Fenomenologia de La Memoria Corporal+

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 14

La fenomenología de la memoria corporal

Thomas Fuchs

La memoria comprende no solo los recuerdos explícitos del pasado, sino también las disposiciones,
habilidades y hábitos adquiridos que influyen implícitamente en la experiencia y el comportamiento
actuales. Esta memoria implícita se basa en la estructura habitual del cuerpo vivido, que nos conecta con
el mundo a través de su intencionalidad operativa. La memoria del cuerpo aparece en diferentes formas,
que se clasifican en memoria procesual, situacional, intercorporal, incorporativa, del dolor y traumática.
La plasticidad de la memoria corporal durante toda la vida nos permite adaptarnos al entorno natural y
social, en concreto, afianzarnos y sentirnos como en casa en el espacio social y cultural. Por otro lado, las
estructuras acumuladas en la memoria del cuerpo son una base esencial de nuestra experiencia de
nosotros mismos y de nuestra identidad: la historia individual y la peculiaridad de una persona también se
expresan en sus hábitos y comportamientos corporales. Finalmente, las sensaciones o situaciones
experimentadas por el cuerpo vivido pueden actuar como núcleos de la memoria implícita, que, en
circunstancias adecuadas, pueden liberar su contenido adjunto, como en la famosa experiencia de la
madeleine de Proust. Este despliegue o explicación de la memoria corporal es de especial importancia
para los enfoques terapéuticos que trabajan con la experiencia corporal.

Palabras clave: cuerpo vivido, memoria corporal, memoria implícita, tipología de la memoria implícita,
hábito, intercorporalidad, trauma.

Generalmente entendemos la memoria para indicar nuestra capacidad para recordar


ciertos acontecimientos de nuestro pasado o para retener y recuperar datos y
conocimientos. Pero los fenómenos de la memoria no se limitan en modo alguno al
recuerdo explícito. Como ya señaló Descartes, el tocador de laúd también debe tener un
recuerdo en sus manos para tocar una melodía con tanta habilidad. 1
Ciertamente estaría perdido si intentara recordar los movimientos individuales
que una vez aprendió deliberadamente. Obviamente, hay un recuerdo corporal aparte
del recuerdo consciente: a través de la repetición y el ejercicio, se desarrolla un hábito.
Los patrones de movimiento y percepción bien practicados se incorporan como
habilidades o capacidades que aplicamos en nuestra vida cotidiana de manera habitual:
la marcha erguida, las habilidades para hablar, leer o escribir, y el manejo de
instrumentos como una bicicleta, un teclado o un piano. Si, siguiendo a Merleau-Ponty,
consideramos el cuerpo no como el cuerpo físico visible, tocable y en movimiento, sino
ante todo como nuestra capacidad para ver, tocar, mover, etc., entonces la memoria
corporal denota la totalidad de estas capacidades corporales, hábitos y disposiciones que
se han desarrollado en el curso de la vida.

1
.- “Así, por ejemplo, los tocadores de laúd tienen parte de su memoria en sus manos, porque la
capacidad de mover y doblar los dedos de varias maneras que han adquirido por hábito, les ayuda a
recordar pasajes que requieren que muevan los dedos. de esa manera para tocar”. Ver, Descartes, Lettre à
Meyssonnier 29.01.1940; también, Lettre à Mersenne 01.04.1640; 06.08.1640; (Descartes 1996), AT III,
pp. 18–21; pp. 47–48; pp. 84–85; pp. 142–144.
2

En los siglos XIX y XX, los filósofos franceses Maine de Biran (1953/1799),
Félix Ravaisson (1999/1838) y Henri Bergson (2007/1896) reconocieron y estudiaron
las capacidades habituales del cuerpo como un tipo de memoria independiente. Por
ejemplo, la distinción de Bergson entre imagen del recuerdo y habito de la memoria se
refiere a un tipo de memoria voluntaria y representativa, por un lado, y a un tipo de
memoria involuntaria y principalmente actuada, por otro lado.
El último, “esta consciencia de un pasado de esfuerzos almacenados en el
presente es definitivamente un recuerdo también, pero un recuerdo fundamentalmente
diferente del primero, siempre dirigido a la acción, basado en el presente y mirando solo
al futuro. (...) De hecho, no representa nuestro pasado, sino que lo se actúa” 2. De
manera similar, Merleau-Ponty, en su Fenomenología de la percepción, describió el
corps habituel (cuerpo habitual) como la base de nuestro ser/estar-en-el-mundo (être au
monde): el cuerpo se establece en cada situación y nos une al mundo por los hilos
invisibles de su peculiar 'intencionalidad operativa', -hilos que ya se han formado en
nuestros primeros contactos con el mundo (Merleau-Ponty 1962: 74, 114).
Merleau-Ponty desarrolló su enfoque de la memoria corporal en concreto al
considerar el papel de la intencionalidad operativa en la formación de las habituales
(Merleau-Ponty 1962: 122ss.). Considerando los casos de un mecanógrafo y de un
organista, enfatiza el tipo específico de “conocimiento” que les permite escribir y tocar.
Si bien primero tienen que acostumbrar sus cuerpos al instrumento mediante el uso
consciente de las teclas, tanto el mecanógrafo como el músico al final realizan sus tareas
espontáneamente, sin recordar explícitamente la serie de movimientos que tienen que
realizar. Su conocimiento, como lo expresa Merleau-Ponty, está en las manos, no en las
manos anatómicas, por supuesto, sino en las de su cuerpo viviente; surge mediante un
esfuerzo corporal, y no puede ser designado objetivamente:

El hábito expresa nuestro poder de ampliar nuestro ser-en-el-mundo o cambiar nuestra


existencia mediante la apropiación de instrumentos nuevos. Si el hábito no es una forma de
conocimiento ni una acción involuntaria, ¿qué es? Es el conocimiento en las manos, que se
obtiene solo cuando se hace un esfuerzo corporal, y no puede formularse despegándose de ese
esfuerzo. (Merleau-Ponty 1962: 127)

Este tipo de memoria ha sido descubierta y explorada por la psicología cognitiva


como memoria implícita en las últimas tres décadas. La investigación sobre pacientes
con amnesia que aún pueden aprender tareas motoras simples aunque no pueden retener
ningún recuerdo nuevo ha demostrado la existencia de múltiples sistemas de memoria 3.
Como consecuencia, la memoria explícita o declarativa se ha distinguido de la memoria
implícita o procesual (Schacter 1987). La memoria explícita contiene recuerdos únicos o
información que se puede informar y describir; también se la puede llamar “saber eso”.
Por el contrario, las situaciones o acciones repetidas se han fusionado en la memoria
implícita, por así decirlo, lo que significa que se han superpuesto entre sí y ya no
pueden recuperarse como acontecimientos pasados individuales. Se han convertido en

2
.- . “…cette conscience de tout un passé d’efforts emmagasiné dans le présent est bien encore une
mémoire, mais une mémoire profondément différente de la première, toujours tendue vers l’action, assise
dans le présent et ne regardant que l’avenir. (…) À vrai dire, elle ne nous représente plus notre passé,
elle le joue.” [“…esta consciencia de todo un pasado de esfuerzos almacenados en el presente sigue
siendo un recuerdo, pero un recuerdo profundamente diferente del primero, siempre tendiente a la acción,
sentado en el presente y mirando solo al futuro. (...) A decir verdad, ya no representa nuestro pasado, lo
toca”] – Bergson (1896/2007: 87). Matière et mémoire (cursiva del autor, T.F.).
3
.- Por lo tanto, los pacientes amnésicos pueden aprender a trazar un contorno o a hacer un rompecabezas
y desempeñarse mejor día a día, sin poder recordar haber visto el contorno o el rompecabezas antes (cf.
Milner 1962; Corkin 1968).
3

un conocimiento tácito que es difícil de verbalizar; tendríamos algunas dificultades para


describir, por ejemplo, cómo bailar un vals. Por lo tanto, la memoria explícita se dirige
desde el presente hacia el pasado, mientras que la memoria implícita no representa el
pasado, sino que lo recrea a través de la representación actual del cuerpo. Lo que una
vez adquirimos como habilidades, hábitos y experiencia se ha convertido en lo que
podemos hacer hoy; por lo tanto, la memoria corporal es nuestro pasado vivido.
Por otro lado, la memoria implícita no es un mero programa reflejo realizado por
la máquina del cuerpo. Merleau-Ponty concibió correctamente el conocimientocorporal
como una tercera dimensión entre el movimiento simplemente imaginado y la ejecución
motora. La memoria corporal es una refutación impresionante del dualismo de la
consciencia pura y del cuerpo físico, ya que no puede atribuirse a ninguno de ellos.
Cuando estoy bailando, los movimientos rítmicos se originan en mi cuerpo sin
necesidad de dirigirlos deliberadamente, y sin embargo, vivo en mis movimientos, los
percibo de antemano y puedo modularlos según el ritmo que siento: yo estoy bailando, y
no un fantasma en una máquina corporal. Los movimientos de mi cuerpo están a mi
disposición, soy consciente de mis capacidades y, por lo tanto, me siento a la altura de
mi tarea actual como un ser encarnado. En los últimos análisis, todas las capacidades
adquiridas con anterioridad en la vida apuntan a una capacidad primordial del sujeto
encarnado, a un “yo puedo” básico (Husserl 1952: 253).
El cuerpo es, por lo tanto, el conjunto de predisposiciones y capacidades
desarrolladas orgánicamente para percibir y actuar, pero también para desear y
comunicarse. Sus experiencias, ancladas en la memoria corporal, se extienden y
conectan con el entorno como una red invisible, que nos relaciona con las cosas y con
las personas. Es, como escribe Merleau-Ponty, “nuestro medio permanente de ‘adoptar
actitudes’ y así construir presentes virtuales” (Merleau-Ponty 1962, p.181); en otras
palabras, actualizar nuestro pasado y, con esto, hacernos sentir como en casa en
situaciones. En un sentido más completo, la memoria corporal permite y define la
intencionalidad operativa del cuerpo (Merleau-Ponty, 1962).

Las formas de la memoria corporal

La memoria corporal aparece en varias formas, que han sido elaboradas en concreto por
Casey (2000) y Fuchs (2000, 2008a, b, 2011). Casey distingue y describe tres tipos:
memoria corporal habitual, traumática y erótica. Mi propio enfoque incluye seis formas:
memoria procesual, situacional, intercorporal, incorporativa, del dolor y traumática. No
son estrictamente separables entre sí, sino que se derivan de diferentes dimensiones de
la experiencia corporal, una experiencia que, sin embargo, es un “ser-hacia-el-mundo”
unitario.

1. Memoria de procedimiento

La memoria de procedimiento consiste en las facultades sensoriomotoras y cinestésicas


que ya he mencionado antes. Estas pueden denominarse procedimientos, ya que se
realizan en procesos dinámicos: secuencias de patrones de movimiento, hábitos bien
practicados, manejo hábil de instrumentos, así como familiaridad con los patrones de
percepción. Sin deliberación, mi mano y mi pie encuentran el engranaje y el freno de mi
coche, mis dedos presionan las teclas correctas de mi teclado, o leo las figuras negras en
la página como un guión. Mi cuerpo anticipa los objetos en sus lugares, y me sorprende
cuando no los encuentra allí. “Es posible saber cómo escribir sin poder decir dónde se
4

encuentran las letras que forman las palabras en los teclados” (Merleau-Ponty 1962:
127). Mis pensamientos se convierten inmediatamente en patrones de movimientos de
mis dedos. Originalmente, al aprender a escribir, tenía que conectar cada tecla a un
determinado movimiento explícitamente. A través del ejercicio repetido, se formó un
patrón temporal unitario o un Zeitgestalt del movimiento en la memoria de mi cuerpo,
hasta que finalmente pude olvidar las teclas individuales: ya no sabemos cómo hacemos
lo que hacemos. De manera similar, cuando aprende a leer, el niño conecta las letras
individuales a las gestalts ostentosas de las palabras, que después reconoce “de un
vistazo”, hasta que finalmente comprende el significado de toda la oración con fluidez.
A través de las letras individuales, que ahora se alejan de la consciencia explícita, el
niño se dirige intencionalmente hacia el significado de las palabras.
Como podemos ver, la memoria de procedimiento libera nuestra atención de una
gran cantidad de detalles, lo que facilita nuestras actuaciones cotidianas. Funciona en
segundo plano sin ser notada, recordada o reflejada. El cuerpo y los sentidos se
convierten en un medio a través del cual el mundo es accesible y está disponible. Somos
capaces de dirigir nuestra atención hacia la Gestalt y el significado de lo que
encontramos. La acción se facilita, ya que podemos tender hacia su objetivo en lugar de
notar cada movimiento. La voluntad se vuelve libre ya que los medios corporales y los
componentes de la actuación retroceden al fondo. Una intención primaria dirigida a un
objetivo es suficiente para liberar el arco de acción completo. Mientras sus dedos
mueven las teclas, el pianista puede dirigirse a la música misma, escuchar su propia
obra. Así, la libertad y el arte se basan esencialmente en la memoria tácita del cuerpo.
La memoria corporal media así la experiencia fundamental de familiaridad y
continuidad en la sucesión de los acontecimientos. Nos libera de la necesidad de
encontrar constantemente nuestra orientación nuevamente. El aprendizaje corporal
significa olvidar lo que hemos aprendido o hecho explícitamente, y dejar que se hunda
en el conocimiento no consciente implícito. Con esto adquirimos las habilidades y
disposiciones de percepción y actuación que conforman nuestra forma muy personal de
ser/estar-en-el-mundo. Como dijo William James: “Es un principio general en
psicología que la consciencia abandona todos los procesos donde ya no puede ser útil”
(James 1950: 496). Puntualmente, también se podría decir: lo que hemos olvidado se ha
convertido en lo que somos.

2. Memoria de la situación

La memoria implícita no se limita al cuerpo en sí mismo. Se extiende a los espacios y


situaciones en las que nos encontramos. Por lo tanto, también es una memoria espacial:
nos ayuda a orientarnos en el espacio de nuestra vivienda, en el vecindario, en nuestra
ciudad natal. La experiencia corporal está especialmente vinculada a los interiores, que,
con el tiempo, están imbuidos de referencias latentes al pasado y con una atmósfera de
familiaridad. La vivienda y el hábito (en alemán Wohnen y Gewohnheit) se basan en la
memoria corporal. Esto ha sido bien señalado por Gaston Bachelard en su Poética del
espacio:

Pero más allá de nuestros recuerdos, la casa en la que nacimos está inscrita físicamente en
nosotros. Es un grupo de hábitos orgánicos. Después de veinte años, a pesar de todas las otras
escaleras anónimas; recapturaríamos los reflejos de la “primera escalera”, no tropezaríamos
con ese escalón demasiado alto. Se abriría todo el ser de la casa, fiel a nuestro propio ser.
Empujaríamos la puerta que cruje con el mismo gesto, encontraríamos nuestro camino en la
5

oscuridad hacia el ático distante. La sensación del pestillo más pequeño ha permanecido en
nuestras manos.
Las casas sucesivas en las que hemos vivido sin duda han hecho que nuestros gestos
sean comunes. Pero estamos muy sorprendidos, cuando volvemos a la vieja casa, después de
una odisea de muchos años, al descubrir que los gestos más delicados, los primeros gestos
cobran vida de repente, todavía son impecables. En resumen, la casa en la que nacimos ha
grabado dentro de nosotros la jerarquía de las diversas funciones de habitar. (...) todas las otras
casas no son más que variaciones sobre un tema fundamental. La palabra hábito es una palabra
demasiado gastada para expresar este enlace apasionado de nuestros cuerpos, que no se olvida,
con una casa inolvidable. (Bachelard 1964: 92 ss.)

Por supuesto, las situaciones son más que entidades espaciales. Son unidades holísticas
inseparables de la percepción corporal, sensorial y atmosférica: un partido de fútbol en
un estadio rugiente, un viaje en barco por el mar espumoso, un paseo nocturno por la
ciudad iluminada. Los diferentes sentidos (vista, oído, tacto, gusto y olfato) participan
en varias combinaciones en la percepción situacional y en la memoria corporal que deja.
Sobre todo, las cualidades intermodales, sinestésicas y expresivas contribuyen al
carácter atmosférico de las situaciones (contornos suaves, ruido de bulto, amarga
derrota, cálida bienvenida, mar tranquilo, paisaje montañoso, etc.). Crean la impresión
peculiar de una situación que se almacena como un todo en la memoria intermodal del
cuerpo.
Estar familiarizado con situaciones recurrentes es lo que llamamos experiencia.
La experiencia se basa en la interacción del cuerpo vivido con el mundo; Es un
conocimiento práctico, no teórico. Las personas experimentadas reconocen de
inmediato lo que es esencial o característico de una situación compleja. Han
desarrollado un “sexto sentido”, una sensación o una intuición, y reconocen patrones
familiares en los que otros simplemente están irritados o desamparados. En el fútbol,
por ejemplo, el goleador tiene “olfato” para situaciones peligrosas en el área de penalty.
El marinero siente los signos más leves de la tormenta que se avecina. O por coger un
ejemplo de la medicina: la psiquiatra experimentada, en su diagnóstico, considera no
solo los síntomas únicos y los datos anamnésicos, sino también la impresión total que
obtiene del paciente y su situación vital. Y cuanto más aumente su experiencia, más
fácil será reconocer la enfermedad incluso durante el primer contacto.
Un conocimiento así puede no expresarse completamente en palabras. El
encuentro con un paciente deprimido se caracteriza por una cierta percepción
atmosférica que no es analizable en elementos individuales. Ningún libro de texto puede
reemplazar la propia experiencia de un diagnóstico y su colorido peculiar. El
conocimiento corporal implícito puede describirse solo con frases como “cómo está” o
“cómo se siente”, por ejemplo, “cómo es bailar el vals”, “cómo es hablar con un
paciente deprimido”. “Cómo es sentida la arcilla al girarla”, “cómo olía en casa en
Navidad”, etc. Por lo tanto, ni la habilidad de un artesano experimentado ni la intuición
diagnóstica de un psiquiatra pueden transmitirse al alumno discursivamente: él o ella
tiene que experimentarlo de primera mano, imitando al maestro y adoptando una actitud
corporal similar al lidiar con la situación.

3. Memoria intercoporal

Entre las situaciones más importantes están, por supuesto, nuestros encuentros con los
demás. Tan pronto como tenemos contacto con otra persona, nuestros cuerpos
interactúan y se entienden, a pesar de que no podemos decir exactamente cómo se
produce esto. Merleau-Ponty llamó a esta esfera de comprensión pre-reflexiva,
6

intercorporalidad (Merleau-Ponty 1960). Estas interacciones encarnadas están


determinadas en gran medida por experiencias tempranas y anteriores a las que
podríamos llamar memoria intercorporal, que es implícita e inconscientemente efectiva
en cada encuentro.
Con el progreso de la investigación sobre el desarrollo, ahora podemos
comprender mejor la historia de la memoria intercorporal. Esta investigación ha
demostrado que el desarrollo motor, emocional y social en la primera infancia no
avanza por caminos separados, sino que se integra a través de la formación de esquemas
afectivos-interactivos. Desde el nacimiento, la memoria de procedimiento del bebé
incorpora un extracto de experiencias repetidas y prototípicas con otras personas
significativas, adquiriendo así patrones diádicos de interacción o “esquemas de estar
con” (Stern 1998), por ejemplo, “mamá-me-alimenta”, “papá-juega-conmigo”, etc. Esto
da como resultado lo que Stern ha llamado conocimiento relacional implícito: un
conocimiento corporal de cómo interactuar con los otros, cómo divertirse juntos, cómo
atraer la atención, cómo evitar el rechazo, etc. Es una memoria musical temporalmente
organizada por el ritmo, la dinámica y los matices inaudiblemente presentes en las
interacciones con los demás.
Esta intercorporealidad temprana tiene efectos de largo alcance: las interacciones
tempranas se convierten en estilos relacionales implícitos que forman la personalidad de
cada uno. Como resultado de los procesos de aprendizaje, que en principio son
comparables a la adquisición de habilidades motoras, las personas moldean y actúan
después sus relaciones de acuerdo con los patrones adquiridos en sus experiencias
primarias. Estos estilos relacionales implícitos también se expresan en la postura
habitual del cuerpo. Por lo tanto, la actitud sumisa hacia una figura de autoridad implica
componentes de postura y movimiento (parte superior del cuerpo inclinada, hombros
elevados, movimiento inhibido), componentes de interacción (distancia respetuosa, voz
baja, inclinación al consentimiento) y de emoción (respeto, vergüenza, humildad).
Todas nuestras interacciones se basan en disposiciones corporales, emocionales y
comportamentales integradas, que se han convertido en una segunda naturaleza, como
caminar o escribir. Ahora son parte de lo que yo llamo la estructura de personalidad
encarnada (Fuchs 2006). La actitud tímida y sumisa que encontramos en las personas
dependientes (su voz suave, expresión facial infantil, su indulgencia y ansiedad)
pertenece a un patrón general de expresión y postura que es una parte esencial de su
personalidad. Nuestras actitudes básicas, nuestras reacciones típicas y patrones
relacionales, en una palabra, toda nuestra personalidad se basa en la memoria corporal.
Para resumir, cada cuerpo forma un extracto de su historia pasada de
experiencias con los otros que se almacenan en la memoria intercorporal. En las
estructuras del cuerpo vivido, los otros siempre están implícitos: están supuestos en la
expresión y expresados en el deseo. Por lo tanto, los patrones típicos de la postura, el
movimiento y la expresión de una persona solo son comprensibles cuando se refieren a
otros realmente presentes o imaginarios. Las estructuras de personalidad incorporadas
pueden considerarse como campos de posibilidad procesuales que se activan en el
encuentro con otros y sugieren ciertos tipos de comportamiento. “No necesito buscar a
los otros en otra parte, los encuentro dentro de mi experiencia, habitan en los nichos que
contienen lo que está oculto para mí pero visible para ellos” (Merleau-Ponty 1974: 166).
Por lo tanto, la estructura encarnada de la personalidad de uno es más accesible en el
encuentro intercorporal real: el cuerpo vivido solo puede ser entendido por otros
cuerpos.
7

4. Memoria incorporativa

El desarrollo de las estructuras de personalidad encarnadas en la primera infancia no se


produce solo a través de interacciones pre-reflexivas. Empezando en el segundo año de
vida, incluye cada vez más lo que yo llamo incorporaciones, lo que significa la
formación de hábitos corporales por actitudes y roles asumidos por los otros. Esto
ocurre principalmente por imitación e identificación corporal: también en los adultos,
uno puede observar a los subordinados adoptando las expresiones faciales, gestos o
actitudes características de sus superiores. Del mismo modo, mediante la identificación
mimética, por ejemplo, en su juego, los niños pequeños ya adoptan actitudes y roles de
los otros, incluido el rol de género, y los incorporan. Con esto, el cuerpo obtiene un lado
externo; se convierte en un cuerpo para los otros, un portador de roles y símbolos
sociales, ya sea en poses deliberadas, en ropa, adornos o cosméticos. Uno aprende a
actuar o a posar, pero también a actuar e inhibir expresiones espontáneas propias.
Por lo tanto, la memoria corporal se convierte en la portadora de lo que se ha
llamado habitus en sociología (Bourdieu 1990). Puede entenderse como un conjunto de
disposiciones, habilidades, estilos, gustos y formas de actuar socialmente aprendidas,
que a menudo se dan por sentado o “no hace falta decir”, y que se adquieren a través de
las actividades y experiencias de la vida cotidiana. Según Bourdieu (1990), el habitus
denota la apariencia social completa de una persona, incluida su postura, modales,
gusto, vestimenta, actitudes y forma de vida en general. Como un “sistema de patrones
internalizados”, produce una selección de estilos de pensamiento, percepción y acción
específicos de la cultura o la clase que los individuos toman como propios, pero que en
realidad comparten con los miembros de su clase. “El habitus, la historia encarnada,
internalizada como una segunda naturaleza y tan olvidada como la historia, es la
presencia activa de todo el pasado del que es producto” (Bourdieu, 1990: 56).
Las incorporaciones pueden ser un germen de desarrollos neuróticos, ya que
pueden causar una ruptura en la representación corporal espontánea. Ser consciente de
la propia apariencia en la mirada del otro da lugar a afectos centrales autoconscientes
como la vergüenza, el bochorno y el orgullo. Estos pueden llevar a disposiciones
permanentes como la timidez, la susceptibilidad, la vanidad o las tendencias dramáticas.
Los trastornos narcisistas o histriónicos pueden considerarse como una adopción
alienante de roles e imágenes que socavan la autenticidad del self corporal primario.
Otras actitudes internalizadas sirven para inhibir impulsos espontáneos pero no
deseados. Norbert Elias ha mostrado cómo el cuerpo ha sido sometido, en el “proceso
civilizador”, a una disciplina cada vez mayor de la postura y el movimiento para
aumentar el control del afecto individual (Elias 1969). La educación, la escuela y el
ejército eran las instituciones clásicas de una restricción dolorosa del cuerpo. Heinrich
Heine (1997) caricaturizó un ejemplo histórico de estas incorporaciones al escribir que
los soldados prusianos parecían haberse tragado el bastón con el que una vez fueron
golpeados. De manera similar, en las personalidades anancásticas de hoy, a menudo
encontramos una fijación rígida de la postura corporal, una inhibición de la respiración
abdominal y de los movimientos expresivos, todo lo cual sirve como un medio de
autocontrol contra impulsos no deseados o amenazantes.

5. Memoria del dolor

Esto nos lleva al siguiente tipo de memoria corporal, a saber, la memoria del dolor. Es
bien sabido que las experiencias dolorosas se llevan en la memoria del cuerpo; piense en
8

el proverbio “El niño quemado teme el fuego”. Y el adulto también puede darse cuenta
de esta conexión al entrar en la sala de su dentista. Instintivamente, nos tensamos, nos
retiramos o lo esquivamos cuando el dolor es amenazante. No es solo el recuerdo
consciente el que establece asociaciones tan impresionantes. En 1911, el neurólogo
francés Claparède describió el caso de una paciente amnésica que no pudo almacenar
ninguna información nueva debido a una lesión cerebral (Claparède 1911). Cada día
tenía que presentarse a ella de nuevo; ella nunca podía recordarlo. Un día él escondió
una chincheta en su mano cuando la saludó y la paciente con un sobresalto rápidamente
retiró su mano. Al día siguiente, ella se negó a saludarlo, pero no pudo explicar por qué.
Su cuerpo había aprendido que la mano del médico significaba peligro sin que ella lo
supiera.
Por lo tanto, las experiencias dolorosas se inscriben efectivamente en la memoria
del cuerpo. De este modo, una educación que se basa en la presión, la restricción y la
disuasión siempre ha sabido utilizar el dolor como un medio de disciplina. “Se debe
quemar una cosa para que permanezca en la memoria: solo algo que continúa doliendo
se mantiene en la memoria. […] Cuando el hombre decidió que tenía que tener una
memoria, esto nunca ocurrió sin sangre, tormentos y sacrificios” (Nietzsche 1994: 38).
Nietzsche lo señaló en el segundo ensayo de su Genealogía de la moral. Incluso la
palabra dolor se deriva del latín poena, que significa castigo.
Las experiencias dolorosas no solo han acompañado al desarrollo de la
moralidad, sino que también pueden llevar a enfermedades psicosomáticas. Casi la
mitad de todos los pacientes con trastornos de dolor somatomorfo han sufrido dolor
intenso o violencia en su infancia; por ejemplo, pueden haber sido castigados
físicamente con frecuencia (Egle et al. 1991; Fillingim et al. 1999). La reactivación de
la memoria del dolor puede tener lugar incluso después de un largo período de latencia.
Las experiencias de humillación o de fracaso en la edad adulta pueden desencadenar
síndromes de dolor agudo, que siguen siendo inexplicables para los propios pacientes.
Este es un efecto no solo de la memoria implícita del dolor, sino también de la memoria
relacional. A través de la alternancia constante entre castigo y afecto, los niños pueden
aprender que el dolor y el sufrimiento están, por lo menos, conectados con la atención
de los padres (Engel, 1959). Los dolores psicógenos pueden volverse crónicos más tarde
porque los pacientes han aprendido inconscientemente que los miembros de su familia
recompensan sus expresiones de dolor. Por lo tanto, no solo se inscribe el dolor en el
cuerpo, sino también las situaciones y relaciones que están conectadas con su primera
aparición.

6. Memoria traumática

La impresión más indeleble en la memoria corporal es la causada por un trauma, es


decir, la experiencia de un accidente grave, de violación, tortura o amenaza de muerte.
El acontecimiento traumático es una experiencia que puede no ser apropiada e integrada
en un contexto significativo. Al igual que en la memoria del dolor, se instalan
mecanismos de evitación o negación para aislar, olvidar o reprimir el contenido
doloroso de la memoria. El trauma se retira del recuerdo consciente, pero permanece
aún más virulento en la memoria del cuerpo vivido, como si fuera un cuerpo extraño. A
cada paso, la persona traumatizada puede encontrarse con algo que evoca el trauma. Se
actualiza en situaciones que son amenazantes, vergonzosas o de alguna otra forma
similar al trauma, incluso aunque la persona no sea consciente de esta similitud. Las
víctimas de accidentes pueden entrar en pánico cuando la situación actual del tráfico de
9

alguna manera se parece a las circunstancias traumáticas anteriores. Las mujeres que
han sido violadas mientras dormían siempre pueden despertarse en el momento en que
tuvo lugar el asalto. Los dolores anteriores de una víctima de tortura pueden reaparecer
en un conflicto presente y corresponder exactamente a las partes del cuerpo que fueron
expuestas a la tortura. El cuerpo recuerda el trauma como si estuviera sucediendo de
nuevo.
Por lo tanto, la víctima vuelve a experimentar sentimientos de dolor, ansiedad y
terror una y otra vez, combinados con fragmentos de imágenes intensas. Sobre todo, la
memoria intercorporal de la persona traumatizada ha cambiado profundamente: él o ella
conserva la sensación de estar indefenso, siempre expuesto a un posible asalto. El
recuerdo sentido de una intrusión extraña en el cuerpo ha sacudido irreversiblemente la
confianza primaria en el mundo. Cada persona se convierte en una amenaza potencial.
Jean Améry escribe que el superviviente de la tortura ya no podrá sentirse como en casa,
seguro y familiar en ninguna parte del mundo (Amery, 1966: 58). Un ejemplo
impresionante de memoria traumática también se puede encontrar en la autobiografía
del escritor judío Aharon Appelfeld, quien de joven sobrevivió solo escondiéndose en
los bosques de Ucrania durante cinco años:

Desde la segunda guerra mundial, han pasado más de 50 años. He olvidado mucho, sobre todo
lugares, fechas y nombres de personas, y sin embargo siento este período con todo mi cuerpo.
Siempre cuando llueve, cuando hace frío o hay tormenta, regreso al ghetto, al campo de
concentración o al bosque donde he pasado tanto tiempo. La memoria obviamente tiene raíces
duraderas en el cuerpo. A veces, el olor muy fuerte a paja o el grito de un pájaro es suficiente
para arrojarme lejos y profundamente dentro de mí. - Todo lo que ha sucedido se ha impreso en
las células de mi cuerpo. No en mi memoria. Las células del cuerpo parecen recordar mejor que
la memoria, aunque está asignada para eso. Incluso años después de la guerra, no podía
caminar por en medio de la acera o por en medio de la calle, sino siempre cerca de la pared,
siempre con prisa, como alguien que huye. (...) Decía “No me acuerdo” y, sin embargo, hay
miles de detalles. A veces, el olor a comida, la humedad en los zapatos o un ruido repentino
son suficientes para llevarme de vuelta a la guerra... La guerra me ha afectado hasta la médula.
(Appelfeld 2005: 57, 95 ss.)

Aquí, toda una fase de la vida ha dejado sus huellas en la memoria corporal, y estas
huellas son aún más duraderas que los recuerdos autobiográficos: las sensaciones
corporales, los sentidos del gusto, el olfato o el oído, incluso ciertas condiciones
climáticas pueden ser suficientes revivir repentinamente el pasado, y el estilo de
perseguido al caminar a lo largo de las paredes todavía refleja el comportamiento del
fugitivo.

Consideraciones finales

Habiendo proporcionado una visión general de las formas más importantes de memoria
corporal, permítanme volver una vez más a la polaridad de la memoria explícita e
implícita. Se ha vuelto obvio que no existe una separación estricta entre estos sistemas
de memoria. La memoria del cuerpo no representa el pasado sino que lo recrea. Pero
precisamente a través de esto, también establece un acceso al pasado mismo, no a través
de imágenes o palabras, sino a través de la experiencia y la acción inmediatas. Por lo
tanto, puede abrir inesperadamente una puerta a la memoria explícita y resucitar el
pasado como si estuviera presente como tal.
Las sensaciones o situaciones experimentadas por el cuerpo vivido pueden
funcionar como núcleos de memoria implícitos que, en circunstancias adecuadas,
10

pueden liberar sus recuerdos encerrados; Podemos llamar a esto una explicación. Es
bien sabido que una intención olvidada a menudo se puede recuperar al regresar al lugar
donde se había formado. En concreto, las sensaciones del olfato o del gusto, las
melodías conocidas o las atmósferas de lugares familiares poseen la capacidad de
revivir el pasado. Están cargadas, por así decirlo, con los recuerdos más intensos que
conocemos. Si vuelvo al lugar de mi infancia muchos años después, reaparece mi visión
anterior y reaparecen mis sentimientos anteriores. Al mismo tiempo, estoy atrapado por
una peculiar alienación y desconcierto porque el pasado revivido extrañamente coincide
con mi vida actual. Por lo tanto, el reconocimiento revela una temporalidad específica:
mientras que la memoria explícita ingresa a los recuerdos en un horario del pasado, en
el reconocimiento, el pasado y el presente coinciden literalmente, lo que se acerca a una
experiencia mística. En el famoso episodio de la “Madeleine” (madalena) de En busca
del tiempo perdido de Proust, el narrador reconoce el sabor de un pastel mojado en un té
conocido por él desde su infancia, y le inunda una sensación abrumadora:

Tan pronto como el líquido tibio mezclado con las migajas tocó mi paladar, un escalofrío me
atravesó y me detuve, atento a lo extraordinario que me estaba pasando. Un placer exquisito
había invadido mis sentidos, algo aislado, desapegado, sin ninguna sugerencia de su origen.
(...) ¿De dónde podría haber venido a mí, esta alegría todopoderosa? 4

El narrador se esfuerza por explicar el contenido autobiográfico de este recuerdo


implícito, pero al principio en vano: solo existe la familiaridad inmediata y abrumadora
del gusto, sin recordar su origen.

Indudablemente, lo que palpita en las profundidades de mi ser debe ser la imagen, la memoria
visual que, unida a ese gusto, intenta seguirla en mi mente consciente (...) Al final, ¿alcanzará
la superficie clara de mi consciencia...?

Finalmente, después de varios intentos, se abre el núcleo de la experiencia


corporal implícita y aparece su contenido autobiográfico.

Y de repente el recuerdo se reveló. El sabor era el del pequeño trozo de madalena que los
domingos por la mañana en Combray (porque en esas mañanas no salía antes de misa), cuando
iba a darle los buenos días en su habitación, mi tía Léonie solía darme, sumergiéndolo primero
en su propia taza de té o tisana.

Este recuerdo recuperado ahora desencadena una cascada de recuerdos de la


infancia, y de repente un mundo entero despierta:

... en ese momento todas las flores en nuestro jardín y en el parque de M. Swann, y los
nenúfares de Vivonne y la buena gente del pueblo y sus pequeñas viviendas y la iglesia
parroquial y todo Combray y sus alrededores, tomando forma y solidez, surgieron, tanto la
ciudad como los jardines, de mi taza de té.

La memoria de la madeleine de Proust se esconde así dentro de un complejo de


sensaciones corporales y de recuerdos y significados implícitos e intuitivos. Me gustaría
llamar a este complejo: un núcleo de significado. Es un punto nodal de la memoria
corporal en el que el pasado viviente se ha condensado, por así decirlo, y desde el cual
pueden desarrollarse nuevos significados. Las emociones e impulsos vagamente
percibidos pueden tomar forma en la detección del cuerpo, lo que implica
reverberaciones de contenidos olvidados o reprimidos, así como presentimientos y

4
.- Este y los párrafos siguientes están citados en Proust (1913–1927: 48–51).
11

anticipaciones de un posible futuro. De esta manera, la memoria del cuerpo también


abre un camino a lo que está latentemente presente en la propia vida y que a veces ya se
conoce en un nivel más profundo. Los enfoques terapéuticos que se centran en este
“sensación sentida” del cuerpo como el Focusing (Gendlin 1982), la terapia del
movimiento concentrado, la terapia del movimiento de la danza, y otros, pueden ayudar
a los clientes a abrir los núcleos de significado de la memoria corporal y desenredar sus
motivos latentes y sensaciones.
En resumen, el cuerpo no es solo una estructura de extremidades y órganos, ni
simplemente un reino de sensaciones y movimientos. También es un cuerpo formado
históricamente cuyas experiencias han dejado sus huellas en sus disposiciones
invisibles. Al instalarse en cada situación, el cuerpo siempre lleva su propio pasado al
entorno como un campo procesual de posibilidades. Sus experiencias y disposiciones
impregnan el entorno como una red invisible que se extiende desde sus sentidos y
extremidades, nos conecta con el mundo y nos lo convierte en familiar. Cada
percepción, cada situación está impregnada de recuerdos corporales implícitos. “Lo que
llamamos realidad”, como escribe Proust, “es una relación entre esas sensaciones y esos
recuerdos que nos rodean simultáneamente” (Proust 1934: 1008).
La memoria corporal es la portador subyacente de nuestra historia de vida, y
eventualmente de todo nuestro ser-en-el-mundo. Comprende no solo las disposiciones
evolucionadas de nuestra percepción y de nuestro comportamiento, sino también los
núcleos de memoria que nos conectan más íntimamente con nuestro pasado biográfico.
E incluso cuando la demencia priva a una persona de todos sus recuerdos explícitos, aún
conserva su memoria corporal: la historia de su vida permanece presente en lo que ve,
en los olores, sensaciones y manejo de las cosas familiares, incluso cuando ya no es
capaz de explicar el origen de esta familiaridad y contar su historia vital. Sus sentidos se
convierten en los portadores de la continuidad personal, de un recuerdo más sentido que
conocido: el recuerdo tácito pero duradero del cuerpo:

Pero cuando de un pasado lejano nada subsiste, después de que la gente esté muerta, después
de que las cosas se rompan y se dispersen, todavía, en solitario, más frágil, pero con más
vitalidad, más insustancial, más persistente, más fiel, el olor y el gusto de las cosas permanecen
en equilibrio durante mucho tiempo, como almas, listas para recordarnos, esperando y
esperando su momento, en medio de las ruinas de todo lo demás; y soportan inquebrantables,
en la pequeña y casi impalpable gota de su esencia, la vasta estructura del recuerdo. (Proust
1981: 48-51)

Referencias

Améry, J. (1977): Jenseits von Schuld und Sühne. Bewältigungsversuche eines


Überwältigten [Be-yond guilt and expiation]. München: dtv. [Más allá de la ulpa y la
expiación, Madrid, Ed. Pre-textos, 2013]
Appelfeld, A. (2005): Geschichte eines Lebens [The story of a life]. Reinbek: Rowohlt.
Bachelard, G. (1964). The poetics of space. Translated by D. Russell; originally
published 1960. Boston, Massachusetts: Beacon Press. [La poética del Espacio, Madrid,
Fondo de Cultura Económica, 1993]
Bergson, H. (2007): Matière et mémoire. Essai sur la relation du corps à l’esprit
[Matter and memory. Essay on the relation of body and spirit; originally published
1896]. Paris: PUF. [Materia y memoria, Ed. Catus, 2006]
Bourdieu, P. (1990). The logic of practice. Translated by R. Nice. Stanford: Stanford
University Press. [El sentido práctico, Madrid, Taurus Ediciones, 1991]
12

Claparède, E. (1911). Reconnaissance et moitié [Recognition and meness]. Archives de


Psychologie, 11, 79–90.
Casey, E. (2000). Remembering. A phenomenological study. Bloomington: Indiana
University Press.
Corkin, S. (1968). Acquisition of a motor skill after bilateral medial temporal lobe
excision. Neuropsycologia, 6, 225–265.
De Biran, M. (1953): Influence de l’habitude sur la faculté de penser [The influence of
habits on the faculty of thinking; originally published 1799]. Paris: PUF.
Descartes, R. (1996). Œuvres de Descartes [Descartes’ collected works], Edited by C.
Adam and P. Tannery. Paris: Vrin. [Descartes, Madrid, Ed. Gredos, 2011]
Egle, U. T., Kissinger, D. & Schwab, R. (1991). Eltern-Kind-Beziehungen als
Voraussetzung psychogener Schmerzsyndrome bei Erwachsenen [Parent-child relations
as precondition of pain-syndromes in adults]. Psychotherapie, Psychosomatik und
Medizinische Psychologie, 41, 247–256.
Elias, N. (1969). The Civilizing Process, Vol. I. The History of Manners. Oxford:
Blackwell. [El proceso de la civilización, Madrid, Ed. Fondo de Cultura Económica,
2011]
Engel, G. L. (1959). “Psychogenic” pain and the pain prone patient. American Journal
of Medicine, 26, 899–918.
Fillingim, R. B., Wilkinson, T. S. & Powell, T. (1999). Self-reported abuse history and
pain complaints among young adults. Clinical Journal of Pain, 15, 85–91.
Gendlin, E. T. (1982). Focusing, Second edition. New York: Bantam Books. [Focusing.
Proceso y técnica del enfoque corporal, Bilbao, Ed. Mensajero, 1999]
Fuchs, T. (2000). Das Gedächtnis des Leibes [The memory of the body].
Phänomenologische Forschungen, 5, 71–89.
Fuchs, T. (2006). Gibt es eine leibliche Persönlichkeitsstruktur? Ein phänomenologisch-
psychodynamischer Ansatz [Is there a bodily structure of personality? A
phenomenological-psychodynamical approach]. Psychodynamische Psychotherapie, 5,
109–117.
Fuchs, T. (2008a). Leib und Lebenswelt. Neue philosophisch-psychiatrische Essays
[The lived body and the life-world. New philosophical-psychiatric essays].
Kusterdingen: Die Graue Edition.
Fuchs, T. (2008b). Leibgedächtnis und Lebensgeschichte (2006). [Body memory and
life history] In F. A. Friedrich, T. Fuchs, J. Koll, B. Krondorfer & G. M. Martin (Eds.),
Der Text im Körper. Leibgedächtnis, Inkarnation und Bibliodrama [The text in the
body. Body-memory, incarnation, and bibliodrama] (pp. 10–40). Hamburg: EB-Verlag.
Fuchs, T. (2011). Body memory and the unconscious. In D. Lohmar & J. Brudzinska
(Eds.), Founding Psychoanalysis. Phenomenological Theory of Subjectivity and the
Psychoanalytical Experience (pp. 69–82). Dordrecht: Kluwer.
Heine, H. (1997). Deutschland. Ein Wintermärchen [Germany. A winter’s tale].
München: dtv. [Alemania. Un cuento de invierno, Barcelona, Hyperion, 2009]
Husserl, E. (1952). Ideen zu einer reinen Phänomenologie und phänomenologischen
Philosophie. II. Phänomenologische Untersuchungen zur Konstitution. Vol. IV,
Husserliana [Ideas pertaining to a pure phenomenology and to a phenomenological
philosophy. Studies in the phenomenology of constitution]. Den Haag: Martinus
Nijhoff. [Ideas relativas a una fenomenologia pura y una filosofia fenomenológica, II,
IV, México, Ed. Fondo de Cultura Económica, 2006]
James, W. (1950/1890). The principles of psychology. Vol. 2. New York: Dover.
[Principios de psicología, México, Ed. Fondo de Cultura Económica, 1994]
13

Merleau-Ponty, M. (1962). Phenomenology of perception. English translation C. Smith.


Lon- don: Routledge & Kegan Paul. [Fenomenología de la percepción, Barcelona, Ed
Planeta deAgostini, 1985]
Merleau-Ponty, M. (1960). Le philosophe et son ombre [The philosopher and his
shadow]. In Signes [Signes]. Paris: Gallimard. [El filósofo y su sombra, en Signos,
Barcelona, Ed. Seix Barral, 1964]
Merleau-Ponty, M. (1974). Die Abenteuer der Dialektik [Adventures of the dialectic;
Original published 1955]. Frankfurt: Suhrkamp. [Las aventuras de la dialéctica,
Barcelona, Ed. La Pléyade, 1974]
Milner, B. (1962). Les troubles de la mémoire accompagnant des lésions
hippocampiques bilaterales [Memory troubles that accompany bilateral damages of the
hippocampus]. In P. Passquant (Ed.), Physiologie de l’hippocampe [The physiology of
the hippocampus] (pp. 257–272). Paris: Centre National de la Recherche Scientifique.
Nietzsche, F. (1994). On the genealogy of morality. Translated by C. Diethe.
Cambridge: Cam-bridge University Press. [Sobre la generalogía de la moral,
Barcelona, Ed. Alianza, 2011]
Proust, M. (1981). Remembrance of things past. Volume 1: Swann’s Way: Within a
Budding Grove. (First French Edition 1913–1927) Translation by C. K. Scott Moncrieff
and T. Kilmartin. New York: Vintage. [En busca del tiempo perdido: por el camino de
Swann, Madrid, Grupo Anaya, 2016]
Proust, M. (1934). Remembrance of things past. Volume 7: Time regained. (First
French Edition. 1913–1923) Translation by C. K. Scott Moncrieff and T. Kilmartin
(1934, vol. 2). New York: Random House. En busca del tiempo perdido: el recuerdo de
las cosas pasadas, Madrid, Grupo Anaya, 2016]
Ravaisson, F. (1999). De l’habitude [On habitude; originally published 1838]. Paris:
PUF.
Schacter, D. (1987). Implicit memory: History and current status. Journal of
Experimental Psychology, 13(3), 501–518.
Schacter, D. (1996). Searching for memory. The brain, the mind, and the past. New
York: Basic Books.

Este artículo es la traducción del original en inglés “The phenomenology of body


memory” de Thomas Fuchs, de la Universidad de Heilderberf.

Traducción: Carmen Vázquez Bandín


14

También podría gustarte

pFad - Phonifier reborn

Pfad - The Proxy pFad of © 2024 Garber Painting. All rights reserved.

Note: This service is not intended for secure transactions such as banking, social media, email, or purchasing. Use at your own risk. We assume no liability whatsoever for broken pages.


Alternative Proxies:

Alternative Proxy

pFad Proxy

pFad v3 Proxy

pFad v4 Proxy