El Duque de Ases Las Damas Atrevidas 02 Rachel Ann Smith

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EL DUQUE DE ASES

LAS DAMAS ATREVIDAS


LIBRO DOS

RACHEL ANN SMITH

Traducido por
MARÍA JOSÉ LOSADA REY
El duque de Ases es una obra de ficción. Aunque se haga referencia a hechos históricos reales o a
lugares ya existentes, los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación
del autor o se utilizan de forma ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas,
establecimientos comerciales, hechos o locales es pura coincidencia.
Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro, en
cualquier forma o por cualquier medio electrónico o mecánico, incluidos los sistemas de
almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso por escrito de la autora, excepto para
el uso de breves citas en una reseña literaria.

Primera edición en español agosto 2024


Diseño de cubierta: The Cover Fling
Traducido por María José Losada Rey
Copyright © 2024 Rachel Ann Smith
L A S D A M A S AT R E V I D A S

El reto de la debutante

El duque de Ases

Jaque mate a la reina


ÍNDICE

Las damas atrevidas


Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Epílogo

Sobre la autora
PRÓLOGO
FIESTA EN AVONDALE HOUSE

ESCOCIA

—T e sugiero que dejes de mirar mal a todo el mundo, o el apodo


de Reina del Hielo pasará de mí a ti —susurró con dureza
Minerva, la hermana mayor de Isadora Malbury, desde detrás de su abanico.
—No conocemos ni a un solo invitado —replicó Isadora, bajando la
mirada al suelo—. Los invitados de Avondale son todos desconocidos para
mí, y ya sabes lo incómoda que me hace sentir eso. —Volvió a examinar la
sala disimuladamente. Su conocimiento de la media docena de invitados
varones se limitaba a lo que podía recordar de Debrett's, lo que por el
momento significaba que solo conocía sus títulos y edades. Isadora sabía
aun menos de las invitadas femeninas, que eran hermanas de los caballeros
y señoras de las fincas vecinas.
Minerva agitó el abanico blanco.
—Lo que nos lleva a preguntarnos por qué hemos recibido una
invitación.
Mantener en secreto los vínculos que tenía con el Salón de las Damas
Escandalosas era muy difícil, sobre todo con Minerva, que resultaba ser
excepcionalmente perspicaz. Isadora se volvió hacia su hermana, que al
menos saludaba a los demás invitados que pasaban junto a ella.
—La amable invitación nos la hizo lady Charlotte.
—¿Lady Charlotte? —Minerva frunció el ceño—. Ni siquiera ha sido
presentada en la corte. Su hermana frunció todavía más el ceño al mirar por
encima de su hombro—. El anfitrión por fin ha hecho acto de presencia.
No hacía falta que Minerva le anunciara la aparición de ese hombre,
pues una ardiente oleada irradió desde la espina dorsal de Isadora, una
sensación única que solo experimentaba cuando el duque se acercaba. Su
aversión natural hacia los desconocidos desaparecía de forma extraña
cuando el duque de Avondale estaba en la misma habitación que ella. Se
acercó a Minerva como si su hermana pudiera protegerla de algún modo de
su anfitrión, lo que encendió una peculiar chispa de interés en Isadora. Una
curiosidad que se metió debajo de su piel y no desapareció hasta que el
hombre dejó de estar a la vista.
—Qué extraño… —La mirada de Minerva se clavó en Isadora—.
Parece que el duque ha decidido no agraciarnos con su compañía esta
noche.
Isadora soltó el aire muy despacio. Forzó una sonrisa.
—Tal vez únicamente quiera estar solo —sugirió.
—O puede ser que sean ciertos los rumores de que tiene su propia
agenda alternativa mientras dure esta fiesta en su casa.
—¿Qué estás sugiriendo?
—Escuché antes a las matronas. Una piensa que tiene una amante
escondida en sus aposentos, y la otra que esta temporada está a la caza de
una esposa y por ello está evaluando sus opciones desde lejos.
Isadora sintió un nudo en el estómago.
—Ambas cuestiones me parecen ridículas. —Su mente y su cuerpo
empezaron a reaccionar ante la noticia, algo que no debería haberla
molestado ni intrigado.
—No estoy de acuerdo. Está en edad de considerar la posibilidad de
engendrar un heredero. Y como sabemos poco de él y de su entorno, su
falta de aparición podría muy bien deberse a que ha elegido permanecer en
la cama con una mujer dispuesta. Las dos conocemos a alguien que tiene
esa misma inclinación.
—Sí. Nuestro padre. —El conde de Malbury era un hombre
desagradecido y egoísta. El tipo de hombre con el que Isadora había jurado
que nunca acabaría casada.
La mirada aguda e inteligente de Minerva recorrió la sala una vez más.
—Hay una cierta cualidad que iguala a los caballeros con los que el
duque de Avondale elige relacionarse.
Imitando las acciones de su hermana, Isadora escudriñó la habitación
para identificar qué era lo que ponía a Minerva tan nerviosa.
—Un conde. Un barón. Un segundón… Todos parecen caballeros, nada
fuera de lo común —recitó, recurriendo a sus conocimientos de Debrett.
—No me refería a su rango. Todos están envueltos en un aire de peligro.
No puedo evitar pensar que son como zorros en un gallinero.
—Tienes una mente hiperactiva.
—Eso me han dicho. Aunque llevo tres años observando a los demás
desde la periferia, sé una cosa con certeza: estos hombres no son lo que
parecen.
—Si no son caballeros ociosos y malcriados, ¿qué son?
—Todavía no me he formado una opinión, pero al final de la fiesta,
espero saber si debemos seguir relacionándonos con ellos la próxima
temporada o no.
Isadora tenía un propósito similar. Estaba allí en nombre del Salón de
las Damas Escandalosas para evaluar a la solicitante de ese año, lady
Charlotte, y determinar si era digna de ser miembro de la sociedad o no.
—Haré lo mismo.
Minerva arqueó una ceja. Era evidente que su hermana seguía
preocupada por cómo habían llegado a ser huéspedes de esa mansión.
—Desde lejos, por supuesto. —Permanecer distante no era un problema
para Isadora. Su mirada se posó en una maceta en la esquina más alejada.
Una sombra apareció y desapareció. ¿El duque de Avondale? Isadora
parpadeó. Sí, la sombra había desaparecido.
¿Qué demonios tramaba su anfitrión?
Isadora negó con la cabeza. Tenía que concentrarse en su misión. No era
al duque de Avondale a quien debía observar y considerar digno, sino a su
hermana. Aunque el caballero había despertado su curiosidad. La curiosidad
y el deseo de resolver misterios eran rasgos familiares que desearía no
poseer, pero sabía que aquella rareza la perseguiría hasta que investigara la
cuestión a fondo.
Miró a la risueña lady Charlotte, que hacía de anfitriona. Era madura
para los dieciocho años que tenía. ¿Debería dar la bienvenida a lady
Charlotte a la hermandad de las Damas Escandalosas? La única manera de
descubrir esa respuesta era pasar las dos semanas siguientes pegada a su
anfitriona. Investigar el peculiar sentimiento que el duque evocaba en ella
tendría que esperar hasta que estuvieran en Londres durante la temporada.
—Creo que llevamos demasiado tiempo cerca de la pared. —Minerva
enlazó su brazo con el de ella—. Retirémonos por esta noche y reanudemos
nuestros esfuerzos por la mañana. Tengo la sensación de que las próximas
dos semanas serán muy interesantes para las dos.
Isadora miró por encima del hombro hacia el salón de baile lleno de
invitados. Minerva tenía razón. Un manto de misterio envolvía al grupo que
se divertía a su espalda. Mientras se dirigían a sus aposentos, se formó una
premonición en la mente de Isadora. Lo más probable era que la próxima
temporada resultara más entretenida e instructiva, pero no estaba segura de
para quién: ¿para ella o para Minerva?
C A P ÍT U L O U N O
TRES MESES DESPUÉS...

LONDRES

E l tintineo de las copas devolvió a lady Isadora Malbury al presente.


El salón de lady Sutherland estaba repleto de damas solteras, todas
vestidas con trajes de seda de ricos colores. Nada de aburridos vestidos
blancos u horribles colores pastel para esa noche. La energía de la sala ardía
como el fuego. Esa noche no había abanicos en manos de las damas
escandalosas. No, sus amigas se sentían tan ansiosas como ella por
embarcarse solteras en otra temporada con la promesa de una aventura.
Isadora levantó su copa llena de vino tinto, muy distinta de la variedad
aguada que se servía en las comidas.
—Por otra temporada espectacular.
Los miembros de las Damas Escandalosas que habían conseguido
convencer a sus familias para que se trasladaran a Londres antes del
comienzo de la temporada levantaron sus copas y repitieron el brindis con
amplias sonrisas. Se oyó el tintineo del cristal, al que siguieron rápidamente
las charlas. El personal de lord Sutherland se mantuvo ocupado rellenando
copas y ofreciendo un surtido de mini aperitivos.
Lady Katherine, condesa de Sutherland y fundadora del Salón de las
Damas Escandalosas, apoyó una mano en la curva apenas visible de su
vientre.
—Izzy, regresaré al campo en breve. Los miembros han votado. Tú, mi
querida lady Isadora Malbury, has sido la elegida para defender el Club y
organizar los eventos de esta temporada. ¿Aceptas?
Isadora parpadeó dos veces y bebió otro sorbo de vino. ¿En qué estarían
pensando las socias del club? Esa sería su segunda temporada, y su debut
no había sido lo que se dice memorable. Cuando no estaba en compañía de
sus compañeras escandalosas o rodeada de sus hermanos, la sociedad la
consideraba más bien una florero. Era la hermana mediana, a menudo
ignorada, lo que hasta la fecha había jugado a su favor.
Isadora no tenía experiencia previa como líder. Hizo rodar el tallo de su
copa entre el pulgar y los demás dedos.
—¿Estás segura?
Esperó a que lady Katherine, cinco años mayor que ella, respondiera. La
mujer era su alma gemela. Se habían hecho amigas desde que las habían
presentado hacía poco más de un año, en la exposición de Arte Real. Había
sido Katherine quien promovió la aceptación de Isadora en el grupo. El
Salón de las Damas Escandalosas era un refugio para mujeres solteras que
se atrevían a soñar con aventuras y otros vicios, y a participar en ellos.
Nadie sospecharía que esas damas que se pegaban a las paredes en los
bailes u ocupaban los rincones sombríos, a menudo conocidos como el
rincón de las solteronas, habían formado una alianza clandestina y se
reunían mensualmente para escapar de sus jaulas doradas. Las socias y
exsocias habían jurado guardar el secreto y no alardear ni hablar nunca
públicamente de la existencia del Salón de las Damas Escandalosas. La
responsabilidad de mantener la unidad del grupo recaía ahora sobre los
hombros de Isadora.
Observó la sala llena de mujeres que se habían despojado de sus
personalidades públicas en la puerta principal de la casa de lady Katherine.
Independientemente de si tenían título o no, de si eran ricas o pobres, cada
socia era considerada igual y vista como la mujer inteligente e
independiente que era. Isadora se comprometió mentalmente a dar lo mejor
de sí misma. No defraudaría a sus amigas. Ellas la habían honrado con el
papel de líder y no las decepcionaría.
Lady Katherine levantó su copa llena de agua con una amplia sonrisa.
—La votación ha sido unánime. —En otras palabras, Katherine la
propuso y nadie se atrevió a desafiar a la líder.
Isadora miró a la anfitriona con los ojos entornados.
—De las veinte socias del club, algunas presentes y otras no, ¿por qué
me has elegido a mí?
—Porque, Izzy, querida, posees la moderación necesaria para tratar con
todas las socias. —Nadie excepto Katherine se refería a ella por la versión
abreviada de su nombre de pila, ni siquiera su familia. Katherine le clavó el
codo en las costillas—. Además, confío plenamente en que el poder que
ejerce el cargo no te impedirá tomar las decisiones acertadas. Estaré
tranquila sabiendo que el Salón queda en manos capaces.
¿Capaces? Isadora no era capaz. Esa palabra describía a Minerva, su
hermana mayor. Ella prefería seguir órdenes, no darlas. ¿No era así? Salvo
que una de las razones por las que había presentado la solicitud para
convertirse en socia del Salón de las Damas Escandalosas era salir de la
sombra de su hermana y hacer algo liberador y arriesgado.
Isadora vació la copa y se la tendió a un lacayo que esperaba para que se
la rellenara. Con el recipiente lleno en sus tres cuartas partes, volvió a
levantarlo en el aire.
—Me esforzaré por cumplir tus deseos para el grupo. —Isadora asintió
solemnemente—. Gracias por confiar en mí.
—No me preocupa lo más mínimo. Renuncio felizmente a mi puesto y
me alegro de que seas tú quien lleve a las damas en la siguiente fase de
crecimiento del grupo. Estoy orgullosa de lo que conseguimos el año
pasado y me da un poco de envidia no poder participar en los actos de este.
—Desde el principio, Katherine había establecido el requisito más
importante para ser miembro del club, la dama debía ser y permanecer
soltera.
Al final de la temporada anterior, Katherine había cedido y aceptado la
propuesta de lord Sutherland, y se habían casado durante el verano. Con los
miembros del club dispersos por las propiedades campestres, la votación
para determinar quién debía suceder a Katherine se había retrasado hasta
que la mayoría de las socias pudiera reunirse de nuevo en Londres.
Esa sería la última participación de su amiga, y Katherine parpadeó para
contener las lágrimas que amenazaban con deslizarse por sus mejillas.
—Ahora dime, ¿aceptarás la solicitud de la hermana del duque de
Avondale?
Cuadrando los hombros, Isadora compartió sus inquietudes sobre la
candidata de ese año.
—He sido testigo del agudo ingenio de lady Charlotte y de su notable
memoria. Sin embargo, su silenciosa aquiescencia a todas las exigencias de
su autoritario hermano es bastante preocupante.
Lo que resultaba más molesto era la fuerte conexión que Isadora había
presenciado entre el duque y lady Charlotte. Era de suma importancia
mantener en secreto la existencia del club. Para la propia Isadora había sido
todo un reto no compartir con sus hermanos las emocionantes aventuras en
las que había participado la temporada anterior. Normalmente no ocultaba
nada a sus hermanos. Aunque sospechaba que Minerva, la persona más
inteligente que conocía, podría haber empezado a juntar los retazos de
cotilleos que de vez en cuando insinuaban la existencia del club.
Era muy difícil mantener el anonimato contando con veinte miembros.
En el pasado, había correspondido a Katherine seleccionar a una persona y
ofrecerle el ingreso, y solo después de una cuidadosa deliberación sobre las
respuestas de la solicitante se decidía si le concedía o no oficialmente el
honor de unirse al Salón de las Damas Escandalosas. Pero ahora, recaía en
Isadora la responsabilidad de decidir si aceptaba formalmente la solicitud
de lady Charlotte y se le ofrecía ser socia.
No le gustaba la idea de tener que cuestionar los motivos y el liderazgo
de Katherine.
—Tal vez que compartieras por qué exactamente has seleccionado a
lady Charlotte como futura socia del club podría aliviar mis preocupaciones
—dijo pasándole el brazo por los hombros.
—Confieso que le hice la oferta a lady Charlotte por recomendación de
mi marido. —Katherine evitó mirarla.
—¿Y qué sabe lord Sutherland sobre el carácter de lady Charlotte? —
preguntó Isadora.
—Sutherland es muy amigo de Avondale y considera a Charlotte como
una hermana pequeña. Afirma que es muy inteligente y que defiende su
independencia con ferocidad. Mi marido teme que si se la deja a su aire,
lady Charlotte busque sus propias aventuras, lo que ambas sabemos que
puede ser desastroso.
—Mmm… —Isadora estudió las facciones de su amiga. Katherine no
sabía mentir—. ¿Estás segura de que lord Sutherland actúa solo en interés
de lady Charlotte?
Katherine abrió los ojos de par en par.
—Por supuesto. Si no fuera por Sutherland, ¿quién cuidaría a lady
Charlotte?
—Tal vez el hermano de la joven, el duque de Avondale.
—Mucha gente encuentra bastante difícil decirle que no al duque. —
Katherine se frotó la parte baja de la espalda—. No puedo imaginar por qué
has sugerido que a Avondale le gustaría que su hermana fuera miembro del
Salón de las Damas Escandalosas.
Su sospecha se basaba en puras conjeturas. Una creencia formulada
únicamente sobre la base de las breves y escasas interacciones que había
tenido con aquel hombre cuando asistió a la fiesta campestre en su casa.
Katherine frunció el ceño y se llevó la mano a la cadera. A Isadora le
pareció que el embarazo era bastante incómodo, otra buena razón para no
casarse. No era de extrañar que las mujeres embarazadas fueran desterradas
al campo, pues si las debutantes presenciaban semejante incomodidad,
¿quién en su sano juicio accedería de buen grado al mercado matrimonial?
—El duque es bastante apuesto —suspiro Katherine con una mirada
soñadora—, y su apodo, el duque de Ases, lo hace resultar muy intrigante.
Sutherland me ha dicho que ese hombre tiene al diosa de la fortuna sentada
en su hombro, y solo un idiota apostaría contra él.
—El duque es un prepotente pavo real. —Isadora dejó la copa vacía en
la bandeja de un lacayo que pasaba y se volvió hacia Katherine—. Mis
disculpas. En realidad, los pavos reales son criaturas encantadora.
Katherine sonrió.
—No seas tímida. Vamos…, dime lo que realmente piensas de ese
hombre.
—Su Excelencia fue un anfitrión de lo más cortés al abstenerse de hacer
acto de presencia durante la mayor parte de la fiesta campestre en su casa
—ironizó Isadora confiando en que Katherine no repetiría ni una palabra a
su flamante marido—. Sin embargo, cuando se dignó a unirse a sus
invitados, exhibió una altísima opinión de sí mismo y fue… fue más bien…
Katherine se rio entre dientes.
—Pomposo. Prepotente. Dominante…
—¡Exacto! —Isadora suspiró aliviada. No era de extrañar que Katherine
la comprendiera perfectamente. A menudo compartían opiniones similares
sobre muy diversos temas.
—Podría seguir y seguir, pero ya que pensamos lo mismo, no es
necesario. La decisión de ofrecerle a lady Charlotte la invitación para
formar parte del club es más bien arriesgada. Pero ahora que sabe de
nuestra existencia, también es arriesgado rechazar su solicitud.
—Y ese es el dilema en el que me encuentro. ¿Confío en que lady
Charlotte permanecerá leal al Salón de las Damas Escandalosas y
mantendrá su juramento de no contarlo nunca, o Avondale le sonsacará la
verdad a su hermana e intentará disolver el grupo? —Ese enigma había
mantenido a Isadora muchas noches en vela, pensando en su Excelencia y
en lo que podría hacer.
Sí, había perdido muchas horas de sueño reflexionando sobre el duque.
Le gustaría poder afirmar que todos sus pensamientos habían sido
aceptables, pero no podía. Mientras dormía, su mente lo imaginaba
abrazándola mientras bailaba con ella o estrechándola entre sus brazos para
besarla en un rincón apartado. Y no era que aquel hombre se hubiera
acercado a ella durante toda estancia en la finca de Avondale.
Katherine la envolvió en un abrazo.
—Sea como sea, confío plenamente en que tomarás la decisión correcta.
—Su mentora la soltó y se acercó a la puerta, indicando de esa manera que
había llegado el momento de disolver la reunión para que se fueran a casa a
pasar la noche.
Isadora nunca entendería por qué Katherine había depositado tanta
confianza en ella. Pero se había prometido a sí misma que haría todo lo
posible para asegurarse de que las socias se lo pasaran en grande esa
temporada y que fuera recordada como una de las mejores en las que
hubieran participado. No podía fallar.
Su primer reto era conseguir un local para sus eventos. El Wembley
Hall había acogido durante años las reuniones del Salón de las Damas
Escandalosas. Estaba situado en la periferia de Mayfair, con un acceso fácil
y seguro para las socias. Sería ideal que pudiera seguir manteniendo la
tradición y continuar celebrando los eventos en aquel lugar desgastado pero
familiar.
Tomó nota mental para reunirse con el señor Wembley lo antes posible.
Nunca había tenido una entrevista con un comerciante, y menos para hablar
del alquiler de un edificio. Su mano temblaba por los nervios y la emoción.
Iba a comenzar su primera transacción comercial.
De camino al vestíbulo, sonrió y se despidió de sus amigas. Necesitaba
volver a casa de inmediato, pues había mucho que hacer antes de que la
temporada comenzara oficialmente, dentro de tan solo dos semanas. Iba a
ser una temporada de primeras veces. Una temporada que nunca olvidaría.
C A P ÍT U L O D O S

S entado frente a Warren Dowling, vizconde de Guernsey, su viejo


amigo de la universidad, Thomas Grandstone, el duque de Avondale
agitaba el líquido ámbar claro de su vaso. Antes, una partida de cartas en el
pequeño pero acogedor estudio de su amigo carecía del mismo atractivo que
derrotarlo en un club. ¿Qué había cambiado? Él lo había hecho, y todo por
culpa de una mujer.
Tom miró fijamente la bazofia que normalmente aliviaba su mente y
parpadeó. La imagen de lady Isadora Malbury desapareció
momentáneamente de su vista, para volver en un abrir y cerrar de ojos.
Había sido tonto por no haberse fijado en ella la temporada pasada, durante
su debut. Aunque en aquel momento no estaba buscando esposa. Sin
embargo, como espía experimentado, debería haberse percatado de la
asombrosa inteligencia que brillaba en los ojos verdes de la dama.
Las dos semanas que lady Isadora había pasado bajo su techo el pasado
verano habían sido la prueba más dura de su fuerza de voluntad. Había
permanecido distante mientras observaba y evaluaba el carácter de lady
Isadora, combatiendo al mismo tiempo el creciente deseo de descubrir
cómo sería tenerla cerca. Temía que si basaba su decisión sobre con quién
casarse en la pura atracción física, se vería abocado a una vida de mentiras
y engaños. Necesitaba una mujer en la que pudiera confiar para mantener en
secreto su relación con el Foreign Office.
La actitud fría y serena de lady Isadora resultaba refrescante. No había
pestañeado ni una sola vez y tampoco se había acercado lo suficiente como
para golpearle el brazo de forma juguetona con la mano o con el abanico.
No, lady Isadora había establecido con firmeza su preferencia por mantener
la distancia, lo que la convertiría en la esposa ideal. Había deliberado
durante muchas horas consigo mismo sobre la necesidad de casarse esa
temporada, y después de tomar la firme decisión, solo había una mujer que
le venía a la mente: ella.
Su deseo natural de libertad y vicio se veía atenuado con solo pensar en
aquella mujer. Esperaba no haberla juzgado mal y que resultara ser la mujer
fuerte y resistente que había conocido durante la estancia en su finca. Sería
imperativo, pues llevaba una vida compleja y polifacética que le exigía
compartimentar cada aspecto de su existencia. Sus deberes para con la
Corona debían permanecer ocultos a las masas. Mantener la reputación de
su familia como terratenientes honorables, justos y bondadosos no era un
punto negociable. Participar de vez en cuando en partidas de cartas y
ejecutar desafíos caballerosos era una recompensa por su buen
comportamiento. Pero ¿y su esposa? También a ella tendría que mantenerla
al margen de sus otras actividades.
Tom dejó su bebida sobre la mesa de madera que tenía los mismos tonos
castaños claros y cálidos que el pelo de lady Isadora. Bah. Era pura fantasía
comparar el color de los muebles con las trenzas de una mujer. Sacudió la
cabeza mientras aceptaba las cartas que Guernsey le había repartido y las
abanicó hábilmente en una mano. Dos ases y una serie de figuras. El faro
era un juego de probabilidades matemáticas, no de suerte, y esa era la razón
por la que ganaba la mayoría de las manos. Cuando era necesario, podía
ejercitar una paciencia extrema y tenía una mente aguda para los cálculos.
Después de acomodar la mano a su gusto, Tom volvió a dejarla en el tapete
y escudriñó el estudio de Guernsey una vez más. Corría un ligero frío por el
aire a pesar de la escasez de metros cuadrados de la habitación y del fuego
que rugía en un rincón. Miró las cortinas de terciopelo, pero no se movían.
Algo no cuadraba, aunque no podía precisar qué era.
Guernsey se dejó caer en su silla y tomó su vaso.
—Mientras estaba en White's, oí un chisme bastante interesante.
Tom se limitó a arquear una ceja. No le importaban los cotilleos ni las
charlas ociosas.
Guernsey vació su vaso.
—Wembley Hall sigue disponible para esta temporada —dijo—.
Todavía se puede alquilar.
Eso sí que eran noticias interesantes.
Wembley Hall era un gran local, muy bien situado en la cúspide de
Mayfair. El salón se podía utilizar para cualquier fin, pero durante los
últimos cinco años había sido ocupada por la exintelectual lady Katherine.
Tom había necesitado casi tres años de investigación para descubrir quién
era el responsable de apropiarse del lugar durante tanto tiempo. Incluso
después de descubrir la identidad de lady Katherine, seguía siendo un
misterio lo que ocurría en el interior del edificio.
Los porteros, que por lo general eran fácilmente persuadidos para
compartir información a cambio de monedas, habían resultado ser
extremadamente leales y rechazaban sumas que les habría llevado años
ganar. Solo los que eran admitidos estaban al tanto del propósito para el que
lady Katherine arrendaba Wembley Hall, y eso era lo que más le frustraba.
No había logrado identificar a ninguno de los asistentes año tras año. Tenía
una serie de teorías sobre quién y qué ocurría tras las puertas cerradas del
lugar, pero sin pruebas, solo eran eso, meras suposiciones.
Tom tomó las cartas una vez más y las barajó. Eligió una del fondo y la
metió entre las demás, una y otra vez. Los movimientos familiares le
tranquilizaron.
—Tal vez el señor Wembley considere la posibilidad de alquilarme el
local. Podríamos celebrar allí la partida de cartas semanal.
Guernsey enarcó las cejas.
—¿Quieres alquilar Wembley Hall?
—No hace falta que me mires como si hubiera perdido el juicio. —Tom
siguió mezclando las cartas. Cuanto más consideraba la idea, más seguro
estaba de que era una gran idea. Wembley Hall era el espacio perfecto para
que sus amigos y él se dedicaran a un poco de vicio en privado.
—La tensión de tu mandíbula me dice que ya te has propuesto la tarea.
Tendrás que apresurarte, pues se rumorea que el señor Wembley se reunirá
con una dama mañana temprano.
—¿Tiene nombre esta dama?
—Creo que es la hermana soltera de la Reina del Hielo. —Guernsey
estudió las cartas que tenía delante—. El nombre de la chica se me escapa.
Es bastante callada y… —continuó diciendo
—Lady Isadora Malbury —le proporcionó el nombre antes de que su
amigo pudiera hacer de forma involuntaria un comentario ofensivo sobre la
mujer que había atormentado sus pensamientos
—¡Eso es! —Guernsey hizo una pausa para reordenar las cartas en su
mano, y miró a Tom—. No es que me sorprenda tu excelente capacidad de
memoria, pero ¿conoces a la joven en cuestión?
—Charlotte invitó a las Malbury a asistir a una fiesta campestre en casa
el verano pasado. —Tom suspiró al confesar el comportamiento de su
descarriada hermana—. Mi querida hermana menor extendió esa invitación
sin discutirlo primero conmigo. —Había tenido la intención de presionar a
Charlotte para que le explicara sus acciones, pero cuando vio a lady Isadora
bajar del coche y sus miradas se cruzaron, decidió rápidamente dejar pasar
el asunto. Lady Isadora se comportaba con un aplomo sin igual, y cuando lo
sorprendió espiándola, Tom supo que esa mujer poseía las habilidades de
una agente.
Inhaló lentamente para calmar su corazón, que de repente se había
acelerado, antes de llevarse el vaso a los labios. El suave y aromático
brandy tocó la punta de su lengua y la imagen de las suaves curvas de lady
Isadora se superpuso en primer plano.
Las mujeres rara vez captaban su atención durante más de unos
minutos, y era extraño que pasara con ellas más de un par de horas en
privado. Sin embargo, no había conseguido desterrar a lady Isadora de su
mente después de observarla atentamente durante toda su estancia en
Avondale.
En numerosas ocasiones había sorprendido a lady Isadora observando
atentamente las idas y venidas de los invitados a la fiesta y envidiaba lo que
parecía ser una habilidad innata para desenvolverse en la cena cada noche,
sentada entre los miembros más desafiantes de la reunión.
Sí, lady Isadora Malbury cumplía todos los requisitos de la larga lista de
cualidades que él había determinado que debía poseer la próxima duquesa
de Avondale. Desinteresada. Autosuficiente. Hábil en la conversación.
Inteligente. Equilibrada. Ingeniosa. Honorable. Segura de sí mismo.
Observadora. Amable. Le habían bastado dos semanas para darse cuenta de
todas las habilidades de lady Isadora. Como la de conversar fácilmente con
los demás cuando era necesario, pero también tenía la cualidad de
desvanecerse entre la multitud sin ser detectada. Aunque lady Isadora
parecía recatada al lado de las demás damas, sus ojos la delataban. Estaba
llena de vida, dispuesta a buscar aventuras. Solo necesitaba un guía. Al final
de la fiesta, Tom había decidido perseguir a esa mujer durante la temporada
y cortejarla.
Guernsey frunció el ceño y se inclinó hacia delante para mirar sus
cartas.
—Debes de estar equivocado. La dulce e inocente Charlotte no se
atrevería a desobedecerte. Te adora. Todo el mundo lo sabe.
—Créeme, me sorprendió tanto como a ti descubrir que era Charlotte
quien había invitado a las hermanas Malbury. Sin embargo, me estoy dando
cuenta con rapidez de que no es tan dulce como uno podría pensar.
Su hermana iba a debutar esa temporada y, a pesar de que había
demostrado ser una de las agentes más eficaces de la Corona a la tierna
edad de dieciocho años, Charlotte creía que aún no había alcanzado todo su
potencial.
—¿Por qué haría Charlotte algo así?
Era una pregunta excelente. Una cuya respuesta Tom ya debería saber,
pero no era así. Y estaba frustrado consigo mismo por no haberse tomado el
tiempo necesario para descubrir el razonamiento de Charlotte.
Entrecerró los ojos y miró las cartas que tenía en la mano.
—Como sabes, mi hermana posee ideas propias. Solo tengo que confiar
en que elija sabiamente a sus conocidos, así como también a su futuro
marido. —Dispuesto a terminar pronto la velada, Tom dio la vuelta a la
pareja de ases.
—Maldición, el duque de Ases ataca de nuevo. —Guernsey movió las
cartas—. Recuerda mis palabras, tendrás que vigilar de cerca a tu hermana
esta temporada o acabará metiéndote en un buen lío.
Un escalofrío de miedo bajó por su espina dorsal ante la sugerencia de
que se inmiscuyera en los asuntos de Charlotte. Si se entrometía en sus idas
y venidas, Charlotte no se lo pensaría dos veces antes de corresponderle. Y
no quería que su hermana pequeña husmeando en su vida. Tom se levantó y
se abrochó el chaleco.
—Debería retirarme por esta noche —dijo, preparando su despedida—,
dado que debo levantarme temprano para interrumpir la reunión del señor
Wembley con lady Isadora.
Guernsey se levantó y recogió los vasos vacíos. Su amigo se acercó al
aparador.
—Quédate a tomar una copa más. Quiero discutir otro asunto que me ha
estado atormentando durante algún tiempo.
Tom había notado que las líneas de preocupación en la frente de
Guernsey parecían algo más profundas en las últimas semanas. Volvió a
hundirse en su asiento.
—Bueno, viejo amigo, ¿qué te ha hecho renunciar al sueño
últimamente?
Su amigo se volvió y suspiró hundiendo un poco los hombros.
—Durante el último verano, he estado pensando seriamente en la
cuestión de mi estado civil. He llegado a la conclusión de que solo me
quedan cinco años antes de encadenarme a alguna dama. —Guernsey
volvió a la mesa de juego y le tendió a Tom el vaso que había vuelto a
llenar.
Tom aceptó la bebida con una inclinación de cabeza.
—Cinco años, dices, ¿por qué no diez?
—Aunque no soy una eminencia matemática como tú, soy capaz de
hacer sumas sencillas. En otros cinco años, tendremos tres y treinta. Dentro
de diez…, bueno, puede que seamos un poco mayores para engendrar un
heredero sano. He oído que los hombres que se retrasan demasiado, acaban
por no poder… —Guernsey movió las cejas antes de continuar—. Ya
sabes… actuar.
Aunque Tom no estaba en desacuerdo con la lógica de su amigo, cayó
en la vieja costumbre de hacer de abogado del diablo. Hizo una pausa con el
vaso a medio camino de la boca.
—Muchos caballeros han tenido un heredero a la madura edad de treinta
y ocho años. No serías el primero ni el último en hacerlo. —Mantuvo la
mirada clavada en Guernsey para calibrar la respuesta de su amigo.
Guernsey no mordió el anzuelo, así que siguió—: Te confesaré que yo
también he pensado mucho en el matrimonio este verano.
—¿Y? —Guernsey le miró expectante—. ¡Por Dios! El duque de
Avondale ha decidido buscar esposa esta temporada.
Su amigo tenía razón a medias. Tom había decidido salir de caza, pero
ya había identificado quién iba a ser su presa, no, su pretendida: lady
Isadora Malbury.
—Sí. Creo que estoy listo. —Declararlo en voz alta a otra persona no
había aliviado la creciente tensión en su pecho. Lady Isadora era perfecta.
Había pensado mucho antes de determinar que no había ninguna razón
lógica para que la dama rechazara un matrimonio de conveniencia si se le
presentaba adecuadamente. A lady Isadora le gustaba arriesgarse. Él solo
tenía que idear un argumento sólido de por qué ella debía correr el riesgo de
confiar en él. Convencerla de que ella también buscaba un matrimonio de
conveniencia.
—Bah… Un hombre nunca está realmente preparado. —Guernsey vació
el vaso de un trago—. Basta de charla. Juguemos una mano más.
C A P ÍT U L O T R E S

L as familiares puertas de madera de Wembley Hall estaban a la vista.


Isadora frunció más el ceño con cada paso que daba, y que la
acercaba al glorioso lugar al que se había aventurado a medianoche en el
transcurso de las dos últimas temporadas. Isadora observó el edificio una
vez más. No se parecía en nada a las imágenes que guardaba en su
memoria. Wembley Hall asemejaba cualquier cosa menos majestuoso
cuando los primeros rayos de sol caían sobre él. Una de las muchas
advertencias que Minerva pregonaba cada año flotaba en su mente: nada ni
nadie es exactamente lo que parece. No es que hubiera dudado nunca de la
sabiduría de su hermana, pero Isadora se sentía descorazonada ante esa
nueva perspectiva del lugar que le había servido de refugio.
Se volvió y miró por encima del hombro a su doncella para asegurarse
de que estaba allí. Tenía que conseguir alquilar de Wembley Hall para las
Damas Escandalosas. Levantó la mano enguantada y golpeó la enorme
puerta. La bisagra crujió cuando sus nudillos golpearon la sólida superficie.
Eran necesarias algunas reparaciones para garantizar la seguridad de las
socias. La invadió una oleada de náuseas. Nunca había sido responsable de
nadie más que de sí misma, y ahora era ella quien tendría que rendir cuentas
si alguna de las damas sufría algún daño o si alguna vez las descubrían.
No contestó nadie. Quizá había llegado pronto. Le tembló la mano
cuando buscó el pestillo y empujó lentamente la puerta para mirar en el
interior.
El vestíbulo estaba vacío.
Atravesó el umbral y se detuvo.
«Puedo hacerlo», se dijo a sí misma. «Aunque mis habilidades como
negociadora no estén a la altura de las de Minerva, debería ser capaz de
llevar a cabo la sencilla tarea de renovar el contrato de arrendamiento del
Salón de las Damas Escandalosas».
—¿Está segura que el señor Wembley dijo que deseaba reunirse aquí?
—preguntó su criada.
—Sí. —Isadora se echó la capucha hacia atrás y escudriñó el espacio,
imaginándose las caras sonrientes de las socias del salón. Suspiró al
observar el deterioro del suelo y las telarañas que ocupaban todos los
rincones, pues tenía una temporada repleta de eventos mensuales que
planificar. Le quedaba mucho trabajo por delante si quería tener ese lugar
listo a tiempo para el primer evento—. ¿Qué te parece si empezamos la
temporada con un baile de máscaras?
—¿Las mascaradas no suelen ser al final de la temporada?
—Sí, pero quiero que el acto inaugural marque la pauta para las damas.
—Isadora giró sobre sí misma—. Quiero que sea una temporada audaz —
continuó—, porque puede que sea la última para mí si Minerva se sale con
la suya. —Se le enganchó el dobladillo de la capa en un clavo, lo que
detuvo su movimiento y la devolvió a la realidad y a la tarea que tenía entre
manos.
—No si encuentra a un caballero comprensivo —respondió Annie.
Isadora tiró de la tela y suspiró.
—Dudo mucho que atraiga la atención de alguien tan comprensivo
como el conde de Sutherland, que esperó hasta el final de la temporada para
comprometerse con Katherine. Ese hombre incluso financió los eventos de
la segunda mitad de la temporada pasada, y todo porque quería que su
pretendida fuera feliz. —Hizo un movimiento de cabeza—. Las
probabilidades de encontrar otro caballero tan amable y generoso como lord
Sutherland son tantas como encontrar un trébol de cuatro hojas en pleno
invierno.
Su doncella negó con la cabeza.
—Bueno, si lady Minerva realmente pretende que se case al final de la
temporada, será mejor que consiga que nadie pueda olvidar el primer
evento.
Annie tenía razón. La inauguración tenía que ser memorable, algo que
nunca se olvidara, algo que todos los miembros del Salón de las Damas
Escandalosas atesorarían.
Pasos de botas y voces masculinas flotaron a través de las cortinas en el
otro extremo de la sala.
—Gracias, señor Wembley, por aceptar reunirse conmigo con tan poca
antelación. —El tono de barítono le resultó tan familiar que se acercó al
escenario.
¿Qué diablos hacía allí el duque de Avondale?
La mano regordeta del señor Wembley descorrió la cortina.
—Ah, lady Isadora, me alegro de que haya llegado. —El propietario se
levantó de una brusca reverencia y le hizo un gesto para que se uniera a él
mientras agitaba la mano en dirección a la puerta lateral—. ¿Pasamos todos
a mi despacho?
Ignorando al duque y el efecto que estaba teniendo en su pulso, Isadora
se adelantó.
—Señor Wembley, no me gustan las sorpresas.
—A mí tampoco, lady Isadora. Por favor, acompáñenos. —Se acercó a
la puerta y se la abrió.
Pasó junto al duque de Avondale con los hombros erguidos y la barbilla
alta. Su sonrisa de suficiencia le hizo replantearse si debía aceptar la oferta
de su hermano para aprender a boxear. Habían pasado meses desde la
última vez que vio al pomposo caballero, pero la respuesta física a su
presencia no había cambiado. Sentía un hormigueo en la piel y la recorrían
oleadas de calor.
El duque la seguía de cerca. Notaba su cálido aliento haciéndole
cosquillas en la nuca, lo que intensificaba su reacción.
Isadora tomó asiento frente al escritorio del señor Wembley, y menos
mal porque las rodillas le empezaron a flaquear de repente. Una vez
sentada, los caballeros se acomodaron en los suyos.
La mirada del señor Wembley pasó de ella al duque de Avondale.
—Como le estaba explicando a Su Excelencia, Wembley Hall está muy
solicitado esta temporada debido al incendio que asoló la parte baja de West
Side destruyendo tanto Astley Theater como Cartman Hell. Aunque hemos
recibido múltiples ofertas para el alquiler del espacio, mis socios y yo
hemos decidido considerar solo las ofertas que nos hagan ustedes dos.
—¿Por qué? —soltó Isadora.
El señor Wembley subió las cejas y rápidamente frunció el ceño.
—Lady Isadora, es…
—A mí también me gustaría saber su razonamiento —intervino el
duque.
Isadora cerró el puño cuando el señor Wembley sonrió a su adversario
desde el otro lado del escritorio.
—Bueno, Excelencia, en general, preferimos que las instalaciones se
utilicen para… para actividades civilizadas.
El duque se inclinó hacia delante con los ojos entrecerrados y apoyó una
mano en la rodilla.
—¿Es ese el caso, señor Wembley? O tal vez es porque usted y sus
socios no desean invertir en las reparaciones que tanto Astley como
Cartman les exigirían.
Isadora no pudo evitar desviar la mirada al hombre sentado a su lado.
Durante las dos semanas que había residido en Avondale, el duque no había
revelado ni una sola vez esa sagaz perspicacia para los negocios que
claramente poseía. Su Excelencia había interpretado a la perfección el papel
de anfitrión desinteresado y de caballero ocioso.
¿Con qué propósito quería alquilar Wembley Hall?
En un intento de tranquilizarse, Isadora volvió a mirar al señor
Wembley, cuyas mejillas estaban sonrojadas, revelando que, efectivamente,
le habían pillado en una mentira.
—Por favor, presenten la mejor oferta que puedan y que deseen que
consideremos. —El señor Wembley empujó un trozo de pergamino en
blanco delante de Isadora y luego otro delante del duque—. Entiendo que
tanto uno como otro están ansiosos por resolver el asunto. Consultaré a mis
socios esta noche y les informaré mañana de nuestra decisión.
«¿Al día siguiente? Y soportar otro día de incertidumbre. No».
Isadora quería que el asunto quedara zanjado. Centró su mirada en el
hombre que tenía delante. La frente El señor Wembley tenía la frente
perlada de sudor, sin duda provocado por el peso de la mirada de Su
Excelencia.
Se sentó en el borde de la silla y se inclinó hacia delante.
—Señor Wembley, permítame recordarle que mi organización tiene una
larga relación con usted, desde luego…
—Lady Isadora, no quiero ofenderla, pero sin el respaldo personal de
lord Sutherland, me preocupa su solvencia.
«Bah. Hombres».
Los padres, maridos y hermanos de muchas mujeres controlaban sus
fondos. Como en todas las normas, había excepciones. Isadora sabía de
damas que habían logrado amasar sus propias fortunas bajo seudónimos.
Nombres como los que Minerva había establecido para Isadora y su
hermana menor Diana. Siendo hábil en el cálculo de probabilidades, ella
misma había amasado una suma bastante considerable en las dos últimas
temporadas. Uno de los eventos más concurridos de la temporada era la
Noche de Juegos de las Damas Malvadas.
Isadora dejó caer la mirada sobre el pergamino en blanco que tenía
delante. ¿Debía arriesgar todos sus ahorros para asegurar Wembley Hall?
Minerva le había ordenado específicamente que solo accediera a esos
fondos en caso de emergencia. Era una mujer adulta de veinte años. Había
llegado el momento de que tomara sus propias decisiones. Entre desear que
la hoja de pergamino estallara en llamas y agarrarla, Isadora finalmente
encontró su voz.
—Muy bien, señor Wembley, escribiré mi oferta en privado y se la haré
llegar al anochecer —dijo Isadora cuando por fin encontró su voz,
agarrando el pergamino a pesar de que solo deseaba que empezara a arder.
El duque de Avondale estiró su larga figura.
—Yo haré lo mismo. —Se elevó sobre Isadora y extendió su brazo hacia
ella—. Por favor. Permítame el honor de acompañarla a casa.
Aquel gesto caballeroso la hizo fruncir el ceño. Normalmente, tendría
que reprimirse para no retroceder ante la idea de tocar a otra persona. Sin
embargo, posó la mano en la manga de él como si fuera una acción de lo
más natural. Una abrumadora sensación de afinidad invadió a Isadora
mientras él la guiaba hacia la puerta del señor Wembley.
Miró al hombre con el que su cuerpo parecía sintonizar por puro
instinto. El duque crispó la comisura de los labios.
—Las probabilidades de que la descubran conmigo son bajas
comparadas con la probabilidad de que encuentre un truco a tiempo antes
de que la descubran.
Su comentario provocó la chispa de irritación que ella necesitaba para
volver a centrarse. Por desgracia, él volvía a tener razón. La temporada
todavía no estaba en pleno apogeo, así que conseguir escapar al amanecer
había sido bastante difícil. El reto de evitar ser vista ahora que era de día
sería más arriesgado. Isadora observó que Su Excelencia había modificado
el paso para igualarlo al suyo, como si no tuviera prisa por librarse de ella.
Levantó la mirada hacia él e inhaló el aire bruscamente cuando sus intensos
ojos de color castaño oscuro se clavaron en ella como si tratara de leerle la
mente.
Retiró la mano de su brazo cuando él le permitió cruzar la puerta sin
ayuda. La repentina falta de calor hizo que apretara con fuerza la mano bajo
la capa para evitar volver a tocarlo. Necesitaba poner espacio entre ellos,
disponer de un momento para calmar sus emociones desbocadas que, estaba
segura, era incapaz de sentir antes. Avanzó por el vestíbulo, dejando atrás al
señor Wembley y al duque.
Annie se puso a su lado.
—¿Qué demonios ha pasado? Tiene las mejillas muy rojas. —La mirada
de su criada se dirigió al duque.
—Su Excelencia se ha ofrecido a escoltarnos de vuelta a la residencia
Malbury. —Ni sus hermanos ni ella consideraban a la vivienda en la que se
veían obligados a residir con su padre como un hogar. No, un hogar estaba
lleno de amor y alegría, pero nada de eso se respiraba en la casa que la
familia usaba en Londres. La causa de ello era la frialdad que existía entre
sus padres.
—Qué amable por parte de Su Excelencia —comentó Annie.
Tal vez aceptar la oferta del duque fuera la opción más segura, ¿o no?
Que la pillaran trasladándose con el duque podría desatar rumores.
Annie se quedó rezagada cuando el duque de Avondale la alcanzó en el
centro de la sala. Isadora se giró ligeramente para mirarlo.
—Acepto su oferta con una condición.
—¿Cuál?
En los breves instantes que estuvo alejada de él, Isadora había
conseguido idear un plan. Se dirigió al señor Wembley, que se había unido a
ellos.
—Hará una donación considerable a una organización elegida por lady
Charlotte.
—Una obra de caridad de la elección de mi hermana, ¿de verdad? Por
favor, comparta conmigo qué suma voy a donar.
Miró al señor Wembley, que sonreía como un gato que tiene acorralado
a un ratón.
—Ciento cincuenta libras.
Las fosas nasales del duque se encendieron mientras la miraba
fijamente.
—Es ridículo. De ninguna manera.
—Muy bien. Me arriesgaré y conseguiré un carruaje que me lleve a
casa. —Isadora se basaba en que el duque sería muy parecido a su propio
hermano mayor, lord Kent. Benedict nunca permitiría a sabiendas que una
dama utilizara un transporte público. Giró sobre sus talones para dar un
paso hacia la entrada principal.
—Es usted una mujer malvada. De acuerdo. Haré una donación de
ochenta libras y ni un penique más —soltó Su Excelencia antes de que ella
pisara el suelo de madera.
A Isadora le entraron ganas de reírse ante la referencia del duque a su
maldad. Desde luego, le daban ganas de ser malvada, de poner a prueba el
autocontrol de aquel hombre que se suponía tan inflexible como el acero.
—Estoy segura de que lady Charlotte elegirá una causa muy meritoria.
—Le guiñó un ojo al señor Wembley, provocando a Su Excelencia.
El duque dio una larga zancada para colocarse frente a ella.
—Tenga mucho cuidado, lady Isadora. No soy un perdedor amable.
Dio un paso para rodearlo, con la intención de continuar hacia la puerta
principal, ignorando el profundo efecto que Su Excelencia tenía sobre ella.
—No he perdido ni una sola batalla importante; pujar por este edificio
será fácil —anunció el duque.
Se giró hacia él. Cualquier pensamiento de ser correcta abandonó su
cabeza. Le tocó el pecho.
—¿Tan importante es para usted conseguir Wembley Hall? —Era
imperativo que lograra alquilar ese lugar. No podía fallar en su primera
misión como líder del Salón de las Damas Escandalosas.
El duque de Avondale le agarró la mano y se la colocó sobre su
antebrazo.
—Sospecho que es tan importante para mí como para usted.
Su contacto volvió a confundirla, pero se las arregló para continuar.
—Entonces es extremadamente importante.

S ENTADO FRENTE A SU PRESA , Tom maldijo la sensibilidad caballeresca que


lo había llevado a invitar a la doncella de lady Isadora a viajar en el interior
del carruaje en lugar de en el pescante con su cochero, para no provocar
cotilleos. La joven lo miraba desde la esquina del carruaje con las manos
apretadas en el regazo. Era evidente que estaba tan disgustada como él por
la situación.
Quería estar a solas con lady Isadora. El enfrentamiento verbal con esa
mujer unos momentos antes había encendido en él un deseo que no tenía
nada que ver con su actual malestar físico y sí con el anhelo de disfrutar de
una conversación estimulante. Hasta ese día no se había dado cuenta de lo
privado que había estado de tal conexión.
Los rayos de sol entraron en el coche y cayeron sobre la mejilla de lady
Isadora. Tom se adelantó y cerró de un tirón las cortinas del carruaje,
bloqueando el mundo exterior. La quería como esposa, pero no a causa de
un escándalo. Se recostó en el lujoso asiento del carruaje y luchó contra sus
contradictorios sentimientos y pensamientos. Era una idea terrible acercarse
tanto a lady Isadora y no poder relacionarse abiertamente con ella. Miró a la
doncella, que se había parapetado en un rincón y observaba con cautela
todos sus movimientos. Tom desvió su atención hacia lady Isadora. Antes la
había calificado de mujer malvada por la frustración que le embargaba, pero
el brillante destello de interés que chispeaba en sus ojos mientras ella le
devolvía la mirada sin pestañear le hizo preguntarse si su instinto era
correcto: ¿cuán malvada podía ser?
—Lady Isadora, seré franco, no importa la cantidad que ofrezca al señor
Wembley, simplemente le pagaré el doble.
Ella abrió los ojos como platos brevemente antes de recuperar la
compostura.
—Es bastante magnánimo por su parte informarme de su estrategia para
asegurar Wembley Hall. Aunque esperaba que ideara un enfoque más
intrincado, ya que el duque de Ases es conocido tanto por su suerte como
por su habilidad.
—¿Es así? —Cruzó las piernas, con la esperanza de ocultar el bulto que
presionaba contra su bragueta.
—Sí. Se rumorea que la diosa de la fortuna está de su lado en todo
momento, Su Excelencia. Tal vez deberíamos poner a prueba ese teorema.
Se le calentó la sangre al sentir que estaba a punto de desafiarlo.
—Adelante.
—Quedan dos semanas hasta que comience oficialmente la temporada.
El señor Wembley declaró que no considerará más ofertas. ¿Y si llegamos a
un acuerdo?
Sí, la mujer era atrevida. Hizo tamborilear el dedo sobre la rodilla como
si estuviera contemplando sus palabras, cuando en realidad solo necesitaba
ganar tiempo para adaptarse a la atracción magnética que ejercía esa mujer.
—¿Qué tipo de acuerdo?
La criada de lady Isadora se rio en un rincón, recordándole que no
estaban solos.
Ignorando a la joven, lady Isadora lo atravesó con la mirada.
—Una serie de desafíos. —Movió la cabeza con decisión—. No, nada
de desafíos, tres juegos de azar, y el ganador se quedará con Wembley Hall.
—¿Por qué limitarlo a tres? —preguntó él.
—No me gusta perder el tiempo. El Wembley Hall está en el lugar
perfecto, pero los dos sabemos que el edificio necesita ser reparado antes de
que empiece la temporada.
Admiraba su decisión y brillantez.
—Un punto de vista válido. —Cruzó los brazos sobre el pecho y se dio
golpecitos con el índice mientras sopesaba el desafío—. ¿Estamos hablando
de simples juegos de mesa o de otros eventos que requieren que me
favorezca la suerte?
—Otros acontecimientos, como…
—Lord Derby organiza una carrera en Fulham mañana.
Lady Isadora asintió.
—Muy bien. Cada uno de nosotros elegirá a un ganador. El caballo que
quede más cerca del primero, será declarado vencedor de esta ronda.
La mujer era ingeniosa y resultaba un placer conversar con ella. Había
elegido sabiamente. Lady Isadora sería una excepcional duquesa de
Avondale. Aún quedaba tiempo para hablar de sus verdaderos planes, y
Tom no tenía prisa por sacar el tema del matrimonio. Estaba disfrutando de
conocer a su futura esposa.
—De acuerdo.
El carruaje se balanceó al girar. Tom se asomó por la ventanilla. La casa
de lady Isadora estaba a unas manzanas.
Tom miró a la doncella en el rincón y luego, haciendo caso omiso de
todas las reglas de etiqueta que conocía, se inclinó hacia ella.
—¿Sellamos nuestro trato con un beso? —preguntó.
—Excelencia, su reputación le precede. Yo, a diferencia de la mayoría
de mis compañeras, no tengo ningún interés en sentir sus labios contra los
míos. Prefiero besar a un cerdo.
En lugar de ofenderlo, aquella respuesta ardiente y apasionada solo le
hizo tener más ganas de pasar tiempo con ella.
—No ha entendido mis intenciones. —Le tomó la mano enguantada y,
como ella no la retiró, le dio un beso en los nudillos. La cara de sorpresa de
ella fue mejor que todos los insultos del mundo—. ¿Me concedería el placer
de acompañarla mañana? —-le preguntó, sabiendo que estaba tentando a la
suerte.
—Con la condición de que Minerva y lady Charlotte se unan a nosotros.
Le tocó a él sorprenderse. No esperaba que ella aceptara. Llegar a un
acto público junto con la familia era casi tan eficaz como que se leyeran las
amonestaciones en la iglesia…, casi.
—Lo arreglaré. La invitación estará en la bandeja de su familia a más
tardar esta tarde —dijo Tom antes de que ella pudiera cambiar de opinión.
El carruaje se detuvo. Rezó para que su chófer, entrenado para hacer
gala de discreción, tuviera la previsión de detenerse a pocas manzanas de la
residencia de los Malbury.
La criada de lady Isadora se adelantó y miró por la ventanilla del
carruaje antes de salir de un salto. Lady Isadora la siguió después de
despedirse con un gesto seco de cabeza y le cerró la puerta en las narices.
Era, evidentemente, una mujer bastante independiente. Otra excelente
cualidad para convertirse en su esposa. Las débiles de corazón no serían
adecuadas para el papel de consorte de un espía de la Corona. Tom corrió la
cortina cuando el carruaje comenzó a moverse de nuevo. Una risita retumbó
en su pecho cuando lady Isadora y su criada doblaron la esquina y tomaron
el camino que conducía a su casa. Ambas mujeres avanzaron como si no
pasara nada y solo estuvieran dando un paseo.
Tom metió la mano debajo del asiento y sacó un escritorio plegable.
Hacía tiempo que había aprendido a no viajar sin él. Pluma y pergamino en
mano, redactó en unos instantes la invitación para asistir a las carreras.
Firmó la misiva con una floritura y golpeó el techo del carruaje para que se
detuviera. Su leal lacayo abrió la puerta preparado para seguir sus órdenes.
Tom le entregó la misiva al hombre.
—Debes entregarla antes de que lady Isadora cruce el umbral de la
residencia Malbury.
El lacayo aceptó el pergamino y echó a correr. El hombre era rápido de
pies, y Tom se reclinó en el asiento y sonrió. ¿Quedaría impresionada la
dama con su hazaña de hacerle llegar la invitación antes de que ella pisara
su casa? Eso esperaba. Tom se incorporó y se dejó caer en el espacio que
lady Isadora había ocupado en el asiento orientado en el sentido de la
marcha. El leve aroma a lilas le hizo cerrar los ojos, dejando que su
imaginación fantaseara con ver la sorpresa en el rostro de lady Isadora.
C A P ÍT U L O C U AT R O

T res pasos más.


El señor Morton, el mayordomo de la familia, mantuvo abierta
la puerta principal con la ceja arqueada y aire sardónico. Isadora sabía que
estaba prolongando lo inevitable.
—Se me están helando las manos, milady —dijo Annie que temblaba
detrás de ella—. Dejemos de perder el tiempo y entremos.
La doncella esperó un momento antes de darle un codazo en la espalda.
El breve roce hizo que Isadora tensara los músculos.
—Le pido disculpas, milady —susurró Annie—. ¿Podemos entrar, por
favor?
Isadora no estaba preparada para enfrentarse a su hermana mayor. No lo
estaría hasta que pudiera desterrar la imagen de los labios del duque de
Avondale sobre su mano enguantada. Apretó los puños con fuerza detrás de
la espalda, para recuperar parte de la sensibilidad en sus dedos fríos antes
de entrar.
El señor Morton no tardó en cerrar la puerta principal tras ellos. El
mayordomo aceptó las prendas exteriores de Isadora y se las pasó a un
lacayo que esperaba cerca.
—Lady Minerva solicita su presencia en el salón. —El señor Morton la
rodeó con movimientos precisos y la guio por el vestíbulo hacia lo que ella
no dudaba que sería una inquisición.
No habría pasado desapercibido para Minerva ni para el personal que
Annie y ella habían salido al amanecer. A diferencia de sus hermanos, ella
disfrutaba del torbellino que traía consigo la temporada y le encantaba estar
en Londres, donde las posibilidades de aventura eran infinitas. Mientras
avanzaba detrás del señor Morton, Isadora reflexionaba sobre cómo iba a
ocultarle a Minerva el propósito de su escapada matutina. Su hermana la
conocía mejor que nadie, y era tenaz a la hora de desentrañar lo
desconocido. Por suerte, no era de las que sacaban sus propias conclusiones
antes de pedir información.
—¿Cuánto tiempo lleva esperando mi hermana? —preguntó Isadora
mientras el señor Morton se acercaba a la puerta.
El señor Morton rompió sus propias reglas y le dedicó una sonrisa de
medio lado.
—No mucho, quizá un cuarto de hora. —Empujó la puerta con su
habitual calma—. Lady Isadora —anunció.
¿Qué había motivado el peculiar comportamiento del señor Morton?
Aunque inusual, también era tranquilizador comprobar que no era la única
que se encontraba actuando fuera de lo normal.
—Gracias, señor Morton. —La mirada de Minerva se centró detrás de
Isadora—. Annie, por favor, tráenos un poco de té. E Isadora... puedes
cerrar la puerta —añadió una vez que el personal se había apresurado a
cumplir sus órdenes y estaba fuera del alcance de sus oídos.
—¿Para qué querías verme?
Minerva señaló lo que tenía delante, una brillante tarjeta blanca con su
nombre.
—No te pedí explicaciones sobre cómo recibimos la invitación para
asistir a la fiesta en casa de Avondale, y no me interesa volver sobre el
asunto. Sin embargo, te voy a exigir que me expliques por qué hemos de
asistir mañana a la carrera de lord Derby.
Isadora frunció el ceño. ¿Cómo demonios había conseguido Avondale
que la invitación llegara antes que ella? Haciendo acopio de ingenio,
respondió a la mirada de su hermana.
—Lady Charlotte y yo nos hemos hecho muy amigas. Puede que la
invitación fuera a instancias de la hermana del duque.
—¿Por qué me mientes? —Minerva colocó el papel sobre la mesa
auxiliar—. Hermana, por favor acércate y esta vez comparte conmigo la
verdad.
—No puedo.
—¿Por qué? —Su hermana dio una palmadita en el espacio vacío que
había en el sofá junto a ella—. ¿Es porque has hecho una promesa que te
impide compartir la verdad con tu propia hermana?
Isadora se acercó al sofá y se sentó.
—¿Lo sabes? —Isadora no debería haberse sorprendido. Minerva era
extremadamente observadora.
—Sí. Lo sé todo sobre el Salón de las Damas Escandalosas. —Minerva
tomó la mano de Isadora—. No puedes estar tan sorprendida. ¿De verdad
creías que pasaría por alto tus desapariciones secretas durante la última
temporada?
La cálida mano de su hermana apretó la suya, aliviando su culpa y sus
nervios. Minerva era a veces más madre que hermana y, hasta ese día, había
sido la única persona a la que Isadora no había renunciado. Isadora dejó de
mirar sus manos.
—Nunca lo has mencionado ni me has preguntado al respecto.
—Me ha costado una buena suma y varias amenazas reunir los detalles
necesarios para reconstruirlo todo. Y la última temporada, gasté una parte
sustancial de mi dinero, y de la parte de tu asignación que conseguí ganarte,
en proteger tu secreto de otras partes interesadas.
—¿Qué otras partes interesadas? ¿A quién se refieres?
—Nada menos que al duque de Avondale.
—¿Avondale?
—Sí, Su Excelencia. Ahora, por favor, explícame de qué… —Minerva
alcanzó la invitación y la agitó frente a Isadora—, de qué se trata.
Había llegado el momento de confesar. Isadora tomó aire, bajo la
inquebrantable y perspicaz mirada de Minerva.
—Esta mañana temprano me dirigí a Wembley Hall para reunirme con
el señor Wembley y discutir la posibilidad de arrendar su establecimiento en
nombre del Salón de las Damas Escandalosas. Sin embargo, parece que Su
Excelencia tenía intenciones similares. Cuando descubrí que tanto el duque
como yo competíamos por el uso de Wembley Hall, le propuse una especie
de apuesta. El que resulte ser el mejor después de tres eventos o juegos de
azar será el ganador y podrá reclamar el uso de Wembley Hall. El duque
aceptó. —Isadora señaló con un gesto la invitación que aún ondeaba en la
mano de Minerva—. La carrera de caballos de mañana será el primero de
los tres eventos.
Minerva se dio dos golpecitos en la barbilla con la esquina del papel;
estaba analizando la situación.
—¿Por qué eres responsable de alquilar el local?
—Las socias del Salón de las Damas Escandalosas me votaron para ser
la responsable del club este año.
Minerva se inclinó hacia delante y envolvió a Isadora en un abrazo.
—Felicidades. Estoy muy orgullosa de ti. —Su hermana daba los
mejores abrazos del mundo, pensó mientras se lo devolvía.
—Siento mucho no haber podido compartir contigo lo de mi afiliación
al Salón de las Damas Escandalosas. Espero no haberte preocupado
demasiado.
—Siempre me preocuparé por mis hermanos, pero me alegro de que ya
no tengamos que mantener en secreto la existencia de las Damas
Escandalosas entre nosotras. —Minerva soltó a Isadora y se puso de pie
delante del sofá.
Minerva volvió a centrar la atención en la invitación que aún tenía en la
mano.
—Aunque sé que Su Excelencia apenas reconoció nuestra presencia
durante nuestra estancia de dos semanas en Avondale, los demás no están al
tanto. Permitir que Su Excelencia nos acompañe mañana a Fulham puede
hacer creer a los demás que tiene intención de cortejarte esta temporada.
Minerva estaba expresando sus pensamientos y preocupaciones
anteriores.
—Gran parte de la aristocracia aún no ha regresado a Londres. He
sopesado los riesgos, y la carrera no es nada que llame demasiado la
atención.
—Podría muy bien ser el caso, pero hay varios miembros influyentes de
la sociedad en la ciudad. Los suficientes como para saber que si hubiera
algo impropio…, bueno…, simplemente inventarán su propia versión de la
verdad.
—Entonces declinaremos la invitación del duque de Avondale y
pediremos a Gregory que nos acompañe a la carrera —resumió Isadora.
Su hermano rara vez asistía a tales actos, pues prefería los libros y otras
actividades más académicas.
—¿Ser cortejada por un duque sería tan terrible? —dijo Minerva
mirándola.
—Teniendo en cuenta que solo existen un puñado de duques y que
actualmente solo hay dos solteros, y uno de ellos ni siquiera ha alcanzado la
mayoría de edad y el otro es un solterón empedernido, la respuesta es sí. —
Isadora se envaró ante la sonrisa de su hermana—. Además, no he
cambiado mi postura al respecto. No aceptaré un noviazgo hasta que estés
casada.
—Muy bien, pero no vamos a molestar a Gregory. Enviaré una
respuesta con la aceptación a Avondale. —La falta de preguntas de Minerva
no presagiaba nada bueno. Su hermana estaba maquinando algo.
—Lo digo en serio, Minerva. No me casaré antes que tú. —Era la más
débil de todas sus razones para no casarse, pero la única que estaba
dispuesta a admitir.
La mayoría de los matrimonios entre la nobleza no tenían nada que ver
con el amor. Ella había padecido una temporada, lo que le había
proporcionado pruebas suficientes para apoyar su teoría de que el
matrimonio no era más que una forma de que los hombres transfirieran y
obtuvieran riqueza. Tenía otras razones para no pasar por altar. Una de ellas
era evitar una unión solitaria como la que compartían sus padres. Otra era
su aversión al contacto físico.
Diana, su hermana menor, ahora recién casada y convertida en la
condesa de Chestwick, había confirmado las sospechas de Isadora sobre lo
que ocurría a puerta cerrada entre marido y mujer. En su última carta, su
hermana ofrecía descripciones bastante vívidas y muy entusiastas de cosas
que a Isadora le habían hecho un nudo en el estómago. Una imagen de la
sonrisa pícara del duque de Avondale pasó por su mente, y se le cortó la
respiración. En el pasado, ningún caballero había provocado en ella algo
más que leves sentimientos de amistad. Nada de mariposas revoloteando en
su interior ni latidos acelerados de su corazón, solo una familiaridad
platónica. Sin embargo, ¿acaso no le había acelerado el pulso el duque de
Avondale? No podía ser por el hombre en sí.
No, su reacción era el resultado de la promesa de llevarla a una carrera
de caballos. Su amor por los caballos, la atracción de la competición y el
riesgo era la razón por la que había experimentado aquel aleteo del corazón.
Hundió los hombros. Se le daba mal mentir, incluso cuando se mentía a sí
misma.
—Anticipo que esta temporada será muy diferente a las de años
anteriores. —Minerva se detuvo y clavó en ella sus brillantes ojos azules—.
Me encargaré de ello.
—Estoy segura de que lo harás. —Una vez que su hermana se proponía
un objetivo, era extremadamente difícil disuadirla.
—Serías una duquesa maravillosa.
—Ya lo he oído. —Isadora gimió.
—Piénsalo. Avondale es perfecto para ti. Es independiente. No te dobla
la edad…
—Te equivocas. Avondale es al menos una década mayor que yo.
—Su Excelencia es solo nueve años mayor que tú.
Isadora se levantó y se dirigió al escritorio de Minerva para tomar el
último ejemplar de Debrett's. Encontró la página que describía el linaje del
duque de Avondale y suspiró.
—Maldita sea. Como siempre, tienes razón. Pero no sé nada de
Avondale. —Cerró el libro—. Y lo que sé de él no son lo que yo considero
rasgos dignos de un marido.
—Por favor, ilústrame. ¿Qué sabes de Avondale?
¿Sospechaba algo su hermana o solo buscaba información?
Isadora regresó al sofá y se sentó a confiarle sus limitados
conocimientos sobre ese hombre.
—Su Excelencia rara vez baila o conversa con damas solteras. Es un
conocido réprobo. Alardea de su riqueza y de su estatus para doblegar a los
demás a su voluntad. No puedes hablar en serio cuando afirmas que es el
pretendiente ideal para mí.
—No bromeo. Avondale nunca actúa sin un propósito. —Minerva se
levantó, se sentó detrás su escritorio y mojó la pluma en la tinta—. La
salida de mañana va a ser muy interesante.
La nube oscura que se había cernido sobre su hermana durante todo el
verano se había disipado. La chispa de Minerva y su aprecio por la vida
volvían a estar presentes. Isadora se mordió la lengua y estudió a Minerva
mientras escribía la aceptación.
Un gran peso cayó sobre sus hombros. ¿Tenía razón Minerva? Al
permitir que Avondale las escoltara hasta Fulham, ¿estaba a punto de sellar
su destino para la toda la temporada? ¿Para el resto de su vida?
C A P ÍT U L O C I N C O

T om no apartó la mirada de su hermana mientras se dirigían a la


residencia Malbury, sentados cómodamente en el gran carruaje
ducal. Había presionado a Charlotte en busca de respuestas mientras
desayunaban por la mañana, solo para descubrir que la habilidad de su
hermana para la evasión no solo había mejorado, sino que era muy eficaz.
Había sido un error permitir que Charlotte se involucrara en los asuntos del
Foreign Office. A la tierna edad de quince años, Charlotte había captado el
interés del jefe del Foreign Office, que decidió entrenar a su hermana. Su
propia formación había comenzado a los diez años, y basándose en su
conocimiento de lo precarias que podían llegar a ser las misiones, debería
haber dicho que no. ¿A quién quería engañar? Nadie negaba nada al jefe del
Foreign Office. Charlotte empezó a juguetear con la hilera de perlas que
adornaban el borde de sus guantes de seda y devolvió sus pensamientos al
presente.
—No puedo creer que consintieras en llevarme a una carrera de caballos
—comentó Charlotte con una sonrisa.
Tom gimió para sus adentros. Debería haberle contado toda la verdad
sobre su trato con lady Isadora, pero se le había ocurrido durante el
desayuno que, a lo largo de los últimos años, los dos habían pasado cada
vez menos tiempo en compañía del otro. Había permitido que sus deberes
con la Corona eclipsaran sus responsabilidades como hermano y tutor.
—Charlotte, quiero que seamos más extrovertidos y sinceros el uno con
el otro. Creo que es necesario dadas las actividades que ejercemos para la
Corona. Estoy siempre a tu disposición.
—Ahh… Entiendo. —La sonrisa de su hermana se redujo a su versión
más escueta.
Tom se frotó la frente dolorida.
—En realidad, eso no es posible, ya que no te he dado todos los detalles.
—Respiró hondo antes de continuar—. La verdad es que lady Isadora y yo
hemos establecido en una especie de apuesta para determinar quién tendrá
el honor de alquilar Wembley Hall durante la próxima temporada.
Apareció una arruga en la frente de Charlotte. Era demasiado joven para
haber desarrollado arrugas de preocupación, pero las tenía.
—¿Sabes para qué tiene la intención de utilizar Wembley Hall?
—No. —Se inclinó hacia delante, apoyando los codos en las rodillas—.
Pero sospecho que tú sí.
—Y ya que deseas que dejemos de tener secretos, ¿crees que debo
compartir contigo lo que sé?
—Exactamente.
Su diferencia de edad —doce años— nunca había supuesto un
problema, ya que Charlotte se comportaba con un aplomo y una gracia muy
superiores a los que corresponderían a su edad. Había otra mujer que le
venía a la mente y que exhibía esas mismas cualidades a raudales, pero no
iba a nombrarla. No, iba a contenerse. ¡Maldición! La imagen de lady
Isadora apareció en su mente por mucho que intentara resistirse.
Frunció el ceño ante su falta de control mental y volvió a centrar toda su
atención en el asunto que tenía entre manos. Si quería que Charlotte
compartiera sus secretos con él, tendría que hacer lo mismo.
—Sé que lady Katherine ha alquilado el local durante los últimos años.
Pero lo que no he podido saber es con qué propósito exacto. Sospecho que
se utilizaba para que se reunieran las damas, pero de nuevo, lo que ocurre
detrás de esas puertas es muy difícil de descubrir.
—Como mi solicitud aún no ha sido aceptada oficialmente, supongo
que no estoy rompiendo ningún juramento. —Su hermana puso los ojos en
blanco—. Wembley Hall es el lugar donde se reúnen las socias del Salón de
las Damas Escandalosas una vez al mes para dedicarse a diversas
actividades que de otro modo no podrían disfrutar.
—¿Cómo que tu solicitud aún no ha sido aprobada?
—Una dama debe cumplir una serie de requisitos previos para ser
miembro del Salón de las Damas Escandalosas.
Tom esperó a que continuara, pero cuando Charlotte permaneció en
silencio, decidió que debía adoptar un enfoque diferente.
—¿Vas a compartir los requisitos conmigo o prefieres que los adivine?
Su pregunta le devolvió la sonrisa. Charlotte suspiró y desplegó los
brazos.
—Primero, las socias deben ser y permanecer solteras. Segundo, son
admitidas solo por invitación.
—¿Fue lady Isadora quien te extendió la invitación?
—No. Fue un querido amigo de los dos quien se encargó de que su
mujer me cursara la invitación.
—¿Cómo puede ser? Acabas de decir que las socias deben permanecer
solteras.
Charlotte arqueó una ceja.
El Salón de las Damas Escandalosas. Wembley Hall. Mujeres solteras.
La mente de Tom daba vueltas tratando de averiguar cómo encajaban todas
las piezas de información que tenía.
—Ajá…, lady Katherine. —Lord Sutherland era consejero del Foreign
Office en ocasiones y se había casado ese mismo verano.
Charlotte asintió.
—Antes de que lady Isadora se convirtiera en la responsable del Salón,
ese puesto lo ocupaba lady Katherine. El jefe del Foreign Office cree que
sería muy beneficioso para mí convertirme en socia del Salón de las Damas
Escandalosas, ya que se comparte una cantidad significativa de información
detrás de las puertas cerradas de Wembley Hall en sus reuniones mensuales.
—Sutherland es un astuto diablo. Fue lady Katherine quien lo ha
mantenido tan bien informado todos estos años.
—Hermano, nadie puede saber que he compartido esta información
contigo. Y en especial lady Isadora, que ya sospecha de mis razones para
querer unirme al Salón de las Damas Escandalosas.
—Por supuesto, no voy a poner en peligro tu misión. Sin embargo,
podría ayudarte.
Charlotte soltó un bufido muy poco femenino.
—¿Cómo crees exactamente que me puedes ayudar a conseguir ser una
de las socias?
—No solo conseguir entrar, sino mantener tu participación. Me limitaré
a hacer saber a todo el mundo que deseo que te cases por amor y solo por
amor. Dado que el matrimonio de nuestros padres fue por amor, mi
declaración no será una sorpresa.
—¿Es eso lo que estás esperando tú? ¿Enamorarte?
—En absoluto. —Fue el turno de Tom de adoptar una pose defensiva,
cruzando los brazos sobre el pecho—. He decidido casarme esta temporada,
y creo que estarás de acuerdo conmigo en que me convendría un
matrimonio de conveniencia.
Charlotte abrió mucho los ojos.
—¿Con quién piensas casarte? —preguntó. Cuando él guardó silencio,
su hermana resopló y se reclinó en el asiento—. Ya entiendo. Solo estás
dispuesto a intercambiar secretos si te beneficia.
—No es ese mi deseo. —Tom sopesó sus opciones. Para que su
hermana confiara en él, él debía, a su vez, confiar en ella—. Tengo la
intención de cortejar y casarme con lady Isadora Malbury. Si todo va según
lo planeado, al final de temporada podrás añadir la búsqueda de pareja a tu
lista de habilidades.
—¿Lady Isadora? ¿Te has vuelto loco?
—Pensaba que le agradaría la idea de que lady Isadora formara parte de
la familia.
—Los hermanos Malbury están muy unidos. No guardan secretos entre
ellos. ¿Por qué quieres correr el riesgo de ser descubierto?
—No creo que eso sea cierto, ¿o es que todos los hermanos Malbury
saben de la existencia del Salón de las Damas Escandalosas?
—Según la información que he reunido, solo lady Isadora y lady
Minerva están al tanto, y no fue la primera quien divulgó la existencia del
Salón a su hermana. Dudo que haya nada que impida que lady Minerva
descubra los entresijos de cualquier asunto que desee conocer. La dama
posee una mente aguda y unas dotes excepcionales para el razonamiento y
la deducción.
—¿Mejores que las tuyas?
—Sí, mejores que las mías. —Charlotte apretó las manos en su regazo
—. Como hermana de un duque, tengo la suerte de conseguir invitaciones a
los eventos más codiciados. Como aristócrata, puedo manejarme sin
interferencia. Puedo obtener acceso y formar alianzas en grupos que la
mayoría pasa por alto. Como agente de la Corona, tengo acceso a recursos
que otras damas no tienen. Y a pesar de tener todas esas ventajas sobre lady
Minerva, ella es mucho más aguda que yo. Es un genio. —Charlotte miró
por la ventanilla—. Falta poco para que lleguemos a la residencia Malbury.
Tom miró por la ventanilla opuesta del carruaje. Estaba orgulloso de lo
diligente que era Charlotte, siempre alerta.
—Yo no subestimaría tus habilidades ni tus capacidades, Charlotte. Has
ascendido rápidamente en el escalafón y ahora eres considerada una de las
mejores agentes de la Corona tanto por el jefe del Foreign Office como por
tus compañeros, entre los que me incluyo.
Charlotte le golpeó la rodilla con la punta del abanico.
—Antes de recoger a las hermanas Malbury, me gustaría saber… —
Hizo una pausa, buscando las palabras.
—Sí, ¿qué es lo que desea saber, hermana?
Inspiró hondo.
—De todas las damas elegibles, ¿por qué has elegido a lady Isadora
para ser la próxima duquesa de Avondale? Sobre todo teniendo en cuenta
que no le dirigiste más de diez palabras durante las dos semanas que residió
con nosotros. —Charlotte le dedicó la sonrisa más dulce. La que le
mostraba para que no le negara nada.
—Creo que de todas las damas que conozco, lady Isadora es la elección
más lógica. Es muy querida, incluso admirada por… —Atravesó a su
hermana con una mirada cómplice—, y tiene sus propios planes que no
deberían interferir con los míos.
La sonrisa de Charlotte desapareció, sustituida por la confusión.
—Eres el producto de un matrimonio por amor, ¿cómo puedes desear un
matrimonio de conveniencia?
—El amor no entra en mis planes. Dada la cantidad de misiones que me
asignan, creo que lo mejor sería casarme con una mujer independiente. —
Había hecho callar a su hermana.
El carruaje se detuvo.
—Confío en que no revelarás mis intenciones de casarme con lady
Isadora hasta que sea oficial —se apresuró a decir Tom antes de que el
lacayo abriera la puerta.
—Por supuesto, hermano. —Charlotte clavó en ella una mirada que le
dejó helado—. Del mismo modo, confío en que informarás a lady Isadora
del riesgo al que se expone si acepta casarse contigo.
—Papá no se lo dijo a mamá hasta después de pronunciar los votos.
Charlotte extendió la mano y se la puso en el brazo, impidiéndole salir
del carruaje.
—Mamá quería a papá.
—Ajá… así que estarás de acuerdo, el amor solo complica las cosas,
mejor tener un matrimonio de conveniencia.
Charlotte retiró la mano y se ajustó las faldas mientras se arrastraba
hacia una esquina para hacer sitio a lady Minerva y lady Isadora.
—Lo único que te pido, hermano, es que prometas ser sincero con lady
Isadora y contigo mismo.
Tom salió del carruaje y luego se dio la vuelta para volver a asomar la
cabeza.
—Te lo prometo.
Charlotte levantó la mano y se secó la única lágrima que se le había
escapado.
—Ve a buscar a las hermanas Malbury o llegaremos tarde a la carrera.
Cuando Tom volvió de avisar a las damas, la realidad de la promesa que
acababa de hacer le golpeó con fuerza. ¿Estaba siendo sincero consigo
mismo? ¿Era un matrimonio de conveniencia lo que realmente deseaba?
Todos los pensamientos y las dudas huyeron de su mente cuando
apareció lady Isadora. Sus largas zancadas hicieron que la capa azul oscuro,
casi negra, se abriera por el centro, dejando ver un vestido rosa claro. La
belleza de la mujer casi le hizo olvidarse de respirar.
—Llega tarde —dijo lady Isadora al pasar junto a él. Con la barbilla
alta, continuó hacia el carruaje.
Lady Minerva, que venía pisándole los talones, le guiñó un ojo a Tom
mientras pasaba también ante él.
—Su Excelencia —murmuró con rapidez.
Ayudó a las damas a subir al carruaje y luego se sentó solo en el asiento
contrario a la marcha. De cara a las tres mujeres, decidió que lo mejor sería
permanecer en silencio a menos que le reclamaran durante el resto del
trayecto hasta Fulham.
C A P ÍT U L O S E I S

F lanqueada por Minerva a un lado y lady Charlotte al otro, Isadora


ignoró a Su Excelencia, que las seguía de cerca, y avanzó entre la
multitud de espectadores cuya energía era contagiosa. Después del
sofocante viaje en carruaje hasta la carrera, se alegró de estar al aire libre.
El aire fresco, el aroma del heno y la multitud de hombres y mujeres
agradablemente vestidos le levantaron el ánimo y casi borraron sus
preocupaciones sobre qué habría llevado al duque de Avondale a observarla
atentamente como si fuera un nuevo espécimen de la colección real de
animales salvajes.
Isadora paseó la mirada entre Minerva y lady Charlotte, que no perdían
detalle de la multitud. Una sensación de calma y seguridad invadió a
Isadora. Sonrió a lady Charlotte, que le devolvió el gesto. El parentesco de
hermandad que Isadora compartía con todos las socias del Salón de las
Damas Escandalosas estaba creciendo rápidamente con lady Charlotte.
Minerva se inclinó más cerca de ella.
—Deberías aprobar la solicitud de lady Charlotte —le confió.
El comentario de Minerva no sorprendió a Isadora. Su hermana siempre
tenía la extraña habilidad de leerle los pensamientos.
—¿Por el alquiler?
Su hermana miró por encima del hombro, probablemente para
comprobar lo cerca que estaba el duque de Avondale.
—Enmascara su extrema inteligencia con una precisión y un arte que
raramente se dan a la tierna edad de dieciocho años —contestó Minerva, al
constatar que no la oían—. Su vocabulario, plagado de dobles sentidos, es
muy entretenido. Estoy segura de que tú también te habrías dado cuenta si
hubieras estado prestando atención a lady Charlotte y no a su hermano
durante la hora que ha durado el trayecto.
Isadora se sintió invadida por la felicidad al poder volver a discutir
libremente con Minerva, pero su alegría disipó con rapidez ante la
insinuación de su hermana de que había estado tan pendiente del duque
como él de ella.
—He oído cada palabra que pronunció lady Charlotte. Cada palabra.
—Tal vez, sin embargo, no estabas escuchando. —Minerva enlazó su
brazo con el de ella y la acercó.
Su hermana nunca actuaba sin un propósito, así que Isadora examinó los
alrededores, buscando al enemigo número uno de Minerva, lord Mansville,
o a alguno de sus compinches. Siguió buscando alguna amenaza hasta que
oyó la familiar voz de lord Drake a su espalda.
—Vaya, vaya…, ¿no estoy viendo a lady Minerva y lady Isadora?
Maldición. ¿Qué hacía Drake aquí?
Lord Drake era su vecino y desde hacía mucho tiempo el mejor amigo
de su hermano mayor.
Isadora se giró para proteger a Minerva del hombre que le había roto el
corazón muchas veces.
—Drake, qué agradable sorpresa. —Drake, quien Isadora había
esperado una vez que llegara a ser su hermano, no debería haber pisado
Londres hasta dentro de dos semanas. De hecho, estaba en deuda con él, ya
que, sin querer, la había ayudado a convencer a Minerva de que se
desplazaran a Londres antes de tiempo. Su hermana había reorganizado
específicamente su partida para asegurarse de que no coincidiera con la de
Drake. Que estuviera ahí era cosa de Benedict. Maldito fuera su hermano
mayor y sus ganas de entrometerse en sus vidas. Estaba casi segura de que
Benedict había enviado a su mejor amigo para vigilarlas mientras él se
quedaba en el campo con su media naranja.
Se le erizó la piel de la nuca cuando Avondale se acercó un paso para
colocarse a su lado, separando completamente a Drake de Minerva.
—Lord Drake…
En lugar de dar medio paso para alejarse del duque de Avondale, como
haría por lo general, luchó contra el impulso de acercarse más a él.
Finalmente, Isadora mantuvo su posición y miró a Drake y luego a Su
Excelencia. No fue un simple reconocimiento lo que se produjo entre los
dos; había un atisbo de desafío por parte de Drake. ¿Qué demonios estaba
pasando allí?
Su intuición le gritaba que prestara más atención al duque que a su
vecino y amigo de toda la vida. Pero cada vez que Isadora se centraba en el
duque de Avondale, su mente se quedaba en blanco y las ganas de acercarse
a él le provocaban hormigueos por todo el cuerpo. Eso la llevaba a un
perpetuo estado de confusión que no le gustaba nada.
Drake finalmente lo saludó con la cabeza.
—Su Excelencia. —La postura de Drake siguió siendo relajada—.
Isadora, no sabía que tu hermana y tú teníais intención de asistir hoy a las
carreras. —Les dedicó a Su Excelencia y a ella la media sonrisa que le
caracterizaba.
Antes de responder, Isadora miró a su izquierda y descubrió que
Avondale miraba a Drake con el ceño fruncido. Drake era muy querido por
la mayoría de los aristócratas y rara vez provocaba una reacción así. La
mirada gélida de Avondale resultaba bastante refrescante, sin embargo, al
no saber cuál era el motivo de la extraña mirada entre los dos caballeros,
Isadora volvió a centrarse en Drake.
—Su Excelencia se ofreció a escoltarnos —explicó—, y ya sabes cuánto
me gustan los caballos, simplemente no podíamos rechazarlo.
Al inclinar la cabeza hacia la izquierda para mirar detrás de ellos, las
facciones de Drake se transformaron para reflejar las de Avondale. Estaba
claro que se había disgustado con lo que ocurría detrás de Isadora.
—Disculpen, parece que han llegado lord Mansville y sus compinches.
Debo irme.
Isadora se dio la vuelta y descubrió que Minerva y lady Charlotte ya no
estaban a la vista y que Mansville, la némesis de su hermana, deambulaba
entre la multitud.
Avondale le tomó la mano, enlazó sus brazos y la llevó hacia los
establos, lejos de Drake y los demás.
—No se preocupe. Charlotte se asegurará de que tu hermana no sufra
ningún daño, y si Drake es tan capaz como espero, debería arreglárselas
para despachar a lord Mansville.
En esos momentos no estaba tan preocupada por Minerva como por la
reacción de su cuerpo ante la cercanía de Su Excelencia. Isadora sabía que
su hermana era muy capaz de defenderse. Minerva se había ganado el
apodo de Reina del Hielo a pulso. No, Isadora estaba más preocupada por la
curiosidad que la recorría. ¿Por qué el contacto de aquel hombre hacía que
su cuerpo cobrara vida en lugar de rebelarse? De forma inesperada, sus
dedos se apretaron contra el brazo masculino. El musculoso brazo
masculino.
¿De qué hablaban? Ah, sí, de sus hermanas.
—¿Charlotte? ¿Su dulce y amable hermana? —preguntó, centrada de
nuevo.
—Sí, y puedo asegurarle que no es tan dulce ni tan dócil como todo el
mundo parece creer. —Los labios de Avondale se curvaron en una sonrisa
que encerraba la promesa de secretos.
Los secretos eran el talón de Aquiles de todos los Malbury.
Miró a Su Excelencia. Tenía unos ojos amables e inteligentes. La nariz
recta que le recordaba a los mármoles de Elgin. Y unos labios, unos labios
que la hacían desear experimentar su primer beso. El calor inundó sus
mejillas. ¿Por qué seguía divagando?
Isadora volvió a mirar a los establos que estaban unos metros delante de
ellos. El olor familiar del heno y los caballos la ayudó a volver a
concentrarse. Si el duque de Avondale guardaba secretos, quería ser ella
quien los descubriera.
Notó que sus músculos se tensaban bajo sus dedos.
—¿Quiere compartir lo que la hace fruncir el ceño?
No podía decirle la verdad, que su mente estaba ocupada con
pensamientos de besos y secretos, pero tal vez fuera la oportunidad de que
ella obtuviera algunas respuestas a un enigma que la había atormentado
desde la fiesta de la casa Avondale.
—Estaba pensando en lord Drake.
—¿Comparte los mismos sentimientos por ese hombre que su hermana?
Solo la dureza de la voz de Avondale impidió que Isadora estallara en
carcajadas.
—Por Dios, no. Solo tenía curiosidad por saber qué sabe de lord Drake.
Imagino que fue eso lo que le hizo rechazar su petición de asistir a la fiesta
en su casa campestre el verano pasado.
—Me negué a cumplir la petición de Drake porque su hermana se
merecía un respiro. Ella es muy resistente, pero después de tres temporadas,
incluso la Reina de Hielo necesita tiempo para sanar.
Isadora acortó la longitud de su zancada y Avondale se adaptó sin dar
un paso en falso. Era como si estuvieran en sintonía o hubiera esperado su
reacción. A Isadora no le gustaba el apodo de Minerva, pero no había forma
de cambiarlo después de tres temperadas. El uso que Avondale hacía de
aquella horrible referencia tenía un matiz de respeto cuando la pronunciaba,
lo que significaba que poseía mucha información sobre su familia.
Intrigada, y con ganas de saber exactamente lo que aquel hombre sabía
de ellos, Isadora se giró un poco para mirarlo, cediendo al deseo de
observar sus facciones. No estaba preparada para la oleada de calidez y
bienestar que la envolvió. No había bajado la guardia ni siquiera en
presencia de sus sobreprotectores hermanos. Se suponía que intentaba
atraerlo para que compartiera sus secretos, no los de ella.
Isadora se detuvo y Avondale hizo lo mismo.
—Entiendo que rechace a Mansville, pero Drake es amigo íntimo de la
familia, no el enemigo.
—Amigo de la familia o no, Drake es un ignorante obstinado. Prefiero
la compañía de los que son inteligentes y capaces de una lógica sólida. —
Avondale le guiñó un ojo.
¿Le estaba haciendo un cumplido?
Los hombres no admiraban a una mujer por su cerebro. Avondale
demostraba que su teorema era cierto mientras la recorría con la mirada,
centímetro a centímetro. Como si pudiera desnudarla.
—Deberíamos buscar a nuestras hermanas.
La soltó y llevó los brazos detrás de la espalda.
Como si le hubiera leído el pensamiento, Avondale alargó una mano
para pasarle un dedo enguantado por el puente de la nariz.
—Antes de irnos, acordemos las condiciones de la carrera de hoy.
—Puede que se esté haciendo mayor, Su Excelencia —bromeó Isadora,
envalentonada por la caricia—, pero no es tan mayor como para haber
olvidado ya que acordamos que ganaría quien eligiera al caballo que
cruzara primero la línea de meta.
Tom mantuvo su semblante serio.
—No lo he olvidado. Pero después de pensarlo, me pregunto si
consideraría una apuesta secundaria.
—¿Perdón? —Isadora parpadeó dos veces.
—Si gano, aceptará reservarme un baile esta noche en la fiesta de los
Lowrington. Si gana usted, podrá elegir el próximo evento para determinar
quién ganará Wembley Hall. —Hablaba con una urgencia que ella no
entendía, pero sabía por instinto que era importante responderle con
rapidez.
—De acuerdo.
La sonrisa de Avondale irradiaba admiración.
—Impresionante, no ha dudado.
La sonrisa de Avondale hizo que ella se estremeciera por dentro, pero
mantuvo la compostura exterior.
—No me preocupa, porque hoy ganaré. Y cuando lo haga, habré
conseguido una ventaja que, en última instancia, me llevará a obtener lo
único que realmente deseo esta temporada: Wembley Hall.
La sonrisa del duque desapareció durante un instante, como si su
respuesta le hubiera herido.
—Admiro su determinación para conseguir lo que desea. —Alzó el
brazo—. ¿Nos aventuramos a acercarnos a los establos para hacer nuestras
elecciones?
Isadora asintió y le puso la mano en el antebrazo.
—Sí, Su Excelencia, vamos a seleccionar un ganador.
C A P ÍT U L O S I E T E

T om estaba maravillado por la mujer que avanzaba a su lado. Lady


Isadora se movía con determinación y elegancia. También era
sorprendentemente hermosa si uno se tomaba el tiempo de estudiar sus
rasgos: ojos verde bosque bajo cejas castañas artísticamente perfiladas,
mejillas sonrojadas que no estaban coloreadas artificialmente con pintura
facial y una mandíbula suave que denotaba poder y confianza. Cada vez que
hablaban, lady Isadora reforzaba su opinión inicial de que era
extremadamente capaz y que siempre se comportaba con aplomo y
elegancia, con independencia de lo difícil que fuera la situación en la que se
encontrara.
Lady Isadora transmitía un aire que denotaba determinación, como si
nada pudiera apartarla de una misión, y no era que él pretendiera entrenarla
para que se convirtiera en agente de la Corona. En su opinión, el Foreign
Office disponía ya de suficientes agentes, una idea que no compartía su jefe
en el ministerio, que cada vez reclutaba a más damas para unirse a sus filas.
El éxito de Charlotte y el hecho de que fuera la agente más joven en ser
enviada a una misión sin el apoyo de un superior no hacían más sino
consolidar la opinión de su jefe.
Tom sospechaba que el ingreso de su hermana al Salón de las Damas
Escandalosas formaba parte del nuevo plan de reclutamiento del jefe del
Foreign Office, ya que los anteriores esfuerzos por reclutar mujeres para el
departamento no habían tenido mucho éxito. ¿Debería seguir el consejo de
Charlotte e informar a lady Isadora de su relación con la Corona antes de
casarse? Muchos de sus compañeros llevaban una doble vida y decidían no
involucrar nunca a sus parejas.
Guio a lady Isadora a través de la amplia entrada de los establos. El olor
a caballos y estiércol le hizo fruncir el ceño mientras recordaba los detalles
del dosier sobre los Malbury. Sus informadores no habían descubierto
ningún escándalo oculto, al menos ninguno que su familia y ella no
hubieran superado ya.
Según su experiencia, todas las familias de la aristocracia poseían al
menos dos o tres secretos sórdidos que podían comprarse con dinero. Los
Malbury habían demostrado ser extremadamente hábiles a la hora de
ocultar sus secretos, pero él no era de los que se amilanaban. Se ganaría la
confianza de lady Isadora y él mismo investigaría sus asuntos. Era crucial
que lo supiera todo sobre ella para seguir adelante con su intención de
pedirle matrimonio. La excursión de ese día había sido ideada para
desentrañar su fría conducta y revelar sus secretos, sin embargo, su plan
estaba fracasando de forma notable.
Lady Isadora, por su parte, estaba en su elemento y parecía totalmente
indiferente a su atención. Atribuyó su desinterés a que pertenecía al Salón
de las Damas Escandalosas, dado que el principal requisito para formar
parte del club era continuar soltera. ¡Maldición! ¿Cómo había permanecido
oculta la existencia y las actividades de semejante grupo durante todos esos
años?
Inspiró profundamente y miró a la mujer que llevaba del brazo. Se
relajó y su agitación se disipó como el agua en un plato caliente. Cuanto
más sabía sobre lady Isadora, más intrigado se sentía. El secreto que había
conocido sobre ella debería ser disuasorio, pero en él estaba teniendo el
efecto contrario. Si quería convencerla de que se casara con él, primero
debía averiguar por qué había elegido pertenecer al exclusivo Salón.
Necesitaba pasar más tiempo con ella. La idea de una apuesta secundaria
para ganarse un baile en la fiesta de los Lowrington había surgido de un
deseo primario de tenerla entre sus brazos, pero también resultaría ser un
golpe genial si al mismo tiempo era capaz de obtener la información que
necesitaba para avanzar en su persecución de lady Isadora.
Ella soltó la mano de su brazo y se acercó al establo para clavar la
mirada en un caballo.
—Apoyaré al árabe como ganador.
¿Se atrevería ella a acercarse para acariciar a la bestia? Sería muy poco
ortodoxo, pero era exactamente lo que él esperaría de una dama que
formara parte de un club llamado las Damas Escandalosas. Su mirada pasó
de la bestia a la mujer. Los dedos enguantados de lady Isadora se aferraban
a la barandilla de madera y, para un ojo inexperto, podría parecer relajada y
embelesada con el caballo que tenía delante. Pero la casi indetectable
inhalación de aire le hizo mirarla.
—¿Está segura de que quiere apostar por este?
Ella se giró y le miró con intensidad.
—Sí. Es una belleza.
Tom echó un vistazo al caballo y enseguida buscó un purasangre en el
resto de los establos. No había ninguno a la vista. Sin embargo, la suerte
quiso que viera uno más viejo un poco alejado, al que cepillaban y
preparaban.
—Yo apuesto por ese gris de allí.
Ella dio un paso atrás para ver mejor.
—Ah, es una criatura maravillosa. Será una carrera muy reñida. —Lady
Isadora observó a su alrededor.
Cuando algunos caballeros entraron en su campo de visión, lady Isadora
hundió los hombros. Era evidente que deseaba intimidad, pero ¿por qué?
—Acérquese a mí. —Tom se puso de lado para ser su escudo mientras
su mirada se detuvo en los hombres que se arremolinaban dos puestos más
abajo. En el momento en que ya había perdido la esperanza de que ella
accediera a su orden, lady Isadora se subió las faldas y se acercó a él.
Isadora le rozó el pecho con un brazo, y Tom notó una cálida oleada que
irradiaba desde el punto en que había entrado en contacto con su cuerpo.
Tenía un efecto peculiar sobre él, difícil de ignorar.
—Dígame qué es lo que quiere.
—Deseo montarlo.
Era una respuesta inocente de una dama bien educada. Sin embargo, la
respiración entrecortada de lady Isadora combinada con el tono claramente
anhelante de su respuesta hizo que Tom tragara saliva y desterrara la
imagen de la joven desnuda y sentada a horcajadas sobre él en su cama. Sus
días de fantasías sexuales eran cosa del pasado; ya no se dejaba llevar por la
lujuria y los deseos carnales. Su mente dominaba el arte del control.
Tom le levantó la barbilla con el índice, Tom buscó los ojos de lady
Isadora.
—Si gana la carrera, buscaré la manera.
En los ojos femeninos apareció un brillo indomable. La joven se soltó la
falda y apoyó ambas manos enguantadas contra el pecho de él. Notó que le
ardía la piel por debajo de las capas de tela que los separaban. Lady Isadora
bajó la palma de la mano derecha hasta cubrirle el corazón. Dio un
golpecito con el índice derecho para imitar el ritmo acelerado de sus latidos.
—No le pondrá nervioso que la suerte me favorezca a mí en vez de a
usted, ¿verdad?
—En absoluto. —Sus labios se curvaron en una sonrisa ante la
expresión de incredulidad de ella.
Tom creía que era él quien manejaba la situación, pero aquella
descarada le había demostrado que era ella quien tenía el control de la
situación… y de él. Se puso rígido al oír pasos a su espalda.
Lady Isadora retrocedió.
—Espere y verá, Su Excelencia, el árabe ganará, y yo le haré cumplir su
promesa.

E L RAYO de sol que se asomaba entre las vigas rebotaba en los diamantes
que adornaban el pelo rubio de Minerva. En opinión de Isadora, la llegada
de su hermana no podía haber sido más oportuna. Doblando las rodillas
para permanecer a la sombra del duque, Isadora abrió su abanico y lo
levantó para ocultar su sonrisa. Se sentía impulsada por su atrevimiento y su
capacidad de tocar a otra persona sin que se le revolviera el estómago, así
que agitó el abanico delante de su cara. Los intercambios verbales con
Avondale eran entretenidos, pero sentir cómo se flexionaban los duros
músculos calientes de ese hombre bajo sus palmas hacía que sintiera
chispas por todo el cuerpo. Era aterrador y liberador al mismo tiempo. Cada
encuentro con ese hombre desvelaba otro misterio sobre el que sus
hermanas le habían advertido, pero que no lograban explicar.
Isadora echó un vistazo detrás de Avondale. Lady Charlotte la saludó
con la mano mientras Minerva caminaba tranquilamente junto a ella, cuyos
rizos rebotaban como un resorte en un carruaje. Isadora se relajó. Los
verdugos de su hermana no eran fáciles de despachar, pero tanto Minerva
como lady Charlotte parecían de buen humor.
—Creo que he juzgado mal a su hermana —comentó Isadora.
—Es algo usual. Es un camaleón. —Avondale se volvió para saludar a
las jóvenes que acercaban—. Hermana, ¿una exploración divertida?
Lady Charlotte asintió y miró a su hermano.
—Así es. —A pesar de la diferencia de altura, no cabía duda de que
eran hermanos—. He localizado un maravilloso puesto de dulces al
noroeste.
Minerva arqueó la ceja izquierda Era una señal que las hermanas
Malbury utilizaban para comunicarse entre ellas, indicando que el
interlocutor mentía.
Lady Charlotte miraba a su hermano como si fuera un dios. Nadie, ni
siquiera la mejor actriz de Dury Lane, podía fingir una adoración semejante.
Avondale extendió el brazo hacia su hermana y ambos anduvieron juntos
hacia la salida. Aquel intercambio hizo resurgir la preocupación de Isadora;
no sabía si lady Charlotte sería capaz o no de guardar un secreto ante su
hermano. Isadora imaginaba que a cualquier mujer le sería difícil negarle la
verdad al duque de Avondale.
Isadora se acercó a Minerva, que enseguida le dio un codazo en las
costillas.
—No puedo descifrar su código; sus señales no verbales son muy
superiores a las nuestras.
Observó atentamente a la pareja mientras seguían a los hermanos
Avondale hacia la salida.
—¿Estás segura? Solo veo a una hermana pequeña adulando a su
hermano mayor.
—¿Se te ha ocurrido alguna vez admirar así a Benedict?
¿Por qué hacía Minerva semejante pregunta? Isadora clavó la mirada en
el frente.
—Por supuesto que no. —Su hermano mayor no era un duque
encantador, sino un hombre de ojos oscuros y misteriosos. Oh… lady
Charlotte era buena, reflejaba emociones con las que otras personas podrían
desear disfrazar sus verdaderas intenciones y acciones.
Si Minerva estaba en lo cierto, entonces Isadora no debía tener ningún
temor en extender la invitación oficial a lady Charlotte para unirse al Salón
de las Damas Escandalosas. Solo invitaban a un nuevo miembro cada
temporada. En la solicitud, lady Charlotte había declarado que sus
perspectivas maritales eran limitadas debido a su sobreprotector hermano.
Al observar a la pareja que tenía delante, Isadora sospechó que lady
Charlotte solo había esgrimido parte de sus razones para permanecer
soltera.
Minerva se inclinó más cerca.
—Conozco esa mirada, querida hermana, y abandona cualquier
sospecha que puedas estar formulando.
—Tienes que sentir curiosidad por saber lo que Avondale y su hermana
podrían estar discutiendo en clave.
—No. Mis instintos me dicen que sea lo que sea en lo que estén metidos
los Avondale, es peligroso. Estaba presente cuando lady Charlotte ha
superado sin ayuda a lord Mansville y tú no. Durante tres temporadas ese
vil hombre me ha hecho temblar sin control, y esa dama… —Minerva
señaló a lady Charlotte—. No es una dulce joven inocente, ha dominado a
Mansville como a un cachorro con una correa, todavía estoy un poco en
shock.
—¿Mansville bajo el control de una mujer? Imposible.
—Eso pensaba. —Minerva sonrió—. Y, sin embargo, lady Charlotte ha
logrado esa hazaña ante mis propios ojos. Es a la vez extraordinaria y
aterradora. —Viniendo de Minerva, Isadora consideró el comentario de su
hermana como un gran elogio. Nadie la asustaba ni intimidaba, pues
normalmente era Minerva quien lo lograba.
—Hermana, querida, como sabes, tengo la responsabilidad de mantener
a salvo a las Damas Escandalosas. Tal vez debería investigar un poco
más… antes de aprobar la solicitud de lady Charlotte.
—Mmm… —Minerva escudriñó las facciones de Isadora—. ¿Es tu
intención iniciar una investigación sobre lady Charlotte o sobre su
hermano?
Isadora se encogió de hombros. Aunque Minerva no lo admitiera, le
gustaba resolver misterios tanto como a ella.
C A P ÍT U L O O C H O

T om caminó junto a su hermana mientras seguían a las hermanas


Malbury a través de la multitud hasta la línea de meta. Quería a
Isadora a su lado, pero antes, necesitaba hablar con Charlotte.
—Supongo que has sido capaz de manejar Mansville y a su cohorte.
Charlotte mantuvo su agradable sonrisa mientras respondía.
—Es un hombre ruin y persistente. Su obsesión por lady Minerva es
inquebrantable. Mansville será un reto otra temporada más si lord Drake no
da la talla.
—No debemos interferir a menos que la vida de lady Minerva corra
peligro.
—¿Por qué debemos esperar hasta que la situación se vuelva grave? El
hombre es un monstruo.
Tom se llevó las manos a la espalda, no le gustaban las órdenes que
recibían más que a su hermana. Había tardado años en aceptar las normas,
pero las cumplía igual con independencia de si estaba de acuerdo o le
parecían ilógicos los parámetros que debían acatar.
—Preguntas esto como si yo pudiera darte la respuesta.
—Mansville puede tener un título y poseer una gran cantidad de
propiedades, pero no entiendo por qué los miembros de la sociedad y el jefe
del Foreign Office siguen pasando por alto su execrable comportamiento
con lady Minerva. —Charlotte cerró los ojos un segundo y llenó sus
pulmones. Tras expulsar una profunda bocanada de aire, forzó las
comisuras de sus labios a esbozar una sonrisa—. Te pido disculpas,
hermano.
Los dos saludaron con la cabeza a un grupo de damas que se reían
detrás de sus abanicos.
—Tengo poca confianza en lord Drake después de presenciar su
comportamiento de hoy. Permanece a la vista en todo momento, pero
también se contenta con mantener las distancias —continuó Charlotte, una
vez fuera del alcance de cualquier oído—. Lady Minerva es muy consciente
de su presencia constante y me ha aconsejado directamente que lo ignore
como hace ella. No me sorprendería que lady Minerva estuviera urdiendo
un plan para huir de nuestra sociedad, pero Mansville es astuto y no se
librará de él a menos que… —La mirada de Charlotte se desvió hacia su
derecha—. Lady Sattersburg está aquí.
No fue ninguna sorpresa ver a su antigua amante, lady Abigail
Sattersburg, del brazo de su nuevo… y anciano marido. Tom era
plenamente consciente de que Abigail a menudo sobornaba a su personal
para obtener información sobre su paradero.
—Deseo continuar esta discusión sobre lady Minerva, pero tendrá que
esperar hasta que me haya ocupado de Abigail. ¿Por qué no continuáis sin
mí?
Charlotte le frunció el ceño, haciéndole saber su disgusto, antes de
acelerar el paso para reunirse con las hermanas Malbury.
Su hermana se colocó junto a lady Isadora, cuyos labios se afinaron en
una línea recta al contemplar las facciones de Charlotte. Inmediatamente,
lady Isadora escrutó a la multitud. Cuando su flexible cuerpo se puso rígido,
Tom sospechó que lady Isadora había visto a Abigail acercándose a él. Tom
tenía por costumbre no perder el tiempo con mujeres casadas y había puesto
fin a su romance con Abigail la víspera de su boda. No parecía que la mujer
que marchaba hacia él hubiera aceptado que ya no estaba interesado en ella,
pues el ardiente deseo en sus ojos era evidente para todos.
Lady Isadora lo miró por encima del hombro con una sonrisa exagerada.
¡Maldición! Dada su postura rígida, él esperaba una mirada de celos, no una
sonrisa radiante que le hizo palpitar el corazón. Aquella mujer le tenía
ganado.
¿Qué le impedía declarar a lady Isadora como su pretendida? No había
ninguna razón lógica para retrasarlo, salvo que sus instintos le gritaban que
fuera más despacio. Normalmente no ignoraba a su intuición, pero ese
repentino impulso de declarar su pretensión era difícil de desestimar.
Cuando lady Isadora volvió la cabeza, lo recorrió un escalofrío. A Tom no
le gustaba la fría distancia que se estaba estableciendo entre ellos, pero ¿qué
podía hacer?
Se quedó petrificado, inundado por sus alborotados pensamientos. La
idea de casarse con lady Isadora se estaba convirtiendo rápidamente en un
enigma. Quería un matrimonio de conveniencia. Un acuerdo sencillo que
encajara en su ya compleja y enrevesada vida. No necesitaba enredarse en
asuntos del corazón ni contraer un matrimonio que pudiera parecerse al de
sus padres, proclamado como una unión amorosa sin parangón por la
sociedad. Su mirada se posó de nuevo en las bellas formas de su pretendida.
Ya había llegado la hora de que se casara. Cada fibra de su cuerpo ansiaba
volver a estar al alcance de lady Isadora. Estaba decidido, e hizo un
movimiento de cabeza para reafirmarse, lady Isadora sería la próxima
duquesa de Avondale. Si ya había tomado esa decisión, ¿por qué se quedaba
clavado en el sitio? El miedo al rechazo le helaba las venas.
No era un cobarde. En lugar de intentar parar los pies a Abigail, Tom
alcanzó al trío de damas.
—Lady Isadora, podríamos tener unas palabras, por favor. —Si
pretendía cortejar a esa mujer, debería empezar por tutearla cuando pensara
en ella.
Isadora arqueó una ceja.
—Como desee, Su Excelencia.
Se alejó dos grandes pasos y esperó a que lady Minerva y su hermana
continuaran delante. Era muy consciente de que a ninguna le importaría
escuchar a escondidas si se les daba la oportunidad. En cuanto sus hermanas
estuvieron a una distancia prudencial por delante de ellos, Tom se volvió
hacia Isadora.
—Me gustaría modificar nuestra apuesta secundaria con respecto a la
carrera —le dijo.
—Soy toda oídos.
Por primera vez en presencia de una dama, la habilidad de Tom para el
encanto pareció disolverse.
—Si gano, tendré el privilegio de cortejarla esta temporada. —Quiso
plantarse la palma de la mano contra la frente ante su falta de delicadeza.
—Mmm… ¿Por qué quiere elevar la apuesta a tal nivel? —Isadora miró
por encima del hombro de Tom. ¿A quién había visto? ¿Quizá a Abigail?
Isadora se dio media vuelta y retrocedió un paso en dirección a la meta.
—Algunos dicen que aceptar ser cortejada equivale a aceptar el
matrimonio —continuó ella cuando la siguió—, y le aseguro, Su
Excelencia, que esta temporada no estoy a la caza de un marido.
—¿Está rechazando mi oferta o le preocupa que el árabe no gane? —
preguntó Tom, sorprendido por su desaire.
Examinó la franja de campo donde iban a correr los caballos.
—El recorrido es más largo de lo que calculé en un principio. Una
montura de edad similar a la del árabe tendría una clara ventaja, pero
teniendo en cuenta que su elección tiene unos cuantos años más, creo que
será una carrera justa. Lo que me hace dudar es que no entiendo por qué
desea aumentar la apuesta, ni qué ha ocurrido para que considere siquiera
una apuesta tan absurda.
—Las respuestas a sus preguntas son sencillas. No es ningún secreto
que pronto cumpliré treinta años. —Esperaba haber enmascarado la media
verdad lo suficientemente bien como para que pasara desapercibida—. Ha
llegado el momento de que me case… —continuó con una expresión que
esperaba que pareciera de resignada resolución—. Y después de
considerarlo detenidamente, creo que usted es más que capaz de cumplir
con todas las obligaciones que lleva implícitas ser la duquesa de Avondale.
El dorso de la mano femenina rozó ligeramente su muslo cuando ella
llevó las manos a la espalda.
—Su explicación está plagada de inexactitudes. En primer lugar, a
menos que mi memoria sea errónea, actualmente solo tiene veintiocho años,
lo que significa que le quedan al menos otros dos años para buscar una
esposa adecuada. Segundo, somos meros conocidos. No sabe nada de mí.
Tercero, le aseguro que hay una larga cola de damas solteras mucho más
aptas que yo para convertirse en duquesa de Avondale.
Isadora le rozó con la mano mientras agarraba su bolsito. Aquella
provocadora lo estaba haciendo a propósito, pensó cuando ella lo miró con
un brillo de picardía en sus ojos verdes
—Así que su propuesta de cortejarme no tiene nada que ver con su
deseo de ganar Wembley Hall esta temporada —dijo con suavidad.
—Correcto.
Una clara incredulidad inundó su mirada, y luego, al instante siguiente,
entrecerró los ojos. Era hipnotizante observar a la mujer que tenía al lado.
Isadora se volvió para apartar la mirada de él.
—¿Ha sido ver a lady Sattersburg lo que le ha impulsado a tomar la
apresurada decisión de casarse?
Había una pizca de ansiedad en su tono que no había estado allí antes.
—No.
Isadora volvió a estudiarlo. No era mentira: hacía meses que lady
Sattersburg no formaba parte de sus pensamientos. Sin embargo, por la
mirada apagada de Isadora, se dio cuenta de que no se estaba creyendo su
respuesta.
Los cascos de los caballos hacían vibrar el suelo mientras los lacayos
conducían a los jinetes ya montados a lo largo de la barandilla hacia la línea
de salida. Tom giró el cuello de un lado a otro, luchando contra el impulso
de estirar la mano y agarrar a Isadora por los hombros para poder verle la
cara. La necesidad de formular algún tipo de comentario que hiciera que esa
mujer volviera a sonreír y desterrara la angustia que había visto en sus ojos
hacía unos momentos era muy poco habitual en él.
—Repasemos los términos de nuestro acuerdo antes de que empiece la
carrera. Wembley Hall es para el ganador, al mejor de tres pruebas —dijo
Isadora arrancándolo de sus pensamientos.
Tom asintió. Isadora había dejado de lado sus sentimientos con
facilidad, y ahora estaba preparada, lista para concentrarse en el propósito
de esa salida. En su opinión, era una mujer brillante y estaba convencido de
que nadie podría ocupar mejor que Isadora el puesto a su lado.
La mirada de Isadora seguía clavada en él.
—Por la carrera de hoy, si gana su campeón, le permitiré que me
acompañe a tres eventos en el transcurso de la temporada. Si gana el árabe,
los dos asistiremos a la velada de lady Thornston, fijada para dentro de
cuatro días. Tiene un salón privado donde jugaremos al rum.
El rum era un juego que precisaba a partes iguales de suerte y habilidad,
como la mayoría de los juegos de cartas. La voz de su padre resonó en su
cabeza: «Negocia siempre, nunca aceptes la primera oferta». Seis
oportunidades deberían bastar para convencerla de que debía casarse con él.
—Cuando mi caballo gane, aceptará seis eventos, y en adelante se
referirá a mí como Tom, y del mismo modo, yo la llamaré Isadora.
Ella negó con la cabeza.
—Cuatro, y aceptaré renunciar a las formalidades solo en privado.
—De acuerdo. ¿Nos reunimos con nuestras hermanas en la línea de
meta? No quisiera que hubiera ningún error sobre quién es el ganador.
I SADORA PUSO la mano sobre el brazo de Tom para aliviar el deseo de estar
más cerca de él. Había rozado descaradamente su mano con la de él para
comprobar si el dolor que sentía desaparecía si entraba en contacto físico
con ese hombre. Para su sorpresa, el breve roce no solo había calmado su
dolor, sino que le había provocado una sacudida de placer.
Mientras avanzaban a paso tranquilo, Isadora se tomó un momento para
reflexionar sobre las posibles consecuencias de la apuesta con él. Se
rumoreaba que Tom era un negociador implacable, y estaba haciendo honor
a su reputación. Cortejo. Matrimonio. Nadie en su sano juicio apostaría por
ese futuro. Sin embargo, eso era exactamente lo que ella estaba haciendo al
aceptar ser vista con el duque de Avondale, y más aún si la sociedad se
enteraba de que él estaba buscando esposa.
Isadora vio a Minerva y Charlotte de pie a un lado. La mirada de su
hermana revoloteaba entre la multitud.
—¿Qué ocurre? —preguntó al acercarse a Minerva.
Minerva se adelantó.
—Tenemos que movernos más rápido. Drake se acerca.
—Nunca huyes de él. ¿Por qué ahora sí? —Isadora estaba muy
preocupada por el reciente comportamiento de su hermana hacia Drake.
Quería que Minerva obtuviera la felicidad que merecía, pero Drake, el muy
idiota, aún no había intentado ganar su mano.
—Va a intentar arruinar todos mis planes. Lo siento en mis huesos.
—¿Y cuáles son exactamente esos planes de los que hablas?
—Que estés felizmente casada al final de la temporada… —Minerva
miró su mano, posada sobre el brazo de Tom. Él estaba enfrascado en una
profunda conversación con Charlotte y, por suerte, no prestaba atención a
las divagaciones de Minerva.
Minerva arqueó las cejas sugestivamente mientras la miraba.
—Ya sabes con quién.
Isadora soltó a Tom.
—No puedes atribuirte el mérito de algo en lo que no has participado.
—¡Ajá! Entonces, estabas discutiendo con el duque la posibilidad de
casaros.
Isadora negó con la cabeza.
—Ojalá no supieras leer los labios.
—Pero entonces me quedaría fuera de muchas conversaciones
interesantes. —Minerva curvó la boca en una sonrisa que desapareció
instantes después.
La cara familiar de Drake apareció justo detrás de su hermana.
—¿Por qué os estáis peleando ahora, adorables damas?
—Maldición… —murmuró Minerva y luego dibujó una sonrisa en su
boca, pero no se volvió para mirar al hombre del que Isadora sabía que
seguía enamorada.
Drake se interpuso entre ellas y frunció el ceño y luego se aproximó
todavía más.
—Isadora Malbury, aléjate de Avondale —susurró—. Estás demasiado
cerca de él.
La asombraba que Minerva pudiera predecir las acciones de Drake con
tanta precisión. Era una lástima que Drake estuviera siendo un cobarde que
no daba rienda suelta a sus propios sentimientos por Minerva; estaban
hechos el uno para el otro.
Tom se volvió para unirse a la conversación cuando el sonido de unos
dedos chasqueando llamó la atención de Isadora.
—Ah, Lord Drake, justo a tiempo. ¿Puedo sugerirle que proteja a lady
Minerva? Odiaría que su hermano, su mejor amigo, se enterara de que ha
permitido que esas hienas se acerquen a ella. —Tom levantó la barbilla
ligeramente para señalar hacia la izquierda.
Isadora giró la cabeza y descubrió que lord Mansville volvía a rondar en
las cercanías.
Drake extendió la mano con una leve reverencia.
—Minerva, lady Charlotte, ¿me permiten el placer de acompañarlas el
resto del camino hasta la meta?
Minerva y lady Charlotte asintieron con la cabeza, y los tres avanzaron.
Isadora estaba a punto de dar un paso para seguirla cuando Tom se
inclinó hacia ella.
—No hay nada que temer. Si Drake fracasa, mi hermana se encargará de
todo.
Tom la guio a través de la multitud de curiosos, todos compitiendo por
encontrar el punto idóneo para ver lo que ocurría con detalle. Perdieron de
vista a Minerva. Solo cabía esperar que su hermana se abstuviera de hacer
ningún movimiento imprudente ahora que Drake estaba presente.
Incapaz de ayudarla, Isadora se encaró a Tom y le hizo la pregunta que
tenía en mente.
—¿Qué le ha alertado de la presencia de Mansville?
—Mansville tiene la particular costumbre de golpearse la mano contra
la cola de su abrigo cuando está cerca de su hermana. Mi hermana posee el
oído de un murciélago, un hecho que usted debería tener presente en todo
momento. —Enlazó su brazo con el de él como si también deseara no
romper nunca el contacto—. Ha sido Charlotte quien me ha avisado. Me
alerta de que hay peligro cerca con un par de chasquidos de dedos. Tres
chasquidos son una petición de ayuda.
—Qué sistema tan intrigante han ideado.
—No es nuestro, nos lo enseñaron nuestros padres. —Una tristeza
empañó sus facciones al mencionar a sus padres, aunque desapareció
rápidamente.
Isadora recordaba a su padre hablando con su madre —en una de las
escasas tardes en que sus padres se habían sentado juntos a la mesa— de la
trágica muerte de los padres de Tom, perdidos en el mar. Quiso consolar a
Tom, pero las palabras eran un don que poseía su hermana Diana, no ella.
—Minerva también tiene un oído impecable —comentó, sin encontrar
ninguna frase que lo pudiera calmar—. Tendré que compartir con ella la
costumbre de Mansville para que no la pille desprevenida.
Tom la condujo sin esfuerzo por una suave pendiente hasta que
estuvieron ante una vista despejada de la línea de meta.
—No hace falta. Charlotte se encargará.
Le resultaba entrañable que los Avondale trataran a Minerva como parte
de la familia.
¿Familia? Si perdía la apuesta hoy, no solo estaría luchando por ganar
Wembley Hall, sino también por conservar su afiliación al Salón de las
Damas Escandalosas. Isadora contaba los minutos que faltaban para que se
soltaran los caballos y se decidiera su futuro.
C A P ÍT U L O N U E V E

T om estuvo a punto de no ver cómo el caballo gris cruzaba primero


la línea de meta. El expresivo rostro de Isadora había captado toda
su atención mientras los caballos avanzaban a toda velocidad hacia ellos.
Isadora se volvió hacia él con los ojos brillantes por la emoción.
—Bueno, milord, parece que la diosa de la fortuna sigue posada en su
hombro.
Su elección había ganado por la mínima.
—Tal vez. Sin embargo, si el recorrido hubiera sido tres cuerpos más
corto, hubiera sido usted, milady, quien habría ganado.
—¿Siempre es un ganador tan gentil? —Inclinó ligeramente la cabeza a
un lado y entrecerró los ojos.
Lo estaba examinando como a un insecto bajo una lupa y, por curioso
que resultara, a él le resultaba más halagador que desagradable. ¿Qué veía
Isadora en él? Esperaba que un hombre que pudiera imaginar en su vida.
Por cada momento adicional que pasaba con ella, demostraba que sus
instintos eran correctos, como de costumbre.
—Tom nunca se muestra tan civilizado cuando me vence a mí —
comentó Charlotte a su espalda.
La mirada de Isadora se apartó de él, que quiso maldecir al cielo por la
interrupción de su hermana.
—¿Dónde está Minerva?
Tom notó que Isadora le clavaba un dedo en el brazo mientras buscaba a
su hermana entre la multitud.
—Por desgracia, después de que lord Drake y yo convenciéramos a lord
Mansville y a los suyos de que abandonaran las carreras antes de tiempo
para dedicarse a actividades más animadas en el centro, Minerva intentó
despachar a lord Drake de forma similar, aunque fracasó. Ante la negativa
de lord Drake a marcharse, su hermana dio un pisotón, pero su pie debió de
impactar en un ángulo extraño sobre una roca, porque soltó un grito de
dolor. Antes de que se cayera en el suelo, lord Drake la había estrechado
entre sus brazos y la apretaba contra su pecho. —Charlotte miró a Tom—.
Fue todo un caballero de brillante armadura llevándola hasta su carruaje.
—¿Minerva se ha ido con Drake? ¿Sola? ¿Alguien más los ha visto irse
juntos? —La mirada de Isadora se centró en Charlotte, pero la preocupación
hizo que su voz vacilara un poco.
El informe que Tom había recibido sobre los hermanos Malbury
exponía su naturaleza protectora, pero no había comprendido del todo cuán
profundo era ese sentimiento hasta presenciarlo. Sintió una opresión en el
pecho. Si no se vieran ambos enfrentados al peligro y a la asociación
compartida con la Corona, ¿estaría tan unido a Charlotte? Le habría gustado
pensar que sí, pero tal vez la diferencia de edad habría supuesto un desafío.
Charlotte inclinó las cejas hacia abajo, formando un profundo valle
entre sus ojos.
—No lo creo. Le pido disculpas. El gesto romántico me ha embelesado.
—Tom vio que su hermana cerraba los puños.
Como agente de la Corona, estaba entrenado para estar siempre alerta y
no distraerse. La débil sonrisa que le dedicó su hermana fue como una
puñalada en el corazón. Se había centrado en adular a Isadora, y había
enviado a Charlotte a ocuparse de Mansville por segunda vez. ¡Maldición!
Debería haberse ocupado él mismo de ese hombre repugnante.
Tom pasó la mirada de Charlotte a Isadora.
—Todo va bien. Si lord Drake y Minerva hubieran alimentado los
cotilleos ya nos habrían llegado los susurros.
—Su Excelencia, me gustaría volver a casa —intervino Isadora.
Ver la preocupación en las facciones de Isadora y los ojos tristes de
Charlotte hizo que Tom se dispusiera a partir de inmediato. Le tendió el
brazo libre a su hermana, que se acercó para enlazarlo con el suyo.
Acompañó a las dos mujeres hacia las filas de lacayos.
—Te prometo que no le ocurrirá nada a Minerva —prometió Tom
inclinándose hacia la oreja de Isadora cuando estaban a medio camino de su
destino.
—Su Excelencia, ni siquiera usted puede dar tales garantías. Minerva
desea casarse por amor y solo por amor. Si se descubre que está a solas con
Drake, les obligarán a casarse, y todo será culpa mía. No puedo permitir
que eso ocurra.
—Por favor, llámame Tom. —La insensible petición se le escapó de la
boca. Debería estar tranquilizándola, no exigiéndole más—. Puedo
asegurarte que tengo los recursos necesarios para anular cualquier chisme
dañino que pudiera caer sobre tu hermana.
—¿Por qué haría eso por Minerva?
Miró a Charlotte, que estaba haciendo un magnífico trabajo al fingir que
no estaba escuchándolos mientras sonreía y saludaba con la cabeza a los
conocidos que pasaban. Tom volvió a centrar su atención en Isadora.
—Tienes mi palabra. Nunca dejaré que nadie te haga daño a ti o a tu
familia.
Isadora le apretó el brazo.
—Su Excelencia, está evitando la pregunta.
—Y sigues ignorando mi petición para que uses mi nombre y me tutees.
—Muy bien. Dígame, Tom, ¿por qué hace tal juramento para proteger a
mi familia?
Hizo un gesto a las damas para que le acompañaran.
—¿Posponemos esta discusión hasta que estemos cómodamente
sentados en el carruaje? —propuso.
Charlotte asintió.
—De acuerdo. —Isadora relajó el ceño.
Las mujeres lo soltaron y se hicieron a un lado. Tom se acercó a su
lacayo
—Que traigan el carruaje —ordenó.
—Enseguida, Su Excelencia.
El lacayo corrió hacia la larga fila de vehículos lacados en negro.
Habiendo ganado la carrera y la apuesta, el duque debería sentirse
triunfante. En cambio, deseó haber perdido solo para volver a ver feliz a
Isadora. Había notado sus hombros tensos y que el brillo de sus ojos había
sido sustituido por la preocupación. Esperaron en silencio. Charlotte lo
quería impulsar a decir algo, cualquier cosa, pero su código se limitaba a
acciones, no a palabras de consuelo. El carruaje ducal se acercó y se detuvo
frente a ellos. Charlotte se adelantó para entrar primero.
Antes de que Isadora la siguiera, Tom alargó la mano para rozar el dorso
de la mano con la que Isadora se sujetaba con fuerza las faldas.
—¿Es el bienestar de Minerva lo que te tiene tan callada como un ratón?
—En parte. Sé que Minerva puede arreglárselas sola con Drake. —Las
tenues líneas alrededor de los ojos de Isadora y en las comisuras de sus
labios indicaban con claridad que estaba preocupada. ¿Qué otro asunto le
causaba tanta infelicidad?
Sin saber qué decir, escudriñó la zona en busca de miradas indiscretas.
Sin nadie a la vista, Tom se acercó y la envolvió entre sus brazos. Con los
ojos fijos el uno en el otro, se limitaron a inspirar y espirar. Después de un
momento, ella se relajó pegada a él.
—¿Qué es lo que te preocupa, cariño? —preguntó él.
Se inclinó hacia atrás para mirarla.
—He perdido la apuesta. —Volvió a bajar la barbilla y le miró la
corbata—. Quería…, esperaba —empezó con un hilo de voz apenas más
alto que un susurro—. Ay, caramba, lo que intento decirte es que rara vez
me encuentro en esta situación y, por lo visto, no soy una buena perdedora.
Se me ha hecho un nudo espantoso en el estómago, y el dolor me produce
náuseas.
Tom relajó sus brazos.
—¿Qué tal si acordamos que la primera de nuestras cuatro salidas sea
para asistir a la velada de lady Thornston?
Ella le sorprendió rodeándole la cintura con los brazos y apretando
contra él su deliciosa figura.
—Es usted un ganador muy amable.
Tom luchó con la culpa. En realidad no era un ganador amable. Solo se
estaba asegurando de que su plan siguiera adelante. Escoltar a Isadora a la
velada se consideraría una declaración de su intención de cortejarla, y una
vez que la derrotara al rum, podrían resolver el asunto de quién ocuparía
Wembley Hall. Su decisión de concederle ese deseo no tenía nada que ver
con el impulso de hacerla feliz. Se estaba mintiendo a sí mismo y lo sabía.
Tom soltó a Isadora y dio un paso atrás. Al instante, lamentó el espacio
que había entre ellos. Tenerla cerca se estaba convirtiendo con rapidez en
una necesidad abrumadora. La ayudó a subir al carruaje y la siguió para
ocupar el asiento enfrente de su hermana y de la mujer por la que su
corazón se derretía.
¿Cómo iba a mantener las manos lejos de Isadora durante toda una
temporada? Seis malditos meses era mucho tiempo. Se le erizó la piel al
recordar su cuerpo. Se movió en su asiento, separando las piernas para
hacer girar el sombrero entre las rodillas, con la esperanza de que Isadora
no se diera cuenta de su precario estado de excitación.
Tom rebuscó en su memoria información sobre su anfitriona para la
fiesta en la que podría sellar el destino de Wembley Hall. Se había quedado
en blanco.
—No creo haber asistido a ninguno de los eventos de lady Thornston en
el pasado —comentó.
Su comentario llamó la atención de su hermana.
—Eso es porque nunca has recibido una invitación.
—¿Por qué ha sido así? —preguntó Tom.
Charlotte miró a Isadora y luego a él.
—Es un evento anual y privado.
Su hermana se mostraba evasiva.
—Recibimos invitaciones a eventos exclusivos todo el tiempo. Es una
de las muchas ventajas de ser duque.
—Las invitaciones solo se extienden a ciertos miembros de la sociedad.
—Charlotte le fulminó con la mirada.
—Lady Thornston no puede ser miembro del Salón de las Damas
Escandalosas, lleva años casada. ¿No es requisito del grupo que las socias
no estén casadas? —soltó Tom, haciendo que Charlotte agachara la cabeza.
Isadora miró a Charlotte y luego a él.
—¿Qué sabe del Salón de las Damas Escandalosas?
Tom le devolvió la mirada.
—No es el primer año que deseo arrendar Wembley Hall. Sin embargo,
es la primera vez que no ha sido ya alquilado ya por lady Katherine, que
ahora está casada con uno de mis más íntimos amigos, lord Sutherland.
Isadora abrió los ojos de par en par. La había sorprendido.
—Lord Sutherland nunca habría traicionado a lady Katherine. Así que
déjeme preguntarle una vez más, ¿cómo ha sabido que existe el Salón de las
Damas Escandalosas?
—Yo se lo he dicho —confesó Charlotte y se movió en su asiento para
mirar directamente a Isadora—. Entiendo que eso pone en peligro mi
solicitud de ingreso —continuó su hermana con las manos apretadas en el
regazo—. Sin embargo, los Avondale viven según un credo, no hay secretos
en la familia.
—Los hermanos Malbury se han criado en la misma creencia, y aunque
yo no compartí la existencia del grupo con los miembros de mi familia, mis
hermanos descubrieron mi relación con el Salón de las Damas
Escandalosas. —Isadora tomó la mano de Charlotte—. No se lo habrías
dicho a tu hermano si no confiaras en él. Tu solicitud sigue en estudio.
Isadora era una líder comprensiva y compasiva. Cualidades que rara vez
exhibían quienes ejercían el poder. Lady Katherine había elegido
sabiamente a su sucesora.
Charlotte apretó la mano de Isadora.
—Me siento sinceramente honrada por la oportunidad, pero sea cual sea
el resultado, soy mejor persona por haber pasado tiempo contigo.
Caramba, su hermana tenía el don de la palabra.
Isadora sonrió y se relajó en el asiento del carruaje.
—Debería aparecer en su bandeja una invitación formal de lady
Thornston dentro de un par de días. —Isadora miró a Charlotte—. Tendrás
que disculparme, Charlotte, solo se admite a un invitado por miembro.
Charlotte siempre ocultaba bien su decepción, y esa no fue una
excepción. A menudo olvidaba lo resistente y fuerte que era su hermana.
—Lo comprendo perfectamente —respondió Charlotte con una sonrisa
—. Aunque espero recibir una invitación el año que viene.
Charlotte le había informado de que si se convertía en miembro del
Salón de las Damas Escandalosas, tendría acceso a información crítica que
podría ayudarles mucho en las investigaciones. Si todas las damas poseían
una disposición similar a la de Charlotte e Isadora, no dudaba de que el
grupo en su conjunto tenía acceso a una gran cantidad de información que,
de otro modo, sería extremadamente difícil de descubrir.
Isadora juntó las manos y le guiñó un ojo a Charlotte.
—Tengo la intención de extender la invitación a los nuevos miembros
de esta temporada tan pronto como me haya asegurado el lugar de reunión
para el grupo.
Qué ingenioso por parte de Isadora el culparle de forma diplomática por
el retraso.
Tom miró por la ventanilla del coche. Ya habían llegado a la ciudad. Los
edificios londinenses se alineaban a ambos lados de la calzada. No tardarían
en llegar a Mayfair y a la residencia Malbury.
¿Cuándo la volvería a ver?
Tom se aclaró la garganta.
—¿Me reservas un vals en el baile de Lowrington esta noche? —
preguntó.
—¿Reclamando otra prebenda tan pronto? —Isadora se encaró con él.
Su sonrisa era una mezcla de picardía y regocijo—. Si Minerva está lo
bastante bien para asistir, la acompañaré, y con mucho gusto reservaré un
baile para usted, Excelencia.
¡Maldición! Esa continua negativa a llamarle por su nombre de pila,
incluso en la intimidad de su propio carruaje, era exasperante. Isadora ya
estaba tuteando a Charlotte de forma completa, ¿por qué no a él?
C A P ÍT U L O D I E Z

I sadora notaba el roce del cuello del vestido en la sensible piel de su


cuello. Apostaría su paga de un mes a que los ojos de Tom
permanecían clavados en ella a través de la ventanilla del carruaje mientras
subía las escaleras que conducían a casa de sus padres. A cada paso que
daba, inhalaba profundamente, y solo exhalaba después de contar hasta
cinco. Dejó a un lado sus emociones por un momento, y se concentró en
prepararse para entrar en su casa.
Necesitaba saber cómo estaba Minerva, pero al mismo tiempo temía la
batería de preguntas que su hermana tendría preparadas, así que reunió sus
pensamientos, que parecían haberse dispersado en el momento en que el
duque le había sugerido un noviazgo. Era absurdo para ella considerar
siquiera la proposición por una multitud de razones, incluyendo su reciente
nombramiento como líder del Salón de las Damas Escandalosas.
Normalmente, no se lo pensaría dos veces antes de compartir la noticia con
Minerva, que sin duda la ayudaría a superar sus nuevas y desconcertantes
reacciones ante el duque. Discutirían el asunto, tal vez incluso se reirían de
la absurda idea, pero un dolor paralizante se había instalado en lo más
profundo de su pecho ante la idea de tomar a la ligera el hecho de
convertirse en la duquesa de Avondale.
Cuando se abrió la puerta, y la mirada seria del señor Morton le
confirmó que se le había acabado el tiempo, supo que no podía perder más.
—Lady Minerva solicita que se reúna con ella en sus aposentos.
—¿Sus aposentos? —Isadora se apresuró a quitarse los guantes y la
capa y entregárselos al señor Morton—. ¿Ha evaluado Gregory sus heridas?
El señor Morton negó con la cabeza y se pasó la mano libre, enguantada
en blanco, por el corazón.
¡Iba a mandar a Drake al infierno! Si no estaba dispuesto a hacer lo
honorable y retar a Minerva a una partida de ajedrez esa temporada —pues
su hermana tenía un reto permanente por el que cualquier hombre que la
venciera en ese juego ganaría su mano en matrimonio—, Isadora tendría
que idear la manera de proteger a Minerva de más pesar. La imagen de Tom
flotó ante ella. Hasta la fecha, el único respiro que Minerva había disfrutado
de Drake había sido el tiempo que habían pasado en Avondale. En la
reunión campestre de dos semanas, se había librado de la presencia de
Drake y Mansville. Durante ese tiempo, Isadora había sido testigo de
destellos de la antigua Minerva, una dama llena de energía y optimismo. Si
se casaba con el duque, Minerva podría ir a vivir con ellos y volver a ser
libre de sus verdugos. ¿Sería capaz de sacrificar sus libertades por su
hermana?
El señor Morton carraspeó, arrancando a Isadora de sus pensamientos.
Se recogió las faldas y subió corriendo las escaleras. Minerva odiaba que la
hicieran esperar.
Cuando empujó la puerta de su hermana, se detuvo.
Minerva se paseaba sin cojear lo más mínimo. Además, Minerva se
había quitado el vestido de día color amarillo pálido y se había puesto un
vestido rojo intenso que le parecía bastante atrevido para una dama, incluso
una que disfrutara de su tercera temporada.
—Hermana, me han dicho que has sufrido una lesión. —Isadora
atravesó el umbral de la habitación de Minerva y cerró la puerta tras de sí.
Su hermana siguió dando zancadas de un lado a otro junto a los pies de
la cama.
—Estoy perfectamente sana, como puedes ver. —Minerva hizo una
pausa momentánea—.¿Cuál ha sido el resultado de la carrera? —indagó.
—Tom…, es decir Su Excelencia ganó la apuesta. —¡Maldición!
Isadora se preparó para la reprimenda de Minerva por referirse al duque con
tanta familiaridad.
Solo hicieron falta dos pasos para que Minerva se encontrara junto a
ella. Su hermana se puso de puntillas, de modo que quedaron frente a
frente. Necesitó toda su fuerza de voluntad para no bajar la mirada o dar un
paso atrás.
—¿Te ha dado Su Excelencia permiso para llamarle por su nombre de
pila? —preguntó Minerva finalmente.
—En efecto.
Los labios de Minerva se curvaron en una amplia sonrisa.
—Sin embargo, yo solo me he dado permiso para tutearlo en mi cabeza
y bueno…, contigo…, y solo en privado.
—¿Y qué estaba en juego en el evento de hoy?
Gracias a Dios que era una pregunta fácil; Isadora relajó los hombros.
—Wembley Hall es para la persona ganadora de los tres eventos.
—¿Y? —Minerva dio un golpecito con el pie, esperando a que Isadora
continuara.
—¿Y qué? —No estaba preparada para compartir la otra apuesta con
Minerva. Sin embargo, estando solo las dos en la habitación, luchó para
retener la información que tantos estragos estaba causando en su mente y su
corazón.
—He estado pensando al respecto. He sopesado las posibilidades. Su
Excelencia es un jugador de renombre. Ahora dime, ¿qué más está en
juego? —Minerva continuó dando toques en el suelo con el pie mientras
esperaba una respuesta.
No había forma de engañar a su hermana. Minerva conocía todos sus
secretos. Isadora suspiró.
—Una especie de cortejo. —Dio un paso atrás y chocó con los pies de
la cama. Se dejó caer sobre el colchón cediendo a la tentación—. No hace
falta que me sermonees. Sé que no debería haber aceptado las condiciones,
pero… —Se sentó—. Cuando Tom está cerca —confesó en una oleada de
coraje—, es como si mi mente se quedara en blanco y mi cuerpo cobrara
vida. Es lo que sospecho que te pasa cuando Drake está cerca.
Su hermana negó con la cabeza y clavó en ella una mirada férrea.
—Por favor, explícame qué quieres decir con una especie de cortejo.
—El duque me acompañará a cuatro eventos en el transcurso de la
temporada. Por supuesto, su singular atención dará que hablar. —Se echó
hacia atrás y miró el dosel azul y dorado—. Puede que me favorezca.
Muchos noviazgos no terminan en matrimonio. Contar con la atención del
duque puede disuadir a otros posibles pretendientes.
Cesó de golpe el zapateado de Minerva. Isadora esperaba que Minerva
comenzara un sermón sobre los riesgos de dar preferencia al duque, pero su
hermana se tumbó en la cama junto a ella. Se volvió a tiempo de ver a su
hermana llevarse las manos detrás de la cabeza.
Minerva suspiró y cerró los ojos.
—A pesar de todo el dolor que ese hombre me ha causado, tienes razón,
todos los pensamientos racionales huyen de mi mente cuando estoy a menos
de tres metros de Drake.
Isadora frunció el ceño al ver el perfil de Minerva. Qué extraño,
normalmente, una vez que su hermana descartaba un tema, no volvía sobre
él. Pero Minerva estaba recostada a su lado, relajada y compartiendo
emociones que nunca había insinuado experimentar.
—No me casaré por conveniencia como nuestros padres, y tú tampoco.
La desigualdad del amor solo amarga. Mamá es la prueba viviente. —
Minerva bajó los brazos y los cruzó sobre el pecho—. Prefiero quedarme
para vestir santos, morir solterona, que entrar en un matrimonio sin amor.
En cuanto a ti, hermana, si Su Excelencia te alegra el corazón, ¿por qué no
descubres si él puede compartir esos sentimientos?
Por una vez, Isadora iba un paso por delante de su hermana.
—Hoy he descubierto que el corazón de Tom se acelera cada vez que
nos tocamos, sus ojos se oscurecen cuando me mira con intensidad y frunce
el ceño cuando comparto mis pensamientos. Aprecia mi intelecto, y eso es
lo que más me marea.
Minerva se volvió para mirarla.
—La atracción física no es lo mismo que el amor.
—Lo sé. —Pensar en Tom la inquietaba—. ¿Tú crees que es posible que
alguien aprenda a amar a otra persona?
—Es una posibilidad…, sin duda. No sé si es probable. —Minerva se
incorporó—. ¿Aceptarías casarte con el duque si durante vuestras cuatro
salidas él diera muestras de que podría aprender a amarte? —preguntó.
Isadora se incorporó, se levantó de la cama y se acercó a la ventana para
ganar espacio. Podía sentir que su hermana estaba empezando a formular un
plan.
—Tal vez, sin embargo, no me casaré antes que tú.
—¿Por qué?
Ya que Minerva estaba siendo abierta, Isadora creyó justo hacer lo
mismo.
—Temo que si me caso primero, desaparecerás. No tengo pruebas de mi
teoría ni un indicio de cómo lograrías tal hazaña, pero me lo dice mi
corazón.
—¿Desaparecer? No soy maga. —Minerva hizo una dilatada pausa—.
¿Sabes si el duque de Avondale y su hermana tienen intención de hacer acto
de presencia esta noche en el baile de los Lowrington? —indagó,
cambiando de tema.
—Sí, Tom me pidió que le reservara un vals. —Isadora esperaba que su
hermana reaccionara y dijera algo, pero no lo hizo. Así que se dio la vuelta
para escudriñar la habitación. La cámara estaba vacía.
Minerva se había ido sin decir una palabra ni hacer ruido. ¡Maldición!
Salió volando de la habitación en busca de su hermana. Necesitaba
disuadirla de cualquier plan que estuviera maquinando, pues no había nada
que la detuviera una vez que ponía en marcha sus previsiones.
C A P ÍT U L O O N C E

T om se tiró de la manga del abrigo por enésima vez mientras


buscaba a Isadora en el modesto salón de baile. Los Lowrington
formaban parte del creciente número de familias que decidían permanecer
en Londres todo el año. Aunque la mayoría afirmaban que era por elección
propia, Tom sabía que la mayoría de las veces se debía a la falta de recursos
económicos. La escasa producción de las cosechas y los elevados costes de
las haciendas durante los últimos cinco años eran los factores clave que
habían vaciado las arcas de muchos aristócratas.
Tras escudriñar la habitación en busca de posibles peligros y establecer
una vía de escape en caso necesario, Tom se dispuso a zigzaguear entre la
multitud en busca de la mujer que seguía atormentando su mente. No había
rastro de ninguna de las hermanas Malbury. La nota de lady Minerva había
llegado a última hora del día, lo que lo había obligado a apresurarse para
satisfacer sus exigencias, pues le decía que, si él deseaba bailar con Isadora,
se negara la entrada tanto a Drake como a Mansville en caso de que se
presentaran esa noche. Hacía tres horas que había enviado la nota de
confirmación de que todo estaba arreglado. ¿Dónde diablos estaban las
hermanas Malbury? Las puertas del baile iban a cerrarse en breve.
En la tercera vuelta por el salón, Tom se detuvo para hablar y saludar a
los anfitriones.
—Lord Lowrington, lady Lowrington.
—Su Excelencia —saludó Lord Lowrington mientras su esposa hacía
una reverencia e imitaba el saludo de su marido—. Esperamos que todo sea
de tu agrado.
—Sí, el baile es un éxito rotundo. —Miró a la multitud una vez más. La
luz de las velas brillaba en los diamantes entretejidos en el pelo oscuro de
Charlotte, recordándole sus deberes como acompañante—. Les ruego me
disculpen, creo que me necesitan en la mesa de refrescos. —Se marchó sin
esperar respuesta de sus anfitriones.
Varios caballeros se agolpaban alrededor de su hermana, que los
mantenía a distancia con soltura. La temporada se le iba a hacer muy larga.
Al acercarse a su hermana, una franja de seda azul llamó su atención.
Isadora, su hermana y su madre esperaban junto a la puerta. Sus pies
siguieron en dirección a Charlotte, pero sus ojos no abandonaron la
hermosa figura de Isadora.
—Tropezarás y te romperás el cuello si no tienes cuidado. —Charlotte
apareció ante él, sonriendo de oreja a oreja—. Procede con cautela,
hermano, las dos hermanas Malbury tienen brillantes los ojos esta noche.
Me pregunto qué estarán tramando.
Mientras escuchaba a medias la cháchara de su hermana, se dio cuenta
de que Charlotte ya se había deshecho de su pandilla de admiradores.
Incapaz de esperar un momento más, le tendió el brazo a su hermana.
—Ven, vamos a dar un paseo —le dijo.
Su hermana puso obedientemente la mano en su brazo sin replicar, lo
cual era muy poco habitual y le llevó a reflexionar. Miró a Charlotte.
—Estamos de acuerdo en cuál es el objetivo de la noche, ¿no?
—Por supuesto. —Charlotte le apretó un poco el brazo—. Yo voy a
entretener a Minerva, y tú vas a intentar convencer a Isadora de que casarse
contigo es la solución a todos sus problemas.
Tom entrecerró los ojos al detectar el sarcasmo en el tono de su
hermana.
—Si tienes algún problema con el plan, dilo ahora o cállate.
—Ya te he dicho que Isadora merece algo más que la promesa de un
techo y un estipendio mensual. Se merece un marido que la aprecie, que
nunca le mienta, que la ame, que…
—Bah. Debería haber ordenado al personal que quemara todas esas
tórridas historias de ficción que atesoras en tu habitación. —Era una
amenaza que nunca cumpliría, pero Charlotte estaba siendo testaruda, y eso
le reducía a amenazas vacías.
—Aunque puede que no esté de acuerdo con tu razonamiento, apruebo
de todo corazón tu decisión de casarte con Isadora, y por ello, me esforzaré
en ayudarte a conseguir tu objetivo.
Estaban a unos metros de las hermanas Malbury cuando Tom captó la
imagen de Drake en el reflejo del cristal del gran reloj de la esquina.
¡Maldición!
Había pagado para asegurarse de que ese hombre no se acercara a
menos de dos metros de la residencia de los Lowrington.
Charlotte se acercó más.
—Veo que tenemos un problema. ¿De cuál quieres que me ocupe, de las
hermanas Malbury o de lord Drake?
—De las Malbury. Yo me encargaré de Drake.
Estaba a punto de marcharse cuando Charlotte le dio otro apretón en el
brazo.
—Hay que darle su merecido a ese hombre. No muchos habrían
conseguido burlar tus órdenes.
—Drake está en la lista de reclutas de la Corona desde hace años. Cada
año declina por una razón ridícula u otra. —Tom entrecerró los ojos para
concentrarse en el reflejo del hombre. ¿Cómo demonios se las había
arreglado Drake para acercarse tanto?
Charlotte le soltó el brazo y dio un paso atrás.
—Yo que tú no me apresuraría tanto a referirme a Minerva como
ridícula.
—¿Minerva?
—Lord Drake es como nuestro padre —dijo Charlotte con un
movimiento de cabeza—. No puede soportar estar separado de la persona a
la que ama.
Tom se había jurado que nunca sería como su padre. No se casaría por
amor. El amor nublaba la mente de los hombres y daba lugar a decisiones
imprudentes. Lo tonta que estaba siendo la forma de actuar de Drake solo
reforzaban sus creencias.
—Si estás en lo cierto, ¿por qué no se limita a desafiarla en una partida
de ajedrez, la derrota y se acabó? —dijo negando con la cabeza.
—Tal vez no está seguro de poder derrotar a Minerva.
—Ese hombre es un genio nato. Siempre va tres pasos por delante de
todos.
—Sí, tú y yo estamos al tanto de esa información, sin embargo, ha
establecido un disfraz muy convincente que debe mantener ante la sociedad.
—La mirada de Charlotte se desvió hacia las ventanas—. Vete. Se te acaba
el tiempo si quieres mantener tu promesa a Minerva.
Se dio la vuelta para marcharse y se encontró con Isadora y lady
Minerva de pie ante él, mirándole con los ojos llenos de preguntas. Sin
tiempo que perder, se limitó a hacer una rápida reverencia a modo de saludo
y luego se excusó. Isadora estaba espectacular esa noche, pero no tendría la
oportunidad que lady Minerva le había prometido si no se ocupaba primero
de Drake.
De pie entre las sombras de la oscura terraza, Tom se quedó helado y se
inclinó hacia su izquierda para captar los murmullos de Drake.
El hombre se paseaba frente a la entrada del servicio, en la parte trasera
de la casa, como un animal enjaulado.
—Maldito sea Avondale… Primero escolta a Minerva a las carreras…
—Drake puntuaba cada frase con un giro brusco—. Luego soborna al
servicio de lord Lowrington… ¿Qué será lo próximo…? ¿Un par de
bailes…? Le romperé los malditos brazos si toca a Minerva. —Lo vio bajar
la barbilla al pecho—. ¿Por qué me ha enviado una nota aconsejándome que
me mantuviera alejado esta noche? ¿Espera que Avondale la desafíe?
Aquello estaba siendo muy esclarecedor. Al parecer, Minerva no había
confiado en que lograra mantener a Drake alejado, y como allí estaba, a
pocos metros de él, tenía razón.
—No tengo intención de jugar una partida de ajedrez por la mano de
lady Minerva —dijo Tom desde las sombras—. Sería inútil, pues esa mujer
me derrotaría.
Drake se giró y entornó los párpados, buscando en la oscuridad.
—¿Avondale?
Tom se adelantó.
—¿Cómo se las ha arreglado para colarse?
—Responda a esto primero. ¿Por qué se me ha negado el acceso a la
fiesta esta noche?
—Lady Minerva pidió que así fuera. —Tom se pasó la mano por el pelo,
frustrado por haber fracasado.
—¿Por qué razón?
—¡Ja! ¿Qué le hace creer que lady Minerva ha compartido su
razonamiento conmigo?
—Ni una sola vez recibí respuesta a mis intentos de contactar con ella
en la quincena que pasó en Avondale. Cuando usted está cerca, es como si
se olvidara de mi existencia.
Ante la mención de la fiesta campestre en su casa, la mente de Tom se
abstrajo de la conversación y empezó a divagar. La alegre disposición de
Isadora había hecho más tolerable ese evento. Si lo pensaba bien, tal vez ya
había decidido cortejar a Isadora antes de regresar a Londres. La había
recordado todos los días, y los dos últimos habían sido los más agradables
en años. A Tom se le aceleró el corazón. Necesitaba despedir a Drake
cuanto antes y volver al baile para cumplir su misión, posiblemente la más
importante que se había propuesto hasta la fecha.
Tom acompañó a Drake a la puerta lateral.
—Puedo asegurarle que yo personalmente no tengo nada que ver con
los planes de lady Minerva. —Soltó el pestillo de hierro y abrió la puerta—.
Si tuviera que aventurar una suposición basada en mi muy limitado
conocimiento de esa mujer, diría que lady Minerva se está distanciando
gradualmente de usted para alejarlo antes de ejecutar su plan definitivo.
Drake pasó al otro lado del muro del jardín.
—Si no es con usted, ¿con quién cree que planea casarse?
—No sea tonto, lady Minerva no tiene planes de casarse. ¿Acaso está
tan cegado por su amor por ella que ha perdido el sentido?
El hombre era realmente como su padre, decidido a permanecer cerca
incluso cuando su madre estaba frustrada o enfadada con él. Nunca se
dejaría enamorar ni se comportaría como un tonto.
—Avondale, tienes razón. No sabes nada de Minera. Quiere tener hijos,
una prole propia.
—Entonces la decisión de renunciar a ese deseo debe causarle un dolor
extremo. —Los pensamientos de Tom volvieron a centrarse en Isadora.
¿Quería tener hijos? Se tiró de la corbata y se pasó la mano por el pelo. Era
un hecho que necesitaba un heredero, pero Tom no había considerado
seriamente la cuestión de los niños.
—Te equivocas. Tienes que estar equivocado —ladró Drake.
Tom se encogió de hombros.
—Rara vez lo estoy —Cerró la puerta y cruzó los brazos sobre el pecho,
esperando a que Drake se marchara.
Después de mirarse en silencio un minuto, Drake se marchó con una
retahíla de maldiciones que habrían sonrojado a un marinero. Con la tarea
terminada, Tom regresó al salón de baile de los Lowrington, totalmente
dispuesto a reclamar su premio. Un baile con Isadora.
I SADORA NOTÓ un nudo en el estómago. Apartó la mirada de las puertas de
la terraza y escudriñó la habitación. ¡Maldición! ¿Cómo demonios había
reaparecido Tom? Sospechaba que se había marchado para encontrarse con
una mujer en los jardines. El pelo revuelto y la corbata suelta de Tom
confirmaron sus sospechas: había estado con una mujer, pero ¿dónde? Su
Excelencia debía de ser como su padre, se distraía fácilmente con una cara
bonita.
Tom se abrió paso entre la multitud hacia ella, zigzagueando entre la
gente como un león acechando a su presa entre la hierba alta.
Isadora se volvió hacia Charlotte.
—Estoy muerta de sed —le dijo—. ¿Pasamos a la mesa de los
refrescos?
Charlotte asintió con la cabeza. Había estado observando al grupo de
caballeros apostados junto a la esquina desde que se había reunido con
Isadora y su hermana.
—No podrás evitar a Su Excelencia toda la noche. Le prometiste un vals
—le susurró Minerva al oído.
Recordó las palabras de Tom sobre la capacidad auditiva de Charlotte.
—Exactamente, un baile. Y nada más.
Minerva suspiró.
—Muy bien, tal vez te vendrá bien un vaso de ratafía. Ve delante.
Isadora dio un paso, dejando que Charlotte y Minerva la siguieran.
Unos dedos enguantados le rozaron el dorso del brazo. Isadora redujo la
velocidad de sus pasos.
—¿A dónde vas? —preguntó Tom desde detrás.
No se atrevió a girarse. Su ira seguía rozando la superficie.
—A la mesa de refrescos.
—Te acompañaré.
La oleada de calor se intensificó bajando por su cuello y columna
vertebral. Miró por encima del hombro y vio que Minerva y Charlotte se
alejaban de ellos.
—Veo que me han abandonado.
—No te enfades con tu hermana, le pedí a Minerva que me concediera
la oportunidad de hablar contigo en privado. —El tono suave de Tom
provocó estragos en sus pensamientos.
—¿Para qué?
Él se acercó más.
—Por favor, serán solo diez minutos.
Era necesario incluso menos tiempo para acabar con la reputación
arruinada y atados en un compromiso de por vida si alguien los pillaba.
—Continúa. ¿Qué quieres decirme? Nadie está escuchando.
—No, pero están observando. Ven, sígueme.
Le puso la mano en el codo y, con una ligera presión, la guio de vuelta a
la multitud de invitados. Ella frunció el ceño, observando cómo Tom
ignoraba los saludos y las sonrisas de los conocidos que pasaban a su lado.
Tom la llevó hacia una alcoba que no había visto antes. Parpadeó
desprevenida, dejando que sus ojos se adaptaran a la oscuridad que los
envolvía. Las gruesas y pesadas cortinas no solo tapaban la luz de las velas,
sino que también silenciaban la música que venía del otro lado.
Isadora apartó el brazo.
—¿Es aquí donde llevas a cabo todas tus reuniones clandestinas?
—¿Perdón?
—¿Es aquí donde traes a todas las mujer con las que deseas pasar un
momento a solas? —repitió la pregunta conteniendo la frustración.
Isadora se quedó paralizada cuando la mano de Tom cayó sobre sus
caderas.
—Como he visto la alcoba hace un instante, y solo hay una mujer a la
que querría atraer aquí, la respuesta a tu pregunta es sí.
—¡Ajá! Admites que has estado antes con otra.
—¿Me estás acusando de estar con otra mujer? —Tom apartó las manos
—. He estado en los jardines, tratando con Drake.
—¿Con Drake? —Isadora bajó la cabeza por lo que su frente entró en
contacto con el pecho de Tom—. Oh… Minerva tenía razón.
Él se acercó más, lo suficiente para que ella pudiera ver sus apuestos
rasgos. Tom le rodeó la cintura con el brazo.
—Olvidémonos de eso por ahora. ¿Has considerado las ventajas de
convertirte en la duquesa de Avondale?
Duquesa de Avondale. El título, ese rol, había ocupado sus
pensamientos durante toda la tarde. La pregunta de cómo serían las cosas si
ella fuera duquesa se repetía en su cabeza. Con independencia de su ilógica
respuesta a Su Excelencia, Isadora no estaba preparada para considerar
todas las implicaciones de haber perdido su anterior apuesta.
—Su Excelencia, solo ha ganado la opción de cortejarme, no mi mano.
Y como los dos sabemos, no todos los noviazgos acaban en matrimonio. El
corazón de muchas damas se rompe cuando los caballeros no pronuncian
las palabras que llevan toda la temporada esperando oír.
—¿Te las digo ahora? —Un brillo muy seductor apareció en los cálidos
ojos castaños de Tom. Eso hizo que Isadora se planteara decir que sí…,
pero fue solo por un momento.
—La temporada ni siquiera ha comenzado oficialmente. No sabes nada
de mí. ¿Por qué no esperar?
Tom le puso un dedo bajo la barbilla y le levantó la cara hasta que sus
miradas se encontraron.
—No estoy buscando una pareja por amor, y si estás dispuesta a un
matrimonio de conveniencia… —Tom se inclinó hacia su oreja—. Te lo
agradecería eternamente, porque evitaría que me pisaran los dedos de los
pies las debutantes —le susurró al oído.
Isadora curvó los labios en una involuntaria sonrisa, pero luego sus
palabras penetraron en su mente, y trató de dar un paso atrás.
—¿Un matrimonio de conveniencia? ¿Contigo?
Él la soltó, dejándole el espacio que le pedía en silencio, pero su mirada
permaneció clavada en ella.
—¿Debo recitarte las ventajas que van unidas al título que asumirías?
Para ganar tiempo, Isadora asintió, y luego recordó que estaban a
oscuras.
—Ahora sí —dijo en voz alta.
—Como duquesa, tendrás a tu disposición una generosa asignación
mensual.
Isadora soltó la primera pregunta que se le ocurrió.
—¿Suficiente para cubrir el alquiler mensual de Wembley Hall?
Él sonrió.
—Tal vez.
Al parecer, Tom sabía un par de cosas sobre sus deseos. Pero la lógica
se apoderó de ella, y cuadró los hombros.
—Tener acceso a grandes sumas de dinero después de casarme no me
servirá de nada. Ya no podré ser miembro del Salón de las Damas
Escandalosas.
Él deslizó un dedo entre las cortinas y las separó un instante.
—Antes he visto a lady Thornston. Apostaría a que no es la única
exdama escandalosa presente esta noche. La vida no termina para las socias
de tu club después del matrimonio, quizás podrías ofrecerles algo más que
una reunión por temporada.
La idea de formar una alianza con anteriores socias del Salón de las
Damas Escandalosas que ahora estaban casadas tenía su encanto.
—Adelante.
—Como señora de todas las propiedades de Avondale, tendrías la
oportunidad de organizar todos los eventos que quisieras.
Isadora levantó las manos para posarlas sobre su pecho.
—Así que, si acepto casarme contigo, dispondría de los recursos
necesarios para garantizar una temporada divertida y emocionante a las
antiguas integrantes del Salón de las Damas Escandalosas. Sin restricciones.
—Sí. Y hay otros beneficios… —Su mirada bajó hasta los labios de ella
—. Beneficios que solo una dama casada puede disfrutar. —Bajó la cabeza
y apretó los labios contra los suyos, con suavidad, luego con más exigencia.
Fue su primer beso.
Fue emocionante.
Evocó en ella un vínculo que nunca había sentido con un hombre…
Él le pasó la punta de la lengua por el labio inferior, pidiendo entrar. Su
corazón, que ya estaba acelerado, palpitó con más fuerza. Separó los labios
y el rico sabor del brandy añejo y un ligero toque a menta irrumpieron en
sus papilas gustativas. Era delicioso y perverso a la vez, y se le escapó un
suspiro. Él la excitaba de formas que no sabía que existían.
Tom le dio un beso en la punta de la nariz antes de retroceder, dejando
espacio entre ellos. También él respiraba con dificultad.
Puso una mano sobre la de ella, que permanecía sobre su pecho.
—Besar es la primera de las muchas ventajas que puede experimentar
una mujer casada.
—¿Son las demás igual de maravillosas?
—Mujer, me vas a distraer. Ahora no es el momento ni el lugar ideal
para esta conversación. —Tom cerró brevemente los ojos y se enderezó—.
Todo lo que te pido es que me prometas que considerarás la idea de
convertirte en la duquesa de Avondale.
—Lo prometo. —Su rápida respuesta le valió otro beso de Tom, que
hizo que encogiera los dedos de los pies.
Cuando sus labios abandonaron los de ella, la soltó y se asomó con
rapidez a través de las cortinas.
—Debemos volver al baile.
Isadora se afanó en arreglarse las mangas. ¿La estaba buscando
Minerva? ¿Cuánto tiempo llevaban fuera? Le parecía que habían pasado
unos instantes y, al mismo tiempo, toda una vida. Isadora negó con la
cabeza. ¿En qué había estado pensando? Si les hubieran descubierto, el
escándalo les quitaría toda opción de elección. Benedict, su sobreprotector
hermano, pondría fin a su cortejo antes de tiempo e insistiría en que se
casaran con una licencia especial en lugar de esperar a que se leyeran las
amonestaciones. Y sí, sería la próxima duquesa de Avondale.
Isadora puso la mano en la de Tom.
—Confío en que sepas cómo salir de aquí sin que nadie nos vea.
—Por supuesto. —Le apretó la mano y la condujo de nuevo al luminoso
salón de baile.
Charlotte y Minerva estaban a solo unos metros, como si los hubieran
estado vigilando todo el tiempo. Cuando llegaron junto a sus hermanas,
Tom le soltó la mano.
—No te olvides de tu promesa —susurró.
Ella le guiñó un ojo con discreción.
—No lo haré.
Minerva enlazó el brazo con el de Isadora.
—Creo que es hora de que nos demos una vuelta. En privado. —Hizo
una rápida reverencia, tirando de Isadora—. Su Excelencia…, Charlotte…
Cuando su hermana se la llevó, Isadora la siguió en silencio, preocupada
por Tom. Tenía mucho en lo que pensar. ¿Casarse con Tom le daría más
libertad, como él había sugerido?
C A P ÍT U L O D O C E

L o que hizo que el corazón de Tom atronara no fue la visión de Isadora


entrando de nuevo en el salón de baile flanqueada por Charlotte y
lady Minera. No, todo su cuerpo se tensó al ver a lord y lady Torrance
bailando el vals entre la multitud y dirigiéndose directamente hacia él. La
pareja rara vez abandonaba el campo antes de tiempo, a menos que fuera
necesario. Incluso antes del fallecimiento de sus padres, lord Torrance, que
era una década y media mayor que Tom, había sido asignado como contacto
principal de Tom.
El jefe del Foreign Office prefería separar el papel de mentor y
entrenador del de padre, lo que había sido una bendición tanto para Tom
como para Charlotte cuando perdieron a sus progenitores hacía cinco años.
La mirada severa de lord Torrance no presagiaba nada bueno. Era muy
probable que la pareja estuviera allí por asuntos de la Corona. Y como
parecía que Tom era su objetivo, también era probable que estuvieran allí
para informarle de su próxima misión. Si lo enviaban a ocuparse de un
asunto en el extranjero, pondría en peligro sus progresos para conseguir la
mano de Isadora.
Isadora. La buscó en el otro extremo de la sala para comprobar su
posición. Charlotte había fruncido el ceño al ver al marqués de Torrance y,
por extraño que pareciera, lady Minerva reflejaba la preocupación de su
hermana al ver a la pareja mayor. Isadora, por el contrario, parecía tranquila
e impasible. Ver sus labios le hizo recordar su beso.
El apasionado beso había hecho que Tom se preguntara qué tipo de
matrimonio deseaba de verdad. Había repetido su interludio varias veces en
su cabeza mientras esperaba el regreso de Isadora. Lo que más lo alarmaba,
era el dolor que se había instalado en medio de su pecho cuando ella se
había ido de su lado. ¿Se estaba enamorando? Arrastró los pies y ajustó su
postura, incapaz de permanecer quieto. Esa mujer le agitaba la sangre como
ninguna otra.
Por el rabillo del ojo, observó que el marqués y su esposa estaban
abriéndose paso con rapidez. Parecía que lo alcanzarían antes de que
pudiera conducir a Isadora a la pista de baile. El trío de mujeres, Charlotte,
Isadora y lady Minerva, estaban siendo acosadas por su anfitriona, lady
Lowrington.
—Buenas noches, Su Excelencia. —Lady Ethel Torrance hizo una
rápida reverencia y enseguida se enderezó a su altura, aunque no debía
medir más de metro y medio.
—Torrance, lady Ethel. No me informaron de que estarían presentes
esta noche.
Torrance asintió.
—Yo tampoco lo sabía hasta ayer.
El hombre, cuya habilidad para descifrar mensajes en clave solo era
igualada por la de su homólogo en el Home Office, escudriñó su entorno
inmediato una vez más.
—Ha habido una noticia al otro lado del canal que el jefe cree que
justifica una investigación más profunda. —Torrance aborrecía los actos
sociales y las charlas ociosas. El hombre nunca se andaba con rodeos, creía
que lo mejor era ir siempre directo al grano.
Maldito fuera el jefe del Foreign Office. Tom podía superar a su
superior en título, pero no en la cadena de mando.
—Envíeme los detalles por la mañana, y me las arreglaré para salir
dentro de quince días.
Lady Ethel se erizó y le fulminó con la mirada.
—¿Cree que habría aceptado abandonar la seguridad del campo y
arrastrar a todos mis hijos a Londres si no fuera un asunto urgente?
—Luv. Estoy seguro de que Su Excelencia tomará las medidas
oportunas ahora que ha sido informado de la importancia de que se marche
inmediatamente. —Torrance acomodó el brazo alrededor de la cintura de su
esposa, y le dio un rápido apretón.
Las muestras públicas de afecto de los matrimonios se consideraban un
faux pas. ¿Cuántas veces sus propios padres habían recibido murmullos de
amonestación por demostrar su mutuo amor? Demasiadas, en opinión de
Tom. Sin importarle la censura, lady Ethel también rodeó a Torrance con un
brazo. Juntos, se enfrentaron a él. Una pareja unida y… enamorada. Su
corazón y su estómago dieron un vuelco a la vez. Deseaba una unión, un
matrimonio, una sociedad como la de lord y lady Torrance.
Tom suspiró cuando se le planteó el dilema. No podía desobedecer
directamente las órdenes, pero necesitaba más tiempo. Necesitaba idear una
excusa plausible, y necesitaba hacerlo rápido.
Ajá. El amor era la clave.
Convencería a Torrance de que se había enamorado y deseaba
asegurarse la mano de Isadora antes de partir. Sopesó a la pareja que tenía
delante, y sospechó que esa sería la única razón por la que la pareja
aceptaría un retraso.
—Tengo un asunto personal que atender antes de poder asumir el
encargo. —Tom parpadeó en dirección a Isadora.
Lady Ethel siguió su mirada.
—Por favor, no me diga que pretende hacerle una proposición a lady
Minerva —dijo.
—Por supuesto que no, no soy tonto. Simplemente necesito unos días
más para convencer a lady Isadora de que ha captado tanto mi atención
como mi corazón.
Torrance enarcó las cejas.
—¿Afirma que está enamorado?
—¿Es tan difícil de creer?
Fue lady Ethel quien contestó.
—¿Quiere que creamos que la intervención de Charlotte como
casamentera ha tenido éxito? Fue ella quien extendió la invitación a las
hermanas Malbury.
—Sí, así es. —Tom sonrió ante la astuta treta de su hermana para
ocultar la verdadera razón por la que había cursado la invitación.
Fue el turno de Torrance de interrogarle de nuevo.
—¿Nos está diciendo que lady Isadora ha alterado sus creencias sobre
los encuentros amorosos? ¿Realmente el duque de Ases ha encontrado una
mujer a la que no ha podido resistirse?
Tom se obligó a permanecer quieto mientras la pareja examinaba sus
rasgos. Esperaba haber conseguido imitar la continua adoración de su padre
por su madre.
—¿Es realmente tan improbable?
—Sí, lo es. Y por mi parte, no me creo nada —respondió Torrance.
—Querido, observémoslo. —Lady Ethel se volvió y miró a su marido
—. Si al final de la noche seguimos sin convencernos, lo embarcaremos en
el Cuarto de Luna al amanecer.
—¿Y si demuestro que estoy completamente enamorado? —preguntó
Tom.
Los ojos de lady Ethel brillaron de alegría.
—Le apoyaremos, y usted y su nueva esposa estarán a bordo del barco
dentro de una semana.
Tom sintió una opresión en el pecho, arrepentido ya de su petición. No
era la idea del matrimonio lo que le hacía entrar en pánico. Era la idea de
poner a Isadora en peligro.
—Isadora no me acompañará.
—Si se trata de una unión amorosa, ¿cómo es posible que se planteen
estar separados? —preguntó el marqués.
Su mentor tenía razón. Al parecer, actuar por puro instinto no era la
mejor estrategia, pero necesitaba el apoyo de los Torrance en eso.
Necesitaba hablar en términos que un agente entendiera.
—Isadora tiene compromisos aquí en Londres que querrá atender. No le
pediría que abandonara sus quehaceres en Londres para acompañarme en
una peligrosa misión para la Corona.
—Mmm, anteponer sus deseos a los suyos… —Torrance miró a su
mujer—. Es una muestra de amor. —El marqués sonrió—. Tiene hasta
medianoche para convencernos.
¡Maldición! No era un actor de teatro. ¿Cómo iba a convencer a la
perspicaz pareja de que estaba enamorado de Isadora? No se había
planteado compartir con Isadora la naturaleza exacta de sus deberes para
con la Corona. A menudo se enviaba a los duques a representar a la Corona
como dignatarios diplomáticos, y él tenía la intención de aprovechar ese
conocimiento común para explicar sus a menudo largos viajes al extranjero.
Charlotte y las hermanas Malbury estaban muy unidas. Chasqueó los
dedos tres veces. La mirada de Isadora se desvió. Caramba, había olvidado
que antes había compartido su código secreto con Isadora. Se volvió para
despedirse de Torrance y lady Ethel, pero ninguno de los dos estaba a la
vista. Lord Torrance medía más de metro ochenta, ¿cómo se las arreglaba
para desaparecer y mezclarse entre la multitud en un abrir y cerrar de ojos?
Era una habilidad que Tom deseaba dominar.
—Ah, aquí estáis las tres —dijo Tom campechano cuando se detuvieron
frente a él.
—Ya casi es hora de que reclames tu bendición, hermano —susurró
Charlotte mientras se colocaba a su izquierda, de cara a la multitud.
—¿Qué te ha dicho lord Torrance? —preguntó su hermana cuando
Minerva entabló conversación con Isadora.
—Me han pedido que cruce el canal.
—¿Cuándo?
—Cuanto antes.
—Pero ¿qué pasa con Isadora?
—Si al filo de la medianoche he convencido tanto a lady Ethel como a
Torrance de que estoy enamorado de ella, Isadora podrá permanecer aquí, a
salvo en suelo patrio, mientras yo completo la misión.
Charlotte le miró con el ceño fruncido. Abrió la boca para hablar, pero
luego sacudió la cabeza y cerró la boca. Su hermana nunca le ocultaba sus
pensamientos, ¿por qué lo estaba haciendo?
Los primeros compases del vals se filtraron en sus pensamientos. Se
volvió hacia Isadora.
—Creo que he tardado mucho en reclamar mi baile.
Isadora sonrió y puso su mano en la de él.
—Empezaba a pensar que te habías olvidado.
El escalofrío de placer que le produjo su contacto le hizo preguntarse
dónde estaría más segura.
Después de guiarla a la pista de baile, Isadora se volvió hacia él, y tuvo
la respuesta, que fue como un golpe en el pecho. El lugar más seguro sería
siempre a su lado. Inspiró mientras comprendía la decisión de sus padres de
estar siempre juntos. Con la comprensión llegó la aceptación. Pero ¿estaba
realmente enamorado de Isadora? No podía ser.
Extendió el brazo y ella se acercó para colocarse cerca de él. Cuando le
puso la mano en la cintura, se sintió completo.
—¿Vas a informarme del peligro que te acecha para que esté preparada,
o vas a guardar silencio sobre el tema?
—¿Conoces a lord y lady Torrance?
—No he sido presentado formalmente. Sin embargo, por insistencia de
mi madre, he memorizado todos los detalles pertinentes de Debrett's sobre
los títulos y quienes los ostentan. —Isadora frunció el ceño durante un
breve instante—. Torrance. Posee tanto el título de marqués como el
honorífico de vizconde —recordó—. Su residencia familiar está cerca de la
tuya, en la frontera entre Inglaterra y Escocia. Se casó con lady Ethel hace
seis años y posteriormente ha tenido dos herederos, gemelos, algo frecuente
en su familia, y más recientemente han añadido otro miembro a la familia,
una hija. —Isadora curvó la comisura de la boca—. Lo que no se revela en
Debrett's es que la unión de lord Torrance y lady Ethel es un matrimonio
por amor. Rara vez se les ve separados, y se afirma que él es un maestro de
los acertijos mientras que ella tiene la paciencia de un santo.
—¿De dónde has sacado esa información?
—¿Por qué lo preguntas?
—Las Damas Escandalosas están bien informadas.
—Es una de las razones de la solicitud de Charlotte, ¿no?
—¿Mi hermana ha compartido ese detalle contigo?
—No, pero he reunido suficiente información y he pasado suficiente
tiempo con vosotros dos para saber que ninguno actúa sin un propósito.
Aún estoy formulando mi hipótesis sobre en qué estáis metidos
exactamente, pero estoy bastante segura de que ninguno de los dos lleva la
típica vida ociosa de la aristocracia. —Isadora sonrió a una pareja que
pasaba y luego volvió a centrar su atención en él—. Aún no me has contado
qué te hizo chasquear los dedos tres veces. Y no te creería si afirmaras que
fueron lord y lady Torrance quienes supusieron la amenaza. Parecen una
pareja encantadora.
Vislumbró a lord y lady Torrance deslizándose por la pista de baile. Se
movían como si formaran una unidad. Volvió a centrar su atención en
Isadora. Estaba disimulando bastante bien su preocupación. La sujetó con
más fuerza.
—No estoy en libertad de compartir detalles.
Ella no respondió, se limitó a fruncir el ceño y entreabrió los labios. A
pesar de la seriedad de su conversación, no tuvo que mover los pies para
evitar que le pisara los dedos, y tampoco estaba contando los compases de
la música hasta que pudiera devolver a su pareja al grupo de mujeres o
matronas que le esperaban. Por una vez en su vida, se lo estaba pasando en
grande en la pista de baile. Su atención se centraba en la mujer que tenía
entre sus brazos. Si no supiera que no era así, podría llegar a creer que se
estaba enamorando de Isadora.
Isadora dio unos ligeros toquecitos con los dedos en su hombro.
—Hipotéticamente hablando, si estuviéramos comprometidos para
casarnos, ¿estarías en libertad entonces de compartir lo que sea que tiene a
Charlotte rondando en las cercanías con Minerva pegada a ella?
—Los compromisos rara vez se rompen, pero se sabe que ha ocurrido,
así que la respuesta es no. —Tom la hizo girar para evitar a otra pareja que
se hacía ojitos y no prestaba atención a lo que les rodeaba. Sonrió al ver la
reacción de Isadora con los ojos muy abiertos ante su respuesta. Estaba
claro que la dama no estaba acostumbrada a que le negaran nada.
—¿Qué haría falta para que me hicieras esa confidencia? —Las mejillas
de Isadora se habían ruborizado.
—¿Sabes cómo Minerva mira a Drake cada vez que él no está mirando?
—Sí.
—Tendrías que mirarme así durante el resto del vals y darme tu palabra
de que estás dispuesta a convertirte en la duquesa de Avondale en cuanto
pueda obtener una licencia especial.
Los ojos de Isadora se ablandaron al mirarle. El regocijo de tenerla
mirándolo con adoración duró poco. Quería que le mirara porque ella
también se estaba enamorando de él, no para obtener información.
Isadora se inclinó hacia él como si fuera su amante compartiendo un
secreto íntimo.
—Eso que pides es el rescate de un rey.
—Tal vez, pero es un trato que estés dispuesta a considerar… darme tu
palabra de casarte conmigo. Solo así te daré lo que buscas.
Le pareció que pasaba una eternidad antes de que Isadora le sostuviera
la mirada.
—Guarda tus secretos. Los descubriré por mi cuenta, de una forma u
otra —sentenció.
¡Maldita fuera esa mujer! Las últimas notas del vals se desvanecieron en
el fondo, y él los condujo fuera de la pista de baile. No había logrado la
misión que se había propuesto esa noche. No le gustaba la sensación de
fracaso. Pero ¿habría al menos conseguido ganar tiempo con lord Torrance?
Tras dejar a Isadora al cuidado de Charlotte, fue en busca de la pareja
que, en esencia, tenía su destino en sus manos. Después de treinta
frustrantes minutos, Tom se dio por vencido. Lord Torrance y su esposa no
estaban por ninguna parte, y ni siquiera era medianoche. La idea de tener
que embarcar en el Cuarto de Luna con las primeras luces del alba le
provocaba una gran opresión en el pecho. Era peligroso llevar a cabo una
misión sin tener la mente despejada. Y la idea de dejar a Isadora ese asunto
sin resolver le estrujaba el corazón.
C A P ÍT U L O T R EC E

V estida con pantalones y la camisa de su hermano, Isadora se metió


bajo las sábanas de su cama y se llevó las manos a la cabeza.
Podrían pasar horas antes de que toda la casa se retirara a dormir. Minerva
parecía llena de energía de regreso a casa desde el baile de los Lowrington.
Su hermana se mostraba de repente muy optimista con respecto a la
próxima temporada, y aunque la intuición le gritaba a Isadora que husmeara
en los planes de su hermana, permaneció en silencio y se concentró en sus
propios propósitos para esa noche. Tenía que descubrir cuál era la causa del
peculiar comportamiento de Tom y Charlotte tras la breve aparición de lord
y lady Torrance en el baile. No solo la impulsaba eso, sino también las
ganas de experimentar más besos con Tom.
Echó las sábanas hacia atrás, se calzó las botas de montar y el viejo
gabán de su hermano y se aproximó con cuidado a la puerta de su
habitación. Con el oído pegado a la madera, Isadora inspiró hondo para
armarse de valor. No era la primera vez que se aventuraba sola en la noche.
Aunque salir a hurtadillas para asistir a un evento del Salón de las Damas
Escandalosas era estimulante, hacerlo para intentar entrar en los dominios
de un caballero le aceleraba el corazón con un nivel completamente
diferente de anticipación. No era de extrañar que Diana, su hermana menor
y ahora condesa de Chestwick, se hubiera colado en los terrenos de lord
Chestwick meses atrás.
Abrió la puerta de golpe y echó un vistazo al vestíbulo. Con las velas
apagadas, dejó que sus ojos se adaptaran a la oscuridad antes de salir
sigilosamente para aventurarse por la escalera de servicio. Esperaba que
Grant, su leal lacayo, la estuviera esperando con su yegua preparada al final
del callejón, detrás de la hilera de casas adosadas. Sonrió mientras cerraba
la puerta trasera y se deslizó por el sendero que ya no estaba desaliñado por
la falta de uso durante el verano. Saltó la pared de roca y se sintió aliviada
al ver el pequeño resplandor de la luz de una vela al final del callejón. Dio
un paso adelante y se quedó inmóvil. La ligera brisa desprendía una
fragancia que la hizo escudriñar la zona. Bergamota. La colonia que usaba
Tom estaba impregnada de ese aroma cítrico. El duque andaba cerca.
—Su Excelencia. Por favor, acérquese —susurró a la oscuridad
esperando estar en lo cierto. La respiración se le entrecortó en el pecho
mientras esperaba. El silencio se alargó y cerró los ojos para ver si así
agudizaba el oído. Inhaló profundamente. El olor masculino parecía más
fuerte. Estaba más cerca, pero no había oído ningún ruido. ¿Dónde estaba?
Giró sobre sí misma cuando el aire caliente le hizo cosquillas en la
nuca. Se asustó al encontrarse cara a cara con una figura masculina que le
resultaba familiar, pero no era el duque.
—Drake, me has asustado. ¿Qué demonios haces aquí?
—Antes respóndeme tú, ¿esperabas a Avondale, o simplemente he
frustrado tus planes de reunirte con él en otro lugar?
—Ni lo uno ni lo otro. —Le disgustaba la precisión con la que Drake
había adivinado sus planes. Había una fiereza en los ojos de Drake que
nunca antes había presenciado, y eso la hizo mirar al hombre que conocía
de toda la vida con una perspectiva diferente.
Drake dio medio paso atrás y observó a su alrededor.
—Isadora, dime la verdad.
—Iba de camino a hablar con Avondale.
Tenía muchas preguntas para las que quería respuesta.
—¿Qué es tan urgente que no puede esperar a mañana? —preguntó
Drake antes de que ella formulara ninguna.
—Está en peligro. Quiero ayudarle.
Su respuesta provocó una risita de Drake.
—Avondale puede arreglárselas solo. Por favor, vuelve a tu cama.
—No antes de que me digas por qué estás aquí merodeando en nuestro
jardín. —Isadora se mantuvo firme y cruzó los brazos sobre el pecho.
Drake dejó escapar un suspiro de resignación.
—No estaba espiando.
Miró hacia arriba y vio el parpadeo de una vela en una ventana del
último piso…, en el ático…, encima de las habitaciones de los criados.
—¿Es Minerva la que está ahí arriba?
—Sí. Está planeando algo… algo muy complejo. Puedo sentirlo en mis
huesos, y sea lo que sea, me tiene preocupado. Un día, tu hermana va a
tener que darse cuenta de que la vida no es una partida de ajedrez. La gente
no es siempre lo que parece, y no todos podemos ser fácilmente
manipulados como Mansville.
—¿Por qué te preocupas? Durante tres años no has hecho más que
rondar a su alrededor, pero no haces nada. Por qué no le pides
matrimonio…, y no me digas que es porque los caballeros no se casan con
las hermanas de sus mejores amigos.
Cuando Drake permaneció en silencio, mirando hacia la ventana,
Isadora tiró de la solapa de su abrigo antes de ir hacia el caballo y el lacayo
que la esperaban.
—Isadora, ¿a dónde te crees que vas?
—Me voy a hablar con Avondale. Tú puedes quedarte aquí y… y hacer
lo que mejor sabes hacer. Nada.
Drake se estremeció ante sus palabras.
—Si mi vida fuera tan sencilla como parece, le habría pedido
matrimonio a tu hermana hace mucho tiempo. —Se frotó la nuca—. Y si
pretendes seguir asociándote con Avondale, tu vida se complicará mucho
más de lo que nadie sabrá jamás.
Isadora se volvió despacio.
—¿Qué has deducido?
—Solo te aconsejo que se mantengas alejada de Avondale.
—Adiós, Drake. —Isadora se alejó a grandes zancadas con el corazón
latiendo al compás de sus pisadas.
Drake la sorprendió siguiéndola.
—Isadora, por favor, presta atención a mi consejo.
—¿Por qué debería escucharte? —le espetó.
—Tienes razón. —Drake se pasó la mano por el pelo ya despeinado—.
Hasta que ponga mis propios asuntos en orden, no debería aconsejarte sobre
con quién deberías o no relacionarte.
Isadora se dio la vuelta y cruzó los pocos pasos que le quedaban para
acercarse a su yegua. Aceptó las riendas de Grant. En lugar de que su
lacayo se acercara para ayudarla, Drake entrelazó los dedos y se agachó
para ayudarla a montar.
—Ten cuidado. Y, por favor, que no te pillen, o estarás recitando los
votos matrimoniales antes de que acabe la semana.
—Nadie me reconocerá y Greg velará por mí. —Sonrió e instó a su
montura a avanzar. Iba a descubrir en qué consistía el misterio que rodeaba
Avondale, y nadie iba a detenerla.

E L LÍQUIDO ámbar del vaso de Tom no había conseguido aliviar la tensión


de sus hombros. Debería retirarse a dormir, pero la incertidumbre sobre lo
que acontecería al día siguiente lo tenía paseándose frente al fuego ardiente
de su estudio. Había vuelto a casa para esperar órdenes, pero en su bandeja
había una invitación para presentarse en la casa de lord Torrance a las diez
de la mañana. Sus pensamientos pasaron de la rabia y la frustración al alivio
y la excitación ante la perspectiva de pasar un día más en Londres con
Isadora.
Un escalofrío de alerta le bajó por la columna vertebral. Dejó el vaso
sobre la repisa de la chimenea y se acercó con sigilo a la puerta, que estaba
cerrada con llave. Cuando soltó el pestillo, abrió de un tirón y se encontró
con Isadora, que se había puesto en pie desde una posición agazapada. No
había tenido tiempo de esconder las ganzúas, así que ¿cómo demonios
había forzado la cerradura?
Isadora lo miró con los ojos brillantes de picardía y los labios curvados
en una sonrisa sardónica.
—Buenas noches, Su Excelencia.
Le dio la mano; ella apoyó la suya enguantada y se incorporó en toda su
estatura. Tom sonrió a esa mujer, que seguía sorprendiéndole.
—Buenas noches, Isadora. —Se hizo a un lado y le indicó que entrara.
Atravesó la habitación, se despojó de la capa y los guantes y los dejó en
el sillón de orejas junto al fuego.
—Probablemente te estés preguntando por qué estoy aquí.
Ella se estremeció. Un brandy la calentaría por dentro. Tom agarró su
copa y se dirigió al aparador para rellenarla y servirle a Isadora un dedo
generoso. Con las copas en las manos, se reunió con ella junto al fuego.
—¿Quieres?
Isadora aceptó el vaso y agitó el líquido.
—Francés. —Levantó el vaso y lo olió como si fuera una experta—.
Del sur y, sin duda, de contrabando. —Sin vacilar, levantó el vaso y bebió
un buen sorbo.
Isadora era audaz y estaba llena de sorpresas. A Tom no le pillaba
mucha gente por sorpresa. A menudo se enorgullecía de poder predecir las
acciones de una persona, lo que en muchos casos había supuesto la
diferencia entre la vida y la muerte. Cuando tenía poco más de veinte años,
se había ofrecido voluntario para las misiones más peligrosas con el fin de
poner a prueba sus habilidades, pero después de heredar el título y
convertirse en el tutor de Charlotte, se había abstenido de aventurarse
demasiado lejos de casa y de aceptar misiones que tenían el potencial de
terminar en términos nefastos. Hasta que tuviera un heredero, seguiría
respetando las restricciones que él mismo se había impuesto. Apareció ante
sus ojos la imagen de un niño de ojos verdes y se acercó a Isadora.
—¿Dispuesta a compartir por qué estás aquí?
Ella bebió otro sorbo antes de ahuecar el vaso con ambas manos.
—Esta noche has creído que estabas en peligro. —Isadora desvió la
mirada del fuego a él—. No niegues que le hiciste señas a Charlotte para
que te apoyara. Te oí chasquear los dedos. Si voy a considerar seriamente
ocupar el puesto de duquesa, necesito saber si al casarme contigo existe la
posibilidad de que mi familia corra peligro.
—No te preocupas por tu propio bienestar.
—Puedo cuidar de mí misma, pero no pondré en peligro a ninguno de
mis hermanos ni a sus cónyuges.
No le sorprendía su devoción.
—Hablando hipotéticamente —empezó Tom—, si yo fuera agente de la
Corona, ¿consideraría mi propuesta?
—¡Lo sabía! —Los preciosos ojos verdes de Isadora cobraron vida—.
Sabía que eras un espía. —Dejó el vaso sobre la chimenea y giró de
puntillas para mirarle—. Por eso deseas un matrimonio de conveniencia. Es
la razón por la que has elegido casarte conmigo, bueno, quiero decir casarte
con alguien que tiene sus propios secretos que guardar.
No era lo que él había pensado, pero no obstante, se maravilló de la
lógica de esa mujer.
—Entonces, ¿te casarás conmigo?
—Comprender sus motivaciones me ayudará a tomar una decisión, sin
embargo, necesito más tiempo.
Ante su inminente marcha, ya no estaba dispuesto a debatir la cuestión.
—Se nos acaba el tiempo. —Se acercó a ella y le rodeó la cintura con
los brazos, acercándola hasta que ella tuvo que inclinar la cabeza hacia atrás
para mirarle. Por una vez, no analizó la situación, simplemente actuó,
acercando su boca a la de ella.
A solas en su estudio, disfrutaban de la intimidad necesaria para
demostrarle algunos de los perversos beneficios que podía esperar si
accedía a casarse con él. Isadora aprendía con rapidez y fue ella quien le
instó a abrir la boca para profundizar el beso. Su atrevimiento inflamó la
respuesta de él. La desesperada necesidad de saborearla más, de compartir
más de él de lo que nunca antes se había atrevido, hizo que Tom deslizara
las manos hacia las caderas femeninas. Isadora respondió con entusiasmo,
acercándose más. Tom movió las palmas de las manos para abrazarle las
nalgas, instándola a rodearle con las piernas.
Isadora le puso los brazos alrededor del cuello y accedió a su silenciosa
petición. Tom la llevó al otro lado de la habitación y la sentó en el borde de
su escritorio. El roce con su erección lo hizo desear colocarse entre sus
muslos y hundirse hasta la empuñadura. Pero ella era inocente y él no le
quitaría la virginidad antes de casarse. Apenas pudo contener su reacción
ante los gemidos de placer de Isadora.
Tom le acarició el cuello.
—Quiero tocarte —murmuró cerca de su oreja.
Ella inclinó la cabeza la cabeza, ofreciendo más de su suave piel.
Tentándolo. Él pasó la lengua por la larga columna de su cuello y, al mismo
tiempo, buscó sus pololos. Metió la mano por debajo de la tela y la deslizó
por su vientre hasta que sus dedos rozaron los suaves rizos que protegían el
sensible montículo que tanto deseaba tocar. Ella levantó la vista y la clavó
en sus labios. Sus ojos brillaban de deseo y… de confianza.
Isadora confiaba en él. Sí, le ofrecería una dosis de lo que disfrutaría al
estar casada con él, pero se abstendría de comprometerla por completo. No
quería elegir por ella.
Dobló las rodillas y rozó su boca con la de ella, no una sino varias
veces, hasta que la abrió para él. Rápidamente le desató los pololos y se los
bajó hasta los tobillos. Como si sus dedos tuvieran mente propia, recorrió su
feminidad con el dedo índice y se le escapó un gemido cuando lo hundió
más profundamente entre sus pliegues.
Isadora giró las caderas hacia delante, se apretó contra la palma de su
mano, y él introdujo lentamente el dedo en su interior para luego retirarlo.
Su virilidad palpitaba de deseo. Ignorando sus propias necesidades, repitió
el movimiento, arrancando a Isadora un gemido gutural. Ella le pasó la
mano por el pecho y siguió bajando por debajo de la cintura hasta que pudo
acariciar su erección. Estaba seguro de que ella no tenía ni idea de lo que
estaba haciendo, pero confiaba en sus instintos y en él. Siguió hundiendo y
retirando un dedo y se deleitó al ver cómo ella arqueaba la espalda y
ronroneaba pidiendo más. El deleite que vio en su rostro lo llenaba por
completo. Eso era algo que nunca había experimentado, pero que deseaba
repetir una y otra vez. Y cuando ella llegó al clímax, se maravilló del bonito
rubor rosado que invadía su cuerpo. Era una visión para contemplar. Algo
que nunca olvidaría.
Mientras aún conservaba el suficiente autocontrol, retiró la mano, y le
recorrió el interior del muslo con el dorso, permaneciendo en contacto con
ella el mayor tiempo posible.
—Di que te casarás conmigo, y compartiré contigo más de lo que
puedes llegar a esperar de mí como marido.
Isadora apoyó la frente en su pecho.
—Oh, cómo quiero…, pero no puedo. No puedo pensar con claridad, y
Minerva siempre dice… —Negó con la cabeza y lo miró—. No importa lo
que diga Minerva. Prometo darte mi respuesta mañana. ¿Es suficiente por
ahora?
—Sí. —No estaba enfadado ni decepcionado. Por extraño que resultara,
la admiraba por su fuerza para decir que no—. Voy a llevarte a casa.
Podemos discutir esto después de que los dos hayamos disfrutado de una
buena noche de sueño. —Solo que él sabía que no dormiría mucho, y
probablemente no lo haría hasta que la convirtiera en su esposa, y ella
ocupara su cama todas las noches. Quiso darse un golpe en la frente por
sonar exactamente como su padre.
C A P ÍT U L O C AT O R C E

L as risas llegaron hasta el vestíbulo de la residencia de lord Torrance


cuando el reloj marcó la hora. Las diez en punto. Tom había llegado
a tiempo, pero no temprano, algo que molestaría mucho a su mentor. Se
quitó el gabán y se lo entregó al mayordomo, que sonreía. Su personal
nunca revelaba ningún tipo de emoción en su presencia. Había visto alguna
que otra sonrisa entre el personal de Avondale cuando Charlotte estaba por
allí, y no se daban cuenta de que estaba cerca.
Charlotte. Había sido la señora de Avondale durante años, pues se había
visto obligada a dirigir un hogar mucho antes de lo que le correspondía.
Con él a menudo ausente, había asumido el papel y había gestionado la
finca con una madurez muy superior a su edad. Si él se casara, ella se vería
aliviada de esa carga. Se merecía un año o dos de libertad, y él financiaría
con gusto varias temporadas con tal de hacer feliz a su hermana.
El mayordomo abrió la puerta y Tom se quedó helado en el umbral al
ver… el caos. Torrance llevaba a un niño pequeño sobre los hombros
mientras preparaba un plato en el aparador. Otro niño moreno de la misma
edad estaba sentado en el regazo de lady Ethel y se metía una magdalena en
la boca mientras su madre mecía una cuna junto a la mesa.
—¡Ah! Su Excelencia, ¿ya son las diez? Pase y deje de merodear por la
puerta. —Lady Ethel señaló con la cabeza una silla a su lado—. ¿Ha
desayunado ya?
Negó con la cabeza. Rara vez comía antes del mediodía.
—Esta mañana no.
—Los nervios pueden matar el apetito —comentó Torrance mientras le
ofrecía un plato—. Bienvenido. Preferimos las comidas informales cuando
los niños nos acompañan a la ciudad.
Tom aceptó el plato y procedió a estudiar el aparador, con la esperanza
de encontrar algo que desalojara el nudo que se le había formado en la
garganta. Rara vez se quedaba sin palabras, pero la escena que tenía delante
le evocaba recuerdos de su propia infancia que creía enterrados hacía
mucho tiempo. Puso en su plato huevos escalfados, pan de molde y un par
de trozos de jamón antes de ocupar el asiento que lady Ethel le había
indicado.
—Bien, Su Excelencia, le informo con gran pesar de que el capitán
Bane espera que se presente a las cuatro de esta tarde. No llegue tarde.
El amargo sabor del fracaso le dejó mudo.
Torrance acomodó a su hijo en la silla junto a él. El niño era la viva
imagen de su hermano. Ambos compartían el pelo castaño ondulado y la
mandíbula cuadrada de Torrance, lo que no dejaba lugar a dudas sobre
quién los había engendrado.
—¿Es un duque de verdad? —preguntó el muchacho.
—Sí, soy el duque de Avondale. —Tom asintió e hizo una fingida
reverencia en su asiento.
Con la boca medio llena, el otro crío se deslizó desde el regazo de lady
Ethel y tiró del brazo de su hermano.
—Hora de irse.
—No quiero ir con la niñera. Quiero ver a papá interrogar a Su
Excelencia. —A pesar de sus objeciones, el niño siguió a su hermano fuera
de la habitación.
El clic de la cerradura resonó en la estancia.
—El capitán Bane predice que el barco arribará en Calais antes del
amanecer si los vientos son favorables —dijo Torrance. El anfitrión deslizó
la mano debajo del chaleco y extrajo un sobre—. Si todo va bien, debería
regresar a tiempo para el baile de los Fairmont y reanudar la búsqueda de
una duquesa.
Tanto Torrance como lady Ethel eran aclamados como excelentes jueces
de carácter. No se dejaban engañar fácilmente. ¿Por qué entonces Tom se
sintió insultado por que no hubieran creído que ya se estaba enamorado de
Isadora? Se sentía confundido. ¿Casarse con Isadora sería un matrimonio
por amor o por conveniencia?
Sacó del sobre el pergamino con sus órdenes y escudriñó su contenido.
Cambiando la mirada entre Torrance y lady Ethel.
—¿Cómo esperan que obtenga semejante información? —dijo Tom.
Lady Ethel frunció el ceño.
—Por los medios habituales. Usted es un maestro recabando
información de los cónyuges de nuestros enemigos, y la condesa Du
Montford tiene una particular afición por los caballeros altos, morenos y
guapos.
—Entonces, ¿por qué no envían a su marido?
—Porque él está casado y usted no —replicó Ethel.
—Pero tengo la intención de estarlo, y…
—La misión no debería interferir en sus planes, si nuestra información
es correcta —intervino Torrance.
—¿Qué información?
—Hemos descubierto que su intención es tener un matrimonio de
conveniencia con lady Isadora Malbury.
—Esa era mi intención original…, hasta que… —Tom se encogió
cuando un gemido ahogado salió de la cuna.
—¡Ves, querido! —Lady Ethel se levantó para tomar al bebé y lo acunó
en sus brazos—. Yo tenía razón, Avondale no fingía la adoración que vi en
su mirada cuando bailaba con lady Isadora. Puede que comenzara a
moverse convencido de que buscaba un matrimonio de conveniencia, pero
luego se enamoró de ella.
—Querida…
—Querido…
Tom observó la batalla de voluntades mientras daba otro bocado a su
tostada y casi se atragantó con el pan cuando se dio cuenta de que él era el
motivo de discordia entre la pareja. ¿Qué castigo tenía uno por provocar
una pelea entre una pareja enamorada? Qué egoísta. Se levantó de la mesa y
ninguno de sus anfitriones le hizo caso.
—Torrance, lady Ethel. Les deseo a ambos un buen día. Tengo mucho
que atender antes de zarpar.
—¡Ja! —Torrance extendió la mano y tomó al bebé dormido de brazos
de su esposa—. Te he dicho que antepondría el deber al amor.
Lady Ethel se quedó boquiabierta por un momento.
—Excelencia, me acaba de costar una semana de cambios de pañales y
dos meses de dinero para lazos —protestó.
—¿Torrance cambia pañales? Para eso está la niñera —replicó Tom,
atónito.
—En cualquier caso, esos eran los términos de nuestra apuesta. —
Torrance sonrió, abrió la puerta y salió al vestíbulo.
—Mis disculpas, lady Ethel —dijo Tom con una reverencia.
—Será mejor que encuentre la manera de obtener la información que
necesitamos sin usar el arte de la seducción, o nunca sabrá lo que sería
despertar junto a lady Isadora cada mañana. Ella no se casará con un
mujeriego como su padre.
—Seguiré su consejo, lady Ethel, y cuando regrese, encontraré la forma
de compensarla.
Aceptó su abrigo de los brazos del mayordomo y se dirigió al carruaje.
—A la residencia Malbury —giró cuando estaba a mitad de camino al
tiempo que golpeaba el techo.
Tenía que notificar a Isadora su partida en persona y arrancarle la
promesa de que no aceptaría una oferta de otro antes de su regreso. Los
escándalos podían surgir en un abrir y cerrar de ojos, y él estaría en el
extranjero al menos una semana…, o dos.
C A P ÍT U L O Q U I N C E

E l traqueteo de las ruedas de un carruaje en el camino principal de la


residencia Malbury hizo que tanto Isadora como Minerva se miraran
entre sí y luego a través de las cortinas.
—¿Esperas visita? —preguntó Minerva.
Fantasear con Tom no era lo mismo que esperarlo. Isadora negó con la
cabeza, tanto en señal de negación como para expulsar de sus pensamientos
el cálido cuerpo de Tom.
—No. ¿Y tú?
Minerva entrecerró los ojos; su hermana no la creía. Y seguro que era
porque tenía las mejillas rojas por la culpa.
—El carruaje lleva el escudo de Avondale —comentó Minerva, sin
dejar de mirar por la ventana.
El hombre al que había estado deseando ver en secreto toda la mañana
estaba a punto de entrar por la puerta, y la mente se le quedó en blanco.
—Su Excelencia, el duque de Avondale, solicita una audiencia con lady
Isadora. ¿Está usted, milady? —anunció el señor Morris, dejándola sin
aliento.
—Sí, por favor, haga pasar a Su Excelencia. —Captó la mirada que el
mayordomo intercambiaba con Minerva, que asintió. Había considerado
durante toda la noche los argumentos de Tom para aceptar su propuesta —
Ser la señora de su propia casa; que su opinión fuera definitiva sin necesitar
el apoyo de su hermana mayor—. Nunca se había planteado esas cosas y,
después de pensarlo bien, reconoció que la ponía de los nervios que el
personal siguiera esperando la confirmación de Minerva. No era culpa del
personal; ellos solo hacían su trabajo.
Minerva permaneció junto a la ventana.
—Me quedaré para hacer de carabina, sin embargo, fingiré que no estoy
aquí.
—Eso te resultará bastante difícil. —Su respuesta le valió una mirada de
advertencia de su hermana. Convertirse en la señora de su propia casa se
estaba convirtiendo en un argumento bastante fuerte a favor de Tom.
—Su Excelencia, el duque de Avondale —anunció el señor Morris.
Cuando Tom entró, Isadora se levantó e hizo una reverencia.
—Lady Minerva. Isadora. —Se inclinó también en una venia y luego
continuó de pie a un metro de distancia de Isadora—. Supongo, lady
Minerva, que hay pocas posibilidades de tener un momento privado con su
hermana.
—No aquí, y no esta mañana. —Minerva se volvió para mirar por la
ventana como si la calle vacía fuera el espectáculo más fascinante del
mundo.
—Muy bien. —Tom se acercó a Isadora, provocándola con su calor.
Ella dio medio paso atrás, sin pensar. Tom frunció el ceño. Durante años,
Isadora no había deseado estar cerca de otra persona, pero ahora ansiaba la
calidez de Tom.
Isadora avanzó arrastrando los pies, eliminando el espacio que había
creado entre ellos. Sin embargo, él seguía demasiado lejos de ella. Quería
sentir sus manos, rodear su cuello con los brazos y acercarse a sus labios…
Detuvo sus pensamientos antes de hacerlos realidad.
—Debo viajar a Francia —le susurró inclinándose. Su aliento le rozó la
piel del cuello que había saboreado y mordisqueado hacía solo unas horas.
Por el rabillo del ojo, Isadora vio que Minerva abría la boca, pero antes
de que pudiera decir una palabra, Tom retrocedió un paso y continuó en un
tono lo bastante elevado como para que Minerva pudiera oírlo sin
esforzarse.
—No seremos capaces de completar los dos eventos restantes antes del
comienzo de la temporada, así que he venido a informarte de que renuncio a
alquilar Wembley Hall.
La niebla que cubría la mente de Isadora se disipó. Las palabras de Tom
calaron hondo: se marchaba. Sabía que no debía preguntar por qué delante
de Minerva, pues de todos modos él no podría revelarle la verdadera razón.
—Las Damas Malvadas estarán encantadas de oír que he asegurado
nuestra ubicación una vez más para toda la temporada —dijo Isadora,
infundiendo deleite a su voz. Debería estar llena de alegría. Había cumplido
la tarea y su decisión de considerar o no seriamente la propuesta de Tom ya
no era un asunto apremiante. Había pedido tiempo, y tiempo es lo que había
recibido.
¿No era eso lo que deseado?
Recorrió con la mirada al hombre que tenía delante. Era atractivo por
dentro y por fuera. Exudaba esa cierta masculinidad a la que las mujeres
difícilmente se resistirían. Ella misma, que se sabía inmune a todos los
demás, sucumbía al duque de Avondale. ¿Las misiones de Tom le
obligarían a emplear sus encantos para obtener información o ganarse la
confianza del enemigo? A Isadora se le cortó la respiración al pensarlo. De
hecho, si lo valoraba bien, casarse con un espía tal vez no fuera la aventura
que estaba buscando después de todo.
Quería… Buscaba un hombre que prefiriera el campo, un recluso como
había hecho su hermana Diana. No. No quería un ermitaño; le gustaba
demasiado Londres para conformarse con eso. Tal vez un hombre como su
hermano Benedict. No. Sus experimentos científicos lo mantenían
encerrado en su laboratorio durante días. Quería… Mmm… ¿Sabía por qué
tipo de hombre estaría dispuesta a sacrificar su libertad, su pertenencia al
Salón de las Damas Escandalosas?
Su mirada chocó con la de Tom y forzó las comisuras de los labios a
formar una sonrisa.
Tom devolvió el gesto.
—Estupendo —dijo él—. Espero que estés contenta —añadió bajando
la voz—. Mis compañeros me echarán una buena bronca cuando descubran
que este año tendremos que reunirnos cerca de los muelles.
No quería hablar ni pensar en la próxima temporada. Quería preguntarle
por qué se iba al Continente. ¿Cuándo esperaba volver? ¿Por qué se
marchaba tan de repente? Su mente seguía formulando multitud de
preguntas.
Cuando Tom se pasó la mano por el pelo, ella notó las líneas de
preocupación en las comisuras de sus ojos. Estaba claramente angustiado;
podía estar enfrentándose a una situación de vida o muerte, y ella estaba a
su lado, luchando con pensamientos que ya sabía que eran inútiles.
Quería ver su sonrisa, porque podría ser la última vez que la viera.
—Mmm… Y yo que pensaba que ese elemento peligroso añadido
atraería a más caballeros a tu grupo. —Abrió los ojos de par en par cuando
comprendió el doble sentido.
Tom sonrió y soltó una carcajada.
—Tal vez tengas razón. Si expreso la noticia con cuidado, puede que
estén dispuestos a atravesar la ciudad para participar en…
—¿En? —Ella le arqueó las cejas.
—En el vicio y la locura. Aunque no admitiré haberlo dicho.
—Tu secreto está a salvo conmigo.
—Y a pesar de mi buen juicio, te creo. —Se inclinó—. Que tenga un
buen día, lady Isadora —dijo en voz más alta. Giró sobre sus talones y se
marchó.
Lady Isadora. El uso de su título implicaba que se estaba distanciando.
Lo que era lo mejor. Él se marchaba y ella tenía mucho que hacer. Entonces,
¿por qué le dolía el pecho y sentía arcadas?
Minerva rodeó a Isadora con sus brazos.
—Volverá y, con suerte, para entonces ya habrás ordenado tu mente y
sabrás qué es lo que quieres.
—Sé lo que quiero. Libertad para participar en actividades que me
proporcionen alegría. El matrimonio con cualquier hombre, y mucho menos
con un duque, solo sería un obstáculo, no me concedería más libertad.
—¿Es realmente libertad lo que buscas? Ahora puedes permitirte el lujo
de participar en numerosas actividades escandalosas, en más de las que la
mayoría de las mujeres se atreverían a soñar, pero sigues buscando…
bueno, lo que buscas debes determinarlo tú. Sospecho que el mero hecho de
estar cerca de Avondale te despierta ideas. Aunque parece que no estás
dispuesta a admitir la influencia que Su Excelencia ejerce sobre ti.
Tan sigilosamente como se había movido para abrazar a Isadora,
Minerva la soltó y retrocedió para mirar por la ventana la calle vacía.
—En la ciudad se está bastante tranquilo cuando la temporada no está
en pleno apogeo. Me gusta.
Las palabras que Drake había pronunciado la noche anterior resonaron
en sus pensamientos. «Está planeando algo…, algo extremadamente
complejo». A lo largo de los años, Isadora y Diana habían debatido sobre la
probabilidad de que Minerva estuviera haciendo planes para desaparecer.
¿Era posible esconderse a plena vista?
Si alguien podía lograrlo, sería Minerva.
Sin Tom, Isadora podía volver a centrarse en el Salón de las Damas
Escandalosas y vigilar de cerca a su hermana. Esas eran las cosas que
importaban, no el dolor sordo que había aparecido en su pecho en cuanto
Tom se había marchado.
C A P ÍT U L O D I EC I S É I S

¿D ónde estaba Charlotte?


Tom atravesó el vestíbulo de Avondale House. Se le había
ocurrido una respuesta a su dilema sobre la mejor manera de llevar a cabo
la misión sin tener que compartir cama con el enemigo mientras su carruaje
recorría las desiertas calles de Londres tras abandonar la residencia
Malbury.
Tom asomó la cabeza en el salón. Vacío.
Entró en la sala de música. Vacía.
No tenía todo el día para jugar al escondite con su hermana, así que se
acercó al lacayo más cercano.
—¿Dónde demonios está lady Charlotte? —le preguntó.
—Su Excelencia, creo que su hermana está leyendo en la sala de…
No esperó a que el lacayo terminara, se giró y empezó a andar hacia la
habitación más pequeña de Avondale House cuando un destello de la
felicidad de Torrance detuvo su avance. Aggg… Se dio la vuelta y el
lacayo, que le pisaba los talones, casi lo atropelló.
—Disculpe, Su Excelencia —dijo el hombre, enderezándose.
—No, soy yo quien lo siente. No debería haberte gritado hace un
momento. —Tom cambió de dirección una vez más con una inclinación de
cabeza, y avanzó por el pasillo. Reflexionó sobre la mirada perpleja del
hombre. ¡Maldición! ¡Doble maldición! Se había convertido en un
empleador autoritario. Maldito fuera Torrance y su vida feliz. Pero después
de presenciarla de primera mano y de recordar que el personal de Avondale
solía sonreír cuando sus padres vivían, se había dado cuenta de que aún
tenía mucho que aprender sobre ser duque.
Tom entró sin llamar en la sala de lectura donde estaba su hermana. La
luz del sol se colaba por la pared de ventanas y encontró a Charlotte tirada
en el suelo, rodeada de mapas y libros con títulos en francés. Caminó de
puntillas entre los papeles esparcidos y se detuvo al llegar frente a ella.,
Tom miró a Charlotte con las manos a la espalda, pero ella aún no se había
percatado de su llegada.
—Debemos partir dentro de una hora.
Ella rodó por el suelo, con el libro aún en la mano, y lo miró mientras se
ponía el volumen sobre el pecho.
—¿Adónde vamos?
—Francia, debemos embarcar en el Cuarto de Luna. —Tom empezó a
dudar de su plan y tuvo que esforzarse por conciliar la visión de su hermana
pequeña con la de la espía femenina que podía dejar a un hombre
inconsciente.
—¿Y tu deseo de que me quede en casa mientras tú estás en una
misión? —Charlotte se dio la vuelta y se puso de rodillas para recoger sus
objetos del suelo.
A Tom le crujieron las rodillas al agacharse.
—He decidido que si tienes edad para casarte, también la tienes para
acompañarme al extranjero.
Charlotte dejó de apilar los libros y le miró con intensidad.
—Dime la verdadera razón por la que me permites acompañarte.
Nunca le había mentido a su hermana y no iba a empezar ahora.
—No estoy dispuesto a emplear mis tácticas habituales para extraer la
información de la condesa Du Montford. Necesito tu ayuda.
—Ahh…, así que necesitas mi ayuda. ¿Tan difícil era decirlo? Te
ayudaré si respondes a la siguiente pregunta. ¿Por qué no estás dispuesto a
poner los cuernos a otro miembro de la aristocracia francesa?
Tom recogió los libros desechados y los dejó en la mesa junto a ellos.
—Hermanita, ese lenguaje.
Charlotte inclinó la cabeza a un lado y arqueó una ceja.
—¿Es quizás por lealtad a Isadora?
—Si prefieres no viajar al Continente conmigo, solo tienes que decirlo y
yo… —replicó Tom inquieto por la veracidad de las palabras de su
hermana.
—No hay necesidad de que te preocupes. Llevo casi dos horas
esperándote. —Charlotte se acercó a la puerta y aguardó a que se reuniera
con ella—. Ya he enviado nuestros baúles a los muelles, deberían estar
cargados en el barco.
Sonrió ante su audacia.
—Quería que me confesaras la verdadera razón por la que estás
dispuesto a permitir que te acompañe…, nada menos que en un barco.
Tom odiaba cruzar el Canal. Siempre le hacía recordar sus peores
pesadillas infantiles sobre el último viaje de sus padres. Hizo un gesto a su
hermana para que le precediera y la siguió de cerca.
—¿Es tan terrible que desee pasar más tiempo contigo antes de tu
debut?
Giró sobre sí misma y le golpeó en el pecho.
—No te has preocupado ni un ápice de mi inminente debut. —Charlotte
le dio la espalda y se alejó por el pasillo—. Puedes mentirte a ti mismo,
hermano, pero me gustaría que te abstuvieras de intentar engañarme —
continuó—. Eres el único hombre en quien confío y odiaría que eso
cambiara.
Ella tenía razón. Su relación se basaba en la sinceridad. Alargó el paso
para alcanzarla.
—Tienes razón —admitió cuando lo hizo—. Busco tu ayuda por una
maldita razón ilógica… Por la extraña necesidad de ser fiel a una mujer que
ni siquiera se digna a llamarme por mi nombre de pila ni acepta ser mi
prometida. Me ha rechazado varias veces y, aún así, no puedo soportar la
idea de intimar con otra mujer.
—Gracias por compartir tu razonamiento, Tom. Y como adoro a Isadora
y me encantaría que se convirtiera en mi hermana, estaré encantada de
ayudarte. —Charlotte enlazó su brazo con el de él y lo guio a través de
Avondale House—. Vamos a discutir nuestra estrategia. Creo que
deberíamos…
Su hermana siguió parloteando mientras él empezaba a aceptar la
verdad. Se estaba enamorando de una mujer con la que había tenido que
formular una apuesta para obtener su consentimiento para poder
acompañarla a cuatro eventos. Con los años, se había acostumbrado a que
las mujeres compitieran por su atención, y parecía que los papeles se habían
invertido, aunque no le importaba. Si Isadora volvía a rechazarlo a su
regreso, tendría que buscarse otra mujer con la que casarse. Ese
pensamiento le revolvió el estómago. No sería sencillo porque ya no
deseaba realmente un matrimonio de conveniencia.
Charlotte le dio un codazo en las costillas.
—¿Crees que mi plan funcionaría?
No había escuchado ni una palabra de lo que ella había dicho ni había
prestado atención al hecho de que ya estaban delante del carruaje. Tom
parpadeó y le ofreció la mano a Charlotte para ayudarla a subir al vehículo.
—Repasemos tu plan una vez más de camino al encuentro con el
capitán Bain.
Charlotte le miró con firmeza desde el otro lado del carruaje.
—Si no me estabas escuchando, ¿en qué pensabas que te ha hecho
fruncir así el ceño?
No podía mantener el contacto visual con Charlotte. Cerró los ojos y
apoyó la nuca contra el borde del respaldo.
—Estaba pensando en Isadora.
—No te preocupará que se comprometa mientras estamos fuera,
¿verdad? —preguntó su hermana después de estar un par de minutos en
silencio.
Sí. Sí, le preocupaba, pero no había nada que pudiera hacer para evitar
semejante tragedia estando a cientos de kilómetros de distancia.
—Si completamos nuestra misión lo antes posible, dentro de una
semana o dos, creo que…
Charlotte le dio una patada en el tobillo.
—¡Ay!
—¡Quieres que me convierta en la confidente de la condesa Du
Montford en una semana!
Tom parpadeó confundido mientras miraba a su hermana. Debería haber
prestado más atención a sus planes.
Charlotte negó con la cabeza.
—Soy agradable, hermano, pero la condesa no compartirá sin más
quiénes son los compañeros de su marido. Además, Isadora no cambiará su
pertenencia al Salón de las Damas Escandalosas por nada que no sea amor.
Tenía razón en ambos puntos, así que relajó los hombros.
—Tengo fe en ti, hermanita.
Charlotte se inclinó hacia delante.
—¿Crees que las habladurías sobre una nueva fuga de Napoleón son
dignas de crédito? Escapar de Elba fue toda una hazaña, pero huir y volver
a París desde Santa Elena…, es bueno, es incalificable.
—No lo sabré hasta que atraquemos en Calais y pueda investigar. No
será una misión fácil, Charlotte. Necesito que estés en guardia en todo
momento y concentrada en lo que nos atañe. Tendremos que posponer más
discusiones sobre Isadora y el Salón de las Damas Escandalosas hasta
nuestro regreso. ¿De acuerdo? —Contuvo la respiración mientras esperaba
la respuesta de su hermana.
—De acuerdo.
El carruaje traqueteaba sobre listones de madera. Se acercaban a los
muelles. Apartó la imagen de la dama que dejaba atrás.
—Cuando estemos a bordo del Cuarto de Luna, discutiremos los
detalles de la misión y acordaremos una estrategia.
Charlotte asintió con la cabeza y se volvió para mirar por la ventanilla,
con las manos apretadas en el regazo.
Tom se concentró en la conmoción que había en el exterior. Los
hombres iban y venían, preparando los barcos para zarpar. Las banderas
ondeaban en lo alto de los mástiles. Volvió a ponerse tenso.
—El capitán Bain es el mejor marino de Inglaterra, él se encargará de
que lleguemos a Francia y volvamos sanos y salvos.
—No dudo de la habilidad del Capitán Bane. —Charlotte se apretó las
palmas de las manos contra el estómago—, pero no me gusta nada viajar
por mar.
Tom sintió empatía. La combinación de mar agitado y los recuerdos de
la muerte de sus padres hacían que cruzar el canal resultara una experiencia
aterradora. Respiró hondo.
—Me alegro de que hayas aceptado acompañarme.
Charlotte siguió mirando por la ventanilla.
—Me alegro de que me lo hayas pedido.
Siempre había desarrollado sus misiones en solitario, y ahora estaba a
punto de embarcarse en una de las más difíciles que le habían encomendado
con la ayuda de su hermana pequeña. Más que temor, le invadía el
optimismo. Volverían antes de que Isadora pudiera echarle de menos.
C A P ÍT U L O D I EC I S I E T E

I sadora se detuvo frente al escritorio del señor Wembley y esperó


pacientemente mientras el propietario mojaba su pluma en el tintero
y frotaba la punta en un trozo de pergamino. Se mordió la lengua para no
gritarle que espabilara de una vez. Por fin, el hombre firmó el maldito
contrato y se puso a soplar sobre el pergamino. Una vez seca la tinta, sería
oficial. Las integrantes del Salón de las Damas Escandalosas tendrían
derechos exclusivos de Wembley Hall mientras durase la temporada, es
decir, durante los siguientes cinco meses y medio. Isadora debería sentirse
eufórica por su triunfo, pero estaba siendo agridulce, pues no lo había
ganado limpiamente.
Llevaba casi una semana atada a las negociaciones con el señor
Wembley, incapaz de llevar a cabo ninguna de las tareas necesarias para
preparar la inauguración oficial del inicio de temporada del Salón de las
Damas Escandalosas. Se pasaba el día planificando e ideando listas, todo
ello en un vano esfuerzo por desterrar a Tom de sus pensamientos y sus
sueños. Aunque había conseguido agotarse, no había logrado eliminar al
duque de su mente ni de día ni de noche. Se preguntaba constantemente qué
estaría haciendo Tom mientras estaba fuera por asuntos de la Corona. No
esperaba que le enviara correspondencia, y no había llegado ninguna carta.
Se sentía frustrada por su falta de progresos en Wembley Hall y estaba
enfadada consigo misma por malgastar un tiempo y una energía preciosos
pensando en ese hombre cuando él probablemente no le había dedicado ni
un segundo pensamiento.
Isadora se inclinó hacia un lado para asomarse al despacho del señor
Wembley. Con las cortinas corridas, vio a Minerva de pie en el centro del
escenario mirando el espacio vacío que había ante ella. Isadora parpadeó y
entrecerró los ojos para observar a su hermana. Una extraña sensación de
familiaridad le recorrió la nuca. Bah. Necesitaba dormir más. Los ojos le
estaban jugando una mala pasada. Por un momento, bajo el sol de media
tarde, había pensado que Minerva se parecía a Madame Rosa, la cantante de
ópera más solicitada del momento, que normalmente solo cruzaba el canal
para actuar en suelo británico en raras ocasiones, una o dos veces por
temporada.
El señor Wembley se aclaró la garganta.
—Wembley Hall es oficialmente suyo esta temporada.
—Mi agradecimiento y que tenga un buen día, señor Wembley. —
Isadora aceptó el contrato firmado y deslizó el pergamino en el bolsillo
oculto de su capa.
El señor Wembley se levantó refunfuñando por lo bajo cuando ella se
dio la vuelta para marcharse. Sin mirar atrás, Isadora salió del despacho,
subió las escaleras laterales del escenario y se quedó paralizada. Su
hermana tenía los labios ligeramente entreabiertos y la punta de la lengua
asomaba por la comisura. Minerva estaba tramando algo.
Isadora cruzó el escenario y se colocó junto a ella.
—El contrato está firmado. Ya podemos volver a casa.
—Estoy muy orgullosa de ti. Organizar las actividades del Salón de las
Damas Escandalosas no es una hazaña trivial. —Minerva sonrió y la
abrazó.
—Gracias por su voto de confianza, querida. Empezaba a preguntarme
si el señor Wembley y yo llegaríamos a un acuerdo. —Miró por encima del
hombro de su hermana y recorrió la habitación.
¿En qué había estado ocupada la mente de Minerva el tiempo que ella
había tratado con el señor Wembley? Nada parecía estar mal, no apreciaba
nada extraño o fuera de lo común.
Isadora se echó hacia atrás y Minerva la soltó con un rápido apretón de
última hora. Su hermana había actuado de forma peculiar toda la semana.
Ni una sola vez se había ofrecido a ayudar en las negociaciones con el señor
Wembley; ni una sola vez había intentado involucrarse mientras Isadora se
paseaba por su estudio, quejándose de la creciente lista de cosas por hacer;
ni una sola vez su hermana había mencionado la repentina partida de Tom.
Era como si se hubiera distanciado a propósito. Aunque también era cierto
que Minerva la había orientado en todas y cada una de las tareas en las que
Isadora había buscado su ayuda.
Enlazadas por el brazo, se dirigieron a la puerta.
—Creo que el señor Wembley estaba esperando una oferta mejor —dijo
Minerva volviéndose hacia ella a mitad de camino—. Aunque sabemos que
Avondale se ha trasladado al Continente y se ha hablado de la precipitada
marcha de Su Excelencia. De hecho, los chismosos ya están lanzando bulos.
La aparición de Su Excelencia en las carreras había suscitado rumores de
que en esta temporada se haría realidad el compromiso matrimonial del
duque de Avondale. Lo que ha dado validez al chisme actual de que,
después de pasar un día en compañía de debutantes, Su Excelencia se ha
instalado con su amante hasta que comience oficialmente la temporada y
permita que le pongan los grilletes.
Isadora se tensó al pensar que Tom estaba con otra mujer.
—¿Por qué tantas damas se limitan a hacer la vista gorda ante la
infidelidad de su marido como hace mamá? No todos los matrimonios se
contraen por conveniencia o por dinero. —Su voz contenía un matiz de
tristeza que creía tener bajo control.
—No tengo una respuesta razonable a tu pregunta. Solo es así. —
Minerva le dio un ligero tirón del brazo—. Ahora vámonos; si nos damos
prisa, puede que tengamos tiempo suficiente para pasar por Gunter's y
darnos el gusto de tomar un helado.
—¿Aceptarías un matrimonio de conveniencia? —preguntó Isadora
arrastrando los pies.
Las facciones de Minerva pasaron de la indiferencia a la contemplación,
al aborrecimiento y de nuevo a la indiferencia, todo en un abrir y cerrar de
ojos.
—Con independencia de si lo haría o no, el matrimonio no está en mi
futuro, querida hermana.
Minerva abrió la enorme puerta de madera y se aproximó al carruaje
que las estaba esperando. Isadora la siguió.
—Y tú, ¿aceptarías un matrimonio de conveniencia? —preguntó
Minerva cuando estuvieron sentadas una junto a la otra en el asiento
orientado en sentido de la marcha.
Isadora no sabía qué responder. Había reflexionado sobre la cuestión
todas las noches mientras daba vueltas en la cama.
—Admito que durante un día…, quizá dos —empezó Isadora con un
profundo suspiro—, Su Excelencia me hizo considerar seriamente su
descabellada proposición. Sin embargo, he decidido que no me interesa una
unión solo de nombre, ya que no hay garantías. Aunque he descubierto que
hay matrimonios que comienzan como una mera unión de circunstancias y
luego las parejas aprenden a amarse formando un vínculo tan estrecho que
nunca se adivinaría que su boda no había sido por amor desde el
principio…
—Y también están esos matrimonios como el de nuestros padres —
terminó Minerva por ella—, que empezó felizmente y ahora es una cadena
perpetua de sufrimiento para ambos.
Isadora asintió y volvió su atención a los edificios que pasaban,
parpadeando para disipar la humedad que se acumulaba en sus ojos.
A Minerva le tocó suspirar.
—Veo que has pensado mucho en esto —la presionó.
—Sí, así es —murmuró Isadora—. Creo que quiero una unión como la
de Diana —continuó—. Quiero casarme con un caballero que me
comprenda y me ame con todos mis defectos.
Minerva sonrió.
—No. Necesitas un caballero que pueda permitirse tu extenso
guardarropa y respaldar tus deudas, y, si es necesario, para darte una
libertad capaz de saciar tu sed de aventuras. —Su hermana la miró con
complicidad—. Tú y yo sabemos que Avondale es el hombre que puede
darte todo eso y más.
—No. No puede. —La refutación rodó por su lengua antes de que diera
a la declaración de Minerva la debida consideración.
Minerva puso los ojos en blanco.
—Sí, claro que puede. Desearías poder ignorar la verdad, pero no es así:
Su Excelencia es tu media naranja, como Chestwick es la de Diana.
Isadora dejó que el silencio llenara el carruaje mientras seguían
traqueteando por la carretera.
—¿Drake es tuyo? —preguntó con un parpadeo cuando ya no pudo
soportar más la mirada de Minerva.
Su hermana ni siquiera pestañeó. Era poco amable pensar en su
hermana como la Reina de Hielo, pero lord Mansville había elegido un
apodo que solo su hermana podía merecer.
—No estamos discutiendo sobre mi relación con Drake. Eso pertenece
al pasado y no es relevante.
¿No era relevante? A Isadora se le aceleró el corazón. La firmeza en el
tono de su hermana solo podía significar una cosa: Minerva estaba a punto
de ejecutar su plan. Lo que, a su vez, significaba que estaba convencida de
que ella estaba a punto de casarse con alguien.
—No pienso aceptar un noviazgo con Su Excelencia cuando regrese, y
mucho menos casarme con él.
Minerva se encogió de hombros.
—Sabes que apoyaré cualquier decisión que tomes —dijo.
Y eso… Esa respuesta inusual es lo que la hizo entrar en pánico.
—Así es, y reiteraré mi posición una vez más: no me casaré antes que
tú.
C A P ÍT U L O D I EC I O C H O

T om se sentó frente a su hermana en su despacho después de pasar


una larga e interminable noche fingiendo disfrutar de la compañía
de su enemigo. No sabía qué hacer con sus progresos. La condesa Du
Montford o era completamente ignorante o estaba evadiendo de forma
magistral las inteligentes preguntas de Charlotte. Sospechaba que la
información original interceptada y transmitida por el Foreign Office era
inexacta. Charlotte no estaba de acuerdo con él y seguía convencida de que,
si le daban más tiempo, lograría obtener tanto la ubicación como los
nombres de los demás partidarios de Napoleón. La decisión de involucrar a
su hermana en lugar de llevar a cabo la misión en solitario pesaba mucho
sobre sus hombros. Pero, siendo incapaz de reunir interés por los
acontecimientos que ocurrían a su alrededor, reconocía que no habría
avanzado nada si se hubiera aventurado solo.
Charlotte se sentó ante el gran escritorio de madera situado en el centro
de la habitación que le habían asignado.
—Estos nobles franceses son un grupo bastante complejo —dijo, dando
vueltas a una pluma entre sus dedos—. No estoy del todo segura de que
sigan siendo leales a Napoleón.
—Sí. El emperador tenía grandes esperanzas de que los nobles
imperiales fueran una fuente estable de apoyo al régimen. —Tom se levantó
y se acercó a la chimenea, incapaz de permanecer de brazos cruzados.
—De ahí su estrategia de conceder un gran número de títulos. Pensar
que Francia tiene más de treinta duques, entre trescientos y cuatrocientos
condes, y más de mil barones. Me tiene estupefacta. —Su hermana había
estudiado la lista de invitados durante días, dibujando un intrincado
diagrama de cómo había conocido a cada individuo y su relación con su
anfitrión, el conde Du Montford, a quien, como es natural, evitaba. El conde
Du Montford hacía gala de un aire ominoso que no lo abandonaba jamás.
Para frustración de Charlotte, Tom no se había separado de ella a menos que
estuviera con la condesa y con las demás mujeres en el salón.
—Quizá sea hora de esbozar un plan alternativo. —Tom empezó a
caminar de un lado a otro a lo largo de los dos metros de espacio frente a la
chimenea. Como duque, le habían asignado una habitación bastante lujosa
en la casa de Du Monteford, que les garantizaba tanto a Charlotte como a él
mucho espacio para trabajar—. Aunque todavía me pregunto si todo esto no
será una tontería.
—Anoche, en la cena, pillé a la condesa haciéndote ojitos. —Charlotte
inclinó los hombros hacia delante mientras suspiraba—. Tal vez esto sería
más eficaz si fueras tú quien persiguiera la información que buscamos.
—Posiblemente. —Tom se volvió y se encaró con su hermana—. Si
fueras Isadora, ¿te molestaría que sedujera a una mujer para llevar a cabo
una misión?
Charlotte dejó la pluma sobre el escritorio y se volvió para dirigirse a él.
—Define seducción.
¡Maldición!, no debería estar teniendo esa discusión con su hermana,
una joven inocente.
—Olvida que te lo he preguntado.
—Te has puesto rojo. No te avergüences, hermano, simplemente quería
aclarar hasta qué punto estabas dispuesto a llegar para cumplir con tus
obligaciones. Yo personalmente me detengo en los besos.
—¡Besos! ¿Quién demonios se ha atrevido a…?
Charlotte se puso en pie, apoyó las manos en la parte baja de la espalda
y se giró hacia la derecha y luego hacia la izquierda. Había estado
demasiadas horas sentada ante el escritorio desde hacía una semana.
—Oh, no te escandalices. —Movió las cejas—. Así que debo suponer
que la seducción a la que te refieres es algo más que besar… —añadió.
—Maldita sea, ¿cómo hemos llegado a este tema? —Tom se pasó la
mano por el pelo y luego llevó los puños a la espalda—. Olvida mi
pregunta, y dime ¿quién es el canalla que se atrevió a tomarse libertades
contigo? Dime su nombre… —Charlotte abrió los ojos de par en par, y él
avanzó hasta colocarse frente a su hermana—. ¿O son nombres?
Charlotte apretó los labios y cruzó los brazos sobre el pecho.
—Tranquilo, hermano. No habrá duelos ni peleas.
—Charlotte…, quiero sus nombres. —Le lanzó la mirada ducal.
Su hermana se cubrió la mitad inferior de la cara mientras resoplaba,
medio riendo.
—¿Qué te parece tan divertido?
—Tú, hermano. Pienso llevarme el nombre, o debería decir nombres, a
la tumba.
—Ah, ¿a tu tumba, quieres decir?
—Sí. —Su hermana se hundió de nuevo en la silla y estudió el
pergamino que había llenado de líneas y nombres—. Del mismo modo que
me llevaré a la tumba el conocimiento de tus acciones si fuera necesario que
emplearas tu encanto para llevar a la condesa Du Montford a la cama con
objeto de que podamos completar el encargo y regresar por fin a Londres.
—Créeme, quiero volver a Inglaterra tanto como tú, sin embargo, si…
—Reprimió las ganas de vomitar y el doloroso nudo en el estómago antes
de aclararse la garganta y continuar—. Si seduzco a la condesa Du
Montford, perderé cualquier posibilidad de que Isadora me conceda su
mano en matrimonio.
—Me parece que tienes que tomar una decisión muy difícil —contestó
Charlotte, distraída. El reloj dio la hora y Charlotte se levantó de un salto—.
Llego tarde. —Corrió hacia la puerta de la habitación, pero se detuvo—.
Quédate y piensa cuál será tu próximo movimiento, yo estaré con la
condesa en el salón de té.
Tom avanzó hacia la puerta. De ninguna manera la dejaría ir sin escolta.
Charlotte levantó una mano en el aire para detenerlo.
—Confía en mí y quédate aquí.
Luego, Charlotte asomó la cabeza y echó un vistazo a ambos lados antes
de mirarle por encima del hombro.
—Decidas lo que decidas, te apoyo. —Un instante después, su hermana
había desaparecido.
Maldita fuera. Era difícil seguir enfadado o frustrado con Charlotte
cuando era la única persona en el mundo que le quería como era.
Inquieto, Tom volvió a pasearse por sus aposentos, pero amplió el
circuito. Tenía que haber otra forma de obtener la información que
buscaban. La condesa era hermosa, no cabía duda, pero su cuerpo no se
agitaba con interés, no lo estimulaba en lo más mínimo. Ansiaba volver a
estar cerca de Isadora. Giró la cintura cuando sonó el pestillo. Se colocó los
pantalones y desterró la imagen de Isadora justo cuando la condesa Du
Montford se colaba en su habitación y se apoyaba en la puerta.
—Usted, monsieur es… —La mujer agitó las manos en el aire mientras
buscaba las palabras—. Le he hecho llamar, y usted… Vous m'éludez.
—¿La eludo? No. Se trata solo de que no deseaba llamar la atención de
su marido.
La duquesa se acercó a él y le pasó un dedo por la mandíbula.
—No le creo.
Tenía que tomar una decisión: hacerse amigo de la mujer o seducirla.
Giró la cabeza para romper el contacto. Cuando se volvió, esperaba
encontrarse con un ceño fruncido o una mirada de desprecio, pero la
condesa Du Montford estaba sonriendo.
—Desde la última vez que nos vimos, le ha entregado su corazón a
otra…, oui?
Tom frunció el ceño.
—¿Perdón?
Unos pasos en el vestíbulo hicieron que la condesa examinara la
habitación y corriera a esconderse en el vestuario contiguo.
Charlotte volvió a entrar en la habitación, murmurando.
—Bah. A mitad de camino va y me detiene una criada. ¡Una criada! —
Su hermana se acercó y se apoyó en el poste de la cama—. ¿Y sabes lo que
me ha dicho la criada? Claro que no lo sabes. Me ha dicho que la condesa
se ha retrasado y que espere en mi habitación. —Charlotte negó con la
cabeza y se dejó caer en la cama donde se cubrió los ojos con el antebrazo
—. He fracasado. Te he fallado, Tom. Lo siento mucho.
La condesa Du Montford salió de su escondite.
—No has fallado. Eres muy… valiente.
Charlotte se puso en pie.
—Comtesse Du Montford. —La mirada de su hermana se posó en él—.
No sabía…
La comtesse envolvió a Charlotte en un abrazo.
—Ne t'inquiète pas ma chère amie.
Su hermana se apartó
—¿Me considera una querida amiga?
—Oui. —Su anfitriona extrajo una nota de la manga de su vestido y la
metió en el escote de Charlotte—. El personal... no es de fiar. No podía
arriesgarme a darte esto delante de ellos.
Tom se acercó y extendió ambos brazos hacia las damas.
—¿Vamos a los jardines?
La condesa Du Montford negó con la cabeza.
—Non. Vaya usted. Mademoiselle Charlotte y yo iremos a tomar el té.
Tom asintió y salió de su habitación, dejando atrás a las dos mujeres.
Tenía mucho en qué pensar. Concretamente, en la afirmación de la condesa
de que se había enamorado. ¿Era realmente tan evidente?
Dios, esperaba que no. Si era tan transparente, entonces su eficacia
como espía había terminado.
C A P ÍT U L O D I EC I N U E V E

V estidos de seda en tonos rosa pastel, verde y azul, junto con medias
y ligueros, y una gran variedad de envoltorios llenaban la
habitación de Isadora, sobre la cama, encima de la silla de lectura y sobre la
cómoda. Era un desastre.
Minerva estaba de pie detrás de ella, haciendo el papel de su doncella.
—Prométeme que tendrás cuidado esta noche.
—Si me acompañaras tú en lugar de Drake, no habría necesidad de que
te lo prometiera, ¿verdad? —Isadora volvió a respirar mientras Minerva
tiraba del lazo malva oscuro que le envolvía el pecho. La miró por encima
del hombro—. Deja de preocuparte, es una fiesta de máscaras privada, y yo
personalmente he supervisado cada invitación.
—Pero como cada asistente irá con máscara, no puedes estar segura.
Prométemelo. —Minerva llevaba toda la noche nerviosa.
—Te lo prometo. —Isadora giró sobre sí misma y envolvió a Minerva
en un abrazo—. No tienes de qué preocuparte. Drake no se apartará de mi
lado.
Minerva se echó hacia atrás.
—Con Benedict y Diana casados, y Gregory y Paul estudiando, ¿de
quién más me voy a preocupar?
Isadora se imaginó retorciéndole el pescuezo a Drake por milésima vez.
Minerva ya debería estar casada y cuidando de sus propios bebés, no
haciendo el papel de hermana solterona y preocupándose por sus hermanos.
Minerva se dio la vuelta y rebuscó entre un montón de chales.
—¿A quién ha incluido Charlotte en su lista de invitados?
—A su hermano. —El corazón de Isadora se saltó un latido ante la idea
de estar en la misma habitación que Tom. Isadora era recorrida por un flujo
constante de emociones, dividida entre la ansiedad y el deseo de verlo.
Evitó la mirada de Minerva, pero notó el intento poco entusiasta de su
hermana de reprimir una sonrisa.
—Me sorprende que el duque de Avondale no apareciera en nuestra
puerta la noche de su regreso —dijo Minerva crispando la comisura de los
labios.
Tom y Charlotte habían regresado a Londres hacía tres días. Él le había
enviado una nota la primera noche que estuvieron en casa, informándola de
que iría a verla lo antes posible. Pero en lugar de presentarse en el evento en
la residencia Garnett al que ella asistió, Su Excelencia le envió otra misiva
informándole de que había sido reclamado por el jefe del Foreign Office
para ser interrogado. Ella había ido recopilando varias notas breves pero
conmovedoras en los dos días transcurridos, en las que él lamentaba tardar
tanto en volver a verla. La excitación que la invadía seguía aumentando a
medida que contaba las horas que faltaban para la fiesta de disfraces.
Ansiaba sentir el tacto de Tom, y solo el suyo. Sabía que era así, ya que
seguía rehuyendo instintivamente a cualquier otro caballero.
Minerva escogió unos lazos del mismo color oscuro que la máscara de
Isadora y volvió a colocarse detrás de ella para asegurarla sobre sus ojos y
su nariz; la tela de seda era suave contra sus mejillas, encendidas por estar
hablando de Tom. Con la máscara ya en su sitio, una oleada de confianza la
atravesó. Podía enfrentarse a Tom sin miedo.
—Estoy segura de que Su Excelencia tenía asuntos más importantes que
atender que hacernos una visita social.
—Tal vez. —Minerva la sujetó por los hombros—. Necesitas un marido
que te iguale en intelecto, que comparta tu perspectiva de la vida y que te
ame apasionada e incondicionalmente.
—¿Y crees que Tom podría ser ese hombre?
Su hermana le dio un pequeño empujón.
—Sí, así es. Ahora, ve a disfrutar de la velada.
Isadora se acercó a la puerta.
—¿Puedo preguntarle qué planes tienes para esta noche? —preguntó
Isadora con la mano apoyada en el picaporte.
—Me quedaré aquí.
Isadora quiso poner los ojos en blanco ante semejante mentira, pero se
contuvo y, en su lugar, miró directamente a su hermana.
—No te creo. Hay una razón por la que querías que Drake estuviera
preocupado esta noche. No querías que te siguiera a donde quiera que
vayas.
—¿Desde cuándo eres tan perspicaz? —Minerva correteaba por la
habitación de Isadora recogiendo todos los vestidos descartados.
—El mero hecho de que decida fingir que no me doy cuenta de tu
peculiar comportamiento no significa que no sea consciente de él. —Isadora
examinó las facciones de su hermana. La terquedad de la mandíbula de
Minerva significaba que no iba a compartir sus planes.
Averiguar los secretos de Minerva le llevaría más tiempo del que podía
permitirse esa noche. Drake la estaba esperando. Isadora abrió la puerta y
avanzó por el pasillo.
Isadora dio la bienvenida al frío al cruzar las puertas hacia la noche.
Drake salió de entre las sombras.
—¿Ha compartido sus planes?
—No seas tonto. Sea lo que sea lo que Minerva piense hacer, no quiere
que interfiramos. Sin embargo, no veo ninguna razón por la que debas
permanecer en Wembley Hall mientras dure el baile.
Miró fijamente al mejor amigo de su hermano.
—Durante las últimas dos temporadas y media, creía que el desafío de
Minerva de casarse solo con el hombre que pudiera vencerla en una partida
de ajedrez era solo una estratagema para permitir que mi hermana pudiera
decidir por sí misma con quién se casaría. Sin embargo, me acaba de decir
que debía buscar un marido que me igualara en ingenio e inteligencia con
tal convicción que lo he reconsiderado. Su declaración podría ser
simplemente una forma de descubrir si hay algún caballero elegible que
pueda igualar su intelecto. Lo que significa por desgracia que, aunque la
amaras, probablemente no se casaría contigo.
—¿Me estás llamando imbécil?
—Jamás haría algo así. —Isadora subió al carruaje que esperaba en el
callejón—. Pero haría falta un genio para derrotar a Minerva en una partida
de ajedrez, y tú, mi querido y viejo amigo, no eres ningún genio.
Ignorando su afirmación, Drake sonrió y cruzó los brazos sobre el
pecho.
—Si Avondale desea reanudar su persecución sobre ti, ¿aceptarías un
noviazgo?
Su intento de encender la furia de Drake había caído en saco roto. El
hombre, que era como un hermano para ella, era su obstinado laissez-faire.
Drake era igual de testarudo que su hermana y nunca prestaba atención a la
sabiduría que otros intentaban transmitirle.
Isadora imitó la pose de Drake, cruzó los brazos sobre el pecho y
resopló.
—¿Qué te importa a ti?
—Me preocupo por ti como si fueras mi propia hermana. —Drake se
movió para desentumecerse, apoyó los codos en las rodillas y juntó las
manos. Pero se miró las manos y no a ella—. Quiero que seas feliz y estés a
salvo. Te apoyaré lo mejor que pueda —continuó.
—Hablas como Minerva.
Drake la miró.
—Lo tomaré como un cumplido ya que sé que tienes a tu hermana en
alta estima.
Isadora había querido discutir su dilema con Minerva, pero su hermana
no estaba en condiciones de darle una opinión imparcial. Se quedó mirando
la cabeza gacha de Drake. Los únicos de sus hermanos que estaban casados,
Benedict y Diana, no llegarían hasta dentro de una semana, y Drake se
estaba ofreciendo a escucharla y ayudarla a pasar la velada.
—Temo lo que Minerva hará si acepto que Tom me corteje —explicó,
elevando una rápida plegaria.
—Entonces, ¿de verdad no sabes lo que está tramando esta noche?
—Por supuesto que no. —Menuda inutilidad, ese hombre era imbécil.
Apoyó la espalda en el asiento, cerró los ojos y dejó que su mente repasara
todas las ventajas y desventajas de pasar el tiempo con Tom.
—Las acciones impulsadas por el miedo nunca son tan fructíferas como
las que están impulsadas por un propósito. —La lenta y reflexiva respuesta
de Drake se filtró en los pensamientos de Isadora.
—Aunque podría estar de acuerdo, la incertidumbre de cómo
repercutirán mis acciones en Minerva pesa más que cualquier razonamiento
lógico a favor o en contra de Tom. —Isadora se frotó las sienes, que
empezaban a dolerle.
—Si dejaras a un lado tu preocupación por el bienestar de tu hermana,
¿qué harías?
—Todavía no lo he decidido.
Drake se incorporó e inclinó la cabeza a un lado hasta captar su mirada.
—No te estoy preguntando qué crees que deberías hacer, te pregunto
qué te dice tu instinto que hagas.
Isadora frunció el ceño ante su petición.
—No soy de las que actúan por impulso y lo sabes.
—Pues tal vez sea hora de que lo hagas. —Drake arqueó una ceja
interrogante.
—¡Esto es ridículo! Apenas conozco a Tom. Apenas me dirigió más de
cinco palabras durante la reunión campestre que celebró en su casa a finales
de verano. Y… he estado en su compañía menos de un puñado de veces
desde entonces, y en cada una de esas ocasiones no ha evocado más que
pensamientos contradictorios dentro de mí.
—¿Pensamientos o reacciones? —insistió Drake.
Maldito fuera por conocerla tan bien.
—¿Avondale te parece agradable a la vista? —continuó él.
—¿A qué mujer no se lo parece?
—Tienes razón. —Drake se sentó y cruzó las piernas, apoyando el
tobillo en la rodilla contraria—. Vamos a enfocar esto desde una perspectiva
diferente. —Comenzó a mover rítmicamente el pie apoyado en el suelo,
señal de que estaba sumido en sus pensamientos. Drake se estaba tomando
en serio esta discusión. Intentaba ayudarla de verdad. A pesar de su
desinterés por el corazón de Minerva, Drake era un buen hombre. El mejor
amigo de su hermano había sido un invitado constante en Malbury Manor a
pesar de ser el dueño de la finca de al lado. De hecho, mientras crecían,
había sido él quien la animaba a evaluar los riesgos y a arriesgarse.
¿Debía confiar en su intuición sobre el duque?
Drake detuvo el movimiento de su pie.
—En lugar de aceptar un noviazgo, que tiene un cierto elemento de
incertidumbre, ¿aceptarías casarte con Avondale?
—¿Estás sugiriendo que la razón por la que dudo en aceptar su cortejo
se debe a la ambigüedad?
—Sí.
¿Podría tener razón Drake?
Había algo diferente en Drake esa noche. Parecía mayor, más sabio y…
serio.
Se merecía una respuesta meditada, no una de esas réplicas más frívolas
que ella estaba acostumbrada a darle.
—Es que correr el riesgo de perder a Minerva a consecuencia de
cualquier ardid que esté planeando por un mero cortejo no me atrae nada.
—Estoy de acuerdo. —Drake se enderezó, cambió de asiento y se sentó
junto a ella—. Si Avondale te hiciera una propuesta esta noche, ¿qué le
dirías?
—Drake, sabes que odio repetirme. —Apretó las manos—. Sería una
locura decirle que sí a un hombre que apenas conozco.
—¿Qué más necesitas saber? Ya estás al tanto de uno de los secretos
mejor guardados de Avondale. No lo comparte con nadie y confía en ti.
—No es un gran secreto si todo el mundo lo sabe.
Drake negó con la cabeza.
—La única razón por la que conozco el secreto de Avondale es porque
el jefe del Foreign Office le envió a reclutarme.
—Ah… —Isadora frunció el ceño. ¿Quién era el hombre que tenía al
lado?—. ¿Eres un espía?
—No, no. —Drake le sostuvo la mirada—. Me conoces de toda la vida.
¿Crees que podría ser un espía?
Entrecerró los ojos y estudió a Drake durante un rato.
—Ahora que lo pienso, sí. Sí, podrías serlo.
—Pues te aseguro que no lo soy. —Drake miró por la ventanilla—. Pero
basta de hablar de mí… El tema a tratar sois Avondale y tú.
—Bien… —Isadora juntó sus pensamientos dispersos—. ¿Es la
confianza base suficiente para construir un matrimonio?
—Es mucho mejor que la lujuria.
Drake tenía razón. El matrimonio de sus padres había empezado con
lujuria y luego se había desintegrado hasta la nada por falta de confianza.
Se giró y envolvió con torpeza a Drake en un abrazo.
—Gracias por ayudarme a decidir.
Drake le dio una palmadita fraternal en la espalda.
—Me estoy dando cuenta de que es mejor buscar confirmación verbal
cuando se trata de pensamientos femeninos. ¿Qué has decidido
exactamente?
Isadora se rio y se apartó.
—Tendrás que esperar para averiguarlo. Avondale debería ser el
primero en conocer mi decisión, ¿no te parece?
Drake se tiró de las mangas del abrigo y se desplazó hacia el asiento
orientado en el sentido contrario a la marcha, dándole el espacio personal
que ella prefería. La conocía bien.
—Serás una excelente duquesa, pero aún más importante, una
excepcional agente del Foreign Office.
Los cumplidos de Drake estaban llenos de sinceridad. Sería una
excelente agente de la Corona.
Pero ¿aceptaría Tom esperar para casarse? Isadora quería ver primero
casada a Minerva.
C A P ÍT U L O V E I NT E

T om se detuvo en medio del vestíbulo de Avondale, ya de vuelta en


casa sano y salvo, rodeado de un personal que sonreía. Estaba
deseando que llegara la hora del baile de máscaras de esa noche. ¿Por qué
demonios tardaba tanto Charlotte en arreglarse? Sacó el reloj de bolsillo de
su padre y lo miró. Una hora más y estaría de nuevo en la misma habitación
que la mujer a la que quería llamar esposa. Estar alejado de Isadora
mientras se ocupaba de sus deberes en el Foreign Office había hecho mella
en sus nervios. A eso se sumaba el hecho de que Charlotte había estado
todo el día dando saltos de alegría por la casa tras haber recibido la
invitación oficial para formar parte del Salón de las Damas Escandalosas.
Tras haber culminado con éxito una misión para la Corona, cualquiera
habría pensado que el hecho de entrar a formar parte de un club femenino
palidecería en comparación. Esa experiencia no estaba llena de peligros y…
su hilo de pensamiento se desvaneció cuando vio bajar las escaleras a una
joven madura con un vestido de terciopelo en color verde bosque. Una
máscara a juego colgaba de la muñeca de su hermana. Charlotte no parecía
una joven inocente esa noche. No, era desenvuelta, elegante y la viva
imagen de su madre.
Tom cerró los puños a los costados por puro instinto. Le costaría mucho
mantener a los caballeros alejados de ella esa noche.
—Hermana mía, estás… —dijo cuando Charlotte llegó al último
escalón.
—Hermosa. Preciosa. ¿Como nuestra madre?
Tom parpadeó, una traicionera humedad le estaba empañando los ojos.
—Sí. Eres igual que mamá. —Le tendió la mano—. ¿Quieres que os
acompañe a tía Cornella y a ti mañana a la corte?
En lugar de aceptar su mano, ella negó con la cabeza.
—No. Tía Cornella y yo ya nos hemos reunido con la Reina. Dio su
aprobación a mi debut en privado.
—¿Cuándo?
—Ayer, mientras estabas secuestrado por el jefe del Foreign Office. —
Charlotte sacó un pergamino doblado de detrás de ella—. También hemos
conseguido esto. —Le entregó el pergamino marcado con el sello del
Arzobispo de Canterbury.
Una licencia especial. Aceptó el regalo.
—Muchas gracias, hermana. Esto debe haberte costado al menos el
dinero de un mes de paga.
—Dos, de hecho. —Charlotte se movió para colocarse a su lado—. Y…
fueron necesarios todos los contactos de la tía Cornella para conseguir la
reunión con el arzobispo, donde tuvo que hacer uso de su encanto como
nunca la había visto antes para que él considerara siquiera la posibilidad de
firmar la licencia. Por lo visto, los duques no se casan con licencia especial.
—Tendré que enviar una nota de agradecimiento a la querida tía
Cornella por su ayuda.
—Te espera, acompañado de Isadora, mañana para que almorcéis con
ella. —Charlotte se adelantó, se puso la capucha sobre el peinado
perfectamente arreglado y se dispuso a salir por la puerta.
—¿Y si Isadora aborrece la perspectiva de compartir su vida con un
espía? ¿Y si…?
Su hermana ni siquiera se detuvo ante sus preguntas. Simplemente
siguió adelante. Él alargó los pasos para alcanzarla y ayudarla a subir al
coche.
—¿Has oído mis preocupaciones?
—Oh, las he oído muchas veces desde que regresamos. Pero no sabrás
las respuestas a ninguna de tus preocupaciones a menos que hables
directamente con Isadora. Yo he hecho mi parte, ahora tú debes hacer la
tuya.
Eran un equipo. Si Charlotte tenía fe, él también debía tenerla.
—Tal vez podría reclutar la ayuda de lady Minerva esta noche.
Charlotte negó con la cabeza.
—Me temo que no. Lady Minerva no asistirá al evento de esta noche.
—¿Quién es, pues, el invitado de Isadora?
—Lord Drake. Isadora cometió el error de hacer una apuesta en una
partida de rummy con su hermana. —Ya sentada en el carruaje, Charlotte
dejó caer hacia atrás la capucha y aflojó el cordón de la capa—. Fue
Minerva quien sugirió que la tía Cornella y yo hiciéramos una visita al
arzobispo. ¿Te ayuda ese dato a aliviar alguna de tus preocupaciones?
—No. No quiero que Isadora se sienta obligada a casarse conmigo. —
Tom se acomodó en su asiento y golpeó el techo del coche para que se
pusiera en movimiento. ¿Estaba preparado para declarar su amor a Isadora?
—Estoy casi segura de que Minerva no compartió sus planes con
Isadora. —Charlotte le dio un golpecito en la rodilla—. ¿Me has oído?
—Sí. Sí. Isadora desconoce el plan de contingencia de su hermana. —
Tom rumió pensativamente durante un momento—. Es una maravilla que la
Corona no se haya puesto en contacto con Minerva para que forme parte del
Home Office.
Charlotte le dedicó una sonrisa de medio lado.
—¿Qué te hace pensar que no lo han hecho? Podría haberse negado en
el pasado debido a obligaciones familiares.
—¿Como cuáles? —preguntó Tom.
—Ocuparse de que sus hermanas menores establecieran matrimonios
felices. —Charlotte sonrió antes de continuar—. Me has pedido que
investigue los antecedentes de Minerva, ¿no?
—Sí, pero eso fue hace solo tres días. —Desde que habían regresado,
había pasado la mayor parte de las horas de vigilia en el Foreign Office
revisando la abundante información que le había proporcionado la condesa
Du Montford. Torrance y él habían desarrollado una estrategia, aunque
compleja, para infiltrarse en la frágil, pero amplia red que aún apoyaba a
Napoleón. Tras comprobar de primera mano las ventajas de contar con una
compañera en la última misión, Tom estaba decidido a que Isadora lo
acompañara de vuelta a Francia. No quería aventurarse nunca más tan lejos
de ella.
—La tía Cornella está muy bien relacionada —le interrumpió Charlotte
—. Creo que residiré con ella una temporada después de que pronuncies los
votos.
A Tom no le gustaba la idea de que Charlotte no residiera bajo el mismo
techo que él.
—Supongo que ya habrás hecho los arreglos.
—Por supuesto.
Volvió a mirar a su hermana. Había madurado. Ya no lo necesitaba.
Sintió en el pecho una punzada de culpa por no haber pasado más tiempo
con ella.
Charlotte le dio unas palmaditas en la rodilla.
—No te pongas triste. No es como si me fuera a casar y nunca más
volviera a residir en casa.
—Sigue siendo una posibilidad. Ya sabes que a la tía Cornella le
encanta hacer de casamentera.
—Bah. Hará falta mucho más que rasgos apuestos y palabras tiernas
para convencerme de pasar por el altar.
Interesante.
—¿Qué crees que buscan exactamente las mujeres en un marido?
—Eso tienes que averiguarlo por ti mismo, querido hermano. Sin
embargo, en tu caso, ¿puedo sugerirte que emplees tu habilidad con las
cartas para impresionar a Isadora?
—¿Estás sugiriéndome que me juegue mi futuro?
—¿No eres tú el que siempre dice que es la habilidad, y no la suerte, lo
que determina el resultado de ciertos juegos de cartas?
El plan de su hermana tenía su mérito. Pero, por primera vez, iba a
abordar la velada sin un plan y se dejaría guiar por Isadora. Su viaje con su
hermana le había demostrado que no necesitaba tener completo control
sobre todo para que las cosas salieran bien.
C A P ÍT U L O V E I NT I U N O

A penas se oía a la orquesta por encima del estruendo de las


conversaciones. Las socias del Salón de las Damas Escandalosas
estaban en plena forma esa noche, todas ansiosas por reunirse tras haber
abandonado sus residencias de verano. Isadora estaba en la entrada
Wembley Hall, saludando a los invitados a medida que llegaban.
Drake le tocó el codo.
—Es hora de nuestro baile —susurró.
—Pero debería quedarme aquí y…
No la dejó terminar la frase.
—Celebremos tu éxito y dejemos de pulular por la entrada esperando a
que lleguen Su Excelencia y su tardona hermana. —La instó a avanzar con
un suave empujón en la parte baja de la espalda.
Miró a Drake con el ceño fruncido, no le gustaba esa versión autoritaria
de su amigo de la infancia. La obstinación que denotaba su mandíbula hizo
que Isadora suspirara y se recogiera las faldas.
—Muy bien, si insistes.
—Lo hago y, para ser franco, me estoy replanteando mi anterior consejo
sobre Avondale. —El inusual tono cortante de Drake la llevó a preguntarse
hasta qué punto conocía realmente a aquel hombre. ¿Había visto alguna vez
ese lado tan serio de Drake?
Dejando a un lado por un momento los pensamientos sobre Minerva y
Drake, Isadora sonrió y saludó con la cabeza a los miembros del Salón de
las Damas Escandalosas y a sus invitados mientras se dirigía hacia la pista
de baile. Observó que el espacio apenas estaba ocupado. Drake tenía razón;
debía dar ejemplo como había hecho Katherine el año anterior, necesitaba
fomentar el compromiso y la participación.
Se volvió y esperó que Drake no detectara la decepción que la había
embargado de repente. Había esperado que el primer baile de la temporada
fuera con Tom. Drake se acercó, pero no demasiado, y le tendió un brazo. A
pesar de ser un amigo íntimo de la familia, Drake no era uno de sus
hermanos, y su impulso de retroceder resultó abrumador.
—Imagina que soy Avondale —dijo Drake como si percibiera su
incomodidad—. Y prometo no tocarte mucho.
Se acercó para ponerle la mano en el antebrazo mientras otras parejas se
unían a ellos.
—Respira hondo. Lo harás bien.
Las palabras alentadoras de Drake, aunque bienintencionadas, tuvieron
el efecto contrario. Se puso tensa, y cuando el músculo de Drake se flexionó
bajo su palma, ella lo miró.
—Como Avondale no llegue de una vez —dijo Drake con el ceño
fruncido—, iré personalmente en su busca y le romperé la nariz.
Ser testigo de aquel sentimiento fraternal hizo que Isadora sonriera y se
relajara cuando empezó la música. Drake la guio perfectamente a través de
la canción.
—Charlotte no faltaría a este acto a menos que tuviera que atender un
asunto urgente ajeno a su voluntad.
—De acuerdo. Pero en lo referente a Avondale, no tiene excusa.
—¿Cuándo te enteraste del secreto de Avondale? —susurró, mientras
compaginaba sus piernas con las de Drake.
—Lo sé desde hace años. —Drake se encogió de hombros—. Su
Excelencia me cita todos los años en Avondale para charlar.
—No lo entiendo. ¿Por qué no has aceptado?
—Cuesta creerlo, pero no soy un aventurero. —Drake hizo una
reverencia, luego tomó su mano entre las suyas y puso la otra sobre su
cintura antes de hacerlos girar alrededor de las otras parejas.
—Mentiroso. Dime la verdad, por favor —dijo Isadora mientras se
abrían paso hacia el final de la fila.
—Tengo mis razones y dejémoslo así, no intentaré mentirte. —Drake
escudriñó la habitación, como había hecho durante todo el baile.
—Han llegado —susurró Isadora poniéndose rígida.
—Resulta impresionante que puedas sentir su presencia, y desde el otro
lado de la habitación, nada menos.
—No seas ridículo. La gente no siente la presencia de los demás —
mintió Isadora. Se le había erizado la piel en la nuca unos momentos antes
de que la reacción de Drake al ver a Tom la alertara de su llegada. Sonrió
ante el ceño fruncido de Drake—. Has hundido los dedos tanto en mi
cintura como en mi mano cuando has mirado por encima de mi hombro.
—¡Maldición! Pensaba que dominaba mejor mis reacciones.
—¿Para qué molestarse en dominar esa habilidad si no tienes intención
de aceptar la propuesta de Avondale?
—Querida, haces demasiadas preguntas. —La hizo girar, cambiando de
situación.
Isadora levantó la vista para buscar a Tom por la habitación. Era un
poco más alto que la mayoría, así que debería haber sido fácil localizarlo,
pero de repente, Drake la hizo girar una vez más. Fue entonces cuando vio a
Avondale mirándola.

E L INTERIOR de Wembley Hall se había transformado, había pasado de ser


un lugar monótono a elegante. Los cambios conmovieron a Tom. Ella
también había provocado cambios en él, y en muy poco tiempo. Buscó a
Isadora entre la multitud.
—A las cinco —dijo Charlotte con una sonrisa.
Desvió la mirada en dirección a la pista de baile, como había sugerido
su hermana. Todos los saludos que había ensayado huyeron de su mente
mientras permanecía de pie, con las manos a los costados. Isadora estaba en
brazos de otro hombre, y el hecho de que ese hombre fuera Drake solo hizo
que le hirviera más la sangre.
Charlotte abrió el abanico y lo levantó para cubrirse la mitad inferior de
la cara. Con la máscara de dominó cubriendo la mitad superior de su rostro,
nadie la reconocería. Se giró un poco hacia él. ¿De quién se escondía? Miró
por encima de su hombro y observó a los invitados que se arremolinaban a
su alrededor. No reconocía a la mitad de los caballeros que llevaban
máscara. Le asaltó la posibilidad de que el comportamiento de Charlotte no
fuera por precaución, sino por miedo.
—¿Estás nerviosa?
—No es la primera vez que tengo que dirigirme a un mar de
desconocidos.
—Cierto. Pero esta vez, no es por deber. Estás involucrada
personalmente. Quieres ser aceptada por esas mujeres.
Charlotte vaciló un momento antes de enderezarse.
—Ahora entiendo por qué nos entrenan para permanecer distantes —
comentó.
—Nuestras vidas son muy complejas… Y, a veces, nos desafían más
allá de lo que nos creemos capaces. Las últimas semanas han demostrado
que somos más fuertes y mejores agentes cuando trabajamos juntos. Cuenta
conmigo en adelante.
—Te lo agradezco, hermano, pero esta noche nuestra misión es que
consolides tu compromiso. —Charlotte bajó el abanico y lo cerró con un
chasquido. Una vez más, Tom se enfrentaba a su imparable hermana—. Te
das cuenta de que Isadora no será menos atractiva una vez que te cases. —
Ella bajó la mirada a la mano de él, que seguía cerrada a un costado—. Será
mejor que te acostumbres a eso, y a la idea de que los caballeros tratarán de
robártela incluso después de que haya adoptado tu apellido.
Charlotte tenía razón. Si no quería tener que batirse en duelo todas las
semanas y seguir siendo eficaz en las misiones, tendría que aceptar el hecho
de que Isadora, sin duda, llamaría la atención de amigos y enemigos.
No podía seguir resistiéndose a estar más cerca de Isadora; le tendió el
brazo a su hermana y juntos bajaron las escaleras.
—¿Cómo crees que papá aceptó el hecho de que mamá llamara tanto la
atención?
—Estoy segura de que no fue fácil. Sin embargo, es irrelevante cómo lo
consiguió. El hecho es que lo hizo y su matrimonio no se resintió. —
Charlotte le guiñó un ojo—. Confío en que tú también lo conseguirás.
Quería creer a su hermana.
La realidad era que sabía muy poco de Isadora. Actuaba por intuición,
impulsado por el hecho de que ya no se sentía completo a menos que ella
estuviera cerca. Era como si ella le hubiera hundido la mano en el pecho, le
hubiera arrancado medio corazón y siguiera aferrada a él. Con cada paso
que le acercaba a Isadora, más fuertes eran los latidos.
La música se detuvo y Drake guio con habilidad a Isadora para que
quedaran frente a frente. La actitud relajada de Drake se desvaneció a
medida que se acercaban.
—Buenas noches, Su Excelencia. Lady Charlotte.
Su hermana hizo una rápida reverencia y Tom asintió.
—Drake, lady Isadora. —Su mirada permaneció clavada en ella.
Era impresionante y hermosa. Sus ojos verdes centelleaban bajo la luz
de las velas, y su vestido de seda color burdeos lo hacía desear saborear sus
labios una vez más. Cuando la vio retirar la mano del brazo de Drake, la
presión en su pecho se alivió. Oh, cuánto deseaba envolverla en sus brazos
y llevarla a la pista de baile. Drake hizo una reverencia, y ese movimiento
arrancó a Tom de su ensimismamiento, recordándole que estaba en medio
de un baile lleno de gente.
—Lady Charlotte, ¿me haría el honor de concederme el próximo baile?
—preguntó Drake con la mano extendida.
Charlotte aceptó el brazo que Drake ofrecía.
—Será un placer. Tenemos mucho de qué hablar.
Isadora frunció el ceño al ver alejarse a la pareja en dirección al centro
de la pista de baile. Tom temió que estuviera disgustada por que la habían
dejado sola con él, y eso hizo que se le bloquearan las vías respiratorias. Se
aclaró como pudo el nudo que notaba en la garganta.
—Lady Isadora, ¿le gustaría bailar?
—No especialmente. Estoy bastante acalorada. —La mirada de Isadora
siguió a Drake y a Charlotte—. ¿En qué anda tu hermana? —Se acercó a él
y le ofreció la mano.
Él la puso sobre el brazo y su acompañó a la mesa de los refrescos.
—Charlotte pretende convencer a Drake para que rete en privado a
Minerva a una partida de ajedrez —repuso Tom, inclinándose hacia ella,
cuando no había nadie cerca.
Ella se giró, lo que dejó sus labios a escasos centímetros de los de él.
¿Estaba poniendo a prueba su fuerza de voluntad?
—¿Qué ganaría Minerva si derrotara a Drake?
Tom tuvo que recurrir a todo su autocontrol para no llevarla a una
alcoba cercana y caer en la tentación.
—La promesa de que él no interferirá en sus planes para reinventarse.
—Perdón. —Isadora se detuvo en seco—. ¿Reinventarse? ¿Qué sabes
de los planes de Minerva?
Tom miró a la izquierda y luego a la derecha. Por fortuna, todas las
Damas Escandalosas y sus invitados parecían estar ocupados de sus
asuntos.
—Charlotte sospecha que Minerva está planeando aventurarse a las
Américas y asumir allí una nueva identidad. El nombre de tu hermana
figura en el registro del Cuarto de Luna, que tiene previsto hacer ese largo
viaje dentro de un mes.
—¿Cómo descubrió Charlotte semejante información? —preguntó
Isadora con el ceño fruncido.
—Mi hermana es bastante ingeniosa —presumió Tom—. Se ha
convertido en una buena amiga del capitán Bain.
—¿Crees que Charlotte logrará convencer a Drake para que haga lo que
otros han intentado sin éxito?
Se enderezó y sonrió a la pareja que pasaba con mirada interrogante.
Tom instó a Isadora a seguir adelante, hacia la mesa repleta de vasos llenos
de limonada.
—Sí. Si no accede a lanzar el desafío privado, Charlotte tiene permiso
para amenazarle.
—¿Amenazarle?
—Si se niega, Drake se encontrará a bordo de un barco con destino a las
Indias Occidentales al amanecer.
—¿Las Indias Occidentales? —preguntó Isadora apretándole el brazo.
Él bajó la mirada al notar su preocupación. ¿Se habría convertido Drake
en algo más que una figura fraternal para Isadora mientras él había estado
fuera?
—Sí, has oído bien.
Isadora asintió cuando llegaron ante la mesa de refrescos. Él se apropió
de dos vasos y le ofreció uno, aunque parecía ensimismada mientras se lo
llevaba a los labios y bebía un sorbo. Cuando levantó la vista hacia él, todo
signo de preocupación había desaparecido; había sido sustituido por un
brillo que Tom interpretó como curiosidad.
—¿Qué te parecen las reformas de Wembley Hall? —preguntó ella
curvando los labios.
Tardó un momento en asimilar la pregunta. El repentino cambio de tema
le había pillado desprevenido, lo cual era raro, dado que estaba
acostumbrado a conversar con Charlotte, que era la reina cuando se trataba
de dejar un asunto a un lado. Recorrió la habitación con la vista, y se dio
cuenta de lo que quería decir.
—Maravilloso, pero tal vez una visita guiada por el establecimiento
haría crecer mi apreciación —respondió con un guiño.
Isadora ahuecó la mano sobre su bíceps, que se tensó al instante.
—Qué gran idea. —Le condujo a través de una cortina y por un pasillo
iluminado con velas. Pasaron ante dos puertas antes de que él sintiera que
su contención estaba a punto de desaparecer. Se detuvo en mitad del pasillo.
—¿Adónde llevan las puertas?
—A una sala de cartas, una sala de billar, una sala de lectura, y la puerta
del fondo lleva a mi despacho. —Isadora se volvió hacia él—. ¿Te apetece
ver primero alguna en particular?
La elección era obvia.
—La sala de cartas.
—De acuerdo. —Isadora le agarró de la mano. Era la segunda vez que
ella iniciaba el contacto, y la acción hizo que el corazón se le hinchara en el
pecho. Entrelazó sus dedos mientras ella le conducía a la puerta de la
derecha.
Abrió la puerta y descubrió seis mesas ovaladas con capacidad para seis
personas cada una.
—¿Te apetece jugar? —Isadora se acercó hacia una mesa forrada con
fieltro verde como las de los establecimientos de juego. Por Dios, había
creado el equivalente femenino de Brooks's, el club de caballeros.
—Siempre estoy dispuesto a jugar a las cartas. ¿Cuáles son las
apuestas? —contestó sonriendo.
—Si ganas, aceptaré ser tu novia. Si gano yo, me darás respuesta a
cinco preguntas sobre tu relación con el Foreign Office.
Él habría aceptado encantado, pero ella esperaría que regateara, y así lo
hizo.
—Matrimonio… y tres preguntas.
Isadora le miró con los ojos entrecerrados.
—¿Jugamos al Vingt en un?
A Tom casi se detuvo el corazón ante tan ansiosa aceptación.
—¿Quieres repartir o lo hago yo?
Isadora se sentó y tomó la baraja que había en el centro de la mesa.
—Yo reparto.
Chica lista. Se sentó frente a ella y elevó una plegaria a la diosa de la
fortuna, pues Isadora manejaba la baraja como un tahúr.
C A P ÍT U L O V E I NT I D Ó S

T ras colocar las cartas sobre la mesa en línea recta, Isadora les dio
la vuelta como fichas de dominó para que Tom las viera. No lo
hizo para demostrar que sabía moverlas; sino como muestra de seguridad.
Si la confianza iba a ser la base de su matrimonio, quería que fuera sólida.
Tom escrutó las cartas y le indicó con la cabeza que procediera. Ella
recogió las cartas, las barajó y entremezcló con una habilidad que rara vez
dejaba ver, salvo en compañía de la familia.
Su oponente observó sus movimientos con atención, como si intentara
leer o memorizar el orden de las cartas. Luego, Isadora inclinó las cartas un
poco hacia abajo y Tom frunció el ceño. Por fin, apiló los naipes y los
acercó a Tom.
Él se quitó los guantes y los dejó en el asiento de al lado antes de
levantar la mitad superior de la baraja y dejarla a su derecha. Isadora
admiró sus manos bronceadas por el sol. ¿Montaría Tom con el torso
desnudo y sin guantes durante los meses más cálidos como hacían sus
hermanos?
Notó las mejillas calientes cuando posó la mirada en el pecho de Tom.
Si perdía, pronto lo sabría. Ese pensamiento la hizo parpadear y juntó el
montón que quedaba a su derecha con el otro.
—¿A cuántas rondas? —preguntó.
—Hasta que no haya suficientes cartas. —Tom arqueó arrogante una
ceja.
¿Una baraja entera?
Para saber qué cartas se habían jugado y cuántas quedaban por jugar,
debería prestar toda su atención. No podría permitirse ninguna distracción.
Como no era de las que confiaban en la suerte, desterró todas esas imágenes
de un Tom bronceado y con el torso desnudo sentado a caballo.
Concentrada, repartió dos cartas, ambas boca abajo. Una frente a Tom y
la otra delante de ella. Respiró hondo y miró las cartas que tenía ante sí,
repartió dos más, esta vez boca arriba. Un ocho de picas para Tom y un
cuatro de diamantes para ella. Ahora venía la parte complicada, calcular las
probabilidades en función de la siguiente jugada de Tom.
Lo vio levantar con pericia la esquina de la última carta, y luego hizo un
gesto con la mano indicando que no deseaba más.
Maldición. Buscó en su rostro alguna pista sobre la carta que le había
tocado. Sus ojos como caramelo fundido no le dieron ninguna, pero
consiguieron acelerar su corazón. Sus labios permanecían relajados, aunque
el recuerdo de sus besos la hacía moverse en su asiento. No debía dejar que
sus pensamientos se desbocaran. Lo miró con intensidad un momento más.
Debía de tener una figura.
Con la mano libre, echó un vistazo a su última carta y su corazón dio un
vuelco al ver el siete de picas. Necesitaba un siete o más para ganar. Dio la
vuelta a la tercera carta que tenía delante. Junto al cuatro de diamantes
había un rey de tréboles.
—¿De qué palo es tu siete? —preguntó Tom con un gemido.
Debería haberlo memorizado cuando lo miró. Tendría que hacerlo mejor
en la próxima mano. Isadora sonrió mientras daba la vuelta a su última
carta.
—Picas. —Notó que él acariciaba la mesa dejando una pequeña marca
en el fieltro—. ¿Sigues el palo o el color?
Tom se rio entre dientes.
—Lo he intentado con el palo en el pasado, pero cuando se juega con
una baraja completa, solo sigo el color. —Movió los dedos. Dedos con los
que ella había fantaseado muchas veces en los últimos quince días—. No
tengo suficientes dedos.
Isadora negó con la cabeza. Lo que necesitaba era concentrarse.
Necesitaba tener respuestas antes de comprometerse durante el resto de su
vida con aquel hombre.
—Las probabilidades de empate son mayores jugando las cincuenta y
dos cartas. Sugiero que juguemos al mejor de cinco.
—Ahora que has ganado la primera ronda, las probabilidades de ganar
están significativamente a tu favor si jugamos solo cinco rondas.
Lo miró arqueando una ceja.
—¿Te preocupa que la suerte no esté de tu lado esta noche?
—Muy bien, al mejor de cinco. —Recogió las cartas y las colocó a un
lado.
Isadora repartió la siguiente ronda. Ambos tenían las cartas descubiertas
delante de ellos. Tom fue el primero en jugar; pidió otra carta e Isadora dio
la vuelta a un diez de corazones.
—Yo gano. —Isadora se inclinó hacia delante y giró lentamente la carta
oculta. ¿Podría desviar la atención de Tom con tanta facilidad como él la
suya?
Ella miró el dos de tréboles. Se echó hacia atrás en la silla y le enseñó la
última carta: un nueve de picas.
Tom introdujo un dedo en el nudo de su corbata y tiró de la tela hasta
que se soltó; luego subió la mirada de su pecho a sus ojos.
—Parece que la suerte te favorece a ti esta noche.
—Lo que sería magnífico si fuera capaz de arrasar, pero la verdad es
que las probabilidades no están a mi favor.
Dispuesta a terminar con el juego, Isadora repartió esta vez las dos
cartas boca abajo. La complejidad añadida demostraría quién tenía a la
suerte de su lado. Tom volvió a rechazar la petición de otra carta.
Isadora levantó lentamente sus cartas. Cinco de corazones. Dos de
diamantes. Estaba muy lejos de veintiuno. Tom hizo tamborilear las yemas
de los dedos sobre la mesa, y la recorrió una punzada de deseo.
—Quiero una carta. —Se repartió otro naipe. Cuatro de picas, lo que
sumaba un total de once. Tal vez la suerte estaba realmente de su lado esta
noche. Se humedeció los labios, lo que hizo que Tom se moviera en su
asiento—. Y otra.
Tom arqueó una ceja cuando dio la vuelta a un tres de corazones.
¡Maldición! Solo sumaba catorce y las probabilidades de que apareciera una
figura eran muy altas.
Tom se arrellanó y sonrió satisfecho. Maldito fuera, incluso su sonrisa le
aceleró el pulso. Ella suspiró.
—Y otra —demandó.
Como esperaba, apareció una figura. Tom había ganado la tercera ronda.
Tom le dio la vuelta a sus cartas para revelar un seis de diamantes y una
sota de tréboles. Isadora se quedó mirando las dos cartas. Solo sumaba
dieciséis. Si hubiera pedido una carta, le habría tocado el cuatro de picas y
habría tenido veinte y ella…, ella también habría tenido veinte, lo que
habría dado como resultado un empate en lugar de una pérdida.
Tom se inclinó hacia delante.
—¿Es una derrota mucho peor que un empate al mejor de cinco?
Con la corbata suelta, quedaba al descubierto la parte superior de su
pecho, lo que confirmaba su sospecha de que el hombre montaba a pecho
descubierto durante los meses de verano.
—Sí, lo es —respondió Isadora tragando saliva.
Repartió la siguiente ronda haciendo acopio de toda su fuerza de
voluntad. Necesitaba respuestas antes de aceptar casarse con ese hombre
que le hacía arder la sangre. Esa vez decidió repartir las cartas a la manera
tradicional, una boca abajo y otra boca arriba.
Intentó ignorar la mirada penetrante de Tom para centrarse en sus cartas.
Él rozó con el pulgar el lateral de su carta antes de echarle un vistazo. Lo
recordó recorriendo con sus dedos la parte interior de su muslo, y apretó las
piernas, pero no pudo hacer nada para detener la humedad que se
acumulaba en su interior.
Tom golpeó la parte superior de sus cartas con el índice, indicando que
deseaba otra carta. Con el as de corazones en la mano, no debía tener
ninguna figura.
Con el corazón acelerado, le dio la vuelta a otro as, esa vez era el as de
tréboles. Maldito fuera ese hombre y su apodo: esta noche era el duque de
Ases. Isadora volvió a concentrarse en sus cartas: el rey de corazones y,
oculto a la vista de Tom, un nueve de diamantes.
—Estoy servida —declaró Isadora dejando las cartas a un lado.
Tom le dio la vuelta al seis de tréboles.
Ella había ganado. Se puso en pie de un salto. Eufórica por haber
vencido al duque de Ases.
Tom se levantó y se acercó al sofá frente al fuego.
—Estoy listo para tus preguntas, querida.
C A P ÍT U L O V E I NT IT R É S

S u futura esposa tenía los pies ligeros. Tom tuvo que concentrarse
para detectar siquiera que ella se acercaba. Sería una buena espía,
pero ¿querría ser agente de la Corona? El plan original de un matrimonio de
conveniencia les hubiera permitido a ambos llevar vidas separadas, pero la
idea de no compartir todos los aspectos de su vida le dejaba mal cuerpo.
Isadora se quedó de pie ante él, con el resplandor del fuego a su espalda,
haciendo que desapareciera todo pensamiento de su mente y que su pulso se
acelerara en reacción a aquella hermosa mujer. Ansiaba acercarse a ella y
desvestirla. Hacer lo que quisiera con ella. Era una joven inocente. Una
inocente con una mirada muy seria en sus rasgos.
Isadora se puso a pasearse mientras se golpeaba el labio inferior con el
dedo índice.
—¿Empiezo?
—Por favor. —Tom estiró las piernas hacia delante y las cruzó a la
altura de los tobillos.
—De niño, ¿estabas al tanto de las actividades de tus padres? —Se
detuvo a unos metros de él.
Era interesante que le preguntara por su infancia. Tom pudo
concentrarse en su respuesta porque ella quedaba fuera de su alcance.
—A los diez años, mis padres me reclamaron y tuvieron una
conversación bastante franca conmigo sobre las decisiones que habían
tomado y que pensaban seguir tomando. Me dieron a elegir: ir a Eaton y
hacer amigos o quedarme en casa y recibir clases particulares para
prepararme para entrar en el Foreign Office. Como muchacho en plena
juventud, aproveché la oportunidad para aprender técnicas de investigación
y combate. También tuve que aprender a bailar, a bordar y a pintar acuarela.
—Bordados…, acuarelas… —repitió Isadora. Su tono uniforme no
revelaba su opinión sobre esas actividades.
Tom se puso de pie y dio un paso hacia ella. Necesitaba estar más cerca
para observar su reacción a su siguiente afirmación.
—Sí. Los códigos se incrustan en esa clase de obras.
Él posó la mirada en su escote mientras ella tenía los brazos a la
espalda.
—¿Y si la novia que eliges es una pésima pintora y se le da mal la
costura?
—Yo mismo le daré clases. —Se obligó a permanecer donde estaba. Se
abstuvo de estirar la mano para sujetarla por la cintura. No era el momento
de entregarse a las perversas fantasías que lo atormentaban cada noche.
Isadora se puso de puntillas.
—¿Siempre destacas en todo? —preguntó.
Maldita fuera, esa dulce boca tan cerca.
Ella deseaba respuestas, no besos. Tom bloqueó sus deseos diabólicos.
—Fracasé estrepitosamente al intentar convencerte de que me
permitieras cortejarte —respondió. Quiso decirlo en tono burlón, pero sus
palabras no poseían ni pizca de humor.
—¿Crees que sí? —lo retó Isadora inclinando la cabeza a un lado.
La piel expuesta del cuello femenino hizo que Tom se llevase las manos
a la espalda y respirara hondo. Otro error. El aroma a lilas lo ponía
nervioso.
Isadora continuó, ajena al efecto que estaba provocando en él.
—Y yo que pensaba que habías decidido no aspirar a mi mano después
de nuestro interludio privado. —Isadora cerró la brecha que los separaba y
le pasó un dedo por la costura de la chaqueta.
Lo debía considerar un patán.
—Mis disculpas, no debería haberme tomado tales libertades…
Isadora le puso un dedo sobre los labios.
—Se nota, Excelencia, cuando mientes, y está claro que no sientes el
menor remordimiento por tus actos.
Así era. Esperó a que retirara el dedo y le rodeó la cintura con los
brazos. Deseando poder recrear la noche en su estudio, bajó una mano hasta
cubrir su exuberante trasero.
—Eres muy observadora. Cuéntame cuál es mi secreto.
Ella le rodeó el cuello con un brazo.
—Justo antes de decir una mentira tensas la mandíbula y, si me fijo
bien, aquí… —Levantó la mano que tenía libre, le puso un dedo en la sien y
se lo bajó hasta la mandíbula—, puedo ver que tus músculos se mueven un
poco.
—No he apretado la mandíbula por eso. —Vio un brillo diabólico en la
mirada de Isadora, que lo miraba.
—¿Por qué lo has hecho?
Tiró de ella para acercarla más.
—Estar a escasos centímetros de tus labios me impulsa a besarte…
Tengo que esforzarme al máximo para no arrastrarte al suelo y hacer lo que
quiera contigo. —La muy descarada le acarició la nuca.
—Ahh… Entiendo. Tu honor de caballero te impide aprovecharte de
una inocente, pero ¿quieres besarme?
—Sí. —Bajó la cabeza, pero no del todo—. Deseo desesperadamente
besarte, pero antes tenemos que tratar tus preocupaciones y necesito que
aceptes casarte conmigo.
—Muy bien, te haré la segunda pregunta —dijo mirándolo a los ojos
mientras le rodeaba el cuello con el otro brazo—. ¿Piensas seguir prestando
servicios a la Corona después de que nos casemos?
El miedo le bajó por la espalda. ¿Cuál sería la respuesta correcta? Tragó
saliva y dijo la verdad.
—Sí, lo haré.
Ella no se alejó ante su respuesta, de hecho, le acercó más la cabeza.
—Y mi última pregunta, si esas actividades te llevan al extranjero, ¿te
acompañaré o no?
No le había preguntado nada de lo que él había previsto. No tuvo que
pensar demasiado su respuesta. La quería a su lado, siempre.
—Preferiría que me acompañaras. Sin embargo, si prefieres no hacerlo,
no te obligaré.
Apretó los labios contra los suyos y, antes de que él pudiera hundir la
lengua para saborear su dulce boca, ella se apartó.
—Creo que estoy enamorada de ti, Thomas Grandstone, duque de
Avondale, conde de Harvey y conde de Tourmaine —confesó.
—Es bueno saberlo, porque yo estoy enamorado de ti, lady Isadora
Malbury. —Rozó sus labios contra los de ella para darle un beso breve—.
¿Significa esto que te casarás conmigo?
Isadora se apartó.
—Sí, si eso significa que me besarás cuando quiera, acepto el
matrimonio. —Se zafó de él y le tomó de la mano. Tom estaba seguro de
que se dirigían de nuevo al baile, pero al ver que ella cambiaba de dirección
y lo llevaba hasta el sofá, soltó un suspiro de alivio.
—Tom, por favor, toma asiento. —Era la primera vez que lo llamaba
por su nombre de pila, y él no dudó en hacer lo que le pedía.
No le soltó la mano mientras se hundía en el sofá. Isadora se colocó
entre sus piernas y luego se arrodilló.
—Isadora, cariño, ¿qué demonios estás haciendo?
—La última vez, me diste placer hasta que alcancé el clímax. Esta vez
quiero darte placer hasta que lo encuentres tú.
Su pene se puso duro al instante al oír sus palabras y se movió
incómodo contra los pantalones. Ella llevó la mano a los botones de la
bragueta.
—No pongas esa cara. Chestwick Hall tiene una biblioteca muy
extensa. Estudié las ilustraciones y creo que es un acto bastante sencillo.
Aunque admitiré que me resultó difícil descifrar si las caras de los hombres
estaban contorsionadas como resultado del dolor o del placer, o quizá fuera
por una mezcla de ambas sensaciones.
Él cerró los ojos. La suerte estaba de su lado. Cómo había llegado a ser
tan afortunado como para encontrar a la mujer perfecta para él, nunca lo
sabría.
—¿Te gustaría que te diera algunas instrucciones o prefieres tener el
control absoluto? —Levantó las caderas mientras ella le bajaba los
pantalones hasta que su miembro asomó.
La vio lamerse los labios y estudió su virilidad hinchada.
—Un poco de instrucción, por favor.
—Escupe en la punta y luego húndeme en tu boca todo lo que puedas.
Ella siguió sus instrucciones sin cuestionarlas. Tom pensó que había
llegado al paraíso. Isadora aplicaba la presión justa con los labios mientras
deslizaba la boca por su erección
—Bien, cariño, ahora sube y baja. —Él hundió los dedos en su pelo y
los enredó con los cordones de su máscara. No pasó mucho tiempo antes de
que sintiera que se le tensaban los testículos. Estaba a punto de derramarse,
pero no sabía si hacerlo en su boca o en un pañuelo. Buscó uno en el
bolsillo y ese movimiento lo hizo hundirse más profundamente. Isadora
metió la mano entre sus piernas, le acarició los testículos y se los apretó.
Intentó zafarse, pero Isadora no se lo permitió.
—Cielo, estás a punto de hacer que me corra… Tengo que…
Ella le acarició la base de la erección, y eso le llevó al borde del abismo.
Su miembro se sacudió cuando llegó al orgasmo. Ella tragó saliva y se sentó
con una sonrisa perversa en la cara.
—Minerva siempre me ha dicho que es tan placentero dar como recibir.
No creo haber comprendido su significado hasta ahora…, ahora lo entiendo.
Dios, cómo amaba a aquella mujer inteligente y hermosa. La ayudó a
levantarse y se subió los pantalones para no mancharle el vestido cuando
tiró de ella para que se sentara en su regazo. Luego, se inclinó y buscó su
boca para besarla.
—Te deseo. Prométeme que te casarás conmigo lo antes posible.
—Prometo casarme contigo, pero no antes de que Minerva esté
felizmente casada.
Tom apretó la frente contra la de ella.
—¿Y si Minerva no quiere el matrimonio?
—Conozco a mi hermana. Su mayor deseo es ser madre. Debe casarse.
Si nos esforzamos juntos, uniendo nuestros recursos, podríamos llevarla
ante un reverendo en poco tiempo.
La idea de trabajar juntos atraía a Tom. Entonces le asaltó un
pensamiento.
—Si Charlotte tiene éxito esta noche y Drake gana la partida de ajedrez,
no será necesario que intervengamos. —Tom prefería no hacer de
casamentero si era posible.
—Aunque Charlotte convenza a Drake para que le lance el desafío, no
ganará contra Minerva. Puede que ella lo haya amado alguna vez, pero su
orgullo no la dejaría perder la partida, y Drake, bueno, él no ha jugado
ajedrez desde que éramos niños. No existe ninguna posibilidad de que
derrote a Minerva.
Tom no estaba de acuerdo. Drake era un genio y, aunque no fuera una
conclusión inevitable que aquel insolente cachorro derrotara a Minerva,
creía firmemente que existía la posibilidad.
Isadora se acurrucó contra él.
—Deberíamos volver al baile.
—Sí —convino, pero ninguno de los dos se movió.
Se contentaba con el disfrute que suponía tenerla cerca, entre sus
brazos. Pero no podían permanecer escondidos toda la noche.
C A P ÍT U L O V E I NT I C U AT R O

A trapada en el espacioso carruaje ducal, que traqueteaba por las aún


oscuras calles empedradas en dirección a la casa de sus padres,
Isadora apretó las manos sobre el regazo. Evitó la mirada de Tom aunque
podía sentirla clavada en ella.
Drake había estado paseándose de un lado a otro del pasillo delante de
la sala de billar cuando ella y Tom salieron de la sala de cartas. Menos mal
que se hallaba dos puertas más abajo y la probabilidad de que Drake
hubiera oído algo era escasa.
En la penumbra del carruaje, Isadora notó que Charlotte movía la rodilla
rítmicamente bajo la falda. Se armó de valor y desvió la mirada a Drake.
Ninguno de los dos parecía cómodo.
—Drake, ¿todavía planeas acompañarnos a Minerva y a mí a tomar el té
mañana?
—No. —Drake miró fijamente a Charlotte antes de seguir—. He
decidido hacer un Grand Tour ahora que es más seguro viajar. Estaré
ocupado haciendo los preparativos.
—No hay necesidad de juegos o mentiras entre nosotros cuatro. —Tom
suspiró—. Drake se niega a desafiar a Minerva.
Isadora fulminó a Drake con la mirada.
—¿Por qué eres tan terco?
—Minerva merece un marido que le conceda todos sus deseos…, y yo
no soy ese hombre. —Cruzó los brazos y miró hacia las ventanillas del
carruaje—. La Corona puede desterrarme a donde le plazca, pero no puedo
casarme con tu hermana.
Se hizo el silencio en el carruaje.
Isadora se ciñó la capa con más fuerza, echando de menos la calidez de
Tom.
—¿Volverás a tiempo para mi boda?
Drake abrió mucho los ojos.
—¿Boda?
—Sí. Su Excelencia me lo ha propuesto esta noche, y yo he aceptado.
Charlotte puso la mano en la rodilla de Isadora.
—Drake no puede regresar cuando lo desee. Las cosas no funcionan así.
Isadora miró a Tom.
—Juré que no me casaría antes de Minerva. Tenemos… Cien días. Cien
días para encontrarle un marido a Minerva.
—¿Cien días? —repitieron a la vez Tom y Drake.
—Sí, tenemos noventa días para celebrar la ceremonia después de que
se hayan leído las amonestaciones durante tres semanas consecutivas. —
Satisfecha con su concisa explicación, Isadora echó un vistazo a los
ocupantes del coche—. En total, cien días.
La miraron tres pares de ojos desconcertados. ¿Qué pasaba?
Drake la estudiaba con el ceño fruncido.
—A Minerva no le gustará que interfieras en sus planes.
—Tal vez, pero como estarás de viaje, yo me encargaré de mi hermana.
Charlotte miró a Drake y luego a Tom. Los hermanos volvían a
comunicarse sin palabras. ¿Estaría ella al tanto de su código cuando se
casara con Tom?
Tom suspiró.
—Agradezco todos tus esfuerzos, Charlotte, pero no, no nos casaremos
con una licencia especial. Vamos a ayudar a Isadora a encontrarle a Minerva
un marido adecuado.
Se le aceleró el corazón. Tom la apoyaba. Quizá la suerte estaba de su
lado esa noche, porque si no, ¿por qué había sido bendecida con un
prometido tan comprensivo y amable?
Charlotte asintió.
—Muy bien. Empezaré a redactar una lista a primera hora de la mañana.
—Su futura cuñada alargó la mano para apretar la suya. Sería agradable
tener otra hermana, una a la que no tuviera que ocultar secretos. Una vez
que se casara con Tom, ya no podría compartir sus actividades con Minerva
o Diana. Las pondría en peligro.
Drake se puso rígido en su asiento.
—¿A quién tienes en mente?
—No es de tu incumbencia —intervino Tom—. Parece que te perderás
las bodas de Minerva e Isadora. Una pena, teniendo en cuenta lo unido que
estás a la familia Malbury.
Un conmovedor sentimiento golpeó a Isadora en el pecho. Ira,
frustración y decepción la invadieron a la vez. Miró fijamente a Drake.
—Sea cual sea tu excusa para no hacerlo, más te vale que valga la pena.
El carruaje se detuvo e Isadora se recogió rápidamente las faldas para
salir antes de que Drake pudiera responder. Pero Charlotte alargó una mano
para detenerla. Se asomó cuando se abrió la puerta. No estaban en la
residencia de los Malbury. Estaban delante de la casa de Drake.
¿Qué demonios estaba pasando?
—Tienes que hacer las maletas. Yo te ayudaré —le dijo Tom a Drake
empujándolo.
Drake salió por la puerta sin decir una palabra ni mirar atrás. Tom lo
siguió, pero volvió a asomar la cabeza.
—Me reuniré con vosotras en casa de lord Torrance.
Isadora se sintió confusa.
—¿Por qué voy a la residencia de lord Torrance? —preguntó Isadora,
tras esperar a que se cerrara la puerta del carruaje.
Charlotte se encogió de hombros.
—Nosotros seguimos órdenes, no las damos.
Isadora permaneció sentada mientras el carruaje avanzaba a
trompicones. Esa iba a ser la primera visión de lo que sería su vida una vez
que se casara con Tom.
C A P ÍT U L O V E I NT I C I N C O

L a luz de las velas se filtraba por debajo de la puerta del salón de la


modesta casa de lord Torrance. Tom se acercó sigilosamente a la
habitación donde estaba Isadora. La culpa lo atormentaba. Debería haberle
explicado a su futura esposa que no estaba en su mano retrasar sus votos.
En lugar de eso, le había hecho creer que podían hacer de casamenteros
para Minerva sin más. Era un cobarde.
Tom esperó un momento con la oreja pegada al grueso panel de madera.
La cálida voz de barítono de lord Torrance se filtró a través de la puerta.
—Lady Isadora, comprendo su difícil situación. Pero debemos actuar
con rapidez a partir de la información que Avondale y lady Charlotte han
obtenido recientemente. No puedo en conciencia enviarla al extranjero con
Avondale sin que estén casados.
—Mi hermana ha cuidado siempre a mi familia. Se merece encontrar la
felicidad y tener una familia propia. No me casaré antes que ella. —El tono
de Isadora era decidido.
Tom hizo una mueca anticipándose a la respuesta de su mentor, pero
como lord Torrance permaneció en silencio, Tom puso una mano en el
picaporte, listo para entrar en cualquier momento.
—Lady Isadora, que quede claro: no toleramos la insubordinación en el
Foreign Office. Hay consecuencias.
—Hasta que Tom y yo nos casemos, no formaré parte oficialmente de
tal organización. Mi familia es lo primero.
—Oh, por el amor de Dios, Excelencia, deje de remolonear y entre de
una vez —ordenó lord Torrance.
Abrió la puerta y sonrió al ver a Isadora enfrente del hombre que era
como un padre para él.
—Perdón por mi tardanza.
—De todas las mujeres que se han cruzado en su camino… —dijo lord
Torrance, mirando a su pretendida—, ha elegido sabiamente.
Tom estaba de acuerdo por completo. Entró en la habitación y se detuvo
al ver a Charlotte tumbada en el sofá, con las manos debajo de la mejilla y
cubierta por una gruesa manta mientras dormitaba. Desde que llegaron a
casa desde Francia, su hermana no había parado de correr de un recado a
otro. Tendría que haberla ayudado más en lugar de quedarse pensando en
tener a Isadora en su habitación. Se acercó a su hermana y la abrigó con la
manta.
—¡Vete, harás que se fijen en mí! —siseó Charlotte con los ojos
cerrados.
—Debería haber imaginado que estabas fingiendo —susurró Tom, y le
plantó un beso en la cabeza, cosa que ella ya nunca le dejaba hacer.
Tom borró la sonrisa de su cara y se dio la vuelta para reunirse con
Torrance e Isadora junto al fuego.
—¿Qué se ha decidido?
—Nada —dijeron al unísono, y continuaron mirándose el uno al otro.
Isadora era magnífica, y la arruguitas en los extremos de los ojos de
Torrance decían que él también lo pensaba.
Se puso junto a Isadora y le rodeó la cintura con el brazo antes de
encararse con Torrance.
—Tiene que haber una solución razonable.
—He tratado de transmitir a su prometida la importancia de que ustedes
dos se casen inmediatamente. Su tía y yo hicimos un gran número de
promesas con el fin de obtener la licencia especial.
—Aprecio todo lo que han hecho para conseguir la felicidad de Tom. —
Isadora puso de puntillas y le dio a Tom un casto beso en la mejilla—. Sin
embargo, no cederé. Minerva es más importante para mí que mi propio
bienestar. —Se soltó de Tom y comenzó a andar.
Tom abrió la boca para responder, pero Torrance le dio un golpecito en
la espalda y negó con la cabeza. Observaron que Isadora murmuraba para sí
misma, proponiendo y luego descartando varios planes que intentaban
equilibrar los objetivos de todos, hasta que se detuvo.
—Ajá.
Torrance curvó las comisuras de los labios.
—Esto debería funcionar.
Isadora se acercó a Tom y le sujetó por las solapas.
—Tu tía tiene fama de casamentera. Debe tener una lista de solteros
elegibles. Organizaremos una fiesta de compromiso e invitaremos a todos.
—Pero Minerva ha declarado que solo se casará con el hombre que
pueda derrotarla al ajedrez. No es una hazaña fácil. —Tom miró a Torrance
en busca de ayuda, pero su mentor se limitó a encogerse de hombros.
—Reclutaré la ayuda de mi cuñado. —Los ojos de Isadora brillaban
llenos de esperanza—. Podemos crear un código de señales, y Chestwick
podría ayudar al caballero. Si Minerva cree que su oponente es digno y
puede conquistarla, permitirá que la derrote, y voilà estará prometida y
casada en poco tiempo.
—¿Estás dispuesta a engañar a tu propia hermana para que se case? —
preguntó Torrance.
—No puedo engañar a Minerva. Es demasiado lista, pero ahora cree que
le faltan opciones. Solo tenemos que mostrarle que es ella quien tiene la
sartén por el mango, por así decirlo.
Tom se rio entre dientes.
—No estoy seguro de que me importe que te refieras a mis pares en
esos términos, ni sigo del todo tu plan; sin embargo, creo en ti, y por eso
debemos intentarlo. —Si funcionaba, significaría que Isadora sería su
esposa antes.
Fue recompensado con un beso, y cuando Isadora terminó de besarle, se
apartó.
—Charlotte puedes dejar de fingir que duermes —dijo—. ¿Qué te
parece mi plan?
Charlotte se levantó y se pasó una mano por el vestido arrugado.
—Lady Minerva me cae muy bien. Si realmente desea casarse, entonces
tenemos mucho que hacer.
Torrance se aclaró la garganta.
—¿Qué pasa con Drake?
—¿Qué pasa con ese idiota? —replicó Isadora.
Torrance consideraba a Drake el único hombre en Inglaterra que poseía
el talento necesario para derrotar a lady Minerva. Además, su esposa, lady
Ethel creía firmemente que la pareja estaba totalmente enamorada.
—¿Me recomienda que embarque a Drake para que no interfiera o que
le permita quedarse? —preguntó Torrance a Isadora.
—Haga lo que crea conveniente. —Isadora se giró para mirar a
Charlotte—. ¿Cuánto tiempo crees que llevará arreglarlo todo?
Charlotte miró a Torrance por encima del hombro de Isadora. Tom quiso
y rogó en silencio a su mentor que no levantara más de dos dedos y, para su
suerte, Torrance desplegó dos dedos.
Su hermana suspiró.
—No más de quince días —dijo.
Tom quiso saltar de alegría. Isadora sería su esposa dentro de dos
semanas. Iba a tener que reunir fuerzas suficientes para contener su
adoración durante catorce días, pero cuando Isadora se volvió para guiñarle
un ojo y sonreírle, su determinación se desmoronó. Esperaría para
deshacerse de su virginidad, pero había otras formas de explorar el placer
juntos.
Charlotte soltó un chillido, que tomó a Tom por sorpresa. Isadora había
abrazado a su hermana.
—Tendré que renunciar a mi papel como líder del Salón de las Damas
Escandalosas. ¿Aceptarás el cargo si los miembros lo aprueban?
Charlotte devolvió el abrazo de Isadora con entusiasmo.
—¡Ah, sí! Me encantaría.
—Sé que las dejo en buenas manos, aunque estoy un poco triste por no
poder participar en los actos de esta temporada.
—No hay necesidad de entristecerse. Estoy segura de que Tom se
encargará de que lo pases genial en Francia.
Las damas enlazaron sus brazos y salieron de la habitación, dejando a
Tom a solas con Torrance.
—Infórmame de lo que necesites y me encargaré de que se haga —
propuso Torrance mientras pasaba un brazo por el hombro de Tom.
—Una caja de brandy para empezar.
Torrance se rio y le dio una palmadita en la espalda.
—Haré que la entreguen al amanecer.
—¿El plan de Isadora puede tener éxito?
—Sí, creo que la futura duquesa de Avondale puede lograr cualquier
cosa que se proponga. —Torrance le hizo un gesto a Tom para que le
precediera en el umbral de la puerta—. Apruebo su elección, y también lo
hará el jefe del Foreign Office.
Tom suspiró.
—Dos semanas.
—Es mucho mejor que cien días y cien noches.
—Sí, es cierto. —Tom tomó su abrigo de manos del mayordomo, que
esperaba a un lado—.¿Debo informar por la mañana?
—No, debe descansar un poco y vigilar a Drake.
—Entonces, ¿puede quedarse en el país?
—Por ahora. —Torrance le hizo un gesto para que saliera—. No se
preocupe por informarle esta noche. Escolte a las damas a casa, yo enviaré
una nota al capitán Bane para avisarlo de que puede darle alguna opción a
Drake.
Tom entró en el carruaje, debatiendo con su conciencia si informar o no
a Drake de que ya no le obligaban a marcharse. Nunca había ignorado el
consejo de Torrance, y no iba a empezar a hacerlo ahora.
Sentado frente a Isadora, lo golpeó una epifanía: El amor era una
elección.
EPÍLOGO
CUATRO SEMANAS DESPUÉS...

PARÍS, FRANCIA

T om movía las caderas hacia delante, hundiéndose en el interior su


mujer al compás del oleaje. Nunca se cansaría de complacerla
hasta que alcanzara el clímax. Era un espectáculo para la vista. Después de
varias semanas casados, seguía deseándola con la misma intensidad. Isadora
se había convertido en una atrevida en la cama, y él adoraba cada momento
que compartían. Ella saciaba en él un deseo salvaje que ni siquiera sabía
que existía. La penetró más profundamente y los gemidos de placer
femenino le hicieron aumentar el ritmo de sus embestidas.
—Querido, más despacio —suplicó Isadora.
Le concedió su deseo y movió el pulgar con movimientos circulares
sobre el suave montículo, sabiendo que eso la acercaría a la liberación.
—Thomas Grandst… stone, te amo. —Isadora arqueó las caderas para
recibir sus envites.
Le encantaba cómo proclamaba su amor por él cuando estaba a punto de
alcanzar el clímax. Siguió hundiéndose en ella una y otra vez hasta que
encontró su propia liberación.
Agotado, rodó hasta quedar tumbado de lado junto a Isadora en la litera,
apenas lo bastante grande para que cupieran los dos. La mayoría de las
noches, Isadora dormía sobre él, cosa que no le importaba lo más mínimo.
A menudo se encontraba despierto con su mujer a horcajadas sobre sus
caderas, con su erección enterrada entre sus encantadores muslos mientras
ella se mecía al compás de las olas.
Isadora bostezó.
—Antes de dormirnos, quiero darte las gracias por casarte conmigo y
permitirme acompañarte en estas misiones. Llenas mi corazón y mi alma de
alegría.
—Nunca pensé que diría estas palabras. De hecho, juré tras la muerte de
mis padres que nunca permitiría que mi esposa se uniera a mí en las
peligrosas actividades que realizo para la Corona, pero ahora entiendo por
qué mi padre insistió en viajar siempre acompañado de mi madre. Mi
corazón se partiría por la mitad si no estuvieras a mi lado. Te amo con cada
fibra de mi ser, Isadora, y no te librarás de mí pronto.
Isadora rodó hacia él, y se acurrucó contra su cuerpo antes de cerrar los
ojos.
—Yo también te amo, querido —susurró.

¿Quieres saber si funcionó el plan de Isadora para que Minerva se casara


antes que ella?

Descúbrelo en Jaque mate a la reina.


SOBRE L A AUTORA

Rachel Ann Smith escribe novelas románticas históricas, que siempre tienen un giro y un final
feliz.

Cuando no está escribiendo, a Rachel le encanta leer y pasar tiempo con su familia. A menudo se la
puede encontrar con su eReader junto a la piscina en verano, en las gradas del campo de fútbol en
primavera y otoño, o acurrucada en el sofá durante los meses de invierno. Actualmente vive en
Texas con su marido, que la apoya incondicionalmente, y sus dos hijos.

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