El Consumo de Carne
El Consumo de Carne
El Consumo de Carne
La racionalidad humana justifica todo tipo de acción moral, ya sea en silencio o en público, que lo
digan los pedófilos. Resulta entonces difícil demarcar las pautas de lo que serían buenas razones
para actuar, si tanto los buenos actos como los malos actos comprenden un nivel de racionalidad,
incluso erudita. No obstante, justamente esto es un proyecto ético.
La racionalidad es una herramienta que sirve para justificar la moralidad de las acciones. Sirve
también para justificar una cierta ética, misma que tiene como finalidad cambiar la experiencia
moral vivida. Las acciones morales, así como las éticas, dependen del grado de costumbres y
racionalidades que se cultivan en una cierta sociedad. Una sociedad donde la reflexión ética está
ausente es una sociedad moralmente ciega. La moral termina siendo la fuerza de la costumbre
social. La normalidad moral no se justificaría por el razonamiento ético, sino por la costumbre de
una minoría que presiona, y una mayoría que desiste; o bien, por una mayoría que presiona, y una
minoría que desiste…
Promover una ética para el bienestar animal implica promover un cambio en el tratamiento
racional hacia los animales. Es decir, implica un cambio cognitivo y emocional en la forma como
percibimos su ser animal. Comprender sus necesidades físicas y emocionales.
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En 2016 había 89 millones de cabezas bovinas en la Unión Europea, 147 millones de cerdos y 87
millones de ovejas. La ciencia del bienestar animal estudia cómo mejorar la calidad de vida de los
animales de granja y cómo eso beneficia económicamente a los propios ganaderos.
Se calcula que hace más de 10.000 años que el ser humano cría animales para sacar provecho de
ellos en forma de carne, leche, tejidos y otros materiales. La ganadería de hoy poco se parece a la
de entonces, pero para muchos urbanitas, cuyo único contacto con una granja se remonta a las
excursiones de los años escolares, la idea de una granja sigue siendo la de una casa, un establo y
un corral en el campo donde un puñado de animales corretea por los prados verdes.
“Se pretende posicionar el Bienestar Animal para las especies de producción con el fin de
brindarles un trato ético que optimice su salud y la producción, y mejore los parámetros de calidad
e inocuidad de los productos que de ellas derivan. Las prácticas y manejos a seguir se basarán en
las directrices y recomendaciones internacionales de la OlE bajo el concepto de "Un solo
Bienestar", adaptadas a la realidad y necesidades del país y las normas nacionales existentes”,
aclara la normatividad
Pocas granjas hoy cumplen con esa definición. La gran mayoría son más similares a una fábrica:
grandes naves industriales en las que viven de media unos 3.000 animales organizados en jaulas o
corrales. Solo de esa forma pudieron criarse en 2016 en la Unión Europea 89 millones de cabezas
bovinas, 147,2 millones de cerdos y 87,1 millones de ovejas.
Las granjas son hoy lugares automatizados, con flujos constantes de movimiento de animales, en
los que la comida y el agua sale de dispensadores automáticos regulados con precisión. Se calcula
cuánto tiempo y alimento hacen falta para que el cerdo o la vaca alcancen el peso ideal de la
forma más eficiente para después trasladarlo al matadero y vender su carne. Al fin y al cabo, esto
es un negocio y el ganadero quiere maximizar sus beneficios.
La idea resulta escalofriante para muchos ciudadanos que preferimos no saber de dónde sale la
comida que llena los estantes del supermercado. Es fácil pensar que la de estos animales es una
vida de miedo, sufrimiento y dolor.
No maltrates a quien te da de comer
Sin embargo, la industrialización de las granjas no debería significar que los animales que viven en
ellas lo hagan en condiciones de maltrato. "Piensa que para un ganadero, los animales son sus
recursos. Puede sonar frío, pero es así. Y nadie maltrata los recursos que le dan de comer”, explica
Arancha Mateos, investigadora del Departamento de Bienestar Porcino de la Escuela Técnica
Superior de Ingenieros Agrónomos de la Universidad Politécnica de Madrid.
“Siempre hay un descerebrado que es cruel con su ganado, pero eso no es ni mucho menos
habitual por una cuestión ética pero también de lógica y economía”, añade la investigadora.
También científica: la calidad de vida de los animales de ganado influye en la velocidad a la que
crecen y en el estado final de su carne.
La ciencia del bienestar animal (que no se centra solo en los de granja) ya es parte indispensable
del esfuerzo general por mejorar la calidad de los alimentos, y cada vez se percibe un vínculo
concreto más evidente entre ese bienestar animal y la seguridad alimentaria.
- Que estén libres de hambre y sed, asegurándoles el acceso a agua fresca y una dieta suficiente y
apropiada para que mantengan su salud y su vigor;
- Que estén libres de dolor, heridas y enfermedades, a través de la prevención y, si hace falta, el
diagnóstico y el tratamiento rápido de sus dolencias; (Lea: 7 aspectos importantes del Bienestar
Animal)
- Que estén libres de la incomodidad, dándoles un entorno apropiado que incluya un refugio y un
área cómoda para descansar;
- Que estén libres de miedo y estrés, asegurándoles condiciones y cuidados que eviten también el
sufrimiento mental;
“El estrés térmico les sienta fatal. Algo tan simple como que haga demasiado calor hace que no
coman y no se muevan, y si no comen, no crecen”. Ocurre lo mismo con el miedo: los animales
asustados se estresan, pueden ser agresivos y comen menos, lo cual supone menos crecimiento y,
de nuevo, menos beneficios.
Los científicos buscan nuevas y mejores formas de controlar ese estrés. El enfoque tradicional
consiste en medir los niveles de determinadas hormonas, principalmente cortisol, unidos a
determinados cambios de comportamiento e inmunológicos, pero a día de hoy se empiezan a
considerar insuficientes estos métodos tradicionales y se recurre a modernas tecnologías de
genómica y proteómica para identificar biomarcadores y mecanismos moleculares relacionados
con el estrés.
En un estudio publicado en la revista Journal of Animal Science que analiza las opciones
nutricionales para reducir este estrés se explica que “las respuestas fisiológicas al estrés ante
mortem incluyen la deshidratación, el desequilibrio de los electrolitos, la disminución del
glucógeno en el músculo y la destrucción de grasa y proteínas”.
Hay que considerar que todo lo que ocurre entre las 24 y las 48 horas previas a la matanza tiene
un potencial efecto económico sobre el negocio del ganadero, que va desde una disminución de
peso del animal todavía vivo hasta problemas de calidad de la carne a posteriori, identificados con
las siglas DFD (dark, firm and dry u oscura, dura y seca) o PSE (pale, soft and exudative o pálida,
blanda y exudativa), que hará que esta valga mucho menos cuando llegue al mercado.
En un entorno en el que los consumidores cada vez imponen más el criterio ético a sus decisiones
alimentarias, tratar bien al ganado es una cuestión económica. No se trata de demonizar al sector
ganadero y su industrialización, sin la que difícilmente sería posible alimentar a una sociedad
acostumbrada a comer más carne de la que debería, sino de estudiar cómo hacer que la vida de
esos animales sea lo más apacible y feliz posible.