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Para la Dra. Elaine N.

Aron, psicóloga clínica y de investigación,


este es un libro indispensable para cualquier persona involucrada en
la crianza de un niño o niña con alta sensibilidad, especialmente
ahora que sabemos, gracias a varias investigaciones, que estos
niños, si bien son más vulnerables a los efectos de un entorno
negativo, también responden mucho más positivamente que el resto
si crecen en el seno de una familia positiva, afectuosa y respetuosa.
Los niños PAS, con frecuencia dotados de unas dosis de empatía,
ética y talento inusuales, constituyen un recurso muy valioso para
sus familias, pero, sin duda, también para el mundo en general.
Karina Zegers, autora de Personas altamente sensibles, explica en
este libro las muchas maneras en que las características de dicho
rasgo se expresan en el niño, así de qué modo acompañarle
amorosamente para que logre ser un adulto equilibrado emocional y
mentalmente.
Para:

Belle y Alex, mis hijos;


La y Jan, mis padres.
Con inmensa gratitud por los muchos aprendizajes.

Elaine Aron.
Por la llave que nos regaló.
Introducción

Cuando, desde mi editorial, recibí la propuesta de escribir otro


libro, esta vez sobre niños con alta sensibilidad, pensaba que la
tarea sería fácil y no me costaría mucho tiempo ya que, al fin y al
cabo, llevo ya años trabajando sobre este tema, viendo y
escuchando a gente con alta sensibilidad, ya sean jóvenes o
personas mayores que yo. Realmente pensaba que sería posible
escribir un borrador en unos meses. Sin embargo, cuanto más
avanzaba y profundizaba en el tema, cuanto más afinaba la mirada,
cuanto más observaba y buscaba para ver más allá de lo «obvio»,
más me asombraba y maravillaba. Dos meses se convirtieron en
dos años.
Este, nuestro planeta, está habitado por unos 7500 millones de
seres humanos. ¡7500 millones! Tantos que me es imposible
imaginarlo. De todos ellos estimamos que un 20 por ciento comparte
el rasgo de la alta sensibilidad, también conocido —en el entorno
científico— como la SPS o rasgo de Sensibilidad de Procesamiento
Sensorial. Hablamos de unos 1500 millones de personas que
comparten el rasgo. Otra cifra difícil de imaginar.
De estos 1500 millones de PAS (Personas con alta sensibilidad),
todos compartiendo el mismo rasgo, no hay ni una igual que otra. Es
evidente, lo sé, pero cuando realmente me paraba para reflexionar
sobre ello, solamente veía preguntas y dudas. ¿Cómo vas a enfocar
ese libro? ¿Cómo puedes escribir sobre algo que, por un lado, es
tan común ya que es un rasgo compartido por millones y millones de
personas, y, por otro, ninguna es idéntica a otra? Esta pregunta casi
hizo que me echara atrás porque pensaba que, daría igual lo que
escribiera, mis palabras serían tan genéricas que sería imposible
aportar algo que valiese la pena leer. Tendría que ofrecer otro tipo
de información más centrada en «el» niño y su forma de ser. Al final
decidí combinar el rasgo con los temperamentos clásicos de
Galeno. Esto dará una visión más amplia de cómo puede ser un
niño PAS y cómo podemos comprenderle, acompañarle y ayudarle
de una forma más efectiva.
Hablamos, pues, de unos 1500 millones de PAS que comparten
un rasgo, pero son diferentes —a veces hasta muy diferentes— en
la manera en que este rasgo «vive» en ellas y en la manera en que
este rasgo se manifiesta en su forma de ser. Tenemos los cuatro
pilares, las cuatro características base que determinan el rasgo, y
aunque todas las PAS las compartimos, las experimentamos y las
expresamos a nuestra manera. A los pilares se añaden otras facetas
de la personalidad y otras experiencias que nos van formando,
modelando. Me basta mirar a mi propia familia para ver que ningún
miembro de nuestro pequeño clan, en el cual todos compartimos el
rasgo, se parece al otro. Bueno, igual en cuanto a algunas de sus
ideas, pero en poca cosa más. Reflexiono sobre esto, algo en
apariencia tan lógico, pero realmente lo vivo como algo milagroso.
Espero poder daros una visión un poco diferente a lo que ya se
ha dicho sobre estos niños tan interesantes y fascinantes que
forman parte de nuestra vida y de los cuales tanto podemos
aprender. Un niño es un mundo en sí mismo. Desde luego no es
solamente el resultado de su herencia biológica y de su entorno; ese
pequeño ser, lleva dentro de sí algo único, algo que es
específicamente suyo y que hace que no exista otro igual en el
mundo. Si mostramos interés y deseo verdadero de ser el guía, el
educador y el acompañante que este niño necesita, a lo mejor
conseguimos ver y liberar ese genio que lleva dentro. De este modo
quizá llegue a volar y dar sentido a su existencia en un mundo
desesperado por una generación que aporte grandes dosis de
creatividad sensible e inteligente, por encontrar soluciones para los
muchos problemas causados por generaciones anteriores en las
cuales me incluyo. Necesitamos personas que sepan pensar con el
corazón y que, al mismo tiempo, sientan con sensatez. Creo que el
rasgo de la alta sensibilidad juega un papel en el que estas
personas se irán manifestando, y confío en que lo harán en la
medida en que consigamos darles la infancia que se merecen, una
infancia respetuosa, una buena infancia que hará que su rasgo se
pueda ir desarrollando de una manera sana y equilibrada, como un
paquete de talentos maravillosos, destinados a contribuir a la
realización de un mundo más humano.
En este libro iremos viendo cómo reconocer al niño PAS y cómo
entenderle. Veremos cuáles son las claves para poder ayudarle y
acompañarle para que llegue a ser un adulto equilibrado, capaz de
sacar el máximo fruto de su forma de ser. Al mismo tiempo espero
de todo corazón que el contenido ayude a la PAS adulta para que
vaya, paso a paso, reestructurando su infancia, revisitándola a
través de las gafas de alguien con el mismo rasgo. Desde mi propia
experiencia os confieso que escribir este libro me ha permitido
comprender y perdonar a mis padres, a mis abuelos, a mis
profesores y a otros educadores; y cambiar poco a poco el dolor y
los juicios, por una cálida luz de aceptación y amor. Entender lo que
significa ser AS como persona adulta, como madre de dos PAS,
como hija de dos PAS y como alumna y amiga, me ha ayudado a
comprenderme mejor, y a entender, a un nivel más profundo, mis
reacciones a veces un tanto extrañas y el simple hecho de ser
diferente. Me ha mejorado la autoestima y me ha dado la capacidad
de abrazar a mi niña interior. Si esto fuera el único fruto que tú,
educador PAS, saques del texto, mi objetivo se habrá cumplido ya
que el conocimiento del rasgo tal como se manifiesta en tu hijo o
alumno, te capacitará al máximo para ser el adulto que ayudará y
apoyará al pequeño PAS del que cuides.
Si estás leyendo esto es probable que tengas una hija PAS, o un
hijo que lo sea o que profesionalmente trabajes con niños que
pueden tener este rasgo. Siendo la PAS que soy, me emociono
pensando en la suerte que tienen estos niños AS por teneros como
cuidadores en sus vidas, cuidadores con un verdadero interés por
comprenderles y ayudarles para que lleguen a ser adultos
emocionalmente equilibrados que sepan disfrutar de las ventajas del
rasgo.
Lo iré diciendo más veces (porque me parece tan importante),
son varias las investigaciones que han hecho visible que las PAS
que han tenido una infancia complicada o traumática tienden a sufrir
depresiones o ansiedad a medida que van creciendo, que sufren
incluso más que los no PAS, mientras que PAS que han sido
educadas con mucho cariño, amor y comprensión llegan a ser tan
felices, o más, que niños que no comparten el rasgo.
Por último, os confieso que percibo la tarea de escribir este libro
como una responsabilidad tremenda. Tengo muy claro que los niños
de hoy son los adultos de mañana. Ese «mañana» ya está aquí y
necesita de seres humanos creativos, con valores y con la
capacidad de defenderlos. Como bien sabemos, nuestro planeta y
los seres vivos que lo habitan están en peligro y no podemos perder
tiempo. Ayudemos hoy a nuestros niños para que mañana sean
conscientes y capaces de luchar por una vida digna para todos.
Para que la lectura sea amena y el tema de género no ofenda a
nadie, utilizaré niña y niño, madre y padre con variación e invito al
lector a leerlo de la manera en que se ajuste a su situación personal.
Alguna vez tendré que hacer una distinción clara entre chica o chico,
y en estos casos lo haré expresamente.
Utilizaré las siglas PAS y AS para no tener que repetir
continuamente «Persona con alta sensibilidad» y «alta sensibilidad»
o «niños con alta sensibilidad». Me gusta hablar de niños AS.
También me gustaría decir que alguien es PAS —persona con
alta sensibilidad—; no es correcto decir que una persona tiene PAS.

Encuesta sobre niños con alta sensibilidad


En abril de 2019 lanzamos una encuesta sobre niños con alta
sensibilidad en los países de habla hispana. El proyecto, basado en
la encuesta realizada por la holandesa Esther Bergsma, experta e
investigadora en el tema de la alta sensibilidad y autora de varios
libros, se realizó en colaboración con la APASE, la Asociación de
Personas con Alta Sensibilidad de España. Compartimos los
resultados de esta encuesta en mi blog personal, en el blog de la
APASE y, ahora, aquí, en este libro.
Al analizar los resultados vemos lo siguiente: han participado 379
personas, de las cuales 306 viven en España. Un 46,4 por ciento de
los educadores encuestados tiene entre 40 y 50 años de edad; un
42,7 por ciento tiene entre 30 y 40; un 2,9 por ciento tiene menos de
30; y un 7,65 por ciento tiene más de 50. Veremos los resultados de
niños (el 51,7 por ciento) y niñas (el 48,2 por ciento), o sea, los
géneros están más o menos igualmente representados.
En cuanto a las edades de los niños, el grupo más grande es el
de los niños de 4-5 años, que supone un 23 por ciento, seguido de
los que tienen 6-7 años, que supone un 18 por ciento y los de 10-12,
que son el 16 por ciento. De las otras edades los grupos son más
reducidos.
1

EL RASGO

La alta sensibilidad es un rasgo de la personalidad que fue


identificado —y su nombre acuñado— por la doctora Elaine Aron,
psicóloga de investigación estadounidense, en la última década del
siglo pasado. En el documental Sensitive nos cuenta cómo, en un
intento por ampliar su conocimiento sobre la introversión, comenzó a
repartir encuestas en el campus de la Universidad de Stonybrook
donde ella trabajaba. Cuando le empezaron a llegar los
cuestionarios rellenados por los estudiantes, se fue haciendo visible
algo distinto, algo más complejo que una «simple» introversión.
Aunque las respuestas confirmaban en gran parte las características
de la introversión tal como viene definida por Jung, al mismo tiempo
apuntaban a otra cosa más compleja y con distintos matices. La
doctora Aron pudo darse cuenta de las diferencias entre la
introversión y la timidez, por un lado, y el rasgo de la alta
sensibilidad por otro, gracias al hecho de que ella misma es una
persona con alta sensibilidad y experimenta las características en
primera persona, no solamente desde la observación.
Al avanzar en su investigación, Elaine Aron se sorprendió al
darse cuenta de que existe un rasgo de la personalidad que se
caracteriza por un número de facetas que parecen apuntar a una
personalidad introvertida pero que, sin embargo, indican algo más
ya que también están presentes en un porcentaje de personas que
tienen un carácter rotundamente extrovertido. Evidentemente, si se
mira un rasgo que es compartido tanto por personas introvertidas
como extrovertidas, se está hablando de algo distinto a lo que hasta
entonces se había entendido como el dúo de opuestos
introversión/extroversión.

Los cuatro pilares


El rasgo encontrado por Aron, que se conoce como el rasgo de la
alta sensibilidad o el rasgo de la sensibilidad de procesamiento
sensorial (SPS, su nombre científico) se basa, como ya indica su
nombre, en una marcada sensibilidad sensorial (véase encuesta de
estímulos físicos en Anexo 1) y emocional, pero es mucho más que
esto. «El problema», dice Aron, «es que hay que dar un nombre a lo
que descubres, y para esto te basas en lo que, desde tu punto de
vista, es la faceta más destacable». En los últimos años, Aron ha ido
afinando el concepto hasta llegar a cuatro puntos —pilares— que
forman la esencia del rasgo de la alta sensibilidad:

Una manera intensa, profunda, de procesar la información


recibida.
La tendencia a la sobreestimulación como consecuencia de la
gran cantidad de información recibida, en combinación con
esta manera profunda de gestionarla.
Experimentar emociones de manera muy intensa, ligadas a
una posible gran capacidad empática.
Tener los cinco sentidos muy desarrollados, muy «abiertos»,
especialmente a la hora de registrar detalles o estímulos
sutiles; casi es más correcto decir que no es tanto que la PAS
reciba más información, sino que la persona presta más
atención a toda la información que le está llegando.

Muchos conocen estos pilares como las siglas DOES, el


acrónimo basado en la descripción en inglés de los cuatro puntos
mencionados:
— Deep processin
— Overstimulation
— Emotions and empathy
— Sensitivity to subtleties

Es un acrónimo que también solemos utilizar en España, aunque


las siglas no coinciden con su versión en castellano.
Para poder considerar como una PAS a alguien —
independientemente de la edad que tenga— se tiene que reconocer
en los cuatro pilares; si falta uno, la persona puede ser muy
sensible, pero no es «altamente» sensible, y posiblemente le pasa
otra cosa. Más adelante veremos cómo se manifiestan estos pilares
en niños.
Resumiendo: el rasgo de la alta sensibilidad es un rasgo del
sistema neurológico, es innato, es genético, se suele heredar de los
padres, y se manifiesta a través del comportamiento de la persona.
Se trata de algo bastante común ya que se presenta en alrededor
del 15 o el 20 por ciento de la humanidad (también se ha encontrado
en más de 100 especies del reino animal), y es por esto que
hablamos de un rasgo y no de un trastorno ya que, como concepto,
este se suele caracterizar por su escasa frecuencia mientras que el
rasgo de la alta sensibilidad es algo muy común. El rasgo no varía
según el género, se presenta en un porcentaje similar en chicas y
chicos, en hombres y mujeres.
En este libro hablaremos sobre niños con alta sensibilidad, y
como se trata de un rasgo que es hereditario, estos cuatro puntos
básicos se suelen empezar a manifestar en el bebé. Al tratarse de
un rasgo genético, la madre o el padre —o ambos— también será
PAS. Puede ser que el adulto sepa que es PAS y que conozca el
rasgo. Si es el caso es probable que, al ver ciertas características en
el comportamiento de su hijo, no tarde mucho en darse cuenta de
que el pequeño ha heredado su sensibilidad. Pero lo que ocurre con
bastante frecuencia, es que un adulto que nunca ha oído hablar del
rasgo, lo descubre en sí mismo cuando empieza a investigar
determinados comportamientos de su hijo o hija; que forman parte
de las características del rasgo de la alta sensibilidad. Una vez que
entienden que aquello que perciben en su hijo tiene que ver con un
rasgo genético, comienzan a mirarse y cuestionarse. Como coach,
cada vez que pasa algo así, me emociono. Es maravilloso ser
testigo de cómo la persona percibe su propia infancia a través de las
gafas de lo que acaba de descubrir, y le permite entender tantas
cosas de su propia historia, sobre todo esa sensación de no encajar
y sentirse diferente.

Algo sobre la investigación


A mediados de los años noventa del siglo pasado, la doctora
Elaine Aron topa con el rasgo de la personalidad que, aquí en
España, llamamos «alta sensibilidad» aunque posiblemente hubiera
sido más correcto llamarlo «alta sensitividad» o, incluso, «alta
perceptividad» o «alta reactividad». Aron explica que no es tanto
que ella haya descubierto un rasgo nuevo, como que dio con algo
que estaba identificado pero que llevaba un nombre incorrecto
porque las investigaciones se habían limitado a un solo tipo de
comportamiento visible, como, por ejemplo, tardar un poco más de
lo normal en familiarizarse con una situación desconocida, el miedo
a hablar en público o entablar una conversación con alguien
desconocido. Estos comportamientos fueron etiquetados como
timidez, introversión, o, simplemente como tener un carácter
miedoso. Dice: «Aunque un niño con alta sensibilidad puede
desarrollar timidez, introversión o miedos ante según qué situación,
ninguna de estas características capta el rasgo que existe por
debajo de estos aspectos, el cual es muy difícil de reconocer en
función de la observación de un único comportamiento. Dudo mucho
que determinados niños nazcan miedosos y tímidos, ya que estos
rasgos no sobrevivirían mucho en los genes humanos». Aunque ella
ha decidido llamarlo high sensitivity —alta sensibilidad—, el término
científico del rasgo, como he dicho más arriba, es SPS, Sensory
Processing Sensitivity o Sensibilidad de Procesamiento Sensorial.
Es importante saberlo a la hora de buscar más información sobre los
resultados de la investigación oficial y reconocida.
Aparte de la doctora Aron, en muchos casos acompañada por su
marido, el doctor Arthur Aron —quien, como ella, es doctor en
psicología bastante conocido por su trabajo Las 36 preguntas para
enamorarse y su presencia en el documental Sensitive. The Untold
Story—, cada vez hay más científicos de renombre investigando el
rasgo que estamos viendo aquí. Me gustaría mencionar brevemente
a algunos y sus hallazgos (si quieres saber más puedes dirigirte a la
web de Aron, www.hsperson.com).
Creo que es importante hablar un poco de su investigación para
dejar claro que estamos hablando de algo serio y no de «un invento
que está de moda», como algunos quieren verlo, como algo New
Age. Es importante ser rigurosos para que la alta sensibilidad se
tome en serio en el ámbito de la salud y la educación. Nos lo
merecemos todos los que compartimos este rasgo, los adultos y,
especialmente, los niños, ya que su bienestar emocional durante el
resto de su vida depende en gran medida de cómo son
acompañados, apoyados, comprendidos y educados desde
pequeños.
Algunos de los nombres de los investigadores sobre el tema os
sonarán, por su participación en el documental que he mencionado
antes, Sensitive. The Untold Story: Bianca Acevedo, Jadzia
Jagiellowicz, Steve Suomi, Michael Pluess y Jay Belsky. Hay otros,
como Theodore Wachs, Friederike Gerstenberg o Francesca Lionetti
—colaboradora de Michael Pluess— de la Universidad de Queen
Mary en Londres que, posiblemente, son menos conocidos pero
cuyo trabajo también ha contribuido al reconocimiento del rasgo.
Repasemos brevemente algunos de los estudios.
El doctor Steve Suomi, mientras investigaba el comportamiento
de los monos (macaco Rhesus), se fijó en que algunos eran muy
inquietos —«nerviosos» según Suomi— comparados con la actitud
relajada y casi pasota de la gran mayoría de monos. Decidió colocar
a los bebés inquietos con madres adoptivas, madres «pasotas», con
mucha experiencia en la cría de monos de tierna edad y
conocedoras de «herramientas educativas». Viviendo bajo la tutela
de las madres adoptivas, los pequeños monos inquietos iban
calmándose y cogiendo más seguridad en sí mismos. Suomi
observó además que —y esto es casi lo más interesante—, eran
justamente estos monos los que, en la edad adulta, se convirtieron
en líderes exitosos de los clanes.
El resultado de este trabajo coincide perfectamente con otro
dato, resultado de la investigación llevada a cabo por Michael
Pluess, entre otros, que ha hecho visible que niños AS que tienen
una infancia conflictiva o traumática, tienden a desarrollar ansiedad
y depresión a partir de la adolescencia, tienen un carácter más
neurótico, mientras que niños AS con una infancia equilibrada o
incluso «normalita», tienden mucho menos a la neurosis y no suelen
ser propensos a la ansiedad.
Es muy interesante que, según se vio en los niños que
participaron en estas investigaciones, los niños AS con una infancia
conflictiva generalmente respondían mejor a terapias de todo tipo,
hasta obtenían beneficios de libros de autoayuda y, en cambio, no
parecía ser el caso de los niños que no tenían AS, pero sí habían
tenido una infancia complicada. Una manera de caracterizar el
resultado de estos estudios sería decir que las PAS lo pasan peor si
están expuestas a condiciones difíciles y problemáticas en
comparación con niños que no tienen este rasgo, mientras que la
buena noticia es que las PAS sacan un mayor beneficio de
intervenciones psicológicas y de autocuidado que las no PAS
cuando reciben las mismas intervenciones.
Si miramos una de las características base del rasgo, la
tendencia a procesar toda la información de una manera profunda,
de registrar más datos que la mayoría de la gente y dar vueltas a
todo lo que nos llega a través de los sentidos, está la investigación
de la doctora Jagiellowicz. Ella, mediante el uso de imágenes de
resonancia magnética funcional (fMRI), hizo visible que las personas
con alta sensibilidad demuestran una mayor actividad cerebral a la
hora de intentar descubrir unas mínimas diferencias en imágenes
que se parecen mucho pero no son iguales. Puedes pensar, por
ejemplo, en el juego de «descubre las diez diferencias», que les
suele encantar a las PAS ya que generalmente les cuesta muy poco
descubrirlas.
Dice la doctora Jagiellowicz: «Las personas con alta sensibilidad
captan más información de su entorno, pero lo importante es que
toman aquello que les llama la atención y lo combinan con otra
información que han ido recopilando durante toda su vida. Porque
han ido coleccionando esa información por la capacidad de
combinarla, muchas veces producen ideas nuevas y únicas. No se
trata de trucos o magia, es solamente que captan más información
de su entorno». (Sensitive. The Untold Story).
«La relación entre el rasgo de la sensibilidad de procesamiento
sensorial y la reactividad emocional» es un estudio realizado por los
doctores Aron y la doctora Jadzia Jagiellowicz, en el que se vuelve a
recurrir al método de la resonancia magnética funcional para
investigar la reacción de 96 personas (la mitad PAS y la otra mitad
personas con poca sensibilidad) ante unas fotografías estándar que
se suelen utilizar para medir reacciones emocionales, tanto positivas
como negativas. Llamaba la atención la intensidad emocional de las
PAS al ver las fotos: una intensidad bastante mayor que la reacción
que se producía con las mismas fotos en el cerebro de los
participantes no PAS. Curiosamente la reacción de las PAS a las
imágenes con una carga emocional positiva era, comparativamente,
más fuerte que la reacción a las imágenes negativas. Un dato
curioso añadido es que, entre las PAS, la activación cerebral ante
las fotos positivas era más intensa en aquellas que habían
disfrutado de una buena infancia.
El hecho de que las PAS sufren más en entornos negativos o
tóxicos, pero, por otro lado, realmente llegan a florecer en un
entorno positivo y marcado por relaciones amorosas y de apoyo, es
uno de los aspectos que se ha hecho visible gracias a este estudio y
a la investigación de Michael Pluess, investigador suizo que trabaja
en la Universidad Queen Mary de Londres. «Susceptibilidad
diferencial» es el nombre que Pluess dio a estas diferencias
remarcables en la respuesta emocional de las PAS. Realmente es
muy llamativo que una persona con alta sensibilidad en un ambiente
positivo se abre más al lado positivo de la información, no
admitiendo tanto la parte negativa. Dicho de otra manera: allí donde
se encuentran bien, se encuentran mejor que la mayoría de la
gente, demostrando una mayor capacidad de disfrutar de lo positivo.
Es realmente sorprendente el hecho de que las PAS que en su
niñez se han sentido queridas y valoradas demuestran reacciones
todavía más intensas que las PAS con una infancia complicada. Se
supone que estos niños «han estado muy pendientes de
afirmaciones positivas hacia su persona, registrando pequeños
detalles como las sonrisas de aprobación y de complicidad como
señal de cariño de sus padres», explica Elaine Aron («Relationship
between the temperament trait of SPS and Emotional Reactivity»,
Jadzia Jagiellowicz, Elaine N. Aron, Arthur Aron, en Social
Behaviour and Personality, 2016).
Bianca Acevedo encontró resultados similares en un estudio
parecido, en el cual personas con alta sensibilidad y otras que no
tienen el rasgo miraban fotografías de seres queridos y de personas
desconocidas, presentando más activación el cerebro de las PAS
que el de las personas menos sensibles. De todas las fotos, las
imágenes de seres queridos con una expresión feliz eran las que
más activaban el cerebro PAS. Lo que también pudo constatar
Acevedo es que, en las PAS, se produce una mayor actividad
cerebral en la llamada «ínsula», también conocida con el nombre de
«la sede de la conciencia». La ínsula tiene la particular característica
de registrar toda la información que nos llega en el momento en que
está pasando, en el «aquí y ahora», y se refiere tanto a información
sensorial o emocional de la propia persona, como a información
captada desde el entorno. Esta elevada actividad de la ínsula en
personas con alta sensibilidad, mayor que la de las personas no
PAS en situaciones iguales, explica el hecho de que las PAS
seamos mucho más conscientes de lo que pasa en nuestro propio
ser (cómo nos sentimos) y en nuestro entorno. Dicho de otra
manera, las PAS profundizamos más en la gestión de la información
recibida. Es justamente esto, el procesamiento profundo, por un
lado, y por otro la elevada sensibilidad sensorial y con respecto a las
sutilezas, lo que reflejan el primer y el cuarto pilar que vimos bajo el
acrónimo DOES (véase encuesta de procesamiento profundo en
Anexo 1).
Tenemos que mencionar también el estudio «Development of the
Highly Sensitive Child Scale and Identification of Sensitivity
Groups», firmado por Michael Pluess, los Aron y Francesca Lionetti,
entre otros. El aspecto más conocido de esta investigación está
relacionado con la segunda parte del trabajo y tiene que ver con el
descubrimiento de la existencia de tres niveles distintos de lo que el
Michael Pluess denomina la «sensibilidad ambiental».
Cualquier ser vivo necesita tener cierta sensibilidad en la relación
con su entorno, pero este estudio puso de relieve que esa
sensibilidad tiene grados. Según los datos encontrados por Pluess
(investigó a un grupo de niños entre los 10 y 19 años) un 20 por
ciento es altamente sensible, un 60 por ciento es medianamente
sensible, y existe un grupo importante del 20 por ciento que
demuestra muy poca sensibilidad. Aunque la metáfora de las
orquídeas para los muy sensibles y la de los dientes de león para
aquellos que no cualifican como «altamente sensibles» ya la habían
introducido antes Boyce y Ellis, fueron Pluess, Lionetti y los Aron
quienes la expandieron añadiendo los «tulipanes» con la idea de
explicar que aquellos que no tienen una alta sensibilidad no
necesariamente son poco o nada sensibles. Según este estudio
existe, pues, un gran grupo de personas «medianamente» sensible
(los «tulipanes»). Se establecieron así tres categorías: el primer
grupo, «las orquídeas» (20 por ciento y PAS); el segundo «los
tulipanes» (60 por ciento y medianamente sensibles); y el tercero
«los dientes de león» (20 por ciento y muy poco sensibles).
Si quieres saber más sobre la investigación te recomiendo visitar
la web de Elaine Aron ya que, aunque creo que es importante
colocar este rasgo en un marco científico, este libro quiere tratar en
primer lugar sobre niños AS, sus características, comportamiento y
posibles puntos de atención.

Cómo reconocer a un niño PAS. Un retrato


Aunque generalmente no es fácil reconocer el rasgo de la alta
sensibilidad en bebés y niños muy pequeños, existen unos cuantos
comportamientos y características que pueden manifestarse con
menor o mayor intensidad a medida que el niño se va desarrollando
y que pueden servir como pista o, si quieres, como aviso.
Repasaremos los más importantes para formarnos una imagen del
niño con el rasgo de la alta sensibilidad; más adelante
observaremos varias de estas facetas con más atención. Verás que
mencionaré muchas características. Si tu niño es PAS presentará un
número elevado de estas facetas, aunque no necesariamente todas.
Podrías pensar que tu peque es tímido porque, al contrario que
el comportamiento entusiasmado y espontáneo de muchos niños
(que se percibe como «normal») nuestro peque PAS necesita
tiempo antes de decidirse a participar. Puede ser que sea tímido,
claro que sí, pero siendo PAS es más probable que una nueva
situación, un grupo de niños que no conoce, un entorno donde no ha
estado antes, lo «novedoso» genere tanta información para él (su
radar trabaja como loco escaneando todo lo que no conoce) que se
agobia y se satura. Lo que necesita es tiempo para gestionar todos
los datos, toda esa avalancha de estímulos. Necesita observar y
tranquilizarse para convencerse de que no hay riesgos de ningún
tipo y que participar es seguro.
Esta es una de las características básicas de nuestro rasgo, un
comportamiento que es fácil de confundir con la timidez pero que no
lo es. Además, no está de más decir que la mayoría de las PAS de
todas las edades se siente mejor en lugares tranquilos, con un
mínimo de estímulos. Por eso no te extrañes si tu hijo te dice que no
quiere ir a la fiesta a la que le han invitado (solo pensar en el ruido y
el jaleo le basta para ponerse nervioso), que prefiere quedarse en
casa con un libro o con sus juguetes. Tengo que añadir que los
niños AS generalmente se sienten mucho mejor en compañía de
gente conocida que enfrentándose con extraños, pero me imagino
que esto ya lo habías comprendido por todo lo que acabas de leer.
Por cierto, no te asombres si tu hijo mantiene conversaciones largas
e intensas con un amigo imaginario, mientras que amigos de verdad
tendrá uno solo o, en todo caso, muy, muy pocos. En este sentido
también llama la atención que muchos niños AS se entienden muy
bien con personas mayores, quizás porque se sienten menos
juzgados o por el hecho de que generalmente les gusta hablar sobre
temas demasiado «serios» para su edad.
El niño también demuestra una tendencia a bloquearse cuando,
por el motivo que sea, es el centro de atención. Este bloqueo se
produce por el simple motivo de que no le gusta que le miren ya que
hace que se sienta inseguro. Esto es especialmente cierto en el
caso de niños predominantemente introvertidos; el peque PAS con
temperamento extrovertido se sentirá menos molesto y hasta puede
llegar a disfrutar al recibir mucha atención.
En cuanto a la ropa puede parecer quisquilloso. Hay telas y
tejidos, como la lana, que simplemente no aguanta. Se suele quejar
de costuras (¡en calcetines!) que le hacen daño, y muchos niños AS
dicen agobiarse porque la ropa les aprieta. Una queja estándar de
casi todas las PAS, niños y adultos por igual, es la sensación
desagradable y hasta dolorosa de las etiquetas de la ropa que rozan
la tierna piel de la nuca o la parte alta de la espalda, y en muchos
casos producen manchas rojas de irritación. Sobre todo, los más
pequeños no aguantan ropa mojada, algunos pueden insistir en que
quieren cambiar una prenda que se ha manchado y la mayoría odia
la sensación de arena en las manos o en los zapatos. Y hablando
de zapatos, pueden suponer un drama para la PAS de cualquier
edad, ya que muchos tienen costuras que producen dolor, y con pies
doloridos es difícil andar o correr. Generalmente puede decirse que
una PAS tiene el umbral de dolor tendiendo a la baja. A lo mejor
piensas que es quejica, pero créeme: cuando una PAS, sin importar
la edad, dice que algo le duele, le duele.
Muchos niños AS presentan problemas a la hora de comer. Hay
cosas que se niegan a comer, no solamente por su sabor sino
también por la textura, la temperatura o la mezcla de ingredientes.
Este tema puede ir tan lejos que muchos educadores se llegan a
desesperar y con razón.
Hay más cosas que no le gustan. Es posible que, en
comparación con un niño no AS, se asuste con facilidad y cosas
como portazos, globos que explotan y petardos le pueden
sobresaltar hasta hacerle llorar. Algo similar le pasará con las
sorpresas en general. Fiestas sorpresa, salidas espontáneas, un
improvisado cambio de planes, incluso algo tan aparentemente
insignificante como un simple cambio en el ritmo diario como puede
ser aplazar la hora de la comida —aunque como adulto te puede
parecer buena idea—, a la pequeña PAS le puede producir angustia
y malestar ya que de repente tendrá que gestionar una avalancha
de información nueva que no siempre es capaz de procesar en poco
tiempo. Los grandes cambios generalmente le cuestan mucho más:
una mudanza, un cambio de colegio, la llegada de un hermanito, la
separación de los padres, la muerte de un ser cercano… Nuestra
pequeña PAS se verá muy afectada por este tipo de cosas y, para
encauzarlas, generalmente va a necesitar mucha comprensión,
atención y paciencia por parte de sus educadores.
La PAS parece estar dotada de una especie de radar interior
porque hay muy pocas cosas que escapen a su atención. Se queja
de ruidos que a (casi) nadie les molestan como, por ejemplo, el
suave tictac de un despertador o el casi inaudible zumbido de las
luces fluorescentes o de una nevera. Se percata del más mínimo
olor inusual, pero también —por supuesto— del aroma de muchas
plantas o de inciensos, pero malos olores, especialmente de
personas, pueden llegar a producirle arcadas. No solo eso, muchas
veces parece saber lo que la otra persona piensa o siente. Percibe
cuando alguien se siente preocupado o incómodo, cuando alguien
necesita algo o simplemente se encuentra mal. La pequeña PAS
parece darse cuenta y si la situación se lo permite, hará lo que
pueda para ayudar o para aliviar el sufrimiento. Suele demostrar la
misma sensibilidad empática hacia los animales.
Su radar también le avisará del más mínimo cambio en su
entorno inmediato o en la apariencia de las personas que forman
parte de su día a día: notará, por ejemplo, un cambio de corte de
pelo, nuevos cordones en los zapatos, una foto diferente en el
marquito en la estantería, unas gafas nuevas, un cambio de la
marca del yogur (lo cual puede ser un drama) o que haya salido una
flor o una hoja nueva en una de las plantas de la terraza.
No te extrañes si tu PAS tiene un vocabulario avanzado para su
edad, algo que suele ocurrir especialmente si los adultos en su
entorno utilizan palabras «difíciles» en sus conversaciones; el
pequeño PAS las captará y las volverá a utilizar y lo hará casi como
saboreándolas. También es muy típico para muchos niños AS
aquello de hacer miles y miles de preguntas porque su hambre por
entender, comprender y aprender a veces parece insaciable.
Algunas de sus preguntas no serán nada fáciles de contestar e
invitarán a la reflexión. Teniendo en cuenta su necesidad de
profundizar en los temas, si hace algo que no quieres que haga,
explícale con calma por qué no puedes permitirlo; dará mucho mejor
resultado que gritar (posiblemente llorará) o castigarle sin más;
probablemente percibirá el castigo como una injusticia, y si hay algo
que las PAS no suelen aguantar, son las injusticias.
La pequeña PAS y la no tan pequeña puede tener una fuerte
tendencia perfeccionista, algo que no siempre le beneficia. Más
adelante profundizaremos en este asunto ya que es importante.
El tema de los límites y el deseo de ayudar es otro punto que
puede indicar que tu peque sea un niño con alta sensibilidad. Hay
niños AS con una tendencia muy fuerte a meterse en un proyecto,
una tarea o algún problema donde haya habido una injusticia que
les ha llamado la atención y no saben parar; se involucran más de lo
que sería sano, y terminan por perder el sueño y la tranquilidad
interior. Existe el riesgo de que sigan y sigan hasta que la cosa sea
perfecta, hasta que la ayuda sea completa y el problema se haya
resuelto; suben a las barricadas para defender a un amiguito que ha
sido castigado de manera injusta. Esta última faceta la vemos
especialmente en adolescentes; es como si se les hubiera
encendido una llama en el alma, el fuego del ideal, que hace que se
conviertan en uno de esos caballeros legendarios luchando contra el
Mal. El aprendizaje de los propios límites, algo que para muchos
PAS adultos sigue siendo un reto, generalmente empieza a hacerse
visible en esta edad, para bien y para mal, y es justamente entonces
cuando necesitan más que nunca que haya constancia en las reglas
que se les imponen. Un «no» es un «no».
El último punto que creo que no puede faltar en este «retrato» es
el tema de la saturación. Ya hemos visto que una gran cantidad de
información nueva, de estímulos nuevos, pueden causar un
bloqueo. Los bloqueos son como cortocircuitos neuronales que se
pueden manifestar, por ejemplo, como una sensación de tener la
mente en blanco, como agitación y rabieta, dolor de cabeza, mareos
o ansiedad. Saturación equivale a estrés. Exponer a nuestro
pequeño PAS a muchos estímulos puede, pues, tener un efecto en
su manera de funcionar, puede afectar a su nivel de concentración
por el simple hecho de que no puede absorber más información.
Suelo utilizar la metáfora de una esponja: una esponja se va
llenando de agua, absorbe y absorbe hasta llenarse, hasta llegar al
punto en que ya no puede retener más agua y entonces empieza a
chorretear. Con el cerebro pasa lo mismo. Gracias a sus antenas,
que no parecen paran de rastrear el entorno, una PAS absorbe
cantidades ingentes de información hasta que el cerebro se satura.
Es lógico que cuando la cabeza está llena, cuando el cerebro está
saturado, uno no puede seguir prestando atención. Vemos,
entonces, que el niño desconecta, ya sea que empieza a «soñar»
con la mente en blanco, ya sea con una necesidad imperiosa de
moverse, dependiendo del temperamento predominante del niño.
Los diferentes temperamentos son algo importante que veremos con
más detalle más adelante, pero por el momento es suficiente saber
lo que acabo de explicar porque forma parte del «retrato».
Ten en cuenta que un niño «sobreactivado», sobreestimulado, a
la hora de dormir tendrá problemas para desconectar y conciliar el
sueño. Un niño —y no solamente niños— en este estado puede
llegar a rechazar caricias porque las experimenta como dolor.
Intentar calmar a un niño sobreestimulado mediante el contacto
físico puede tener el efecto contrario. A lo mejor te extraña, pero
date cuenta de que una caricia también es información, también es
un conjunto de estímulos. He visto a niños en este estado que, al
ser tocados, pierden el control.
Y un último apunte, relacionado con esto, pero para niños un
poco mayores: un niño sobreestimulado, por ejemplo, si está
nervioso y estresado, probablemente no obtendrá buenos resultados
en un examen a pesar de conocer muy bien la materia y haberse
preparado con la actitud del perfeccionista.

DOES en niños
Hemos mencionado los cuatro pilares del DOES, cuatro puntos
esenciales a tener en cuenta a la hora de poder decir si alguien es
PAS o no. Mientras que para los adultos es relativamente fácil
reconocerse en este perfil, para los niños puede ser más
complicado. Antes de que Elaine Aron acuñara las siglas del DOES
como herramienta esencial para identificar el rasgo, teníamos que
conformarnos con un test. La combinación del cuestionario y los
cuatro pilares de DOES ofrece un recurso más fiable, aunque, en
caso de duda, siempre es aconsejable consultar con un buen
profesional conocedor del rasgo. No es lo mismo, como adulto,
verse reflejado en los puntos esenciales, que a través de la
observación y la intuición intentar identificarlos en otra persona y
mucho menos si la persona es un niño.
La importancia de las cuatro características es tal que, si uno no
se ve reflejado en todos los puntos, si solamente se ve en tres o en
dos, uno puede ser muy sensible, pero al no reunir todas las
características básicas del rasgo, no podrá llamarse persona con
alta sensibilidad. De la misma manera, si en el niño dudamos de la
presencia de los cuatro pilares, no será PAS.

Procesamiento profundo
Este es el primer pilar, siguiendo el orden de las siglas DOES.
De todos los pilares, este es el más difícil de reconocer en bebés
y en niños muy pequeños. Una vez que empiezan a hablar y
comprender conceptos, suele ser más fácil. Recibir información no
depende de la edad, pero cuanto mayor sea el niño, menos le
costará entenderla y más capacidad pensante tendrá. La capacidad
pensante empieza a desarrollarse con el habla, con la facultad de
«conocer» el entorno.
Las PAS recibimos mucha información, muchos datos. Con
nuestros sentidos a flor de piel y una fuerte emocionalidad, nos
cuesta relajar la mente. Al decir «procesamiento profundo» nos
referimos al hecho de que tenemos esa tendencia a analizar,
comparar, evaluar y combinar todos los datos; está claro que un
bebé no puede hacerlo a este nivel. Para un niño de 3-4 años, ya es
diferente. Muchas veces tiene sentido pensar las cosas y evaluarlas,
por ejemplo, a la hora de estimar los posibles riesgos de la situación
en la que se va a meter. ¿Juego con este otro niño, o no? ¿Le
ofrezco mi pala? También tiene su utilidad a la hora de tener que
tomar una decisión y optar por la mejor solución, pero otras veces
sirve de poco aparte de llegar a confundir y cansar a la PAS, a
veces, hasta el agotamiento. A muchos niños con AS, cuando les
preguntas: ¿de qué quieres el bocata, de queso, tortilla, jamón,
crema de cacahuetes o mermelada?, se pierden. Cada cosa tendrá
su atractivo, su parte negativa, sus implicaciones y consecuencias…
y requiere mucho tiempo llegar a tomar una decisión bien valorada.
Muchos niños se echan a llorar por la confusión o se ven
desbordados, y llegan a gritar que no quieren nada. Mucho mejor es
presentarle al máximo dos opciones o, mejor todavía, simplemente
prepararle el bocata con lo que tú estimes que es una buena idea.
Una de las características base de la alta sensibilidad es que una
PAS no suele ser impulsiva ya que valorar un extenso abanico de
posibilidades y riesgos requiere su tiempo. En inglés hablamos del
sistema pause and check, que equivale a «detenerse y comprobar»,
que es exactamente lo que hacemos las PAS, y especialmente los
niños. Antes de saltar, la PAS se detiene y empieza a valorar y
analizar la situación, comparando todos los datos de los que
dispone. No lo hace por capricho, lo hace porque necesita saber
cuáles son los posibles riesgos. A la PAS no le gusta equivocarse y
lo que pretende es, a través de ese procesamiento profundo, acertar
a la primera. Es muy característico para un niño con este rasgo,
sopesar, interiorizar un tema investigarlo desde todos los lados y
luego dar el paso. Por mucho que, como adulto, quieras convencerle
diciendo «te puedes equivocar y no pasa nada» o «de los errores se
aprende», no es el tipo de mensaje que el peque AS quiere o
necesita escuchar.
En cuanto al procesamiento profundo en niños, esta
característica fundamental, especialmente durante la primera
infancia, no es algo que puedas observar a simple vista, aunque la
intensa manera en la que un bebé centra su atención en la madre o
en la persona que le cuida, siguiéndola continuamente con la
mirada, puede ser una indicación inicial. Más adelante, cuando el
niño ya ha empezado a hablar, a los tres o cuatro años es posible
que te haga preguntas que te sorprendan, sobre las que tienes que
reflexionar porque no suelen ser simples de contestar, como si
tenemos que amar y cuidar a los animales, ¿por qué comemos
carne? ¿Por qué papá te grita cuando le pides que baje el volumen
de la tele? ¿El abuelo se ha muerto? ¿Qué es la muerte? ¿Por qué
se ha muerto? ¿No le gustaba estar con nosotros y por eso nos ha
dejado? ¿Dónde va la gente que no tiene casa cuando hace frío y
llueve? Si tu niño PAS ve la tele cuando tú la ves y si ve las noticias
(no lo recomiendo en absoluto para los más jóvenes) puede llegar a
hacerte preguntas que todavía son más sorprendentes y que suelen
hablar de su profunda preocupación por temas de tipo ético y moral,
o por lo existencial y el medioambiente.
Probablemente no sea solo este tipo de preguntas lo que te
asombre sino también el vocabulario que utiliza, por ejemplo, la
palabra «volumen» o «difunto». Los niños aprenden por imitación,
copian lo que los adultos hacen y dicen, y cómo lo dicen. Los niños
con AS, por su manera de registrar todo lo que sus sentidos van
abarcando, suelen ser excelentes imitadores y, por ende, suelen
aprender relativamente rápido. Si en su entorno se utilizan palabras
«difíciles», les suele encantar repetirlas, sin conocer su significado,
por el simple hecho de poder decirlas. Las van «probando». Te
puede sorprender y a lo mejor piensas que tienes un niño
especialmente inteligente; puede serlo, claro que sí, pero muchas
veces se trata solamente de imitación. Como educador podemos
ayudar mucho al niño si somos conscientes de esta característica
del procesamiento profundo, y si le hacemos saber que entendemos
sus dudas y el tiempo que necesita. Le podremos ayudar también
preguntándole por sus pensamientos. Cuando le vemos muy
ensimismado, igual puede ser una buena idea llevarle a dar un
paseo por el parque, por la naturaleza, ya que caminar nos ayuda a
todos a ordenar las ideas.
El procesamiento profundo también puede dar lugar a miedos. Si
piensas mucho puedes llegar a preocuparte, y si te falta información
concreta y tienes, como la mayoría de los niños con AS, mucha
fantasía, puede pasar que te inventas cosas desagradables y
situaciones amenazantes. Si tu niña tiene que afrontar nuevas
situaciones, es buena idea tomarte el tiempo para ir preparándola.
Por ejemplo: ir a visitar la guardería antes de que la lleves para
dejarla allí; ir a ver la nueva casa y el nuevo barrio si toca una
mudanza; si va a tener un hermanito, fomentar el contacto físico con
tu barriga e introducir otros bebés (por ejemplo de amigas) en su
vida y hablar sobre el milagro del nacimiento; si se trata de una
separación de los padres, hablar sobre las dos casas y lo que va a
pasar (sin compartir tus problemas y preocupaciones), siempre
hablando con amor y respeto sobre la pareja que se va. Habla,
explica con imágenes que el niño pueda comprender, busca libros
sobre el tema en cuestión, dibujad juntos…
Un buen acompañamiento del procesamiento profundo del niño
es esencial para que siempre se sienta seguro y sepa que le
escuchas, y será la base de una buena regulación de su
emocionalidad más adelante.

La sobreestimulación
Una PAS no es consciente, pero recibe cada poquito de información
que le llega, sea de carácter visual, auditivo, olfativo táctil o
gustativo, en todas sus dimensiones y con todas sus consecuencias.
Lo mismo se puede decir en cuanto a las emociones que le lleguen
y las que va generando en reacción a todo que va asimilando. Por si
todo esto no fuera suficiente, podemos añadir las emociones fruto
de sus cavilaciones: más información todavía. No es consciente del
hecho de que presta mucha atención a lo que va percibiendo desde
su entorno, simplemente porque lo ha hecho toda su vida, ya lo
hacía nada más nacer y posiblemente incluso antes, durante la
gestación. Una PAS lo hace porque forma parte de su ser, de su
funcionamiento neurológico. Le cuesta imaginar cómo es la
percepción sensorial de la gran mayoría de la gente que registra
solo una pequeña parte de lo que a ella le llega. Notar tanto es una
ventaja a la hora de tener que acordarte de algo o de buscar
soluciones o respuestas, pero sabemos que también tiene un lado
menos agradable que es la sobreestimulación.
Si toda la información recibida dispara una emoción, o un
conjunto de emociones que también conllevan información, si
recibes mucha información sensorial a la vez, más de lo que puedes
gestionar, puedes llegar a sentirte nervioso, desorientado o
inseguro, y hasta mareado o con dolores de cabeza. Todas las PAS,
independientemente de su edad, conocen momentos en los que
están sobreestimuladas. Como adulto lo puedes entender, lo puedes
ver venir, lo puedes evitar o reconducir, pero si eres niño la cosa es
más complicada.
Un niño que recibe más información de la que puede gestionar
suele reaccionar, según su carácter, con rabietas, cambios de
comportamiento, mal humor, una conducta que hace pensar en
hiperactividad, pero también con mareos, vómitos y dolores de
cabeza o de barriga. Como adultos es muy importante que les
ayudemos a reconocer las primeras señales que indican que están a
punto de desbordarse y que, junto con ellos, busquemos maneras
adecuadas, herramientas, que les ayudarán a volver a la calma y al
equilibrio emocional.

Las PAS, seres muy emocionales y empáticos


Si tu niño es AS, es más que probable que sea un niño intenso.
Puede tener arrebatos reactivos, cortocircuitos emocionales por
sentir más de lo que puede abarcar (véase encuesta de sensibilidad
emocional en Anexo 1).
Como hemos dicho, cada pizca de información que les llega
dispara una emoción. Estas emociones, después de haber pasado
rapidísimamente por un filtro de «me gusta» o «no me gusta»,
suelen ser muy intensas en todas las personas con alta sensibilidad.
Son intensas en adultos que generalmente reconocen los estímulos
de experiencias anteriores, o simplemente en función de sus
conocimientos adquiridos en el curso de su vida y cuyo posible
recuerdo dispara más emoción, pero en muchos casos lo son
mucho más en niños AS cuando se ven enfrentados a una nueva
experiencia. Mientras que el adulto generalmente ha aprendido a
regular sus emociones, un niño, por falta de experiencia vital,
todavía no sabe cómo hacerlo. Vamos por la vida teniendo
encuentros que generan experiencia tras experiencia. A través de
las reacciones que nuestro entorno nos devuelve aprendemos a
«ajustarnos» para encajar, para no llamar la atención o para no
jugarnos el afecto de quien sea. Es uno de los caminos del
aprendizaje del ser humano ya que solamente podemos llegar a
conocernos en función de lo que nos devuelve el espejo de las
personas con las que interactuamos.
Un niño, sea PAS o no, se encuentra muy al principio de este
camino del autoconocimiento. Si las emociones de un niño no AS
son menos intensas, le costará menos «corregirlas», pero sabiendo
que un niño AS siente todo con una tremenda intensidad, no es
difícil entender que le costará mucho más aprender a controlarse.
Sabemos que muchos niños AS lloran desconsoladamente su
primer día de guardería o en el jardín de infancia, sobre todo si no
se ha hecho nada para prepararlos, de cara a este momento que
representa una transición vital clave. Más adelante veremos cómo
podemos acompañar a nuestro niño en su faceta emocional, para
que aprenda a reconocer y nombrar lo que siente, lo cual es
absolutamente necesario para que consiga mantener la calma
interior.
Por otro lado, cabe decir que esa dificultad para manejar las
emociones no solamente se refiere a lo difícil o malo, sino también a
lo bueno y bonito. Del mismo modo que el niño AS se puede hundir
ante un castigo severo y sentirse profundamente herido, puede
llegar a sentirse eufórico en situaciones positivas, por ejemplo,
cuando puede bailar o jugar bajo la lluvia.
Si eres PAS a lo mejor te acuerdas de escenas de tu infancia
cuando sentías que no cabías en ti de felicidad o momentos de
profundo dolor, tristeza e impotencia. Escribiendo esto me vienen a
la mente estos vídeos que circulan por las redes sociales de bebés
que se emocionan tanto cuando sus mamás les cantan que
empiezan a llorar; niñas que ven por primera vez a su hermanito
recién nacido y estallan en un llanto; o esa niña a quien le regalan la
mascota que tanto añoraba y que literalmente no puede con su alma
por la intensa gratitud, hasta el punto de asustar a sus padres que
esperaban alegría y ven lágrimas… de felicidad.
Este pilar también menciona la empatía, que entendemos como
la capacidad de tomar conciencia del estado emocional y físico de
otras personas y, a veces, también de animales. La mayoría de los
niños con el rasgo de la alta sensibilidad tiene esa capacidad de
darse cuenta de que no nos encontramos del todo bien, que
estamos preocupados o que nos duele algo. Lo perciben y sienten el
deseo de ayudarnos, de aliviar el mal que estamos sufriendo. La
detección del estado ajeno tiene que ver con la segunda parte del
siguiente pilar: el deseo de ayudar forma parte de la empatía.

Sensibilidad en lo sensorial y respecto a


sutilezas
Hemos llegado al cuarto pilar de lo que conocemos como el rasgo
de la alta sensibilidad. La sobreestimulación por un lado y la
emocionalidad por otro —los pilares 2 y 3—, se alimentan
directamente de esta característica basada en lo sensorial. Percibes
algo, recibes un estímulo de fuera, lo cual te genera una emoción.
Muchos estímulos producen muchas emociones, y un exceso de
estímulos —con o sin emoción intensa— nos llevará a un estado de
sobreestimulación. Lo vemos en adultos y en niños. Como adultos
podemos distinguir los estímulos que nos molestan, pero cuanto
más pequeño sea el niño AS, más dependerá de nuestra vigilancia y
comprensión para reducir en la medida de lo posible toda la
información sensorial que le llega.
En cuanto a los sentidos, está claro que el niño necesita
estímulos para poder desarrollarse. En realidad se podría decir que,
cuantos más, mejor. Ahora, con nuestros peques AS está claro que
conviene dosificar al máximo. Al principio irá sobrado con el
contacto físico con el cuerpo de su mamá y con su baño (ya ha
estado nadando durante la gestación). Le encantará que su mamá
le meza y le cante. Al recién nacido hay que protegerlo ante casi
cualquier estímulo innecesario, por ello aconsejo esperar a sacarle
de casa y exponerle a entornos con mucho ruido, movimiento o un
exceso de luces hasta que tenga por lo menos cuatro semanas.
El niño va creciendo y, a través de los juguetes, conseguirás que
llegue a conocer todo tipo de texturas: algodón, seda, lana,
madera… Ya conocía el agua de su baño, pero también le sirve para
jugar. Luego descubrirá la arena, las conchas, los objetos de
metal… Es importante que sepa qué se siente al caminar bajo la
lluvia, jugar (y ensuciarse) en charcos y con barro. ¿Recuerdas esa
sensación maravillosa de tumbarte en una montaña de hojas secas
en otoño? Llevemos al niño a escuchar las olas del mar, el gemir del
viento, y enseñémosle a escuchar el canto de los pájaros, oler el
bosque y las flores. Cuanto mejor aprenda a reconocer los
diferentes estímulos y se familiarice con ellos y con el efecto sobre
sus sentidos, menos le molestarán.
Este pilar se refiere a la parte sensorial —los cinco sentidos tal
como se suelen conocer— pero también habla de «sutilezas», por lo
cual entendemos la información que recibimos en forma de esos
pequeños detalles que generalmente no son percibidos por aquellos
que no comparten el rasgo.

Sensibilidad auditiva. Mi colega y amiga Esther Bergsma y yo


hemos realizado una encuesta exhaustiva sobre niños AS en los
países de habla hispana. Gran parte de los resultados de esta
encuesta aparecen en el anexo de este libro. Una de las cosas que
hemos podido ver es que para un 73,6 por ciento de los niños, el
sentido que más problemas o molestias les causa, es el oído, o sea,
el ruido. El ruido es una constante en nuestro mundo y si vives en la
ciudad, como la gran mayoría de la gente, es extremadamente difícil
encontrar el silencio.
El problema con el ruido, que ya molesta de por sí, es que
parece intensificarse cuando la PAS está estresada. El estrés hace
más sensible a la persona y generalmente lo primero que le irrita y
crispa a alguien nervioso son los ruidos que no quiere oír, porque
conllevan todavía más estímulos que necesitan ser gestionados en
un momento en el que le sobra información. Todos sabemos que los
adultos nos estresamos, pero no todo el mundo sabe que los niños
también; de hecho, hoy en día el estrés en los niños es muy común.
Cuanto más pequeño es el niño, menos consciente es de la
fuente de su estrés. No sabe que es el ruido (el concepto en sí
todavía no le dice nada), no sabe qué lo produce o de dónde viene.
Solamente le hará sentir mal sin poder entender que le pasa. Llorará
y tú, su educador, querrás saber el motivo del llanto de tu peque. Si
sospechas que tiene que ver con un exceso de estímulos auditivos
(ruido) lo que harás es quitar sonidos/ruidos para que el niño se
calme: apagar la tele o la radio, cerrar la ventana o sustituir el ruido
por una música calmada o, mejor todavía, cogerle en brazos y
cantarle suavemente.
Un niño algo más mayor puede expresar su deseo por más
tranquilidad, por ejemplo, tapándose los oídos. Pero también hay
niños AS que aguantan mucho por no querer llamar la atención de
manera negativa o por no querer molestar, pero no te sorprendas si,
cuando menos lo esperas, de repente explota y grita: «¡Silencio!».
Esto en cuanto a la situación en casa. Seguramente en el cole
también hay ruidos y no podrás estar ni intervenir, pero si eres profe
y si lees esto, a lo mejor puedes recordar este dato para ayudar a
los niños AS en tu aula. Por cierto, ¿sabías que existen cascos
especiales contra el ruido? En muchos colegios de los países
nórdicos forman parte de la equipación estándar de las aulas y se
suelen dar a niños que están sobresaturados para que se
tranquilicen.

Sensibilidad visual. En sentido positivo se podría decir que tener una


capacidad para notar pequeños detalles puede ser algo que añade
mucha calidad a la vida. Tener «ojo» para la belleza, poder
percibirla, es un regalo que enriquece el alma y que suele inspirar
sensaciones de plenitud y gratitud. Como madre o padre AS
podemos ayudar a nuestro hijo PAS a desarrollar este talento con el
que ha nacido, pero que puede beneficiarse de un empujoncito.
Aunque es obvio, no siempre pensamos en el hecho de que allí
donde hay muchos detalles, hay mucha información sensorial. Un
adulto puede decidir sobre lo que quiere ver en su entorno, puede
quitar «trastos» porque suponen demasiada información que puede
llegar a saturarle, ya que cuando está en su casa busca y necesita
calma para desconectar. ¿Pero el niño? ¿O el bebé? Cuidado con
llenar el cuarto de tu peque con trastos bien intencionados:
peluches, juguetes, cuadros, escenas pintadas en las paredes,
cortinas con dibujos, figuras que cuelgan encima de la cuna o de la
camita que se mueven (¡con música!). Todo esto puede ser
demasiado desde el punto de vista (literalmente) del pequeño con
AS; lo mejor es quitar todo lo que sobra, y piensa también en
armarios con puertas lisas y no decoradas para guardar sus cosas.
Recuerda: cuanta menos contaminación visual, mejor.
No es solamente el exceso de objetos y decoración lo que
conlleva información sensorial visual, también la luz. En este sentido
pueden llegar a molestar y contribuir a una saturación, por ejemplo,
unos focos potentes o el propio sol. Una PAS con ojos claros puede
ser extra sensible a la luz. Nosotras las PAS, generalmente nos
sentimos mucho mejor con una luz suave e indirecta, que puede ser
algo a tener en cuenta para la habitación del niño y, también, para
su mesa de trabajo. Haz la prueba y pregúntale cómo quiere que la
luz ilumine su trabajo. Si se queja porque es «demasiada luz»,
tómalo en serio. Recuerda que la luz también es una fuente de
estímulos que puede llegar a estresar y hacer daño. Y cuando vayas
a la playa o a la montaña, ¡ponle unas buenas gafas de sol!
A la hora de cambiar el pañal al bebé o de vestirle, ten cuidado
que la luz no le dé directamente en los ojos. Cuando saques al bebé
a la calle, si le llevas en el cochecito, por favor, ten mucho cuidado
con el sol; evita que le dé en la cara o en la cabeza. Esto último lo
digo para todos los pequeñajos, PAS o no.
Por cierto, ¿alguna vez has pensado en cómo será para tu
pequeño altamente sensible ir en cochecito? La mayoría de los
cochecitos están hechos de manera que el niño solamente puede
ver el mundo, no puede ver a su madre o a la persona que le va
empujando. Debe ser como ir solo por un mundo con un montón de
información, de cosas, gente y situaciones totalmente ajenas lo que
le es familiar: su casa y, a lo mejor, la guardería. Me pongo en su
lugar y siento que no puedo, que quiero ver a mi madre, para que
me sonría y me haga saber que no pasa nada, que está conmigo y
que estoy segura. Un niño tiene que tomar contacto con el mundo,
conocerlo, claro, ¿pero no sería más reconfortante si pudiese
hacerlo viendo a su madre, o sea, estando en un cochecito sentado
«al revés»? Creo que el peque, al ver al adulto y el mundo que van
dejando atrás, se sentiría más protegido y menos amenazado por el
bombardeo de nueva información.

Sensibilidad táctil. El sentido que conocemos como el tacto en


realidad es muy complejo y forma parte del llamado sistema
somatosensorial. Es, por decirlo de una manera, el sentido más
extenso y extendido, ya que está presente en toda nuestra piel. Se
puede decir que abarca sensaciones relacionadas con la
temperatura y el dolor, entre otras. Las PAS suelen ser muy
sensibles a la temperatura ambiental y muchas se quejan de tener
frío (o calor) antes de que otra persona empiece a notar que la
temperatura ha bajado (o subido) solo un pelín. Sabiendo esto, pon
especial atención a la temperatura del agua a la hora de bañar a tu
peque y hazle caso cuando te dice que el agua está «helada» o que
«quema». Las reacciones de la pequeña PAS pueden parecerte un
tanto exageradas, pero los más jóvenes lo perciben así.
Una de las características del rasgo de la alta sensibilidad es
tener el umbral del dolor muy bajo. «¡Eres una quejica!». «¡Esto no
duele!». «¡Llorón!». Me imagino que tus hijos habrán escuchado
comentarios de este tipo, a lo mejor incluso se los has dicho tú.
Como padre o madre AS te invito cerrar los ojos un momento y
recordar tu propia infancia. ¿Recuerdas si te han dicho estas cosas?
Y, ¿te has quejado por gusto? Me imagino que has llorado porque
algo o alguien te hacía daño. Un niño AS generalmente siente dolor
antes de un niño no AS. Esto se puede percibir en los bebés: el
bebé está en la cuna, ha comido y no tiene motivo aparente para
llorar, pero llora y lo hace intensamente. Lo que nos dicen es que
probablemente le duele la barriguita, que tiene un cólico y que con
un suave masaje le puedes calmar. Le das ese masaje, y
posiblemente el llanto aumenta. Si el pequeño es PAS existe una
gran probabilidad de que su barriga esté bien, pero que le duelan las
costuras de su pijama, que le aprieten los botones o que se
encuentre muy incómodo por ese pequeño pliegue en la sábana. De
hecho, estas reacciones intensas a molestias que tienen que ver
con el tacto, pueden ser una de las primeras señales de que tu hijo
es una personita con alta sensibilidad. Te puede asombrar que
semejantes «tonterías» produzcan dolor, pero te aseguro que es
bastante probable que esto sea uno de los motivos por los que llora
tu bebé. Y cuando el niño sea un poco mayor y empiece a andar, a
la hora de ponerle calcetines, no te asombres cuando se queje por
la costura. Por cierto, que al adulto PAS le pasa lo mismo, también
con ciertos zapatos que, según cómo y por dónde estén cosidos,
son imposibles de llevar.
Aparte de esto, existen muchas más cosas que pueden molestar
al pequeño PAS como, por ejemplo, la arena o telas toscas. El niño
te avisará cuando se sienta molesto, y conviene tomarle en serio.

Sensibilidad olfativa. Otro de los estímulos sensoriales por el cual


podemos llegar a sospechar que nuestra hija es PAS, es por su
reacción ante olores y aromas. «Los de abajo ya están
desayunando», dice Paula. «¿Eh?», se sorprende su madre,
«¿cómo lo sabes?». «Huele a café, a tostadas y huevo frito». Casi
todas las PAS, mayores o pequeñas, perciben los olores antes que
la mayoría de la gente. Los perciben para bien y para mal. Puede
llegar hasta el extremo de que el niño no quiera acercarse a un
familiar porque este, a su parecer, huele mal. Puede insistir en que
se le lave su ropa con un determinado detergente porque el perfume
le encanta o justamente lo contrario, puede que deteste ese
«perfume a frescor de primavera», porque «apesta».
Este tipo de reacciones pueden parecerte exageradas si tú no
eres PAS, pero siendo madre AS de dos hijos AS y hablando desde
mi propia experiencia, te aseguro que hay olores que le producen
tanto malestar a la persona sensible, que acaba con arcadas como
mínimo. En este sentido recuerdo que, cuando era pequeña e
incluso no tan pequeña, y hacíamos la travesía en barco entre
Barcelona y Palma cada año cuando íbamos a veranear con mis
abuelos, a mí no me molestaba el oleaje, de hecho, me encantaban
los movimientos del barco, pero no podía con los vómitos de
algunos otros pasajeros y, al llegarme ese olor ácido y tan
desagradable, acababa vomitando yo también. Para alcanzar tales
extremos generalmente hace falta más información de otros
sentidos, generando entre ellos una intensa reacción. Pienso, en
concreto, en la reacción de vehemente negación de mi hijo cuando
tocaba comer pescado —la combinación de un determinado olor con
una determinada textura, olfato y tacto—. En la superficie del interior
de la boca también hay piel, una piel un poco diferente y
extremamente sensible.
Otra cosa que le puede pasar al pequeño PAS en relación con
este tema es que no quiere ir al baño si no es en su propia casa.
Los aseos de las instituciones a veces huelen mal y no todos están
muy limpios. Si los baños del cole de tu hijo huelen mal es muy
probable que no quiera utilizarlos. Si es pequeño, existe la
posibilidad de que prefiera hacérselo encima antes de utilizar un
baño que le produce arcadas. Si es mayor habrá aprendido a
aguantarse hasta llegar a casa, lo cual no siempre es buena idea.
Aquí tenemos la combinación del olfato con la vista, malos olores
con suciedad visible y —en niños mayores— pensamientos y
reflexiones sobre la falta de higiene y sus consecuencias, que
pueden incluso aumentar el rechazo que ya siente.
En cuanto a los bebés y las cremas y lociones que les ponemos,
aunque existen productos naturales sin perfume, somos un país
«Nenuco» y a muchas mamás les gusta «perfumar» al bebé.
Ninguna colonia supera el olor natural de un recién nacido, pero el
mercado intenta convencernos de que tenemos que taparlo con algo
«mejor». Está claro que de gustos no se discute, pero ten en cuenta
que los olores, aromas y perfumes intensos pueden molestar mucho
a tu bebé o párvulo. Casi todas las lociones, cremas, geles de baño,
pero también los detergentes y los suavizantes (si los utilizas) están
perfumados y pueden generar todo tipo de reacción en el pequeño,
desde rechazo (llanto) hasta irritaciones de la piel, rojez, eccema o
similar.
No quiero cerrar este párrafo sin añadir que, probablemente, no
haya nadie que pueda gozar tan intensamente de aromas que
consideramos agradables como las PAS de todas las edades.

Sensibilidad gustativa. Aunque, al hablar del «gusto» nos solemos


referir a algo tan amplio que incluso puede ser algo exclusivamente
emocional y no solamente a algo que pasa por la boca, es en primer
lugar a esta última faceta a la que me quiero dedicar aquí.
En la boca se encuentran los receptores que se estimulan en el
momento el que se introduce algo comestible en ella. El gusto, junto
con su «hermano» el olfato, se conocen como los dos sentidos
químicos. Los dos trabajan en una estrecha relación. Antes de poner
algo en la boca, ya hemos registrado su olor. Es más, la boca
empieza a salivar con un simple olor, por ejemplo, una tarta de
manzana que está en el horno.
Muchos niños AS —una tercera parte, según nuestra encuesta
—, tienen dificultades con ciertas comidas, con ciertos sabores y
determinadas texturas, y a veces desesperan a sus padres.
Recuerdo mi desesperación, por las muchas veces que mi hijo, al
empezar con la comida sólida, casi escupía todo lo que conseguía
meterle en su boquita. Las veces que he recibido duchas de
espinacas, brócoli y verduras en general, han sido innumerables.
Ahora, conociendo el rasgo con todos sus detalles, lo entiendo, pero
llegué incluso a culparme a mí misma. No se puede enfatizar lo
suficiente la importancia que tiene que los educadores conozcan y
entiendan el rasgo.

Sensibilidad para sutilezas. Al hablar de «sutilezas» nos referimos a


detalles y, en especial, a los detalles más pequeños, aquellos que
no suele percibir la mayoría de la gente. Existen investigaciones
curiosas sobre este tema, como aquel experimento en el que
enseñan a los participantes una lámina con un número de
cuadrados y unas líneas dentro de esos cuadrados, ambos con un
tamaño un poquito diferente. La tarea era detectar las diferencias en
los tamaños de las líneas y de los cuadrados. En realidad, el
objetivo principal del experimento era demostrar diferencias
culturales en la percepción entre asiáticos y americanos, aunque —
aprovechando la prueba de esta investigación cultural— los
participantes también realizaron un test de la alta sensibilidad. El
resultado del test era que, mientras que a los asiáticos les costaba
muchísimo distinguir la diferencia entre la longitud de las líneas, no
tenían ningún problema en percibir los diferentes tamaños de los
cuadrados. En el caso de los americanos era justamente al revés.
Ahora bien, aquellos participantes que, por el test de la AS,
resultaron ser PAS —sin importar a qué cultura pertenecían—,
sabían distinguir perfectamente tanto las diferencias de tamaño de
los cuadrantes como de las líneas. Esto, según Elaine Aron,
demuestra esa profundidad de procesamiento típica de las personas
con alta sensibilidad. Aunque, como PAS, no hayas participado en
ese test de las líneas y cuadrados, seguro que percibes en seguida
si un cuadro está mal colgado o, cuando vas a casa de un familiar
cercano o un amigo, un lugar que sueles visitar regularmente, en
seguida te das cuenta si han cambiado la decoración, aunque
solamente sea una foto diferente en un marquito o un cojín del sofá.
Las PAS, desde una edad temprana, pueden notar si alguien se
siente bien o mal, si está cansado o preocupado. No te extrañes si
tu peque se da cuenta de que andas algo preocupado y te pregunta
qué te pasa. Si ocurre es muy importante que no lo niegues —algo
que, como adulto, puede parecer lógico para evitar que el niño se
preocupe— ya que es necesario que las PAS aprendamos cuanto
antes que podemos fiarnos de nuestra intuición. Asentir ante la
observación del pequeño PAS y validar así su intuición es algo
básico que contribuye a un desarrollo sano de su autoestima.
Evidentemente no conviene cargar a un niño pequeño o no con
problemas de adultos, pero es preciso reconocer su percepción y
luego tranquilizarle diciendo algo como que se trata de un tema
pasajero y que no se preocupe, que todo está bien. Es muy
importante ya que si tú, el educador, eres PAS, conocerás nuestra
tendencia a preocuparnos excesivamente por temas que nos pasan
o que les pasan a nuestros familiares, gente cercana, menos
cercana y hasta colectivos enteros.
En este contexto, tenemos el ejemplo de María, que ahora tiene
16 años y quien, en las sesiones de coaching está ajustando sus
recuerdos a través de las gafas de PAS. Me cuenta lo siguiente: «Mi
madre sufría de migrañas; de hecho, mis primeros recuerdos son de
ella en la cama y a oscuras en su dormitorio. Veía cómo sufría y me
asustaba mucho. Le solía decir: “Mami, estás tan mal, ¿cómo puedo
ayudarte?”, y ella, casi siempre contestaba: “No te preocupes, no
estoy mal, pero necesito descansar”». María suspira. «Ahora lo
entiendo, ella quería evitar que me preocupara, pero lo que
conseguía con su comentario era que yo empezara dudar de mi
intuición y de mis observaciones, y con el tiempo desarrollé cierta
indiferencia, tapando mis cualidades como PAS y suprimiendo una
parte muy importante de mi ser. Mientras que mi madre quería
tranquilizarme, el mensaje que recibí era: “Crees ver algo, pero te
equivocas. No haces bien las cosas”».
Todos los niños son diferentes, y también entre los niños AS hay
diferencias ya que, aunque somos PAS, somos mucho más que ese
rasgo con determinadas características. En cuanto a los cinco
sentidos conocidos, es posible que tu hija los tenga todos muy
sensibles, pero generalmente suelen ser tres o cuatro. O sea, no te
preocupes si tienes la fuerte intuición de que tu hijo es PAS, pero
nunca se ha quejado de luces fuertes (por nombrar una de las
posibilidades); si cumple el resto de los «requisitos», puede ser
PAS. Incluso en cuanto a las «sutilezas», unos verán más detalles
que otros, pero generalmente hay poca cosa que escape a nuestra
atención. En caso de estrés o de cansancio conviene saber que los
cinco sentidos se hacen más sensibles (el niño aguantará menos y
«saltará» antes) mientras que la capacidad para ver los pequeños
detalles disminuirá por el simple hecho de que el cerebro estará
cerca de saturarse y solamente se fijará en lo estrictamente
necesario.

Sensible, pero sin los cuatro pilares


Has comprado este libro porque sospechas que tu hijo es PAS y has
llegado hasta aquí. Ahora conoces los cuatro pilares —el significado
del acrónimo DOES— y has entendido que, para que tu hijo pueda
calificarse como niño AS, debe reflejar las cuatro características
base. Puede que no lo tengas claro, que te queden dudas.
Tranquilo, es normal y les pasa a muchos padres. Cuanto más
pequeño el niño, más difícil es determinar si tiene el rasgo o no, o si
tiene el rasgo y, además, le pasa otra cosa. Todo es posible. ¿Qué
hacer?
La primera pregunta que suelo hacer en estos casos está
relacionada con el hecho de que el rasgo es congénito, es algo que
se hereda de los padres. Y como generalmente es más fácil
conocerse a sí mismo que a otra persona, incluso si es tu hijo, suelo
preguntar si la madre o el padre del niño se reconoce en el perfil de
una persona con alta sensibilidad. Un sí rotundo y libre de duda es
una clara indicación. Si no estás seguro de ti, ni de la otra persona
que es la madre o el padre biológico del niño, haz el test para
adultos que encontrarás al final de este libro. También te puede
interesar mi libro Personas altamente sensibles, escrito en primer
lugar para adultos, aunque también tiene un capítulo dedicado a los
niños. Entre una cosa y otra obtendrás más claridad. No cabe duda
de que es más fácil contestar preguntas sobre uno mismo, cuesta
más y requiere más objetividad contestar preguntas sobre un hijo.
Puede costar porque todavía es muy bebé o porque, desde nuestro
afán de querer ayudar y encontrar las respuestas que nos pueden
tranquilizar, le atribuimos cosas que no son exactamente así. Puede
pasar. En caso de la más mínima duda siempre hay que consultar a
un experto, un profesional que trabaja con niños y quien conoce el
rasgo de la alta sensibilidad, para que este pueda valorar si el
pequeño es PAS o si, a lo mejor le pasa otra cosa.
Si digo «otra cosa» pienso en trastornos que se solapan en gran
medida con las características del rasgo de la alta sensibilidad y
que, por lo tanto, pueden llevar a la confusión. La diferencia entre un
rasgo y un trastorno radica en la frecuencia en que este se presenta.
Mientras que el concepto de rasgo se refiere a algo que es bastante
común —como en el caso de la alta sensibilidad ya que hablamos
de un 20 por ciento de la humanidad—, los trastornos son entre
raros y muy raros, manifestándose en porcentajes muy inferiores.
Este libro está dedicado al rasgo de la alta sensibilidad y no a
trastornos, pero creo que es importante ofrecer un pequeño repaso
de los más comunes, apuntando que no soy psicóloga, ni experta en
este tema e insistiendo en la importancia de consultar a un
profesional especializado en caso de la más mínima duda. También
es necesario saber que una persona puede ser PAS y, al mismo
tiempo, sufrir algún trastorno. Repito: uno puede ser PAS, pero
siempre y en muchos sentidos, alguien es mucho más que
«solamente» eso.

Espectro autista. Trastornos del espectro autista (TEA) como, por


ejemplo, Asperger, se pueden confundir con el rasgo de la AS. En el
caso de TEA hablamos del uno por ciento de la población. Esta
confusión no es de extrañar ya que en ambos vemos una elevada
sensibilidad sensorial, algo que suele ser lo primero que nos llama la
atención tanto en las PAS como en aquellos con TEA. Otra cosa son
las rabietas que conocemos tanto de niños con TEA como de los
niños con alta sensibilidad, rabietas como manifestación de la
saturación mental y la consiguiente incapacidad de poder gestionar
más información. Para entender lo que pasa en el cerebro podrías
imaginarte un cortocircuito. Si eres una PAS, seguramente
entiendes de qué hablo, esa saturación o sobreestimulación que
produce una especie de colapso mental.
La guía oficial de trastornos, el llamado DSM (Manual
diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales) en su última
versión, nos dice que, los TEA se caracterizan por sus limitaciones
en la interacción y comunicación social, por los comportamientos
repetitivos de la persona y por sus intereses concretos y específicos.
Hemos visto que, siendo PAS, recibimos muchísima información
a la vez y cuando nos preguntan algo, y esto pasa especialmente
con niños, antes de contestar, generalmente necesitamos pensar un
poco más que la mayoría de la gente porque nos importa dar una
buena respuesta. Para poder contestar correctamente conviene
revisar, interiormente, las opciones —el procesamiento profundo, el
primer pilar— para asegurarnos de que esa respuesta refleja todas
las alternativas. Pensar mucho antes de contestar es algo que
también se ve en niños con TEA, pero en su caso el motivo suele
ser que les cuesta comprender la pregunta y sus implicaciones, o
bien la pregunta conlleva una palabra que no conocen y su mente
se queda colgada en esa palabra. Vemos, pues, que el motivo por la
tardanza, o la causa, es distinto.
Otra cosa que vemos tanto en niños AS como en niños con TEA
es la dificultad para asimilar cambios de todo tipo: horarios,
mudanzas, nuevo cole, etc. Ambos necesitan estructura y calma,
pero no por la misma razón. El problema respecto a los niños AS
radica en la necesidad de tener que asimilar mucha información
nueva y contrarrestarla con la información ya asimilada,
generalmente para poder calcular beneficios y riesgos. Es decir, que
tienen que reevaluar algo nuevo para determinar su relación
respecto al gran total. Un niño con TEA suele percibir el mundo
como un caos, ya que le falta la capacidad de ver las grandes líneas
y la manera en que todo está interrelacionado. El hecho de que
tenga problemas con los cambios es porque la pérdida de la
estructura a la que se podía aferrar, le hace extraviarse en ese caos
sin el más mínimo control, y le invade el pánico.
El tercer pilar, aquel que tiene que ver con la intensa
emocionalidad y, en este caso, especialmente la empatía, también
nos puede ayudar a clarificar las diferencias entre la alta sensibilidad
y el TEA. Un niño AS, igual que los adultos con alta sensibilidad,
tiene esa antena que le permite percibir el estado emocional y a
veces también físico de otras personas. Son expertos en la
comprensión de la comunicación no verbal y no les cuesta nada
«leer» las caras de la gente de su entorno. Esto, la capacidad
empática del niño AS, es una característica que no pertenece al
perfil del TEA y podría ser un dato clave para distinguir entre el
rasgo y el trastorno. Un apunte, sin embargo: cualquier PAS que
está saturado y estresado, pierde su capacidad empática hasta el
punto de poder llegar a parecer antisocial o borde. Cuando esto
ocurre en una persona con alta sensibilidad, sería algo puntual y
consecuencia de una saturación mental y emocional.
Elaine Aron, en su libro Psychotherapy for HSP, menciona el
hecho de que las PAS suelen demostrar una gran intensidad
emocional en relación con las llamadas emociones sociales como
vergüenza, culpabilidad, desprecio, compasión y miedo al
abandono, algo que parece estar ausente en el espectro autista,
mientras que el niño con AS suele ser bastante transparente al
mostrar este tipo de emociones.
Reconocer la diferencia entre la alta sensibilidad y TEA en bebés
es más complicado, pero una indicación puede ser que los bebés
que son altamente sensibles siguen con la mirada a su madre o a la
persona que les cuida, mientras que un bebé con TEA generalmente
no puede mantener el contacto visual. Otra clave puede ser que,
cuando el peque con TEA recibe una gran cantidad de información
sensorial a la vez, tiene tendencia de quedarse «colgado» en un
solo punto como puede ser, por ejemplo, el botón de tu chaqueta o
un vaso en la mesa.
Un apunte: TEA se manifiesta más en niños que en niñas.

TDA(H). Otro trastorno que puede confundirse con el rasgo de la


alta sensibilidad es el del déficit de atención con o sin hiperactividad
y comportamiento impulsivo, conocido por las siglas TDA-H. No es
el lugar de entrar en este trastorno y sus características, pero es
necesario que os dé unas claves para distinguir entre rasgo y
trastorno, aunque repito: en caso de la más mínima duda conviene
consultar a un profesional. Veremos los dos tipos en relación con la
alta sensibilidad.
En el caso de TDA se trata de un problema de atención. Los
niños con este trastorno suelen ser tranquilos, no llaman la atención
en clase, a no ser por el hecho de que no acostumbran a terminar
las tareas, se distraen con cualquier cosa e intentan evitar trabajos
que exigen mucha concentración mental. Son niños que, a simple
vista, pueden parecer perezosos, desmotivados o simplemente
irresponsables de cara a los errores que pueden cometer por
imprudencia. Veremos ahora el rasgo: las PAS suelen ser
concienzudas y detallistas. También reciben mucha información a la
vez y procesan todos los estímulos en un nivel profundo. Un niño AS
puede parecer perezoso porque gran parte de su trabajo tiene lugar
a nivel interior. Puede tardar en contestar una pregunta porque está
valorando todas las posibles respuestas y sus implicaciones. La
misma característica hace que pueda tardar en completar una tarea,
porque cualquier cosa requiere mucha reflexión y, si cabe,
investigación. Puede necesitar más tiempo porque es concienzudo
—generalmente en combinación con el fuerte deseo de dar una
buena impresión y, también, cierto miedo a equivocarse—, pero no
es que no pueda terminar el trabajo o no quiera hacerlo. Es una
diferencia fundamental. Aparte de eso cabe remarcar que las PAS
no suelen cometer errores y menos por imprudencia. Una PAS
puede concentrarse muy bien y durante mucho tiempo, pero cuando
en su entorno hay mucha actividad y va recibiendo un exceso de
estímulos, puede bloquearse y en consecuencia ya no ser capaz de
seguir concentrado en su tarea.
En el caso del TDAH vemos niveles de falta de atención,
impulsividad y un exceso de actividad considerada como
inapropiada. Personalmente creo que siempre ha habido niños que
necesitan moverse mucho frente a otros que son más tranquilos.
Puede ser simplemente la diferencia entre un niño con carácter
extrovertido y otro que es más bien introvertido, es decir, un tema
temperamental. Hubo un tiempo en que casi estaba «de moda»
diagnosticar a los niños activos TDAH y en muchos casos
medicarlos, llegando a porcentajes muy elevados (alrededor de un
20 por ciento) con lo cual ya no sería correcto hablar de un trastorno
(porcentajes mínimos) sino que tendría que llamarse rasgo.
Veremos qué pasa con el rasgo de la alta sensibilidad y la
hiperactividad. Hay comportamientos que ambos manifiestan y que
pueden llevar a una confusión en cuanto al diagnóstico, pero,
aunque los comportamientos coincidan, la causa es diferente, igual
que en el caso del TDA. La hiperactividad en las PAS también es el
resultado de una sobreactivación, de un exceso de estímulos que no
pueden ser gestionados a la vez. Unos niños desconectan y quedan
con la mente en blanco, mientras que otros necesitan moverse
mucho y hablar como una cotorra para descargar el exceso de
información. Cada niño, cada persona, es un mundo y cada uno —
cada PAS— tiene su propia manera de gestionar la
sobreestimulación.
En la educación Waldorf se utiliza el movimiento en el
aprendizaje de asignaturas como, por ejemplo, las matemáticas. El
movimiento no solamente ayuda a la hora de memorizar la materia
impartida, también hace que se evite una saturación mental, algo
que les conviene a todos los niños y no solamente a aquellos con
TDA-H y/o alta sensibilidad. Volviendo a la hiperactividad, veremos
que esa necesidad imparable de moverse, de hablar y de gesticular
siempre está allí, tanto en el aula como en casa y en momentos de
calma objetiva y poca información sensorial. La pregunta clave para
distinguir entre una cosa y otra podría ser: tu hija, ¿siempre está tan
sobreactivada? ¿Es capaz de leerse un libro? ¿Es capaz de,
estando tranquilamente en su entorno habitual, hacer manualidades
o trabajar absorta en una tarea? Si la respuesta es afirmativa, la
niña será altamente sensible, con momentos puntuales en los
cuales gestiona un exceso de información mediante un
comportamiento (muy) activo. A un niño con TDAH le cuesta
muchísimo concentrarse siempre, mientras que las PAS son
capaces de concentrarse profundamente en situaciones donde reina
la tranquilidad.
Otra clave puede ser el tema de la impulsividad. Niños con
TDAH actúan antes de pensar y les cuesta esperar hasta que les
toca su turno. Un niño AS, un niño con la característica de detenerse
y comprobar (el pause and check, que hemos visto más arriba)
antes de actuar como consecuencia directa de la gestión profunda
de todos los estímulos que le llegan, no suele demostrar un
comportamiento impulsivo y no corre riesgos irresponsables.
Es importante que tú, educador del niño AS, mires y evalúes muy
bien las causas de su comportamiento y las circunstancias en las
que se comporta de una manera que puede llevar a la confusión y a
un diagnóstico erróneo.
Cabe remarcar que es posible tener el rasgo de la alta
sensibilidad, ser una PAS, y al mismo tiempo sufrir de un trastorno.
Repito una vez más: en caso de la más mínima duda, se debe
consultar a un profesional que sepa del rasgo (y lo reconozca como
una realidad) y de los trastornos.

Ser PAS, ¿una etiqueta más? Muchos padres, pero también los
maestros, me dicen que no quieren saber de más etiquetas. Aparte,
¿para qué? Especialmente en los colegios existe cierta resistencia a
aceptar el rasgo de la alta sensibilidad. Entiendo perfectamente que
ser maestra o maestro es un trabajo intenso que requiere una
vocación, un auténtico interés por los niños y su educación, y que,
por su gran implicación es un trabajo agotador. En un aula hay
muchos niños, cada uno diferente y con exigencias particulares.
¡Hay tanto que tener en cuenta! El educador no suele ir sobrado de
tiempo ni de energía para prestar todavía más atención a según qué
niño que necesita un cuidado especial. Y, sí, los pequeños con AS
requieren atención especial; sobre todo, necesitan ser
comprendidos. Un adulto no necesita etiqueta ya que es
perfectamente capaz de buscar soluciones para las «rarezas» del
rasgo, no tiene por qué utilizar su lado sensible como excusa.
El niño con AS, sin embargo, más que etiqueta, necesita
comprensión. Si un maestro conoce las características del rasgo, las
puede tener en cuenta. Nada más. Los padres no exigimos gran
cosa, sino reconocimiento. Un niño con AS sentado en la primera
fila tardará mucho más en saturarse que cuando ha de sentarse en
la última; y esto contribuirá a la tranquilidad en el aula. Si no
contesta las preguntas a la primera, a lo mejor requiere más tiempo
para valorar las respuestas. Si en el patio hay mucho jaleo,
seguramente no querrá participar, preferirá quedarse tranquilamente
con un libro, o a lo mejor busca la seguridad o la protección de algún
adulto. ¡No le empujes!
Entender cosas de este tipo le será de una enorme ayuda al
peque AS. Esperamos que tú, maestra o maestro, quieras echarle
este cable que le beneficiará el resto de su vida; no te pedimos
mucho más.
2

EL DÍA A DÍA DE UN NIÑO CON ALTA


SENSIBILIDAD. PUNTOS DE
ATENCIÓN

Ahora que hemos visto el rasgo con su investigación científica,


con sus características base y sus pilares, y entendemos un poco
cómo funciona y de qué manera se puede manifestar, vamos a ir
más allá de la teoría para indagar en el día a día del niño PAS, y
veremos cómo se relaciona consigo mismo y con su entorno.
Al avanzar en su investigación, Elaine Aron se sorprendió al
darse cuenta de que existe un rasgo de la personalidad que se
caracteriza por un número de facetas que parecen apuntar a una
personalidad introvertida pero que, sin embargo, indican algo más
ya que también están presentes en un porcentaje de personas que
tienen un carácter rotundamente extrovertido. Evidentemente, si se
mira un rasgo que es compartido tanto por personas introvertidas
como extrovertidas, se está hablando de algo distinto a lo que hasta
entonces se había entendido como el dúo de opuestos
introversión/extroversión.

Talentos
Antes de adentrarnos de lleno en el asunto, quiero recalcar el lado
positivo del rasgo de la alta sensibilidad. Es evidente que este libro
no sería necesario si la educación del niño con AS fuera algo fácil y
fluido, si en las idiosincrasias de alta sensibilidad no hubiera ninguna
sombra, pero es muy importante tener claro que, por muy difícil que
sea, ese retoño tuyo es alguien muy especial, equipado con una
serie de talentos que le harán convertirse en un valioso miembro de
la sociedad. Nuestra tarea, como educadores, es servirle de guía
incondicional para que estos talentos puedan florecer. Es en la
infancia cuando ponemos las bases para el resto de la vida. Una
educación con apego, con respeto, marcada por el amor
incondicional por parte del educador, hará que el niño se sienta
seguro y que sea un ser emocionalmente estable. Esto no quiere
decir que no sea emocional; si es PAS, siempre tendrá emociones
intensas —de hecho, es justamente uno de sus talentos— pero
sabrá conducirlas y gestionarlas sin que le abrumen y le hagan sufrir
más de la cuenta. Tener una emocionalidad sana le permite a la
PAS desarrollar la empatía, el segundo regalo enorme con el que
llegamos a este planeta. Una empatía sana, equilibrada, que nos
permite entender y conectar con otras personas y con animales, sin
perdernos en su desgracia, sino siendo un auténtico apoyo desde la
escucha y una actitud constructiva.
Ser sensible es un talento en sí, tener una sensibilidad
desarrollada, tanto en lo sensorial como en cuanto a las sutilezas,
permite a la PAS ser consciente de todo que le rodea y, en
combinación con esa emocionalidad, disfrutar de cada detalle que
pasa desapercibido a la mayoría de la gente. Esta sensibilidad
combinada con la empatía, ese talento para entender las situaciones
y a las personas, ese «olfato» para aquello que no es tan obvio para
la mayoría de la gente, ese cóctel de talentos le capacitarán para
ser alguien con dotes de liderazgo en cualquier nivel, ya sea en la
familia o en el entorno laboral.
Añadimos a todo esto —mientras escribo me viene a la mente la
imagen de las hadas buenas que traen regalos a la Bella Durmiente
— una capacidad de reflexión, de profundizar en la información que
les llega. Si esto no es un regalo, no sé qué puede ser.
Todas estas cualidades tienen su efecto en muchos otros
campos de la forma de ser de una PAS. Les pueden ayudar a ser
artistas con una creatividad especial, a ser maestros vocacionales
con esa capacidad de reconocer los talentos de los alumnos, a ser
médicos o enfermeros dotados del famoso «ojo clínico»; porque la
empatía y vocación les hace destacar entre otros colegas que, por
muy buenos profesionales que sean, no tienen ese toque que suele
aportar la AS.
Soy consciente de que estoy escribiendo sobre la PAS adulta.
Los talentos, aunque son innatos y forman parte del rasgo de la alta
sensibilidad, se irán manifestando poco a poco en la personalidad
del niño, siempre que seamos capaces de dar el buen ejemplo en
cuanto a nuestro propio comportamiento y de educarle de una
manera respetuosa que permita desarrollar su potencial. Durante la
infancia y la adolescencia irás viendo cómo, poco a poco, empiezan
a florecer los talentos, y es importante reconocerlos para ir
reforzándolos.
Volviendo a las hadas buenas, allí donde las hay buenas,
también está aquella a la que no invitaron, pero que supo colarse
con su «regalo» no tan positivo. En el caso de las PAS, ese
«regalo» se llama sobreestimulación, y es la que hace que, en el día
a día del peque AS, surjan momentos difíciles que requieren de
nuestra atención especial. Entendiendo esas dificultades, saber por
qué se producen y qué se puede hacer para que no lleguen a ser
problemas de verdad, es esencial en el buen acompañamiento de
nuestra niña o niño, que viene equipado con esa mochila repleta de
regalos preciosos para ella o para él, para su familia y su entorno, y,
por ende, para la sociedad. (Véase encuesta de talentos en Anexo
1).

La importancia de un entorno favorable


Está más claro que el agua: todos los niños —tanto los que tienen el
rasgo de la alta sensibilidad como los que no— se benefician de una
infancia equilibrada en la cual sienten el cariño incondicional de sus
padres y educadores; una infancia con reglas, estructura, límites y
respeto; una infancia sin castigos, sin gritos, sin competitividad. Una
infancia que responda a las preguntas: ¿cómo quiero que sea mi
hijo de adulto? ¿Qué clase de persona me gustaría que sea?
La investigación, al indagar sobre el riesgo de desarrollar
neuroticismo (inestabilidad emocional), depresión, ansiedad, timidez
en PAS y en no PAS, hizo visible que, como era de esperar, el riesgo
a acabar con problemas de este tipo es más elevado en la gente
altamente sensible. Pero lo interesante de esta investigación fue
que, al separar a los participantes de la prueba en dos grupos —el
primero de personas que habían tenido una infancia normal o
buena, y el otro de personas que habían tenido una infancia
conflictiva y difícil—, resultaba que existe una relación directa entre
neuroticismo y una infancia complicada. También se vio claramente
que una PAS que ha pasado por una infancia conflictiva, de mayor
corre más riesgo de desarrollar depresión, ansiedad y timidez que
un adulto no AS con una infancia conflictiva. Sin embargo, y esto es
especialmente importante, la PAS que ha crecido en un entorno
positivo, sano, en el cual se ha visto segura y apoyada, demuestra
mucha menos ansiedad, no suele ser proclive a la depresión y,
encima, llama la atención por sus competencias sociales,
generalmente mucho mayores que las de una no AS con una
infancia equilibrada.
Aquí la pregunta principal es, ¿qué entendemos por una buena
infancia? ¿Cómo es ese entorno favorable? ¿Existen reglas claras o
tengo que dejarme guiar por mi intuición? Lo iremos viendo, pero
antes, una pregunta importante:

¿Eres madre o padre con AS?


Como el rasgo de la alta sensibilidad es genético y no distingue
entre hombres y mujeres, es tan probable que la madre del peque
AS sea altamente sensible, como que lo sea su padre.
Cuando los padres me vienen a pedir consejo lo primero que
suelo preguntarles es si ellos mismos se ven reflejados en las
características que determinan esta faceta del carácter. Muchas
veces ocurre que ni la madre ni el padre se habían planteado esta
posibilidad. Esto no es extraño, ya que como padres nos fijamos
ante todo en el bienestar de nuestros hijos y, como adultos,
generalmente lo normal es que ya tengamos más o menos claro
cómo movernos en el mundo. Es frecuente que sea a través de la
preocupación por un hijo que uno de los padres —o los dos—
descubran que ellos también son altamente sensibles. Y esto es
importante.
Saber que un hijo está pasando por lo mismo que pasaste tú en
tu infancia, crea un vínculo especial y ayuda a fomentar una mayor
comprensión. Los propios recuerdos de la infancia juegan un papel
importante en la manera en que queremos educar a nuestro
pequeño AS. Podemos decir, por tanto, que «juegas con ventaja»
aunque esto no quiere decir que acompañar a tu hijo AS en su
desarrollo desde la cuna hasta que tenga la edad adulta vaya a ser
siempre fácil.
Si has pasado por una infancia con apego, en que ser sensible
ha sido percibido como algo positivo por parte de tus padres y otros
educadores, seguramente no has experimentado el rasgo como algo
problemático ni como un defecto en tu forma de ser. Recuerda cómo
tus padres te han apoyado y te han hecho saber que un carácter
sensible y social es algo positivo. Te habrán enseñado que existen
muchos tipos de personas, unos que, a lo mejor, son más
competitivos y más centrados en sus propios logros, y otros que se
preocupan más por el bienestar de la gente de su entorno, de su
equipo e incluso por la humanidad en general.
Una persona con alta sensibilidad —sin importar la edad— suele
llamar la atención por un comportamiento diferente, por su manera
de preocuparse por el bienestar de otros o por detectar posibles
riesgos que la mayoría no ve. Estas son cualidades positivas y para
nada son tan inusuales como la persona misma —sea adulto o niño
— podría pensar. Si sabemos que una de cada cinco personas ha
nacido con este rasgo, tendrás que reconocer que somos bastante
normales. Si has tenido padres que eran conscientes del valor de un
carácter sensible y que te han educado con esta idea, tus recuerdos
te servirán para dar un buen acompañamiento a tu peque. El secreto
está en reconocer y afirmar el comportamiento del niño para que se
pueda sentir amado y valorado tal como es. Ser diferente no
significa ser menos.
La realidad, sin embargo, nos hace ver que la mayoría de las
PAS ha pasado por una infancia problemática. Aunque uno —o
ambos— de tus padres también sea PAS, puede pasar que ellos,
por el motivo que sea, no han podido aceptar su propio lado
sensible como algo positivo, como algo que aporta. He llegado a
conocer a muchas PAS cuyos padres les han tratado de la manera
más dura y sin afecto. Conozco historias de castigos y manipulación
de tipo psicológico, y conozco muchas historias de castigos
corporales. Existen padres —especialmente los varones con el
rasgo— que no han sabido aceptar e incorporar su propia
sensibilidad y que se han ido poniendo corazas para evitar a toda
costa que alguien les pueda tachar de sensible, o —peor— de
susceptible. Si esto te suena, si tu padre AS o madre AS es alguien
con la sensibilidad acorazada, es probable que a ti también te
cueste abrazar el rasgo porque hayas «aprendido» que la
sensibilidad es un defecto, pero si estás leyendo este libro, estás en
el buen camino.
Es duro, duele darte cuenta de estas cosas. Recordar tu infancia
no te será fácil, pero es importante que lo hagas ya que siendo una
PAS con un hijo AS, insisto en que juegas «con ventaja». Volver la
mirada hacia atrás no solamente te ayudará a comprender mejor a
tus propios padres, sino que te servirá para comprenderte mejor a ti
mismo. Tus recuerdos te ayudarán a descubrir qué tipo de
comportamiento por parte de tus padres o educadores te ha hecho
daño y qué cosas, palabras, estrategias, etc., te conviene evitar a
toda costa con tu peque AS. Habrá frases que se te han grabado en
la memoria, frases que te minaron —y a lo mejor te siguen minando
— la autoestima, valor y credibilidad, que te han hecho creer que no
vales y que tu comportamiento «no es normal». Frases que te han
hecho sentir inseguro y desprotegido. Serán frases que no querrás
decir nunca a tus hijos, aunque posiblemente, cuando estés
cansado o estresado, se te escaparán. Si esto pasa, reconócelo y
perdónate. Haces lo que puedes y eres consciente de tus pequeños
errores.
Hablaremos más de esto y de cómo acompañar a tu hijo PAS
más adelante, cuando entremos un poco más en la educación de un
niño AS. Pero lo más importante que hay que tener en cuenta
siempre es que tu hijo necesita saber que le quieres
incondicionalmente, haga lo que haga. Tu hijo necesita poder confiar
en ti y en tu amor. Necesita que le abraces y le aceptes como es;
que no le juzgues, no le hagas suprimir sus emociones, sus
opiniones, sus valores y su belleza interior.
Me gustaría compartir dos historias para hacer visible el daño
que, como educador, puedes hacer a tu hijo PAS, posiblemente sin
querer y por no tener ni la más mínima idea de cómo le estás
marcando su psique.
La historia de Carla es un ejemplo de una PAS, ya adulta y con
hijos AS, a la que nunca aceptaron como es. Hasta el día de hoy
sus padres, especialmente su padre que es una persona con alta
sensibilidad que ha conseguido disfrazar su faceta AS hasta el
extremo, no la valoran. Da igual lo que haga, no recibe la más
mínima señal de que la quieren. Haga lo que haga, nunca
«aprueba».
De pequeña Carla, la mayor de cinco hermanos, era una niña
alegre, abierta, entusiasta que abrazaba la vida, derrochaba
sonrisas y tenía una especial sensibilidad para distinguir a las
personas tristes a quienes ella, desde su capacidad inocente de
niña pequeña, intentaba consolar con sus gestos de amor. Cuando,
con dos años de diferencia, nació su hermana, no podía dejar de
tocarla y de besarla. Lo mismo pasó con la siguiente hermana que
nació tres años después de la segunda. Todo parecía normal. Carla
no se quejaba por tener que compartir la atención de su mamá con
los hermanitos, era un pequeño sol que alumbraba su casa. La
familia vivía en las afueras de una capital de provincia, el padre era
un respetado médico de familia y la madre no trabajaba, se
dedicaba a cuidar de los niños. Los problemas de Carla empezaron
cuando tuvo que dejar la seguridad y la familiaridad del hogar para ir
al cole.
Fue entonces cuando el padre, que hasta ese momento había
estado bastante ausente, empezó a exigirle que fuera siempre la
mejor de su clase. Si no traía un diez a casa, la pegaba. Al principio
lo hacía con las manos, pero no tardó mucho en utilizar el cinturón.
Parecía que pegaba por gusto, porque a veces ni un diez podía
satisfacerle. Carla, asustada y cada vez más insegura y ansiosa, se
mataba estudiando y poco a poco fue desarrollando un fuerte
perfeccionismo que no la dejaba descansar. Cuando me cuenta
partes de su historia, siento que se me encoge el corazón. «Nunca
era suficiente, nunca. Nunca, ni una sola vez, me dijo que lo había
hecho bien, que estaba orgulloso de mí. Nunca me ha dicho que me
quiere».
Carla, de adulta, llegó a ocupar un puesto de gran
responsabilidad, un puesto público, en el cual brillaba y tenía mucho
éxito. Su perfeccionismo hacía que no se permitiera el más mínimo
error, siempre viendo puntos a mejorar. En sus relaciones afectivas
tuvo menos suerte. Se casó con un hombre que, igual que su padre,
la maltrataba, y por mucho que se esforzara a ser la esposa que
este hombre parecía querer tener, nunca recibió señales o gestos
afectivos o de reconocimiento. Cada vez que recibía una paliza
terminaba culpándose, igual que cuando recibía «cinturón» de su
padre. Tuvieron dos hijos, ambos PAS (ahora lo sabe, pero entonces
no tenía idea) y al final, ayudada por una psicóloga, se divorció y
dejó la casa del marido. Rehízo su vida, a pesar del enfado de su
padre quien, evidentemente, no aprobaba su sabia decisión y hasta
el día de hoy (han pasado más de 15 años) le reprocha haber
abandonado al padre de sus hijos.
La lección de Carla fue importante. Cuando me contactó para
hacer sesiones de coaching, los niños ya no eran tan pequeños, uno
estaba haciendo el bachillerato, el otro acababa de entrar en la
universidad. Carla no se sentía bien. Sufre de un estrés
descomunal, sigue en su puesto importante y es consciente de que
mucha gente depende de ella. Nota que ha entrado en un bucle del
que no puede escapar, y sigue con esa idea de que, «su nota» —
ella misma y todo lo que hace— nunca es suficiente. Pero no puede
más. La relación con sus padres ha mejorado algo, pero cuando les
cuenta que está agotada, la respuesta que recibe es: «Siempre te
has quejado, y sigues quejándote. ¿Qué quieres? ¿Dejarlo todo?
Hija, tu siempre con tus historias. Y ¿qué dirá la gente? ¿Qué
pensarán?». Lo dice un padre a su hija cincuentona y ella se siente
como si tuviera 8-9 años: pequeña, culpable, asustada, no valorada,
no querida e insuficiente.
Las cosas que escuchamos en la infancia, los juicios, la falta de
aceptación, los castigos, las injusticias y la crítica nos pueden
afectar el resto de la vida. El daño que sufrió Carla por la forma en
que la trataba su padre finalmente la llevó a una crisis existencial.
Dejó su trabajo, buscó soluciones para la gente que dependía de
ella y se tomó un año sabático para reorientarse hacia lo realmente
importante: trabajar en algo con sentido, que aporte valor al mundo.
Ha cambiado el «qué dirán» por «qué digo y qué siento yo». Ha
aprendido mucho. Está buscando la esencia de su ser y de su vida,
en lugar de vivir la vida que sus padres querían y que consideraban
que les daba buena imagen a ellos. Está buscando la vida que ella
necesita para sentirse plena y feliz: una vida marcada positivamente
por sus talentos y su exquisita sensibilidad.
Como padres es increíble lo que podemos hacer para que
nuestros hijos sean adultos felices sin tener que recurrir a terapias o
medicamentos. Depende en gran medida de nosotros, de cómo los
amamos, de nuestro amor incondicional de que fomentemos el
apego y seguridad, respetando a ese pequeño ser que no es
nuestro clon.
La segunda historia que quiero compartir es un recuerdo
personal: tendría 4 años. Mis padres recibieron la visita de un
hombre, alguien del ámbito laboral de mi padre, que más tarde me
dijeron que era griego. Por lo que me cuentan, yo era una niña
atractiva y la gente se solía fijar en mí. Este fue uno de los que se
fijó; me intentó tocar el pelo, mis brazos e hizo varios comentarios
tipo piropo a mis padres. Tengo todavía imágenes vivas de esa visita
y cada vez que pienso en la siguiente escena que me ha marcado
mucho, tengo una sensación muy desagradable, de vulnerabilidad,
de estar desprotegida. Llegó el momento de la despedida: el hombre
(aún le veo: alto, pelo negro rizado, brillante, peinado hacia atrás y
ojos grandes y oscuros) se pone la gabardina color beige, me mira,
mira a mis padres (¿había un guiño?) y dice: «Esta vez no, pero la
próxima me la llevo. Me he enamorado». Y mi padre, mi querido
daddy, se ríe y dice: «Claro». Entonces, mi mundo se hunde y
estallo en un llanto sin control.
Creo que mis padres nunca lo entendieron, yo tenía tanto miedo
que ni siquiera era capaz de explicar lo que sentía. Por otra parte,
creo que con 4 años hubiese sido incapaz de explicar toda esa nube
negra y fría de esa supuesta traición que me envolvió, y aunque
más tarde entendí que aquello de «llevarme» era «broma», el horror
de la escena nunca se me fue del todo y quedé marcada por esa
sensación de inseguridad, de no estar a salvo, de no poder confiar
cien por cien en mis padres. Qué diferente hubiese sido todo si mi
padre, en lugar de un lacónico «Claro», le hubiera contestado: «¡Ni
hablar! Karina es nuestra, la queremos infinitamente y no
permitiremos nunca que te la lleves…».
Tengo muchos ejemplos de clientes y personales que hacen
visible el daño que, como padres, podemos causar a nuestros hijos,
por eso creo que es importante repasar nuestra propia infancia para
acordarnos de esas heridas y, de paso, sanarlas con el
conocimiento del rasgo que ahora tenemos y que nos permite
comprender y perdonar. Pero más que recordar lo que nos ha hecho
daño y nos ha costado parte de nuestra autoestima, necesitamos
hacer ese viaje por los años de la infancia para ponernos del otro
lado de aquellos comportamientos, actividades o palabras que nos
hicieron sentir valorados, seguros y amados. O sea, como padre,
cuida mucho tus palabras, tus frases, tus expresiones cuando te
puede escuchar y ver tu hijo. Date cuenta de que un niño pequeño,
que imita todo lo que hacemos y decimos, todavía no es capaz de
captar la ironía o según qué tipo de broma, o un doble sentido y que,
sin quererlo, puede hacer mucho daño a corto y a largo plazo.
Los niños con AS no suelen ser fáciles, ya que, aunque solo sea
por su sensibilidad sensorial, requieren mucha atención y
comprensión. Puedo entender que una madre, especialmente si
está cansada y estresada, no tenga la paciencia suficiente como
para prestar mucha atención cariñosa a su niña que se queja de que
le duele la coleta que le acaba de hacer. Puedo entender que un
padre, cuyo mayor deseo es ver triunfar a su hijo en el mundo, no
sea muy comprensivo si el niño siempre tiene dolor de barriga a la
hora de tener que competir con otros chicos. Lo entiendo, porque he
visto la impaciencia y la desesperación en mi madre cuando yo era
pequeña, y porque he sufrido la misma impaciencia y desesperación
con mis hijos cuando se quejaban de cualquier cosa en los
momentos menos oportunos. Ni mi madre ni yo teníamos el
conocimiento del rasgo que tú, lector, estás aprendiendo. Ojalá
hubiese sabido lo que sabes tú ahora, aunque, gracias al universo,
la relación que tengo con mis hijos es excelente y hablamos mucho
sobre mis errores, riéndonos incluso por muchas escenas en que yo
acababa chillando y llorando de impotencia cuando ellos, mis
pequeños «torturadores», me sacaban de quicio. Es una pena que,
sin embargo, no haya podido hacer lo mismo con mi madre, ya que
murió antes de que yo descubriera el trabajo de Elaine Aron.
Ahora bien, detalles como la coleta que duele o el dolor de
barriga ante exámenes o competiciones deportivas son compartidos
por muchos niños con alta sensibilidad. No entran directamente en
las características base —los pilares— del rasgo, pero sí son fruto
de él y suelen formar parte del día a día de muchos niños AS. Sin
embargo, no todos estos niños tendrán las mismas dificultades. En
algunos, estos problemas es posible que aparezcan de forma
puntual, como algo temporal, que pueden desaparecer tal como han
aparecido.
Quiero recordar aquí que estamos hablando de un rasgo, no de
una enfermedad. Un rasgo no se cura. El niño nace con este rasgo
que le hace más sensible y más emocional que la mayoría de los
niños y no pasa nada. Ahora, esa sensibilidad y emocionalidad a
veces necesitan, según la situación en que se van manifestando,
una pequeña explicación. Haremos un repaso de unos cuantos
puntos comunes entre los niños con AS, que pueden requerir de
nuestra especial atención. (Véase encuesta de padres PAS en
Anexo 1).

Dificultades recurrentes
Todos los niños, PAS o no, irán topándose con dificultades o temas
de aprendizaje o de superación que requieren más atención de lo
normal por parte del educador. Son temas por los cuales cada uno
tenemos que pasar en el proceso del crecimiento físico y emocional
para, poco a poco, ir madurando. Ahora, por las típicas
características inherentes al rasgo de la alta sensibilidad, hay
determinados temas que se presentan más frecuentemente y a
menudo con más intensidad, en niños AS. Elaine Aron menciona
una serie de temas que llaman la atención en la educación y en
cuanto al acompañamiento. Aparte de estos datos, y gracias a la
encuesta sobre niños con alta sensibilidad realizada con la
holandesa Esther Bergsma, disponemos de un listado concreto de
estos problemas y los correspondientes porcentajes en los que se
presentan en España. En este capítulo los iremos viendo, uno por
uno y en orden de importancia.

Rabietas
Según nuestra encuesta, no menos de un 56 por ciento de los niños
con alta sensibilidad llegan a sufrir rabietas. Es quizás uno de los
temas que más llaman la atención en cuanto al comportamiento de
estos niños porque sus episodios suelen producirse de manera
inesperada y pueden ser muy explosivos.

Le miro y es como si, de repente, se le cruzan los cables y explota —dice una
madre—. Cruza los brazos en un gesto dramático, aprieta los labios, se pone
rojo, y, con el ceño fruncido, empieza a dar patadas contra todo lo que se
encuentra por delante. Dice cosas ininteligibles por mantener la boca cerrada,
o a lo mejor no dice nada y son solamente sonidos sin sentido alguno, como
de un ser herido, no lo sé. Cuando está así no me ve ni me escucha, la única
cosa que puedo hacer es ir quitándome de en medio y esperar hasta que se
calme. Por supuesto, he intentado cogerle el brazo, abrazarle, hablarle en un
tono tranquilo, pero esto, en lugar de calmarle, parece encenderle todavía
más.

La causa principal de las rabietas en niños con alta sensibilidad


es la sobreestimulación. Un exceso de estímulos, o sea, más de los
que el cerebro y la emocionalidad pueden gestionar. Esto produce
sensación de cortocircuito. En otras palabras, un descontrol total.
Si eres la madre PAS o el padre PAS, sabrás exactamente de
qué estoy hablando y, a lo mejor, también recuerdas haber tenido
rabietas en tu infancia. O quizás las sigues teniendo, aunque en
adultos ya no suelen ser tan escandalosas. La cuestión es que, con
un exceso de información y sin capacidad para gestionarla
correctamente, pierdes el control sobre tu comportamiento, sobre tu
racionalidad, y entras en un estado de supervivencia en el que las
emociones te pueden y el malestar es intenso.
Podemos ver la rabieta como la válvula de escape de una
situación de estrés extremo que no se deja regular. El niño no puede
frenarlo ni controlarlo y, efectivamente, abrazarle o hablarle,
generalmente le aporta todavía más estímulos por lo cual, aunque
sea bien intencionado, puede ser contraproducente. No está de más
intentar abrazarle; a veces puede ser lo que necesita, pero si se
enfurece más, es mejor no insistir, no enfadarse, mantener la calma
y esperar hasta que el niño se haya tranquilizado lo suficiente para
poder consolarle y hablar sobre lo que ha pasado. Muchos niños, y
especialmente los más jóvenes, se asustan de su propio
comportamiento y del hecho que no lo pueden controlar o
autorregular.
También hay niños que se enfadan de pronto al llegar a un punto
de máxima frustración porque algo, alguna tarea, por ejemplo, no les
sale como quieren. Para la mayoría de los niños altamente sensibles
es muy importante hacer las cosas bien, y hacerlas bien a la
primera. Suelen ser niños muy autoexigentes algo que, más de una
vez, se combina con el deseo o la necesidad de dar una buena
impresión y de agradar.
A Xisco le encanta dibujar y, con 4 años, lo hace muy bien. Le encanta regalar
dibujos a sus abuelos, a sus tíos y a otros adultos que juegan un papel en su
vida —cuenta Sofía—. Antes de empezar, ya tiene una idea muy clara de lo
que quiere plasmar, y generalmente le sale según lo planeado. A veces,
especialmente cuando está cansado después de un día con muchas
actividades, no lo consigue y se enfada tanto que acaba por romper el papel,
tirar los lápices y dar patadas a la mesa mientras grita como un energúmeno.
Si me acerco para consolarle, me pega y me empuja, y no me queda otra que
esperar hasta que acaba agotado y llorando. Me da mucha pena no poder
ayudarle —termina diciendo Sofía.

Es importante ver cómo se puede ayudar y, a lo mejor, ajustar un


poco la idea que tenemos de lo que es ayuda. Evidentemente no
hay que gritarle ni perder la paciencia, algo que puede pasar porque
no aguantas este tipo de comportamiento. Tampoco hay que darle lo
que quiere para que se calle, cuando la rabieta es en el
supermercado, por ejemplo, y pide algo que tú no le quieres
comprar.
Conozco muy bien esa vergüenza que puedes sentir en un sitio
público; la sensación de que todo el mundo te mira y te juzga.
¡Tierra trágame! Son esos momentos en que crees ser la peor
madre del mundo. ¿Qué hacer? Desde luego no es fácil ni dispongo
de la fórmula mágica, pero como las rabietas son algo tan
importante en la infancia y adolescencia de las PAS, lo iremos
viendo en este libro y, de paso, hablaremos de unas cuantas
estrategias que te pueden servir en función de la causa de la
rabieta, el momento y el temperamento predominante del niño.
Cada persona necesita aprender límites sociales y personales, y
este aprendizaje empieza en la infancia. Tener voluntad y una
opinión propia es perfecto, pero no cuando significa que otra
persona, que también las tiene, tenga que sacrificarlas.
Evidentemente, cuando el niño tenga cierta edad y empiece a
razonar, se puede negociar y llegar a hacer tratos.
Lo más importante que puedes hacer, como educador, es ver las
rabietas como episodios en los que va conociendo su propia
emocionalidad y hacerle entender que, por mucho que se enfade,
nunca dejarás de quererle ya que tu amor es incondicional.
Tampoco es una buena idea insistir durante el episodio mismo,
en que el niño se calme y que pare. No sé, a lo mejor ya lo
intentaste y te diste cuenta de que es contraproducente. Lo máximo
que podrías hacer es, sin retenerle el amor que le tienes, decirle con
todo el cariño algo como: «Ahora estás muy enfadado y no podrás
escucharme. Pero, cuando te hayas calmado, hablaremos sobre lo
que te ha pasado y me contarás tranquilamente por qué te hayas
puesto así. Te escucharé y veremos qué podemos hacer». Lo mejor
es no esperar demasiado a tener esta conversación. Es importante
que el niño entienda que le quieres y que le aceptas de manera
incondicional, en plena rabieta o cuando está tan fuera de sí que
intenta pegarte y darte patadas. No por tener un ataque de rabia,
deja de ser un buen niño; es un buen niño que tiene una rabieta. Tu
amor incondicional hará que se sienta seguro y amado en lugar de
criticado, juzgado y rechazado. Las emociones positivas contribuyen
a que tu niño AS sea un adulto con una buena autoestima, algo que
no podemos perder de vista nunca.
La rabieta suele ser «la última gota» de una serie de
acontecimientos que han ido cargando al niño hasta llegar al
momento de saturación en el que pierde el control. Por eso es tan
importante tener una conversación sobre el incidente, y ayudarle a
entender su propio funcionamiento. Solamente si puede llegar a
comprender la intensidad de sus emociones, su manera de cargarse
emocional y sensorialmente (que va unido a un aumento de estrés)
puede empezar a darse cuenta de cómo va subiendo su
temperatura interior y puede aprender a desconectar antes de
estallar.
Un niño no controla la rabieta pero, antes de llegar a tenerla, sí
puede aprender a pararla. Podemos ayudar al niño a regular sus
emociones. El educador debe tener muy claro que el niño no tiene la
rabieta para fastidiarle. La inmensa mayoría de los niños AS se
sienten mal y avergonzados después de haber perdido el control,
por haber hecho daño a las personas que quieren. Ten en cuenta
que las PAS de todas las edades son personas que quieren ayudar,
caer bien, cuidar de los demás y, para nada, quieren llamar la
atención, y menos de forma negativa.
Igual que un niño tiene que aprender a andar, hablar, jugar, leer y
escribir, tiene que aprender a regular sus emociones. Las
emociones se desarrollan, «se cuecen» en el interior, son invisibles
y surgen, de repente, como una ola gigantesca que le inunda.
Aprender a reconocer esa ola en la distancia y redirigirla, es lo que
forma parte de lo que llamamos la educación emocional.

Enfados
Muchos niños AS se enfadan por las injusticias, y este tipo de
enfado, que es más bien una indignación profunda, no suele ir
acompañado de una rabieta, aunque sí puede manifestarse con
llanto y con gritos. Las injusticias pueden ser situaciones familiares
entre hermanos, por ejemplo, o situaciones vividas en el colegio. Lo
que un niño PAS considera una injusticia no necesariamente lo es
desde una perspectiva objetiva o adulta, pero si la niña lo percibe
como tal habrá que dejar que lo explique y escucharla. Conocemos
casos de niños con AS que se enfaden muchísimo cuando a algún
compañero (o a ellos mismos) les acusan de algo que no han
hecho, o cuando son testigos o víctimas de bullying. Los adultos
sabemos que el mundo está lleno de injusticias —y nos siguen
indignando— pero los niños necesitan aprender que esto es así y
tienen que descubrir maneras que les permitan gestionar su
indignación. Habla con tu hija sobre estos temas, hazla saber que
entiendes sus emociones y pregúntale por las posibles ideas que
ella tiene para solucionar el problema. No te rías de sus
aportaciones si, a lo mejor, te parecen inmaduras o infantiles,
ayúdala a explorarlas más. Ayudarla a desarrollar un pensamiento
propio es uno de los regalos más grandes que puedes ofrecer a tu
hija.
El niño también se puede enfadar por los límites que le impones,
por ejemplo, si no puede tener un teléfono móvil hasta cumplir los 12
años, no puede ver la tele todos los días, o tiene que hacer los
deberes antes de salir a jugar con sus amigos. En estos casos la
reacción suele ser de enfado y de estar ofendido. (¡No es justo!
¡Todos mis amigos tienen/pueden/hacen…!). Es importante que
tengas una conversación sobre esto y que el niño entienda que no
son castigos. No se establecen porque no le quieres, sino porque tú
has decidido que es por su bien y que, aunque entiendes
perfectamente que no le guste y que no esté de acuerdo, dispones
de más información que él y puedes valorar de otra manera lo que él
percibe como una injusticia.
Elaine Aron nos habla de niños con una voluntad muy fuerte, que
tienen una tendencia a imponerse y enfadarse cuando tienen claro
que existen situaciones que, para ellos, son inaceptables. «Niños
tozudos o intensos», los llama. Se enfadan con facilidad y hacen lo
que pueden para salirse con la suya. Dan la impresión de que saben
exactamente lo que es moralmente aceptable y lo que no, distinguen
la verdad de la mentira. Están convencidos de que ellos tienen
razón y harán lo que puedan para convencer a los otros. Como
educador es importante saber que el niño realmente siente lo que
dice y sus reacciones no son el resultado de querer llevar la
contraria. La mejor manera de gestionar las situaciones de tensión
que este comportamiento puede generar, es hablar y preguntarle por
sus motivos e ideas, en lugar de intentar imponerte como adulto y
reaccionar con frases como: «Aquí mando yo», «Has de hacer lo
que yo diga porque soy tu padre», «Qué vas a saber tú, que eres un
niñato». Muchos niños, y especialmente niños AS, pueden llegar a
tener ideas, intuiciones e inspiraciones muy válidas que merecen ser
escuchadas.
Cada comportamiento, cada expresión de emociones, es el
resultado de algo, tiene uno o varios motivos, tiene una historia.
Tendríamos que esforzarnos para descubrir la necesidad que el
pequeño intenta cubrir con su rabia, su enfado o su insistencia.
¿Qué es lo que nos quiere decir? ¿Qué ha pasado para que haya
llegado a este extremo? ¿Se siente inseguro? ¿Tiene miedo de
perder el cariño de sus educadores? ¿Duda del amor incondicional
de sus padres? Muchas veces los niños manifiestan
comportamientos «irracionales» cuando han visto que sus padres se
hablan mal entre ellos; cuando son testigos de maltrato; cuando uno
de los educadores se tiene que ausentar por un tiempo
determinado, sea por trabajo, por enfermedad; o por situaciones
nuevas sobre las que el pequeño no tiene conceptos y no sabe qué
significan ni cuáles son las consecuencias. También conviene tener
en cuenta que los niños aprenden a través de la imitación; reflejan
nuestro propio comportamiento. Cuando los padres se enfadan
entre ellos con gritos o con malas formas, el niño lo copiará,
pensando que este comportamiento es lo «normal».
Un niño enfadado y preocupado es un niño sobreestimulado, y
un niño sobreestimulado o sobreexcitado tendrá problemas a la hora
de dormir.

Dormir
Si un adulto AS tiene dificultades con el sueño, si le cuesta «soltar el
día» y, por culpa de eso, no llega a dormir las ocho horas que
necesita, se despertará cansado y posiblemente más estresado de
lo normal. La falta de sueño le llevará a sentirse irritado y crispado.
Ese adulto sabe que, si no duerme las ocho horas que necesita para
descargar toda la carga sensorial y emocional del día anterior, no va
a estar en óptima forma y se notará más sensible de lo
acostumbrado. Si es solamente una sola noche de pocas horas de
sueño probablemente podrá con el día siguiente y no le costará
demasiado controlar sus irritaciones y sensibilidad, pero cuando
empieza a haber más noches en blanco seguidas, la vida comienza
a hacerse cuesta arriba. Sabemos que muchos adultos con AS
tienen problemas de sueño, y si eres madre o padre con alta
sensibilidad, seguramente eres consciente de que dormir poco o mal
te pasa factura y te hace más sensible e irritable. Darte cuenta de
que esto es así, te ayudará a comprenderle mejor a tu hijo.
Por los resultados de la encuesta sabemos que para un 52 por
ciento de los niños con alta sensibilidad, la situación no es muy
diferente. Si un hijo duerme mal o demasiado poco, toda la familia
sufre. Muchos padres, especialmente siendo AS, se desesperan, y
con razón. Los problemas de sueño de los hijos suponen,
especialmente si se trata de un bebé, que los padres tampoco
lleguen a sus ocho horas de descanso. La mayoría de los niños AS
que no duerme bien o que no duerme lo suficiente tiene este
problema porque tardan mucho en conciliar el sueño a la hora de
acostarse. Aparte de estos niños vemos un grupo más reducido de
niños AS que no llegan a sus horas de descanso porque se
despiertan antes de la hora y no pueden volver a dormirse.
Ahora, para poder ayudarles, tendríamos que conocer la causa
del problema para, después, ir viendo qué podemos hacer para
facilitarle al peque la transición entre el día y la noche.
Existen varios motivos que pueden dificultar la conciliación del
sueño, y pesan más para una persona con alta sensibilidad que
para otra que no comparte el rasgo. Hemos hablado de los cuatro
pilares, de las cuatro características base que definen el rasgo. En
lo que concierne al sueño, posiblemente el pilar que más pesa es la
sobreestimulación, seguido por el de la reflexión profunda. Una
persona sobreestimulada no puede dormir porque su cerebro va a
más de cien por hora lo cual le impide relajarse. Un niño que ha
pasado el día completo en el colegio, seguido por actividades
extraescolares, tendrá problemas para soltar las muchas
experiencias que ha ido viviendo.
De la misma manera le afectarán los días con cualquier tipo de
actividades, especialmente si son nuevas. También vemos cómo
situaciones y actividades nuevas le pueden ir sobreactivando antes
de que tengan lugar ya que es probable que se preocupe por cómo
será y qué pasará. Un ejemplo puede ser un campamento de
verano, una mudanza, un cambio de colegio, una fiesta de
cumpleaños propia o ajena, reuniones de familia, una visita al
dentista o al médico… Si es el día mismo será porque lo está
reviviendo todo, volviendo a recrear interiormente cada detalle que
ha percibido, cada emoción que ha sentido. Si es algo que todavía
tiene que pasar, sus preocupaciones serán del tipo: ¿qué pasará?
¿Cómo será? ¿Cómo me sentiré? La combinación de
pensamientos, emociones y preguntas pueden robarle muchas
horas de sueño a tu pequeña PAS.
Los niños AS y especialmente los niños altamente sensibles con
un carácter extrovertido, suelen participar no al cien, sino al
doscientos por cien en las actividades, implicándose
emocionalmente. Un día de cole no solamente es aprender la
materia impartida, sino también asimilar toda la información
sensorial, las emociones que esto le genera, y hay que añadir las
emociones que ha ido percibiendo de sus compañeros, emociones
que incluso puede haber absorbido. Como ya sabes, un niño AS se
suele preocupar mucho por el bienestar de todos y por temas de
justicia. Si —y no es nada raro que pasen cosas de este tipo— ha
visto que a alguien lo han tratado de manera injusta, o si alguien
está haciendo algo que es injusto, nuestra pequeña PAS se
encenderá interiormente y sufrirá por la «víctima» de esa injusticia.
Se lo tomará muy a pecho. Temas como este se reavivan una vez
que se ha acostado y hacen que la pequeña PAS lo pase muy mal.
Le dará mil de vueltas a todo lo que le preocupa. ¿Por qué han
hecho eso? ¿Nadie ha visto que…? ¿Cómo se lo pueden creer?
¿No se dan cuenta de que fulano es inocente? Preguntas de este
tipo atormentarán a la pequeña PAS, y estará pensando en qué
puede hacer para enderezar la situación.
Nuestros pequeños PAS lo captan todo y son especialmente
sensibles al estado emocional de sus padres, si entre ellos pasan
cosas que perciben como amenazadoras de su propia seguridad.
Todos los niños necesitan poder sentirse seguros, pero con los
niños AS vemos como captan el estado emocional de los padres y
en seguida empiezan a preocuparse mucho, aunque por fuera nadie
lo diría.
Otro tema que suele jugar un papel en la conciliación del sueño
es el horario que solemos llevar en nuestro país, un horario que en
general no ayuda. Sé de muchas familias en las que se cena muy
tarde. Esos horarios en muchos casos vienen determinados por el
horario laboral de los padres y lo podemos ver como una cuestión
cultural, con lo cual quiero decir que no lo podemos cambiar por
mucho que queramos. Irte a la cama directamente después de
cenar no es una buena idea si necesitas dormir ya. Si tienes que
dormir por lo menos ocho horas para recuperarte para poder
afrontar el día siguiente, puede ser que tengamos un problema.
Ojalá tuviera la solución, pero si tu niño no puede dormir por tener la
digestión en marcha (lo cual también contribuye a que la mente
vuelva a activarse y a que el niño empiece a preocuparse por lo que
sea), conviene que revises si puedes hacer algo respecto a la hora
de la cena.
Conciliar el sueño equivale a soltar el día, pero en ese momento
de transición entre un estado y otro, pueden colarse los miedos. Los
niños pueden tener muchos miedos, y los miedos causan
preocupaciones de todo tipo: miedo a la oscuridad, a la soledad, a
los monstruos que hay debajo de la cama, a los bullies en el cole,
miedo a las consecuencias por no haber hecho bien los deberes,
miedo a tener que hablar en clase el próximo día, miedo a las
peleas entre sus padres… La lista es larga, larguísima. Si tú, adulto,
eres PAS seguramente recordarás los miedos de tu infancia. Da
igual si ahora sabes que son miedos irracionales, siguen siendo
miedos y algunos son muy, pero que muy persistentes.
En cuanto a las PAS más pequeñas puede haber otros factores
que dificultan el sueño. Muchos bebés lloran cuando les acuestan.
Mi hija era así, su llanto era intenso y profundamente desconsolado.
Ojalá hubiera sabido en aquel entonces de la existencia de nuestro
rasgo. Un bebé, PAS o no, no lloraría por preocupación, pero
evidentemente puede llorar porque tiene hambre o, porque, como se
suele pensar, le duele la barriguita. Cuando mis hijos eran pequeños
estos solían ser los motivos clásicos: «cólicos», me decían. Ahora,
con el conocimiento que tenemos del rasgo de la alta sensibilidad,
vemos cuántas cosas pueden causar malestar al peque. El último
pilar, el cuarto, habla de la sensibilidad sensorial y la sensibilidad
para detectar sutilezas. Si pensamos que un recién nacido es pura
sensorialidad, en seguida podemos comprender que tendríamos que
buscar las soluciones más bien en el ámbito sensorial, una vez que
hemos descartado como causa del llanto, el hambre o un cólico.
A lo mejor no lo has pensado, pero si tu bebé es AS le pueden
molestar y estresar cosas como el exceso de luz; ruidos como el
tictac de un reloj o la tele del salón donde están los adultos; un
pliegue en la sábana o en la ropa; botones, costuras, un bordecillo
de plástico del pañal; demasiado calor o frío especialmente en los
pies; el perfume de lociones o cremas que le hayas puesto;
ambientadores o incienso… Otro clásico que puede llegar a
molestar mucho al bebé AS son los móviles que se cuelgan encima
de la cuna y que les encantan a los padres por sus figuritas que se
mueven y su musiquilla que, casi siempre, es la famosa «Nana» de
Brahms. Si tu bebé PAS llora en lugar de dormirse y le sigues
poniendo la musiquilla, prueba a quitárselo, acunarle en brazos y
cantarle tú. De la misma manera puede ser que le molesten los
peluches de la cuna, o de los muebles de la habitación que llegan a
su campo visual, u otras decoraciones del espacio. Piensa que
cuanta menos información sensorial, cuanto menos estímulo
sensorial reciba, cuanto más tranquilo esté, más fácil será
entregarse al estado de sueño y mejor dormirá.
Recuerda: si tu bebé o párvulo altamente sensible tiene
problemas de sueño, no es por gusto, no es por fastidiarte a ti y
tampoco es por ser «quejica». Sé muy bien que un bebé que no
para de llorar te puede llegar a desesperar y te puede agotar, pero
sabiendo lo que ahora sabes, tienes más pistas para investigar la
causa del llanto y ayudar a ese ser pequeño e indefenso que sufre
igual, o incluso más que tú.
Cabe añadir el tema de los amigos invisibles. Muchos niños con
alta sensibilidad —un 20 por ciento, según nuestra encuesta—
tienen un amigo invisible, un compañero que el adulto no ve pero
que, para el pequeño es una realidad. Personalmente, creo que el
porcentaje real es más alto ya que es posible que nadie más salvo
el niño sepa de ese «personaje». Estos amiguitos pueden hacerle
compañía al niño cuando está en la cama y cuando, por ejemplo,
tiene miedo a la oscuridad. Tu niño hablará con él y las
conversaciones pueden ser largas. Aparte de asegurarte de que es
buena «compañía», lo mejor es no insistir en que son fantasías
infantiles ni decirle que «ya es demasiado mayor» para eso. Si para
tu hijo son una realidad, acéptalo, no lo ningunees ni te burles.
Negar la existencia de algo que es real para el niño puede dañar
vuestra relación en un nivel de profunda confianza. Además, si ese
amiguito le ayuda para que se sienta más tranquilo y sin miedos,
¿qué más podemos pedir?

Guardería y colegio
Veamos el caso de Francisca:
Tengo una niña de un año y medio altamente sensible, tanto yo como su
padre también lo somos y hemos comprendido a Anya desde que nació… Las
circunstancias actuales, hacen que ahora tengamos que empezar a llevar a la
pequeña a la guardería y está siendo desagradable tanto para ella como para
nosotros (sobre todo para mí). Anya no soporta que los niños griten y tampoco
se acerca mucho a según qué niños. Cuando oye gritos o simplemente hay
algo de la sala que «no le gusta» empieza a llorar desconsoladamente.
Siempre la cojo en brazos y la abrazo con todo mi corazón, pero no deja de
llorar hasta que salimos de la guardería.
Me gustaría saber si «evitar» estas circunstancias es lo mejor, o cómo
enfocarlo, ya que a los 3 años tendrá que ir al colegio y allí todavía puede ser
peor.

Anya, con un año y medio, es muy pequeña, y más para una


niña AS. Ya sabes cómo son las transiciones para las PAS adultas.
Siempre son difíciles aun cuando, siendo adultos, ya tienen la
capacidad de entender por qué se sienten así, ya conocen todos los
conceptos; aun así, se abruman.
Anya no entiende qué le pasa; no tiene experiencias anteriores
de otras guarderías, ni siquiera sabe qué es una guardería, solo
sabe que es un sitio que no es su casa, donde hay jaleo, mucho
movimiento, luces; en otras palabras, demasiada información de
todo tipo. No es extraño que no tarde ni cinco, diez minutos en
saturarse por completo. Si encima su madre la coge en brazos, con
sus mejores intenciones, es posible que ese extra de información,
ese estímulo, en lugar de calmarla, le produzca más ansiedad. Por
lo menos, basándome en lo que me había escrito Francisca, era mi
intuición, no lo sabía con seguridad, pero es probable.
La pregunta es: ¿qué se puede hacer? No sabía lo suficiente de
la situación, pero por el momento, si es posible, es mejor no mandar
a Anya todos los días, ni días enteros. Habría que ir dosificando,
aumentando paulatinamente. Hablar con la profe, explicarle el
rasgo; preguntar si hay un espacio sin niños, silencioso y con pocos
estímulos sensoriales, donde pueda ir para calmarse, para estar
tranquila. Es muy pequeña, pero se podría hablar con ella a su nivel,
hacerla entender que la comprendes. Sin embargo, hay que evitar
mensajes como: «Hay que ser fuerte», «mira a fulanita, ella no
llora», etc. Seguramente, siendo PAS los dos, Francisca y su marido
no lo harían, pero sé que en la desesperación estos mensajes a
veces pueden llegar a decirse. Lo mejor sería que un niño pudiera
quedarse en casa hasta los 3 años (lo creo firmemente y más para
niños AS), pero sé que la realidad a menudo no lo permite.
La historia acabó bien y agradezco a Francisca que, después de
un tiempo, me volviera a escribir para contarme lo que pasó. Ella y
su marido decidieron aplazar la guardería medio año más y preparar
un poco mejor a Anya, organizando encuentros con otros bebés y
ampliando los estímulos en casa. Luego empezaron a llevarla dos
mañanas por semana, y cuando vieron que Anya no mostraba
señales de estrés y de saturación, iban aumentando paulatinamente
«los días de cole». Ahora, casi un año más tarde, todo va bien y no
hay problemas. Además, en la guardería hicieron caso y crearon un
rincón tranquilo con colchones en el suelo, luz filtrada y poco ruido.
Cualquier cambio, cualquier situación nueva es, para la gran
mayoría de los niños AS, algo que les produce un estrés muy
elevado, resultado de una avalancha de nuevos estímulos e
información.
A continuación, reproduzco otros testimonios:
Desde el día en que llevamos a Maite a la guardería, llora todas las mañanas
a partir del momento en que le ponemos los zapatos, y no para durante todo
el camino. Cuando nos despedimos de ella sigue llorando. Se te rompe el
corazón. Así ya llevamos casi dos meses. Hemos intentado todo y no hay
manera.

Roberto se queja de dolor de barriga. Nada más despertarse, me dice que le


duele, pero le pasa solo entre semana cuando toca ir al cole. A veces tiene
diarrea y le cuesta desayunar. Le hemos llevado al médico, pero este dice que
no nos preocupemos, que son nervios y se le pasará. No lo sé; creo que no es
tan simple y me preocupa, aunque a veces es más fácil pensar que el niño
exagera, sobre todo cuando yo estoy estresada y no puedo remediar hablarle
mal hasta gritarle. Luego me siento fatal.

Nuestra cultura, y la necesidad de tener dos sueldos para poder


llegar al final del mes, no permite a las madres o los padres
quedarse en casa con los niños hasta el momento en que la ley les
obliga a ir al colegio. Sé de casos excepcionales en que uno de los
dos sí se queda en casa, sea porque tienen un trabajo que pueden
ejercer desde casa, sea porque las circunstancias se lo permiten,
aunque a veces es haciendo grandes sacrificios. Pero lo normal hoy
en día es que, una vez que termina la baja por maternidad, la madre
vuelve a incorporarse al trabajo y, si tampoco hay abuelos
«disponibles», el niño va a la guardería. Y no todos los niños lo
llevan igual de bien.
La mayoría de los niños AS tiene un carácter introvertido; solo un
30 por ciento de los niños con AS es extrovertido. Y mientras los
extrovertidos suelen adaptarse casi en seguida al alboroto de una
guardería o escuela infantil, a los niños AS con introversión les
cuesta más el contacto con un grupo de otros niños ya que,
imagínate, si estás acostumbrado a vivir tranquilamente en casa con
tu mamá y tu papá, y de repente te sueltan en un espacio nuevo con
nuevas caras, voces, olores, emociones, ritmos… donde realmente
todo es diferente, la cantidad de información nueva es tan, tan
enorme que, cómo no, te bloqueas. ¿Te acuerdas? ¿Te acuerdas de
los miedos y de esa sensación de inseguridad, de ese deseo
desesperado de poder volver a casa? Si no te acuerdas porque eras
demasiado pequeño, a lo mejor te contaron que llorabas y
llorabas… Muchos niños con alta sensibilidad reaccionan de esta
manera y, la verdad, este es uno de los cambios, una de las
transiciones en la tierna infancia de los peques con AS, que puede
resultar más traumática para los niños y, también, para sus padres.
Una característica muy importante de las PAS es esa necesidad
de tomarse un tiempo para observar «lo que hay» antes de
lanzarse, lo que Elaine Aron llama el sistema pause and check, que
ya hemos mencionado antes. Aunque parece que las PAS
extrovertidas no lo hacen, también lo hacen, la diferencia es que
suelen necesitar menos tiempo y posiblemente se arriesgan un poco
más.
El hecho de que una PAS introvertida necesite más tiempo que
la extrovertida, tanto tiempo que realmente llama la atención, hace
que parezcan tímidas. Pueden serlo, existen PAS con un carácter
tímido, pero el hecho de mantenerse un poco al margen en
situaciones nuevas y a veces abrumadoras, tiene que ver con esa
tendencia de las PAS de valorar los riesgos, los peligros y los puntos
seguros que le pueden servir de «anclaje». Si observamos al niño
PAS, es muy probable que, al enfrentarse a una situación nueva
como el primer día del cole, no querrá participar. Un espacio (aula)
que no conoce, niños que nunca ha visto en su vida, mucho ruido y
demasiado de todo, es un bombardeo de estímulos que le abruman
y le saturan. Es comprensible que necesite tiempo para gestionarlo
todo, para ordenar esa avalancha de información nueva y que
necesite observar a todas las personas en el espacio para discernir
con cuáles podría encajar, cuáles serán un poco como él. Observará
a los niños que gritan, a los que empujan o juegan de una manera
que a él le puede resultar violenta, a los que son inquietos y se
decantará por los más tranquilos. Una vez que tenga asumida toda
la nueva información y que haya determinado qué niños (y adultos)
no presentan riesgo, se incorporará a las actividades. No antes. En
realidad, es un comportamiento que encaja totalmente con la
manera de asimilar el mundo y también con la faceta evolutiva del
rasgo: alguien que es consciente de los riesgos y de los peligros
actuará en la línea que garantiza la supervivencia del grupo.
Volvemos a echar un vistazo a la encuesta sobre niños con alta
sensibilidad y vemos que la mitad de estos niños entre los 4 y los 16
años tiene algún problema en el colegio. De todas las cuestiones
que se trataron en la encuesta, el colegio es donde más dificultades
encuentran nuestros pequeños y jóvenes con el rasgo de la alta
sensibilidad. Dentro del ámbito escolar, ¿qué es, según las
respuestas de los educadores, lo que mayor malestar causa a los
niños AS? Casi un 66 por ciento ha marcado la opción «miedo a
fallar». Más adelante lo veremos con más detalle: el miedo a fallar, a
no hacerlo bien a la primera y a llamar la atención; los tres miedos
que están estrechamente relacionados y que aparecen no
solamente en el colegio, sino en prácticamente cada situación
social. Los niños que sufren estos miedos lo suelen pasar muy mal
ante cualquier tarea, por pequeña que sea. Sienten tensión, estrés e
incluso ansiedad, hasta tal punto que un preocupante porcentaje del
38 por ciento indica que no tiene ganas de ir al cole.
Es muy difícil empezar cinco días de la semana con situaciones
de tensión y de malestar; es difícil como educador, pero también lo
es si eres ese niño que no quiere ir a clase y que cada vez tiene que
luchar contra esa sensación de aversión para levantarse, vestirse,
desayunar e ir (o dejarse llevar) al colegio.
Los educadores se desesperan, pueden perder la paciencia y a
veces hay discusiones y gritos. Todos sufren. Las mañanas entre
semana ya suponen, en menor o mayor medida, prisas y estrés por
no llegar tarde. Según el carácter del niño, aparte de ser un niño AS,
la rutina mañanera puede ser nada más que eso o puede ser un
suplicio. Hay niños fáciles y rápidos y hay niños que necesitan su
tiempo para despertarse del todo y entrar en el ritmo diario. Pero a
cualquiera de ellos les puede pasar que, por un motivo o por otro,
dejen de sentir la motivación necesaria para ir al cole.
Si, como padres o educadores, notáis ese tipo de resistencia en
vuestro hijo, durante unos días seguidos, seguramente se os
dispara la alarma. Levantarse sin ganas de vez en cuando es
normal, pero si la desgana perdura, es probable que haya un
problema. Puede que el niño se sienta molestado o acosado por
otros niños —hay grados de lo que hoy en día llamamos bullying—,
o que tu hija tenga la sensación de que la maestra no la entiende. El
bullying produce miedo e inseguridad, el niño se siente vulnerable y
desprotegido. Si encima tiene una maestra que no le entiende ni le
defiende, es más que comprensible que perciba el colegio como un
lugar hostil, lleno de enemigos donde es mejor ni acercarse.
También pueden existir otros problemas, como puede ser el
estilo de aprendizaje, que está relacionado con el concepto de las
inteligencias múltiples, desarrollado por el psicólogo estadounidense
Howard Gardner. Según sus investigaciones, no todos los niños
aprenden de la misma manera, cada uno tiene su propio estilo.
Gardner define la inteligencia como capacidad, como talento, y
distingue ocho habilidades cognoscitivas: inteligencia musical,
inteligencia cinético-corporal, inteligencia lógico-matemática,
inteligencia lingüística, inteligencia espacial, inteligencia
interpersonal, inteligencia intrapersonal e inteligencia natural.
En nuestro sistema educativo, generalmente las materias son
presentadas de manera verbal —apelando a la inteligencia
lingüística— o de una manera que se basa en la lógica —apelando
a la inteligencia matemática—. Sin embargo, ahora sabemos que
muchos niños AS tienen especialmente desarrollada la inteligencia
espacial o visual, lo cual quiere decir que suelen aprender (mejor) a
través de imágenes; son niños que piensan en imágenes. Un niño
tipo «visual» tendrá más problemas a la hora de memorizar la
materia que su amiguito que puede ser un niño tipo verbal o lógico.
Entre las muchas características de las PAS, vemos que pueden
tener mucha imaginación y, llevando esa imaginación a un nivel
mayor, puede llegar a ser una capacidad visionaria basada en la
habilidad de ver las líneas y las relaciones generales que subyacen
en cualquier situación. Esto es un ejemplo muy claro de qué
significa o de cómo funciona esa inteligencia espacial o visual.
También es un tipo de inteligencia que predomina en el mundo de la
creatividad y que ayuda mucho a la hora de planificar y especular
sobre eventualidades y probabilidades de todo tipo. Por decirlo de
algún modo, es como pensar en tres dimensiones. Si tenemos en
cuenta la idea de que —según Elaine Aron— el cerebro de las PAS
recibe más riego sanguíneo en el hemisferio derecho, y que este
hemisferio está relacionado con la creatividad y la intuición,
entendemos mejor por qué las PAS de todas las edades suelen ser
predominantemente del tipo inteligencia visual-espacial. Muchos
niños AS, por lo tanto, aprenderán con más facilidad si se les
presenta el contenido de las asignaturas no en textos secos, sino en
imágenes que les permiten visualizar las relaciones entre los
diferentes puntos y la imagen global. Un método de enseñanza en el
que se tenga en cuenta el elemento artístico, sería de gran ayuda.
Recuerdo que, de pequeña, en matemáticas, yo daba las
respuestas correctas sin poder llegar a ellas a través de las fórmulas
que tenía que aprender. Cuando me preguntaban cómo había
llegado a la respuesta y me pedían que lo explicara a través de la
fórmula, no era capaz y recibía una nota baja (aparte de
acusaciones de haber hecho trampa, claro). Evidentemente no
hacía trampa y tampoco era (ni soy) vidente, sino que percibía,
intuía la respuesta correcta porque comprendía el principio en forma
de «imagen», pero era incapaz de explicarlo.
Evidentemente, siempre se utilizan varias o todas de estas
inteligencias a la vez, aunque cada uno suele tener su estilo
preferido y más desarrollado, un estilo que le permite «captar» las
cosas con más facilidad. Otra de las inteligencias que solemos ver
en las PAS de todas las edades, pero especialmente en los niños,
es la inteligencia interpersonal. Esa capacidad que tenemos para
detectar el estado emocional de otras personas, esa capacidad
empática, está relacionada con este tipo de inteligencia. Te invito a
investigar sobre este tema —sobre todo si tu hijo tiene problemas de
aprendizaje—, ya que te va a resultar muy interesante para
comprender un poco mejor las reacciones y la forma de actuar de tu
hija o hijo, y, cómo no, también de ti mismo. Si, como padres, tenéis
la idea de que vuestro hijo no rinde en el cole de forma acorde con
sus capacidades intelectuales, también puede ser buena idea hablar
con la maestra. La enseñanza tipo Waldorf trabaja mucho con las
diferentes inteligencias, pero tristemente, suelen ser escuelas no
subvencionadas y por tanto son muy caras, no todo el mundo se las
puede permitir.
En mi opinión, esta tendencia de querer intelectualizar al niño
cuanto antes me parece una aberración brutal. Francamente, no
entiendo esa necesidad de enseñar a leer y a escribir a niños de 3-4
años, y obligarles a que aprendan a estar sentados en sus mesitas
como niños mayores, a inmovilizarlos y a robarles el tiempo que
tendrían que estar jugando. ¿Acaso hemos olvidado que los niños
aprenden jugando? Los aprendizajes cognitivos tocan más tarde;
antes un niño necesita desarrollar su motricidad (corriendo,
bailando, escalando árboles, dibujando…) y sus habilidades sociales
(la interacción con otros niños es fundamental para aprender a
manejarse en la vida ante conflictos, para aprender sobre la amistad
y la lealtad, para saber compartir, para aprender que cada persona
es un mundo…). Los niños aprenden todo esto a través de juegos,
imitando el mundo de los adultos, cantando, realizando pequeñas
tareas de carácter social y, si es posible, cuidando de un huerto
escolar o de su propia planta y amando a su mascota si puede tener
una (algo muy importante para niños con AS, de hecho, para PAS
de todas las edades).
La etapa de 3-6 años (hasta cambiar los dientes) es la etapa de
la vida que está destinada a este tipo de cosas, siempre
presentando las distintas situaciones desde un aspecto lúdico,
aunque el adulto acompañante sabe muy bien que los niños están
aprendiendo. Si no se vive la primera infancia desde esta
perspectiva social y lúdica, donde el aprendizaje de las relaciones
sociales es natural e instintivo, y se desarrolla la motricidad, se
pierden años valiosos que son irrecuperables. ¿No tiene el niño el
resto de su vida para desarrollar el intelecto? ¿Por qué esas prisas
absurdas? ¿Por qué esa necesidad de criar pequeños adultos si
tienen que ser adultos el resto de su vida?
Si lo recordáis, antes nos hemos hecho la pregunta ¿Cómo
quiero que sea mi hijo de adulto? En lugar de ¿Qué quiero que sea
mi hijo de adulto? La base de ese «cómo» se fomenta en la primera
infancia y, sobre esta base, se puede construir el «qué» aunque,
francamente, el carácter de una persona, su bondad y sus valores
en general, en combinación con una autoestima sana, hará que sea
una persona feliz y equilibrada, alguien que aporta a la humanidad
porque siente la necesidad de hacerlo.

Acoso y bullying
El bullying es el término anglosajón que significa «acoso escolar»,
en el que se incluye cualquier forma de maltrato —físico y/o
psicológico— en el que existe un desequilibrio de poder. El acosador
actúa con la intención de hacer daño a su víctima. No hablamos de
un caso aislado, sino de ataques continuados, o sea, se considera
bullying o acoso, cuando podemos hablar de ataques repetidos.
Parece ser que los ataques sufridos por los niños AS
generalmente son de tipo psicológico. Los pequeños PAS se sienten
cada vez más inseguros por las amenazas, insultos, risas y muecas
a escondidas o humillaciones de todo tipo. Muchos niños con AS
llegan a sentirse excluidos, y si esa sensación no solamente es
imaginación, sino que es algo que en realidad está pasando, se
podría pensar que detrás de esa exclusión están las acciones de un
acosador. También podemos pensar en temas como la xenofobia o
el machismo, y aunque no hace falta que un niño víctima del acoso
sea un niño AS, está claro que, una persona con alta sensibilidad,
con toda la emocionalidad que forma parte de su ser, y con su
creciente sentido de no encajar (esto todavía no es el caso con los
más pequeños) y su tendencia a sentirse inseguro, sea una víctima
«fácil» y grata, dándole al bully esa sensación de tener poder que
busca.
El bully o acosador se hace en casa. El niño suele repetir los
patrones que ve de sus padres. La desigualdad, por ejemplo, entre
hombre y mujer, ser de otra raza o entre una persona que es más
sensible que otra, no tiene por qué ser un problema si el niño
aprende en su entorno familiar que la diversidad en su sentido más
amplio es algo positivo y enriquecedor.
Evidentemente, es un tema complejo, una lacra social, y hay que
hacer todo lo posible para erradicarlo. Soluciones no tengo, pero sí
me gustaría entrar un poco más en el tema que, por mucho que se
hable de él, sigue con cierto aura de tabú, ya que suele ir
acompañado de mucha vergüenza, por parte de la víctima, por parte
de sus padres y de los colegios que —en algunos casos— no
quieren saber, y no solamente porque puede dañar el prestigio de la
institución. Hay que insistir en que, quien sabe y no habla se hace
cómplice.
Vamos por partes. Como adulto con AS a lo mejor te sientes
ofendido por determinadas reacciones de la gente. Esto no es tan
extraño ya que no todo el mundo comparte los valores que suelen
ser característicos para la mayoría de las PAS, valores como
buenos modales, respeto, amabilidad, interés, atención… Alguien
que no te entiende y te contesta mal, o de una manera que nada
tiene que ver con la reacción que esperabas, te puede afectar y
producirte una sensación desagradable; puedes sentir que no te
respetan. Puede ser que alguien tenga un mal día, un dolor, un
problema que hace que su reacción no concuerde con nuestra idea
de la amabilidad. Las PAS tenemos ese lado susceptible que hace
que a veces lleguemos a pensar que un mal gesto de este tipo tiene
que ver con nosotros, porque no agradamos, porque nos consideran
raros y nos quieren insultar. Lo digo de una manera un poco
exagerada para que quede claro que muchas veces creemos que
alguien nos quiere hacer daño cuando en realidad no es así. Si esto
te pasa a ti como PAS adulta, podrás entender que los niños AS
tengan ese tipo de vivencias. Son casos que nos hacen sentir mal
pero que no pueden considerarse como maltrato ni acoso.
Con esto no quiero ningunear este problema que puede llegar a
vivirse como un auténtico drama para la víctima hasta producirle un
trauma. Cuando un niño se queja de que le tratan mal, conviene
investigar qué pasa. Antes de utilizar el término de bullying,
conviene investigar ya que puede no serlo en el sentido estricto del
concepto. Conviene, pues, distinguir entre incidentes puntuales e
incidentes que se repiten y en los que la violencia física, verbal o
pasiva va in crescendo.
Según la encuesta, un 13,7 por ciento de los niños AS sufre
bullying en menor o mayor medida. El número asusta, ¿verdad?
Estamos hablando de tres de cada veinte niños con alta
sensibilidad. Quiero creer que no todos estos casos son bullying en
el sentido estricto de la palabra y que algunos de los que reciben
esta etiqueta son casos puntuales, aunque no por eso son menos
graves. Puedo añadir que, en Holanda —donde también se realizó
la encuesta—, esta cifra llegó a un escalofriante porcentaje del 25
por ciento, o sea, casi el doble que en España. Lo señalo porque la
diferencia del porcentaje me llama la atención y me pregunto si el
porcentaje «bajo» de España viene influido por la vergüenza
mencionada antes; ojalá que me equivoque.
El niño que se siente atacado de la manera y en el grado que
sea, sufre. Ningún niño debe sufrir, necesitan poder sentirse seguros
y protegidos. Un niño AS suele reaccionar con mucha
emocionalidad, y cuando se ve intimidado o acosado, se asusta
mucho más que un niño que no es PAS. Un niño AS suele llorar con
aparente facilidad, y esto en sí es un juicio basado en la
comparación con niños que no son altamente sensibles, cuya
percepción del mundo es distinta. El bully quiere que sus ataques
promuevan reacciones emocionales en su víctima; se siente
gratificado cuando su víctima se echa a llorar, cuando quiere
escapar corriendo, cuando contesta en un tono herido, cuando la
respuesta deja claro que sus acciones han hecho daño. Es entonces
cuando repetirá sus ataques y se desarrollará el acoso: se
convertirá en ataques repetidos por parte del acosador cuyo objetivo
es meter miedo a la víctima, lo cual le aporta la sensación de tener
poder sobre ella.
Muchos niños, PAS o no, que han sufrido bullying tardan mucho
tiempo en superar este tipo de experiencia. Algunos no llegan a
superarla nunca. Emociones como el miedo profundo, el estar
desamparado o estar sometido al poder de un «compañero» causan
trauma y un trauma, como todo el mundo sabe, no es baladí.
Si miramos a las víctimas de los bullies, vemos que no
solamente son niños emocionales, sino que también suelen ser
niños con poca autoestima. El asunto de la autoestima es complejo
porque se presenta el dilema de qué fue antes, el huevo o la gallina.
Nos podemos preguntar si ya eran niños inseguros antes del acoso
(un detalle que le gustará al bully) o han perdido la autoestima a
causa del maltrato. Si el acoso perdura, el niño cada vez se
«encoge» más e intenta hacerse más invisible hasta el punto de
querer desaparecer. Les falta la fuerza interior, la asertividad para
defenderse y detener los ataques. Es un sufrir intenso.
No todos los niños AS hablan con facilidad sobre sus emociones
o sobre lo que les pasa en el colegio. No en todas las familias existe
una cultura, una tradición de hablar con interés sobre las cosas que
nos pasan en el curso de un día; en muchas familias todos están tan
cansados que es más fácil encender la tele o dejar a cada uno con
su móvil, en lugar de hablar, escuchar o comentar, fomentando el
afecto familiar. Cuanto menos se hable en familia, más grande será
el riesgo de que el niño no se atreva a contar que le están
atormentando. Puede ser que sienta vergüenza, puede ser que no
quiera molestar a sus padres, puede ser que no quiera
preocuparles. También puede ser que tenga miedo de su reacción,
que no quiera recibir consejos del tipo «tienes que aprender a
defenderte», que no sirven de nada y denotan una ausencia total de
empatía. Cuanta más confianza hay en las familias, cuanta más
apertura afectiva, más probable es que nuestro niño nos cuente sus
problemas y hable sobre sus miedos y demás emociones ¡también
las positivas!
Todas las personas son únicas, no hay dos iguales. Eso sí,
podemos parecernos más a unos que a otros. Como PAS,
tendremos menos en común con la mayoría; nuestra manera de ser
es propia de la minoría. En un aula hay pocos niños AS y aunque,
en teoría, sabemos que uno de cada cinco personas nace con el
rasgo, lo cual significaría que donde hay 25 niños tiene que haber
cinco con AS, la realidad no es tan simple como la estadística nos
quiere hacer creer. Es posible que haya cinco niños con alta
sensibilidad. Pero como esos cinco también son únicos, es posible
que uno de ellos demuestre un comportamiento que, por
inseguridad, timidez, reacciones sui generis, tendencia a llorar con
facilidad, etc., llame más la atención, frente a los otros cuatro que
saben adaptarse a su entorno y que, a lo mejor, han aprendido en
casa que ser sensible es normal y necesario. Ya sabemos que el
niño AS que aprende que ser sensible, empático, compasivo y
tolerante es algo positivo, y que es amado incondicionalmente por
sus padres y educadores, es más que probable que no tenga ningún
problema de baja autoestima o inseguridad. Suelen ser los niños
que no reciben ese trato de amor y aceptación incondicional en su
casa los que no se sienten bien con ser diferentes y los que, a lo
mejor, hasta tienen la idea de que son defectuosos. Son estos los
que llaman la atención del bully.
El bullying es un problema con muchas aristas y menos mal que
en los centros educativos hay cada vez más apertura para poder
hablar del tema. Parte de la solución está en el colegio y la atención
que los maestros presten al tema; también depende de los maestros
la necesidad de inculcar a los alumnos la importancia y riqueza de la
diversidad —carácter, nacionalidad, clase social, historia personal,
etc.— de la sociedad en que vivimos, y presentarlo como algo que
suma, que enriquece y de lo cual todos podemos aprender.
La otra parte de la solución está en casa y en la manera en que
ayudamos a nuestra hija o hijo a que se sienta bien y seguro con su
forma de ser. La crianza respetuosa evita castigos y premios, evita
comparaciones y fomenta el amor enfocándose en las necesidades
del niño, cuya necesidad básica y esencial es sentirse querido
siempre, incluso cuando no saca sobresalientes o mete la pata. El
amor no debe ser algo que se gana o se merece, sino algo que
nunca deja de estar y no depende de lo que el niño haga o deje de
hacer. Si sabemos crear una cultura de amor y de calor anímico en
casa, si pasamos tiempo jugando y hablando con nuestros peques,
no solamente se sentirán seguros de sí mismos, sino que pueden
ser los mejores compañeros de clase ayudando y apoyando a los
demás, y llegar a desarrollarse como valiosos miembros de la
sociedad. Estos niños pueden llamar la atención de un bully, pero no
se meterá con ellos.
Ahora, los bullies existen y por muy bien que acompañes a tu
hijo, puede pasar que un personaje de este tipo coja manía a tu hijo
o a tu hija. Si esto ocurre, ¿qué se puede hacer?
Lo más importante siempre es escuchar al niño; sentarte con él,
tranquilamente y sin prisas, mirarle con atención e interés; tomar en
serio su relato, sin juzgar, sin animarle a ser «más asertivo», y sin
decirle frases como: «Mira a Menganita, lo bien que sabe
defenderse». Este tipo de comentarios puede hacer que el niño
sienta que no se le escucha, ni se le apoya, ni se le quiere
incondicionalmente. O sea, escucha de verdad lo que te cuenta, no
vengas con soluciones o consejos, utiliza tu capacidad empática de
una persona con alta sensibilidad, intenta ponerte en la piel del
pequeño que está sufriendo y demuéstrale tu comprensión.
Si mi hija no habla y no cuenta nada de lo que le pasa fuera de
casa, ¿cómo puedo saber si está siendo acosada? No todos los
niños hablan y cuentan su día. Muchos niños tienen un carácter
cerrado. Ya sabemos que la mayoría de los niños con alta
sensibilidad son introvertidos, y aunque hay niños introvertidos que
hablan, hay algunos que no. Y menos cuando en su casa no existe
la costumbre de hablar, escuchar y compartir. Un niño que
demuestra miedo por ir al cole, que cada mañana se despierta con
dolor de barriga o con mareos, puede ser un niño acosado. Pero
también tenemos que estar alerta ante cualquier cambio de
conducta del niño, por ejemplo, si de repente muestra desgana,
apatía, falta de interés; si no quiere jugar con otros niños; o si antes
sacaba buenas notas y ahora son más bien bajas.
Evidentemente, es importante que la niña o el niño cuente qué le
está pasando. Cuánto más estrecho el vínculo emocional que existe
entre padres e hijos, más seguro y más protegido se sentirá. Estos
vínculos no se crean de repente, sino que son el resultado de un
proceso largo que empieza en la primera infancia. Criar con apego
seguro, o la crianza respetuosa es la manera más indicada para
establecer vínculos de seguridad, algo necesario si queremos que el
niño confíe en sus padres. Educar sin juicios y con amor
incondicional hará que el pequeño PAS y cualquier niño, crezca con
una sana autoestima, con seguridad en sí mismo.
Si tu hija es PAS tendrá a su disposición esa capacidad empática
que tú, como padre o madre PAS también tienes. Es una
herramienta fantástica si se aplica en situaciones de este tipo. ¿Por
qué? Porque os permite entender al bully. Al final, un bully también
es, casi siempre, una personita con baja autoestima. La mayoría de
los acosadores tienen problemas en casa y serias carencias de
afecto. Así que puedes utilizar esta herramienta como filtro para
analizar el incidente que tanto le ha dolido a tu hija. Al encontrar
explicaciones por el comportamiento del otro, aunque sin justificarlo
en absoluto, tu hija puede llegar a comprender que ella no es la
causa del acoso, que ella no ha hecho nada mal. Muchos niños AS,
especialmente aquellos con baja autoestima, creen que son
culpables del maltrato, porque son deficientes, defectuosos,
antipáticos, feos, etc., y merecen ser acosados, que les pasa lo que
les está pasando por su culpa. Es muy importante que tu hija sepa
que el hecho de que alguien le trate mal tiene que ver con el
maltratador y sus necesidades no satisfechas, no con su forma de
ser, aunque esta, por ser diferente, quizás llame la atención. Ser
diferente no es malo, es un plus, y cada persona es diferente y
única; de la diversidad aprendemos todos.
A las PAS de todas las edades les encantan los temas con
«fondo», como pueden ser los valores. Tú, como educador PAS,
tendrás tu propio conjunto de valores que van marcando tu manera
de ser, de manifestarte en el mundo, es decir, aquellos que
determinan tus actos. Seguramente has intentado transmitir estos
valores a tus hijos (sabiendo que ellos, durante la adolescencia los
tirarán por la borda en busca de los suyos propios) con lo cual,
puede ser algo sobre lo que hablar en casa. Es importante que lo
hagas. Podéis hablar sobre la amistad y el respeto, la justicia y la
protección del más débil. No todo el mundo tiene los mismos valores
y os podéis preguntar por los del bully. Se puede hablar sobre las
consecuencias de los valores en la propia familia, en los círculos de
las amistades, en la calle, el cole, etc. Es importante que tu hija
sepa que sus valores son buenos y correctos; que se dé cuenta de
que en este sentido también existe diversidad, pero que ella, por
creer en lo que cree, no es menos que otras personas, no es mala
persona. Así puedes ayudarla con su autoestima.
Al hablar sobre los distintos valores podéis investigar los valores
de los compañeros de clase y hacerla ver que podría ser buena idea
cultivar amistades con niñas y niños afines. Seguro que en su grupo
hay más niños que comparten el rasgo de la alta sensibilidad. Como
adulto puedes ayudar a buscar nuevos compañeros, algo de lo que
hablamos a continuación.
También conviene hablar con el colegio. Aunque el bullying en
muchos colegios sigue siendo un tabú, está el hecho de que por ley
en muchos centros disponen de programas, proyectos y protocolos
para concienciar a los alumnos, para apoyar a las víctimas y para
trabajar con los bullies. Tener un programa de este tipo está bien,
pero lo importante es implementarlo, algo que, por lo que me
cuentan, no siempre es el caso. A lo mejor es una buena idea
informarte sobre el tema en el colegio de tu hijo. Es importante que
haya apertura y comunicación entre los padres y el centro educativo,
y que el hecho de ser acosado no se convierta en un tema de
vergüenza e inseguridad.
Justamente cuando estaba escribiendo sobre el bullying me llegó
un artículo del periódico El Comercio con fecha del 3 de mayo de
2019. Se publicó con motivo del día internacional contra el acoso
escolar y el titular escalofriante dice: «La Asociación Contra el
Acoso Escolar contabiliza 800 casos en Asturias». Desde esta
asociación, la ACAE, cuentan cómo las víctimas del bullying
tradicional cada vez son más jóvenes —ahora la edad en que el
acoso empieza está en los 10 años— mientras que el ciberbullying o
ciberacoso, la forma de intimidar a las víctimas que está en auge,
estalla a partir de los 12 años.
En este libro hablo de las pantallas y de los teléfonos móviles y
el daño que hacen en el desarrollo mental, anímico y motriz del niño
cuyo cerebro está en fase de formarse, pero aquí tenemos un
motivo de más para denegar a tu hijo el uso de pantallas y no darle
un teléfono móvil. El acoso por las pantallas es más directo y su
carácter virtual hace que la víctima se sienta todavía más impotente
y más desamparada. El efecto del ciberbullying es mucho más
traumático todavía que en el caso del bullying tradicional. El uso de
las redes en edades cada vez más tempranas es, en este sentido,
un gran problema.
Si nuestro hijo o nuestra hija PAS es víctima de un acosador, no
es suficiente decirle que tiene que ser más valiente y que tiene que
defenderse. El problema necesita una solución mucho más amplia;
los compañeros que son testigos del maltrato tienen que sentir la
obligación moral de apoyar a la víctima (muchas PAS, a pesar de no
ser víctimas del acoso adoptan este rol), tienen que denunciar los
hechos con el tutor y este tiene que ponerse en contacto con los
padres del bully y de la víctima. Existen protocolos y el colegio no
puede saltárselos.
Puedes hablar a tu niño de la necesidad de proteger a las
víctimas, de apoyarlas y de formar piña con ellas. Un niño AS
entenderá el valor de apoyar al más débil y le gustará el papel de
protector. Si un niño AS, como la gran mayoría de los niños con este
rasgo, tiene la justicia como valor principal, no debería ser difícil
animarle para que esté atento a casos de acoso en su entorno. Ser
testigo del bullying sin hacer nada, te hace cómplice. A veces los
testigos, igual que las víctimas, se callan por miedo a represalias por
parte del acosador. Callar, sin embargo, no es la solución. Es
importante que los testigos hablen con sus padres y con los
profesores. El bullying es una lacra, que solamente podemos
erradicar si todos lo tomamos en serio y colaboramos. Piensa que
una víctima se puede llegar a percibir y sentir tan sola y aislada, tan
abandonada y dominada por el miedo profundo, que decida quitarse
la vida. El bullying, una auténtica plaga social, no terminará por sí
solo, requiere la implicación de todos.
La pregunta que a lo mejor te estás haciendo es, ¿qué hago
cuando sospecho o intuyo que mi hijo está teniendo un problema de
este tipo? ¿Cuando creo que mi hija está siendo acosada en el cole
o en las redes? El primer paso es hablar con tu niño. Hablar puede
parecer obvio, pero para una madre o un padre que es AS, no
siempre es fácil, vista la tendencia que tienen a evitar todo tipo de
conflicto. Los conflictos significan mucho estrés para una persona
con alta sensibilidad, y a menudo prefieren ignorarlos. Seguro que
no es tu caso, pero lo menciono porque es una realidad. Háblale a
tu niño de tus sospechas y de las señales que crees percibir y abre
el diálogo de una manera amorosa y empática. Comparte tu
profunda preocupación y evita cualquier tipo de juicio. El siguiente
paso, tanto si el niño se abre y cuenta lo que le está pasando, como
si no, será hablar con el centro educativo. También puede ser buena
idea buscar ayuda y asesoramiento psicológico, tanto para el niño
víctima como para la madre o el padre. El acoso de todo tipo es un
tema muy grave, que hay que tomar muy en serio para erradicarlo.
Cuanto antes reaccionemos ante un caso, mejor. El daño anímico
que causa el maltrato en las víctimas es profundo y duradero.

Jugar con amigos


A pesar de que se considera «normal» que un niño tenga muchos
amigos, resulta que nuestra pequeña AS no suele ser de grandes
grupos de amigos, ni la típica persona líder (aunque las PAS
extrovertidas sí suelen asumir roles de líder y lo hacen muy bien),
sino que se siente mejor con una buena amiga o, máximo, dos.
Según la encuesta, un 94 por ciento de los niños AS prefieren tener
un solo amigo a un grupo de amigos. Esto es coherente con lo que
se ha mencionado antes sobre la cantidad de estímulos que las PAS
van recibiendo. Pueden gestionar muy bien la información que
aporta una sola persona, mientras que tener que atender a más
personas a la vez nos puede desbordar. Quien es PAS lo suele
tener claro: más vale estar bien y a gusto con una persona, poder
profundizar en la relación de uno a uno, y disfrutar de la compañía.
Es importante que los padres sepan esto, pero también lo tienen
que saber y entender los maestros o el personal del colegio.
Cuenta Jerónima:
Mi hijo Juan Miguel no quiere ir al cole porque la maestra le ha dicho que tiene
que hacer más amigos. Juan Miguel tiene un muy buen amigo, Paco, y
siempre están juntos. La maestra ha dicho que no es sano tener una amistad
tan estrecha y los ha separado; ya no pueden sentarse juntos. Juan Miguel no
quiere estar al lado de otros niños, solamente quiere estar al lado de Paco. No
entiendo a la maestra, pero ella insiste en que ese grado de «dependencia»
entre los chicos es enfermizo. Juan Miguel es PAS y creo que Paco también.

Las amistades de los niños AS no siempre son tan intensas y


armoniosas como la de Juan Miguel y Paco. Mientras que las PAS
de todas las edades suelen ser muy sociales y sociables, el
desarrollo de las relaciones con otros no siempre va acorde con sus
necesidades emocionales ni sus expectativas. Muchos niños AS
dicen sentirse decepcionados en cuanto a sus amistades. Es
precisamente esa capacidad social que tienen, esa comprensión y
ese compromiso relacional, lo que les hace «sufrir» a la hora de
tener que constatar que la mayoría de sus compañeros no
entienden la amistad de la misma manera que ellos. Podemos decir
que las PAS, en este sentido, suelen disponer de cierta madurez en
relación con la edad que tienen. Amistad, para una PAS, significa
lealtad, implica honestidad y apoyar al otro cuando este necesita a
un compañero. No todos los niños viven la amistad de esta manera
y es probable que a tu pequeño PAS tarde o temprano le toque vivir
una experiencia que ellos perciben como traición, como algo
incomprensible.
Es interesante observar el comportamiento de niños AS en sus
juegos con otros. A las PAS no nos gustan los conflictos, y parece
ser que ocurre desde la primera infancia: nos gusta la paz y
conservar la armonía. Uno de cada cuatro niños AS no hacen
prevaler lo que a ellos les gusta, sino que hacen lo que creen que
sus amigos quieren hacer. Se puede decir, pues, que un alto
porcentaje de estos niños saben adaptarse muy bien a su entorno,
saben «escuchar» a los demás, pero les cuesta respetar sus propias
necesidades y deseos.
Desde la perspectiva adulta sabemos que adaptarse a lo que los
demás quieren es algo bastante común entre las personas que
comparten este rasgo; muchas veces simplemente porque es lo más
simple y lo más fácil. Resistirse y tener que explicar y defender los
propios deseos requiere energía (estímulos), aparte de que, al abrir
la boca, nos convertimos en el centro de atención, lo cual es algo
que no suele gustar. También puede pasar que el niño, siendo
partícipe de una dinámica grupal, ya va recibiendo tantos estímulos
que tener que escucharse a sí mismo requiere un esfuerzo que a lo
mejor le supera. Aunque parece existir una relación entre el nivel de
autoestima y la adaptación de la propia conducta al comportamiento
ajeno, es probable que una baja autoestima no sea el factor más
importante, sino que se trate más bien de la capacidad de ser
flexible y generoso del niño, y de su deseo de contribuir a la armonía
dentro del grupo.
Si, como educador del niño, observas que al peque en muchas
otras situaciones realmente le cuesta expresar sus propios deseos y
necesidades, igual conviene hablar con el niño para ayudarle a
reconocer sus emociones y necesidades y hacerle ver que, aunque
la generosidad es muy loable, no siempre es bueno hacer lo que
digan los demás, todos tenemos derecho a expresar nuestros
deseos. Si tú eres un adulto con alta sensibilidad, seguramente eres
consciente de que el sacrificio de las propias necesidades tiene un
límite a partir del cual la anulación del propio ser deja de ser sano.
También vemos lo opuesto: el niño AS que, lejos de optar por
seguir la corriente de los demás, quiere determinar el juego y sus
reglas. Hablamos de uno de cada cuatro niños con alta sensibilidad.
Este niño, un auténtico mandón, generalmente inflexible y con
grandes dificultades para adaptarse a los cambios, quiere llevar la
batuta y le encanta ser el centro de atención. Elaine Aron habla de
niños tozudos (strong willed, en inglés), cuyo comportamiento nos
hace pensar en niños AS extrovertidos: a ambos les gusta llamar la
atención, ambos suelen tener ideas sorprendentes que pueden
asombrar por la edad que tienen, y ambos son intensos y
emocionales. Los tozudos tienen una manera de querer arreglar y
organizar su entorno, algo que no le gusta a todo el mundo y por lo
cual le puede costar hacer amigos y mantenerlos. Estos niños
suelen sentirse abandonados o traicionados por sus amigos; ellos
invierten mucho en una amistad, tienen un profundo sentido de lo
que es justo pero su fuerza interior hace que se impongan e insistan
en hacer las cosas como ellos perciben que hay que hacerlas.
Los tozudos —más adelante volveremos a hablar de ellos— no
son niños fáciles. No aceptan un simple «no» y siempre tienen una
respuesta; algunos de sus argumentos pueden dejarte literalmente
sin palabras. Suelen ser rápidos y listos, pero, curiosamente, y al
contrario que los niños AS con un carácter extrovertido que confían
mucho en sus propias capacidades, los tozudos suelen tener
relativamente poca confianza en sí mismos. Es un tipo de niño que
tiene una idea muy clara de lo que quiere y de lo que busca
conseguir, es tenaz y cuando intentas oponerte a su plan, te
arriesgas a una rabieta ya que le falta la capacidad para entender y
gestionar las muchas cosas que siente y, justamente por estar tan
emocionado con su idea, puede llegar a sobreestimularse con
facilidad. Antes de romper su dinámica «a la fuerza», a lo mejor
podrías ponerte de su parte y ayudarle a ordenar su plan y su bola
de emociones, escuchando sus argumentos y consideraciones. El
reconocimiento del niño le ayudará a calmar su «fuego emocional»,
la intensidad que a esa tierna edad no sabe regular a solas.
Poco a poco, sin embargo, este niño que, gracias al rasgo de la
alta sensibilidad, dispone de la capacidad de captar las corrientes
sociales y relacionales, va comprendiendo que su comportamiento
no es muy positivo y solemos ver cómo, gradualmente, va tomando
conciencia y su necesidad de imponerse disminuirá. Este cambio
suele producirse alrededor de los 9 años.
Desde hace unos meses tengo vecinos nuevos, una pareja con
dos niños pequeños. Observo a los niños y me asombro por la
manera en que su forma de ser, sus ganas y energía para jugar no
se parece en nada a como éramos mi hermano y yo, o mi hijo.
Parecen haber dado vida a mi pequeño barrio donde, de repente, da
la impresión de que hay muchos más niños: hasta ahora no se les
veía, nunca jugaban fuera, pero gracias a los niños nuevos todos
quieren estar en la calle haciendo lo que tienen que hacer los niños:
jugar, jugar y jugar.
No creo que estos dos sean PAS. Les encanta conocer a los
otros, en seguida son los mejores amigos. No demuestran para
nada esa característica tan especial de los niños AS, esa actitud tan
«nuestra» de esperar, observar y calcular los riesgos y posibilidades
antes de dar el paso. Con estos dos no pasa nada de eso. Tampoco
veo en ellos señales de estar sobreestimulados: salen cada mañana
a las siete y media y vuelven doce horas más tarde después de las
horas del cole seguidas por las extraescolares. No les veo agotados,
no oigo rabietas y, francamente, estoy impresionada. ¿Por qué
cuento esto? Para hacer visible la diferencia entre niños AS
(especialmente los introvertidos) y aquellos que no comparten el
rasgo.
Muchos niños AS están tan cansados y saturados después de un
día de colegio que la simple idea de tener que jugar con otros niños,
de invitar a amiguitos a casa o de ir a jugar a casa de un amigo, les
supera. No es que no quieran, es que no pueden. Un día entero en
el cole en compañía de otros niños, aprender cosas nuevas, estar
atentos, aguantar jaleo de todo tipo, les exige tanto que lo único que
quieren es llegar a casa, desconectar y descansar, para luego
meterse con los deberes. Puede ser que tú, madre o padre, te
preocupes porque piensas que no es bueno que tu hija no tenga
amigas, que está sola, pero no necesariamente es el caso. Antes de
«ayudar» al peque invitando a amigos, por favor, considera la
posibilidad de que el niño simplemente necesita estar a solas y que
tener que ocuparse de un amigo en casa, o que ir a jugar a una
casa que no es la suya (¡más estímulos todavía!) quizás no sea la
mejor idea.
Añado que las PAS con carácter extrovertido son un poco
diferentes y les suele encantar invitar amigos a casa e ir a jugar a
las suyas. Mientras que los pequeños PAS introvertidos suelen
dosificarse más, los extrovertidos tienden más a derrochar la
energía disponible con el riesgo de agotarse más que cansarse y, en
consecuencia, necesitar más tiempo para recomponerse y empezar
de nuevo. Si eres el educador del pequeño PAS extrovertido, a
veces puede ser una buena idea frenarle un poco para evitar ese
agotamiento. Observa el comportamiento de tu hija o hijo, y luego
valora teniendo en cuenta el rasgo. Más adelante entraremos a
fondo en las diferencias entre PAS introvertida y extrovertida.

Los hermanos
Me encantan esos vídeos de niños pequeños que ven por primera
vez a un hermanito nuevo que acaba de nacer, y se emocionan
tanto, que se echan a llorar. Son imágenes tan tiernas que, siendo
PAS, no puedo evitar que se me humedezcan los ojos y se me haga
un nudo en la garganta. Igual es algo que puede pasar a cualquier
niño, no lo sé, pero lo veo como algo muy típico de las PAS.
Sentimos tanto que no sabemos exactamente lo que sentimos, pero
nos abrumamos y nos echamos a llorar.
Si tienes una peque PAS y especialmente si es la primera,
cuando nace un hermanito, es un cambio importante. La llegada de
un hermano, significa que las cosas ya no van a volver a ser igual.
La trama de relaciones que existían hasta ese momento se mueve y
para nuestra peque PAS esto, te guste o no, puede ser una
experiencia intensa, por no decir traumática. No quiero ser
dramática, pero lo he visto con mis dos peques. Todos los padres
soñamos con un «enamoramiento» entre los hermanos, y también lo
hay, aunque a veces se produce más tarde, cuando son algo
mayores. Sabiendo que cualquier cambio suele ser muy difícil para
las PAS, entendemos que con la llegada de un nuevo miembro de la
familia pueden surgir problemas. Se ha escrito mucho sobre los
celos y la competencia entre los niños y en muchos casos es lo que
pasa. Es normal, ¿no? Si eres la primogénita y, más todavía, si eres
la primera nieta o el primer nieto, y todos te han adorado, no es fácil
ni comprensible (desde la perspectiva infantil) de repente tener que
compartir la atención. Está claro, por muy PAS y empático que seas,
ni de niño ni de mayor eres un ángel.
En casa es donde se aprenden las habilidades sociales y nos
entrenamos en la gestión de las emociones. Como padres nos toca,
aparte de dar el buen ejemplo y no perder la calma, acompañarle al
peque en este tiempo de cambio y de adaptación a una nueva
situación. Los celos y las consiguientes rabietas pueden ser el
resultado de una confusión interna, y castigarle no le ayudará.
Siempre creo que el niño en este caso sufre más que el adulto que
se siente molesto, avergonzado o enfadado. No todos los niños
sufren los celos en la misma medida, pero son sentimientos muy
comunes que forman parte de la vida. Si la reacción de tu niño
mayor te preocupa, no dudes en buscar ayuda de un profesional
que conozca el rasgo de la alta sensibilidad.
Las PAS, sin importar la edad, suelen necesitar tiempo para
digerir cualquier cambio y cuanto más grande y radical sea, más
tiempo van a requerir. Un cambio conlleva mucha información
nueva, y sabemos que muchos estímulos a la vez pueden saturar,
sobreactivar y crear comportamientos disruptivos. Cambios que no
han sido introducidos en fases también pueden generar muchos
miedos, confusión e incertidumbre. En este caso, como de cara a
otros cambios, se trata de ayudar al niño para que esté «preparado»
para la llegada del nuevo bebé. Si a nosotros, los adultos, un
nacimiento y la llegada de un nuevo miembro de la familia ya nos
suele venir «grande», imagínate cómo puede ser para un párvulo.
Aparte de rabietas por tener que competir por la atención, también
puede haber regresiones del niño mayor, que quiere volver a ser
bebé para tener la misma atención que antes. También, por decir
algo positivo, me han contado de casos en que el niño mayor de
repente dejó de necesitar pañales y empezó a hacer sus
necesidades en el orinal, como si al hacerse responsable estuviera
diciendo «soy el mayor y sé serlo».
Evidentemente, cada caso, cada niño y cada familia es diferente
y existen tantas variables que se necesitaría un libro para cada uno.
Conviene no olvidar que un nuevo hermano significa un cambio muy
grande y que es preciso tratarlo como tal, con mucha preparación,
con mucha paciencia y comprensión por muy difícil y agotador que
pueda ser. Si pierdes los estribos, no te juzgues, eres humano y me
imagino tu cansancio. Tienes la gran ventaja de conocer el rasgo y
de poder entender muchas cosas. Esto, en sí, ya es mucho más de
lo que han experimentado otras personas.

Perfeccionismo y baja autoestima


En nuestra encuesta sobre niños con alta sensibilidad, un 60 por
ciento de los padres ha indicado que su hija o hijo con el rasgo de
alta sensibilidad tiene tendencias perfeccionistas. Esto puede ser
algo positivo si lo vemos como un deseo de mejorar, pero quizá
llegue a dar problemas. Existe una línea muy fina entre, aspirar a
hacer un trabajo bien y poder soltarlo con satisfacción, y seguir
trabajando de manera obstinada y obsesiva porque nunca está bien.
A Jorge (de 5 años) le encanta dibujar. Los colores son su pasión, y
especialmente los colores que él llama «alegres», el amarillo y el naranja.
Dibuja flores, coches y trenes con estos colores. Es muy detallista, y como
sus «obras de arte» nos gustan mucho a mi marido y a mí, y a los cuatro
abuelos, tiene la costumbre de regalárnoslos. Pero a menudo le cuesta
acabar su dibujo, porque siempre ve algún detallito por mejorar y sigue, y
sigue hasta que, a veces se enfada mucho si su composición no queda como
él quiere. Cuando pasa esto, es capaz de romper ese trabajo que tanto le ha
costado, y no es solamente romper, es más bien destruir con rabia. Hay algo
en él de perfeccionista, ya que nunca está contento con lo que hace, aunque
todos —incluida la maestra— estamos de acuerdo en que sus dibujos son
muy bonitos para un niño de su edad. Nos preocupa un poco su reacción, esa
violencia o desesperación que percibimos.

La frustración, el miedo a fallar y el perfeccionismo, un trío que


suele ir de la mano. Si les pasa esto a nuestros pequeños PAS, a lo
mejor tiene que ver un poco con nosotros, sus educadores. Lo digo
con mucho cuidado ya que no os conozco ni sé de vuestro estilo de
educar. No sé si vosotros a lo mejor tenéis la costumbre de decir a
vuestros hijos cosas como: «Está bien, pero lo puedes hacer mucho
mejor»; «Tienes que estudiar mucho para que, de mayor puedas
tener un buen trabajo y podamos estar orgullosos de ti»; «Haz esta
tarea y cuando termines, si no hay errores, te puedes levantar para
ir a jugar»; «¿Solo un ocho? Un poco pobre, ¿no?»; o «Vaya, un
nueve, ya sabes, solo hay premio si me traes un diez». Existen
muchos padres que dicen este tipo de cosas y posiblemente es algo
que han escuchado de sus propios padres; creen que están
ayudando al niño a triunfar y lo hacen con la mejor intención.
Tristemente, se da el caso de que el mensaje que el niño recibe,
es otro. Lo que le llega es: «No valgo como soy. Porque si soy como
soy, no me quieren, no están orgullosos de mí y eso es porque
esperan algo diferente de mí. Tengo que esforzarme más». Como
educador seguramente no te das cuenta, no eres consciente de que,
en lugar de contribuir a que tu hijo sea alegre y confiado para llegar
a ser un adulto equilibrado, estás criando a un pequeño
perfeccionista con tendencia a acabar al otro lado de esa línea fina,
en el perfeccionismo, y ese es en un lugar muy difícil.
¿De dónde viene el perfeccionismo? Parece ser que hay un
factor genético. Pero hay más. Como todos los niños, sean AS o no,
aprenden imitando el comportamiento y el lenguaje de los adultos, si
tienen una madre o un padre perfeccionista, imitarán esta faceta del
comportamiento igual que tantas otras cosas que van observando y
escuchando de nosotros. Somos sus máximos referentes en todos
los sentidos.
No subestimes esas antenas de tu hijo con AS, que son muy
sensibles a la hora de captar todo tipo de sutilezas como, por
ejemplo, el estado emocional de los padres. Si el niño viene a casa,
todo orgulloso, con un ocho y percibe la decepción del padre —
aunque este no llegue a expresarlo—, se sentirá fatal y
avergonzado. O sea, muchas veces no hace falta ni expresar en voz
alta esa decepción, el niño AS se dará cuenta.
Cuidado también con los elogios, ya que al leer esto, a lo mejor
piensas que deberías cambiar los comentarios por enhorabuenas y
aplausos. Utilizar cumplidos, especialmente etiquetas como
¡Campeón!, o ¡Eres un genio!, también hacen daño ya que tarde o
temprano habrá una situación en la que no le puedes decir eso —
por ejemplo, si se cae de la bici—, y se sentirá fatal ya que sabe que
los campeones y genios no se caen, con lo cual dejará de ser ese
campeón y posiblemente dudará de tu amor y de su seguridad.
Difícil, ¿verdad? Lo es, porque, como educadores, la mayoría
venimos programados, con ideas fijas de cómo hay que educar al
niño. Encima, en función de lo que por la investigación psicológica
vamos descubriendo, vemos cómo nuevas corrientes traen nuevas
«modas» y cada nueva «moda», tendencia o corriente nos
confunde. Está claro que un exceso de información e ideas no
ayuda.
Independientemente de esas modas, lo cierto es que un niño
necesita poder sentirse seguro. Si siente que el amor de sus padres
—y por ende su seguridad— no es incondicional, hará todo lo que
pueda para ganarse ese amor y seguridad. Es una trampa y nadie
se da cuenta.
Una de las características del ser humano es que tiene la
capacidad de pensar sobre su propio pensamiento, de reflexionar
sobre su propio comportamiento. Es algo que nos distingue de los
animales. Todo el mundo lo puede hacer, pero las PAS lo hacemos
más y generalmente empezamos a una edad más temprana. ¿Te
acuerdas del pilar del pensar profundo? Nuestro peque PAS que
recibe mensajes «condicionantes» entiende que el amor no es libre
y que, para ser amado, tiene que esforzarse más. Si le ponemos el
listón demasiado alto, puede pasar que estemos criando a un
pequeño perfeccionista, y también a un niño inseguro, ansioso, con
miedo a fallar. ¿Te acuerdas de la historia de Carla?
En los niños existe una estrecha relación entre perfeccionismo y
ansiedad. El perfeccionismo, tener un objetivo y hacer todo lo
posible para conseguirlo, conlleva estrés y el estrés crea ansiedad.
El miedo a no dar la talla, a fallar, a no conseguir el premio, a
sentirse avergonzado, a decepcionar a los padres, puede hacer que
el niño siga esforzándose hasta llegar a «la perfección». Siempre
más y mejor puede conducir a la creación de un bucle de ansiedad,
del que es difícil salir y que, en contra del deseo de todos, hará que
el niño no llegue al objetivo que se había planteado.
¿Qué puedes hacer? Aparte de cuidar tus palabras y procurar no
educar con el sistema de premio-castigo sino con apego, puedes
hacer algo más.
Un aspecto a tener en cuenta son vuestras expectativas como
padres. No es malo esperar lo mejor de tu niño, aunque os vuelvo a
recordar esas preguntas tan importantes: ¿qué quiero que mi hijo
sea de mayor? O ¿cómo quiero que mi hijo sea de mayor? Cada
uno sabrá en cuál de las dos pone el énfasis, pero lo importante
para ese pequeño PAS es que tengas mucho cuidado en cuanto a la
altura del listón que le pongas como objetivo. Entiendo que quieras
que aprenda a conectar con su máximo potencial y desarrollarlo,
pero, por favor, nunca esperes de él que sea perfecto. Empujar a los
niños hacia la perfección, y muchas veces antes de que hayan
alcanzado la madurez que necesitan para realizar según qué tarea,
no hace más que desmotivar y dañar la autoestima. Hemos visto
que la autoestima es un punto delicado para nuestros pequeños AS
quienes, ya de entrada, se percibirán como diferentes (porque lo
son) y que no encajan con el grupo. Tu hija, por ser consciente de
tus expectativas, de tu deseo de que sea perfecta, se empeñará en
conseguir esa perfección no alcanzable, solamente para ganar tu
aprobación y tu amor.
Utiliza tu propia capacidad empática para ponerte un momento
en los zapatos de tu niña y nota ese gran vacío, esa desesperación
por sentirse amada que vive en su corazón, que le hará sentir que
haga lo que haga, siempre va a fallar y nunca va a ganar tu amor y
tu orgullo. Cada niño necesita sentir el amor incondicional de sus
padres. Asegúrate, pues, de que tus expectativas —si las tienes—
estén alineadas con la forma de ser del niño, sus capacidades, su
edad, su carácter y su nivel de desarrollo.
Puedes ayudarle mucho para conseguir un desarrollo sano de su
autoestima si, en lugar de premiarle por conseguir un diez, alabas la
manera en que se ha preparado el examen y resaltas su empeño,
constancia y seriedad. Si prestas atención a estas cosas y no a la
nota o el resultado obtenido, ayudarás a valorar el proceso y no
tanto el resultado, y se dará cuenta de que lo importante es el
aprendizaje, la experiencia en sí, y que el resultado es secundario,
ya que puede depender incluso de factores exteriores que el niño no
controla.
Muchos de los niños AS con esa tendencia perfeccionista tienen
un crítico interior muy potente, a veces tan potente que solamente
pueden pensar en blanco y negro. Si no es perfecto, es terrible, han
fallado y se dicen que son estúpidos, que no saben hacer nada bien.
Puede ser que tú, papá o mamá, le hayas hecho algún comentario
de este tipo, sin darle importancia o incluso de broma (lo cual, por su
baja autoestima no ha sabido captar); el caso es que ha colado y se
ha instalado el juicio negativo. Si te das cuenta de que tu peque PAS
piensa de esta manera, puedes ayudarle buscando los matices, ya
que nada nunca es cien por cien perfecto o cien por cien desastre.
También le puedes hablar de tus propios errores y las veces que no
has llegado a tu objetivo, dejándole saber que no ha sido un
desastre y que has aprendido mucho de la experiencia. Es
importante que el niño entienda que «fallar» (conviene utilizar
palabras como «equivocarse» y «aprendizaje») forma parte de la
vida, que nadie se libra. Reconocer los errores y los fallos y
aprender de ellos es como vamos avanzando; ¿acaso hemos
aprendido a andar sin caernos mil veces?
Aprovechando tus propios errores y fallos, puedes enseñarle que
hasta los más grandes piden ayuda y mostrarle que hay cosas que
no sabes o no entiendes, así harás ver a tu niño que ser imperfecto
es normal y que no pasa absolutamente nada si no logras terminar
alguna tarea, siempre y cuando, lo hayas intentado.
Para terminar este tema tan delicado, cabe mencionar ese fuerte
deseo que vive en muchos niños con AS, el deseo de hacer algo
bien a la primera. Esto no es necesariamente por ser perfeccionista,
también puede ser por no querer llamar la atención, por haber
sabido evaluar muy bien las distintas posibilidades eliminando
riesgos, o por haberse tomado el tiempo necesario para reflexionar
sin más. Aun así, creo que es algo a tener en cuenta en cuanto a las
reacciones y el comportamiento que puedes observar en tu peque
PAS, para ayudarle a que aprenda a ser (un poco más) flexible.

Querer ayudar
Una característica importante de las PAS de todas las edades es el
deseo de ayudar, de querer aportar y ser útil. Querer contribuir al
bienestar general, al bienestar del grupo, es una faceta de la
personalidad sumamente positiva. Todos sabemos que el ser
humano es un ser social, que necesita su grupo para poder
desarrollarse. Mientras que la evolución de la humanidad está
saliendo de un largo período en el que los grupos de humanos
respondían a lo que su líder o gurú les mandaba, podemos ver
cómo, poco a poco, ese confiar ciegamente en un líder (sea el pater
familias o patriarca, el jefe o dueño, el cura o gurú, o una
determinada figura política) va perdiendo fuerza a cambio de un
creciente individualismo. Este individualismo, que casi
inevitablemente pasa por una fase egoísta, idealmente
desembocará en una forma de individualidad en la que cada uno,
desde la libertad y desde un fuerte deseo de contribuir al mayor bien
social, llegará a querer ayudar al prójimo sin desear nada a cambio.
Es algo que ya se empieza a entrever en distintas iniciativas
sociales como, por ejemplo, determinadas ONG, pero, y
especialmente —por eso lo menciono— a nivel individual, en
muchos niños con el rasgo de la AS.
Si recuerdas los cuatro pilares del rasgo —DOES— sabes que la
«S» representa no solamente la sensibilidad sensorial, sino también
esa facilidad y facultad que tenemos para notar las sutilezas, los
detalles, esas pequeñas cosas que escapan a la atención de la gran
mayoría. El pequeño AS nota perfectamente cuando no te
encuentras bien, por ejemplo, y quiere ayudarte. En estas
situaciones, si la niña te pregunta si estás mal, es de gran
importancia que contestes diciendo la verdad —sin exagerar, pero
sin quitar peso— para que la niña vaya ganando seguridad en
cuanto a su intuición. Ayudémosla a que aprenda a interpretar de
manera correcta aquello que, con su observación sensible, cree que
está pasando. Nunca mientas a tus hijos; un niño AS notará que no
le cuentas la verdad, y negar su intuición le generará una gran
confusión interior.
Los niños necesitan ídolos, personas que puedan servir de
ejemplo, modelos que querrán imitar. Suelen ser estas las personas
a quienes siempre querrán ayudar.
Cuenta Yosi:
Mi hija Nuri está enamorada de su maestra. Digo «enamorada» porque no se
me ocurre una palabra mejor. Siempre está pendiente de ella, le lleva
regalitos, flores que encuentra de camino al cole, dibujos, le escribe notitas
con corazoncitos. Para ella, lo mejor que le puede pasar, es que la maestra le
pida ayuda, por ejemplo, para regar las plantas en el aula, colocar bien las
mesitas y las sillas, ir a llevar algún papel al director. Estas pequeñas tareas
hacen que ella se sienta valorada y reconocida. A veces, cuando nos lo
cuenta en casa, durante la cena cuando nos contamos las cosas que nos han
pasado durante el día, hasta se emociona y luego exclama: «De mayor quiero
ser como la señorita Puri, ¡la quiero tanto!». Y nos emocionamos todos.

Si tu hijo o hija tiene comportamientos de este tipo, por favor, no


se lo impidas, son vivencias sumamente positivas que ayudarán a
fomentar la conciencia social del adulto de mañana. A lo mejor, tú,
madre o padre PAS, tenéis recuerdos de este tipo, de un ídolo que,
cuando vuelves a pensar en él o ella, te produce esa sensación
maravillosa de aquel entonces. Yo, personalmente, recuerdo a
varias, como la interna de los vecinos, «Annie», o mi profe de inglés
en primaria.
Puede ser que tú, personalmente, no veas ningún mérito al ídolo
de tu hijo, pero sería importante para ese sano desarrollo emocional
de tu pequeño PAS, que no le estropees la imagen que se ha
construido haciendo juicios feos y superfluos. Date cuenta de que el
niño pequeño tiene la capacidad de amar incondicionalmente, y
antes de intentar romperle el corazón (porque el pequeño lo vivirá
de esta manera), quizás es una buena idea preguntarte por lo que
tú, estimado adulto, puedes aprender de tu retoño. Los niños nos
enseñan tantas cosas, pero tenemos que querer verlo.

A la hora de comer
No me extrañaría si a muchos padres, al leer el título de este
párrafo, se les escapa un suspiro. Sabemos que, para uno de cada
tres niños con AS, el «comer» y la «comida» son temas delicados.
«No me gusta», «no quiero comer esto», «esta salsa tiene un sabor
raro», «está demasiado caliente», «¡está frío!», «¡tiene grumos!» y
más frases de este tipo suelen ser relativamente comunes en niños
con el rasgo de la alta sensibilidad, y casi todas las exclaman con
tono de horror. Si eres madre o padre PAS, te entiendo
perfectamente si te preocupa que tu hijo tenga este tipo de reacción.
¿Cómo no vas a estar inquieto si eres consciente de la importancia
de una dieta sana y equilibrada para un buen desarrollo mental y
físico?
Si tu niño tiene problemas con la comida, igual te sientes más
tranquilo ahora que sabes que esto le pasa a uno de cada tres con
el rasgo de la alta sensibilidad. Hay muchos niños que, por ejemplo,
no quieren que pongas la salsa de la pasta encima de los
espaguetis, que exigen que pongas los ingredientes de la ensalada
por separado en diferentes cuencos, que dicen no aguantar la
textura de los garbanzos o que se dan cuenta de que la
hamburguesa que le has puesto es de una carnicería que no es la
de costumbre, o que esta vez has utilizado aceite de girasol en lugar
de aceite de oliva, y se niegan a comer.
¿Es un tiquismiquis? Sí y no. Seguro que se pone firme
defendiendo su realidad, y posiblemente, si tú también te pones
firme la cosa puede acabar con rabieta, gritos o castigos. Mientras
escribo esto estoy pensando en mi propia infancia y en la de mis
hijos. ¿Qué sabíamos de la alta sensibilidad? ¡Nada! Era imposible,
porque no se había descubierto, y aunque lo estuviera, no lo puedes
saber todo, ¿verdad? Pero, qué suerte tiene tu hijo de que tú
conozcas el rasgo y puedas entenderle y ayudarle sin caer en esas
situaciones tan desagradables y contraproducentes.
Mi hijo se negaba a comer verduras (hasta el día de hoy le
cuesta), solamente podía tragar legumbres. ¿Pescado? ¡Ni hablar!
La textura y el olor le producían arcadas. Mi hija, otra PAS pero con
menos problemas con la verdura, tampoco aguantaba el pescado.
Lo único que ambos aceptaban eran las barritas de pescado
empanado, posiblemente por ser un producto manipulado que
apenas tiene sabor a pescado. Personalmente, recuerdo
perfectamente el olor que desprendían al freírlas, algo que a mí, su
madre PAS, me producía arcadas. Las comidas siempre suponían
un problema porque, siendo madre, era consciente de la importancia
de una dieta sana, pero más de una vez las quejas me quitaban las
ganas de preparar la comida. ¡Ojalá hubiera sabido algo de la alta
sensibilidad!
Veamos algunos testimonios.
Cuenta Nieves: «En el desayuno las galletas van siempre en el mismo lado y
la taza no puede mojar el plato; pone una servilleta entre ambos».
Cuenta Xisca: «A mi hijo le dan asco las patatas hervidas y las zanahorias
hervidas. Ah, y hace ascos con las semillas de los pimientos asados».
Tomás: «Mi hijo no come carne, no puede, se le hace una bola. Dice que
es por el olor y la textura. Hasta se levanta de la mesa».
Mari Carmen: «Si hay una cosa que a mi hijo le produce un gesto muy feo,
es la sandía, y no solamente la variedad con pipas».
Pepa: «A mi hijo no le des nada mezclado, aunque pone mucho topping en
el helado (siempre de menta y chocolate)».
Jaqueline: «A mi hija le gusta mezclarlo todo; es muy creativa. Y luego
echa salsa picante. Echa picante a todo».
Mi hija es como la de Jaqueline, mezcla todo, incluso cuando por
una cuestión de «modales» no tocaría, y le encanta la salsa picante.
Si tu hijo presenta alguno de estos «problemas», si se niega a
comer algo que tú consideras sano o a comerlo de la forma que tú
consideras correcta, el consejo es que no te preocupes demasiado y
no insistas con vehemencia. Si crees que le pueden faltar nutrientes,
busca maneras para que le vayan llegando, sé creativo. En internet
hay mucha información sobre nutrición, y casi siempre existen
sustitutos para conseguir que tu hijo tenga una nutrición completa.
Creo que es contraproducente obligar al niño a que coma algo que
le produce malestar. A mí me castigaban y en seguida se
estropeaba el ambiente de la mesa. Recuerdo vivamente lo mal que
me sentía: pequeña, avergonzada, no querida ni aceptada. Menos
mal que ahora sé que mis padres lo hacían porque en esa época se
creía que todos los niños debían comer de todo y no dejar nada en
el plato. («Piensa en los pobres niños de países donde no tienen
qué comer». ¡Ay, esa culpabilidad!). Tengo muy claro que la comida
es un momento muy especial, cuando se junta la familia, y debería
ser un tiempo de conexión y de calma, un momento para compartir
las vivencias del día, un tiempo de comunión. (Lo sé, lo sé, no
siempre es posible, pero podrías aspirar a que fuera así, ¿no?).
Un problema grande puede ser introducir comida nueva. No
hablo aquí del problema general de cambiar la lactancia por la
comida sólida en puré, aunque —sin tener datos— me imagino que
para muchos peques PAS esto puede ser más complicado que para
la gran mayoría de los niños; no, hablo de introducir una comida
nueva, un sabor nuevo o una textura nueva. Tarde o temprano
invitan a tu niño a comer en casa de algún familiar o de un amigo, y
tarde o temprano saldréis a comer fuera. Forma parte la vida,
¿verdad? No hay nada peor que un niño que monta un numerito…
Castigar nunca es una buena estrategia, y menos en lo referente
a la comida. En el momento en que el niño empieza a asociar comer
con pasar un mal rato, gritos y ser castigado, vas a tener problemas
y, lo que es peor, existe una gran probabilidad que de mayor tu hijo
no llegue a disfrutar de la comida en general. Para un niño AS una
leve corrección es más que suficiente; su sensibilidad hace que
cualquier cambio de tono de voz le baste para comprender que su
comportamiento no es el deseado; gritar les suele producir un
profundo malestar y mucho estrés.
Un niño AS puede ser más que razonable cuando está calmado,
tranquilo y de buen humor. Recuerda, las PAS tenemos una gran
capacidad empática aunque, cuando hay mucho estrés, este talento
tiende a disminuir hasta desaparecer. Hay que aprovechar los
momentos de calma para «educarle», hablar con él, preguntar por
sus necesidades y explicarle según qué cosa. Las PAS somos
reflexivas, ¿te acuerdas? Pues, ahí está la clave. A los niños AS
conviene prepararlos para evitar un exceso de nuevos estímulos y,
por ende, la saturación. Si toca una comida en otra casa le puedes
explicar que en esa casa se han esforzado en prepararle algo
especial para celebrar su visita, puedes hablarle sobre el respeto
por el trabajo y el esfuerzo de los demás. Esto no quita que, según
la relación que tengas con la anfitriona, puedes contarle las
particularidades de tu hijo. A tu hijo le puedes decir que, aunque en
casa no le obligues a comer algunas cosas, a veces la vida le
llevará a situaciones en las cuales no existen privilegios de este tipo.
En el caso de ir a comer a un restaurante la cosa suele ser
bastante más simple. La gran mayoría de los restaurantes tienen
sus menús online; lo puedes imprimir, mirarlo y comentarlo con
calma antes de salir a comer. Y, desde la propia experiencia, es algo
que también nos va bien a muchos adultos PAS, especialmente
cuando queremos visitar un sitio nuevo donde es fácil saturarnos
con una avalancha de estímulos a gestionar…

Centro de atención
Como ya hemos dicho, a la mayoría de los niños AS no les gusta
mucho ser el centro de atención, y menos todavía si son PAS
introvertidas, tímidas, inseguras o todo esto junto. Abrumarse en
grupos grandes es algo que le pasa a un 70 por ciento de los niños
con AS. Algunos de ellos, aunque sean introvertidos, a lo mejor sí se
alegran por la atención que reciben, pero no tardarán mucho en
saturarse por el hecho de que, al ser admirado por muchos, tienen
que estar muy atentos y son muy conscientes de la importancia de
responder con sonrisas y amabilidad.
También depende del momento en que le toca ser centro de
atención. Si es su cumpleaños, en general suele llevarlo más o
menos bien hasta poder disfrutar porque sabe de antemano que
todos le querrán felicitar y que le cantarán y, con tu ayuda o no, se
irá preparando interiormente, pero, por favor, con tanta emoción y
atención, ¡que no dure demasiado! También es verdad que sé de
niños AS que llegan a disfrutar intensamente de este día, y sin
restricciones, deseando que dure, aunque colapse después.
Generalmente cumplir años les gusta más a los niños AS que a los
adultos con el rasgo.
Se lleva peor ser centro de atención cuando no te lo esperas,
cuando te llega de sorpresa, por ejemplo, cuando te pasa algo como
al pequeño David:
Lo que más le costó de toda la historia —cuenta Sol, la madre de David—, fue
después del accidente, después de que se cayera de la bici, cuando todos los
niños y los maestros se pusieron a su alrededor. No fue tanto el dolor de la
clavícula rota lo que hizo que se mareara, sino más bien el agobio de tener a
toda esa gente comentando, riendo, diciendo tonterías o preocupándose
mientras esperaban la llegada de la ambulancia. David se sintió fatal durante
esos momentos en que era el centro de atención, cuando no buscaba serlo.

Cómo entiendo al pequeño David, con sus 4 añitos: primero el


susto de la caída, luego, aparte del dolor, el agobio de tanta gente y
sus reacciones, y no poder escaparse.
También le puede pasar al niño PAS que sus padres, con la
mejor intención del mundo y sin saber del rasgo y sus
características, pongan a su hijo en una situación en la que llega a
ser el centro de atención. Comparto una historia de mi propia
cosecha, de mi primer día del colegio. Recuerdo que estaba
ilusionada por ir a la «escuela grande», por poder, por fin, empezar
a aprender y formar parte del mundo de los «mayores». Mi madre,
con la mejor voluntad del mundo y basándose en los recuerdos de
su propia infancia en Alemania, me preparó, según la tradición de
aquel país, un tubo lleno de caramelos para repartir entre mis
nuevos compañeros de clase. Ay… La única persona con ese tubo
enorme, colorido, brillante en todo el patio delante del cole, era yo.
Niños y padres señalándome, riéndose, y yo con ganas de llorar.

Otro ejemplo, que seguramente todos habéis experimentado, es


tener que salir a la pizarra para resolver un problema, algo que
sabes hacer perfectamente estando en tu sitio, pero que te es
imposible cuando todos te miran y te bloqueas.
Seguramente tienes ejemplos de tu infancia (o de después).
Utilízalos para entender, preparar y ayudar a tu hijo en momentos
similares. Lo que yo entonces no sabía y tú a lo mejor tampoco te
habías dado cuenta hasta ahora, es que las PAS nos podemos
agobiar y saturar al ver que todos se están fijando en nosotros.
¿Te acuerdas de ese pilar, esa característica base del rasgo, que
habla sobre el procesamiento profundo? Pues, lo que pasa en este
tipo de situaciones es un buen ejemplo de ello. Llevamos la
información que nos llega muy para dentro y empezamos a pensar,
a reflexionar sobre ello, reparando en un montón de posibilidades
diferentes, terminando por preocuparnos por cosas que todavía no
han pasado y que, probablemente no pasarán. Dirigimos nuestra
atención, nuestro radar, al entorno; escaneamos todo lo que
podemos abarcar, nos abrimos a un bombardeo de información
sensorial que dispara todo tipo de emociones, como la inseguridad
alimentada por una posible baja autoestima o pensamientos tipo
¿qué dirán?, y todo ello genera un estrés agudo con bloqueo que
hace que —como la mayoría de las PAS en situaciones similares—
¡queramos salir corriendo!
Una vez más vemos la importancia de fomentar una buena
autoestima en nuestros hijos, evitando, dentro de lo posible, que se
comparen con otros niños (no AS) y enseñándoles las ventajas y la
necesidad de la diversidad. Esto se hace en casa. Recuerda que,
cuando el niño AS se siente amado y valorado por quien es, por su
manera de vivir el mundo —su entorno— desde y a través de la
sensibilidad, ese niño tendrá una buena imagen de sí mismo y la
probabilidad de que desarrolle ansiedad y depresión más adelante,
será mínima.

Necesidad de desconexión, retirarse


El niño AS, cuando está sobreestimulado, por ejemplo, al final de un
día ajetreado, o en situaciones excepcionales como pueden ser
excursiones, viajes de estudio, viajar en general, fiestas y
celebraciones, visitas o similares, necesita desconectar.
Esto es así para todos los niños con AS, ya que todos, tarde o
temprano, llegan a saturarse y sobreestimularse. Sin embargo, no
todos lo expresan de la misma manera y con el mismo tipo de
comportamiento. El segundo pilar del rasgo es el de la
sobreestimulación. Para las PAS de todas las edades, es fácil llegar
a este estado. Por tener los sentidos tan sensibles, tan «abiertos»,
reciben muchísima información desde el entorno y no son
conscientes de que les llega mucho más que a la mayoría de la
gente. Tienen que gestionarlo, rubricarlo y archivarlo de una manera
coherente y ordenada. Esto requiere tiempo. Cuanta más
información, más tiempo hace falta para realizar esa gestión de
archivar.
Nuestra sociedad está construida por y para gente que no es
PAS, tiene un ritmo que no está pensado para nosotros y no
disponemos del tiempo que necesitamos para gestionarlo todo
correctamente. El resultado es —y lo diré varias veces— que
nuestra mente, el gestor de la información, se satura. Se estresa y
puede llegar a colapsar. Un día normal con mucha actividad ya
puede llegar a saturar, especialmente si hay mucha actividad mental
(intelectual) sin que haya pausas, sin que haya actividad física y/o
artística que permita a ese gestor guardar el exceso de la
información que se ha ido acumulando.
Un niño con alta sensibilidad que está cerca de saturarse o que
ya ha llegado al momento de no poder absorber o acoger más
información, puede reaccionar con un colapso en forma de rabieta,
llanto —sin motivo aparente— o dolor de cabeza. Puede
desaparecer tranquilamente a su cuarto y echarse sobre la cama.
Puede, sin saber por qué, empezar a jugar con su móvil o encender
la tele. Esto en cuanto al niño AS con un carácter más bien
introvertido. Si no sabemos qué le pasa a nuestra peque, podemos
intentar animarla a que haga sus deberes, que ayude en casa o que
nos acompañe a comprar, y a lo mejor nos enfadamos al ver que no
responde. No nos damos cuenta de que reacciona así porque «ha
cerrado la tienda» por sobrecarga. Una vez más, vemos la gran
necesidad de conocer el rasgo y saber cómo funciona para poder
empatizar con nuestros críos. No necesitan de nuestra impaciencia
y enfado, sino de nuestro apoyo y comprensión.
Puedes dar por hecho que, cuando tu niño sale del cole, su
gestor mental ya está en estado de estrés y de alarma. Está
trabajando a tope para archivar todas las impresiones, toda la
información que ha ido recibiendo desde el momento en que se ha
levantado por la mañana hasta que ha vuelto a casa. Y es más que
probable que el gestor vaya atrasado y necesite que el niño se tome
una pausa, en la que no le llegue ninguna información nueva, para
poder ponerse al día. Sabiendo esto, entiendes que el niño necesita
desconectar. Sí o sí. Si él mismo sabe desconectar por su cuenta,
genial, respétalo y déjale que se vaya a su cuarto para echarse un
rato o leer un poco. Si él no es consciente, ayúdale a crear un
espacio de calma, por ejemplo, poniéndole una merienda, sin hablar
demasiado, sin música ni tele. Nada más que tranquilidad. Sé
creativo y busca la mejor manera de apoyar y honrar esa necesidad
de desconexión.
La cosa puede ser bien distinta si tu niño es extrovertido. El
gestor mental de un niño extrovertido con alta sensibilidad, es un
gestor muy activo, a veces nervioso y un poco caótico, igual que el
propio niño. Un niño PAS con un carácter extrovertido derrocha
energía (suele tener bastante), participa en todo, da muchísimo de
sí e, igual que su hermano el PAS introvertido, recibe raudales de
información, generalmente recibe más y a una velocidad mayor,
porque hace más, se mueve más y es más rápido. Podemos decir
que, a diferencia del peque introvertido, se llega a saturar incluso
más, muchas veces antes (en menos tiempo) y de manera más
intensa. Mientras que el niño introvertido se va —por decirlo de una
manera— marchitando, el extrovertido llega al colapso que, a veces,
es instantáneo. Pero raras veces este colapso supone echarse en la
cama. Lo que le suele pasar al peque «extro» es que, en lugar de
calmarse, se activa más. Y una vez atrapado en el bucle de la
sobreactivación, no será capaz de frenarse por sus propios medios.
Son los educadores los que se podrán dar cuenta de que el
pequeño se está sobreactivando: se le pondrán las mejillas rojas,
hablará cada vez más rápido, se moverá mucho… Son, pues,
especialmente las PAS extrovertidas las que muestran esa
excitación, y a quienes les cuesta más parar antes de colapsar.
Cuando colapsan, lo hacen con más intensidad y necesitan más
tiempo de recuperación.
Como educador es muy importante reconocer este
comportamiento por lo que es, y reaccionar adecuadamente,
intentando calmar al peque cuanto antes y no permitir que la
excitación se le vaya de las manos. A veces ayuda despistar, hacer
como que se está ignorando y empezar otra actividad… Cada niño
es diferente, cada casa es diferente y cada padre tendrá su sistema
para calmar al niño cuando esté así. No es fácil, y ojalá tuviera la
solución mágica, pero creo que entender lo que le pasa y por qué le
pasa ya te puede dar pistas en cuanto a las soluciones que puedes
aportar. También depende un poco de la edad del niño; es más fácil
despistar a un niño de 3-4 años, que a uno de 9. En todo caso, para
cualquier niño AS, introvertido o extrovertido, es esencial vigilar el
tema del estrés.

Sobre el comportamiento en general


Todos conocemos El Principito, de Antoine Saint-Exupéry, y
probablemente también te es familiar esta bellísima frase del Zorro:
«He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: solo con el
corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos».
El comportamiento es la manifestación externa de algo que tiene
lugar en el interior de la persona, sin importar la edad. Con nuestra
forma de comportarnos hacemos visible lo que es invisible para el
mundo exterior: lo que pensamos y lo que sentimos. El
comportamiento, por tanto, es el síntoma de algo que pasa bajo la
superficie. Cuando vivimos las rabietas de un niño, su llanto, sus
malas contestaciones, su necesidad de desaparecer o de llevarnos
la contraria, sus gritos, en resumen, todas esas facetas de su
comportamiento que nos suelen preocupar o molestar, tenemos que
recordar que no podemos quedarnos con lo que vemos. No
podemos juzgar al niño por estas actitudes, ya que lo único que está
haciendo es exteriorizar algo que le está pasando a un nivel interior.
Cuanto más inseguro y desprotegido se sienta el niño, cuanto
más sobresaturado y sobreestimulado esté, más llamará nuestra
atención con un comportamiento que consideramos desagradable e
inaceptable.
Ya hemos visto muchas características del rasgo de la alta
sensibilidad, y sabemos que uno de los cuatro pilares es la
tendencia a la sobresaturación. También hemos visto que un niño
sobresaturado pierde el control sobre su comportamiento.
¿Tiene sentido castigar a un niño que ha dejado de ser
coherente, que no es capaz de controlarse y que —conviene que lo
tengamos presente— lo está pasando muy mal? No. Es totalmente
inútil y —lo que es peor— dañino. No le ayuda un castigo,
solamente le ayuda la empatía.
A lo mejor me dirás: «Pues a mí, de pequeño, me castigaron
mucho y aprendí». Sí, habrás aprendido porque no querías ser
castigado, pero yo lo llamo condicionar para obedecer, no aprender.
El mensaje que te han inculcado es: si eres mala, te castigo y no te
quiero; si eres buena, te doy un caramelo y te quiero. Un niño puede
llegar a obedecer por «ganarse» el amor; pero todos los niños
merecen ser queridos, sin importar su comportamiento.
Con lo cual, sugiero llegar a entender el origen, la causa de un
comportamiento y trabajar en ello, sin dejar de querer a tu niño. ¿Te
parece? Escuchemos al sabio Zorro de Saint-Exupéry, entendiendo
que aquello que el niño nos enseña con su comportamiento es, en
realidad, la punta del iceberg que vive en su corazoncito. Para ver
su corazón tenemos que activar el nuestro.
El estrés en niños
Hemos hablado mucho sobre ese pilar de la sobresaturación, sobre
esta característica de cargarnos de tanta información que el cerebro
no da abasto para gestionarla; es algo que le pasa a cualquier PAS,
no importa de qué edad. Un cerebro que continuamente tiene que ir
a mil por hora, genera esa sensación de tensión y estrés. Los
adultos entendemos qué es el estrés, sabemos exactamente cómo
nos hace sentir y, generalmente, tenemos una idea de cuáles son
las situaciones que nos llevan a este malestar. ¿Pero el estrés en
niños? ¿Un niño se puede estresar? ¿Si no tiene que preocuparse
por hacer bien el trabajo, por hacer la compra o las cosas de la
casa, ni por llegar a fin del mes?
Pues sí, los niños se estresan también y no poco. Recordemos lo
que ya se ha dicho aquí sobre las situaciones de saturación y
sobreestimulación. Son situaciones de estrés. Utiliza tu capacidad
empática y de imaginación para ponerte en las zapatillas de tu niño
e intenta vivir el día desde su posición. Se levanta, se lava y se viste
con prisas, desayuna casi corriendo, mientras tú, su madre o su
padre, estás metiéndole caña, gritándole amenazas: «Si no te das
prisa llegaremos tarde, se nos irá el bus, entraremos en un atasco,
llegaré tarde al trabajo ¡corre, corre!». Después, el niño que no
encuentra un zapato o el libro que necesita para la clase de mates, y
se está preocupando por tus comentarios y —como no, es un niño
AS— por tu bienestar. A esto hay que añadir una cosa muy
importante: el niño, siendo como es, notará tu estrés y lo absorberá,
cargando con una parte de tu nerviosismo. Y esto es solo lo que
pasa en las horas de la mañana. Pero el día sigue.
Podemos, en muchos casos, dar por hecho que el niño, cuando
llegue a la guardería o al cole, va a estar más o menos saturado. No
es lo mismo si llega caminando por un parque o corriendo para
coger el metro. No es una crítica y no quiero crear culpabilidad,
solamente lo voy diciendo para que vayas tomando conciencia. En
clase, aparte de tener que absorber la materia de la asignatura
impartida, recibirá mucha información sensorial y emocional de los
compañeros. Y si, después del cole y sin haber tenido la
oportunidad de desconectar de vez en cuando, se tiene que ir
directamente a participar en las actividades extraescolares, nuestro
pequeño PAS, al final de un día, estará más o menos zombi… Pero
le faltan los deberes y colaborar en casa. ¿Cómo te sientes, querido
educador, después de haber leído todo esto? Solamente escribirlo,
me agota.
Hay más fuentes de estrés: pruebas, exámenes, visitas al
médico, compras, excursiones, vacaciones, campamento, visitas en
casa, ir de visita, cambios (nuevo hermano, mudanza, cambio de
cole, separación de padres), castigos, reglas impuestas sin más
(«¡porque aquí mando yo!»), jugar en casa de amigos, ruido,
cumpleaños propios y de los amigos, fiestas, el móvil, el
WhatsApp… No os quiero aburrir, pero se me ocurren muchas más
cosas, cosas que a mí, como adulta, me generan estrés y que, sin
ninguna duda, generan estrés a nuestros peques maravillosos con
este increíble pero complejo rasgo de la alta sensibilidad.
Un niño AS saturado y estresado lo pasa muy mal, y si es joven
no sabrá por qué se siente como se siente ya que «el mundo» le
pide cosas, le hace asumir cosas que no sabe, que no conoce, que
no entiende, cosas que le confunden y que le generan un estado de
agitación que no comprende, lo cual le confunde todavía más.
Espero de todo corazón que entiendas lo que intento transmitir, y
que, siendo PAS, también lo comprendas.
Mientras el mundo esté hecho por y para gente sin el rasgo de la
alta sensibilidad, como he dicho antes, tendremos que buscar
soluciones para nosotros y para nuestros niños, para poder
sobrevivir sin sucumbir ante la enorme presión de todo tipo.
Necesitamos trucos.
En mi libro Personas altamente sensibles di un montón de trucos
para los adultos y algunos son válidos para niños. Pero veamos
unas cuantas cosas específicamente para niños, ideas y
herramientas que puedes aplicar para ayudarle a bajar los niveles
de información y, con esto, reducir el riesgo de sobreestimulación y
estrés.
Ya hemos dicho que todo lo que nos llega a través de los
sentidos es información, son estímulos, y todo aquello que
captamos a nivel emocional de las personas en nuestro entorno,
más nuestras propias emociones, también es información. A esto se
añade lo que pensamos y opinamos sobre todo eso, que también es
información. Un bombardero continuo. Como adultos ya nos cuesta
separar e ignorar datos de manera consciente; para un niño es
imposible, no tiene conciencia ni capacidad para frenar, ignorar o
separar todo que le llega. No sabe qué le pasa, incluso le puede dar
mucho miedo. Lo más probable es que la mayoría de los estímulos
que le llegan, le sobran; no lo sabe, porque es algo que le pasa
desde que nació. No se le ocurrirá «apagar la radio», por ejemplo,
para poder calmarse.
Pero nosotros, los educadores, sí podemos darnos cuenta de las
fuentes de información e ir «apagando la radio» en el sentido más
amplio de quitarle estímulos sensoriales y emocionales. Por la
mañana, puedes levantarte con tiempo, preparar mochila y ropa la
noche anterior, no cargarle la agenda y, en cuanto tenga 4 años,
trabajar con él para que vaya reconociendo las señales del estrés
(es muy importante tener conversaciones con el peque una vez que
se haya calmado después de una rabieta). Así puede aprender
cómo parar él solito, buscando un lugar tranquilo para desconectar.
Debemos darle las pausas que necesita y no presionarle. Aparte de
todo esto, tendremos que mirar cómo actuamos en familia, si nos
tomamos el tiempo necesario para descansar y cargar las pilas. Una
vez más: los niños aprenden por imitación; nada mejor y más
efectivo que dar buen ejemplo.

Ocio: la importancia del tiempo libre


Creo que queda bastante claro: la pega más grande de nuestro
rasgo es ese riesgo constante de llegar a la sobreestimulación, al
punto de tener que asimilar más información de la que podemos
gestionar.
El único antídoto a esta sobrecarga es la desconexión. Aunque,
en el caso de los síntomas que acabo de mencionar, hará falta una
intervención puntual, siempre es mucho mejor y prudente
prevenirlos. Para esto tenemos el «tiempo libre». Tiempo libre de
obligaciones del colegio, con deberes incluidos y, también, de las
pequeñas tareas que siempre se aconseja dar al niño para que
participe en la vida familiar.
Existe una tendencia a llenar el tiempo libre del niño con
actividades extraescolares, y puede ser una buena idea si son
pocas y si existe una pausa entre la salida del cole y la actividad; un
tiempo en el que el niño puede estar tranquilo, sin recibir
información, para recuperarse del ajetreo y de la sobreactivación
que ha vivido durante el día escolar. Igual que los adultos PAS
tienen que tomarse muchas pausas de desconexión durante el día,
para poder almacenar la cantidad de estímulos que, si me permites
la metáfora, esperan en la cola para ser archivados debidamente, el
niño, que recibe, en proporción, más información nueva, necesita
muchos huecos en el día a día para prevenir la sobreestimulación.
La idea fundamental del tiempo libre es que sea eso, «libre y sin
obligación». Para que esos espacios de tiempo sean lo más
fructíferos posible conviene tener en cuenta varias cosas como el
carácter del niño y el tipo de actividad —o la falta de ella— que le
ofrecemos. Cada niño tiene su propia manera de desconectar, pero
lo que conviene tener claro es que se trata de minimizar la cantidad
de estímulos. Hay niños —la mayoría de las PAS que se
caracterizan por la introversión—, que sacan un mayor provecho de
estar en un rinconcito tranquilo y silencioso (sin música o tele de
fondo) leyendo un libro o escuchando a alguien que se lo lee. A
otros les ayudará pintar, dibujar, hacer puzles, algo de bricolaje,
tejer. Pero también se puede pensar en estar fuera, en la naturaleza,
paseando con o sin su mascota, realizando trabajos en el huerto o
en el jardín. Todas son actividades calmadas con una faceta lúdica,
son opciones para crear espacios en los que dar rienda suelta a la
fantasía y la imaginación, donde no hay obligación de aprender ni
ser productivo. Si el niño es extrovertido, igual busca una actividad
más bulliciosa o quiere compartir estos ratos con otros niños, pero
tanto para los introvertidos como para los extrovertidos es
importante la desconexión mediante una actividad que esté libre de
obligaciones.
Cuenta Serena:
Cuando Jimena, mi hija, está cerca de ese punto de la sobreactivación,
desaparece. Se esconde, vamos. Coge a Pukín, su peluche preferido, y se
pone detrás del sofá. Normalmente es una niña a quien le encanta hacerse
visible y llamar la atención con sus miles de preguntas, pero de repente
parece que necesita ser invisible. Si la llamas, no contesta. Como padres,
hemos aprendido a dejarla y no molestarla. Como también soy PAS, soy
consciente de la gran importancia de la desconexión.

Cuenta Ángel:
Cuando Tomás, mi hijo, necesita retirarse del entorno, cuando necesita sus
pausas, va al armario, saca «sus» sábanas y empieza a construir su propia
casa, alineando las sillas del comedor y tapándolas con los trapos. Crea un
túnel que es su espacio sagrado y, a veces, si las hay, va hasta agregando
grandes cajas de cartón. Puede estar bastante tiempo ahí dentro, y luego sale
como nuevo…

Cuenta Sabrina:
A Luisa le encanta la naturaleza, estar fuera en el parque o, mejor, en el
bosque. Tiene su propia cestita que va llenando de tesoros. Nada está a salvo
de su mirada intensa y curiosa. Recoge piedrecitas, hojas, flores, trozos de
musgo, bayas de todo tipo (y también bichitos, aunque ahí suelo intervenir), y
todo va a parar a la cestita. A veces veo que saca algo y lo pone en la tierra,
generalmente entre las raíces de las hayas, y me explica con cara seria y
preocupada que es para los gnomos, que lo necesitan. De vuelta a casa pone
su colección en su mesita y crea su propio paisaje con ello. Me encanta su
creatividad y ese amor que siente por la naturaleza. Ella misma entiende que
estar fuera la relaja, y tenemos un trato: si nota que le empieza a doler la
cabeza, o —como ella dice— tiene hormiguitas en los brazos, coge la cestita,
me la enseña, y salimos media hora fuera. Sale saturada y vuelve radiante y
cargada de nueva energía.
El juego para desconectar y aprender
El juego, aparte de su importancia para lograr la desconexión y
como herramienta de prevención de la sobreestimulación, sirve para
muchas cosas ya que los niños aprenden jugando. El desarrollo de
la imaginación, una de las cualidades de las PAS, es fundamental
para que el niño aprenda a pensar adecuadamente. Es
especialmente importante durante la primera infancia, digamos
hasta los 7 años, más o menos. Están, en primer lugar, los juegos
con muñecas o figuritas y atributos caseros a escala reducida, con
los que pueden imitar el mundo de los adultos, algo que a los niños
les encanta. Recuerdo que me encantaba imitar a mi padre, que
estaba detrás de su mesa de trabajo escribiendo. Yo tenía mi propia
mesita con cuadernos que llenaba con garabatos, «escribía» igual
que mi padre. Mi hermano, sin embargo, imitaba a mi madre,
pasando la «aspiradora» (una cuerda, nada más) por casa y por el
coche cuando estábamos de viaje; también lo recuerdo limpiando
los muebles de la cocina. Entre los dos, mi hermanito y yo,
montábamos teatros, tiendas y restaurantes de todo tipo; eran
nuestros juegos favoritos cuando, en invierno, no podíamos jugar en
la calle.
El juego es un tema fascinante y creo que está infravalorado. No
siempre somos conscientes de hasta qué punto la imitación es
fundamental para el buen desarrollo de los peques. Suele empezar
cuando el niño tiene unos 2 años o dos y medio. Los adultos somos
su modelo, su ejemplo. Imitan cómo hablamos entre nosotros, cómo
nos movemos, todo lo que hacemos y cómo lo hacemos. Por eso es
tan sumamente importante que siempre demos buen ejemplo,
también cuando creemos que no nos están observando. Hay
personas que creen que es gracioso que un niño pequeño suelte
tacos, por ejemplo, pero no lo es. Si pasa, en lugar de reírte, creo
que más vale ignorarlo ya que, al escuchar tu risa, entenderá que
decir palabrotas es algo positivo que conviene hacer para caer bien.
Alrededor del cuarto año, cuando ya van a preescolar y
empiezan a imitar a otros niños, empiezan a decir palabras tipo
«caca» y «pis» y les encanta ver nuestra reacción, sea de horror o
de risas. Aunque no son tacos, personalmente creo que también es
mejor ignorarlos. En este sentido no puedo dejar de mencionar que,
si el niño utiliza palabras feas, denigrantes o insultantes siendo muy
pequeño, es algo que ha aprendido en casa, lo copia sin darse
cuenta de que es algo negativo y feo. Quizás recuerdas lo que he
dicho antes sobre el comportamiento de los acosadores: es más que
probable que sea un comportamiento que el niño ha visto en su
propia casa o en lugares que suele frecuentar.
¿No es acaso más bonito si tu peque va por su pequeño mundo
cantando las canciones que le has dedicado con amor y cariño?
El cerebro del niño, en los primeros tres años de la vida, crea
unas mil conexiones nuevas por segundo, y la forma en que los
niños son criados en la primera infancia determina su
funcionamiento cerebral durante el resto de su vida. Esta enorme
flexibilidad para aprender y absorber, esa plasticidad mental, es
única y nunca más la volverá a tener. De ahí la suma importancia de
enseñarle que se puede sentir seguro porque es amado, de tratarle
como el ser inocente que es y de dar buen ejemplo. Los adultos
sabemos diferenciar entre lo que es «bueno» y «malo», hemos
aprendido a valorar en función de nuestra experiencia; un niño
carece de estos criterios y no cuestionará nunca si aquello que le
enseñamos es bueno o malo: recibirá todo lo que hacemos y
decimos como «bueno», ya que somos su modelo, su único baremo.
Es así como el peque aprende la moralidad de la manera más
natural.
Conozco la tentación de empezar a temprana edad con el
desarrollo de la parte cognitiva («¡Mi hija ya sabía leer con 4
añitos!») pero es algo que muchos psicólogos infantiles han dejado
de recomendar. Cada vez hay más estudios que recalcan la gran
importancia del juego libre y no me extraña. Aparte de que el juego
ayuda al desarrollo de la motricidad, lo cual fomentará una mejor
cognición más adelante, yo me pregunto, ¿por qué las prisas?
¿Para el orgullo de los papás?
Si muchos adultos hoy en día acuden a todo tipo de terapias
para volver a «conectar con su niño interior», ¿por qué no permitir
que el niño de pequeño sea niño de verdad para que, de adulto, ese
niño interior pueda manifestarse de una manera natural y
espontánea? La infancia se llama así porque uno es «infante» —
niño— y tiene que poder descubrir el mundo y las relaciones
sociales a través del juego. Un niño tiene que tener la máxima
posibilidad de explorar el mundo de la fantasía, practicando la
creatividad, la curiosidad y el asombro. Todo esto, como PAS, le
servirá de base durante el resto de su vida, son herramientas
esenciales para poder volver con facilidad al estado equilibrado
después de verse sobresaturado por las exigencias y los estímulos
excesivos tan omnipresentes en nuestro mundo.
Jugar generalmente implica interactuar con otros niños, un
aspecto muy importante en la socialización del pequeño. Jugando
se aprende a gestionar conflictos, por ejemplo, pero también que
cada uno es diferente y que no todo el mundo quiere lo mismo en el
mismo momento; se aprende sobre la diversidad y la tolerancia; se
aprende sobre la frustración y el aburrimiento y, sobre todo, se
aprende que, cuando te caes, te levantas. En la infancia nada es tan
importante como el juego para asegurarnos del sano desarrollo
social, emocional, cognitivo y verbal.
Repito esa pregunta de cómo te gustaría que tu hijo sea de
adulto. ¿Quieres que sea alguien que acepta el mundo tal como es,
alguien que se conforma y se adapta? ¿O te gustaría que tu hija o
hijo fuera alguien que se siente llamado a dejar un mundo un
poquito mejor que el que ha encontrado? ¿Quieres que sea buena
persona? Es una pregunta importante para plantearte a menudo,
pero la traigo aquí para recalcar la importancia —si es que te gusta
más la segunda opción que la primera— de que tu peque aprenda a
pensar de forma creativa, con curiosidad, asombro, respeto y, si
quieres, veneración; junto con habilidades sociales para
relacionarse y saber solucionar conflictos. No nos olvidemos de que
las PAS nacen con la capacidad de ser empáticos, pero si no
exponemos al niño a situaciones en que esa cualidad pueda
«despertarse», de poco le servirá.

Pantallas
Hablando de jugar —es mi opinión personal que no quiero imponer
a nadie—, todo aquello que se puede ver y hacer a través de una
pantalla no es lo mismo que jugar de verdad. Por jugar yo entiendo
un equilibrio entre los movimientos corporales, la actividad pensante
y la interacción social, o bien la vivencia emocional. Un desarrollo
sano del cerebro y de la emocionalidad depende de este equilibrio.
Una persona que está con la tablet, el teléfono o la pantalla del
ordenador, se suele mover poco o nada y tiene la mirada fijada en la
información que está siguiendo, lo cual causa cansancio mental.
Es en la infancia cuando se van formando las redes neuronales y
existe una estrecha relación entre esta formación y el aprendizaje.
Aprender a través de las pantallas, la llamada «formación digital»,
no es lo mismo que lo que denominaría el aprendizaje humano y
social, que se caracteriza por un desarrollo corporal, psíquico e
intelectual. Un niño debe tener la posibilidad de conquistar su
entorno mediante los sentidos, los movimientos y el juego creativo, a
través de experiencias reales, y con personas y animales reales,
que se pueden tocar, oler y cuyo calor se puede sentir.
El uso de pantallas puede llevar a la adicción, conlleva un riesgo
de sobreestimulación (algo que en los niños AS hay que evitar al
máximo) por centrarse en la actividad unilateral de la mirada fija,
excluyendo los otros sentidos —salvo, quizás, el oído— y el
movimiento corporal. Otro peligro es un deterioro del control de la
impulsividad ya que es muy fácil quitar en un clic aquello que no es
de tu gusto y cambiarlo por algo nuevo sin siquiera haberte tomado
el tiempo para reflexionar sobre lo que acabas de ver y preguntarte
por el motivo por el que no quieres seguir mirándolo. Siempre me ha
llamado mucho la atención el hecho conocido de que personajes
como Steve Jobs y Bill Gates, grandes conocedores de las
tecnologías y sus riesgos, no dieron pantallas a sus hijos hasta
cumplir los 12 años, y que incluso después tenían el uso restringido.
A mí me asustan los datos de una encuesta sobre el uso de los
teléfonos móviles entre adolescentes: un 56 por ciento afirma sentir
ansiedad y soledad si no pueden consultar su teléfono. Pero no es
solamente culpa de los niños, y bien lo sabemos. Los niños
aprenden por imitación, y quizás no estaría de más observarnos a
nosotros mismos y tener muy claro qué les estamos enseñando.
Un aparato nunca podrá sustituir a un ser humano. No podrá
proporcionar el calor, el cariño y la atención que una persona puede
dar a otra. Una tablet no es un canguro, no es un substituto de la
conexión humana ya que nunca proporcionará afecto.
Cada día salen más investigaciones científicas sobre el efecto
negativo de las «pantallas» en niños, unas más preocupantes que
otras. Hemos podido leer cómo un alto porcentaje de niños en la
China creen que aquello que les llega a través de las pantallas es el
mundo real, algo que asusta un poco. Hay investigaciones que
alertan sobre los problemas conductuales y relacionales en niños y
jóvenes, y otras que hablan sobre un aumento de la ansiedad y la
depresión en los jóvenes que están expuestos a pantallas. Y, cómo
no, aquí también aparece el problema de la obesidad (y riesgo de
diabetes) en niños, un tema muy actual en nuestro país.
No es este el lugar para analizar estas investigaciones, pero os
invito a buscar información en internet sobre este tema. A mí,
personalmente, me preocupa mucho, pero eso no quiere decir que
tengáis que estar de acuerdo conmigo; cada uno debe decidir según
sus ideas y situación. Solo voy a hacer un pequeño apunte: las
investigaciones no discriminan entre niños AS y niños que no tienen
el rasgo. Sabiendo lo que sabemos del funcionamiento cerebral y la
emocionalidad de las PAS, creo que no es rebuscado decir que los
niños con alta sensibilidad son aún más vulnerables a las
consecuencias de pasar (mucho) tiempo en las redes. Es decir, si
lees sobre los efectos negativos del tiempo que pasan los niños
delante de una pantalla, ten en cuenta que en los niños AS
probablemente son mayores.
Igual la pregunta que nos tendríamos que hacer aquí no debería
estar tanto relacionada con el presente y las supuestas ventajas del
uso de tablets y similares, sino que nos convendría pensar en el
futuro estado psicológico del adolescente y del adulto; en su faceta
empática, moral y humana. Ya sabéis, esa pregunta clave de,
¿cómo quiero que sea mi hijo de adulto? En lugar de ¿qué quiero
que mi hijo sea de adulto? Me preocupa el adulto AS de mañana, ya
que son ellos quienes podrían ser los líderes que decidirán sobre la
gestión de nuestro planeta.
Una de las muchas cosas que los niños tienen que aprender es
la autorregulación de sus emociones. Más de una vez he visto —y tú
también habrás sido testigo de escenas de este tipo— a madres,
padres o educadores que, cuando el niño a su cargo empieza a
mostrar señales de una rabieta, cuando se ha caído, cuando se ha
hecho daño, o cuando el adulto está mirando su móvil y el niño está
«molestando» porque requiere su atención, esa madre, ese padre o
ese educador le da su móvil o una tablet que tiene a mano para
«tranquilizar» al niño y que no se ponga «pesado». El mensaje
callado que acompaña este gesto es: «Déjame en paz». Puede ser
un acto de desconfianza en tus propias capacidades educativas,
pero sin duda es un acto de desconfianza hacia el niño, que tiene
que aprender a entretenerse solo y a autorregular su estado de
ánimo. Las tiritas-caramelos-móviles no ayudan a que el peque
llegue a sentirse seguro de sí mismo.
Antes, las madres no teníamos teléfonos o tablets para despistar
o calmar a nuestros niños. Íbamos armadas de un bolso que
contenía un cuaderno, lápices, algún peluche, muñequitas de dedo,
algún libro, una caja de música, un cochecito… El niño jugaba, bajo
la mirada atenta de la madre y de vez en cuando intercambiaban
tranquilizantes miradas de complicidad y de aprobación. Jugar es
más que mover objetos, jugar es inventarse historias, algunas
basadas en apenas un bloque de madera. La fantasía de un niño
altamente sensible o no, no tiene límites. Su imaginación,
desarrollada en la primera infancia, le servirá el resto de su vida
como herramienta básica para tener una mente creativa, encontrar
soluciones ante los obstáculos que la vida le pone por delante y
desarrollar la resiliencia, algo que no ocurrirá de la misma manera si
se queda con la secuencia acelerada y a veces agresiva de, por
ejemplo, Bob Esponja.
Pero hay más. Las pantallas vienen con su información «a la
carta» (si algo no te gusta basta pinchar en otra cosa y probar lo
siguiente), con lo cual la curva de atención del niño, su capacidad
para mantener la atención en algo que «no mola», se queda en las
mínimas. Es una variante de nuestro mundo de «usar y tirar». La
concentración no viene dada; hay que aprenderla. Muchos niños
con síntomas de TDAH son niños que en realidad no lo tienen, pero
son niños que no han aprendido concentrarse, que no saben
atender a temas que no les gustan y que se aburren en clase, en
una cafetería, en un restaurante, se aburren en la parada del bus,
en el coche, en casa. Se aburren en todas partes y empiezan a
molestar (lloriquear, correr, hablar, quejarse para llamar la atención)
porque han aprendido que, si molestas, te espera una pantalla-tirita-
caramelo. Repito: la concentración se aprende, igual que la
paciencia (saber esperar) y la frustración (aceptar que no siempre
puede ser lo que tú quieres en el momento en que lo quieres).
Las PAS somos personas «profundas», pero conviene que
alguien nos enseñe cómo serlo.
Un apunte que me tranquiliza un poco: en nuestra encuesta, casi
un 80 por ciento de los padres contestó afirmativamente a la
pregunta acerca de poner límites a las horas que sus hijos pueden
mirar pantallas; aunque también hay más de un 5 por ciento que ha
contestado que no pone ninguno. Ahora bien, cuando sumo (como
seguramente también hayas hecho), me falta la respuesta de un 15
por ciento de padres o educadores…
Excursiones y viajes
A veces me acuerdo de esta historia de Adela quien, hace muchos
años, vino a verme para hablar sobre su familia.
Lena no quiere salir de casa. Aunque ha costado, ahora por lo menos acepta
que tiene que ir al cole, aunque no le gusta demasiado, pero si vamos a
comprar se pone de mal humor, y cuando hacemos otras salidas y viajes, ni te
cuento. Lo único que quiere es quedarse en casa, jugar con su cocinita (tiene
una cocinita de madera que le hizo mi marido), haciendo pasteles de arena y
de plastilina y dar de comer a su extensa familia de muñecas, peluches y el
perro —Adela suspira—. Mi marido y yo somos PAS y Lena también lo es.
Somos conscientes de la importancia y la necesidad de pasar tiempo en la
naturaleza. A los dos nos encanta la montaña y el camping y sabemos que a
Lena también le vendría bien. Pero nadie quiere hacer una excursión
arrastrando a una niña protestando.

Cuando Adela lo contaba, su risa no era alegre. El caso de Lena


es un poco extremo, pero sé de muchos niños con AS que no
quieren salir de su casa que es, lo podemos ver así, su zona de
confort. Para la mayoría de los niños con alta sensibilidad y un
carácter más bien introvertido, no hay lugar donde se encuentran
mejor que en su propia casa donde todo les es familiar, donde
pueden descansar y desconectar. En casa se encuentran bien;
tienen sus juguetes y libros a mano; el baño no es un aseo público y
maloliente; saben lo que van a comer y a qué hora; normalmente, no
viene gente que no conocen; los ruidos y sonidos son familiares; y
los aromas y la luz también.
En resumen, lo que piensa el niño AS es: «Déjame en paz
porque quiero estar tranquilamente en mi mundillo soñado y
fantaseado y así estoy feliz. No quiero ir atada en coche, no quiero
llevar zapatos para caminar (me duelen), no quiero que me pongas
cremas para que no me queme (no huelen bien y son pastosas y
pegajosas), no quiero llevar sombrero (me molesta tener algo en la
cabeza) ni gafas de sol (los colores no me cuadran), no me gusta el
sol, no me gusta el calor, no quiero sentarme en una piedra a hacer
un pícnic y comer con moscas y avispas, no quiero llevar una
mochila, ni siquiera de Hello Kitty, y no me gusta no saber dónde
vamos».
¿Lo entendéis? Demasiados cambios, muchas cosas nuevas, un
exceso de estímulos y de información, es decir, una sobreactivación.
¿Hay que aceptarlo y quedarse en casa? No. ¿Hay que entenderlo?
¡Por supuesto! En una familia hay que observar el bien general y
aprender a participar es importante. La vida misma consiste en
cosas que gustan mucho, otras un poco y las que no gustan. Pero
esto sí: podemos ayudar a nuestro peque PAS y reconocer sus
quejas como reales. Hay que hablar con ellos y buscar soluciones o
llegar a hacer tratos. Aparte de crear la costumbre de salir desde
muy pequeño, como adulto hay que informar de antemano.
(«Después de dormir dos noches, pasado mañana, vamos a ir a la
montaña en coche. El trayecto dura una hora —el tiempo que
necesitamos para ir a visitar a tía Rosa—, y luego andaremos un
poco. Vamos a ir aquí (fotos) y buscaremos flores y piedrecitas
bonitas. Podemos recolectar zarzamoras que podrás poner en tus
pasteles luego y sé que te quedarán espectaculares. Nos
llevaremos los pastelitos y empanadas que vamos a hacer mañana
tú y yo, y los comeremos en un sitio con mucha sombra. Dime, ¿de
qué quieres que hagamos los pastelitos?»). Los niños AS se dejan
seducir gracias a esa capacidad de construir su propio mundo
interior y puedes jugar con ello. ¿Le gustan los gnomos? Vais a
buscar gnomos. ¿Le gustan las hadas? Vais a buscar hadas. Tú,
madre o padre PAS, abre ese baúl de recuerdos de tu infancia,
busca tus sueños y mundos de fantasía, quítales el polvo y ¡vuelve a
jugar!
Cuanto más expliques de antemano (no te olvides de decidir el
día anterior a la salida sobre la ropa y el contenido de la mochila),
menos resistencia encontrarás. Yo, de niña, solamente quería ir a
los bosques de hayas para buscar gnomos y hadas, y mi hermano
solo quería ir a un lago para remar. Mi padre supo organizar las
excursiones de tal manera que se alternaban los destinos, y mi
madre era un genio a la hora de organizar juegos para
entretenernos durante los largos viajes en coche y también para
alegrar las noches en los campings. Hay maneras, doy fe, pero
requieren de tu fantasía, de tu tiempo y de tu empatía.

Los abuelos
Cuando nacieron mis hijos, mis padres ya eran bastante mayores.
Mi madre vivía con nosotros, mientras que mi padre, casado con
otra mujer después del divorcio que tuvo lugar durante mi
adolescencia, vivía en una ciudad a unos sesenta kilómetros, una
distancia que hacía que no nos viéramos a menudo. Yo no conocía
el rasgo, no tenía ni la más remota idea de que todos los miembros
de la familia éramos PAS. Es gracias a haber reconstruido nuestra
biografía sabiendo lo que es una PAS, que ahora puedo entender
las cosas. En este sentido me gustaría compartir la siguiente historia
ya que es posible que te pase algo similar.
Mi padre se emocionó muchísimo con el nacimiento de mi hija;
no había más nietos y Annabelle era la primera. Su emoción, de
hecho, era tan intensa que le costó tocarla, mirarla, y siempre le
veía los ojos humedecidos. Poco a poco, las veces que venía o que
íbamos a su casa, se iba acostumbrando al milagro de su nieta,
pero cuando no podía verla y saber que estaba bien, se preocupaba
por ella. Llamaba a menudo para preguntar cómo estaba, qué hacía,
si había aprendido algo nuevo y yo, la mamá orgullosa, le contaba
todas las cosas que hacía su nieta, cómo iba creciendo y, también,
los pequeños «accidentes» que iba teniendo como, por ejemplo, que
se caía al aprender a ponerse de pie… cosas normales en el
desarrollo de un bebé. Cosas normales, sí, mientras que estás al
lado y sabes que no pasa nada grave, pero si eres un abuelo PAS a
sesenta kilómetros y no has sido testigo de lo que había pasado, el
pobre hombre se preocupaba tanto por las cosas que le iba
contando, que decidí no contarle ninguna «hazaña» más, que él
pudiera interpretar como «peligro», «drama», «falta de atención» o
«ausencia de protección» por mi parte. Aunque sus reacciones a mi
parecer, eran muy exageradas, me hacían sentirme culpable y
verme como una madre irresponsable. Es una pena. Si yo hubiese
conocido el rasgo, si me hubiera dado cuenta de su alta sensibilidad
(y de la de los demás) nuestra relación hubiera sido distinta. Por
cierto, cuando año y medio después nació mi hijo, también mostró
una elevada preocupación, pero debía pensar, como esa generación
que nació al principio del siglo pasado, que los chicos son más
duros y que no necesitan tanta protección.
Otro asunto, también relacionado con los abuelos, son las visitas
que, cuando viven lejos, se pueden convertir en una complicación.
Sonia y su marido, José, viven en Mallorca porque tienen trabajo
aquí, pero son de un pueblo de Almería y sus padres viven allí.
Tienen dos semanas al año para ir a visitarles, para volver «a casa»,
y desde que tienen hijos, evidentemente van, como ella dice, «con
toda la tropa». Miguel, el mayor, es PAS, y la niña, tres años más
joven, no. Aparte de tener los típicos problemas antes de irse,
porque a Miguel lo de viajar y dejar su casa no le gusta nada, tienen
complicaciones añadidas en ambas casas de los abuelos. Miguel no
quiere saber nada de los abuelos. De ninguno de los cuatro. Ni de
sus casas. De las dos semanas que están en Almería, necesita una
para volver a acostumbrarse tanto a los abuelos como a otras
personas. («Hablan muy alto. ¿Por qué gritan? El abuelo fuma y
huele mal, el perfume de la abuela me produce arcadas. ¿Por qué
me quieren tocar todo el tiempo? Los botones de la bata de la
abuela “me duelen”»). También tienen que acostumbrarse a sus
casas, al olor, al ruido, al perro que tiene que vivir en el corral (¿por
qué no puede dormir conmigo?), a la gente que viene de visita, a la
tele siempre puesta… La lista es muy larga. Después de una
semana se va calmando, deja de quejarse y de criticar todo, y se
relaja. Sonia lo pasa fatal y muchas veces no sabe qué decirle a
Miguel, ni qué explicarle a los abuelos quienes, básicamente, lo
encuentran todo muy exagerado y se burlan del pequeño
tiquismiquis que se queja por todo, salvo —también hay que decirlo
— de las tartas y mermeladas que hace la abuela, y los helados que
le da.
Parte del problema está en que los abuelos pasan el resto del
año añorando la visita anual, están locos por ver a sus nietos (para
ambas parejas, son los únicos nietos que tienen) y van contando los
días hasta la llegada de la familia. Es normal que los abuelos
quieran achuchar a los críos, tenerlos en el regazo y leer libros con
ellos, contarles cuentos, pasear con ellos por el pueblo; es normal
que esperen que los nietos les «ayuden» en el huerto o a buscar los
huevos de las gallinas. Y mientras que Amaia, la hermana de
Miguel, es la nieta ejemplar y participa en todo, él da problemas y
los abuelos no entienden nada de las explicaciones sobre la
«sensibilidad».
En la encuesta sobre niños con AS, más de un 33 por ciento de
los padres afirmó que sus hijos necesitan tiempo para (volver a)
conectar con los abuelos y, conociendo ya un poco los temas
«difíciles» de nuestros peques que son muy sensibles, es bastante
comprensible. Para los padres no es fácil dar explicaciones —a
veces con disculpas y a veces no—, y mantenerse firmes en la línea
de educación que han decidido seguir para acompañar a sus hijos
durante esta etapa infantil.

Sustos y gritos
Nuestros niños altamente sensibles son eso, sensibles. Y son
especialmente sensibles a los mensajes que les damos. Son
sensibles al tono que utilizamos, al contenido de nuestros mensajes
y a la intención que hay detrás. ¿Te acuerdas del último pilar de las
características base, de la «S» de sentidos y de sutilezas?
El tono es muy importante para un niño con AS. Levantar la voz,
algo que no siempre podrás evitar es igual a una bofetada. «¡Pero si
no le he pegado! ¡Solamente le he llamado la atención!». Un grito
puede hacer que un niño sensible estalle en un llanto desconsolado.
Y no es exagerado, ya que, en primer lugar se asustará. El volumen
del sonido, como bien sabes, se mide en decibelios, y cuantos más
decibelios, más elevada es la cantidad de estímulos. Igual que el
niño se sobresalta por un petardo, un portazo, por un cristal que cae
al suelo, se asusta por un grito. Los niños AS tienen el oído muy
desarrollado (igual que el resto de sus sentidos) y si le quieres
transmitir un mensaje de aviso, es mucho mejor y efectivo mirarle en
los ojos para establecer una conexión, y decirle que aquello que ha
hecho es peligroso, dañino o una falta de respeto. Le puedes
explicar por qué. Aunque a lo mejor no entenderá todas tus
palabras, tu tono serio hará que se dé cuenta de que algo no va
bien. No le hables como a un bebé; utiliza palabras y frases
normales.
Un niño no es un animal. Un niño es un ser humano «en
proceso», aprendiendo muchísimas cosas a la vez. No se le entrena
a base de premios y castigos, se le acompaña con paciencia, cariño
y con asombro. Lo que consigue un niño en los primeros 3 añitos de
su vida es enorme, aunque a ti —que ya sabes andar y hablar—,
posiblemente te parezca normal e, incluso, crees que tarda
demasiado… ay.
En cuanto al contenido, conviene tener en cuenta que el mensaje
y cómo lo transmites no haga que el niño deje de sentirse seguro o
querido. Evita expresiones tipo: «Es por tu culpa». Especialmente en
España o en cualquier país con una fuerte tradición católica, la
palabra «culpa» tiene un peso extraordinario. Un niño PAS, un niño
concienzudo como suelen ser casi todos los que comparten este
rasgo, puede hacer suya esta palabra para el resto de su vida.
Cargar con la culpa —especialmente cuando no la tienes— te puede
arruinar la vida. En lugar de «culpa», podrías utilizar palabras como
«responsabilidad». Alguien es responsable de sus actos. Los niños
con alta sensibilidad, que tienen esa capacidad de entender las
consecuencias e implicaciones de las cosas, pueden entender que
su acto tiene repercusiones. En este sentido es muy importante
tener una conversación con el niño para ir explorando las
consecuencias de algún incidente; no para que se sienta mal, sino
para ayudarle a entender y entrenar ese talento que, como PAS, le
ha venido con el paquete del rasgo, esa capacidad para entender
las relaciones entre las cosas y situaciones a un nivel mayor. Invítale
a explorar, dándole posibles pistas, y así también le ayudarás a que
aprenda a pensar mientras su autoestima va creciendo. ¿No es
mucho mejor así que gritarle y echarle la culpa?
Otra palabra que conviene evitar es «vergüenza». Preguntas
retóricas y horribles como «¿No te da vergüenza?» pueden hundir al
pequeño PAS. Ambos conceptos tienen tanto peso que quizás
tienen validez en relación con un crimen de verdad, pero no
deberían utilizarse por haber cogido una galleta sin permiso, por
haber dejado caer algún objeto accidentalmente, por pisar al gato
sin querer o cualquier acto travieso o accidental.
Las palabras son mucho más que una secuencia accidental de
letras, conllevan una fuerza, una energía. Con esa característica de
las PAS, el pilar correspondiente a la «D», de reflexionar
profundamente, de rumiar sobre los temas, de meditar sobre ellos,
las palabras nos pueden marcar de por vida. Personalmente, he
cargado con varias que no me pertenecían. Seguramente también
tienes frases o palabras de tu infancia que se te han clavado, se han
convertido en creencias. Espero que sea para bien, pero
generalmente, si se te han grabado, no suelen ser muy agradables o
alentadores. Piensa en eso cuando utilices palabras para castigar o
para humillar a tu peque. No soy partidaria del castigo físico, en
absoluto, pero no hay que olvidar que las palabras pueden doler
más y llegar a hacer un daño mucho más profundo y duradero.

La sobreprotección
La línea entre la protección y la sobreprotección es muy fina. Creo
que la protección es ayudar al niño a que descubra el mundo y sus
propias capacidades, alentarlo sin que, como adulto, bajes la
vigilancia con la cual el niño se sentirá apoyado y seguro. La
sobreprotección frenará el desarrollo del niño por el hecho de que el
educador va proyectando sus propios miedos e inseguridades en él,
lo cual le hace incapaz de confiar en sus capacidades, y le irá
cortando las alas.
Por tanto, la sobreprotección y los mensajes relacionados con
ella, también pueden hacer daño y llegar a invalidar a un niño con
alta sensibilidad. Entiendo que es necesario proteger a tu niña o tu
niño para que no se lastime, aunque lastimarse también forma parte
de lo que deben aprender.
Imagínate que tu peque quiere trepar a un árbol. Lo ves y se te
corta el aliento, ya que —especialmente si eres PAS— eres
consciente del riesgo de que se pueda caer. Le gritas: «¡No, para,
no lo hagas! ¡Es peligroso! ¡Te harás daño!». Le proyectas tu miedo
y el mensaje que escucha el niño es: «No soy lo suficientemente
bueno, no soy capaz, es más prudente no probar cosas que no
conozco». No sé, pero me cuesta creer que quieras que tu niño
crezca con miedos, que llegue a ser un adolescente o un adulto
plagado de inseguridades y con miedo a vivir la vida. Puede ser que
seamos PAS, pero esto no quiere decir que tenemos que ser
miedosos e inseguros.
Además, como padre o madre con el rasgo de la AS, hay que
tener en cuenta que las PAS venimos con esa característica, la de
primero observar y calcular los riesgos antes de tomar la decisión y
lanzarnos. Es más que probable que tu niño altamente sensible no
haga cosas que le vienen demasiado grandes, y es muy importante
que aprenda a tomar riesgos a su escala, que aprenda caer y
levantarse una y otra vez hasta que domine la tarea, ya que esto le
ayudará no solamente en el desarrollo de una sana autoestima, sino
también esa otra cualidad tan importante que es la resiliencia.
¿Qué pasaría si cambiaras el mensaje? Por ejemplo: «Qué
grande es el árbol, ¿verdad? ¿Quieres descubrir cómo se ve todo
desde arriba? Venga, adelante, estoy aquí contigo por si me
necesitas».
Darte cuenta de tus palabras y de tus mensajes requiere
conciencia y presencia. No siempre lo conseguirás, eres un ser
humano. A lo mejor también has pasado por condicionamientos de
este tipo cuando eras pequeño. Revisa tus creencias y tus miedos
donde sea necesario, estate atento a lo que le dices a tu hijo y a las
palabras que utilizas, conéctate con tu capacidad empática y date
cuenta de los mensajes que transmites. Confía y enseña a confiar.
Por muchos manuales de educación que leas, no pueden
garantizar que no cometas errores. Cada uno —tanto el educador
como el niño— es diferente, es un mundo, y cada combinación de
individuos genera una mezcla de energías que también es única,
como lo es cada situación. Es inevitable que metas la pata más de
una vez. Personalmente lo he hecho muchas veces. Si tú eres la
madre o el padre con el rasgo de la alta sensibilidad, tienes la
ventaja de la intuición. Las PAS solemos ser bastante intuitivas.
Observa atentamente al niño en acción y escucha esa vocecita
interior. Con el primer niño, sintiéndote inseguro, cometerás errores
por falta de experiencia, con el segundo porque posiblemente
piensas que ya te lo sabes. Equivocarse está permitido; todos los
padres nos equivocamos más de una vez, pero procura aprender de
tus errores para no repetirlos. Igual que el niño, te «caerás» para
levantarte luego; no pasa nada. Los niños aprenden de nosotros y
nosotros aprendemos tantísimas cosas de ellos. ¿No te parece
precioso?

Los cambios
Muchos niños con el rasgo de la AS tienen dificultades cuando
cambian de una actividad o situación que les es familiar a otra, o
cuando están acostumbrados a un cierto ritmo o programa en el cual
de repente se produce un cambio. Puede parecer que son
inflexibles, pero generalmente no lo son; la causa de su malestar es
otra.
Cualquier cambio supone una cantidad de información nueva,
que necesita ser digerida. En función del tipo de cambio, la cantidad
de información es menor o mayor, y lo mismo ocurre con el tiempo
disponible para su gestión. En este libro mencionamos varios
momentos y situaciones de cambio, pero lo importante es tener
claro que conviene evitar que estas se produzcan de manera
abrupta, sin avisos y, si cabe, sin una preparación adecuada en los
casos en los que se puede hablar de transiciones como puede ser ir
por primera vez a la guardería o al jardín de infancia, un cambio de
colegio, una mudanza, un divorcio, una defunción pero también, en
el caso de algunos niños, el momento de ir a la cama y dormir.
La característica de la sobreestimulación por un lado, y el hecho
de que las PAS reciben muchísima información por otro, pueden
causar bloqueos en nuestro peque PAS si no respetamos ese
margen de tiempo que el niño necesita, o no dosificamos
adecuadamente la información. Date cuenta de que tú, al contrario
que el niño pequeño, dispones siempre de mucha información que
este todavía no tiene, simplemente porque le faltan experiencias
vitales. Tú llevas años yendo al súper, el niño no. Has ido en tren,
pero para el niño puede ser la primera vez. Has estado en la playa y
sabes lo que puedes esperar; un niño que tiene su primera
experiencia con arena, olas, gaviotas, conchas, horizontes, olores
nuevos, etc., puede sentirse totalmente sobrecogido, abrumado y
estallar en un llanto. Los adultos damos por hecho muchas
experiencias y situaciones porque son conocidas para nosotros, ya
las hemos vivido.
Recuerdo experiencias que creía que entusiasmarían a mis hijos
(porque me gustaban a mí y me hacían ilusión) y los llevé para
darles una sorpresa. Cuando, al llegar, montaban un «numerito», yo
no entendía nada. ¿Qué había hecho mal para que la niña tuviera
una rabieta? Pues, había hecho algo que por aquel entonces no se
me hubiera ocurrido en absoluto, pero que hoy en día tengo claro:
¡Me había saltado la preparación! Y el error número dos: a los niños
AS los planes sorpresa no les «molan» porque, al fin y al cabo es un
cambio y hay que gestionar mucha información a la vez.
Este libro habla de cambios de varios tipos, pero el mensaje de
base siempre es el mismo: el segundo pilar del rasgo, el que nos
habla de la sobresaturación, explica lo que pasa cuando las PAS
recibimos más estímulos de los que somos capaces de gestionar. La
sobreestimulación (o sobreexcitación) es, en realidad, la única
bandera roja de nuestro bello rasgo, pero es una bandera muy
importante y una que nunca podemos perder de vista al acompañar
a nuestro peque PAS en su desarrollo desde la cuna hasta la
madurez (véase encuesta de situaciones nuevas en Anexo 1).
3

CONSEJOS Y RECURSOS

Puedo dar muchos consejos y seguramente solo servirán unos


cuantos. Y esto es genial. Lo he dicho varias veces, cada niño es
único, igual que el resto de su bagaje genético y su contexto familiar.
Siguiendo la premisa de que por lo menos uno de los padres
biológicos también es PAS, te invito a pensar sobre tu propia
infancia, recordando las cosas que te hacían bien y esas otras que
te hacían daño. Luego, utiliza tus propios recuerdos en combinación
con tu capacidad empática para llegar a un profundo entendimiento
de tu peque. Observa su comportamiento, escucha bien lo que dice
y cómo lo dice, fíjate en su entorno con una antena especial para los
estresores (fuentes de información) que pueden ser suprimidos. Tú,
como madre o padre PAS, utiliza también tu propia creatividad para
buscar soluciones a medida de vuestra hija o vuestro hijo. Puedes
consultar mis consejos como inspiración, pero no los tomes como
«ley». Son indicaciones nada más, pensadas para darte pistas de lo
que puede ser la solución del problema que te preocupa. Espero de
todo corazón que mis apuntes sirvan para que tu hija, tu hijo y toda
la familia, lleguen a florecer en un ambiente lleno de respeto,
armonía y acogimiento.

La importancia de conocer bien el rasgo


Lo primero de todo, lo que conviene hacer antes de realizar
cambios, antes de contar tu «descubrimiento» a otras personas —
como familiares, maestros, profesores y padres de otros niños— es
profundizar en el rasgo, aprender sobre él. ¿Qué es, exactamente?
¿Cuáles son las ventajas de ser altamente sensible? ¿Cuáles son
los puntos a los que hay que prestar más atención, en general, y
con respecto a tu niño? ¿Cómo funciona? ¿Cómo se hace visible y
cuándo? Esto es muy importante, porque tendrás que estar bien
informado para poder contestar correctamente y con seguridad a
según qué tipo de reacción que te encuentres. Unos te preguntarán
qué es, otros habrán oído algo, pero no necesariamente estarán
bien informados, habrá quienes no quieran saber nada del tema y,
también, te puedes encontrar con personas que te dirán que son
tonterías, cosas de moda, de la nueva era o lo que sea, y se reirán
de ti. Por esto, para poder reaccionar adecuadamente, conviene que
tengas una idea concreta y correcta de lo que estás hablando.

Reconoce y acepta que tu niño es altamente


sensible
No lo digo de broma, esto es un paso más. Conocer el rasgo y darte
cuenta de que tu niña o niño realmente es como es: es altamente
sensible. No es un drama, para nada, y conviene que no lo percibas
como algo terrible o una especie de hándicap, sino que lo trates
como algo normal. Y lo es. Es normal y es algo muy común. No es
un trastorno, no es una enfermedad ni una condición. Es un aspecto
de la forma de ser del niño. Y punto. Cuanto más puedas aceptarlo
como algo que «es», más seguro y amado se sentirá tu peque. O
sea, nada de: «Vale, lo acepto, pero que sea más fuerte, menos
llorón, más duro, menos quejica, más extrovertido, más sociable…».
Tu niña o tu niño es como es, y cuanto más te abras a este hecho,
más autoestima desarrollará. La cuestión es ver cómo puedes
ayudarle y apoyarle, reconociendo y validando sus emociones, ya
que cualquier niño que se siente aceptado, crecerá de manera
equilibrada, con fuerza interior y sintiéndose preparado para afrontar
la vida con sus muchos retos.

La necesidad de poner límites


Ya hemos visto que lo más importante que podemos dar a nuestros
hijos es la sensación de que en su casa están seguros. La casa
como el nido en el que se sienten arropados con amor, un amor libre
de castigos (el amor no se compra mediante el castigo) y de juicios.
Esto no significa que no haya que establecer límites. Los padres
tienen que ser muy claros (y consecuentes) en sus mensajes sobre
lo que sí está permitido y lo que no. Los límites serán claros si se
explican con determinación y decisión. Puede parecer que el hecho
de poner límites es contrario al amor con que tenemos que tratar a
nuestros pequeños, pero el amor no es lo mismo que dejadez y
permisividad. El amor tiene que ver con constancia, con atención y
apoyo. Con seguridad y claridad. Una regla es una regla: ahora,
mañana y todos los días. Conozco muy bien estas situaciones en
las que, como madre o padre, estás cansado, tienes prisa, hay otra
gente mirando, esos momentos en que la tentación de aflojar una
regla es enorme porque en ese instante te conviene, pero es un lujo
que no te podrás permitir. Lo sé, a veces cuesta mantener un límite
establecido, y cuesta más cuando tu comportamiento puede parecer
desagradable y duro. Ser constante es dar claridad y seguridad.

La sobreestimulación, ¿cómo evitarla?


Si has leído hasta aquí, te habrá quedado claro que, aunque el
rasgo de la alta sensibilidad es positivo y evolutivo, y viene con
muchos regalos que hacen que la vida pueda llegar a ser una
experiencia maravillosa y enriquecedora, ser altamente sensible
tiene una pega básica que requiere mucha atención y cuidado.
Hablo de la «O» de «overstimulation» (sobreestimulación). Por
nuestra forma de ser recibimos muchos más estímulos que las
personas que no son PAS. Nacemos PAS, esto implica que esto es
así desde el momento de nacer y no descarto que ya fuera así
durante una buena parte de la gestión. La sobreestimulación lleva a
una serie de problemas relacionados con el estrés producido por un
exceso de información que no se puede gestionar adecuadamente.
Podemos ayudar al niño a evitar excesos de información. Os voy a
dar una serie de ideas, pero, como no conozco la situación de cada
uno, os invito a ser empáticos con la peque o el peque, a colocaros
en su situación para imaginaros qué partes de determinadas
situaciones o cosas le aportan un exceso de información sensorial y
estímulos superfluos que le van saturando. Es importante tener en
cuenta que recibir información es acumulativo. Tener que escuchar
la tele, las voces de personas físicas, estar expuesto a mucha luz,
aromas u olores, estar en un espacio cargado de objetos, muebles y
cuadros, pasar calor o frío, notar estados emocionales de la gente
del entorno, todo va sumando y la «carga» se recibe
simultáneamente. Muchas veces el niño será incapaz de gestionarla
debidamente por ser excesivo, o sea, por ser más de lo que la
mente puede asimilar de una vez. Si se produce un cambio más o
menos repentino en el comportamiento de tu niño PAS, como
echarse a llorar, volverse muy activo y sobreactivado, si tiene una
rabieta, o si se vuelve muy silencioso y se retira, piensa en estas
cosas y actúa para «aligerar» la carga sensorial y emocional.

Elimina estresores. Lo dicho. Si el niño, mediante un


determinado comportamiento, demuestra que no está a gusto,
es probable que esté sobreestimulado. Intentarás calmarle
cogiéndolo en brazos si te deja, y empezarás a quitar
estresores si es posible. Pienso en cosas como, por ejemplo,
apagar la tele o cerrar la persiana, pero también es buena
idea ir a un lugar con menos información sensorial.

El cuarto del niño PAS. El cuarto será, preferiblemente, un


espacio minimalista con muy poca información sensorial. Luz
difusa, armarios con puertas lisas (cerradas). Si te apetece
decorarlo con cuadros y baldas con peluches, date cuenta de
que lo haces para ti y no para tu niño. Y lo sé, recomiendan
que el niño tenga estímulos, pero date cuenta de que estas
recomendaciones son para la mayoría de los niños, no
necesariamente para aquellos con alta sensibilidad. En este
sentido puedes entender que quizás no sea la mejor idea
colgar cosas en la cuna, y menos si tu peque tiene problemas
con el sueño.

La ropa del niño PAS. Ya lo vimos antes y si eres madre o


padre PAS, no te cuento nada nuevo: etiquetas, costuras,
telas bastas o sintéticas, jerséis de lana, etc. pueden afectar a
la piel de las PAS. Desde la cuna hasta el último respiro, la
piel es un órgano de máxima sensibilidad. De la misma
manera, evita pijamas con botones y cuerdecitas o lazos en
los cuales se hacen nudos para ajustarlos. Cuidado con
gomas que aprietan. ¡Atención! pliegues en la sábana bajera,
arena o migas en la cama, pueden ser una gran molestia.
Todas estas cosas generan malestar y dolor, y el dolor es
información. Un dolor constante lleva fácilmente a un estado
de sobreestimulación. Un bebé no puede quitarse la ropa, no
puede cambiar su sábana o sacudirla, ni siquiera puede
decirte qué le pasa, de ti depende ser empático con él,
ponerte en su lugar y preguntarte cuál puede ser la causa de
su malestar.

Aprender a distinguir entre emociones propias y ajenas. Ser


sensible para las sutilezas implica que lo seas para el estado
emocional ajeno. Las antenas del peque con AS detectan si
tú, el adulto, estás preocupado; las neuronas espejo, esas
que juegan un papel importante en la empatía, hacen que la
emoción se le pegue. Si para un adulto ya es difícil saber si su
estado emocional realmente es suyo o si lo ha absorbido de
otra persona, ¡imagínate un niño! Las emociones son
información y saturan. Puedes ayudar al niño a que tome
conciencia del espacio que es suyo, limitarlo, para que
aprenda a protegerse contra emociones ajenas, pero también
contra un exceso de información sensorial. Hazlo como si
fuera un juego. Después de decirle que se imagine una
preciosa bola de cristal mágica, el siguiente paso sería
invitarle para que, usando la imaginación, se meta dentro, a
salvo. También le puedes dar una piedra «mágica» o
cualquier objeto, para que lo lleve consigo y que, al tocarlo,
tenga el mismo efecto. Los niños en general, pero los niños
AS especialmente, tienen mucha imaginación, e introducir
objetos reales o imaginados con poderes mágicos, puede ser
una estrategia efectiva en la «lucha» contra los dolores, el
malestar emocional o los monstruos que se esconden debajo
de la cama.

Pantallas, una vez más. Hay excepciones, lo sé, pero la


mayoría de las pantallas conllevan un exceso de estímulos.
Empezando por la intensa luz azul, pasando por los
movimientos de las imágenes, la rapidez con que se
desplazan, y la música o las voces, es mucho. Puede parecer
que el niño se relaja, pero no descansa, y menos si está con
videojuegos. La televisión también es una pantalla. Para
muchos niños que tienen problemas de sueño o que sufren de
pesadillas, no es aconsejable dejarles ver la tele, tablet o
móvil un buen margen de tiempo antes de acostarse. No es
solamente por los estímulos de las imágenes y el sonido, es
también por los contenidos ya que, por esa tendencia PAS a
reflexionar mucho sobre la información recibida, para muchos
niños con AS, cualquier tema puede ser un motivo de
preocupación.

Las emociones también son información. La preocupación por


lo que el niño ha visto en la tele, por ejemplo, o por posibles
problemas en casa, también puede llevar a la saturación. Ten
en cuenta que la preocupación genera emociones como el
miedo, la vergüenza o la culpabilidad, tres emociones
intensas que se asocian con el rasgo de la alta sensibilidad.
Existen muchos casos de niños que se culpabilizan por la
separación de sus padres, y conozco el caso de una niña que
se solía enfadar muchísimo con su abuela, deseando
intensamente que se fuera. Cuando la abuela se murió, la
niña se cargó de una extrema culpabilidad, convencida de que
se había muerto porque ella quería que se fuera. Otra
emoción que puede llegar a dominar el pensamiento del
peque es el intenso miedo a fallar o cometer errores en
general. Date cuenta de que los miedos se suelen alimentar
de la propia inseguridad de la persona. Tener conversaciones
con tu peque PAS, explicar circunstancias sin entrar en
problemas personales, sino de manera objetiva, con calma, a
un nivel que un niño de su edad pueda entender, hablar sobre
emociones y nombrarlas («El emocionario» puede servir de
herramienta), permitirle al niño que se exprese, y acoger sus
palabras libres de juicios y sin ningunearle, son cosas que
ayudan a bajar los niveles de preocupación y de
sobreestimulación.

Sobreestimulación y rabieta. La sobreestimulación es


comparable con un cortocircuito; no es por casualidad que
utilizamos esa maravillosa expresión de «Se le han cruzado
los cables». El niño pierde el control y sus emociones y
pensamientos entran en un estado de agudo caos interno que
busca su vía de escape mediante gritos, llantos, patadas,
golpes. Gracias a lo que has leído hasta aquí, seguramente
habrás podido evitar muchos momentos de sobrecarga y has
aprendido a «leer» las reacciones del niño para detectar
cuando algo empieza a «cocerse». Si lo ves a tiempo y
consigues que el niño entre en una situación de desconexión
(sé creativa) la rabieta no se materializará. Ahora, ¿qué hacer
cuando el niño pierde el control? Creo que lo más importante,
y por mucho que el ataque te afecte a ti, es darte cuenta de
que el peque lo está pasando fatal. Es horrible sentir que has
perdido el control, asusta mucho y ese miedo puede
intensificar la rabia del ataque. Que sepas que el niño va a
necesitar unos 20 minutos para completar esa «descarga», o
sea, para lograr calmarse. Durante ese tiempo será imposible
establecer ningún tipo de contacto con él y realmente no te
queda otra opción que la de dejar que se desahogue hasta
que se haya calmado. Posiblemente hayas intentado
abrazarle y te ha empujado; ese empujón no va contra ti, es
una reacción visceral a los estímulos que le aportan tu abrazo
y que, al estar sobreestimulado, le generan más saturación
todavía.
Paciencia, pues. Lo que sí conviene es estar cerca de ella
o de él, sabiendo que tu presencia libre de juicios y llena de
empatía le ayudará a calmar el miedo. Obsérvale y dile, con
voz tranquila, aquello que percibes, por ejemplo: «Veo que
estás muy enfadado», pero de la misma manera percibes
tristeza, frustración, cansancio o confusión. Esto también le
ayudará a tranquilizarse y le hará sentirse reconocido. No
dejarás de amar a tu niño por tener un ataque de rabia, ¿no?
Pues, es importante que él sea consciente de esto, que
aprenda a confiar en tu amor incondicional. Repito: su ataque
no tiene que ver contigo, es una expresión de su máxima
confusión interna como resultado de un exceso de estímulos,
de información, que no es capaz de gestionar tranquilamente.
El hecho de que exprese esta descarga contigo es una señal
de que a tu aldo se siente seguro. Si te enfadas o gritas, la
situación será peor para los dos.
Eso sí, después de la rabieta, una vez que la cosa esté
calmada, conviene hablar tranquilamente sobre lo que ha
pasado. Una vez más, sin juicio y sin ningunearle.

Ayúdale a reconocer las señales de sobreestimulación. Es


importante que nuestro peque entienda qué le ha pasado y
por qué, para que aprenda a reconocer las señales de su
cuerpo que le avisan de una creciente tensión. Solamente así
ella o él será capaz de llegar a cuidar de sí mismo y a tomar
medidas, buscando maneras (hay que buscarlas juntos para
ver cuáles le funcionan mejor) para deshacerse de esa
sobrecarga a tiempo y antes de que estalle. Puedes pensar
en pausas, ir al baño, salir al pasillo, esconderse detrás del
sofá o de la cortina, retirarse a un determinado lugar que todo
el mundo reconozca como su «trono relax». Más adelante
hablaré de alguna técnica meditativa para niños, algo que,
para algunos y en determinadas situaciones, también puede
ser una manera de calmarse. Otra técnica para descargar un
exceso de estímulos es mediante el movimiento; saltar a la
comba, correr, jugar al fútbol o un simple paseo a buen ritmo
pueden tener un efecto milagroso.

Vaciar una cabeza saturada. No existe una receta fija para


ayudar al niño AS a vaciar una cabeza llena de información,
por ejemplo, después de un día completo en el cole. Más
adelante, cuando leas sobre los temperamentos y las
diferencias básicas entre introversión y extroversión,
comprenderás que con cada «estilo» va algo diferente. Es
cuestión de observar y de hablar con el peque. Existen
actividades que ayudan a la gestión de un exceso de
información y conviene que sea una actividad completamente
diferente y libre de obligación, preferiblemente también libre
de competición. Hacer el camino del cole a casa andando o
en bici, es una buena idea; llegar a casa y tener media horita
para merendar, leer, no hacer nada en el sofá, también son
opciones. Jugar al balón, subir a un árbol, jugar (contigo) al
parchís, leerle un libro, dibujar, tocar un instrumento, trabajar
en el jardín, cepillar al perro… Depende del niño y de lo que le
guste. Conviene buscar actividades de este tipo también
antes de irse a dormir; por ejemplo un baño caliente con unas
gotas de aceite de lavanda en el agua.

A la hora de dormir
En el segundo capítulo, donde mencionamos los puntos de atención
relacionados con el rasgo, ya hablamos del sueño y de los
problemas que las PAS podemos tener a la hora de dormir. Ya
dijimos que hay un buen número de niños con el rasgo que tiene
dificultades en este ámbito. Más adelante, cuando hablemos de
caracteres diferentes y de los temperamentos, podremos ver que
cada temperamento supone unos problemas, siendo los niños con
un temperamento predominantemente flemático los que mejor
duermen, aunque a ellos les cuesta especialmente tener que
arrancar y entrar en acción el día después.
Aparte de esos consejos muy estándar de eliminar ruidos, bajar
la luz o añadir al baño un poquito de aceite de lavanda (para los
más pequeños se pueden poner dos gotitas en los laterales de la
cuna) hay muchos otros «trucos» que ayudan a calmar y tranquilizar
al niño para que se vaya «apagando» poco a poco en preparación a
ese tránsito del estado de vigilia al estado de sueño. Haremos un
repaso.

No tener prisa. Ir a dormir, por muy rutinario que sea, no deja


de ser una transición importante, y no es por nada que a
muchos niños les cuesta hacerla. Estar solo en la oscuridad y
entregarte a los brazos de Morfeo, no es poca cosa. Un niño
que tiene problemas para soltar el día necesita tiempo y
calma; necesita sobre todo tu tiempo y tu calma. Recuerda
que tu niño es altamente sensible y que, por ser como es,
detecta tu estado emocional. Conviene, pues, mentalizarte de
que vas a estar 15 o 20 minutos con tu niño, que necesita de
tu completa presencia. Soy madre y sé perfectamente que es
imposible conseguir esto todos los días; no te fustigues
cuando la vida te pone pegas y estás nerviosa, pero es
importante ser consciente de tu propio estado de estrés y
posible preocupación. Os doy consejos; no son leyes.

Avisar. A casi ningún niño con alta sensibilidad le gusta tener


que cambiar abruptamente de una actividad a otra. Ya sabes
las dificultades que tienen con los cambios. Conviene
avisarles siempre y con tiempo de que va a haber un cambio
para que se vayan haciendo a la idea. Avisaremos con un
margen de tiempo antes de comer, antes de salir de casa y,
también, antes de que sea la hora de irse a la cama. Así les
dejamos terminar la actividad en que estaban y evitamos
estrés y tener que meterles presión. Avisa diez minutos antes,
cinco minutos antes y un minuto antes. Recuerda que tú, sí,
después de tantos años de vida, tienes el reloj incorporado,
pero el niño todavía no.

Mantener un ritmo constante. Algo básico, que en realidad es


importante para todos los niños pero que lo es especialmente
para las PAS, es mantener un ritmo establecido en el sentido
de tener un horario fijo y actividades fijas durante la semana.
Las personas somos animales de costumbres y, aunque no
todas las costumbres son igual de buenas, hay unas cuantas
que no solamente son maravillosas, sino que también son
necesarias. Poder construir tu día a día sobre una base fija
aporta calma y evita sustos. Exactamente lo que un niño con
AS necesita para poder funcionar de una manera óptima.
Cuando todos conocen el programa porque es lo que manda
durante la semana, no tenemos que perder tiempo o energía
preocupándonos por lo que sucederá después. Empezamos
con lo básico: levantarse a una hora determinada, desayunar,
lavarse, vestirse y dejar la casa. Cole. Volver a casa,
descanso, comer, descanso o juego, merienda, descanso,
deberes, juego, cena y cama. Me imagino que esto, en cada
casa es más o menos igual; lo importante es que siempre sea
el mismo ritmo y, si por algún motivo tiene que haber un
cambio, no te olvides de avisar con tiempo. Los peques PAS,
en especial aquellos que tienen dificultades a la hora de
dormir, necesitan más que un simple beso y apagar la luz.
Introducir algún ritual fijo a la hora de acostarse, les aportará
seguridad y calma, con lo cual les costará menos soltar el día.
Recuerda que es importante que el ritual sea igual siempre.
No puede ser diez minutos un día y el siguiente, media hora.
Para nuestros niños es muy importante no variar, para que
sepan de antemano qué pueden esperar. Así les ayudas a
soltar y evitas que lloriqueen por «otro cuento, otra canción,
otro beso, etc.». En el fondo es un tema de límites, pero
siempre demostrando cariño.

Revisar el día. Busca un momento, preferiblemente un poco


antes de que el niño tenga que ir a la cama, para revisar los
acontecimientos del día. Adopta una actitud de auténtico
interés y escucha. Haz preguntas (al final del capítulo 5 tienes
ejemplos) para que el niño se pueda abrir y contar todo lo
bueno que le ha pasado y las dificultades o problemas que le
han preocupado o molestado. Conviene también echar una
mirada al día siguiente para que, si hay algo que le preocupa,
pueda expresarlo; también es muy buena idea preguntarle por
algo que le hace ilusión.

Leer un cuento. A todos los niños les encanta que les leas
una historia antes de dormir. Hay niños que siempre quieren
la misma, otros un capítulo de una más larga. Aquí también
verás que cada niño es distinto. Cuando todavía es muy bebé,
podrías cantarle una nana o recitar una rima. Según cuáles
sean tus creencias religiosas también podrías recitar un
pequeño rezo dando las gracias o nombrando a los ángeles
que durante la noche velan por él. No importa lo que hagas,
entra en lo que entendemos por ritmos y rituales. La
sensación del ritual aumenta, otorgándole otra calidad más
íntima, si enciendes una vela y la apagas al terminar, después
de haberle dado el último beso del día. Es mejor no utilizar
incienso ya que un olor intenso conlleva estímulos, aparte de
que muchos inciensos son tóxicos.

Hacer un masaje. Niños muy activos, pero también aquellos


de temperamento melancólico que suelen pensar demasiado,
pueden calmarse si les hacemos un pequeño masaje,
frotando suavemente las piernas desde las rodillas para
abajo, y los pies. Lo puedes hacer sin aceite, o utilizar aceite
de almendra con una gotita de aceite esencial de lavanda. Si
quieres puedes utilizar también una pluma, pero es algo que
no gustará a todos los niños, si tienen muchas cosquillas.
Hazlo con movimientos rítmicos y pausados. Atención con la
luz, que sea indirecta o —mejor— de una vela. Observa si los
pies y las manos del niño están calentitos.

Calmar la respiración. Casi un 42 por ciento de nuestros niños


tienen problemas a la hora de conciliar el sueño. Siguen
estando sobreactivados a la hora de dormir. A veces, después
de haber tenido en cuenta todos los consejos, y de haber
reducido al máximo los estímulos, puede hacer falta algo más.
Para un niño es muy aburrido tener que fijarse solo en su
respiración. Puedes poner algún objeto sobre su barriguita,
una pelota, por ejemplo, que el peque puede ver subir y bajar
cuando inhala y exhala. Si rueda hasta la cama, es un buen
momento para la risa, que siempre relaja mucho.

Hacer meditación para niños. Un paso más allá de la


respiración puede ser una meditación corta y adaptada al
niño. Seguramente conoces meditaciones tipo visualización
guiada en que vas bajando escalones, de diez a uno. El niño
se pone cómodo, no hay ruidos ni música (la música también
es información), y la única luz viene de la velita. Dile que
cierre los ojos y se fije en el peso de su cuerpo, haciendo
contacto con el colchón: cabeza, hombros, espalda, nalgas,
piernas, talones. Habla despacio y cuida tus palabras. Invítale
a imaginarse que está en el punto más alto de una bella
escalera de piedra antigua; puede ser un castillo. O puede ser
en la naturaleza, en un jardín mágico. Dile que mire hacia
abajo, que hay diez escalones que irá bajando, lentamente,
uno por uno. Él sabe que, estando donde está ahora, en el
escalón más alto, no está relajado, pero si llega abajo del todo
estará muy relajado y allí encontrará un lugar precioso con
una cama con dosel, colchones de pluma, cojines enormes y
suaves donde podrá dormir tranquilamente (cuéntaselo
utilizando la imagen que tú sabes que le va a calmar). Luego
empiezas a guiarle bajando los escalones, recordándole que
en cada escalón se siente un poco más pesado y más
relajado; nueve, ocho… hasta llegar a esta bella habitación.

Y los monstruos… Pues sí, cuando hablamos de dormir,


también tenemos que hablar de monstruos. Muchos niños los
ven, y para ellos son una realidad. A veces te lo dicen, a
veces se callan, posiblemente por vergüenza o porque, en
algún momento, han oído decir que ver monstruos es de
bebés, y que los niños mayores saben que no existen. Estas
cosas a veces se dicen para tranquilizar a los peques, pero
realmente no funcionan. El mensaje que el niño recibe es: «Si
veo monstruos, no soy un niño mayor, soy un bebé, y tengo
que ser mayor para que me quieran. Mejor no decir nada».
Pobrecito. Tiene que esconder su miedo porque nosotros, los
adultos, sabemos todo «mejor» que ellos. Más vale que el
niño te cuente que teme a los monstruos y que juntos
busquéis maneras para domarlos.
Aquí también puedes recurrir a objetos mágicos, alguna
lucecita con poderes extraordinarios, un mantra o una
fórmula, deja que el niño busque su talismán. Solamente si
fuera necesario, porque no se le ocurre nada, le puedes
ayudar con alguna sugerencia. Un niño, todos los niños, pero
especialmente nuestros peques con AS, tienen una
imaginación sin límites; todo es posible; todo, tanto para
inventar monstruos como remedios para vencerlos,
mantenerlos congelados o, simplemente, conseguir que se
queden a una distancia prudente o, fíjate ¡que se conviertan
en aliados!
Mi hija ya era bastante mayor cuando me contó que había
monstruos en su cuarto. Ella es de temperamento colérico
(como su madre) y quiere hacer y resolver todo solita. O sea,
no se quejaba. Yo nunca le pregunté si veía monstruos; total,
si no los menciona, ¿por qué iba a ponerla en alerta? Resultó
que había monstruos debajo de la cama, pero sabía que ellos
no la podían ver, o sea, no le preocupaban demasiado. Los
que le preocupaban eran los que estaban en la silla y la
vigilaban. ¿En la silla? Sí, señora. Os lo digo para que lo
tengáis en cuenta. Los monstruos de la silla, era la ropa que
estaba allí colgada, la ropa sin guardar. Sabía perfectamente
que era la ropa, pero de noche se transformaba en
monstruos.
Qué pena que yo no tuviera ni idea; tú, querido lector,
espero que estés a tiempo de acompañar a tu nena o nene
para evitar que los monstruos le quiten el sueño.

Cuando la comida es un problema


Como siempre, cada niño es un mundo y también lo es cada familia
con su historia, sus ritmos, tradiciones y rituales. No obstante, creo
que existen consejos o ideas estándar que pueden ofrecer una
solución, o servir de idea para que te inspires y encuentres la
versión que te sea de utilidad. En este sentido los puntos que
compartiré son más indicaciones que otra cosa, con la excepción del
primero.

Cómo reaccionas. No grites al niño por un comportamiento


problemático en la mesa. No le castigues. No le compares con
otros niños (hermanos) que sí comen bien. No le insultes ni la
avergüences. Con este tipo de reacción no solamente acabas
radicalmente con la idea de compartir una comida en paz y
con buena conversación, sino que le puedes crear un serio
problema mental, afectando de por vida su relación con la
comida y el acto de comer.
Eso sí, habrá que hablar con él, pero esto hay que hacerlo
en otro momento, no durante la comida; las reglas no pueden
faltar, pero se establecen en un momento de calma y de
armonía.

Avisar con tiempo. La mayoría de las PAS de todas las


edades corre el riesgo de estresarse y saturarse cuando se
ven ante un cambio. Si estás haciendo algo, lo que sea, y de
repente te llega la orden de que tienes que ir a comer, por
muy insignificante que parezca, es un cambio de actividad. El
niño querrá terminar la actividad que está haciendo para
poder entregarse a la siguiente, en este caso, comer. Si
quieres evitar la irritación que puede provocar estar todos
sentados a la mesa esperando a tu hija AS, que tiene que
terminar de leer el capítulo de su libro; si quieres evitar gritos,
comentarios o críticas negativas, procura avisar con tiempo.
Dile a tu hija que faltan 10 minutos, después recuérdale que
faltan 5 para que esté la comida. Si quieres que se lave las
manos antes de sentarse y que vaya al baño para no tener
que levantarse durante la comida, avisa con un espacio de
tiempo más amplio.

Comerlo todo o no. Aunque la mayoría de los niños AS no


demuestra serios problemas con la comida en sí, vemos que
un 37 por ciento no quiere probar comida nueva, mientras que
un porcentaje similar se niega a combinar diferentes
alimentos. Cuando se sirve el puchero, la paella o cualquier
plato con varios ingredientes mezclados, lo que hacen es, una
vez que han recibido su ración, separar los ingredientes. Lo
puedes percibir como algo feo, de mala educación, pero
conviene entender que no lo hacen por ser desobedientes,
sino porque tienen una boca tan sensible que la combinación
de varias texturas a la vez les produce demasiados estímulos
y se ponen nervioso; si esto pasa no pueden disfrutar de lo
que comen.

El ritmo. Hay niños que comen muy deprisa y hay otros que
tardan mucho en empezar o en terminar. Cada uno tiene su
ritmo. Si te molesta la tardanza de uno es suficiente
preguntarle si todo está bien, y dejarle el tiempo que necesita.
Cuanto más intentes empujar a estos niños, más grande se
hará su resistencia. Y es un hecho, hay muchos niños con AS
(un 22 por ciento) a quienes les cuesta empezar. Puede ser
porque primero quieren internalizar con los sentidos aquello
que se encuentra en su plato; primero comen con los ojos y el
olfato. Otro motivo por el que tardan en empezar es porque
muchos (un 38 por ciento) no quieren la comida caliente,
probablemente también por la gran sensibilidad del interior de
la boca, pero quizás porque si está demasiado caliente, tiene
menos sabor.

El ritual. A lo mejor me tildas de anticuada, pero creo que el


momento de compartir la comida —una al día, al ser posible—
en familia es importante. Generalmente es el único momento
en que los miembros de una familia pueden estar juntos.
Debería ser un momento especial. Existen familias en las
cuales, antes de empezar a comer, se da gracias a la madre
tierra por «su fruto», o a una fuerza superior como puede ser
Dios. Algunos encienden una vela. Este tipo de rituales
permite crear un espacio energético que, muchas PAS,
perciben como algo positivo. Pero tanto si recurres a este tipo
de prácticas como si no, creo que compartir la comida es
compartir presencia e interés por los miembros de la familia.
Por cierto, un ritual también puede ser el propio hecho de
poner la mesa prestando atención al detalle (si hay turnos
para ponerla, cada uno puede añadir un toque personal);
cocinar juntos una vez a la semana; sentarse el domingo por
la tarde a componer entre todos los menús de la semana
siguiente. Aquí puedes ser creativo e involucrar a los hijos,
especialmente entre los 3 y 7 años (ya que a esas edades les
encanta copiarte en todo y hacer lo que tú haces: cocinar,
planchar, barrer, fregar). Recuerda eliminar las prisas, las
pantallas (incluido el televisor) y cualquier tipo de lectura. La
comida es un momento de respiro común en que cada uno
puede contar lo que quiera compartir. Es importante escuchar
con interés a quien esté hablando y no interrumpir. Recuerda
que el respeto se aprende en casa.
Las chuches. Pueden ser un problema. Quizás el niño no
coma porque no tiene hambre. Puede no tener hambre
porque no se siente bien, claro, pero también porque ha
comido —posiblemente sin que tú lo sepas— una bolsa de
patatas, bollería, caramelos; o sea, comida basura con un
exceso de azúcar y grasas malas que le aporta poco en
términos de nutrición. Lo mejor, como siempre, es prevenir.
Dar ejemplo para empezar, ya que tu hijo, como bien sabes,
aprende por imitación. Si en casa existe la costumbre y la
necesidad de picar entre comidas, quizás puedes
acostumbrarle a picar tomatitos, frutos secos, zanahorias,
algo ligero que, sobre todo, sea sano.
En este contexto quiero mencionar la necesidad, para la
gran mayoría de las PAS de todas las edades, de comer
pequeñas raciones entre horas. Tener hambre es algo que
nos pasa —nos puede pasar de un momento a otro— y afecta
directamente a nuestro estado de ánimo. Dicho de otra
manera: cuando notamos hambre, necesitamos picar o comer
algo. Es importante no ignorar esa señal de tu cuerpo, ya que,
si no picamos algo, en seguida nos ponemos de muy mal
humor ¡y eso a pesar de que las PAS solemos ser muy
amables!

Las reglas. Son necesarias, siempre. A veces el adulto las


impone («porque sí» o «porque lo digo yo») y a veces es
posible que se establezcan entre las dos partes —padres e
hijos— y valorando las necesidades de cada uno.
Personalmente creo que la segunda opción es mucho mejor
que la primera, y más en línea con la crianza respetuosa.
Pero conviene distinguir entre reglas de cara a la comida
propiamente dicha, por un lado, y las reglas sociales, por otro.
Podemos crear la costumbre de revisar las reglas (todas las
reglas que diseñamos para nuestra convivencia en familia),
por ejemplo, una vez al mes.
Si tu hija es una de esas que no soporta los ingredientes
mezclados, deja que los separe y ayúdala con esto teniendo
en cuenta su necesidad a la hora de preparar la comida. Se
sentirá valorada y el vínculo entre los dos se reforzará. Si tu
hijo no puede comer carne o si el pescado le produce
arcadas, acéptalo, no hagas que experimente la comida como
una tortura. No te rías de él, no te burles, ni te desesperes.
Tampoco pierdas la paciencia, hazle saber que le entiendes;
la empatía es una herramienta excelente para fomentar la
autoestima de tus hijos. Si sabes que tu hija no puede con el
brócoli, las espinacas o las coles de Bruselas, no se los hagas
comer, ¿para qué? Quizás, muy de vez en cuando, la invitas a
volver a probarlo; los gustos cambian.
Es importante que sepan que rigen otras normas cuando
les invitan a comer en casa de amigos, una casa con otras
reglas; conviene explicarle que, si una anfitriona ha preparado
algo para su invitado queda feo si dice que «no come eso».
Ayúdale a buscar soluciones.

Esto nos lleva a «los modales», una palabra con una carga
quizás un poco anticuada, pero en el fondo es una cuestión social,
que hace que la convivencia no solo sea más agradable, sino
también más cariñosa y respetuosa, que hace que todos se sienten
valorados.
¿Cómo te gusta que sea la conversación? Para todos es
importante que prestemos atención si alguien está contando algo, y
que no le interrumpamos. Cuando el niño habla, escúchale con
interés y haz preguntas sin criticar. Hazle ver la importancia de
escuchar a los demás cuando hablan; aquí también conviene dar
ejemplo.
Otro tema que puede entrar bajo el capítulo de los modales es la
regla que dicta que mientras se está comiendo, nadie se levanta. Si
le has dicho al niño que se lave las manos antes de sentarse para
comer, también puedes incluir el mensaje de que utilice el baño.
Esta regla no es una tontería, sino que, como la mayoría de las
reglas, contribuye a un ambiente más tranquilo durante la comida,
siempre teniendo en cuenta que, para las PAS de todas las edades
es importante limitar todo tipo de información sensorial en la medida
de lo posible.
En este sentido también es importante apagar la tele mientras se
está comiendo. Siempre. No solamente porque no fomenta para
nada la conversación durante la comida, sino por la gran cantidad
de estímulos en forma de imágenes a gran velocidad, música, voces
estridentes que —generalmente— hablan de temas que no
interesan pero que sí estresan o que producen un estado emocional
(también información) que no beneficia al niño AS en ningún
momento y menos durante la comida. No entienden ni la mitad de lo
que están viendo. Las noticias de hoy en día pueden llegar a
angustiar y traumatizar a cualquier niño, y más si es una PAS.
En cuanto a los modales propiamente dichos, personalmente me
cuesta mucho tener que compartir la comida con personas que
mastican con la boca abierta, que escupen las pipas de las uvas
directamente a su plato, que no se limpian la boca grasienta antes
de tomar un trago de su vaso o de su copa, o aquellas que, una vez
que han terminado de comer, hacen una bola con su servilleta de
papel y la tiran sobre su plato vacío, y además con los cubiertos
apuntando en cualquier dirección.
Utilizar el móvil en la mesa o simplemente tenerlo encima a la
hora de comer, es algo que no tolero (¡también va para los adultos!)
y, para terminar —sé que soy del siglo pasado—, me parece fatal
que alguien empiece a comer antes de que me haya sentado yo, la
anfitriona, la que se ha molestado en preparar la comida, a no ser
que yo haya dicho que empiecen, claro.
Para mí estas son unas reglas básicas que tienen que ver con el
respeto hacia otra persona. Creo que cualquier niño, AS o no,
debería aprenderlas. Pero ojo, esta es mi opinión y no descarto que
tú, lectora o lector, tengáis otras reglas o, quizás ninguna. También
creo que, a medida que nuestro hijo —AS o no— se hace
consciente de este tipo de reglas sociales, más tranquilo se siente
en cualquier situación social que la vida le vaya poniendo por
delante. Como PAS, nos va genial no tener que preocuparnos por lo
que sea, si podemos evitarlo.
¿Lo más importante de las reglas, sean las que sean? Sé
consecuente, también cuando estás cansado o has tenido un mal
día.
Imponer modales con gritos o premios y castigos no es la mejor
idea; siempre es mejor dar una explicación con calma y hacer ver al
niño que, al compartir la comida con otras personas y utilizar nuestra
capacidad empática, podemos preguntarnos cuál es el efecto de un
determinado comportamiento en aquellos que nos ven comiendo.
Ser social o tener un comportamiento social, es algo a través de lo
que podemos expresar nuestro respeto a la otra persona.
Ahora, no esperes que un niño muy pequeño coma con toda
corrección ni que entienda de las reglas sociales. La introducción de
los modales —siempre dando ejemplo— es algo que deberías ir
haciendo paulatinamente, una regla cada vez, a partir de que el niño
tenga unos 4 años.

Jugar, juego y juguetes


Aquí tenemos un tema cuyas tres facetas quizás merecen unas
palabras. Cada vez que menciono este «trío» siento un poco de
pena y, no me avergüenza decirlo, también me siento mayor y
anticuada. No obstante, y a pesar de haber hablado ya sobre el
juego en el segundo capítulo, me gusta entrar en más detalles.
La primera infancia es la única fase de la vida en la que el niño
realmente es niño, en la que puede serlo con toda la legitimidad, sin
que nadie le perciba como torpe cuando, por ejemplo, está
aprendiendo a montar en bici. Cualquiera entiende que un niño
pequeño tiene que aprender de todo, desde levantar la cabeza,
ponerse de pie y caminar, usar el orinal, formar palabras y
conectarlas hasta poder hablar y transmitir un mensaje con
coherencia. En la primera infancia se aprende a desarrollar la
motricidad y la base de la conducta social. El resto de la vida, que
todos deseamos que sean muchos años con buena salud, lo tiene
para desarrollar el intelecto, para aprender las asignaturas más
intelectuales.
Jugar es imprescindible y obligatorio para un sano desarrollo del
niño; por favor, no le quitemos ese derecho en la primera fase de su
existencia.
Cuando digo jugar quiero decir jugar de verdad. Como niño AS,
será preferiblemente con un máximo de una o dos amiguitas a la
vez para evitar la sobreestimulación. Los juegos de mi infancia —las
chapas, las canicas, saltar a la comba y a la goma, las cocinitas,
imitar a los mayores, jugar a tiendas o restaurantes copiando las
situaciones sociales reales— siguen siendo ideales y
recomendables. Patines, bici, skateboard, trepar a los árboles,
correr, el balón, también. Me diréis que ¡la calle ya no es un lugar
seguro! Lo sé. Si no tienes la gran suerte de vivir en un pueblo o,
por lo menos, cerca de un parque o de un lugar donde los peques
tienen «su» espacio, estos juegos al aire libre requieren de nuestro
tiempo y posibilidad de acompañarles. Si tu espacio vital (piso, casa)
lo permite, igual hay que «sacrificar» unos cuantos metros para que
el niño pueda jugar.
En el piso de mi infancia, en mi Ámsterdam natal, mi madre nos
permitía ir en patines y en bici por el largo pasillo, mientras el salón
era nuestro espacio para mover y amontonar mesas, sillas y lo que
fuera para construir castillos, tiendas, casas de muñecas, para
meter los peluches y… para el gato y el perro que nos acompañaron
durante la infancia, a mi hermano y a mí. Ahora, de adulta y
sabiendo lo que sé, me puedo imaginar que esto, siendo ella PAS y
muy ordenada, debió ser un gran sacrificio.
Yo crecí en los años cincuenta del siglo pasado, aquel tiempo en
que los televisores empezaron a conquistar el mercado y las casas.
Pero en la nuestra no hubo tele, al menos no hasta mi adolescencia.
Mis padres, ya por aquel entonces, entendían de la «magia» de la
pantalla y el gran poder cautivador sobre sus espectadores,
entonces realmente insignificante en comparación con la tremenda
atracción de los móviles y tablets de hoy. Menos mal que cada vez
hay más publicaciones sobre el daño que hace (el exceso de) esa
tecnología no solamente en el desarrollo cerebral de los niños, sino
también en lo que se refiere a la interacción social y la capacidad de
manejar la frustración, el aburrimiento (no hay «espacio» más genial
para el aprendizaje creativo que el aburrimiento) y los conflictos. O
sea, cuando hablo de jugar y de juguetes, me refiero a algo que
tenga que ver con los sentidos, algo que requiera alguna actividad
física y que no sea una pantalla.
Los juguetes ideales para los niños con AS, deben de tener un
tacto agradable, esto es lo primero de todo. Las muñecas de
plástico duro no serán las favoritas, sino más bien aquellas de
materiales blandos y telas naturales. Si tiene que ser duro —y
queremos deshacernos del plástico—, opta por juguetes de madera.
Aparte de que estéticamente son mucho más atractivos, tienen un
tacto que gusta (ya sabes de la importancia del tacto para nuestros
peques PAS), tienen más peso y presencia, duran mucho más;
tanto, que envejecen tan estupendamente que pueden pasar de una
generación a la siguiente. Con lo cual el argumento de que son
caros, es relativo. También creo que vale más tener pocos juguetes
buenos que muchos de poca calidad, no solo por reducir el consumo
en general y del plástico en particular, sino también —y
especialmente— para evitar la saturación y la sobreestimulación.
Entonces, ¿nada de plástico? La crítica medioambiental se
enfoca en primer lugar en el plástico de un solo uso. La mayoría de
los juguetes de este material suelen ser de un uso repetido, o sea,
en este sentido son menos «dañinos». Creo que pueden ser muy
prácticos para jugar fuera, para llevarlos cuando vas de viaje o de
excursión, son ideales para la playa y para juegos con agua. Claro
que sí. Es decir, creo que es algo que merece ser valorado según
las circunstancias, tampoco se trata de ser dogmático.
Por último, quiero mencionar los juegos de sobremesa. Soy muy
fan de juegos de toda la vida como el parchís, las damas, el ajedrez,
el backgammon; la lista es larga. ¿Por qué me gustan tanto? En
primer lugar, porque fomentan la interacción social y se juega en
grupos reducidos. Si se juegan en familia, permiten que crezca el
lazo de conexión entre los miembros, lo cual en sí es muy
importante, y ayuda a que nuestro peque (y no tan peque) PAS se
sienta seguro y valorado. Aparte de eso, no hay que subestimar los
importantes aprendizajes que el niño va asumiendo gracias al juego,
que le servirán para el resto de la vida: aprender a perder sin sentir
rencor, a ganar sin sentirse mejor que los demás, a tener paciencia
y frustración, y cómo gestionarlas, aprender a controlarse y crear la
oportunidad para que otra persona también pueda ganar y, como
guinda, aprender a alegrarse por la victoria de los demás y
celebrarla. ¿Hay algo mejor?

Limitar el acceso a móviles y tablets


La preocupación sobre el uso que hacen los niños de las pantallas
—incluso niños muy jóvenes—, se está extendiendo hasta llegar a
ámbitos educativos y de salud mental donde muchos pediatras
están reclamando máxima precaución. Al poner los términos en
Google te salen miles de «hits». Los efectos dañinos generalmente
son bastante claros, pero quitar el móvil a un niño que ya lo tiene y
protegerle de los riesgos, no siempre es fácil. También hay grados
en la preocupación y los expertos no se ponen de acuerdo. Algunos
exigen que no exista «ninguna exposición a pantallas para los
menores de 18 meses», y otros, más severos, optan por «ninguna
exposición para los menores de 7 años e incluso mayores». Hay de
todo, y podemos encontrar consejos para un uso (muy) moderado y
siempre vigilado. Los riesgos y peligros son múltiples, vuelvo a
destacar algunos: desarrollo cerebral inadecuado en bebés hasta 2
años relacionado con déficit de atención; retrasos cognitivos;
aumento de impulsividad y rabietas por falta de control; retrasos en
el desarrollo de la motricidad y en consecuencia en el rendimiento
académico y la atención; riesgo de obesidad por sedentarismo;
alteración del sueño, mayor dificultad para conciliarlo y por ende
problemas con el rendimiento académico. En cuanto a la salud
mental, el uso de pantallas se relaciona con el aumento de
depresiones y ansiedad en la infancia, trastornos de vinculación,
trastorno bipolar hasta psicosis y problemas de conducta infantil en
general; por el hecho de que los niños aprenden imitando, los
contenidos violentos y agresivos pueden afectar la conducta. La
gran velocidad de los contenidos puede afectar la capacidad de
memorizar; existe riesgo de adicción —un estudio afirma que uno de
cada 11 niños entre 8 y 18 años es adicto—; la OMS clasifica los
teléfonos móviles como un riesgo para la salud debido a la radiación
emitida, estipulando que los niños son más sensibles a los campos
electromagnéticos, los cuales conllevan un mayor riesgo de contraer
enfermedades como el cáncer; y, por último, riesgo elevado de
ciberbullying y abusos de todo tipo. A todo esto cabe añadir que los
niños con alta sensibilidad son todavía más sensibles a estos
riesgos, simplemente por el hecho de que absorben más en todos
los sentidos por las características del rasgo que ya hemos visto
más de una vez. El riesgo añadido de la sobreactivación será, para
los niños AS, otro argumento en contra del (mal) uso de las
pantallas de todo tipo, incluida la televisión. En resumen, no es algo
que tomar a la ligera.
Ahora, ¿qué hacer si quieres que tus hijos dejen su tablet y su
móvil, y se levanten del sofá para jugar en la calle, leer un libro,
tener una conversación, tocar un instrumento, dar una vuelta en bici,
acompañarte en ese paseo por el parque, o, simplemente para
mirarte? Puede ser que te cueste.
Ante todo, nada de móviles para críos, ni tablets, ni tele, pues, el
mando lo llevas tú. Es fácil de decir, lo sé. También, sabiendo que
los niños aprenden por imitación, hay que dar buen ejemplo. Las
pantallas fuera de casa. Se reservan para el ámbito laboral y punto.
En la mesa, ¡ni se te ocurra! También hay que tener muy claro que
las tablets y los móviles no son canguros. No digo más.
Es importante hablar con los niños sobre los riesgos.
Simplemente quitarles el aparato no soluciona el problema. Les
hablamos del sexo seguro, del riesgo de tomar drogas, ¿por qué no
hablarles de los riesgos de los medios sociales? El enganche, el
elevado riesgo de ciberacoso, los contactos virtuales inseguros,
compartir fotos personales e íntimas, los juegos y aquello que
algunos, como Fortnite, Ballena Azul o Momo conllevan. Según los
valores que manejas en tu familia, conviene implementar reglas
estrictas en cuanto a los horarios y las apps que se instalan. Cada
«ping» que avisa de un nuevo mensaje tiene algo irresistible y es
por tanto muy difícil de ignorar. Lo es para los adultos, pero mucho
más para los niños. Es especialmente irresistible para aquellos con
alta sensibilidad, que creen que, para caer bien y agradar, es
absolutamente necesario reaccionar en seguida. Esto también vale
al revés: cuando ellos mandan un WhatsApp a una amiga y no
reciben una respuesta en el mismo momento, se empiezan a
preocupar. ¿No es mejor evitar estas preocupaciones superfluas e
innecesarias llegando a un acuerdo de que esas apps no se
instalan? ¿O solamente bajo determinadas condiciones? El
problema puede ser el contexto social, como, por ejemplo, los
grupos de WhatsApp de los colegios. Menos mal que vemos una
creciente resistencia hacia su uso, y parece que incluso adultos que
ni siquiera son PAS se saturan por el aumento del intrusismo de los
móviles. Si notas que tú o tu niño no sois capaces de resistir la
llamada de los «pings», hay un problema.
Si tiene que haber móviles en casa (sé que hay empresas que
exigen que el empleado esté localizable durante un horario
determinado), por lo menos, llegad a un acuerdo de silenciar los
avisos.
En cuanto a los videojuegos, la OMS considera el trastorno por
videojuegos una enfermedad mental. Según ellos, este trastorno se
caracteriza por un comportamiento de juego continuo y recurrente,
vinculado a tres condiciones negativas que son consecuencia del
mal uso de estos juegos: falta de control en cuanto a la frecuencia,
la duración, la intensidad o contexto; el juego empieza a cobrar
prioridad sobre otros intereses o actividades de ocio, u obligaciones
diarias; y la conducta continúa o aumenta, a pesar de percibir las
consecuencias negativas del juego.
Podría seguir con este tema, pero no quiero extenderme más.
Creo que queda claro que el (mal) uso de las pantallas me preocupa
en general, pero especialmente en relación con los niños con AS.
Todos los niños son vulnerables; los niños AS, por sus
características tan bellas e inocentes, lo son mucho más. Su futuro
está en juego. No lo digo por ser dramática, sino porque conozco ya
a varios niños AS que han perdido sus enormes ganas de contribuir
a crear un mundo mejor, que tienen conflictos sociales, que no
saben «jugar» el juego de la vida mediante el interés y la empatía
por los demás y que se han convertido en inválidos emocionales.
Dejaron el cole y el trabajo no les interesa. En fin…

Cuando hay problemas en el cole


En el segundo capítulo hablamos sobre la guardería y el colegio en
general. Ahora me gustaría entrar un poco más, también desde la
perspectiva de encontrar soluciones o herramientas que os pueden
ayudar en los obstáculos que tú y tu niño AS vais encontrando.
Según la encuesta, el problema más grande con que las PAS
van topando en el ámbito escolar, es ese horrible miedo de no
poder, de no ser suficiente, de no dar la talla, este miedo a fallar.
Casi un 45 por ciento de los niños con alta sensibilidad está lidiando
con esta horrible sensación. Una de las características generales del
rasgo, aunque no pertenece directamente a los cuatro pilares, es el
fuerte deseo de querer hacer bien las cosas a la primera. Y esto lo
puedes ver como una trampa. Cuando, de entrada, el niño se
percata de que algo le va a costar más de la cuenta, a veces
prefiere descartar la tarea. Hay un número de niños AS que tienen
tendencia a solo querer hacer las tareas en las que saben de
antemano que el riesgo de fallar es mínimo. Si el niño intenta
esquivar aquello que estima demasiado difícil, es posible que sus
notas vayan sufriendo. El miedo a fallar se puede dar en todos los
ámbitos, en lo cognitivo, en lo social y también, en el desarrollo de la
agilidad física.
Aprender algo nuevo, hacer algo nuevo, conocer a gente nueva,
visto desde la perspectiva PAS, implica un cambio y conlleva riesgos
en múltiples sentidos. Algo nuevo, da igual lo que sea, implica
mucha información desconocida que, siendo PAS, te puede venir
grande y te puede saturar. Quizás te apetece hacer algo, pero te
echas para atrás ya que, siendo consciente de todo lo que podría
salir mal, decides que mejor ni intentarlo, «por si las moscas».
¿Os acordáis de esa característica de observar antes de entrar
en acción? Esa manera de funcionar que Elaine Aron llama pause
and check y que, según ella, es la característica más esencial de las
PAS. Antes de levantar la mano, valoras todas las opciones y no
solamente la de la respuesta correcta, también miras a los
compañeros, a quién levanta la mano y valoras la probabilidad de
que respondan bien ellos, observas la cara y la actitud del profe
para valorar su disposición emocional, valoras si vale la pena llamar
la atención, calculas el riesgo de ser tachado de empollón (algo que
puede llamar la atención del bully) y si finalmente decides
arriesgarte, y el profe ya ha dado el turno a un compañero, se te
escapa un suspiro de alivio.
Otro ejemplo puede ser que tu madre quiere que te apuntes a
clases de música y que elijas un instrumento. Te cuesta un montón
elegir porque tiene que ser un instrumento que es relativamente fácil
de aprender, y esto puede ser un problema. Valorarás todo lo que
hay a favor y en contra. Si luego te enteras de que en la escuela de
música quieren que participes en la orquesta, tu miedo a no estar a
la altura de los demás o el miedo a tocar en público, puede hacer
que decidas que la música no es lo tuyo. Somos tan complejos,
¿verdad? Damos tantas vueltas a los temas y los riesgos que no es
de extrañar que necesitemos muchos momentos en los que lo único
que queremos es ¡nada!
Si tu niña lucha con estos miedos, la pregunta es, ¿qué puedes
hacer?
Cada miedo es una realidad para la persona que lo sufre, me
imagino que lo tienes claro y que no le dices al niño que sus miedos
son tonterías. Existen miedos profundos que requieren de un
tratamiento profesional, pero en muchos casos nosotros, los padres
o los educadores del pequeño PAS, podemos hacer mucho para
ayudarle.
El primer punto, pues, está claro: no ningunees el miedo.
Recuerda que, si quieres ayudar al niño, hace falta que lo tomes en
serio, siempre. Para poder hablar sobre sus miedos, el niño tiene
que sentirse seguro en su relación contigo. Mientras que se sepa
aceptado, valorado y amado incondicionalmente, se abrirá. Como él
es consciente de los muchos riesgos que conlleva una determinada
situación que le genera este miedo, invítale a que te hable sobre
ello. Esto no es para aumentar la negatividad, sino para que
muestre sus miedos ya que, al sacarlos a la luz, al compartirlos
contigo, pierden mucha fuerza. Si él mismo ha pensado en posibles
soluciones, que las mencione. También es importante hablar de las
ventajas de las actividades que le propones. De la misma manera
que preparas a tu peque PAS para cualquier actividad nueva, le
puedes hablar de las ventajas de saber tocar la guitarra, de
participar en el día deportivo del cole o en la excursión organizada
por algún colectivo. No se trata tanto de competitividad como de
compañerismo y del camino en sí.
Es importante poner el enfoque en el proceso y no en el objetivo
final. No se trata de hacerlo todo maravillosamente bien a la primera
(ya sabes, esa tendencia de las PAS), sino de practicar, de cometer
errores y de ir mejorando poco a poco. Como madre o padre
aplaudimos la actitud, la alegría, los pequeños avances, las
soluciones encontradas. No es aconsejable loar la inteligencia,
(«qué listo eres»), los resultados («fantástico, ese diez»), y conviene
evitar comentarios tipo: «Esto no es para ti, no serás capaz» o
«Vaya, qué decepción. Esperaba más de ti».
Otro problema, según la encuesta, es que un 38 por ciento de
niños simplemente no tiene ganas de ir al cole. Ya hemos visto que
esto puede ser porque el niño es víctima de bullying, porque no ha
terminado los deberes, porque no ha dormido lo suficiente, o, y esto
es algo frecuente, porque el niño no se siente aceptado por la
maestra, ya que se da cuenta de que no le entiende. También puede
ser que siente que no encaja. A la mayoría de las PAS, por su
conciencia social y la necesidad de pertenencia, no encajar les
produce mucho dolor y soledad. A veces vemos que intentan
adaptarse al grupo, pero no suele funcionar. Así pues, el origen del
rechazo al colegio puede ser muy diverso.
Tenemos como ejemplo el caso de Sabel, una niña muy sensible
de 7 años, que se resistía a ir al cole porque la maestra insistía en
que se sentara al lado de Marisa. Marisa, la pobre, tenía un
problema de olor, por no lavarse y llevar la ropa sucia y Sabel no
podía con ello. La pequeña no quería quejarse de Marisa, ya que se
dio cuenta de que no tenía la culpa de su estado higiénico y sufría
mucho. Sabel, por pequeña que fuera, estaba viviendo su primer
dilema moral.
Un problema también puede ser que el niño pertenece a una
minoría y no es aceptado por el entorno. El lado positivo de la
diversidad no está reconocido en todos los ámbitos y esto supone
un grave problema. En primer lugar, por el propio niño, que, al ser
PAS ya es diferente y tiene un comportamiento distinto, pero
también por el nivel de tolerancia y de aceptación de la sociedad en
la que vivimos.
Sea cual sea el origen de la resistencia, si has podido descartar
que el problema sea de casa, y tiene que ver con algo que ocurre en
el cole, no queda otra alternativa que hablar con la maestra. En
ocasiones, la solución es buscar otro colegio.

Acoso escolar y PAS


En el cole nunca estoy sola y no pasa nada, siempre hay maestros o padres.
Forma parte de un programa anti-bullying que tienen. Pero en el bus que
tengo que coger para ir a casa, no puedo recurrir a nadie, igual que durante el
trecho que tengo que andar después. Me persigue. En el bus se sienta a mi
lado y me mete mano. He intentado de todo: coger otro bus, entrar con él y
salir en el último segundo, ir a casa de una amiga para irme luego más tarde,
portarme mal en clase para tener que quedarme una hora más, pero no hay
manera. Me ha hecho de todo y saca fotos y las publica. Cuando me toca me
paralizo, no puedo reaccionar. Quiero gritar, quiero darle una patada. No
puedo. Me congelo. Si se lo digo a alguien, me amenaza con decirle a todo el
mundo que le he buscado yo. Me da vergüenza. Tenía mucho miedo y cuando
no podía más, finalmente se lo conté a mi madre. Ahora estoy en otro cole.

Esto lo cuenta Juani, una preadolescente que es PAS. Tengo


más relatos de este tipo, de otros niños AS. Todos se dan cuenta de
que son diferentes, pero no entienden por qué es un problema. El
bully que manda en su clase o en su club les ve como víctimas
fáciles, porque lloran en seguida o se bloquean de pavor y le dejan
hacer. Las pequeñas PAS que sufren acoso no suelen ser las PAS
extrovertidas, porque estas generalmente saben camuflarse más y
no llamar tanto la atención. Las víctimas PAS pertenecen al grupo
de los niños introvertidos, los que, por ser tan sensibles y sentirse
ajenos al grupo bullicioso, se suelen mantener al margen, participan
lo menos posible en actividades de grupo, y suelen querer pasar
desapercibidos. No hablan mucho, son más bien silenciosos. Por
eso les cuesta contar lo que les pasa, prefieren sufrir en silencio y
rezar para que el bully les deje en paz, generalmente sintiéndose
terriblemente solos y atemorizados. Como padres es difícil detectar
que algo les está pasando. Como siempre han tenido la costumbre
de retirarse a su cuarto o a un rincón de la casa, y lo siguen
haciendo, un padre puede pensar que está todo bien, que todo es
normal.
Tu niña o niño AS puede tener un carácter introvertido, ya sabes
que la mayoría de las PAS lo tiene, pero también tiene todas esas
cualidades que marcan este rasgo: suelen tener curiosidad por
aprender y comprender, son sociales y sociables ya que gracias a
su empatía tienen un interés por la gente de su entorno. Ayudan a
los demás sin pensarlo y se puede decir que generalmente son
maduros para la edad que tienen. Solamente quieren paz y armonía
y, por ende, no hacen daño. Esto hace que tampoco entiendan que
hay niños (y no tan niños) que buscan hacer daño. Además, por sus
reacciones emocionales y su inocencia llaman la atención del bully;
son víctimas «gratas y sencillas». Son vulnerables y una vez
acosados, el miedo les hace más vulnerables todavía. Sabemos que
los niños que consiguen no mostrar miedo no le interesan al bully.
Puede ser útil buscar vídeos en YouTube de Brooks Gibbs. Sus
ideas anti-bullying son muy buenas y se basan en la convicción de
que el amor es más grande que el odio. Los hay con traducción al
castellano.
Yo soy partidaria de la conversación en casa. Se puede
conversar durante la comida (tele apagada y móviles lejos de la
mesa), por ejemplo, o se puede tener un momento fijo durante la
semana en el que toda la familia está presente y cada uno cuenta
sus experiencias y reflexiones, mientras los demás escuchan sin
opinar ni interrumpir. La idea es crear un ambiente de confianza y de
respeto en el que el niño, y todos, se sientan valorado, amado y
respetado. Allí el niño AS, y todos los demás, pueden aprender que
ser diferente, ser sensible, no es una debilidad sino una fortaleza.
Como padres tenemos que recalcar esto, ya que es importante que
nuestro hijo crezca con una sana autoestima, basada en la
seguridad de que él, por ser sensible, emocional, social, pacífico, no
es ni mejor ni peor que otros niños, que tendrán otras cualidades.
Enséñale a tu hijo que la diversidad enriquece y que por eso
conviene valorarla siempre. En un entorno de este tipo, cálido e
imbuido por el auténtico interés de todos los miembros de la familia,
nuestra hija con alta sensibilidad no dudará en contar lo que le pasa
en el cole, en el camino a casa o en cualquier ambiente donde se
encuentre. Cuanto antes sepamos que hay algún problema, mejor.
Conviene hablar con el colegio, con los maestros. Por supuesto no
podemos esperar a que el colegio resuelva el problema, como
padres también tenemos una responsabilidad.

La conversación con tu hija o hijo PAS


Hemos mencionado la necesidad de hablar con tu peque después
de la rabieta, una vez que se haya calmado. Esta es una necesidad
y no hay excusas. Pero no es el único momento en que es
importante hablar con tu peque PAS. Tener conversaciones es algo
que no puede faltar y, por muy ocupado que estés, hay que buscar
el tiempo. Como hemos dicho antes, una buena idea es tener una
reunión familiar una vez a la semana, siempre en el mismo día y a la
misma hora. Con ritmos establecidos evitamos sorpresas, las rutinas
son muy importantes para los niños con el rasgo de la alta
sensibilidad. Pero aparte de la reunión familiar, el diálogo, la
conversación siempre es importante. Se dice «hablando se entiende
la gente», y es una gran verdad. Aquí os dejo algunas ideas para
que estas conversaciones sean respetuosas y agradables:
A lo mejor ya te has dado cuenta de que, si quieres llegar a
conectar con tu pequeño PAS, tienes que ser consciente de tu
manera de hablar. Tu presencia debe ser plena, debes ser
consciente de tu intención. En primer lugar, has de ser honesto ya
que los niños AS tienen esa antena que les permite intuir si tu
mensaje es verdadero, si contiene una mentira o si tu intención no
coincide con tus palabras. Te aconsejo no mentir nunca, mentir a un
niño AS puede significar el fin de una buena relación.
Luego el tono, los decibelios. Cuanto más levantes la voz, más
estímulos le llegarán al niño, y ya sabes, a las PAS les afectan
mucho los estímulos ya que siempre existe el riesgo de saturación.
Es decir, no es buena idea gritar a una PAS. Ni siquiera cuando
estés enfadado. Si quieres que el pequeño PAS entienda que algo
no te ha gustado, una suave corrección suele ser más que
suficiente. Una PAS, independientemente de la edad, es un ser
concienzudo a quien le gusta hacer las cosas como toca, y suele
tener un fuerte deseo de hacerlas bien a la primera, también porque
no quiere llamar la atención, no quiere molestar a nadie y le importa
mucho caer bien. Si hace algo que tú percibes que está «mal», evita
el castigo y dale el beneficio de la duda, un margen para poder
mejorar. Por ejemplo, si tenéis que acudir a una cita, explícale que
es importante no llegar tarde ya que hacerlo molesta a otras
personas, por eso necesitáis salir de casa a tiempo. Explicarlo de
esta manera será mucho más efectivo que chillarle para que se dé
prisa. También suele funcionar pedirle su colaboración para que una
tarea salga bien. A muchas PAS les gusta sentirse corresponsables
y es una manera de ayudar a la creación de una buena autoestima y
conciencia social.
Sandra, la madre PAS de Guille (de 7 años), está trabajando
para cambiar la manera tradicional de educar que ha aprendido en
su casa, por un estilo más respetuoso y cariñoso. Me dice:
Tus consejos son buenos y te hago caso cuando puedo. Pero no me resulta
nada fácil conversar con Guille. Me he propuesto, como sugieres, sentarme
con él, en la merienda después del cole. Veo que agradece que me tome ese
tiempo para él, pero cuando le pregunto: «¿Has tenido un buen día?»,
solamente contesta con un «sí». Hago otro intento y pregunto: «¿Cómo ha
sido?». «Bien». «¿Qué ha pasado?». «Nada». Fin de la conversación. Sé que
está cansado, pero creo que se puede aspirar a más, ¿o no insisto ya?

Suprimo una sonrisa, porque he tenido este tipo de


conversaciones con mis hijos y recuerdo quejas de mi madre porque
parece ser que yo era igual de comunicativa. Esto nos lleva al tema
del contenido que, aparte de que tiene que ser honesto, conviene
que invite a un diálogo, siempre que sea posible y el momento se
preste a ello. Los pequeños PAS reflexionan mucho y suelen preferir
preguntas que les hagan pensar o que estimulen su imaginación.
En este sentido, en lugar de preguntarles algo estándar y vago,
os sugiero ser un poco creativos y hacer preguntas más específicas,
algo como, por ejemplo:

¿Has hecho hoy algo especial de lo que te sientas orgulloso?


¿Con quién has compartido tu galleta?
¿Has aprendido una palabra nueva?
¿Alguien te ha hecho sonreír?
¿A quién le has hecho sonreír?
¿Me enseñas algo que yo no sé?
¿Qué es lo que te ha costado más en el día de hoy? ¿Qué
deseas que pase mañana?
¿Con quién has jugado?
¿A qué has jugado?
¿Qué es lo que más te ha gustado de este día?
¿Alguien o algo te ha hecho sentir valiente?
¿Ha habido algo que no has entendido bien?
¿Ha habido algún momento en el cual te has sentido
inseguro?
¿Has visto a alguien que no lo ha pasado bien?
¿A quién has dado las gracias hoy?

Preguntas de este tipo llevan a la conversación, a profundizar en


un tema y hacen que el niño tenga que hacer pequeños ejercicios
de introspección que, una vez interiorizados, forman la base de la
comprensión de sí mismo que le servirá el resto de su vida. Si en el
colegio hay problemas como el bullying, conversaciones de este
tipo, poniendo verdadero interés para lograr una conexión, pueden
ayudar a que salga el tema del acoso, sin que el niño sienta
vergüenza.
Hemos hablado sobre problemas con el sueño y, más
específicamente, en relación con ese tipo de niños que piensan y
piensan, y a quienes les cuesta soltar el día porque siguen dando
vueltas a todo lo que han experimentado. Este tipo de preguntas
pueden ayudar mucho a «ordenar el día» antes de que se vayan a
la cama.
Evidentemente conviene tener en cuenta la edad de los
pequeños y su conciencia de las cosas que les pasan. También
según la edad variará su capacidad para reconocer la propia
emocionalidad.
En cuanto a cómo debemos hablar a los pequeños (a todos, no
solamente a los niños AS), además de cuidar el tono, es muy
importante utilizar la capacidad empática para ponernos en el lugar
del niño y preguntarnos lo que puede entender de nuestro mensaje.
Veamos esto con más detalle: tú quieres transmitir algo y lo haces
desde tu propio contexto, tus experiencias vitales, tu mochila
emocional, tu moralidad y tus valores y —¡muy importante!— tu
estado de ánimo. El niño no comparte tus experiencias vitales, su
mochila emocional apenas existe y todavía está aprendiendo a
reconocer y nombrar las emociones que le invaden. Hasta la
adolescencia, cuando empieza a desarrollar sus propios valores, no
tiene ni idea de lo que es la moralidad. Me puedo imaginar que al
leer esto piensas que es obvio, que no hay necesidad de decirlo.
Pues, desde mi propia experiencia y desde las experiencias de
muchas madres y muchos padres sé que no es tan natural tener
este tipo de reflexión siempre presente. Te lo garantizo. Si, por
ejemplo, le decimos al niño: «¿Otra vez? ¡Si ya te lo he explicado
mil veces!», después de que antes hayamos afirmado: «Cariño,
recuerda, cuando haya algo que no entiendes, ¡pregunta!», cuando
vuelve a preguntar la misma cosa por enésima vez (no lo hace por
molestar, sino porque realmente no lo entiende) el mensaje que le
llega es: «Soy tonto. Soy torpe. No valgo. No me quieren. No me
quieren cuando hago preguntas. No me quieren cuando no
entiendo». Intenta, por un momento, ponerte en su lugar, es horrible
¿verdad? Es una bofetada. Son frases que, si fueras un niño
pequeño e inocente, te harían pasar vergüenza. La próxima vez,
para ahorrarte otra bofetada, no volverás a preguntar.
Me sabe mal tener que decirlo, pero no es nada excepcional
escuchar a los padres decirles a sus hijos cosas tan brutas e
insultantes como: «¡Eres tonto!». «¡Eres imbécil! ¡Qué torpe eres!» y
otras perlas de este tipo. Por favor, no lo hagas. No lo hagas si
quieres que tu hija o tu hijo llegue a ser un adulto equilibrado,
seguro de sí mismo, capaz de abrazar la vida y de dejarse abrazar
por ella, sin sufrir problemas de autoestima, sin sentirse
avergonzado, pisado y no valorado. La autoestima de la persona se
fundamenta en la infancia. Recuerda lo que descubrió Michael
Pluess: los niños AS que han pasado por una buena infancia, de
adulto no suelen desarrollar problemas de ansiedad y de depresión.
Entonces, en lugar de hacer que se sienta pequeño y humillado, es
mucho mejor no perder la calma, centrarte en el amor incondicional
que sientes por él y decirle algo como: «Creo que sí lo has
entendido. Venga, pruébalo otra vez. Te ayudo; vamos, pasito a
pasito».
Muchos de los padres trabajamos más de la cuenta por
necesidad, tenemos preocupaciones y estamos cansados y
estresados. Entiendo perfectamente que, con todo lo que pesa
sobre tus hombros, es fácil tener la mecha más bien corta y que te
sientas irritable. No eres una santa, no eres un ángel y tienes tus
límites. Lo sé, muchas veces hablamos a los niños de manera
reactiva, automática y recurrimos al «no», en lugar de invertir el
tema y decir lo que queremos que el niño haga. Generalmente, y
sobre todo cuanto hay prisas, es más fácil ser negativo que positivo.
Daré unos ejemplos, poniendo ambas variantes.

Negativo Positivo

¡No grites! (Un Si hablas más bajo te entiendo mejor.


clásico, y casi
siempre lo
decimos gritando).

¡No corras! Si vas más despacio verás más; puedes disfrutar más; tu
hermanito te puede seguir; puedo ir contigo; dame la mano y
vamos juntos (depende del contexto).

¡No toques! La señora tiene miedo de que se rompan sus cosas; podemos
verlas juntos y si queremos ver algo mejor, le pedimos que nos
lo enseñe, ¿te parece?

¡No exageres! Juega con ellos, es divertido, ya verás, ¿te animas? Veo que no te
gusta. ¿Nos quedamos un rato para ver cómo juegan?

¡No mientas! ¿Estás seguro de lo que dices? ¿Realmente ha sido así?


(Siempre y
cuando tú, como
adulto tampoco
mientas, ya que
los niños nos
copian en todo).

¡Esto no se hace así! Veo que lo sabes hacer muy bien, pero hay otras maneras de
hacerlo. Ven, te lo enseño.

¡No tires las cosas al Las cosas se pueden romper, sería una lástima. Si quieres
suelo! ponerlo en el suelo, te ayudo con calma. Ven, lo recogemos.
Si tiras los papeles al suelo, alguien tendrá que recogerlos. Es
mejor para todos tirarlos directamente a la papelera, y si no
encontramos papelera los llevamos a casa para tirarlos allí.

¡Cálmate ya! Estás asustado, ven, dime cómo te puedo ayudar.

¡No saltes! Ven, siéntate conmigo un momento. Luego saldremos a la calle y


podrás correr o saltar a la comba, ¿quieres?

¡No pegues! Veo que estás enfadado, pero pegar duele, también te duele a ti.
Respira, y cuéntame qué ha pasado.

¡No te quejes! ¡No Veo que esto no te agrada, que no te sientes cómodo. ¿Quieres
exageres! que primero miremos un rato y luego hablamos?

Se trata pues de, en primer lugar, darte cuenta del mensaje que
el niño recibe, y si hablamos desde el «no», sin ofrecer una
solución, una salida, sin ofrecerle la mano, hablamos olvidando la
conexión y la empatía. Con un mensaje negativo, lo único que el
niño oye es: «Soy malo, no valgo, no me quieren».
Es importante, pues, acostumbrarte a cambiar la negatividad por
un mensaje positivo. Si a ti te han educado con noes (algo bastante
frecuente) es normal y automático que repitas las mismas órdenes a
tus hijos, ya se te han quedado grabadas. Si nadie te avisa de que
puedes hablar a tu niño de otra manera, desde otro lugar, es
probable que no cambies las formas porque, simplemente, te falta
conciencia y herramientas. Ahora que dispones de ambas, por favor,
inténtalo. Evidentemente, en caso de un peligro inminente, sí
puedes utilizar una orden negativa, aunque también existen
variaciones, como: ¡no corras al cruzar la calle! o ¡camina despacio
al cruzar la calle!
4

PAS SÍ, ¡PERO MUCHAS COSAS MÁS!

«El niño pequeño despierta en nosotros toda una serie de sentimientos:


asombro cuando contemplamos cómo se desarrolla paso a paso de una
manera tan maravillosa, ternura cuando percibimos su inocencia, esperanza
cuando tratamos de imaginar su futuro que apenas está empezando a
desarrollarse, reverencia por su valor para entrar en la vida terrenal, y mucho
más. Vivir con niños nos da la posibilidad de convertirnos en mejores seres
humanos y desplegar cuidado y protección en nuestras almas. El niño
pequeño nos trae alegría y bondad y despierta en nosotros un sentido de
responsabilidad: responsabilidad por el futuro».

LOURDES TORMES

Las PAS compartimos un rasgo, eso sí, pero hay muchas más
cosas —otros rasgos, características, facetas de la personalidad,
material genético, contexto familiar, mochilas— que no compartimos
y que es nuestro. Esto hace que cada uno sea único, con su mezcla
de ingredientes muy personal. Ningún niño se parece a otro, ni física
ni emocionalmente. Que todos los niños con alta sensibilidad sean
tranquilos, introvertidos, ángeles es una fábula. Hay tanta diferencia
entre los niños con AS, que a veces no resulta nada fácil detectar en
ellos el rasgo, hasta el punto de que incluso los profesionales se
equivocan y diagnostican un trastorno, cuando el niño «solamente»
es altamente sensible.
Como bien sabes, el rasgo de la alta sensibilidad se caracteriza
por sus cuatro pilares. Es genial poder definir el rasgo en función de
estos pilares, pero tiene un peligro: crea un retrato «fijo» de cómo es
o ha de ser una persona, un niño, que ha nacido con esta cualidad.
Así que, como a lo mejor ya has comprendido, el modelo de persona
altamente sensible no existe. Hay muchísimos niños que no encajan
en la imagen de «niño tímido, retraído, introvertido, poco
participativo, llorón, que se queja de todo, que come mal, duerme
mal, que necesita estar a solas, que se colapsa ante cualquier
cambio, que es nervioso y tiene una salud delicada».
He buscado maneras de presentaros retratos diferentes de niños
AS, pero con otros temperamentos, que a veces son tan intensos,
que pueden llegar a tapar o dominar a ese retrato «base» que se
suele tomar como referente. Por ello también será más fácil
entender que existe cierto riesgo de que el niño PAS no sea
reconocido en su rasgo por tener un comportamiento que,
aparentemente, no «casa» con la imagen estándar. También hay
que tener en cuenta la posibilidad de trastornos, o, por lo menos,
contrarrestar las características de un determinado trastorno con las
del rasgo que estamos tratando. Lo he dicho varias veces ya: en
caso de duda es muy importante consultar con un profesional
formado en educación o psicología infantil, y que sea (por favor, no
lo olvidéis) buen conocedor de la alta sensibilidad.

Introversión, extroversión, niños buscadores de


sensaciones y niños tozudos
En sus libros, Elaine Aron nos habla de cuatro tipos de niños con
alta sensibilidad. Aparte de distinguir entre introversión y
extroversión, ella añade dos tipologías más: la personalidad de los
«buscadores de sensaciones» (high sensation seekers o HSS) y los
«tozudos», que ella llama strong willed. Existe mucha confusión
sobre las características específicas de cada categoría, y la cosa
aún se complica más si alguien con el rasgo de la alta sensibilidad,
teniendo o bien una personalidad introvertida o bien extrovertida,
llega a ser un buscador de sensaciones o, si es alguien con ese
carácter fuerte. Vamos a ver qué pasa y lo haremos por partes.
Hemos visto que un 20 por ciento de la humanidad nace con el
rasgo de la alta sensibilidad y, de ese 20 por ciento, una tercera
parte tiene un carácter extrovertido. Existe, como ya vimos, la idea
de que todas las PAS son tranquilas, tímidas o por lo menos dan la
impresión de que son algo reservadas o retraídas, aunque a lo
mejor simplemente necesitan más tiempo para entrar en acción.
Además, tenemos la imagen de una PAS extrovertida como alguien
a quien no le cuesta en absoluto establecer contactos sociales,
alguien espontáneo, energético, a quien le suele gustar ser el centro
de atención.
La psicología, al hacer la descripción de esta polaridad, se fija
menos en la imagen exterior que da la persona y más en el hecho
de que la persona introvertida vive más en su mundo interior,
fijándose en cómo le va llegando el mundo exterior, reflexionando
sobre cómo le hace sentir; cargando sus pilas en soledad, lejos del
ajetreo y de las masas. Mientras tanto, la persona extrovertida pone
el foco de su vida en todo lo que le rodea, en su entorno en el
sentido más amplio y en otras personas. Al contrario que la persona
introvertida que necesita aislarse para volver a generar fuerzas, la
persona extrovertida carga sus pilas por la interacción con otra
gente; necesita los contactos con otras personas para regenerarse.
También si es PAS.
Parece ser que nadie es exclusivamente introvertido o
extrovertido, y que la capacidad y necesidad que uno tiene de llevar
el enfoque hacia dentro o hacia fuera, depende también de la
situación que la persona esté viviendo y del nivel de saturación que
tenga. Se habla de «ambiversión», un perfil en que muchos se
reconocen. Una manera para determinar si tu hijo es introvertido o
extrovertido puede ser observarle atentamente y preguntarte si el
peque carga sus pilas estando tranquilo y a solas, o si parece
hacerlo jugando con un grupo de niños, por ejemplo, o al practicar
un deporte de equipo.
Se da el caso de que, en nuestra cultura occidental, la
extroversión es mucho más valorada que la introversión. Esto no es
de extrañar si nos damos cuenta de que, según estimaciones, el 66
por ciento de la humanidad tiene un carácter extrovertido. Los niños
más bien tranquilos, tímidos si cabe, incluso retraídos y que hablan
poco no son tan valorados como los que en seguida se muestran
entusiastas e implicados. Los padres de niños AS cuya forma de ser
es predominante introvertida, a veces reciben comentarios críticos
de familiares o maestros, argumentando que los niños no participan
«lo suficiente», que apenas abren la boca en clase y que, a lo mejor,
intentan pasar desapercibidos. Parece, pues, que un niño llama la
atención por ser introvertido, por ser diferente de la mayoría, hasta
el punto de que puede molestar. También parece pasar lo mismo si
un niño es emocional, llora con facilidad o se indigna por pequeñas
(y grandes) injusticias. Más de una vez ese tipo de comportamiento
se define como «problemático» y se aconseja a los padres que lo
lleven a un psicólogo. Si el comportamiento de la niña o del niño con
alta sensibilidad no coincide con la «norma», y suele ser el caso con
los niños AS y la introversión, esa forma de ser diferente se puede
percibir como un problema, un trastorno.
La tendencia es a querer encajar todo con la «norma», y la
«norma» está basada en la estadística. Todo lo que cae fuera de
esta, que responde a los extremos de la estadística, es «a-normal»
y necesita ser «normalizado». Pero ¿realmente tenemos que ser
todos iguales? ¿Sería sano que todas las personas demostrásemos
el mismo carácter y el mismo tipo de comportamiento? ¿Desde
cuándo hemos perdido de vista que somos individuos y que, por
tanto, somos todos diferentes, aunque compartimos ese
denominador común de ser «humanos»?
Y ¿qué pasa con los buscadores de sensaciones y las PAS
«intensas» o tozudas?
En primer lugar, conviene tener claro que lo opuesto a ser PAS
no es ser un buscador de sensaciones, que siempre quiere
experimentar nuevos estímulos. Lo opuesto a ser altamente sensible
es ser impulsivo. Una PAS, por una de sus características base, la
de la reflexión intensa, no puede ser impulsiva, aunque, a lo mejor, a
veces lo parezca. La reflexión profunda se traduce en detenerse
para comprobar (pause and check), en valorar los riesgos
inherentes a cualquier acción o decisión, antes de lanzarse. El niño
con alta sensibilidad se caracteriza por la gestión de toda la
información, de todos los estímulos, antes de decidirse a dar el
paso.
Ser extrovertido no es lo mismo que ser un buscador de
sensaciones. A lo mejor te cuesta imaginarlo, pero una PAS
introvertida también puede ser una buscadora de sensaciones,
aunque no de la misma manera.
En su libro sobre la alta sensibilidad y la psicoterapia —que no
está traducido al castellano—, Elaine Aron dice lo siguiente: «Puede
parecer que todos los buscadores de sensaciones tienen un
carácter extrovertido, que son iguales y que es la misma cosa. Los
buscadores de sensaciones con un carácter introvertido optan por
una estrategia para buscar sus experiencias nuevas no a través del
contacto con otras personas (lo cual, según la percepción de una
PAS, podría aportar un exceso de estímulos o podría ser hasta
peligroso), sino a través de experiencias emocionales especiales.
Pueden hacerlo a solas o acompañadas por una persona cercana».
Cada persona necesita experiencias nuevas, son necesarias
para crecer, pero para llegar a tenerlas es preciso salir de la zona de
confort. No todos los niños (ni los adultos) se sienten llamados a
apartarse de una situación segura y familiar, pero en esto no influye
el hecho de que el peque sea introvertido o extrovertido; existen
pues PAS introvertidos que pueden ser buscadores de sensaciones
y existen PAS extrovertidos que también pueden serlo, pero —al
contrario de lo que a veces se cree— no todas las PAS extrovertidas
son «buscadores de sensaciones».
Con la búsqueda de sensaciones nos referimos a una necesidad
de buscar y experimentar nuevas experiencias de tal manera, que
genere una fuerte emoción interna, cierta tensión. Es una sensación
que la persona vive como agradable gracias al hecho de que esa
tensión, ese nerviosismo, al cumplir el objetivo, genera la liberación
de dopamina, ese famoso neurotransmisor que nos hace sentir bien.
Como característica en sí no es algo limitado al rasgo de la alta
sensibilidad, en absoluto. No hace falta ser PAS para tener esta
característica, de hecho, no es algo que se espera encontrar en una
persona con alta sensibilidad y menos en alguien
predominantemente introvertido, pero resulta que la combinación es
muy posible y no tan infrecuente.
La manera en que los buscadores de sensaciones buscan sus
experiencias nuevas varía en función de su forma de ser; si es
predominantemente introvertida o extrovertida. También es
importante saber que los extrovertidos, al cargarse las pilas en
compañía de otra gente, buscan la estimulación social, el contacto
social y el estar con otras personas; los buscadores de sensaciones
buscan nuevos estímulos que pueden ser de todo tipo y no
necesariamente de carácter social pero que sí conllevan un
determinado desafío.
La personalidad de la PAS extrovertida y buscadora de
sensaciones, se empezará a manifestar claramente a partir de la
pubertad. Vemos cómo en el niño se va manifestando una especie
de hambre por buscar determinadas nuevas actividades y
experiencias emocionantes que le permitan lanzarse a aventuras,
una tras otra. Se siente llamada por el riesgo y le encanta moverse
con un grupo de amigos. Por las características de su rasgo de AS,
sin embargo, también necesita sus pausas, sus momentos en
soledad para gestionar el exceso de estímulos, algo que a su
pandilla les costará entender y que, a la persona misma que va de
un extremo a otro, le puede costar explicar.
La PAS introvertida y buscadora de sensaciones busca sus
momentos de emoción intensa a solas, por ejemplo, manifestando el
deseo de inscribirse en un curso de dibujo o de bricolaje, afrontando
un reto personal que puede variar desde salir de casa solo (niños
pequeños que dicen que van a descubrir «el mundo») porque esto le
emociona hasta, de adolescente, ir de viaje a solas o, como mucho,
en compañía de su mejor amiga o amigo.
Dada la característica de las PAS de detenerse a evaluar la
situación antes de decidir si lanzarse o no, ser una persona con alta
sensibilidad en combinación con la característica del buscador de
sensaciones, a veces puede ser complicado. La parte que busca la
tensión y la emoción no quiere pararse, quiere esa emoción «ya»,
pero la personalidad sensible quiere, ante todo, investigar los
riesgos primero. Este conflicto interior puede ser difícil para un
adulto, pero para un niño con el rasgo de la AS puede crear
confusión y la confusión genera estrés. El educador del pequeño
PAS con este carácter no lo tiene fácil a la hora de apoyar al niño en
estos momentos de confusión y de posibles ataques de llanto
aparentemente inexplicables.
Igual que se suele asociar la tendencia del buscador de
sensaciones con un carácter extrovertido, existe la idea de que se
necesita tener una personalidad extrovertida para ser tozudo u
obstinado.
En primer lugar, esta característica, igual que la de buscador de
sensaciones, es algo que se puede dar tanto en personas —niños—
con el rasgo de la alta sensibilidad, como en personas que no tienen
el rasgo, pero en aquellas que sí cualifican como PAS, vemos que
puede darse tanto en una extrovertida, como en una introvertida.
Un niño tozudo dispone de una fuerte voluntad. Sabe lo que
quiere y cómo lo quiere; lo que le parece justo y lo que no. No
obedecerá sin más, y menos cuando no está de acuerdo. Solemos
atribuir a las PAS de todas las edades esa característica de querer
caer bien y de agradar, hasta de sacrificar los propios deseos.
Efectivamente, muchas PAS son así, y más todavía si tienen la
autoestima algo baja. Ahora, las PAS que, aparte de ser altamente
sensibles, tienen que lidiar con esa sensación de que les arde un
fuego en su interior, que es típico de una fuerte voluntad, no viven
pensando en hacer la vida lo más agradable posible a la gente de su
entorno o al mundo en general. Al contrario que la mayoría de las
PAS, el «instinto» de la persona —niño y adulto— que combina la
alta sensibilidad con la tozudez, no suele estar enfocado al bienestar
de los demás. Esto no quiere decir que no sean niños buenos, en
absoluto, son niños con un extremo sentido de la justicia y de
aquello que, según ellos, es moralmente aceptable. Y cuando
quieren, o lo consideran oportuno o necesario, no les cuesta nada
«activar» su radar sensible y empático para ver y percibir si todos en
su entorno están bien o si les falta algo de atención o de ayuda. Si
detectan carencias de este tipo, en seguida se ponen en marcha
para prestar todo el apoyo que haga falta. Ahora, para ellos es más
importante que haya justicia a que su familia esté bien.
Son niños que en el juego solamente quieren jugar a su manera
y según sus propias reglas, algo que les llega a costar amistades, y
sus padres temen sus rabietas cuando les dicen que «no» y ellos
quieren un «sí». Siempre contestan, algo que, para los padres,
puede ser agotador. También son niños a los que les cuesta dormir
(tardan mucho en gestionar las intensas emociones del día), y de
todos los niños con AS son los que más dificultades tienen con los
cambios.
Curiosamente, y esto es muy importante, estos niños AS con
carácter tozudo, a pesar de esa actitud que tienen de imponerse,
son en realidad muy inseguros ya que, en muchos casos, tienen un
gran miedo a fallar, quizás no tanto como la pequeña PAS
introvertida, pero no suele haber mucha diferencia.
Estos niños intensos en todos los sentidos, requieren límites muy
claros y que se mantengan sin excepciones. Al topar con un límite
se enfadarán y no poco. Es importante que, como padres, les
escuches y que reconozcas sus argumentos. No hace falta darles la
razón, en absoluto, pero es importante que les hagas caso, que
reconozcas sus emociones intensas y que les dejes exponer sus
argumentos para que ellos tengan claro que les entiendes. Ya
solamente haciendo esto, les ayudas a calmarse. No critiques, no
juzgues, no grites. Como padre o madre, las reglas las pones tú. El
niño AS con carácter tozudo probablemente no estará de acuerdo,
pero necesita comprender el porqué de la regla. Explícale tus
motivos y —una vez más— sé consecuente.
Entre los niños AS introvertidos y extrovertidos con carácter
tozudo, sí vemos algunas pequeñas diferencias. Las PAS
introvertidas «obran» más bien de manera silenciosa y sin llamar
demasiado la atención, aunque sus rabietas pueden ser explosiones
de cuidado. Generalmente tienen muy claro lo que quieren y cómo
lo quieren. No les interesa convencer a los demás y van a lo suyo.
Como hablan poco y explican menos, los padres no siempre tienen
claro los planes y las ideas que tienen, lo cual no es nada fácil.
Evitan el conflicto, como la gran mayoría de los introvertidos. Como
educador es muy importante invertir tiempo, amor y energía en
establecer y mantener una conexión con estos hijos, y en cuanto
empieza la adolescencia, esa cerrazón —que puede percibirse
como secretismo— puede ir en aumento. Si consigues mantener
una actitud de confianza, de apertura, de curiosidad, libre de juicios
y de críticas, procurando que el niño se sienta amado
incondicionalmente, le puedes ayudar mucho a que gane esa
seguridad interior que tanto le falta, para que, de adulto, pueda
llegar a ser alguien con mucho que aportar.
Por último, vemos el pequeño PAS extrovertido y tozudo. Gracias
a su extroversión no se callará, puede ser incluso bocazas. Si algo
no le gusta, en seguida lo sabrás. Esta combinación de facetas de la
personalidad es propia de los líderes. Para estos niños (y adultos) sí
es importante convencer a los otros: tienen su visión, que
consideran que es la correcta, y no evitan conflictos con tal de
convencer a los demás. La capacidad empática de la que disponen
gracias a su lado PAS, les ayuda a entender los motivos de las otras
personas que, seguramente, ven las cosas de otra manera.
Dependiendo del nivel de autoconocimiento y de conciencia social
del niño, de su capacidad de reflexionar sobre el propio
comportamiento, es más que probable que lleguen a darse cuenta
de las veces que se ha pasado de intensidad, lo cual no solamente
le ayudará a encontrar el «tono justo», sino que, en su aspecto
negativo, también puede contribuir a sentimientos de
arrepentimiento y de culpabilidad. Nadie, por todo el «ruido» que es
capaz de generar, le puede negar su personalidad base, la de
alguien nacido con el rasgo de la alta sensibilidad.
Hasta aquí las cuatro tipologías que nos presenta Elaine Aron en
sus libros.
Existen tantas escuelas como sistemas, modelos y teorías para
identificar y reconocer las diferencias de carácter, los diferentes
temperamentos, tanto en los seres humanos como en las especies
del reino animal. Entre los muchos que he leído, los más conocidos
quizás son el eneagrama y el extenso pero muy completo método
de Meyers-Briggs; a mí me sigue gustando el sistema de Galeno por
ser simple, efectivo, claro y fácil de utilizar en relación con el rasgo
de la alta sensibilidad. Me parece una buena idea describir el rasgo
desde un ángulo diferente porque creo que, como padres y
educadores, lo más importante y valioso a lo que podemos aspirar,
es la comprensión de nuestro niño, algo fundamental si queremos
conocerle y acompañarle en su infancia y adolescencia, desde la
cuna hasta su salida al mundo, buscando cómo ayudarle a
transformar su ser diferente en su mayor fortaleza.

Los cuatro temperamentos de Galeno


El temperamento, igual que el rasgo de la alta sensibilidad, es algo
dado, es algo con lo que naces. Tal como lo veo yo, es una
expresión del alma que determina la manera en que te expresas en
el mundo, la manera en que te abres al mundo y la manera en la
que participas en él. Casi diría que se trata de un filtro más —así me
lo imagino de una manera muy simplificada— que se coloca por
encima del filtro base que, para las PAS es el de la alta sensibilidad.
Curiosamente veremos cómo los temperamentos también se
manifiestan en la corporalidad de la persona, y especialmente en la
del niño. Es importante saber que nadie tiene un solo temperamento
en el sentido «puro», siempre se tendrán facetas de los otros
temperamentos, pero uno de los cuatro predominará, reforzando la
manera en que el pequeño PAS experimenta y expresa las
diferentes características del rasgo de la alta sensibilidad. Cada niño
es diferente, único, igual que cada adulto lo es, no existen dos seres
humanos iguales. Este es uno de los motivos por el cual a veces
resulta tan difícil reconocer el rasgo en un niño pequeño, sobre todo
cuando todavía no sabe expresarse verbalmente. Creo, sin
embargo, y es el motivo por el que me pareció buena idea introducir
el tema, que cierta familiaridad con los cuatro temperamentos puede
ayudar a la hora de determinar si nuestro peque muy peque es un
niño con alta sensibilidad.
Igual que el rasgo tiene facetas positivas y negativas, facetas
que son bonitas, fáciles de llevar y otras difíciles de manejar y de
integrar, lo mismo sucede con de cada uno de los temperamentos.
Nos ayudará conocer los puntos positivos y más aceptados
socialmente de cada temperamento, pero conocer sus «sombras»,
saber que existen y que pueden complicar la emocionalidad y por
ende el comportamiento del niño, también puede servirnos a la hora
de ayudarle y acompañarle adecuadamente y acorde con su
esencia. Repito, cada niño, cada adolescente o adulto tendrá una
mezcla de dos o tres temperamentos, pero siempre habrá uno que
se manifieste con más intensidad que los otros.
Vemos, por ejemplo, que un niño con un temperamento
predominantemente colérico puede tener mucha dificultad a la hora
de controlar sus rabietas y sería el típico niño tozudo que vimos
antes. Si no sabemos ayudar a este niño adecuadamente con su
falta de autocontrol, cuando llegue a la pubertad, tendrá una
tendencia impulsiva (algo que parece chocar con las características
de una PAS y que, en un niño con AS a lo mejor se dará en un
grado menor) y un pronto desproporcionado.
De la misma manera, pero ahora mirando el temperamento
sanguíneo y especialmente en un niño con AS, veremos que le
costará mucho concentrarse y a lo mejor se satura más rápido, ya
que su gran versatilidad pensativa y su característica de «culo
inquieto», le aporta muchos más estímulos que al niño PAS con otro
temperamento. Este niño, al hacerse un poco más mayor, podría
desarrollar una tendencia a ser caprichoso o una dificultad para
encontrar equilibrio y tranquilidad interior, por tener un pensar
demasiado activado o una actividad más bien impulsiva, caótica y
sin rumbo.
El pequeño PAS con temperamento flemático, absorto en su
mundo soñado, corre el peligro de ensimismarse hasta el punto de
perder el interés por el mundo real, es posible que no llegue a
aprender a manejarse en el mundo (se sentirá muy a gusto en un
mundo virtual). Siendo PAS, tendría que esforzarse mucho para
participar ya que, si habitualmente el mundo es un lugar lleno de
alfileres para muchas PAS, el niño flemático tendrá una mayor
tendencia a retirarse de todo lo mundano porque no solamente no
sabrá gestionar el exceso de información, sino que simplemente no
le «mola».
Un poco más de lo mismo vemos en el pequeño PAS con
temperamento melancólico, aunque en este caso, el apartarse y no
querer participar sale de una profunda tristeza, de verlo todo de
manera negativa, de experimentar el mundo y la vida como un peso
que puede llegar a ser insoportable.
Hasta aquí una pincelada de los cuatro temperamentos, que
veremos en profundidad y con más ejemplos.

Claudio Galeno (129-201 d. C.), médico, cirujano y filósofo de la


antigua Roma, basándose en teorías del también médico y filósofo
Hipócrates, desarrolla su teoría de la personalidad en función de los
cuatro humores o fluidos en el cuerpo humano que, según las
investigaciones de ambos, demuestran tener una estrecha relación
con la emocionalidad de la persona. En nuestros tiempos aquello de
los fluidos probablemente ya no nos dice tanto. Si te llama la
atención, busca información en las redes donde encontrarás
bastante sobre el trasfondo de esta teoría. No quiero apartarme
mucho del tema de este libro. Más que nada, quiero compartir las
características de estos cuatro temperamentos porque hablan de las
emociones que pueden predominar en el carácter y las cuales (y sus
sombras) se pueden intensificar por tener el rasgo de la alta
sensibilidad. Saber un poco de esta teoría nos puede llevar a un
mayor entendimiento de nuestro peque PAS y, por ende, facilitarnos
más claves para ayudarle. Es importante recalcar que, aunque todos
tenemos facetas de los cuatro temperamentos, cada persona tendrá
uno que predomina, que se manifiesta con más intensidad que los
otros tres. Es especialmente en los niños donde se puede ver un
claro predominio de un solo temperamento ya que, mientras que
vamos avanzando en la vida y llegamos a conocernos mejor, iremos
trabajando y afilando aquellos lados de nuestro carácter que
necesitan integrarse mejor y nuestro temperamento se irá
suavizando o cambiando.
Los cuatro humores o temperamentos según estos dos sabios de
la Antigüedad, son: el sanguíneo (relacionado con la sangre), el
colérico (relacionado con la bilis amarilla), el melancólico
(relacionado con la bilis negra) y el flemático (relacionado con el
agua).
1. La persona con temperamento sanguíneo se
caracteriza por su gran expresividad, extroversión y
entusiasmo, es alguien con una personalidad cálida y
compasiva lo cual le hace un gran amigo. Suele hablar
mucho y con gran facilidad y soltura —a veces le
consideran exagerado— y, como le gusta mucho estar
activo, le cuesta estar tranquilo y descansar. Lo que le
encanta y le hace sentir feliz es la gran variedad de temas,
intereses y personas con los cuales irá llenando su vida. No
te sorprenderá que «los sanguíneos», en general
bendecidos con una buena dosis de carisma, son
excelentes actores y abogados, pero también vendedores y
representantes. El «sanguíneo» es una persona de mente
ágil, con muchas inquietudes, y de carácter versátil con gran
capacidad de adaptación a diferentes situaciones, entornos
y personas. Un problema de esto puede ser que demuestre
un lado disperso con dificultad de concentración, a veces
quedándose en lo superficial. Le puede pasar que, por
cierta inseguridad y una posible faceta miedosa, le cueste
mantenerse estable en sus acciones y sus emociones, lo
cual hará aumentar su tendencia a la dispersión.

Cuando pienso en el carácter sanguíneo, me viene a la


mente la imagen de una mariposa, pero también del
mercurio…
2. La persona con temperamento colérico es alguien que
destaca por su actividad productiva, que hace, hace y hace.
Suele ser alguien muy extrovertido. Es un trabajador
incansable y optimista. Aunque tiene sus ratos de
introspección, le encanta «el mundo». Le van etiquetas
como voluntarioso, independiente, visionario, práctico y
decidido. El colérico en estado puro sería un constructor (en
todos los sentidos), pero también es el tipo del líder, lleno de
confianza en sus ideas y sus acciones. Le encanta poder
dedicarse a proyectos de corto plazo, siendo el motor de
arranque. Evidentemente también tiene sus sombras, su
lado menos agradable por trabajar a nivel personal. Como
es alguien que ve las líneas globales y generales, a veces
pierde de vista los detalles personales por lo cual puede
aparentar (y ser) antipático, irritable, frío, sarcástico, hasta
cruel y dominante. Le puede costar perdonar y liberarse de
los juicios en general. El colérico tiene ese lado «fogoso» y,
como bien sabemos, el fuego no solamente calienta,
también puede consumir y quemar.

3. La persona con temperamento melancólico,


introvertido, es el perfeccionista de mente analítica. Es el
idealista, el estratega, muy disciplinado y fiel. Tiende a
sacrificarse por buenas causas y le encanta la estética.
También es alguien con tendencia a ver la vida de manera
negativa y problemática, por lo cual no siempre está de
buen humor y suele ser bastante crítico y criticón. Es el
temperamento menos social y sociable de los cuatro, con
tendencia a la depresión. Un melancólico puede ser torpe
en el sentido de no ser práctico, la sonrisa le cuesta y
algunos melancólicos llegan a ser vengativos. Es difícil
enfadarle, pero si lo consigues, explota. Le cuesta sentirse
seguro y es muy sensible, por no decir susceptible. A los
melancólicos los vemos como artistas (¡músicos!),
inventores, filósofos o médicos.
El prototipo de melancólico para mí es nuestro querido Don
Quijote.

4. La persona flemática, por último, es otro introvertido. Es


más bien lento y le cuesta mucho arrancar. Es tranquilito y
todo le parece genial. No pone pegas, es «fácil». Suele caer
bien a todo el mundo y todos son sus amigos. Es
diplomático, fiel, y puedes contar con él. El orden es algo
que necesita para sentirse bien: si está todo en su sitio, se
relaja. Las sorpresas le descentran, en ese sentido no es
una persona flexible. Su humor es inteligente y seco, y su
modus operandi es eficiente y organizado. Aparte de ser el
diplomático, también es el maestro, el profesor ideal, siendo
ese bonachón al que todo le parece bien. Otros temas que
se le dan bien son la contabilidad y las cosas técnicas. Eso
sí, es un poco perezoso y a veces tacaño y egoísta. No se
moja ni corre riesgos, y puede llegar a ser indiferente y
apático. Pocos llegarán a conocerle de verdad.

Los cuatro temperamentos en niños con alta


sensibilidad
Ahora veremos cómo se manifiestan estos temperamentos en niños,
y especialmente en aquellos con el rasgo de la alta sensibilidad.
Repito, igual que el rasgo no es blanco o negro, los temperamentos
tampoco lo son, pero conocerlos nos puede dar pistas de cara a la
educación, y ayudar a entender más a nuestros peques para poder
acompañarlos de la mejor manera posible.
Cada niño, sea PAS o no, se comportará de una manera única,
dependiendo en gran medida de su temperamento predominante.
Existe bastante literatura sobre los temperamentos, especialmente
en el ámbito del método Waldorf, por si quieres investigar un poco
más. Lo que nos interesa aquí es analizar los temperamentos con
sus características en relación con el rasgo de la alta sensibilidad.
Para poder cualificar como PAS, lo importante siempre es que estén
presentes los cuatro pilares, esto debe ser básico; el resto de los
temas asociados —por ejemplo si un niño tiene dificultades con el
sueño o no— tendrá que ver con el temperamento.

Niños AS con temperamento sanguíneo: el niño con temperamento


sanguíneo es, por decirlo de una forma, casi el prototipo de todos
los niños. Cuando piensas en cómo es el típico niño, el de los
anuncios —vivaz, alegre, juguetón, risueño— te acercas mucho al
peque con este temperamento dominante. Este es el típico niño que
puede reírse con lágrimas en los ojos.
De estatura es más bien esbelto con el cuerpecito bien
proporcionado. A veces sus movimientos hacen pensar en un
pájaro, en un elfo o en Peter Pan. Le encanta caminar de puntillas,
bailar, pisar la tierra lo menos posible, saltar. El niño con este
temperamento es como el aire, volátil, ágil y rápido. Se mueve
mucho, de hecho, da la sensación de estar siempre en movimiento.
Mientras que moverse en sí es tan característico de los niños y es
algo que necesitan para un buen desarrollo de la motricidad, este
niño los gana a todos. Un momento está leyendo, y al siguiente
habla por hablar, luego se apresura para ayudar a un compañero,
recoger el boli que la maestra ha dejado caer, verá esa mosca que
acaba de entrar por la ventana…
Por su dificultad para concentrarse (¡todo le interesa y todo le
llama la atención!) puede ser percibido como molesto en el aula,
incluso se le pueden atribuir trastornos relacionados con la falta de
atención por hipersensibilidad.
Le gusta cambiar a menudo de juguete y de juego; y, gracias a
su pensar rápido y su imaginación ilimitada, va cambiando y
aumentando las reglas y los parámetros a su antojo, probando
nuevas posibilidades para ver qué pasa. Cuando juega a solas
inventa de todo y le encanta probar y testar diferentes
combinaciones del material disponible. Una cosa que, desde muy
pequeño, puede llamar la atención de su comportamiento es que le
gusta el ritmo; de bebé es un niño que no se cansa de ser mecido, y
se suele mecer solo en su cuna. De la misma manera, cuando es un
poco mayor, le encanta columpiarse o cabalgar sobre su caballo de
madera.
Se puede enfadar e indignar con facilidad, pero no es rencoroso
y pronto se le habrá pasado. Como adolescente igual le
consideramos un tanto irresponsable, aunque, en realidad más que
ser algo de índole moral, es más bien que simplemente se despista
y se olvida de las cosas. Suele tener una voz clara, más bien alta, y
se le da bien la música. Algunos de los calificativos con los que se le
describan (y algunos más bien despectivos) suelen ser: volátil,
voluble, inconsistente, distraído, inestable, falto de concentración,
falto de memoria, nervioso o superficial, pero generalmente, y a
pesar de eso, cae bien.
Suele ser sano, comer bien y raciones pequeñas, como un
pajarito, le encanta la fruta y las cosas saladas o agrias como el
zumo de limón. Si nuestro pequeño PAS se niega a comer comida
pesada y salsas grasientas, si prefiere picotear en lugar de comerse
ese estofado que tú crees que le vendría bien, es probable que sea
un niño en el que predomina este temperamento sanguíneo. Puede
ser que a ti te vaya mejor que coma como lo hace el resto de la
familia, pero te aconsejo que no insistas en que cambie su
necesidad de picotear en lugar de hincharse. Es mejor buscarle
comidas ligeras y sanas, bien repartidas por el día para evitar
indigestiones. Es probable que, siendo PAS, pertenezca a ese grupo
de niños que no quiere comida que, según ellos, está demasiado
caliente.
Es uno de esos niños que se duermen rápidamente, pero que se
despiertan con facilidad; y es que el sueño ligero encaja con su
forma de ser. Sabemos que un alto porcentaje de los niños AS se
despiertan muy temprano y no vuelvan a dormirse (un 23 por
ciento), y si tu niño tiene ese problema, es probable que, aparte del
rasgo de la alta sensibilidad, tenga el temperamento sanguíneo.
Al contrario que la mayoría de los niños AS, a este pequeño le
encantan los cambios. ¡Cuantos más cambios, mejor! Esto,
evidentemente, es consecuencia de su tendencia a aburrirse
rápidamente y su dificultad para concentrarse, algo a lo que hay que
añadir que la mayoría de los niños de este tipo son, además,
extrovertidos. Ahora, aunque le encanta la variación y no tiene
mucho sentido exigirle que se quede mucho tiempo seguido con una
sola tarea, siendo PAS, tanto cambiar y variar conlleva el problema
de que se saturará relativamente rápido. Los niños AS con este
perfil, generalmente, al llegar al punto en el que no pueden gestionar
más estímulos se sobreactivan y no saben parar. Es como si
hubieran entrado en un bucle de actividad excesiva y no encuentran
el botón de emergencia. Ahí es importante que el educador, con
calma, autoridad y poniendo un límite claro y no negociable, le
ayude a frenar, acompañándole en el siguiente e inevitable colapso.
Entiendo que, para el adulto, no es fácil mantener la paciencia que
este pequeño se merece, y menos aún para la madre o el padre que
también es PAS.
Repito que se puede decir que el temperamento sanguíneo es
de los niños en general, pero como veremos a continuación y como
a lo mejor ya sabes por tu propia experiencia, no todos los niños
tienen estas características volátiles tan acentuadas como el niño
AS con el temperamento sanguíneo. En este sentido es posible que,
si tu hija o hijo presenta estas características, no pienses en primer
lugar que pueda tener el rasgo de la AS. El comportamiento de una
PAS con temperamento sanguíneo dominante puede engañar y
necesita mucha observación, aparte de paciencia a raudales.
Este temperamento también puede pasarse de los límites de lo
normal y aceptable, y si es el caso, debemos preocuparnos. Reírse
está bien. Reírse mucho está bien, pero no poder parar de reír es un
problema. Lo mismo ocurre con chillar. Coger juguetes, uno tras
otro, no para jugar con ellos sino para tirarlos por el cuarto, también
es un problema. No disponer de un freno interior que permita
desarrollar momentos de calma para jugar, leer un libro, conectar
con las personas cercanas, puede ser una señal de que el niño —
altamente sensible o no— sufre el trastorno de la hiperactividad,
TDAH. Existe una diferencia entre el comportamiento de niños que
se mueven mucho y aquellos que no paran de moverse. Muchos
niños AS se mueven mucho y más aún cuando están saturados (ya
sabes: lo hacen porque el movimiento ayuda a «vaciar» la cabeza
llena de información). Pero si el niño también sabe parar, estar
tranquilo para comer, escuchar, leer, entonces el único problema
puede ser un exceso de información que le estresa, le satura y le
sobreactiva.

Niños AS con temperamento melancólico: cuando pienso en el


prototipo del niño melancólico, con o sin el rasgo de la alta
sensibilidad, me viene a la mente la imagen de una niña delgada,
pálida, más bien alta, la cara angular tendiendo a alargada, con una
expresión algo triste, una niña que suele esconderse en sitios más
bien oscuros con un libro o para observar el mundo, para soñar y
pensar, para desarrollar fantasías en su pequeña cabeza en las
cuales ella es la trágica protagonista. Una niña callada e introvertida,
de escaso movimiento. Si el niño sanguíneo hacía pensar en aire,
alegría y ligereza, aquí caben conceptos opuestos como la pesadez
de la tierra, seriedad, la profundidad y mucha sensibilidad. No baila
cuando anda, al contrario, esta niña —a la que parece que le pesa
el mundo—, arrastra los pies, va cabizbaja y no suele levantar la
mirada muy a menudo.
Le encantan los cuentos y cuando, como buena mamá, le lees
alguno, te darás cuenta de que en seguida se identifica con la
princesa, con la niña abandonada por sus padres, con el animal
perdido en el bosque (ama a los animales). O sea que, sentada en
nuestro regazo tenemos a Cenicienta en persona, mientras que se
preocupará muchísimo por las siete cabritas cada vez que vuelvas a
leer ese cuento de los hermanos Grimm. La pequeña PAS
melancólica no es alegre, es más bien una niña que sufre y mientras
que las PAS de todas las edades y de todos los temperamentos son
muy sensibles, esta niña es extremamente sensible, tendiendo a
susceptible. Le cuesta reírse de las bromas y más si son tontas, le
es imposible reírse de sí misma y no soporta que se burlen de ella.
Le falta esa espontaneidad exuberante del niño sanguíneo, y
esto, en combinación con esa tendencia a preocuparse, hace que
generalmente parezca más mayor de lo que es. Hemos dicho que la
preocupación, la reflexión, rumiar sobre un tema y darle muchas
vueltas es una de las características base del rasgo de la alta
sensibilidad, pero en un niño AS con temperamento melancólico, la
preocupación puede llegar a ser desmesurada. Como educador
conviene tener mucho cuidado de no hacerle partícipe de según qué
temas que, aunque el peque parezca mayor para su edad, superan
su capacidad cognitiva. Sin la información y experiencia que hace
falta para poder comprender bien los problemas de los adultos, la
preocupación del peque PAS melancólico puede llevarle a enfermar.
Una de las características de los niños con alta sensibilidad es
hacer preguntas «sabias» con carácter existencial (el 53 por ciento
de los niños AS suelen hacer esto). Esto podría darte una pista de si
tu peque es un pequeño PAS con temperamento melancólico. Hacer
preguntas de este tipo es una característica de casi todas las PAS
introvertidas, pero se da de manera especial, muy intensa y a
temprana edad en las PAS melancólicas por tener una forma de
pensar que es, digamos, más bien analítica. Suele analizar y
desmenuzar toda la información hasta el último detalle. Si decimos
de las PAS que tienen sensibilidad para captar sutilezas, a este
pequeño PAS no se le escapa una, para bien y para mal.
No suelen ser niños vitales, niños fuertes, más bien lo contrario.
Ese «peso» que van arrastrando hace que se cansen rápidamente y
ya a muy temprana edad se quejan de dolores de cabeza.
Siempre aconsejamos no gritar ni castigar a los niños, y menos a
los que tienen alta sensibilidad ya que, en caso de que hayan
traspasado la línea entre lo permitido y lo no permitido, les basta un
comentario sereno. Son muy conscientes de que han hecho algo
mal. Si castigamos severamente o gritamos a un niño AS de
carácter melancólico, al ser extremamente concienzudo y tener esa
sensibilidad que no tarda en convertirse en susceptibilidad, se
puede hundir porque suele tomarse todo demasiado a pecho. Cabe
remarcar también que algo muy frecuente en «los melancólicos» es
la autocrítica.
Cuando decimos de los niños AS que son fieles, puede ser que
ese pequeño PAS con temperamento melancólico sea el más fiel de
todos, con tendencia a sacrificarse si hiciera falta. Buscan la
seguridad, necesitan poder estar seguros y confiar, pero esa
seguridad y confianza también la ofrecen. Cuanto más seguros se
sientan, más capaces serán de mostrar su lado noble e idealista.
Niños de este tipo suelen ser muy inteligentes en el sentido
clásico de la palabra, son muy disciplinados y se pueden perder en
la belleza, otorgando una gran importancia a la estética en general.
Sin embargo, no todo es de color de rosa, el carácter de un
melancólico no suele ser fácil, especialmente porque es más bien
hermético y le cuesta mostrar lo que siente. Responde en gran
medida a la imagen estereotipo de una PAS: un niño introvertido,
solitario, ensimismado, observador, tímido… Pero, cuando menos te
lo esperas, puede tener salidas sarcásticas que dan directamente en
la diana.
El mundo le pesa, todo le pesa. Esto puede tener como
consecuencia que es un niño infeliz, malhumorado, negativo y
criticón. Como educador es importante entender que a este niño
realmente le puede costar mostrar una sonrisa, y no porque no
quiera sino porque todo le pesa. Es su realidad y si tú, educador
PAS, utilizando tu empatía, consigues ponerte a su lado y hacerle
sentir que siempre puede contar con tu amor incondicional, si
puedes darle esa seguridad, le darás el regalo más grande de su
vida. Su extrema sensibilidad es uno de sus puntos más débiles.
Tiene una fuerte tendencia egocéntrica que se activará
especialmente cuando algo le hace dudar de su seguridad vital,
aunque, por otro lado, cuando le pesa algo por su desarrollada
conciencia, es capaz de regalar hasta su mayor tesoro: su último y
más querido libro. Es esa conciencia la que le lleva a sentirse
culpable por cualquier tontería que haya cometido y realmente no
hace falta castigar a este tipo de niño, él entiende mejor que nadie
de trasgresiones y puede tender a castigarse por haber hecho algo
mal.
La mayoría de las PAS prefiere jugar con un amigo, máximo dos,
pero la PAS melancólica prefiere jugar a solas, de manera
silenciosa, desarrollando su propia fantasía, a veces abrumándose
bajo la intensa riqueza de todos los posibles hilos que su cuento
interior le ofrece y no pudiendo decidir cuál de las múltiples
posibilidades seguir. Puede pasar entonces, que de repente
desconecte de su juego, se retire a su cuarto, o se esconda detrás
de una cortina, coja un libro, se meta el pulgar en la boca y se deje
llevar. El niño AS con este temperamento es posible que sea el
menos sociable de todas las PAS, pero gracias al rasgo, sí le
interesa el mundo, lo que no le gusta es participar activamente y
directamente en él. Cuando sea un poquito mayor, en la
preadolescencia, profundizará en muchos temas de la actualidad,
desde su lado filosófico; buscará explicaciones y respuestas, y su
originalidad para encontrar nuevos puntos de vista y soluciones —o
inventos nuevos— le harán ser, ya desde una temprana edad, un
personaje interesante.
Su relación con la comida es un poco especial y cuanto más
predomina este temperamento en tu hija o hijo, más probable es que
topes con lo siguiente: le encanta cualquier dulce, caramelos, tartas,
postres, mientras no estén fríos. Le gusta la fruta madura y, aunque
a lo mejor no te lo esperabas, el queso curado. Lo que no le gusta, y
puede ser extremamente claro en su manera de comunicarlo, es
comer carne. Si tú, como educador, crees que es importante que
coma carne, la solución puede ser preparar comidas en las que la
carne sea invisible o esté camuflada.
Le cuesta dormirse. El día le ha traído muchos pensamientos,
muchas impresiones y temas que quedaban pendientes para
reflexionar sobre ellos. Casi un 42 por ciento de los niños con AS
tienen problemas a la hora de conciliar el sueño, y esto puede ser
uno de los factores. Al peque con AS no es que le cueste estar a
solas o que tenga miedo a la oscuridad. Pensar y preocuparse es lo
suyo, y suele pasar que está tan metido en su cabeza dando vueltas
a todo, que notas que tiene los pies y las manos fríos. Nadie mejor
que una PAS sabe cuánta energía es necesaria para pensar. Repito
algo que ya dije antes: como madre o padre de este niño tan
sensible, no conviene hacerle partícipe de tus problemas de adulto
ni que vea las noticias o cualquier drama en la tele, ya que,
literalmente, le pueden quitar el sueño. No son niños «fuertes» y,
como cualquier persona y especialmente siendo alguien con el
rasgo de la alta sensibilidad, es importante que duerman lo
suficiente para despertarse descansados el día siguiente.

Niños AS con temperamento colérico: la primera cosa que me viene


a mente cuando pienso en un niño con este temperamento es su
enorme energía y vitalidad —siempre está haciendo, creando,
organizando—, pero también sus rabietas que suelen ser
explosivas, acercándose a veces a ataques de furia. Parecen tener
un fuego interior que, incluso cuando están en estado normal y
calmado, hace difícil ignorarlos. Son esos niños de los que se suele
decir que tienen «carácter». De aspecto son más bien bajitos, con
tendencia a la «redondez»: cara redonda, cuerpo rellenito, pero sin
obesidad, son lo que llamaríamos «fuertes».
Su temperamento ya casi lo puedes ver en la manera decidida
en que camina, rápida y energéticamente, plantando los talones con
fuerza en la tierra y cuando está enfadado, pisa con más fuerza
todavía. A veces, si miras bien, ¡puedes ver las chipas que saltan!
Podríamos decir que son PAS atípicos, pero igual no lo son tanto.
Ahora, igual que les pasa a las PAS sanguíneas, a veces cuesta
más «detectar» el rasgo en este tipo de criaturas, pero una pista
puede ser esa característica sobre la cual ya hablamos antes, los
niños AS a los que llamamos los tozudos, los strong willed.
Estos niños tienen una tendencia a ser líderes porque saben
motivar a sus compañeros. Si miramos a una PAS con
temperamento colérico vemos a una niña que sabe lo que quiere y
lo suele conseguir. Es mandona, pero no es mala persona. Como
buena PAS sabe exactamente cuáles son los pasos a tomar para
alcanzar su objetivo personal o el de su grupo. Se apasiona con
facilidad y ama con fervor. A veces es un poco bruta en la expresión
de su cariño hacia otros, llegando a empujarles, pero le encanta
ayudar, arreglar y organizar. Por sus capacidades especiales que le
vienen con el rasgo, sabe utilizar su carácter fuerte para conseguir
un bien común ya que su lado empático le otorga la compasión
necesaria para ver las necesidades específicas de cada niño de su
grupo, y las tiene siempre en cuenta. Es líder del grupo de niños y
buen gerente o líder de una empresa de mayor. Aquellos que habéis
visto el documental Sensitive a lo mejor os acordáis de Rupert
Mayer, el alemán que tiene un vivero de orquídeas. Es el ejemplo
perfecto de una PAS líder con temperamento colérico.
De niño puede ser líder de un grupo de compañeros, pero,
aunque tenga esa conciencia social y sea empático, no
necesariamente es alguien que siempre necesite estar con gente.
Es más que probable que nuestra PAS con temperamento colérico
sea alguien a quien le gusta estar a solas y emprender cosas a
solas. Es muy probable que sea un niño solitario e independiente.
Necesita su soledad para desconectar y calmar su cabeza
fácilmente sobreactivada. Trabajar con gente, ser líder en el sentido
y al nivel que sea, conlleva la gestión de una importante cantidad de
estímulos.
Como niños, suelen ser un poco impacientes. Como PAS,
necesitan relativamente poco tiempo para hacer su pause and
check; observan y evalúan los riesgos en un abrir y cerrar de ojos.
Podemos decir que son rápidos en todos los sentidos y su mente va
a mil por hora: en seguida entienden «el panorama», perciben lo
que hace falta (tienen en extremo ese talento para notar sutilezas) y
se ponen manos a la obra. Estos chicos quieren descubrir las cosas
a solas; en principio no les gusta que les ayuden. Los niños
coléricos que no comparten el rasgo, los coléricos que no son PAS,
pueden llegar a ser tremendamente impulsivos y no suelen
reflexionar demasiado, pero gracias a las características del rasgo,
el pequeño PAS sí se toma su tiempo para observar y analizar, por
lo cual su impulsividad es menos «salvaje»; no obstante, muchas de
las cosas que hace, son originales y diferentes (el rasgo ayuda).
Aunque no tanto como los niños AS con perfil sanguíneo, a este
tipo de niño le gusta el movimiento: mover piernas y brazos. Son
inquietos, y esto, en combinación con el hecho de que son muy
intensos, hace que puedan considerarse problemáticos en el aula.
Puede ocurrir que se les ponga la etiqueta de TDAH. Es posible que
tengan el trastorno de la hiperactividad, ser un niño con alta
sensibilidad no quiere decir que no pueda tener un trastorno, pero
antes de llegar a tal diagnóstico (y recetarle medicación al peque)
conviene investigarlo seriamente. En caso de duda siempre
aconsejo consultar con un buen profesional y conocedor del rasgo.
No son niños fáciles, está claro. Un niño original con mucha
fuerza y energía no puede ser fácil, requiere de mucha dedicación y
atención por parte de sus educadores. Un niño incansable con un
comportamiento anérgico no siempre es agradable para el entorno.
Ser intenso no siempre es valorado y les cuesta aceptar límites.
Enfados con patadas, llorar sollozando, actitudes de soberbia,
dificultad para perdonar, comentarios hirientes y sarcásticos, una
fuerte irritabilidad y momentos en que suprimen su emocionalidad
tanto que pueden parecer hasta insensibles, forman el lado difícil del
carácter de este niño que tanto tiene que aportar al mundo, pero
que, como cualquiera de nosotros, no es un ángel sino alguien muy
dinámico.
No les pidas que se comprometan con proyectos a largo plazo,
no son corredores de fondo, van perdiendo el interés. Los pequeños
y no tan pequeños PAS con temperamento colérico funcionan de
manera óptima con objetivos a corto plazo que, eso sí, se pueden ir
encadenando hasta llegar a ser un proyecto grande. No es por falta
de concentración; estos niños, en contra de los de perfil sanguíneo,
se suelen concentrar muy bien, pero una vez que han visto y
entendido de que va la cosa, pierden el interés. Un dato importante:
si el proyecto les interesa y ven que existe una necesidad intrínseca
para realizarlo, mucho mejor, pues eso les motiva y pondrán todo su
entusiasmo y energía. Ahora, ante todo son niños que empiezan un
proyecto, lo montan, lo organizan, lo ponen en marcha y, una vez
que la cosa funciona, se apartan para que otros sigan con él. Son,
digamos, iniciadores.
Generalmente son madrugadores y, nada más despertarse,
empiezan con una actividad. De todos las PAS, los coléricos son los
que menos sueño necesitan. Este tipo de niño no deja de moverse
durante el sueño. Puede ser que, cuando vayas a verle durante la
noche, te lo encuentres destapado, con la manta en el suelo, y que
tenga la cabeza donde deberían estar los pies. Recuerdo que mi
hija, una especie de tornado desde que nació, dormía así; a veces
me la encontraba durmiendo en el suelo (se salía de la cuna a pesar
de las barras), con la cabecita toda sudada, aunque la temperatura
en su cuarto era normal. Es el típico niño que también puede sufrir
bruxismo ya que parece que nunca para, ni siquiera cuando duerme.
El niño con este perfil colérico generalmente se despierta antes de
nadie, sale de su cama y empieza a hacer cosas o coge un libro (le
encantan las historias heroicas) y se pone a leer.
No suelen ser demasiados quisquillosos y generalmente comen
de todo, aunque prefieren la comida que se pueda masticar a los
purés y cosas blandas. No suele pasarse de comer, pero come con
ganas y conviene alimentarle con alimentos que aporten energía. Su
único problema podría ser tener que esperar para empezar a comer
hasta que todos tengan comida en el plato, comer con calma y no
zampar a lo loco como una aspiradora, y quedarse sentado
tranquilamente esperando hasta que todos hayan terminado. ¿Me
puedo levantar? es una de sus preguntas favoritas. Es normal,
porque siempre le esperan tantas aventuras, tareas y cosas por
hacer, que no quiere perder tiempo.
Como es PAS y —por muy colérico que sea su temperamento—
tiene las características del rasgo, puede llegar a sobreactivarse por
sobreestimulación. Ninguna PAS se libra de esto. El educador —tú
— lo sabe, y está en tus manos la difícil tarea de ser lo
suficientemente creativo para conseguir que este pequeño revoltoso
tenga sus momentos de pausa.
Ningún niño presenta solamente un temperamento al cien por
cien, su forma de ser siempre tendrá facetas de otros
temperamentos, pero estos niños con un carácter tan fuerte
requieren muchísima paciencia, conexión y entrega, mucho amor y
constancia. Y límites. Ellos mismos no son capaces de frenar;
necesitan aprenderlo a través de los límites impuestos de manera
consecuente por los padres. Son PAS con una emocionalidad
intensa, pero puede pasar que, como siempre tienen prisa por hacer
más cosas, les incordie tener que detenerse para realmente sentir; a
veces es más fácil seguir haciendo. Claro que esto tiene un precio,
ya que por mucho que te esfuerces para suprimir lo que sientes, esa
bola de emoción tarde o temprano tiene que explotar, y lo hará en el
momento menos oportuno. Lo que mejor funciona con ellos, igual
que con los niños tozudos, son momentos de conexión antes de que
pierdan el control: en lugar de gritarles para que se calmen,
acercarte al niño, pon el brazo por sus hombros y enséñale algo
para observar juntos cualquier cosa que pueda llamarle la atención.
¿Has visto ese pájaro? ¿Ves el fuego de la chimenea? El truco del
despiste para sacarle de ese bucle que le llevará a la
sobreexcitación, suele funcionar bastante bien con este tipo de
niños, pero también conviene que ellos mismos aprendan a
reconocer sus niveles de excitación para poder frenar y desconectar.

Niños AS con temperamento flemático: pienso en Carlitos, el hijo de


una vecina. Es gordito y blandito al tacto porque le encanta comer.
Si pudiera, estaría todo el día comiendo; es el comilón por
antonomasia. Y es lento. Ya sabemos que el típico niño PAS
necesita un tiempo para contestar a una pregunta, tiene que valorar
cuál sería la respuesta correcta, o está saturado y se le han cruzado
los cables. Pero Carlitos, que también es posible que esté saturado,
suele necesitar incluso más tiempo que la mayoría de los niños con
alta sensibilidad. No es que no sea listo ¡qué va! Es muy listo, pero
no hay muchas cosas que realmente le interesen. No tiene ninguna
prisa.
Le veo por las tardes sentado en el patio, a veces con su madre.
Él hace deberes, mientras ella le da leche con galletas, y más
galletas. A mi vecina María le encanta hacer galletas y a Carlitos le
encanta comérselas. Son la perfecta pareja PAS flemáticos,
tranquilos, pacíficos, lentos, plácidos.
Ya de bebé le encantaba comer; el pecho de su mamá siempre
estaba listo para el suministro. Y cuando no comía, chupaba el
chupete o el dedo gordo, feliz en su cuna, redondito como un
pequeño buda. Contento, contentísimo. De todos los niños AS,
estos no suelen presentar problemas a la hora de comer ni a la de
dormir. Lo que sí les podría costar es levantarse, ya que esto
significa ponerse en acción y sentir esas prisas matutinas para ir al
cole y no llegar tarde.
Comparado con otros niños, tardó un poco en empezar a andar y
a hablar. Ya lo dije, Carlitos no tiene prisa y su madre tampoco. Son
tan felices, que yo les miro con asombro. Podría aprender mucho de
ellos porque yo, con mi temperamento predominantemente colérico,
soy lo radicalmente opuesto (aunque también me gustan las galletas
de María que están muy buenas).
A Carlitos le gusta el orden, en eso su sentido del perfeccionismo
está incrementado por el hecho de ser PAS. En el juego se toma su
tiempo para seleccionar los juguetes que quiere utilizar. Casi más
que el juego en sí le gusta colocar, ordenar, sistematizar, sin prisas,
hasta estar seguro de que no hay errores ni irregularidades. En la
mayoría de juegos de mesa —le encanta jugar con María porque el
juego con ella es relajado y va acompañado de algo bueno para
picar— suele ganar ya que, como lo hace todo con extrema
atención, no se le escapa nada. Tiene su rutina, ama la tradición y
esto le proporciona más calma todavía. Dormir casi le gusta tanto
como comer.
Una dificultad de este tipo de niño puede ser el hecho de que
tiene muy poca iniciativa. Tampoco es espontáneo. En el cole no
busca la compañía de otros niños; siendo PAS podemos pensar que
la actividad alborotada de los otros niños le satura y le asusta en
extremo, aparte de que tampoco le interesa correr, saltar, trepar a
los árboles, crear, construir… Estas cosas no le van. Otros niños
tampoco le buscan porque le encuentran soso ya que no participa y
a él no le importa. No sufre y ni siquiera se siente solo.
De él se puede decir aquello del refrán: «Las aguas quietas
corren profundas». Es así, hay mucho por debajo de la superficie,
siempre está digiriendo estímulos y comida. Parece tranquilo, pero
cuando menos te lo esperas, se enfada muchísimo por algo quizás
no demasiado importante. En realidad es que ha estado tragando
hasta que pasa algo que colma el vaso, cualquier tontería, y explota.
Se enfada mucho y te asustarás, pero déjale ir, en seguida se
calmará para volver a repetir el proceso. Lo que niños como Carlitos
no aguantan y lo que más van tragando, son las prisas que el
entorno exige de él.
No es tonto, aunque probablemente necesite más tiempo, mucha
práctica y sobre todo repetición para aprender algo. Luego, gracias
a su muy buena memoria, no se olvida de lo aprendido. Los
flemáticos reflexionan mucho y de manera lenta, algo que viene
reforzado por esa característica base del rasgo de la alta
sensibilidad, aquella de pensar mucho sobre las cosas.
Aunque un niño AS con temperamento flemático suele ser
solitario y no le van los grupos, generalmente es un compañero bien
valorado. Su tranquilidad hace que los niños confíen en él, y porque
no se suele implicar ni alterar, es la persona indicada para mediar en
cualquier conflicto. Los compañeros cuentan con él, y también lo
hace el maestro.
Uno de esos talentos o regalos que vienen con el rasgo de la alta
sensibilidad, la capacidad para disfrutar, la tiene hasta tal punto que
no hay nadie que disfrute tan intensamente y con todo su ser como
Carlitos. Disfruta de todo y se deja llevar por ello, desconectando de
la realidad. Esto en clase puede ser un problema, e incluso
confundirse con un trastorno. Si existe la sospecha de que un niño
como Carlitos sufre de TDA, antes de confirmar el diagnóstico,
conviene valorar su temperamento flemático en combinación con el
rasgo de la alta sensibilidad y buscar soluciones enfocadas a su
carácter.
Los niños de este tipo suelen tardar más en aprender a andar y
hablar. También en aprender a leer y escribir. Esto puede ser un
tema delicado, ya que no aguantan que les «empujen» pero sí
necesitan ser estimulados; todo un acto de equilibrio para los
maestros, pero también para los padres. Ahora, una vez que se han
enganchado con algo que les gusta y motiva, puede ser difícil
pararles.
La verdad, al niño AS con este carácter, lo peor que le puedes
hacer es presionarle, porque se sobreestimula como nadie. Es lento,
es como es. Intentar animarle para que sea más rápido, le marea y
le confunde mucho. ¿Crees que es perezoso? A lo mejor lo es, pero
quizás es más bien lo que a ti te parece porque tú eres más rápido,
como yo. Ser colérico y tener que aguantarte porque un flemático
tarda mucho, es todo un ejercicio de paciencia.
Hasta aquí la descripción de los cuatro temperamentos según
Galeno. Vuelvo a decir lo que comenté al principio: tal como están
descritos en este texto, como caricaturas y de forma extrema, no se
presentarán en ningún niño, ya que siempre confluyen más
temperamentos en un carácter. Cada temperamento, en
combinación con el rasgo de la alta sensibilidad, reforzará según
qué característica del rasgo afín a ese temperamento. Saber esto y
observarlo en tu niño te puede dar más pistas en el caso de que
tuvieras la sospecha de que tu retoño ha nacido con el rasgo de la
alta sensibilidad, pero no lo tienes claro. También te puede dar
respuestas en cuanto a tus preocupaciones sobre su forma de ser y,
sobre todo, te proporcionará más claves para una mayor
comprensión y —por ende— un mejor acompañamiento, ya que de
esto se trata.
Epílogo

REFLEXIONANDO SOBRE LA
EDUCACIÓN DE UN NIÑO
ALTAMENTE SENSIBLE

No sé si, desde que has empezado a leer este libro, te has


topado con palabras, ideas u observaciones que te han hecho
reflexionar. Espero que, aparte de haberte reconocido o re-afirmado
como madre o padre con alta sensibilidad, hayas podido pensar
sobre tu propia infancia, la educación que recibiste y la que te
gustaría haber recibido. Espero también que te haya podido
«inspirar» para llegar a ver algunas cosas desde una perspectiva
distinta. A mí, el descubrimiento del rasgo de la alta sensibilidad, me
ha servido para ver la vida y mi educación de una manera
totalmente distinta, he cambiado el chip cargado de cierto victimismo
por otro mucho mejor: el de la comprensión y el perdón. También,
cómo no, me ha hecho ver muchas cosas y la cantidad de «errores»
que cometí al educar a mis dos hijos AS.

¿Una educación a base de premios y castigos, o


la crianza incondicional?
Mis padres no tenían ni idea del rasgo y yo tampoco. Lo descubrí
cuando mis hijos ya eran adultos. Me criaron según las líneas
conductivistas plasmadas en la «biblia» indiscutible de la educación
de mi infancia, el libro del doctor Benjamin Spock. Como esta
manera de educar era lo que había mamado y, encima, mi madre
vivió con nosotros cuando mis hijos eran pequeños, apliqué en gran
medida las mismas herramientas y trucos educativos de mis padres,
a mis hijos.
En los años setenta se puso de moda una manera de educar que
propugnaba que el niño era el rey de la casa. La llamada
«educación libre» pretende que al niño hay que dejarle hacer lo que
le dé la gana sin restricciones ni correcciones en absoluto para que
pueda desarrollar su propio potencial. Personalmente, no me
convencía, aunque había dos ideas que me gustaron y que sí
adopté para la crianza de mis hijos: no influenciarles en cuanto a su
vocación y no fomentar en ellos un espíritu competitivo. Hasta el día
de hoy estoy muy contenta de haber hecho lo último, pero me
arrepiento de haber seguido la línea de «premio-castigo-culpa» que
aprendí de mis padres y según la cual nos educaron a mi hermano y
a mí. No es, en absoluto, una línea positiva para educar a ningún
niño, y menos a un niño AS.
El manual del doctor Spock no era lo adecuado, ni lo era aquella
tendencia diametralmente opuesta en que se dejaba mandar al niño,
sin ningún tipo de guía, límite o regla por parte de los padres. No
queremos a niños sin pensamiento o voluntad propia, pero tampoco
queremos a un tirano en casa, aunque, gracias al carácter empático
de un niño AS, eso de acabar siendo un tirano probablemente no
llegaría a ocurrir. Aunque, habiendo dicho esto y teniendo muy claro
que por la totalidad de la mochila emocional, educacional y
temperamental que cada uno va creando desde el día uno de su
existencia, tener el rasgo en sí no es ninguna garantía de que el
niño llegue a ser un adulto empático. Sé de casos en los que el niño
con este rasgo a quien se le ha permitido todo, esos pequeños
reyes y reinas de la casa, acabaron siendo «ni-nis», incapaces de
motivarse ni entusiasmarse por nada y, por su inercia total,
comportándose como una especie de pequeño terrorista en casa.
Hoy se habla cada vez más del apego, de las distintas
inteligencias, de la importancia de las emociones, de las diferentes
maneras de aprender. Cada vez hay más conciencia sobre los
efectos a largo plazo de una educación basada en el sistema de
premios y castigos. Cada vez hay más conciencia entre los
educadores que entienden que el juego de premiar y castigar no
sirve si queremos que el niño se sienta seguro de sí mismo y tenga
una autoestima sana. Castigar y premiar es entrenar al niño como si
fuera un perro, pero un niño no es un perro. Un niño es un ser
humano que tendrá, finalmente, su propia capacidad de pensar y
discernir; un ser provisto de algo que es únicamente suyo: su propio
«yo». Ese «yo» no es el de su madre, ni el de su padre. Es suyo e
implica que la vida que ha de vivir es única y es suya. Con sus
propios talentos y los retos que son inherentes a su trayectoria
personal.
Existe ese poema tan precioso de Kahlil Gibran, «Tus hijos no
son tus hijos». De esto se trata. Vienen a nuestra vida para que les
acompañemos y les proporcionemos el amor incondicional y la
seguridad necesaria para que pueda llegar a florecer la mejor parte
de su ser. No nos han llegado para ser adiestrados ni para que, más
adelante en el momento en que nosotros, ya mayores, ya no
seamos capaces de cuidarnos, tengamos asegurado nuestro
cuidador personal.
Repito las dos preguntas fundamentales que conviene plantearte
si tienes hijos: ¿qué quiero que sea mi hijo de mayor? o ¿cómo
quiero que sea mi hijo de mayor? La diferencia es fundamental.
¿Quieres que tu hijo tenga un trabajo importante con prestigio y que
gane mucho dinero, o prefieres que sea en primer lugar una buena
persona, un ser social y ético con valores, empático, respetuoso,
pensante y con corazón? ¿Te sentirás más satisfecho con un hijo
que a ti te orgullece por sus logros laborales, su coche grande y su
casa impresionante, o sentirías un amor profundo hacia este ser que
ha enriquecido tu vida y que, de adulto, es capaz de enriquecer la
vida de muchos otros? ¿Quieres poder decir: «Mi hijo es listo»?, ¿o
prefieres decir: «Mi hijo es buena persona, es feliz con lo que hace,
lo que tiene y lo que puede aportar a la sociedad»? Una cosa no
quita la otra, para nada, pero el punto de partida determina el color
del alma y el tono de la vida.
Los niños que, por el método de premio-castigo, han aprendido a
comportarse de una manera ejemplar, suelen ser niños que sienten
una gran, y a veces excesiva, necesidad de obedecer y de
complacer a sus educadores. La mayoría de los niños tranquilos,
calladitos y obedientes, no necesariamente son felices. Es probable
que sean niños bien entrenados —no pocas veces por medio de
mucho castigo—, que se han convertido en el modelo que los
padres tenían en mente para ellos mismos —«un niño fácil»— pero
quienes, en muchos casos, han llegado a perder el sentido de su
propia identidad. Sin embargo, en el momento en que esa identidad,
que se ha intentado suprimir mediante el adiestramiento educativo,
empieza a querer salir a la superficie, comienzan los conflictos de
todo tipo. Tal vez suceda en la adolescencia, pero también puede
retrasarse hasta «la crisis de los 40», cuando la persona empieza a
preguntarse por el sentido de su vida.
Los niños AS generalmente son fáciles de adiestrar ya que, a las
PAS, nos gusta complacer y agradar. Nos gusta caer bien.
Tragamos mucho para poder evitar un conflicto, cualquier conflicto.
Hacemos mucho para mantener la armonía, incluso si solamente es
una armonía aparente. Cuando, en nuestra infancia nos enseñan
que esto es lo que toca hacer, si este comportamiento tiene premio,
pues, es lo que seguiremos haciendo hasta el momento en que, en
la forma que sea, por problemas de salud o a través de la crisis que
te toca vivir, te das cuenta de que ese premio que te han ofrecido
siempre por hacerte invisible y obediente, en realidad es un precio
muy alto que estás pagando. Y esto, ojo, es gracias a que tus
padres querían lo mejor para ti. Yo lo he vivido así, mi educación ha
estado basada en ese sistema de premio-castigo y he tardado más
de cincuenta años en darme cuenta del error. Cincuenta años y la
educación de mis propios hijos, a quienes también les hice pasar
por esto. Espero que tú, cuando leas esto, estés a tiempo de
apuntarte a la crianza respetuosa y de darles a tus hijos una
educación diferente con la cual les ayudarás a sacar el máximo
provecho de las enormes cualidades inherentes al rasgo de la alta
sensibilidad, proporcionándoles una vida interior basada en una
autoestima sana y una emocionalidad intensa, pero equilibrada y
regulable.
Una pregunta que me solía hacer es, si una de cada cinco
personas es AS, en España habrá unos 10 millones de PAS, pero
¿dónde están? En la APASE —Asociación de Personas con Alta
Sensibilidad de España—, en nuestros grupos en Facebook, en los
encuentros que se organizan, en mi consulta y con mis colegas
vemos a muchas PAS, pero no llegan ni de lejos a ese número tan
elevado. Las PAS que nos contactan, lo hacen porque suelen
buscar soluciones para las facetas del rasgo que les producen
problemas. Muchos de ellos experimentan el rasgo de la alta
sensibilidad, el ser tan diferente de la mayoría de la gente, como
algo que les complica la vida. Pero si estos son relativamente pocos,
¿quiere decir que los millones de PAS que no conocemos —aparte
de que muchas no saben del rasgo—, no viven la elevada
sensibilidad como algo problemático? Es posible, ojalá sea así.
Gracias al trabajo de investigación de, entre otros, Michael
Pluess, hemos aprendido algo muy importante: las PAS que han
pasado por una infancia buena hasta, incluso, medianamente
buena, no suelen sufrir de ansiedad o depresión a partir de la
adolescencia. Me atrevo a decir que esas son las PAS que no
perciben la alta sensibilidad como algo problemático, son las que no
vemos en la consulta ni en los grupos, simplemente porque tienen el
rasgo completamente integrado en su personalidad sin sufrir por
ello. No buscan respuestas ni soluciones, porque ser sensible para
ellos no es algo conflictivo. Esto es importante, ya que ningún padre
quiere que su hijo en algún momento dado de su vida, tenga
problemas emocionales o mentales, ¿verdad?
Me imagino que tú, como madre o padre de un niño AS, esperas
que tu hijo, más adelante en su vida, no tenga problemas
emocionales o mentales. Te gustaría que llegara a formar parte de
ese gran grupo de adultos altamente sensibles que no se sienten
perdidos o en conflicto con el mundo en general; esas PAS que,
gracias a su buena educación han podido integrar el rasgo como
algo normal (porque lo es) y, en muchos casos, incluso saben
aprovecharse de las muchas cualidades que conlleva. Esto
corrobora la importancia de una educación buena y amorosa para
cualquier niño, pero —para centrarnos en el tema de este libro—
especialmente para los niños AS.
Miremos pues, a ese pequeño PAS que acaba de llegar a
nuestras vidas. Un pequeño milagro, recién aterrizado, indefenso,
un puro órgano sensorial y tan inocente como auténtico. No es
probable que te acuerdes, pero a lo mejor podrías intentar
imaginarte cómo te sentías tú, pequeña o pequeño PAS, en tu cuna,
sin saber nada de nada, sin tener referentes ni conceptos de ningún
tipo que te permitieran relacionar o comprender todos esos
estímulos que te llegaban a través de tus sentidos, mientras eras
completamente dependiente de lo que tus mayores hacían contigo.
Lo que te hacían ver, oír, sentir, oler… Solamente podías ser quien
eras, expresarte como eras: no tenías herramientas y sí una máxima
vulnerabilidad. Es enorme, esto ¿no te parece? Y no te cuento nada
nuevo, claro que no, pero pocas veces somos conscientes de la
tremenda dependencia y vulnerabilidad de un recién nacido, ya que
no es algo que solemos tener presente de forma automática, nos
olvidamos; recordarlo requiere un acto consciente.
No nos acordamos de cómo era ser bebé y hemos olvidado
cómo era ser párvulo. Ya no nos acordamos de cómo era aquello de
sentir con todo tu ser sin poder recurrir a explicaciones racionales,
aquello de ser invadido por una sola emoción intensa que no sabes
nombrar ni gestionar, simplemente porque es algo que todavía no
has aprendido. Es un hecho que en ninguna fase de la vida
aprendemos tantas cosas como durante los primeros años y a tanta
velocidad. A través del habla empezamos, poco a poco, a descubrir
las relaciones entre actos y sentimientos. Cuando todavía somos
muy pequeños y algo no nos gusta, cuando solamente sentimos un
intensísimo «¡No!», muchos de los adultos creen que tenemos una
rabieta por capricho, por molestar, por llamar la atención y por
probar hasta dónde podemos llegar sin que nos castiguen. Muchos
adultos nos atribuyen la capacidad de la astucia, realmente creen
que el único motivo de nuestro llanto es un deseo consciente de
querer salirnos con la nuestra. Nada más lejos de la realidad.
Los adultos solemos proyectar nuestras propias experiencias,
inseguridades y suposiciones en nuestros hijos, sin preguntarnos si
lo que pensamos nosotros realmente es así o si proyectamos en
nuestros peques algo que no les pertenece, sino que es nuestro. El
hecho de que nosotros sepamos manipular (conscientemente o no)
o tengamos pensamientos de este tipo, no quiere decir que los
peques también sean así o piensen de la misma manera. Y los
peques PAS suelen tener muchos momentos en que sienten ese
«¡No!» intenso sin saber por qué y sin haber aprendido todavía
cómo regular esa emoción. El llanto desesperado de un crío es una
señal de que está sobreestimulado, de que le está llegando de todo,
no sabe qué es y le está generando una fuerte emoción que
tampoco sabe entender. ¿Te acuerdas del pilar de los sentidos muy
sensibles y el de la fuerte emocionalidad?
La pregunta es, ¿qué hacer cuando nuestra niña o niño patalea,
llora, grita o da portazos? Nos hace sentir mal, quizás creemos que
hemos perdido el control porque, aunque insistimos y le pedimos
que pare, no solo no nos hace caso, sino que aumenta el volumen.
O a lo mejor contestamos a sus gritos con más gritos. ¡Qué horror! A
mí me ha pasado con los míos y tenía la desagradable y
desmoralizadora sensación de ser una madre horrible y de haber
fallado. Ojalá supiera entonces lo que sé hoy.
Vamos a ver, ¿qué opciones tenemos? Lo «normal» es querer
tener el control, enseñarles quién manda y a quién tienen que
obedecer. Tú. Esto nos lleva a buscar los castigos adecuados,
castigos de toda la vida como: dejarlos solos, mandarlos a su
cuarto, retirar permisos o juguetes, anular salidas especiales,
sobornos, amenazas, en fin, intentamos buscar algo para
devolverles «el daño» que ellos nos hacen, para «enseñarles» que
su comportamiento es inaceptable. Querer tener el control y no
conseguirlo nos hace daño, ya que nos solemos sentir seguros
mientras tenemos el poder. Es una reacción jerárquica y el castigo
se justifica «para que el niño aprenda; es por su propio bien». Como
si no fuera tu hijo, ese pequeño ser indefenso que quieres con toda
tu alma, sino una rata en el laboratorio adiestrada mediante los
métodos de Pavlov: a la larga aprenderá. Es posible que aprenda y
que llegue a comportarse más de acuerdo con tu idea de «niño
bueno», sin embargo, lo que realmente aprende es que solamente
le quieres si te obedece, aprende que suprimir sus emociones vale
la pena porque esto le da el derecho a ganarse tu amor, premios, y
a ser valorado; un aprendizaje que tendrá interiorizado para el resto
de su vida, y que marcará todas sus futuras relaciones.
¿Por qué consideramos que un niño que intenta expresar sus
emociones de una manera «escandalosa» es un niño con
«defectos» y «maleducado»? ¿Por qué no nos damos cuenta de
que todavía no sabe expresarse de otra manera? ¿Que está en
proceso de aprender estas cosas, como tiene que aprender miles
más en esta época de su vida? Más vale que tengamos muy
presente lo que ya hemos dicho más de una vez: nuestro pequeño
PAS se satura con facilidad ya que recibe mucha información que no
puede comprender al mismo tiempo y le genera una gran confusión;
no comprende porque le falta la capacidad mental y emocional,
aparte de que le falta tiempo para gestionarlo todo a la vez. Si,
además, cuando nuestro castigo no funciona, le gritamos o
volvemos a castigarle, produciendo más estímulos todavía, se
sentirá peor.
Entre las muchas personas sabias y maravillosas que me han
enseñado en el curso de mi vida está Marshall Rosenberg, el
psicólogo estadounidense que ha creado la Comunicación No
Violenta, un conjunto de herramientas, también conocida por sus
siglas, la CNV. La base de su teoría está en preguntarte por tus
propias emociones y necesidades, pero también, utilizando tu
capacidad empática, en preguntarte por las necesidades y
emociones del otro. La educación que yo recibí de mis padres y la
que repetí con mis hijos, está basada en primer lugar en lo que el
adulto siente y quiere, no tiene en cuenta lo que el niño siente y
necesita. Tengo claro que mi familia no ha sido la única en utilizar
esta filosofía de «aquí mando yo» (porque soy el adulto, tengo la
experiencia que a ti te falta, y también y primordialmente, porque
esta es mi casa). Me imagino que tú también conoces a, por lo
menos, una o dos personas que educan o que han educado de esta
manera.
Ahora, sabiendo lo que sé, me pregunto: ¿sería posible cambiar
esta actitud para ponernos al lado de los niños en lugar de
imponernos jerárquicamente? Igual los pequeños se merecen
nuestra gratitud y empatía, nuestra comprensión. Sinceramente,
creo que son buenos, hacen lo que pueden, llegan hasta donde
llegan y por naturaleza no harán cosas malas a sabiendas para
hacernos daño ya que —piénsatelo— dependen al cien por cien de
sus educadores y del amor que estos sientan por ellos. A los únicos
que tienen para protegerles es a sus padres y sus educadores.
¿Realmente nos querrán enemistar?
Que los pequeños se puedan sentir tranquilos y que puedan
confiar en nosotros, sus adultos, a través de un apego seguro,
puede incluso ser una necesidad evolutiva. Date cuenta de que,
según John Bowlby, que investigó sobre la teoría del apego, el
desarrollo del cerebro del niño depende de cómo interactuamos con
él, de manera positiva o negativa. Bowlby sugiere que el apego sano
es esencial para que el niño aprenda a regular sus emociones y que
esto es absolutamente necesario para un buen desarrollo cerebral.
Nuestro cerebro, relativamente pequeño al nacer, suele tardar más
de veinte años en madurar. No puedes pedirle a un niño de 5 años
lo que pedirías a un joven adulto de 20. Exigirles cosas como a un
adulto no es muy realista. «Ordena tu cuarto» puede ser una tarea
imposible, un orden demasiado abstracto, para un niño pequeño que
tiene el cerebro todavía sin desarrollar, me da igual si piensas que tu
hija es lista. La autodisciplina es algo muy difícil si no sabes lo que
es, y te faltan no solo los conceptos necesarios, sino también la
capacidad pensante para poder abarcarlos.
Los niños hasta unos 6-7 años, aprenden imitándonos. Nos
observan todo el tiempo y copian nuestras acciones y gestos;
nuestra manera de hablar, el tono, las frases y las palabras;
nuestros gustos y costumbres. En cierto modo es como si tomaran
prestado de nuestro cerebro, y los ejemplos que les vamos
poniendo son decisivos para su desarrollo y crecimiento.
A un niño con alta sensibilidad no se le escapa ningún detalle,
sabe perfectamente si finges o si mientes, tú y otros. El niño AS
sabe si el cariño con que le tratan es genuino o falso, y sus
reacciones se basan en ello. No sabrá decir qué es una «mentira»
porque para poder entender el concepto «mentira» necesita de
determinadas experiencias personales, pero es capaz de detectar
que algo no está bien, que algo no cuadra, y si esto pasa se sentirá
inseguro y desamparado. Hasta cosas de este tipo, por la confusión
interna que provocan, le pueden provocar llanto y pataletas. De
modo que, si le castigas, no comprenderá por qué y, en lugar de
abrazarle para darle a entender que todo está bien, le haces llegar
el mensaje de que él ha hecho algo mal. Tú, madre o padre con alta
sensibilidad, fíjate en las necesidades de tu pequeño, para ayudarle
y ampararle, para darle la sensación constante de que, haga lo que
haga o cómo reaccione, le quieres y contigo está seguro, se puede
fiar siempre de vosotros, su madre y su padre.
Nuestra capacidad empática junto con el conocimiento de las
herramientas de la Comunicación No Violenta nos pueden ayudar a
tener más paciencia y más compasión con nuestros hijos. Por
mucho que deseemos que el peque pueda pensar y razonar como
un adulto, no podrá hacerlo porque su cerebro todavía no está
preparado.
Se dice que el niño, en el primer septenio de su vida, debe
aprender lo bueno, en el segundo septenio aprenderá lo que es
bello, o sea, desarrollará el sentido de la estética, y a partir de la
adolescencia tendrá que aprender lo que es verdad, o sea, la
moralidad. Esto implica que no sirve imponerle temas de moralidad
a un niño en edad preescolar ya que, por la incapacidad cerebral de
poder acoger este tipo de asuntos, acabarás enseñándole miedo e
inseguridad. Todo a su debido tiempo.
Al niño pequeño, a tu pequeño PAS, el mejor regalo que le
puedes hacer para el resto de su vida es rodearle de bondad, de
amor, y —también— de rituales y ritmos que aumentan la sensación
de seguridad. Esto le ayudará a aprender a regular sus emociones
ya que confía en que todo está bien. En los momentos de
saturación, puede perder el control y tener una rabieta, pero
mientras sepa que puede contar con tu amor y comprensión en
lugar de esperar un castigo, se calmará antes.
Según una investigación, los niños que sufren un exceso de
estrés tienen un mayor desarrollo del tallo cerebral, la parte del
cerebro que regula el sistema nervioso central y la zona que regula
la reacción de lucha, huida o parálisis. De adulto, si han sufrido
mucho estrés en la primera infancia, pueden tener respuestas
exageradamente reactivas ante situaciones de estrés, con todas las
consecuencias que eso conlleva. También las PAS, a pesar de esa
característica suya de pause and check, la de detenerse para
observar, antes de reaccionar.
¿Te acuerdas de Michael Pluess, el psicólogo que hizo una
investigación y descubrió que aquellos niños altamente sensibles
que han pasado por una buena infancia, de mayores suelen tener
pocos problemas con la ansiedad y la depresión? Y al revés, ¿que
los niños AS con una infancia difícil e insegura tienen mayor
tendencia a sufrir ansiedad y depresión? Solamente saber que los
niños con AS son más propensos a sufrir estrés por motivos
fisiológicos, debería ser motivo suficiente para que seamos muy
conscientes de la gran necesidad de proveer a nuestro pequeño
tesoro sensible con todo el calor anímico y toda la seguridad
emocional posible. Al darle al peque una educación en la que
prevalece la seguridad, se desarrollará el córtex prefrontal, la parte
del cerebro que interviene en la regulación emocional. Puedes
olvidarte de los detalles técnicos, pero sí es importante que te
quedes con el hecho de que, al darle estabilidad y seguridad
emocional a cualquier bebé o niño pequeño, pero especialmente a
uno con alta sensibilidad, le ayudarás a desarrollar una gestión más
calmada de las emociones, le darás una base de estabilidad
emocional que le capacitará para encauzar los intensos efectos
emocionales que, como PAS, vienen con el «paquete» del rasgo. Y
esto «solamente» porque, desde su primera infancia, sus
experiencias y aprendizajes de interdependencia y capacidad de
reacción le han enseñado que su mundo es seguro y que puede
fiarse del amor y de las reacciones de sus educadores.
Date cuenta de que pasar por la primera infancia es, para
cualquier niño, todo un trabajo. Todo, absolutamente todo es nuevo.
Cada experiencia es nueva. Y si eres peque AS, lo vivirás con una
tremenda intensidad y la intensidad genera estrés. El cerebro
infantil, en plena fase de desarrollo, todavía no está preparado para
dar palabras a las emociones intensas, con lo cual ese pequeño que
experimenta emociones intensas, no sabe cómo expresarlas ni
cómo gestionarlas. Si para muchos adultos (PAS), disponiendo de
un vocabulario adecuado, ya es difícil nombrar e identificar según
que emoción, imagínate ser pequeño y no poder verbalizar esa
enormidad que sientes. ¿Es tan extraño que exploten?
Creo que es de máxima importancia tener muy claro que ningún
niño tiene rabietas por gusto, por fastidiar o por manipular. Ya lo dije,
es un error proyectar nuestra experiencia vital de adulto en un ser
pequeño que no ha vivido prácticamente nada y que ni siquiera tiene
un cerebro lo suficientemente maduro como para poder entender lo
que le pasa. Con este cerebro que todavía no está capacitado o
preparado para poder entender qué le pasa, es una suerte disponer
de una válvula de escape para evitar un colapso total. Pues sí, esa
válvula de escape es la rabieta, y es el llanto sin control.
Al contrario que las ideas de la educación conductista que quiere
castigar la rabieta para suprimirla como algo molesto, desde la
educación respetuosa incidentes de este tipo son una oportunidad
para que el niño aumente su sensación de seguridad,
experimentando el amor incondicional de sus educadores y creando
una sólida base de conexión con ellos. Al mismo tiempo, si los
adultos practican cualidades como la empatía, la paciencia y la
tolerancia, pueden aprender y crecer como personas. Es necesario
ver las rabietas como algo positivo y no como una prueba de
paciencia o de poder.
Si el niño no tiene esas rabietas para «castigarnos», si son una
expresión involuntaria que no puede controlar, que se produce por la
activación de su «válvula de escape» para evitar que la frustración,
fruto de un exceso de emoción que no sabe nombrar, le haga
explotar, a lo mejor también nos damos cuenta de que conviene
ayudarle y acompañarle en lugar de rechazarle. Esto lo digo, pero
soy la primera en reconocer que esto no es fácil y quizás lo es
menos todavía si compartes el rasgo de la alta sensibilidad. Creo
que, los adultos PAS, podemos llegar a tener nuestra propia variante
de la rabieta y recuerdo muy bien cómo, especialmente cuando mis
hijos aún eran pequeños «trastos», los días después de dormir poco
y con exceso de trabajo, tenía momentos en que también sentía una
necesidad incontrolable de gritar y de dar golpes en la mesa
exigiendo orden y calma. Bien podría utilizar la excusa de que, por
aquel entonces no sabía del rasgo, pero mentiría si dijera que en
ese punto de extrema saturación no me hubiera pasado lo mismo
ahora. Otra cosa es que lo hubiera entendido, y que esto hubiese
sido una herramienta para volver a calmarme más rápidamente. Con
esto te quiero decir que, mientras que estás en el proceso de ir
cambiándote el chip y buscas ser esa madre compasiva o ese padre
compasivo, por favor, sé compasivo contigo mismo también.
Ahora, la pregunta sería, si el castigo no es la solución para
acabar con ese ataque de rabia, ¿qué podemos hacer? En primer
lugar, conviene saber que la mayoría de las rabietas son previsibles,
aunque requiere que observemos al niño para verlas venir. El niño
da señales que tú, como su educador más cercano, puedes ir
detectando y con el tiempo podemos ayudarle para que él las vaya
reconociendo también. Una señal puede ser que empiece a hablar
más rápido y más alto. Quizás esté inquieto, conteste mal, deje de
concentrarse, se vaya apartando. Cada niño es diferente y tendrá su
propia manera de avisar. Él mismo, pudiendo detectar señales
corporales, podría sentir la subida de tensión por los hombros, un
hormigueo por el cuero cabelludo; en los momentos de calma
después de la pérdida de control podéis tener una conversación
sobre este tema.
Pongamos por caso que no se han visto las señales y el niño ha
entrado en esa fase de sobreactivación que llamamos rabieta. Lo
importante es que tú, el adulto, tampoco pierdas el control: no le
grites, no le empujes, no le rechaces. No le riñas ni le critiques. Ni
se te ocurra reírte de él; algo que también he visto, aunque me
atrevo a decir que fue por la total impotencia de la persona que
cuidaba al niño.
Considera la idea de que el pequeño está desesperado. No es
nada agradable perder el control, da igual la edad que tengas. Es
más, perder el control sobre tu persona da miedo, es como ir
conduciendo un coche y que el volante de repente deje de girar
como tú quieres que gire, lo cual añade todavía más emoción a lo
que el niño ya siente y que le desborda más, con lo cual entra en un
estado de pánico. En realidad, está pidiendo ayuda, pide tu
cercanía, tu consuelo y tu amor a gritos.
Tú, quien no está en esa situación de «alarma emocional»,
puedes elegir cómo respondes, y ya como estamos hablando de
educación respetuosa, tienes que respetarle. Respira y céntrate.
Suelta el móvil y deja cualquier actividad que, a lo mejor te parece
más importante, y date cuenta de que lo verdaderamente importante
es tu pequeño que necesita de tu ayuda, que necesita saber que le
quieres, también cuando le pasa algo que es desagradable.
Entiendo que esto te puede ser muy difícil si eres madre o padre
PAS, ya que la rabieta probablemente te afectará y te
desequilibrará. Te cuesta acogerlo y aceptarlo. Pero el pequeño
necesita tu amor y tu calma para aprender a gestionar algo que, en
este momento le viene demasiado grande. Juegas con ventaja: al
contrario que tu niña o niño, tú puedes comprender lo que le pasa (y
lo que te pasa a ti).
Puedes intentar abrazarlo, poner tu mano en su hombro o
cogerle de la mano. Ahora, con niños AS esto no siempre es una
opción adecuada, ya que el contacto físico también produce
información sensorial y emociones, y es posible que pierda más los
estribos. No insistas, pues. Date cuenta de que no te rechaza a ti,
pero no puede con su alma. Siéntate a su lado, empatiza y observa.
No le dejes solo. Piensa en lo que ha pasado antes de que perdiera
el control, qué ha visto, escuchado, sentido, vivido. Esto te puede
dar una idea de lo que ha sido el desencadenante.
Recurre a la técnica de la Comunicación No Violenta y
pregúntate por las posibles necesidades que han generado esta
incontrolable emocionalidad. Espera un rato, sigue con tu
observación del peque fuera de control, empieza a describirle
tranquilamente lo que ves, lo que percibes, sin añadir juicios o
comentarios superfluos. «Te veo tan enfadado (o desesperado,
triste, lloras tanto…) ¿es porque tus amiguitos se han ido sin
avisarte?». No importa si te equivocas por el motivo; lo que cuenta
es que estás allí con tu atención y tu amor, el niño se siente
acompañado y seguro, sabe que no le retiras tu amor aunque no se
esté comportando de una manera ejemplar. Nuestro amor no debe
ser una herramienta para adiestrar, debe ser la red salvavidas que
aporta seguridad.
El niño debe poder contar con nosotros en este camino que es la
infancia, en que todo le viene grande. A lo mejor no te acuerdas,
pero sentir mucho sin saber lo que sientes, sin poder identificar las
emociones, da pavor y tú también has tenido que aprender a
manejar esto e incluso te puedo decir que conozco adultos que
nunca lo han aprendido del todo. Ahora tu niño te necesita para que
le ayudes a reconocer e identificar lo que siente. Castigarle por
interrumpir tu día y estropear tus expectativas de tener un hijo
«bueno y obediente» puede parecer lo más fácil (¡atención!), pero
pasa factura a vuestra relación y a la futura salud mental de tu hijo,
creando un adulto ansioso e inseguro. Te repito la pregunta: ¿es
más importante cómo será tu hijo de mayor, o qué será tu hijo de
mayor?
Los niños pequeños necesitan ser acogidos y acompañados,
necesitan ser reconocidos y validados. No solamente cuando todo
va viento en popa, también y especialmente en los momentos más
difíciles. El crecimiento y desarrollo emocional de un niño es igual de
importante que su crecimiento y desarrollo físico y motriz. Que las
emociones no se vean hasta que salen en una rabieta, no quiere
decir que no existan. Cuando tus hijos sean mayores no se
acordarán de lo que les dijiste, pero sí se acordarán de que les
hiciste sentirse amados y aceptados sin tener en cuenta su estado
emocional, ni sus actos.
Lo sé, eres madre PAS o padre PAS y tienes tus límites; estás
cansado, el momento de la rabieta nunca es el oportuno (como si
los hubiera) y para una PAS siempre es difícil reaccionar
adecuadamente a una sorpresa, a un cambio de programa. Olvidar
el programa previsto para poder centrarte en tu niño con intensas
necesidades emocionales requiere mucha entereza y fuerza interior.
Mi abuela decía, «el papel tiene paciencia», y tenía razón. Es
fácil leer esto, asentir con la cabeza y decidir reaccionar
adecuadamente la próxima vez que tu pequeña tenga una crisis.
Ahora, te garantizo que en la mitad de los casos no te acordarás de
esto cuando ocurra; es más que probable que te acuerdes después
de la crisis y posiblemente te sientas mal por haber reaccionado
como siempre. ¡Otra vez! Date tiempo para asumir ese cambio de
paradigma en la educación, lee sobre el tema (en la bibliografía
encontrarás textos que te pueden interesar, y on line también hay
mucha información disponible) y trabaja con ello a nivel interior,
reflexionando sobre las implicaciones de una educación respetuosa,
reescribiendo escenas del pasado con las herramientas que ahora
tienes. El niño necesita desarrollar su cerebro emocional, pero tú,
madre o padre, necesitas pasar por un aprendizaje de teorías
nuevas y esto también requiere tiempo. Hay que tener empatía
hacia los peques, pero también hacia uno mismo.
La compasión y el acompañamiento empático ayudarán al peque
en el buen desarrollo de su sistema neurosensorial; con 6-7 años
este desarrollo puede estar completo y tendrás un hijo o una hija
con alta sensibilidad capaz de regular sus intensas emociones. Esto
es importante para todos los niños, pero especialmente para los
niños AS y la fuerte emocionalidad que experimentan. El rasgo está
ahí, no podemos cambiarlo, no podemos ser menos emocionales o
menos sensibles, pero sí podemos aprender a gestionar mejor todo
lo que nos va llegando, y cuanto antes aprenda el niño a hacerlo —
desde la premisa de que su forma de ser no es defectuosa sino
maravillosa—, mejor. Podemos hacer mucho desde la conexión, la
empatía y el amor incondicional para que nuestro hijo, el día de
mañana sea un adulto que sabe manejar y gestionar sus intensas
emociones, se siente seguro de sí mismo, confía en su intuición, no
pierde los papeles en un ataque de rabia ciega, no retrocede ante el
miedo, reconoce su emocionalidad en su justa proporción, sin llegar
a sufrir ansiedad. Es, creo yo, lo que cualquier madre y padre quiere
para su hija o hijo, sea PAS o no.
Vuelvo a preguntarme ¿dónde están todas las PAS? ¿Están
sufriendo, viven escondidas, han tirado la toalla, están todas
enfermas, quizás percibiéndose locas, desmoralizadas y tristes?
Ahora me siento mucho más tranquila sabiendo que muchas,
muchísimas, están llevando una vida totalmente normal,
participando en nuestra sociedad con sus grandes alegrías y
regalos, y con sus retos, sombras y dificultades. Estas PAS saben
gestionar su rasgo y no sufren. Muchas han sabido y saben hacerlo
gracias a una educación en la que se han visto acogidas, valoradas
y queridas incondicionalmente. Estas PAS, que no se hacen visibles
porque no sufren ni se sienten defectuosas por ser sensibles,
aquellas que han asumido su rasgo y no lo ven como un problema,
sino simplemente como su manera de ser, son las personas que el
mundo necesita: sensibles, empáticas, seguras de sí mismas, con
valores, con compromiso y con talentos especiales en el ámbito
social. Por eso es tan importante que eduquemos a nuestros hijos
para que puedan ser adultos como ellos. Pero como hemos visto,
para llegar a ser un adulto mentalmente equilibrado, es necesario
pasar por una infancia buena y con una educación respetuosa. Los
niños que han crecido en un entorno empático y de amor
incondicional llegarán a ser adultos autónomos e independientes,
mujeres y hombres que no tienen miedo al mundo y que saben
confiar en sí mismos y en su entorno. Un niño con confianza en sí
mismo no tiene miedo de enfrentarse al mundo y querrá descubrirlo.
Y muchos niños AS, al ir creciendo, querrán contribuir a que el
mundo sea un lugar más humano.
El rasgo de la alta sensibilidad viene con todos los talentos que
el niño necesita para llegar a ser ese adulto. De nosotros, sus
educadores, depende ayudarle para que aprenda a encauzar sus
diferencias y abrazarlas, a considerarlas algo valioso, enriquecedor
y necesario. La llave para transformar las diferencias en fortalezas
se llama amor incondicional.
Anexo 1

ENCUESTAS

En abril de 2019 lanzamos una encuesta sobre niños con alta


sensibilidad en los países de habla hispana. El proyecto es fruto de
la colaboración entre Esther Bergsma, investigadora holandesa, y la
Asociación de Personas con Alta Sensibilidad de España (APASE).
Estos son los datos principales: han participado 379 personas
con edades principalmente entre los 30 y los 50 años. Las
respuestas cubren ambos géneros más o menos por partes iguales:
niños (51,7 %) y niñas (48,2 %). En cuanto a las edades de los
niños, veremos resultados desde los más pequeños hasta
adolescentes y jóvenes adultos, que es el grupo más grande; luego
están los niños/niñas de 4-5 años (23 %), seguidos por la categoría
de 6-7 años (18 %) y los de 10-12 años (16 %). De las restantes
edades los grupos son más reducidos.

Encuesta de alta sensibilidad en niños: el


procesamiento profundo
La pregunta que hicimos a los participantes es: un niño con alta
sensibilidad suele pensar mucho sobre todo que le va llegando; su
manera de procesar la información recibida es profunda. ¿Cuáles de
las formas de procesamiento profundo ha observado en su hijo?
Una pregunta interesante, creo yo. Aquí también influye la edad, por
supuesto. Si un bebé puede llegar a llorar desconsoladamente por
una costura en el calcetín, también es señal de procesamiento
profundo de un exceso de información (en este caso información
sensorial: dolor). Aunque es a un nivel distinto de, por ejemplo,
hacer preguntas maduras para la edad que el niño tenga, algo que
se ha observado en casi tres cuartos de los niños PAS (un 74,8%).
Desde el minuto en que nace, el niño empieza a recibir y
«coleccionar» información de todo tipo. Una vez que empiece a
hablar y tomar consciencia de su entorno, dándose cuenta de que
es un ser autónomo (cuando empieza a decirse «yo»), comenzará,
poco a poco, a comprender conceptos y contextos. Esto, por su
característica de reflexionar y de buscar conexiones, le llevará a
conclusiones y a hacer preguntas que, como adulto, te pueden
coger de sorpresa. No todos los niños con alta sensibilidad
demuestran esta tendencia pero, como ves, siete de cada diez niños
PAS sí lo hacen. Para poner algunos ejemplos: un 53 % hace
preguntas existenciales, y un 49% hace ver a su entorno que piensa
sobre la muerte, algo que suele pasar cuando hay una defunción en
la familia.
Esta tendencia a valorar, sopesar y cuestionarlo todo también se
puede manifestar como una inseguridad ante las propias
capacidades (73,4 %) ya que, si eres consciente de que existen
varias posibilidades dentro de una situación determinada, es lógico
que también te des cuenta de todo que te puede salir mal. Un paso
más, ahora en combinación con una autoestima no muy alta, sería
el miedo a fallar. Aquí hay un 66%, que es un porcentaje un poco
preocupante, creo yo.
Pensar mucho, dar muchas vueltas a las cosas, buscar sentido y
comprensión respecto a lo que te pasa y lo que observas, también
se puede manifestar como un gran sentido de la justicia (63,6%), un
valor importante. Quizás es algo que se despierta en el niño en
relación con un castigo que ha recibido y ha encontrado injusto, pero
muchos pequeños (y no tan pequeños) PAS también se llegan a
indignar profundamente por las injusticias ajenas.
No me extraña leer que un 60% de los niños con alta sensibilidad
demuestran tendencias perfeccionistas, ya que es una característica
que acompaña a un gran número de PAS de todas las edades.
Querer hacer las cosas bien, dar una buena impresión, ser
concienzudo. En realidad también es un valor, ¿verdad? Un valor es
una cualidad, por lo tanto tener esa tendencia es algo positivo,
aunque con el peligro de que se convierta en obsesión ya que todos
sabemos que algo siempre es mejorable y, en este sentido, «la
perfección» como ideal absoluto es una ilusión. Si notas esa
tendencia en tu pequeña o pequeño, estate atento especialmente a
una posible (pero frecuente) relación entre la baja autoestima y un
perfeccionismo exagerado, hasta obsesivo.
El hecho de que un 41,9% de los niños observados tarda más en
contestar a preguntas de lo que se considera «la norma»,
generalmente es una característica de la alta sensibilidad. Todos
sabemos que una pregunta simple puede tener más posibles
respuestas que una complicada. A las PAS nos encanta
machacarnos para dar la respuesta correcta, pero el problema es
que solemos encontrar más respuestas lógicas (aunque no siempre
correctas en el sentido estricto) que aquellos que no comparten el
rasgo, y antes de contestar conviene tener muy claro lo que vas a
decir. Esto, evidentemente, está relacionado con otro hecho: que a
las PAS nos gusta hacerlo bien a la primera, o sea, no equivocarnos
ni cometer errores. Dar vueltas, procesar excesivamente la
información disponible, valorar todas las posibilidades, es lógico que
necesitemos (más) tiempo para pensarlo todo, ¿no? Es importante
que esto no se confunda con «ser tonto» o no haber estudiado el
tema.
Un 41,3% de nuestros pequeños no aguanta programas con
violencia, palabrotas, insultos, maltrato de todo tipo, gritos. Diría que
posiblemente depende un poco del entorno y del «tono» de la
familia en que está creciendo el niño con alta sensibilidad. Cuanta
menos violencia de todo tipo haya en su casa, más le costará
aguantar este tipo de programas por el simple hecho de que no está
acostumbrado a que la gente se trate de esta manera. Todo aquello
a lo que uno no está acostumbrado, significa información nueva
para gestionar y, en el caso de una PAS reflexiva, acabará
haciendo(sé) muchas preguntas («¿Mamá, por qué la gente se
pega?» «¿Por qué grita?»), o simplemente, demostrará un fuerte
deseo de apartarse del programa en cuestión.
Existen muchas situaciones que te hacen notar que tu pequeña o
pequeño PAS piensa, piensa y piensa, sorprendiéndote con sus
preguntas y comentarios; seguramente sabrás nombrar unas
cuantas más de las que hemos visto aquí.

Encuesta de alta sensibilidad en niños: la


sensibilidad emocional
La pregunta que hicimos a los participantes es la siguiente: en
cuanto a las manifestaciones de sensibilidad emocional, ¿cuáles de
las formas mencionadas a continuación reconoce o ha reconocido
en su hija/o?

Vemos como casi un 73% de los niños AS reaccionan de manera


emocional al entorno o, dicho de otra manera, el entorno les afecta
emocionalmente. Es una pregunta muy general, ya que «el entorno»
es igual de abstracto que «ambiente», pero el objetivo era obtener
una idea de si los niños están pendientes de lo que sucede en su
entorno y si esto les afecta emocionalmente. Dimos opciones con
varios ejemplos más concretos y fue la opción de la sensibilidad
hacia la tristeza ajena la que obtuvo la puntuación más alta (70%).
Como PAS adulta me afecta leer esto, pero es cierto que
conocemos casos de niños, especialmente a partir de unos 4 años,
que perciben perfectamente los problemas que puede haber en su
casa, como las dificultades en la relación entre sus padres, por
ejemplo, o algún problema con un hermano, y nuestro peque PAS
sufre por ello. Sé también de niños en edad preescolar y en el cole,
que detectan el estado emocional de compañeras y compañeros, o
de las maestras y de los maestros.
Cuanto más jóvenes son aquellos que «captan» este tipo de
información, esa tristeza ajena, más se preocuparán por no
entender lo que le pasa a la persona ya que un niño pequeño no
tiene la capacidad (información) que necesita para poder
comprender problemas de salud, falta de dinero, de pareja o
laborales. El joven PAS solamente nota que la otra persona no está
bien, que le pasa algo, y es más que probable que le hace sentir
mal, preocupado e inseguro (a veces hasta culpable porque puede
llegar a creer que la tristeza ajena tiene que ver con él). Creo que,
como adulto, es importante proteger al pequeño contra «la tristeza
ajena» y, desde luego, no hacerle confidente de nuestros propios
problemas y preocupaciones.
Si vemos que un 62% de niños se identifica con el estado
emocional ajeno, nos podemos dar cuenta de lo permeables que
son, se identifican con lo que sienten los otros, para bien y para mal.
Este porcentaje, al contrario que la pregunta anterior en que el niño
se siente afectado y puede reaccionar con preocupación, pero
también con rabietas o problemas de sueño, con hacerse pis en la
cama, tendrá reacciones empáticas como buscar la mano,
arrimarse, ofrecer dulces, dibujos o prestarle algún juguete preferido
al adulto o al compañero en que perciben algún tipo de sufrimiento.
La diferencia con los niños que se ven afectados, es que estos dan
un paso más y empiezan a buscar soluciones para ayudar y aliviar
el malestar.
Un porcentaje casi igual de niños (62%) lloran con facilidad:
suelen sentirse afectados hasta llorar por cualquier cosa que les
digas, sea una corrección, una crítica, hasta una broma. Lloran si
levantas la voz, lloran de emoción al recibir un regalo añorado, si
ven a un niño o un animal que sufre. Son niños muy sensibles al
estrés que, cuando se ven enfrentados a situaciones de este tipo, no
saben regular bien sus emociones (en muchos casos porque están
cerca de la saturación sensorial y/o emocional), se bloquean y
lloran. Es una reacción muy «normal» para niños con el rasgo de la
alta sensibilidad (ya ves, casi dos terceras partes de todos) y creo
que, como adultos, es prudente no reaccionar ante este tipo de
desbordamiento emocional y menos con comentarios tipo: «¡Otra
vez esas lágrimas!» «¡No llores, no pasa nada!». (Si realmente no
pasara nada no lloraría), o similar. Ningún niño llora por gusto; si
llora es por algo. Si quieres, un beso sería lo justo, o si no, esperar
un ratito y luego hablar con el niño sobre sus emociones ya que
conviene que aprendan a nombrar lo que sienten.
Muchos niños sienten una conexión profunda con los animales, y
en la encuesta vemos que el 58% de ellos saben identificarse con
sus mascotas y con los animales en general. Siempre y cuando sea
posible aconsejamos que un niño puede tener su propia mascota,
no solamente para fomentar el respeto y el amor hacia los animales,
sino también para aprender cómo cuidarles, y para tener un
compañero a quien contarle todo. Es importante que un 20% de los
niños parece tener un amigo invisible (personalmente creo que este
porcentaje es mayor, pero que los adultos no conocen el secreto del
niño), lo cual demuestra la necesidad de tener «algún compañero»
con quien el niño pueda conectar íntimamente y hacerle cómplice de
todo lo que siente y piensa sin ser juzgado.
Temas como la sensibilidad hacia las necesidades ajenas (53 %)
y la facilidad con la que el niño se adapta a las necesidades de otros
como amigos y hermanos (45 %) están íntimamente relacionados, y
pueden tener como origen el deseo de paz y armonía y el rechazo al
conflicto —dos características muy importantes del rasgo—, aunque
también pueden estar relacionados con una autoestima baja y la
inseguridad (miedo) de expresar los propios deseos.
Encuesta de alta sensibilidad en niños: los
estímulos físicos
La pregunta que hicimos a los participantes es la siguiente: ¿ante
cuáles de los siguientes estímulos físicos demuestra su hija una
mayor sensibilidad?

Quizás no sorprenda que la mayoría de los niños AS se siente


molesta por el ruido (73,6 %). El ruido ambiental es omnipresente y
el oído es el sentido que más sufre. Es algo a lo que no te
acostumbras nunca; si a los adultos con el rasgo de la alta
sensibilidad les molesta, a los niños más, y cuanto más pequeños,
menos podrán entender el origen (o el motivo) del ruido. Ya sabes
que cada estímulo en el fondo es información, y cada bit de
información hay que gestionarlo. Si recibimos más información de lo
que podemos gestionar, nos estresamos, nos sobreestimulamos, y
esto, para un niño, equivale a perder el control. Los niños
sobreestimulados pueden demostrar un comportamiento
temporalmente muy activo (parecido a la hiperactividad), pueden
echarse a llorar sin motivo aparente, pueden bloquearse o tener
síntomas fisiológicas como vómitos, dolores de cabeza,
contracturas.
Lo que sí me sorprendió fue la respuesta que viene en el
segundo lugar y con muy poca diferencia. Un 69,4% de los niños
con alta sensibilidad tienen el sentido del tacto extremamente
sensible, en el sentido de que la piel no aguanta costuras, etiquetas
de la ropa, pliegues en las sábanas… Cualquier roce en la piel les
molesta hasta producir dolor, y la sensibilidad al dolor en sí mismo
ocupa el tercer lugar con un 56,3%. Es decir, más de la mitad de los
niños AS son, según la percepción de sus padres, más sensibles al
dolor que niños que no comparten el rasgo. Es posible que en este
sentido exista una combinación con el tema de sobresaltarse; si te
caes te asustarás, y esto, siendo una experiencia intensa para los
pequeños con alta sensibilidad, puede —emocionalmente—
intensificar la sensación del dolor. Más adelante veremos que casi
un 60% de nuestros niños se asustan con facilidad.
También creo que, para muchos niños sensibles, existe una
relación entre la piel sensible (aunque en este caso no llegue al
dolor) y el elevado porcentaje de niños (42,8%, casi la mitad) que
tienen una reacción adversa al tocar sustancias como arena (mi hijo
odiaba la playa y, casi cuatro décadas después y viviendo al lado de
una, sigue sin gustarle) y barro, y no les gusta mojarse. Esto, en
realidad es una pena, porque a todos los niños, y especialmente a
las PAS, les hace enormemente bien jugar con arena, barro y agua.
Pero la arena es abrasiva (enrojece la piel hasta el dolor), el barro
ensucia y el agua, aparte de producir una mancha en la ropa, moja,
y la ropa mojada da la desagradable sensación de frío. Como todo
influye y todo está relacionado entre sí, creo que se puede decir que
en cuanto a ensuciarse y mojarse habría que mencionar otro factor,
que es el perfeccionismo.
Ya hemos visto, al referirnos al colegio, cómo se detecta la
tendencia perfeccionista en un 60% de los niños. Aparte de no
querer cometer errores, muchos niños AS no aguantan la ropa sucia
(o rota), que es otra manifestación de ese anhelo por que todo esté
«perfecto». Podemos añadir que el dolor y las manchas pueden
causar preocupación. La preocupación es una emoción negativa y
las PAS de todas las edades tienen facilidad para preocuparse por
lo que sea. Todo esto la mente lo percibe como información, por lo
cual un niño AS puede llegar a estresarse por un poco de arena en
su zapato, que le duele y le molesta. Para él es una realidad y
conviene tomarlo en serio, haciendo una parada para quitarle el
zapato, sacudirlo y volver a calzar al peque, darle un beso y seguir
el camino.
En el gráfico también puedes ver que el olfato ocupa la cuarta
posición con 51,3%. Más de la mitad de los niños AS huele más
intensamente, para bien y para mal. Un olor, un aroma, es
información que detectamos directamente y, como PAS, nos
percatamos antes y más intensamente. Si algo huele mal no lo
queremos cerca (incluso si son personas y los niños pueden ser
muy directos en este sentido) y si algo huele bien, no queremos
desprendernos de ello, así de simple.
Los resultados de las preguntas sobre la comida, con las cuales
buscábamos obtener información sobre el gusto, hablan por sí
solos, con el apunte de que el gusto en el sentido de «saborear
algo» está estrechamente relacionado con el olor (oler la comida) y
con el tacto (sentir la textura en tu boca).

Por último, en la pregunta sobre luces fuertes, el porcentaje


(38%) es más o menos lo que esperábamos. Muchas PAS, sin
importar la edad, estamos más a gusto cuando la luz es filtrada,
suave e indirecta. Más intensidad es más información. En el caso de
los niños pequeños, que todavía no llegan a entender estas cosas,
lo mejor que puedes hacer es tener cuidado de que no les llegue
ningún tipo de luz fuerte a los ojos.

Encuesta de alta sensibilidad en niños: talentos


La pregunta que hicimos a los participantes es: ¿cuáles son los
talentos de su hija/hijo? ¿Qué le gusta hacer en su tiempo libre?

Es precioso poder escribir sobre los talentos de los pequeños PAS;


invita a un tono optimista y positivo, lleno de esperanza. En el fondo
siempre supimos que las PAS tienen muchos talentos, ya que
estamos hablando de un rasgo evolutivo. No sería evolutivo si no
tuviera varios aspectos positivos que contribuyen a la supervivencia
de la especie.
En primer lugar tenemos las investigaciones que se han
realizado sobre el comportamiento de animales como los macacos y
las percas sol, que han hecho visible que, gracias a la cautela y la
atención a los detalles que son necesarios para poder avisar a
tiempo en el caso de un posible peligro, un grupo puede sobrevivir,
algo que podemos extrapolar al nivel humano. Ese pilar que nos
habla de la sensibilidad al detalle, para detectar sutilezas, es una
característica del rasgo que representa un talento importante. No
negamos el lado difícil de esa capacidad, el hecho de que recibir
mucha información sensorial de todo tipo hace que el niño (y el
adulto PAS también) se sature y se estrese relativamente rápido,
pero es importante verlo también como algo muy positivo. Es
importante que nuestros niños conozcan el lado positivo también y
que les hablemos de esto.
De la misma manera es un gran talento poder reflexionar sobre
temas que necesitan dicha reflexión. Esta capacidad, que
corresponde al primer pilar de las cuatro características base del
rasgo, es un regalo importante. Saber valorar, sopesar, investigar
implicaciones a una escala mayor… Saber pensar de una manera
coherente y consecutiva, y no asociativa es algo que empezamos a
aprender en la infancia, especialmente durante los años de la
adolescencia, pero la base se pone en la primera infancia con el
juego libre. De ahí que ese juego libre, rico en la toma de «riesgos»,
para niños hasta los 5 años, sea tan importante. Más adelante la
asignatura de la filosofía no puede faltar en la educación de ningún
niño, pero tanto el fomento del juego libre como indagar en la
filosofía, son temas especialmente importantes para niños con alta
sensibilidad. El talento de la reflexión nos viene regalado y con la
ayuda de los adultos, el peque PAS podrá desarrollarlo como algo
enriquecedor a nivel personal, pero también, a una edad más
avanzada, como una capacidad que contribuye a un bien mayor.
Ser emocional puede avergonzar a nuestra peque; es cierto, ya
que a nadie le gusta estallar en llanto por una «tontería» —como ver
a un cachorro o a un bebé recién nacido— y que los demás se
burlen de ti. Pero tener un mundo interior rico, con emociones que te
permiten disfrutar de la belleza, de gestos de bondad, que te
mueven a ser un ser sociable y empático, ¿no es un talento? ¡Claro
que sí!
Como veis, en realidad, siendo PAS, vamos colmados de
talentos, de un montón de cosas que ayudan a que el mundo sea un
lugar mejor. Luego, estos talentos generales, se convierten en
talentos más individuales que, en parte, dependen también de la
genética, del contexto en que crece el niño, pero también de su
individualidad, de eso que es únicamente suyo.
Las preguntas de nuestra encuesta ofrecían una larga lista con
sugerencias y había la opción de añadir talentos que no estaban. Os
confieso que al ver las respuestas me he emocionado. Ver tanta
riqueza en nuestra juventud altamente sensible, es muy
esperanzador, especialmente teniendo en cuenta que los
porcentajes probablemente serán mucho más altos, ya que un
número importante de los niños observados tienen una edad tan
tierna que alguna u otra opción sugerida todavía no es visible en su
comportamiento. ¿Qué pensar de un casi 50% a quienes les
encanta ayudar? ¿O de un casi 60% que sienten una conexión con
la naturaleza? Más de la mitad de los niños PAS tiene un pensar
imaginativo (51%), tienen una fantasía fecunda, y a más de la mitad
les gusta dibujar (52%), que es una expresión de un pensar
imaginativo en combinación con la capacidad de dar forma creativa
al pensamiento. La verdad, las PAS demuestran una creatividad
impresionante, de una manera o de otra. ¡Y tantos (44%) a quienes
les gusta la lectura! El sentido del humor, el mejor sentido de todos,
y desde luego el más sabio, hace la vida de muchas pequeños PAS
(44,7%) más luminosa y más alegre, ¿verdad? Con el humor y la
capacidad de reírse de uno mismo, se vence todo.
Muchos niños son empáticos (45%) en general y un 47% lo es
con los animales. ¿No es maravilloso poder leer esto? ¿No os da
esperanza?
En las respuestas individuales hay muchos padres que cuentan
que a sus hijos les encanta bailar, otro dato positivo.
Estimados padres y educadores de estos maravillosos seres
pequeños equipados con el rasgo de la alta sensibilidad, yo sé que
no siempre es fácil y se os pide mucho amor incondicional,
paciencia, tiempo y dedicación, pero entre vuestras manos tenéis
diamantes en bruto. Ayudémoslos para que los cuidados que les
ofrezcamos les vayan puliendo para que, el día de mañana, sean
capaces de derrochar sus múltiples talentos para contribuir a una
sociedad más humana y más sensible.
Encuesta de alta sensibilidad en niños: ser
madre o padre de un niño con alta sensibilidad,
¿fácil o complicado?
La pregunta que hicimos a los participantes es: ¿Qué temas
encuentra difíciles en la educación de su hija/hijo?

Educar a un niño con el rasgo de la alta sensibilidad puede tener


momentos preciosos, otros difíciles y algunos que te superan, pero
siempre será diferente. Lo será por el simple hecho de que el rasgo
hace que este niño reaccione de manera diferente, generalmente
intensa y en momentos en los que esperabas otra cosa y te da la
sorpresa. Ante todo, espero que tengáis claro que tener en tu vida a
una hija o a un hijo con este rasgo —algo que ha podido ocurrir
porque uno de sus padres, o ambos, también lo tienen— es un
regalo. Todos los hijos son un regalo, pero un hijo AS quizás lo es
un poco más. ¡Nos aportan tanto!
Para muchos, el gran regalo que te hacen, es que, por el interés
que pones para entenderle mejor ¡descubres que tú también eres
una PAS, una persona con el rasgo de la alta sensibilidad! Y esto te
ayudará a entenderte mejor a ti mismo y, en muchos casos, a
reconstruir tu propia infancia y adolescencia ya que, de repente,
entenderás muchas cosas sobre ti mismo. El regalo más grande que
te aportan es el del autoconocimiento en relación con el rasgo de la
alta sensibilidad. Me encanta el comentario de esta madre: «Ser
mamá PAS de un niño con AS es una experiencia intensa, pero a
medida que aprendemos juntos se vuelve más enriquecedora». Y
así es.
Por características inherentes a los cuatro pilares que definen el
rasgo —la manera en que la persona percibe el entorno con esas
antenas siempre activas, su tendencia a reflexionar sobre toda la
información que le llega, sus tempestuosas emociones y su
capacidad empática— tendrás un niño que requiere mucho de ti,
mucha presencia, mucha atención, mucho entendimiento y empatía.
Fíjate que, como madre o padre PAS, este niño requiere de ti
justamente aquello que tú también tienes y que te permite
entenderle mejor que nadie. A medida que tú empieces a entenderte
mejor desde la perspectiva de una PAS, te resultará más fácil
entender al peque, conectar con él y establecer ese vínculo
especial, tan necesario para que pueda crecer sintiéndose amado y
seguro.
Ahora, todo esto no quiere decir que acompañar y educar a un
niño con AS siempre sea un camino de rosas sin espinas; espinas
saldrán, y menos mal, ya que educar sin desafíos puede parecer
ideal, pero realista no es: para crecer hay que salir de la zona de
confort.
Nuestra encuesta aportó datos muy esperanzadores en cuanto a
la pregunta sobre la dificultad de educar a un niño AS, ya que algo
más de la mitad (52%) contestó que para ellos, educar a un niño
sensible «a veces» es difícil, mientras que aquellos que encuentran
la educación de su hijo «muy difícil y estresante» no llega a un 20%.
Me da mucha alegría ver que un 14% dice «disfrutar a tope» y que
un 7% contesta «fácil». Enhorabuena, vuestras respuestas son muy
tranquilizadoras, la verdad.
Me gustaría señalar que «una dificultad» no se refiere tanto al
propio niño, sino a situaciones que se dan, fruto de la interacción
entre el niño y su educador y el estado emocional de cada uno;
cuanto más cansados, estresados o sobreestimulados están (cada
uno por su cuenta o los dos a la vez), mayor será esa dificultad o la
percepción de la misma.
Lo último lo vemos muy bien en la opción que más afirmaciones
obtuvo: un 66% dice que el carácter intenso del niño, su insistencia,
presenta una dificultad. Me puedo imaginar perfectamente
situaciones en que el niño quiere algo de ti, y no puedes atenderle
debidamente por estar cansado, por estar ocupado, por tener que
conducir, por tener la cabeza en otra parte y el peque, que percibe
tu «ausencia» hace todo lo posible por captar tu atención para
asegurarse tu amor. Un ejemplo es cuando estás hablando por
teléfono y viene y te pregunta una chorrada. Os ha pasado,
¿verdad? Entonces sabéis que responder «Ya voy» o «Déjame
hablar un momentito, luego estoy contigo» no funciona.
La segunda opción con un porcentaje elevado de contestaciones
afirmativas (51%) era «mi propia sensibilidad». La propia
sensibilidad hace que muchas veces te sientas cansado, estresado
y con mecha corta. Te esfuerzas mucho para estar presente por tu
niño, pero sabes muy bien que no te es posible estar del todo
porque simplemente te faltan fuerzas y esto te puede generar
culpabilidad. Percibes por tus antenas, por tu capacidad de captar
sutilezas, que «no eres suficiente», y lidiar con esto no es fácil ya
que probablemente te genera preocupación.
Una de las madres, una PAS, comentó: «Lo que más me cuesta
es la falta de libertad para desconectar un rato en mi mundo
(pintando, escribiendo, pasando un día sin horarios) y poder dormir
más».
Otra comenta: «A pesar de que sé que no tiene sentido, insisto
en preocuparme en exceso cuando no está conmigo o con su padre.
Tengo miedo a que le pase algo cuando está con sus abuelos o en
la guardería».
¿Sabes qué? Haces lo que puedes, estar cansado y estresado te
hace mucho más sensible y no puedes dar lo que no tienes. Valen
más cinco minutos de atención plena que media hora de intentos a
medias. Eres humano y llegas hasta donde llegas. Si quieres saber
más sobre el estrés, la preocupación o la culpabilidad, quizás te
interese indagar más en los artículos de mi blog con sus consejos.
Llegamos a la pregunta sobre la gestión de las rabietas. Un 38%
de los padres dice que no saben muy bien cómo actuar ante el
estallido de sus hijos. Uno de cada tres, lo cual es mucho.
Os muestro el comentario que una mamá nos ha dejado en la
encuesta: «También soy muy empática y cuando mi hija tiene una
rabieta es como si la tuviera yo; me cuesta mucho controlarme a mí
misma, así que controlarla a ella me es casi imposible. Es lo que
peor llevo, porque no me gusta enfadarme con ella, pero no puedo
remediarlo». Se entiende, ¿verdad? Las dos sobreestimuladas.
Espero que ella, mientras tanto haya aprendido más sobre el rasgo
y sobre sus propios mecanismos de sobreestimulación.
Menor, pero posiblemente porque en la encuesta también
participaron madres y padres de bebés que todavía no han pisado el
colegio, es el número de los que marcan dificultades con el colegio,
como la falta de comprensión por parte de la institución (un 20%) o
problemas en general (un 23%). Creo que podemos quedarnos con
que los padres de uno de cada cuatro niños no están contentos con
el colegio de su hijo, algo que puede ser preocupante.
Para terminar, os dejo un comentario más ya que hay
dificultades, claro que sí, y también las habrá con niños que no son
AS, pero no podemos perder de vista nunca la parte positiva de
tener un hijo altamente sensible que nos aporta tanto. «Descubrir
que mi hija es PAS me ha dado muchas respuestas que necesitaba
porque me planteaba en muchas ocasiones qué estaba haciendo
algo mal, y ¡ni yo misma sabía el qué! Es muy duro pero gratificante
y aprendemos mucho con ella. ¡Cada día es una aventura!».

¿Qué temas encuentra difícil en la educación de su hija/hijo AS?


En general, ¿cómo considera la educación de su hija/hijo AS?
Encuesta de alta sensibilidad en niños:
dificultades generales
La pregunta que hicimos a los participantes es: ¿en cuáles de los
siguientes puntos ha tenido, o tiene dificultades su hija/hijo?

Aparte de ofrecer la posibilidad de marcar los diferentes


«problemas» mencionados por nosotros, los participantes tenían la
de añadir experiencias individuales. Los problemas que los
educadores ven como difíciles o problemáticos en sus hijos con AS,
son —con diferencia— los ataques de rabia o rabietas (56%) y el de
dormir (56,2%). Son temas amplios, abarcan mucho. Un ataque de
rabia no es lo mismo que una rabieta, y depende del estado
emocional y la experiencia educativa del observador (el educador)
cómo lo percibe.
Un 80,4% de los educadores indica que sus hijos expresan sus
emociones de manera intensa, generalmente con berrinches o
rabietas. Desde la propia experiencia como madre PAS sé que es
posible percibir una rabieta causada por, por ejemplo, la frustración,
como un ataque de rabia. Creo que quizás el verdadero problema
de esta dificultad se encuentra en el hecho de que uno no sabe qué
hacer con un niño que pierde el control sobre sus emociones,
especialmente si tú, el adulto PAS, también te sobreestimulas con el
llanto, los gritos, la intensidad y la posible agresividad de tu peque.
Soy la primera en admitirlo: no es nada fácil ver cómo tu hija, de un
ser dulce y apacible, de un momento para otro se convierte en un
especie de tirano en miniatura. ¿Cómo actuar? ¿Qué hacer para no
perder la calma?
En cuanto a los desencadenantes de las rabietas, el motivo más
recurrente es la frustración, un verdadero problema en los niños de
nuestros tiempos, en los que aprenden muchas cosas, pero no
siempre algo tan esencial como, por ejemplo, aceptar un simple
«no» sin protestar, o saber tener paciencia y esperar. Te puede
pasar que, como educador con el mismo rasgo de tu hija, por estar
cansado, estresado o sobreactivado, o por la ansiedad que la
rabieta te genera, te cuesta imponerte, y marcar y mantener límites,
con lo cual entráis en un bucle negativo.
El tema del sueño es todavía más complejo. Casi un 42% dice
que a su hijo le cuesta «soltar» el día y conciliar el sueño. Un 31,5%
de los peques suele despertarse varias veces por la noche; un 23%
se despierta (muy) temprano; un 6,5% dice ver «espíritus»; un
45,4% teme la oscuridad; casi la mitad no quiere estar solo (46,7%);
muchos sufren pesadillas (30,2%) y a algo más que un cuarto de los
niños (28,9%) les cuesta despedirse de los padres.
Es un hecho que muchísimas personitas con alta sensibilidad
tienen problemas con los tránsitos —cambiar de un estado a otro—
y no hay otro tránsito más intenso y hasta dramático que el
momento de cambiar el día, con todas sus actividades y compañía,
por la calma, la tranquilidad y la soledad de la noche. Es un cambio
del día a la noche —literalmente— o de la luz a la oscuridad. El tipo
de dificultad que presenta tu niña a la hora de dormir depende un
poco de su forma de ser en general, pero muchos de los problemas
suelen desaparecer o disminuir con algún ritual para acompañar
este tránsito (un 25% de los educadores indica que su hijo necesita
un ritual exacto para ir a la cama). Puede empezar una hora o dos
antes de irse a la cama (nunca cuando ya está acostado, porque
puede causar un exceso de preocupación en la peque), con una
conversación para repasar el día, siempre terminando con la
pregunta: ¿qué es lo que más te ha gustado del día de hoy? Digerir
el día de esta manera le ayudará a colocar, a gestionar, el exceso de
información que todavía quedaba en el aire y que, si no es revisada
antes, le puede mantener despierta y preocupada durante horas.
También vemos, y no sorprende, que el colegio es una fuente
importante de dificultades (41,3%), y aquí también existe una serie
de puntos conflictivos comunes como pueden ser: un preocupante
miedo a fallar (43,7%), el maestro no entiende al niño (31,4%),
pensar demasiado antes de contestar con lo cual el maestro/la
maestra excluye al niño o le trata como si fuera tonto,
desconocimiento y no aceptación del rasgo en el cole, aburrirse en
clase (29,3%), al niño no le interesan los contenidos ofrecidos
(22%), la incapacidad de poder conectar con compañeros (18%), no
tener ganas de ir al cole (38%) y no querer despedirse de los
padres.
También son recurrentes dificultades como la incapacidad del
niño de adaptarse al grupo y de ser aceptado, la concentración en
las horas lectivas y la sobreestimulación en general, pero
especialmente en el patio durante el recreo. El bullying, según los
educadores, llega a ser un problema para el 13,7% de los niños con
alta sensibilidad. Un porcentaje que no deja de asustar. Casi un 10%
de los padres dice que en el cole de su niño piensan que este sufre
TDAH y un 3,4% nos hace saber que en el cole de su pequeño los
profes piensan que el peque está en el espectro autista.
No todos los niños con alta sensibilidad son fáciles y flexibles a
la hora de jugar con sus amigos: un 34% indica que su hijo
experimenta dificultades en este terreno. Tenemos pequeños PAS
que son un tanto mandones (24,6%) y solo quieren jugar a su
manera; otros que se adaptan a lo que los demás quieren (27,8%);
niños que no saben perder; niños que lloran con facilidad (17,6%); y
niños que simplemente se niegan a jugar con otros. La mayoría no
aguanta juegos violentos o con ruido y mientras algunos brillan en
juegos de equipo, no pocos en seguida se ponen muy nerviosos
cuando tienen que «controlar» todo lo que pasa alrededor por recibir
más información de la que pueden gestionar. La mayoría de
nuestros nenes prefiere tener un solo amigo o una sola amiga (94%)
frente a un grupo de amigos. Si ese amiguito rompe o afloja la
amistad, nuestro pequeño lo puede vivir como un auténtico drama y
le costará regular la intensidad de sus emociones y sensaciones por
sentirse traicionado (18,2%).
La relación entre hermanos también puede ser difícil (lo es para
un 21%) y dar lugar a una necesidad de acaparar la máxima
atención de los padres, por ejemplo. Puede haber envidia y
competencia.
Comer y la comida es otro tema que causa preocupación a los
padres (33,3%), e igual que lo que hemos visto al hablar de dormir y
del colegio, pueden ser muchos los factores que causan problemas
como, no querer comida caliente (38%), no querer comida nueva
(37%), no querer que se le mezcle la comida (34%), no querer
comer verdura (30%) o carne (17%), no querer comer algo por la
textura (29%), el sabor (27%), porque hay «trozos» (16%), por la
cantidad, o no querer comer fuera de casa (el comedor del cole es
un problema para muchos).
Luego veremos temas como: tardar mucho en empezar a comer
o en vaciar el plato, no querer comer solo, devolver lo ingerido y
niños a los que les cuesta el tránsito del pecho a la comida sólida.
Aquí también vemos que el problema depende un poco de cómo es
la forma de ser del niño, de su temperamento, pero de la misma
manera puede depender de la atmósfera, el ambiente alrededor de
la mesa, el grado de calma y de respeto, el nivel de ajetreo o prisas
antes de empezar a comer o durante la misma comida, o el tono de
las conversaciones y el estado emocional de los comensales.
Saber acompañar, acoger y escuchar al pequeño sensible en
todas estas situaciones que le producen estrés o malestar,
reconocer sus miedos y preocupaciones, es esencial para el buen
desarrollo emocional del niño. Requiere atención, dedicación,
tiempo y, sobre todo, calma y amor.

Encuesta de alta sensibilidad en niños:


situaciones sociales
La pregunta que hicimos a los participantes es: ante situaciones
sociales, ¿cuáles de las siguientes formas de sensibilidad por
nuevos estímulos percibe o ha visto en su hija/o?

Confieso que es una de las preguntas que más me gustan. Quienes


me conocen un poco saben que una de las cosas que suelo repetir
es: solamente podemos llegar a conocernos a través de la otra
persona. Esto lo vemos reflejado en las opciones y respuestas de
esta pregunta, ya que las «situaciones sociales» implican la relación
con otros. Evidentemente, estamos hablando de niños, pero las
situaciones que se ponen como opciones para contestar son puntos
que cada PAS adulto (padre, madre, educador…) conocerá desde
su propia experiencia.
Hay varias cosas que me llaman la atención: en primer lugar
vemos una afirmación de algo de lo que venimos hablando, esa
característica de pause and check (parar y evaluar) que es tan típica
de las PAS y tan visible en las de temperamento introvertido. Un
73,9% ha contestado de manera afirmativa a la opción de necesitar
tiempo antes de poder conectar con invitados. Está claro, un
invitado es alguien nuevo que entra en el espacio conocido que es
tu casa, lo que conlleva una avalancha de información nueva desde
el punto de vista sensorial (género, estatura, ropa, olor, tono de voz),
pero también en cuanto a sutilezas (estado emocional, estado de
salud, las energías que trae). Todos estos estímulos necesitan ser
recibidos y gestionados por nuestro peque. Cuanto más joven, más
tiempo va a necesitar, no solo porque todavía le falta la información
necesaria para comprender y contextualizar lo que va percibiendo,
sino también porque aún no ha adquirido las habilidades sociales
para disimular este proceso de integración de información.
Este punto está relacionado con otro, en el que vemos que un
33% de los niños PAS incluso necesitan tiempo para reconectar con
los abuelos, aunque me imagino que esto no es así cuando existe
un contacto habitual. A veces a los abuelos les resulta difícil
comprender que el niño se resista a ser abrazado y achuchado nada
más entrar en casa, o que no salga corriendo hacia ellos de manera
espontánea (como se suele ver en las películas o en la publicidad).
Espero que les pueda tranquilizar este párrafo, al darse cuenta de
que la tardanza en volver a conectar no es por falta de amor ni de
respeto, es el resultado de la característica de «parar y evaluar». Y,
¡atención! Es muy importante no forzar al niño y darle ese ratito.
El segundo tema que me llama la atención de esta pregunta,
también tiene que ver con algo que ya mencionamos antes, y aquí
se confirma: las dos corrientes de, por un lado, las PAS
introvertidas, y las extrovertidas por otro. Vemos que un 70,2% dice
sentirse abrumado en grupos grandes, mientras que a un 26% les
encanta ser el centro de atención, aunque les agota.
Según Elaine Aron un 70% de las personas con alta sensibilidad
(o sensibilidad al procesamiento sensorial, SPS) es introvertido,
mientras que el 30% restante es extrovertido. Es evidente que estos
porcentajes son una aproximación, pero coinciden perfectamente
con el hecho de que para una PAS con un carácter introvertido (a
veces hasta se confunde con la timidez) los grandes grupos son
abrumadores porque el exceso de información le irá saturando muy
rápidamente, mientras que la PAS extrovertida se suele sentir muy
bien en grandes grupos y mejor todavía si ella es el centro de
atención, pero a la larga también se satura más intensamente que la
introvertida y generalmente necesita más tiempo para volver a
calmarse. No sé si es cierto, pero tengo la sensación de que puede
ser porque la PAS extrovertida también «emite su energía» aparte
de recibir mucha información (su atención está enfocada en sí
misma y también en su entorno), mientras que la PAS introvertida no
suele «emitir», solamente recibe (su atención está enfocada en el
entorno y en cómo le afecta emocionalmente).
Solamente un 56% dice sentirse molesto al ser observado
mientras que realiza un trabajo. El porcentaje puede sorprender ya
que, en realidad, tendría que ser cerca de un 70% para coincidir con
el porcentaje de las PAS introvertidas. Pero es verdad que
solamente puedes sentirte mal al ser observado si tienes
consciencia de ti mismo, cuando te das cuenta de que eres diferente
y único, lo cual es algo que los más pequeños todavía no hacen. Un
38% de los niños retratados en nuestra encuesta tiene menos de 4
años y es alrededor de los 3 cuando el niño empieza a darse cuenta
de que él o ella es una individualidad distinta.
De la misma manera un niño muy pequeño, un bebé que todavía
no se identifica con su «yo», no ve ningún problema en ser el centro
de atención, mientras que el niño, a partir de que empieza a sentir
su «yo», y ha despertado en él la realización de que es un ser
separado, de repente puede sentirse muy incómodo cuando toda la
atención se centra en él (45,2%). A lo mejor has escuchado alguna
vez frases tipo: «De repente mi hija se ha vuelto tímida». Tiene que
ver con el despertar del «yo».
Volvemos a los cuatro pilares, en este caso a la «S» de
«sutilezas». Un 37,7% de los niños tiene, según sus educadores, la
capacidad de detectar un comportamiento falso. Creo que, para no
dañar la intuición del pequeño personaje, es importante respetar
estas observaciones y no ningunearlas.
La autoestima es un tema de peso para muchas personas con
alta sensibilidad, y una autoestima sana se fomenta en la infancia.
Cuando leo que un 25% de los niños se siente incómodo al recibir
atención positiva, creo que debe tratarse de aquellos con 5 o 6
años, ya conscientes de su forma de ser un poco diferente, que han
recibido críticas y juicios negativos por su comportamiento distinto, y
cada vez están más incómodos por ser como son. Es decir, su
autoestima ha empezado a sufrir y se ven defectuosos. ¿Cómo vas
a recibir un piropo o un cumplido si en otros momentos te critican
por ser sensible, por ser un bonachón, por llorar, por saturarte y
tener rabietas, y la imagen de ti mismo se corresponde con la idea
de ser un niño defectuoso? Estos piropos o críticas positivas te
crearán mucha confusión interior y la sensación de no saber cómo
interpretar el mensaje.
Encuesta de alta sensibilidad en niños:
situaciones nuevas
La pregunta que hicimos a los participantes es la siguiente: ante
situaciones nuevas, ¿cuáles de las siguientes formas de sensibilidad
por nuevos estímulos percibe o ha visto en su hija/o?

Sabemos, por las investigaciones de la doctora Elaine Aron y otras


como la del doctor Steve Suomi con sus macacos, y las
investigaciones sobre el comportamiento de las percas sol, que una
característica importante del rasgo de la alta sensibilidad es la de
dedicar un espacio de tiempo para registrar toda la información que
aporta una nueva situación y gestionarla, para sopesar y valorar los
posibles riesgos e implicaciones que esta conlleva en un contexto
más amplio. Solamente entonces, cuando la PAS haya reunido
todos los datos, se sentirá preparada para entregarse a una
situación, o no. Este sopesar y calcular los riesgos, al que Elaine
Aron ha dado el nombre de «sistema de pause and check» (parar y
evaluar), se manifiesta tanto en las PAS introvertidas como en las
extrovertidas, aunque no suele funcionar de la misma manera en
unas y en otras. Las introvertidas suelen necesitar más tiempo en el
momento mismo, o sea, al verse confrontadas con la situación que
requiere ser valorada, mientras que las PAS extrovertidas, cuyo
tiempo de «parar y evaluar» antes de lanzarse generalmente es más
reducido, suelen haber hecho los deberes de antemano, habiendo
dedicado tiempo investigando (valorando) para estar preparadas en
el momento en que toca tomar la decisión. En este sentido puede
pasar que las extrovertidas parecen ser más impulsivas, aunque en
realidad no lo son y vienen, digamos, con el trabajo hecho. O sea, el
modus operandi de cada grupo es un poco diferente, pero ambos se
toman su tiempo para sopesar y evaluar las consecuencias y
posibles riesgos de sus actos.
Cada situación nueva conlleva información nueva que necesita
ser gestionada e integrada. Un 76,2% de los educadores ha
observado que sus hijas e hijos, antes de tomar una decisión,
necesitan su tiempo para recibir, ordenar y sopesar los estímulos
nuevos. Las PAS, como hemos visto, no se lanzan impulsivamente,
o sea, según la encuesta más de tres cuartos de los niños PAS
demuestran esta característica de pause and check, y parece ser
que incluso una pequeña parte de los extrovertidos dudan un poco
antes de tirarse a la piscina. (Partimos de la premisa de que un 70%
de las PAS es introvertido, teniendo el restante 30% un
temperamento más bien extrovertido).
Una tercera parte de los niños (66%) de nuestra investigación se
muestra afectada por cambios importantes en su vida, y un
porcentaje similar demuestra reacciones intensas ante actividades o
acontecimientos puntuales que requieren la asimilación de mucha
información nueva a la vez. Ejemplos típicos son una mudanza, un
cambio de colegio, el divorcio o la separación de los padres, una
muerte en la familia, pero también temas aparentemente más fáciles
de llevar, como puede ser una excursión del colegio, un evento
deportivo, el rechazo de una amiga o un amigo, una visita en casa…
Cualquier acontecimiento que no forme parte de la rutina
establecida, puede provocar intensas reacciones emocionales en
nuestro o nuestra peque. Reacciones emocionales que pueden ser
expresadas como rabietas, la negación de comer, llanto, hacerse pis
en la cama, dolor de barriga o de cabeza, fiebre, retirarse y
quedarse callado o lo contrario, demostrar una actividad extrema y
no habitual. Te puede parecer una reacción exagerada, pero para el
niño es real y su malestar no es teatro. Es importante darte cuenta
de la sensibilidad de cara a cambios externos de tu hija o hijo, y
prepararle con cariño y con tiempo para lo que va a pasar evitándole
sorpresas. Si notas cambios en el comportamiento de tu niña o niño,
antes de llamarle la atención o tacharle de exagerado o histérico y
decirle que no es para tanto, pregúntate si se trata de una reacción
a algo que le ha pasado y que no ha podido gestionar bien a nivel
interior.
Otro asunto con puntuación alta es el de asustarse con facilidad
de acontecimientos inesperados. Más de la mitad de los niños con
alta sensibilidad se asusta por lo inesperado (un 59,3%), y entiendo
que aquí también nos referimos a sobresaltarse a causa de, por
ejemplo, un globo que explota, un portazo o un frenazo de un coche.
O incluso algo como aquel niño que, por primera vez en su vida, ve
el mar y no sabe si reírse, saltar, llorar, gritar…
El descontrol emocional que genera el susto o el sobresalto
generalmente se exterioriza en forma de llanto. Cuanto más
estresado esté nuestro niño, más intensa será su reacción. Si eres
padre o madre PAS del niño que acaba de reaccionar de esta
manera, tú a lo mejor también te has asustado. En este caso te
puede ser difícil reaccionar adecuadamente y con la empatía
necesaria. Recuerdo bastantes veces en que yo, madre PAS con
dos hijos AS, en lugar de acogerles y hacerles entender que
entendía su susto, me puse a gritarles sin más. Entonces todavía no
conocía el rasgo y mis gritos eran más bien el resultado de mi propio
susto. Tú, que lees esto, tienes la ventaja de poder entenderte y de
poder entender a tu niña o a tu niño.
Como ya sabes, el cuarto pilar del rasgo, la «S», representa la
sensibilidad sensorial ante las sutilezas. En nuestra encuesta el
porcentaje de niños que demuestra sensibilidad a detalles como los
cambios físicos en una persona, por ejemplo, un corte de pelo, un
cambio de color del mismo, no sentirse bien, estar cansada, etcétera
(56,9%) o los cambios en lugares (41,7%) puede parecer bajo, pero
es porque los niños más pequeños que también participaron en esta
encuesta, todavía no tienen la capacidad de expresar lo que ven de
modo que los padres no tienen constancia de lo que ellos van
percibiendo. Esto no quiere decir que no estén registrando cambios
de este tipo; nuestros pequeños PAS perciben muchísimo más de lo
que pensamos.
Anexo 2

ESQUEMA

Características, luces sombras y estrategias

Característica Luz Sombra Estrategian a


desarrollar

Profundidad Riqueza interior, Peligro de perderte en


espiritualidad, un mar de
muchos intereses, información,
compromiso, desbordarte
conexiones
profundas

Sobreestimulación Juntar mucha Estrés, dolor de Conocer propias


información cabeza, necesidades y
taquicardias, poner límites
nerviosismo,
ataque de pánico

Emocionalidad Intensa capacidad de Montar dramas y Controlar


desarrollada disfrutar quedarse atrapado expectativas,
en ellos, tomarlo observar
todo muy a pecho pensamientos y
dependencias
emocionales

Empatía Capacidad de ayudar, Perderte en un Escuchar sin querer


escuchar y problema ajeno y solucionar/salvar.
acoger, ser un hundirte junto con No juzgar
apoyo la otra persona, no
constructivo, ser capaz de
llegar a establecer ofrecer ayuda
un contacto constructiva
verdadero
Sensibilidad Capacidad de Experimentar cosas
sensorial y de disfrutar, de menos agradables
cara a detectar «algo» con más
sutilezas, antes que los intensidad,
estados demás, «oler» «chupar»
emocionales peligro, captar emociones ajenas
ajenos estados
emocionales de
otros, intuición…

Bajo umbral de Captar señales de tu Sentir más dolor físico


dolor cuerpo a tiempo si que otras personas
algo no funciona no PAS
bien

Sensibilidad Buscar soluciones No poder


sustancias creativas, llevar ingerir/comer/beber
una vida más según qué cosa.
sana Sentirse excluido

Ser concienzudo Hacer lo correcto en Perfeccionismo Evitar compararse, no


la medida correcta exagerado, juzgar, límites,
para un mayor irritabilidad, aceptación
bien, valores intolerancia,
quedarte en viejas
creencias,
victimismo

Sobresaltarse con Valorar técnicas de Estrés,


facilidad relajación sobreactivación,
bloqueo, ataque de
ansiedad

Agobiarse Estrés, Escuchar señales del


sobreactivación, cuerpo, aprender
bloqueo, ansiedad a desconectar,
relajarse

Amabilidad Empatía, conexión Inseguridad, baja


profunda, interés, autoestima,
ser sociable miedos, suprimir
emociones
negativas,
victimismo,
reactividad

Dificultad para Estrés, agobio, Autoconocimiento,


poner límites saturación, respeto personal,
victimismo autoestima sana
Sensibilidad ante Estrés, Autoconocimiento,
imágenes sobreactivación, empatía, respeto
violentas saturación, agobio, personal,
dolor, impotencia, autoestima sana,
ansiedad, ataque límites
de pánico

Afectado por el Ansiedad, Aprender las señales


ajetreo sobreactivación, de tu cuerpo y
exterior saturación reconocer tus
límites, aprender
a desestresar

Introversión Estar bien con uno Sobreactivación, Aceptación


mismo estrés

Dificultad con la Autoconocimiento, Estrés, Preparación mediante


asimilación herramientas de sobreestimulación, información
cambios relajación, ver excesiva disponible (p.e.
ventajas emocionalidad, libros)
apego, drama,
control

Dificultad para Ser concienzudo, Saturación, miedo al


decidirse valores, intuición, error y al conflicto,
visión para inseguridad,
desarrollar drama, baja
estrategias autoestima, estrés

Bloqueo al ser Introversión, nervios, Quedarte en tu


observado/ser inseguridad, baja centro,
el centro de autoestima concentrarte en ti,
atención empoderamiento

Meteosensibilidad Disfrutar Irritabilidad, dolor de


intensamente de cabeza y huesos,
la lluvia, el sol, tristeza
etc.

No sentirse Soledad, victimismo, Abrazar las


comprendido desencanto, diferencias,
desconfianza aceptar que una
no PAS
difícilmente puede
entender a una
PAS, contactar
con otras PAS

Extroversión Conexión social, alto Dar demasiado de sí, Aprender a escuchar


grado de no conocer bien el mejor las señales
participación propio límite del del cuerpo
agotamiento
intenso

Rabieta Perder el control sobre Necesita de un adulto


la emocionalidad, que se quede con
miedo, pánico él, calmado,
haciéndole saber
que no está solo

Solitario / poca Introspección / Soledad, aislamiento Buscar personas


gente conexiones afines, evitar
profundas/amigo grandes grupos
leal (según necesidad)
Anexo 3

TESTS

La alta sensibilidad en niños


El niño/a…

Nunca De vez en Siempre


cuando

1 2 3 4 5 6 7 8 9 10

1. Se sobresalta con facilidad

2. Se suele quejar de ropa que le molesta, costuras


en calcetines, tejidos ásperos o etiquetas que
irritan la piel

3. Las grandes sorpresas no le suelen gustar

4. Aprende más de una corrección suave que de un


severo castigo (llora si se le grita)

5. Parece leer los pensamientos de la gente

6. Utiliza palabras maduras para su edad

7. Percibe el más mínimo olor inusual

8. Tiene un agudo/particular sentido del humor

9. Parece ser muy intuitivo


10. Después de un día ajetreado le cuesta dormirse

11. Le cuestan los grandes cambios (mudanza,


nuevo cole, separación, nuevo hermanito…)

12. Quiere cambiarse de ropa cuando la que lleva


está mojada o tiene arena

13. No para de hacer preguntas

14. Se esfuerza por hacer las cosas bien a la primera

15. Percibe la tristeza/el dolor de otros

16. Prefiere juegos tranquilos o estar con un libro

17. Hace preguntas profundas que requieren


reflexión

18. Es muy sensible al dolor (quejica)

19. No se siente a gusto en lugares con mucho ruido

20. Percibe cambios sutiles (un peinado nuevo,


pendientes/zapatos/«algo» nuevo o diferente)

21. Antes de pegar un salto mira primero si no hay


peligro/riesgo

22. Funciona mejor en presencia de gente conocida

23. Se bloquea cuando todo el mundo le mira (por


ejemplo al salir a la pizarra)

24. Siente las cosas con mucha profundidad

25. Le cuesta mucho reconocer/mantener sus límites

26. Puede tener un problema «de concentración»


(sobrecarga de información)

27. Demuestra un gran amor hacia los animales y la


naturaleza

28. Suele tener amigos imaginarios

29. Cuando está saturado puede rechazar caricias

30. Demuestra estrés o ansiedad ante los exámenes

31. Puede tener problemas con la comida (gustos


especiales)
P.D.: Existe una variante de niño extrovertido: niño inquieto,
alborotado, muy social, sociable y participativo, encantado de ser el
centro de atención. Le cuesta conocer los límites de su energía:
suele derrochar sus fuerzas, hasta sobreactivarse y luego
«colapsar» por agotamiento, y volver a empezar el proceso.

El test, tal como aparece aquí, está basado en el test clásico


creado por Elaine Aron y publicado en su libro El don de la alta
sensibilidad en la infancia. Algunos de los puntos, sin embargo, los
he añadido yo utilizando mi propia experiencia.

La alta sensibilidad en adultos


Nunca De vez en Siempre
cuando

1 2 3 4 5 6 7 8 9 10

1. Los ruidos fuertes te afectan, desde la imitación o


el susto hasta el estrés

2. Tienes el olfato muy sensible

3. Te enamoras con facilidad

4. Notas dolor antes que la mayoría de la gente.


Tienes el umbral del dolor bajo

5. Te hacen daño las luces muy fuertes y brillantes

6. Eres sensible a la luz artificial, como los


fluorescentes

7. Eres sensible a todo tipo de radiación como la de


los teléfonos móviles

8. Te asustas con facilidad

9. Las sustancias estimulantes como la cafeína te


ponen muy nervioso
10. Te cuesta relajarte en un ambiente que no es de
tu gusto

11. Notas si las personas están mal y empatizas con


ellos, a veces, perdiendo fuerza

12. Captas sutilezas en el ambiente y pueden llegar a


afectarte

13. Cuando percibes una necesidad, en seguida


saltas a ayudar

14. Ver sufrir a un ser indefenso te pone enfermo

15. Si alguien te gusta, tienes la tendencia de fundirte


con esa persona

16. Si alguien te gusta, al principio solamente ves sus


puntos positivos

17. Si alguien te gusta, ya no piensas en ti mismo y


vives para ese otro

18. Si alguien no siente/piensa/actúa como tú,


sientes un profundo rechazo

19. Te piden ayuda y te cuesta decir que no

20. Te estresas/agobias/saturas con facilidad

21. Sabes escuchar señales/avisos de tu cuerpo

22. Tienes la tendencia de aplazar tareas que no te


gustan

23. Te cuesta planificar y mantener tu plan

24. Cuando tienes hambre te pones de mal humor

25. Te cuesta relajarte cuando alguien en tu entorno


está mal

26. Te cuesta relajarte cuando tienes tareas


pendientes

27. Te importa lo que piensen de ti

28. Cuando tienes que competir funcionas por debajo


de tus capacidades

29. Necesitas la aprobación de los demás para saber


que vales como persona
30. A veces tienes la sensación de agobiar a la gente

31. Tu piel es tan sensible que te duelen los tejidos


bastos (etiquetas)

32. Te hablan mal, levantan la voz o te insultan, y te


paralizas

33. Prefieres ignorar un conflicto

34. Te cuesta defenderte

35. Te cuesta dormirte después de un día muy


completo, ajetreado

36. Las escenas violentas te afectan de manera


negativa

37. No aguantas la injusticia

38. En las reuniones te cuesta dar tu opinión

39. Te molestan las cosas mal hechas y el desorden

40. Si tienes que trabajar bajo presión, te bloqueas

41. Haces todo lo posible para evitar cometer errores

42. Consideras que das muchas vueltas a las cosas,


rumiando temas

43. Tienes la tendencia de infravalorarte

44. Te cuesta pedir ayuda

45. En los días de mucho ajetreo, necesitas apartarte

46. La obligación impuesta y las exigencias te hacen


rebelarte y resistir

47. Los cambios (de todo tipo) te producen


nerviosismo y estrés

48. Te duele no poder compartir con otros tu rico


mundo interior

49. Si pudieras, vivirías lejos del mundo duro y


materialista

50. Te sueles adaptar al entorno para caer bien

51. Te dejas llevar por tu entusiasmo hasta olvidarte


de tus obligaciones
52. Te emocionas ante obras de arte o paisajes
espectaculares

53. Si te falta el contacto con la naturaleza y los


animales, te sientes vacío

54. Sin espiritualidad tu vida sería un desierto

55. Tienes tendencia a adaptarte a las expectativas


de los otros

Suma tus puntos…

Entre 560 y 360: te puedes considerar una persona altamente sensible. Cuanto más alta
sea tu puntuación, más tendrás la sensibilidad a flor de piel. Si ser altamente sensible te
complica la vida, te impide llevar la existencia que te gustaría llevar, te aconsejo estudiar
con atención el rasgo, considerar participar en los encuentros de personas altamente
sensibles y hacer unas sesiones de coaching.

Entre 360 y 250: hay una gran probabilidad de que seas una persona altamente sensible.
Es posible que en el pasado hayas tenido algunos problemas, te los hayas trabajado y
hayas conseguido ya encauzarlos. Si sigue habiendo aspectos de la personalidad que te
gustaría trabajar, convirtiendo algo que te moleste en algo que te aporte, puede ser una
muy buena idea participar en grupos PAS, o hacer unas sesiones de coaching. Estudiar
diferentes publicaciones sobre el tema siempre es aconsejable.

Menos de 250: la probabilidad de que seas una persona altamente sensible no es muy
grande. Aun así, si hay problemas en los que te ves reflejado y que te molestan, está claro
que tienes una sensibilidad elevada, más bien selectiva. A veces es posible trabajarla, a
veces no.

Independientemente de la puntuación que hayas sacado, no existe un test tan preciso


como para que debas basar tu vida en él. Siempre es una simple orientación y conviene
acudir a un profesional que entienda del tema.
Bibliografía

Libros:

ANSCHÜTZ, Marieke, Ons temperament, Christofoor, Zeist, 1991.


ARON, Elaine N., El don de la sensibilidad en la infancia,
Obelisco, Barcelona, 2017.
—, El don de la alta sensibilidad, Obelisco, Barcelona, 2017.
—, Psychotherapy for HSP, Routledge, Nueva York, 2011.
BERGSMA, Esther, Hoogsensitieve kinderen, b:k light, Assen,
2017.
BILBAO, Álvaro, El cerebro de los niños explicado a los padres,
Plataforma, Barcelona, 2015.
BOM, Paulien y MACHTELD, Huber, De uno a cuatro, Ing
Edicions, Barcelona, 2002.
BOWLBY, John, Vínculos afectivos: formación, desarrollo y
pérdida, Morata, Madrid, 2014.
BROWN, Brené, El poder de ser vulnerable, Urano, Barcelona,
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DALGLIESH, Carolyn, The sensory child gets organized,
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EIJGENRAAM, Loïs, Je kind beter begrijpen, Christofoor, Zeist,
2019.
GARDNER, Howard, Inteligencias múltiples, Paidós, Barcelona,
2011.
GIBBS, Brooks, Love is greater than hate, Brooks Gibbs
Communications, Safety Harbor, FL, 2010.
HEYDEBRAND, Carolina Von, La niñez, Antroposófica, Buenos
Aires, 2002.
KLÜNGELEN, H. Von et al., Caminando hacia el futuro, Rudolf
Steiner, Madrid, 2019.
KOHN, Alfie, Crianza incondicional, Crianza Natural, Barcelona,
2012.
MOYA ALBIOL, Luis, La empatía, Plataforma, Barcelona, 2018.
ROSENBERG, Marshall, La comunicación no violenta, Acanto,
Barcelona, 2017.
SCHOOREL, Edmond, Beeldscherm beelden, Christofoor, Zeist,
2015.
STEINER, Rudolf, Pedagogía Waldorf, Rudolf Steiner, Madrid,
1989.
TORRE, Pilar de la, Fundamentos y prácticas de comunicación
no violenta, Arpa, Barcelona, 2018.
ZEFF, Ted, Raise an emotional healthy boy, Prana Publishing,
Queensland, 2013.
ZEGERS DE BEIJL, Karina, Personas altamente sensibles, La
Esfera de los libros, Madrid, 2016.
—, Karina, La alta sensibilidad, vivir desde el corazón,
autopublicado en Amazon, 2012.

Webs de interés:
APASE, Asociación de Personas con Alta Sensibilidad de
España: www.asociacionpas.org
Comunicación no violenta:
www.comunicacionnoviolenta.com
Documental Sensibilidad al trasluz de Crónicas, TV2:
www.rtve.es/alacarta/videos/cronicas/cronicas-
sensibilidad-trasluz/3017002/
Educación respetuosa (Tamara Chubarowsky):
www.tamarachubarovsky.com
Programas anti bullying: Raise them strong:
www.brooksgibbs.com
Web de Elaine Aron: www.hsperson.com
Web de Fundación ANAR: www.anar.org (teléfono gratis para
denuncia de acoso escolar).
Web de Karina Zegers de Beijl:
www.personasaltamentesensibles.com
Web Sensitive: www.sensitivethemovie.com
KARINA ZEGERS DE BEIJL (Ámsterdam, 1952). Asiste a una
escuela Waldorf y cursa Filología Española en la Universidad de su
ciudad natal. Traductora literaria e intérprete de varios idiomas
durante treinta y siete años, en 1990 se afinca en Mallorca. En 2004
descubre que es PAS y amplía estudios especialmente enfocados al
autoconocimiento, tales como Coach Personal, Técnicas de
Comunicación, Mediación de Conflictos, profundizando en la obra de
la doctora Elaine Aron.
En la actualidad imparte sesiones de coaching, talleres, encuentros
y conferencias, y lleva un blog muy visitado. En 2012 funda la
Asociación Nacional de Personas Altamente Sensibles (APAS) y
autopublica con éxito su primer libro: La alta sensibilidad. Vivir
desde el corazón.

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