Caballero de Las Highlands - V Serie Murray - Hannah Howell
Caballero de Las Highlands - V Serie Murray - Hannah Howell
Caballero de Las Highlands - V Serie Murray - Hannah Howell
Highland Knight
Hannah Howell
05 Murray
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Francia
Primavera, 1458.
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Pero recuerda, si ella nos causa problemas, serás tú quien acarreará con las
consecuencias, Bearnard.
Avery, la muchacha cautiva, sintió que su raptor hacía un leve gesto con
la cabeza, como para decir que comprendía. Estaba tan furiosa que necesitaba
esforzarse para mantenerse quieta y con los ojos cerrados, mientras sir
Bearnard dejaba la presencia del hombre de mirada fría, encaminándose a la
salida del gran salón.
Ese bruto, pensó Avery, ¡acababa de intentar destruir todo lo que le era
querido, y en ese momento pretendía usarla como pago de una deuda!
No podía creer como su visita a la familia de su madre, que había
comenzado de forma tan feliz, había terminado de manera tan trágica y
sangrienta. ¿Cuántos de sus primos habrían muerto bajo las espadas de los
hombres de Deveau? ¿Acaso todo fue destruido? ¿Y dónde estaría su prima
Gillyanne? No pasaba de ser una niña, apenas tenía trece años. Todas esas
preguntas estaban en la punta de su lengua, pero Avery estaba segura de que el
animal que la cargaba jamás las respondería.
Cuando, por fin, pararon al frente de una gruesa puerta y él golpeó,
Avery hizo una mueca de dolor. Cada brusco golpe aumentaba su terrible dolor
de cabeza. La puerta se abrió, y ella gimió levemente, mientras Bearnard la
arrastraba hacia dentro, sin delicadeza, haciendo que sus piernas chocaran
contra la pared.
Avery intentó observar el aposento donde habían entrado, pero sus
cabellos se lo impedían. Luego el grosero sir Bearnard la tiró al suelo, sobre una
espesa piel de carnero extendida delante de la chimenea. La brusca caída la
atontó, aumentando su dolor de cabeza de tal modo que temió desmayarse.
—¿Y qué tenemos aquí? —preguntó una voz profunda con fuerte acento
escocés.
—Una mujer —respondió sir Bearnard.
—Eso puedo verlo. ¿Pero por qué me la trajo?
—Para pagar mi deuda.
—Aunque estuviera dispuesto a aceptarla como forma de pago —dijo
con voz gélida y arrastrada— ella no parece valer ni la mitad de lo que usted me
debe.
Ante tal insulto dicho con una voz tan tranquila, Avery apretó los
dientes, y decidió que ya había fingido su desmayo por demasiado tiempo. Se
echó hacia atrás los cabellos despeinados, y casi soltó un grito. El hombre de pie
frente a sir Bearnard, que la miraba con ironía, parecía un gigante, y no porque
lo viera desde abajo, extendida como estaba sobre la piel de carnero.
El extraño usaba botas de suave cuero de ciervo, y sus pantalones de
lana marrón realzaban sus piernas largas y bien formadas. La camisa de lino
blanco estaba abierta, revelando el vientre duro y el ancho tórax. Su piel era
muy morena, y Avery pensó que incluso ella, con la tez dorada por el sol, parecía
pálida ante aquel dios musculoso.
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Avery miró el vestido cuando las dos criadas que la habían ayudado a
bañarse salieron del cuarto. Era azul oscuro, bordado y muy bonito, incluso al
haber sido rasgado a un lado para que se lo pusiera con la muñeca esposada. Se
preguntó donde el bárbaro Cameron había conseguido una prenda tan delicada.
Si lo había comprado para regalárselo a una amante o familiar, ahora estaba
arruinado, y eso le causó una ridícula alegría.
Miró la pesada esposa que la sujetaba a la cama, e intentó de nuevo
librar la muñeca, pero fue en vano. En aquel instante, Cameron entró en el
cuarto, y Avery imaginó la pieza de hierro rodeando el cuello de su verdugo y
apretando sin misericordia. Ese pensamiento la asustó porque no solía ser tan
cruel, pero en ese momento la rabia la hacía enloquecer.
—¿Dónde está Gillyanne? —preguntó al ver que él había entrado solo.
—La dejé con las otras mujeres.
—¿Qué mujeres?
—Existen algunas que viajan con mis hombres.
—¡Prostitutas! ¿Dejó a una niña con prostitutas?
—¡No son nada de eso! Dos ya están casadas y las otras en breve se
casaran también.
—Bien, quiero permanecer con mi prima. Gillyanne se va a sentir
preocupada y atemorizada si continuamos separadas.
La mirada que Cameron le lanzó la hizo ver que no lo había convencido.
—Las mujeres la mimarán, no se preocupe. Se quedaron felices con su
compañía.
Cameron se sentó en la orilla de la cama y se sacó las botas. No había
dudas de que Avery estaba furiosa, pensó. Los ojos dorados brillaban de rabia, y
las pequeñas manos estaban cerradas. Si estuviera en aquel instante en posesión
de la daga, lo degollaría, a buen seguro.
Cameron sopló la vela, y se acostó en la enorme cama, pasando los
brazos por detrás de la cabeza. Avery se había levantado y se mantenía en pie,
esposada a la cama.
—Acuéstese. —Ordenó él.
—¿A su lado? ¡De ninguna manera!
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—¡Avery!
La voz de Gillyanne la hizo dejar de admirar la espalda de Cameron, que
se apeaba del caballo y se alejaba. Aunque estuviera muy feliz por volver a ver a
su prima que a buen seguro estaba bien, el alivio no fue muy grande.
Durante dos días había permanecido amarrada a la cama, y en ese
instante estaba atada por las muñecas a la silla de su verdugo. Si era así como
sería tratada hasta llegar a Escocia, deseaba que su clan fuera a Cairnmoor y
matara a todos los MacAlpin que encontrara en el camino. Ciertamente, lo
aplaudiría.
—¿Estás bien, Gillyanne? —preguntó.
La niña miró estupefacta las cuerdas que asían a Avery al caballo, y
después miró a Cameron furiosa. Aún tratándose de una niña frágil, era bueno
ver que alguien estaba de su lado, pensó Avery.
—Sí —replicó Gillyanne—. Las mujeres cuidaron bien de mí, pero sólo
me dejaron verte hoy. Permitieron que hiciera de todo, menos lo que estuviera
contra las órdenes de sir Cameron. Sin embargo conseguí oír algunas
conversaciones, y ninguno de los demás hombres, están de acuerdo con los
planes de su señor. Pero son unánimes en cuanto a que se venguen de Payton.
—Mi hermano no cometió ningún crimen —replicó Avery con
vehemencia.
—No necesitas defenderlo ante mí, Avery. Sé que es inocente. Siempre
fue uno de los pocos niños de nuestro clan que nunca se irritaba con nuestras
provocaciones y bromas. Un muchacho como Payton, que no se enfureció
cuando ensucié sus botas con excremento de cerdo, nunca maltrataría a una
muchacha.
Avery sonrió.
—Entonces fuiste tú, Gillyanne.
—Sí, aquel día estaba muy traviesa. —Ambas rieron, olvidando sus
aflicciones por un breve instante—. ¿Cómo te están tratando, Avery?
—Bien. ¿Notas como sir Cameron pasó un lazo de seda en las cuerdas
que me sujetan? A pesar de su cara enfurruñada jamás me maltrató seriamente.
—Pretende seducirte y arrojar vergüenza sobre nuestras familias.
—Tienes razón, Gillyanne. Pero no te preocupes porque aún no
concretizó su intento.
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En ese momento Avery no contuvo la risa, al ver que Rob y Colin daban
un paso atrás.
—Sólo están cumpliendo órdenes, Gillyanne.
—Lo sé, y sólo por ese motivo aguanto todo como una dama, y no
intento golpearlo en la cabeza con un palo. —Respiró profundo, y después cruzó
las manos con delicadeza—. ¡Listo! Estoy tranquila.
—¿Respirar profundo ayuda?
—A veces, cuando no estoy furiosa de verdad. Como tú misma dijiste, no
es culpa de Colin, sino de aquel demonio que insiste en sujetarte a la baranda de
la cama y la silla de los caballos. Hablando de eso, ¿cómo te va, Avery?
La joven pasó el brazo por el hombro de su prima, y comenzó a caminar
a su lado.
—Bien.
—¿En serio? A mí me parece que estás muy preocupada.
—Eres una niña observadora, prima.
—Tía Maldie siempre lo dice. Sin embargo, tú también tienes tus dones.
Presentiste el peligro el día que los Deveau nos atacaron.
—¡Gran cosa! ¡No ayudé en nada!
—Estamos vivas. Y si hubiéramos sido cogidas totalmente
desprevenidas podríamos haber muerto también. Y alertaste a nuestros
hombres, aunque demasiado tarde. Sólo podemos rezar por las almas de los que
murieron.
—Espero que no hayan sido muchos —suspiró Avery.
—Necesitamos concentrarnos en los problemas actuales.
—Sí. Y en cómo mantener a Payton a salvo.
—Es cierto —replicó Gillyanne, lanzando una mirada perspicaz a su
prima—. Y como mantener tu corazón sereno. La pasión incomoda.
Avery sabía que no sacaba nada intentando evadir a su prima. A pesar
de ser muy joven, Gillyanne era sagaz.
—Mi único consuelo es que Cameron también sufre —replicó—. Pero
estoy al borde de capitular.
—¡Dios mío! Entonces es preciso que pensemos en un plan para hacer
que la victoria de nuestro raptor no sea muy dulce.
—Sólo deseo que Payton sepa que no fui deshonrada, y que me entregué
por mi propia voluntad.
—Sin duda eso disminuirá la alegría de sir Cameron.
En aquel instante el caballero se aproximaba a las dos chicas, y Avery no
pudo dejar de sentir el corazón acelerado. Hasta cierto punto era comprensible,
se justificó. Cameron poseía un físico maravilloso y, finalmente, era un hombre
muy guapo.
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Con los dientes apretados, Avery susurró de modo que sólo su prima la
oyó:
—Primero haré que ese hombre sufra y me desee tanto que la última
cosa en la que quiera pensar sea en la venganza.
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Sus manos estaban libres, y Avery apenas podía creer tanta suerte. Dos
noches atrás, ella y Gillyanne habían hecho que Cameron las persiguiera y,
como esperaban, él se había vuelto más alerta y determinado a seducirla. Dos
noches excitantes y largas, pero llenas de frustración también.
Los días tampoco eran mejores, y ambos estaban exhaustos por el
autocontrol al que eran obligados a entregarse. Por eso, pensó Avery, estaba en
ese momento sentada en la grupa del caballo de Cameron, las manos libres de
cuerdas, aunque fueran de seda o lino. Sin duda él estaba demasiado cansado
para recordar ese importante detalle, reflexionó.
Avery miró alrededor y vio a Gillyanne cerca de las otras mujeres. Si
consiguiera llamar la atención de la niña podrían huir de nuevo. Gillyanne sabía
montar muy bien, y esa vez partirían con provisiones. Avery sospechó por qué
continuaba allí sentada en la silla y no galopaba con su prima a lo lejos.
La respuesta a su indecisión podía ser resumida en una sola palabra,
para su espanto y disgusto: Cameron.
Como si lo hubiera conjurado, él surgió al lado del caballo. Colocó la
mano en su pierna y la acarició, pero la arrogancia y el aire de triunfo con que la
miró hicieron a Avery tomar una decisión.
Sonrió de modo lánguido a su raptor, y entonces lo golpeó en el rostro,
haciéndolo caer de culo en el suelo. Enseguida, fustigó la montura, que salió al
galope, y gritó el nombre de Gillyanne. Para su alivio su prima fue rápida, y
bastó hacer que el caballo redujera un poco la marcha para que la niña subiera
en la grupa con agilidad.
Mientras se distanciaban, Avery pudo oír, risueña, los gritos de
Cameron a su espalda.
El caballero MacAlpin se levantó maldiciendo. No estaba admirado por
ver como Avery conducía bien su montura o como la pequeña Gillyanne subía
con agilidad a la silla en movimiento. Nada que las dos hicieran podría
sorprenderlo, especuló, en especial si ellas supieran que iban a irritarlo.
Esperando no demostrar su desesperación, comenzó a dar órdenes a
diestro y siniestro, satisfecho por ver que Leargan ya corría a su lado con dos
caballos ensillados.
—¡No digas ni una palabra! —gruñó a su primo, subiendo en la silla y
saliendo al galope.
Leargan ignoró la amenaza, mientras seguía a su lado.
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Pasaba del medio día cuando Avery decidió que ya estaban muy lejos y
podían descansar un poco. Ella y Gillyanne se apearon en un pequeño bosque
que habían descubierto y que era perfecto. Sombreado y fresco, con un riachuelo
y pasto blando para el caballo.
Gillyanne la ayudó a cuidar de la montura, y después ambas se dejaron
caer a la sombra de un árbol. Varios minutos pasaron hasta que tuvieron fuerzas
para examinar las bolsas amarradas en la silla, en busca de comida y bebida.
Para alegría de Avery, también encontraron el mapa de Cameron, y ella
lo estudió, mientras comía con su prima galletas de avena, y tomaba algo de
vino.
—Es difícil saber a donde ir cuando desconocemos donde estamos
—murmuró Gillyanne, apoyándose en el tronco del árbol y cerrando los ojos.
—Sí, pero después que descubramos nuestra localización, este mapa
será de gran ayuda —replicó Avery, relajándose a su lado.
—¿Crees que Cameron nos perseguirá por mucho tiempo?
—Más de lo que nos gustaría. Es un hombre terco.
—Y robamos su caballo preferido.
Avery sonrió ante el comentario.
—Es verdad. Sin embargo creo que nos perseguirá porque somos dos
muchachas que lo hicieron tonto.
—Eso sacude el ego masculino.
—Y Cameron MacAlpin es muy orgulloso.
—Me sorprendió tu repentina decisión de huir —comentó Gillyanne.
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Avery suspiró.
—No fue tan repentina. Vacilé, pero entonces él me lanzó aquella
mirada…
—¿Qué mirada?
—La que decía “puedo y venceré”. Luego lo empujé. —Gillyanne soltó
una carcajada, y Avery prosiguió—: Ese fue el gran error de Cameron. Si me
hubiera mirado de otro modo, con dulzura y humildad, tal vez aún estaría en el
campamento, sentada en el caballo, e intentando decidirme. Una parte de mí
deseaba quedarse, lo confieso, y sólo pensaba que, si conseguía huir, jamás lo
vería de nuevo.
—No seas tan dura contigo misma. —Gillyanne acarició la mano de su
prima—. Considerando tus sentimientos en relación a Cameron es natural que
no quisieras dejarlo, en especial para siempre. Payton comprendería.
—Sólo me arrepiento de no haberme entregado a él por lo menos una
vez.
—Estoy de acuerdo.
—¿En serio, Gillyanne?
—Sí. Una pasión tan fuerte es algo raro. Nuestros padres nos lo dijeron,
y Elspeth también. Es lo que todas buscamos. Pasión con amor y cariño. Quiero
vivir lo que nuestros padres vivieron, Avery. Y esa oportunidad ya apareció para
ti. —La niña guiñó un ojo de modo travieso—. Intenta pensar que fue culpa de
Cameron si no te entregaste.
—Sí, es culpa de ese estúpido y de su mentirosa hermana. Tal vez
nuestra fuga haya sido para mejor, porque perdería la cabeza si me viera delante
de la acusadora de mi hermano.
Mientras hablaba, Avery se levantó y arregló la falda.
—Es que mejor que prosigamos el viaje. Podremos ir más despacio
ahora.
—¿Estás segura? —preguntó Gillyanne, siguiendo a su prima—. No
hemos visto rastro de Cameron o Leargan hasta este momento.
Pero justo en aquel instante notó algo moviéndose entre los árboles.
—¡Maldición! ¡No puedo creer que nos encontraran!
Sin embargo, mirando con más atención, concluyó que debía ser sólo un
conejo corriendo entre los arbustos.
—No son ellos. —Suspiró aliviada.
Montaron, y Gillyanne rodeó la cintura de su prima. Atravesaron el
riachuelo y penetraron en la espesura del otro lado. Inmediatamente volvieron a
presentir movimiento.
—¿Quién será ahora, Avery?
—No sé. Parece el sonido de voces. Es mejor que nos escondamos.
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hacer que el muchacho fijara la boda. Como mujer de familia noble, Avery
comprendería sus motivos y por qué no podía darle la libertad.
—¡Ataque! —gritó ella en aquel momento, irrumpiendo en medio del
campamento de los MacAlpin, y frenando el caballo, que se empinó con un
relincho—. ¡Los Deveau se están acercando para luchar!
—Pero… no son nuestros enemigos —dijo Rob.
—¡Ahora lo son! —replicó Cameron, irrumpiendo en el campamento—.
Quieren a las muchachas porque saben que valen mucho, y son enemigos de su
clan.
—¿Están muy cerca? —quiso saber otro.
Cameron miró a Avery.
—¿Los dos que cogimos eran emisarios?
—Sí. Gillyanne y yo vimos un pequeño ejército de los Deveau. Diría que
dentro de unos minutos llegarán todos.
—O menos —apuntó Gillyanne, apuntando hacia una nube espesa de
polvo que surgía cerca.
Avery y Gillyanne se vieron empujadas por las otras mujeres del
campamento, todas cargando cuánta comida y bebida podían. Tres pajes y dos
escuderos las acompañaron, trayendo a los caballos. Distanciándose del
campamento y refugiándose bajo los árboles, esperaron. Era su papel, como
miembros del sexo débil, observar de lejos y estar preparadas para huir, si sus
hombres perdían la batalla. Sólo uno de los pajes se quedaría allí, escondido,
hasta que todo terminara, para poder narrar el desenlace a los aliados y
parientes y dejarles saber sobre los heridos que recoger.
Mientras observaba al pequeño grupo de Cameron prepararse para
enfrentar a un número bastante mayor de caballeros, Avery comenzó a rezar,
pidiendo que los MacAlpin no tuvieran que pagar un precio muy alto por la
locura de combatir contra los Deveau, y que su y ella prima no cayeran en las
manos de los viejos enemigos de su clan.
La batalla fue ardua, pero Cameron hizo que sus hombres se apostaran
sobre la parte más alta del campamento, formando un círculo con arqueros en
medio. Pronto fue imposible para Avery observar todos los detalles, por lo tanto
focalizó la atención en Cameron, perdiendo la respiración con cada ataque de un
hombre de los Deveau.
Por fin vio algunos caballeros de los MacAlpin en tierra, y rezó por sus
almas. Parecía que muchas horas ya habían transcurrido, pero era probable que
fueran sólo minutos. Prontamente percibió que los MacAlpin estaban
venciendo, y que los enemigos comenzaban a caer como moscas. Vio a uno de
ellos socorrer a un herido y salir corriendo, seguido por los demás.
Cuando por fin todos los Deveau restantes desaparecieron, Avery
observó a Cameron caer de rodillas. Corrió en su dirección, seguida por las otras
mujeres, deseando que estuviera sólo cansado, y no herido.
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todos los objetos de valor y estaban siendo arrastrados para ser dejados en el
bosque. Cameron se sentía orgulloso de sus hombres, y se dirigió a un rincón
donde había cuatro de ellos tirados en el suelo. Uno ya estaba cubierto por una
mortaja, el otro yacía pálido y quieto, y los demás maldecían y gemían mientras
las muchachas Murray cuidaban de sus heridas, haciéndolo tener la certeza de
que por lo menos aquellos se salvarían.
Volviéndose hacia el que estaba más grave, se arrodilló. Sintió un ahogo
en el corazón al ver cuan joven era. No podía haber tenido más de dieciocho
años. Era Peter, que había imaginado que un viaje a Francia le traería aventuras
y riquezas. Demasiado joven para pensar en la muerte, pensó Cameron, y la
batalla que acababan de librar no fue con reyes que defendían sus reinos, sino
con un asesino inmoral que se negaba a perder algún dinero.
—Aún puede sobrevivir —murmuró Avery, acercándose.
Cameron sintió el pulso del muchacho, y descubrió que era estable a
pesar de ser muy débil.
—No parece que aguante un largo viaje —comentó con voz triste.
—Por el momento no, pero aparentemente la herida provocó pocos
daños a los órganos internos y dejó de sangrar. Si no tiene fiebre y viaja sin
atropellos, podrá recuperarse deprisa —dijo Avery cómo buena enfermera.
—¿Y cuanto tiempo tendremos que esperar?
—Dos días, tal vez menos —respondió ella con seguridad.
—Nos cambiaremos a otro campamento no bien Leargan encuentre un
buen lugar.
Mientras hablaba, Cameron volvió la cabeza y miró la mortaja.
—¿Quién era?
—Las mujeres dijeron que se llamaba Adam.
Cameron sintió una punzada de remordimiento por la alegría que lo
invadió, pues no se trataba de un pariente o amigo.
—Un hombre que se unió a nosotros en el viaje, un mercenario que
pensaba obtener más dinero trabajando en grupo. —Se giró hacia Avery y
preguntó de manera inesperada—: ¿Por qué volviste?
La joven soportó la mirada con serenidad.
—Puedo desear mi libertad, pero no a costa de otros, mi señor.
—Y yo que pensé que fue por mis bellos ojos —replicó él con ironía,
escondiendo su emoción.
—El señor es tan bello como una noche sin luz de luna.
En seguida, Avery alzó a Peter hasta que el rostro del muchacho reposó
en su hombro. Luego, bien despacio, comenzó a darle agua, presionándole la
garganta para forzarlo a tragar.
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—¿Estás molesto?
—Es mejor que salga inmediatamente de aquí si no te tomaré a la
fuerza.
—Incluso así te diría no.
—Puede ser que tu boca pronunciara la palabra, pero tu cuerpo, estoy
seguro, no respondería así. Vi como te comportaste hace poco.
—¡Estaba adormecida! No sabía lo que hacía.
En respuesta él volvió al lecho, la tomó por los hombros, y le dio un beso
para quitarle el aliento. Por fin, la miró con ojos oscuros de deseo.
—Tú me deseas, pequeña, y en breve descubrirás que tus negativas no
valen tanto sufrimiento.
Envainó la espada y dejó la tienda, haciendo a Avery suspirar una vez
más y levantarse para lavarse y vestir las ropas ya muy usadas y remendadas,
porque la aurora despuntaba. Estaba confusa y no sabía que hacer. No
necesitaba que Cameron, con su modo arrogante, le jugara en el rostro que ella
lo deseaba. Esa era una verdad con la cual convivía desde que lo vio por primera
vez; y su prima Elspeth le había confidenciado que existían hombres que sólo se
sentían tocados por el amor después de que probaban varias veces el cuerpo de
la mujer correcta.
Avery deseaba ver los ojos de Cameron brillar con algo más que simple
deseo. Ansiaba ver ternura y afecto en el rostro apuesto y viril. Si un día se
separaban, deseaba dejarle un recuerdo inolvidable, no sólo en el cuerpo sino en
el alma, que lo hiciera suspirar por lo que había perdido.
El problema era darle lo que deseaba sin que eso se transformara en una
completa victoria para el orgulloso MacAlpin. Una posibilidad sería seducirlo
ella, y no al contrario. Eso lo dejaría atónito y sorprendido, si veía que ella había
tomado la iniciativa en vez de sólo responder a sus avances.
Avery sonrió. Era un plan atrayente y, para comenzar, quedaría claro
que estaba concediendo lo que los dos deseaban, pero por iniciativa propia, y no
como un trofeo a ser conquistado.
Al dejar la tienda, Avery se encontró con Gillyanne y las otras mujeres,
preparando la primera comida para todos en el campamento, y corrió a unirse al
grupo. En breve se vio llena de trabajo, inclusive cuidando de los heridos.
Tres de las mujeres de los soldados de Cameron eran Joan, Marie y
Therese, muy parecidas entre sí, de baja estatura, rollizas y con cabellos y ojos
castaños. Sólo Anne, la esposa de Ranalds, uno de los más antiguos soldados de
Cameron, sobresalía del grupo. Era alta, morena, voluptuosa, decidida y un
tanto mandona.
Pero eso no dejaba de ser bueno, porque las otras tres, no muy
despiertas, necesitaban de alguien para liderarlas. Mientras cuidaba de Peter
con Anne, Avery oyó a las tres discutiendo acaloradamente, en una mezcla de
francés, gaélico e inglés con un fuerte acento, sobre quien hacía mejor los
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bizcochos de avena. Intercambió una mirada divertida con Anne, y percibió que
Gillyanne intentaba no perderse la discusión.
—No sé como una entiende lo que dice la otra —comentó Avery,
moviendo la cabeza con resignación.
Los ojos grises de Anne brillaron de modo burlón.
—Sólo cuando se sienten nerviosas graznan como una bandada de
gansas. Las francesas están aprendiendo inglés bastante rápido, y todas se
llevaran muy bien en Cairnmoor.
Viendo que Peter se había adormecido, Avery observó a Anne por un
instante, y después preguntó sin rodeos:
—¿Conoces a la hermana de Cameron?
—No muy bien. Soy sólo la esposa de un soldado.
Avery comprendió.
—¿Entonces ella es orgullosa?
—No debo hablar mal de la hermana del lord —replicó Anne con un
suspiro—. Sin embargo todos nosotros les debemos nuestras vidas a usted y a
Gillyanne. Ya que el lord no parece que quiera recompensarlas con la libertad,
tal vez sea justo que sepa lo que vas a encontrar en Cairnmoor. —Se levantó e
hizo que Avery la siguiera—. Vamos a coger algo de beber, sentarnos a la sombra
de un árbol y conversar.
No bien se instalaron bajo un gran roble, Avery preguntó:
—¿Existe algo que debo saber sobre la hermana de Cameron MacAlpin?
No sé como eso podrá mejorar mi situación.
—Tal vez no cambie mucho las cosas —concordó Anne—. Con todo
ayudará a entender un poco a la muchacha cuyas palabras la condujeron a su
situación actual.
—¿Quieres decir… sus mentiras?
Anne sonrió.
—No se debe andar por ahí llamando a la hermana del lord mentirosa.
Sin embargo muchos entre nosotros creen que ella es eso mismo, o que falseó
las acusaciones. —Lanzó una carcajada al ver que Avery alzaba los ojos al cielo
en señal de impaciencia—. La chica nunca tuvo madre, ya que murió en el parto.
El viejo lord también falleció cuando ella aún era muy niña. Está la tía Agnes,
pero esa es más ingenua que Joan, Marie y Therese juntas. Una señora dulce y
buena, sin embargo no consigue distinguir una mentira ni aunque esté bajo su
nariz. —Hizo una pausa, y después continuó—: Sir Iain, primo de lord Cameron,
es un buen hombre, pero no sabe educar a una niña, y sir Cameron también era
muy joven y nunca estaba en casa.
—Entonces Cameron fue padre y hermano, y a buen seguro se siente
culpable, imaginando que no cumplió su misión muy bien.
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Para una chica inexperta, Avery sabía muy bien como provocar, con
todo su cuerpo.
—Intento no irme a la cama sucia.
—No hueles mal.
—Entonces mi nariz es más sensible que la tuya.
—Tal vez sólo te quieres exhibir como una gata.
Con los senos surgiendo bajo el escote abierto, se volvió y lo encaró. Los
ojos negros del lord brillaban de deseo, su pecho recio subía y bajaba, y los
puños estaban apretados. La certeza de que podía dejar un hombre tan guapo y
atractivo en aquel estado de excitación era embriagante, y Avery necesitó
recordarse que el plan era seducir y no ser seducida.
—¿Exhibir? —replicó con voz suave—. Pero estoy tan quieta en mi
rincón…
—Ya dijiste más de lo necesario, muchacha, sólo con el lenguaje del
cuerpo. No puedes ser tan inocente para pensar que quitándote la ropa frente a
mí, de ese modo, permaneceré indiferente. Nadie sería tan tonta o ingenua.
—Inocente, tonta e ingenua. Estás describiéndome de un modo poco
halagador. Comienzo a pensar que fui maldecida.
—Creo que soy yo el maldecido.
Seducirlo no sería una tarea simple, meditó Avery consigo misma, ya
que Cameron la criticaba sin parar. Intentó escudriñar en su memoria lo que los
hombres de su familia más admiraban en las mujeres y, respirando hondo, se
aproximó y plantó las manos en el tórax fuerte.
Cameron observó los dedos pequeños y delicados, y después la miró con
ardor. Había una expresión de curiosa inocencia en el rostro de Avery,
entremezclada por un brillo de desafío en la mirada. ¿Querría provocarlo hasta
las últimas consecuencias para, en el último momento, decir no? Era un juego
que ya había tenido la oportunidad de experimentar. La estrategia femenina de
conceder un poco, esquivar, conceder de nuevo, negar… hasta obtener lo que
deseaba.
Sin embargo el instinto le decía que Avery no jugaría de esa manera
inescrupulosa, sólo porque no tenía ni idea de su poder sobre un hombre… más
claramente hablando, sobre él, Cameron MacAlpin. Y eso lo dejaba aún más
inseguro sobre sus intenciones.
—¿Sí? —dijo ella—. ¿Será que las brujas te lanzaron un hechizo?
—Comienzo a creer que sí —murmuró Cameron, no resistiendo la
tentación de tomar las manos pequeñas en las suyas—. Estoy viviendo un
verdadero tormento.
—Me han llamado de muchas formas, pero nunca tormento.
—Entonces los hombres de Donncoill son ciegos o idiotas.
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admirarla en toda su belleza. Las caderas eran delicadas, las piernas largas y
bien formadas.
Gimió ásperamente, comprendiendo que tendría que esforzarse para
poseerla de manera gentil. Ansiaba ahogarse en el calor de sus prominentes
senos, y perderse entre sus piernas blancas y suaves, sin embargo Avery era
virgen, y debía ser preparada para su primera experiencia.
La abrazó con delicadeza, deleitándose con la suavidad de su piel firme.
Jamás se había sentido tan excitado con una mujer. Hasta el perfume que
emanaba de Avery, una mezcla de lavanda y piel limpia, lo enloquecía. La
contempló con mirada empañada, y ella volvió a rodearle el cuello.
El modo como Cameron la miraba la hacía vibrar de deseo y sentirse
bella y sensual, por primera vez en su vida. Aunque ansiaba ser poseída, quería
prolongar aquel momento de éxtasis.
Cameron le besó un seno con la delicadeza de las alas de una mariposa,
y el placer fue tan intenso que la hizo gemir y arquearse, sintiendo la excitación
del cuerpo masculino. De modo instintivo, deslizó los dedos, reteniendo entre su
mano el órgano recio pero, para su asombro, Cameron retrocedió con un
gemido ronco.
—No, muchacha, deja de hacer eso, sino terminaré sin que haya tenido
tiempo que aprovechar.
Avery no sabía sí había entendido bien esas palabras, pero trató de
obedecer. Permaneció quieta, mientras Cameron le acariciaba el vientre y los
muslos, lo que la dejó casi loca de deseo y atemorizada acerca de lo que vendría
a continuación.
—Estás húmeda como una flor llena de rocío —murmuró él a su oído.
—¿Vas a seguir hablando o a actuar? —lo provocó Avery con voz ronca y
entrecortada, buscando bromear para esconder su agitación.
Cameron sonrió, e hizo que ella entreabriera las piernas.
—Tal vez duela la primera vez, muchacha —avisó.
—Dolerá más si no sucede.
—Ya no hay oportunidad de hacer que me detenga. Ni en un millón de
años.
Avery aguantó la respiración, sintiéndolo invadir su cuerpo, y una parte
de su ser entró en pánico.
—Podemos juguetear así sin que te quite tu virginidad.
—¡No! —Ella le pasó una pierna por su cadera—. Me sentiría…
incompleta.
Con un gesto súbito, presionó su cuerpo con fuerza contra el de él, y un
dolor agudo la invadió, al sentir el himen desgarrado. Pero por fin estaban
unidos, de la manera más próxima que un hombre y una mujer podían unirse
físicamente. Olas de pasión volvieron a dominarla, y gimió.
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facilidad, pensó. Sin embargo, cuando ella deslizó los dedos más abajo de su
cuerpo, creyó que sería una tontería no permitir que lo intentara.
—Descansa —murmuró, mientras se excitaba otra vez—. Mañana
estarás adolorida.
—Ya quedé con el cuerpo adolorido después de cabalgar el día entero, y
nada me impidió volver a la silla a la mañana siguiente.
Con un gesto rápido, Cameron la hizo ponerse sobre su cuerpo,
haciéndola reír.
—Para un hombre tan grande eres muy ágil. ¿Te gusta que te acaricie
así?
—Mucho —murmuró él, besándole los pezones rígidos, y haciéndola
serpentear el cuerpo con sensualidad.
Se besaron con pasión, y Avery reprimió el deseo de preguntarle si ya
estaban cerca del puerto y si la despediría. Necesitaba controlarse, pensó. No
quería desperdiciar el placer de aquella noche, y acabó prometiéndose a sí
misma que no permitiría que la pasión la volviese estúpida.
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—No, pero Avery Murray nada tiene que ver con eso. La validez de tu
plan terminó cuando descubrimos el tipo de persona que es ella. Ahora tu
venganza no tiene sentido. Deberías haber renunciado a seducirla y usarla sólo
para negociar el matrimonio de sir Payton.
—Sí, podría haberlo hecho. Sin embargo fue ella quien me sedujo ayer.
—Cameron sonrió al ver la expresión atónita en el rostro de su primo—. Es
verdad. Y no necesitó usar muchas artimañas, pues no es un secreto que la deseé
desde que la conocí. Pero por el momento estoy cuestionándome la validez del
plan. —Frunció el ceño—. De repente, no me gustaría que el deseo físico formara
parte de esta historia. Ayer llegué a intentar disuadirla, pero Avery quiso
entregarse.
—Bien, hiciste que la muchacha perdiera la cabeza. —Leargan sonrió,
bromeando con su primo, pero inmediatamente se puso serio—. Cásate con ella.
—Sería muy difícil y extraño negociar a un hermano por mi esposa.
—Intercambia a Gillyanne por Payton.
Sin embargo Cameron pareció no oírlo, y prosiguió:
—Si Avery fuera mi esposa, los Murray no creerían que fuese a
intercambiarla para concretizar mis propósitos. —Suspiró, irritado—. ¡Las
mujeres son unas plagas! Dulces y tiernas cuando quieren algo, pero rápidas
para apuñalarte por la espalda cuando encuentran campos más verdes. Por el
momento Avery es gentil, pero no sé por cuanto tiempo será así.
Leargan movió la cabeza como si no concordara.
—Estás desconfiando de la chica sin motivos. ¿Desconfías de todos los
hombres porque algunos son deshonestos? No. Sin embargo niegas la honra de
todas las mujeres porque algunas te traicionaron.
—Muchas —corrigió Cameron, pero la verdad contenida en las palabras
de su primo no podía ser olvidada—. Lo único que importa es hacer a Katherine
casarse con el hombre que la sedujo. Y si él la dejó embarazada, el niño necesita
de un padre. Sólo puedo conseguir reparación por medio de Avery y Gillyanne.
—Eres un hombre terco, primo.
—¿Por qué? ¿Sólo por ponerme del lado de Katherine? Avery actuaría
de igual forma si fuera para defender a su familia, y esperaría que yo lo
comprendiera.
—Eso implicaría que tiene sentimientos de honra y lealtad, por lo tanto
adviertes que tengo razón, y que no puedes incluir a todas las mujeres en el
mismo rol.
No bien acabó, Leargan espoleó su caballo y se alejó, poniendo fin a la
conversación. Maldiciendo, Cameron lo siguió. Comenzaba a descubrir que su
juicio sobre las mujeres tal vez fuera errado, pero el cinismo y la desconfianza
eran un escudo para protegerse de la atracción que Avery le despertaba.
Estaba contento con el fin de la discusión. La sugerencia de Leargan
para que se casara con ella lo asustaba. Era demasiado tentador, y ahora que
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—Sí, pero tal vez me arrepienta de este impulso. Mis hombres van a
creer que estoy muy perfumado. —Sonrió—. Bien, por lo menos no es esencia de
rosas, y pronto volveré a estar sudado y el aroma desaparecerá.
—¿Y como planeas quedar sudado? —inquirió Avery, aunque la mirada
ardiente que recibió la hiciera comprender muy bien.
— ¿Vas a luchar? ¿Entrenar a tus hombres?
—Luchar. Contigo. Toda la noche. Vuélvete que voy a lavar tu espalda.
Avery obedeció, pero murmuró abochornada:
—Estaba casi terminando el baño…
—Pero faltaba la espalda, ¿cierto?
Ella se calló, segura de que Cameron tenía más cosas en mente que sólo
frotarle la espalda. Se estremeció cuando sintió la mano fuerte sobre su piel, y se
irritó consigo misma. Aquel hombre tenía el poder de dejarla fuera de sí.
—Levántate, Avery —ordenó, haciendo lo mismo.
Aguantando la respiración, ella obedeció, mientras Cameron comenzaba
a lavarle las piernas, sin embargo el toque había cambiado y más parecía una
caricia. Cuando por fin se detuvo, Avery sintió una ola de alivio al pensar que el
tormento había acabado, pero casi soltó un grito ante el beso que recibió en la
nuca. Cerró los puños intentando resistir.
Se sentía expuesta, de pie en la bañera, como una esclava en una
subasta, sin embargo la mirada cargada de deseo en el rostro masculino la
frenaba de intentar esconderse. Como una estatua, continuó sintiendo los besos
y las caricias.
—Para, Cameron… —protestó con voz débil.
—No, Avery. No quiero parar.
Y ella se entregó al placer, relajándose para que continuara por horas.
Cameron la volvía loca de deseo, y casi gritó para que la tortura terminara
inmediatamente. Entonces, con un gesto súbito, él la hizo sentarse sobre su
cuerpo y la penetró, besándole los senos mojados. En breve Avery gritó de
verdad, alcanzando el clímax casi al mismo tiempo que su amante.
Varios minutos pasaron, hasta que él la levantó y la sacó de la bañera,
comenzando a secarla. Cuando terminó, fue el turno de Avery de arrancarle la
toalla de la mano, y secar las gotas brillantes del cuerpo fornido. Enseguida, con
instinto sensual, se inclinó y lamió las que restaban en su cuello,
mordisqueándole la piel. Pronto la excitación lo dominó de nuevo y, sin esperar,
la tomó en sus brazos, derribándola sobre el lecho de pieles.
Sin conseguir contenerse esa vez, Cameron volcó todo su deseo
poseyéndola con ferocidad, sin esperar que ella alcanzara el mismo pico de
delirio. Intentó disculparse pero, al penetrarla, notó que Avery ya estaba lista
para recibirlo, con la avidez de una mujer apasionada.
Le siguió un acto sexual frenético, que terminó con Cameron cayendo en
los brazos de Avery, con la respiración entrecortada. Sabía que era muy pesado,
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pero no conseguía moverse. Una sonrisa le afloró a los labios. Si continuaba con
aquella pasión desmedida, llegaría a Cairnmoor en camilla.
El recuerdo de su hogar lo hizo pensar que eso sería el fin de su
aventura con Avery, y trató de alejar la idea. Se negaba a pensar en la separación
cuando su cuerpo aún suspiraba por ella de manera sorprendente.
—Necesitamos tomar algunas providencias, muchacha —dijo,
depositándole un beso en la acalorada frente—. Si continuáramos
entregándonos así al deseo en breve no conseguiré montar a caballo.
—¿Estás haciéndote viejo? —jugueteó ella, deslizando un dedo por el
pecho duro.
—¡Qué gracioso! Deberías estar exhausta para hacer ese tipo de burla.
—Me recupero con facilidad. —Bostezó, sintiendo que el sueño la
invadía, y se apretó a él—. ¿Esto que está sucediéndonos es… normal?
Cameron rió despacio.
—¿Tienes miedo de ser excomulgada o algo así? —Incapaz de
contenerse, volvió a acariciarla—. No temas, Avery. Nada hicimos que muchos
hombres y mujeres no hayan hecho a lo largo de los siglos, y a buen seguro no es
el demonio quien te está poseyendo.
Sí, pensó Avery, si el amor conducía al infierno, la mayoría de los
hombres de su familia se quemarían después de la vida en la Tierra.
—Tenías razón cuando dijiste que ibas a sudar —bromeó en voz alta—.
También estoy toda mojada.
—¿Quieres que te frote la espalda otra vez? —se ofreció Cameron con
una sonrisa maliciosa.
Estremeciéndose un poco porque el agua ya estaba fría, Avery entró en
la bañera, y después se envolvió en la toalla, volviendo hacia la cama. Fue el
turno de que Cameron se lavarse, pero cuando regresó, la abrazó con furia.
—Cameron, estás muy frío —protestó.
—Entonces vamos a calentarnos.
Deslizó la mano por entremedio de los suaves muslos, y Avery gimió de
placer, haciéndolo admirar la disposición perpetua de la joven para el amor.
—A buen seguro ya me calenté —le susurró al oído con voz ronca.
Avery sintió un temblor recorrerle el cuerpo, ante la sensualidad
contenida en la voz masculina.
—Pensé haberte oído decir que necesitábamos refrenarnos un poco.
Pero en respuesta Cameron volvió a besarla.
—Esta vez iré más despacio —prometió con el timbre de voz que la
excitaba—. Saborearé cada centímetro de tu cuerpo sin prisas.
—Pero estabas preocupado por no poder montar.
—Puedo caminar, o haré que uno de los hombres me cargue.
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sin que alguien diese la alarma, pues todo fue colocado bien en el centro del
campamento.
El malestar de Cameron aumentó, pues mientras rumiaba sobre todas
las posibilidades, continuaba pensando en sólo una. Deveau había enviado a sus
hombres a raptar a alguien, y sabiendo de la reyerta antigua con los Murray,
algo le decía quien era la víctima.
Observó a Leargan y notó el mismo aire sombrío que su rostro debía
estar revelando en aquel instante. A buen seguro su primo había llegado a la
misma conclusión. De manera sucinta pero comprensible, preguntó:
—¿Nos quedamos?
Leargan gesticuló que sí. Luchando por permanecer tranquilo, Cameron
aguardó, todo el tiempo rezando para estar equivocado.
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de su hermana. Sin embargo Avery sabía que las probabilidades de que eso
aconteciera eran mínimas.
Unas moras maduras llamaron su atención, y se apresuró a recogerlas.
Serían un excelente postre en el campamento donde los platos principales eran
carne y gachas. Haciendo una especie de bolsa con la falda, comenzó a recoger
las frutas, pero algo la hizo sentir un escalofrío.
Miró hacia el bosque, sin embargo no vio nada. Cuando estaba a punto
de mirar hacia atrás, sintió que una mano poderosa le apretaba la boca.
Avery soltó su falda, haciendo que las moras rodasen para todos lados, e
intentó librarse de lo que parecía una barra de hierro sobre sus labios. Gimió al
sentir que agarraban sus muñecas por detrás de la espalda. La mano dejó de
presionarle la boca, pero inmediatamente una mordaza fue colocada en su lugar
y ni siquiera tuvo tiempo de recuperar el aliento o gritar por ayuda. A pesar de
sus esfuerzos, fue alzada con facilidad y tirada sobre un hombro musculoso. El
hombre que la cargaba salió corriendo alejándose del campamento de los
MacAlpin.
Momentos después, fue tirada sobre la silla de un caballo, y sintió que el
aire le faltaba. Mientras intentaba respirar, su raptor espoleó su montura,
partiendo a galope.
Avery se esforzó por no perder el sentido, intentando ver quién era el
hombre, y descubrió que eran tres caballeros, sus vestiduras y monturas
demostraban que debían ser nobles o, por lo menos, mercenarios bien
remunerados. Al llegar a otro campamento, sin embargo, Avery percibió la
importancia del problema. Aturdida, con dolor de cabeza y mareada, fue
arrancada del caballo y colocada de pie con rudeza.
Sólo entonces vio el estandarte de los Deveau. Fue llevada a una tienda,
mientras rezaba por no encontrarse con uno de sus enemigos, pero pronto se vio
frente a frente con sir Charles. Por descontado él ya sabía quien era ella.
Alguien la hizo tragar vino, y Avery lo agradeció, a pesar de la
brutalidad. Reuniendo todo su coraje, dijo en tono despreocupado:
—Eso se está tornando monótono. ¿Hay otra deuda que ser saldada? ¿O
cree que sir Cameron pagará por tenerme de vuelta?
—Sir Cameron no tendrá oportunidad de recuperarte —replicó sir
Charles, examinándola con atención.
—¿Por que? ¿Mi precio en el mercado aumentó tanto?
—A buen seguro que sí, mi querida. Usted es una Murray.
Avery luchó contra el pánico que la inundó y lo retribuyó con una
mirada de pura e inocente confusión.
—¿Quién, mi señor?
—No pierdas mi tiempo y el tuyo fingiendo. Tu clan del lado francés, los
Lucette, exigen tu vuelta y la de tu prima. Se niegan a creer que yo no las rapté.
—¿Y qué le importa lo que los Lucette piensen?
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Eso fue una necedad suya, pensó Cameron. Estaba al tanto del odio
entre los Deveau y el clan de Avery, y debería haber previsto que sir Charles
pensaría raptarla. Por lo menos Gillyanne estaba a salvo, pensó, al ver la mirada
inquieta de la niña.
—¿Está seguro que sir Charles Deveau sabe quién es Avery? —preguntó
Gillyanne con voz rota.
—Temo que sí, muchacha. Oí al propio sir Charles decirlo. Leargan y yo
estábamos muy cerca.
—¡Jesús! Él va a lastimarla —gimió Gillyanne.
—No lo creo —mintió Cameron, intentando calmar a la joven.
—Gracias por intentar consolarme. Sé que los hombres Deveau golpean
a sus mujeres. Sólo me pregunto como Avery no presintió el peligro.
—Sin duda la cogieron por sorpresa.
Gillyanne suspiró.
—Avery es muy buena para sentir la proximidad del peligro. Ya dio la
alarma antes de un ataque de los Deveau en nuestras tierras. Pero tal vez no
siempre da resultado.
—¿Avery presiente el peligro? —repitió Cameron, estupefacto.
—Sí. Parece sentir el olor en el aire. Su padre también. Sin embargo eso
sólo ocurre de tarde en tarde, y hoy no sucedió. —Gillyanne vio que los hombres
formaban un círculo alrededor de Cameron.
—¿Pretenden salvarla?
—Ese es el plan. Pero no creo que su vida esté en riesgo —añadió para
no asustar a la niña.
—Con tal de que Avery no intente matar a sir Charles…
Cameron condujo a sus hombres de vuelta al campamento de los
Deveau, intentando olvidar las últimas palabras de Gillyanne, pero en su
interior sabía que Avery no era mujer de aceptar con pasividad su destino. Por
lo menos, pensó, tenía la certeza de que ella no cargaba su puñal, y eso la
libraría de problemas.
—Tu plan es bueno. Salvaremos a la muchacha —dijo Leargan,
interrumpiendo sus pensamientos.
—Con tal de que ella no intente salvarse sola —gruñó Cameron.
—Lo dudo. Está bien custodiada. —Leargan rió—. Ya debe estar
acostumbrada a las esposas y las cuerdas.
Cameron trató de ignorar la indirecta de su primo. ¡Dios! Jamás osaría
maltratar a Avery o Gillyanne, aunque fueran sus prisioneras, y esperaba que lo
supieran.
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Dejando los caballos a una distancia segura con dos hombres montando
guardia, Cameron y el resto de los soldados se aproximaron al campamento
enemigo sin hacer ruido.
Al ver que sir Charles ya había entrado en la tienda, el líder de los
MacAlpin sintió un frío en la columna. Con gestos, ordenó a cuatro hombres que
se escabulleran hasta el otro lado del campamento, quedándose con Leargan,
Rob y Colin. Necesitaban esperar.
Cameron entrecerró los ojos, intentando ver lo que pasaba en la tienda,
pero era imposible avisarle a Avery que estaba allí para salvarla.
Sólo de pensar que sir Charles podría violarla lo enfurecía. Definía su
interés por Avery Murray como una enorme atracción física, y no deseaba que
otro hombre disfrutara lo mismo. Además, apreciaba su compañía. Era una
joven divertida y despierta, se justificó. ¿No era suficiente para intentar
salvarla?
Pero sus hombres cortaron el hilo de sus pensamientos, pues, conforme
el plan, habían prendido fuego a dos carretas al otro lado del campamento,
espantando a los caballos, que corrían de un lado a otro, causando un gran
disturbio entre los soldados.
Sonriendo, Cameron se dirigió a la parte trasera de la tienda de sir
Charles.
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—¿Él te violó?
—No. Creo que pretendía atormentarme por mucho tiempo antes de
poseerme.
—¡Jesús! Cuando le ponga las manos encima a ese hombre…
—No lo harás.
—Ahora es imposible, pero en breve…
—¡No! —replicó Avery—. Porque seré yo quien lo mate.
Con un gesto súbito agarró el puñal de encima del lecho con que
Cameron había cortado las cuerdas que la cogían, y corrió fuera de la tienda. Él
la cogió con dificultad, haciéndola patear como loca. Sin embargo el cuidado que
tomaba para no herirlo con el arma le hizo ver que no estaba fuera de sí del
todo.
Pero estaban perdiendo tiempo y desperdiciando la oportunidad de una
fuga bien hecha, y cuando Cameron ya pensaba en tomar medidas drásticas con
Avery, que no paraba de patear, Leargan regresó y, pidiéndole disculpas como el
caballero que era, le dio un puñetazo en el rostro.
Fue lo acertado para dejarla sin sentido y, con un suspiro, Cameron la
colocó sobre sus hombros.
—Discúlpame, primo —susurró Leargan con voz contenida.
—No teníamos elección —replicó Cameron, corriendo hacia fuera y
reuniéndose con los demás hombres—. Por cierto estaba a punto de hacer lo
mismo cuando llegaste. No había tiempo para hacerla razonar con claridad.
Aunque también desee matar Charles Deveau, es mejor que mantengamos la
cabeza fría, sino toda la familia de locos vendrá en persecución nuestra.
—Correcto. Ahora sólo tenemos que preocuparnos por la seguridad de
Avery. ¿Llegó a violarla?
—No —replicó Cameron, montando, y tomando a Avery de los brazos de
su primo que la había cogido—. Pretendía torturarla con constantes insultos y
amenazas. No me admira que Avery deseara matarlo con sus propias manos.
No bien todos los hombres montaron, Cameron espoleó su caballo
partiendo a galope, alejándose del campamento de los Deveau, que estaba en
auténtico alboroto.
Algunos soldados perseguían a los caballos aterrados por el fuego, otros,
tomados de sorpresa por los MacAlpin, luchaban en desventaja ante los
hombres bien armados de Cameron. Sir Charles había desaparecido.
Ahora sería una larga carrera hasta el puerto, porque Deveau no
aceptaría con pasividad la pérdida de su prisionera, en especial cuando le había
sido sustraída con tanta facilidad, haciéndolo parecer un tonto.
Dos horas más tarde el grupo de los MacAlpin se reunió con el resto de
sus amigos. Cameron envió algunos hombres a borrar las huellas, y tranquilizó a
Gillyanne y a Anne acerca de Avery. Viajarían sin parar por dos horas más,
decidió, y después acamparían para que Avery pudiera reposar un poco.
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—Sí, pero tal vez piense que agarraré una daga, y correré al
campamento de los Deveau para apuñalar a sir Charles. —Avery cogió las manos
de Gillyanne y Anne, feliz con la compañía segura de sus amigas—. Es mejor
volver a la tienda de Cameron y asegurarle que ya no tengo un ataque de furia.
Si hubiera matado a sir Charles, los bosques y carreteras de Francia estarían
ahora infestados de Deveau en búsqueda de venganza. Fue lo que sucedió con
mi pobre madre, y ella era inocente.
Gillyanne afirmó.
—Tal vez sí permites que Cameron te abrace esta noche, él pueda alejar
los malos pensamientos.
—Puede ser… Es mejor además que aquel grandulón tenga alguna
utilidad —bromeó Avery.
Las tres rieron con ganas.
Después de entrar en la tienda, descubrió que Cameron la observaba
con atención. Sólo vistiendo las ropas de la parte inferior, se volvió y la miró
acostado en la cama de pieles, con su maravilloso físico a la vista. Avery se sintió
contenta de que él no hubiera cambiado de actitud sólo por lo que le había
sucedido aquel día. Era el mismo hombre de las noches anteriores y, de cierta
forma, eso hacía que el trauma disminuyera.
—Si estás esperando que de pronto comience a soltar espuma por la
boca, agarrar tu espada y salir corriendo en medio de la noche, vas a perder tu
tiempo.
—Sería bien gracioso —replicó Cameron con una leve sonrisa.
Ella corrió a su lado.
—¿Lo encuentras divertido?
—¿Qué te hizo ese bastardo, Avery?
—¿Aparte de atarme a la cama, rasgar mis ropas de arriba a abajo con
un puñal, y amenazarme con colocar la semilla de un odioso hijo suyo en mi
vientre?
—Sí, aparte de eso, aunque con esa descripción que hiciste me dan
ganas de arrancarle el corazón a Deveau.
—Perfecto, con la condición de que me dejes ayudarte —replicó Avery,
comenzando a acariciarle el pecho de modo lento y sensual—. También me tocó,
y con tanta frialdad en su mirada, que fue peor que si lo hubiese hecho con
lujuria. Nunca antes logré comprender la extensión de la maldad de los Deveau
y lo que mi madre tuvo que afrontar.
—Sin duda es una mujer valerosa —replicó Cameron, tratando de
esconder el odio que sentía en el corazón contra sir Charles.
Avery le besó el pecho, pero Cameron luchó contra el deseo, imaginando
que sería insensible de su parte, después de lo que ella había pasado. Avery
comprendió, pero insistió. Necesitaba las caricias del hombre amado para
olvidar el trauma vivido.
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—Colin, has que todos rodeen las orillas —ordenó Cameron—. Leargan,
ven conmigo. Esa niña tonta va a matarse —gritó, galopando a lo largo del río,
sin perder a Donald y a Avery de vista.
—Mi prima nada muy bien —gritó Gillyanne para hacerse oír entre el
ruido de las personas, los caballos y de las aguas turbulentas, mientras seguía a
Cameron.
El líder de los MacAlpin maldijo al ver a la pequeña seguirlo, en vez de
acompañar a los demás. Respondió en el mismo tono:
—Ya lo noté, pero Donald tiene el doble de su tamaño.
No se sintió tranquilo al ver que Gillyanne se callaba.
No era fácil, pero Avery ignoró el intenso frío del agua, aunque
penetraba en sus huesos como un puñal. Las ropas empapadas le pesaban
mucho, dificultando sus movimientos. Sin embargo mantenía los ojos en
Donald, y continuaba nadando. El muchacho pataleaba, y eso era bueno, porque
lo ayudaba a permanecer en la superficie y posponer el descenso río abajo.
Cuando descubrió que era seguido, mostró un miedo aún mayor.
Con cautela, Avery se aproximó, sabiendo que un ahogado aterrorizado
podría llevarlos a los dos a la muerte.
—Donald —gritó, intentando convencerlo de que la dejara ayudarlo.
—Avery, no quiero morir ahogado —replicó el muchacho, tragando
agua.
—No morirás si haces lo que yo te ordene. ¿Comprendes?
—Sí.
—Tranquilízate. Estoy aproximándome, y no querrás darme con un
brazo, ¿cierto?
—No. Tengo frío, Avery.
—Lo sé. —Con un gesto rápido, se aproximó lo suficiente para pasarle
un brazo por detrás, rodeándole el pecho—. Acércate a mí, Donald. Relájate.
—Se quedó sorprendida al ver cómo él la obedecía sin dudar, depositando toda
su confianza en ella—. Sacude las piernas con calma… Así mismo. Más
despacio… ¡Eso es! —Distinguió algunos arbustos emplazados en varias rocas
más cerca que la orilla—. Voy a arrastrarte, y continúa moviendo las piernas.
Vamos a nadar hasta esos matorrales.
—¿No sería mejor que fuéramos directo a la orilla?
—Las piedras están más cerca y podremos cogernos hasta que tiren una
cuerda. Donald, eres muy pesado. Puedo mantenerte en la superficie, pero no
conseguiré arrastrarte por mucho tiempo.
—Estoy viendo a sir Cameron.
—Muy bien. Nos va a tirar la cuerda.
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No bien alcanzaron los arbustos en las piedras del río, Avery se cercioró
que el muchacho se había cogido bien, antes de soltarlo. Entonces trató de
agarrarse también a las ramas mojadas y, para su alegría, vio a Cameron,
Leargan y Gillyanne en la orilla. El jefe de los MacAlpin cogía una cuerda
gruesa.
—Voy a agarrar la cuerda cuando la tiren —Avery avisó a Donald—. No
dejes los arbustos, aunque te sueltes. No tengas miedo. Iré detrás de ti y las
ramas te mantendrán flotando.
—Pero vas a necesitar mi ayuda para amarrar la cuerda en tu cintura
—protestó Donald.
—Tú primero, y no discutas conmigo —advirtió, al ver que él se
resistía—. Sé nadar, Donald, por lo tanto tendrás que ser rescatado en primer
lugar.
Después de dos intentos, Avery agarró la cuerda que Cameron había
tirado. La piedra que había amarrado en la punta para que hiciera más peso le
había dado en el hombro y le dejaría un hematoma, pero ya estaba
acostumbrada a magullarse.
—Pasaré la cuerda por tu pecho y quiero que respires hondo —dijo a
Donald, rezando para que los dedos congelados consiguieran hacer los nudos—.
Cuando grite que estamos listos, toma aliento, porque podrás tragar agua pero
será rápido. ¿Entendiste?
—Sí, milady.
—E intenta flotar cuando sientas la cuerda estirada. Será más fácil.
—Avery respiró hondo y gritó—. ¡Ahora!
Tomando aliento, Donald soltó las ramas. Con rapidez fue tirado hacia
la orilla, y Avery aguardó que la cuerda fuera tirada de nuevo, sin embargo no
conseguía cogerla a causa de los dedos congelados, y comenzó a entrar en
pánico.
—¡Avery no consigue coger la cuerda! —gritó Gillyanne.
—Vamos a intentarlo una vez más —murmuró Cameron.
Pero Gillyanne ya comenzaba a quitarse sus propias ropas,
murmurando:
—Va a tener calambres cada vez peores.
—Niña, no puedes estar pensando en ir a rescatarla.
—Eso mismo pretendo hacer. —Mientras hablaba, Gillyanne se quedó
sólo con la ropa interior—. ¿Hay cuerda suficiente para amarrarme y dejar un
buen tramo para Avery?
—No puedo permitir que lo hagas.
—Es preciso. Ninguno de ustedes sabe nadar, y si las manos de Avery
están demasiado heladas para conseguir coger la cuerda, pronto tendrá que
soltar los arbustos.
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—Calor…
—Lo sé, pequeña. —Cameron volvió a humedecer el paño en el tazón de
agua fresca y, con mucho cuidado como venía haciendo los últimos tres días,
mojó el rostro de Avery, por milésima vez—. Va a pasar.
Avery entreabrió los ojos e intentó fijarlos en el dueño de aquella
profunda y conocida voz.
—¿Cameron? Estoy muy caliente.
—Es la fiebre. —Comenzó a mojarle los brazos—. La zambullida en el río
te hizo enfermar.
—Entonces voy a morir.
—¡No! Vas a vencer este obstáculo también.
—Estoy muy cansada. ¿Dónde están mamá y tía Maldie?
Cameron sintió oprimírsele el corazón al descubrir que ella no razonaba
con claridad como había imaginado. Le dio un poco del brebaje de hierbas que
Gillyanne había preparado e insistía que se lo diese a Avery, y la cogió por los
hombros, manteniendo la cabeza afirmada en su pecho.
Consideraba un milagro que una criatura tan frágil soportara la fiebre
por tanto tiempo.
—¿Fue tía Maldie quien lo hizo? —murmuró la joven, después de beber.
Cameron le acomodó la cabeza en la almohada.
—Tu tía no está aquí. Continuamos en Francia.
Avery pareció de súbito aterrada.
—¡Deveau! —susurró—. ¡No dejes que me toque!
Cameron le cogió las manos.
—Jamás, muchacha. ¡Juro que lo mantendré alejado! —Suspiró al ver
las lágrimas rodando de los ojos color ámbar—. Deveau nunca más te acercará
ni un dedo. No lo permitiré.
—Pero… pretendes dejarme.
—No, mi bien. Me quedaré a tu lado como un ángel de la guarda.
—Por el momento. Después me abandonarás. Y no tuve tiempo para
hacer que me desearas para siempre…
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—No sé. Necesito conversar con ella. Pero aunque hayan tenido un
breve romance, la honra de mi hermana fue mancillada, y Payton necesita
reparar el error. En especial si ella estuviera embarazada. Katherine precisa de
un marido.
—Si lo fuerzas a casarse perderás a Avery, y no creo que eso te deje
indiferente —replicó Leargan.
—Ningún hombre está listo para dejar a una mujer que calienta su lecho
con placer.
Apenas dijo las palabras, Cameron se avergonzó por hablar de ese modo
sobre Avery, pero se consoló diciéndose que era lo mejor, y que necesitaba
mantenerse indiferente.
—Tienes razón —replicó Leargan en tono irónico, dejando ver que no
había creído la explicación de su primo.
Eso irritó aún más a Cameron, y lo hizo continuar.
—Tanta actividad sexual después de tres años de castidad deja a un
hombre confuso. Cuando todo esté resuelto, voy a disponer de una amante
experta, a tiempo completo.
—Sí, una prostituta mercenaria es todo de lo que necesitas para
olvidarte de Avery.
Cameron lanzó una mirada feroz a su primo, molesto por la manía que
Leargan había adquirido de hacerse su conciencia.
—Y tú necesitas un garrotazo en la cabeza para mantener la boca
cerrada —gruñó.
Leargan sonrió pero se quedó quieto. Sin embargo Cameron sabía que
no silenciaría sus propios pensamientos. Lo último que deseaba admitir ante su
primo es que en los últimos días sentía un miedo terrible de perder a Avery.
Intentaba convencerse de que era sólo lujuria combinada con cariño por la
muchacha. Admitir que sus sentimientos iban más allá de eso era imposible.
Sería una tragedia.
Cuando penetraron en el campamento, vio a todos agrupados frente a
su tienda.
—Avery murió —murmuró, sintiendo un miedo horrible de desmontar y
enterarse de las novedades.
—O se recuperó —añadió Leargan—. Sólo hay un modo de saberlo,
Cameron.
Era lo último que el jefe de los MacAlpin deseaba hacer, sin embargo se
apeó del caballo, también, y se encaminó hacia el lugar.
Alguien cantaba con voz melodiosa y fuerte, y era eso lo que había
reunido a todos frente a la tienda. La canción era conocida, una balada francesa
sobre el amor, y Cameron siempre la había considerado tonta. Pero en aquel
momento no pensaba así, y perdonó a Rob al verlo llorar de emoción.
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—¡Sí, pobre pequeño! Abandonado para morir. Pero todo terminó bien,
porque Elspeth se ocupó de él.
—Y es un niño muy moreno.
—Sí, ojos y cabellos negros… —Gillyanne puso cara de espanto,
comprendiendo donde su prima quería llegar—. ¡No!
—¿Alan tiene una marca peculiar, cierto?
Gillyanne concordó.
—Una señal en forma de estrella junto al ombligo.
—¡Maldición! —Avery se recostó en las almohadas violentamente—.
Creo que descubrí quién es su padre.
—¿Cameron? ¿Estás segura?
En rápidas palabras Avery le contó sobre la marca del jefe MacAlpin.
—¿Estás segura que la señal de Alan era en forma de estrella?
—Sí. ¿Por qué? ¿Quieres que mire la marca de Cameron?
—No sé que pensar, Gillyanne.
—Él necesita saberlo.
—¿Pero y qué será de Elspeth y de Cormac? Aman al niño, y Alan ya
creció lo suficiente para considerarse un miembro de la familia.
—Sí, pero Elspeth y Cormac saben que Alan tiene un padre en algún
lugar, y creo que pensarían como yo sí supieran sobre Cameron.
Aunque Avery deseara discutir, sabía que Gillyanne tenía razón.
—Bien, ve a ver si aún está en el campamento y tráelo. Es mejor resolver
esto inmediatamente, antes de que pierda el valor.
—¿Crees que Cameron va a querer quedarse con el niño?
—Sí. Pero lo que me enfurece es que me traicionó, mintiendo sobre
tener un hijo. Volví a dudar de él y sólo puedo rezar para que me haga creer de
nuevo.
Cuando Gillyanne salió de la tienda, Avery tomó un trago de vino a fin
de tener fuerzas. Llegó a desear que su prima no encontrara a Cameron. Sin
embargo, minutos después, ambos entraron, y ella decidió ir directo al asunto.
—Vamos, Gillyanne —ordenó con voz serena.
La niña comenzó a desatar la camisa de MacAlpin, exponiendo su
vientre.
—¿Qué patraña es esta? —preguntó él, arreglándose la ropa con gesto
rápido.
—No seas recatado. Deseo que Gillyanne dé un vistazo a tu marca de
nacimiento.
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cariñosos y mucho más. Sin embargo, por lo que he oído decir, les costó asumir
su amor por las mujeres de la familia. —Las dos rieron, y Gillyanne continuó—:
Piénsalo bien. Si Cameron se sintió tan herido porque una amante lo traicionó, a
buen seguro posee un corazón bien grande.
—Ya pensé en eso. ¿Y qué?
—No dejes que él te ignore, Avery. El tiempo se está acabando. No eres
traidora ni falsa, y Cameron necesita saberlo, aún más porque en breve tendrá
que enfrentarse a las mentiras de su hermana. —Posó un brazo en el hombro de
su prima—. No permitas que se olvide de cuan leal fuiste con el grupo, valiente
en el río y fiel a Payton.
—En otras palabras, ¿crees que debo insinuarme en su mente y nunca
más salir?
—Exactamente.
—Entonces lo haré, no bien regrese.
—¿Crees que los Deveau están al acecho?
—Estoy segura que sí.
—¿Presientes algún peligro?
—No —replicó Avery—. Y rezo para estar en lo cierto.
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—Bien, estoy viendo que este viaje no será el interludio romántico que
esperaba.
Cameron se volvió con el ceño fruncido, y encaró a Avery.
—Mis muñecas están amarradas a la balaustrada.
—Sí. —Avery se agachó a su lado, pensando que nunca había visto a un
hombre tan desmejorado—. Rob tuvo miedo que cayeras al mar a causa del
mareo.
—¿Y Leargan? —cuestionó Cameron, mirando de un costado a otro del
navío.
—Anne y Gillyanne ya lo desamarraron y llevaron a la cama.
—¿Y cómo eso puede ayudar a alguien con marejada? Los lechos
también se balancean todo el tiempo.
—Sí, pero tenemos una poción que ayuda a superarlo. Hicimos una
enorme cantidad, porque casi la mitad de tus hombres están sintiéndose mal.
Cameron la miró con atención, y vio que tenía la piel bronceada por el
sol y estaba fresca como una rosa.
—¿Has tomado tu propia poción?
—No.
Avery le limpió el sudor del rostro, pensando que necesitaba
administrarle una dosis más del remedio.
—¡Claro que no! —gruñó él, de mal humor—. ¡Debía haber imaginado
que una joven Murray también era excelente marinera! ¡Hacen todo bien!
Avery comenzó a desatarle las muñecas.
—En realidad, Gillyanne y yo nunca viajamos en barco, a no ser a
Francia.
—¡Perfecto! Significa que eres una privilegiada y no sufres de mareos.
—Deja de ser desagradable. Nadie tiene la culpa si tu estómago es débil.
—¿Hace cuanto tiempo que estoy amarrado aquí?
—Estamos al final del segundo día de viaje —respondió Avery,
pasándole un brazo por la cintura, ayudándolo a enderezarse, y conduciéndolo a
la cabina.
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—Muy bien. Pero sólo quería decirte que creo que esos hombres estaban
locos por no prestarte atención. Eres delgada, sin embargo tu cuerpo está bien
formado, y tienes lindos ojos.
—Muchas gracias, milord —replicó ella en tono de mofa, pero en su
interior emocionada con el elogio espontáneo—. Y descubrí que tengo una
debilidad por los caballeros morenos y belicosos.
Guiñó maliciosamente.
Sin conseguir resistir por más tiempo, Cameron la agarró y la tiró hacia
si.
—¿Te sientes mejor, no? —preguntó Avery con voz ronca, mientras él le
acariciaba las piernas.
—Sí —replicó, besándola.
—¿No vas a ponerte melancólico de nuevo?
—Es imposible prometértelo, porque sé que tengo un hijo que su madre
no bautizó y que casi murió en el bosque.
Avery presintió que Cameron deseaba disculparse por la semana de
indiferencia, y esa era la mejor manera que había encontrado.
—Fue muy cruel, lo admito, en especial por parte de las personas que lo
abandonaron para morir.
—Porque era moreno como el demonio, de ojos y cabellos negros, y la
marca en su vientre probaba eso —murmuró Cameron con amargura.
Era eso lo que más lo lastimaba, pensó Avery. Cameron sabía que no era
el tipo mundano y elegante que agradaba a la mayoría de las mujeres. No sabía
elogiar ni halagar, solía ser mal humorado, y era posible que mucha gente se
sorprendiera al saber que ella lo amaba.
El caballero MacAlpin se había convertido en su ángel. Por su parte
concluyó que las demás eran unas entupidas por no distinguir la belleza
implícita en las formas masculinas y en los misteriosos ojos oscuros.
—Entonces soy una gran pecadora —dijo, finalmente—, porque siempre
deseo besar la marca que tienes junto al ombligo.
Cameron se estremeció y, con voz estrangulada, dijo:
—Nadie dirá jamás que no satisfago los deseos de una dama.
Sí, pensó Avery, besándolo con pasión. Era su dama la que no deseaba
perderlo y volver a Donncoill sola. Con gesto suave, le desató la túnica, besando
el pecho recio. Cameron soportó las caricias tentadoras lo más que pudo, y por
fin la cogió con furia, haciéndola sentarse en la silla, y comenzando a besar sus
senos blancos.
—Eres hermosa, Avery. Hecha de seda, oro y miel.
La acarició por todo el cuerpo, hasta hacerla gemir de placer. Avery lo
hizo comprender que deseaba mucho más que simples besos, entonces Cameron
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—¿Están vivas?
—Sí, mamá, sanas y salvas.
Payton sonrió, mirando a sus padres, tíos y tías. Las mujeres lloraban,
abrazándose las unas a las otras, y después aferrándose a los hombres, que
luchaban por controlar su propia emoción, evitando las lágrimas.
—¿Dónde están? —preguntó por fin el padre de Avery.
—En Cairnmoor, al cuidado de sir Cameron MacAlpin —replicó Payton.
—¿Por qué no las envió a casa? —quiso saber su madre.
—Porque desea algo a cambio.
—¿Un rescate? ¿De cuánto? —bramó sir Eric—. No suelo ceder a las
extorsiones, pero haremos todo para tener a nuestra Gilly de vuelta.
—Y a nuestra hija Avery —añadió sir Nigel, observando a Payton con
atención—. ¿Cuánto?
—No se trata de cuánto sino de quién —corrigió Payton con serenidad.
—¿Quién? —replicó su madre, frunciendo el ceño, e inmediatamente
entrecerrando los ojos con comprensión—. ¡Sí! ¡MacAlpin! ¡Esa joven terrible!
—¿Gisele, olvidaste contarme algo? —preguntó sir Nigel a su esposa, con
voz tranquila pero mirada feroz.
—Déjame explicarlo, mamá —atajó Payton—. La última vez que estuve
en la corte conocí a una muchacha que intentó conquistarme. Como era noble y
fue llevada con el fin de encontrar marido, hice lo máximo para evitarla. En
ciertas ocasiones su insistencia me obligó a ser más rudo de lo que deseaba, y
como es muy mimada, no le gustó mi actitud. —Sonrió de modo tranquilo—.
Pronto volví a casa y olvidé el episodio, pero luego recibí un mensaje de su
guardián, sir Iain MacAlpin, diciendo que la joven alegaba haber sido violada
por mí. —En ese punto Payton levantó la mano, pidiendo silencio ante las
protestas indignadas de sus parientes, y volvió a sonreír—. También exige que
vaya a Cairnmoor sin pérdida de tiempo y me case con la muchacha que, dice él,
arruiné, lady Katherine MacAlpin.
—Sí —murmuró lady Gisele—. Payton me contó el incidente pero pensé
que pronto la verdad sería descubierta.
—Comienzo a entender nuestro problema —gruñó Nigel.
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—Pero sir Cameron escribe que el caso del niño es algo aparte y lo
discutirá después. Me sentí tentado a intercambiar a Alan por mi libertad, pero
eso rompería el corazón de Elspeth. No lo haré. Si sir Cameron es el padre del
niño, se pertenecen el uno al otro, pero el proceso de cambio deberá ser hecho
con mucho cuidado.
Sin embargo lady Gisele pensaba en su hijo.
—Katherine es una mentirosa, y tu boda con ella será un error, hijo.
Payton posó la mano en el hombro de su madre.
—Le arrancaré la verdad, con la ayuda de Avery y Gillyanne.
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—¡Oye, primo! Sabes que jamás sería irrespetuoso con Avery. Pero
siento envidia. Daría todo por tener una muchacha tan tierna y apasionada a mi
lado.
—Es obvio que necesito ser más discreto —comentó Cameron,
frunciendo el ceño—. Pero creo que Avery está tramando algo.
—¿Y qué puede ser? —cuestionó Leargan con aire de burla—. ¿Dejarte
tan cansado que no logres poseer a otra mujer después de que la abandones?
Cameron decidió ignorar el sarcasmo.
—Avery está siendo demasiado dócil. Finalmente, pretendo mandarla de
regreso, quiero que su hermano se case a la fuerza con Katherine, y ella actúa
como si todo estuviera bien y no existiera resentimiento. Es orgullosa e irritable.
¿Por qué está actuando así?
—Bien, ciertamente no está siendo amable con Katherine —comentó
Iain.
—Tienes razón. A veces pienso en dejar a uno de mis hombres
vigilándolas para que no se maten.
—Tal vez Avery comprenda que no tienes elección.
—De vez en cuando pienso que esperaba verme encontrar otra salida
para el problema.
—Pero Katherine sin duda está embarazada.
—Embarazo que, según Avery, no es responsabilidad de su hermano
—recordó Cameron.
—Mientras Katherine necesita un marido y apunta el dedo hacia sir
Payton.
Cameron se volvió a Iain.
—¿Crees que mi hermana está mintiendo? Pasaste más tiempo con ella
que yo.
—De seguro Katherine es capaz de mentir, pero no puedo afirmar nada
—replicó Iain.
Cameron suspiró.
—Fallé en mis deberes de convertirla en una persona correcta.
—No te tortures. Todos nosotros la mimamos cuando era niña, pero
también le dimos buenos ejemplos. Katherine no es sólo malcriada, sino
también vanidosa, y poco gentil con los vasallos. Y eso nadie se lo enseñó.
—¡Claro que no! Ni el señor ni tía Agnes son esnob. —Cameron hizo una
pausa y después preguntó—: ¿Conociste a sir Payton?
—Superficialmente.
—Oí decir que es un pozo de perfección.
Iain sonrió.
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Katherine alzó los ojos del bordado que hacía, y fusiló a Avery y a
Gillyanne con una expresión airada.
—¿Ustedes dos no tienen otro lugar donde ir?
—No —replicó Avery, sentándose enfrente.
Paseó la mirada por la solana de las señoras del castillo. Era una
habitación adorable, en especial durante el día. Observó a la buena y regordeta
tía Agnes que, como siempre, dormitaba junto a la chimenea. Avery dudaba que
la gentil e ingenua señora hubiera sido una buena guardiana para la avispada
Katherine.
En aquel instante Gillyanne se sentó en el mismo asiento que Katherine,
y Avery sofocó una risa. Era típico de su prima aprovecharse del hecho de que
Katherine no la soportaba y se sentía inquieta a su lado.
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—Oí decir que si una persona mentirosa bebe agua bendita su lengua se
pone negra, se pudre y se cae —dijo la niña, extendiendo un vaso a Katherine.
—Supersticiones de campesinos —bufó la otra sin aceptar el agua, y
dando un golpe en la mano de Gillyanne—. ¿Por qué está palpando mi
estómago?
—Para ver si no colocaste una almohada ahí —replicó Gillyanne con
toda tranquilidad.
—Cargo al hijo de sir Payton y ustedes lo saben.
—No.
Katherine lanzó una mirada de desprecio a las dos primas.
—¡Claro! No quieren admitirlo. Se niegan a imaginar que él pueda ser
un seductor sin corazón, y que usó a una muchacha de un modo horrible.
—Payton no es un santo —replicó Avery con voz suave, sabiendo que eso
irritaba a la otra—. Sin embargo no seduciría o violaría a una virgen para
después negarse a asumir las consecuencias.
—¿Estás diciendo que no era virgen cuando conocí a tu hermano?
—replicó Katherine, dejando el bordado de lado.
Avery pensó que la otra había puesto las palabras en su boca, pues ni
siquiera había pensado en esa posibilidad. Sin embargo, volviendo a mirar a la
anciana tía Agnes que dormía, concluyó que era bastante probable que
Katherine ya hubiese hecho de las suyas mucho antes de conocer a Payton.
—No —dijo en voz alta—. Sólo mantengo que tu amante no es Payton.
—¿Entonces por qué desearía casarme con él?
—Porque es guapo, rico y todas las mujeres te envidiarían. Sospecho que
el verdadero padre de tu hijo no tiene todas esas cualidades.
—¡Bueno! ¿Ahora estás acusándome de levantarme las faldas con un
pobretón cualquiera?
—Muchos caballeros dignos no poseen fortuna.
—Tengo una dote extraordinaria, y no necesito preocuparme por
casarme con un hombre rico.
—¿Entonces por qué no te casas con el hombre que te dejó embarazada
en vez de insistir en llevar a un inocente al altar?
—¿Encuentras imposible que tu hermano me haya deseado? —formuló
Katherine con una sonrisa sarcástica—. Ya puse al revés la cabeza de muchos
jóvenes.
—Creo que sí, porque eres muy bonita. De seguro Payton podría
admirarte, pero no te llevaría a la cama. Mi hermano no es tonto, y sabía que
estabas buscando marido. Payton aún no pretende casarse, y por descontado se
alejó de ti.
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—Tal vez la atracción que sintió por mí haya sido muy fuerte. —Miró a
las dos Murray con desdén—. Por lo menos tengo virtudes que atraen a los
hombres.
—Pero parece que no eres muy inteligente, pues crees que esta mentira
dará resultado —replicó Avery.
—No será preciso. Basta que pueda casarme con quién deseo. —Se
levantó de pronto y se aproximó a la señora dormida, despertándola con cierta
rudeza—. Vamos a recogernos, tía Agnes. —Se volvió hacia Avery—. ¡Y si
piensas que durmiendo con mi hermano Cameron vas a conseguir evitar esa
boda, está muy engañada!
No bien la joven se retiró con la anciana señora, Avery miró alrededor,
buscando algo para descargar su furia. Gillyanne se aproximó.
—Estoy absolutamente convencida de que Katherine miente sobre
Payton.
—¡Por supuesto! Cada día sus palabras lo revelan. Y el padre del niño
debe ser un hombre pobre.
—No podemos permitir ese matrimonio.
—Katherine debe haber tenido amantes en la corte. No aquí en
Cairnmoor, pues todos lo acabarían sabiendo, y ella no podría mentir.
—Payton llegará pronto, y podremos preguntarle si la vio con otros en
los bailes de la corte. Necesitamos conseguir un nombre. Creo que Cameron
también comienza a sospechar de Katherine.
—Aún así quiere obligar a Payton a esa boda.
—Porque no surgió otra posibilidad hasta el momento. Necesitamos
conversar con la doncella personal de Katherine.
Gillyanne siguió a su prima hasta la puerta.
—La mujer huye de nosotros.
—Entonces necesitamos la ayuda de Anne.
Al salir, tropezaron con Cameron y Leargan.
—Te veré más tarde —avisó Avery—. En este momento necesito
solucionar una cosa con Gillyanne.
Cameron acordó, y la observó alejarse. Después se volvió hacia su
primo.
—¿Vas a intentar convencerme de que las dos no están planeando algo?
—De ninguna manera. Coincido contigo.
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Sólo había una razón para tal invitación, pensó ella. Era la última noche
que pasarían juntos. En aquel instante supo que debía mandarlo al infierno,
pero respondió:
—Sí, estaré allá dentro de una hora. —Contempló su propio vestido
sucio, y corrigió—: Dos horas.
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—Sí, pero hasta ver a Katherine casada, dudo que desee hablar sobre
eso.
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Cameron alzó el rostro con cautela, mirando la poción que alguien había
colocado frente suyo. No podía creer que se hubiese sumergido en la bebida
durante cuatro días, sintiendo pena de sí mismo. Recordó que la boda de
Katherine ya había acontecido, así como la gran fiesta que le había seguido. Sólo
él, figura patética, Leargan y Payton, permanecían en el salón. Fue Payton quién
le ofreció la poción, y Cameron la bebió de un solo trago.
—¡Dios mío! —gimió—. ¿Por qué los remedios siempre tienen un gusto
tan asqueroso?
—Pienso lo mismo —dijo el hermano de Avery, colocando un pan frente
al anfitrión—. Come. Ayudará a hacer efecto.
—¿Qué haces aquí todavía?
—Tenía que asegurarme que Katherine estuviera casada y que el peligro
había desaparecido de mi vida.
—Bien, ella ya se casó, y ahora puedes partir. Leargan te procurará una
escolta de dos hombres para que llegues sano y seguro a Donncoill.
—¡Qué anfitrión tan atento! —bromeó Payton—. Pero aún no estoy listo
para partir.
—¿Katherine ya se fue, cierto?
—Dejó el castillo hace algunas horas, lamentando ir hacia tierras
distantes con su marido. Puedes dejar de beber.
Cameron se volvió hacia Leargan.
—¿Conversaste con el joven Malcolm?
—Sí. Es un buen muchacho, de genio dócil y educado, pero inteligente y
firme, de modo que Katherine pronto descubrirá que no podrá dominar a su
marido. Malcolm está muy feliz, pues la dote le permitirá una vida segura, se
hizo caballero, y tiene una bella esposa y un hijo en camino. Espero que
Katherine aprenda a dar valor a esas cosas.
—¿Cuándo fue que Malcolm se hizo caballero? —quiso saber Cameron.
—Cuando fuimos a la corte a recogerlo, paramos para comunicarle a su
padre las buenas nuevas —respondió Payton—. Sir Saunders, que es caballero, le
pidió al rey que le concediera el título al hijo. Malcolm resolvió mantenerlo en
secreto y sólo contarle la novedad a Katherine más tarde.
Cameron sonrió.
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—No soy la persona correcta para oír tus confidencias —cortó Payton—.
Debes hablar con Avery. —Se inclinó y lo miró a los ojos—. ¿Deseas casarte con
ella?
—Sí.
El propio Cameron se quedó sorprendido por la rápida respuesta. Hacía
mucho había tomado la decisión de jamás casarse, a causa de la traidora
prometida que había tenido. Desde entonces ninguna mujer lo había hecho
retroceder un milímetro siquiera de esa decisión. Hasta conocer a Avery.
Había intentado sacarla de su pensamiento y corazón desde el momento
en que la había conocido, pero fue en vano. Durante los días después de su
partida había intentado convencerse de que sólo era atracción física, y que sólo
lamentaba la pérdida de su calor en el lecho, y qué, con el tiempo, sí
permanecieran juntos, la pasión se extinguiría.
Sin embargo esa idea había desaparecido el día en que había oído la
confesión de Katherine en los jardines, y había descubierto cuanto su engaño lo
haría sufrir. Y no podía hacer nada, porque había ofendido y lastimado a Avery
demasiado. Pero en aquel momento el hermano de su amada le ofrecía una
oportunidad para revertir sus acciones. Sería muy tonto si no aceptaba su
ayuda.
—Una última pregunta —dijo Payton—. ¿Amas a mi hermana?
Contemplando el vaso que mantenía en la mano, Cameron decidió que
no era hora de ser hipócrita.
—Sí —murmuró.
—Muy bien. —Payton se recostó en la silla—. Ahora oye mi plan.
—Estás melancólica.
Avery se volvió de la ventana y sonrió a su prima Elspeth. Se
encontraban en el aposento de la torre y trabajaban en las tapicerías. Elspeth
manejaba la aguja con serenidad, pero Avery aún no conseguía concentrarse, y
se había levantado para mirar por la ventana. No dejaba de pensar en Cameron,
que debería haber luchado para mantenerla a su lado. Sin embargo, no era bella
como Elspeth, por ejemplo, y los hombres sólo hacían locuras por las
muchachas lindas.
—¿Hice algo que te molestó? —quiso saber su prima.
Pensando que todos sus parientes eran personas muy preocupadas las
unas por las otras, se sentó en un taburete, y respondió:
—No. Estaba pensando en cuan bonita eres con tus cabellos negros y
ojos verdes. Te pareces más a mi madre que yo misma. —Sonrió—. Confieso que
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siento un poco de envidia por las personas bonitas. Poseo un hermano guapo,
primas bellísimas y…
—Eres hermosa también —cortó Elspeth—. Tal vez no tengas el tipo de
belleza que los poetas y trovadores loan, pero sí un tipo encantador. Creo que te
consideras muy flaca, pero eso te da la ligereza y elegancia de un hada. Tienes
cabellos lindos, ojos de un color único y una piel envidiable.
—Y buenos dientes también —bromeó Avery.
Elspeth rió.
—Sí. Avery, pocas mujeres corresponden a los ideales de los poetas. Por
otro lado, ¿ya notaste que la mayoría de los hombres tampoco se parece con los
descritos por los grandes escritores?
—Bien, Payton, tu marido Cormac y mi padre están bien prójimos de la
perfección.
—Pero los poetas idealizan mucho. ¿Y sabes lo que Cormac me dijo
acerca de la primera vez que me vio? Le gustó mi voz. Y siempre habla que
adora mis cabellos eternamente despeinados. Admira mis pies también. —Rió
con ganas—. ¿Te das cuenta? Nada de lo que la literatura precia atrajo a mi
marido de mí. Por lo tanto Cameron vio algo diferente en ti. No necesitas
disimularlo, sé que estás pensando en él.
—Y Cameron es el padre de Alan. Por eso vine aquí a visitarte, Elspeth.
Su prima suspiró.
—¿Él cuidará bien de mi Alan?
—Estoy segura que sí. Y es su derecho llevarse al niño.
—Sí. En su carta, Cameron convino en conquistarlo de a poco, lo que
demuestra sensibilidad. Aparte de eso, ¿no existe una oportunidad de que te
conviertas en la señora de Cairnmoor?
—No sé.
—Pero tuviste un romance con sir Cameron MacAlpin.
Entonces Avery se levantó, se apoyó en la pared, y le contó su historia de
amor a Elspeth. Explicó como todo había comenzado como una venganza, y la
obsesión de Cameron, que lo hacía desconfiar de las mujeres en general.
Por fin, Elspeth murmuró:
—¡Dios mío! ¡Tres años de celibato!
—Lo que puede explicar su deseo por mí. En su interior estaba loco por
volver a dormir con una mujer.
Elspeth movió la cabeza, discrepando.
—No. Si hubiese sido sólo lujuria, bastarían uno o dos encuentros para
hacerlo sentirse a disgusto consigo mismo y culparse por no haber cumplido el
voto de celibato. Por lo que me contaste, fue más que una simple atracción
física.
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—Me gusta pensarlo así, pues para mí fue mucho más. Y, cierta vez,
cuando llamé lo que existía entre nosotros una aventura, él casi me golpeó.
—¡Bueno, Avery! ¡Ahí está! Él también te ama.
—¿Lo crees?
—Sí, y en el fondo lo sabes, sólo tienes miedo de creer. Cuando a un
hombre poco le importa una mujer no le afecta lo que ella dice acerca de sus
encuentros amorosos. A lo sumo Cameron te diría alguna palabra elogiosa, sin
embargo no se pondría furioso.
—Pero, de cualquier modo, me mandó de regreso.
—Necesitaba hacerlo, y lo sabes. Había dado su palabra que te
devolvería a tus padres cuando resolviera el problema con su hermana, y Payton
ya se encontraba en Cairnmoor. Pero hacer que vuelvas… es otra historia, y un
enigma para Cameron.
—Payton continúa en Cairnmoor y tendrá que casarse con la falsa de
Katherine. Quien sabe sí a estas alturas ya está viviendo un infierno como su
marido.
Elspeth sonrió.
—Muy trágico. No te olvides que Cameron aplazó la boda por quince
días. ¿Quién sabe sí a estas alturas ya esté probada la inocencia de tu hermano?
—Deja de darme esperanzas, Elspeth.
Pero en su interior Avery se agarraba a la idea de que tal vez las cosas no
fueran tan terribles. Sin embargo no tenía noticias de Cairnmoor, desde que
había partido. Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando su prima la hizo
sentarse a su lado y la abrazó.
—¿Lo amas mucho, no?
—Sí. Parece que una parte de mí fue arrancada. Sin Cameron en mi vida,
nunca más seré feliz.
—Comprendo tus sentimientos. ¿Y Cameron es un buen amante?
—¿Quieres hacerme sufrir con los recuerdos, prima? —Avery sonrió con
triste ironía—. Creo que sí. Pero algo me dice que él ignora su propia
sensualidad. La última noche que estuvimos juntos confesó que hizo conmigo
cosas sobre las cuales sólo había oído hablar. Nunca fue tan íntimo y espontáneo
con otras mujeres. Sentí que yo lo hacía descubrir lo mejor de sí.
Elspeth gesticuló, concordando.
—Cormac también confesó haber tenido varias aventuras, pero que sólo
se realizó plenamente conmigo.
Avery miró la carta que tenía en las manos. Le había sido entregada
había una hora, y el mensajero le había pedido que la mantuviera en secreto.
Aún no había tenido el coraje de leerla. Era de Payton, y sentía una enorme
curiosidad por saber lo que él le decía.
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nuestro clan. Sin embargo, si así fuera, tendría motivos para intentar hablar
contigo a solas y resolver el asunto.
—Si tu hipótesis es correcta, entonces Payton debería salir corriendo de
Cairnmoor, porque la hospitalidad terminaría en el momento que Cameron
supiera de la verdad. —Pensó un instante, y continuó—: ¿Cómo espera que
llegue rápidamente al castillo de los MacAlpin?
Elspeth leyó.
—Escribe que te encontrará en una iglesia a medio camino de
Cairnmoor. Pide que partas esta noche sin hablar con nadie, y dice que habrá
hombres esperándote para llevarte hasta él al lugar del encuentro. Esos
hombres se llaman Leargan, Rob y Colin, además de su escudero Gil, y Jamie
Thomas.
—Los conozco a todos, pero no sé sí debo causar preocupaciones a mis
padres, desapareciendo otra vez —murmuró Avery.
—Aquí dice que Payton envió otra carta para ellos, para serenarlos
durante tu ausencia. Esa otra carta llegará mañana, después de que hayas
partido. —Elspeth apartó la mirada de la misiva y miró a su prima con una
sonrisa.
—Estaré aquí para calmarlos, no te preocupes. Avery, hace sólo una
semana que partiste de Cairnmoor, y la boda aún no debe haber ocurrido. No
pierdas las esperanzas.
—Lo intento, pero es difícil.
—Bien, primero necesitas descubrir lo que quiere Payton. —Elspeth se
levantó, cogiendo a Avery de las manos—. Te ayudaré a partir sin ser notada.
Luego, dependiendo de lo que tu hermano te cuente, podrás proseguir el viaje
hasta Cairnmoor y reencontrarte con Cameron. —Soltó una risa—. Y cuando lo
vuelvas a ver, déjalo hablar primero. No golpees con un candelabro la cabeza del
pobre hombre.
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—¿Estás seguro que tus padres no vendrán detrás de Avery gritando por
venganza?
Payton suspiró, se recostó en uno de los bancos de la minúscula capilla,
y observó a Cameron pasear de un lado a otro del altar como una fiera
enjaulada.
—Mi madre sí podría pensar en hacerlo, pero mi padre se lo impediría
—replicó con voz de tedio.
Cameron frunció el ceño.
—Pensé que tu padre era quien estaría ansioso por ponerme las manos
encima.
—Él ya sabe que vas a casarte con Avery, y sí llegaste a dormir con ella,
el matrimonio reparará la situación. Por lo demás, Avery debe estar gimoteando
por los rincones en Donncoill, y mi padre ya debe haber descubierto sus
sentimientos por ti.
A continuación, Payton se levantó y se dirigió a la puerta de la pequeña
iglesia de piedra, para echar un vistazo al camino, como había hecho ya una
docena de veces.
—¿Estás seguro de que Avery me ama? —refunfuñó Cameron a sus
espaldas.
También espió hacia afuera y vio al grupo de personas que aguardaban
por ella hacia más de una hora. Insistió con aire sufrido.
—Creo que la pregunta es pertinente ya que estoy a punto de desposar a
tu hermana.
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—¡¿El qué?!
—Mi hermana te escogió. Digamos que decidió que tú eras su hombre. Y
cuando una Murray escoge un compañero, es sorprendente lo que hacen para
mantenerlo a su lado. Porque, a menudo, los hombres no se dan cuenta
inmediatamente la suerte que tuvieron. Avery te escogió y te ama. Por lo tanto,
todo está dispuesto para que seas feliz.
—Me gustaría que hubiera conversado esas cosas conmigo —se quejó
Cameron—. Sólo habló de amor cuando ardía de fiebre, deliraba, y pensé que no
sabía lo que decía.
—Tendría más fe en sus palabras febriles sí fuera tú.
Cameron resolvió no replicar, pero considerando lo poco que le había
dado a Avery en pago de todo lo bueno que ella había hecho por su gente y por él
mismo, no se sorprendería si ahora se negara a desposarlo.
—Simplemente no quiero obligarla a hacer lo que no desea —acabó por
murmurar.
—Puede enfadarse, pero cederá. ¿No crees? Piensa que tendrás que
confrontar a mis padres.
—Es mejor hacerlo casado con Avery.
—Sin duda, y no te olvides de que continúas siendo el hombre que la
raptó para vengarse de mí y obligarme a casarme con Katherine.
Cameron miró a Payton con aire sombrío.
—Me pregunto sí todas las jóvenes que te encuentran irresistible saben
cuán irritante eres a veces.
Payton sonrió con ironía.
—Guardo esa cualidad para mis amigos varones
—Ese es un motivo para hacerme dudar de sí quiero ingresar en tu
familia. Tendré un cuñado irritante.
—¿Estás dudando?
Cameron suspiró y movió la cabeza negando.
—No puedo, aún sabiendo que te tendré a ti y a Gillyanne como
parientes.
—¡Oye! Aún no conoces al resto de la familia.
—¿Es grande?
—Sí, contando a los aliados y los parientes políticos. Tenemos a los
hermanos y hermanas de Cormac, el marido de mi prima Elspeth, y por el lado
del tío Eric, los MacMillan, que están siempre visitándonos, y…
Cameron levantó la mano.
—¡Detente! Mi familia es bastante pequeña. Leargan, Iain, tía Agnes y,
por supuesto, Katherine.
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Con un movimiento lento, se inclinó sobre uno de los senos blancos aún
cubierto por el tejido, y lo besó.
—Bien, sentí un poco —gimió Avery.
—Juro que no me casé contigo sólo por obligación. —Cameron presionó
el rostro sobre su pecho, y deslizó la mano hacia el muslo suave que tanto
deseaba acariciar—. Necesitamos conversar. Quiero contarte por qué hice
ciertas cosas e intentar explicarte mis sentimientos por ti. ¡Dios mío! Pero
también quiero poseerte otra vez.
—¿En este instante?
—Sentí mucho tu falta desde que partiste de Cairnmoor.
—¿Y después conversaremos?
—Sí.
—¡Entonces poséeme, Cameron, por favor!
Lo ayudó a sacar, con gestos ardientes, el resto de sus ropas. Cuando sus
cuerpos se encontraron, casi lloró de emoción. Sus labios y manos se recogían
mutuamente en un frenesí y ansiedad febriles. El deseo que sentían el uno por el
otro era indescriptible.
Avery dejó escapar un gemido de placer y victoria cuando lo sintió
penetrarla, pero lo miró, confusa, al percibir que no se movía.
—¿Cameron?
Le rodeó la cintura con las piernas, y lo hizo penetrarla aún más.
Cameron se estremeció.
—Sólo quería saborear la sensación de volver a poseerte. ¡Parece que
hacía un siglo! —Le rozó la boca con la suya, y murmuró—: Es cómo volver a
casa.
Había tanto sentimiento por detrás de esas palabras dichas con
simplicidad, que Avery perdió el resto del autocontrol, y se dejó llevar. El acto
de amor fue rápido, voraz, intenso y un tanto rudo, pero a ella no le importó, y
acompañó cada movimiento con alegría. Llegaron al clímax al mismo tiempo y,
mientras intentaba volver a la realidad, él la abrazó.
—Mi gata salvaje y bella —le susurró, recostado en su cuello—. ¿Me
amas un poco?
Avery suspiró y pasó los dedos por los cabellos negros de su marido. No
había como volver atrás. Estaban casados, y necesitaba ser honesta. Se sentía
muy feliz. Sin duda Cameron no le había ofrecido declaraciones de amor, pero
había cariño en la relación. Podía sentir eso en el toque de las manos fuertes, y
por detrás de las palabras que le murmuraba.
Tal vez, pensó, si era franca con él, Cameron retribuyera de la misma
manera. Podía aún no amarla, pero era importante que supiera que era muy
amado.
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Epílogo
—¡Cameron!
El grito lo sorprendió, pues la tenue voz de Avery había salido del
cuarto, llegando hasta él en el gran salón. Salió corriendo y se apostó al pie de la
escalera hacia donde, en el mismo instante, corrieron sus primos Leargan y Iain,
también con expresión atemorizada. Cameron echó una mirada hacia atrás y vio
a Cormac sonriendo en lo alto de las escaleras.
—Jamás pensé que nuestra Avery pudiera gritar así —comentó
Cormac—. Gillyanne sí, pero no Avery.
—Tal vez deba subir y quedarme a su lado —sugirió Cameron.
—No creo que sea una buena idea —dijo Leargan.
—¿Por qué no? ¡Mi esposa está teniendo un bebé!
—Mi amada Gisele estaba en trabajo de parto cuando me persiguió con
un palo en la mano.
Cameron se volvió y vio que los padres de Avery habían llegado. Sin
preocuparse por los saludos, preguntó:
—¿Por qué su esposa hizo eso?
—Dijo que quería golpearme en el vientre para que supiera cuánto dolía
tener un hijo. Cometí el error de intentar consolarla con palabras idiotas. Tía
Maldie la llevo a la cama, y salí corriendo del cuarto.
—¿Necesitas contarle esa historia a todo el mundo? —bufó lady Gisele,
entregando el manto a Rob, nervioso como nunca—. Pensarán que soy un
dragón. Bonjour, Cameron. Ya que estás dándome un nieto para estropear de
mimos, creo que voy a perdonarte por todo lo que le hiciste a mi Avery.
—Es muy bondadosa, milady —murmuró Cameron, besándole la
mano—. Ella está…
—¿Mi madre ya llegó? —rugió Avery del piso superior.
—Como grita —comentó Gisele, respondiendo en el mismo tono—.
Estoy aquí, querida. Ya subo.
—Grandioso, mamá. ¿Y antes de subir, puedes hacerme el favor de
golpear a Cameron?
—Oye, Avery… —refunfuñó su marido, inmediatamente soltando un
grito—. ¡Ay! —Se frotó la barbilla y miró a la madre de su esposa, que sonreía
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con dulzura, y después lo besó en el rostro—. ¡No puedo creer que la señora me
golpeara!
—Se debe hacer de todo para mantener feliz a la parturienta, ¿no estás
de acuerdo? —A continuación, Gisele comenzó a subir las escaleras, gritando—:
¡Estoy llegando, Avery! —se detuvo en la puerta del cuarto donde estaba su hija,
abrió, y exclamó—: ¡Querida! ¡Ma petite! ¡Estás hermosa!
—Gorda y sudada —refunfuñó Avery, en medio a las contracciones.
—Bien, el sudor ilumina tu rostro. ¿Necesitas algo?
—Sí, un cuchillo enorme para matar a Cameron. Cuando todo esto
termine, voy a cortarlo de arriba a abajo, y…
En el salón, Cameron suspiró, aliviado, cuando la puerta al cerrarse
impidió que oyera el resto del desahogo de su esposa. Ordenó a Rob que buscara
comida y bebida, y acomodó a los hombres en la gran mesa. Deseaba estar con
Avery en aquel momento, dándole todo el apoyo que podía, mientras su esposa
luchaba por traer al mundo a su hijo, pero todo le hacía creer que, por la
armonía del matrimonio, debería permanecer alejado. Avery estaba con Anne,
Gillyanne, Elspeth y su madre para ayudarla. Podía quedarse tranquilo pues le
daban todo el apoyo necesario.
—No te aflijas, muchacho —dijo sir Nigel, sirviéndose vino—. La
mayoría de las jóvenes de nuestro clan prefieren quedarse con las mujeres en
ese momento. Y es mejor que los hombres permanezcan lejos.
—¿Avery está enojada contigo, papá? —preguntó Alan, quedándose al
lado de la silla de lord MacAlpin.
—Un poco —respondió Cameron, acariciando los cabellos negros del
niño—. Pero se le pasará. Tener un hijo duele, y ella necesita gritar, sólo es eso.
—Sí, sucedió lo mismo con mamá Elspeth —dijo el niño, muy alegre.
Cameron observó al niño aproximarse al pequeño Christopher, hijo de
Elspeth y Cormac, a un gato horroroso llamado Muddy, y la nodriza, y todos se
aglomeraron junto a la chimenea.
Estaba casado con Avery desde hacía nueve meses, y Alan ya los había
visitado tres veces, siempre con Christopher y su nodriza. El niño parecía tener
un sexto sentido refinado, e iba alejándose de a poco de la familia que conocía,
para unirse a Cameron. Pero sin duda deseaba pertenecer a las dos partes, y
Cameron dudaba que Alan consiguiera vivir sin su gran amigo Christopher.
Había un fuerte vínculo entre los dos niños.
Sin embargo, el simple hecho de que el niño lo hubiese aceptado como
padre hacía a Cameron muy feliz, aunque esa virtud fuera compartida con
Cormac. Ya que Elspeth y su marido habían salvado la vida del niño, y educado
y amado como sí fuera su hijo, Cameron jamás les negaría un lugar en la vida y
en el corazón de Alan. Ese cariño debería ser preservado para siempre. Pero las
visitas que el niño le hacía eran importantes. Esta vez se quedaría en Cairnmoor
por varios meses, y la relación entre padre e hijo tendría tiempo de florecer.
El pensar en hijos y familia lo hizo mirar hacia la escalera.
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—Creo que debo disculparme con Cameron por todos los gritos que di y
amenazas que hice —dijo Avery, tomando a su hijo en sus brazos, entre las
sábanas limpias.
—No lo hagas —le aconsejó su madre, besando las mejillas de su hija y
de su nieto.
—Bien, creo que fui un tanto… precipitada.
—Es un precio pequeño que nuestros maridos pagan por el sacrificio
que hacemos —bufó Gisele—. Los hombres plantan sus semillas con placer, y
después lo olvidan, hasta que la pobre mujer comienza a sentir los dolores del
parto. —Sonrió a las otras mujeres presentes, y acarició la cabeza del recién
nacido—. Felicidades, querida. Nosotros, las esposas Murray, parimos bien. Sólo
recuerda que…
—Ya lo sé, madre. No concebir con mucha frecuencia. Creo que quiero
ver a Cameron ahora. Después dormiré —dijo la joven madre con una sonrisa
cansada.
Inmediatamente después que las mujeres salieron, Cameron entró en el
cuarto, casi corriendo. Se detuvo, contemplando a su esposa por un largo
tiempo. Después cerró la puerta, se apoyó en la pared, y respiró hondo, antes de
aproximarse a la cama. Avery hizo un gesto silencioso pidiéndole a su marido
que se sentara a su lado. Cameron obedeció con tanto cuidado que la hizo
sonreír.
—Tranquilízate, no tengo ningún cuchillo —dijo en tono de broma—.
Mira a tu hijo. —En seguida, apartó la manta que cubría el recién nacido—. ¿No
es el niño más lindo que hayas visto?
Cameron miró hacia el niño, deseando estar de acuerdo. Sin embargo,
ante sus ojos, el niño parecía una miniatura de un anciano arrugado. Un
viejecito moreno, con cabellos negros y espesos, y una minúscula marca en
forma de estrella en su suave vientre. Observó que tenía todos los dedos de los
pies y de las manos, y se enorgulleció de la evidencia de su masculinidad, allí
expuesta, aún sin las ropas bordadas que su madre le había preparado.
Levantó la mirada y vio que Avery sonreía.
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