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Elaine Aron.
Por la llave que nos regaló.
Introducción
EL RASGO
DOES en niños
Hemos mencionado los cuatro pilares del DOES, cuatro puntos
esenciales a tener en cuenta a la hora de poder decir si alguien es
PAS o no. Mientras que para los adultos es relativamente fácil
reconocerse en este perfil, para los niños puede ser más
complicado. Antes de que Elaine Aron acuñara las siglas del DOES
como herramienta esencial para identificar el rasgo, teníamos que
conformarnos con un test. La combinación del cuestionario y los
cuatro pilares de DOES ofrece un recurso más fiable, aunque, en
caso de duda, siempre es aconsejable consultar con un buen
profesional conocedor del rasgo. No es lo mismo, como adulto,
verse reflejado en los puntos esenciales, que a través de la
observación y la intuición intentar identificarlos en otra persona y
mucho menos si la persona es un niño.
La importancia de las cuatro características es tal que, si uno no
se ve reflejado en todos los puntos, si solamente se ve en tres o en
dos, uno puede ser muy sensible, pero al no reunir todas las
características básicas del rasgo, no podrá llamarse persona con
alta sensibilidad. De la misma manera, si en el niño dudamos de la
presencia de los cuatro pilares, no será PAS.
Procesamiento profundo
Este es el primer pilar, siguiendo el orden de las siglas DOES.
De todos los pilares, este es el más difícil de reconocer en bebés
y en niños muy pequeños. Una vez que empiezan a hablar y
comprender conceptos, suele ser más fácil. Recibir información no
depende de la edad, pero cuanto mayor sea el niño, menos le
costará entenderla y más capacidad pensante tendrá. La capacidad
pensante empieza a desarrollarse con el habla, con la facultad de
«conocer» el entorno.
Las PAS recibimos mucha información, muchos datos. Con
nuestros sentidos a flor de piel y una fuerte emocionalidad, nos
cuesta relajar la mente. Al decir «procesamiento profundo» nos
referimos al hecho de que tenemos esa tendencia a analizar,
comparar, evaluar y combinar todos los datos; está claro que un
bebé no puede hacerlo a este nivel. Para un niño de 3-4 años, ya es
diferente. Muchas veces tiene sentido pensar las cosas y evaluarlas,
por ejemplo, a la hora de estimar los posibles riesgos de la situación
en la que se va a meter. ¿Juego con este otro niño, o no? ¿Le
ofrezco mi pala? También tiene su utilidad a la hora de tener que
tomar una decisión y optar por la mejor solución, pero otras veces
sirve de poco aparte de llegar a confundir y cansar a la PAS, a
veces, hasta el agotamiento. A muchos niños con AS, cuando les
preguntas: ¿de qué quieres el bocata, de queso, tortilla, jamón,
crema de cacahuetes o mermelada?, se pierden. Cada cosa tendrá
su atractivo, su parte negativa, sus implicaciones y consecuencias…
y requiere mucho tiempo llegar a tomar una decisión bien valorada.
Muchos niños se echan a llorar por la confusión o se ven
desbordados, y llegan a gritar que no quieren nada. Mucho mejor es
presentarle al máximo dos opciones o, mejor todavía, simplemente
prepararle el bocata con lo que tú estimes que es una buena idea.
Una de las características base de la alta sensibilidad es que una
PAS no suele ser impulsiva ya que valorar un extenso abanico de
posibilidades y riesgos requiere su tiempo. En inglés hablamos del
sistema pause and check, que equivale a «detenerse y comprobar»,
que es exactamente lo que hacemos las PAS, y especialmente los
niños. Antes de saltar, la PAS se detiene y empieza a valorar y
analizar la situación, comparando todos los datos de los que
dispone. No lo hace por capricho, lo hace porque necesita saber
cuáles son los posibles riesgos. A la PAS no le gusta equivocarse y
lo que pretende es, a través de ese procesamiento profundo, acertar
a la primera. Es muy característico para un niño con este rasgo,
sopesar, interiorizar un tema investigarlo desde todos los lados y
luego dar el paso. Por mucho que, como adulto, quieras convencerle
diciendo «te puedes equivocar y no pasa nada» o «de los errores se
aprende», no es el tipo de mensaje que el peque AS quiere o
necesita escuchar.
En cuanto al procesamiento profundo en niños, esta
característica fundamental, especialmente durante la primera
infancia, no es algo que puedas observar a simple vista, aunque la
intensa manera en la que un bebé centra su atención en la madre o
en la persona que le cuida, siguiéndola continuamente con la
mirada, puede ser una indicación inicial. Más adelante, cuando el
niño ya ha empezado a hablar, a los tres o cuatro años es posible
que te haga preguntas que te sorprendan, sobre las que tienes que
reflexionar porque no suelen ser simples de contestar, como si
tenemos que amar y cuidar a los animales, ¿por qué comemos
carne? ¿Por qué papá te grita cuando le pides que baje el volumen
de la tele? ¿El abuelo se ha muerto? ¿Qué es la muerte? ¿Por qué
se ha muerto? ¿No le gustaba estar con nosotros y por eso nos ha
dejado? ¿Dónde va la gente que no tiene casa cuando hace frío y
llueve? Si tu niño PAS ve la tele cuando tú la ves y si ve las noticias
(no lo recomiendo en absoluto para los más jóvenes) puede llegar a
hacerte preguntas que todavía son más sorprendentes y que suelen
hablar de su profunda preocupación por temas de tipo ético y moral,
o por lo existencial y el medioambiente.
Probablemente no sea solo este tipo de preguntas lo que te
asombre sino también el vocabulario que utiliza, por ejemplo, la
palabra «volumen» o «difunto». Los niños aprenden por imitación,
copian lo que los adultos hacen y dicen, y cómo lo dicen. Los niños
con AS, por su manera de registrar todo lo que sus sentidos van
abarcando, suelen ser excelentes imitadores y, por ende, suelen
aprender relativamente rápido. Si en su entorno se utilizan palabras
«difíciles», les suele encantar repetirlas, sin conocer su significado,
por el simple hecho de poder decirlas. Las van «probando». Te
puede sorprender y a lo mejor piensas que tienes un niño
especialmente inteligente; puede serlo, claro que sí, pero muchas
veces se trata solamente de imitación. Como educador podemos
ayudar mucho al niño si somos conscientes de esta característica
del procesamiento profundo, y si le hacemos saber que entendemos
sus dudas y el tiempo que necesita. Le podremos ayudar también
preguntándole por sus pensamientos. Cuando le vemos muy
ensimismado, igual puede ser una buena idea llevarle a dar un
paseo por el parque, por la naturaleza, ya que caminar nos ayuda a
todos a ordenar las ideas.
El procesamiento profundo también puede dar lugar a miedos. Si
piensas mucho puedes llegar a preocuparte, y si te falta información
concreta y tienes, como la mayoría de los niños con AS, mucha
fantasía, puede pasar que te inventas cosas desagradables y
situaciones amenazantes. Si tu niña tiene que afrontar nuevas
situaciones, es buena idea tomarte el tiempo para ir preparándola.
Por ejemplo: ir a visitar la guardería antes de que la lleves para
dejarla allí; ir a ver la nueva casa y el nuevo barrio si toca una
mudanza; si va a tener un hermanito, fomentar el contacto físico con
tu barriga e introducir otros bebés (por ejemplo de amigas) en su
vida y hablar sobre el milagro del nacimiento; si se trata de una
separación de los padres, hablar sobre las dos casas y lo que va a
pasar (sin compartir tus problemas y preocupaciones), siempre
hablando con amor y respeto sobre la pareja que se va. Habla,
explica con imágenes que el niño pueda comprender, busca libros
sobre el tema en cuestión, dibujad juntos…
Un buen acompañamiento del procesamiento profundo del niño
es esencial para que siempre se sienta seguro y sepa que le
escuchas, y será la base de una buena regulación de su
emocionalidad más adelante.
La sobreestimulación
Una PAS no es consciente, pero recibe cada poquito de información
que le llega, sea de carácter visual, auditivo, olfativo táctil o
gustativo, en todas sus dimensiones y con todas sus consecuencias.
Lo mismo se puede decir en cuanto a las emociones que le lleguen
y las que va generando en reacción a todo que va asimilando. Por si
todo esto no fuera suficiente, podemos añadir las emociones fruto
de sus cavilaciones: más información todavía. No es consciente del
hecho de que presta mucha atención a lo que va percibiendo desde
su entorno, simplemente porque lo ha hecho toda su vida, ya lo
hacía nada más nacer y posiblemente incluso antes, durante la
gestación. Una PAS lo hace porque forma parte de su ser, de su
funcionamiento neurológico. Le cuesta imaginar cómo es la
percepción sensorial de la gran mayoría de la gente que registra
solo una pequeña parte de lo que a ella le llega. Notar tanto es una
ventaja a la hora de tener que acordarte de algo o de buscar
soluciones o respuestas, pero sabemos que también tiene un lado
menos agradable que es la sobreestimulación.
Si toda la información recibida dispara una emoción, o un
conjunto de emociones que también conllevan información, si
recibes mucha información sensorial a la vez, más de lo que puedes
gestionar, puedes llegar a sentirte nervioso, desorientado o
inseguro, y hasta mareado o con dolores de cabeza. Todas las PAS,
independientemente de su edad, conocen momentos en los que
están sobreestimuladas. Como adulto lo puedes entender, lo puedes
ver venir, lo puedes evitar o reconducir, pero si eres niño la cosa es
más complicada.
Un niño que recibe más información de la que puede gestionar
suele reaccionar, según su carácter, con rabietas, cambios de
comportamiento, mal humor, una conducta que hace pensar en
hiperactividad, pero también con mareos, vómitos y dolores de
cabeza o de barriga. Como adultos es muy importante que les
ayudemos a reconocer las primeras señales que indican que están a
punto de desbordarse y que, junto con ellos, busquemos maneras
adecuadas, herramientas, que les ayudarán a volver a la calma y al
equilibrio emocional.
Ser PAS, ¿una etiqueta más? Muchos padres, pero también los
maestros, me dicen que no quieren saber de más etiquetas. Aparte,
¿para qué? Especialmente en los colegios existe cierta resistencia a
aceptar el rasgo de la alta sensibilidad. Entiendo perfectamente que
ser maestra o maestro es un trabajo intenso que requiere una
vocación, un auténtico interés por los niños y su educación, y que,
por su gran implicación es un trabajo agotador. En un aula hay
muchos niños, cada uno diferente y con exigencias particulares.
¡Hay tanto que tener en cuenta! El educador no suele ir sobrado de
tiempo ni de energía para prestar todavía más atención a según qué
niño que necesita un cuidado especial. Y, sí, los pequeños con AS
requieren atención especial; sobre todo, necesitan ser
comprendidos. Un adulto no necesita etiqueta ya que es
perfectamente capaz de buscar soluciones para las «rarezas» del
rasgo, no tiene por qué utilizar su lado sensible como excusa.
El niño con AS, sin embargo, más que etiqueta, necesita
comprensión. Si un maestro conoce las características del rasgo, las
puede tener en cuenta. Nada más. Los padres no exigimos gran
cosa, sino reconocimiento. Un niño con AS sentado en la primera
fila tardará mucho más en saturarse que cuando ha de sentarse en
la última; y esto contribuirá a la tranquilidad en el aula. Si no
contesta las preguntas a la primera, a lo mejor requiere más tiempo
para valorar las respuestas. Si en el patio hay mucho jaleo,
seguramente no querrá participar, preferirá quedarse tranquilamente
con un libro, o a lo mejor busca la seguridad o la protección de algún
adulto. ¡No le empujes!
Entender cosas de este tipo le será de una enorme ayuda al
peque AS. Esperamos que tú, maestra o maestro, quieras echarle
este cable que le beneficiará el resto de su vida; no te pedimos
mucho más.
2
Talentos
Antes de adentrarnos de lleno en el asunto, quiero recalcar el lado
positivo del rasgo de la alta sensibilidad. Es evidente que este libro
no sería necesario si la educación del niño con AS fuera algo fácil y
fluido, si en las idiosincrasias de alta sensibilidad no hubiera ninguna
sombra, pero es muy importante tener claro que, por muy difícil que
sea, ese retoño tuyo es alguien muy especial, equipado con una
serie de talentos que le harán convertirse en un valioso miembro de
la sociedad. Nuestra tarea, como educadores, es servirle de guía
incondicional para que estos talentos puedan florecer. Es en la
infancia cuando ponemos las bases para el resto de la vida. Una
educación con apego, con respeto, marcada por el amor
incondicional por parte del educador, hará que el niño se sienta
seguro y que sea un ser emocionalmente estable. Esto no quiere
decir que no sea emocional; si es PAS, siempre tendrá emociones
intensas —de hecho, es justamente uno de sus talentos— pero
sabrá conducirlas y gestionarlas sin que le abrumen y le hagan sufrir
más de la cuenta. Tener una emocionalidad sana le permite a la
PAS desarrollar la empatía, el segundo regalo enorme con el que
llegamos a este planeta. Una empatía sana, equilibrada, que nos
permite entender y conectar con otras personas y con animales, sin
perdernos en su desgracia, sino siendo un auténtico apoyo desde la
escucha y una actitud constructiva.
Ser sensible es un talento en sí, tener una sensibilidad
desarrollada, tanto en lo sensorial como en cuanto a las sutilezas,
permite a la PAS ser consciente de todo que le rodea y, en
combinación con esa emocionalidad, disfrutar de cada detalle que
pasa desapercibido a la mayoría de la gente. Esta sensibilidad
combinada con la empatía, ese talento para entender las situaciones
y a las personas, ese «olfato» para aquello que no es tan obvio para
la mayoría de la gente, ese cóctel de talentos le capacitarán para
ser alguien con dotes de liderazgo en cualquier nivel, ya sea en la
familia o en el entorno laboral.
Añadimos a todo esto —mientras escribo me viene a la mente la
imagen de las hadas buenas que traen regalos a la Bella Durmiente
— una capacidad de reflexión, de profundizar en la información que
les llega. Si esto no es un regalo, no sé qué puede ser.
Todas estas cualidades tienen su efecto en muchos otros
campos de la forma de ser de una PAS. Les pueden ayudar a ser
artistas con una creatividad especial, a ser maestros vocacionales
con esa capacidad de reconocer los talentos de los alumnos, a ser
médicos o enfermeros dotados del famoso «ojo clínico»; porque la
empatía y vocación les hace destacar entre otros colegas que, por
muy buenos profesionales que sean, no tienen ese toque que suele
aportar la AS.
Soy consciente de que estoy escribiendo sobre la PAS adulta.
Los talentos, aunque son innatos y forman parte del rasgo de la alta
sensibilidad, se irán manifestando poco a poco en la personalidad
del niño, siempre que seamos capaces de dar el buen ejemplo en
cuanto a nuestro propio comportamiento y de educarle de una
manera respetuosa que permita desarrollar su potencial. Durante la
infancia y la adolescencia irás viendo cómo, poco a poco, empiezan
a florecer los talentos, y es importante reconocerlos para ir
reforzándolos.
Volviendo a las hadas buenas, allí donde las hay buenas,
también está aquella a la que no invitaron, pero que supo colarse
con su «regalo» no tan positivo. En el caso de las PAS, ese
«regalo» se llama sobreestimulación, y es la que hace que, en el día
a día del peque AS, surjan momentos difíciles que requieren de
nuestra atención especial. Entendiendo esas dificultades, saber por
qué se producen y qué se puede hacer para que no lleguen a ser
problemas de verdad, es esencial en el buen acompañamiento de
nuestra niña o niño, que viene equipado con esa mochila repleta de
regalos preciosos para ella o para él, para su familia y su entorno, y,
por ende, para la sociedad. (Véase encuesta de talentos en Anexo
1).
Dificultades recurrentes
Todos los niños, PAS o no, irán topándose con dificultades o temas
de aprendizaje o de superación que requieren más atención de lo
normal por parte del educador. Son temas por los cuales cada uno
tenemos que pasar en el proceso del crecimiento físico y emocional
para, poco a poco, ir madurando. Ahora, por las típicas
características inherentes al rasgo de la alta sensibilidad, hay
determinados temas que se presentan más frecuentemente y a
menudo con más intensidad, en niños AS. Elaine Aron menciona
una serie de temas que llaman la atención en la educación y en
cuanto al acompañamiento. Aparte de estos datos, y gracias a la
encuesta sobre niños con alta sensibilidad realizada con la
holandesa Esther Bergsma, disponemos de un listado concreto de
estos problemas y los correspondientes porcentajes en los que se
presentan en España. En este capítulo los iremos viendo, uno por
uno y en orden de importancia.
Rabietas
Según nuestra encuesta, no menos de un 56 por ciento de los niños
con alta sensibilidad llegan a sufrir rabietas. Es quizás uno de los
temas que más llaman la atención en cuanto al comportamiento de
estos niños porque sus episodios suelen producirse de manera
inesperada y pueden ser muy explosivos.
Le miro y es como si, de repente, se le cruzan los cables y explota —dice una
madre—. Cruza los brazos en un gesto dramático, aprieta los labios, se pone
rojo, y, con el ceño fruncido, empieza a dar patadas contra todo lo que se
encuentra por delante. Dice cosas ininteligibles por mantener la boca cerrada,
o a lo mejor no dice nada y son solamente sonidos sin sentido alguno, como
de un ser herido, no lo sé. Cuando está así no me ve ni me escucha, la única
cosa que puedo hacer es ir quitándome de en medio y esperar hasta que se
calme. Por supuesto, he intentado cogerle el brazo, abrazarle, hablarle en un
tono tranquilo, pero esto, en lugar de calmarle, parece encenderle todavía
más.
Enfados
Muchos niños AS se enfadan por las injusticias, y este tipo de
enfado, que es más bien una indignación profunda, no suele ir
acompañado de una rabieta, aunque sí puede manifestarse con
llanto y con gritos. Las injusticias pueden ser situaciones familiares
entre hermanos, por ejemplo, o situaciones vividas en el colegio. Lo
que un niño PAS considera una injusticia no necesariamente lo es
desde una perspectiva objetiva o adulta, pero si la niña lo percibe
como tal habrá que dejar que lo explique y escucharla. Conocemos
casos de niños con AS que se enfaden muchísimo cuando a algún
compañero (o a ellos mismos) les acusan de algo que no han
hecho, o cuando son testigos o víctimas de bullying. Los adultos
sabemos que el mundo está lleno de injusticias —y nos siguen
indignando— pero los niños necesitan aprender que esto es así y
tienen que descubrir maneras que les permitan gestionar su
indignación. Habla con tu hija sobre estos temas, hazla saber que
entiendes sus emociones y pregúntale por las posibles ideas que
ella tiene para solucionar el problema. No te rías de sus
aportaciones si, a lo mejor, te parecen inmaduras o infantiles,
ayúdala a explorarlas más. Ayudarla a desarrollar un pensamiento
propio es uno de los regalos más grandes que puedes ofrecer a tu
hija.
El niño también se puede enfadar por los límites que le impones,
por ejemplo, si no puede tener un teléfono móvil hasta cumplir los 12
años, no puede ver la tele todos los días, o tiene que hacer los
deberes antes de salir a jugar con sus amigos. En estos casos la
reacción suele ser de enfado y de estar ofendido. (¡No es justo!
¡Todos mis amigos tienen/pueden/hacen…!). Es importante que
tengas una conversación sobre esto y que el niño entienda que no
son castigos. No se establecen porque no le quieres, sino porque tú
has decidido que es por su bien y que, aunque entiendes
perfectamente que no le guste y que no esté de acuerdo, dispones
de más información que él y puedes valorar de otra manera lo que él
percibe como una injusticia.
Elaine Aron nos habla de niños con una voluntad muy fuerte, que
tienen una tendencia a imponerse y enfadarse cuando tienen claro
que existen situaciones que, para ellos, son inaceptables. «Niños
tozudos o intensos», los llama. Se enfadan con facilidad y hacen lo
que pueden para salirse con la suya. Dan la impresión de que saben
exactamente lo que es moralmente aceptable y lo que no, distinguen
la verdad de la mentira. Están convencidos de que ellos tienen
razón y harán lo que puedan para convencer a los otros. Como
educador es importante saber que el niño realmente siente lo que
dice y sus reacciones no son el resultado de querer llevar la
contraria. La mejor manera de gestionar las situaciones de tensión
que este comportamiento puede generar, es hablar y preguntarle por
sus motivos e ideas, en lugar de intentar imponerte como adulto y
reaccionar con frases como: «Aquí mando yo», «Has de hacer lo
que yo diga porque soy tu padre», «Qué vas a saber tú, que eres un
niñato». Muchos niños, y especialmente niños AS, pueden llegar a
tener ideas, intuiciones e inspiraciones muy válidas que merecen ser
escuchadas.
Cada comportamiento, cada expresión de emociones, es el
resultado de algo, tiene uno o varios motivos, tiene una historia.
Tendríamos que esforzarnos para descubrir la necesidad que el
pequeño intenta cubrir con su rabia, su enfado o su insistencia.
¿Qué es lo que nos quiere decir? ¿Qué ha pasado para que haya
llegado a este extremo? ¿Se siente inseguro? ¿Tiene miedo de
perder el cariño de sus educadores? ¿Duda del amor incondicional
de sus padres? Muchas veces los niños manifiestan
comportamientos «irracionales» cuando han visto que sus padres se
hablan mal entre ellos; cuando son testigos de maltrato; cuando uno
de los educadores se tiene que ausentar por un tiempo
determinado, sea por trabajo, por enfermedad; o por situaciones
nuevas sobre las que el pequeño no tiene conceptos y no sabe qué
significan ni cuáles son las consecuencias. También conviene tener
en cuenta que los niños aprenden a través de la imitación; reflejan
nuestro propio comportamiento. Cuando los padres se enfadan
entre ellos con gritos o con malas formas, el niño lo copiará,
pensando que este comportamiento es lo «normal».
Un niño enfadado y preocupado es un niño sobreestimulado, y
un niño sobreestimulado o sobreexcitado tendrá problemas a la hora
de dormir.
Dormir
Si un adulto AS tiene dificultades con el sueño, si le cuesta «soltar el
día» y, por culpa de eso, no llega a dormir las ocho horas que
necesita, se despertará cansado y posiblemente más estresado de
lo normal. La falta de sueño le llevará a sentirse irritado y crispado.
Ese adulto sabe que, si no duerme las ocho horas que necesita para
descargar toda la carga sensorial y emocional del día anterior, no va
a estar en óptima forma y se notará más sensible de lo
acostumbrado. Si es solamente una sola noche de pocas horas de
sueño probablemente podrá con el día siguiente y no le costará
demasiado controlar sus irritaciones y sensibilidad, pero cuando
empieza a haber más noches en blanco seguidas, la vida comienza
a hacerse cuesta arriba. Sabemos que muchos adultos con AS
tienen problemas de sueño, y si eres madre o padre con alta
sensibilidad, seguramente eres consciente de que dormir poco o mal
te pasa factura y te hace más sensible e irritable. Darte cuenta de
que esto es así, te ayudará a comprenderle mejor a tu hijo.
Por los resultados de la encuesta sabemos que para un 52 por
ciento de los niños con alta sensibilidad, la situación no es muy
diferente. Si un hijo duerme mal o demasiado poco, toda la familia
sufre. Muchos padres, especialmente siendo AS, se desesperan, y
con razón. Los problemas de sueño de los hijos suponen,
especialmente si se trata de un bebé, que los padres tampoco
lleguen a sus ocho horas de descanso. La mayoría de los niños AS
que no duerme bien o que no duerme lo suficiente tiene este
problema porque tardan mucho en conciliar el sueño a la hora de
acostarse. Aparte de estos niños vemos un grupo más reducido de
niños AS que no llegan a sus horas de descanso porque se
despiertan antes de la hora y no pueden volver a dormirse.
Ahora, para poder ayudarles, tendríamos que conocer la causa
del problema para, después, ir viendo qué podemos hacer para
facilitarle al peque la transición entre el día y la noche.
Existen varios motivos que pueden dificultar la conciliación del
sueño, y pesan más para una persona con alta sensibilidad que
para otra que no comparte el rasgo. Hemos hablado de los cuatro
pilares, de las cuatro características base que definen el rasgo. En
lo que concierne al sueño, posiblemente el pilar que más pesa es la
sobreestimulación, seguido por el de la reflexión profunda. Una
persona sobreestimulada no puede dormir porque su cerebro va a
más de cien por hora lo cual le impide relajarse. Un niño que ha
pasado el día completo en el colegio, seguido por actividades
extraescolares, tendrá problemas para soltar las muchas
experiencias que ha ido viviendo.
De la misma manera le afectarán los días con cualquier tipo de
actividades, especialmente si son nuevas. También vemos cómo
situaciones y actividades nuevas le pueden ir sobreactivando antes
de que tengan lugar ya que es probable que se preocupe por cómo
será y qué pasará. Un ejemplo puede ser un campamento de
verano, una mudanza, un cambio de colegio, una fiesta de
cumpleaños propia o ajena, reuniones de familia, una visita al
dentista o al médico… Si es el día mismo será porque lo está
reviviendo todo, volviendo a recrear interiormente cada detalle que
ha percibido, cada emoción que ha sentido. Si es algo que todavía
tiene que pasar, sus preocupaciones serán del tipo: ¿qué pasará?
¿Cómo será? ¿Cómo me sentiré? La combinación de
pensamientos, emociones y preguntas pueden robarle muchas
horas de sueño a tu pequeña PAS.
Los niños AS y especialmente los niños altamente sensibles con
un carácter extrovertido, suelen participar no al cien, sino al
doscientos por cien en las actividades, implicándose
emocionalmente. Un día de cole no solamente es aprender la
materia impartida, sino también asimilar toda la información
sensorial, las emociones que esto le genera, y hay que añadir las
emociones que ha ido percibiendo de sus compañeros, emociones
que incluso puede haber absorbido. Como ya sabes, un niño AS se
suele preocupar mucho por el bienestar de todos y por temas de
justicia. Si —y no es nada raro que pasen cosas de este tipo— ha
visto que a alguien lo han tratado de manera injusta, o si alguien
está haciendo algo que es injusto, nuestra pequeña PAS se
encenderá interiormente y sufrirá por la «víctima» de esa injusticia.
Se lo tomará muy a pecho. Temas como este se reavivan una vez
que se ha acostado y hacen que la pequeña PAS lo pase muy mal.
Le dará mil de vueltas a todo lo que le preocupa. ¿Por qué han
hecho eso? ¿Nadie ha visto que…? ¿Cómo se lo pueden creer?
¿No se dan cuenta de que fulano es inocente? Preguntas de este
tipo atormentarán a la pequeña PAS, y estará pensando en qué
puede hacer para enderezar la situación.
Nuestros pequeños PAS lo captan todo y son especialmente
sensibles al estado emocional de sus padres, si entre ellos pasan
cosas que perciben como amenazadoras de su propia seguridad.
Todos los niños necesitan poder sentirse seguros, pero con los
niños AS vemos como captan el estado emocional de los padres y
en seguida empiezan a preocuparse mucho, aunque por fuera nadie
lo diría.
Otro tema que suele jugar un papel en la conciliación del sueño
es el horario que solemos llevar en nuestro país, un horario que en
general no ayuda. Sé de muchas familias en las que se cena muy
tarde. Esos horarios en muchos casos vienen determinados por el
horario laboral de los padres y lo podemos ver como una cuestión
cultural, con lo cual quiero decir que no lo podemos cambiar por
mucho que queramos. Irte a la cama directamente después de
cenar no es una buena idea si necesitas dormir ya. Si tienes que
dormir por lo menos ocho horas para recuperarte para poder
afrontar el día siguiente, puede ser que tengamos un problema.
Ojalá tuviera la solución, pero si tu niño no puede dormir por tener la
digestión en marcha (lo cual también contribuye a que la mente
vuelva a activarse y a que el niño empiece a preocuparse por lo que
sea), conviene que revises si puedes hacer algo respecto a la hora
de la cena.
Conciliar el sueño equivale a soltar el día, pero en ese momento
de transición entre un estado y otro, pueden colarse los miedos. Los
niños pueden tener muchos miedos, y los miedos causan
preocupaciones de todo tipo: miedo a la oscuridad, a la soledad, a
los monstruos que hay debajo de la cama, a los bullies en el cole,
miedo a las consecuencias por no haber hecho bien los deberes,
miedo a tener que hablar en clase el próximo día, miedo a las
peleas entre sus padres… La lista es larga, larguísima. Si tú, adulto,
eres PAS seguramente recordarás los miedos de tu infancia. Da
igual si ahora sabes que son miedos irracionales, siguen siendo
miedos y algunos son muy, pero que muy persistentes.
En cuanto a las PAS más pequeñas puede haber otros factores
que dificultan el sueño. Muchos bebés lloran cuando les acuestan.
Mi hija era así, su llanto era intenso y profundamente desconsolado.
Ojalá hubiera sabido en aquel entonces de la existencia de nuestro
rasgo. Un bebé, PAS o no, no lloraría por preocupación, pero
evidentemente puede llorar porque tiene hambre o, porque, como se
suele pensar, le duele la barriguita. Cuando mis hijos eran pequeños
estos solían ser los motivos clásicos: «cólicos», me decían. Ahora,
con el conocimiento que tenemos del rasgo de la alta sensibilidad,
vemos cuántas cosas pueden causar malestar al peque. El último
pilar, el cuarto, habla de la sensibilidad sensorial y la sensibilidad
para detectar sutilezas. Si pensamos que un recién nacido es pura
sensorialidad, en seguida podemos comprender que tendríamos que
buscar las soluciones más bien en el ámbito sensorial, una vez que
hemos descartado como causa del llanto, el hambre o un cólico.
A lo mejor no lo has pensado, pero si tu bebé es AS le pueden
molestar y estresar cosas como el exceso de luz; ruidos como el
tictac de un reloj o la tele del salón donde están los adultos; un
pliegue en la sábana o en la ropa; botones, costuras, un bordecillo
de plástico del pañal; demasiado calor o frío especialmente en los
pies; el perfume de lociones o cremas que le hayas puesto;
ambientadores o incienso… Otro clásico que puede llegar a
molestar mucho al bebé AS son los móviles que se cuelgan encima
de la cuna y que les encantan a los padres por sus figuritas que se
mueven y su musiquilla que, casi siempre, es la famosa «Nana» de
Brahms. Si tu bebé PAS llora en lugar de dormirse y le sigues
poniendo la musiquilla, prueba a quitárselo, acunarle en brazos y
cantarle tú. De la misma manera puede ser que le molesten los
peluches de la cuna, o de los muebles de la habitación que llegan a
su campo visual, u otras decoraciones del espacio. Piensa que
cuanta menos información sensorial, cuanto menos estímulo
sensorial reciba, cuanto más tranquilo esté, más fácil será
entregarse al estado de sueño y mejor dormirá.
Recuerda: si tu bebé o párvulo altamente sensible tiene
problemas de sueño, no es por gusto, no es por fastidiarte a ti y
tampoco es por ser «quejica». Sé muy bien que un bebé que no
para de llorar te puede llegar a desesperar y te puede agotar, pero
sabiendo lo que ahora sabes, tienes más pistas para investigar la
causa del llanto y ayudar a ese ser pequeño e indefenso que sufre
igual, o incluso más que tú.
Cabe añadir el tema de los amigos invisibles. Muchos niños con
alta sensibilidad —un 20 por ciento, según nuestra encuesta—
tienen un amigo invisible, un compañero que el adulto no ve pero
que, para el pequeño es una realidad. Personalmente, creo que el
porcentaje real es más alto ya que es posible que nadie más salvo
el niño sepa de ese «personaje». Estos amiguitos pueden hacerle
compañía al niño cuando está en la cama y cuando, por ejemplo,
tiene miedo a la oscuridad. Tu niño hablará con él y las
conversaciones pueden ser largas. Aparte de asegurarte de que es
buena «compañía», lo mejor es no insistir en que son fantasías
infantiles ni decirle que «ya es demasiado mayor» para eso. Si para
tu hijo son una realidad, acéptalo, no lo ningunees ni te burles.
Negar la existencia de algo que es real para el niño puede dañar
vuestra relación en un nivel de profunda confianza. Además, si ese
amiguito le ayuda para que se sienta más tranquilo y sin miedos,
¿qué más podemos pedir?
Guardería y colegio
Veamos el caso de Francisca:
Tengo una niña de un año y medio altamente sensible, tanto yo como su
padre también lo somos y hemos comprendido a Anya desde que nació… Las
circunstancias actuales, hacen que ahora tengamos que empezar a llevar a la
pequeña a la guardería y está siendo desagradable tanto para ella como para
nosotros (sobre todo para mí). Anya no soporta que los niños griten y tampoco
se acerca mucho a según qué niños. Cuando oye gritos o simplemente hay
algo de la sala que «no le gusta» empieza a llorar desconsoladamente.
Siempre la cojo en brazos y la abrazo con todo mi corazón, pero no deja de
llorar hasta que salimos de la guardería.
Me gustaría saber si «evitar» estas circunstancias es lo mejor, o cómo
enfocarlo, ya que a los 3 años tendrá que ir al colegio y allí todavía puede ser
peor.
Acoso y bullying
El bullying es el término anglosajón que significa «acoso escolar»,
en el que se incluye cualquier forma de maltrato —físico y/o
psicológico— en el que existe un desequilibrio de poder. El acosador
actúa con la intención de hacer daño a su víctima. No hablamos de
un caso aislado, sino de ataques continuados, o sea, se considera
bullying o acoso, cuando podemos hablar de ataques repetidos.
Parece ser que los ataques sufridos por los niños AS
generalmente son de tipo psicológico. Los pequeños PAS se sienten
cada vez más inseguros por las amenazas, insultos, risas y muecas
a escondidas o humillaciones de todo tipo. Muchos niños con AS
llegan a sentirse excluidos, y si esa sensación no solamente es
imaginación, sino que es algo que en realidad está pasando, se
podría pensar que detrás de esa exclusión están las acciones de un
acosador. También podemos pensar en temas como la xenofobia o
el machismo, y aunque no hace falta que un niño víctima del acoso
sea un niño AS, está claro que, una persona con alta sensibilidad,
con toda la emocionalidad que forma parte de su ser, y con su
creciente sentido de no encajar (esto todavía no es el caso con los
más pequeños) y su tendencia a sentirse inseguro, sea una víctima
«fácil» y grata, dándole al bully esa sensación de tener poder que
busca.
El bully o acosador se hace en casa. El niño suele repetir los
patrones que ve de sus padres. La desigualdad, por ejemplo, entre
hombre y mujer, ser de otra raza o entre una persona que es más
sensible que otra, no tiene por qué ser un problema si el niño
aprende en su entorno familiar que la diversidad en su sentido más
amplio es algo positivo y enriquecedor.
Evidentemente, es un tema complejo, una lacra social, y hay que
hacer todo lo posible para erradicarlo. Soluciones no tengo, pero sí
me gustaría entrar un poco más en el tema que, por mucho que se
hable de él, sigue con cierto aura de tabú, ya que suele ir
acompañado de mucha vergüenza, por parte de la víctima, por parte
de sus padres y de los colegios que —en algunos casos— no
quieren saber, y no solamente porque puede dañar el prestigio de la
institución. Hay que insistir en que, quien sabe y no habla se hace
cómplice.
Vamos por partes. Como adulto con AS a lo mejor te sientes
ofendido por determinadas reacciones de la gente. Esto no es tan
extraño ya que no todo el mundo comparte los valores que suelen
ser característicos para la mayoría de las PAS, valores como
buenos modales, respeto, amabilidad, interés, atención… Alguien
que no te entiende y te contesta mal, o de una manera que nada
tiene que ver con la reacción que esperabas, te puede afectar y
producirte una sensación desagradable; puedes sentir que no te
respetan. Puede ser que alguien tenga un mal día, un dolor, un
problema que hace que su reacción no concuerde con nuestra idea
de la amabilidad. Las PAS tenemos ese lado susceptible que hace
que a veces lleguemos a pensar que un mal gesto de este tipo tiene
que ver con nosotros, porque no agradamos, porque nos consideran
raros y nos quieren insultar. Lo digo de una manera un poco
exagerada para que quede claro que muchas veces creemos que
alguien nos quiere hacer daño cuando en realidad no es así. Si esto
te pasa a ti como PAS adulta, podrás entender que los niños AS
tengan ese tipo de vivencias. Son casos que nos hacen sentir mal
pero que no pueden considerarse como maltrato ni acoso.
Con esto no quiero ningunear este problema que puede llegar a
vivirse como un auténtico drama para la víctima hasta producirle un
trauma. Cuando un niño se queja de que le tratan mal, conviene
investigar qué pasa. Antes de utilizar el término de bullying,
conviene investigar ya que puede no serlo en el sentido estricto del
concepto. Conviene, pues, distinguir entre incidentes puntuales e
incidentes que se repiten y en los que la violencia física, verbal o
pasiva va in crescendo.
Según la encuesta, un 13,7 por ciento de los niños AS sufre
bullying en menor o mayor medida. El número asusta, ¿verdad?
Estamos hablando de tres de cada veinte niños con alta
sensibilidad. Quiero creer que no todos estos casos son bullying en
el sentido estricto de la palabra y que algunos de los que reciben
esta etiqueta son casos puntuales, aunque no por eso son menos
graves. Puedo añadir que, en Holanda —donde también se realizó
la encuesta—, esta cifra llegó a un escalofriante porcentaje del 25
por ciento, o sea, casi el doble que en España. Lo señalo porque la
diferencia del porcentaje me llama la atención y me pregunto si el
porcentaje «bajo» de España viene influido por la vergüenza
mencionada antes; ojalá que me equivoque.
El niño que se siente atacado de la manera y en el grado que
sea, sufre. Ningún niño debe sufrir, necesitan poder sentirse seguros
y protegidos. Un niño AS suele reaccionar con mucha
emocionalidad, y cuando se ve intimidado o acosado, se asusta
mucho más que un niño que no es PAS. Un niño AS suele llorar con
aparente facilidad, y esto en sí es un juicio basado en la
comparación con niños que no son altamente sensibles, cuya
percepción del mundo es distinta. El bully quiere que sus ataques
promuevan reacciones emocionales en su víctima; se siente
gratificado cuando su víctima se echa a llorar, cuando quiere
escapar corriendo, cuando contesta en un tono herido, cuando la
respuesta deja claro que sus acciones han hecho daño. Es entonces
cuando repetirá sus ataques y se desarrollará el acoso: se
convertirá en ataques repetidos por parte del acosador cuyo objetivo
es meter miedo a la víctima, lo cual le aporta la sensación de tener
poder sobre ella.
Muchos niños, PAS o no, que han sufrido bullying tardan mucho
tiempo en superar este tipo de experiencia. Algunos no llegan a
superarla nunca. Emociones como el miedo profundo, el estar
desamparado o estar sometido al poder de un «compañero» causan
trauma y un trauma, como todo el mundo sabe, no es baladí.
Si miramos a las víctimas de los bullies, vemos que no
solamente son niños emocionales, sino que también suelen ser
niños con poca autoestima. El asunto de la autoestima es complejo
porque se presenta el dilema de qué fue antes, el huevo o la gallina.
Nos podemos preguntar si ya eran niños inseguros antes del acoso
(un detalle que le gustará al bully) o han perdido la autoestima a
causa del maltrato. Si el acoso perdura, el niño cada vez se
«encoge» más e intenta hacerse más invisible hasta el punto de
querer desaparecer. Les falta la fuerza interior, la asertividad para
defenderse y detener los ataques. Es un sufrir intenso.
No todos los niños AS hablan con facilidad sobre sus emociones
o sobre lo que les pasa en el colegio. No en todas las familias existe
una cultura, una tradición de hablar con interés sobre las cosas que
nos pasan en el curso de un día; en muchas familias todos están tan
cansados que es más fácil encender la tele o dejar a cada uno con
su móvil, en lugar de hablar, escuchar o comentar, fomentando el
afecto familiar. Cuanto menos se hable en familia, más grande será
el riesgo de que el niño no se atreva a contar que le están
atormentando. Puede ser que sienta vergüenza, puede ser que no
quiera molestar a sus padres, puede ser que no quiera
preocuparles. También puede ser que tenga miedo de su reacción,
que no quiera recibir consejos del tipo «tienes que aprender a
defenderte», que no sirven de nada y denotan una ausencia total de
empatía. Cuanta más confianza hay en las familias, cuanta más
apertura afectiva, más probable es que nuestro niño nos cuente sus
problemas y hable sobre sus miedos y demás emociones ¡también
las positivas!
Todas las personas son únicas, no hay dos iguales. Eso sí,
podemos parecernos más a unos que a otros. Como PAS,
tendremos menos en común con la mayoría; nuestra manera de ser
es propia de la minoría. En un aula hay pocos niños AS y aunque,
en teoría, sabemos que uno de cada cinco personas nace con el
rasgo, lo cual significaría que donde hay 25 niños tiene que haber
cinco con AS, la realidad no es tan simple como la estadística nos
quiere hacer creer. Es posible que haya cinco niños con alta
sensibilidad. Pero como esos cinco también son únicos, es posible
que uno de ellos demuestre un comportamiento que, por
inseguridad, timidez, reacciones sui generis, tendencia a llorar con
facilidad, etc., llame más la atención, frente a los otros cuatro que
saben adaptarse a su entorno y que, a lo mejor, han aprendido en
casa que ser sensible es normal y necesario. Ya sabemos que el
niño AS que aprende que ser sensible, empático, compasivo y
tolerante es algo positivo, y que es amado incondicionalmente por
sus padres y educadores, es más que probable que no tenga ningún
problema de baja autoestima o inseguridad. Suelen ser los niños
que no reciben ese trato de amor y aceptación incondicional en su
casa los que no se sienten bien con ser diferentes y los que, a lo
mejor, hasta tienen la idea de que son defectuosos. Son estos los
que llaman la atención del bully.
El bullying es un problema con muchas aristas y menos mal que
en los centros educativos hay cada vez más apertura para poder
hablar del tema. Parte de la solución está en el colegio y la atención
que los maestros presten al tema; también depende de los maestros
la necesidad de inculcar a los alumnos la importancia y riqueza de la
diversidad —carácter, nacionalidad, clase social, historia personal,
etc.— de la sociedad en que vivimos, y presentarlo como algo que
suma, que enriquece y de lo cual todos podemos aprender.
La otra parte de la solución está en casa y en la manera en que
ayudamos a nuestra hija o hijo a que se sienta bien y seguro con su
forma de ser. La crianza respetuosa evita castigos y premios, evita
comparaciones y fomenta el amor enfocándose en las necesidades
del niño, cuya necesidad básica y esencial es sentirse querido
siempre, incluso cuando no saca sobresalientes o mete la pata. El
amor no debe ser algo que se gana o se merece, sino algo que
nunca deja de estar y no depende de lo que el niño haga o deje de
hacer. Si sabemos crear una cultura de amor y de calor anímico en
casa, si pasamos tiempo jugando y hablando con nuestros peques,
no solamente se sentirán seguros de sí mismos, sino que pueden
ser los mejores compañeros de clase ayudando y apoyando a los
demás, y llegar a desarrollarse como valiosos miembros de la
sociedad. Estos niños pueden llamar la atención de un bully, pero no
se meterá con ellos.
Ahora, los bullies existen y por muy bien que acompañes a tu
hijo, puede pasar que un personaje de este tipo coja manía a tu hijo
o a tu hija. Si esto ocurre, ¿qué se puede hacer?
Lo más importante siempre es escuchar al niño; sentarte con él,
tranquilamente y sin prisas, mirarle con atención e interés; tomar en
serio su relato, sin juzgar, sin animarle a ser «más asertivo», y sin
decirle frases como: «Mira a Menganita, lo bien que sabe
defenderse». Este tipo de comentarios puede hacer que el niño
sienta que no se le escucha, ni se le apoya, ni se le quiere
incondicionalmente. O sea, escucha de verdad lo que te cuenta, no
vengas con soluciones o consejos, utiliza tu capacidad empática de
una persona con alta sensibilidad, intenta ponerte en la piel del
pequeño que está sufriendo y demuéstrale tu comprensión.
Si mi hija no habla y no cuenta nada de lo que le pasa fuera de
casa, ¿cómo puedo saber si está siendo acosada? No todos los
niños hablan y cuentan su día. Muchos niños tienen un carácter
cerrado. Ya sabemos que la mayoría de los niños con alta
sensibilidad son introvertidos, y aunque hay niños introvertidos que
hablan, hay algunos que no. Y menos cuando en su casa no existe
la costumbre de hablar, escuchar y compartir. Un niño que
demuestra miedo por ir al cole, que cada mañana se despierta con
dolor de barriga o con mareos, puede ser un niño acosado. Pero
también tenemos que estar alerta ante cualquier cambio de
conducta del niño, por ejemplo, si de repente muestra desgana,
apatía, falta de interés; si no quiere jugar con otros niños; o si antes
sacaba buenas notas y ahora son más bien bajas.
Evidentemente, es importante que la niña o el niño cuente qué le
está pasando. Cuánto más estrecho el vínculo emocional que existe
entre padres e hijos, más seguro y más protegido se sentirá. Estos
vínculos no se crean de repente, sino que son el resultado de un
proceso largo que empieza en la primera infancia. Criar con apego
seguro, o la crianza respetuosa es la manera más indicada para
establecer vínculos de seguridad, algo necesario si queremos que el
niño confíe en sus padres. Educar sin juicios y con amor
incondicional hará que el pequeño PAS y cualquier niño, crezca con
una sana autoestima, con seguridad en sí mismo.
Si tu hija es PAS tendrá a su disposición esa capacidad empática
que tú, como padre o madre PAS también tienes. Es una
herramienta fantástica si se aplica en situaciones de este tipo. ¿Por
qué? Porque os permite entender al bully. Al final, un bully también
es, casi siempre, una personita con baja autoestima. La mayoría de
los acosadores tienen problemas en casa y serias carencias de
afecto. Así que puedes utilizar esta herramienta como filtro para
analizar el incidente que tanto le ha dolido a tu hija. Al encontrar
explicaciones por el comportamiento del otro, aunque sin justificarlo
en absoluto, tu hija puede llegar a comprender que ella no es la
causa del acoso, que ella no ha hecho nada mal. Muchos niños AS,
especialmente aquellos con baja autoestima, creen que son
culpables del maltrato, porque son deficientes, defectuosos,
antipáticos, feos, etc., y merecen ser acosados, que les pasa lo que
les está pasando por su culpa. Es muy importante que tu hija sepa
que el hecho de que alguien le trate mal tiene que ver con el
maltratador y sus necesidades no satisfechas, no con su forma de
ser, aunque esta, por ser diferente, quizás llame la atención. Ser
diferente no es malo, es un plus, y cada persona es diferente y
única; de la diversidad aprendemos todos.
A las PAS de todas las edades les encantan los temas con
«fondo», como pueden ser los valores. Tú, como educador PAS,
tendrás tu propio conjunto de valores que van marcando tu manera
de ser, de manifestarte en el mundo, es decir, aquellos que
determinan tus actos. Seguramente has intentado transmitir estos
valores a tus hijos (sabiendo que ellos, durante la adolescencia los
tirarán por la borda en busca de los suyos propios) con lo cual,
puede ser algo sobre lo que hablar en casa. Es importante que lo
hagas. Podéis hablar sobre la amistad y el respeto, la justicia y la
protección del más débil. No todo el mundo tiene los mismos valores
y os podéis preguntar por los del bully. Se puede hablar sobre las
consecuencias de los valores en la propia familia, en los círculos de
las amistades, en la calle, el cole, etc. Es importante que tu hija
sepa que sus valores son buenos y correctos; que se dé cuenta de
que en este sentido también existe diversidad, pero que ella, por
creer en lo que cree, no es menos que otras personas, no es mala
persona. Así puedes ayudarla con su autoestima.
Al hablar sobre los distintos valores podéis investigar los valores
de los compañeros de clase y hacerla ver que podría ser buena idea
cultivar amistades con niñas y niños afines. Seguro que en su grupo
hay más niños que comparten el rasgo de la alta sensibilidad. Como
adulto puedes ayudar a buscar nuevos compañeros, algo de lo que
hablamos a continuación.
También conviene hablar con el colegio. Aunque el bullying en
muchos colegios sigue siendo un tabú, está el hecho de que por ley
en muchos centros disponen de programas, proyectos y protocolos
para concienciar a los alumnos, para apoyar a las víctimas y para
trabajar con los bullies. Tener un programa de este tipo está bien,
pero lo importante es implementarlo, algo que, por lo que me
cuentan, no siempre es el caso. A lo mejor es una buena idea
informarte sobre el tema en el colegio de tu hijo. Es importante que
haya apertura y comunicación entre los padres y el centro educativo,
y que el hecho de ser acosado no se convierta en un tema de
vergüenza e inseguridad.
Justamente cuando estaba escribiendo sobre el bullying me llegó
un artículo del periódico El Comercio con fecha del 3 de mayo de
2019. Se publicó con motivo del día internacional contra el acoso
escolar y el titular escalofriante dice: «La Asociación Contra el
Acoso Escolar contabiliza 800 casos en Asturias». Desde esta
asociación, la ACAE, cuentan cómo las víctimas del bullying
tradicional cada vez son más jóvenes —ahora la edad en que el
acoso empieza está en los 10 años— mientras que el ciberbullying o
ciberacoso, la forma de intimidar a las víctimas que está en auge,
estalla a partir de los 12 años.
En este libro hablo de las pantallas y de los teléfonos móviles y
el daño que hacen en el desarrollo mental, anímico y motriz del niño
cuyo cerebro está en fase de formarse, pero aquí tenemos un
motivo de más para denegar a tu hijo el uso de pantallas y no darle
un teléfono móvil. El acoso por las pantallas es más directo y su
carácter virtual hace que la víctima se sienta todavía más impotente
y más desamparada. El efecto del ciberbullying es mucho más
traumático todavía que en el caso del bullying tradicional. El uso de
las redes en edades cada vez más tempranas es, en este sentido,
un gran problema.
Si nuestro hijo o nuestra hija PAS es víctima de un acosador, no
es suficiente decirle que tiene que ser más valiente y que tiene que
defenderse. El problema necesita una solución mucho más amplia;
los compañeros que son testigos del maltrato tienen que sentir la
obligación moral de apoyar a la víctima (muchas PAS, a pesar de no
ser víctimas del acoso adoptan este rol), tienen que denunciar los
hechos con el tutor y este tiene que ponerse en contacto con los
padres del bully y de la víctima. Existen protocolos y el colegio no
puede saltárselos.
Puedes hablar a tu niño de la necesidad de proteger a las
víctimas, de apoyarlas y de formar piña con ellas. Un niño AS
entenderá el valor de apoyar al más débil y le gustará el papel de
protector. Si un niño AS, como la gran mayoría de los niños con este
rasgo, tiene la justicia como valor principal, no debería ser difícil
animarle para que esté atento a casos de acoso en su entorno. Ser
testigo del bullying sin hacer nada, te hace cómplice. A veces los
testigos, igual que las víctimas, se callan por miedo a represalias por
parte del acosador. Callar, sin embargo, no es la solución. Es
importante que los testigos hablen con sus padres y con los
profesores. El bullying es una lacra, que solamente podemos
erradicar si todos lo tomamos en serio y colaboramos. Piensa que
una víctima se puede llegar a percibir y sentir tan sola y aislada, tan
abandonada y dominada por el miedo profundo, que decida quitarse
la vida. El bullying, una auténtica plaga social, no terminará por sí
solo, requiere la implicación de todos.
La pregunta que a lo mejor te estás haciendo es, ¿qué hago
cuando sospecho o intuyo que mi hijo está teniendo un problema de
este tipo? ¿Cuando creo que mi hija está siendo acosada en el cole
o en las redes? El primer paso es hablar con tu niño. Hablar puede
parecer obvio, pero para una madre o un padre que es AS, no
siempre es fácil, vista la tendencia que tienen a evitar todo tipo de
conflicto. Los conflictos significan mucho estrés para una persona
con alta sensibilidad, y a menudo prefieren ignorarlos. Seguro que
no es tu caso, pero lo menciono porque es una realidad. Háblale a
tu niño de tus sospechas y de las señales que crees percibir y abre
el diálogo de una manera amorosa y empática. Comparte tu
profunda preocupación y evita cualquier tipo de juicio. El siguiente
paso, tanto si el niño se abre y cuenta lo que le está pasando, como
si no, será hablar con el centro educativo. También puede ser buena
idea buscar ayuda y asesoramiento psicológico, tanto para el niño
víctima como para la madre o el padre. El acoso de todo tipo es un
tema muy grave, que hay que tomar muy en serio para erradicarlo.
Cuanto antes reaccionemos ante un caso, mejor. El daño anímico
que causa el maltrato en las víctimas es profundo y duradero.
Los hermanos
Me encantan esos vídeos de niños pequeños que ven por primera
vez a un hermanito nuevo que acaba de nacer, y se emocionan
tanto, que se echan a llorar. Son imágenes tan tiernas que, siendo
PAS, no puedo evitar que se me humedezcan los ojos y se me haga
un nudo en la garganta. Igual es algo que puede pasar a cualquier
niño, no lo sé, pero lo veo como algo muy típico de las PAS.
Sentimos tanto que no sabemos exactamente lo que sentimos, pero
nos abrumamos y nos echamos a llorar.
Si tienes una peque PAS y especialmente si es la primera,
cuando nace un hermanito, es un cambio importante. La llegada de
un hermano, significa que las cosas ya no van a volver a ser igual.
La trama de relaciones que existían hasta ese momento se mueve y
para nuestra peque PAS esto, te guste o no, puede ser una
experiencia intensa, por no decir traumática. No quiero ser
dramática, pero lo he visto con mis dos peques. Todos los padres
soñamos con un «enamoramiento» entre los hermanos, y también lo
hay, aunque a veces se produce más tarde, cuando son algo
mayores. Sabiendo que cualquier cambio suele ser muy difícil para
las PAS, entendemos que con la llegada de un nuevo miembro de la
familia pueden surgir problemas. Se ha escrito mucho sobre los
celos y la competencia entre los niños y en muchos casos es lo que
pasa. Es normal, ¿no? Si eres la primogénita y, más todavía, si eres
la primera nieta o el primer nieto, y todos te han adorado, no es fácil
ni comprensible (desde la perspectiva infantil) de repente tener que
compartir la atención. Está claro, por muy PAS y empático que seas,
ni de niño ni de mayor eres un ángel.
En casa es donde se aprenden las habilidades sociales y nos
entrenamos en la gestión de las emociones. Como padres nos toca,
aparte de dar el buen ejemplo y no perder la calma, acompañarle al
peque en este tiempo de cambio y de adaptación a una nueva
situación. Los celos y las consiguientes rabietas pueden ser el
resultado de una confusión interna, y castigarle no le ayudará.
Siempre creo que el niño en este caso sufre más que el adulto que
se siente molesto, avergonzado o enfadado. No todos los niños
sufren los celos en la misma medida, pero son sentimientos muy
comunes que forman parte de la vida. Si la reacción de tu niño
mayor te preocupa, no dudes en buscar ayuda de un profesional
que conozca el rasgo de la alta sensibilidad.
Las PAS, sin importar la edad, suelen necesitar tiempo para
digerir cualquier cambio y cuanto más grande y radical sea, más
tiempo van a requerir. Un cambio conlleva mucha información
nueva, y sabemos que muchos estímulos a la vez pueden saturar,
sobreactivar y crear comportamientos disruptivos. Cambios que no
han sido introducidos en fases también pueden generar muchos
miedos, confusión e incertidumbre. En este caso, como de cara a
otros cambios, se trata de ayudar al niño para que esté «preparado»
para la llegada del nuevo bebé. Si a nosotros, los adultos, un
nacimiento y la llegada de un nuevo miembro de la familia ya nos
suele venir «grande», imagínate cómo puede ser para un párvulo.
Aparte de rabietas por tener que competir por la atención, también
puede haber regresiones del niño mayor, que quiere volver a ser
bebé para tener la misma atención que antes. También, por decir
algo positivo, me han contado de casos en que el niño mayor de
repente dejó de necesitar pañales y empezó a hacer sus
necesidades en el orinal, como si al hacerse responsable estuviera
diciendo «soy el mayor y sé serlo».
Evidentemente, cada caso, cada niño y cada familia es diferente
y existen tantas variables que se necesitaría un libro para cada uno.
Conviene no olvidar que un nuevo hermano significa un cambio muy
grande y que es preciso tratarlo como tal, con mucha preparación,
con mucha paciencia y comprensión por muy difícil y agotador que
pueda ser. Si pierdes los estribos, no te juzgues, eres humano y me
imagino tu cansancio. Tienes la gran ventaja de conocer el rasgo y
de poder entender muchas cosas. Esto, en sí, ya es mucho más de
lo que han experimentado otras personas.
Querer ayudar
Una característica importante de las PAS de todas las edades es el
deseo de ayudar, de querer aportar y ser útil. Querer contribuir al
bienestar general, al bienestar del grupo, es una faceta de la
personalidad sumamente positiva. Todos sabemos que el ser
humano es un ser social, que necesita su grupo para poder
desarrollarse. Mientras que la evolución de la humanidad está
saliendo de un largo período en el que los grupos de humanos
respondían a lo que su líder o gurú les mandaba, podemos ver
cómo, poco a poco, ese confiar ciegamente en un líder (sea el pater
familias o patriarca, el jefe o dueño, el cura o gurú, o una
determinada figura política) va perdiendo fuerza a cambio de un
creciente individualismo. Este individualismo, que casi
inevitablemente pasa por una fase egoísta, idealmente
desembocará en una forma de individualidad en la que cada uno,
desde la libertad y desde un fuerte deseo de contribuir al mayor bien
social, llegará a querer ayudar al prójimo sin desear nada a cambio.
Es algo que ya se empieza a entrever en distintas iniciativas
sociales como, por ejemplo, determinadas ONG, pero, y
especialmente —por eso lo menciono— a nivel individual, en
muchos niños con el rasgo de la AS.
Si recuerdas los cuatro pilares del rasgo —DOES— sabes que la
«S» representa no solamente la sensibilidad sensorial, sino también
esa facilidad y facultad que tenemos para notar las sutilezas, los
detalles, esas pequeñas cosas que escapan a la atención de la gran
mayoría. El pequeño AS nota perfectamente cuando no te
encuentras bien, por ejemplo, y quiere ayudarte. En estas
situaciones, si la niña te pregunta si estás mal, es de gran
importancia que contestes diciendo la verdad —sin exagerar, pero
sin quitar peso— para que la niña vaya ganando seguridad en
cuanto a su intuición. Ayudémosla a que aprenda a interpretar de
manera correcta aquello que, con su observación sensible, cree que
está pasando. Nunca mientas a tus hijos; un niño AS notará que no
le cuentas la verdad, y negar su intuición le generará una gran
confusión interior.
Los niños necesitan ídolos, personas que puedan servir de
ejemplo, modelos que querrán imitar. Suelen ser estas las personas
a quienes siempre querrán ayudar.
Cuenta Yosi:
Mi hija Nuri está enamorada de su maestra. Digo «enamorada» porque no se
me ocurre una palabra mejor. Siempre está pendiente de ella, le lleva
regalitos, flores que encuentra de camino al cole, dibujos, le escribe notitas
con corazoncitos. Para ella, lo mejor que le puede pasar, es que la maestra le
pida ayuda, por ejemplo, para regar las plantas en el aula, colocar bien las
mesitas y las sillas, ir a llevar algún papel al director. Estas pequeñas tareas
hacen que ella se sienta valorada y reconocida. A veces, cuando nos lo
cuenta en casa, durante la cena cuando nos contamos las cosas que nos han
pasado durante el día, hasta se emociona y luego exclama: «De mayor quiero
ser como la señorita Puri, ¡la quiero tanto!». Y nos emocionamos todos.
A la hora de comer
No me extrañaría si a muchos padres, al leer el título de este
párrafo, se les escapa un suspiro. Sabemos que, para uno de cada
tres niños con AS, el «comer» y la «comida» son temas delicados.
«No me gusta», «no quiero comer esto», «esta salsa tiene un sabor
raro», «está demasiado caliente», «¡está frío!», «¡tiene grumos!» y
más frases de este tipo suelen ser relativamente comunes en niños
con el rasgo de la alta sensibilidad, y casi todas las exclaman con
tono de horror. Si eres madre o padre PAS, te entiendo
perfectamente si te preocupa que tu hijo tenga este tipo de reacción.
¿Cómo no vas a estar inquieto si eres consciente de la importancia
de una dieta sana y equilibrada para un buen desarrollo mental y
físico?
Si tu niño tiene problemas con la comida, igual te sientes más
tranquilo ahora que sabes que esto le pasa a uno de cada tres con
el rasgo de la alta sensibilidad. Hay muchos niños que, por ejemplo,
no quieren que pongas la salsa de la pasta encima de los
espaguetis, que exigen que pongas los ingredientes de la ensalada
por separado en diferentes cuencos, que dicen no aguantar la
textura de los garbanzos o que se dan cuenta de que la
hamburguesa que le has puesto es de una carnicería que no es la
de costumbre, o que esta vez has utilizado aceite de girasol en lugar
de aceite de oliva, y se niegan a comer.
¿Es un tiquismiquis? Sí y no. Seguro que se pone firme
defendiendo su realidad, y posiblemente, si tú también te pones
firme la cosa puede acabar con rabieta, gritos o castigos. Mientras
escribo esto estoy pensando en mi propia infancia y en la de mis
hijos. ¿Qué sabíamos de la alta sensibilidad? ¡Nada! Era imposible,
porque no se había descubierto, y aunque lo estuviera, no lo puedes
saber todo, ¿verdad? Pero, qué suerte tiene tu hijo de que tú
conozcas el rasgo y puedas entenderle y ayudarle sin caer en esas
situaciones tan desagradables y contraproducentes.
Mi hijo se negaba a comer verduras (hasta el día de hoy le
cuesta), solamente podía tragar legumbres. ¿Pescado? ¡Ni hablar!
La textura y el olor le producían arcadas. Mi hija, otra PAS pero con
menos problemas con la verdura, tampoco aguantaba el pescado.
Lo único que ambos aceptaban eran las barritas de pescado
empanado, posiblemente por ser un producto manipulado que
apenas tiene sabor a pescado. Personalmente, recuerdo
perfectamente el olor que desprendían al freírlas, algo que a mí, su
madre PAS, me producía arcadas. Las comidas siempre suponían
un problema porque, siendo madre, era consciente de la importancia
de una dieta sana, pero más de una vez las quejas me quitaban las
ganas de preparar la comida. ¡Ojalá hubiera sabido algo de la alta
sensibilidad!
Veamos algunos testimonios.
Cuenta Nieves: «En el desayuno las galletas van siempre en el mismo lado y
la taza no puede mojar el plato; pone una servilleta entre ambos».
Cuenta Xisca: «A mi hijo le dan asco las patatas hervidas y las zanahorias
hervidas. Ah, y hace ascos con las semillas de los pimientos asados».
Tomás: «Mi hijo no come carne, no puede, se le hace una bola. Dice que
es por el olor y la textura. Hasta se levanta de la mesa».
Mari Carmen: «Si hay una cosa que a mi hijo le produce un gesto muy feo,
es la sandía, y no solamente la variedad con pipas».
Pepa: «A mi hijo no le des nada mezclado, aunque pone mucho topping en
el helado (siempre de menta y chocolate)».
Jaqueline: «A mi hija le gusta mezclarlo todo; es muy creativa. Y luego
echa salsa picante. Echa picante a todo».
Mi hija es como la de Jaqueline, mezcla todo, incluso cuando por
una cuestión de «modales» no tocaría, y le encanta la salsa picante.
Si tu hijo presenta alguno de estos «problemas», si se niega a
comer algo que tú consideras sano o a comerlo de la forma que tú
consideras correcta, el consejo es que no te preocupes demasiado y
no insistas con vehemencia. Si crees que le pueden faltar nutrientes,
busca maneras para que le vayan llegando, sé creativo. En internet
hay mucha información sobre nutrición, y casi siempre existen
sustitutos para conseguir que tu hijo tenga una nutrición completa.
Creo que es contraproducente obligar al niño a que coma algo que
le produce malestar. A mí me castigaban y en seguida se
estropeaba el ambiente de la mesa. Recuerdo vivamente lo mal que
me sentía: pequeña, avergonzada, no querida ni aceptada. Menos
mal que ahora sé que mis padres lo hacían porque en esa época se
creía que todos los niños debían comer de todo y no dejar nada en
el plato. («Piensa en los pobres niños de países donde no tienen
qué comer». ¡Ay, esa culpabilidad!). Tengo muy claro que la comida
es un momento muy especial, cuando se junta la familia, y debería
ser un tiempo de conexión y de calma, un momento para compartir
las vivencias del día, un tiempo de comunión. (Lo sé, lo sé, no
siempre es posible, pero podrías aspirar a que fuera así, ¿no?).
Un problema grande puede ser introducir comida nueva. No
hablo aquí del problema general de cambiar la lactancia por la
comida sólida en puré, aunque —sin tener datos— me imagino que
para muchos peques PAS esto puede ser más complicado que para
la gran mayoría de los niños; no, hablo de introducir una comida
nueva, un sabor nuevo o una textura nueva. Tarde o temprano
invitan a tu niño a comer en casa de algún familiar o de un amigo, y
tarde o temprano saldréis a comer fuera. Forma parte la vida,
¿verdad? No hay nada peor que un niño que monta un numerito…
Castigar nunca es una buena estrategia, y menos en lo referente
a la comida. En el momento en que el niño empieza a asociar comer
con pasar un mal rato, gritos y ser castigado, vas a tener problemas
y, lo que es peor, existe una gran probabilidad que de mayor tu hijo
no llegue a disfrutar de la comida en general. Para un niño AS una
leve corrección es más que suficiente; su sensibilidad hace que
cualquier cambio de tono de voz le baste para comprender que su
comportamiento no es el deseado; gritar les suele producir un
profundo malestar y mucho estrés.
Un niño AS puede ser más que razonable cuando está calmado,
tranquilo y de buen humor. Recuerda, las PAS tenemos una gran
capacidad empática aunque, cuando hay mucho estrés, este talento
tiende a disminuir hasta desaparecer. Hay que aprovechar los
momentos de calma para «educarle», hablar con él, preguntar por
sus necesidades y explicarle según qué cosa. Las PAS somos
reflexivas, ¿te acuerdas? Pues, ahí está la clave. A los niños AS
conviene prepararlos para evitar un exceso de nuevos estímulos y,
por ende, la saturación. Si toca una comida en otra casa le puedes
explicar que en esa casa se han esforzado en prepararle algo
especial para celebrar su visita, puedes hablarle sobre el respeto
por el trabajo y el esfuerzo de los demás. Esto no quita que, según
la relación que tengas con la anfitriona, puedes contarle las
particularidades de tu hijo. A tu hijo le puedes decir que, aunque en
casa no le obligues a comer algunas cosas, a veces la vida le
llevará a situaciones en las cuales no existen privilegios de este tipo.
En el caso de ir a comer a un restaurante la cosa suele ser
bastante más simple. La gran mayoría de los restaurantes tienen
sus menús online; lo puedes imprimir, mirarlo y comentarlo con
calma antes de salir a comer. Y, desde la propia experiencia, es algo
que también nos va bien a muchos adultos PAS, especialmente
cuando queremos visitar un sitio nuevo donde es fácil saturarnos
con una avalancha de estímulos a gestionar…
Centro de atención
Como ya hemos dicho, a la mayoría de los niños AS no les gusta
mucho ser el centro de atención, y menos todavía si son PAS
introvertidas, tímidas, inseguras o todo esto junto. Abrumarse en
grupos grandes es algo que le pasa a un 70 por ciento de los niños
con AS. Algunos de ellos, aunque sean introvertidos, a lo mejor sí se
alegran por la atención que reciben, pero no tardarán mucho en
saturarse por el hecho de que, al ser admirado por muchos, tienen
que estar muy atentos y son muy conscientes de la importancia de
responder con sonrisas y amabilidad.
También depende del momento en que le toca ser centro de
atención. Si es su cumpleaños, en general suele llevarlo más o
menos bien hasta poder disfrutar porque sabe de antemano que
todos le querrán felicitar y que le cantarán y, con tu ayuda o no, se
irá preparando interiormente, pero, por favor, con tanta emoción y
atención, ¡que no dure demasiado! También es verdad que sé de
niños AS que llegan a disfrutar intensamente de este día, y sin
restricciones, deseando que dure, aunque colapse después.
Generalmente cumplir años les gusta más a los niños AS que a los
adultos con el rasgo.
Se lleva peor ser centro de atención cuando no te lo esperas,
cuando te llega de sorpresa, por ejemplo, cuando te pasa algo como
al pequeño David:
Lo que más le costó de toda la historia —cuenta Sol, la madre de David—, fue
después del accidente, después de que se cayera de la bici, cuando todos los
niños y los maestros se pusieron a su alrededor. No fue tanto el dolor de la
clavícula rota lo que hizo que se mareara, sino más bien el agobio de tener a
toda esa gente comentando, riendo, diciendo tonterías o preocupándose
mientras esperaban la llegada de la ambulancia. David se sintió fatal durante
esos momentos en que era el centro de atención, cuando no buscaba serlo.
Cuenta Ángel:
Cuando Tomás, mi hijo, necesita retirarse del entorno, cuando necesita sus
pausas, va al armario, saca «sus» sábanas y empieza a construir su propia
casa, alineando las sillas del comedor y tapándolas con los trapos. Crea un
túnel que es su espacio sagrado y, a veces, si las hay, va hasta agregando
grandes cajas de cartón. Puede estar bastante tiempo ahí dentro, y luego sale
como nuevo…
Cuenta Sabrina:
A Luisa le encanta la naturaleza, estar fuera en el parque o, mejor, en el
bosque. Tiene su propia cestita que va llenando de tesoros. Nada está a salvo
de su mirada intensa y curiosa. Recoge piedrecitas, hojas, flores, trozos de
musgo, bayas de todo tipo (y también bichitos, aunque ahí suelo intervenir), y
todo va a parar a la cestita. A veces veo que saca algo y lo pone en la tierra,
generalmente entre las raíces de las hayas, y me explica con cara seria y
preocupada que es para los gnomos, que lo necesitan. De vuelta a casa pone
su colección en su mesita y crea su propio paisaje con ello. Me encanta su
creatividad y ese amor que siente por la naturaleza. Ella misma entiende que
estar fuera la relaja, y tenemos un trato: si nota que le empieza a doler la
cabeza, o —como ella dice— tiene hormiguitas en los brazos, coge la cestita,
me la enseña, y salimos media hora fuera. Sale saturada y vuelve radiante y
cargada de nueva energía.
El juego para desconectar y aprender
El juego, aparte de su importancia para lograr la desconexión y
como herramienta de prevención de la sobreestimulación, sirve para
muchas cosas ya que los niños aprenden jugando. El desarrollo de
la imaginación, una de las cualidades de las PAS, es fundamental
para que el niño aprenda a pensar adecuadamente. Es
especialmente importante durante la primera infancia, digamos
hasta los 7 años, más o menos. Están, en primer lugar, los juegos
con muñecas o figuritas y atributos caseros a escala reducida, con
los que pueden imitar el mundo de los adultos, algo que a los niños
les encanta. Recuerdo que me encantaba imitar a mi padre, que
estaba detrás de su mesa de trabajo escribiendo. Yo tenía mi propia
mesita con cuadernos que llenaba con garabatos, «escribía» igual
que mi padre. Mi hermano, sin embargo, imitaba a mi madre,
pasando la «aspiradora» (una cuerda, nada más) por casa y por el
coche cuando estábamos de viaje; también lo recuerdo limpiando
los muebles de la cocina. Entre los dos, mi hermanito y yo,
montábamos teatros, tiendas y restaurantes de todo tipo; eran
nuestros juegos favoritos cuando, en invierno, no podíamos jugar en
la calle.
El juego es un tema fascinante y creo que está infravalorado. No
siempre somos conscientes de hasta qué punto la imitación es
fundamental para el buen desarrollo de los peques. Suele empezar
cuando el niño tiene unos 2 años o dos y medio. Los adultos somos
su modelo, su ejemplo. Imitan cómo hablamos entre nosotros, cómo
nos movemos, todo lo que hacemos y cómo lo hacemos. Por eso es
tan sumamente importante que siempre demos buen ejemplo,
también cuando creemos que no nos están observando. Hay
personas que creen que es gracioso que un niño pequeño suelte
tacos, por ejemplo, pero no lo es. Si pasa, en lugar de reírte, creo
que más vale ignorarlo ya que, al escuchar tu risa, entenderá que
decir palabrotas es algo positivo que conviene hacer para caer bien.
Alrededor del cuarto año, cuando ya van a preescolar y
empiezan a imitar a otros niños, empiezan a decir palabras tipo
«caca» y «pis» y les encanta ver nuestra reacción, sea de horror o
de risas. Aunque no son tacos, personalmente creo que también es
mejor ignorarlos. En este sentido no puedo dejar de mencionar que,
si el niño utiliza palabras feas, denigrantes o insultantes siendo muy
pequeño, es algo que ha aprendido en casa, lo copia sin darse
cuenta de que es algo negativo y feo. Quizás recuerdas lo que he
dicho antes sobre el comportamiento de los acosadores: es más que
probable que sea un comportamiento que el niño ha visto en su
propia casa o en lugares que suele frecuentar.
¿No es acaso más bonito si tu peque va por su pequeño mundo
cantando las canciones que le has dedicado con amor y cariño?
El cerebro del niño, en los primeros tres años de la vida, crea
unas mil conexiones nuevas por segundo, y la forma en que los
niños son criados en la primera infancia determina su
funcionamiento cerebral durante el resto de su vida. Esta enorme
flexibilidad para aprender y absorber, esa plasticidad mental, es
única y nunca más la volverá a tener. De ahí la suma importancia de
enseñarle que se puede sentir seguro porque es amado, de tratarle
como el ser inocente que es y de dar buen ejemplo. Los adultos
sabemos diferenciar entre lo que es «bueno» y «malo», hemos
aprendido a valorar en función de nuestra experiencia; un niño
carece de estos criterios y no cuestionará nunca si aquello que le
enseñamos es bueno o malo: recibirá todo lo que hacemos y
decimos como «bueno», ya que somos su modelo, su único baremo.
Es así como el peque aprende la moralidad de la manera más
natural.
Conozco la tentación de empezar a temprana edad con el
desarrollo de la parte cognitiva («¡Mi hija ya sabía leer con 4
añitos!») pero es algo que muchos psicólogos infantiles han dejado
de recomendar. Cada vez hay más estudios que recalcan la gran
importancia del juego libre y no me extraña. Aparte de que el juego
ayuda al desarrollo de la motricidad, lo cual fomentará una mejor
cognición más adelante, yo me pregunto, ¿por qué las prisas?
¿Para el orgullo de los papás?
Si muchos adultos hoy en día acuden a todo tipo de terapias
para volver a «conectar con su niño interior», ¿por qué no permitir
que el niño de pequeño sea niño de verdad para que, de adulto, ese
niño interior pueda manifestarse de una manera natural y
espontánea? La infancia se llama así porque uno es «infante» —
niño— y tiene que poder descubrir el mundo y las relaciones
sociales a través del juego. Un niño tiene que tener la máxima
posibilidad de explorar el mundo de la fantasía, practicando la
creatividad, la curiosidad y el asombro. Todo esto, como PAS, le
servirá de base durante el resto de su vida, son herramientas
esenciales para poder volver con facilidad al estado equilibrado
después de verse sobresaturado por las exigencias y los estímulos
excesivos tan omnipresentes en nuestro mundo.
Jugar generalmente implica interactuar con otros niños, un
aspecto muy importante en la socialización del pequeño. Jugando
se aprende a gestionar conflictos, por ejemplo, pero también que
cada uno es diferente y que no todo el mundo quiere lo mismo en el
mismo momento; se aprende sobre la diversidad y la tolerancia; se
aprende sobre la frustración y el aburrimiento y, sobre todo, se
aprende que, cuando te caes, te levantas. En la infancia nada es tan
importante como el juego para asegurarnos del sano desarrollo
social, emocional, cognitivo y verbal.
Repito esa pregunta de cómo te gustaría que tu hijo sea de
adulto. ¿Quieres que sea alguien que acepta el mundo tal como es,
alguien que se conforma y se adapta? ¿O te gustaría que tu hija o
hijo fuera alguien que se siente llamado a dejar un mundo un
poquito mejor que el que ha encontrado? ¿Quieres que sea buena
persona? Es una pregunta importante para plantearte a menudo,
pero la traigo aquí para recalcar la importancia —si es que te gusta
más la segunda opción que la primera— de que tu peque aprenda a
pensar de forma creativa, con curiosidad, asombro, respeto y, si
quieres, veneración; junto con habilidades sociales para
relacionarse y saber solucionar conflictos. No nos olvidemos de que
las PAS nacen con la capacidad de ser empáticos, pero si no
exponemos al niño a situaciones en que esa cualidad pueda
«despertarse», de poco le servirá.
Pantallas
Hablando de jugar —es mi opinión personal que no quiero imponer
a nadie—, todo aquello que se puede ver y hacer a través de una
pantalla no es lo mismo que jugar de verdad. Por jugar yo entiendo
un equilibrio entre los movimientos corporales, la actividad pensante
y la interacción social, o bien la vivencia emocional. Un desarrollo
sano del cerebro y de la emocionalidad depende de este equilibrio.
Una persona que está con la tablet, el teléfono o la pantalla del
ordenador, se suele mover poco o nada y tiene la mirada fijada en la
información que está siguiendo, lo cual causa cansancio mental.
Es en la infancia cuando se van formando las redes neuronales y
existe una estrecha relación entre esta formación y el aprendizaje.
Aprender a través de las pantallas, la llamada «formación digital»,
no es lo mismo que lo que denominaría el aprendizaje humano y
social, que se caracteriza por un desarrollo corporal, psíquico e
intelectual. Un niño debe tener la posibilidad de conquistar su
entorno mediante los sentidos, los movimientos y el juego creativo, a
través de experiencias reales, y con personas y animales reales,
que se pueden tocar, oler y cuyo calor se puede sentir.
El uso de pantallas puede llevar a la adicción, conlleva un riesgo
de sobreestimulación (algo que en los niños AS hay que evitar al
máximo) por centrarse en la actividad unilateral de la mirada fija,
excluyendo los otros sentidos —salvo, quizás, el oído— y el
movimiento corporal. Otro peligro es un deterioro del control de la
impulsividad ya que es muy fácil quitar en un clic aquello que no es
de tu gusto y cambiarlo por algo nuevo sin siquiera haberte tomado
el tiempo para reflexionar sobre lo que acabas de ver y preguntarte
por el motivo por el que no quieres seguir mirándolo. Siempre me ha
llamado mucho la atención el hecho conocido de que personajes
como Steve Jobs y Bill Gates, grandes conocedores de las
tecnologías y sus riesgos, no dieron pantallas a sus hijos hasta
cumplir los 12 años, y que incluso después tenían el uso restringido.
A mí me asustan los datos de una encuesta sobre el uso de los
teléfonos móviles entre adolescentes: un 56 por ciento afirma sentir
ansiedad y soledad si no pueden consultar su teléfono. Pero no es
solamente culpa de los niños, y bien lo sabemos. Los niños
aprenden por imitación, y quizás no estaría de más observarnos a
nosotros mismos y tener muy claro qué les estamos enseñando.
Un aparato nunca podrá sustituir a un ser humano. No podrá
proporcionar el calor, el cariño y la atención que una persona puede
dar a otra. Una tablet no es un canguro, no es un substituto de la
conexión humana ya que nunca proporcionará afecto.
Cada día salen más investigaciones científicas sobre el efecto
negativo de las «pantallas» en niños, unas más preocupantes que
otras. Hemos podido leer cómo un alto porcentaje de niños en la
China creen que aquello que les llega a través de las pantallas es el
mundo real, algo que asusta un poco. Hay investigaciones que
alertan sobre los problemas conductuales y relacionales en niños y
jóvenes, y otras que hablan sobre un aumento de la ansiedad y la
depresión en los jóvenes que están expuestos a pantallas. Y, cómo
no, aquí también aparece el problema de la obesidad (y riesgo de
diabetes) en niños, un tema muy actual en nuestro país.
No es este el lugar para analizar estas investigaciones, pero os
invito a buscar información en internet sobre este tema. A mí,
personalmente, me preocupa mucho, pero eso no quiere decir que
tengáis que estar de acuerdo conmigo; cada uno debe decidir según
sus ideas y situación. Solo voy a hacer un pequeño apunte: las
investigaciones no discriminan entre niños AS y niños que no tienen
el rasgo. Sabiendo lo que sabemos del funcionamiento cerebral y la
emocionalidad de las PAS, creo que no es rebuscado decir que los
niños con alta sensibilidad son aún más vulnerables a las
consecuencias de pasar (mucho) tiempo en las redes. Es decir, si
lees sobre los efectos negativos del tiempo que pasan los niños
delante de una pantalla, ten en cuenta que en los niños AS
probablemente son mayores.
Igual la pregunta que nos tendríamos que hacer aquí no debería
estar tanto relacionada con el presente y las supuestas ventajas del
uso de tablets y similares, sino que nos convendría pensar en el
futuro estado psicológico del adolescente y del adulto; en su faceta
empática, moral y humana. Ya sabéis, esa pregunta clave de,
¿cómo quiero que sea mi hijo de adulto? En lugar de ¿qué quiero
que mi hijo sea de adulto? Me preocupa el adulto AS de mañana, ya
que son ellos quienes podrían ser los líderes que decidirán sobre la
gestión de nuestro planeta.
Una de las muchas cosas que los niños tienen que aprender es
la autorregulación de sus emociones. Más de una vez he visto —y tú
también habrás sido testigo de escenas de este tipo— a madres,
padres o educadores que, cuando el niño a su cargo empieza a
mostrar señales de una rabieta, cuando se ha caído, cuando se ha
hecho daño, o cuando el adulto está mirando su móvil y el niño está
«molestando» porque requiere su atención, esa madre, ese padre o
ese educador le da su móvil o una tablet que tiene a mano para
«tranquilizar» al niño y que no se ponga «pesado». El mensaje
callado que acompaña este gesto es: «Déjame en paz». Puede ser
un acto de desconfianza en tus propias capacidades educativas,
pero sin duda es un acto de desconfianza hacia el niño, que tiene
que aprender a entretenerse solo y a autorregular su estado de
ánimo. Las tiritas-caramelos-móviles no ayudan a que el peque
llegue a sentirse seguro de sí mismo.
Antes, las madres no teníamos teléfonos o tablets para despistar
o calmar a nuestros niños. Íbamos armadas de un bolso que
contenía un cuaderno, lápices, algún peluche, muñequitas de dedo,
algún libro, una caja de música, un cochecito… El niño jugaba, bajo
la mirada atenta de la madre y de vez en cuando intercambiaban
tranquilizantes miradas de complicidad y de aprobación. Jugar es
más que mover objetos, jugar es inventarse historias, algunas
basadas en apenas un bloque de madera. La fantasía de un niño
altamente sensible o no, no tiene límites. Su imaginación,
desarrollada en la primera infancia, le servirá el resto de su vida
como herramienta básica para tener una mente creativa, encontrar
soluciones ante los obstáculos que la vida le pone por delante y
desarrollar la resiliencia, algo que no ocurrirá de la misma manera si
se queda con la secuencia acelerada y a veces agresiva de, por
ejemplo, Bob Esponja.
Pero hay más. Las pantallas vienen con su información «a la
carta» (si algo no te gusta basta pinchar en otra cosa y probar lo
siguiente), con lo cual la curva de atención del niño, su capacidad
para mantener la atención en algo que «no mola», se queda en las
mínimas. Es una variante de nuestro mundo de «usar y tirar». La
concentración no viene dada; hay que aprenderla. Muchos niños
con síntomas de TDAH son niños que en realidad no lo tienen, pero
son niños que no han aprendido concentrarse, que no saben
atender a temas que no les gustan y que se aburren en clase, en
una cafetería, en un restaurante, se aburren en la parada del bus,
en el coche, en casa. Se aburren en todas partes y empiezan a
molestar (lloriquear, correr, hablar, quejarse para llamar la atención)
porque han aprendido que, si molestas, te espera una pantalla-tirita-
caramelo. Repito: la concentración se aprende, igual que la
paciencia (saber esperar) y la frustración (aceptar que no siempre
puede ser lo que tú quieres en el momento en que lo quieres).
Las PAS somos personas «profundas», pero conviene que
alguien nos enseñe cómo serlo.
Un apunte que me tranquiliza un poco: en nuestra encuesta, casi
un 80 por ciento de los padres contestó afirmativamente a la
pregunta acerca de poner límites a las horas que sus hijos pueden
mirar pantallas; aunque también hay más de un 5 por ciento que ha
contestado que no pone ninguno. Ahora bien, cuando sumo (como
seguramente también hayas hecho), me falta la respuesta de un 15
por ciento de padres o educadores…
Excursiones y viajes
A veces me acuerdo de esta historia de Adela quien, hace muchos
años, vino a verme para hablar sobre su familia.
Lena no quiere salir de casa. Aunque ha costado, ahora por lo menos acepta
que tiene que ir al cole, aunque no le gusta demasiado, pero si vamos a
comprar se pone de mal humor, y cuando hacemos otras salidas y viajes, ni te
cuento. Lo único que quiere es quedarse en casa, jugar con su cocinita (tiene
una cocinita de madera que le hizo mi marido), haciendo pasteles de arena y
de plastilina y dar de comer a su extensa familia de muñecas, peluches y el
perro —Adela suspira—. Mi marido y yo somos PAS y Lena también lo es.
Somos conscientes de la importancia y la necesidad de pasar tiempo en la
naturaleza. A los dos nos encanta la montaña y el camping y sabemos que a
Lena también le vendría bien. Pero nadie quiere hacer una excursión
arrastrando a una niña protestando.
Los abuelos
Cuando nacieron mis hijos, mis padres ya eran bastante mayores.
Mi madre vivía con nosotros, mientras que mi padre, casado con
otra mujer después del divorcio que tuvo lugar durante mi
adolescencia, vivía en una ciudad a unos sesenta kilómetros, una
distancia que hacía que no nos viéramos a menudo. Yo no conocía
el rasgo, no tenía ni la más remota idea de que todos los miembros
de la familia éramos PAS. Es gracias a haber reconstruido nuestra
biografía sabiendo lo que es una PAS, que ahora puedo entender
las cosas. En este sentido me gustaría compartir la siguiente historia
ya que es posible que te pase algo similar.
Mi padre se emocionó muchísimo con el nacimiento de mi hija;
no había más nietos y Annabelle era la primera. Su emoción, de
hecho, era tan intensa que le costó tocarla, mirarla, y siempre le
veía los ojos humedecidos. Poco a poco, las veces que venía o que
íbamos a su casa, se iba acostumbrando al milagro de su nieta,
pero cuando no podía verla y saber que estaba bien, se preocupaba
por ella. Llamaba a menudo para preguntar cómo estaba, qué hacía,
si había aprendido algo nuevo y yo, la mamá orgullosa, le contaba
todas las cosas que hacía su nieta, cómo iba creciendo y, también,
los pequeños «accidentes» que iba teniendo como, por ejemplo, que
se caía al aprender a ponerse de pie… cosas normales en el
desarrollo de un bebé. Cosas normales, sí, mientras que estás al
lado y sabes que no pasa nada grave, pero si eres un abuelo PAS a
sesenta kilómetros y no has sido testigo de lo que había pasado, el
pobre hombre se preocupaba tanto por las cosas que le iba
contando, que decidí no contarle ninguna «hazaña» más, que él
pudiera interpretar como «peligro», «drama», «falta de atención» o
«ausencia de protección» por mi parte. Aunque sus reacciones a mi
parecer, eran muy exageradas, me hacían sentirme culpable y
verme como una madre irresponsable. Es una pena. Si yo hubiese
conocido el rasgo, si me hubiera dado cuenta de su alta sensibilidad
(y de la de los demás) nuestra relación hubiera sido distinta. Por
cierto, cuando año y medio después nació mi hijo, también mostró
una elevada preocupación, pero debía pensar, como esa generación
que nació al principio del siglo pasado, que los chicos son más
duros y que no necesitan tanta protección.
Otro asunto, también relacionado con los abuelos, son las visitas
que, cuando viven lejos, se pueden convertir en una complicación.
Sonia y su marido, José, viven en Mallorca porque tienen trabajo
aquí, pero son de un pueblo de Almería y sus padres viven allí.
Tienen dos semanas al año para ir a visitarles, para volver «a casa»,
y desde que tienen hijos, evidentemente van, como ella dice, «con
toda la tropa». Miguel, el mayor, es PAS, y la niña, tres años más
joven, no. Aparte de tener los típicos problemas antes de irse,
porque a Miguel lo de viajar y dejar su casa no le gusta nada, tienen
complicaciones añadidas en ambas casas de los abuelos. Miguel no
quiere saber nada de los abuelos. De ninguno de los cuatro. Ni de
sus casas. De las dos semanas que están en Almería, necesita una
para volver a acostumbrarse tanto a los abuelos como a otras
personas. («Hablan muy alto. ¿Por qué gritan? El abuelo fuma y
huele mal, el perfume de la abuela me produce arcadas. ¿Por qué
me quieren tocar todo el tiempo? Los botones de la bata de la
abuela “me duelen”»). También tienen que acostumbrarse a sus
casas, al olor, al ruido, al perro que tiene que vivir en el corral (¿por
qué no puede dormir conmigo?), a la gente que viene de visita, a la
tele siempre puesta… La lista es muy larga. Después de una
semana se va calmando, deja de quejarse y de criticar todo, y se
relaja. Sonia lo pasa fatal y muchas veces no sabe qué decirle a
Miguel, ni qué explicarle a los abuelos quienes, básicamente, lo
encuentran todo muy exagerado y se burlan del pequeño
tiquismiquis que se queja por todo, salvo —también hay que decirlo
— de las tartas y mermeladas que hace la abuela, y los helados que
le da.
Parte del problema está en que los abuelos pasan el resto del
año añorando la visita anual, están locos por ver a sus nietos (para
ambas parejas, son los únicos nietos que tienen) y van contando los
días hasta la llegada de la familia. Es normal que los abuelos
quieran achuchar a los críos, tenerlos en el regazo y leer libros con
ellos, contarles cuentos, pasear con ellos por el pueblo; es normal
que esperen que los nietos les «ayuden» en el huerto o a buscar los
huevos de las gallinas. Y mientras que Amaia, la hermana de
Miguel, es la nieta ejemplar y participa en todo, él da problemas y
los abuelos no entienden nada de las explicaciones sobre la
«sensibilidad».
En la encuesta sobre niños con AS, más de un 33 por ciento de
los padres afirmó que sus hijos necesitan tiempo para (volver a)
conectar con los abuelos y, conociendo ya un poco los temas
«difíciles» de nuestros peques que son muy sensibles, es bastante
comprensible. Para los padres no es fácil dar explicaciones —a
veces con disculpas y a veces no—, y mantenerse firmes en la línea
de educación que han decidido seguir para acompañar a sus hijos
durante esta etapa infantil.
Sustos y gritos
Nuestros niños altamente sensibles son eso, sensibles. Y son
especialmente sensibles a los mensajes que les damos. Son
sensibles al tono que utilizamos, al contenido de nuestros mensajes
y a la intención que hay detrás. ¿Te acuerdas del último pilar de las
características base, de la «S» de sentidos y de sutilezas?
El tono es muy importante para un niño con AS. Levantar la voz,
algo que no siempre podrás evitar es igual a una bofetada. «¡Pero si
no le he pegado! ¡Solamente le he llamado la atención!». Un grito
puede hacer que un niño sensible estalle en un llanto desconsolado.
Y no es exagerado, ya que, en primer lugar se asustará. El volumen
del sonido, como bien sabes, se mide en decibelios, y cuantos más
decibelios, más elevada es la cantidad de estímulos. Igual que el
niño se sobresalta por un petardo, un portazo, por un cristal que cae
al suelo, se asusta por un grito. Los niños AS tienen el oído muy
desarrollado (igual que el resto de sus sentidos) y si le quieres
transmitir un mensaje de aviso, es mucho mejor y efectivo mirarle en
los ojos para establecer una conexión, y decirle que aquello que ha
hecho es peligroso, dañino o una falta de respeto. Le puedes
explicar por qué. Aunque a lo mejor no entenderá todas tus
palabras, tu tono serio hará que se dé cuenta de que algo no va
bien. No le hables como a un bebé; utiliza palabras y frases
normales.
Un niño no es un animal. Un niño es un ser humano «en
proceso», aprendiendo muchísimas cosas a la vez. No se le entrena
a base de premios y castigos, se le acompaña con paciencia, cariño
y con asombro. Lo que consigue un niño en los primeros 3 añitos de
su vida es enorme, aunque a ti —que ya sabes andar y hablar—,
posiblemente te parezca normal e, incluso, crees que tarda
demasiado… ay.
En cuanto al contenido, conviene tener en cuenta que el mensaje
y cómo lo transmites no haga que el niño deje de sentirse seguro o
querido. Evita expresiones tipo: «Es por tu culpa». Especialmente en
España o en cualquier país con una fuerte tradición católica, la
palabra «culpa» tiene un peso extraordinario. Un niño PAS, un niño
concienzudo como suelen ser casi todos los que comparten este
rasgo, puede hacer suya esta palabra para el resto de su vida.
Cargar con la culpa —especialmente cuando no la tienes— te puede
arruinar la vida. En lugar de «culpa», podrías utilizar palabras como
«responsabilidad». Alguien es responsable de sus actos. Los niños
con alta sensibilidad, que tienen esa capacidad de entender las
consecuencias e implicaciones de las cosas, pueden entender que
su acto tiene repercusiones. En este sentido es muy importante
tener una conversación con el niño para ir explorando las
consecuencias de algún incidente; no para que se sienta mal, sino
para ayudarle a entender y entrenar ese talento que, como PAS, le
ha venido con el paquete del rasgo, esa capacidad para entender
las relaciones entre las cosas y situaciones a un nivel mayor. Invítale
a explorar, dándole posibles pistas, y así también le ayudarás a que
aprenda a pensar mientras su autoestima va creciendo. ¿No es
mucho mejor así que gritarle y echarle la culpa?
Otra palabra que conviene evitar es «vergüenza». Preguntas
retóricas y horribles como «¿No te da vergüenza?» pueden hundir al
pequeño PAS. Ambos conceptos tienen tanto peso que quizás
tienen validez en relación con un crimen de verdad, pero no
deberían utilizarse por haber cogido una galleta sin permiso, por
haber dejado caer algún objeto accidentalmente, por pisar al gato
sin querer o cualquier acto travieso o accidental.
Las palabras son mucho más que una secuencia accidental de
letras, conllevan una fuerza, una energía. Con esa característica de
las PAS, el pilar correspondiente a la «D», de reflexionar
profundamente, de rumiar sobre los temas, de meditar sobre ellos,
las palabras nos pueden marcar de por vida. Personalmente, he
cargado con varias que no me pertenecían. Seguramente también
tienes frases o palabras de tu infancia que se te han clavado, se han
convertido en creencias. Espero que sea para bien, pero
generalmente, si se te han grabado, no suelen ser muy agradables o
alentadores. Piensa en eso cuando utilices palabras para castigar o
para humillar a tu peque. No soy partidaria del castigo físico, en
absoluto, pero no hay que olvidar que las palabras pueden doler
más y llegar a hacer un daño mucho más profundo y duradero.
La sobreprotección
La línea entre la protección y la sobreprotección es muy fina. Creo
que la protección es ayudar al niño a que descubra el mundo y sus
propias capacidades, alentarlo sin que, como adulto, bajes la
vigilancia con la cual el niño se sentirá apoyado y seguro. La
sobreprotección frenará el desarrollo del niño por el hecho de que el
educador va proyectando sus propios miedos e inseguridades en él,
lo cual le hace incapaz de confiar en sus capacidades, y le irá
cortando las alas.
Por tanto, la sobreprotección y los mensajes relacionados con
ella, también pueden hacer daño y llegar a invalidar a un niño con
alta sensibilidad. Entiendo que es necesario proteger a tu niña o tu
niño para que no se lastime, aunque lastimarse también forma parte
de lo que deben aprender.
Imagínate que tu peque quiere trepar a un árbol. Lo ves y se te
corta el aliento, ya que —especialmente si eres PAS— eres
consciente del riesgo de que se pueda caer. Le gritas: «¡No, para,
no lo hagas! ¡Es peligroso! ¡Te harás daño!». Le proyectas tu miedo
y el mensaje que escucha el niño es: «No soy lo suficientemente
bueno, no soy capaz, es más prudente no probar cosas que no
conozco». No sé, pero me cuesta creer que quieras que tu niño
crezca con miedos, que llegue a ser un adolescente o un adulto
plagado de inseguridades y con miedo a vivir la vida. Puede ser que
seamos PAS, pero esto no quiere decir que tenemos que ser
miedosos e inseguros.
Además, como padre o madre con el rasgo de la AS, hay que
tener en cuenta que las PAS venimos con esa característica, la de
primero observar y calcular los riesgos antes de tomar la decisión y
lanzarnos. Es más que probable que tu niño altamente sensible no
haga cosas que le vienen demasiado grandes, y es muy importante
que aprenda a tomar riesgos a su escala, que aprenda caer y
levantarse una y otra vez hasta que domine la tarea, ya que esto le
ayudará no solamente en el desarrollo de una sana autoestima, sino
también esa otra cualidad tan importante que es la resiliencia.
¿Qué pasaría si cambiaras el mensaje? Por ejemplo: «Qué
grande es el árbol, ¿verdad? ¿Quieres descubrir cómo se ve todo
desde arriba? Venga, adelante, estoy aquí contigo por si me
necesitas».
Darte cuenta de tus palabras y de tus mensajes requiere
conciencia y presencia. No siempre lo conseguirás, eres un ser
humano. A lo mejor también has pasado por condicionamientos de
este tipo cuando eras pequeño. Revisa tus creencias y tus miedos
donde sea necesario, estate atento a lo que le dices a tu hijo y a las
palabras que utilizas, conéctate con tu capacidad empática y date
cuenta de los mensajes que transmites. Confía y enseña a confiar.
Por muchos manuales de educación que leas, no pueden
garantizar que no cometas errores. Cada uno —tanto el educador
como el niño— es diferente, es un mundo, y cada combinación de
individuos genera una mezcla de energías que también es única,
como lo es cada situación. Es inevitable que metas la pata más de
una vez. Personalmente lo he hecho muchas veces. Si tú eres la
madre o el padre con el rasgo de la alta sensibilidad, tienes la
ventaja de la intuición. Las PAS solemos ser bastante intuitivas.
Observa atentamente al niño en acción y escucha esa vocecita
interior. Con el primer niño, sintiéndote inseguro, cometerás errores
por falta de experiencia, con el segundo porque posiblemente
piensas que ya te lo sabes. Equivocarse está permitido; todos los
padres nos equivocamos más de una vez, pero procura aprender de
tus errores para no repetirlos. Igual que el niño, te «caerás» para
levantarte luego; no pasa nada. Los niños aprenden de nosotros y
nosotros aprendemos tantísimas cosas de ellos. ¿No te parece
precioso?
Los cambios
Muchos niños con el rasgo de la AS tienen dificultades cuando
cambian de una actividad o situación que les es familiar a otra, o
cuando están acostumbrados a un cierto ritmo o programa en el cual
de repente se produce un cambio. Puede parecer que son
inflexibles, pero generalmente no lo son; la causa de su malestar es
otra.
Cualquier cambio supone una cantidad de información nueva,
que necesita ser digerida. En función del tipo de cambio, la cantidad
de información es menor o mayor, y lo mismo ocurre con el tiempo
disponible para su gestión. En este libro mencionamos varios
momentos y situaciones de cambio, pero lo importante es tener
claro que conviene evitar que estas se produzcan de manera
abrupta, sin avisos y, si cabe, sin una preparación adecuada en los
casos en los que se puede hablar de transiciones como puede ser ir
por primera vez a la guardería o al jardín de infancia, un cambio de
colegio, una mudanza, un divorcio, una defunción pero también, en
el caso de algunos niños, el momento de ir a la cama y dormir.
La característica de la sobreestimulación por un lado, y el hecho
de que las PAS reciben muchísima información por otro, pueden
causar bloqueos en nuestro peque PAS si no respetamos ese
margen de tiempo que el niño necesita, o no dosificamos
adecuadamente la información. Date cuenta de que tú, al contrario
que el niño pequeño, dispones siempre de mucha información que
este todavía no tiene, simplemente porque le faltan experiencias
vitales. Tú llevas años yendo al súper, el niño no. Has ido en tren,
pero para el niño puede ser la primera vez. Has estado en la playa y
sabes lo que puedes esperar; un niño que tiene su primera
experiencia con arena, olas, gaviotas, conchas, horizontes, olores
nuevos, etc., puede sentirse totalmente sobrecogido, abrumado y
estallar en un llanto. Los adultos damos por hecho muchas
experiencias y situaciones porque son conocidas para nosotros, ya
las hemos vivido.
Recuerdo experiencias que creía que entusiasmarían a mis hijos
(porque me gustaban a mí y me hacían ilusión) y los llevé para
darles una sorpresa. Cuando, al llegar, montaban un «numerito», yo
no entendía nada. ¿Qué había hecho mal para que la niña tuviera
una rabieta? Pues, había hecho algo que por aquel entonces no se
me hubiera ocurrido en absoluto, pero que hoy en día tengo claro:
¡Me había saltado la preparación! Y el error número dos: a los niños
AS los planes sorpresa no les «molan» porque, al fin y al cabo es un
cambio y hay que gestionar mucha información a la vez.
Este libro habla de cambios de varios tipos, pero el mensaje de
base siempre es el mismo: el segundo pilar del rasgo, el que nos
habla de la sobresaturación, explica lo que pasa cuando las PAS
recibimos más estímulos de los que somos capaces de gestionar. La
sobreestimulación (o sobreexcitación) es, en realidad, la única
bandera roja de nuestro bello rasgo, pero es una bandera muy
importante y una que nunca podemos perder de vista al acompañar
a nuestro peque PAS en su desarrollo desde la cuna hasta la
madurez (véase encuesta de situaciones nuevas en Anexo 1).
3
CONSEJOS Y RECURSOS
A la hora de dormir
En el segundo capítulo, donde mencionamos los puntos de atención
relacionados con el rasgo, ya hablamos del sueño y de los
problemas que las PAS podemos tener a la hora de dormir. Ya
dijimos que hay un buen número de niños con el rasgo que tiene
dificultades en este ámbito. Más adelante, cuando hablemos de
caracteres diferentes y de los temperamentos, podremos ver que
cada temperamento supone unos problemas, siendo los niños con
un temperamento predominantemente flemático los que mejor
duermen, aunque a ellos les cuesta especialmente tener que
arrancar y entrar en acción el día después.
Aparte de esos consejos muy estándar de eliminar ruidos, bajar
la luz o añadir al baño un poquito de aceite de lavanda (para los
más pequeños se pueden poner dos gotitas en los laterales de la
cuna) hay muchos otros «trucos» que ayudan a calmar y tranquilizar
al niño para que se vaya «apagando» poco a poco en preparación a
ese tránsito del estado de vigilia al estado de sueño. Haremos un
repaso.
Leer un cuento. A todos los niños les encanta que les leas
una historia antes de dormir. Hay niños que siempre quieren
la misma, otros un capítulo de una más larga. Aquí también
verás que cada niño es distinto. Cuando todavía es muy bebé,
podrías cantarle una nana o recitar una rima. Según cuáles
sean tus creencias religiosas también podrías recitar un
pequeño rezo dando las gracias o nombrando a los ángeles
que durante la noche velan por él. No importa lo que hagas,
entra en lo que entendemos por ritmos y rituales. La
sensación del ritual aumenta, otorgándole otra calidad más
íntima, si enciendes una vela y la apagas al terminar, después
de haberle dado el último beso del día. Es mejor no utilizar
incienso ya que un olor intenso conlleva estímulos, aparte de
que muchos inciensos son tóxicos.
El ritmo. Hay niños que comen muy deprisa y hay otros que
tardan mucho en empezar o en terminar. Cada uno tiene su
ritmo. Si te molesta la tardanza de uno es suficiente
preguntarle si todo está bien, y dejarle el tiempo que necesita.
Cuanto más intentes empujar a estos niños, más grande se
hará su resistencia. Y es un hecho, hay muchos niños con AS
(un 22 por ciento) a quienes les cuesta empezar. Puede ser
porque primero quieren internalizar con los sentidos aquello
que se encuentra en su plato; primero comen con los ojos y el
olfato. Otro motivo por el que tardan en empezar es porque
muchos (un 38 por ciento) no quieren la comida caliente,
probablemente también por la gran sensibilidad del interior de
la boca, pero quizás porque si está demasiado caliente, tiene
menos sabor.
Esto nos lleva a «los modales», una palabra con una carga
quizás un poco anticuada, pero en el fondo es una cuestión social,
que hace que la convivencia no solo sea más agradable, sino
también más cariñosa y respetuosa, que hace que todos se sienten
valorados.
¿Cómo te gusta que sea la conversación? Para todos es
importante que prestemos atención si alguien está contando algo, y
que no le interrumpamos. Cuando el niño habla, escúchale con
interés y haz preguntas sin criticar. Hazle ver la importancia de
escuchar a los demás cuando hablan; aquí también conviene dar
ejemplo.
Otro tema que puede entrar bajo el capítulo de los modales es la
regla que dicta que mientras se está comiendo, nadie se levanta. Si
le has dicho al niño que se lave las manos antes de sentarse para
comer, también puedes incluir el mensaje de que utilice el baño.
Esta regla no es una tontería, sino que, como la mayoría de las
reglas, contribuye a un ambiente más tranquilo durante la comida,
siempre teniendo en cuenta que, para las PAS de todas las edades
es importante limitar todo tipo de información sensorial en la medida
de lo posible.
En este sentido también es importante apagar la tele mientras se
está comiendo. Siempre. No solamente porque no fomenta para
nada la conversación durante la comida, sino por la gran cantidad
de estímulos en forma de imágenes a gran velocidad, música, voces
estridentes que —generalmente— hablan de temas que no
interesan pero que sí estresan o que producen un estado emocional
(también información) que no beneficia al niño AS en ningún
momento y menos durante la comida. No entienden ni la mitad de lo
que están viendo. Las noticias de hoy en día pueden llegar a
angustiar y traumatizar a cualquier niño, y más si es una PAS.
En cuanto a los modales propiamente dichos, personalmente me
cuesta mucho tener que compartir la comida con personas que
mastican con la boca abierta, que escupen las pipas de las uvas
directamente a su plato, que no se limpian la boca grasienta antes
de tomar un trago de su vaso o de su copa, o aquellas que, una vez
que han terminado de comer, hacen una bola con su servilleta de
papel y la tiran sobre su plato vacío, y además con los cubiertos
apuntando en cualquier dirección.
Utilizar el móvil en la mesa o simplemente tenerlo encima a la
hora de comer, es algo que no tolero (¡también va para los adultos!)
y, para terminar —sé que soy del siglo pasado—, me parece fatal
que alguien empiece a comer antes de que me haya sentado yo, la
anfitriona, la que se ha molestado en preparar la comida, a no ser
que yo haya dicho que empiecen, claro.
Para mí estas son unas reglas básicas que tienen que ver con el
respeto hacia otra persona. Creo que cualquier niño, AS o no,
debería aprenderlas. Pero ojo, esta es mi opinión y no descarto que
tú, lectora o lector, tengáis otras reglas o, quizás ninguna. También
creo que, a medida que nuestro hijo —AS o no— se hace
consciente de este tipo de reglas sociales, más tranquilo se siente
en cualquier situación social que la vida le vaya poniendo por
delante. Como PAS, nos va genial no tener que preocuparnos por lo
que sea, si podemos evitarlo.
¿Lo más importante de las reglas, sean las que sean? Sé
consecuente, también cuando estás cansado o has tenido un mal
día.
Imponer modales con gritos o premios y castigos no es la mejor
idea; siempre es mejor dar una explicación con calma y hacer ver al
niño que, al compartir la comida con otras personas y utilizar nuestra
capacidad empática, podemos preguntarnos cuál es el efecto de un
determinado comportamiento en aquellos que nos ven comiendo.
Ser social o tener un comportamiento social, es algo a través de lo
que podemos expresar nuestro respeto a la otra persona.
Ahora, no esperes que un niño muy pequeño coma con toda
corrección ni que entienda de las reglas sociales. La introducción de
los modales —siempre dando ejemplo— es algo que deberías ir
haciendo paulatinamente, una regla cada vez, a partir de que el niño
tenga unos 4 años.
Negativo Positivo
¡No corras! Si vas más despacio verás más; puedes disfrutar más; tu
hermanito te puede seguir; puedo ir contigo; dame la mano y
vamos juntos (depende del contexto).
¡No toques! La señora tiene miedo de que se rompan sus cosas; podemos
verlas juntos y si queremos ver algo mejor, le pedimos que nos
lo enseñe, ¿te parece?
¡No exageres! Juega con ellos, es divertido, ya verás, ¿te animas? Veo que no te
gusta. ¿Nos quedamos un rato para ver cómo juegan?
¡Esto no se hace así! Veo que lo sabes hacer muy bien, pero hay otras maneras de
hacerlo. Ven, te lo enseño.
¡No tires las cosas al Las cosas se pueden romper, sería una lástima. Si quieres
suelo! ponerlo en el suelo, te ayudo con calma. Ven, lo recogemos.
Si tiras los papeles al suelo, alguien tendrá que recogerlos. Es
mejor para todos tirarlos directamente a la papelera, y si no
encontramos papelera los llevamos a casa para tirarlos allí.
¡No pegues! Veo que estás enfadado, pero pegar duele, también te duele a ti.
Respira, y cuéntame qué ha pasado.
¡No te quejes! ¡No Veo que esto no te agrada, que no te sientes cómodo. ¿Quieres
exageres! que primero miremos un rato y luego hablamos?
Se trata pues de, en primer lugar, darte cuenta del mensaje que
el niño recibe, y si hablamos desde el «no», sin ofrecer una
solución, una salida, sin ofrecerle la mano, hablamos olvidando la
conexión y la empatía. Con un mensaje negativo, lo único que el
niño oye es: «Soy malo, no valgo, no me quieren».
Es importante, pues, acostumbrarte a cambiar la negatividad por
un mensaje positivo. Si a ti te han educado con noes (algo bastante
frecuente) es normal y automático que repitas las mismas órdenes a
tus hijos, ya se te han quedado grabadas. Si nadie te avisa de que
puedes hablar a tu niño de otra manera, desde otro lugar, es
probable que no cambies las formas porque, simplemente, te falta
conciencia y herramientas. Ahora que dispones de ambas, por favor,
inténtalo. Evidentemente, en caso de un peligro inminente, sí
puedes utilizar una orden negativa, aunque también existen
variaciones, como: ¡no corras al cruzar la calle! o ¡camina despacio
al cruzar la calle!
4
LOURDES TORMES
Las PAS compartimos un rasgo, eso sí, pero hay muchas más
cosas —otros rasgos, características, facetas de la personalidad,
material genético, contexto familiar, mochilas— que no compartimos
y que es nuestro. Esto hace que cada uno sea único, con su mezcla
de ingredientes muy personal. Ningún niño se parece a otro, ni física
ni emocionalmente. Que todos los niños con alta sensibilidad sean
tranquilos, introvertidos, ángeles es una fábula. Hay tanta diferencia
entre los niños con AS, que a veces no resulta nada fácil detectar en
ellos el rasgo, hasta el punto de que incluso los profesionales se
equivocan y diagnostican un trastorno, cuando el niño «solamente»
es altamente sensible.
Como bien sabes, el rasgo de la alta sensibilidad se caracteriza
por sus cuatro pilares. Es genial poder definir el rasgo en función de
estos pilares, pero tiene un peligro: crea un retrato «fijo» de cómo es
o ha de ser una persona, un niño, que ha nacido con esta cualidad.
Así que, como a lo mejor ya has comprendido, el modelo de persona
altamente sensible no existe. Hay muchísimos niños que no encajan
en la imagen de «niño tímido, retraído, introvertido, poco
participativo, llorón, que se queja de todo, que come mal, duerme
mal, que necesita estar a solas, que se colapsa ante cualquier
cambio, que es nervioso y tiene una salud delicada».
He buscado maneras de presentaros retratos diferentes de niños
AS, pero con otros temperamentos, que a veces son tan intensos,
que pueden llegar a tapar o dominar a ese retrato «base» que se
suele tomar como referente. Por ello también será más fácil
entender que existe cierto riesgo de que el niño PAS no sea
reconocido en su rasgo por tener un comportamiento que,
aparentemente, no «casa» con la imagen estándar. También hay
que tener en cuenta la posibilidad de trastornos, o, por lo menos,
contrarrestar las características de un determinado trastorno con las
del rasgo que estamos tratando. Lo he dicho varias veces ya: en
caso de duda es muy importante consultar con un profesional
formado en educación o psicología infantil, y que sea (por favor, no
lo olvidéis) buen conocedor de la alta sensibilidad.
REFLEXIONANDO SOBRE LA
EDUCACIÓN DE UN NIÑO
ALTAMENTE SENSIBLE
ENCUESTAS
ESQUEMA
TESTS
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
Entre 560 y 360: te puedes considerar una persona altamente sensible. Cuanto más alta
sea tu puntuación, más tendrás la sensibilidad a flor de piel. Si ser altamente sensible te
complica la vida, te impide llevar la existencia que te gustaría llevar, te aconsejo estudiar
con atención el rasgo, considerar participar en los encuentros de personas altamente
sensibles y hacer unas sesiones de coaching.
Entre 360 y 250: hay una gran probabilidad de que seas una persona altamente sensible.
Es posible que en el pasado hayas tenido algunos problemas, te los hayas trabajado y
hayas conseguido ya encauzarlos. Si sigue habiendo aspectos de la personalidad que te
gustaría trabajar, convirtiendo algo que te moleste en algo que te aporte, puede ser una
muy buena idea participar en grupos PAS, o hacer unas sesiones de coaching. Estudiar
diferentes publicaciones sobre el tema siempre es aconsejable.
Menos de 250: la probabilidad de que seas una persona altamente sensible no es muy
grande. Aun así, si hay problemas en los que te ves reflejado y que te molestan, está claro
que tienes una sensibilidad elevada, más bien selectiva. A veces es posible trabajarla, a
veces no.
Libros:
Webs de interés:
APASE, Asociación de Personas con Alta Sensibilidad de
España: www.asociacionpas.org
Comunicación no violenta:
www.comunicacionnoviolenta.com
Documental Sensibilidad al trasluz de Crónicas, TV2:
www.rtve.es/alacarta/videos/cronicas/cronicas-
sensibilidad-trasluz/3017002/
Educación respetuosa (Tamara Chubarowsky):
www.tamarachubarovsky.com
Programas anti bullying: Raise them strong:
www.brooksgibbs.com
Web de Elaine Aron: www.hsperson.com
Web de Fundación ANAR: www.anar.org (teléfono gratis para
denuncia de acoso escolar).
Web de Karina Zegers de Beijl:
www.personasaltamentesensibles.com
Web Sensitive: www.sensitivethemovie.com
KARINA ZEGERS DE BEIJL (Ámsterdam, 1952). Asiste a una
escuela Waldorf y cursa Filología Española en la Universidad de su
ciudad natal. Traductora literaria e intérprete de varios idiomas
durante treinta y siete años, en 1990 se afinca en Mallorca. En 2004
descubre que es PAS y amplía estudios especialmente enfocados al
autoconocimiento, tales como Coach Personal, Técnicas de
Comunicación, Mediación de Conflictos, profundizando en la obra de
la doctora Elaine Aron.
En la actualidad imparte sesiones de coaching, talleres, encuentros
y conferencias, y lleva un blog muy visitado. En 2012 funda la
Asociación Nacional de Personas Altamente Sensibles (APAS) y
autopublica con éxito su primer libro: La alta sensibilidad. Vivir
desde el corazón.