L Leach Bernard-Manual Del Ceramista OCR P
L Leach Bernard-Manual Del Ceramista OCR P
L Leach Bernard-Manual Del Ceramista OCR P
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Editorial Blume
Milanesado 21-23 - Barcelona-17
LIBROS DE ARTE DE BOLSILLO - EDITORIAL BLUME
ISBN: 84-7031-282-0
Impreso en España
Depósito legal: B. 25413 - 1981
Imprenta Juvenil, S. A. Maracaibo, 11. Barcelona-30
índice
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Nuestra época de desarrollo tecnológico precipitado ha pro-
vocado una aceleración simultánea de los conceptos estéticos y,
por ende, una crisis de identidad, ya evidente y dramática
cuando Bernard Leach escribió esta obra. El eclecticismo ha
dominado los campos de la estética, y el resultado de esas lucu-
braciones ha consistido en una multiplicidad de posibles direc-
ciones entre las cuales caben muy bien las preconizadas en este
libro.
Con toda seguridad, el lector quedará complacido al com-
probar que con esta obra tiene en sus manos un manual práctico
y sencillo del ceramista, puesto que lo es; pero allende se verá
envuelto poco a poco por la magia sugerente, cálida y personal
de su autor, y, casi imperceptiblemente, por la sugestión de sus
teorías estéticas a las que se sentirá atraído por el conjuro de
unas palabras expresadas con sinceridad, sencillez y convicción.
Cuando, en un mes de junio del año 1969, conocí a Bernard
Leach en su pequeña y acogedora casa del pueblecito de Sto Ives,
en la península de Cornualles, era ya un anciano, de muy débil
visión, pero iluminado interiormente por la luz del convenci-
miento, propia de un hombre que ha sido fiel a sus creencias
hasta el final, gozoso de una paz interior nacida del mero hecho
-y no por simple menos maravilloso-- de estar de acuerdo
consigo mismo. Nuestra conversación, aquella tarde primaveral
alterada por un viento bastante fuerte, normal en aquella tierra
adentrada en el Atlántico, fluía amistosa. Él era el hombre expe-
rimentado que exponía, por vocación y con seguridad docente,
sus teorías estéticas y sus más entrañables convicciones de orden
filosófico. Yo le escuchaba atentamente, sin atreverme a inte-
rrumpir su apacible y sereno discurso, ni a perturbar su paz
interior, lograda, como fruto en sazón, tras larga y parsimoniosa
maduración.
Recuerdo que me habló de la funcionalidad de la cerámica
como atributo de su principal razón de ser. Tuvo para mi obra
calificaciones adversas o favorables, según los casos, y algunas de
ellas divergentes, en aquel momento, de mis propias opiniones.
Se cebó sin malicia, de la que era incapaz, en dos jarros rectan-
gulares, de los que me sentía satisfecha, coronados por dos cue-
llos semejantes a chimeneas. Con noble sinceridad me demostró
lo absurdo de aquella concepción, y con comedimiento exqui-
sito arguyó, en réplica a mis objeciones, que «existía una razón
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lógica para que un recipiente tuviera un solo cuello y una sola
boca por donde verter el líquido. Dos cuellos y dos bocas -aña-
di&- significarían inequívocamente la inutilidad de uno de cada
apéndice ». Esta respuesta, que llevaba un fuerte contenido de
sentido común, me turbó, y sólo hasta años más tarde no com-
prendí la razón de su profundo significado.
Sus conceptos estéticos son precisos y diáfanos; se apoyan en
la aceptación de las propias raíces de la tradición artesana in-
glesa, y se nutren del espíritu de Oriente.
Desde siglos, las manifestaciones del arte y el pensamiento
orientales han subyugado a Occidente. Hemos tenido constan-
tes pruebas de esra inclinación a lo largo de la historia. Una de
las más próximas manifestaciones de este fenómeno artístico la
tenemos en la viva admiración y la fulminante impresión causa-
das por las artes aplicadas japonesas, cuyas obras fueron exhibi-
das en la gran Exposición universal celebrada en París en 1867.
Las piezas cerámicas, un tanto decadentes, pertenecientes al úl-
timo periodo japonés, exhibidas en esta magna Exposición, ejer-
cieron considerable influencia en los ceramistas franceses , como
Decoeur, Chapelet, Delaherche, y otros, así como dejaron tam-
bién su huella en el proceso del subsiguiente movimiento impre-
sionista. Las famosas «chinoiseries» invadieron los mercados del
mal gusto en toda Europa. Todo ello debido al lamentable hecho
de que tal influencia no procedía de una tradición realmente
viva. Bernard Leach, enjuiciando el caso, afirma que tomaron de
Oriente sólo su apariencia, su imagen externa, superficial, imi-
tando fríamente los esmaltes y los temas decorativos, sin asimilar
-y esto es esencial- el espíritu de las formas, puesto que en
Occidente sus raíces se hundían en el campo de las formas tradi-
cionales griegas y renacentistas.
Bernard Leach, a su regreso de Oriente en 1920, fue el
adelantado de esta nueva manera de concebir el ser y el carácter
del artista ceramista independiente, instalado en un pequeño
taller-estudio. Entre nosotros, Josep Llorens Artigas, querido y
admirado maestro, coincidió con Bernard Leach en esta ver-
tiente. Ya en el año 1923 abrió un modesto taller en las cerca-
nías de París. Con su agudeza y sensibilidad no tardó en admirar
las bellas cerámicas chinas de las épocas Tang y Sung, desnudas
en su belleza y desprovistas de toda decoración accesoria, salvo
sus esmaltes dotados de un color supremo, bello y profundo. En
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definitiva, un arte puro, desprovisto de todo elemento super-
fluo. Coincidiendo con Bernard Leach afirmaba que «si calcula-
mos demasiado la forma, ésta resultará fatalmente fría». ¡He
aquí, sumariamente expuesto, todo un principio estético de tras-
cendentes consecuencias! ..
Bernard Leach, ya en Inglaterra, supo reconocer con su sutil
percepción y aguda sensibilidad, contraídas en Oriente, los au-
ténticos valores de las cerámicas tradicionales y populares occi-
dentales, largo tiempo menospreciadas y caídas en el olvido.
Percibió en ellas el mismo latido de Oriente, su sencillez, su
espiritualidad y la esencia de su naturaleza. y siguiendo el ca-
mino señalado por el budismo Zen o el Tao preconizó la humil-
dad, la dignidad y la quietud . Estado de alma que explica la
intimidad de su obra, que es serena y austera y mueve a la con-
templación.
Bernard Leach ha tenido entusiastas seguidores, y ha in-
fluido y sigue influyendo a multitud de ceramistas de todo el
mundo. Pero algunos han encontrado un falso refugio en sus
teorías. Incapaces de desprenderse del primitivismo a ultranza
que adoptaron y que tantos peligros entraña, se han vuelto de
espaldas, consciente o inconscientemente, al tiempo que les ha
tocado vivir, sin corresponderle con libres y sinceras creaciones,
como debían, y acceder así, con fuerza creadora, con sensibili-
dad y espíritu innovador, a las necesidades inmanentes de su
propia época.
Han estallado enconadas luchas dialécticas y han surgido to-
mas de posición dogmáticas entre los afectos y los reacios a una
estética que preconiza artesanía contra genialidad, colectividad
anónima contra individualismo, trabajo manual de formas repe-
tidas contra pieza única. También ha quedado explícita la pugna
entre racionalismo e intuición. Todos han extremado sus posi-
ciones, evidenciando una crisis aguda en el arte cerámico. Pero
siempre esas etapas críticas conllevan un proceso subyacente de
actividad creadora y constituyen el preludio de una nueva pro-
moción estética. Nuestra cultura está en disputa, contestada,
como suele decirse ahora; nuestra civilización, en crisis; el
mundo occidental, dirigido hacia un progreso, sin regresión po-
sible, hacia formas de vida materializada y hedonista, de produc-
ción y consumo acelerados . Las teorías estéticas de Bernard
Leach pueden parecer a algunos erróneas por románticas y re-
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gresivas; sus ideas son esgrimidas por aquellos que están en
desacuerdo con la aplicación en el arte de los sistemas mecánicos
e industriales; han sido enarboladas como una bandera por aque-
llos que están convencidos de que un proceso mental o la impo-
sición de un diseño, aplicados al arte, lo deshumanizan. Todo
ello es cierto. Pero el peligro radica en la mala comprensión de
su profundo mensaje. Esas continuas alternativas en las tomas de
conciencia en el seno de la sociedad occidental reflejan una
lucha en la que las concepciones del hombre del mundo occi-
dental y las del que pertenece al mundo oriental parecen estar
en litigio. Quizá no sea éste el único camino.
En este libro encontramos una vez más a un hombre que no
niega el progreso técnico, sino que lo identifica, lo circunscribe y
lo sitúa en un orden superior de rango espiritual, humanizándolo;
que lo proyecta hacia una utilización equilibrada de las «faculta-
des naturales de la razón, el corazón y las manos», -como afirma
lúcida y claramente Bernard Leach- aplicadas a la creación de los
enseres de uso diario, sencillos y placenteros, cómodos y eficaces
en su empleo, y que conducen a su realizador por el camino
interminable de la perfección de la forma.
Elisenda Sala
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Introducción: Leach en Japón
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nuestra vida cultural. De esto hace ya unos 30 años; todos éramos
jóvenes en aquella época. Conocí a Leach una noche que daba una
conferencia en su nueva casa de Tokio, la primera que se pronun-
ció en Japón sobre el arte del grabado. Hizo demostraciones del
proceso, utilizando una prensa grande que había traído de Inglate-
rra. En el curso de esta charla, a la que asistí, repitió a menudo el
nombre de Augustus John. Aún recuerdo el momento en que nos
mostró un excelente dibujo a lápiz de una gitana, realizado por
John, y que luego nos ofreció como obsequio.
Después volvimos a encontrarnos varias veces en una exposi-
ción de arte moderno occidental que se llevó a cabo en Tokio
Pronto sentimos el despenar de una mutua simpatía, y nos dimos
cuenta de la afinidad de nuestros caracteres y de la necesidad de
fomentar nuestra amistad.
Desde entonces vivió entre nosotros como uno más. Nuestros
apetitos espirituales eran los mismos, nos movíamos en un mundo
desconocido, a la zaga de un verdadero hogar. Nuestra esperanza
fue su esperanza y nuestra agonía su agonía. Probablemente se
acercó al corazón del Japón moderno más de lo que hubiera po-
dido hacerlo cualquier japonés común. Dudo de que algún otro .
occidental haya compartido alguna vez nuestra vida espiritual de
forma tan completa. Lafcadio Hearn fue ciertamente una de esas
almas raras, pero él conoció el viejo Japón, mientras que Leach
vivió un Japón moderno.
Aquí aprendió el arte de hacer cerámica. Su primer mentor
fue el viejo Kenzan, un maestro en cerámica, el sexto de una de
las más conocidas estirpes de ceramistas tradicionales japoneses.
Leach, y más tarde su hermano en arte Tomimoto, aprendieron
mucho del anciano artista. Sus esfuerzos fueron recompensados,
porque el maestro les concedió un «certificado de pericia», cali-
grafiado en precioso papel hOshO. Considerando que el viejo
Kenzan murió sin herederos, Leach y Tomimoto deberían recibir
en justicia el título de «séptimo Kenzan» pues son los únicos
discípulos que dominan en rigor el arte de la cerámica Raku. Éste
es un hecho que puede ser de interés para los estudiantes de
historia de la cerámica japonesa.
Siguieron luego otros estudios y prácticas más serios, los de la
elaboración de piezas de gres. Coció en varios talleres de cerá-
mica, pero trabajó principalmente en su propio horno, diseñado
por Kenzan en Abiko, y más tarde en Tokio. Aquí logró algunas
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piezas muy buenas: en azul y blanco, en celadón y en esmaltes de
sobre cubierta.
Además de su trabajo en Japón, su estancia en China le permi-
tió ampliar sus ideas sobre cerámica y fuer'm las piezas de la
dinastía Sung, en especial, las que le dieron una nueva visión del
mundo cerámico. También su visita a Corea nutrió su sensibilidad
de esa belleza sutil que se manifiesta tan delicadamente en la
cerámica de ese país solitario.
No puedo olvidar aquellos días placenteros vividos con él en
el tranquilo pueblo de Abiko, a orillas de su laguna.
Abiko, situado a unos treina y siete kilómetros de Tokio, era
en aquel tiempo una colonia de artistas y el centro de una escuela
literaria llamada Snirakaba. Un buen número de artistas y hom-
bres de letras se reunían allí en animadas discusiones y apreciacio-
nes personales. Leach hablaba bien, pero también sab[a escuchar
con atención. Nunca estaba ocioso y jamás le ví cansado. Todos
sus amigos le querían, respetaban su trabajo y aprendían mucho
de su actitud hacia el arte y especialmente de su aguda intuición
de la belleza.
Mientras vivió en Japón expuso en Tokio anualmente du-
rante varios años consecutivos, y siempre con éxito. Nuestro
pueblo es un aficionado nato a la cerámica. Hacer cerámica lo
hemos considerado durante ~iglos un verdadero arte tan digno
como las demás bellas artes. Los aguafuertes, dibujos y piezas de
cerámica de Leach atrajeron muchos visitantes y aumentaron su
fama año tras año. Aún después de su regreso a Inglaterra se
insistió para que siguiera exponiendo aquí su obra. Puede que
muchos europeos sepan más sobre la técnica o la historia de la
cerámica oriental, pero que yo sepa ninguno como él ha logrado
plasmar el espíritu de la cerámica de Extremo Oriente en realiza-
ciones concretas. Leach tiene su propio sentido de la forma y el
color, pero descuella sobre todo en el dibujo, como puede apre-
ciarse en sus diseños de azulejos y cerámicas con engobes. Su
diseño de motivos hace que sobresalga como artista sin igual
entre los artesanos modernos, ya que en el trabajo de los artesa-
nos actuales (en contraposición a los del pasado), se advierte
claramente la falta de capacidad intuitiva para crear motivos
decorativos, tendencia que parece ser paralela a la carencia de
melodía en la música moderna. Muy pocos artesanos contempo-
ráneos son capaces de producir diseños originales dotados de
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una expresión viva y de un concepto vigoroso. Los diseños de
Leach se distinguen por su calidad imaginativa. Rezuman una
poesía en la que el hombre y la naturaleza quedan fundidos
rítmicamente en un mismo sentimiento lírico.
Leach tiene un carácter humilde y afectuoso y lo que realiza
es íntimo y cálido. Nunca ha sido un artista de carácter áspero y
desabrido, plagado de excesos, síntoma trágico del llamado mo-
dernismo. No es sorprendente pues que la cerámica coreana
haya estimulado su trabajo más que ninguna otra. Su arte es por
naturaleza más afín al trabajo coreano que al chino o japonés. Y
aunque a mi entender no es propiamente un sentimental, el
gusto estético de Leach está más cerca de la austeridad del gótico
que de la elegancia del griego. En este sentido es un verdadero
descendiente de William Blake, a quien él admira más que a
cualquier otro artista inglés. Probablemente es el único cera-
mista inglés actual que sigue la tradición de Toft y Simpson y de
las cerámicas tradicionales con engobe y barniz del siglo XVII .
Pero, sobre todo, la característica distintiva por excelencia
de su obra es la de la conjunción que se produce en ella del
espíritu oriental y occidental. Todas sus ideas, vida y esfuerzos
parecen orientados siempre en este sentido. Inglés por linaje,
nacido en China, educado cerca de Londres, aprendió su arte en
Japón y trabaja ahora en Inglaterra, siente, y está convencido de
ello, que esta unión es la tarea de su vida. Debido a las circuns-
tancias especiales que han concurrido en su vida conoce a fondo
los dos hemisferios y esto le otorga una posición única y sin
precedentes como artista. Si el encuentro de Oriente y Occi-
dente es un ideal humano al que se aspira, sus metas y logros en
arte deben ser honrados por los árbitros del buen gusto, aunque
esto sea sólo el comienzo de un viaje interminable. Nosotros en
Japón lo queremos como a un hermano, y ·de ninguna manera lo
consideramos un extranjero, ya que nuestro país está destinado,
como la historia moderna demuestra, a ser el lugar donde lo
nuevo y lo viejo, lo espiritual y lo terrenal, Oriente y Occidente
entran en contacto día a día. Tenemos la impresión de que noso-
tros en especial somos los designados para resolver de una ma-
nera u otra, esta trascendental cuestión, aunque en esta era de
desintegración y de radicales divergencias en tantos aspectos
humanos, es una tarea en la que deben coadyuvar gentes de
todas partes del mundo.
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Permítaseme citar un cuarteto budista que todo peregrino
japonés lleva consigo donde quiera que va:
En verdad que no hay Este ni Oeste,
¿Dónde están pues Norte y Sur?
La ilusió n cerca el mundo,
La luz lo abre por doquier.
Soyetsu Yanagi
16
Prefacio
Por Michael Cardew
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Cunde a veces la queja de que los ceramistas de estudio,
especialmente en Inglaterra, parecen convertirse en seguidores
esclavos de los primitivos chinos . Ciertamente emulan a los pri-
mitivos ceramistas chinos y tienen fuertes razones para hacerlo;
pero en realidad no los siguen tan ciegamente como los ceramistas
del siglo XVI , cuando por primera vez se imitó la porcelana china
en Europa. Luego, durante un siglo, o acaso más, la corriente
principal de cerámica europea se encauzó hacia la imitación de los
logros de la porcelana china del periodo Ming. En efecto, ceramis-
tas de todas las épocas han vuelto a considerar a los chinos como
sus inaestros. Los persas y árabes de la alta Edad Media hicieron lo
mismo, esforzándose por imitar e igualar los celadones que se
exportaban en aquel tiempo al mundo islámico.
No es necesaria una disculpa para el ceramista moderno si
hace lo mismo de forma adecuada a los tiempos modernos,
como tampoco hace falta presentar disculpas por el hecho de
que los métodos de China y Japón ocupen tanto espacio en este
libro. Por el contrario, el hecho de que el Sr. Leach viviera y
trabajara tanto tiempo en Japón como en Inglaterra, le confiere
este derecho y lo justifica plenamente.
Michael Cardew
18
Prefacio del autor
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cerámica, he revisado y revalorizado mucho de lo que por largo
tiempo se ha dado por sentado. Mi crítica frecuente de los obje-
tos producidos en serie no hay que considerarla un ataque a la
máquina, tanto como una exposición de los falsos criterios de
belleza, ya sean de origen comercial o de ese gusto cortesano
degradado que ha acompañado la aparición del industrialismo.
Como los principales capítulos técnicos se basan en gran parte
en experiencia personal se han omitido muchos tipos de cerámica,
pero entre el raku japonés, la cerámica tradicional con engobe y
barniz inglesa, el gres y la porcelana se cubre un amplio espectro
suficientemente representativo. Me he esforzado por explicar los
principios así como por describir la práctica, a fin de que los
estudiantes de cerámica puedan adaptar recetas de barnices o
pigmentos y diseños de hornos a las condiciones locales donde se
encuentren. Se ha prestado mucha atención a las cualidades inhe-
rentes de la materia prima, y siempre que ha sido posible se han
propuesto sucedáneos europeos de las materias orientales. Cierto
tipo de piezas, tales como la porcelana china azul y blanca, no
aparecen entre las ilustraciones porque son suficientemente cono-
cidas; tampoco otras, como las antiguas cerámicas esmaltadas, de-
bido al elevado costo de la reproducción en color; y sólo la obra
de ocho de los ceramistas contemporáneos está representada en la
parte gráfica. Lamento el desproporcionado número inserto de
fotografías de mis propias piezas, pero me he visto forzado a
utilizarlas por la dificultad de obtener de otra manera ilustraciones
adecuadas a muchos de los procedimientos descritos en el texto.
Dartington, 1939
Saint Ives, 1944
20
Agradecimientos
21
1. En busca de la identidad
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Podríamos decir, empleando la terminología de Herbert
Read, que la obra del artesano es inruitiva y humanista (una'
mano, un cerebro), mientras que la del diseñador industrial es
racional, abstracta y técnica; labor de ingeniero o constructor
más que de «artista» .
Cada método tiene su propia significación estética y ambos
son susceptibles de proporcionar buenos y malos ejemplos. La
diferencia radica en el hecho de poner la realización de la obra,
no en manos distintas de las del diseñador, sino en las máquinas.
Los productos que salgan de ellas no poseerán jamás las sutiles
cualidades de que están dotados los productos artesanales; aun-
que sería obstinación ciega negar la posibilidad de que alcancen
niveles de alta calidad en diseño los productos obtenidos por
procedimientos mecánicos. Un coche como el Rolls-Royce
Phantom, pongamos por caso, logra un cierto estadio de perfec-
ción, aunque sus efectos se acusan principalmente en el estricto
campo intelectual y material. Y es aquí donde creo que llegamos
al punto clave de la cuestión: una artesanía de calidad está direc-
tamente vinculada a los orígenes de la actividad humana, a los
sentimientos y experiencias transmitidos a lo largo de generacio-
nes, mientras que las realizaciones industriales, incluso las mejo-
res, parten en buen grado del cálculo y la estricta inteligencia.
Sin duda, se atribuye generalmente al trabajo intuitivo y
se nsible del artesano un contenido de superior belleza y más alta
expresión personal; aunque debe reconocerse que la mejor cerá-
mica industrial es susceptible de contener también elementos
intuitivos 1, surgidos del fondo artístico de su diseñador.
Hemos de admitir, no obstante, y aún partiendo de estima-
ciones conservadoras, que desgraciadamente las nueve décimas
partes de la cerámica industrial producida en Inglaterra, como
en otros países, es desesperadamente mala, tanto en la forma
como en la decoración. A excepción de algunas formas y moti-
vos tradicionales de vajillas y otros concebidos por los mejores
diseñadores actuales y pintados por notables artistas (ninguno
de ellos ceramista), así como también de algunas de las piezas
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procedentes de las manufacturas de Wedgwood, de Royal Wor-
cester y de Minton, y de las firmas Makin y Gray en Hanley.
Excepción hecha también de algunos diseños puramente funcio-
nales y utilitarios, algunos de los cuales son asimismo tradiciona-
les, tales como los recipientes para ácidos de Doulton.
Surgen por doquier formas malas y decoraciones banales,
vulgares, presuntuosas; defectos que se evidencian aún más en
los « jarros fantasía», floreros y otras piezas ornamentales, en las
que observamos una gran crudeza de color alternando con una
decoración vulgar e inadecuada y formas pretenciosas.
y aunque los procedimientos mecánicos son sin duda exce-
lentes, como por ejemplo, el esmaltado, limpiado, medido y
estampación automática de millones de azulejos, cocidos en un
horno túnel de cinta continua, esta circunstancia de producción
en serie no excusa que la decoración de esas piezas sea de un
diseño tan pobre, a base de colores ingratos, mortecinos y me-
diocres. Caso también semejante al de las vajillas, cuyo mol-
deado exacto y rápido de las formas y el empleo de excelentes
pastas no justifica que tengan que ofrecerse piezas amorfas, rea-
lizadas en una materia inerte, con una impresión litográfica o
una decoración plástica desprovista de vida. En realidad, cuanto
más elaborada y rica es la decoración, tanto más desvitalizada y
mediocre resulta ser, y más próxima a aquella moda, tiempo ha
desaparecida, del naturalismo del siglo XIX, cuando se conside-
raba que el preciosismo de los detalles y la esmerada pintura de
escenas en colores de esmalte, aplicada sobre la porcelana, cons-
tituían la cumbre del arte cerámico. «Arte aplicado», en efecto;
incurriendo en él con toda la carga peyorativa que el epíteto
devuelve en venganza.
Por otra parte debe constatarse que si bien la casi totalidad
de la actual cerámica inglesa, de forma y decoración mediocres,
es producto industrial, su notoria inferioridad se debe menos a
la forma en que se produce (la cerámica fabricada en serie puede
y debe tener algo más que una pasta de buena calidad 2 y una
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bella forma, si el diseñador es un profesional cualificado),que a
otros factores externos, siendo el principal de ellos la incapaci-
dad del fabricante por interesarse en la consecución de buenos
diseños . La falta de iniciativa artística de que adolecen los fabri-
cantes debe imputarse a la degradación general del gusto, bajo
los condicionantes de una industrialización competitiva. El pú-
blico tIene cada vez menos influencia en la elaboración de los
artículos de uso diario, y aunque los comerciantes, compradores
y vendedores son acusados continuamente de subestimar los
gustos del público, no se les puede censurar con acritud por
abastecer mercados propicios. Aun cuando, como dice Pevsner,
«no se puede acusar a un industrial con demasiada severidad al
verle alterado cuando se le propone una mejora artística, porque
sería absurdo incitarle a la ruina en aras de la comunidad », tam-
poco deja de ser justo y razonable que se le induzca a sustituir
formas y decoraciones malas por otras buenas, pese a que com-
pradores y representantes afirmen alegremente que hay que dar
pábulo al mal gusto. Si averiguamos las causas de que el público
(del que debemos exceptuar a los individuos irremisiblemente
insensibles), prefiera los utensilios de relumbrón, advertiremos
que se debe normalmente al hecho de que no se pueden conse-
guir otros.
Al margen de los gastos iniciales para la obtención de nuevos
moldes y la posibilidad de disponer de un diseñador compe-
tente, no hay motivos para suponer que una buena cerámica
tenga que resultar más onerosa que la mala.
Es obvio que los principios de la mejor cerámica del mundo,
por ejemplo, aquella de los periodos Tang y Sung en China, y la
más bella entre la de los Ming, los celadones de Corea y Ri-cho,
la de los primitivos maestros japoneses del té3, la de los antiguos
persas, sirios, hispano-moriscos, las bellarminas alemanas, algu-
nos Delft, y la alfarería inglesa con engobe y barniz de plomo no
3. Cerámica aprobada por los maestros del té, adeptos del Cha-no-yu o
ceremonia del té, que han sido durante varios siglos los primeros críti-
cos de arte en eIJapón, y que han tenido entre sus filas a muchos artistas
de primer rango. Para comprender el espíritu del Cha-no-yu , véase The
Book ofTea por Okakura Kakuzo, también A.L. Sadler, Cha-no-yu, Lon-
dres , 19 34.
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pueden ser aplicados al trabajo industrial, incapaz de retener el
latido humano que poseían aquéllas y en el que se revelaba la
fuerza de su espíritu y de sus sentidos fundidos en profunda
armonía. ¡La cerámica aún no había sido mecanizada!
No o bstante , el ceramista industrial puede sacar gran prove-
cho de las enseñanzas implícitas en las piezas de la dinastía Sung
y de las primitivas Ming: el empleo de colores y texturas natura-
les en las arcillas, la calidad de sus esmaltes (e jemplo, las familias
Ying-Ching y Tz'ou Chou) , la belleza y vitalidad de sus equili-
bradas y bien proporcionadas formas . Todo ello podría consti-
tuir una constante fuente de inspiración tanto para el diseñador
industrial como para el artesano.
N o menospreciamos los progresos técnicos y utilitarios de la
industria cerámica inglesa, si manifestamos que la belleza que
lograron para sus obras los ceramistas Sung,apenas tenía relación
con los objetivos que se fijaron los fabricantes ingleses en sus
comienzos, en tiempos de]osiah Wedgwood.
Ambas tradiciones y sus respectivos sistemas de producción
eran radicalmente distintos, y las cualidades orgánicas e intuiti-
vas de la cerámica Sung no podían expresarse en su totalidad con
los métodos racionales y tecnológicos de la gran industria, cuya
concentración en la producción mecánica es neceSaria, dadas las
condiciones utilitarias y funcionales que esta producción ha de
tener. Como se ha dicho, no hay razón para suponer que los
objetos utilitarios que se fabrican no puedan estar dotados de
gran belleza por la precisión y pulcritud de su forma, la elegancia
de sus líneas y su buen acabado técnico, además de por su per-
fecta adaptación al uso. Abundando en estos razonamientos
cabe recordar que a lo largo de los dos últimos siglos se han
fabricado en molde servicios de té ingleses de admirable diseño
y cuya decoración, especialmente la «japonesa» y otros temas
convencionales de finales del siglo XVIII y principios del XIX,
han resultado ser, si no gran arte, al ~enos obra de mucho
encanto. Sería inexplicable que los capacitados diseñadores de
hoy no fueran capaces de realizar también buenos diseños.
U n caso aparte es el relativo al ceramista independiente, que
constreñido en su búsqueda a inspirarse en lo mejor de las épo-
cas primitivas,acepta sin vacilaciones los modelos Sung en lo que
concierne al gres y la porcelana. Algunos artesanos ingleses que
proceden así logran actualmente, y sin comparación posible, el
26
mejor trabajo cerámic0 4 • Otros retroceden en su búsqueda hacia
una tradición, ya pasada de moda, de las «artes y la artesanía»,
originada en Francia, al parecer, en el último cuarto del siglo
XIX, enormemente influenciada por los dibujos japoneses mo-
dernos que tanto se prodigaron inmediatamente después de la
Exposición de París de 1867.
Algunos de los aspectos negativos de este tipo de cerámica
consisten en la endeblez de la forma, especialmente en la boca y
la base (salvo en la obra de los Martin Brothers realizada con
barnices salinos también a menudo influida por los modelos
japoneses); y en la deficiencia de sus esmaltes coloreados, en los
cuales toda calidad estética se pierde en la técnica, como suele
ocurrir cuando se confunden los medios con el fin.
Es fácil comprender la impresión que causó a los ceramistas
el descubrimiento, primero en Francia por Chapelet y más tarde
en Inglaterra por William Burton, de la forma de obtener a alta
temperatura esmaltes brillantes y uniformes y los flameados del
periodo Ching, en China; pero con la pérdida de la tradición, la
técnica triunfó una vez más sobre el arte; la frivolidad y la facili-
dad, sobre el vigor de toda obra de creación. El intento llevado a
cabo por William de Morgan de revivir la pintura de lustre,bajo
la influencia prerrafaelista, no proporcionó, como se esperaba,
frescor y vitalidad a la forma ni a la decoración. El ejemplo de
Doulton Company preservando la tradición inglesa de los barni-
ces salinos parece no haber hecho mella en el ceramista arte-
sano, a excepción de los Martin Brothers y acaso de William
27
Gordon que hizo recientemente en Chesterfield una buena por-
celana con barniz salino.
Aún sin existir una conformidad, siquiera tácita, con unas
normas y criterios comunes, es preciso esperar el momento de la
asunción de una obra genial en el ámbito de las artes libres
llamadas «bellas artes » (fruto singular que da a menudo un clima
de dolor, pobreza y lobreguez, sufrido a lo largo de toda una
vida). Pero estas posibilidades son menores en las artes aplica-
das, cuyas obras dependen de un trabajo de colaboración en el
taller y motivan para su venta inmediata un trato constante con
el público.
Ciertamente, para algunas de las artes libres existe lo que
podríamos llamar una referencia clásica de valor/según la cual,la
obra de hoy, especialmente en música y literatura, puede com-
pararse, bajo una escala de valores establecida, a las grandes
obras del pasado. Es cierto que los criterios de belleza fluctúan
constantemente sin perder la vitalidad ni la virtualidad de sus
esencias. Pero al menos en este caso existe un acuerdo general y
permanente, incluso aceptando variantes, para la ponderación
de lo que hemos dado en llamar obra maestra.
En cuanto a la cerámica no puede decirse que tales criterios
hayan configurado la conciencia del hombre occidental. En cam-
bio, en el Lejano Oriente este fenómeno se produjo hace mucho
tiempo, especialmente en Japón, donde la sensibilidad estética
de los medios cultos fue estimulada por una constante acción
educadora y el magisterio de una crítica autorizada a lo largo de
tres siglos o acaso más.
Dado que el espacio de que dispongo sólo me permite hacer
referencia breve a este gran culto estético y a sus incomparables
criterios de apreciación y evaluación artística, considero opor-
tuno transcribir, en extracto más o menos condensado y parafra-
seado, el fragmento de un ensayo sobre las artes o artesanías
populares o campesinas de Soyetsu Yanagi, líder intelectual del
movimiento artesanal japonés de hoy:
«Se me ofrecen muchas oportunidades para visitar las resi-
dencias de famosos coleccionistas de arte, y me sorprende ob-
servar cómo distan de ser artísticos la mayoría de objetos y útiles
de uso diario diseminados por la casa. Este hecho me deja siem-
pre sumido en la triste duda de si tales coleccionistas aprecian
realmente la belleza.
28
"Para mí, lo más importante es vivir la belleza en todo mo-
mento de la vida cotidiana, rodeándola de objetos bellos. Es en
este caso -y sólo en este caso-- cuando el arte popular cobra
plenamente su más rico significado, pues son sus productos los
que los artesanos en su mayoría realizan para el pueblo. y desde
el momento en que este arte declina, la vida de la nación se aleja
de la belleza. Mientras ésta se halle sólo en algunos artículos
creados por escasos gl;!nios, el reino de lo bello estará todavía
lejos de ser alcanzado.
»Afortunadamente, en Japón, los objetos artesanales se han
conservado gracias a la cultura de la ceremonia del té. En su
sentido más profundo, Cha-mo-yu es una forma de armonizar la
vida y la belleza... Puede considerársela como la estética de las
artes aplicadas. En todas las disciplinas, trátese de arquitectura,
de jardinería, de objetos utilitarios, el primer principio es la
utilidad y el adorno refinado de la vida. No la belleza por la
belleza, sino la belleza en función de las necesidades inmedi'atas
de la vida. Ésta es la esencia de la ceremonia del té.
»Llegado a este punto, uno puede pregun~arse pues, cuál es
la naturaleza de la belleza descubierta por los maestros de! té ...
En primer lugar no es individualista... Así como en la Europa de
la Edad Media el arte conllevaba la adhesión a una tradición, en
Oriente toda obra de arte o cualquier trabajo artesano se regía
por principios comunes.
»Algunos de los más famosos boles para té fueron en sus
orígenes los más simples objetos de uso común en Corea o en
China; muchos de ellos se utilizaban para arroz entre los campe-
sinos coreanos. Pero la sutil perspicacia de los maestros del
Cha-mo-yu -tan afectos a los utensilios de uso diario-- descu-
brió en la rústica simplicidad y espontaneidad de esas piezas, una
excepcional belleza. En resumen, el Cha-mo-yu puede definirse
como una estética de vida actual, en la que e! principio funda-
mental de la belleza es la utilidad. Es ésta la razón de que se haya
comunicado tan noble significación a ciertos objetos necesarios
para la vida diaria ...
»Otro aspecto importante de las obras de arte popular es su
sencillez. La suntuosidad, la extravagancia y la pompa decora-
tiva, tan a menudo asociadas a los objetos de arte caros, no
caben en ellas. La simplicidad puede ser considerada como una
característica propia de las cosas baratas, pero hay que recordar
29
que se trata de una cualidad que armoniza perfectamente con la
belleza. Lo verdaderamente bello suele ser sencillo y sobrio.
»San Francisco de Asís exaltaba lo que él llamaba "Santa
Pobreza". Cualquier cosa impregnada en una u otra forma de
esta virtud de pobreza posee una belleza indescriptible. Sin
duda, belleza y humildad se complementan. Lo que tanto atrae
del arte popular es esa misma cualidad .. . de belleza noblemente
fundida con la pobreza. Los japoneses cuentan con una palabra
precisa, Shibui para expresar esa belleza ideal. Es imposible tra-
ducirla con un solo término; "austero", "discreto", "sobrio"
constituyen versiones sugerentes, aproximadas del concepto.
Pero no alcanzan la plenitud de shibui, cuyo significado etimoló-
gico es "astringente", y se emplea para designar un sentimiento
profundo, sencillo y sosegado. El mero hecho de que nosotros
dispongamos de tal adjetivo no implica la necesidad de mayores
aclaraciones; pero lo que sí conviene subrayar es que dicho con-
cepto constituye la fase final de expresión de la más alta belleza.
Es además una palabra de uso corriente, que se emplea a me-
nudo en la conversación. Circunstancia ciertamente significa-
tiva, pues no es habitual que una nación entera adopte una pala-
bra concreta para manifestar una apreciación estética. y a nues-
tro entender es en esta particularidad, que observamos con ad-
miración , donde se revela la validez del principio fundamental
que rige los gustos esté ticos del pueblo japonés. Quien conozca
bien el campo japonés recordará haberse encontrado alguna vez
en cualquier cruce de caminos o rincón solitario, con un monu-
mento pétreo que lleva inscrita la siguiente leyenda: Sangai Ban-
rei Tó. Es decir: "A las almas desconocidas de millones de hom-
bres que han abandonado este mundo". Este monumento ex-
presa el sentimiento de compasión budista por las innumerables
almas olvidadas y abandonadas . Yo soy también uno de los que
rezan para que se eleven tales monumentos en el reino de la
belleza.»
Así, partiendo de unos fundamentos budistas, muy próxi-
mos, en su aspecto é tico, al cristianismo medieval en el que los
neotomistas basaron su actitud hacie el arte, M. Yanagi, con
estas frases penetral)tes y emotivas, parece retar no sólo a sus
contemporáneos japoneses sino tambié n a todos nosotros por
nuestro exagerado individualismo. Podemos, en efecto, mirar
hacia atrás en el tiempo, hacia aquellas épocas en que los co n-
30
ceptos generales, de fondo naturalmente religioso, psicológico y
estético, constituían una fuente poderosa de ennoblecimiento y
transmutación de la vida, y tener la sensación de haber sufrido
una enorme pérdida.
Las tradiciones del ceramista son parte de la herencia cultu-
ral de la nación, y en esta nuestra época asistimos al hundi-
miento de la inspiración cristiana en el arte. Vivimos en la tre-
menda necesidad de una cultura unificadora de la que puedan
surgir nuevas tradiciones. El problema del ceramista se halla
inmerso en e! meollo de! problema universal, y es difícil confiar
en alguna solución que no sea la de la compenetración de
Oriente y Occidente , proporcionando a la humanidad, o al cera-
mista independiente, un sólido fundamento para una cultura de
dimensión universal.
La democracia liberal, que ha servido de base para el des-
arrollo industrial, nos confiere hoy un humanismo vago, tan insu-
ficiente para la creación artística como puede serlo para la vida
nacional la economía de Karl Marx con toda su concepción tota-
litaria. Al menos esta democracia sigue permitiendo la existencia
de un medio en el cual e! hombre puede sentirse relativamente
libre.
Es manifiesta la necesidad de un criterio rector en cerámica,
y, al parecer, las obras de los ceramistas Tang y Sung se recono-
cieron durante los veinte úhimos años como la más noble reali-
zación en cerámica. Una asimilación fructífera de estímulos aje-
nos requiere un organismo sano. y aún está por ver si cuenta
Europa con suficiente vitalidad para asimilar las primitivas cerá-
micas chinas mejor de como lo hicimos nosotros en los siglos
XVIII y XIX con sus últimas porcelanas. Por el momento es
dudoso que la general arrogancia de nuestro materialismo y el
particular engreimiento del ceramista en su oficio permitan per-
cibir los valores sutiles de los orientales primitivos, excepción
hecha de los artistas y de algunos amateurs sensibles. Es necesa-
rio que las influencias de culturas ajenas , gravitando ya 's ea sobre
el arte, ya sobre la industria, sean asimiladas orgánicamente an-
tes de que puedan convertirse en parte integrante de nuestro
desarrollo. Esto sólo se produce cuando corresponden a una
necesidad inherente y se inician envueltas en un clima de entu-
siasmo, animado por la convicción profunda de hombres que han
logrado alcanzar la síntesis . La imitación superficial de las formas
31
primitivas chinas en decoración, color y técnica no tendría sen-
tido, a no ser que una nueva vida brotara de esta nueva combina-
ción. El peligro para el ceramista independiente estaría en man-
tenerse al margen, en una frustración paralizante, ante esta
oleada de cambio. No es posible que el ceramista se mantenga
impasible a la espera de que emerja de esta marea una nueva
cultura.
No se puede subrayar bastante la necesidad de una motiva-
ción psicológica y estética común entre los artesanos organizados
y agrupados en talleres, si se aspira a que las obras que realicen
estén dotadas de vitalidad. Esta vitalidad es la expresión del
espíritu y la cultura de los que en él trabajan.
En las fábricas los objetivos principales se encauzan hacia las
ventas y los dividendos; las consideraciones estéticas quedan
relegadas a lugar secundario. La calidad del producto puede ser
elevada: la dirección y administración, esmeradas, atentas y so-
cialmente respetuosas; pero ni la capacidad realizadora de los
obreros ni el carácter de lo que elaboran, en cuanto a expresión
humana de la perfección, pueden alcanzar el grado de libertad
que esperamos del trabajo manual. La actividad primordial en
una fábrica la constituye la producción en gran escala de todo
aquello que es simplemente necesario para la vida; el trabajo del
artesano está en cambio mucho más cerca de las fluencias espi-
rituales.
Esta cuestión se ha complicado todavía más, debido al hecho
de que los que se sienten ahora atraídos por el trabajo artesanal,
no son los modestos campesinos que generación tras generación
trabajaron al amparo de una tradición natural, sino los estudian-
tes de Bellas Artes, decididos y plenamente conscientes de lo
que pretenden, que me llegan año tras año procedentes del Ro-
yal College, de la Central Schoolo de Camberwell, para cubrir
un período de aprendizaje, corto o largo, según los casos, aun-
que generalmente corto. En cuanto han conseguido los suficien-
tes conocimientos, o lo que ellos consideran suficientes, aban-
donan los estudios dispuestos a empezar a fabricar cerámica por
su cuenta en un taller cualquiera. Muy pocos de entre ellos se
han revelado como artistas. ¿Y qué pasa con los demás, con esos
miles de alumnos que discurren por las aulas y después se desva-
necen o se dedican a producir un pésimo trabajo? Insisto en esta
cuestión: en el pasado la tradición hubiera proyectado sus bene-
32
ficiosos efectos sobre su peculiar talento, dignamente aprove-
chado en su justa capacidad en trabajos más modestos.
En las artes aplicadas, las tradiciones antiguas del trabajo
manual, que permitieron a humildes artesanos participar en acti-
vidades tan auténticamente humanas como la fabricación de bal-
dosas y picheles medievales y culminaron con magníficas aporta-
ciones como las de la catedral de Chartres, desaparecieron hace
tiempo.
A los talleres pequeños de Toft, en Inglaterra, por ejemplo,
y a otros alfareros de obra de barro cocido con engobes y barniz
de plomo, les sucedieron las fábricas de los Wedgwood y los
Spode. Muy pronto, las normas del artesanado formadas por
siglos de experiencia, el profundo sentido de la materia y la
fo rma, el modo de vida en común, íntima y casi familiar en el
taller, cedieron su puesto a la especialización.
Como ha sucedido en muchos otros casos y empresas, la
industrialización de la cerámica respondió a una necesidad hu-
mana, desarrollándose, por una parte, paralela alIento progreso
de la democracia económica, y por otra, al insólito estallido
demográfico. Pero aunque hayamos alcanzado actualmente y
po r primera vez en la historia, el nivel óptimo de producció n
q ue nos capacita para proveer a todos de todo, y aún más si cabe,
e l inconveniente surgido, según el punto de vista del artista o
artesano y de toda perso na sensata, no lo constituye tan sólo el
problema, todavía no resuelto, de una distribució n equitativa,
sino el de que muchas de las cosas que hemos contribuido a
crear e instituir son inhumanas.
En el campo de la cerámica la responsabilidad por el predo-
minio del mal gusto que inundó el pasado siglo y el muy proba-
ble noventa por ciento del mal gusto reinante hoy recae princi-
palmente sobre la producción mecánica, el desdén de los indus-
(riales hacia las consideraciones estéticas y la influencia que ejer-
ce n sobre la sensibilidad del público.'
'.i. Esto no quie re decir que los ceram istas art"esanos inglese s de final es
d e l siglo XI X y princip ios del X X, de hace q ui nce o ve inte año s e
incl uso muchos ceram is tas actuales, demostraran mej o r g uSto en sus
o b ras , aunque e s probable que el e jemp lo dado por e l industrialismo y
e l esfuerzo ne cesario para librarse de él, fue ran e n gran parte responsa-
b le s de su d esmo ralizac ió n.
33
No obstante, al matgen de que los industriales vayan to-
mando con el tiempo conciencia de la necesidad, acaso más que
mero deseo, de formas y decoraciones buenas, es también evi-
dente que durante los últimos veinticinco años se ha producido,
no sólo en Inglaterra sino en todo el mundo civilizado, un cam-
bio profundo en el concepto estético.
Estamos ante un nuevo tipo de attesano, exclusivamente in-
dividualista e independiente en su trabajo, con una capacidad
artística y creadora, y también ante una nueva significación y
estimación de la cerámica, que se ha enriquecido con mayores
perspectivas. Del Lejano Oriente nos ha llegado otra oleada de
inspiración, y de los túmulos funeratios de los antiguos chinos y
coreanos, robados y profanados por la codicia comercial de Oc-
cidente, ha brotado una nueva apreciación de la belleza cerá-
mica.
No hatá más de noventa años (alrededor de 1890), que Ca-
rriés, joven escultor francés, empezó a hacer gres basándose en
viejos modelos japoneses. Le secundaton numerosos ceramistas
patisinos, tales como De!aherche, Decoeur, Cazin y otros más,
cuyas obras se inspiraton en la simplicidad y sobriedad de los
ceramistas Sung. La cerámica en Holanda, Alemania, Austria,
Escandinavia, Inglaterra, América y Japón respondió a los mis-
mos estímulos, y los productos industriales de dichos países
acusaton cada vez más su influencia. Bastatá citat Sevres y Co-
penhague. Entre tantos esfuerzos individuales, los mejores, a mi
entender, son los japoneses y los ingleses.
La cerámica, como cualquier otra forma de atte, es una ex-
presión humana: e! placer, la pena o la indiferencia que provoca
dependen de su naturaleza, y ésta es inexorablemente proyec-
ción de! espíritu de su creador. Por desgracia, como consecuen-
cia de su divorcio con la vida, las «artes aplicadas», así como las
«Bellas Artes» en nuestra época, más que en cualquier otra,
sufren los efectos de un exceso de conciencia de sí mismas o
autosuficiencia, aquello que se ha dado en llamat «pose», muy
distinto de! catácter espontáneo, intrínseco, personal y racial
que ha distinguido todos los grandes periodos del arte creativo.
También es importante recordat que si bien la cerámica está
hecha pata usatla, esto no simplifica de ningún modo el pro-
blema de la expresión artística; no puede haber una total y com-
pleta realización utilitatia sin belleza, refinamiento y encanto,
34
por la sencilla razón de que su ausencia acabaría a la larga hacién-
dose intolerable, tanto al fabricante como al comprador. Apete-
ce mos la comida no tan sólo por alimentarnos sino también por
su buen sabor y el deleite que nos proporciona. La producción
co ntinua y rutinaria de objetos útiles, sin la menor satisfacción al
elaborarlos y utilizarlos, está condenada al tedio y a perecer en la
esterilidad, y casi todo lo que la gente ve hoy con agrado en
c uan to a formas, decoración y colores cerámicos no son más que
manifestaciones falsas y ridículas de aquellos productos banales
e n los que se confunde la precisión mecánica con la belleza.
Todo esto no puede hacer más que contribuir a la denuncia de
nues tra popular semicultura. Las formas de arte de una comuni-
dad son la cristalización de su cultura (lo que en realidad puede
ser cosa muy distinta a la de su civilización), y la tradición en
ce rámica no constituye una excepción a la regla. No es difícil
reco nocer el poder de síntesis chino en el periodo Tang, que en
aq uel entonces interpretaba de nuevo las ideologías griega y
hud ista adaptadas a las necesidades de la época. Estos elementos
quedaban inscritos dentro del marco natural de los conceptos
!':loístas y confucionistas, modificándolos sustancialmente y am-
pliando sus ideas de belleza y verdad.
Durante el periodo más esplendoroso, el de la dinastía Sung,
rodas esas influencias se fusionan en busca de una suprema unifi-
cac ión . Hasta el comienzo de la era industrial se promovieron
e ntre nosotros análogos procesos de síntesis; pero, después, el
l ontexto cultural ha ido perdiendo buena parte de su poder de
asi milación; y las ideas adoptadas y utilizadas se han moldeado y
con fo rmado por una concepción de la vida en la que la imagina-
ción quedaba subordinada a la invención y la belleza a los impe-
rati vos del comercio.
En nuestro momento tecnológico, los medios para alcanzar
un fi n se han convertido en un fin en sí mismos. De esta manera
lustifican los chinos la crítica de la que somos objeto: «Vuestra
civil ización --dicen- avanza en sentido contrario».
Transcurrido ya el último cuarto del siglo XIX la reacción
promovida por William Morris dejó de ejercer sus efectos en la
indus tria y se instaló principalmente en el seno de lo que yo he
ll amado artesano independiente o artista. Empezando por una
protesta contra el uso irresponsable de la energía, ha desembo-
cado e n artesanías pseudo-medievales, que poco tenían que ver
35
con el trabajo y la vida nacionales. Fue a partir de este momento
que se afirmó la era mecanicista en arte, el funcionalismo. Éste,
(y permítaseme decir, que a través de Picass0 6 , Le Corbussier y
Gropius de la Bauhaus) repercute en todos los oficios. Se trata de
un movimiento que, si bien inspirado por sus iniciadores en un
nuevo y dinámico concepto de la forma tridimensional, tiende,
entre aquellos que se esfuerzan en propagar tales principios,
hacia la consumación de un supremo esfuerzo intelectual para
dar con las normas del orden y la utilidad. Excuso decir que un
proceso de tal índole deja sólo al diseñador el placer del trabajo,
y desdeña el factor espontáneo e intuitivo que aparece en toda
actividad artística, incluyendo la elaboración cerámica. Y es en
esto donde radica la diferencia entre el artista-artesano y el dise-
ñador industrial.
Este último es casi el único, entre todos los que intervienen
en la fabricación , en asumir la responsabilidad de elaborar obje-
tos de uso común que sean como una proyección del hombre
mismo y les comunique vida propia. Para él, la cuestión del
modelo es de vital importancia. 10 es, a través de su trabajo,
para la industria; y, a través de la industria, lo es para todos. Él se
halla ante una tradición rota y, lo que es aún más grave, ante una
cultura en rápido proceso de mutación.
Sólo el trabajo de un puñado de hombres de genio forma
nuestra sensibilidad hacia la belleza. La historia de todas las
naciones con su desarrollo industrial pone de manifiesto que al
artesano espontáneo, intuitivo, se le aplasta por la tensión pro-
ducida en el periodo de transición que va del empleo de la mano
y la herramienta al dominio de la mecánica. Su vigor y sentido
creador, su capacidad de asimilación de nuevos métodos e ideas,
se pervierten. Sólo el artista y el artesano, dotados de sensibili-
dad y fuerza de carácter insólitos, son capaces de escoger lo
mejor en el torbellino de ideas que actualmente les invaden. En
cuanto el artesano se individualiza y se aleja de su tradición, se
sitúa en posición pareja a la del artista. Esto no tiene acaso
6. Vale la pena recordar que el mismo Picas so, quizás el artista contem-
poráneo más creativo, escribió: «El arte decorativo no se parece en
absoluto a la pintura de caballete, a la creación de una pintura. El uno es
utilitario, el otro un juego noble. Una butaca significa un respaldo en
que apoyarse. Es un utensilio. No es arte». Creative art, Junio de 1930.
36
excesiva significación si consideramos el número de artistas en
re lació n con el de pinturas realizadas cada año y con el de aque-
llas q ue sin ninguna fuerza apelarán a los hombres dentro de
cien años. Pero lo que importa es saber cómo, en nuestro tiempo
disgregador, el ceramista independiente llegará a descubrir su
propia verdad ; en otras palabras, su propia identidad, y, además,
por qué medios lo transmitirá a orros artistas ceramistas de tal
modo que pueda producirse un noble trabajo humanista, verda-
de ramente meritorio, en especial para uso doméstico.
Todavía conservo muy vivo el recuerdo de haber contem-
plado, hace veinticinco años, los magníficos ejemplares de cerá-
m ica de la dinastía Sung en el Tokyo Museum y, maravillado, no
alcanzo a comprender cómo un ceramista independiente de
nuestros días sería C!apaz de asimilar una belleza tan impersonal,
lan radical; resultado paciente de siglos de tradición desarrollán-
dose paulatinamente a través de la experiencia de la materia, de
las necesidades cada vez mayores y más complejas, y la emoción
sublimada de una larga sucesió n de trabajadores chinos y corea-
nos. Yo estaba avergonzado. Ahora sé que esta tarea rebasa el
poder de cualquier hombre, y lo que la hace todavía más difícil
es q ue lejos de existir una unidad de propósitos y de conviccio-
nes, sólo hay en los momentos actuales una tal obsesión de
individualismo entre los artesanos occidentales que se les sor-
prende a menudo ridiculizando la misma idea de nuevos crite-
rios comunes. La independencia, una vez conseguida, es muy
preciada, pero un orgullo exagerado en su posesión cierra brus-
camente cualquier camino de cooperación, tanto en la finalidad
co mo en la acción. El orgullo no suele ser más que esto: un
artis ta encumbrado sobre un estercolero.
N o obstante, después de la Gran Guerra, han ido apare-
t iendo algunas señales de cambio en ciencias, en filosofía, en
política; incluso en la amplia aceptación por los artistas jóvenes
de una abstracción geométrica más o menos generalizada. Si
bien este factor en común se ha visto acompañado de un au-
meneo de conciencia de vacío y esterilidad.
Nosotros, artesanos, que hemos sido llamados artistas, po-
see mos el mundo en su totalidad para extraer de él incentivos de
be lleza. Es difícil preservar la propia cabeza en esta especie de
mare mágnum; vivir en un clima de verdad y de trabajo sano, sin
el apoyo y la estabilidad que el poder de la tradición propor-
37
ciona; la que guió en el pasado todas las artes aplicadas. En mi
caso particular, el problema estriba en que he estado condicio-
nado por mi nacimiento en China y educación en Inglaterra. Por
este motivo me ha resultado posible beber en las dos fuentes
extremas de la cultura, cosa que hizo que yo volviera al Japón,
donde la síntesis entre Oriente y Occidente es cabal. Viviendo
allí, entre los jóvenes, aprendí con ellos a mantener la esperanza
de un vínculo entre esos dos mundos antípodas que están dando
ahora forma al arte de los tiempos futuros.
Yo quizá tienda a exagerar esta relación entre Oriente y
Occidente, pero si consideramos cuánto debemos al mundo
oriental aunque sólo sea en el campo de la cerámica y cuán
reciente es en Occidente el reconocimiento de la suprema be-
lleza de las obras de los primitivos chinos, acaso se me perdone
la vehemencia de mis elogios, en atención al conocimiento di-
recto que he podido tener del espíritu y forma de la creación de
esta obra.
De la forma, o técnica, ya trataré en los siguientes capítulos.
Aquí, en el primero, me esfuerzo en fundamentar un espíritu y
unas normas aplicables a la vez a Oriente y Occidente. Lo que
queremos saber es cómo discernir lo bueno de lo malo en cual-
quier cerámica, y que podamos decir al menos que ante todo
debemos mirar la naturaleza de la cerámica y reconocerla como
la expresión genuina del ceramista en su ámbito natural. Tal
ceramista puede ser un campesino desconocido o quizás un Staite
Murray. En el primer caso, la época, la cultura y las característi-
cas nacionales jugarán un papel más importante que la personali-
dad; en el segundo, puede que predomine esta última. En ambos
lo que cuenta es la sinceridad. Y según sea el grado de intensi-
dad en que la fuerza vital del ceramista y la de su cultura fluyan a
lo largo del proceso de elaboración, la cerámica resultante será
obra viva o inánime.
He suspirado a menudo por algún método apto para indicar
a los que no han experimentado el oficio de ceramista, un ca-
mino de aproximación que les permitiera reconocer lo bueno,
basado en la común experiencia humana más que en una estética
a la moda. Un distinguido ceramista japonés, Kawai, de Kyoto,
cuando se le preguntaba cómo puede la gente reconocer una
buena obra, contestaba sencillamente: «con sus cuerpos»; lo
cual significaba: con el espíritu actuando directamente a través
38
de los sentidos, penetrando en la forma, la textura, el dibujo y el
co lor, y relacionando estas impresiones, vívidas, inmediatas, con
la experiencia personal de la utilidad y la belleza combinadas.
Pero, dado que la cerámica está destinada a usos domésticos, la
dific ultad radica probablemente menos en la aptitud por recono-
tcr la adaptación de la forma a la función que en otras razones, la
principal de las cuales puede ser acaso la falta de familiaridad
co n la naturaleza de la materia prima -la arcilla- y sus propias
posibilidades y limitaciones, como también en la incertidumbre
e n q ue se queda uno sumido ante lo concerniente a las cualida-
dcs más imponderables de vitalidad y excelencia, relativas de la
for ma, constitutivos indispensables de la belleza.
Conviene tener siempre presente que la disociación de las
noc iones de «utilidad » y «belleza» es cuestión puramente arbi-
(raria. Es cierto que existen cerámicas que son útiles y carecen
en cambio de belleza, y otras que son bellas pero no utilizables.
N inguno de estos extremos hay que considerarlos normales: lo
f10rmal es la combinación equilibrada de ambos. Así, buscando
una mejor aproximación al conocimiento de la cerámica, parece
razo nable esperar que la belleza sea consecuencia de la fusión
del carácter individual y la cultura del ceramista con la natura-
leza de sus materiales, arcilla, pigmento y barniz, y su control del
fuego. Consecuentemente, esperamos hallar en las buenas cerá-
micas aquellas mismas cualidades innatas que distinguen al hom-
hre. y es por esta razón por la que repito que es de primordial
Importancia el modo o la naturaleza de una cerámica, para que
se manifieste nuestra reacción, puramente instintiva, ante el
hombre o la pieza. y aunque nuestra apreciación no ofrezca
gara ntías a los demás de ser cierta y válida es, al menos, esencial-
lIle nte honesta y tan susceptible de ser verdadera como cual-
qllie r o tro juicio que pueda ser aportado en esta particular fase
,le nues tra evolución.
Más vale correr el riesgo de un eventual error que intentar a
sangre fría un análisis basado en teorías ajenas. En arte, un juicio
de valo r no puede ser más que intuitivo y fundado en la expe-
riencia sensorial, aquella que Kawai denomina «el cuerpo ».
N ingún otro proceso de razonamiento puede sustituirlo, ni
acrece ntar las posibilidades de nuestros conocimientos intui-
(IVOS.
39
común en el examen de las particularidades que concurren en
una pieza, tales como su forma, textura, decoración y esmalte,
pues el juicio analítico constituye un importante apoyo para la
intuición. Si se empieza por el color y la textura del barro, uno
se pregunta si, además de su buena adecuación técnica, es tam-
bién correcta su relación con la forma torneada o moldeada,
creada por el ceramista, y si responde al uso para el cual se
concibió. Por ejemplo, lo que es apropiado para un jarro de
agua poroso y sin esmalte, es inadecuado para un recipiente que
deba contener ácido. El estado en que queda la pieza después de
la cocción ¿resulta ser tan grato a la vista como al tacto? Su
textura ¿contrasta agradablemente con el esmalte? La parte de
barro expuesta a la llama, con su color rojo oscuro de ladrillo,
¿armoniza con el tono verde profundo de jade del celadón?
¿Aparece una interesante superficie granulosa bajo un barniz de
porcelana, sin el cual la pieza carecería de vida? La plasticidad de
la arcilla ¿ha inducido al tornero a superarse porque sabe que la
forma no puede disociarse del material? La forma de una pieza
no debe ir separada del cómo ha sido hecha. Pueden tornearse
en una hora cincuenta piezas del mismo modelo con sólo ligerí-
simas variaciones de modulación entre sí, y únicamente media
docena de ellas poseerán aquellas justas relaciones de propor-
ción entre sus partes que les impartirán vitalidad . La vida fluye
perfectamente en breves instantes de las manos del ceramista.
Aparre de la arcilla de base, la forma de la pieza es de capital
imporrancia, y lo primero que hay que procurar es, como ya
indicamos, su adecuada adaptación al uso y la buena selección
del material a emplear. Sin la concurrencia de estos factores no
podemos aspirar a crear belleza en ninguno de sus aspectos:
nobleza, austeridad, vigor, simplicidad, amplitud, delicadeza, ca-
lidez ... , cualidades que se atribuyen por igual en nuestra valora-
ción humana como en la de la cerámica. Cualidades que no son
tan sólo atributos de la condición humana, sino que surgen de
un común reconocimiento de las formas a que los asociamos, ya
sean creadas por el hombre o por la naturaleza. De todas las
formas existentes, la de nuestro propio cuerpo es la mejor cono-
cida, y es a la que prestamos el mayor grado de emoción evoca-
dora. Vienen luego las formas de animales, vegetales y minera-
les; y finalmente, sobre todo en nuestra época, la abstracción .,
geométrica, debida esencialmente a la invención intelectual del
40
hombre. No sin motivo, las partes importantes de un jarro se
designan bajo los nombres de pie, vientre, espalda, cuello y
boca, o se piensa en curvas y ángulos en términos relacionados
co n los conceptos de macho y hembra.
La belleza de la forma cerámica, que es a la vez subjetiva y
ob jetiva, se obtiene en gran parte del mismo modo que en escul-
tura abstracta, más que en la figurativa. La belleza es subjetiva en
ta nto cuanto el carácter innato del ceramista, su atavismo y su
tradición, reviven en su obra, y es objetiva en la medida en que
su opción brota del fondo común de la experiencia humana.
Subordinado a la forma, pero íntimamente implicado en ella,
surge el problema de la decoración, que se formula en el sentido
de si una decoración sobrecargada refuerza o desbarata el efecto
fi nal. El tema de la decoración será minuciosamente tratado en
capítulo aparte. Nos bastará afirmar ahora que si bien algunas de
las mejores piezas cerámicas son muy simples y carecen casi
totalmente de decoración, este factor posee sin embargo un gran
sig nificado. Muchas piezas perfectas se han frustrado a causa de
un diseño débil o falto de gusto, por impresión u otra aplicación :
no sólo la decoración ha de ser buena intrínsecamente y ejecu-
tad a con libertad sino que debe combinar con la forma mejorán-
do la, y armonizando con las variaciones naturales del color, la
lextura del material empleado y el esmalte.
La conclusión de este argumento es que una cerámica para
se r buena debe constituir la expresión auténtica de la vida. Esto
e xige sinceridad por parte del ceramista y honestidad en la con-
ce pción y realización de la obra. Tal razonamiento nos retrotrae
a las anteriores preguntas, pero no es posible eludir los temas
fundamentales discutiendo problemas de arte en tiempos de
t ,unbios y rupturas.
El arte es un compendio de experiencias vitales. Buscar en
ce rámica una referencia suficientemente dúctil para cubrir el
pasado y el presente nos lleva a mirar muy lejos y a examinar los
principios sobre los cuales se realizaron las mejores obras de
O rie nte y Occidente. En unas palabras, diremos que la distin-
t ión entre los antiguos ceramistas y los nuevos estriba en la
espontaneidad propia de una cultura unificada y en la toma de
t o nciencia individualista de todas las culturas. A esto añadiré tan
só lo que hasta que la humanidad no haya logrado una síntesis de
la vida, el ceramista independiente sólo puede aspirar a profun-
41
dizar y ampliar sus conocimientos para contribuir a la agilización
de tal fin.
El método que se aplica en la realización de una pieza cerá-
mica determina su carácter general, tanto si está modelada a
mano, como construida en rollos de barro o tiras planas, o tor-
neada libremente al torno o en un molde de terraja, o vaciada
enteramente en un molde paracolaje. Cada procedimiento con-
diciona la interpretación y ejecución de la idea original, y cada
uno de ellos tiene un específico y concreto campo de empleo,
técnicamente limitado, de cuyas aplicación fluida y adaptación
personal a su correspondiente mecánica, brota en el ánimo del
ceramista un sentimiento de satisfacción.
Por esta razón la práctica industrial que separa estrictamente
al diseñador, que trabaja sobre el papel, del fabricante, que
opera sobre arcilla, es con mucho la responsable del mortecino
aspecto que ofrece la cerámica comercial. Es una oportunidad
desperdiciada y una técnica malograda fabricar las piezas de
molde lo más semejantes posible a las piezas torneadas a mano.
La belleza de cada método consiste en utilizarlo honradamente
para lo que vale y significa, sin imitar ningún otro procedimiento
completamente distinto 7 •
El rango de belleza plástica conseguido en la cerámica primi-
tiva, hecha sobre todo por manos femeninas, sin torno, sólo con
42
herramientas de madera o piedra, cestería, tejidos, hojas, o cue-
ros cosidos, es verdaderamente notable. El mundo entero pa-
rece haber contribuido a ello durante miles de años de prehisto-
ria: minoica, griega arcaica, africana, norte y sudamericana, cerá-
micas de la Tierra Negra y el neolítico chino, pigmentadas, aun-
q ue sin barniz, y a menudo tan bellas que uno se siente tentado
a renunciar a la creencia de la supremacía china de los siglos XI
y XII, si no fuera por el hecho de que los logros técnicos y
culturales de la época china Sung fueron muy superiores.
Éste es el motivo por el que trataré preferentemente en este
li bro las formas torneadas con la rueda de alfarero, las cuales
alcanzaron por esta época su mayor perfección.
Una pieza torneada en un buen torno con una arcilla dúctil, si
bien no demasiado grasa, está amasada, heñida, sobada, estirada,
acariciada con una serie de movimientos rítmicos que, semejantes
a los de una danza, se coordinan y enlazan entre sí en un desarro-
llo armónico. El terrón de arcilla húmeda debe mantenerse abso-
lutamente inmóvil en el centro del plato del torno mientras se
abre, se recoge, se estira, se tira de nudillos, se levanta, se encoge,
se dilata, se contrae su masa en una modulación viva, engendrada
por el poder y la imaginación del ceramista.
La forma concebida llevará el sello de cada etapa del proceso:
los surcos dejados por los dedos, el empuje de la tirada del cilin-
dro de barro desde el plato del torno hasta la más sobresaliente
turgencia del vientre, el punto de plenitud o de debilidad de esta
curva, la pausa y el giro de la espalda; accidentes a menudo acen-
tuados por las huellas de un collar o de una arista, dOflde alternan
los ritmos cóncavos con los convexos; la derivación del cuello
hacia la boca en una flexión de concisión final. Muchas de las más
no bles y espontáneas piezas cerámicas son perfectas en este as-
pecto. Otras, en cambio, particularmente aquellas que muestran
una boca o una base circuidas por un aro o un bisel, tienen que
pulirse al torno cuando están a medio secar. Este pulido de las
piezas da una calidad diferente, más fría al acabado. Es la diferen-
cia entre modelado y talla; ambas superficies deben mantener una
perfecta armonía.
La base sobre la cual descansa la pieza tiene que ser razona-
blemente ancha para favorecer su estabilidad. Pero sobre todo
sus ángulos y proporciones necesitan estar en relación con la
boca, hacia la cual se dirigen instintivamente las miradas. La
43
línea de la base o pie no termina donde acaba su perfil. En
Oriente, el interior de la base a partir del anillo es casi siempre
vaciado. Las vasijas de gres raras veces son esmaltadas en la parte
interior de su base, y la arcilla visible demuestra hasta qué punto
el ceramista percibe el contraste entre el perfil, cuyo pie consti-
tuye su indispensable acabado, y la curva perfecta de la pieza en
relación con él. Hay muchas formas posibles de acabar el pie,
bien conocidas por los ceramistas orientales, y a menudo asocia-
das a ciertas clases de objetos o a determinadas localidades, y en
los cuales el refinamiento se logra a través de un largo proceso
de ensayos, y sus consiguientes errores, hasta llegar a establecer
una tradición 8 .
Es interesante ver a un oriental tomar una pieza de cerámica
para examinarla y darle cuidadosamente la vuelta mirando la
arcilla y la forma y corte de pie. Es tan minucioso este examen
como el de una firma dudosa por un banquero. En realidad, está
intentando descubrir la genuina manera de ser del autor. Allí, en
las partes más desnudas -pero ocultas--- de la obra, espera
poder entrar en íntimo contacto con el carácter y la sensibilidad
de su creador. Averigua hasta dónde y cómo ha sido bañada la
pieza, qué relación existe entre la textura, el color de la arcilla y
el esmalte ; si la anchuta, la profundidad, el ángulo y el biselado
del pie son correctos; si su sentido general es el adecuado y
coadyuva a completar la idea de la forma. Nada, en este recono-
cimiento, puede pasársele por alto, y buena parte del placer final
reside en la satisfacción de saber que ese último y severo exa-
men se ha superado con honor.
En cuanto a las formas de las piezas cerámicas y a las adecua-
das proporciones de sus distintos tipos, sólo se pueden hacer
algunas sugerencias en las leyendas insertas en los pies de las
ilustraciones, relativas a ciertos casos particulares. Algunos artis-
tas de diferentes razas creen en la existencia de leyes fundamen-
tales sobre la proporción y la composición; yo también creo en
todo ello . Lo que llamamos leyes no son más que generalizacio-
nes fundadas en nuestra experiencia sensorial; pero cuando in-
tentamos reducir tales generalizaciones a fórmulas matemáticas,
es difícil creer en la posible aplicación práctica de las mismas, sin
44
restar vitalidad al trabajo del artesano. Ninguna fórmula, por
muy exacta que sea, puede reemplazar la percepción directa.
Expongo a continuación algunos conceptos estructurales que
me han parecido útiles:
l. Las partes extremas de las líneas son importantes ; no hay que
preocuparse por las centrales.
2. Las líneas son fuerzas y los puntos en que cambian de sentido
o se cruzan, son importantes y exigen énfasis.
3. Las líneas verticales implican crecimiento, las horizontales,
re poso, y las diagonales, cambio.
4. Las líneas recta y curva, el cuadrado y el círculo, el cubo y la
e sfera son los polos de interés para el ceramista, con los cuales
trabaja para dar ritmo a unas formas regidas por un concepto claro.
S. Las curvas son para la belleza; los ángulos, para la fuerza.
6. Es conveniente una base pequeña para darle gracia; ancha,
para darle estabilidad.
7. Las formas resistentes comunican una tranquila seguridad . Lo
exuberante es peor que lo escueto.
8 . La técnica es un medio para la o btención de un fin, no un fin
e n sí misma.
Si se logra el fin con una buena pieza salida del horno, no
extrememos nuestra crítica por los fallos fortuitos que hayan po-
dido producirse. Algunas de las cerámicas más hermosas del
mundo contienen imperfecciones. Los artistas japoneses han utili-
zado en ocasiones, y a propósito, esta máxima, y han realizado
piezas con deliberadas imperfecciones y exageraciones de carácter
té cnico. Este hecho no es ni más ni menos que una forma de
esnobismo intelectual que sólo cabe esperar de grupos de maes-
tros del té de segunda categoría. Algo muy distinto de la base
e narenada de las porcelanas M.ing o del pie en forma de anillo de la
cerámica coreana con marcas de espolones dejadas por el cuarzo,
cuya gracia y virtud derivaban de las limitaciones que imponía la
propia necesidad. No se trataba pues de una afectación. Pero llega
un momento -y es ésta la posición actual- en que el accidente en
cerámica debe ser reconocido y admitido como tal.
En torno a la cuestión de accidentes e incidentes en la elabo-
ración de cerámica giran algunas de las principales dificultades
que comparamos para alcanzar un nuevo concepto normativo.
Después de la simetría y de la precisión microscópica de la pro-
45
ducción en serie, estas dos palabras --accidente e incidente--
parecen difíciles de admitir. Pero si la cerámica Tang o Sung se
considera y admira como el mayor logro en arte cerámico, debe-
rán ser aceptadas. Tanto el pensamiento oriental como el occi-
dental consideran igualmente al hombre y su trabajo como muy
imperfectos y variables. Asimismo a los ojos de un aficionado al
arte oriental cualquier pieza técnicamente perfecta es sospe-
chosa de carecer de significado profundo. En todas las grandes
cerámicas del mundo los límites narurales, tanto del material
como del artesano, se aceptan incuestionablemente. En China,
las arcillas suelen ser groseras y habitualmente se dejan a la vista;
los esmaltes son espesos y cuarteados, se escurren y a veces se
desprenden. El trabajo a pincel es vigoroso y caligráfico, no
realista ni «relamido»; el torneado y modelado son francos, y
frecuentes los efectos inesperados del fuego.
Las excusas por estas «imperfecciones» manifestadas por au~
toridades tales como Joseph Burton, basadas en que fueron inci-
dentales al trabajo manual primitivo, regocijan a los críticos de
arte orientales, quienes consideran que la expresión de esas opi-
niones revelan simplemente la falta de perspicacia del comenta-
rista. El punto de vista de Extremo Oriente es que esos efectos
son válidos por tratarse de incidentes naturales más que de acci-
dentes provocados por el hombre.
Una opinión más reciente expuesta en ocasiones, afirma que
allí donde se producen esas irregularidades es porque el cera-
mista no ha logrado ver plenamente cumplidos sus propósitos.
Pero no debe olvidarse que en los propósitos del ceramista van
incluidas toda suerte de variaciones que dependen de la natura-
leza y modo de utilizar los materiales y sus efectos, desde el
fortuito y frecuente desprendimiento de un esmalte, a sensibles
diferencias de color y calidad; y que mientras esos efectos, a
veces brillantes, no involucren debilidades estructurales o que
por su excentricidad resten belleza a la pieza, las aceptará.
La uniformidad de la perfección es la que mata. Por lo de-
más, si una pieza se deteriora porque se han formado en ella
burbujas o se ha cuarteado, deteriorada está, y no le demos más
vueltas.
Durante el largo periodo victoriano, el «acabado perfecto»
era determinado por dos criterios: el gran detalle realista y un
meticuloso acabado de la superficie; como también, por otra
46
parte, la ocultación de los medios empleados en la realización de
la obra. Incluso un gran artista rebelde como Whistler abundaba
e n esta última opinión, si no en pintura, al menos en grabado.
Un examen equitativo de la cerámica pre-industrial, espe-
cialmente del Lejano Oriente, nos lleva a la siguiente conclu-
sión: o sus artífices fueron unos chapuceros de primera clase o
bie n nuestra escala de valores ha sido totalmente alterada. En
realidad, nuestro sentimiento al respecto está cambiando. Tene-
mos conciencia de la necesidad de alcanzar un gran dominio
técnico en la obtención de productos de fabricación mecánica;
pero también sabemos que en consecuencia se ha perdido de
vista la forma en que los artesanos hicieron una aplicación sen-
sata de lo accidental y lo incidental.
La técnica se ha vuelto tan compleja y los métodos tan invisi-
bles que ya no podemos discernir la calidad de la arcilla, del
torneado, del pulido, del trabajo a pincel ni de una buena coc-
ción . Ni tampoco se nos puede rec~rdar constantemente, de-
bido a la escasa incidencia actual de elaboración a mano, cómo
de cada fase de un trabajo artesano verdaderamente interesante
surgen repentinas variaciones con las que hay que obrar en el
instante mismo de su aparición.
La analogía más cercana es la de la cocina, con la que la
cerámica tiene tantos aspectos en común. Muchos de los proble-
mas abordados en este capítulo nos parecerán más familiares si
los tratamos en términos de buena cocina doméstica. A despe-
cho de los gustos personales, todos sabemos algo, por experien-
cia, sobre la buena y mala comida. Hoy día, el hombre y la
mujer, sometidos por las circunstancias dominantes, juzgan la
cerámica a través de criterios comerciales victorianos; y por lo
que se ve, en cuanto a comida, por ningún criterio en absoluto .. .
y aunque algunos recurren a los libros, museos y coleccionistas
para instruirse y orientarse, no puede disponerse desgraciada-
mente de suficientes libros buenos, si exceptuamos los de carác-
ter técnic0 9 • Por otra parte, el afán adquisitivo de los coleccio-
47
nistas es responsable de muchas valoraciones falsas. La condi-
ción de rareza no es garantía de belleza, y su astuta búsqueda no
es más que un obstáculo en la recta apreciación de esta belleza.
Yen cambio, la manera de reaccionar de las gentes sencillas ante
la sorprendente belleza cambiante de las formas, que van apare-
ciendo al tornear la pieza en la rueda de alfarero ha sido para mí
una continua confirmación de su latente deseo de hacer cosas
buenas, y de su propia capacidad para hacerlas y utilizarlas, o, al
menos, para aprender a conocerlas. Hacer algo por sí mismo es
el camino más corro hacia la comprensión. Y aunque nuestros
nuevos métodos pedagógicos insisten en la eficacia del contra-
peso de una instJ:ucción teórica, en realidad existen muy escasos
maestros y escuelas que inicien correctamente a los muchachos y
muchachas en el buen hacer, al que va implícita la auténtica be-
lleza.
De cuanto se hace todavía en nombre del Arte en muchas
escuelas de Arres y Oficios e incluso de Bellas Arres, la nueva
generación podría muy bien prescindir.
En lo concerniente a la cerámica, el método de enseñanza en
las escuelas es en todos los casos muy dudoso. Los alumnos no
contactan con las realidades del oficio ni con sus actuales condi-
ciones y exigencias materiales, ya se trate de trabajos manuales o
mecánicos. En el mejor de los casos no realizan más que un
medio aprendizaje como ceramistas independientes . El número
de estudiantes que han llegado hasta mí, procedentes de escue-
las muy conocidas, sin ni siquiera tener conocimiento elemental
de las arcillas, del torno, de los esmaltes y su composición, de los
hornos y su construcción y manejo, verdaderos fundamentos del
oficio, revela un estado de cosas que no sería tolerado en ningún
otro caso.
En la infancia es constante un proceso natural de repetición y
de desarrollo a través de la experiencia, pero en la enseñanza de
la cerámica, los educadores no tienen suficientemente en cuenta
lo bueno y eficaz de esta didáctica. Veo a menudo hornos eléc-
tricos y tornos mecánicos instalados en las escuelas; y barro,
colorantes y esmaltes adquiridos ya preparados. Esto es como
empezar la casa por el tejado, perder una oporrunidad y despil-
farrar el dinero. Los niños y los estudiantes aprenden mucho
mejor volviendo a experimentar las incidencias y evolución del
oficio de ceramista desde sus primitivos orígenes. Les gusta ha-
48
llar y extraer su propia arcilla, construir sus propios hornos y
preparar sus propios esmaltes y colorantes, tal como hacían los
ceramistas antes de la era industrial.
Shoji Hamada me contó una vez que, siendo todavía un
rapaz, tomó parte con la mayor naturalidad, en un villorrio japo-
nés, y como tema del curso, en confeccionar la mitad de los
utensilios usados por los campesinos en las actividades de su
vida cotidiana, con lo cual consiguió aumentar el conocimiento,
a través de su cuerpo, de la naturaleza de la madera, del algodón
y la seda, del metal y la arcilla, y de los alimentos. La tradición
local era todavía lo bastante pura como para comunicar un sen-
tido vivo de la forma, del dibujo y del color, materializando a
través de los enseres de uso diario aquel conocimiento profundo
de la belleza que nosotros estamos a punto de perder.
U n niño así no podría ser desprendido jamás de sus raíces y
valores esenciales por factores meramente mecánicos y econó-
micos. Sólo con el entusiasmo engendrado por una experiencia
personal tal podrá lograrse que la nueva generación que accede
al mundo sea capaz de apreciar y exigir la belleza en nuestra
cerámica doméstica. Hasta que no llegue este momento, el ar-
tista independiente estará obligado a permanecer, junto con to-
dos los demás artistas y artesanos, apartado de la corriente nor-
mal de una vida nacional sana.
49
11. Raku - Alfarería inglesa tradicional con
engobe y barniz - Gres - Porcelana
Raku
Las bajas temperaturas a las que cuece el raku ponen la fabrica-
ción de la cerámica al alcance de cualquier aficionado; se puede
empezar con un utillaje y costos muy reducidos; puede conse-
guirse además una amplia gama de colores y permite el control
directo de cada pieza por separado. Estas facilidades explican
que desde finales del siglo XVI una técnica tan sencilla no sólo
fuese la preferida de los coleccionistas japoneses sino que atra-
jera muy vivamente a sus maestros .d el té. Anesanos tales como
Koyetsu y Kenzan 1 valoraron el raku por sus potencialidades
50
artísticas de textura,de superficie y color (en el caso de que se
usaran sobriamente), por su práctico uso para boles de té (por-
que un recipiente de arcilla grueso y poroso es un mal conductor
de l calo r, y no obstante el bol de té, caliente y oloroso, podía
sostenerse confortablemente entre las manos), y por la relativa
fac ilidad con que cualquier profano dotado de sensibilidad esté-
tica, podía hacer sus propias vasijas. Los dos tipos de raku más
conocidos son el roj 0 2 y el negro. Se puede comprobar en las
ilustraciones que estos boles están frecuentemente modelados o
cortados a mano, y no torneados a la rueda de alfarero. Los
maestros de té influenciados por la filosofía budista Zen sintie-
ro n un placer singular en este retorno consciente al directo y
primitivo tratamiento de la arcilla. Pero, viviendo tal como no-
sotros vivimos ahora en un medio donde la simetría de la forma
y de la decoración son predominantes, es difícil para nosotros,
occide ntales, apreciar los sutiles ritmos asimétricos de estos bo-
les de té. Aunque esta misma cualidad es una de las más caracte-
rísticas y apreciadas del arte japonés, tan sólo cuando nos es
dado contemplar estos enseres en su natural ambiente se hace
patente su valor total. Kenzan fue de los primeros en usar una
no table variedad de colores, y lo hizo con delicada fantasía y
sobrie dad. El suave aliento de su caligrafía y de su trabajo a
pi ncel no lo igualó ningún otro ceramista japonés, a excepción
de Koyetsu, que en sus comienzos fue pintor. Su paleta de
co lores y barnices me los transmitió mi maestro, el sexto y úl-
ti mo Ke nzan de la rama de Tokio, fallecido poco después del
g ran terremoto e incendio de 1923. Las fórmulas se dan en los
últimos capítulos.
Mi contacto con este grupo de ceramistas se produjo casi por
casualidad . Dos años después de mi regreso a Extremo Oriente,
e n 19 11 , fui invitado un día a una fiesta al aire libre en casa de
un amigo artista de Tokio. Veinte o treinta pintores, actores,
escritores, etc., estaban reunidos, sentados en el suelo de una
g ran habitación para el té; se veían pinceles y platillos conte-
niendo colores esparcidos por todas partes, y al poco rato entre-
garo n unas vasijas de cerámica sin esmalte, para que escribiéra-
mos o pintáramos algo en ellas. Casi todos los japoneses bien
educados son suficientemente hábiles con el pincel para poder
51
escribir una frase cursiva decorativa, de gran belleza a los ojos
occidentales, e incluso muchos de ellos también pueden pintar.
Se me dijo que en el transcurso de una hora estas cerámicas
serían esmaltadas y después cocidas en un pequeño horno portá-
til, que un hombre estaba alimentando con carbón en el jardín,
algunos metros más allá de la terraza. Luché con mis pinturas y
los extraños pinceles largos, se llevaron después mis dos vasijas,
las sumergieron en un cubo lleno de barniz de plomo blanco
cremoso y las colocaron alrededor del techo del horno, para
calentarlas y secarlas durante algunos minutos antes de introdu-
cirlas cuidadosamente, con unas tenazas de largos brazos, en la
caja interior del horno o mufla. Aunque esta cámara estaba ya a
la temperatura de rojo naciente 3 , las vasijas no se quebraron. Se
colocaron unas tapas de refractario encima del horno y el cera-
mista atizó el combustible hasta que saltaron chispas. Al cabo de
media hora el interior de la mufla se puso gradualmente al rojo
claro y pudo verse el barniz de nuestras vasijas a través de la
mirilla, fundido y brillante. Se retiraron las tapas y se sacaron
una a una las relucientes vasijas, que colocaron sobre baldosas.
Su brillo fue atenuándose lentamente y aparecieron los verdade-
ros colores, mientras se producían curiosos ruidos, leves, secos y
tintineantes y el esmalte iba cuarteándose por efecto del enfria-
miento y la contracción. Transcurrieron otros cinco minutos y
pudimos coger cautelosamente nuestras vasijas.
Como resultado de esta experiencia, debió despertarse en mí
un impulso adormecido, pues empecé enseguida a buscar un
maestro. Poco después encontré uno en Ogata Kenzan, anciano
bondadoso y pobre, arrinconado por el nuevo comercialismo de
la era Meiji. A la sazón vivía en una casita de los barrios bajos del
norre de Tokio. Por él aprendí cómo hacer raku y gres de
acuerdo con la tradición japonesa. Sin ninguna duda, la mayoría
de las obras atribuidas al "Primer Kenzan» en nuestras coleccio-
nes occidentales, fueron en realidad hechas por él o por su
inmediato predecesor Kenya 4 • Todavía nuestro anciano, como
52
todos los artesanos orientales, se sentía perdido cuando se apar-
taba de la tradición y cedía a la influencia de Occidente. Más
tarde me puse de acuerdo con él para que me construyera un
ho rno en mi jardín, me revelara sus fórmulas tradicionales y me
g uiara durante dos años. Pasé nueve años seguidos en Japón y
C hi na, cada vez consagrando más horas de mi tiempo a mi nueva
vocación, recogiendo ideas de todas las fuentes que se ponían a
mi alcance, y sometiéndolas a la prueba final del fuego . El raku
tie ne dos desventajas que deben mencionarse junto a aquellas
cualidades que obviamente lo hacen recomendable al artista, al
anesano y a la escuela: poroso cuando nuevo, y relativamente
frágil; con el uso y el tiempo los poros de la pasta y las figuras del
barniz se van tapando gradualmente, de tal forma que es por tal
razó n que a veces dejan de producirse las huellas de humedad
q ue transpiran las vasijas por su base sobre una superficie puli-
me ntada. Su fragilidad, debida a la baja temperatura de cocción,
re q uiere que las paredes, las asas y los pitorros sean bastante
g ruesos. Por esta razón no es aconsejable hacer en raku los finos
juegos de mesa. Una cocción preliminar del bizcocho a más alta
te mperatura fonalecerá la pasta, pero a expensas del carácter
blando característico de este barniz y de su aspecto agrietado.
Los japoneses fabrican cerámica de esta clase, usando barnices
co lo reados blandos sobre un bizcocho cocido a temperatura de
¡.(fes, y la denominan «Kochi » (cerámicas de Cochin-China);
pero para realizar este tipo de cerámica se necesita un horno que
alcance altas temperaturas.
La palabra raku puede significar desde tranquilidad, confort
o diversión, hasta felicidad , y procede de un ideograma grabado "-
e n un sello de oro dado en 1598 por Taiko (que fue un entu-
sias ta maestro de la ceremonia del té), a Chojiro, hijo de Ameya;
un coreano establecido en Kyoto en 1525, y de quien se dice
q ue fue el primero en hacer este tipo de cerámica. A Ameya le
sucedió su esposa Teigin, que sin lugar a dudas estaba dotada de
am bas cualidades: habilidad y buen gusto. Sus boles para el té
llamaron la atención del gran maestro del té Rikiu. Algunos años
más tarde, en 1578, su hijo Chojiro, el primero oficialmente de
la línea de los ceramistas de raku, recibió un importante encargo
de parte de Oda Nobunaga para realizar unos utensilios para la
ce remonia del té, resultado de lo cual este tipo de cerámica se
puso inmediatamente de moda.
53
Desde entonces la línea de la tradición continuó sin inte-
rrupciones y ·no hace muchos años que Raku Kichizaemon es-
taba haciendo todavía boles para té, de raku negro, en Kyoto.
54
estas cerámicas, auténticamente rústicas, mantuvieron su íntima
re lación con la tierra, fueron buenas. Las obras de lbs ceramistas
de l Staffordshire, las de Thomas Toft, Ralph Toft y Ralph Simp-
son, y las del grupo de los Wrotham, especialmente en lo que
concierne a los mejores de sus grandes platos con figuras, algu-
nas a caballo, o animales, pájaros o escudos de armas dentro de
ce nefas de trama cruzada aplicada en el borde o de otra manera,
oc uparán un lugar de honor en la historia de la cerámica.
Durante mis años de estancia en Japón, el ceramista-artista
T o mimoto y yo sacamos muchas sugerencias de las ilustraciones
del libro Old English Pottery del último Charles]. Lomax, para
nuestras primeras piezas de raku. Para Tomimoto y para otros
ceramistas japoneses, qlole tenían el hábito de depender casi ex-
cl usivamente del pincel, este nuevo método de usar la arcilla fue
una revelación, y hoy existen, al menos, una media docena de
talle res de cerámica en Japón que emplean la pera de goma para
la decoración al engobe. La traducción del idioma inglés al japo-
nés es a veces demasiado literal; pero ésta es una costumbre del
apre ndiz que a menudo corresponde a nuestra imitación dema-
siado servil del ejemplo oriental.
Es significativo que los amantes del arte y la cerámica del
o tro lado del mundo valoren tan alto nuestras cerámicas pre-
ind ustriales campesinas con engobe y barniz. Ellos también vuel-
ve n a descubrir, dentro de una amplia perspectiva, la historia del
arce y de la cerámica. Cuando regresé a Inglaterra en 1920
acompañado por Shoji Hamada, nuestra primera tentativa con-
sis tió en averiguar lo que quedaba de la tradición inglesa. Libros,
museos y centros rurales de cerámica popular supervivientes,
como los de Truro, Verwood y Fremington, constituyeron nues-
tras principales fuentes de material de estudio. De una manera
g radual, adaptando nuestros previos conocimientos de los méto-
dos orientales a aquellos propios de los ceramistas ingleses, y a
través de muchos experimentos fuimos superando una tras otra
(Odas las dificultades. No había ya nadie, por ejemplo, que co-
nociera el secreto de «peinar»" pero, con el tiempo, volvimos a
'j. Pue de inferirse lo exrendido del uso de las vajillas «peinadas» para el
ho rn o, por el hecho de que nosorro s recogimos fragmentos, para su
est ud io , mientras rrabajábamos quitando grava de los campos simado s
e nfre nte de nuesrro ralle r de cerámica e n Cornualles.
55
descubrir la mayoría de aquellas antiguas técnicas, que descri-
biré en próximos capítulos.
Sin embargo, en cuanto desapareció la fiebre de la investiga-
ción técnica, vimos que existían limitaciones muy claras en nues-
tra actual vida diaria, para el uso de la cerámica con engobe y
barnizada. El carácter blando y relativamente áspero de estas
cerámicas, queda relegado en gran parte a su empleo en cocinas
y casas de labranza, en forma de cazuelas, cuencos, hueveras,
tarros de miel, fuentes para el horno, jarros, cántaros, etc., aun-
que su gran valor decorativo ofrece muchas otras posibilidades
de uso. Pero en realidad poca gente quiere cerámica de color
rojo y marrón, negro o crema oscuro para utilizar como vajilla
en los hogares modernos de la ciudad. El ceramista de piezas con
engobe y barnizadas tiene sus propios seguidores y no desea
competir con la cerámica del Staffordshire.
6. En 1939.
56
taciones extravagantes y detallistas, ni por naturalismos raros e
inoportunos, y ha cesado por tanto la demanda de ese tipo de
cerámica, uno se pregunta por qué, aparte de los Doulton que a
finales del siglo pasado revivieron la tradición Lambeth de deco-
raciones aplicadas a piezas de cerámica comercial con barniz
salino, si bien bajo formas inevitablemente débiles, algún cera-
mista no nos hace jarras barnizadas con sal y floreros, fruteros y
bandejas para pasteles, limpios y sobrios de forma y dejando
visible la arcilla con que fueron torneados. El aspecto de esta
clase de cerámica, de superficie barnizada con sal y con aparien-
cia de piel de naranja, la hace inconveniente para su empleo en
una mesa puesta con elegante cubertería. Pero sería en cambio
muy adecuada para otros usos domésticos, por el color, la tex-
rura y la dureza de estas sencillas formas de gres occidental.
G res y porcelana
El gres es un tipo de cerámica cuya arcilla ha sido cocida hasta el
punto de vitrificación. Esto. ocurre generalmente suando en el
interior de la mufla el c~lor del fuego se vuelve blanco, aunque
su temperatl~ra exacta (1200° - 1400°) varía en la práctica.
Las arcillas que con"rienen mucho hierro o alcalíes vitrifican
más fácilmente que las otras. Es la fusión en una masa homogé-
nea de todas las partículas de que está compuesta la arcilla la que
disti ngue al gres y la porcelana de la cerámica de barro cocido a
baja temperatura. Esto explica su f:!lta de porosidad (incluso
cuando no lleva esmalte), su gran cohesión y su sonoridad, clara
y aguda como un tintineo; aunque cuando la pasta es áspera y el
barniz muy espeso, el sonido puede quedar amortiguado. La
porcelana se diferencia del gres en que su pasta blanca se vuelve
translúcida al vitrificarse. Dado que no existe una línea divisoria
precisa entre la porcelana y el gres, algunas piezas chinas primiti-
vas se denominaron proto-porcelana o gres aporcelanad0 7 .
57
La palabra gres es bastante apropiada, porque sugiere la cua-
lidad de la piedra fundida, la cual, ya sea en la pasta o en el
barniz, da idea exacta de su carácter. Muchos esmaltes de gres
poseen la tranquila gravedad de las piedras pulidas, delicada-
mente coloreadas por los óxidos metálicos en el transcurso de
los largos periodos geológicos.
En estos esmaltes se refleja la culminación del espíritu de
Oriente encarnado en estos hombres, trabajadores pacientes y
sutiles observantes de las fuerzas de la naturaleza. La humildad
ante la naturaleza fluye en la vida y la filosofía chinas. El hombre
está representado en laS pinturas Sung como un diminuto sabio,
meditabundo, tocando la flauta, «pescando sin anzuelo »8 si-
tuado entre ritmos fantásticos de montañas y barrancos . No
domina las fuerzas de la creación con el magnífico egocentrismo
de un Miguel Ángel o un William Blake. El verde suave de la
piedra de jade es, en una línea ininterrumpida desde sus oríge-
nes paleolíticos, su emblema de rara belleza. Toda la familia de
celadones debe su existencia a él y no al duro brillo del dia-
mante.
Sin duda alguna es aquí donde estriba la diferencia entre los
brillantes y resplandecientes colores de los barnices de plomo
occidentales y los discretos colores del gres en Oriente. Para
unos ojos poco acostumbrados, la gama de colores del gres
puede parecer sobria. La gama es reducida, gris y verde, rojiza y
negra, crema y azules pálidos y apagados 9 •
Desde que las cartas de Pere d'Entrecolles explicaron a Occi-
dente los métodos empleados por sus feligreses para la fabrica-
ción de la porcelana en el Ching te Chen en 1722, las cerámicas
europeas han estado profundamente influenciadas por el arte
chino más tardío y decadente. Esto se debió en parte, sin duda
alguna, a la circunstancia de que no se conocieron hasta la se-
58
¡.( unda década de este siglo las cerámicas chinas primitivas, y,
lambi é n, porque las primitivas formas y texturas de la cerámica
Lhina, no son, en general, apropiadas para los juegos de mesa,
que ta n considerable importancia adquirieron en la producción
mode rna; pero el público comienza a darse cuenta de lo inapro-
piado del empleo de esmaltes pintados y barnices crudos de
co lo res flameados e n jarros y otras cerámicas decorativas; esti-
mació n ciertamente justa después del interés demostrado hacia
las primitivas piezas de gres y porcelana en la reciente exposi-
ció n china en la Burlingeon House ; aunque sea de lamentar que
muc hos de los objetos expuestos allí fueran seleccionados más
por su rareza exótica que por su belleza. Esta panorámica retros-
pectiva del arte chino hubiera sido de mucho mayor interés, si
los o bjetos de uso doméstico hubieran sustituido a muchos de
los «o bjets d'art» fabricados para satisfacer el gusto de la corte
c hina, y que ahora atraen solamente a los comerciantes y a los
co leccionistas de segunda clase.
Cabe comprobar que aunque limitada la gama de colores en
las altas tewperaturas, ninguna cerámica de pasta blanda puede
proporcionar el mismo grado de satisfacción de que son capaces
el g res y la porcelana, y esto, hay que decirlo, se debe mucho
más que a la mera conciencia de haber superado las dificultades
técnicas.
En el caso de la porcelana, se ponen de manifiesto evidentes
razo nes de preferencia, tales como la transl ~s idez y la finura del
material; pero en el caso del gres la auténtica explicación parece
de terminada por unos criterios de belleza que comenté en el
primer capítulo. En Oriente., gres y porcelana se cuecen juntos
e n el mismo horno, y la potcelana sólo es considerada como un
refinami ento del gres y no necesariamente como un perfeccio-
namiepto. La textura de la superficie de los esmaltes de gres
despiertan el sentido del tacto como ninguna otra cerámica. Así
experimentamos algo más que la estricta satisfacción visual. In-
co nscientemente nuestros dedos se sienten inducidos a acariciar
la superficie de las piezas, pasando así por la experiencia del
placer a través de los medios más elementales y concretos. Los
niños juegan con los guijarros con un parecido interés por des-
pertar a la percepción. Los orientales no han perdido tanto como
nosotros de esa espontánea capacidad de fascinación ante lo
maravilloso, propio de la infancia.
59
Porcelana
60
esto se manifestó en el campo cerámico de modo superlativo 10 .
La fama de estas" nuevas cerámicas de pasta dura llegó lejos,
como lo confuman los hallazgos de fragmentos de porcelana
Ying Ching, del periodo Tang, en excavaciones tan distantes del
Le jano Oriente como las de Samarra en el Turquestán; prueba
evidente de que fueron importadas en el siglo IX. Los ceramis-
tas de la dinastía Sung trabajaban en Annam y Cochinchina, así
como en Siam, y los celadones coreanos de la dinastía Korai del
siglo XII, que fueron muy apreciados en China, también ruvie-
ro n su origen en modelos chinos l l . El desarrollo tardío de la
porcelana china se produjo de manera indirecta gracias a la con-
quista de China por Kublai Khan, en 1280 d .C. Una vez más las
influencias occidentales jugaron un considerable papel modifi-
cando las tradiciones autóctonas, y de esta manera la inspiración
greco-budista dejó paso a la musulmana. El resultado de todo
esto fue la porcelana blanca y azul, la decoración con esmaltes de
sobre cubierta, y los esmaltes monocromos. En general la am-
pliación de la gama de colores, sancionada por la estética perte-
neciente a una muy diferente mosofía de la vida, fue acompa-
ñada por una pérdida de vitalidad y una rigidez de las formas.
Por muy hermosas que sean estas cerámicas, y las primeras son
mucho mejores que las últimas, todas ellas tienen otra categoría
de belleza más frívola y ligera, tendiendo a menudo a una extra-
vagancia sunruosa, más acusada todavía en el periodo Chingo A
todas ellas les falta el vigor y la dignidad de sus predecesoras
Sung. La porcelana ordinaria Ming es pesada y algunas veces
opaca, pero el pigmento de cobalto narural le proporciona un
discreto y hermoso azul, y su esmalte tiene profundidad. Los
temas decorativos de este periodo son en su mayoría florales o
simbólicos, con abundancia de detalles ornamentales y emble-
mas convencionales. En algunos casos exhiben un pesado forma-
61
lismo que nos recuerda, a nosotros europeos, Q(ras similares
características concurrentes en la decoración romana.
Después del periodo Ming las exigencias técnicas aumenta-
ron progresivamente; los cuerpos de las cerámicas cobraron del-
gadez y se intensificó su blancura; las formas reflejaron cada vez
menos el contenido expresivo del material ; las decoraciones se
volvieron más complicadas y perdieron interés; los colores se
tornaron más duros y los esmaltes más pobres. Incluso en China
el virtuosismo desplazó a la virtud, y el famoso azul islámico de
los tiempos del emperador K'ang Hsi, conseguido por el uso de
un cobalto puro importado, en vez de constituir un logro esté-
tico, no fue, de hecho, más que un progreso técnico. En la
historia de las artesanías, cuando se combinan la habilidad artís-
tica con un proceso de desarrollo técnico, ambos factores y sus
atributos, tan distintos entre sí se confunden a menudo.
En Corea, en tiempos de los emperadores Ri (Yi) (1392-
1910) se fabricó una porcelana blanca, gruesa, pero bella, proba-
blemente desde finales del siglo XV hasta épocas relativamente
recientes . Está pintada con un cobalto natural del país, pálido y
atenuado, y algunas veces con cobre o hierro. Pese a que deriva
de la porcelana Ming, tiene su propio carácter, tanto en lo que
respecta al material con que está hecha, como en su forma y
decoración, y se diferencia de la porcelana china por lo mismo
que los primitivos celadones Korai se diferenciaron de los chi-
nos (véanse ilustraciones 30, 31 ).
Es probable que las primitivas porcelanas chinas llegaran a
Europa después de finales del siglo XII, pero no fue probable-
mente hasta principios del XVI, por lo que se deduce de ejem-
plos conocidos (celadones y porcelana azul y blanca) que llega-
ron hasta Inglaterra. La impresión producida por la cerámica
translúcida azul y blanca debió ser, por contraste, muy fuerte
entre gentes acostumbradas solamente a las crudas cerámicas de
barro cocido; y, aunque se intentó imitar la porcelana china, en
diferentes etapas a lo largo de los siglos XVI y XVII en Italia,
Francia, y algún otro país, sólo se consiguieron sucedáneos
(como por ejemplo las cerámicas Medici, 1575-85). Esto ocurre
aproximadamente hasta 17 10, cuando Bottger consigue fabricar
en Meissen con materiales idóneos, la auténtica porcelana. Al-
gunas de las porcelanas vitrificadas de pasta tierna tenían cierto
parecido con las chinas, pero todas estaban cocidas a mucha
62
1. Bol de porcelana coreano , decoración con incisiones de corte
y peinada. Dinastía Korai , tipo Ting. Porcelana primitiva mode-
lada con soltura.
2. Bol chino de gres , estriado , dinastía Sung (propiedad del au-
tor) . Este hermoso bol fue torneado con una arcilla parda , corta-
das las estrías, engobado y cocido en una atmósfera oxidante .
Las líneas precisas y el estriado revelan una influencia bien asimi-
lada del arte greco-bud ista.
63
3. Botella de gres, dinastía Sung (¿ Tz 'ou Chou? ). Los cuatro ca-
racteres ch inos que simbolizan la naturaleza (nieve , viento , luna ,
flor) están colocados de una forma exqu isita poco corriente. La
fuerza del cuadrado está sugerida por la forma angular de la base.
4. Cerámíca industrial inglesa . Johnson Bros y Wedgwood &
Sons o
5. Porcelana industrial inglesa prim itiva de pasta t ierna. Chelsea-
Derby . Aún sobresalen la gracia elegante del rococó y la dignidad
del georgiano ; pero estos ejemplos no pueden compararse ni po r
su forma ni por su sensibilidad del material con las piezas de las
il ustraci ones 1 y 2 .
64
65
66
7 . Jarrón alto de gres, sin esmaltar, por Norah Bradon . Ceramista
inglesa independiente. Decoración a pincel , con hierro .
...
6 . Jarrón alto de gres, por W. Staite Murray. Ceramista inglés in-
dependiente . (Propiedad del Dr. Osmund Frank).
67
68
10. Jarro de gres, color gris salpicado con destellos de bronce;
esmalte de cenizas de boj. Katherine Pleydell Bouverie, ceramista
inglesa independiente.
~
8. Bol Chün chino, de gres, dinastia YÜan . Esmalte color lavanda
intenso, con manchas color púrpura de uva hechas con cobre.
(Colección de Henry Bergen) (Véase pág. 341).
9. Bol japonés de gres estilo Seto antiguo, atribuido al ceramista
coreano Genpin, siglo XVI. Buena decoración a pincel.
69
11 . Jarra medieval inglesa, siglo XIV. Torneada, decorada con el
peine, y con el pie pellizcado . El barniz del mineral de plomo ,
(galena) fue probablemente espolvoreado sobre una capa hú-
meda de engobe . La severa dignidad de la forma vincula estas
jarras , de origen monástico, con la arquitectura gótica . En el re-
cuadro superior izquierda , fragmento de una baldosa medieval.
(Véanse págs . 33 y 58).
70
12. Jarro persa arca'ico , alrededor del año 3000 a. de e., torneado
y coloreado , sin esmalte. Vale la pena subraY.,ar la manera cómo la
decoración realza y vivifica las sutiles variaciones de la forma
ampl ia.
71
..¡
13. Bol japonés de raku para el té, por Koyetsu . Marrón grisáceo .
modelado a mano . Este famoso bol del museo de Tokio es un
ejemplo de la preferencia que el culto del té tiene por la austeri-
dad y la asimetría .
72
14. Bol japonés para el té en raku-rojo , por Donyu , fallecido en
1656. Tierra ocre pintada a pincel de forma irregular sobre arcilla
de color ante con barniz encima transparente. Las señales deja-
das por las tenazas son claramente visibles.
15. Bol japonés de raku para el té, por Koyetsu. Arcilla de color
ante rosado bajo un barniz semi-opaco , modelado a mano.
73
16. Plato de raku japonés hecho con molde por el auténtico Ogata
Kenzan . El trazado del pincel de Kenzan , siempre generoso , fácil
y digno , puede reconocerse sin dificultad en el motivo de la hoja y
en la escritura en negro sobre un fondo' de color suave y roto
(Véase p ág . 50 en la nota) .
17. Bol japonés de gres, por el primer Kenzan, 1660-1743. Hojas
hechas con pigmento de hierro y grabadas , colocadas sobre am-
plios trazos de engobe blanco y a su v,ez cubriendo una pasta de
color ante . La riqueza y sobriedad del motivo decorativo y su
textura están admirablemente armonizados. (Véase pág . 50 en la
nota).
18. Pote japonés para la ceniza, en gres , del 6° Kenzan (Óropiedad
del autor) . Hecho alrededor de 1912. Motivo decorativo derivado
de las tradiciones coreana y china del siglo XII.
74
75
19. Plato inglés tradicional del siglo XVIII , con engobe y barniz y
motivo decorativo trazado con pera. Creación de Thomas Toft. El
pelícano en Sil piedad. Engobes marrón oscuro y rojo de ladrillo ,
sobre fondo color crema ; barniz transparente y amarillento . Estos
platos suelen tener más de 50 cm de diámetro .
76
l'
21 . Plato grande de raku , con cenefa en el borde al estilo Toft , por
el autor, 1918. Engobe rojo y negro sobre fondo crema. (Véase
pág . 55) .
78
79
menor temperatura y ninguna tenía relación en cuanto a compo-
sición con la porcelana12 • Sólo hasta que se comprendió el mé-
todo chino y se consiguieron con facilidad el caolín y la piedra
de China -pegmatita- (en Inglaterra por Cookworthy en
1768), la porcelana no pudo suplantar del todo las pastas tiernas
vitrificadas, conseguidas a través de los primeros experimentos.
En Alemania se desarrollaron diferentes tipos de pastas bajo la
influencia del arte rococó, y bajo el patronato de la corte fran-
cesa en la fábrica de Sevres, que hasta finales del siglo XVIII
impuso en Europa un tipo de decoración naturalista floreada e
inadecuada, y más envilecida aún que la más excéntrica cerámica
Ming hubiera podido jamás soñar, y tan alejada como pueda
concebirse de la sobriedad de los ceramistas Sung. Las cerámicas
inglesas de Chelsea, entre otras, imitaron estos ejemplos, y a lo
largo de todo el siglo XVIII y principios del XIX, la porcelana
francesa fue admirada hasta límites casi extravagantes en Inglate-
rra. Mientras tanto, en la fábrica Bow, en 1750, las cenizas de
huesos calcinados empezaron a sustituir a los materiales vítreos
de la pasta tierna, dando lugar a la aparición de un nuevo tipo de
porcelana intermedia, más fácil de cocer que la auténtica porce-
lana, y por esta razón más conveniente para el uso doméstico.
Con este procedimiento, finalmente perfeccionado por ]osiah
Spode en 1800, Inglaterra consiguió gran reputación durante el
siglo XIX. Después de un corto periodo de fabricación de la
porcelana dura en Plymouth y Bristol renunciaron a fabricarla
definitivamente en Inglaterra a partir de 1781; pero ha seguido
80
produciéndose y desarrollándose en el Continente en Sevres,
Berlín, Meissen y Copenhague.
Las altas temperaturas a que debe cocerse la porcelana dura
aumentan el coste de su producción y el riesgo de pérdidas en el
horno, y en comparación con la de pasta tierna, el aumento de su
resistencia queda contrarrestado por la frialdad de color y du-
reza de la superficie del barniz en la que los esmaltes no pueden
penetrar.
Actualmente parece que hemos llegado a una encrucijada.
Un nuevo impulso de la arquitectura y el interiorismo está alcan-
zando a toda Europa. Es la expresión genuina de la era mecani-
cista generalmente aceptada sin que surja ninguna actitud de
rechazo. El efecto más importante y decisivo en el campo de la
cerámica ha sido el de haber favorecido la simplificación de los
diseños, debida a las limitaciones del material, tal como lo con-
cibe la industria.
Tenemos que estar agradecidos a todo este proceso pero no
·s atisfechos. El interés puesto en el diseño geométrico no ayuda
en absoluto al ceramista, incluso quedando éste sometido a con-
diciones industriales, pues a la falta de vitalidad de la técnica
industrial, sobre la que he llamado la atención, se le añaden las
consecuencias de una próxima desaparición del concepto. La
cerámica producida bajo estas condiciones carece de inspira-
ción. La cerámica de calidad condiciona su forma y decoración,
elementos ya de por sí suficientemente abstractos. lo que hace
falta es la influencia humanizadora que puede hallarse en esta
creciente revalorización de las cualidades de la cerámica Sung y
de las otras cerámicas descritas en este libro. La cerámica al-
canzó la cúspide de su máxima evolución técnica cuando los
chinos descubrieron la fabricación de la porcelana. Podrán lo-
grarse, a través de nuevos impulsos creadores, infinitas variacio-
nes, síntesis y descubrimientos, pero no podremos llegar más
allá de la no porosidad de la pasta de porcelana, de su blancura o
pureza y de su translucidez 13 .
81
La creación artística expresa siempre el espíritu de la época,
y la nuestra, a pesar de todas las indecisiones, se dirige hacia una
síntesis humanística. Estamos obligados, tanto individualmente
como nacionalmente, a revisar el pasado y extraer de él lo me-
jor. Si nos interesamos enormemente por la cerámica Sung no es
para que simplemente nos contentemos en imitarla/sino porque
ofrece el modelo más universal y elevado con que vitalizar los
progresos técnicos de Occidente.
82
111. Arcillas
83
Casi todas las arcillas son efecto de la descomposición o
erosión de las rocas feldespáticas que componen la mayor parte
de la corteza ~rrestre. Estas formaciones son conocidas como
roca-madre de la arcilla. El feldespato que se encuentra habitual-
mente en forma de cristal blanco rectangular, incrustado en el
granito común, contiene álcali suficiente para fundirlo y quedar
como un fluido viscoso blancuzco y semitransparente a unos
1300 0 C de temperatura. La piedra de China (Cornish Stone o
Pegmatita) es una variedad de roca feldespática, muy parecida al
feldespato puro, que se funde a una temperatura ligeramente
más alta. Estas dos piedras se emplean a menudo como base de
los barnices de alta temperatura, y junto con el caolín son los
ingredientes principales de la verdadera pasta de porcelana dura.
La descomposición natural del granito libera al feldespato de su
contenido alcalino, y lo que queda es la arcilla de China o caolín,
que se encuentra en enormes depósitos de diferentes partes del
mundo!, en Cornualles 2 , en Inglaterra, especialmente. Esta arci-
lla primaria se halla cerca de su roca-madre. Es un material muy
valioso para los ceramistas porque resiste temperaturas muy al-
tas sin alterar su color. Sin él no podrían realizarse la mayoría de
nuestras vajillas. Está compuesto de sílice, alúmina yagua, y los
químicos lo denominan ácido alúmina-silícico. En su teórico
estado puro tiene la fórmula A1203' Si 02' 2H 2 O; la composi-
ción aproximada es : 39.45 de alúmina, 46.64 de sílice y 13.91 de
agua. La mayoría de las arcillas no contienen mucho más de un
50% de esta arcilla pura, pero el caolín puede llegar a tener
hasta un 95%. Como puede suponerse, raras veces el caolín es
plástico. Las causas de la plasticidad de las arcillas no se han
explicado todavía satisfactoriamente. No obstante suponemos
84
que está en relación con la cantidad y el tamaño de las partículas
de arcilla pura presentes. Los demás elementos pueden descri-
birse más o menos como arena fina. La forma plana o laminar de
estos granos de arcilla microscópicos que, con la presencia del
agua, están sujetos a una fuerte atracción molecular, y, quizás
más aún la salinidad o acidez del agua combinada con la arcilla,
parece que son los responsables de una cierta lubrificación co-
loidal o gelatinosa que aumenta la plasticidad.
Las arcillas Ball Clay 3 son parecidas en su composición al
caolín, pero resultan mucho más plásticas. Contienen algo de
soda o potasa de origen vegetal que rebajan su punto de fusión y
explican su variedad de colores en estado crudo. Este color, no
obstante, desaparece después de la cochura, resultando una
pasta de color crema o ligeramente grisácea.
Las arcillas secundarias son producto de un caolín transpor-
tado por el agua lejos de su lugar de origen y que ha ido reco-
giendo impurezas en su, a menudo, largo curso, hasta el lecho
final de sedimentación. Como las impurezas pueden ser de mu-
chas clases, la variedad de arcillas secundarias es, por esta razón,
considerable. Se pueden clasificar en: refractarias, vitrificables y
fusibles . Las arcillas refractarias, entre las cuales deben incluirse
las arcillas fire-day, no se vitrifican hasta los 1400° - 15000 C de
temperatura. Las arcillas vitrificables acostumbran a fundir a la
temperatura de cocción de la porcelana dura, 1350°C. De este
grupo el tipo alcalino es el empleado por lo general en Inglaterra
para la fabricación de gres. Las arcillas fusibles, que son de todas
las arcillas las que se encuentran más abundantemente, puesto
que las hay en cada país, se deforman a los 12000 C o menos. Las
variedades más corrientes contienen hierro, y quedan de color
rojo anaranjado hasta marrón, si se cuecen a partir de los
1000°C. Los ladrillos rojos y las baldosas están fabricados con
este tipo de arcillas. La mayoría de los enseres de cerámica pri-
mitiva y campesina se hacen con tales arcillas fusibles. El ocre tan
útil para preparar engobes y pigmentos y todo el grupo llamado
tierras, sombra y siena, son variantes finas y a menudo muy
plásticas. Contienen gran porcentaje de óxido rojo de hierro y a
85
veces se usan para la fabricación de una especie de pasta de gres
de baja temperatura, sin es~alte4 .
C) Ovalado )
o Redondo :J
fig. 1 Muestras de arcilla en forma de anillos
86
resistir las altas temperaturas y, por consiguiente, es muy valiosa
para «abrir» una arcilla que, por el contrario, resulta demasiado
fina 5 . Al añadirla no sólo se consigue una textura agradable sino
que también se contribuye a evitar las contracciones, deforma-
ciones y grietas excesivas.
Después de haber eliminado completamente de las pruebas
de arcilla las impurezas de grava, raíces, hojas muertas, etc., hay
que cubrirlas con telas húmedas hasta que se reblandezcan y
después enrollarlas con las palmas de las manos, dobladas y
vueltas a enrollar durante algunos minutos, hasta lograr una con-
sistencia completamente uniforme. Estos rollos se cortan en tro-
zos de 8 cm de largo y 1 cm de ancho, y después se doblan en
forma de anillo con los extremos encabalgados y aplastados con
un dedo sobre la tabla de una mesa seca/para que tengan base
donde asentarse.
Si al curvar los anillos, éstos se resquebrajan, sabremos que
la arcilla es demasiado «corta» para tornearla y conviene que la
desechemos a menos que se mezcle con otra más plástica. La
siguiente operación consiste en secar cuidadosamente los anillos
y cocerlos a la temperatura y atmósfera necesarias para el tipo de
cerámica requerida. Por ésta y muchas otras razones, es casi
indispensable poseer un horno de pruebas (véase capítulo VIII,
pág. 345), que permita tener una idea del color de la arcilla bajo
barnices claros, de su contracción y de su resistencia a la tempe-
ratura.
87
gación del material por el que la sustancia arcillosa, y por ende,
la plasticidad, aumentan. Siempre que la arcilla no contenga
mayores impurezas, puede humedecerse con agua que no sea
caliza, y amasarse con la mano, el pie o una galletera hasta conse-
guir la consistencia correcta para su torneado. Si contiene dema-
siadas impurezas para poderla tornear directamente, hay que
secarla y pesarla. Cualquier arcilla preparada a base de mezclas
con otra debe tratarse de la misma forma. Ambas arcillas, o más
si las hubiere, se mezclarán con agua, y la barbotina se tamizará
con cribas de diferentes tamaños de malla. Después de dejar que
repose la barbotina ya limpia, para que sedimente, se decanta el
agua de la superficie, dejando que el poso de arcilla blanda
seque lentamente, hasta obtener una consistencia suficiente
como para poderla amasar y usar. El proceso de evaporación del
agua se puede acelerar con un calor moderado o con la ayuda de
un filtro prensa; pero debemos aclarar que un calor excesivo
destruye la vida orgánica de la arcilla y reduce su plasticidad, y
además, que la arcilla endurecida por el filtro prensa, es menos
plástica que la preparada al estilo antiguo, más pausado. La arci-
lla mejora con un almacenamiento prolongado, gana plasticidad,
continúa su proceso de descomposición, cambia de color e in-
cluso puede empezar a oler mal. Me han contado, que los anti-
88
guas ceramistas hablaban de unas arcillas maduras o rancias con
el mismo impresionante fervor que los gastrónomos discuten
sobre la cosecha de los vinos. La arcilla debe mezclarse otra vez
inmediatamente antes de su utilización. En las fábricas se hace
con una máquina amasadora o galletera, pero el resultado no es
tan bueno como el aparejamiento y amasado de la arcilla con la
mano o el pie. Afirman en Japón que la lenta y rítmica presión
del talón del hombre trabajando la arcilla con un movimiento
rotatorio, mientras se sujeta con mano firme un palo por encima
de la cabeza, da excelentes resultados. El agriado y amasado del
barro hacen que las partículas planas de la arcilla se acerquen
entre sí y se junten paralelamente, aumentando por ello la atrac-
ción molecular y la plasticidad. Si las impurezas sacadas de la
mezcla de las arcillas tamizadas son de un volumen considerable,
será necesario tratar cada arcilla por separado y compensar la
pérdida antes de mezclar las barbotinas. Las principales impure-
zas contenidas en las arcillas son la magnesia, el potasio, el sodio,
el hierro, la cal y el carbón o materias vegetales. La cal o carbo-
nato cálcico absorbido por el agua disminuye la plasticidad, y el
carbonato de magnesia actúa de forma similar, aunque está en
proporciones más pequeñas en las arcillas. En la industria cerá-
mica se elimina el hierro de las barbo tinas por medio de electro-
imanes.
Puede ser útil describir con mayor riqueza de detalles y con
la ayuda de dibujos, los métodos que empleamos en Sto Ives para
la preparación de engobes y pastas de gres: después de haber
tenido las arcillas a la intemperie se cogen del lugar a montones,
se secan y se pesan. A continuación se mezclan con agua dentro
de un barril, con la ayuda de una batidora-mezcladora, hasta con-
seguir que la mezcla quede ligada igual que por ejemplo una
papilla espesa y grumosa. Se coloca un barril A alIado de otro B
sobre una plataforma elevada. Se pone sobre dos listones, y
encima de la boca del barril B, una criba de malla del 60, por la
que se hace pasar la papilla de barro. Se golpea la criba con un
palo, horizontalmente, para ayudar el filtrado, y los grumos acu-
mulados en la criba se dispersan con el chorro de agua de una
manguera de boca estrecha, o bien los trasladamos al otro barril
A, separando solamente los guijarros que quedan. Se saca cada
mañana el agua limpia que flota encima del barril B, con la ayuda
de un sifón, devolviéndola al barril A, y revolvemos a continua-
89
ción la papilla con la batidora. Tan pronto el barril B está lleno
de una barbotina fina y espesa, se vierte su contenido dentro de
uno de los dos largos depósitos paralelos, hechos con placas de
arcilla fire-clay de 45 x 30 x 6 cm 6 • Estos depósitos están suje-
. tos por unos marcos finos de madera y las juntas de las placas
rellenas con cemento. Se utiliza una arcilla espesa para reparar
cualquier rotura que pueda aparecer más tarde. Los depósitos
quedan algo elevados del suelo para que el aire circule libre-
mente a su alrededor, ayudando asi a la evaporación de la hume-
dad que se filtra de la barbotina a través de las placas.
Altu ra 1 m
H oja de hierro
90
Se colocan encima de los depósitos unas planchas galvaniza-
das de 180 x 60 cm, para protegerlos de la lluvia, el polvo y las
hojas secas. Se necesitan unos quince días para que la barbotina
se endurezca lo suficiente para ser amasada. Algunas veces utili-
zamos un depósito para una determinada mezcla de arcillas y
otro para otra. N uestros depósitos tienen unos 3.60 m de largo,
30 cm de profundidad y 30 cm de ancho, y cada uno propor-
ciona la arcilla suficiente para hacer unas 300 vasijas, 500 libras
inglesas '.
En Japón es corriente trabajar con tres barriles para la criba,
de tal forma que una persona puede ir cribando continuamente
en uno, mientras otro se sedimenta. Los ceramistas japoneses
piensan que el uso repetido de una misma agua ayuda a la forma-
Manguera
Arcilla blanda
91
ció n coloidal de la arcilla, es decir, la hace más plástica. Al ex-
traer la arcilla de los depósitos nos encontramos que por regla
general en el centro es demasiado blanda mientras que en los
bordes resulta excesivamente dura. Para lograr una homogenei-
dad tenemos que mezclar las partes duras con las blandas. Esta
operación puede hacerse poniendo el barro en boles de yeso de
paredes muy gruesas, entre placas gruesas muy absorbentes o
secándolo directamente al sol y al viento. La arcilla, después de
todo esto, está ya dispuesta para ser aparejada y amasada. Si se
trata de grandes cantidades es mejor pasarla por una «galletera»,
que funciona del mismo modo que una máquina de picar carne.
El proceso de aparejar el barro consiste en coger un trozo de
arcilla de unos 30 kg de peso y colocarlo encima de una sólida
mesa con una superficie de yeso o una piedra lisa como la piza-
rra, que es ligeramente absorbente, de manera que la mitad de
este trozo de arcilla sobresalga d~l borde de la mesa. A continua-
ción se corta el barro en dos trozos con la ayuda de un alambre
de unos 60 cm de largo rematado por los dos extremos para
poderlo coger bien. El corte se realiza con los brazos extendidos
a la altura de la rodilla, en dirección hacia arriba. Se da la vuelta a
la mitad de la arcilla que sobresale de la mesa, y levantándola con
las dos manos por encima de la cabeza, se la deja caer con todo
su peso encima de la otra mitad, de este modo las dos superficies
cortadas se juntan una encima de la otra, frente al que trabaja.
Las dos masas de arcilla unidas se baten con las palmas de la
mano por todo su alrededor y se les da una vuelta de medio giro,
colocando la nueva masa de barro en la misma posición que la
anterior, con su mitad aproximadamente saliendo del borde de
la mesa, y repitiendo el mismo proceso otra vez, cortado en dos,
etc., por espacio de un cuarto de hora. Estos quince minutos de
92
fig. 7 Boles de yeso o de arcilla bizcochada para endurecer el barro
Amasado
Los japoneses amasan su arcilla con un movimiento de rotación
de ambas manos y dejando recaer el peso de los hombros rítmi-
camente sobre el puño derecho. Manipulan unos 10 ó 15 kg de
barro a la vez, mientras giran la arcilla lentamente siguiendo la
dirección de las agujas del reloj, principalmente con la mano
izquierda, mientras la mano derecha sujeta de nuevo el barro
después de cada nueva presión y relajamiento. El resultado con-
siste en el desplazamiento de la arcilla desde el exterior hacia el
93
centro de la masa, desde donde vuelve a desplazarse lentamente
hacia la circunferencia. Bastan unas cien o ciento cincuenta vuel-
tas (operación que exige unos cinco minutos), para expulsar todo
el aire y templar cuidadosamente la arcilla. El movimiento de la
mano derecha es apropiado cuando la rueda del torno gira tam-
bién en la dirección de las agujas del reloj.
En Inglaterra8 sería mejor aprender a amasar con la mano
izquierda y así la torsión del barro tendría la misma dirección a
favor del movimiento a seguir en el torno y no la contraria.
Esto sólo se hará en el caso de amasar barro para una sola
pieza. Para aprender este método son suficientes unos días,
8 . No sólo para Inglaterra, como indica el autor, sino también para todo
el mundo occidental es oportuna la recomendación , puesto que el giro
del torno de origen europeo o continental es siempre en sentido contra-
rio al de las agujas del reloj , y por el contrario las ruedas de los tornos
e n Oriente sie mpre giran hacia la de recha. (N. del t.).
94
pero una vez aprendido es el mejor sistema para pequeñas can-
tidades de barro destinadas al torno. En un taller pequeño, yo
aconsejo efectuar el aparejamiento y amasado del barro antes
del almacenaje.
Almacenaje
Engobes
95
engobe. Una vasija que se ha dejado secar a punto de dureza
°de cuero puede cubrirse con esta barbotina utilizando los mis-
mos procedimientos que para esmaltar. Un engobe se adhiere
bien cuando su contracción durante el sec-ado y la cocción es
aproximadamente igual que la de la pasta de la vasija donde se
ha aplicado. Por esta razón su composición ha de tener la ma-
yor cantidad posible de la misma arcilla utilizada para hacer la
vasija, o al menos tanta como lo permita la diferencia de los
coloJ;"es. Los cuerpos que cubriremos con engobes son general-
mente de colores intermedios, y por esta razón los engobes
oscuros no presentan muchos problemas. Sin embargo cuando
una pasta roja o gris está cubierta con un engobe blanco, se
suelen encontrar dificultades. Los engobes que se desprenden o
saltan en forma de escamas, especialmente en los bordes finos
de las tazas, boles y asas, se deben a que han soportado una
mayor contracción de la pasta. En el barnizado sobre piezas
crudas esta tendencia es aún más pronunciada, y resulta más
difícil corregir el defecto. Respecto a los engobes, la solución
consistiría en añadirles materiales más plásticos, susceptibles de
producir, por tanto, un encogimiento mayor; y respecto a las
pastas, en añadirles elementos más refractarios. Nosotros no
hemos tenido problemas usando engobes excesivamente plásti-
cos sobre pastas de texturas ásperas. En el peor de los casos se
produjeron una serie de cisuras o resquebrajaduras en una es-
pesa franja de ocre puro trazada sobre una pasta refractaria de
raku; pero incluso en aquella ocasión el engobe se adhirió. Si
resultase difícil obtener un engobe de arcilla blanco con un
grado de contracción igual al de la pasta, y por una u otra razón
no se desease alterar la composición de esta pasta, las piezas
pueden bizcocharse y después bañarse en un engobe de naturaleza
poco plástica. Nosotros, en Sto Ives, cubrimos de este modo los
azulejos refractarios de gres, que bizcochamos en otra parte a
1200 oC, con un baño de:
Caolín 6
Arcilla Ball Clay 2
Feldespato 2
96
Resulta fácil hacer engobes de varios coLores añadiendo óxidos
metálicos o colorantes. Nosotros preparamos un engobe negro
que podemos usar por igual en nuestras pastas de baja tempera-
tura y en las de gres, de este modo:
97
Sedimentación
Todos los engobes tienen tendencia a depositarse en e! fondo de
los recipientes, y, a menudo, a formar pequeños grumos duros o
a secarse por los lados de! cubo y caer después dentro del lí-
quido en forma de escamas. Por consiguiente, no sólo tendrá
que agitarse bien e! engobe antes de usarlo sino que, si es nece-
sario, habrá que tamizarlo de nuevo.
La consistencia de los engobes en parte es una cuestión de gusto,
pero el espesor registrado con un aerómetro densímetro debe
anotarse para poder volver a repetir el efecto anterior.
Gravedad específica
Debemos puntualizar algo suficientemente familiar a los cera-
mistas experimentados, pero que puede pasar inadvertido a los
principiantes: conviene tener en cuenta que el peso del conte-
nido de arcilla de engobes diferentes, de igual consistencia, no
tiene que ser necesariamente el mismo. Así, se tendrían que
hacer anotaciones exactas sobre las propiedades de los diferen-
tes materiales al uso en un taller de cerámica,si queremos obte-
ner resultados válidos 11. La precisión de laboratorio resulta muy
engorrosa para el artesano y el artista, pero hay que tener en
cuenta que este trabajo de taller intermedio, realizado con es-
mero y limpieza, es imprescindible.
Arcilla de raku
Las arcillas empleadas para realizar las piezas de raku tienen que
ser capaces de soportar los cambios repentinos y violentos de
temperatura, y este objetivo puede asegurarse con la simple
mezcla de la arcilla corriente con la fire-clay cocida a alta tempe-
ratura y vuelta a convertir en polvo; mezcla conocida por los
ceramistas con e! nombre de chamota. Cuando las arcillas están
expuestas al calor pierden tanto e! agua libre como la combinada
químicamente. La primera se pierde hasta un 30% alrededor de
los 100°C., la segunda de un 3 a un 13% entre 350° y 700°C.
Éstas son las dos primeras causas de la contracción, responsables
98
de un encogimiento del 10% por término medio. Añadiendo
cuarzo, pedernal, arena y especialmente chamota, la contracción
disminuye y al mismo tiempo los poros de la arcilla se abren
permitiendo que la humedad salga con más facilidad, salvando el
riesgo de que revienten las paredes que la aprisionan. Las pastas
de raku están normalmente hechas de arcilla blanca plástica, a la
que se le añade chamota. Esta última puede ser de grano grueso
o fino según las preferencias, pero la proporción utilizada es
raras veces inferior al tercio del volumen total de la masa. Si se
añade en exceso pierde la plasticidad. En muchas localidades es
imposible hallar una arcilla plástica que quede blanca después de
la cocción"y en tales casos uno tiene que comprar arcilla de gres
y chamota, o arcilla fire-clay como la que se usa para hacer las
cajas para el horno. He encontrado que la arcilla ball clay silícea
de Pike Brothers (de Poole) es excelente para éste y otros pro-
pósitos. F.]. &]. Pearson & Sons (de Stourbridge) venden bue-
nas arcillas refractarias. La última firma citada añade a la arcilla
en bruto de Stourbridge una considerable proporción de cha-
mota, y si se le añade un poco más de chamota, al ser amasada
puede obtenerse fácilmente una arcilla de raku satisfactoria. La
arcilla fire-clay de Stourbridge, usada como mezcla para dar tex-
turas ásperas, tiene la ventaja de no ser demasiado refinada. Por
regla general tiene que usarse para las piezas pequeñas y delica-
das, una chamota de grano fino; y a este efecto puede llegarse
normalmente a un acuerdo con la firma que suministra y vende
la arcilla fire··clay. Por si uno mismo se prepara su propia pasta,
es mejor tener siempre diferentes tipos de chamota, como, por
ejemplo, la que ha pasado a través de un tamiz de malla, 8, 16 y
32. Es menos importante preparar la arcilla para el raku con el
método húmedo. Puede mezclarse el polvo seco de arcilla con
agua, amasándolo, almacenándolo durante algunos días y vuelto
a amasar antes de usarlo, así con este tratamiento, los poros se
mantendrán más abiertos. No existe más razón que la pura-
mente estética pára que las pastas de raku sean blancas. Una
arcilla de color rojo, antes o después de la cocción, puede utili-
zarse siempre que dé buenos resultados; pero los japoneses pre-
fieren obtener las bellas coloraciones rojo ladrillo y salmón de
sus boles para té de raku, cubriendo la pasta blanca con varias
pinceladas de un engobe espeso de ocre crudo. El blanco debajo
del rojo proporciona mayor viveza y variedad de tono.
99
Pastas de barro cocido con engobe y barniz
La alfarería inglesa tradicional con engobe y barniz está com-
puesta normalmente de una arcilla local de origen secundario,
de color rojo o ante, a la que se le añaden, a veces, arena silícea o
cuarzo en polvo. Los antiguos ceramistas rurales y sus clientes
no reparaban en la porosidad de la pasta, pero, en nuestros días,
es verdaderamente importante usar una arcilla de textura fina y
compacta que vitrifique lo suficiente~ alrededor de los 10500 C
de temperatura, para evitar la permeabilidad. En el caso de que
esto sea difícil de conseguir es aconsejable elevar el punto de
fusión del barniz añadiéndole cuarzo o arcilla hasta que se con-
siga el punto de temperatura en que la pasta se vuelva imper-
meable, o sea a los 1100°C. Esto también impide la formación
de grietas o fisuras en el barniz. La mejor arcilla que conozco
para hacer piezas de barro cocido con engobe y barniz, la extrae
Charles Holland de Tawstock, Fremingeon, North Devon l2 •
Esta arcilla es la que han venido usando los ceramistas de North
Devon desde tiempos inmemoriales hasta nuestros días, y re-
cientemente Michael Cardew.
Yo obtengo mi arcilla roja de un pozo de la localidad que
también proporciona diferentes clases de arena, una arcilla
blanca fusible y un ocre excelente. Nuestra pasta para las piezas
engobadas está compuesta de:
12. Puesto que Charles Holland ya no vende más arcila, podemos reco-
mendar a los Sres. Branhams Ltd., de Barnstaple.
100
tamaño de una semilla de pájaro, después de cocidas las piezas
absorberán la humedad y saltarán esquirlas dejando al descu-
bierto unos nódulos blancos dentro del desconchado. A altas
temperaturas actuarán como fundentes y se combinarán con la
pasta.
Estas arcillas secundarias de color rojo,de las que hablo, con-
tienen hasta un 8 % de óxido de hierro, al que deben su color,
pero no hay ninguna necesidad de rechazar otras clases, siempre
y cuando no sean demasiado porosas. Yo hago mis grandes pla-
tos decorados con engobe arrastrado a la pera, al estilo Toft y la
vajilla para el horno en decoración peinada, con arcilla de raku,
por la sencilla razón de que debido a su naturaleza refractaria
resisten la deformación, y me parece una agradable experiencia
combinar una pasta clara con un trazado de engobe rojo y negro,
y un engobe blanco trazado sobre una pasta roja o marrón. En
mi horno circular se cuecen vueltos al revés y sobre unos sopor-
tes, los platos de 40 a 55 cm de diámetro. Si bien es verdad que
la pasta de barro refractario queda porosa a la temperatura de
1050 oC, dado que estos grandes platos no se han fabricado para
contener líquidos, tal circunstancia no constituye ningún grave
inconveniente.
Nuestro engobe color crema oscuro - Mezcla del blanco y del
rojo marrón.
Los engobes de color verde se consiguen añadiendo de un 2 a un
6 % de óxido negro de cobre a un engobe de color blanco.
Los engobes de color azul pueden hacerse añadiendo óxido
negro de cobalto molido muy fino en cantidad diez veces el peso
de engobe seco blanco, mezclando después esta composición
cuidadosamente con otras 85 a 90 partes de engobe blanco seco;
pero como el cobalto es el óxido colorante más fuerte, yo pre-
fiero mezclarlo con barbotina roja que le da un aspecto ligera-
mente granulado. Siempre que el engobe se adapte a la pasta
podrá aplicarse, tanto si es espeso como ralo. La aplicación de
una capa delgada es casi siempre muy agradable a la vista porque
deja que la pasta se transparente a través de ella de forma irregu-
lar después de la cocción. Se puede espesar la barbo tina dentro
de su recipiente añadiéndole un poco de ácido, como por ejem-
plo vinagre. Los efectos decorativos más espesos se obtienen
aplicando el engobe con un recipiente en forma de pera que lo
vierta a través de una cánula, como se hacía en las antiguas piezas
101
Toft. Si se prefieren unas líneas de trazo plano puede alisarse o
introducirse la barbotina, ya solidificada, dentro de la pasta de la
pieza con un punto de secado a dureza de cuero, formando una
especie de incrustación de bordes anchos y redondeados. El uso
de engobes para piezas jaspeadas y con decoración al peine se
describe en el capítulo dedicado a la decoración.
Pastas de gres
Las altas temperaturas de cocción del gres limitan el uso y selec-
ción de materiales. Las arcillas fusibles apropiadas para las piezas
de barro cocido con engobe y barniz sólo pueden utilizarse si se
combinan con otras más refractarias. Al igual que para otros
tipos de cerámica, la solución ideal sería la de descubrir una
simple arcilla natural que contuviera combinadas todas las cuali-
dades necesarias: resistencia al calor y a la atmósfera del horno,
plasticidad, impermeabilidad, color y textura agradables. Sólo
existen determinados lugares apro·)iados para producir un ma~e
rial capaz de reunir estas condicic.nes. En Inglaterra puede ha-
llarse en dos zonas: una, la del grupo de las arcillas fire-clays
localizables entre las vetas de carbón en Newcastle-on-Tyne,
Longport, South Yorks, y las Midlands ; y la otra entre las arcillas
de gres en los yacimientos de Poole y Bovery Tracey. Nuestras
arcillas fire-clays se parecen más a las arcillas utilizadas en
Oriente que nuestras arcillas corrientes. Las arcillas ball clay y
las de g res que están a la venta son tan grasas que tienen que
mezclarse con materiales más groseros como la chamota o barros
rojos, o arena silícea, para darles un carácter que compense la
rica suavidad de los barnices de gres. Generalmente se requiere
la mezcla de distintos materiales para preparar una pasta satisfac-
toria; pero puede conseguirse muy fácilmente si se aplican en
forma apropiada los principios exactos que rigen la materia. Las
arcillas plásticas en exceso pueden abrirse o endurecerse con
arcillas poco plásticas; las que no lo son en absoluto pueden
enriquecerse y aumentar la contracció n con la ayuda de arcillas
largas o plásticas. El color y la fusibilidad se ven incrementados
añadiendo arcillas rojas, o también feldespato para aumentar la
vitrificación. Algunas veces es mejor añadir, en sustitución de la
chamota, lo que se ha denominado tiestos, tejoletas o fragmentos
102
de piezas de cerámica cocidas. Estos tiestos están compuestos de
la misma pasta que la pieza, cocidos a la misma temperatura y
triturados en forma de polvo más o menos fino. La ventaja de su
uso estriba en que disminuyen la contracción y airean la pasta sin
alterar su composición. Antes de iniciar la producción en sí
misma es necesario realizar muchos ensayos con la arcilla. Es
importante además que el ceramista se asegure de que va a
disponer de una fuente de suministro de esta materia prima en
cantidad suficiente, porque la composición de la arcilla en un
yacimiento suele variar de filón en filón.
Tendrían que anotarse cuidadosamente estos ensayos y de-
berían guardarse, para una referencia en el futuro, pruebas obte-
nidas del material en crudo y cocido. En el trabajo práctico de
un pequeño taller de cerámica estas pruebas de arcilla se combi-
narán sin duda con experimentos de engobes, pigmentos y bar-
nices crudos para la monococción y la bicocción':l. En Cornua-
Hes los productos de la localidad consistían en una arcilla fusible
roja de origen secundario, caolín, feldespato y arena. Durante
varios años nuestra pasta de gres dependía totalmente de la
mezcla de estos cuatro elementos. Más tarde conseguimos de
Poole una arcilla ball day blanca silícea de Pike Brothers, con la
que mezclamos caolín, feldespato y cuarzo para fabricar una
porcelana plástica y bastante blanca, pero no muy translúcida. A
esta porcelana le añadimos diferentes cantidades de nuestro ba-
rro local rojo, usado como arcilla en nuestras piezas de barro
cocidas con engobe y barniz, con el fin de aclarar u oscurecer las
pastas de gres. Para las piezas de gran tamaño también añadimos
nuestra arcilla para raku (pág. 100). Para la otra pasta que hemos
preparado, destinada a la realización de los finos celadones, en
lugar de usar la arcilla roja de las piezas cocidas con engobe,
añadimos de un 5 a un 10% de ocre crudo a nuestra pasta de
porcelana. Ésta es sin duda una forma algo expeditiva y rudimen-
taria de hacer las cosas, pero desde luego, muy útil. Este proce-
dimiento no sería oportuno si la producción fuese copiosa, y la
103
reproducción tuviera la necesaria exactitud; pero con un control
personal es posible, y bastante corriente en los talleres de
Oriente, manipular empíricamente dos o tres arcillas, media do-
cena de engobes y el doble de muchos barnices. Sería inútil,
dada su variación, establecer la composición exacta de las arci-
llas, y, a menos que se usaran exactamente bajo las mismas con-
diciones, las fórmulas carecerían de interés. 1.0 que realmente
importa es la comprensión de estos principios implícitos, y una
aplicación sistemática de ellos con cualquiera de las materias
primas que podamos conseguir. Nuestra pasta para piezas de
barro cocido con engobe se oscurece y vitrifica alrededor de los
11500 - 12000C, y se reblandece y deforma a 1300°C. Esto
afecta a la mayoría de nuestras arcillas locales. Pero como el
caolín resiste fácilmente nuestras altas temperaturas de cocción
y permanece blanco, puede obtenerse una pasta de gres con
estos dos materiales añadiendo al barro rojo 25 % y aún más, de
caolín, hasta el punto de que la plasticidad disminuye, digamos,
hasta un 65%. La arcilla ball cIay blanca silícea de Pike también
resiste por encima de los 1350°C. Con una atmósfera oxidan~e
toma un color ligeramente agamuzado y con la atmósfera reduc-
tora, un gris cIara.
Porcelana
Caolín de Varcoe nO 1 45
Feldespato de Varcoe triturado en agua 25
Arcilla ball cIay silícea de Pike, G .F.S. 16.66
Cuarzo de Wenger 471 P triturado en agua 13.33
14. lrish Potting Clays , Notes on Pottery Clays, por James Fairie, F.G.S.
Scon Greenwood & Ca.
104
inglesa. Pero él asegura que las vetas de petrosílex descubiertas,
aunque no explotadas, en algunos lugares de Irlanda correspon-
den al mineral amakusa japonés y al pelunlze chino. Tanto en
China como en]apón existen formas de feldespato semidescom-
puesto que cuando están bien trituradas sirven sin necesidad de
ningún agregado para hacer buenas pastas de porcelanaJ fáciles
de tornear. El hecho de que no se fabriquen en Inglaterra autén-
ticas pastas de porcelana puede atribuirse en gran parte a la
invención de la porcelana de hueso l 5 • No existe ninguna duda
de que si nosotros hubiésemos querido fabricar porcelana sin la
menor exigencia de calidad, hubiésemos podido conseguirlo
empleando nuestros materiales disponibles. Actualmente, bajo
una nueva concepción de la porcelana fina, lograda gracias al
trabajo de los antiguos artesanos chinos, la ocasión parece propi-
cia para intentar nuevas experiencias. El intento más cercano en
el tiempo es el de la famosa porcelana de Paros compuesta de dos
partes de feldespato por una parte de caolín, cocida a 1150° -
12000 C ; aunque utilizada principalmente para fabricar estatui-
llas bizcochadas y sin esmalte.
Ninguna porcelana europea, ya sea blanda o dura, poseyó
nunca estas cualidades de pasta, color y barniz que hallamos
generalmente en la porcelana de las dinastías Tang, Sung o
Ming. En otras palabras, los fabricantes europeos se han inspi-
rado en los ejemplos orientales tardíos, comparativamente de-
gradados, simplemente porque no se fabricó porcelana en Eu-
ropa antes del siglo XVIII, y las bellas cerámicas primitivas chi-
nas fueron prácticamente desconocidas hasta la segunda década
del siglo XX. Puesto que nueve de cada diez partes de nuestras
cerámicas industriales están hechas con moldes y no al torno, el
inconveniente de la falta de plasticidad no tiene importancia.
Pero, incluso ahora, esta dificultad puede superarse usando pe-
queñas cantidades de arcillas americanas, tales como las hall clay
de Carolina y de Florida en Estados Unidos y, aún más, con la
Bentonita. Todas ellas tienen la singular propiedad de conseguir
que una pasta, que por otro lado no es plástica, se pueda utilizar
para tornear cuando están presentes tales arcillas aunque sea en
pequeñas cantidades. Los caolines orientales son mucho más
plásticos que cualquiera de los que se encuentran en Inglaterra .
105
IV. La fabricación de formas de arcilla
106
también, pero principalmente para efectOs decorativos. Una va-
sija de este tipo/ modelada a mano/ puede colocarse en el interior
de un bol poco profundo, que la contendrá; los primitivos alfa-
reros de Nigeria utilizaban fragmentos de fondos de vasijas rotas
y bizcochadas como soporte. Colocándolos invertidos, se em-
plean como moldes convexos sobre los que se aprieta la arcilla
para formar el fondo de vasijas construidas con rollos en espiraL
Para evitar que la arcilla blanda se pegue a ellos, hay que espol-
vorear estas superficies con arcilla seca en polvo o cuarzo.
107
arcilla se separara con facilidad al secarse y contraerse. Algunas
vasijas incluso fueron hechas y cocidas en cestos que se quema-
ron al ponerlas al fuego, dejando en el barro la impresión del
motivo trenzado".
Rollo
Rollos
Paleta de madera
108
visto en Oriente son una preparación preliminar a las técnicas,
consistentes en tornear la arcilla, rebajarla y alisar/a. Sencilla-
mente, no es más que un medio efectivo de construir una pared
de barro que recibirá un tratamiento ulterior; los rollos nunca se
dejan como tales . Hoy en día este método se emplea principal-
mente para hacer grandes vasijas en la rueda de alfarero. Hace
tres años , sin embargo, en la localidad japonesa de Tokunabe
pude ver uno de los úlómos artesanos capaces aún de hacer una
vasija enorme sin ayuda del torno. El alfarero iba dando la vuelta
a un jarrón de 90 cm de alto por 90 cm de diámetro, sosteniendo
con el antebrazo derecho un rollo de arcilla de 4 5 cm de largo
por 5 de ancho, enrollándolo, apretándolo y aplicándolo a la
pared, que sostenía por fuera con la palma de la mano izquierda.
El movimiento era rítmico y regular, e incluso antes de que
procediera a golpear la obra recién hecha con una pala, sustitu-
yendo su mano izquierda por un soporte de madera de forma
especial, la superficie ya había quedado sorprendentemente lisa
y suave . Luego, cuando tomó unos paños húmedos en cada
mano para alisar los 18 cm que había añadido a la parte superior
de la vasija, resultaba difícil no creer que la misma había sido
109
hecha al torno. Entre algunos pueblos primitivos se emplea una
tosca base giratoria o torneta para evitar la necesidad de tener
que caminar alrededor de la vasija, y parece evidente que éste es
el origen del torno de alfarero.
El torno de alfarero
El torno sobre el cual el alfarero moldea sus vasijas huecas es
uno de los ingenios más originales e Íntimos que ha inventado el
ser humano. No existe nada comparable en ningún otro oficio.
El metal, la madera, la fibra y el vidrio no responden tan dócil-
mente como la arcilla al tacto del artesano.
110
Se sabe que el torno de alfarero ya existía en Egipto en los
albores de la historia escrita, y en China y Europa se remonta
por lo menos al año 2000 a. de].C. La opinión más difundida es
la de que tuvo su origen en algún lugar del Próximo Oriente, y
que desde allí se propagó a otras regiones. Los dibujos anejos
ilustran unos cuantos de los numerosos tipos existentes. En sín-
tesis, todos estos tornos consisten en una rueda principal o
plato, que gira a considerable velocidad y muy suavemente, y
que es accionada con la mano, con el pie o por un mecanismo. El
impulso se obtiene mediante una rueda motriz muy pesada o un
volante. En algunos casos el eje o árbol está sujeto al plato y gira
dentro de una cavidad que tiene en la base; en otros casos, la
cavidad se halla en el centro de un árbol hueco, inserto en la
paree inferior de la rueda principal o plato, y el eje está fijo en el
suelo. Este último tipo es muy común en Oriente y el anterior en
Occidente. El primitivo torno de pie se hace girar mediante la
acción directa del pie desnudo sobre el volante, pero el cipo más
evolucionado posee una manivela en el eje de hierro, provista
de un pedal. Antes del advenimiento de los tornos mecánicos, la
rueda del torno se hacía girar también por medio de una correa
conectada a una gran rueda separada, que un ayudante hacía
girar a mano. Actualmente el movimiento de los me jores tornos
mecánicos está producido por la fricción de dos conos,invercidos
de tal manera, que la alteración del ángulo de uno determina el
punto de contacto y, en consecuencia, la velocidad del otro.
111
fig . 6 Torno de pie , Normandía
11 2
y Copa o cavidad
de porcelana
4. En 1939 los avances en tornos mecánicos eran muy limitados. Hoy día
existen muy buenos tornos eléctricos, económicos y de tamaño reducido,
muy apropiados para un estudio o taller artesano pequeño. (N. del t.).
113
fig. 8 Torno de pie d e Sr. Ives
Torneado
Cualquier descripción verbal de la manipulación de la arcilla en un
torno de alfarero es probable que resulte inexacta, cuando no
equívoca. Cualquiera que vea cómo una vasija va tomando forma
114
a partir de una bola de arcilla, y lo esté viendo por primera vez,
quedará estupefacto ante la aparente facilidad de la operación.
Centrado
115
jeta la arcilla húmeda entre ambas manos, con los codos inmovi-
lizados al tenerlos apoyados en el borde más próximo de la caja y
empujando el barro hacia un giro central uniforme.
La presión horizontal de ambas manos hace que la bola de
arcilla se convierta en un cono, que entonces se deprimirá con la
palma de la mano izquierda, mientras con la derecha se conti-
nuará empujando la arcilla hacia el centro. Este movimiento de
ascenso y descenso se repetirá varias veces hasta conseguir una
adecuada consistencia final de la arcilla. De ningún modo hay
que abrir huecos para luego cerrarlos, porque en la masa queda-
ría aprisionada una arcilla más blanda, que luego nos causaría
dificultades.
116
24. Cerámica estilo trad icional con engobe y barniz de galena ,
por Michael Cardew . Jarro de sidra grande , de color negro , con
asa y grifo , y cuenco ; el primero , con un motivo decorativo ras-
cado en el esmalte, y el segundo , con el motivo trazado con en-
gobe blanco . Estas piezas poseen energía , y constituyen la expre-
sión más vigorosa de la vida rural inglesa contemporánea.
117
25. Bellarmina o Greybeard alemana , con barniz salino , obra del
siglo XVII. Forma europea vigorosa. En su decoración reproduce
un sello de estilo severo y de diseño bizantino perfectamente
adaptado al aspecto y tono general que le comunica su barniz de
sal a fuego reductor , dándole cierto parecido con la piel de leo-
pardo . (Véase pág . 56).
11 8
26 . Pequeño bol coreano con esmalte celadón. Dinastía Korai
(propiedad del autor) . Reparado con laca dorada ; marcas de gra-
nos de cuarzo en el pie . La libertad y ligereza de trazo de la
decoración Sung, grabada sobre la arcilla aún tierna/ crea un ex-
quisito motivo sobre una curva en forma de concha .
119
27 . Bol anamita, en gres , del siglo XIII. Revela la influencia de los
ceramistas Sung .
120
32 . Jarro grande de gres , por el autor .• Esmalte moteado Chün ,
color aceituna claro .
•
30. Detalle de un jarro parecido al de la ilustración 31 . Trazos de
rojo de cobre bajo cubierta complementan el azul apagado del
mineral de cobalto nativo .
31 . Jarro grande coreano de porcelana . Pintado en azul bajo cu-
bierta . Comienzos de la dinastía Ri , siglos XV al XVI. El carácter
de la línea y la forma coreanas son prolongación evidente de la
modalidad china .
123
124
I
. I
•
33 . Botella de gres ch ina, Sung , Tz 'ou Chou . Motivo esgrafiado ,
cocción ox idante. El fondo se ha trazado con la ayuda de una
pequeña herramienta de bambú , probablemente la punta del
mango de un pincel inservible . La forma es perfecta y el d ibujo ,
limpio y enérgico , a pesar de que pueden ponerse reparos al re-
mate de la decoración sobre el hombro de la figura .
125
35 . Incensario chino de la dinast ía Han .
126
127
38 . Figurita funeraria china, en terracota , de una dama de la corte .
Dinastía Tang . La belleza de muchas de estas piezas es insepara-
ble de la mejor escultura de la época .
128
39 Y 40. Figuritas funerarias chinas . en terra co ta . Bai larinas . DI -
nast ía Tang .
129
130
43 . Cántaro popular de loza . co n engobe . hecho actualmente en
Cornualles . Forma vigorosa y buena fabricación artesana, mante -
nida desde el siglo XVIII.
...
41 . Tetera de porcelana, de Shoji Hamada . Forma hecha al torno y
dividida en planos , incluyendo el asa . Esmalte negro «tenmoku »
con tendencias a emerger el co lor rojo de herrumbre en las partes
delgadas .
42 . Tetera de gres , por el autor. Dibujo grabado , visible a través de
un esmal te azul aceituna .
13 1
44 . Jarra medieval inglesa , de forma y decoración rotundas por
igual. (Con la amable autorización del Cheam Pari sh Council) .
132
45 . Caja de gres con esmalte Tenmoku , de color negro rompiendo
hacia un tono rojo de herrumbre, por Kanjiro Kawai , de Kyoto;
ceramista independiente japonés.
133
46. Bol persa de reflejos metáli cos , Rhages , siglo X. Es raro ver
utilizada con acierto la figura humana sirviendo de tema decora-
tivo . La distribución del espacio es viva en esta obra , precursora
de los dibujos de heráldica . (Véase pág . 191) .
134
135
dichos movimientos en el exterior por una presión correspon-
diente, ejercida con el índice doblado de la mano derecha, o por
un listón de madera si se desea una superficie lisa 5 • La técnica
china es semejante a la nuestra, pero las posiciones se invierten
en el Japón, donde el torno gira de izquierda a derecha, reser-
vándose así la fuerza extra del brazo derecho del alfarero para
hacer girar el torno de la manera que ya hemos descrito. Excep-
tuando el caso de cuencos poco profundos y fuentes, la forma
preliminar de todas las vasijas verticales es un cilindro, cosa que,
precisamente, tienen que aprender a hacer los principiantes, si
quieren convertirse en torneros competentes, y desde el princi-
pio deberán atenerse al peso, las medidas y el tiempo, sin pre-
tender entregarse a intentos por realizar bellas formas que so-
brepasen su capacidad. Esto se refiere concretamente a los estu-
diantes de Bellas Artes, que por falta de contacto con las verda-
deras condiciones existentes en un taller, tratan de hacer cerá-
mica como si se tratase de pintura o escultura. Por otra parte, el
torneado de piezas no tarda en convertirse en algo insensible y
mecánico cuando se realiza en una fábrica. Tornear un cilindro
es francamente un buen ejercicio, y muy esencial, pero no tar-
dará en convertirse en una exploración progresiva de la forma,
así que el estudiante consiga hacer sin dificultad pequeños cilin-
dros, bien centrados y con paredes de grosor igual. Conviene
hacer pruebas de vez en cuando cortando longitudinalmente la
vasija en dos mitades, con un alambre o aguja.
La tendencia natural de cualquier forma abierta que gira es la
de abrirse y rajarse por el borde, pero tal tendencia puede con-
trarrestarse ejerciendo una acción de recoger el ba"o cerrando
gradualmente la abertura, con un lento movimiento ascendente
y hacia adentro de ambas manos con las que se rodeará el cilin-
dro. A continuación hay que comprimir el borde hasta formar
un grueso bordón. Si la acción de recoger el barro se hace vio-
lentamente, la arcilla formará ondas. Una ligera onda puede ali-
sarse sosteniendo desde el interior con una mano, mientras la
otra continúa suavemente la acción de recoger. Cuanto más alta
sea la vasija más lentamente debe girar, y más regular debe ser el
136
movimiento del torno. Con la práctica, podrá llegarse hasta la
construcción de cilindros de hasta 45 cm de altura". Cualquier
137
En Oriente hay costumbre de trabajar con una gran masa de
arcilla sobre el torno para hacer con ella varias vasijas. El alfa-
rero se sienta ante él con las piernas cruzadas, inclinándose más
que en Occidente, lo cual resulta bastante ventajoso al hacer for-
mas altas.
La conversión de un cilindro en curvas se consigue de forma
muy natural mediante la acción persuasiva de la mano desde el
interior, pero para correcciones menores de forma, en jarrones
o botellas de cuello estrecho, la mano se puede sustituir por
largos palos o perfiles de madera, que se sostendrán firmemente en
ángulo de manera que el bisel mire a la arcilla giratoria, disten-
diendo suavemente la curva.
U n alfarero diestro sólo necesita unos segundos para centrar
la masa y hacer el cilindro, antes de dar rápidamente la forma
final a la arcilla, haciéndola girar. Es este vigor y seguridad lo que
infunden vitalidad al ritmo de una vasija. Siempre que sea posi-
ble convendrá mantener la abertura lo suficientemente ancha
para que permita la introducción de la mano o el brazo hasta el
último momento. Cuanto más tiempo dure la acción de tornear,
tanto más húmeda y delgada se hará la pared de la vasija, y
mayor será la tendencia de la arcilla a aplastarse. Así que se inicie
esta tendencia, valdrá más empezar de nuevo. Tal tendencia a
aplastarse es mucho más pronunciada en las pastas arenosas, que
son absorbentes, y a veces lo único que puede hacerse es em-
138
plear barbotina en vez de agua para lubricar la vasija durame el
moldeado.
La forma más difícil de hacer será la que tenga una gran
panza y un cuello estrecho. Precisameme donde el hombro em-
pieza a volverse hacia ademro y a confundir su convexidad y
empuje con la curva cóncava del cuello, la arcilla tiene tendencia
a hundirse. Por tal motivo muchas veces el cuello se tornea por
separado, para pegarlo y tornearlo en su lugar cuando tanto el
cuello como la vasija se han endurecido un poco. En muchos
talleres de cerámica es corrieme tornear las vasijas grandes en
secciones, y para pastas cortas o poco plásticas, como las de porce-
lana, a menudo ésta es la única manera. En una alfarería del
Japón ví hacer jarros de 60 cm de altura parecidos al jarrón
coreano de la ilustración 31, torneando primero cuencos que
tenían la mitad de esa altura y dejando que se endureciesen
considerablemente ames de volverlos al torno, donde se les ha-
cía alcanzar la altura que se muestra en la figura B, mediante el
método del modelado con rollos de arcilla. Lo interesante aquí
es que la arcilla se contraía finalmente sin romperse hasta adqui-
rir la forma indicada en la figura e '.
Medición
En la fábrica real de cerámica de Lancaster había un experto
tornero capaz de producir en rápida sucesión diferem~s tamaños
de teteras, con tapas que encajaban exactamente pese a no ha-
berlas medido más que a ojo. Pero aunque resulta sorprende me
lo precisa que puede ser la vista humana con la práctica, se
requiere algún tipo de instrumento calibrador cuando se trata de
repetir siempre la misma forma. El más sencillo consiste en un
palillo graduado,largo y fino/introducido en un pedazo de arcilla
endurecida y fijado en el lado opuesto del armazón del torno,
con su punta ajustada de modo que roce la boca del jarro, al
borde del bolo la parte que se considere conveniente. En la
139
,'.
La boca
La boca señala el fin de una serie de movimientos, y requiere
cierto énfasis tanto por motivos estéticos como prácticos. Las
vasijas de boca delgada e indeterminada son insatisfactorias, se
mire como se mire. Existe la alternativa de preparar como re-
serva un grueso aro de arcilla para aplicarlo a la vasija y así hacer
la boca, o bien volver el borde de ésta sobre sí mismo. Los
dibujos anejos ilustran este particular, mostrando diversas bocas
, ~ ~)(
en angulo recto
Reborde redondo
I \ /.
Doblada Arista' Boca en forma
de flo r
141
\"
fig. 13 Boca cortada
El pie y la boca
Algunas vasijas pueden quedar completadas en el torno en el
momento de ser torneadas. Con una buena arcilla alargada y
muy plástica, pue de conseguirse una pared suficientemente del-
gada hasta el mismo pie. Es mejor cortar el pie en bisel con una
herramienta. Se aconseja comprimir primero con los dedos la
arcilla del pie mientras se tornea, para evitar hendiduras. El
subsiguiente pulido con herramientas puede hacer resaltar un
ligero reborde según la manera de mane jar la herramienta, y esta
acentuación casi siempre da como resultado una mejora en las
líneas del perfil, correspondiente al énfasis del borde al que ya
nos hemos referido en las formas de cerámica más vigorosas.
142
El cilindro que precede a cualquier expansión está condicio-
nado por la naturaleza y el peso del material. La forma subsi-
guiente vendrá determinada por orros requerimientos, de utili-
dad y belleza. En una buena vasija estos elementos se funden
para constituir un conjunto vivo, y resulta esclarecedor observar
cómo tiene lugar esta interrelación. En las formas esféricas hay
una relación estructural entre la anchura y el peso de la base por
un lado y el borde superior por el otro, e incluso en cuencos y
fuentes resultará siempre posible reconocer la fuerza interna de
la necesidad estructural que como un núcleo duro sostiene con
su empuje la forma externa de la pieza.
Plataforma o discos
Resultará muy útil tener una serie de plataformas circulares o
discos provistos de listones, que midan de 18 a 30 cm de diáme-
tro, y sobre los cuales puedan rornearse grandes vasijas, cuencos
y fuentes. También pueden emplearse discos de asbesto. Para
sujetar uno de estos discos al torno, hay que aplastar un trozo de
arcilla medio dura sobre el plato húmedo del torno, hasta que
alcance un espesor aproximado de 1 cm. La superficie se alisa
entonces con una herramienta de pulir, y el disco, que se habrá
humedecido por ambos lados, se centrará y se le darán varios
golpes secos con medio ladrillo o un mazo. Esto bastará para
mantenerlo sujeto en el sirio. Haciendo un poco de palanca se
podrá quitar éste para humedecer entonces el siguiente con una
esponja y colocarlo sobre la misma base de arcilla.
Separación de la pieza
En Inglaterra, las piezas de cerámica se separan del plato del
torno cortándolas con un fino alambre de bronce, provisto de un
puño de madera o arcilla a cada extremo, o mediante una hoja
ancha y flexible , como la espátula de los pintores. Con el primer
métOdo citado, hay que apretar fuertemente el alambre sobre la
superficie del plato del torno; en el segundo, hay que insertar la
hoja casi hasta el centro, en contra del giro acelerado de la
arcilla, y continuar levantando la pieza con un movimiento
143
fig. 14 Manera japonesa de separar la pieza del torno con un hilo
retorcido
144
para mover o trasladar una pieza grande y blanda consiste en
arrollar unas cuantas tiras estrechas de tela de algodón a su alcede-
dor, cerca de la boca o en un saliente peligroso, pero lo más
acertado para obras a pequeña escala es tener una buena provi-
sión de plataformas circulares de diversos tamaños. Resulta
siempre aconsejable separar la base de la pieza de la plataforma
una vez terminado el torneado, para que la base pueda con-
traerse sin resquebrajarse.
Grietas en la base
Las grietas que aparecen en el pie sin pulir de las vasijas hechas con
ciertas arcillas podrán generalmente evitarse por cualquiera de los
sig uientes mé todos, 1). Tras la primera abertura de la arcilla en el
torno mediante el pulgar, puede tirarse al interior de la cavidad una
pequeña bola de igual material para apretarla contra el fondo al
siguiente movimiento, 2). Si no hay que pulir la pieza, el fondo no
deberá tener más de medio centímetro de grosor, 3). Si hay que
pulirla el grosor no será más del necesario, y se pulirá mientras la
arcilla aún esté relativamente blanda, 4). Al término del torneado,
hay que comprimir fuertemente el pie de la pieza con el índice de la
mano izquierda ayudado por la fuerza de la mano derecha, S). El
fondo de una pieza puede co nvertirse en una depresión có ncava
golpeándolo ligerame nte antes del pulido.
No vale la pena tratar de reparar una de estas grietas ; en
realidad muchos de dichos inconve nientes es posible evitarlos
mediante un tratamiento limpio y decisivo en la primera aber-
tura de la arcilla y al formar el fond o de la pieza.
145
fig. 15 Fuenre oval hecha a mano
9. Los perfiles recortados son también útiles para tornear las curvas
interiores lisas de los boles.
146
(
o
Perfiles de madera
147
de gran tamaño sobre sus plataformas y dejarlas aparte para que
se sequen un poco, antes de iniciar con seguridad el pulido final .
Pulido
El pie y la parte gruesa e inferior de las paredes de muchas
vasijas necesitan pulido cuando la arcilla se ha vuelto dura como
el cuero. En las fábricas de cerámica esto se hace sobre un torno
horizontal pero en Oriente las vasijas se ponen boca abajo sobre
el torno y se pulen en posición vertical. Se centran mediante tres
o cuatro golpecitos secos. dados con el canto de la mano cuando
las revoluciones excéntricas acercan la pieza hacia ella. La pieza
entonces se fija con un rollo de arcilla moderadamente endure-
cida. Para piezas pequeñas y para las de cuello angosto, se em-
148
pie a como soporte una horma o cilindro de arcilla cruda. Los
alfareros japoneses hacen estos anillos, u hormas, de la misma
arcilla que las piezas, y del tamaño y forma requeridos, y los
separan luego para que se endurezcan junto con las piezas.
Las herramientas para pulir se hacen con trozos bastante
gruesos de flejes de hierro doblados en un extremo y a los que
con la lima se les ha dado diversos ángulos y curvas, como vemos
en la figura. Como no tardan en perder su filo y volverse romos,
los bordes cortantes deben afilarse por detrás hasta que presen-
ten una sección de cincel; de lo contrario, no sólo no cortarán
sino que mostrarán tendencia a vibrar.
Cuando la pieza invertida se centre para pulir, la anchura
correcta del pie se determinará a ojo o con un compás, y se hará
un corte firme y vertical, que tenga aproximadamente la profun-
didad del anillo del pie, con una herramienta rectangular. A esto
le seguirá una serie de alisados en espiral de arriba abajo por la
pared de la pieza, hasta obtener un buen perfil, a menos que,
como muchas veces ocurre, nos hayamos equivocado al calcular
el grosor de la pieza, y nos encontremos con que la hoja atra-
viesa de pronto la pared. Esto puede prevenirse, sin embargo,
dando de vez en cuando golpecitos a la arcilla y juzgando su
espesor por el sonido. Se practicará otra incisión vertical para el
interior del anillo del pie, dejando un margen para una ulterior
corrección. Vendrá entonces el ahuecado del pie con una herra-
mienta de pulir en ángulo o curvatura apropiados, yendo del
centro hacia afuera. El número de operaciones dependerá de la
profundidad que tenga e! anillo de! pie y de la dureza o blandura de
la arcilla. Finalmente quedarán hechos los lados biselados de dicho
anillo. Se producen texruras y efectos muy diferentes según cuál
sea e! grado de dureza de la arcilla. Si ésta es demasiado blanda
producirá grumos al cortarla, y si es demasiado dura e! trabajo será
laborioso y e! resultado poco plástico. En general, el trabajo más
rápido y la expresión de mayor plasticidad se conseguirán em-
pleando herramientas afiladas a discreción con arcilla arenosa
bastante blanda. Para las arcillas bastas que contengan partículas
de chamota, a veces será preferible alisar la superficie después
del pulido, en cuyo caso el dorso de la herramienta de pulir
puede emplearse como bruñidor.
La diferencia existente entre los suaves surcos marcados con
el dedo en el torneado y el afilado corte de las herramientas de
149
metal equivale a la que hay entre el modelado y la talla, y cuando
se alisan piezas según este método oriental, es necesario muy
buen gusto al hacer la transición de un tipo de superficie a otro.
Las pastas de grano fino, no plásticas, que se emplean para la
porcelana, suelen necesitar un grado excepcional de pulido, lo
que explica las líneas relativamente frías y duras incluso de la
porcelana oriental, y el consiguiente deseo de animar estas su-
perficies con una decoración pintada. En Occidente el pulido es
hasta cierto punto una técnica mecánica, y no sería una exagera-
ción afirmar que nuestra concepción industrial de la superficie y
acabado de las piezas se ha visto principalmente influida por las
técnicas del pulido y el moldeado exactos. La precisión resul-
tante constituye un corolario necesario de la producción en se-
rie, pero no debe cegarnos hasta el punto de que olvidemos la
mayor libertad que puede conseguirse mediante el uso de herra-
mientas más sencillas adaptadas a la mano. Sería tan absurdo
aplicar las normas de la técnica mecánica al trabajo manual,
como afirmar que la máquina debería imitar la expresiva irregu-
laridad de los artículos hechos a mano. Por lo tanto, las superfi-
cies pulidas de las piezas hechas a mano es de esperar que mues-
tren -lo cual es razonable- las huellas características de la
mano y la herramienta, a condición de que se hallen libres de
afectación y mejoren la textura y la forma. Muchas irregularida-
des visibles en los pies de vasijas chinas y coreanas sorprenden al
europeo, quien las considera pura torpeza, o bien, en las cerámi-
cas japonesas para la ceremonia del té, le parecen distorsiones
deliberadas, granos de arena adheridos al pie de las porcelanas
Ming, como las señales de cuarzo hundidas en los celadones
Korai, un pulido imperfectamente centrado de vasijas coreanas
tardías, muescas hechas en el anillo del pie'!, o zonas ásperas o
barnizadas, que rayan la plata y las mesas pulidas, y, en general,
una serie de imperfecciones desde un punto de vista puramente
utilitario. El hecho de que éstas no fuesen inconveniente para
los orientales que las hicieron se debe a su género de vida, a su
150
~~~:[
~~~~
151
tarea a través de un proceso de comparación y eliminación natu-
ral, y pasan a convertirse en una parte del ritual de una tradición
que no deja lugar a titubeos conscientes.
La variedad de tipos de pie no esmaltados en las vasijas
orientales es rica en comparación con los nuestros. La serie que
aquí mostramos no es ni mucho menos exhaustiva, pero junto
con la correspondiente colección de secciones de bocas, puede
servir como una sugerencia basada en buenos modelos. Se ob-
servará que el interior del pie es una continuación de las líneas
principales de la vasija, y que una terminación satisfactoria de la
forma en este punto tiene una gran importancia.
Pitorros
La tetera es sin duda la pieza más difícil que puede presentársele
al ceramista. Por comparación con una vasija de su mismo ta-
maño, requiere además una tapa, un asa, un pitorro y perforacio-
nes para retener las hojas de té. Cada una de estas partes reque-
rirá tanto tiempo el hacerla como la propia vasija, y para montar-
las con éxito se necesita una considerable previsión. Calcular el
tamaño de un pitorro, cortarlo y moldearlo, adaptándolo a la
152
tetera de manera que ambas piezas viertan bien el líquido y
equilibren el asa satisfactoriamente, es algo que exige mucha
práctica y un gran sentido de la forma. Teniendo en cuenta que
la tetera cocida debe hacer juego además con el resto de las
piezas tanto en color como en forma, se comprende que los
juegos de té embarquen al ceramista individual en un trabajo
arduo y mal remunerado. Los pitorros pueden hacerse con mol-
des de dos piezas, alrededor de un núcleo de yeso o bizcocho, o
bien al torno. En este último caso, una vara recta como una regla
con uno de sus extremos en el interior del cilindro giratorio de
arcilla, servirá de gran ayuda para alargar la delgadísima pared. El
ceramista debe intentar lograr un pitorro que no gotee al servir,
pero no existe ningún método seguro para conseguirlo. La vuelta
de la boca hacia afuera, que recomiendo para las jarras, suele
resultar muy fea en las teteras. El fino pico de un pitorro de metal,
que corta el chorro del líquido, resultaría demasiado frágil si
quisiéramos imitarlo en barro. Los tres puntos siguientes pueden
ayudar a solucionar este difícil problema: 1. Los orificios de la
base del pitorro no deben ser ni muy pequeños ni demasiado
escasos 12 ; 2. El pitorro tiene que irse afinando hacia la punta; 3. El
borde extremo por donde revierte el líquido debe ser afilado.
Asas
Las asas se moldean y se adhieren a la tetera cuando ésta se
encuentra casi seca, con una dureza semejante al cuero, excepto
en el caso de la porcelana, en que la unión se efectúa la mayoría
de las veces con un poco de papilla de barro, cuando tanto el asa
como la vasija están completamente secas. El asa estirada es la
más adecuada para el artesano y el ceramista individual (véanse
ilustraciones 22, 23, 24, 43).
Se tomará con la mano izquierda un cono de arcilla de unos
1500 gramos, algo más duro que el que se utiliza para el tor-
neado, y mediante la presión gradual de la mano derecha hú-
meda se convertirá en una lengua larga y lisa. Cuando se consi-
dere que el grosor, la sección y el estriado son los adecuados
153
Molde de una pieza
para la tapa
M olde inferior
Cómo pegar
el interior
Molde superior
154
fig. 2 1 H e rramiemas de alambre para cortar asas
mente hasta una altura que permita introducir los dedos, y, con
raras excepciones, se colocará sobre la parte cóncava de la vasija
(por ejemplo, el cuello de una jarra), evitando así una proyec-
ción innecesaria. En algunos talleres de cerámica, donde la pasta
empleada es muy plástica, el estirado del asa se realiza sobre la
propia pieza, una vez sujeta a ella firmemente por un extremo,
pero si la pasta es corta o poco plástica, no resulta fácil estirar
rápidamente el asa sin romperla. Con arcilla corta es mejor em-
plear barbotina en vez de agua, como en el torneado. Las diver-
sas aristas y secciones transversales dependerán de la posición de
la mano al asir el barro. Los conos o anillos torneados de arcilla
para hacer las asas se pondrán a un lado para que se endurezcan
junto con las piezas que acaban de salir del torno. Si la vasija es
demasiado dura o el anillo de barro demasiado blando, las asas se
despegarán o resquebrajarán durante el secado.
155
Algunos tipos de asas requieren una sujeción más firme en
su extremo más grueso. En estos casos, pueden pegarse fácil-
mente pedazos adicionales de arcilla con 16s dedos húmedos.
Otro método de hacer asas, que empezó a emplearse a princi-
pios de la era industrial, era el del asa corlada con alambre. Ha-
ciendo pasar una lazada de alambre a través de la arcilla blanda,
se consiguen rápidamente tiras uniformes que se pueden doblar
hasta que adquieren la curva deseada. Luego se las deja endure-
cer un poco y a continuación se las inserta en la vasija, de la
misma manera que las asas dobladas ordinarias 13 • Nunca nos
cansaremos de repetir que el mérito de un asa, un pie, una boca,
un pitorro o un mango o botón, sólo se podrá apreciar en último
término como parte de la pieza en sí.
Perforaciones
Tapaderas
156
bV
~9Tapadera simple Encajada
Plana y encajada
157
Orejuelas, asideros y pies
Existen varias maneras de hacer orejuelas, asideros y pies ade-
más del modelado libre, el moldeado al apretón o el pulido que
antes hemos descrito. Pueden añadirse asas de diversas formas a
las tapaderas, de la misma manera que se ponen asas a una jarra.
Pueden ponerse también bolitas de arcilla pegadas con barbo-
tina, torneadas o moldeadas con un movimiento de giro repetido
del índice y el pulgar húmedos. Éste también es un método
rápido y eficaz para colocar pies en vasijas de fondo redon-
deado. En el caso de la porcelana pulida con sus formas más
duras, es posible emplear la talla además del modelado para
pitorros, asideros y pies. Esto se conseguirá de forma sencilla
dejando que la arcilla sumariamente modelada se endurezca lo
suficiente para cortarla.
Una herramienta muy apropiada para cortar el pie recién
pulido de un cuenco en tres o más segmentos es un anillo metá-
lico, más ancho que el fondo de la pieza, al que se atará el
número necesario de finos alambres de bronce. Éstos se reuni-
rán y se retorcerán en el centro, formando así radios equidistan-
tes. La pieza se invertirá y fijará, y tomando el aro com ambas
manos se presionará alrededor de aquélla, haciendo que todos
los alambres corten simultáneamente el anillo del pie con el
movimiento que se imparta a la herramienta.
Humedad y secado
Una caja, o mejor una alacena que no deje entrar el aire y que
sea lo suficientemente ancha para contener sobre sus estantes las
tablas con las piezas, es indispensable en cualquier taller para
evitar que las que se encuentren a medio terminar se sequen con
excesiva rapidez. U na capa de 7 u 8 cm de yeso colocada en el
fondo, o trozos de escayola sueltos, que hay que rociar de vez en
cuando con agua, mantendrán la atmósfera húmeda. Además, las
piezas que por una causa u otra se hayan secado excesivamente
se pueden cubrir con trapos húmedos y reblandecer l4 • Algunas
158
arcillas soportan el humedecimiento incluso después de haber
cambiado de color en los bordes, pero esto sólo puede determi-
narse por la experiencia, y en cualquier caso, hay que tener
cuidado de que el agua no chorree por los lados de las piezas y
haga charquitos, que no tardarían en desintegrar la arcilla.
El secado se hará mejor de una manera natural. En Oriente los
caballetes puestos al exterior suelen verse en todas las alfarerías
campesinas, y a veces aparecen cargados con tablas de piezas
secándose al sol y al viento, mientras un artesano los vigila cons-
tantemente para invertir o dar la vuelta a las piezas con el mayor
cuidado. Si amenaza lluvia, cualquiera da la alarma y todos los
operarios salen corriendo y en un santiamén las tablas están bajo
cubierto. Mientras la arcilla es dócil no hay peligro de deforma-
ciones, pero sea como sea, las piezas se verifican automática-
mente durante el proceso del pulido sobre el plato giratorio del
torno, siempre que no se hayan endurecido demasiado.
En Corea, donde los inviernos son extraordinariamente fríos
y secos, el trabajo se sigue haciendo en chozas redondas de
bálago, y el secado se hace, tal como muestra el dibujo, en una
plataforma calentada suavemente. Esta sencilla adaptación del
hipocausto romano tiene la ventaja de secar primero el grueso
pie de la pieza. En un clima húmedo y variable, es imprescindi-
ble un armario o habitación para el secado, provisto de una suave
calefacción artificial y de la adecuada ventilación. En Saint Ives
utilizamos una buhardilla de techo bajo para este propósito.
Moldes
La escayola es para la fábrica lo que el torno solía ser para el
taller del alfarero. Es evidente que la mayor parte de las piezas
de cerámica modernas se hacen mediante el empleo de moldes o
matrices de escayola, mientras que en tiempos preindustriales
los moldes de arcilla bizcochada se empleaban tan sólo a pequeña
escala, y era la rueda de alfarero la que abastecía principalmente
el mercado. La transición del bizcocho al yeso nos interesa, lo
mismo que el valor relativo de cada uno de ellos para el cera-
mista individual o industrial. No hay duda de la eficacia que
tiene la escayola, esa sustancia barata, que fragua con rapidez y
que tiene propiedades absorbentes, para la fabricación de mol-
159
des. Sin ella, el vaciado, que es el proceso más importante en la
producción en serie, resultaría imposible. Pero no está claro si,
desde el punto de vista estético, la escayola es interesante, no
.,:~~'
. :"..
....
160
tanto por cualquier defecto inherente al material, como por la
facilidad · fatal con que se ha empleado para multiplicar formas
cursis l5 • Para el ceramista individual la escayola tiene poca im-
portancia, a menos que sea un modelista de figuras, e incluso así
vale la pena recordar que pocas figuras de cerámica han conse-
guido igualar a las figurillas funerarias de la dinastía Tang, por lo
que hace a belleza de expresión plástica, pese a que se repetían
en su mayoría mediante moldes bizcochados de dos piezas.
Salvo por las características que hemos mencionado, la esca-
yola posee muy poca vida propia. No posee ninguna variabilidad
de la que el artista que hay en todo artesano pueda aprove-
charse, y por este motivo es más adecuada para hacer reproduc-
ciones a gran escala. Por ello mismo, y porque bastantes libros
sobre cerámica que aquí mencionamos se ocupan extensa y cla-
ramente de su empleo, omitimos aquí su descripción.
Para un trabajo sencillo el bizcocho presenta dos ventajas en
lo que se refiere a los moldes al apretón: primero, su relativa
duración en proporcionar impresiones claras; segundo, el em-
pleo continuado del material familiar para el ceramista, o sea la
arcilla. Esto le permitirá grabar o repujar el propio molde
cuando esté medio seco, con mayor libertad de la que sería
posible con escayola. Así se hicieron muchos cuencos Sung y
Korai, presionando y golpeando el exterior de formas torneadas,
generalmente cuencos, sobre moldes grabados convexos, y pu-
liendo el reverso de la manera acostumbrada. Incluso en1a ac-
tualidad, los chinos emplean muy ingeniosamente moldes de
arcilla bizcochada para piezas redondas y angulares, combinando
libremente, dentro de los límites del material, el moldeado, el
modelado, el torneado y el pulido. Lo mismo que ocurre con la
escayola, los moldes de arcilla bizcochada deben estar completa-
mente secos antes de usarlos, pero además conviene espolvo-
rearlos con sílice en polvo, arcilla o cenizas de madera para
evitar que las piezas se peguen a su interior. Incluso con estas
precauciones, una prueba blanda necesita frecuentemente ayuda
15. A causa de la vulgaridad del gusto reinante es fácil pasar por alto la
vasta distribución, lograda por este medio, de vajilla doméstica de tipo
práctico y de cerámica sanitaria que, si bien raramenre es estética, ha
aportado sin embargo un buen grado de refinamiento artístico a millo-
nes de hogares.
161
Perfo ración
162
Formas rectangulares
163
de papel, canón, linóleo o -m adera, para colocarlas sobre la arci-
lla y recortar siguiendo su contorno. Estas piezas deben mante-
nerse con mucho cuidado a un grado uniforme de dureza y hu-
medad. Las superficies a unir se biselan primero y después se
pegan con barbotina espesa; luego se oprimen fuertemente las
piezas en la posición requerida; acto seguido se cubren los ángu-
los interiores con finas tiras de arcilla blanda, que se apretarán y
alisarán con una esponja o un trozo de cuero. Finalmente se
emplea la garlopa de arcilla 16 para pulir y biselar los bordes y los
ángulos externos.
Baldosas
No resulta fácil hacer a mano baldosas que sean lo suficiente-
mente delgadas e iguales para satisfacer los pedidos de albañiles
y arquitectos. Las baldosas comerciales ordinarias suelen estar
hechas de una arcilla muy poco interesante, pero las empresas
Stourbridge venden a precios muy asequibles baldosas de arcilla
fire-day de muy buena textura. La principal dificultad que pre-
senta la fabricación de baldosas por el procedimiento húmedo es la
de evitar la deformación. El método industrial consiste en hacer
baldosas con molde y a gran presión empleando como material
polvo de arcilla húmedo. El aparato es costoso y el trabajo muy
monótono e inadecuado para el ceramista modesto con una pro-
ducción a pequeña escala. Los métodos sencillos que señalare-
mos a continuación son recomendables tanto para la escuela
como para la producción experimental. También resultan muy
útiles para hacer placas y estantes para el horno.
La arcilla puede comprimirse dentro de un molde de madera
o escayola para cada baldosa, o bien una placa más grande y
rectangular de arcilla, hecha según el mismo principio, puede
subdividirse mediante cortes. El primer método resulta más sen-
cillo para cantidades muy pequeñas, pero el segundo es probable
que sea el mejor para el taller individual y la escuela. Con ligeras
variaciones, es el mismo que describe C.F. Binns en The Potter's
Gra/t, Nueva York, 1922. Se hará una bandeja sujetando a los
cuatro lados de una tabla perfectamente plana y rectangular sen-
164
dos listones de madera que se alzarán sobre su superficie hasta la
altura exacta que tendrá la baldosa o la loseta húmeda. Los listo-
nes se marcarán a intervalos con pequeñas incisiones correspon-
dientes al tamaño de la baldosa cruda. Suponiendo que hay que
hacer doce baldosas de la x 10 cm y de un grosor aproximado
de 12 mm y que será suficiente un margen del 10% para la
contracción total de la arcilla durante el secado y la cocción,
entonces la tabla tendrá que tener 30 x 40 cm de tamaño, y los
bordes de 13 a 14 mm de altura l7 . Se humedecerá y se espolvo-
reará por igual la bandeja con una capa de cuarzo, arena o cha-
mota fina, y después se extenderá sobre este armazón una bola
de arcilla con un rodillo de madera, hasta que llene la bandeja
completamente; la arcilla sobrante se eliminará limpiamente con
una regla partiendo desde el centro hacia afuera. En este mo-
mento pueden darse diversas texturas a lo que será la cara de las
baldosas pasándoles el pincel, peinándolas, dándoles engobe,
espolvoreándolas con chamota o arena, o alisándolas con una
hoja larga y flexible. El rectángulo de arcilla puede dividirse
entonces en cuatro por tres cuadrados, cada uno de los cuales
medirá la x la cm. Los cortes deben hacerse con una hoja fina
y firme que se sostendrá verticalmente junto al costado de una
regla, pero la punta del cuchillo no debe penetrar hasta la tabla.
La razón de ello es que una ligera unión de baldosa con baldosa
impediría que se alabearan; es preferible secarlas lentamente en
su molde, colocado a un ángulo de 45 0 , hasta que la arcilla
alcance la consistencia del cuero duro. Al llegar a este punto
toda la placa puede invertirse para colocarse sobre otra tabla, y
entonces fragmentarla con cuidado según las secciones de que
está compuesta, cada una de las cuales debe ser pulida con la
garlopa de arcilla. Si se hubiese producido deformación, hay que
añadir cuarzo o pedernal en polvo a la mezcla de arcilla, o si se
desea una baldosa menos porosa, puede emplearse feldespato , o
Cornish stone. Los dorsos de las baldosas pueden estamparse
con sellos para formar una clave, o pueden clavarse con clavos
grandes o cortos para suela, de cabeza cuadrada (que automáti-
camente dejarán su impresión en el dorso de las baldosas a
17. Para ev itar cálculos co nstantes es convenie nte hacer una regla g ra-
d uada especial para cada arcilla co n un diferente grado .de contracción.
Las señales que figuren e n ella rep resen tarán los cm y mm .
165
intervalos adecuados). Empleando una placa de yeso con finas y
agudas incisiones, en vez de madera, para formar el fondo de la
bandeja, pueden imprimirse dibujos en relieve en la arcilla. Bal-
dosas con dibujos estampados de este tipo se harán mejor indi-
vidualmente. Las arcillas empleadas para la fabricación de baldo-
sas deben ser refractarias. La arcilla fire-clay reforzada por lo
menos hasta un tercio de su propio peso con chamota fina o
mediana -arcilla raku, en realidad- es capaz de soportar eleva-
das temperaturas. A temperaturas inferiores pueden emplearse
arcillas que sean proporcionalmente menos resistentes al calor,
si están reforzadas con arena o chamota. Las texturas se determi-
narán principalmente por el tamiz a través del cual hayan pasado
la chamota o la arena. El más conveniente es el de malla de 20 a
40. El color puede intensificarse mediante la adición de arcilla
roja, o bien pueden aplicarse engobes a las baldosas antes o
después del bizcochado. Cuanto más delgada sea la baldosa ma-
yor será su tendencia a deformarse ; por otra parte, las baldosas
cuyo grosor sea superior a 1.5 cm resultan muy pesadas para el
transporte. En la cocción del gres hemos comprobado que un
grueso de 1.25 cm es suficiente para baldosas de un tamaño de
hasta 12.5 cm aunque sean colocadas en el horno, dorso contra
dorso y de canto.
El secado de las baldosas requiere una cuidadosa atención.
N o debe emplearse un calor excesivo, y hay que evitar las co-
rrientes, para que la arcilla pueda contraerse lenta y uniforme-
mente. Durante este proceso hay que darle la vuelta varias veces
a las baldosas sobre las tablas planas.
Sellos
Añadiremos una nota sobre aquello que a menudo es el último
toque de la arcilla antes de poner la pieza a secar: la acción de
señalar las piezas con el nombre o signo del diseñador o la
fábrica. Esto se hace a veces inscribiendo en el fondo de la pieza
el nombre del autor mediante un punzón. Cosa que no resulta
muy agradable para quien está familiarizado con el discreto tra-
tamiento que los orientales dan al pie, con la arcilla expuesta a la
vista. Queda la alternativa de estampar en el fondo un pequeño
sello hecho de arcilla bizcochada o de madera, o firmar con un
166
color de bajo cubierta. Muchos de los antiguos signos pintados
tienen una deliciosa calidad decorativa y caligráfica que falta en
nuestros días. Si se desea emplear una marca que indique la
identidad del ceramista, para quienes sean incapaces de recono-
cerlo por su estilo, bastará con un sencillo sello bien cortado
para dejar una señal adecuada en la arcilla desnuda, y que au-
mentará la belleza de esta parte oculta pero importante de una
pieza (véase pág. 324).
167
V. Decoración
168
ción, y una antítesis que amplíe la gama de expresión. Además,
el motivo en general y el motivo asimétrico en particular, por
razones prácticas al igual que estéticas, se debe expresar con la
máxima brevedad y veracidad . Todo esto no hace falta tomárselo
como sugerencia de una perfección mecánica del trazado, por-
que la rapidez de un trabajo a pincel verdaderamente bueno
sobre las piezas está lleno de energía nerviosa e irregularidad de
trazo.
Es bastante difícil encontrar motivos buenos y originales,
pero no hace mucho tiempo que los producían, de acuerdo con
la tradición, unos hábiles, aunque ahora olvidados, artífices y
artesanos del pueblo. Tales artesanos escasean hoy porque su
función ha pasado a manos de unos pocos artistas conscientes,
que rara vez alcanzan una simplicidad de corazón semejante a la
de ellos. El problema de crear un motivo vital es grande para el
artista-artesano, que ya no puede depender del apoyo y restric-
ción de una tradición específica sino que debe formar su propia
síntesis e inventar sus propios diseños creativos, porque el mo-
tivo tiene que surgir de la necesidad y experiencia de hoy y no
de las de ayer.
El diseñador más fecundo y ágil del Japón es Tomimoto y
cuando entre los dos tratamos por primera vez de producir nues-
tros propios motivos decorativos, hace de esto veinticinco años,
solíamos ir al campo en busca de formas simples de pájaros,
hojas y flores que pudieran atraparse por medio de unas líneas
rápidas concebidas con pincel, incrustaciones, trazado al engobe
o esgrafiado. La brevedad de la impresión y su expresión garanti-
zaban una cierta contención en la versión, así como una simplifi-
cación. Aún así nuestros dibujos eran a menudo demasiado ela-
borados y debíamos modificarlos en cada pieza única. Lo que
buscábamos captar de la naturaleza era una porción pequeña
pero significativa de la belleza que habíamos percibido; pero
sólo cuando no eran meras copias del objeto externo y adquirían
una forma propia, relacionada, irreductible, sentíamos que ha-
bíamos empezado a descubrir un camino para lograr dibujos con
vida. Se podría ir aún más lejos y decir que hay un elemento en
el dibujo que difiere del objeto natural y le da una vida y una
verosimilitud más profunda. El realismo sólo puede tener un
efecto confuso en la decoración de las vasijas y cuando se lleva al
extremo de una representación tridimensional, los resultados
169
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170
parte de Japón. Sin ninguna educación y bastante analfabeta,
tiene aprendidos unos treinta motivos, que pinta en teteras con
pinceles de pelo de perro fabricados por ella misma, a una velo-
cidad increíble y con un trazado leve y preciso. En un día es
capaz de decorar unas mil piezas y vive feliz con lo que en
Inglaterra sería un salario extremadamente bajo. En el moderno
Japón, desgraciadamente, hay poca demanda de este tipo de
trabajo V desaparecerá dentro de poco tiempo.
Al trabajar con ella se hizo patente que no era consciente del
mérito de los diseños que pintaba, y su conocimiento del tema
original de los motivos que utilizaba se limitaba a sus nombres
tradicionales, tales como «el mejor paisaje» o «el segundo me-
jor bambú y peonia». Lo que sí sabía era de qué clase de perro y
de qué parte del perro debía cortar el pelo para los pinceles, cuál
tenía que ser la consistencia de los pigmentos y cómo debía
sostener las teteras para que la fluidez de los trazos fuera tan
rítmica y rápida como fuese posible. Una vez hizo una pausa en
su trabajo y dijo: «¡Oh! ¡Hace ya mucho tiempo que pinté este
motivo, no puedo recordar cómo lo pintaba mi padre, por otra
parte sólo soy una campesina anciana, usted es educado, es me-
jor que lo pinte usted y no yo». En Oriente, muchos, si no la
mayoría, de los bellos motivos en viejas piezas fueron ejecuta-
dos por gente sencilla bien adiestrada por la práctica e incluso
por niños!. El argumento del crítico japonés Soyetsu Yanagi es
que en comparación con tal pintura el trabajo de los artistas
adiestrados es sofisticado, y que los artesanos de hoy necesitan
recobrar aquel estado en el que no existe tensión entre intui-
ción, razón y acción.
Además de los motivos que obviamente se derivan de la
naturaleza, también desde un principio se utilizaron diseños abs-
tractos en la decoración de cerámica. Los párrafos precedentes
ilustran una de las muchas maneras de cómo se originaron. Los
ceramistas y otros artesanos se sintieron siempre atraídos por
símbolos y motivos geométricos y los combinaron con frecuen-
cia. Muchos de los caracteres de la escritura china proporcionan
excelentes ejemplos, como las primitivas formas de los símbolos
de la montaña y el sol en comparación con las más modernas, o
el motivo más definido que denota el principio dual de «Ying» y
1. Véanseilustraciones49, 51,55.
171
fig. 2 Azulej o con un motivo de palo mas , por el autor
172
fig. 3 Montaña
~
0
E1 fig.4 Sol
O
173
todas las que la han precedido en que somos los primeros que
tenemos la oportunidad de enraer inspiración de las culturas de
todo el mundo y de todas las épocas. Por lo tanto, aún puede
alimentarse la esperanza de que nuestra creciente apreciación de
la belleza, tal como ha sido expresada por artistas y artesanos
primitivos y orientales, contrarrestará, conforme pase el tiempo,
la aridez de la extrema intelectualización.
174
Ornamentos aplicados
Los trozos de arcilla pegados al pote tan pronto como éste endu-
rece lo suficiente como para ser manejado pueden tratarse de
muy diversas formas. Preparados en cilindros, pastillas, tiras o
tortas delgadas se pueden torcer, hendir, peinar, estampar o
untar. Los ceramistas cantoneses producen las grandes bañeras
ovaladas del Lejano Oriente con un manojo de instrumentos
pendientes de una cadena que llevan a la cintura, aprrando uno
y otro para estas operaciones con incomparable libertad y des-
treza. La cerámica medieval inglesa, barnizada y con engobe,
aunque más basta, muestra cualidades de control y sentido de
materia y forma plástica que la acercan a este tipo de trabajo
chino más que a ningún otro.
Grabado
A medida que se iban utilizando arcillas más finas los hombres
empezaron a grabar los potes con mayor habilidad mediante el
uso de varios instrumentos puntia&Udos. Una punta afIlada deja
surcos desagradables en una arcilla blanda; por eso los chinos y
coreanos utilizaban instrumentos de bambú con cabeza biselada
y peines finos. Con ellos cortaron los motivos más vigorosos y
etéreos que se hayan puesto jamás en vasijas. Las curvas parecen
plenas y libres, aunque controladas. Nuestra mejor caligrafía en
comparación es limitada, pues ya los niños tienen varias escriru-
ras cursivas diferentes, altamente desarrolladas, y para las cuales
la escritura occidental no tiene equivalenté.
Estriado
El estriado visto a veces en los boles de la dinastía Sung3 se hacía
con un pedazo de metal dentado fino, de la manera que se mues-
tra, y utilizado como un cepillo de carpintero.
175
Impresión e incrustación
176
diluida de colorante, que se escurre por entre los intersticios y
realza el motivo. Las impresiones obtenidas presionando los se-
llos directamente en la pared de la pieza se utilizan como base
para la incrustación. Un engobe espeso de color diferente al de
la pasta es introducido en las ranuras dejándolo secar hasta que
adquiere la misma consistencia que la pared de arcilla. Luego se
alisa la superficie con un instrumento de pulir u hoja hasta que el
motivo queda expuesto muy definida y llanamente. Debe añadirse
a la barbotina utilizada en incrustaciones un material no plástico
como el caolín, el cuarzo o la chamota para contrarrestar el
encogimiento desigual. Los ceramistas coreanos de la dinastía
Korai usaban esta técnica con gran delicadeza y encanto, incrus-
tando engobe blanco y negro y cubriendo entonces el cuerpo
con un delicado barniz celadón.
e ilindros grabados
Los sellos cilíndricos que son además de origen muy antiguo,
pueden estar hechos simplemente de barro bizcochado con un
mango de alambre grueso adherido. Al usarlos, los bordes so-
]77
bresalientes O los cilindros de arcilla aplicados quedan impresos
rápidamente con motivos repetidos o corridos mientras la vasija
gira sobre una torneta. Los bordes de viejas fuentes inglesas
peinadas para el horno, eran hendidas por este procedimiento.
e orte en facetas
Otro método de decoración de piezas medio secas es el de las
superficies o planos cortados. Esto se hace generalmente en
curvas prominentes con una hoja parecida a un cuchillo de mesa
o con un pequeño cepillo de carpintero, cuya abertura es el
doble de ancha del utilizado para trabajo en madera. Al tornear,
es mejor dejar las paredes,donde ha de cortarse, más gruesas y,
para superficies grandes, es necesario batir el pote rudimentaria-
mente dándole forma primero. (V éanse ilustraciones 47 y 48.)
I \
178
debiera) cuando permanece invertida y parcialmente sumergida,
ya que una línea oblicua no está bien vista. Una primera inmer-
sión defectuosa se puede corregir con una segunda, pero esto
significaría tener que aplicar una capa de engobe más espesa y
posiblemente inoportuna. Además, si la vasija es delgada puede
absorber demasiada humedad y deformarse, y el color puede
resultar demasiado fuerte o desprenderse el engobe cuando esté
seco. A veces los japoneses sumergen ligeramente el lado de un
jarro redondo y la mancha ovalada resultante la pintan poste-
riormente, esto se conoce con el nombre de «pintura ventana» .
Algunas veces también se sumerge la mitad de un plato o
cuenco. De la misma forma, en el siglo XVI los ceramistas ingle-
ses aplicaban una mancha de barniz en la parte frontal de los
cántaros no barnizados.
Hay que recordar que los engobes, especialmente los blan-
cos, pueden disolverse parcialmente por un barniz bien fundido ,
Pera de goma
179
consecuentemente cualquier variación en espesor se vuelve más
pronunciada después de la cocción. Lo mismo sucede con los
pigmentos. Es posible hacer uso deliberado de esta caracterís-
tica; por ejemplo, una pieza con un borde en el cuello que
sostenga el engobe puede ser, una vez inmerso, rápidamente
puesto en posición vertical de manera que el exceso de engobe
chorreará en gotas doblemente espesas. Puede hacerse correr un
engobe sobre otro con un jarro o con la ayuda de una pera de
goma, pero esto requiere mayor control.
180
sacudirse o peinarse con éxito. Los engobes hay que tamizarlos
bien y a veces es útil añadir una pequeña cantidad de goma
tragacanto para garantizar la adherencia y asegurarse de que
tienen una consistencia parecida a la melaza cuando fluye. El
e ngobe que se aplica con pera debe ser más espeso que el usado
para la inmersión. Los motivos simples, libres, adecuados para la
decoración al engobe trazado con pera, deben conocerse a la
perfección y minuciosamente antes de su aplicación, ya que no
hay mucho tiempo para hacer una pausa una vez que la opera-
ción ha comenzado. Es mejor erradicar un esfuerzo mal dirigido
co n una esponja y comenzar de nuevo que tratar de retocar.
Han de evitarse las líneas finas e intrincadas y hay que interpre-
tar el diseño en función del espacio a decorar, la fluidez del trazo
y la presión ejercida en la pera de goma.
181
Jaspeado
Cuando se han aplicado sin éxito uno o más engobes sobre un
fondo húmedo, para el cual el más idóneo es negro por su mayor
adherencia a la pasta, a veces resulta una gran idea probar un
efecto jaspeado sacudiendo y torciendo violentamente la plan-
cha en la cual descansa la arcilla. Los engobes corren entonces
uno sobre otro produciendo los más inesperados y ocasional-
mente interesantes motivos 7 . Otro método que los antiguos ce-
ramistas utilizaban a veces con éxito era poner engobe dentro de
un tazón y luego dejar caer gotas sucesivas de otro engobe en el
borde, éstas resbalaban hacia dentro y entonces las enrollaban,
ladeando circularmente, en espiral, en el fondo del tazón. Pero
en todos estos procesos/ que dependen casi por completo de la
suerte/ hay que usar el propio criterio en cuanto a si el efecto
obtenido tiene mérito estético o simplemente hace exhibición
de destreza.
Q>
7. Véase ilustración 44 .
182
pués de la aplicación del engobe. El motivo está casi por necesi-
dad limitado a un simple movimiento de arriba abajo obtenién-
dose variedad con el ancho, el espaciado de los dientes y el largo
de la onda así como alteraciones del ángulo donde se sostiene el
peine .
183
Estarcidos
Tampones de goma
184
Po te de gres con tapa, Swankalok, siglo XIV , hecho por ceramis-
tas c hinos emigrantes o acaso bajo su influencia. En toda la
forma frutal de este bello pote y en el trabajo a pincel , Sung
modificado , del motivo de la hoja, que lo enriquece , se percibe
c lara mente el reflejo de un ambiente tropical.
185
In censario en gres, por Shoji Hamada, 1938. Azul bajo cubierta y
esmalte rojo sobre cubierta.
187
Jarro japonés en gres con esmalte sobre cubierta. Antigua pieza
Banko , copiada de un tarro de farmac ia de Delft, importado. Hace
dos siglos el artesano japonés podía lograr una traslación de la
forma , del tema decorativo y del color europeos tan vívida como
ésta.
188
una razón inherente por la cual no deba cambiarse este tipo de
tampón de una manera directa para motivos y color.
Trabajos a Pincel
La utilización del pincel es un amplio tema en sí, especialmente
para alguien que ha vivido en países donde un cabello reemplaza
los instrumentos de metal para escribir. Nuestro uso occidental
del pincel es comparativamente limitado, no tanto por falta de
habilidad como por ignorancia del abanico de líneas dibujadas a
pincel, abierto a los pueblos orientales que consideran seria-
mente su caligrafía como un medio de la más alta expresión
artística. Comparado con la flexibilidad del pincel, un punzón,
un buril o una pluma sólo permiten actuar en una dimensión.
Estamos acostumbrados a empujar, punzar y raspar, no al tacto
del peso de una pluma de los pinceles suaves. Si hoy día supiéra-
mos algo sobre la técnica de nuestra propia escritura, tal conoci-
miento nos proporcionaría un razonable punto de partida para la
investigación de un arte más desarrollado, pero pocos de noso-
tros lo conocemos, y surge la sospecha de que tal vez sucede
algo raro con la gente que se ha alfabetizado y no obstante ha
perdido la habilidad de la pluma. Los artistas, si son verdadera-
mente artistas, tienen percepciones que trascienden el mero
aprendizaje, de ahí los numerosos dibujantes que hemos produ-
189
Pa ra JalpicaduraJ
H úmedo Seco
cido, cuyo tacto era instintivamente bueno. Por esta razón los
japoneses que están familiarizados con el arte occidental y que
constituyen un porcentaje considerable de las clases educadas,
no dudan en reconocer la grandeza de un Rembrandt por sus
dibujos a pluma. Es demasiado esperar que muchos europeos
lleguen a una apreciación parecida sobre la caligrafía oriental, no
obstante el conocimiento de la pintura del Lejano Oriente va
extendiéndose y no puede haber mejor introducción que la pro-
porcionada por el trabajo a pincel de las cerámicas Sung y Yuiin.
Los pinceles utilizados en el Lejano Oriente difieren de los
nuestros en cienas características importantes. Están general-
mente hechos de diferentes cIases de pelo, tales como el de gato,
tejón, venado y perro, escrupulosamente seleccionados a mano
ya veces con la lengua. Los pelos son todos perfectos, es decir,
seleccionados de partes del animal, como por ejemplo, la parte
190
posterior del cuello y el extremo de la cola donde hay menos
fricción, ya que ahí los pelos crecen en finas puntas ahusadas.
N o hace falta decir que nunca se recortan. Los pelos más duros y
más largos se colocan en el centro para proporcionar un núcleo
o corazón elástico y alrededor de éstos se recogen otras clases de
pelo más suaves. Un pincel hecho de esta manera dará líneas
finas al mismo tiempo que anchas. La elasticidad del núcleo
precisa una acción más o menos vertical del pincel y una produc-
ción de rasgos definidos de modo que la pintura pueda tener lo
que se llama «esqueleto» o, en otras palabras, carácter estructu-
ral. El pincel está montado en un tallo de bambú largo y soste-
nido muy lejos del punto, y la acción del pintor o escritor pro-
viene más del codo que de la muñeca.
El tipo de pincel descrito 'nás arriba no es, ni mucho menos,
el único utilizado en Oriente, pero con él y algunos pinceles
planos para bañar y otros cortos redondos para salpicaduras
puede hacerse toda la pintura que las vasijas requieren.
El mejor trabajo a pincel de Europa, en cerámica, fue reali-
zado por los árabes en España. Los árabes obtuvieron su tradi-
ció n de las pinturas de reflejos metálicos sobre barnices de es-
taño de Persia, Siria y Egipto que alcanzaron su apogeo en Rha-
ges en el siglo XIII. La cerámica y la porcelana china habían sido
ya exportadas a Persia en el siglo IX, pero después de la con-
quista de China por Genghis y Kublai Khan, en el siglo XIII, el
intercambio de cerámica entre el cercano y lejano Oriente fue
muy marcado. La cultura islámica se extendió desde Valencia
hasta Pekín y no sorprende que piezas ocasionales de cerámica
española o de otras partes del Mediterráneo nos recuerden los
primeros trabajos chinos. A pesar de la imposición del estilo
musulmán de arabescos intrincados y fondos geométricos, el
aliento y vigor del trabajo a pincel de los ternas heráldicos,
especialmente en la parte posterior de los grandes platos
hispano-árabes es sorprendente. El toque de la herramienta es
amplio y agudo y sus contrastes de líneas espesas y finas es
re1IlÍniscente de la cerámica pintada de la dinastía Sung. Por
el contrario, la mayólica italiana es generalmente débil, adornada
y estrechamente relacionada con la pintura renacentista de tercer
orden. Al norte de los Alpes, una intimidad burguesa hogareña
preservó a los pintores de azulejos de Oelft de la debilidad
neo-clásica. Además, en sus intentos de copiar la porcelana
191
china azul y blanca, los ceramistas de Delft aprendieron mucho
sobre trabajo a pincel chino y a menudo aplicaron su conoci-
miento con éxito. Los escritores sobre cerámica hacen frecuente
referencia a la dificultad de pintar sobre la superficie porosa y
vitrificable de los esmaltes de estaño; pero podría señalarse que
esto sólo tenía un efecto disuasivo en pintores nimios y era por
el contrario un acicate para el libre uso del pincel sobre la super-
ficie absorbente de la arcilla ligeramente bizcochada o del es-
malte crudo. En algunas de las bandejas y potes de farmacia de
Delft más simples y policromados, los ceramistas holandeses y
ocasionalmente aquellos de Bristol y Lambeth lograron un gran
encanto de color y motivo. Las botellas de jerez y clarete barni-
zadas con esmalte blanco de estaño hechas en Lambeth en el
siglo XVII son buenas y al mismo tiempo genuinamente inglesas.
Con el siglo siguiente empezó la industrialización en Inglate-
rra y gradualmente se extendió por toda Europa, paso a paso,
suplantando la mano por el poder mecánico. Pequeños talleres
de cerámica continúan aquí y allí en el continente la antigua
tradición, pero los motivos decorativos aún más que las formas
perdieron su vitalidad. La decoración utilizada en las fábricas
está compuesta generalmente de esmaltes de sobre cubierta di-
luidos en aceite en vez de agua para adaptarse a superficies no
absorbentes. Muy rara vez se eleva a un nivel mayor que el de la
gracia de un preciosismo detallista, mientras que la pintura de
bajo cubierta se reemplazó pronto, en general, por la calcomanía.
Esta fue una era prefotográfica en la cual el buril se empleó
laboriosamente para reproducir paisajes y escenas para los cua-
les era completamente inadecuado. Tal procedimiento invadió
la superficie de las vasijas mediante impresiones en facsímil saca-
das de láminas de cobre,grabadas con los colores del ceramista.
Provocó no sólo la muerte de la pintura de motivos libres, sino
que fue también una etapa más avanzada en la división del tra-
bajo, la cual, aunque necesaria para la producción masiva des-
truyó la unidad de concepto y ejecución en el artículo acabado.
Que ciertos efectos dignos se obtuvieron ocasionalmente con las
calcomanías, a pesar de este obstáculo, debe atribuirse más al
diseñador sobre papel o al grabador que al ceramista. Las dife-
rencias entre el motivo del sauce de Spode y la decoración a
pincel en azul sobre porcelana china, de la cual se derivó, ilus-
tran estos dos puntos.
192
Como la caligrafía y el trabajo a pincel oriemales orrodoxos
están obviameme más allá de nuestra capacidad, el consejo más
práctico que se puede ofrecer a un esmdiame occidemal es que
adquiera unos buenos pinceles 10 y aprenda, con la práctica cons-
tame, lo que vaya a hacer de manera namral para conseguir un
campo limitado de producciones de rasgos libres. En este estu-
dio, una observación atema de lo que el ceramista chino, persa o
español hacían con un pincel grande completameme cargado
debería proporcionar los mejores amecedemes. Los pinceles
merecen, y lo compensan con creces, un tratamiemo respe-
ruoso. Hay que lavarlos una vez urilizados y afilarlos cuidadosa-
mente ames de guardarlos. Las polillas siemen una gran atrac-
ción por el pelo, por tamo, cuando no se utilicen los pinceles
hay que enrollarlos en papel con un poco de polvo de naftalina o
alcanfor.
Al pimar es aconsejable sostener la pieza a cierra distancia de
los ojos y asir el pincel bastame lejos del pumo con el fin de ver
el trabajo en conjunro y pimar con liberrad. La explosión de
Gainsborough hacia una dama que examinaba sus pinruras a
través de unos gemelos viene a mi meme muy a propósiro. «Se-
ñora -se cuema que le dijo- mis pimuras están hechas para ser
contempladas, no olidas».
Franjas
Si se analiza la curvatura de las vasijas librememe rorneadas se
encontrará que generalmeme está dividida en diversas zonas de
movimientos constructivos. Los ceramistas de todos los países se
han inclinado a dar un mayor énfasis a esros ligeros ángulos por
medio de las franjas. Esta manera de dividir horizontalmente las
áreas de una vasija en espacios circulares da unidad a la decora-
ción y a la forma, pero no se puede establecer una regla estricta
porque debe darse preferencia al estado de ánimo en que se
concibe el pote sobre cualquier formalismo. Las franjas se hacen
con un pincel sostenido con firmeza en un ángulo ligeramente
oblicuo con respecro al movimienro giratorio del rorno. Los
círculos pueden hacerse librememe o con precisión mecánica.
193
Nunca se ven franjas tratadas con libertad en las vasijas indus-
triales, ciertamente estarían fuera de lugar en formas tan preci-
sas, pero las torneadas en libertad piden un toque espontáneo.
No hay ningún lugar que ilustre esto mejor que las botellas
Tz' ou Chou de las eras Sung y Yuiin donde el contraste de las
líneas gruesa y delgada es tan vívido.
194
Naturalista aJimétrico Repetido en todo el jarro
La Pincelada
Si es verdad que nada traiciona más a un hombre que su escri-
tura, esto es doblemente cierto del trabajo a pincel. En el fluir
de la punta suave se revela su verdadero carácter. Decisión o
duda, sensibilidad o embotamiento, aliento o estrechez de espí-
ritu, ternura o sentimentalismo están todos expuestos al des-
nudo. ¿Por qué, entonces, si en el mejor de los casos sólo pare-
cería un disfraz, debe un estudiante luchar por desarrollar una
téc nica de trabajo a pincel? El verdadero valor de tal ejercicio
195
fig. 14 Algunas formas convencionales chinas, de hojas hechas a
pincel
196
debilidad, conforme nos la revela el pincel. El grado en que
artistas y artesanos son capaces de resistir la evidencia visual de
su yo íntimo cuando '; s es revelado por sus propias manos,
depende ampliamente de la profundidad de su amor a la belleza.
El valor de la tradición viviente radica en que hace más accesible
este tipo de ejercicio a quienes son capaces de alcanzarlo.
19 7
Poseo una colección de una docena de tomos de ejercicios
chinos sobre trabajo a pincel, que fueron utilizados durante
siglos como base de ejercicio para piro/lores. Los libros comien-
zan con una producción de rasgos sin pIes, húmedos o secos,
rápidos o lentos que representan, por ej ~mplo, hojas de acuerdo
al árbol, edad o estación. Desde la hoja simple en unas sesenta
formas arbitrarias convencionales, continuando con ramas me-
nudas, ramas, árboles enteros, conjuntos de árboles, paisajes
completos con cascadas, montañas, valles, rocas colgantes y la
cabaña de un sabio con el poeta en persona meditando discreta-
mente. El libro es en efecto un compendio impersonal de lo que
los chinos consideran un buen trabajo a pincel. Un tratado for-
mal digno con la ayuda del cual el artista chino incipiente puede
colectar, bajo la guía de un maestro, un acervo de temas clásicos
y buena técnica y con lo cual, si tiene personalidad, puede acer-
carse a la naturaleza en busca de inspiración original. Casi toda la
pintura china que admiramos, incluyendo aquella sobre la cerá-
mica, tiene su origen en los sólidos fundamentos de la escritura a
pincel y el ejercicio subsiguiente.
Sin maestros que establezcan normas o modelos, sin escuelas
donde adquirirlos y sin un público con quien mantener un con-
tacto vivo a través de la propia experiencia de buena artesanía,
no se puede hacer nada más que indicar dónde han florecido las
mejores tradiciones y cómo operaban, y dejar al individuo que
recoja lo que pueda por sí mismo.
198
VI. Pigmentos y barnices
199
ducción local. La preparación recíproca de fundentes y óxidos
metálicos es variada y los pigmentos del ceramista no se pueden
mezclar indiscriminadamente como las pinturas. El efecto de un
ingrediente sobre otro sólo puede aprenderse lentamente por
experiencia. Mientras mayor sea el calor de la cocción del barniz,
más limitada la paleta. Los metales con puntos de fusión bajos
tienden a volatilizarse y el hierro, el más útil de todos, no propor-
cionará al ceramista un rojo cálido para piezas cocidas a altas
temperaturas, a temperaturas muy por encima de los lOOO°C. Los
óxidos se emplean generalmente bajo la forma de polvos quími-
camente refinados y muy pulverizados, pero en Oriente los óxi-
dos naturales y parcialmente preparados o los compuestos metá-
licos son por lo general utilizados en los talleres de cerámica
tradicional, mientras que buena parte del lavado, calcinación y
pulverización la realizan los mismos ceramistas, quienes, como
resultado, pueden hacer uso de cualquier impureza inherente.
Este hecho es la causa de la gran irregularidad y al mismo
tiempo del encanto de un color y de una textura desiguales,
desconocido para la técnica industrializada. El pigmento de hie-
rro magnético, o magnetita, por ejemplo, utilizado por Hamada
para el gres es una roca triturada sólo ligeramente molida, que al
aplicarla con un peine sobre la cerámica se seca con una superfi-
cie marrón arenosa. Los gránulos se funden al fundirse el barniz,
pero las impurezas de los mismos forman varias reacciones quí-
micas en una atmósfera del horno que alterna la oxidación y la
reducción y que produce el color desigual mencionado arriba.
Los colores utilizados para trabajo a pincel delicado requie-
ren una larga y fina pulverización, tales como el peróxido de hierro
rojo o colcótar usado como esmalte de sobre cubierta, y el óxido de
cobalto impuro, con el cual se pintaron las porcelanas chinas,
coreanas y japonesas desde el siglo XIV hasta la segunda mitad
del siglo XIX3.
200
En alg unos talleres de cerámica japoneses puede encontrarse
rod avía a una anciana constantemente ocupada en pulverizar
l o nalto chino con un mortero mientras lee o habla con sus traba-
~9~3 + para
Ó xido de cobre negro
Óxido de zinc 10% de óxido de bario
Óxido de estaño { intensificar el rojo
Ce niza carbonífera dura
201
Él utiliza ceniza de paja de arroz, el equivalente de la cual es la
paja de trigo o la cáscara de trigo. Las partículas de carbono que
contiene ayudan a una reducción local'.
Los verdes pueden prepararse a partir del óxido de cromo,
pero aunque estables a altas temperaturas tienen tendencia a ser
pesados y a mostrar un borde amarillento desagradable.
En Sto Ives hacemos un pigmento marrón oscuro añadiendo
dos partes de engobe blanco al óxido de hierro magnético o
magnetita.
Los pigmentos se usan ocasionalmente sobre cubiertas de
gres viscosas en vez de debajo, pero a fin de evitar efectos
metálicos desiguales debe añadírseles un fundente. He descu-
bierto, por ejemplo, que nuestro pigmento de hierro magnético si se
le añade un 25% de barniz da una propiedad metálica plateada
cuando está reducido y un rojo oxidado cuando oxidado.
Como una alternativa a los engobes o barnices coloreados
puede aplicarse al bizcocho pigmentos o manchas utilizando un
pincel suave y ancho, o por inmersión, pulverización, etc. , pero
como es más difícil obtener una capa uniforme de esta manera,
dicho tratamiento se reserva mejor para efectos deliberados de
color desigual.
Para un tratamiento más completo y científico sobre el tema
de los colores cerámicos, aconsejamos al lector dos libros: Clay
and Glazes for the Potter, por Daniel Rhodes. Pitman 1958.
Reimpresión 1967; y Ceramic Glazes por C.W. Parmelee. Indus-
trial Publications Inc., Chicago. 1948.
202
//la neo Caolín 40] La frita en cada caso es la misma que
Plomo blanco 40 la descrita para el barniz raku
Frita 10
Cuarzo 10
Barnices
203
en el dominio del arte de vivir y la cultura. Las temperaturas más
altas producen mayor durabilidad de las cerámicas y menos po-
rosidad, para llegar por fin a la porcelana blanca translúcida.
Cuando ya se ha alcanzado este estadio, poca cosa más queda
por hacer a la inventiva creadora del ceramista salvo la posibili-
dad de revisar amplia y profundamente la evolución total de la
técnica y la estética en el mundo cerámico con fines de selec-
ción, como ya se ha empezado a hacer entre nosotros.
El que las vasijas de arcilla/hechas por los pueblos primitivos)
no estuvieran barnizadas,sugiere un paralelo a su propia familia-
ridad con la desnudez, y no parece tampoco inadecuado que
hubieran sufrido el menor pudor por las formas de arcilla desnu-
das. Con la multiplicidad de vestimenta nos hemos vuelto sofis-
ticados y nos avergonzamos de nuestros cuerpos y de una ma-
nera no menos conveniente hemos cubierto completamente
nuestras cerámicas con barnices. La belleza de la arcilla ha sido
olvidada y aún más la exquisita relación entre la arcilla y el
barniz que encuentra su máximo apogeo en la cerámica clásica
oriental.
En nuestra cerámica comercial hemos sacrificado la más bella
funcionalidad a la cantidad, uniformidad y baratura. La porce-
lana inglesa de huesos se cuece de tal manera que el barniz debe
ser delgado y sin resquebrajaduras, restringiendo fundamental-
mente, por esta causa, las oportunidades de belleza, ya que eli-
mina las posibilidades de textura y calidades del barniz, como se
manifiesta en los barnices de los chinos, y limitando las mejoras
a las formas y a los motivos decorativos.
No obstante, nuestra intención es tratar aq;U la preparación
y uso de barnices que por su naturaleza pueden dar profundidad
y juego de color, así como riqueza y variedad de textura no
forzada. Pero primero desearía extenderme un poco más sobre
la cuestión de la relación entre superficies barnizadas y no barni-
zadas de una pieza.
El difunto Sr. Joseph Burton estaba convencido de que esta
característica de la cerámica Sung y los «juegos de té,. japoneses
era debida a la ignorancia y que con nuestro mayor conoci-
miento científico del tratamiento del barniz y la pasta podía ser
considerado únicamente como afectación.
Aunque estoy de acuerdo en que la mera imitación del pro-
cedimiento Sung constituye una falta de sinceridad por parte del
204
lc ramista moderno, sé que existe un vasto estado de opinión,
lanto en Oriente como en Occidente, entre gente bien infor-
mada, que co mprende y justiprecia el fenómeno de transformar
la necesidad en virtud, y que sabe interpretar con sentido común
el hec ho de que, en tiempos pasados, dieran con el medio eficaz
de cubrir de barniz sólo la mitad o los dos tercios de la pieza para
salvarla del peligro de que aquel esmalte grueso se escurriera
por todo el cuerpo de la vasija dejándola pegada al soporte que
la sostiene. Otro aspecto de esta práctica, y no el menos impor-
la nte , es el placer que algunos de nosotros, de acuerdo con los
o ri e ntales, derivamos del feliz contraste entre las superficies
barnizadas y no barnizadas, expresada por ejemplo en la descrip-
ción poética (<labio púrpura y pie de hierro», hecha por unos
e ruditos chinos sobre ciertos celadones Lung eh'uan. Un tinte
magenta pálido debido a una mayor exposición de la arcilla re-
d ucida, conteniendo hierro, es factible de aparecer donde el
barniz corre delgado en los bordes del bol, etc., y el «pie de
hie rro » viene ocasionado por la acción oxidante de la última
carga del horno sobre la misma arcilla ferruginosa y sin protec-
ció n, con destellos cercanos a un rojo de herrumbreS.
Los barnices y pigmentos varían en su carácter de acuerdo a la
IC mperatura a la que el barniz madura y a los ingredientes de
q ue están compuestos y como en este libro doy los resultados de
mi propia experiencia, describo por lo tanto tal como se utilizan
c n:
205
los barnices. Esto es mucho más importante considerando que el
enfoque moderno corriente tiene lugar a partir de una teoría
química, mientras que el mío se deriva principalmente de una
experiencia práctica incorporada a una tradición, verificada, y
algunas veces variada por mi propia experiencia.
El elemento esencial de un barniz es el agente: la sustancia,
sea plomo, bórax, sosa, sal, cal, magnesia o ceniza de madera, que
hace que los otros ingredientes se fundan o fluyan. Podría ser
considerada a modo de analogía como la sangre vital del barniz.
En contraste a ésta está el duro sílice resistente al calor, general-
mente usado bajo la forma de pedernal o cuarzo, el cual también
juega un papel esencial en todos los barnices. Éste puede deno-
minarse hueso del barniz. A estos dos se le añadirá un tercer
elemento, análogo a la carne del barniz, pero que no siempre
está presente (en el barniz con sal, por ejemplo) y que se obtiene
a partir de sustancias más variadas y complejas, tales como fritas,
feldespato, óxido de estaño y arcilla. N o puede describirse ade-
cuadamente en una exposición corta. A él se debe el grosor,
profundidad y brillantez amortiguada de los barnices que, instin-
tivamente se percibe, tienen más calidad.
Durante el último siglo hemos sufrido demasiadas tentativas
ingeniosas para que la mecánica se parezca a todo, salvo a lo que
verdaderamente es; se ha imitado incluso el metal, el vidrio y la
madera. Además, durante el mismo periodo, la industrialización
de la fabricación cerámica ha involucrado tan alto grado de es-
tandarización del material, que ahora ha desaparecido la práctica
universalizada entre los ceramistas de conocer los materiales de
sus barnices y hacer sus propios esmaltes. Es aún más difícil hoy
en día hacer viejos barnices porque los materiales más simples,
más crudos y más naturales han dado lugar a otros que aunque
más puros químicamente están al mismo tiempo desvitalizados.
Desde el punto de vista del carácter esta estandarización con-
duce inevitablemente a la monotonía. Si el lector recuerda lo
que se dice sobre el tema del cobalto/encontrará que ése no es
un caso aislado, ya que el mismo principio rige en la mayor parte
de nuestra práctica comercial y es inherente a todos los procesos
mecánicos. La cantidad puede necesitar estandarización, pero no
falsos criterios de belleza, y en el comercio no son solamente las
necesidades de una gran producción las que rigen, sino falsos
conceptos de belleza. En cuanto a barnices se refiere, parte del
206
problema es un olvido de lo que constituye el carácter del mate-
rial. En la actualidad esto se siente cada vez más en otros oficios
.Illemás del de ceramista, tanto en Inglaterra como en el contine nte,
pero en general un cierto elemento lúgubre del gusto inglés
hace que nuestros esfuerzos decorativos aparezcan apagados al
lado de los franceses por ejemplo. Cuando pensamos en la evi-
dencia de lo artificial y nauseabundo de los «colores rotos» de
las baldosas comerciales para chimenea, en las cuales el rutilo
juega el papel que el fuego directo y los ingredientes menos
pu rificados jugarían, sólo podemos sentirnos aliviados de volver
a los barnices comerciales sencillos. Pero incluso si comparamos
los barnices simples de nuestra vajilla con los barnices más direc-
tos y algo similares de la cerámica Ting de la dinastía Sung6 , o
co n los barnices de porcelana del periodo Ming, ¡cuán profunda
es la diferencia! U nos están muertos, los otros vivos.
Esta «vida» de los viejos barnices se debe en gran medida a
la presencia de elementos en la materia prima que los viejos
ce ramistas o no sabían cómo o no querían eliminar. El más co-
mún era un pequeño porcentaje de hierro que en la vajilla Ting
produce un color cremoso y en la porcelana Ming un tinte ver-
doso. Si hubiesen eliminado ésta y otras «impurezas» como las
llamamos nosotros, por lo menos la mitad de la vitalidad y en-
canto de los barnices se hubiera desvanecido. y lo curioso del
caso es que actualmente, y en general, porque no podemos com-
prar nuestras materias primas sin refinar, si nosotros tratamos
hoy de volver artificialmente a los barnices anteriores, sus carac-
terísticas variables o intrínsecas (pues la naturaleza nunca es
estereotipada) y los resultados no son los mismos, tienen preci-
samente un aspecto de lo que son, artificiales. No digo que sea
imposible con una gran sutileza de percepción obtener buenos
res ultados moderadamente, pero insto a volver a la naturaleza
aunque sólo sea para aprender una mayor humildad.
En Oriente los barnices de gres en particular estaban y toda-
vía están compuestos de piedras, cenizas y arcillas molidas, lava-
das y cernidas sólo en la medida necesaria desde un punto de
vista práctico y estético. Lo que nosotros hemos hecho es diso-
ciar estos dos enfoques y lo que estamos tratando de hacer ahora
es reintegrarlos.
(, Véase ilustración 1.
207
Shoji Hamada me dio una vez el siguiente resumen de la
evolución de los barnices orientales: en China durante la última
parte de la dinastía Han, 1 a 250 d .C., los alquimistas taoístas
que corresponden a nuestros alquimistas de los siglos XII y
XIII, experimentaron con muchos materiales con el objeto de
prolongar la vida. Al plomo lo llamaron kobo, o <<la veta madre » y
estudiaron sus distintas propiedades. El cobre había sido utili-
zado desde hacía mucho tiempo, en conexión con el estaño, en
la manufactura de los artículos más importantes de la edad de
bronce. El escenario estaba así preparado para la llegada de un
persa 7 , quien trajo e! conocimiento de cómo combinar óxido de
plomo con óxido de cobre y sílice (arena) para formar un barniz
a bajas temperaturas para vasijas de arcilla baratas, basadas en
formas de bronce anteriores y así popularizarlas 8 • A partir de
éste se desarrollaron los barnices de plomo claros y coloreados
que encontramos en algunas de las figurillas en las tumbas de la
dinastía Tang.
Estos barnices de plomo, bórax o sosa parecen pues haberse
originado en e! Cercano Oriente y no en China. Es probable que
tal descubrimiento se haya debido a la observación de la fusión
de la arena y e! bórax en conexión con el trabajo en metal del
Egipto de los primeros tiempos, por lo menos hace 7500 años.
Los estadios entre estos barnices blandos que se funden en-
tre los 750°C y 100QOC y los primeros ejemplares de porcelana
translúcida china, no más tarde de! año 650 d.C. , siguen siendo
todavía una especie de misterio. Nosotros, en Occidente, nos
contentamos con bajas temperaturas hasta el siglo XV, cuando
los alemanes empezaron a hacer gres con barnices salinos (ilus-
tración 25) . No obstante, podemos estar casi seguros de que la
observación de los efectos vitrificados, como un barniz de las
cenizas de madera, sobre las paredes interiores de los hornos y
208
fundiciones fue lo que llevó a los chinos con su gran sentido
co mún y adaptabilidad a sacar conclusiones y ver las ventajas de
un tipo de cerámica más duro y menos poroso.
Según Hamada, los antiguos barnices de gres eran marrones y
estaban compuestos o bien de una sola roca natural o arcilla o
bie n de una mezcla de una u otra de éstas con una pequeña
ca ntidad de ceniza de madera 9 • En la mayoría de los talleres de
ce rámica rurales tradicionales japoneses hoy, los barnices de
gres más comunes son de esta variedad. En el pequeño pueblo
de Mashiko donde vivió y trabajó Hamada los últimos quince
año s, la piedra de construcción local, simplemente pulverizada y
le vigada da un excelente barniz rojo de herrumbre (kaki ). Con
una adición del 10% de ceniza de madera medio fuerte se con-
vierte en un barniz negro, rico, llamado tenmoku lO •
Los antiguos barnices de gres chinos, de los cuales existen
bue nos ejemplares en los Victoria & Albert Museum y British
Museum, son de un oliva transparente. Éstos los he reproducido
yo personalmente mezclando una arcilla silícea de colorante
claro con un 40% de ceniza de roble y con frecuencia he obser-
vado una formación similar de barniz en cajas refractarias y pare-
des de horno, todo lo cual corrobora la teoría mencionada más
arriba respecto al origen de los barnices de gres chinos.
De este barniz marrón original de la última parte del periodo
Han se desarrollaron, durante la era Tang siguiente, barnices de
g res de dos tipos, uno claro y otro oscuro,el primero hecho de
arcillas blanquecinas o piedra pulverizada combinada con ceni-
zas de madera y el segundo de arcillas y piedras que contenían
un buen po rcentaje de hierro, al cual se debía su color oscuro.
En todos estos gres primitivos , del tipo que sean, la principal
fue nte de color es el hierro, variando sus proporciones desde tan
poco como 11 /2% en los celadones más claros hasta un 20% e n
los barnices más oscuros. Este hierro es inherente a uno o m ás
'r S ho ji Hamada y Kanj iro Kawai fue ron los primeros japo neses
qu e investigaron cie nrífic ame nre los primeros barnices chino s y los re-
p ro d u jeron e n la escuela m u nicipal de ce rám ica, Kyoro, e nrre 191 7 y
192 0.
10. V éanse ilu stracio nes 41 , 46 y 49.
209
de los materiales naturales y es por eso que nosotros lo llama-
mos impurezas, y aunque la producción de verdadera porcelana,
ineluso del siglo VII/ parecería indicar un conocimiento avan-
zado del ceramista de los minerales, especialmente si considera
mos las luchas de los químicos de la cerámica europea, tales
como Bóttger y en tiempos más recientes Seger, me inclino a
creer como resultado de mi experiencia en cuanto a oficios y
artesanos orientales,que cualquier conocimiento que ellos tuvie-
ran se basaba casi totalmente en la tradición oral, no escrita,
producto de innumerables experimentos de primera mano, de
generaciones de hombres que vivían muy cerca de la naturaleza
y muy apartados de la teoría de laboratorio.
Mi propio maestro Ke nzan quedaba desconcertado a me-
nudo con m is preguntas relativas al procedimiento subyacente
de los principios y la técnica, y se retiraba detrás de una barrera
de gestos ceñudos y respuestas de mala gana, tales como: " Esa es
la manera como lo hacía mi maestro. Si usted hace esto y aque-
llo, como se lo digo, el resultado será esto y aquello ». Era total-
mente incapaz de explicar la teoría de la ox idación y de la reduc-
ción, de modo que como consecuencia y durante muchos años,
yo, como químico aficionado, me imaginé estar al borde de un
descubrimiento científico importante respecto a la cocción con
humo de los celadones. Por otro lado, es esencial algún conoci-
miento de la parte que juega la oxidación (o combustión clara) y
la reducción (o cocción co n humo) para la comprensión más
elemental de los barnices orientales. Es menos importante en
Europa porque, con mucho, el mayor número de nuestras cerá-
micas se cuecen como algo inevitable en una llama clara oxi-
dante. Un e jemplo familiar de una llama oxidante es el de la
lámpara de aceite ordinaria, en la cual el suministro de oxíge n<?-
que entra a través de los agujeros de aire, es suficiente para
permitir una combustión más o menos completa. No obstante, si
se coloca una mano sobre los agujeros de aire, la llama inmediata-
mente se vuelve humeante y el mismo efecto se observa si se
pone algo parcialmente sobre la chimenea. La llama humeante se
denomina «reductora».
El efecto de estos dos tipos de llama sobre los agentes colo-
rantes metálicos tanto en arcillas como en barnices es contrario,
la llama clara u oxidante hace que el óxido del metal dé el color
resultante y la llama con humo o reductora hace que el metal
210
mismo coloree el barniz 11. En el caso del hierro y el cobre los
I
resulcados serán marrones y verdes bajo la oxidación y verdes y
rojos bajo la reducción. Los óxidos de hierro varían desde un
marrón oscuro hasta un rojo ladrillo; el metal en sí es gris azu-
lado. El cobre oxidado es verde, el metal, rojo. Y así con otros
muchos metales aunque algunos de ellos no se comportan de
una manera tan simple.
Sin una entrada de aire el combustible no quemará. El car-
bón de madera y el de coque se obtienen bajando el suministro
de aire a un mínimo. Un fuego de madera o carbón sofocado
quema mal y humea. Abundancia de aire significa abundancia de
oxígeno y la conversión de los elementos metálicos de una arci-
lla o barniz en un óxido; por otro lado, una llama sin suministro
suficiente de aire hace que los óxidos de metal presentes se
«reduzcan » a su estado puro o aproximadamente puro. El otro
tipo único de llama utilizado en el horno de un taller de cerá-
mica es la neutra o aquella que alterna entre los dos extremos.
Las tres son de capital importancia para los ceramistas.
El hecho de que la arcilla que contiene hierro se vuelva gris
cuando se la reduce, antes de que el barniz se haya fundido
sobre ella, debe tenerse en cuenta al estudiar los celadones y la
porcelana del Lejano Oriente. Creo que los chinos reconocen
unas sesenta variedades de celadones claros y el color de todos
depende más o menos del porcentaje de hierro contenido en la
arcilla así como en el barniz. Esta familia de barnices es general-
mente transparente.
Por cierto, las clasificaciones de celadones y otros barnices
las hicieron literatos y coleccionistas"'-- inos, así como cerami,s-
tas, y en consecuencia se llegaron a dar n res .caprichosos a
ciertos efectos con total ignorancia de los hechos reales. Barni-
ces idénticos se clasifican de una manera diferente no sólo a
causa de los distintos efectos de oxidación y reducción del
horno, sino también en base a puros accidentes de cocción. La
confusión resulcante ha llevado a veces a prolongar argumentos
11. Esto es, si sujetos a una llama oxidante los átomos de oxígeno
permanecen combinados con el metal, pero expuestos a una llama re-
ductora, son atraídos con mayor fuerza por partículas de carbono flotan-
tes (el humo que resulta de una combustión incompleta) y dejan que el
meral se una a ellas.
211
entre los conocedores, proporcionando a los simples ceramistas
una gran diversión.
Como es bastante común el emplear barnices que den resul-
tados satisfactorios, quizá porque están cocidos en una cámara
oxidante o reductora, y como los ceramistas chinos, coreanos y
japoneses siempre lo han hecho así, los sesenta verde claros
pueden reducirse a la mitad de barnices realmente diferentes.
Exactamente cuándo descubrieron los ceramistas chinos la pie-
dra petuntze, es decir, el feldespato, cornish stone o la piedra china
que son nuestros equivalentes más próximos, lo desconocemos,
pero ya en el siglo VII seguramente encontraron una sustancia
que podía utilizarse como un vehículo translúcido medio fun-
dente , tanto en la arcilla como en el barniz. Ciertamente en
Japón y China existen rocas naturales feldespáticas~ que solas
podrían constituir el cuerpo de una verdadera porcelana/ de ser
pulverizadas suficientemente. De todas formas el desarrollo
posterior de las porcelanas chinas, coreanas y japonesas se basa
en tal descubrimiento, porque la familia oscura de la piedra
china de gres no es tan necesaria y dudo si no fue utilizada en las
pastas o barnices mucho tiempo después. A los barnices les
presta una cualidad de grosor lentamente fundente, pero tam-
bién se ha de tomar nota de que en una pasta aporcelanada su
efecto es realzar considerablemente la brillantez de los colores
oscuros del hierro. Esto ciertamente yo no lo admiro y consi-
dero más nobles los cuerpos y barnices duros y austeros que
estos efectos suaves, lustrosos, que atraen a una sofisticació n más
elevada.
Una referencia al capítulo sobre arcillas (pág. 8 3) dejará más
clara la gran importancia del descubrimiento de rocas o materia-
les primarios. Significaba un conocimiento del origen de las arci-
llas en su roca-madre, granito, y las propiedades bajo las altas
temperaturas del caolín, elfeldespato, la pegmatita o piedra china y
sus relaciones derivadas del granito en su primer estadio. Nue-
vamente he de enfatiza¡· en que éste no era un conocimiento
científico, sino el resultado de repetidos experimentos y con él
se desarrolló la capacidad de controlar y ampliar la gama de
color. Al hierro se añadieron el cobre, el cobalto y el manganeso,
además de la mayoría de otros óxidos de nuestro uso. Lo impor-
tante es recordar que la calidad depende ampliamente de la
presencia de impurezas naturales combinadas en las materias
21 2
p rimas de los barnices. No ha de ponerse menos énfasis en el
he cho de que la actitud del ceramista hacia sus materiales, y yo
añadiría hacia la técnica, tiene que ser tan delicada y respetuosa
como la de un buen jardinero hacia sus plantas y se ha de traba-
jar con y no en contra de la naturaleza. Es así como, cuando
co ntemplemos los barnices de gres y porcelana, debemos espe-
rar las cualidades de las piedras refundidas. El carácter de la
cerámica tradicional inglesa con engobe y barniz es el de una
cubierta de plomo con arcilla roja corriente/ y aquí podemos
esperar unos efectos cálidos e íntimos. En el gres con barniz
salino debemos estar preparados para lo que tiene lugar, inevita-
ble mente, a saber: la vaporización de la sal. El cloruro escapa
como un gas y el sodio volatilizado ataca las partículas silíceas y
fo rma un barniz que tiene una textura que recuerda la piel de la
naranja, razón por la cual las viejas bellarminas alemanas!2 y de
Fulham, son mucho más agradables, tanto a la vista como al
tac to, que las botellas modernas de cerveza de gengibre, por-
q ue éstas están hechas de una arcilla silícea excesivamente refi-
nada con la cual se mezcla la sal para formar una superficie
Je lgada, monótona, uniforme. Los mismos accidentes de la hor-
nad a,de las antiguas jarras de cerveza greybeards que están llenas
de interés y carácter y el método rudo pero económico de esti-
bar las botellas en contacto una con otra, no sólo daba como
rt:sultado abolladuras y cicatrices sino que también las llamas de
una hornada de leña a fuego libre, es decir, sin cajas refractarias,
ayudaban a producir moteados y variaciones de color que están
e ntre los aspectos más agradables de este tipo de cerámica.
En las piezas de loza tierna de raku, aunque el fundente es el
plo mo, el carácter del barniz está determinado por la frita de
:Ic ido bórico, ya que la opacidad cristalina de este ingrediente
nubla y vela los colores, de otra manera duros y subidos de tono,
que yacen debajo de él en una forma peculiarmente atractiva, y
Ilmortigua la excesiva brillantez del barniz. (Véase ilustración 21).
Lo mismo puede decirse de los esmaltes del Extremo Oriente
e n los cuales también entra esta misma frita. Éstos se aplican
¡.¡;c ne ralmente encima de barnices de porcelana dura, de manera
qu e no hay problema de que el esmalte de sobre cubierta se
mezcle con el de bajo cubierta, como en las porcelanas Chelsea
213
u otras de pasta tierna 13 • También aquí los chinos hacen una
virtud de la necesidad y preservan las marcas del trabajo a mano
no sólo mostrando la técnica llanamente como es, sino también
manteniendo una gama limitada de colores cuidadosamente se-
leccionados y una verdadera estilización del motivo en vez de
hacer de la decoración de sobre cubierta lo más parecido posible
a una pintura al óleo en miniatura. U na vez, examinando algunos
retratos pintados con esmaltes sobre unas placas de porcelana
china azul en las Obras Reales de Worcester, me sorprendí al ver
que sólo un examen muy detenido las revelaba como miniaturas
no al óleo sino al esmalte. Puede imaginarse la habilidad y domi-
nio técnico requerido al recordar no sólo que los pigmentos
crudos del ceramista son bastante distintos en color antes y des-
pués de la cocción, sino que muchos de ellos requieren tempera-
turas bastante diferentes en la mufla. ¡Cuánto trabajo perdido
por amor al mal arre!
Probablemente el mejor logro de Occidente desde el esplén-
dido trabajo espontáneo a pincel en los reflejos metálicos de los
antiguos platos hispano-árabes, se encuentre en las precisas y
bien formadas eses y en los adornos y franjas en simple oro de
varios artículos del siglo XIX. Las piezas Chelsea más encanta-
doras y alegres o las frivolidades de las casas de campo en lustres
nunca podrán tomarse tan en serio como los mejores esmaltes
chinos.
N o me refiero a los vasos de la corte china excesivamente
decorados del último periodo de la dinastía Ching, sino a los
artículos para la exportación de la primera etapa Ming, recono-
cida actualmente como trabajo del siglo XVII, que todavía
puede encontrarse enJapón y los estrechos malayos.
13. V éaseColourBlockD .
14. Véase pág. 224 .
15 . O el 1 % de Be nronira.
2 14
El espesor del líquido varía considerablemente de acuerdo a
los ingredientes/así como con su adaptación a la porosidad de los
artículos bizcochados o crudos, y de acuerdo al resultado final
que se persiga. El grado de finura de las partículas está también
determinado por el efecto requerido. En barnices de gres, por
ejemplo, es a veces aconsejable retener granos de ceniza más
gruesos para obtener una variación de color. Pero, hablando en
términos generales, tamices de una malla de 100 a 200, es decir,
con 100 a 200 agujeros por pulgada recta de hilo de bronce
serán suficientes. Es mejor hacer que los distintos ingredientes
sean tamizados separadamente y a ser posible almacenados secos.
porque si se los tamiza juntos es casi imposible saber cuáles no
pudieron pasar a través de las mallas y por lo tanto resultaría
difícil compensar su pérdida. Tanto para que la acción sea eficaz
como para preservar a los tamices de su posible rotura, no deben
sacudirse o traquetearse verticalmente sino horizontalmente, ya
que el movimiento vertical estropea el hilo. La manera más rá-
pida de hacerlo es dejando caer un chorro fino de agua con
relativa fuerza sobre los materiales del barniz y golpear el lado
de madera del tamiz con una paleta acolchada; puede dejarse la
mezcla en el cubo durante la noche y retirar el exceso de agua al
día siguiente mediante un sifón 16.
Aire 1/3
Líquido 1/3
Bolas de
pedernal 1/3
215
Algunos barnices requieren,más que otros, ser molidos más
finos, y esto debe hacerse con molinos de bolas, aunque pueden
prepararse pequeñas cantidades con una mano de mortero plana
de vidrio sobre una plancha de vidrio esmerilado, o más laborio-
samente, para cantidades más grandes, en un mortero de porce-
lana corriente. Los barnices preparados se guardarán en barriles
de madera dura de un tamaño conveniente. Yo he encontrado
económico utilizar viejos barriles de cerveza o sidra que ob-
216
te ngo generalmente en cervecerías o establecimientos de venta
de sidra a un modesto costo.
Las tapas de madera son imprescindibles en los barriles de
barniz para preservarlos del polvo, etc. Es también oportuno
marcarlos cuidadosamente con pintura al óleo. Los aros para que
no se oxiden y no se estropeen se pueden pintar. Una de las
cosas más enojosas ante un barril de barniz o pigmento que no
se ha utilizado en mucho tiempo es el no saber exactamente qué
es)porque se nos olvidó en su día ponerle una etiqueta l 7 .
U na herramienta muy útil y simple para impedir que los
barnices se sedimenten conforme se utilizan se ilustra aquí. La
consistencia correcta puede medirse con un densímetro o aeró-
metro. Los barnices y engobes contienen aproximadamente un
50% de agua/ mientras que la arcilla preparada para su torneo
tiene alrededor de un 30% de agua libre.
Hay varios métodos de aplicar los barnices. El más antiguo en
Inglaterra es sin lugar a dudas el de los ceramistas medievales y
monásticos, que consiste en poner mineral de plomo fino seco
(galena) en una bolsa de tejido no tupido y espolvorear con él las
formas de arcilla a mitad de secado. Ésta sería la causa de las
manchas delgadas.
Se requiere habilidad y cuidado en el barnizado de piezas de
cerámica cruda para impedir que el barniz/ que está general-
mente compuesto de materiales no plásticos". se desprenda
cuando la pieza se encoja al secarse,o que las asas y el pitorro se
desenganchenJcomo consecuencia del reblandecimiento debido
a la absorción de demasiada agua por el mismo. Si estos proble-
mas pueden evitarse añadiéndole una arcilla plástica con mucha
contracción, convirtiendo así el barniz en un barniz de engob~ lo
que se gana en tiempo y dinero evitando la hornada de bizcocho
consiguiente, supone una gran ventaja. Además hay ciertos pro-
cesos decorativos que sólo pueden utilizarse con barnices para
aplicar en piezas crudas. Me refiero en especial a la digna prác-
tica de grabar y rascar los brillantes negros lenmoku de los cera-
mistas chinos de las eras Tang y Sung l B.
Con pastas silíceas es generalmente mejor dejar que pase un
intervalo corto entre el barnizado de dentro y el de fuera de las
217
piezas crudas para dar una pequeña oportunidad a que se seque
el agua, de otra manera la pieza demasiado reblandecida puede
venirse abajo. También, cuando la arcilla con que está hecha la
pieza tiene una textura compacta y correosa es mejor barnizarla
por fuera y por dentro al mismo tiempo.
Es aconsejable humedecer las asas delgadas con agua uno o
dos minutos antes de sumergirlas, de otra manera se corre el
riesgo de que se resquebrajen bajo la presión de una expansión
repentina causada por la absorción de la humedad, o puede
cubrirse el asa con un trapo húmedo mientras el resto de la pieza
se seca lo suficiente para barnizarla. En cualquier caso su ten-
dencia natural es secarse antes que el resto de la pieza. Algunas
arcillas aguantan la inmersión en un barniz cuando están com-
pletamente secas y esto es especialmente cierto de las pastas de
porcelana dura.
Los . barnices se aplican por inmersión, doble inmersión,
baño, pulverización, pintado, goteo, salpicadura y engobado al
asta. Para cada uno de estos métodos hay una técnica apropiada
que se irá adquiriendo adecuadamente sólo con la observación y
la práctica. Yo utilizo la doble inmersión siempre que puedo asir
la pieza por el pie con suficiente firmeza. El dibujo de esta pági-
na lo mostrará mejor que las palabras. Con este método, que es
muy utilizado en Extremo Oriente, el interior y el exterior de la
pieza se barnizan en un solo movimiento. Poseo una pieza Sung
barnizada en crudo con las marcas de los dedos del viejo cera-
mista chino visibles todavía en el barniz donde él lo agarró con
los tres dedos y el pulgar para sumergirlo.
La impresión simple de una pieza bizcochada es más fácil:
primero se vierte el barniz en el interior y se limpia el borde,
luego se coge la pieza por el pie y se sumerge al nivel que el
218
ceramista juzgue conveniente, generalmente el ceramista sos-
tiene la pieza invertida en ángulo, después de sacarla del cubo
del barniz, de manera que gotee pulcramente el exceso del
mismo, en el punto más bajo, sucesivamente en el cubo, y limpia
la última gota que cuelga. A veces toda la boca húmeda se res-
triega ligeramente sobre un paño de algodón húmedo.
Los ceramistas orientales, sea por velocidad, por preferencia
O las dos combinadas, tienen la costumbre de no corregir las
irregularidades que son características agradables del proceso de
inmersión. Sus ojos son más sensibles al valor estético de efectos
decorativos no premeditados, tales como una lograda línea irre-
gular de inmersión en una taza de té japonesa o una marca de
barniz más gruesa lateral, frenada cerca del pie en forma de gota
gruesa. En Oriente mismo este aprovechamiento de los acciden-
tes, especialmente entre los últimos seguidores del culto del té
en Japón, se convierte con frecuencia en una afectación, pero
esto rara vez se puede decir de los chinos o los coreanos, de los
cuales, aquéllos, por lo menos, estaban tan ligados a las realida-
des de la vida que tenían poco tiempo para hacer estética y
nunca estuvieron divorciados de la fuerte corriente nacional del
arte inconsciente.
Si la pieza va a cubrirse íntegramente con barniz y se necesita
limpiar el pie luego, se hace mejor con un trapo o una esponja
humedecidos enseguida. Con las piezas crudas resulta lo contra-
rio por la dificultad para manipular la arcilla reblandecida.
Cuando el barniz está completamente seco se puede quitar con
un cepillo de dientes viejo. Otro método para impedir que el
barniz se adhiera es pintar con cuidado la parte en cuestión a la
cera. Las formas difíciles que no tienen asa para cogerlas se tratan
mejor de esta manera, muy especialmente si se quieren recubrir
con barnices de gres espesos. Con los esmaltes delgados las
piezas pueden ser sumergidas totalmente y las huellas digitales
rápidamente retocadas antes de que se seque la superficie.
Si la primera capa de barniz en una pieza bizcochada es
demasiado delgada es mejor volverla a sumergir tan pronto
como la superficie se vuelva mate; una aplicación más tardía de
una capa fresca tiende a desprenderse. De esta manera puede
ponerse otro esmalte encima del primero, parcialmente o com-
pleto y pueden rascarse los motivos dejando a la vista el barniz
de debajo. También un barniz puede arrastrarse sobre otro con
219
la misma pera de goma que se utiliza para engobar. Cuando los
esmaltes se aplican con pincel, se salpican, se vierten o pulveri-
zan encima de una pieza, bañada con anterioridad, es más seguro
añadir un aglutinante. Dichos métodos son más adecuados para
los barnices que funden lentamente, que para los barnices de
plomo que se funden con rapidez. El baño habla por sí mismo y
se utiliza principalmente para piezas grandes y para otras que
son difíciles de sumergir.
La decoración de bajo cubierla requiere generalmente un gro-
sor igual del barniz y cualquier irregularidad hay que rasparla
con una cuchilla y frotarla suavemente hasta dejarla lisa. Tam-
bién deben cerrarse los pequeños agujeros en el barniz. Nueva-
mente, la mayoría de los barnices tienen que removerse constan-
temente mientras se utilizan, ya que algunos de sus elementos
más pesados, como la sílice, tienden a una sedimentación rápida.
Si este problema se agrava hay que añadirle a la mezcla un aglu-
tinante.
El proceso de pulverización lo utilizan a menudo los talleres
de cerámica comerciales, pero a pesar de lo fácil de sU aplica-
ción, resulta demasiado mecánico en sus efectos y no se le puede
recomendar a artesanos, salvo para aplicar un matiz de color a un
lado o cerca del cuello de una pieza con el fin de utilizar una
cantidad de esmalte insuficiente para un baño.
Otro método de decoración es el de las planlillas en los
barnices 19 • Se recorra un motivo simple, digamos de una docena
220
fig. 5 Método de calenrar la cera para la pinrura con reserva
221
Naturalmente, todos estos métodos pueden utilizarse bien o
mal; nada de lo que pueda decir garantizará un buen resultado,
pero por lo menos puedo aconsejar sobre el control y preferen-
cia que ha de darse a una expresión moderada de este método
decorativo en vez de una sobrecargada y exclusiva utilización.
Plomo blanco 61
Frita 18
Sílice impura (BOShlll Temperatura de madu-
ZlIna, arena silícea de ración, oxidado, 750°C.
color de ante proceden- J21Pesos en seco
te de la península de
Boshu
222
Cuando empecé a coleccionar las viejas fórmulas en Japón
me sentía constantemente frustrado por el hecho de que algunas
medidas eran húmedas, tantos cubos llenos de barbotina por
tanto y tanto en peso seco de algo más. Los ceramistas que las.
escribieron sabían lo que querían decir, pero sus fórmulas me
servían sólo para uso general porque no podía hacer más que
adivinar aproximadamente el contenido de agua de sus barboti-
nas, etc. U na vez más me tomó algún tiempo el darme cuenta de
la importancia de convertir los totales en porcentajes para en-
contrar una forma de relacionar un barniz o un experimento con
otro.
Al adaptar el barniz raku de Kenzan a los requisitos ingleses
he descubierto que es posible utilizar minio o plomo rojo y litargi-
rio en vez de plomo blanco o albayalde. El minio es un poco más
fusible que las otras formas 22 .
La composición de un esmalte raku que utilicé durante algún
tiempo aquí en Inglaterra como sustituto del japonés constaba de:
Plomo blanco 66
Cuarzo 30
Caolín 4
223
monio en una u otra forma para producir marrones, azules, púr-
puras y amarillos. También es posible introducir hasta un 10%
de óxido sin que predomine una cualidad metálica. Los barnices
se disolverán en agua hasta que tengan la consistencia de una
papilla, y por cada veinte tazas más o menos de esta mezcla se
añadirá una taza de un aglutinante, para impedir que el esmalte
se desprenda cuando la pieza se someta al repentino calor de una
hornada de raku.
Colas y aglutinantes
Los japoneses usan un alga seca llamada funori, hervida con agua
durante unos pocos minutos y tamizada, que produce un almíbar
de igual consistencia al que se encuentra en las latas de conserva
de melocotones. Nosotros podemos obtener un sustituto a par-
tir del musgo irlandés, la goma tragacanto o incluso de la goma
arábiga.
Los esmaltes raku son desagradablemente delgados y duros a
menos que se usen con generosidad y se apliquen espesos de
forma moderada y también por esta razón no es necesario lim-
piar o rascar las huellas de un esmalte doblemente corrido.
Las grietas o resquebrajaduras son inevitables en un barniz
raku y son un elemento importante del carácter y belleza de la
cerámica. Pero a causa de esto, así como por la cocción a baja
temperatura de la pasta, el raku debe considerarse francamente
como poroso. Tal efecto puede ser neutralizado en cierta me-
dida y al mismo tiempo puede realzarse la belleza del agrietado
empapando las piezas terminadas con té fuerte . Este procedi-
miento, repetido varias veces si es necesario, tiende a cerrar los
poros de una manera a la que no hay nada que objetar. Incluso
puede acentuarse más el agrietado frotando una materia colorante,
como puede ser la tierra sombra cruda y un poco de aceite dulce,
mientras la pieza está todavía caliente del horno. Antes solía hacer
yo esto, de acuerdo a como lo hacían los chinos, pero última-
mente he llegado a pensar que es mejor evitar tales efectos artificia-
les; huelen a falsedad y nunca son tan encantadores y agradables
como lo son los cambios más lentos y más auténticos del tiempo y
el uso. Esto no es tanto una crítica del artesano chino como de la
tendencia del ceramista independiente a conseguir efectos de
224
una forma barata o de hacer demasiado hincapié en el arte por el
arte.
Antes de abandonar el tema de los barnices de raku debo
hacer especial mención de los dos tipos preferidos por los bebe-
dores de té japoneses: aka o raku rojo y kuro o raku negro. El
primero está hecho de una manera muy simple, aplicando el
barniz claro a la pasta usual, la cual ha sido pintada antes de ser
bizcochada con ocre crudo en una consistencia cremosa, mien-
tras el color está determinado primero por la cualidad del ocre;
segundo, por el método de cocción; y tercero, por el grueso del
esmalte. Un rico color salmón se considera el más hermoso 2 ".
El raku negro es un tópico totalmente distinto. El esmalte
está basado en plomo y frita y una piedra muy ferruginosa kamo-
gawa ishi (piedra del río Kamo) que se obtiene del lecho del río
Kamo que fluye a través de Kyoto.
Lo peculiar de este tipo de cerámica es el método de su
cocción. Se cuece ya sea dentro de una caja refractaria colocada
sobre una forja de herrero, o en una caja o mufla especialmente
construida e insertada aliado de un horno de gres, donde puede
fácilmente hacerse la reducción. La pasta está hecha de un mate-
rial muy refractario, arcilla fire-clay plástica a la que se le ha
añadido por lo menos un tercio de chamota (pasada por tamices
de una malla de 20 a 30), de modo que la pieza puede ser
retirada del fuego a una temperatura de 1200D e poco más o
menos con unas tenazas y sumergida en un cubo de agua fría. Si
no se hace esto o si el agua se ha calentado por inmersiones
repetidas anteriores, el color del barniz aparece marrón rojizo o
incluso vermellón apagado. Las tenazas dejan una huella o im-
presión sobre el esmalte grueso blando, pero esta marca se con-
sidera una virtud siempre que sea firme y pulida.
La textura del raku negro se debe en parte a lo áspero de la
pasta y a la reducción del esmalte de plomo ferruginoso y es-
peso. La superficie granular que a veces aparece son en realidad
los cráteres medio desaparecidos o semifundidos por los cuales
el gas hizo erupción fuera de la arcilla,e indica la necesidad de
cocerla más lentamente o por lo menos de darle una oxidación
durante un tiempo corto antes de sacar la pieza. El mismo mé-
todo se utilizará para hacer desaparecer las burbujas en esmaltes
225
de plomo, las cuales se forman por reducción temporal, y a las
que se prestará mayor atención al cocer los barnices para piezas
de barro y engobe, especialmente aquellos que realicemos con
galena. El proceso puede ser claramente observado a través de
una mirilla.
Los esmaltes orientales son, en términos generales, esmaltes
raku ordinarios (no kuro) o fundentes, con distintos porcentajes
de óxidos de color añadidos. Las proporciones de los tres ele-
mentos del esmalte se varían de acuerdo a lo siguiente: el plomo
para rebajar el punto de fusión, la sílice para elevarlo y la frita
para incrementar volumen. La siguiente tabla da no solamente
composiciones definitivas de los principales colores sino que
sirve también como una guía para los límites entre los cuales
pueden variarse los componentes:
226
Púrpura uva
Amarillo
Óxido de manganeso 70
Óxido de cobaltO 10
Sílice (cuarzo) 20
Plomo blanco 50
Cuarzo 39
Bórax calcinado 11
227
La frita turquesa arriba mencionada
Plomo blanco 40
Frita japonesa 49
Cuarzo 8
Carbonato de cobre 3
228
y arcilla roja. Me he referido ya al uso de polvo de galena seco
en piezas cruzadas a principios del medioevo, pero ahora hablo
de la práctica del siglo XVIII. La temperatura empleada varía
entre 900°C y 1 100°C y la proporción de la arcilla seca con
respecto a la galena seca estaba entre 1/4 y 1/2. Si la arcilla no
contenía suficiente sílice se añadía sin duda cuarzo hasta un 25%
del total como lo hemos hecho en Sto Ives. Este esmalte de
galena crudo se aplicaba a la pasta cruda, y Cardew y el taller de
cerámica en Truro hacían todavía esto en 1939 de la misma
manera que lo he descrito para los barnices-engobe. Pero noso-
tros en Sto Ives renunciamos a ello, en parte porque era más
difícil de manejar, y en parte porque nuestra arcilla roja de
Cornualles era tan arenosa y absorbente que las asas y los pito-
rros se partían al sumergirlos crudos, y también porque quería-
mos evitar la sulfuración y el agrietado y obtener una cerámica
más manejable.
Las sulfuraciones dejan la superficie del barniz mate y áspera
al tacto, no transparente y de color verde amarillento, causado
por la presencia del sulfuro en la galena (sulfuro de plomo) que
se convierte en ácido sulfúrico, el cual a su vez se combina con
las sales solubles presentes y forma los sulfatos. Ésta es la razón
por la cual las cerámicas con barnices de galena se cuecen en
hornos de tiraje vertical abiertos a las corrientes de aire. Las
muflas y las cápsulas de arcilla fire-day impedirán que llegue el
suficiente oxígeno a las piezas. Parece que esta sulfuración ocu-
rre con mayor facilidad si el combustible, el horno o las piezas
están húmedos y si se produce la reducción antes de fundirse los
esmaltes. Para evitar este defecto que es muy frecuente en el
interior de botellas y vasos de cuello estrecho, abandonamos la
galena en favor del litargirio que es una forma de óxido de
plomo sin azufre. Además, esto nos permitió cocer los potes con
sus tapas sin volverle a tener miedo a este problema, ahorrando
así espacio en el horno. Ha de admitirse que tal mejora técnica
ha significado una considerable pérdida de aliento, rudeza y
fuerzas naturales. Pero al mismo tiempo nos ha permitido hacer
piezas para usarlas en la mesa, que no ocasionan quejas conti-
nuas por ser porosas y ásperas al. tacto o porque las cucharas de
plata rascan o dan grima e~tropeándose en tazones y escudillas.
El cambio ha elevado nuestro porcentaje de piezas sanas del
70% al 90%.
229
La vieja gama de color va del crema al marrón oscuro, obte-
nidos sea de una arcilla que contenga hierro en el esmalte u
óxido de hierro rojo común. Puede hacerse un esmalte claro
sustituyendo arcilla ball clay y cuarzo en vez de arcilla roja, y
esmaltes de otros colores, añadiendo hasta un 3% de óxido de
cobalto o hasta un 10% de óxido de cobre y óxido de manga-
neso para verdes y marrones púrpura. Aunque ocasionalmente
he visto buenos verdes, especialmente aquellos del difunto cera-
mista rural inglés Edwin Fishley de Fremingron en North De-
von 2 4, sigo sintiendo profundamente que el carácter esencial de
las cerámicas tradicionales del engobe y barniz inglesas ha de
encontrarse en estos colores cálidos e íntimos provenientes del
hierro. Un pequeño conocimiento de lo moderno desvía fácil-
mente el instinto de idoneidad que la tradición impuso al arte
popular. Se necesita ser un muy buen artista para que hoy día se
pueda ejercer un control serio en las piezas.
Con todos los esmaltes de galena sobre bizcocho sólo se
necesita agua y he encontrado que únicamente es preciso pasar
los materiales a través del tamiz de una malla de 150.
A Michael Cardew le parece que es necesario añadir jarabe
de algas (musgo irlandés o Carrageen) como adhesivo para el bar-
nizado en crudo. Dice que con un puñado de estas algas hervidas
a fuego lento en 1 litro de agua durante media hora es suficiente
para una cacerola de esmalte. Se ha de colar por un tamiz de una
malla de 30, añadiéndolo al esmalte y removiéndolo. Si el es-
malte contiene mucha barbotina se cuajará y será más difícil
juzgar su propio espesor, pero impide el desprendimiento. En
invierno las algas conservan su eficacia por espacio de una quin-
cena o tres semanas, mientras que en verano la pierden en unos
días. Si se utilizan algas en el esmalte es mejor hacerlo cuando
las piezas están duras y no han cambiado todavía de color. Los
esmaltes crudos nunca deben aplicarse muy gruesos pues se des-
prenderán dando lugar a escamas, salvo en el caso de aquellas
arcillas excepcionales que resisten el baño de inmersión incluso
estando totalmente secas. Las piezas con desconchados pueden
calentarse de nuevo después de la cocción, se les puede dar una
segunda capa de esmalte y volver a cocerlas . Esto apenas consti-
tuye más molestia o gasto que una cocción de bizcocho y com-
24 . Murió en 191 2.
230
bina las ventajas del esmaltado en crudo y el bizcocho; la pro-
fundidad y calidad del uno y el brillo del otro.
Los pigmentos no se utilizaban con galena y en general tam-
poco son adecuados para esmaltes de bajo cubierta tendentes a
fluir. También los engobes cuando se aplican con pincel suelen
desintegrarse y es necesario superponer varias capas para asegu-
rarse de que tendrán un tono uniforme.
Antes de abandonar el tema de las cerámicas tradicionales
inglesas con engobe y barniz puede que interese a algunos lecto-
res el saber que hay por lo menos un taller de cerámica en]apón
donde se produce una especie de cerámica con engobe y barniz,
se trata del Taller de Cerámica Fujina cerca de Matsue, que per-
tenece a una familia llamada Funaki que ha producido cerámica
con barniz de plomo durante más de cien años. El actual repre-
Sentante, con quien trabajé por espacio de un mes hace tres años,
ha entrado en contacto con Hamada y a través de él con nuestra
vieja tradición inglesa, por la que ha resultado fuertemente in-
fluenciado, aunque no la haya seguido ciegamente. Sus barnices
son una modificación de los barnices de gres al plomo y se
cuecen entre IISOoC y 12S0°C. En su aspecto general son simi-
lares a los nuestros, pero más duros y algo más lisos y más
brillantes, las piezas son estrictamente sin poros y sin figuras.
Los chinos todavía producen una especie de cerámica dura
de galena que exportan en cierta cantidad a los estrechos mala-
yos, especialmente bajo la forma de bañeras ovaladas grandes
hechas de arcilla fire clay y esmaltadas por dentro con un barniz
o paco verde marso Estas piezas están decoradas con fuerza, en el
exterior con franjas y pedazos aplicados de arcilla, selladas, file-
teadas, cortadas, peinadas y cubiertas con un barniz de galena
más bien sobrio que ha de cocerse a 1200°C.
Barnices de gres
Las recetas (fórmulas) y notas siguientes son una introducción
de los tipos de barnices de alta temperatura más importantes,los
cuales han sido desarrollados gradualmente por los ceramistas
o rientales sin la ayuda de la química, como nosotros entendemos
231
ésta. Esperar de un ceramista independiente que domine la teo-
ría científica implícita en la utilización de minerales impuros,
antes de que intente componer esmaltes, es afortunadamente
imposible en esta etapa, ya que el estudio del gres y la porcelana
del Lejano Oriente está todavía en pañales. Un conocimiento
exacto es indispensable para fines industriales, pero en su com-
plejidad , a me nudo prueba ser una barrera infranqueable para el
artista y el artesano.
Cenizas de madera
Una rara característica de la mayoría de estos barnices es la
presencia en ellos de cenizas de árboles, hierbas y otras plantas
usadas principalmente como agentes fundentes. Las cenizas ve-
getales contienen en proporción variable fundentes alcalinos
como la potasa, la cal y la magnesia, estabilizadores tales como la
sílice, la alúmina y el ácido fosfórico, además de pequeñas canti-
dades de materia colorante como el hierro.
La proporción de alúmina y sílice en relación a los álcalis, una
vez lavada y tamizada la ceniza para eliminar la potasa soluble
determina el principal efecto en un esmalte y es la base sobre la
que he dividido las cenizas en tres categorías: dura, media y
suave. Pero las proporciones y los otros ingredientes vaI'Ían con-
siderablemente de ceniza en ceniza y dan a los barnices de gres
una amplia gama de texturas y colores que sería difícil o imposi-
ble de obtener de otra manera. Debo explicar que divisió n tan
arbitraria sólo puede constituir una guía orientativa, ya que algu-
nos de esos elementos, como por ejemplo el magnesio y la sílice
se combinan en proporciones definidas en la primera oportuni-
dad al elevarse la temperatura. Dicha combinación se denomina
eutéctica y sólo lo que sobra endurecerá o ablandará el barniz.
Aquí nuevamente, en el feldespato por ejemplo, hay una mayor
cantidad de álcalis y sílice dispuestos para formar combinacio-
nes, de modo que toda la explicación de lo que sucede y los
medios teoréticos de controlarlo son decididamente una labor
para el químico, una labor compleja. Afortunadamente el cera-
mista práctico puede continuar con métodos experimentales de
aciertos y errores y adquirir gradualmente un conocimiento, en su
trabajo, de las propiedades de sus materias primas.
232
Entre las sustancias presentes en la mayoría de estas cenizas,
la alúmina no se presta a tales combinaciones, por consiguiente
su acción es proporcionalmente fuerte. Por otra parte, la magne-
sia forma un fundente viscoso con la sílice con un amplio margen
de vitrificación.
La sílice de origen vegetal difiere del cuarzo o pedernal en
que su íntima combinación con los fundentes hace que se funda
con mayor rapidez; aunque en cenizas altamente silíceas se man-
tiene suspendida como un opacante cristalino.
En general la corteza y las ramas producen la mejor ceniza y
cuanto mayor sea la edad, mayor es la proporción de sílice que
se encuentra. La paja, las hierbas, las cañas y los helechos pue-
den variar tanto como un 15 % entre el corte de primavera y el
de finales de otoño. Además, la tierra en la que crece la planta
afecta la composición de la ceniza, de manera que es aconsejable
recoger una cantidad considerable de una vez y mezclarla des-
pués de quemarla a fin de hacer varias porciones de barnices de
idéntico carácter.
En Japón es costumbre quemar el combustible en una ho-
guera hasta que se convierte en cenizas sobre una superficie
limpia, como puede ser una de cascajos o de ladrillos refracta-
rios. Lo importante es evitar la mezcla de tierra o arcilla que
contenga hierro. Es prudente elegir un día que no haya viento y
no hacer una gran fogata que se llevaría la ceniza ligera y reduci-
ría la cantidad del resto quemando la blanca. La mayoría de las
cenizas son grises o color ante, pero aquéllas que clasifico como
duras generalmente queman negras. Después de quemarlas el
procedimiento es mezclar la ceniza con suficiente agua en un
recipiente y retirar el carbón y la espuma que asciende a la
superficie utilizando un tamiz áspero. Luego se trasiega la mez-
cla rápidamente dejando cualquier partícula o arena en el fondo
del primer recipiente. El procedimiento siguiente es verter el
líquido a través de un tamiz de una malla de 60 a 100 y conservar
lo que no pase a través de él, junto con el carbón más grueso
para secarlo y volver a quemarlo. Finalmente se cuela la ceniza
por una malla de 100 a 200, de acuerdo a lo que requiera el
barniz. Generalmente puede hacerse pasar el residuo a través de
un tamiz más fino por medio de un suave movimiento rotatorio
utilizando un cepillo de uñas. Después de que la ceniza ha repo-
sado unas cuantas horas se vierte la superficie de agua salobre
233
que contiene la mayor parte de los álcalis solubles. Se añade más
agua y se vuelve a repetir el trasiego hasta que el agua queda
clara e insípida.
Entonces se seca la ceniza y se guarda. Un estudio de las
siguientes tablas de análisis de cenizas de vegetales realizada en
los Dartingron Hall Laboratories en 1938-39 puede que sirva
para darles una idea general de la parte que juegan estas sustan-
cias en los barnices orientales.
Cenizas vegetales
Los números en las columnas marcadas «dura, media, suave » se
obtuvieron sumando por una parte el contenido de sílice, alú-
mina y fósforo y por otra el de los agentes fundentes: cal, potasa
y magnesia y después restando para dar un residuo que sugiere
aproximadamente el efecto de la ceniza en el barniz. Las cenizas
medias son aquellas que están entre 40 duras y - 20 sua 'es.
En Japón la ceniza del árbol isu se considera unive salmente
como la mejor para esmaltes de porcelana. La ceniz de cizaña
otoñal no es de fiar porque es casi imposible det rminar las
proporciones de las diferentes plantas contenidas en esta mez-
cla, pero es interesante observar que en este caso así ,mo con
los helechos, prácticamente no hay pérdida al lavarlos. Debe
anotarse que los helechos contienen una insólita cantidad de mag-
nesio y la pulpa de la manzana de alúmina y fósforo. El contraste
entre la madera de manzano y la pulpa de manzana es marcado e
indica el grado de cuidado que ha de tomarse para obtener el
mismo material año tras año.
Los sulfatos, cloruros y la potasa soluble se eliminan princi-
palmente en el primer lavado. Los carbonatos están en combina-
ción con otros ingredientes tales como la cal hasta cuando son
liberados como gas monóxido de carbono a una temperatura de
unos 900°C. Se les ha dejado un margen en los porcentajes
dados en la tabla. El sodio no ha sido determinado, pero está
presente en ínfimas cantidades, como el manganeso, el boro, etc.
La paja de trigo hace una ceniza dura, las de cebada, encina y
olmo una media y la paja de alubias, así como el clavo, una suave.
La cáscara de trigo es muy parecida a la paja de arroz en cuanto a
análisis y por lo tanto da una ceniza muy dura.
234
Los efectos de las distintas cenizas de madera en los barnices
La Srta. Katharine Pleydell-Bouverie, quien entre 1930-1940
utilizó varios tipos de ceniza de madera en sus barnices de gres,
en Coleshill, las divide en cinco grupos de acuerdo al color y la
calidad. Todos los esmaltes están hechos con la misma fórmula,
una parte de ceniza, otra de feldespato y media de arcilla de Pike"\ o
con diferencias tan sutiles que no afectan al color ni a la calidad.
Para todo el tamizado se utilizó hilo de una malla de 120.
A. Encina, haya, olmo, espino, boj, ojaranzo, acebo, vi-
gurno, rosa. Éstos tienden a producir un esmalte untuoso, suave,
de un color azulado o verdoso pálido y por lo general abundan-
temente resquebrajado.
B . Abeto, arce,lima, hiedra, fresno, saúco, alerce,laburnum,
castaño de Indias. Éstos producen una superficie mate, variando
de color entre un gris cremoso y un azul grisáceo y general-
mente no resquebrajado.
C. Tejo, nogal, cedro. Muy mates, casi ásperos; de color
grisáceo o casi blanco en el caso del nogal.
D. Pino escocés, turba, grosella negra. Textura oleaginosa,
grisáceo u oliva, algo más oscuro que los otros.
E. Hierba, cañas, hortigas, lavanda. Blanco o gris muy pálido,
más bien almibarado en textura y de ser aplicado grueso fuerte-
mente agrietado.
Como es de esperar, no obstante , los esmaltes son suscepti-
bles de variar no solamente de acuerdo a la temperatura, sino
como resultado de diferencias fortuitas en la atmósfera del
horno, como por ejemplo la que puede ocasionar el uso de dife-
rentes clases de combustible de leña, especialmente al finalizar
la hornada. Como lo señala la Srta. Pleydell-Bouverie, se tiene la
tendencia a dar las cosas por sentado y a decidir que un resul-
tado es el efecto de una causa dada y entonces, incluso después
de años, al obtener un resultado totalmente distinto, finalmente
se da cuenta uno de que era debido a un factor que hasta aquel
momento había pasado completamente desapercibido. Si lo que
pasa dentro de un horno puede repetirse en otro horno ¿todo lo
referente a la humedad del combustible o del horno, humedad
e n la atmósfera, viento largo y diámetro de las chimeneas, colo-
235
N
Fósforo Hie- Carbo- S"I- Clo- Me-
W A¡'í- Ma$-
Descrtpción Sílice rro Cal Potasa nato fato ruro
Dura dú, Suave
0\ mina neJla
e:eniza de paja de arroz japo-
nesa wtalmente lavada 77.68 9.1 1 0.90 2.93 4.00 1.68 2.44 0.96 - - 79
e:eniza deisu japonés Wtal-
mente lavada 71.96 0.63 0.42 0.28 15 .95 0.84 157 8.29 - - 54
e:eniza de barda totalmente
lavada 51.10 12.90 6.28 2.42 13. 15 3. 12 4.41 6.4 7 - - 49
e:eniza de cizaña otOñal mez-
clada, no lavada 56.45 4.3 1 2.5 7 1.1 7 18.1O 2. 73 5.32 8.11 1.05
0~6 } 37
dem, wtalmente lavada 57.4 7 4.26 2. 15 1.18 18.8 1 1.66 6.05 8.29 - 37
e:eniza de pulpa de manzana,
lavada una vez 33 22 13.42 1.5 3 11.1 5 9.26 4.56 5.46 - - 43
dem, no lavada 27.76 21.48 1\.l4 \.l8 6.95 15 .50 6.4 3 5.59 3.21 0. 1O 31
e:eniza de césped seco, lavada
4~4
uma vez 39.64 16.60 9.00 3.44 12.88 6.19 5.65 6.20 - 40
dem, no lavada 30.16 12.43 7. 90 2.37 7. 83 17. 55 5. 39 7. 58 3.50 } 19
e: enizade helecho, Wtal-
mente lavada 40.37 11.97 4.43 0.72 20.6 1 2.35 10.90 8.26 0.2 3 016 } 22
dem, lavada una vez 40.59 9.42 3.98 0.82 20. 38 3.40 10.55 9.33 0.82 0.71 19
e:eniza de boj, wtalmente la-
vada 14.29 lO. 34 4.7 3 2.74 37. 55 2.58 6.12 21.49 - - -17
e:eniza de madera de manza-
no, wtalmente lavada 2.65 1.98 159 0.70 54.20 0.89 3.25 34.69 - - -52
e: eniza de cáscara de trigo 68.53 4.14 2.23 4.46 7.23 8.03 1.88 8.03 8.03 58.06
cación, alimentación, etc., tiene que ver con los resultados atri-
buidos a variaciones en el combustible de leña? Se trata de una
pregunta que sólo puede contestar con rapidez un ceramista ex-
perimentado.
El efecto de los diferentes tipos de madera en la cocción de los
barnices se ha investigado muy poco, pero la experiencia de la
Srta. Bouverie demuestra que ciertas maderas, tales como el
saúco, el fresno, la encina y el olmo causan más reducción, y
otras como el castaño de Indias, la manzana y el nogal tienden a
oxidar. En algunos casos el aspecto de la llama es engañoso, el
espino da muy poco humo y no obstante reduce y el abeto hace
mucho humo incluso cuando la atmósfera es predominante-
mente oxidante. Además, como se puede esperar del análisis de
las cenizas, la composición de los gases que queman se altera de
otras maneras de acuerdo con la madera que se usa.
Pueden liberarse los gases ácidos (como el sulfúrico), los cua-
les en condiciones oxidantes se combinan con cualquier cal pre-
sente en la arcilla dando lugar a manchas o espumaciones, o las
sales alcalinas pueden formar silicatos con la pasta cubriendo la
cerámica expuesta con una fina capa de barniz de sal 27 . Si la
temperatura no es alta, los slllfatos 28 posiblemente permanezcan
suspendidos en el esmalte en forma de manchas opacas blancuz-
cas. Las sales solubles de la arcilla pueden disolverse por el agua
o incluso la humedad de la atmósfera, si la cerámica es porosa y
aparece en la superficie como una eflorescencia meses después
de la cocción. Tales efectos suelen verse con frecuencia en ladri-
llos rojos ordinarios, pero a veces se eliminan utilizando carbo-
nato de barita en la mezcla de arcilla.
Los barnices de gres con los cuales estoy familiarizado se
dividen en cuatro grupos distintos : celadones, barnices de hie-
rro, sin color y con color.
Ce/adones
Veamos primero los celadones, los cuales forman una gran fami-
lia de barnices verde o azul grisáceos, transparentes o semi-
237
opacos, con grietas o sin grietas. Todos deben su color a la
presencia de 1 a 3% de hierro, óxido férrico, que da a los más
amarillos y ferrosos unas tonalidades más azules en una atmós-
fera reductora.
Los ceramistas modernos usan óxidos químicamente puros,
pero todavía se pueden utilizar arcillas naturales, tales como
ocre o caolín, o rocas como el feldespato o la pegmatita que
contienen la cantidad de óxidos requerida por el estilo oriental.
Con frecuencia se obtienen texturas y colores más hermosos con
los materiales subdivididos sutilmente y entremezclados a través
de los largos periodos geológicos. Las características que estos
barnices tienen en común son un alto porcentaje de feldespato y
menos cantidad de sílice. Hamada ofrece como una base sólida
para experimentos una proporción de 1 de creta, 2 de cuarzo y 3 de
feldespato. A la temperatura entre los conos 7 y 9 el feldespato
añade cuerpo y una cierta opacidad a los esmaltes que general-
mente se aplican gruesos, y la sílice tiende a reducir las grietas e
impide que fluya el barniz cuando la cantidad excede el requisito
del punto eutécti<:o29 de los agentes fundentes y por lo tanto
permanece libre. Un hecho curioso e inexplicable respecto a los
agentes fundentes es que dos en combinación actuarán con más
fuerza que cualquiera de los dos por separado.
La resistencia al calor y a la opacidad puede incrementarse
añadiendo arcilla, especialmente caolín, el cual permanece sus-
pendido en partículas diminutas; pero una proporción grande res-
tará luminosidad al color, especialmente si contiene manganeso.
La calidad de un barniz celadón depende en gran parte de la
molienda y el carácter de la sílice. El pedernal y el cuarzo molidos
con agua tal como se suministran requieren a menudo una mo-
lienda adicional en un mortero de porcelana. En Japón los celado-
nes finos se muelen con frecuencia durante 40 horas 30 •
238
Barnices de hierro
El punto principal que ha de observarse respecto a los tres barni-
ces de hierro llamados por los japoneses kaki, tessha y tenmoku, es
su íntima relación. Sea bajo la forma de tierras naturales o piedras,
o hechos artificialmente, la mayoría de los barnices ka.lci y tessha
pueden convertirse en tenmokus añadiéndoles de 5 a 10% de
creta o ceniza de madera. En otras palabras, sólo requieren un
poco de fundente adicional para suavizar los efectos metálicos
producidos por la oxidación en sus superficies. Las transmutacio-
nes del hierro sobre las que se basan estos barnices se pueden
observar ocasionalmente cuando emerge un pigmento de hierro a
través de un barniz alcalino feldespático, desde su reserva marrón
oscura a través de las mutaciones tessha a ka.lci e incluso de una
exposición metálica más abierra. Un alto porcentaje de feldespato
ayuda a la formación de una buena calidad ka.lci pero un exceso de
sílice da una superficie metálica dura. La sílice de origen vegetal es -
por esta razón mejor que el pedernal o el cuarzo. Un enfria-
miento rápido produce una segregación más áspera de las cristali-
zaciones del hierro, por lo tanto, para el barniz polvo de té son
muy imporrantes los efectos de manchas de aceite de los barnices
tessha y tenmoku. Los colores de hierro opacos se deben a veces a
cristalizaciones del calcio cuando predominan la creta o las cenizas
de madera. La composición química de una de las rocas naturales
usadas en] apón para el ka.lci es la siguiente:
Piedra Kimaichi Sílice 61
Alúmina 21
Hierro 5 Molida y lista para
Manganeso 0.25 ser utilizada tiene
Creta 6 el aspecto del ce-
Magnesia 0. 22 mento Portland
Sosa de barrilla 6
En las siguientes fórmulas se puede utilizar pegmatita para
reemplazar el feldespato. Hace que el barniz se fije con mayor
rapidez, pero aparre de esto no hemos descubierro ninguna dife-
rencia apreciable. En vez de sílice hemos empleado cuarzo de
Wenger molido con agua.
La arcilla Pike, mencionada constantemente, es una arcilla
blanca ball clay, silícea, G .F.S., comercializada por Pike Bros.,
Wareham, Dorset, que fueron absorbidos por English China Clays.
239
r'
IV
CELADONES
~
O
Cono de
Madu-
Nombre Composición OxidatÚJ Reducido ración Observaciones
T ¡po coreano FeldespatO 2S Ámbar Verde-gris 7-9 Estas dos recetas a las que se lle-
d , Leach Creta 2S suave gó independientemente tienen
Caolín 61 /2 la misma proporción de feldes-
Arcilla de Pike 20 patO. la ceniza equivale a la cre-
Cuarzo 20 ta, las arcillas combinadas en la
Ocre calcinado 2 mía dan menos opacidad que el
Óxido de 2S % del caolín en la de Kawai.
hierro rojo 11 /2 la sílice en su ceniza de caña es
más opalescente que el cuarzo
T ¡po coreano FeldespatO 2S Ámbar Verde-gris 7-10 en la mia, pero hay una fuerte
d , Kawai Ceniza media 32 suave similirud. la mía puede apli-
Ceniza de cañas 17 carse cruda a pastas cortas.
Caolín 2S I
Óxido ferroso 11 /2
:=eladón Feldespaw 78 Ámbar Verde espeso 8-10 Barniz más duro y más discrew.
_ungChuan Creta 6 apagado. Verde
le Kawai Cuarzo 14 botella cocido
Óxido de a fuego fuerte
2
hierro rojo YVIVO
I
N
.jO:..
N
.¡::.
N BARNICES DE HIERRO
ConotÍe
Madu-
Nombre Composición Oxidado Reducido ración Observaciones
p Divo de té Ocre en bruto 50 Verde Más verde 8 Esto es un ejemplo de la opaci-
Ceniza media 50 aceituna dad provocada por la cristaliza-
ción de las cenizas.
~~o
Feldespato 30 43 Rojo Dema- 8-ll ReJuiere temperaturas altas y
Ceniza media 20 30 I oxidado rrón a oxi ación. Cocido por debajo
Kaki (uarzo 10 opaco negro de su punto da un color entre
Oxido de aceituna y marrón oscuro.
hierro rojo 17
Ceniza de cañas 25 I
Ocre 25 !
Kak ide Feldespato 133 Rojo Dema- 8-ll La ceniza de cañas sustituye a la
H lada Ceniza media 33 oxidado rrón a sílice.
(eniza de cañas 25 opaco negro
Oxido de
hierro rojo 9
Barniz base de Marrón Dema- 8-ll Barniz intermedio entre el Ten-
T ¡hade cono 8 61 de hierro rróna moku y el kaki.
H lada (uarzo 26 jaspeado negro
Oxido de
hierro roio 13
T, :nmokude Barniz base Dema- Más frío 8-10 Cambio de color debido al fun-
H amada de cono 8 56 rrón in- dente añadido. Cuando se cue-
Ceniza media 8 tenso a ce a alta temperatura las super-
(uarzo 24 negro ficies delgadas cambian a kaki.
Oxido de
hierro rojo 12
Kak ¡de Barniz base Rojo Dema- 8-11 Para conseguir un parecido más
Ka ai de cono 8 75 oxidado rrón a completo, redúzcase el barniz
(uarzo 14 opaco negro de cono 8 a sus componentes.
Oxido de
hierro rojo 11
T enmokude Barniz base Dema- Más frío 8-10 La única diferencia entre estas
awai de cono 8 68 62 rrón in- dos fórmulas es el 10% de ce-
(uarzo 121 /2 12 tenso a lllZas.
Oxido de negro
hierro rojo 10 9
Ceniza media 91 /2 17
T essha y Feldespato 21 Marrón Más frío 8-10 Para convenirlo en un barniz
lki de Creta 16 de hierro kaki se añade un 4 % de hierro.
ouvene Arcilla Pike 26 reluciente
(uarzo 26 y jaspeado
Oxido de
hierro rojo 12
- - --- '------- -
N
.¡:..
w
N BARNICES PÁUDOS O INCOLOROS
.¡::..
.¡::..
Cono de
Nombre Composición Oxidado Reducido madurar. Observaciones
Seger
Barniz base Feldespato ¡70 70 60 Cálido Frío 8 El calor dependerá del hierro
c )rriente Ceniza media 120 30 30 contenido en la pasta y en la
I
p ira gres Creta 110 10 ceniza.
B arniz base Caolín 10 Cálido Frío 8 Barniz estándar. Buena base pa-
d ~ cal . Cono Creta 20 ra añadirle óxidos. Ligeramente
8 Cuarzo 30 lechoso.
Feldespato 40
,
3arniz-engo- Feldespato 40 Cálido Frío 7-10 El color, la calidad y la tempera-
)e de Bouve- Cenizas 40 , tura dependerán de la cemza
·ie Arcilla Pike 20 empleada y de la pasta.
B arniz base Feldespato 66.4 Cálido Frío 8-10 Bastante opaco y sobrio.
~ mi-mate Creta 8
e Kawai Caolín 25.6
3arniz base Feldespato 75 Cálido Frío 8-10 Pequeña tendencia a agrietarse.
1e porcelana Ceniza de Bueno con ceniza de helecho.
equivalente dura a media 25
¡J harniz I J ,
base japonés
B arniz base Feldespato 25 Crema Blanco 8 En realidad es un barniz cela-
d ~ po rcelana Cenizade verdoso dón pálido. Algunas pastas de
v ~ rdoso helechos 12 porcelana podrán bañarse con
Creta 15 este barniz cuando estén cru-
Caolín 7 das y casi secas.
Arcilla Pike 20
Cuarzo 20
Óxido de
hierro rojo 1
t.J
.¡:,.
VI
N
.¡::.
BARNICES COLOREADOS
0\
Cono de
Nombre Composición Oxidado Reducido madu- Observaciones
ración
A lllde Feldespato 20 Gris-azul Azul 8-9 Hay que lavar el nitrato de co-
Ka wai (RuL) Barniz base balto precipitado y añadirle hie-
de cono 8 80 rro, arcilla o manganeso para
Nitrato de modificarlo.
cobalto 0.2
Crudo
B !.rniz de Feldespato 38 32 Marrón Más oscuro 7-9 Apropiado para las pastas gro-
m anganeso Ceniza media 38 32 Café seras. Bueno encima de un bar-
Arcilla Pike 19.2 32 Opaco niz de celadón.
Óxido de
manganeso 4.8 4
B arniz rojo Feldespato 55 Verde De rojo a 8-10 Éste es un barniz de bajo cubier-
d ~ cobre Creta 22 púrpura ta y debe cubrirse con el barniz
Minio 4 base perla gres, corriente.
Cuarzo 14
Óxido de
estaño 3
Óxido
cuproso 2
-- I ,
N
.j:>.
-.)
Resquebrajaduras
Las resquebrajaduras o grietas, como se llaman cuando son deli-
beradas, resultan de un mayor encogimiento en el barniz que en
la pasta, bien durante e! enfriamiento o después de él. La teoría
sobre el agrietado en los barnices es altamente complicada y
todavía materia de investigación. Expansiones y contracciones
irregulares tanto de la pasta como de! barniz tienen lugar en un
hot"llo de cerámica durante la subida y e! descenso de la tempe-
ratul"a y se deben a varias causas; una de las más importantes es
el cambio del cuarzo y el pedernal a altas temperaruras en crÍJto-
balita. Una característica de esta forma de la sílice mientras se
enfría es la brusca contracción alrededor de los 225°C. La pre-
sencia de un 5 a un 10% en la pasta producirá lo que se deno-
mina la «compresión cristobalita" que ejerce una contracción
centrípeta sobre el esmalte con tendencia a impedir el agrie-
tamiento.
Para asegurarse de que existe una armonía entre la pasta y el
barniz deben establecerse claramente sus composiciones y ha-
cer~ pruebas. Si éstas muestran agrietamiento se reducirán los
elementos alcalinos de los barnices y se incrementarán los silici-
cos y borácicos. En el caso inverso, el del escamado, en e! cual la
fuena centrífuga en el barniz hace que se descascarille, deben
utili~arse los procesos opuestos. Si tales modificaciones son in-
suficientes hay que alterar la pasta. La cristobalita puede obte-
nerse muy barata como desperdicio en polvo del ladrillo de
sílice. Ellaleo que ordinariamente se introduce con el mismo fin
actWl como un catalizador y ayuda a la transformación de la
sílice. Pueden emplearse tieslos o tejoletas (pasta cocida molida) si
por (¡tras razones no se quiere alterar la composición de la arcilla.
El efecto en cualquier caso es dar un mayor contenido de
crist()balita. La adición de ptlÚrna/ tri PO/1I0 es la primera altera-
ción usual que se hace en una pasta para impedir los agrieta-
mientos, pero más importante que un incremento en cantidad es
unll disminución en el tamaño de las partículas de la sílice. El
bóra:.: como agente fundente tiene un alto coeficiente de expan-
sión, que reacciona contra la tendencia a agrietarse. El mejor es
la borocalcita, en bruto B 2 03. En los barnices que contienen
friras se puede incrementar la resistencia incluyendo un porcen-
taje de una frila muy b/anú. Un método empleado en Japón
248
49. Plato japonés de gres , hecho en Seto (propiedad del autor) . El
bello motivo del sauce , en marrón y azul , fue probablemente pin -
tado por un niño , como era costumbre en los siglos XVIII 't XIX.
Los defectos , en forma de tres manchas , se deben al método , ya
descrito, de colocación en el horno .
249
50. Bol de gres , por Kenki c hi Tom imoto.
250
51 . Plato japonés , de gres , hecho en Seto , siglos XVIII o XIX. El
ágil dibujo rústico contrasta con la energía nerviosa y la persona-
lidad del trabajo a pincel de Tomimoto.
251
52 . Detalle de la decoración aplicada en una gran bañera canto-
nesa . Dinastía Ching o Motivo en arcilla aplicada , cortada libre-
mente, peinada y estampada con un cilindro grabado . Barniz
duro de galena.
252
253
55 . Plato de loza inglés con decoración al engobe , jaspeado imi-
tando el mármol. Siglo XVIII o XIX.
254
56. Plato de loza hecho en Samarkanda en el siglo IX o X. Pigmen -
tos rojo y negro sobre una base crema.
255
57 . Plato japonés de gres hecho en Seto . siglo XVIII o XIX . Motivo
" Ojo de caballo ...
256
257
60. Bol bizantino esgrafiado y barnizado con plomo . Siglo XIV. Un
tipo de decoración poco común y muy interesante .
258
259
62. Plato español de cerámica popular pintado con manganeso
castaño rojizo y verde de cobre sobre esmalte de estaño . Siglo
XVI.
260
26 1
65. Botella Sung Tz'ou Chou . Gres oxidado, marrón sobre crema.
Éste fue el gran periodo de trabajo a pincel chino en piezas de
cerámica.
66. Bol de IQza griego , siglo XIX. Naranja pálido y marrón de man-
ganeso sobre un engobe crema. La afinidad entre esta pieza y la
vasija china del grabado inferior es demasiado acusada como
para que pase inadvertida. La forma de este bol moderno griego
es puramente Sung y el trabajo a pincel , aunque algo trivial , habla
por sí mismo. (Véase pág. 189).
67. Vasija de gres china de la dinastía Sung . Cerámica Tz'ou
Chou . Engobe blanco pintado con pigmento de hierro, cocción
oxidante.
262
,,,------ - -- --- ....... -- _. - . _....
263
68 Y 69 . Azulejos de gres pintados por el autor.
264
265
/
266
72. Mujeres ceramistas nige rianas amontonando sus cac harros
crudos como preparación para una cocción a fuego abierto .
73. Alimentando las llamas con haces de hierba seca .
.
71. Botella alta , en gres , oxidado , motivo en marrón pintado sobre
esmalte blanco mate . Por el autor.
267
74 . Horno botella inglés mostrando sus entradas , brazaderas de
hi e rro y cadenas , y dos de sus cinco hogares.
75 . Horno circular de tiraje vertical , en el viejo Cairo . Se enhorna
por e l hogar. Muestra la transición al horno botella .
76 . Ceramista coreano trabajando en un torno de pie .
77. El señor Tomimoto torneando en el torno de mano japonés.
269
consiste en secar, calcinar a 700°C y volver a moler la mitad del
barniz que luego se mezcla con el restante. En las pastas no
vitrificadas debe aumentarse la cantidad de fund ente y en las
pastas vitrificadas rige lo contrario. Finalmente en las pastas que
contienen arcilla hall day y caolín, la primera debe incrementarse
y la segunda disminuirse.
270
VII. Hornos
271
producían la calidad de esmalte más hermosa, como Sevres, to-
davía se utiliza. Los mejores sustitutos modernos son el gas y el
petróleo. La electricidad ha tenido hasta aquí la desventaja de
limitar la atmósfera a la oxidación. Pero no podemos suponer
con demasiada ligereza que el control científico exacto produce
necesariamente los más hermosos resultados. Una buena parte
de los efectos más agradables producidos en el horno se debie-
ron, en los tiempos del trabajo manual, a ocurrencias casuales
que estaban sólo en parte bajo control de los ceramistas. El uso
de la madera en la cocción siempre ha contribuido en gran me-
dida a dichos efectos.
El método más antiguo de enhornar las piezas de barro no
barnizadas es el fuego abierto que todavía se practica en algunas
partes del mundo. La ilustración de las mujeres nigerianas arro-
jando brazadas de hierba seca a una gran hoguera, en el corazón
de la cual está amontonada la cerámica, nos remonta probable-
mente a muchos milenios en la evolución de este arte. La razón
por la cual la cerámica no se casca o revienta al ser cocida de esta
forma primitiva es que está hecha de arcilla arenosa gruesa que a
menudo contiene partículas planas de mica l . Es así como por
razones similares a aquellas que explican el éxito de la cocción
del raku japonés, el 60 ó 70 % sobreviven. Las piezas más gran-
des se someten a un calentamiento preliminar sobre ascuas y
leños pequeños durante aproximadamente una hora, luego éstas
junto con las restantes, totalmente secas, se amontonan hasta
una altura de l. 50 m sobre un lecho de troncos. Se utilizan
tiestos rotos como apoyos, se colocan más troncos contra el
montón y se encienden. Las cocciones son muy cortas, con fre-
cuencia duran sólo una o dos horas. Tan pronto como la leña
empieza a quemarse, se arrojan brazadas de hierba seca hasta
que la cerámica queda cubierta por un montón de ascuas finas
resplandecientes, las cuales al impedir que lleguen a las piezas
ráfagas de aire frío sirven como protección para que no se rom-
pan. La temperatura máxima no puede exceder de los 750 a los
BOO°e. Al final de la cocción las piezas, algunas rojas, otras
negras y algunas jaspeadas, como puede esperarse de la cantidad
variable de humo a la que han estado expuestas en una atmósfera
272
no controlada, se alzan en pértigas. Aquellas que se van a usar
con fines culinarios se untan, mientras aún están calientes, con el
jugo de ciertas hojas para cerrar los poros.
Tal fue el origen del horno y podría sugerirse que los rudi-
mentos de cerámica se enseñaran de esta manera en las escuelas
rurales".
La evolución de los hornos seguramente se ha ido rigiendo por
la necesidad de conservar el calor y excluir las corrientes de aire;
cosa que se logró alineando o tapiando las piezas e introdu-
ciendo el calor a través de canales o pasos de fuego. Dos tipos
eran suficientes para ilustrar el desarrollo de los hornos hasta
hace poco, tanto en Oriente como en Occidente, porque la gran
mayoría de los diseños modernos son simplemente modificacio-
nes de uno u otro de éstos. Al primero lo denomino horno-talud
o ascendente y al otro horno botella. Un ejemplo británico-
romano del último tipo se instaló en la sección educativa del
Science Museum en South Kensington. Una trinchera cubierta,
cavada en la tierra, conducía a una cámara formada por una
2. Entre los pueblos primitivos de una gran parte del mundo que no
ha sufrido alteraciones, la manufactura de piezas de cerámica está estric-
tamente en manos de las mujeres. Parece que los hombres las desplaza-
ron en la época en que empezaron a utilizarse hornos y romos construi-
dos adecuadamente.
273
pared circular. Las piezas no barnizadas se colocaban en un suelo
perforado y elevado y se las apilaba hasta la altura de la pared;
luego se las cerraba por arriba con tiestos rotos superpuestos sin
apretar. Se quemaba leña en la boca de la trinchera y las llamas
encontraban su camino a través de las piezas apiladas, y hacia
afuera a través de los intersticios en la parte superior, porque en
esta etapa no había chimenea.
Horno redondo de
Sto IveJ
para hizcocho. raku y piezaJ
de harro con engohe y harniz
1 Campana
2 LadriffoJ
formando
3 LadriffoJ reTJ'ao'an'OJ/
4 Tapa
perforada
Es/anuda de placas
') Abrazaderas
6 Mirilla
PIES 7 Soportes de arcilla
refractaria
8 Pilarde sostéllfuerte
y baJe finu la,- o suelo
9 Soportes aplanados
10 Arena, cuarzo o {hamo/a
11 Hormigón O roca
12 Parrilla
13 Puerta
14 Ceniza y arcilla
15 Cenicero o Jolera del horno
16 Bizcocho rak"
en una hornada de piezas de
~ barro con ení!,obe y hamiz
....... , .....
Nivel de ,
Juelo
opriona!
274
Hornos de Aire caliente
hizcocho japoneses, utilizado para
abrwedaáo.r y secado, llama
con tiraje de llama invertida
invertida
2 3 4 5 6 7 8 pies
suelo
275
Este tipo simple de horno de tiro ascendente se ha utilizado en
todo el mundo. Los dibujos y la ilustración 74 muestran su
evolución hasta los hornos familiares de cuello de botella de los
talleres de cerámica y su posterior evolución hasta los hornos de
276
tiro descendente o llama invertida. Nosotros todavía utilizamos
un horno muy similar en Sto Ives para todas las temperaturas,
aunque para gres y porcelana es difícil controlar el aumento del
calor lo suficiente como para equilibrar la temperatura y la at-
mósfera de arriba abajo en la cámara.
El horno de cuello de botella propiamente dicho se hace
simplemente elevando la pared y redondeándola en bóveda con
una chimenea encima. Las piezas se colocan por la entrada que
se sella con ladrillos refractarios y arcilla antes de cada cocción.
En Staffordshire, se protege a menudo el horno mismo del mal
tiempo y las corrientes de aire por medio de un revestimiento
exterior de ladrillo que se denomina cobertizo y entre el horno y
el cobertizo hay un espacio considerable para almacenamiento
de cápsulas refractarias y combustible. A veces se construye una
segunda cámara encima de la bóveda, que se calienta parcial o
totalmente por el exceso de la llama que fluye a través de ella
desde la cámara más baja. En los hornos de llama invertida, el
calor en vez de subir a través de la bóveda desciende entre las
pilas de cápsulas refractarias, debajo de las cuales es recogido en
un paso de fuego central que conduce a una chimenea separada.
Dichos hornos conservan mejor el calor y son más adecuados
para conseguir atmósferas reductoras.
El horno talud o ascendente, tuvo su origen en Extremo
Oriente: se cavaba una cueva en la caída abrupta de un talud de
tierra, se dejaba una pequeña entrada parecida a la de las bocas
de alimentación o boca de la cámara de fuego y en el extremo
opuesto se excavaba una abertura hasta la superficie, parecida a
una chimenea. Se apisonaba el suelo y se amontonaban las piezas
en las terrazas a diferentes niveles ascendentes del suelo, y las
llamas pasaban alrededor y sobre ellas.
El siguiente dibujo representa un horno ascendente público
en una aldea de ceramistas cerca de la capital de Corea. En este
caso la pendiente es artificial y el horno se ha transformado en
un túnel largo y recto medio cerrado en los dos extremos e
inclinado en un ángulo de 30°. Además, apenas sobresale del
suelo y a todo lo largo de sus flancos expuestos, hay respirade-
ros, los cuales mientras se alimenta el horno arrojan fuego y
humo como algunos monstruos imaginarios de los sueños.
Como el combustible suministrado por la boca principal en el
extremo inferior no es suficiente para calentar todo el largo de la
277
fig. 5 Horno comunal coreano
cámara-túnel, ésta es alimentada con leña más fina entre las filas
de piezas, a través de los respiraderos, de manera progresiva y
lenta, ascendiendo la pendiente conforme aumenta la tempera-
tura. La llama y el humo de los agujeros reflejan la proporción de
consumo de combustible y al mismo tiempo sirven de indicativo
de las condiciones atmosféricas existentes dentro del horno. Las
piezas mismas pueden verse claramente a través de los agujeros.
El principal inconveniente que tuvo este horno tubular segu-
ramente fue la irregularidad del calor. Es así como los ceramistas
coreanos que fueron llevados como prisioneros de guerra a Ja-
pón hace unos 300 años empezaron a dividir esta simple cámara
larga, como lo habían hecho los chinos hace mucho tiempo, en
compartimentos separados con paso de fuego de entrada y salida
al pie de las paredes divisorias. Esto dio como resultado el con-
vertirlo en lo que actualmente se llama horno semicontinuo de tiro
descendente o llama invertida. La última evolución en Japón fue-
ron los arcos separados de cada cámara en la inclinación ascen-
dente que actúa como chimenea. La pendiente determina el tiró
y hasta un punto considerable la atmósfera dominante. Los hor-
nos más grandes de este tipo tienen hasta unas 20 cámaras de un
promedio de 12 x 3 x 3 m; tardan dos semanas para cocer y
tienen una capacidad de por lo menos 100000 piezas. Nuestro
horno de tres cámaras en Sto Ives fue construido por el difunto
Sr. T. Matsubayashi, uno de la trigésima novena generación de la
278
fig. 6 H o rno japo nés asce nde nte: hasta 20 cámaras, e n su may oría re-
dueroras (arriba), y oxidantes (aba jo)
279
encuentran con frecuencia hombres especialmente adiestrados
que atienden un circuito de hornos locales de forma rotativa.
Los hornos talud, quizá más que otros, tienen sus caprichos, con
los cuales uno se familiariza por experiencia, de la misma forma
que el timonel de un yate aprende a conocer las peculiaridades
de un barco de vela. Una gran ventaja que poseen es que en una
cocción simple pueden colocarse las piezas que requieran distin-
tas temperaturas y atmósferas en cámaras sucesivas. La más cer-
cana al hogar principal o cámara de combustión es indefectible-
mente reducida, pero las cámaras más altas pueden ser oxidadas
a voluntad. La duración de las cocciones en los hornos-talud, como
la de otros tipos de horno, depende del tamaño y construcción,
de la habilidad de los que atienden el horno, de la temperatura
requerida, de la calidad del combustible, del estado del tiempo y
Aire
280
del contenido del horno, si las piezas son grandes o pequeñas,
crudas o bizcochadas.
En contraste con los quince días requeridos por los hornos
ascendentes más grandes del Japón, el nuestro en Sto Ives re-
quiere un promedio de treinta y cinco horas para alcanzar la
temperatura de 12500 C a 1300oC, en todo el horno. De este
tiempo, alrededor de los dos tercios se emplea en alimentar la
primera cámara con troncos grandes en la cámara de fuego prin-
cipal 4 •
281
de madera que se arroje en él, por la frecuencia de las cargas de
leña, por la cantidad de aire que se deje pasar al cenicero y a las
bocas de alimentación y finalmente por el uso de los registros. El
largo y desproporcionado tiempo requerido para la alimentación
principal, se debe a varias causas. El horno en sí y las piezas están
fríos y húmedos al comenzar, especialmente si las últimas están
crudas. Esta humedad inherente se ha de eliminar paulatina-
mente y por ello se dejan los respiraderos completamente abier-
tos hasta llegar a la temperatura de fuego roj 0 6. Cuando han
caído todos los conos de la cámara (cono 9, 1280°C) y los anillos
de prueba 7 señalan que los barnices están bien fundidos, es co-
rriente mantener un fuego oxidante de una forma continuada
para garantizar una uniformidad de calor sin tratar de elevar la
temperatura. Para entonces la cámara II habrá alcanzado alrede-
dor de los 10000C y la cámara III los 700°C simplemente gracias
al calor procedente de la cámara 1. Es a partir de este momente
cuando se empieza la alimentación secundaria lateral. La transi-
ción tiene que ser manejada muy cuidadosamente en un horno
pequeño porque existe el peligro de perder el calor acumulado
en la cámara 1 si no se la aprovecha completamente, alimentán-
dola con tanta madera extra como los pasos de fuego lo permitan
sin atascarlos, dejando, al mismo tiempo, la entrada inferior de la
boca del hogar completamente abierta. Una alimentación conti-
nuada por la boca principal del hogar tendería a consumir el
oxígeno en el horno de forma que no habría una combustión
adecuada de las cargas de leña secundarias y las ascuas a medio
quemar atascarían pronto los pasos de fuego. Pero la madera ha
de estar bien seca. Algo bien pensado sería secar la leña para una
próxima cocción en un desván o altillo encima del horno donde
estaría expuesta al calor ascendente, siempre que se tomaran
precauciones razonables contra el peligro de incendio.
Hornos ascendentes de tamaño intermedio, digamos de
doce arcos, que midan 6 x 2 x 2.50 m tienen un promedio de
282
sólo 4 horas por cámara, que sumadas a las 30 horas para la
alimentación principal dan un total de 74 horas que no es más
del doble del tiempo requerido para nuestro horno de tres arcos
en StoIves.
Muy rara vez se hace una alimentación ligera, continuada con
combustible de madera, pero encontramos que es lo mejor en
nuestra tercera cámara, donde la corriente de aire inducida por
la chimenea (añadida al horno con el fin de cumplimentar las
regulaciones locales) es muy fuerce . La figura muestra un mé-
todo de alimentación continuada y automática con leña, de tron-
cos de un largo determinado.
Una descripción verbal aceptable de la forma de manejar un
horno de cerámica es casi imposible, pero he dado estos detalles
porque no conozco ningún libro que describa el uso de la ma-
dera como combustible.
Aunque las proporciones y construcción de hornos implican
una serie de problemas de una complejidad que sólo la química
y física modernas pueden explicar completamente, no debe olvi-
darse que las piezas más hermosas fueron hechas sin la ayuda de
tales conocimientos. Para un artesano es más importante saber
todo lo que funciona bien, que conocer con detalles precisos el
porqué funciona bien. No obstante, sería absurdo que hoy día
un artesano no aprovechara los resultados de las investigaciones
científicas modernas.
283
Lateral De/rente
284
M El diámetro de una chimenea debe fluctuar entre un cuarto
y un quinto del diámetro del horno.
B. El diámetro de la chimenea es generalmente una décima parte
del diámetro del horno, pero las medidas del hogar o cámara
.de combustión de la leña se calculan con mayor facilidad como
o. 30m~ de un corce transversal de la superficie de la chimenea
por 3. 15 m ~ de la cámara de combustión de la leña.
Un estibado de piezas cónico reduce la presión atmosfé-
rica incrementando con ello el tiro.
Los pasos de fuego de las cámaras de combustión deben
exceder bastante la sección de la chimenea, una área pe-
queña produce demasiada combustión en el hogar o cá-
mara de fuego, en vez de en la cámara del horno donde
queman las cerámicas, y una velocidad de llama demasiado
elevada en los puntos de entrada.
Los pasos de salida de las cámaras del horno deben exce-
der ligeramente el corte transversal del área de la chime-
nea, pero tendrán que ir disminuyendo de tal manera que
el área de apilamiento o estibado de las piezas sea más
grande que los pasos de fuego en el punto de entrada.
M.{
B.
La mejor velocidad para los gases de un horno es alrede-
dor de 90 cm/seg.
La velocidad normal para los gases de una chimenea es
1.50 m/seg.
Las chimeneas largas incrementan el tiro y dan calor
irregular.
Las chimeneas corcas prolongan las cocciones.
Siempre que sea posible, será mejor conducir las llamas a
través de curvas que de ángulos.
285
Los hogares o cámaras de combustión de la leña son mejores
grandes que pequeños.
La parrilla tiene que ser accesible y nunca debe estar unida al
enladrillado.
Un diseño sencillo de buenas proporciones resultará más de
fiar que un horno con un diseño complicado. Véase página 27 5
para un diseño de horno por el Sr. Baker.
Las medidas anteriores se basan en proporciones circulares y
no hay que confundirlas con medidas cuadradas. Para encontrar
las medidas de un horno rectilíneo debe tomarse un cuadrado de
2.60 m como equivalente de un círculo de 3 m S •
Mi propia experiencia en hornos me ha enseñado que hay
muchos que funcionan bien y no obstante no cumplen alguna de
las reglas de Matsubayashi. La manera más sensata de construir
un horno es hacerlo de forma que sea posible alterar las bocas de
alimentación y cámara de combustión de la leña, los pasos de
fuego y la chimenea sin gran dificultad.
Los cimientos de todo horno tienen que estar protegidos de
la humedad por una capa de hormigón impermeable cubierta
con ladrillos grava de cuarzo, de un espesor de 15 a 30 cm, para
aislarlo del daño que puede causar el calor.
Los materiales con los que se construya el horno serán lo
suficientemente refractarios como para resistir el calor y la ten-
sión a la que se les someta. Mis primeros hornos de raku estaban
hechos de una simple pared de ladrillo rojo arenoso protegida
con 5 cm de lodo, paja troceada y arena. Resistieron unas 100
cocciones de 750°C. Para temperaturas más altas es aconsejable
hacer el revestimiento y dependencias interiores del horno de
arcilla fire-day y chamota de primera calidad. El espesor de la
pared es usualmente de unos 22 cm, el largo de un ladrillo
normal, pero para hornos pequeños encontré que una pared más
delgada resulta satisfactoria si está recubierta con un mal con-
ductor del calor. Teóricamente las paredes de un horno tienen
que ser tan delgadas como la resistencia de la construcción lo
permita, debido a que las paredes gruesas absorben tanto la
humedad como el calor y en consecuencia retardan las primeras
etapas de una cocción. Es así como entre los cuatro factores
de resistencia al calor, peso del horno, expansión y radiación se
286
necesita hallar la media afortunada en cada caso individual. En
agudo contraste con el triple grosor del ladrillo que frecuente-
mente se encuentra en nuestros hornos occidentales, algunos
hornos chinos están hechos de cápsulas refractarias vacías, con
los extremos abiertos hacia afuera, las cuales ofrecen solamente
2.5 cm de grueso aproximadamente de fondos delgados de arci-
lla fire-clay al intenso calor de dentro.
¿Cuánto tiempo aguantará dicha construcción un uso cons-
tante? No 10 sé, pero en Japón es normal reconstruir las partes
más débiles de los hornos de gres, año tras año, después de
haber resistido unas veinticinco cocciones. Estos hornos orienta-
les, como puede verse por los dibujos, están construidos con
curvas irregulares y rara vez sujetos con abrazaderas o flejes de
hierro para contrarrestar la expansión del calor. En algunos ca-
sos están construidos con bloques de arcilla fire-clay cruda par-
cialmente quemados por el mismo calor del horno. Cosa que
será posible solamente en localidades donde se obtenga una
arcilla fire-clay que no se contraiga. La construcción de los hor-
nos de Extremo Oriente en forma de colmena se presta al tipo
de recubrimiento que he mencionado. Nosotros en Europa utili-
zamos el asbesto y el kieselguhr y más recientemente ladrillos
ligeros y muy porosos. El principio de la mala conducción del
calor se basa en la formación, tipo esponja, de diminutas bolsas
de aire. En teoría el vacío sería 10 mejor, pero en la práctica el
aire es la única alternativa. El mejor y más barato mal-conductor
es la ceniza de madera, que se obtiene fácilmente quemando
ramas de zarzas y maleza. La ceniza blanquecina o gris debe ser
tamizada en seco y mezclada con una cantidad suficiente de
arcilla arenosa para amalgamarla9 • Por este medio puede cons-
truirse un revestimiento o caparazón del horno, delgado y muy
aislante, con un refuerzo 10 más duro posible a un costo medio.
La construcción de bóvedas de dichos conos hechos a mano,
sean sólidos o huecos, es muy simple porque el trabajo se hace a
partir de las paredes de apoyo hacia la cumbre y se requiere un
ligero apoyo sólo para asentamientos finales horizontales. Puede
seguirse cualquier curva con facilidad seleccionando adecuada-
mente los conos con ligeras variantes y utilizando más o menos
287
fig. 9 Dibujo
10. En los hornos carentes de . chimenea y sólo con agujeros ,de salida
del humo en su extremo final, como todavía existen en Japón en algu-
nos centros de cerámica rural, la dirección del viento es muy impor-
tante, y en estos casos los constructores del horno procuran, por el
contrario, orientarlos siguiendo la dirección del viento. (N. del t.).
288
Tales dificultades pueden ser superadas instalando aspiradores
eléctricos en vez de chimeneas altas, pero esto sólo añade com-
plicación y gastos a un taller de cerámica pequeño, y significa
una dependencia de un mecanismo cuyo fallo puede echar a
perder una cocción. En Oriente se reconoce que un tiempo muy
húmedo es más adecuado para barnices reducidos, como los
celadones, y un tiempo otoñal claro y brillante para esmaltes de
hierro oxidados, llamados kaki (rojo de palo santo), tessha (he-
rrumbroso y negro jaspeado) y tenmoku (negro) por los japo-
neses.
Hace tres años cuando estuve trabajando en Japón en el
horno de Hamada se levantó un gran tifón durante la cocción,
con tan mala suerte que el viento sopló directamente en el co-
bertizo abierto en dirección a las llamas. Las barricadas que le-
vantamos no pudieron frenarlo. El tiraje fue tal que los barnices
se fundieron horas antes de lo normal. En ese momento nos
felicitamos porque vimos la cerámica toda brillante en su blan-
cura refulgente a través de los respiraderos, pero cuando abri-
mos el horno descubrimos los lados de las piezas alejados de la
llama sin fundir y prácticamente tuvimos que cocerlo de nuevo
todo. La policía llegó, justo cuando habíamos terminado, para
pedirnos que dejáramos de atizar, por el peligro de que las
chispas incendiaran el bosque. Acababan de llegar de otro horno
de una aldea a 800 m, en donde se había podido terminar la
cocción de las tres primeras cámaras y se habían dejado siete.
Los ceramistas cerraron rápido los hogares de combustión de la
leña y taponaron las salidas. Cuando el viento amainó cinco horas
más tarde volvieron a iniciar las cocciones y continuaron como si
nada hubiese pasado. Los resultados de las primeras cámaras
fueron como en las muestras, pero se salvaron las otras siete.
La duración de la hornada depende naturalmente de la tem-
peratura que se alcance, pero esto no es, como se pudiera supo-
ner, una progresión constante. Mientras mayor es el calor más
lenta la subida de la temperatura. La desgana de muchos hornos
a subir de temperatura a partir de los 12000 C para conseguir los
13000 C ha sido para muchos ceramistas, no sólo para mí, causa
de ansiedad e incluso de desesperación. La hornada es el clímax
del trabajo de un ceramista y en un horno de cocción a base de
leña de cualquier tamaño, es un proceso largo y extenuante. Se
empeñan semanas y meses de trabajo y siempre falla algo. La
289
madera que está húmeda, los pasos de fuego que se atascan, o se
caen las pilas de las cápsulas de refractario, o ceden las estante-
rías de placas y se altera el tiraje, quizás el apilamiento se hizo
dem;>siado junto para aprovechar espacio o, por puro cansancio,
acaso se va uno a dormir, delegando el control a otra persona y
alterando con ello el ritmo de las cargas. Con el calor blanco las
cosas empiezan a moverse, a combarse y a doblarse, el rugido de
la combustión adquiere una nota más profunda, las pesadas bó-
vedas chasquean y las lenguas de la llama blanca se precipitan
por todos los rincones, las cargas cada 4 minutos llenan el cober-
tizo del horno con explosiones de humo negro denso y fuego .
Incluso en Oriente, en donde el trabajo manual es usual y la
mano de obra especializada, la cocción en un horno grande tiene
el aspecto de un campo de batalla donde los hombres se prueban
a sí mismos al máximo en lucha con una fuerza superior. Puede
que todo esto suene a desaliento, pero no es más que la simple
realidad I ' .
Hornos de raku
290
fig . 10 H o rno provisional
29 1
cuencia en los boles de té. Un simple horno del tipo de botella,
rudimentario, semejante al horno británico-romano, al que ya
hice referencia, es probablemente el mejor para ceramistas con
una producción a pequeña escala que prefieren utilizar la ma-
dera para trabajos a bajas temperaturas. Un horno de ésos
puede construirse a escala muy pequeña con materiales ásperos
como ladrillo rojo roto, barro y arena que sostenga una cápsula
refractaria, utilizada como mufla. A menudo he improvisado un
horno de bizcocho provisional de esta manera con una capacidad
para una o dos docenas de piezas para las cuales no había espacio
en nuestro horno de bizcocho corriente. De éste se puede pro-
gresar a un horno algo más grande con una mufla mejor y una
pared exterior hecha de arcilla fire-day ligeramente bizcochada
y sujeto con unas abrazaderas o flejes de hierro como se muestra
en la figura; o se puede hacer un horno bien construido del tipo
pequeño con ladrillos colocados en círculo del tamaño apro-
piado para uso permanente. De esta manera la experiencia se
compra barata.
292
través de la masa. El peligro de que se comben es mínimo y de
esta manera pueden cocerse mil piezas en una cámara que sólo
acomodaría la cuarta parte de ese número si estuviesen barniza-
das. He visto un horno de bizcocho circular en Japón de 3 por
3 m en el que se había hecho la colocación sin la ayuda de placas,
cápsulas refractarias o pilones.
Los peligros de los que hay que protegerse son: 1) de que las
piezas gruesas estallen debido a una subida de la temperatura
demasiado rápida; 2) de las roturas causadas por ráfagas frías;
3) de que se rompan las piezas delgadas bajo una excesiva pre-
sión; 4) de la slIbcocción de las piezas en la parte superior del
horno; 5) de una sobrecocción en el fondo, tanto por mala colo-
cación como por atención inhábil del fuego.
293
viéndose todas ellas de un rojo apagado, puede darse por termi-
nada la cocción, cerrarse la boca de entrada a la cámara de com-
bustión y tapar completamente las resquebrajaduras o intersti-
cios con una mezcla de mitad y mitad de arena y barro para
impedir que las corrientes de aire frío dañen las piezas. A veces,
cuando el bizcocho se coloca demasiado junto es difícil desha-
cerse del hollín de la parte superior. Cuando sucede esto los
japoneses emplean lo que ellos llaman «cocción del cielo». Se
deja que el combustible que queda en la cámara de combustió n
se vuelva ascuas y se insertan diez astillas de madera entre las
piezas a través de la puerta del horno. Se e ncienden y en unos
minutos queman el hollín que las llamas de debajo no podían
alcanzar bien. Entonces se cierra el horno de la forma usual.
Sólo hacia el final de la cocción debe arrojarse nueva leña en
la solera, justo debajo de la plataforma circular del horno, y aún
entonces sólo algunos troncos delgados ; pero el rescoldo puede
empujarse hacia adentro con la ayuda de la leña nueva.
294
mucho más fácil ver directamente qué es lo que sucede e n e l
pequeño horno. Vale la pena recordar, no obstante, que los
barnices sobre las vasijas siempre tienen el aspecto de estar más
fundidos , cuando están dentro del horno, de lo que en realidad
están, de modo que será prudente que el principiante espere con
paciencia a que la superficie tenga la apariencia de hielo a la luz
del sol. El reflejo de una barra de hierro fría colocada en el
horno al lado de la pieza nos muestra aún con más claridad
cuánto ha avanzado la fusión del barniz.
Si un barniz grueso empieza a escamarse cuando se calienta
la pieza raku sobre el horno, indica que había polvo o grasa en el
bizcocho antes del baño o muy poco adhesivo 12 en la mezcla del
barniz. Los diminutos agujeros en el barniz se deben a polvo o a
una granulación grosera de la arcilla, pero a veces se convierten
en centros de decoloración, lo cual puede resultar hermoso.
Causa de ello son las alteraciones en la atmósfera del horno,
como por ejemplo: cuando una pieza con una pasta gris claro
reducida, cubierta por un barniz transparente tiene manchas
rosa alrededor de unos agujeros diminutos, es índice de que
hacia el final de la cocción la atmósfera fue oxidante y el oxígeno
se abrió camino por debajo del barniz a través de un pequeño
agujero y volvió el hierro de la arcilla a su forma de óxido
alrededor de ese punto. Las manchas grises en una pieza rosa o
roja serían ocasionadas por una acción inversa ' ''.
Las tenazas utilizadas para meter y sacar las piezas tienen
generalmente un metro de largo. Cualquier herrero puede ha-
fig . 12 T e nazas
295
cerlas, pero conviene advertirle que tienen que ser muy ligeras y
bien equilibradas. Cuando se sacan las piezas del horno se colo-
can en ladrillos o baldosas para enfriarlas. Tan pronto como se
vacíe la mufla, debe llenarse con otra hornada para desperdiciar
el mínimo calor posible. Después de haber hecho el primer lote
se cerrará la entrada donde se echan las cargas y el cenicero (de
haberlo) hasta que el próximo lote esté dentro, entonces la coc-
ción se reanuda al máximo. Cada hornada sucesiva toma menos
tiempo, de manera que si suponemos que la alimentación inicial
tardó tres horas, la segunda requerirá una hora, la tercera cua-
renta minutos y así hasta alrededor de veinte minutos.
296
humedad no puede escapar tan fácilmente como de los hornos
abiertos sin chimenea.
En Truro y en el taller de cerámica de Michael Cardew en
Winchcombe, donde los dos hornos son del viejo tipo inglés de
cuello de botella " , con cámaras de 2.40 a 3.60 m de diámetro y
varias bocas de fuego, es costumbre precalentar la cerámica
cruda el día anterior a la cocción propiamente dicha. En Sto Ives
calentamos nuestro horno circular dejando gotear petróleo en
una cápsula de refractario medio llena de ceniza de madera colo-
cada en el cenicero del horno. Ésta arde, sin tener que atenderla
durante toda la noche anterior a la cocción y da una llama de
unos 30 cm de largo. Hemos descubierto también que esta com-
binación de petróleo y madera disminuye el trabajo considera-
blemente durante la verdadera cocción, y se incrementa el lento
goteo a un flujo constante del espesor de un fósforo conforme
continúa la cochura. Sin una chimenea es imposible obtener el
tiro de aire suficiente para dar una combustión completa a una
cantidad elevada de petróleo, e incrementarla da como resultado
sólo una densa nube de humo.
La cerámica barnizada con galena hay que colocarla de forma
muy abierta para evitar la sulfuración, es decir, en cápsulas re-
fractarias con agujeros lo suficienteme nte grandes como para
permitir que las llamas lleguen a las piezas. Las cápsulas refracta-
rias cerradas son inadecuadas y las piezas con tapas deben colo-
carse separadas de ellas. Las botellas de cuello estrecho han de
estar barnizadas por dentro con un barniz compuesto parcial o
totalmente de plomo, de forma que no entre el azufre". Las
bandejas grandes se colocan con la cara hacia abajo sobre atifles
o a veces, si los bordes no están barnizados, una encima de la
otra.
Las piezas de barro con engobe y barniz se cuecen en condi-
ciones de oxidación predominante, pero una oxidación com-
pleta tiende a dar unos colores vivos desagradables. La reduc-
ción, por otra parte, vuelve la pasta gris y debajo de un barniz
verdoso el efecto puede ser igualmente desagradable, mientras
que la superficie tiende a ser espumosa. Es esencial conocer muy
14. En 1939.
15. El sili cato de plomo , fr itado, G 682 de We nge r que fun de a
8 00°C es muy útil para todo esto.
297
bien el propio horno con el fin de conducirlo de manera apro-
piada entre estos extremos. A lo que se tiende es a una reduc-
ción moderada, continuada unos cien grados justo antes de que
el barniz empiece a fundirse, entre 750° y 900°C. Este procedi-
miento tiene el efecto de fijar algunos de los colores reducidos
de la arcilla que no pueden alterarse demasiado una vez que el
barniz se ha fundido. Después de que ha alcanzado esta etapa de
reducción tiende a provocar ampollas violentamente en el bar-
niz, cosa que se puede ver claramente a través de las mirillas del
horno. Las ampollas bajarán casi igual de rápido con una oxida-
ción constante. Los hornos de tiro ascendente son los mejores
para los barnices de galena, pero con frecuencia presentan difi-
cultades al equilibrar el calor de abajo arriba. En Truro la cos-
tumbre era terminar la cocción con tojo y en Winchcombe con
haces de broza, los cuales arrojan una llama larga y suave y llevan
el calor húmedo al techo del horno. Se hace una pausa de unos
minutos después de desembarazarse de las llamas vivas al final
de cada carga. El carbón no está contraindicado para las piezas
marrones porque el 4 ó 5% de azufre que contiene no daña el
color como ocurre ciertamente en el caso de la cerámica blanca.
Como la galena contiene azufre no es aconsejable colocar piezas
de cerámica blanca con piezas barnizadas con galena.
298
pliamente esta creencia. El horno tardó dieciocho horas y se
arrojaron dos kilos de sal gruesa sobre la leña a un poco más de
1200°C. Esto provocó la salida de un humo blanco denso fuera
del horno, camino abajo de Land·s End alarmando a los fogone-
ros, quienes salieron precipitadamente del taller de cerámica
temerosos de ver a los peatones caer por el camino rendidos por
los humos de cloro. La sal hizo que la temperatura bajara y
después de una media hora más o menos se dio una segunda
dosis de dos kilos y se mantuvo la temperatura en 1250 0 C una
horamás l 6 .
La sal tiene un efecto desastroso sobre los demás barnices y
una vez que el horno se ha impregnado de ella es muy difícil
quitarla. Hace que los barnices de gres se ondulen en los bordes
de las piezas y vuelve mates a aquellos que de otra manera serían
brillantes. Por supuesto, no es necesario colocar las piezas utili-
zando el método primitivo descrito, pero se deben colocar lo
más abiertamente posible.
Como promedio, unos 400 gr de sal por una capacidad de
horno de 30 cm:j dará los mejores resultados. Nada más haber
arrojado la sal dentro del horno, cuando la carga está baja, se
cerrarán los registros y las puertas de los hogares de alimenta-
ción o las tapas durante unos minutos para conservar los gases
en el horno. Las paredes e instalaciones tienen que ser muy
luminosas y estar relativamente libres de sílice. El horno no
puede ser utilizado para ninguna otra clase de cerámica.
Combustibles
Los hogares de los hornos están construidos según el combusti-
ble a utilizar. La madera requiere más espacio que el carbón y el
carbón más que el petróleo o el gas. El carbón de leña y el coque
dan un calor radiante, más que una llama larga, por tanto nor-
malmente se amontonan alrededor de una mufla con suficientes
entradas de aire como en los braseros de los peones camineros.
La electricidad es un calor puramente incandescente y no re-
quiere hogares o salidas hacia una chimenea. Mi propia expe-
299
riencia se ha limitado principalmente a madera y petróleo. Los
hornos circulares más grandes, a los que he hecho referencia en
este capítulo, pueden adaptarse tOdos a combustión de carbón,
petróleo o gas. Para el carbón las barras de la parrilla deben estar
más juntas que para la madera, y el cenicero debe ser lo suficien-
temente profundo y abiertO como para permitir un buen tiro, de
otra manera las barras se doblarán por exceso de calor. El mejor
tipo de carbón para llama larga y alta temperatura es el de hulla.
Para temperaturas bajas se usan en general carbones arenosos de
llama larga. El coque se adapta bien al calor lento y constante del
comienzo de la hornada, especialmente de las piezas crudas.
U na información completa sobre los hornos europeos puede
encontrarse en el libro al que me refiero en la nota"-
El petróleo no se utilizó demasiado en Europa hasta hace
pocos años. Sin embargo, en América sí, especialmente en pe-
queños talleres de cerámica. Se puede quemar con petróleo o
incluso con gas-oil no espeso, por medio de un tiro natural
inducido por una chimenea. Los hornos Drackenfeldt y Revela-
tion! Hmanufacturados en Detroit, Estados Unidos, en diferentes
tamaños aptOs para uso en estudios, son económicos y muy
eficaces. Yo tuve uno de los últimos y puedo recomendarlo para
temperaturas que no excedan los 1200°C. El método de radia-
ción de calor es peculiar: se forma una mufla conduciendo las
llamas hacia arriba por tubos delgados de arcilla refractaria con
los cuales está completamente recubierta la pared del horno. En
los hornos Drackenfeldt se utilizan con un fin similar ladrillos
huecos. En el horno Revelation se deja gotear el petróleo en un
cuenco, del cual se arrastra la llama a la cámara de combustión y
de ahí a los tubos. Entre el cuenco y la entrada al horno hay
cuatro solapas perforadas, las cuales regulan la atmósfera abrién- .
dolas y cerrándolas. Este principio puede aplicarse a cualquier
horno pequeño que tenga chimenea para que el tiro sea sufi-
ciente.
Desgraciadamente, debido a los derechos de importación y
flete, estos hornos americanos son caros para comprarlos en
300
Inglaterra. Los hornos de petróleo comerciales cuecen con pe-
tróleo crudo, atomizado por una presión de aire o vapor que
varía de uno a veinte kgfcm 2 • Para un estudio este método de
cocción es caro y con frecuencia ruidoso, pero no cabe duda de
que, especialmente en altas temperaturas, tales quemadores con
turbinas para la pulverización del petróleo son muy eficaces y las
grandes compañías petroleras como la British Petroleum y
Schell Mex están dispuestas a prestar la ayuda de sus ingenieros
a cualquier ceramista que les proponga utilizar su carburante.
Puedo también recomendar al Sr. Askam, de Birmingham, como
diseñador de hornos de cocción con petróleo, quien ha servido
de gran ayuda para varios ceramistas a quienes conozco.
He tenido poca experiencia personal en hornos de gas, pero
hay muchos en el mercado y se utilizan a menudo en escuelas de
arte. Uno de los últimos, diseñados por el Sr. Charles Vyse para
la Gas Light & Coke Company, está construido para resistir
temperaturas de gres. Uno de mis estudiantes obtuvo también
buenos resultados con un horno mufla de gas de total recupera-
ción (Deep Recuperative Gas Muffle) hecho por la Incandescent
Heat Co., Ltd., Cornwall Road, Smethwick, Birmingham.
En el caso de hornos a gas los quemadores tienen entradas de
aire para controlar la mezcla de aire y gas. En hornos cuya coc-
ción se realiza con petróleo o gas-oil pesado, esto es más difícil
debido a la naturaleza líquida del combustible. No obstante, se
dará acceso al aire hacia la superficie ardiente de la forma más
directa posible. Además de este aire primario tenaría que haber
un suministro secundario del mismo cuyo acceso al horno se
tendría que controlar: es el suministro de este aire secundario el que
normalmente determina el estado de la atmósfera del horno. No obs-
tante, cuando el aire primario se suministra bajo presión y con-
trol, un suministro de aire secundario resulta superfluo. Si este
último se precalienta por medio de una disposición hábil de los
pasos de fuego, las llamas devienen más fuertes y se economiza.
La construcción y uso de hornos de coque muy raros se des-
cribe con detalle en Cerámica artesanal (Handcraft Pottery) de
Henry y Denise Wren.
Para temperaturas que llegan sólo a los 1200 0 C hay una
amplia selección de hornos para pequeños talleres, pero para
gres y porcelana es difícil encontrar hornos pequeños y fiables,
hechos en Inglaterra, que no sean caros.
301
Hay un nuevo horno eléctrico en el mercado inglés, el horno
Grafton, hecho por Applied Heat Ca. Elecfurn Works, Watford-
By-Pass, Watford, Herts., apto para trabajadores a pequeña es-
cala que llega a temperaturas de hasta 1300°C. Su manteni-
miento y costo no son prohibitivos y se puede obtener una
atmósfera reductora introduciendo piezas de madera delgadas
sin echar a perder las resistencias 19 • Es muy simple y está cons-
truido convenientemente y la temperatura en todas las partes de
la cámara es asombrosamente uniforme. Hemos cocido pruebas
de gres en él con buenos resultados, pero la sustitución de las
resistencias en espiral o de otros elementos involucra un expen-
dio ocasional y aconsejaríamos hacer funcionar la fuerza por
etapas lentas si la cerámica está colocada muy junta20 •
Sólo otro tipo de horno necesita mención aquí porque pa-
rece marcar el final de una larga evolución. Me refiero al horno
túnel que en los últimos años ha jugado un papel cada vez mayor
en la producción a gran escala. Consta de una serie de cargas de
cerámica, con la capacidad de una furgoneta, que se mueven
lentamente a través de un túnel, del cual sólo la parte central se
calienta a una temperatura constante. El movimiento es imper-
ceptible a simple vista, pero el tiempo promedio que tarda una
furgoneta desde que entra fría hasta que sale nuevamente fría
por el otro extremo es de veinticuatro horas. El trabajo nunca
cesa, el control es muy exacto, la pérdida reducida al mínimo y la
producción enorme.
302
inclinación para deformarse y los barnices que devendrán duros
como el acero cuando estén fríos pasan por una serie de trans-
mutaciones durante el proceso de su fusión .
Cuando se abre un horno de gres, especialmente si la coc-
ción se ha hecho con leña y a fuego reductor el equipo del horno
está recubierto de una delgada superficie vitrificada y brilla con
una fina capa de esmalte volatilizado. Las cápsulas refractarias de
la base de una pila tienen que ser separadas con una escarpa a
pesar del uso de cilindros de un material especial refractario
para mantenerlas separadas. Los estantes de placas de arcilla fire
clay de 5 a 8 cm de espesor pueden derrumbarse y caer sobre las
bocas de una docena de piezas cuidadosamente colocadas de-
bajo de ellas, o puede hundirse e! fondo llano de una cápsula
refractaria bajo e! peso de una tetera con la consecuencia de que
un círculo de hueveras se inclinen hacia dentro y se queden
pegadas a ella con e! barniz. Tales, entre muchos percances simi-
lares pueden dar una idea del cuidado y previsión requeridos en
la colocación en un horno de gres. El equipo de un horno, como
placas, soportes, cápsulas refractarias y demás debe estar fabri-
cado con materiales de primera clase, cocidos todos a una misma
temperatura de manera que no sufran más contracciones. De
tales materiales debe de mantenerse un stock por tamaños que
se adapten tanto a las piezas como al horno. Con arcilla fire-clay
y chamota adecuados un ceramista puede hacer casi todos estos
elementos en el momento y cocerlos en la primera cocción de
un horno nuevo, ya que cuando un horno es de construcción
reciente y está todavía húmedo no se pueden esperar buenos
resultados en el barniz. Las nuevas superficies del horno tienden
a absorber e! barniz de las piezas adyacentes y no es mal método
embadurnar las paredes verticales y zonas sobresalientes con un
baño delgado de barniz de las soleras y así contrarrestar tal
tendencia.
El próximo paso es ordenar las piezas cerca del horno y hacer
una selección a grosso modo de lo que puede ir con mejor
economía de! espacio en cada part7 de acuerdo a las estanterías y
al espacio requerido por las cápsulas refractarias. Llegados a este
punto es necesario considerar si algunas partes de la cámara son
habitualmente más frías que otras y separar las piezas con barni-
ces más blandos para colocarlas en ellas. A la inversa, se descu-
., bre por experiencia que ciertos efectos se deben, bien a un
303
mayor calor, bien a la exposición a la llama directa, y de acuerdo
con esto se reserva el espacio para las piezas adecuadas. Luego
sigue la planificación de la colocación para asegurar igual tiro y
distribución de calor. Un principio general a seguir es que «si el
exterior está lo suficientemente caliente, no hay que preocu-
parse por el interior». Esto significa que si las llamas están bien
distribuidas alrededor de las superficies interiores de las paredes
del horno, la radiación se concentrará en el centro de la cámara.
Mientras más ancho sea el horno y más rápido sea el tiraje,
menos se podrá, no obstante, depender de esta regla. Antes de
empezar la colocación de las piezas es aconsejable examinar,
limpiar y si es preciso repasar cualquier equipo o instalación del
horno. Las partes que estén rotas se reparan con arcilla fire-day
seca y pulverizada y una solución de. silicato de sosa. Deben
revisarse los soportes para ver si aguantarán el desgaste de otra
hornada; las placas que estén resquebrajadas necesitarán un
apoyo con un soporte o pilón adicional o ser reemplazadas; las
cápsulas refractarias que se hayan partido deben atarse con una
cuerda para mantenerlas juntas hasta que vuelvan a ser coloca-
das en una pila o formación en columna. Los japoneses utilizan
cuerdas de paja de arroz y es interesante ver sus esqueletos
calcinados todavía adheridos a las cápsulas refractarias después
de la cocción. Se ha de quitar el polvo de las placas y de las
cápsulas refractarias cuidadosamente y se eliminará también
cualquier adherencia con un escarpelo.
A continuación viene la fabricación de los «anillos» y de las
«tortas». Los primeros son cilindros largos de arcilla fue-day
espolvoreados con arena de cuarzo u otro polvo refractario. Su
espesor depende del espesor de las paredes de las cápsulas re-
fractarias, generalmente de unos 12 ó 18 mm son suficientes, y
se modelan entre las palmas de las manos o con un movimiento
diagonal de la mano plana sobre la mesa. También se pueden
cortar tiras como muestra la figura. Las tortas son algo así como
posa-vasos y están hechas de la misma arcilla que las vasijas que
se colocarán encima de ellas. Se aplanan sobre una mesa con
una paleta de madera, y se forman a partir de bolas rebozadas
antes en la misma arena o polvo refractario no adhesivo. Debe
utilizarse suficiente arena para impedir que la arcilla se pegue/ya
sea a la paleta o a la mesa, y los delgados bizcochos cuando estén
terminados es mejor cubrirlos con un paño húmedo porque se
304
fig. 13 Mérodo de cortar tiras y rebanadas
305
tes en cualquier rincón inaccesible de un espacio restringido
requiere paciencia, sin añadir la exasperación de tener que vol-
ver a quitar las piezas de toda una estantería, porque cayeron
unos granos de arena en las piezas que estaban en la de abajo.
Esto no suele suceder si se llenan primero los estantes de arriba.
Con frecuencia las piezas de porcelana se montan sobre anillos
también de porcelana cuidadosamente torneados y pulidos. Esta
precaución resulta imprescindible cuando la cerámica es delgada
y está barnizada en crudo. Hace tres años recogí del depósito o
almacén de piezas defecruosas salidas de los hornos, que se ven-
den para la exportación de grandes cantidades y a bajos precios
en el gran centro de cerámica de Seto en Japó n, una o dos
muestras de tazas de té de porcelana de cáscara de huevo, tan
delgadas como un papel y tan translúcidas como vidrio blanco,
junco con los soportes de forma de cono sobre los que habían
306
sido colocadas boca abajo porque si las hubieran cocido boca
arriba las asas se habrían deformado. El fino borde de la boca no
está barnizado, sino pulido a continuación de manera que esta
característica no es perceptible. Las piezas delgadas planas tam-
bién presentan grandes dificultad~s en la cocción a altas tempe-
raturas. Además de las precauciones obvias de hacerlas de una
arcilla fuerte y de una forma y grueso como para resistir la
tendencia a combarse, hay que colocarlas sobre bases bien nive-
ladas y cocerlas uniformemente.
Una buena norma a seguir sería colocar la cerámica barni-
zada con un espacio mínimo de 6 mm entre cada pieza y sus
vecinas, pero es una regla que, debo confesar, rompo algunas
veces. La tentación de hacer que quepan una o dos piezas más,
especialmente hacia el final del enhornado/cuando quedan fuera
algunas piezas favoritas/es muy grande. Solamente puedo adver-
tirles que es una economía muy equivocada.
Para la oxidación las piezas se colocarán con más amplitud en
las estanterías y cápsulas refractarias. Estas últimas se tienen que
perforar, o en cualquier caso no deben cerrarse apretadamente
con cilindros de arcilla. Para la reducción, sin embargo, hay que
cerrarlas tanto como sea posible y algunos ceramistas de Oriente
que están probando los efectos del flameado llegan a usar cápsu-
las refractarias dobles rellenando el espacio entre ellas con car-
bón de leña o grafito.
307
Los cuencos del mismo tamaño se colocan con frecuencia en
cápsulas refractarias, cuyos fondos han sido redondeados para
formar un molde que se adapte dentro de la circunferencia del
cuenco de debajo, ahorrando de esta manera espacio en el horno.
La alrura de las cápsulas refractarias puede aumentarse por
medio de anillos o cilindros, o inviniendo otra cápsula encima
de la primera. En muchos talleres de cerámica en Japón y China
apenas se utilizan dichas cápsulas. Éste es el caso de Mashiko, el
pueblo de Hamada, donde se coloca la cerámica apilada, como
muestra la figura. Esto sólo puede hacerse cuando las partes
que se tocan son tales que aunque no están barnizadas son lo
suficientemente fuenes como para resistir el desgaste, mínimo,
en un calor rápido oxidado.
A menos que se disponga de un pirómetro eléctrico, los conos
Sege,. o Slanda,.tP 2 son los mejores medios para medir la tempera-
rura. Éstos consisten en pirámides alargadas de más o menos 4
cm de alrura hechas con los mismos materiales utilizados en los
barnices. Se ablandan o inclinan a medida que sube la tempera-
rura, a intervalos alrededor de 25°C. Es corriente colocarlos
oblicuamente en grupos de tres en un trozo cúbico de arcilla
refractaria. El cono 9 Seger que funde a 12800c indica nuestra
temperarura promedio y utilizamos los conos 1, 8, 9 y 10 en
diferentes panes de cada cámara. El cono 1 (11 OO°C) es una guía
útil para la temperarura, justo antes de que los esmaltes empie-
cen a fundirse cuando tiene lugar la reducción, si ha de haberla.
Los conos deben colocarse en posiciones donde sea fácil verlos y
es también conveniente ponerlos donde estén protegidos de los
tirajes violentos del horno. Además de los conos utilizamos un
número de anillos de prueba ligeramente pintados con cobalto y
pigmento de hierro marrón y cubienos con barniz. Éstos se
sacan fuera del horno, suspendidos en ganchos, hacia el final de
la hornada, para comprobar la atmósfera así como la tempera-
rura. Cuando el horno está lleno se bloquea la entrada con ladri-
llos y argamasa de arcilla refractaria bien revocada por fuera con
una mezcla de arena y barbotina. Se abren los registros y se
ajustan las abrazaderas o cadenas de reforzamiento. El horno
está entonces listo para la cocción.
308
Enfriamiento
Como ya indiqué en la página 239 algunos barnices requieren un
enfriamiento rápido, pero con cerámica ordinaria es una regla
segura dejar que las piezas se enfríen tantas horas como necesi-
taron para alcanzar sus temperaturas máximas. En efecto no hay
peligro de que se estropeen antes de que el calor haya descen-
dido a la temperatura del rojo oscuro, por lo tanto, en caso de
necesidad puede enfriarse el horno rápidamente hasta este
punto. Entonces es prudente ver si alguna fina resquebrajadura
en la capa del revoque de arcilla que une los intersticios de las
paredes del horno, deja penetrar corrientes de aire frío. Con las
piezas de paredes gruesas y las pastas finas vitrificadas es aconse-
jable retardar el enfriamiento manteniendo los hogares, los res-
piraderos y los registros totalmente cerrados hasta que se en-
fríen. Ciertos efectos del barniz se consiguen produciendo una
atmósfera reductora durante un corto periodo de tiempo, mien-
tras se enfrían a una temperatura de 7000 a 8000C. Los reflejos
metálicos son de este orden. Efectos parecidos pero más suaves
es posible obtenerlos de igual manera con los barnices de gres,
en los que los óxidos metálicos, especialmente el hierro, están
presentes en alguna medida.
309
VIII. El taller
310
Conduelo de humo! en ladrillo!
Armario!
311
Esta apacible situación le proporcionará un momento de re-
poso, bueno para reflexionar sin apremios sobre la conveniencia
de efectuar unas adquisiciones poco corrientes.
Plano y dimensiones
312
en Inglaterra. No conozco ningún otro método descriptivo más
idóneo para explicar la auténtica vida de un ceramista.
Mirilla
313
ciones no nos compensan de los daños que los imprevisibles
accidentes propios de las altas temperaturas pueden provocar.
¡No acrecentemos nuestras preocupaciones con mayores difi-
cultades! La cápsula colocada en la base de la primera hilera
provocó el derrumbamiento de las que estaban encima; y fueron
sin duda sus escombros los que obstruyeron los pasos de fuego y
cambiaron la dirección de las llamas. Tuvo que producirse en-
tonces una tremenda temperatura causada por el chorro de la
llama que nosotros dirigimos como un soplete sobre la parte más
elevada y fría de la cámara, de tal modo que los dos conos nO 10
(1300°C) se inclinaron por un igual a ambos lados del horno.
Tan pronto como la llama encontró una brecha entre el muro de
cápsulas de refractario, desvió su curso natural penetrando a
través de los estantes de placas en lugar de alcanzar la bóveda del
horno y deslizarse por detrás en busca de la segunda cámara. A
juzgar por el aspecto de los barnices, la temperatura en esta zona
seguramente alcanzó los 1350°C. Los conos Seger, indicadores
de la temperatura, se derrumbaron junto con las cápsulas de
refractario. En lo sucesivo tendremos que proteger las cápsulas
de la base de los fuertes efectos de la llama de gasoil con una
delgada pared hecha con las mismas placas agrietadas. Los jarros
grandes que estaban expuestos a la llama directa en la parte
superior de la cámara, cerca de la puerta, se ladearon y se pega-
ron entre sí, y las piezas colocadas en la misma estantería debajo
de aquellos jarros, se estropearon al caérseles encima las dos
mitades de la placa rota. Menos mal que, en compensación,
apareció en algunas piezas que quedaron, un brillante rojo orín,
llamado por los japoneses «kaki» (palosanto), que se vuelve
negro cuando el esmalte es espeso; y en otras, al ser delgado, el
esmalte «Tenmoku» de color negro, apareció rojo en los bor-
des, igual que ocurre en las antiguas piezas chinas. Desgraciada-
mente, los celadones quedaron casi transparentes y brillantes , y
el agrietado del esmalte era pequeño, perdiendo de esta forma
ese peculiar carácter que lo asemeja al jade. Por mala suerte
algunas de las piezas en las que habíamos puesto más ilusión,
estaban situadas en esta parte accidentada del horno, aunque
alrededor de una docena de ellas son realmente extraordinarias
y podremos reservarlas para nuestra próxima exposición en lon-
dres. De las 284 piezas, 84 tuvieron que desecharse o incorpo-
rarse a las de tercera clase, y 188 fueron a engrosar las filas de las
3 14
ordinarias. El bizcocho de la segunda cámara del horno salió casi
perfecto. Si reservamos una tercera parte del valor de la hornada
para los agentes de venta, etc., después de clasificar las piezas y
marcarles el precio resultará un promedio de 7700 pts., contra el
de 10500 pts., al mes por hornada, resultado en el que debemos
mantenernos.
Piezas defectuosas
Valía la pena salvar algunas de las piezas defectuosas. En algunos
casos, realmente difíciles, conseguimos separarlas bajo el agua
315
con la ayuda de un mazo de madera, o dándoles unos ligeros
golpes secos con una paleta de albañil, después pulimos las reba-
bas con una muela de carborundum y, finalmente, frotamos un
poco de aceite y tierra de sombra mezclados en la cicatriz 1. Es de
lamentar que la gente en Inglaterra sea .tan exigente con las
imperfecciones técnicas. Los coleccionistas rechazarán una pieza
de estas características a pesar de que su valor estético perma-
nezca incólume, lo que podría ocurrir también, por ejemplo,
con un dibujo de Rembrandt en el que se distinguiera una pe-
queña mancha salida de su pluma. Los japoneses son más sensi-
bles al respecto y procuran reparar maravillosamente estos de-
fectos con laca, sin pretender ocultarlo, con lo que cometerían
un fraude, sino que incluso realzan a menudo los colores auste-
ros de la pieza con una fina línea de oro lacado. Los chinos, que
no desechan nada, han remachado con lañas, y por poco dinero,
piezas resquebrajad~ o rotas, y han continuado sirviéndose y
gozando de ellas 1 (bIS). Lo único que hay que hacer es guardar
estas pieza~ para personas sensibles y entendidas, y destruir sola-
mente aquellas otras técnicamente perfectas que, ya sea por
culpa del ceramista, o bien por los ínfimos resultados de la coc-
ción, son malas por naturaleza.
U na vez que el horno quedó ya en perfectas condiciones, se
colocaron por tamaños las cápsulas de refractario y se tomó nota
de las que debían ser necesariamente reemplazadas. Comproba-
mos que resistían aproximadamente unas doce hornadas. Des-
pués se colocaron aparte los tubos de esmalte, etc., y se marca-
ron de nuevo con pintura al óleo cuando hacía falta. También
marcamos con tinta china, que desaparece en el fuego, las piezas
esmaltadas que no cupieron en la última hornada. Esto se hizo
para evitar que nos confundiéramos más tarde, pues resulta difí-
cil reconocer algunos de estos barnices entre sí cuando están
crudos, aún en el caso de que tomemos como referencia una
placa bizcochada con unas señales marcadas con barniz en el
centro, proyectadas de forma radial hacia la circunferencia.
316
El deshornado, la limpieza del horno y demás trabajos ruti-
narios nos ocuparon dos días. El trabajo diario consiste en la
limpieza del taller, el trabajo administrativo del despacho, la
preparación del barro y el atender a los visitantes, además de
otcos detalles sin importancia. Antes de poder ocuparnos del
siguiente lote de arcilla tuvimos que facturar un par de cajas de
pedidos, embalarlos y mandarlos a los representantes. A estos
efectos procuramos tener una reserva de cajas de embalaje y
pequeñas cajas de madera, conseguidas en los laboratorios quí-
micos, que vamos almacenando junto al tanque de combustible,
en el desván. Disponíamos de suficiente arcilla refractaria para
hacer las cápsulas para el horno, y de porcelana en el depósito de
las arcillas; pero la existencia de pasta de gres ya estaba casi
agotada y el lote siguiente, puesto en el secadero, necesitaba
endurecerse, aparejarse y amasarse.
Entonces deliberamos sobre lo que se debía hacer en la si-
guiente hornada, y vimos que necesitábamos 150 vasijas en con-
cepto de depósito de reserva y cumplimentación de pedidos, y
aún quedaba en el horno espacio suficiente para 100 piezas de
experimentación y exhibición, incluyendo 30 jarros grandes
para cocer a fuego directo encima de los pisos o en las cápsulas
de refractario, y, quizá 100 baldosas para aprovechar los espa-
cios sobrantes. Estimamos que para esta cantidad serían suficien-
tes 180 kg de arcilla de gres y 45 kg de pasta de porcelana, o sea
en total cincuenta bolas de arcilla preparada, de 4.5 kg cada una,
contando 0.450 kg para las piezas pequeñas y 3.6 kg para las
piezas grandes.
El miércoles por la mañana sacamos a pala la arcilla blanda
del secadero y la colocamos encima de placas bizcochadas ha-
ciendo cuatro pisos de diez placas cada uno. Estas placas las
habíamos hecho algunos años atrás con caolín grosero mezclado
con un poco de arcilla ball clay para dacles cohesión y cocidas
sólo a 700°C de temperatura. Medían 38 x 30 x 5 cm, y habían
resultado muy satisfactorias. Las placas de arcilla fire clay con
que se construyen los pisos del horno no son bastante porosas.
La noche anterior las pusimos dentro del horno, aún caliente,
paca que se secaran. Después del almuerzo aparejamos la arcilla
hasta quedar agotados. Esta tarea nos ocupó entre interrupcio-
nes y ratos de descanso, hasta la hora de la cena, momento en
317
Nuestro método aplicado a pequeña escala, como en nuestro
caso, consiste en compartir el trabajo lo más posible. En teoría
quizá no sea tan eficaz como una división superior del trabajo,
pero este sistema nos parece más positivo por la compenetración
que establece y los estímulos que provoca.
Distribución
318
como modernas de objetos hechos a mano de que están colma-
das la mayoría de las tiendas de artesanía, su misma proliferación
indica que existe un deseo muy extendido, bien intencionado,
pero mal dirigido, por un trabajo humano individualizado y ex-
presivo. Las exposiciones individuales en Londres son tan caras
que no puede depender de ellas el pan del ceramista. Entre una
cosa y otra vienen a costar unas 9800 pts ., lo cual motiva que la
venta de artículos de poco valor, carezca de interés ". La venta
efectuada con catálogos ilustrados conlleva la repetición de can-
tidades exactas de un mismo producto, cosa que es opuesta a la
idea y capacidad de un trabajo artesano individuaF- '. Parece
pues evidente que se necesita otro sistema de distribución para
la artesanía en la era de la m;Íquina. El mejor método que hemos
encontrado es el de llevar un muestrario en un vehículo y con-
vertirnos una vez o dos al año en vendedores de nuestros pro-
pios productos. De esta manera podemos vender directamente,
estar en contacto con los agentes de venta, y conseguir una
información fidedigna de las tendencias del público en relación
con los objetos cerámicos que han sido fabricados en su propio
interés.
Querido L.
¿Cómo están su familia y su trabajo? Casi todos los días
hablamos de Vd., pero Yamato y St. Ives caen demasiado lejos ...
Aquí Vme no hana (la flor de ciruelo) ya se fue, y llegó tlguizu
(el ruiseñor), Haru no tsukai (el heraldo de la primavera). Yo
creo que usted recuerda esta estación, la mejor del año en
Japón.
319
(
Este año hemos hecho cinco hornadas, pero sólo logramos
cinco piezas buenas (no exactamente buenas, sino corrientes) y
deseamos romper todas las demás (50), pero si las destruimos
todas tendremos que pedir 1650 pts., por cada una de las cinco
obras restantes. y en este caso, ¿quién las comprará? ¿Podrán
comprarlas? y si no las pueden comprar, ¿de qué viviremos?
Piénselo: solamente cinco piezas de 1650, es decir, dos meses de
duro trabajo; digamos que 2475 pts., se han esfumado. Bueno,
no le canso más; usted lo sabe bien.
Flor de ciruelo, ruiseñor y la lluvia de Yamato -pobres, sí;
pero lo pasamos muy bien. Me doy cuenta de que la flor de
ciruelo y esta clase de flores penetran profundamente en mi
espíritu año tras año. El año pasado no discurrió tan bien para mí
como el presente. Tengo muchos deseos de hablar con Ud. en la
silenciosa estancia, pero soy incapaz de explicarme bien. ¡Ay, el
inglés! Suyo,
Kenkichi TomimotO
320
talleres de mayores dimensiones, generalmente se emplean es-
tanterías más largas.
Durante la tarde he hecho una treintena de boles y jarros, de
25 a 30 cm de ancho los primeros, y los jarros de no más de 38
cm de alto, todos torneados completamente en una sola pieza.
Rapidez en el torno
Después de pesar la arcilla en bolas de 200 gr cada una, David
hizo en un par de horas, siguiendo un modelo, unos sesenta
ceniceros; producción ciertamente lenta si la comparamos a la
pieza por minuto que hace un tornero profesional aquí o en
Oriente, y no lo bastante precipitada como para destruir la
sensibilidad de la forma. Por otra parte, los estudiantes olvidan
con facilidad que la forma de arcilla ahuecada que tienen sobre
el torno está en un estado semi fluido y que cada nuevo toque o
presión afecta a la forma en su totalidad. Además, cada vez se
vuelve más húmeda y blanda. Por esta razón una pieza bien
torneada debe hacerse en pocos minutos.
321
plataforma circular de madera y la centramos golpeándola con la
mano seca, y después poco a poco y de forma rítmica le hacemos
una cavidad golpeando en el centro con el puño cerrado hasta
conseguir el diámetro requerido. Se humedece después la
gruesa rebaba exterior y se la tornea del modo acostumbrado,
subiéndola hasta la alrura necesaria. Se alisa el interior de la
base . Después se arrastra tirando hacia sí un delgado alambre
con un ancho perfil de madera pasándolo a través de la arcilla y
manteniéndolo bien tirante. David también hizo una docena de
tapas para las cápsulas batiendo la arcilla sobre unas plataformas
espolvoreadas con arena y puliéndolas al torno con herramientas
apropiadas. He de añadir que hizo también un par de cápsulas
sin fondo, O sea unos anillos o cilindros, que cortó horizontal-
mente por la mitad con una aguja, mientras giraba en el torno,
sumando en total cuatro anillos, utilizados a veces para dar ma-
yor altura a las cápsulas cuando llevan dentro jarros altos. Estos
cilindros tenían aproximadamente 25 cm de alrura y 30 cm de
diámetro; los jarros de este tamaño exigen un considerable es-
fuerzo a la persona que ha de propulsar la rueda del torno con el
pie y levantar la arcilla al mismo tiempo. Así que yo estaba a su
lado junto al torno, haciendo este trabajo de burro de carga
mientras él torneaba.
El jueves por la mañana, después de la rutina diaria, exami-
namos las piezas del día anterior, y les dimos la vuelta para que
se secaran uniformemente sus gruesos fondos. Después conti-
nué haciendo formas nuevas mientras David, después de limpiar
los restos de arcilla refractaria que aún quedaban en su torno, se
puso a amasar arcilla para empezar a tornear un par de docenas
de nuestras jarras estándar de 1/21, y la misma cantidad de jarras
322
de cerveza de 1/4 1. Incluyo unos dibujos de estas jarras de
cerveza para que puedan observar especialmente dos de sus as-
pectos, cosa que trataré más adelante. Estas formas se han ido
desarrollando gradualmente y ya no puede decirse que sean per-
sonales ni tampoco puramente tradicionales.
323
Uas de cuello estrecho análogas a aquellas de la dinastía Sung.
Atraen de manera particular al ceramista porque sus formas son
completamente abstractas y pueden usarse eficazmente como
jarros para sostener una sola rama con flores, para hierbas secas
o cardos, ramas de espinos con liquen o sauce florido. (Véase
ilustración 33).
324
fig. 4 Marcas del taller de Saine Ives
325
contacto con el público. Viene a vernos, efectivamente, gente
de todas clases, multitud de personas de la más variada condi-
ción, gracias a las cuales además, nos ganamos la vida. Algunas
llegan ya informadas ; pero en su mayoría desconocen los proce-
dimientos más rudimentarios de la fabricació n cerámica. Casi
todos manifiestan auténtico interés en conocer el proceso. Lo
siguen con atención, y al terminar no ocultan su satisfacción por
haber visto y comprendido, en toda su realidad y sencillez, cómo
se hace una pieza de cerámica.
Hay una frase, con toda la significación que entraña, que ha
sido para nosotros el mejor regalo que nos podían dar tales
visitas: ¡Vale la pena!
Ayer recibimos a un grupo importante, y al menos dos de los
visitantes supieron reconocer una buena cerámica cuando la vie-
ron. U na mujer empezó preguntando si teníamos algunas «piezas
azules » y, cuando David les enseñó el último esmalte aceituna
azulado con el que estuvimos experimentando durante años, ella
dijo : «¡Oh! ¿Usted llama a eso azul? No, yo quiero algo más vivo
para darle a mi sobrina como regalo de boda. Si no tienen ninguno
azul, uno de color naranja o verde puede servir».
Finalmente, cuando comprobó lo bien que armoniza un es-
malte celadón con cualquier clase de flor, por efecto de un
delicado contraste, me pidió que le hiciese un jarro especial para
rosas. Procuré complacerla, y me puse a hacerlo inmediatamente
mientras ella contemplaba la realización del trabajo. Las ventas
de la mañana sumaron 660 pts., extras, 24 75 pts., para la semana.
Al mediodía cerramos el taller y pusimos en la alacena, que
utilizamos para conservar húmedas las piezas, todas las que corrían
peligro de secarse antes de poder bañarlas el lunes con engobe o
con barniz para piezas crudas.
e ritica mutua
Mientras tanto aprovechamos la ocasión espontáneamente para
hacer crítica recíproca del trabajo realizado durante la semana.
Yo censuré las marcas o surcos circulares dejados en la pieza por
la presión natural de los dedos al subir la forma en el torno, en
las jarras de litro que David había torneado el día anterior6 • Me '
326
fig. 5 Platos encarados con los bordes sin barniz
Querido X,
Espero que esta carta sea más breve que la del domingo pasado.
Intento evitar de todas formas la repetición de las mismas des-
cripciones, aún a riesgo de dejar insuficientemente explicada
una de las vertientes, necesaria aunque quizás monótona, de la
cerámica.
El ceramista de pequeña producción es hombre que reúne
varias profesiones en una sola: escultor, pintor, albañil, carpin-
tero, fogonero, comerciante y cada una de estas actividades con-
lleva gran número de quehaceres a los que tiene que atender.
327
Secado demasiado ráPido
El lunes, a pesar de las precauciones tomadas, encontramos que
los bordes delgados de algunas piezas habían cambiado de color,
por culpa del viento seco del Este que no había dejado de soplar
desde fuera; así ql'.e ruvimos que humedecerlas de nuevo con
ligeras pasadas de esponja antes de poderlas sumergir en el en-
gobe o en el barniz. De no hacerlo se hubieran resquebrajado, y
habrían aparecido también burbujas mientras el agua del barniz
penetraba en los poros abiertos de la arcilla desplazando peque-
ñas bolsas de aire.
328
el torno sobre un disco circular de madera. La decoración esgra-
fiada suele ser dura y de trazo nervioso. Por esto me he ido
acostumbrando a hacerla deprisa con la mano alzada, «mano que
corre», como la llaman los chinos, añadiéndole, con anchos tra-
zos y toques de pincel, un pigmento de hierro, compuesto sim-
plemente de una parte de hierro magnético o magnetita y de una
parte de engobe blanco, que resiste la alta temperatura sin co-
rrerse. Si yo fuese un maestro del pincel sin duda podría conse-
guir con la misma libertad de trazo que un oriental el contraste
agudo entre los trazos anchos y los finos, pero estoy condicionado
por mi origen a usar la línea incisa de tradición europea, y lo más
que puedo esperar es utilizarla con libertad e introducir con
discreción el trazado del pincel ancho, ligero como una pluma.
329
eran poco corrientes, porque estaban colocadas en la mitad de la
vasija. Este sistema de colocación necesita la ayuda de una pro-
tuberancia adicional que va contra las reglas ; pero si se coloca el
asa cerca de la boca del jatro, o en la misma boca, como suele
hacerse, precisa que sea más delgada a fin de que no tire tanto al
encoger, deformando la boca. Las dos asas que puso David,
estaban en el lugar adecuado y no obstante también se contraje-
ron. En cambio si debilitamos el asa adelgazándola en exceso,
aumenta, en vez de disminuir, el peligro de romperse. Otra
ventaja de esta clase de asa, que se aplica con frecuencia a las
tazas de té es que están situadas cerca del centro de gravedad si
se cogen con la mano, o entre el dedo índice y el pulgar si se
trata de vasijas pequeñas, facilitando así la acción de verter o
beber. Las asas que colocó David tendían a ser delgadas y a
terminar en punta. Ambas circunstancias constituyen defectos
graves, el primero es una ofensa a la generosidad de la forma que
pide también de manera implícita un asa plásticamente rotunda,
y el segundo, el estrechamiento progresivo del asa de arriba a
abajo, resta también aliento a la forma y lo hace de manera harto
peculiar. Las asas, los pitorros y los mangos son accesorios defi-
nitorios del carácter de las piezas. Los ceramistas actuales parece
que han olvidado estos principios, extraviándose con ornamen-
taciones superfluas, al igual que los constructores modernos lo
hacen con sus pórticos , remates, florones y chimeneas". Un asa
de sección redonda es casi tan censurable como la aplicación de
aquellos accesorios, aunque por razones opuestas a las anterio-
res puesto que resulta difícil de manejar y tiene un peso exce-
sivo. Tal robustez de formas se acepta en la cerámica primitiva,
pero no se adapta a la vida moderna. La sofisticación nos tocó en
suerte y no siempre es obligatoriamente mala, así que con res-
pecto a las asas primitivas se buscó una solución y la hallamos al
hacerlas de sección plana y ovalada y con curvas elásticas. Exis-
ten dos maneras de considerar las asas, y al igual que en cual-
quier problema referente a la composición, a una forma la llama-
remos positiva y a la otra negativa. La primera es la que he tratado
anteriormente; la segunda es más sutil. Sugiero que abordemos
330
el tema tomando en consideración el espacio vacio que delimita
el asa, principalmente la abertura por donde pasarán los dedos.
Quizá parezca un procedimiento poco directo tratándose de un
problema de tipo práctico, y, no obstante, yo no conozco otro
que sea más eficaz que éste para hallar la curva precisa que debe
tener el asa a fin de que su cómodo manejo sea lo más satisfacto-
rio posible.
Después del almuerzo mezclé dos barnices para aplicar sobre
las piezas crudas, dejándolos dispuestos para su uso. Uno de
ellos era e! esmalte «tenmoku» que tan buen resultado dio en
algunas piezas de la última hornada, y e! otro era un celadón
realizado a base de tierra ocre.
Sumergí algunos jarros grandes, cuencos y botellas dentro
del cubo que contenía el esmalte tenmoku, rascando, tan pronto
como la superficie esmaltada se secó, una decoración por zonas
con la ayuda de una punta ancha y plana. El esmalte se aplica
espeso, y se consiguen los mejores resultados cociéndolo a aira
temperatura, por cuyo motivo existe cierto riesgo de que se
corra. Por esto es aconsejable rascar la decoración con una línea
ancha para que de esta manera la tendencia a escurrirse el barniz
quede contenida y realzado el aspecto grueso del esmalte. Si se
hace la decoración con el procedimiento de la reserva con cera el
efecto es aún más suntuoso y espontáneo que el de la línea
rascada. Si se cuecen estas piezas a fuego libre, y particular-
mente con un fuego muy oxidante, hacia el final de la hornada,
las partes sin barnizar quedan también ligeramente barnizadas,
debido a la acción de la llama directa unida al hierro que con-
tiene la arcilla, con el desprendimiento de unos destellos rojos o
marrones en la pasta.
Este barniz tenmoku está compuesto de dos partes de nues-
tro celadón tipo coreano y de una parte de lo que aquí llamamos
lima de estaño. Se trata de una roca de la que, una vez triturada y
lavada, se extrae la mayoría de! estaño. Existen grandes cantida-
des de ella en las minas de estaño, y «aparece » formando vetas
marrones de un polvo fino terroso. El agente colorante es princi-
palmente e! hierro. Nosotros nunca lo hemos hecho analizar
correctamente porque en realidad no tendría sentido hacerlo
cuando podemos disponer de él en gran cantidad y en todo
momento. La composición del celadón se halla en la página 240
. y su calidad depende en alto grado del ocre que nosotros obte-
331
nemos en el Valle de Saint Erth. Este barniz celadón puede
aplicarse tanto sobre piezas crudas como bizcochadas. Las man-
chas de hierro antes mencionadas aparecen con claridad debajo
de él, y nuestro barniz marrón púrpura de manganeso contrasta
agradablemente cuando está colocado encima, como si fuera un
engobe. Otra clase de decoración que aprendí de Hamada9 , y
que he usado esta vez, consiste en pintar con cera un dibujo
sobre un barniz crudo de celadón, y después pasar por encima,
con un pincel plano y ancho, una delgada solución acuosa de
hierro magnético. Esto queda recubierto a su vez por una gruesa
pasada a pincel del mismo barniz celadón, de manera que el
hierro magnético quede entre dos de sus capas. El hierro, o
cualquier otro pigmento, puede aplicarse pulverizado, o por in-
mersión, alternativamente. No hay ningún inconveniente en
pintar con cualquier pigmento encima de un barniz o cubierta,
siempre que éste no sea demasiado fundente y viscoso. Y si le
añadimos al pigmento un fundente (por regla general se suele
añadir en la proporción del 1 al 3%), es porque queremos evitar
la metalización del pigmento encima de la superficie cocida al
concentrarse en exceso.
Por la tarde, David, para variar, quiso hacer algunas cerámi-
cas personales ; así que, cuando terminé de barnizar, amasé una
cantidad de pasta de porcelana mezclada con un 10% de nuestra
tierra ocre plástica, con el fin de conseguir una pasta fina para
hacer celadones, pasta ciertamente muy apropiada para las pie-
zas delicadas. Hice muestras de las mismas para dos juegos de té,
pues hacía ya mucho tiempo que uno o dos clientes me los
reclamaban. A pesar de ser tan suave, la pasta de porcelana,
resulta dura a las manos, por eso tenemos siempre a nuestro
alcance un tarro de crema suavizante para friccionárnoslas des-
pués de tornear durante largo tiempo.
Conos
A la mañana siguiente, envié a Wangers un pedido de conos
Seger, del tamaño estándar y del más pequeño para horno de
9. Véase ilustració n 70
332
prueba: cono 1 (l100°C), cono 7 (1230°C) y cono 8 (l250°C)
que son los que consumimos más a menudo, incrustando el pie
de éstos generalmente en un trozo cúbico de arcilla blanda en-
frente de la mirilla. El cono 1 se utiliza para que indique el
periodo en que debe producirse la reducción ya que empieza a
doblarse hacia los 1 100°C antes de que los barnices empiecen a
fundirse. El cono 8 es el que en nuestro horno establece el
promedio útil de temperatura a lo largo de la cocción, aunque
tenemos barnices que maduran con el cono 7 y los conos 10 y
11; y esto equivale a la variación normal de la temperatura que
se produce desde el fondo hasta la parte delantera del horno.
En este mismo día terminé las piezas torneadas el sábado
por la mañana e hice 25 piezas más pequeñas de celadón, inclu-
yendo 3 teteras con sus pitorros y tapas torneadas por sepa-
rado. Mientras hacía este trabajo, David hizo el resto de las
tazas, platillos, bandejas pequeñas, jarros de leche y barreños
para aguas sucias, de las muestras que yo había torneado la no-
che anterior. A la mañana siguiente sus piezas se habían endu-
recido lo suficiente, de modo que trabajó en ellas la mayor
parte del día puliéndolas y decorándolas. Entre ellas había una
o dos que me estaban preocupando bastante desde que las miré
por el rabillo del ojo. Mientras él pulía el pie de estas piezas vi
que tenía una "ierta inseguridad respecto a ellas, y cuando em-
pezó a decorarlas trivialmente con muchos motivos, como si
quisiera disfrazar la debilidad de su forma,.se lo reproché, pero
él volviéndose hacia mí, pincel en mano y señalando una de mis
piezas me preguntó, enfadado, si yo creía que eran me jores.
333
fig. 7 Diseño de un juego de té por el autor
334
Me detuve, miré la mía de nuevo, vi que tenía la curva princi-
pal sin vida, que se combaba hacia el pie, la cogí y la arrojé
entre los desperdicios. Se rió y estuvo a punto de hacer lo
mismo con la suya cuando le detuve para hacer un dibujo expli-
cativo de un jarro, el cual incluyo.
335
condiciones". Hemos tenido algunos lapsos de trabajo intere-
santes con pequeños grupos que trabajaban juntos durante dos o
tres semanas. Por lo menos adquieren alguna experiencia de
primera mano que se llevan de regreso a la escuela y siempre
parecen disfrutar de la vida variada de un taller de cerámica. Es
solamente un conocimiento superficial el que pueden obtener
en tan corto tiempo, pues para un aprendizaje completo se preci-
san de uno a tres años y creo que lo que mejor se aprende no es
lo enseñado sino lo asimilado o recogido casi inconscientemente
en el desenvolvimiento natural de un trabajo realizado en co-
mún. Muchos de estos estudiantes, sobre los cuales recaerá en
un futuro la enseñanza en las escuelas y determinarán en gran
parte la conducta profesional de la próxima generación de arte-
sanos, han tenido una pequeña experiencia previa; aunque esto
es generalmente una desventaja, por lo que a menudo hacemos
conjeturas sobre el tipo de enseñanza cerámica impartida bajo el
amparo oficial de la Junta de Educación (Board Education) y nos
preguntamos cómo podría mejorarse . Sin una justa estimación
de valores resulta dudoso si gran parte de todo este aparato
docente sirve para algo.
Bañado de baldosas
336
la onda de engobe causada por la succión. Luego se sostienen
liseramente inclinadas para dejar que se escurran. Si esta opera-
ción no se efectúa rápidamente se formará como un estrellado
en la superficie del engobe causado por un exceso de acumula-
ción. Este defecto puede no ser visible hasta después de la coc-
ción del barniz. El baño de las baldosas no nos llevó mucho
tiempo y le siguió la manufactura de unos 100 anillos de prueba.
Rollos de arcilla
Se enrollan, aplanan, cortan en segmentos y enlazan en menos
de tres cuartos de hora. La habilidad para enrollar una masa de
arcilla entre las palmas de las manos, de manera que se consiga
extraer con regularidad y rapidez un cordelo cuerda uniformes,
es uno de los numerosos juegos de manos que el ceramista debe
dominar. Son los vestigios de una cerámica primitiva modelada
con rollos de arcilla, que todavía vive bajo formas distintas, por
ejemplo, como junta acolchada de las cápsulas refractarias.
33 7
pitorros, el engobado y la decoración nos ocuparon a los dos hasta
el viernes por la tarde. Sólo la elaboración de tres teteras nos llevó
tanto tiempo como si hubiésemos hecho media docena de jarros
grandes, que podrían venderse a un precio superior al de dos
juegos. completos de té. La última tarea consistió en presionar las
láminas de arcilla sobre los moldes de yeso, recortando los bordes
sobrantes y modelando los pies. Hacia las cuatro todas las piezas
estaban listas para e! secado, lo cual, considerando que el tiempo
era bueno, dejamos que ocurriera naturalmente.
Pintura de baldosas
Las dos últimas horas de aquel día las dediqué a pintar las baldo-
sas engobadas. Nuestra reserva de ciertos motivos decorativos
estaba disminuyendo y además quería crear un nuevo diseño a
fuerza de insistir en la pintura hasta que por fin conseguí descu-
brir una simplificación final por medio de simples trazos de
pincel y el juego de los espacios. El tema era simplemente un
petirrojo recogiendo migajas ,". Durante semanas había obser-
vado atentamente cómo David le daba de comer después de!
almuerzo y quería encontrar la expresión de lo que yo sentía con
veinte trazos gruesos y finos hechos con pigmento de hierro y
un pálido y ligero baño de cobalto chino en menos de dos minu-
tos. La repetición de tales motivos sobre las piezas no tiene
porqué ser necesariamente un trabajo aburrido como podría
suponerse, siempre que se permita alguna libertad de interpreta-
ción. Aunque la composición está predeterminada y el orden de
los trazos es más o menos fijo, el estado de ánimo y su ritmo
consiguiente se alteran cada día e incluso en cada pieza nueva,
de modo que e! vigor o la intensidad con los que se puede poner
en movimiento, proporcionan un incentivo constante al pintor
de temas. Como somos seres humanos hay días malos en que
todo parece salir mal y también hay veces en que el deseo de
hacer temas nuevos se ve obstaculizado por otros encargos con-
sistentes en hacer viejos temas decorativos, ilustrados en el catá-
logo de baldosas.
338
El sábado tuvimos algunos visitantes, pero la mayoría de los
veraneantes se han marchado ya y nuestras ventas locales casi
llegarán a un punto muerto hasta la próxima pascua. Los ingre-
sos semanales bajaron a unas 1320 pts.
Hacia el atardecer del martes todas las piezas estaban casi secas,
pero para asegurarnos doblemente pusimos las piezas más gran-
des y las últimas que habíamos hecho dentro del armario de
secado, donde una lámpara de petróleo podía darles un calor
339
suave durante toda la noche 1::. Las piezas en la hornada de bizco-
cho pueden amontonarse unas sobre otras casi indiscriminada-
mente. En este caso los pisos de placas no presentaban dificulta-
des. Delante de las estanterías se colocaron las cápsulas refracta-
rias, las piezas más grandes en el fondo y las piezas más pequeñas
y delgadas encima de todo, con un tabique hecho de placas
viejas del horno, de 45 cm de alto, a fin de protegerlas de las
llamas violentas. A los lados se dejó una abertura de 5 cm para
permitir que parte del calor pasara al interior de los pasajes
fríos. Los conos y pruebas fueron completamente innecesarios
ya que sólo se trataba de alcanzar una temperatura de fuego rojo
oscuro en todas partes y esto puede controlarse perfectamente
con la vista. Cada entrada está formada por 18 bloques grandes
hechos por nosotros mismos con arcilla fire-clay, para que se
adapten a la abertura de la puerta con exactitud. De esta manera
se ahorra un trabajo extremadamente duro para las manos. En el
exterior se puso, con una paleta de albañil, barro y arena mezcla-
dos, a los que se le había añadido arcilla sobrante y se revocó
toda la superficie varias veces durante la hornada para asegu-
rarse de que no hubiesen pequeñas grietas que permitiesen que
el aire frío estropeara las piezas del interior.
La cocción se empezó a la una con un par de troncos de 8 x 5
x 60 cm, que ardían en cada ala y que empujábamos gradual-
mente hacia las bocas inferiores. Habíamos cerrado previamente
los pasos de fuego de la cámara 1 con ladrillos refractarios y una
mezcla de papilla de barro, para evitar las corrientes de aire que
vinieran de esa dirección. La razón de todo esto era simplemente
el inconveniente de cerrar los pasos de fuego por detrás de los
pisos de placas en la cámara 1. Las llamas que no excedían de los
60 cm de largo se mantenían introduciendo más troncos de leña
cada lOó 15 minutos durante dos horas. En la tercera hora se
340
aumentó la cantidad gradualmente, se redujeron los intervalos
entre carga y carga, y la llama se alargó hasta unos 90 cm. Hacia
el final de la cuarta se introdujeron a ambos lados cuatro piezas
de madera de 5 x 5 x 60 cm cada 8 minutos más o menos y se
podían ver subir las llamas hasta el techo. Éste es el momento en
que las piezas con paredes y fondos gruesos pueden estallar y, si
ocurriera, lo único que habría que hacer sería disminuir el calor
creciente durante media hora o más si fuera necesario. Una vez
que las llamas empiezan a dar a las piezas más cercanas una
tonalidad roja oscura, puede considerarse pasado el peligro y se
entra en la última etapa de alimentación. A partir de este mo-
mento se insertaron de una vez seis troncos que medían aproxi-
madamente unos 2.5 x 2.5 x 60 cm a través de cada una de las
bocas superiores de entrada de la leña, a intervalos de cuatro
minutos, cuando los troncos anteriores prácticamente se habían
vuelto ascuas. Al cabo de la quinta hora todo el conjunto de
piezas era de un rojo oscuro. Cerramos las cuatro bocas de
entrada de la leña, las empastamos, y revocamos por última vez
las puertas con papilla de barro, recogimos todo y nos fuimos a
cenar.
341
La ceniza de paja de arroz contiene 30% más de sílice que la de
helechos y menos alúmina y magnesia, y es la suspensión de
partículas diminutas de sílice,en la semi-translucidez fundida del
barniz, lo que produce esta opalescencia. Como en algunos cela-
dones, el color azulado se debe al pequeño porcentaje de hierro,
tanto en el barniz como en la pasta. Es un error atribuir el azul
Chün a la presencia de cobre oxidado. Hasta aquí hemos encon-
trado que el mejor sustituto de la paja de arroz es la caña común
que crece en tierra pantanosa. Los intentos de reemplazar la
sílice de origen vegetal por cuarzo o pedernal no han sido afor-
tunados porque no están combinados tan íntimamente con los
otros ingredientes del barniz.
Pruebas de barnices
El martes por la tarde había preparado dos fórmulas experimen-
tales de barnices para cocerlas en el pequeño horno de prueba
durante la hornada de bizcocho del miércoles. Nuestro cubo de
barniz de gres base estaba terminándose y antes de preparar más
era prudente probar una pequeña cantidad utilizando el nuevo
baño de ceniza de madera dura, que era una mezcla de roble y
olmo que obtuvimos en el pueblo en forma de serrín y la quema-
mos. El otro experimento consistió en utilizar feldespato co-
rriente mezclado con un 10% de la misma ceniza, aproximada-
mente la misma composición que la del barniz utilizado en la
vieja cerámica «Hagi» de Japón. Ambas pruebas salieron bien
aunque no de primera clase en cuanto a calidad, cosa que era de
esperar puesto que no resulta nada fácil controlar la atmósfera
de la llama violenta de un quemador de soplete, constreñida
dentro de un tubo estrecho. Pero los resultados nos dijeron lo
que necesitábamos saber, y en especial, que el poder fundente
de la ceniza era normal y'que no contenía impurezas nocivas. La
ceniza y el feldespato, aplicados ligeramente sobre una mezcla
de arena roja y pasta de gres y luego por segunda vez de forma
irregular con una capa más espesa del mismo barniz, producían
un efecto semejante al de los barnices tipo «Hagi», «Karatsu»,
«Oribe » y «Shino », áspero y liso, al mismo tiempo que recorda-
ban una superficie helada que ha empezado a descongelarse. Si
se utiliza magnetita como pigmento, ésta casi desaparece bajo las
342
manchas más espesas, apareciendo en otras partes como una
tierra marrón oscura y emergiendo bajo las partes más delgadas
como un rojo herrumbroso quemado, realzando de esta manera
los efectos de apariencia invernal en los que se deleitan los
japoneses. La cocción puede ser oxidante o reductora, pero el
final de la misma tiene que ser oxidante para sacar a la luz los
cálidos tonos del hierro en la pasta y el pigmento.
343
cias en las cuatro esquinas. Decidimos que tal tratamiento era
más seguro porque así se distribuiría bien el peso de las piezas
amontonadas y habría menos ptobabilidad de que se deforma-
ran. Proyectamos dejar pequeños parches sin esmaltar y utilizar-
los durante la cocción del barniz como base para los soportes de
arcilla refractaria. El hueco para la salsa en el que terminan las
ranuras forma debajo una protuberancia ligeramente menos
h,,~da que los pies. Todas estas bandejas fueron sumergidas en
n~dtro barniz para piezas crudas «kaki ».
Fuel-oil
El miércoles nos ,acordamos que nuestro suministro de fuel-oil
para la cocción de la semana próxima estaba acabándose, por
tanto telefoneamos para pedir otra remesa de 450 1 a 4 pts. , el
litro ¡e, . El jueves por la mañana, como el horno estaba demasiado
caliente todavía para abrirlo, hicimos anillos y tortas y los guar-
damos en el armario húmedo. Luego los dos nos pusimos a tra-
bajar pesando y tamizando los ingredientes del barniz base de
gres, preparamos una cantidad de 25 kg aproximadamente de
peso en seco, lo suficiente para volver a llenar nuestro cubo.
344
arcilla seca y cubrirlas después con una capa extra de barniz. El
limpiar de polvo las piezas y su selección, de acuerdo al trata-
miento de barniz o pigmento que debían recibir, nos ocupó el
resto del día. El viernes decantamos el exceso de agua del barniz
recién preparado y el resto de la semana lo pasamos decorando
las piezas.
Horno de pruebas
Siento haber omitido la descripción del horno pequeño. He
aquí tres dibujos del mismo. La cocción, partiendo de la tempe-
ratura ambiente, dura tres cuartos de hora para alcanzar el cono
8, tiempo normal de cocción tratándose de una escala miniatura.
Hacia el final de la hornada el quemador de soplete 16, de tamaño
345
extraordinario, tiene que ser bombeado con frecuencia para
mantener la máxima presión. El recipiente de gasolina lleno en
sus dos terceras partes al principio de la operación puede ago-
tarse hacia el final, en cuyo caso debe volver a llenarse bombeán-
dolo de nuevo muy rápidamente para impedir que baje la tem-
peratura del horno. Así, se encenderá en su posición sin tener
que sacarlo. El ruido cuando está en plena marcha es ensordece-
dor pero para esto no hay remedio. Una segunda o tercera co-
chura será proporcionalmente más cor~a; antes de ahora hemos
conseguido altas temperaturas de gres en diez minutos. Estos
quemadores son muy sólidos y duran años. Debe utilizarse la
mejor gasolina filtrada para evitar la suciedad que fácilmente
obtura el diminuto rubo de salida. En cualquier caso es aconseja-
ble tener a mano un punzón y no hay necesidad de parar la
cocción para utilizarlo. Si el recipiente está lleno en más de sus
dos terceras partes surgirá un líquido en llamas en vez de gas
inflamado.
346
quede una superficie lisa y en otros casos es posible salvar una
buena pieza volviendo a sumergirla en un barniz opaco para
cubrir el color o el diseño originales. Dichas piezas se tienen que
precalentar, ya que prácticamente no son porosas, y en cualquier
caso la consistencia del barniz ha de ser espesa. Esa es la razón
por la cual es mejor realizar ' este trabajo antes de que los
barnices se diluyan con agua para el baño normal. También es
posible hacer que un barniz grueso se adhiera, cubriendo las
piezas con una fina capa de cola aplicada con pincel y dejando
que se seque la superficie antes de volver a bañarla.
Después del almuerzo David empezó a colocar las piezas en
la cámara II mientras yo barnizaba, pulía y decoraba con esmalte
según los métodos del barniz sobre cubierta, que ya he descrito.
Alrededor de las 9 de la noche habíamos terminado.
347
los extremos, y cuando volvió y la cogió, el peso del resto re-
sultó repentinamente excesivo, toda la tabla perdió el equilibrio
y se rompieron algunas piezas.
El colocar piezas frágiles y friables muy juntas, con la simple
ayuda de la luz de las velas l " pegadas con masa de arcilla blanda
contra las paredes del horno, enganchadas, polvorientas y a me-
nudo frías, requiere mucha paciencia. Cuando se llega a los es-
tantes de abajo, sea arrodillándose sobre un colchoncillo o ten-
dido sobre los pasos de fuego y trabajando de lado tratando de
colocar piezas redondas en agujeros cuadrados, uno está can-
sado. Desde las 7 de la tarde hasta las 10 de la noche construi-
mos cuatro pilas de cápsulas refractarias de 32 cm, una tocando a
la otra y formando una pared con una brecha de 6 cm a cada lado
para permitir el paso de la llama a los lados fríos. Encima estaban
las botellas y jarros que se alzaban a unos pocos centímetros de
la clave del arco y delante de todo esto hicimos un contrafuerte
utilizando viejas placas de 45 cm para proteger las cápsulas re-
fractarias más bajas del embate del calor. Finalmente, cerca de
medianoche se cerró y empastó la entrada, se abrieron los respi-
raderos para dejar salir el vapor de la arcilla cruda y se colocó en
posición y atornilló relativamente ajustado el armazón o abraza-
deras de hierro del horno para impedir la expansión lateral.
17. Puede usarse preferentemente una pequeña luz eléctrica sobre una
lámina de plomo protegida por una jaula de alambre .
348
anterior a base de leña en este mismo horno, de modo que
puede serIes útil el saber lo que hicimos para cambiar este com-
bustible por fuel-oil atomizado y los resultados obtenidos. Tu-
vieron que realizarse algunos cambios en la boca de entrada del
fuego y en el hogar o cámara del mismo, al igual que en los pasos
que lo conducen a la cámara I. Se redujo la boca de entrada del
combustible, de 3.75 m 2 a 0.40 m 2 para adaptarla a la estrecha
llama del fuel-oil atomizado en vez de los antiguos troncos, y se
abolió el emparrillado y el cenicero IX. En su lugar construimos
una cámara en forma de cuña, de ladrillos refractarios desde los
pasos de fuego centrales hasta el quemador, con el fin de dividir
el calor y bifurcarlo. Estos cambios junto con la nueva construc-
ción para los pasos de fuego se realizó con los materiales más
refractarios, que obtuvimos de la Morgan Crucible Company.
Experimentamos alguna molestia al principio porque el calor
intenso y persistente del fuel-oil quemaba y derretía los ladrillos
corrientes. En un momento dado la pared delantera del horno
amenazó con desplomarse cuando varios pilares de ladrillos sóli-
dos que formaban los pasos de fuego empezaron a fundirse,
pero afortunadamente la bóveda en forma de cono del hogar se
mantuvo incólume, la construcción era firme y toda la masa de
ladrillos se había fundido junta debido a las muchas cocciones
anteriores, de modo que pudimos hacer algunas sustituciones a
tiempo antes de que ocurriera algo peor.
El problema de cómo aplicar la llama del fuel-oil nos preo-
cupó durante varios años. Ante todo experimentamos para ver
cómo se podía emplear el sistema de la alimentación por goteo,
como se utiliza en los hornos norteamericanos Revelation.
N uestra conclusión fue que sólo el tiro de una chimenea o de
una turbina conseguiría la total combustión de un combustible
líquido. Sin este tiro fuerte, y más allá de un cierto máximo, el
fuel-oil se convertía en humo sin quemarse. Además, el efecto
de un tiro inducido tendería a aumentar la velocidad de las
llamas más allá de lo que requiere una maduración gradual de los
celadones. El resultado son barnices brillantes y duros. Después
de muchos asesoramientos con los expertos y de examinar mu-
349
chos tipos de quemadores y turbinas nos decidimos finalmente
por un quemador de fuel-oil Massey y una turbina de Keirh
Blackman altamente eficaz, de dos graduaciones (fuel-oil). Las
cuchillas de estas turbinas giran a una gran velocidad dentro de
sus estuches de hierro y para amortiguar el irritante y tan agudo
chirrido hicimos, para el nuestro, una caja de hormigón aliado
del hoyo del fuego cerca de la boca del hogar. El aire libre es
succionado a través de un cajón de filtración perforado y vuelve
a salir bajo una presión de un manómetro de agua de 45 cm/ para
ser conducido al quemador a través de una doble pieza de tubo
interior de llanta de coche pequeño, bien atado a cada extremo
con un hilo de alambre. En el quemador hay espitas que con-
trolan el suministro de aire y de fuel-oil y un mecanismo para
limpiar los surtidores sin parar el fuego . El quemador funciona
sobre un pivote, que hemos montado en un poste de hormigón
delante de la boca del fuego con un espacio muerto de menos de
2 cm. La llama quema oxidada o reducida a cualquier longitud
variando ésta de 30 a 180 cm, pero como con cualquier combus-
tión gaseosa dentro de un espacio constreñido, el largo de la
llama sobrecalentada se extiende gradualmente por toda la su-
perficie. A veces hay dificultad para encender estos atomizado-
res cuando están fríos . El problema está en convertir un líquido
que no quemará por sí mismo en gas, y que al ser combinado
íntimamente con el oxígeno del aire quemará violentamente.
Cuando la parte de metal del quemador y las superficies del
horno están frías esto no ocurre de inmediato y encontramos
que la mejor manera es vaporizar el fuel-oil frío sobre trapos o
virutas que quemen en la boca del horno. El rociado se volatiliza
muy pronto en un vapor y es entonces cuando empieza la autén-
tica combustión. Al principio tuvimos un poco de dificultad en
aprender a regular la mezcla de aire y en obtener resultados
similares a los que lográbamos con las llamas más grandes y
suaves de la leña. En cuanto al horno y a las piezas seguíamos
aplicando los mismos principios de cocción. La fuerza del chorro
de fuel-oil asegura un aumento más rápido de temperatura y es
más difícil distinguir entre oxidación y reducción por la aparien-
cia de la llama y el humo que sale de los respiraderos y la chime-
nea. La atmósfera reductora de un horno de fuel-oil produce
menos humo que la de la leña, e incluso en nuestro horno, en el
que la chimenea es muy pequeña, se tuvo que emplear una
350
Gráfico de cocción
Septiembre '1939
Bien oxidado
Bien reducido
Combus- Tempera-
Tiempo tibie Hora tura Atmósfera Registros
351
restricción considerable del suministro para evitar una cocción
rápida de los barnices. Después de las largas luchas que experi-
mentamos para conseguir la temperatura del fuego blanco con la
leña, supone un gran alivio tener la seguridad de poseer este
poder en reserva, pero sin abusar de él. En vez de 25 a 30 horas,
el tiempo se ha reducido a 15 ó 20 y la dura labor de cortar la
leña y alimentar el fuego se ha eliminado casi por completo.
Actualmente quemamos un promedio de 470 litros de fuel-oil
combustible ligero Distoleum D suministrado por Shell Mex a 1
pts., el litro y 150 kg de madera de abeto fina, por hornada, en
contrapartida de las dos toneladas de leña anteriores a aproxima-
damente el mismo costo. En general los quemadores están dise-
ñados para vaporizar el fuel-oil crudo, que de ser necesario se
vuelve más líquido precalentándolo. Se empleaban diferentes
presiones de aire o vapor y varios recursos para descomponer las
partículas de fuel-oil tanto como fuera posible, aparte del sis-
tema Primus de calentar la gasolina hasta la formación de un gas
antes de introducir presión de aire. Todos éstos, son problemas
de ingeniería cuya aplicación está fuera del campo del ceramista
independiente medio.
El miércoles por la mañana retiramos el dispositivo de la
alimentación a goteo y empezamos la cocción, propiamente di-
cha, a las 6 de la mañana con una llama reducida al mínimo.
Después de un par de horas la alargamos a 60 cm y al cabo de
cuatro horas dos lenguas de llama, cada una de 1.20 m de largo,
empezaban a lamer los pasos de fuego a la izquierda y a la
derecha de la división. Al cabo de la quinta hora pudo verse el
color rojo oscuro que se encaramaba por la pared del fondo de
la cámara 1 y consideramos seguro incrementar, gradualmente,
al máximo. Alrededor del mediodía toda la cámara estaba roja,
entonces cerramos los dos respiraderos. Durante la mañana pu-
simos en orden todos los objetos esparcidos por el taller: tablas,
cubos de esmalte, pinceles, bizcochos y piezas sobrantes. Des-
pués sacamos los últimos leños del horno y empezamos a cargar
otro, cuyo proceso incluyo de forma completa. Alrededor de las
cuatro de la tarde el color que se veía a través del respiradero
entreabierto era un naranja claro y empezamos a vigilar la caída
del cono 1 (1100 0 C). Esto tuvo lugar a las 5 de la tarde, como
siempre, en el lado protegido, pero sólo hasta una media hora
después no siguió la caída del otro lado. Después, y entretanto,
352
incrementamos el chorro del fuel-oil para hacer una atmósfera
reductora, y dirigimos el surtidor ligeramente más hacia el lado
izquierdo del horno. A las siete en punro pudimos ver que empe-
zaban a brillar los barnices de hierro en algunas de las piezas y a las
9 de la noche el cono 7 de la derecha empezó a doblarse. A este
punro cortamos un poco el suministro del fuel-oil y volvimos a la
oxidación. Muy pronto el cono 7 de la derecha se había doblado
del todo y los conos 8 de la derecha y 7 de la izquierda estaban
inclinándose. Nuevamente la llama estaba dirigida más hacia la
izquierda y enganchamos el primer anillo de prueba. El barniz
estaba bien fundido y la fractura de la arcilla mostraba un gris
reducido completamente. Se habían dejado medio abiertos los
tapones de los respiraderos por un corro espacio de tiempo, para
que sirvieran de indicadores de la atmósfera. Mirando a través
de las brechas la llama oxidada no era más que una bruma azu-
lada que fluía encima de las piezas altas incandescentes, pero
que no nos impedía ver lo que sucedía, tan pronro como los ojos
se acostumbraban a la intensidad de la luz. No dudo de que debe
ser prudente usar gafas oscuras, pero la necesidad de ver libre-
mente lo que les está sucediendo a los esmaltes sobrepasa la
prudencia. La luz no es tan poderosa como la llama azul del
soldador de acetileno y que yo sepa ninguno de nosotros ha
sufrido a causa de tal costumbre. Durante esta etapa retiramos
un anillo del lado izquierdo del horno, pero el barniz aunque
parcialmente fundido estaba coagulado y opaco. Hurgoneando
con una barra de hierro cerca de las piezas pudimos ver que
algunas de ellas eran menos brillantes en el lado que quedaba
más alejado de la llama. El cono 9, que estaba encima de la pila
central de las cápsulas refractarias había, no obstante, empezado
a doblarse, de modo que dirigimos el quemador completamente
hacia el ala izquierda y después de media hora caía el cono 8 y el
cono 9 se doblaba por los dos lados, mientras que los anillos de
prueba restantes daban excelentes indicaciones de una buena
cocción. Como el horno ha tenido siempre una tendencia de tiro
hacia la derecha, continuamos quemando suavemente hacia la
izquierda hasta las diez en punto, luego cerramos los respirade-
ros, redujimos aún más el calor del hogar y, retirando la tapa de
la boca de alimentación lateral, empezamos a alimentar la cá-
mara II con tres piezas de leña delgada a cada lado, cargando de
nuevo cuando las llamas en los respiraderos bajaban cada vez
353
más. La segunda cámara ya tenía muy buen color y respondió
inmediatamente, y al cabo de media hora registraba los 1 100°C.
Ahora el doble peligro residía por un lado en la reducción y por
el otro en una cocción demasiado rápida. La temperatura conti-
nuó aumentando velozmente de modo que retiramos un par de
ladrillos flojos en el fondo de la chimenea para dejar pasar aire
frío y reducir el tiro, manteniendo una ligera carga continuada y
evitando que salieran las briznas o hilos negros de humo de los
respiraderos, que son indicadores siempre de reducción. Alre-
dedor de la medianoche los esmaltes situados enfrente de las
llamas habían empezado a brillar, pero la temperatura en la cá-
mara 1 había bajado a un calor naranja y la subida en la cámara II
era más lenta, de modo que volvimos a colocar un ladrillo en la
chimenea e incrementamos ligeramente el chorro de fuel-oil. A
la una en punto el cono 7 caía por los dos lados, los anillos de
prueba en vez de ser grises eran de color ante y los barnices
estaban casi hechos. El interior de la segunda cámara en esta
etapa era maravilloso de ver, mucho más deslumbrante que el
calor reducido de la primera. U nas llamas blancas perfectamente
delineadas sobre los barnices fundidos, aparecían animadas por
el juego de chispas fugaces . Alrededor de las dos, después de
veinticuatro horas de alimentar el fuego , la cocción estaba termi-
nada. Cerramos el suministro de fuel-oil, empastamos las bocas
de fuego, cerramos los respiraderos, retiramos del horno la leña
y demás materia inflamable y nos fuimos a la cama cansados,
pero no exhaustos como antes.
Abriendo el horno
El jueves dormimos hasta muy tarde y sólo fuimos a echar una
ojeada al horno a media mañana. Aún había un resplandor rojo
oscuro en ambas cámaras. Hicimos un registro como precau-
ción, con una vela encendida atada a un pincel, y la llama, al
desviarse repentinamente, actuaría como una señal segura, al
sostenerla muy cerca contra el horno, de que el aire frío estaba
siendo succionado a través de una fina grieta. Luego cerramos
todos los registros entre la cámara II y la chimenea como una
precaución extra antes de mirar en el horno a través de los
respiraderos . Estaba demasiado oscuro para ver algo, de modo
354
que retorcimos unos periódicos y los arrojamos entre las piezas
del estante superior donde en seguida se encendieron, dándonos
una idea del color y la calidad de los esmaltes. Las piezas estaban
lo suficientemente calientes como para no estropearse por lla-
mas repentinas. Todo parecía estar en orden aunque los esmal-
tes en la cámara JI eran mucho menos brillantes de lo que nos
habían parecido al final de la cocción. Pero no lo lamentamos
excepto por el temor de que algunas piezas resultaran dema-
siado mates y algo crudas en el lado que quedaba lejos del fuego.
Esa tarde fuimos a pasear y nos quedamos a cenar fuera para
evitar la tentación de ir a jugar con el horno. Antes de irnos a la
cama abrimos los respiraderos y los bloques de la puerta más alta
para dejar escapar un poco de calor, ya que la temperatura es-
taba por debajo del punto peligroso de rotura de las piezas. A la
mañana siguiente, antes del desayuno, fuimos a abrir las puertas
aún más y nos llevamos dos o tres piezas para examinarlas du-
rante la comida. Los colores y texturas eran especialmente bellos
y estuvimos muy excitados a pesar de nuestras sospechas de que
algunas de las piezas en la parte izquierda del horno estaban algo
crudas por un lado. Esta vez no se nos había caído ninguna pila
de cajas refractarias y las nuevas placas de enhornar estaban tan
rectas como un palo. Aquella primera y buena impresión se
confirmó durante el día. Todos los esmaltes de hierro habían
salido muy bien y esta vez los celadones estaban bien, aunque no
eran tan sobrios como los mejores que habíamos tenido. Algu-
nos de los azules habían quedado demasiado cocidos y el cobalto
en su horrible intensidad púrpura había triunfado sobre el hie-
rro, pero otras, incluyendo la tetera azul-oliva ''', eran hermosas.
A pesar del empleo de la sílice una de las tapas de tetera no pudo
desengancharse; el esmalte volatilizado lo había sellado en su
encastre. Esto fue simplemente mala suerte, debido a la impre-
vista corriente de una llama que golpeó ese punto. Se rompió
cuando la arrancamos cortándola a pesar de todas las precaucio-
nes. Los platos de postre y los platos llanos se portaron muy
bien. Tomando en cuenta todo, fue uno de aquellos días que
hacen que valga la pena la existencia de un ceramista; no obs-
tante, al final, una vez sacadas todas las piezas y habiendo re-
unido en un grupo las mejores de ellas, experimenté una depre-
19 . Véase ilustración 42 .
355
sión repentina. Esto seguramente se debió en parte a los nervios
por el excesivo calor y el cansancio general, pero creo que todo
artista y ceramista sabe lo que quiero decir. De todas formas está
contrarrestada esta situación por una autocrítica realista y por las
varias sugerencias prácticas, en cuanto a los esfuerzos fururos,
que siempre surgen durante la extracción de las piezas.
Precios e inventario
La valoración fue la más alta de todas las cocciones del año. Este
mes, en la cámara l, de un total de 291 vasijas y 70 baldosas,
volvimos a cocer sólo 15, que resultaron de tercera clase o se
destruyeron. Alrededor de 250 han ido a las existencias ordina-
rias, a un valor neto promedio de 5 chelines, y 26 las apartamos
como piezas de exhibición a 2 libras cada una. Todo, junto con
las baldosas lisas y decoradas, asciende a un total de 120 libras
en contraste con las 55 libras del mes pasado. La cámara II
produjo otras 50 libras, que como ya dije deben considerarse
extra.
El presupuesto anual
356
Debe Haber
L Ptas. L Ptas.
Materiales 25 4.125 Ventas locales
Leña y fuel-oil 30 4.950 (netas) 300 49.500
Transporte 2 330 Ventas a agencias
Salarios 25 4.125 y expOSICIones
Exposiciones 25 4.125 (bruto) 300 49.500
Publicidad 10 1.650 Cuotas de los
Imprenta y mate- alumnos 32 5.280
rial de escritorio 6 990
Franqueo 8 1.320
Teléfono 5 825
Gastos generales 15 2.475
Flete 20 3.300
Luz 6 990
Tasas, impuesto,
seguro 20 3.300
Reparaciones y
renovaciones 5 825
Salarios 250 41.250
Descuentos en
ventas al por
mayor 100 16.500
5% de interés so-
bre el capital 50 8.250
Haber 30 4.950
357
cuarto año pudimos pagar e15% de interés sobre la inversión de
las 1000 libras (165 000 pts.). Esto ha significado una vida sim-
ple y un trabajo duro. Ahora hace seis años que empezamos y
estamos pensando en que trabaje con nosotros un muchacho del
pueblo y dentro de poco esperamos poder sacar un poco más de
dinero del taller. No nos vamos a hacer de oro, pero es algo para
ganarse la vida por medio de la artesanía en oposición a la pro-
ducción a gran escala porque, después de todo, la verdadera
satisfacción está en el trabajo.
Si al principio hubiésemos sido lo suficientemente afortuna-
dos de encontrar un taller de cerámica adaptable, nos hubiera
bastado con 400 libras menos, pero pudimos alquilar una casita
de campo entre el taller de cerámica y la carretera principal y
convertir parte de ella en una sala de exposición. Es mejor co-
menzar a pequeña escala y construir un taller de cerámica paso a
paso, en vez de sentirse abrumado por gastos iniciales y una
responsabilidad ante los accionistas, quienes, en una etapa pos-
terior, acaso pretendan dictar una política que entre en conflicto
con nuestra integridad estética.
358
Las relaciones personales de un grupo de artesanos no son
fáciles de resolver. La inhabilidad de dar y recibir parece más
pronunciada que en los contactos humanos ordinarios. En
Oriente las influencias restrictivas de la tradición capacitan aún a
la gente para que puedan trabajar juntos, como los miembros de
un cuerpo bajo una mente directora, pero en nosotros unindivi-
dualismo altamente desarrollado, en ningún lugar más conspi-
cuo que entre artistas artesanos, tiende a crear un deseo impa-
ciente y crítico de independencia. La experiencia me incita a
aconsejar a cualquier ceramista joven que considere el compar-
tir un taller de trabajo con otros y que elija mano de obra local
no entrenada. Tales muchachos aprenden las tareas rápida-
mente, las disfrutan y forman pronto un equipo permanente si
se les maneja de una manera razonable. Un hombre mayor como
Elijah Comfort de Michael Cardew, entrenado antes de la guerra
en el taller de cerámica de Winchcombe haciendo centros de
mesa y floreros es de una gran utilidad, ya que hombres como él
conocen la localidad y establecen un criterio de sentido común y
una visión de trato de los que indefectiblemente carecen los
estudiantes de arte. En muchos casos, estos últimos son capaces
de realizar un excelente trabajo bajo dirección o como miem-
bros moderadamente libres de un grupo que se mantiene junto
por una tradición de vida, pero es un asunto totalmente distinto
cuando arrojan las cadenas y empiezan a hacer formas y motivos
propios. Entonces se unen generalmente a las filas de los miles
de artistas indeterminados, de segunda clase, de lo cual es res-
ponsable la alta industrialización. Es obvio que sólo rara vez el
trabajo de un esrudiante de una de las Escuelas de Arte lleva una
marca de carácter. Es difícil aconsejar a aquellos de quienes se
está prácticamente seguro que no alcanzarán una originalidad
genuina. En una era mecánica, los artistas artesanos que trabajan
primordialmente con sus manos representan una reacción natu-
ral válida como expresión individual y tienen que ser la fuente
de un diseño creativo para una producción a gran escala, sea
trabajando conjuntamente con la industria o no. La máquina ha
dividido la personalidad humana y ha llevado a la humanidad a
ver de cerca la seguridad y el ocio por primera vez en la historia,
pero en este momento está sobre nosotros el miedo a un desas-
tre universal y el único ocio es el de los desempleados y el de los
ricos y vagos porque no hemos aprendido a utilizar el arte, la
359
ciencia, el ocio o la verdadera riqueza. En vez de eso incremen-
tamos el tiempo de la esclavitud industrial y, rehusando a distri-
buir dinero igual en valor a las mercancías vendibles y persi-
guiendo alocadamente el placer huidizo, permitimos que se des-
criba el sub-consumo como sobre-producción, y, como conse-
cuencia, la simple técnica de vivir ha abrumado la vida en sí
misma. Bajo tales condiciones de la vida nacional, artistas y
artesanos están obligados a vivir y trabajar como parásitos o
precariamente porque no tienen una función reconocida. La evi-
dencia admitida por observadores de todas partes señala el final
de una era. Si emergemos a una época de plenitud y unificación
de valores culturales después de la violencia, o por etapas más
lentas de decadencia y renacimiento, no soy yo quien ha de
decirlo. Es probable que aquellos que buscan el significado y la
belleza de la vida a través del arte puedan sufrir un eclipse, pero
entre tanto, déjennos «producir peso y medida en un año de
escasez», como instó William Blake ante la ceguera y la apatía de
los comienzos del industrialismo.
CONOSSEGER
(Los conos Standard tienen alrededor de 100 más)
Temperatura Color
Número defusión en el Esmaltes, etc.
(centígrados) horno
.022 0
Empieza a ] Esmaltes europeos blandos .
.021
600 0
650
J mostrar Bizcocho oriental blando .
.020 670 0 color
.019
.018 69W
710 ]0
Rojo oscuro
] BMOi, de ""u. E,m.", '0-
bre metales. Reflejos merá-
.017 730 0 licos .
.016 750 0
.015
.014
.013
.012
815
79W1
835
855 0
0
0
De
rojo a cereza
1 BMOice, bl,odo, . .,maI",
duros. Dorados. Algunos
.011 880 0 refle jos metálicos.
.010 900 0
360
Temperatura Color
Número defusión en el Esmaltes, etc.
(centígrados) horno
.09 920 0
.08 940 0
.07 960 0 De cereza Cerámica inglesa con engo-
.06 980 0 osc uro a be y barniz de plomo. Mayó-
.05 10000 cereza claro lica. Barnices con estaño
.04 10200
.0 3 1040 0
.02 1060° ~ Lo,,, b=i", d, po"d."
.01 blanda
1 10800
1100°]
2 1120° Naranja ]
3 1140° oscuro a Loza bizcochada
4 11 60° naranja claro
5 11 80° Raku negro
6
12000]
]
7 12 30° Blanco
8 1250° amarillento Barniz salino
9 1280° Gres
10
11
1300
1320°
0
J Blanco
orien-
Bizcocho de parcela tal
na de hueso
Porcelana japonesa
12
13 1350']
1380° Blanco Po rcelana alemana y china
14 1410° intenso Po rcelana de Sevres
15 1430°
16
17
1460
1480°
0
J Blanco
azulado
Porcelana de Copenhague
361
Apéndice
362
Agua. Existen dos clases de agua en la arcilla: agua de formación,
eliminada durante el secado, y la de combinación, que
sólo se evapora entre los 350°C y los 700°C de tempera-
tura.
363
Alumbre. Sal blanca y astringente que se emplea en tintorerías y
en farmacia. Es un sulfato doble de alúmina y potasa.
°
Arcilla de China Caolín. (Véase Alúmina) .
364
Arciffa larga o grasa. Arcilla plástica en oposición a la corta, ma-
gra o no plástica.
365
deben utilizarse las variedades puras como la arena de
Fontainebleau o de Lynn.
366
cés, de uso muy extendido, aunque no figura en el dicciona-
rio de la Academia de la Lengua Española.
Barniz color polvo de té. Barniz de gres opaco y verdoso hecho con
hierro
°
Batidora mezcladora. Instrumento para mezclar barbotinas y
barnices.
367
Bizcocho. Piezas de cerámica cocidas sin esmalte.
Boles para té. Suelen ser de paredes gruesas y carecen de asas. U ti-
lizados preferentemente enJapón para la ceremonia del té.
368
antiguamente por «arcilla de China», que es un silicato de
alúmina hidratado. (Véase Alúmina).
Carrageen o musgo irlandés. Es una alga seca con la que, cocida con
agua y tamizada después, se puede preparar un jarabe útil
como adhesivo o aglutinante para engobes y barnices.
369
Cemento de arcilla jire-day. Mezcla de arcilla fire-clay seca y sili-
cato sódico empleada para reparar las cápsulas de refracta-
rio, las cisuras y resquebrajaduras producidas durante la
hornada en las paredes u otros lugares dentro y fuera del
horno.
Cerámicas imitando mármol o Neriage. Son las que están hechas con
capas o vetas de arcillas de diferentes colores, superpuestas
formando estratos.
370
Cobertizo o caña. Estructura de ladrillos que encierra, protegién-
dolo de la intemperie, un horno-botella.
Conos. Tanto los conos Seger como los otros tipos estandarizados
sirven para medir la temperatura en los hornos. Están fabri-
cados con los mismos materiales de que se componen los
esmaltes, y tienen forma de finas y altas pirámides que se
doblan y funden a unas temperaturas determinadas.
371
cilmente con los fundentes y los óxidos metálicos. (Véase
Sílice y Cristobalita).
Cuerpo o pasta. Arcilla con que está hecha una pieza de cerámica.
372
Descomposición. (Véase Agriado).
373
ratura. Una vez cocido alrededor de los 800°C, el oro se
bruñe. También se puede emplear el cloruro de oro lí-
quido. El polvo de plata puede tratarse de la misma forma.
374
aparecen después de la cocción, seguramente es porque
fueron provocados por el polvo, la grasa o la textura ru-
gosa de la superficie de la pasta, cubriéndola e impidiendo
una adherencia correcta.
375
Es un silicato de magnesio y se ha utilizado en la composi-
ción de pastas de porcelana. Con los barnices forma silica-
tos viscosos. El margen de vitrificación es muy amplio.
Orthoclase Albita
376
un marco compresor unos sacos de lona llenos de papilla
de barro, que, al ser estrujada, va expulsando el agua y
reduciendo así la papilla a materia sólida.
377
Fuego de ascuas. Frase que indica los rescoldos del fuego de leña.
También se aplica al mantenimiento de la temperatura al
final de la hornada, cerrando casi todos los orificios de
entrada y salida de aire.
378
Greybears. (Véase Bellarminas).
379
Jaspeado . Se obtiene una apariencia de mármol superponiendo
engobes coloreados sobre la superficie de una vasija
cruda, todavía algo húmeda, vertiéndolos o arrastrándolos
con la ayuda de una pera de goma, y sacudiendo o gol-
peando después la vasija de forma que los engobes colo-
reados se deslicen y penetren entre sí irregularmente.
Loza. Todas las cerámicas barnizadas que tienen una pasta porosa.
Loza Queen's. Loza inglesa dura de color crema, creada por )0-
siah Wedgwood.
380
Magnetita u óxido férrico ferroso . (Fe 3°4) Resiste las altas tempe-
raturas mejor que el óxido de hierro (Fe 203)'
381
el horno, o sea chamota finamente molida a la que se le
añade sólo la suficiente cantidad de arcilla para que ligue.
Ocres, sienas y sombras. Son todas ellas tierras naturales que con-
tienen alrededor de un 5 a un 12 % de hierro. Algunas son
muy plásticas y pueden usarse para colorear pastas o como
engobe. Calcinadas son a menudo muy útiles en los barni-
ces de gres, especialmente los celadones.
382
Casio, pero a menudo desaparece cuando alcanza tempe-
raturas superiores a los 11 OO°e.
383
Óxido de hierro rojo. Forma de hierro corriente empleada para
colorear pastas, engobes y barnices. El rojo más brillante
se emplea para hacer el esmalte oriental rojo de sobre cu-
bierta.
384
hornos por donde penetran las llamas, tanto si van de una
cámara a otra, como de una cámara hasta la chimenea.
385
Perfil. Útil de madera, caña, pizarra o metal, empleado para ali-
sar la superficie exterior de una vasija mientras se tornea.
Piezas planas. Los platos, fuentes , salseras, boles, etc., son cono-
cidos en los talleres de cerámica con este nombre para
distinguirlos de las piezas huecas.
386
piezas de muestra o pruebas de ensayo de barnices sacadas
del horno para controlar la temperatura se clasifican en la
misma categoría.
387
rrientemente para hacer estatuillas parecidas a las de Fu-
kien, China.
388
taño obtenida por precipitación, que se usa en las tempe-
raturas baja y media.
389
Rojo «/lambé» . Nombre francés muy corriente para designar los
esmaltes de cobre rojos de aspecto cambiante.
390
arcilla o barniz, en suspensión dentro del agua, que que-
dan depositadas finalmente en el fondo de los recipientes.
l'
Sulfuraciones. (Véase Eflorescencias).
391
, ,
tarios que impide que las llamas del horno den directa-
mente a las piezas.
Tierra de pipa. Las arcillas con que se hacen las pipas de fumar
tabaco consisten en arcillas puras, margas o arcillas fire-
clay que no contienen hierro o, si acaso, en poca cantidad .
392
mica cocida. La ventaja de añadirlos en una pasta en lugar
de la chamota o la sílice estriba en que, por conservar la
misma composición, reducen el encogimiento.
393
tenemos en Sto Ives está fabricado por los Srs. Keith
Blackman Ltd., 27 Farringdon Avenue, London E.C.4 .
Zafre. Óxido de cobalto que se emplea para dar color azul a la lo-
za y al vidrio. (Véase ÓXido de cobalto).
394
Post scriptum
395
de uso doméstico de precio módico, pero que conservaban la
vitalidad de la forma y la belleza de la textura y el barniz propios
de las buenas piezas hechas a mano.
En 1955 David Leach dejó de colaborar, y los dos, David y
Michael, dejaron Sto Ives para abrir sus propios talleres en
Devon.
El número de exposiciones propuestas y llevadas a cabo, de
los trabajos individuales de Bernard Leach, tanto en su país
como en el extranjero, fue en constante aumento, lo que motivó
el que dejara de realizar y decorar piezas seriadas. Abandonó la
práctica de coger como aprendices a los muchachos de la locali-
dad, dado el número cada vez mayor de jóvenes ceramistas inde-
pendie ntes de todas partes del mundo que aspiraban a trabajar
en su taller de cerámica. Uno de esos muchachos fue el nieto
mayor de Bernard, John Leach, que más tarde puso en marcha
su propio taller en Somerset. También vino a trabajar el hijo de
Hamada Arsuya, y más tarde, S. !chino, de Tamba, (donde Janet
Leach había estudiado) también pasó aquí tres años.
El taller cuenta actualmente con un equipo de cinco o seis
jóvenes ceramistas, algunos trabajando como aprendices. Cada
uno de ellos, orientados y enseñados por Janet Leach y William
Marshall, realiza su propia obra, además de participar en la pro-
ducción seriada del taller.
Bernard Leach continuó desarrollando su actividad y lle-
vando la dirección del taller hasta 1974 en que se vio forzado,
por pérdida de visión, a consagrarse a la realización de su obra
escrita. Su esposa Janet Leach se convirtió en su colaboradora
desde 1956. La dirección del taller ha recaído naturalmente en
ella, celosa mantenedora de su tradición.
396
índice de ilustraciones
ILUSTRACIONES EN COLOR
Entre las págs. 185 y 188.
t
I
/.
15. Bol japonés de raku para el té , por Koyetsu.
16. Plato de raku japonés moldeado por el primer Kenzan .
17. Bol japonés de gres , por el primer Kenzan .
18. Pote japonés para la ceniza , en gres, del 6° Kenzan .
397
19. Plato inglés tradicional con engobe y barniz , por Toft.
20. Fuentes con engobe peinado y barniz, por el autor.
21 . Plato grande de raku al estilo Toft, por el autor.
22 y 23. Jarras tradicionales con engobe y barniz hechas en
St. Ives.
24. Cerámica tradicional con engobe y barniz , por Michael
Cardew.
25. Bellarmina alemana con barniz salino.
26. Pequeño bol coreano . Dinastía Korai .
27. Bol anamita, en gres, del siglo XIII.
28. Jarro chino de gres. Dinastía Sung .
29. Pequeño pote de gres con tapa . Swankalok.
30. Detalle de un jarro parecido al de la ilustración 31 .
31 . Jarro coreano de porcelana. Dinastía Ri .
32. Botella de gres china , Tz 'ou Chou . Sung .
33. Jarro grande de gres, por el autor.
34 . Bol celadón Lung Chüan chino. Sung .
35. Incensario chino de la dinastía Han .
36. Jarro chino de la dinastía Han.
37 . Botella coreana con esmalte celadón . Korai.
38. Figurita china de una dama de la corte . Tang .
39 y 40. Figuritas chinas . Bailarinas. Dinastía Tang.
41. Tetera de porcelana con esmalte «tenmoku », por Shoji
Hamada.
42. Tetera de gres, por el autor.
43. Cántaro con engobe hecho actualmente en Cornualles.
44. Jarra medieval inglesa.
45. Caja de gres con esmalte, por K. Kawai .
46. Bol persa de reflejos metálicos. Rhages .
47. Vasija de porcelana con dibujo incrustado, por K.
Tomimoto .
48. Bol del autor, en gres, cortado a planos y alisado.
49. Plato japonés en gres con el dibujo de un sauce. Seto.
50. Bol de gres, por K. Tomimoto .
51 . Plato japonés de gres. Seto.
52. Detalle de la decoración de una bañera cantonesa.
Dinastía Ching o
53. Bol chino de gres. Tz'ou Chou. Dinastía Sung o posterior.
54. Jarro coreano de gres. Dinastía Ri .
398
55. Plato de loza inglés con decoración alengobe. Siglo
XVllloXIX. .
56. Plato de loza hecho en Samarkanda en el siglo IX o X.
57. Plato japonés de gres con motivo «Ojo de caballo».
58. Vasija moderna de cocina en gres.
59. Bandeja de gres estarcido, por el autor.
60. Bol bizantino esgrafiado y barnizado con plomo.
61. Tazón con esmalte «tenmoku», por el autor.
62. Plato español de cerámica popular. Siglo XVI.
63. Dorso de una fuente grande hispano-árabe.
64. Tazón de gres, por Staite Murray.
65. Botella de gres Tz'ou Chou, china, Sung .
66. Bol de loza griego. Siglo XIX.
67. Vasija de gres Tz'ou Chou, chino . Sung .
68 y 69. Azulejos de gres pintados por el autor.
70. Tres boles de gres para el té, por Shoji Hamada.
1.''1 71. Botella alta en gres, por el autor.
72. Mujeres ceramistas nigerianas preparando sus cacha-
rros para la cocción a fuego abierto.
73. Mujeres ceramistas nigerianas alimentando el fuego
con hierba seca.
74. Horno inglés de cuello de botella.
75. Horno circular de tiro vertical , en el viejo Cairo.
76. Ceramista coreano trabajando en un torno de pie.
77. El señor Tomimoto torneando en el torno de mano
japonés.
, t'
'/
399
índice de nombres
Abrazaderas, 292
Abstracción geométrica, 40
Acabado perfecto, 46
Accidentes, 46
Aerómetro, 217
Agentes colorantes, 210
Alfarería inglesa, 100
Alfarero, 159
Aire secundario, 349
Alimentación de los hornos, 279
Alisado, 106, 149
Amakusa japonés, 105
Amasado, 93
Ameya,53
Anillos, 304, 315, 344
Anillos de prueba, 282, 337
Aparejar el barro, 92
Aka, 225
Árbol isu, 234
Arcilla, 83
ball clay, 85,317
ball clay blanca, 103,230
ball clay de Carolina, 105
ball clay de Florida, 105
ball clay silícea, 104
bizcochada, 161, 162, 166, 192
blanca fusible, 100
corta, 155
de base, 40
de Pike, 235, 239
fire-clay, 85, 90, 99, 166, 229, 231, 271, 286, 287, 292,
303,304,317,336,337,340
fusible, 85
local,104
pura, 84
400
raku , 98, 99 , 166
refractarias , 85, 313, 317; 312, 322, 344
roja, 166
secundaria, 85
silícea, 102
silícea de Pike Brothers, 103
torneada, 335
vitrificable, 85
Arte cerámico, 46
rococó , 80
Artes aplicadas, 38
Asa est irada, 153
Asas, 153
Asideros, 158
Askan , 301
Atmósfera oxidante , 295
"r Atmósfera reductora , 277, 309, 350, 353
Atomizadores, 350
Augustus , John , 13
Awata , 228
11,: Azul Chün , 342
401
porcelana, 341
reducidos , 289
salinos, 298
" Shino », 342
transparentes , 60
Yüan , 341
Barniz, 54, 100, 179, 183
ámbar, 180
base, 244
base de gres , 344
celadón , 177
de galena, 187, 229,231
de gres, 102, 207, 209, 231
de plomo, 50, 52, 58, 222
de raku , 50, 222
grueso, 347
marrón , 209
negro , 209
opaco, 347
polvo de té , 239
raku de Kenzan , 223
rojo , 209
salinos, 27, 57, 208
sobre cubierta, 347
Barnizado , 346
Barro bizcochado, 177
rojo, 102, 104
rojo de St. Erth , 100
Base giratoria, 110
Batir, 174
Bauhaus, 36
Bellarmina, 56, 298
Bellarminas alemanas, 176, 213
Belleza, 39
Berlín , 81
Bicocción , 103
Billington, Dora, 47
Bisel , 142
Bizcochado, 166, 189
Bizcochado ligero, 292
402
--
Bizcocho , 53, 153, 339
bañado, 189
grabado, 189
Blake Willian , 15, 58, 360
Boca cortada, 142
B6ttger, 62, 210
Bóvilas, 100
Bristol,80
Bruñidor, 149
Buril , 192
Burlington House, 59
Burton , Joseph , 46, 204
Burton , William, 27
403
Asahi , 279
barn izada, 56, 179
bizcochada, 184
coreana , 45
esmaltada, 50 , 60
«Hagi ", 342
Han , 168
inglesa medieval, 168
mejicana, 168
Ming,80
Raku , 13
Sung , 46 , 81,82, 184, 190, 204
Tang , 46, 168
Ting , 207
tradicional , 15
Yuan , 190
Ceramista, Sung , 31 , 80
Tang , 31
Ceramistas rurales, 100
Cézanne , 12
Cilindros de arcilla, 307
grabados, 177
Cocción , 47, 352
oxidante , 343
reductora , 343
Comfort, Elijah , 359
Composición, 44
Compresión cristobalita , 248
Concepto estético, 34
geométrico, 173
Condensación , 292
Confucionistas, 35, 60
Conos Seger, 308, 314, 332
estándar, 308
Cookworthy, 80
Copenhague, 34,81
Corbussier, Le, 36
Cornish Stone inglesa, 84, 104
Corte en facetas o planos, 178
Cortes, 93, 106
404
,1
j
Cristianos nestorianos, 60
Cuarzo, 100
de Wenger, 104, 329
Debilidades estructurales, 46
Decoeur, 9 , 34
Decoración naturalista, 80
Delaherche, 9, 34
Delft, 192
Democracia económica, 33
Densímetro, 217
Depósitos paralelos, 90
Deshornado, 317, 344
Dinastía Ching , 214, 252
Han , 208
Korai , 61, 177
M ing , 105, 305
Ri,253
Sung , 26,37,61 , 63, 105, 175, 191 , 207, 252,324,
Tang , 105, 161,208
Doble barnizado, 346
inmersión , 218
Doulton , 57
40 5
cepillado del, 183
color azul, 101
color crema oscuro, 101
coloreado , 97
color verde, 101
consistencia de, 98
negro, 97, 177, 329
para pastas de gres, 97
rojo, 97
rojo marrón , 97
de varios calores, 97
Época Han, 60
Era Meiji , 52
Tang,209
Escamas, 96
Escultu ra abstracta, 41
figurativa, 41
Esmaltes, 48, 52
Chün, 341
crudo, 192,231
de estaño, 192
de gres, 58, 59+
de hierro, 355
de sobre cubierta, 50, 61 , 188,192, 321 , 296
monocromos, 61
raku, 223
«tenmoku », 331
Yüan, 341
Espátula, 143
Especialización, 33
Estarcidos, 184
Estibado, 306, 343
Estilo Toft, 101
Estriar, 174
Etapa Ming, 214
Eutéctica, 232
406
Filosofía Zen , 51
Filtro-prensa, 88
Fishley, Edwin , 230
Formalismo, 60, 62
Forma tridimensional , 36
Franjas, 193
Fremington,55
Frita, 222
Fuego abierto, 272
blanco, 50
naranja, 50
reductor, 303
rojo , 50, 292
Funcionalismo, 36
Fundente viscoso , 233
Galletera, 88, 92
Garlopa, 164, 165
Gases ácidos, 237
Geo T. Cox, 47
Goma arábiga, 224
tragacanto, 181,224
Gosu, 201
Goteo, 218
Grabado, 184
Gres, 50, 57, 59
aporcelanado, 57
Grietas, 145
Gropius,36
Grupo de Wrotham, 55
Hakeme, 183,253
Hamada, Shoji, 49, 55, 170, 187, 200, 208, 209, 221, 231 ,
238,260,264,289,308,332.
Hearn, Lafcadio, 12, 13
Herramienta de pulir, 137
Hilo doble retorcido , 144
Hipocausto romano , 159
Hogares, 309
Holland, Charles, 100
407
Hon yaki, 57
Horma, 149
Hornos, 48, 180
abiertos, 297
a gas, 301 , 312
ascendente de St. Ives, 280
botella, 268
circular, 101,268,300
Drackenfeldt, 300
de cuello de botella, 277
de llama invertida, 277
de petróleo, 312
de pruebas, 345
de raku , 286
de tiro ascendente, 276, 277, 298
eléctricos, 48, 302, 312
o mufla, 52
portátil,52
semicontinuo de tiro descendente, 278
talud, 277, 280
túnel , 302
Humanista, 37
Impresionista, 9
Incidentes, 46
Individualismo,37
Industrialismo, 33, 83
Industrialización , 192
Inglesa medieval , cerámica , 168
Interiorismo, 81
Inuyama, pieza, 228
Ives, Saint, 58, 159, 202,218,229, 278 , 281,288, 297, 312,
325.
Jaspeado, 182
Jícaras, 180
Juegos de té , 204
408
de Kawai, 243
Kamogawa iShi, 225
K'ang Hsi , 62
Kanjiro Kawai , 209
Kawai , 38, 39, 201
Kenya, 52
Kenzan,Ogata, 13,50,51 , 52,202,210,222
Kobo, 208
Kochi,53
Korai , 63, 161
Korin , 50
K6yetsu , 50, 51
Kuro, 225
409
Mirilla, 52, 298
Modelado, 150
libre, 158
Modelar, 174
Modernismo, 15
Moldeado de apretón, 158
Moldes, 159
cóncavos, 162
convexos, 162
de arcilla biscochada, 159
Monococción, 103
Margan, William de, 56
Morris, William , 22, 35
Motivo , 168
abstracto, 168, 170
asimétrico, 168, 169
estilizado , 168
naturalista, 168
primitivo, 170
Motivo tradicional , 170
Mufla, 57, 296, 299
Musgo irlandés, 224
Negro , 51
Nobunaga, Oda, 53
Ondas, 136
Opacante cristalino, 233
Orejuelas, 158
Oxidación, 199, 210,211,350, 353
Parmelee, C. W. 202
Parrilla, 284, 286
Pasos de fuego , 349
Pastas de gres, 102
no vitrificadas, 270
tiernas vitrificadas , 80
vitrificadas, 270
Pegmatita, 80, 84
Peinado, 181
410
del engobe, 182
Peinar, 55
Pera, 101 , 181
de goma, 54, 179,180, 310, 329
Peras para engobe, 179
Pere d'Entrecolles, 58
Perfil , 146, 149
Perforaciones, 156
Periodo Han, 209
Ming, 62, 207
Sung , 168
Tang,61 , 335
Permeabilidad , 100
Pestañas, 157
Petrosílex, 105
Petuntze chino , 104, 105, 212
Picasso, 36
Picheros, 180
Piedra de China, 84,104
Pies, 158
Piezas, 101
Awata, 228
Inuyama, 228
Satsuma, 228
Pigmentos, 180, 199
Pincelada, 195
Pintado, 218
Pintura de bajo cubierta , 192
Sung,58
ventana, 179
Pirómetro, 282
eléctrico, 308
Pitorros, 152, 153
Placas , 163
agrietadas, 313
bizcochadas, 316
de enhornar, 355
Plasticidad , 40 , 84, 88, 99
Plato del tomo, 143
Pleydell-Bouverie, Katharine , 235 , 237
4J 1
Plymouth , 80
Polvo de té, 242
Poole , 103
Porcelana , 50, 57, 59, 61 , 83, 250, 189, 201
blanca traslúcida , 204
coreana , 200
china , 192, 200
de cáscara de huevo, 306
de hueso , 105
de Paros, 105
francesa, 80
inglesa, 204
japonesa, 200
Ming, 45, 62,150
oriental , 150
plástica, 103
primitiva, 60
traslúcida, 208
vitrificada , 62
Porosidad de la pasta, 100
Precisión microscópica, 45
Prerrafaelistas, 27
Primer Kenzan , 52
Producción en serie, 46
Proporción, 44
Proto-porcelana, 57
Pulido, 47, 148,150, 158
Pulir, 174
Pulverización, 218
Punto eutéctico, 238
41 ~
'1' Rascar, 174
Raspado , 106
Read , Herbert, 23
Realismo , 169
Recoger el barro, 136
Reducción , 199, 210, 211 , 297 , 307, 347 , 350, 354
Refractario , 52
Registros , 309
Relación estructural , 143
Rembrandt, 190
Repujar , 174
Reserva a la cera , 221
Respiraderos , 277, 278, 281 , 309, 353, 354, 355
Revelatión , 300
Rhodes , Daniel , 202, 300
Ri , 62
,O Ri-cho , 25
Rikin , 53
Ritmos cóncavos , 43
convexos , 43
[
Rocas feldespáticas , 84 +
,.' Roca-madre , 84
Rodin , 12
Rojo , 51
claro , 52
naciente, 52
Rollos de arcilla, 337
Rueda de alfarero, 159
Saint Ives, 58, 159,202, 218, 229, 278, 281 , 288, 297, 312,
325
Sales alcalinas, 237
Salpicadura, 218
Secado, 158
Secciones, 139
Seger, 210
Sellado, 184
Sellos, 166
1\ Séptimo Kenzan , 13
\'i Sevres, 34, 80, 81
413
Simetría, 45
Simpson, Ralph , 55
Sobre cubierta , 187
Solera, 284
Soyetsu Yanagi , 28, 171
Spode, Josiah , 80
Staite Murray, 38, 260
Sulfuración, 229, 297
Sung , 9,25,34, 35, 43, 60, 161 , 185, 194, 217
Swnkalok, 185
Taiko , 53
Talla, 150
Taller de cerámica Fujina, 231
Tamiz, 166
Tampones de goma, 184
Tang , 9, 25, 35, 60, 217 , ¡
Tao,10
Taoísmo,60
Taoístas, 35
Tapaderas , 156
Teigin , 53
Temperatura de calcinación , 50
de fuego rojo, 282, 340 '
rojo oscuro, 309
Tenmoku, 209, 239, 242, 289, 314
de Hamada, 243
de Kawai, 243
Tessha , 239,289
de Hamada, 242
Ting, 60,63
Tiro descendente, 277
forzado,349
Tott, Ralph , 33, 55
Tott, Thomas , 55
Tomimoto, Kenkichi , 13, 55, 169,170,250, 251
Torneado, 47, 115, 155
Torneta , 110, 178
Torno, 43, 48
corriente de mano, 112
414
de alfarero , 110, 114
de pie, 111
horizontal , 148
mecánico , 48, 112
Tortas , 304, 344
de refractario , 315
Trabajo a pincel, 47
Tradición japonesa, 52
Truro , 55
Tz 'ou Chou, 26 , 194
Vaciado , 160
Van Gogh , 12
Verwood , 55
Victoria and Albert Museum , 54
Vitrificación , 57, 102, 233
Vyse , Charles, 301
Wanderjahre , 12
Wangers , 332
Whistler, 47
Zen , 10
r·
4 1')