Origen de Los Unitarios Y Los Federales Unitarios y Federales: Dos Fuerzas y Un Mismo País
Origen de Los Unitarios Y Los Federales Unitarios y Federales: Dos Fuerzas y Un Mismo País
Origen de Los Unitarios Y Los Federales Unitarios y Federales: Dos Fuerzas y Un Mismo País
Entre 1810 y 1820, las ciudades absorbieron la soberanía del territorio más cercano y
originaron las provincias, buscando el autogobierno dentro de una federación de Estados que
se reservaban autonomía. “El enfrentamiento Saavedra-Moreno anuncia el conflicto entre
unitarios y federales. Eso ya se ve en el Cabildo Abierto del 22 de mayo al plantearse la
cuestión de la representación política. Aquel día, los españoles critican el hecho de que no se
convoque a los representantes de ciudades del interior del Vi rreinato para decidir”, dice el
historiador José Carlos Chiaramonte.
Al recorrer nuestra historia como país, seguramente nos sorprenderán dos conceptos
fundacionales que durante tres décadas serían el origen de diversas luchas armadas y un
constante derrame de sangre, que llevó la vida de miles de ciudadanos que defendían sus
ideales, en manos de otros ciudadanos que en definitiva hacían lo mismo.
Estas dos palabras son Unitarios y Federales, que tras un par de simples términos se
enmarcaban dos políticas totalmente opuestas que luchaban por imponer sus reglas, y que
durante casi treinta años rigieron la política del Río de la Plata.
Fue a partir de ese momento que la Argentina sufrió un fuerte quiebre en su política como
nación, ya que con el comienzo de las luchas entre Unitarios y Federales, cada provincia del
país tomó un rumbo diferente, a través de una conducción autónoma, con lo que Buenos Aires
pasó a jugar un papel más preponderante, manteniendo su poder hegemónico, debido a su
poder económico, que era dado por las recaudaciones obtenidas de los aranceles po rtuarios y
aduaneros.
Ante las constantes luchas producidas por los sangrientos enfrentamientos entre Centralistas y
Federalistas, es decir Unitarios y Federales, la presidencia de Rivadavia intentó en vano tomar
un rumbo hacia la definición de esta contienda, no pudiendo lograr su cometido.
En este sentido, Rivadavia impulsó desde su cargo la creación de una Constitución con
tendencia unitaria en el año 1826. Sin embargo, la posterior guerra con Brasil deterioró por
completo su poder político.
Mientras tanto, durante los últimos años de la tumultuosa década del 20, el gobernador Juan
Manuel de Rosas evitó los diversos intentos de conformación de un Estado centralizado, a la
vez que instó a las provincias a mejorar sus administraciones.
Cada sector defendía sus intereses particulares y sostenía distintas posiciones en la discusión
sobre la forma de organizar políticamente al país. Con el transcurrir del tiempo, esas diferentes
posiciones se expresaron en dos tendencias o propuestas distintas para pensar la forma de
gobierno: la unitaria y la federal.
Entre 1820 y 1852, diversos grupos sociales con proyectos políticos diferentes se enfrentaron
en los intentos por constituir un Estado en las Provincias Unidas del Río de la Plata. La
diferencia entre los proyectos enfrentados surgía en primer lugar de la forma de organización
política que proponían para el nuevo Estado: unos el centralismo y otros el federalismo. Por
esto, es conveniente precisar en qué consistía, jurídicamente, esa diferencia.
Para comprender mejor el período de la historia argentina estudiado, debe descartarse la mal
planteada antinomia entre porteños centralistas o unitarios y provinciales federales. Federales
y unitarios los hubo tanto en las provincias interiores como en Buenos Aires.
Después de 1810, los pueblos de las provincias interiores mostraron un fuerte localismo en
defensa de sus intereses, que entraban en colisión con los intereses de Buenos Aires.
Todos los gobiernos provinciales que se declararon federales también expresaron, unos en
forma más explícita que otros, su voluntad de constituir e país. Para ellos, la constitución era
un instrumento adecuado para terminar con los privilegios de Buenos Aires. Una constitución
federal podía respetar la autonomía provincial de Buenos Aires y, al mismo tiempo, garantizar
los derechos de todas las provincias a participar en la distribución de los ingresos del puerto de
Buenos Aires, a través de un Estado central.
De acuerdo con los principios doctrinarios, los federales se oponían a un régimen de gobierno
unitario en defensa de las autonomías provinciales. Pero en la provincia de Buenos Aires, la
defensa de la autonomía provincial se transformó en una justificación para no ceder la ciudad
y el puerto de Buenos Aires a un Estado central.
Por esta razón, entre los federales se distinguieron dos grupos: los federales doctrinarios y los
autonomistas bonaerenses. Estos últimos se enfrentaron tanto a los unitarios como a l os
federales doctrinarios.
Desde 1828, el autonomismo de Buenos Aires se fue identificando cada vez más con Juan
Manuel de Rosas —representante de los intereses de tos hacendados y terratenientes de la
provincia—. Desde su gobierno sostuvo que antes de organizar la federación las provincias
debían mejorar sus respectivas administraciones, y evitó nuevos intentos de constitución de
un Estado central.
El general Juan Lavalle. Desde 1820, Rivadavia y los miembros de la Sociedad Literaria
lideraban el grupo porteño de los unitarios. En diciembre de 1828, el general Juan Lavalle
encabezó un levantamiento militar contra el gobernador de Buenos Aires, Manuel Dorrego, y
los unitarios porteños lo eligieron gobernador y lo reconocieron como jefe. Algunos de los
defensores más activos del unitarismo, después de 1828, fueron Salvador María del Carril, Juan
Cruz Varela y Florencio Varela.
Manuel Dorrego —militar veterano de las luchas contra los realistas— fue un federal
convencido que se opuso a la Constitución de 1826, pero no coincidía en todo con los caudillos
provinciales. Se lo reconoce como el jefe de los federales doctrinarios porque, para él, el
federalismo era una doctrina política de sólidos fundamentos jurídicos (y no la simple
autonomía sostenida por la fuerza de un régimen autocrático, como lo entendían los caudillos,
según su opinión). Para Dorrego el federalismo era una garantía del régimen republicano y de
la libertad, y el mejor camino para estimular la cultura, la población y la riqueza del país.
El hacendado Juan Manuel de Rosas fue el jefe de los federales bonaerenses que defendían la
autonomía de la provincia de Buenos Aires. Formaban parte de este grupo comerciantes con
capital como Braulio Costa, y hacendados y terratenientes como Tomás de Anchorena, Juan N.
Terrero y José María Rojas.
SINTESIS DE SU CARACTERÍSTICAS
UNITARIOS:
Su concepción política: deriva del centralismo. Sus intereses chocaban con las necesidades de
las provincias interiores. La forma de gobierno que proponían era un gobierno central, único -
unitario- eliminando a las autoridades provinciales y quitando todo poder de decisión a los
gobiernos interiores. Una consecuencia directa de esta política, es el desinterés por lo que
ocurría en el interior y la tendencia a despreocuparse de los territorios -y las poblaciones- que
no servían a sus intereses.
En cuanto a sus intereses económicos: pretendían un puerto único -el de Buenos Aires- cuyas
recaudaciones aduaneras se utilizaran exclusivamente en beneficio de su ciudad. Son
partidarios del librecambio, ya que como grandes comerciantes, se beneficiaban tanto de las
exportaciones como de las importaciones.
FEDERALES:
Lo apoyaban: principalmente sectores rurales como los hacendados. Los caudillos federales
más representativos: López -en Santa Fe-, Bustos -en Córdoba, Quiroga -en La Rioja.
UNITARIOS Y FEDERALES
Los años de anarquía y guerras fratricidas que se extendieron a lo largo de gran parte del siglo
XIX fueron de una extremada crueldad. Unitarios y federales saqueaban, torturaban,
degollaban, empalaban. Ambos bandos hicieron una guerra sin prisioneros.
Sin embargo, mientras algunos pasaron a la historia consagrada como “bárbaros”, tal el caso
de Facundo Quiroga o Pancho Ramírez, otros no perdieron su condición de “civilizados”, como
José María Paz. Pero Domingo Arrieta, que fuera su oficial en la “campaña de la sierra”, cuenta
en sus Memorias de un soldado: “Mata aquí, mata allá, mata acullá, mata en todas partes, no
había que dejar vivo a ninguno de los que pillásemos y al cabo de dos meses quedó todo
sosegado”. Se calcula que fueron 2.500 los muertos y desaparecidos en esta represión
“civilizada”.
Tampoco Lavalle dejó fama de sanguinario. Sin embargo es suya la proclama contra Estanislao
López: “¡La hora de la venganza ha sonado! ¡Vamos a humillar el orgullo de esos cobardes
asesinos! Se engañarían los bárbaros si en su desesperación imploran nuestra clemencia. Es
preciso degollarlos a todos. Purguemos a la sociedad de esos monstruos. Muerte, muerte sin
piedad”. También: “Derramad a torrentes la inhumana sangre para que esta raza maldita de
Dios y de los hombres no tenga sucesión”.
Quien no puede quedar fuera de esta lista es Domingo Faustino Sarmiento, a quien se
parcializa enalteciendo su vocación educativa. En sus instrucciones a Lamadrid escribió en
1840, mimetizado con su biografiado Facundo: “Es preciso emplear el terror para triunfar.
Debe darse muerte a todos los prisioneros y a todos los enemigos.
Todos los medios de obrar son buenos y deben emplearse sin vacilación alguna, imitando a los
jacobinos de la época de Robespierre”. También: “A los que no reconozcan a Paz (jefe de la
Liga Unitaria) debiera mandarlos ahorcar y no fusilar o degollar. Este es el medio de imponer
en los ánimos mayor idea de la autoridad” (1845).
Está claro que la historia fue escrita por los unitarios vencedores.