Campagnuolo Jonaira - Lo Que Oculta Tu Corazón

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LO QUE OCULTA

TU CORAZÓN

Jonaira Campagnuolo
LO QUE OCULTA TU CORAZÓN
Primera Edición Abril de 2013
SC: 1304214980011

© Edición, Diseño y portada Jonaira Campagnuolo


http://desdemicaldero.blogspot.com
jonairacam@gmail.com
@jonaira16

Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro, ni su


tratamiento informático, ni la trasmisión de ninguna forma o por cualquier
medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros
métodos, sin el permiso previo del autor.
DEDICATORIA:

A todos mis lectores de Wattpad y del Foro El Rincón de la Novela


Romántica, que me acompañaron en la creación de esta historia y la enriquecieron
con sus comentarios…
SINOPSIS:

Entre el polvo acumulado de una vieja cabaña, se hallan secretos que


esperan ser desvelados.
Debby se refugia en ella creyéndola abandonada, para llorar la pena y
la vergüenza que la traición le dejó. Pero entre las sombras estaba oculto
Zack, un hombre grosero y misterioso.
Sin otro lugar a dónde ir, ambos comparten su escondite. La
convivencia y los secretos que allí habitan los empujan a descubrirse, y
despiertan en ellos una pasión que creían perdida.
Capítulo 1

Subió el volumen a la música y aumentó la velocidad del auto. Los


acordes de Don't speak de No doubt le producían más lágrimas, pero
necesitaba eso, quería sacar todo el dolor que tenía aglomerado en el pecho.
Las decenas de «te lo dije» que Jimena, su socia y amiga, le apuntó
antes de marcharse, aún la atormentaba. Estaba cansada de que le recordaran
lo ciega que había sido. Tal vez, nunca lo fue. Quizás, siempre supo lo que
sucedería de un momento a otro; pero ahora, no quería pensar en eso. Era
urgente olvidar.
Estaba convencida de que su mayor error fue ser una mujer confiada.
El matrimonio no era un contrato indisoluble, no existía el «amor eterno»,
mucho menos, el «felices por siempre». Sin embargo, se aferró a esos
conceptos para subsistir. La incertidumbre, le producía vértigo.
En el instante en que la cantante gritaba, en perfecto inglés, la frase:
«No necesito tus razones. No me cuentes, porque me duele», salía de la ruta 61 y
tomaba la Pedersen, para llegar a la costa de Lutsen, un lugar ubicado a
escasos metros de la orilla norte del Lago Superior, en el condado de Cook en
Minnesota.
La última acción condescendiente que su amiga hizo por ella, fue
conseguirle un refugio apartado de la humanidad, para que pudiera expulsar
toda su pena. Si quería seguir adelante, primero debía cicatrizar las
profundas heridas que la traición le dejó.
Se internó por el camino de grava que daba acceso a la cabaña
vacacional de la familia Kerrigan, mientras Alicia Keys interpretaba la
melancólica Why Do I Feel So Sad, y parecía repetirle: «Ya debería saber, que con
el tiempo, las cosas cambian». Apagó con un golpe el equipo de música, se
enjugó las lágrimas con la manga de su jersey y estacionó el auto frente a una
casa de madera, con techo a dos aguas, rodeada de altos cedros y maleza.
Apenas se detuvo, una bandada de aves salió de los alrededores de la
cabaña y voló con nerviosismo hacia los árboles cercanos. Su intempestivo
chillido la hizo pegar un respingo dentro del vehículo. Miró con aprehensión
el lugar, que estaba sumergido en sombras y desolación. Los únicos sonidos
que la acompañaban era el silbar de la brisa y el romper de las olas del lago.
A pesar de la oscuridad pudo notar el estado de abandono que tenía la
vivienda. Jimena le advirtió que los Kerrigan no visitaban la cabaña desde
hacía dos años, después de la muerte de su único hijo. Las macetas de la
terraza principal estaban pobladas de plantas muertas, cúmulos de hojas
cubrían los rincones y las ventanas, habían sido tapadas con gruesas cortinas
floridas. Los jardines parecían un matorral y el viento hacía sonar las maderas
de la casa como si fueran lamentos.
Respiró hondo ante semejante escenario. En realidad, no le importaba
el estado de la vivienda, lo único que quería era contar con un lugar solitario,
donde pudiera llorar en libertad sin que nadie le reprochara su actitud, o la
tildara de cobarde o estúpida.
Se peinó con los dedos los cabellos rubios, que le caían en cascada
sobre los hombros. Aunque no sabía, por qué lo hacía. ¿Qué importaba cómo
estaba su apariencia? En esa casa abandonada las únicas que la verían serían
las arañas. Se miró en el espejo retrovisor por costumbre, el rostro lo tenía
hinchado por el llanto, menos mal que estaba en soledad, así no tendría que
preocuparse por retocarse el maquillaje para que no se le notaran las ojeras, o
los párpados enrojecidos. Finalmente, tomó su bolso y la pequeña maleta que
había lanzado en la parte trasera del auto. Sacó la linterna y salió del
vehículo.
Caminó con desánimo y con la mirada clavada en las baldosas de
piedra del pasillo de entrada. A su derecha, el lago Gitchi Gummi reflejaba el
brillo de una redonda luna y hacía romper sus diminutas olas en las rocas
que bordeaban la orilla.
Subió a la terraza, pero se detuvo cuando la luz de la linterna alumbró
a un ave blanca de alas grises. El animal estaba parado sobre la baranda del
pórtico, frente a la puerta, y la observaba con la cabeza ladeada. La espantó
con la linterna, el ave enseguida voló y se perdió entre las ramas de los altos
árboles.
Debby suspiró, apartó con el pie las hojas secas que estaban
acumuladas en la entrada de la casa y rebuscó en su bolso para hallar el juego
de llaves que su amiga le entregó. Mientras lo hacía, no pudo evitar recordar
la insistencia de su madre para que no atendiera los consejos de Jimena: «No
te vayas, tienes que luchar por lo que te pertenece», le repetía una y mil veces;
«Déjalo ya, y márchate para que seas feliz», eran las réplicas de su amiga. «Esa
mujer es una envidiosa, ¿por qué no está pendiente de su marido en vez de meterse en
lo que no le importa?», le porfiaba su madre; «Vamos, Debby. Es suficiente con
cuatro años de engaños. Vete ya», le suplicaba Jimena. Su madre y su mejor
amiga nunca se la llevaron bien, pero lo que estaba en juego no era la relación
entre ellas, sino su tranquilidad. No soportaba más humillaciones.
Al encontrar las llaves, abrió la puerta principal. El crujido que emitió
al ser utilizada después de tanto tiempo le erizó la piel. Adentro, el olor a
humedad y el polvo le hizo picar la nariz. Por las rendijas que dejaban las
cortinas se colaban siniestras sombras, que simulaban garras o rostros
deformados, producidas por las ramas de los árboles. Cualquier mortal se lo
pensaría dos veces antes de entrar en ese lugar, pero el sufrimiento que sentía
le impedía asimilar la desidia que la rodeaba. Estaba cansada, le dolía el
pecho. Además, no tenía otro lugar a dónde acudir.
Cerró la puerta y atravesó con lentitud, alumbrada por la luz de la
linterna, la sala de estar, la cocina y el comedor. Todo estaba ordenado, pero
lleno de polvo y telarañas. No estaba de ánimos para evaluar esa zona de la
casa, siguió su camino, hasta sumergirse en el oscuro pasillo que la llevaba a
las habitaciones. Halló tres puertas, una de ellas le fue imposible abrir, la otra,
estaba abarrotada de objetos; la tercera, en cambio, tenía algunos lugares libre
de suciedad, y la cama, contaba con sábanas limpias. Sobre la mesita de
noche, una lámpara de aceite descansaba junto a una caja de cerillas. Dejó
caer su bolso y la maleta en el suelo, encendió con dificultad la lámpara y se
recostó en la cama, a llorar.
Lloró por horas. Con las imágenes de su desgracia girando como un
carrusel en su mente.
Allí se quedó el resto de la noche, hasta que las lágrimas y el aceite se
secaron, y la oscuridad la sumió en un profundo sueño.

*****

Abrió los ojos al sentir un ardor en el rostro. Algunos rayos de sol se


colaban por las rendijas de la gruesa cortina y anunciaban la mañana.
Se incorporó con dificultad. Se sentía débil, los huesos y el corazón le
dolían en igual proporción. Sentada en el borde de la cama se frotó la cara
con las manos, para despejarse la visión. Tenía los pómulos hinchados, los
ojos enrojecidos y los cabellos enmarañados.
Dio un repaso a la habitación donde se encontraba. El cuarto, a pesar
del polvo, era hermoso. La cama de dosel de madera estaba ubicada en el
centro, cubierta por finos edredones. A los lados, se encontraban dos
ventanas alargadas, y debajo de ellas, mesitas de madera clara a juego con la
cama. Sobre una de ellas estaba la lámpara de aceite, pero la caja de cerillas
había desaparecido.
El movimiento de una sombra dentro de la habitación la obligó a girar
el rostro y mirar con recelo hacia el baño, ubicado frente a la cama y junto a
un gran armario de madera. Podía jurar que alguien había entrado. La puerta
se encontraba abierta y la luz del interior estaba encendida. Cuando llegó en
la noche, la oscuridad era total. Ni siquiera había verificado si la casa tenía
energía eléctrica. Por lo visto, el lugar no estaba tan solitario como creía.
Aquella certeza le heló la sangre.
Se asomó con sigilo, pero no había nadie. El baño estaba limpio, tanto
el aseo como la ducha/bañera. Regresó a la habitación, se alisó los cabellos
con los dedos y suspiró hondo. Antes de viajar de Mineápolis a Lutsen,
Jimena le aseguró que la cabaña estaba abandonada desde hacía dos años.
Nadie iba, ni siquiera, a realizar mantenimiento. Pero era evidente que se
había equivocado. O la residencia estaba tomada por invasores.
Abrió la puerta y salió al pasillo con precaución. El olor a café recién
hecho le inundó las fosas nasales. Intentó agudizar la vista e identificar la
sombra que se movía en el área de la cocina. La oscuridad se lo impedía.
Todas las ventanas estaban cerradas.
Al llegar, divisó la espalda ancha de cintura estrecha de un hombre,
que parecía manipular una cafetera eléctrica. Tenía el torso desnudo y unos
pantalones vaqueros que le quedaban holgados, pero no podía detallar bien
su anatomía, mucho menos, el color de sus cortos cabellos.
Con inseguridad, se aclaró la garganta mientras el sujeto se giraba
hacia ella con una taza humeante en la mano. Su rostro anguloso, estaba
invadido por una descuidada barba de tres días, y sus ojos, que parecían ser
negros por la oscuridad, la observaron de pies a cabeza con indiferencia.
—Buenos días —expresó Debby con voz ronca. La garganta la tenía
irritada de tanto llorar—. ¿Quién es usted?
El hombre bufó y sus labios se curvaron en una media sonrisa, dando a
entender que reprobaba su indagación.
—¿No le parece que esa debería ser mi pregunta? —dijo y se acercó a
ella como un felino, sin apartar la vista de su rostro— Aunque, mis palabras
serían: ¿Qué demonios hace usted aquí?
Intimidada por el acecho del hombre, Debby retrocedió un paso, y
pegó la espalda de la pared.
—Soy Deborah Adams y… me alquilaron esta casa —mintió.
El sujeto se detuvo a pocos metros de ella y apoyó una mano en la
encimera de granito que dividía el área de cocina de la zona de estar.
—¿Se la alquilaron? —Inquirió poco convencido— ¿Jhon Kerrigan le
alquiló esta casa?
Ella solo pudo afirmar con la cabeza, nerviosa por el escrutinio del
hombre.
—¿Él, en persona, le entregó las llaves? —Debby se quedó muda e
inmóvil. No iba a confesarle la verdad. El hombre volvió a emitir un bufido y
dibujó de nuevo, una media sonrisa. Le dio la espalda y se dirigió al
refrigerador, para sacar una vianda de aluminio.
Debby no sabía qué hacer, cruzó las manos en el pecho, pero luego, las
bajó. Se acercó con timidez a la encimera y la puso como muro de contención
entre ella y el desconfiado sujeto.
—Usted, ¿quién es?
El hombre le dedicó una mirada de pocos amigos, luego, caminó a la
mesa del comedor, se sentó en el único puesto que estaba libre de polvo,
abrió la vianda y comenzó a comer con las manos lo que parecían ser trozos
de pizza.
—Zack —le respondió con la boca llena de comida.
A Debby le molestó su falta de modales, apoyó una mano en la cintura
y con los dedos de la otra, golpeaba la encimera.
—¿Zack, qué? Además, ¿qué hace aquí? Me notificaron que la casa
estaba abandonada, así que puedo considerarlo un invasor. Por tanto, debo
advertir a las autoridades de su presencia. —Se cruzó de brazos y levantó el
mentón con altanería, mientras él la fulminaba con una mirada llena de
advertencias.
—No es necesario, señora… Adams —expresó con reproche, sin
apartar los ojos de ella—. Fui contratado por la señora Kerrigan para cuidar la
casa, suelo quedarme aquí algunos días. Para que los vecinos piensen que
está habitada.
—Podría limpiar un poco —le espetó, alzando las cejas—. Con solo ver
el estado de la terraza uno puede notar los años de abandono que tiene la
vivienda.
Zack lanzó en la vianda el trozo de pizza que tenía en la mano, dejó la
taza humeante en la mesa y se levantó con una postura desafiante.
—¿Por qué no lo hace usted? A fin de cuentas, es la verdadera
invasora. —Se acercó hasta quedar frente a ella. Apoyó las manos en la
encimera y se inclinó, para aproximar su rostro—. Es imposible que Jhon
Kerrigan le haya entregado las llaves, es una mentirosa. No sé de dónde las
sacó, pero estoy seguro que los dueños no están al tanto de su visita. Si no
quiere que la denuncie, entonces, muéstrese más cortés.
Después de decir aquello, se marchó hacia las habitaciones. Y la dejó
ahí, temblando de ira.
Por una maldición del destino revivía lo ocurrido el día anterior. De
nuevo, le escupían en la cara su triste posición en la vida. Por segunda vez,
un hombre se paraba frente a ella y la ponía en su lugar. El corazón se le
achicó en un puño y las lágrimas volvieron a invadirla, pero estaba harta de
llorar, de rendirse y, sobre todo, de escapar.
Capítulo 2

—De verdad lo lamento, Deborah, pero no podemos seguir así. Sabes que
tengo a otra, con quien deseo iniciar una vida realmente, feliz. —Brian se pasó una
mano por los cabellos rubios y prolijos, se notaba ansioso—. Necesito que… te vayas.
Con aquellas palabras su esposo terminó con los años de matrimonio
que había soportado a su lado. La echó de la casa sin más explicaciones. Y no
podía reclamar. La vivienda pertenecía a Marian, la madre de él, que se las
cedió cuando anunciaron su repentino enlace.
Debby apartó los amargos recuerdos de la mente y se asomó por una
rendija en la ventana, para asegurarse que el tal Zack se alejaba. Marchaba a
pie por el sendero en dirección a la vía Pedersen, con una mochila sobre uno
de los hombros.
Después de amenazarla, el hombre terminó de vestirse, se tomó de un
trago su café y comió un par de trozos de pizza antes de marcharse. No le dijo
nada al salir de la cabaña, solo le dedicó una mirada tosca mientras tomaba
su morral colgado junto a la puerta de la cocina, que daba al exterior, y se
colocaba una desgastada gorra.
Ella se mantuvo en silencio, apoyada en la encimera, y con los brazos
cruzados en el pecho, hasta que él cerró la puerta. Esperó unos minutos antes
de correr a la ventana, para confirmar que en realidad, se iba.
Al quedar sola, se derrumbó en uno de los sillones de la sala de estar.
El polvo voló a su alrededor cuando su peso cayó en el mueble y le produjo
tos. Miró acongojada el lugar, que estaba hundido en la suciedad y las
sombras, tan abandonado como ella. No pudo evitar que de nuevo, sus ojos
se llenaran de lágrimas y su mente se atormentara con recuerdos.
—¿Qué Brian hizo qué? —Le preguntó impactada Jimena cuando la recibió
en su casa, después de lograr que dejara de llorar y hablara con claridad— Es un
imbécil. Te lo dije, esperaste demasiado para dejar a ese tipo.
Su amiga la consoló por horas, o mejor dicho, aprovechó la ocasión
para expresarle su punto de vista. Pero cuando llegó el momento de pedir
asilo, su actitud solidaria cambió por completo.
—Deborah aquí no te puedes quedar. Sabes cómo es de celoso mi esposo, no le
gusta que perturben su intimidad.
Ella perdió en ese momento la fe. Su última opción era solicitar ayuda
a su madre, pero ella la enloquecería con sus reproches, y al darle cobijo, se
sentiría con el derecho de dirigir su vida a su antojo. Como lo hizo antes de
casarse.
—Pero puedes darte una escapada a un lugar solitario —expresó su amiga,
aunque la duda se le reflejaba en el rostro—. Uno de los clientes de mi esposo le dejó
las llaves de su casa vacacional. Podrías utilizarla, nadie se enteraría y así, me dices
en qué estado está. —Jimena entró al despacho de su marido para buscar el juego de
llaves de la cabaña—. Pensamos comprarla, pero ha estado mucho tiempo
abandonada. Me gustaría saber si vale la pena hacer la inversión.
Fue así como llegó a Lutsen.
Minutos después, cuando la sensación de hambre superó a la pena, se
levantó del sillón y se dirigió al refrigerador. Adentro, solo había sobras,
algunas tenían mal olor, otras, mal aspecto. Se atrevió a tomar un par de
trozos de la pizza que había comido Zack y se sirvió los restos del café que
quedaba en la cafetera. Comió de pie, en la encimera, con la mirada perdida.
No podía quedarse ahí, no había logrado una buena relación con el
cuidador de la cabaña, pero no tenía a dónde ir, ni tenía fuerzas para buscar
otro refugio. Zack, al menos, no la había corrido. Solo le exigió que fuera más
cortés, aunque, el único desagradable y falto de modales allí, había sido él.
Debby respiró hondo y arrugó el ceño. ¿En qué se había convertido su
vida? Unos días atrás, disfrutaba de la estabilidad que aportaban un negocio
propio, una casa y un matrimonio. Ahora, no tenía nada, la despojaron de
todo, y para completar, el sitio que eligió para expulsar sus penas estaba
invadido por un ogro antipático y prepotente.
Golpeó la encimera con un puño y se encaminó con paso decidido a la
segunda habitación que estaba abierta. No se marcharía, Zack tendría que
acostumbrarse a su presencia el tiempo que fuera necesario, mientras
elucubraba un plan para recuperar sus pertenencias y su dignidad.
Se introdujo en el cuarto, apartó la cortina para permitir la entrada de
los rayos del sol y encendió el viejo equipo portátil de música que se hallaba
en la cabaña. Se dejó atormentar por la triste letra de «Love is a losing game»,
de Amy Winehouse, que le decía: «Los recuerdos solo estropean la mente, el amor es
un destino resignado», y comenzó a limpiar y a ordenar.
Ese espacio, a diferencia de la habitación principal, no tenía una cama
de dos plazas, sino dos de una, colocadas a cada costado. En medio, estaba
ubicada una mesa de centro bajo una ventana. El baño era más pequeño, pero
todos los servicios funcionaban a la perfección.
Sacó al pasillo todos los jarrones, las sillas individuales y las mesas,
que estaban arrumadas en el cuarto para poder limpiar. Luego, les
conseguiría un lugar.
Pasó toda la mañana en esa habitación hasta dejarla reluciente como
una tacita de plata. Parte de la tarde la dedicó a la cocina. El trabajo la ayudó
a mantener la mente ocupada y alejarse de los malos recuerdos.
Trasladó los jarrones a la sala de estar, para que adornaran las mesas,
pero uno de ellos —un recipiente de cristal, largo y delgado, repleto de
canicas de vidrio—, resbaló y se hizo añicos en el suelo.
—Maldita sea —murmuró Debby. Estaba ansiosa por darse un baño
antes de preparar la cena, pero ahora, debía recoger las estúpidas canicas.
Con rapidez, barrió los fragmentos rotos y guardó las piedras en una caja de
zapatos. Se agachó para sacar algunas que habían caído bajo uno de los
sillones, justo en el momento en que tres de ellas pasaron por su lado en
dirección al pasillo de las habitaciones.
Ella las miró confundida, hasta que se detuvieron cerca de la puerta
que no había podido abrir. Sin modificar su posición, comenzó a evaluar la
cabaña. La única manera de que las piedras rodaran era que alguien las
moviera, pero estaba sola. Aunque las ventanas se encontraban abiertas la
brisa era suave, era imposible que el viento las moviera.
Tomó la caja y se levantó del suelo sin dejar de otear los alrededores.
De pronto, la puerta trasera se abrió. La sorpresa la hizo pegar un grito de
espanto y agitar la caja. Varias canicas volvieron a caer al suelo.
—¿Está loca? —preguntó Zack parado inmóvil en la puerta.
Ella colocó la caja sobre una mesa y se frotó el pecho, mientras
intentaba controlar la respiración.
—Me asustó.
Él entró mascullando palabras, o quizás, maldiciones, y dejó sobre la
encimera una bolsa de papel llena de comestibles.
—¿Desocupó mi habitación? —le preguntó con brusquedad. Debby le
asintió con la cabeza, aún, con los nervios de punta.
Zack dejó el morral sobre otra encimera y repasó la cocina. Ella
esperaba que dijera alguna palabra de agradecimiento, o tal vez, de ánimo.
Sin embargo, no dijo nada, se dirigió al refrigerador y al abrirlo, su rostro
volvió a tornarse iracundo.
—¿Qué le pasó a mi comida?
—Mucha de ella estaba en mal estado. —Él la fulminó con la mirada—.
La boté —le confesó ella con soberbia y levantó el mentón para demostrarle
que no le importaba su opinión. Pero Zack, solo cerró el refrigerador y
comenzó a caminar hacia su habitación, con el rostro crispado.
Debby respiró hondo y antes de que él se encerrara en su cuarto, le
propuso una tregua. Al fin y al cabo, había comprado los víveres.
—Lo invito a cenar.
Zack se detuvo en el pasillo, de espaldas a ella, parecía considerar su
invitación.
Debby lo observó asentir y luego, se marchó. A su paso, pateó las
canicas que se habían detenido frente a la puerta sellada. Ella no apartó la
mirada de él hasta que entró en el dormitorio, finalmente, se acercó a la
encimera para revisar el contenido del paquete. Halló latas de salsa, pasta y
algunos vegetales, pero en el fondo, se encontraba una pequeña caja de
chocolates.

*****

La mesa estaba puesta con total dedicación. Debby se ocupó de que


todo quedara perfecto: la pasta, la salsa, el queso y la ensalada; hasta la
posición de los cubiertos y servilletas parecían estar calculadas. Esa había
sido su especialidad durante años, organizaba fiestas privadas, reuniones de
negocios y cenas especiales junto a su amiga Jimena. Pero después de lo
ocurrido, perdió a sus mejores clientes. Ahora, su empresa estaba sentenciada
a la quiebra.
Respiró hondo para apartar los malos recuerdos, podía escuchar los
pasos de Zack que se aproximaban al comedor. Tenía los ojos llenos de
lágrimas, pero esperaba que el hombre no lo notara. Al alzar el rostro sintió
un ramalazo en el vientre. Se había afeitado la barba, podía notar su rostro de
mandíbula cuadrada, labios carnosos y nariz ancha. Pudo detallar, incluso, el
color de sus ojos. Eran de un marrón oscuro, moteado de verde, que parecían
agotados y furiosos.
En dos zancadas atravesó la cocina, vestido con un jeans y una camisa
de cuadros, con las mangas arremangadas en los brazos. El cabello negro lo
tenía húmedo, algunos mechones le caían en la frente, sobre el ceño fruncido.
Ella se aclaró la garganta mientras se alisaba, con disimulo, los
cabellos. Sentía que no se había vestido acorde a la ocasión, su blusa
abotonada, pantalón capri y sandalias bajas, la hacían sentirse sosa.
Zack se detuvo frente a la mesa, con las manos guardadas en los
bolsillos, y la observó como si evaluara un auto. Ella comenzó a ponerse
nerviosa, no sabía si le gustaba lo que había preparado. Le señaló la silla
donde debía sentarse, para indicarle que tomara su puesto, pero Zack no se
movió. En medio de un suspiro, Debby se sentó. Comenzaba a odiar la
estúpida actitud del sujeto.
—Espero no sea alérgico a alguno de los alimentos —le escupió. No
podía disimular su incomodidad.
Él pareció mascullar algo mientras se sentaba, pero ella no pudo
escuchar nada. Se mantuvieron en silencio durante toda la comida. Debby lo
observaba al tiempo que pensaba en un tema de conversación. Zack la
ignoraba por completo, comía como si estuviera solo en la casa.
—Encendí el televisor, pero la señal es muy débil. —Lanzó las palabras
al aire para ver si alguien las atajaba.
—La antena está movida —comentó él sin mirarla a los ojos.
La comida continuó como si nadie hubiera hablado. Debby estaba a
punto de perder la paciencia.
—¿Cómo puedo arreglarla?
Él alzó la vista por unos segundos. Su mirada parecía ser de sorpresa.
Quizás, pensaba que ella no era capaz de hacer una labor como esa.
—Tiene que subir al ático y sacar medio cuerpo por una de las
ventanas del lateral derecho. A menos de un metro, está la antena que mira
en dirección a la montaña, debe dirigirla hacia el lago.
Después de decir aquello volvió a quedar en silencio. Debby se rindió.
Era imposible mantener una conversación con ese hombre. Se concentró en
terminar su cena, con una amarga sensación de dejàvu en el pecho. Así solían
ser las comidas en su casa, aunque en la mayoría de las ocasiones, estaba sola.
Los ojos volvieron a inundársele de lágrimas. Aceptó por años esa
costumbre para no empeorar la situación. No quería ser una esposa irritante,
que no le daba descanso al marido en ningún momento. Ahora, se daba
cuenta que aquel comportamiento digno no le había dejado nada. Se quitó la
servilleta del regazo, la lanzó sobre la mesa y miró decidida a Zack.
—¿En qué trabaja?
Él la observó con los ojos abiertos como platos. Quedó inmóvil, por su
repentina reacción.
—Soy… guía de senderismo en el Solbakken Resort.
Debby quedó sorprendida al recibir una respuesta sincera y no un
reclamo por su comportamiento fuera de lugar. Eso la dejó muda.
Zack esperó a que ella continuara el interrogatorio, pero su rostro triste
y sus ojos llenos de lágrimas, le confirmaron que la mujer estaba nuevamente,
sumida en su pesar. Dejó los cubiertos en la mesa y se levantó con lentitud.
—Son para usted.
Ella tuvo que salir de su melancolía para observarlo confundida.
—¿Qué?
—Los chocolates. Son para usted —le aseguró Zack y se retiró a su
habitación.
Debby se quedó allí, mirando cómo se alejaba, con los ojos brillantes,
pero con un sentimiento de alivio recorriéndole el pecho.
Capítulo 3

—Las mujeres tenemos que ser sumisas. Cuidar con celo a nuestro marido
para que no nos deje. Mantener la casa, sus cosas y nuestra dignidad intacta. Y callar
ante los arrebatos de ira. Así, aseguramos al hombre de por vida.
Los consejos de su madre fueron el pan de cada día en la vida de
Debby, hasta que se casó y se marchó de casa. Pero ahora, no se encontraba
en el hogar de su infancia, sino en Lutsen, dentro de una cabaña olvidada en
medio de una densa vegetación.
A la mañana siguiente, se levantó con más ánimo. Los chocolates la
ayudaron a soportar la pena durante la noche y le permitieron dormir mejor.
Ese día, Zack se fue a primera hora, así que de nuevo, tenía la cabaña para
ella sola.
Encendió el equipo de música y dejó que el ritmo soul de Joss Stone
impregnara cada rincón. Mientras continuaba la limpieza pensaba en las
maneras de relanzar su negocio con poco dinero, para captar nuevos clientes.
No podía dejar el trabajo, se había aferrado demasiado a él, esa actividad la
ayudó a sobrellevar la soledad y la traición. Aunque, en esta oportunidad,
debía darle una visión diferente.
Sin darse cuenta, se le pasó el día. Había terminado con la cocina, el
comedor y la sala. Cada vez que realizaba alguna tarea, se sumergía en
cuerpo y alma en ella, y se olvidaba del resto del planeta. Cuando la tarde
comenzó a caer se dio un baño y se colocó un vestido vaporoso, que le llegaba
a las rodillas.
Merendó los chocolates que le quedaban en la caja antes de salir a la
terraza. Desde que llegó, no había disfrutado de las bellezas naturales del
lago, ni del calor del sol. Aunque había acudido a ese lugar para esconderse y
llorar, ahora, se lo pensaba mejor. Brian no se merecía sus lágrimas, fueron
muchas las que derramó por ese imbécil. Era hora de hacer algo diferente.
Al salir, respiró hondo al ver toda la entrada cubierta por hojas. Aún
no se había ocupado de esa zona, pero lo haría al día siguiente. Quería
descansar.
Sacudió una vieja mecedora de madera olvidada en un rincón y se
sentó a admirar el paisaje. La brisa era suave, el sonido del viento armonizaba
a la perfección con el romper de las olas. Y el lago, estaba completamente
teñido de cielo. Una sonrisa se le coló en el rostro, producto de una dulce
sensación de calma que le hinchaba el pecho. Aquel paraje era mágico,
parecía ejercer un poder especial sobre ella. Su belleza era idílica, similar a los
sueños que tenía de niña, cuando idealizaba al padre que perdió de pequeña
y lo imaginaba a su lado, para llevarla de la mano a recorrer el mundo.
Por alguna extraña razón el pensamiento le recordó que la señal de
televisión no era nítida. Debía redireccionar la antena.
Se levantó en medio de un suspiro y entró a la casa en dirección al
ático. Subió las estrechas escaleras que se encontraban al final del área de
estar y abrió con dificultad la puerta. El tiempo había endurecido las bisagras.
Adentro, el polvo la hizo estornudar. El calor y la falta de oxigeno eran
asfixiantes. Allí, la desidia era peor que en el resto de la casa.
A diferencia de otros áticos, éste era amplio y contaba con ventanas
panorámicas en cada costado. El lugar era precioso, si le quitaban las cajas,
los juguetes, los muebles deteriorados, la gruesa capa de polvo y la red de
telarañas que cubría las vigas del techo, se podría crear un salón de descanso,
un cómodo dormitorio, un cuarto de juegos, una biblioteca, o tal vez, un
gimnasio. A pesar de que los vidrios estaban empañados por la mugre, las
vistas que le ofrecía del lago y las montañas eran impresionantes. A Debby le
fue imposible no conmoverse con semejante majestuosidad.
Al salir de su ensoñación, recordó las instrucciones de Zack: sacar
medio cuerpo por una de las ventanas del lateral derecho. Se dirigió a esa zona y
luchó con el pestillo de una de las ventanas para subir el listón. Después de
una batalla, que por momentos creyó perdida, el pasador cedió y abrió la
ventana. Se asomó con cuidado. Las maderas del marco tenían mal aspecto. A
su derecha, y a más de un metro de distancia, divisó la pequeña antena
parabólica que miraba hacia la montaña, envuelta en tierra, telarañas y hojas
secas, y con un nido abandonado en su base.
Estudió bien la situación antes de atreverse a sacar medio cuerpo. La
altura era considerable, así como la distancia de la antena a la ventana. No
sería una tarea fácil. Se sentó sobre el marco y escuchó el crujir de las
maderas. Inclinó el cuerpo hacia afuera y se sostuvo de la pared lo mejor que
pudo, antes de comenzar a estirarse para alcanzar el plato de aluminio.
Un extraño chillido la hizo perder el equilibrio. Si no se hubiera
sostenido con fuerza, hubiera caído al suelo. Giró el rostro, en busca de la
fuente del sonido. A pocos metros, sobre un inmenso árbol, estaba un águila.
—Maldito pajarraco —murmuró y clavó una mirada mortal en el
animal que la observaba con curiosidad.
Volvió a ocuparse de su tarea, pero ésta vez, se sostuvo de un caño
ubicado junto a la ventana, en la parte exterior. De esa manera, tendría más
posibilidades de inclinarse para llegar a la antena.
Se encontraba en medio de su empresa, y con más de la mitad del
cuerpo fuera de la cabaña, cuando escuchó un segundo chillido. Pero en ésta
ocasión, el ruido provenía del interior de la casa. Miró alarmada hacia la
ventana al sentir que algo rozaba sus piernas, en ese preciso momento, el
águila se antojó de emprender vuelo y su violento batir de alas la hizo perder
de nuevo el equilibrio.
Al hacer un movimiento para no caer, quebró la madera donde estaba
sentada y su cuerpo salió proyectado al exterior. Gritó aterrada. La salvó de
una muerte segura el hecho de estar bien sostenida del caño, pero el tubo
parecía no soportar mucho tiempo su peso. Se doblaba con lentitud,
amenazaba con despegarse y caer al suelo con ella. Además, el borde del
vestido se le había quedado engarzado en las astillas de la ventana y se le
subió al cuello. Debby colgaba del tubo a más de tres metros de distancia del
suelo, y con la ropa interior expuesta. No sabía si sentir miedo o vergüenza.
El cuerpo de Zack se estremeció al escuchar un grito desgarrado
proveniente de la cabaña. Soltó las bolsas que tenía en las manos y corrió con
la imagen de la imprevista visitante en su mente. Al llegar, quedó pasmado,
al ver un estilizado cuerpo colgar de una ventana, enfundado en una
diminuta ropa interior bordó que mostraba la generosidad de sus curvas.
El caño chirrió al despegarse de la madera. Los ojos de Debby se
llenaron de terror al sentir que la fuerza de la gravedad la reclamaba. Gritó
mientras caía, esperaba sentir de un momento a otro, la dureza de las piedras
en su cuerpo. Para su sorpresa, no cayó en el suelo, sino encima de un cálido
y acolchado cuerpo.
Zack había llegado a tiempo y evitó que ella impactara contra las
baldosas. Pero no pudo evitar torcerse el tobillo de manera dolorosa, al
rescatar a la bella dama.
—Oh Dios mío, oh Dios mío… —repetía Debby, mientras se levantaba
y se acomodaba los restos del vestido para tapar su desnudez.
—¡Por todos los demonios, ¿se volvió loca?! ¿Qué hacía colgada de la
ventana? —le preguntó Zack, soportando el intenso dolor.
—¡Cumplía con sus absurdas explicaciones! —le gritó Debby.
Temblaba de ira y miedo.
Él la miró con los ojos muy abiertos antes de comenzar a levantarse
con dificultad.
—¡Debería dejar las tareas complejas para la gente inteligente!
Ella quedó muda, lo observaba con incredulidad, con el rostro
colorado y bañado en lágrimas. Al notar que sufría por el dolor en el tobillo y
eso le impedía erguirse, fue invadida por una desagradable sensación de
culpa. Se acercó a él para ayudarlo, pero Zack se lo impidió y le dirigió una
dura mirada de advertencia.
—Déjeme hacer algo por usted —le rogó. Ese hombre la había salvado
de la muerte, tenía que buscar alguna forma de agradecerle.
—Vaya por las bolsas que me hizo tirar y déjeme en paz —le gruñó y
se encaminó a la cabaña cojeando.
Debby se quedó ahí, parada, lloraba en silencio, sin comprender lo que
había sucedido.

*****

Horas después, se dirigió a la habitación de Zack con una bandeja en la


mano, que portaba un bisteck asado, papas al horno, brócoli y café. No tuvo
tiempo, ni ánimo, para preparar algo más elaborado. Aún tenía los nervios
alterados por lo ocurrido, y una amarga sensación de culpa por el estado en el
que había quedado el sujeto.
Tocó con timidez la puerta y recibió un brusco ¿qué quieres? Como
respuesta. Respiró hondo antes de contestar, sabía que él reaccionaría de esa
manera.
—Tu cena —dijo y se quedó en silencio.
Segundos después, él gruñó algo. Al no entender su queja, se tomó la
licencia de hacer lo que se le viniera en gana. Así que abrió y entró en la
habitación con el rostro endurecido. Los ojos de Zack se ampliaron con
sorpresa al verla.
Con el mentón en alto, colocó la bandeja sobre la mesita de noche,
empujando todo lo que había encima de ella hacia el fondo. Sacó del bolsillo
de su pantalón deportivo un tubo de pomada y se sentó en la cama a los pies
de Zack, que no dejaba de seguir sus movimientos con una mirada iracunda.
—¿Qué piensas hacer? —le dijo, al ver que ella abría la pomada y se
untaba una mano con ella.
—Le daré un masaje en el tobillo. Esta crema es antiinflamatoria, le
hará bien.
—No se le ocurra… —Intentó evitar que la mujer le tocara el pie, pero
Debby fue más rápida. Ubicó una almohada sobre su regazo y tomó con
firmeza la pierna para moverla hacia ella. El hombre chilló por el brusco
zarandeo.
—Lo siento, pero usted tiene la culpa.
Zack la fulminó con una mirada mortal y apretó la mandíbula.
—¿Fui yo el que estaba colgado de la ventana?
—Eso también sucedió por su culpa.
Con un ruidoso bufido Zack volvió a apoyar la espalda de los
almohadones y cruzó las manos en el pecho. Sabía que no tenía escapatoria.
Tenía la mitad de la pierna, el tobillo y todo el pie, embadurnado con una
mezcla transparente y pegajosa, que le hacía arder la piel e impregnaba la
habitación con un aroma a menta.
Debby lo observó por el rabillo del ojo. Parecía un chiquillo malcriado
con ese rostro apretado. Lo veía morderse los labios para no permitir que le
brotara un puchero. Era adorable. No pudo evitar dibujar una media sonrisa
mientras frotaba sus manos con delicadeza por la herida. Se concentró en su
trabajo con más ánimo, no solo masajeaba la zona hinchada, lo hacía también
con el pie, repasaba lo que había aprendido con intención de aplicarlo en
Brian. Aunque con él, nunca logró llevar a cabo esa tarea, jamás llegaba a
tiempo. Las largas esperas le esfumaban hasta las ganas de reconquistarlo.
Se llenó las manos con más pomada y comenzó a trazar círculos
pequeños en la planta del pie. Dirigió su atención hacia Zack y captó su
mirada oscura, de rostro relajado. Se había recostado y descruzó los brazos.
Daba la impresión de disfrutar con las caricias.
No pudo mantenerle la mirada. Sus ojos, ahora negros, expelían una
fuerza que le brotaba sensaciones extrañas en el vientre.
—¿De dónde sacó las llaves de la casa?
Su imprevista pregunta la obligó a detener, por unos segundos, su
tarea. Pero enseguida, la retomó. Friccionaba la herida, manteniendo su
atención en ella. No quería mirarlo a los ojos.
—No conozco a los Kerrigan, pero mi socia es amiga de la familia. Ella
me consiguió las llaves.
—¿No alquiló la casa?
—No. Pero al regresar, pienso pagarle al dueño por la estadía.
—¿Quién es su socia?
En esa oportunidad, Debby lo observó. Volvía a tener el ceño fruncido,
pero continuaba con una postura relajada.
—Jimena Olsen.
El rostro de Zack se endureció y los puños se le cerraron en puños.
—Creo que es suficiente, señora Adams.
La voz del hombre se llenó de reproches y amenazas. Debby sintió un
estremecimiento y abandonó la tarea. Se levantó con cuidado y le acercó la
pomada para dejársela, así, él podía aplicársela en otro momento.
—Tome, puede…
—Llévese eso con usted —expresó con indignación. Ella amplió los
ojos, pero no se atrevió a decir nada—. Y no vuelva a molestarme. ¿Entendió?
La postura colérica de Zack dejó a Debby muda. No entendía lo que
había ocurrido. Salió de la habitación con las lágrimas agolpadas en los ojos y
la ira produciéndole temblores en el cuerpo. Siempre reaccionaba de la
misma manera, cuando la trataban como a un objeto insignificante. Estaba
harta de esa situación, pero nunca hallaba la fuerza necesaria para enfrentarse
a su oponente.

*****

Al día siguiente y después del desayuno, Debby se enfundó unos


pantalones cortos y una blusa de tirantes para limpiar la terraza. Ese día, se
sentía más audaz, así que se decidió por la fortaleza del rock para amenizar el
trabajo y colocó su disco favorito: Get a Grip de Aerosmith. Entre todas, su
preferida Livin’ On The Edge, solía llenarla de energía, y eso era lo que
necesitaba en ese momento.
Dividió mentalmente el espacio por zonas, y comenzó a formar
pequeñas montañas de hojas que luego recogería. Esa mañana, el sol
calentaba con fuerza, pero la suave brisa refrescaba la piel y hacía más
llevadera la tarea.
—¿Para qué tanta limpieza?
Se giró al escuchar la voz de Zack desde la puerta. No fue a trabajar
por su dolencia. El hombre estaba sin camisa, su torso bronceado y fibroso
relucía. Tenía los brazos cruzados en el pecho y un hombro apoyado en el
marco de la puerta. Le veía con curiosidad.
—Me sirve para… distraerme —le dijo, pero tuvo que desviar el rostro
a su labor al sentir su mirada penetrante.
—Puede ver la televisión, ya le arreglé la antena.
Ella lo observó con recelo. La noche anterior la había corrido de su
habitación, furioso quién sabía por qué razón, pero hoy se mostraba
caballeroso. Algo debía traerse entre manos.
—Gracias. Pensaba volver a intentarlo más tarde.
—No se le ocurra hacer otra actividad de riesgo. Estoy herido. Ahora
mi vida puede correr peligro —le dijo con sarcasmo e hizo brillar una sonrisa
torcida en sus labios.
Debby aún no confiaba en sus repentinos cambios de humor. Comenzó
a barrer sin apartar la mirada de él. Lo veía alejarse con una marcada cojera
en dirección al garaje.
—Ahora usted tendrá que comprar los comestibles. Menos mal que
tiene auto.
—Puedo caminar también —expresó sin comprender su repentino
arranque de rabia. Ese hombre la ponía nerviosa.
—Me imagino, pero para llegar más rápido, tendría que atravesar la
propiedad de los vecinos. —Se giró hacia ella, con rostro divertido—. No
quiero poner en riesgo a nadie más.
—Idiota —masculló Debby.
Aunque era imposible que Zack escuchara su queja, debió suponer lo
que había dicho. Barría con brusquedad la terraza mientras lo fulminaba con
una mirada mortal.
—¿Me acepta una bebida refrescante? —Ella quedó inmóvil, con los
ojos tan abiertos como platos—. Así limamos un poco, nuestras asperezas —
expuso, con una voz sensual, al tiempo que paseaba los ojos por el cuerpo de
la mujer.
Debby sintió un cosquilleo en el vientre. Desde hacía mucho tiempo
nadie la miraba de esa manera. Llevaba años pasando desapercibida, siendo
ignorada. No podía dejar de reaccionar ante aquella provocación.
Zack no esperó una respuesta. Entró con paso pausado a la cabaña y
dejó la puerta abierta. En una clara invitación.
En medio de un suspiro, ella dejó la escoba en el suelo de la terraza y
lo siguió. La expectativa le hacía bullir las hormonas y le concedía un coraje
que no conocía.
Capítulo 4

—No lo dudes más, Deborah. Vete —le insistía Jimena. Su amiga siempre era
la primera en enterarse de las infidelidades de Brian, gracias a los comentarios que le
hacía su hermano, quién trabajaba con el hombre en el mismo despacho contable—.
¿Cuántas mujeres necesitas conocer para entender que él no vale la pena?
En realidad, Debby nunca conoció a ninguna. Solo a la habitual. Cada
vez que su amiga le confesaba una nueva travesura de su marido, se
enconchaba en una falsa inocencia. Tenía miedo a lo que sucediera si Brian se
enteraba que ella era consciente de sus andanzas.
Si él la dejaba, ¿qué haría?
Sin embargo, ya no estaba en Minneápolis. Se encontraba en una
cabaña con Zack, un sujeto misterioso, pero muy atractivo, que despertaba en
ella emociones desconocidas.
El hombre, se ocupaba en exprimir unas naranjas sobre la encimera
mientras ella se sentaba en la mesa del comedor. Aprovechó que estaba de
espalda para admirar su cuerpo. Era delgado, pero se podía notar a la
perfección la definición de los músculos. Tenía que estar en forma para
dedicarse al senderismo.
Suspiró hondo, ¿desde cuándo no recibía las atenciones de un hombre?
Zack era un completo desconocido, pero, quizás, eso era lo que le hacía agitar
las sensaciones en el estómago.
—He notado que no tiene teléfono móvil —expuso él, sin darle la cara.
Concentrado en la preparación de las bebidas.
Debby se tensó y entrelazó las manos sobre la mesa.
—Las personas que se interesan por mí saben dónde estoy. Además,
vine en busca de descanso. El teléfono fue lo primero que dejé.
—¿A eso vino? ¿A descansar?
Zack se giró por un breve momento para dedicarle una mirada
profunda. Debby se estremeció, y se reprendió internamente por reaccionar
de forma infantil y desesperada frente al hombre.
—Desde que llegó no ha parado de llorar.
La vergüenza se apoderó de ella. Había evitado por todos los medios
que él notara su depresión, pero por lo visto, fracasó en sus intentos.
En medio de su cojera, Zack se dirigió hacia ella, con dos vasos de
cristal llenos de jugo de naranja. Acercó una silla para sentarse a su lado e
impregnarla con su fresco aroma a jabón, mezclado con fragancia de sándalo.
Colocó uno de los vasos frente a ella, de forma que sus manos rozaran los
brazos de Debby. El calor de su piel le estalló en el vientre. Una oleada de
sentimientos le subió a la cabeza hasta invadirle el cerebro y empañarle la
cordura.
—Nunca me ha gustado ver llorar a una mujer. —La voz de Zack bajó
de nivel. Cómo un susurro sensual se le internó por los tímpanos y la sacudió
por dentro.
Se irguió para alejarse un poco de él, al tiempo que se aclaraba la
garganta y le daba un trago a su bebida. El dulzor del zumo de naranja le
invadió los sentidos y le produjo una sensación de bienestar.
Al girarse hacia él, no pudo evitar sentirse abrumada. Lo tenía muy
cerca y la observaba con unos ojos tan negros como la noche. Con su dedo
índice, él le acarició el brazo, desde el hombro hasta el codo.
—¿Te gustaría olvidar tus penas? —le preguntó, y se acercó aún más—
Puedo ayudarte con eso.
Aquellas palabras las dijo junto a su oído. Debby cerró los ojos, la piel
la tenía erizada.
La nariz de Zack comenzó a acariciarle el cuello y la bañaba con su
cálida respiración, mientras su mano le frotaba el brazo. Ella sentía cómo el
suplicio de sus caricias le producía un torbellino de ansiedad en el vientre.
No se había percatado lo mucho que necesitaba de esas atenciones. Anhelaba
sentirse mujer.
Cuando llegaron los besos, se encontraba sumida en una niebla de
deseo. En algún momento se giró hacia él, para permitirle apoderarse por
completo de su boca.
Zack no perdió más tiempo en galanterías, la cubrió con los brazos y
hundió la lengua dentro de ella. Una erupción de necesidades lo hizo perder
el control de la situación. Ambos se aferraron con tenacidad al beso, buscaban
ansiosos una liberación. Los sonidos de gemidos y de una pesada respiración
se ahogaban entre ellos.
Las uñas de Debby se clavaron en la espalda del hombre, al tiempo
que las manos de Zack se internaban dentro de la blusa de ella. Pero un
sonido sordo los sobresaltó y los obligó a separarse.
Con la respiración agitada y el cuerpo flácido, repasaron el lugar. Ella
divisó que un cuadro, ubicado sobre la chimenea de piedra, había caído al
suelo. El golpe despegó la pintura del marco.
Zack se levantó y caminó con dificultad hacia el objeto. La cojera
parecía haberse intensificado. Colocó los restos sobre un sillón y se giró hacia
ella.
La mirada aturdida y saturada de deseo del sujeto le despertó la
vergüenza. Ella jamás se había comportado de esa manera. Nunca permitió
que otro hombre, diferente a su marido, la tocara.
La cobardía le empañó los ojos con lágrimas.
Se levantó de la mesa y salió rápidamente de la cabaña en dirección al
lago. De nuevo, le urgía esconderse.

*****

Caminó por la orilla empedrada mientras observaba el suave vaivén


de las olas. Se sentó sobre unas rocas para admirar el horizonte. A lo lejos,
divisaba a unos pocos turistas que practicaban esquí acuático cerca de las
costas de un resort. Ajenos a lo que ocurría a kilómetros de distancia.
La soledad que la rodeaba le aportaba serenidad, pero también, le
atraía los recuerdos. Lo que había sucedido con Zack en la cabaña, era un
indicio de su precaria situación. Pasó mucho tiempo consagrada a un
matrimonio ficticio, que desde el principio, estuvo signado por el fracaso. Su
obstinado empeño por salvar las diferencias entre Brian y ella lo que hacía era
hundirlos más. En cierto modo, conocía el calibre del daño, sin embargo, tuvo
que esperar a que él se lo escupieran en la cara de la forma más humillante
para reaccionar.
Y ahora, que tenía cerca a un hombre que, por razones desconocidas, la
seducía, caía cómo una incauta oveja entre sus garras. No lo podía negar,
necesitaba de eso, ansiaba sentirse amada, pero no podía volver a
comportarse de esa manera con extraños. Eso podría traerle graves
problemas. Más de los que ya tenía.
Dejó de pensar en ello al ver que Zack se acercaba con lentitud. Había
cubierto su torso con una camisa y avanzaba soportando el dolor de su
hinchado tobillo. De nuevo, el rubor le invadió las mejillas. Se sentía como
una adolescente, a la que le habían robado su primer beso.
—¿Puedo sentarme? —le preguntó, cuando estuvo junto a ella. Debby
asintió con la cabeza, sin apartar la mirada del lago.
Ambos quedaron en silencio, vislumbraban el paisaje hasta que Zack
se aclaró la garganta para hablar.
—Lo siento… creo que… me sobrepasé.
—Yo también.
Volvieron a quedar mudos. Estaban tensos, no sabían cómo expresar
una disculpa.
—¿Qué hace aquí? —La pregunta del hombre molestó a Debby. No
comprendía tanta desconfianza.
—Ya le dije. Vine a descansar.
—¿En una casa abandonada? ¿En medio de la nada? —Emitió un
bufido y sonrió con desgana, negando con la cabeza— Desde que llegó, lo
menos que ha hecho es eso.
—No vine a descansar el cuerpo.
Debby le respondía sin verlo. Él, en cambio, giró el rostro, y por un
buen rato evaluó el perfil de la mujer. Ansioso por descubrir en sus facciones,
la verdad.
—Jimena… su amiga. ¿La envió?
Con el ceño fruncido, ella lo observó por unos segundos. Luego,
regresó la mirada al mar.
—Me recomendó el lugar cuando le comenté que necesitaba un
descanso. Creo que pensaba que la casa estaba deshabitada —mintió, él no
necesitaba tener toda la información sobre ella, mucho menos, si ella no podía
tener nada de él.
Escuchó que Zack mascullaba palabras inentendibles. Sus cejas se
arquearon mientras la curiosidad crecía en ella.
—Quizás, sí… quizás, no —fue lo último que él murmulló, antes de
cerrar la boca y otear el lago con el rostro endurecido.
Ella respiró hondo, cansada de tantas situaciones confusas. Desde que
llegó a Lutsen, no había dejado de sufrir inconvenientes. Más de los que
pudiera soportar en su propia casa.
—No quiero incomodarlo… —comenzó a decirle para disculparse,
pero él decidió cambiar de postura y se lastimó de forma inconsciente la
herida—. No debería estar afuera, va a empeorar el estado de su tobillo.
Zack se levantó con dificultad. Con una mueca de dolor en el rostro.
—Créame, he estado en peores condiciones.
Ella lo observó con curiosidad. Aquel hombre escondía muchos
secretos. Le encantaría adentrarse en su mirada, para conocer, lo que ocultaba
su corazón.
Él, al ver cómo ella parecía estudiarlo, se sintió inquieto.
—Mejor me voy… a… arreglar el cuadro que se cayó —expuso y
comenzó a cojear hacia el sendero que dirigía a la cabaña.
Debby recordó el incidente, y el resto de las situaciones extrañas que
había vivido en la casa.
—¿Usted, cree en fantasmas?
La pregunta congeló a Zack. Le echó una mirada a la cabaña, y luego, a
ella.
—Creo que los dueños deberían considerar remodelar la casa. —
Dirigió de nuevo el rostro a la vivienda, que desde la distancia se notaba
oculta entre las sombras producidas por los altos cedros que la rodeaban—.
Hay mucho pasado acumulado en ella —murmuró para sí mismo, pero
Debby pudo captar sus palabras.

*****

La tarde caía y la cabaña se mantenía en una silenciosa calma. Debby,


cansada por la limpieza realizada en el exterior, se sentó agotada en uno de
los sillones de la sala de estar, mientras hacía zapping en el televisor. La señal
era mucho más nítida, pero no se sentía atraída por ninguna programación, lo
hacía para distraerse y no arañar más los recuerdos.
Zack seguía encerrado en su habitación, recostado en la cama con el
tobillo herido sobre almohadones. Salía en pocas ocasiones, para buscar
comida o algo de beber. Cuando lo hacía, la miraba de forma extraña y
rápidamente, regresaba a su escondite. No volvieron a cruzar ningún tipo de
palabra desde su conversación de la mañana, Debby lo prefería así, cada vez
que lo veía no podía evitar sentir un cosquilleo en el vientre, ansiosa por
sentir de nuevo sus labios, su lengua hambrienta y sus poderosos brazos
alrededor de su cuerpo.
Suspiró hondo, con la mirada fija en el noticiero. Pretendía desviar la
atención de sus preocupaciones viendo las tragedias ajenas. De esa manera,
dejaba de sentir lástima por sí misma para hacerlo por otros.
Sin embargo, la chimenea parecía llamar su atención. Se sentía atraída
por dirigir la mirada a esa zona de la habitación.
Rendida ante el impulso de su subconsciente, giró el rostro a la
construcción de piedra natural. Sobre el hueco del hogar, estaba atornillado
un grueso tablón que servía de repisa, donde reposaba la figura de un león de
cerámica y un aeroplano fabricado en madera de balsa y plástico. Repasó
toda la obra, para hallar algo fuera de lugar. Su ceño se arrugó al notar que
entre los restos de troncos que reposaban dentro, se asomaba un pedazo de
papel.
Dejó el control del televisor sobre el sillón y se acercó sin apartar la
mirada del objeto. Al tomarlo, se fijó que se trataba de una fotografía. La
imagen estaba decolorada por el tiempo y salpicada con algunas manchas
oscuras.
Comenzó a observar confusa los alrededores, había limpiado esa zona
en dos oportunidades, sin haber divisado ese objeto. Su mirada se detuvo en
el florido cuadro ubicado sobre la chimenea, que durante la mañana había
caído al suelo y se despegó del marco. Pensaba que quizás, de allí había
salido la foto.
Se dirigió de nuevo al sillón mientras detallaba la imagen del niño que
aparecía retratado. Tendría unos ocho o diez años, vestía formal, con traje
oscuro, pero su postura parecía rígida y su rostro reflejaba una pena
insondable. Estaba sentado sobre un columpio, dando la impresión de haber
sido obligado a ubicarse en ese sitio. A su lado, se hallaba otro balancín vacío.
No obstante, Debby podía notar algo extraño.
Sobre el segundo columpio podía distinguir una sombra, pero por la
mala calidad de la fotografía era imposible afirmar algo. Pasó el dedo pulgar
por el área y la acercó para detallarla. Mientras más la evaluaba, la figura se
revelaba. Casi podía jurar que era la silueta de otro niño, parecido al que
estaba a su lado, con los ojos fijos en la cámara de fotos.
—¿Otro más?
La pregunta de Zack la sobresaltó y le congeló la sangre. Por instinto,
ocultó la fotografía y la guardó en el bolsillo de su pantalón deportivo.
—¿Cuántos accidentes tendrán que suceder para que la gente entienda
que no deben beber al manejar?
El hombre avanzó cojeando hasta el sillón y se sentó a su lado, con una
mueca de dolor en el rostro. Ella observó el televisor y al ver que una
periodista cubría la escena de un accidente de tráfico, comprendió sus
palabras y se sintió aliviada. No sabía por qué no le gustaba que la hubiera
descubierto evaluando la imagen.
—El alcohol es más poderoso que la cordura —masculló, para evitar
que él notara su turbación.
—¿Estás bien? —inquirió Zack con la mirada fija en ella.
Su pregunta la descolocó. Titubeó por un momento paseando la
mirada del televisor a él, antes de darle una respuesta.
—Sí… cansada… por la limpieza.
Él respiró hondo e intentó mantener su atención en el noticiero, ella lo
imitó, pero de reojo, hacía un esfuerzo por mirarlo. Su cercanía la inquietaba.
—Tu amiga… ¿es cercana a los Kerrigan?
Las cejas de Debby se arquearon.
—Supongo.
—Me encargaron cuidar de la casa. Necesito saber si llegarán más
visitantes.
—Le aseguro que nadie más vendrá.
Ella lo observó con detenimiento. El rostro de Zack estaba endurecido,
algo lo molestaba. Al sentir su escrutinio, él se giró hacia ella. Ambos
quedaron absorbidos por la mirada del otro.
Debby se sintió hipnotizada. En el televisor comenzaron a trasmitir las
imágenes de una noche estrellada, lo que le restaba iluminación a la
habitación donde se encontraban. La atmosfera alrededor de ellos se volvió
más íntima. Zack levantó su mano y cubrió con los dedos su mentón, para
atraerla hacia él.
Ella, al sentir de nuevo el contacto de sus labios se le alborotó las
hormonas en el vientre, apoyó las manos en su pecho y comenzó a acariciarlo.
El beso se profundizó, pero Zack lo detuvo para alejarse de ella de forma
imprevista, como si su boca le quemara.
—Maldita sea —murmuró y se incorporó para quedar frente al
televisor.
Ella quedó abrumada. Miraba su postura enfurecida con los ojos
abiertos como platos, mientras ralentizaba la respiración.
Una punzante sensación de amargura le apresó el pecho. No quería
volver a sufrir un rechazo, pero su estupidez la hacía vulnerable.
—No comprendo qué me pasa con usted. —Él se paró del sillón.
Apretó la mandíbula al apoyar el tobillo lastimado en el suelo—. Su
presencia… me vuelve un imbécil —se quejó y se marchó lo más rápido que
pudo a su habitación.
Ella quedó de piedra. Sus palabras provocaron un oleaje de
sentimientos que le brotaron una tímida sonrisa. Apretó las piernas al notar
cómo se había humedecido su zona intima y se cubrió con un brazo los
pezones endurecidos.
Una risa tonta salió de sus labios y sus ojos se humedecieron.
Agradeció estar sola mientras su cuerpo experimentaba una infantil reacción
de alegría. Saber que aún era capaz de atraer a un hombre la conmovía y le
generaba cierto bienestar.
Dirigió la mirada al pasillo de las habitaciones manteniendo la sonrisa.
Zack no debía imaginar lo que lograba en ella. Ese era un punto a su favor.

*****

Después de un desayuno nutritivo, Debby se acicaló para salir al


pueblo en busca de víveres. Esa mañana se sentía de buen humor, el sueño
había sido reparador. Zack, en cambio, salió de la habitación con el rostro
ajado por la irritación, cabizbajo y receloso. El poco tiempo que estuvieron
juntos en la cocina la esquivaba como a la peste, pero no apartaba su mirada
de ella.
Y no era para menos. La mujer se levantó ese día con ganas de
provocarlo. Se enfundó un vestido floreado que la cubría hasta la mitad del
muslo, cuya suave tela se le cernía a las curvas del cuerpo como una caricia.
Notar el esfuerzo que hacía el hombre por apartar los ojos de sus piernas o
del escote que dejaba la prenda, la divertía.
Mirarlo lanzar un par de tostadas en el plato, servirse un poco de
huevos revueltos en medio de gruñidos y llenar su taza de café sin ningún
tipo de delicadeza, le dibujaba una sonrisa en los labios, que trataba de
disimular manteniendo una postura arrogante.
Salió de la casa con el mentón en alto y al poner el auto en marcha,
giró el rostro hacia la cabaña. Lo vio en la ventana de la cocina, asomado por
una rendija. La observaba con el ceño fruncido y al darse cuenta que ella lo
miraba, cerró con hostilidad.
La sonrisa se le ensanchó mientras tomaba la ruta Pedersen. Aquellas
emociones eran novedosas para ella, no quería dejar de sentirlas, mucho
menos, sentirse culpable por ello. Ya no se reprendería por ser mujer.
Después de varios minutos de viaje, llegó a un poblado turístico, y se
detuvo cerca de los establecimientos de comida. Cuando ya había adquirido
todo lo necesario para abastecerse, se dirigió a un café y pidió un teléfono con
intención de comunicarse con su amiga Jimena.
—Eres una inconsciente, ¿cómo eres capaz de marcharte sin llevarte el
teléfono móvil? —le reprochó la mujer apenas terminaron los saludos
iníciales.
—Me dijiste que lo mejor era desconectarme de todo.
—Pero eso no me incluía a mí.
—Te llamo para que tengas noticias… y me digas cómo están las cosas
por allá —expuso Debby con un deje de amargura en el pecho.
—Con tu partida estalló el problema. Yo te dije que eso pasaría.
Adivina quién viajó de Houston para interceder en el conflicto —la pinchó
Jimena con un tono burlón.
—¿Marian? —preguntó encogida por la sorpresa.
—Ella misma. Brian jamás imaginó que su madre, que te ha odiado
toda la vida, haya venido para halarle las orejas.
—¿Marian se puso de mi parte? —consultó aún más impactada por la
noticia.
—Si no hubiera sido testigo del hecho, jamás lo creería.
—¡¿Estuviste allí cuando ella llegó?! —exclamó casi a los gritos. Se giró
apenada para verificar si alguien dentro del establecimiento, la había
escuchado.
—Sí. Fue lo máximo. Él me ha acosado todos estos días, para que le
confiese dónde estás, pero no le he soltado nada. Lo que hice fue aprovechar
la ocasión para decirle unas cuantas cosas en la cara, pero su mamá me
superó —le contó la mujer en medio de risas. Debby mantenía la boca abierta
y la mirada helada fija en los azulejos de la pared.
—No puedo creerlo.
—Créelo, amiga. Y eso no es todo, Brian quiere reconocer a la niña.
—¡¿Ahora?! —Se encogió sobre el mesón donde estaba ubicado el
teléfono y volvió a dar una mirada precavida a su alrededor. Uno de los
mesoneros la observó como si tuviera la cabeza llena de pájaros y continuó su
labor negando con la cabeza.
—Sí. Él dice que es lo mejor que puede hacer para arreglar la situación.
Debby se frotó el rostro con una mano. Sentía la mente saturada.
—Cómo si eso resolviera los años de mentiras —se quejó. Jimena
emitió un bufido— ¿Y mi madre?
—Debe estar bien, no he vuelto a verla. —Debby puso los ojos en
blanco. Su amiga cambió por completo el registro de su voz, se notaba
molesta—. Pero, cuéntame cómo estás. ¿Has tenido problemas en la cabaña?
¿En qué condiciones está?
La confusión le arrugó la frente a Debby.
—No estaba deshabitada.
—¡¿Qué?!
—Un cuidador vive en ella.
—¿Un cuidador? Esa casa está sola desde hace dos años. ¿Quién es?
¿Cuéntame todo de él?
—Es un hombre... mayor —le mintió, sin entender la razón de su
impulso—. Dice que lo contrató la señora Kerrigan. —El silencio fluyó por
unos segundos. Debby solo podía escuchar la pesada respiración de Jimena—
. Tiene un carácter de mil demonios.
—No sabía que alguien estuviera viviendo allí. —La voz de Jimena se
notaba molesta.
—Lo imaginé. Sin embargo, dejó que me quedara, y a pesar de su mal
genio, ha sido… atento. —Fue lo único que le confesó, no estaba de ánimo
para contarle sobre su debilidad frente a él, ni sobre el apasionado beso que
compartieron.
—¿Cómo es?
Debby empalideció, no quería darle muchos detalles a su amiga. Si le
confesaba que era un hombre apuesto, fornido, de labios suaves y caricias
cálidas, la atormentaría por el resto de su existencia.
—Un viejo —expresó como si le restara importancia al asunto.
—Veré qué puedo averiguar. Tienes que mantenerme al tanto de todo.
No dejes de llamarme —expuso Jimena en tono autoritario.
—Lo haré. —Una nueva sensación de amargura invadió a Debby, que
controló con un profundo suspiro—. No le digas a Brian dónde estoy... menos
mal que desaparecí, no hubiera soportado estar allí cuando llegó Marian.
—Ella ha preguntado por ti. Por supuesto, no pienso decirle nada. Es
lo mejor que has hecho. Mientras estés afuera, las cosas tomaran su rumbo.
No regreses hasta que yo te avise.
—¿Y el negocio?
—De eso me encargo yo. No te preocupes por nada. Ahora, solo
ocúpate en descansar y en olvidar. El problema que tiene Brian, no te
incumbe. Él cometió un error, que lo resuelva solo.
Debby hacía un esfuerzo por asimilar esas palabras. Aunque el dolor
por la traición la golpeaba con fuerza, debía superarlo. Ya había soportado
suficientes años de mentiras, rechazos y reproches, tenía que alejarse de esa
vida.
—Regresaré a la cabaña. En un par de días te llamo.
—No dejes de hacerlo —le pidió en tono de advertencia.
Cortó la llamada sin más despedidas, pensaba marcharse, pero una
inquietud en el pecho la obligó a marcar un segundo número.
Mientras el teléfono repicaba se comía las uñas, era una manía que
tenía de niña y estaba a punto de perder, pero cada vez que debía hablar con
su madre la ansiedad volvía.
—¿Sí?
—Mamá.
—¿Debby? —Ella puso los ojos en blanco. Le molestaba que su madre
preguntara su nombre, aún sabiendo, que ella era la única hija que tenía—
Deborah, ¿dónde estás? —le preguntó la mujer enfurecida. Debby cerró los
ojos e hizo una mueca de disgusto.
—Estoy bien, mamá.
—No te pregunté cómo estás, te pregunté dónde estás, y quiero que
me respondas ahora mismo —espetó la mujer con severidad. Debby expulsó
todo el aire que contenía, le incomodaba que su madre la tratara como si
fuera una niña.
—Estoy bien. Te llamé para que no te preocuparas.
—¿Cómo quieres que no me preocupe? Haces exactamente lo que la
envidiosa de Jimena te dice. ¡Deberías confiar más en mí, soy tu madre! —
decía la mujer a todo pulmón a través del teléfono.
—Confío en ti, mamá, pero tú también debes confiar en mí. Soy capaz
de tomar decisiones.
—¡Mentira! Estas siendo influenciada por la arpía esa. Vuelve a tu
casa, Deborah, junto a tu marido. Ese es tu lugar.
Los ojos de Debby se llenaron de lágrimas. Se sentía impotente, todos
parecían creer que tenían el derecho de indicarle lo que debía o no hacer.
Estaba cansada que la gobernaran como a una marioneta.
—Fue Brian quien me pidió que me fuera.
—¡Pobre hombre! Claro que va a pedirte eso, si él debe estar
disgustado por esa insana amistad que te empeñas en mantener.
—¡No fue por Jimena que me dejó! —La rabia le nublaba la mente, le
impedía medir sus impulsos. Observó a su alrededor después de gritar
aquello, varias personas voltearon a mirar lo que le sucedía. Se indignó al ver
a un trío de mujeres, que tomaban una bebida refrescante en la barra, reír y
murmurar a su costa. Apretó los labios para contralar la cólera.
—Eres demasiado ciega, Deborah. Saliste igual a tu padre. No
heredaste nada de mí.
Bajó los hombros con una creciente sensación de derrota haciéndole
mella la paciencia. Su madre siempre culminaba las conversaciones dejando
en claro lo diferentes que eran. Cómo si fuera necesario que le aclarara eso.
—Me tengo que ir, mamá. Se me acabaron las monedas —le mintió. El
teléfono se lo alquilaban por minutos consumidos, pero de alguna manera,
debía terminar la llamada.
—No te atrevas, Debby…
—Chao, mamá. Te quiero.
Y cortó la llamada, sin atender los gritos desmedidos de su madre al
otro lado de la línea. Regresó a la cabaña con el alma hecha trizas, con los
recuerdos y las culpas triturándole los pensamientos.

Capítulo 5

Al llegar, preparó un almuerzo sencillo. Dejó servido en la mesa la


parte que le correspondía a Zack y se metió en su cuarto. Ya había limpiado
toda la casa, no tenía nada que hacer. El día anterior había tenido una
experiencia frustrante con Zack y durante la mañana, las conversaciones con
su madre y Jimena no la ayudaron a mejorar su ánimo.
El planeta entero parecía confabularse en su contra, para astillarle el
corazón. En Mineápolis tenía a su trabajo para ahogar las penas, en Lutsen, se
sentía desarmada. Nada la protegía de los ataques depresivos que en los
últimos meses la invadían.
Ésta vez, quiso ponerse más dramática, para asegurarse que drenaría
todo el dolor. Colocó en el equipo de música a Bonnie Tyler, y su tema Total
Eclipse of the heart, se ovilló sobre la cama y lloró abrazada a la almohada.
Maldecía su testarudez, su ignorancia y su falta de malicia. Siempre tuvo en
mente ser la «chica buena» y la «esposa ideal», de un hombre que nunca le
prometió amor. Ni siquiera, recuerda la última vez que le dijo «te amo». Si es
que alguna vez, se lo dijo.
Pasaron las horas, hasta que comenzó a sentir repulsión de su
aflicción. Se levantó y se dirigió al baño para enjuagarse la cara. Finalmente,
salió a la cocina con el rostro hinchado.
Allí encontró a Zack. Cortaba tomates y cebollas en rodajas sobre la
encimera de granito. Ocultó una mueca de desagrado al verlo. Por su rostro
abatido, él se daría cuenta de su sufrimiento, y no quería eso. Fue a refugiarse
a una casa abandonada para esconder su dolor. No quería tener un testigo de
su desdicha.
Pasó a su lado, en dirección al refrigerador, y sacó un botellín de agua.
—Hoy me tocó preparar la cena —dijo él con voz cortante y sin apartar
su atención de las hortalizas.
—No era necesario.
—Claro que sí —expuso con sequedad—. Usted ha limpiado toda la
casa y ahora, debe salir a comprar los víveres. Yo tengo que encargarme de
algo.
Ella lo observó apoyada en una segunda encimera. Lo repasó de pies a
cabeza. Detalló su espalda ancha, sus nalgas abultadas y sus piernas. Su pie
se encontraba en mejores condiciones, al menos, ya no cojeaba.
—No tengo nada qué hacer. Necesito una distracción. —Tomó un
sorbo de su bebida, con la mirada puesta en las estrechas caderas del
hombre—. Quizás, mañana limpie el ático.
Él se giró de manera imprevista y alzó las cejas al notar cómo ella lo
observaba. Debby se ruborizó y le dio la espalda. Se reprendía internamente
por su comportamiento idiota.
—Haga lo que quiera —dijo él de mala gana y se dirigió al fregador
donde tenía las hojas de lechuga en remojo—. Vaya al bosque y pode cada
árbol que se atraviese en su camino, o póngase a restregar las piedras de la
montaña —expuso, mientras unía, con movimientos toscos, las hortalizas en
un bol y las aderezaba con aceite, sal y pimienta—. Si me lo pide, puedo
traerle algunos perros callejeros, así se pasa las horas sacándole las pulgas.
Las quejas de Zack sorprendieron a Debby. Se giró para observar cómo
el hombre abría con irritación el horno y sacaba una bandeja con rodajas de
pan tostado. Las distribuyó con enfado en dos platos.
—Solo hágame un favor. —Ella amplió los ojos al ver que él tomaba un
cuchillo y la señalaba con la hoja filosa—. Deje.de.llorar.
Ella se quedó de piedra mientras él la traspasaba con una mirada
desafiante. Luego, Zack se dirigió al refrigerador, sacó una pieza de jamón
serrano y la colocó con brusquedad sobre la encimera, para cortar algunas
lonjas.
Los ojos de Debby se llenaron de lágrimas. Sentía que la vergüenza la
haría expulsar sangre por los poros.
—Ese… miserable, no se merece sus lágrimas —argumentó Zack entre
dientes. Distribuyó el jamón que había cortado entre los platos, agregó la
ensalada y comenzó a guardar lo utilizado en la preparación de la cena,
mientras ella hacía un gran esfuerzo por reaccionar.
—¿Cómo… sabe… qué…?
—¡¿Cree que no la escucho llorar?! ¡¿Suplicar perdón a un retardado
con problemas en la vista?! ¡Sus gimoteos deben escucharse hasta en Canadá!
Un par de lágrimas se escaparon de los ojos de Debby, pero las limpió
con una mano y endureció el rostro. Era suficiente la humillación que había
recibido. No estaba dispuesta a soportar más reclamos.
Zack suspiró hondo al ver cómo ella luchaba por controlar el dolor.
Cerró los puños y apretó la mandíbula por su falta de tacto.
—Lo siento… yo…
—No se preocupe, tiene razón. Le prometo que no volverá a escuchar
mi llanto —le prometió Debby.
Zack apoyó los puños en la cintura. Observó con furia las maderas del
suelo por un minuto, antes de dirigir su mirada abatida a ella.
—Puedo jurar que tiene una sonrisa hermosa. —Sus palabras
sobresaltaron a Debby y le alborotaron cientos de mariposas en el
estómago—. Haga uso de ella. Estoy seguro que le dará a esta casa el brillo
que hace años perdió.
Después de decir aquello, se retiró a la habitación con su cena en la
mano. Ella no se pudo mover por mucho rato, tenía un torbellino de
sentimientos desatado en el pecho. La rabia, la vergüenza, el dolor y hasta, la
alegría, reclamaban su dominio.

*****

A la mañana siguiente, Debby se levantó algo cansada. Fueron muchas


las vueltas que tuvo que dar en la cama antes de conciliar el sueño. No podía
asimilar más el problema con Brian de esa manera. Era una mujer adulta,
tenía que enfrentar el dolor y sosegarlo, no darle rienda a las lágrimas.
Se dirigió a la cocina pensando en ello y divisó por la ventana a Zack.
Hablaba por su teléfono móvil en la terraza trasera. Caminaba de un lado a
otro, mientras gesticulaba con energía con una mano. Se dirigió al
refrigerador y sacó un envase de yogur, para finalmente, tomar una
cucharilla de la primera gaveta ubicada bajo la encimera.
Se sentó en el sillón a comer su desayuno, frente a la chimenea. El día
apenas iniciaba y ya estaba aburrida, algo tenía que hacer. No le provocaba
dar un paseo por el pueblo, ni estaba de ánimo para una caminata por el lago.
Eso no le distraería la mente, más limpieza era lo indicado. Lo único que
quedaba por asear era el ático. Allí pasaría unas buenas horas ocupada. El
lugar estaba bastante descuidado.
Terminó con rapidez el yogur y después de desechar el envase y lavar
el cubierto, subió las escaleras. Llevó consigo un cubo de agua con
desinfectante, el trapeador y un par de paños de limpieza.
Volvió a observar el área con admiración, le fascinaba ese lugar. Con
una buena limpieza y una adecuada distribución de los muebles, lograría
crear un cuarto acogedor. Dejó los instrumentos de limpieza cerca de la
puerta y abrió todas las ventanas. La brisa hizo volar algo de polvo y le
provocó estornudos, pero eso permitió que el espacio se inundara con aire
renovado. Sin más dilataciones, comenzó a arrimar los muebles que estaban
arrumados en una esquina, para facilitar la limpieza. Notó que en la ventana
por la que había intentado mover la antena de televisión, se hallaba un pájaro
blanco de alas grises, similar al que encontró en la puerta de la casa el día en
que llegó.
El ave la miraba con la cabeza ladeada y daba saltos de una esquina a
otra, como si estuviera indeciso de irse o no.
Ella sonrió y continuó su labor sin prestarle atención. Recordó el nido
abandonado al pie de la antena. Quizás, el ave lo había habitado y no
esperaba su presencia en el ático.
Movió un pesado estante para apoyarlo contra una de las paredes,
pero en el movimiento se abrieron las puertas. Al dejarlo en el lugar que
quería tomó las láminas de madera para cerrarlas de nuevo. Un objeto dentro
del mueble llamó su atención.
Un precioso carrusel estaba guardado en el fondo, junto a un grupo de
cajas. Ella había tenido uno similar de niña y no pudo resistirse a sacarlo para
observarlo de cerca.
Al retirar el juguete, una caja chata cayó de la pila, en el preciso
instante en que el pájaro emitió un fuerte chillido. Pegó un respingo y se giró
con el ceño fruncido para maldecir al animal. El ave, ni siquiera se inmutó
por sus palabras.
Al regresar su atención al carrusel notó que el contenido de la caja
estaba desparramado por el suelo, lo recogió con rapidez con una mano y la
regresó a su lugar, ansiosa por evaluar el juguete.
Se sentó en el suelo para detallar los caballitos de plástico atornillados
a unas varillas de colores, que por el tiempo y la suciedad, no podían
moverse. Un golpe sordo la obligó a alzar la cabeza justo en el momento en
que la caja chata le caía en el rostro, cómo si alguien se la hubiera lanzado. En
medio de una exclamación soltó el juguete para protegerse. Todo el contenido
de la caja le caía encima mientras el pájaro revoloteaba con violencia a su
alrededor.
Debby comenzó a gritar despavorida. Se levantó y cerró los ojos para
evitar que el animal la picoteara, al tiempo que sacudía las manos sobre su
cabeza para alejarlo de ella. En su lucha contra el ave, tropezó con el estante y
eso provocó que cayera al suelo todo lo que había adentro. El caos que se
creó, generó un torbellino de papeles y objetos a su alrededor, que junto al
pájaro, la enloquecían por el miedo y la confusión.
Los gritos aumentaron y se mezclaban con los chillidos del animal y su
vigoroso aleteo.
—¡Deborah! ¡Deborah! —Gritaba Zack mientras corría escaleras arriba.
Ella se apresuró a dirigirse hacia él, con el ave aún dando vueltas en su
cabeza.
—¡Zack! ¡Auxilio!
Cuando él llegó al ático, ella se le lanzó encima. Tuvo que hacer un
gran esfuerzo para atajarla y no caer juntos por la escalera. Oteó el lugar,
encontrándolo más desordenado, cajas y otros objetos seguían cayendo del
estante, pero no podía divisar otro tipo de peligro.
Sin embargo, la mujer estaba hecha un manojo de nervios, temblaba y
lloraba sobre él. Se aferrada a su cuello como si estuviera a punto de caer por
un precipicio.
Él la abrazó y la calmó con caricias y palabras tiernas, al tiempo que
repasaba la habitación en busca de algún ladrón, un oso, o un ser de otro
planeta.
—Tranquila, tranquila… —le susurraba. La despegó de su cuerpo y le
tomó el rostro entre las manos para mirarla a los ojos—. Ya pasó, todo está
bien.
—El pájaro… el pájaro… —repetía Debby hipando por el llanto.
Zack besó su frente fría y le aseguraba que todo estaba bien, sin dejar
de evaluar la habitación para encontrar a la maldita bestia que la había puesto
en ese estado.
La abrazó con fuerza y le llenó la cabeza con cientos de besos. Ella le
rodeó el torso con los brazos y se hundió en su pecho. Su calor y aroma la
aliviaban.
—No hay nada, Deborah, todo está bien. Te lo juro.
Ella alzó el rostro, sin poder detener las lágrimas. Zack la observó con
ternura, con sus pulgares le limpiaba las mejillas y los pómulos. La visión de
sus ojos oscuros le produjo una emoción indescifrable en el cuerpo. Se
estremeció y bajó la cabeza en busca de su boca.
Al principio, el beso fue tímido, los labios se rozaban con nerviosismo;
los de ella, aún temblaban por lo ocurrido. A medida que el miedo y la
inseguridad se superaban, el fuego de la pasión comenzaba a calentarle los
corazones, y al mismo tiempo, le agitaba la ansiedad. El beso se volvió más
penetrante e intenso. Los abrazos y las caricias demostraban la urgente
necesidad que los ahogaba.
Con dificultad, Zack intentó detener el beso y calmar el ímpetu de sus
sentimientos, pero rápido se dio cuenta que eso no sucedería. Debby se aferró
a sus cabellos y le bajó la cabeza para adueñarse de nuevo, de su boca. No lo
dejaría ir.
Rendido, ante las exigencias de su organismo y las de ella, pasó un
brazo por detrás de sus piernas para alzarla y llevarla a las habitaciones. La
ferocidad de la pasión que sentía era tan aguda, que había olvidado por
completo su tobillo herido. Más importante era la mujer que llevaba en
brazos.
Ella le llenaba la mandíbula y el cuello de besos mientras él avanzaba.
La primera habitación era la de ella, aunque en su cuarto había una cama más
amplia, él no podía esperar más. Abrió la puerta con una patada y la depositó
en la cama más cercana.
En las venas, la sangre entró en ebullición. Ambos se devoraban con
besos y caricias, al tiempo que la ropa desaparecía.
Se ubicó sobre ella sin necesidad de pedirle nada, Debby abrió las
piernas y le permitió que se conectara a la perfección con su cuerpo. La
urgencia que sentían los hizo olvidarse del juego previo. En medio de jadeos,
Zack entró en ella y desató en ambos una explosión de sensaciones que se les
aglomeró en el pecho y en el vientre. Aquello era más de lo que recordaban.
Las pieles se volvieron seda, que los erizaba con su fricción.
Los gemidos se intensificaron, a la par que las embestidas. Él la tomó
de las manos y entrelazó los dedos, para luego ubicarlas sobre su cabeza. La
besaba con frenesí y añoranza, captaba cómo el cuerpo de ella respondía a sus
atenciones, e intentaba abrirse más a él, para mantener por siempre la alianza.
Se sintió tan bien. Durante años no había sentido un acoplamiento tan
perfecto, ni ardiente.
Un líquido tibio comenzó a recorrerles el cuerpo y los llevó a un estado
de paz que jamás habían experimentado. Quedaron hechos polvo sobre la
cama, aún con la piel transformada en brazas encendidas.
Él no salió de ella hasta un rato después, quería seguir sintiendo ese
calor, esa compañía, que por tanto tiempo le había sido censurada. A ella no
le molestaba su peso, al contrario, le encantaba. Soñaba con sentir sobre ella a
un hombre satisfecho, que no se arrepintiera de lo que había hecho justo
después de terminar.
El silencio se alió con la causa y les aportó la tranquilidad necesaria
para que ambos disfrutaran. Ni siquiera, el lejano romper de las olas, era
capaz de estorbar la armonía.

****

Zack se levantó de la cama con sutileza y se sentó en el borde. Apoyó


los codos en las piernas y fijó la mirada en la madera del suelo, pensativo. A
su espalda, Debby se revolvía entre las sábanas para acostarse boca abajo.
Estaba despierta, con el rostro en dirección a la pared.
Ninguno de los dos sabía qué decir, o qué hacer. No entendían los
sentimientos que el acto les había dejado. Tenían tanto tiempo sin
experimentar una emoción tan viva como la que sintieron al estar juntos, que
les era difícil expresar con palabras alguna frase romántica, de
agradecimiento u opinión.
El silencio los cubrió hasta que Zack paseó la mirada por la habitación
y divisó la fotografía que se hallaba sobre la mesita de noche.
—¿De dónde sacaste esto? —le preguntó con el ceño fruncido. La tomó
para detallarla, al tiempo que Debby se incorporaba para ver a qué se refería.
—La encontré entre los troncos de la chimenea —le confesó.
Zack quedó inmóvil. Observaba fijamente la imagen del niño sentado
en el columpio.
—¿Sabes quién es? —indagó ella, pero él no dijo nada.
Lo vio tragar saliva y a sus ojos brillar por la nostalgia. Iba a
preguntarle si podía apreciar la sombra en el balancín vacío, pero el sonido
de un auto que se estacionaba en la parte trasera de la casa la interrumpió.
Zack se levantó de un salto, se enfundó con rapidez los pantalones y
salió a las carreras. Debby se alarmó por su reacción, con la misma velocidad
se vistió, se colocó unos pantalones cortos y una camisa abotonada, y se calzó
unas sandalias mientras se apresuraba a alcanzarlo. La adrenalina le corría
desbocada por las venas.
Al salir, lo encontró escondido tras una de las ventanas del comedor,
asomado por una rendija, con el rostro apretado por la ira. Él le hizo señas
con una mano para que se acercara, ella dudó por un momento, pero la
curiosidad la mataba, o tal vez, los nervios.
Al llegar a su lado, Zack la tomó por el brazo para acercarla más y
hablarle en susurros.
—Sal y pregunta quiénes son. No digas que estoy aquí, ni siquiera, me
nombres.
Ella lo observó con las cejas arqueadas y los ojos abiertos como platos.
—¿Por qué?
—Confía en mí. No me nombres. Di que estás sola en la casa. Que
siempre lo has estado.
Zack volvió a asomarse. Estaba enfurecido. Ella no comprendía a qué
se debía tanto misterio.
–Vete. Rápido —le ordenó, pero Debby no estaba segura de querer
obedecerlo.
—Pero…
—Haz que se vayan. No pueden saber qué estoy aquí —le gruñó entre
dientes.
El miedo comenzó a apoderarse de ella. La reacción de Zack le daba a
entender que el hombre no se hallaba en la casa por estar contratado por los
Kerrigan. Se escondía por alguna razón. Era un invasor.
Eso le complicaba la situación, sus alarmas se dispararon, pero la
profunda mirada de él se apoderó de su atención. Estaban tan cerca, que ella
pudo detallar la forma de sus ojos. Las motas verdes se le difuminaban en los
iris color chocolate. No podía creer que el hombre que la había amado con
tanto frenesí minutos antes, de pronto, se transformara en un sujeto
peligroso.
—Confía en mí.
Ella se alejó recelosa, pero asintió con la cabeza. Se estiró la camisa y se
dirigió a la puerta de la cabaña. Al salir, se topó con dos hombres que subían
los escalones del pórtico. Uno de ellos era canoso y bajo, el otro, un rubio alto
de piel bronceada.
—Buenos días —les dijo y cerró la puerta tras ella.
—¿Usted es Deborah Adams? —dijo el hombre canoso y se adelantó a
su compañero para llegar antes a ella y estrechar su mano. El otro se quedó
rezagado, intentaba mirar con disimulo por una de las ventanas al interior de
la cabaña, pero la gruesa cortina se lo impedía.
—Sí. ¿Quiénes son ustedes?
—Soy James Lewis y éste es mi sobrino, Bradley Donovan. —Una
ancha sonrisa se estiró en el rostro del sujeto, que le marcó las arrugas
alrededor de los ojos—. Venimos a conocer la cabaña, estamos interesados en
comprarla.
Debby entrelazó las manos para que no notaran su nerviosismo, y
pasaba la mirada de un hombre al otro, sin saber cómo impedirles el paso.
—No me notificaron que vendrían —improvisó.
El tal James aumentó la sonrisa y se guardó las manos en los bolsillos
de su pantalón.
—Tenemos algunos negocios en la zona y como nos quedó tiempo
libre, hablamos con el señor Kerrigan. Él nos informó que usted estaba
alojada y nos podía enseñar la casa.
Debby percibió como el tal Bradley hacía un esfuerzo por mirar al
interior. Su rostro de pocos amigos, porte de rufián y puños apretados, le
daban mala espina.
—Lo siento. Tendré que comunicarme con el señor Kerrigan. No
puedo darle entrada a la casa sin tener plena seguridad. Por ahora, es mi
responsabilidad.
James emitió una risa forzada y Bradley la traspasó con una mirada
tosca.
—Señora Adams…
—Espero me entienda, señor Lewis. Si usted habló con el señor
Kerrigan sabrá que estoy sola en la casa, no puedo permitir la entrada a dos
hombres desconocidos sin una autorización. —Ella notó que Bradley
retrocedía, sin apartar la mirada de la ventana. Cruzó los brazos en el pecho y
alzó el mentón para trasmitir una apariencia de enfado.
James volvió a reír con nerviosismo y se frotó el mentón con una
mano.
—La entendemos, señora Adams. Lamento que tengamos que perder
nuestro tiempo. Somos dos hombres muy ocupados, el señor Kerrigan lo
sabe.
—El señor Kerrigan sabe que le alquilé la casa para descansar en
soledad. Y ustedes… interrumpieron mi sección de yoga —les mintió.
Esperaba que esa mala excusa le sirviera de algo.
—Nos iremos, pero volveremos —le aseguró James con una mirada
amenazante. La sangre de Debby se heló de forma instantánea—. Después de
que el señor Kerrigan se comunique con usted, por supuesto —complementó
con jovialidad para aligerar el momento de tensión.
El hombre le dio la espalda y regresó a su auto. Bradley, antes de
seguirlo, observó a Debby de pies a cabeza. Ella se quedó allí hasta que se
marcharon. Su cuerpo se estremecía.
Cuando el auto se había alejado, entró en la cabaña, y encontró a Zack
escondido junto a la puerta. La espalda y la cabeza las tenía apoyadas en la
pared, y la mirada, en dirección al techo.
Ella respiró hondo y esperó por una explicación, con las manos
cruzadas en el pecho. Zack bajó la cabeza y la observó por unos segundos, en
silencio.
—¿Qué haces ahí? Uno de ellos trataba de mirar a la cabaña. Te podía
haber descubierto.
—Mienten. Tenía que estar preparado.
Un cúmulo de sensaciones se alborotó en el vientre de Debby, que le
sonrojaron las mejillas. Saber que él estaba ahí, dispuesto a protegerla, le
derretía la determinación. En dos pasos, Zack se acercó a ella y le encerró el
rostro entre las manos.
—Ayer cuando fuiste al pueblo llamaste a tu amiga, ¿cierto? Y le dijiste
que yo estaba aquí. —Los pulgares del hombre le acariciaron con dulzura las
mejillas y su rostro se detuvo a escasos centímetros del de ella—. No vuelvas
a hacerlo. —A pesar de utilizar un tono de voz bajo, aquellas palabras
sonaron como una orden, impregnadas de reproches.
Ella quería alejarse para dejarle en claro algunas cosas. Pero su
cercanía, su olor, el calor de su aliento y su mirada abrazadora, la tenían
dominada.
—Jhon Kerrigan está muerto —continuó Zack—. Falleció a causa de un
paro respiratorio hace seis meses. Es imposible que esos hombres hayan
hablado con él. Si saben tu nombre y por qué estás aquí, entonces, alguien les
pasa información. —Le dio un beso en los labios. Debby estaba pálida,
petrificada y excitada. Había perdido por completo, el control sobre su
organismo—. Te puedo jurar que no vinieron con buenas intenciones.
Él la miró unos segundos, con el ardor reflejado en las pupilas. Luego,
se marchó a las habitaciones, tan tenso como una cuerda de guitarra. Era
consciente del debate que se producía en la cabeza de Debby. Lo mejor, era
dejarla asimilar en soledad la noticia.
Capítulo 6

Debby abrió la puerta de la habitación de Zack y lo halló sentado en la


cama, se calzaba unas botas deportivas y aún estaba sin camisa. Él amplió las
órbitas de los ojos al verla entrar sin anunciarse, pero no dijo nada.
—¿Es cierto lo que me dijiste de Jhon Kerrigan? —preguntó, mientras
apoyaba un hombro en el marco de la puerta y cruzaba los brazos en el
pecho.
—Deberías interrogar a tu amiga, no a mí —le respondió sin mirarla.
Ocupado en terminar de vestirse.
—No lograrás que desconfíe de Jimena, es mi amiga y socia. Jamás me
ocultaría nada.
Zack se levantó con arrogancia y comenzó a cerrar el cinto de su
pantalón mientras se acercaba a ella con una mirada hambrienta.
—Eres una chica muy dulce y hermosa, pero también, ingenua.
El rubor se le arremolinó en las mejillas. Sus palabras despertaron
intensas emociones en su interior. Entre ellas, la cólera.
—¿Ingenua? Conozco muy bien a Jimena. Desde hace cuatro años
hemos estado juntas.
—Imagino que la encontraste cruzando la calle y ella te tomó de la
mano para evitar que algún peligro te amenace —le dijo con sarcasmo, al
tiempo que se dirigía a la cama para tomar la camisa de franela que estaba
sobre ella.
—No. La conocí en una reunión de negocios, es hermana de un
compañero de trabajo de mi esposo.
Zack se giró, con la camisa en la mano. En su rostro se reflejaba la
decepción.
—Hay un esposo. —Ella se puso pálida al darse cuenta de su error.
Había hablado de más—. ¿Ese es el idiota por el que lloras todas las noches?
—Eso no te importa.
—¡Tampoco mi vida le importa, señora Adams! —le escupió Zack con
rencor. Su mirada se llenó de reprimendas. El corazón de Debby se arrugó.
Terminó de vestirse con movimientos toscos y apurados. Tomó su
teléfono móvil y las llaves que se encontraban sobre una cómoda, y pasó a su
lado sin dirigirle alguna palabra, ni siquiera, una mirada frívola. Debby lo
escuchó marcharse cerrando de un portazo. Sus ojos se llenaron de lágrimas,
pero las reprimió. No volvería a llorar, mucho menos, por un hombre al que
no conocía.
Una hora después, se hallaba sumida en sus pensamientos, con la
cabeza anclada en sus manos, sentada en el sillón de la sala. Zack no llegaba y
ella no tenía medios para comunicarse con Jimena, ni con nadie. Tendría que
salir en auto hasta el pueblo, pero no se sentía de ánimo para alejarse de la
cabaña.
Afuera, la brisa aumentaba su poder, se podía pronosticar la llegada
de una tormenta. Salió a la terraza para mirar el cielo, oscuras nubes se
acercaban con lentitud, acompañada de un fuerte viento. Se cubrió el cuerpo
con los brazos y escuchó el chirriar de un objeto metálico. Dirigió la mirada al
techo de la cabaña. En una esquina, las agitadas corrientes de aire obligaban a
una veleta con forma de gallo, a girar con dificultad por el óxido de sus
partes. La visión le permitió percatarse que las ventanas del ático habían
quedado abiertas. Si no las cerraba, la lluvia entraría en la habitación y
bañaría los muebles y los objetos que allí se encontraban.
Respiró hondo y con una mueca de fastidio entró a la casa y se dirigió
a las escaleras. Ella había abierto las ventanas, era su responsabilidad
cerrarlas. El recuerdo de la confusión vivida unas horas antes en ese lugar le
erizó la piel, pero no podía temer a los fantasmas que creaba su mente, tenía
preocupaciones más reales qué atender.
Con una valentía que no se conocía entró en el ático y oteó los
alrededores para descartar la posible presencia de algún animal. Al darse
cuenta que estaba sola, se encargó de cerrar todas las ventanas y pasarles
seguro. Finalmente, se sacudió las manos dispuesta a regresar a la planta baja
y cerrar las ventanas de esa área, pero al ver el desorden que quedó después
de su aventura, se enfureció. No podía dejar el ático en esas condiciones.
Tomó una caja vacía y se arrodilló en el suelo para comenzar a recoger
todo. Levantaba juguetes, adornos, páginas sueltas de libros y prendas de
bisutería, entre muchos otros objetos. A pocos metros, encontró un grupo de
papeles y sobres cerrados, que comenzó a apilar controlando la curiosidad.
Esas debían ser cartas y documentos personales de los Kerrigan, nada de lo
que estaba allí le debía interesar.
Sin embargo, no pudo controlar la ansiedad al encontrar dos
fotografías que retrataban al mismo niño del columpio. En una, estaba solo,
con la mirada triste clavada en un avión de juguete que pintaba con un
pincel. Era el avión de madera de balsa que adornaba la repisa de la
chimenea. En la otra, lo abrazaba un hombre de edad avanzada, que sonreía
con poco ánimo, la cabaña aparecía al fondo de la imagen. En ambas, el chico
mantenía un rostro acongojado, ese debía ser el hijo de los Kerrigan.
Lo que más la sorprendía, era el parecido que tenía con Zack: la forma
de los ojos y la nariz, el color de los cabellos, la mirada perdida… era como
verlo a él con un montón de años menos.
Su corazón se agitó al percatarse, que detrás del chico y en cada foto,
se podía apreciar la silueta de una sombra. De nuevo, el temor la invadió y
para evitar imaginar cosas extrañas, lanzó las fotografías dentro de la caja e
intentó olvidarse del asunto.
Continuó su labor con la piel erizada. Sentía una presencia junto a ella,
pero no quería permitir que su cerebro sugestionable dominara su vida.
Con brusquedad, introdujo papeles dentro de la caja, pero la imagen
impresa en una tarjeta la inmovilizó. Era el rostro del mismo chico, cuyos ojos
oscuros parecían observarla. Se estremeció mientras leía las letras grabadas
bajo la foto: “En recuerdo a la memoria de mi amado Zack”.
El resto no pudo leerlo, sintió una caricia helada en su hombro
izquierdo que le alteró los nervios y la obligó a levantarse y salir del ático a
toda velocidad.

*****

Caminaba de un lado a otro por la sala. La noche se asentaba, una


suave lluvia caía sobre la cabaña y Zack, aún no había llegado. De vez en
cuando, Debby echaba una mirada precavida a las escaleras que dirigían al
ático.
Llegó a Lutsen con una evidente depresión, que podía producirle
cualquier tipo de alucinaciones, pero lo que había vivido en esa casa superaba
sus expectativas. No creía que su cerebro fuera capaz de inventar sensaciones
tan vividas: el rodar de las canicas, el roce cuando colgaba de la ventana del
ático, la caída del cuadro ubicado sobre la chimenea, el revoloteo del pájaro,
la caricia en el hombro…
Pensaba y pensaba sin descanso, algo debían tener en común esas
situaciones. Para ella, nada pasaba por casualidad. La misteriosa sombra que
veía en las fotos de aquel chico tenía que estar relacionada con esos hechos.
Todo era confuso y terrorífico, pero no estaba dispuesta a que volvieran a
echarla a patadas de algún lugar. En esa ocasión, llegaría al fondo del asunto.
No se dejaría dominar por miedos irracionales.
Se quedó parada frente a las escaleras, con las manos apoyadas en la
cintura y la mirada fija en la puerta cerrada del ático.
—No me iré —dijo, en el preciso instante en que Zack abría la puerta
de la cabaña.
Él observó su postura y miró hacia las escaleras con el ceño fruncido.
—¿Con quién hablas? —preguntó, pero ella ignoró su duda y se acercó
a él, aún con las manos en la cintura y el rostro serio.
—¿Por qué tardaste tanto? Me dejaste sola con esos hombres
peligrosos rondando la cabaña.
—Nadie estaba cerca —le notificó con sequedad, cerró la puerta, se
quitó el impermeable para dejarlo en el gancho junto a ésta y se dirigió al
refrigerador. Tenía los cabellos húmedos.
—¿Cómo puedes estar seguro?
—Lo estoy y punto.
Ella emitió un bufido de hastío y lo siguió para continuar con el
interrogatorio.
—¿Quiénes eran?
Él se giró y le apuntó la cara con un dedo acusador.
—Un problema que tú trajiste.
Debby quedó muda e inmóvil, mientras él le daba la espalda y abría el
refrigerador para sacar una botella de agua. Sabía que Zack no le daría
respuestas con facilidad, era un hombre hermético. Tenía que darle algo a
cambio.
Cruzó los brazos en el pecho y comenzó a mecerse de un lado a otro.
Su rostro abandonó la apariencia altiva para proyectar la vergüenza y la pena
que tenía tatuada en el alma.
—Mi esposo me traicionó. Desde siempre lo ha hecho. —Zack la
observó con irritación. Sus oscuros ojos se clavaron en ella—. Me hacía la
desentendida con la esperanza de salvar mi matrimonio, hasta que él se cansó
del juego y me escupió la verdad en la cara.
Ella bajó la mirada al suelo, eso aumentaba la cólera en Zack, que hacía
un gran esfuerzo por mantener la boca cerrada.
—No quería seguir con la mentira, me dijo que necesitaba reiniciar su
vida. Para eso… yo tenía que irme.
Los ojos de Zack estaban inyectados de sangre. Apretaba el botellín de
agua como si se tratara del cuello del idiota del que hablaba la mujer. Debby
alzó la mirada acongojada y la posó sobre su rostro tenso.
—Ahora tú.
Zack se irguió y dejó la botella de agua sobre la encimera.
—¿Quieres hacer de esto una terapia de autoayuda? Yo no juego —le
dijo mientras se dirigía a su habitación. Ella se desesperó. No podía seguir sin
respuestas, sumida siempre en intrigas.
—¿Estás muerto? —Él quedó paralizado, segundos después, su cuerpo
entero se giró con una lentitud pasmosa. Su rostro se tensó aún más y su
mirada se volvió amenazadora.
—¿Qué dices?
Ella dudó. Era un absurdo lo que decía, pero eso logró que él le
dedicara, de nuevo, su atención.
—Eres el niño de la fotografía, ¿cierto? El hijo de los Kerrigan que
murió. —Ella sabía que lo expuesto no tenía ningún tipo de lógica, pero de
alguna manera tenía que obligarlo a confesarle algo.
La reacción de Zack a sus estúpidas preguntas fue diferente a lo que
imaginaba. Su postura se relajó y la miró con una tierna condescendencia. Se
acercó a ella y le tomó la cabeza con las manos, hasta hundir los dedos en sus
cabellos.
—¿Te parece que el hombre que te desnudó esta mañana estaba
muerto?
Las órbitas de los ojos de Debby se ampliaron, al mismo tiempo que su
corazón. Zack se inclinó y la besó con efusividad. Acariciaba cada rincón de
su boca con la lengua. Se degustaba con su sabor, y con su inocencia.
—Las manos y los labios que te acariciaron, ¿te parecieron
fantasmales? —le habló a milímetros de sus labios. El cuerpo de Debby se alió
con las pretensiones del hombre. Se amoldó a la perfección cuando él la
apresó entre sus brazos y se estremecía con el roce de su piel.
Zack le tomó una mano y la frotó sobre su miembro hinchado.
—¿Crees que un muerto puede ponerse así cada vez que te ve? ¿Cada
vez que estás cerca, escucha tu voz o siente tu aroma?
Ella gimió. Los labios de Zack comenzaron a besarle con frenesí el
cuello, al tiempo que sus caricias se metían por debajo de su blusa.
La guió hasta la mesa, mientras se encargaba de sacarle la camisa. Le
miró los pechos con lujuria después de quitar de su camino el sujetador.
—Maldita sea, eres hermosa. No puedo controlarme —le dijo al
encerrarle los senos entre las palmas y masajearlos.
Debby se sentía abrumada, al verlo satisfacerse con su propio cuerpo.
El deseo le nublaba el entendimiento. Nunca imaginó que podía lograr eso en
un hombre.
Zack volvió a besarla, con urgencia, mientras sus manos se
desesperaban por deshacerse del pantalón deportivo de la mujer y su ropa
interior.
—Sí. Me asesinaron. Pero ni siquiera la muerte me quería.
Al tenerla desnuda la sentó en el borde de la mesa y le abrió las
piernas. Devoró con la mirada su sexo expuesto.
—Por eso, estoy aquí. Vivo. Frente a una de las criaturas más bellas de
la tierra.
Debby gemía, no podía hacer nada más. La pasión se había apoderado
por completo de sus acciones. En pocos segundos, Zack se quitó la camisa y
se bajó los pantalones. Ella amplió los ojos al verlo tan excitado y ansioso por
anclarse en su interior.
—Olvidemos por un rato, Deborah. Piensa solo en mí. Dame la vida
que necesito.
Sin más dilataciones se hundió en ella, en medio de jadeos y
estremecimientos. Los besos y abrazos se intensificaron, las caricias rodaron
por las pieles húmedas y erizadas. La cabaña adquirió, de pronto, un
agradable calor, que le daba más poder al fuego abrazador que los consumía.
Ella se recostó en la mesa. Su cuerpo se arqueaba ante las profundas
acometidas de él.
Zack la observaba enfebrecido. Le fascinaba verla rendida, entregada
en cuerpo y alma. Un poderoso sentimiento de pertenencia le otorgó más
ímpetu.
Al quedar embriagados por el placer, se dejaron llevar. El culmen los
ahogó en la dicha y los volvió ajenos a sus cuerpos, exprimidos y sin fuerzas,
pero con una sensación de satisfacción indescifrable.

*****

—Lo que a un hombre más le gusta en una mujer, es su capacidad de dominio.


Ella debe saber controlar sus impulsos, no ser espontánea, sino inteligente. De esa
manera, le asegura que se mantendrá casta solo para él, en cuerpo y mente.
Debby despertó envuelta entre las sábanas de la cama de Zack. Una
enorme sonrisa de satisfacción se le dibujó en el rostro mientras se estiraba
para desperezarse. Desechó rápidamente, el recuerdo de las enseñanzas de su
madre para que no la embargara la culpa. Se sentía feliz, plena, amada. No
permitiría que nada le estropeara la dicha.
Al levantarse, encontró su ropa al pie de la cama. Él no estaba.
Cruzó desnuda el pasillo hacia su habitación y sin cerrar la puerta se
metió en la ducha. Después de un baño renovador y de un desayuno
sustancioso, abrió todas las ventanas para que entrara el fresco de la mañana
y salió al lago. Ese día tenía ganas de caminar, hundir los pies en el agua. El
sol brillaba y le otorgaba a la brisa una calidez reconfortante.
Respiró hondo para llenarse los pulmones de oxígeno, sin apartar la
mirada de un grupo de gaviotas que volaban sobre las aguas. Anduvo por un
buen rato, hasta que una empinada montaña le interrumpió el paso.
Regresó en dirección a la cabaña, pero ésta vez, no lo hizo por el lago,
sino por el borde de la vegetación. Se calzó las sandalias bajas que llevaba
colgadas en la mano y se internó entre los matorrales en busca de flores.
Quería adornar la casa con colores llenos de vida.
El nervioso volar de unos pájaros la asustó. Miró hacia la copa de los
árboles y pudo divisar a varios de ellos agitados entre las ramas. Arrugó el
ceño y decidió dirigirse a la cabaña sin perder más tiempo. El
comportamiento de los animales le desagradaba.
Cerca de un sendero, divisó a un hombre que corría apresurado y se
internaba en el bosque. Al agudizar la vista pudo percibir que se trataba de
Bradley, el rubio que había visitado la casa el día anterior.
El hombre parecía venir de la cabaña y por su rostro circunstancial,
pensó que algo podía haber sucedido. Corrió tras él, para saber a dónde iría y
descubrió que a pocos metros, estaba estacionado su vehículo.
Se escondió entre los arbustos y lo observó hablar ofuscado por su
teléfono móvil. Andaba con premura entre el interior del auto y la cajuela.
—Te repito, debe haber alguien más en esa maldita cabaña. No me iré
sin verificar.
Lo escuchó decir. Se acercó con sigilo, quería saber lo que ocurría.
—Todo estaba cerrado, las puertas, las ventanas y las cortinas. Siempre
están cerradas esas endemoniadas cortinas. Te juró que las quemaré cuando
logre entrar.
Se agachó un poco más, confundida. Recordaba haber abierto todas las
ventanas al salir. Si estaban cerradas, sería porque Zack estaba adentro o el
sujeto se había equivocado de residencia.
—Escuché ruidos, no me iré hasta estar seguro. Vi a la mujer
marcharse por el lago, debo aprovechar esta oportunidad.
Debby se estremeció. Bradley la vigilaba. Cuando lo vio sacar un arma
de la cajuela y cargarla con balas plateadas, sintió un nudo en el estómago.
—Nunca hemos podido entrar en esa casa. Si el tipo vive, debe estar
escondido, sino, su maldito fantasma la debe tener embrujada.
La sangre de Debby se congeló. Bradley cerró el auto con brusquedad
y comenzó a caminar en dirección a la cabaña.
—Te dejo, voy a descubrir lo que hay adentro y te juro que lo eliminaré
hoy mismo.
Quedó petrificada mientras él se alejaba apresurado. Cuando estuvo
sola, corrió en dirección contraria por el sendero. Tenía que llegar a la vía
para pedir ayuda. Zack estaba en peligro.
Después de correr por más de un kilómetro, se dio cuenta de que el
camino no la llevaba a ningún lado. Lo que hacía era internarla más en el
bosque. Regresó a toda velocidad, pero al llegar al punto donde debía estar
estacionado el vehículo del sujeto, notó que se había marchado. El terror se
apoderó de ella y la llenó de angustias. Siguió la carrera en dirección a la
cabaña.
No se detuvo hasta que la vivienda apareció entre los árboles. Sin
pensar en nada, subió el pórtico y abrió la puerta. El desorden que halló en la
sala parecía confirmarle sus sospechas. Era evidente que allí había ocurrido
una lucha.
—¡Zack! ¡Zack! —Gritó, mientras cerraba de un portazo y corría a las
habitaciones.
Una inmensa figura salió de las sombras y la embistió por detrás. No
pudo hacer nada. En segundos, la aprisionaron contra la pared y le cerraron
la boca.

Capítulo 7
—Cálmate, Deborah. Soy yo —le repetía Zack. Debby se batía entre sus
brazos, trataba de gritar, pero él le tenía la boca tapada—. ¡Deborah,
tranquila, no te hare daño!
Cuando comenzó a perder fuerzas, dejó de luchar. El llanto se le
desató. La liberaba del terror que tenía atragantado.
—Cálmate. Soy yo. Todo está bien —le insistía él, mientras la abrazaba
y le besaba la cabeza a la espera de que sus espasmos cesaran.
—Zack… Zack… —expresaba ella en medio de gimoteos. Se aferró a
su cintura y hundió el rostro en su pecho para terminar de expulsar la
angustia.
Él esperó paciente hasta que percibió que ella dejaba de temblar.
Luego, la agarró por la cabeza para despegarle el rostro de su pecho. Tenía la
cara hinchada y pálida, aún las lágrimas le corrían por las mejillas.
—¿Te hicieron algo? ¿Dónde estabas?
Debby negaba con la cabeza, nerviosa.
—En el lago… yo… yo… tenía una pistola.
—¿Tú?
—No. Él.
—¿Quién? —Zack empezaba a desesperarse. Entendía su estado, pero
necesitaba respuestas.
—Bradley. —La confesión de ella lo hizo endurecer el rostro—. Y
dijo… y dijo…
Al notar que el llanto la dominaría de nuevo, le frotó los brazos y le
besó la frente con ternura.
—Tranquila, corazón. Tienes que calmarte. ¿Cómo sabes que tenía una
pistola?
—Lo vi… lo vi… te busca. Quiere matarte.
Zack apretó el ceño y la abrazó con fuerza. Debby hacía un esfuerzo
por controlar a su organismo, pero los nervios la descontrolaron.
La llevó a su habitación, sin apartarse de ella. Se acostaron juntos. La
cabeza de Debby reposaba en su pecho y sus brazos lo apresaban para no
dejarlo ir. Una hora después, ella estaba más tranquila y había podido
narrarle, con detalle, lo sucedido.
—¿Éstas segura que no te vio?
—Sí —le aseveró. Él bajó los pies para apoyarlos en el suelo. Tenía las
botas deportivas y el ruedo del pantalón manchados de lodo—. Pensé que no
estabas en casa, por eso salí a dar un paseo por el lago.
—No estaba. Salí temprano al resort donde trabajo para hablar con mi
jefe y justificar mis faltas. Debí avisarte.
—¿No estabas en casa? —La noticia alarmó a Debby. Zack comenzó a
incorporarse con suavidad. Ella también buscó sentarse en la cama.
—No. Al llegar vi el desorden en la sala y pensé que te había sucedido
algo. Te busqué por todos lados. Estaba en el ático cuando llegaste —le
informó mientras sacaba del bolsillo de su pantalón el teléfono móvil.
Debby se quedó en silencio. Analizaba lo ocurrido. Ella dejó todas las
ventanas abiertas, pero Bradley las había encontrado cerradas y escuchó
ruidos. Si Zack no estaba, solo quedaba una posibilidad. El problema, era que
esa suposición no tenía lógica y podía hacerla quedar como una loca.
Se sintió agotada. Cruzó las piernas sobre el colchón y apoyó los codos
en las rodillas para anchar la cabeza entre las manos. No solo fue superada
por la situación en su casa, con su marido, también estaba perdiendo la
batalla allí. Eran demasiados los secretos que se escondían en esa casa.
—¿Estás bien? —Zack se acercó a ella y le acarició un brazo. Debby
alzó el rostro y al notar su mirada llena de preocupación y nostalgia, sintió un
cosquilleo en el vientre.
—Quizás… debería marcharme. —Él quedó inmóvil, ella no podía
determinar el tipo de emociones que se reflejaban en su mirada. Por
momentos, parecía aliviado, en otros, acongojado, o a punto de gritarle en la
cara alguna ofensa—. El problema es… que no tengo a donde ir.
Sus palabras eran ciertas. No podía regresar a su casa. Su esposo le
había pedido que se fuera. Tampoco quería terminar con su madre, ella la
llenaría de reproches y advertencias que la volverían más loca. No podía
llegar a la casa de Jimena, eso le ocasionaría a su amiga un problema con su
esposo. Era suficiente una divorciada en la sociedad, dos, no se soportarían.
—Puedes quedarte aquí. Te juro que estaremos bien.
Debby no respondió, se quedó hundida en su mirada. Estaba ansiosa
por llegar al fondo de su alma. Anhelaba conocerlo y conquistarlo.
Zack le acarició el rostro. Se mordía los labios para no decirle todo lo
que ansiaba.
—Quédate… —fue lo único que pudo susurrarle. Sus bocas se
fundieron en un beso que les despertó a ambos decenas de emociones. Él lo
intensificó mientras se acercaba más a ella, para abrazarla, pero el sonido de
su teléfono móvil le devolvió la cordura.
Retrocedió con premura. Se aclaró la garganta y se dedicó a revisar el
mensaje de texto que le había llegado.
Debby quedó en la cama. Pasmada. Lo miraba ignorarla con tanta
facilidad que le dolía.
—Voy a… avisar lo ocurrido a la policía —informó, al tiempo que se
levantaba de la cama. Ella se apresuró a seguirlo.
—¿Te vas?
—No. Hablaré por teléfono en la terraza.
Él comenzó a caminar en dirección a la puerta principal. Ella corrió y
lo detuvo en el pasillo de las habitaciones.
—Zack.
La cercanía de la mujer lo doblegaba. Se giró hacia ella, la tomó por la
nuca y la besó con ardor. Como si la vida se le fuese en ese contacto. Al
quedar sin aire, interrumpió el beso y apoyó la frente en la de ella. Abrió la
boca para decirle algo, pero se arrepintió. Volvió a alejarse de forma brusca y
al salir de la cabaña, cerró la puerta con furia.
Ella afirmó la espalda en la pared y respiró hondo para recuperar la
lucidez. Los besos de Zack la desarmaban por completo. Segundos después,
se dirigió abatida a la sala y miró el desorden con desánimo.
Encendió el televisor para evitar que el silencio la atormentara con
recuerdos o temores y se sentó en el sillón. A los pocos minutos, la voz de un
periodista le heló la sangre.
—El hombre fue hallado sin vida en la vía Pedersen. El cuerpo se
encontraba fuera de su vehículo, abandonado a varios metros de distancia. —
Con los ojos desorbitados, observó en la pantalla la imagen de una manta
blanca estirada sobre el lodo. Ocultaba algo—. Estaba cubierto de sangre, la
policía aún desconoce el móvil del delito. Los oficiales están interrogando a
varios testigos del hecho.
El caos reinaba en el lugar. Debby se acercó al televisor para encontrar
a algún conocido, entre los curiosos que se arremolinaban alrededor del
difunto.
—Según la identificación hallada en su ropa, el sujeto respondía al
nombre de Bradley Joseph Donovan Laus. —Ahogó un grito de sorpresa al
taparse la boca con ambas manos. Los ojos casi se le salían de las órbitas—. Se
presume que después de estrellar el auto contra un árbol salió del mismo y
consiguió la muerte a pocos metros, cayendo sin vida sobre el lodo…
No pudo escuchar más. Sus oídos se sellaron por el aumento de la
adrenalina en su sangre. Se giró para salir a toda prisa de la cabaña, pero
tropezó con Zack, que estaba inmóvil tras ella, con el cuerpo tenso, los puños
cerrados y la mirada amenazante.

*****

—¿Todo bien? —le preguntó él, al notarla recelosa.


—Sí… es… —Debby se giró al televisor, para evitar su mirada. La
noticia había cambiado. Eso la ayudó a serenar los nervios—. Lo encontraron
muerto. A Bradley.
Después de unos segundos, de sepulcral silencio, Zack se acercó a ella
y la abrazó por la cintura.
—Estaremos bien, Deborah. Te lo prometí. —Ella solo pudo asentir con
la cabeza, con las lágrimas agolpadas en los ojos—. Tengo que salir un
momento— le informó, con el rostro anclado en su cuello.
—¿A dónde?
—No me iré lejos. Tengo que… buscar algo —la giró hacia él y encerró
entre sus manos su rostro ceñudo—. No me tardaré, ni siquiera, perderé de
vista la cabaña.
Ella asintió y se dejó besar. Se negaba a creer que Zack fuera un
asesino. La sola idea le comprimía el corazón.
Él mantuvo la mirada en ella mientras retrocedía a la puerta. Luego, se
marchó en silencio. Al quedar sola recordó las palabras de Bradley: Si el tipo
vive, debe estar escondido, sino, su maldito fantasma la debe tener embrujada; y la
confesión de Zack cuando le hacía el amor en la cocina: Sí. Me asesinaron. Pero
ni siquiera la muerte me quería.
La tarjeta que había encontrado en el ático anunciaba la muerte de un
niño, o al menos, la imagen que utilizaron era la de un chico de,
aproximadamente, diez años; que no solo era parecido al hombre que la
acompañaba, además, poseía el mismo nombre. ¿Estaba muerto? ¿Era un
asesino?
Cuando estuvo segura de que Zack estaba lejos corrió al ático y buscó
la caja que contenía las fotografías que había hallado el día anterior. Rebuscó
entre los papeles lanzando algunos al suelo, hasta encontrar la tarjeta. Bajo la
fotografía se leía: “En recuerdo a la memoria de mi amado Zack. El amor que te
profesamos quedará siempre vivo”. Más abajo se hallaba una cita bíblica y al
final, la leyenda: Zackary Kerrigan Bowman 1978-1988.
Debby se sentó sobre sus talones, con el cerebro abarrotado de
preguntas. Jimena le dijo que la cabaña estaba abandonada desde hacía dos
años, cuando murió el hijo de los Kerrigan, pero según la tarjeta, el chico
había muerto mucho tiempo atrás. Si era el Zack que estaba con ella en la
cabaña, el hombre tendría veinticinco años, muerto.
No podía aceptar esa resolución. Era imposible. Ella misma había
confirmado que él era real. Estaba vivo. Mucho más vivo que su propio
esposo. Pero… ¿el asesinato no se logró? ¿Él se escondió durante veinticinco
años? ¿Por qué Jimena le dijo que dos años atrás había muerto el hijo de los
Kerrigan? ¿Se habría confundido?
Se levantó del suelo con la cabeza a punto de estallarle. Eso aún no
explicaba las extrañas situaciones que se presentaban en la casa: las ventanas
corridas, los ruidos que escuchó Bradley…
El aleteo de un pájaro cerca de una de las ventanas le congeló la
sangre. Se llevó una mano al pecho mirando con horror al animal que
intentaba pararse sobre la madera del marco exterior. Era la misma ave
blanca de alas grises, que en otras oportunidades, la había atormentado. El
vidrio estaba cerrado, no podía entrar, pero sí podía verla. Esos malditos
animales siempre aparecían cuando algo estaba por suceder.
Respiró hondo, se abrazó a su cuerpo para controlar los espasmos, e
hizo lo que jamás pensó que haría en su vida.
—¿Quién eres? —lanzó al aire. Oteaba toda la habitación con
nerviosismo. Rogaba porque no apareciera ningún fantasma, a pesar de estar
invocándolo—. ¿Zack? ¿Eres tú?
No podía sentirse más ridícula, pero no tenía otra idea en mente.
—Dime algo. Sé que tratas de darme un mensaje, pero no entiendo…
Un ruido a sus espaldas la sobresaltó. Evitó un grito de espanto al
taparse la boca con ambas manos. Sus ojos se ampliaron y se empañaron con
lágrimas. Al girarse, divisó que de una mesa había caído un objeto. Se acercó
con lentitud, mientras daba una ojeada a su alrededor.
Al estar cerca, pudo percatarse que se trataba de una llave plateada. La
levantó y la frotó con el dedo pulgar para detallar su forma. Volvió a repasar
la habitación en busca de algo o de alguien. Ni siquiera sabía, qué buscaba. Le
urgían explicaciones.
De pronto, su mente se abrió como por arte de magia: la tercera
habitación de la cabaña, aquella que nunca pudo abrir, y donde se detuvieron
las canicas que rodaron el primer día de su estadía.
Con un nudo en la garganta bajó en carrera del ático. Ansiosa por
aclarar sus dudas.
Capítulo 8

La llave entró sin inconvenientes y abrió la puerta con suavidad.


Debby sentía el corazón en la boca, pero la expectativa era más fuerte
que su miedo. Le era imprescindible comprender lo que allí sucedía.
Al entrar, miró estupefacta la habitación. Estaba muy sucia, llena de
polvo y telarañas, pero ordenada. Los hilos de luz que se escurrían por la
gruesa cortina hacían brillar las motas de polvo que volaban. Eso le aportaba
misticismo al lugar, que seguramente, no había sido visitado en años.
Pasó el interruptor de la luz y pudo observar con detalle los objetos.
Era una habitación infantil, cuyas paredes fueron pintadas para representar
un cielo, con nubes, un gran sol y pájaros. Muchos pájaros.
En el centro había un ventanal, con una mesa de tres gavetas bajo ella.
Y a los lados, dos camas individuales, vestidas con gruesos edredones azules.
Del lado derecho, se hallaba un ropero de madera de tres puertas, cerrado. Y
a la izquierda, un estante que ocupaba toda la pared, repleto de juguetes,
libros y otros adornos.
—¿Qué haces aquí?
Pegó un salto al escuchar tras ella, la voz de Zack.
—Yo… yo…
—¿Cómo entraste? —Él tenía el cuerpo tenso. No la miraba a ella, sino
a la habitación.
—Encontré una llave en el ático. Es el único lugar que me falta por
limpiar. Necesitaba algo con qué distraerme. —Con esa excusa esperaba salir
del aprieto, pero al ver que Zack no le prestaba atención sino que repasaba
con nostalgia la habitación, se sintió aliviada. El lugar ejercía un efecto en él.
Comenzó a caminar por el cuarto, para detallar los objetos y hallar
pistas.
—Es hermosa… a pesar de la suciedad.
Giraba de vez en cuando el rostro hacía él. Lo veía inmóvil, aún
parado en la puerta. Evaluaba cada espacio con los ojos brillantes.
Al acercarse a las camas, casi pega un grito de asombro. Disimuló su
impresión lo mejor que pudo. La beneficiaba que Zack no estuviera pendiente
de su escrutinio.
En el cabecero de madera de las camas, estaban grabados los nombres
de los dueños de la habitación: Zack y Allan.
—¿Sabes quiénes son? —le preguntó mientras pasaba su dedo por las
letras de Zack que poco se notaban. Él tardo un minuto en responder, tenía la
vista perdida entre los juguetes del estante.
—Los hijos de Kerrigan.
La emoción la embargó, parecía encontrar las piezas faltantes del
rompecabezas.
—¿No era uno? —indagó. Debía aprovechar que él, por voluntad
propia, le daba respuestas— Jimena me dijo que hace dos años murió el hijo
de Kerrigan.
Él dirigió una dura mirada hacia ella. Eso la intimidó, pero no podía
detenerse. Volvió a frotar el dedo sobre las letras del nombre, con fingida
inocencia.
—Eran dos… y uno se llamaba Zack. Como tú —le dijo y lo miró a los
ojos— ¿Sabes que encontré algunas fotos en el ático? —Se giró hacia el estante
para darle la espalda, mientras observaba los juguetes de la repisa—. Eran de
un niño, quizás, del que quedó vivo. Se parecía mucho a ti.
El silencio le erizaba la piel. Estaba desesperada. Tenía que encontrar
una manera de obligarlo a hablar.
—¿Los conociste? —lo aguijoneó. Estaba convencida de que él le daría
alguna respuesta. Por absurda que fuera.
Pero la reacción de Zack fue completamente contraria a cómo imaginó.
De pronto, él estaba tras su espalda. Muy cerca. No sabía en qué momento se
había acercado. Sus manos le rodearon la cintura y comenzaron a acariciarla
con sutileza. Hundió el rostro en sus cabellos para besarle la nuca. Ella se
estremeció.
—Dicen que la verdad nos hace libres, pero hay ocasiones en que eso
no sucede —le decía en su oreja, para luego, chuparle el lóbulo.
—Si quieres saber más, tendrás que quedarte. —Debby gimió cuando
sus manos subieron por su vientre hasta llegar a sus pechos. Cerró los ojos y
se apoyó en él. Extasiada—. No podré dejarte ir. Serás mía, hasta que yo
también aclare mis dudas.
Él le inclinó el torso para pegarla del estante. Ella se agarró de las
maderas. Dejó el trasero expuesto para que se frotara en él. Lo sentía duro.
Ardiente.
—¿Lo quieres? —Ella no podía hablar, ni moverse. Estaba atónita y
excitada. Zack le acariciaba los senos, el vientre y sus partes íntimas con una
dulzura que la embriagaba— ¿Te quedarás conmigo?
La respiración se le incrementó, así como el calor del cuerpo. Sabía que
Zack le jugaba sucio, pero no podía negar que le gustaba.
—Toma una decisión, Deborah. Esperaré tu respuesta.
Se alejó de ella y se retiró de la habitación sin apuro. Debby cerró los
puños e hizo un gran esfuerzo por mantener la calma. La curiosidad, el deseo
y la furia le corrían por las venas.
No quería que jugaran de nuevo con ella, no estaba dispuesta a sufrir
más humillaciones. Quería respuesta, y por Dios, que se las sacaría a Zack de
alguna manera.
Se incorporó y respiró hondo, mientras sacudía el polvo de sus manos,
y se alisaba la camisa y los cabellos. Se dio media vuelta y salió de la
habitación, asegurándose de apagar la luz y cerrar la puerta.
Lo siguió, con el brillo de la determinación en la mirada.

*****

—Los hombres dominantes, lo que en realidad buscan, es un reto. No a una


tonta sumisa. A esas, las pueden encontrar a la vuelta de la esquina.
Aquellos consejos se los daba Jimena y aunque no era un buen
momento para rememorar a su amiga, que tantas confusiones le tenía creadas
en la cabeza, no podía negar que algunas de sus palabras le servirían.
—¿Tomaste una decisión? —le preguntó Zack, al verla entrar a la
habitación.
Ella asintió y se quedó de brazos cruzados, con un hombro apoyado en
el marco de la puerta mientras él se desvestía. Recorrió con la mirada el
cuerpo delgado, fibroso y dorado. Desde su torso de espalda ancha y cintura
estrecha, hasta sus piernas musculosas. Sin embargo, era inevitable fijar los
ojos en su sexo, preparado para ella, que descaradamente, él le mostraba.
—¿Te quedarás? —volvió a interrogarla. Debby podía notar que estaba
tenso. Ansioso. Quizás tanto como ella. Si le daba lo que quería, ella
obtendría lo que anhelaba. Luego, se marcharía. No importaba si le mentía.
Total. Nunca más volvería a verlo.
Asintió de nuevo. Él, al conocer su respuesta, relajó las facciones del
rostro y estiró una mano como invitación. Debby dudó por un segundo, pero
luego, se acercó. Expectante.
—No podrás irte. —La apresó entre sus brazos y la fijó a su cuerpo—.
Al menos, por un tiempo.
Ella se dejó absorber por su profunda mirada. Por momentos, le
parecía que Zack estaba inseguro, y cuando lograba tenerla entre las manos,
la sujetaba con fuerza, como si temiera que escapara.
—Deberás confiar en mí. —Con una mano le acarició la mejilla, para
luego, hundirla en sus cabellos. La tomó por la nuca y la acercó a su rostro—.
Y no le contarás a nadie lo que te diga. —Le mordió el labio inferior con
suavidad. Ella gimió, pero Zack la calló con un beso apasionado.
Debby estuvo a punto de perder la conciencia. Quiso aferrarse a su
cuello y hundirse más en su boca, pero él la detuvo, la apartó y comenzó a
desvestirla.
—¿Harás lo que te pedí?
Ella solo asintió, con el rostro enrojecido por el deseo y la respiración
agitada. Al tenerla desnuda, la observó maravillado. Le cubrió los pezones
con los nudillos y los pellizcó para endurecerlos más.
—Así no. Dilo. —Ella lo miró confusa, mientras él le cubría los senos
con las manos—. Dime si harás o no lo que te pedí.
Debby abrió la boca para responderle, pero lo que emitió fue un jadeo.
Él se inclinó y sorbió uno de los pezones, lo acarició con la lengua, al tiempo
que su mano jugueteaba con el otro.
—No te escucho, Deborah —le exigió mientras sus atenciones pasaban
de un seno a otro.
La temperatura de Debby aumentaba, sentía correr la sangre en sus
venas. Zack la torturaba, la obligaba a girar en un torbellino de pasión
extremadamente agradable.
—Sí… —respondió en medio de gemidos.
—No te escucho —le porfiaba Zack. La dirigió a la cama y la depositó
sobre el colchón, sin dejar de acariciarla.
—Sí —repitió.
Él se arrodilló frente a ella y le acarició los muslos.
—Eres tan hermosa. Tan perfecta.
Su rostro se embriagó con la figura grácil y aterciopelada de la mujer.
La mirada se le volvió más hambrienta. La necesitaba con urgencia.
La tomó por debajo de las rodillas y comenzó a abrirle las piernas,
pero ella lo detuvo.
—No. —Zack la miró estupefacto. Inmóvil—. Quiero ir arriba.
Él expulsó todo el aire reprimido en un bufido y tragó saliva, antes de
obedecerla. Se recostó en la cama y esperó anhelante a que ella se ubicara.
Debby se sentó a horcajadas sobre él y frotó su sexo húmedo con el
suyo. Zack gimió al sentirla y alzó las manos para tocarla, pero ella las
regresó a su sitio.
—No te muevas o me bajo.
Él quedó de piedra, con los ojos tan abiertos como platos. Las manos
de ella comenzaron a recorrerlo: los brazos, hombros, el pecho, hasta
detenerse en sus tetillas, que rozó y pellizcó con la punta de los dedos, para
luego, acariciarlas con la lengua. Se sentía satisfecha al verlo profundizar la
respiración y cerrar los ojos. Extasiado.
—Quiero saberlo todo —le dijo, mientras subía para besar y clavar los
dientes de forma seductora en su cuello—. Sin rodeos.
Se incorporó y colocó el sexo en la punta de su miembro.
—No volverás a irte sin una explicación —le exigió y movió las
caderas en círculos. Zack jadeó e intentó levantar las manos, pero ella se lo
impidió—. Ni me tratarás con rudeza.
Comenzó a bajar con lentitud, hasta que de manera repentina, se
detuvo. Zack la observó con los ojos enfebrecidos.
—¿Lo harás?
El asintió, con el corazón desbocado en su pecho.
—Dilo —le ordenó y giró las caderas para aumentar la tortura.
—Sí —expresó él con voz ronca, en medio de un gemido.
—No te escucho —reclamó y subió despacio para sacarlo de su
interior.
—¡Sí, maldita sea, haré todo lo que quieras! —rugió Zack con la
mirada enloquecida clavada en ella.
Debby sonrió satisfecha y lo absorbió por completo, hasta arrancarle
un grito de goce. Sin darle tiempo a recuperarse, lo cabalgó con energía, le
apresó las manos sobre la cabeza y se devoró su boca.
Se sentía poderosa e indomable, mientras escuchaba los sonidos
frenéticos que él emitía en medio de la lujuria. El placer le recorría la piel, y se
la volvía tersa y sensible.
—Oh, Deborah… Deborah… —intentó hablar, pero la necesidad por
respirar y los incontrolables gemidos no se lo permitían—. Corazón, no te
vayas… no me dejes —le decía. Ella se hundió en su cuello para sollozar el
ímpetu que la invadía y le nublaba el entendimiento, sin dejar de
cabalgarlo—. Quédate. No quiero volver a estar solo.
El culmen les explotó de forma imprevista y les ocasionó espasmos
que parecían no detenerse nunca.
Segundos después, Debby alzó con dificultad el rostro y lo miró
abatido, con los ojos adormilados y húmedos. Zack le dedicaba una mirada
tierna. Satisfecha.
—Por favor, quédate… —le susurró.
Un cosquilleo le recorrió el cuerpo entero, hasta detenerse en su
vientre. Se acercó y le besó los labios, aún temblorosos por el estallido de
energía que había experimentado.
—No me iré —le aseguró y cayó rendida sobre él. Consciente de que
no podría cumplir con su plan de mentirle y marcharse.
Ese día, Zack se había robado una parte muy importante de ella.

*****

—El hombre quiere una mujer complaciente, Deborah, en todos los sentidos.
Si no les das lo que ellos quieren, lo buscan en otro lugar.
Las palabras, siempre fatalistas, de su madre, le erizaron la piel y la
sacaron del estado de éxtasis y ensoñación que había vivido esa tarde.
Aún estaba en la cama con Zack, se alimentaban de sobras y besos.
Debby descansaba con el rostro en dirección a la pared, mientras él,
detrás de ella, la abrazaba por la cintura, con una pierna metida entre las
suyas y el rostro hundido en sus cabellos. Llevaban minutos, o quizás horas,
en esa posición. Disfrutaban de la presencia del otro. De la compañía que
tanto tiempo les fue negada.
—¿Tomas la píldora? —preguntó él sin moverse. Un ramalazo de
sensatez parecía tocarle las neuronas. A pesar de que podía ser muy tarde
para tomar las riendas de la cordura.
—No puedo tener hijos —le confesó ella, con la voz apagada. Zack
apretó su agarre, pero no hizo ningún comentario—. Tuve un accidente hace
tres años. Tenía siete meses de embarazo. Perdí al niño y la posibilidad de
tener otro.
No sabía por qué sentía la necesidad de explicarse, de abrir su alma a
él. Le urgía liberarse, apartar los recuerdos dolorosos de su vida. Aquellos,
que la llevaron a ser una mujer conformista y acomplejada.
—Brian se alegró al enterarse y hasta me pidió matrimonio. Pensé que
ese hecho lo cambiaría y con el niño lograría que me amara. Y casi lo logré.
Luego, vino el accidente, la pérdida y las consecuencias. Se volvió más frío y
distante, pero ya estábamos casados. Quizás, buscaba en otras, lo que yo no
podía darle.
Zack se giró en la cama, para ubicarse de cara al techo, con el ceño
fruncido.
—¿Te he dicho que tu esposo es un anormal?
Ella sonrió sin ganas y suspiró hondo.
—Necesito llamar a Jimena.
Él se levantó y tomó los pantalones del suelo. Ella se giró y lo observó
vestirse. Su actitud amorosa se perdió por completo.
—Usa mi teléfono —le dijo sin dirigirle la mirada. Sacó el aparato del
bolsillo del pantalón y lo lanzó en la cama, mientras se subía la cremallera y
salía de la habitación.
—Zack.
—Iré a preparar la cena.
Y se marchó, sin darle la cara. Debby se quedó por un rato allí, con la
mirada pedida en el techo. Estaba desorientada y cansada, los constantes
cambios de ánimo de ese hombre amenazaban con hacerla perder el juicio.
Minutos después, se levantó, tomó el teléfono y se dirigió desnuda a
su habitación, para darse un baño. Miró a Zack en la cocina, picaba algo sobre
la encimera, pensativo. Daría lo que fuera por conocer lo que su mente
rumiaba, pero lo dejó en paz. Primero, tendría que cerrar algunos asuntos
antes de ocuparse de él.
Después de una larga ducha —en la que intentó no pensar en nada—,
salió y se secó con una toalla. Se la enrolló por encima de los senos y se ocupó
en peinarse frente al espejo mientras llamaba a su amiga.
—¿Sí?
—Jimena, es Debby.
—Por todos los Santos, Deborah, ¿por qué no me habías llamado? —le
recriminó.
—No había tenido tiempo de venir al pueblo —le mintió, y se
sorprendió al darse cuenta que no se sentía incómoda por hacerlo.
—¿No habías tenido tiempo? ¿Qué demonios haces en una cabaña
abandonada?
—Yo… la estoy limpiando.
—¿Limpiando? Por Dios, mujer, ¿supiste que asesinaron a un hombre
cerca de donde estás?
Debby se estremeció al recordar a Bradley y la extraña manera en la
que había fallecido. De repente, detuvo su tarea. Se dio cuenta que lo había
olvidado por completo. Actuaba sin considerar lo que al sujeto le había
sucedido.
—Sí… lo vi en las noticias… Te llamo para saber cómo están las cosas
por allá. —Cambió de tema rápidamente. Jimena podía ser muy persuasiva
cuando se le antojaba, lo mejor, era alejarla de las tramas escabrosas. Así,
terminaba la llamada y podía comenzar a pensar en aquella muerte.
—Qué te puedo decir. Brian se reunió con el abogado, mandó a
elaborar los documentos del divorcio.
Ella sintió un nudo en la garganta. Ese proceso la obligaría a regresar a
Minneápolis y enfrentarlo.
—Bien. —Fue lo único que se le ocurrió manifestar. A su amiga, si no
le daban una respuesta, se volvía persistente.
—¿Bien?
—Sí. Bien.
—¿Es todo? ¿Vas a divorciarte sin poner resistencia, sin pedir
explicaciones o reclamar algo?
—No. No quiero nada de Brian.
El silencio fluyó por un minuto. Debby se sentía insegura e inquieta.
—Pensé que harías un escándalo, como siempre lo has hecho. Que
pondrías en práctica alguna de tus estúpidas artimañas para salvar un
matrimonio fracasado.
—Me cansé de luchar contra la corriente —confesó Debby en medio de
un suspiro. Se balanceaba de un lado a otro, percibía un inusual cosquilleo en
las manos.
—Eso lo pone más fácil, aunque no es normal en ti. ¿Qué sucedió? No
pensé que una casa sucia te hiciera cambiar de personalidad. De haberlo
sabido, te hubiera enviado a ese lugar desde hace mucho tiempo.
—No es nada, no seas tonta. Todo está bien.
La llegada de un pájaro, que se detuvo en el marco exterior de la
ventana del baño, la sobresaltó. Miró al animal con los ojos muy abiertos,
mientras él observaba nervioso el interior del cuarto. Era la maldita ave
blanca de alas grises.
—Por cierto, quería preguntarte por el hombre que vive en la cabaña.
¿Sigue ahí?
—No —expresó alzando la voz. Se sentó en la tapa del retrete para
calmarse. No quería que su amiga notara sus nervios y descubriera sus
mentiras—. Él… se fue. El día después que te llamé. Decidió… darme
privacidad.
—¿Y a dónde se fue?
—No sé. Quizás, vino al pueblo. No he vuelto a verlo.
—Qué extraño. Cuida la cabaña, pero la abandona sin confirmar quién
es la persona que deja en ella.
—Lo hizo.
—¿Qué hizo?
—Llamar a los Kerrigan para saber si la habían alquilado —justificó de
manera imprevista. El pájaro se agitó y batió las alas para llamar su atención.
Debby comenzó a inquietarse. La ventana estaba cerrada, no había manera de
que entrara. Eso le daba un poco de confianza.
—¿Los llamó? Vaya… —dijo Jimena. Debby cerró los ojos y se tragó
una maldición—. Una vez me dijeron que en esa casa se escuchan ruidos
extraños y hasta, que está embrujada. ¿Has notado algo especial desde que
estas ahí?
—Algo, cómo qué.
El ave empezó a dar picotazos al vidrio, y aunque era imposible que lo
rompiera, su extraño comportamiento la irritaba. Por otro lado, Jimena
comenzaba a tocar temas espinosos. Tenía muchas ganas de contarle sobre
sus experiencias sobrenaturales, pero algo la frenaba.
—Yo… —El pájaro se alteró, batió las alas con insistencia. Debby se
levantó con el corazón en la boca y emitió un grito ahogado.
—¿Debby? ¿Qué sucede? ¿Estás bien? —le preguntó Jimena al otro
lado de la línea. Se había percatado del estado de su amiga.
El pájaro emprendió vuelo, lo que le produjo un oleaje de alivio. Se
puso una mano en el pecho y respiró hondo, para recuperar la cordura, pero
cuando iba a continuar la conversación, escuchó un golpe estruendoso en la
ventana que disparó el pestillo que la mantenía cerrada. El vidrio se abrió un
poco y el ave voló en círculo, ella pudo notar su intención de estrellarse de
nuevo en el cristal.
Se aterró, soltó el teléfono y salió en carrera.
—¡Zackkkkkk! —gritó.
Sin preocuparse por la toalla, que había caído al suelo.
Capítulo 9

—¡Zack! ¡Zack! —gritaba Debby mientras salía a toda velocidad de la


habitación. En el pasillo, tropezó con él, que había acudido presuroso a su
alterado llamado.
—¿Qué sucede? Deborah, ¡¿qué pasa?! —preguntó con desasosiego.
Trataba de calmarla, le frotaba los hombros temblorosos y observaba perplejo
su rostro aterrado.
—El pájaro… el pájaro… —balbuceaba sin poder controlar los nervios.
Se abrazó al torso desnudo de Zack, con fuerza, y cerró los ojos para tratar de
serenarse.
Él estaba a punto de dirigirse a la habitación para saber lo que había
ocurrido, pero un golpeteo insistente en la puerta de entrada lo detuvo.
—¡Allan! ¡Allan! ¡¿Qué sucede?!
La sangre se le agolpó en la cabeza. Aquello no debía suceder. Intentó
separarse de Debby para correr a patadas al estúpido inoportuno, pero ella
no se lo permitía.
—Deborah, tocan a la puerta.
—No me dejes, por favor, no me dejes —le rogaba en medio de
espasmos.
—¡Allan! ¡¿Estás bien?! —insistía el visitante.
—¡Sí, maldita sea! ¡Ya voy! —respondió con irritación. Apartaba a
Debby, pero ella parecía haberse soldado a su torso— Corazón, espérame en
la habitación.
—¡No! Aquí me quedo.
—Estás desnuda y tengo que abrir la puerta.
—No me importa. Hazlo.
—Por los mil demonios que sí importa —rugió y se dirigió a su
habitación enfurecido, con ella enganchada en su torso—. No permitiré que
ningún idiota te vea así.
La metió en su cuarto, la vistió con una de sus camisas y le colocó unos
pantalones cortos, que a él le quedaban por la mitad del muslo, pero a ella le
llegaban a la rodilla. Le peinó los cabellos húmedos con los dedos y los apoyó
sobre uno de los hombros.
—Listo. Estás perfecta —le dijo mientras se dejaba conmover por su
rostro temeroso. La tomó por los hombros y la acercó a él—. Tranquila.
Estaremos bien. Te protegeré. Lo juro.
La besó con ternura y la envolvió entre sus brazos. Ella se hundió en su
pecho y aspiró su cálido aroma. Las caricias que él le profesaba en la espalda
y la cabeza la serenaban.
—Ven, acompáñame —le susurró en el oído y la llevó abrazada a la
sala, para abrir la puerta de entrada.
Afuera, hallaron a un hombre bajo, regordete y algo calvo, que en una
mueca movió sus poblados bigotes, mientras observaba de pies a cabeza a
Zack y a Debby. Luego, echaba una mirada precavida al interior de la cabaña.
—¿Todo bien? ¿Qué sucedió? —preguntó con una voz ronca y
cansada.
—Nada. Fue una… confusión —justificó Zack, al tiempo que le dirigía
al sujeto una mirada de advertencia.
El hombre parecía dudar, paseaba la vista entre sus anfitriones. Debby
lo observaba con detalle. Poco a poco sus neuronas se apaciguaban y
comenzaban a funcionar… ¿Lo había llamado Allan?
—Deborah, él es el comisario Samuel Shepard, del departamento de
seguridad del condado —confesó Zack. El sujeto la saludó con una venia de
la cabeza.
—Disculpen, la interrupción. Vine a… necesitamos hablar —expresó
en dirección a Zack, al darse cuenta que no podía seguir dando más largas al
asunto.
—¿No podemos hacerlo más tarde? —dijo él entre dientes. Sus
palabras no eran una pregunta, sino una orden.
—No. Es urgente. Por eso, me llegué hasta aquí.
Zack respiró hondo y Debby comenzó a separarse de él con
aprehensión. Empezaba a entender lo que sucedía y eso la hacía olvidarse del
ataque del pájaro. No sabía dónde estaba realmente, el peligro.
—¿Tiene que irse de la cabaña para hablar con usted? —le preguntó al
comisario, mirándolo a los ojos. Ambos hombres quedaron perplejos, pero
Shepard logró reaccionar y negar con la cabeza.
—Podemos hablar en la terraza, pero tiene que ser… privado.
Ella asintió y después de un profundo suspiro se giró hacia Zack.
—Ve. Te esperaré aquí. En el sillón.
Él parecía no comprender sus palabras. Se quedó por un minuto
inmóvil, hasta que el comisario se aclaró la garganta y le hizo señas con la
cabeza para que salieran a la terraza.
—¿Segura?
—Sí.
Después de compartir con ella una mirada, salió.
Temía más por lo que Debby descifrara en soledad, que por las noticias
que le traía Shepard.

*****

—La única culpable de lo que sucede eres tú. Tienes que hacer algo por
recuperar el espacio perdido. Si no lo haces, otra lo hará.
Le ordenaba su madre al enterarse de la situación de tensión que vivía
con Brian. En el momento en que se lo dijo, la amargura no le permitió a
Debby darse cuenta de la solución. Para evitar un cambio desfavorable, se
hizo la desentendida con su esposo. Creía que de esa manera tenía un punto a
su favor, pero ahora, se daba cuenta que eso no era lo indicado.
No podía seguir callada y dejar que las intrigas terminaran de
transformarse en desgracias. Debía agarrar el toro por los cuernos y tomar las
riendas de la situación. Si caía, ¿qué importaba? Ese era parte del reto.
Al menos, se iría comprendiendo por qué había perdido.
Sentada en el sillón de la sala, miraba la televisión apagada. Estaba
confundida. No quería imaginar que todo había sido una mentira. Ansiaba
escuchar la explicación de Zack, no pensaba levantarse de allí hasta sacarle
toda la verdad. Él no le daría más excusas fingidas.
Al escuchar que entraba a la cabaña y cerraba con suavidad la puerta
se estremeció.
—¿Estás bien? —le preguntó él, al sentarse a su lado. La miraba con
detenimiento, para evaluar su estado de ánimo a través de las facciones de su
rostro.
Ella asintió, sin apartar su atención de la pantalla oscura del televisor.
—Fue un paro cardiaco lo que acabó con Bradley. —Debby se giró
hacia él, con los ojos muy abiertos—. Me lo dijo el comisario. Chocó el auto
contra un árbol y al salir, le dio el ataque. Algunos testigos aseguran que
manejaba a gran velocidad, seguido por una bandada de pájaros. —Ella
quedó atónita en el mueble. Pensaba que debía darle más importancia al
comportamiento de las aves—. Es lo que hasta ahora, maneja la policía como
causa del hecho.
—Entonces, ¿tú no lo asesinaste? —El frunció el ceño y le dirigió una
mirada llena de reproches.
—Claro que no.
—Tenías… los zapatos llenos de lodo —lo acusó, con la voz quebrada.
—Si no lo recuerdas, ayer llovió. Toda la maldita montaña está llena de
lodo.
Con el rostro aún endurecido, él dirigió la mirada al televisor. Ella
observó su perfil por unos segundos, una incipiente barba oscura comenzaba
a cubrirle la mandíbula y los labios los tenía apretados.
—Te llamó Allan.
El silencio fluyó entre ellos. Zack relajó las facciones del rostro, pero no
le dio la cara.
—Es mi verdadero nombre.
Un sentimiento de decepción se le agolpó a Debby en el pecho. Apartó
la vista de él y respiró hondo para llenarse de fuerzas. Ese era el momento
que necesitaba, la ocasión precisa para encontrar respuestas.
—Allan Kerrigan. El hombre que murió hace dos años.
—El mismo.
—Pero… no estás muerto.
Él le dedicó una sonrisa triste.
—No lo estoy. Al menos, eso creo.
—¿A qué te refieres?
—Respiro, pero no tengo una vida. Perdí mi identidad, mí pasado…
todo.
El silencio volvió a reinar en la habitación. Ambos tenían la mirada
perdida y los corazones agobiados.
—¿Qué te sucedió?
—Me asesinaron.
—¿Quién?
—Aún estoy… investigando —le confesó. Debby lo observó
confundida. Estaba ansiosa por respuestas, pero si lo presionaba demasiado,
lo que lograría sería silenciarlo.
—¿Cómo fue el asesinato?
Después de una respiración profunda, él unió las manos sobre su
regazo y se preparó para darle una respuesta.
—Trabajaba como abogado para la firma de mi padre, buscábamos
pistas sobre un caso grande de tráfico de drogas. Encontré evidencias que
incriminaban a varios senadores en una red de narcotráfico. —Respiró hondo
antes de continuar y se incorporó para subir un pie sobre el sillón y apoyar su
brazo. De esa manera, se sostenía la cabeza, sobresaturada de conflictos—.
Fui a Arkansas, a reunirme con un testigo que nos aportaría una confesión
crucial. Al llegar al hotel, aproveché los minutos libres para tomar un
Whiskey y descansar. Entraron dos sujetos y me golpearon hasta dejarme casi
en la inconsciencia. Estuvieron a punto de lanzarme por el balcón, pero
fueron atacados por algo, que les impidió culminar el crimen y le dio
oportunidad a la policía de llegar a tiempo.
—¿Algo? —Debby lo escuchaba con mucha atención, no pasaba nada
desapercibido.
—Yo no pude darme cuenta de nada y los policías aseguran que lo
único que había en el balcón eran unas palomas, que dormían en el alfeizar.
Ella alzó las cejas. De nuevo las aves tomaban protagonismo en esa
historia.
—Ahora, formo parte del programa de protección de testigos del
gobierno. Estoy condenado a vivir escondido, cambiar de residencia y de
identidad cada seis meses. Es la única manera que tienen para garantizar mi
integridad. El caso en el que nos metimos afecta a mucha gente poderosa.
Debby sintió el corazón estrujado en el pecho. Alzó una mano y le
acarició los cabellos. Él se giró hacia ella con los ojos llenos de penas.
—Al morir mi padre me permitieron venir a la cabaña. Él falleció sin
saber que yo vivía. Hubiera dado mi fracasada vida por haber estado un
minuto junto a él, antes de su muerte.
A ella se le empañaron los ojos con lágrimas. Se acercó y apoyó la
cabeza en su pecho mientras él la abrazaba con fuerza.
—Mi vacía existencia se desarrollaba con normalidad hasta que tú
llegaste.
Alzó el rostro y recibió de él un dulce beso en la frente.
—Y Bradley —completó.
—Sí. Y Bradley… —Suspiró, al tiempo que le rascaba la cabeza con los
dedos hundidos entre sus cabellos—. Ese hombre formaba parte de la
organización que intentó asesinarme. —Ella se incorporó para observarlo
impactada—. No saben cómo ni por qué me buscaban. Si para ellos, yo fui
asesinado hace dos años.
—¿Habrán llegado hasta aquí por mí? —Debby no entendía por qué se
sentía culpable. Él había mantenido su identidad oculta todo ese tiempo,
hasta que ella llegó con su dolor y sus locuras, y le puso el mundo patas para
arriba.
—No sé, por eso, te pido discreción. —Le acarició el rostro y la observó
con una creciente necesidad—. ¿Te quedarás?
Ella pestañeó varias veces y se incorporó en el sillón. No esperaba esa
pregunta. Su interés por quedarse era para comprender lo que allí sucedía, y
aunque ahora, sabía quién era realmente él, su confesión no le aclaraba todas
las dudas.
Su presencia en esa casa no parecía tener sentido. Sin embargo, eso no
era lo que le gemía su corazón, mucho menos, la mirada de él.
—Me quedaré —le aseguró.
Él respiró de nuevo, la abrazó y se hundió en su boca. Saboreó sus
labios y su lengua con hambre. Estaba ansioso por hacerla suya.
—Entonces, ocupémonos de otras cosas —le dijo, se levantó del sillón
y la alzó en brazos para llevarla a la cama.
—Zack —dijo ella en medio de risas.
—Zack, no. Allan. Dilo.
—Está bien, Allan… Me costará acostumbrarme.
—No te preocupes, hoy te haré practicar mucho. Quiero que digas mi
nombre mientras te hago el amor toda la noche.
—¡¿Toda la noche?! —le dijo alarmada en medio de más risas, mientras
él cruzaba la sala en dirección al pasillo de las habitaciones— Pero no hemos
cenado. Tengo hambre.
—Tranquila, hay yogurt y mermelada.
—¿Eso comeremos?
—No. Con eso voy a untar mi cena —le dijo, al tiempo que hundía el
rostro en sus pechos y le mordisqueaba con suavidad los pezones
endurecidos.
—¡Allan!
—¿Ves? Ya estás aprendiendo, pero no es suficiente. Quiero más.
En medio de risas, besos y caricias, se dirigieron a la habitación. Sin
notar que en el cuarto de los hermanos Kerrigan, la luz se encendía, como por
arte de magia.
Capítulo 10

A la mañana siguiente, Debby salió de la habitación con una inmensa


sonrisa en los labios. Aún llevaba la ropa de Allan. Le gustaba, y a él también.
Lo dejó afeitándose mientras ella se disponía a preparar el desayuno.
Antes, se encargó de descorrer las cortinas y abrió todas las ventanas.
La brisa marina inundaba el hogar y lo impregnaba de frescura. Recogió el
desorden que había en la sala y se dirigió a la cocina para sacar los
implementos necesarios. Tenía antojo por comer tostadas de queso. Estaba a
punto de conectar el aparato que calentaría los panes, cuando escuchó que
una puerta se abría con suavidad. Sonrió pensando que sería Allan, pero al
ver que él no aparecía, se asomó en el pasillo.
El corazón le dio un vuelco al ver que la puerta de la habitación de los
hermanos Kerrigan estaba abierta y la luz encendida. Caminó con sigilo hacia
ella. El temor y la curiosidad se debatían en su interior. Rogaba encontrar a
Allan adentro. Pero no. Él no estaba. La cortina de la ventana de la habitación
se hallaba descorrida y una de las puertas del armario, abierta.
Echó una mirada al pasillo. Podía ver que la sombra de Allan se movía
por la habitación mientras se vestía y tarareaba una canción desconocida.
Empujó la madera, para tener una visión más amplia del cuarto y cuando se
aseguró que adentro no había pájaros o algún ser de otra dimensión, entró.
No había diferencia con el día anterior. El polvo, las telarañas y los
objetos estaban en el mismo lugar. El único cambio era la cortina y la puerta
del armario.
—¿Quieres decirme algo? ¿Cierto? —Susurró al aire. Se sentía una
tonta haciendo aquello, pero sabía que no estaba del todo loca. Allí había algo
que trataba de comunicarse con ella.
Se acercó al armario y se asomó para evaluar el interior. Solo encontró
ropa de niño colgada en pecheras, y en el fondo, un par de botas de plástico
para lluvia sobre un libro encuadernado con un espiral. Era un álbum
fotográfico.
La curiosidad le ganó por una buena diferencia al temor. Abrió más el
ropero para sacar el álbum.
—¿Qué haces?
La imprevista intervención de Allan la hizo pegar un grito y soltar el
libro. Se giró hacia él con el rostro pálido y las manos cubriendo su boca.
Él entró muy serio, con la mirada fija en el álbum que se había
estrellado en el suelo. Los cabellos aún los tenía húmedos y el rostro
rejuvenecido por haberse liberado de la barba. Se acercó sin decirle nada, ni
siquiera, le dirigió una mirada. Levantó el libro del suelo y se sentó en el
borde de la cama más cercana para revisarlo.
Los ojos de Debby se humedecieron, al verlo pasar con lentitud las
páginas y rozar con un dedo las imágenes que estaban expuestas. En las
fotografías aparecían solo dos niños, muy similares en físico. Jugaban, corrían
por el lago o reían entre ellos. Él quedó sumido en la nostalgia y ella no pudo
hacer otra cosa que quedarse ahí, en silencio, sintiéndose una intrusa.
—¿Tenían la misma edad? —preguntó, para romper el hielo. No le
gustaba verlo en ese estado de tristeza.
—No. Yo era mayor por un año.
—¿Cómo murió? —indagó mientras se sentaba a su lado y miraba las
imágenes.
—Lo hallaron ahogado en el lago.
El silencio discurrió por un minuto. Debby comenzó a sentirse
inquieta.
—¿Cómo… fue?
Después de respirar hondo. Allan decidió rememorar la muerte de su
hermano, sin apartar la mirada del álbum.
—Mis padres fueron al pueblo por víveres, Zack y yo nos dirigimos al
bosque. Nos gustaba atrapar reptiles que luego liberábamos. Él regresó a la
cabaña porque tenía ganas de ir al baño. Pasaron los minutos, al ver que no
volvía, vine por él. Mis padres llegaron en ese momento y vimos el desorden.
Habían entrado a robar y Zack no estaba. Al final del día, lo encontraron
flotando en el lago.
—Lo siento —murmuró Debby. Se encogió de hombros y se frotó las
manos con inquietud. Ella sufrió, tres años atrás, la muerte de su hijo sin
haberlo conocido, la pérdida fue demoledora. No quería imaginar lo que
había sido para Allan perder a su hermano menor, de manera tan trágica y
siendo apenas, un niño.
—Era muy inquieto, le gustaba hacer travesuras y tenía sus propios
métodos para hacerse entender. Le escondía las cosas de trabajo a mi papá
cuando quería que le dedicara su atención. Mi mamá, cada vez que limpiaba,
se concentraba tanto, que era difícil conversar con ella. Él le cerraba las
ventanas y las cortinas para que ella reaccionara y lo escuchara.
Debby se estremeció, recordó que las ventanas habían sido cerradas
cuando Bradley quiso entrar a la cabaña en busca de Allan. Esa era una de las
maneras de Zack para comunicarse.
—Le fascinaban las aves, de todo tipo —confesó él, mientras observaba
una fotografía donde aparecía su hermano con dos pájaros parados sobre su
mano. Sus ojos se abrieron en su máxima expresión, ambos animales, eran
aves blancas de alas grises—. Tenía cierto poder sobre ellas.
—¿Poder? —preguntó mientras hacía un esfuerzo por no caer en la
histeria.
—Parecía, controlarlas. Los animales hacían lo que él les indicaba, y no
solo con aves caseras, las salvajes, que viven en libertad en el bosque, lo
obedecían igual. Era un comportamiento inusual que no le comentábamos a
nadie. Papá le decía que lo llevaría a un circo, pero él se molestaba con esa
broma. Siempre me confesaba que soñaba con ser libre como los pájaros.
Ella se quedó en silencio, abrumada por esa información. Sentía pena
por Zack. El chico, a pesar de haber fallecido hacía veinticinco años, no podía
ser libre. Estaba condenado a esa cabaña por alguna razón.
—A veces siento que él aún sigue aquí, haciendo travesuras. Lo
extraño mucho. —El corazón se le estrujó con esa confesión. Levantó una
mano y le acarició los cabellos a Allan mientras él continuaba sumido en las
imágenes de su hermano.
Ambos se sobresaltaron al escuchar la repentina llegada de un
vehículo, que se detenía frente a la cabaña.
—Ve y sea quien sea, has que se vaya —le ordenó Allan con el rostro
endurecido, mientras se levantaba de la cama y corría a la ventana, para
cerrar la cortina y asomarse por una rendija.
Ella estuvo por unos segundos, inmóvil, sin saber qué hacer. Pero
luego, se levantó y salió en carrera a la sala.
Al llegar, quedó petrificada. Las ventanas habían sido cerradas y las
cortinas, corridas. El lugar estaba sumergido en penumbras.
—Deborah, ¿estás en casa?
La sangre se le congeló al escuchar la voz de Jimena, que se había
acercado a la puerta y tocaba con insistencia.

*****
Se quedó paralizada por un tiempo indefinido, hasta que Jimena
volvió a tocar.
—¿Deborah?
Se llevó las manos a la cabeza, indecisa. Un siseo en el pasillo de las
habitaciones la hizo girar en redondo. Allan tenía medio cuerpo asomado y la
hostigaba con señas para que abriera de una maldita vez, la puerta.
Ella se acercó, nerviosa, pero antes de abrir, cerró los ojos y respiró
hondo.
—Vaya, pensé que no estabas —le dijo Jimena al verla. La mujer alzó
las cejas y la detalló de pies a cabeza. Debby recordó que llevaba puesta la
ropa de Allan.
—Hola… ¿Qué… haces aquí? —balbuceó. Su amiga la miró con
dureza, luego, pasó por su lado y entró en la casa contoneando su delgada y
curvilínea anatomía, enfundada en un vestido verde que se le ceñía al cuerpo.
La cabellera larga y castaña la batía con cada paso. La mujer observaba la
cabaña como si buscara algo.
—Quedé preocupada después de nuestra conversación de anoche.
Debby quedó desconcertada. Con dificultad, recordó la llamada
telefónica, que fue interrumpida por el ave que se golpeaba contra el vidrio
del baño. Se mordió los labios, enfadada consigo misma, había gritado el
nombre de Zack al huir y sin haber apagado el teléfono.
—Estoy bien. No tenías que haber venido.
Jimena se giró hacia ella y volvió a repasarla de pies a cabeza.
—¿Y esa ropa? —Debby no supo qué responderle, lanzó una mirada
de angustia al pasillo de las habitaciones—. Es de Brian, ¿cierto?
Amplió los ojos, no esperaba utilizar esa excusa tan barata como
coartada, pero debía valerse de cualquier cosa para ocultar la presencia de
Allan en la cabaña. Bajó la cabeza para asentir. Jimena suspiró con pesadez y
se dirigió a la cocina para dejar sobre la encimera la cartera en forma de sobre
que tenía en la mano.
—Lo sabía. Estás obsesionada con él —dijo mientras echaba una
mirada al pasillo de las habitaciones.
—Es mi esposo… lo… amo —expresó, con palabras forzadas.
Sorprendida porque por primera vez, le costaba expresar sus sentimientos
hacia su esposo. Jimena se giró hacia ella y apoyó las manos en las caderas.
—Dijiste que no harías nada. Que estabas cansada de luchar contra la
corriente —le reprochó.
—Anoche, lo pensé mejor.
—No deberías. Por tu seguridad, lo mejor es que dejes eso así.
Debby decidió meterse de lleno en su papel. Ese tema podía ayudarla a
que Jimena creyera que ella aún estaba afectada por la separación y
necesitaba más tiempo en soledad. Tenía que sacarla cuanto antes, de la casa.
—No puedo. Lo amo. Es mi deber luchar por él.
El rostro de la mujer se llenó de ira, se acercó a Debby con pasos lentos
y decididos, al tiempo que la fulminaba con la mirada.
—Si lo haces, será peor para ti.
Debby se sorprendió ante las palabras amenazadoras de su amiga,
abrió la boca para reclamarle, pero un fuerte sonido la silenció. Jimena pegó
un grito y se giro para mirar con terror el cuadro que había caído al suelo. Era
el que estaba sobre la chimenea.
—Maldita sea —expresó. Tomó su cartera y salió de la cabaña.
Debby quedó por un momento atontada. Luego, la siguió.
—¿Te vas?
—En esta maldita casa siempre pasan estas cosas. —Jimena abrió la
puerta del auto y lanzó la cartera al asiento del copiloto, pero antes de entrar,
si giró hacia Debby, sin apartar su mirada temerosa de la cabaña—. ¿Cómo
has podido vivir aquí?
—Es… la primera vez que pasa —le mintió. Observó con el ceño
fruncido cómo su amiga se estremecía—. ¿Habías estado antes aquí?
Jimena sonrió sin ganas, pero pareció calmarse. Levantó el mentón
antes de responder.
—Sí. Vine un par de veces, cuando vivía Allan Kerrigan.
Debby se sobresaltó, sin embargo, supo disimularlo.
—¿Allan?
—El hijo de los Kerrigan que murió hace dos años. Fuimos, amantes.
—La noticia le cayó a Debby como un balde de agua fría—. Era un hombre
divino. Hacía el amor como nadie.
El estómago se le revolvió. Cruzó los brazos en el pecho e hizo un
esfuerzo por no reflejar ningún tipo de emoción.
—¿Por qué te pones así? La única puritana aquí eres tú. Que se
empeña en salvar un matrimonio falso en vez de buscar otro hombre que te
quiera de verdad.
Aquellas palabras amargas le perforaron el alma. Retrocedió un paso y
trató de mantenerse firme, mientras Jimena se regodeaba en sus recuerdos.
—Lamente su muerte. Era un hombre romántico y detallista, pero un
cobarde. Al menos, me hizo pasar buenos momentos en la cama.
La rabia enloquecía a Debby y le volvía la sangre más líquida de lo
normal.
—Olvídate de Brian. —La orden de su amiga la regresó a la realidad—.
Hablo enserio, esta situación tiene que llegar a su fin —dijo Jimena con una
mirada desafiante clavada en ella.
—Lo intentaré, pero no te garantizo nada.
Jimena se subió a su auto sin apartar la vista de ella. Debby la vio
marcharse con la mandíbula apretada. Cuando estuvo lejos, entró a la cabaña
como un vendaval. Con la mente nublada por la furia.

*****

Al entrar, encontró a Allan parado en medio de la sala, con rostro


preocupado. Cerró de un portazo, encendida en cólera.
—¿Amantes? ¿Por eso te alterabas cuando hablaba de ella? ¿Cierto? —
Él respiró hondo y se mantuvo en silencio—. ¿La traías aquí, a tú nidito de
amor?
—Era una mujer casada. Lo que hacíamos no significaba nada.
—¿Nada? Claro, exactamente como lo que sucede entre nosotros.
—Deborah…
—¡¿Qué?! ¡¿Me vas a decir que no te gustaba estar con ella?! —le
gritaba, los celos la atormentaban.
—¿Debo responder a eso? —Allan comenzó a impacientarse. No le
gustaba que le reclamara algo que había hecho dos años atrás.
—No. Por supuesto que no. Es tu vida y me importa un comino lo que
hagas. —Se dirigió furiosa a su habitación, pero él se lo impidió.
—Deborah, espera.
—¡No! Déjame, fue un error venir aquí.
Ella trató de esquivarlo, pero Allan la tomó por los brazos y la apoyó
en la pared, para apresarla y evitar que se debatiera.
—Me dijiste que te quedarías.
—¿Para qué? Puedes llamar a Jimena y decirle que estás vivo. Ella se
alegrará de tenerte de nuevo.
Lo empujó para liberarse, sin lograr moverlo.
—Maldita sea, eso fue hace dos años. Y no te imaginas cuanto me
arrepiento.
—¡Mentira! Me engañaste para aprovecharte de mí. Eres igual a Brian.
¡Suéltame!
—¿A Brian? ¿Al anormal que no le importó tu dolor y se refugió en los
brazos de otras? Tal vez, en los de tu adorada amiga —le reprochó Allan. Ella
lo miró enfurecida.
—No hables tonterías.
—¿Por qué eres tan ciega? Me bastó escuchar una sola conversación
para darme cuenta.
Debby lo miró con los ojos inyectados de furia y dolor. Claro que ella
se había dado cuenta, pero si decía algo, quedaría más sola de lo que siempre
estuvo.
—¡Déjame!
—¿Para qué? ¡¿Para qué corras a recuperar el amor de tu vida?! —dijo
él alterado. Necesitaba hacerla reaccionar. Quería abrirle los ojos.
—Lo que yo haga no es tu problema.
—Sí que lo es. Te advertí que no te dejaría ir. ¡Olvídate de Brian!
Ella gruñía y se debatía, pero no lograba ninguna diferencia. Allan la
sostenía para que se calmara, sabía que estaba rabiosa y así, actuaría de
manera precipitada. Después de tanto luchar, ella pareció rendirse.
—No me estoy burlando de ti —le dijo él, con un tono más sosegado.
Ella lo traspasó con una mirada iracunda, aunque en el pecho, el corazón lo
tenía hecho polvo.
—Déjame ir.
—No te irás y punto —aseguró él, con una voz autoritaria que no
admitía discusiones. Por un minuto, fluyó el silencio entre ambos. Allan la
miraba con una creciente necesidad, se acercaba a sus labios, inseguro. Debby
perdía, poco a poco, su actitud desafiante. La cercanía de ese hombre le
despertaba emociones que rápidamente le sustituían la cólera—. No te dejaré
ir.
—Allan…
—Dijiste que te quedarías.
—No soy como Jimena. No puedo darte lo mismo —expresó, invadida
por la pena.
—Eso es lo que busco. No quiero nada como ella, te quiero a ti. Te
deseo solo a ti.
La besó con arrebato. Ambos se exaltaron por la enorme ebullición de
sentimientos que el contacto de sus bocas les avivó. Allan le cubrió la cabeza
con las manos y la acercó más a él. No estaba dispuesto a dejarla ir. La
retendría como fuera.
—No te vayas, Deborah… Maldita sea, no quiero que te vayas —
susurró sobre sus labios. Debby alzó las manos para acariciarle el pecho,
estremecida por la fuerza de las emociones que sentía. No quería irse, le dolía
apartarse de él, pero se sentía humillada y engañada.
—¿Por qué no me lo dijiste? —Le preguntó, cerró los puños y le golpeó
con suavidad el pecho.
Allan frotaba el rostro contra la piel de su cara, para sentir su calor y
aspirar su aroma. Le obsequiaba besos furtivos, hasta que pudo recuperar el
ritmo habitual de la respiración. Luego, se separó y le dedicó una mirada
enfebrecida, cargada de deseo.
—Porque fue ella quien pagó por mi asesinato.
Después de decir aquello, se marchó a su habitación. Dejó a Debby allí,
pasmada, con los ojos húmedos. Sumida en una amarga sorpresa.
Capítulo 11

—Te lo advierto, Deborah, Jimena no es una mujer sincera. El día menos


pensado, te hará una jugada sucia. Yo sé que tú eres consciente de ese asunto, pero
crees que ella está tan decepcionada de Brian como tú, y eso, le aplaca las ganas. No
creas en ella, no hagas lo que te dice. Escucha mis consejos.
Las insistencias de su madre hacían mella en su cerebro como el
picoteo de un pájaro. Era amargo tener que recordar lo que muchas veces
ignoró.
Se llenó de valor, si es que eso era posible, y se acercó a la habitación
de Allan.
—¿Es cierto lo que me dijiste? —Él levantó el rostro al escuchar la voz
de Debby en la puerta, ella estaba recostada del marco, entristecida. Su
aspecto lo conmovió. Le confirmó sus palabras con la cabeza y volvió a posar
la mirada en el suelo.
Después de un profundo suspiro, ella entró en la habitación y se sentó
en la cama, a su lado.
—La conozco desde hace cuatro años. Jamás pensé…
—¿Qué hace tu esposo?
Ella se giró hacia él y lo observó confundida.
—¿Brian?
—¿Hay otro? —El sarcasmo de Allan no fue bien recibido, ella frunció
el ceño y alejó la vista de él.
Cansado de tanto juego, Allan se acercó a ella y le tomó la mano,
entrelazando los dedos.
—Es Contador Público —respondió ella sin mirarlo y apretó su agarre.
—¿Jimena, trabaja con él?
—No. Su hermano y su esposo. Ella trabaja conmigo, tenemos una
sociedad que se encarga de organizar fiestas y eventos para pequeñas
empresas.
—¿Fue con ella que él te engañaba?
Debby bajó los hombros en señal de derrota.
—Jimena era quien se enteraba de las andanzas de Brian por su
hermano, y me lo decía para que me separara de él. Nunca le gustó como me
trataba.
—¿Y tienes cómo comprobar lo que ella te decía?
—Solo una. La mujer que había sido novia de Brian antes de casarnos.
Cuando lo conocí, estaba enredado con ella, pero su madre no la aceptaba
porque era una libertina. Él inició una relación conmigo para quitarse la
molestia de su madre de encima, pero quedé embarazada y… nos tuvimos
que casar.
Allan no decía nada, solo mantenía la mirada implacable fija en el
suelo, mientras ella continuaba la narración de los hechos con los ojos
inundados de lágrimas.
—Después de mi accidente, retomaron la relación. Jimena quería que
los enfrentara y los volviera a separar, pero yo sabía que no podía hacer nada.
Fui yo la que se interpuso entre ellos. Luego, tuvieron una hija. Pensé que me
dejaría y se iría con ella, pero no fue así. Ni siquiera, se atrevió a reconocerla.
—¿Qué hizo Jimena cuando se enteró de la niña?
Debby lo miró confusa y se encogió de hombros.
—¿Qué va a hacer? Ella discutía con él por ese asunto. Sabía que yo
sufría, tanto por la pérdida de mi hijo, como por la traición de él.
—¿Y cómo fue tu accidente?
Ella bajó el rostro al suelo. Le dolía recordar.
—Jimena me llamó para ir de compras. Tenía que reunirme con ella en
un centro comercial de la ciudad. Fui en Taxi, y cuando nos detuvimos en un
semáforo, apareció otro vehículo que había perdido el control de los frenos, e
impactó contra el auto donde iba… de mi lado.
Allan se irguió y pasó una mano por su cabello, comenzaba a llenarse
de furia. Debby dirigió el rostro hacia él, se limpió un par de lágrimas que
tenía sobre las mejillas y le acarició la mandíbula para que le diera la cara.
—¿Por qué quieres relacionar a Jimena con mis problemas?
—Porque no es sincera. —Las palabras de su madre parecían hacerse
eco en Allan. Eso le estrujó el corazón—. No lo fue conmigo y estoy seguro,
que tampoco lo es contigo. Necesito saber por qué demonios te envió a la
cabaña. ¿Sabía algo de mí y quería confirmarlo? ¿O fue simple casualidad? —
Él se llenó los pulmones de aire. Debby no dijo nada, no sabía qué decir. La
situación la tomaba de sorpresa. Cómo siempre—. Ella y su hermano están
implicados en mi asesinato. Su esposo forma parte del equipo de trabajo de
uno de los senadores que estuvimos a punto de denunciar. El imbécil de
Brian debe formar parte de ese mismo equipo, aunque debe ser tan estúpido
que ni cuenta se da, o está involucrado hasta el cuello y buscan controlarlo
manipulándote a ti y a la madre de su hija.
Allan se incorporó para que ella lo mirara a los ojos. Envolvió sus
manos entre las suyas y las frotó para darles calor.
—Esa gente ha cometido una cantidad indescifrable de delitos. Son
como una mafia. Nadie puede salir de ese círculo, y entrar, es igual de difícil.
Mi padre y yo avanzábamos en la investigación porque hallábamos a
miembros que estaban hartos de las exigencias y buscaban un medio para
salir. Era riesgoso, porque si nos descubrían, tanto nosotros como los testigos
corríamos un gran peligro. No tienes idea de lo que son capaces de hacer para
obligarlos a mantener la boca cerrada.
El temor le recorrió el cuerpo a Debby. Allan le tomó el rostro con una
mano y la envolvió con una mirada tierna.
—Puedo jurar que el maldito miserable de tu esposo era muy
consciente de lo que hacía, y te utilizó para proteger lo que realmente, amaba.
—Las lágrimas de Debby comenzaron a brotar. Allan se empapó el dedo
pulgar con ellas y endureció el rostro—. Ya no tendrá más oportunidad de
lastimarte. No se lo permitiré.
Ella posó la cabeza en su pecho y se abrazó a su torso, pero no quiso
seguir llorando. Apretó la mandíbula y se dejó invadir por la rabia. No estaba
dispuesta a soltar una sola lágrima más por alguien que nunca supo
valorarla.
Allí se quedaron, por un buen tiempo, ajenos a lo que sucedía afuera.
Poco a poco llegaban aves de diversidad de especies y se posaban en los
árboles que rodeaban la cabaña.

*****

Horas después, Debby pasaba de una habitación a otra con las manos
colmadas de ropa. Tras ella iba Allan, tenía los brazos tan cargados que tuvo
que desviar un poco la pila para ver por dónde caminaba.
—No puedo creer que todo esto haya entrado en una sola maleta —se
quejó mientras lanzaba lo que tenía sobre la cama.
—¡Allan! Sé más cuidadoso —lo reprendió y evitó mostrarle su
diversión. Él puso los ojos en blanco y en medio de gruñidos, salió en busca
de los zapatos.
Al estar sola dejó libre la sonrisa. Se mudaba de habitación. Ahora,
ocuparía la misma que Allan. Ese pequeño detalle la llenaba de dicha.
Él entró cargado de zapatos, y estuvo a punto de dejarlos caer al suelo
cuando ella se giró y lo señaló con un dedo.
—No te atrevas —le advirtió. Allan comenzó a colocar cada par con
una delicadeza exagerada en el suelo. Debby estalló en risas. Se detuvo
cuando de forma imprevista, él la abrazó y la pegó a su cuerpo.
—¿Terminamos, generala?
—Tengo que ordenar todo.
—Déjalo así. Lo lanzaremos al piso cuando hagamos el amor —dijo él.
Le besó el cuello y se frotó contra su cuerpo.
—¿Cómo vas a lanzar mi ropa al suelo? No lo permitiré —expresó ella.
Trató de sonar autoritaria, pero la risa y los gemidos no la ayudaban a lograr
el tono preciso.
—Entonces, hagamos el amor en el suelo y deja la maldita ropa en la
cama.
Ella reía, pero de pronto, se sintió en el aire y eso la obligó a abrazarse
al cuello de él. Allan la había levantado y la llevaba al baño.
—¿Qué haces?
—Quiero bañarme antes de reunirme con Shepard.
—¿Y por qué me llevas?
—Necesito que me enjabones la espalda.
Debby no paraba de reír. Allan la bajó y con agilidad la desvistió, al
tiempo que la besaba y acariciaba. Ella también ayudó a que la labor
terminara pronto y le quitó la ropa sin delicadeza.
Al tenerlo desnudo, se apartó para mirarlo. Él estaba ansioso por
tenerla, pero le encantaba que ella lo deseara y se deleitara con su cuerpo.
Debby posó las manos en su pecho y lo recorrió, ésta vez, sin apuro. Le
parecía perfecto con su piel dorada y su cuerpo delgado y definido. Siguió
hasta llegar a su abdomen y le acarició el borde de vellos oscuros que le
bajaba del ombligo a su zona fogosa. Allan gimió al sentir como las suaves
manos le cubrían el miembro y lo frotaban para endurecerlo aún más.
—¿Vamos a la ducha? —indagó ella, al notar como cerraba los ojos y se
dejaba seducir con sus caricias.
—¿Qué ducha?
Debby sonrió, le encantaba verlo con el rostro adormilado y los labios
entreabiertos. Disfrutaba de sus atenciones. Su pecho se expandía y
comprimía con lentitud.
Se puso en puntillas para alcanzar su boca y consentirlo con decenas
de besos. Allan la tomó por los hombros y la empujó al interior de la ducha.
La abrazó con una mano, y con la otra, nivelaba la temperatura del agua.
Ella continuaba atendiendo su virilidad. Lo frotaba y apretaba, y con el
pulgar, le acariciaba la piel sensible del glande.
Allan estaba a punto de enloquecer. Bajo el chorro de agua tibia
intensificó el beso. Sus manos le recorrieron la espalda hasta llegar a las
nalgas. Las apretó y la alzó para apoyarla contra la pared. La sentía como una
delicada pluma, el deseo le aportaba la fortaleza necesaria para manejarla sin
inconvenientes.
Debby tuvo que soltarlo y aferrarse a su cuello. Abrió las piernas y le
rodeó la cintura. Jadeaba, mientras él le mordía el cuello y se incorporaba
para sostenerla con firmeza de los muslos. Allan bajó la boca hasta los senos y
absorbió uno de sus pezones, al tiempo que su miembro se hundía en ella.
Debby gritó de placer por aquella embestida profunda. Se apoyó por
completo de la pared y hundió los dedos en los cabellos del hombre para
empujarle la cabeza hacia su pecho, y así obligarlo a que no abandonara sus
pezones. Le costaba respirar. Los gemidos la ahogaban.
Allan la penetraba con energía y su lengua, jugueteaba con la punta
endurecida de sus senos. Ella sollozaba su nombre envuelta en una nube de
placer. No era consciente del tiempo que había pasado ahogada en la lujuria.
De pronto, se sintió desfallecer. Le arañó los hombros, con el cuerpo
estremecido por el orgasmo. Quedó sin fuerzas y hundió el rostro en su
cuello vencida por la convulsión.
Al recuperar el aliento, él salió de ella y la colocó en el suelo. La ubicó
bajo la lluvia de agua tibia y se ocupó de su aseo. Al culminar, ella se encargó
de él, hasta que finalmente, salieron de la ducha envueltos en toallas.
La sentó en la banqueta de la cómoda y se ubicó tras ella en el borde de
la cama, para peinarle los cabellos.
—¿Qué haremos? —le preguntó Debby mientras se frotaba las piernas
con una crema aromática.
—Me reuniré con Shepard para conversar sobre eso. Yo,
lamentablemente, dependo de la policía. Con la visita y la muerte de Bradley
se mantienen alertas. —Allan terminó de peinarla, dejó el cepillo en la cama y
empujó la banqueta hacia él, para apoyar la espalda de Debby en su pecho y
abrazarla con facilidad—. Y con la aparición de Jimena la situación podría
empeorar.
Dejó la crema a un lado y le acarició los brazos.
—¿Por qué?
—Ella forma parte del grupo que ha tapado con trampas los delitos de
los senadores que financian la red de narcotráfico. Si destruyen esa
agrupación, los senadores quedarán vulnerables, así tendrán mayores
posibilidades de desmantelar la red.
—¿Y qué tenemos que ver nosotros en eso?
Allan respiró hondo y la abrazó con más fuerza.
—Buscan una excusa para involucrarlos en algún problema, meterlos
presos y justificar una investigación directa. Nosotros le estamos dando esa
excusa.
Ella se incorporó, salió de su abrazo para girarse y mirarlo a los ojos.
—¿Qué quieres decir?
—Creen que ellos volvieron a este lugar buscando algo. Esperan que
cometan un error para atraparlos. Quizás, te utilizan para lograr su fin.
—¿A mí?
Él le acarició el rostro con ternura y la miró con ojos brillantes.
—No solo Jimena, James y Bradley vinieron a Lutsen. Varios de esa
agrupación viajaron. La policía los vigila, lo único que han asegurado es que
quieren entrar a la cabaña, pero no saben qué buscan aquí. Jimena te envió,
ellos piensas que sus verdaderos motivos son parte de sus planes.
Debby amplió los ojos y su rostro comenzó a ponerse pálido. Allan le
acarició ambas mejillas y le habló con mucha calma.
—No te preocupes, a ti no te sucederá nada. Créeme que aquí estamos
seguros. Solo tenemos que esperar que la policía mueva sus piezas y los
atrapen. Luego, nos iremos a cualquier otro lugar. Dejaré que tú decidas el
destino.
Él la besó con ansiedad y ella se lo permitió, sin evitar que una
sensación de angustia se le clavara en el pecho. A él lo asesinaron para
alejarlo de esa investigación, Debby sabía que serían capaces de cualquier
cosa, sobre todo, con ella.

*****

Allan se había marchado para reunirse con el comisario en algún lugar


cercano a la cabaña. Debby se sentía incómoda al notar que él aún no confiaba
plenamente en ella, le ocultaba cosas o quizás, la creía parte del complot que
amenazaba su vida.
Y no era para menos. Fue ella quien por error, terminó advirtiendo a
Jimena y a los asesinos de la posible existencia de Allan. La rabia y la culpa la
atormentaban.
Sentada en el sillón de la sala y con la cabeza anclada entre las manos,
pensaba cómo podía enmendar la situación.
Siempre había sido una tonta ilusa, que se ocultaba tras un manto de
falsa modestia para no aceptar la verdad, y terminó como la peor víctima de
la historia: traicionada, apartada y utilizada. Brian se escudó en ella para
proteger a la mujer que en realidad amaba y a su hija, Jimena la uso para
lograr sus fines y ahora, no tenía muy claro quién la utilizaba para alcanzar a
Allan, o lo que sea, estaba oculto en esa cabaña. De alguna manera, ella tenía
que dar punto final a eso.
Alzó la cabeza al recordar un detalle importante. Miró el cuadro
florido que por segunda vez, Allan tuvo que reparar y colgar sobre la
chimenea: «Zack intentaba decirle algo».
La piel se le erizó. No le gustaba tener que comunicarse con un
fantasma, pero ese podría ser el único medio para comprender lo que allí
sucedía. El niño parecía cuidar de Allan. Su sombra aparecía en las fotos de
él; estaba segura que intervino cuando estuvieron a punto de asesinarlo, con
ayuda de las palomas que dormían en el balcón del hotel; y su presencia se
había mantenido en la cabaña, para alejar a los invasores que se acercaban
con intención de dañarlo.
Se levantó del sillón y se dirigió al cuarto que perteneció a los niños
Kerrigan. Entró con sigilo, encendió la luz y miró cada rincón con
aprehensión.
—No me asustes, por favor, yo también quiero protegerlo —dijo al
aire, con la piel congelada por el temor.
Lo que hacía era un absurdo, pero, ¿qué otra cosa podía hacer? Sin
embargo, al abrirse con suavidad una de las puertas del armario, entendió
que ciertos fenómenos podían ser posibles en el mundo. Solo bastaba creer en
ellos con fuerza.
El ruido que emitieron las bisagras le desgarró los nervios. Del susto,
retrocedió y quedó pegada a la pared, con los ojos y la boca muy abiertos. La
puerta que se abrió era la misma donde estaba guardado el álbum de fotos.
Algo debía estar escondido en ese lugar.
Dudó casi por un minuto. Temblaba de miedo. Sentía una presencia en
la habitación.
—Te ayudaré, pero te lo ruego, no te aparezcas —dijo, con las lágrimas
agolpadas en los ojos.
Respiró hondo y se acercó con la mirada fija en el interior del armario.
A simple vista, no podía hallar nada que llamara su atención. Estaba el
álbum, las botas de plástico y la ropa. Pensó por un tiempo indeterminado,
abrazada a su cuerpo. Sin entender lo que el niño quería decirle.
Cuando la ropa se agitó Debby pegó un grito de terror. Retrocedió
hasta caer sentada en la cama más cercana. Su cuerpo se estremecía y las
lágrimas le corrían por las mejillas.
—No… no… lo vuelvas… a hacer —masculló, con la voz casi apagada
por los nervios.
Al menos, sabía dónde debía iniciar la búsqueda.
Con manos temblorosas, comenzó a sacar una a una las prendas.
Esperaba no encontrar un esqueleto humano o algún roedor del tamaño de
un gato. Ya no podía soportar más sobresaltos.
Las ropas, a pesar de encontrarse cubiertas de polvo, parecían
perfectas. Cada percha contenía un conjunto combinado de camisa y
pantalón, o bermuda de lino. Otras, tenían abrigos o sweater de lana. Aún no
podía imaginar qué debía hallar entre ellas, así que las fue dejando sobre la
cama y cuando las tuvo a todas fuera del armario, comenzó a revisarlas de
forma individual.
Buscaba dentro de los bolsillos o entre los ruedos. Sabía que existían
abrigos con bolsas ocultas para guardar dinero. Fue así como logró dar con
una llave, era pequeña, de esas que suelen utilizarse para cerrar diarios o
cajas de música.
La elevó para observarla a la luz de la ventana y ver si poseía alguna
inscripción o marca, pero no encontró nada. Frustrada, respiró hondo, cerró
un puño con la llave dentro y cruzó los brazos en el pecho mientras evaluaba
la ropa que estaba sobre la cama.
—¿Qué demonios estás haciendo? —la voz de Allan la sobresaltó.
Él se quedó parado en la puerta, con una mano en el pomo y el rostro
endurecido. Ella no supo qué decir. ¿Cómo le explicaba que estaba allí por
Zack?
—Te hice una pregunta. ¿Por qué sacaste toda esa ropa? ¿Por qué te
empeñas en revolver los recuerdos de mi hermano?
Debby se sintió mal por su acusación. Allan desconfiaba de ella,
buscaba alguna excusa para demostrar que había sido enviada para
eliminarlo.
—Yo… yo…
—¿Qué, Deborah? No es la primera vez que te veo hurgando entre las
cosas de mi hermano. ¿Qué buscas?
Ella se sintió ofendida. Eso la llenó de furia.
—No es lo que piensas.
—Entonces, ¡¿qué demonios es?! —le gritó.
Levantó el mentón y apoyó las manos en la cintura. No iba a permitir
que la ofendiera, pero si le salía con el cuento de que Zack se comunicaba con
ella, pensaría que estaba completamente loca.
—Yo… estoy limpiando.
Allan gruñó, la traspasó con una mirada llena de reproches y salió de
la habitación. Ella quedó con la boca abierta por algunos segundos, luego,
reaccionó y corrió tras él. Lo encontró en la cocina, buscaba algo en los
estantes. Abría y cerraba los cajones con fuerza.
—No es lo que piensas, Allan.
—¡Dime lo que pienso! —Se giró hacia ella, con enfado, y se acercó
como un gato, atento al más mínimo movimiento de su presa. Debby se
intimidó y comenzó a dudar.
—No… yo…
—Dime la verdad, maldita sea. ¿A qué viniste? Acabemos con esto de
una vez.
Allan se detuvo a pocos centímetros, para Debby, parecía que había
crecido en altura y musculatura. Estaba casi sobre ella, con una postura que
indicaba desafío. Sus ojos se volvieron ébano y destilaban furia.
—Me lo pidió Zack —le lanzó de golpe. Él quedó inmóvil ante su
repentina respuesta. Debby sudaba por los nervios y se agitaba sin saber
exactamente, qué hacía. No podía mentirle, aunque la verdad fuera absurda,
era su mejor opción—. Él… se comunica conmigo.
Allan seguía sin moverse, había dejado hasta de respirar.
—Tienes que creerme —le rogó Debby—. No estoy aquí para hacerte
daño. Yo no sabía nada de ti, nada de lo que ocurría. —Los ojos se le llenaron
de lágrimas, pero sabía que debía ser fuerte. De esa forma, él le creería.
Respiró hondo y se irguió—. Si no hubiera sido por tu hermano, jamás habría
encontrado esto.
Le mostró la llave. Allan retrocedió conmocionado y arrugó el ceño.
—¿De dónde…?
—Me lo dijo él.
—¡Es imposible! —le gritó y apretó los puños.
—Sé que es una locura, pero te juro que fue Zack. Desde que llegué, él
ha tratado de comunicarse conmigo. Me atacan los pájaros, me cierra las
cortinas, mueve objetos…
Ella calló de repente, al ver que Allan retrocedía sin modificar su
rostro receloso.
—No tengo cómo demostrártelo. Tienes que creerme. Él trata de
decirme algo, tal vez, quiere que busque algo —dijo y miró acongojada la
llave que tenía en la mano—. Pero no lo entiendo.
Estuvo allí, con la llave sobre la palma de su mano y la cabeza gacha.
Se sentía frustrada y cansada. Había fracasado tantas veces en su vida que ya
no podía recordar el último éxito que había tenido. Sin importarle el estado
de Allan, se dirigió al sillón y se sentó abatida. Observaba con tristeza la
llave. Pensó que ayudar al chico difunto sería fácil, pero fue tan difícil como
intentar salvar su matrimonio, o querer olvidar el pasado y retomar su
existencia.
No sabía qué otra cosa hacer para entender el mensaje de Zack, ni
cómo convencer a Allan de que ella no lo engañaba. Ni siquiera, tenía idea de
lo que debía hacer de ahora en adelante. Todas las incertidumbres la
asfixiaban.
—Sé donde está la caja que abre esa llave. —La intervención de Allan
le propulsó los latidos del corazón. Alzó la mirada y lo encontró parado a su
lado, con rostro inexpresivo—. Solíamos esconder objetos valiosos en ella.
Nadie sabía que la usábamos, perteneció a nuestro abuelo y mi padre la botó
a la basura por creerla inservible. Nosotros la recuperamos y la escondimos.
Él estiró la mano para pedirle la llave. Ella no dudó en dejarla sobre su
mano.
—Los únicos que conocíamos su existencia éramos Zack y yo. Cuando
él murió, no encontré la llave, la creí perdida, así que escondí la caja y me
olvidé de ella.
Debby se levantó esperanzada. Comprendía el dolor de Allan, pero
quizás, ahí estuviera la oportunidad de liberarse de una parte de su pena.
—Debemos buscarla.
Él la miró con ansiedad y afirmó con la cabeza. Apretó la llave en un
puño, que apoyó sobre su corazón. Encontrar ese pequeño objeto perdido
significaba mucho para él. Debby comprendió que la búsqueda de la caja,
sería como reencontrarse con su hermano y con la vida que perdió a causa de
la traición.
Llenos de esperanza se prepararon para la búsqueda, mientras los
truenos retumbaban en la lejanía. Se acercaba la tormenta.
Capítulo 12

Se colocaron los abrigos y se dirigieron a la terraza trasera. Mientras


Allan buscaba una pala, ella se abrazó a su cuerpo y miró a la montaña. Pudo
notar la presencia de un grupo de aves que poblaban las ramas de los altos
cedros.
—¿Qué pasará con los pájaros? Nunca he visto a tantos en este lugar.
—Eso no es lo que me preocupa —dijo Allan. Caminó hacia ella y la
tomó de la mano, para internarse en el bosque.
La tarde caía y la brisa comenzaba a soplar con fuerza. La frescura que
la rodeó la obligó a girar el rostro hacia el lago. Nubes oscuras se acercaban
por el horizonte y a lo lejos, se escuchaban, aún débiles, los truenos que la
precedían.
Caminaron varios metros entre vías escarpadas, invadidas por
vegetación.
—¿Cómo sabes por dónde debes ir? —le preguntó, al no ver un
sendero trazado, o algún detalle que le sirviera como guía.
—Desde niño he caminado por esta montaña. La conozco a la
perfección. Jamás me perdería en ella.
Debby lo siguió en silencio. Él nunca soltaba su mano y trataba de
llevarla por las zonas menos abruptas para que no tuviera problemas en
avanzar. Llegaron a los pies de un inmenso árbol, cuyas ramas se extendían
hacia el cielo. En el tronco, grueso y de madera oscura, pudo observar los
nombres tallados de Allan y Zack.
Él la soltó, se ubicó a un costado y entró en un espacio de tierra de
forma circular que se encontraba entre las raíces brotadas. Empezó a cavar
con el rostro endurecido y la mirada furiosa. Después de varios minutos, se
detuvo porque la pala golpeó algo metálico.
Allan se agachó y, utilizando las manos, retiró la tierra que cubría el
objeto. Con dificultad, sacó una caja alargada y delgada. A pesar de la mugre,
se podía notar el óxido de sus tapas. La colocó sobre una de las raíces, se
sacudió las manos y sacó del bolsillo del pantalón la llave que Debby había
encontrado.
Ella se llenó de expectativa y se acercó a él, pero sin invadir su espacio.
Sentía que aquello era un momento íntimo que no podía entorpecer.
Dentro de la caja había un par de fotografías, decoloradas por la
humedad; juguetes, piedras de colores, conchas de caracoles, monedas,
envoltorios de dulces, canicas y tarjetas con imágenes de superhéroes y
personajes de tiras cómicas; objetos que un niño consideraría «un tesoro».
Pero al fondo, Allan halló un sobre amarillento, manchado de tierra y
humedad. Al abrirlo, sacó un fajo de documentos, que olían a moho. Los
estiró y empezó a leer la primera página.
Debby notó que a medida que avanzaba en la lectura, por su rostro
pasaban decenas de emociones. Los ojos se le humedecieron y presionaba los
labios para controlar lo que sentía. En medio de un suspiro, se sentó sobre la
raíz y se distrajo con la vegetación mientras él leía en privado. Un rato
después, el viento aumentó y pudo sentir gotas de agua fría que caían sobre
su cabeza.
—Deberíamos… regresar a la cabaña —le dijo, sin mirarlo a los ojos. Al
escuchar que Allan doblaba los documentos, se giró hacia él. Los metió
dentro del sobre y se lo guardó en un bolsillo interno del abrigo. Luego,
recogió las cosas que estaban dentro de la caja y la cerró, para volver a
enterrarla.
Su silencio la atenazaba. Estaba ansiosa por preguntarle lo que había
hallado, pero se sentía una entrometida. Los problemas de su hermano le
correspondían solo a él.
Al terminar, se sacudió las manos en los pantalones. Salió del círculo
formado por las raíces y sacó su teléfono móvil para realizar una llamada.
Debby lo observaba inquieta, la curiosidad la carcomía, pero sabía que no era
buen momento para interrogarlo.
—Tenemos que reunirnos, de inmediato —le ordenó a la persona con
la que hablaba, sin gastar tiempo en saludos—. No. En la cabaña.
Cortó la llamada y guardó el teléfono, para, finalmente, buscar la pala.
Debby respiró hondo, la expectativa le aglomeraba las preguntas en la
garganta. Cuando Allan se dirigió hacia ella para tomarle la mano y regresar,
escucharon el nervioso volar de un grupo de aves. Ella miró el ramaje sobre
su cabeza. El miedo la invadió.
—Debemos marcharnos. ¡Rápido! —le dijo a Allan con los ojos llenos
de terror. La lluvia comenzó a caer con mayor insistencia.
Él frunció el ceño y le tomó la mano.
—No podemos bajar rápido, el camino es peligroso y ahora, llueve.
—No importa. No me caeré —le aseguró. Los pájaros revoloteaban
sobre ellos. Allan alzó el rostro y observó su extraño comportamiento—. Es tu
hermano. Siempre hace eso cuando algo va a suceder.
Él la traspasó con una mirada endurecida y le apretó la mano.
—Te lo juro, es Zack. Algo va a pasar.
Allan dejó caer la pala al piso y le encerró el rostro entre las manos. La
lluvia caía copiosa sobre ellos y los empapaba.
—Cálmate, nos iremos…
No pudo terminar la conversación, un sonido entre la vegetación
atrapó su atención.

*****

Allan levantó la pala y corrió con Debby para esconderse tras unos
arbustos. Ella observó que los pájaros emprendían el vuelo, parecían
marcharse.
—¿Hasta dónde llegaremos? —se escuchó una gruesa voz masculina
que se acercaba a ellos.
—Subamos un poco más —La segunda voz le erizó la piel a Debby,
tenía la impresión de haberla oído antes—. Tienen que estar por aquí. Maldita
sea, no debimos vigilar la cabaña desde muy lejos. Si perdemos la
oportunidad de descubrir a ese imbécil, tendremos que calarnos el llanto de
esa mujer por más tiempo.
Estuvo a punto de retroceder al ver al sujeto que salía de la vegetación,
pero Allan la detuvo y le lanzó una mirada de advertencia. Si se movía, James
los ubicaría con facilidad.
Tras él, iba un moreno alto, corpulento y con una barba tipo perilla en
el rostro. La sangre se le congeló, sobre todo, al divisar el arma que el moreno
tenía semioculta en la cinturilla de su pantalón.
—Deben estar cerca. Si el tipo era Kerrigan podría llegar lejos en esta
montaña, pero con esa estúpida encima, de seguro, avanza lento.
Debby se encogió, aunque le enfurecía lo que decía, sabía que era
cierto. Con ella, Allan no tendría muchas posibilidades de escapar.
—Maldita sea. —Se quejó James, al detenerse y ver que no existía
ningún camino que lo ayudara a guiarse, debía improvisar y no quería
hacerlo.
—¿Por qué no bajamos y los esperamos en la cabaña? —Propuso el
moreno— Los sorprendemos, yo me encargo del hombre y tú de la mujer.
—¿Por qué me dejas a mí a esa idiota?
—Porque puedes manejarla con una sola mano, en cambio, el tipo, te
daría trabajo —respondió con arrogancia al pasar por su lado y continuar el
avance. Se internaron más en la montaña, a pesar de ser evidente, que no
sabían por donde iban.
Al quedar de nuevo solos, Allan tomó a Debby y bajó con ella a toda
prisa por la montaña, teniendo cuidado de no resbalar. La lluvia, cada vez,
aumentaba. Sin embargo, escucharon que los hombres gritaban maldiciones,
se dieron cuenta de su huída y regresaron para perseguirlos.
Varios metros más abajo, él se detuvo cerca de un sendero, dejó la pala
en el suelo y se giró hacia Debby para hablarle. Ella jadeaba por la falta de
oxígeno, estaba pálida y completamente, empapada.
—Sigue ese camino, te llevará a la cabaña.
Ella negaba con la cabeza mientras Allan sacaba el sobre con los
documentos de su abrigo y los guardaba dentro del de ella. Los pasos de
James y del moreno se oían más cerca.
—Dale esto a Shepard, yo los distraeré para que puedas bajar sin
problemas.
—No. Allan…
—¡Vete ya! —le gritó para hacerla reaccionar. Ella se sobresaltó y lo
observó con los ojos muy abiertos, el cuerpo se estremecía por el miedo y el
frío—. ¡Vete!
Allan la empujó para que se fuera, al percibir la inminente cercanía de
los dos hombres. Ella corrió, pero a pocos metros resbaló y cayó sentada en el
suelo. El dolor en las nalgas la dejó paralizada de momento, sin embargo, al
escuchar que James y su acompañante llegaban al sitio donde estaba Allan, se
levantó y se escondió tras unos matorrales.
—No sabía que habías resucitado —oyó que hablaba James, con la voz
entrecortada por la agitada respiración. Ella se acercó para verlos, no quería
irse y dejar a Allan—. Jimena insistía en que existía la posibilidad de que
estuvieras vivo, pero no podía creer que mis hombres fueran tan imbéciles.
Cuando me ordenaron vigilar a la mujer, pensé que perdería mi tiempo. No
imaginé que me mostraría mis errores.
El moreno se apartó para rodear a Allan y ubicarse tras él, pero Allan
se movía. No quería quedar en desventaja y perder de vista a alguno.
—Como sea, creo que es hora de corregir mis faltas. —James se abrió la
chaqueta. Debby se aferró a las ramas que tenía frente a ella.
—Podemos sentarnos a conversar. Llegar a un acuerdo —propuso
Allan para evitar el enfrentamiento. Sin embargo, los sujetos se preparaban
para utilizar la fuerza bruta en cualquier momento.
—¿Un acuerdo? Lo único que queríamos es que ni tú, ni tu padre, se
metieran en nuestros asuntos. Teníamos que sacarlos del juego y quitarles las
pruebas.
—Creo que ese trabajo lo terminaron hace años.
—Sabes que no. Tú todavía estás vivo y las pruebas, llevan muchos
años perdidas. Si no podemos dar con ellas, entonces, borraremos a la única
persona que podría hallarlas.
Sin perder más tiempo, Allan pisó la punta metálica de la pala,
logrando que el mango se levantara instantáneamente. La tomó con fuerza y
blandió el objeto para golpear a James en el rostro. Por el impacto, el hombre
perdió el equilibrio y retrocedió tambaleante, hasta caer por un barranco poco
pronunciado. El moreno sacó el arma y estuvo a punto de dispararle, pero
Allan se arrojó sobre él y terminaron enlazados en una violenta lucha en el
suelo encharcado.
Debby miraba la escena con el corazón en la boca, indecisa si acercarse
para intervenir o no.
El moreno golpeó a Allan en el rostro y le arrancó la pistola, pero se le
escapó de las manos y se perdió entre los matorrales. Se levantó para
buscarla, pero Allan se recuperó y volvió a lanzarse encima de él, reiniciando
la pelea.
Ella se incorporó, decidida a hacer algo por ayudarlo, pero el aleteo de
un pájaro sobre su cabeza la hizo gritar aterrada y salir en carrera. Bajó por la
ladera a toda velocidad, la lluvia le dificultaba la visión. Tropezaba con ramas
y piedras. En dos oportunidades, resbaló en la tierra lodosa, pero no sintió
ningún dolor. El miedo la empujaba a seguir.
Cubierta de agua y lodo, llegó a un claro. Miró a todos lados
confundida. Avanzó hasta el borde de un risco y observó sobrecogida el
margen rocoso ubicado a sus pies y el inmenso lago que se extendía hacia el
horizonte. Se dio cuenta que estaba perdida. No tenía la más mínima idea qué
camino tomar para llegar a la cabaña.
Quiso regresar para buscar de nuevo el sendero, pero al ver que
aparecía la figura esbelta de Jimena, envuelta en un abrigo impermeable
amarillo y con el rostro crispado, se le detuvo el corazón.
—Maldito lugar, maldita casa, maldita situación… —mascullaba con la
miraba baja. Caminaba con dificultad.
La mujer alzó el rostro al llegar al claro y al divisar a Debby, quedó
inmóvil.
—Deborah.
Ella también, quedó de piedra, no sabía qué hacer, ni qué decir.
—¿Qué sucedió, Debby? ¿Por qué no confiaste más en mí?
Comenzó a acercarse con pasos cortos, sin apartar la mirada de ella.
Debby no podía moverse. La sorpresa, el frío, el miedo y quién sabe qué otras
emociones, le tenían bloqueado el cerebro. No podía enviar ninguna orden a
su cuerpo para escapar.
—Está muy mal que me hayas mentido. Que me ocultaras la
información que te pedí.
—No me pediste nada, me lanzaste a la cabaña para tener el camino
libre con Brian —le escupió, con los labios temblando por el frío.
Jimena emitió un bufido, se detuvo y la observó con la cabeza ladeada.
En su rostro se reflejaba la lástima. Eso enfureció a Debby.
—¿Brian? ¿Crees que todo esto es por ese imbécil? Sí, lo disfruté,
muchas veces. Cada vez que tú lo echabas de tu cama porque creías en las
amantes que te inventaba. —El corazón de Debby se arrugó de pena. Aunque
aquello lo sospechaba, no quería escucharlo jamás—. Esto es por ti. Estabas
en medio de mi vida y te tenía que sacar de alguna manera. La cabaña era
una buena excusa para crear otro accidente, pero éste, pretendía ser certero.
La orden era no dejarte viva. Como lo hicieron la vez en que perdiste al niño.
Debby retrocedió y tropezó con la raíz de un árbol. Cayó sentada al
suelo, en medio de un charco de lodo. Jimena continuó con su avance, hasta
quedar junto a ella y agacharse para estar a su altura.
—Iba a dejar que pasaran algunos días, inventábamos un robo y te
eliminábamos. Pero me llamaste y me hablaste de ese hombre que vivía en la
cabaña y tenía que averiguar. Tu estupidez te salvó la vida.
Jimena sacó un arma del interior de su impermeable y comenzó a
cargarla. Debby gateó con el rostro impregnado de terror, hasta que su
espalda chocó contra el tronco de un árbol.
—Ya es hora de acabar contigo. No me eres útil.
Cuando estuvo a punto de apuntarle, un hombre salió apresurado de
la vegetación. Jimena se puso de pie y lo observó como si estuviera frente a
un fantasma.
—Estás vivo —le dijo con una voz más dulce.
Allan notó el arma que tenía en las manos y vio a Debby en el suelo.
—Aléjate de ella —le ordenó. De la cabeza le brotaba un hilo de
sangre, que unido con el agua de la lluvia, le manchaba el rostro y el cuello.
Jimena abrió la boca con sorpresa y señaló a Debby sin apartar la
mirada de Allan.
—¿Ésta idiota? ¿Estás defendiendo a esta mujer?
—Déjala en paz, Jimena. Ella no tiene la culpa de nada.
El rostro de Jimena enrojeció de ira. Se apartó el agua que le empañaba
la visión con una mano y levantó el arma en dirección a Debby.
—¿Qué pasó entre ustedes? ¡Responde, Deborah! —Gritó. Debby se
sobresaltó y se pegó más al árbol. Allan se acercó un paso, pero enseguida,
Jimena dirigió el arma a él—. Ella me mintió. Me ocultó lo que sabía de ti. Si
yo hubiera sabido… si me hubiera enterado… —La voz se le quebró cuando
las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos.
—¿Qué hubieras hecho? ¡¿Vendrías a asesinarme en persona?! —le
reclamó Allan. Jimena comenzó a llorar. La mano con la que sostenía la
pistola le temblaba. Debby había quedado pasmada en el suelo. Nunca
imaginó que la persona a la que creyó su amiga, sería capaz de manipular un
arma en su contra.
—Yo… te amaba —le confesó la mujer, en medio de lamentos.
Allan cerró los puños y se acercó un paso más, debía quitarle el arma
antes de que fuera capaz de hacerle daño a alguien.
—¡No! —le advirtió Jimena, logrando que se detuviera—. No te
acerques. —Volvió a apuntarlo con la pistola.
—Hazme lo que quieras, pero deja que Deborah se vaya.
Jimena observó a la mujer arrinconada a los pies del árbol.
—¿Qué pasó entre ustedes?
Como Debby no le respondía, se dirigió de nuevo a Allan.
—¡¿Qué pasó?!
—¡¿Qué te importa?!
Los gritos atrajeron la atención de alguien, se escucharon unas pisadas
apresuradas que se acercaban a ellos. Jimena se angustió y apuntó el arma
hacia Allan, pero cuando tenía pulsado el gatillo por la mitad, un grupo de
aves bajó y comenzaron a picotearle la cabeza.
Ella gritaba despavorida. El tiro salió disparado al aire mientras la
mujer se sacudía para apartar a los pájaros.
—¡Deborah, corre! —vociferó Allan y corrió hacia ella, pero la figura
ensangrentada del moreno salió de la vegetación y cayó sobre su espalda.
Debby se levantó para ayudarlo. El sonido de otro disparo la detuvo.
Se arrodilló para evitar que una bala perdida la alcanzara, mientras veía con
asombro como Jimena era atacada por más aves que la empujaban hacia el
risco. En medio de un grito desgarrado la mujer cayó al vacío.
La impresión por lo que ocurría tenía a Debby inmóvil. Escuchaba la
batalla entre Allan y el moreno, pero no podía hacer nada. Todo su cuerpo se
estremecía de miedo. El aleteo de un ave en su cabeza la hizo gritar de
espanto y correr montaña abajo.
Avanzó por caminos escarpados, con la lluvia arreciando con fuerza.
No sabía a dónde ir, simplemente, se lanzaba por la vía menos peligrosa. Un
grupo de pájaros bajó su vuelo y se internó entre los árboles. Ella los miró
embobada, pero una luz de esperanza le invadió el pecho. Sin dudarlo, siguió
a las aves, hasta que minutos después le mostraron la cabaña.
Eufórica y casi sin aliento, aumentó la velocidad, pero cuando estaba a
escasos metros del pórtico trasero, un bulto pesado se desplomó sobre ella y
la hizo caer de bruces en los escalones.
—Ven acá perra maldita. —James la tomó por los tobillos y la empujó
hacia él. Sobre el ojo izquierdo tenía abierta una profunda herida, que le
brotaba sangre y le empañaba el cuello y buena parte de la camisa.
Forcejeó para inmovilizarla bajo su cuerpo. Ella se debatía y gritaba
con desesperación.
—Eres resistente. Te salvaste hace tres años, pero ésta vez, acabaré
contigo.
Ella miró aterrada la filosa navaja que el hombre sacó. Vio como la
alzaba sobre su cabeza. En el cielo, un grupo de aves volaba en círculos.
Pensó que ese sería su fin, pero antes de que James bajara el cuchillo, se oyó
que le quitaban el seguro a una pistola.
—¡Deja el arma y pon las manos detrás de la cabeza!
El grito autoritario de una voz masculina la llenó de alivio. Se quedó
muy quieta, al igual que James, quien con lentitud, colocaba la navaja en el
suelo y alzaba los brazos.
—¡Aléjate tres pasos de la mujer y arrodíllate! —El comisario Shepard
tomó la radio que tenía colgada del cinturón, sin dejar de apuntarle, y avisó a
sus compañeros la presencia del sujeto.
James le dirigía a Debby una mirada asesina. Ella comenzó a
levantarse con dificultad, con la lluvia cayendo copiosa sobre su cabeza.
—Allan… está en la montaña… lo atacaron —le dijo al comisario. El
hombre pasó la novedad por radio antes de guardarla, sacó unas esposas y se
las colocó a James mientras le recitaba sus derechos constitucionales.
Se sentó agotada en los escalones, se limpió el agua de la cara y trató
de mirar al cielo. Las aves habían desaparecido.
Capítulo 13

La noche cubrió con estrellas el cielo y alejó a la tormenta de Lutsen.


La calma reinó en el lugar, pero no en Debby. Se encontraba ansiosa en la
cabaña, empapada hasta los huesos de agua y lodo, y cubierta por una manta.
A su alrededor, decenas de policías entraban y salían de la casa. James y su
acompañante, habían sido trasladados a la comisaría; el cuerpo sin vida de
Jimena, estaba siendo rescatado de la montaña para ser trasladado a
Minneápolis; y Allan, con el rostro golpeado y un brazo resentido, explicaba
en la cocina una y mil veces lo ocurrido a los oficiales.
Los documentos que hallaron resultaron ser declaraciones de testigos
de peso, que le concedieron a Jhon Kerrigan su confesión a cambio de
protección policial veinticinco años atrás. Lo que decían aquellos papeles
ponía en riesgo la credibilidad y posición de algunos políticos de poder en la
actualidad. Antes de entregarlos a las autoridades, Jhon se había llevado
todos sus avances a la cabaña para realizar los informes pertinentes. Su
esposa le había insistido en llevar a los niños a un fin de semana de descanso,
al finalizar el año escolar. Él no estaba muy animado en viajar, las
declaraciones serían un gran golpe que dispararía su carrera al éxito, pero
contra su esposa no tenía maneras de luchar, mucho menos, contra sus hijos.
En la cabaña, se pasaba las horas en el ático que habían acondicionado
como oficina, mientras su esposa y los niños disfrutaban del lago y de las
montañas. Pero Zack, el menor de sus hijos, siempre se las apañaba para
despegarlo de los quehaceres y obligarlo a salir a jugar, al menos, un par de
horas. Sin embargo, ese fin de semana había sido diferente. Nada de lo que
Zack hiciera hacía efecto en su padre.
Las conclusiones de Allan eran que el niño, aprovechó la oportunidad
de que sus padres estaban de compras para esconder los documentos que
tenía sobre el escritorio. De esa manera, al regresar, Jhon no los encontraría. Y
como sabía que Zack tenía la costumbre de esconder sus cosas y
devolvérselas después de compartir con ellos, accedería a dedicarles unas
horas de distracción.
Nadie imaginó lo que el niño había hecho, ni siquiera, los hombres que
entraron ese día a la cabaña en busca de las declaraciones, para liberar a sus
jefes de culpa. No hallaron las pruebas, solo una manera segura de alejar a
Jhon Kerrigan de esa situación.
Y eso fue lo que sucedió. Allan le confesó a todos que su padre
abandonó el caso por muchos años. Siempre pensaron que habían encontrado
las declaraciones y se las llevaron junto con la vida de su hermano. Cuando
retomaron el trabajo veinte años después, lo hicieron en honor a la memoria
de Zack, para acabar con la peste que se había robado la vida de muchos
inocentes y corrompía la de otros. A esas alturas, la organización
narcotraficante estaba fortalecida y ampliada, sin embargo, su estructura
seguía intacta. Aunque no tenían las declaraciones, sabían qué hacer y dónde
buscar para hallar nuevas pruebas.
Al enterarse de los logros alcanzados por Allan, los involucrados
decidieron actuar y eliminarlo. Jhon Kerrigan, al conocer la pérdida de sus
dos hijos a causa del mismo problema, lo abandonó definitivamente y su
salud se fue deteriorando por la culpa y la pena. Murió pensando que nunca
se haría justicia.
Los documentos, en la actualidad, o tan contundentes como en
tiempos anteriores, pero servirían para hacer temblar lo suficiente los
cimientos de la organización y dejarlos vulnerables. Shepard y otros altos
oficiales estaban felices con el hallazgo, Allan no. Eso desempolvaba el triste
pasado de su familia, pero sabía que para darles descanso eterno a su padre y
a su hermano, debía hacerse justicia.
Debby, por el momento estaba tranquila, porque la habían dejado en
paz. Shepard le concedió un poco de calma, pero le advirtió que era necesaria
su declaración. Se sentó en el sillón de la sala con una taza de café caliente
entre las manos. Tenía la mirada perdida en el suelo. Quería darse un baño,
que no solo le limpiara el cuerpo sino también, el corazón. Llevaba
demasiado tiempo llorando penas y cometiendo errores. Era momento de
tomar decisiones.
Suspiró hondo y se levantó en dirección a una de las ventanas
delanteras de la cabaña. El lago parecía de plata. Una enorme luna, con
estrellas esparcidas en su contorno y un manto de nubes grises a sus pies,
adornaba el firmamento. Aquel parecía un paisaje de postal, lleno de belleza
y magia. Las montañas estaban revestidas de sombras. Silenciosas y sin aves.
En las piedras de la orilla del lago, vio la silueta de un chico que jugaba
a saltar entre ellas. No podía verle el rostro, pero sabía muy bien quién era. El
corazón se le aceleró al verlo mirar hacia la cabaña, levantó su manito y la
agitó en el aire en señal de despedida. Las lágrimas comenzaron a rodarle por
las mejillas mientras él se alejaba, en dirección a un hombre que lo esperaba
fuera de las piedras. Se marcharon juntos, tomados de las manos. Sus siluetas
se difuminaron en la oscuridad.
Cuando unos brazos firmes la rodearon, no se sobresaltó, se amoldó a
ellos y se acunó en el pecho del hombre que la acariciaba y le besaba la
cabeza.
—Tranquila, corazón. Ya pasamos lo peor. Todo se va a resolver.
Su llanto no era de miedo, liberaba a su alma de pena. Allan le levantó
el rostro y le secó las lágrimas con su mano.
—Ya, Deborah. Estaremos bien, te lo juro.
Besó sus labios y la abrazó con fuerza, por mucho rato, hasta que los
oficiales se marcharon y los dejaron solos. Después de un baño reparador, se
acurrucaron en la cama. Ninguno de los dos podía dormir, se acariciaban y
besaban sin premura, con el sosegado romper de las olas como fondo
musical.
—A primera hora debemos viajar a la ciudad. Tenemos que descansar
—le dijo Allan, pero ni él quería entregarse a los brazos de Morfeo.
—No puedo dormir. No sé qué pasará mañana.
—Nada va a pasar.
Debby se abrazó a él y apoyó la cabeza en su pecho.
—Merezco una explicación. —Allan se quedó por un minuto en
silencio. Ahogado en los recuerdos.
—Eso mismo dije dos años atrás, cuando Shepard me explicó la única
posibilidad que tenía para resguardar mi integridad. —Ella lo abrazó con más
fuerza y frotó el rostro en su piel.
—Te comprendo, pero tú, al menos, entendías el problema porque
trabajabas en el caso. Yo los conocí en una fiesta. Me enamoré de Brian
apenas lo vi. Era un hombre divertido, conversador e inteligente. Jamás
imaginé que los problemas que teníamos se debían a un complot. Siempre
pensé que todo era mi culpa… que no era capaz de enamorarlo.
Allan emitió un gruñido e intentó levantarse de la cama, pero Debby
no se lo permitió.
—No te enfades conmigo, todo era muy confuso, de alguna manera
tenía que justificar lo que sucedía.
Se acostó sobre su pecho, con la mirada perdida y el corazón apretado
en un puño.
—Todas las noches me acostaba sola y soñaba que algún día llegaría
alguien, me abrazaría y me diría al oído palabras hermosas y sinceras. Y me
haría sentir amada.
Allan la cubrió con sus brazos y la apretó contra sí. Besó con ternura
sus cabellos y le acarició la espalda.
—Eres muy importante para mí. No soy un dechado de virtudes y
tengo una vida limitada, pero… puedo intentar ser esa persona con la que
sueñas.
Debby alzó el rostro y lo miró con los ojos húmedos.
—Ya eres la persona con la que sueño —le confesó. Allan le acarició las
mejillas y observó maravillado como le arrancaba una sonrisa.
—Aún no sé cómo llegaste, pero agradezco al cielo que hayas venido.
Llenaste mi vida de luz y sacudiste todos los secretos de mi corazón. Ahora,
está inflado de dicha al ver esa dulce sonrisa.
Ella se incorporó y se acercó a sus labios, para fundirse con su boca.
Allan la abrazó y la giró en la cama, para ubicarla bajo su cuerpo. Esa noche,
fue poco lo que pudieron descansar, pero fue mucho el amor que se
entregaron. Tenían aún, una espina clavada en el alma.

*****

Salieron del ascensor tomados de la mano y comenzaron a cruzar el


amplio y largo pasillo del primer piso de la Oficina de División de la DEA en
Minnesota. A un costado, podía divisarse varios cubículos poblados de
oficiales, secretarias, abogados y policías que iban de un lado a otro,
conversaban por teléfono, estaban pegados a las pantallas de sus
computadores, o simplemente, discutían entre ellos; y al otro lado, un gran
ventanal que ofrecía una vista de la avenida Washington.
Entre tanto rebullicio, observó a una mujer menuda, de cabellos claros
y cortos sentada sobre una endeble silla de aluminio, que retorcía entre las
manos una cartera de cuero marrón, como si fuera una esponja. Miraba a
todos lados con nerviosismo.
Soltó a Allan y se acercó a ella con prontitud, sintiendo el corazón
apretado en el pecho.
—Mamá —le dijo cuando estuvo cerca. La mujer giró el rostro de
manera automática y se levantó como un resorte para lanzarse sobre ella y
rodearle el cuello en un efusivo abrazo.
—Oh, Deborah. —Varias lágrimas salieron de ambas, mientras el
abrazo se comprimía.
Allan se mantenía cerca de ellas, en silencio, con las manos metidas
dentro de los bolsillos de sus pantalones.
—Mi niña, necesito que me perdones. He sido una tonta.
Debby hizo un esfuerzo por romper el abrazo, para observar a la mujer
con el rostro ceñudo.
—¿Perdonarte?
La mujer se secó las lágrimas y acarició los brazos de su hija.
—Después de hablar contigo por teléfono fui a hablar con Brian, allí
me encontré a Marian y me contó toda esta terrible situación. A él lo tienen
detenido.
—¿Brian está detenido? —preguntó ella sorprendida.
—Sí, está aquí. Y el hermano y el esposo de Jimena también. Es una
locura. La pobre Marian está desecha. —La mujer, de pronto, abandonó su
actitud sufrida para mostrarse furiosa y golpear con suavidad el brazo de
Debby como reprimenda—. ¿Por qué no me dijiste que Brian tenía una hija?
Ella respiró hondo y bajó los hombros en señal de derrota.
—Hay muchas cosas que no te he contado.
Su madre arrugó el rostro con pesar y le dio un abrazo.
—Oh, mi niña, perdóname. Debí ser una mejor madre para ti —expuso
en medio de lloriqueos, pero segundos después, endureció la postura y tomó
con fuerza los hombros de Debby para sacudirla—. Prométeme que las cosas
cambiarán entre nosotras.
Ella la miró sorprendida y asintió con la cabeza. En ese momento, la
mujer reparó en la presencia de Allan.
—¿Y este hombre?
Debby se giró hacia él y extendió su mano esperando que él la tomara.
Allan se acercó a ella, tomó lo que le ofrecían y entrelazó los dedos.
—Él es Allan Kerrigan. Allan, ella es Helen, mi madre.
—Encantado de conocerla, señora.
La mujer repasó a Allan de pies a cabeza, con el mentón en alto, hasta
detenerse en las manos entrelazadas. Luego, miró a Debby con los ojos
abiertos como platos.
—Te dije que habían muchas cosas que no te he dicho.
Helen estaba estupefacta, pero antes de que pudiera decir algo,
Shepard se acercó a ellos.
—Buenos días, me alegra que hayan llegado. Debemos comenzar si
quieren salir antes de la media noche. —Todos lo observaron con sorpresa. El
hombre mostró una desganada media sonrisa—. Es mucho lo que tenemos
que hablar.
Después de decir aquello, se dirigió a la oficina que sería utilizada
como sala de interrogatorios. El primer turno le tocó a Allan, luego, pasó
Debby.
Había caído la tarde cuando salió de la oficina. Estaba cansada y
furiosa. Ansiosa por marcharse del lugar.
Helen, no soportó tantas horas inútiles y bajó del edificio en busca de
café. Allan se quedó en espera de Debby. No pensaba moverse de allí hasta
que ella no saliera de la oficina.
—No me dijiste que Shepard era en realidad, un agente especial de la
DEA —reclamó ella.
—Tú me dijiste que Jhon Kerrigan te había alquilado la casa, así, que
estamos a mano —le respondió él con una sonrisa traviesa. Debby lo fulminó
con una mirada de pocos amigos, pero después de emitir un bufido, se sentó
derecha en la silla y observó sin ánimo a la cantidad de personas que
caminaban de un lugar a otro en aquella abarrotada oficina.
—¿Cuánto falta para irnos?
—No sé. Shepard me dijo que esperara un poco. —Allan la miró, con
cierto deje de tristeza—. ¿Regresarás conmigo a la cabaña?
—Tengo que recoger mis cosas de la casa de Brian. Quiero aprovechar
que no está para hacerlo. —Se giró hacia él con los ojos llenos de
expectativas—. ¿Puedes… quedarte un par de días? —Allan arqueó las
cejas— Luego… regresaríamos, juntos.
Él pareció respirar de nuevo. Pasó un brazo por detrás de su cuello y la
envolvió en un abrazo. Le estampó un firme beso en los labios y dejó su
frente apoyada en ella.
—Me quedaré contigo el tiempo que sea necesario —le aseguró y la
aferró más a él, pero la voz de Shepard lo sacó de su idilio.
—Allan, ven un momento. —Él lo traspasó con la mirada. El oficial
puso los ojos en blanco, desde la puerta de la oficina donde minutos antes
habían interrogado a Debby—. Vamos, hombre, será un par de minutos.
Con evidente incomodidad, Allan se levantó para acudir a su llamado.
Ella se quedó inquieta. Quería marcharse cuanto antes de ese lugar.
Apoyó la cabeza en la pared y cerró los ojos. Estaba agotada,
necesitaba con urgencia un baño caliente, una cama mullida y… a Allan.
—Deborah. —El saludo la despertó de golpe. Abrió los ojos y se
impactó al tener frente a sí a Silvia, una mujer de cuerpo alto, delgado, lleno
de curvas y de cabellera larga y azabache, que había sido la amante de su
esposo por años. Se levantó con lentitud mientras era invadida por una
sensación de amargura—. Disculpa que te moleste. Solo venía a saludarte.
La mandíbula de Debby se apretó y sus ojos se llenaron de ira. Pero
como siempre, su boca estaba sellada. Cuando la furia la consumía no le era
posible expresar sentimientos u opiniones.
—Brian está detenido, yo lo acompaño. Quería pedirte disculpas en su
nombre. Espero que algún día lo perdones y podamos todos, continuar con
nuestras vidas.
—Ustedes jamás, dejaron de vivirla —expuso Debby, con voz baja.
Silvia respiró hondo y se irguió. Se le notaba incómoda, hacía un
esfuerzo por mantenerse fuerte.
—Sé que nos odias y no te culpo. Si estuviera en tu posición, también
lo haría. Pero ya todo está hecho. Espero… aceptes mis disculpas.
La tensión tenía a Debby temblando de ira, quería abrir la boca,
expulsar todo lo que no pudo reclamarle a Jimena, pero era imposible. En el
momento en que la mujer pretendió decirle más cosas, llegó Allan y se
detuvo junto a Debby.
—¿Todo bien? —le preguntó, al tiempo que le lanzaba una mirada a la
mujer.
—Sí —se obligó a decirle Debby. Silvia se incomodó aún más, se aclaró
la garganta y se despidió. Se marchó hacia los ascensores con la mirada
clavada en el suelo.
Él le acarició los cabellos y esperó a que ella se calmara. Podía notar su
actitud enfurecida. Al recuperar la cordura, Debby sintió un nudo en la
garganta, que amenazaba con estallarle el llanto. Se abrazó a Allan y cerró
con fuerza los ojos para no permitir que le brotaran las lágrimas.
—No puedo hacerlo. No puedo.
Él apretó el abrazo y le acarició la espalda.
—¿Qué no puedes hacer?
—Decirles lo que siento, reclamarles. No puedo. No puedo —repetía
con angustia.
—¿Quién era ella?
—La mujer de Brian.
—No es a ella a quién tienes que reclamarle, por eso, no podías decirle
nada.
—Ella también estuvo al tanto de todo.
Allan la apartó un poco de él para encerrarle el rostro entre las manos.
—Al final del pasillo tienen a Brian. ¿Quieres hablar con él? —Debby
abrió los ojos en su máxima expresión—. Si necesitas expulsar tu rabia en
alguien y exigir respuestas, él es el más indicado. Fue Brian quién te
involucró en este asunto, te presentó a Jimena, te pidió matrimonio y te
utilizó durante cuatro años. Puedo hablar con Shepard para que te conceda
unos minutos con él.
Ella quedó paralizada, Allan le acariciaba las mejillas y la miraba con
dulzura.
—Te amor, Deborah, no quiero que pases por más humillaciones. Si
necesitas sacarte del alma la espina que ese anormal te dejó, estoy dispuesto a
ayudarte como sea.
El corazón de Debby se arrugó y sus ojos se llenaron de más lágrimas.
Sin embargo, la emoción que la embargaba no era de rabia. Haber escuchado
por primera vez en su vida, un «Te amo», la dejó conmovida.
—Allan…
—No digas nada con respecto a mi declaración —le pidió y selló sus
labios con uno de sus pulgares—. Dime si quieres o no hablar con Brian.
Ella lo dudó por unos segundos, luego, asintió.
—Espérame aquí —le dijo. Le dio un beso en los labios y se alejó para
sumergirse dentro de la oficina y buscar a Shepard.
Se quedó allí pasmada, con la emoción, la ira y el miedo girándole en
el estómago. Aquella era su oportunidad para pasar, de una vez por todas, la
página de su desdicha, y comenzar con buen pie, una vida llena de felicidad y
compañía.

*****

Abrió la puerta con suavidad. Las manos le temblaban. Alzó el rostro y


lo miró sentado tras una amplia mesa. No lo veía desde hacía pocas semanas,
pero se notaba distinto. Los cabellos rubios los tenía más largos, mechones
desordenados le caían en la frente y el cuello. Aquello era extraño en Brian,
siempre fue un hombre pulcro y de apariencia cuidada. Sus ojos azules
brillaban de pena, bordeados por largas ojeras; las manos las tenía
entrelazadas sobre la mesa, algo pálidas y huesudas. No portaba sus
habituales trajes de saco y corbata. La camisa de manga corta que llevaba
puesta, estaba arrugada.
—Debby, me alegra saber qué estás bien —le dijo, con una sonrisa
insegura.
Ella se irguió y se alisó la blusa. Sus palabras le afloraron la rabia.
—¿Te alegra? Me lanzaste a los tiburones para salvarte el pellejo, y
ahora, dices que te alivia verme bien —le escupió. Estar frente a él y verlo en
ese estado deprimente le daba el valor necesario para sacar lo que tenía por
dentro. En esa oportunidad, Brian no era el hombre seguro de sí mismo que
nunca se cansaba de rechazarla, ésta vez, lo tenía a su nivel.
Él hizo una mueca de disgusto y pasó una mano por sus cabellos.
—No fue para salvarme el pellejo. Lo que me hicieran a mí era lo de
menos.
—¿Fue por tu hija? ¿Cierto? ¿Y por Silvia? —Él asintió en silencio. Su
actitud la llenó más de cólera. Cerró de un portazo y se acercó a él en dos
zancadas, hasta apoyar las manos en el mesón—. ¿Por qué no hiciste lo
mismo por tu hijo? Mi bebé también merecía un sacrificio de su padre. ¿Él no
significó nada para ti?
—Claro que sí. Hice todo lo que estuvo a mi alcance por protegerlos, a
ambos —le respondió, alzando la voz.
—¡Eres un mentiroso!
Brian se levantó de la mesa, dejó las manos apoyadas en el mesón y se
inclinó hacia ella para hablarle con más calma.
—Cuando te conocí hacía hasta lo imposible por salir de la
organización, pero ellos no me lo permitían. Estaban a punto de descubrir lo
importante que Silvia era para mí y te utilicé, no lo niego, para salvarla. Pero
cuando supe de tu estado intenté por todos los medios reparar mi error, me
casé contigo y me esforcé para que tuviéramos una vida normal. Nunca
imaginé que Jimena fuera una mujer tan fría y llegara tan lejos por resguardar
los intereses de sus jefes. —Brian volvió a sentarse en la silla, abatido. En su
rostro se reflejaba el gran peso que sentía su alma—. Después de eso, no supe
qué más hacer. Silvia regresó a mi vida y yo… simplemente, la necesitaba.
Los ojos de Debby se empañaron, pero levantó el mentón para no
derrumbarse frente a él.
—Yo también te necesité.
Brian ancló la cabeza entre las manos y se aferró a sus cabellos.
—Lo sé. Lamento no haber podido hacer nada. Con ella me sentía bien
y tú… esperaba que te alejaras y salieras sola de todo este asunto. —Una
sonrisa desganada se le dibujó en el rostro. Debby achicó los ojos y lo fulminó
con la mirada. La sangre le hervía en las venas—. Pero eras demasiado terca y
te empeñabas en recuperar nuestro matrimonio. Eso me hizo las cosas más
difíciles.
—¿Te hacía las cosas más difíciles? ¿Y cómo crees que la pasaba yo?
—Debby…
—Eres un miserable, Brian. Un… anormal —le escupió, al recordar la
manera en que Allan lo definía.
—Tienes derecho a decirme lo que quieras —le dijo él y la miró con
unos ojos cargados de arrepentimiento.
—Claro que tengo derecho. Por tu culpa, yo pasé los peores años de mi
vida, estuvieron a punto de asesinarme, ¡dos veces! Perdí a mi hijo y la
posibilidad de tener otro. Fui humillada, perseguida y acosada. Y todo ¿para
qué?
Se quedó inmóvil frente a él, temblaba de ira.
—No pude salvar a nuestro hijo, sufrí mucho cuando lo perdimos.
Tenía que hacer todo lo necesario para salvar a mi hija. —Él apoyó las manos
en el mesón y transformó el rostro para mostrarle una férrea determinación—
. De verdad lo siento, Deborah. Hubiera preferido no haberte incluido nunca
en este asunto, pero las decisiones que tomé tuvieron su razón de ser. Solo te
pido, que tu venganza la dirijas solo hacia mí. No incluyas a mi niña en este
problema.
Debby emitió un bufido y se alejó de él un paso. Sus ojos estaban a
punto de salirse de sus órbitas. No podía creer lo que escuchaba.
—No soy como tú. No tengo necesidad de escudarme en una niña ni
en ningún otro ser humano para resolver mis problemas. —Dio media vuelta
y se dirigió a la puerta, pero se detuvo antes de girar el pomo—. Lo lamento
por tu hija, ella merece un padre mejor. —Dirigió una mirada cargada de
rencor hacia él—. Espero te pudras en la cárcel —le escupió y se marchó.
Al salir al pasillo respiró hondo. Vio a Allan parado a varios metros,
con la espalda apoyada en la pared y las manos en los bolsillos. Se acercó a él
mientras sosegaba la furia que le había quedado en el cuerpo después de la
conversación con Brian.
—¿Y? —Le preguntó. Ella pudo notar su incomodidad. Le sacó las
manos de los bolsillos y se abrazó a su cintura.
—Mañana mismo quiero poner una demanda de divorcio. ¿Conoces a
algún abogado que pueda asesorarme?
Él la envolvió en un fuerte abrazo y le besó la mejilla.
—Lo haremos pedazos.
Ella sonrió y se aferró más a él. Entre esos brazos sentía una paz
reconfortante, una seguridad nunca antes sentida. Sabía que podía confiar en
él, en la sinceridad de sus caricias. Aunque la vida le robara la risa, ahora
tenía un lugar donde recuperarla.

Epílogo

Tomó con firmeza la manito y lo dejó caminar tambaleante hacia la


mecedora de madera en forma de caballo, que se hallaba a pocos metros. El
niño emitía gritos de alegría, con la carita iluminada y la mirada fija en su
objetivo. Debby lo animaba a seguir, atenta a sus avances. Aquellos eran los
primeros pasos de su hijo, su orgullo de madre le llegaba a las nubes.
—¡Todo está listo! —El anuncio de Allan sobresaltó al niño que se giró
apurado hacia su madre para abrazarse a sus piernas, muerto de la risa.
Escuchaba las pisadas de su padre mientras éste subía las escaleras y llegaba
al ático en busca de su esposa y su hijo.
—Lo asustaste —le recriminó Debby, al tiempo que cargaba al niño y
lo envolvía en un abrazo protector.
—No me parece asustado —expuso Allan, se acercó a ellos y los rodeó
con sus brazos. El niño reía y se lanzaba hacia su padre para abrazarlo—. El
bote está listo, ¿tienes todo preparado?
—Sí. Está sobre la encimera de la cocina.
Él la besó y hundió la lengua en ella para saborear su boca. El niño les
golpeaba el rostro. Exigía atención.
—Te amo —le confesó ella en medio de risas. Allan le besó la frente y
luego miró con el ceño fruncido a su hijo.
—Compórtate. No vez que le demuestro a tu madre lo importante que
es para mí.
El niño alzó las manitos y pegó un grito, en señal de reclamo. Debby
rió y se abrazó a Allan.
—Creo que está ansioso por subirse al bote.
Él tomó al niño y lo sentó en su cuello. El chico se aferró a sus cabellos,
emitía alaridos de alegría.
—Entonces, vamos. La mañana está perfecta para salir a navegar por el
lago.
Allan se adelantó. Debby los observó marcharse con una gran sonrisa
en los labios. Recogió del suelo un par de juguetes y los lanzó en una de las
tantas cestas que ubicó alrededor de la sala de juegos de su hijo. Comenzó a
alejarse, pero el chillido de un animal llamó su atención.
Se acercó a la ventana más cercana a la antena de la televisión. Al
asomarse, pudo notar que el nido ubicado a los pies del artefacto estaba
ocupado por tres pichones, que gritaban a todo pulmón llamando a sus
padres. Enseguida, observó que un ave blanca de alas grises se acercaba y
depositaba en sus picos lo que exigían. Volvió a sonreír, cuando el animal la
miró con nerviosismo. La cabaña se llenaba de vida.
Se alejó sin hacer movimientos bruscos, para no alterar a los animales
y bajó los escalones. Se dirigió a la cocina en busca de la cesta con los
bocadillos que había preparado. Todas las ventanas estaban abiertas y la
cálida luz del sol bañaba cada rincón.
Después de haber vivido el momento más tenso de su existencia, luchó
por retomar una vida normal. Mientras Allan obtenía de nuevo su identidad,
ella se divorciaba de Brian y se alejaba de todo lo que la lastimaba. Viajaron a
Europa, para que él se reencontrara con su madre. La mujer tardó más de una
semana en aceptar la buena fortuna que había llegado a su vida. Cuando ya
estaba entregada a la desdicha, apareció su hijo como si hubiera renacido
gracias a sus plegarias. Pasaron un tiempo con ella hasta que regresaron los
tres juntos a Minnesota.
Tiempo después, y al estar libres de asuntos pendientes, se casaron y
comenzaron a gestionar una adopción. La pérdida de Debby era irreversible,
pero no lo era su determinación de ser feliz y formar una familia sólida.
Jeremy llegó a sus vidas con tan solo un mes de nacido. En la
actualidad, el chico ya tenía un año de edad y los llenaba de una alegría
incalculable. Allan retomó su trabajo de abogado, pero intentaba no meterse
en asuntos complejos. Había tenido suficiente con los problemas pasados.
Ahora, lo único que quería, era vivir en paz con su familia, disfrutar de las
risas, del amor y de la tranquilidad que desde niño le habían sido
arrebatadas. Debby se dedicaba totalmente a su familia, haber obtenido la
adopción era el logro más grande de su vida, recordaba haber llorado un día
entero cuando la llamaron para informarle que su solicitud había sido
aprobada. Se sentía plena, tenía a su lado a un hombre amoroso que no
paraba de decirle «Te amo» en ningún momento, y a un niño que, aunque no
era fruto de sus entrañas, fue producto de su empeño y constancia. Lo amaba
como si fuera su propia sangre.
Su realidad superaba a los sueños que una vez tuvo, cuando rogaba
por una vida feliz, honesta y llena de amor.
Buscó dentro del refrigerador un par de botellines de agua, para llevar
al paseo, mientras se paseaba por los recuerdos. Era imposible no pensar en
Brian, quien aún vivía limitado por tener que rendir cuentas a las autoridades
de sus delitos. Se esforzaba por darles una vida sin sobresaltos a su hija y a la
mujer que siempre amó, pero sus problemas pasados lo perseguían y le
hacían las cosas más difíciles. De Jimena, casi ni se acordaba, la mujer murió
haciendo daño y sin arrepentirse de sus errores. No perdería el tiempo
pensando en asuntos que no valían la pena. Los seres que amaba, apenas
dejaban espacio en su cabeza y en su corazón para que los ocupara en otras
cosas.
Salió de la cabaña cargada con todo lo necesario. Abrió la puerta y
desde el pórtico, miró a Allan que jugaba con el niño entre las piedras de la
orilla. Aquella visión le trajo a la mente a Zack, miró al cielo y elevó una
oración por el chico. Sabía que por fin descansaba en paz. Jamás volvió a
sentir una presencia en la cabaña, nunca volvieron a comportarse de manera
extraña los pájaros, ni muchos menos, a cerrarse las cortinas. La casa, incluso,
había salido de las sombras. La luz del sol la cubría durante el día, y en la
noche, el brillo de la luna la pintaba de plateado como al lago.
Caminó apresurada hacia su esposo e hijo, siendo recibida con risas y
abrazos. Se subieron al bote y navegaron hacia las profundidades, en medio
de cantos alegres. En lo alto, el cielo azul se extendía hacia el infinito, las
gaviotas sobrevolaban y la suave brisa barría las aguas.

Fin.
SOBRE LA AUTORA

Jonaira Campagnuolo, nació una tarde de febrero en la ciudad


venezolana de Maracay, donde aún vive con su esposo y sus dos hijos. Es
amante de los animales, la naturaleza y la literatura. Desde temprana edad
escribe cuentos que solo ha compartido con familiares y amigos. En la
actualidad se dedica a trabajar como freelance, a administrar su blog de
literatura (http://desdemicaldero.blogspot.com) y a escribir a tiempo
completo.

Otros títulos de la autora en Amazon: PEQUEÑA INSOLENTE


(suspenso romántico) y LA MIRADA DEL DRAGÓN (suspenso romántico).

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