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-1,3 Grados
Centígrados
Contacto: nhaertel@gmail.com
ISBN 978-987-42-8929-2
N.H.
El río nos induce a pensar en todo aquello que
añoramos y en todo aquello que queremos que se aleje
para siempre.
N.H.
Estimado Lector,
Atte.
Norberto
Contenido
La Rosario-Tigre 13
El Kayakista de Travesía 14
Los integrantes 17
Las preguntas y las respuestas 18
Entre la imaginación, la información y los satélites 20
Los datos: su organización y derrotero definitivo 25
El equipo: hasta el infinito y más allá 26
Los kayaks 27
La ropa 29
Primeros Auxilios 30
Alimentación 31
Posicionamiento 32
Comunicaciones y energía 33
Seguridad durante la Navegación 34
El cómo y el dónde 40
Un puente Rosario-Tigre 41
El punto de ‘no retorno’ 44
Hacia Rosario 45
Rosario 47
La partida 54
‘Contame, ¿Qué es lo que piensan a hacer?’ 56
Soy el responsable 62
Ramallo 64
Hacia San Pedro 67
San Pedro 72
Hacia la naciente del Paraná de las Palmas 76
En la esquina 79
Primera situación 82
Segunda situación 85
¿Ibicuy? ¿Lima? 88
Estaban ahí 94
Tigre: la casa nueva 96
El cruce 100
Algunas Imágenes 109
Antes del
Agua
Las intenciones de este texto al que llamaremos por sola
convención y comodidad ‘relato’ -aunque no lo sea- son sin
lugar a dudas variadas y diversas.
La primera intención es torcer el relato duro o ‘bitaco-
rezco’ -si esa palabra existiera- de los capitanes de navío.
Usted encontrará un abanico de información tan orgánica
como dispar: conversaciones con variedad de personas,
listas de alimentos, situaciones, mapas, pensamientos y
notas que invitan a la reflexión en cuanto a las decisiones
de los protagonistas o proveen algo de información.
Otro de los propósitos principales sería -o es- el de di-
vulgar el kayakismo de travesía y todo lo que subyace a esta
disciplina. Los kayakistas sabemos bien que es el río el que
permite que lo rememos y que existen situaciones en las
cuales se torna imprescindible un mínimo conocimiento
ya sea de meteorología, seguridad o comunicaciones. Lo
único que realmente nos pertenece cuando estamos en el
río es la intención de remarlo, no más que eso. No contro-
lamos el clima, el viento o las crecidas y entendemos, ya sea
de primera mano o no, que el peor error es subestimar a
la naturaleza. Tal como expone Haroldo Conti en su no-
vela Sudeste, ‘No hay cosa que más enfurezca al río’ que
confiarnos de él. Los kayakistas -como toda persona rela-
cionada con los deportes de riesgo- debemos ser cautelosos
y saber evaluar los riesgos en todo momento a modo de
no vernos envueltos en situaciones que pongan en peligro
nuestra vida o las de nuestros compañeros.
Sin embargo, nada de esto podría haber sido escrito si no
dijera que también pretende agradecer todo lo que el kaya-
kismo nos ha brindado y de algún modo hacer presentes a
todos los amigos junto a los cuales nos hemos desarrollado
12
en esta actividad. Las personas de las que hablo son las que
hoy son nuestros amigos del agua, compañeros de travesía
y remada de todos los días. Fue a partir de sus relatos que
nace la idea de ir más allá y de vivir lo mismo que alguna
vez escuchamos de sus propias voces: La Rosario-Tigre.
La Rosario-Tigre
El Kayakista de Travesía
Previo a adentrarnos en el viaje me gustaría comentar,
al menos un poco y humildemente, acerca de algunos as-
pectos en cuanto a lo que involucra ser kayakista de travesía
en el Delta del Paraná de la manera que yo lo concibo.
Si bien podrían existir perspectivas que se distancien de la
que expondré a continuación, creo que a grandes rasgos
es posible identificar estas características en la mayoría de
todos aquellos que adherimos al desarrollo de la actividad
en esta zona.
Se sabe que las características climáticas, hidrológicas e
hidrográficas del Paraná y su delta son únicas. Esta geo-
14
grafía está viva: se desarrolla, se mueve y se extiende.
Ciertos arroyos se ensanchan con el paso de los años, otros
desaparecen. El delta es inquieto: los ríos suben y bajan su
nivel rápidamente, los arroyos desbordan o se quedan sin
agua en cuestión de horas mientras que el viento muchas
veces pareciera manejar a su antojo los caudales y la direc-
ción de las corrientes las cuales modificarán sobradamente
las condiciones en las que se remará.
Y en medio de este concierto incesante de mareas y
vientos caprichosos el kayakista aparece como un personaje
singular bailando en un bote largo, angosto y agudo mien-
tras busca incansablemente y durante largos períodos de
tiempo un tipo de felicidad difícil de entender para algunos.
El personaje del que hablo es aquel que hace de esta
actividad, del mate y de la amistad un culto. Al remar, me
atrevo a decir, se transforma en una persona mejor y dia-
loga con el río de una manera natural y dinámica. Suele
remar junto a otros personajes de similares características
más allá del clima, más allá de las corrientes, del calor o
del frío. Planea travesías que pueden tomar días o semanas
y enciende su imaginación al narrar experiencias propias y
ajenas de tormentas, bajantes y crecidas. Es más, sueña que
rema y quiere derroteros cada vez más largos, complejos y
arriesgados en un frenesí por la búsqueda inagotable de la
aventura, de lejanos parajes y nuevos ríos.
Lo más curioso de todo es que si a un kayakista se le
pregunta ‘¿Por qué remás?’ es probable que no pueda
contestar durante los primeros segundos y seguramente se
quede pensando, con cara de sorpresa ante la ausencia de
palabras para dar una respuesta medianamente certera o
fidedigna. Entiéndame, no es que no lo sepa, lo sabe per-
15
fectamente, pero bien es sabido que los sentimientos son
difíciles de explicar. De hecho, son inexplicables.
El kayakista de travesía experimenta el río de una ma-
nera muy intensa. Su embarcación no es más grande que
un tronco y parte de su cuerpo está por debajo de la línea
de flotación del bote, literalmente sumergido. Para este
personaje todo es un ‘cachetazo’, todo es violento: si hace
calor, transpira y se ‘cocina’ bajo el sol implacable. Si hace
frío, sus manos y cara se congelan y, si hay mucho viento,
hablará con las olas y les explicará que ya se va, que es solo
un momento hasta llegar a la otra orilla o al destino de ese
día. Del mismo modo, también las calmas y los momentos
de tranquilidad en los cuales el río es un ‘aceite’ son vividos
intensamente. Esto se da básicamente porque el kayakista
rema al nivel del agua y ve la superficie casi al ras obte-
niendo una perspectiva frontal y casi infinita de los atarde-
ceres, los amaneceres y las tormentas.
Los kayakistas salen a remar por los mismos lugares mil
veces y son capaces de admirar otras mil ‘lo lindo que está
el río’. Esto es así por una razón muy sencilla: ellos no con-
ciben un lugar mejor por lo que el río siempre resultará un
lugar maravilloso más allá de cualquier condición climática.
En pocas palabras, son parte del paisaje tal como lo son
los árboles o los pájaros, existen gracias al río y son con el
río. Pero mejor intentaré sintetizar esta descripción atrevida
e incompleta con esta frase que creo podría explicar todo
aquello que no puedo: para algunas personas el río es un
lugar, pero para los kayakistas es la vida misma.
16
Los integrantes
17
y debimos tener bien en claro el rescate asistido. Existen
varias técnicas para ayudar a un compañero a reingresar
a su bote por lo que acordamos cómo llevaríamos a cabo
el rescate en caso de emergencia y así evitar la hipotermia.
Recuerde, era invierno.
No es accesorio -aunque parezca exagerado- dejar las
reglas claras con respecto a cómo proceder ante situaciones
de riesgo de vida. No se deje engañar estimado lector, esto
no es exagerado, uno debe contemplar -aunque no le guste-
todo lo que es posible que suceda. Recuerde las palabras de
Haroldo Conti expuestas anteriormente.
El tiempo que habíamos estado remando codo a codo
nos había dado el conocimiento técnico y humano mutuo
que necesitábamos. Teníamos todo: una gran amistad, su-
ficiente información sobre cada uno para saber cómo ac-
tuar en casos especiales, la confianza necesaria para llevar
a cabo la travesía y el entusiasmo suficiente para empezar a
imaginarnos el viaje.
19
y tener siempre en cuenta ciertos puntos notables de refe-
rencia sobre la costa para estimar nuestra posición en caso
de falla de los GPS.
Toda la información que Daniel aportó logró que
nuestro entusiasmo crezca mucho más y aclaró muchos
de nuestros interrogantes. Escuchar un testimonio claro de
una fuente primaria fue esclarecedor y posibilitó re-pensar
algunas de nuestras pretensiones originales. Nos brindó
también asistencia en caso de que la necesitáramos. Esto úl-
timo fue central para el comienzo y la concreción del viaje.
No obstante, había mucho que hacer y organizar antes de ni
siquiera pensar en los botes tocando agua Rosarina.
21
es, por supuesto, el clima. Mientras pensábamos recordé
algo que me había dicho un kayakista amigo durante mis
primeros días en esta disciplina: ‘el verdadero enemigo no
es la corriente, es el viento’.
22
Derroteros posibles: ‘por adentro’ y ‘por afuera’
23
como se dice en la jerga, ‘bajando la pala’ -remar con poco
esfuerzo- lograríamos teóricamente velocidades entre once
y doce kilómetros horarios y con buenas condiciones po-
dríamos cubrir distancias de por sí interesantes.
24
Los datos: su organización y derrotero
definitivo
26
y el consiguiente riesgo de hipotermia. Mucha de nuestra
indumentaria no era adecuada mientras que otra parte del
equipo ni siquiera la teníamos. Tuvimos que realizar un es-
fuerzo económico ya sea para adquirirlo, adaptarlo o acon-
dicionarlo. Con temperaturas cercanas a los cero grados, el
equipo no podía fallar.
Los kayaks
Llega un momento en el cual el kayak y el kayakista son
prácticamente una misma cosa. El bote es algo muy per-
sonal: suele estar acomodado y adaptado a cada kayakista
para que al remarlo se sienta como una especie de ‘guante’
dentro del cual ‘calzamos’ perfectamente. De hecho, una
de las teorías sugeridas acerca de la etimología de la palabra
kayak (qajaq, en escritura Inuit) propone que significa ‘ropa
para el agua’ dado que en la antigüedad cada bote era cons-
truido a medida de cada individuo. Estos eran tan ‘perso-
nales’ -cuentan las crónicas- que hasta era considerado de
mala suerte usar o ir de caza en un kayak ajeno. Es por estas
curiosidades que decir que un kayak es ‘como un guante’
no sonaría, a priori, tan descabellado. Existe abundante in-
formación e investigaciones detalladas acerca de la evolu-
ción e historia del kayak las cuales pueden encontrarse en
internet. Recomiendo particularmente leerlas y escudriñar
el origen de estas embarcaciones originalmente construidas
hace unos 4000 años.
Nuestros botes han demostrado extensiva e intensiva-
mente sus cualidades a lo largo de varios años y muchos
viajes. Son kayaks cerrados construidos en fibra de vidrio
y específicamente diseñados para travesías extensas, pero
ambos poseen características que los diferencian, por
27
ejemplo, el diseño del casco y cubierta, capacidad de carga,
estabilidad, maniobrabilidad, comportamiento en condi-
ciones de viento, etc. El bote de Eduardo es un M&G Pa-
cífico (Eslora: 5,38m - Manga: 0,62m), un bote muy noble,
estable, bien construido y con una gran capacidad de carga.
Mi bote es un SDK Yamana 5 (Eslora: 5,46m - Manga:
0,50m) un modelo de kayak de travesía clásico y sobrada-
mente probado durante años. Este último, un poco más
‘técnico’ -si se quiere- que el M&G Pacífico dada su menor
manga, pero aun así muy confiable y maniobrable en situa-
ciones de mucho viento.
Si bien uno podría estar hablando días (e incluso meses)
sobre el infinito abanico de características, virtudes y ‘de-
fectos’ de las decenas de kayaks que existen en el mercado,
lo que puedo asegurar es que ni Eduardo ni yo hubiésemos
elegido usar otros kayaks debido a dos sencillas razones:
la primera, tenemos un sentimiento enorme hacia ellos y,
la segunda, cada uno conoce su kayak como la palma de
su mano. Conocer el bote deviene de la experiencia que
se adquiere después de haberlo remado mucho. Esto per-
mitió advertir cómo los botes se comportarían en diferentes
situaciones más allá de su forma, diseño o modelo.
Eduardo y yo hemos pasado en más de una ocasión
por situaciones complicadas gracias a las cuales no solo
aprendimos acerca de las condiciones de navegación que
se deben evitar, sino que también ganamos experiencia en
cuanto a la respuesta de nuestros botes en diferentes con-
diciones de navegación. Conocíamos perfectamente cómo
las olas y los vientos afectarían cada uno de los kayaks en
función de sus diseños así como también la diferencia en
cuanto al comportamiento que tienen al ir cargados. Un
28
kayak vacío no se comportará de la misma forma que al
ir cargado con 20, 30 o más kilogramos de equipo modifi-
cando así su estabilidad y desplazamiento.
Poner a punto los kayaks implicó revisarlos completa-
mente y hacer todas las reparaciones pertinentes. Remarlos
por varios años había generado que ciertas partes no es-
tuvieran en óptimas condiciones. Por ejemplo, la estan-
queidad de los tambuchos (compartimientos para equipo)
y sus respectivas tapas fueron aspectos muy cuidados ya que
estos proporcionan una reserva de flotabilidad en caso de
que el habitáculo o cockpit se llene de agua.
La ropa
Necesitábamos ropa adecuada y en una cantidad justa.
Llevar un exceso de indumentaria podría traernos más
problemas que soluciones al momento de la estiba. No te-
níamos mucha ropa de invierno y la idea era llevar ropa
en poca cantidad, pero al mismo tiempo lo más específica
posible.
La pieza más importante -más allá de los imprescindi-
bles cubre cockpit (o ‘pollera’ como se le suele decir) y el
chaleco salvavidas- fue la campera o ‘chaqueta’ que tiene
primordialmente dos funciones: proteger contra agua y pro-
teger contra el viento (no así tanto contra el frío). Ambos
teníamos unas chaquetas viejas e inadecuadas que distaban
de ser impermeables. Todos los que paleamos en invierno
conocemos esa sensación del agua helada previamente acu-
mulada en el codo de la chaqueta cayendo para luego des-
lizarse hacia la axila y el torso generando un escalofrió casi
narcótico.
Por mi parte adquirí una buena campera impermeable
29
con una buena capucha y puños de látex. Eduardo le
mandó a colocar puños de neoprén a la suya para adaptarla
a lo que necesitaba. Con viento y frío, la chaqueta debía ser
óptima.
Los pantalones que utilizamos son de los llamados se-
mi-secos: tela impermeable, costuras selladas y botamangas
de neoprén. Muy cómodos en nuestra opinión y abrigados,
pero con una característica acerca de la cual les comentaré
luego.
La carpa, las bolsas de dormir y los aislantes serían
nuestro alojamiento. Las temperaturas por la noche baja-
rían a una temperatura promedio de dos grados por lo que
las bolsas de dormir y los aislantes serían elementos funda-
mentales para descansar apropiadamente y poder recuperar
energías. Con respecto a la carpa, una de cuatro personas
serviría para poder meter algo del equipo dentro durante
las noches, en caso lluvia o simplemente necesitarlo.
Primeros Auxilios
Alimentación
Eduardo y quien escribe hemos sido siempre diame-
tralmente opuestos con respecto a la alimentación durante
las travesías y, desde que remo, mi alimentación ha sido
siempre muy básica. —‘No sé cómo carajo podés vivir
a paté, mate y fideos. Estás loco. Si yo no como bien no
remo, te aviso’ —me dijo Eduardo antes de emprender el
viaje.
Las comidas fueron organizadas de manera tal que tu-
viéramos un muy buen desayuno, bien energético. Luego,
el almuerzo sería liviano a modo de no ‘remar pesados’. La
merienda y la cena la llevaríamos a cabo, teóricamente, en
cada uno de los destinos. Parte del menú se compuso de
café instantáneo, avena, cereales, chocolate en polvo,
leche en polvo, pasas de uva, frutos secos, fideos, café
instantáneo, galletitas, mermelada, dulce de leche, po-
lenta, lentejas, fideos, arroz y quesos duros.
Con respecto a la hidratación llevábamos agua en bi-
dones, uno de 5 litros cada uno y botellas sobre cubierta.
Para cocinar era posible usar agua del río, pero para tomar
no sabíamos si era conveniente. No estamos acostum-
brados a esa agua por lo que no nos podíamos arriesgar a
descomponernos. Averiguando opciones de potabilización
decidimos que lo más adecuado eran las pastillas potabili-
zadoras. No son caras y un frasco de 200 pastillas nos per-
mitía potabilizar unos 100 litros de agua turbia y dejarla lista
para consumo. Lo más destacable de este método es que
31
es rápido, muy seguro y casi no ocupa lugar. Esto nos re-
solvía el tema del agua, lo cual era fundamental para estar
holgados con la hidratación.
Posicionamiento
32
frágiles y suelen depender de fundas estancas. A nuestro
criterio fue preferible dejar los celulares solo para comu-
nicaciones con prefectura y así reservar carga de batería en
caso de una emergencia.
Los datos GPS que debíamos revisar constantemente
eran:
Comunicaciones y energía
***
Ahora bien, nuestras linternas, celulares y equipos VHF
funcionaban con baterías al igual que nuestros GPS. Descu-
brimos con asombro que la eficiencia de los paneles solares
plegables era excelente y nos permitían ser independientes
de la energía eléctrica de red. Los utilizaríamos también
para almacenar energía en baterías externas durante el día
para luego ser usada.
34
tener en cuenta más allá de las comunicaciones o la salud.
He aquí un pequeño listado –muy básico- de algunos ele-
mentos que llevamos para manejar una situación de emer-
gencia durante la navegación. Fue necesario prestar es-
pecial atención a estos elementos antes de emprender el
viaje. Creo que es muy importante informarse al respecto
ya existen otros -no incluidos en esta lista- que también le
podrían ser útiles en las travesías que usted emprenda.
Nuestro pabellón
37
Logo que acompañó la travesía
38
Cerca del
Agua
El cómo y el dónde
40
la cual habían logrado iniciar la travesía desde la guardería
Puerto de Palos, una de las guarderías más importantes de
la zona.
—Ojo Norbert…no te aseguro nada. Ellos nos hi-
cieron una ‘gauchada’. La guardería no tiene lugar para
pasar la noche como un club pero de todos modos te paso
los contactos.
—¿Llamo allá directamente?
—No che, primero tendrías que llamar a Damián.
Él se puede contactar con la gente de Puerto de Palos y
preguntarles.
Un puente Rosario-Tigre
***
Tenía que seguir una serie de pasos: primero debía
llamar a Rosario y hablar con Damián -una persona que
nunca nos había visto y a la que todavía hoy no conocemos
41
personalmente- y pedirle que nos haga el favor de contac-
tarse con otra persona que tampoco nos conocía para que
nos haga el favor de dejarnos quedar en un lugar en el que
nunca habíamos estado. Si, la frase anterior es confusa, lo
entiendo, pero todo fue tal como es descrito. En concreto,
nuestra salida dependía de la buena voluntad de toda una
serie personas desconocidas, pero por más ‘desconocidas’
que fueran, algo me dejaba tranquilo: todos estábamos re-
lacionados con el kayakismo de travesía y todos, sin excep-
ción, sabíamos lo que involucra una travesía de esta índole.
Era como hablar un mismo idioma:
—¿Quién habla?
—Qué tal Damián, te cuento...mi nombre es Nor-
berto. Mi amigo Eduardo y yo somos kayakistas de Tigre
y estamos pensando en hacer una travesía desde Rosario a
Tigre durante el mes de Julio.
—¡Ah! ¡Qué tal che! ¡Son de Tigre! ¡Qué bueno! —
dijo con genuino entusiasmo.
—Te comento...básicamente quería saber si se
puede hacer noche o simplemente dejar los botes en Puerto
de Palos para salir al día siguiente. Nos comentó un pibe
que la hizo en verano que capaz vos podés contactarte con
la gente de allá para ver ese tema.
—Si…si...dejame averiguarte. La gente de Puerto de
Palos es conocida mía. Creo que se puede arreglar algo. No
hay lugar para quedarse en la guardería, pero te averiguo
por lo menos para dejar los botes. Dame unos días y te
llamo.
Genial. Eso estaba en marcha, pero todavía no conse-
guíamos transporte. Los fletes normales nos cobraban una
tarifa que no podíamos afrontar. La única opción por mi
42
parte era publicar una especie de ‘pedido de auxilio’ en las
redes sociales y así lo hice. Publiqué un aviso en los grupos
de kayakistas más importantes describiendo lo que necesi-
tábamos pero los días pasaban, nadie se comunicaba y el
tiempo corría.
***
Fue gratificante y esperanzador. Cuando menos lo es-
perábamos, recibí un mensaje de un muchacho de San
Lorenzo, Federico, quien resultó ser un kayakista de alto
rendimiento que venía para Escobar a competir el fin de
semana en el que habíamos planeado la salida. Luego de
una regata, se acercaría hasta nuestro club el domingo por
la mañana para cargar los botes, a nosotros y nuestras cosas,
y regresar a su ciudad natal y dejarnos en Puerto de Palos.
Nos cobraría solamente para cubrirse los gastos. Precisa-
mente lo que necesitábamos. Por fin, teníamos transporte.
***
La confirmación desde Rosario llegó unos días des-
pués. Damián nos comenta que no había problema en
hacer noche allá para poder estibar los botes antes de salir.
Nos pidió que nos comuniquemos antes con Osvaldo, de
Puerto de Palos, para ultimar detalles con él -lo cual hice
inmediatamente.
Al hablar con Osvaldo parecía más entusiasmado que
nosotros cuando le detallé el viaje que estábamos a punto
de emprender y hasta se dispuso a brindarnos las instala-
ciones y un lugar cubierto para pasar la noche junto a los
botes. No podía creer que nos animáramos a hacer el viaje
en invierno y repetía constantemente que estábamos locos.
¡Habíamos conseguido transporte y un lugar en Rosario!
Aún hoy les estamos a todos ellos más que agradecidos
43
y no olvidamos que fue gracias a estas cuatro personas
-Daniel, Damián, Federico y Osvaldo- que este viaje pudo
comenzar.
***
No obstante, hay factores que forman parte –en algún
punto- de la inexperiencia al realizar travesías largas donde
están involucradas muchas jurisdicciones y más de una pro-
vincia. Me refiero más precisamente a un aspecto sobre el
cual también hemos escuchado y vivido historias de todo
44
tipo:
—Che, ¿Qué onda con prefectura? ¿Habrá que
avisar que salimos desde Rosario?
—Supongo que sí. Bah...es lo que corresponde.
—Y sí…por lo menos que sepan que estamos en el
agua, por cualquier cosa.
—Hagamos así…yo armo un mail explicando todo
lo que vamos a hacer, con todos nuestros datos, el derro-
tero y color de los botes y todo. Pasame tus datos que lo
armo y lo mando. Seguro lo van a leer.
—Dale, por lo menos mandalo.
Mandamos el correo electrónico unos diez días antes de
la fecha de partida. No recibimos respuesta alguna. Segui-
ríamos esperando alguna señal hasta salir aunque esa res-
puesta nunca llegó. Las cosas se complicarían un poco más
adelante durante el viaje, pero hablaremos de esto luego.
Hacia Rosario
Estuve en la casa de Edu a las seis de la mañana, firme,
pero también pasmado al observar la cantidad de equipo
que estaba dispuesto a llevar. Él siempre se auto-catalogó
como ‘bagayero’ (una persona que se caracteriza por llevar
muchas cosas) mientras que yo soy de lo más austero. Des-
cubriría más adelante durante el viaje que para Eduardo
esto es más que solo llevar cosas que a priori podrían con-
siderarse innecesarias. Ser ‘bagayero’, él afirma, es una
cuestión de índole filosófica, plenamente conectada con la
anulación del egoísmo. Mencionaré su reflexión acerca de
este concepto más adelante.
A la hora señalada, apareció Federico con su auto en
45
nuestro club. Nunca lo habíamos visto, bastaron unas pala-
bras para comprender que nuestra pasión por el río era la
misma. Su habilidad a para atar los botes arriba del auto nos
transmitió tranquilidad. Se notaba que tenía experiencia y
lo hizo rápido, justo a tiempo para que no explotemos de
ansias por estar en Rosario. La ruta nos llevaba directo
a nuestro punto de partida. Ir en ese auto, con los botes
arriba era el resultado de un gran esfuerzo logístico y eco-
nómico que desembocaba en un sentimiento poco usual.
Todo, literalmente, marchaba sobre ruedas.
—Che chicos, ¿Tienen hamaca paraguaya? —con-
sultó Federico seriamente.
— ¿Por?
—El río está re alto... —contestó con aires de
preocupación.
***
Quizás usted se esté preguntando el porqué de la pre-
gunta inicial de Federico. Remar el Paraná y su delta re-
quiere tener en cuenta algunas características hidrológicas
de la zona y llevar a cabo prácticas que quizás podrían re-
sultar un tanto particulares. Una de ellas es la de dormir
‘sobre el agua’ en hamacas paraguayas cuando las crecidas
borran literalmente las costas y no se dispone de un lugar
seco para armar campamento. El kayakista experimentado
puede prever la crecida de la altura de marea en función de
la dirección y fuerza del viento y, por precaución, dormir
‘colgado’ dejando su bote atado convenientemente al árbol
al cual ató su hamaca. Sin embargo, por más experiencia
que se tenga, las crecidas también pueden suceder impre-
vistamente por factores distintos a la dirección o intensidad
del viento. Dado que el río iba a presentar una altura fuera
46
de lo normal, existía la posibilidad de tener que llevar a
cabo esta práctica.
***
El comentario de Federico ponía de manifiesto algunas
restricciones a nuestras pretensiones originales en cuanto a
dónde parar para hacer noche y reducía sobremanera los
puntos de acampe marcados en nuestras rutas. Todos los
lugares alternativos se esfumaron y ahora estaban bajo el
agua. Nuestras alternativas, en caso de tener que parar por
alguna contingencia disminuyeron drásticamente. Ahora
sabíamos mejor con qué panorama nos encontraríamos. Si
bien habíamos chequeado la altura del río antes de salir,
esta comprobación sería necesaria hacerla a diario. El Pa-
raná sube y baja rápido, y cuanto más hacia el Río de la Plata
uno se encuentre, más vertiginosas son las bajantes y las cre-
cientes pudiendo variar un metro o más en solo unas horas.
Rosario
47
y serio pero no dijo nada. Se quedó mirándome unos
segundos.
— ¡Ah! ¡Los kayakistas de Tigre! ¡Qué tal chicos!
¡Qué alegría! ¿Cómo andan? ¡Qué bueno que llegaron! —
dijo a los gritos mientras nos daba un abrazo a los dos.
—Qué tal Osvaldo. Gracias por recibirnos.
— ¡Pero por favor muchachos! Les preparé un lugar
acá bajo techo para que puedan organizarse tranquilos,
vengan que les muestro. Hace mucho frío y a la noche va
a hacer más así que mejor quédense acá. Se viene una ola
polar, dicen...abríguense a la noche.
—Muchas gracias Osvaldo.
—Por nada, chicos. Dame el termo que les caliento
agua para el mate. ¿Arrancan mañana?
***
Lo que hace unas semanas era un proyecto ahora nos
encontraba ahí, en ese lugar y a punto de embarcarnos en
lo que solo conocíamos por relatos ajenos. Nos sentíamos
extraños, como en otro planeta y frente a un río por demás
desafiante.
Ya la tarde caía en Rosario y le agradecimos a Federico
por haberse animado a traernos. Osvaldo trajo el termo
con agua caliente y nos mostró la guardería que a cada paso
parecía tener más y más kayaks. Con el equipo y los botes
bajo techo, nos dedicamos a resolver el próximo rompeca-
bezas y a encajar cada pieza de la estiba. Nos enteraríamos
ahí mismo si era posible llevar todo lo que habíamos traído.
Acomodamos, pensamos, re-acomodamos, distri-
buimos y re-distribuimos. Por fin llegábamos al equilibrio
final entre peso y cantidad de equipo por bote. No entraba
un alfiler en los tambuchos. Cada objeto tenía un lugar pre-
48
ciso e inamovible. El inconveniente era recordar en qué
lugar estaba cada una de las cosas. Fue necesario disponer
los artículos de primera necesidad relativamente a mano
para no tener que desarmar toda la estiba en caso de una
emergencia.
Cayendo la noche la temperatura bajó a menos de cero.
Muy cansados, esperamos el gran día. Ya no queríamos
estar cerca del agua. Lo que queríamos ahora era estar re-
mando ese río que prometía darnos una buena velocidad
en tanto y en cuanto los vientos nos acompañaran. Las
cartas estaban echadas y nuestros botes, a escasos metros
de la orilla, parecían más impacientes que nosotros. Así era
todo en ese preciso momento. Pronto nos tocaría sacar a
relucir lo mejor de nosotros para poder estar una vez más
en el agua.
49
Eduardo estibando en Puerto de Palos.
51
En el Agua
La partida
55
‘Contame, ¿Qué es lo que piensan a hacer?’
56
son como ustedes creen. —me dijo con los ojos abiertos por
demás.
Azorado por su actitud, le comento que habíamos man-
dado un correo informando todo lo que haríamos y que
también pasaríamos por este lugar a informar de nuestro
viaje si no había respuesta al correo enviado.
—Acá nadie leyó nada. Acá no llegó nada. Así que
ustedes no se mueven de acá por 48 horas y me van a mos-
trar todos los elementos de seguridad. Y no se van mover
de acá hasta que yo lo diga.
No cabía en mi cabeza estar ahí por 48 horas. Insistí.
Estábamos ahí por propia voluntad. Era nuestra intensión
informar nuestro viaje y no había razón para estar retenidos
en ese lugar. Necesitaba resolver la situación. Mi compa-
ñero estaba afuera y debíamos seguir remando para llegar a
tiempo a San Nicolás. Saqué mi celular del chaleco.
—Señor, mire, este es el correo que enviamos. De-
talla todo el viaje, tiene nuestros datos y hasta el color de los
botes. Hasta dice que pasaríamos por acá. Mire, acá tiene la
fecha en la que se envió. —dije señalando la pantalla.
—Esa dirección de correo está mal. No existe. —dijo
el prefecto tajantemente
—Sí señor, existe, está en la página de prefectura.
—No existe. —reafirmó.
—Sí, existe.
Era su palabra contra la mía: una circunstancia desgas-
tante y poco dinámica al momento de resolver una dife-
rencia. La situación se tornó álgida por lo que llaman a una
señorita prefecta a quien le ordenan verificar la existencia
de la dirección de correo utilizada. Yo solamente pensaba
en Eduardo. Él no tenía idea de lo que pasaba adentro del
57
destacamento. En unos pocos minutos se había desbara-
tado todo y no sabíamos si íbamos a poder seguir ni cuando
íbamos a poder salir. Luego de unos minutos, se acerca la
prefecta con noticias. Me pongo de pié.
—¿Y? ¿Existe la dirección? —pregunta el prefecto
mirándome con los ojos abiertos y asintiendo como pre-
viendo una respuesta negativa.
—Si, existe. Es la dirección de atención al ciuda-
dano de prefectura Rosario.
Todo cambió. No sabían a quién echarle la culpa.
Nuestra no era. De todas formas no me podía mover del
lugar. Me ordenan sentarme. Mientras esperaba preguntán-
dome que podía llegar a pasar con nosotros, se me acerca
un chico. Un flaco de unos veinte años, sonriendo y me
da la mano. No era prefecto. Había seguido toda la escena
como si hubiera estado viendo un partido de tenis, girando
su cabeza en intervalos regulares mientras discutíamos. Yo
seguía -cual sospechoso- bajo la atenta mirada de unos diez
prefectos sumamente ocupados.
—Che, ¡Qué bueno lo que van a hacer! —dice a los
gritos— ¿Hasta Tigre van? ¡Qué bueno! Nosotros hicimos
un grupo de kayak con unos amigos y estamos empezando
a remar y queremos hacer algo como lo que están haciendo
ustedes. Los felicito —me decía el muchacho en un tono de
admiración.
—Ah...qué bueno —digo en voz baja, mirando
alrededor.
—Nosotros estamos empezando, ¿viste?, y tenemos
ganas de hacer una bajada también. ¡Qué buena campera!
¿Es re impermeable, no? —decía con entusiasmo.
Los comentarios efusivos de este joven entusiasta produ-
58
jeron miradas aún más incisivas por parte de los prefectos
sumando a mi incomodidad. Era como echar sal en una
herida. Pasaron quince minutos. Volvió el prefecto.
— Ahora te va a recibir ‘el Segundo’ y vas a hablar
con él en su oficina. Esperá a que te reciba. —dijo en su
tono habitual.
Fui escoltado -luego de otros quince minutos- a la ofi-
cina del Segundo como si me fuera a escapar. Solo faltaban
las esposas. Me recibe, me da la mano y me ofrece asiento.
El prefecto escolta a mi lado, parado firme, cual carcelero
justo al lado de mi silla.
—Buen día ¿Cómo estás? —me dijo el Segundo
en un tono amable y sereno— Contame, ¿Qué es lo que
piensan hacer?
—Mire, estamos yendo de Rosario a Tigre en kayak.
Mandamos un mail con toda la información del viaje y
nuestros datos, pero como nunca contestaron pasamos por
acá igual para que ustedes sepan de nuestro viaje...eso.
—Ahá...bien. Che, ¿Y tienen todos los elementos
de seguridad?
—Sí, todo...dos GPS, dos VHF, linternas, espejo de
mano, cabo de tres esloras, dos celulares, bengalas….todo y
más de lo que exigen.
—Ahá... ¿Y de dónde son?
—De Tigre...bah, tenemos los botes allá.
—¿De qué parte? Yo soy de Tigre.
—Ahhh….tenemos los botes en el Hispano.
—¡Ahhh! ¡Pero mirá vos! ¡Yo era socio del Canot-
tieri! Por eso te preguntaba.
— ¡Ah! ¡Estamos ahí nomás! ¡Qué casualidad!
Esta coincidencia milagrosa calmó un poco los ánimos
59
y distendió la situación. El Segundo me explica serena-
mente que para hacer estos viajes, prefectura debe estar al
tanto. Me aclara que la culpa no era nuestra y que no sabía
en qué parte estuvo el error. En función del derrotero,
todas las prefecturas serían avisadas para que podamos ser
‘ploteados’ para así conocer nuestra ubicación en todo mo-
mento –un procedimiento totalmente lógico y que aportaba
a nuestra seguridad. Aparte de esto, era necesario hacer un
acta donde estuviesen todos nuestros datos y que sería fir-
mada por nosotros para luego autorizar nuestra salida.
‘Cuarenta y ocho horas es demasiado’ pensaba mientras
me explicaban la situación y el procedimiento. Habíamos
salido hace unas horas y ya nos retrasábamos dos días.
—Escuchame, el error no es de ustedes ¿Ta claro?
Nadie nos comentó nada así que su viaje es como si em-
pezara acá. Ahora bien, esto hay que informarlo sino no
salen. Hagamos así, de esto me encargo yo personalmente.
Vamos a ver si lo saco en doce horas para que puedan salir
mañana. ¿A qué hora piensan arrancar?
—A la mañana. Muy temprano —dije resignado.
—Bien. Bueno. Necesito que me hagan un favor
mientras yo muevo estos papeles. No se muevan de Arroyo
Seco. Yo ahora llamo al Rowing y les consigo una amarra
de cortesía. Vayan allá, dense una ducha caliente y esperen
a los muchachos para que ustedes firmen el acta —con
media sonrisa saca su celular y hace un llamado:
— ¡Hola! Sí, soy yo. Que tal. Cuchame una cosa...
tengo a dos kayakistas que necesitan hacer noche allá para
salir mañana temprano. Haceme el favor y recibilos en el
club. Si...mañana se van temprano. Haceme la gauchada
¿Dale? Listo...abrazo —me mira y continúa diciendo— Listo
60
che. Vayan para allá. Los escolta la lancha hasta el Rowing
que está acá trecientos metros. Quédense ahí. Ahora van
los muchachos con el acta. No se vayan hasta que hayamos
autorizado la salida, ¿Si? Dame el termo que les pongo
agua para el mate.
Eduardo estaba afuera tiritando sin saber qué había pa-
sado. Me vio salir del destacamento con cara de sorpresa y
preocupación.
—¿Qué pasó boludo? ¿Estás bien? —me dijo
Eduardo al observar en mi cara un gesto poco felíz.
—Tenemos que salir mañana. No nos dejan salir.
Alto quilombo ahí adentro.
—¿Posta? ¿Qué carajo pasó que tardaste una hora?
—Después te cuento, ahora vamos para el Rowing
que tenemos que hacer noche ahí. Nos dieron amarra de
cortesía. No seguimos. Tenemos que salir mañana.
—Me estás jodiendo.
—No boludo. Vamos para allá que nos escolta la
lancha de prefectura.
—Pero chabón, el Rowing está acá nomás ¿Qué
lancha nos escolta?
—Si, ya sé, pero nos escoltan porque no quieren
que nos escapemos.
—¿Qué?
—Subite al bote. Vamos para allá. Después te
cuento.
Ante esta situación Eduardo se desconcertó todavía más
y definitivamente se dio por vencido para entender qué
había pasado dentro del destacamento.
61
Soy el responsable
62
compañero. Mañana a la mañana a eso de las siete nos vamos
a acercar para autorizarlos a continuar pero no salgan hasta
que no vengamos y les demos autorización porque los vamos
‘plotear’ todo el viaje junto a las otras prefecturas a medida
que avancen. —concluyó.
Ahora era responsable de Eduardo al menos desde lo legal
y mientras durara nuestro viaje. Me pude sentar a contarle
todo lo que había pasado recién a la hora de la cena. No me
creía pero luego de brindarle detalles me miró con su parsi-
monia característica y dijo —‘Bueno, a partir de ahora también
vas a ser el encargado de las relaciones públicas en todos los
lugares donde paremos’— expresó en tono de condena. Me
tocaba menudo rol sin pedirlo. Él se encargaría de cocinar.
—’Es fácil loco, si yo no duermo cómodo, vos no comés’.
Esa noche Eduardo fue al pueblo y compró unas cervezas
para bajar la tensión del mal momento. También compró
verduras y otras cosas con las que cocinó un guiso que nos
repuso. Lo bueno del guiso era que lo podíamos poner en un
‘taper’ y usarlo para almorzar flotando. Esta es una gran ven-
taja: se avanza con el río y nos evita tener que perder tiempo
buscando un lugar, parar y reiniciar la remada. A partir de
ese almuerzo, todos serían flotando en tanto y en cuanto el
Paraná así lo permitiera.
***
Prefectura llegó temprano, tal cual prometieron. Nos di-
jeron que habían autorizado la salida y sin mediar palabra
cargamos todo en los botes y empezamos a remar nueva-
mente rogando que no rotara el viento norte. Habíamos
hecho 35 km, y ahora debíamos recuperar el kilometraje
perdido. Nos esperaban 65 kilómetros hasta Ramallo lo
63
que planteaba un desafío interesante sabiendo que exten-
deríamos la distancia diaria propuesta originalmente.
Ramallo
Remamos bien. El viento no había rotado y era deci-
didamente favorable. Prometía quedarse así, del norte y
tranquilo. Luego de unos minutos remando, la línea de la
costa apareció verde, fluctuante y discontinua. No nos acer-
cábamos a nada y más bien parecía que nos alejábamos de
todo. Nos fuimos al medio del río, cerca del canal dónde
el agua corre más pero prestando atención a los barcos
mercantes que pasarían cerca nuestro. Las boyas aparecían
como puntos distantes que de a poco se iban acercando
permitiéndonos medir a ojo que tan rápido avanzábamos.
Los botes iban a paso firme hundiendo sus proas levemente
cada vez que se levantaba un poco viento generando alguna
ola solitaria de esas que se destacan fugazmente sobre la su-
perficie marrón. Luego de unas horas, como espiándonos,
aparecieron los primeros edificios de San Nicolás de los
Arroyos como testigos de nuestro humilde avance. Se
podía notar como las energías se iban acabando. Eduardo
sacó el ‘taper’ con el guiso y abarloados (un kayak agarrado
al otro) nos dejamos llevar por la corriente mientras almor-
zábamos. Cada tanto alguno de los dos corregía el rumbo
mientras el otro comía.
Muy de a poco, aquellos edificios que veíamos a la dis-
tancia desaparecieron y fueron reemplazados por la vista
de la ciudad completa de San Nicolás, una ciudad enorme
y muy desarrollada. Cumpliendo con su palabra, prefec-
tura San Nicolás nos llamó y les comunicamos que Ramallo
64
sería el destino de aquel día.
Luego de pasar frente a la ciudad y como insultante
para el paisaje, apareció a lo lejos la siderúrgica Siderar: un
monstruo lejano, una mancha de color óxido que invadió
la línea verde de la costa de manera abrupta e incipiente.
Comprendimos la función comercial del río Paraná: los
barcos, los embarcaderos, las máquinas, las chimeneas y
las estructuras literalmente rompieron como un martillo la
armonía visual del paisaje, lo destruyeron, lo contaminaron
y lo cortaron al medio. Desde el río todo era distinto. Al
pasar frente a la siderúrgica sentimos que aquel monstruo
nos miraba amenazante. Nos costaba entender lo que hizo
la mano del hombre a este paisaje que se veía diezmado por
una industria que desde los kayaks se veía sobrecogedora.
Los empleados que pasaban por el amarradero principal se
veían diminutos y saludaban sorprendidos al ver dos kayaks
bajando el Paraná en un día gélido.
El río seguía siendo infinito y nos llevaba delicadamente
hacia Ramallo. Las costas lejanas se confundían con algunas
islas que estaban fuera del cauce principal. La urbanización
creciente de la costa con ranchos de pescadores y pequeñas
casas evidenciaba la cercanía con el destino de aquel día.
Pasaríamos por prefectura solo para dar aviso de arribo. En
el muelle del destacamento, había dos prefectos apostados.
— ¿Oiga, ustedes son los del raid Rosario-Tigre?
— Sí, somos nosotros.
— ¿Dónde van a hacer noche?
Si podíamos hacer noche en el club de náutica y pes-
cadores de Ramallo, mejor. Seguro podíamos darnos una
ducha caliente y comer algo tranquilos, pensamos. Los
65 km nos habían agotado, pero el avance fue bueno. La
65
noche caía y debíamos acercarnos al club y conseguir una
amarra de cortesía, no queríamos pernoctar en el destaca-
mento de Ramallo.
—Si van a hacer noche en el club avisen. Y mañana
antes de salir den parte de salida así avisamos a San Pedro
—nos instruyeron los prefectos desde el muelle con un grito.
Entramos remando despacio a la dársena del club ante
la mirada atenta de los pescadores que llegaban por la tarde
desde los ranchos que estaban en las islas frente al club. Me
encargué de las ‘relaciones públicas’.
Se parecía a Arroyo Seco. Muy cuidado, gente amable y
una infraestructura admirable. Al ser un club que contiene
a los pescadores, las lanchas se movían organizadamente
en una coreografía náutica digna de admirar. Era un lugar
apacible, sumamente verde y con aires de tranquilidad.
Identifiqué la garita del guardia y caminé. El guardia me
miró extrañado y luego del ‘buenas tardes’ de rigor me dis-
puse a explicarle la situación y el viaje. No accedió a darnos
la amarra de cortesía inmediatamente sino que se quedó
en silencio. Me dio la sensación de que lo había sacado
de su rutina como con una cachetada. Por unos segundos
sostuvo su mirada, como despertando de un sueño y dijo
que preguntaría, que creía que no existía problema alguno
para quedarnos en el club. Si lo dejaban también nos darían
un lugar techado para armar las carpas. Los prefectos ob-
servaban atentamente cada uno de nuestros movimientos
desde el muelle con binoculares.
Luego de unos minutos regresó y con un gesto amable
estiró su mano y me dio unas llaves. —‘Vayan a un techado
allá y armen la carpa ahí’. El lugar asignado por el guardia
era una especie de garaje seguramente diseñado para algún
66
tipo de vehículo pero que ahora servía para guardar los
botes de la escuelita de remo. La carpa entraría bien. Nos
sentimos muy cómodos y pudimos protegernos del frío
que era bastante y congelaba hasta el agua de las botellas.
Eduardo por su parte corrió a las duchas, pero descubrió
con tristeza que el agua estaba inequívocamente fría. Esto
lo puso de mal humor, lo cual contribuía a su incomodidad
y aumentaba las probabilidades de que se negara a cumplir
con su tarea.
Yo había cumplido con mi parte y Eduardo, sobrepo-
niéndose a su mal humor, cumpliría con la suya al cocinar
unos fideos que nos repusieron del cansancio. Deberíamos
ir a dormir temprano. Nos esperaban unos 46 kilómetros
si queríamos llegar a San Pedro, pero esa es otra historia.
68
cado este arroyo como ruta alternativa. Eduardo lo tenía
en su GPS perfectamente visible. Yo por mi parte, revisé
mis mapas satelitales para ver si las cartas estaban obviando
algún juncal o paso cerrado.
69
Desvío por mal tiempo para llegar al Pueblo de
Obligado
70
alguien hubiera decidido construir semejante castillo en un
lugar así. Está como desubicado en una barranca alta, como
cabalgándola. Obteníamos una perspectiva excepcional
desde nuestra posición. Fuimos acercándonos hasta ob-
tener una vista detallada de un precioso y pequeño castillo
europeo de tres pisos con ventanales ojivales. Por lo que se
sabe, fue mandado a construir en 1896 por el poeta Rafael
Obligado como regalo para su esposa. Más allá de esto,
la aparición del castillo evidenciaba las proximidades del
pueblo de Obligado y no dejaba de ser una buena señal en
cuanto al avance que estábamos realizando. Tomamos otro
arroyo más, El Correntoso, que desemboca en la Laguna
de Obligado muy cerca del pueblo a orillas del Paraná.
El viento se hacía sentir, era cargoso, y al momento de
salir a la laguna se sintió aún más. Esto era una muestra de
que estábamos cerca de volver a encontrarnos con el Paraná
y de que habíamos sorteado, por lo menos durante un rato,
el embate del viento norte. Remamos la laguna y divisamos
el pueblo junto a las barrancas libertarias como testigos de
una de las batallas más importantes de nuestra historia Ar-
gentina: La Batalla de la Vuelta de Obligado. Era así, está-
bamos remando por el mismo lugar donde se habían cru-
zado las cadenas de costa a costa aquel 20 de noviembre de
1845 para detener el avance de las tropas Anglo-Francesas
que pretendían arrebatarnos nuestra recién nacida patria.
Ahí estábamos, imaginando los cañones y sus estallidos, los
gritos y los barcos. Nos imaginábamos también al General
Lucio N. Mansilla dando órdenes a sus tropas remendadas,
pero el Paraná nos llevaba rápido, nos sacaba y nos alejaba
del monumento que recuerda esta proeza bélica durante
aquellas batallas de la libertad.
71
Todavía nos faltaban unos 25 kilómetros por recorrer.
Era momento de seguir por el Paraná hasta San Pedro. Es-
tábamos bien y con bastante energía pero todavía no ha-
bíamos almorzado. El viento aflojó por lo menos un poco.
Si volvía a aumentar, teníamos la opción de tomar por lo
que se conoce como Riacho San Pedro, un arroyo pequeño
que tiene su entrada en la baliza del Km 294. Entra de
forma diagonal hacia el sudeste desembocando en lo que
se podría decir es la costa céntrica de San Pedro. Es una
buena forma de ahorrar distancia pero no tiempo por su
poco caudal.
Miramos la hora y nos dimos cuenta de que aquel desvío
no nos había robado tanto tiempo y decidimos seguir por
el Paraná. Si bien es un camino más largo, este río corre
mucho más rápido, lo que al fin de cuentas nos ahorraría
tiempo y nos permitiría descubrir un poco más del paisaje
de la zona.
El viento ya no era tanto, pero hacía frío y necesitábamos
una ducha caliente lo antes posible. El viento y la humedad
nos habían congelado y sabíamos que cuando bajáramos
de los botes nos enfriaríamos todavía más. Cerca de San
Pedro, entramos en el río que bordea la Isla de Larco, el
cual nos llevó directo a la laguna de San Pedro.
San Pedro
Los edificios altos se veían desde la costa pero no po-
díamos divisar la costanera claramente.
—Che, ¿Para dónde vamos?
—Ni idea. ¿Nos mandamos al Náutico a ver qué
onda?
—Dale, sería lo más cómodo. Una ducha nos vamos
72
a dar seguro ahí. —dije como quien no espera nada dema-
siado grandilocuente.
—¿Para dónde es?
Ninguno de los dos había estado en San Pedro antes.
No teníamos idea de cómo era el club. Veníamos teniendo
suerte con los clubes náuticos: el de Arroyo Seco y el de
Ramallo habían estado muy buenos y nos habían tratado
muy bien. Quizás en este podíamos tener la misma suerte.
Caeríamos como ‘peludo de regalo’, sin avisar. Eduardo
me encomendó con la mirada las relaciones públicas. Esa
era mi función.
Entramos a la laguna de San Pedro y allí estaba el club.
Nos quedamos estupefactos. No solamente era un club in-
menso sino también despampanante. Tenía amarras con
veleros, un edificio blanco gigante de varios pisos y una
costanera enorme. No recuerdo bien qué día llegamos
pero fue durante el periodo de vacaciones de invierno en
las escuelas. Desde la costa se veían niños por todos lados.
Es un club diametralmente distinto al de Ramallo o al de
Arroyo Seco y con una infraestructura asombrosa lo que de
algún modo, pensábamos, aumentaba la incertidumbre en
cuanto a la posibilidad de hacer noche allí.
Nos miramos con los ojos abiertos por demás como si
hubiésemos visto un ovni o algo por el estilo. Nuestras ca-
bezas giraron en simultáneo y nos miramos como diciendo
‘Acá no nos reciben ni en pedo’. Si no funcionaba, rema-
ríamos hasta un camping en la costanera del cual no te-
níamos referencia alguna. Ese era el plan. Eduardo soñaba
y se imaginaba las duchas que ese club podía llegar a tener.
No le importaba otra cosa en ese momento.
Nos acercamos tímidamente, remando despacio. La
73
playa de arena del club todavía yacía bajo el agua. El río
ahora estaba muy alto y se veía evidencia de que no hacía
mucho tiempo el agua había subido hasta inundar la parte
baja del club. Ante la atenta mirada de decenas de niños
pequeños, advierto un empleado del club:
—Buenas. Nosotros queremos pedir amarra de cor-
tesía, ¿Con quién hay que hablar? ¿Se la pido a usted?
—Qué tal che. No...buscá a un marinero que anda
en una lancha entre los veleros —dijo señalando la parte
de las amarras— Hablá con él decile lo de la amarra de
cortesía. ¿De dónde vienen? —preguntó sorprendido al ad-
vertir que éramos forasteros.
—De Rosario.
—¿De Rosario? Ustedes están locos con este frío
—dijo en tono burlón.
Ahí estaba el marinero. Un hombre robusto y muy serio
en una lanchita de trabajo. Al vernos se acercó despacio:
—Buenas, estamos haciendo un raid desde Rosario
con el ploteo de prefectura —dije como para darle un aire de
legitimidad a nuestro viaje— y queríamos saber si podíamos
pedir amarra de cortesía. Nos vamos mañana temprano.
—Si chicos, no hay problema. Vayan a la rampa ésta
de acá —dijo el marinero señalando una rampa de madera
donde descansaban unos veleritos clase laser— bajen ahí,
acomódense y después vayan a anotarse así dejan sus datos.
¿Tan rápido? ¿Tan fácil? Pues sí. Eso fue todo. El Club
Náutico San Pedro nos recibió de brazos abiertos. Si usted,
estimado lector, esperaba alguna complicación debo de-
cirle que no hubo ninguna. Lamento desilusionarlo.
Después del frío y del viento helado, ese lugar era el
paraíso. Amplio, cuidado, con parques y quinchos por
74
doquier. La vista al río era magnifica y se podían ver las
barrancas de San Pedro por sobre las cuales se hallaba el
centro de la ciudad. Nos indicaron un quincho donde po-
díamos quedarnos a pasar la noche. Edu corrió a las duchas
tal como era de esperarse. Mientras caminábamos para re-
gistrarnos un muchacho nos pregunta al pasar:
—Que tal chicos, ¿Ustedes vinieron en los travesía?
Leonardo nos comenta que él integra la primera agrupa-
ción de kayaks de travesía de San Pedro. Ellos eran cuatro
en ese momento y habían logrado la primera bajada San
Pedro-Martín García hace un par de años. Ahora estaban
abocados al desarrollo de la actividad. Esta ciudad lo tiene
todo para el desarrollo del kayakismo de travesía: clubes,
circuitos para remar y parajes excelentes. Por supuesto, los
invitamos con amarra de cortesía si llegaban a hacer la ba-
jada a Tigre. Le dimos unos calcos de la travesía para que
pegaran en sus botes. Nos gustaba imaginarnos volviendo
después de algún tiempo y descubrir el calco pegado en
algún kayak como testigo de nuestro paso por aquel lugar.
Hasta el momento todo era perfecto y había llegado la
hora de comer una pizza, tomarnos una cerveza y conocer un
poco el centro del pueblo, algo que realmente nos reanimó
y ‘nos puso las pilas’ para afrontar nuestros próximos 46 ki-
lómetros con destino a la naciente del Paraná de las Palmas.
75
Hacia la naciente del Paraná de las Palmas
77
por los puños es tener puños de látex lo cual comprobé so-
bradamente al punto de remar con un pullover de lana de-
bajo de la campera. Los pantalones que vestíamos también
eran impermeables con costuras selladas y botamangas de
neoprén lo que lejos de ser una solución también puede
llegar a ser un problema en algunos casos. Al tener costuras
selladas, el agua casi no entra, pero si entra, no sale. Esto
ocasiona que el agua se acumule dentro de los pantalones
convirtiendo al kayakista en una especie de ‘sachet’ de agua.
Esta es la peor situación y así fue. A Edu le había entrado
por la cintura y por los puños acumulándose dentro de su
pantalón. Tiritaba de frío por lo que debimos detenernos
inmediatamente para que se saque el agua. La altura del río
había barrido las costas en esa zona y encontrar un lugar
potable para llevar a cabo la maniobra fue complicado. Al
cabo de unos cientos de metros, encontramos una costa alta
dónde bajar para que Eduardo comprobara efectivamente
que su pantalón contenía varios litros de agua. Esto con-
firmó que la reforma de los puños de la campera, si bien
lógica y práctica, no estuvo a la altura de las circunstancias.
A pesar del viento helado Eduardo se sacó los panta-
lones y los ‘vació’ mientras yo esperaba flotando a unos me-
tros. Su campera y la ropa que él llevaba debajo también es-
taban mojadas lo cual bajó su temperatura todavía más. El
fantasma de la hipotermia pasó cerca nuestro y yo esperaba
que nunca tomara la decisión de visitarnos. Sacó el agua de
su ropa, se la puso de nuevo y se subió rápido al bote para
empezar a remar y tomar calor nuevamente. Si bien mo-
jada, la ropa lo aislaría del frío y le permitiría conservar algo
de temperatura. Llegado el mediodía, el viento amainó.
Cinco horas de remada pasaron y ya estábamos cerca
78
del destino. Veíamos los barcos cargueros a lo lejos entrar
desde el Guazú. Estábamos casi ahí. Divisamos las playas
a lo lejos y nos alegramos de por fin estar cerca del destino
marcado para aquel día. La arena reluciente de las playas
marcaba el punto justo donde los ríos se dividen, donde el
Paraná a secas termina y se bifurca para tomar dos nombres
diferentes. Fue increíble ver tres Paraná al mismo tiempo
en vivo y no desde una foto satelital. La playa alcanzaba
bastante bien y era extensa. Armaríamos campamento ahí
perfectamente. Nos sentíamos muy conformes y ambos
transpirábamos esa sensación de ‘misión cumplida’ que
procuraba tranquilidad luego de la tensión. Pero Edu es-
taba congelado y tiritaba de frío. Desembarcamos y, sin
sacar casi nada de los tambuchos, armamos un fuego y pu-
simos la pava para tomar unos mates. La remada nos había
cansado un poco sumado al frío que se encargaba de arre-
batarnos las pocas energías sobrantes.
En la esquina
81
sante y hasta se podría decir que obró de manera tal que
echó por tierra cualquier pretensión de enojo o berrinche
de mi parte. —¿Vos sabés cuál es la misión de un ‘bagayero’
en una travesía? —dijo de modo catedrático mientras me
miraba fijamente (recuerde usted lector el concepto de ba-
gayero descrito anteriormente).
—No.
—Hacer feliz a los demás. —qué raro, pensé. Con-
tinuó— Ser bagayero es llevar las ollas, los condimentos y
todos los implementos necesarios para que el compañero
de travesía se sienta a gusto y no tenga que andar comiendo
paté y fideos todos los días. Por eso es que tardo tanto -dijo
orgullosamente mientras yo escuchaba atentamente.
—Gracias amigo, sos un groso —le dije seriamente
luego de entender la importancia y significación de este
concepto resumido maravillosamente por mi compañero.
Luego de reírse ante mi reacción, expresó:
—¿Qué mirás? Ahora ayudame a guardar las cosas,
boludo.
Primera situación
83
apropiándose de todo. A unos veinte metros de la costa el
agua entrante comenzó a perder fuerza, luego paró y em-
pezó a retroceder. El efecto fue parecido al que se puede
observar en las playas del mar al romper una ola para luego
regresar como una especie de garra imaginaria que falló al
querer alcanzarte.
Corrimos detrás del agua que estaba retrocediendo para
poder salvar los objetos que habían quedado en tierra y
que ahora estaban siendo llevados descaradamente por la
corriente. Salvamos unas ollas, dos ‘taper’ y una bolsa es-
tanca de aquel arrebato fortuito y oportunista. Mi celular lo
encontré debajo de mi kayak que se encontraba flotando
tímidamente amarrado a la rama flaca de un sauce junto al
de Eduardo. El agua no entró en la carpa, zafamos de esa
pero el resto estaba todo mojado. La isla había pasado de
ser un lugar agradable a un barrial del cual nosotros éramos
sus únicos habitantes.
Tratamos de darnos cuenta qué más se había llevado el
agua. Por suerte nada. Mi celular se salvó luego de una sacu-
dida intensa y una limpieza exterior. Por lo menos andaba. Eso
era importante. Eduardo también la sacó barata. Estábamos
a las puteadas y nos empezamos a preguntar si un barco de
similares características podría pasar mientras dormíamos.
Solamente imagínense estar durmiendo apaciblemente y es-
cuchar entre sueños el ruido de una ola rompiendo mientras
se está dentro de la carpa. Horrible. Advertimos un lugar alto,
cerca del fogón al cual no había llegado el agua y trasladamos
la carpa armada allí. No nos iba a pasar de nuevo. Amarramos
los botes a ramas más gruesas, guardamos todo lo posible y
nos dispusimos a tratar de dormir un poco entre la humedad
que ahora nos acompañaba mientras el frío implacable au-
mentaba a medida que la noche avanzaba.
El suceso de la ola había nos había puesto en alerta cons-
84
tante y el terreno ahora estaba hecho un desastre, pero el mo-
mento cúlmine de la noche llegó una hora después mientras
dormíamos.
Segunda situación
86
costa y seguramente descenderían de la lancha. No habían
apagado la linterna y continuaban buscando. Dudamos si
ya habían identificado dónde estábamos. Todo esto su-
cedía en el medio de una noche cerrada, fría y sin luna. El
brillo del río apenas se veía por el reflejo de alguna que otra
estrella tímida. El comentario de prefectura resonó en mi
cabeza del mismo modo que mis pulsaciones se reventaban
a un ritmo desmesurado contra mis costillas. Los hombres
descendieron de la lancha, subieron a la costa.
En ese momento se abrió ante nosotros un abanico de
pensamientos que tendía a infinito. ¿Cuáles eran las inten-
ciones de esos hombres? ¿Qué buscaban? ¿Qué querían?
¿A nosotros? Y si era a nosotros, ¿Qué querían de noso-
tros? ¿Nos robarían? O quien sabe qué otra cosa podría
pasar en ese lugar con solo el río y la noche como testigos
presenciales. La linterna seguía inquieta, como con vida
propia. Vimos a los hombres a unos 50 metros siguiendo
la línea de la costa hacia el sudeste. Seguramente vendrían
caminando por la costa hacia nosotros. Era obvio que se
habían bajado a una distancia prudencial para no desper-
tarnos en caso de que estuviéramos dormidos y por ese
mismo motivo habían apagado el motor bastante antes de
llegar. La luz de la linterna se veía entrecortada y parcial
entre los árboles. Se detuvieron. Hablaron no sé qué cosa.
Continuaron hacia nosotros. Se detuvieron nuevamente.
Seguían hablando. Nosotros seguíamos cada uno de los
movimientos de aquellos hombres desde el interior de la
carpa cuidándonos de no hacer ni el más mínimo ruido:
—¿No estarán buscando la vaca esa? —preguntó
Eduardo de costado casi sin girar la cabeza.
—¿Qué vaca, boludo?
87
Era posible. Cuando llegamos habíamos divisado una
vaca pastoreando relativamente cerca del campamento, más
o menos por el lugar donde ahora estaban los hombres.
¿Pero a esa hora buscarían la vaca? No lo creía posible.
Es sabido que en las islas suele haber hacienda (de hecho,
no es raro ver barcazas corraleras o ganaderas mientras se
rema por estos parajes), pero aun así la incertidumbre per-
manecía. Quizás era eso, estaban buscando una vaca que
se escapó. Nunca lo sabremos. Lo que sí sabemos es que
los hombres se detuvieron y volvieron a la lancha. Jamás
nos enteraremos si nos vieron, si vinieron por nosotros o si
volverían luego. Nos quedamos expectantes ante la partida
de los hombres quienes se fueron como vinieron.
La noche se pasó entre el frío y el estado de alerta resi-
dual que había dejado ese momento. Quizás esos hombres
volverían. Debíamos estar atentos casi a todo. Eduardo
durmió con el serrucho empuñado dentro de su bolsa de
dormir.
¿Ibicuy? ¿Lima?
88
el Paraná. Se remaba más lentamente, pero no dejaba de
ser una buena velocidad, unos diez kilómetros horarios. Ya
estábamos en la provincia de Buenos Aires. Después de
muchos kilómetros ambas márgenes del río pertenecían a la
misma provincia. Ese era el río que nos llevaría a casa, solo
debíamos acompañarlo respetuosamente. Ahora, no sé por
qué y a pesar de estar lejos había cosas que comenzaban
de a poco a resultar familiares y que nos indicaban que es-
tábamos en el lugar correcto en el momento indicado. El
sol arriba, radiante, el día fresco y poco viento. Estábamos
bien. Ahora había que remar hasta Lima, supuestamente
hasta el club de pescadores de esa ciudad. Nos adentrá-
bamos en el de las Palmas y vimos que había bastante costa
alta, muy buena para futuros acampes, pensamos. Las te-
níamos marcadas en los GPS como lugar alternativo e in-
tentamos calcular a ojo su anchura con el río un poco más
bajo. Seguramente debían de ser apacibles y extensas.
La verdad que no sucedió nada extraordinario hasta que
llegamos a Lima. Lo que si fue nos llamó la atención fue
empezar a descubrir en el horizonte las cúpulas de los re-
actores de las centrales atómicas de Atucha I y II. Son algo
monstruoso y, al igual que la siderúrgica de San Nicolás,
estas construcciones atentan soberbiamente contra la be-
lleza natural del lugar. Uno pasa muy cerca de la central al
estar en el río lo cual hace todo más impresionante todavía.
Veníamos bien con el tiempo, llegaríamos a eso de las tres
de la tarde a Lima y así fue, a las tres estábamos en el Club
de Pescadores de Lima.
El club no se parecía a ninguno de los anteriores. Es
un club bastante más agreste y definitivamente con un am-
biente distinto: pescadores en gran cantidad, muchas lan-
89
chas, muy poblado y con diferentes estilos de música que
se mezclaban y se confundían a todo volumen. No nos
pareció el lugar indicado para conciliar un descanso repa-
rador, pero ir hasta Zárate implicaba un riesgo: cruzar la
zona del puerto con muy poca luz.
—Che, no sé si está bueno quedarse acá hoy loco.
—Si, ya sé pero no sé si llegamos a Zárate con luz. Capaz
que es medio bardo —le advertí a Eduardo.
Él calculó dos horas más de remo para llegar al Club
Náutico Zárate, un club que no conocíamos y al cual cae-
ríamos –una vez más- como ‘peludo de regalo’. Los as-
pectos a evaluar eran varios antes de pensar en alargar el día
de remada y torcer el itinerario: viento, tiempo, luz solar,
cansancio, cruce del puerto y posibilidad de que nos dieran
amarra de cortesía. A mí me parecían demasiadas variables
a tener en cuenta y quizás aumentaría el riesgo. No estaba
de acuerdo con seguir pero Eduardo insistió. Era respon-
sable de mi compañero y, a pesar de esto, no sé por qué
dije que si, que vayamos, algo que no debería haber hecho.
Tendría que haberme mantenido firme e insistir con hacer
noche en Lima a pesar del lugar.
Mi humor no era el mejor. Sabía que el hecho ‘estirar el
día’ implicaba riesgos que yo no estaba dispuesto a tomar.
Nos podía salir bien, pero también nos podía salir mal. Lle-
garíamos, si todo iba de maravillas, con las últimas luces
del día y deberíamos cruzar el puerto de Zárate casi a os-
curas. Eso no me agradaba para nada. También se podría
levantar viento frenando nuestro avance. Suponiendo que
nada de esto pasara, también existía la posibilidad de que
no nos dieran amarra en el Náutico Zárate. Esto nos de-
jaría sin un lugar para pasar la noche y también sin luz para
90
seguir remando: un escenario que definitivamente quería
evitar. Remamos apurados, tratando de ganarle al sol que
se despedía con sus últimos rayos entre los árboles. El GPS
marcaba la puesta de sol a las cinco de la tarde, luego de
esa hora solo nos quedaría un poco más de media hora de
luz residual, esa luz filtrada y diferente que marca la llegada
inexorable de la noche.
Llegamos al puerto de Zárate luego de dos horas in-
tensas de paleo y casi nula conversación. No había viento,
pero si tráfico fluvial. Bien es sabido que este es un puerto
muy activo y transitado por barcos de todo el mundo. Pa-
samos tímida y relativamente cerca de los barcos amarrados
ante los que uno se siente realmente nada. Eran de esos
barcos que transportan autos y contenedores. Cuesta creer
que haya barcos de dimensiones tan soberbias. Y nosotros
ahí, a su lado como miniaturas remando con suma cautela.
Los barcos venían por ambas márgenes y no queríamos
quedar atrapados en su paso. A lo lejos se veía el puente
de Zárate, el primero. Sabíamos que el club estaba cerca
del puente, justo antes de cruzarlo pero no sabíamos exac-
tamente dónde. Seguimos remando mirando los GPS. Fal-
taban dos kilómetros. Nos apuramos y por fin llegamos. El
Club Náutico Zárate se presentaba ante nosotros.
—Bueno, haz tu gracia —dijo Eduardo con medía
sonrisa levantando las cejas mientras los kayaks recorrían
los últimos metros para embicar en la playa del club.
Yo ya sabía. Era mi turno de hacer sociales y convencer
a los que haya que convencer hasta lograr nuestro come-
tido: quedarnos ahí. Es un club famoso por ser el lugar de
largada de algunas de las regatas de remo y veleros más im-
portantes del delta: La Zárate-Tigre y La Zárate-San Isidro
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respectivamente. El club estaba concurrido a pesar del frío.
Mientras remábamos los últimos cientos de metros nos ha-
bíamos cruzado varios botes de remo del Club Zárate lo
que indicaba gran actividad por ese lugar. Me bajé rauda-
mente del bote para comenzar con mi periplo de hablar
con medio club hasta dar con la persona que autorizara
la amarra. Habré hablado con diez personas y recorrido
medio club hasta obtener el dato de que el marinero era el
encargado de autorizarnos.
—Buenas, que tal…—luego del ‘que tal’, como
es sabido, empecé a dar las explicaciones con respecto a
nuestro viaje: su importancia, validez, veracidad y aporte a
la humanidad.
—Dejame verlo. Creo que no va a haber problema.
¿Ustedes son los del velero que llegó recién? —dijo el mari-
nero como dando por sentada la respuesta.
—No. Somos kayakistas.
—¿Kayakistas? ¿Con este frío? ¿Están locos?—dijo
como repitiendo el comentario de aquellos con los que nos
cruzábamos.
El marinero se retiró a averiguar. Era muy simple. Era
en ese club o no era en ninguno. Eduardo seguramente
estaba en la costa imaginando de manera risueña la ducha
que se iba a dar. No sé si le importaba otra cosa a esa altura
de las circunstancias. Era casi de noche. Luego de unos mo-
mentos el marinero volvió.
—¿Dónde tienen los kayaks?
—En la playa ahí donde están los botes de remo.
—Bueno, remen hasta la rampa que está acá al lado y
hablen con Ramón, el sereno. Él les va a decir dónde se van
a quedar. Me informó la comisión que no hay problema.
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¡Sí! Teníamos la amarra de cortesía. Nos había salido
bien la jugada. Ahora solo bastaba remar hasta la rampa y
hablar con el sereno. Volví con Eduardo para contarle la
buena noticia:
—Che negro, todo mal. —dije moviendo la cabeza
hacia los lados y con gesto de preocupación— No nos dejan
quedarnos.
—¡Me jodés! No te creo.
—En serio. Dicen que hay mucha gente con amarra
de cortesía y que ya no hay lugar. Aparte ya tuvieron qui-
lombo con otros kayakistas y la comisión dice que ya no
aceptan más por seguridad.
—¡No! ¿Posta? Qué cagada. —Eduardo no lo creía.
Sus ojos parecían literalmente un ‘dos de oro’.
—Si che...ni idea dónde vamos a parar ahora. Te
dije que era un riesgo y yo no voy a cruzar el puente de
noche. Así que no sé loco, pensá en algo porque fue tu idea
venir hasta acá. Yo te avisé que era un riesgo al pedo.
—Uh...qué cagada. Ni idea, che. —Eduardo miró
hacia abajo como reconociendo su error.
—Y bueno. No sé -dije cerrando los ojos y levan-
tando los hombros.
—No sé qué hacer, Norbert. Vamos a prefectura a
ver si nos podemos quedar ahí.
—Te cagaste, gil. —dije sonriendo.
Ramón, el sereno, resultó ser de lo más agradable. Hacía
como treinta años que estaba en el club y de a poco nos
fuimos relacionando. Pasó de darnos un lugar para armar la
carpa en el medio del parque a darnos una habitación con
colchones, electricidad y parrilla; lo que vulgarmente se po-
dría catalogar como ‘un paraíso’ para nosotros. Nos invitó a
93
tomar mate a su lugar de trabajo, nos contó algo de su vida y
hasta se animó pedirnos que le avisemos la próxima así nos
esperaba con algo de comer. El lugar era fantástico y las du-
chas sobrepasaron las expectativas de Eduardo —’No sabés
lo que son esas duchas. Te morís. Las mejores del mundo’,
decía Edu como si hubiese vuelto de un ‘spa’.
Antes de dormir llamó prefectura, viejos amigos a esta
altura. Nos pidieron que demos parte de salida al otro día
para así avisarle a prefectura Escobar que íbamos a andar
por allá. Dormimos bien y reparados del frío, sin olas de-
moníacas ni hombres misteriosos con linternas o lanchas
en el medio de la noche.
De a poco, llegaba la anteúltima etapa de nuestro viaje:
Zárate-Escobar. Era corta, nada del otro mundo: treinta y
seis kilómetros con corriente a favor y viento suave del norte,
lo que comúnmente se conoce en el ambiente como un
‘tobogán’.
Estaban ahí
Estábamos relajados. Faltaba poco para sentirnos en
casa. Ya era nuestro sexto día de navegación y queríamos
llegar a Escobar. Tanto Eduardo como yo habíamos hecho
Zárate-Escobar hace años por lo que -en lo que respecta
a derrotero- no habría sorpresas. Dimos aviso de salida a
prefectura, regalamos un par de calcos a la gente del club
en agradecimiento y arrancamos.
Caeríamos en el Club de Remo y Náutica Belén de Es-
cobar, un lugar donde tenemos amigos entrañables y nos
sentimos a gusto. Unos días antes habíamos hablado con
una amiga nuestra de allí quién se encargó de avisarle a
94
todos nuestros amigos que llegaríamos a eso de las catorce
horas. Ella también nos gestionó la amarra de cortesía de
antemano. Increíble, por primera vez en todo el viaje al-
guien nos esperaba en algún lugar. Alguien -que no fuese
de prefectura- sabía dónde llegaríamos y medianamente a
qué hora. Esto nos alegraba y de algún modo iba marcando
el paulatino ocaso de nuestra aventura.
Remamos bien, pero nuestra remada se veía constante-
mente interrumpida por los llamados de prefectura quienes
se iban impacientando a medida que nos aproximábamos
al destino final. De a poco fuimos viendo señales del arribo
a Escobar. El puerto gasífero ya estaba delante nuestro.
Avanzábamos llevados por un río que se negaba a detener
nuestro avance mientras las lejanas barcazas del astillero ga-
naban cada vez más detalle. Estábamos cerca, cada vez un
poco más, de nuestro destino.
Cuando llegamos estaban ahí. Nuestros amigos nos es-
peraban sonriendo y con los brazos abiertos en la playa del
club. Nos costaba creer dónde estábamos. Los kayaks re-
corrieron los últimos metros con la estropada para embicar
en un desliz en la playa del club. Este lugar tan querido por
nosotros marcaba la cercanía con Tigre. Mañana sería el
último tramo del viaje y la nostalgia, lentamente, se apode-
raba de nosotros.
Colgamos la bandera de la travesía en un árbol en señal
inequívoca de triunfo. La cena junto a todos nuestros amigos
en aquel quincho legendario del club fue el momento en el
cual nos vimos obligados por primera vez a improvisar un
relato de este viaje que aún no terminaba. Las anécdotas
fueron surgiendo mientras tratábamos de armar una narra-
ción incompleta y desordenada pero todavía con recuerdos
95
muy frescos. Nos fuimos a dormir con una sonrisa y con un
enorme entusiasmo para emprender el tramo final, aquel
que daría un cierre definitivo a nuestro viaje.
98
Desde el lugar dónde nos encontramos ahora hasta
llegar al club fueron aproximadamente diez de estos lla-
mados y la información que se solicitaba era siempre la
misma, increíblemente.
Tomamos el Arroyo Espera, luego el Río Sarmiento y fi-
nalmente el Arroyo Gambado. Este último marcaba nuestros
últimos dos kilometros hasta el Río Luján dónde tendríamos
a la vista el lugar de nuestro arribo final: el Club de Regatas
Hispano Argentino. Suena el teléfono nuevamente –sí, nue-
vamente- y nos informan -aunque parezca increíble- que una
lancha de prefectura nos estaba esperando en Gambado y
Luján –a unos cien metros de nuestro lugar final de arribo- y
que ni bien saliéramos al río Luján deberíamos dar aviso desde
el agua de nuestra llegada. Sin embargo, decidimos -como en
un acto simbólico de rebeldía- imaginarnos que los prefectos
no estaban impacientes, sino que estaban esperando ansiosos
por dar la entrada triunfal a dos kayakistas luego de una proeza.
Tanta atención nos enaltecía y nos disponía a llegar a la inter-
sección del Río Luján y el Arroyo Gambado de la misma forma
en la que desciende una banda de rock de un avión: saludando
y sonriendo a la multitud que fue a recibirla al aeropuerto. Pen-
sábamos también que tanta insistencia quizás se debía a que
estaban preparando fuegos artificiales para recibirnos y segura-
mente querían estar listos para cuando lleguemos. Pero era de
día así que descartamos esta hipótesis inmediatamente.
99
El cruce
100
Después
del Agua
Los pensamientos que pueden surgir luego de hacer
una travesía de este tipo solo son posibles después de
algún tiempo de haberla realizado. Es necesaria cierta dis-
tancia con lo sucedido para poder sintetizar los hechos y
sensaciones que este viaje ha dejado. El tiempo despeja las
inercias iniciales y nos permite ordenar cada hecho de una
manera distinta y ya no tan inmediata. Esta sección podría
llegar a ser extensa pero trataré de ser lo más austero y con-
ciso posible.
A mi parecer es imprescindible revisar la distancia entre
‘lo imaginado’ y ‘lo sucedido’ a lo largo del proyecto. La
imaginación y el entusiasmo jugaron un papel fundamental
en todo lo realizado antes del viaje y fue esta capacidad de
jugar con lo posible y lo hipotético la que verdaderamente
nos movilizó. Las historias, los relatos y los mapas nos inun-
daron de imágenes y sensaciones con las que barajamos
todo aquello que nos podría llegar a suceder a lo largo de
más de 300 kilómetros de Río Paraná. Los preparativos
y todo lo que debimos tener en cuenta antes de salir fue
para nosotros –que no teníamos experiencia en viajes tan
largos- un tanto abrumador. La puesta a punto del equipo,
el diseño del derrotero, la comida y la logística fueron cues-
tiones que necesitaron tiempo y recursos, quizás más de lo
esperado pero aun así cada paso fue dado en consonancia
con nuestras ansias de estar flotando y remando. Lo na-
rrado y descrito Antes del Agua es tan central como el viaje
en sí mismo. Todo lo que a priori podría haber sido consi-
derado tedioso, accesorio o banal cumplió su rol y nos de-
mostró que es necesaria una buena planificación para una
remada segura y abierta a cambios repentinos.
Si bien todos los datos recabados antes del viaje fueron
procesados y organizados para darle un cierto orden a la
102
travesía, la experiencia de cada palista en cada viaje goza
de ser única e irrepetible. Es por esto último que considero
que aunque la información previa fue necesaria y valiosa,
esta no constituyó -en realidad- un factor determinante sino
un simple marco que permitió delimitar algunos aspectos.
La única forma de responder interrogantes y comprobar
todo lo imaginado es realizar el viaje, ir por él y estar ahí. Es
decir, estar en el agua.
El río por estas latitudes es temperamental debido a las
características geográficas y climáticas de zona. Los cambios
repentinos en cuanto a vientos, caudales y niveles del agua
nos obligaron a ‘torcer’ lo planificado en pos de nuestra se-
guridad en más de una ocasión. Una correcta evaluación de
riesgos y un derrotero bien trabajado fue importante para
dejar que la suerte brille solamente cuando fue necesario.
En nuestro caso, por ejemplo, el hecho de haber planificado
‘variantes de derrotero’ nos permitió esquivar condiciones
de navegación poco amigables que hubieran aumentado el
riesgo innecesariamente al salir de San Pedro a pesar de
haber diseñado originalmente un camino distinto.
En cuanto a las intenciones que han sido expresadas al
principio de este texto (p.12), creo que han sido concre-
tadas. Ha sido posible mostrar al menos una pequeña parte
del mundo del kayakismo de travesía en lo que concierne
al Paraná por estas latitudes y su delta así como varios de
los aspectos implicados en estos tipos de viajes. Quizás, es-
pero, todo lo descrito pueda ser útil a aquellos que quieran
descubrir esta actividad teniendo siempre en cuenta la se-
guridad y la planificación como bases fundamentales. En
cuanto a la intención de homenajear implícitamente a todos
aquellos palistas que nos han motivado en nuestro desa-
rrollo como kayakistas, modestamente creo que cada uno
103
de ellos se ha visto reflejado en nuestra pasión por el río y
en la búsqueda de un derrotero que esté más allá de nues-
tras limitaciones y contexto de remada cotidiano.
El aspecto humano y todo lo referente al compañerismo
también son aspectos para destacar. Eduardo ha sido y es
un gran compañero de travesía y agradezco haber tenido
la oportunidad de haber remado estos cientos de kilóme-
tros junto a él. Tener la misma pasión por el kayakismo
de travesía y además ser buenos amigos desembocó en la
concreción de lo que yo podría concebir como ‘un buen
trabajo’: llevamos a cabo todas las etapas del viaje de ma-
nera organizada a pesar de las dificultades iniciales y tam-
bién resolvimos todas aquellas que surgieron a medida que
avanzábamos.
El entusiasmo y colaboración fueron constantes del viaje
desde su concepción hasta su conclusión, algo que todavía
hoy nos hace sentir mutuamente orgullosos y que no ha
hecho más que fortalecer nuestra amistad más allá de las
fricciones lógicas que traen el cansancio y el trajín de largas
jornadas de paleo. La división casi forzada y fortuita de ta-
reas –‘relaciones públicas’ por mi parte y ‘chef de travesía’
por parte de Eduardo- que surgió en Arroyo Seco permitió
que cada uno se responsabilice de un aspecto del viaje y
brindara lo mejor de sí para un fin común.
Una semana remando junto a otra persona es necesaria-
mente una prueba de fe y una apuesta cuya retribución es
el aprendizaje que surge al entender que remar junto a otro
kayakista no solamente exige confiar en uno mismo, sino
también aprender a confiar en el otro. Afortunadamente
no existió ninguna situación que pusiera en riesgo nues-
tras vidas pero aun así la confianza mutua es un valor que
siempre debe estar presente. Es una obligación entrenar
104
la tranquilidad y la seguridad en el agua para saber cómo
proceder en caso de tener que asistir al compañero o ser
asistido. Recuerde que no debemos -bajo ningún concepto-
subestimar al río y que cada elemento de seguridad debe
estar a mano y en buenas condiciones ya sea por nuestra
propia integridad o la de las personas que nos acompañan.
Es sabido, ya sea por experiencias propias o ajenas, que las
olas traicioneras y el infortunio están ahí, a la espera de que
uno simplemente se distraiga para arremeter.
Es claro que no podríamos haber realizado nada de esto
solos. Cerca del Agua despliega el abanico de colabora-
dores que se extiende desde aquellos que nos brindaron
sus experiencias oralmente hasta aquellos que –aun sin
conocernos- nos brindaron su ayuda y asistencia. Todos
ellos fueron quienes en verdad nos permitieron darle un
marco de realidad al proyecto y proporcionaron –quizás
sin saberlo- la cuota necesaria de entusiasmo para ir de lo
imaginario a lo concreto. Este conjunto de personas de las
que hablo es lo que a mí particularmente me gusta deno-
minar la comunidad kayakera: una comunidad en la que
todos hablamos el mismo idioma, una donde se comparten
las mismas pasiones, donde suelen sobrar las palabras y
abundar las acciones más allá de la geografía. Sin ellos nada
de esto -ni siquiera este texto- hubiera sido posible.
Se me torna imprescindible reflexionar acerca de todo
aquello que aún nos falta remar y en todo lo que podría ser
contado, narrado y descrito todavía mucho mejor de lo que
yo he intentado hacerlo. Todo este texto no ha sido más
que un atisbo de la verdadera dimensión que el kayakismo
de travesía posee y un muy pequeño aporte si se piensa en
todo lo realizado por los palistas que nos antecedieron y
también por nuestros contemporáneos. No estamos ajenos
105
a lo que no conocemos pero deseamos conocer, ni tampoco
a todo aquello que todavía nos queda por aprender. El río
sigue llamándonos a los gritos y nos invita a recorrerlo y a
describirlo. Existen cientos de arroyos, ríos y geografías que
todavía no hemos navegado y que nutren constantemente
nuestra imaginación de la misma forma que este viaje lo
hizo al imaginarnos remando a lo largo su recorrido.
Para concluir, creería que esta sencilla aventura fue
mucho más de lo que a priori aparenta. En algún punto y a
esta altura creo que tuvo mucho más de simbólico que de
literal. No solamente bajamos ese río para ir de una ciudad
a otra sino para experimentar la diferencia entre la descrip-
ción verbal de un paisaje y las sensaciones que el Paraná
y su delta pueden producir en aquellos espíritus capaces
de asimilar su belleza y su majestuosidad. Al escuchar el
sonido estremecedor del viento galopando entre los árboles
y al presenciar aquellos atardeceres invernales a orillas del
Paraná supimos ineludiblemente que estábamos en el lugar
correcto. Así fue esta experiencia y así es el río: un mago
que mostrará su espectáculo solo a quienes se atrevan a mi-
rarlo de frente para finalmente develar que no hay secretos
en su magia sino solamente el claro reflejo de nuestro ins-
tinto natural por superarnos.
106
Agradecimientos
Deseamos agradecer a las siguientes personas e institucio-
nes que hicieron posible este viaje.
El Edu
119
Denominación del viento en función de su
dirección
120