de su piel le estalló en el vientre. Una oleada de
sentimientos le subió a la cabeza hasta invadirle el cerebro y empañarle la
cordura.
—Nunca me ha gustado ver llorar a una mujer. —La voz de Zack bajó
de nivel. Cómo un susurro sensual se le internó por los tímpanos y la sacudió
por dentro.
Se irguió para alejarse un poco de él, al tiempo que se aclaraba la
garganta y le daba un trago a su bebida. El dulzor del zumo de naranja le
invadió los sentidos y le produjo una sensación de bienestar.
Al girarse hacia él, no pudo evitar sentirse abrumada. Lo tenía muy
cerca y la observaba con unos ojos tan negros como la noche. Con su dedo
índice, él le acarició el brazo, desde el hombro hasta el codo.
—¿Te gustaría olvidar tus penas? —le preguntó, y se acercó aún más—
Puedo ayudarte con eso.
Aquellas palabras las dijo junto a su oído. Debby cerró los ojos, la piel
la tenía erizada.
La nariz de Zack comenzó a acariciarle el cuello y la bañaba con su
cálida respiración, mientras su mano le frotaba el brazo. Ella sentía cómo el
suplicio de sus caricias le producía un torbellino de ansiedad en el vientre.
No se había percatado lo mucho que necesitaba de esas atenciones. Anhelaba
sentirse mujer.
Cuando llegaron los besos, se encontraba sumida en una niebla de
deseo. En algún momento se giró hacia él, para permitirle apoderarse por
completo de su boca.
Zack no perdió más tiempo en galanterías, la cubrió con los brazos y
hundió la lengua dentro de ella. Una erupción de necesidades lo hizo perder
el control de la situación. Ambos se aferraron con tenacidad al beso, buscaban
ansiosos una liberación. Los sonidos de gemidos y de una pesada respiración
se ahogaban entre ellos.
Las uñas de Debby se clavaron en la espalda del hombre, al tiempo
que las manos de Zack se internaban dentro de la blusa de ella. Pero un
sonido sordo los sobresaltó y los obligó a separarse.
Con la respiración agitada y el cuerpo flácido, repasaron el lugar. Ella
divisó que un cuadro, ubicado sobre la chimenea de piedra, había caído al
suelo. El golpe despegó la pintura del marco.
Zack se levantó y caminó con dificultad hacia el objeto. La cojera
parecía haberse intensificado. Colocó los restos sobre un sillón y se giró hacia
ella.
La mirada aturdida y saturada de deseo del sujeto le despertó la
vergüenza. Ella jamás se había comportado de esa manera. Nunca permitió
que otro hombre, diferente a su marido, la tocara.
La cobardía le empañó los ojos con lágrimas.
Se levantó de la mesa y salió rápidamente de la cabaña en dirección al
lago. De nuevo, le urgía esconderse.
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Capítulo 5
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Capítulo 7
—Cálmate, Deborah. Soy yo —le repetía Zack. Debby se batía entre sus
brazos, trataba de gritar, pero él le tenía la boca tapada—. ¡Deborah,
tranquila, no te hare daño!
Cuando comenzó a perder fuerzas, dejó de luchar. El llanto se le
desató. La liberaba del terror que tenía atragantado.
—Cálmate. Soy yo. Todo está bien —le insistía él, mientras la abrazaba
y le besaba la cabeza a la espera de que sus espasmos cesaran.
—Zack… Zack… —expresaba ella en medio de gimoteos. Se aferró a
su cintura y hundió el rostro en su pecho para terminar de expulsar la
angustia.
Él esperó paciente hasta que percibió que ella dejaba de temblar.
Luego, la agarró por la cabeza para despegarle el rostro de su pecho. Tenía la
cara hinchada y pálida, aún las lágrimas le corrían por las mejillas.
—¿Te hicieron algo? ¿Dónde estabas?
Debby negaba con la cabeza, nerviosa.
—En el lago… yo… yo… tenía una pistola.
—¿Tú?
—No. Él.
—¿Quién? —Zack empezaba a desesperarse. Entendía su estado, pero
necesitaba respuestas.
—Bradley. —La confesión de ella lo hizo endurecer el rostro—. Y
dijo… y dijo…
Al notar que el llanto la dominaría de nuevo, le frotó los brazos y le
besó la frente con ternura.
—Tranquila, corazón. Tienes que calmarte. ¿Cómo sabes que tenía una
pistola?
—Lo vi… lo vi… te busca. Quiere matarte.
Zack apretó el ceño y la abrazó con fuerza. Debby hacía un esfuerzo
por controlar a su organismo, pero los nervios la descontrolaron.
La llevó a su habitación, sin apartarse de ella. Se acostaron juntos. La
cabeza de Debby reposaba en su pecho y sus brazos lo apresaban para no
dejarlo ir. Una hora después, ella estaba más tranquila y había podido
narrarle, con detalle, lo sucedido.
—¿Éstas segura que no te vio?
—Sí —le aseveró. Él bajó los pies para apoyarlos en el suelo. Tenía las
botas deportivas y el ruedo del pantalón manchados de lodo—. Pensé que no
estabas en casa, por eso salí a dar un paseo por el lago.
—No estaba. Salí temprano al resort donde trabajo para hablar con mi
jefe y justificar mis faltas. Debí avisarte.
—¿No estabas en casa? —La noticia alarmó a Debby. Zack comenzó a
incorporarse con suavidad. Ella también buscó sentarse en la cama.
—No. Al llegar vi el desorden en la sala y pensé que te había sucedido
algo. Te busqué por todos lados. Estaba en el ático cuando llegaste —le
informó mientras sacaba del bolsillo de su pantalón el teléfono móvil.
Debby se quedó en silencio. Analizaba lo ocurrido. Ella dejó todas las
ventanas abiertas, pero Bradley las había encontrado cerradas y escuchó
ruidos. Si Zack no estaba, solo quedaba una posibilidad. El problema, era que
esa suposición no tenía lógica y podía hacerla quedar como una loca.
Se sintió agotada. Cruzó las piernas sobre el colchón y apoyó los codos
en las rodillas para anchar la cabeza entre las manos. No solo fue superada
por la situación en su casa, con su marido, también estaba perdiendo la
batalla allí. Eran demasiados los secretos que se escondían en esa casa.
—¿Estás bien? —Zack se acercó a ella y le acarició un brazo. Debby
alzó el rostro y al notar su mirada llena de preocupación y nostalgia, sintió un
cosquilleo en el vientre.
—Quizás… debería marcharme. —Él quedó inmóvil, ella no podía
determinar el tipo de emociones que se reflejaban en su mirada. Por
momentos, parecía aliviado, en otros, acongojado, o a punto de gritarle en la
cara alguna ofensa—. El problema es… que no tengo a donde ir.
Sus palabras eran ciertas. No podía regresar a su casa. Su esposo le
había pedido que se fuera. Tampoco quería terminar con su madre, ella la
llenaría de reproches y advertencias que la volverían más loca. No podía
llegar a la casa de Jimena, eso le ocasionaría a su amiga un problema con su
esposo. Era suficiente una divorciada en la sociedad, dos, no se soportarían.
—Puedes quedarte aquí. Te juro que estaremos bien.
Debby no respondió, se quedó hundida en su mirada. Estaba ansiosa
por llegar al fondo de su alma. Anhelaba conocerlo y conquistarlo.
Zack le acarició el rostro. Se mordía los labios para no decirle todo lo
que ansiaba.
—Quédate… —fue lo único que pudo susurrarle. Sus bocas se
fundieron en un beso que les despertó a ambos decenas de emociones. Él lo
intensificó mientras se acercaba más a ella, para abrazarla, pero el sonido de
su teléfono móvil le devolvió la cordura.
Retrocedió con premura. Se aclaró la garganta y se dedicó a revisar el
mensaje de texto que le había llegado.
Debby quedó en la cama. Pasmada. Lo miraba ignorarla con tanta
facilidad que le dolía.
—Voy a… avisar lo ocurrido a la policía —informó, al tiempo que se
levantaba de la cama. Ella se apresuró a seguirlo.
—¿Te vas?
—No. Hablaré por teléfono en la terraza.
Él comenzó a caminar en dirección a la puerta principal. Ella corrió y
lo detuvo en el pasillo de las habitaciones.
—Zack.
La cercanía de la mujer lo doblegaba. Se giró hacia ella, la tomó por la
nuca y la besó con ardor. Como si la vida se le fuese en ese contacto. Al
quedar sin aire, interrumpió el beso y apoyó la frente en la de ella. Abrió la
boca para decirle algo, pero se arrepintió. Volvió a alejarse de forma brusca y
al salir de la cabaña, cerró la puerta con furia.
Ella afirmó la espalda en la pared y respiró hondo para recuperar la
lucidez. Los besos de Zack la desarmaban por completo. Segundos después,
se dirigió abatida a la sala y miró el desorden con desánimo.
Encendió el televisor para evitar que el silencio la atormentara con
recuerdos o temores y se sentó en el sillón. A los pocos minutos, la voz de un
periodista le heló la sangre.
—El hombre fue hallado sin vida en la vía Pedersen. El cuerpo se
encontraba fuera de su vehículo, abandonado a varios metros de distancia. —
Con los ojos desorbitados, observó en la pantalla la imagen de una manta
blanca estirada sobre el lodo. Ocultaba algo—. Estaba cubierto de sangre, la
policía aún desconoce el móvil del delito. Los oficiales están interrogando a
varios testigos del hecho.
El caos reinaba en el lugar. Debby se acercó al televisor para encontrar
a algún conocido, entre los curiosos que se arremolinaban alrededor del
difunto.
—Según la identificación hallada en su ropa, el sujeto respondía al
nombre de Bradley Joseph Donovan Laus. —Ahogó un grito de sorpresa al
taparse la boca con ambas manos. Los ojos casi se le salían de las órbitas—. Se
presume que después de estrellar el auto contra un árbol salió del mismo y
consiguió la muerte a pocos metros, cayendo sin vida sobre el lodo…
No pudo escuchar más. Sus oídos se sellaron por el aumento de la
adrenalina en su sangre. Se giró para salir a toda prisa de la cabaña, pero
tropezó con Zack, que estaba inmóvil tras ella, con el cuerpo tenso, los puños
cerrados y la mirada amenazante.
*****
*****
*****
—El hombre quiere una mujer complaciente, Deborah, en todos los sentidos.
Si no les das lo que ellos quieren, lo buscan en otro lugar.
Las palabras, siempre fatalistas, de su madre, le erizaron la piel y la
sacaron del estado de éxtasis y ensoñación que había vivido esa tarde.
Aún estaba en la cama con Zack, se alimentaban de sobras y besos.
Debby descansaba con el rostro en dirección a la pared, mientras él,
detrás de ella, la abrazaba por la cintura, con una pierna metida entre las
suyas y el rostro hundido en sus cabellos. Llevaban minutos, o quizás horas,
en esa posición. Disfrutaban de la presencia del otro. De la compañía que
tanto tiempo les fue negada.
—¿Tomas la píldora? —preguntó él sin moverse. Un ramalazo de
sensatez parecía tocarle las neuronas. A pesar de que podía ser muy tarde
para tomar las riendas de la cordura.
—No puedo tener hijos —le confesó ella, con la voz apagada. Zack
apretó su agarre, pero no hizo ningún comentario—. Tuve un accidente hace
tres años. Tenía siete meses de embarazo. Perdí al niño y la posibilidad de
tener otro.
No sabía por qué sentía la necesidad de explicarse, de abrir su alma a
él. Le urgía liberarse, apartar los recuerdos dolorosos de su vida. Aquellos,
que la llevaron a ser una mujer conformista y acomplejada.
—Brian se alegró al enterarse y hasta me pidió matrimonio. Pensé que
ese hecho lo cambiaría y con el niño lograría que me amara. Y casi lo logré.
Luego, vino el accidente, la pérdida y las consecuencias. Se volvió más frío y
distante, pero ya estábamos casados. Quizás, buscaba en otras, lo que yo no
podía darle.
Zack se giró en la cama, para ubicarse de cara al techo, con el ceño
fruncido.
—¿Te he dicho que tu esposo es un anormal?
Ella sonrió sin ganas y suspiró hondo.
—Necesito llamar a Jimena.
Él se levantó y tomó los pantalones del suelo. Ella se giró y lo observó
vestirse. Su actitud amorosa se perdió por completo.
—Usa mi teléfono —le dijo sin dirigirle la mirada. Sacó el aparato del
bolsillo del pantalón y lo lanzó en la cama, mientras se subía la cremallera y
salía de la habitación.
—Zack.
—Iré a preparar la cena.
Y se marchó, sin darle la cara. Debby se quedó por un rato allí, con la
mirada pedida en el techo. Estaba desorientada y cansada, los constantes
cambios de ánimo de ese hombre amenazaban con hacerla perder el juicio.
Minutos después, se levantó, tomó el teléfono y se dirigió desnuda a
su habitación, para darse un baño. Miró a Zack en la cocina, picaba algo sobre
la encimera, pensativo. Daría lo que fuera por conocer lo que su mente
rumiaba, pero lo dejó en paz. Primero, tendría que cerrar algunos asuntos
antes de ocuparse de él.
Después de una larga ducha —en la que intentó no pensar en nada—,
salió y se secó con una toalla. Se la enrolló por encima de los senos y se ocupó
en peinarse frente al espejo mientras llamaba a su amiga.
—¿Sí?
—Jimena, es Debby.
—Por todos los Santos, Deborah, ¿por qué no me habías llamado? —le
recriminó.
—No había tenido tiempo de venir al pueblo —le mintió, y se
sorprendió al darse cuenta que no se sentía incómoda por hacerlo.
—¿No habías tenido tiempo? ¿Qué demonios haces en una cabaña
abandonada?
—Yo… la estoy limpiando.
—¿Limpiando? Por Dios, mujer, ¿supiste que asesinaron a un hombre
cerca de donde estás?
Debby se estremeció al recordar a Bradley y la extraña manera en la
que había fallecido. De repente, detuvo su tarea. Se dio cuenta que lo había
olvidado por completo. Actuaba sin considerar lo que al sujeto le había
sucedido.
—Sí… lo vi en las noticias… Te llamo para saber cómo están las cosas
por allá. —Cambió de tema rápidamente. Jimena podía ser muy persuasiva
cuando se le antojaba, lo mejor, era alejarla de las tramas escabrosas. Así,
terminaba la llamada y podía comenzar a pensar en aquella muerte.
—Qué te puedo decir. Brian se reunió con el abogado, mandó a
elaborar los documentos del divorcio.
Ella sintió un nudo en la garganta. Ese proceso la obligaría a regresar a
Minneápolis y enfrentarlo.
—Bien. —Fue lo único que se le ocurrió manifestar. A su amiga, si no
le daban una respuesta, se volvía persistente.
—¿Bien?
—Sí. Bien.
—¿Es todo? ¿Vas a divorciarte sin poner resistencia, sin pedir
explicaciones o reclamar algo?
—No. No quiero nada de Brian.
El silencio fluyó por un minuto. Debby se sentía insegura e inquieta.
—Pensé que harías un escándalo, como siempre lo has hecho. Que
pondrías en práctica alguna de tus estúpidas artimañas para salvar un
matrimonio fracasado.
—Me cansé de luchar contra la corriente —confesó Debby en medio de
un suspiro. Se balanceaba de un lado a otro, percibía un inusual cosquilleo en
las manos.
—Eso lo pone más fácil, aunque no es normal en ti. ¿Qué sucedió? No
pensé que una casa sucia te hiciera cambiar de personalidad. De haberlo
sabido, te hubiera enviado a ese lugar desde hace mucho tiempo.
—No es nada, no seas tonta. Todo está bien.
La llegada de un pájaro, que se detuvo en el marco exterior de la
ventana del baño, la sobresaltó. Miró al animal con los ojos muy abiertos,
mientras él observaba nervioso el interior del cuarto. Era la maldita ave
blanca de alas grises.
—Por cierto, quería preguntarte por el hombre que vive en la cabaña.
¿Sigue ahí?
—No —expresó alzando la voz. Se sentó en la tapa del retrete para
calmarse. No quería que su amiga notara sus nervios y descubriera sus
mentiras—. Él… se fue. El día después que te llamé. Decidió… darme
privacidad.
—¿Y a dónde se fue?
—No sé. Quizás, vino al pueblo. No he vuelto a verlo.
—Qué extraño. Cuida la cabaña, pero la abandona sin confirmar quién
es la persona que deja en ella.
—Lo hizo.
—¿Qué hizo?
—Llamar a los Kerrigan para saber si la habían alquilado —justificó de
manera imprevista. El pájaro se agitó y batió las alas para llamar su atención.
Debby comenzó a inquietarse. La ventana estaba cerrada, no había manera de
que entrara. Eso le daba un poco de confianza.
—¿Los llamó? Vaya… —dijo Jimena. Debby cerró los ojos y se tragó
una maldición—. Una vez me dijeron que en esa casa se escuchan ruidos
extraños y hasta, que está embrujada. ¿Has notado algo especial desde que
estas ahí?
—Algo, cómo qué.
El ave empezó a dar picotazos al vidrio, y aunque era imposible que lo
rompiera, su extraño comportamiento la irritaba. Por otro lado, Jimena
comenzaba a tocar temas espinosos. Tenía muchas ganas de contarle sobre
sus experiencias sobrenaturales, pero algo la frenaba.
—Yo… —El pájaro se alteró, batió las alas con insistencia. Debby se
levantó con el corazón en la boca y emitió un grito ahogado.
—¿Debby? ¿Qué sucede? ¿Estás bien? —le preguntó Jimena al otro
lado de la línea. Se había percatado del estado de su amiga.
El pájaro emprendió vuelo, lo que le produjo un oleaje de alivio. Se
puso una mano en el pecho y respiró hondo, para recuperar la cordura, pero
cuando iba a continuar la conversación, escuchó un golpe estruendoso en la
ventana que disparó el pestillo que la mantenía cerrada. El vidrio se abrió un
poco y el ave voló en círculo, ella pudo notar su intención de estrellarse de
nuevo en el cristal.
Se aterró, soltó el teléfono y salió en carrera.
—¡Zackkkkkk! —gritó.
Sin preocuparse por la toalla, que había caído al suelo.
Capítulo 9
*****
—La única culpable de lo que sucede eres tú. Tienes que hacer algo por
recuperar el espacio perdido. Si no lo haces, otra lo hará.
Le ordenaba su madre al enterarse de la situación de tensión que vivía
con Brian. En el momento en que se lo dijo, la amargura no le permitió a
Debby darse cuenta de la solución. Para evitar un cambio desfavorable, se
hizo la desentendida con su esposo. Creía que de esa manera tenía un punto a
su favor, pero ahora, se daba cuenta que eso no era lo indicado.
No podía seguir callada y dejar que las intrigas terminaran de
transformarse en desgracias. Debía agarrar el toro por los cuernos y tomar las
riendas de la situación. Si caía, ¿qué importaba? Ese era parte del reto.
Al menos, se iría comprendiendo por qué había perdido.
Sentada en el sillón de la sala, miraba la televisión apagada. Estaba
confundida. No quería imaginar que todo había sido una mentira. Ansiaba
escuchar la explicación de Zack, no pensaba levantarse de allí hasta sacarle
toda la verdad. Él no le daría más excusas fingidas.
Al escuchar que entraba a la cabaña y cerraba con suavidad la puerta
se estremeció.
—¿Estás bien? —le preguntó él, al sentarse a su lado. La miraba con
detenimiento, para evaluar su estado de ánimo a través de las facciones de su
rostro.
Ella asintió, sin apartar su atención de la pantalla oscura del televisor.
—Fue un paro cardiaco lo que acabó con Bradley. —Debby se giró
hacia él, con los ojos muy abiertos—. Me lo dijo el comisario. Chocó el auto
contra un árbol y al salir, le dio el ataque. Algunos testigos aseguran que
manejaba a gran velocidad, seguido por una bandada de pájaros. —Ella
quedó atónita en el mueble. Pensaba que debía darle más importancia al
comportamiento de las aves—. Es lo que hasta ahora, maneja la policía como
causa del hecho.
—Entonces, ¿tú no lo asesinaste? —El frunció el ceño y le dirigió una
mirada llena de reproches.
—Claro que no.
—Tenías… los zapatos llenos de lodo —lo acusó, con la voz quebrada.
—Si no lo recuerdas, ayer llovió. Toda la maldita montaña está llena de
lodo.
Con el rostro aún endurecido, él dirigió la mirada al televisor. Ella
observó su perfil por unos segundos, una incipiente barba oscura comenzaba
a cubrirle la mandíbula y los labios los tenía apretados.
—Te llamó Allan.
El silencio fluyó entre ellos. Zack relajó las facciones del rostro, pero no
le dio la cara.
—Es mi verdadero nombre.
Un sentimiento de decepción se le agolpó a Debby en el pecho. Apartó
la vista de él y respiró hondo para llenarse de fuerzas. Ese era el momento
que necesitaba, la ocasión precisa para encontrar respuestas.
—Allan Kerrigan. El hombre que murió hace dos años.
—El mismo.
—Pero… no estás muerto.
Él le dedicó una sonrisa triste.
—No lo estoy. Al menos, eso creo.
—¿A qué te refieres?
—Respiro, pero no tengo una vida. Perdí mi identidad, mí pasado…
todo.
El silencio volvió a reinar en la habitación. Ambos tenían la mirada
perdida y los corazones agobiados.
—¿Qué te sucedió?
—Me asesinaron.
—¿Quién?
—Aún estoy… investigando —le confesó. Debby lo observó
confundida. Estaba ansiosa por respuestas, pero si lo presionaba demasiado,
lo que lograría sería silenciarlo.
—¿Cómo fue el asesinato?
Después de una respiración profunda, él unió las manos sobre su
regazo y se preparó para darle una respuesta.
—Trabajaba como abogado para la firma de mi padre, buscábamos
pistas sobre un caso grande de tráfico de drogas. Encontré evidencias que
incriminaban a varios senadores en una red de narcotráfico. —Respiró hondo
antes de continuar y se incorporó para subir un pie sobre el sillón y apoyar su
brazo. De esa manera, se sostenía la cabeza, sobresaturada de conflictos—.
Fui a Arkansas, a reunirme con un testigo que nos aportaría una confesión
crucial. Al llegar al hotel, aproveché los minutos libres para tomar un
Whiskey y descansar. Entraron dos sujetos y me golpearon hasta dejarme casi
en la inconsciencia. Estuvieron a punto de lanzarme por el balcón, pero
fueron atacados por algo, que les impidió culminar el crimen y le dio
oportunidad a la policía de llegar a tiempo.
—¿Algo? —Debby lo escuchaba con mucha atención, no pasaba nada
desapercibido.
—Yo no pude darme cuenta de nada y los policías aseguran que lo
único que había en el balcón eran unas palomas, que dormían en el alfeizar.
Ella alzó las cejas. De nuevo las aves tomaban protagonismo en esa
historia.
—Ahora, formo parte del programa de protección de testigos del
gobierno. Estoy condenado a vivir escondido, cambiar de residencia y de
identidad cada seis meses. Es la única manera que tienen para garantizar mi
integridad. El caso en el que nos metimos afecta a mucha gente poderosa.
Debby sintió el corazón estrujado en el pecho. Alzó una mano y le
acarició los cabellos. Él se giró hacia ella con los ojos llenos de penas.
—Al morir mi padre me permitieron venir a la cabaña. Él falleció sin
saber que yo vivía. Hubiera dado mi fracasada vida por haber estado un
minuto junto a él, antes de su muerte.
A ella se le empañaron los ojos con lágrimas. Se acercó y apoyó la
cabeza en su pecho mientras él la abrazaba con fuerza.
—Mi vacía existencia se desarrollaba con normalidad hasta que tú
llegaste.
Alzó el rostro y recibió de él un dulce beso en la frente.
—Y Bradley —completó.
—Sí. Y Bradley… —Suspiró, al tiempo que le rascaba la cabeza con los
dedos hundidos entre sus cabellos—. Ese hombre formaba parte de la
organización que intentó asesinarme. —Ella se incorporó para observarlo
impactada—. No saben cómo ni por qué me buscaban. Si para ellos, yo fui
asesinado hace dos años.
—¿Habrán llegado hasta aquí por mí? —Debby no entendía por qué se
sentía culpable. Él había mantenido su identidad oculta todo ese tiempo,
hasta que ella llegó con su dolor y sus locuras, y le puso el mundo patas para
arriba.
—No sé, por eso, te pido discreción. —Le acarició el rostro y la observó
con una creciente necesidad—. ¿Te quedarás?
Ella pestañeó varias veces y se incorporó en el sillón. No esperaba esa
pregunta. Su interés por quedarse era para comprender lo que allí sucedía, y
aunque ahora, sabía quién era realmente él, su confesión no le aclaraba todas
las dudas.
Su presencia en esa casa no parecía tener sentido. Sin embargo, eso no
era lo que le gemía su corazón, mucho menos, la mirada de él.
—Me quedaré —le aseguró.
Él respiró de nuevo, la abrazó y se hundió en su boca. Saboreó sus
labios y su lengua con hambre. Estaba ansioso por hacerla suya.
—Entonces, ocupémonos de otras cosas —le dijo, se levantó del sillón
y la alzó en brazos para llevarla a la cama.
—Zack —dijo ella en medio de risas.
—Zack, no. Allan. Dilo.
—Está bien, Allan… Me costará acostumbrarme.
—No te preocupes, hoy te haré practicar mucho. Quiero que digas mi
nombre mientras te hago el amor toda la noche.
—¡¿Toda la noche?! —le dijo alarmada en medio de más risas, mientras
él cruzaba la sala en dirección al pasillo de las habitaciones— Pero no hemos
cenado. Tengo hambre.
—Tranquila, hay yogurt y mermelada.
—¿Eso comeremos?
—No. Con eso voy a untar mi cena —le dijo, al tiempo que hundía el
rostro en sus pechos y le mordisqueaba con suavidad los pezones
endurecidos.
—¡Allan!
—¿Ves? Ya estás aprendiendo, pero no es suficiente. Quiero más.
En medio de risas, besos y caricias, se dirigieron a la habitación. Sin
notar que en el cuarto de los hermanos Kerrigan, la luz se encendía, como por
arte de magia.
Capítulo 10
*****
Se quedó paralizada por un tiempo indefinido, hasta que Jimena
volvió a tocar.
—¿Deborah?
Se llevó las manos a la cabeza, indecisa. Un siseo en el pasillo de las
habitaciones la hizo girar en redondo. Allan tenía medio cuerpo asomado y la
hostigaba con señas para que abriera de una maldita vez, la puerta.
Ella se acercó, nerviosa, pero antes de abrir, cerró los ojos y respiró
hondo.
—Vaya, pensé que no estabas —le dijo Jimena al verla. La mujer alzó
las cejas y la detalló de pies a cabeza. Debby recordó que llevaba puesta la
ropa de Allan.
—Hola… ¿Qué… haces aquí? —balbuceó. Su amiga la miró con
dureza, luego, pasó por su lado y entró en la casa contoneando su delgada y
curvilínea anatomía, enfundada en un vestido verde que se le ceñía al cuerpo.
La cabellera larga y castaña la batía con cada paso. La mujer observaba la
cabaña como si buscara algo.
—Quedé preocupada después de nuestra conversación de anoche.
Debby quedó desconcertada. Con dificultad, recordó la llamada
telefónica, que fue interrumpida por el ave que se golpeaba contra el vidrio
del baño. Se mordió los labios, enfadada consigo misma, había gritado el
nombre de Zack al huir y sin haber apagado el teléfono.
—Estoy bien. No tenías que haber venido.
Jimena se giró hacia ella y volvió a repasarla de pies a cabeza.
—¿Y esa ropa? —Debby no supo qué responderle, lanzó una mirada
de angustia al pasillo de las habitaciones—. Es de Brian, ¿cierto?
Amplió los ojos, no esperaba utilizar esa excusa tan barata como
coartada, pero debía valerse de cualquier cosa para ocultar la presencia de
Allan en la cabaña. Bajó la cabeza para asentir. Jimena suspiró con pesadez y
se dirigió a la cocina para dejar sobre la encimera la cartera en forma de sobre
que tenía en la mano.
—Lo sabía. Estás obsesionada con él —dijo mientras echaba una
mirada al pasillo de las habitaciones.
—Es mi esposo… lo… amo —expresó, con palabras forzadas.
Sorprendida porque por primera vez, le costaba expresar sus sentimientos
hacia su esposo. Jimena se giró hacia ella y apoyó las manos en las caderas.
—Dijiste que no harías nada. Que estabas cansada de luchar contra la
corriente —le reprochó.
—Anoche, lo pensé mejor.
—No deberías. Por tu seguridad, lo mejor es que dejes eso así.
Debby decidió meterse de lleno en su papel. Ese tema podía ayudarla a
que Jimena creyera que ella aún estaba afectada por la separación y
necesitaba más tiempo en soledad. Tenía que sacarla cuanto antes, de la casa.
—No puedo. Lo amo. Es mi deber luchar por él.
El rostro de la mujer se llenó de ira, se acercó a Debby con pasos lentos
y decididos, al tiempo que la fulminaba con la mirada.
—Si lo haces, será peor para ti.
Debby se sorprendió ante las palabras amenazadoras de su amiga,
abrió la boca para reclamarle, pero un fuerte sonido la silenció. Jimena pegó
un grito y se giro para mirar con terror el cuadro que había caído al suelo. Era
el que estaba sobre la chimenea.
—Maldita sea —expresó. Tomó su cartera y salió de la cabaña.
Debby quedó por un momento atontada. Luego, la siguió.
—¿Te vas?
—En esta maldita casa siempre pasan estas cosas. —Jimena abrió la
puerta del auto y lanzó la cartera al asiento del copiloto, pero antes de entrar,
si giró hacia Debby, sin apartar su mirada temerosa de la cabaña—. ¿Cómo
has podido vivir aquí?
—Es… la primera vez que pasa —le mintió. Observó con el ceño
fruncido cómo su amiga se estremecía—. ¿Habías estado antes aquí?
Jimena sonrió sin ganas, pero pareció calmarse. Levantó el mentón
antes de responder.
—Sí. Vine un par de veces, cuando vivía Allan Kerrigan.
Debby se sobresaltó, sin embargo, supo disimularlo.
—¿Allan?
—El hijo de los Kerrigan que murió hace dos años. Fuimos, amantes.
—La noticia le cayó a Debby como un balde de agua fría—. Era un hombre
divino. Hacía el amor como nadie.
El estómago se le revolvió. Cruzó los brazos en el pecho e hizo un
esfuerzo por no reflejar ningún tipo de emoción.
—¿Por qué te pones así? La única puritana aquí eres tú. Que se
empeña en salvar un matrimonio falso en vez de buscar otro hombre que te
quiera de verdad.
Aquellas palabras amargas le perforaron el alma. Retrocedió un paso y
trató de mantenerse firme, mientras Jimena se regodeaba en sus recuerdos.
—Lamente su muerte. Era un hombre romántico y detallista, pero un
cobarde. Al menos, me hizo pasar buenos momentos en la cama.
La rabia enloquecía a Debby y le volvía la sangre más líquida de lo
normal.
—Olvídate de Brian. —La orden de su amiga la regresó a la realidad—.
Hablo enserio, esta situación tiene que llegar a su fin —dijo Jimena con una
mirada desafiante clavada en ella.
—Lo intentaré, pero no te garantizo nada.
Jimena se subió a su auto sin apartar la vista de ella. Debby la vio
marcharse con la mandíbula apretada. Cuando estuvo lejos, entró a la cabaña
como un vendaval. Con la mente nublada por la furia.
*****
*****
Horas después, Debby pasaba de una habitación a otra con las manos
colmadas de ropa. Tras ella iba Allan, tenía los brazos tan cargados que tuvo
que desviar un poco la pila para ver por dónde caminaba.
—No puedo creer que todo esto haya entrado en una sola maleta —se
quejó mientras lanzaba lo que tenía sobre la cama.
—¡Allan! Sé más cuidadoso —lo reprendió y evitó mostrarle su
diversión. Él puso los ojos en blanco y en medio de gruñidos, salió en busca
de los zapatos.
Al estar sola dejó libre la sonrisa. Se mudaba de habitación. Ahora,
ocuparía la misma que Allan. Ese pequeño detalle la llenaba de dicha.
Él entró cargado de zapatos, y estuvo a punto de dejarlos caer al suelo
cuando ella se giró y lo señaló con un dedo.
—No te atrevas —le advirtió. Allan comenzó a colocar cada par con
una delicadeza exagerada en el suelo. Debby estalló en risas. Se detuvo
cuando de forma imprevista, él la abrazó y la pegó a su cuerpo.
—¿Terminamos, generala?
—Tengo que ordenar todo.
—Déjalo así. Lo lanzaremos al piso cuando hagamos el amor —dijo él.
Le besó el cuello y se frotó contra su cuerpo.
—¿Cómo vas a lanzar mi ropa al suelo? No lo permitiré —expresó ella.
Trató de sonar autoritaria, pero la risa y los gemidos no la ayudaban a lograr
el tono preciso.
—Entonces, hagamos el amor en el suelo y deja la maldita ropa en la
cama.
Ella reía, pero de pronto, se sintió en el aire y eso la obligó a abrazarse
al cuello de él. Allan la había levantado y la llevaba al baño.
—¿Qué haces?
—Quiero bañarme antes de reunirme con Shepard.
—¿Y por qué me llevas?
—Necesito que me enjabones la espalda.
Debby no paraba de reír. Allan la bajó y con agilidad la desvistió, al
tiempo que la besaba y acariciaba. Ella también ayudó a que la labor
terminara pronto y le quitó la ropa sin delicadeza.
Al tenerlo desnudo, se apartó para mirarlo. Él estaba ansioso por
tenerla, pero le encantaba que ella lo deseara y se deleitara con su cuerpo.
Debby posó las manos en su pecho y lo recorrió, ésta vez, sin apuro. Le
parecía perfecto con su piel dorada y su cuerpo delgado y definido. Siguió
hasta llegar a su abdomen y le acarició el borde de vellos oscuros que le
bajaba del ombligo a su zona fogosa. Allan gimió al sentir como las suaves
manos le cubrían el miembro y lo frotaban para endurecerlo aún más.
—¿Vamos a la ducha? —indagó ella, al notar como cerraba los ojos y se
dejaba seducir con sus caricias.
—¿Qué ducha?
Debby sonrió, le encantaba verlo con el rostro adormilado y los labios
entreabiertos. Disfrutaba de sus atenciones. Su pecho se expandía y
comprimía con lentitud.
Se puso en puntillas para alcanzar su boca y consentirlo con decenas
de besos. Allan la tomó por los hombros y la empujó al interior de la ducha.
La abrazó con una mano, y con la otra, nivelaba la temperatura del agua.
Ella continuaba atendiendo su virilidad. Lo frotaba y apretaba, y con el
pulgar, le acariciaba la piel sensible del glande.
Allan estaba a punto de enloquecer. Bajo el chorro de agua tibia
intensificó el beso. Sus manos le recorrieron la espalda hasta llegar a las
nalgas. Las apretó y la alzó para apoyarla contra la pared. La sentía como una
delicada pluma, el deseo le aportaba la fortaleza necesaria para manejarla sin
inconvenientes.
Debby tuvo que soltarlo y aferrarse a su cuello. Abrió las piernas y le
rodeó la cintura. Jadeaba, mientras él le mordía el cuello y se incorporaba
para sostenerla con firmeza de los muslos. Allan bajó la boca hasta los senos y
absorbió uno de sus pezones, al tiempo que su miembro se hundía en ella.
Debby gritó de placer por aquella embestida profunda. Se apoyó por
completo de la pared y hundió los dedos en los cabellos del hombre para
empujarle la cabeza hacia su pecho, y así obligarlo a que no abandonara sus
pezones. Le costaba respirar. Los gemidos la ahogaban.
Allan la penetraba con energía y su lengua, jugueteaba con la punta
endurecida de sus senos. Ella sollozaba su nombre envuelta en una nube de
placer. No era consciente del tiempo que había pasado ahogada en la lujuria.
De pronto, se sintió desfallecer. Le arañó los hombros, con el cuerpo
estremecido por el orgasmo. Quedó sin fuerzas y hundió el rostro en su
cuello vencida por la convulsión.
Al recuperar el aliento, él salió de ella y la colocó en el suelo. La ubicó
bajo la lluvia de agua tibia y se ocupó de su aseo. Al culminar, ella se encargó
de él, hasta que finalmente, salieron de la ducha envueltos en toallas.
La sentó en la banqueta de la cómoda y se ubicó tras ella en el borde de
la cama, para peinarle los cabellos.
—¿Qué haremos? —le preguntó Debby mientras se frotaba las piernas
con una crema aromática.
—Me reuniré con Shepard para conversar sobre eso. Yo,
lamentablemente, dependo de la policía. Con la visita y la muerte de Bradley
se mantienen alertas. —Allan terminó de peinarla, dejó el cepillo en la cama y
empujó la banqueta hacia él, para apoyar la espalda de Debby en su pecho y
abrazarla con facilidad—. Y con la aparición de Jimena la situación podría
empeorar.
Dejó la crema a un lado y le acarició los brazos.
—¿Por qué?
—Ella forma parte del grupo que ha tapado con trampas los delitos de
los senadores que financian la red de narcotráfico. Si destruyen esa
agrupación, los senadores quedarán vulnerables, así tendrán mayores
posibilidades de desmantelar la red.
—¿Y qué tenemos que ver nosotros en eso?
Allan respiró hondo y la abrazó con más fuerza.
—Buscan una excusa para involucrarlos en algún problema, meterlos
presos y justificar una investigación directa. Nosotros le estamos dando esa
excusa.
Ella se incorporó, salió de su abrazo para girarse y mirarlo a los ojos.
—¿Qué quieres decir?
—Creen que ellos volvieron a este lugar buscando algo. Esperan que
cometan un error para atraparlos. Quizás, te utilizan para lograr su fin.
—¿A mí?
Él le acarició el rostro con ternura y la miró con ojos brillantes.
—No solo Jimena, James y Bradley vinieron a Lutsen. Varios de esa
agrupación viajaron. La policía los vigila, lo único que han asegurado es que
quieren entrar a la cabaña, pero no saben qué buscan aquí. Jimena te envió,
ellos piensas que sus verdaderos motivos son parte de sus planes.
Debby amplió los ojos y su rostro comenzó a ponerse pálido. Allan le
acarició ambas mejillas y le habló con mucha calma.
—No te preocupes, a ti no te sucederá nada. Créeme que aquí estamos
seguros. Solo tenemos que esperar que la policía mueva sus piezas y los
atrapen. Luego, nos iremos a cualquier otro lugar. Dejaré que tú decidas el
destino.
Él la besó con ansiedad y ella se lo permitió, sin evitar que una
sensación de angustia se le clavara en el pecho. A él lo asesinaron para
alejarlo de esa investigación, Debby sabía que serían capaces de cualquier
cosa, sobre todo, con ella.
*****
*****
Allan levantó la pala y corrió con Debby para esconderse tras unos
arbustos. Ella observó que los pájaros emprendían el vuelo, parecían
marcharse.
—¿Hasta dónde llegaremos? —se escuchó una gruesa voz masculina
que se acercaba a ellos.
—Subamos un poco más —La segunda voz le erizó la piel a Debby,
tenía la impresión de haberla oído antes—. Tienen que estar por aquí. Maldita
sea, no debimos vigilar la cabaña desde muy lejos. Si perdemos la
oportunidad de descubrir a ese imbécil, tendremos que calarnos el llanto de
esa mujer por más tiempo.
Estuvo a punto de retroceder al ver al sujeto que salía de la vegetación,
pero Allan la detuvo y le lanzó una mirada de advertencia. Si se movía, James
los ubicaría con facilidad.
Tras él, iba un moreno alto, corpulento y con una barba tipo perilla en
el rostro. La sangre se le congeló, sobre todo, al divisar el arma que el moreno
tenía semioculta en la cinturilla de su pantalón.
—Deben estar cerca. Si el tipo era Kerrigan podría llegar lejos en esta
montaña, pero con esa estúpida encima, de seguro, avanza lento.
Debby se encogió, aunque le enfurecía lo que decía, sabía que era
cierto. Con ella, Allan no tendría muchas posibilidades de escapar.
—Maldita sea. —Se quejó James, al detenerse y ver que no existía
ningún camino que lo ayudara a guiarse, debía improvisar y no quería
hacerlo.
—¿Por qué no bajamos y los esperamos en la cabaña? —Propuso el
moreno— Los sorprendemos, yo me encargo del hombre y tú de la mujer.
—¿Por qué me dejas a mí a esa idiota?
—Porque puedes manejarla con una sola mano, en cambio, el tipo, te
daría trabajo —respondió con arrogancia al pasar por su lado y continuar el
avance. Se internaron más en la montaña, a pesar de ser evidente, que no
sabían por donde iban.
Al quedar de nuevo solos, Allan tomó a Debby y bajó con ella a toda
prisa por la montaña, teniendo cuidado de no resbalar. La lluvia, cada vez,
aumentaba. Sin embargo, escucharon que los hombres gritaban maldiciones,
se dieron cuenta de su huída y regresaron para perseguirlos.
Varios metros más abajo, él se detuvo cerca de un sendero, dejó la pala
en el suelo y se giró hacia Debby para hablarle. Ella jadeaba por la falta de
oxígeno, estaba pálida y completamente, empapada.
—Sigue ese camino, te llevará a la cabaña.
Ella negaba con la cabeza mientras Allan sacaba el sobre con los
documentos de su abrigo y los guardaba dentro del de ella. Los pasos de
James y del moreno se oían más cerca.
—Dale esto a Shepard, yo los distraeré para que puedas bajar sin
problemas.
—No. Allan…
—¡Vete ya! —le gritó para hacerla reaccionar. Ella se sobresaltó y lo
observó con los ojos muy abiertos, el cuerpo se estremecía por el miedo y el
frío—. ¡Vete!
Allan la empujó para que se fuera, al percibir la inminente cercanía de
los dos hombres. Ella corrió, pero a pocos metros resbaló y cayó sentada en el
suelo. El dolor en las nalgas la dejó paralizada de momento, sin embargo, al
escuchar que James y su acompañante llegaban al sitio donde estaba Allan, se
levantó y se escondió tras unos matorrales.
—No sabía que habías resucitado —oyó que hablaba James, con la voz
entrecortada por la agitada respiración. Ella se acercó para verlos, no quería
irse y dejar a Allan—. Jimena insistía en que existía la posibilidad de que
estuvieras vivo, pero no podía creer que mis hombres fueran tan imbéciles.
Cuando me ordenaron vigilar a la mujer, pensé que perdería mi tiempo. No
imaginé que me mostraría mis errores.
El moreno se apartó para rodear a Allan y ubicarse tras él, pero Allan
se movía. No quería quedar en desventaja y perder de vista a alguno.
—Como sea, creo que es hora de corregir mis faltas. —James se abrió la
chaqueta. Debby se aferró a las ramas que tenía frente a ella.
—Podemos sentarnos a conversar. Llegar a un acuerdo —propuso
Allan para evitar el enfrentamiento. Sin embargo, los sujetos se preparaban
para utilizar la fuerza bruta en cualquier momento.
—¿Un acuerdo? Lo único que queríamos es que ni tú, ni tu padre, se
metieran en nuestros asuntos. Teníamos que sacarlos del juego y quitarles las
pruebas.
—Creo que ese trabajo lo terminaron hace años.
—Sabes que no. Tú todavía estás vivo y las pruebas, llevan muchos
años perdidas. Si no podemos dar con ellas, entonces, borraremos a la única
persona que podría hallarlas.
Sin perder más tiempo, Allan pisó la punta metálica de la pala,
logrando que el mango se levantara instantáneamente. La tomó con fuerza y
blandió el objeto para golpear a James en el rostro. Por el impacto, el hombre
perdió el equilibrio y retrocedió tambaleante, hasta caer por un barranco poco
pronunciado. El moreno sacó el arma y estuvo a punto de dispararle, pero
Allan se arrojó sobre él y terminaron enlazados en una violenta lucha en el
suelo encharcado.
Debby miraba la escena con el corazón en la boca, indecisa si acercarse
para intervenir o no.
El moreno golpeó a Allan en el rostro y le arrancó la pistola, pero se le
escapó de las manos y se perdió entre los matorrales. Se levantó para
buscarla, pero Allan se recuperó y volvió a lanzarse encima de él, reiniciando
la pelea.
Ella se incorporó, decidida a hacer algo por ayudarlo, pero el aleteo de
un pájaro sobre su cabeza la hizo gritar aterrada y salir en carrera. Bajó por la
ladera a toda velocidad, la lluvia le dificultaba la visión. Tropezaba con ramas
y piedras. En dos oportunidades, resbaló en la tierra lodosa, pero no sintió
ningún dolor. El miedo la empujaba a seguir.
Cubierta de agua y lodo, llegó a un claro. Miró a todos lados
confundida. Avanzó hasta el borde de un risco y observó sobrecogida el
margen rocoso ubicado a sus pies y el inmenso lago que se extendía hacia el
horizonte. Se dio cuenta que estaba perdida. No tenía la más mínima idea qué
camino tomar para llegar a la cabaña.
Quiso regresar para buscar de nuevo el sendero, pero al ver que
aparecía la figura esbelta de Jimena, envuelta en un abrigo impermeable
amarillo y con el rostro crispado, se le detuvo el corazón.
—Maldito lugar, maldita casa, maldita situación… —mascullaba con la
miraba baja. Caminaba con dificultad.
La mujer alzó el rostro al llegar al claro y al divisar a Debby, quedó
inmóvil.
—Deborah.
Ella también, quedó de piedra, no sabía qué hacer, ni qué decir.
—¿Qué sucedió, Debby? ¿Por qué no confiaste más en mí?
Comenzó a acercarse con pasos cortos, sin apartar la mirada de ella.
Debby no podía moverse. La sorpresa, el frío, el miedo y quién sabe qué otras
emociones, le tenían bloqueado el cerebro. No podía enviar ninguna orden a
su cuerpo para escapar.
—Está muy mal que me hayas mentido. Que me ocultaras la
información que te pedí.
—No me pediste nada, me lanzaste a la cabaña para tener el camino
libre con Brian —le escupió, con los labios temblando por el frío.
Jimena emitió un bufido, se detuvo y la observó con la cabeza ladeada.
En su rostro se reflejaba la lástima. Eso enfureció a Debby.
—¿Brian? ¿Crees que todo esto es por ese imbécil? Sí, lo disfruté,
muchas veces. Cada vez que tú lo echabas de tu cama porque creías en las
amantes que te inventaba. —El corazón de Debby se arrugó de pena. Aunque
aquello lo sospechaba, no quería escucharlo jamás—. Esto es por ti. Estabas
en medio de mi vida y te tenía que sacar de alguna manera. La cabaña era
una buena excusa para crear otro accidente, pero éste, pretendía ser certero.
La orden era no dejarte viva. Como lo hicieron la vez en que perdiste al niño.
Debby retrocedió y tropezó con la raíz de un árbol. Cayó sentada al
suelo, en medio de un charco de lodo. Jimena continuó con su avance, hasta
quedar junto a ella y agacharse para estar a su altura.
—Iba a dejar que pasaran algunos días, inventábamos un robo y te
eliminábamos. Pero me llamaste y me hablaste de ese hombre que vivía en la
cabaña y tenía que averiguar. Tu estupidez te salvó la vida.
Jimena sacó un arma del interior de su impermeable y comenzó a
cargarla. Debby gateó con el rostro impregnado de terror, hasta que su
espalda chocó contra el tronco de un árbol.
—Ya es hora de acabar contigo. No me eres útil.
Cuando estuvo a punto de apuntarle, un hombre salió apresurado de
la vegetación. Jimena se puso de pie y lo observó como si estuviera frente a
un fantasma.
—Estás vivo —le dijo con una voz más dulce.
Allan notó el arma que tenía en las manos y vio a Debby en el suelo.
—Aléjate de ella —le ordenó. De la cabeza le brotaba un hilo de
sangre, que unido con el agua de la lluvia, le manchaba el rostro y el cuello.
Jimena abrió la boca con sorpresa y señaló a Debby sin apartar la
mirada de Allan.
—¿Ésta idiota? ¿Estás defendiendo a esta mujer?
—Déjala en paz, Jimena. Ella no tiene la culpa de nada.
El rostro de Jimena enrojeció de ira. Se apartó el agua que le empañaba
la visión con una mano y levantó el arma en dirección a Debby.
—¿Qué pasó entre ustedes? ¡Responde, Deborah! —Gritó. Debby se
sobresaltó y se pegó más al árbol. Allan se acercó un paso, pero enseguida,
Jimena dirigió el arma a él—. Ella me mintió. Me ocultó lo que sabía de ti. Si
yo hubiera sabido… si me hubiera enterado… —La voz se le quebró cuando
las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos.
—¿Qué hubieras hecho? ¡¿Vendrías a asesinarme en persona?! —le
reclamó Allan. Jimena comenzó a llorar. La mano con la que sostenía la
pistola le temblaba. Debby había quedado pasmada en el suelo. Nunca
imaginó que la persona a la que creyó su amiga, sería capaz de manipular un
arma en su contra.
—Yo… te amaba —le confesó la mujer, en medio de lamentos.
Allan cerró los puños y se acercó un paso más, debía quitarle el arma
antes de que fuera capaz de hacerle daño a alguien.
—¡No! —le advirtió Jimena, logrando que se detuviera—. No te
acerques. —Volvió a apuntarlo con la pistola.
—Hazme lo que quieras, pero deja que Deborah se vaya.
Jimena observó a la mujer arrinconada a los pies del árbol.
—¿Qué pasó entre ustedes?
Como Debby no le respondía, se dirigió de nuevo a Allan.
—¡¿Qué pasó?!
—¡¿Qué te importa?!
Los gritos atrajeron la atención de alguien, se escucharon unas pisadas
apresuradas que se acercaban a ellos. Jimena se angustió y apuntó el arma
hacia Allan, pero cuando tenía pulsado el gatillo por la mitad, un grupo de
aves bajó y comenzaron a picotearle la cabeza.
Ella gritaba despavorida. El tiro salió disparado al aire mientras la
mujer se sacudía para apartar a los pájaros.
—¡Deborah, corre! —vociferó Allan y corrió hacia ella, pero la figura
ensangrentada del moreno salió de la vegetación y cayó sobre su espalda.
Debby se levantó para ayudarlo. El sonido de otro disparo la detuvo.
Se arrodilló para evitar que una bala perdida la alcanzara, mientras veía con
asombro como Jimena era atacada por más aves que la empujaban hacia el
risco. En medio de un grito desgarrado la mujer cayó al vacío.
La impresión por lo que ocurría tenía a Debby inmóvil. Escuchaba la
batalla entre Allan y el moreno, pero no podía hacer nada. Todo su cuerpo se
estremecía de miedo. El aleteo de un ave en su cabeza la hizo gritar de
espanto y correr montaña abajo.
Avanzó por caminos escarpados, con la lluvia arreciando con fuerza.
No sabía a dónde ir, simplemente, se lanzaba por la vía menos peligrosa. Un
grupo de pájaros bajó su vuelo y se internó entre los árboles. Ella los miró
embobada, pero una luz de esperanza le invadió el pecho. Sin dudarlo, siguió
a las aves, hasta que minutos después le mostraron la cabaña.
Eufórica y casi sin aliento, aumentó la velocidad, pero cuando estaba a
escasos metros del pórtico trasero, un bulto pesado se desplomó sobre ella y
la hizo caer de bruces en los escalones.
—Ven acá perra maldita. —James la tomó por los tobillos y la empujó
hacia él. Sobre el ojo izquierdo tenía abierta una profunda herida, que le
brotaba sangre y le empañaba el cuello y buena parte de la camisa.
Forcejeó para inmovilizarla bajo su cuerpo. Ella se debatía y gritaba
con desesperación.
—Eres resistente. Te salvaste hace tres años, pero ésta vez, acabaré
contigo.
Ella miró aterrada la filosa navaja que el hombre sacó. Vio como la
alzaba sobre su cabeza. En el cielo, un grupo de aves volaba en círculos.
Pensó que ese sería su fin, pero antes de que James bajara el cuchillo, se oyó
que le quitaban el seguro a una pistola.
—¡Deja el arma y pon las manos detrás de la cabeza!
El grito autoritario de una voz masculina la llenó de alivio. Se quedó
muy quieta, al igual que James, quien con lentitud, colocaba la navaja en el
suelo y alzaba los brazos.
—¡Aléjate tres pasos de la mujer y arrodíllate! —El comisario Shepard
tomó la radio que tenía colgada del cinturón, sin dejar de apuntarle, y avisó a
sus compañeros la presencia del sujeto.
James le dirigía a Debby una mirada asesina. Ella comenzó a
levantarse con dificultad, con la lluvia cayendo copiosa sobre su cabeza.
—Allan… está en la montaña… lo atacaron —le dijo al comisario. El
hombre pasó la novedad por radio antes de guardarla, sacó unas esposas y se
las colocó a James mientras le recitaba sus derechos constitucionales.
Se sentó agotada en los escalones, se limpió el agua de la cara y trató
de mirar al cielo. Las aves habían desaparecido.
Capítulo 13
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Epílogo
Fin.
SOBRE LA AUTORA