Los Estudios Culturales Como Contextualismo Radical

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17/8/2021 Los estudios culturales como contextualismo radical[1]

Materiales

Los
estudios culturales como
contextualismo radical[1]

Lawrence Grossberg *

Los
estudios culturales como contextualismo radical[1]
Intervenciones en estudios culturales, vol. 2, núm. 3, 2016
Pontificia Universidad Javeriana

A lo largo de las cinco décadas de su existencia explícita los


estudios culturales han sido descalificados por lo menos cinco
veces: primero, por los marxistas quienes los acusan de tomar
muy en serio a la cultura; segundo, por los estructuralistas
quienes los acusan de tomar muy en serio la agencia humana;
tercero, por los posestructuralistas quienes los acusan de
tomar muy en serio las estructuras; cuarto, por los
posmodernos quienes los acusan de tomar muy en serio la
realidad; y, actualmente, por los pensadores post-ilustrados
quienes los acusan de tomar muy en serio los contextos.

Los estudios culturales se enfocan en cómo se producen


realidades específicas, entendidas como contextos. Su
práctica intelectual puede ser descrita como contextualismo
radical. Responde a las demandas de contingencia y la
especificidad de los contextos. Por ende, los estudios
culturales rechazan cualquier tipo de encantos universales o
esencialistas, una oposición que comparten con un buen
número de prácticas críticas que intentan “descolonizar” el
pensamiento; pero de las no creen que las implicaciones
políticas del conocimiento (o de cualquier cosa) puedan ser
conocidas en la base de su origen social. La novelista Barbara
Claypole White una vez me dijo que uno no tenía que saber el
final para escribir el comienzo. Yo iría un paso más allá y diría
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que uno no puede saber o garantizar el final de una historia


basado en el comienzo. Tampoco es suficiente deconstruir y
multiplicar las demandas de conocimiento por mucho que los
estudios culturales acojan la diferencia y la multiplicidad. Los
estudios culturales insisten en tomar posición, pero de forma
provisional, siempre hay que seguirse moviendo, seguir
trabajando.

Tal enfoque no solo es consistente con, sino que parece


venir de la asunción de que cada realidad, cada situación, es
una configuración de relaciones; la realidad existe
relacionalmente. Las cosas son lo que son únicamente por la
virtud de las relaciones en las que están inscritas. Pero
ninguna relación es necesaria o universalmente garantizada
de antemano. Y sin embargo, al mismo tiempo, las relaciones
son reales (y no ilusorias), son el resultado de luchas y trabajo,
y tienen efectos reales –y usualmente complejos-. Ellas son los
sitios de contestación en los cuales las realidades históricas
son construidas, deconstruidas y reconstruidas. Esto significa
abandonar las asunciones gemelas de necesidad y
universalidad – de las organizaciones sociales, de las
estructuras de poder, de las definiciones de normalidad y
humanidad, de los modos de racionalidad, etc.- que
legitimaron las barbaridades llevadas a cabo en el nombre de
varias versiones de la razón ilustrada y la civilización moderna.

Esto también significa que uno tiene que evitar las


seducciones de la reducción y simplificación, como si
cualquier evento o situación fuera de alguna manera, sea en
primera o en última instancia, al comienzo o al final, causado
por o la expresión de una sola cosa. El conocimiento crítico
tiene que evitar buscar un punto final, una única historia que
cosería todo en un paquete armonioso, simple y unificado,
identificar al malo de un lado y al bueno del otro. Para los
estudios culturales, nunca nada es acerca de una sola cosa.
Nunca nada es reducible a un único plano de efectos, una
única estructura de poder, un único espacio político. Debe
evitar también, otras dos asunciones: por un lado, asumir que
el pensamiento binario de alguna manera escapa del cargo de
simplificación – porque pensar que las cosas son A o B, no es
mucho mejor que pensar que todo es A o todo es B- y, por
otro, pensar que la afirmación de multiplicidad absoluta (sin
ningún tipo de unidades, o estructuras) de alguna manera no
es un reduccionismo.

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En su lugar, los estudios culturales abrazan la complejidad,


la multiplicidad, las diferencias del mundo, y parte de esa
complejidad responde a que está estructurado o unificado en
una variedad de formas. No sostienen que el mundo no haya
sido siempre complejo, aunque tal vez la complejidad se haya
hecho más visible e ineludible que en eras anteriores.
Tampoco asume que los intelectuales se hayan dado cuenta
apenas recientemente de la necesidad de un concepto de
complejidad. Pero acoger la complejidad tiene implicaciones
profundas. El mundo es muy complicado para que los
momentos históricos sean simplemente distribuidos u
organizados en épocas fácilmente divididas, lo viejo y lo
nuevo, el antes y el después, lo local y lo global. Las
formaciones sociales no son simples continuaciones o
repeticiones del pasado, lo mismo de siempre. Las cosas sí
cambian: esa es la naturaleza de la historia y de los mundos.
Pero muy raramente, si es que alguna vez, cambian a través
de rupturas absolutas o radicales con el pasado determinadas
enteramente por la emergencia de lo nuevo; ellas son
articulaciones de lo viejo y lo nuevo. Lo viejo sigue operando,
a veces de una manera muy similar, a veces de maneras
diferentes porque se ubica en otras relaciones, operando en
un contexto distinto.

Las cosas cambian porque nuevas relaciones comienzan a


existir, cambiando las capacidades y los efectos de los
elementos que continúan, que se han trasladado al presente,
trayendo únicamente algunas de sus viejas relaciones y
efectos consigo. Nuevos elementos entran en la mezcla que
compone la realidad del presente, bien sea por su
emergencia, su transformación radical o invención. Estos
nuevos elementos no sólo producen efectos nuevos e
inesperados sino que también transforman los efectos de
elementos y relaciones anteriores. La cuestión es siempre
entender el balance entre lo viejo y lo nuevo, entender qué es
viejo y qué es nuevo, y cómo se impactan el uno al otro. Así,
por ejemplo, el hecho de que la izquierda diga algunas de las
mismas cosas que ha dicho antes no garantiza que éstas se
escuchen de la misma manera, o que tengan las mismas
resonancias. En cualquier caso, los modos específicos en que
los eventos o declaraciones toman forma y los efectos
específicos que producen –distribuidos a través de diferentes
regiones y poblaciones- son los resultados cambiantes de la
articulación de lo viejo y lo nuevo.

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Este compromiso con la complejidad y oposición al


reduccionismo se extiende a cuestiones de poder; el poder no
puede ser reducido a algún principio o fuerza singular de
determinación. Los estudios culturales no favorecen ninguna
dimensión -ya sea el problema del capitalismo y la clase, la
biopolítica y el cuerpo, la raza, el género, la colonialidad, el
ecologismo, etc. Se niega a definir su propia responsabilidad
apelando a intereses pre-constituidos, a perspectivas de una
circunscripción política específica o a la posición social. Se
niega tanto el individualismo y universalismo del liberalismo,
como el particularismo demasiado común del comunitarismo,
con sus impermeables límites de diferencia, comprometidos
únicamente con los hechos después de haber vestido a la
coyuntura de raza, género, clase, etc., una unidad frágil de
multiplicidades en las relaciones. Esto nos obliga a investigar
el alcance, las implicaciones, la fuerza y la hibridación de
eventos específicos emergentes, incluyendo las tecnologías y
organizaciones de poder, y cómo contribuyen a constituir y
participan en la construcción y organización de un ensamblaje
complejo y, en particular, de una coyuntura.

Esto significa que el resultado de cualquier proyecto de


poder en sí no está garantizado; ninguna estructura del poder
es perennemente un éxito rotundo; las estructuras de poder
siempre tienen fugas. Por lo tanto, las relaciones de poder
que definen la lucha en curso para mantener o transformar el
estado actual de las cosas tienen que ser entendidas en
términos de un equilibrio más bien frágil y móvil en un campo
complejo de fuerzas, en lugar de en términos del potencial
para la victoria completa de un campo coherente y
homogéneo sobre otro, o la fragmentación completa y
dispersión de energía. Más aún, el poder es siempre resistido
y la subordinación siempre se vive de forma activa. No es
suficiente, de acuerdo con los estudios culturales, describir al
poder como si fuera exitoso y luego, casi como una idea
tardía, destacar las resistencias o los escapes, ya que el poder
siempre está siendo reformado por y en respuesta a dichas
resistencias y escapes. A veces el poder es acerca del cambio;
otras veces es sobre el mantenimiento y la estabilización, y
aún en otras veces, se trata de controlar el fracaso, ya que los
proyectos rara vez producen los resultados esperados, rara
vez llegan a buen término.

Al mismo tiempo, los estudios culturales se niegan a ser


abrumados por la multiplicidad, la complejidad, las
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contradicciones y las diferencias, que ofrecen otro tipo de


seducción que nos empuja demasiado rápido en la
singularidad o en la hiperdiferenciación de lo particular y el
caos de la acumulación de particularidades. Las relaciones
siempre están articuladas en organizaciones concretas
(ensamblajes, formaciones) y contextos de la realidad vivida y
el poder. Por lo tanto, los estudios culturales pretenden
analizar los procesos y las prácticas reales gracias a las cuales
cualquier contexto se construye como una organización de
relaciones. Acogen lo que Marx llamó la especificidad
histórica; y es por esto que me he referido a ellos como una
práctica del contextualismo radical. Siempre están intentando
comprender los acontecimientos en el mundo como partes de
contextos contingentes. Un contexto aquí no se refiere a un
fragmento espacio-temporal aislado, o a un fondo más bien
amorfo, sino a un complicado y contradictorio conjunto de
relaciones, unidades diferenciadas, multiplicidades
organizadas. Esta dialéctica de complejidad y organización
significa que los contextos existentes de la realidad vivida,
como en cualquier relación, nunca son garantizados de
antemano; sus estructuras nunca son necesarias e inevitables;
sus efectos y expresiones nunca son ineludibles. Hubo y
siempre habrá otras posibilidades. Las realidades en las que
vivimos son contingentes, producto de procesos y luchas,
naturales y sociales, de las diversas formas de la agencia, que
forjan relaciones y condicionan sus efectos. Los seres
humanos son sin duda parte de esta historia continua, pero
eso no quiere decir que los seres humanos están de alguna
manera en control.

Los estudios culturales creen que siempre hay que empezar


por desnaturalizar lo que parece ser evidente y se da por
sentado -llamémoslo desmitificación, defetichización o
desarticulación- comprende, separa relaciones que parecen
ser naturales, inevitables, necesarias y universales mostrando
la forma en que se han construido. Exigen una apertura a ser
sorprendido, una disposición auto-crítica a mostrar a sus
conceptos en su incapacidad para llevarnos más lejos. Piden
que estemos dispuestos a descubrir que lo que está en juego
políticamente es distinto de lo que especulamos que era, a ver
que el mundo no es lo que pensamos que era, que no está
funcionando según nuestras suposiciones teóricas o políticas.
Los estudios culturales buscan descubrir lo que no sepan de
antemano, lo que sus conceptos dados por sentado no les

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permiten ver o decir; tienen que acercarse a sus propias


herramientas con recelo y la vacilación. Operan en la
confrontación de la teoría, la política y las realidades
empíricas. Esto no significa que lo empírico esté disponible sin
trabajo teórico (conceptual). Comprender el mundo depende
de algún tipo de confrontación o conversación entre la
invención de conceptos y el mapeo de las relaciones empíricas
concretas. De hecho, los conceptos son herramientas para
mapear, para organizar, la de alguna manera impenetrabla
complejidad del mundo empírico.

La teoría en sí tiene que ser constantemente cuestionada,


tratada como un conjunto profano de herramientas que uno
toma, remodela o deja de lado en función de su capacidad de
arrojar luz sobre un contexto particular, y abrir nuevas
posibilidades para la lucha por rearticular ese contexto. Los
estudios culturales luchan activamente contra los hábitos
académicos que permiten que cada vez más la teoría
(ontología) defina de antemano sus diagnósticos de realidades
empíricas y posibilidades políticas, como si uno pudiera estar
seguro de la verdad y la utilidad de sus propios conceptos y
supuestos teóricos. Las teorías pueden aparecer para
garantizar sus análisis y, en ese proceso, excluir a quienes son
escépticos sobre el punto de partida teórico, o quienes bien
pueden optar por no entrar en el país de las maravillas
conceptual. Por lo tanto, puede cerrar rápidamente la
conversación o limitarla en formas demasiado predecibles. La
teoría nos exime de responsabilidad con demasiada facilidad,
nos dice de antemano lo que sabemos, o simplemente repite
lo que queremos oír, en lugar de llevarnos a explorar lo que
no sabemos y no esperamos. Los estudios culturales
argumentan que la teoría sirve como un conjunto de
herramientas que nos permite escuchar las preguntas
realizadas, y comenzar a responderlas en formas que hacen
visibles algunas cosas, incluyendo posibilidades; de lo
contrario no vistas. Pero la figura de la caja de herramientas
tal vez oscurece el hecho de que, como dijo Marx, “incluso las
categorías más abstractas […] son […] ellas mismas producto
de relaciones históricas y poseen toda su validez solo para y
dentro de estas las relaciones” (citado en Hall [2003] 2010: 98).
Los estudios culturales son construidos, en palabras de Hall,
en “la articulación mutua del movimiento histórico y la
reflexión teórica” (p. 100), la compleja relación de conceptos y
contextos sociales. Esto no significa que los conceptos estén

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atados completamente a sus orígenes -lo cual iría en


contradicción al supuesto de la contingencia- sino que para
hacer uso de conceptos en otros contextos, estos “tienen que
ser desenterrados con delicadeza de su arraigo histórico
concreto y específico y trasplantados al nuevo suelo con
mucho cuidado y paciencia” (Hall 1996: 413).

Fundamentalmente, los estudios culturales tratan de


producir conocimiento útil que se pueda poner al servicio de
la lucha política y los cambios históricos. Como en otras
versiones de trabajo crítico, la lucha política y la imaginación a
menudo van de la mano con la difícil tarea de producción de
conocimiento, trabajo que en ocasiones puede contradecir
nuestras suposiciones teóricas, hipótesis empíricas y
estrategias políticas más preciadas. Pero no presupone la
naturaleza de una relación, ni prescribe una normativa
particular a la práctica de una relación, ya sea con la teoría, la
investigación empírica, o la intervención estratégica y el
activismo. Lo que sí propone es un objeto de estudio
particular y único.

El objeto de los estudios culturales no es ninguno de los


objetos habituales de las disciplinas, y tampoco es la cultura;
son los contextos en sí mismos, pero también hacen una
especificación adicional; toman una decisión política de
operar en un determinado nivel de abstracción y eficacia, al
que se refieren como coyunturas. Mientras que algunas
personas usan la coyuntura para referirse simplemente a un
contexto particular, los estudios culturales la utilizan para
señalar su apuesta sobre qué clases de conocimientos y
estrategias políticas podrían tener una mejor oportunidad de
mover el mundo en direcciones más humanas. Siempre hay
muchos niveles de contextos, muchas formas de comprensión
y luchas, y no pretendo hacerlos ininteligibles o invisibles. Por
el contrario, quiero hacer hincapié en que desde el punto de
vista de los estudios culturales, todos los niveles de
abstracción se caracterizan por sus propias formas específicas
de complejidad y multiplicidad, por un lado, y por sus propias
organizaciones o “estructuras de dominación” de esas
complejidades. Cada nivel, desde el gran alcance de las
épocas a lo concreto de las situaciones, tiene sus propias
luchas políticas y posibilidades. Las coyunturas no se definen
únicamente por eventos específicos o situaciones, por los
límites espacio-temporales definitivos (localismos), ni por las
extensiones más grandes de épocas que pueden prolongarse
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a través de los siglos, a menudo señalando grandes cambios


en las estructuras fundamentales del poder. Pero una
coyuntura tampoco es simplemente el hecho de la
complejidad de una formación social.

El análisis coyuntural intenta mapear las multiplicidades y


heterogeneidades temporales, espaciales y causales, así como
las interacciones de múltiples determinaciones, las crisis,
luchas y conspiraciones. Este mapeo es un acto creativo. En
lugar de asumir que todas las piezas de alguna manera
encajan perfectamente y que estas unidades pueden ser
conocidas de antemano, se ve este tipo de articulaciones
como el lugar de la práctica de la lucha de poder: el esfuerzo
de crear relaciones y formas de organización (por ejemplo, de
los conjuntos relacionales, formaciones discursivas, aparatos
de poder y alianzas políticas específicas), capaces de ofrecer
un nuevo “acuerdo”, un nuevo equilibrio temporal en los
campos de fuerzas, una nueva comprensión del presente y
posibilidades de futuro.

Una coyuntura describe una unidad compleja y articulada


donde no preexiste una lucha política o trabajo intelectual,
con grados de estabilidad específicos y cambiantes. Siempre
es en sí misma una construcción de la articulación,
desarticulación, rearticulación de las relaciones, que no es ni
simplemente determinada por la agenda del analista ni está
objetivamente a la espera de ser descubierta por un
observador imparcial. Tiene que ser tallada como si fuera una
configuración de fuerzas que produce un “lugar” temporal
dentro de una geografía más complicada de lugares y
espacios vinculados entre sí. Eso nunca está completamente
cerrado o aislado ya que siempre hay líneas de conexión y
determinación, cooperación y antagonismo, conectándola a
través de geografías e historias más amplias.

Cada coyuntura lleva consigo una exterioridad que está


operando dentro de sus espacios, siempre es localizable
dentro de las configuraciones más grandes de coyunturas. Por
lo tanto, el análisis coyuntural también nos obliga a mirar el
equilibrio entre las fuerzas específicas a la coyuntura, las que
se extienden a través coyunturas, y las que operan sólo a nivel
local o situacional. En consecuencia, una coyuntura no puede
definirse como un período histórico o un lugar geográfico
específico, aunque estos pueden ser el resultado de los límites
de nuestra capacidad para construir la coyuntura. De hecho,
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es la compleja articulación de los esfuerzos en el análisis


político y transformación. Por lo tanto, pensar
coyunturalmente no es lo mismo que pensar localmente; bien
puede requerir que uno piense globalmente, pero al mismo
tiempo, no es la negación de lo local, puesto que la cuestión
es una cuestión política: ¿cómo se puede organizar la lucha
política, y cómo puede uno mover a la gente de donde está
para conseguir que piensen en lo global como una parte
integral e inmediata de su vida?

Una coyuntura es una respuesta política y analítica para un


período de relativa inestabilidad, no por una única o singular
contradicción o lucha, sino por la articulación, la acumulación
o condensación de múltiples luchas, contradicciones y
vectores, con diferentes espacialidades y temporalidades, la
fabricación de una “totalidad”, temporal, frágil y compleja, sin
una unidad simple o identidad. Estas contradicciones, en su
conjunto, interrumpen o desestabilizan las estructuras que se
dan por sentado de la identidad y la estabilidad, creando un
sentido de crisis social (aunque si las múltiples crisis se funden
en un solo momento es en sí mismo parte de la historia
coyuntural), a menudo se experimenta como una especie de
interrupción o perturbación histórica, un cambio de la textura
y el ritmo de la vida cotidiana, marcado por la aparición de
nuevos conjuntos de relaciones. Esta sensación de
inestabilidad social e incertidumbre lleva a una buscar
asentamientos, nuevas estructuras y recursos que podrían
ofrecer algún tipo de resolución. Cómo se desarrolla esta
historia coyuntural es, en consecuencia, nunca garantizado de
antemano; su cumplimiento específico no es nunca necesario.
La coyuntura es lo que David Scott (2004) llama “un espacio
problemático”, plantea sus propias preguntas y demandas.
Fallar en entender el espacio problemático -aunque puede
haber más de uno que pueda ser escuchado o visibilizado- es
no entender lo que sucede y, por tanto, dejar de abrir
posibilidades políticas viables. O en otros términos, una
coyuntura es el intento de “representar” y re-articular una
“crisis orgánica”.

Por lo tanto, los estudios culturales no se ofrecen a sí


mismos o a su práctica de contextualismo radical como una
nueva práctica universal, sino como una intervención
estratégica, operando a lo que se necesita para ser un nivel de
abstracción política importante, al interior de una crisis
orgánica. Es un proyecto auto-reflexivo en la medida en que
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se considera a sí mismo como una respuesta contextual


específica a la complejidad. No es la complejidad o la
contingencia la que los convoca a la existencia, sino las formas
específicas de la complejidad y la contingencia de estos
“tiempos oscuros” (Arendt 1970). Una vez más, los estudios
culturales son una respuesta a la aparición de una “crisis
orgánica” y, en particular, a la crisis orgánica que comenzó a
tomar forma después de la Segunda Guerra Mundial. Por lo
tanto, los estudios culturales se imaginan la posibilidad de su
propia muerte, en un momento en que su proyecto particular
de contextualismo radical, cuando sus prácticas particulares
de rigor, autoridad y provisionalidad podrían no ser,
estratégicamente, la manera más útil de contar mejores
historias.

En parte, ese esfuerzo se define por un sentido diferente de


la autoridad y la verdad. Los estudios culturales aceptan que
fallarán siempre en comprender la totalidad indefinible, por lo
que ofrecer conclusiones es siempre una tarea arriesgada,
pero la necesidad política de responder las preguntas
formuladas por el espacio problemático para hacer frente a la
crisis orgánica, como mejor se puede, exige que uno no
renuncie a toda autoridad, que uno no abandone el esfuerzo
para contar una historia mejor. Sin embargo, los propios
análisis son siempre provisionales, siempre incompletos,
ofrecidos sin certeza, sin lo que Stuart Hall una vez llamó “el
consuelo del cierre” (1996: 138). Es cierto que la visión de los
estudios culturales que he ofrecido es la de un proyecto, una
imaginación del trabajo intelectual; tal vez nunca se haya
realizado plenamente pero eso no le resta valor al esfuerzo.
Por otra parte, el proyecto no dicta de antemano cómo podría
llevarse a cabo en cualquier contexto específico. Es decir, la
formación específica de los estudios culturales depende en
parte de las formas particulares en que el espacio
problemático se exprese, las maneras en las que llama a la
vida al análisis coyuntural y a la política, así como en los
recursos intelectuales y políticos que están disponibles para
él.[2]

Los estudios culturales son un trabajo duro, probablemente


no es lo mejor pensarlos como una tarea para un solo
intelectual aislado o una comunidad de acuerdo y experiencia
común (aunque dado el estado de la academia, esta es a
menudo la forma en que parece estar siendo realizado). Como

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ya he dicho, hay muchas maneras de hacerlos, y cuál es la que


más probablemente produzca el tipo de entendimientos útiles
que uno busca depende en parte de la variación contextual
particular de la coyuntura que uno escoge. Pero quiero al
menos tratar de ofrecer un sentido de algunas de las formas
en las que los estudios culturales podrían alentar maneras de
experimentación intelectual: pienso en tales experimentos
como modos de mapear una coyuntura, mirando a través de
los mapas para ver sus relaciones, así como articular los
esfuerzos propios con aquellos de los demás involucrados en
la conversación. Pienso en esos mapas como mega-
rompecabezas sin la imagen que te permite saber lo que estás
tratando de volver a montar. Cada pieza es probable que
cambie tu sentido de lo que está pasando, y cada pieza
añadida puede modificar el significado de todas las otras
piezas. Por lo que el rompecabezas está en constante cambio,
re-haciéndose constantemente. Ahora habría que imaginar,
en última instancia, un rompecabezas multi-dimensional, para
tener un cierto sentido de la tarea a la que nos enfrentamos.
Mientras más ricos sean nuestros esfuerzos, mientras
construyamos y relacionemos más mapas, mejor será nuestra
comprensión de la coyuntura y la imaginación de sus posible
transformaciones.

Quiero identificar algunos de los mapas que pueden ser


ensamblados por el bien del análisis coyuntural, y quiero
ampliar las posibilidades más allá de las prácticas de la
izquierda intelectual que se dan por sentado, así como
reconocer el impacto de otros proyectos político-teóricos,
incluyendo los nuevos materialismos y el giro ontológico. En
primer lugar, se puede construir lo que podría llamarse un
mapa estructural-materialista de las estructuras de y las
relaciones entre las instancias o dimensiones políticas,
económicas, culturales y sociales. Esto es tal vez con lo que
nos sentimos más a gusto, aunque es probable que cada uno
de nosotros se mantenga dentro de los cómodos confines de
nuestros propios objetos disciplinares -el resultado de cortar
algún subconjunto de las relaciones y objetivar una realidad
en y de sí misma, a menudo empujando la autonomía relativa
de cada instancia en la ilusión de autonomía absoluta- e
incluso de nuestros propios compromisos teóricos y
metodológicos en la disciplina.

Con demasiada frecuencia, los intelectuales formados en la


disciplina asumen que pueden simplemente añadir estos
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conocimientos disciplinarios y llegar a una totalidad


interdisciplinaria que es mayor que la suma de sus partes.
Necesitamos tomar más en serio los retos de la
interdisciplinariedad, no solo en términos de una
conversación entre las disciplinas, sino también como un
requisito previo para tal conversación. Es decir, cada disciplina
tiene que convertirse en una formación interdisciplinar en su
propio derecho, volver a insertar su objeto en la complejidad
de las relaciones en las que está incrustado, a fin de que haya
una realidad común como base de nuestra conversación
interdisciplinaria. Si cada dimensión tiene sus propias
prácticas, lógicas y temporalidad, también es el caso de que al
ser articuladas juntas, cada una proporcione condiciones y
resistencias a los otras, cada una en parte construye y
deconstruye las otras. ¡Trabajo duro de verdad! Por ejemplo,
en lugar de pensar la política en términos de una diferencia
preconstituida entre bloques gobernantes, burocracias y “el
pueblo”, podríamos empezar a pensar en ello como una
amplia gama de aparatos de gobierno, incluyendo los
biopolíticos (disciplina, normalización, titulación), culturales
(ideológico, afectivo), subjetivantes, organizacionales,
diferenciadores y violentos, así como una serie de aparatos
contraorganizacionales de resistencia, cooperación y escape.

No se supone que los estudios culturales sean fáciles, y casi


siempre contradicen las costumbres de la academia. Depende
de ver la producción de conocimiento como una conversación
heterogénea en curso. Esta conversación debe ser más amplia
que los estudios culturales, incluso más amplia que la
academia. Esto tiene que involucrar a los intelectuales a través
de una vasta gama de instituciones, así como a activistas,
educadores y trabajadores de la cultura. Probablemente tiene
que involucrar a las personas que están, por el momento,
inseguros de dónde quieren localizarse a sí mismos en el
espacio entre el status quo y las posibilidades de
transformación. Tiene que ser histórico y espacial -tanto en
términos de su contexto particular, como en términos de la
distribución de las relaciones constitutivas del contexto –
incluso mientras reconoce numerosas formas de
especialización[3] y temporalidad. Tiene que hablar muchos
idiomas, hacer muchas preguntas y abrazar muchas
respuestas, todo al tiempo que va buscando las maneras
organizarlos, para ver los puntos en común a través de las
diferencias, mientras se niega a subsumir o subordinar las

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diferencias con respecto a los puntos en común. Los estudios


culturales son un trabajo arriesgado, tanto en términos de sus
resultados y de los sistemas de premios académicos. Pero al
mismo tiempo, el trabajo interesante e importante -ya sea
intelectual o políticosiempre lo es. Es posible si nos acercamos
a ellos con pasión y rigor, con generosidad y humildad,
tomándolos como siempre significativos e inevitablemente
provisionales.

Desde mi propia posición como intelectual (con suerte)


abordando a otros intelectuales políticamente simpáticos e
intelectuales simpáticos de izquierda, creo que nos
enfrentamos a una tarea urgente de transformar las prácticas
- y las instituciones- de producción de conocimiento. Esta no
es una tarea que sólo le concierne a la universidad, sino que
no podemos darnos el lujo de abandonar las posibilidades
imaginativas de la universidad. La lucha para reinventar la
universidad en maneras que nos permitan abordar (y
responder) las crisis de conocimientos, que reconstruyan los
términos de valoración de la institución, que abracen la
legitimidad de las muchas formas de conocimiento, que
actúen y hagan visible la naturaleza de la conversación
continua del conocimiento mismo, y que reconozcan la
responsabilidad política del intelectual: esto es tan importante
como cualquier otra lucha que enfrentemos.

Referencias

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Grossberg, Lawrence. 2014. Cultural Studies and Deleuze-


Guattari, Part 1. Cultural Studies (28): 1-28.

_______. 2012. Estudios culturales en tiempo futuro: cómo es


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Buenos Aires: Siglo XXI Editores.

Grossberg, Lawrence, Carey Hardin and Michael Palm.


2014. Contributions to a conjunctural theory of value.
Rethinking Marxism 26 (3): 306-335.

Hall, Stuart. 2010 [2003]. “Notas de Marx sobre el método:


una ‘lectura’ de la Introducción de 1857”. En: Stuart Hall,
Sin garantías. Trayectorias y problemáticas en estudios
culturales. pp. 95-131. Popayán-Lima-Quito: Envión

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Editores-IEP- Instituto Pensar-Universidad Andina Simón


Bolívar.

_______. 1996. Critical Dialogues in Cultural Studies.


Routledge.

Scott, David. 2004. Conscripts of Modernity. Duke University


Press.

Notas

[1] Traducción realizada por Veronica Mesa. Parrafos


tomados y editados con permiso del autor a partir de su
reciente libro publicado para acceso libre: We all want to
Change the World. The Paradox of the U.S. Left. A Polemic
[2] Aunque en mi propio caso mi “versión” de estudios
culturales está definida en la intersección de un número de
teorías/prácticas de contextualismo radical: el
coyunturalismo de los estudios culturales británicos
(Raymond Williams y Richard Hoggart son señalados
frecuentemente como sus figuras fundadoras, con Stuart
Hall como su expresión más profunda y exitosa) y los tipos
de ontología histórica realizados por Heidegger, las
genealogías de Foucault sobre las tecnologías y
racionalidades del poder, y los esfuerzos de Deleuze y
Guattari de describir la producción “mecánica” de lo actual
(en especial la multiplicidad de regímenes de signos y
ensamblajes expresivos). Sobre esta versión de los estudios
culturales, ver Grossberg (2012, 2014).
[3] Véase el trabajo de Doreen Massey, Paul Gilroy, Kuan
Chen Hsing, Meaghan Morris, etc. Tales autores nos han
enseñado a no pensar en un solo orden mundial global o
nueva época, ni en términos locales sin relación, sino como
una articulación compleja de múltiples contextos que se
solapan.

Notas de autor

* Morris Davis Distinguished Professor University of North


Carolina at Chapel Hill.

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