EPISTEMOLOGIA
EPISTEMOLOGIA
EPISTEMOLOGIA
Yacub, que así se llamaba, trabajaba mucho y a menudo llegaba rendido a su casa. Estaba
tan cansado, que con frecuencia se quedaba dormido bajo la higuera del patio de su casa.
El hombre creyó lo que escuchó y vio en su sueño y al día siguiente decidió partir para
Persia.
– Ja, ja, ja- se rió entonces el juez- ¡Hombre de Dios, qué inocente! Tres veces he soñado
yo con una casa en El Cairo. En la casa hay un patio con una frondosa higuera. Bajo la
higuera hay enterrado un tesoro. ¿Y piensas acaso que voy a dejar todo para descubrir si ese
sueño es cierto? ¡Es una mentira! Tú, sin embargo, has errado de ciudad en ciudad, bajo la
sola fe de tu sueño. Que no vuelva a verte en Isfaján. Toma estas monedas y vete.
Yacub regresó a su tierra. Llegó hasta la higuera, cavó un poco con su pala y desenterró el
tesoro. Esa fue la bendición y la recompensa de su Dios.
Había una vez un príncipe al que le gustaba observar y recapacitar sobre todo lo que veía.
Y creía en todo, menos en las princesas, las islas y en Dios. Su padre le había dicho que
estas tres cosas no existían y él, como no había visto nunca princesas, islas ni a Dios, creía
a su padre.
Pero un día, el príncipe decidió salir del reino. Sentía grandes deseos de conocer otros
mundos. Y después de cabalgar durante bastante tiempo, llegó hasta el mar. Y a lo lejos vio
unos pedacitos de tierra que le parecieron islas, y en ellas, se movían con elegancia unas
mujeres que lucían vestidos lujosos.
Al príncipe le entró curiosidad y quiso acercarse a esa isla, y comenzó a buscar algún bote.
Entonces, un hombre se le acercó y le preguntó:
– ¿Qué buscas?
– Oh, busco un bote, porque quiero acercarme a aquel lugar… – dijo señalando a la isla.
– ¿A esa isla?
– Así que existen las princesas… solo falta que me digas que existe Dios.
– Claro que existe. Soy yo.- dijo entonces el hombre haciendo una reverencia.
El Príncipe se quedó atónito, y decidió volver al castillo de su padre. Al llegar, le dijo muy
enfadado:
– ¡Me has mentido! ¡Me dijiste que no había islas, princesas ni Dios! ¡Y ahora sé que
existe!
– Sí.
– ¿Un mago?
– ¿Por qué me engañaste? Ahora sé que eres un mago y me has hecho ver lo que tú has
querido que vea… Ahora sí creo más aún a mi padre.
– ¿Tu padre? ¿Ese que dice ser rey? ¡Él también es un mago!
– Sí, es verdad…
– ¡Me volviste a engañar! ¿Por qué me haces esto? Ahora mi vida no tiene sentido. Todo es
mentira… ¡Prefiero morir!
Entonces, el rey (mago) hizo aparecer a la muerte y ésta llamó al príncipe. Pero cuando el
joven iba a ir hacia ella, le entró un escalofrío y dio marcha atrás. Recordó entonces las
islas falsas pero hermosas y las princesas falsas pero bellas y dijo:
Cuentan que hace mucho existió en un lugar de la extensa China un maestro zen muy
valorado y querido por todos. El hombre era un sabio al que muchos pedían consejos. Su
fama se extendió tanto que no tardaron en llegar discípulos de todos los rincones del país.
Al principio el sabio estaba encantado con poder ayudar a los jóvenes aprendices, así que su
fama aumentó más y más, hasta tal punto, que él mismo tuvo que comenzar a escoger a los
que serían sus discípulos, ya que no podía atender a todos.
Los jóvenes aprendices que acudían a él, abandonaban aquel lugar un tanto sorprendidos
por el trato recibido por el maestro. Y la fama de dulce y maravilloso maestro zen se
transformó entonces en una creciente fama de sabio arisco e intratable.
Los discípulos comenzaron a buscar otro maestro y poco a poco, el famoso sabio zen se
quedó solo. Se dedicó entonces al cuidado de su jardín y a sus reflexiones en soledad.
El chico llegó hasta la casa del maestro y llamó a su puerta. Nadie salió a abrirle. Pero vio
que había una vela encendida, así que imaginó que el maestro estaba dentro. Volvió a
llamar, y nada… Miró por una rendija y observó que el jardín estaba perfectamente
cuidado:
El discípulo se sintió algo ofendido, pero le hizo caso y se sentó más erguido. Después, el
anciano llegó con una tetera repleta de té recién hecho. ¡Olía fenomenal! Se sirvió la bebida
en una taza, y al observar que el joven no paraba de mirar, le preguntó:
– ¿Quieres té?
El joven asintió, pero cuando el anciano sirvió el té en otra taza, se la tiró a la cara al joven
discípulo. El chico no podía creer lo que estaba pasando, y dijo algo enfadado:
El anciano entonces cerró los ojos y empezó a meditar. Y el chico decidió hacer lo mismo.
Pero entonces sintió una sonora bofetada y el joven abrió los ojos aún dolorido:
– Y bien- dijo entonces el maestro zen- ¿De dónde crees que nació el ruido de esta
bofetada? ¿De la mano o de la mejilla?
Desde entonces, el anciano trató muy bien al joven discípulo, y él aprendió tanto, que se
convirtió en el maestro más venerado y sabio de todos.
– Pero… ¿cómo tienes ahí un platanero seco? ¿No sabías que trae mala suerte?
Y el hombre, temeroso de que aquel árbol le trajera alguna desgracia, hizo caso a su vecino
y lo taló.
Al día siguiente de talar el árbol, su vecino le pidió la leña del platanero para su chimenea.
– ¡Solo querías la leña! ¡Mentiste para que talara el árbol! Y encima siendo vecinos…
MORAL Y POLITICA
“Los 2 reyes y los 2 laberintos”
Cuentan que hace mucho tiempo, el rey de Babilonia y el rey de Arabia estaban enemistados. El
rey de Babilonia, para demostrar al otro rey su poder, mandó construir un laberinto tan complejo
que nadie pudiera escapar de él.
– Quiero mostraros las maravillas de nuestra última construcción. Debes acceder por esta
puerta y caminar por los pasillos… realmente te quedarás perplejo ante tal obra de arte…
El rey árabe, llevado por la curiosidad, entró en el laberinto y se dejó llevar por los cientos
de pasillos que lo formaban. Evidentemente, se perdió. Estuvo vagando horas y horas por
sus recovecos, hasta que desesperado, pidió ayuda a su Dios y al final consiguió dar con la
puerta de salida.
Las islas babilónicas quedaron arrasadas y el rey, apresado. Entonces, el rey árabe mandó
atar a un camello al rey de Babilonia y lo condujo durante tres días por el desierto.
– Tú me mostraste el más bello laberinto que hiciste para mí… Nosotros tenemos
un laberinto sin pasillos, sin recovecos, sin puertas de entrada y salida. Quiero que disfrutes
de él tanto como disfruté yo del vuestro.
Y entonces soltó al rey de Babilonia y le dejó en mitad del desierto. Poco después murió de hambre
y sed.
“la paradoja de Abilene”
Durante una calurosa mañana de verano, en Coleman (Texas), una familia compuesta por
un matrimonio y los suegros, están jugando al dominó tranquilamente junto al porche.
Beben limonada y no hacen más que dejar pasar el tiempo de forma perezosa.
– Podríamos hacer algo más interesante. Por ejemplo, ir hasta Abilene y comer en la
cafetería del pueblo…
Todos le miran un tanto sorprendidos. El yerno, aunque piensa que es una locura, cree que
debe quedar bien con su suegro:
Y por supuesto, la madre, al ver que todos quieren ir, decide no ser la nota discordante para
no romper la armonía del grupo:
– ¡Iremos!
Así que toda la familia se sube al coche, que no tiene aire acondicionado, y conduce hasta
Abilene a pesar del agobiante calor.
Al llegar, todos se retiraron extenuados y acalorados, sin decir nada, pensando en por qué
habían hecho ese ridículo viaje que no querían hacer.
Eso le pasaba a una pequeña golondrina, que sabía mucho por haber viajado por todo el
mundo. Sabía tanto, que era capaz incluso de avisar a los marineros cuando se acercaba una
tormenta, porque sabía predecir la llegada de borrascas, lluvia y marejada…
Esta golondrina, sobrevolaba un día de verano un campo y vio a un campesino hacer surcos
en la tierra. Entonces, se dio cuenta de lo que se avecinaba… y fue a avisar al resto de
pájaros.
– ¡Eh, gorrión! ¡Tú, paloma!, ¡escuchadme bien!- les dijo- ¿Veis a ese campesino haciendo
profundos surcos en la tierra?
– Pues significa que algo malo se avecina: de esas semillas que ahora esparce el
campesino en los surcos, crecerán enredaderas, que os atraparán cuando voléis bajo… Y
vendrán máquinas pesadas que serán vuestros verdugos…
– Debéis creedme- insistió la golondrina- Podéis parar todo esto si os coméis las semillas
que el campesino está echando a la tierra…
– Nada de eso haremos, querida golondrina. ¡No haces más que crear alarmas sin
sentido!
La golondrina, muy triste, agachó la cabeza y salió volando. Los pájaros, evidentemente, no
le hicieron caso. El cáñamo creció, y lejos de atender las advertencias de la golondrina,
siguieron volando bajo. Muchas de ellas quedaron atrapadas entre el cáñamo y otras,
entre las ruedas de las máquinas.
– Muchas gracias, zorra– dijo el hambriento mono- Me parece muy generoso por tu parte.
Dime dónde está.
La zorra condujo al mono hasta la trampa y el mono rey, sin pensar, se lanzó como loco a
por la carne. Y claro, quedó atrapado por la cepa.
– Ahí tenéis al tonto de vuestro rey, que es incapaz de pensar antes de actuar. ¿Cómo
queréis que nos gobierne?
“ Diógenes y el esclavo”
Diógenes era pobre y a menudo salía a plena luz del día a pedir limosna y recoger todo lo que
encontraba de utilidad. Y salía con una linterna en la mano. Cuando le preguntaban que por qué
llevaba una linterna encendida de día, él respondía:
– Busco un hombre.
Diógenes un día fue a ver a un sacerdote e imploró caridad. Él le dio como limosna su
bendición. Más tarde, una joven muy adinerada, le dio una moneda de cobre, mientras ella
gastaba doce de plata en sus caprichos.
Al cabo de unos días, el caballo regresó acompañado por diez caballos salvajes más. El
vecino, al verlo, le dijo al hombre:
– ¡Menuda suerte! Ahora podrás volver a trabajar con tu caballo y criar o vender los otros.
Todo es relativo…
Poco después, su hijo se cayó de uno de los caballos salvajes que intentaba domar y se
rompió una pierna. Su vecino exclamó:
– Ay, qué mala suerte. Con lo mayor que eres, a ver ahora cómo vas a trabajar sin la ayuda
de tu hijo…
Más tarde, se declaró una guerra con un país vecino, y el ejército fue reclutando a todos los
jóvenes del lugar. El hijo del vecino tuvo que alistarse, y el suyo no fue al tener la pierna
rota. Su vecino volvió a decirle:
– Qué suerte has tenido, amigo. Mi hijo ha tenido que partir a la guerra, mientras que el
tuyo se ha quedado en casa.
Llevaba dos días andando cuando el buscador divisó a lo lejos la ciudad de Kammir. Pero
antes de llegar, atravesando una colina, se fijó en un sendero muy estrecho que partía del
camino hacia la derecha. El sendero estaba bordeado de árboles muy verdes y de flores muy
hermosas. El buscador no pudo resistir la tentación de investigar y comenzó a andar por el
camino.
Pero una calurosa tarde de verano, el hombre se sentó a la sombra de un árbol a descansar,
y una piedrecita hizo un pequeño agujero en uno de los cántaros.
– Porque tengo un agujero y cada vez que subes cargado conmigo por la montaña, voy
perdiendo el agua que recogiste en el río.
– Eres más valioso de lo que piensas– dijo de pronto el campesino- ¿O acaso no te fijaste
en que ahora el camino de vuelta a casa está repleto de hermosas flores? Es porque al ver
que tenías un agujero, fue echando semillas por el camino para que nacieran y adornaran de
colores el camino de vuelta.