El Duque de Ases Las Damas Atrevidas 02 Rachel Ann Smith
El Duque de Ases Las Damas Atrevidas 02 Rachel Ann Smith
El Duque de Ases Las Damas Atrevidas 02 Rachel Ann Smith
Traducido por
MARÍA JOSÉ LOSADA REY
El duque de Ases es una obra de ficción. Aunque se haga referencia a hechos históricos reales o a
lugares ya existentes, los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación
del autor o se utilizan de forma ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas,
establecimientos comerciales, hechos o locales es pura coincidencia.
Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro, en
cualquier forma o por cualquier medio electrónico o mecánico, incluidos los sistemas de
almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso por escrito de la autora, excepto para
el uso de breves citas en una reseña literaria.
El reto de la debutante
El duque de Ases
Sobre la autora
PRÓLOGO
FIESTA EN AVONDALE HOUSE
ESCOCIA
LONDRES
E L RAYO de sol que se asomaba entre las vigas rebotaba en los diamantes
que adornaban el pelo rubio de Minerva. En opinión de Isadora, la llegada
de su hermana no podía haber sido más oportuna. Doblando las rodillas
para permanecer a la sombra del duque, Isadora abrió su abanico y lo
levantó para ocultar su sonrisa. Se sentía impulsada por su atrevimiento y su
capacidad de tocar a otra persona sin que se le revolviera el estómago, así
que agitó el abanico delante de su cara. Los intercambios verbales con
Avondale eran entretenidos, pero sentir cómo se flexionaban los duros
músculos calientes de ese hombre bajo sus palmas hacía que sintiera
chispas por todo el cuerpo. Era aterrador y liberador al mismo tiempo. Cada
encuentro con ese hombre desvelaba otro misterio sobre el que sus
hermanas le habían advertido, pero que no lograban explicar.
Isadora echó un vistazo detrás de Avondale. Lady Charlotte la saludó
con la mano mientras Minerva caminaba tranquilamente junto a ella, cuyos
rizos rebotaban como un resorte en un carruaje. Isadora se relajó. Los
verdugos de su hermana no eran fáciles de despachar, pero tanto Minerva
como lady Charlotte parecían de buen humor.
—Creo que he juzgado mal a su hermana —comentó Isadora.
—Es algo usual. Es un camaleón. —Avondale se volvió para saludar a
las jóvenes que acercaban—. Hermana, ¿una exploración divertida?
Lady Charlotte asintió y miró a su hermano.
—Así es. —A pesar de la diferencia de altura, no cabía duda de que
eran hermanos—. He localizado un maravilloso puesto de dulces al
noroeste.
Minerva arqueó la ceja izquierda Era una señal que las hermanas
Malbury utilizaban para comunicarse entre ellas, indicando que el
interlocutor mentía.
Lady Charlotte miraba a su hermano como si fuera un dios. Nadie, ni
siquiera la mejor actriz de Dury Lane, podía fingir una adoración semejante.
Avondale extendió el brazo hacia su hermana y ambos anduvieron juntos
hacia la salida. Aquel intercambio hizo resurgir la preocupación de Isadora;
no sabía si lady Charlotte sería capaz o no de guardar un secreto ante su
hermano. Isadora imaginaba que a cualquier mujer le sería difícil negarle la
verdad al duque de Avondale.
Isadora se acercó a Minerva, que enseguida le dio un codazo en las
costillas.
—No puedo descifrar su código; sus señales no verbales son muy
superiores a las nuestras.
Observó atentamente a la pareja mientras seguían a los hermanos
Avondale hacia la salida.
—¿Estás segura? Solo veo a una hermana pequeña adulando a su
hermano mayor.
—¿Se te ha ocurrido alguna vez admirar así a Benedict?
¿Por qué hacía Minerva semejante pregunta? Isadora clavó la mirada en
el frente.
—Por supuesto que no. —Su hermano mayor no era un duque
encantador, sino un hombre de ojos oscuros y misteriosos. Oh… lady
Charlotte era buena, reflejaba emociones con las que otras personas podrían
desear disfrazar sus verdaderas intenciones y acciones.
Si Minerva estaba en lo cierto, entonces Isadora no debía tener ningún
temor en extender la invitación oficial a lady Charlotte para unirse al Salón
de las Damas Escandalosas. Solo invitaban a un nuevo miembro cada
temporada. En la solicitud, lady Charlotte había declarado que sus
perspectivas maritales eran limitadas debido a su sobreprotector hermano.
Al observar a la pareja que tenía delante, Isadora sospechó que lady
Charlotte solo había esgrimido parte de sus razones para permanecer
soltera.
Minerva se inclinó más cerca.
—Conozco esa mirada, querida hermana, y abandona cualquier
sospecha que puedas estar formulando.
—Tienes que sentir curiosidad por saber lo que Avondale y su hermana
podrían estar discutiendo en clave.
—No. Mis instintos me dicen que sea lo que sea en lo que estén metidos
los Avondale, es peligroso. Estaba presente cuando lady Charlotte ha
superado sin ayuda a lord Mansville y tú no. Durante tres temporadas ese
vil hombre me ha hecho temblar sin control, y esa dama… —Minerva
señaló a lady Charlotte—. No es una dulce joven inocente, ha dominado a
Mansville como a un cachorro con una correa, todavía estoy un poco en
shock.
—¿Mansville bajo el control de una mujer? Imposible.
—Eso pensaba. —Minerva sonrió—. Y, sin embargo, lady Charlotte ha
logrado esa hazaña ante mis propios ojos. Es a la vez extraordinaria y
aterradora. —Viniendo de Minerva, Isadora consideró el comentario de su
hermana como un gran elogio. Nadie la asustaba ni intimidaba, pues
normalmente era Minerva quien lo lograba.
—Hermana, querida, como sabes, tengo la responsabilidad de mantener
a salvo a las Damas Escandalosas. Tal vez debería investigar un poco
más… antes de aprobar la solicitud de lady Charlotte.
—Mmm… —Minerva escudriñó las facciones de Isadora—. ¿Es tu
intención iniciar una investigación sobre lady Charlotte o sobre su
hermano?
Isadora se encogió de hombros. Aunque Minerva no lo admitiera, le
gustaba resolver misterios tanto como a ella.
C A P ÍT U L O O C H O
V estidos de seda en tonos rosa pastel, verde y azul, junto con medias
y ligueros, y una gran variedad de envoltorios llenaban la
habitación de Isadora, sobre la cama, encima de la silla de lectura y sobre la
cómoda. Era un desastre.
Minerva estaba de pie detrás de ella, haciendo el papel de su doncella.
—Prométeme que tendrás cuidado esta noche.
—Si me acompañaras tú en lugar de Drake, no habría necesidad de que
te lo prometiera, ¿verdad? —Isadora volvió a respirar mientras Minerva
tiraba del lazo malva oscuro que le envolvía el pecho. La miró por encima
del hombro—. Deja de preocuparte, es una fiesta de máscaras privada, y yo
personalmente he supervisado cada invitación.
—Pero como cada asistente irá con máscara, no puedes estar segura.
Prométemelo. —Minerva llevaba toda la noche nerviosa.
—Te lo prometo. —Isadora giró sobre sí misma y envolvió a Minerva
en un abrazo—. No tienes de qué preocuparte. Drake no se apartará de mi
lado.
Minerva se echó hacia atrás.
—Con Benedict y Diana casados, y Gregory y Paul estudiando, ¿de
quién más me voy a preocupar?
Isadora se imaginó retorciéndole el pescuezo a Drake por milésima vez.
Minerva ya debería estar casada y cuidando de sus propios bebés, no
haciendo el papel de hermana solterona y preocupándose por sus hermanos.
Minerva se dio la vuelta y rebuscó entre un montón de chales.
—¿A quién ha incluido Charlotte en su lista de invitados?
—A su hermano. —El corazón de Isadora se saltó un latido ante la idea
de estar en la misma habitación que Tom. Isadora era recorrida por un flujo
constante de emociones, dividida entre la ansiedad y el deseo de verlo.
Evitó la mirada de Minerva, pero notó el intento poco entusiasta de su
hermana de reprimir una sonrisa.
—Me sorprende que el duque de Avondale no apareciera en nuestra
puerta la noche de su regreso —dijo Minerva crispando la comisura de los
labios.
Tom y Charlotte habían regresado a Londres hacía tres días. Él le había
enviado una nota la primera noche que estuvieron en casa, informándola de
que iría a verla lo antes posible. Pero en lugar de presentarse en el evento en
la residencia Garnett al que ella asistió, Su Excelencia le envió otra misiva
informándole de que había sido reclamado por el jefe del Foreign Office
para ser interrogado. Ella había ido recopilando varias notas breves pero
conmovedoras en los dos días transcurridos, en las que él lamentaba tardar
tanto en volver a verla. La excitación que la invadía seguía aumentando a
medida que contaba las horas que faltaban para la fiesta de disfraces.
Ansiaba sentir el tacto de Tom, y solo el suyo. Sabía que era así, ya que
seguía rehuyendo instintivamente a cualquier otro caballero.
Minerva escogió unos lazos del mismo color oscuro que la máscara de
Isadora y volvió a colocarse detrás de ella para asegurarla sobre sus ojos y
su nariz; la tela de seda era suave contra sus mejillas, encendidas por estar
hablando de Tom. Con la máscara ya en su sitio, una oleada de confianza la
atravesó. Podía enfrentarse a Tom sin miedo.
—Estoy segura de que Su Excelencia tenía asuntos más importantes que
atender que hacernos una visita social.
—Tal vez. —Minerva la sujetó por los hombros—. Necesitas un marido
que te iguale en intelecto, que comparta tu perspectiva de la vida y que te
ame apasionada e incondicionalmente.
—¿Y crees que Tom podría ser ese hombre?
Su hermana le dio un pequeño empujón.
—Sí, así es. Ahora, ve a disfrutar de la velada.
Isadora se acercó a la puerta.
—¿Puedo preguntarle qué planes tienes para esta noche? —preguntó
Isadora con la mano apoyada en el picaporte.
—Me quedaré aquí.
Isadora quiso poner los ojos en blanco ante semejante mentira, pero se
contuvo y, en su lugar, miró directamente a su hermana.
—No te creo. Hay una razón por la que querías que Drake estuviera
preocupado esta noche. No querías que te siguiera a donde quiera que
vayas.
—¿Desde cuándo eres tan perspicaz? —Minerva correteaba por la
habitación de Isadora recogiendo todos los vestidos descartados.
—El mero hecho de que decida fingir que no me doy cuenta de tu
peculiar comportamiento no significa que no sea consciente de él. —Isadora
examinó las facciones de su hermana. La terquedad de la mandíbula de
Minerva significaba que no iba a compartir sus planes.
Averiguar los secretos de Minerva le llevaría más tiempo del que podía
permitirse esa noche. Drake la estaba esperando. Isadora abrió la puerta y
avanzó por el pasillo.
Isadora dio la bienvenida al frío al cruzar las puertas hacia la noche.
Drake salió de entre las sombras.
—¿Ha compartido sus planes?
—No seas tonto. Sea lo que sea lo que Minerva piense hacer, no quiere
que interfiramos. Sin embargo, no veo ninguna razón por la que debas
permanecer en Wembley Hall mientras dure el baile.
Miró fijamente al mejor amigo de su hermano.
—Durante las últimas dos temporadas y media, creía que el desafío de
Minerva de casarse solo con el hombre que pudiera vencerla en una partida
de ajedrez era solo una estratagema para permitir que mi hermana pudiera
decidir por sí misma con quién se casaría. Sin embargo, me acaba de decir
que debía buscar un marido que me igualara en ingenio e inteligencia con
tal convicción que lo he reconsiderado. Su declaración podría ser
simplemente una forma de descubrir si hay algún caballero elegible que
pueda igualar su intelecto. Lo que significa por desgracia que, aunque la
amaras, probablemente no se casaría contigo.
—¿Me estás llamando imbécil?
—Jamás haría algo así. —Isadora subió al carruaje que esperaba en el
callejón—. Pero haría falta un genio para derrotar a Minerva en una partida
de ajedrez, y tú, mi querido y viejo amigo, no eres ningún genio.
Ignorando su afirmación, Drake sonrió y cruzó los brazos sobre el
pecho.
—Si Avondale desea reanudar su persecución sobre ti, ¿aceptarías un
noviazgo?
Su intento de encender la furia de Drake había caído en saco roto. El
hombre, que era como un hermano para ella, era su obstinado laissez-faire.
Drake era igual de testarudo que su hermana y nunca prestaba atención a la
sabiduría que otros intentaban transmitirle.
Isadora imitó la pose de Drake, cruzó los brazos sobre el pecho y
resopló.
—¿Qué te importa a ti?
—Me preocupo por ti como si fueras mi propia hermana. —Drake se
movió para desentumecerse, apoyó los codos en las rodillas y juntó las
manos. Pero se miró las manos y no a ella—. Quiero que seas feliz y estés a
salvo. Te apoyaré lo mejor que pueda —continuó.
—Hablas como Minerva.
Drake la miró.
—Lo tomaré como un cumplido ya que sé que tienes a tu hermana en
alta estima.
Isadora había querido discutir su dilema con Minerva, pero su hermana
no estaba en condiciones de darle una opinión imparcial. Se quedó mirando
la cabeza gacha de Drake. Los únicos de sus hermanos que estaban casados,
Benedict y Diana, no llegarían hasta dentro de una semana, y Drake se
estaba ofreciendo a escucharla y ayudarla a pasar la velada.
—Temo lo que Minerva hará si acepto que Tom me corteje —explicó,
elevando una rápida plegaria.
—Entonces, ¿de verdad no sabes lo que está tramando esta noche?
—Por supuesto que no. —Menuda inutilidad, ese hombre era imbécil.
Apoyó la espalda en el asiento, cerró los ojos y dejó que su mente repasara
todas las ventajas y desventajas de pasar el tiempo con Tom.
—Las acciones impulsadas por el miedo nunca son tan fructíferas como
las que están impulsadas por un propósito. —La lenta y reflexiva respuesta
de Drake se filtró en los pensamientos de Isadora.
—Aunque podría estar de acuerdo, la incertidumbre de cómo
repercutirán mis acciones en Minerva pesa más que cualquier razonamiento
lógico a favor o en contra de Tom. —Isadora se frotó las sienes, que
empezaban a dolerle.
—Si dejaras a un lado tu preocupación por el bienestar de tu hermana,
¿qué harías?
—Todavía no lo he decidido.
Drake se incorporó e inclinó la cabeza a un lado hasta captar su mirada.
—No te estoy preguntando qué crees que deberías hacer, te pregunto
qué te dice tu instinto que hagas.
Isadora frunció el ceño ante su petición.
—No soy de las que actúan por impulso y lo sabes.
—Pues tal vez sea hora de que lo hagas. —Drake arqueó una ceja
interrogante.
—¡Esto es ridículo! Apenas conozco a Tom. Apenas me dirigió más de
cinco palabras durante la reunión campestre que celebró en su casa a finales
de verano. Y… he estado en su compañía menos de un puñado de veces
desde entonces, y en cada una de esas ocasiones no ha evocado más que
pensamientos contradictorios dentro de mí.
—¿Pensamientos o reacciones? —insistió Drake.
Maldito fuera por conocerla tan bien.
—¿Avondale te parece agradable a la vista? —continuó él.
—¿A qué mujer no se lo parece?
—Tienes razón. —Drake se sentó y cruzó las piernas, apoyando el
tobillo en la rodilla contraria—. Vamos a enfocar esto desde una perspectiva
diferente. —Comenzó a mover rítmicamente el pie apoyado en el suelo,
señal de que estaba sumido en sus pensamientos. Drake se estaba tomando
en serio esta discusión. Intentaba ayudarla de verdad. A pesar de su
desinterés por el corazón de Minerva, Drake era un buen hombre. El mejor
amigo de su hermano había sido un invitado constante en Malbury Manor a
pesar de ser el dueño de la finca de al lado. De hecho, mientras crecían,
había sido él quien la animaba a evaluar los riesgos y a arriesgarse.
¿Debía confiar en su intuición sobre el duque?
Drake detuvo el movimiento de su pie.
—En lugar de aceptar un noviazgo, que tiene un cierto elemento de
incertidumbre, ¿aceptarías casarte con Avondale?
—¿Estás sugiriendo que la razón por la que dudo en aceptar su cortejo
se debe a la ambigüedad?
—Sí.
¿Podría tener razón Drake?
Había algo diferente en Drake esa noche. Parecía mayor, más sabio y…
serio.
Se merecía una respuesta meditada, no una de esas réplicas más frívolas
que ella estaba acostumbrada a darle.
—Es que correr el riesgo de perder a Minerva a consecuencia de
cualquier ardid que esté planeando por un mero cortejo no me atrae nada.
—Estoy de acuerdo. —Drake se enderezó, cambió de asiento y se sentó
junto a ella—. Si Avondale te hiciera una propuesta esta noche, ¿qué le
dirías?
—Drake, sabes que odio repetirme. —Apretó las manos—. Sería una
locura decirle que sí a un hombre que apenas conozco.
—¿Qué más necesitas saber? Ya estás al tanto de uno de los secretos
mejor guardados de Avondale. No lo comparte con nadie y confía en ti.
—No es un gran secreto si todo el mundo lo sabe.
Drake negó con la cabeza.
—La única razón por la que conozco el secreto de Avondale es porque
el jefe del Foreign Office le envió a reclutarme.
—Ah… —Isadora frunció el ceño. ¿Quién era el hombre que tenía al
lado?—. ¿Eres un espía?
—No, no. —Drake le sostuvo la mirada—. Me conoces de toda la vida.
¿Crees que podría ser un espía?
Entrecerró los ojos y estudió a Drake durante un rato.
—Ahora que lo pienso, sí. Sí, podrías serlo.
—Pues te aseguro que no lo soy. —Drake miró por la ventanilla—. Pero
basta de hablar de mí… El tema a tratar sois Avondale y tú.
—Bien… —Isadora juntó sus pensamientos dispersos—. ¿Es la
confianza base suficiente para construir un matrimonio?
—Es mucho mejor que la lujuria.
Drake tenía razón. El matrimonio de sus padres había empezado con
lujuria y luego se había desintegrado hasta la nada por falta de confianza.
Se giró y envolvió con torpeza a Drake en un abrazo.
—Gracias por ayudarme a decidir.
Drake le dio una palmadita fraternal en la espalda.
—Me estoy dando cuenta de que es mejor buscar confirmación verbal
cuando se trata de pensamientos femeninos. ¿Qué has decidido
exactamente?
Isadora se rio y se apartó.
—Tendrás que esperar para averiguarlo. Avondale debería ser el
primero en conocer mi decisión, ¿no te parece?
Drake se tiró de las mangas del abrigo y se desplazó hacia el asiento
orientado en el sentido contrario a la marcha, dándole el espacio personal
que ella prefería. La conocía bien.
—Serás una excelente duquesa, pero aún más importante, una
excepcional agente del Foreign Office.
Los cumplidos de Drake estaban llenos de sinceridad. Sería una
excelente agente de la Corona.
Pero ¿aceptaría Tom esperar para casarse? Isadora quería ver primero
casada a Minerva.
C A P ÍT U L O V E I NT E
T ras colocar las cartas sobre la mesa en línea recta, Isadora les dio
la vuelta como fichas de dominó para que Tom las viera. No lo
hizo para demostrar que sabía moverlas; sino como muestra de seguridad.
Si la confianza iba a ser la base de su matrimonio, quería que fuera sólida.
Tom escrutó las cartas y le indicó con la cabeza que procediera. Ella
recogió las cartas, las barajó y entremezcló con una habilidad que rara vez
dejaba ver, salvo en compañía de la familia.
Su oponente observó sus movimientos con atención, como si intentara
leer o memorizar el orden de las cartas. Luego, Isadora inclinó las cartas un
poco hacia abajo y Tom frunció el ceño. Por fin, apiló los naipes y los
acercó a Tom.
Él se quitó los guantes y los dejó en el asiento de al lado antes de
levantar la mitad superior de la baraja y dejarla a su derecha. Isadora
admiró sus manos bronceadas por el sol. ¿Montaría Tom con el torso
desnudo y sin guantes durante los meses más cálidos como hacían sus
hermanos?
Notó las mejillas calientes cuando posó la mirada en el pecho de Tom.
Si perdía, pronto lo sabría. Ese pensamiento la hizo parpadear y juntó el
montón que quedaba a su derecha con el otro.
—¿A cuántas rondas? —preguntó.
—Hasta que no haya suficientes cartas. —Tom arqueó arrogante una
ceja.
¿Una baraja entera?
Para saber qué cartas se habían jugado y cuántas quedaban por jugar,
debería prestar toda su atención. No podría permitirse ninguna distracción.
Como no era de las que confiaban en la suerte, desterró todas esas imágenes
de un Tom bronceado y con el torso desnudo sentado a caballo.
Concentrada, repartió dos cartas, ambas boca abajo. Una frente a Tom y
la otra delante de ella. Respiró hondo y miró las cartas que tenía ante sí,
repartió dos más, esta vez boca arriba. Un ocho de picas para Tom y un
cuatro de diamantes para ella. Ahora venía la parte complicada, calcular las
probabilidades en función de la siguiente jugada de Tom.
Lo vio levantar con pericia la esquina de la última carta, y luego hizo un
gesto con la mano indicando que no deseaba más.
Maldición. Buscó en su rostro alguna pista sobre la carta que le había
tocado. Sus ojos como caramelo fundido no le dieron ninguna, pero
consiguieron acelerar su corazón. Sus labios permanecían relajados, aunque
el recuerdo de sus besos la hacía moverse en su asiento. No debía dejar que
sus pensamientos se desbocaran. Lo miró con intensidad un momento más.
Debía de tener una figura.
Con la mano libre, echó un vistazo a su última carta y su corazón dio un
vuelco al ver el siete de picas. Necesitaba un siete o más para ganar. Dio la
vuelta a la tercera carta que tenía delante. Junto al cuatro de diamantes
había un rey de tréboles.
—¿De qué palo es tu siete? —preguntó Tom con un gemido.
Debería haberlo memorizado cuando lo miró. Tendría que hacerlo mejor
en la próxima mano. Isadora sonrió mientras daba la vuelta a su última
carta.
—Picas. —Notó que él acariciaba la mesa dejando una pequeña marca
en el fieltro—. ¿Sigues el palo o el color?
Tom se rio entre dientes.
—Lo he intentado con el palo en el pasado, pero cuando se juega con
una baraja completa, solo sigo el color. —Movió los dedos. Dedos con los
que ella había fantaseado muchas veces en los últimos quince días—. No
tengo suficientes dedos.
Isadora negó con la cabeza. Lo que necesitaba era concentrarse.
Necesitaba tener respuestas antes de comprometerse durante el resto de su
vida con aquel hombre.
—Las probabilidades de empate son mayores jugando las cincuenta y
dos cartas. Sugiero que juguemos al mejor de cinco.
—Ahora que has ganado la primera ronda, las probabilidades de ganar
están significativamente a tu favor si jugamos solo cinco rondas.
Lo miró arqueando una ceja.
—¿Te preocupa que la suerte no esté de tu lado esta noche?
—Muy bien, al mejor de cinco. —Recogió las cartas y las colocó a un
lado.
Isadora repartió la siguiente ronda. Ambos tenían las cartas descubiertas
delante de ellos. Tom fue el primero en jugar; pidió otra carta e Isadora dio
la vuelta a un diez de corazones.
—Yo gano. —Isadora se inclinó hacia delante y giró lentamente la carta
oculta. ¿Podría desviar la atención de Tom con tanta facilidad como él la
suya?
Ella miró el dos de tréboles. Se echó hacia atrás en la silla y le enseñó la
última carta: un nueve de picas.
Tom introdujo un dedo en el nudo de su corbata y tiró de la tela hasta
que se soltó; luego subió la mirada de su pecho a sus ojos.
—Parece que la suerte te favorece a ti esta noche.
—Lo que sería magnífico si fuera capaz de arrasar, pero la verdad es
que las probabilidades no están a mi favor.
Dispuesta a terminar con el juego, Isadora repartió esta vez las dos
cartas boca abajo. La complejidad añadida demostraría quién tenía a la
suerte de su lado. Tom volvió a rechazar la petición de otra carta.
Isadora levantó lentamente sus cartas. Cinco de corazones. Dos de
diamantes. Estaba muy lejos de veintiuno. Tom hizo tamborilear las yemas
de los dedos sobre la mesa, y la recorrió una punzada de deseo.
—Quiero una carta. —Se repartió otro naipe. Cuatro de picas, lo que
sumaba un total de once. Tal vez la suerte estaba realmente de su lado esta
noche. Se humedeció los labios, lo que hizo que Tom se moviera en su
asiento—. Y otra.
Tom arqueó una ceja cuando dio la vuelta a un tres de corazones.
¡Maldición! Solo sumaba catorce y las probabilidades de que apareciera una
figura eran muy altas.
Tom se arrellanó y sonrió satisfecho. Maldito fuera, incluso su sonrisa le
aceleró el pulso. Ella suspiró.
—Y otra —demandó.
Como esperaba, apareció una figura. Tom había ganado la tercera ronda.
Tom le dio la vuelta a sus cartas para revelar un seis de diamantes y una
sota de tréboles. Isadora se quedó mirando las dos cartas. Solo sumaba
dieciséis. Si hubiera pedido una carta, le habría tocado el cuatro de picas y
habría tenido veinte y ella…, ella también habría tenido veinte, lo que
habría dado como resultado un empate en lugar de una pérdida.
Tom se inclinó hacia delante.
—¿Es una derrota mucho peor que un empate al mejor de cinco?
Con la corbata suelta, quedaba al descubierto la parte superior de su
pecho, lo que confirmaba su sospecha de que el hombre montaba a pecho
descubierto durante los meses de verano.
—Sí, lo es —respondió Isadora tragando saliva.
Repartió la siguiente ronda haciendo acopio de toda su fuerza de
voluntad. Necesitaba respuestas antes de aceptar casarse con ese hombre
que le hacía arder la sangre. Esa vez decidió repartir las cartas a la manera
tradicional, una boca abajo y otra boca arriba.
Intentó ignorar la mirada penetrante de Tom para centrarse en sus cartas.
Él rozó con el pulgar el lateral de su carta antes de echarle un vistazo. Lo
recordó recorriendo con sus dedos la parte interior de su muslo, y apretó las
piernas, pero no pudo hacer nada para detener la humedad que se
acumulaba en su interior.
Tom golpeó la parte superior de sus cartas con el índice, indicando que
deseaba otra carta. Con el as de corazones en la mano, no debía tener
ninguna figura.
Con el corazón acelerado, le dio la vuelta a otro as, esa vez era el as de
tréboles. Maldito fuera ese hombre y su apodo: esta noche era el duque de
Ases. Isadora volvió a concentrarse en sus cartas: el rey de corazones y,
oculto a la vista de Tom, un nueve de diamantes.
—Estoy servida —declaró Isadora dejando las cartas a un lado.
Tom le dio la vuelta al seis de tréboles.
Ella había ganado. Se puso en pie de un salto. Eufórica por haber
vencido al duque de Ases.
Tom se levantó y se acercó al sofá frente al fuego.
—Estoy listo para tus preguntas, querida.
C A P ÍT U L O V E I NT IT R É S
S u futura esposa tenía los pies ligeros. Tom tuvo que concentrarse
para detectar siquiera que ella se acercaba. Sería una buena espía,
pero ¿querría ser agente de la Corona? El plan original de un matrimonio de
conveniencia les hubiera permitido a ambos llevar vidas separadas, pero la
idea de no compartir todos los aspectos de su vida le dejaba mal cuerpo.
Isadora se quedó de pie ante él, con el resplandor del fuego a su espalda,
haciendo que desapareciera todo pensamiento de su mente y que su pulso se
acelerara en reacción a aquella hermosa mujer. Ansiaba acercarse a ella y
desvestirla. Hacer lo que quisiera con ella. Era una joven inocente. Una
inocente con una mirada muy seria en sus rasgos.
Isadora se puso a pasearse mientras se golpeaba el labio inferior con el
dedo índice.
—¿Empiezo?
—Por favor. —Tom estiró las piernas hacia delante y las cruzó a la
altura de los tobillos.
—De niño, ¿estabas al tanto de las actividades de tus padres? —Se
detuvo a unos metros de él.
Era interesante que le preguntara por su infancia. Tom pudo
concentrarse en su respuesta porque ella quedaba fuera de su alcance.
—A los diez años, mis padres me reclamaron y tuvieron una
conversación bastante franca conmigo sobre las decisiones que habían
tomado y que pensaban seguir tomando. Me dieron a elegir: ir a Eaton y
hacer amigos o quedarme en casa y recibir clases particulares para
prepararme para entrar en el Foreign Office. Como muchacho en plena
juventud, aproveché la oportunidad para aprender técnicas de investigación
y combate. También tuve que aprender a bailar, a bordar y a pintar acuarela.
—Bordados…, acuarelas… —repitió Isadora. Su tono uniforme no
revelaba su opinión sobre esas actividades.
Tom se puso de pie y dio un paso hacia ella. Necesitaba estar más cerca
para observar su reacción a su siguiente afirmación.
—Sí. Los códigos se incrustan en esa clase de obras.
Él posó la mirada en su escote mientras ella tenía los brazos a la
espalda.
—¿Y si la novia que eliges es una pésima pintora y se le da mal la
costura?
—Yo mismo le daré clases. —Se obligó a permanecer donde estaba. Se
abstuvo de estirar la mano para sujetarla por la cintura. No era el momento
de entregarse a las perversas fantasías que lo atormentaban cada noche.
Isadora se puso de puntillas.
—¿Siempre destacas en todo? —preguntó.
Maldita fuera, esa dulce boca tan cerca.
Ella deseaba respuestas, no besos. Tom bloqueó sus deseos diabólicos.
—Fracasé estrepitosamente al intentar convencerte de que me
permitieras cortejarte —respondió. Quiso decirlo en tono burlón, pero sus
palabras no poseían ni pizca de humor.
—¿Crees que sí? —lo retó Isadora inclinando la cabeza a un lado.
La piel expuesta del cuello femenino hizo que Tom se llevase las manos
a la espalda y respirara hondo. Otro error. El aroma a lilas lo ponía
nervioso.
Isadora continuó, ajena al efecto que estaba provocando en él.
—Y yo que pensaba que habías decidido no aspirar a mi mano después
de nuestro interludio privado. —Isadora cerró la brecha que los separaba y
le pasó un dedo por la costura de la chaqueta.
Lo debía considerar un patán.
—Mis disculpas, no debería haberme tomado tales libertades…
Isadora le puso un dedo sobre los labios.
—Se nota, Excelencia, cuando mientes, y está claro que no sientes el
menor remordimiento por tus actos.
Así era. Esperó a que retirara el dedo y le rodeó la cintura con los
brazos. Deseando poder recrear la noche en su estudio, bajó una mano hasta
cubrir su exuberante trasero.
—Eres muy observadora. Cuéntame cuál es mi secreto.
Ella le rodeó el cuello con un brazo.
—Justo antes de decir una mentira tensas la mandíbula y, si me fijo
bien, aquí… —Levantó la mano que tenía libre, le puso un dedo en la sien y
se lo bajó hasta la mandíbula—, puedo ver que tus músculos se mueven un
poco.
—No he apretado la mandíbula por eso. —Vio un brillo diabólico en la
mirada de Isadora, que lo miraba.
—¿Por qué lo has hecho?
Tiró de ella para acercarla más.
—Estar a escasos centímetros de tus labios me impulsa a besarte…
Tengo que esforzarme al máximo para no arrastrarte al suelo y hacer lo que
quiera contigo. —La muy descarada le acarició la nuca.
—Ahh… Entiendo. Tu honor de caballero te impide aprovecharte de
una inocente, pero ¿quieres besarme?
—Sí. —Bajó la cabeza, pero no del todo—. Deseo desesperadamente
besarte, pero antes tenemos que tratar tus preocupaciones y necesito que
aceptes casarte conmigo.
—Muy bien, te haré la segunda pregunta —dijo mirándolo a los ojos
mientras le rodeaba el cuello con el otro brazo—. ¿Piensas seguir prestando
servicios a la Corona después de que nos casemos?
El miedo le bajó por la espalda. ¿Cuál sería la respuesta correcta? Tragó
saliva y dijo la verdad.
—Sí, lo haré.
Ella no se alejó ante su respuesta, de hecho, le acercó más la cabeza.
—Y mi última pregunta, si esas actividades te llevan al extranjero, ¿te
acompañaré o no?
No le había preguntado nada de lo que él había previsto. No tuvo que
pensar demasiado su respuesta. La quería a su lado, siempre.
—Preferiría que me acompañaras. Sin embargo, si prefieres no hacerlo,
no te obligaré.
Apretó los labios contra los suyos y, antes de que él pudiera hundir la
lengua para saborear su dulce boca, ella se apartó.
—Creo que estoy enamorada de ti, Thomas Grandstone, duque de
Avondale, conde de Harvey y conde de Tourmaine —confesó.
—Es bueno saberlo, porque yo estoy enamorado de ti, lady Isadora
Malbury. —Rozó sus labios contra los de ella para darle un beso breve—.
¿Significa esto que te casarás conmigo?
Isadora se apartó.
—Sí, si eso significa que me besarás cuando quiera, acepto el
matrimonio. —Se zafó de él y le tomó de la mano. Tom estaba seguro de
que se dirigían de nuevo al baile, pero al ver que ella cambiaba de dirección
y lo llevaba hasta el sofá, soltó un suspiro de alivio.
—Tom, por favor, toma asiento. —Era la primera vez que lo llamaba
por su nombre de pila, y él no dudó en hacer lo que le pedía.
No le soltó la mano mientras se hundía en el sofá. Isadora se colocó
entre sus piernas y luego se arrodilló.
—Isadora, cariño, ¿qué demonios estás haciendo?
—La última vez, me diste placer hasta que alcancé el clímax. Esta vez
quiero darte placer hasta que lo encuentres tú.
Su pene se puso duro al instante al oír sus palabras y se movió
incómodo contra los pantalones. Ella llevó la mano a los botones de la
bragueta.
—No pongas esa cara. Chestwick Hall tiene una biblioteca muy
extensa. Estudié las ilustraciones y creo que es un acto bastante sencillo.
Aunque admitiré que me resultó difícil descifrar si las caras de los hombres
estaban contorsionadas como resultado del dolor o del placer, o quizá fuera
por una mezcla de ambas sensaciones.
Él cerró los ojos. La suerte estaba de su lado. Cómo había llegado a ser
tan afortunado como para encontrar a la mujer perfecta para él, nunca lo
sabría.
—¿Te gustaría que te diera algunas instrucciones o prefieres tener el
control absoluto? —Levantó las caderas mientras ella le bajaba los
pantalones hasta que su miembro asomó.
La vio lamerse los labios y estudió su virilidad hinchada.
—Un poco de instrucción, por favor.
—Escupe en la punta y luego húndeme en tu boca todo lo que puedas.
Ella siguió sus instrucciones sin cuestionarlas. Tom pensó que había
llegado al paraíso. Isadora aplicaba la presión justa con los labios mientras
deslizaba la boca por su erección
—Bien, cariño, ahora sube y baja. —Él hundió los dedos en su pelo y
los enredó con los cordones de su máscara. No pasó mucho tiempo antes de
que sintiera que se le tensaban los testículos. Estaba a punto de derramarse,
pero no sabía si hacerlo en su boca o en un pañuelo. Buscó uno en el
bolsillo y ese movimiento lo hizo hundirse más profundamente. Isadora
metió la mano entre sus piernas, le acarició los testículos y se los apretó.
Intentó zafarse, pero Isadora no se lo permitió.
—Cielo, estás a punto de hacer que me corra… Tengo que…
Ella le acarició la base de la erección, y eso le llevó al borde del abismo.
Su miembro se sacudió cuando llegó al orgasmo. Ella tragó saliva y se sentó
con una sonrisa perversa en la cara.
—Minerva siempre me ha dicho que es tan placentero dar como recibir.
No creo haber comprendido su significado hasta ahora…, ahora lo entiendo.
Dios, cómo amaba a aquella mujer inteligente y hermosa. La ayudó a
levantarse y se subió los pantalones para no mancharle el vestido cuando
tiró de ella para que se sentara en su regazo. Luego, se inclinó y buscó su
boca para besarla.
—Te deseo. Prométeme que te casarás conmigo lo antes posible.
—Prometo casarme contigo, pero no antes de que Minerva esté
felizmente casada.
Tom apretó la frente contra la de ella.
—¿Y si Minerva no quiere el matrimonio?
—Conozco a mi hermana. Su mayor deseo es ser madre. Debe casarse.
Si nos esforzamos juntos, uniendo nuestros recursos, podríamos llevarla
ante un reverendo en poco tiempo.
La idea de trabajar juntos atraía a Tom. Entonces le asaltó un
pensamiento.
—Si Charlotte tiene éxito esta noche y Drake gana la partida de ajedrez,
no será necesario que intervengamos. —Tom prefería no hacer de
casamentero si era posible.
—Aunque Charlotte convenza a Drake para que le lance el desafío, no
ganará contra Minerva. Puede que ella lo haya amado alguna vez, pero su
orgullo no la dejaría perder la partida, y Drake, bueno, él no ha jugado
ajedrez desde que éramos niños. No existe ninguna posibilidad de que
derrote a Minerva.
Tom no estaba de acuerdo. Drake era un genio y, aunque no fuera una
conclusión inevitable que aquel insolente cachorro derrotara a Minerva,
creía firmemente que existía la posibilidad.
Isadora se acurrucó contra él.
—Deberíamos volver al baile.
—Sí —convino, pero ninguno de los dos se movió.
Se contentaba con el disfrute que suponía tenerla cerca, entre sus
brazos. Pero no podían permanecer escondidos toda la noche.
C A P ÍT U L O V E I NT I C U AT R O
PARÍS, FRANCIA
Rachel Ann Smith escribe novelas románticas históricas, que siempre tienen un giro y un final
feliz.
Cuando no está escribiendo, a Rachel le encanta leer y pasar tiempo con su familia. A menudo se la
puede encontrar con su eReader junto a la piscina en verano, en las gradas del campo de fútbol en
primavera y otoño, o acurrucada en el sofá durante los meses de invierno. Actualmente vive en
Texas con su marido, que la apoya incondicionalmente, y sus dos hijos.