Jung La Sombra en La Pareja
Jung La Sombra en La Pareja
Jung La Sombra en La Pareja
NUESTROS OPUESTOS EN
LA RELACION CONYUGAL
Maggie Scarf
Lives of Women.
Lo que nos resulta más seductor de nuestra pareja suele ser precisamente lo más
ambivalente. Es por ello que acostumbro a comenzar las entrevistas con las
parejas que acuden a mi consulta del mismo modo que hice con los Bretts,
sentados uno junto al otro y frente a mí: «Díganme -pregunto a la joven pareja-
¿qué fue lo primero que le atrajo al uno del otro?» Mi mirada se deslizó de la
atenta Laura al rostro levemente circunspecto de su marido, Tom. «¿Qué creen
que les hizo especiales a los ojos de su compañero?»
Aunque estas preguntas me resultaran sumamente conocidas no dejaron de
despertar, sin embargo, la sorpresa habitual en mis interlocutores. Laura inspiró
profundamente y, tomando un mechón de su largo pelo castaño, se lo recogió por
detrás de los hombros. Tom parecía como si estuviera a punto de saltar de su
asiento, pero, en lugar de ello, se arrellanó en el lujoso sofá marrón. Luego se
miraron y esbozaron una sonrisa hasta que Laura terminó ruborizándose y ambos
rompieron a reír. Lo cierto es que los Bretts se consideraban como personas muy
diferentes y, en muchos sentidos, opuestas.
Casi al finalizar nuestra primera entrevista les hice la siguiente pregunta: «¿Cómo
creen que describiría su relación alguien que les conociera a ambos, un amigo o
un miembro de la familia, por ejemplo?»
Tom vacilaba y dirigió su mirada hacia Laura, quien parecía asentir con la cabeza
con una expresión entre apesadumbrada y divertida. «Tú eres tranquilo y pasivo
-reconoció ella- mientras que yo, para bien o para mal, siempre estoy moviéndome
de un lado a otro». Luego se volvió hacia mí y agregó: «Lo mire como lo mire
somos dos personas completamente opuestas...».
Los Bretts -como tantas otras parejas que parecen haber establecido su relación
sobre los opuestos- se hallaban frente al más frecuente de los problemas
maritales: diferenciar entre los pensamientos, sentimientos, deseos, etcétera, que
pertenecen a uno y aquellos otros que conciernen a la pareja, un problema que se
deriva de la forma en que trazamos nuestras fronteras personales. De hecho, en la
confusión entre lo que tiene que ver con uno y lo que tiene que ver con el otro
radica el origen de la mayor parte de los problemas que aquejan a las relaciones
de pareja.
Hay muchas parejas que parecen compuestas por personas francamente
opuestas pero su diferencia no es mayor que la existente entre los títeres de un
teatro de marionetas: ante los ojos del espectador cada uno de ellos desempeña
un papel muy diferente, pero entre bambalinas los hilos que las mueven se
entremezclan y confunden.
Este acuerdo, que suele tener lugar a nivel inconsciente, no resulta, por ello,
menos operativo. Laura, por ejemplo, había asumido el papel de optimista y Tom
el de pesimista, ella era la creyente y él el escéptico, ella anhelaba la apertura
emocional y él quería permanecer encerrado en sí mismo, ella era la que se
aproximaba a él y él quien ponía distancia entre los dos, quien huía de la
intimidad. Era como si entre los dos constituyeran un solo organismo adaptado e
integrado en el que Laura se, encargaba de inspirar mientras que Tom, por el
contrario, se ocupaba de exhalar.
Pero al igual que Laura dependía de Tom para escapar de las redes en las que
ella misma se había quedado atrapada, Tom, por su parte, dependía de Laura
cuando necesitaba o quería intimidad.
Lo que sucedía con esta pareja es algo muy común en los matrimonios. Entre
ellos se había abierto un abismo, el conflicto entre satisfacer sus necesidades
individuales y satisfacer las necesidades de la relación. En lugar de admitir que
ambos deseaban una mayor intimidad y que ambos querían alcanzar sus propios
objetivos individuales -en vez de reconocer que el conflicto entre la autonomía y la
intimidad tenía lugar en el interior de cada uno de ellos- los Bretts habían firmado
una especie de acuerdo inconsciente.
Los términos de ese contrato inconsciente parecían establecer que Laura jamás
tomaría conciencia de su necesidad de un espacio personal y que Tom nunca
reconocería su necesidad de abrirse emocionalmente y de mantener una relación
próxima y sincera. Ella se ocuparía, por así decirlo, de la necesidad de intimidad
de la pareja (las necesidades de la relación) mientras que Tom se encargaría de la
necesidad de autonomía de ambos (la necesidad de toda persona de conseguir
sus propios objetivos). Es por ello que Laura siempre parecía querer un poco más
de intimidad y que Tom, por el contrario, parecía encargarse de mantener la
distancia entre los dos.
Como resultado de todo ello, un dilema realmente interno -algo que sólo existe
dentro del mundo subjetivo de cada persona- terminó convirtiéndose en un
conflicto interpersonal -un problema que se manifestaba de manera reiterada en
su relación.
Quien nunca se enfada puede identificarse así con la expresión de la rabia que
manifiesta su pareja sin asumir su propia responsabilidad personal (¡Aún en el
caso de que fuera consciente de haber sido el primero en enojarse!) Y
normalmente, tras esa explosión de cólera el sujeto suele censurar severamente a
su esposa. ¡Cuando se dispara una proyección de este tipo el individuo que nunca
se enoja suele horrorizarse ante la expresión de la ira y la conducta airada,
impulsiva e incontrolada de su esposa!
De modo parecido, la persona que nunca está triste sólo puede ver su depresión
en su pareja quien, en tal circunstancia, es considerada como la causante de la
tristeza y desesperación de los dos.
RuMI