Cuento Comu

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LA GRAN LECCIÓN

En un pequeño pueblo ubicado en el distrito de Huanchay (Áncash), habitaban dos


familias. La primera se conformaba por 4 integrantes: Don Jacinto, María y sus dos
pequeños hijos, Juan y Javier. Una familia de una situación económica en la que podían
sobrevivir cómodamente, ya que de alguna forma, las cosechas que extraían siempre
alcanzaban para cubrir sus necesidades vitales de alimentación, gracias a la lluvia que
les proporcionaba Tayta Illapa (Dios del rayo y la lluvia), por lo que ellos siempre
mostraban su gratitud reconociendo la gran labor que cumplía en sus vidas.
La segunda familia era integrada por Don Agustín, Carmela y su único hijo, Manuel. A
comparación de la primera, esta vivía en un ambiente donde eventualmente había
molestia por la baja cosecha; a pesar de que esta siempre cubría sus necesidades, para
Agustín nunca fue suficiente. Él era un hombre ambicioso, quien siempre buscaba
poseer más y más, por lo que el conformismo no era para nada una palabra que lo
caracterizara.
Llegada la noche, luego de un arduo trabajo de cosecha, cuando la oscuridad inundaba
el cielo y la brisa fría transcurría por todo el pueblo. En la casa de Don Agustín, la familia
se preparaba para recibir la última comida del día.

—¡Ya estoy harto! ¿Por qué ellos siempre deben tener más que nosotros? —expresó
la cabeza de la familia enfurecido— Esta tarde en la cosecha, Don Jacinto logró llenar
cinco sacos enteros de producto, mientras que yo solo pude llenar tres. ¡Es una gran
injusticia!
—Otra vez con la misma cantaleta— dijo Carmela, la esposa de Don Agustín, mientras
se acomodaba en una de las sillas del comedor.
—Debemos hacer algo, trabajo todos los días sembrando y cosechando, pero aun así
no logramos reunir tanto dinero como para tener una vida más cómoda, con lujos y joyas
que podamos presumir ante todos— dijo Agustín, ignorando las palabras de su esposa
y centrándose en sus propios pensamientos.
—No necesitamos eso, tayta— expresó Manuel, su menor hijo.
—Manuel, cuando seas más grande lo entenderás, en la vida ahora solo importa el
dinero y el prestigio, es lo único que las personas ven y critican de los demás.
Manuel se quedó pensando un momento en que quizás su padre podría tener razón.
—Hijo, no todas las personas se fijan en eso, solo las que tienen un corazón podrido y
mente superficial. Lo que importa en realidad es ser feliz con lo que uno tiene... —dijo
Carmela en un tono dulce, dirigiéndose a su hijo— sin compararse con los demás ni
priorizando el dinero— agregó, mirando a su esposo.
Este último solo se dispuso a seguir comiendo, no quería armar una discusión en frente
de su hijo.

Y así los días fueron transcurriendo, con noches llenas de quejas y tardes, de arduo
trabajo.
Hasta que un día se presentó una inesperada sequía, causando angustia y
desesperación en la población. En el lugar, se podía ver a personas cavando, intentando
encontrar agua en lo profundo de los suelos, para poder obtener la suficiente cantidad
para poder sobrevivir en el tiempo que dure la sequía. Cada uno elaboraba su propio
pozo de agua en el lugar que vivían.
La familia de Agustín no sabía que hacer, estaba desesperada por encontrar alguna
zona de agua, pero a pesar de que cavaba y cavaba, no lograba encontrar nada.
En eso, a Agustín se le ocurrió una gran idea. Sin pensarlo dos veces, salió de su casa
y corrió rápidamente hacia dos viviendas después de su hogar. Tocó tres veces la puerta
y espero a que abrieran. Cuando el dueño de la casa abrió, Don Agustín lo saludó con
una cálida sonrisa.
—Buenas tardes, Don Jacinto.
—Buenas tardes, Don Agustín. ¿A qué se debe su visita? — respondió Jacinto con la
misma calidez que lo saludó su vecino.
—Quería pedirle un pequeño favor
—Dígame, ¿cuál es?
—¿Podría regalarme un poco de agua para mi familia? Ellos realmente están muy
sedientos, hemos cavado lo más que pudimos, pero al final, no hemos encontrado nada.
—No hay de que preocuparse, yo les otorgaré toda el agua necesaria que ustedes
necesiten para sobrevivir en esta temporada de sequía.
—Muchas gracias, Don Jacinto— expresó alegremente Agustín, a la vez que se formaba
una gran sonrisa en su rostro.

Luego de que Don Jacinto le diera el agua que le había pedido Don Agustín. Este último
le preguntó una duda que siempre tuvo, pero que nunca se había atrevido a preguntar.
—¿Cómo hace usted para siempre obtener buenas cosechas, Don Jacinto?
—¿A qué se refiere?
—Cada vez que vamos juntos, observo que usted siempre carga con grandes sacos
después de cosechar. Me imagino que ha de tener mucho dinero, al igual que su familia,
al vender todos esos productos.
—Usted solo ve una parte, Don Agustín. En realidad, nosotros vivimos una vida común,
sin lujos ni dinero en montón; porque tenemos todo lo que necesitamos. Pero si usted
quiere mejorar sus cosechas, primero debe apreciar y agradecer las que tiene a Tayta
Illapa (Dios del rayo y la lluvia).

Desde esa conversación con Don Jacinto, Agustín pensaba una y otra vez en las
palabras de su vecino, pero no lograba entenderlo, como podría agradecer a alguien el
trabajo que el mismo había hecho y como podría apreciar lo que tiene si para él, el
dinero apenas alcanzaba solo para los gastos básicos.
Pero lo que Agustín no sabia es que desde los cielos, Tayta Illapa lo estaba observando
y escuchando cada una de sus palabras. A lo que claramente, este último, no lo tomó
nada bien. Y envió una de sus armas más poderosas: El huayco. Para enseñarle una
lección a Agustín.

La lluvia volvió de repente, por lo que las personas se alegraron y empezaron a festejar.
Pero su felicidad no duró mucho cuando se dieron cuenta de que las gotas de agua
caían de una a una sin parar en todo momento y cada vez con más rapidez; se
esperaban lo peor.
De un momento a otro, el huayco se hacia presente, arrasando todo a su paso, desde
animales y cosechas hasta personas y casas. Las familias del pueblo, buscaban un
lugar para quedarse y refugiarse mientras todo esto termine.

Cuando el huayco se terminó completamente, las personas se tranquilizaron un poco.


Pero no tardaron en volver a angustiarse cuando se dieron cuenta que literalmente el
huayco había destruido sus casas y pertenencias que se encontraban en ellas.

Agustín perdió todas sus cosechas, su casa y sus posesiones, Quedando


completamente sin nada. Solo su familia y él

Ahí es donde comprendió que las cosas materiales solo significaban objetos que se
romperían o acabarían en algún momento; pero el amor de la familia, no, eso era algo
infinito y mucho más valioso. Además, empezó a aprender a valorar más las cosas que
tenía, sin compararse con las demás personas ni olvidarse también, agradecer y
reconocer siempre la gran labor e importancia que tiene Tayta Illapa en nuestras vidas.
Britt

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