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Caracterización y enseñanza
2014
índice
I nventario p. 9
PRO -/M ETA-/A NA-/TELO - p. 11
SA R NA PÁ LIDA p. 13
A R LO p. 15
I ntroducción p. 17
PR IM ER A PA RTE:
PI N TU R A COMO PROCE SO DE I N DI V IDUACIÓN
1. Pintar p. 31
1.1. Casa roja p. 32
1.2. Acto p. 36
1.2.1. Diagrama p. 44
1.3. Repetición p. 49
1.4. Parálisis p. 56
1.5. El punto gris p. 58
1.6. Lo nuevo p. 63
1.7. Experiencia y experimentación p. 73
1.8. Love / With-Living / Dantza p. 75
1.9. Potencia p. 77
1.9.1. Estilo y oficio p. 82
1.10. Possest (I) p. 87
1.11. Praxis p. 93
1.11.1. Práctica pictórica como modelo p. 96
1.12. Cubo de playa p. 99
1.13. Proceso p. 101
2. Fondo p. 109
2.1. Montaña p. 110
2.2. Relación figura-fondo p. 113
2.3. Contorno, límites p. 120
2.4. / Iñaki Imaz / Açores / Ellos p. 124
2.5. Bandeja p. 127
2.6. Fuera de cuadro p. 129
2.7. Lo Mío p. 136
2.8. Crítica, política p. 139
3. I ndividuación p. 145
3.1. Conejos p. 147
3.2. Tumulto p. 148
3.3. Individuación según Jung p. 155
3.4. Legión p. 163
3.5. Individuación según Simondon p. 166
3.5.1. Transducción p. 171
3.5.2. La individuación física p. 174
3.5.3. La individuación de los seres vivientes p. 174
3.5.4. La individuación psíquica p. 175
3.5.5. Lo transindividual p. 176
3.6. Fiat p. 178
3.7. Possest (II): transducción pictórica p. 179
6. Final p. 341
Glosario p. 355
Bibliografía p. 387
9
INVENTARIO
haya sido del todo consciente de ello, más o menos la misma figura se
ha repetido cíclicamente tematizándose de manera diferente en cada
ocasión.
A.
E.
G.
C.
D.
F.
H.
PRO-
META-
ANA-
TELO-
B. C.
E.
G.
F.
I.
J.
D:
H.
L.
K.
SARNA PÁLIDA
B.
E. F.
J.
I.
C. D.
H.
G.
K. L.
ARLO
Introducción
1 Aunque no sea una afirmación demostrable y, en todo caso, sólo sirva para cierto tipo
de pintores, comparto la idea de Deleuze cuando dice: “Ustedes saben -digo esto al
pasar- que hay una especie de leyenda, de rumores que se corren, de que los pintores
serían criaturas incultas y no muy listas. [...] Es muy difícil de comprender, los pin-
tores siempre parecen no haber visto nada, no saber nada. Creo que leen mucho a la
noche” (2007: 27)
20 I n troducción
3 También, porque como dice Passeron: “…de la semiología de lo pictórico se puede es-
cribir o hablar, pero para hacerla verdaderamente se ha de pintar” (Passeron, 1978: 35).
22 I n troducción
4 En todo este párrafo resuena la caracterización de la praxis artística realizada por Juan
Luis Moraza a lo largo de varios de sus artículos.
5 Lacan desarrolla su teoría de los cuatro discursos (del amo, universitario, de la histeria
y del psicoanálisis) en el Seminario XVII. El reverso del psicoanálisis. Infobase.
24 I n troducción
6 Simondon, por su parte, habla de la transducción como aquello que define “en el
dominio del saber, la verdadera marcha de la invención, que no es ni inductiva ni
deductiva, sino transductiva, es decir que corresponde a un descubrimiento de las
dimensiones según las cuales puede ser definida una problemática” (Simondon, 2009:
39). Añade más adelante: “…es un procedimiento mental, y más aún que un procedi-
miento es una marcha del espíritu que descubre. Esta marcha consiste en seguir al ser
en su génesis, en consumar la génesis del pensamiento al mismo tiempo que se cumple
la génesis del objeto” (Simondon, 2009: 40).
I n troducción 25
1. Pintar
sabía que debajo o más allá de la imagen había algo más. En aquella
misma, y en obras posteriores, sobre todo, comencé a buscar diagona-
les, horizontales, verticales y todo tipo de líneas ocultas que hiciesen
evidente mi nuevo saber.
Sin embargo, lo revelador del asunto no fue únicamente ese dis-
tanciamiento y esa inclusión de la conciencia. Mi nueva actitud me
había conducido a una actividad frenética, producía sin parar imáge-
nes llenas de concordancias y rimas plásticas de manera mecánica.
Comencé, por primera vez, a pintar más de un cuadro a la vez y, sin
darme cuenta, fui generando residuos a los que no prestaba demasiada
atención. En un lienzo pequeño de, aproximadamente, 50 x 40 cm pin-
té con restos de pintura de obras más grandes, más elaboradas y más
conscientemente compuestas, la imagen de una casa muy esquemática
en un paisaje en cuesta. El esquematismo de carácter infantil no era
deliberado, no buscaba realizar una obra ingenua, y casi podría decir
que ni siquiera deseaba, en ese caso concreto, realizar ninguna obra.
La simpleza del dibujo respondía a una manera automática de no po-
ner el color sin más y de conseguir un mínimo orden para la imagen.
El caso es que, inesperadamente, a muchos de mis compañeros que
yo respetaba y al propio profesor titular (el invitado ya no estaba con
nosotros), les encantó el cuadro. Yo no podía entenderlo, en gran me-
dida, seguramente, porque al haber sido realizado fuera de control, no
lo sentía mío, y el hecho de que a los demás les gustase lo recibía casi
como una ofensa. En adelante, intenté apreciar su valor pictórico, y co-
mencé a realizar imágenes similares que ya no tenían ningún interés.
Después de algunos intentos infructuosos (ni a mí ni a nadie volvían a
gustar aquellos sucedáneos), traté de cambiar de estrategia, aún desco-
nociendo cómo hacerlo. Sin darme cuenta, comencé a buscar el modo
de repetir y desarrollar, no ya resultados plausibles, sino el propio mé-
todo que, a pesar del desconcierto en el que me había sumido, con el
tiempo fui reconociendo como básico. En ese camino, sería fundamen-
tal la interiorización y automatización de toda una tradición de modos
de composición, pero también lo sería una disposición deseante y an-
ti-compositiva, o a-compositiva. Implicaría oficio y también apertura
psicológica y técnica, real, a lo que la pintura, en su propia presencia
material, alcanzada a ser vista gracias a un proceso de destitución sub-
jetiva, quisiera hacer de uno mismo.
1. PI N TA R 35
1.2. Acto
Pero sí hay algo que comprendo bastante bien: ¿por qué para pintar se tiene que
morir uno? Creo que es una estrategia corriente entre cierto tipo de pintores.
Un teórico nacido en Viena, Anton Ehrzenweig tiene un libro titulado El orden
oculto de las artes, muy influido por el Psicoanálisis, donde habla precisamente
de este tema, y habla creyendo que es algo bueno. Es decir: un artista, en un
cierto momento de la evolución de su cuadro, tiene que hacer una regresión muy
radical en su vida, una especie de movimiento esquizofrénico, de división de su
personalidad, incluso de antagonismo entre partes de ésta, y, una vez destruido,
volver a recomponer todo su yo, acompañándolo posteriormente de una recons-
trucción en el cuadro. Así aparecen las energías elementales. (Luis Gordillo en
Calvo Serraller, 1987: 97-98)
Paul Klee decía: “el arte no reproduce lo visible, vuelve visible” (Klee,
2007: 35). Al pintar, el deseo de volver visible es lo que nos mueve.
Pero, ¿volver visible qué? ¿Será alguna cosa? ¿Será alguna idea previa a
1. PI N TA R 37
las cosas, que existe en nuestra mente? ¿O será quizá, más bien, el mo-
vimiento, el cambio perpetuo, el ritmo de la naturaleza naturalizante1?
Si bien, las respuestas concretas, probablemente, sólo puedan ser
subjetivas, podría decir que, en la manera en que entiendo la práctica
pictórica, ésta trata precisamente de contestar la pregunta: ¿qué es lo
que se desea volver visible?, cuestión análoga a la que el pintor citado
por Merleau-Ponty le hacía a la montaña: “¿Qué le pide el pintor a la
montaña, en verdad? Que devele los medios nada más visibles por los
cuales se hace montaña ante nuestros ojos” (1986: 23). No es algo que
esté dado de antemano; se pinta para poder ver, para ver, para saber
qué es lo que se quería pintar.
La pregunta, sin embargo, se formula retroactivamente, cuando se
tiene ya la respuesta ante los ojos: ¿esto era lo que deseábamos volver
visible? Aunque quizá sería más acertado decir que ni siquiera se llega
a formular como pregunta, sino que aparece ya como afirmación: efec-
tivamente, y aunque nos resulte, a menudo, más que sorprendente, esto
era lo que queríamos ver.
Terminar un cuadro, desde el punto de vista que aquí manejo, su-
pone alcanzar esa mezcla de extrañeza y certeza. Diría, por eso, que
el movimiento de lo invisible a lo visible, trata de generar un efecto, o
mejor, un afecto: afecto de desprendimiento, aquel que proporciona la
seguridad de estar ante la imagen necesaria, en el sentido de que ya no
depende de la subjetividad de su autor y parece venir de alguna otra
parte, ganándose así el derecho a existir. No creo que se trate, por eso,
de ninguna idea representada, sino, más bien, de una presencia reco-
nocida. Algo que, si supone el final de un proceso, es porque materiali-
za un deseo que no puede ser reducido a concepto, a idea o a ideal.
De todas formas, para que pueda suceder así, la imagen debe res-
ponder a las características de lo nuevo (ver apartado 1.6.), lo cual
significa que su reconocimiento no será, probablemente, inmediato:
después de un período de sorpresa y de duda ante su aparición, nos
reconstruimos, devenimos capaces de verlo y apreciarlo. A menudo, su-
1 Tomo la expresión en el sentido en el que la usa Paul Klee, como natura naturans
opuesta a natura naturata, naturaleza en su hacerse o naturaleza naturalizante opues-
ta a naturaleza naturalizada, naturaleza ya hecha.
38 Pi n t u r a como proce so de i n di v i duación
¿Qué es, a saber, un acto? El acto difiere de una intervención activa (acción)
en que transforma radicalmente a su portador (agente): el acto no es simple-
mente algo que “llevo a cabo”; después de uno, literalmente, “no soy el mismo
que antes”. En este sentido, podríamos decir que el sujeto “sufre” el acto (“pasa
a través” de él) más que “llevarlo a cabo”: en él, el sujeto es aniquilado y pos-
teriormente renace, es decir, el acto explica una especie de eclipse, aphanisis,
temporal del sujeto. Lo que constituye la razón por la cual todo acto digno
de este nombre es “loco” en el sentido de una inexplicabilidad radical: por
su intermedio, pongo en juego todo, incluyéndome a mí mismo, mi identi-
dad simbólica; el acto siempre es, por lo tanto, un “delito”, una “transgresión”,
a saber, del límite de la comunidad simbólica a la que pertenezco. El acto
se define por este riesgo irreductible: en su dimensión más fundamental, es
siempre negativo, es decir, un acto de aniquilación, de extirpación –no sólo no
sabemos que saldrá de ello, sino que su resultado final es, en última instancia,
hasta insignificante, estrictamente secundario en relación con el ¡NO! Del acto
puro (Žižek, 1994: 62-63)
3 Lo real, para Lacan, es aquello que escapa a la simbolización. Junto a las nociones de
lo imaginario y lo simbólico, explica la estructura de nuestro psiquismo. El fantasma,
concreción de lo imaginario, nos permite sobrellevar la falta en lo simbólico. Es a
partir del fantasma como deseamos. En el Glosario desarrollo una aproximación más
completa a dicha triada lacaniana en tanto concepto fundamental para esta tesis.
40 Pi n t u r a como proce so de i n di v i duación
4 Mi experiencia me dice que es así. En ese sentido, relaciono la práctica artística con la
finalidad del psicoanálisis: “Pero conmover los cimientos del fantasma fundamental
del analizante, es decir, provocar la destrucción subjetiva por medio de la cual el suje-
to adquiere una especie de distancia respecto de su fantasma como último sostén de su
realidad simbólica, ¿no es precisamente la meta de la cura psicoanalítica? El proceso
psicoanalítico en sí, ¿no es entonces un método de humillación, refinado y por lo tan-
to sumamente cruel, que retira los cimientos debajo de los pies del sujeto, obligándolo
a experimentar la total nulidad de esos “detalles divinos” en torno a los cuales está
cristalizado su goce? El fantasma como ficción que oculta una falta, una inconsisten-
cia en el orden simbólico, es siempre particular; su particularidad es absoluta, resiste a
la mediación, no se la puede incorporar a un ámbito más amplio, universal, simbólico.
Por ésta razón sólo podemos experimentar la dignidad del fantasma del otro tomando
una suerte de distancia con respecto a nuestro propio fantasma, sintiendo la contin-
gencia fundamental del fantasma como tal, captándolo como el modo en el que cada
uno, de una manera que le es propia, oculta el atolladero de su deseo. La dignidad
de un fantasma consiste en su mismo carácter ilusorio, frágil, desamparado” (Žižek,
2000: 258)
1. PI N TA R 41
5 Klee afirma algo así cuando dice: “El arte no es una ciencia que haga avanzar paso
a paso el impersonal esfuerzo de los investigadores. Por el contrario, el arte atañe al
mundo de las diferencias: cada personalidad, una vez dueña de sus medios de expre-
sión, tiene voz y voto en este asunto; los únicos que deben hacerse a un lado son los
débiles que buscan su propio bien en realizaciones ya hechas, en lugar de extraerlo de
ellos mismos” (Klee, 1979: 31).
6 En el sentido griego original, según José Luis Pardo: “–techné, ars– [que] designaba
todas aquellas actividades que los hombres llevan a cabo para hacer habitable la tierra,
es decir, para edificar la Ciudad” (Pardo, 2011a: 7).
42 Pi n t u r a como proce so de i n di v i duación
Se podría decir que, al poner en cuestión ese fantasma, que, por su-
puesto, era el suyo propio, al decir no a la ficción que hasta ese momen-
1.2.1. Diagrama
Según Deleuze, la pintura tiene una relación muy particular con la ca-
tástrofe, no como imagen, sino como hecho que afecta a la propia ac-
ción de pintar, de tal manera que dicha acción no podría ser explicada
sin remitir a ella. Sería, en eso, diferente a otras artes, que mantendrían
otro tipo, o ninguna relación con la misma. La catástrofe sería insepa-
rable del nacimiento del color. Siendo lo fundamental de la Pintura, el
color no existiría antes de la catástrofe, más que en un sentido ilustra-
tivo o subsidiario de la representación. Para que el color nazca como
creación pictórica, hay que pasar por la catástrofe, dice. En ese sentido,
la catástrofe supondría el desmoronamiento de las relaciones de color
sustentadoras de la representación-cliché. De ese desmoronamiento
podría surgir un sistema relacional de color diferente y nuevo, en tanto
que realidad autónoma posibilitadora de un modo de representación,
propiamente pictórico, en el dominio de la sensación.
La catástrofe pertenece tanto al acto de pintar que está antes de que
el pintor comience dicho acto, aunque sucede durante también. Es im-
portante insistir en que la catástrofe es ya pre-pictórica, como la con-
dición indispensable para pintar antes del acto de pintar. Si esto es así
es porque tiene mucho que ver con la destrucción de clichés previos.
Los datos pre-pictóricos son, según Deleuze, el mundo de los clichés,
en el sentido más amplio de la palabra, o el mundo de los fantasmas,
o de las fantasías, o de la imaginería (Deleuze, 2007b: 63). Los clichés
son datos relacionados con la intención del pintor. El cliché, lo comple-
tamente hecho, es inseparable de su intención, en tanto que el pintor
quiere pintar algo. Es, entonces, inevitable y fundamentalmente, inten-
cional. Toda intención es intención de cliché. Toda intención apunta a
un cliché.
Pero, dado que no existe pintura sin intención, el primer trabajo del
pintor será luchar contra esa forma intencional (Deleuze, 2007b: 76).
Sólo se puede realizar la forma que el pintor tiene intención de pro-
ducir luchando, precisamente, contra el cliché que, necesariamente, la
acompaña, removiéndolo, haciéndolo pasar por una catástrofe. Esa ca-
tástrofe, de la que algo saldrá, es lo que denomina “lugar de las fuerzas
o diagrama” (Deleuze, 2007b: 77). El diagrama es entonces la unidad
para hacer sentir la catástrofe-germen. El diagrama mantiene una ten-
sión con la condición pre-pictórica, con la destrucción y superación
de clichés, y está, además, en el corazón de la acción de pintar: de él
sale —o debería salir— el hecho pictórico como tal, ajeno ya, a toda
figuración o narración. El rol del diagrama es entonces el de establecer
el lugar de las fuerzas en lucha contra el cliché, lugar tal que la forma
46 Pi n t u r a como proce so de i n di v i duación
El diagrama debe estar. Por más que pueda ser solamente virtual o estar recu-
bierto, está ahí. Es preciso que esté en el cuadro, no puede estar solamente en
la cabeza del pintor antes de que comience a pintar. Hace falta que el cuadro dé
testimonio de este atravesamiento: un abismo ordenado. Un abismo es nada. Un
cuadro que sea orden es nada: Pero el orden propio al caos, la instauración de
un orden propio al abismo, ese es el asunto del pintor (Deleuze, 2007b: 103).
9 Sus palabras exactas son las siguientes: “Y ciertos pintores nos hablan de esta catás-
trofe por la cual pasan. Una vez más, no personalmente, aunque pueda tener muchas
consecuencias personales sobre sus propios equilibrios. No se trata de decir que pasan
personalmente por dicha catástrofe porque es muy secundario. Se trata de la pintura,
es su pintura” (Deleuze, 2007b: 50).
1. PI N TA R 49
1.3. R epetición
10 Considero que la experiencia de la pintura poco tiene que ver con la satisfacción de
ideales utópicos. Como dice Daniel Innerarity en su introducción a la Pequeña apo-
logía de la experiencia estética de Hans Robert Jauss, “la revelación de la experiencia
estética no necesita una formulación utópica porque las obras de arte logradas no
prometen la satisfacción de una exigencia absoluta de sentido, sino nuestro enrique-
cimiento cognoscitivo en sentido amplio. Se trata de experimentar estéticamente el
precario presente de nuestra finita libertad, no su futuro ilusorio. Quien quiere la
libertad ha de querer también las decepciones de la experiencia” (Jauss, 2002: 24).
1. PI N TA R 51
11 Entiendo que el verdadero oficio no es lo que se impone sino lo que se pliega al mo-
tivo. Al fin y al cabo no sería sino la habilidad desarrollada para detectar y huir del
cliché, porque, como dice Cézanne a : “el oficio abstracto acaba desecándose bajo su
retórica, que se vuelve afectada, al agotarse. […] Nunca hay que tener una idea, un
pensamiento, una palabra al alcance, cuando se necesita una sensación. Las grandes
palabras son los pensamientos que no son propios. Los estereotipos son la lepra del
arte” (Gasquet, 2009: 174).
1. PI N TA R 53
12 Las palabras de John Berger son, en este sentido, esclarecedoras y evocativas: “Tome-
mos el ejemplo de una fruta de estación: las moras. La ventaja de este ejemplo es que la
experiencia de comer las primeras moras todos los años encierra una especie de “por
primera vez” artificial que puede traer a la memoria la primera ocasión, la ocasión
original. La primera vez que las comías, un puñado de moras representaba todas las
moras. Luego, un puñado de moras es un puñado de moras maduras/verdes/pasadas/
dulces/ácidas, etcétera. La capacidad de distinguir se desarrolla con la experiencia.
Pero el desarrollo no es sólo cuantitativo. El cambio cualitativo se encuentra en la
relación entre lo particular y lo general. Se pierde la naturaleza simbólicamente com-
pleta de lo que quiera que sea el puñado. La primera experiencia está protegida porque
emana una fuerza enorme; produce magia. La distinción entre la primera experiencia
y la experiencia repetida es que una lo representa todo, pero dos, tres, cuatro, cinco,
seis, siete y así hasta el infinito no pueden hacerlo. Las primeras experiencias son des-
cubrimientos del significado original, y el lenguaje de las experiencias posteriores no
tiene la fuerza necesaria para poder expresarlo” (Berger, 1994: 120).
1. PI N TA R 55
1.4. Parálisis
Si pude dar Parálisis por terminado fue, sobre todo, por el descubri-
miento de un gris luminoso producto de rosa y verde pálidos, diferen-
te al habitual. Gris que ocupa la mayor parte del cuadro y casi se come
a la figura. Ésta es oscura y hueca, y no está colocada sobre el fondo,
sino recortada por él, de tal manera que su color es rastro de estadios
anteriores. Es la figura la que proporciona sensación de profundidad,
a la vez que se proyecta hacia fuera. El título Parálisis se refiere, entre
otras cosas, a un movimiento congelado expresado por la pincelada,
algo mecánica, sólo vertical, como de muchos soldaditos dando pe-
queños saltos sobre su propio eje.
58 Pi n t u r a como proce so de i n di v i duación
1. 5. El punto gris 1 3
13 Todas las referencias de este apartado a dicho concepto, así como su mismo título,
tomadas de Klee, 1979.
1. PI N TA R 59
Por otra parte, Klee no habla del gris en general, sino de aquel con-
centrado en un punto matemático, no dimensional, que sería gris, y
además, punto fatídico entre lo que adviene y lo que muere. Es, en este
sentido, un concepto espacial y temporal, al señalar y priorizar tanto
1. PI N TA R 61
Vemos que el punto gris entonces, tiene mucho que ver con el acciden-
te y el diagrama de Bacon y la pequeña sensación16 de Cézanne. Fran-
14 Paul Klee (1964). Das bildnerische Denken. Schriften zur Form und Gestaltungslehre.
Basel: Jürg Spiller: pp.4 (Deleuze, 2007b: 39).
15 Resultan sugerentes al respecto, las ideas de Hal Foster sobre el punto de fuga de la
perspectiva lineal como agujero en la representación: “Este punto TROUmático puede
asociarse con el punto de fuga en la perspectiva lineal a partir del cual el mundo re-
presentado devuelve la mirada al espectador. La pintura perspectivista tiene diferentes
maneras de sublimar este agujero: en la pintura religiosa el punto a menudo representa
la infinitud de Dios (en La Última Cena de Leonardo atraviesa el nido de Cristo), en la
pintura paisajista la infinitud de la naturaleza (los ejemplos americanos del XIX abun-
dan), etc. La pintura hiperrealista, sugeriré más adelante, sella o mancha este punto con
superficies, mientras que gran parte del arte contemporáneo trata de presentarlo como
tal, o al menos contestar a sus sublimaciones tradicionales” (Foster, 2001: 141).
fundamental: “¡Yo sólo tenía una pequeña sensación y el señor Gauguin me la ha ro-
bado!” Gustave Geffroy en “Claude Monet, sa vie, son temps, son ouvre” (20-23). En
M. Doran (ed) Sobre Cézanne. G.G. Barcelona, 1979. pp 23
17 Deleuze y Guattari caracterizan de manera similar la principal tarea del arte: “En un
texto violentamente poético, Lawrence describe lo que hace la poesía: los hombres in-
cesantemente se fabrican un paraguas que les resguarda, en cuya parte inferior trazan
un firmamento y escriben sus convenciones, sus opiniones; pero el poeta, el artista,
practica un corte en el paraguas, rasga el propio firmamento, para dar entrada a un
poco del caos libre y ventoso y para enmarcar en una luz repentina una visión que sur-
ge a través de la rasgadura, primavera de Wordsworth o manzana de Cézanne, silueta
de Macbeth o de Acab. Entonces aparece la multitud de imitadores que restaura el
paraguas con un paño que vagamente se parece a la visión, y la multitud de glosado-
res que remiendan las hendiduras con opiniones: comunicación. Siempre harán falta
1. PI N TA R 63
1.6. Lo nuevo
otros artistas para hacer otras rasgaduras, llevar a cabo las destrucciones necesarias,
quizá cada vez mayores, y volver a dar así a sus antecesores la incomunicable novedad
que ya no se sabía ver. Lo que significa que el artista se pelea menos contra el caos
(al que llama con todas sus fuerzas, en cierto modo) que contra los “tópicos” de la
opinión. El pintor no pinta sobre una tela virgen, ni el escritor escribe en una página
en blanco, sino que la página o la tela están ya tan cubiertas de tópicos preexistentes,
preestablecidos, que hay primero que tachar, limpiar, laminar, incluso desmenuzar
para hacer que pase una corriente de aire surgida del caos que nos aporte la visión
(Deleuze, Guattari, 1993: 204-206).
18 En el prólogo a la Teoría del Arte Moderno de Klee, Mario A. Presas dice: “…desde
muy joven fue claro para él que el creador no debe conformarse con “liquidar” valo-
res caducos; la destrucción no inaugura una revolución: ésta consiste en una nueva
creación de valores. Presentía, siendo apenas veinteañero, que su personalidad podría
sucumbir en un puro empuje sin trabas, pero también sin metas. Lo importante no
era, pues, liberarse –como diría Gide-, sino aprender a ser libre” (Klee, 1979: 10)
19 Dice así: “La emoción del arte es impersonal. Y el poeta no puede llegar a esta imper-
sonalidad sin renunciar a sí mismo y entregarse al trabajo a realizar. Y no es probable
que sepa lo que hay que hacer a menos que viva en lo que no es sólo el presente, sino
en el momento presente del pasado, a menos que sea consciente, no de lo que está
muerto, sino de lo que todavía está vivo” (Eliot, 2011).
64 Pi n t u r a como proce so de i n di v i duación
22 Sigo aquí las ideas de M. Elíade respecto del hombre arcaico que transpongo a este
contexto por considerar que la función del arte tiene que ver con ellas: “El producto
bruto de la naturaleza, el objeto hecho por la industria del hombre, no hallan su reali-
dad, su identidad, sino en la medida en que participan en una realidad trascendente.
El gesto no obtiene sentido, realidad, sino en la medida en que renueva una acción
primordial” (Elíade, 2000: 15).
1. PI N TA R 65
24 Reconozco que ésta, de lo atemporal, es una categoría dudosa. Sin embargo, creo que
por el momento resulta operativa. A lo largo de apartados y capítulos sucesivos trataré
de concretar.
teria, claroscuro, color, etc.), es decir, según los dictados del deseo de
un sujeto particular. Dicho procedimiento de modulación constituye,
precisamente, lo pictórico del cuadro, su forma particular de diagrama
que, al no ser exactamente localizable ni perceptible o conceptualiza-
ble como fórmula, no acaba de formalizarse, manteniendo la apertura
característica de lo nuevo. Esa forma particular de diagrama que nos
va a traer lo nuevo, es apreciable en el caos del fondo en claroscuro,
sucio e indiferenciado, tendente al gris, sin profundidad, del que pare-
cen emerger la luz de la figura femenina principal y el color del primer
plano; también lo es en el trazo y la mancha como realidades materiales
de origen manual, en pugna y tensión evidente con la imagen repre-
sentativa. A través de todo ello, la imagen, que ya no es únicamente
signo de una semejanza, surge como presencia pictórica muy distante a
toda reducción discursiva, a las que, si bien podría dar lugar por tomar
necesariamente impulso en los clichés de su contexto de origen y con-
servarlos en sí como fondo de sentido común, renuncia en cuanto que
interpretaciones rectas, invalidando así la posibilidad de lectura en sí
misma. Se convierte en imagen que se da a ver, no ya a leer26.
28 Dice así: “El asunto de la pintura, en virtud de lo que acabamos de ver –pero ustedes
ya lo saben-, no es pintar cosas visibles. Es evidentemente pintar cosas invisibles. El
pintor no reproduce lo visible más que precisamente para captar lo invisible. Ahora
1. PI N TA R 69
bien, ¿qué es pintar una ancha espalda de hombre? No es pintar una espalda, es pintar
fuerzas que se ejercen sobre una espalda o fuerzas que una espalda ejerce. Es pintar
fuerzas, no es pintar formas. El acto de la pintura, el hecho pictórico, ocurre cuando
la forma es puesta en relación con una fuerza. Ahora bien, las fuerzas no son visibles.
Pintar fuerzas es, en efecto, el hecho” (Deleuze, 2007b: 69).
como una piedra” (1978: 34). También lo dicen Deleuze y Guattari, “el
arte conserva, y es lo único en el mundo que se conserva” (1993: 164).
Si lo hace es porque trasciende cualquier contexto. No es aquél que
pinta, sin embargo, quien pueda decidir que lo pintado funcione como
una piedra o trascienda nada. Él, por su parte, en su lucha contra el
cliché, habrá de dar, honestamente, todo lo que pueda de sí. Pero será
precisamente el que mira, desde un contexto o desde otro, quien san-
cionará lo pintado como obra en su capacidad de afección. Si se puede
decir que el arte conserva es porque conserva para otros, no para el
autor.
En todo caso, para poder superar el contexto de origen, la obra
debería ser siempre, ya lo decía más arriba, algo más que una simple
extravagancia o un conjunto de ellas, algo más que una elemental des-
trucción de formas dadas o mero signo de la ambigüedad, acercándose
por el contrario a la nada30 construida y positiva que garantizaría su
posibilidad de transhistoricidad o transculturalidad, desde su singu-
laridad. Como decía Regis Debray, “hay algo profundamente subver-
sivo en no querer expresar nada” (1994: 42). De esta forma, lo nuevo
sería equiparable a la nada de la materia indiferenciada del signo; en
esa indiferenciación, y la distancia que impone respecto de la propia
representación al desnaturalizarla, radicaría su cualidad estética. Por-
que como decía, lo nuevo aparece en el cuadro siempre en relación a
algo, a un modo consensuado de representar. Tal y como menciona-
ba más arriba, es a través del diagrama (que para Klee sería el punto
gris) como esa nada se construye en pintura; sin embargo, al no ser el
diagrama concebible como fórmula, a pesar de que pueda servir para
localizar el origen de lo pictórico, la dificultad de su consecución per-
manece intacta. Lo pictórico, esa materialización del objeto a que nos
30 Nada como denominación adecuada para ese agujero en el sentido que mencionaba
al comienzo del apartado. Nada también en el sentido informativo que Bateson da
a lo que falta, al cero. Para él, lo que no está también es información: “les recordaré
que “cero” difiere de “uno” y puede, en consecuencia, desencadenar una respuesta. La
ameba que está muriendo de inanición se volverá más activa y saldrá a la búsqueda de
comida; la planta en crecimiento se apartará de la oscuridad, y el personal de la oficina
de recaudación de impuestos será alertado por la declaración que tú no has enviado”
(Bateson, 2002: 112).
1. PI N TA R 71
32 Como dice Lawrence acerca de Cézanne: “La polvareda del combate se eleva espesa, y
1. PI N TA R 73
las astillas saltan por todos lados: Son esa polvareda y estas astillas lo que sus imitado-
res siguen copiando con tanto ardor...” D.H. Lawrence, Eros et les chiens, Ed. Bourgois,
Págs. 238-261, citado en Deleuze, 2002: 91.
74 Pi n t u r a como proce so de i n di v i duación
En plena crisis de conciencia pensé que también tenía que usar mi doble
como excusa para pintar. Un cuadro raro, muy grande, de 230 x 200 cm,
76 Pi n t u r a como proce so de i n di v i duación
1. PI N TA R 77
1.9. Potencia
que serían precisamente los que nos permitirían actualizar dicha esen-
cia, sino que vendría definido por su potencia, tanto en acción como
en pasión, por lo que es capaz de hacer y de sufrir en acto. No se trata
de que las cosas o los seres tengan potencia, sino que son exactamente
esa potencia, se reducen a la potencia que tienen. Esto nos sitúa en un
universo ético opuesto al universo moral; universo ético en el que no
hay posibilidad de juicio de acuerdo a una esencia por realizar, sino que
sólo podemos constatar la potencia singular de lo existente; de ahí la
famosa fórmula spinoziana: “nadie sabe lo que puede un cuerpo”.
Habría que aclarar que, para Spinoza, el ser es una sustancia única y ab-
solutamente infinita que, como veremos más adelante, se relaciona con
lo preindividual de Simondon. Los entes, los seres existentes, somos
para él modos de esa sustancia infinita. Cada uno de nosotros no es un
ser, sino una manera de ser de la sustancia infinita. Si el ser agrupa y es
el conjunto de todas las maneras de ser posibles, no podemos hablar ya
moralmente de una esencia del ser que esté por realizar en cada uno de
sus modos de existencia; como decía más arriba, no cabe la considera-
ción de una esencia potencial que deba pasar al acto. Por eso, éticamen-
te, la esencia de lo existente se reduce a su potencia, que no es más que
determinación singular, cosa concreta. No hay una técnica pictórica o
una Pintura, sino esta, esa o aquella pintura. El intento de definición
que aquí vengo realizando, va en esa dirección: definir la Pintura como
pluralidad, como conjunto de las diversas maneras de ser de la misma,
80 Pi n t u r a como proce so de i n di v i duación
son los afectos que efectúan mi potencia tal y como es. No hay ideali-
dad posible, tan solo hay lo que hay. Y eso que hay, son percepciones,
sentimientos, conceptos, etc., que son el tipo de cosas que, como en
el caso del ciego, efectúan la potencia. Todas ellas pueden ser, como
decíamos, tristes o alegres. Tanto tristezas como alegrías efectúan la
potencia. El afecto que llega, el pensamiento, el sentimiento, la percep-
ción que llega, sea triste o sea alegre, es lo que efectúa mi potencia; y es
así, no podría ser de otra manera.
Si suponemos que lo que efectúa mi potencia, en un momento
dado, es un afecto triste (un sentimiento o una percepción triste, por
ejemplo), lo que ocurre es que mi potencia, siendo efectuada, disminu-
ye, va cuantitativamente a menos. Es decir, mi potencia es una cierta
cantidad intensiva que siempre está efectuada, ya sea por tristezas o
por alegrías. Cuando mi potencia se llena por la tristeza, está efectua-
da, pero de tal forma que disminuye. Si, por el contrario, es la alegría
la que la efectúa, la potencia aumenta.
De tal manera que esas distinciones cuantitativas y cualitativas pro-
pias de la ética confluyen formando un sistema coherente. A pesar de
que, en un principio, Spinoza la define como cantidad, sus posterio-
res matizaciones hacen reconocer que la potencia no es una cantidad
fija, sino una relación entre cantidades. Casi se podría decir que, más
que cantidad, es el pasaje de una cantidad a otra, cantidad transitiva
o cantidad de pasaje, en palabras de Deleuze (2008: 97). Entonces, la
efectuación de la potencia siempre sucede en un sentido o en otro, es
decir, es pasaje a una potencia más grande cuando es efectuada por
afectos alegres, o pasaje a una potencia menor cuando lo es por afectos
tristes. Por eso, al hablar más arriba de la técnica y equipararla con la
potencia, decía que, desde mi punto de vista, el camino idóneo para su
desarrollo pasa por la aceptación de lo dado, aceptación de la precarie-
dad técnica de un momento dado, si se quiere, y que ello no conlleva la
imposibilidad de desarrollo, porque la técnica equiparada a la potencia
no es una cantidad fija, sino cantidad de pasaje, relación entre cantida-
des, con lo cual puede aumentar o disminuir, intensificarse o debilitar-
se en el camino de consecución de sus objetivos.
34 Aquí cabría recordar una vez más la paradoja que plantea el pintor Luis Gordillo
cuando afirma: “mi estilo es no tener estilo”.
84 Pi n t u r a como proce so de i n di v i duación
35 Cualidad de eco que daría cuenta del estado de resonancia interna del sistema formado
por la pareja sujeto/mundo del cual hablaré en el capítulo 3.
1. PI N TA R 85
1.10. Possest
37 La definición dice así: “Recordad que un cuadro, antes de ser un caballo de batalla,
una mujer desnuda o una anécdota cualquiera, es esencialmente una superficie plana
cubierta de colores reunidos con cierto orden” (Denise, 2012)
90 Pi n t u r a como proce so de i n di v i duación
Dada la propia definición de acto (que más que ser efectuado por un
sujeto, lo atraviesa), possest es un organismo compuesto que implica
varias instancias. La parte que corresponde al sujeto-autor no se refiere
más que a un asunto general de autoconciencia, no tanto a biografías
concretas o a los límites de un yo, y que por eso mismo es intercam-
biable en términos de psicología individual. Es decir, la zona de auto-
conciencia perteneciente al complejo unitario, que en un momento del
proceso denominamos autor, es, en algún momento posterior, susti-
tuida por otra zona de autoconciencia denominada espectador, sien-
do, precisamente, ese suceso, el que constituye y conforma al complejo
como organismo y como arte38. Como dice Ángel Bados, “representar
supone aceptar y demandar al otro para que comparezca como testi-
go y límite –corporal– de nuestros sueños” (Bados, 2008: 332). Sin esa
comparecencia del otro-espectador no hay posibilidad alguna para el
38 Dice Mikel Dufrenne: “Porque la pintura propicia a la vez el nacimiento del visionario
y el nacimiento de lo visible; génesis simultánea en el corazón de la presencia del su-
jeto y del objeto” (1978: 9).
1. PI N TA R 91
39 El ejemplo del barco Argo, está tomado de Rosalind Krauss: “Para ilustrar esta noción
de estructura, a Roland Barthes le gustaba emplear la historia de los Argonautas, a
quienes los dioses habían ordenado completar su largo viaje sin cambiar su barco –el
Argo– a pesar de ser conscientes de su gradual deterioro. En el curso del viaje los Ar-
gonautas fueron reemplazando lentamente cada una de las piezas de la embarcación,
“de tal modo que acabaron con un barco completamente nuevo sin tener que alterar
ni su nombre ni su forma”. “Este barco Argo resulta muy útil”, prosigue Barthes. “Nos
proporciona la alegoría de un objeto eminentemente estructural, no creado por el
genio, la inspiración, la determinación o la evolución, sino por dos modestas acciones
(ajenas a cualquier tipo de mística de la creación): la sustitución (una parte reemplaza
a la otra, como en un paradigma) y la nominación (el nombre no está en absoluto
vinculado a la estabilidad de las partes): a fuerza de combinaciones realizadas en el
interior de un mismo nombre, no queda nada del origen: Argo es un objeto cuya única
causa es su nombre, cuya única identidad es su forma” (Krauss, 1996: 16).
1.11. Pra x is
El desierto te da quitando.
Proverbio tuareg
41 Me refiero a Kant: “… no se llama práctica a cualquier manejo, sino sólo a esa efectua-
ción de un fin que es pensada como cumplimiento de ciertos principios de procedi-
miento representados en general” (Kant, 2012: 1).
42 Ese hacer humano, se define del siguiente modo: “El término «praxis» es utilizado aquí
por oposición al término «conducta». La conducta es un concepto etológico o psico-
lógico; la praxis es un concepto antropológico (la praxis presupone la conducta, y aun
vuelve a ser una nueva forma de conducta cuando, por ejemplo, se automatiza como
rutina). Hablamos de la conducta (no de la praxis) de la araña tejiendo su tela, pero
hablamos de la praxis de los trabajadores en un telar. La determinación de la frontera
entre conducta y praxis debe ser discutida en cada caso. En general suponemos que
la praxis es el resultado de anamórfosis de conductas previas, lo que implica que será
preciso contar con configuraciones culturales, sociales e históricas muy complejas en
cuyo ámbito puedan refundirse determinadas conductas de homínidos, incluso de
hombres primitivos, para dar lugar a la forma de la praxis. La idea de praxis, enten-
dida de este modo, se corresponde muy de cerca con el significado, en español, de la
expresión hacer humano –en la medida en que ese hacer ha incorporado tanto el agere
latino (que corresponde a la praxis de Aristóteles, que, según él, estaría moderada por
la frónesis, prudentia) como el facere latino (que corresponde a la poiesis aristotélica,
moderada por la techné, ars)” (García Sierra. Diccionario filosófico)
94 Pi n t u r a como proce so de i n di v i duación
tórica es tratar con lo real. Y ese trato con lo real lo realiza a través de
sus esfuerzos por hacer pervivir lo pictórico a través de lo nuevo, que va
más allá de soluciones formales concretas, más allá de obras, imágenes,
temas, modas o estilos.
Su ir más allá de los automatismos de la conducta, o de todo utilita-
rismo en pro de lo teórico, se referiría a su relación esencial, básica, con
la medida del ser humano como ser esencialmente social. Porque, por
una parte, pintar no responde a una conducta innata, no es un actuar
de primer grado, una respuesta exclusivamente subjetiva a los avatares
de la existencia43. Si se pinta es porque otros, ya antes, o bien desarro-
llaron saberes, prácticas, habilidades y creencias de las que la pintura
bebe, o bien pintaron. Desde el origen, pintar, hacer arte, es un asunto
cultural cuya dignidad responde a un consenso común, en el sentido de
que agrupa y refunde conductas y experiencias previas múltiples. No
responde a un enfrentamiento del sujeto sólo ante el peligro a preguntas
existenciales, sino a una búsqueda histórica en la que dicho sujeto here-
da toda una serie de condicionantes que son los que lo dirigen a enca-
rarse, por medio de esa praxis en concreto, a lo desconocido. Ello, como
veremos, no es óbice para considerar que la práctica pictórica sólo será
efectiva, útil, en el caso de que conlleve un compromiso subjetivo total.
Pero, por otra parte, el pintar no remite a la puesta en obra de una
Teoría de la Pintura que existiría como gramática previa o incluso
como moral general. Consistiendo la pintura, básica y materialmente,
en el uso del color, nunca ha sido resultado de la puesta en práctica de
ninguna teoría sobre el mismo.
43 Moraza define el saber artístico como un saber de segundo grado: “Frente a la pers-
pectiva romántica que considerará al arte como un vínculo con el mundo sin inter-
mediaciones, como un saber de primer grado, partimos por el contrario de la certeza
de que la conciencia artística presupone (y no sólo en principio, sino constantemente)
otras formas previas de conciencia o de saber: no es una conciencia de primer grado y
no apunta a un saber de primer grado, sino a un saber de saberes, a una reflexión no
estrictamente subjetiva, no definidamente objetiva. No es a partir de su individualidad
corpórea por lo que las personas desarrollan, sin más, “naturalmente”, su exploración
y racionalidad estética. El desarrollo del “saber artístico” no es un proceso individual,
sino histórico, pues sus procesos competen a una racionalidad que ha de constituirse
a partir de creencias heredadas (supraindividuales), y no sólo a partir de experiencias
individuales (que, en todo caso no existen sino como formaciones culturales, media-
tizadas por aquellas creencias y saberes supraindividuales)” (Moraza, 2004).
1. PI N TA R 95
Se pinta porque otros ya han pintado, pero todo eso que ya está
hecho, en vez de conformarse como marco normativo impersonal, es
únicamente condición de posibilidad, de tal manera que se nos apare-
ce como sabiduría práctica ejemplar, posibilidad de comunicación in-
tersubjetiva. Es un tipo de praxis que, en sí misma, estructuralmente,
exige ser puesta en cuestión:
45 Tal y como describe Deleuze: “Jamás hacen otra cosa [la mayor parte de los grandes
pintores]: pintan el comienzo del mundo. Ese es su asunto” (2007b: 29). También
Merleau-Ponty dice algo similar: “¿Qué le pide el pintor a la montaña, en verdad? Que
devele los medios, nada más que visibles, por los cuales se hace montaña ante nuestros
ojos” (1986: 23). Y también Lyotard: “Lo que el cuadro muestra es el mundo en trance
de hacerse” (1978: 28).
47 Tal y como describe Klee: “[el artista] Difiere de los demás solamente por los medios
específicos de los que dispone para salir airoso, a veces más afortunado que el no crea-
dor quien no logra la salvación en la realidad de una Obra. Pueden aceptar esa ventaja
relativa del artista, enfrentado por otra parte a numerosas dificultades” (1979: 18).
98 Pi n t u r a como proce so de i n di v i duación
ca debe cambiar (por ejemplo, ser lavado) a menos que el propio bebé
lo haga y, por último, su carga afectiva sufre una descarga gradual.
Desde la experiencia propia, considero lícito establecer un parale-
lismo entre dichas características y algunas de las que presentan los
cuadros en su relación con nosotros. Como los objetos transicionales,
las obras en su proceso de creación son a la vez yo y no-yo, por el gra-
do de implicación subjetiva y, a la vez, por la distancia respecto de las
mismas que lo nuevo impone. En ese sentido, nos permiten separarnos
a la vez que nos ligan al mundo. Suponen la vivencia de un espacio
particular de experiencia que no es definible como totalmente subjeti-
va ni como completamente objetiva. Las amamos pero somos capaces
de destrozarlas; a veces parece que nos superan, que de alguna mane-
ra se auto-crean; nadie debe tocarlas ni modificarlas excepto nosotros
mismos y poco a poco, una vez que las hemos llegado a ver, termina-
mos por desprendernos psicológicamente de ellas.
Por todo ello, decía que la praxis pictórica deviene ejemplar: por un
lado, a través de la distancia que impone lo nuevo respecto de la propia
representación, nos impide la inmersión absoluta y desvinculante del
mundo; por otro, el modo de relación objetal con nuestros cuadros, ra-
dicalmente implicado, supera esa misma distancia, necesaria pero casi
siempre dolorosa, que nos impone el principio de realidad para con
el mundo. De algún modo, en tanto que praxis de creación, la praxis
pictórica nos retrotrae a una fase del ser anterior a la individuación, lo
cual nos ayuda a reconocer una posibilidad de existencia diferente a
la individual y nos empuja a valorar el medio asociado como comple-
mento indispensable del ser.
1.1 3. Proceso
49 Un proceso pictórico no está determinado más que por el deseo que lo pone en mar-
cha, si bien, se pinta siempre en el contexto de la posibilidad establecida por el hecho
de que otros ya pintaron antes: “Un pintor es un hombre que tiene una relación privi-
legiada con la pintura, y sobre todo con los demás que le obligan a este juramento: yo
también seré pintor. Cézanne va al Louvre a maravillarse delante de Poussin. Malraux
lo ha repetido hasta la saciedad, y el culturalismo también: nadie inventaría la pintura,
si no existiera ya, nadie buscaría lo pictórico si los otros no lo hubieran ya descubierto.
(Y es por esto que se puede decir que el cuadro se refiere a todos los otros, que es un
“texto plural”, o que constituye un objeto cerrado en el que toda pintura se asemeja)”
(Dufrenne, 1978: 15).
102 Pi n t u r a como proce so de i n di v i duación
tal, no puede ser reducido a la obra que deja como rastro, ni pensa-
do sin ser detenido o desvirtuado, salvo por un pensamiento también
móvil. La idea de transducción, que desarrollaré en el apartado 3.5.1.,
vendrá en nuestra ayuda para explicar el proceso pictórico desde la
vivencia, en ese mismo sentido procesual, de la propia acción descrip-
tiva, o en su caso, de la acción docente, de tal modo que, por analogía,
estos procesos segundos logren dar cuenta del primero.
La vida progresa y dura. Sin duda, se podrá siempre, echando una ojeada so-
bre el camino recorrido, señalar la dirección, anotarla en términos psicológi-
cos y hablar como si hubiese habido prosecución de un fin. Así hablaremos
nosotros. Pero en cuanto al camino por recorrer, el espíritu humano nada
tiene que decir, porque el camino será creado a medida del acto que lo reco-
rra, no siendo más que la dirección de este acto mismo. La evolución debe,
pues, implicar en todo momento una interpretación psicológica, que es, desde
nuestro punto de vista, la mejor explicación, aunque esta explicación no tiene
valor ni incluso significación más que en el sentido retroactivo. Jamás la in-
terpretación finalista, tal como nosotros la expondremos, deberá ser tomada
por una anticipación del futuro. Es una cierta visión del pasado a la luz del
presente” (Bergson, 1963: 482).
Todo ello nos hablaría del proceso como instante perdurable, nos suge-
riría una especie de eternidad para possest. Si éste es potencia en acto,
si en él no hay antes ni después, si no comienza ni termina, si no po-
demos considerarlo como potencia que se actualiza, parece que esta-
ríamos refiriéndonos a la calidad del tiempo vivido más que a su can-
tidad. A la intensidad frente a la sucesión. Desde este punto de vista,
un proceso pictórico no consiste, por tanto, en una suma de momentos
que se van agregando a los anteriores, o de acciones siempre condicio-
nadas que se añaden a acciones previas en relación causa-efecto, sino
en una variación imperceptible aunque sensible, en una modulación de
lo que más adelante denominaré ritmo preindividual (ver capítulo 4),
en un vaivén como sobre la superficie del mar. Según decía Spinoza,
“nosotros sentimos y experimentamos que somos eternos” (Deleuze,
2008: 421). Para Bergson, nuestros estados de conciencia se interrela-
cionan en una unidad que es duración. En nosotros, presente y pasado
se enlazan en una multiplicidad cualitativa que nada tiene que ver con
una sucesión cuantitativa de eventos. Las vivencias no se pueden des-
componer, las vivimos de golpe, armonizadas entre sí como las notas
de una melodía. Esa es la duración, el tiempo real de nuestra concien-
cia que experimentamos intuitivamente.
Respecto del propio proceso, que es duración, tal y como pretendía
dejar patente líneas atrás, uno mismo no puede establecer relaciones
de causalidad definitivas: ¿es el recuerdo de la infancia el que hace que
algo se nos aparezca como motivo y deseemos pintarlo, o es la pro-
pia sensación generada por lo ya pintado lo que convierte aquello que
50 Apeles fue un pintor de la corte de Alejandro Magno del cual no se conserva obra
alguna. “La fama de Apeles, el pintor de la corte de Alejandro Magno, continuó ob-
sesionando a amantes del arte y críticos mucho después de que sus obras hubiesen
sucumbido al paso del tiempo. El enciclopedista romano Plinio el Viejo le aclamó
como “el maestro que superó a todos los pintores que le precedieron y siguieron”, y la
posteridad aceptó ese veredicto a ojos cerrados” (Gombrich, 1985: 11).
1. PI N TA R 105
no era más que mera excusa en verdadero motivo y aquello que era
una anécdota anodina en intensidad afectiva? En nosotros, todo su-
cede instantáneamente, en tumulto, respecto del cual el proceso no es
cronología, sino modulación. Proceso como modulación del tumulto,
antes que historia del tumulto; calidad, no cantidad.
Podríamos decir que cuando possest se realiza, es decir, cuando
autor, obra y espectador devienen tales, es cuando el proceso se crea,
proactiva y retroactivamente, y el tiempo cuantificable deviene tiem-
po de calidad. Es lo que en el apartado 1.2. definíamos como acto, el
eclipse temporal del sujeto, la singularidad de un momento en el cual
el tiempo mecánico colapsa y el proceso se convierte en continuidad
de cambio indivisible, constituyendo la duración verdadera. Pintar, en-
tonces, significaría también la superación del tiempo-cliché de la cien-
cia, ese tiempo que es mera abstracción o simple sucesión de instantes
estáticos, indiferentes a las diferencias cualitativas, a favor del tiempo
tumultuoso de la conciencia, donde la cualidad es lo fundamental.
Por eso, describir adecuadamente un proceso, no puede consistir
sólo en la suma de las descripciones parciales de una serie de eventos
ordenados cronológicamente. Tal y como decía más arriba, si no que-
remos caer en el error de identificar el proceso con el producto, no de-
bemos considerar que el proceso en sí es quien produce cambios, sino
entender que es el movimiento de cambio en sí mismo, la oscilación
rítmica del tumulto. Sin embargo, a menudo partimos de la idea, que
aquí considero equivocada, de que el proceso es interesante porque su-
pone una modificación, un desarrollo continuo, o más bien un progre-
so. Es decir, a menudo, al hablar de proceso, el propio término adquiere
una especie de valor en sí, porque, en el fondo, damos por válida para
la pintura la idea de proyecto, en el sentido de medio para un fin. Pero
la idea de proceso tal y como aquí la manejo, no puede ser eso: es puro
movimiento sensible sin detención, salvo en el abandono de la pintura
o en la muerte (por eso probablemente es habitual para el pintor decir
que siempre trabaja, incluso cuando no tiene los pinceles en la mano
o está de vacaciones). Bien entendido, y no como desarrollo, al fin y al
cabo teleológico, no puede haber una visión totalizadora del mismo,
sino para algún ente fuera de la duración misma, fuera del tiempo.
Ese fuera del tiempo podría ser el de la ciencia o el de Dios, pero es un
punto de vista, en cualquier caso, ideal. No puede ser, desde luego, el
106 Pi n t u r a como proce so de i n di v i duación
ver con la obra como extensión, como cosa situada en el espacio, pero
poco tienen que ver con la realidad de la duración. El adjetivo intui-
tivamente, en relación con la concepción de intuición ya explicitada,
será el que garantice que la marcha del pensamiento deviene imagen
adecuada para representarnos aquello que, transductivamente, trata-
mos de conocer.
51 En las conversaciones que mantiene con David Sylvester (1977), al referirse al enfren-
tamiento con el lienzo en blanco, el pintor Francis Bacon habla de desescombrar. No
es cierto, según él, que ese lienzo esté vacío sino que lo ve, más bien, repleto de ideas
e imágenes ya hechas, de clichés, aunque sólo aparezcan en él de manera virtual. En
consecuencia, el primer trabajo del pintor sería el de desescombrar. En la segunda
parte de la tesis dicho concepto cobrará una especial relevancia
109
2. fondo
2.1. Montaña
El arte tiene como deber social el dar salida a las angustias de su época. El
artista que no ha albergado en el fondo de su corazón al corazón de su época,
el artista que ignora que es un chivo emisario, cuyo deber es imantar, atraer,
cargar sobre sus hombros las cóleras errantes de la época, para descargarla de
su malestar psicológico, ese no es un artista... (Kristeva, 1977: 93).
En ese sentido, fondo se opone a figura pero sólo para articularse con
ella, de tal manera que, igual que en Pintura, resultan inseparables. El
ambiente, el fondo, el medio, es la cultura propia, aquella que, dentro
de la Cultura como realidad humana en general, conforma el propio
grupo de pertenencia, del que possest destaca como figura. Es decir, se
pinta siempre a partir de e inmersos en situaciones culturales concre-
tas. Si bien la cultura aporta a possest la posibilidad misma de creación
de lo nuevo, no lo determina completamente, al consistir eso nuevo,
precisamente, en la introducción de algún elemento recuperado de lo
que podríamos considerar preindividual (ver apartado 3.5.), que, sin
ser ajeno a la Cultura en general, responde a lo que el grupo no reco-
noce explícitamente como propio. En todo caso, ni fondo ni figura son
realidades previas dadas, sino que se configuran y se conforman en su
mutua relación. En su articulación, el contorno, el límite entre uno y
otra es el que efectúa dicha relación.
Cada obra de arte configura el propio arte, determina sus límites, y en ese sen-
tido es un cerco liminar que condiciona también la pertenencia o exclusión de
cualquier otra obra o de cualquier otro objeto del mundo. Por ello, cada obra
de arte, al definir su propio modo de transición, su forma de discontinuidad,
constituye un fenómeno liminar (Moraza, 1994: 6).
Entiendo que nadie está determinado a ser pintor, que nadie es pintor
previamente a serlo; si alguien aplica sus esfuerzos a tratar de devenirlo,
lo hará porque encarna, a través de su subjetividad, la tensión entre un
fondo que impide ver y un deseo de hacerlo. Dónde haya podido surgir
la chispa que encienda ese deseo de ver no es un origen fácil de rastrear.
En todo caso, si el deseo de ver en general se prolonga en un deseo
pictórico, en un deseo de hacer lo visible, será necesariamente a conse-
cuencia del reconocimiento de la Pintura como institución, y en conse-
cuencia, por el reconocimiento de los límites que hacen de ella, precisa-
mente, tal institución. Por la afección de lo pictórico, podría decir.
Lo pictórico, ese deseo materializado en la Pintura, ha de haber sido
uno de los polos que motiven la acción. Pero el otro, o los otros, en
fricción con aquél, pueden provenir de cualquier extremo del mundo.
Porque la incorporación a la institución Pintura tampoco consiste en
un momento inaugural concretado en un instante; se trata en sí misma
de un devenir, de un deseo de ver y de hacer, o de hacer ver, que se va
118 Pi n t u r a como proce so de i n di v i duación
…la pintura no puede competir con los otros campos que han aparecido en
el mismo espacio. Esto se ve constantemente, una pintura no puede competir
con una instalación o con una obra enorme de Donald Judd, o con una video-
instalación. Solamente podrían competir si los pintores hiciéramos trampa.
Por ejemplo, si yo instalara un pequeño cuadro de 50x50 cm. en todo el espa-
cio que hay en una exposición estaría jugando el mismo juego al que juegan
los mínimal o los instalacionistas, o todos esos artistas. Pero ese juego no nos
lo dejan hacer porque los pintores tenemos que poner los cuadros unos al lado
de los otros. Nos fuerzan a repetir las técnicas de instalación del siglo XIX,
aunque también se hacen ya trampas en eso” (Gordillo, 2011: 1).
2 Me refiero a la que cuenta Plinio el Viejo en su Historia Natural: Zeuxis pintó racimos
de uvas con tal realismo que engañó a los pájaros. Entonces pidió a Parrasio que apar-
tara la cortina y le mostrase su cuadro, pero, al descubrir que el cuadro era la propia
cortina, Zeuxis reconoció que Parrasio le había sobrepasado, pues él había engañado
a los pájaros, pero Parrasio lo había engañado a él.
3 Sigo aquí a Callois, que resumiendo a Huizinga dice: “…la cultura proviene del juego.
El juego es libertad e invención, fantasía y disciplina a un mismo tiempo. Todas las
manifestaciones importantes de la cultura están calcadas de él. Son tributarias del
2 . fon do 123
espíritu de investigación, del respeto a la regla, del desapego que crea y que mantiene.
En ciertos aspectos, las reglas del derecho, las de la prosodia, del contrapunto y de la
perspectiva, las de la puesta en escena y las de la liturgia, las de la táctica militar, las de
la controversia filosófica son otras tantas reglas de juegos. Constituyen convenciones
que es preciso respetar. Sus redes sutiles fundan nada menos que la civilización” (Ca-
llois, 1986: 107-108).
124 Pi n t u r a como proce so de i n di v i duación
Años más tarde pienso que quiero enmarcar unos cuantos cuadros de
caras. Son Ellos. No sé por qué esos precisamente. Supongo que de al-
guna forma los relaciono con “el mundo de los cuadros que hay que
enmarcar”. Eso quiere decir que me parece que están bien, pero que no
tengo confianza en que los demás los aprecien igual. Es un gesto por
valorizarlos, creo. En ese momento no me acuerdo de haber jugado en
épocas anteriores con firmas y marco. De todas formas, ahora es dife-
rente, aquellos intentos de evidenciación, me sirven ahora para asumir
el hecho de manera más natural, aunque en el contexto expositivo en
que los muestro, donde el resto de pinturas no están enmarcadas, parece
incoherente y por ello irónico, cuando no pretende serlo en absoluto.
2. 5. Bandeja
momento, han sido apoyados sobre ella; dos de ellos agrupados en una
esquina y el otro en la opuesta. No sé por qué atrapa mi mirada, es una
tontería de cuadro, o de cosa.
Pienso que el desprendimiento tiene algo que ver: no hay rastro de
pincel, la imagen, en sentido procesual, sólo da cuenta de un breve lapso
de tiempo de creación, no hay insistencia alguna. Es elegante. Es todo
lo contrario a lo que yo hago y defiendo, es extraño a mí. Diría que es
conceptual, que no es para ver sino para hablar de él. Pero no; también
se deja mirar; en la pared de mi casa, sigue acompañando. Aunque a lo
mejor sólo a la manera de un anuncio bien realizado, no sé.
inevitable que no reduce sino que amplía, y casi podríamos decir que
estructura, en tanto que visibiliza y completa la falta del adentro.
Es preciso tener bien en claro esta verdad universal: sean lo que fueren las “co-
sas” en su mundo pleromático y cosístico, sólo pueden ingresar en el mundo
de la comunicación y del significado merced a sus nombres, sus cualidades y
sus atributos (o sea, merced a informes sobre sus relaciones internas y exter-
nas y sobre sus interacciones)” (Bateson, 2002: 74).
6 Creatura y pleroma son términos utilizados por Jung para referirse, respectivamente,
a los mundos viviente y no viviente.
2 . fon do 133
2.7. Lo Mío
9 Sobre este punto, añadiría ahora a lo ya expuesto en el apartado 1.5, lo que Jorge Oteiza
dice en su descripción del aspecto subjetivo de la práctica, escultórica en este caso,
como proceso de vaciamiento, y en consecuencia, de construcción de nada: “Todos
quieren decir algo, por ocupación, yo quiero no decir nada, dejar la huella, del vacío,
de esto que uno no debe decir. Siempre pasa algo, en la obra de arte. Yo no quiero
que pase nada. Solamente una desocupación pasa y algo ha ocupado un sitio vacío.
[...] Meter una pala en el aire y sacar el aire físico, dejar un vacío, una trasestatua, un
escenario no, una habitación para la función de nuestra alma, para que nuestra alma
funcione con esa intimidad, con el aislamiento que en lo absoluto apetece al hombre
vivir en las horas de mayor peligro o desamparo y cuando toda la confianza en las
cosas de la vida se pierde” (Bados, 2008: 340).
10 Me refiero a la frase que pronuncia una y otra vez el protagonista del relato Bartleby
el escribiente (Melville, 2009). Sobre el mismo, dice Deleuze: “[Bartleby] Sólo quiere
decir lo que dice, literalmente. Y lo que dice y reitera es PREFERIRÍA NO, I would
prefer not to. Es la fórmula de su gloria, y cada lector enamorado la repite a su vez.
Un hombre enjuto y lívido pronunció una fórmula que vuelve loco a todo el mundo”
(Deleuze, 1996: 99).
2 . fon do 141
3. individuación
1 Estoy con Herbert Read cuando dice: “...el artista actúa meramente como instrumen-
to. Transmite o manifiesta aquello que le llega desde las profundidades de su psiquis,
sólo que en el proceso de transmisión se produce una transformación. El artista no
comunica una experiencia única, más bien se trata de una experiencia común a la que
reviste de una definición y precisión que antes no tenía. ¿Qué pone el artista? Cierta
medida de disciplina personal, concentración e introspección, que sirven para libe-
rar a la vez que canalizar y convertir en objetos bellos las energías que manan de un
inconsciente impersonal. Esta metáfora viene a desmentir una falacia generalmente
aceptada, que se encuentra en todas las teorías del arte que consideran única la expe-
riencia individual y que constituye la base del expresionismo: la idea de que el propó-
sito del arte es “expresar” un sentimiento, una disposición anímica, una actitud, un
estado espiritual, una impresión de la naturaleza. Mas, como bien aclaró Stravinski al
referirse a sus propias composiciones, ésta nunca fue la finalidad del arte. Si la música
parece expresar algo, ello es ilusión y no realidad. La expresividad es simplemente un
elemento adicional que, por costumbre, nosotros (los espectadores) superponemos a
la obra de arte; es un rótulo descriptivo que terminamos por confundir con la esencia
de la obra de arte. Tal “esencia” es en rigor el orden, la unidad, que imponemos a la
multiplicidad y la confusión de lo que sentimos (la savia fluye desde las raíces), y este
orden, esta unidad, vale de por sí y despierta siempre el sentimiento estético distintivo
de las artes” (Read, 2000: 61).
3. i n di v i duación 147
3.1. Conejos
perfil puro que no encierra ningún color, que viene de fuera y que está
medio rota y sostenida desde los bordes por dos columnas que tam-
bién podrían ser conductos abiertos al exterior. Además hay algunas
pinceladas aplicadas en paralelo, que forman una figura abierta que no
es nada en concreto. El cuerpo que yo quería hacer y me había estado
obsesionando se ha convertido en un conjunto no cerrado, abierto en
canal, que, en algunas partes, podría mantener el recuerdo a ciertos
órganos, a mí me los recuerda, pero que todavía no sé lo que es. Lo
que me gusta es que, curiosamente, sin serlo, o siendo todo lo con-
trario, me sirve para satisfacer las ganas de ver aquel cuerpo concreto
que anhelaba, cerrado en su contorno y cargado de energía centrípeta.
También satisface mi deseo de agredir al fondo. Además, el azul es,
obviamente, un cielo.
Se titula Conejos por esa cosa de humanos desollados que tienen los
conejos en las carnicerías, y también por una anécdota que oí contar a
Jodorowsky hablando del rodaje de su película El Topo, en la que más
o menos decía: “...quería 10.000 vacas corriendo. Como era difícil con-
seguirlas, pensé que con 10.000 conejos también quedaría impresio-
nante. Pero sólo me enviaron 400 conejos, y 200 estaban muertos. Así
que cambié la escena. Y en vez de una estampida de conejos, aparecen
400 conejos muertos. Es impresionante. Todo tiene solución”.
3.2. Tumulto 2
Con el término tumulto pretendo nombrar el caos inicial del que surge
la obra. El cuadro sería el resultado de un proceso de individuación
que, lo que en realidad haría, es modular, a través del diagrama, ese
caos original de condiciones y posibilidades, modular aquella catástro-
fe pre-pictórica de la que hablaba en el capítulo 1. Como veremos en el
apartado 3.5, tumulto se refiere a lo preindividual de Simondon. Si ha-
blo de modularlo es porque, al ser previo al proceso de individuación
4 Tal y como escribe Deleuze: “Pertenece tanto al acto de pintar que está antes de que
el pintor comience su acto. La catástrofe está antes. Va a estar durante también. [...]
Un sentido agudo del trabajo es el trabajo pre-pictórico. Y la catástrofe es ya pre-pic-
tórica. [...] Es como la condición para pintar, está antes del acto de pintar” (Deleuze,
2007b: 29-30).
5 Otra manera de describir todo esto, sería hablar de sensación: “El color está en el cuerpo,
la sensación está en el cuerpo, y no en los aires. Lo pintado es la sensación. Lo que está
pintado en el cuadro es el cuerpo, no en tanto que se representa como objeto, sino en
cuanto que es vivido como experimentando tal sensación (eso que Lawrence, hablando
3. i n di v i duación 151
mente expandida. Son los dedos que tamborilean sus propios nervios.
Es exactamente la vivencia en tumulto de nuestra psicología. En el acto
que se hace materia, todo se da de golpe, como caos y epifanía. Porque,
¿que es la psicología, qué es el espíritu, sino lo que está fuera de noso-
tros, lo que somos capaces de hacer y producir con nuestras manos, con
nuestro cuerpo? O al menos, ¿no es esto lo que la pintura nos enseña?
Cézanne decía: “El pintor no ha pretendido otra cosa. Su psicología es
el encuentro de sus dos tonos” (Gasquet, 2009: 214). En lo que concier-
ne al sujeto, el cuerpo y lo corporalizado son sostén y posibilidad del
proceso de individuación.
Si digo que el rojo pintado es mente expandida, es porque la pintura
es un cuerpo a cuerpo en el que resulta imposible distinguir los afectos
y los perceptos de su materialización, porque están en ella. La sensibili-
dad está fuera de uno mismo, fuera de los límites propios, de tal manera
que, mágicamente, somos lo que hacemos, y no al revés6. La expresión,
en ese sentido, se mueve de fuera a dentro, si es que tales categorías tie-
nen algún sentido en possest. Lo cual quiere decir, que hagamos lo que
hagamos, seguiremos siendo lo que somos, sea ello aceptable o no para
nuestra conciencia. En consecuencia, lo que la modulación del tumulto
supone espiritualmente es el movimiento entre lo personal y lo imper-
sonal, el vaivén entre lo que reconocemos como propio y lo que, por
desconocer en nosotros mismos, nos resulta ajeno. Modulación del tu-
multo es entonces, tanto procedimiento material, como efectuación del
sí-mismo; que no es otra cosa que salirse fuera de sí. A través de la mo-
dulación, la materia deviene nada, y el sujeto en proceso de individua-
ción tiende también hacia la nada, hacia su disolución en lo colectivo.
6 Aquí, dado su potencial para la renovación del imaginario, traigo a colación algunas
ideas desarrolladas por Maurice Leenhardt en sus estudios sobre los canacos, en las
que habla de los vínculos entre cuerpo y mundo. El cuerpo, en general, para ellos sólo
es el elemento sustentador de seres y cosas; el cuerpo humano, no tiene interioridad
específica, sólo es soporte de lo que existe. La persona no está definida por sus límites
físicos, sino por el conjunto de relaciones que pone en juego. Todo lo que la constitu-
ye, está fuera de ella. Entiendo que en nuestra cultura, la experiencia de la pintura nos
conduce a alcanzar algún atisbo del sentido de una concepción del cuerpo y el mundo
como la de los melanesios (Leenhardt, 1997).
152 Pi n t u r a como proce so de i n di v i duación
Podría decir aquí también que la praxis pictórica como proceso que,
reconociendo el punto de partida como tumulto, lo modula, es, al fin y
al cabo, praxis también política, porque, entre otras cosas, aporta una
concepción del cuerpo diferente y emancipadora respecto de la que,
culturalmente, nos somete. Me refiero a la idea de cuerpo como sostén
de la existencia, carente de interioridad, no definido por sus límites
físicos y más determinante por las asociaciones en las que se pueda ver
involucrado que por sí mismo. Merleau-Ponty, citando a Valéry, dice:
“El pintor aporta su cuerpo, dice Valéry. Y en efecto no se ve como un
espíritu podría pintar. Es prestando su cuerpo al mundo que el pintor
cambia el mundo en pintura” (Merleau-Ponty, 1986: 15).
Pero, ¿de qué cuerpo hablan? Diría que de un cuerpo que no pre-
existe, sino que se crea en el propio acto de pintar, y toma cuerpo pre-
cisamente en la potencia que el color organizado es capaz de desple-
gar y las relaciones que es capaz de establecer. El cuerpo del óleo rojo
es mi propio cuerpo si es que se encuentra con el tuyo. Puede ser el
cuerpo sin órganos de Deleuze y Guattari, quienes lo definen no como
concepto, sino como práctica o como conjunto de prácticas. No es el
cuerpo dado, sino la práctica y el proceso de construirse uno, siempre
inalcanzable y sólo existente como límite. Supone renunciar al orga-
nismo en tanto que totalidad reguladora para dar rienda suelta a la
posibilidad de conexión de los órganos con elementos externos que
conformen nuevos conjuntos impersonales. Es el ser como potencia
creadora en expansión: “conectar, conjugar, continuar. [...] Sólo ahí el
CsO se revela como lo que es, conexión de deseos, conjunción de flu-
jos, continuum de intensidades. Hemos construido nuestra pequeña
máquina particular, dispuesta a conectarse con otras máquinas colec-
tivas según las circunstancias” (Deleuze y Guattari, 1980: 199).
En pintura, la posibilidad de un nuevo cuerpo (cuerpo pictórico
como cuerpo sin órganos) se intuye desde la promesa de la mano des-
encadenada, o, como decía Klee, de la mano materna7. Es la mano cie-
ga que traza, que hace marcas y manchas sin importarle el qué verán.
7 La cita exacta dice: “Como es lógico, empiezo con el caos, que es lo más natural. Me
siento tranquilo al hacerlo, ya que por lo pronto yo mismo tengo derecho a ser caos.
Es la mano materna” (Klee, 1998: 140).
3. i n di v i duación 153
Podríamos decir que esa mano que deja de estar sometida al cerebro
o a la visión, supone un desmembramiento fundante, el paso inicial en
el advenimiento del cuerpo innombrable: “Y si la mano toma la ini-
ciativa y se rebela... eso es lo indecible” (Casado, 2012: 53). Deleuze
también habla de ello: “La mano desencadenada es la mano que se li-
bera de su subordinación a las coordenadas visuales” (Deleuze, 2007b:
91). Describe dicha liberación como una completa transposición: “no
es solamente una independencia, es una inversión de la dependencia:
en lugar de que la mano siga al ojo, la mano, como una cachetada, va a
imponerse al ojo, va a violentarlo” (Deleuze, 2007b: 93). Añade un jui-
cio de valor al respecto: “Si no hay en el cuadro una especie de rebelión
de la mano en relación al ojo, es que el cuadro no es bueno” (Deleuze,
2007b: 95). Dicha rebelión, en los mejores casos, al final habrá de con-
ducir a la creación metafórica de un órgano añadido como símbolo del
cuerpo regenerado: “Se tratará de una tensión mano/ojo de tal mane-
ra que el diagrama manual haga surgir ¿qué? La respuesta es forzosa,
puesto que no se trata de una figura figurativa: Se trata de darle al ojo
una nueva función, que la mano induzca para el ojo una nueva fun-
ción, es decir, un verdadero tercer ojo” (Deleuze, 2007b: 125).
otro. Una posible clasificación de los distintos tumultos será tarea para
más adelante. Tras la catástrofe viene la definición de un nuevo perfil:
“los hombres sabios ven los perfiles y por eso los dibujan”8.
8 En uno de sus Metálogos, Bateson se refiere a William Blake: “Una vez hubo un artista
muy iracundo que garrapateó sobre toda clase de cosas, y cuando se murió, revisaron
sus libros y vieron que había escrito: “Los hombres sabios ven perfiles y por eso los
dibujan”, pero en otro lugar había escrito: “Los hombres locos ven los perfiles y por eso
los dibujan” (Bateson, 1998: 53 ).
3. i n di v i duación 155
Pasa un minuto del mundo. ¡Pintarlo en su realidad! Y para ello olvidarlo todo.
Convertirse en sí mismo (Gasquet, 2009: 173).
9 Salvo indicación contraria, el contenido y las citas de este apartado están tomados de
Las relaciones entre el yo y el inconsciente (Jung, 2009). Los números de página corres-
pondientes a cada cita aparecen al final de la misma entre paréntesis.
156 Pi n t u r a como proce so de i n di v i duación
sión. Además de eso, tiene también otro aspecto: el formado por “todo
aquel material psíquico que no alcanza el umbral de la conciencia”
(20) y del que no se puede dar cuenta por el principio de represión.
Se trata de lo que denomina “inconsciente colectivo”, en oposición al
inconsciente personal definido por Freud. Aquel no es producto de la
represión y reaparece “por función psíquica natural” (37), es decir, se
trata de una función inherente al ser humano. Jung recalca que “no
se trata de representaciones heredadas, sino de huellas [Bahnungen]
heredadas” (37). Son sus famosos arquetipos. Lo que eso quiere decir,
es que “el inconsciente, en sus estratos en cierto modo más profundos,
posee contenidos colectivos relativamente animados” (37). Al descri-
birlos como animados, entiendo que se refiere a su dinamismo propio,
relativamente independiente de la represión personal. Son factores co-
lectivos todas las tendencias fundamentales y todas las formas funda-
mentales del pensar y del sentir. Para él, prácticamente todo es colec-
tivo en nuestra psicología llamada individual. Repite, a menudo, que
este inconsciente colectivo no sólo es función compensatoria, “no sólo
reacciona a los contenidos conscientes, también tiene iniciativa propia,
asume la conducción” (118) de la vida psíquica. El motivo que lo pone
en marcha no es un plan general o un objetivo determinado, sino sólo
“una tendencia a la realización del sí-mismo” (118). El inconsciente no
es una fantasía o una realidad de segundo grado, es tan real como el
propio mundo: “por no ser el inconsciente mero reflejo reactivo sino
actividad productiva autónoma, su ámbito de experiencia constituye
un mundo propio, una realidad propia, de la cual podemos decir que
influye sobre nosotros como nosotros sobre ella; lo mismo, pues, que
decimos del ámbito de experiencia del mundo externo” (120).
El punto de partida del proceso de individuación habría que situar-
lo en el insoslayable “drame intérieur” (13), en el menoscabo que el
Yo, la persona, supone para con el individuo como posibilidad. Dicho
individuo, como ser resultante del proceso de individuación, no sería
solamente el Yo, la persona, sino algo más grande, que Jung denomina
“sí-mismo”. Por tanto, el objetivo del proceso de individuación es la li-
beración del sí-mismo. Pero liberación no sólo “de las falsas envolturas
de la persona, sino también de la fuerza sugestiva que ejercen las imá-
genes del inconsciente” (101). Es importante recalcar, una y otra vez, el
carácter no personal del inconsciente colectivo, carácter preindividual
3. i n di v i duación 157
10 Lacan desarrolla dicha idea en sus Escritos. En concreto, en “El estadio del espejo
como formador de la función del yo (Je) tal como se nos revela en la experiencia psi-
coanalítica” (Escritos I).
158 Pi n t u r a como proce so de i n di v i duación
los utilizados por Klee para definir su punto gris, Jung describe así ese
centro individuado:
Aquí Jung trae a colación una cita de San Pablo: “Y ya no vivo yo, es
Cristo quien vive en mí” (181). El individuo es entonces alguien que ya
no es un yo, que de alguna manera, al individuarse, paradójicamente
vuelve a lo universal desde su propia singularidad. Como posterior-
mente veremos, se trata de una idea coincidente con la de Simondon.
Del modo en el que adelantaba en el apartado 1.10, en el terreno que
nos ocupa podríamos hablar, acaso, de la Pintura tomando el lugar del
yo: en el hecho pictórico, el yo desaparece a través del propio acto de su
instauración. Más adelante, en el apartado 3.6, volveré sobre ello.
Resulta difícil de comprender, ya que nuestro punto de vista es pun-
to ciego para con nosotros mismos. No tenemos dificultades en vernos
como persona. Pero, sobrepasa nuestras posibilidades el ver claro lo
que es uno como sí-mismo, pues, para tal operación, la parte debería
poder concebir al todo. No hay esperanza alguna de alcanzar, aunque
sea una conciencia aproximada del sí-mismo, pues por mucho que lo-
gremos traer a la conciencia, siempre subsistirá un sector determinado
e indeterminable del inconsciente que también pertenece a la totalidad
del sí-mismo. De modo que el sí-mismo permanecerá siempre como
una magnitud englobante. Lo que resulta obvio es que la conquista o la
liberación del sí-mismo no puede ser concebida como el triunfo de la
personalidad consciente, sino que, en todo caso, el mérito ha de recaer
en algo que es consciente e inconsciente a la vez o no es ni lo uno ni lo
otro. Ese algo es el buscado punto central de la personalidad, ese algo
indescriptible situado entre los opuestos, o unificador de los opuestos,
o resultado del conflicto, o efecto de la tensión energética.
El proceso de individuación supone poner la mente en nosotros
162 Pi n t u r a como proce so de i n di v i duación
Sería excesivo tratar siquiera de resumir aquí tanto los pasos concre-
tos del proceso como la infinitud de sus matices y derivaciones po-
sibles. En la segunda parte de la tesis, al hablar de la metodología o
de la técnica de enseñanza adecuada a nuestro objeto, retomaremos
el tema e incluiremos otras nociones y aspectos que complementen
los hasta aquí desarrollados. Únicamente, para terminar, a pesar de
que quizá pueda resultar evidente, desearía subrayar la relación del
proceso descrito con varios de los conceptos ya tratados en capítu-
los precedentes, tales como acto, catástrofe, diagrama, punto gris, lo
nuevo, repetición o potencia, así como el inevitable paralelismo entre
la orientación general del proceso de individuación hacia la disolu-
ción de la persona y la orientación de la cura psicoanalítica lacaniana
hacia la disolución de lo imaginario, el atravesamiento del fantasma,
ya mencionada también en el apartado 1.2. en relación con la praxis
pictórica. En esta misma dirección considero también pertinente, a
causa de la relación que pueda tener con esa misma praxis pictóri-
3. i n di v i duación 163
3.4. L egión
Primero puse a flotar en el lavabo lleno de agua una figurita que repre-
sentaba a Mowgli sentado a horcajadas sobre la tripa de Baloo tumba-
do. Lo hice, no di apenas vueltas a la ocurrencia. En el borde, coloqué
un aloe vera. Realice una animación stop-motion mientras el muñequi-
to se movía siguiendo las corrientes que yo mismo provocaba al agitar
la mano introducida en el agua. Después hice una pintura pequeña a
partir de uno de los fotogramas, en el que la hoja de aloe verde y su
reflejo azul en el agua entran en cuadro como ambientación y compo-
sición.
Elegí las que más me gustaron y pinté varios cuadros que las usaban
como título, en tanto que excusa para ponerme en marcha. En aquel
momento, las referencias me agotaban, tiraba de recursos aprendidos
y sentía una gran impotencia para tomar decisiones; me parecía que
“por qué no”, que “así mismo”, y terminaba rápido. Después de hacer
Perro Euskal, Euskal Español, Euskal Perro, Perro Español y Euskal
Txakurra, pinté en un formato un poco mayor Perro Txakurra, lo que
se me ocurrió que era un monstruo español, que también tenía mucho
que ver con los tatuajes tribales que veía a menudo en los cuerpos de
los participantes de Gran Hermano. Recordaba también el fuego de
muchos cuadros antiguos cuando los quemé porque cambiaba de es-
tudio y no tenía sitio para todo y era momento de renovación. Pinté
también algunas de aquellas llamas.
11 La mayoría de las citas de este apartado (y de los siguientes, hasta el 3.5.5.), así como
su redacción en general, realizada a base de retazos tomados casi siempre al pie de la
letra, provienen del libro La individuación a la luz de las nociones de forma y de infor-
mación (Simondon, 2009).
3. i n di v i duación 167
El individuo será captado así como una realidad relativa, una cierta fase del
ser que supone antes que ella una realidad preindividual y que, aún después
168 Pi n t u r a como proce so de i n di v i duación
12 También Klee utiliza dicha expresión: “Ante todo, el artista no concede a las aparien-
cias de la naturaleza la misma importancia apremiante que sus numerosos detractores
realistas. No se siente tan sometido a ella, las formas detenidas no representan a sus
ojos la esencia del proceso creador en la naturaleza. La naturaleza naturante le impor-
ta más que la naturaleza naturada (Klee, 2007: 29)
13 Simondon dice que para caracterizar la metaestabilidad, “es preciso hacer intervenir
la noción de energía potencial de un sistema, la noción de orden y la de aumento de
la entropía” (28). La define así como “un estado muy diferente del equilibrio estable
y del reposo” (28). La entrada correspondiente de Wikipedia, por otra parte, dice lo
siguiente: “La metaestabilidad es la propiedad que un sistema con varios estados de
170 Pi n t u r a como proce so de i n di v i duación
3. 5.1. Transducción
Operación física, biológica, mental, social, por la cual una actividad se propa-
ga progresivamente en el interior de un dominio, fundando esta propagación
sobre una estructuración del dominio operada aquí y allá: cada región de es-
tructura constituida sirve de principio de constitución a la región siguiente, de
modo que una modificación se extiende así progresivamente al mismo tiempo
que dicha operación estructurante. [...] La operación transductiva es una in-
dividuación en progreso (38).
Existe [...] cuando hay actividad que parte de un centro del ser, estructural y
funcional, y se extiende en diversas direcciones a partir de ese centro, como
si múltiples dimensiones del ser aparecieran alrededor de ese centro; la trans-
ducción es aparición correlativa de dimensiones y de estructuras en un ser en
estado de tensión preindividual. [...] Los términos extremos alcanzados por
la operación transductiva no preexisten a esta operación; su dinamismo pro-
viene de la tensión primitiva del sistema del ser heterogéneo que se desfasa y
desarrolla dimensiones según las cuales se estructura: no viene de una tensión
entre los términos que serán alcanzados y depositados en los extremos límites
de la transducción (39).
y por eso mismo excelente para pensar todo aquello que está en mo-
vimiento, como, por ejemplo, los procesos de creación. Es un pensa-
miento que acompaña a lo pensado, y que, analógicamente, deviene
con ello. Simondon lo afirma así al decir que se puede aplicar a
Todos los casos en que se realiza una individuación [...]. La posibilidad de em-
plear una transducción analógica para pensar un dominio de realidad indica
que ese dominio es efectivamente la sede de una estructura transductiva. La
transducción corresponde a esta existencia de relaciones que nacen cuando el
ser preindividual se individúa, expresa la individuación y permite pensarla; es
pues una noción a la vez metafísica y lógica; se aplica a la ontogénesis y es la
ontogénesis misma (40).
3. 5. 5. Lo transindividua l
3.6. Fiat
15 Otra vez me refiero a autor, obra y espectador. Si hablo aquí de ecuación es como eco
de la famosa Ecuación Estética Molecular de Oteiza, donde el ser estético sería la suma
del ser real, el ideal y el vital. Sin atreverme a realizar ninguna analogía directa, poner
las dos triadas en relación me resulta sugerente.
182 Pi n t u r a como proce so de i n di v i duación
16 Considero que, como abstracción conceptual, el Arte sólo existe en sus ejemplos. Al
hablar de Pintura con mayúscula, hablo también de Arte.
184 Pi n t u r a como proce so de i n di v i duación
El deseo que inaugura una práctica no responde, por tanto, a una lu-
cha entre interior y exterior o a una falta de adecuación entre indi-
viduo y medio, entendidos ambos como realidades previamente dife-
renciadas y ya formadas. Que el sujeto esté atravesado por la cultura
significa que no existen un adentro y un afuera claros y distinguibles.
Muy al contrario, considero que ese deseo inaugural responde a un
desarreglo en el proceso de devenir del mundo en el que se expresa
la tensión o la relación entre diferentes registros de lo preindividual,
que se explican según el anudamiento de la terna real, imaginario y
simbólico y que se concreta en una vibración, en un ritmo vital; pone
en marcha una operación para aliviar la tensión de la que el individuo
será resultado. El deseo es, en ese sentido rítmico, creador, impersonal,
mundial o mundano, impulso vital, germen de toda individuación. No
es el individuo como entidad ya formada quien explica ese deseo inau-
gural, sino que la tensión que éste supone es la que da lugar al mismo.
El individuo, entendido como desarrollo del sujeto o, tal y como más
arriba señalaba en términos jungianos, el sí-mismo en cuanto desarro-
llo de la persona, al instituir una mediación entre órdenes que antes de
la operación de individuación no estaban estrictamente separados sino
sólo distantes, es un nudo informacional (por poner en comunicación
órdenes diferentes) que se desarrolla a partir del deseo, el cual, a su
vez, es resonancia interna del mundo, del entramado preindividual. El
deseo, igual que el diagrama, es caos y es germen, impulso vital, ritmo
o potencialidad de un sistema metaestable para resolver problemas de
comunicación a su interior entre términos distantes. El deseo como
expresión del desequilibrio que se da en el sujeto, etimológicamente
sujeto a una colectividad, a causa de esa misma sujeción da lugar al
devenir del individuo pintor, en tanto que elige la pintura como medio
para actuar y resolver dicho desarreglo.
La elección de un medio concreto y no de otro (¿por qué la pintu-
ra?) responde a condicionantes surgidos de procesos de individuación
previos. En un sentido particular, en lo que se refiere al sujeto, el por
qué pueda alguien sentirse involucrado y partícipe de individuaciones
pictóricas antes que de cualquier otro tipo, constituye un asunto difícil
de dilucidar. El por qué ese ritmo impersonal, a través de un sujeto
concreto, inviste el nivel visual tomando cuerpo en Pintura no es fá-
cilmente explicable. Previo al deseo de pintar, aunque, probablemente,
3. i n di v i duación 187
Es posible que [...] el deseo sople del fondo, que una montaña de antes del
hombre tenga necesidad de Cézanne, porque “desee” aparecer por fin. Pero
este deseo pasa a habitar en un hombre; prueba de ello es que inspira una
fantasmática particular; originario o no; mi fantasma no es el tuyo. Y lo de-
seado sobre el que se invierte la energía del deseo también es singular. En el
hombre Cézanne, el deseo se llama por el nombre que ya le hemos dado: deseo
de pintor, deseo de ser pintor. No cabe duda de que este deseo es algo más
que las ganas de producir y de vender cuadros, de obtener un determinado
estatuto y un standing. Es deseo de estar presente en el mundo y de hacerle
justicia, haciéndolo presente a los demás, visible. Lo que anima este deseo,
lo que está en el corazón de todo deseo, sin duda es el deseo de un mundo
distinto, de este mundo como distinto, al igual que el sujeto, en la presencia,
puede hallarse perdiéndose en él, porque la percepción vuelve a lo originario.
Volver a descubrir lo pre-real a través de lo real, es aproximarse a alcanzar
este deseo; es hacer justicia al mundo, dejando de mantenerlo a distancia de
la representación. Y es aquí donde convergen el deseo de pintar y el deseo de
ver. Porque ver, decíamos, es estar presente en lo visible, sentir el mundo que
se expresa; y pintar es expresar este mundo estando presente en el hacer, en los
medios y en los problemas de la pintura: Este mundo para ver que produce la
pintura, es un mundo singular: no es lo real ya visto, sino el que vive el pintor
en una mezcla inextricable de imaginario y de real, de afecto y de concepto
(Dufrenne, 1978: 21).
nosotros, intuimos que pintar es el mejor medio para ver y hacer ver.
Por la acción pictórica, a través de la praxis pictórica, el sujeto vuelve
de algún modo al mundo, y recrea su nacimiento; de la materia bruta,
hace lo visible. O, mejor dicho, lo hace no a partir de la materia bruta,
sino de una materia culturalmente tratada: el óleo sale de un tubo con
una marca, no de un manantial en aquella montaña que quería apa-
recerse en la cita de Dufrenne. De algún modo, se toma la Cultura y
se extiende con el pincel, en busca de la concreción de una sensación,
deshaciéndola y rehaciéndola en un juego que es tan simbólico como
imaginario y real. Por eso digo que pintar es reconstruir el anudamien-
to entre esos tres registros, porque a partir de lo ya codificado se ree-
difica el punto de vista que nos vincula al mundo. El deseo entonces,
cuando se hace pictórico es un agenciamiento18, una construcción de-
seante que implica todo lo que la institución Pintura pone a nuestra
disposición y más; implica una tela, un caballete, colores, pinceles...
Tomando en consideración algunas ideas de Deleuze (2007b: 94), diría
que la invención de la pintura de caballete, y su implantación efectiva,
tendrían que ver, más allá de condicionantes de orden económico u
otro tipo, con ese deseo de ver que elevar el cuadrado del lienzo satis-
faría; la elevación convierte el lienzo en ventana, implica esa abstrac-
ción, esa separación de la tierra que posibilita el dominio óptico que
es el que, por la mirada, nos configura como sujetos sociales. El pincel
sostenido por una mano subordinada al ojo concretaría esa sujeción,
esa subordinación de lo táctil a lo óptico, subordinación del cuerpo
como sensación de uno mismo previa a la conciencia, al conjunto de
todos los otros cuerpos que lo miran. La reconfiguración de ese víncu-
lo vendría dada por la mano que se rebela, por la mano desencadenada
que, a través del diagrama, invierte la relación de dominación y trae
a presencia el orden de lo que he definido como “micro”. Al pintar,
al concretar en una figura alguna sensación que a su vez da cuerpo al
ritmo, a la potencia vital primordial, nos construimos el cuerpo sin ór-
ganos del que hablaba en el apartado 3.2.
definido por unos límites impuestos a priori de una vez por todas, sino
que, desde su propio hacerse en continuo devenir, iría fluctuando y
tomando nuevas formas.
Se genera así un hilo continuo que define un dominio. El esque-
ma entonces consistiría en una cadena, no tanto temporal o histórica,
como una cadena que se hace presente en su totalidad en cada acto ar-
tístico, definido éste tal y como lo hemos hecho: muerte simbólica en
acción o en pasión. En cada uno de esos actos, tanto en cada momen-
to de acción como de pasión, somos partícipes de la totalidad de las
producciones artísticas de la Historia. Entiendo que esa cadena virtual
que contribuye al reanudamiento de la triada real/imaginario/simbó-
lico que se actualiza en cada acto, es el Arte. En ese sentido decía que
possest es fundamento y sostén para el mismo.
El organismo complejo possest realiza, por tanto, el régimen de
individuación pictórico, la pintura. Es la operación de individuación
misma. En ese sentido, y según lo expuesto hasta ahora, lo que desig-
na, no es tanto un objeto o un fenómeno, como un movimiento con-
tinuo, un devenir que implica mundo, sujeto ejecutante que devendrá
autor, producto de su acción que devendrá obra y sujeto observador
que devendrá espectador. Dicho proceso se inserta, a su vez, en pro-
cesos más amplios de individuaciones sucesivas fundando una trans-
ductividad que aquí considero, no exclusiva acaso, pero sí propia del
Arte. La transducción pictórica, según vamos viendo, es entonces una
operación tanto física, como psíquica o social. Se basa en la creación
y la circulación de ciertos objetos pictóricos que nacen inextricable-
mente unidos a devenires psíquicos de sujetos que, con la mediación
de dichos objetos, entran en interrelación. Como dice Pablo Rodríguez
en el prólogo a una de las obras de Simondon, “la transducción tiene
algo de transmisión y otro tanto de traducción, algo de un desplaza-
miento en el espacio y en el tiempo y otro tanto de paso de un registro
a otro; sólo que se trata de un transporte donde lo transportado resulta
transformado” (Rodríguez, 2009: 13). Toda la historia de la práctica
pictórica, que continuamente se transforma, se encadena en possest y
se propaga más allá de él. El mecanismo de su funcionamiento no sería
sino un modo de transmisión y de traducción, de transducción, según
el cual los intentos de resolución de tensiones psíquicas y sociales pa-
san por una producción objetual que, en su ser vista, genera, a su vez,
192 Pi n t u r a como proce so de i n di v i duación
4. Sensación, analogía,
modulación
La marcha hacia la forma, cuyo itinerario debe estar dictado por alguna nece-
sidad interior o exterior, prevalece sobre la meta terminal, sobre el fin del tra-
yecto. La progresión determina el carácter de la obra consumada. La formación
determina la forma y en consecuencia ella prima.
En ninguna parte ni jamás la forma es resultado adquirido, terminación,
conclusión. Es preciso considerarla como génesis, como movimiento. Su ser es el
devenir y la forma como apariencia no es más que una maligna aparición, un
peligroso fantasma.
Buena pues la forma como movimiento, como hacer, buena la forma en
acción. Mala la forma como inercia cerrada, como detención terminal. Mala
la forma de la que uno se exime como de un deber cumplido. La forma es fin,
muerte. La formación es vida (Klee, 2007: 60).
una figura que si es tal, lo es por hacer visible una sensación concre-
ta aunque indeterminada (como decía el propio autor, “esas pequeñas
sensaciones que traemos al nacer”), que en cuanto tal sensación, im-
plica tanto al objeto como al sujeto. La solidez que busca y encuentra,
“deben entenderse a la vez del material pictórico, de la estructura del
cuadro, del tratamiento de los colores, y del estado de claridad al que
es conducida la sensación” (Deleuze, 2002: 114). El ritmo, que abarca
órdenes diversos, y que expresa la tensión entre un sujeto y el mundo,
es modulado en un proceso de individuación que aporta una obra, a la
vez que conforma a un autor y a sus espectadores. Es en este sentido
que considero se puede ampliar la habitual comprensión del término
modulación en tanto que técnica de ordenación del color exclusiva-
mente. En el sentido que aquí pretendo darle, modulación implica tra-
bajo con el color, pero también con la línea, con la materia o con el
propio psiquismo, y conlleva el nacimiento de un estilo: no se modula
el ritmo de acuerdo a una manera de hacer, previsible o reductible a
fórmula, sino que esa manera de hacer es, precisamente, resultado o
resto de la modulación que, de acuerdo a la definición aportada en el
apartado 1.9.1., es quehacer del oficio.
Modulación, en este sentido ampliado, más que a modelado se opo-
ne entonces a articulación, por corresponder al orden de lo analógico
en lugar de al orden de lo digital, por referirse al dominio de lo tu-
multuoso y de las relaciones de similitud, más que al de los códigos
binarios que funcionan por oposiciones de unidades significativas; por
fundarse en la pasión, en el pathos más que en el logos. El analógico,
atribuido al mundo animal, es un lenguaje de relaciones que implican
movimientos, signos prelingüísticos, sonidos, gruñidos, gritos, etc. Di-
ría que está en relación con la significancia (ver glosario) que Kristeva
atribuye a lo semiótico como base material del lenguaje humano, cons-
tituida por gestos, sonidos a-significantes, entonaciones, ritmos, melo-
días, etc. que remiten al estado de comunión primera del bebé con la
madre y ligado a lo instintivo y lo inconsciente antes que al significado.
En cualquier caso, para Deleuze, “la pintura eleva los colores y las lí-
neas al estado de lenguaje, y es un lenguaje analógico” (Deleuze, 2002:
115-116). Si dice que lo es, es porque entiende que la pintura produce
semejanzas o hace semejante por medios no semejantes. La semejanza
en pintura es producida al final del proceso analógico al aparecer como
4 . Sensación, a na logí a , modu l ación 201
el resultado de relaciones que no tienen nada que ver con lo que tie-
ne que reproducir. Esa semejanza es producida mediante la sensación,
sensualmente, sin serlo simbólicamente, sin necesitar del rodeo de un
código que organice la relación. Es lo que denomina “analogía estética,
a la vez no figurativa y no codificada” (Deleuze, 2002: 117).
En este dominio analógico, el asunto de la modulación es capital:
“la modulación es el régimen de la analogía estética” (Deleuze, 2007b:
152). Es la ley de esos casos arriba citados, en los que la semejanza es
producida por medios no semejantes: por ejemplo, una pintura entera
que represente figurativamente lo que represente, es una gran sonrisa
hecha de óleo; o una maraña de líneas fluidas que son un grito. Esa
producción de semejanza más profunda que ninguna otra es precisa-
mente la operación de modulación. Pintar es, entonces, modular.
Como fase primaria o primitiva de la modulación, tenemos la ope-
ración de moldeado, que consiste en imponer, a partir de un molde,
una forma definitiva a la materia. El molde ahí, en su permanencia y
estabilidad, es quien impone la forma. Sería el caso del molde para ha-
cer ladrillos de barro. En lo que respecta a la pintura, no podemos de-
cir que haya un transporte de similitud cualitativa, no podemos decir
que se dé una transformación de la materia según este esquema. No
existe una idea, una imagen que tome cuerpo a través de una operación
técnica sencilla tipo molde. En todo caso, ése sería el patrón de lo que,
en un sentido negativo, entiendo como estilo repetitivo: transforma-
ción del color-materia según un modelo rígido que, al margen de toda
exigencia rítmica, se aplica una y otra vez. Frente a la estabilidad que
supone el molde, un modulador sería una especie de molde variable
temporal y continuo, de tal manera que en la operación de modulación
pareciese que el molde no cesara de cambiar. El estado de equilibrio
(equivalente a la forma definitiva que impone el molde) se alcanza casi
inmediatamente, pero es el molde (el modulador) el que no cesa de va-
riar para mantener ese equilibrio. Éste sería el caso, por ejemplo, de la
televisión, donde se modula una onda portadora (se varía el valor de su
amplitud o su frecuencia) en función de una señal a transmitir3. Pero
en pintura, ¿qué es lo que se modula, y cómo? ¿Cuál es el modulador?
Así mismo, Andre Lothe, en su Tratado del paisaje, habla de “esa pro-
fundidad que siempre ha sido la obsesión de los pintores”, y desarrolla
su teoría de pantallas y pasajes como método para alcanzar una pro-
fundidad “realizada por el espíritu”, donde es el ojo del espectador
quien reconstruye la profundidad espacial:
Sin ese ardid, el ojo iría a buscar el fondo inmediatamente, sin excitarse con
esas resistencias sucesivas que, al demorar su conquista del espacio, le procuran
un placer sutil. Esa profundidad realizada por el espíritu es, como se compren-
derá, de otra calidad, de otra esencia, diremos, que la profundidad física, la
cual, ofrecida al ojo culpable, parece abrir un agujero en el cuadro y le quita ese
carácter mural que tantas generaciones de pintores han respetado tan virtuosa-
mente. Es preciso repetirlo: el cuadro, sean cuales fueren las exigencias del tema
representado, debe permanecer fiel a su propia estructura, a sus dos dimensio-
nes fundamentales. La tercera sólo puede sugerirse: de esa doble necesidad han
nacido la mayoría de los inventos del arte de pintar (Lothe, 1970: 34).
4.1. Boy-Scout
4 Deleuze, 2002: 11
5 Según Passeron la poiética “es ciencia de la actividad instauradora en todos los do-
minios” (Passeron, 1978: 29). En este contexto entiendo que podría servir para dar
cuenta de la génesis del color en pintura.
6 Para Deleuze, los conceptos serían lo que la filosofía produce, mientras que la tarea del
arte, sería la creación de bloques de perceptos y afectos que posibilitarían la existencia
del arte como tal, su duración: “Lo que se conserva, la cosa o la obra de arte, es un blo-
que de sensaciones, es decir un compuesto de perceptos y de afectos. Los perceptos ya
no son percepciones, son independientes de un estado de quienes los experimentan;
los afectos ya no son sentimientos o afecciones, desbordan la fuerza de aquellos que
pasan por ellos. Las sensaciones, perceptos y afectos son seres que valen por sí mismos
y exceden cualquier vivencia. Están en la ausencia del hombre, cabe decir, porque el
hombre, tal como ha sido cogido por la piedra, sobre el lienzo o a lo largo de palabras,
es él mismo un compuesto de perceptos y de afectos. La obra de arte es un ser de sen-
4 . Sensación, a na logí a , modu l ación 207
A decir verdad, los colores no existen como tales; existen materias coloreadas.
El mismo polvo de ultramar adoptará una infinidad de aspectos diferentes
según lo mezclemos con aceite, huevo, leche o goma; y según lo apliquemos
luego sobre yeso, madera, cartón o sobre un lienzo, que variará también de-
pendiendo de la clase de tela y de su tratamiento: si se ha alisado o no, si es
más o menos opaca. Lo que hay debajo se transparenta un poco, y aun cuando
no podamos discernir de qué se trata, también interviene en el proceso. Los
mismos colores empleados indiscriminadamente parecerán insípidos, pero
bien utilizados estarán cargados de sentido. Un negro satén, un tejido negro,
una mancha de tinta negra sobre el papel, betún negro sobre unos zapatos,
el hollín de una chimenea, el alquitrán y todo lo que es negro se identifica
injustamente con la palabra NEGRO. El negro es una abstracción. El negro
no existe; existen materias negras que adquieren formas diversas debido a su
resplandor, a su mate o su brillo, a su pulimiento, su rugosidad, su finura, ca-
racterísticas que cobran una gran importancia (Dubuffet, 1992: 21).
color no está dado, sino que es precisamente la creación del acto pictó-
rico, aquello que, surgiendo del diagrama según la dinámica de possest,
implica, además, el proceso de construcción de un individuo. El color
es real, y, por tanto, es objeto que se encuentra, o mejor, se inventa, a
través de la práctica de sujetos concretos; no es algo preexistente que
el pintor pueda utilizar siguiendo un programa de actuación en base
a teorías más o menos científicas. Los colores que el pintor extrae del
tubo son posibilidad pero también cliché y, a través de la modulación
diagramática, podrán devenir punto de encuentro para la comunica-
ción intersubjetiva. El color construye lo pictórico, asalta la percepción
y dura en la sensación.
Por todo ello, la única ley del color pertinente en possest sería preci-
samente la que determina esa necesidad de duración, esa necesidad
de pervivir en la sensación, que no es otra que la de su modulación, la
de su paso por el diagrama que haga del color un constructo sensible
y no conceptual. Pero el propio carácter diagramático impide deter-
minaciones más concretas: más allá de leyes de contrastes o modelos
armónicos (que, en todo caso, constituirían condiciones de posibili-
dad), con el color se puede hacer cualquier cosa; sobre todo cualquier
cosa que no sepamos que era posible hacer, aunque no en un sentido
novedoso, sino nuevo. El pintor Gordillo relata un momento de su ex-
periencia a través de un texto escrito de manera espontánea y más o
menos automática, en el calor del taller, no corregido posteriormente y
que él mismo declara no entender. Lo transcribo en su totalidad por el
interés que en este contexto pueda tener:
11 de octubre de 1977.
Mezcló un complejo gris (hacia el malva) con una pizca de cadmium red me-
dium; lo batió con la punta del pincel, nuevo, apareció un color bofetada de
algodón; se volvió hacia el cuadro y, con una rabia agalletada, extendió el color
alrededor de un rostro molesto. Algo se hundió en el lienzo y un trozo de
paisaje en el sur se vino hacia sus ojos con una insolencia amarilla hacia el
negro. Una parte de un estómago se declaró en desequilibrio, y parte de unas
paralelas se tambalearon ilógicamente. Se volvió a la paleta y sobre el resto
de color anterior echó algo de blanco, amarillo limón y algo de un pardo en
conserva; de nuevo hacia el lienzo, y esta vez fue un toque en cierta parte
de un edificio perdido hacia el noroeste del lienzo. Cada color era como una
paletada de tierra sobre el ataúd en el que él mismo estaba enterrado: oía el
4 . Sensación, a na logí a , modu l ación 213
estruendo de la tierra al caer y el peso blando sobre la madera, y esa oscuridad
aún más allá del negro en que se iba envolviendo. Otro color, una veladura
extensa verdosa, y se sintió aún más horizontal, perfectamente hundido en
materias blandas pero resistentes. Profundizaba, se sumergía en horizontal y
de espaldas; el mundo vegetal y la circulación de automóviles iban quedando
lejos, hacia el sol. Colores, aún más colores: días, semanas, meses de hendir
aquel espacio en que grietas, túneles, muecas, placas deslizantes, iban erosio-
nándose, turnándose, sedimentándose hacia una totalidad de insectos sobre la
miel. Y él, desde su profundidad multiplicada, iba ordenando la orquestación
con delicados desafinamientos, violines raspando en cuchillo y pianos gol-
peando en plátanos. Con el tiempo, los espacios del cuadro olían y respiraban;
la orquestación sonaba con eructo vital y la oscuridad llegó a ser tan absoluta
que pensó que yacía muerto en el centro de la Tierra, girando, ciego, a lo largo
del gran espacio. Dejó de oír y de oler, el negror se había aposentado en pul-
mones e intestinos; ya era una pasta de pura pintura negra dentro de su tubo:
viva, pero no se sabe en qué parte de lo vivo.
El final fue feliz, pues todo fue un mal entendido: al paso de los días empe-
zó de nuevo a oír pitidos y carraspeos muy leves, y ese murmullo obseso de la
circulación de la ciudad, y un cierto calor por la espalda. Se percató de que la
música ambiental, lejana, le llegaba de detrás de la nuca; la vida se le restituía
a la inversa. Aún seguía con sus apaños colorísticos, sus bienintencionadas
pinceladas queriendo salvarse, pero hundiéndose hacia detrás del lienzo, en
esa penumbra por nadie hollada.
Salió por las antípodas cuando el cuadro estuvo terminado, de espaldas y
pintando hacia delante; en el ultimo momento, su última pincelada fue sobre
la costra del otro lado de la Tierra, y firmó meando su nombre en la fachada
(Gordillo, 1987: 96-97).
4.4. Sebas
Empiezo con el rostro de perfil, más fácil. Trabajo a partir de una fo-
tografía, pero no proyecto ni calco, realizo el dibujo a mano alzada.
Quiero un fondo azul turquesa, por la claridad también. El rostro de la
derecha, de frente, me da más problemas. Lo empiezo a dibujar, no ter-
mino de verlo, pero comienzo con el color. Más o menos resulta; uno de
los ojos, un poco demasiado grande, quizá, pero podría arreglarlo. Pero
lo que no funciona es el tamaño, no se puede ver así. Le doy vueltas,
hago pruebas, y al final dibujo un círculo del tamaño de la cara de perfil
dentro del cual incluyo el de frente. Ahora lo veo, no del todo, pero me
decido a darlo por terminado.
De repente, una revelación: ¿por qué he tenido que incluir un círcu-
lo? Es igual que el espejo que yo sentía que me había expulsado del cua-
dro. Pienso ahora que aquel espejo era una llamada a la representación
mimética y que ahora, inconscientemente, relajado por ser un regalito
de Navidad, he podido responder a ella. Sin embargo, todavía no sería
capaz de enseñarlo fuera del contexto para el que está hecho, para la
familia, quiero decir.
4 . Sensación, a na logí a , modu l ación 217
segundA PARTE:
enseñanza
Antonin Artaud1
5. Recomendaciones prácticas
2 En ese sentido dice Jauss: “la idea de una obra de arte no es un modelo previamen-
te dado, sino la regla que no se hace evidente más que en su propia producción. El
conocimiento que lleva consigo la producción estética no es ningún reconocimiento
5. R ecom e n dacion e s pr ác t icas 225
3 Oteiza entiende el saber artístico, no como proceso acumulativo, sino como proceso
de desocupación, de vaciamiento. Lo que ese proceso buscará hacer es, precisamente,
hueco. Ese hueco, que siempre será particular, será también un verdadero aconteci-
miento de conocimiento: “DES-SABER, desocupación de saberes [...] Ya no me inte-
resa del saber más que el que he alcanzado a saber por mí. Somos cada uno nuestro
propio saber único, si es que llegamos a saber algo que merezca la pena contar a los
demás” (Oteiza, 1984: 478).
226 e nse ña nz a
Si entiendo que puede darse un paralelismo entre esa actitud del sana-
dor que Jung defiende y la del profesor es porque, al organizarse possest
en torno al deseo, al ser éste su motor, también podríamos considerar
que son fe, esperanza, amor y conocimiento lo que el pintor, precisa-
mente, necesita para pintar y lo que el sistema establecido por la ins-
titución de enseñanza, a través del profesor, podría tratar de ayudar a
aportar y sostener en el tiempo. El deseo entendido como dinamismo
provocado por una tensión entre lo actual y lo virtual significa de al-
gún modo fe, en tanto que convicción de que la Pintura pueda suponer
un medio de resolución de dicha tensión, convicción de que la Pintura
posibilite el advenimiento de un mundo diferente, convicción de que
sea un medio adecuado para ello; supone también, dada la definición
del deseo como anhelo sin objeto y a falta de objetivos concretos, es-
peranza, en tanto que confianza en el propio proceso; supone amor en
tanto que modo de transmisión y relación basado en la circulación del
deseo por el carácter necesariamente transindividual de possest, donde
un autor continuamente da a un espectador lo que no tiene y el espec-
tador recibe constantemente lo que no quiere; supone, por último, un
conocimiento práctico en tanto que capacidad de experimentación.
Considerando que sólo el deseo de cada cual será garante de la con-
quista de esa fe, esperanza, amor y conocimiento necesarios, tiendo a
230 e nse ña nz a
pensar que la primera tarea del profesor, ese desescombrar que men-
cionaba más arriba, habrá de cumplir la función de apertura que le
permita detectar la naturaleza del deseo del estudiante y ayudarle a
mantenerlo vivo en el caso de que desfallezca, sin que ese aprendiz
deba tener noticia de todo ello, sino sólo constancia de los efectos que,
necesariamente, sucederán a la toma de conciencia del profesor. Si
pintar es, tal y como decía en el capítulo 4, modular, enseñar pintura
será entonces enseñar a modular, lo cual significa también enseñar a
ponerse en contacto con el ritmo preindividual a través de la Pintura;
enseñar a desear en Pintura. Pero dado que, como decía, el deseo es
inenseñable por concretarse a partir de la vivencia personal y a ésta no
podemos más que aproximarnos sin tener nunca la certeza de que se
vaya a producir, el desescombrar inicial deberá poner la primera piedra
en la construcción de una técnica del acompañamiento, para la cual,
las técnicas psicoanalíticas, dada su experiencia en el trato con el de-
seo del otro, son, a mi entender, referencia inestimable. La asociación
libre, la sesión de duración variable o las soluciones para el manejo
de la transferencia, son técnicas que me sirven de modelo, o mejor,
de motivo, para la acción docente. En todo caso, el encuentro con el
psicoanálisis es precisamente eso, un encuentro, el cual no consiste, de
ningún modo, en la adopción y la transposición directa de los proce-
deres psicoanalíticos al ámbito que me ocupa, sino en la confluencia y
la confrontación, en el aspecto reflexivo de la práctica docente, de una
serie de actuaciones intuitivas con otra serie de actuaciones ya forma-
lizadas como técnica.
Llegados a este punto, diría ahora que lo que afirmaba anterior-
mente, es un error: si bien, habitualmente, suponemos el deseo del
aprendiz como dado, entiendo que ser profesor significa colocarse en
el lugar de quien no da nada por supuesto y trata, en primer lugar, de
localizar la existencia efectiva y concreta del mismo. Dado que, en tér-
minos generales, podríamos decir que el aprendizaje de la Pintura se
plantea por propia voluntad de quien se aproxima a ese mundo, es raro
que su ausencia sea total. Lo que sí sucede a menudo, es que se presen-
ta disfrazado o dirigido hacia objetos sustitutivos que lo sepultan en
una capa interminable de prejuicios provenientes, fundamentalmente,
del mundo de la cultura visual. El hecho de que esos mismos prejui-
cios sean probablemente los que más adelante aporten singularidad a
5. R ecom e n dacion e s pr ác t icas 231
4 Muga en euskara significa límite o frontera. El sufijo -lari designa dedicación. Mu-
galari, por tanto, sería el que se dedica a la frontera, al límite, y tradicionalmente se
ha usado para denominar a aquellos que, en la clandestinidad, ayudaban a quien lo
necesitase a pasar por el monte la frontera entre los estados español y francés.
232 e nse ña nz a
5.1. Desescombrar
5 Por lo equívoco del término quisiera aclarar que, en la práctica psicoanalítica, el tera-
peuta es el analista, mientras que al paciente se le denomina analizante, término que
234 e nse ña nz a
posición que trato de describir, desconfía tanto del deseo del aprendiz
como del deseo propio, no en base a juicios de valor de las actitudes
éticas implicadas, sino como precaución técnica, por su conocimiento
de la dinámica engañosa del deseo. Desconfiar no significa, sin em-
bargo, rechazar. La desconfianza de la que hablo, supone respeto, por-
que es precisamente en el lugar definido por la máscara que el deseo
adopta en cada sujeto, donde podrán enraizarse prácticas con sentido,
definiendo las diferencias en su retirada, las peculiaridades de cada de-
sarrollo técnico singular.
En esta dirección, entiendo que el profesor que desescombra po-
dría verse sometido a una exigencia ética similar a la que, según Slavoj
Žižek, debe respetar el psicoanalista en su trabajo:
jetividad de cada uno determine. Por eso decía anteriormente que uno
sólo puede aprender lo que ya tiene hueco en él: al aprender, se enaje-
na, pero aquello que incorpora y que anteriormente no poseía puede
entrar en él porque tiene sitio para hacerlo. En este sentido, la atención
a los ritmos en la relación de enseñanza-aprendizaje deviene tema fun-
damental, al constituirse en garante del respeto por el fantasma.
De tal modo que, aunque resulte paradójico, el tipo de acercamiento
necesario para poder enseñar algo objetivo en pintura es consecuencia
de eso que vengo denominando desescombrar, lo cual debe consistir en
la creación de las condiciones necesarias para una puesta en crisis de la
subjetividad del alumno a partir de una puesta en crisis de la posición
subjetiva del profesor, que será la que permita que el conocimiento ob-
jetivo se perciba como descubrimiento personal. Y la creación de esas
condiciones se fundamentará en un cambio de posición, en una cierta
retirada del centro por parte del profesor, que dejará así un lugar vacío
que ocupe, no él mismo y el saber que representa y ostenta, sino la rela-
ción entre su deseo y el deseo del alumno. Decíamos que, por analogía
o transducción, el estilo enseña; sin embargo, diría ahora que ese que
enseña, es un estilo vacío, el estilo de un movimiento de retirada. El
profesor trata de apartarse sin renunciar a su deseo, que no puede ser
otro que el de enseñar a Pintar y que es quien lo empuja a considerar
que, precisamente, para lograrlo, lo mejor es apartarse; eso enseña al
alumno a tratar de desplazar el deseo, a su vez, del centro de su propio
proceso de desarrollo; a entender, en acto, que no es el sometimiento a
la tiranía del deseo engañoso lo que producirá un avance técnico, sino,
precisamente, su puesta en cuestión. El profesor entonces, no expresa
un deseo explícito: no dice, tienes que pintar esto o lo otro. Mantiene su
propio deseo como enigma, a través de los condicionantes que impo-
ne al deseo expresado por el estudiante. Éste, que quiere, por ejemplo,
pintar miméticamente la foto de sus amigos en vacaciones (o cualquier
otra imagen prevista y cliché), podrá hacerlo; pero, también, a través
de los condicionantes que el profesor le imponga (que serán de todo
tipo: cambio de tamaño, de procedimiento, de soporte, de composi-
ción; pero sin proponer ninguna solución concreta para dichos cam-
bios), podrá alcanzar la posibilidad de reconocer que ese deseo, en el
caso de que así fuese, era, a pesar de la alegría aparente de la imagen,
producto de un afecto más bien triste que, en lugar de aumentar, dis-
238 e nse ña nz a
El deseo del estudiante, ese sobre el cual, en principio, no hay nada que
preguntar porque, junto al del profesor, es parte de lo que legitima la
institución de enseñanza misma, lo defino aquí como deseo de devenir
aprendiz. Más allá de la consideración de los rasgos particulares del
deseo de cada alumno (siendo a través de los cuales, como ese estu-
diante particular aprenderá), damos por supuesto que quien acude a
clase de pintura lo hace porque quiere aprender a pintar. Pero, ¿sucede
así realmente? Y, en todo caso, ¿qué significa ahí aprender a pintar?
Ninguna de ambas preguntas se refiere únicamente a aquellas indesea-
bles, pero habituales ocasiones, en las que la inercia del propio sistema
social y educativo es quien empuja a alguien a estudiar algo (y donde
algo haría referencia a lo que sea, incluso a esas materias superfluas,
como el Arte). Las dos inciden, muy al contrario, también en la situa-
ción de los estudiantes más implicados y más vocacionales, supuesta-
mente ya afectados por la Pintura.
Porque, aún dando por hecho la intensidad y la veracidad de su de-
seo, ¿qué es lo que quiere aprender quien acude a aprender Pintura?
Y, en el supuesto de que seamos capaces de identificar ese deseo, ¿de-
5. R ecom e n dacion e s pr ác t icas 241
Los datos pre-pictóricos son el mundo de los clichés, en el sentido más amplio
de la palabra, o el mundo de los fantasmas, o de las fantasías, o de la imagine-
ría. Los clichés son datos relacionados con la intención del pintor. El cliché, lo
completamente hecho, es inseparable de su intención, en tanto que el pintor
quiere pintar algo. Es entonces, inevitable y fundamentalmente, intencional.
Toda intención es intención de cliché. Toda intención apunta a un cliché. Pero
dado que no existe pintura sin intención, el primer trabajo del pintor será
luchar contra esa forma intencional. Sólo se puede realizar la forma que el
pintor tiene intención de producir luchando precisamente contra el cliché que
necesariamente la acompaña, removiéndola, haciéndola pasar por una catás-
trofe (Deleuze, 2007b: 63).
distinguir en esa crisis, que será crisis creativa, y que será también la
que posibilite el aprendizaje, incluso en sus primeros estadios, algu-
nos caracteres específicos y algunas fases, que serán, en su conjunto,
referencias que, más adelante, utilizaré para determinar la orientación
de los ejercicios necesarios para el aprendizaje. Desde el punto de vis-
ta psicológico, se podría hablar, según René Kaës (citado en Anzieu,
1993: 27-30), de ocho caracteres fundamentales en cualquier crisis. En
realidad, esos ocho caracteres en su conjunto describen y concretan lo
que en el apartado 1.2. de la primera parte he denominado muerte sim-
bólica, característica del acto:
— Pluridimensionalidad. La crisis afecta a varios niveles a la vez.
Siempre se dan resonancias e interferencias entre los cinco posibles
niveles de una crisis (intrasubjetivo, interpersonal, intragrupal, inter-
grupal y el más general de malestar en la civilización). Esto hace más
difícil y complejo el análisis de una crisis cualquiera y, agrava, además,
sus aspectos fundamentales al añadirle una crisis en segundo grado,
“la crisis del pensamiento que fracasa al pensar la crisis” (Anzieu, 1993:
28). Esta característica tiene una relación directa con la transindivi-
dualidad inherente a possest. Ahí, crisis del autor, crisis del espectador,
o crisis del grupo cultural en el que se insertan, se interrelacionan, se
afectan mutuamente y dependen unas de otras.
— Pérdida del placer de funcionamiento. En crisis, aunque se conti-
núe funcionando, se hace sin gusto y además, se invierten los valores.
El modo de funcionamiento natural se vuelve mecánico y sin gracia,
mientras que un funcionamiento antinatural se convierte en objetivo.
Diría que se refiere a los momentos en los que el cliché toma la obra
y el estilo bloquea el goce de la experimentación, aunque permite la
continuidad de la práctica.
— Reviviscencia de las rupturas. La crisis como producto de alguna
ruptura hace revivir, de manera más o menos intensa, rupturas ante-
riores, acaso más graves que la actual y que siempre suponen una ame-
naza para los sentimientos de unidad y de continuidad de uno mismo.
Un simple cambio en los materiales, en las condiciones o en el espacio
de trabajo, pueden retrotraernos, consciente o inconscientemente, a
la vivencia de separaciones, duelos o, en general, cismas previos, que
conviertan dichas alteraciones tanto en motivo de angustia y rechazo
como en oportunidades para el cambio.
5. R ecom e n dacion e s pr ác t icas 249
7 En esta afirmación resuenan las ideas desarrolladas por Jorge Oteiza en su Ley de los
Cambios (1990), donde a una fase expansiva, acumulativa, sucede otra de vaciamiento,
eliminativa. Para más información, ver Oteiza, 1990.
256 e nse ña nz a
Tal y como decía al final del apartado 5.2.2., la relación pedagógica su-
pone, por lo general, el encuentro de una juventud con una madurez
que pretende contribuir a acelerar el tránsito de la primera hacia la
segunda. En todo caso, juventud y madurez no deberían entenderse,
exclusivamente, como términos personales y esenciales, previos a la
relación educativa: el profesor, biológicamente en la etapa de madu-
rez, podría no ser una persona madura en sus relaciones extra-docen-
tes, lo mismo que el joven, dependiendo del contexto, podría resultar
el colmo de la madurez. Madurez y juventud consisten en tenden-
5. R ecom e n dacion e s pr ác t icas 259
Según Anzieu,
Enseñar Pintura podría suponer, por tanto, siempre según los casos y
el nivel de desarrollo de cada uno, el acompañamiento del alumno en el
encuentro de una violencia, una rapidez y una espontaneidad, que cho-
carían inevitablemente con las exigencias de reposo, elaboración y cui-
dado propias, en teoría, del profesor. Por eso decía apartados atrás que,
ni el profesor ni su Pintura deben ser modelo para el alumno, que ha-
brá de vivir el aprendizaje según los ritmos que su potencia determine.
El profesor, aunque instalado en su madurez, o precisamente gracias a
ello, intenta, en proceso de individuación, abandonar esa posición que
lo equipara a una madurez esencial, no para hacerse el joven y empati-
zar con los estudiantes, sino para no reproducir esquemas sociales cli-
ché y traer a primer plano, más bien, la propia relación, el movimiento
oscilatorio entre extremos, el devenir mismo entre juventud y madurez
entendidos como tendencias antagonistas y necesarias entre las que se
ha de resolver el trabajo de creación y su aprendizaje. El profesor, en-
tonces, utiliza su experiencia creadora como fundamento para el desa-
5. R ecom e n dacion e s pr ác t icas 261
rrollo de una técnica que le permita tratar con la juventud del alumno
sin que ninguno de ambos deba renunciar a su posición, sin considerar
como definitiva la madurez en la que la propia relación docente lo co-
loca; viviéndola, pero sin creérsela, sin convertirse él mismo en un de-
fensor o un animador juvenil, y sin imponer tampoco al otro un ritmo
que, además de inadecuado, le resultaría imposible e invivible.
Ese signo vacío sería así mismo signo de lo colectivo, o mejor dicho,
de lo sagrado como sublimación de lo colectivo. En realidad, la idea
de individuación aplicada a la pintura consiste precisamente en eso: el
acontecimiento Arte sólo puede suceder en ese proceso de disolución
de lo personal. Por tanto, considerada el aula como laboratorio trans-
ductivo de possest, el grupo representaría lo social en general y sería
necesariamente en él donde se desarrollarían y hacia donde se dirigi-
rían los esfuerzos de individuación. El grupo con el que avanzamos en
nuestro aprendizaje es el laboratorio perfecto para entender, analógi-
camente, la realidad transindividual de lo humano y, en consecuen-
cia, también de lo artístico. Problematizar su existencia contribuirá a
tomar conciencia de una realidad relacional que de otro modo podría
resultar transparente.
5. 5. E spacio transicional
Al final del apartado 5.1. hablaba de que el principal objetivo del des-
escombrar es la construcción de un espacio de libertad. De un espacio
270 e nse ña nz a
Entonces, como decía, la libertad real, más que una situación dada,
es algo que se gana en acto, algo que el sujeto conquista en su lucha
personal, en su rebelión contra el fondo en el que se destaca como tal.
Frente a esta idea, según el sentido común, libertad es aquella situación
ya dada que permite al hombre obrar según su voluntad haciéndolo,
además, responsable de sus actos. Pero si la libertad, antes que una posi-
bilidad que el contexto nos aporte es lo que se logra arrancar de él, con-
sidero más adecuado optar por una definición que la relacione con la
efectuación de la potencia en lugar de con la voluntad. En todo caso po-
dríamos hablar de voluntad de potencia antes que de voluntad a secas.
En el sentido de que debe llegar a romper la capacidad seductora de
la eficiencia simbólica del contexto que nos conforma, el acto que nos
haga libres responderá antes a la potencia que a la voluntad. Definía la
potencia en el apartado 1.9. como aquello que tengo, no como aquello
que quiero. El deseo entonces, sería lo que mi potencia me permite de-
sear antes que su objeto. La voluntad, en cuanto que intencionalidad
consciente, no es potencia, sino, en su dependencia de lo imaginario,
del fantasma, todo lo contrario y, en consecuencia, objetivo fundamen-
tal del desescombrar primero. Recordando lo dicho al diferenciar el yo
ideal del ideal del yo, ahora afirmo que hay que desconfiar de la vo-
luntad: lo que queremos es, básicamente, o bien aquello que nos per-
mite adecuarnos a una imagen ideal construida a partir de mandatos
simbólicos, o bien transgredir la propia ley que nos gobierna, lo que,
en todo caso, también nos vincula a ella. La voluntad, en ese sentido,
supone la tiranía del deseo que obstaculiza el advenimiento del goce
como disfrute de lo nuevo, entendido esto, a su vez, como el núcleo de
la aportación que el sujeto-pintor puede realizar. Así considerada, la
voluntad nos hace esclavos e impide el proceso de individuación, que
precisamente busca la disolución de todo el aparataje imaginario que
nos convierte en personas. Según Bacon, la libertad no llega tanto por la
voluntad como por la desesperación:
FB. Lo hacía por separado, y, gradualmente, a medida que los terminaba, fui em-
pezando a trabajar en los tres juntos. Lo hice en unos quince días, en un perío-
do en que estaba bebiendo mucho, entre tremendas resacas y borracheras. A
veces apenas sabía lo que hacía. Y es uno de los pocos cuadros que he podido
pintar bajo los efectos de la bebida. Puede que el beber me ayude a ser un poco
más libre.
5. R ecom e n dacion e s pr ác t icas 273
La histeria técnica, que tendría mucho que ver con el diagrama, supon-
dría, entonces, la aceptación de la potencia y su exasperación. Con-
sistiría en llevar la manera de hacer actual a su límite, no por apro-
ximación a un ideal, sino por radicalización de su realidad, tanto en
sus capacidades como en sus carencias. Si quisiera pintar un retrato,
alcanzar la histeria técnica supondría, seguramente, renunciar al ideal
del parecido fotográfico o incluso al ideal de una representación psi-
cologista, en favor de lo desconocido que iría saliendo. Ello no signi-
fica una defensa de la espontaneidad o un respeto total por la mancha
primera. No se trata de renunciar a correcciones y a intervenciones
sucesivas que hagan avanzar la imagen, pero sí de renunciar al criterio
que las condiciona. No corregir porque la imagen se parezca poco o
no acabe de representar el carácter del retratado, sino porque eso que
va saliendo, el significante pictórico podríamos decir, resulta todavía
demasiado conocido, demasiado apegado a modos de hacer cliché. Se
trata entonces de permitir el desliz del deseo de lo ideal hacia el deseo
de lo actual: no querer aquello con lo que se sueña, sino aprender a ver
y a querer lo que se tiene. Sustituir el deseo ideal por el goce pulsio-
5. R ecom e n dacion e s pr ác t icas 275
nal y, tal y como decía al hablar del diagrama, permitir que la mano
desencadenada destruya las coordenadas ópticas para el advenimiento
de un nuevo orden propiamente pictórico. Pero para que esa renuncia
sea posible, que, como decía, no puede ser resultado exclusivo de un
acto voluntario, debe desarrollarse la capacidad de identificar el cliché
y debe atisbarse, también, la promesa de algo mejor, de una semejanza
más profunda, diría Bacon. Porque, ¿en razón a qué alguien iba a re-
nunciar a nada, si no es a causa de que, más allá de todo sueño, advier-
te la convencionalidad de lo realizado como desechable y, a la vez, la
presencia efectiva de algo que mejora toda expectativa?
Aquí, desde mi punto de vista, no cabe más explicación que la ya
expuesta anteriormente: sólo quien ya está afectado por la Pintura
puede hacerlo. Y aún y todo, diría que la abdicación no será nunca re-
sultado de un acto exclusivamente voluntario, sino de un acto a secas,
en el sentido especificado en el apartado 1.2.: la renuncia efectiva se
producirá cuando el sujeto se vea colocado en una situación inespera-
da y extraña por la recepción que tengan sus productos. Lo que, en el
momento de la creación, es mera intuición sin, acaso, demasiado inte-
rés, deviene, en possest, hecho pictórico y, por tanto, hecho de capital
importancia simbólica. Aquí es donde el profesor cobrará protagonis-
mo en tanto que espectador que valoriza lo no valioso y en tanto que
figura garante de la existencia y la continuidad de un espacio de liber-
tad cercano a lo que Winnicott denominó espacio transicional.
tiza estar acertando, salvo la calidad del devenir propio del proceso,
ante el cual deberá mostrarse permanentemente alerta para corregir su
actuación siempre que sea necesario. Su saber previo, su experiencia y
sus conocimientos, le dan la oportunidad de actuar en proceso en lugar
de programáticamente, la oportunidad de establecer y vivir un proceso
de creación pedagógica análogo al de la creación pictórica y que discu-
rre en paralelo al del estudiante y cruzándose con él en los momentos
de mayor efectividad. En eso consiste la idea de transducción, en ese
tipo de acompañamiento ejemplar que el profesor erigido en figura-
espejo responsable de su mirada y de sus actos, pero no poseedor de
respuestas, realiza. Acompañamiento que no termina de explicar, pero
que enseña, que muestra, transductivamente, la Pintura. No se aprende
por lo que el profesor dice, sino por lo que hace, o en todo caso, por lo
que al decir hace.
10 Según Moraza, “el arte enseña, hace saber. Pero no como expresión de ciertos valores,
contenidos o significados, sino como generador (performativo) perceptual, emocional
y conceptual, no como ilustración simbólica sino como proceso de simbolización,
282 e nse ña nz a
en que el analista, tras escuchar alguna cosa a su juicio importante de boca del anali-
zante, la da por terminada. Lo característico de la situación analítica, por lo tanto, es
su duración variable. En nuestro caso, la medida no puede ser tan radical, no pode-
mos cortar la sesión de manera absoluta, ya que el tiempo de un curso de Pintura es
limitado, mientras que la duración del análisis no lo es, pero las detenciones parciales,
pueden resultar también efectivas.
292 e nse ña nz a
Un flexible dispersar la atención ha de serle muy fácil al artista, aunque sólo sea
por su necesidad de captar todos los elementos del cuadro en un único e indivi-
so acto atentivo. No puede incurrir en la fatal bisección separadora de la figura
y del fondo que impone el principio de la Gestalt consciente. ¿Cuántas veces
no hemos observado cómo un pintor se detiene de pronto dejando de aplicar
los pinceles al lienzo, retrocede unos pasos y examina su obra con una mirada
curiosamente fija y perdida al mismo tiempo? Pues lo que hace al proceder así
es impedir la cristalización de la Gestalt consciente (Ehrenzweig, 1973: 40).
ver desde donde aquél ve, pero aportándole lo que su propio punto
ciego le impide ver. Ese esfuerzo extra de individuación pasa por ha-
cer consciente y renunciar a cierto afán de venganza que el profesor a
menudo siente ante los malos estudiantes. Como decía, no se trata de
aplicar la ley del talión y devolver la falta de intensidad pictórica en
forma de desprecio, sino de tragarse más bien el orgullo y sorprender
al estudiante con el esfuerzo de comprensión y la valorización de lo
que, posiblemente, él mismo sepa que no tiene casi valor alguno. Ese
esfuerzo se contagia transductivamente, porque, lo queramos o no,
la relación entre profesor y estudiante es una relación libidinal y una
constante vivencia afectiva, de tal manera que, tanto como los del es-
tudiante, los deseos, las frustraciones y las angustias del profesor, más
o menos intensas, son reales. Unos y otros evolucionan en conjunto y
el éxito de la empresa dependerá, en gran medida, de la capacidad del
profesor (porque como decía, es su deseo y no el del estudiante quien
mantiene viva la relación educativa) de manejar sus propios afectos y
dirigirlos en la dirección que apunta la vivencia de possest.
13 Se trata del título que di en 2005 a un curso de pintura que tuve la oportunidad de or-
ganizar, coordinar e impartir en Arteleku, centro de producción artística dependiente
de la Diputación Foral de Gipuzkoa y situado en Donostia. El título lo tomé de una
anécdota referida al cineasta experimental José Val del Omar, quien, al parecer, en su
retiro en Las Alpujarras tenía una lupa y un imán que ofrecía y sobre los que hablaba
con sus visitantes; le servían para catalogar a dichos visitantes según la preferencia que
demostraban por una u otro. Según él, la lupa remitía a la distancia, a un querer ver
objetivo, una capacidad analítica y, en ese sentido, a Occidente. El imán, por el contra-
rio, al dejarse arrastrar, a la unión y comunión de los cuerpos, a la atracción emotiva,
a Oriente. Sus esfuerzos creativos, técnicos y conceptuales se dirigieron siempre a la
integración de ambos extremos.
5. R ecom e n dacion e s pr ác t icas 303
15 Clase 7, 11 de Febrero de 1970, “El campo lacaniano” en Seminario XVII: El reverso del
psicoanalisis. Infobase
5. R ecom e n dacion e s pr ác t icas 305
del propio deseo, que pasaría así a primer plano, provocando un reco-
nocimiento del mismo en lo simbólico, y poniendo de alguna manera
en cuestión el yo imaginario, el fantasma del sujeto-estudiante. Sig-
nificaría, en otras palabras, el paso del discurso de lo que he defini-
do como profesor, al discurso de lo que he definido como maestro, el
tránsito de uno a otro. El contenido propio del primero, sería todo lo
referido al párergon, mientras que el segundo, en su performatividad,
y aún vacío de contenido concreto, se referiría a lo pictórico. En tér-
minos lacanianos, significaría el paso del discurso de la universidad al
discurso del analista. Entonces, la especificidad del discurso de possest
consistiría en la no fijación en ninguno de los dos extremos, en la fluc-
tuación continua entre uno y otro.
El discurso del profesor, que es el discurso del párergon, indepen-
dientemente del nivel de conocimientos del sujeto concreto y de su ca-
pacidad de transmisión, es el que detenta sin realizar ningún esfuerzo,
a causa de su posición como tal profesor. Lo detenta simplemente por
serlo, por haber sido legitimado en ese papel por la institución. Este
tipo de discurso genera un vínculo específico, considerando y hacien-
do de los sujetos implicados en él, átomos de un conjunto que se man-
tiene unido bajo el dominio de una figura de autoridad y de saber. De
hecho, tal y como mencionaba en un apartado anterior, lo que agrupa
a todos los estudiantes es una razón tan arbitraria como el orden alfa-
bético, cuestión que da cuenta de su consideración como partículas in-
dividuales ya pre-constituidas, en las que habría que lograr introducir,
como si de sacos para el conocimiento se tratase, algún tipo de conte-
nido. En ese sentido, el propio proceso de individuación del profesor,
exigirá de él un desescombrar que le hará adoptar (o construir, o ga-
nar) un discurso diferente, que tome en cuenta la realidad de los suje-
tos que tiene enfrente y a sí mismo, no como individuos ya realizados,
sino como seres en proceso de individuación. Ello producirá un víncu-
lo nuevo, y hará del conjunto un sistema que, a su vez, y en su propia
individuación, contribuirá a la individuación de sus componentes.
De tal modo que, teniendo como objetivo el establecimiento de un
tipo de discurso adecuado a possest, ese discurso universitario que, en
tanto que profesores contratados y reconocidos, nos viene dado, puede
ser aproximado al discurso del maestro ya desde la palabra grupal, a
través de la expresión pasional de un compromiso personal con la ver-
5. R ecom e n dacion e s pr ác t icas 307
dad a la que apunta. Puede que resulte una obviedad, pero es impor-
tante subrayarlo: en el hablar al grupo, importará tanto lo que se diga,
como el hecho de escoger un punto de vista determinado y el modo
de plantearlo. Es indispensable la pasión, el dejar translucir un esta-
do de afección. La razón fundamental para ello no radicaría, de nin-
guna manera, en tratar de convertir temas áridos o aburridos en algo
más atractivo, divertido o adecuado al nivel del alumno; la cuestión no
pasa por exponer una teoría pre-digerida para que se entienda mejor;
se trata de evidenciar una relación subjetiva a través de un saber que
posibilite la performatividad de lo afectivo-emotivo. Se trata de jugarse
algo, de poner en juego el propio deseo. Jacques Derrida (2002), en su
obra Universidad sin condición, define el término profesión como éti-
mo del de profesor:
“Profesar”, esta palabra de origen latino (profiteor, professus sum; pro et fateor,
que quiere decir hablar, de ahí procede también la fábula y, por consiguiente,
cierto “como sí”), significa, en francés lo mismo que en inglés [y en castella-
no], declarar abiertamente, declarar públicamente. En inglés, dice el Oxford
English Dictionary, antes de 1300, sólo tiene sentido religioso. “To make one’s
profession” significa entonces “to take the vows of some religious order”. La
declaración de quien profesa es una declaración performativa en cierto modo.
Compromete mediante un acto de fe jurada, un juramento, un testimonio, una
manifestación, una atestación o una promesa. Se trata, en el sentido fuerte de
la palabra, de un compromiso. Profesar es dar una prueba comprometiendo
nuestra responsabilidad. “Hacer profesión de fe” es declarar en voz alta lo que
se es, lo que se cree, lo que se quiere ser, pidiéndole al otro que crea en esta
declaración bajo palabra. Insisto en este valor performativo de la declaración
que profesa prometiendo. Hay que subrayar que los enunciados constatativos
y los discursos de puro saber, en la universidad o en cualquier otro lugar,
no responden, en cuanto tales, a la profesión en sentido estricto. Dependen
quizá del “oficio” (competencia, saber, saber-hacer) pero no de la profesión
entendida en un sentido riguroso. El discurso de profesión siempre es, de un
modo u otro, libre profesión de fe; desborda el puro saber tecno-científico con
el compromiso de la responsabilidad. Profesar es comprometer declarándose,
brindándose como, prometiendo ser esto o aquello.
(...) Y lo que aquí cuenta es esta promesa, este compromiso de responsabi-
lidad. Éste no se puede reducir, como bien se ve, ni a la teoría ni a la práctica.
Profesar consiste siempre en un acto de habla performativo, incluso si el saber,
el objeto, el contenido de lo que se profesa, de lo que se enseña o practica sigue
siendo, por su parte, de orden teórico o constatativo. Como el acto de profesar
es un acto de habla y como el acontecimiento que es o produce no depende
sino de esa promesa de la lengua, pues bien, su proximidad con la fábula, la
fabulación y la ficción, con el “como si”, resultará inquietante” (Derrida, 2002:
32-34).
308 e nse ña nz a
Pero, ¿cómo hacerlo? ¿cómo tomar la nada como objetivo, cómo en-
frentar lo imposible? ¿qué clase de ejercicio serviría para ello? En el
apartado 1.3. decía que la repetición, que ciertas modalidades de repe-
tición, en tanto que actitudes y respuestas automáticas ante el abismo
de la creación, impiden el desarrollo técnico. Porque, incluso cuando
uno todavía no sabe nada, incluso en los primeros encuentros con la
praxis pictórica, la repetición está ya instalada en el sujeto, dado que,
si bien se trata de un tipo de respuesta personal, surge como término
de la relación con un fondo general que la propicia. No sólo son cliché
ciertos tipos de imágenes, sino también las actitudes que adoptamos
ante las mismas o lo que pretendemos hacer con ellas. También en el
apartado 1.3. citaba a Klee para apuntalar la idea de que, en el apren-
17 Como dice Sánchez Ferlosio, predicar con el ejemplo “es el procedimiento pedagógico
genuino e inexcusable de una moral de honor” (Sánchez Ferlosio, 1992a: 16); si bien
aquí en ningún caso he mencionado el honor, y antes que de moral he hablado de pin-
tura ética, entiendo que la sentencia citada se refiere, en su contexto, a una exigencia
similar a las que plantea la enseñanza de la pintura.
312 e nse ña nz a
nes que el profesor pueda plantear, las cuales, casi siempre resultarán,
en principio, ajenas a los estudiantes (dado que, según vengo tratan-
do de justificar, si la pintura es proceso de individuación, las razones
para su puesta en práctica habrán de ser, necesariamente, personales).
Por otro, porque incluso en el caso de que el estudiante se sienta afec-
tado por ellas, puede hacérsele muy difícil llegar a interiorizar que en
su resolución no debe recurrir a fórmulas predeterminadas; o que si
lo hace, será como impulso para realizar un nuevo salto a lo descono-
cido.
En general, es fundamental que sea el propio estudiante quien en-
cuentre los estímulos que le convengan. Si lo logra, su trabajo habrá
de consistir en explotarlos hasta el extremo, en tratar de penetrar en
ellos, en intentar agotarlos; pero uno sólo tiene fuerza para penetrar
en lo que le apasiona. Por eso, aún con la conciencia de su imposibi-
lidad, para tratar de sortear las dos dificultades que mencionaba más
arriba, opto por un tipo de propuestas que obligan a una elección per-
sonal dentro de unas coordenadas establecidas y que plantean la repe-
tición como sabiduría metodológica, más allá del recurso a métodos
concretos.
El motivo nos hace apreciar, siempre como por vez primera, algún
modo de manifestación del color; supone la querencia hacia algún
modo de manifestación del color en su materialidad pictórica, inextri-
cablemente unido, por tanto, a los modos de manifestación del trazo
y la mancha en su devenir hacia la línea y el plano. Quiero decir, lo
pintado, a través de su apreciación culta, nos asalta en su naturalidad
(podríamos decir también que en su realidad preindividual, en su ca-
18 Enajenarse, en el sentido tanto de “sacar a alguien fuera de sí”, como de “extasiar, em-
belesar, producir asombro o admiración” (diccionario de la R.A.E.). Cabría traer a co-
lación aquí la definición aportada en el Glosario, según la cual, el motivo, en relación
con lo nuevo y lo pictórico, es aquello que atrapa nuestra mirada desde un mundo
desconocido o incomprendido, desde el mundo preindividual, y actúa como impulso
para la acción, posibilitando algún hallazgo digno de repetición.
5. R ecom e n dacion e s pr ác t icas 317
19 Al hablar de color conceptual me refiero a un color más bien insensible, cuya posible
intensidad afectiva y emotiva pasa a un segundo plano frente a la función ilustrativa
de la idea abstracta y general a la que se refiere su nombre. Dice Gage: “la percepción
de los colores y el lenguaje cromático se relacionan íntimamente; el léxico cromático
de que se dispone desempeña un papel fundamental en la creación de cualquier len-
guaje de símbolos cromáticos, puesto que la acción de simbolizar, es, sobre todo, una
función del lenguaje” (Gage, 1993: 79). En relación a la cita, estaría hablando aquí del
establecimiento de la mayor distancia posible con el rojo, el azul o el amarillo en tanto
que símbolos lingüísticos, del encuentro de un color relacional e innominado, sensación
colorante innombrable.
318 e nse ña nz a
Desde el punto de vista del profesor, en tanto que responsable del plan-
teamiento de ejercicios, el objetivo general de posibilitar que cada es-
tudiante encuentre su motivo no significa que se le vaya a permitir que
haga lo que quiera, tal y como vengo tratando de explicar. Se trataría
de poner en crisis el propio querer, los propios quereres, a partir de
propuestas que traten el sentido como decía Leopoldo María Panero
(1994: 23): “el sentido es un ciervo, metáfora de la huida”. El ejercicio
es precisamente el hecho de liberar y, a la vez, perseguir al ciervo, el
hecho de poner en crisis todo valor preestablecido y de la familiariza-
ción con el diagrama, que adoptará la forma conveniente en cada caso.
Así mismo, ha de contribuir a hacer tomar en cuenta el carácter cíclico
del devenir procesual de la praxis pictórica, según el cual no hay pro-
greso, sino procesos continuos de individuación que sólo en la muerte
encontrarán resolución. No hay ejercicios adecuados a un nivel u otro;
cualquier ejercicio podría volver a ser repetido en cualquier momento
del proceso: los resultados dependerán de la tendencia dominante en
el presente del autor, y podrán ser siempre nuevos. Como dice Bergson
(2007: 25), es imposible, “para una conciencia, [...] atravesar dos veces
un mismo estado”. Trataré el asunto con más detalle en el siguiente
apartado.
20 Me refiero al personaje literario creado por Rudolf Erich Raspe. Según cuenta, en una
ocasión consiguió salir de una ciénaga tirando de su propia coleta.
21 Porque, como dice Lacan: “Pues si el amor es dar lo que no se tiene, es bien cierto que
el sujeto puede esperar que se le dé, puesto que el psicoanalista no tiene otra cosa que
darle” (“La dirección de la cura y los principios de su poder” en Escritos 2. Infobase).
5. R ecom e n dacion e s pr ác t icas 321
Las principales etapas del total del trayecto creativo son de este modo: el mo-
vimiento previo en nosotros, el movimiento actuante, operante, vuelto hacia
la obra, y por último el paso a los demás, a los espectadores, del movimiento
consignado en la obra. Pre-creación, creación y re-creación.
(Klee, 1979: 90)
rada y a partir de una analogía con el mismo22, diría que los tiempos
de secado en pintura, constituyen una enseñanza clave: tras prepa-
rar la tela y antes de empezar a pintar, se debe esperar; quien quiera
corregir un color ya aplicado, deberá esperar; quien busque colores
planos y limpios, deberá proceder por partes para que no se ensucien
unos con otros y, también, esperar. Todo ello coincidirá siempre con
la impaciencia de quien pinte, con una porción de su propia duración,
no prolongable ni acortable a voluntad. Al pintar, la obligación de la
espera, que no es del orden del pensamiento, sino de lo vivido, esa
coincidencia de nuestra duración con la duración de las cosas, nos
proporciona una vivencia de la totalidad clave en possest (recordar
aquí lo que decía en el apartado 3.2. acerca de la equivalencia entre
color material y afección).
En ese mismo sentido, aprender pintura significa, también, renun-
ciar a la idea de progreso, haciendo propia una versión matizada del
lema punk de no future. Ausencia de futuro que no implica, sin em-
bargo, la existencia única del presente. Es cierto que la conciencia del
yo va unida a la del cambio, y que
22 El ejemplo al que me refiero dice así: “Si quiero prepararme un vaso de agua azuca-
rada, puedo hacerlo pero debo esperar que el azúcar se disuelva. Este pequeño hecho
está lleno de enseñanzas. Pues el tiempo que tengo que esperar ya no es ese tiempo
matemático que se aplicaría del mismo modo a lo largo de la historia íntegra del
mundo material, aún cuando se desplegara de una sola vez en el espacio. Él coincide
con mi impaciencia, es decir, con una cierta porción de mi propia duración, que no
es estirable ni acortable a voluntad. Eso no es más del pensamiento, es de lo vivido.
No es ya una relación, es lo absoluto. ¿Qué significa esto, sino que el vaso de agua, el
azúcar, y el proceso de disolución del azúcar en el agua son sin duda abstracciones, y
que el Todo en el cual ellos han sido recortados por mis sentidos y mi entendimiento
progresa quizás a la manera de una conciencia?” (Bergson, 2007: 29).
324 e nse ña nz a
24 En el sentido original de la piedra partida en dos mitades cada una de las cuales es
símbolo de la otra.
326 e nse ña nz a
También possest se daría así, de tal modo que lo que podríamos enten-
der allí como progresión sería más bien una sucesión retroalimentada,
vivida instantáneamente en la duración. Supondría la creación pictóri-
ca como vivencia y resolución técnica de la relación entre lo preindivi-
dual, lo individual y lo transindividual, que son fases del ser, polos de
tensión, tendencias posibles; la creación no puede consistir en ir atra-
vesando etapas hasta adquirir una habilidad creadora total. En todo
momento creador, se trata de establecer un modo de anudamiento sin-
gular entre las tres instancias en juego, sabiendo que el problema, que
las dificultades técnicas, vendrán siempre de ahí, si bien nunca serán
las mismas, porque, lo citaba más arriba, el pasado carcome el porve-
nir. Y ni siquiera tendríamos dados de antemano los polos de lo pre-,
lo individual y lo trans- como elementos posibles de una combinatoria
creativa: serían el resultado del proceso instituyente en que consiste el
propio acto creativo.
Por tanto, entiendo que las etapas de Klee o las fases de Simondon
no sirven como explicación temporal de la individuación: no se trata
de dar por superada una fase como requisito de ingreso en la siguiente;
la progresión no existe, ni en el Arte en cuanto institución, ni en la
actividad creadora. El único progreso posible, del cual el profesor es en
parte responsable, es que habiendo comenzado una vez a pintar, el es-
tudiante continúe haciéndolo. El devenir no implica, necesariamente,
mejora alguna, pero, en cualquier caso, hay que vivirlo.
Como decía más arriba, las fases descritas pueden resultar útiles a
condición de renunciar a relacionarlas con el tiempo de la ciencia y
vinculándolas, en cambio, con la duración. De ese modo, ninguna de
ellas podría considerarse conclusiva, tampoco la que el tributo que pa-
gamos al lenguaje nos hace pensar como tercera; possest no concluye
sino que retorna; no supone, por tanto, la superación de etapas en un
camino de perfección o completud, no supone ningún progreso, sino el
328 e nse ña nz a
25 Aunque, si bien esta ley determinaba un momento conclusivo, el devenir práctico del
propio autor acabó por contradecirla: el abandono de la praxis de la escultura nunca
llegó a suceder.
5. R ecom e n dacion e s pr ác t icas 329
27 Sin que, como decía, ello implique que todo vale. Tal y como desarrollaré en el aparta-
do 5.7.7., a través de ciertas pruebas de valor negociadas entre profesor y estudiante, se
trataría de determinar criterios de calidad inmanentes para las obras de cada cual.
5. R ecom e n dacion e s pr ác t icas 331
6. final
1 De una manera similar a lo que San Agustín dice del rostro: “...el rostro puede decirse
común a todos los seres humanos; pues con ello se dice que cada uno tiene el suyo
propio” (Arendt, 2009: 147)
Hay algo ridículo y miserable en el mito que hemos heredado del arte abstrac-
to: que la pintura es autónoma, pura y autosuficiente, y, por tanto, solemos
analizar sus ingredientes y definir sus límites. Pero la pintura es impura. Es la
modificación de las impurezas lo que da lugar a la continuidad de la pintura.
Somos creadores de imágenes y esclavos de ellas” (Tovar, 2013: 1).
cualquier caso, como decía, queda mucho por pintar, mostrar, decir,
trabajar, completar y concretar.
Soy consciente de haber pretendido abarcar un campo muy am-
plio y de no haber llevado hasta el final algunos de los razonamientos
planteados. Lo justifico por la urgencia en arrojar algo de luz sobre
una práctica pictórica y docente que, en el mejor de los casos, habría
atravesado ya su ecuador, y por la utilidad y el interés que el plantea-
miento general realizado aquí pudiera tener indudable en lo personal,
y acaso como establecimiento de un campo de estudio en lo general.
En ese mismo sentido, podría decir ahora que, quizá, un ordenamien-
to diferente podría haber evitado rodeos y repeticiones. Ahora veo
claro que, tal vez, si hubiera empezado por los capítulos referentes a
la individuación me hubiese ahorrado a mí mismo y al lector algu-
nos quebraderos de cabeza. Sin embargo, pretendiendo predicar con
el ejemplo, siempre he entendido esta tesis como proceso de indivi-
duación, y en ese sentido, no he podido hacer otra cosa que seguir la
marcha de mi espíritu en su ansia de claridad. En cualquier caso, con
todas sus carencias y errores, el encuentro de todos esos temas y áreas
de investigación, ha devenido motivo que impone un compromiso de
continuidad.
3 La cita completa es: “Esta guerra la tenía yo desde hace mucho tiempo dentro de mí.
Por eso no me importa nada en cuanto a mi fuero interno. Para sacarme a mí mismo
de entre las ruinas, tendría que volar. Y volé: En ese mundo destrozado ya sólo vivo en
el recuerdo, así como a veces se piensa en algo pasado. Por lo tanto, soy “abstracto con
recuerdos” (Klee, 1998: 242).
GLOSARIO
GLOSA R IO 357
•••
Cruzando ambas ideas, diría que amor sería la culminación del acto
pictórico, lo que germina tras la catástrofe, el hecho pictórico. Entien-
358 GLOSA R IO
1 Barthes dice así: “Aunque todavía sea muy poderoso el imperio del Autor (la nueva
crítica lo único que ha hecho es consolidarlo), es obvio que algunos escritores hace ya
360 GLOSA R IO
algún tiempo que se han sentido tentados por su derrumbamiento. En Francia ha sido
sin duda Mallarmé el primero en ver y prever en toda su amplitud la necesidad de sus-
tituir por el propio lenguaje al que hasta entonces se suponía que era su propietario;
para él, igual que para nosotros, es el lenguaje, y no el autor, el que habla; escribir con-
siste en alcanzar, a través de una previa impersonalidad —que no se debería confundir
en ningún momento con la objetividad castradora del novelista realista– ese punto
en el cual sólo el lenguaje actúa, “performa”, y no “yo”: toda la poética de Mallarmé
consiste en suprimir al autor en beneficio de la escritura (lo cual, como se verá, es
devolver su sitio al lector)” (Barthes, 1987: 66-67).
2 Foucault dice así: “El tema del que quisiera partir, cuya formulación tomo de Beckett:
“Qué importa quién habla, dijo alguien, qué importa quién habla”. Creo que en esa
indiferencia hay que reconocer uno de los principios éticos fundamentales de la es-
critura contemporánea. Digo “ética” porque esa indiferencia no es tanto un rasgo que
caracteriza la manera en que se habla o en que se escribe; es más bien una suerte de
regla inmanente, retomada sin cesar, nunca completamente aplicada, un principio que
no señala la escritura como resultado sino que la domina como práctica” (Foucault,
1998: 39).
GLOSA R IO 361
“Es por eso precisamente que pintar implica una especie de catástrofe. ¿Por
qué? Implica una especie de catástrofe sobre la tela para deshacerse de todo
lo que precede, de todo lo que pesa sobre el cuadro aún antes de que sea co-
menzado. Como si el pintor tuviera que desembarazarse. ¿Cómo llamar a esas
cosas de las que el pintor debe desembarazarse? ¿Qué es esta lucha con fan-
tasmas antes de pintar? ¿Qué son esos fantasmas? Los pintores le han dado
a menudo un nombre, casi técnico, en su propio vocabulario: los clichés. Se
diría que los clichés están ya sobre la tela aún antes de que se la haya comenza-
do. Que lo peor está ya ahí. Que todas las abominaciones de lo que es malo en
pintura están ya ahí. [...] ¿Dónde están? En la cabeza, en el corazón, en todas
partes. En la pieza. Es estupendo, esos fantasmas están ahí aunque uno no los
vea” (Deleuze, 2007: 42).
4 Freud dice así: “Por un lado, abarca todo el saber y poder-hacer que los hombres han
adquirido para gobernar las fuerzas de la naturaleza y arrancarle bienes que satisfagan
sus necesidades; por el otro, comprende todas las normas necesarias para regular los
vínculos recíprocos entre los hombres y, en particular, la distribución de los bienes
asequibles” (Freud. Infobase).
GLOSA R IO 363
5 Quizá sea un sentimiento con reminiscencias de una concepción romántica del in-
dividuo como entidad aislada enfrentada a lo sociocultural, pero estoy con el artista
Carl André cuando dice: “Arte es lo que hacemos, cultura, lo que nos hacen”. Estamos
todos en el mismo barco, pero uno no puede dejar de tener la sensación de que, muy
lejos de construir en común nuestro propio ecosistema, se nos pretende imponer otro,
exclusivamente favorable a los intereses de determinados sectores del mismo.
364 GLOSA R IO
Para Deleuze, sin embargo, el deseo no remite a una falta, sino que es
producción, voluntad de poder o afecto activo, que diría Spinoza. Se-
gún él, el deseo no remite nunca a un objeto faltante, sino que implica
la construcción de un conjunto de deseo, y en ese sentido es activo,
constructivo, potencia productiva de vida. En tal caso, las necesidades
derivarían del deseo como construcción y no al revés. Dice:
7 Según Žižek el deseo es paradójico: “... la paradoja del deseo: tomamos por pospo-
sición de “la cosa en sí” lo que ya es “la cosa en sí”; tomamos por la búsqueda y la
indecisión propias del deseo lo que es de hecho la realización del deseo. Es decir que la
realización del deseo no consiste en ser satisfecho plenamente, sino que coincide con
la reproducción del deseo como tal, con su movimiento circular.[...] De este modo po-
demos aprehender la especificidad del concepto lacaniano de angustia: no hay angus-
tia cuando falta el objeto causa del deseo; no es la falta del objeto lo que da origen a la
angustia sino, por el contrario, el peligro de que nos acerquemos demasiado al objeto
y de este modo perdamos la falta misma. La angustia es provocada por la desaparición
del deseo” (Žižek, 2000: 22-24).
366 GLOSA R IO
que presiento, de tal suerte que, si no despliego el paisaje que ella envuelve no
estaré contento, es decir, mi deseo fracasará, mi deseo quedará insatisfecho”8
...lo que Lacan llama subjetivación: el advenimiento del sujeto allí donde eso
era/estaba, donde las pulsiones eran/estaban. Subjetivarlas es darles un lugar,
y tal vez una importancia, que de otro modo les es negada. Concebirlas como
propias ya es un paso hacia permitirles su expresión, y esto debe combinarse
con la interpretación progresiva del por qué y el para qué de las restricciones
simbólicas que se imponen a la satisfacción (Fink, 2008: 263).
8 El abecedario de Deleuze. “D” de deseo. Entrevista realizada por Claire Parnet accesi-
ble en Youtube en: http://www.youtube.com/watch?v=eeMvkLo8ydI. Consultado por
última vez el 5/10/2012
GLOSA R IO 367
9 Rancière dice así: “La emancipación, por su parte, comienza cuando se cuestiona de
nuevo la oposición entre mirar y actuar, cuando se comprende que las evidencias que
estructuran de esa manera las relaciones mismas del decir, el ver y el hacer pertenecen
a la estructura de la dominación y de la sujeción. Comienza cuando se comprende que
mirar es también una acción que confirma o que transforma esa distribución de las
posiciones. El espectador también actúa, como el alumno o como el docto. Observa,
selecciona, compara, interpreta. Liga lo que ve con muchas otras cosas que ha visto
en otros escenarios, en otros tipos de lugares. Compone su propio poema con los
elementos del poema que tiene delante. Participa en la performance rehaciéndola a su
manera, sustrayéndose por ejemplo a la energía vital que ésa debería transmitir, para
hacer de ella una pura imagen y asociar esa pura imagen a una historia que ha leído
o soñado, vivido o inventado. Así, son a la vez espectadores distantes e intérpretes
activos del espectáculo que se les propone” (Rancière, 2010: 19)
12 Ibid.
GLOSA R IO 371
El goce se opone entonces al placer, que disminuiría las tensiones del aparato
psíquico al nivel mínimo. Sin embargo, es posible preguntarse si la idea de
un placer puro de este tipo conviene para hablar de lo que experimenta el ser
humano, dado que su deseo, sus placeres y displaceres están capturados en la
red de los sistemas simbólicos que dependen todos del lenguaje, y que la idea
de la simple descarga es una caricatura, en la medida en que lo reclamado
radicalmente para la satisfacción es el sentido.
14 Dice Moraza: “Más allá de la lógica conductista del estímulo/respuesta, los seres com-
plejos exploran, juegan, ritualizan, generan estructuras económicas, intelectuales, es-
téticas, religiosas, buscan problemas, exageran, dudan. Y todo ese aluvión creativo no
responde únicamente a un principio de reducción de la excitación o de la tensión, a
una tendencia ataráxica que sería el programa interno compartido por eros y thánatos
... La vida muestra sobre todo una tendencia a la excitación y al exceso. No sólo se re-
ducen tensiones o satisfacen necesidades o pulsiones primarias o secundarias. Existe
además un placer de realización, un impulso innato que incentiva la generación, pues
el deseo no pretende anularse en la satisfacción, sino desplegarse en el vínculo” (Mo-
raza, 2008: 19).
16 Dice allí: “Creo que Dios ha creado el alma humana capaz de instruirse sola y sin
maestro. Hace falta aprender algo y relacionar todo el resto con eso, según este prin-
GLOSA R IO 375
cipio: Todos los hombres tienen una inteligencia igual. Aquel que no se cree capaz de
enseñar lo que no sabe a su hijo aún no me ha comprendido” (Jacotot, 2008: 23).
376 GLOSA R IO
Sin embargo, en el caso que nos ocupa, “el objeto se vuelve «activo», y
el sujeto, efecto”18. Sí, aún y todo, se sigue hablando de él como objeto,
es porque, a pesar de ser aquello que anima la vida psíquica del sujeto,
su característica fundamental consiste en ser producto de la escisión
original que nos convierte en sujetos divididos e incompletos que, para
ingresar en lo social, debemos renunciar a la simbiosis con la madre
como primer objeto de deseo. En el caso de que existiese una pulsión
genital, el objeto a sería su objeto. Pero, dado que las pulsiones no tie-
nen sino objetos parciales, se puede decir que el objeto a sólo existe en
sus especificaciones: objetos de la succión, la excreción, la mirada y la
voz. Éstas, no son, sin embargo, el objeto a en sí mismo, sino que éste
sería el fondo común de todos ellos. Al no poderse tener idea de él sal-
vo en sus ejemplos, se trata de un lugar vacío que el sujeto trata de re-
llenar por medio de objetos parciales. Se trata de una tarea imposible,
pero esa experiencia de la imposibilidad es en sí misma placentera. Un
placer en el displacer que Lacan denomina jouissance (goce; Freud lo
llamaba pulsión). Es el movimiento circular que encuentra satisfacción
en el fracaso para poseer su objeto. Por ello, el deseo está doblemente
articulado entre lo negativo de la falta que está en su origen y el impul-
so positivo a cubrir esa falta. Es por este placer en el displacer por lo
que el sujeto se descentra y se reconstruye a la búsqueda de su objeto
de deseo.
18 Ibid.
378 GLOSA R IO
20 Derrida, habla del profesor como aquél que profesa, aquél que realiza un acto de profe-
sión de fe; fe en la propia materia a explicar y fe en el futuro de la Universidad y de las
humanidades, donde profesar, significa declarar abiertamente, declarar públicamente:
“La declaración de quien profesa es una declaración performativa en cierto modo.
Compromete mediante un acto de fe jurada, un juramento, un testimonio, una mani-
festación, una atestación o una promesa. Se trata, en el sentido fuerte de la palabra, de
un compromiso. Profesar es dar una prueba comprometiendo nuestra responsabilidad.
«Hacer profesión de» es declarar en voz alta lo que se es, lo que se cree, lo que se quiere
ser, pidiéndole al otro que crea en esta declaración bajo palabra” (Derrida, 2012a)
GLOSA R IO 379
Aquello que inexorablemente nos indica nuestro lugar, nos pone en nuestro
sitio, de aquello que reglamenta y nos permite vivir con los demás; pero tam-
bién de representación como aquello que extraña, que saca las cosas de quicio,
que revoluciona y nos permite vivir con nosotros mismos. “De la vaporización
y de la centralización del Yo” —decía Baudelaire— “todo consiste en esto”. En
la representación lo Simbólico reparte los papeles, los personajes, los lugares,
para resolver intercambios sociales; lo imaginario, por su parte, nos permite
creérnoslo hasta el punto de que todo ello pueda sernos soportable. Es la re-
presentación la que nos permite hacer/decir algo, pero en su misma puesta en
escena nos plantean su propio límite; no podemos decir/hacer lo que quere-
mos sino lo posible en sus estrechos márgenes. Es difícil obviar la sensación de
que nos dicen/hacen; no es algo nuevo: “Yo es otro” decía hace mucho tiempo
Rimbaud, y sin embargo, aunque su entendimiento es ya razón común en dis-
cusiones más o menos sesudas, su vivencia nos llega como un sobresalto para
el que nunca estamos suficientemente preparados” (Badiola, 1995)
21 Si bien se trata de un concepto que irá elaborando a lo largo de varias obras, lo trata
ya en su texto El sujeto en proceso de 1977, en Sollers, P. (1977)
22 RAE
GLOSA R IO 385
Lo propio suyo, lo propio del yo que piensa será, por tanto, lo subjetivo
como aquello que depende de él y tiene valor para él, lo que no tiene
validez para todos, siendo, por tanto, la noción que marca la oposición
subjetivo-objetivo. Dada la sujeción del sujeto a lo social, “la subjeti-
vidad se forma en relación a la subjetividad de los otros. Es lo que se
intercambia entre los Sujetos”. Para Lacan,
24 Íbid.
386 GLOSA R IO
25 La cita completa dice: “Alguien dijo alguna vez que la tarea artística consiste en “ir ha-
cia donde no se sabe, por donde no se sabe”. Si despejamos de la frase lo que comparte
con una idea romántica —el artista colocado ante un objetivo tan impreciso como in-
alcanzable precisamente porque se sitúa más allá de los controles humanos— podre-
mos no obstante comprobar que, en la práctica, se trata de una experiencia cotidiana.
Y lo verdaderamente interesante es que, aun asumiendo plenamente el artista el estar
sujeto a fuerzas que le exceden, está al mismo tiempo implícita su obligación de tomar
las riendas y de definir una técnica que precisamente le permita circular “por donde
no se sabe y hacia donde no se sabe”. Por técnica me refiero al elemento praxiológigo,
a los protocolos del proceder y no a lo que la técnica tendría de expresión inmediata
en la acción de una voluntad y desde luego tampoco a lo que serían las técnicas espe-
cíficas de las artes” (Badiola, 2006a)
26 La cita exacta de Lacan se refiere a la praxis antes que al acto: “¿Qué es una praxis? Me
parece dudoso que este término pueda ser considerado impropio en lo que al psicoa-
nálisis respecta. Es el término más amplio para designar una acción concertada por el
hombre, sea cual fuere, que le da la posibilidad de tratar lo real mediante lo simbólico.
Que se tope con algo más o algo menos de imaginario no tiene aquí más que un valor
secundario” (Lacan, 2008: 14)
bibliografía
bibl iogr a fí a 389
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De la Mata y Ángel González (1992). Cualquiera todos ninguno. Más
allá de la Muerte del Autor (Vol. 2). Donostia: Diputación Foral de
Gipuzkoa.