Biografia Winston Churchill

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Winston Churchill

(Sir Winston Leonard Spencer Churchill; Blenheim Palace, Oxfordshire,


1874 - Londres, 1965) Político británico especialmente recordado por su
mandato como primer ministro (1940-45) durante la Segunda Guerra
Mundial: con su divisa "sangre, sudor y lágrimas", logró elevar la moral de
las tropas y de la población civil y sostener la nación hasta la victoria
aliada.

Winston Churchill

A lo largo de su brillante carrera, Winston Churchill fue sucesivamente el


hombre más popular y el más criticado de Inglaterra, y a veces ambas
cosas al mismo tiempo. Considerado el último de los grandes estadistas,
siempre será recordado por su rara habilidad para predecir los
acontecimientos futuros, lo que en ocasiones se convirtió en una pesada
carga para sus compatriotas.

Durante años, Churchill fue algo así como la voz de la conciencia de su


país, una voz que sacudía los espíritus y les insuflaba grandes dosis de
energía y valor. Su genio polifacético, además de llevarlo a conquistar la
inmortalidad en el mundo de la política, lo hizo destacar como historiador,
biógrafo, orador, corresponsal de guerra y bebedor de coñac, y en un plano
más modesto como pintor, albañil, novelista, aviador, jugador de polo,
soldado y propietario de caballerías.

Biografía

Winston Churchill nació el 30 de noviembre de 1874 en el palacio de


Blenheim, por aquel entonces propiedad de su abuelo, séptimo duque de
Marlborough. Su padre era lord Randolph Churchill y su madre una joven
norteamericana de deslumbrante belleza llamada Jennie Jerome. No hay
duda de que en sus primeros años conoció la felicidad, pues en su
autobiografía evoca con ternura los días pasados bajo la sombra protectora
de su madre, que además de hermosa era culta, inteligente y sensible.

Quizás por ello, al ser internado por su padre en un costoso colegio de


Ascot, el niño reaccionó con rebeldía; estar lejos del hogar le resultaba
insoportable, y Winston expresó su protesta oponiéndose a todo lo que
fuese estudiar. Frecuentemente fue castigado y sus notas se contaron
siempre entre las peores. Cuando en 1888 ingresó en la famosa escuela de
Harrow, el futuro primer ministro fue incluido en la clase de los alumnos
más retrasados. Uno de sus maestros diría de él: "No era un muchacho
fácil de manejar. Cierto que su inteligencia era brillante, pero sólo
estudiaba cuando quería y con los profesores que merecían su aprobación."

Churchill fracasó dos veces consecutivas en los exámenes de ingreso en la


Academia Militar de Sandhurst. Sin embargo, una vez entró en la
institución, se operó en él un cambio radical. Su proverbial testarudez, su
resolución y su espíritu indomable no lo abandonaron, pero la costumbre de
disentir caprichosamente de todo comenzó a desaparecer. Trabajaba con
empeño, era aplicado y serio en las clases y muy pronto se destacó entre
los alumnos de su nivel.

Poco después se incorporó al Cuarto de Húsares, regimiento de caballería


reputado como uno de los mejores del ejército. Estuvo, en 1895, en la
guerra de Cuba, y combatió en la India (1898) y el Sudán (1899); en los
campos de batalla aprendió sobre el arte de la guerra todo cuanto no había
encontrado en los libros, especialmente cuestiones prácticas de estrategia
que más tarde le servirían para hacer frente a los enemigos de Inglaterra.

Del periodismo a la política


No obstante, la vida militar no tardó en cansarlo. Renunció a ella para
dedicarse a la política y se afilió al Partido Conservador en 1898,
presentándose a las elecciones un año después. Al no obtener el acta de
diputado por escaso margen, Churchill se trasladó a África del Sur como
corresponsal del Morning Post en la guerra de los bóers.

Allí fue hecho prisionero y trasladado a Pretoria, pero consiguió escapar y


regresó a Londres convertido en un héroe popular: por primera vez, su
nombre saltó a las portadas de los periódicos, pues había recorrido en su
huida más de cuatrocientos kilómetros, afrontando un sinfín de peligros con
extraordinaria sangre fría. No es de extrañar, pues, que consiguiese un
escaño como representante conservador de Oldham en la Cámara de los
Comunes (1900) y que, recién cumplidos los veintiséis años, pudiese iniciar
una fulgurante carrera política.

Winston Churchill a los 26 años

En el Parlamento, sus discursos y su buen humor pronto se hicieron


famosos. Pero su espíritu independiente, reacio a someterse a disciplinas
partidarias, le granjeó importantes enemigos en la cámara, incluso entre
sus propios correligionarios. No es de extrañar que cambiara varias veces
de partido y que sus intervenciones, a la vez esperadas y temidas por
todos, suscitaran siempre tremendas polémicas.

En desacuerdo con el partido respecto a la cuestión sudafricana, Churchill


se pasó a los liberales en 1904, y en 1906, a los treinta y un años, alcanzó
su primer cargo gubernamental en el gabinete de Henry Campbell-Bannerman,
que lo nombró subsecretario de Colonias; desde ese puesto defendió la
concesión de autonomía a los bóers. Luego fue ministro de Comercio
(1908-1910) y del Interior (1910-1911) en el gobierno de quien sería
primer ministro entre 1908 y 1916, Herbert Henry Asquith.
La Primera Guerra Mundial

Churchill previó con extraordinaria exactitud los acontecimientos que


desencadenaron la Primera Guerra Mundial y el curso que siguió la
contienda en su primera etapa. Sus profecías, consideradas disparatadas
por los militares, se convirtieron en realidad y sorprendieron a todos por la
clarividencia con que habían sido formuladas.

En 1911, tres años antes de estallar la conflagración, el primer ministro


Asquith lo nombró lord del Almirantazgo; Churchill se embarcó
inmediatamente en una profunda reorganización del ejército de su país.
Primero se propuso hacer de la armada británica la primera del mundo,
cambiando el carbón por petróleo como combustible de la flota y ordenando
la instalación en todas las unidades de cañones de gran calibre. Luego puso
en marcha la creación de un arma aérea y, por último, decidido a
contrarrestar el temible poderío alemán, impulsó la construcción de los
primeros "acorazados terrestres", consiguiendo que el tanque empezase a
ser considerado imprescindible como instrumento bélico.

Churchill en 1919

Ante el fracaso de la batalla de los Dardanelos (1915), se vio obligado a


dimitir; se reincorporó al ejército y luchó en el frente occidental como
comandante y teniente coronel. En 1916, en plena guerra, cayó el gobierno
de Herbert Henry Asquith, que fue substituido por David Lloyd George; el
nuevo primer ministro llamó de nuevo a Churchill para integrarlo en su
gabinete, primero como ministro de Armamento (1917) y luego para la
cartera de Guerra y Aire (1918).
Finalizada la Primera Guerra Mundial, Winston Churchill sufrió las consecuencias
de la reacción de la posguerra, y durante un tiempo fue relegado a un
papel secundario dentro de la escena política. En 1924 se reconcilió con los
conservadores y un año después fue puesto al frente del ministerio de
Hacienda en el gobierno de Stanley Baldwin. Era una época de decadencia
económica, inquietud, descontento laboral y aparatosas huelgas, y el
conservadurismo obstinado de que hacía gala no contentó ni siquiera a sus
propios colegas. En una palabra, todo el mundo estaba cansado de él y su
popularidad descendió a cotas inimaginables años antes.
Retiro entre dos guerras
Entre 1929 y 1939, Winston Churchill se apartó voluntariamente de la
política y se dedicó principalmente a escribir y a cultivar su afición por la
pintura bajo el seudónimo de Charles Morin. "Si este hombre fuese pintor
de oficio -dijo en una ocasión Picasso-, podría ganarse muy bien la vida."
Churchill siguió perteneciendo al Parlamento, pero durante esos años
careció prácticamente de influencia. Recobró protagonismo cuando, al
observar la creciente amenaza que constituía Adolf Hitler, proclamó la
necesidad urgente de que Inglaterra se rearmase y emprendió una lucha
solitaria contra el fascismo emergente. En reiteradas ocasiones, tanto en la
cámara como en sus artículos periodísticos, denunció vigorosamente el
peligro nazi ante una nación que, una vez más, parecía aquejada de una
ceguera que podía acabar en tragedia.

Tras la firma en 1938 del Acuerdo de Munich, en el que Gran Bretaña y


Francia cedieron ante el poderío alemán, la gente se dio cuenta
nuevamente de que Churchill había tenido razón desde el principio. Hubo
una docena de ocasiones en las que hubiera sido posible detener a Hitler
sin derramamiento de sangre, según afirmarían después los expertos. En
cada una de ellas, Churchill abogó ardorosamente por la acción. Pero a
pesar de la energía desplegada, sus avisos habían sido ignorados por el
gobierno.

El primer ministro de la Segunda Guerra Mundial


El 1 de septiembre de 1939, el ejército nazi entró con centelleante precisión
en Polonia; dos días después, Francia e Inglaterra declararon la guerra a
Alemania y, por la noche, Churchill fue llamado a desempeñar su antiguo
cargo en el Almirantazgo por el primer ministro Neville Chamberlain, que hasta
entonces había intentado una inútil política de apaciguamiento frente a
Alemania. Todas las unidades de la flota recibieron por radio el mismo
mensaje: "Winston ha vuelto con nosotros."
Los mismos diputados que una semana antes lo combatían con saña, lo
aclamaron puestos en pie cuando hizo su entrada en el Parlamento. Pero
aquella era una hora amarga para la historia del Reino. La nación estaba
mal preparada para la Segunda Guerra Mundial, tanto material como
psicológicamente. Por eso, cuando fue nombrado primer ministro el 10 de
mayo de 1940, Churchill pronunció una conmovedora arenga en la que
afirmó no poder ofrecer más que "sangre, sudor y lágrimas" a sus
conciudadanos.

Churchill en la radio

El pueblo británico aceptó el reto y convirtió tan terrible frase en un


verdadero lema popular durante cinco años; su contribución a la victoria
iba a ser decisiva. Churchill consiguió mantener la moral en el interior y en
el exterior mediante sus discursos, ejerciendo una influencia casi hipnótica
en todos los británicos. Formó un gobierno de concentración nacional, que
le aseguró la colaboración de sus adversarios políticos, y creó el ministerio
de Defensa para una mejor dirección del esfuerzo bélico. Cuando Francia
quedó totalmente sometida al dominio de Hitler, y mientras los Estados
Unidos seguían proclamando su inamovible neutralidad, Churchill convocó
una reunión de su gabinete y con excelente humor dijo: "Bien, señores,
estamos solos. Por mi parte, encuentro la situación en extremo
estimulante."
Por supuesto, Churchill hizo todo lo posible para que Estados Unidos y la
URSS entrasen en la guerra, lo que consiguió en breve tiempo. Mantuvo
estrecho contacto con el entonces presidente de los Estados Unidos, Franklin
D. Roosevelt; en 1941, después del ataque japonés a Pearl Harbour, los
norteamericanos declararon la guerra al Japón e incorporaron su
valiosísimo potencial militar al bando aliado. También en 1941, el año
decisivo de la contienda, Hitler emprendió la invasión de Rusia, poniendo
fin a la neutralidad soviética y empujando a Stalin a una frágil alianza con
Inglaterra, que Churchill supo conservar, relegando a un segundo plano su
visceral anticomunismo y demostrando su pragmatismo.

Como primer ministro, le correspondió participar en las cruciales


conferencias de Casablanca (1943), El Cairo (1943), Teherán (1943), Yalta
(1945) y Potsdam (1945), en las que se diseñó la estrategia de la guerra y,
una vez acabado el conflicto, el mapa político mundial que se mantendría
vigente hasta 1989. Durante interminables jornadas dirigió las operaciones
militares y diplomáticas trabajando entre dieciséis y dieciocho horas diarias,
transmitiendo a todos su vigor y contagiándoles su energía y optimismo.

Por fin, el día de la victoria aliada, se dirigió de nuevo al Parlamento y al


entrar fue objeto de la más tumultuosa ovación que registra la historia de
la asamblea. Los diputados olvidaron todas las formalidades rituales y se
subieron a los escaños, gritando y sacudiendo periódicos. Churchill
permaneció en pie a la cabecera del banco ministerial, mientras las
lágrimas rodaban por sus mejillas y sus manos se aferraban temblorosas a
su sombrero.

Los últimos años

A pesar de la enorme popularidad alcanzada durante la guerra, dos meses


después el voto de los ingleses lo depuso de su cargo. Churchill continuó en
el Parlamento y se erigió en jefe de la oposición. En un discurso
pronunciado en marzo de 1946 popularizó el término "telón de acero", y
algunos meses después hizo un llamamiento para impulsar la creación de
los Estados Unidos de Europa.

Tras el triunfo de los conservadores en 1951 volvió a ser primer ministro, y


dos años después fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura por
sus Memorias sobre la Segunda Guerra Mundial. Alegando razones de edad,
presentó la dimisión en abril de 1955, después de ser nombrado Caballero
de la Jarretera por la reina Isabel II y de rechazar un título nobiliario a fin de
permanecer como diputado en la Cámara de los Comunes.
Reelegido en 1959, ya no se presentó a las elecciones de 1964. No
obstante, su figura siguió pesando sobre la vida política y sus consejos
continuaron orientando a quienes rigieron después de él los destinos del
Reino Unido. El pueblo había visto en Churchill la personificación de lo más
noble de su historia y de las más hermosas cualidades de su raza; por eso
no cesó de aclamarlo como su héroe hasta su muerte, acaecida el 24 de
enero de 1965.

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