1 Acosada
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Jaid black Acosada
JAID BLACK
ACOSADA
1º Libro de la serie VIKINGOS
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Jaid black Acosada
Saludos afectuosos a
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Índice
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Jaid black Acosada
Reseña Bibliográfica
La Serie:
Hace miles de años, por edicto de los dioses, varios clanes Vikingos
huyeron al adusto e invernal Ártico y construyeron una civilización en lo
profundo de las entrañas de la tierra. Los profetas les advirtieron para que
cuidasen de sí mismos, que permanecieran bajo tierra, porque un día los
depravados intrusos —aquellos que moran sobre de la tierra— corrompería
las leyes de los dioses y se destruirían a sí mismos en el proceso. Y entonces,
de nuevo, los Vikingos gobernarían el mundo entero.
La tundra de la Alaska moderna es un terreno escabroso, en gran parte
inexplorado. Los tres reinos del Underground, Nueva Suecia, Nueva
Dinamarca y Nueva Noruega, siguen prosperando con sus costumbres y
cultura sin contaminar por el tiempo. Los Vikingos nunca van a la
superficie de la tierra, con una única gran excepción. Ellos se aventuran en
el mundo de los Intrusos para cazar... Mujeres.
El libro:
Mientras se encuentra estudiando a los indígenas de Alaska para su tesis
de antropología, Peggy Brannigan es acosada y secuestrada en el ártico por
un misterioso macho nórdico empeñado en mantenerla como una compañera
de apareamiento.
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Capítulo 1
539 kilómetros al norte del Círculo Polar Ártico cerca de la costa de Chukchi (Siberia)
Con los dientes castañeteando, Peggy Brannigan se acurrucó bajo el calor de las
pieles de oso polar que le había proporcionado su guía esquimal Inupiat, Benjamin.
Llevando puesto un abrigo de lana grueso, tres pares de ropa interior térmica, dos
gorros, dos pares de guantes, y arrebujada bajo cuatro pieles de oso polar, todavía
estaba helada hasta los huesos mientras el trineo tirado por perros se desplazaba a
través del duro paisaje de la tundra.
—¡Más rápido! —instruyó Ben a los perros en su lengua natal—. ¡Moveos!
La frente de Peggy se frunció mientras le observaba. Ella había estado viviendo y
trabajando en Barrow durante poco más de seis semanas con el fin de estudiar las
costumbres de los indígenas esquimales para su tesis antropológica sobre la cultura
Inupiat para la Universidad Estatal de San Francisco. Durante la mayor parte del
tiempo había estado en el norte de la región ártica de Alaska, los anfitriones de Peggy
fueron la familia de Benjamin. Había llegado a conocer al adolescente bastante bien
en aquel tiempo y había encontrado que era un silencioso y estoico caballero poco
dado a externas demostraciones de emoción. Que él pareciera casi aterrado haciendo
que los perros moviesen el trineo más rápido le resultaba un tanto alarmante.
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—¿Qué pasa, B-Ben? —preguntó con sus dientes castañeteando por el acerbo
viento que la golpeaba directamente en la cara. Ella mantuvo una entonación neutra
para no parecer alarmada—. ¿Has divisado algunos lobos cazando o algo así?
¡Mierda! pensó mientras se mordía a trompicones su labio inferior. Sería irónico en
efecto si los perros fueran liquidados por lobos hambrientos a tiro de piedra del
pueblo. Lamentablemente, la única manera de entrar y salir de Barrow era con el
ocasional aeroplano contratado o por trineo tirado por perros, lo cual no les había
dado ninguna opción en vista de su tarea salvo afrontar los desapacibles elementos.
Y los depredadores hambrientos.
Para colmo de males, estaba la circunstancia de que nevaba copiosamente en la
tundra, lo que hacía que la visibilidad fuera escasa. Y puesto que el sol no se alzaba
cerca de Barrow desde noviembre hasta enero, el hecho de que fueran las dos de la
tarde no les servía de nada en absoluto. Para lo que ayudaba la luz del día en esa
época del año, lo mismo podría haber sido medianoche.
Peggy miró minuciosamente alrededor del paisaje nevado, tratando de averiguar
si había algún signo de actividad de la jauría cazando. Sus ojos se entrecerraron
dudosos cuando no alcanzó a ver ni siquiera a un lobo solitario. La tundra parecía
tan tranquila en ese preciso momento que no vio ningún animal salvaje en absoluto,
ni siquiera osos polares preñados anidando en sus guaridas de hibernación, las que
las expectantes hembras horadaban en montones de nieve para descansar en ellas. Se
envolvió las pieles fuertemente alrededor antes de hacerle la pregunta al adolescente
de nuevo.
—¿Qué es, Ben? ¿Qué está pasando?
Los almendrados ojos castaños de Ben estaban entrecerrados en dos rajas, su
expresión era seria. Peggy se estremeció cuando vio el látigo que estaba esgrimiendo
y azotando en los cuartos traseros del perro líder que dirigía el trineo. El perro soltó
un dolorido aullido.
—Tenemos que salir de aquí, Peggy —dijo él tan serenamente como pudo en
inglés, aunque ella podía oír el miedo de su voz—. Te están cazando —aseveró un
tanto tembloroso.
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Los ojos de Peggy se abrieron de par en par. Tragó saliva nerviosamente mientras
escudriñaba de nuevo a su alrededor la tundra nevada.
Ben no había dicho que los estaban cazando, pensó ansiosamente. Él había dicho
que la estaban cazando. Había una gran diferencia semántica entre lo uno y lo otro,
no tenía claro que pesar.
—¿Qué estás diciendo, Ben? —masculló con el corazón latiéndole aceleradamente.
El serio adolescente nunca decía nada que no quisiera decir. Esto estaba volviéndose
de lo más extraño. Y aterrador.
—¡Igliqtuq! —gritó Ben apretando los dientes atacando con el látigo al segundo
perro delantero—. ¡Moveos!
El corazón de Peggy comenzó a golpear como loco en su pecho. Sus manos
cerradas en puños nerviosos bajo las pieles de oso polar. Jamás había visto a Ben
comportarse de esta manera con anterioridad. Jamás.
—Ben, por favor —dijo calladamente, mientras un agudo sentimiento de pánico
comenzaba a formarse—. Dime que pasa.
Las líneas rígidas de su perfil le dijeron que no estaba predispuesto a contestarle.
No por mezquindad o falta de respeto, no Ben. Se dio cuenta de que era por algo
más. Quizá el adolescente trataba de protegerla de ese enemigo desconocido de la
manera en él sentía que podría hacerlo. Conociendo a Ben, probablemente lamentaba
el hecho de haberla alarmado ante cualquier presencia que estuviera cerca de su
posición y que hubiera deseado guardarse para si mismo su temor para no
preocuparla.
Era demasiado tarde para eso. Ella estaba más allá de la preocupación y se
acercaba al punto de pánico.
—Por favor —exhaló con su mirada completamente acuosa—. Por favor háblame,
Ben.
El adolescente respiró profundamente mientras continuaba atento a los perros,
haciendo cumplir su instrucción para que fueran más veloces con el brutal
movimiento ocasional del látigo. Ella no creyó que fuera a hablarle, a pesar de sus
súplicas, así que poco menos se sorprendió cuando él lo hizo.
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En cualquier caso, tenía que saber lo que se alzaba en su contra antes de que
Benjamin y ella tuvieran necesariamente que viajar a uno de los pueblos cercanos la
próxima semana para adquirir más provisiones.
Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Peggy, provocando que los pelos de
su nuca se erizaran. Tragó saliva con dificultad cuando se le pasó por la cabeza que
algo —o alguien— la estaba mirando.
Y que esa mirada penetrante pertenecía a un ser inteligente.
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Capítulo 2
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El cuerpo de Sara se quedó inmóvil, una acción que captó con su visión periférica.
Los latidos del corazón de Peggy se dispararon cuando se permitió a sí misma
esperar sólo por un momento que tal vez la niña de doce años se abriera a ella. No
había mentido sobre sus temores. No quería pasar ni siquiera una noche más
preocupada e insomne. Sólo deseaba verificar que los moradores de las rocas fueran
un mito y así poder respirar con calma y apartarlo de la mente por ahora. Podría
encontrar un modo de explorar el mito más tarde.
—Padre dice que si una muchacha habla sobre ellos, podrían escucharla, y se la
llevarían para que no pueda hablar de ellos nunca más. —Sara pronunció las
palabras en un susurro mientras dejaba el cuchillo sobre la tabla de picar y giraba
lentamente en sus botas de cuero cosidas a mano para enfrentarse a Peggy. Sus ojos
almendrados, notó Peggy, estaban llenos de ansiedad. Se subió la capucha de su
parka y se arropó con ella—. Él dijo que nunca hablásemos de ellos, pues el viento
tiene oídos.
La mirada de Peggy se encontró con la de la muchacha.
—¿Crees en eso? —murmuró con sus latidos acelerándose de nuevo. Su mente le
decía que se estaba dejando trastornar por un montón de historias de fantasmas
contadas en campamentos de verano, pero su cuerpo reaccionaba al nerviosismo de
la niña como si ella no hablara más que de los hechos—. ¿Crees que el viento tiene
oídos?
Sara suspiró y se encogió de hombros al tiempo, asemejándose por un momento
más a una marchita anciana de su gente que a una ingenua niña de doce años.
—No estoy segura. Pero es cierto que mi tiíta habló de ellos una vez, y luego
desapareció apenas dos días más tarde. —Se estremeció bajo la parka, dándose la
vuelta para rebanar y cortar en dados los trémulos peces—. Mi madre extraña
profundamente a su hermana del corazón —susurró—. Como yo.
Los ojos de Peggy se suavizaron compasivamente, aunque la muchacha no podía
verlo porque le daba la espalda.
—Lo siento, cariño. ¿Cómo se llamaba?
—Charlene. La llamábamos tía Chari.
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Peggy sonrió.
—Un precioso nombre.
—Ella era una dama muy hermosa —dijo Sara amargamente—. Probablemente
por eso se la llevaron. —El cuchillo bajó silbando, cercenando la cabeza del pez de su
cuerpo en una muerte precisa y limpia.
La sonrisa de Peggy se extinguió. Se subió la capucha de su parka, y luego metió
sus manos enguantadas en los bolsillos.
—¿Quién se la llevó? —Sabía lo que Sara iba a decir, pero por alguna perversa
razón quería oír a la niña decirlo. Si pudiera lograr que expresara las palabras en voz
alta, tal vez entonces le dijera un poco más…
Sara suspiró, dejando el cuchillo otra vez. Se dio media vuelta sobre sus talones
para enfrentar a Peggy, y luego rápidamente desvió a mirada.
—No estoy intentando llevarte la contraria.
—Lo sé —dijo Peggy en voz baja. Y de repente entendió que no importaba cuántas
veces interrogara a la chica, Sara nunca se sinceraría. No sobre esto.
—Está bien, cariño.
Los ojos almendrados de Sara volaron a encontrarse con los verdes de Peggy.
Mordisqueaba su labio inferior al tiempo que echaba un rápido vistazo alrededor, y
luego avanzó lenta y cautelosamente al lado de la antropóloga.
—Sólo te diré esto y nada más —susurró, consiguiendo la completa atención de
Peggy, que la miraba con los ojos muy abiertos—. Permanece alejada de la tundra o
serás tan fácil de capturar como lo es un pez para el oso polar.
Peggy asintió, pero no dijo nada. Su ritmo cardíaco se desbocó otra vez al luchar
consigo misma para permanecer callada. Rezó para que el viejo adagio se cumpliera
y ese silencio se convirtiera en oro, o al menos valiera lo suficiente para mantener
hablando a la muchacha. Psicológicamente hablando, a nadie le gustaban los
silencios incómodos, lo cual Peggy estaba suficientemente calificada para saber. Al
enfrentarse a un silencio incómodo la gente tenía propensión a parlotear, tratando de
llenar el vacío. Sólo esperaba que Sara eligiera llenar éste vacío en particular con las
palabras que ella necesitaba escuchar.
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de estar siempre acompañada por al menos otras dos personas, desde este momento
hasta que su tiempo en Alaska hubiera terminado.
Suspiró. La situación se iba haciendo más y más extraña.
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Capítulo 3
Había pasado más de una semana desde su última excursión, cuando Peggy y
Benjamin dejaron las inmediaciones de Barrow para ir en trineo tirado por perros
hasta un pueblo lejano. Tiempo más que suficiente para que los recuerdos del susto
que pasó en la tundra menguaran su importancia, hasta casi extinguirse.
A lo largo de la semana anterior, no había pasado nada raro: no hubo sensaciones
extrañas de estar siendo observada, ni preocupaciones por ser robada por lo que
serían hombres míticos. Nada de nada.
Peggy había comenzado a creer que la familia de Benjamin había inventado la
leyenda de los moradores de las rocas, como una forma de mantener vivos los
recuerdos de la Tía Chari. Si creían que había sido secuestrada, cuando de hecho,
probablemente había sido atacada por un lobo hambriento, entonces creerían que
estaba viva todavía y mantendrían la esperanzas de que un día encontrara una
manera de regresar al pueblo. Sólo una mujer querida y desaparecida, la cual sin
duda estaba muerta hacía tiempo. Realmente triste.
Para Peggy, esa hipótesis era la única que tenía sentido, pero encontraba un poco
raro que ningún otro antropólogo hubiese registrado nunca una leyenda Inupiaq
sobre los moradores de las rocas. Ni que ella escuchara a otra persona nativa hablar
de ellos, con la pequeña excepción de Benjamin y Sara.
Le sonrió a Benjamin mientras tomaba su mano extendida y le permitía ayudarla a
levantarse del frente del trineo.
—Brrr —sonrió burlonamente—. Parece otro viaje congelante.
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Usando una delgada camiseta blanca que la madre de Benjamin había cosido para
ella, Peggy se puso de espaldas bajo las pieles de oso polar, su frente estaba surcada
por una arruga. Desde el sueño profundo en el que estaba sumida, en algún plano
surrealista reconocía que algo la estaba arrastrando lentamente del mundo de los
sueños al de los casi despiertos. Otra vez tenía esa sensación, esa sensación extraña
de estar siendo observada...
Su ojos se abrieron. Inmediatamente sus iris trataron de ajustarse a la oscuridad
como boca de lobo. Podía ver muy poco, en realidad casi nada, pero todavía podía
distinguir una forma imprecisa en el extremo más alejado de la cabaña. Mientras se
sentaba derecha, con su pulso acelerándose, jadeó. Oh Dios mío pensó con pánico,
Nunca debería haber dormido aquí sola.
Apartó las pieles y se arrodilló, su pecho subía y bajaba por el bombeo de
adrenalina a través de su cuerpo con su corazón palpitando en sus oídos. Entornó los
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ojos hacia la forma imprecisa que estaba en el lugar más alejado de la cabaña de un
dormitorio, tratando de discernir que era.
Oh Dios mío. ¡Oh Dios mío! ¿Qué es eso?
Sus manos formaron puños tensos, mientras se ponía de pie apresuradamente. Su
respiración era pesada y trabajosa, como si hubiese corrido una carrera de dos millas.
Preparándose para girar y salir disparada a donde fuera, jadeó cuando un haz pálido
de luz de luna tocó la cabaña y la forma imprecisa se convirtió en...
Una parka.
Una parka inofensiva y sin vida, posada en una silla de madera de la pequeña
mesa de cocina.
Soltó un sonido entre risa y llanto. Por un instante cerró los ojos y soltó la
respiración que había estado conteniendo. Alivio... nunca en su vida se había sentido
tan malditamente aliviada.
—Estoy perdiendo la cabeza —masculló, mientras pasaba los dedos por sus
cabellos y los volvía a acomodar—. Estoy a un paso de que los hombres de las
chaquetas blancas me escolten fuera de Alaska. —Sonrió ante su propia estupidez,
mientras respiraba hondo y sacudía la cabeza por la equivocación—. Cálmate
compañera. Sólo es una...
Mientras la comprensión se abría paso lentamente, su sonrisa se desvaneció. A
través de ella se abrió paso un estremecimiento de terror, mientras se le ocurría que
la parka que había usado estaba colgada cerca de la cocina/estufa rudimentaria para
que se secara. No estuvo, ni nunca había estado puesta en la silla de la cocina. Sus
ojos turquesa se abrieron como platos y tragó bruscamente.
¡Vete de aquí! ¡Ahora!
Se preparó para escapar de la cabaña, con su pulso corriendo como loco, cuando
un brazo pesadamente musculoso se enroscó alrededor de su vientre. Jadeó,
abriendo su boca para gritar. Una palma grande cayó sobre su boca antes de que
pudiera lograrlo, mientras silenciaba del todo el llanto de miedo que surgió de su
garganta detrás de la mano.
Oh Dios mío. Oh Dios mío. Oh Dios mío.
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Capítulo 4
Sus cejas se fruncieron con ansiedad, los ojos de Peggy parpadearon lentamente
abriéndose e intentando ajustarse a la tenue luz de… dondequiera que estuviera
encerrada. De hecho su cerebro se había despertado hacia 5 largos minutos, pero aun
tenia que abrir los ojos. Tenía miedo de mirar, miedo de descubrir si había estado
soñando o si realmente había sido…
—Por favor —lloró suavemente una voz femenina desde detrás de ella—. Por
favor déjeme ir a casa. —La voz sonaba asustada, confusa. Un nudo se formó en la
garganta de Peggy—. No se lo diré a nadie —prometió la voz con tono
desesperado—. Lo juro yo…
Un sonido apagado, seguido inmediatamente por silencio, llenó el aposento poco
iluminado. Peggy cerró los ojos fuertemente, de algún modo dándose cuenta de que
la mujer había sido amordazada.
Oh Dios. Oh Dios. Oh Dios.
—¿Er dama våken? —preguntó una voz de hombre en un idioma que Peggy
nunca había oído antes. Aquietó la respiración, con miedo a que él supiera que estaba
despierta—. Porque me gustaría estar de vuelta en el pueblo antes de que anochezca.
—murmuró en un inglés con mucho acento.
—Iré a comprobarlo —contestó otro hombre diciendo sus palabras con el mismo
acento del Viejo Mundo—. La mujer seguía inconsciente la última vez que miré. Pero
ahora iré a comprobar la otra criadora nuevamente.
¿Criadora? Los ojos de Peggy se abrieron. Los latidos de su corazón se aceleraron.
¿Seré yo la criadora de la que hablan? Cerró rápidamente los ojos, intentando
histéricamente encontrar una manera de escapar a los hombres.
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—Su respiración es tranquila —dijo el primer hombre. Su tono era aburrido. Como
si estuviera acostumbrado a lidiar todo el tiempo con capturadas mujeres
aterrorizadas—. Está despierta. Quiere que pensemos que esta dormida… —El sudor
hizo erupción en la frente de Peggy. Sabían que estaba despierta. Oh Dios, lo
sabían—, pero definitivamente está despierta.
El segundo hombre se rió:
—No fue fácil de capturar a esa. El mismo Lobo casi la agarró en la tundra la
semana pasada, pero el chico Barrow logró sacarla antes de que sus hombres
pudieran cercarla.
—¿Lobo? —murmuró el primer hombre—. ¿Él la cazó?
—Ja. Sí. Estaba muy enfadado cuando la perdió.
—¿La quería para sí mismo o para vender?
—No tengo la menor idea. No me corresponde cuestionar a un hijo del jarl. Lo
sabes.
Silencio.
—Bueno entonces —murmuró el primer hombre—. Será mejor que se la cuidemos.
Sólo para estar seguros.
Peggy tragó sobre el nudo en la garganta. Definitivamente eso no era lo que había
querido oír.
—De acuerdo —rugió el segundo hombre—. Si el Lobo la quiere, podremos
canjearla por una gran suma.
El primer hombre gruñó.
—Tenemos que llevarla a nuestra gente primero. Los hombres de nuestro pueblo
deben poder canjearla antes. Si ninguno está dispuesto a pagar el precio que le
pongamos, entonces la canjearemos con el hijo del jarl adversario.
—De acuerdo.
Peggy jadeó cuando las pieles de animales que habían estado echadas sobre ella
fueron apartadas sin ceremonias. Su piel se enfrió inmediatamente, ya que no llevaba
puesta nada más que la fina camiseta blanca que la madre de Benjamín había cosido
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a mano para ella. Instintivamente se hizo un ovillo, tanto por miedo como para
proteger su cuerpo de los hombres desconocidos.
—Estate quieta chica —masculló uno de los hombres mientras se agachaba a su
lado.
Su respiración se hizo difícil. La sangre golpeaba en sus oídos.
El rostro bronceado, de barba muy poblada de un hombre en sus cuarenta y
muchos o cincuenta y pocos entró en su campo de visión. Viéndole desde abajo sobre
su espalda, todo lo que podía percibir eran unos claros ojos azules, un enmarañado
cabello negro, y una barba entrecana.
—¿Que quieren de mí? —dijo ella en voz baja.
Él sacudió la cabeza con un gruñido, haciéndola saber que no contestaría a
preguntas así que no necesitaba hacerlas. Después de eso la ignoró, haciendo que su
angustia se agudizara.
—Apresúrate y examínala Rolf —gritó a un hombre rubio más joven que estaba en
cuclillas a los pies de Peggy—. Asegúrate de que esté limpia y después vayámonos.
Con los ojos bien abiertos, el ritmo ya rápido del corazón de Peggy se desbocó
cuando Rolf puso una bronceada mano en cada uno de sus muslos y la forzó a abrir
las piernas. ¡Oh Dios… que alguien me ayude! gritó silenciosamente, encabritándose
instintivamente para liberar las piernas y poder darle un puntapié.
Dio un puntapié directamente a la barbilla de Rolf, provocándole un aullido, y
luego un juramento por lo bajo. Intentó alejarse, intentó levantarse y correr, pero el
hombre del cabello negro le agarró los hombros por detrás, bloqueándolos contra el
frío suelo de roca con un movimiento que fue tan brusco como doloroso.
—¡Suficiente! —gritó el hombre más viejo—. ¡Si vuelves a hacer eso, serás
enjaezada!
¿Enjaezada? ¡Oh Dios! ¿Quiénes son estas personas?
Pensando rápido, Peggy aquietó su cuerpo y se forzó a calmarse. La última cosa
que quería, se dijo a sí misma cercana a la histeria, era ser enjaezada. No estaba
exactamente segura de lo que eso conllevaba, pero no era necesario ser un Einstein
para calcular que seria más difícil escapar si los hombres le ponían algún tipo de
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mecanismo de contención.
El hombre más viejo gruñó, apaciguado por la aparente docilidad de Peggy.
Asintió con la cabeza en dirección al hombre rubio, diciéndole sin palabras que
continuara.
Peggy se mojó ansiosamente los labios.
—Esto no llevará demasiado —murmuró Rolf con su acento del Viejo Mundo, su
expresión dura haciéndola saber que el puntapié en la barbilla no había sido
olvidado—, si estás quieta.
Ella tembló cuando sus ásperas y callosas manos apartaron sus muslos una vez
más. Su respiración se hizo pesada y entrecortada mientras la fina camiseta que
usaba fue levantada por encima de su cabeza. La camiseta fue entonces colocada
sobre sus ojos como una venda, haciéndolo así para que ella no viera quien y qué le
estaban haciendo. Se mordió el labio de preocupación, avergonzada cuando el aire
frío le golpeó el pecho e hizo que sus pezones se tensaran.
—Ja —rió el hombre mayor. Sus manos dejaron los hombros y bajaron a sus
pechos. Los cogió a ambos en las palmas de las manos, amasándolos y pasando los
pulgares sobre los tensos pezones—. Jeg vil feire brystvortene hennes.
Los dos hombres intercambiaron risitas ahogadas, lo que preocupó a Peggy. Ya
era suficientemente malo tener que soportar que su cuerpo fuera examinado sin
permiso, pero el que estuvieran hablando de ella en otro idioma de manera que no
tuviera la menor idea de lo que estaba diciendo... eso era francamente aterrador.
El hombre mayor continuó jugando con sus pechos y pezones aun cuando los
dedos de Rolf empezaron a examinar su vello púbico. Sus dedos rebuscaron
cuidadosamente el recortado triangulo cobrizo de modo que ella asumió
correctamente que la estaban inspeccionando en busca de ladillas. Se pasó bastante
tiempo ahí, examinando minuciosamente su suave monte de Venus. Para cuando
terminó, la respiración de Peggy se había hecho irregular, por miedo y por la
reacción instintiva —e inesperada— de su cuerpo al tener los pezones tironeados.
—Esta limpia —espetó Rolf. Peggy exhaló aliviada, asumiendo que las caricias
habían terminado.
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sobre los duros y doloridos pezones, mientras Rolf succionaba su clítoris, no parando
hasta que ella se corrió una segunda vez, más fuerte y violentamente que antes.
Cuando ella descendió de lo alto de su clímax, la mortificación la embargó. Lo que
le habían hecho era suficientemente embarazoso, pero correrse para hombres que la
habían forzado a ello era humillante.
Cerró los ojos detrás de la venda improvisada, sintiéndose más avergonzada de lo
que había pensado ser posible. De manera realista sabia que su cuerpo simplemente
había reaccionado instintivamente, que el orgasmo no significaba nada más que una
respuesta a un estímulo, sin embargo el sentimiento de vergüenza persistió.
Rolf introdujo su dedo índice en el agujero de su coño. Esta vez se deslizó
fácilmente, su humedad proporcionaba la lubricación necesaria para explorarla. Las
ventanas de la nariz le temblaron detrás de la venda. Apenas podía esperar a que el
gilipollas descubriera que ella no era virgen para que pudiera marcharse.
—No noto ningún himen —dijo Rolf—. No es virgen.
Los ojos de Peggy se abrieron detrás de la venda, centellando con justificada
indignación hacia los bastardos.
—Bueno —gruñó el captor mayor, sorprendiendo a Peggy—. Las vírgenes no se
venden bien en el bloque.
Ella tragó sobre el nudo en la garganta, la justificada indignación se convertía
rápidamente en un profundo miedo.
—Cierto —comentó Rolf ausentemente mientras sacaba el dedo índice de la raja—.
Los cuerpos de las vírgenes no saben como adorar una polla de la misma manera que
lo hacen los coños experimentados.
Peggy cerró los ojos detrás de la venda, dispuesta a respirar. Hasta ahí llegó mi
teoría de que me dejaran marchar, pensó mientras el captor mayor continuaba jugando
con sus entumecidos pezones.
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Capítulo 5
El único consuelo de Peggy era que no había sido violada aún. No tenía ni idea de
lo que los dos hombres tenían en mente para ella, más allá del hecho de que
planeaban venderla en la tarima. La situación parecía empeorar por momentos.
Principalmente porque aún no había encontrado la manera de escapar de sus
captores.
Estirando las pieles de oso polar que le habían puesto firmemente alrededor de su
cuerpo, Peggy echó un vistazo hacia la otra cautiva de la partida y notó la aterradora
manera de mirar, con los ojos de par en par, sin pestañear de la mujer. Había estado
mirando de esa manera el viaje entero, pensó, sus hinchados ojos azules encima de la
mordaza de su boca que la impedía gritar. Peggy cerró los ojos brevemente,
temiendo que la mente de la mujer pudiera haberse roto.
Era la última cosa que quería para la otra cautiva. Si la mujer estaba fuera de sí,
haría más difícil para ellas dos comunicarse con el fin de escaparse juntas. Y Peggy
estaba determinada a que se escapasen juntas. Sólo Dios sabría si sería capaz de
dirigir a las autoridades para encontrar a esta otra mujer si lograba escaparse sin ella,
por lo que era vital que la otra cautiva fuese con ella.
Las dos mujeres y sus dos captores habían estado viajando a través de la tundra en
trineo durante lo que parecía tres días, aunque siendo realistas, habían sido
probablemente sólo tres horas. El clima pareció volverse más extremo, la nevada más
enérgica y fría.
Peggy tembló bajo las pieles en las que estaba envuelta. ¿Podré escaparme tan sólo
vistiendo pieles de oso polar y zapatos de segunda mano? Se preguntó previsoramente.
¿Acaso importa?
Sabía que no importaba porque trataría de escapar independientemente de lo mal
que pudieran ponerse las circunstancias que rodeasen cualquier intento. No planeaba
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estar cerca el tiempo suficiente como para averiguar lo que estos dos terroríficos
hombres tenían en mente para ella y la otra mujer. Sobre todo no tenía ningún deseo
de darle vueltas durante mucho tiempo tratando de averiguar que sería «la tarima».
Tenía sus conjeturas, y ninguna de ellas era agradable.
La mirada de Peggy se dirigió hacia los dos captores al frente del trineo.
Inmediatamente notó que estaban envueltos en una discusión bastante acalorada en
aquella extraña lengua en la que hablaban. Ahora era el momento…
Mordisqueándose el labio inferior, lanzó un rápido vistazo hacia la otra cautiva
sentada a su lado, pensando que ahora era un momento tan bueno como cualquier
otro para intentarlo y establecer comunicación con ella. Discretamente se estiró hacia
la otra mujer, luego colocó una mano suavemente sobre la suya…
Retiró la mano con los ojos abiertos como platos. La mano de la otra mujer estaba
tan fría como un trozo de hielo. La respiración de Peggy se detuvo mientras fijaba su
mirada en los, abiertos de par en par, ojos azules de la mujer que, recordó, no habían
parpadeado en horas…
Peggy gritó mientras golpeaba a la otra cautiva en el pecho. El cuerpo helado de la
mujer cayó, el sonido de una de sus congeladas vértebras rompiéndose tan
fácilmente como un hueso de pollo, dejó a Peggy helada hasta el tuétano.
—¡Oh, Dios mío! —gimió histéricamente, sintiéndose a punto de vomitar—. ¡Está
muerta! ¡Oh, Dios mío, está muerta!
Un mordaz revés cruzándole la cara calmó al instante a Peggy. Gimió, su mano
voló instintivamente hasta la mejilla que había sido golpeada tan brutalmente como
para romperle los dientes. Había tenido suerte, pensó mientras las lágrimas se
arremolinaban en sus ojos y el gusto metálico de la sangre llenaba su boca, ya que
sólo había obtenido un corte en el interior de su boca y sus dientes no se habían roto
por el impacto.
—¡Cierra el pico, mujer! —Espetó Rolf en su acento del Viejo Mundo—. ¡O serás
amordazada! —Echó un vistazo hacia la cautiva muerta con expresión irritada—.
Tírala del trineo si no puedes soportar verla, o puedes esperar hasta que nos
detengamos y la quitaré. Pero no —barbotó entre dientes—, lances un grito así otra
vez.
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Los ojos de Peggy se abrieron como platos ante su insensible indiferencia por la
vida humana. ¡Una mujer había muerto... muerto! Y a él no le había importado más
de lo que, se imaginaba, le habría importado que muriese uno de los perros del
trineo. Realmente, pensó amargada, probablemente estaría más disgustado si le
hubiese pasado a uno de los perros en vez de a esta mujer sin nombre, sin rostro, que
no era para él más que la pérdida de una esclava.
Sus fosas nasales se dilataron cuando cerró los ojos disgustada con aquel
repugnante que como hombre dejaba mucho que desear. Nunca había odiado a nadie
o a algo más de lo que odiaba a este hombre en este momento. No dijo nada, sólo le
mostró su odio a través de su estrecha mirada.
Cuando él apartó la vista de la suya fija, giró su cabeza a la derecha y escupió un
poco de sangre que se había acumulado en su boca. Miró la sangre y la saliva,
mezcladas caer en la nieve, manchando el blanco prístino de un rojo carmesí.
Distraídamente se preguntó cuanta más de su sangre sería derramada antes de que
fuese libre otra vez.
—No intentes nada estúpido —murmuró Rolf sin mirar hacia ella—. La última
que intentó algo estúpido fue esa amiga que tienes ahí.
Los ojos de Peggy se abrieron. Recordó un incidente que había ocurrido antes de
que los cuatro hubiesen partido en el trineo. La otra mujer, histérica, había tratado de
huir. Había sido Rolf quien la había localizado, Rolf quien la había encontrado, Rolf
quien la había puesto sobre el trineo de modo que fuese dócilmente sentada allí antes
de que Peggy hubiese sido sacada…
Él sabía que la otra cautiva estaba muerta, pensó, su respiración se detuvo. ¡Oh
Dios, él era el que la había dejado así!
Su mano voló hasta cubrir su boca. Rolf, probablemente no queriendo dejar un
rastro, había cargado el cadáver de la mujer en el trineo para así poder deshacerse de
ella más tarde, cuando se adentrasen en la solitaria tundra.
Las náuseas se arremolinaron en el estómago de Peggy, amenazando con salir.
Cerró los ojos y respiró profundamente, obligándose a calmarse en el proceso. La
última cosa que quería hacer era vomitar. Sabía que eso sólo le acarrearía otra
bofetada, o algo peor.
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estaba completamente desnudo, su pelo rubio como el sol, volaba contra el viento
mientras sus helados ojos azules se estrechaban sobre los captores de Peggy.
Peggy se congeló, su mente en completo shock. ¿Cómo podía el cuerpo del
hombre resistir semejantes temperaturas heladas? ¿Cómo podía…? ¡Olvídate de eso,
Peggy, simplemente corre! ¡Corre! ¡Corre! ¡Corre!
Sus músculos acartonados, su cuerpo en modo de «luchar o huir», Peggy saltó del
trineo en marcha y aterrizó de cara, simultáneamente sacando el aire de su vientre.
¡Lucha contra ello, Peggy! ¡Levántate y corre!
En circunstancias normales, dudaba que hubiese sido capaz de rebotar tan
rápidamente, pero claro, estas circunstancias no podían considerarse normales. Se
puso diligentemente de pie, luchando por coger aire justo antes de salir pitando,
huyendo bajo los cielos oscuros de la fría tundra.
No hizo caso de su rodilla destrozada, ignoró la mejilla que había sido golpeada
tan duramente que parecía arder, ignoró la helada nieve que había cubierto su cara
cuando se cayó. En cambio concentró toda su energía en correr escudriñando los
bancos de nieve en busca de una guarida o madriguera en la que pudiera esconderse.
Peggy oyó gritos tras de sí, oyó también el zumbido que hacían las flechas antes
de hacer contacto con la carne de los hombres, qué hombres, no tenía ni idea. Ignoró
todo eso mientras corría más y más rápido, jadeando en busca de aire, desesperada
por escapar.
Los ojos de Peggy se ensancharon cuando oyó pasos que se acercaban a ella. ¡Oh
no! pensó al borde de la histeria. ¡Oh Dios, por favor déjame escapar!
Pero el sonido se acercaba alarmantemente, el sonido de la compacta nieve
crujiendo bajo el peso de botas de cuero…
Se atrevió a una rápida mirada sobre el hombro. Lanzó un grito cuando vio que
era ese hombre el que la perseguía, el rubio de aspecto severo y ojos azules como un
lobo, cuerpo pesadamente musculoso, y el infernal grito de guerra.
El hombre rubio de aspecto severo que era aún más alto y más ancho de lo que
había sido en la distancia.
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Sus ojos se abrieron más y respiró trabajosamente, Peggy movió su cobriza cabeza
hacia atrás y corrió aún más rápido, desechando las pieles de oso polar mientras
hacía una loca carrera a través de la tundra, no queriendo que las pieles la
sobrecargasen. Llevaba puesta solamente la camiseta blanca y los zapatos de cuero
de segunda mano ahora, y aún así su cuerpo transpiraba como si estuviese acalorada
en vez de congelada.
¡Corre! gritó mentalmente. ¡Corre! ¡Corre! ¡Corre! ¡Corre!
Peggy lanzó un grito cuando su cuerpo grande chocó contra el suyo por detrás,
luego gritó cuando comenzó a caerse hacia delante, al suelo, sabiendo que cuando lo
hiciese, si él se caía encima de ella y probablemente le rompería alguna de sus
costillas. La mano de él salió disparada en el último segundo posible, su brazo
enroscándose simultáneamente alrededor de su vientre, impidiendo a ambos caerse.
—¡Por favor! —Peggy gritó desesperadamente, agitando sus brazos y piernas
cuando él la alejó del suelo—. ¡Por favor déjeme ir!
El hombre no dijo nada, simplemente mantuvo el cuerpo de ella apartado del suyo
con la espalda de Peggy delante de éste, mientras ella daba patadas y gritaba.
Enseguida tuvo un auditorio, ya que tres de sus hombres estaban en el proceso de
rodearla, todos ellos riendo entre dientes mientras veían sus brazos y piernas agitarse
como un aterrado pez.
—¡Déjeme marchar! —gritó, la cólera rápidamente reemplazaba al terror—.
¡Maldito seas, déjame ir!
Y él siguió sin decir nada. Continuó estando de pie allí, estoico y resuelto. La
mantuvo lejos de su cuerpo mientras daba patadas y gritaba hasta fatigarse, sólo
entonces la bajó al suelo poniéndola de pie.
Mentalmente agotada, físicamente exhausta, y con sus cobrizos rizos aplastados
contra la cabeza por el sudor, Peggy no ofreció al gigante ninguna resistencia cuando
la giró y suavemente envolvió pieles de animal alrededor de su cuerpo. Ella no tenía
fuerzas ni para hacer contacto visual, no disponía ni siquiera de los recursos para
alzar la mirada hacia él.
Sus largos y callosos dedos se movieron a través de su pelo empapado,
apartándolo lejos de su frente antes de cubrirlo con un sombrero de piel que bajó lo
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suficiente como para cubrir sus oídos. Una de sus manos bajó desde su cabeza y
sobre su cara, deteniéndose en la contusión que había obtenido en su mejilla al ser
abofeteada por Rolf, y descansó allí.
Confusa, Peggy miró hacia arriba. Sus cejas se arrugaron, no muy segura de que
hacer ante la emoción sin nombre que vio emanar de aquellos helados ojos azules en
una, por otra parte, estoica cara. ¿Lamentaba él que Rolf la hubiese golpeado? O,
pensó con los ojos espantados, ¿pensaba que eso era algo que sólo le estaba
permitido a él mismo hacer?
Tragó un poco bruscamente cuando su áspera mirada se encontró con la suya,
comprendiendo inmediatamente que este hombre sería un formidable enemigo.
Cuando su áspera, callosa mano suavemente comprobó su mejilla, no tuvo ninguna
duda acerca de lo que había pasado con sus antiguos captores.
Ahora —pensó cautelosamente, sus ojos se abrieron como platos mientras sus
dientes se hundían en su labio inferior—, tenía que preguntarse lo que pasaría con
ella a manos de este nuevo, y mucho más peligroso, captor.
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Capítulo 6
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musculosos muslos para mantenerla caliente. Podía sentirla temblar, sabiendo que le
tenía miedo. Puso gentilmente una mano en su hombro, haciéndole saber con sus
acciones que no tenía intención de dañarla. Entonces llamó a Aevar, diciéndole que
pusiera en movimiento a los perros.
Peggy Brannigan, pensó, y su polla se endureció contra la espalda de ella. La había
estado cazando durante semanas. A lo largo de estas, su cuerpo le había estado
doliendo por la necesidad que tenía de ella. Incluso ahora, tenerla sentada a sus pies,
le parecía demasiado bueno para ser verdad. Ella era suya para tomarla; pronto, su
voluptuoso cuerpo sería suyo para sumergirse en él a su antojo.
El trineo partió, dejando a Geirwolf libre para pensar en la mujer sentada ante él.
Sabía que en su cultura sería considerada una rara belleza. El pelo del color de los
atardeceres otoñales, los ojos como el océano y su cuerpo...
Su gente codiciaba en las mujeres, el físico lleno y con caderas como el de las
bailarinas de la danza del vientre, encontrando la apariencia carnosa tan erótica y
terrenal como sus ancestros lo hicieron. Tal vez esto hacía parecer a las mujeres más
fértiles y capaces de dar a luz bebés fuertes... cualquiera que fuese la razón, su figura
era perfecta para él.
Sus manos se deslizaron por los costados de ella, después se metieron debajo las
pieles de oso polar. Ella jadeó, sobresaltándose, cuando las manos de él ahuecaron
sus senos, sus pulgares deslizándose sobre los pezones hinchados. Eran tan firmes y
maduros... quería girarla y chupárselos, aquí y ahora.
—Hermano —lo llamó Aevear en su lengua, volviéndolo al presente—. Divisé
algunos animales salvajes hacia la derecha. Mejor los mantenemos vigilados.
—Lo estoy haciendo. —Geirwolf soltó los pechos de Peggy, lo que pareció
calmarla. No lo tomó como una ofensa, ya que se imaginaba que prefería que no la
tocara para nada.
Pero, pensó mientras le daba un último apretón suave a sus pechos llenos, era sólo
su preferencia por ahora.
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Capítulo 7
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cuenta de que mientras tanto el apogeo de su pueblo hacía mucho que había pasado.
Se preguntó cómo una cultura de hombres tan notablemente diferentes podría haber
pasado tanto tiempo sin ser descubierta por lo que ellos consideraban extranjeros.
Desde un punto de vista antropológico, Peggy estaba fascinada. Desde un punto de
vista personal, estaba muerta de miedo.
El cuerpo de Peggy se puso rígido cuando las manos grandes y callosas de su
captor la alcanzaron por debajo de las pieles de oso polar en las que estaba envuelta
y palparon sus pechos desde atrás. Él lo había hecho antes, una vez durante el viaje,
pero pensó que iba a dejarla tranquila cuando había concluido abruptamente el
contacto para conversar con Aevar en esa extraña lengua en la que hablaban.
Este secuestrador, pensó Peggy con recelo, no era ningún tonto. No estaba dándole
siquiera una oportunidad de pensar que podría escapar de él, por esa razón en vez
de ir sentado al frente del trineo con su camarada, había escogido sentarse atrás con
Peggy arrodillada delante de él, con la espalda de ella contra su vientre.
—Quiero que envíes un mensaje a su gente —dijo su captor, en un inglés con
mucho acento, a Aevar, que era el hombre que guiaba el trineo. Sus manos le
amasaban suavemente los senos—. Para que vayan a recoger a sus muertos. —Hizo
una pausa—. Y quiero que ellos sepan el por qué —dijo en una voz suave y aun así
dominante.
Asumió que estaba conversando en inglés sólo porque quería que entendiera lo
que decía, suponiendo también que hablaba sobre sus primeros secuestradores, los
que habían matado allá en la tundra. Tragó con dificultad, el recuerdo era un signo
de advertencia de lo que podría pasarle si trataba de escapar.
—Así se hará, Wolf —dijo el otro hombre—. Me ocuparé de eso tan pronto como
regresemos al pueblo.
Los ojos de Peggy se abrieron ligeramente. Wolf…
¿Era el hombre del que habían hablado los primeros captores? ¿Era el hombre que
había estado cazándola en la tundra desierta aquel día en el que Benjamín se había
asustado?
Mierda.
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¿Quiénes eran éstas personas que la había tomado cautiva? Se preguntó Peggy por
lo que parecía ser la millonésima vez desde que Geirwolf la ayudara a bajar del
trineo. Le habían dicho que el viaje ya había terminado, sin embargo no podía
distinguir dónde comenzaba el poblado en ningún lugar al alcance de la vista.
Dio una concienzuda mirada a su alrededor, notando que el clima se había vuelto
más riguroso y nevaba más fuerte que en el sitio del que había sido secuestrada. Se
preguntó qué sería de ella. ¿Habría sido traída aquí como hembra de cría, tal como
Sara había indicado, o para otra cosa totalmente diferente?
—¡Vamos! —espetó Geirwolf a sus hombres—. Quiero que nos pongamos fuera de
la vista tan rápido como sea posible.
Peggy elevó las cejas. No ofreció ninguna resistencia a su captor cuando la tomó
por el brazo y la guió hacia lo que parecía ser un yermo banco de nieve, pero no lo
era. Su frente se frunció mientras miraba al muy musculoso Aevar apretar los
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Capítulo 8
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—¿Es esta —siseó con sus fosas nasales expandiéndose—, algún tipo de broma
macabra?
Aevar soltó una risita, reconociendo inmediatamente la fuente del desosiego de
Peggy.
Ella se detuvo abruptamente y giró. Se tomó un momento para mirar silenciosa a
Aevar y entonces trasladó su mirada desconfiada a su captor.
—¡No estoy bromeando! —dijo con un siseo venenoso—. ¡Me niego a caminar por
ahí de esa manera!
Geirwolf la miró con el ceño fruncido.
—Es el modo de vestir aceptado por las mujeres entre nuestra gente.
—¿Qué ropa? ¡Están desnudas!
Los ojos de Peggy se abrieron de par en par horrorizados, mientras daba un
vistazo rápido alrededor, su mirada cargada de ansiedad sin perderse detalle ante la
visión de tantas mujeres desnudas. Se giró hacia Geirwolf con sus suplicantes ojos
color del mar.
—Me parece que voy a vomitar. No puedo hacerlo. De ninguna manera puedo
salir por ahí desnuda.
Los ojos de él se suavizaron un poco.
—Todo irá bien.
—¿Todo irá bien? —sus fosas nasales se ensancharon hasta proporciones
alarmantes—. ¡Todo no irá bien! —le espetó—. ¡Soy una científica, no una… una…
stripper!
A él se le endureció la mirada, diciéndole sin palabras que en lo que a él concernía,
el tema estaba fuera de discusión.
—Aprenderás a aceptarlo.
—¿Por qué me trajiste? —suspiró ella con voz desesperada.
Su respiración se volvió trabajosa a medida que un profundo pánico se asentaba
en su interior. Sus manos se convirtieron en puños.
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Geirwolf se pasó una mano por la mandíbula sin afeitar, entonces se dejó caer
cansadamente sobre el banco de la taberna. Le dio las gracias a Hilda, la esposa del
tabernero, cuando le puso enfrente un jarro con té caliente y whisky. Le lanzó una
mirada silenciosa a su hermano Aevar, el cual todavía se estaba riendo del episodio
de patadas y gritos de Peggy.
—Fue divertido —dijo Aevar sorbiéndose la nariz con tono defensivo.
Geirwolf frunció el ceño.
—Tal vez para ti, pero no para mí. Me llamó loco. ¿La escuchaste hablarme de esa
manera?
Los hermanos continuaron su conversación en Noruego Antiguo, la versión
incorrupta del noruego, que tenía siglos de antigüedad y les era más familiar que el
Inglés. El Noruego Antiguo era una lengua diferente al moderno y seguramente hoy
nadie en la madre patria lo reconocería.
Por el contrario, el Inglés que hablaban era el moderno, enseñado por las novias
americanas capturadas. Por consiguiente, cuando los hombres del clan Valkraad
hablaban en inglés, tendían a hacerlo a través de un modo romántico y femenino de
ver el mundo. Algo de lo que su madre se reía a menudo.
Aevar bufó.
—Estaba fuera de sí. Te aceptará después de un tiempo. Wolf, sabes que es así.
Geirwolf no le respondió, solamente frunció el ceño hacia su té caliente con
whisky.
—Espero que los adiestradores no sean muy duros con ella. No quiero que le
quiebren el espíritu, sólo que sea más dócil.
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—Hermano, ellos saben lo que hacen. Muchos están casados con mujeres que han
tratado con novias cautivas por años.
—Es cierto.
Aevar sonrió.
—Apresúrate y embarázala, entonces podrá dejar los compartimentos de
apareamiento. Por lo menos no tendrás que preocuparte por su frágil… —tosió
detrás de su mano, sabiendo que era una forma ridícula de describir el arrebato que
le dio a Peggy—, espíritu. Si en algo se te parece, es en eso.
Geirwolf le brindó una semi sonrisa.
—Dejaré que se tranquilice.
Su expresión se volvió pensativa y seria.
—Pero —murmuró—, comenzaré tan pronto como se hayan pronunciado las
palabras nupciales.
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Capítulo 9
Peggy estaba segura que había muerto y había ido al infierno. Había
desaparecido su ropa, desaparecido sus zapatos, desaparecido su dignidad,
desaparecido su vida, punto. En su lugar estaba el Infierno con I mayúscula.
Al despertar de los efectos del somnífero, que le habían dado ayer por la noche
para ayudarla a calmarse, lo primero que Peggy notó fue que había sido bañada sin
su conocimiento o consentimiento y ahora estaba completamente desnuda. Incluso
su vello púbico había sido recortado en un pequeño triángulo, la cobriza flecha
apuntaba hacia su clítoris encapuchado. El resto de su monte de Venus era tan suave
como la piel de un bebé.
La segunda cosa que notó fue que sus pies estaban pintados con intrincados
diseños con un pigmento a base de henna. Ella no tenía ni idea de por qué se lo
habían hecho y albergaba una fuerte sospecha de que no le gustaría la respuesta.
Lo tercero que Peggy notó al despertar fue que había sido acorralada en una zona
con un montón de mujeres desnudas, unas cuantas de habla inglesa y llorando como
a ella le gustaría hacer, algunas mareadas y hablando en una extraña lengua que no
conseguía situar. Todas tenían diseños de henna grabados en los pies. Una vez más,
la antropóloga que había en ella gritaba que eso no era un buen augurio.
Sobre todo porque en algunas culturas, como la India, los pies pintados a menudo
precedían a ceremonias de matrimonio. Mierda.
—Buenos días, a todo el mundo.
La cabeza de Peggy se alzó rápidamente con el sonido de la voz femenina. Su
mirada se centró inmediatamente en la oradora, notando que estaba a finales de los
treinta o principios de los cuarenta. La mujer estaba desnuda como el resto de las
mujeres en el corral, su vello púbico reducido a un pequeño triángulo rubio. También
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al igual que las demás mujeres, sus pies estaban pintados. La única diferencia
notable, en la medida en que Peggy podía ver, era que la oradora llevaba brazaletes
de oro en cada brazo, mientras que las otras cautivas no habían sido adornadas con
ellos.
—Mi nombre es Ivara —continuó la oradora en ese mismo acento que Geirwolf—,
y yo, junto con la ayuda de otras dos mujeres Valkraad os ayudaré... err... ¿Cómo se
dice?... Preparar para vuestras nuevas vidas.
Peggy frunció el ceño. Esto definitivamente no era una buena señal.
—Por favor, de pie. —La oradora sonrió cálidamente—. Me gustaría que todo el
mundo se presentase.
Peggy parpadeó. Había sido secuestrada, drogada, y aparte de eso humillada, sin
embargo, ¿se suponía que iba a levantarse y presentarse a sí misma como si nada
fuera mal? Sí. Seguro.
—Dije que os levantarais. —La sonrisa de Ivara se disolvió, sustituida por una
expresión más severa cuando ninguna de las mujeres de habla inglesa se puso en pie.
Peggy resopló, preguntándose que tipo de bienvenida había esperado posible esta
mujer por parte de ellas.
Ivara entrecerró los ojos a las mujeres de habla inglesa, Peggy incluida.
—Repito —dijo suavemente, señalando hacia un guardia sin romper el contacto
visual—, de pie.
El guardia, un hombre enorme, fuertemente musculoso de cerca de 2,10 metros de
altura, levantó su mano, revelando el látigo que sostenía. Dio un latigazo sobre el
terreno para causar efecto con un impactante sonido agudo.
Los ojos de Peggy se abrieron. Y se apresuró a ponerse en pie.
Mierda.
—Muy bien. —Ivara sonrió cálidamente de nuevo con su anterior irritación
aparentemente olvidada—. Ahora, vosotras vais a presentaros a mí y a vuestros otros
adiestradores. Cuando hayamos terminado, entonces os diré más acerca de lo que se
espera de vosotras en Nueva Noruega.
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Nueva Noruega, pensó Peggy mientras mordisqueaba su labio inferior. Así que
ella había tenido razón: esta sociedad era alguna rama del linaje de los antiguos
Vikingos. Si hubiera estudiado esta cultura como una antropóloga, habría estado
fascinada. Como una cautiva, sin embargo, todo lo que sentía era puro miedo.
Peggy escuchó a medias cómo las cautivas se presentaban una por una.
—Mi nombre es Peggy —murmuró con poco entusiasmo cuando fue su turno para
hablar. Después no dijo nada más. Al parecer, había dicho lo suficiente, ya que el
gigante que blandía el látigo no hizo ningún movimiento para golpearla.
Al poco tiempo Ivara estaba hablando de nuevo:
—Toda mujer en esta área ha sido reclamada como una novia Valkraad. —Su
sonrisa era orgullosa—. Por eso, debéis sentiros afortunadas…
—¡Afortunadas! —soltó una cautiva de habla inglesa, interrumpiendo a la
adiestradora. Una mujer de un precioso tono de piel color caramelo que parecía ser
una mezcla de linaje Afro-Europeo, sus ojos de color marrón claro eran tan frenéticos
como su discurso—. Bueno, ¡yo no! ¡Y me quiero ir a casa!
Ivara entrecerró los ojos ante la desafiante cautiva. El gigante que manejaba el
látigo dio un paso adelante, pero Ivara levantó la mano y sacudió la cabeza. Ella
murmuró algo en su lengua al gigante, quién al parecer gruñó su consentimiento.
—Michelle, ¿no?
Pero Michelle no contestó. Estaba demasiado ocupada llorando. Peggy extendió su
mano y tomó la de la joven mujer, notando que no podía tener más de diecinueve
años.
—Está bien —le susurró—. Sólo apóyate en mí y relájate. Pensaremos en algo.
Las cejas de Ivara se elevaron. Peggy podría decir que la adiestradora se estaba
preguntando lo que ella le habría dicho a Michelle para calmarla. Michelle estaba
ahora de pie cerca de Peggy, tranquila y medio serena, todavía sorbiéndose los
mocos.
—Bien —dijo Ivara a Peggy con algo de sospecha en su mirada—. Veo que
aprendes rápido. —Ella compartió una mirada, que Peggy no entendió, con quien
manejaba el látigo detrás de ella, luego se volvió hacia la llorosa cautiva—. Michelle
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—dijo suavemente—, entiendo que esto es difícil para ti. Al menos ahora mismo.
Pero las cosas mejorarán.
Michelle no dijo nada. Ella acurrucó su cuerpo desnudo más cerca de Peggy y
siguió sorbiéndose los mocos. Peggy puso su brazo alrededor de ella, ofreciendo
consuelo en silencio.
—Es mejor para ti —siguió Ivara—, aceptar tu destino y adaptarte a la nueva vida
que te espera aquí en Nueva Noruega. —Su mirada permaneció fijada en Michelle,
aunque Peggy se dio cuenta de que la adiestradora estaba hablando para todas las
mujeres cautivas.
Ivara se quedó en silencio por un momento, pero al final sonrió cálidamente a las
cautivas y siguió su discurso:
—Yo había pensado comenzar diciéndoos lo que vuestros futuros compañeros
esperarán en sus mujeres, sin embargo, ahora veo que el tema debe esperar. —Ella
suspiró, y por extraño que parezca, Peggy estaba bastante segura de que la acción era
genuina. Sea lo que fuese que Ivara estuvo a punto de decirles, parecía que no tenía
deseo de hacerlo. Peggy tragó saliva.
—Un destino feliz espera a cada mujer aquí en los compartimentos de
apareamiento —comenzó Ivara. Se detuvo cuando las cautivas de habla inglesa,
Peggy incluida, jadearon ante sus palabras.
—¿Compartimentos de apareamientos? —le murmuró Michelle a Peggy, su
mirada no parpadeó—. Oh, Dios mío.
Peggy tragó contra el nudo en su garganta. Ese fue exactamente su pensamiento.
—A menos que —dijo Ivara firmemente—, vosotras rechacéis aceptar vuestro
destino. —Susurró algo al gigante detrás de ella, luego se volvió hacia las cautivas—:
Quiero que todo el mundo forme una única línea recta. Comenzaremos la instrucción
de esta mañana visitando primero a las Comunes y luego el Calabozo de Vergüenza.
—Ella dio la vuelta y entonces ladeando la cabeza para mirar a las cautivas por
encima del hombro dijo suavemente—: Pienso que es mejor si vosotras veis lo que
pasa con las novias desafiantes.
Peggy y Michelle se miraron la una a la otra con recelo, a continuación se
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separaron para formar una única fila recta. Peggy se colocó delante de la mujer más
joven, tratando inconscientemente de protegerla de las adiestradoras y el hombre que
sostenía el látigo, cuyo nombre ellas todavía no sabían.
Las otras cautivas se pusieron en línea detrás de ellas, todas parecían solemnes.
Incluso las mujeres nativas de Nueva Noruega parecían tensas con la mención de
esta excursión de estudios.
Peggy anduvo en línea detrás de Ivara y otra adiestradora, disponiéndose a
seguirlos a dondequiera que fuera que las cautivas debían ser conducidas. El gigante
con el látigo y la tercera adiestradora tomaron sus sitios al final de la línea,
manteniéndose alerta para asegurarse que nadie se atreviese a escapar. Los ojos del
gigante pasaron rápidamente sobre el cuerpo de Peggy mientras éste se dirigía al
final de la línea, un gesto que la hizo consciente de su desnudez. Ella se sonrojó, sus
manos instintivamente volaron hacia arriba y se ahuecaron sobre sus pechos para
cubrirlos.
Él gruñó y siguió andando. Ella expulsó un suspiro de alivio.
Cuando las mujeres desnudas fueron sacadas del gran cuarto de tierra subterráneo
en el que habían sido encerradas, Peggy notó que había varias puertas de piedra
esparcidas por todo alrededor, conduciendo a lo que eran presumiblemente cuartos
comunicados. Era curioso que todas las puertas condujeran allí, al principio asumió
que ellos permitían a los nativos alcanzar «los compartimentos de apareamiento»
desde diversos puntos del primitivo reino subterráneo. Pero asumió incorrectamente,
un hecho que de inmediato averiguó.
El latido del corazón de Peggy se aceleró cuando las cautivas pasaron por una
puerta abierta. Inmediatamente reconoció lo que eran los cuartos: cuartos de citas.
Un lugar para los hombres de Nueva Noruega, para estar con sus cautivas en
privado. Un lugar donde ellos podrían —ella tragó— reproducirse.
Las habitaciones individuales eran mucho más pequeñas que la gran cámara
interior con la que lindaban. Había espacio suficiente en cada una para encajar a dos
personas y una cama, pero nada más.
Sus pensamientos giraban en torno a la joven Sara. Deseó, más de lo que podía
expresar con palabras, haber prestado atención al consejo susurrado por la muchacha
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Inupiat de doce años. Había sido tonta al desechar las leyendas de los moradores de
piedra como esa. Sus actuales circunstancias eran la prueba viviente del hecho de que
los relatos eran ciertos.
¿Y ahora qué, Peggy? ¿Cómo diablos vas a escapar alguna vez de este lugar?
La fuga parecía más desalentadora por momentos, reconoció silenciosamente.
Incluso si pudiera encontrar un modo de escabullirse de los compartimentos de
apareamiento, ella no tenía idea donde estaban localizadas en relación con la puerta
de piedra cubierta por hielo que conducía al exterior. Y aún si llegara al exterior,
¿entonces qué?
En el camino hacia aquí su grupo había conducido el trineo tirado por perros
durante días sin ver una sola alma. ¿Cómo era posible que ella lograra alguna vez
encontrar la civilización a pie?
Peggy tembló cuando las cautivas fueron sacadas de los compartimentos de
apareamiento y conducidas por un gélido pasillo de tierra que no se calentaba. Sus
pezones inmediatamente se hincharon, el gélido hielo los hacía ponerse tiesos. Sus
manos cayeron a los lados, sus pezones estaban demasiado sensibles para continuar
cubriendo los pechos con sus manos en una infructuosa misión por mantenerlos
tapados. No es que eso importara de todos modos. Cualquiera que pasara podría ver
el resto de su cuerpo desnudo.
—Aquí está nuestro primer destino —anunció Ivara en un inglés fuertemente
acentuado. Ella se detuvo ante una puerta hecha de madera y barras de hierro,
entonces se giró y se enfrentó al grupo con expresión severa. Lanzó un rizo rubio
sobre su hombro—. En esta habitación —dijo en un tono autoritario—, vosotras
seréis testigos de lo que pasa con las novias desafiantes. Esta gran caverna en la que
estamos a punto de entrar es llamada La Cámara de las Comunes, o más
simplemente, Las Comunes. —Agitó una mano hacia la puerta—. Las hembras de
dentro han sido condenadas como trabajadoras aquí. Ellas atienden las necesidades
de todos los machos ávidos de sus cuerpos, en vez de sólo a un único macho que
debía ser su marido —dijo ella intencionadamente
Peggy podía sentir que Michelle se tensaba detrás. Le ofreció una mano sin darse
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la vuelta, dejando que la joven chica se agarrase a ella para encontrar consuelo. Sólo
Dios sabía, pensó Peggy mientras mordisqueaba su labio inferior, lo bien que la
vendría un poco de consuelo para sí misma.
Las cautivas fueron conducidas en una única fila a través de la puerta y desfilaron
delante de un grupo de fuertes, bulliciosos y gigantescos hombres. Los hombres
inmediatamente tomaron nota de las cautivas y comenzaron a silbarles y gritarles
cosas en su lengua natal.
Peggy se puso tensa, gritando cuando un hombre rubio y corpulento pasó su
encallecida palma sobre sus pechos expuestos, apretándolos cuando ella pasó. Ivara
le dijo algo a él en un tono de reprimenda, a lo que el gigante sólo sonrió
burlonamente.
Peggy soltó un suspiro de alivio en el mismo momento en que su corazón
recuperó su ritmo. Ella rápidamente se olvidó del hombre que la había manoseado,
concentrándose en cambio en mirar boquiabierta su entorno.
Los hombres estaban sentados todo alrededor de Las Comunes, una estancia que
parecía ser una gran taberna. Mujeres desnudas se apresuraban por todas partes,
sirviendo las mesas y satisfaciendo a los hombres de allí. La única diferencia que
Peggy podía ver acerca de esas mujeres en general era que en vez de tener un
pequeño triángulo de pelo entre sus piernas, todo su vello púbico había sido
rasurado. Además, sus pies no estaban pintados. A parte de eso, ellas se veían igual
que cualquiera de las demás allí. Desnudas, pensó tristemente.
Pero eso no era lo que hacía que mirara boquiabierta a la gente dentro de la
taberna. La parte perturbadora era que Ivara no había mentido. Los cuerpos de estas
pobres mujeres estaban siendo manoseados, acariciados y pellizcados mientras
jugaban con ellos, y ninguno de los hombres parecía estar pidiendo permiso. Los
hombres estaban arrastrando a las criadas que estaban sirviendo a sus erectos
regazos y haciendo lo que fuera que ellos querían hacerles. Chupar sus pezones,
empujar la cara de las mujeres hacia abajo para que les dieran una mamada, follarlas,
ellos hacían de todo.
La mano de Peggy inconscientemente voló hacia arriba hasta cubrir su boca. Ella
miró con mórbida fascinación como el cuerpo de una hermosa morena era extendido
en una mesa por cuatro hombres. Los hombres se estaban riendo y montando
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Capítulo 10
En la víspera en la que iba a intercambiar los votos con Peggy, Geirwolf se dirigió
hacia la cosa, el lugar de reunión de los dirigentes de Nueva Noruega, con otro de los
novios. La anticipación de la boda y luego el apareamiento con su futura esposa
hacían que su polla se endureciera y los músculos de su estómago se apretaran. La
ceremonia, esperaba, sería la parte fácil. Era el ritual de la cama que tendría lugar
después de la vinculante ceremonia lo que le preocupaba. Esperaba que a Peggy le
resultara agradable… o, al menos, lo tolerara.
Geirwolf no tenían ni idea de cuánta resistencia le daría la primera vez que tratara
de montarla, aunque a menudo había oído decir que Ivara era una consumada
adiestradora, capaz de romper la reticencia de una mujer en pocas horas. Se
consolaba en el conocimiento de que habían pasado ya tres días de adiestramiento, y
lo que era más importante, Peggy ya había estado de acuerdo en decir las palabras
rituales que les unirían para siempre.
No tenía ni idea de los métodos que Ivara había utilizado para adiestrar a las
novias cautivas, pero se encontró a sí mismo con la esperanza de que los rumores
fueran ciertos y Peggy se mostrara dispuesta no sólo a sus esponsales, sino también a
su lujuria. Después de todo, cuanto más pronto se quedara embarazada, más pronto
podría ser trasladada desde los compartimentos al interior de su propia caverna.
—¿Cuál de las hembras es la tuya, Wolf? —le preguntó su primo Ragnar,
interrumpiendo sus pensamientos.
Ragnar, sólo tenía veintitrés años y había dejado su soltería para contraer
matrimonio en el momento en que había posado sus ojos en la belleza exótica de
dieciocho años de edad, Michelle, con la que iba a contraer matrimonio esta víspera.
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Con los ojos abiertos de par en par, Peggy tragó saliva mientras observaba a
Geirwolf entrar a grandes zancadas en la amplia y fría caverna con un hombre más
joven a su lado. Su mirada inteligente barrió al gigante con el que iba a casarse esta
noche, notando a la vez cuan finamente iba vestido.
Vestía una larga túnica de seda negra con ceñidos calzones negros de hechura
ajustada debajo de ésta. Su bronceado, por no hablar de sus ampliamente musculosos
brazos sobresalía alrededor de los brazaletes de oro que llevaba en cada bíceps. El
tatuaje de dragón en su brazo izquierdo terminaba justo por encima del brazalete.
Ella echó una mirada hacia abajo, a sus manos y sintió el deseo parpadear en su
estómago. Pestañeó, quitándose de encima la sensación, dándose cuenta de que
habían condicionado su cuerpo a responder a ellos durante el largo y abrupto
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Sus ojos vagaron hacia arriba, a los abdominales que se ondulaban debajo de su
túnica. Sí, frunció el ceño, el sexo sería una verdadera molestia.
—Recuerda la jaula —dijo Peggy distraídamente a Michelle—. Esto no parece tan
malo si una piensa en esa horrible jaula.
El cuerpo de Michelle se quedó quieto.
—Cierto —le susurró—. ¿Cómo podría olvidar eso?
Geirwolf se detuvo delante de Peggy, su mirada posesiva barrió sus pechos y
luego su decorado pubis cobrizo. Instintivamente ella hizo una inspiración,
provocando que sus pechos se levantaran de forma involuntaria.
—Hola Peggy —murmuró Geirwolf—. He estado esperando esta noche durante
semanas.
Lo que significaba que había estado acechándola mucho antes de que hubiera sido
secuestrada. Sus ojos se abrieron de par en par.
Un largo y calloso dedo se coló entre los de ella. Ella miró hacia abajo donde sus
manos se unían y tomó un profundo respiro.
—No tienes nada que temer de mí —dijo suavemente Geirwolf, pero con
firmeza—. Te atesoraré a ti y a tu cuerpo siempre. En poco tiempo, vendrás a mí por
tu propia voluntad y con impaciencia buscarás mis brazos.
Peggy expulsó el aire mientras él la dirigía hacia el centro de la caverna. Eso,
pensó resignadamente, era precisamente lo que temía.
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Capítulo 11
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Geirwolf miró los ojos de Peggy abrirse alarmados cuando dos de los hombres de
su padre la cogieron de donde había estado arrodillada a sus pies y la ataron,
desnuda con los brazos y las piernas abiertas, en una de las tres adornadas camas
que habían sido traídas a la cosa. Puesto que Michelle era virgen, y su marido tendría
sábanas manchadas de sangre para mostrar a la muchedumbre congregada, fue
puesta a buen recaudo en las recámaras para ser desflorada por Ragnar en privado.
Como Peggy no era virgen, estaba obligada a soportar ser montada públicamente
para que ningún guerrero pudiera hacer una futura reclamación que declarara que su
matrimonio con Geirwolf realmente no había sido consumado. Si un guerrero
pudiera hacer tal reclamación, eso convertiría a Peggy en presa legal. Y Peggy, pensó
él tensamente, no era objeto de caza.
Se desvistió ante la adornada cama de consumación, su fija mirada nunca se
apartó de Peggy. Podía decir que ella estaba avergonzada al verse expuesta de esa
manera frente a tantos, así que se dio prisa para cubrirla adecuadamente.
No podía culparla. Hasta ese momento, no había pensado mucho cuan insensible
era por parte de los hombres reunirse alrededor y mirar a la nueva, y por lo visto,
aterrorizada novia ser montada. Su mirada azul de lobo se enfocó en su hermano
menor, Bjorn quien notó, estaba mirando demasiado atentamente el coño expuesto
de su esposa. Bjorn simplemente rió en silencio en respuesta, sus ojos deleitados por
la centellante cólera de Geirwolf.
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La mandíbula de Geirwolf se cerró con fuerza. Había oído que Bjorn embriagado
había derribado a Peggy en su regazo cuando había sido llevada a Las Comunes por
Ivara y otras adiestradoras. Eso había sido bastante ofensivo, pero esto…
—Relájate, Wolf —bromeó Bjorn en su lengua materna—. Sólo estoy mirando a la
muchacha.
Geirwolf no dijo nada, aunque siguió mirando desafiante a su hermano. Sabía que
era ridículo comportarse tan celosamente, aunque eso no parecía ayudarle. Las
damas siempre habían encontrado agradable a Bjorn. Era hermoso con su pelo negro
y sus ojos azules de lobo y su personalidad no era tan severa como la de Geirwolf.
Bjorn no acarreaba la responsabilidad de saber que un día sería el líder de su gente,
por eso podía permitirse ser menos rígido en sus pensamientos y en su conducta.
Los hermanos se miraron el uno al otro hasta que inevitablemente, la risa de Bjorn
se quebró. Cabeceó con respeto hacia Geirwolf y una promesa tácita de respetar a
Peggy estaba en su mirada.
Geirwolf gruñó, apaciguado. Continuó desvistiéndose, lanzando sus galas a un
lado y dando un paso hacia su novia totalmente desnuda y excitada. La vio morderse
un poco el labio cuando agarró su gruesa polla por la base y se encaminó hacia la
cama de consumación. La mirada de ella se agrandó cuando se puso de pie ante ella
y se encontró preguntándose, no por primera vez, qué era lo que ella pensaba.
Geirwolf tomó un profundo y estabilizador aliento mientras avanzaba lentamente
en la cama y se colocaba entre las piernas extendidas de Peggy. Había estado
esperando para sumergirse dentro de su esposa lo que le habían parecido años.
Había pasado la mayor parte de cada día de estas pocas semanas pasadas
fantaseando acerca de lo mucho que le gustaría sentir su ardiente coño envuelto
alrededor de su erguida polla.
No quería estar encima de ella como un animal en celo, aunque profundamente
sospechaba que eso era precisamente lo que estaba a punto de hacer. Durante
semanas la había perseguido. Durante días había soportado el saber que estaba en
Nueva Noruega, aunque inaccesible para él…
Bajó la mirada hacia su virilidad apoyada en la nerviosa Peggy. Su miembro
estaba tan erguido que la hinchada cabeza rojiza estaba dolorida, sus pelotas tan
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duras que sabía que esta primera vez no duraría mucho tiempo.
La mirada fija de Geirwolf chocó con la de Peggy. Ahora, pensó posesivamente,
apretando los músculos, ella era toda suya.
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Capítulo 12
Envuelta en pieles de osos polares, Peggy respiró el frío aire del patio en la
superficie, disfrutando de la sensación del aire fresco y de los copos de nieve que
golpeaban directamente sobre su rostro. Sabía que se suponía que Geirwolf todavía
no podía traerla aquí, no al menos hasta que estuviera embrazada, no sería una más
de su gente en toda regla. Y aun así la había sacado a hurtadillas al patio de todos
modos, sin que Ivara lo supiera, otra señal más de su afecto.
—Esto es lo que llamamos una raíz de zaba —murmuró Geirwolf mientras
arrancaba una planta parecida a una vid de la tierra. La rompió por la mitad y le
mostró la savia que salía—. Es usada por nuestras mujeres para hacer dulces.
Pruébala. —Sonrió mientras le daba la raíz—. Es como el azúcar.
Peggy lentamente tendió la mano, entonces indecisa agarró la planta. Su mirada
del color del mar chocó con la de Geirwolf mientras los dedos de ambos se
acariciaban. Se mordió el labio y apartó la mirada, luego inquieta levantó la raíz
hasta sus labios y sorbió la salvia dulce de ella.
Los ojos de él rastrearon el movimiento de succión de sus labios. Se sonrojó,
preguntándose si él estaba imaginándose su polla en el lugar de la planta.
Había pasado poco más de una semana desde que se había casado y ya la estaba
encandilando de manera espectacular. La persistencia de él en cortejarla era
prácticamente extraordinaria, ya que ella había estado lejos de ser agradable desde el
principio. Peggy no quería que su marido se hiciera su amigo, tampoco quería
amarlo, así que después de su noche de bodas se había comportado con él y con sus
amables propuestas tan arisca como le fue posible.
Evidentemente, su magnífico plan no estaba funcionando.
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lo hice y la verdad no puede ser cambiada. No puedo lamentar que tú seas mía,
Peggy Valkraad, así que por favor no me lo pidas, pero siento que estés infeliz si es
así.
Peggy asintió, sus palabras la hacían sentir más contenta de lo quizás deberían.
—¿Y ahora?
Una de las cejas de Geirwolf se alzó.
—Ahora que estas aquí ¿cómo podría lamentar el hecho de que seas mía? Yo
nunca podría enviarte lejos, Peggy. Nunca.
Ella le dio una media sonrisa.
—¿A pesar de todos mis gritos?
Su sonrisa llegó despacio restaurando el brillo de sus ojos.
—Sí, a pesar de tus gritos —murmuró.
Se estudiaron el uno al otro sin hablar durante un prolongado momento.
Finalmente Peggy apartó la mirada, con un suspiro algo triste.
—Wolf…
—¿Sí?
—Me hace sentir mucho mejor saber que sientes que yo sea infeliz, pero es sólo
que no sé si podré ser alguna vez feliz aquí. Porque una parte de mí a la larga
siempre querrá ser libre —suspiró otra vez—. Y te guardaré rencor por no
devolverme esa libertad.
Geirwolf cerró los ojos y respiró hondo. Los abrió de nuevo y esperó a contactar
con su mirada antes de responder.
—No mentiré y diré que te liberaría si pudiera porque si me enfrento a esa opción
no estoy seguro de que pudiera ser tan desinteresado, pero Peggy, debes entender
que esta opción ya no es mía. En realidad nunca fue mía. Aunque admito que planee
robarte desde el principio.
Ella entornó sus ojos al oír esto.
—No entiendo…
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—Desde el momento en el que tú clavaste los ojos en los hombres del clan
Hallfreor te quitaron cualquier opción. —Los ojos de Geirwolf se entrecerraron con
seriedad—. El clan de Nueva Noruega ha prosperado, según ellos, por la simple
razón de que nadie sabe de nuestra existencia. Tanto si te hubiera deseado como mi
propia novia como si no, los guerreros que me acompañaban el día en que te robe de
los Hallfreor nunca te habrían dejado volver a tu lugar de origen por temor a que le
hablaras a los forasteros acerca de nuestra gente.
Peggy lo considero durante un buen rato, sus emociones y pensamientos estaban
confusos.
—Siento que seas infeliz, Peggy —murmuró Geirwolf—, pero no hay manera de
que mi gente te permita marcharte jamás.
Ella tomó un profundo aliento y lo expulsó. Por alguna razón, saber que Geirwolf
no tenía el poder para dejarla ir, que nunca había tenido ese poder, hizo más fácil el
dejar que la ira hacia él como persona desapareciera. No estaba completamente
preparada para dejar de sentir cólera por las gentes de Nueva Noruega en general,
pero no era con las personas de Nueva Noruega con quien estaba casada.
—¿Así que estás diciendo que tenemos que aguantarnos el uno al otro y sacar lo
mejor de ello?
Geirwolf frunció el ceño.
—Le diste a mis palabras la connotación más severa posible, pero sí, supongo que
eso es lo que digo.
Ella se rió entres dientes suavemente, el brillo regresó a sus propios ojos.
—No quise decirlo tal como me salió, pero gracias por entenderlo.
Geirwolf tomó sus manos otra vez con expresión seria.
—Por favor, Peggy —murmuro—, déjanos empezar otra vez. Dame a mí y a
nuestro matrimonio una oportunidad y te prometo que nunca te defraudaré.
Peggy se mordió el labio y centro la mirada en la de él.
—No lo lamentaras —dijo él suavemente mientras sus labios descendían para
besar su frente—. Te lo juro.
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Cerró los ojos esperando durante un momento, para tratar de ordenar sus
emociones. Cuando los abrió otra vez vio que Geirwolf la miraba expectante,
esperando su decisión.
Sus pensamientos estaban en tal caos que Peggy terminó por contestarle sin
palabras. Parecía que no podía expresar sus sentimientos en voz alta así que le dijo lo
que necesitaba oír con su cuerpo.
Sin darle más vueltas, Peggy siguió sus instintos y los dejo salir. Girando, levantó
las pieles hasta su cintura, y temblando de frío, se agarró de una pared cercana
exponiéndole su coño desnudo. La excitación golpeó a través de ella con el sonido de
la profunda inspiración de su marido.
—Peggy —dijo Geirwolf pesadamente. Se colocó detrás de ella y se aproximó
palmeando su culo, amasando los dos globos hasta que estos estuvieron bien
calientes. Podía sentir sus ojos devorando su coño, devorando su culo—. Me alegro
de que seas mía.
Cerró los ojos cuando él se bajó los calzones hasta las rodillas y sus pezones se
endurecieron. La sensación de la frialdad del aire golpeando su coño combinándose
con la posesividad que podía sentir en su mirada al perforar su expuesto coño, le
puso mojada y lista para acogerlo.
Pero Geirwolf no la montó. Contempló su coño durante mucho tiempo mientras
sus dedos callosos amasaban sus nalgas, como si memorizara el modo en que su coño
se veía. Y luego suspiró, un sonido sobre el que no estaba muy segura que opinar.
Geirwolf soltó sus nalgas, luego bajo la piel de oso volviéndola a cubrir.
—Quizás soy un tonto sentimental, pero no puedo tomarte así. No ahora. —
Acarició suavemente las nalgas—. No antes de que esté seguro de que realmente me
quieres.
Peggy cerró sus ojos brevemente, atontada por la frustración física y emocional
que sintió ante sus palabras. Sin embargo, no protestó cuando la tomó de la mano y
silenciosamente regresaron a los compartimentos de apareamiento. Supuso que
debería haberse sentido avergonzada por el casi rechazo, pero por extraño que
pareciera, lo respetaba más por ello.
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Capítulo 13
Dos tardes después, Peggy llegó de pasar el día viendo como adiestraban a otras
mujeres y abrió la puerta de su cámara privada. Se encontró a Geirwolf dormido en
la cama con su cuerpo grande atravesado a lo largo del lecho boca arriba. Por lo visto
él había llegado antes que ella esa noche y se había dormido esperando que ella
regresara.
Se mordió el labio. Parecía tan malditamente atractivo ahora mismo, tal vez aún
más sexy que cuando estaba despierto.
Sus ojos se movieron hacia su ingle. Él estaba erecto. Incluso estando dormido
todavía la deseaba.
Peggy cerró los ojos brevemente, sus emociones estaban en guerra dentro de su
mente y su corazón. Su lado «dura como una roca», ese lado que ella había
conseguido por la muerte de su padre y luego otra vez a través de la universidad y
del postgrado, quería mantener a Geirwolf a raya para siempre sólo para demostrar
que… bueno, ella no estaba segura exactamente lo que estaba tratando de demostrar.
¿Qué era fuerte, quizás? Suspiró. Geirwolf le había dicho ya al menos diez veces
cuánto admiraba su fuerza de espíritu. Así que ¿a quién más se lo estaba intentando
probar? Quizás, a sí misma admitió.
Pero el otro lado de Peggy, el lado cariñoso que quería amar y ser amado,
anhelaba tender la mano a este hombre, a su captor… a su esposo.
Él era siempre tan fuerte, pensó con admiración, su mirada se movió sobre las
esculpidas líneas de su cara. Tan fuerte y tan amable…
Desnuda con sus pies recién pintados, y su vello púbico recién depilado, Peggy
descendió su cuerpo en la cama y le bajó los calzones a Geirwolf hasta las rodillas. Su
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erección al instante saltó libre, el grueso pedazo de carne pulsaba mientras ella lo
tomaba en su palma.
—¿Peggy? —dijo Geirwolf suavemente, en tono confuso. Y parpadeó, tratando de
despertarse—. ¿Qué estás… —Inspiró profundamente cuando ella envolvió sus
labios alrededor de la cabeza de su polla, cualquier cosa que hubiera estado a punto
de decir quedó olvidada—. Peggy —murmuró, los dedos de una de sus callosas
manos se enterró a través de su cabello—. Se siente maravilloso, amor.
Su amor.
Peggy cerró los ojos, y se abandonó a sus sentimientos, a sus deseos. Tomó su
polla entera profundamente en la garganta hasta que le tocó las amígdalas.
—Ja —exhaló él, sus músculos se endurecieron mientras enroscaba los mechones
de su pelo cobrizo alrededor de su mano—. Sí.
Ella chupó febrilmente, su boca y labios subían y bajaban a través de la longitud
de su polla dura como el acero, succionando con golpeteos. El sonido de la saliva
encontrándose con la carne competía con el sonido de su esposo al tomar aliento.
—Ja —rechinó él, su voz sonaba medio delirante cuando posesivamente ciñó el
agarre en su pelo—. Sug kuken min —dijo con voz ronca, demasiado fuera de sí para
hablar en inglés. Chupa mi polla.
Peggy lo chupó como un animal hambriento, su boca trabajando furiosamente
arriba y abajo de la cabeza y el eje. Ella dio rienda suelta a sus dedos mientras lo
chupaba, masajeando el saco que descansaba apretadamente contra su ingle.
Sus gemidos se hicieron más fuertes cuando ella lo tomó más rápido, más
profundo, más duro, más rápido, más duro, más profundo…
—Peggy —gimió, sus músculos estaban tensos y sus ojos cerrados—. Mi Peggy…
Geirwolf se corrió con un fuerte gemido, apretando su mandíbula y rechinando
los dientes. Expulsó a chorros su semen ardiente en su boca mientras su cuerpo
entero se estremecía y convulsionaba, gimiendo mientras ella terminaba de bebérsela
toda.
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Peggy hizo un movimiento de succión con sus labios una última vez, agotando
cualquier gotita restante de la cabeza. La tragó y luego alzó su mirada hacia él con
expresión vulnerable.
¿Actuaría él con suficiencia por lo mucho que había cedido ella? ¿Se comportaría
con arrogancia, sabiendo, como él sabía, el poder que ejercía sobre ella?
—Gracias —murmuró él con voz humilde. Sus lobunos ojos azules parecían de
todo menos presuntuosos y arrogantes. Parecían agradecidos. Y en paz—. Fue un
regalo precioso el que me diste.
Peggy parpadeó, sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Yo... yo estoy asustada —dijo ella en voz baja—. Estoy tan asustada.
Los ojos de Geirwolf se suavizaron.
—Lo sé, nena. —Él alargó sus manos y tiró de ella hacia abajo para que así
descansara encima de su pecho. La beso la cabeza mientras sus manos acariciaban
suavemente su espalda—. Lo sé.
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Capítulo 14
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La semana pasada con Peggy había sido maravillosa en todos los aspectos excepto
en el sexual. Se estaban convirtiendo en amigos, que era algo que él nunca había
experimentado antes con una mujer. Incluso se sintió cómodo compartiendo sus
sentimientos con ella, que era algo que nunca había experimentado antes con una
mujer o un hombre.
Geirwolf había sido educado para ser estoico y distante, pero en una semana
Peggy había logrado penetrar todos los muros que había pasado toda una vida
construyendo. Había sido educado para ser autocrático y dominante, sin embargo, la
mera visión de su esposa le hacía tener tiernos sentimientos con los que no se sentía
completamente cómodo.
La quería a ella más de lo que nunca había querido a alguien o algo en su vida.
Estaba listo para aparearse, y con treinta y cuatro años había pasado de lejos la
edad que la mayoría de los guerreros alcanzaban antes de tomar una novia. Todos
estos años se había contenido, cazando una y otra vez buscando una mujer que le
proporcionara el sentimiento adecuado. Peggy era esa mujer, estaba seguro de ello.
La había vigilado de lejos durante semanas, estudiando la forma en que
interactuaba con los demás, estudiando cada cosa que había que saber sobre ella.
Admiraba su agudo intelecto, admiraba su independencia, su espíritu aventurero,
admirando también la belleza de su exuberante y lujuriosa figura. Había sabido en el
momento en que puso los ojos en ella en el extranjero Barrow que era única. Las
semanas que había pasado estudiándola sólo lo habían confirmado.
La imagen de Peggy, desnuda y queriéndolo a él de propia voluntad, pasó por la
mente de Geirwolf de nuevo. Suspiró consciente de que esto se lo estaba creando él
mismo para caer en una fantasía sobre una intimidad que ella aún no estaba
preparada para sentir, pero no veía como podría ayudarse a sí mismo.
Ya estaba enamorado de ella. Comenzaba a preguntarse si ella se enamoraría
alguna vez de él.
Geirwolf caminó estoicamente hacia los compartimentos de apareamiento,
dándose cuenta que al final la respuesta a esa pregunta no importaba. Estaban
casados. Siempre lo estarían. Peggy siempre le pertenecería, aun si su amor nunca
fuera correspondido.
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Apretó la mandíbula cuando consideró el hecho de que era posible que su esposa
nunca lo quisiera. Rezó a los dioses que ese no fuera el caso, pero sabía que tenía que
prepararse para ese resultado.
Geirwolf se dispuso a abrir la puerta del compartimiento privado de Peggy,
esperando encontrarla ya dormida puesto que él venía más tarde de lo habitual. Su
mano se quedó quieta en el pestillo cuando el sonido de suaves gemidos procedentes
del otro lado de la puerta llegó a sus oídos. Aturdido, se quedó ahí de pie en estado
de shock durante un dramático momento antes de que una caliente y devoradora
posesividad lo recorriera.
Ella tiene un amante. Mi mujer me está engañando...
Furioso y dispuesto a matar a quien fuera que estuviera follando con ella,
Geirwolf empujó la pesada puerta abriéndola con toda su fuerza, haciendo que ésta
se estrellase contra la pared de tierra. Los latidos de su corazón golpeando como un
loco, la adrenalina corriendo por su sangre, él anduvo dentro del cuarto débilmente
iluminado, el sonido de la puerta estrellándose al cerrarse detrás de él llenando la
pequeña habitación.
—¡Qué —bramó—, está pasando en… !
Su cuerpo se apaciguó cuando sus ojos se ajustaron a la débil luz de la única
antorcha encendida en la habitación. Se tragó el nudo que rápidamente se le había
formado en la garganta cuando vio a Peggy masturbarse boca arriba, sus dedos
deslizándose sobre su erecto, resbaladizo clítoris mientras ella se mecía hacia delante
y hacia atrás en una lenta ondulación.
—Te quiero —susurró. Sus ojos estaban cerrados. Su voz sonaba cansada, un poco
desalentada—. Estoy harta de luchar contra esto —dijo con voz ronca.
La mente de Geirwolf se percató entonces que ningún otro hombre había follado a
su esposa, sin embargo su cuerpo aún bombeando lleno de primitiva adrenalina, no
se había puesto al corriente completamente. Su respiración era dificultosa, una
actitud posesiva lo inundaba. Ella estaba expuesta en la cama de apareamiento con
las piernas completamente separadas para que él la tomara.
Reaccionando instintivamente, llegó hasta ella de forma territorial, bajándose los
calzones hasta las rodillas cuando se quedó plantado ante los pies de la cama. La
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agarró de los muslos y los separó sin miramientos entrando en su húmeda carne sin
ceremonia e introduciéndose hasta la empuñadora con una violenta estocada.
—Fitta mi —siseó él, con los dientes apretados—. Mi coño.
Peggy jadeó cuando Geirwolf empujó dentro de ella, luego jadeó otra vez cuando
él cubrió con sus manos sus pechos y comenzó a montar su cuerpo con fuerza. Su
marido tenía un aspecto amenazador cada día, pero esta noche parecía total y
absolutamente peligroso, pensó. El tatuaje del dragón que serpenteaba subiendo por
su brazo izquierdo parecía moverse mientras sus músculos se flexionaban con sus
empujes.
—Más rápido —le instó ella. Le habían dado una semana para ordenar sus
sentimientos y ahora lo quería tan intensamente que incluso sus fosas nasales se
ensancharon—. Fóllame más duro.
Erguido ante ella a los pies de la cama con sus callosas manos separando
completamente sus piernas, Geirwolf le dio lo que ella quería, tan duro como lo
quería. Sus dedos se clavaron en la carne de sus muslos y su mandíbula se apretó con
vehemencia mientras enterraba su rígida polla dentro de su coño, de nuevo, una y
otra vez.
—Oh Dios —gimió Peggy con su cabeza caída hacia atrás y su espalda arqueada.
Ella podía oír el sonido de su húmeda carne al entrar en contacto, el sonido de su
coño succionándolo de vuelta con cada movimiento ascendente—. Oh Dios.
—Córrete para mí —dijo Geirwolf arrastrando la voz. Hizo girar sus caderas y se
incrustó en su coño más duramente. Sus dedos se clavaron afianzándose más en sus
muslos mientras incrementaba el ritmo, follándola con movimientos rápidos,
despiadados—. Ahora.
Peggy echó un vistazo abajo entre sus piernas, mirando como la polla de su
marido se incrustaba en su carne una y otra vez. La visión de su cuerpo
marcadamente musculoso manteniendo inmovilizado su, en comparación, cuerpo
más pequeño delante de él mientras sus caderas empujaban hacia delante y hacia
atrás, mientras él golpeaba con dureza dentro de ella, era la cosa más erótica en la
que había puesto alguna vez sus ojos. Se corrió con un fuerte gemido, su espalda se
arqueó y sus ojos se cerraron.
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—Oh Dios. —Su cabeza cayó hacia atrás en las almohadas, con sus pezones rígidos
hasta el dolor, su cuerpo convulsionándose—. Oh, Dios mío.
Geirwolf la folló aún más duro entonces, la vena de su yugular sobresaliendo.
—Mi coño —dijo con voz arrastrada una y otra vez como si eso fuera un mantra—.
Mío.
Fue primitivo con ella entonces, bombeando dentro y fuera en ella, con rápidos y
violentos empujes. La folló como si la estuviera marcando, al igual que un animal
que marca su territorio.
Geirwolf empaló su coño de nuevo, una y otra vez. La transpiración moteaba su
frente y sus músculos se apretaban tensamente mientras su cuerpo se preparaba para
el orgasmo. La mirada de placer en su cara, esa expresión que tan estrechamente se
parecía al dolor, mantenía a Peggy embelesada una vez más mientras él se enterraba
en ella hasta la empuñadura en una serie de rápidos y profundos golpes.
—Tú eres mía, Peggy —gruñó él, apretando los dientes—. Toda mía.
Terminó con un fuerte gemido, su cuerpo convulsionándose mientras
violentamente alcanzaba el clímax en su coño. Ella alzaba sus caderas hacia él todo el
tiempo, utilizando el movimiento para sorber todo el semen de su polla con su coño.
Y mantuvo el rápido y furioso movimiento ascendente durante unos treinta
segundos completos, sin descansar hasta que él se derrumbó encima de ella con un
gemido, agotado y satisfecho.
Pasó un buen rato hasta que cualquiera de ellos habló. Simplemente yacieron ahí,
agarrados el uno al otro como si el mundo se hubiera vuelto loco y fueran el uno
para el otro como un bote salvavidas hacia la cordura. Pero por otro lado, quizás lo
fueran.
—Te amo, Peggy —confesó Geirwolf. La dio un suave besó primero en uno de sus
tiesos pezones y luego en sus labios—. He esperado toda mi vida para encontrarte —
murmuró—. Y espero que un día, pronto, tú llegues a enamorarte de mí.
Peggy pasó sus dedos a través de su sedoso cabello rubio como el sol.
—Eso es suponiendo que no lo esté ya —le susurró. Suspiró—. Y nunca debes
asumir nada.
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Capítulo 15
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—Pero Wolf…
Él sostuvo un dedo sobre su boca.
—El modo en que nuestra gente ha sobrevivido todos estos años es por seguir
siendo unos desconocidos para el mundo exterior. Nadie que venga aquí, nadie,
tiene permitido irse una vez a puesto sus ojos en Nueva Noruega a no ser que sea
para unirse a los dioses. —Suspiró—. No puedo decir que me arrepienta de que seas
mía, pero ¿qué puedo hacer?
Peggy cerró los ojos, se le hundió el corazón.
—Nada, supongo —susurró.
Geirwolf situó su mano en la polla erecta. Quería tener sexo de nuevo, cualquier
idiota podría entenderlo, a pesar de eso contrariamente sus pensamientos parecían
estar muy lejos. Las siguientes palabras lo confirmaron.
—Los sacerdotes que sirven como intermediarios de los dioses han declarado
durante mil años que tenemos que vivir bajo tierra —murmuró.
La cabeza de Peggy se alzó.
—¿Por qué? —preguntó, sinceramente interesada.
—Visiones que habían tenido. Visiones de una tierra futura donde las mujeres son
escasas.
Sus ojos se achicaron.
—Eso es fascinante —dijo sinceramente. Era siempre la antropóloga, siempre
interesada en mitos y leyendas—. Así que creen que manteniéndose bajo el suelo…
—…nuestra gente nunca sufrirá esta hambruna de hembras —terminó Geirwolf—.
Por ello continuamos engendrando el número de mujeres que los dioses planearon,
en vez de volvernos como los depravados que viven sobre el suelo.
Peggy rumió sobre ello, intrigada por las profecías que habían alimentado la
invención de esta cultura hacía miles de años.
—Interesante —murmuró.
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Y, una vez más, Peggy había abandonado el tema de su carrera y su madre. Pero
incluso cuando había cedido también se había dado cuenta que, inevitablemente, el
tema regresaría de nuevo. Como esta noche.
Peggy suspiró mientras se dejaba caer en la cama. Tenía un montón de
sentimientos nadando por su cerebro, todos ellos provenían del conocimiento de que
estaba embarazada.
Embarazada, pensó con su corazón palpitando. Estaba pero bien embarazada. Ivara
le había dado las excitantes noticias esta mañana después de haberse hecho algún
aparentemente primitivo, aunque altamente certero, test. A estas alturas incluso
Geirwolf debía saberlo, meditó. Entonces ¿cómo se sentía ella al respecto?
Peggy se pasó los dedos por el pelo, haciéndose esa pregunta un millón de veces
desde que le habían dado la noticia de que estaba a punto de dejar los
compartimentos de apareamiento al día siguiente e ir con Geirwolf a su hogar. Por
un lado estaba eufórica, no sólo porque iba a dejar el aburrido compartimento, sino
también porque estaba encantada con la idea de tener un bebé.
Y no sólo el bebé de cualquier hombre, Peggy… el bebé de Geirwolf.
Geirwolf. Ella le quería… estaba enamorada de él. Se había metido bajo su piel
justo como había sabido que haría y le había robado el corazón junto con su cuerpo.
Y, como Geirwolf había predicho una vez, ahora ella alzaba las manos hacia él por
las noches, queriendo que la abrazara, que la amara.
Peggy se mordió el labio inferior, sus pensamientos hechos un lío. Por un lado
estaba eufórica por estar embarazada, por otro lado estaba aterrorizada. Estando
embarazada, después de todo, hacía que su vida en Nueva Noruega pareciera más…
real. Más real y más permanente. Ahora era auténticamente de Nueva Noruega, una
pareja completa para el hombre que algún día gobernaría a la gente de aquí. No sabía
cómo sentirse sobre ello.
Estar embarazada también significaba algo más, algo que hacía que se le llenaran
los ojos de lágrimas pensando sobre la realidad de esto…
Estar embarazada significaba pasar por el parto, y después a través de las alegrías
y penas de la maternidad, sin compartir las experiencias con su propia madre. Sabía
que a Geirwolf no le gustaba hablar sobre esas cosas porque se sentía como si tuviera
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las manos atadas en lo que a su madre concernía, aun así Peggy sabía que una gran
tristeza viviría siempre dentro de ella sin su madre en su vida.
Al crecer, su familia había poseído poco dinero pero mucho amor. Su madre se
había buscado dos trabajos después de que su padre hubiera muerto sólo para
conservar comida en la mesa y una casa sobre sus cabezas. También se había partido
el culo trabajando para que Peggy fuera a la universidad. El hecho de que estuviera
tan cerca de convertirse en una Doctora en Filosofía era un motivo de orgullo que su
madre parloteaba con cualquiera que escuchara… incluso a aquellos que no
escuchaban.
Peggy sonrió, sobrecogiéndole la nostalgia siempre que recordaba a su madre.
¿Cómo podría estar totalmente en paz, pensó, cuando su madre nunca posaría sus
ojos en su único nieto?
—Hola pequeña mami.
Peggy alzó la mirada desde donde estaba sentada en la cama a un Geirwolf
sonriente. Sus ojos se iluminaron cuando le vio, como siempre lo hacían. Estaba
sosteniendo un regalo envuelto en un suave cobertor, el cual sólo podía asumir que
estaba destinado a ella. Suponía que el regalo eran probablemente los brazaletes de
oro que se les daba a las mujeres para llevar cuando dejaban los compartimentos de
apareamiento.
—Hola.
Los ojos de Geirwolf se achicaron. Su mirada pasó sobre su cuerpo desnudo y
entonces de vuelta a su cara.
—Estás… diferente hoy. —Su expresión era estoica como siempre, aun así la
incertidumbre merodeaba sus ojos azules de lobo—. No tan feliz como esperaba que
estuvieras —murmuró.
—¡No… no! ¡Estoy muy feliz! —le aseguró rápidamente. Se encogió de hombros,
mirando a otro lado—. Sólo que no completamente feliz si sabes a lo que me refiero.
—¿Tu madre?
Asintió.
—Si.
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Peggy se enfadó.
—No te hagas el ignorante. Ivara nos llevó a ambos lugares y sé lo que son.
Geirwolf sonrió lentamente. Estaba empezando a ocurrírsele cómo era que Ivara
era capaz de romper la resistencia de las novias en cuestión de horas. Las mentía.
—Ilumíname.
Peggy le contó sobre su experiencia en las Comunes y sobre cómo los hombres ahí
tocaban a cualquier mujer que querían. Le contó sobre el demonio de ojos azules que
la había colocado sobre su regazo y le había dado un susto de muerte. (Geirwolf
tendría una larga charla con su hermano el demonio de ojos azules). Y entonces le
contó acerca de las mujeres que habían estado colgando en jaulas en el Calabozo de
la Vergüenza, abiertas de brazos y piernas para el uso de cualquier hombre que las
quisiera. Cuando había terminado de hablar, para su descontento, Geirwolf estaba
riendo tan fuerte que tenía lágrimas en los ojos.
—¿Cómo puedes reírte de eso? —chilló Peggy—. ¡Es deplorable! —Esta era la
primera vez que le había visto reír y tenía que admitir que lo hacía de un modo sexy.
Geirwolf sonrió de oreja a oreja mientras sentaba su cuerpo desnudo en su regazo.
—Todo eso eran mentiras que Ivara se inventó. De verdad, el Calabozo de la
Vergüenza ni siquiera existe. —Rió entre dientes de nuevo—. Cogería a algunas de
sus amigas viudas para estas pequeñas actuaciones con el fin de asustar a las novias
para que cedieran. —Alzó una ceja—. Bastante ingenioso si me lo preguntas.
Peggy arrugó la frente.
—No puedo creer que fuera engañada con eso.
—Me alegro que lo fueras —bromeó—. Me moría por criar contigo.
Meneó la cabeza, pero no pudo evitar sonreír ampliamente ante eso.
—¿Y las Comunes?
La expresión de Geirwolf se volvió seria.
—Es un lugar real, pero nada no consensuado sucede allí. —Se encogió de
hombros—. Sólo las viudas no atadas a ningún guerrero tienen permiso para ir allí.
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Es un lugar donde ellas pueden hacer cualquier cosa que quieran, sembrar su avena
silvestre por así decirlo, antes de asentarse con otro guerrero.
—¿Es por lo que su vello púbico está afeitado? ¿Eso significa que son viudas?
—Ja… sí.
Peggy rumió sobre ello por un momento. Suponía que todo tenía sentido. Las
hembras con las que había estado adiestrándose que habían sido nativas de Nueva
Noruega no habían sabido sobre que sucedía en tal lugar porque eran demasiado
jóvenes para saberlo, así que eso explicaba su miedo tan parecido al de las que no
eran nativas.
Puso los ojos en blanco y suspiró.
—Ivara es una inventora inteligente, la concedo eso.
Geirwolf rió entre dientes ante eso.
—Así parece. —Quitó a Peggy de su regazo y se levantó—. Ven. Podemos discutir
esto después de que te saquemos fuera de este maldito compartimento de
apareamiento. He estado esperándote para que seas trasladada a nuestro hogar por
lo que parece un año.
Peggy sonrió, su oscuro, acento meditabundo sonaba más sexy que nunca.
—Yo también. —No podía esperar a dejar el compartimento. Quería descubrir si
Michelle se había establecido bien, quería ver a su madre, y admitió, quería estar con
su marido a tiempo completo.
El cuerpo de Geirwolf se endureció. Sus ojos buscando los de ella.
—¿Estás realmente feliz con lo del bebé? —murmuró.
—Oh, sí. —Sonrió ampliamente, entonces suavemente palmeó su tripita—. No
puedo esperar a tener tu bebé, Wolf. Deseo que sea una niña para que así pueda
hacer de tu vida un infierno.
Él sonrió ante eso.
—No me importaría —dijo suavemente—. La amaré. Como te amo a ti.
Peggy se pudo de puntillas y besó la punta de su nariz.
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Epílogo
5 Años después…
Peggy Brannigan Valkraad había vivido una vida encantadora hasta ahora, una
vida que parecía volverse más y más encantadora cada día. Cinco años y dos niños
más tarde, Geirwolf y ella estaban más satisfechos de lo que hubieran soñado.
—¿Piensas que tendrás finalmente una niña? —preguntó Michelle con una sonrisa
mientras su mano acariciaba distraídamente su propio vientre redondo. Michelle
estaba embarazada de su cuarto hijo y Peggy de su tercero.
Peggy sonrió abiertamente mientras caminaban juntas hacia los puestos de
trueque.
—Espero que sí. Naturalmente, Wolf prometió a su hermano Bjorn que si éste era
un chico lo llamaríamos como él ya que llamamos a nuestros dos primeros hijos
como su padre y su hermano mayor.
—Aevar y Arne son pequeños bribones. No estoy segura de que necesites incluir
otro macho Valkrrad en sus filas —le tomó el pelo Michelle.
Peggy rió entre dientes.
—Bastante cierto. Mi madre y yo esperamos una chica esta vez.
—A todo esto, ¿Cómo esta tu mamá? —preguntó Michelle mientras caminaban
dentro de la cueva del tendero.
—¡Estupenda! —dijo Peggy felizmente. Recordó cuando su madre había llegado
por primera vez a Nueva Noruega hacía poco más de cuatro años, justo antes de
haber dado a luz a Arne. Su madre había caído casi inmediatamente por el tío de
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Geirwolf, aunque habían tenido que presionarla para que lo admitiera. Pero eso era
otra historia—. Está embarazada ¿sabes? —Peggy sonrió abiertamente—. ¡Voy a ser
una hermana de nuevo!
Michelle jadeó.
—¡Nadie me lo dijo! ¡Esto es genial!
—Sí. —Peggy se rió—. Aunque mamá todavía jura que ella es demasiado vieja
para estar pariendo bebés como una salvaje. Ya sabes, sin anestesia.
Las dos amigas rieron, luego se aventuraron más adentro de la cueva del tendero.
Peggy descubrió a Geirwolf casi inmediatamente, sus dos pequeños sentados sobre
sus amplios hombros, indicando los comestibles que querían.
Peggy rió cuando los azules ojos de lobo de su marido encontraron su mirada.
Habían pasado alrededor de cinco años y se sentía más atraída por él ahora que
entonces.
—¿Necesitas ayuda, tipo grande? —bromeó.
Geirwolf le guiñó un ojo.
—Mejor que lo creas. Estos dos pequeños guerreros quieren todo lo que ven.
Cerdos, ambos.
Ella rió entre dientes ante esto. Se giró hacia Michelle y la abrazó en despedida,
prometiendo visitar la caverna de ella y de Ragnar esa noche para jugar a las cartas
después de que los chicos se fueran a la cama.
Los ojos de Peggy volaron en el exterior desde la cueva del tendero hacia la puerta
de piedra cubierta por hielo que se encontraba a pocos metros de distancia,
ocultando Nueva Noruega del resto del mundo. Sonrió con nostalgia, recordando el
día no demasiado lejano cuando había sido traída a su hogar por ese mismísimo
portal.
—¿Vienes, mi amor? —pregunto Geirwolf desde atrás—. Quiero cambiar este pan.
¿Qué piensas?
Peggy se volvió sobre sus pies pintados, olvidando la puerta cubierta por hielo.
—Pienso que te amo —murmuró ella. Riéndose ante su rubor—. Más y más cada
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día.
—Yo también te amo —dijo Geirwolf suavemente, bajando los labios para rozarlos
contra los suyos—. Y te mostraré cuánto esta noche.
Peggy suspiró contenta con una sonrisa soñadora mientras él entrelazaba sus
dedos con los suyos. Geirwolf y Peggy Valkraad caminaron de la mano de vuelta al
interior de la cueva del tendero con sus dos hijos felizmente sentados sobre los
hombros de su padre.
Fin
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