Siglo XX: Tres Perspectivas: Relaciones Interétnicas, Antropología Jurídica y "Formación Del Estado"

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Relaciones sociedad-Estado: análisis interactivo para

una antropología del Estado


Autor: Felipe Hevia de la Jara
Recopilación: Raúl Javier Lojano

La antropología política mexicana ha abordado el estudio de los


Estados contemporáneostres perspectivas:
desde al menos

relaciones interétnicas, antropología


jurídica y “formación del Estado”.
El presente artículo realiza una aproximación diferente, dirigida al análisis de las
interacciones entre la sociedad y el Estado , a partir de las siguientes
premisas: está centrado en los actores, los espacios de interacción constituyen los puntos
nodales de observación y se actualizan las relaciones sociales que construyen los actores entre
sí.

Palabras clave: relaciones sociedad-Estado, Estado-definición, sociedad civil, políticas públicas,


etnografía institucional.

antropología política es
Un campo en proceso de consolidación en la

el estudio de los Estados contemporáneos.

Durante buena parte del siglo xx , la antropología mostró poco interés

en su análisis, en parte por la tendencia a estudiar grupos humanos donde el Estado como
forma de organización política es sólo una de varias posibilidades (Wolf, 2001), y en parte por
cierta dificultad teórica para definirlo como objeto de estudio antropológico (Krohn-Hansen y

Nestad, 2005). Los estudios de antropología política al

respecto se centraron más bien en la génesis de los Estados como forma de


dominación política (Krader, 1982; Clastres, 1974), y no fue sino hasta décadas recientes que
comenzó a consolidarse, dentro de la antropología social, el Estado como área de estudio
particular (Sharma y Gupta, 2006).

Esta situación contrasta con otras disciplinas de las ciencias sociales que tienen al Estado como
uno de sus objetos de estudio. En estas disciplinas, la corriente predominante se basa en

Weber (1964), quien analiza la emergencia del Estado burocrático-


administrativo, definiéndolo principalmente en relación a la exclusividad que tiene sobre
el uso legítimo de la fuerza. Otra corriente importante, de inspiración
marxista, se centra en la posición del Estado como instrumento de dominación de
clase (Offe, 1991). Sin embargo, no fue sino hasta el artículo pionero de Abrams (1977) que
comenzó a abrirse paso una tercera corriente centrada en rescatar la complejidad y diversidad
de agencias e ideologías envueltas detrás de este concepto.

Es en esta tercera corriente donde se insertan teorías interactivas que


buscan definir al Estado desde los tipos de relación que establece con la sociedad. Así,

Joel Migdal define al Estado como “un campo de poder marcado


por la amenaza y el uso de la fuerza caracterizado por:

1. La imagen de una organización coherente que controla un


territorio, la cual es una representación de la gente unida bajo
ese territorio y
2. Las prácticas reales de sus múltiples partes” (Migdal, 2001: 15-
16).
A pesar de su retraso con respecto a otras disciplinas, la antropología ha realizado en las
últimas décadas avances significativos en el estudio del Estado. Los más logrados se han
centrado en los mecanismos simbólicos por los cuales estas instituciones consiguen una
imagen de organización coherente, principalmente por medio del nacionalismo y la invención
de una identidad común (Lomnitz, 1995; Anderson, 1993).
También se han llevado a cabo investigaciones que buscan dar cuenta de “las prácticas
reales de sus múltiples partes”, donde sobresalen para el caso mexicano

las investigaciones coordinadas por Jorge Alonso y Alberto Aziz


(Alonso, 1982; Alonso, Aziz y Tamayo, 1992; Aziz y Alonso, 2005) quienes muestran la
complejidad de agencias, instituciones y temas que implica hablar del Estado mexicano, por
medio de un estudio longitudinal que alcanza tres décadas, así como el análisis del sistema
político como parte fundamental del Estado, y de la cultura política existente al interior del
mismo (Tejera Gaona, 2000; Adler, 2001; Adler, Adler y Salazar, 2004). Sin embargo,
tradicionalmente LA ANTROPOLOGÍA MEXICANA CONTEMPORÁNEA
se han centrado en tres grandes corrientes: las relaciones Estado-
pueblos indios, la antropología jurídica y los
estudios de formación del Estado.
La primera corriente se centra en las complejas relaciones entre los

pueblos indios y el Estado. Por medio de conceptos como


multiculturalismo, autonomías y relaciones interétnicas, se hace una revisión profunda de los
fundamentos liberales que soportan ideológicamente muchas de las prácticas estatales,

De la Peña y
cuerpos legales e incluso la misma idea del Estado (Oemichen, 1999;

Vázquez León, 2002; Díaz Polanco y Sánchez, 2002;


Hernández y Sierra, 2004).

A pesar de sus enormes aportes, en estos estudios existe una tendencia de comprender al
Estado como una entidad coherente, regular y monolítica, omnipresente en todas las esferas
sociales y, en el mejor de los casos, sólo representando intereses multinacionales o externos.
Se homogeniza la acción estatal, como si fuera una sola fuerza: se oponen los pueblos indios al
Estado-nacional sin definir en su interior las múltiples fuerzas que en él operan, las diferencias
de poderes y órdenes de gobierno y sus múltiples complejidades.

Una parte de esta situación se explica porque se establece una relación entre los
pueblos indios y el Estado más parecida a la que se establece en la

los pueblos indios en América Latina se presentan


arena internacional:
muchas veces como unidades del mismo rango jurídico que el
Estado y cada vez recurren más a instancias internacionales para
dirimir sus conflictos (como la corte Interamericana de Derechos Humanos) (Bengoa,
2000).

Una segunda corriente la compone lo que se denomina


antropología jurídica, interesada en las complejas relaciones de una de las esferas del Estado
más importantes y comparativamente menos analizada: la esfera judicial. Aquí las
investigaciones se enfocan en el desarrollo de sistemas alternativos de justicia, así como en las
situaciones de desventaja que enfrentan los indígenas frente a los cuerpos de justicia (Sierra,
2004; Moore, 2005).

Sin embargo, esta corriente también se concentra sólo en


una parte de la sociedad, los pueblos indios, los que
además poseen un estatuto diferente a otros grupos
sociales (como vimos arriba), y una historia propia de
relación con los Estados caracterizada por la conquista, la
expropiación de sus tierras, el sometimiento constante,
que modifica a su vez la historia de las relaciones
concretas de actores indígenas y gobiernos. Así, las
relaciones ente el Estado y el resto de los cuerpos sociales
siguen siendo menos estudiadas en la antropología
mexicana.

Una tercera corriente de estudio sobre


relaciones sociedad-Estado trasciende en parte esta limitación. Nos referimos a los estudios
que denominamos genéricamente de formación del Estado y que desarrollan modelos

relacionales en sus planteamientos. Según Baitenmann (2005: 171), pueden


distinguirse dos grandes corrientes que estudian la formación del Estado, una enfocada en los
conceptos de subalternidad y resistencia, interesados en cómo los grupos subalternos
establecen estrategias de resistencia; y otra, representada en trabajos que analizan cómo y por

medio de qué mecanismos el Estado adquiere su autoridad y poder. En 1994,


Joseph y Nugent coordinaron la publicación del libro
Everyday Forms of State Formation. Revolution and the Negotiation of Rule in Modern Mexico,
donde dialogan estas corrientes. Si bien el periodo al que aluden corresponde a las

épocas revolucionarias y posrevolucionarias


tempranas de México, también muestra cómo son esenciales las formas
cotidianas, las interacciones concretas y diarias entre diferentes agentes sociales y estatales
que van construyendo una serie de prácticas, ideas y entramados legales que constituyen el
moderno Estado mexicano. En sintonía con dichas corrientes, este artículo propone una

cuarta alternativa : el análisis relacional o interactivo


entre sociedad y Estado. Se parte de la premisa que es necesario comprender a las diversas
agencias del Estado a partir de las relaciones que desarrolla con actores sociales variados . El

modelo relacional propuesto se nutre de diversos enfoques, donde sobresalen las


perspectivas relacionales desarrolladas por Long (2001), Migdal (2001),

Fox (1992) e Isunza (2004).


Este modelo se compone de cuatro premisas analíticas: está centrado en los actores y rescata
su complejidad y diversidad; los espacios de interacción constituyen los puntos nodales de
observación puesto que en ellos se desarrollan las estrategias y se actualizan las relaciones
sociales que construyen los actores entre sí; la implementación de la política resulta tan o más
importante que el diseño de la misma para explicar sus impactos y efectos; y las interacciones
generan consecuencias —intencionales y no intencionales— e impactos en los actores sociales
y estatales que deben ser cuidadosamente caracterizadas. A continuación analizamos cada una
de estas premisas.

Orientación al actor
La primera premisa del modelo relacional es su orientación al actor. En las últimas décadas,
desde diversas disciplinas sociales y movimientos políticos se rescata la centralidad de los

actores sociales. En este sentido sobresalen las propuestas de Norman Long


(2001), quien expone tres argumentos para trascender los enfoques estructuralistas hacia un
enfoque orientado al actor. En primer lugar, más que negar la importancia de determinismos

externos centrales ( mercado , globalización,


invasión del Estado, etc.) una orientación centrada en el actor entiende que
estas fuerzas “se introducen necesariamente en los mundos de vida de los individuos y grupos
sociales afectados, y de esta manera son mediadas y transformadas por estos mismos actores
y sus estructuras” (Long, 2001: 13). De ahí que sean necesarios, en segundo lugar, análisis
dinámicos que enfaticen la relación mutua entre los diversos actores, que tienen además la
ventaja de que permiten explicar “las respuestas diferenciales a circunstancias estructurales
similares”. Esta capacidad de los actores para interpretar información y diseñar estrategias se
define en términos de agencia, es decir, como la propiedad de sujetos individuales, y de las
redes sociales que los soportan, de tomar decisiones basadas en el análisis de las
informaciones tomando en cuenta sus recursos y las limitaciones del contexto (Long, 2001:
24). De ahí que, en tercer lugar, Long abogue por la necesidad de una etnografía que permita
documentar las diferentes estrategias que usan los actores “convirtiendo lo malo en
circunstancias menos malas”, dando importancia a la descripción concreta de los procesos que
se llevan a cabo en los proyectos de desarrollo para poder dar cuenta de las estrategias de los
actores y los procesos de cambio, así como los vínculos entre diversas escalas, y, finalmente,
“el papel decisivo desempeñado por formas diversas y a menudo contradictorias de acción
humana y conciencia social en la fabricación del desarrollo” (Long, 2001: 15). Es decir, un
modelo relacional tiene que dar cuenta de la complejidad y diversidad de actores sociales,
rescatando en primer lugar su capacidad de agencia —esto es, con plenas capacidades para
recibir, interpretar y usar información, desarrollar diversas estrategias para mejorar sus
posiciones y su capacidad de reflexividad. En el caso que nos ocupa, el modelo relacional pone
en interacción actores estatales y sociales.

Actores estatales
Los modelos relacionales han avanzado en la definición del Estado como objeto de estudio de
las ciencias sociales, enfatizan su complejidad y diversidad interna, y se centran en los
conceptos de capacidades y autonomía. En este sentido, como ya vimos en la introducción, el
Estado puede definirse como “un campo de poder marcado por la amenaza y el uso de la
fuerza caracterizado por:

1. La imagen de una organización coherente que controla un


territorio, la cual es una representación de la gente unida bajo
ese territorio y
2. Las prácticas reales de sus múltiples partes” (Migdal, 2001: 15-
16).
En relación al primer punto, la imagen, son centrales los límites y fronteras entre territorios,
entre esferas público-privadas, entre los que hacen las reglas y los que son gobernados por
ellas —ruler-ruled—, entre el Estado y la sociedad (Migdal, 2004: 18).

Los actores sociales se ubican principalmente dentro de la segunda dimensión, las múltiples
partes donde se actualizan las prácticas y se despliegan los proyectos políticos de estos
actores. Los modelos relacionales con orientación al actor, entonces, deben hacer lo que

Migdal denomina una antropología del Estado, esto es “el


estudio de las partes del Estado en sus ambientes y las relaciones de cada una de las partes

con las demás” (Migdal, 2001: 124). Esta también es la idea de Fox cuando habla de una
etnografía institucional (2005: 87), y cuando introduce el concepto de

“ desempacar” (unpack) al Estado (Fox,


1992: 39; 1996: 1089), es decir, develar prácticas y relaciones de las diversas agencias que
componen, en la práctica, al Estado. Así, al hablar de “actores estatales” es necesario
identificar las diferentes organizaciones o instituciones involucradas, prácticas institucionales
que los actores estatales desarrollan y relaciones que se generan en su interior. Por esto es
central el análisis de la implementación de la política y su descripción etnográfica.

Ahora bien, este complejo de organizaciones y prácticas se articula en una idea homogénea y
coherente, utilizando dos dimensiones: autonomía y capacidad de poder (Fox,
1992: 12). La autonomía se define, siguiendo a Skocpol (en Fox,

1992: 12), como la independencia de la autoridad para llevar sus propias agendas. Sobre la

capacidad de los Estados, Grindle (1996: 8-10) define diversos tipos de capacidad
estatal (State Capacity): capacidad institucional (hacer reglas de juego efectivas), técnica
(macroeconomía y políticas fiscales sanas), administrativa (infraestructura y servicios a la
población) y política (canales legítimos de demandas, resolución de conflictos y
representación, responsabilidad de los funcionarios, participación ciudadana y toma de

decisiones). Por su parte, Migdal afirma que las capacidades estatales incluyen
capacidades “para penetrar en la sociedad, regular relaciones sociales, extraer recursos, y
apropiarse o usar estos recursos de diversas maneras” (Migdal, 1988: 4-5). La autonomía y las
capacidades muchas veces definen la fortaleza o debilidad de las autoridades e instituciones
estatales para llevar a cabo su agenda política y ejecutar políticas o reformas.

Actores sociales
Si el Estado resulta un concepto complejo de definir, es más difícil aún caracterizar a la
sociedad como un concepto que no parezca residual (lo que no es ni Estado ni mercado). Como

plantea Fox :

Más allá de los límites del Estado, los “actores sociales” son grupos de personas que
se identifican por compartir una serie de intereses comunes y de ideas de cómo
llevarlas a cabo. La “sociedad civil” es un concepto común, pero muy general, que se
utiliza para identificar y analizar a los actores que están fuera del Estado. Es una
categoría residual —“lo no estatal” — que no ofrece herramientas analíticas para
comprender las dinámicas internas y la articulación con el Estado más allá de
nociones generales como fuertes o débiles (Fox, 1992: 23).

En las últimas décadas ha existido un desarrollo notable en términos conceptuales y


descriptivos sobre el concepto de sociedad civil, lo cual forma parte central de una serie de
modelos sobre el desarrollo de la modernidad, donde se diferencian tres grandes ámbitos:

mercado, Estado y sociedad. Siguiendo a Isunza (2001), son los modelos


posthabermasianos los que desarrollan más sistemáticamente el
concepto de sociedad civil sobre la diferenciación de estas esferas. El ejemplo más acabado de

estos modelos es el trabajo de Cohen y Arato (1992) donde se

define a la sociedad civil como “esferas de interacción


social entre la economía y el Estado” (familia, asociaciones voluntarias,
movimientos sociales y formas de comunicación pública), y son centrales los procesos de
autoconstitución y automovilización (Cohen y Arato, 2001: 8).

De la discusión contemporánea pueden rescatarse cuatro elementos que caracterizan o


definen a la sociedad civil.

está la centralidad que tienen los procesos de


En primer lugar
asociacionismo. La sociedad civil encuentra su concreción por medio de diferentes
procesos de asociación por parte de los actores sociales. Tomemos, por ejemplo, la definición
de Isunza:

La sociedad civil es una institución donde toman forma las solidaridades


interpersonales y grupales. Es el espacio de sociabilidad que media entre el Estado y
la familia, no centrado en las motivaciones de dominio o de ganancia. De esta forma,
la sociedad civil es una red de relaciones entre sujetos que se reproducen de manera
relativamente autónoma frente al Estado y al mercado. Esta conformación es el
resultado de un particular proceso de complejización que se corresponde con la
necesidad de institucionalización de cierta moralidad en el ámbito legal e
institucional (Isunza, 2001: 114).

Las “redes de relaciones” a las que se refiere el autor


toman cuerpo en diferentes asociaciones y formatos: movimientos populares, organizaciones
no gubernamentales, sindicatos, organizaciones de vecinos, asociaciones civiles, clubes
deportivos, grupos de mujeres, fundaciones, organizaciones juveniles, etcétera. Como es
evidente, cada una de estas asociaciones tiene fines, formatos, mecánicas, protección jurídica

La
y actores sociales diversos. De ahí que la heterogeneidad sea su segunda característica.

sociedad civil designa a un conjunto


sumamente heterogéneo de asociaciones. Mucha
de la literatura se dedica a caracterizar esta diversidad, discutir si asociaciones con fines
políticos —como los partidos políticos— o económicos —como las cámaras de comercio—
“pertenecen” o no a la sociedad civil. En este sentido, se crean términos para distinguir a la
sociedad civil de la sociedad política y sociedad económica, o se adjetiva como la llamada
sociedad civil popular compuesta por movimientos sociales y sindicatos. De hecho, en la
misma definición de las asociaciones paradigmáticas de la sociedad civil no hay acuerdo si se
les denomina organizaciones civiles, organizaciones sociales, organizaciones de la sociedad
civil, etcétera (Olvera, 1999, 2003; Isunza, 2001; Gurza, 2003; Gurza, Houtzager y Castello,
2006a, 2006b).

A pesar de la coincidencia sobre este punto, es frecuente que en el uso del concepto, sobre
todo en arenas políticas, exista una tendencia a definir a la sociedad civil como una entidad
monolítica y que, además, se encuentra siempre en el lado bueno y desinteresado de la esfera
pública, en contraposición al Estado y al mercado, donde los intereses privados siempre están

sobre los públicos, punto también criticado en la literatura (Gurza,


2003; Gurza, Houtzager y Castello, 2006a,
2006b; Dagnino, Olvera y Panfichi, 2006). Gran parte
de esto se debe al uso que se le dio al concepto en la década de 1990
en su enfrentamiento a los autoritarismos de Estado (como en
Europa del Este y América Latina): al comportamiento de muchas de las asociaciones que
intentan hacer valer su punto de vista como la única voz de la sociedad civil y así influir en la
esfera pública, y al (ab)uso del concepto por parte de los actores políticos.

Una tercera característica del concepto de sociedad civil,


en particular para México, es la relacionada con su autonomía y autocontención (García y
Cobos, 2005). La sociedad civil mexicana puede ser leída según los espacios de su autonomía o
dependencia en relación al Estado. El Estado mexicano revolucionario creó una serie de
corporaciones de mediación de intereses (centrales campesinas, obreras, empresariales) que

hicieron crisis a fines de la década de 1960, porque nuevos actores sociales


no encontraron representación por estas vías —médicos, estudiantes universitarios—,
comenzando ahí un ciclo por la lucha de derechos políticos y civiles que habían sido aplazados
por el proyecto revolucionario orientado a la concreción de derechos sociales (Isunza, 2001).
Así, diversas asociaciones, que luego corresponderían al núcleo de lo que se entiende como

Sociedad Civil en México, comenzaron importantes luchas tanto por


el reconocimiento como por la autonomía estatal.

Finalmente, estas asociaciones diversas y heterogéneas, relativamente autónomas del poder


estatal y del mercado, y autolimitadas, no agotan las variedades de actores sociales. Como

plantea Migdal “Sociedad y sociedad civil no son


:

sinónimos. Las luchas heterogéneas en múltiples arenas de


dominación y oposición de la sociedad, donde las fuerzas sociales tiran en diferentes
direcciones, también afectan al Estado profundamente” (Migdal, 2001: 132).

En efecto, la esfera de la sociedad abarca más que asociaciones y grupos; existe una gran
cantidad de ciudadanos individuales —en calidad de beneficiarios, pobres, mexicanos,
pescadores, etcétera— que participan en relaciones sociedad-Estado, que poseen así mismo
sus propias estrategias y capacidad de agencia, pero que no están integrados en asociaciones
formales, sino que más bien pueden integrar diversos tipos de alianzas informales y
coyunturales. Es esa parte inmensa de población que algunos denominan “sociedad civil no
organizada”, donde no existen mayores intermediaciones entre el Estado —representado en
alguna de sus múltiples agencias— y los ciudadanos o las familias directamente.

Espacios de interacción: puntos de observación privilegiados


La segunda premisa del modelo relacional es su interés en observar y describir los espacios
donde interaccionan y despliegan sus proyectos y capacidad de agencia los actores sociales y
estatales. Si lo que nos interesa conocer es el tipo de estrategias que desarrollan los actores
estatales y sociales participantes, necesariamente tenemos que generar mecanismos de
observación y análisis de estos espacios. En este sentido, la utilización de diferentes conceptos
dependerá de la escala de análisis en la que nos encontremos. Las interacciones se dan de
hecho en procesos cara a cara, pero no sólo ahí. Las ciencias sociales han desarrollado
conceptos para analizar interacciones en diferentes espacios sociales. Existen teorías como las
del sistema mundo que explican interacciones mundiales o el análisis conversacional que
puede detenerse en el análisis de los lugares de transición pertinentes en un fragmento de
conversación. Nosotros trabajamos con escalas mezzo y para ello recurrimos a los conceptos

de campo desarrollado por Bourdieu (1990),


interfaz y de

socioestatal, desarrollado por Long y adaptado por


Isunza.
los campos se definen como: “espacios
En términos generales,

estructurados de posiciones (o de puestos) cuyas


propiedades dependen de su posición en dichos espacios
y pueden analizarse en forma independiente de las
características de sus ocupantes (en parte determinados
por ellas)” (Bourdieu, 1990: 135). Así usado, este concepto
posee connotaciones militares, se piensa en algo como un campo de batalla donde diversos
actores sociales compiten entre sí por diferentes tipos de capitales para lograr mejores
posiciones y más control de recursos.

Y es dentro de estos espacios estructurados, de los campos, donde se actualizan, en escalas


menores, las interacciones entre estos actores, en lo que denominamos “interfaces socio-
estatales”.

El concepto de interfaz remite a aquellos espacios de intercambio y conflicto en los que ciertos

actores se interrelacionan no casual sino intencionalmente. Long (2001: 69-72) asume


que la interfaz:

1. Es una entidad organizada de intencionalidades y relaciones


entrelazadas;
2. Es un lugar para el conflicto, la incompatibilidad y la negociación;
3. Es un sitio de confrontación de paradigmas culturales;
4. Implica una realidad donde los procesos de conocimiento son centrales;
5. Se constituye también por el poder, entendido como resultado de
luchas por relaciones estratégicas y significados;
6. Está compuesta por discursos múltiples; y
7. Puede ser el espacio para la intervención planeada en los mundos de
vida de los actores sociales individuales y colectivos.

Para Long (2001: 65-66): “Las interfaces típicamente ocurren en


los puntos donde se cruzan diferentes, y a menudo conflictivos,
mundos de vida o campos sociales, o más concretamente, en
situaciones sociales o arenas en las cuales las interacciones giran
en torno a los problemas de pontear, acomodar, segregar o
disputar puntos de vista sociales, evaluativos y cognoscitivos”.

Dentro de las ventajas del análisis de las interfaces está que por
medio de ellas se pueden analizar los puntos de discontinuidad, identificar las estrategias y
medios organizacionales para su reproducción o cambio. Además, permite comprender las
respuestas diferenciales de los grupos locales y mejorar las relaciones de análisis macro/ micro
(Long, 2001: 66).

Un tipo especial de interfaz es el espacio donde actores societales


y estatales se encuentran (por lo tanto, las definimos como interfaces socioestatales). Estas
interfaces socioestatales están determinadas estructuralmente tanto por la política pública
como por los proyectos políticos de los actores (estatales y societales) concernidos.

Un análisis de interfaces socioestatales permiten


trascender los análisis dicotómicos sociedad civil “buena”/Estado “malo”. Así, “al contrario de
ser portadores de reivindicaciones a priori justas y legítimas, los movimientos sociales y
organizaciones voluntarias de la sociedad civil tienen que enfrentar el difícil aprendizaje de la
gestión pública, que va siendo realizado en medio de fuertes tensiones y contradicciones,
entre éstas, inclusive, una fuerte asimetría de poder entre los representantes de la sociedad
civil y los del estado” (gecd, 1998-1999: 70-71).

Como lo desarrollan Isunza (2005) e Isunza y Hevia


(2006), la perspectiva de análisis que se resume en el concepto de interfaz socioestatal
(ise) implica seis presun- ciones básicas. La primera, la interfaz es un espacio social constituido
por los intercambios de sujetos intencionales. Estas interfaces se materializan en un campo
concreto en el que se da la disputa por un tipo específico de bienes. Consecuentemente, la
interfaz es: a) un espacio de conflicto y b) un espacio donde se efectúan relaciones
(comúnmente) asimétricas entre sujetos sociales (conflictos que constan de las dimensiones
estratégica y comunicativa). Segunda, la interfaz socioestatal (ise) es uno de los posibles
espacios de intercambio, y se compone de sujetos societales y sujetos estatales. Tercera, los
sujetos de la interfaz pueden ser individuales (a, a’, b…) o colectivos (A, A’, B…). Cuarta, estos
sujetos, tanto por su lugar en el espacio social como por su historicidad, portan proyectos
sociopolíticos (esto es, una cierta configuración de estrategias de conocimiento, normas y
valores). Quinta, los sujetos establecen relaciones en las que intercambian información,
bienes, prestigio, recursos, etcétera. Y sexta, debido a que las relaciones entre sujetos implican
prácticamente siempre relaciones asimétricas, la escala es una variable fundamental para

analizar los casos concretos de interfaces, esto es, de relaciones sociedad


civil-estado (Isunza y Hevia, 2006).
Los mecanismos de participación, de
transparencia o de acceso a la información (por
mencionar algunas ise) son de hecho una parte de los espacios donde interactúan agencias
estatales y actores sociales, pero no son los únicos ni, a veces, los más importantes. En el
análisis relacional, es imprescindible clarificar el grado de formalidad/informalidad de las
diversas arenas e interfaces de interacción entre actores sociales y estatales. En México
coexisten de manera significativa mecanismos formales de relación sociedad Estado
(identificados en leyes, reglamentos, acuerdos, etcétera) y mecanismos informales tanto de
presión (mítines, plantones, tomas de oficinas) como de negociación (mesas de concertación).
También existen arenas de relación a través del uso de los medios de comunicación —tanto
por parte de agencias del Estado para llevar a cabo campañas de educación, difusión de las
obras de gobierno y propaganda, como por parte de actores sociales como medio de presión
para exigir respuestas y rendición de cuentas a los gobiernos.

Atención en la implementación
La tercera premisa del modelo relacional propuesto
es rescatar la importancia de la implementación de los
programas y políticas, lo que implica, por un lado, tener en
cuenta el diseño y la toma de decisiones en todos los niveles —la
alta política—, pero también atender la operación local y
regional de los programas. Es en este nivel, en el de la
implementación, donde muchas de las ise y las arenas de
cooperación y conflicto se llevan a cabo. Es aquí donde la complejidad de los
actores estatales cobra un sentido práctico, donde las diversas fuerzas sociales desarrollan sus
estrategias. Atender la implementación de las políticas trasciende el mero análisis a los
modelos o diseño de intervención, sitúa su interés en las prácticas de intervención y rescata las
intencionalidades de los actores del nivel local. Actores clave en la implementación de políticas
resultan sobre todo los funcionarios que interaccionan directamente con la población.
Grindle (1977, 1980) los denomina funcionarios técnicos (implementors) y
los define como oficiales de nivel medio que tienen la responsabilidad de implementar el
programa en un área específica —un estado, una región, un municipio— y deben rendir
cuentas a sus superiores. Tienen frecuentes relaciones con sus superiores a nivel nacional o
regional, pero también interactúan regularmente con sus “clientes” de agencias de gobierno.
Su importancia reside en que, para cumplir con sus tareas tienen altos niveles de
discrecionalidad y sus decisiones ejercen un fuerte impacto sobre la asignación de recursos.
Pueden “seleccionar los sitios para la construcción de nuevas instalaciones, seleccionar a los
beneficiarios de contratos locales o de menor importancia, y decidir los que pueden participar
en los programas, y pueden seleccionar a los sujetos de los beneficios y servicios ofrecidos por

el gobierno ” (Grindle, 1980: 197). Además, estos funcionarios son los


que tienen que resolver los problemas y conflictos locales. Al tener que rendir cuentas a sus
superiores, éstos esperan que los operadores sean capaces de resolver los conflictos locales y
mantener la paz social a nivel local, evitando así que los problemas lleguen hasta los niveles
centrales.

Otro elemento por considerar en la implementación de políticas es la diferenciación que hace

Fox entre poder formal/ informal. Según Fox (2005: 68-69), en la implementación de los
programas y las políticas, los funcionarios encargados operan sobre la base de una
combinación de poderes formales e informales (formal and informal power resources).
Mientras que los primeros se refieren a la autoridad y mandatos oficiales (legales,
administrativos y políticos), los segundos incluyen capital social —relaciones sociales dentro y
fuera de las instituciones— y capital político, el que se refiere a:

[...] recursos que buscan generar un cambio en el balance de poder. Las


formas de capital político incluyen la credibilidad intra y extra institucional,
así como la buena disposición para usar [y crear] contactos para influir en
otros actores. El capital político crece en una combinación de redes de capital
social, la capacidad de utilizar recursos institucionales, así como la buena
disposición y la capacidad para usar los medios de comunicación para
informar las discusiones y conseguir apoyo público para sus objetivos (Fox,
2005: 68-69).

Fox (1992: 31-38) también desarrolla dos conceptos para el análisis de la


implementación de la política que resultan centrales, las rutas de acceso institucionales (access
routes) que se refieren a filtros y caminos dentro de las estructuras que permiten o facilitan las
alianzas entre actores sociales y estatales, y las corrientes políticas (policy currents) que
designan a alianzas entre actores sociales y estatales que desarrollan estrategias conjuntas.
Estas corrientes políticas pueden comprenderse como alianzas más específicas que ocurren
bajo el amparo de diferentes proyectos políticos, en el sentido de Dagnino, Olvera y Panfichi
(2006).
Las interacciones generan consecuencias
para los actores sociales y estatales
La cuarta y última premisa del modelo relacional es que las
interacciones sociedad-Estado generan impactos tanto en los actores sociales como en los
actores estatales. Estos impactos o consecuencias pueden ser intencionales o no, como apunta

Giddens (1998: 318 y ss.). Así, un modelo relacional tiene


que poner atención en qué tipo de consecuencias resulta tanto para los actores como para los
mecanismos de interacción.

Por el lado de los actores sociales, existe información oficial y evaluaciones de impacto de los
programas y políticas. Algunas de estas evaluaciones incluyen los efectos institucionales (como
los cambios administrativos, las estrategias de decisión y negociación, los procesos de
implementación, etc.) que estos programas tienen para las agencias que los llevan a cabo. Pero
las consecuencias de la relación sociedadEstado en la sociedad pueden ser estudiadas desde
otros puntos de vista. Es evidente que la acción (o inacción) de las agencias estatales puede ser
determinantes para su desarrollo. En sus formas más oscuras, están las masivas violaciones a
los derechos humanos por parte de las dictaduras militares y gobiernos autoritarios de la
región, y las constantes violaciones a los derechos de los pueblos indígenas y minorías raciales
por parte de los Estados.

De una forma menos evidente, las consecuencias del Estado en la sociedad también están en

el poder disciplinar que tiene éste, tal como menciona Foucault (2006) bajo el
concepto de gobermentalidad; en el efecto de la escuela en el reforzamiento del Estado, tal

como lo desarrolla Bourdieu (1994); o en la implementación de sistemas de


clasificación y organización del espacio, como muestra Scott (1998). La definición de
quién es ciudadano y el contenido de esta ciudadanía también son consecuencias del tipo de
relación sociedad-Estado. En este sentido, las consecuencias del Estado sobre la sociedad y las
relaciones entre sus miembros y grupos también se expresan en todo el cuerpo legal que
interviene, desde las formas de regulación de la violencia hasta la edad mínima para casarse.
Todo el cuerpo de normas legales que definen y limitan los comportamientos sociales puede
ser comprendidos como consecuencias de las relaciones sociedad-Estado históricamente

determinadas. En términos más generales, Migdal (2001: 127-127)


desarrolla una tipología ideal de cuatro situaciones posibles en los cambios generados por las
“la
relaciones sociedad-Estado: una primera posibilidad es la transformación total, aquí
penetración del Estado conduce a la destrucción o a la subyugación de
las fuerzas sociales locales y a la dominación del Estado.”
En segundo lugar, está la incorporación del Estado por parte de
fuerzas sociales existentes, aquí el Estado promueve la
organización social, los símbolos y recursos, y así puede
mantener o generar un nuevo “patrón de dominación social”. En
el tercer tipo está la incorporación de las fuerzas sociales en el
Estado; aquí, a pesar que la presión estatal en las estructuras de
dominación no produce cambios radicales en el patrón de
penetración, a nivel local tendrá pocos efectos sobre la sociedad.
El cuarto tipo es la falta de compromiso del Estado en las arenas
locales, que dará como resultado mínimas transformaciones en
la sociedad, y a su vez, influencia limitada de la sociedad en el
Estado.

Conclusiones: ventajas del modelo relacional


Por las razones expuestas, aplicar este modelo analítico a investigaciones concretas puede
representar el desarrollo de una antropología del Estado amplia e inclusiva, utilizando este
modelo para analizar los impactos de programas sociales de combate a la pobreza en México y
Brasil (Hevia, 2007; Hevia, 2008), se pudo comprobar algunas de sus ventajas comparativas. En
primer lugar, da cuenta de la diversidad y complejidad de actores involucrados, centrando su
atención en los intereses e intenciones que los diversos actores tienen y de las estrategias que
establecen para alcanzar sus objetivos. En efecto, en los últimos años se ha desarrollado cierto
consenso en comprender al Estado y a la sociedad como arenas o campos de disputa de
diversos actores y proyectos,o como redes compuestas de diversos tipos de actores y
organizaciones, con una historicidad y un desarrollo específicos y mutuamente determinados.

La literatura sobre sociedad civil, desde la teoría


poshabermasiana, ha sido consistente en dar cuenta de la
heterogeneidad de actores como una de las características centrales de la sociedad civil

Gurza, Houtzager y Castello,


(Cohen y Arato, 1992; Olvera, 1999, 2003;

2006a; Dagnino, Olvera y Panfichi, 2006). Por el lado de los


estudios sobre el Estado, desde Abrams (1988) en adelante, existe claridad sobre la
complejidad y multiplicidad de actores diversos que componen las agencias del Estado y sus

dificultades de estudio (Sharma y Gupta, 2006). Así, es imprescindible


un ejercicio analítico de “ida y vuelta” que, por un lado, distinga claramente a los actores en
relación —qué agencias estatales concretas, organizaciones y grupos sociales están
involucradas en el problema que se pretende analizar, cuáles son los orígenes de los
encargados de la implementación y diseño de la política o programa, así como de los actores
sociales—, pero que también sea capaz de identificar los elementos que unen estas partes,
qué proyectos políticos los unen o separan, o qué tipo de autonomía y capacidad construyen.
En segundo lugar, una ventaja de los modelos relacionales es que permite trascender tanto a
los análisis estructurales (macro) como a los estudios de comunidad (micro), puesto que se
centra en diversos puntos de interacción en diferentes escalas. Los enfoques centrados en una
sola dimensión presentan limitaciones que dificultan una comprensión general del problema
de investigación.

Un modelo relacional favorece el análisis en diversas


escalas y el establecimiento de vínculos macro-micro . La
antropología muchas veces ha preferido el análisis de comunidad para poder explicar ciertos
fenómenos, con las consecuentes dificultades de generalización. Otras disciplinas, al limitar su
análisis a las dimensiones macro-estructurales, no permiten ver la variabilidad ni la adaptación
de los actores sobre estos procesos. En este sentido los modelos relacionales permiten fijar
diferentes puntos de observación, los que sin embargo comparten su característica central de
ser espacios de interacción disputados por diversos actores.

En tercer lugar, las aproximaciones relacionales poseen una ventaja analítica


puesto que su interés es más operativo que normativo, es decir, están centradas en el
desarrollo de herramientas para ordenar, analizar y caracterizar las situaciones en el aquí y el
ahora más que situadas en el plano del deber ser. Esto no quiere decir que los modelos
relacionales sean una mera metodología de investigación. Como se ha expuesto, analizar la
acción del Estado desde una visión relacional tiene una capacidad explicativa y analítica, sin
caer en explicaciones normativas que esperan que la realidad se adapte a los modelos;
problemas de que adolecen, por ejemplo, buena parte de la discusión sobre teoría

(Santos y Avritzer, 2004)


democrática o estudios sobre la sociedad
civil (Gurza, 2003).
Finalmente, el modelo de análisis que proponemos
rescata además una serie de desarrollos conceptuales
provenientes de diversas disciplinas de las ciencias
sociales: antropología, ciencia política, sociología,
estudios de lenguaje e historia, entre otros, y permite trascender así al
provincianismo que limita las capacidades de la antropología para analizar, desde sus
paradigmas, a una de las instituciones más complejas que como sociedad hemos creado: el
Estado. Sin embargo, como es evidente, este modelo presenta serias limitaciones de las que
tenemos que ser concientes. La más grave es su marcado carácter sincrónico, en desmedro de
un análisis más histórico/diacrónico.

En efecto, analizar las relaciones sociedad-Estado observando los puntos de encuentro y las
intencionalidades de los actores en interacción permiten un análisis sincrónico densamente
analítico, que puede obviar en su análisis la comprensión diacrónica de estas relaciones, punto
central para comprender las dinámicas que posibilitan y limitan las relaciones sociedad-Estado.
Como bien ha aportado las corrientes de antropología del Estado descritas en la introducción,
las relaciones entre los grupos y actores sociales con las instancias estatales no comienzan con

la creación de los Estados constitucionales de derecho en el siglo xx . El Estado


como institución de control se remonta a siglos y adquiere particularidades históricas

sumamente diferenciadas (Krader, 1982; Clastres,


1974). Por ello es que resulta tan importante comprender los procesos de
“formación del Estado” y dialogar constantemente con la historia, la ciencia política y otras
disciplinas. En ese sentido, la construcción de una antropología del Estado es una tarea que no
sólo corresponde a antropólogos.

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