Merleau-Ponty Viviente: Mario Teodoro Ramírez (Coord)
Merleau-Ponty Viviente: Mario Teodoro Ramírez (Coord)
Merleau-Ponty Viviente: Mario Teodoro Ramírez (Coord)
TEXTOS Y TEMAS
FILOSOFÍA
Merleau-Ponty viviente
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ANTH�OPOS
MERLEAU-PONTY VIVIENTE
AUTORES, TEXTOS Y TEMAS
FILOSOFÍA
85
� grupo editorial
�siglo veintiuno
siglo xxi editores, s. a. de c. v. siglo xxi editores, s. a.
CERRO DEL AGUA, 248, ROMERO DE TERREROS, GUATEMALA, 4824,
04310. MÉXICO, DF C 1425 BUP, BUENOS AIRES, ARGENTINA
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MERLEAU-PONTY VIVIENTE
• ANTl-IROPOS
MERLEAU-PONTY viviente/ Mario Teodoro Ramírez, coord. - Barcelona :
Anthropos Editorial ; Morelia (México) : Instituto de Investigaciones
Filosóficas «Luis Villoro», Universidad Michoacana de San Nicolás de
Hidalgo, 2012
574 p. ; 21 cm. (Autores, Textos y Temas. Filosofía ; 85)
ISBN 978-84-15260-22-6
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni
registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por
ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cual
quier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.
PRÓLOGO
5
consta en el propio informe de trabajo que presentó Merleau
Ponty en 1 95 1 1 para respaldar su ingreso al College de France
(que sucedió en 1 952). Según informa Emmanuel de Saint Au
bert en el ensayo que abre este libro, Merleau-Ponty arribó a
México a inicios de 1 949 (en el Queen Elizabeth) e impartió en la
Ciudad de México la conferencia sobre el Otro, oficialmente ti
tulada: «La pluralidad de las conciencias», probablemente el 23
de febrero de 1 949.2
Habrá que recordar que por aquellos años se había formado
en México un grupo de jóvenes filósofos, llamado Hiperión. El
grupo se proponía vincular la reflexión filosófica universal y del
momento con la realidad, condición y problemática de México,
por lo que definieron su programa de trabajo como «filosofía del
mexicano». El grupo, en el que destacaron Emilio Uranga, Luis
Villoro, Leopoldo Zea, Joaquín Sánchez MacGregor, Ricardo
Guerra, Jorge Portilla, estaba influido por la fenomenología y el
existencialismo, a través de las enseñanzas de José Gaos y Samuel
Ramos. Los jóvenes filósofos produjeron algunas obras señeras
de la filosofía mexicana del siglo XX, 3 y el impacto de sus plan
teamientos queda bien reflejado en el famoso ensayo de Octavio
Paz sobre la cultura mexicana, El laberinto de la soledad. 4
Es muy probable que a resultas de la influencia del existen
cialismo francés en los filósofos del grupo Hiperión se hayan
creado las condiciones para extenderle una invitación a Mer
leau-Ponty por parte de la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Como he
mos indicado, nuestro filósofo impartió una conferencia que ti
tuló Autrui («El otro»). En la simplicidad de esta expresión que
dan dichas muchas cosas y quedan otras más abiertas a la inter
pretación. Saint Aubert nos explica en su ensayo (que es parte de
una investigación más amplia) la importancia que tiene esta con
ferencia (de la que apenas se conservan unas notas, redactadas
por Merleau-Ponty en la papelería del hotel en el que fue hospe-
6
.
dado ) 5 en el desarrollo del pensamiento de nuestro filósofo, dado
que corresponde al momento inmediatamente posterior a la
publicación de sus dos primeras grándes obras filosóficas: La
estructura del comportamiento ( 1 942) y Fenomenología de la per
cepción ( 1 945). La conferencia de México marca incluso un hito
en ese desarrollo, pues ella contiene in nuce los grandes temas y
orientaciones que serán caracteristicos de las siguientes etapas
del pensamiento de Merleau-Ponty. Incluso, como parece insi
nuar Saint Aubert, es probable que la distancia geográfica res
pecto al ambiente intelectual parisino le haya permitido a Mer
leau-Ponty, en la soledad de una ciudad desconocida, sentirse
libre para pensar y calibrar la propia originalidad y particulari
dad de su propuesta filosófica, en especial, respecto a la de su
entonces cercano colega y amigo Jean-Paul Sartre. Esta concien
cia de sus diferencias -diferencias que se extenderán posterior
mente a las fórmulas típicas de la filosofía fenomenológica en
general- llevará a Merleau-Ponty en unos pocos años6 a distan
ciarse de Sartre -de sus concepciones filosóficas tanto como de
sus posiciones políticas- y a precisar también su propia inter
pretación de la fenomenología, más allá de las definiciones co
munes de la ortodoxia husserliana. 7 En fin, la conferencia expre
sa de alguna manera el momento del «giro» de Merleau-Ponty
hacia lo que constituirá su visión filosófica más propia: una fe
nomenología radical de la primacía de la experiencia corporal, y
una comprensión irremisible del elemento contingente y pro
blemático que define constitutivamente nuestra vida personal e
interpersonal, nuestro ser histórico, social y político.
Por otra parte, quizá no sea causal que Merleau-Ponty haya
decidido ocuparse del tema del «Otro» en su estancia en México.
Igual que la distancia le fue útil para deslindar lo propio de su
concepciones filosóficas, la presencia en un lugar lejano, ajeno
al de su propio mundo cultural, le dio la oportunidad única de
7
sentir en toda su caladura el ser propio, innegociable e irreducti
ble, de la otredad, el ser del otro. No hay referencias en la confe
rencia, hasta donde sabemos, a la temática de la interculturali
dad, de la diferencia cultural, aunque, poco tiempo después,
Merleau-Ponty se ocupará del tema en uno de sus ensayos in
cluidos en Signos -«De Mauss a Claude Lévi-Strauss»-, donde
tampoco es casual que uno de los ejemplos de diversidad cultu
ral que mencione sea el de las katchimas, rituales religiosos de
los indios hopi y pueblo, más bien de Nuevo México (¡o lo que
antiguamente pertenecía a México!), 8 y que nos dan cuenta, como
sea, del interés del filósofo por el Nuevo Mundo. Más allá de
cuán cierta sea esta suposición y de cuáles hayan sido los moti
vos y la concepción del pensador francés de su viaje a México,
podríamos, al menos, pensar en una posible relación de su filo
sofía con el mundo cultural y espiritual mexicano.9
Algunos de los conceptos más propios del enfoque filosófico
de Merleau-Ponty sueldan a la perfección con el pensamiento
filosófico y la problemática antropológico-cultural de México (e
Iberoamérica en general), por ejemplo: la idea de «entrelazo» (el
quiasmo) y el tema -teórico y práctico- del mestizaje; la duali
dad visible/invisible y el dualismo inmanentista de las cosmolo
gías prehispánicas; la primacía de lo sensible y la corporalidad y
la perspectiva estética del mundo, presente en diversos escrito
res, pensadores y artistas latinoamericanos (José Vasconcelos,
Octavio Paz, Paul Westheim, Rufino Tamayo); y, en fin, una va
loración de la praxis viva, de la acción efectiva, «instituyente»,
en los procesos ideológicos, políticos y sociales, más allá de las
visiones demasiado «oficiales», superficiales, del orden formal e
institucional establecido. Nos parece, pues, que es evidente la
convergencia del pensamiento merleaupontiano con las preocu
paciones y el talante del pensamiento mexicano y latinoameri
cano. Es evidente también la importancia que reviste el estudio
y la discusión de la obra e ideas de Merleau-Ponty en nuestro
8
contexto; igualmente, la importancia y el valor que puede tener
la extensión de la influencia de este pensador en los parajes inte
lectuales y culturales del mundo latinoamericano.
No obstante, sólo en décadas recientes Merleau-Ponty ha sido
formalmente objeto de estudio y de interés filosófico en México y
otros países iberoamericanos (Argentina, Brasil, etc.). De manera
más bien lateral el grupo Hiperión mantuvo la atención a su obra.
Debemos a Emilio Uranga, miembro destacado de ese grupo, la
primera traducción al español de Fenomenología de la percepción
(publicada por el Fondo de Cultura Económica en 1 957), y ciertas
referencias al pensador francés en algunos de sus artículos y ensa
yos.'º Posteriormente, el interés por Merleau-Ponty casi desapare
ció. Salvo el trabajo del filósofo y sociólogo argentino-mexicano
Néstor García Canclini, 11 no fue hasta la década de los ochenta del
siglo pasado que el autor de estas líneas y el fallecido Felipe Bo
burg, profesor de la Universidad Iberoamericana, retomaron los
estudios sobre la filosofía merleaupontiana en sus distintas inves
tigaciones de grado y otros trabajos.12 Desde entonces, otros cole
gas se han agregado a esta línea de investigación y reflexión. Igual
sucede, y de forma más amplia, en Argentina -como podrá apre
ciarse por el número de académicos de este país que participan en
esta obra- y en otros países latinoamericanos.
Es así que llegamos a la conformación del presente texto, del
que sólo haremos aquí un comentario sobre sus líneas y temáticas
generales. Casi como un preámbulo o una sección especial se en
cuentran ensayos relacionados con lo que hemos estado comen
tando aquí acerca de la relación de Merleau-Ponty con México.
Cuatro ensayos conforman esta primera sección. En primer lugar,
el de Emmanuel de Saint Aubert, uno de los más destacados estu
diosos actuales de nuestro filósofo, que lleva el título de «Superpo
sición y deseo. La conferencia de México sobre el Otro». En esta
colaboración se da cuenta del contenido de la referida conferencia
en el contexto del proceso de desarrollo del pensamiento mer
leaupontiano. El contraste con la filosofía sartreana es minucio
samente analizado por Saint Aubert. Su ensayo es ampliamente
9
significativo por varias razones; es una verdadera primicia poder
incluirlo en este libro. Los tres ensayos restantes de la primera sec
ción, de Emmanuel Ferreira, Jaime Vieyra García y Carlos Axel
Flores -vinculados a la Universidad Michoacana-, se ocupan de
temas específicos de la filosofía de Merleau-Ponty donde la pers
pectiva de la realidad filosófico-cultural de México se encuentra
puesta en juego claramente. Jaime Vieyra es un estudioso de la
obra de Emilio Uranga, el primer conocedor de Merleau-Ponty en
nuestro país. En fin, cada uno de estos ensayos expone contribucio
nes significativas al diálogo intercultural e inter-filosófico.
En la sección segunda, destacados investigadores de distintos
países se ocupan de esclarecer aspectos básicos y generales de la
filosofía de Merleau-Ponty, en especial temas relacionados con su
propia y a veces heterodoxa concepción de la «fenomenología», así
como desarrollos sobre la relación de Merleau-Ponty con otros pen
sadores como Husserl, Whitehead, Russell, Edith Stein, Marcel
Proust, Dorion Cairns. Participan aquí Mauro Carbone, el principal
estudioso italiano de Merleau-Ponty, fundador y ca-director de la
revista Chiasmi International, publicación trilingüe (francés, italia
no e inglés) sobre el pensamiento de nuestro filósofo, que se edita
desde el año 2000; Roberto Walton, filósofo argentino y uno de los
principales estudiosos de la filosofía fenomenológica en Latinoamé
rica; Emmanuel Alloa, joven profesor de las universidades de París
y Basilea que trabaja en el campo de la fenomenología de los «me
dios»; Luis Álvarez Falcón, profesor de la Universidad de Zaragoza,
y creativo investigador de las relaciones entre fenomenología y es
tética; Pierre Cassou-Nogues, de la Universidad de Lille (Francia),
joven estudioso que se ha ocupado de las relaciones entre la filoso
fía de Merleau-Ponty y la filosofía de las ciencias; Lester Embree,
profesor norteamericano, destacado promotor de la filosofía feno
menológica a nivel mundial; y Eduardo González Di Pierro, profe
sor de nuestra Universidad, director de la Facultad de Filosofía
«Samuel Ramos» y entusiasta estudioso de la filosofía fenomenoló
gica en varias de sus líneas de desarrollo.
Dedicamos la tercera sección a textos relacionados con la «fi
losofía de la cultura»; desde hace varios años, la línea principal de
investigación de la comunidad de filosofía de Morelia. Como se
puede constatar, particularmente por los libros de ensayos de
Merleau-Ponty (Sentido y sinsentido, Humanismo y terror, Las aven
turas de la dialéctica y Signos), sus intereses y aportes en esa línea
10
temática -que incluye reflexiones sobre el lenguaje, la pintura, la
literatura, la antropología, la política, la historia, el marxismo-
son significativamente valiosos y han sido claramente relevantes
en el desarrollo del pensamiento socio-político y en las ciencias
humanas de las últimas décadas. Los diversos ensayos presenta
dos en esta sección compn1eban fehacientemente esta tesis. Los
conceptos de cultura, sociedad, historia, moral, política, política
social, memoria, lenguaje, que Merleau-Ponty pone en juego en
su propia reflexión quedan ampliamente esclarecidos en los ensa
yos que debemos a la pluma de nuestros colegas: Josep Maria
Bech, profesor de la Universidad de Barcelona, quien analiza los
aportes de Merleau-Ponty en el contexto general de la teoría socio
cultural; Graciela Ralón de Walton, profesora argentina, acuciosa
estudiosa también de las dimensiones sociales y culturales del fi
losofar merleaupontiano; José María Muñoz Terrón, profesor de
la Universidad de Almería, quien nos ofrece una original reflexión
sobre los aportes del pensamiento de Merleau-Ponty a problemas
culturales de nuestro tiempo; Rubí de María Gómez Campos, filó
sofa y feminista michoacana, se ocupa de los importantes víncu
los entre Merleau-Ponty y Hannah Arendt en tomo a uno de los
asuntos más relevantes en la discusión filosófica actual: el signifi
cado y valor humano de la política; Esteban García, profesor ar
gentino, evalúa detalladamente los aportes de la filosofía de la
corporalidad de Merleau-Ponty en el contexto de las teorías ac
tuales sobre los problemas de la identidad antropológica; Niccolo
Seggiaro, joven filósofo italiano que se ha ocupado de las relacio
nes entre Merleau-Ponty y Gilles Deleuze, nos ofrece aquí una
significativa reflexión sobre el pensamiento de nuestro filósofo en
el contexto de la pregunta por la posibilidad de un cristianismo
no-religioso; M.ª Carmen López Sáenz, profesora de la UNED,
que ha incurrido desde la perspectiva fenomenológica en los te
mas de estética, feminismo y otros, nos introduce a la reflexión de
Merleau-Ponty sobre el tiempo, la memoria y el ser de la institu
ción. Finalmente, mi colaboración, que consiste en una reflexión
sobre el vínculo entre los conceptos de intencionalidad y virtuali
dad en Merleau-Ponty de cara a algunos de los rasgos más conspi
cuos y novedosos de nuestra realidad cultural contemporánea.
En la cuarta y última sección del libro congregamos diver
sos ensayos que se ocupan de temas más específicos en la obra
de Merleau-Ponty, aunque igualmente relevantes y abiertos a
11
desarrollos contemporáneos; tienen que ver con la estética, la
conciencia infantil, la ética y la filosofía de la naturaleza. Partici
pan aquí Alejandra Bertucci, profesora argentina que vincula el
pensamiento de Merleau-Ponty con el de Paul Ricoeur en torno
a las interrogantes básicas de la estética; Noémie Parant, estu
diosa francesa que aborda a detalle la reflexión merleauponiana
sobre la literatura y el lenguaje; Antonino Firenze, profesor bar
celonés, que analiza las diferencias y relaciones entre Heidegger
y Merleau-Ponty respecto al tema, en boga hoy día, de la vida
animal. Mariana Larison, joven filósofa argentina, discípula de
Renaud Barbaras y profesora actualmente en Brasil, nos ofrece
un enfoque de la «filosofía de la naturaleza», en el espacio del
diálogo de Merleau-Ponty con un clásico de la filosofía moder
na: F.W.J. Schelling. Alicia Pochelú, de Argentina también, se
ocupa de un tema marginal en la obra de Merleau-Ponty pero de
gran significación y con amplias posibilidades de desarrollo: la
fenomenología de la conciencia infantil. Muchos de los caracte
res de la ontología de la carne (chair) como «Ser de indistinción»,
propuesta por nuestro filósofo en sus últimos textos (Lo visible y
lo invisible, El ojo y el espíritu) corresponden a la experiencia de
la infancia, en cuanto, en cierto sentido, ella es la forma natural,
dada, de nuestra experiencia original y originaria del mundo.
Finalmente, Javier Camargo, profesor mexicano, interroga al
pensamiento de Merleau-Ponty desde un «impensado» en su
obra: la cuestión ética y antropológica de la «felicidad», algo de
lo que nuestro filósofo no habló directamente pero que no pode
mos excluir del horizonte de pensamiento que su obra desbrozó.
Particularmente, si pensamos desde la experiencia de la lectura
de sus textos; un punto en lo que los convocados en este libro
estarían seguramente de acuerdo: leer a Merleau-Ponty es una
experiencia que implica atención, reflexión sopesada, asombro,
desconcierto, sorpresa, pero, al final, la experiencia maravillosa,
placentera -feliz-, de encontrar un pensador que es capaz de
revelarnos los secretos más íntimos de nuestra contextura onto
lógica personal y, a la vez, de dilucidar las dimensiones más re
cónditas (por demasiado cercanas) del mundo común, del mun
do de todos.
12
1
MERLEAU-PONTY EN MÉXICO
SUPERPOSICIÓN Y DESEO. LA CONFERENCIA
DE MÉXICO SOBRE EL OTRO*
15
funda de los orígenes de esta figura, apoyada en un conocimien
to del conjunto de los textos inéditos, nos lleva a remontarnos en
el tiempo y nos revela una fuente muy distinta, así como una
problemática más personal. También nos muestra cómo Mer
leau-Ponty retoma inicialmente el sentido específico del verbo
«superponer» en la lengua francesa, en particular sus dimensio
nes agresivas, sus implicaciones morales y políticas (superpo
nerse al territorio del otro, superponerse a su libertad, etc.). Esta
misma investigación se cruza, en fin, con la emergencia de otro
elemento esencial del pensamiento de Merleau-Ponty, el concepto
de la «carne», y desemboca en un reequilibrio análogo: la carne
merleaupontiana está lejos de ser una simple traducción del Leib
husserliano. 2
La superposición y la carne nacen en un periodo todavía mal
conocido de la obra de Merleau-Ponty, situado entre la prepara
ción de sus dos tesis ( 1 933- 1 945, desde los primeros proyectos
hasta la publicación de Fenomenología de la percepción) y la lar
ga preparación de un último libro ( 1 95 1 - 1 96 1 , de La prosa del
mundo a Lo visible y lo invisible). En medio de los años existen
cialistas, esta fase intermedia constituye un eslabón perdido, in
dispensable para la comprensión de la evolución del autor y para
la restitución de la génesis de sus últimos escritos. Se conocen
los artículos de filosofía política, las torpezas de Humanismo y
terror, la complicidad aparente con Sartre y Beauvoir. Y normal
mente no se ve que aparezca aquí nada personal, esencial o du
rable de la filosofía de Merleau-Ponty. Ésta sólo encontraría toda
su formalidad hacia 1 95 1 , con La prosa del mundo y algunas
comunicaciones fundamentales como « El hombre y la adversi
dad» o « Sobre la fenomenología del lenguaje» . En realidad, los
años 1 945- 1 949 --de los cuales quedan numerosos documentos
inéditos casi desconocidos que no fueron depositados en la Bi
blioteca Nacional de Francia- son ricos en transiciones decisivas.
El año 1 945 marca para Merleau-Ponty la hora del balance:
el balance moral y político de la guerra y de la ocupación alema
na que suscita, además, un balance más personal sobre su pro-
16
pia juventud. 3 Este retomo sobre la historia y sobre sí mismo
signa el descubrimiento de la superposición en el corazón de la
modernidad, bajo su doble cara de violencia y sinsentido. Los
sueños de pureza o de no-superposición que encumbran al hom
bre significarían el rechazo tanto a la violencia como a la ambi
güedad inscritas en su institución camal, y esta violencia de se
gundo grado impediría que nuestra negatividad natural produ
jera una posible coexistencia.4 Merleau-Ponty entiende que no
hay libertad ni amor sin superposición, pero ésta no determina
ría su fracaso, sería también un resorte escondido de su posible
éxito. Más allá de sus aspectos morales y políticos, Merleau-Ponty
entiende la superposición como una estructura existencial, que
completa el Exsisto de Gabriel Marce! mantenido desde los años
treinta («soy mi cuerpo») con una versión aparentemente más
sartreana, en la forma de «existo entonces usurpo, usurpo en
tonces existo» . «Soy mi cuerpo» es explicado en un «soy super
posición» , a medida que el cuerpo es entendido como carne, y su
fenomenalidad como investidura: cuerpo percipiente investido
por las cosas, cuerpo motor que se inviste e inviste, cuerpo sen
sorio-motor y deseoso en intercambio perpetuo con su medio y
con los otros cuerpos. Cueq>o sin fronteras fijas que pasa lo más
claro -y lo más oscuro- de su tiempo desbordando y transgre
diendo las fronteras de toda cosa (comenzando por las de los
otros) para hacerlas carne o para destruirlas. Y la transgresión
ejercida sería siempre también padecida, indisociablemente ac
tiva y pasiva: existo, luego usurpo y soy «usurpado» .
Los textos inéditos bosquejan estas ideas dentro de una polémi
ca generalizada y expeditiva contra la moral kantiana, y en el clima
emocional del existencialismo sartreano. Contienen una referencia
recurrente, verdadera fuente de los inicios de la superposición en
Merleau-Ponty: LJi sangre de los otros de Simone de Beauvoir ( 1 945),
que fue la primera novela sobre la resistencia francesa, y el primer
17
texto en ser designado como «existencialista». Todavía influenciado
por el mito fundador de la obra de Beauvoir -la muerte de
«Zaza»-, La sangre de los otros pone en escena la maduración de la
relación con el otro como la superación del rechazo a superponer
se, en lo cual el filósofo relee su propio retrato.5 Merleau-Ponty des
cubre también lo que queda de no-sartreano en la concepción beau
voiriana de la libertad. Según un procedimiento constante y poco
visible en el estado actual de la edición, utiliza esta distancia, cuan
do puede, para volver a Beauvoir contra Sartre. El proceso culmina
en 1 949 en las conferencias de México, que comienzan a abrir, vía la
figura de la superposición retomada de Beauvoir, una concepción
de la carne en las antípodas de la de Sartre.
La aparente complicidad con Sartre en los años existencialis
tas esconde en efecto la preparación de una crítica radical. De
1 943 a 1 96 1 , Sartre queda como el principal interlocutor imagina
rio de Merleau-Ponty, incluso en su ontología. En particular, las
aventuras de la figura de la superposición dibujan en su obra la
topografía del escenario que elabora sobre Sartre y contra él. El
análisis de las primeras potencialidades anti-sartreanas de la su
perposición permite también iniciar la exploración de esta intri
ga. Esas virtualidades alcanzan su primera cúspide en las confe
rencias de México. Éstas vienen del cuestionamiento de la libertad
sartreana ya expuesto en Fenomenología de la percepción, que abre
una nueva dimensión crítica, dirigida contra la concepción sar
treana del deseo. Este nuevo tema revela la faceta más profunda
de la posición anti-sartreana de la superposición en Merleau-Pon
ty, y la unidad oculta de los temas críticos ya tratados en otras
partes. En fin, es en este mismo contexto que se forja en Merleau
Ponty una primera aproximación a la carne. Si se busca en el con
junto del corpus, incluyendo los inéditos, los primeros textos don
de se emplea el término «carne» y se trabaja esta noción, es sor
prendente ver cómo este empleo no sólo evoca el imaginario del
universo sartreano sino también su misma terminología. Merleau
Ponty utiliza toda la gama semántica que la palabra «carne» po
see en la lengua francesa en una reformulación que se aparta,
hasta la oposición, de los análisis sartreanos del deseo fracasado y
de la carne como «pura pasividad» . De 1 943 (reseña de Las mas-
5. Sobre este punto, cfr. Simone de Beauvoir, Mémoires d'une jeune filie
rangée, París, Gallimard, 1 958; coll. «Folio» , n.º 786, 1 972.
18
cas) a 1 949 (conferencias de México), la aparición de la noción de
carne está orientada secretamente por una labor de zapa contra
las bases de la antropología y la ontología de Sartre. 6
La supetposición, la carne y el deseo: en Merleau-Ponty estos
temas se asocian normalmente a sus últimos escritos y son en
tendidos frecuentemente de forma más o menos abstracta, en
ocasiones son también acusados de formar entre sí un universo
camal maternal demasiado armonioso, desprovisto de violencia
y negatividad. Tomar en cuenta los textos inéditos de finales de
los años cuarenta conduce a reequilibrar el significado de estos
tres puntos. Permite volver a iluminar la dimensión existencia
lista de esta filosofía, una dimensión de la cual Merleau-Ponty,
sin embargo, se había cuidado de recordar su importancia, 7 y
que adquiere su justa medida en las conferencias de México.
19
do el estatuto argumentativo de la superposición donde aparece
en los primeros textos de la obra editada.
«En tomo al marxismo» afirma que la idea de que podría
existir un Estado en el cual ya ninguna libertad se superpusiera
a la de los demás depende de las ilusiones de una moral de la
pureza: la ausencia total de superposición es un sueño. 8 Huma
nismo y terror tiende a reforzar esta tesis formulándola al revés.
Hay un maleficio en la vida compartida: al menos en los perio
dos de crisis, sucede que, de hecho, las libertades se superpo
nen.9 El curso en la Sorbonne titulado «Lenfant vu par l'adulte»
evoca una superposición inevitable: la del adulto sobre la liber
tad del niño, que, sin embargo, deberíamos reducir a lo estricta
mente necesario. 1 0 Las dos versiones del curso sobre «Les rela
tions avec autrui chez l'enfant» señalan el paso de la superposi
ción, todavía contemplada como determinación negativa de la
libertad, a un acercamiento más radical que entra en la defini
ción misma del amor, que sería un consentimiento de la super
posición impuesta como sufrida: « ¿ Se puede concebir un amor
que no sea superposición a la voluntad del otro? » . 1 1 O aún: «Es
una paradoja no querer superponerse a la voluntad del ser ama
do. Amar es aceptar sufrir una influencia por parte del otro y
ejercer también sobre él una influencia» .12 Esta distribución
muestra así un sentido progresivamente reforzado de lo posible
a lo inevitable, incluso a lo necesario; de una determinación ne-
20
gativa de la coexistencia a una dimensión esencial de las relacio
nes con los otros, lo más positivas. Al final de este aumento de
potencia, se trata para Merleau-Ponty menos de recordar algu
nos hechos contingentes (tal o cual evento o individuo se super
pone a mi libertad o amenaza mi amor), que de dilucidar una
estructura existencial: de mostrar que está en la naturaleza mis
ma de la libertad y del amor caminar en la superposición, tanto
en modo pasivo como activo.
El examen de los inéditos de la misma época viene a confir
mar estas primeras constataciones. Se revela también una fuen
te inesperada que permite pensar que la superposición, desde
1 945, no es una palabra trivial a la cual Merleau-Ponty recurre
como cualquier autor de lengua francesa, sino una terminología
justa, no sustituible. Un término que posee de suyo profundidad
suficiente -debido a las resonancias que cristalizan en este filó
sofo-- para llegar a ser un rasgo de su escritura y una verdadera
figura de su pensamiento, sobredeterminada.
Durante el ciclo universitario 1 948- 1 949, Merleau-Ponty es
favorecido con un permiso dedicado en gran parte a una estan
cia en la Universidad Nacional Autónoma de México. El total de
las notas de preparación de las conferencias correspondientes
se encuentra en el domicilio del filósofo. Estos documentos se
presentan en dos versiones sucesivas. 13 Éstos, como conclusión
del periodo 1 945- 1 949, dan testimonio de un esfuerzo de síntesis
de las nuevas posibilidades que vienen surgiendo. Constituyen
un punto singular en la obra de Merleau-Ponty, del cruce del
legado del estudio de la percepción, del apogeo del periodo exis
tencialista, con el nacimiento de un importante nuevo polo: el
de la expresión. Su reflexión está marcada por una tensión toda
vía no resuelta entre la violencia de los conflictos humanos y la
superación de esta misma en una realidad cuya idea se anuncia
en filigrana: la carne, concebida como «coexistencia» o «situa
ción común» . En este nudo, la superposición encuentra por pri-
21
mera vez su estatus de figura central, en el mismo momento en
que Merleau-Ponty trata de articular tres temáticas capitales de
su pensamiento: la percepción, el otro y la expresión. Estas tres
orientaciones no lo dejarán ya, y convergerán para fundirse fi
nalmente en una sola y misma cuestión que lo englobará todo,
la de la carne. Unos meses después de su estancia en México, los
primeros cursos en la Sorbonne estarán todavía marcados por
esas conferencias. Más ampliamente, los grandes textos de 1 950-
1 95 1 serán menos un inicio absoluto que la maduración de di
versas líneas anticipadas por los manuscritos de México, los cua
les cristalizan las reflexiones de 1 945- 1 949. Estos documentos
son de gran importancia para el restablecimiento de la continui
dad del pensamiento de Merleau-Ponty.
Merleau-Ponty llega a México a inicios de 1 949 en el Queen
Elizabeth, en el cual esboza ya algunas de sus intervenciones,
prepara sobre hojas con membrete del Hotel Cortés de México
una intervención que titula sobriamente «El Otro».14 Ésta pre
senta dos fases sucesivas, una negativa y otra positiva, de acuer
do con la dialéctica tosca con que estructura sus conferencias de
filosofía moral y política desde 1 946 (conferencias en su mayo
ría inéditas). La primera fase valora la incompatibilidad entre yo
y el otro, a través de dos puntos de vista: 1 ) «Primera etapa: la
imposibilidad del otro ante la reflexión»;15 2) «Expresión de la
misma dificultad en el plano moral». 16 Aquí está el inicio de las
dos versiones manuscritas de este segundo punto de vista:
22
nio y esclavitud? Porque si decido respetar la libertad del otro,
jamás influir sobre él, por este mismo hecho no lo respeto: re
chazo cierta unión, que es tal vez lo que el otro desea, afecto
gravemente su vida, le impongo a su vez quedarse disponible y
solo. Soy siempre ejemplo o modelo. Desde el momento que existo,
yo actúo, seduzco, me superpongo a la libertad del otro. Tanto
práctica como teóricamente no parece posible decir que existe
pluralidad de conciencias, ni que el otro y yo somos compatibles.18
1 8 . México 11 [ 1 6 1 ] ( 1 0).
1 9. Cfr. por ejemplo PM 1 1 9, S(LIVS) 90, VI2 1 1 2, RC59 1 5 1 , o bien Natu3
347/ [74].
20. México 1 [ 1 43] (115).
2 1 . México 11 [ 1 63] ( 1 3).
22. México 1 [ 1 42] (114).
23
pues, en una formulación audaz de la relación con el otro, en la
cual no podemos dejar de ver nuevamente la figura de la super
posición. En efecto, es más bien en estas últimas formulaciones
donde se reconoce la significación que Merleau-Ponty confiere
habitualmente a la superposición, desde La prosa del mundo hasta
Lo visible y lo invisible. Las notas de México muestran así una
anticipación sorprendente, en el orden de las perífrasis, de lo
que más tarde será llamado «superposición», pero después de
un uso explícito de este mismo término que le otorgaba un peso
argumentativo contrario.
Sin embargo, Merleau-Ponty cree designar la misma reali
dad. Las dos versiones manuscritas retoman efectivamente, bajo
una nueva luz, la objeción que inauguraba la conferencia. Rein
troducen la idea según la cual la libertad y el amor, aun sin que
rerlo, se superponen, al mismo tiempo que proveen a la estruc
tura de la superposición de un nuevo rostro: ella sería en reali
dad un ingrediente esencial en la construcción de una comunidad
de vida con el otro.
24
influencia mutua interpretable como intercambio sustancial. De
una primera fase de la conferencia a la otra, Merleau-Ponty puso
a Sartre contra sí mismo. ¿,Cómo se produce esta metamorfosis,
de la superposición como conflicto de libertades incompatibles
a la superposición como operador de una «Situación común»
donde el otro y yo transitamos el uno en el otro? Las notas de
México presentan dos líneas de explicación complementarias.
La primera aparece en los extractos que hemos citado: se
trata de la novela de Beauvoir que ya hemos evocado, La sangre
de los otros. 24 Merleau-Ponty remite la idea de vínculo por super
posición a este texto. Si bien esta referencia no es propiamente
filosófica, constituye no obstante la primera fuente de la figura
de la superposición en Merleau-Ponty. Esta deuda no es pura
mente anecdótica, ni solamente lexicográfica: compromete lo
esencial de la relación de Merleau-Ponty con Beauvoir, que re
presenta una mediación capital de su relación con Sartre. No
desarrollaremos aquí este eje de investigación, y reenviaremos
al lector al estudio que ya le hemos dedicado.25
En la segunda línea de explicación se reúnen en contra de
Sartre los temas principales que están presentes en Merleau-Ponty
en 1 949, en particular los del deseo y la carne. Se aplican tres
recursos propios de Merleau-Ponty: una transposición, en el cam
po moral, de las paradojas de la lógica perceptiva, en particular
las de la visión en profundidad; una concepción, con tonos sche
lerianos, de la vida como intencionalidad y trascendencia, en la
que el deseo y la sexualidad serían dimensiones transversales;
finalmente, en los últimos folios de la conferencia, el fenómeno
de la expresión, que ejercería esa misma trascendencia. Bajo la
eficiencia propia de la intencionalidad que preside tanto la vida
perceptiva como la vida sexual, la superposición instituye la co
existencia de elementos que, sin embargo, son aparentemente
incomposibles. Y esta misma superposición construye la diná
mica elemental de la expresión.
25
No hay alternativa o yo o el otro cuando se hacen proyectos co
munes y situación común [ ... ] la expresión es eminentemente
constitutiva de tales situaciones comunes.26
26
invisible: la mirada del otro que me congela, hemorragia de mi
mundo; el amor de Albertine (Proust); el tema del voyeur y del
tercero (el hoyo de la cerradura); y, la referencia más importan
te, las páginas sobre el deseo y la carne. Merleau-Ponty recuerda
estos distintos análisis sin modificarlos ni discutirlos, a excep
ción de los que tratan del deseo. La posición de Sartre sobre este
punto seria la de una «conciencia intelectual y desencarnada»,
contendria una «verdad parcial» a completar por un análisis «más
profundo» . La Fenomenología de la percepción iniciaba la misma
acusación, ya orientada hacia la cuestión del deseo, en una con
frontación discretamente irónica entre quienes viven la sexuali
dad y Sartre, que la piensa, evocando estas «generaciones, una
tras otra» que « "comprenden" y llevan a cabo los gestos sexuales
-por ejemplo el de la caricia- antes de que el filósofo (aquí J.
P. Sartre, El ser y la nada, pp. 426 y ss. ; J.-P. Sartre, L'Etre et le
Néant, pp. 453 y ss.) defina su significado intelectual» .29 Al leer la
preparación de la conferencia de México, Merleau-Ponty habria
sido el primero en alcanzar una verdad sobre la cuestión del
otro, antes que Sartre acabara por reunirse a su opinión aleján
dose de su intelectualismo.
27
Esta retórica ejemplifica los años que precedieron a la rup
tura con Sartre de 1 953 : Merleau-Ponty busca esconder el des
acuerdo de las tesis escritas en el acuerdo no comprobable del
diálogo de la amistad. «Pensaba estar en desacuerdo con Sartre
sobre la libertad. Me responde que acepta todas estas críticas» , o
aún «escribo en contra de la idea sartreana de la libertad. Me
responde que acepta todas estas objeciones».32 El trucaje es tos
co. El alejamiento geográfico de México facilita el relajamiento
momentáneo de una cortesía ambigua a la que le falta tal vez un
poco de franqueza . . .
Merleau-Ponty considera que Sartre no h a entendido el senti
do profundo del pansexualismo freudiano. En congruencia con
La estructura del comportamiento, que describía la vida sexual en
términos de integración, 33 todavía más con el capítulo de Fenome
nología de la percepción dedicado al «cuerpo como ser sexuado», 34
que reconocía el valor la dimensión existencial de la sexualidad,
la conferencia de México cultiva una línea que pronto dará origen
al primer manifiesto sobre la carne: «El hombre y la adversidad» .
Esta línea se puede resumir así: «hemos generalizado con Freud
la noción de sexualidad» .35 Merleau-Ponty lamenta el contrasenti
do que acompañó la primera recepción del psicoanálisis freudia
no, 36 y multiplica las fórmulas a modo de rectificación: «Lo que
buscamos poseer, no es, pues, un cuerpo, sino más bien un cuerpo
animado» ;37 «¿Qué es el deseo? No se desea sólo un cuerpo, se
desea un ser» ;38 «no hay deseo que vaya solamente al cuerpo y no
busque fuera de él otro deseo o un consentimiento» ;39 «hay que
reconocer, sin duda alguna, que el pudor, el deseo, el amor en
general, tienen una significación metafísica» ,4º etc.
Estas proposiciones proceden aparentemente de una afirma
ción común a El ser y la nada. Efectivamente, Sartre comienza
las páginas dedicadas al deseo con una aclaración análoga a la
32. Resp. México I [ 1 33]-[ 1 34] y México II [ 1 53] (2)-[ 1 54] (2).
33. Cfr. EC, pp. 247-25 1 ; se, pp. 1 9 1 - 1 96.
34. Cfr. FO, 1 7 1 - 1 90; PhP, pp. 1 80-202.
35. FP, 1 84; PhP, p. 195.
36. Cfr. S, pp. 2 8 1 -304; S(HoAdv), pp. 288-292.
37. FP, 1 84; PhP, p. 1 95 .
3 8 . SS, 6 5 ; SNS(roman), p. N56/G4 1 (marzo-abril d e 1 945).
39. S, p. 250; S(Mont), p. 254 (diciembre de 1 947).
40. FP, 1 83; PhP, p. 1 94.
28
de Merleau-Ponty, subrayando que el deseo y la sexualidad de
penden de la ontología, y rechazando el Dasein asexual de Hei
degger.41 Así el deseo no puede explicarse más que por un objeto
trascendente,42 solamente deseamos «sobre el fondo de la pre
sencia del cuerpo como totalidad orgánica», «no deseamos el
cuerpo como puro objeto material» .43 Sin embargo, más allá de
estas promesas iniciales, las conclusiones de El ser y la nada di
fieren totalmente, y Merleau-Ponty es bien consciente de tener
una concepción del deseo incompatible con la de Sartre.
La reformulación que él efectúa, como es frecuente, tiene
dos caras: la defensa oficial y la crítica escondida. Desde 1 945
«la querella del existencialismo» no deja lugar a dudas sobre
este punto. Merleau-Ponty opone a ciertas críticas católicas de
El ser y la nada, nostálgicas de una pureza fantasmática, las gran
des líneas de la reflexión sartreana sobre la mala fe y la inauten
ticidad, y después concluye: «nada existe, pues, en el hombre
que sea puro», 44 antes de tomar una dirección muy distinta:
4 1 . Cfr. Sartre, El ser y la nada [notado SN], México, Alianza, 1 989, pp. 407-
409. Sartre, L'Etre et le Néant [notado EN], París, Gallimard, 1 943; coll. «Tel» ,
n.º 1 , 1 980, pp. 432-434: «Ese inmenso mundo que e s l a vida sexual» . E l deseo
es una estructura fundamentalmente del ser-por-el-otro, el hombre «es origi
naria y fundamentalmente un ser sexuado» .
42. Cfr. SN, pp. 409-4 10; EN, pp. 434-435.
43. SN, pp. 409-4 1 1 ; EN, resp. pp. 435 y 436.
44. SS, p. 1 23; SNS(querel), p.. N l 28/G92.
45. SS, pp. 123 (corregimos la traducción española). SNS(querel), p. N129/G92.
29
dice más sobre el detalle del desacuerdo. El error de Sartre seria
haber analizado de forma separada el sadismo y el masoquismo,
como lo muestra la estructura misma del capítulo de El ser y la
nada dedicado a las «relaciones concretas con el otro » . Sartre
pasa de lado el aporte principal de Freud sobre esta cuestión,
que consistía precisamente en tratar estas dos posiciones como
las facetas indisociables de una misma actitud pasiva-activa. Hay
que ver «dentro mismo del deseo de tomar, el deseo de tomar a
alguien; dentro mismo del sadismo, el masoquismo» .46 Merleau
Ponty lee en el tratamiento freudiano del sadomasoquismo una
lógica análoga a la de la percepción visual capaz de conciliar las
imágenes monoculares de otro modo incompatibles. Según él,
Sartre pasó sobre la contradicción en lugar de «entender los dos
aspectos contradictorios como uno solo en la experiencia de la
percepción» .47 Esta fórmula es ejemplar del eterno malentendi
do entre los dos filósofos, y de las resistencias de Merleau-Ponty
a la dialéctica sartreana. Pero detrás de estas diferencias en la
lectura de Freud y en el tratamiento de la contradicción, la ver
dadera separación de los dos filósofos se sitúa aquí en su respec
tiva posición sobre el fracaso o el éxito del deseo.
Si Merleau-Ponty denuncia las lecturas moralizantes que
algunos hacían de El ser y la nada, no deja de considerar que la
concepción sartreana del deseo es la de un deseo peroerso. No
perverso en un sentido moral, sino en el sentido psicoanalítico
de la perversión sexual, como la incapacidad para superar tal o
cual obstáculo en el camino del deseo. Aquí la trasposición del
régimen de la visión en profundidad encuentra su eficacia. El
conflicto de las visiones monoculares es superado por la misma
búsqueda de la profundidad, y la resistencia de la cosa -que
detiene mi mirada y me esconde lo que hay detrás de ella- es
también el resorte de la búsqueda de lo invisible. El modelo de la
percepción no es la visión pura de una presencia total y desnu
da, no es esta deflagración del intuitus cartesiano donde la cosa
se libra instantáneamente en su transparencia. A este fantasma
de una visión todopoderosa que reduce lo visible a la total impo
tencia del oh-jeto, Merleau-Ponty opone una fenomenología de
la percepción que generaliza la lógica espacio-temporal del to-
30
car, donde la cosa percibida no está dada enteramente en una
brecha mágica del espacio y del tiempo. En el diálogo inagota
ble entre el llamamiento de la mirada y el llamamiento de la
cosa, cada una es a su vez --o simultáneamente- dominante y
sumisa, activa y pasiva, don y recepción. En este baile indefinido
la cosa se hace perpetuamente obstáculo, pero su inercia es pre
cisamente el volante --en el sentido mecánico del término- de
la recuperación indefinida de la percepción, recuperación que
es el signo de su éxito.
Sería lo mismo para el otro, que está en el horizonte del ca
mino del deseo. El deseo no está en el encuentro instantáneo de
dos carnes, deseo sin historia que se resuelve inevitablemente en
fusión o en separación, versiones secretamente equivalentes de
un mismo fracaso del unirse al otro como persona. De un mis
mo no-deseo donde Merleau-Ponty termina por situar patas arri
ba a Sartre y sus críticos católicos como dos variantes de las
ilusiones de pureza. «El amor juega como la percepción» , escri
be en una fórmula fulgurante: la historia del deseo es, ella tam
bién, la historia de la reversibilidad incesante entre lo pasivo y lo
activo, donde cada visible detiene la mirada en su ser granuloso
y en su resistencia propia que al mismo tiempo promete ya lo
invisible y reactiva su búsqueda, donde cada percepción es el
encuentro con un obstáculo que participa, sin embargo, por su
carácter mismo de obstáculo, en instituir la profundidad de la
cual se desprende y en la que penetra el deseo. Así, el deseo no
puede pasar por estados de perversión sin ser perverso en su
esencia. Si tomamos una visión instantánea, como una fotogra
fía que suspenda su movimiento, el deseo enseña un rostro de
perversión del que el polimorfismo expresa el inacabamiento
mismo; pero va en la esencia más profunda del deseo no dete
nerse en este estado y en esta etapa, continuar sin fin el camino
indefinido de su búsqueda inagotable que le otorga una apertu
ra ontológica. «El Otro existe como las cosas percibidas: inago
table no obstante dado como tal» . Pero Sartre confunde los obs
táculos de la vida del deseo con su fracaso, de tal modo que su
análisis se reduce al del deseo fallido.
31
aunque sea inagotable. [ ... ] El otro existe como las cosas percibi
das: el amor opera como la percepción [ ... ]. Retomar los análisis
bajo esta perspectiva: deseo: no solamente transforma al otro en
cosa, sino a mí mismo; y en esta pasividad del uno y del otro, eco
que sólo es posible por comunicación y reciprocidad. El deseo
descrito es en todo momento perverso, centrado en sí.48
Hay la cosa percibida a pesar de que el objeto sea inagotable, y dada
[sic] como tal. Asimismo hay el amor, a pesar de que el ser amado
sea un conjunto de cualidades, quede abierto más allá, y sea así
inasible. [ ... ] Deseo: falso decir que es únicamente voluntad de trans
formar en cosa. Es también mi propio entumecimiento, mi propia
encamación, mi propia abdicación a la disponibilidad. No es bús
queda de mi poder, sino respuesta de otro, eco, y así es tanto la
victoria del otro como la mía. La descripción dada hace un momen
to es la de un deseo perverso que se toma a sí mismo como objetivo
y que, bajo un ángulo puramente sexual, es así un deseo frustrado.49
32
restituir el tratamiento que le hace Sartre, pero lo deforma ense
guida desde la fase «sartreana» de su propósito. Merleau-Ponty
evidentemente no ha llevado consigo L'Etre et le Néant, 51 y escri
be de memoria; encuentra sin dificultad la terminología, ciertas
perífrasis, pero deja introducir algunas diferencias significativas
-la traducción ya es traición.
hacerlo carne. 52
El deseo no es solamente explicable fisiológicamente. Tiene una
significación metafísica en cuanto deseo humano: la caricia con
siste en entumecer al otro, en hacerlo entrar en su cuerpo. 53
33
acción y acción total. Encontramos aquí la inflexión ya observa
da por el tema de la libertad; aunque La estructura del comporta
miento y Fenomenología de la percepción insistían sobre el modo,
más bien especulativo, de la generalidad («integración» , «estruc
tura», o «significación» , palabras claves de La estructura, gene
ralidad perceptiva de la Fenomenología, o bien generalización de
lo sexual), los escritos de 1 945- 1 949 describen las modalidades
de la acción (violencia, conflicto, superposición, etc.), en la di
rección naciente de una filosofía de la expresión, y antes incluso
de tematizada como tal.
¿En qué, para Sartre, contribuye la caricia a «hacer carne»
al otro? Releemos el pasaje de L'Etre et le Néant más cercano a
las notas de Merleau-Ponty: «La caricia no es simple roce: es
modelado. Al acariciar al otro, hago nacer su carne por mi cari
cia, bajo mis dedos. La caricia es el conjunto de las ceremonias
que encarnan al Otro» .56
La proximidad de estas líneas con el manuscrito de México es
ambigua. Sartre busca describir el juego del deseo como una «do
ble encarnación». 57 La caricia conduce al otro a sentirse carne, a
realizarse como carne y entender que es carne, a hacerse carne:
encarnación del otro por el otro, encarnación de la cual mi caricia es
un accesorio catalizador, que me devuelve a mí mismo a mi propia
encarnación o que procede de ella, pero sin verdaderamente rom
per el aislamiento de nuestras dos encarnaciones. 58 La encarnación
del otro le pertenece a él mismo: no es, como tal, identificable con
el proceso que consiste en «hacerlo entrar en su cuerpo» . Esta ex
presión, de la cual la conferencia de Merleau-Ponty hace una lectu
ra demasiado literal, implica por otra parte una estructuración en
profundidad ausente en la carne sartreana. Merleau-Ponty recono
ce en la opacidad y profundidad de la carne una dimensión caracte
rística de ella misma, el resorte de nuestra respuesta a la profundi-
34
dad del mundo y del otro, en el trabajo silencioso del deseo donde
inicia la paradoja de la expresión -«constituirse el fuera de su den
tro y el "dentro" de su fuern».59 Pero la carne sartreana, por cons
trucción, es sin profundidad, sin interior: mi mirada objetivante la
erige en la impenetrabilidad de una extensión acariciada. En cuan
to al «hundimiento», o bien al «abotargamiento» por los cuales Sartre
y De Beauvoirio describen el destino del deseo,61 designan una diná
mica muy distinta que el ajuste entre sí de dos profundidades. Al
contrario, evocan un movimiento en sentido único, el naufragio
irreversible en un lodo que toma y retiene, que arrastra y mantiene
en su estado de inacción y de impotencia. Estas descripciones pos
tulan su propia conclusión, el fracaso ineluctable del deseo.
Si la restitución de Merleau-Ponty es ambigua e incompleta,
no es únicamente por deformación profesional. Las páginas de
El ser y la nada sobre el deseo y la carne presentan algunas in
coherencias entre su terminología inicial y la conclusión de sus
análisis. Merleau-Ponty se introduce en esta distancia. Retiene
ciertas fórmulas que Sartre no solamente no respeta, sino que
invalida en su sentido primario: aísla las premisas abandonadas
para extraer otro pensamiento y volverlo finalmente contra éste.
La metáfora del «modelado» de la caricia es en este caso ejem
plar. Sartre indica solamente con esta imagen que el «Contacto
de dos epidermis» no agota el sentido de la caricia:62 ésta adquie
re otra dimensión que el mero fenómeno físico del contacto, por
que lleva al otro a realizar su propia carne. Pero el sentido sar
treano de carne no respeta el sentido positivo de la modelación.
En sentido estricto, solamente la mano modela, modelando y
esculpiendo, penetrando la materia. Ahora bien, el deseo en Sar
tre no hace la carne del otro pero contribuye a que se haga. Tam
poco la penetra, porque su objetivo es la plenitud de las carnes
no una en la otra sino más bien una contra la otra. Impenetrable,
la carne sartreana es también impalpable: no sabríamos mode
larla ni entrar en ella.
35
¿En cuál definición de la carne desembocan efectivamente
las descripciones de El ser y la nada? «La carne es la contingencia
pura de la presencia», 63 «contingencia absoluta», 64 es «la factici
dad pura, la pura carne». 65 Estas fórmulas técnicas desarrollan a
sabiendas una significación erotizada de la «Carne», usual en la
lengua francesa, antes de toda elaboración filosófica: la carne que
persigue el deseo es fundamentalmente el cuerpo desnudado. Pero
este desnudamiento se vuelve radical en Sartre: la «pura carne» es
el residuo de un proceso del cual conocemos las primicias (quitar
el maquillaje, desnudar al cuerpo de su ropa, yacer en una pasivi
dad disponible) pero que El ser y la nada lleva hasta el final, en una
operación intelectual de paso al límite. El deseo buscaría no sola
mente desnudar al cuerpo de su ropa, sino también de sus movi
mientos, y perseguiría esta empresa de purificación hasta quitarle
la mínima de sus potencialidades vitales, con la esperanza de lle
gar a una supuesta pura presencia. Así, precisa consecuentemente
Sartre, «nada está menos "en carne" que una bailarina, aunque
esté desnuda. El deseo es una tentativa de desnudar el cuerpo de
sus movimientos como de su ropa y de hacerlo existir como pura
carne» .66 Este «puro "ser-ahí"» de la carne,67 contingencia absolu
ta, es al mismo tiempo pura pasividad: una vez desnudado el cuer
po de toda acción y de toda potencia, queda solamente una carne
extensa, como reducida a la extensión misma -no sin analogía
con la extensión cartesiana. Sartre le da sin duda la mejor defini
ción designándola como «trama de inercia» .
36
Estamos lejos, pues, de la caracterización que la conferencia
de México da del deseo y de la caricia como «acción total» , salvo
que se entienda a ésta como el poder de suprimir cualquier ac
ción: una actividad generadora de pura pasividad, un acto que
mata no solamente el acto sino también la potencia misma -en
las antípodas de lo pasivo-activo merleaupontiano. Sartre qui
siera olvidar que esta misma mano, que sería «en primer lugar»
una extensión capaz de ser tomada, es también -es en primer
lugar- una mano que puede tomar a su vez, que es el lugar por
excelencia de una reversibilidad de pasividad y actividad. Para
dójicamente, El ser y la nada termina por robarle a la mano in
cluso el poder de la caricia. La carne sartreana sólo encuentra
todo su sentido si es «pura carne» y «pura pasividad». Esto lleva
a Sartre, contrariamente a lo que pretende («no entendemos una
parte del cuerpo»), a privilegiar ciertas zonas corporales, y a eva
cuar finalmente a la mano, demasiado sutil o ágil para ser ejem
plar de lo que es carne:
37
inmóviles sobre el sofá. Hasta ser puramente y simplemente de
negada como tal: no queda de la caricia más que un contacto o
una mirada incapaces de transformarse en verdadera palpación,
prisioneros de la impotencia del deseo. «Acariciar con los ojos y
desear son una y la misma cosa», 70 reconoce por otra parte El ser
y la nada: esta anexión del tacto a una visión manca termina por
quitar cualquier consistencia a la metáfora de la modelación.
Sartre ha dicho bien que el sentido de la caricia es hacer nacer
mediante el placer el cuerpo del otro a otro y a mí mismo como
pasividad tocada por una pasividad -mi cuerpo se hace carne
«para tocarlo con su propia pasividad»-,71 una pasividad no sa
bría tocar lo que sea. Es inconcebible amputar el tacto del movi
miento: un cuerpo inmóvil puesto simplemente contra un objeto,
en ausencia de todo estímulo sensorial, da únicamente cuenta de
lo caliente y lo frío, y priva al tacto de lo esencial de sus virtualida
des -la percepción del relieve, de la profundidad, de la penetrabi
lidad de la materia. El lazo entre visión y movimiento, aunque es
más sutil (ajuste del cristalino, parpadeo y movimiento ocular,
coordinación de los dos ojos, activación de las neuronas espejo y
de esquemas estimuladores de acción motriz, etc.), no es menos
indisoluble. Las concepciones sartreanas del tacto y de la mirada,
siguiendo en esto una línea totalmente cartesiana, hacen dramá
ticamente abstracción de esos lazos.
Esto es lo que Merleau-Ponty reprocha a Sartre desde Méxi
co, mucho antes de los famosos análisis del segundo capítulo de
Lo visible y lo invisible. Y son precisamente estos lazos lo que su
propia concepción de la carne querrá restituir a su justo lugar
arquitectónico, confiando la expresión a la figura de la superpo
sición: «aprendiendo a captar, en la visión misma, una suerte de
palpación de las cosas» .72 Para Merleau-Ponty, desvestir el cuer
po de sus movimientos viene a romper «esta extraordinaria su
perposición» entre percepción y movimiento, esta irreductible
Verschriinkung descrita por Viktor von Weizsacker.73 La carne,
fundamentalmente motriz y expansiva, multiplica las prolonga-
38
dones de sí misma, según una dinámica radiante de la que el
filósofo encuentra justamente la fórmula ejemplar en la confi
guración sensorio-motriz de la mano, esta carne «estrellada» 74
que él querrá rehabilitar como tal, en contra de Sartre.75
Despojada de toda expresividad, la carne sartreana está vo
luntariamente y desesperadamente contenida, contenida en se
gundo plano: detrás de la ropa y del maquillaje, detrás del movi
miento, detrás de todas las posibilidades del cuerpo, la carne es
esta trama de inercia que se esconde bajo la indefinida sucesión
de las máscaras. 76 Totalmente pasiva es también totalmente im
pasible. Por su misma construcción, no sabría así responder nada
a las llamadas de mi deseo, no puedo poner contra ella más que
mi propia inercia: dos carnes inanimadas, desprovistas de dos
estructuras que serán esenciales en la carne merleaupontiana
(la reversibilidad pasiva-activa del sintiente-sentido, la superpo
sición de la percepción y del movimiento). Dos carnes que se
saborean la una a la otra sin jamás asimilarse, que se ponen una
contra otra sin jamás superponerse una sobre otra; dos carnes
para siempre separadas -porque ni se tocan.
No se trata tanto de tomar una parte del cuerpo del otro sino más
bien de llevar el cuerpo propio contra el cuerpo del otro; no tanto
de apretar o tocar, en sentido activo, como de poner contra . Pare
ce que yo llevo mi propio brazo como un objeto inanimado y lo
pongo contra el seno de la mujer deseada; que mis dedos, a los
que paseo sobre su brazo, sean inertes en el extremo de la mano.77
39
sobre el deseo -no menos de 3 1 ocurrencias en tres páginas-78
prolonga la que frecuentaba ya, en 1 938, La náusea: carne «sosa», 79
«abotargada», 80 «sudorosa», 81 carne «roída» , 82 «hormigueante» , 83
«torturada»,84 carne «inerte»,85 «muerta» .86 Incluso si la carne del
deseo ya no está en descomposición, «trozo de carne podrida» , 87
aunque firme e impenetrable, ella está inerte. Su único equivalen
te físico posible es todavía la envoltura camal de un cuerpo que
acaba de morir: como la carne «vagamente obscena»88 de La náu
sea, la «pura carne» es cadavérica, o no es. Sartre entiende por
otra parte en ciertos pasajes que esta carne no implicada es inac
cesible como tal: «es imposible percibir el cuerpo del Prójimo como
carne pura [ . . . ]. El cuerpo del Prójimo es originariamente cuerpo
en situación» .89 Lo que no le impide escribir que:
40
lo reprimido y resolverse en su invariable e inexorable conclu
sión: el rechazo de toda superposición. Hasta asociar este recha
zo a la esencia misma del deseo, hasta dar a entender que está en
la lógica del deseo no superponerse.
Desde la superposición de las libertades hasta la superposi
ción del amor, Merleau-Ponty dibuja una lógica muy distinta en
su oposición consciente al rechazo de superponerse y a la ilu
sión de no superponerse que motivarian secretamente la prime
ra filosofía de Sartre. Una oposición que, maliciosamente, tam
bién vuelve en su contra ciertos préstamos de Simone de Beau
voir. Como le reconocerá a Georges Charbonnier en las entrevistas
de 1 959, Merleau-Ponty ha interpretado, de entrada, el pensa
miento de Sartre como profundamente extraño y resistente a la
idea de lazo. 91 Trabajará esta intuición, en su incompatibilidad
innata con su propia filosofía, hasta en sus implicaciones onto
lógicas. La analítica del Ser y de la Nada, afirmará Lo visible y lo
invisible, es la del «vidente que olvida que tiene un cuerpo» ,92 la
de una visión pura que rechaza el comercio ontológico de la car-
41
ne.93 Merleau-Ponty percibió, de cabo a rabo, una analogía entre
Sartre y Descartes, Sartre volviendo a jugar, en la «visión pura»
frente a la «pura carne» extendida y trama de inercia, el escena
rio del puro pensamiento frente a la pura extensión, en una rela
ción proyectiva y nadificadora.
Acompañando la reversión del deseo sartreano, «perverso» y
«fallido» , al deseo «como acción total» , la conferencia de Méxi
co sobre El Otro ocupa un lugar significativo en esta larga elabo
ración del escenario anti-sartreano de Merleau-Ponty. La figura
de la superposición se orienta ya hacia lo «Sexual-agresivo» del
cual «El hombre y la adversidad» hará una dinámica caracterís
tica de la carne. Se asocia espontáneamente a un régimen de
penetración, el mismo que Sartre declara imposible. Para él, el
deseo es incapaz de franquear el obstáculo que crea él mismo:
profundamente objetivante, construye un muro que no podrá
atravesar, un fetiche de carne. Merleau-Ponty considera, al con
trario, el deseo como fundamentalmente penetrante y perfor
mativo, la superposición deviene en él la figura transicional que
acompaña los objetos a su espesor de ultra-cosas,94 que hace
explotar la coraza del mirón para encontrar la topología de las
profundidades del deseo. La carne sartreana, objetivada por la
mirada, puesta a prueba del ser-mirado, de la vergüenza-de-sí
enfrente-del-otro, es sobrevolada por una visión nadificante.
Merleau-Ponty le opondrá una muy distinta fenomenología, don
de «ver ya no es simplemente nadificar»95 sino hacer nacer la
visibilidad, donde el deseo engendra verdaderamente al otro como
carne. Mi deseo hace carne al otro, su deseo me hace carne. La
«doble encarnación» que se pone en contra de Sartre encontrará
93. «Les enveloppes de la vision étant ótées, la vision nue ou pure apparais
sant, elle ne peut etre que déchamée, pure référence a quelque chose, position
d'un etre en tout ou rien» (OntoCart, p. 233/ [49], curso del 1 3 de abril de 1 96 1 ).
94. Pensamos aquí en las «ultra-cosas» que Wallon opone al estatuto pia
getiano del objeto, y que Merleau-Ponty va retomando en su propia crítica de
Piaget (curso en la Sorbonne) y en la de la ontología cartesiana del objeto
(inéditos tardíos).
95. «Entonces yo ya no soy lo negativo puro, ver ya no es simplemente
nadificar, entre lo que veo y yo que lo veo ya no hay una relación de contradic
ción inmediata o frontal, las cosas atraen mi mirada y mi mirada acaricia las
cosas, se amolda a sus contornos y relieves, entre mi mirada y las cosas vis
lumbramos una complicidad» (VI, 1 03).
42
su correspondiente y su corrección, en Merleau-Ponty, en el
motivo del «Co-nacimiento» .96
Nota técnica
43
EM: Étre et Monde (inédito, B.N., vol. V I); EM l : esencialmen
te otoño de 1 958, algunos librillos de marzo de 1 959; EM2: diver
sas secuencias de trabajo repartidas en 1 959; EM3: esencialmente
abril y mayo de 1 960, algunas reescrituras en octubre de 1 960.
HT: Humanisme et terreur. Essai sur le probleme communiste,
París, Gallimard, 1 947; coll. «Idées» , n.º 432, 1 980 (citamos esta
edición).
México I y 11: notas de preparación inéditas de las Conféren
ces de Mexico, versiones 1 y 2 (inicios de 1 949).
Natu3: notas de preparación del curso de 1 960 sobre el con
ceptos de Naturaleza, Nature et Logos: le corps humain (enero
mayo de 1 960), B.N., vol. XVII, publicados en La Nature. Notes,
cours du College de France, Paris, Seuil, coll. «Traces Écrites», 1 995.
OE: L'CEil et l'Esprit Uulio-agosto de 1 960), París, Gallimard,
1 964; coll. «Folio essais» , 1 985 (citamos esta edición).
OntoCart: notas de preparación del curso en el College de
France de 1 96 1 sobre L'ontologie cartésienne et l'ontologie
d'aujourd'hui, B.N., vol. XIX. Transcripción en Notes de cours
1 959-1961 , París, Gallimard, 1 996.
PhP : Phénoménologie de la perception, París, Gallimard, 1 945.
PM: La prose du monde, París, Gallimard, 1 969.
RC59: resúmenes de los cursos de 1 959, en Résumés de cours.
College de France, 1 952-1 960, París, Gallimard, 1 968.
S(xxx): Signes, París, Gallimard, 1 960; S(HoAdv): L'homme
et l'adversité (septiembre de 1 9 5 1 ) ; S(LIVS): Le langage indirect
et les voix du silence (junio-julio de 1 952); S(Mont): Lecture de
Montaigne (diciembre de 1 947).
SC: La structure du comportement, París, P. U.F. , 1 942 ;
coll. «Ouadrige» , 1 990.
SNS(xxx): Sens et non-sens, París, Nagel, 1 948 (citamos la
edición de 1 958) ; retomado, París, Gallimard, 1 996; SNS(marx):
Autour du marxisme (agosto de 1 945); SNS(querel): La querelle
de l'existentialisme (noviembre de 1 945); SNS(roman): Le roman
et la métaphysique (marzo-abril de 1 945).
Sorb: Merleau-Ponty a la Sorbonne, résumé de cours 1 949-
1 952, Grenoble, Cynara, 1 988; Sorb(EVA): L'enfant vu par l'adulte
( 1 949- 1 950); Sorb(RAE): Les relations avec autrui chez l'enfant
( 1 950- 1 952).
Vl l , VI2, VI3, VI4: Le visible et !'invisible, París, Gallimard,
1 964 (caps. 1 a 4) .
44
MERLEAU-PONTY: FILÓSOFO DE LA ALTERIDAD
Emmanuel Ferreira
Universidad Michoacana de San Nicolás
de Hidalgo (México)
Introducción
45
algo o de alguien, pero a la vez, es la diferenciación de lo común.
Lo que hace posible la diferencia entre las identidades y sus
movimientos son los «estilos fenoménicos» que se dibujan en
las relaciones esenciales entre alteridades. É stos acontecen, teó
ricamente, en dos «registros» esenciales en el pensamiento filo
sófico de nuestro autor: la intersubjetividad3 y la interfacticidad,4
donde ninguno tiene prioridad sino ambos igual importancia.
Estos registros son determinados por las «apariciones» o «as
pectos existenciales» de la alteridad, a los que podemos denomi
nar «modos de la alteridad» . Dichos modos obran por sí mis
mos, puesto que cada uno es un ejercicio de diferenciación que,
en su relación, articulan la alteridad del ser en general, siempre
bajo la estructura de la «relación con» .
Nos interesa estudiar la alteridad en estado naciente, en su
génesis, pero somos conscientes de que la esencialidad de la al
teridad nos la van a mostrar las «Variaciones» en las que aparece
y no la búsqueda de la «alteridad primera» . Debemos advertir
que la alteridad, en Merleau-Ponty, es la singularidad que se di
ferencia de la identidad, ya sea general y común o particular e
individual. Es lo que no puede reducirse a la identidad, pero que
sin embargo es plural en tanto que se presenta en diferentes
modos o aspectos. Por lo que en lugar de buscar una definición
suficiente del concepto que aquí nos ocupa, realizaremos una
clasificación que consta de los modos, los registros y los movi
mientos de la alteridad. Acompañada de una reflexión sobre una
de las estructuras esenciales de ésta, o uno de sus movimientos
fundamentales, en la filosofía de Merleau-Ponty, a saber, la de la
dialéctica entre el pensamiento humano y la contingencia del
mundo que nos muestra el cónclave para hablar de la alteridad.
46
Es necesaria esta reflexión sobre la alteridad, en términos
generales, porque nos permite comprender las estructuras y los
sentidos de las relaciones entre humanos y con los otros seres
vivientes del mundo en que habitamos, es decir, nos permite com
prender nuestra «Situación» . Particularmente, en la filosofía de
Merleau-Ponty encontramos muchos elementos valiosos para
llevar a cabo dicha comprensión; y además, es importante por
que al comprender los movimientos de la alteridad podemos en
contrarnos con otro modo de pensar, con un «pensamiento otro»,
un pensamiento del otro y de lo otro, es decir, con un pensa
miento de la alteridad donde el ser-humano y el Ser se compene
tran y en el que vemos implícita la significación de la alteridad y
la alteridad de la significación, es decir, una «expresión originaria». 5
47
sayo sobre la filosofía de Maurice Merleau-Ponty, donde realiza un
estudio profundo del pensamiento del filósofo francés, a partir
del concepto mencionado en el título, revisando las estructuras
esenciales de su pensamiento en sus diferentes matices y di
mensiones, tales como la relación alma-cuerpo, experiencia-ra
zón, materia-espíritu, sujeto-objeto, espacio-tiempo, historia-sen
tido, pensamiento-lenguaje, estructura-praxis, sociedad-indivi
duo, situación-libertad, etc.; en el que ejercita paralelamente una
reflexión acerca del sentido de la filosofía y su relación con la
vida humana, es decir, una reflexión de la «expresión» y la «crea
ción» filosófica en su sentido práctico y vital, en la que vemos
claramente un ejercicio de la significación de la alteridad.
Ramírez tiene la certeza de que con la filosofía del quiasmo
de Merleau-Ponty obtenemos una filosofía distinta a la de la
modernidad que tiene las características de ser sintética, siste
mática, universal, formal, de la completud -además egocéntri
ca y etnocéntrica como lo ha afirmado en otras obras como La
razón del otro. Estudios sobre el pensamiento de Luis Vi.lloro-;9 es
decir, encontramos una filosofía que no busca ideales y perfec
ción, que no explica qué es el mundo sino que muestra «movi
mientos del mundo mismo» -aserción con lo que estamos de
acuerdo y por ello nos interesa aquí, más que explicar qué es la
alteridad, mostrar sus movimientos . Sostiene Ramírez:
48
Se trata de un pensamiento que recobra su propia carnalidad, su
propia materialidad, su vida y sensibilidad, su deseo.10
49
miento, complementariedad, superposición, encabalgamiento,
reversibilidad, mutua referencia 14 ...
50
sicamente en dos registros teóricos en el pensamiento filosófico
de Merleau-Ponty:
51
La intersubjetividad es la visibilidad anónima que nos habita a
todos, nuestra comunidad primigenia de seres carnales y sin
tientes; por tanto, es primordial y prioritaria respecto al sujeto
único y aislado. Al contrario: el sujeto individual y plenamente
individualizado es un efecto, un momento o una expresión de
esa intersubjetividad primigenia y arqueológica.18
52
ción, Merleau-Ponty trata el tema de la alteridad; en una, de una
manera implícita, y en otra, de una manera explícita, una más
de tinte epistemológico, otra más de tipo fenomenológico.
En La estructura del comportamiento trata el tema más del
lado del registro de la «inter-humanidad» pero siempre en vincu
lación con el registro de la «inter-seridad» . Formalmente trata el
tema del comportamiento físico-material, psicológico, vital huma
no y la relación que se da entre los hombres buscando la estructu
ra originaria de las relaciones entre ellos y su relación con la natu
raleza y la cultura; trabaja la percepción pero desde el comporta
miento considerando, un poco, otras ciencias no fenomenológicas,
tales como la psicología Gestalt y el conductismo, aunque ya es,
podemos decir, un prolegómeno a la Fenomenología de la percep
ción, porque ahí está implícita la alteridad en tanto que «Compor
tamiento», que es una intencionalidad de la conciencia que se
temporaliza, que tiene una aparición fuera de la conciencia, en el
mundo, aunque sea una posibilidad interior a ella.
En la Fenomenología de la percepción se ocupa en general del
tema de la percepción desde una perspectiva propiamente feno
menológica. Pero uno de los temas que aborda con agudeza es el
del problema del otro -registro de la «inter-humanidad» . Ante
el problema de cómo es posible la existencia del otro sujeto si el
acto de pensar del yo no constituye la existencia propia del otro,
sostiene Merleau-Ponty que el otro es posible gracias a la con
ciencia perceptiva y la «aperturidad» de la percepción misma.
Para Merleau-Ponty por el simple pero maravilloso y enigmáti
co hecho de existir ya estamos en situación con el otro.
53
donde se realizan todas las anteriores y se diferencia del ser
en-sí. 23
23. Esta clasificación está pensada a la luz del estudio sobre el pensamien
to filosófico de Luis Villoro realizado por Mario Teodoro Ramírez. (Cfr. Mario
Teodoro Ramírez, « Estadios de la otredad en la reflexión filosófica de Luis
Villoro» , loe. cit.)
24. Cfr. Merleau-Ponty, Lo visible y lo invisible, op. cit., pp. 1 63- 1 92; 328-329.
25. Cfr. Merleau-Ponty, Fenomenología de la percepción, Barcelona, Plane
ta-De Agostini, 1 993.
26. Cfr. Merleau-Ponty, «La percepción del otro y el diálogo» , en La prosa
del mundo, op. cit., pp. 1 9 1 -2 1 0.
54
estar expuesto ante el yo, mostrándose en sus expresiones, en
sus actos, en su comportamiento; pero no se da completamente
al yo, está enmascarado, nunca hay la donación absoluta de éste,
pero siempre «sorprende» apareciendo en el campo perceptivo
del yo. El otro es una imagen del yo y, a través de él, el yo confi
gura una imagen de sí. Entre el yo y el otro, a pesar de que se
distinguen en su diferencia, hay un «parentesco» carnal que per
mite tener y comprender un ser y un terreno en común que se
enlaza, a su vez, con la carne del mundo. Pero también siempre
está en pie la posibilidad de imponerse cada uno y llegar o entrar
al desacuerdo. El yo y el otro se distinguen únicamente por un
ligero pero definitivo desencaje porque éste delinea contunden
temente la alteridad del otro y la alteridad del yo.27
3) «El Otro» es el «sujeto cultural», el sistema de significa
ciones que interpela en su propio lenguaje al ser humano. Está
constituido por las relaciones entre los sujetos encamados vi
vientes, quienes van ca-instituyendo significaciones y creando
movimientos, fenómenos y objetos culturales, a su vez, en rela
ción indispensable con la naturaleza que corresponde a la esfera
de la interfacticidad. Por ende, podemos apreciar, como ya de
cíamos, una relación entre lo interfáctico y lo intersubjetiva. El
mundo cultural es el todo orgánico de objetos naturales impreg
nados de humanidad, inyectados de historia, labrados por el es
píritu encamado de los hombres. Se forma cuando los compor
tamientos humanos descienden hasta la naturaleza, cuando se
alojan las maneras de ser y de vivir de los seres humanos que se
depositan bajo formas significativas en objetos tangibles e in
tangibles relacionados entre sí, empapados de sentido humano,
de significación, marcados por la esencia humana, ellos mismos
emiten para nosotros una atmósfera humana pero no dejan de
admitir en sí la alteridad de la naturaleza y de la trascendencia
que constituye su consistencia. 28
4) «Lo otro » , la inmanencia, es el tejido conformado por la
alteridad de cada uno de los seres fácticos (tiempo, duración,
espacio, extensión, realidad, presencia) en la relación entre ellos,
en respectividad y remisión. Es el conjunto interobjetivo que toma
55
su propio curso y mantiene una «malla tensa» de materialidad,
es la corporeidad del mundo, el magma viscoso, el fondo inhu
mano que sostiene a todos los existentes. Son las relaciones de
profundidad, espacialidad, temporalidad, la duración del mun
do sensible. No es el suelo material formado por partes atómicas
yuxtapuestas, sino el «todo» de relaciones que se configura or
gánicamente como el escenario material del mundo, pero anu
dado con la parte trascendental del mundo. Es el horizonte que
fundamenta cualquier posibilidad de horizontes, es lo que le ase
gura a la experiencia humana una unidad anterior a todas las
funciones sensoriales y la intencionalidad del ser humano. Es la
extensión real que vive independiente de cualquier voluntad y
deseo humanos, pero que pervive en cada cuerpo del ser del hom
bre. Es la extensión del afuera, la exterioridad en la que el cuer
po humano se inserta y, a su vez, la malla tensa que se conecta al
cuerpo subjetivo.29
5) «Lo Otro » , la trascendencia, es la contingencia radical, el
movimiento del Ser en el mundo, el sentido de la adversidad del
mundo que para la razón humana que se regocija en la certeza
del ego cogito, es lo sin-sentido, es el espíritu del Ser temporali
zado, es la intencionalidad del Ser. Es ese ser que ha sido desde
todos los tiempos objeto de estudio de la filosofía, es lo infinito,
lo perfecto, lo eterno, es el ser de la metafísica, que para Mer
leau-Ponty, a pesar del sentido de la serie de atributos menciona
da, no es absoluto, sino que está en relación con los hombres, de
hecho, ellos son el lado visible de dicha trascendencia;30 en este
sentido, considera que la metafísica no está en un lugar más
allá, sino en el hombre mismo, en la situación humana.31 Es lo
distinto de los entes fácticos que, sin embargo, acontece en «el
todo de ellos» . Es el ser trascendente, que más que trascenden
cia en sí, es trascendencia impura, es trascendencia camal, es la
«consistencia viscosa» de la esencia de la existencia, del funda
mento del todo de existentes. Este modo de la alteridad podría
corresponder, más bien, a un registro de «supra-facticidad» , en
56
tanto que es ser trascendente pero, sin embargo, no alcanza a
serlo porque no es una trascendencia absoluta, aislada, sin rela
ción, sino una trascendencia que sólo es y se da en «relación
con», es una alteridad que se «aparece» en la inmanencia, aun
que por su modo de «aparición» es alteridad respecto de todas
las apariciones. Sin embargo, no deja de manifestarse en la apa
riencia, en lo sensible, es una aparición extraordinaria que une
todas las cosas del mundo. É sta es, a su vez, lo otro del hombre
como naturaleza pero no en tanto que materia, ni en tanto que
espíritu, sino en tanto que carne (chair),32 entrelazo entre las dos
anteriores, además entrelazo entre lo humano y la animalidad,
que reúne y a la vez diferencia; es alteridad e identidad en situa
ción de quiasmo. 33
6) El «ser-en-el-mundo»,34 que es el «Ser-otro» .35 Es la estruc
tura existencial en la que se desarrollan todos los modos anterio-
57
res. Es, además, donde se desarrollan tanto las relaciones inter
subjetivas como interfácticas, así como, obviamente, las subjeti
vas y las objetivas porque es la estructura esencial, en y por la
cual se dan todas las relaciones entre los seres y, por ende, el
«escenario existencial» . Es el ser impuro, el ser encamado, lo
otro del ser-en-sí. Es la estructura fundamental de «ser» . La fun
dación y los cimientos, el nacimiento del mundo en cada instan
te. Es el ser en el tiempo, pero hecho carne, es la «malla tensa de
lo visible y lo invisible», de lo humano y lo salvaje, del pensa
miento y la contingencia, de lo trascendental y lo inmanente, de
lo universal y lo particular, de la significación y la alteridad, del
verso del hombre y la prosa del mundo.
58
des vivientes, las existencias, y el «cuerpo» seria el «punto» don
de se concentra y contrae, donde se anida el ser mismo. Estos
modos de la alteridad son los actores o agentes que en respecti
vidad articulan los movimientos de la alteridad.
59
Es una dialéctica que a todas luces no corresponde a pensa
miento de la identidad, sino a uno de la alteridad, que a la vez, se
supera a sí mismo en su «movimiento» conviviendo con la iden
tidad, sin que ello implique una síntesis, como decíamos al prin
cipio, sino más bien un quiasmo.39 Siendo así, veamos entonces
sus movimientos.
La característica de los movimientos de la alteridad es que
son de ida y vuelta, son como el movimiento de un boomerang,
además de que mantienen un «movimiento dialéctico» donde al
menos dos elementos siempre están en relación, y guardan cier
ta «reciprocidad» y «reversibilidad» entre ellos.
La dialéctica de la alteridad presenta variedad de movimien
tos pero hay dos fundamentales:
60
2) Y un movimiento de boomerang desde el exterior: del exte
rior al interior con retorno a lo exterior. En el registro de la «in
ter-facticidad», es del «ser-en-el-mundo» a la conciencia encar
nada y de retorno al «ser-en-el-mundo» , que se entrelaza con el
movimiento de la conciencia encarnada (registro de la intersub
jetividad) al ser-en-el-mundo y de regreso a la conciencia encar
nada. Por lo que cada una de las partes siempre están alterándo
se y reconfigurándose a sí mismas.
Y esencialmente, dentro, en lo más profundo y en la zona de
mayor diferenciación de esos movimientos, se da otro que es el
que queremos destacar en esta reflexión:
61
en tanto que convive íntimamente con la inteligibilidad abstraí
da del yo, con la representación del yo); y 2) el «ser-en-el-mun
do»43 que es ser en el tiempo, el devenir, los fenómenos, que ex
presan contingencia y adversidad. Es ese ser que es un «Ser-otro» ,
pero que también no es alteridad pura, porque participa del ser
en tanto que «ser-en-sí» .44 En este sentido podríamos decir que
la alteridad es la corporeidad del sujeto y del mundo, mientras
que la identidad es el «yo pienso» sin cuerpo de la subjetividad y
la alteridad absoluta del mundo.
Ésta es la razón por la cual consideramos que el asunto prin
cipal, respecto de la alteridad en Merleau-Ponty, es la dialéctica
entre el pensamiento del yo (la identidad radical), el «pensamien
to» abstracto-representacional,45 y la contingencia (la alteridad ,
extrema), lo distinto de la necesidad, lo que difiere del en-sí, la
alteridad del Ser, la «adversidad» ; puesto que son los opuestos
más extremos que, sin embargo, conviven íntimamente. Por ello,
sostenemos que el movimiento esencial de la alteridad, en la filo
sofía de Merleau-Ponty y en las aventuras de la dialéctica del
mundo mismo, es aquel que hace que el pensamiento y la contin
gencia se encuentren, se compenetren y originen un sentido au
téntico, un sentido que no es puro sentido, sino también sin-
62
sentido, una significación radical y alterativa: una significación
de la alteridad y una alteridad de la significación.
Significación que surge en el «enlace camal» con un pensa
miento que no se abstrae para concebir ideas perfectas e infini
tas y completas, sino que se «<lis-trae», se esparce en las cosas
percibidas para captar «escenas vivientes» ,46 escenarios del mun
do mismo -para mostrar movimientos fenoménicos, más que
para explicarlos; para concebir ideas incompletas, parciales,
imperfectas, finitas pero que, sin embargo, son incisivas en lo
universal y consistentes con la «realidad vivida» del hombre y
del mundo--,47 se dilata para que las cosas lo penetren y se con
trae para penetrar en ellas; ése es el movimiento profundo de la
alteridad, 48 movimiento que expresa «significaciones vivientes»
o «vivificaciones significantes» .
Este tipo de significación en l a filosofía de Merleau-Ponty
forma parte del «lenguaje hablante»49 que expresa nuestro con
tacto con el mundo. so Ahí está el asunto de la conceptualización
de la alteridad que podemos notar en Merleau-Ponty, concep
tualización que se entrelaza con la intencionalidad del mundo,
con los otros y con las cosas del campo de la percepción, ahí está
la realidad sensible unida a la inteligible.
63
Conclusión
64
hay una «inter-conexión» entre ambas; y ésa es la dialéctica fun
damental en su pensamiento filosófico, tal como ya lo mostraba
Ramírez en su obra sobre la filosofía del pensador francés: la
dialéctica en tensión (violencia y paz) entre el momento que
podemos llamar de «contracción del Ser en el pensamiento» y el
momento que podemos llamar de «dilatación del pensamiento
en el Ser», todo ello siendo en el mundo y en el lenguaje en las
relaciones que se establecen en la inter-facticidad entrecruzadas
con la inter-subjetividad.
Así pues, vemos que Merleau-Ponty es el primer filósofo en
hacer una revaloración del otro en tanto que «alteridad encama
da», en tanto que otro sujeto-encamado, que implica una valo
ración del cuerpo y de las relaciones con los demás humanos y
con el mundo que habitamos. Consideramos que ésta es la co
lumna vertebral del problema del otro en su filosofía. Sostiene
nuestro autor al respecto: «Pero en verdad Platón habla de iden
tidad y alteridad, Descartes acaba por hablar de Dios -respecto
de la alteridad- y Kant habla de la conciencia, y ninguno habla
realmente de este otro que existe frente a mí ni de este yo que soy
yo» .52 Asimismo, reconocemos que Merleau-Ponty va más allá
de una antropología en su revaloración del hombre, pero tam
bién va más allá de una ontología en su revaloración del Ser; va,
más bien, hacia la dialéctica que se da entre el ser en el mundo y
el ser del hombre en situación de encamado, que no correspon
de ni totalmente a una lógica racional, ni totalmente a un movi
miento de alteridad del mundo, con lo que podríamos decir que
construye una ontología indirecta y una antropología desborda
da. La filosofía de Merleau-Ponty es ambigua, en tanto que, en la
racionalidad de ésta, están injertados los movimientos de la alte
ridad del mundo, y en éstos habita la racionalidad de los seres
humanos.
65
LA AMBIGÜEDAD INSUPERABLE
DE LA CONDICIÓN HUMANA
(La lectura de Merleau-Ponty por el joven Emilio Uranga)
Jaime Vieyra
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo
66
significativos en función de los problemas que le interesan. Piensa
que así como los pensadores franceses crean su filosofía asimi
lando a los alemanes, los mexicanos debemos crear nuestra filo
sofía asimilando a franceses y alemanes en función de nuestros
problemas. En su interpretación de pensadores como Sartre,
Heidegger, Ortega o Merleau-Ponty no hay una torsión intencio
nal del sentido de los textos, pues se trata de mostrar justamente
su relevancia, pero tampoco una preocupación excesiva por la
exégesis puntual. Por eso escribe, en su primera interpretación
de la obra de Merleau-Ponty, en 1 948:
67
fenomenología y existencialismo» , Uranga buscaba establecer
el sentido general y la orientación metodológico-conceptual del
movimiento de autognosis filosófica mexicana a partir del pen
samiento merleaupontiano. Pero también intentaba, un poco
subterráneamente, marcar su distancia frente a Gaos, introduc
tor de la gran tradición filosófica alemana en México, traductor
de Sein und Zeit de Heidegger y critico del «existencialismo fran
cés». Al elegir como referencias sustantivas las obras de Mer
leau-Ponty, Sartre y Gabriel Marcel, es decir, precisamente el
«existencialismo francés » , Uranga y «los hiperiones» (Jorge Por
tilla, Luis Villoro, Ricardo Guerra, Fausto Vega, Leopoldo Zea)
pugnaban por su autonomía como grupo filosófico que aspiraba
a una filosofía «llena de mundo» y no reducida a la academia.
De manera muy optimista, los jóvenes filósofos se sentían próxi
mos a una transformación muy significativa de la filosofía mexi
cana. Uranga cierra significativamente su conferencia con estas
palabras: «México dará el giro peculiar que lo eleve a lo univer
sal apropiándose sin escrúpulos lo europeo, como quien siente
en ese espíritu algo co-natural y superable a la vez».2
2 . Ibíd. , p. 24 1 .
68
La necesidad de pasar por las esencias no significa que la filoso
fía las toma por objeto, sino que nuestra existencia hállase tan
estrechamente adherida al mundo, que no puede conocerse como
tal conciencia en el momento de lanzarse hacia el mundo, y que
tiene necesidad del campo de idealidad para conocerse y captar
su facticidad. 3
69
to) con el mundo: «El cuerpo es por un lado un objeto del mun
do [ . . . ] Pero por otro lado es la punta en que la conciencia vive su
contacto directo con el mundo. Desde esta perspectiva el cuerpo
escapa al universo de la ciencia objetivadora, pues es la condi
ción de posibilidad existencial (de formación) de las ciencias» .5
Percibir, imaginar, emocionarse, actuar, pensar, son modalidades
corpóreas del estar en el mundo. Para Merleau-Ponty la fenome
nología de la percepción no hace sino explicitar una tendencia
profunda del movimiento fenomenológico, que ambiciona una
filosofía que sea a la vez «ciencia rigurosa» y esclarecimiento del
Lebenswelt.
S. Ibíd., p. 224.
6. Ibíd., p. 227.
7. E. Uranga, « Maurice Merleau-Ponty, filósofo de la condición humana»,
op. cit., p. 7.
70
la exterioridad y la intimidad sin poder hacer definitiva estancia
en alguno de estos dos polos»8 tendemos a colocarnos unilateral
mente en el individualismo o el colectivismo. Pero el individuo no
es nada sin su referencia a la comunidad, y la entrega a la comu
nidad es siempre una decisión individual. Uranga ensaya, con
Merleau-Ponty, una aplicación al problema de la violencia: «Un
mundo sin violencia no sería humano, pero un mundo de pura
violencia habría dejado de ser humano» . Un mundo sin violencia
seria, en efecto, un paraíso, pues en él la historia se haria sola y
además en beneficio del hombre. Pero un mundo en el que todo
se decidiera mediante la violencia sería un infierno para los seres
humanos. Unos, que se abstienen de actuar bajo la creencia de
que la historia tiene su propio movimiento, dejan que otros, con
violencia, hagan de su paraíso un infierno. Pero los que creen en
el carácter determinante de su fuero interno y de sus acciones
voluntarias tienden a justificar los errores y crímenes de la histo
ria. Invocan las buenas intenciones para minimizar las malas con
secuencias, como los otros invocan su inocencia al abstenerse de
actuar. En ambas posiciones se confunden equivocadamente cul
pabilidad e inocencia.
Merleau-Ponty muestra que una filosofía de la ambigüedad es
necesariamente, si se comprende a sí misma, una filosofía de la
responsabilidad. Los indiferentes y los voluntaristas rehúyen su res
ponsabilidad, pues «Ser responsable es, a la vez, "en un mismo acto
ambiguo", responder de la inocencia y la culpabilidad; de la buena
intención y de la mala acción; del éxito y de la mala intención».
Puede haber acciones eficaces pero con mala intención y buenas
intenciones pero con malos resultados. Cuando actuamos con bue
na intención todavía no termina nuestra responsabilidad; hay que
ver las consecuencias y debemos asumirlas todas, las buenas y las
malas. Así pues, somos responsables tanto de lo interior como de lo
exterior: Hay que tener en cuenta, en todos los casos, el carácter
ambiguo de la acción y de las condiciones de la acción. Las circuns
tancias no nos dicen automáticamente lo que está en nuestras ma
nos; tenemos siempre que aportar una dirección, un ajuste, un com
plemento de determinación para actuar. De ahí nuestra inevitable
responsabilidad.
8. Ídem.
71
6. Hasta aquí me he referido a la lectura que hizo Emilio Uranga
del pensamiento de Merleau-Ponty. Desde el comienzo, decía
arriba, era claro para él que se trataba de utilizar este pensa
miento para sus propios fines teóricos. El sentido de su asimila
ción se descubre en la síntesis filosófica que realiza en un libro
publicado en 1 952, titulado Análisis del ser del mexicano.9 En ella
intervienen distintas influencias, algunas de ellas claramente
señaladas, otras subterráneas. Confluyen allí explícitamente la
gran tradición filosófica europea y la tradición de autognosis
mexicana. Ya mencioné que Uranga pretende descubrir las de
terminaciones fundamentales de la condición humana a través
de un análisis de la mexicanidad. Voy a omitir deliberadamente
los análisis particulares que hace de los intelectuales mexicanos
como Samuel Ramos, Rodolfo Usigli, Agustín Yáñez, Leopoldo
Zea, Ramón López Velarde, Alfonso Reyes y Octavio Paz, pues
me interesa arribar a la tesis central. Uranga agrupa sistemáti
camente las determinaciones del modo de ser del hombre bajo
el concepto aristotélico-escolástico de accidente (accidens, sym
bebekós) concebido de manera existencial. La condición huma
na, piensa Uranga, no es una sustancia y no hay que concebirla
de modo sustancial, ni a la manera de una esencia fija determi
nada ni bajo la forma de un agregado de cualidades o facultades
específicas. Sus notas definitorias son más bien determinacio
nes existenciales (lo que llamaba Heidegger «existenciarios » )
como l a finitud, l a posibilidad, l a apertura, l a insuficiencia, la
incompletud y sí, por supuesto, la ambigüedad. Estas notas (y
otras que agrega considerando la tradición poética mexicana)
deben ser concebidas como «accidentales» , en la medida en que
los seres humanos no tenemos asegurado un lugar fijo en el ser,
sino que nuestro existir es un tránsito o devenir radicalmente
contingente.
Contingencia y ambigüedad son determinaciones existencia
les que Uranga recoge de Merleau-Ponty. Pero al agenciárselas
en su filosofía subraya el carácter de tránsito o devenir constan
te entre los polos de la relación: entre el ser y la nada, entre el
9. Emilio U ranga, Análisis del ser del mexicano, México, Ponúa y Obregón,
col. «México y lo mexicano» , n.º 4, 1 952; hay una reedición por parte del go
bierno del estado de Guanajuato, con prólogo de Luis Villoro: Obras de Emilio
Uranga, t. 3, 1 990.
72
interior y el exterior, entre individuo y comunidad, entre mismi
dad y alteridad. Lo definitivo, lo «esencial» es la oscilación o el
vaivén entre instancias distintas y opuestas. Desde este punto de
vista la disposición afectiva (Befindlichkeit) básica del ser huma
no es la zazabra, el radical no-saber-a-qué-atenerse, que puede
dar lugar a la angustia del mundo interior o al miedo del mundo
exterior. Como queria Kierkegaard, la angustia puede conducir
a la elección de la propia existencia, pero según Uranga no hay
que pensar la autenticidad como sustancialidad. Una existencia
auténtica, para un ente accidental, consiste en alcanzar una su
ficiencia relativa a la propia insuficiencia, es decir, una sabidu
ria. Apropiándose de un término náhuatl, afirma Uranga que el
ser humano se encuentra siempre «nepantla» , es decir, en medio
o a la mitad de instancias diversas y oscilando entre ellas. Bie
nes, haberes, prestigio, son sólo polos en el tránsito accidental,
ilusiones de sustancialidad de un ser que va a morir. La sabidu
ria tiene, en cambio, el aire de la danza: la ambigüedad insupe
rable de la condición humana es la base ritmica para inventar
nuevos pasos de baile, hasta que el cuerpo aguante.
Quizá Merleau-Ponty se habría sorprendido del uso de sus
flechas. Quizá también Uranga del uso de las suyas. Pero así
ocurre en esta tradición guerrera del pensar que llamamos
filosofía . . .
73
INTERCORPOREIDAD VIVIENTE EN MERLEAU
PONTY: EL MESTIZAJE COMO EXPERIENCIA
BIO-FENOMENOLÓGICA
Prefacio
74
ciones y variaciones que le dan sentido a la experiencia sensible.
Consideramos, en este sentido, que la obra de Merleau-Ponty es
en el fondo una filosofía del entrelazamiento, de la ambigüedad
y el mestizaje: se trata, para nosotros, de comprender la carne
desde el mestizaje y el mestizaje desde la carne. La mezcla no
solamente es biológica, sino que nos remite a un sustrato más
primordial, es más bien una experiencia bio-fenomenológica de
la carne sensible. De esta manera proponemos revalorar el mes
tizaje como un quiasma analógico entre la identidad y la diferen
cia, realizando una descripción fenomenológica de la intercor
poreidad viviente como entrecruzamiento primordial de la car
ne y el mundo.
Introducción
75
lleno de contradicciones y ambigüedades, es decir, en un espa
cio de fracturas y rupturas. El historiador se queda desarmado
frente al mestizaje, ya que éste nos desconcierta, desorienta y
desplaza hacia lo indeterminado, lo inconcluso y lo aleatorio.
76
es una propiedad ni una frontera identitaria, es más bien un ca
minar, un descubrir, un recorrer paisajes y horizontes. Es un
pensamiento de la superficie, de la textura o mixtura que com
pone la mezcla como quale sensible y más aún, se revela en las
sinestesias corporales. El mestizaje se encuentra en la profusión
de aromas, en una composición musical, en la promiscuidad de
un paisaje ecléctico o en una novela. Es una experiencia sensible
que nos permite re-descubrir nuestras potencialidades, virtuali
dades y capacidades para recreamos en un mundo como hori
zonte de experiencias: el mestizaje es como una obra de arte. En
la mezcla encontramos no sólo complementariedad, interme
diación, es también, por su ambigüedad fundamental, un pensa
miento que disiente, se desvía y se separa. La alteridad es dife
rencia -en términos de Derrida diferancia- y ésta la podemos
interpretar como una deconstrucción o un desfase -décalage,
dice Merleau-Ponty. El mestizaje consistiria en un doble movi
miento de identidad y alteridad, de una identidad que jamás
coincide consigo misma, es decir, en un proceso continuo de
diferenciación del sentido latente o écart: disensión, no-fusión y
no posesión. Existe más bien, una mutua interdeterminación entre
la carne y el mestizaje, un quiasma ontológico que nos enseña
que el mestizaje no es una mera reproducción, una copia o una
mimesis.
El cosmopolitismo multicultural se recrea en la experiencia
del mestizaje como intercambio simbólico y cultural, ya que
potencialmente todo individuo es cosmopolita --entendido no
como un ciudadano del mundo o ligado a una cultura universal
y planetaria, sino más bien en el sentido de que se identifique
con una cultura propia y esté dispuesto a reconocer la existencia
de otras culturas respetando sus diferencias. El fenómeno del
mestizaje se tiene que confrontar con una filosofía de la carne, y
para esto, es necesario retomar a un sustrato más primordial del
mundo mestizo. El mestizaje se ha manifestado en el arte, la
naturaleza y la cultura como resultado de una mezcla de facto
res étnicos heterogéneos. Nosotros somos mestizos porque el
mundo es diverso: el mestizaje como horizonte fenomenológico
se reanuda en la intercorporeidad, es decir, desde una intercul
turalidad quiasmática. Existe una variedad de modos fenome
nológicos en que se aparece el mestizaje -sea en la influencia
del barroco, en las culturas amerindias o en las sociedades cos-
77
mopolitas que van desde escritores bilingües, muralistas, pinto
res, músicos, arquitectos, filósofos, antropólogos, etnólogos, his
toriadores, hasta el surgimiento de los movimientos lésbico-gay,
feministas y la reivindicación de las minorías étnicas.
Proponemos una rehabilitación sensible del mestizaje como
«intercorporeidad viviente», esto es, en la relación que cada suje
to encamado expresa hacia los demás; sean emociones, valores,
creencias, preferencias, gustos y comportamientos que se entre
cruzan, se intercambian o se mezclan entre sí, formando una he
terogeneidad. Existe una complicidad mutua entre mestizaje y
pluralismo cultural. La naturaleza del mestizaje es indetermina
da, su ambigüedad proviene de ese quiasmo entre natura/cultura;
es originariamente una experiencia primordial, salvaje y camal.
La conciencia encamada se percibe desde la intercorporeidad vi
viente: en un horizonte fenomenológico de la pluralidad de mun
dos de vida. El mestizaje es un campo dinámico de interacciones
y recreaciones sin fin; desde allí el interculturalismo puede orien
tarse a través de una mirada fenomenológicamente captada y vi
vida en la diversidad cultural existente. En este sentido se intenta
comprender un nuevo universalismo pluralista acercado a una
phrónesis intercultural, esto es, desde una racionalidad abierta al
diálogo con el otro. Hay que insistir, no obstante, en la recupera
ción del ejercicio crítico de la razón y la praxis fundada en el diá
logo intercultural como horizonte de comprensión de la filosofía
y la multiculturalidad en el México actual.
78
zador. La globalización cultural está estrechamente ligada al mo
delo económico surgido como una nueva etapa del capitalismo a
finales del siglo XX, llamado «modelo neoliberal». Este fenómeno
surgió en 1 980 con la revolución tecnológico-informacional, pro
moviendo una homogeneización económica a nivel global. La
deuda externa, la injusticia social y las transiciones democráticas
acarrean diversas manifestaciones culturales como anarquismos,
socialismos y comunitarismos. Frente a esto, el ejercicio de la ra
cionalidad analógica nos permite ir construyendo una identidad
más amplia y tolerante que fortalezca los valores interculturales
como la cooperación y organización mundial para afrontar los
desafíos de la pobreza y la marginación social. La renegociación
de la deuda externa en los países de Tercer Mundo es una alterna
tiva que nos propone establecer una democracia más justa y plu
ral, fundada en la práctica dialógica para asumir el compromiso
de un nuevo espacio de convivencia humana. Con el propósito de
alcanzar los nuevos retos de la filosofía, Mario Magallón conside
ra que es preciso confrontar el discurso filosófico desde los con
flictos sociales e interculturales.
79
dades culturales por procesos de intercambio entre las cultu
ras indígenas, africanas, asiáticas y europeas para hablar de la
diversidad cultural existente en la arquitectura, la pintura, la
música, la indumentaria, la cocina y las artesanías.
El pluralismo cultural de América Latina nos revela que está
formado por regiones pluriétnicas donde conviven diferentes
culturas como la indígena, asiática, árabe, africana y europea en
procesos de simbiosis; originando una cultura mestiza-auténti
camente-pluralista. La re-construcción general de las socieda
des es posible desde una utopía-cultural-mestiza-pluralista. 5 Exis
ten muchas culturas diversas entre sí, la mezcla es intercarnali
dad que se orienta a una nueva identidad -diferenciada- como
en las culturas mestizas o híbridas. Muchos indígenas al cruzar
la frontera se «mestizan» con los colonizadores blancos, origi
nando nuevas identidades como los «chicanos»6 en Estados Uni
dos. La interculturalidad es un proyecto desde abajo, concreto y
múltiple que atiende a las necesidades básicas como la educa
ción, el trabajo, la dignidad de género en las políticas en tanto
que la migración se vuelve un fenómeno imprescindible, tal como
es el caso actualmente de los indígenas en zonas urbanas que
resultan ser más de un 40 % y, específicamente, 2 millones viven
en el Distrito Federal.
Podemos percibir el multiculturalismo como una metáfora,
siempre en proceso de interpretación que nos permite distinguir
5. Cfr. Jaime Vieyra, México. Utopía, legado y conflicto, Red Utopía, A.C. Ji
tanjáfora editorial, Morelia, 2007, pp. 388-389. El autor expone que «La utopía
cultural mestiza pluralista sólo puede hacerse viable, entonces, en el sentido de
la construcción de un marco democrático de relaciones interculturales cuyos
contenidos procesuales se definirian por el desarrollo autónomo de mecanis
mos político-organizativos de las comunidades reales y por la conexión trans
versal y no jerárquica de las comunidades entre sí. [ . . ] la utopía pluralista ha de
.
80
el espíritu de nuestro tiempo: es el nacimiento de una concien
cia de la interculturalidad apta para asumir la equidad en la di
ferencia. El fenómeno del multiculturalismo es una nueva diná
mica social que intenta reivindicar las minorías étnicas, sociales
y culturales para una realización concreta de la autonomía.
América Latina nos muestra un mosaico de culturas que se mez
clan entre sí formando regiones pluriétnicas. «Los países lati
noamericanos --comenta Luis Villoro-- están en una situación
privilegiada para lograr ese objetivo, pues nacieron del encuen
tro entre las culturas más diversas; en su historia pueden encon
trar las fuentes de un proyecto nuevo de diálogo intercultural» . 7
El pluralismo cultural de América Latina se revela al fondo del
interior de las sociedades. El mestizaje no es igualitario, tiende
más bien a reconocer la diferenciación como un enriquecimien
to mutuo de la diversidad. La educación intercultural se mantie
ne a partir de una postura analógica, esto es, intenta establecer
un balance entre el universalismo y el particularismo. El multi
culturalismo mexicano se encuentra entre el universalismo axio
lógico y el particularismo nacional. Agustín Basave nos comenta
en Las fronteras del multiculturalismo que: «no hay contradic
ción en la idea de un mestizaje multicultural o un multicultura
lismo mestizo. Mestizar no es hacer a todos idénticos sino her
manables; es poner un trozo de cada uno en los demás, es unir a
quienes no dejan de ser diferentes. Y es que el respeto a la diver
sidad no basta. Mestizofilia es heterofilia: es hacerse amigo de la
otredad» .8 El multiculturalismo nos lleva a una crítica herme
néutica de la diversidad en la diferencia realmente existente. Las
creencias, los deseos, los comportamientos, las preferencias y
81
los gustos son los factores que mantienen la cohesión de las for
mas de vida, elección de fines, y orientación en una comunidad
viviente, es el rasgo mínimo que nos lleva a repensar las condi
ciones factuales de la interculturalidad.
La dinámica del mestizaje9 consiste en la concreción inter
cultural como práctica pluralista de sí y del «reconocimiento del
otro » . La justicia se basa en el respeto mutuo de la equidad en la
diferencia, sin exclusión ni imposición. El multiculturalismo se
presenta como una nueva dinámica -heurística- para el desa
rrollo y la gestión intercultural, bajo una tríada orientada a com
prender la globalización/democracia/pluralismo dentro de los
fenómenos de migración y mestizaje. Daniel Gutiérrez Martínez
expone en Multiculturalismo. Desafíos y perspectivas que «a par
tir de entonces, resistir a lo unitario y a lo diferencial, a la fusión
y a la fragmentación, luchar por un mundo mestizo, sería sim
plemente ver el mundo como mestizo y el mestizaje como un
mundo » . 10 Esta visión se despliega en una variedad de fenóme
nos sociales, su relación se expresa como un collage, es decir, en
el abigarramiento, la yuxtaposición y la multiplicidad de elemen
tos. El mestizaje se presenta como una alternativa frente a la
igualdad. El mestizaje y el pluralismo se confrontan con la no
ción de multiculturalismo, debido a que es una noción que re
quiere un esfuerzo de interpretación, conceptualización y rese
mantización desde una perspectiva filosófica.
82
ética como política del derecho de intercambio de diversas lógi
cas, la mezcla, no sólo biológica sino cultural, que hace falta hoy
entender y presentar. 1 1
83
El genio del mestizaje consiste precisamente en que, por una
parte, nos permite movilizar libremente las potencias culturales
de los seres humanos, nos permite encontrar, en el «Caos» de las
interacciones, los préstamos, las apropiaciones y recreaciones
sin fin, la fuerza de una humanidad creadora única; y, por otra
parte, nos permite diluir el muchas veces patológico afán por la
pureza identitaria, que no expresa al fin otra cosa que la incapa
cidad humana (inhumana) para asumir la contingencia y fragili
dad ontológica que constituye nuestro ser más «propio», la liber
tad que nos define y el gusto por la innovación que nos motiva.
Estar dispuestos a mezclarse es la prueba más alta de espirituali
dad y humanidad. 13
84
mestizaje se nos aparece como una modulación, una vibración
o improvisación en el arte. Podemos percibir el mundo mestizo
desde una experiencia estética capaz de considerar el sentido
inagotable de la vida sensible porque «estamos mezclados con el
mundo y con los demás en una confusión inextricable» . 15 Eros y
mestizaje expresan una dimensión heterogénea de la carne de
seante, vibrante y erótica: el pensamiento mestizo habita en el
intermundo. El encuentro es entrecruzamiento primordial del
otro y el mundo, es una experiencia erótica de la carne que nos
muestra el carácter insaciable de la obra de arte. La complicidad
mutua del deseo y la imaginación camal en la literatura como
en la pintura nos despiertan a nuevas sensibilidades. El eros del
mestizaje se nos presenta como un mediador entre naturaleza y
cultura, su ambigüedad originaria se enraíza en el entreteji
miento común de las existencias. La dialéctica del eros se nos
muestra como una filosofía de la dualidad, del quiasmo o rela
ción interpersonal: «[ . . . ] en cuanto no es el de una identificación
ni el de una unificación armónica que anulara la diferencia en
tre los relacionados, sino, en cuanto es, más bien, una dialéctica
de la identidad -y- la diferencia, puede ser considerado justa
mente una relación erótica, como un encuentro amoroso » . 1 6 La
experiencia del otro consiste en esa exploración de nuestros afec
tos, de esa vida en común que nos permite interactuar social
mente. Aprender de otras culturas, esto es, la interculturalidad,
consiste en una mutua comprensión, en una nueva forma de
sentir el mundo-con-los-otros. Mario Teodoro Ramírez conside
ra la práctica intercultural como un proyecto de vida, una forma
de habitar el cuerpo porque somos conciencias encamadas:
85
Debemos insistir -nos exhorta Mario Teodoro Ramírez- toda
vía en la necesidad de concebir (y practicar) la interculturalidad
como un movimiento real, como una experiencia de aprendiza
jes, de interacciones y transfiguraciones reales; esto es, pensarla
como el encuentro efectivo entre los miembros de distintas cul
turas --encuentros siempre variables, contingentes y concretos.17
86
Para restablecer el diálogo entre culturas y su convivencia
recíproca es necesario distinguir entre la sociedad multicultural y
la interculturalidad -términos que acuña Alejandro Salcedo
Aquino- como proyecto de emancipación de las diferentes for
mas de convivencia e interacción humanas; desde donde surge
la propuesta pluralista del quehacer filosófico mexicano. Salce
do Aquino reconoce en el sentido pluralista de la propuesta
hermenéutica analógica y proporciona un nuevo enfoque que
nos permite orientamos sin caer en equivocismos y univocis
mos para una comprensión de nuestra cultura mexicana: «Beu
chot -nos comenta Aquino- asume un pluralismo analógico y
lo sustenta como algo intermedio entre el universalismo y el par
ticularismo» .19 De acuerdo con la posición pluralista José Ale
jandro Salcedo Aquino intenta ofrecer un nuevo modelo basado
en el «respeto a la diversidad cultural» desde un multiculturalis
mo pluralista-analógico, esto es, en la participación activa y el
reconocimiento mutuo de los valores interculturales.
87
va un diálogo más equilibrado y abierto a la diversidad cultural.
La pluriculturalidad tiene que ser el fruto de un aprendizaje cri
tico-hermenéutico, es decir, se encuentra en la controversia, en
la confrontación y el diálogo. Una educación unívoca es hege
mónica --de carácter dominante-, y una equívoca se mantiene
en la permisividad --de carácter acritico-; en verdad no hay
enseñanza en estas dos vertientes. Beuchot distingue entre una
interculturalidad univocista y otra equivocista, una mediación
más prudente del diálogo-analógico entre diferentes. La herme
néutica analógica en este sentido nos ayuda a comprender el
pluralismo cultural desde el diálogo intercultural como enseñan
za critica dirigida a una ética de la cultura, de manera que ésta
nos brinde un espacio de dignidad, de respeto a las diferencias
para poder establecer criterios mínimos de acuerdo y tolerancia
-o más bien prudencia y proporción- para una legitimación
de los derechos universales donde se promuevan la autonomía
en la identidad y la alteridad, preservando así la universalidad
frente al relativismo y al absolutismo. En la actualidad podemos
dar cuenta de la hermenéutica analógica propuesta por Mauri
cio Beuchot como proyecto hacia la reactivación de la intercul
turalidad en los derechos humanos:
88
En la comunicación intercultural la analogía nos remite a
una comprensión de la semejanza en la diferencia. La sintaxis
mestiza se articula a través de metáforas y metonimias, o bien
dentro de las figuras literarias como son: el retruécano, el palín
dromo o el quiasmo en relación con la analogía. La interpreta
ción de las diferentes culturas se promueve desde la intercultu
ralidad como comprensión crítica y abierta de la diversidad exis
tente en el mestizaje bajo la idea de un intercambio simbólico y
cultural, es decir, encontrar «lo análogo como mestizo» . El mes
tizaje es un símbolo -semiótico--- que nos refiere al movimien
to analógico-icónico, es decir, un pensamiento co-implicativo que
habita en el límite, en lo hfbrido y transcultural. Por la mediación
analógica la interpretación de los signos se vuelve movediza, fron
teriza o mestiza. La aplicación de la hermenéutica analógica nos
parece pertinente para tratar el tema del interculturalismo y el
mestizaje.
Multiculturalismo/interculturalidad!mestizaje se presentan
como una triada fundamental para comprender el problema del
otro, del encuentro y el mundo. La fenomenología y la filosofía
de la cultura promueven el desarrollo y la gestión intercultural
desde modelos para armar, es decir, nunca acabados, sino en pro
ceso continuo de construcción y re-construcción de las diversas
identidades que forman una pluralidad de culturas. El mestizaje
es una experiencia sensible que nos permite acceder a un campo
dinámico de interacciones y fluctuaciones, de virtualidades y
potencialidades. El desafío de la diversidad cultural nos proyec
ta a una dimensión concreta del diálogo intercultural.
89
Intercorporeidad viviente: el mestizaje como experiencia
bio-fenomenológka
90
El mestizaje es una pulsión, una emoción o un sentimiento
que expresa un mosaico afectivo de vivencias. El mestizaje se
expresa en un rostro, una mirada, un otro, es pasión y acción a la
vez. La intencionalidad se orienta desde la hermenéutica como
interpretación de lo sensible, es decir, desde una descripción fe
nomenológica. En este sentido podemos comprender la relación
existente entre cuerpo y mestizaje porque: «la función del cuerpo
es la de asegurar esta metamorfosis» . 24 El mestizaje es un movi
miento naciente que se recrea en un horizonte de experiencias
interculturales. Mario Teodoro Ramírez se propone revalorizar
la fenomenología del otro desde la intercorporeidad viviente en
Merleau-Ponty:
91
M.ª Carmen López Sáenz en su Hermenéutica fenomenológica
de la existencia intercultural nos propone una revaloración de la
intersubjetividad desde la coexistencia social, es decir, pensar
la interculturalidad como una intercorporeidad viviente en Mer
leau-Ponty -nos dice-: «la fenomenología del otro y de la inter
subjetividad es un paso ineludible para encarnar y comprender el
diálogo intercultural del que tanto se habla actualmente» .26 El mes
tizaje se encuentra entre la identidad y la diferencia, su orienta
ción básicamente consiste en no caer en univocismos ni equivo
cismos que se encuentran en el pensamiento posmodemo, más
bien nos remite a una experiencia intercultural -analógica. Una
filosofía camal nos permite comprender el acontecimiento del
mundo y el otro como una experiencia sensible que se prolonga
en ese doble horizonte que va del mundo a la corporalidad y de la
corporalidad al mundo: «el otro y yo permanecemos en un poli
morfismo fundamental» . 27 La intercorporeidad fáctica se relacio
na con el ser de la sociabilidad, con la empatía o Paarung husser
liana: «Al entender la intersubjetividad como intercorporeidad,
Merleau-Ponty entiende que la existencia es ya coexistencia y que
el mundo social es un campo permanente o dimensión del ser-au
monde». 28 Nos encontramos en una mutua reciprocidad entre el
mundo natural y el mundo cultural. La interculturalidad y el mes
tizaje se mantienen en una dimensión socialmente interacciona!,
esto es, a partir del encuentro del yo y el otro, en ese mundo en
común, entrelazado y ambiguo de la existencia corporal: el cuer
po es expresión, comportamiento e intencionalidad. Percibo al
otro como una conciencia encarnada desde otro centro, esto es,
en un descentramiento del sujeto hacia una correlación de la exis-
92
tencia intercultural: «El yo encuentra al otro en la experiencia
vivida, la cual tiene como trasfondo una situación intersubjetiva e
histórica que comienza por ser intercorporal» .29 Intercorporeidad
es interculturalidad, esto significa que existe un entrecruzamien
to primordial de la naturaleza y la cultura.
no sólo percibo otros cuerpos análogos a los míos, sino que in
corporo las intenciones operantes ajenas. Encuentro al otro como
encuentro a mi cuerpo, como otro cuerpo vivido, aunque desde
otro centro [ . ] Sé de su otredad y diferencia gracias a que el
..
93
camos al mismo mundo formando una comunidad de implicación,
no de yuxtaposición de mónadas. Tengo o no tengo estas ventanas,
Merleau-Ponty las ignora para designar esa relación con el otro que
es encarnada y viviente, porque ambos nacemos conjuntamente de
ese éxtasis original que es la corporeidad. Ella es también la signifi
cante primordial de la que surge todo significado y la intersubjetivi
dad se sitúa en el horizonte ontológico del Ser sensible que se feno
menaliza ininterrumpidamente. 32
94
La carne designa el punto de articulación de la naturaleza y cul
tura. Ambas se entrelazan de tal modo en la intercorporalidad
que resulte imposible establecer dónde acaba lo natural y dónde
comienza lo cultural en el ser humano: nuestra percepción es
cultural e histórica, incluso lo cultural reposa sobre el polimor
fismo del ser salvaje. El mundo cultural se va depositando en lo
natural, es una reorganización de éste. El otro además me ayuda
a autocomprenderme. [ . . ] En lugar de llegar al otro dando un
.
95
rienda que se convierta en un principio accesible a los hombres
de otro país o de otro tiempo. La etnología no es una especiali
dad que se defina por un objeto de estudio particular, las socieda
des «primitivas»; es una manera de pensar, la que se impone cuan
do el objeto es lo «Otro», y exige que nos transformemos a noso
tros mismos. También nos convertimos en los etnólogos de nuestra
propia sociedad si tomamos distancia con respecto a ella. [ . ] ..
96
II
FILOSOFÍA Y FENOMENOLOGÍA
LAS IDEAS SENSIBLES, ENTRE VIDA Y FILOSOFÍA*
Mauro Carbone
Universita degli Studi di Milano
99
que yo he considerado representar, sea pictóricamente sobre la
tela, sea conceptualmente en el pensamiento. Es por eso que, en
El ojo y el espíritu, Merleau-Ponty escribe que toda teoría de la
pintura es una metafísica, 3 entendiendo por esto que toda teoría
de la pintura conlleva la idea de cierta relación con el Ser.
Pero en Merleau-Ponty la referencia a la pintura no es la
única que atestigua la mutación que ocurre en las relaciones
entre el hombre y el Ser: en los mismos años, explicando cómo
la ciencia o más bien las ciencias del siglo XX han modificado
nuestra concepción de la naturaleza, afirma que ese cambio del
concepto científico de naturaleza es, a su vez, el signo de una
mutación ontológica total que debe ser absolutamente animada
porque es absolutamente necesaria. 4 Según él, se trata, en suma,
de un proceso que está en acto y que al mismo tiempo hay que
actualizar.
Merleau-Ponty observa, pues, este proceso de mutación en
dominios muy diferentes -la pintura o las ciencias físicas y bio
lógicas, por ejemplo- pero en direcciones convergentes, lo que
le conduce a hablar de un «pensamiento fundamental» , 5 el cual,
según él, todavía no ha encontrado el medio de realizarse en
tanto que filosofía explícita, es decir, no ha encontrado todavía
la actitud y el lenguaje para formularse en aquello que la tradi
ción occidental llama, precisamente, «filosofía» .
He aquí, pues, que la dirección y el objetivo hacia los cuales
se encamina el pensamiento del último Merleau-Ponty obligan a
plantearse las cuestiones a las que acabo de hacer alusión: si
desde las ciencias de la naturaleza, así como desde las experien
cias pictóricas -pero también desde las literarias y las musica
les-, emerge una nueva configuración de las relaciones entre el
hombre y el Ser, la idea de filosofía que la tradición occidental
ha formulado, ¿estará preparada para asumir la actitud y el len
guaje adecuados para expresar esta mutación? ¿No será necesa
rio más bien repensar la idea de filosofía? Y en este caso, ¿cuáles
mutaciones en la idea misma de filosofía son necesarias para
1 00
expresar la mutación de las relaciones entre el hombre y el Ser?
Y estas mutaciones indispensables en la idea de filosofía, ¿son
posibles? Es decir, ¿nos permiten, incluso en el caso en que con
siguiéramos imprimirlas en nuestro pensamiento, hablar toda
vía de filosofía como lo hemos hecho hasta ahora?
A fin de responder a estas preguntas, en sus últimos cursos
en el College de France, Merleau-Ponty interrogaba, por una par
te, a cierta tradición filosófica de la que se sentía parte, la que no
podía evitar tomar por referencia el pensamiento de Descartes
de manera problemáticamente fundamental, y que tenía como
otras referencias, no menos fundamentales, a los pensadores más
importantes del movimiento fenomenológico: Husserl y Heideg
ger. Por otra parte, a fin de responder a las preguntas antes plan
teadas, Merleau-Ponty se pone a investigar otras referencias con
las cuales confrontarse; interrogaba entonces lo que llamaba,
con esta expresión singular, «la historia de la a-filosofía» .6
Con esta expresión quena designar una línea -iniciada se
gún él por Hegel, proseguida por Marx, Kierkegaard y Nietzsche,
después por Husserl y Heidegger mismos- cuyas tentativas de
pensamiento, más allá de las diferentes opciones teóricas, han
querido, cada una a su manera, tomar partido por estos dominios
de la experiencia que la filosofía, tal como se ha constituido tradi
cionalmente, ha eliminado del campo de su investigación. Tenta
tivas de pensamiento que han buscado, en suma, tomar el partido
de la «no-filosofía». Predicar las razones del aparecer contra las
del ser, como lo hace Hegel con los principios fundamentales de
su fenomenología del espíritu, predicar las razones de la expe
riencia contra las del pensamiento abstracto, o, más aún, las razo
nes de la vida contra la teoria --el Zaratustra de Nietzsche por
ejemplo: «yo os conjuro mis hermanos, permaneced fieles a la
tierra»-, predicar las razones del más acá contra el más allá de la
metafísica: he aquí, piensa Merleau-Ponty, diversas tentativas para
pensar las razones de la no-filosofía contra la identidad tradicio
nal de la que se ha provisto la filosofía.
Cuando Merleau-Ponty habla de «a-filosofía» quiere referir
se entonces a un pensamiento que sabe hacer suyas las razones
de la no filosofía y, gracias a ellas, transformar radicalmente la
identidad de lo filosófico . Para decirlo con una expresión que se
101
encuentra en una de las notas de su curso titulado «Filosofía y
no filosofía desde Hegel» , al cual me estoy refiriendo: «Se trata
[ ... ] de una filosofía que quiere ser filosofía siendo no-filosofía [ . . . ],
que se abre acceso a lo absoluto, no como "más allá", un segun
do orden positivo, sino como otro orden que exige el más acá, el
doble, no accesible más que a través de él» . 7
Estas palabras permiten medir toda la envergadura de la
empresa con la que Merleau-Ponty está comprometido. Pero a
los 53 años su muerte repentina interrumpe su investigación: no
nos queda de ella más que algunos elementos absolutamente
insuficientes para restituir sin equívoco las indicaciones de un
pensamiento a la altura de la apuesta que él se había hecho. Se
trata más bien de elementos donde el pensamiento se busca con
frontándose con las ciencias de la naturaleza del siglo XX, con
las experiencias pictóricas, literarias y musicales contemporá
neas, y con ciertas corrientes de la tradición filosófica. Así, como
lo escribió Merleau-Ponty refiriéndose a su vez a Husserl, se tra
ta de un pensamiento que circunscribe «Un dominio a pensar»,8
un dominio definido por cuestiones, por interrogaciones a las
que no se puede ser fiel y no se les puede reencontrar más «que
pensándolas de nuevo» .9
Varios síntomas culturales convergen pues, según Merleau
Ponty, en la expresión de una nueva relación entre el hombre y el
Ser y, en este panorama, Marcel Proust y su A la busca del tiempo
perdido ocupa, según su opinión, un lugar central que describe de
esta manera en In visible y lo invisible: «Nadie ha ido más lejos
que Proust en la fijación de las relaciones entre lo visible y lo invi
sible, en la descripción de una idea que no es lo contrario de lo
sensible, es su doble y su profundidad» . 10 Esta cita nos revela,
pues, por qué Merleau-Ponty considera a Proust como una refe
rencia decisiva durante los últimos años de su vida, que se carac
terizan por la investigación a la que me estoy refiriendo. En otras
palabras, él subraya que una formulación filosófica a la altura de
nuestra nueva relación con el Ser pasa por una nueva descripción
7. Ibíd., p. 275.
8. Maurice Merleau-Ponty, Le philosophe et son ombre [ 1 959], Signes, París,
Gallimard, 1 960, p. 202.
9. Ídem.
1 0. Maurice Merleau-Ponty, Le visible et /'invisible, París, Gallimard coll.
«Tel » , 1 964, p. 1 95 .
1 02
de las relaciones entre lo sensible y lo inteligible, a saber, por una
teoria no platónica de las ideas hacia la que, según Merleau-Pon
ty, Proust, más que cualquiera, ha sabido avanzar. 1 1
E n ciertas páginas del primer volumen de la Recherche, a las
que Merleau-Ponty ha vuelto muchas veces, Proust escribe en
efecto que Swann -el protagonista de este volumen- había
acabado por tomar «los motivos musicales por verdaderas
ideas » 1 2 a partir del momento en que una concepción particular
del amor y de la felicidad le había parecido inseparable de la
escucha de cierta melodía: ésa de la «pequeña frase» de la sona
ta de Vinteuil. Tenemos aquí claramente un acontecimiento sen
sible, la escucha de la frase musical, que porta en él una idea
particular, una concepción específica del amor y de la felicidad.
Esta idea no se da, pues, si no hay un reencuentro de su manifes
tación sensible: la escucha de la «pequeña frase» . En este senti
do, Merleau-Ponty habla de «idea sensible» .13
Está claro que una teoria de las ideas no puede más que
implicar una teoria de su génesis, o sea una teoria de la ideación,
que', a su modo, es indisociable de una nueva concepción de la
relación entre actividad y pasividad, cuya distinción caracteriza
tradicionalmente el «lugar» donde, decimos ordinariamente, las
ideas arriban: ese lugar que llamamos «sujeto» . Pero sobre este
punto estoy forzado a no basarme más que sobre las pizcas de
reflexión legadas por Merleau-Ponty y debo asumir entonces la
responsabilidad del pensamiento avanzado aquí.14 Dicho esto, a
fin de comprender qué teoria de la ideación, de la génesis de las
ideas, puede nacer a partir de la intención no platónica que Mer
leau-Ponty encuentra en Proust, me propongo partir de una fra
se de Merleau-Ponty mismo y busco comprender qué consecuen
cias podemos obtener. He aquí la frase: «Cuando inventamos
una melodía, la melodía se canta en nosotros mucho más que lo
que nosotros la cantamos; ella desciende en la garganta del can-
1 03
tante, como lo dice Proust . . . el cuerpo está suspendido en lo que
él canta, la melodía se encarna y encuentra en él una especie de
sirviente».15
¿Es posible decir que nos enfrentamos aquí a la descripción
de la génesis de una idea? Yo diría que sí. Nos encontramos fren
te a la descripción de la génesis de una idea musical: una idea
que se llama «melodía» . Ahora bien, cuando la inventamos, como
la hemos escuchado, «la melodía se canta en nosotros mucho
más que lo que nosotros la cantamos». La ideación consiste, pues,
en una actitud, de la que Merleau-Ponty habla en otras partes a
partir de Heidegger en términos de «dejar-ser» (sein Lassen): es
verdad que cuando inventamos una melodía ella «Se canta en
nosotros mucho más que lo que nosotros la cantamos», pode
mos entonces decir que inventar es un dejar-ser, que consiste, a
su vez, -como lo sugiere Merleau-Ponty en la misma ocasión
en ofrecer a los objetos «la resonancia que ellos exigen». 1 6
Volvamos ahora a la cita precedente: «Cuando inventamos
una melodía, la melodía se canta en nosotros mucho más que lo
que nosotros la cantamos; ella desciende en la garganta del can
tante » . Podríamos decir que este «inventar» entendido como
«dejar-ser» consiste, en otras palabras, en un acoger que es un
ponerse de acuerdo con el encuentro del mundo; esto en un sen
tido triple, pero íntimamente unitario: dejar ser el encuentro
dejándose ser en él, entrando en resonancia con él. Es así, de
hecho, como el cantante acoge en su garganta la melodía que
desciende y se canta en él.
Pero si todo esto es verdadero, los que nos caracterizamos
como esos que inventan una melodía acogiéndola de esta ma
nera, ¿cómo podemos definirnos? Podemos decir que somos
los huecos que acogen la melodía, que acogen el nacimiento de
esta idea.
Evidentemente, sería un error comprender nuestro ser-hue
co en el sentido de ser un puro y simple «receptáculo» de la idea:
demasiado frecuentemente la palabra de Platón17 ha sido inter
pretada así por este platonismo que ha devenido nuestra princi-
1 04
pal «imagen del pensamiento» , para hablar como Deleuze, o la
principal imagen de nuestra relación con el Ser, para hacer eco
de Merleau-Ponty. Seria un error comprender nuestro ser-hueco
en el sentido de un puro y simple receptáculo de la idea, decía,
por al menos dos razones. Ante todo, eso implicarla pensar este
hueco como existente ya antes de que la idea sobrevenga, y de
pensarlo, pues, precisamente como hueco que se contenta con
albergar tal idea. En otras palabras, esto implicaria pensarnos
como una pura pasividad. Aún más, reducirnos a un simple re
ceptáculo siempre presto a albergar una idea que adviene, suge
rirla que esta idea preexiste como tal «en otro lugar» y que un día
se decide caer en el seno de este hueco, a su vez preconstituido,
que somos nosotros.
Hemos visto que hay que comprender más bien la descripción
de la génesis de la idea, así como la génesis de este hueco -que,
rigurosamente, no podemos más llamar «Sujeto»-, como la des
cripción de dos aspectos de un mismo evento que podemos caracte
rizar como una puesta en resonancia recíproca. Un acontecimiento
que consiste justamente en el advenimiento simultáneo de la idea y
de nuestro ser-hueco. Un acontecimiento, pues, del que no debe
mos buscar saber si pasa en nosotros o bien fuera de nosotros, puesto
que él nos es a la vez interior y exterior, produciéndose en el en
cuentro y como encuentro de la interioridad y de la exterioridad: un
encuentro que, en tanto que acontecimiento, es inevitablemente
alumbrado por la luz de un choque. Se produce como un encuentro
que recorre el tejido de diferencias que nos unen al mundo -el
tejido que Merleau-Ponty ha bautizado como « carne»- Y que hace
resonar este tejido a efectos de semejanza o incluso de identidad,
designados, en este caso, bajo el nombre de «idea», precisaria quizá
Deleuze. 1 8 Simultáneamente, el acontecimiento produce la «inva
ginación» -es interesante ver que este término es también de Mer
leau-Ponty-1 9 de un faldón del tejido mismo, plegándolo en un
hueco resonante que acoge y hace sedimentar esta idea.
1 8. «La ressemblance subsiste, mais elle est produite comme l'effet extérieur
du simulacre, pour autant qu'il se construit sur les séries divergentes et les fait
résonner» (Gilles Deleuze, Logique du sens, París, Éd. de Minuit, 1969, p. 303).
1 9. M. Merleau-Ponty, Le visible et !'invisible, op. cit., p. 1 99, así como G.
Deleuze, Le pli. Leibniz et le Baroque, París, Éd. de Minuit, 1 988, p. 1 2 .
1 05
Por lo tanto, ni el hueco preexiste a la idea, ni la idea al hue
co, sino los dos -mi devenir-hueco donde la melodía resuena y
donde ella se forma por la resonancia- surgen juntos: para de
cirlo con las palabras del poeta francés Paul Claudel, ellos «CO
nacen» . 20 Es decir, ellos nacen juntos y en una indistinción de la
actividad y de la pasividad. De hecho, en la frase de Merleau
Ponty que nos interesa aquí, como sobre una banda de Moebius,
hay un sentido activo del que resulta implícitamente un sentido
pasivo que es sin embargo el mismo. Así, los dos sentidos dicen
juntos un sentido reflexivo donde la actividad y la pasividad apa
recen indistintas, y por ahí se pierde, pues, la misma distinción
entre un sujeto que es considerado actor y un objeto que es quien
sufre la acción. En efecto, Merleau-Ponty escribe: «Cuando in
ventamos una melodía» (aquí el «nosotros» es sujeto y la forma
del verbo es activa), «la melodía se canta en nosotros» (entonces
perdemos la posición de sujeto y la forma del verbo deviene si
multáneamente reflexiva). En una nota de trabajo de Lo visible y
lo invisible, Merleau-Ponty subraya justamente esto al hablar
precisamente de hueco para caracterizar lo que acabo de descri
bir. Él escribe que pensar no es «una actividad del alma, ni una
producción de pensamiento en plural, y yo no soy incluso el au
tor de este hueco que se hace en mí por el paso del presente a la
retención, no soy yo quien me hace pensar como no soy yo quien
hace latir mi corazón» . 21
Entonces, aunque no soy yo el autor de mis pensamientos,
de este hueco que se forma en mí, en él --o mejor, con él- algu
na cosa se crea: una melodía, por ejemplo. Es como decir que un
proceso de creación se desencadena en mí sin que yo sea el au
tor. O todavía que «acoger» -que tradicionalmente es interpre
tado como una actitud pasiva- y crear --que tradicionalmente
se considera una actitud activa- no son más que uno. Esto quie
re decir también que la idea no preexiste a su advenimiento, lo
que constituye otro elemento antiplatónico decisivo.
Querría subrayar que lo que he buscado describir hasta aquí
muestra que una idea adviene, pues, en nuestro encuentro con el
mundo y dentro de un horizonte más vasto de relaciones que
1 06
llamamos el Ser: en este sentido, el advenimiento de una idea se
manifiesta desde entonces como un acontecimiento ontológico
más que como nuestro «acontecimiento mental» privado. Pero
hay que subrayar además que el proceso que he buscado descri
bir hasta aquí --el proceso a través del cual un hueco se abre y
gracias al cual alguna cosa se crea por el hueco que se abre- no
vale solamente para el advenimiento de las ideas, sino también
para el de los valores: estos valores, que subtienden nuestros
actos, me parece que se forman también en virtud de la pasivi
dad creadora de la que hablo. 22
Ya se trate de ideas o de valores, hemos visto cómo ellos se
crean en nuestro devenir-hueco: en este sentido, no somos sus
autores, porque no somos nosotros quienes los hacemos, sino
más bien nuestro encuentro con el mundo, el cual los trae a la
expresión en un pensamiento que, escribe Merleau-Ponty en una
de las últimas notas del curso sobre la naturaleza, opera «sin
pensar» ,23 es decir, en un pensamiento todavía ciego. Por un lado,
pues, desde el momento en que nosotros obramos en tanto que
hueco, una indistinción entre nuestro ser activo y pasivo apare
ce; por otro lado, en el seno de esta indistinción, lo que viene a la
expresión no es lo que hacemos nosotros mismos, sino el ser
mismo de nuestro encuentro con el mundo: es este ser que se
refleja o, por decirlo de otra manera, que se piensa en nosotros.
Por esto yo decía que las ideas que vienen así a la luz no son
simples «acontecimientos mentales» , sino más bien aconteci
mientos ontológicos.
Quizá así estamos logrando dejar un poco más claros algu
nos aspectos de la mutación de las relaciones entre el hombre y
el Ser que Merleau-Ponty veía ocurrir en nuestra época. Eviden
temente esta mutación no consiste en inaugurar la producción
de las dinámicas que he buscado poner en evidencia, como si
ahora las ideas nacieran así y antes hubieran nacido de otro modo.
La mutación reside más bien en el hecho de que nuestra época
estaría llevando a la expresión esas experiencias según modalida-
1 07
des nuevas, produciendo así lo que Deleuze define a su vez como
«elementos profundos para una nueva imagen del pensamien
to» . 24 Así, esta época habría transportado (o re-transportado)25 a
la expresión nuestro ser-hueco, que no es ni un vacío ni un ser
pleno, mientras que la tradición filosófica ha hecho prevalecer
una concepción del sujeto según uno u otro de esos modelos: el
sujeto es ya el ser pleno que da sentido al mundo, ya el vacío que
recibe el sentido del mundo.
Llevar a la expresión la mutación de las relaciones entre el
hombre y el Ser quiere decir entonces describir nuestro ser no
como «sujeto» que, como expliqué anteriormente, hace frente a
un «objeto-mundo», sino más bien como un hueco que es «Caja
de resonancia» en el sentido en el que hemos escuchado decir a
Merleau-Ponty de la melodía que se canta en nosotros a condi
ción de que sepamos concederle justamente la resonancia que
exige. Se trata en efecto de un hueco donde resuene nuestro en
cuentro con la carne del mundo, donde este «resonar» no sea la
simple reproducción de un sonido producido en otro lugar, sino
que -es lo que aprendemos de la caja de resonancia- revista
un valor creativo particular.
En una misma perspectiva, puede ser que no hayamos su
brayado bastante hasta aquí que la caracterización de nuestro
ser en términos de «devenir-hueco » , de «invaginación» , es total
mente complementario de la caracterización del ser de la idea
que Merleau-Ponty extrae de lo que Proust escribe sobre los
«motivos musicales» . El Ser, tradicionalmente considerado como
lo que perdura más allá de la visibilidad tramposa del devenir,
pero que es accesible por otra manera de visión -el ser de la
idea, justamente-, muestra aquí su imborrable enraizamiento
sensible de principio, gracias a este arte que canónicamente está
ligado al tiempo y así al devenir, un arte que se ofrece a una
modalidad de encuentro -la escucha- que lo sustrae del para-
24. Gilles Deleuze, Sur Nietzsche et l'image de la pensée, «Les Lettres fran9ai
ses » , 1 .223, 28 de febrero 5 de marzo, 1 968, p. 304.
-
1 08
digma del cara a cara y de la representación, un arte que con
siente, pues, en pensar también nuestro ser, como el de la idea,
en términos no sustanciales, e incluso no identitarios. 26
Me encamino hacia la conclusión. He buscado describir un
informe de la indivisión entre actividad y pasividad, un informe
que no hace más que uno con una creatividad que nosotros so
mos sin ser sus autores. Para definir tal informe, las palabras
más apropiadas me parecen ser aquellas que Merleau-Ponty uti
liza para describir una de las ideas centrales del último periodo
de su pensamiento: la idea de quiasmo, según la cual, destaca,
«toda relación con el ser es simultáneamente tomar y ser toma
do, ella está inscrita e inscrita en el mismo ser que ella toma» . 27
Esto deberá bastar para comprender el sentido de las tenta
tivas de pensamiento que se han seguido, según Merleau-Ponty,
a partir de Hegel, y en las cuales me parece evidente que noso
tros estamos todavía implicados. Se trata de tentativas que bus
can formular, como ya lo explicaba al principio, la mutación pre
sente en las relaciones entre el hombre y el Ser en un pensa
miento que, para llegar a expresarlo, debe a su vez transformarse
de filosófico en a-filosófico, al menos según la acepción y la in
tención que hemos visto que le atribuye Merleau-Ponty a este
término.
Él afirma además: «La filosofía jamás ha hablado [ ... ] de la
pasividad de nuestra actividad». 28 Él entiende que se tiene que par
tir justamente de la idea de quiasmo para elaborar una idea de la
filosofía que, escribe, «no puede ser toma total y activa, posesión
intelectual, puesto que lo que hay que coger es una desposesión». 29
En otras palabras él confirma que «la toma está tomada» . 30 Enton-
26. Sobre este punto, una nueva referencia a la novela de Proust puede
servir de ejemplo: en el primer volumen de ésta, él describe tres ejecuciones de
la sonata imaginaria de Vinteuil, para cada una de las cuales él liga diferentes
fuentes históricas de inspiración. Me parece, pues, legítimo preguntar dónde
reside su identidad. Sobre esto me permito remitir a M. Carbone, « Compo
sing Vinteuil: Proust's Unheard Music» , trad. ing. D. Jacobson, Res, n. 48,
otoño de 2005. Hay una convergencia evidente entre las presentes reflexiones
y las que J.-L. Nancy ha desarrollado en A l'écoute, París, Galilée, 2002.
27. M. Merleau-Ponty, Le visible et !'invisible, op. cit., p. 3 1 9.
28. Ibíd., p. 274.
29. Ibíd. , p. 3 1 9.
30. Ídem.
1 09
ces, la puesta en cuestión del cara a cara entre el sujeto y el objeto
no puede más que implicar, como lo recuerda el extracto referido,
la puesta en cuestión de la posibilidad para el sujeto de coger el
objeto; o de otra manera, esto no puede sino implicar la puesta en
cuestión de la noción moderna de «Concepto», que es modelada
según la palabra alemana que significa justamente «concepto» , a
saber, la palabra Begri.ff, cuya raíz marca bien una intención de
«sobrecogimiento»; Begri.ff deriva en efecto del verbo greifen que
quiere decir precisamente «coger».
Pero si no somos los sujetos quienes hacemos frente al mun
do, sino más bien huecos que revelan las cajas de resonancia de
nuestro encuentro con él, es claro que esta intención de «sobre
cogimiento» no puede existir y que ella debe ser puesta en cues
tión. Esto implica renunciar a la idea de filosofía como posesión
intelectual. En efecto, como escribe Merleau-Ponty, « la filosofía
no está encima de la vida, en desplome» .31 Ella no está, pues, en
posición de coger la vida para tenerla en una posesión intelectual.
Sin embargo, desde Tales, la filosofía ha desconfiado tradi
cionalmente de la vida, la ha tenido siempre a distancia y es
precisamente sobre este gesto de puesta a distancia que ella ha
constituido su identidad, considerando la vida como «no-filosó
fica» . Evidentemente me refiero a la anécdota platónica sobre
Tales, quien, mirando las estrellas, cae en un pozo mientras la
muchacha de Tracia se burla de él. 32 Relacionarse con la no
filosofía (y así con la vida entendida como uno de los nombres
que la filosofía misma ha atribuido a la no-filosofía), relacionar
se con ella, pues, reconocerla como el otro lado de la filosofía
misma, más que como lo otro de ella misma, es en lo que consis
te la idea de filosofía que Merleau-Ponty define también como
« a-filosofía» y de la que reconocía el principio -en el doble sen-
3 1 . Ídem.
32. Para una reflexión sobre la historia de la recepción de este anécdota y
su actualidad, cfr. Hans Blumenberg, Das Lachen der Thrakerin. Eine Urgeschich
te der Theorie, Frankfurt, Suhrkamp, 1 987, trad. it. B. Argentan, Il riso della
donna di Tracia. Una preistoria della teoría, Bolonia, 11 Mulino, 1 988. Para otras
reflexiones sobre este punto, véanse igualmente las páginas de Adriana Cava
rero, Nonostante Platone. Figure femminili nella filosofia antica, Roma, Editori
Riuniti, 1 990; Rosella Prezzo, Ridere la verita. Scena comica e filosofia, Milán,
Cortina, 1 994; Federica Sossi, Mentre l'angoscia si fa guardare. Lo spazio
dell'oggetto in Freud, Heidegger e Kant, Milán, Guerini e Associati, 1 995.
1 10
tido de momento inicial y de noción fundamental- en la con
cepción hegeliana de la fenomenología. Es por esto que, precisa
mente a propósito de la «a-filosofía» , Merleau-Ponty escribe:
«Principio planteado por Hegel: es por una fenomenología (apa
rición del espíritu) (espíritu en el fenómeno) que se accede al
absoluto. No que el espíritu fenómeno sea medio, escala [ . . ], .
111
EL SENTIDO DE LA CONSTRUCCIÓN
EN LA FENOMENOLOGÍA DE MERLEAU-PONTY
Roberto J. Walton
Universidad de Buenos Aires (Argentina)
1 12
cuestiones relacionadas con el método fenomenológico y una
limitación que Merleau-Ponty impone a la tesis acerca de la filo
sofía como realización de la verdad.
1 13
noesis en que se dan esas unidades objetivas. Por su parte, la
analítica trascendental es una interrogación retrospectiva que
avanza desde los actos como unidades de la experiencia trascen
dental hacia los estratos de profundidad de la vida trascendental.
Además, la teoría trascendental de los elementos incluye una
fenomenología constructiva que se ocupa, al igual que la Dialéc
tica trascendental kantiana, de problemas marginales de la fe
nomenología regresiva, es decir, cuestiones que no pueden ser
tratadas en ella porque caen fuera del ámbito de la intuición.
Sus construcciones no se refieren a un contexto temático cerra
do como en la fenomenología regresiva. Y al no haber un ámbito
de problemas previamente delimitado, su nota distintiva es la
heterogeneidad temática. Las construcciones tienen que ser
motivadas por lo efectivamente intuido y deben responder, entre
otras, a las preguntas trascendentales por el comienzo y el fin de
la constitución egológica e intersubjetiva del mundo, o por aque
llas fases de nuestra vida infantil que se encuentran más allá del
alcance de nuestras rememoraciones. Puesto que no pueden ser
llevadas a una intuición, ya sea en el presente por medio de la
percepción o en el pasado por medio de la rememoración, esas
fases sólo pueden ser construidas.
La segunda parte del sistema es la teoría trascendental del
método que tiene como tema y a la vez como sujeto al especta
dor trascendental que reflexiona sobre la vida constituyente. Se
trata de una «fenomenología de la fenomenología» 4 destinada a
hacer comprensible la investigación fenomenológica. Husserl se
había ocupado reiteradamente de autocríticas a sus descripcio
nes en un nivel superior de reflexión, y en un manuscrito de
1 930 habla de una « fenomenología de nivel superior, que consi
dera el yo fenomenologizante y su vida: fenomenología de la feno
menología » . 5 Fink desarrolla el tema en la VI Meditación como
una investigación que procura analizar, en una reflexión de se
gundo orden, la índole de la reflexión de primer nivel que se
4. Eugen Fink, VI. Cartesianische Meditation. Teil l. Die Idee einer transzen
dentalen Methodenlehre (eds. Hans Ebeling, Jann Holl y Guy van Kerckho
ven), Husserliana Dokumente 11, Dordrecht/Boston/Londres, Kluwer Acade
mic Publishers, 1 988, p. 9.
5 . Edmund Husserl, Zur phiinomenologischen Reduktion. Texte aus dem
Nachlass (ed. Sebastian Luft), Husserliana XXXIV; Dordrecht/Boston/Londres,
Kluwer Academic Publishers, 2002, p. 1 76.
1 14
ocupa de la constitución del mundo. Entre sus problemas fun
damentales se ha de mencionar el cómo de la reflexión del es
pectador fenomenológico, y esto incluye un examen de la rela
ción entre los tres yoes que participan de la reducción trascen
dental, es decir, el yo de la actitud natural, el yo trascendental
que efectúa operaciones constituyentes, y el espectador que tras
la epojé reduce el mundo a esas operaciones. Se debe destacar
que, mientras que el yo trascendental se orienta teleológicamen
te hacia el mundo en la constitución, el espectador trascenden
tal no participa en ese proceso porque lleva a cabo un movi
miento contrario dentro de la vida trascendental a fin de poner
al descubierto, a partir de los productos finales, las fuentes cons
tituyentes.
Esta articulación de la fenomenología trascendental tiene
dos consecuencias. De la teoría trascendental de los elementos
se desprende que, mientras la fenomenología regresiva retroce
de de lo dado a sus condiciones subjetivas de posibilidad, la fe
nomenología constructiva se ocupa de aquello que no es dado
pero se encuentra motivado por lo dado. Y de la teoría trascen
dental del método se desprende que, mientras que en la fenome
nología regresiva tanto el espectador fenomenológico como la
vida trascendental constituyente tienen la misma dignidad de
ser porque poseen efectividad actual, el espectador muestra en
la fenomenología constructiva una preeminencia sobre esa vida
trascendental a la que procura acceder por medio de sus opera
ciones porque posee una existencia trascendental actual de la
que la vida trascendental no dada que se ha de poner al descu
bierto constructivamente carece. Esta vida no tiene un especta
dor establecido por ella misma y sólo puede acceder a sí misma
en el espectador de la vida trascendental dada: «Y en la medida
en que el espectador fenomenologizante en la fenomenología
constructiva participa en su propio modo en la actualidad efecti
va, en la medida en que, por el contrario, su objetividad temática
no participa, el ser del espectador fenomenologizante precede en
cierto respecto al ser de su tema construido» .6
Emerge, pues, un contraste entre la fenomenología regresi
va y la fenomenología constructiva en virtud de la primacía que,
en la segunda, el espectador trascendental tiene sobre la vida
1 15
trascendental porque ésta no está dada sino que tiene que ser
construida sobre la base de las motivaciones ofrecidas por lo
dado. Con este contraste, Merleau-Ponty obtiene una base para
diferenciar el análisis de lo previamente dado y la institución de
un nuevo ser. En el siguiente pasaje del «Prefacio» , en relación
con los términos «espectador imparcial» y «establecen» , dos notas
remiten a la VI Meditación: «Pero el ego meditante, el "especta
dor imparcial" (uninteressierter Zuschauer), no llegan hasta una
racionalidad ya dada, "se establecen", y la establecen con una ini
ciativa que no tiene ninguna garantía en el ser y cuyo derecho se
apoya por entero en el poder efectivo que ésta nos da de asumir
nuestra historia. El mundo fenomenológico no es la explicita
ción de un ser previo (l'explicitation d'un etre préalable), sino la
fundación, los cimientos del ser (la fondation de l'étre), la filoso
fía no es el reflejo de una verdad previa, sino, como el arte, la
realización de una verdad» . 7 Para Fink y Husserl es posible cons
truir algo no dado ni dable en la intuición en virtud de una exce
dencia de posibilidades del espectador trascendental respecto
de la vida trascendental. Para Merleau-Ponty esta posibilidad se
convierte en la instauración de una verdad y una racionalidad
en virtud de una excedencia respecto del mundo dado. El papel
del espectador trascendental es asumido por una subjetividad
que no se limita a la esfera dada de sentido sino que realiza una
institución originaria de sentido. Y el papel de la vida trascen
dental dada es asignado a la herencia de sentidos que ha de ser
trascendida por nuevas instituciones de sentido. Así como la in
suficiencia de lo dado en la intuición posibilita la primacía del
espectador trascendental, la insuficiencia del mundo de senti
dos dados posibilita la primacía de la nueva institución de sentido
que sobrepasa los sentidos precedentes. 8 En suma: la oposición
inherente a la teoría trascendental de los elementos entre algo
1 16
dado y algo no dado se convierte en la oposición entre «Vérité
toute faite» y «Vérité qui se fait» O «Vérité a faire» ,9 y la oposición
inherente a la teoría trascendental del método entre el yo tras
cendental y el yo fenomenologizante o espectador se transforma
en la oposición entre el yo que instaura una verdad y el yo que
actúa dentro de « "verdades" establecidas» . 10
Por tanto, no se debe hablar de la verdad en el sentido de una
adecuación. Hay verdad como coherencia de la expresión consi
go misma o como un estilo de ser que impone, a través de un
principio único, una modulación a todos los elementos que lo
integran: « La pintura moderna, como en general el pensamien
to moderno, nos obliga absolutamente a comprender lo que es
una verdad que no se asemeja a las cosas, que existe sin modelo
exterior y sin instrumentos de expresión predestinados, y que
sea sin embargo verdad» . 1 1 Por tanto, el mundo es un «tesoro
siempre lleno de cosas por decir para aquel que es filósofo (es
decir, escritor)» . 12 Según Merleau-Ponty, no nos encontramos ante
«Un ser sin espesor, mensaje a la vez indescifrable y evidente [ ] ...
1 17
descripción directa debe añadirse una fenomenología de la fe
nomenología» . 14 De inmediato, en este pasaje fundamental, si
guen dos afirmaciones que recuerdan también a Fink. La prime
ra atañe al alcance de la fenomenología de la fenomenología:
«Debemos volver al cogito para encontrar ahí un Logos más fun
damental que el del pensamiento objetivo, que le da su derecho
relativo y, al mismo tiempo, lo coloca en su lugar» . 15 Fink había
considerado que el esquema sujeto-objeto, que debe ser adopta
do necesariamente en una etapa inicial, no es válido para los
estratos profundos de la subjetividad ni para la descripción del
mundo porque en estos casos está en juego una intencionalidad
que no es ni la intencionalidad de acto ni la intencionalidad de
horizonte concebida como una modificación intencional de la
intencionalidad de acto: «[ . . . ] la intención es básicamente más
amplia que la conciencia de acto, es el modo de la vida subjetiva
en cuanto tal » . 16 Fink se refiere a una vigilia como apertura pri
maria al mundo y la caracteriza como un « sentir el mundo»
(Weltgefühl) . 17 Además, critica a Husserl sosteniendo que el hori
zonte universal no puede ser comprendido a partir de lo intraho
rizóntico, es decir, que el mundo es un continente que no puede
ser entendido a partir de sus contenidos.
La afirmación que sigue a las ya mencionadas nos dice: « En
el plano del ser, jamás se comprenderá que el sujeto sea a la vez
naturante y naturado, infinito y finito» . 1 8 En la VI Meditación
Fink afirma que la subjetividad trascendental «es de un modo
que trasciende la idea de ser» (HuaDok, 11/1 , 84). Y en sus propias
notas de trabajo describe la relación entre lo que es y aquello
que es su origen como la relación entre el ser (to ón) y el no-ser
(to me ón), y proyecta una meóntica cuyo tema es esta dimen
sión que trasciende al ser. Puesto que no podemos escapar al
mundo por la epojé, sólo podemos sustraemos a la noción de ser
1 18
que caracteriza lo constituido anteponiéndole el no-ser de la sub
jetividad: «Sólo la captación meóntica de la subjetividad absolu
ta muestra la constitución como una relación meóntica, como
no-óntica, como relación no entre lo que es sino "entre" mundo
(ser) y "nada"; como relación de origen ( Ursprung) y condición
de-originado (Entsprungenheit) » . 19
1 19
del mundo frente al carácter imaginario de cualquier otro mun
do ni al mundo en sí frente a los mundos para nosotros, y afir
ma: « Con Husserl, la unicidad del mundo significa [ . . . ] que está
en la raíz de todo pensamiento de posibles, que se rodea incluso
de un halo de posibilidades [ . . . ] » .22 Y en otra nota de trabajo se
refiere a una «pregnancia de posibles, Weltmoglichkeit (los mun
dos posibles como variantes de este mundo, el mundo de este
lado de lo singular y lo plural) [ . . . ] » .23 Esta noción de una reserva
o acopio único de posibilidades es elaborada por Waldenfels desde
el punto de vista de una « fenomenología radical» que debe po
ner de manifiesto el mundo como «presupuesto de todos los pre
supuestos» . 24 El mundo es siempre abierto y no acabado, y no
sólo en el sentido de un horizonte de experiencia que nunca se
ha de explicitar, sino en el «sentido más radical»25 de que un
orden del mundo es establecido a través de una selección de
posibilidades. Esta opción necesariamente excluye la actualiza
ción de otras posibilidades y, por tanto, de otros órdenes posibles.
De este modo se retoma la tesis de Merleau-Ponty acerca de
la diferencia entre una percepción originaria y una percepción
secundaria, esto es, entre una percepción productiva que hace
surgir por primera vez determinadas estructuras y una percep
ción habitual que reconoce y reproduce estructuras familiares y
de este modo continúa una tradición perceptiva. En contraste
con la «percepción percibida» o «percepción empírica o secun
daria» , la percepción originaria o «percepción percipiente» es
una «actividad creadora» que produce sus propios patrones. De
suerte que la percepción ya no es primariamente una presenta
ción sino un ordenamiento. Hay «una sintaxis perceptiva que se
articula según reglas propias» a las que está sujeta la percepción
en lugar de remitir a las cosas mismas como si fueran un «texto
originario» .26 Que la percepción no sea primariamente presenta-
1 20
ción significa además que lo no presente no es simplemente lo
implícito o lo potencial que puede ser alcanzado idealmente con
el despliegue de la experiencia. Si la percepción depende de una
determinada organización de la realidad, y no hay una estructu
ra omniabarcadora, la idea de una presencia total, esto es, de
una impleción de todas las referencias vacías -aunque sea como
un polo ideal de la experiencia- debe ser descartada.
La selección que da lugar a un orden, y hace imposibles otros
órdenes, equivale al «polimorfismo del ser salvaje»27 defendido
por Merleau-Ponty, e implica que «el único mundo de la vida se
convierte en una red y una cadena de mundos particulares, [ . . . ] » . 28
Un modo radical de contingencia afecta a cualquier orden por
que no existiría si la selección y exclusión hubieran sido distin
tas. Esto ha sido indicado en la Fenomenología de la percepción
con la noción de contingencia ontológica: «[ . . . ] la contingencia
del mundo no debe ser comprendida como un ser menor, una
laguna en el tejido del ser necesario, una amenaza para la racio
nalidad, ni como un problema a resolver lo más pronto posible
por el descubrimiento de una necesidad más profunda. Ésta es
la contingencia óntica, en el interior del mundo. La contingen
cia ontológica, la del mundo mismo, por ser radical, es al contra
rio la que funda de una vez por todas nuestra idea de la verdad.
El mundo es lo real respecto del cual lo necesario y lo posible no
son más que provincias» .29 La contingencia ontológica se enlaza
con la idea de que la filosofía no es el reflejo de una verdad pre
via, sino la realización de una verdad.
Según Waldenfels, Husserl sólo tematiza dos de los tres as
pectos que es posible diferenciar en el mundo de la vida como
círculo de intereses de la cotidianidad: 1 ) lo cerrado en sí y par
cial por oposición a lo abierto y omniabarcador, esto es, el cerra
do círculo de los intereses cotidianos frente al más abierto círcu
lo de los intereses no cotidianos o el horizonte apráctico; y 2) lo
concretamente intuitivo y captable por oposición al ámbito de
las construcciones ideales. Pero lo cotidiano es también lo orde-
121
nado o habitual por contraste con lo de índole extraña que no
puede integrarse a un orden dado. Husserl es ajeno a esta última
distinción porque describe un horizonte universal en el que se
integran todas las innovaciones. Distingue entre «lo requerido
cotidianamente» y «algo nuevo que irrumpe» , 30 pero convierte
la novedad en un componente del único orden existente. Con lo
cual anula «lo de índole nueva» , es decir, la aparición de otro
orden. Para no caer en esta anulación se debe renunciar a un a
priori del mundo de la vida como fundamento de los órdenes
posibles, esto es, a un horizonte del mundo unitariamente es
tructurado al que se acomodan los diversos mundos. En el pasa
je de un orden a otro se produce una transgresión de lo cotidia
no, esto es, de lo habitual y ordenado que se repite día a día. Con
las innovaciones se abre paso o irrumpe lo de índole nueva o lo
extraordinario. 31
La fundación del ser no tiene lugar desde un centro en las
intenciones de la conciencia, sino --como ha sostenido Merleau
Ponty- en un proceso de diferenciación del que el sujeto no es
ni dueño ni mero receptor pasivo: «Hay incontestablemente algo
entre la Naturaleza trascendente, el en-sí del naturalismo, y la
inmanencia del espíritu, de sus actos y sus noemas. En este en
tredós es necesario tratar de avanzar» .32 Entre el sujeto y el obje
to hay una tercera dimensión o «ámbito del entre» en el que se
originan órdenes o estructuras de sentido mediante un proceso
de auto-organización que no se deja reducir al sujeto singular en
tanto polo de irradiación de actos sino que por el contrario le
impone un descentramiento. El carácter limitado, la variabili
dad y la sustitución de los órdenes tienen como consecuencia
una multiplicación del sujeto que «ya no se muestra como una
instancia unitaria y un concepto unitario sino como un conglo
merado y síndrome de funciones heterogéneas» .33 Antes de una
conciencia «de» las estructuras se debe hablar de una concien
cia «en» estos órdenes, y, por tanto, de una subjetividad dispersa
que se refleja en una identidad múltiple.
1 22
Una de las tesis centrales sustentadas es que cada orden per
mite decir, pensar y hacer algo determinado a la vez que excluye
otras posibilidades. De ahí se infiere que quien participa del orden
se convierte en un determinado hablante, pensante o actuante al
que «queda negado el atributo de un "sujeto", central o aun total,
del habla y la acción» . 34 No seria posible alcanzar una visión de
conjunto por medio de una pura conciencia de los órdenes por
que la vida se desenvuelve en medio de estructuras múltiples, debe
adoptar formas adquiridas de comportamiento, y hace frente a
situaciones que se resisten al intento de superarlas. Este punto de
vista continúa la tesis de Merleau-Ponty según la cual se debe
«rechazar la noción de sujeto, o definir el sujeto como campo,
como sistema jerarquizado de estructuras [ . . ] » . 35 Por consiguien
.
1 23
la noción de interpelación. Merleau-Ponty señala que un mundo
amorfo va más allá de toda palabra, pintura o actitud, porque
incluye todo aquello que puede ser expresado, de modo que « no
contiene ningún modo de expresión, y, sin embargo, los invoca
(appelle) y los exige a todos [ . . ] » .37 Por ejemplo, el lenguaje es
.
1 24
una excedencia inagotable de posibilidades. Puesto que es in
composible con otros órdenes, un orden dado permanece ex
puesto a la interpelación de esa excedencia que ha quedado fue
ra de él. La sobreabundancia de sentido tiene que ser tematiza
da como lo que va más allá del orden. Y a través del orden posible
en otra parte se anuncia lo extraordinario, que, por tanto, no
constituye un ámbito propio sino que configura el reverso de los
órdenes. Nos sale al encuentro como lo de índole extraña que no
puede ser dicho, hecho o experimentado dentro de nuestro or
den, pero sí en otro orden. Es el afuera de un orden existente, y
no ha de entenderse como un puro en ningún lado en el sentido
de una utopía, sino como una atopía que surge de la confronta
ción con una heterotopía, es decir, con otro orden.41 Waldenfels
subraya que lo extraño no está simplemente en otra parte, sino
que es «el en-otra-parte» (das Anderwo) o «Un no-lugar» (ein Nicht
Ort), es decir, un lugar que no podemos ocupar porque se nos
sustrae. Esta visión remite a Merleau-Ponty: « Lo negativo no es
un positivo que está en otra parte (un trascendente). Es un verda
dero negativo, i.e. , una Unverborgenheit [no-ocultación] de la
Verborgenheit [ocultación], una Ur-prasentation [protopresenta
ción] de lo Nichturprasentierbar [no-protopresentable]; dicho de
otra manera, una forma originaria del en otra parte, [ ... ] » .42
Lo extraordinario se sustrae a nuestro alcance, pero da lugar
a la interpelación de lo extraño al orden en que nos encontra
mos. Waldenfels distingue dos tipos de interpelaciones. Por un
lado, las ordinarias se desenvuelven dentro de determinados ór
denes y evocan respuestas existentes. Por el otro, las extraordi
narias trascienden todo marco dado y exigen la invención de
una respuesta: «La interpelación (Anspruch) que aquí está en
juego, tiene el doble significado de una apelación (Appel) en tan
to invocación a alguien (Ansprache an jemandem) y de una pre
tensión como pretensión sobre algo (Pratention auf etwas)» .43
Waldenfels recuerda que en inglés se distingue entre appeal y
claim, y en francés entre appel y exigence o entre reivindication y
1 25
demande. La interpelación de lo extraño reúne ambos aspectos.
Con este doble sentido corre paralelo un doble sentido de res
puesta que en inglés se expresa mediante la distinción entre
answer y response. Por un lado, la respuesta tiene un contenido o
qué (Was) que corresponde a la pretensión porque aporta el con
tenido proposicional mentado en forma vacía en su pregunta.
Pregunta y respuesta coinciden parcialmente en el contenido, y
la respuesta puede ser más o menos adecuada. Por el otro, el dar
respuesta acoge la invocación como un hacia-qué (Worauf) que
no está incluido en un orden determinado en que ese responder
se mueve. Por tanto, aquello a lo que respondo no es reductible
al contenido de la respuesta, o, dicho inversamente, la interpela
ción no se apacigua porque este contenido siempre es insufi
ciente de modo que no hay un responder adecuado o inadecua
do. Por eso se ha de hablar de «una diferencia responsiva» 44 en
tre aquello a lo que respondo y el contenido que doy como
respuesta, es decir, una inevitable asimetría por la cual el res
ponder corresponde a la interpelación extraña, pero no puede
converger con ella. El dar respuesta ha de entenderse en un sen
tido amplio de modo que no sólo abarca las expresiones lingüís
ticas, sino que se extiende a todo obrar y experimentar. Y no
implica una ampliación del propio ser, sino un llegar a ser otro.
Significa escuchar la voz de lo extraño sin caer en una servidum
bre porque las respuestas no se reencuentran sino que se inven
tan. Por consiguiente, la propia condición tiene su centro de gra
vedad fuera de sí, de modo que la extrañeza está inscrita en ella.
Sobre este dar creador, escribe Waldenfels: «[ . . . ] el dar que res
ponde a una interpelación extraña, que no puede ser satisfecha
porque ella viene de una lejanía que no puede ser alcanzada,
tiene su origen en una excedencia que trasciende todo posible
cumplimiento de una meta o una ley. Aquello a lo que responde
mos no consiste en algo que falta, y que, por tanto, ya está pre
visto y predelineado en un orden, sino que consiste en algo ex
tra-ordinario, que pasa a través de estos órdenes» .45
Podemos crear aquello que respondemos, pero no inventa
mos aquello a lo que respondemos. Por eso lo extraordinario
44. B. Waldenfels, Antwortregister, op. cit., pp. 242, 332. Cfr. pp. 327-332.
45. Ibíd., pp. 609s.
1 26
nos interpela en «una desarmonía preestablecida» 46 respecto de
nuestras respuestas. La interpelación extraordinaria pone en
marcha nuevos órdenes porque muestra los límites de los órde
nes existentes, los impulsa más allá de ellos mismos, y da lugar a
la visión, la palabra y la acción originarias. No es posible dar
cuenta de la provocación porque genera los órdenes sin poder
ser incorporada a ellos. La institución del orden se sustrae al
orden instituido del mismo modo en que la celebración de un
tratado no ingresa en el material del tratado. Es algo invisible o
incaptable que se puede comparar al «punto ciego»47 en que tie
ne lugar la visión y que como acontecimiento no cae bajo lo
visto. Aquello a lo que respondemos es, en términos de Merleau
Ponty, lo invisible interpretado como otra dimensionalidad res
pecto de un orden dado, esto es, la región salvaje que no está
incluida en él. Nivelar la diferencia responsiva equivale a encon
trarse dentro de un orden sin ocuparse de sus orígenes ni trans
gredir sus límites. Hacerse cargo de la desarmonía preestableci
da, en cambio, significa que la respuesta acontece aquí y ahora
pero no comienza en lo propio sino en lo extraño, es decir, en
otra parte donde nunca estuvo ni estará: «El que responde apa
rece primariamente como aquel al cual algo sucede y ha sucedi
do. Este retardo nunca se deja recuperar; [ . . . ] » .48 Este desplaza
miento o dislocación temporal implica una diástasis o separa
ción que no se añade desde fuera a la respuesta en virtud de un
acontecimiento que la precede, sino que implica en ella una pos
terioridad originaria e irreductible porque aquello a lo que res
ponde y de lo que se separa acontece para ella exclusivamente
en tanto que ella le responde.
Que lo excluido de un orden nos interpele desde otro orden
es una manifestación de la simultaneidad de lo incomposible
por la cual, según Merleau-Ponty, las cosas atraen nuestra mira
da y la cautivan, es decir, nos interpelan. El mundo de la percep
ción se manifiesta como un «mundo barroco» que se muestra
con «todo a la vez» porque las cosas «reivindican cada una pre
sencia absoluta que es incomposible con la de las otras, [ ... ]» .49
1 27
Es el misterio de la «visibilidad dispersa» no como paradoja del
hombre sino como «paradoja del Ser» . 50 En virtud de una simul
taneidad de esta índole, «entes diferentes, "exteriores", extraños
uno al otro, están sin embargo absolutamente en conjunto, [ ... ]» .51
Ella se opone no sólo a la perspectivación de las cosas en el hori
zonte externo, sino al ocultamiento de apariciones en el horizonte
interno. De ahí la valoración de la expresión en aquellos niños,
dementes o pintores que dibujan a la vez las seis caras de un
cubo. Frente a la percepción modelada por un hecho cultural
como la perspectiva, Merleau-Ponty propone volver a una per
cepción «bruta» o « salvaje» y explicitar en ella una «totalidad de
horizonte que no es síntesis» .52 El rechazo de una conjunción de
esta índole se fundamenta en que implicaría una composibili
dad en la cual lo sintetizado se organiza en un espectáculo que
paraliza la rivalidad por la cual las cosas disputan mi mirada de
manera que se excluyen unas a otras. Por no ser una síntesis de
composibles, la totalidad de horizonte no remite a una concien
cia con sus operaciones sintetizadoras. La simultaneidad de lo
incomposible se sustrae a una conciencia asociada con un ahora
y un aquí absoluto respecto de los cuales quedan relativizadas
todas las cosas y a partir de los cuales se produce una perspecti
vación de índole espacial y temporal que permite una composi
bilidad. Y si las cosas escapan a estas formas que les impone la
conciencia, el mundo no está delante de mí sino que me rodea, y
lo percibido da razón del acto de percepción en lugar de ser un
resultado de ese acto: « La profundidad [ . . . ] es la dimensión por
excelencia de lo simultáneo. Sin ella no habría un mundo o el
Ser, [ . . . ]. Ella hace que las cosas tengan una carne, es decir, opon
gan a mi inspección obstáculos, una resistencia que es precisa
mente su realidad, su apertura, su tata simul. La mirada no ven
ce la profundidad, da vuelta en tomo de ella» .53
1 28
La responsividad tiene una primacía sobre la intencionali
dad que se dirige a un objeto a través de un determinado senti
do intencional. Este sentido es «aquello-con-vistas-a-lo-cual»
(Woraufhin) se orientan la experiencia, el lenguaje o la acción.
Waldenfels insiste en que el responder que parte de una interpe
lación extraordinaria no es un acto intencional ejecutado por
un yo en nominativo y dirigido hacia algo. La interpelación apa
rece como algo que me invade, y, por tanto, sólo participo en
este acontecer como un dativo, es decir, no como un «yo » sino
como un «a mÍ» . La responsividad también tiene una primacía
sobre la comunicatividad que está dominada por la idea de una
regla «según la cual » (Wonach) nos comportamos. En contraste
con la intencionalidad y la comunicatividad, la responsividad
está atada «a lo que» (Worauf) respondemos, es decir, a la inter
pelación de lo extraño. Por consiguiente, la diferencia responsi
va entre aquello a lo que respondo y lo que doy como respuesta
se distingue de la diferencia intencional o hermenéutica, según
la cual algo es aprehendido o comprendido como algo (un sen
tido), y de la diferencia regulativa según la cual algo es tratado
conforme a algo (una regla) . Siguiendo este esquema, Walden
fels elabora una lógica de la respuesta como articulación de un
pensamiento que antepone la interpelación de lo extraño a las
intenciones subjetivas o las coordinaciones o pretensiones de
validez intersubjetivas.54 La responsividad no convierte en su
perfluas a la intencionalidad y la comunicatividad, pero les con
fiere otro carácter porque determina el comportamiento en to
das sus dimensiones: «El responder se mueve más allá del sen
tido y la regla, en la medida en que trasciende a éstos y justamente
con ello naturalmente también los presupone. La racionalidad
responsiva que surge del responder mismo no puede reempla
zar a la razón intencional, a la razón hermenéutica y a la razón
1 29
comunicativa, ni puede saltar por encima de ellas, y sin embar
go va más allá de estas formas de racionalidad» .55
Waldenfels reconoce que el motivo de la interpelación y la
respuesta «no fue por cierto en ninguna parte nombrado, insta
lado y agudizado por Merleau-Ponty», pero, evocando la nota de
trabajo en que Merleau-Ponty alude al «poder de estallido, pro
ductividad (praegnans futuri), fecundidad» ,56 intenta «Una lectu
re rétrograde que descubre, en la interpretación retrospectiva,
indicaciones de una praegnans futuri » . 57 Al respecto menciona la
importancia asignada a Kurt Goldstein, quien había caracteri
zado la enfermedad como responsividad defectuosa, la explica
ción del sentir como la sincronización con «Una vaga solici
tación» , esto es, «la respuesta a una pregunta mal formulada» ,58
y la afirmación de que algo en la profundidad de lo visible inva
de el cuerpo del pintor de modo que «todo lo que él pinta es una
respuesta a esta suscitación, [ ... ] » .59 Waldenfels también asocia
los caracteres de provocación asignados a las cosas por los psi
cólogos de la Gestalt con la anticipación de la noción de respon
sividad corporal que Merleau-Ponty hace al hablar de «lo que
quieren decir las cosas» .6º Un preconocimiento de la responsivi
dad puede encontrarse asimismo en la referencia a una doble
naturaleza del mundo: « El mundo es ya constituido, pero tam
bién jamás completamente constituido. Bajo la primera relación
somos solicitados, bajo la segunda estamos abiertos a una infi
nitud de posibles. Pero este análisis es todavía abstracto porque
existimos bajo las dos relaciones a la vez » .61 A todo esto hay
que añadir el ya mencionado análisis de la simultaneidad de lo
1 30
incomposible según el cual debemos responder a la interpela
ción de una multiplicidad de cosas o situaciones.
Además, Waldenfels sostiene que la concepción de la ontolo
gía como un pensar interrogativo, que se encuentra en la obra
tardía, no implica un simple contraste con el responder sino que
adopta algunos de sus rasgos, y recuerda la siguiente afirmación
de Merleau-Ponty: «Ninguna pregunta va hacia el ser; aunque
sólo sea por su ser de pregunta, ella ya lo ha frecuentado, ella
retoma desde él (elle en revient) » . 62 Un pensar que sólo accede a
sí mismo en la medida en que retoma a sí mismo desde otra
parte es un pensar responsivo. El pensar interrogativo, al pre
guntar, está referido a algo extraño que lo interpela, de modo
que su interrogatividad está anclada en el ser mismo: « Si toda
respuesta se queda detrás de la interrogatividad del ser, se mues
tra en lo ordinario algo extraordinario, justamente aquello que,
en el orden producido, no puede ser dicho y hecho» .63 Walden
fels concluye que hay cosas a las que no podemos negamos e
interpelaciones que no podemos evitar, y subraya que a esta si
tuación alude el último párrafo de la Fenomenología de la percep
ción: «Hay cosas que se presentan irrecusables, hay esta persona
amada delante de mí, hay estos hombres que existen esclavos en
tomo de ti y tu libertad no puede quererse sin salir de su singula
ridad y sin querer la libertad» . 64
131
regresiva en el sentido de que ella presupone un mundo predado
que debe ser puesto al descubierto. Para dar un marco adecuado a
la cuestión, consideramos previamente un panorama de las in
terpretaciones del método fenomenológico y de las visiones co
rrelativas del mundo.
Husserl concibe la actitud natural como nuestra condición de
hijos del mundo -una condición caracterizada por una ceguera
para las operaciones constituyentes-, la epojé como una libera
ción respecto de esa condición, y la reducción como una puesta
en relación de los objetos con actos del sujeto. Fink interpreta la
actitud natural como cautiverio en el mundo, la epojé como pasa
je de un cautiverio no advertido a su reconocimiento, es decir,
como superación meóntica de la prisión en el mundo, y la reduc
ción como reconducción de lo que es a lo que no es. A su vez,
Merleau-Ponty concibe la actitud natural como prejuicio que re
lega el mundo a la condición de mundo objetivo, la epojé como
una ruptura que pone de manifiesto el surgimiento inmotivado
del mundo, y la reducción como retroceso al Ser vertical, es decir,
al mundo preobjetivo.65 Al respecto aparece un sentido negativo
de construcción ligado a la tentación de interpretar nuestro con
tacto con el mundo a partir de lo que los objetos percibidos nos
enseñan sobre el mundo en lugar de partir del contacto con el
mundo a fin de «comprender cómo ha podido construirse el uni
verso del saber» . 66 Finalmente, Waldenfels interpreta la epojé como
la posibilidad de una variación libre no sólo de los hechos sino
también de las estructuras u órdenes, y habla de una reducción
estructural por la cual el pensamiento filosófico no se hace eco de
lo existente sino que instituye órdenes.
Si nos volvemos ahora al mundo, encontramos los siguien
tes contrastes. Husserl concibe el mundo como correlato de las
1 32
operaciones actuales y potenciales de la intersubjetividad tras
cendental, sitúa la apertura primaria al mundo en la intenciona
lidad, y, más acá de ella, en un protonivel no diferenciado aún en
los polos de la subjetividad y la intersubjetividad, y asigna a la
relación experienciado-experienciante el carácter de una corre
lación. Fink describe el mundo como un continente predado que
engloba al sujeto y al objeto y que no puede ser dejado de lado,
ve la apertura primaria al mundo en un sentimiento océanico, y
señala que la relación experienciante-experienciado se presenta
como una inclusión del sujeto en el mundo. Porque el mundo no
se despliega delante de los actos subjetivos sino más bien alrede
dor de ellos de modo que los envuelve y los estructura. Por su
parte, Merleau-Ponty describe el mundo como medio natural y
campo de todas mis percepciones, acciones y pensamientos, ca
racteriza la apertura primaria al mundo en términos de inten
cionalidad operante o carne, y define la relación experienciante
experienciado como entrelazo y quiasmo. Finalmente, Walden
fels concibe el mundo como un mundo emergente caracterizado
por el acontecer de los órdenes, y define la apertura primaria y la
relación en términos de respuesta a una interpelación.
Este desarrollo exhibe, a medida que avanza, una creciente con
tingencia del mundo. Sin embargo, la tesis de la contingencia de los
órdenes no deja de encontrar en Merleau-Ponty una limitación que
se expresa en el «Prólogo» en la afirmación de que nuestros conoci
mientos «Se apoyan [ ... ] finalmente sobre nuestra comunicación
con el mundo como primer establecimiento de la racionalidad» .67
En una nota al antes mencionado párrafo final de la segunda parte
de la Fenomenología de la percepción, Merleau-Ponty se ocupa de la
segunda reducción con la que Husserl, en la Crisis, tras remitir las
construcciones ideales al mundo de la vida, refiere este mundo a
una constitución trascendental. Y subraya que es necesario optar
por la opacidad frente a la transparencia: «[ ... ] o bien la constitu
ción hace transparente al mundo, y entonces no se ve por qué la
reflexión tendria necesidad de pasar por el mundo vivido, o bien
retiene algo de este mundo y no lo despoja jamás de su opacidad. El
pensamiento de Husserl se orienta cada vez más en esta dirección
[ ... ]».68 Merleau-Ponty advierte ejemplos de esta orientación en la
133
conversión de la racionalidad en problema, la admisión de signifi
cados fluyentes y la fundamentación del conocimiento en una doxa
originaria. Más allá de estos temas, una opacidad creciente se ma
nifiesta a través de la síntesis pasiva, las habitualidades instintivas,
la historicidad de la intersubjetividad trascendental, la remisión del
origen del sentido a una cadena de generaciones, y la distinción
entre el espectador trascendental y un sujeto constituyente que ex
hibe dimensiones que escapan al esclarecimiento reflexivo. Más
aún, es fundamental que la intencionalidad de la conciencia sea un
«resultado constitutivo»69 que presupone un nivel ligado a un pre
yo y a proto-objetividades. En virtud de estos temas, como dice
Merleau-Ponty, «no puedo por el pensamiento igualar la riqueza
concreta del mundo y reabsorber la facticidad» . 70
Lo importante aquí es que la necesaria opción entre opacidad y
transparencia, y la imposibilidad de reabsorber la facticidad, tienen
consecuencias no sólo para el espectador trascendental en su inten
to de poner de manifiesto las operaciones constituyentes, sino tam
bién para lo que Merleau-Ponty denomina el «verdadero trascen
dental» en su ejercicio de esas operaciones. La transferencia de las
funciones constructivas del espectador trascendental a una subjeti
vidad que no se limita a la esfera dada de sentido tiene su reflejo en
paralelos dominios de transparencia y opacidad. Para la visión del
espectador, la transparencia surge de la posibilidad de poner de
manifiesto las operaciones constituyentes, y la opacidad de la impo
sibilidad de hacerlo. En la realización de la verdad, la transparencia
se manifiesta como la posibilidad de instaurar un nuevo orden. Y la
opacidad resulta de la imposibilidad de sustraerse a un orden dado
porque la fundación del ser se encuentra con la unicidad del mundo
y la eternidad de la naturaleza en tanto condiciones de su función
constructiva.
Concebida como «la raíz de todo pensamiento de posibles» , 71
la unicidad del mundo puede interpretarse no sólo como un aco
pio de posibilidades para una selección y exclusión, sino tam
bién como una fuente de la que emergen las posibilidades según
un ordenamiento primordial. Es significativo que Merleau-Pon
ty se refiera a una dimensión del mundo que escapa a la contin-
69. Edmund Husserl, Spiite Texte über Ze.itkonstitution (1929-1 934). Die C
Manuskripte, Husserliana-Materialien VIII, Dordrecht, Springer, 2006, p. 335 n.
70. M. Merleau-Ponty, Phénoménologie de la perception, op. cit., p. 43 1 n.
7 1 . M. Merleau-Ponty, Le visible et /'invisible, op. cit., p. 282.
1 34
gencia cuando en la misma nota de trabajo habla de «Un inva
riante estructural, un Ser de infraestructura» .72 Al introducir la
noción de unicidad, Husserl afirma que todo orden o mundo de
la vida se destaca sobre el trasfondo del mundo. Este horizonte
universal es vacío e indiferenciado en sus márgenes, y, al no ser
intencionado a través de actos, garantiza la armonía última de
la experiencia. Además de desempeñar este papel junto al tema
y la esfera no-temática como un margen del que ellos emergen,
el mundo atemático se encuentra también por debajo de la esfe
ra temática porque, a través de sus implicaciones nulas internas,
sustenta el proceso de modalización y permite la alternancia del
ser y el no ser de un objeto u orden particular al mantener libre
el lugar antes ocupado y luego abandonado para que un nuevo
objeto u orden ocupe el sitio vacío. Este horizonte vacío, que se
encuentra más allá de toda selección y exclusión que da lugar a
un orden, no puede ser considerado como una atopía que se
muestra en la confrontación con una heterotopía sino más bien
como una pantopía que sustenta y rodea todos los órdenes.
Límites a la construcción son establecidos también por «la fac
ticidad de la naturaleza»73 en tanto dimensión que, en la profundi
dad de cada presente, se sustrae en una resistencia a los intentos de
desvelamiento efectuados por el análisis intencional. Merleau-Pon
ty afirma, con un énfasis inequívoco en lo dado, que esta dimensión
equivale a un orden primordial al que debe atenerse toda construc
ción: «El mundo natural es el horizonte de todos los horizontes, el
estilo de todos los estilos, que garantiza a mis experiencias una uni
dad dada y no querida por debajo de todas las rupturas de mi vida
personal e histórica, [ ... ] ».74 Si bien el espíritu debe asignar un sen
tido al «don de la naturaleza», Merleau-Ponty pone de relieve tam
bién que «la naturaleza penetra hasta el centro de mi vida personal
y se entrelaza con ella, [ . . ] » .75 Este mundo natural incluye la tierra
.
como el suelo que sostiene todos los movimientos del cuerpo pro-
72. Ibíd. Sobre la necesidad de que toda realidad posible sea variación del
mundo y la implicación de la eternidad de una estructura ontológica en la
unicidad, cfr. Fabrice Colonna, «Létemité selon Merleau-Ponty» , Alter, n.º 1 6,
2008, pp. 1 53s.
73. Maurice Merleau-Ponty, La nature. Notes. Cours du College de France,
París, Éditions du Seuil, 1 995, pp. 358, 373.
74. M. Merleau-Ponty, Phénoménologie de la perception, op. cit., p. 3 8 1 .
7 5 . Ibíd., pp. 1 47, 399.
1 35
pio. Nuestra condición de seres terrestres se une a nuestra corpora
lidad para definir «la Urhistorie carnal»,76 o, en términos de Hus
serl, la «única protohistoria» (einzige Urhistorie) respecto de la cual
todas las «historias relativas» han de ser consideradas como «epi
sodios» .77 Así, los órdenes selectivos y excluyentes de carácter con
tingente se desarrollan como especificaciones de un orden primor
dial o un suelo último que pasa a través de ellos como «una funda
ción absoluta en lo relativo»,78 esto es, «un tipo de ser que contiene
todas las posibilidades ulteriores, y les sirve de cuna». 79
Puesto que se desenvuelven como «un "siempre nuevo" y "siem
pre lo mismo"», «lo sensible, la Naturaleza, trascienden la distin
ción pasado-presente» y componen una «eternidad existencial».8º
Por tanto, se sobreponen a toda diástasis o desplazamiento tempo
ral, a toda anterioridad inevitable, y nunca llegamos demasiado
tarde para reconocer su sentido. Merleau-Ponty se refiere a «la du
rable carne del mundo» y al «enrollamiento inmóvil de la naturale
za sobre la naturaleza», y señala que ella recrea «de otro modo y del
mismo modo [ ... ] a cada instante una simultaneidad universal» .8 1
Además, la naturaleza implica una productividad que nos interpela
sin cesar y que pone limitaciones a nuestras posibilidades de cons
trucción. La relación entre interpelación y respuesta se convierte
en la relación entre la productividad originaria y la productividad
artificial: «El concepto de Naturaleza no evoca solamente el resi
duo de lo que no ha sido construido por mí, sino una productividad
que no es la nuestra aunque podamos utilizarla, es decir, una pro
ductividad originaria que continúa bajo las producciones artificia
les del hombre». 82 Así puede hablar de «una verdad común que los
sujetos continuarían, pero de la que no serían los iniciadores» .83
1 36
LA CARNE, DIACRÍTICO ENCARNADO*
Emmanuel Alloa
Université Paris 1, Panthéon-Sorbonne
1 37
que no vale más que por metáfora y por procuración. Merleau
Ponty no es, cierto, completamente inocente en estos desencuen
tros. Antes de ser un concepto, la carne parece constituir, en el
sentido que acuerdan a esta palabra los gramáticos, un radical
que no existe sino en sus declinaciones: «carne de lo sensible» ,
«carne de la cosa» , «carne del mundo» -los usos del último
Merleau-Ponty invitan a continuar con esta multiplicación de
especies. Y numerosas son en efecto las obras que retoman este
ejercicio tentador, ya sea a través de una referencia directa a
Merleau-Ponty o a partir de tradiciones que niegan esta filiación. 4
La carne es ciertamente, para el mismo Merleau-Ponty, una
noción ambigua.5 Observando la historia de su recepción uno po
dria preguntarse si esta ambigüedad lo es verdaderamente en senti
do merleaupontiano -una ambigüedad productiva- o si no se
trata más bien de una mala ambigüedad que dará lugar a los mal
entendidos que ya conocemos y cuya reconstrucción Mauro Car
bone ha bosquejado en Carne. Per la storia di un fraintendimento.6
Es en este sentido que desearía someter a prueba hoy, con ustedes,
la siguiente hipótesis: si en efecto los malentendidos han sido mu
chos, ellos parecen descansar en su conjunto y a pesar de sus dife
rencias en un problemático supuesto inicial, que consiste en pensar
la carne a partir del cuerpo.
1 38
pura extensión, inmanente a la cosidad material: en principio, el
cuerpo vivido se presenta como cuerpo privilegiado que orienta
el campo perceptivo y constituye el «grado cero» de la motrici
dad. El cuerpo en el cual y por el cual nos movemos, no lo tene
mos como podríamos tener un reloj o un perro; en la experien
cia, el cuerpo que tenemos es siempre e inevitablemente tam
bién el cuerpo que somos. Más aún: este cuerpo que somos, sólo
nosotros lo somos: si no podemos salir de él, tampoco podemos
compartirlo con nadie y lo tenemos, por así decir, en tanto que
propio. Mientras que, en principio, siempre podemos dar la vuel
ta a una cosa, nuestro cuerpo es de alguna manera intotalizable,
se encuentra más bien «de nuestro lado» que delante nuestro.
Para describir este cuerpo que tenemos -propiamente- en
la experiencia vivida, la lengua alemana posee, como sabemos,
un término que permite distinguirlo del cuerpo objetivo, del
Korper: este término, del que Husserl se servirá ampliamente, es
el de Leib, cuya etimología indica el lazo con la vida en tanto que
vivida. Conocemos la escena primitiva: la Leiblichkeit de mi cuer
po se experimenta, de manera eminente, en la experiencia de la
mano izquierda tocando la mano derecha, donde un sujeto en
camado se experimenta como siendo a la vez tocante y tocado.
El Leib garantizaría entonces simultáneamente la unidad y la
propiedad del sentir. 7
Esta concepción del Leib como cuerpo propio y unificador ha
sido, como sabemos, criticada a menudo como el avatar de un pen
samiento egológico, en el que el concepto de cuerpo sólo prolonga
una estructura que pertenecía a la conciencia unificadora. Fue en
este contexto que hizo época el libro de Didier Franck, cuya tesis
subyacente consiste en mostrar que el Leib de Husserl no puede ser
pensado (y, por extensión, traducido) por «cuerpo propio» : «En la
esfera de lo propio, todos los cuerpos son cuerpos propios y la dife
rencia no se sitúa entre dos tipos de cuerpos sino entre el cuerpo en
general y el "Leib" ». 8 El Leib no podría ser una cosa física a la que se
agregaría la atribución a un yo, sino más bien un medio de orienta-
1 39
ción, un «aquí absoluto» que constituye la condición misma de un
espacio poblado de cuerpos. Deberá ser entonces claramente sepa
rado del cuerpo (KOrper) en tanto que es el intermediario por el que
el hombre actúa, el médium a través (mittelst) del cual un ego actúa.9
Aunque la compleja obra de Husserl no ofrezca explícitamente esta
definición, habría que oponer propiedad y mediación, dos modali
dades que son conducidas respectivamente al cuerpo y a la carne.
El libro de Franck no tuvo sólo un impacto en la lectura de la
obra de Husserl, a la cual, recordémoslo, se limita expresamente;
también orientó la lectura de Merleau-Ponty y contribuyó indirecta
mente a acercar el concepto de « carne» del fenomenólogo francés al
Ieib husserliana, siendo el primero considerado como una prolon
gación del segundo. Pues bien, si Merleau-Ponty opera una separa
ción entre cuerpo y carne, ésta no pasa por la distinción entre pro
piedad y mediación. Mientras que el término de carne sólo será asu
mido como concepto a finales de los años cincuenta, la idea del Ieib
como mediador es claramente central ya en la Phénoménologie de la
perception. En un profundo análisis de los textos en cuestión, esen
cial en vistas a una reconstrucción de la historia de este «malenten
dido», Emmanuel de Saint Aubert pudo mostrar que el Ieib husser
liana como proyector móvil de un mundo encontraba sistemática
mente su traducción por «corps» (cuerpo).10 La tradición que se
remonta a Theodore Geraets, según la cual el concepto de carne
«traduce exactamente lo que Husserl llama "Ieib" », 1 1 se revela, pues,
infundada. Es cierto que Merleau-Ponty «nunca se molestó en dis
tinguir explícitamente la carne del Ieib, como si la cuestión de una
eventual confusión de los dos no se colocara siquiera para él: no
porque hubiera separada radicalmente las dos nociones [ . . . ],
sino porque nunca consideró la carne como un conceptoprestado » 1 2 .
1 40
Saint Aubert, siempre y cuando se conceda que ésta se constitu
ye a partir de Sartre tanto como de Gabriel Marcel y de Bergson.
141
(que Merleau-Ponty relaciona con lo sexual-agresivo en Freud), 15
la carne es también para Sartre la prueba última de la separa
ción fundamental, y lo que parece desmentirla a primera vista
incluso en un ejemplo como el análisis de la caricia. Según El ser
y la nada, acariciando al otro, lo hago acceder a su «ser de car
ne» , haciéndome, en ese mismo gesto, carne yo también. La «do
ble encarnación» consiste entonces en «hacerle probar mi carne
por su carne para obligarlo a sentirse carne » . 16 Las notas inédi
tas para la conferencia de México sobre Autrni atestiguan que,
según Merleau-Ponty, el análisis sartreano del deseo de El ser y la
nada queda fundamentalmente subordinado a una idea de des
garro individualizante, y que la encamación queda pensada como
un movimiento centrípeto de «re-ingreso en el cuerpo» . 1 7
S i bien l a demostración detallada d e Saint Aubert sobre el
carácter sartreano de la carne resulta incontestable, la tesis se
gún la cual el concepto de carne merleaupontiano consistiría en
una inversión pura y simple de ésta nos parece sin embargo pro
blemática. Es cierto que la carne merleaupontiana es centrífuga
y transgresiva, mientras que la de Sartre es centrípeta e identifi
cante. Es cierto que Merleau-Ponty reprocha a Sartre el pensar
la «carne pura», cuando de lo que se trata es de comprender que
toda cosa se encuentra siempre vestida.18 Pero leer la carne como
una travesía transgresiva de seres que funda su lazo, no hace
sino confirmar de otra manera su derivación de un cuerpo pro
pio y primero. Según esta lectura, las estructuras del yo puedo y
la intencionalidad motriz, analizadas en la Fenomenología de la
percepción, se encontrarían, pues, movilizadas contra todo sepa
ratismo sartreano, para indicar un movimiento transversal que,
debutando en el cuerpo propio, se extiende al mundo en tanto
que tal. La confirmación de esta hipótesis aparece en la conoci
da imagen bergsoniana de un cuerpo que iría «hasta las estre-
1 42
llas» . 19 Una fuerza vital atravesaría así lo sensible y realizaría la
expansión de una carne más allá de los límites del cuerpo pro
pio, comprometiendo igualmente el cuerpo del otro. L'homme et
l'adversité, texto en el que se trata de un «deseo absoluto de acer
car al otro y de encontrarlo también en su cuerpo» , 20 constituiría
así el «manifiesto» de la carne.
De hecho, la argumentación de Saint Aubert reposa esencial
mente en la lectura de la conferencia de 1 95 1 L'homme et l'adversité,
que será así leída como verdadero «manifiesto» de la carne. Pues
bien, visto de cerca, tal manifiesto no aparece en ningún momento.
Es precisamente en nombre de una interpretación diferente de Freud
que la <<nueva noción de cuerpo» desarrollada por el psicoanálisis
juega aquí su papel contra el análisis sartreano del deseo y de la
carne; y cuando el término de carne es utilizado, lo es con toda
claridad en términos de «condición camal y sexuada» , en el sentido
entonces en que Merleau-Ponty, junto con Freud, la comprende. La
congenitalidad (que tomará más tarde un sentido ontológico) que
da en definitiva subordinada aquí a la genitalidad.21 Pero más allá
de la cuestión filológica de detalle,22 la interpretación propuesta es
problemática aún en otro sentido, desde el momento en que confir
ma uno de los lugares comunes que precisamente el paciente tra
bajo de Saint Aubert se prestaba a desmantelar. En efecto, al deri
var la emergencia de un pensamiento de la carne de una teoría de la
pulsión fusional, la carne es aquí -una vez más-pensada a partir
del cuerpo. Cierto es que una nota tardía afirma que la « carne del
cuerpo nos hace comprender la carne del mundo». 23 Pero como
Saint Aubert mismo lo recuerda, en la misma época Merleau-Ponty
1 43
afuma igualmente lo inverso: «Es a partir de la carne del mundo
que podemos al fin de cuentas comprender el cuerpo propio» . 24
¿Cómo dar cuenta entonces de la idea de reciprocidad y de quias
mo sin llevar esta analogía a un hilozoísmo leibniziano que genera
liza las estructuras vivientes a toda la materia? En resumen: ¿cómo
pensar una reversibilidad de la carne del cuerpo y de la carne del
mundo, sin derivar la segunda de la primera?
Nuestra hipótesis es que es necesario desligar aquí de mane
ra más radical aún el cuerpo de la carne, y que hay que tomar en
cuenta el giro expresivo que interviene en el pensamiento mer
leaupontiano entre 1 945 y 1 95 1 y que constituye la condición
para que, a finales de los años cincuenta, tenga lugar el giro on
tológico. Es en cierto modo desviándose de una fenomenología
del cuerpo vivido y abriéndose al acontecimiento expresivo como
Merleau-Ponty pudo operar la última transición hacia una onto
logía de la carne que -incluso antes de ser producido por noso
tros- tiene lugar en el mundo. «Nuestra corporeidad -señala
Merleau-Ponty en una nota inédita- no ponerla en el centro
como hice en Ph.P. » .25 Operando un desplazamiento lateral fue
ra de los cuerpos hacia las zonas donde tiene lugar la emergen
cia de lo imprevisto, la interrogación del fenómeno expresivo
habrá señalado igualmente un espacio que será el que articule
los cuerpos entre sí, espacio que --como intentaremos mostrar
lo-- deberá ser pensado a partir de ese momento como carne.
1 44
la fe perceptiva a la verdad explícita, tal como la encontramos
a nivel del lenguaje, del concepto y del mundo cultural» ,26 pen
sar este « campo del conocimiento propiamente dicho» , 27 que
será el suelo sobre el que podrá desarrollarse una teoría sobre
el «origen de la verdad» (primer título, como sabemos, de Lo
visible y lo invisible): todo esto supone tomar en cuenta los
surgimientos de sentido que no se dan en nosotros ni en los otros.
Hay que evitar entonces la ilusión de una causalidad retros
pectiva provocada por el fenómeno de expresión que siempre
«Se "ante-data" él mismo » :28 la expresión no es la ex-presión de
un sentido preconcebido que sólo habría que traducir. Se trata
de describir la semi-autonomía de los procesos de sentido que
no son ni dependientes de una subjetividad constituyente ni
tributarios de un cratilismo que aglutina los nombres a las
cosas; se trata pues de estudiar, tal como lo repetirá una nota
tardía, «la manera en que el lenguaje y el algoritmo hace sur
gir la significación» .29
Contrariamente al juicio de Ricoeur -que afirma que Mer
leau-Ponty «quemó la etapa de la ciencia objetiva de los signos»
porque no habría hecho «el largo desvío por la lingüística»-, 30
existe hoy un acuerdo en que, siguiendo a Roland Barthes, Mer
leau-Ponty habría sido uno de los primeros en introducir los
aportes de la lingüística en filosofía. La incidencia de la lingüís
tica saussureana en la filosofía de Merleau-Ponty, en particular
en su última etapa, continúa sin embargo subestimada, perma
neciendo en lo esencial confinada al dominio de una fenome
nología del lenguaje. Siguiendo a Mauro Carbone,31 y lo que naso-
1 45
tros mismos hemos intentado desarrollar en otro sitio, 32 queria
mos sostener la hipótesis, ciertamente extraña a primera vista,
de que la figura principal descubierta en el Curso de lingüística
general -la de lo diacritico-- brinda el modelo para el concepto
último de «Carne» . Si el fenómeno de la expresión es reconocido
desde la conferencia de México como el instrumento que permi
tirá superar los dualismos hacia un suelo « común», el concepto
saussureano de diacritico en particular es el que permitirá preci
sar esta intuición de una matriz común y un operador de dife
renciación al mismo tiempo.
«Lo que hemos aprendido con Saussure -sostiene el inicio
de "El lenguaje indirecto y las voces del silencio"- es que los
signos uno a uno no significan nada, que cada uno de ellos ex
presa menos un sentido que la marca de una distancia de senti
do entre sí mismo y los otros» .33 La idea de una ciencia que no se
encuentra fundada en ninguna positividad, y que sólo presupon
dria espaciamientos diferenciales no puede sino estar en conso
nancia con la tentativa merleaupontiana de descentrar los fenó
menos expresivos. La metodología saussaureana permite aban
donar definitivamente una concepción de la filosofía como
revelación de un fondo de verdad infracorporal y preobjetiva, y
dirigirse hacia una no-positividad que se encuentra, al mismo
tiempo, también lejos de la negatividad sartreana. Lo que está
entre los signos no es un «agujero» , sino una trama común que
produce la individuación de los portadores singulares de senti
do. A pesar de la importancia que tienen las lecturas de Vendryes
en el descubrimiento de la paradoja de la expresión, y las de Gus
tave Guillaume y Michel Bréal en la intuición del concepto de
institución, ningún lingüista tuvo sin embargo el impacto de
Saussure en el camino de Merleau-Ponty hacia una filosofía a la
vez no-positiva y no-dualista.
Dejando de lado la idea de una nominación adámica primor
dial a la vez que el «mito de un lenguaje de las cosas» ,34 el Mer
leau-Ponty de la fase intermedia descubre la posibilidad de un
1 46
pensamiento del distanciamiento. Resumiendo la lección del lin
güista ginebrino en el curso sobre I.a conciencia y la adquisición
del lenguaje, Merleau-Ponty afirma que «las palabras llevan me
nos un sentido que la distancia de unos a otros» .35 Recordemos
que el término diacrítico indica los signos ubicados más aquí o
más allá de las letras y que, siendo ellos mismos insignificantes y
generalmente impronunciables, separan los sentidos que no son
pertinentes y singularizan una letra en un contexto preciso. La
distancia no es así exclusivamente un tener-a-distancia, como en
Sartre, sino el comienzo de una articulación por diferenciación.
Desplazar la atención de los objetos constituidos hacia su
matriz constituyente es reemplazar una teoría modelada sobre
el objeto por un pensamiento del distanciamiento continuo. La
conferencia sobre el cine anticipa ya este desplazamiento: «El
aspecto del mundo para nosotros se convulsionaría si lográra
mos ver como cosas los intervalos entre las cosas -por ejemplo
el espacio entre los árboles sobre el bulevar- y recíprocamente
como fondo de las cosas mismas -los árboles del bulevar». 36 La
virtualidad de la lengua respecto a la actualidad de la palabra,
insiste «Lo metafísico en el hombre» de 1 94 7, no debe ser pensa
da como una idealidad situada en un cielo platónico, sino como
el espacio de posibles en el que se mueven los hablantes. Éste se
encuentra «alrededor de cada sujeto hablante» ,37 «en el aire, en
tre todos los sujetos hablantes, pero no está realizado plenamen
te en ninguno de ellos» .38 Lo diacrítico se vuelve así el emblema
de un pensamiento de la carne como elementariedad: en Le visi
ble et l'invisible, la percepción será definida según los trazos ca
racterísticos del signo saussaureano, es decir, como un «Sistema
diacrítico, relativo, opositivo» .39 La generalización de lo diacríti
co en dirección a una figura sensible en tanto que tal puede ob
servarse hacia el fin de I.a prosa del mundo, donde la significa
ción que estalla «en la juntura de los signos» es descrita como
dependiente de su «disposición camal» .40 Sin embargo, si bien
1 47
Merleau-Ponty encuentra en el Curso de lingüística general una
inspiración esencial, su filosofía está lejos de ser sólo una pro
longación del estructuralismo saussureano.
1 48
más adelante en una nota inédita de 1 952/ 1 95 3- pero su rela
ción no es sin embargo arbitraria.44 Una posición como ésta no
es por otro lado necesariamente incompatible con la de Saussu
re. Apoyándose en un análisis de los Escritos sobre lingüística
general, conjunto de textos descubiertos en la Orangerie de Gi
nebra en 1 996, Jacques Garelli ha mostrado que la semiología
no podría reducirse a un juego arbitrario de signos en una red
anónima de estructuras, sino que Saussure supone un «punto
de vista» inicial que organizaría el campo de diferencias. 45
En cualquier caso, es posible observar cómo, respecto a un
puro estructuralismo, Merleau-Ponty insiste en el carácter de
perspectividad e inherencia: si hay que evitar pensar las estruc
turas como nuevas ideas platónicas, es necesario suponer que
ellas organizan el campo empírico del adentro; no siendo ellas
mismas objetos sensibles, pertenecen sin embargo a lo sensi
ble.46 La definición dada por Deleuze en A quoi reconnait-on le
structuralisme permite captar este matiz: «la estructura ---expli
ca Deleuze- se encama en las realidades e imágenes siguiendo
series determinables; más aún, ella las constituye encamándo
se, pero no deriva de ellas, pues es más profunda que ellas, sub
suelo para todos los suelos de lo real como para todos los cielos
de la imaginación» .47 Una hipotética respuesta ex post de Mer-
44. Nota inédita extraída de los manuscritos preparatorios del curso Re
cherches sur l'usage littéraire du langage de 1 952-1 953 en el College de France
(Fonds Merleau-Ponty, Bibliotheque Nationale de France, vol. XI, f. 65). Una
idea que ya era diseñada en la Phénoménologie de la perception cuando, contra
una teoría de lo arbitrario del signo, Merleau-Ponty escribe que no es «arbi
traire d'appeler lumiere la lumiere si l'on appelle nuit la nuit» (Phénoménolo
gie de la perception, op. cit., p. 2 1 8). Retrospectivamente, podría verse allí la
intuición de que la definición de signo como arbitrario sólo es pertinente si es
desdoblada del carácter diferencial, es decir, de la dependencia recíproca de
los signos entre sí.
45. Jacques Garelli, «Perplexité de Saussure», Archives de philosophie, 66
(2003), pp. 89- 1 1 7.
46. Puede interpretarse así la intervención de Merleau-Ponty en ocasión
del coloquio sobre la palabra «estructura» en 1 959: toda estructura es el efec
to de una «distribución observable » , por tanto estando fundamentalmente en
lo sensible (M. Merleau-Ponty, Parcours deux, op. cit. , p. 3 1 8) como «lo invisi
ble de este mundo» .
47 . Gilles Deleuze, « A quoi reconnait-on le structuralisme? » ( 1972), en L'fle
déserte et autres textes. Textes et entretiens 1 953-1 974, ed. D. Lapoujade, París,
Minuit, 2002, p. 24 1 .
1 49
leau-Ponty al concepto de encarnación en Deleuze, derivada di
rectamente del estructuralismo de Lacan,48 podría así cristali
zarse en la siguiente fórmula: la carne es demasiado actual. Se
trataría así de virtualizar la carne en dirección de una estructura
que no es más profunda que los procesos de encamación, pero a
su mismo nivel, a méme ceux-ci. Si por las razones que hemos
podido ver la focalización sobre lo corporal debió ser desplaza
da hacia las estructuras, la estructura deberá ser ahora pensada,
no como causa (bajo el riesgo de reiterar el dualismo), sino como
carne que tiene siempre ya cierto espesor.
Para ser lo que subtiende las cosas visibles sin ser ella misma
visible en acto, esta cosa « que no tiene nombre en ninguna filo
sofía» tomará desde ahora el de « carne » . Separando a la vez una
ontología del objeto y un idealismo de la estructura, Merleau
Ponty acercará la carne diacrítica a la noción de elemento tal
como la conciben los presocráticos: « La carne no es materia, no
es espíritu, no es sustancia. Para designarla, habría que utilizar
el viejo término de "elemento", en el sentido en que era emplea
do para hablar del agua, del aire, de la tierra y del fuego» .49 La
carne no es, precisa Merleau-Ponty, lo que permitiría ligar el
cuerpo y el espíritu, pues esto sería aún partir de dos sustancias
sucintas, sino más bien de su tejido generador común. En este
sentido, podría decirse, con Renaud Barbaras, que «no es por
que el sujeto tiene un cuerpo que él es carne, sino, al contrario,
porque él existe como carne es susceptible de tener un cuerpo» . 50
De los presocráticos, cuya inspiración el curso sobre la Na
turaleza51 reivindica expresamente, Merleau-Ponty no retiene sin
embargo la búsqueda alocada de figuras fundamentales que per
mitan reconstituir el mundo (el agua para Tales, el aire para
Anaxímenes, el apeiron para Anaximandro, etc.) sino un pensa
miento de la elementariedad que permita abandonar la lógica de
la propiedad en beneficio de una lógica de la inherencia. 52 Que el
48. Omnipresente en los textos de esta época como Logique du sens y Diffé
rence et répétition, el término encarnación es utilizado como un sinónimo de
efectuación y se opone así a lo virtual.
49. M. Merleau-Ponty, Le visible et !'invisible, op. cit. , p. 1 84.
50. R. Barbaras, Introduction a une phénoménologie de la vie, op. cit., p. 76.
5 1 . M. Merleau-Ponty, La Nature, op. cit., p. 1 1 9.
52. Véase Renaud Barbaras, «De l'ontologie de l'objet a l'ontologie de
l'élément» , en Le toumant de l'expérience. Recherches sur la philosophie de Mer
leau-Ponty, París, Vrin, 1 998, pp. 2 0 1 -224.
1 50
ser esté, no delante nuestro, sino detrás nuestro53 no implica que
la ontología del objeto, desarrollada en el seno de la filosofía
eleata, sea reemplazada por una filosofía del fundamento. La
figura del elemento indica bien que Merleau-Ponty intenta pen
sar la simultaneidad de lo que aparece y de lo que lo hace apare
cer, del objeto y del medio que lo manifiesta: todo ente es porque
está en algo (tout etre est parce qu 'il en est). Antes de ser materia
y -por extensión- cuerpo, la carne es matriz, «pregnancia de
posibles» : «la carne, la madre» se lee aún en las notas para el
College de France.54 El concepto de pregnancia (central para la
filosofía de las formas simbólicas de Cassirer que Merleau-Pon
ty leyó bien temprano) es conducido así hacia el de pregnancy,
un ser-en-gestación.
Así pues, si la trama anti-sartreana y las lecturas psicoanalí
ticas permiten confrontar la lectura de los últimos escritos, en
tendida como la tentación de unir un estado de interpretación
con una carne primordial e indivisa, buscar las huellas de lo dia
crítico saussureano en esta <<noción última» de carne permite
vislumbrar la dimensión de inherencia que, por otra, debe ser
siempre correlativa a la primera para poder dar cuenta de la
génesis del aparecer: esta dimensión es la de la diferenciación.
Mientras que los comentaristas tuvieron la tendencia a rechazar
toda dimensión de oposición en el pensamiento de Merleau-Pon
ty,55 resulta útil recordar la fecunda idea de Madison, que acer
caba el elemento merleaupontiano no sólo a los pensadores de
la mixtura como los jónicos o Empédocles, sino también al pole
mos de Heráclito,56 hipótesis apoyada por las últimas lecturas.57
151
El curso del mundo seria entonces opositivo y diferencial,
tanto como lo diacrítico de Saussure, sin que estos procesos di
ferenciales comprometan sin embargo el tejido de una experien
cia unitaria. De allí la expresión de dehiscencia que indica una
diferenciación fisiológica sin dualismo, distanciamiento lateral
que retorna en el uso de la metáfora de la reproducción de plan
tas por esquejes o, aún en otra inspiración, es ejemplificada por
el nacimiento lateral de Eva de una costilla de Adán. 58 En el mis
mo contexto, Heráclito es invocado para calificar el pasaje de un
pensamiento elemental o medial: recordando el pasaje de la Kri
sis sobre el «alma de Heráclito» ,59 Merleau-Ponty constata que el
Ser se encuentra entonces alrededor de la conciencia más que
delante de ella. 60
En síntesis, la Krisis no debería ser considerada como la con
firmación de una unidad quebrada que habria que reconstituir,
sino que se trataría más bien de atravesar la Krisis en dirección a
lo que genera las diferenciaciones, el medio o «día» de la diakri
sis. En este sentido, el pensamiento de la carne no es sólo la
apertura hacia un pre-objetivo que acecha la fenomenología desde
sus comienzos, sino también una de las figuras más fecundas
para pensar una filosofía de la individuación continua, siempre
fiel a la máxima merleaupontiana según la cual «el origen esta
lla, y la filosofía debe acompañar este estallido, esta no-coinci
dencia, esta diferenciación» .6 1
1 52
LA SOMBRA DE LA SUBJETIVIDAD:
EL HORIZONTE DE LA APARICIÓN
Y LA GÉNESIS DEL SENTIDO
Introducción
1 53
aparecen, entre otras, estas tres categorizaciones precisas del
término: apariencia o semejanza de una cosa; lugar, zona o re
gión a la que, por una u otra causa, no llegan las imágenes, soni
dos o señales transmitidos por un aparato o estación emisora;
proyección oscura que un cuerpo lanza en el espacio en direc
ción opuesta a aquella por donde viene la luz. Las tres categori
zaciones del término (ontológica, gnoseológica y estética) con
vergen en el uso figurativo y poético que le damos a la palabra:
espectro o aparición vaga y fantástica de la imagen de una per
sona ausente. Sin embargo, todas sus acepciones concuerdan en
su propia naturaleza topológica. Siempre que hay una « Som
bra» hay un umbral, es decir, un horizonte que determina, de
manera más o menos difusa, una transición, una aparición y
una desaparición, una irrupción y una interrupción, un paso del
brillo y del fulgor a la más profunda oscuridad, o viceversa. Y el
hecho insoslayable de este tránsito nos impone la patencia de un
límite, de un final y de un comienzo, de un origen que procede
de la cesación de las luces y que tiene su comienzo en la nueva
penumbra: un en-dera y un au-dela.
En lo sucesivo, y para dar comienzo a nuestro discurso, tra
taremos de esta extraña dialéctica, es decir, de este fecundo en
frentamiento entre el anverso y el reverso, tanto en la realidad
como en el conocimiento, y, por supuesto, también en el propio
desarrollo teórico de la filosofía del siglo XX . Y para comenzar,
haremos nuestro el uso figurativo y poético del término «som
bra», aplicado esta vez a la desaparición y a la persistencia de
una de las figuras más representativas del pensamiento contem
poráneo: Maurice Merleau-Ponty. A continuación, trataremos de
describir lo que hemos convenido en denominar el uso gnoseo
lógico del término « sombra», en tanto limitación interna de los
poderes constituyentes del sujeto y su posición de fundamento
en el edificio de la constitución. Por último, y como conclusión,
haremos un uso del término en su acepción ontológica, para
describir el modo de aparición que caracteriza a la realidad en la
articulación originaria de lo sensible y del sentido. De este modo,
mostraremos cómo el pensamiento de Merleau-Ponty parte del
umbral, más o menos difuso, de la fenomenología programática
de Edmund Husserl para converger de un modo inacabado en el
proyecto interrumpido de una estética trascendental, que deberá
ser el objetivo último de las actuales consideraciones fenomeno-
1 54
lógicas en tomo a la interrogación filosófica sobre la génesis del
sentido.
1 . Edmund Husserl, Über den Begriffder Zahl, Husserliana (Hua) XII, Hus
serliana Gesammelte Werke, Dordrecht-Boston-Londres, Kluwer Academic
Publishers, 1 967.
2 . Paul Natorp, Über objektive und subjektive Begriindung der Erkennt
«
1 55
la teoría estética posterior. La necesaria «abstracción» , válida y
positiva, de la subjetividad que Natorp defendía implicaba una
regresiva «retirada» del yo. La manera de neutralizar la influen
cia de la subjetividad respecto a todo acto de conocimiento de
bía convertirse en un recurso metodológico. El platonismo se
iba a convertir en fenomenología mediante una epoché que de
bería neutralizar la dimensión existencial y empírica de los obje
tos, sin separar las esencias de los actos intencionales de la con
ciencia. Se imponía urgentemente una teoría acerca de la forma
en la que la conciencia constituía la objetividad. Este proyecto
acercaba de nuevo las aspiraciones de Husserl a los planteamien
tos cartesianos y kantianos. Sin embargo, el interés de Husserl
estuvo determinado por los procesos de descripción puros de
esencias, que daban cuenta de las maneras en que los objetos
aparecían a los distintos momentos de conciencia, y por los aná
lisis constituyentes que utilizaban estos momentos descriptivos
como hilo conductor para descubrir los actos y los procesos de
conciencia en los que resultaban constituidos. Los primeros pro
cesos permitieron la aparición de análisis pormenorizados de
los aspectos de la vida consciente, tanto de las dimensiones que
intervienen en el conocimiento como de los aspectos subjetivos
de la moralidad, de la estética, de la religión. La antigua ontolo
gía regional se interpretó en clave descriptiva y Husserl se em
barcó en una teoría de las diversas «ontologías regionales» . Sin
embargo, en raras ocasiones el análisis se aproximó al fenóme
no artístico. La descripción fenomenológica de una «obra de arte»
aparecerá como tal en Ideas relativas a una fenomenología pura,
al tratar de abordar la modificación de la conciencia perceptiva,
por la que, en la contemplación estética de los «objetos» , éstos
son neutralizados, y ya no se nos ofrecen ni como siendo ni como
no siendo, en ninguna modalidad posicional, es decir, como «Cua
si-entes» . 6 De este modo, el propio Husserl describirá así el fa
moso grabado de Durero « El caballero, la muerte y el diablo» ,
anunciando lo que será posteriormente e l régimen fenomenoló
gico de la Phantasia.
Desde la publicación, en 1 90 1 , de la segunda parte de las
Logische Untersuchungen, año en el que Edmund Husserl cam-
1 56
bió su condición académica de Privatdozent en Halle por la de
profesor extraordinario en Gottingen, y hasta la publicación, en
1 9 1 3, de la 2.ª ed. de las Investigaciones, el pensamiento husser
liano sufrió una profunda transformación que coincidió con el
curso de 1 905 sobre la conciencia íntima del tiempo, y que fue
editado por Martin Heidegger, en 1 928, bajo el título definitivo
de la citada obra. En este punto de inflexión se pondrán en evi
dencia los dinamismos básicos de la «reducción» y de la «consti
tución» , haciendo conscientes aquellos mecanismos que, en prin
cipio, el pensador no había dominado deliberadamente y que
ahora pondrán en conexión la efectividad propia de la fenome
nología y sus propias intenciones iniciales. La ignorancia, en el
propio Husserl, del desnivel fundamental entre lo intencional y
lo efectivo marcará un cambio en la ortodoxia husserliana. Tal
modulación inaugurará una nueva recepción de su pensamien
to que vendrá caracterizada por la distancia teórica entre sus
escritos exotéricos, programáticos, y el otro conjunto de traba
jos, esotéricos, caracterizados por una obstinada investigación
que vuelve incesantemente sobre los mismos motivos, sobre el
círculo entre lo intencional, lo pretendido y lo efectivo.
En 1 939, tras la muerte de Husserl, la Revue International de
Philosophie dedicará un monográfico a su pensamiento, y este
hecho coincidirá con el viaje de Merleau-Ponty a Lovaina, don
de tendrá acceso a los Archivos y, en concreto, al manuscrito de
la Crisis y al vol. 11 de Ideas. Ambas obras serán determinantes,
junto a los citados manuscritos, para la gestación de su obra
capital: Fenomenología de la percepción. Desde entonces, la som
bra teórica de Husserl abrigará el derrotero conceptual que Max
Scheler y el propio Gabriel Marcel habían estimulado inicial
mente. Veinte años después, en 1 959, tan sólo dos años antes del
fatal desenlace bajo la montaña de Sainte Victoire, coincidiendo
con el centenario del nacimiento de Husserl, en el n.º 4 de «Phae
nomenologica» , bajo la dirección de Van Breda y Taminiaux,
Merleau-Ponty escribirá su artículo « Le philosophe et son om
bre » .7 En sus líneas advertiremos un anuncio: la sombra del filó
sofo se extiende más allá de los grandes prejuicios que sostenían
1 57
los propios fundamentos de la fenomenología. Toda conmemo
ración parece ser una traición si no consigue darle continuidad
a las profundas intuiciones que en el Husserl posterior marca
rán el hundimiento de los prejuicios programáticos. De ahí que
Merleau-Ponty apele a los análisis de este Husserl tardío,8 a quien
nunca llegará a conocer.
Habrá que esperar a la edición de los análisis de 1 966 sobre
la síntesis pasiva, a los textos sobre la intersubjetividad de 1 973, a
los pasajes sobre cosa y espacio del mismo año, sobre phantasia,
conciencia de imagen y recuerdo de 1 980, sobre la teoría de la
significación de 1 986, así como a los textos complementarios a la
Krisis de 1 993, etc., para hacer necesaria una revisión progra
mática que ya está tímidamente apuntada en la obra de Maurice
Merleau-Ponty. La sombra del pensamiento husserliana abarca
rá una masa inmensa y compacta de monólogos filosóficos,
meditaciones sobre problemas muy concretos, que están toda
vía en curso de publicación y que alcanzan hasta un total de
50.000 páginas. Son escritos de investigación, escritos verdade
ramente fenomenológicos, sin el horizonte de un posible lector,
en los que el ordo inventionis va a contrapelo abrupto del ordo
doctrinae, y en los que Husserl vuelve sin cesar a los problemas
en un nivel último de análisis. Este conjunto de escritos esotéri
cos, que Merleau-Ponty nunca descubrirá, constituyen el Klein
geld, la calderilla a la que apelaba Husserl en sus seminarios. A
partir de estas investigaciones asistiremos paulatinamente al
desplome de algunas de las tesis básicas, prejuicios arraigados
del propio Husserl que siempre se negó a revisar. En primer lu
gar, el idealismo larvado de la fenomenología, ligado al monis
mo de la teleología racional que siempre supuso unificaba las
diferentes Stiftungen. En segundo lugar, el supuesto de una es
tructura universal de la conciencia ligado a un modo universal
de temporalización en el presente vivo y originario. En tercer
lugar, el privilegio teórico asignado siempre a la percepción fren
te a otros registros arquitectónicos.
El desmoronamiento de los citados prejuicios hará posible,
a través de una reducción arquitectónica, una nueva fundamen
tación de los estratos, de los diversos registros con relación a la
hyle fenomenológica, de los sentidos intencionales sedimenta-
1 58
dos y, en definitiva, de la indagación en el origen del sentido del
mundo. La deriva crítica de los presupuestos husserlianos com
prometerá el objetivo principal que exigía la unidad sistemática
de la fenomenología, es decir, una teoría acerca de la forma en la
que la conciencia constituía la objetividad, reedificando todo el
sentido de la experiencia humana desde la profundidad consti
tuyente. En efecto, el ideal de la vuelta a las «cosas mismas»
quedará puesto en tela de juicio al ponerse en duda que las «Co
sas» se den sólo como una objetivación constituida. La solución
radical de los tres grandes prejuicios que sostenían los funda
mentos del proyecto inicial dejará abierta la necesidad de nue
vos desarrollos de la fenomenología, que deberán indagar inex
cusablemente sobre el bloqueo de la intencionalidad constitu
yente y la interrupción del proceso de constitución de la realidad,
reconociendo la posibilidad de que las «cosas» puedan darse de
«otro» modo diferente al de la objetivación constituida. En el
proyecto husserliana la ostentosa y aparatosa presencia de los
«objetos» que a través de las retenciones daba origen a la conti
nuidad homogénea del transcurso temporal, hará imposible un
avance teórico sobre esa extraña región pre-objetiva y ante-pre
dicativa que discurre a espaldas de la propia objetividad y del
desarrollo uniforme del tiempo. Husserl no terminará de tema
tizar ese extraño exceso que queda sacrificado y nivelado, inclu
so olvidado, en la instalación natural, que en principio sólo atien
de a los resultados. Sus textos programáticos, centrados en el
polo intencional, ignoraron el desnivel fundamental entre lo in
tencional y lo efectivo, es decir, entre la ortodoxia husserliana de
aquellos textos y sus investigaciones estenografiadas.
Desde la perspectiva teórica que aquí proponemos, lo que ha
de pretender la nueva fenomenología es, precisamente, desple
gar esa estética trascendental que Husserl planteó acertadamen
te como una génesis pasiva que precede a toda actividad consti
tuyente del sujeto, pero que quedó bloqueada por su deriva ha
cia la presencia de los objetos que da origen a la línea continua
homogénea del transcurrir del tiempo producida por la reten
ción. 9 Esta profunda intuición, que necesariamente nos condu
ce a la intersección entre los ámbitos de la Ontología, de la Esté
tica y de la Teoría del Conocimiento, quedó truncada en 1 96 1
1 59
con la desaparición de Merleau-Ponty. Sin embargo, desde la
atenta lectura de « Le doute de Cézanne»1º a la luz de la Phéno
ménologie de la perception, 1 1 ambas obras publicadas en 1 945,
hasta « Le langage indirect et les voix du silence» , 12 aparecida en
1 952, y L'ceil et ['esprit, 13 aparecida un año antes de su muerte, las
concepciones fenomenológicas de Merleau-Ponty parecen aproxi
marse excepcionalmente a esta estética que el propio Husserl
había avistado como tierra prometida.
En la actualidad, los desarrollos contemporáneos de la feno
menología han sabido recuperar las posibilidades advertidas por
el mismo Husserl tras la caída de los prejuicios programáticos.
Esta profunda intuición inaugurará dos grandes líneas de investi
gación en las consideraciones fenomenológicas sobre la estética:
por un lado, el enfoque posterior desde el plano de la intenciona
lidad de Moritz Geiger, Oskar Becker, Roman Ingarden, Mikel
Dufrenne y Eugen Fink; por otro lado, el nuevo desarrollo de la
fenomenología llevado a cabo por Michel Henry, Marc Richir,
Henry Maldiney y Jacques Garelli. El Kl.eingeld, los escritos esoté
ricos que conforman el legado de Lovaina, ha ido descubriendo
paulatinamente la deriva estética implícita en el cambio de los
presupuestos iniciales. Este hecho ha puesto en evidencia que la
sombra teórica del propio Husserl se sobrepuso a la sombra in
conclusa que Merleau-Ponty advirtió en su reflexión sobre la ex
periencia estética. De este modo, aunque advertimos una clara y
manifiesta insuficiencia en los presupuestos merleaupontianos,
debida en gran parte a su dramática desaparición, sin embargo,
somos capaces de intuir lo que, sin ninguna duda, hubiera sido
quizás una de las más rigurosas aproximaciones a la estética tras-
1 60
cendental planteada por Husserl. De ahí que el propio Richir al
definir esta desgraciada «infidelidad» sea, tal como nos recuerda
Emmanuel de Saint Aubert, 14 certero en su advertencia:
1 4. Emmanuel de Saint Aubert, Du lien des etres aux éléments de l'etre. Mer
leau-Ponty au toumant des années 1 945-1951, París, Vrin, 2004, pp. 1 78-1 79.
1 5 . Marc Richir, «Le sens de la phénoménologie dans Le visible et /'invisible» ,
Esprit, n.º especial, 6 d e junio d e 1 982, p . 1 36 (traducción del autor).
16. M.ª Carmen López Sáenz, «Imaginación camal en M. Merleau-Ponty»,
Revista de Filosofía, vol. 28, n.º 1, 2003, pp. 1 57- 1 69.
1 7. Maurice Merleau-Ponty, Le visible et /'invisible, París, Gallimard, 1 964,
pp. 297 y SS.
1 8. Anne Montavont, De la passivité dans la phénoménologie de Husserl,
París, PUF, 1 999.
161
apoyaba el armazón idealista y la urgencia programática de la
fenomenología, denunciando el bloqueo del análisis husserlia
na por el marco de los actos que le impone una filosofía de la
conciencia. Una filosofía de los actos de la conciencia parecía
ser, en principio, incompatible con una fenomenología de la pa
sividad. Hasta 1 966, cinco años después de la muerte de nuestro
autor, no veremos publicado el vol. XI de la Husserliana, donde
Husserl mostrará las posibilidades teóricas de lo que Merleau
Ponty denominó «la pasividad de nuestra actividad» . 19 No obs
tante, en su Fenomenología de la percepción , al abordar el
problema de la temporalidad, ya había resaltado la necesidad de
reconocer una intencionalidad «Operante» , la fungierende Inten
tionalitat, que aparecía tanto en las Lecciones de fenomenología
de la conciencia interna del tiempo20 como en la Lógica formal y
trascendental,21 y que ya Eugen Fink había destacado en El pro
blema de la fenomenología Edmund Husserl.22 De este modo, en
sus últimas notas de trabajo, Merleau-Ponty advertía de la nece
sidad de retomar y desarrollar esta intencionalidad «latente» que
parecía ser una intencionalidad interior al ser y que, aparente
mente, no era compatible con la fenomenología de los actos de
conciencia. Hoy, sabemos que Merleau-Ponty asoció la síntesis
pasiva de la intencionalidad «latente» con la obra del cuerpo,
asegurando así la unidad natural y antepredicativa del mundo y
de nuestra vida. Para Merleau-Ponty esta «pasividad» era un «in
vestir» , un «ser en situación» ,23 y esta intencionalidad «operan
te» , que aparecía como condición de posibilidad de la intencio
nalidad de acto o tética, anterior a toda tesis o a todo juicio,
constituía un «Lagos del mundo estético, un arte escondido en
las profundidades del alma humana, y que, como todo arte, no
1 62
se conoce más que en sus resultados» .24 La naturaleza de la sín
tesis pasiva se había convertido para Merleau-Ponty no en una
solución, sino en el indicio para designar un problema. De este
modo, nuestro autor definía esta «pasividad» como ese « Ser en
situación» ante el cual no existimos. Dejándose llevar por la ra
dicalidad de su regressus, se anticipaba en el orden de las razo
nes al hundimiento de las fronteras tradicionales entre sensibili
dad y espontaneidad, anunciando la limitación interna de los
poderes constituyentes del sujeto.
Tal como veremos a continuación, Merleau-Ponty quedó
anclado en algunos de los citados prejuicios programáticos arrai
gados en el propio Husserl, en algunas de las tesis básicas que,
aun resultando incompatibles con su trabajo de campo, sobre
todo con sus consideraciones estéticas acerca de la experiencia
del arte, no tuvo la oportunidad de revisar a la luz de la publica
ción posterior de los manuscritos husserlianos, derivando su in
vestigación a la primacía de la percepción y a una concepción de
la intencionalidad, desplazada de la conciencia hacia el cuerpo y
el deseo, con el agravante de una posible «infidelidad» que se
muestra, por ejemplo, en la incompatibilidad entre su concep
ción de la chair y del Leib husserliano. Sin embargo, algunos de
sus textos más emblemáticos nos aproximan a esta zona de in
controlable pasividad, sombra de la subjetividad constituyente,
que, de un modo excepcional e intuitivo, anuncia lo que debería
haber sido el desmoronamiento de los tres prejuicios fundamen
tales: el idealismo larvado de la fenomenología, ligado al monis
mo de la teleología racional que siempre supuso unificaba las
diferentes Stiftungen; el supuesto de una estructura universal de
la conciencia ligado a un modo universal de temporalización en
el presente vivo y originario; y el privilegio teórico asignado siem
pre a la percepción frente a otros registros arquitectónicos.
Las consideraciones estéticas del pensamiento merleaupon
tiano pusieron en evidencia una versión plástica de la epoché
fenomenológica, aplicando al campo del arte el motivo husser
liano de lo pre-reflexivo, pre-objetivo o ante-predicativo, de tal
modo que la naturaleza de la experiencia estética fue el banco
de pruebas donde poner en ejercicio aquellos recursos que im
plícitamente convergían en el orden de su discurso. De este modo,
1 63
trataremos de mostrar lo que Serge Valdinoci dijo a propósito de
Merleau-Ponty:
2. La sombra de la subjetividad
1 64
se detendrá en el modo de aparecer. Este matiz, a primera vista
sutil, producirá notables diferencias. Husserl habrá de intuir lo
que hemos denominado como el proyecto de una futura estética
trascendental, planteada en términos de una «génesis pasiva» que
antecede a toda posible actividad de la subjetividad.
Hay, pues, cierta pasividad que precede a toda actividad cons
tituyente del yo y que supone un modo de «regresión» en el que
un «exceso» hilético parece invertir el dinamismo propio de la
subjetividad, dejando paso a la aparición de un acceso privile
giado, de una fase múltiple de presencia en un ritmo no objetivo
que constituye la «plusvalía» de nuestro pensamiento. Esta zona
«invisible», o preobjetiva, y que citaremos al exponer aquí el pen
samiento de Maurice Merleau-Ponty, será el lugar kantiano de la
«reflexión sin concepto » , de la primitiva «cohesión sin concep
tos» , de una «vibración» o «reajuste» detenido en el curso de la
«intencionalidad» y, en definitiva, de las «síntesis pasivas» . En
esta especie de «regresión» , el yo abandonará su actividad en el
mundo de los «objetos» , y accederá a un mundo originario, pro
teiforme y fluctuante, inestable, discontinuo y fugaz, fruto del
proceso mismo de fenomenalización, y que se presenta como
una reserva originaria de sentido, una zona de «extremada con
ciencia» , o inconsciente fenomenológico, separada ya del régi
men objetivo del mundo, y que corresponde, de algún modo, a la
«devaluación regresiva» que vamos a exponer a partir de este
momento. El «descierre» de la epoché que realiza la filosofía y el
arte supondrá la superación de obstáculos en forma de hiatos
que separan los diferentes registros arquitectónicos, haciendo que,
al ser saltados, se produzca una «deformación coherente» (ana
morfosis). A esta extraña actividad, responsable de la epoché,
podremos denominarla katárgesis, del verbo katargeo, en el grie
go tardío. Si érgon en Homero era el trabajo en el campo, katar
gesis no es ociosidad (aergos) sino la «desactivación» , la suspen
sión de lo que resulta inoperante (sin energeia).
En la primavera de 1 9 1 2, Edmund Husserl escribirá un pe
queño texto titulado Fenomenología de la conciencia estética, que
hoy podemos encontrar en el vol. XXIII de la Husserliana, junto
a la crucial edición de Phantasie; Bildbewusstsein, Erinnerung. 27
1 65
Entre sus líneas podremos advertir la caracterización fenome
nológica de la actitud estética como una oscilación intermitente
entre aparición y apariencia (objeto aparente). El arte no versará
sobre los objetos que aparecen, sino sobre su modo de aparición.
La Phantasieerscheinung, o aparición de Phantasia, caracteriza
rá un modo de aparición que surge de manera fluctuante y en
ruptura con relación a la continuidad del presente del tiempo
perceptivo. En este sentido, el pensamiento husserliana se acer
cará a las intuiciones kantianas al advertir que lo esencial en la
actitud estética no es el « objeto» , o la cosa (Sache) que aparece,
sino su modo de aparición. La pregunta crucial será de qué modo
de aparición se trata. El modo que constituye la conciencia esté
tica parecerá ser extremadamente complejo. En la misma direc
ción teórica que Kant, Husserl afirmará que la sola aparición y el
objeto solo no serán capaces de despertar el sentimiento estéti
co, y que deberá ser la «reflexión» sobre este modo de aparición
la que consiga alcanzar la oscilación fenomenológica entre la
aparición y el «objeto» . Esta oscilación será el esquema más ele
mental del propio proceso de fenomenalización. Este modo de
aparición será el portador de caracteres de sentimientos estéti
cos, que es preciso despertar a través de la «reflexión» sobre él
mismo, es decir, por el doble movimiento de la aparición al «ob
jeto» y del «objeto» a la aparición, de la vida en el aparecer (del
«objeto» ) al aparecer mismo, e inversamente. Estética y Feno
menología tenderán a converger en la puesta en juego de la afec
tividad en un doble nivel arquitectónico: patológico y estético. Y
en esto, Husserl se aproximará, una vez más, a las tesis de la
tercera Crítica. Si la experiencia del «Arte» es fenomenología será
en el sentido de ser «fenomenología de la afectividad», y si la
fenomenología pretende ser «fenomenología de la afectividad» ,
deberá pasar necesariamente por l a Estética.
En la experiencia del arte no cabrá la «constitución intencio
nal» del objeto. El exceso de la intuición superará la propia pre
tensión de la « intencionalidad» . El mundo de los meros objetos
se « desobjetivará» en un paradójico y recurrente movimiento de
ida y vuelta, parpadeo u oscilación (Schwingung) que caracteri
zará la vida del fenómeno. El «objeto» aparente, el artefacto,
1 66
pretendidamente conformado por la relación de intencionalidad,
dejará de serlo, o más bien, no terminará nunca de serlo, y se
invertirá tal relación. La ruptura de la «continuidad» (Kontinui
ti:it)28 bloqueará la «intencionalidad» . Lo que ocurrirá en el cur
so de este bloqueo será la «detención» , en su propio proceso, de
la «constitución» del mundo objetivo y el descubrimiento, a su
vez, de una diversidad de «niveles de conciencia» . La misma re
lación intencional, que permite que a través de la «continuidad»
aparezca un mundo objetivo, se invertirá, poniendo en eviden
cia los procesos en obra.
De ordinario el mundo de los meros «objetos» que nos ro
dean es intuitivamente pobre. Nuestro mundo de «objetos» es
estable y confiado, permanente, pero de una gran pobreza intui
tiva. Este «déficit intuitivo» sostiene el «ajuste intencional» que
hace posible, en condiciones normales, el proceso de «constitu
ción» del mundo. Hablamos de «déficit» , puesto que los meros
«objetos» del mundo se constituyen en mi presencia sólo cuan
do mi «intención» «desborda» literalmente las «intuiciones sen
sibles», o hiléticas, del objeto que se presenta ante mí. Esta insis
tente pretensión «Compensa» la pobreza y escasez de «intuicio
nes sensibles» . De ahí que podamos decir que en el «objeto» hay
siempre un exceso de la «intención» sobre la «intuición» , lo cual
expresa el «déficit» intuitivo propio de la constitución objetiva. 29
Nuestra « intención» manifiesta la insistente pretensión de que
los «objetos» sean así como se me aparecen. Esta «pretensión»
es, evidentemente, excesiva y desproporcionada. El mundo de
los meros «objetos» no está nunca intuitivamente saturado. Su
«deficiencia» es continuamente compensada con el ajuste que
une la separación, o la distancia abierta, entre lo que pretendo y
la carestía de intuiciones hiléticas en los «objetos» . Este ajuste
se mantiene en la «adecuación» , en mayor o menor medida, en-
28. E. Husserl, Ding und Raum, Vorlesungen 1 907, Hua XVI, La Haya, Mar
tinus Nijhoff, 1 973, pp. 64, 70, 99-1 02, 1 37, 1 67, 1 68; E. Husserl, Investigaciones
Lógicas II, lnv. 111, Madrid, Alianza Editorial, 1 999, pp. 385-470; E. Husserl,
I.ecciones de fenomenología de la conciencia interna del tiempo, op. cit. , pp. 49 y
ss., 68, 94, 98, 1 05 y ss., 1 1 9 y ss.; E. Husserl, Ideas relativas a una fenomenología
pura, México, FCE, 1 985, pp. 1 9 1 y ss.; E. Husserl, Analysen zurpassiven Synthe
sis, Hua XI, La Haya, M. Nijhoff, 1 966, pp. 1 83 y ss. ; E. Husserl, Phantasie;
Bildbewusstsein, Erinnenmg, Hua XXIII, op. cit., pp. 60-64, 1 34- 1 35.
29. E. Husserl, Investigaciones Lógicas II, op. cit. , pp. 626-628.
1 67
tre la intención y la vivencia intuitiva, fusionadas ambas en una
«síntesis de cumplimiento» .3º El fenómeno del «cumplimiento»
expresará el ajuste intencional que hace posible la aparición del
«objeto» . Somos seres por naturaleza «pretenciosos» . El exceso
de pretensión intencional crea en nuestro mundo una «ilusión»
de «Saturación intuitiva» que «Corrige» el déficit intuitivo, y en la
que surge, en definitiva, la unidad fenomenológica, que se revela
ahora como una conciencia de « Cumplimiento» , y que hace po
sible la constitución objetiva del mundo de los meros «objetos» .
E n consecuencia, hemos afirmado que e n l a instalación na
tural nunca hay una «saturación intuitiva» y, sin embargo, vivi
mos de la «ilusión» de «saturación» que produce el «ajuste in
tencional» . En el «objeto» hay siempre un exceso de la « inten
ción» sobre la «intuición» . Un «objeto» se constituye ante mi
mirada porque mi intención significante, en términos de Hus
serl, «desborda» siempre en su « cumplimiento» los aspectos par
ciales del «objeto» . Mi intención, en tanto pretensión de que los
«objetos» sean así, es «excesiva» . Por consiguiente, el mundo de
los meros «objetos» será intuitivamente pobre, es decir, nunca
estará intuitivamente saturado. Esta primitiva «pobreza» será
incesantemente corregida por la «ilusión» de «saturación» que
produce el «ajuste intencional» . Por el contrario, los «objetos»
del arte se caracterizarán por ser objetos «saturantes» . La rela
ción planteada se invertirá drásticamente, y esto supondrá un
hecho excepcional y de una gran relevancia filosófica. En la obra
de arte, el mundo de los «objetos» estará saturado intuitivamen
te (stromende Hyle), y excederá la pretensión de sentido, que
brando, o bloqueando, nuestra propia intencionalidad. La riqueza
contradictoria de los «objetos» del arte excederá a toda preten
sión. El proceso de constitución se verá irremediablemente inte
rrumpido. No cabrá la constitución intencional del «objeto» . El
exceso de los «objetos» del arte producirá ahora en mí un senti
miento de saturación tal que el desajuste resultante abrirá un
vacío, una distancia primordial en la que se anulará el ídolo del
«objeto» -idola objecti- y mi subjetividad quedará recurrente
mente incluida, literalmente absorbida. Los «objetos» del arte
retorcerán con su exceso de «intuición» mi pretensión de « inten-
1 68
ción». El proceso de constitución quedará definitivamente inte
rrumpido en su propio ejercicio. Esta «saturación hilética» del
artefacto hará «implosionar» la naturaleza del objeto, «colap
sando» la pretensión de un sentido intencional, es decir, doble
gando la intencionalidad, retorciendo su pretensión, y aparecien
do como un hiperobjeto saturado, responsable del «fracaso» del
sentido intencional. Esta «oscilación fenoménica» (Schwingung)
nos permitirá «asomamos» a un nuevo territorio, un nuevo régi
men en el que no podemos «instalamos» definitivamente, sino
sólo «acceder» de un modo intempestivo, intermitente y fugaz.
Este <<nuevo territorio» , que como veremos corresponde al régi
men de la Phantasia,31 se sustraerá al monopolio de la concien
cia perceptiva, del sentido intencional, de la continuidad del es
pacio y del tiempo de los «objetos» estables. Esta « zona muda»
será un extraño nivel de conciencia al que accedemos por deste
llos, de un modo alternante y oscilante.
Hablaremos, pues, de una diversidad de «niveles de concien
cia» que descubrimos en la «detención» que supone el bloqueo
de la «intencionalidad» . Este hecho decisivo conllevará la modi
ficación o suspensión del proceso de «constitución» del mundo
objetivo. Será, en definitiva, una zona de «extremada concien
cia», «inconsciente fenomenológico» (Unbewusstsein),32 separa
da del régimen objetivo del mundo. El «parpadeo» que caracte
rizará esta «Oscilación» (Schwingung) fenoménica nos permiti
rá un acceso interrumpido, momentáneo y evanescente, «frágil»
en definitiva. Tanto la epoché fenomenológica como esta suerte
de epoché que paralelamente exponemos, nos permitirán un ac
ceso privilegiado a la experiencia originaria de la génesis del sen
tido en el instante mismo de su nacimiento (Sinnbildung). El
«fracaso» de nuestras pretensiones objetivantes conllevará el
colapso del sentido «intencional» , pero no significará un fracaso
del sentido sin más, sino la aparición de sentidos «no-intencio
nales» . El arte cortocircuitará el sentido «intencional» , mos
trándonos el «reverso» del proceso de constitución, en una región
donde la pasividad gobierna el curso de la experiencia.
1 69
En este régimen excepcional de conciencia, la subjetividad,
amputada de su mundo, se perderá en una temporalidad sin
cosas, 33 volviéndose hacia las fuentes primigenias del sentido en
la espontaneidad misma de su nacimiento. Asistiremos a la rup
tura de la uniformidad del tiempo, que llevará a cabo la disten
sión y remisión mutua de los flujos temporales, llevando al pre
sente a una «caída libre» sobre el pasado y, a su vez, atrapando al
presente en la potente gravitación del futuro. Ese «halo» de in
determinación que rodeará a la impresión originaria y su pre
sente retencional y protencional será un conjunto de « intencio
nes vacías» que jugarán un papel fundamental en la precisión
del sentido. En este «recruzamiento» de flujos temporales en
formación, el «yo» permanecerá atrapado en un laberinto de
múltiples fases de presencia en desarrollo, con sus retenciones y
protenciones desancladas de sus impresiones originarias -re
tenciones sin cabeza y protenciones sin cola- como «elementos
salvajes» en resonancia y generando sentido.
La obra de arte romperá el instante y la continuidad del tiem
po. A pesar de que estamos organizados por el tiempo, en el arte
su administración racional se verá excepcionalmente suspendi
da. Una extraña región discurrirá a espaldas del tiempo objetivo,
interrumpiendo la organización racional en la que habitualmente
estamos instalados. En esta experiencia los horizontes tempora
les no se organizarán en una red de intencionalidades, sino que
más bien se «entrechocarán» y «destrozarán» mutuamente. Al
interrumpirse la objetividad, se quebrarán sus marcos espacio
temporales, y el tiempo continuo de los «objetos» estables se verá
forzosamente interrumpido. Habrá un «cruce reflexivo» entre los
flujos temporales, entre las «retenciones» pasadas y las «proten
ciones» futuras, entre el ya se sabe. . . pero todavía y el no se sabe
todavía. . . pero ya, que «distenderá» el presente en un modo de
espacialización. Este hecho excepcional será clave para entender
la superación del tiempo físico objetivo, condición necesaria del
momento estético de la obra de arte en su fase de aparición.
De este modo, el «ritmo» articulará contenidos inarticula
dos, ensamblando el « fenómeno» en una « cohesión sin concep
to» , según la cual todo fenómeno del mundo se fenomenaliza
1 70
como «fenómeno» . El objeto de las «Síntesis pasivas» será esta
cierta «armonía» o «resonancia»34 entre elementos que, de por
sí, son inarticulados. Este «recubrimiento» (Deckung) no se fun
dará en la «Continuidad» propia del tiempo. Será, más bien, un
überschiebender, un deslizamiento, o traslación, en un «caos» de
impresiones originarias. 35 Por lo tanto, la fenomenalidad se con
cebirá como una armonía, o como una rítmica entre elementos
inarticulados (ungegliederte) , o esencias salvajes (Wesen sauva
ges), Wesen y no eidos en la terminología introducida por Mer
leau-Ponty y recogida por Richir, que no estarán necesariamen
te presentes, sino que se «despertarán» (rückwirkende Weckung)36
mutuamente en resonancia, unas a otras, en la aporía de un pre
sente estratificado. Esta cierta resonancia entre «elementos» no
objetivos será el objeto de la «síntesis pasiva». Y hablaremos de
una «cohesión sin concepto» porque, en definitiva, no habrá una
unión lógico-eidética, lo cual dará pie a interpretarse como cier
ta armonía en un caos de campos sensibles de una gran densi
dad y nula articulación.
La «síntesis pasiva» será «rítmica» , puesto que, además de
llevar a cabo la «cohesión sin concepto» de los fenómenos y de
ligar un fenómeno a otro, «desbordará» literalmente el desarrollo
temporal, transgrediendo los límites del ahora (Jetzt). Este «rit
mo» articulará y ensamblará los fenómenos en una trasgresión
del flujo uniforme y estratificado del tiempo, como un «eco» que
resuena en un caos originario, recubriendo dominios sensibles,
múltiples y dispares. Tal «eco» será, en definitiva, la resonancia
rítmica del esquema trascendental, según el cual el mundo se «fe
nomenaliza» como fenómeno. Hablaremos, pues, de un ritmo
«proto-temporalizante/proto-espacializante» , 37 donde funciona la
pasividad de la síntesis expuesta. Y entenderemos esta espaciali
zación!temporalización como una «rítmica» en la que se ensan
chará o ampliará nuestro primitivo concepto de «presencia», donde
34. E. Husserl, Analysen zur passiven Synthesis, op. cit. , pp. 405-4 1 1 .
35. Ibíd. , p. 407.
36. E. Husserl, Lecciones de fenomenología de la conciencia interna del tiem
po, op. cit., § 25, p. 75; y E. Husserl, Analysen zur passiven Synthesis, op. cit. ,
pp. 1 72- 1 84.
37. Marc Richir, «Synthese passive et temporalisation/spatialisation» , en
Husserl. Colectiva bajo la dirección de Eliane Escoubas y Marc Richir, Jéróme
Millon, Grenoble, 1 989.
171
unos elementos harán resonar a otros, despertando en una dis
tancia que ha transgredido los estrechos límites de un presente
que, de modo paradójico, habrá sido «tensionado» espacialmen
te. La «ritmica» (Rhythmik), en este caso, será un definitivo esta
do de «resonancia» (Resonanz), que Husserl no dudará en deno
minar «Un nuevo modo de intencionalidad». 38
Aunque Merleau-Ponty no pudo acceder a la consistencia
gnoseológica de la relación entre la percepción, la imagen y la
fantasía, sin embargo, supo reconocer la naturaleza de la Stif
tung en Husserl, en cuanto que designaba la fecundidad ilimita
da de cada presente, tal como expresa en su artículo de 1 952, ú
langage indirect et les voix du silence, 39 publicado en ús Temps
Modemes. Por el contrario, nunca pudo reconstruir una grada
ción de los registros con relación al más arcaico de la hyle feno
menológica, en tanto conjunto no unificado de registros arqui
tectónicos, de Stiftungen, enlazados múltiplemente por relacio
nes de fundación, de manera que si por ejemplo hubiera analizado
la transposición de los materiales del registro de la Phantasia al
registro de la imagen, hubiera constatado la anamórfosis o «de
formación coherente» , en los propios términos del autor, de los
materiales en cuestión. Sólo desde la actualidad de la concien
cia intencional y su temporalidad uniforme hubiera podido re
construir, por reducción arquitectónica, los encadenamientos de
fundamentaciones de los estratos, y reactivar así los sentidos
intencionales sedimentados y sus habitus correspondientes. Sin
embargo, Merleau-Ponty no descubrió el registro proteiforme
de la Phantasia, quedándose en la clara primacía que concedió a
la percepción, aunque en sus objetivos permaneciese invariable
el motivo básico de la fenomenología: la indagación del sentido
del mundo, la Sinnbildung, la constitución del sentido del mun
do para el hombre a partir de la Sinnstiftung, el sentido institu
cionalizado, vivido en la instalación natural. La fenomenología
posterior, y es el caso de la obra de Marc Richir,40 ha reconocido
la contribución del registro de la Phantasia al registro de la per-
1 72
cepción, transposición que implica la «deformación coherente»
que supone el cambio de registro.
La deriva estética del pensamiento merleaupontiano puso
en evidencia la insoslayable necesidad de articular la consisten
cia gnoseológica de tres nociones básicas para la fenomenolo
gía: percepción, imagen y fantasía. Sin embargo, la tercera de
estas nociones, la extraña naturaleza del registro arquitectónico
de la Phantasia , quedó filosóficamente a oscuras en la obra de
nuestro autor. En el arte la imaginación no será determinante,
sino la «fantasía perceptiva» por la que accedemos a la Sachlich
keit (nivel de «realidad» , distinto de la realidad «natural»). La
experiencia del arte no se tratará de un proceso de «imagina
ción», puesto que la «imaginación» sigue funciqnando en régi
men intencional. La imagen-soporte que me remite a lo imagi
nado no será realimentada hiléticamente como en el caso de la
percepción, pero el acto de imaginar seguirá siendo un acto in
tencional. Por el contrario, el mundo de la «fantasía» estará se
parado del mundo de los objetos. Mientras que la imagen, deter
minada objetivamente, bloqueará el paso a la Phantasia, su for
talecimiento contradictorio abrirá necesariamente este campo
y, de este modo, el sujeto comenzará a tener una relación casi
inmediata con los «objetos» . El arte nos permitirá explorar el
mundo proteiforme, fluctuante de metamorfosis, discontinuo,
intermitente y fugaz, pero directo, de la Phantasia. En esa extra
ña pasividad el yo se experimentará a sí mismo, desmarcándose
del yo activo en el mundo de los objetos. El espacio del arte será
el espacio originario de la Phantasia, en el que el yo es un Null
punkt, un punto cero o célula de espacialización. No será el es
pacio perceptivo ilusionista, ni el espacio fingido imaginario, sino
el espacio que corresponde a la situación de un yo desanclado
del cuerpo físico, no presente a sí mismo, perdido y nómada en
campos sensibles de los que no tiene impresión alguna pero que
se le aparecen directamente (fantasía primaria) . Este yo es un
punto cero, con sus Stimmungen y sus quinestesias de fantasía,
y ese espacio, que no es el espacio perceptivo, se organiza en
torno al cuerpo interno (Innenleib) como matriz de espacializa
ción. Es entonces, en ese registro de la Phantasia, cuando tiene
lugar lo que llamamos experiencia estética, lo que Kant, todavía
en términos psicologizantes, llamaba el libre juego de mis facul
tades, régimen singular en el que la subjetividad asiste in actu
1 73
exercito a la formación del sentido, o como el mismo Merleau
Ponty detallará: du sens en train de se {aire.
1 74
naturaleza inhumana en una «perception primordiale» o «expérience
primordiale » donde está «Ínterdit toute effusion humaine » . 44 Será
más adelante, en L'adl et l'esprit, donde las expresiones de Mer
leau-Ponty alcancen, si cabe, un nivel más expresivo y riguroso,
caracterizando esta región ontológica como un «il y a préalable»,
como «l'obscurité du ily a», una «nappe de sens brut», de «significa
tions muettes », un «fond primordial» o «Cri inarticulé », un «aniere
monde préspatial» o una «spatialité préalable», una <<profonde la
tence postural», el «Etre muet», y, al final de la obra, «une zone du
fondamental peuplée d'étres épais, ouverts, déchirés» .45
El fondo de experiencia muda y solitaria que Merleau-Ponty
tematizará en «Le doute de Cézanne» corresponde a una cara
oscura y oculta que precede a toda actividad constituyente del
yo, y que transcurre en y tras el flujo temporal mismo de la sub
jetividad. La experiencia del arte parecerá remitimos a un retor
no hacia lo originario, hacia la realidad en el preciso momento
de aparecer en el horizonte de su aparición, de aglomerarse ante
nuestros ojos, en un retomo primigenio sobre una región onto
lógica anterior a la acción del lenguaje, del conocimiento y del
concepto. Este horizonte primordial se abrirá espontáneamente
en el espesor mismo de las «Cosas» , en el fondo inarticulado so
bre el que reposa todo lo constituido. La experiencia del arte
parece ser la experiencia de una regresión, de una deriva de la
subjetividad en el curso mismo donde todo « fenómeno» del
mundo se fenomenaliza como «fenómeno» . Es la localidad de lo
asombroso (daimonios topos), un pasaje fugaz donde brilla lo
extraordinario y la esencia del ser llega a la presencia en un sen
tido eminente.46 Allí donde el sujeto deambula perdido, en una
caída libre, en una fase distendida de presencia que no es pre
sente, desanclado del espacio objetivo, expulsado del mundo de
las «cosas», vagando en un plasma de campos sensibles, sin re
ferencia alguna ni orientación posible. El arte habrá sido capaz
de asaltar el último reducto de la actitud natural, invirtiendo la
«mirada del yo» y dejando que la superioridad de su vacío deje
paso al aparecer de una rítmica por debajo del tiempo, de un
1 75
ritmo no objetivo, hilético, material, discontinuo, que cohesiona
en la distancia un resonancia de «elementos salvajes» que sólo él
mismo puede despertar. Este horizonte vacío, horizonte de au
sencia del mundo, es el horizonte de ausencia de nuestra subje
tividad, su «Sombra», perdida, arrastrada en la profundidad in
sondable de este abismo que la fenomenología denomina con el
enigmático concepto de «inconsciente»47 ( Unbewusstsein) y que
es, más bien, una región de extremada conciencia donde sucede
este extraño abandono del yo para ser en el mundo, en un mun
do donde su origen está siempre comenzando. La subjetividad
ha conseguido tener, por unos instantes, de lo ya visto, de lo muy
visto, a contrapelo (regressus, anábasis ), una «primera visión» ,
una visión primordial. Y todo esto ocurrirá a espaldas del tiem
po objetivo, por fluctuaciones y rupturas, en una suerte de epo
ché que parte de la experiencia activa, tensionándola hasta sus
propios límites, e invirtiendo la actividad de la conciencia en
una parada de toda discursividad, en una suspensión de sus há
bitos, en una detención de la fluidez temporalizadora del senti
do en el instante mismo de su nacimiento (Sinnbildung).
El lago de Annecy nos mostrará la imagen congelada en los
cuadros de Cézanne, como el zócalo inhabitado de las cosas, como
una naturaleza salvaje a punto de surgir, sin ningún orden y sin
plan previo, como un sentido en el instante anterior a su génesis,
no subordinado todavía a las finalidades de las significaciones
civilizadas, pero inevitablemente dirigido a lo que será su advenir.
Merleau-Ponty verá en esta sordidez y en esta elementalidad una
inmediata posición del ser ante lo que va a denominar un «ordre
naissant» o un «contour naissant».48 La pintura de Cézanne nos
mostrará la visión de las raíces mismas, en el momento en el que
todo orden ontológico va a comenzar a nacer: <<peindre la matiere
en train de se donner forme, l'ordre naissant par une organisation
spontanée»; «donner l'impression d'un ordre naissant, d'un objet en
train d'apparaítre, en train de s 'agglomérer sous nos yeux»; «la cons
titution du paysage comme organisme naissant» .49 Merleau-Ponty
1 76
nos confirmará el carácter creador de la fenomenalidad, en tanto
movimiento emergente del aparecer, como una eclosión del senti
do en su mismo advenir. En la experiencia del arte, el movimiento
de la temporalización va a exhibir el sistema de posiciones objeti
vas en las que la subjetividad se instala para constituir el mundo.
Será en este lugar excepcional donde, en palabras de Merleau
Ponty: «la temporalidad ilumina a la subjetividad» .5º En esta ex
cepcional experiencia la ruptura o bloqueo de la intencionalidad
me mostrará el tiempo en estado naciente, antes de que sea obje
tivado, y en este tiempo, la subjetividad se advertirá a sí misma en
su propia espontaneidad y en su empeño sobre el mundo. Así,
esta experiencia mostrará las condiciones de la experiencia en
general, invirtiendo el movimiento forzado del yo, que vuelve re
currentemente sobre las condiciones mismas que hacen posible
su mundo. Sentiremos el tiempo naciendo en el mismo flujo don
de yo me temporalizo. La experiencia ante la obra de arte me
mostrará la naturaleza misma de la temporalidad, exhibiendo el
movimiento de mi propia temporalización.
Esta «sombra», que es el signo de una tensión, en la que la
subjetividad nos muestra su propia fragilización, sus propios lími
tes, será, en definitiva, la promesa de un advenir afirmativo, de una
suerte de comunicación potencialmente universal, que tanto Kant
como el propio Schiller ya habían anunciado, y que constituirá el
proyecto de un Logos infinito, de una verdadera reforma del enten
dimiento en su retomo hacia lo más originario. De este modo, Mau
rice Merleau-Ponty al final de su obra I.e visible et l'invisible, en su
última mirada sobre la montaña de Sainte Victoire, nos confirmará
esta visión primordial en este juego de sombras: «En un sentido,
como dice Husserl, toda la filosofía consiste en restituir una poten
cia de significar, un nacimiento del sentido o un sentido salvaje,
una expresión de la experiencia por la experiencia .. » .51 Y en esta
«restitución», podremos recordar aquellas palabras de María Zam
bra.no, quien aquí mismo, en Morelia, en 1 939, como augurio de un
tiempo por venir, se atrevía a confirmar la conclusión de esta visión
última: «El poeta que siente la filosofía como última perspectiva de
su poesía; el filósofo que no se conforma con usar de la razón, que
no se resigna a renunciar a la belleza».
1 77
MERLEAU-PONTY, WHITEHEAD Y RUSSELL
SOBRE LA MONADOLOGÍA Y EL PROBLEMA
DE LOS PARTICULARES*
Pierre Cassou-Nogues
CNRS, Université Lille III (Francia)
1 . Introducción
1 78
de experiencias, por ejemplo, los colores como se ven, las textu
ras, los sonidos, y definir como colecciones de estas experien
cias tanto al sujeto, o mente, como a los objetos. La mente será
la colección de fenómenos que pueden ser considerados sus ex
periencias, y el objeto es reducido a la colección de los fenóme
nos que se puede decir son sus apariencias.
1 79
con la cuestión de la subjetividad.4 Deseamos en el presente tex
to estudiar otros dos problemas: el problema de la monadología
y el problema de los universales y los particulares.
La cuestión del estatus de las «ideas generales» de Merleau
Ponty y la oposición entre la perspectiva de Merleau-Ponty y el
platonismo son el centro de un reciente ensayo de M. Carbone. 5
La comparación entre Russell, Whitehead y Merleau-Ponty en lo
que respecta al problema de los universales y de los particulares
nos traerá de regreso a ciertos puntos del análisis de M. Carbone.
2. Tres «monadologías»
1 80
Russell y Whitehead podrian aceptar gran parte de estas dos
afirmaciones. Podrian aceptar literalmente la primera, siempre
que el término «voyant-visible» fuera reemplazado, por ejem
plo, por el de «SÍ mismo» . De hecho, el único punto -sostene
mos- que podria ser problemático, y problemático también en
lo que toca la relación entre Merleau-Ponty y Leibniz, seria el
segundo en la lista de las «descripciones leibnizianas»: que «lo
que es particular para uno, es público para todos» . Regresare
mos a esta dificultad más adelante. Nuestro objetivo es tratar de
entender lo que distingue las «monadologías» de Merleau-Pon
ty, Whitehead y Russell. Por supuesto, ninguna de estas «mona
dologías» es estrictamente leibniziana, y debemos considerar este
término con prudencia.8 Sin embargo, estos tres filósofos utili
zaron el término de Leibniz, y sus esquemas conceptuales tie
nen analogías con los de Leibniz. ¿Se pueden especificar las re
laciones entre estas tres casi contemporáneas monadologías? ¿La
diferencia de estilo y de vocabulario impide alguna compara
ción precisa? ¿O se pueden encontrar problemas específicos y
soluciones diferentes a los que caracterizan las posiciones de
estos autores?
8. Emmanuel de Saint Aubert (Vers une ontologie indirecte, Paris, Vrin, 2006)
trata en particular la precedente cita de Merleau-Ponty y subraya que esta
referencia a la monadología no deberia ser tomada sin cuestionarse.
181
de su objeto deben tener una referencia y podemos entender sola
mente estas palabras porque tenemos una relación de trato direc
to [acquaintance] con esta referencia. Así, «rojo» se refiere a un
concepto, al universal, que se ejemplifica en todos los particulares
que son rojos, la cubierta de un libro rojo, una zamarra roja o una
puesta del sol. Whitehead adopta la teoría de Russell. Admite en
Process and Reality que su «objeto eterno» tiene el mismo papel
que los universales de Russell.9 Así los particulares, o «eventos»
en la terminología de Whitehead que Russell adopta después de
1 927, son el lugar de ejemplificación de muchos, de hecho, de una
infinidad, de universales: el sol encima del mar es rojo, redondo,
caliente, y así sucesivamente. Ahora el problema es entender la
relación entre los universales y los particulares, para comprender
qué constituye la singularidad de los particulares; ¿es posible que
dos particulares ejemplifiquen exactamente los mismos universa
les? Si es así, ¿qué es lo que les distingue?
No podemos adentramos en los detalles del análisis de Rus
sell y de Whitehead. Nuestro punto es exclusivamente que, en el
momento de su monadología, Russell y Whitehead explicaron
ambos la singularidad de los eventos en términos de universales.
En Human knowledge: its scope and limits de 1 948 (y contra
riamente a su posición previa, en «Ün the relations of universals
and particulars» de 1 9 1 1 ), Russell explica que un evento es úni
camente una colección de universales ejemplificados en cierta
región. Es muy posible que la misma colección de universales
esté ejemplificada en otra parte (en otra puesta de sol, roja, re
donda, caliente), y, en este caso, estamos literalmente frente a la
misma entidad, que sencillamente aparece dos veces en nuestra
experiencia. Sin embargo, desde la perspectiva de Russell, el tiem
po debe ser definido a partir de eventos. Así, Russell necesita
aislar los eventos que no se pueden reproducir en el campo de la
experiencia. El orden de los instantes del tiempo será el orden de
los eventos por los cuales esos instantes sean definidos. Por lo
tanto, puesto que necesitamos un orden no ambiguo entre los
instantes, para que un instante no pueda estar a la vez antes y
después de otro, se requieren igualmente eventos que no puedan
9. Alfred North Whitehead, Science and the Modem World [ 1 925], Londres,
Collins, 1 975, p. 1 9 1 . Edición en español: Alfred North Whitehead, La ciencia y
el mundo moderno, trad. Josep Rovira i Arrnengol, Buenos Aires, Losada, 1 949.
1 82
estar a la vez antes y después de otros. En pocas palabras, nece
sitamos eventos que sean singulares. Russell considera entonces
para su definición del tiempo los eventos que representan la per
cepción completa (todo lo que uno ve, escucha, toca y respira)
que uno tendría desde cierto punto. Para establecer la singulari
dad de estos eventos, Russell introduce sencillamente un axio
ma: que la colección de los universales que define tales eventos
no se puede reactualizar en otro lugar.
Para resumir, en la teoria que Russell adopta en 1 948, la
singularidad de un evento, tal como mi percepción aquí y ahora,
está postulada en un axioma y se expresa en el conjunto de uni
versales que definen este evento.
La posición de Whitehead en Process and Reality es menos
simple, pero como trataremos de demostrar, eventualmente co
incide con la de Russell en su carácter básico.
En Process and Reality, Whitehead en efecto concibe las enti
dades actuales (los elementos básicos que constituyen el univer
so espacio-temporal) como singulares. De hecho, su singulari
dad comporta dos vertientes. Primero, una entidad actual es por
sí misma un sujeto, una experiencia análoga a nuestra propia
experiencia tal como es vista desde el interior. Como tal, como
está dada a sí misma, una entidad actual es singular: «It is to be
noted that every actual entity, including God, is something indi
vidual for its own sake; and thereby transcends the rest of actua
lity» . 1º O, en pocas palabras, «no subject experiences twice » . 1 1
Sin embargo, e s únicamente para s í misma que l a entidad
actual es dada como sujeto. Desde el exterior, es un dato para
otra entidad: ya no en proceso de devenir sino como un puro
producto definido por un conjunto de objetos eternos. Segundo,
Whitehead debe tomar en cuenta la singularidad de las entida
des actuales como un «superjeto» (en oposición a sujeto): las
entidades actuales como vistas desde el exterior. De este modo,
¿qué es lo que constituye la singularidad de los elementos que
constituyen mi experiencia externa?, ¿qué es lo que constituye a
1 0. A. Whitehead, Process and Reality [ 1 929], Nueva York, The Free Press,
1 978, p. 88. «Obsérvese que toda entidad actual, incluso Dios, es algo indivi
dual por amor de sí mismo; y por consiguiente trasciende el resto de la actua
lidad» (A. Whitehead, Proceso y realidad, trad. J. Rovira Armengol, Buenos
Aires, Losada, 1 956, p. 1 28).
1 1 . Ibíd. , p. 29. «ningún sujeto experimenta dos veces» (ibíd., p. 50).
1 83
la singularidad de las cosas que veo tal como las veo? Como
Russell, Whitehead simplemente describe la singularidad de las
entidades actuales tales como son vistas desde el exterior en tér
minos de universales. Cada entidad actual ejemplifica un con
junto diferente de objetos eternos. Dos entidades actuales jamás
tienen las mismas características. Esto proviene de Dios, quien
guía la vida de las entidades actuales a fin de que no se dé el caso
de que dos de ellas realicen el mismo proceso y alcancen el mis
mo estado, definido por los mismos universales. 12 Así, igual que
Russell, Whitehead piensa la singularidad en términos de uni
versales y explica la singularidad de los eventos por un tipo de
postulado: un Dios rige el universo y hace cada una de sus partes
diferente de las otras.
Que par ailleurs cette roséité donne lieu a une «idée générale»
c'est-a-dire qu'il y ait plusieurs roses, une espece rose, cela n'est
pas indifférent mais cela résulte de l'etre-rose considéré dans
toutes ses implications (générativité naturelle) [ ... ].13
1 84
Merleau-Ponty es la de un invisible que no puede ser separado
de lo visible. Siempre se encama en lo visible o en una superpo
sición (empiéter) sobre lo visible. Sin embargo, Whitehead su
braya también que sus «objetos» no tienen realidad fuera de su
actualización en los eventos. De hecho, no puede haber eventos
ni objetos sin el ingreso de los objetos en los eventos.15 O, como
dice en Process and Reality: « Whatever things there are, in any
sense of "existence", are derived by abstraction from actual oc
casions» . 1 6
E s cierto que e n Process and Reality, Whitehead añade otro
elemento que hace más preciso el estatus de los objetos eternos
y que los distinguiría de las ideas generales de Merleau-Ponty.
De hecho, los objetos eternos necesitan eventos en los cuales
estén ejemplificados. No son nada fuera de los eventos en los
que ingresan. El problema es, entonces, el de dar un estatus a
los objetos eternos que no están ejemplificados en la experien
cia actual. Imaginemos que todas las cosas rojas son elimina
das del mundo actual, ¿qué pasaría con la idea de rojo? O ima
ginemos un mundo donde el rojo no haya aparecido todavía,
¿dónde está el objeto eterno rojo antes de que algo rojo aparez
ca? Whitehead trata de garantizar la existencia de los objetos
eternos independientemente del contenido de la experiencia
actual. Por tanto, admite que todos los objetos eternos se reali
zan en un evento, infinito y concomitante a la totalidad de la
experiencia: la mente de Dios. Desde esta perspectiva, White
head puede, al mismo tiempo, asegurar que los objetos eternos
sólo existen ejemplificados en los eventos y considerar a los
objetos eternos como un reino de ideas independiente del mun
do actual, porque están realizados en la mente de Dios.
1 85
mewhere» is the non-temporal actual entity. [ . . lt is] the primor
.
1 7. Ibíd., p. 46. «Todo debe estar en alguna parte, y en este caso "alguna
parte" significa "alguna entidad actual". En consecuencia, la potencialidad
general del universo tiene que estar en alguna parte, puesto que conserva su
próxima relevancia para con las entidades actuales, para las cuales está irrea
lizada. [ ... ] Este "alguna parte" es la entidad actual-no-temporal. [ ... Es] la mente
primordial de Dios» (ibíd., p. 76).
18. M. Merleau-Ponty, op. cit. , p. 25 1 . («El Ser es lo que exige de nosotros crea
ción para que tengamos experiencia de él» : M. Merleau-Ponty, op. cit. , p. 242).
1 9. Ibíd. , p. 1 98. En referencia a las ideas de Proust: «Ouverture d'une di
mension qui ne pourra plus etre refermée» ( «apertura de una dimensión que
ya no podrá cerrarse» : ibíd. , p. 1 87).
20. Ibíd. , p. 32 1 .
1 86
en The Concept ofNature no requiere la solución desarrollada en
Process and Reality. Uno podria imaginar una lectura intermedia
de Whitehead que desarrollaria el lineamiento de The Concept of
Nature en una dirección merleaupontiana. De hecho, es lo que
Merleau-Ponty mismo está tentado de hacer. Es más, leyendo a
Whitehead, Merleau-Ponty interpreta el «objeto eterno» como
«Un etre trans-spatial et trans-temporel mais non pour autant
séparé des apparences» .21
Como fue indicado por M. Carbone,22 estos términos podrian
ser aplicados también a las ideas generales de Merleau-Ponty.
De esta manera, parece que Merleau-Ponty está tentado de efec
tuar una reinterpretación, bajo sus propios conceptos, los obje
tos eternos de Whitehead. En este caso, la superposición de lo
invisible en lo visible no puede en sí misma distinguir la «idea
general» del «objeto eterno» de Whitehead, al menos si uno
considera el análisis de The Concept ofNature.
En resumen, nos parece que la cuestión del estatus de las
ideas en Merleau-Ponty, o los objetos en Whitehead, es bastante
confusa, y no es suficiente para distinguir claramente las pers
pectivas de los dos filósofos.
1 87
tuation dans le champ des choses rouges, qui comprend les tuiles
de toits, le drapeau des gardes-barrieres et de la Révolution, cer
tains terrains pres d'Aix ou a Madagascar [ . . . ] .23
1 88
[Ce] rouge, a la lettre, n'est pas le meme, selon qu'il parait dans une
constellation ou dans l'autre, selon que précipite en lui la pure
essence de la Révolution de 1 9 1 7 ou celle de l'étemel féminin [ ... ].25
25. Maurice Merleau-Ponty, op. cit. , pp. 1 74- 1 75 («[ ... ] este rojo del vestido
es literalmente distinto según aparezca en una u otra constelación, según arras
tre a sí la pura esencia de la Revolución de 1 9 1 7, la del eterno femenino [ ... ] » :
Maurice Merleau-Ponty, op. cit. , p. 1 65).
26. A. Whitehead, Science and the Modern World , op. cit., p. 206, p. 1 95, p.
191 («Por esto quiero decir que cualquier objeto eterno es simplemente sí
mismo en cualquier modo de realización el el que se vea envuelto. No puede
haber distorsión de la esencia individual sin producir por tanto un objeto
eterno diferente»). Acerca del principio de Whitehead véase en particular A.
Benmakhlouf, «Degrés d'abstraction», en M. Weber et al. (eds.), La science et le
monde moderne d'A.N. Whitehead, Frankfurt, Ontos Verlag, 2003.
1 89
complete the description of an actual occasion by means of
concepts. 27
27. A. Whitehead, op. cit. , p. 204 («La existencia de esta jerarquía infinita
(de universales) es lo que se quiere decir por la afirmación de que es imposible
completar la descripción de una ocasión actual por medio de conceptos»).
28. M. Merleau-Ponty, op. cit. , p. 1 78 («Lo que hay de indefinible en el
quale, en el color, no es más que un modo breve, perentorio, de ofrecer en un
solo algo, en un solo tono del ser, de forma apiñada, visiones pasadas y visio
nes por venir»).
1 90
a ella, tal como «educación», «aprendizaje», etc. En el mismo sen
tido, el rojo que veo es lo que es porque es parte de una constela
ción de colores, y su singularidad no puede ser recapturada con
términos universales. Así, la singularidad de un color en un even
to particular no viene de la participación de diferentes universales
sino de la actualización de una idea general en lo visible. El color
actual es así indefinible en un sentido diferente para Whitehead y
para Merleau-Ponty. Para Whitehead, es indefinible sencillamen
te porque nos faltan palabras para referirnos a la infinidad de
universales. Para Merleau-Ponty, es indefinible por su encarna
ción concreta en la carne del mundo.
Esta oposición entre Whitehead y Merleau-Ponty puede rela
cionarse con lo que Deleuze llamará más tarde la «inversión del
platonismo» .29 Nos apoyamos aquí en el análisis de M. Carbone.30
Deleuze considera las dos fórmulas, «sólo lo que se parece difie
re» y «sólo lo que difiere se parece», distinguiendo en ellas:
29. Gilles Deleuze, Logique du sens, París, Minuit, 1 969, p. 30. Cfr. Lógica
del sentido, trad. Miguel Morey, Barcelona, Paidós, 1 994, p. 263.
30. M. Carbone, op. cit., pp. 9 1 y ss.
3 1 . G. Deleuze, op. cit., p. 302 («Se trata de dos lecturas del mundo en la
medida en que una nos invita a pensar la diferencia a partir de una similitud
o de una identidad previas, en tanto que la otra nos invita por el contrario a
pensar la similitud incluso la identidad como producto de una disparidad de
fondo» : G. Deleuze, op. cit., p. 263).
191
lativos, en el sentido de que no hay objetos aparte de los eventos
y de que no hay eventos sin objetos. Sin embargo, la diferencia
entre eventos está referida a sus objetos: así, la diferencia está
pensada desde el punto de vista de la igualdad. En este sentido,
Whitehead permanece en la línea del platonismo. Por otra parte,
en la ontología de Merleau-Ponty, la idea siempre aparece como
diferente en sus múltiples actualizaciones. La diferencia surge
primero que la identidad. No consiste en otra identidad, en otra
idea que entra en el evento. La diferencia es un hecho insupera
ble de la experiencia. Merleau-Ponty parece anticipar el «inver
tir» del platonismo que Deleuze tratará de efectuar en Différence
et répétition. Al menos podemos decir que, en la distinción de
Deleuze entre estas dos lecturas del mundo, Merleau-Ponty no
está del mismo lado de Whitehead.
1 92
realidad. Las perspectivas son subjetivas en el sentido que perte
necen propiamente a una mónada específica y representan apa
riencias de una realidad que es distinta de ellas.
De hecho, la relatividad de mi perspectiva parece ser el punto
de partida de Russell en su monadología. Como los eventos que
constituyen mi percepción actual son relativos a mi punto de vis
ta, Russell localiza estos eventos en el mismo punto donde yo
estoy. La realidad donde me sitúo es el sistema de eventos tridi
mensionales, y es lo que llamo mi perspectiva. Si el universo es de
hecho continuo, si las leyes físicas utilizadas para predecir el com
portamiento de los fenómenos implican variaciones continuas,
cada punto del universo debe comprender un sistema análogo,
una perspectiva tridimensional cuya estructura es similar a la de
mi propia perspectiva. Cada punto del universo tridimensional,
cada punto de la realidad es, por lo tanto, en sí mismo un espacio
tridimensional análogo al espacio de eventos que forman mi pers
pectiva. Entonces, los eventos que en mi perspectiva parecen pre
sentarse en cierto lugar, son, de hecho, las apariencias exteriores
de la perspectiva tridimensional que es la realidad de ese lugar.
Este «color café», «dura», «tibia», que atribuyo a una mesa de
madera sobre la cual descansan mis brazos, es una apariencia
exterior que cubre una perspectiva sobre el universo análoga a la
mía y en la cual yo debo aparecer. Conversamente, lo que un ob
servador ve de mí, mi rostro o mi cerebro, es sencillamente la
apariencia exterior de mi perspectiva perceptual. Así, Russell se
ve dirigido hacia una monadología que, de hecho, relaciona con
la de Leibniz:32 cada punto en el universo, como una mónada,
contiene una perspectiva tridimensional del universo; mi pers
pectiva -el sistema de eventos que percibo- es la realidad en el
punto donde me encuentro, y, conversamente, los fenómenos que
estamos localizando en nuestro entorno son la apariencia exte
rior de diferentes mónadas. Parafraseando a Russell, vemos lo
que pasa en nuestra cabeza y nada más:
1 93
see and touch, whereas these percepts are really part of the mat
ter of the percipient's brain.33
1 94
y el césped en sí mismo no tienen el mismo color: sus propiedades
no están definidas por los mismos universales, y sería posible,
para Dios, describir los diferentes colores que mi vecino y yo esta
mos percibiendo. Esto, de nuevo, viene del hecho de que Russell y
Whitehead piensan la singularidad en términos de universales.
Por otra parte, y por la forma como se define la singularidad en
Le visible et l'invisible, Merleau-Ponty puede a la vez reconocer la
singularidad de mi perspectiva y rechazar separarla de las perspec
tivas de otros sujetos y de la realidad. Puede haber una singularidad
del color que estamos percibiendo ahora, pero esta singularidad no
consiste en una propiedad definida que podría ser apuntada y nom
brada. El color que estamos percibiendo está determinado por una
constelación del entorno, todos los céspedes que hayamos visto. El
color que percibe nuestro vecino puede estar determinado por otra
constelación. Pero esta posible diferencia en los verdes que esta
mos viendo no puede ser expresada de otra manera que por una
referencia a las constelaciones que los determinan. No es otro uni
versal que mi verde ejemplificaría y que mi vecino ignoraría. Se
escapa a toda medición, por así decirlo. El color que veo y el color
que mi vecino ve pueden participar de las mismas «ideas genera
les», pueden ser descritos con las mismas palabras, sus diferencias
no suman nada que pueda ser especificado. En este sentido, se pue
de decir que mi perspectiva de ahora y mi perspectiva de más tarde
o la perspectiva de los otros se entrecruzan. Y, por esta razón, ya no
es necesario distinguirlas de la realidad. Mi perspectiva, en inter
sección con la del otro sujeto, puede abrirse a la realidad. Es un
punto sobre el cual Merleau-Ponty insiste:
1 95
Chacun est au centre d'une sphere dont il est le seul habitant,
mais chacun aussi a l'expérience d'une intersection entre sa sphere
et un autre domaine d'etre [ . , et d'un] engrenage de son domai-
. .
1 96
sentido que las perspectivas de los sujetos perceptores estarian
siempre desarticuladas por lo que la vida de cada sujeto seria
«una serie de solipsismos».41 En contraste, para reconocer que
nuestra experiencia puede «solapar» la de nuestro vecino, uno
debe aceptar que el fenómeno puede ser el mismo y distinto de
sí mismo.
Tanto Whitehead como Russell hicieron a un lado el análisis
de James.42 No cabe duda de que el rechazo de James de la ley de
identidad conduce a dificultades conceptuales. Sin embargo,
Merleau-Ponty de facto proporciona un modelo que hace claro
cómo el mismo fenómeno puede entrar en perspectivas diferen
tes en las que a la vez es igual y diferente, igual porque es real
mente el mismo «verde» , pero diferente porque este verde está
diferentemente ejemplificado.
Esta intersección de las perspectivas de sujetos diferentes
entre ellas mismas y con la realidad distingue la monadología de
Merleau-Ponty de las de Russell y Whitehead. Nuestro objetivo
era demostrar que esto está relacionado, en la ontología de Mer
leau-Ponty, con una descripción específica de la singularidad: la
singularidad no es concebida en términos universales sino como
un efecto de la diferenciación de los visibles en la «Carne del
mundo» .
1 97
LOS OBJETOS DENTRO DEL CUERPO
SEGÚN LOS PAPELES DE DORION CAIRNS*
Lester Embree
Florida Atlantic University (EE. UU.)
Introducción
1 98
sajes puede bastar para que se justifique la tesis según la cual este
mosaico es una interpretación y no una edición.
1 99
deberia concebirse como un proceso estratificado en el cual el
estrato más alto es la percepción de una cosa física y el estrato
más bajo es el sentir los sensa que escorzan la cosa física percibi
da» (0 1 3277). Cairns es consciente del posible problema que se
suscita cuando un todo y una parte tienen el mismo nombre:
[P]odría decirse que el sentir actual de los sensa, así como el per
cibir sensible actual de propiedades físicas, son percibires sensi
bles en un sentido ampliado de esta expresión. Es importante,
sin embargo, distinguir con nitidez entre los sentires fundantes
de los sensa, por una parte, y los percibires fundados de las pro
piedades físicas correspondientes; para este fin, lo mejor parece
ser seguir a Husserl y a la mayoría de los otros filósofos y psicó
logos recientes en no extender los nombres «percepción» y «per
cibir» a lo que yo llamo «sentires de los sensa» [0 1 3033].
200
En el experienciar somestésico ordinario participan muchos
receptores de tipos diferentes y localizados en tejidos diferentes
del cuerpo. Hay más o menos una complejidad correspondien
te en la experiencia.
Así, por ejemplo, si tomo una pelota de metal y la levanto,
percibo una pelota de metal en una diversidad de maneras. Pue
do, desde luego, ver el proceso, mas dejemos de lado las cualida
des que se dan visualmente. Normalmente, percibo también la
dureza, el &fo y la pesadez de la pelota. Mas puedo dirigir mi
atención no a las cualidades de la cosa experienciadas, sino a las
sensaciones que experiencio como localizadas en mi cuerpo y
como mediadoras de la percepción de dichas cualidades. Cuan
do experiencio, pues, la pesadez de la pelota, estoy experiencian
do al mismo tiempo sensaciones de presión localizadas en la su
perficie de mi mano, y sensaciones de presión y tensión más pro
fundas en el interior de mi mano. Cuando experiencia la frialdad
de la pelota, experiencio a la vez sensaciones de frio localizadas
sobre la superficie de mi mano; y cuando experiencia la pesadez
de la pelota, experiencio sensaciones de tensión en la parte supe
rior de mi brazo.
En general, pues, lo que se percibe es una diversidad de cua
lidades objetivas. De este modo, cuando experiencio la pesadez
de la pelota, estoy también experienciando sensaciones de pre
sión localizadas sobre la superficie de mi mano y las sensaciones
de presión y tensión más profundas en el interior de mi mano.
Cuando experiencio la frialdad de la pelota, experiencio a la vez
sensaciones de frío localizadas sobre la superficie de mi mano; y
cuando experiencio la pesadez de la pelota, experiencio sensa
ciones de tensión en la parte superior de mi brazo, y la base para
percibirlas radica en tener sensaciones variadamente localiza
das [01 7276-0 1 7277].
201
rición» . Con respecto a aquello de lo que somos conscientes, po
demos distinguir entre una aparición «objetiva» y una aparición
«subjetiva» .
Limitémonos al color como vía d e ilustración. Vemos u n ob
jeto como teniendo cierto color presentado. Supongamos que
vemos un cubo que tiene un color que no cambia. Digamos, un
color blanco homogéneo que no cambia. Tal cosa es posible aun
que la aparición de color que lo presente no es homogénea y
varía de fase en fase.
De este modo, las partes que están vueltas hacia la luz van a
aparecer como más brillantes que las otras. Sin embargo, a dicha
diversidad en la aparición la llamamos objetiva debido a que,
para nosotros, encierra en su sentido el ser dependiente de modo
funcional-causal de la iluminación igualmente «objetiva». Así,
cuando cambia la luz, cambia la aparición del cubo, y se la capta
como causalmente dependiente del cambio en la iluminación.
En suma, captamos cambios reales en el estado de «la» cualidad
color. El «color» es una identidad ideal que atraviesa estos cam
bios reales en el estado.
Hay, empero, otra dimensión de cambios en la aparición «del»
color que captamos como funcionalmente dependiente del estado
de nuestros ojos co-percibidos [03720 1 -037202]. Las llamamos
apariciones «subjetivas» --con lo cual indicamos, no que forman
parte del curso de conciencia, sino que hasta cierto punto son de
pendientes de los estados reales de nuestros organismos [037192].
Como es obvio, la descripción se torna más complicada cuan
do tomamos en cuenta el hecho de que el organismo propio es
percibido por medio de apariciones de organismo. Y se complica
más aún cuando pasamos del percibir sensible de cosas físicas
como no cambiantes, al percibir sensible de cosas como movién
dose o hinchándose, encogiendo o derritiéndose, o desvaneciéndo
se o cambiando de algún modo en sí mismas. Aquí encontramos
tanto el percibir de una cosa que cambia mas es idénticamente la
misma, como una pluralidad de apariciones actuales y posibles
[0 1 1 3 1 8-0 1 1 3 1 9].
202
vés de una y la misma perspectiva a la vez. Mas, evidentemente,
no es cierto que la cosa presentada sensiblemente sea idéntica
mente un complejo de sensaciones o perspectivas. Puedo distin
guir muy bien entre la dureza, la forma, etc., percibidas de la
cosa, y las sensaciones privadas que tengo en los dedos, articula
ciones, músculos. O bien entre la forma de disco vista y las «apa
riciones» ovales [0 1 1 205].
203
continuación debemos recordar también que percibimos algunos
objetos como tocando espacialmente nuestros cuerpos o incluso
como ubicados dentro de ellos. Nuestros vestidos están sobre nues
tros cuerpos, los huesos, en mi brazo, etc. Nuestros cuerpos mis
mos son percibidos como objetos físicos, localizados en el mismo
espacio junto con otras cosas perceptibles.
Ahora bien, el sistema de coordenadas, en el centro del cual
se percibe siempre mi cuerpo, contiene en su sentido el ser movi
ble. Esto significa que todo «allí» presentado implica, por su sen
tido, un «aquí» posible. No es un sentido presentado, ciertamen
te, sino un sentido apresentado. Y también tenemos conciencia
de una manera de lograr que un «allí» presentado se torne «aquí» .
Evocando voluntariamente las sensaciones kinestésicas que acom
pañan la percepción de la locomoción --caminar, arrastrarse,
nadar, cabalgar, volar- anticipo que percibiré una transforma
ción progresiva del «allí» en «aquí» y del «aquí» en «allí».
[. . ]
.
204
proceso de percepción sensible y, en consonancia, el cuerpo pro
pio y el suelo bajo los pies propios, las otras cosas que se ven y
sienten o huelen u oyen, están autorizados con pre-eminencia a
llevar el nombre de «datos de sensación» [0 1 0385].
205
2. El pasaje con un comentario sobre Merleau-Ponty
206
Hasta donde sé, no ha sido desarrollado por Husserl un aná
lisis de la función de los sensa de ciertos tipos como [la] base
para el intencionar experiencia! automático sólo del organismo.
Por cierto, el organismo primordial se da en lo fundamental no
como un objeto de percibires visuales, auditivos o incluso tácti
les de la misma clase que los que permiten el darse táctil de otras
cosas físicas primordiales. También se lo experimenta (felt) dado
perceptivamente y, sin duda, fundamentalmente de maneras que
le son peculiares, sobre [la] base de campos de sensa localizados
dentro de él, a los que podríamos llamar «sensa viscerales», y
otros dentro del organismo (incluyendo los sensa kinestésicos).4
En realidad, Husserl tiende a considerar como escorzantes
(abschattend) únicamente aquellos sensa que funcionan como [la]
base para [la] donación experiencia! sensible de otras cosas físi
cas además del organismo primordial (y no [considera] a los da
tos viscerales como capaces de escorzar, excepto en la medida en
que juegan un papel en mi percibir algo externo al organismo).5
Husserl tiende a ignorar aquel aspecto de la percepción de la
realidad que es exclusivamente percepción del organismo corpo
ral; esta tendencia es superada por el difunto Merleau-Ponty, si
bien me aflige el modo como lo hace, pues le asigna al organismo
mismo un carácter constituyente -esto es perverso (¡lo cual quie
re decir que no me gusta!). 6
4. Nota de Cairns a pie de página: «Si bien los sensa kinestésicos cumplen
un papel en el percibir cosas exteriores al cuerpo» .
5 . L a «Note o n two senses o f Abschattung» [«Nota sobre los dos sentidos
de Abschattung»] está escrita en forma separada al final de la p. 0 1 1 6 1 8, y
probablemente alude al escorzo de objetos tanto dentro como fuera del cuerpo.
6. (01 1 61 7-01 1 6 1 9). Puesto que el apunte de Cairns para la conferencia es, en
este caso, muy esquemático, la presente cita se basa también en las notas recogi
das por el profesor Jorge García-Gómez, a quien agradezco habérmelas facilitado.
207
Mente y materia -lo mental o psíquico y lo material o físico
son tan diferentes uno del otro, que nada psíquico puede ser físi
co. Esta tesis se establece observando realidades psíquicas y fí
sicas presentadas ficticiamente y sometidas a libre variación. Se
descubre no sólo que ninguna realidad psíquica, presentada o
claramente fantaseada, tiene determinaciones físicas (forma, lu
gar espacial, peso, dureza, color, etc.), sino que ninguna realidad
de este tipo puede tenerlas. Si se intenta fantasear un solo proce
so que tenga determinaciones psíquicas y físicas -ambas pre
sentadas con claridad- el proceso intencionado único se escin
de inevitablemente en dos procesos, uno evidentemente psíqui
co y el otro evidentemente físico.
Por el otro lado, ninguna mente o psique, ningún proceso
psíquico, puede existir sin una vinculación real con un cuerpo
físico. Un percibir sensible, en cuanto proceso psíquico, sólo po
dría existir en una conexión real con un cuerpo físico que funcio
na como el órgano del percibir sensible [009640].
208
grado de procesos en cierta estructura. La ciencia de la estructu
ra orgánica se llama anatomía, o bien (cuando el objeto de estu
dio es la estructura diminuta de los tejidos) histología. El es
tudio de las funciones o procesos orgánicos se llama fisiología»
(037072). Merece mencionarse, en este respecto, que Caims apre
cia mucho la obra del fisiólogo J.S. Haldane. Mas su atención se
centra en el organismo en cuanto cosa donde se extienden los
campos de sensa, y esto es más que el organismo biológico.
8. Husserl llama a todos los datos de sensación, a todos los sensa, Erleb
nisse y, puesto que ningún dato de sensación, ningún sensum, es intrínseca
mente intentivo, divide las cosas que llama Erlebnisse en dos clases: a una
clase de cosas la llama intentionale Erlebnisse, y a la otra, nicht-intentionale
Erlebnisse . Ahora bien, el concepto que expresa mediante la palabra Erlebnis
es el concepto de algo que es reeller Bestandteil (un componente genuino) de
un Bewusstseinsstrom (un curso de conciencia). Por ende, al llamar Erleb
nisse a los datos de sensación, expresa su opinión según la cual ellos son
partes genuinas de un curso de conciencia, a pesar de que no son intrínseca
mente conciencia de algo, no son intrínsecamente intentivos y, además, a
pesar de que los análisis que él mismo presenta en sus Lecciones sobre la
conciencia del tiempo inmanente muestran que los datos de sensación, sensa,
en cuanto presentados, son correlatos noemáticos de procesos intentivos
que, seguramente, merecen la denominación de «sentires» .
«Por m i parte estoy casi completamente seguro d e que los sensa n o son
genuinamente inmanentes a l as vidas mental es, como l o son los procesos in
tentivos. Por consiguiente, no llamo "procesos mentales" a los sensa, ni los
llamo Erlebnisse. Por el otro lado, doy el nombre de sentires (Empfznden) a
aquellos procesos intentivos en los cuales (como Husserl mismo lo hizo evi
dente) los sensa mismos se presentan de modo originaliter» (0 1 3283). Para
una formulación posterior de la reconstrucción que hace Caims de Husserl
en este respecto, véase Dorion Caims, «The Many Senses and Denotations of
the Word Bewusstsein ("Consciousness") in Edmund Husserl's Writings», en
Life-World and Consciousness: Essays far Aron Gurwitsch, ed. Lester Embree
(Evanston, Ill., Northwestem University Press, 1 972).
209
De ordinario, los sensa que componen las partes sobresalientes
de ciertos campos de sensación (los campos táctil, visual, gusta
tivo, olfativo y ciertos otros que carecen de nombres cotidianos)
funcionan como lo que Husserl llama Abschattungen ( «matices»
o «escorzos») de cosas físicas percibidas respecto a sus determi
naciones presentadas sensiblemente. Otros sensa, los sensa que
Husserl llama kiniisthetische Daten («datos kinestésicos»), no fun
cionan como escorzos semejantes [0 1 3276].
210
Volveremos a hablar sobre los sensa experimentados en los
músculos y articulaciones de los dedos, muñeca, brazos y torso.
Como ya se ha visto, las apariciones dependen del cuerpo. Otro
pasaje muestra que dicha dependencia también concierne a lo
que se llama «kinestesia» :
Sin duda tiene que haber algún tipo de sensa que presente en
escorzo el movimiento o reposo del cuerpo como un todo, o el
de sus partes. Aquello que Cairns enfatiza, sin embargo, es la
relación entre las apariciones y el cuerpo. En una conferencia de
1 936 escribe acerca del «sentido que tienen algunos organismos ... ,
que se presenta directamente a cada uno de nosotros en el ejem
plo de su propio organismo. Dicha relación tiene diversos mo-
21 1
mentos. En primer lugar, por su sentido, los movimientos del
cuerpo están sometidos, dentro de ciertos límites, al control de
la voluntad. En segundo lugar, es inherente al sentido de ciertas
partes y ciertos cambios en esas partes del organismo el estar
relacionados funcionalmente con la aparición y con los cambios
en la aparición de los objetos materiales en cuanto percibidos»
(037053). Veremos ahora mismo que este pasaje se refiere a las
kinestesias y a las somestesias.
Más tarde Cairns realiza excavaciones en las capas intenti
vas del fondo, por así decir, de la vida mental:
212
determinado tipo en el campo kinestésico están acompañados
de ordinario por cambios o no-cambios de determinado tipo en
el campo de los sensa escorzantes [0 1 328 1 -0 1 3285].
3. «Somestesis»
213
dedos de la mano, los dedos del pie que se agitan se presentan
únicamente a la mente a la que pertenecen dichos dedos. Otras
personas pueden, a lo sumo, apresentar el modo como el agitar
se es percibido como un objeto dentro del cuerpo.
Asimismo, «El cuerpo que experimento cuando tenso mis
músculos, muevo mi lengua sobre los dientes y el paladar, o las
yemas de los dedos sobre mi piel, los globos de mis ojos en sus
cuencas, creo simplemente que es idéntico al cuerpo parte del
cual veo» (0 1 03 8 1 ). Dejando de lado el uso de un espejo (Caims
no menciona a los espejos en este contexto), ¿cómo se perciben
el cuerpo y algunas de sus partes en estos casos? Se puede decir
que los dientes y el paladar, la piel y los globos oculares son obje
tos que la lengua, las yemas de los dedos y las órbitas oculares
perciben como fuera del cuerpo, gracias a que tienen sensa que
escorzan dichos objetos exteriores, mas, estos órganos de per
cepción ¿no son objetos percibidos como dentro del cuerpo? ¿Y
no es éste el mismo caso que el de la cabeza que gira, las articu
laciones en las piernas que se mueven, y el abrir y cerrar de la
boca y los ojos? Desde el punto de vista fenomenológico, tales
objetos se presentan como dentro del cuerpo.
Se puede ahora reunir y clasificar los comentarios dispersos
de Caims acerca de los objetos percibidos como dentro del cuer
po. Se puede preguntar, en primer lugar, si hay un género bajo el
cual haya especies, un género que habría que considerar quizás
como un sexto sentido, si bien Caims no lo llama así. Un nom
bre atractivo para este sentido es «Somestesis» . Más arriba se
han citado algunos pasajes redactados en los años 1 930 que in
cluyen esta palabra, y se volverá a aludir a ellos más abajo.
Desafortunadamente, Caims no define este concepto. Sumamen
te interesante, sin embargo, es la definición de «somestético»
que da el Oxford English Dictionary Online (consultado el 1 6 de
abril de 2008), a saber: «relativo a o designando aquellas sensa
ciones (tales como la presión, el dolor o el calor) que pueden
suceder en cualquier parte del cuerpo, en contraste con aquellas
que dependen de órganos sensoriales sumamente localizados (la
vista, el equilibrio o el gusto)» .
Caims parece traducir «Somestesis» e n cierta ocasión: «mi
cuerpo está continuamente ahí para mí en aquello que, a falta de
mejor nombre, puedo llamar experienciar sensible-corporal y
en el experienciar táctil» (0 1 0389). En esta frase parece presen-
2 14
tarse también un contraste entre la somestesis y, al menos, el
percibir táctil, que se hallaría así en consonancia con la defini
ción del OEDO si los sensa táctiles están en la piel. Este uso
converge con el empleo en uno de los manuales de Cairns,9 mas
no con el otro. 10 Es posible reconciliar estas diferencias si se ad
vierte que «somestesis» expresa a veces una significación am
plia que incluye el percibir táctil de objetos como afuera del cuer
po, y una significación estricta que lo excluye.
Antes de poder aceptar el término «somestesis» en la signifi
cación estricta como expresión genérica bajo la cual se subsu
men varias especies de sensa, es preciso considerar el uso que
hace Cairns de las palabras «experimentación» , «experimentar»,
«experimentado» (feel, feeling, felt). La última de ellas cumple un
papel significativo en el citado pasaje que se refiere a Merleau-
215
Ponty: «El organismo primordial, ciertamente, no se da funda
mentalmente como un objeto de percibires visuales, auditivos o
incluso táctiles, de la misma clase en virtud de la cual se dan
táctilmente otras cosas físicas. Es experimentado como dado
perceptivamente, también, y en verdad de modo fundamental,
de maneras que le son peculiares, sobre la base de ciertos cam
pos de sensa localizados en él» . ( Énfasis de Cairns.)
Según hemos visto también más arriba, y además de referir
se al experimentar sensa en los tejidos, dedos, músculos, articu
laciones, etc., Cairns emplea «experimentar», en una forma u
otra, para las sensaciones de calor y frío que escorzan objetos
percibidos como afuera del cuerpo, por ejemplo, el sol sobre la
pared, y dice asimismo: «Advierto que sólo una parte de la mesa
es estrictamente presentada, estrictamente percibida, estricta
mente vista o experimentada» (O 1 2498). Por consiguiente, su uso
de «experimentar» es más amplio que el de «somestesis» o «ex
perienciar sensible-corporal» en la significación estricta. Se pa
rece más bien a la significación amplia de «somestesis» en el
manual de Boring, Langfeld y Weld.
Cairns parece distinguir, sin embargo, el tacto de la someste
sis en la significación estricta cuando escribe que «La visión [para
el psicólogo introspectivo clásico] nos da sensaciones visuales, el
proceso corporal de levantar el libro nos da sensaciones táctiles y
somestéticas» (03348 1 ). Más temprano, empero, se ha citado un
pasaje donde se lee que «la vista, el oído y el olfato también fun
cionan como maneras de percibir el cuerpo y lo que está en con
tacto con él -tal como lo hacen el tacto y la somestesis, si bien
ésta última, normalmente, para la percepción a distancia no ope
ra más allá de la superficie corporal». Esta afirmación no limita a
la somestesis a los objetos dentro del cuerpo que no escorzan ob
jetos fuera de él, mas tal interpretación no está excluida.
Otro pasaje de la obra de Cairns se refiere tres veces a la
somestesis y parece contrastarla con el percibir objetos como
fuera del cuerpo: «La percepción visual de los atributos espacia
les, tales como los auditivos, incluye la localización con referen
cia a otros objetos, en especial al cuerpo propio de uno, que debe
ser percibido somestética y visualmente. [ . . . ] A veces, por ejem
plo, con un foco luminoso en la oscuridad completa, la localiza
ción tiene referencia al cuerpo únicamente en cuanto percibido
somestéticamente. La localización visual incluye siempre la re-
216
ferencia al "aquí" somestético» (02006 1 -020062). Puede compa
rarse al agitar los dedos de los pies con los ojos cerrados.
Aunque Caims no lo dice explícitamente, la «somestesis» en
la significación estricta puede considerarse, pues, como la sexta
especie de percibir sensible, y los sensa correspondientes pue
den, adicionalmente, ser llamados «sensa somestéticos» o «SO
mestesias» . Será asimismo conveniente emplear «percibir sensi
ble-corporal» como sinónimo de «somestesis» . Si bien no se tra
ta de una parte de la psicología descriptiva, quizás merezca
mencionarse, en razón de su importancia indirecta, el hecho de
que, refiriéndose a los receptores, Caims escribe en un apunte
para una conferencia que «La clasificación [es] de acuerdo con
la ubicación del estímulo normal dentro o fuera del cuerpo: a)
exteroceptores (en la superficie más externa) / {3) propioceptores
(células sensoriales en los músculos) / [y] y) interoceptores (re
cubriendo la vía digestiva)» (00956 1 -009652).
¿Cuáles son las especies de objetos percibidos como dentro
del cuerpo? En el reverso de la última página de la conferencia
titulada «Horizontes inexplorados implícitos en la obra de Hus
serl para ulteriores investigaciones», dictada en la primavera de
1 960, Caims escribe que «La percepción táctil, muscular, visce
ral, tiene sus importantes horizontes, probablemente inexplora
dos en gran medida» (009339 reverso). Esta temprana referen
cia a la percepción visceral se añade a la que hace el pasaje refe
rido a Merleau-Ponty. Al final de otra línea son mencionados dos
objetos viscerales: «Entre las sensaciones más obvias se hallan
los dolores percibidos como localizados aquí o allá en el cuerpo,
las sensaciones táctiles que se experimentan normalmente si la
piel es deformada, una sensación de saciedad vagamente locali
zada si se acaba de comer todo lo que se quiso, sensaciones ex
perimentadas cuando la vejiga está llena, etc. » (0 1 0386).
Además de los sensa de presión en el estómago y la vejiga, se
experimentan dentro del cuerpo ciertos dolores y malestares:
217
de la muela, como su color, o la inflamación, si bien lo aprehen
demos como algo que varía cuando varía el estado biológico
físico del diente, por ejemplo, cuando se le aplica presión, calor o
frío, o bien cuando se extrae la pieza dental del maxilar [037054].
218
«malestar» exclusivamente como denominación para las sensa
ciones (sensa) de ciertos tipos, ubicadas más o menos definida
mente en el organismo propio. El malestar en la cabeza, en el
vientre, el dolor en el dedo, un dolor de muelas.
En cuanto a los músculos y las articulaciones, Caims dice
que: «La división [entre lo que es y lo que no es mi cuerpo] tiene
una base más primitiva en la distinción experienciada entre aque
lla parte del mundo físico que advierto que es sensible y aquella
parte que no advierto que sea sensible: los sentidos de la piel, los
sentidos musculares y articulares, los sentidos viscerales». Por
ende, «Mi cuerpo se percibe como cambiando su forma mien
tras gira la cabeza, las articulaciones de los miembros se doblan,
la boca y las órbitas oculares se abren y cierran» (0 1 038 1 ). Un
músculo dolorido es un ejemplo que también se mencionó más
arriba. Excepto que se emplee un espejo, o se toquen la boca o
las cuencas oculares propias, o se perciban las articulaciones,
músculos o miembros desde fuera del cuerpo, se trata de objetos
que percibimos como dentro del cuerpo.
Caims escribe en otro pasaje ya citado que «cuando expe
riencia la pesantez de la pelota, también estoy experienciando
sensaciones de presión localizadas sobre la superficie de mi mano,
así como las sensaciones de presión y tensión más profundos
dentro de mi mano . . . y cuando experiencia la pesantez de la pe
lota, experiencia sensaciones de tensión en la parte superior de
mi brazo» . Los sensa de presión y tensión más profundos serían,
entonces, somestesias en la significación estricta.
En suma, cuando se reúne y clasifica las pocas que exis
ten, las dispersas observaciones relevantes que hace Caims pro
porcionan una interesante lista de objetos percibidos como
dentro del cuerpo. Dicha lista puede ser organizada de arriba
abajo: la cabeza que gira y a veces duele, las órbitas de los
ojos, la boca que se abre y se cierra, las muelas, el paladar, las
articulaciones y los músculos tensados en los miembros, los
músculos y articulaciones en los dedos, la muñeca, el brazo y
el torso, el estómago, la vejiga y los dedos de los pies que pue
den agitarse. En cuanto a los sensa que incluyen, los sensa
táctiles en cierta significación se relacionan con objetos fuera
del cuerpo, mas hay asimismo sensa viscerales, malestares,
dolores, presión en el estómago y la vejiga, sensaciones de ca
lor y de frío, que no son lo mismo que el calor y el frío físicos.
219
Sobre esta base se puede proseguir a fin de determinar exacta
mente cuáles son los sensa inherentes a los infraestratos del
percibir sensible-corporal, mas Cairns, por su parte, ha dejado
este examen para que lo hagan otros.
Aunque en el parágrafo referido a Merleau-Ponty también
está escrito que «Husserl tiende a considerar como datos de sen
sación capaces de escorzar únicamente aquellos sensa que fun
cionan como base de la donación de otras cosas físicas en la
experiencia sensible, así como del organismo (y no considera a
los datos viscerales como capaces de escorzar, excepto en la
medida en que cumplen un papel en mi percibir algo exterior al
organismo)», Caims mismo afirma, en contraste con ello, que
«[Son] necesarias desconstrucciones adicionales antes de que pue
da verse cómo los campos de sensa de ciertas clases adquieren
un carácter secundario, ubicación como sobre o en el organis
mo primordial, al que ellos "escorzan "» (0 1 1 6 1 9, los énfasis se
han agregado). Aquello que escorzan los sensa en el cuerpo se
rían los objetos de somestesis o percibir sensible-corporal, o sea,
objetos percibidos como adentro del cuerpo, tales como la veji
ga llena.
Si los objetos percibidos como dentro del cuerpo y, en reali
dad, el cuerpo entero mismo, son objetos de somestesis o perci
bir sensible-corporal, hay una dimensión más del percibir que
requiere ser considerada, a saber, la que concierne a las apari
ciones. Hemos citado antes, en referencia a los objetos percibi
dos como fuera del cuerpo, que «Es debido a este sentido que
tiene todo allí de ser un posible aquí, y viceversa, que captamos
el carácter de aquí y allí de la naturaleza como un sentido-de
aparición más que como un sentido objetivo de objetos natura
les en el espacio. Es debido a que podemos percibir todas las
otras relaciones espaciales como sin cambio mientras cambia el
carácter de aquí y allí» .
L a pregunta ahora e s si, d e manera similar, pueden ob
servarse apariciones análogas para los objetos dentro del cuer
po. La conferencia que acabamos de citar continúa así: « En
este análisis -que es solamente un boceto tosco de investi
gaciones más detalladas- he omitido el sentido de las par
tes del cuerpo como allí, con respecto a las manos o la boca
como la [parte] siempre "aquí" . La mano, digamos, es siem
pre un aquí, y toda parte del cuerpo o de un objeto cercano
220
tiene el sentido potencial de ser un "aquí" mediante el querer
ciertos movimientos de la mano -aquí está mi oído, aquí
está mi "otra mano", aquí está mi corbata, etc. » (037227-
037228). En virtud de la referencia a la corbata, este pasaje
se refiere, seguramente -para usar una vez más la curiosa
formulación-, a las apariciones del cuerpo percibidas como
fuera del cuerpo.
Sin embargo, una descripción análoga del cambio en la apa
rición de un objeto puede ser figurada en la imaginación y des
crita fenomenológicamente: supongamos que uno es golpeado
por algo o alguien en el hombro. Mientras que, previamente a
ello, la mano propia percibida como un objeto dentro del cuerpo
aparecía «aquí» y el hombro y el torso estaban «allí», ¿no se con
vierte el hombro dolorido en el aquí en relación con el cual la
mano, el brazo y el resto del torso pasan a estar allí? La Gestalt
de las apariciones de objetos percibidos como dentro del cuerpo
sufriría entonces un cambio.
Tal como se mostró en el apartado 1 , se trataría de un cam
bio objetivo en la aparición, o sea, causado por un objeto fuera
del cuerpo. En cuanto a un cambio subjetivo en dichas aparicio
nes, el hombro podría quedar casi completamente curado des
pués de un tiempo, y volvería ciertamente a aparecer de nuevo
allí en relación con la mano propia como aquí, hasta que se
moviera deliberadamente el hombro de maneras extremas a fin
de saber si todavía duele. Si lo hiciera, ¿no volvería a aparecer de
nuevo como aquí por un tiempo?
Esta ampliación de la descripción de las apariciones de obje
tos como percibidos fuera del cuerpo a una descripción de las
apariciones de objetos como percibidos dentro del cuerpo avan
za fenomenológicamente más allá de la erudición en torno a la
letra de los papeles inéditos de Cairns, mas se encuentra en el
espíritu de su pensamiento.
22 1
al sentir y los sensa y en torno a las apariciones puede ser ensam
bladas y ampliadas en lo que es un comienzo para ulteriores
análisis reflexivos del percibir el cuerpo desde dentro. Y tal vez
pueda ahora un experto en Merleau-Ponty emprender un estu
dio comparativo de los objetos dentro del cuerpo en estos dos
fenomenólogos.
222
APUNTES PRELIMINARES
PARA UNA FENOMENOLOGÍA DEL CUERPO
EN EDITH STEIN Y MAURICE MERLEAU-PONTY
l. Introducción
223
el común denominador del proyecto fenomenológico como bús
queda incesante de la verdad a través de la valoración del mun
do concreto y una ontología que privilegia la inmanencia o que,
en todo caso, reformula la trascendencia dentro de los límites de
la evidencia que el mismo método fenomenológico suministra.
Estos filósofos son Edith Stein y Maurice Merleau-Ponty, expo
nentes de lo que podemos denominar «fenomenología del cuer
po» , junto con Michel Henry, y que muestran coincidencias y
divergencias-pero más las primeras- a partir de esa matriz
común constituida, como se ha dicho, por las consideraciones
vertidas por Husserl en Ideas //.
224
Ulteriormente Stein procede, a la manera de Husserl, aun
que independientemente de él, a los análisis acerca del Yo y del
cuerpo vivo o propio (Leib). Aquí el punto de partida es, de nue
vo, la conciencia pura; de hecho, la conciencia pura es siempre
la base y el punto de partida del análisis steiniano y desde ésta
ella intenta siempre dar cuenta de la constitución del cuerpo
propio, como bien puede verse en este hermoso pasaje: «tóca
me, soy verdaderamente la cosa que se ofrece, soy una cosa que
puede tomarse y no un fantasma; toda cosa que sea palpada por
mí me grita: abre bien los ojos y entonces me verás» .3
Stein realiza un incomparable ejercicio que puede conside
rarse en verdad una auténtica «fenomenología de la percepción»
precursora de la que llevaría a cabo décadas después Maurice
Merleau-Ponty, quien parece desconocer estos desarrollos, pues
de otra manera no es posible explicar la ausencia de referencia a
ellos, lo que, en todo caso, confirma nuevamente la objetividad y
validez del método fenomenológico que ya señalábamos, pues
tanto Edith Stein como él llegan a conclusiones inicialmente si
milares a partir de las intuiciones embrionarias de Husserl y las
indicaciones y sugerencias de éste al respecto. 4
De cualquier modo, la característica inicial del cuerpo pro
pio es que su autopercepción no puede reducirse únicamente a
la percepción externa y se presenta siempre unitariamente; al
igual que para Husserl, aquí Edith Stein se refiere al cuerpo vivo
como una totalidad que se sitúa en el llamado punto cero de
orientación, mientras que los demás cuerpos se hallan fuera de
tal punto. Por lo que se refiere a la percepción externa, pues,
Stein es especialmente enfática y reitera la radicalidad fenome
nológica en su crítica al psicologismo ya que, según nuestra pen
sadora, tal corriente presenta al fenómeno como una mera pro
ducción subjetiva, sin ninguna significación objetiva, lo cual es
absurdo, porque el campo del sentido, como sabemos -al me
nos para la fenomenología-, se encuentra del lado del noema,
3. PE, p. 1 25.
4. En todo caso, es notorio cómo, tanto Merleau-Ponty como Stein, tuvie
ron acceso a los inéditos husserlianos de los contenidos de lo que sería el
segundo volumen de las Ideas; el primero en los archivos de Lovaina, tras la
muerte de Husserl; la primera, de manera más directa, trabajando directa
mente con los manuscritos estenografiados como asistente privilegiada del
maestro.
225
que se ve completado por la actividad noética, pero que no radi
ca en ésta.
Edith Stein avanza en su tratamiento acerca de las caracte
risticas del cuerpo propio tal como hace Husserl en Ideas II, pero
añadiendo, además del ya citado punto cero de orientación, tam
bién el movimiento como caracteristica importante del cuerpo
propio. Particularmente original en el estudio de Edith Stein, en
la parte que concierne a la constitución del individuo psicofísi
co, es la consideración del fenómeno expresivo; es original por
que tal análisis, si bien presente, no es tan evidente de localizar
en Husserl, como sí lo fueron otras caracteristicas ya menciona
das --como el punto cero de orientación, la esfera de lo psíquico
e incluso la dimensión del alma y el movimiento como caracte
ristica propia y esencial del Leib en la autopercepción. Aquí nos
rehacemos al problema del sentimiento como elemento típico y
constitutivo del individuo psicofísico y del cuerpo propio; lo que
hace Stein es asociar el fenómeno de lo expresivo al sentimiento,
señalando que éste se manifiesta siempre y necesariamente en
expresiones que se limitan justamente a los sentimientos (es de
cir, expresión es siempre expresión de sentimientos), lo cual sig
nifica que la dimensión expresiva está excluida del acto de la
voluntad: «Los fenómenos expresivos [ ... ] no me parece que sean
la expresión del acto de voluntad, sino más bien de los compo
nentes sentimentales contenidos en el complejo vivido de la vo
luntad» . 5 Es esencial al fenómeno del sentimiento su «salir de sí
mismo» , su carácter de no-estar-cerrado-en-sí-mismo y, como
consecuencia concomitante a este carácter inmanente, su nece
sidad de expresarse; «los sentimientos desencadenan o motivan,
como suele decirse, los actos de voluntad y las acciones. La mis
ma relación se verifica exactamente entre sentimiento y fenó
meno expresivo. [ . . . ] [El sentimiento] debe siempre llegar a una
"expresión"» . 6
En efecto, lo que hallamos a la base de la tesis steiniana so
bre la empatía, o mejor, lo que encontramos como trasfondo, es
una «fenomenología de la expresión» , no muy distinta a la que
emprenderá Merleau-Ponty, pues en el análisis realizado a partir
del cuerpo vivo del otro, se encuentra nuevamente a este último
5. PE, p. 1 44.
6. PE, p. 1 40.
226
como portador del fenómeno expresivo. De hecho, la clave del
análisis acerca de la vivencia empática es la existencia de las
tendencias al «llenado» de sentido;7 en el caso del recorrido de
Edith Stein, estas tendencias se dan en varios niveles que pode
mos simplemente enumerar destacando y comentando aquellos
que consideramos más relevantes para nuestro objetivo: los cam
pos sensoriales del Leib ajeno, las condiciones de posibilidad de
la empatía sensorial, el Leib ajeno como centro de orientación
del mundo espacial, la imagen del mundo extraña como modifi
cación de la propia, la empatía como condición de posibilidad
de la constitución del individuo propio, la constitución del mun
do real externo en la experiencia intersubjetiva, 8 los fenómenos
vitales, la causalidad en la construcción del individuo, el cuerpo
propio extraño como portador del fenómeno expresivo, la co
rrección de los actos empáticos, la constitución del individuo
psíquico y su significado para la corrección de la empatía, los
engaños de la empatía y, finalmente, el significado de la consti
tución del individuo extraño para la constitución del individuo
psíquico propio.
Ahora bien, es interesante hacer notar que, aun bajo la pers
pectiva religiosa que acompañará productivamente el itinerario
fenomenológico de Edith Stein y que ya involucra elementos
teológicos, como la presencia del reino de la Gracia, así como la
redención y salvación por Jesucristo, ella no abandona la dimen
sión de la corporeidad. El cuerpo, que había sido objeto de aná-
227
lisis central de los primeros escritos fenomenológicos, adquiere
en los escritos sucesivos una importancia relevante. De lo que se
trata, en particular, es de establecer una relación equilibrada entre
las instancias personales ya identificadas en la estructura penta
partita de la persona humana, a saber, las dos manifestaciones
de la corporalidad, la psique, el alma y el espíritu. «Fundamen
tal parece ser en el tratamiento de E. Stein justamente la bús
queda de tal equilibrio» .9
Precisamente por lo anterior Stein rechaza el ascetismo como
un fin en sí mismo, y propugna que, en todo caso, sea un medio
para que el alma pueda alcanzar su autonomía. Y es que para
ella es la Gracia la instancia que ayuda a la «liberación» -más
correcto es utilizar ya el término salvación- y no tanto el asce
tismo como práctica. Desde el punto de vista salvífica, ella en
tiende por ascetismo «la parte negativa de las relaciones entre el
alma y el cuerpo viviente, la liga que perturba la vida del alma y
trata de romper tal liga aun a costa de valores positivos de que el
cuerpo viviente es portador». 10 Afirmación plena de la dimen
sión corporal. Es verdad que el cuerpo viviente puede ser fuente
de corrupción, pero esa posibilidad no es inmanente a su estado
originario y Stein es muy clara en ello; es posible que el ascetis
mo sea una vía extrema para alcanzar una separación entre cuer
po y alma cuando el primero es simplemente un envoltorio que
no permite la libertad humana, pero existen otras vías para al
canzar tal libertad, precisamente a partir de la vuelta al sentido
prístino de la corporalidad. Veamos el siguiente pasaje, hermoso
en su descripción valorizadora del cuerpo:
228
mediante el cual ella entra en el dominio de la visibilidad. Menos
el alma se da al cuerpo viviente, más éste asume la forma de aqué
lla. Y con ella el cuerpo viviente mismo puede ser iluminado, la luz
que llena el alma puede penetrarlo e irradiarse desde él mismo. Es
la santificación del cuerpo viviente ¡:i través del alma. 1 1
1 1 . NPM, p. 95.
1 2. NPM, p. 95.
13. Además de sus consideraciones sobre los sacramentos como medios de
la Gracia que están contenidas en esta parte de NPM, habría que remitirse a la
obra de Stein Was ist der Mensch ?, que podemos definir como un ensayo de
antropología teológica en clave sacramental, donde ella analiza fenomenoló
gicamente cada sacramento. Esta obra constituye, igualmente, una guía para
comprender el problema de la persona humana en Stein bajo la óptica religio
sa, pero no nos detendremos en su análisis por rebasar los propósitos de nues
tro texto en esta fase.
14. NPM, p. 97.
229
111. El cuerpo en Merleau-Ponty15
230
El cuerpo debe ser considerado, entonces, espacio univer
sal, puesto que la configuración de la exterioridad se da por mi
espacio corporal. Sin mi cuerpo no habría espacialidad. Mer
leau-Ponty recurre a ejemplos patológicos para explicar esta cues
tión de la corporalidad como el mundo mismo, para recalcar
que nuestro cuerpo no está como espectador de un escenario
colocado frente a él constituido por el mundo y los otros. En la
«normalidad» todo acto es una situación experiencia! ingenua,
dotada de una significación «sintetizada» por el sujeto sin que
exista un análisis conceptual del acto en su totalidad. Todo mo
vimiento corporal es un movimiento del sistema sujeto-mundo,
de ahí que no se muevan partes objetivas, sino potencias fenome
nales, sentidos y significaciones libres; la anticipación y la vir
tualidad son justamente la expresión de la riqueza de un cuerpo
no objetivo. Como sabemos, para el pensador francés, cuando
miramos anticipamos una experiencia táctil, que es virtualiza
da; luego, al ver, tocamos. En ciertos casos de enfermos esto no
se presenta, pero la mayoría de los movimientos concretos son
una expresión de la potencia de un mundo particular, el enfermo
confirma la cuestión porque para él, que es anormal, su cuerpo
sí se vuelve un mero objeto, hace de su cuerpo un puro espacio
objetivo, y hay que subrayar la afirmación categórica que hace
Merleau-Ponty en el sentido de que «no puede deducirse lo nor
mal de lo patológico» . 17 Toda suplencia es artificio; no es que en
el no patológico exista una «naturalidad» debida al hábito que
sintetiza y abrevia, sino que él, simple y sencillamente, percibe
de manera «normal» . La diferencia fundamental es la siguiente:
el cuerpo es la representación de las posibilidades del sujeto,
cada movimiento corporal expresa virtualidades, interrelación
entre sensaciones. En el caso patológico, en que el cuerpo es un
objeto, todo movimiento es actual, está cerrado en sí mismo y su
significación remite a una correspondencia unívoca y estática.
Así pues, los signos del cuerpo no deben permanecer anclados
en sí mismos, sino que deben significar a través del mundo, y mi
cuerpo y la percepción constituyen una totalidad armónica y
expresiva. Aquí entra la subjetividad que aparece gracias al mo
vimiento abstracto de reflexión, introduciendo y, al mismo tiem
po, sobrepasando la actualidad, lo virtual propio de lo humano.
1 7. Ibíd., p. 124.
23 1
Cuando el mundo es puramente actual, objetivo, el ser es esa
plenitud detenida, fija y ya estructurada; cuando, por el contra
rio, el mundo significa a partir de posibilidades de movimientos,
el ser es dinámico y cambiante, y enriquece las experiencias. De
ahí que nuestros sentidos no se cierren en sí mismos, limitados a
sus objetos respectivos; Merleau-Ponty es claro al afirmar que
un sentido es un estilo, una «Variación» o una «manera» particu
lar de ofrecerse y de acoplarse al mundo. Para Merleau-Ponty
virtualizar no es otra cosa que inventar presencias a partir de
faltas, de ausencias. El movimiento abstracto tiene una función
simbólica que ordena en un sistema los datos sensibles, repre
sentativo de la conciencia y que nos remite a su vez a lo intencio
nal, germen de la fenomenología: «Si un ser es conciencia, es
preciso que no sea más que un tejido de intenciones» . 18
El mundo es, en primera instancia, algo que vivimos y que
sentimos, su origen es la sensibilidad, la ambigüedad prístina
que comienza ya a inventar, a inventar sentidos. La subjetividad
encarnada, el cuerpo, es mi acceso al mundo, pues ni la alteri
dad ni el universo están fuera de mí; mi acceso al mundo es
«imperfecto» porque ambigua es mi relación con mi mundo, así
es su esencia. Si para Edith Stein -ya convertida al catolicis
mo-- el cuerpo es el templo del Espíritu Santo, para Merleau
Ponty, secularizando esta afirmación, el cuerpo es el templo de
la reflexión; a partir de esta idea, Merleau-Ponty interpreta tanto
a la conciencia como al mundo, y esta doble interpretación, quias
mática, constituye una de las características esenciales del siste
ma filosófico merleaupontiano.
:rv. Conclusiones
1 8 . Ibíd., p. 1 38.
1 9. Dejamos de lado, por un momento, la consideración de una trascen
dencia absoluta, que Stein obviamente aceptará después de su conversión
definitiva al catolicismo.
232
Merleau-Ponty todo se desarrolla en un plano inmanente, &uto
del temor que tienen no sólo el propio Merleau-Ponty, sino la
mayoría de los filósofos contemporáneos, de volver a las redes de
la maligna metafísica. La trascendencia a la que nos referimos
aquí, aceptada por Stein, se refiere a aquella que se da en el mis
mo plano de inmanencia y tiene que ver con el carácter intencio
nal de la conciencia; si ésta es, como enseña Husserl a partir de
Brentano, y Merleau-Ponty lo subrayará, intencional, entonces no
puede más que suponer, al menos, la trascendencia del objeto in
tencionado respecto de ella misma. Siguiendo a Michel Henry, el
teólogo Giuseppe Lorizio señala: «sin embargo, un conocimiento
originario de este tipo no es, ni puede ser en modo alguno, inten
cional, por el hecho de que toda intencionalidad está fundada en la
trascendencia, desarrollando un horizonte como lugar de la alteri
dad» .20 Ahora bien, otra diferencia entre la posición de Edith Stein
y la de Merleau-Ponty radica en que, para la primera, la dimen
sión de la interioridad es fundamental para que se complete la
relación cuerpo-mundo, como ocurre para otro fenomenólogo
cristiano como es Michel Henry; «Nuestro cuerpo ciertamente se
manifiesta en la verdad del ser trascendente» .21 Aun así, esta di
mensión interior de la corporalidad -que para Stein y para Hen
ry constituyen una forma peculiar de trascendencia-, está pre
sente en Merleau-Ponty, aun sin consideración de trascendencia.
Antonino Firenze -entrañable compañero en estas páginas y
durante el coloquio que les dio origen- nos señala esta dimen
sión interna presente en el filósofo: «La carne del mundo como la
carne de mi cuerpo, en su intercorporeidad, y quizás ya no más
"intersubjetividad" , constituyen la trama invisible de un esfuer
zo interior al mundo y al ser». 22
233
En Stein, la distinción entre Korper y Leib se vuelve manifiesta
y enfatiza la tradición fenomenológica deudora de las considera
ciones husserlianas de Ideas II, y, al mismo tiempo y de paso, en
caja perfectamente con la tradición cristiana de una corporeidad
que, lejos de ser minusvalorada, es considerada en su valor de
fundamento de la persona humana, a la par del espíritu que, y en
esto fenomenología y cristianismo coinciden, abre las posibilida
des de relación del ser humano consigo mismo -trascendencia
hacia el interior-, con los otros -trascendencia en un plano in
manente con la alteridad- y, finalmente, con Dios -trascenden
cia absoluta. Aunque esta última está claramente ausente en el
pensador francés, Merleau-Ponty está menos alejado de lo que
parece de estas posiciones, a pesar de que, como sabemos, para él
la experiencia del ser sucede en el núcleo de las cosas y no desde la
exterioridad de la corporalidad a través de un espíritu o un pensa
miento ajenos a ella.
Stein se anticipa a Merleau-Ponty en cuanto a la considera
ción del cuerpo en sentido no físico y no naturalista para indicar
su sentido preeminentemente ontológico; el cuerpo, Leib, como
lugar de experiencia del mundo es igualmente la paradoja del
Ser, como señala el propio Merleau-Ponty en In visible y lo invi
sible, y esto ya había sido visto igualmente por Edith Stein, al
menos en su La estructura de la persona humana ( 1 922) y por
supuesto en su máxima obra Ser finito y ser eterno ( 1 936), en un
sentido bastante similar al que Merleau-Ponty desarrollará ini
gualablemente una década después, enfatizando mayormente
que el encuentro con el Ser se da bajo la modalidad corporal,
con toda la carga paradójica que nos coloca frente al enigma de
la percepción sensorial y que, como el propio Merleau-Ponty
denuncia, ha sido poco estudiado y considerado por los filóso
fos: « Es una maravilla demasiado poco indicada que todo movi
miento de mis ojos -más aún, todo desplazamiento de mi cuer
po- tenga lugar en el mismo universo visible que yo detallo y
exploro» .23
Se han presentado, simplemente, algunas líneas indicati
vas que muestran, por un lado, la anticipación intuitiva de
234
Edith Stein respecto de uno de los problemas cruciales para
la fenomenología que Husserl dejara, en cierto modo, en el
tintero -el del cuerpo-, respecto de los más conocidos y desa
rrollados estudios al respecto, como son los de Merleau-Pon
ty, con la finalidad estricta de resaltar, por un lado, la impor
tancia y originalidad de la pensadora de Breslau en tanto filó
sofa y fiel seguidora de la fenomenología y, por otro, la validez
y objetividad del método fenomenológico a través del pensa
miento merleaupontiano como paradigma de desarrollo y pro
fundización de esas intuiciones, así como la formulación más
original sobre la atención que la escuela fenomenológica dis
pensó, desde su origen, a la concreción humana y sus mani
festaciones.
235
111
MERLEAU-PONTY, FILÓSOFO
DE LA CULTURA
MERLEAU-PONTY COMO FILÓSOFO
DE LA CULTURA, LA SOCIEDAD Y LA HISTORIA
239
mismo es también el descubrimiento de la historia en el seno de
la propia historia».3 Este ámbito inédito le obligó a abandonar la
idea de una conciencia soberana y constituyente como funda
mento doctrinal absoluto. Una filosofía que se interesa por la
historia, según su postrera manera de pensar, no puede ser una
filosofía de la conciencia.
Además de explicar la deriva de Merleau-Ponty hacia una filo
sofía de la reversibilidad y de la reciprocidad, su fascinación por
la historia hace más que proporcionar un oportuno acceso a su
pensamiento postrero, porque en realidad únicamente tiene sen
tido desde una ontología totalmente opuesta al cartesianismo. Por
«cartesianismo» entiende Merleau-Ponty, sobre todo, el dualismo
característico de la tradición occidental que fragmenta la realidad
en sendos ámbitos de inmanencia (conciencia, subjetividad, ser
para-sí) y de transcendencia (cosas, objetividad, ser-en-sí) mutua
mente excluyentes. Su rechazo a todas las dicotomías que resul
tan de esta escisión, particularmente las de naturaleza/sociedad,
interior/exterior, sujeto/objeto, o agencia/estructura, esboza una
decantación ontológica que con el tiempo cristalizó en su postre
ra doctrina anticartesiana. Oportunamente examinaremos esta
innovadora ontología del entrelazamiento y la reversibilidad, de
la cual el interés de Merleau-Ponty por la historia es una pieza
esencial. Por lo pronto nos limitamos a afirmar que Merleau-Pon
ty orientó su pensamiento en dirección a la experiencia «origina
ria» y al ser «salvaje» a causa de que precisamente ellos dan acce
so a lo que él llama la «verticalidad» histórica. En su afán por
trascender el continuismo causalista y dejar atrás el planteamien
to galileano y newtoniano clásico, su ontología culmina en una
aproximación anti-objetivista a la historia.
De entrada conviene tener en cuenta que la ontología anti
cartesiana defendida por Merleau-Ponty surgió de una múltiple
frustración histórica. El desprestigio general que sufrió la onto
logía dualista estuvo acompañado por el ya más específico hun
dimiento de las premisas ontológicas que formaban el trasfondo
clásico del pensamiento. Ocurrió, en resumen, que la preocupa
ción por la historia mostrada por Merleau-Ponty exigió una on
tología anticartesiana y reversibilista porque la infraestructura
240
ontológica de la conciencia histórica tradicional, tributaria de
una ontología cartesiana al borde del colapso, llegó a parecer
incoherente y contradictoria consigo misma. Puede decirse, en
términos generales, que si las historiografías canónicas han de
bido hacer frente al dilema entre agencia y estructura, en reali
dad es a causa de que sus premisas ontológicas están ya despres
tigiadas, lo cual tácitamente pone en tela de juicio la noción de
conciencia constituyente.
A primera vista, la preocupación de Merleau-Ponty por la
historia simplemente parece exigir el punto de vista anticarte
siano que sustituye la dicotomía sujeto/objeto por las nociones
de «reversibilidad» y «entrelazamiento» . Pero una inspección más
detallada revela que, en realidad, el interés por la historia es un
ingrediente fundamental de este novedoso planteamiento onto
lógico y, además, un punto de partida idóneo para su adecuado
desentrañamiento conceptual. Por esta causa Merleau-Ponty se
esfuerza por interpretar la realidad como un sistema compuesto
por «líneas de fuerza» en vez de por «Cosas» positivas. En una
palabra, intenta entender el mundo como un conglomerado de
relaciones y no como una realidad substancial que vendría a ser el
fundamento ontológico de todas las estructuras perceptivas. Aque
llo a lo cual llamamos «mundo», por consiguiente, viene a ser
una malla de relaciones dispuesta de tal modo que no solamente
en cada una de ellas reverberan todas las demás sino que ade
más les debe a éstas su propia existencia. En esta malla o red, los
«individuos» (cosas y acontecimientos) no son más que centros
cuya naturaleza es «enteramente virtual».4 Su apariencia mani
fiesta y visible resulta determinada por la superposición de las
relaciones que forman la malla global. Así la realidad es ahora
descrita como un ámbito de relaciones donde cada elemento es
el «punto cero» o «núcleo de ausencia» en el cual coinciden to
dos los «sectores del mundo (rayons du monde)».
Este innovador trasfondo ontológico, a su vez, hace posible
entender en profundidad el interés por la historia que Merleau
Ponty siempre demostró. 1 ) Como ha sido ya indicado, es un desa
fío a la noción de una soberana conciencia constitutiva. Merleau
Ponty consideraba improductivo el punto de vista de la filosofía
24 1
de la conciencia, aduciendo que la emergencia del sentido a lo
largo de la historia puede ser plausiblemente vinculada a una ex
presividad corporal que en modo alguno es explicable por medio
de descripciones causales o alegando decisiones individuales su
puestamente libres. Más bien ocurre todo lo contrario, y en su
opinión el mencionado sentido procede de la indefinida interac
ción entre la conciencia y las cosas. La historia, efectivamente,
ejemplifica «el tránsito del cuerpo cuando se convierte en gesticu
lación expresiva, del lenguaje cuando se convierte en obra litera
ria, de la coexistencia cuando se convierte en verdad» . 5 2) Esclare
ce algunos decisivos puntos de vista en el pensamiento de Mer
leau-Ponty. En congruencia con el modelo de la percepción, para
el cual «Comprender» es siempre «aprehender por el procedimiento
de la coexistencia, o sea lateralmente» ,6 la historia exige un consi
derable acopio de la notoria «ambigüedad» merleaupontiana.
Según ella, efectivamente, la necesidad es siempre reconducida a
la contingencia de los acontecimientos temporales; la aspiración
a la verdad queda diseminada por el claroscuro de la historia; y la
pretensión a la exactitud resulta confrontada con el talante equí
voco de la doxa. 3) Suministra un instructivo esclarecimiento de
la historicidad. Al fin y al cabo, el enigma de la historia es debido
a un persistente superávit de sentido, tal como indica la activa
presencia de un desarrollo que siempre va más allá de sí mismo y
que, como tal, permanece inmune a categorías tan rudimentarias
como verdadero/falso o causa/efecto. El carácter espurio de estos
antagonismos, precisamente, aun cuando opaco para la filosofía
tradicional de la conciencia, señala el verdadero sentido del tér
mino «historicidad» .
Merleau-Ponty intentó entender a fondo el planteamiento
ontológico del que se alimentaba su persistente preocupación
por la historia. Precisamente la noción de «carne» le ayudó en
esta empresa filosófica, hasta el punto que para seguir el hilo de
nuestra exposición conviene no olvidar que Merleau-Ponty iden
tifica la «carne» con la «historicidad transcendental» .7 Al fin y al
cabo, «Carne» simboliza la derrota del subjetivismo y del solip-
242
sismo modernos y la salida definitiva del laberinto transcenden
tal, ya que por encima de todo es «el medio formativo del objeto
y del sujeto»8 y por consiguiente el origen absoluto de ambos. El
modo más eficaz de abordar este término consiste en advertir
que «Carne» alude a la inscripción de «lo otro» en el centro mis
mo de todas las cosas, o sea «en su propia carne» , por así decirlo.
De todos modos, esta noción no parece tan abstrusa cuando ad
vertimos que «Carne» y «reversibilidad» están íntimamente aso
ciadas. 9 Las tenaces dificultades planteadas por el dualismo on
tológico clásico animan a percibir el mundo en su calidad de
fenómeno, o sea como una «organización autóctona» en la cual
son primordiales e irreductibles la reversibilidad y el entrelaza
miento de todo cuanto existe. A este respecto la última frase de
Le visible, según la cual la reversibilidad, aun cuando «siempre
inminente y nunca realizada de hecho» , 10 constituye la «Verdad
última» , 1 1 está en armonía con la anterior descripción de la «car
ne» como la <<noción última» 12 a cuya luz todas las cosas deben
ser entendidas de una manera diferente. 13 La «Carne» es en el
fondo la matriz universal de todas las reciprocidades concebi
bles, o sea que consiste, dicho de otro modo, en «la múltiple
superposición de inminentes reversibilidades» . 14
Puede decirse, por tanto, que la merleaupontiana «Ontología
de la carne» (un término de importancia crucial para nuestra
exposición ya que, como hemos visto, equivale a «ontología de
la historicidad transcendental») se propone tres objetivos prin
cipales: 1 ) excluir toda connotación antropocéntrica y subjeti
vista; 2) invalidar el sujeto metafísico y la conciencia reflexiva;
243
3) organizar una arqueología de la objetividad y la idealidad. En
definitiva la ontología de la « carne» presupone una reciprocidad
y entrelazamiento universales, responde al peligro que representa
la noción de un ser-en-sí-mismo, y supera la tentación del inma
nentismo que define el ser como ser-para-nosotros al poner en
tre paréntesis el ser-en-sí-mismo. Por consiguiente, nada debe
ser aceptado sin más: «ni la idea ingenua de un ser-en-sí-mismo,
ni la noción correlativa de un ser de representación, de un ser
para una conciencia» . 15 En el fondo ocurre que no existe antino
mia alguna entre una filosofía de la constitución trascendental y
una filosofía de la causalidad material. «Nuestro propósito es
[ ... ] mostrar que el ser-objeto, y el ser-sujeto concebido por opo
sición y relativo a él, en modo alguno constituyen una alternati
va, que el mundo percibido se halla por debajo o más allá de esta
antinomia, que el fracaso de la psicología "objetiva" -junto al
fracaso de la física "objetivista"- debe ser entendido no como
una "victoria" del "interior" sobre el "exterior" y de lo "mental"
sobre lo "material", sino como una invitación a revisar nuestra
ontología, a re-examinar las nociones de "sujeto" y "objeto" » . 16
Esta ontología, según Merleau-Ponty, «consistirá en elaborar las
nociones que deberán substituir las de objeto, sujeto, sentido» . 17
Dicho en pocas palabras, por tanto, la «carne» es la «reali
dad única» de la cual están hechos el cuerpo y las cosas, dado
que el sujeto corporal y el mundo son de hecho rigurosamente
«Simultáneos» . 18 Debe ser tenido en cuenta que Merleau-Ponty
está buscando «Una definición de ser que no sea ni ser-para-sí
mismo ni ser-en-sí-mismo, [ . . . ] que redescubra aquello que hay
más allá de la cesura impuesta por la reflexión» , 19 y que permita
a la filosofía «aprehender los fértiles momentos en los que un
sentido toma posesión de sí mismo» ya que entonces el pensa
miento podrá detectar « la misma estructura ontológica subya
ciendo a todas las relaciones» .2º Este punto de vista viene corro
borado por la significativa afirmación de que «estamos en el
244
ámbito de la historia de una manera que no difiere de la manera
como estamos en el ámbito del lenguaje o en el ámbito del ser» .21
Ya que en el «ámbito de la historia» , precisamente, no podemos
evitar encontrar <<nudos de sentido que con el tiempo serán des
anudados y que todavía más tarde serán anudados de nuevo aun
cuando de manera diferente, dando así lugar a una nueva malla
de conocimiento y experiencia». 22 Precisamente este proceso
describe la «historicidad transcendental»23 que Merleau-Ponty
identifica con la «carne»: «análisis alguno es definitivo porque
existe una carne de la historia». 24
245
tado con la relacionalidad todavía más elaborada (de segundo
orden, podria decirse) que la elusiva noción de « invisible» pro
duce la sensación de aportar, entonces sí que parece finalmente
inteligible la amalgama de constricciones y de facilitaciones en
la cual consiste el mundo social-histórico. La ontología general
merleaupontiana, por tanto, puede ahora avalar las explicacio
nes sociológicas de los fenómenos culturales.
En definitiva pretendemos mostrar que, por un lado, el rela
cionismo, reversibilismo y reciprocidad extremos de la ontolo
gía general merleaupontiana parece revocar su propia ontología
socio-cultural porque elimina de raíz cualquier enfoque propia
mente sociológico. Pero por otro lado también queremos explo
rar la posibilidad de que la misma existencia del « invisible» res
tablezca con rotundidad la validez de las disciplinas socio-cultu
rales. El legado filosófico de Merleau-Ponty, por consiguiente,
conlleva dos recalcitrantes fuentes de perplejidad que inciden
en su aplicación a la historia, la sociedad y la cultura. A conti
nuación vamos a analizarlas en el mismo orden en que las aca
bamos de esbozar.
25. Ibíd., p. 1 4 1 .
26. Ibíd., p . 1 28.
246
pueda producir cada "conciencia"»,27 razón por la cual tales enti
dades poco difieren de los sucesivos perfiles obtenidos por la per
cepción, los cuales revelan un ámbito común de referencia a pe
sar de su evidente disparidad. En resumen: si hacemos nuestra la
ontología que subyace a la preocupación merleaupontiana por la
historia, parece esfumarse toda posibilidad de entender los acon
tecimientos del pasado desde un punto de vista sociológico.
A este respecto conviene advertir que en ocasiones Merleau
Ponty aplica tácitamente el concepto de «Carne» al mundo so
cial considerado en su totalidad. Este enfoque postula la exis
tencia de una «carne del mundo social» equivalente al «ámbito
que se desarrolla por sus propios medios pero que permanece
sensible a sí mismo en todos sus aspectos» descrito por Claude
Lefort en referencia a Merleau-Ponty y en cuyo seno «la géne
sis del sentido tiene que ser indefinidamente descifrada» . Des
de luego tal ámbito pone al descubierto «la otra cara de todo
fenómeno histórico» y así podemos nosotros entender al fin
«la manera como los antagonismos que promueve un determi
nado orden de experiencia consiguen ser transferidos a un or
den diferente» .28 A pesar de ello, las ubicuas manifestaciones
de Merleau-Ponty en este mismo sentido nos llevan a conjetu
rar que tal insistencia en la «Carne del mundo social» puede
tener consecuencias indeseadas. Esto es precisamente lo que
sugiere Jonathan Murdoch cuando advierte que «SÍ abandona
mos la terminología sociológica habitual corremos el riesgo de
no poder explicar creencia alguna que tenga un alcance so
cial» . Dicho en otras palabras y con la intención de ser lo más
concisos posible: si Merleau-Ponty tiene razón y por tanto todo
cuanto hay en el mundo es reversibilidad, de manera que la
«carne» resulta ser la última y verdadera realidad, entonces es
imposible resolver la principal dificultad que plantea la investi
gación del mundo social. Ya que en tal caso la «presencia de
representaciones compartidas y de maneras de comprender co
ordinadas en individuos con percepciones y experiencias dife
rentes» , en palabras de Barry Barnes, puede resultar tan ines
crutable como la propia existencia del orden colectivo, tema
247
que notoriamente ha constituido «una permanente preocupa
ción para las ciencias sociales» .29
Tratemos de clarificar este extremo tanto como sea posible.
Como ha sido ya referido, cuando la indagación histórica adop
ta una ontología cartesiana tiende a preconstituir su objeto de
estudio de una manera tal que, como es notorio, está obligada a
escoger entre dos posibles enfoques: o el intemalista basado en
la acción voluntaria o el extemalista que atiende a la coerción
estructural. Esta disyuntiva, precisamente, desaparece con el
advenimiento de la ontología no dualista, ya que entonces la única
realidad es el inextricable entrelazamiento de los mismos ámbi
tos que el planteamiento cartesiano separaba irremisiblemente.
Dicho de otro modo: la nueva ontología primordialmente rela
cional exige revisar las distinciones propio/ajeno, sujeto/objeto,
inmanencia/transcendencia. Parece fuera de toda duda, por con
siguiente, que la adopción de una ontología no dualista y anti
cartesiana está destinada a alterar radicalmente nuestra aproxi
mación a los fenómenos históricos.
Por lo pronto conviene advertir que esta nueva ontología
obliga a descartar cualquier enfoque de carácter sociológico, ya
que invalida cualquier explicación basada en conceptos de alcance
social. No es difícil comprender las razones que justifican esta
afirmación. Ni la realidad en general, ni mucho menos la reali
dad social en particular, pueden ser exclusivamente el resultado
del entrelazamiento general que postula la ontología merleau
pontiana. Si todo cuanto hay en el mundo es entrelazamiento, la
relación de cada ser humano con los otros seres humanos con
tribuye tan poco a explicar su pensamiento, sus percepciones o
su actuación como pueda hacerlo la interacción perceptiva, cog
nitiva o discursiva que ha solido mantener a lo largo de su vida
con un elemento cualquiera de su entorno. Estas dificultades,
dicho sea de paso, evocan una perplejidad de mayor calado to
davía y producida por la infecundidad sociológica que parece
afectar a todas las ontologías y de la cual Günter Gebauer se ha
hecho portavoz: «La ontología no es una disciplina filosófica que
se preste a la descripción de la sociedad; por naturaleza es inca-
29. Barry Barnes, «Thomas Kuhn and the Problem of Social Order in Scien
ce» , en T. Nickles (ed.), Thomas Kuhn, Cambridge, Cambridge University Press,
2003, p. 1 25 .
248
paz de advertir precisamente aquello que en esencia constituye
el mundo social» . 30 O sea que difícilmente la sociedad puede
convertirse en una satisfactoria panoplia explicativa si se adopta
la ontología de la reversibilidad que propone Merleau-Ponty. En
ella la conducta perceptiva o la capacidad instituyente en modo
alguno quedan confinados en el sujeto aparentemente socializa
do, por lo cual éste no tiene ya derecho a monopolizar relevan
cia alguna. Su democión resulta tan acusada que incluso las re
laciones entre sujetos socializados sólo resultan inteligibles a la
luz de la realidad extrasubjetiva.
Tratemos de justificar esta sorprendente constatación. Mer
leau-Ponty concibe toda realidad como un entrelazamiento fun
damental donde sujeto y objeto intercambian continuamente su
situación por efecto de una universal reversibilidad. Así desapa
recen todas las distinciones entre categorías como «subjetivo» y
«objetivo» y todos los vínculos concretos actúan recíproca y en
trelazadamente. No es de extrañar, por consiguiente, que la in
definición y difuminación resultantes agraven todavía más la ya
registrada incongruencia de todas las ontologías a la hora de
incidir en la realidad social. Esta inadecuación, precisamente,
ha sido explicada por Theodor Schatzki en tiempos recientes:
«Las ontologías no son teorías explicativas. Se limitan a descri
bir caracteres, composiciones y estructuras fundamentales. Las
estructuras generales que describen no explican los fenómenos
sociales, aun cuando sugieran maneras de explicar y puedan jus
tificar enunciados generales sobre la explicación» .31
Resumiendo los resultados precedentes, de momento cabe
excluir toda posibilidad de que el universo relacional que descri
be la «ontología de la carne», y donde la reversibilidad sustenta
todas las relaciones empíricas y visibles entre las cosas reales,
pueda representar la estructura social como un ámbito de solici
taciones y de posibilitaciones recíprocas y que por tanto pueda
servir de fundamento para las explicaciones de índole sociológi
ca. Sin duda Merleau-Ponty afirmó que «hay una "carne de la
249
historia" porque en ella todo tiene consecuencias, todo cuenta
(parce qu 'en elle tout porte, tout compte)» y que por consiguiente
«análisis alguno es definitivo»32 en historia. Ahora bien: si real
mente « todo cuenta», podríamos añadir nosotros, es porque en el
fondo nada cuenta realmente. Desde luego que la ontología mer
leaupontiana insiste en que un entrelazamiento ecuménico da
lugar a la única realidad que propiamente existe y cuyos rasgos
más prominentes son la reversibilidad y la reciprocidad. Pero si
todo cuanto hay es un universo puramente relacional, añadimos
nosotros de nuevo, entonces las relaciones propiamente sociales,
al menos a primera vista, son una completa ilusión. Tanto el so
ciólogo como el historiador, por consiguiente, deberían advertir
que esta ontología parece descartar toda explicación de carácter
social a la hora de hacer inteligible cualquier modalidad de ac
ción humana.
250
paces de describirlo analíticamente. «En la medida en que veo
algo, no sé qué es lo que veo (nunca me aparece bien definida una
persona cuyo aspecto me es familiar)» . 35
Tales «invariantes» son en realidad invisibles para la percep
ción porque están ocultas en el visible y se fusionan con él en la
medida en que se manifiestan (la cultura consigue expresarlas
cuando les asigna una configuración plástica, musical o lingüís
tica). A este respecto Merleau-Ponty es reacio a aceptar una di
mensión de invisibilidad desvinculada de los aspectos fenomé
nicos de la manifestación. Por esta causa mantiene que en el
proceso que él denomina «presentación originaria» se hacen
patentes tanto el «visible» como el «invisible» . Desde luego esto
no quiere decir que en esta «protopresentación» el invisible se
convierta en visible. En realidad ocurre que el invisible es enton
ces presentado como in-presentable, con lo cual esta «no pre
sentación» exhibe de hecho el ingrediente de ausencia que toda
presencia encierra. La «presentación originaria» de aquello
que, precisamente, es originariamente «in-presentable» (la pre
sencia de la ausencia como tal ausencia, podría decirse), lleva a
conjeturar que los fenómenos emergen en tanto que dimensio
nes originarias del ser. Con ello gana credibilidad la convicción
de Merleau-Ponty sobre la universalidad de lo sensible. «La pro
pia visibilidad conlleva una no-visibilidad. [ .. ] El mundo perci
.
25 1
muy bien serlo (los aspectos recónditos o inaparentes de la cosa
--cosas escondidas, situadas "en otra parte"- [es decir, que es
tán a un tiempo] "aquí" y "en otra parte" » , a un «invisible» defi
nido como «aquello que, con relación al visible, podría no ser
visto como una cosa a pesar de todo (los existenciales del visible,
sus dimensiones, su estructura interna no figurativa)» .37
O sea que el «visible» contiene al «invisible» como la profun
didad específica que le es propia, es decir, como una especie de
armazón interno al cual esconde y pone de manifiesto al mismo
tiempo. Al contrario de lo que ocurre con las ideas plenamente
«inteligibles» , el «invisible» equivale a algo así como una «esen
cia activa» porque «no puede ser separada de las apariencias
sensibles y convertida en una segunda positividad» .38 Podemos
concluir, por tanto, que Merleau-Ponty denomina «invisible» a
la disposición fundamental de relaciones que la ontología pone
de manifiesto al analizar el universal entrelazamiento de toda
realidad y donde la homogeneidad coexiste con la diferencia.
Conviene tener muy en cuenta que, de hecho, el «invisible» es
ontológicamente tan indispensable como pueda serlo el ubicuo
«entrelazamiento» . 39 Sólo el propio «invisible» , por tanto, puede
explicar los rasgos contextuales (o el trasfondo fenoménico, si se
prefiere) que detentan una función normativa y presuponen algo
así como un «entrelazamiento» todavía mayor. Estos rasgos, pre
cisamente, fueron insistentemente indagados por Merleau-Pon
ty, hasta el punto de que el peculiar término «invisible» en el
fondo pretende poner de manifiesto al mismo tiempo su univer
salidad y su estado de ocultación. Ya que «invisible» significa
por encima de todo que el trasfondo real de nuestras percepcio
nes debe ponerse fuera de nuestro alcance y, a pesar de ello, ha
de funcionar en cualquier circunstancia para orientar en cada
momento nuestra focalización.
La lógica clasificatoria que el «invisible» parece aportar,
Merleau-Ponty la denomina «dimensionalidad» . En su opinión,
37. Ibíd., p. 3 1 1 .
38. Ibíd., p . 1 96.
39. Este estado de cosas tan contra-intuitivo, precisamente, ha sido co
mentado por Daniel Breslau aludiendo a «las relaciones de equivalencia (y
diferencia) estructural que en todo sistema son tan reales y tan necesarias
como los propios vínculos del sistema» . Cfr. D. Breslau, Sociology After Huma
nism, op. cit., p. 303.
252
efectivamente, el hecho de que existan equivalencias y diferen
cias se debe a que múltiples «dimensiones»4º están subsumidas
en una «dimensionalidad única» . Para entender a fondo qué
quiere decir «dimensionalidad» , de todos modos, conviene no
olvidar que las cosas, según Merleau-Ponty, lejos de ser idénticas
a sí mismas o de consistir en meras entidades substanciales (una
«extraña distancia» separa al sujeto de sí mismo y a cada cosa de
su propia identidad), son en realidad variantes o modificaciones
de otras cosas, de otras posiciones espacio-temporales y de otras
cualidades (en cierto modo están en «Correspondencia» con ellas),
ya que «diferenciación» también quiere decir «modulación» . Por
tanto, cosas «absolutamente ajenas unas a otras» , precisamente
porque son diferentes, «a pesar de ello están absolutamente jun
tas (sont pourtant absolument ensemble)» .41 Entre ellas existe
una especie de cohesión que las convierte en «diferencias extre
mas, divergencias extremas de un algo singular (écarts extremes
d'un meme quelque chose ) » . 42 O sea que las cosas, además de una
red de relaciones objetivas, poseen también una estructura vir
tual que «las redobla, soporta y nutre, y que en sí misma no es
una cosa sino que es posibilidad, latencia y carne de cosas» .43
Por consiguiente «cualquier entidad percibida puede ser defini
da por medio de una estructura o de un sistema de equivalencias
en tomo al cual está constituida» .44 En una perspectiva más ge
neral, Merleau-Ponty mantiene que en vez de hechos separados
unos de otros e individuados por sus esencias respectivas (las
cuales no son más que unas ilusiones propiciadas por una con
ciencia demasiado altiva), y en vez de generalizaciones abstrac
tas y de fundamentos idealizados, en realidad lo único que hay
es «Una arquitectura, una "estratificación" de fenómenos, una
253
serie de "estratos de realidad" totales»45 que se diferencian recí
procamente gracias a que el «invisible» actúa sobre un «visible»
específico. 46
Llegados a este punto estamos ya en condiciones de valorar
las consecuencias del « invisible» para la aporía que estamos in
tentando superar. Ahora podemos ya entender como sus efectos
pre-reflexivos producen la impresión de restaurar la lógica clasi
ficatoria que el entrelazamiento y el relacionismo universales
habían dado la impresión de eliminar. El invisible, efectivamen
te, parece restablecer la realidad de las relaciones diacríticas
definidas como equivalencias y diferencias estructurales (y que,
como veremos en su momento, reintroducen las estructuras pro
piamente «Sociales» en el ámbito ontológico poscartesiano, re
lacional y reversibilista). Ahora todas las cosas y todos los acon
tecimientos podrían volver a ser entidades (sociales) completas
a pesar de su constitución esencialmente reversible y de que su
frágil identidad sigue dependiendo de su posición estructural,
ya que ahora, en un segundo plano, un concluyente trasfondo de
relaciones invisibles parece fundamentar su reversible entrela
zamiento con todas las otras entidades. El «invisible» , en pocas
palabras, produce ahora la impresión de ser el horizonte oculto
pero concluyente que establece aquello que en propiedad está
presente en cada perspectiva (aun cuando nunca lo está palma
riamente en ninguna) y que, por tanto, asegura la normativa res
pecto de la cual nuestra experiencia del objeto (tal como nos lo
presenta nuestro actual enfoque) se aparta necesariamente.
45. Ibíd., p. 1 53 .
4 6 . Haciendo nuestra una sugerencia d e Alan Garfinkel, cabe afirmar que
el «invisible» conlleva la clase de contraste que con frecuencia produce un
peculiar explanandum. En el presente caso, aquello que importa explicar, lejos
de ser un simple objeto o acontecimiento, es más bien «algo así como una
situación que conlleva un espacio de alternativas específico» , lo cual da a en
tender que «si el mismo acontecimiento se halla implicado en dos espacios de
contraste diferentes, resultan dos ámbitos de cuestionamiento que no necesa
riamente obtendrán una idéntica respuesta» . Cfr. Alan Garfinkel, Fonns of
Explanation. Rethinking the Questions in Social Theory, New Haven, Yale Uni
versity Press, 1 98 1 , pp. 2 1 -22. El subrayado es de Garfinkel.
254
rece redoblado en la doctrina de Merleau-Ponty por el dispositi
vo de diferenciaciones y de equivalencias denominado «invisi
ble». Con lo cual la doctrina del «invisible» no hace más que
responder a la necesidad de que una ontología basada en la re
versibilidad haga frente a la inevitable pero ubicua difumina
ción que ella misma genera, ya que si todo cuanto hay es un
universo formado por reversibilidades, entonces es una ilusión
pensar que existe algo así como una estructuración social. Para
contrarrestar esta evidencia la propia ontología debe dar acceso
a dicha estructuración como un ámbito de constricciones y de
posibilitaciones. Las relaciones visibles entre las cosas, en una
palabra, deben quedar secundadas por una disposición invisible
de esquemas clasificatorios que abarque el espacio y el tiempo y
que por tanto disponga lo que Theodor Schatzki ha denominado
«Un ámbito de posibilidad» , noción patentemente asociada a la
«dimensionalidad» merleaupontiana que ya hemos analizado.
La especificación de Schatzki es sin duda valiosa: «la intuición
que subyace a la noción de "ámbito de posibilidad", entendido
como un aspecto pre-configurador, es que hay un límite a aque
llo que la gente puede hacer» . Alude al hecho de que «siempre
hay algo que mientras existe, de manera contingente y en con
junción con otros fenómenos, impide determinadas maneras de
actuar» .47 Por consiguiente, la «capacidad de excluir» que ejerce
la «dimensionalidad» implicada por esta constricción «está afec
tada por el desarrollo de los acontecimientos» , con lo cual nos
obliga a «concebir la constricción de una manera menos drásti
ca» ya que «implica asimismo reinterpretar el significado del
término "exclusión" ».48
En todo caso no parece desacertado conjeturar que el «invi
sible» merleaupontiano podría asegurar la existencia de un uni
verso social en el seno de una ontología reversibilista no-dualista,
ya que parece conllevar unas relaciones estructurales de equiva
lencia y de diferencia que en cierto modo restauran la legitimi
dad de las clasificaciones. Ahora se tiene la sensación de que los
255
seres humanos podrían ser localizados «Socialmente» siguiendo
las directivas del « invisible», lo cual contrasta con la opacidad
social implantada anteriormente por un entrelazamiento domi
nante. Aquéllos parecen emerger ahora de nuevo como agentes
sociales en sentido pleno, básicamente orientados a sus relacio
nes con otros agentes sociales, porque les pueden ser asignadas
sin vacilación alguna posiciones estructuralmente similares/di
ferentes en el seno mismo del « invisible» .49
Si la ontología anticartesiana parecía invalidar cualquier clase
de análisis social, por consiguiente, ahora el «invisible» produce
la sensación de venir en ayuda de una sociología que había sido
dada por irrecuperable. Parece conllevar una lógica clasificato
ria que, inesperadamente, restaura un sistema diacrítico y ase
gura un ámbito de constricciones y de posibilitaciones, con lo
cual no es aventurado conjeturar que podría reintroducir las es
tructuras sociales. En resumen: si en la ontología poscartesiana
el ubicuo entrelazamiento había parecido eliminar el universo
social y por consiguiente se tenía la impresión de que excluía
todo tipo de explicación sociológica, parece ahora que la propia
doctrina del « invisible» no solamente justifica las ambiciones de
las ciencias sociales, sino que además las hace todavía más inte
resantes. Señalemos, para acabar, que inesperadamente nuestra
indagación también confiere sentido a una críptica afirmación
del Merleau-Ponty joven al final de Ú1 estructura del comporta
miento: «más allá de una manera causalista de pensar, la cual
puede ser fácilmente un objeto de crítica (qu 'il est trap facile de
récuser), existe una verdad del sociologismo» .5º
49. Conviene aquí matizar lo siguiente. Dado que las estructuras sociales son
parte del «invisible» y que, al mismo tiempo y al igual que todas las demás cosas,
emanan del entrelazamiento universal, no son relaciones entre sujetos conside
rados como tales porque incluyen su propia interacción con el conjunto de la
realidad. Es preciso no olvidar, a este respecto, que la agencia humana depende
de la reversibilidad general. Y en la medida que los confines del espacio social
son un aspecto del «invisible» , pueden ser objeto de una confrontación reversi
ble y por tanto están destinados a cambiar con el paso del tiempo.
50. Maurice Merleau-Ponty, La structure du comportement, Paris, PUF, 1 942,
p. 238.
256
Merleau-Ponty cuando intenta explicar esta noción. Se trata ante
todo de entender realísticamente aquello que el «invisible» sig
nifica en una perspectiva histórica y social, explicando fidedig
namente si de verdad consigue implantar la lógica clasificatoria
y el sistema diacrítico que finalmente podrían asegurar un ám
bito «Social» de constricciones y de posibilitaciones. Para resol
ver estas dificultades, precisamente, hemos decidido escrutar a
fondo el pensamiento histórico y social de Merleau-Ponty. Sólo
una satisfactoria clarificación de sus ideas en tales ámbitos, ha
ciendo un especial hincapié en el alcance histórico-social de la
crucial noción de «invisible» , puede liberamos de las presentes
perplejidades. Si a primera vista los problemas que hemos ex
puesto en secciones anteriores parecen recalcitrantes, efectiva
mente, es porque las múltiples y ambiguas posiciones de Mer
leau-Ponty sobre estos temas distan de estar convincentemente
esclarecidos.
Es notorio que Merleau-Ponty no es un filósofo de la cultura
en sentido pleno, como tampoco lo es de la sociedad o de la
historia. Pero, como ya hemos referido, elaboró las bases de una
ontología social y cultural junto a una filosofía de la historia al
mismo tiempo que esbozaba su ontología general. El pensamien
to social, cultural e histórico de Merleau-Ponty, en todo caso,
propicia dos aproximaciones bien distintas. La primera consiste
en vincular sus obvias fluctuaciones e indecisiones a la evolu
ción general de su pensamiento. É ste sería el enfoque que po
dríamos llamar histórico, diacrónico o narrativo. La segunda
orientación, que con razón merece el calificativo de sistemática,
sincrónica o analítica, tiene primordialmente en cuenta la co
existencia de puntos de vista disonantes sobre cultura, sociedad
e historia en cada una de las etapas de su desarrollo filosófico.
Atiende, por tanto, al hecho de que la ambigüedad y la disper
sión de las posiciones merleaupontianas sobre cultura, sociedad
e historia difícilmente se deja explicar por la notoria y bien estu
diada evolución de sus puntos de vista más generales.
Con respecto al primero de estos posibles enfoques, o sea el
que reduce la patente fluctuación de sus opiniones de índole so
cio-histórica a la gradual maduración de un pensamiento que
nunca dejó de autocuestionarse, cabe señalar lo siguiente. Como
ya hemos referido, Merleau-Ponty esbozó conjuntamente sus dos
ontologías, la social y la general. Un incipiente bosquejo de la
257
primera aparece ya en el inesperado relieve que la Fenomenolo
gía de la percepción asigna a la historia. El argumento es bien
sencillo: del mismo modo que todo ser humano imprime un es
tilo distintivo y habitual a todas sus acciones, también solemos
advertir un sentido característico en los acontecimientos de ca
rácter social que tienen lugar en nuestro entorno. Por un lado,
cuando individual o colectivamente nos disponemos a actuar,
en cierto modo decidimos el sentido que cabe atribuir al mundo
social que enmarca nuestra prevista actuación y al «aura de ge
neralidad», como dice Merleau-Ponty, que lo impregna. Por otro
lado, conviene reconocer que el entorno cultural y social en el
que los humanos nos movemos, y que en sí mismo es una ur
dimbre de tradiciones y por tanto un precipitado histórico, nos
presenta solamente un reducido elenco de reales posibilidades
de acción. Del mismo modo que para mover mi cuerpo debo
orientar a la consecución de un objetivo preciso mis habilidades
adquiridas, una revolución política únicamente tiene lugar cuan
do la indispensable iniciativa de unos individuos subyace a unas
decisivas tensiones sociales. En ambos casos la agencia más li
bre e inventiva tiene que estar paradójicamente amalgamada con
una prontitud casi pavloviana en las respuestas. Gracias a que
los acontecimientos históricos de todo orden tienen siempre al
gún tipo de sentido, a veces sólo legible contrariando la absurdi
dad y la opacidad de todo cuanto sucede, aquello que de entrada
nos pueden parecer constricciones o condicionantes, en reali
dad nos hacen históricamente libres y creativos, paradójicamente,
en vez de convertimos en mecanizados autómatas.
Esta incipiente comprensión de la historia y de la sociedad
fue trascendida por Merleau-Ponty cuando su experiencia polí
tica se fue ampliando paralelamente a su evolución filosófica.
En esta nueva etapa el pensamiento marxista adquiere un ines
perado predominio, hasta el punto de que Merleau-Ponty llega a
defender la existencia de un sentido global en la historia, si bien
lo interpreta hegelianamente como la autoconciencia del prole
tariado en su trayectoria hacia la sociedad sin clases. La cotidia
nidad de la política y algunos acontecimientos de su tiempo como
el estalinismo, de todos modos, dieron lugar a que Merleau-Pon
ty abjurase del extremismo que animaba Humanismo y terror, y
optase por demoler la filosofía marxista de la historia en Las
aventuras de la dialéctica. En esta obra el marxismo es acusado
258
de impotencia conceptual, y en particular se le reprocha su inca
pacidad de sintetizar adecuadamente los aspectos subjetivo y
objetivo de la acción social. Las inevitables ambigüedades del
mundo histórico, por consiguiente, quedan fuera de su alcance,
no siendo capaz de comprender que liberación y coerción, acti
vidad y pasividad, o iniciativa y conformismo se requieren mu
tuamente. Queda, pues, abolida la doctrina de un sentido unívo
co y global para la historia, entendido al mismo tiempo como
«significado» y como «dirección» . La hipótesis weberiana de la
fragmentación del sentido histórico, en modo alguno unificado
por un macrosentido, ocupa ahora su lugar.
Esta descentrada coexistencia de sentidos históricos irremisi
blemente parciales, precisamente, le había sido sugerida a Mer
leau-Ponty por su pionera lectura de Saussure.51 Según esta nue
va óptica, el sentido «adviene» en la historia de un modo análogo
a como emerge en una comunidad lingüística. Sus hablantes dan
vida a unos condicionantes estructurales que ellos tajantemente
ignoran pero que a la larga son capaces de modificar por el uso
creativo y espontáneo que hacen de ellos. Esta amalgama de Marx
y Saussure, de todas maneras, fue sometida a una severa autocrí
tica por parte de Merleau-Ponty. Como consecuencia se consolidó
su convicción de que la tendencia a advertir sentido únicamente
en el mundo social-histórico es un producto de nuestra historia
cultural que tiene que ser abolido. Así se afirmó una tendencia
que había acompañado a su pensamiento ya desde La estructura
del comportamiento, primero bajo los auspicios de la Gestalt y más
tarde animado por el ejemplo de Saussure. Esta idea de base con
sistía en que el mundo natural en el cual se desenvuelve toda exis
tencia humana es ya por sí mismo un ámbito de formas interde
pendieptes que se organizan por sí mismas y del cual emergen los
5 1 . Siempre que sea tenido en cuenta, claro está, que esta lectura merleau
pontiana de Saussure fue característicamente infiel. James Schmidt es impla
cablemente cáustico a este respecto: en la novedosa concepción del sentido
histórico que estamos glosando «la historia social del advenimiento del senti
do se parecerá a la historia del advenimiento de los estilos y las escuelas en
pintura, los cuales, a su vez, se parecen a la "lingüística sincrónica de la pala
bra", aun cuando ésta, por su parte, no se parezca en absoluto al Curso de
lingüística general» . Cfr. James Schmidt, Maurice Merleau-Ponty. Between Phe
nomenology and Structuralism, Nueva York, St. Martin's Press, 1985, p. 1 37 [el
subrayado es de Schmidt].
259
sentidos que nutren (y que a la vez son condicionados por) el sen
tido propiamente social-humano. Esta concepción, por último,
resultó perfeccionada con el relacionismo que caracteriza a la
ontología del visible y el invisible, donde la reversibilidad y la reci
procidad entre nosotros mismos, los demás, y todos los procesos
naturales constituye la única realidad.
260
según la cual «solamente encontramos en la historia aquello que
nosotros mismos ponemos en ella» ( «On ne trouve dans l'histoire
que ce qu 'on y met soi-rnéme»), de manera que el sentido, después
de todo, puede ser descrito como trascendencia. 53
La presente sección, en todo caso, explora la persistente pre
dilección de Merleau-Ponty por una de estas posiciones, preci
samente la que afirma que todos los modos de articular el mun
do son ca-originarios. 54 Esto quiere decir que no existe jerarquía
alguna entre las estructuras pre-significativas y las propiamente
significativas, o sea que no hay propiamente emergencia o tran
sición alguna a las significaciones de rango presuntamente su
perior. Por tanto el universo del sentido está anclado en el mun
do visible, y en modo alguno le ha sido sobreimpuesto con el
advenimiento de la humanidad. El «visible» , por tanto, sustenta
un sentido «autóctono» o «nativo» («existe un sentido autóctono
del mundo que fundamenta toda Sinngebung [donación de sen
tido] digna de este nombre y que es constituido en el intercam
bio que el mundo mantiene con nuestra existencia encarnada»), 55
y es por esta razón que puede afirmarse que la percepción es ya
de entrada simbolismo. Hay, pues, un atajo que desde el com
portamiento vivido conduce a la expresión simbólica, dado que
las cosas poseen un sentido que es al mismo tiempo inmanente,
originario e irreducible. Esta emergencia de la significación a
partir del sentido perceptivo, precisamente, es designada por
Merleau-Ponty con el término de «expresión», un fenómeno cru
cial que le orientó en su aproximación a la historia y que sobre
todo le llevó a concluir, en la formulación de James Schmidt,
que «la historia tiene un sentido56 de la misma manera que la
26 1
vida individual» . Siempre que sea tenido en cuenta, prosigue
Schmidt, que si bien «nada en el mundo asegura que una ida o
una historia tendrá solamente un sentido de principio a fin, a
pesar de ello las vidas y las historias están condenadas al senti
do» ya que «les es imposible no expresar algo» .57 Todas las varie
dades de sentido, en pocas palabras, emergen juntamente con la
percepción o sea que son co-surgentes con ella. Se despliegan y
expanden a partir de la urdimbre ontológica, o bien, como Mer
leau-Ponty dice en .Le visible, están «extraídas» de ella, son «aber
tura o sublimación, y en modo alguno producción» . 58 Ocurre
por tanto como si a las incitaciones del mundo, a los «signos
diseminados» que éste emite («damos a la historia el sentido que
ella tiene, pero no sin que ella nos lo proponga [mais non sans
qu 'elle nous le propase] » ),59 correspondieran estrictamente «los
poderes de donar sentido que el cuerpo posee», como dice la
Fenomenología de la percepción, de manera que el sentido de la
historia, después de todo, se encuentra « inmanente en los acon
tecimientos interhumanos» .6º
En medio de un ubicuo entrelazamiento, por consiguiente,
historia y sociedad aparecen estrechamente vinculadas. Hay un
inestimable comentario de Le visible sobre este tema: la «esencia
de la historia» , dice Merleau-Ponty, no es más que «el ser socie
dad de una sociedad (l'etre société d'une société)», es decir, «esa
término pretende indicar que la historia tiene sentido porque sus distintas
dimensiones están relacionadas por un proceso de expresión recíproca.
57. J. Schmidt, Maurice Merleau-Ponty, op. cit., 1 2 1 . «La expresión conti
núa la historia y al mismo tiempo la recrea» , dice Merleau-Ponty en La prosa
del mundo.
58. Nick Crossley considera que esta extrema acentuación de la continui
dad es una especie de residuo fenomenológico: «En la medida que la fenome
nología se convierte en una filosofía de la historia, da un nuevo paso atrás
[después de dar el "paso atrás" con respecto del mundo que es precisamente la
seña de identidad fenomenológica], trocando su centramiento en el sujeto
situado e instituyente por el centramiento en las situaciones e instituciones
(teóricas) vividas por múltiples sujetos entrelazados y en interacción». Nick
Crossley, «Phenomenology, Structuralism and History: Merleau-Ponty's So
cial Theory», Theoria 1 03, 2004, p. 1 09.
59. M. Merleau-Ponty, Phénoménologie de la perception, op. cit., p. 5 1 3 .
60. M. Merleau-Ponty, Éloge de la philosophie, op. cit., p. 1 2 . Efectivamente,
«el mundo histórico es siempre un intra-mundo donde mis opiniones y mis
acciones intersectan con las de los demás» . Cfr. M. Merleau-Ponty, Le visible et
!'invisible, op. cit., p. 1 1 6.
262
totalidad que congrega todas las opiniones y todos los proyec
tos» y que «no es el espíritu colectivo, como no es ni un sujeto ni
un objeto, y sin embargo sí que es su tejido conjuntivo» .61 De
esta manera el existencialista Merleau-Ponty elude la necesidad
de decidir entre las explicaciones puramente idealistas o las es
trictamente empíricas. Su característica predilección por la «am
bigüedad» , traspuesta aquí a término ontológicos, se convierte
en la patente «reversibilidad» que contribuye a esclarecer el cru
cial término «lneinander» : no somos ni sujetos absolutamente
libres ni objetos inertes, y reducimos a mentes o a cuerpos con
tradice esta fundamental indistinción. Existimos en tanto que
cuerpos vividos de parte a parte y que fluctúan ambiguamente
entre los polos fraudulentos del sujeto y el objeto puros. Precisa
mente porque no admite incongruencia alguna entre el libre al
bedrío y la coerción social, la historia es designada por Merleau
Ponty como un milieu louche. Esto significa que, en historia, la
inercia de las condiciones objetivas coexiste impasiblemente con
la autodeterminación. No es de extrañar, por consiguiente, que
Merleau-Ponty afirme que todo lo histórico requiere un comen
tario virtualmente inacabable, o dicho de otro modo, que la his
toria es precisamente aquello que nunca es posible analizar ex
haustivamente. Un cometido historiográfico cualquiera, en con
secuencia, tiene sólo dos caminos ante sí. O bien fluctúa sin
descanso entre los hechos brutos y las significaciones ideales, o
bien intenta explorar el inter-mundo que Merleau-Ponty deno
mina la «carne» (chair) de la historia, donde «los nudos de senti
do son constantemente desanudados para ser anudados de nue
vo con posterioridad» . 62
Si la realidad resulta estructurada, por tanto, es porque pe
rennemente demanda o solicita nuevos sistemas de valores u or
denaciones fundamentales (mallas culturales insólitas o institu
ciones inéditas, en pocas palabras) que actúan como donadores
de sentido. Son de hecho « "verdades" relativas o convenciona
les» , dos ejemplos de las cuales, con frecuencia mencionados
por Merleau-Ponty, son el marxismo y la perspectiva renacentis
ta en pintura. En todo caso, la «demanda» básica que efectúa la
realidad en su postulación de sentido es designada de diversas
6 1 . Jbíd., p. 228.
62. M. Merleau-Ponty, Signes, op. cit., p. 1 78.
263
maneras por Merleau-Ponty: «historicidad primordial»63 (histo
ricité primordiale), «historia de las profundidades (histoire des
profondeurs)», «historia vertical» o «interior», y también «histo
ria en la historia». Como manifiesta en Humanismo y terror, «la
historia tiene una Gestalt» , ya que equivale a «Un sistema holís
tico que progresa hacia un estado de equilibrio»,64 de manera
que su dinámica, por decirlo así, constantemente se rebasa a sí
misma. Esta circunstancia explica la predilección que Merleau
Ponty siempre sintió por el tema de la presencia del pasado en
medio de nuestro presente, junto a la todavía más interesante
presencia del pasado en el futuro. «El verdadero significado del
concepto de historia -mantiene Merleau-Ponty- se halla vincu
lado al hecho de que cualquier expresión está íntimamente co
nectada con cualquier otra», y por esta razón está prefigurado
«en el arte y en el lenguaje» .65 Prima sobre estas consideracio
nes, de todos modos, la esencial creencia merleaupontiana de
que «las cosas no son mudas» y que por tanto la historia peren
nemente genera por sus propios medios sus configuraciones ca
racterísticas. «El acontecer de la historia -comenta Revault
d'Allonnes- está anclado en la expresión primordial, en la ma
nera como el ser humano y el mundo se ca-pertenecen (la co
appartenance de l'homme et du monde)» . 66
Para acabar conviene advertir que desde el punto de vista
que estamos glosando no puede ser hecha distinción alguna en
tre sociedad y cultura porque ambas forman un todo que emer
ge o cristaliza a partir de una realidad dotada de unas cualida
des que connotan agencia y espontaneidad. La cultura, por tan
to, lejos de ser una especie de «revestimiento exterior» es más
bien una instancia capaz de articular (y de ser articulada) como
si fuera un horizonte absoluto, disposición que refuerza la tesis
sobre el «hiperculturalismo» merleaupontiano que examinare
mos en la última sección. «Gracias a la cultura yo habito vidas
que no son la mía» .67 O sea que al igual que ocurre con el lengua-
264
je (y paralelamente a él), la cultura está enraizada en -y conti
nuamente comprometida con- la condensación pre-cognitiva
del sentido. Por tanto, no solamente el lenguaje está siempre aquí,
en opinión de Merleau-Ponty, sino que precisamente en el ámbi
to cultural tiene lugar la inauguración, sedimentación y meta
morfosis de las entidades visibles e invisibles a todos los niveles,
tal como recoge el crucial concepto de «institución».
265
Esta decantación subjetivista de Merleau-Ponty, a pesar de
todo, dista mucho de ser concluyente, aun cuando pueda parecer
lo en una primera y apresurada impresión. Ya que el aspecto real
mente crucial de la presente problemática podría ser muy bien,
como ha afirmado James Schmidt, que «buena parte de la critica
que Merleau-Ponty dirige a Marx y a Husserl tiene un gran pareci
do con las líneas generales del pensamiento francés en la década
que siguió a su muerte. Su "defenestración del cogito" culminó en
el intento de elaborar una ontología que prescindiera de las cate
gorias convencionales de la "filosofía de la conciencia" [ . ]; su
..
266
te, como la materialización de una decisiva estructura interna.
Advirtiendo esta irresolución, Nick Crossley ha llegado a mante
ner que «Merleau-Ponty no fue el subjetivista estrecho de miras
que sus críticos de más acusada decantación sociológica han
creído entrever» .71 En una de las notas de trabajo de Le- visible,
precisamente, Merleau-Ponty cuestiona su anterior inclinación
a escrutar el «equivalente vivido» de las estructuras. «La filoso
fía no tiene nada que ver con el privilegio de los Erlebnisse [las
experiencias vividas]. [. . . ] La interioridad que busca el filósofo es
intersubjetividad, o sea la Urgemeinstiftung [la institución origi
nariamente compartida] que es mucho más que simple "expe
riencia vivida" » .72 Si por un lado esta intersubjetividad, como
hemos ya visto, de hecho nos conecta con la urdimbre más ínti
ma de la historia, por otro lado origina una especie de «espacio
social», pues las vidas humanas se solapan e interpenetran gra
cias a las prácticas «Comunicativas» . (Conviene admitir, dicho
sea de paso, que este planteamiento corre el riesgo de reabrir el
viejo debate entre historia social e intelectual, ya que si da por
supuesto que las ideas meramente legitiman las prácticas «Co
municativas», las acaba relegando a un rol puramente superes
tructura!.) Es preciso entender este «espacio social», en todo caso,
como una entidad relacional pero clausurada, lo cual significa
que el sentido de cualquier elemento procede de la totalidad de
los mismos, y viceversa. Por tanto se trata de un «espacio so
cial», en palabras de Nick Crossley, «el cual los agentes sociales
ocupan pero al cual también incorporan o internalizan, de ma
nera que simultáneamente reside en ellos mismos y les es exte
rior» . 73 Resulta, por consiguiente, que una «socialización» pre
reflexiva y pre-personal organiza la percepción y el juicio («lo
social está ya ahí cuando empezamos a conocerlo o a juzgar
lo» ),74 precede a nuestro ingreso en el lenguaje y la cultura, y
267
asegura nuestra inmersión colectiva en las estructuras funda
mentales de la historia que Merleau-Ponty denomina «historici
dad primordial» .75
Sea como sea, el caso es que los numerosos pasajes de la obra
merleaupontiana donde los aspectos más originarios de la reali
dad parecen tener la última palabra sobre el sentido que la acción
humana acabará asignándoles, inevitablemente dan pie a la con
jetura de una decantación tardía hacia la objetividad. Entre tales
pasajes destacan aquellos que interpretan la trascendencia del
sentido histórico como «latencia» ostensible de los propios he
chos, o bien como su «fecundidad» o «productividad» infinitas.
En otras ocasiones, sin embargo, Merleau-Ponty se expresa sobre
este asunto con una desconcertante claridad. Así ocurre cuando
afirma en Signos que «la estructura está ahí, fuera de nosotros, en
los sistemas sociales»,76 o cuando admite que la «idealidad», en
tendida como un «universo de sentido» o Kulturwelt, «es exacta
mente el lugar mismo [le lieu meme] de la historia». 77 De todos
modos el término «idealidad» no debería desorientarnos. En opi
nión de Merleau-Ponty no existen idealidades impecables, ahistó
ricas o intemporales, como ha mostrado Ramírez Cobián, porque
idealidad alguna presupone un pensamiento puro: «la tradición
empuja hacia adelante -dice Merleau-Ponty- precisamente a
causa de que el pensamiento no la posee» . 78 Éste es precisamente
el sentido de la célebre frase husserliana «la tradición es el olvido
del origen», ya que una tradición desprovista de proyecto cons
ciente contiene como posibilidad los momentos todavía por venir
e incluso en cierta manera los anticipa. «Por medio de un proceso
de auto-afección, la tradición constituye un "tiempo propio" que
se autodefine por su relación interna con los momentos que le
preceden y que le siguen, y así suscita un "mundo de sentido"» . 79
A pesar de su copiosa deuda con el legado espiritual de Max
Weber, como será mostrado en la próxima sección, Merleau-Ponty
268
también defiende una lectura de la obra weberiana que no es
exagerado calificar de «estructuralista» , con lo cual subraya el
aspecto de su propio pensamiento que aquí estamos tratando de
especificar. James Schmidt ha percibido con claridad esta ambi
valencia: «Gran parte de la lectura merleaupontiana de Max
Weber choca frontalmente con las interpretaciones que le atri
buyen la exigencia de entender las acciones sociales a partir del
"sentido subjetivo" que les asignan sus autores» . Merleau-Ponty,
en contraste, recalca en Las aventuras de la dialéctica y en refe
rencia a Weber, que «no se trata de coincidir con lo que ha sido
vivido sino más bien de descifrar el sentido total de lo que ha sido
hecho». Si bien Merleau-Ponty continua valorando «la perspec
tiva del agente» , admite en este pasaje que el intérprete de la
acción social debe reconstruir también «el contenido objetivo»
de la situación.80
269
del legado de Max Weber se suceden de manera más o menos
disimulada. Entre ellas destaca la convicción de que a lo largo
de la historia unos sistemas cerrados de sentido han sido sobreim
puestos a una realidad bruta y desestructurada que en sí misma
no ha sufrido alteración alguna. La fidelidad a la herencia webe
riana, 82 además, queda puesta de manifiesto por el entrelaza
miento entre cultura y sociedad que resulta en una concepción
de la historia donde la quimera de un sentido global ha desapa
recido y tan sólo son registrados unos sentidos de alcance res
tringido. «Precisamente porque la historia es siempre historia es
imposible negarle un sentido cuando menos fragmentario» . 83 En
la presente perspectiva, no hace falta decirlo, la idea de una arbi
traria institución expresiva es substituida por una combinación
de elementos discretos. Y también desaparece la creencia en un
sentido unívoco entendido como una orientación global: «para
Merleau-Ponty la historia no es un monolito, no es una presen
cia pura que progresa hacia un sentido inequívoco» .84 Desde este
punto de vista, por consiguiente, la historia no es más que «Un
interlocutor trastomado»85 que en palabras de John Compton
«preserva y elimina tanto el sentido como el sinsentido, y sola
mente accede a que la iniciativa humana recoja signos disemi
nados y modele formas inéditas de vida».86 No hace falta decir,
llegados a este punto, que la discutible existencia de estos «signos
diseminados» es el verdadero fondo de la cuestión. ¿Es la cultura
un conjunto de rasgos en cierto modo abstraídos de una reali
dad que los pre-contenía, o bien es exclusivamente un resultado
de las intenciones y las actitudes del ser humano? Las redes de
sentido, ¿no son más que proyecciones subjetivas, o como dice
82. La notoria «eterna juventud» o ewige Jugend de las ciencias sociales se
gún Max Weber encuentra aquí su equivalente en la insistencia de Merleau
Ponty en pensar la historia al mismo tiempo que la sociedad, siempre teniendo
en cuenta que la historia es, en su opinión, «inevitablemente incompleta», «no
coincidente» , «perpetuamente trascendente» y siempre habitada por el écart.
83. M. Merleau-Ponty, Phénoménologie de la perception, op. cit., p. 5 1 2.
84. D. Davis, Ontology and History in Merleau-Ponty's Later Philosophy, op.
cit., p. 93.
85. M. Merleau-Ponty, Les aventures de la dialectique, op. cit., p. 22.
86. John C. Compton, recensión de: J. Schmidt, Maurice Merleau-Ponty, op.
cit., en History and Theory 2613 ( 1 987), p. 372. En consecuencia, «Un sistema
simbólico parcial confiere estructura a las acciones de los agentes y, a su vez,
recibe de ellos su propia estructura» (ídem).
270
Merleau-Ponty, «matrices simbólicas que no preexisten en lugar
alguno» ?87 En tal caso, ¿el presunto sistema trans-subjetivo de
referencia queda reducido a un trasfondo externo y fundamen
talmente absurdo? ¿O más bien ocurre que el mundo realmente
emite los «signos diseminados» que ya hemos mencionado, y
por tanto emerge como un efectivo sistema de referencia y no
como un mero substrato inerte para todas las proyecciones de
sentido?
Merleau-Ponty afrontó todas estas perplejidades en sus fre
cuentes episodios de weberianismo. Consistieron en eliminar
cualquier duda sobre la existencia de esquemas interpretativos
o «núcleos inteligibles de la historia»,88 totalizadores y relativa
mente autosuficientes, provistos de una lógica autónoma pero
sólo relativamente racionalizables, y por encima de todo dirigi
dos al mundo en su calidad de horizonte pre-donado aun cuan
do intrínsecamente problemático. Tan problemático que Le visi
ble lo describe como una especie de retaguardia «Salvaje» que
admite un número indefinido de interpretaciones y que por tan
to está en sintonía con los «poderes donadores de sentido que
son propios del cuerpo», como ya mantenía la Fenomenología de
la percepción, y gracias a los cuales «segrega un valor que no
procede de parte alguna » . Desde luego Merleau-Ponty no es par
co en palabras cuando defiende la existencia de una razón inter
pretativa que va mucho más allá de la inteligencia analítica. En
Las aventuras de la dialéctica llega a respaldar la definición we
beriana de cultura como «una realidad fragmentaria y cerrada
en sí misma que ha sido abstraída de un número infinito de acon
tecimientos» y a la que además «le han sido asignados sentido e
importancia» como consecuencia de «la capacidad de tomar
posición con respecto al mundo y así conferirle sentido» que
caracteriza a los seres humanos. No es extraño, por consiguien
te, que Merleau-Ponty conciba el conocimiento como «una par
ticularidad que poseen ciertas configuraciones socio-históricas»89
y que a su vez se resiste a ser explicada objetivamente. En su
opinión, la circunstancia fundamental en el presente contexto
27 1
es que «la verdadera historia vive totalmente a costa de nosotros
(l'histoire vraie vit toute entiere de nous)» .9º
Es notoria la convicción de Max Weber según la cual la histo
ria carece de sentido intrínseco y por consiguiente nuestras cons
trucciones históricas están determinadas por nuestros intereses
dominantes. Aquello que nos parece «interesante» o «importan
te» en el pasado, en otras palabras, es un reflejo de nuestras pro
pias valoraciones y no de las de nuestros predecesores. Si por un
lado es imposible justificar científicamente los valores en cuanto
tales, afirma Weber, por otro lado tampoco existe posibilidad al
guna de acotar una gama de eventuales valoraciones que, al me
nos en teoría, se extiende hasta el infinito, o de eliminar por me
dios racionales algunas valoraciones extravagantes y trocarlas por
enfoques más realistas. De hecho Weber está secundando la epis
temología construccionista de Heinrich Rickert y su tesis central
de que solamente la conceptualización consigue hacer inteligible
la realidad. Aunque difiere de Rickert sobre el tema de la objetivi
dad de los valores, Weber también orienta su metodología a la
construcción de las abstracciones intersubjetivamente significa
tivas que extrae de una realidad infinitamente más vasta y que él
denomina «tipos ideales» . De todos modos Merleau-Ponty espe
ra eludir el relativismo implicado por su decantación weberiana
a base de enfrentar unos con otros los propios «esquemas inte
rrogativos» que su indagación identifica. Aun cuando propone
«una visión alternativa de la historia como una serie de historias
múltiples y locales, cada una de ellas definida por su peculiar
matriz simbólica» ,91 de hecho se esfuerza por alcanzar una pecu
liar objetividad «lateral» que define como la única verdad digna
de este nombre.
Conviene tener en cuenta que, a pesar de las apariencias, la
importancia asignada por Merleau-Ponty a la decisiva donación
de sentido que efectúan las formaciones culturales, no es incom
patible con el «individualismo metodológico» notoriamente de
fendido por Weber. Si bien es cierto que en opinión de Merleau
Ponty la historia «está vinculada con las prácticas individuales,
con la interioridad» ,92 este punto de partida aparentemente ah-
272
soluto prepara en realidad «el "advenimiento del sentido", o sea
el momento en el cual una serie de actos individuales pasan a
formar una totalidad dotada de un sentido que supera con cre
ces al contenido de cualquier acto expresivo» .93 O sea que Mer
leau-Ponty se resiste a entender la historia como una sucesión
de «acontecimientos» y decide pensarla como un proceso en el
seno del cual el sentido «adviene» . Esto quiere decir que el senti
do «emerge» en el curso de la historia y que lo hace de tal mane
ra que transciende a su propio tiempo y puede llegar a ser efectivo
en el momento actual. Así debe ser entendido el término «emer
gencia» en nuestro contexto merleaupontiano. El cogito carte
siano, la revolución francesa, el sentido de la geometría en la
interpretación de Husserl, o incluso el impacto causado por todo
gran pintor en la historia global de la pintura, son ejemplos pró
digamente citados por Merleau-Ponty de esta peculiar manera
de «advenir».
También es importante advertir que en el presente contexto
el «advenimiento» del sentido conlleva asimismo su «institución»,
y que este término es homólogo con los de «estructura» o de
Gestalt. Así señala Merleau-Ponty que todas las configuraciones
culturales son de hecho ejemplos de Gestalt (uno de sus modelos
favoritos es el partido comunista), pues funcionan como «uni
dades de significación»94 o incluso como «identidades históri
cas» donde cada elemento únicamente adquiere su sentido me
diante su vinculación con todos los demás y de manera comple
tamente independiente de la participación del sujeto. Y en lo
que se refiere a la «institución» , Merleau-Ponty la define como
«la asunción y la incorporación de un sistema simbólico por parte
del sujeto como una manera de proceder o un estilo englobante,
sin que en modo alguno le sea necesario concebirlo».95 No hace
273
falta decir que en este contexto asoma un rasgo distintivo del
pensamiento weberiano: tanto la cultura como la sociedad son
Gestalten, constantemente asociadas, solidificadas y organiza
das en forma de configuraciones específicas, de modo que tam
bién a la cultura le es asignada eficacia causal: «los asuntos eco
nómicos y los de índole cultural son la misma clase de asunto» ,96
o también: «las fuerzas productivas en economía poseen signifi
cación cultural, y del mismo modo las ideologías tienen efectos
económicos» .97 Con lo cual todas estas agencias llegan a equili
brarse: «la historia opera un trueque entre todos los órdenes de
la actividad humana, de manera que ninguno de ellos puede arro
garse la dignidad de ser una causa exclusiva» .98 Como ha señala
do Xavier Guchet, «la teoría merleaupontiana de las funciones
simbólicas percibe estructuras ( Gestalten) por todas partes» , y
esta acuidad le permite «poner de manifiesto todas las parado
jas históricas sin destruirlas al mismo tiempo, rompiendo así
con la filosofía de las construcciones a priori y también con la
idea de un proceso histórico "objetivo"» .99 Ya que «simbolizar»
en modo alguno significa para Merleau-Ponty copiar o repre
sentar un determinado aspecto del mundo. Por encima de todo
quiere decir acceder a un mundo considerado en sí mismo, o como
dice nuestro autor, a una «parte total» o un «Órgano» del mundo.
Siempre teniendo en cuenta, claro está, que Merleau-Ponty en
tiende por « mundo» una entidad paradójica, a un tiempo cohe
rente y abierta, visible e invisible, y por encima de todo transcen
dente. Precisamente nuestro posicionamiento cultural, resultado
de unos horizontes culturales siempre parcialmente inconmen
surables, nos asegura el único acceso posible a este desconcer
tante «mundo».
La decantación «weberiana» de Merleau-Ponty, en resumen,
mantiene que la ultima ratio de todo cuanto existe la deciden las
« estructuras interrogativas» o las «historias verticales de la ver
dad» porque son capaces de articular diferentemente una idén
tica realidad en sí misma desestructurada e inexpresiva. Desde
274
este punto de vista, las tradiciones y las instituciones culturales,
las mentalidades colectivas y los acontecimientos políticos están
lejos de ser unos elementos funcionales orientados a resolver los
problemas que parecen justificar su existencia. Al contrario: son
maneras abiertas de cuestionar la realidad 100 que no solamente
operan con sus manifiestos procedimientos de exploración sino
que son especialmente eficaces gracias al « in-pensado» que les
acompaña. Esto significa, según Merleau-Ponty, que la imposi
ción de sentido que efectúa toda cultura siempre conlleva unos
aspectos «in-pensados» , inexpresados o indetectados que llega
rían a emerger si se dieran unas premisas culturales distintas.
Merleau-Ponty emplea su idiosincrásico vocabulario para poner
de manifiesto esta posibilidad: «El mundo natural no es más que
el lugar propio de todos los temas y de todos los estilos posi
bles».101 No debe extrañar, por consiguiente, su creencia de que
la tarea propia de la antropología cultural es en realidad el vela
do cometido de toda filosofía. Éste solamente puede consistir,
según Merleau-Ponty, en una paciente comunicación con el ob
jeto indagado. Únicamente este íntimo contacto, efectivamente,
pondrá de manifiesto la capacidad esclarecedora que poseen
tanto lo familiar como lo extraño cuando se iluminan y rectifi
can recíprocamente.
O sea que es plausible entender el esotérico «invisible» mer
leaupontiano como el peculiar orden de cosas que precisamente
una cultura diferente de la nuestra puede poner de manifiesto,
pero respecto del cual nuestra propia percepción cultural perma
necerá ciega. Es precisamente en este sentido que toda percep
ción puede ser interpretada como una especie de micro-cultura.
«El mundo será siempre como el Foro Romano, [porque] en el
"visible" no hay otra cosa más que las ruinas del espíritu».1 02 Toda
cultura, efectivamente, es una idiosincrásica articulación de un
mundo inexhaustible. O dicho de otro modo, es el aspecto super
ficial de una realidad profunda que es precisamente el «invisible» .
(Por supuesto que este «invisible» es incomparablemente más for
midable que la banal «historicidad comunitaria que se oculta en
275
la estructuración impuesta por las síntesis pasivas» y que en for
ma de «sentido sedimentado» consigue «pre-estructurar nuestra
experiencia del mundo».)1 03 Sucede, en suma, que toda cosa o
acontecimiento percibidos son el ingrediente «visible» de una «pro
fundidad que todavía reserva diversos órdenes de relaciones a
nuestra consideración»,1 04 precisamente aquellos que determina
das culturas podrían advertir pero que permanecen opacos para
la cultura específica que determina nuestras propias maneras de
ver, creer, sentir, relacionarnos, actuar e identificar.
Llegados a este punto estamos ya en condiciones de confir
mar la presunta capacidad estructuradora, estratificadora y di
ferenciadora del «invisible» . Además, ahora la podemos com
prender a fondo con sólo advertir que el poder determinador
que es consubstancial a cualquier cultura, en el caso del «invisi
ble» aparece espectacularmente incrementado ya que éste con
densa los efectos de innumerables culturas virtuales. Este aco
pio, a su vez, produce inevitablemente una sobredeterminación
clasificadora y diferenciadora. Podemos concluir, en consecuen
cia, que las proclividades weberianas que hemos detectado en el
pensamiento de Merleau-Ponty nos han permitido alcanzar fi
nalmente una explicación satisfactoria tanto de las obscurida
des en torno al propio « invisible» como de su capacidad estrati
ficadora y clasificadora.
276
ción merleaupontiana hacia un subrepticio hiperculturalismo,
es decir, una exaltación del punto de vista, actualmente muy
popular, según el cual a la cultura corresponde de hecho la últi
ma palabra en todo aquello que tiene que ver con la sociedad. 105
Desde luego conviene esclarecer este importante extremo. En
una perspectiva general, el término «culturalismo» simplemen
te da a entender que la cultura determina a la sociedad (después
de todo, la idea de «clase» y otras afines a ella no son más que un
modo de «estar-con-los-otros» , como diría Merleau-Ponty), y que
de hecho todos las modalidades de relación social están basadas
en determinadas maneras de sentir, comportarse, creer e identi
ficar, o sea que se fundamentan en aquello que tácitamente se da
por supuesto. Ya en la Fenomenología de la percepción parece
receptivo Merleau-Ponty a este punto de vista: «No es el sistema
económico, ni tampoco la sociedad en tanto que sistema de fuer
zas impersonales, aquello que me convierte en proletario; pero
sí que es la presencia de estas mismas instituciones en la medida
en que las llevo en mí mismo y forman parte de mi experiencia.
Tampoco es una desmotivada operación intelectual, pero sí que
es mi manera de "estar en el mundo", envuelta en un dispositivo
institucional específico». 1º6 Puede ser afirmado, por tanto, que
por encima de todo el «culturalismo» enaltece aquellas prácti
cas o estructuras mentales que una determinada sociedad
comparte. No solamente la vida cultural y la mentalidad colecti
va resultan segregadas de los procesos sociales, sino que además
aquéllas se convierten en un determinante primordial de la rea
lidad histórica. Por tanto las relaciones sociales en modo alguno
son anteriores a las culturales, y en menor medida todavía las
determinan; lo contrario es precisamente lo que ocurre, y el pro
pio ámbito de las relaciones sociales es producido por las prácti
cas culturales, las cuales no pueden ser deducidas de una pre
sunta dimensión extra-cultural de la experiencia. Todas las prác-
1 05. Conviene ser muy claros a este respecto: «weberianismo» quiere decir
que también la cultura es causalmente eficaz. «Culturalismo», en cambio, quiere
decir que carece de sentido postular la existencia de fuerzas macro-causales
diferentes de la cultura.
1 06. M. Merleau-Ponty, Phénoménologie de la perception, op. cit., p. 506.
Por supuesto que este párrafo parece contradecir de manera característica las
inclinaciones «protoestructuralistas» de Merleau-Ponty, si bien en compensa
ción es una prueba a favor de las raíces merleaupontianas de Pierre Bourdieu.
277
ticas dependen de las representaciones culturales mediante las
cuales los seres humanos intentan dar sentido al mundo. La cul
tura, en una palabra, no puede seguir siendo considerada como
una especie de epifenómeno si se admite que los aspectos más
fundamentales de la vida humana son construidos en el seno de
la cultura y exclusivamente por medio de ella.
A las tres precedentes lecturas del pensamiento social-históri
co de Merleau-Ponty ( «lneinander profundo» , «proto-estructura
lismo» y «weberianismo encubierto»), por consiguiente, ahora
debemos añadir como cuarta decantación un subrepticio pero
decisivo «hiper-culturalismo». Existen poderosas razones, efecti
vamente, para atribuirle algunas extremas inclinaciones cultura
listas. Si bien como pensador consideraba fundamental entender
los aspectos sociales e históricos de la vida humana, lo cierto es
que prestó una atención preponderante a la dimensión cultural
de la existencia. Merleau-Ponty siempre fue sensible al hecho de
que las relaciones sociales, en último término, se fundamentan en
las maneras de actuar, de pensar y de percibir, en todo aquello que
ha sido asumido al haber sido considerado incuestionable. Man
tuvo repetidamente que las estructuras resultan perpetuadas y
continuamente «coherentemente deformadas» por efecto de las
prácticas culturales que son su única manera efectiva y concreta
de existir. No cabe duda de que las estructuras pueden ser exterio
res a los seres humanos, pero no es menos cierto que están encar
nadas o personificadas en las correspondientes maneras de pen
sar, ver, relacionarse y actuar. Estas banalidades son evidentemente
ubicuas en el pensamiento merleaupontiano, por lo cual no debe
sorprendernos que Johann Arnason haya advertido en él «Un aro
ma inconfundiblemente culturalista». Si admitimos con Merleau
Ponty que «el componente cultural de la realidad social hace in
sostenible una concepción objetivista de la sociología» , también
tendremos que aceptar la perentoria necesidad de «Un nuevo aná
lisis de la cultura en tanto que conformación interpretativa de la
condición humana» . 107
Merleau-Ponty fue un clarividente precursor del idealismo
cultural que más tarde promovió el llamado «giro lingüístico» al
declarar que la cultura, entendida como un mecanismo autosu-
278
ficiente de construcción social, de hecho precedía al mundo y
además lo hacía inteligible en la medida en que lo había edifica
do de acuerdo con sus propios criterios de donación de sentido.
Mantuvo que los «hechos» que registran las ciencias sociales «no
hablan por sí mismos» y por tanto deben ser obligatoriamente
interpretados. «Cualquier acción, incluso una guerra, es siem
pre una acción simbólica». 1º8 Esta transposición, al parecer de
Merleau-Ponty, justifica que los filósofos intervengan en las cien
cias sociales. Sin embargo también era consciente de que un
concepto de cultura convertido en preponderante factor de cam
bio histórico plantea unos problemas recalcitrantes a la explica
ción historiográfica. Efectivamente: si todas las prácticas están
culturalmente orientadas, si todos los sentidos dependen del
contexto cultural, no se acaba de ver claro en qué puede estar
basada una explicación causal cualquiera. Si a la vista de ello se
invita a los historiadores a prescindir del análisis causal, el rece
lo que solía ocasionar el reduccionismo materialista -trataba
de explicar el pensamiento y la acción recurriendo a factores o
causas sociales- ahora lo origina la propia explicación causal.
«Una vez sumergidos en la cultura, ni causas ni efectos pueden
ser distinguidos» . 109 Puede decirse, a la vista de este estado de
cosas, que la historia de la cultura y el relativismo y el escepticis
mo filosóficos parecen destinados a encontrarse y a reforzarse
mutuamente. A este respeto debe ser tenido en cuenta que Mer
leau-Ponty indistintamente concibe la cultura como un cometi
do de muy larga duración y como una entidad en mutación con
tinua. Desde luego es difícil no advertir que esboza un plantea
miento netamente culturalista cuando considera que una
institución cualquiera es siempre y en cierta manera una «parte
total» de la sociedad. Un culturalismo sin tapujos, efectivamen
te, parece aquí eclipsar el a veces insistente weberianismo de
Merleau-Ponty: «las instituciones siempre se desarrollan depen
diendo de (dependamment de) aquello que significan» . 1 10
279
Resumiendo cuanto precede, resulta que nuestra inspección
del pensamiento social-histórico de Merleau-Ponty nos ha per
mitido identificar el auténtico significado del término «invisi
ble » . El hecho de que unos sentidos «in-pensados» puedan emer
ger por efecto de circunstancias culturales distintas, sugiere sin
lugar a dudas una interesante manera de entender este neblino
so concepto. Desde luego es razonable pensar el «invisible» como
siendo precisamente el peculiar orden de cosas y acontecimien
tos («las ruinas del espíritu» son, ya lo hemos visto, «todo aque
llo que puede haber en el "visible" » ) 1 1 1 que una cultura diferente
de la nuestra podría revelar pero respecto del cual nuestra pro
pia mirada cultural siempre estará ofuscada. Podemos concluir,
por consiguiente, que la aporía que advertíamos al principio del
presente trabajo en relación con el pensamiento social-histórico
de Merleau-Ponty llega a ser superada con ayuda de su propia
ontología, aun cuando ello presuponga realizar una especie de
«giro cultural» avant la lettre. Merleau-Ponty consigue solucio
nar el problema planteado por su ontología relacional y reversi
bilista cuando examina la posibilidad de un auténtico pensamien
to social e histórico; pero tiene que pagar el precio de aceptar el
hiperculturalismo implicado por su doctrina del «invisible».
280
EL CAMPO DE LA CULTURA: SIMBOLISMO
Y VERDAD A HACER
281
El diálogo entre la fenomenología y las ciencias humanas es
uno de los caminos posibles para pensar la revisión de lo subje
tivo y lo objetivo y su concordancia en un medio común o terce
ra dimensión. Respecto a la posibilidad de este diálogo, Mer
leau-Ponty expresa que las búsquedas convergentes entre el sa
ber positivo y la actitud filosófica tienen como tarea encontrar
un medio común en el que « [ . . . ] nuestra actividad y nuestra pasi
vidad, nuestra autonomía y nuestra dependencia, dejen de ser
contradictorias» . 3
Sin embargo, la búsqueda de este medio común o tercera
dimensión en el que se entrelazan lo personal y lo anónimo, la
espontaneidad y la pasividad, la autonomía y la dependencia, no
deja de ser problemático, sobre todo si se tiene en cuenta que
una de las tesis centrales del pensamiento de Merleau-Ponty es
considerar la relación entre la expresión natural y la expresión
de la cultura. Para dar cuenta de este problema resumiremos,
brevemente, una inquietud planteada en el capítulo « El otro y el
mundo humano» , donde Merleau-Ponty introduce la siguiente
sospecha: «Si no es sorprendente que las funciones sensoriales y
perceptivas depositen delante de ellas un mundo natural [ . . . ],
uno puede sorprenderse que los actos espontáneos por los que el
hombre ha dado forma a su vida se sedimenten afuera y lleven la
existencia anónima de las cosas» .4 Esta inquietud se agrava si se
tiene en cuenta que la sospecha aparece, precisamente, en el
momento en que se dirige a considerar el carácter social e histó
rico de la existencia. Más precisamente, al reflexionar sobre los
rastros humanos o sobre el cuerpo del otro, la cuestión es saber
«[ . . . ] ¿cómo un objeto en el espacio puede devenir la huella ha
blante de una existencia, cómo, inversamente, una intención, un
pensamiento y un proyecto pueden desligarse del sujeto perso
nal y hacerse visibles fuera de él en su cuerpo, en el medio en
que él se construye» .5 El análisis de la percepción del otro nos
enfrenta con una dificultad de principio planteada por el mundo
cultural. Ella reside en «resolver la paradoja de una conciencia
vista por afuera, de un pensamiento que reside en el exterior y
que, por lo tanto, en relación con la propia conciencia, es ya sin
3. Ibíd. , p. 1 3.
4. Maurice Merleau-Ponty, Phénoménologie de la perception, París, Galli
mard, 1 945, p. 400.
S. Ibíd., p. 40 1 .
282
sujeto y anónima» .6 Frente a esta dificultad, Merleau-Ponty con
sidera necesario dilucidar, más allá de la alternativa de los hom
bres o las cosas, un intermundo, al que llama «historia o verdad
por hacer» .7 En el texto ya citado, «Trabajos y títulos», Merleau
Ponty afirma que su búsqueda debe conducirlo a reflexionar so
bre «la luz natural» 8 común a todos los hombres, que se hace
visible a través del movimiento de la historia. Esta luz natural o
germen de universalidad hacia el que aspira el saber se encuen
tra tanto en las cosas naturales como en el diálogo con los otros,
al cual estamos arrojados aunque no podamos conocer todos
sus resortes. Al emprender esta tarea, en los textos posteriores a
la Fenomenología de la percepción, Merleau-Ponty no deja de te
ner presente que la reflexión sobre el lagos cultural no corta sus
raíces con la experiencia primordial proporcionada por la per
cepción natural. De acuerdo con ello, consideramos que la eluci
dación del campo de la cultura sólo puede llevarse a cabo po
niendo en relación la percepción, el lenguaje y la historia.
6. Ídem.
7. Cfr. Maurice Merleau-Ponty, Les aventures de la dialectique, París, Galli
rnard, 1 977, p. 293.
8. M. Merleau-Ponty, Parcours deux 1 951- 1 961, op. cit., p. 47.
9. Maurice Merleau-Ponty, Causeries 1 948, París, Seuil, 2002, p. 6 1 .
283
un lagos en estado naciente y nos hace asistir al nacimiento del
saber. En otros términos, en la experiencia primordial de la per
cepción, las cosas son descubiertas como significaciones en el
momento en que nacen. Pero, paradojalmente, la percepción es
también un acontecimiento que nos abre a una cosa percibida
que se presenta como anterior y verdadera antes de percibirla.
Ahora bien, si la percepción afirma la preexistencia del mundo,
ella se debe a que «el sujeto que percibe se encuentra ya compro
metido con el ser mediante campos perceptivos, "sentidos", y de
modo más general, por su cuerpo que está hecho para explorar
el mundo » . 1 0 Lo que viene a provocar al aparato perceptivo des
pierta entre el cuerpo y el mundo una familiaridad primordial
que se expresa al decir que lo percibido existía antes de la per
cepción. Entre lo percibido y el que percibe hay una complici
dad en el sentido que lo percibido está delante de nosotros pero
nos alcanza desde dentro. Es en la percepción actual y presente
donde debe buscarse nuestra relación de ser con las cosas. Mer
leau- Ponty aclara que llama primordial a esta experiencia no en
el sentido de que las cosas derivan de ella por «transformación y
evolución» sino porque ahí se encuentran los datos permanen
tes del problema que la cultura intenta resolver. 1 1
En El primado de la percepción y sus consecuencias filosófi
cas, tras analizar la percepción como modalidad original de la
conciencia, Merleau-Ponty se pregunta:
284
la verdad. «Lo que es dado, es un camino, una experiencia que
se esclarece a sí misma, se rectifica y continúa el diálogo consigo
mismo y con el otro » . 13 Sin embargo, en el texto citado, el autor
reconoce que, en la Fenomenología de la percepción, no ha reali
zado aún un tratamiento sistemático de la cultura y de la histo
ria. En este sentido, las reflexiones acerca del lenguaje, del otro,
del mundo social o de la libertad no deberían ser consideradas
como definitivas.
Tal como lo anuncia en una nota del ensayo «Lo metafísico
en el hombre», su interés filosófico, en adelante, estará orienta
do a «describir el pasaje de la fe perceptiva a la verdad explícita
tal como se la vuelve a encontrar en el nivel del lenguaje, del
concepto y del mundo cultural» . 14 La clave para la elaboración
del mundo de la cultura se encuentra en la productividad de la
existencia encamada, la cual es «como un registro abierto del
que no se sabe lo que en él se inscribirá, o como un nuevo len
guaje del que no se sabe qué obras producirá pero que una vez
que ha aparecido no dejará de decir algo, de tener una historia o
un sentido» . 15 Por lo tanto, los años que continúan a la Fenome
nología de la percepción estarán dedicados a elaborar una teoría
sistemática del fenómeno de la expresión. A mi entender, la teo
ría de la expresión es el punto de unión entre las primeras inves
tigaciones y las emprendidas a partir de los cursos dictados en la
Sorbona y en el Colegio de Francia. Como acertadamente obser
va Renaud Barbaras, la teoría de la expresión posee dos vertien
tes: por una parte, se trata de una búsqueda acerca de la expre
sión propiamente dicha a la luz de la creación literaria y pictóri
ca y, por ella desemboca, por otra parte, en una teoría general de
la intersubjetividad que concierne a la coexistencia de los hom
bres en la cultura. 16 La teoría de la expresión se vuelve reflexión
sobre el sentido histórico. La articulación de estas dos temáticas
se opera a través del concepto de institución.
En el curso titulado «El mundo sensible y el mundo de la
expresión», Merleau-Ponty aclara que, cuando se pasa del mun
do sensible, en el que estamos tomados (pris), al mundo de la
1 3 . Ibíd., p. 59.
1 4. Maurice Merleau-Ponty, Sens et non-sens, París, Nagel, 1 963, p. 1 65.
1 5 . M. Merleau-Ponty, Parcours deux 1 951- 1 961 , op. cit. , p. 4 1 .
1 6. Cfr. Renaud Barbaras, «Merleau-Ponty et l a nature», Chiasmi Interna
tional 2, París, Vrin, 2000, p. 50.
285
expresión, en el que tratamos de capturar y hacer disponibles las
significaciones, se produce una inversión (renversement) pero esta
inversión está llamada por una anticipación perceptiva. 1 7 La ex
presión propiamente dicha, tal como la obtiene el lenguaje, am
plía otra expresión que se descubre en la arqueología del mundo
percibido. Sin embargo, este lenguaje mudo u operacional de
la percepción pone en movimiento un proceso de conocimiento
que no es capaz de llevar a término, ya que por firme que sea la
posesión perceptiva del mundo por parte del sujeto, éste «de
pende del movimiento centrífugo que lo arroja hacia él y sólo
puede recobrarlo bajo la condición de plantear expresa y espon
táneamente nuevas dimensiones de su significación». 18 En este
punto es donde debe insertarse un estudio sistemático de la pa
labra. La palabra es invocada por la evidencia perceptiva, la con
tinúa pero no se reduce a ella. En los cursos sobre la Naturaleza,
Merleau-Ponty afirma expresamente que las relaciones entre lo
visible y lo invisible, es decir, entre el lagos del mundo visible y el
lagos de la idealidad serán estudiadas a través del lenguaje y de
la historia. Explícitamente el autor plantea la siguiente cuestión:
una vez que se han descrito las relaciones con las cosas natura
les, con los otros cuerpos y con nosotros mismos, ¿qué ocurre
con ellas cuando se pasa a las relaciones culturales que son, fun
damentalmente, puestas por el lenguaje? El lenguaje se introdu
ce al igual que la expresión tácita por un hueco o pliegue en el
Ser que no es exigido por el simbolismo natural, porque depen
de de una nueva productividad e introduce una dimensionali
dad nueva. No obstante, a pesar de que no es reductible al sim
bolismo natural, el nuevo simbolismo lleva a cabo una «investi
dura de la misma índole» 19 porque se basa en una combinación
y oposición de sentidos.
Tanto en el trabajo presentado para su candidatura en el
College de France como en «Títulos y trabajos. Proyecto de ense
ñanza» , Merleau-Ponty propone comenzar el estudio de las rela
ciones interpersonales en la cultura a través del lenguaje, por
que, sin dejar de ser lo más interior al hombre permanece estre-
286
chamente ligado a las condiciones exteriores e históricas y ofre
ce mejor que ningún otro fenómeno la posibilidad de compren
der « [ . . . ] la articulación de lo individual sobre lo social, y las
relaciones de intercambio entre la naturaleza y la cultura» .2º En
el análisis dedicado a interpretar las relaciones entre la historia
y la filosofía en Elogio de la filosofía, después de comentar las
posiciones de Hegel y Marx respecto de este tema, Merleau-Pon
ty concluye que: « [ . . . ] la teoría del signo, tal como la lingüística
la elabora, implica quizás una teoría del sentido histórico que
supera la alternativa de las cosas y de las conciencias» .21
Por una parte, la relación entre la lengua y el habla condujo a
Saussure al encuentro del problema filosófico de las relaciones
entre el individuo y lo social. Por otra parte, la distinción de un
punto de vista diacrónico y otro sincrónico permite el entrelaza
miento en la lengua de la razón y el azar, punto central y elemento
que, según Merleau-Ponty, es esencial a la lingüística de Saussure:
«La idea de una lógica titubeante cuyo desarrollo no está garantiza
do, que puede comportar toda especie de desvíos, y en que no obs
tante orden y sistema son restablecidos por el empuje de los "sujetos"
hablantes que quieren comprender y ser comprendidos» . 22
En otros términos, la institución lingüística podría servir de
modelo para comprender otras instituciones porque su virtud
reside en el hecho de que en la historia del lenguaje « [ . . ] el suje.
287
Estas reflexiones acerca del entrecruzamiento entre el sujeto
hablante y la comunidad lingüística, entre el azar y el orden siste
mático, permiten extraer algunas consideraciones acerca del sen
tido histórico. Más precisamente, a partir de ellas Merleau-Ponty
intenta encontrar un camino entre la historia comprendida como
una suma de acontecimientos independientes y la historia provi
dencial que se despliega como la manifestación de un interior en
un desarrollo comprensible de suyo según el cual «el espíritu guía
al mundo y la razón histórica trabaja a "espalda de los indivi
duos"» .25 La superación de ambas posiciones implica la elabora
ción de un modelo que contemple tanto el orden como lo fortuito.
En este sentido, Merleau-Ponty considera que el proyecto que
Saussure realizó respecto de la lengua puede ser válido para apli
carse a la interpretación de la historia: «Así como el motor de la
lengua es la voluntad de comunicar [ . . . ] del mismo modo lo que
mueve todo el desarrollo histórico es la situación común de los
hombres, su voluntad de coexistir y de reconocerse» .26
Es importante tener presente que tanto la vida personal como
la historia «avanzan oblicuamente» , porque lo que se busca deli
beradamente no se consigue. Esto significa que el sentido de lo
que hacemos no se encuentra garantizado de una vez para siem
pre, sino que es ambiguo, permanece atado a la contingencia y
puede quebrarse en cualquier momento. El sentido se destaca
sobre un trasfondo que carece de sentido y, por lo tanto, es tarea
de la historia captar conjuntamente la relación del sentido y el
sin-sentido, o de la razón y el azar. La captación conjunta de esta
relación implica que la lógica de la historia, encierra dos cues
tiones; por una parte, la idea de que la historia es una y compone
un solo drama y la idea de que la contingencia significa que aun
que haya un solo texto inteligible, ese texto no está rigurosamen
te ligado, puesto que existe un juego en el sistema de modo tal
que la dialéctica puede desviarse y, por lo tanto, pueden apare
cer otras posibilidades.
Ahora bien, no obstante este reconocimiento explícito acer
ca de la posibilidad de que la institución lingüística pueda servir
de modelo para comprender el orden de la cultura o del sentido,
Merleau-Ponty es consciente de que una teoría de la verdad se-
2 5 . Jbíd., p. 86.
26. Ídem.
288
ría superficial si «[ . . . ] no tomara en consideración, además del
sujeto hablante y la comunidad lingüística, el sujeto que vive,
quiere, evalúa, crea y trabaja en la comunidad histórica y las
relaciones de verdad que puede y podrá trabar con ella» . 27 La
tarea consiste, pues, en poner en evidencia las correlaciones que
existen entre las significaciones económicas, políticas, morales,
jurídicas e ideológicas en el interior de una cultura considerada
como un todo. Ahora bien, si las acciones y las producciones de
los hombres pueden ser compaginadas en un solo drama,
2. La percepción y la historia
289
condiciones que lo mantienen atado a la naturaleza, y que se
mantiene abierto a todo lo que la vida personal puede inventar,
es «el medio del simbolismo» .3º La interpretación de la historia
en términos de simbolismo permitirá comprender que hay una
historia de la humanidad que más allá de los estancamientos o
retrocesos, « [ . . . ] las relaciones humanas son capaces de madu
rar, de convertir sus avatares en enseñanzas, de recoger en su
presente la verdad de su pasado, de eliminar ciertos secretos que
las hacen opacas y de hacerlas más transparentes».31
En el curso titulado « Materiales para una teoría de la histo
ria» , Merleau-Ponty intenta desligar el concepto de historia de
las confusiones en que ha caído. Así, por ejemplo, le resulta arti
ficial la discrepancia que obliga a elegir entre el acontecimiento
y el hombre interior o entre la historia y lo intemporal. El pro
blema se oscurece aún más cuando se consideran las discusio
nes tradicionales del materialismo histórico puesto que ellas ter
minan creando una alternativa entre el espíritu y la materia. Fren
te a esta alternativa, Merleau-Ponty comienza por afirmar que la
historia « [ ... ] realiza un intercambio de todos los órdenes de ac
tividad» y el verdadero problema reside en saber « [ ... ] si esta
solidaridad de las cuestiones anuncia su resolución instantánea,
o si sólo hay concordancia e intersección en la interrogación». 32
En tanto forma parte del dominio de la cultura, la historia cons
tituye una de las respuestas «[ . . . ] que el hombre da libremente a
una interrogación permanente» , 33 y que, como medio de vida
(milieu de vie) implica una afinidad entre la cultura y el trabajo
del hombre, entre las épocas o entre las acciones deliberadas y el
tiempo en que ellas transcurren. La historia, al igual que la per
cepción y el lenguaje, es un sistema simbólico en el que se conju
gan tanto el devenir del pasado como su reasunción a través de
la iniciativa humana.
Si bien Merleau-Ponty reconoce expresamente que estas ideas
no han sido desarrolladas en este curso, su intención es elucidar
las a través de las investigaciones de Max Weber y Georg Lukács.
Un desarrollo más explícito de esta temática se encuentra en Las
290
aventuras de la dialéctica, donde Merleau-Ponty reconoce que
realiza una interpretación libre de ambos autores o, más preci
samente, que se trata de una interpretación de ciertas nociones
que son vistas desde una perspectiva fenomenológica. Así, Mer
leau-Ponty encuentra en Max Weber el esbozo de una fenome
nología de las elecciones históricas que descubre los nudos inte
ligibles, matrices simbólicas o estructuras fecundas que posibi
litan que los acontecimientos tanto religiosos como políticos,
económicos o científicos, en lugar de reducirse a un conjunto de
circunstancias aisladas las unas de las otras, sean agrupados en
virtud de un centro, ya que ellas constituyen:
29 1
presentaciones del pasado una validez intersubjetiva. El saber
alcanzado es siempre a «beneficio de inventario» : nunca es cate
górico en el sentido de que está siempre puesto a prueba. El
curso de las cosas explicita los errores o las contradicciones de
la elección. Con otras palabras, se puede saber que ciertas so
luciones son imposibles, pero el sujeto no posee, respecto del
funcionamiento histórico, un conocimiento totalmente esclare
cido que le revelaria la solución verdadera. En el mejor de los
casos, los errores pueden ser rectificados en la marcha, pero el
nuevo enfoque no permanece libre de nuevos errores que podrá
a su vez rectificar.
Frente a la interpretación de M. Weber, el mérito de Lukács
reside en haber planteado las relaciones entre el objeto y el sujeto
en términos de historia. Entre el objeto de la historia constituido
por «[ . . . ] las huellas dejadas por otros sujetos»35 y el entendimien
to histórico, que lo interpreta según las significaciones propues
tas por su desarrollo, hay un juego recíproco que reduce la dife
rencia entre el saber y la historia. En otros términos, al reconocer
se en la historia y reconocer la historia en sí mismo, el sujeto está
comprometido en una tarea de totalización, en la que debe tener
presente que el hecho histórico adquiere su sentido en la medida
en que aparece relacionado con todos los otros hechos históricos
que podemos conocer, aparece como un momento en una empre
sa que los reúne y, finalmente, se inscribe «[ ... ] en una historia
vertical que registra las tentativas que tenían un sentido, sus im
plicaciones y sus posibles consecuencias» .36
Desde la lectura de Lukács Merleau-Ponty advierte que las
elecciones no se reducen a la suma de las decisiones o actos per
sonales; ellas pasan por las cosas, por los roles anónimos, por las
situaciones o, en otros términos, por las instituciones. Apoyándo
se en un texto de Marx, lo que Merleau-Ponty intenta expresar es
que a medida que las conductas personales se cosifican (sich ver
sachlichen), se alienan (sich entfremden), esas conductas pierden
su sello personal y siguen subsistiendo como fuerzas independien
tes. En la medida en que las acciones personales entran en la di
mensión de la objetividad, las intenciones personales o interper
sonales, se entretejen con la necesidad material, de tal manera
292
que, según comenta Claude Lefort interpretando a Marx, no sólo
la obra del hombre convertida en cosa manifiesta la inercia de la
cosa sino que también las relaciones humanas recaen en dicha
inercia e introducen «lo inhumano como potencia productiva en
tre los hombres» .37 No obstante esto, Merleau-Ponty considera
que la sedimentación histórica no es un residuo, y el medio opaco
puede salir de su inercia cuando un mecanismo interno conduce
al sistema más allá de todo «equilibrio inmóvil» o cuando un acon
tecimiento retoma el sentido instituido en un comienzo. El sim
bolismo o la expresión como sistema de signos que tienen una
eficacia propia hace salir lo adquirido de su inercia. «Las inten
ciones sin conciencia» o «las acciones sin sujeto» son, para Mer
leau-Ponty, una manera de expresar que:
293
es decir, el libro tomado según la significación que se le da usual
mente, los cambios que esta lectura sufre con el tiempo y la ma
nera en que esas capas de sentido se acumulan o se desplazan
una a otra, o aun se complementan, en una palabra, la «meta
morfosis» del libro y de la historia de su sentido, y mi lectura
colocada en esta historia, comprendida e insertada en una ver
dad provisoria de ese libro, nada de todo esto, [ ... ] impide que la
forma canónica del sentido sea la que yo haga surgir al leer, y que
mi lectura, formalmente considerada, sea la medida de cualquier
otra. [. .. ] Nosotros no podemos impedir dejar de depositar en las
hojas del libro que está sobre la mesa los pensamientos que for
mamos al leerlo, y eso es lo que se llama objeto cultural.39
294
más dignos que éstos sean. Las consecuencias de nuestras ac
ciones no están previstas en los principios y es necesario actuar
para poder dar cuenta de ellos.
295
Ahora bien, es importante no perder de vista que los diferen
tes órdenes simbólicos, son incorporados por los hombres como
«Un estilo de funcionamiento» o como «una configuración glo
bal»,45 sin necesidad de elaborarlos conceptualmente. Las rup
turas de equilibrio o las reorganizaciones responden a una lógi
ca interna que no es claramente pensada por nadie. Los cambios
están dirigidos por el hecho de que los individuos efectúan sus
acciones conjuntamente. «El sistema simbólico afecta a los cam
bios moleculares que ahí se producen con un sentido que no es
ni cosa ni idea, [ . . . ] porque es una modulación de nuestra coexis
tencia». 46 Preguntarse dónde se encuentran las formas o los pro
cesos históricos antes de su advenimiento carece de sentido,
puesto que existen en este « [ . . . ] espacio social, cultural o simbó
lico que no es menos real que el espacio físico y que, por otra
parte, se apoya sobre él» .47
Merleau-Ponty propone concebir la historia sobre el modelo
de las artes o del lenguaje. En la medida en que ellas pertenecen
al orden de la cultura realizan la unión entre lo individual y lo
universal. Del mismo modo que la relación muda con el otro se
realiza en virtud de que nuestra sensibilidad hace de la corpora
lidad una significación transferible por la cual el yo y el otro
comparten una situación común, la palabra en la experiencia
del diálogo, alcanza en nosotros <<nuestras significaciones, y nues
tras palabras, como atestiguan las respuestas, van a tocar en él
las suyas, nos invadimos el uno al otro en cuanto que pertenece
mos al mismo mundo cultural [ . . . ] » .48
Sólo en el caso de considerar la cultura desde un punto de
vista individual y como algo sagrado o enigmático, la conver
gencia de obras independientes puede ser explicada en virtud de
un destino que las domina. En realidad, en lo que se refiere a la
historia de la pintura, por ejemplo, el problema no reside en tra
tar de explicar las semejanzas que puedan existir entre culturas
extrañas a lo largo de la historia, sino en establecer « [ . ] por qué
..
296
cultura tiene siempre un sentido para los otros, [ ... ] por qué hay
en definitiva una pintura o un universo de la pintura».49 Las con
vergencias y las correspondencias entre obras de cualquier ori
gen no sorprenden si el orden de la cultura es considerado como
un campo único: «[ . . . ] una historia única de la cultura vuelve a
soldarse por encima de las interrupciones o de las regresiones ya
que desde el comienzo la obra inicial significaba más allá de su
existencia empírica». 50 El orden o el campo de significaciones
que constituye la unidad de la pintura y hace que las obras estén
abiertas de antemano a un futuro de búsquedas es en cierto sen
tido comparable a la unidad que el cuerpo inaugura en su rela
ción con el mundo, en la que cada gesto participa del estilo del
todo. Así como el cuerpo es capaz de concentrar sus partes en un
gesto, más allá de las distancias temporales y espaciales, «[ ... ]
hay una unidad del estilo humano que reúne los gestos de todos
los pintores en una sola tentativa, en una sola historia acumula
tiva y su producción en un solo arte o en una sola cultura» . 51
Merleau-Ponty aclara, expresamente, que, no se trata de expli
car la unidad de la cultura mediante el cuerpo, o, mejor dicho, el
cuerpo al que se refiere al hablar de la inserción de todos los
pintores en una sola pintura, es «el cuerpo de la historia», donde
todas las iniciativas se integran en virtud de un lagos del mundo
cultural. En otros términos, así como el gesto humano es capaz
de significar más allá de su simple existencia de hecho e inaugu
rar un sentido ya que todos los gestos provienen de la misma
sintaxis, lo que permite que cualquier gesto sea comparable a
cualquier otro, hay que admitir también que el gesto pictórico
inicial significa más allá de su existencia empírica, lo que supo
ne una continuación que lo hace capaz de antemano de encon
trarse ligado a todas las tentativas de expresión. Además, « [ . . . ] si
su huella perdura y si la herencia es trasmitida, es esencial al
gesto pictórico una vez realizado modificar la tentativa univer
sal en la que todos estamos comprometidos» .52 De este modo, el
sentido del gesto expresivo sobre el que se funda la unidad de la
pintura es por principio «Un sentido en génesis».
4 9 . Ibíd., p . 1 1 1 .
50. Ibíd, p. 1 14.
5 1 . Ibíd, pp. 1 1 4- 1 1 5.
52. Ibíd., p. 1 1 2.
297
La historia [ ... ] es ese hecho metafísico de que la mismavida, la nues
tra, se juega en nosotros y fuera de nosotros, en nuestro presente y en
nuestro pasado, de que el mundo es un sistema de muchas entradas
o, como se querrá decir, que nosotros tenemos semejantes.53
298
tiempos no constituyen una serie de cosas sino que han de con
siderarse como horizontes que adhieren unos a otros por medio
de una «transgresión progresiva» a la vez que se mantienen a la
distancia. Así, el presente tiene en su profundidad otros presen
tes y constituye con ellos la unidad de un ciclo, de manera que se
da un «encaje» (emboítement) en el presente.56
Al desarrollar la noción husserliana de «la unidad oculta de
la interioridad intencional» ,57 Merleau-Ponty se ocupa de «la in
terioridad indirecta», uno en el otro de los filósofos tomados como
espíritus vivientes. 58 Si la subjetividad trascendental se proyecta
hacia la intersubjetividad trascendental, como lo ha señalado
Husserl, toda donación de sentido escapa a la inmanencia de la
conciencia e implica la apertura de un campo compartido por
una comunidad. Es una institución originaria ( Urstiftung) que
se encuentra sujeta a desplazamientos de sentido porque puede
ser retomada por el mismo sujeto o por otros sujetos. Junto a la
reaprehensión de cada subjetividad por sí misma en la cohesión
de una vida se da la reaprehensión de las subjetividades unas
por otras en la cohesión de la vida intersubjetiva. En razón de
que no es una producción pura, la donación de sentido requiere
de la cohesión con los otros. Su imperfección tiene como rever
so el vínculo entre los yoes. Por eso el sentido de los hechos his
tóricos nunca es absolutamente concluyente. Por otro lado, este
uno-en-otro sólo puede ser captado por cada individuo en su
soledad. De manera que no hay oposición entre la soledad del
sujeto y la pluralidad de los sujetos.
299
CORPORALIDAD Y FILOSOFÍA DE LA CULTURA
DESDE MERLEAU-PONTY
(Una reflexión al hilo del pudor)
300
Como piedra de toque en la que probar el grado de adecua
ción y pertinencia del planteamiento que aquí se desarrolla, se
propone el examen a través de algunas elaboraciones científico
sociales, teóricas y narrativas de un fenómeno cultural concreto:
el pudor y otras formas de vergüenza o temor del cuerpo propio,
así como la presencia o ausencia de estas manifestaciones en
función de la cultura. Aunque debemos aclarar que no se trata
de un examen exhaustivo o riguroso en toda su amplitud y com
plejidad, sino que tan sólo se toman algunos testimonios con los
que se pueden contrastar las tesis planteadas. El interés de abor
dar el tema del pudor es para mirar a través de la cuestión de la
universalidad de la cultura y de la corporalidad, dicho interés
radica en tres motivos. En primer lugar, porque hablar de pudor
es hablar de algo que se refiere a los cuerpos; en segundo lugar,
por la relación que el pudor guarda con la distinción entre lo
público y lo privado, tan debatida en la filosofía social y política
contemporánea;3 y, en tercer lugar, porque en todo lo que se re
fiere al pudor se pueden entrever preguntas en torno a la rela
ción entre naturaleza y cultura, entre biología y sociedad, que
después de mucha controversia continúan abiertas al menos de
forma latente.
El pudor es abordado aquí como un fenómeno en el que se
puede mostrar que las existencias corporales concretas se desta
can sobre el fondo de una corporalidad «en bruto» , «Silvestre» ,
abierta a constituirse d e diferentes formas y a hablar e n diferen
tes lenguajes corporales, con códigos socioculturales muy diver
sos, como expresión de muy diferentes posibilidades de organi
zar lo propio y lo ajeno de los cuerpos, lo exterior y lo interior, lo
público y lo privado de cada corporalidad carnal, lo que de mi
cuerpo y de los otros se puede y no se puede mirar, tocar, aludir,
nombrar, etc., según diferentes situaciones y circunstancias.
El planteamiento que se desarrolla a continuación va a mos
trar cierta circularidad que corresponde a la naturaleza del asunto
30 1
mismo y a las necesidades de la exposición. En la primera parte
se presentan, en forma de variación, algunos elementos de re
flexión sobre el pudor aportados por diferentes disciplinas y se
los analiza en su relación con el problema del universalismo de
la cultura.4 En la segunda parte, se presentan la concepción de la
«universalidad oblicua» o «lateral» y la «Ontología de la carne»,
de modo tal que, a la vez que estos conceptos filosóficos son
revisados a la luz de los elementos tomados de los saberes empí
ricos, se intenta también refinar la interpretación de los mismos
desde la radicalidad de la exigencia filosófica.
4. Se emplea para ello, con cierta libertad, la distinción propuesta por Mario
Teodoro Ramírez entre: 1 ) un «universalismo de la verdad», o metafísico, que
propone como supra-cultural una determinada visión esencialista. 2) Un «uni
versalismo de la eficacia», o formalista, que identifica lo universal con «los requi
sitos formales que toda norma debe cumplir y los procedimientos que pueden
considerarse válidos y correctos para la determinación y el seguimiento de con
ceptos y principios normativos» . 3) Un nuevo «universalismo de lo común», ins
pirado en buena medida en Merleau-Ponty. Cfr. M.T. Ramírez, Filosofía cultura
lista, Morelia, México, Secretaría de Cultura de Michoacán, 2005, pp. 265-296.
S. El Diccionario de la Real Academia Española ofrece otra acepción más
de pudor, que reseña como «en desuso» , y es la de « hedor, o mal olor» . Una
302
De todo esto se podría decir que únicamente son puras defi
niciones de un término en una determinada lengua. La cuestión
de fondo parece que debería ser: qué es el pudor mismo, cómo
definirlo más allá de épocas, lugares o culturas. Ésta ha sido
precisamente la pretensión de las concepciones tradicionales del
pudor, como la que a continuación se trata, fundadas sobre de
terminadas premisas esencialistas, religiosas, metafísicas o an
tropológicas.
coincidencia que sugeriría vías de análisis interesantes que no podrán ser abor
dadas aquí.
6. K. Wojtyla, Amory responsabilidad. Estudio de moral sexual, trad. cast. de la
ed. francesa en Soc. de Editores Internacionales, Madrid, Ed. Razón y Fe, 1 969
( 1 .ª ed.), 1980 ( l r ed.), pp. 193-2 1 4. [Orig. polaco: Milosc i odpowiedzialnosc.]
7. K. Wojtyla, op. cit. , 1 980, pp. 18, 26-27.
303
É sta [la persona] es dueña de sí misma; nadie excepto Dios Crea
dor puede tener sobre ella derecho alguno de propiedad. Se per
tenece, tiene el derecho de autodeterminación, por lo que nadie
puede atentar contra su independencia. Nadie puede hacerse
dueño de ella en propiedad, a menos de que consienta ella mis
ma dándose por amor. Esta inalienabilidad objetiva de la perso
na y su inviolabilidad hallan su expresión precisamente en el fe
nómeno del pudor sexual, que no es más que un reflejo natural
de la esencia de la persona. Por un lado, necesita de la vida inte
rior de la persona, único terreno en que puede aparecer, y por
otro, logramos ver profundizando con nuestro análisis del mis
mo ser de la persona, que constituye su base natural. Sólo la per
sona puede tener vergüenza, porque sólo ella, por su naturaleza,
puede ser objeto de placer (en las dos acepciones de este térmi
no). El pudor sexual es, en cierta medida, una revelación del ca
rácter supra-utilitario de la persona, tanto del hombre como de
la mujer. Así es como se ve que toda la moral sexual se funda en
la interpretación correcta del pudor sexual. 8
¿Qué hay y qué falta, pues, aquí? Lo que se encuentra es, por
una parte, una fundamentación directamente trascendente del
carácter personal de las existencias humanas, que en vez de al
canzar su «derecho de autodeterminación» (sic) a través de la
asunción reflexiva de su condición de sujetos, la recibirían por
obra y gracia de una objetividad pura absoluta, que fundamen
taría así una moral típicamente naturalista, dogmática, metafí
sica. Lo que falta es, por otra parte, precisamente una fenome
nología de la corporalidad, que reconozca en los cuerpos esa
doble faz de constituyentes y constituidos, ésa con la que única
mente la reflexión nos puede poner en contacto y ésa por la que
nuestros análisis son remitidos a una experiencia del cuerpo vi
vido con su enraizamiento en una naturaleza en bruto, anóni
ma, a la que aún no ha puesto nombre ninguna cultura y de la
que nacen todas ellas. Igualmente falta también, en esa ontolo
gía teológica del pudor, un mínimo paso crítico por los datos que
nos aportan las ciencias sociales. A este respecto, resultará opor
tuno recordar la anécdota que solía contar en sus clases otro
teólogo moral, Eduardo López Azpitarte, de aquella anciana afri
cana que se le quejaba, triste, de que con las formas de vestir
foráneas las jóvenes estaban perdiendo las buenas costumbres,
304
pues ahora andaban cubriéndose partes del cuerpo a las que
antes no se prestaba la menor atención. Ciertamente Wojtyla
admite que hay pueblos, «los pueblos primitivos de las regiones
tropicales» dice, en los que «la desnudez no se identifica con el
impudor. Así, por ejemplo, el hecho de cubrir ciertas partes del
cuerpo es, para ellos, señal precisamente de impudor» ; de modo
que, también así lo reconoce, «el pudor no se identifica de ma
nera tan sencilla con el empleo de vestidos, ni el impudor con la
desnudez parcial o integral» . Y apostilla: «No hay en ello más
que un elemento relativo y marginal» . Firme en su pretensión
universalista dogmática, Wojtyla insiste, sin embargo, en identi
ficar una esencia del pudor que, si bien no sería la de disimular el
cuerpo y sus partes sexuales, ya que «el vestido puede servir tan
to para ocultarlas como para ponerlas en evidencia», afirmará
finalmente que tiene mucho que ver con ello. «Es esencial [al
pudor], con todo, la tendencia a ocultar los valores sexuales mis
mos y en la medida sobre todo en que constituyen en la concien
cia de una persona un «objeto de placer» » .9 Ya se ha mostrado
que la exclusión del goce o placer sexual por sí mismo formaba
parte de la concepción metafísica de la persona, de ahí derivará
la necesidad de elaborar una alambicada teoría acerca de la ab
sorción de la vergüenza por el amor, para justificar la presencia
ineludible del placer en la relación sexual. 10
Cuando en la actualidad se plantean tantos y tan encendidos
debates, en clave de multiculturalismo o de interculturalidad, en
tomo a un asunto como el velo islámico, convendría pensar en
qué medida, esa práctica moral y religiosa, depende de algún
tipo de metafísica dogmática similar a la que se acaba de anali
zar. En cambio, una fenomenología de la corporalidad y de la
cultura que, pese a todo, aspire a plantear críticamente la cues
tión de la universalidad, tiene que resaltar precisamente la lec
ción que nos enseñaba aquella constatación de la anciana afri
cana. Si la misma acción o el mismo gesto, que para un cristiano
o una musulmana, para una occidental o un oriental, son «ta
par», «cubrir» o «esconder» determinadas partes del cuerpo, y
por tanto serían considerados un avance del pudor, pueden ser
percibidos, leídos e interpretados, desde una atmósfera inter-
9. Ibíd. , p. 195.
1 O. Cfr. Wojtyla, op. cit., p p . 201-207.
305
corporal diferente, en África u Oceanía, como una acción de «Se
ñalar», «destacar», «acentuar» o «llamar la atención» (¿impúdi
camente?) sobre esas mismas partes del cuerpo, entonces pare
ce que se debería abandonar toda pretensión universalista y sus
cribir una perspectiva culturalista, según la cual cada cultura
tendría sus códigos corporales, su propio lenguaje incomunica
ble, intraducible, del pudor o de la ausencia de pudor. 1 1 Pero,
como veremos, no hay por qué optar entre una metafísica dog
mática del pudor y del cuerpo y un relativismo culturalista; en
tre ambos extremos habría todavía espacio para otras propues
tas de universalismo del cuerpo y de la cultura.
306
llamada telebasura. Para Guimón, «la vergüenza tiene, sin duda,
bases biológicas precisas, aunque no bien estudiadas, cuyo des
arreglo puede producir actitudes de desvergüenza» .13 Puede ha
ber efectivamente algunas evidencias científicas, como cierto gen
que tendría que ver con la inhibición conductual, la incidencia
de determinadas hormonas en conductas más o menos desinhi
bidas, la presencia de comportamientos desvergonzados como
parte de cuadros psicopatológicos ligados a determinados da
ños, a deterioros cerebrales, o al consumo de determinadas dro
gas.14 El problema sería tomar como determinante la presencia
de estos datos neurobiológicos, que de todos modos se recono
cen que no son concluyentes, 15 pues ello implicaría una visión
del pudor tan esencialista y dogmática como la del universalis
mo metafísico, sólo que en este caso se trataría de un objetivis
mo naturalista, que ignoraría en última instancia el carácter cul
tural de la corporalidad de las existencias sociales y de todas sus
expresiones, pudor y desvergüenza incluidos. Carácter cultural
del cuerpo que, desde luego, J. Guimón no deja de reconocer, 16
por más que, inevitablemente, prevalezca en su análisis la pers
pectiva del psiquiatra. Que el cuerpo vivido es biología y «natu-
307
raleza» no se puede negar, pero ésta viene ya inevitablemente
traspasada por la cultura, de manera que no somos seres de dos
pisos -naturaleza y espíritu- sino existencias carnales ligadas
al mundo por una ínter-corporalidad viviente. En este sentido, la
interpretación de los datos biológicos tiene que pasar necesaria
mente por las ciencias sociales y culturales, pues las más elemen
tales reacciones fisiológicas, en la medida en que son experien
cias de cuerpos vividos, sintientes y sensibles, entran ya en la
cultura, que no es una capa superpuesta al organismo, sino una
operatividad que desde el simbolismo básico de toda conducta
corporal, es expresión de un ser-en, y ser-del-mundo (étre-au
monde).
308
rostro, constituyen expresiones típicamente culturales, un com
portamiento social, intersubjetivo, institucionalizado.18 Según
Goffman, el rubor se da en toda situación en que se siente que un
individuo ha proyectado definiciones incompatibles de sí mismo
ante los presentes, porque en determinado lugar se hacen valer a
un mismo tiempo principios de organización social incompati
bles. El rubor desempeñaría la función de expresar y poner de
relieve ese conflicto, dando flexibilidad a la estructura social al
precio de la serenidad personal de los protagonistas de la situa
ción.19 El rubor se manifiesta, dice Goffman, en determinados «sig
nos objetivos de alteración emocional», así como algunos «sínto
mas de tipo subjetivo» personalmente experimentados por quie
nes pasan por esa experiencia. 20 Sin embargo, por más que el rubor
se exprese en tales muestras de turbación, que por definición es
capan al control de los individuos, es claramente un comporta
miento social y no una respuesta fisiológica, puesto que en toda
sociedad o cultura se encuentra perfectamente codificado cómo,
en qué situaciones, por parte de quién y por qué motivos se pro
ducirá el rubor, en cada caso hay determinadas expectativas que
se espera que se cumplan y también están pautadas actitudes y
comportamientos, por parte de los presentes en tales situaciones,
para hacer notar en qué medida se han percatado o no de lo que
ocurre y cómo actúan los protagonistas de la situación. «En este
sentido -concluye Goffman- el rubor no es un impulso irracio
nal que desgarre la conducta socialmente prescrita, sino que for
ma parte de esta misma conducta organizada».21
309
Es posible estar de acuerdo, con Goffman, con tal que no se
olvide que todo lenguaje social, cultural, del rubor o del pudor,
se construye con una corporalidad viviente que, en su trabazón
camal con el mundo, es la base que permite que ciertas conduc
tas expresen determinados significados simbólicos. Sin esta ín
ter-corporalidad los distintos códigos culturales del pudor y el
rubor serían intraducibles entre sí, se imposibilitaría pensar cual
quier tipo de universalidad del cuerpo y de la cultura. Es lo que
podría ocurrir, también, al describir ciertas emociones o senti
mientos como tan peculiares características e idiosincrásicas de
una determinada cultura o nación, que sólo quienes son plena
mente miembros de esa determinada colectividad lo podrían vi
vir y entender. Veamos si éste sería el caso de la forma de pudor
que se describe en el siguiente texto:
310
Quien así analiza la peculiar vivencia de la corporalidad de
mexicanos y mexicanas es el escritor mexicano Octavio Paz, en
su ya clásica obra El laberinto de la soledad. El pudor a que se
refiere no es el que se ha podido suponer común a cualquier ser
humano, sino que sería una muy particular actitud pudorosa de
la gente de México, tal que, según Paz, podría llegar a definirse
la propia condición del existir mexicano como la expresión, en
todos los ámbitos de la vida, de ese modo especial de sentir el
cuerpo propio, reservado y pudoroso, lo que convertiría a ese
pudor en uno de los conceptos clave de la hermenéutica de la
existencia mexicana que lleva a cabo Paz en su libro. La inevita
ble comparación y contraste del pudor mexicano con el estilo de
pudor de sus más próximos vecinos del norte es muy significati
va. En efecto, corporalidad y cultura están unidos hasta el punto
de que una determinada manera de vivir, de sentir, el cuerpo
propio puede llegar a ser considerada y, sobre todo, vivida, como
emblema de una manera de ser y de estar, o como actitud carac
terísticas de una determinada cultura. Éste sería el lado que se
puede llamar positivo, del planteamiento de Paz; pero, por otro
lado, puede ser problemático que al analizar una determinada
manifestación idiosincrásica del pudor (o impudor) de una cul
tura, no se rebasen nunca los particulares límites culturales o
nacionales de esa concepción del pudor. Es la carencia que pare
ce mostrarse precisamente cuando Paz comienza a referirse a
las diferencias del pudor mexicano en función de los sexos.
311
existir de las mujeres mexicanas. Además, la comparación del sentir
del cuerpo de las mexicanas con el de las norteamericanas está
cargada de apreciaciones bastante tópicas. Y, sin embargo, se ha
de reconocer también que en algunos pasajes Octavio Paz, ya en
1 950, es capaz de cuestionarse lo limitado de semejante perspec
tiva, apelando a la necesidad de que las mujeres mexicanas dejen
de ser objeto idealizado de un «respeto» que las reduce a símbo
los, y que sean las propias mujeres las que tomen la palabra y se
digan y se expresen a sí mismas y por sí mismas.
312
gación feminista de la que hoy disponemos, forma parte de una
tradición tremendamente rica y plural, de lo que se podria deno
minar una episteme de las mujeres, que constituye ya un eje fun
damental de cualquier filosofía de la cultura.25
Dentro de ese amplísimo campo del saber feminista, hay in
vestigaciones de antropología que muestran precisamente que
las construcciones culturales de los cuerpos --que tradicional
mente para las mujeres han venido significando la traducción
de las diferencias en desigualdad y subordinación- son ahora
evaluadas criticamente y resignificadas, remitiéndose las muje
res a la propia corporalidad vivida, cuyo lenguaje mudo y tácito
se hace voz en los relatos en que los cuerpos cuentan sus tra
yectorias vitales.26 Algunas de esas historias corporales ilustran
cómo no se da más significación del pudor que la que pasa por la
reflexión de un sujeto viviente y vivido, que es siempre cuerpo,
sentiente y sensible. No hay significados directos, ni naturales,
de la desnudez ni del vestido, sino interpretaciones en función
del juego concreto de vistas y de miradas de cuerpos que ven y
son vistos. Así, en la historia de la mujer que trabajó de modelo
en clases de artes plásticas, la vulnerabilidad que podía implicar
el exponerse íntegramente al desnudo para que su imagen fuese
pintada, modelada o esculpida, se termina viviendo como un
poder especial y secreto de ella sobre quienes la miran, a quienes
ella ve algo intimidados por su presencia, lo que al final, a través
de la comunicación de miradas y palabras, también resulta ser
liberador para los otros cuerpos. 27 Pues de un cuerpo que puede
ver y ser visto, que al mismo tiempo es sintiente y sensible, no se
25. También en esto se puede ver acuerdo entre el planteamiento que aquí
se desarrolla y la Fenomenología continuada de Lester Embree, siempre que
mantenga abierto el camino desde la fenomenología intra cultural que él plan
tea hacia una fenomenología intercultural, porque en la perspectiva que se
defiende en el presente trabajo, es ese «entre» que se da de unas culturas a
otras, el que la reflexión tiene que tomar como asunto, desde el principio.
26. Son lo que Mari Luz Esteban ha propuesto denominar «itinerarios
corporales», a los que se añade la «autoetnografía» . Pues, dado que el cuerpo
es vivido de manera muy personal, en tensa confrontación con los patrones
socioculturales, también la propia investigadora interroga a sus vivencias del
cuerpo, como mujer, como investigadora, como militante feminista: Mari Luz
Esteban, Antropología del cuerpo. Género, itinerarios corporales, identidad y
cambio, Barcelona, Ediciones Bellaterra, 2004.
27. M.L. Esteban, op. cit. , pp. 1 89- 1 9 1 .
313
puede decir de manera determinante y absoluta que una mirada
ajena lo pueda convertir en puro objeto, pues ya en el propio
cuerpo siempre media una conciencia perceptiva, que la reflexión
puede llegar a hacer explícita, de que ser cuerpo es, antes que
otra cosa, un poder, un «yo puedo» , como decía Merleau-Ponty.28
Es por ser un «yo puedo» radicado en una ínter-corporali
dad carnal por lo que, como cuenta otra mujer en su itinerario
corporal, el cuerpo propio ha aprendido reglas del pudor dife
rentes, e incluso contradictorias, en la familia, en la escuela, en
el contexto social más amplio, de manera que puede haber sido
educada al mismo tiempo, de un lado, en la conciencia del pro
pio cuerpo «vivido con naturalidad y como una fuente de pla
cer» y de otro, «como un imán de atracción fatal para los hom
bres» . Con los términos planteados por Carole Vance,29 esta mujer
se explica la tensión que vive su cuerpo, pues por una parte lo
percibe, en tanto objeto de deseo, como peligroso, por el mito
aquel de que el deseo masculino es incontrolable, lo que la lleva
a ejercer un constante autodominio de la expresión de su corpo
ralidad, y por otra parte, vive como mujer la experiencia de su
cuerpo, de ser un sujeto consciente y activo de deseo y de placer.
Ante esto, la salida que ella se propone es actuar como un cuer
po, es decir, como un sujeto carnal que activamente se hace cons
ciente de su poder como cuerpo al desplazar lo más posible los
límites que marcan las reglas culturales instituidas del pudor.30
Es interesante ver que esta mujer, que a lo largo de la entrevista
muestra que vive carnalmente la critica feminista de la cultura,
no se la plantea desde una subjetividad ideal soberana, que igno
rase su radicación corporal en el mundo, sino más bien como un
proceso de ejercicio corporal de libertad, como un «empodera
miento» del cuerpo:
3 14
Voy a ver qué pasa, qué pasa a mi alrededor si utilizo mi cuerpo
con el menor pudor que pueda, si lo utilizo para la seducción si es
eso lo que me apetece, ¿por qué no he de hacerlo igual que utilizo
mi inteligencia? Siento que en este momento mis dificultades no
están tanto en aceptar mi cuerpo, en aceptarme a mí misma, como
en superar el constreñimiento que las ideas sociales sobre el peli
gro del cuerpo de las mujeres, sobre la exhibición del cuerpo re
presenta, sobre el binomio mente/cuerpo, que es en realidad lo
que me parece que subyace detrás de la dicotomía belleza/inteli
gencia. [. . . ] Cuando dejo de controlar los movimientos de mi cuer
po, cuando pierdo el pudor, siento mi cuerpo poderoso.31
315
título a una novela de Italo Calvino, el señor Palomar. 33 Ese tipo
extraño que es, haciendo gala de su nombre, un puro observato
rio, se obsesiona con la mirada propia hasta el punto de que es
incapaz de darse cuenta de que lo decisivo, para acertar con la
adecuada medida del recato, es precisamente tantear a ver qué
es lo que ocurre, no simplemente en mi mirada, como subjetivi
dad que se cree centro y soberana, sino lo que ocurre entre mi
cuerpo, que ve y es visto, y otro cuerpo, al que veo -y me ve
viendo ser visto.
Paseando por una playa solitaria, el señor Palomar divisa a
lo lejos a una mujer joven que toma el sol tumbada con el pecho
descubierto. De primeras, Palomar, al pasar por su lado, para
evitar que ella se incomode en manera alguna, dirige su mirada
distraídamente hacia el vacío, al horizonte marino. De pronto,
sin embargo, Palomar se dice que su proceder ha sido en verdad
retrógrado, puesto que con él refuerza una convención, que a él
mismo le parece absurda, según la cual habría algo ilícito en la
vista de unos senos fuera de una situación de intimidad. Así que,
al regresar del paseo y pasar de nuevo delante de la bañista en
top-less, Palomar se esfuerza en mantener un momento su mira
da fija, de modo que con ecuánime uniformidad recorra las olas,
las barcas, la toalla tendida, la henchida luna de piel blanca con
el halo moreno del pezón, el perfil de la costa, el cielo . . . Al pronto
Palomar queda contento, pero en seguida le asalta una nueva
duda, la de si esa mirada no ha sido precisamente más cosifica
dora de la mujer que la anterior y, en el fondo, perpetuadora
también de «la vieja costumbre de la supremacía masculina».
Así que, otra vez, el señor Palomar vuelve sobre sus pasos y rea
liza ahora un complicado ejercicio de deslizamiento imparcial
de la mirada, suspendido apenas un momento con una tenue
discontinuidad al llegar a los senos de la mujer tendida en la
playa. Pero el señor Palomar todavía se siente inseguro y piensa
que su mirada debería ser más franca y abierta, quitarse de enci
ma «siglos de pudibundez sexomaníaca y de concupiscencia
como pecado» y aceptar de buen grado la visión del pecho feme
nino desnudo. Así que, otra vez más Palomar rehace su camino,
con el propósito de detener ahora su mirada con un especial
316
cuidado en los senos, para integrar enseguida su visión en «Un
impulso de benevolencia y gratitud» que abarque cada cosa que
le rodea hasta alcanzar el cosmos entero. «Esto -se dice Palo
mar- tendría que bastar para tranquilizar definitivamente a la
bañista solitaria y para despejar el terreno de inferencias des
viantes» . Lo que ocurre es, sin embargo, mucho más comprensi
ble, pues «apenas [él] vuelve a acercarse, ella se incorpora de
golpe, se cubre, resopla, se aleja encogiéndose de hombros con
fastidio como si huyese de la insistencia molesta de un sátiro» . Y
el señor Palomar aún se permite, contrariado, una reflexión fi
nal: «El peso muerto de una tradición de prejuicios impide apre
ciar en su justo mérito las intenciones más esclarecidas».34
¿Qué es lo que ha ocurrido? ¿Qué es lo que ha hecho mal el
bueno de Palomar? Si cualquiera de entre nosotras, o nosotros,
cree entender muy bien la reacción de la mujer frente al Sr. Palo
mar es porque, a diferencia de él, no nos olvidamos de que siem
pre, también, cuando paseamos por la playa o cualquier lugar
público, somos un cuerpo, que no sólo ve, sino que también es
visible y es visto por otros cuerpos que también miran. Y esto es
algo que ya sabemos carnalmente, porque como cuerpos nos
sentimos instalados en una determinada situación (playa solita
ria, mujer tumbada al sol con el pecho desnudo, alguien que
pasea por la orilla) y nos hacemos cargo de ella antes de que nos
lo enseñe ninguna reflexión. La mujer tumbada al sol no es un
mero espectáculo para los ojos de Palomar, al que pueda volver
cuantas veces quiera, por el contrario, es un cuerpo vivo, que ve
y es visto, dispuesto para ser vitalmente percibido desde el co
mienzo como otro cuerpo como el mío, como parte de una inter
corporalidad que ah initio nos contiene a todos los cuerpos en
una carne del mundo, en la que cada una de las existencias car
nales está con su peculiar corporalidad.
El sujeto moderno, Palomar, nunca podrá dar con la medida
justa y universal del pudor observándose obsesivamente a sí
mismo, a su mirada, a su ojo y a su visión. Ese punto, únicamen
te lo encontrará, como una medida concreta para esa situación,
si su reflexión no se deja extraviar, ni sacar de su inserción cor
poral en el mundo, donde convive desde el principio con los otros
317
cuerpos en una originaria promiscuidad. Para dar con la discre
ta mensura del pudor tan sólo servirá una reflexión que consulte
con el sentir de su cuerpo propio, el cual nunca está solo ni ence
rrado en la torre de su mirada de puro obseivador del mundo,
sino plantado ahí de manera práctica y vital, formando parte,
como sintiente y sensible, de un mundo que no es una pura ima
gen, sobre la que volver una y otra vez mientras queramos para
aseguramos de ella o de la fiabilidad de nuestra visión, sino que
es el mundo en que andamos ya comprometidos por nuestro ser
de carne, entregados y requeridos por él a actuar como cuerpos
entre cuerpos, todos afectantes y afectados.
Un universalismo formalista de la cultura,35 que fija toda su
atención en la adecuación formal de los procedimientos y reglas
de la racionalidad con los que hacerse cargo de la pluralidad del
mundo, se parece a este señor Palomar que, ensimismado en el
perfeccionamiento de la pureza de intenciones, en la neutrali
dad y objetividad de su visión particular, se olvida de que ni la
cuestión del pudor ni la de la universalidad del cuerpo y de la
cultura las puede decidir él de una vez por todas y para siempre,
solipsistamente, en un ejercicio de autorreflexión que se olvide
del cuerpo, de los cuerpos, sino antes bien, sabiéndose parte sin
tiente-sensible de una inter-corporalidad camal.
Otras veces el sujeto moderno no se olvida de su cuerpo sino
que tiene miedo de él, teme ser cuerpo sensible, porque aspira a
ser puro sujeto de conocimiento, de normatividad ideal. La vi
vencia del cuerpo propio de los norteamericanos, decía Octavio
Paz, es la de un miedo al cuerpo mismo, de carácter puritano. Es
un miedo que, con distintas modulaciones, según culturas, está
mucho más extendido de lo que podría parecer, pues en buena
medida ha ido parejo con la expansión de la Modernidad. En
este verano de 2008, en que se han comenzado a difundir noti
cias sobre avances en experimentos para hacer invisibles algu
nos objetos, sería oportuno releer El hombre invisible, de H.-G.
Wells, para encontrar otro personaje literario de quien se puede
hacer todo un análisis sobre el miedo al cuerpo característico de
la modernidad, al menos en algunas de sus variantes culturales.
En el protagonista de este clásico de la ciencia ficción, el miedo
318
al propio cuerpo se expresada en el deseo insensato de ser invi
sible, al que por lo demás le subyace una voluntad de poder oculta,
caracteristica de una concepción desencarnada del sujeto mo
derno. Pero sin cuerpo no se puede vivir entre existencias corpo
rales, ni tampoco dominarlos, como pretende el personaje de la
novela de Wells. Sin cuerpo quizá ni siquiera se pueda pensar.
No es casualidad que Mefistófeles confiese desconcertado por la
extraña criatura humana: «Yo soy el ser sin carne que no duer
me ni piensa» . 36
36. P. Válery, Man Faust, p. 1 57, citado por Merleau Ponty en Signes , París,
-
Gallimard, 1 960, p. 306 n.; Signos, trads. Caridad Martínez y Gabriel Oliver;
Seix Barral, Barcelona, 1 964, p. 302 n. 7.
37. Tomando como base el «último» Merleau Ponty, en particular Signes
(París, Gallimard, 1 960) y Le visible et l'invisible, suivi de notes de travail (París,
Gallimard, 1 964), el concepto merleaupontiano de universalidad es abordado
aquí a partir de la lectura de Domingo Blanco Fernández, El juicio refiexionante
y las magnitudes negativas en Merleau-Ponty (tesis doctoral, Universidad de Gra
nada, edición en microfichas, 1 984) y Mario Teodoro Ramírez, op. cit. , pp. 280-
295. Véase también Manuel Toscano Méndez, El nuevo universalismo de Mer
leau-Ponty y su significado para la filosofía práctica, Universidad de Málaga, 1994.
38. « .. .la communication d'une culture constituée a l'autre se fait par la
région sauvage oú elles ont toutes pris naissance» . M. Merleau-Ponty, Le visi
ble et l'invisible. . . , op. cit. , p. 1 54; Lo visible y lo invisible. Seguido de notas de
trabajo, trad. José Escudé, Seix Barral, Barcelona, 1 970, p. 1 46.
319
ción entre ellas es posible y es un hecho, primero, porque todas
ellas han nacido de un ámbito anónimo de fondo, al que tentati
vamente se puede nombrar como «ser en bruto» , «salvaje» o
«silvestre», y segundo, gracias también a que todas las culturas
siguen abiertas a esa región indómita, a través de la condición
de existencias corporales carnalmente arraigadas, de los miem
bros individuales de esas diversas culturas.
La noción de universalidad que Merleau-Ponty propone cuan
do defiende el trabajo de la antropología cultural «no es ya lo
universal en voladizo [de surplomb] de un método estrictamente
objetivo, sino como un universal lateral cuya adquisición hace
mos por la experiencia etnológica, incesante puesta a prueba de
uno mismo por el otro y del otro por uno mismo» . 39 Es mediante
este contacto lateral con eso que se nos hace extraño de otra
cultura (una costumbre, una norma, un ritual) y que, sin embar
go, podríamos acabar viendo como propio, que regresamos por
un momento a esa parte siempre aún no cultivada, o silvestre, de
cada uno de nosotros y de nuestra cultura, a partir de la cual se
ha formado ésta y en la cual me encuentro con la experiencia de
la otra cultura en un terreno verdaderamente común, pues es
precisamente el que no ha sido roturado aún por ninguna cultu
ra concreta.40 Es, pues, porque las culturas diversas enraízan en
un ser o una realidad en bruto, que está siempre ahí exigiéndo
nos comprenderla, pero que ninguna cultura expresa jamás por
completo, por lo que la fenomenología de la corporalidad ha de
prolongarse en una ontología indirecta de la carne; pues lo mis
mo que las culturas constituidas, los cuerpos ya conformados
por las culturas continúan ligados a ese «Ser en bruto» , en la
medida en que participan de una inter-corporalidad que es como
un nuevo elemento del mundo, la carne. Un elemento cuya sin
gular textura reflexiva no se basa en la posibilidad de superar el
mundo, sobreponiéndose a lo particular, sino porque comparte
con todas las demás cosas del mundo, el estar constituido como
un ser sensible, de apariencia, afectable.
Es precisamente porque nuestro cuerpo está ya en la inter
corporalidad de la carne del mundo, por lo que el paso, obligado
320
para una ontología indirecta, por las ciencias sociales empíricas
nos puede enseñar más sobre nuestra propia vida e iluminar
más nuestra experiencia que la más prolongada y concentrada
de las meditaciones.41 Así se ha pretendido practicar aquí con el
tema del pudor, y así se ha visto más arriba, con la capacidad de
ciertos planteamientos feministas para incorporar el discurso
de las ciencias sociales a la reflexión sobre la vida, la historia y el
sentir de la propia existencia corporal. No obstante, las ciencias
sociales y culturales no son las únicas voces de este conocimien
to de nuestro estar inter-corporal en el mundo, pues, aunque
indirecta, la ontología de la carne ha de ser ontología, esto es,
filosofía:
32 1
ontología a la objetivación científica de lo social». 43 Es la nueva
conciencia de la radicación corporal, histórica y mundana de
nuestro saber, la que obliga a transformar por completo dicha
concepción del conocimiento, sea científico o filosófico.
322
mo Claude Lévi-Strauss hacía suya la afirmación de Merleau
Ponty de que «cada vez que el sociólogo vuelve a las fuentes
vivas de su saber, a lo que en él opera como medio para com
prender las formaciones culturales más alejadas de él, hace es
pontáneamente filosofía» .46 Y es que el papel de la filosofía, que
en Merleau-Ponty toma la forma de una ontología de la carne,
no queda anulado, pero sí transformado, por las ciencias socia
les: «la reflexión se ha vuelto más consciente de sus límites y ha
aprendido a respetar la exterioridad de lo que la rebasa, de lo
que en el cuerpo que la sustenta queda para ella de extraño e
inabordable» .47 Dicho de otro modo: « [la filosofía] no tiene el
mundo echado a sus pies, no es un "punto de vista superior"
desde el que se abarquen todas las perspectivas locales, busca el
contacto con el ser bruto y se instituye asimismo cerca de los
que no lo han dejado nunca» ,48 porque «no es cuestión de expli
car o reconstruir el mundo, sino profundizar nuestro enraiza
miento en las cosas y dejar en franquía los múltiples accesos al
Immer Wilder del ser carnal» .49
Así que, cuando Merleau-Ponty asigna a la filosofía un pa
pel de vigilante para que no olvidemos «la fuente de todo sa
ber», so no le está pretendiendo otorgar ninguna prerrogativa
profesional, sino remarcando que ese cometido de vigilancia
lo puede asumir el filósofo precisamente porque no está volca
do sobre ningún ámbito particular del ente, sino que está obli
gado a pensar siempre por referencia a nuestra radicación vi
viente en el mundo, siempre por elucidar, de modo que la divi
sa de la filosofía seguirá siendo la de volver a las cosas mismas,
a las cosas que tenemos y que nos tienen, para que sea el ser de
las cosas el que hable en nosotros y no nosotros los que hable-
323
mos del ser. 5 1 Por eso, frente a Martin Heidegger, que rechaza
ba recurrir a las ciencias humanas, Merleau-Ponty plantea jus
tamente una filosofía que, como ontología de la carne, trabaja
en «Una relación de reciprocidad o de entrelazamiento»52 con
las ciencias humanas, sociales, pues:
324
La cuestión de la verdad, por tanto, no se puede obviar, ni
tampoco la cuestión de las condiciones formales de la normati
vidad y del conocimiento. Sólo que habria que tratarlas desde
esta nueva concepción de la universalidad, con esta nueva con
ciencia de sus propios límites que define a la filosofía, y desde
una ontología indirecta de la carne, que no tiene más patrón
para medir la adecuación del saber y de las normas, que el que le
otorga su radicación sensible en el mundo. Es desde esta última
que, tanto en el papel de científicos sociales o de la cultura, como
en el de filósofos, podemos apelar a nuestro contacto efectivo
con las cosas, a nuestra inherencia al mundo. «Pero alguna distan
cia hay que tomar hacia esa experiencia por contacto para verla
aparecer, hay que dejar de coincidir totalmente con una posi
ción y ocupar de algún modo dos que aúnen la complicidad y el
retiro, y la etnología es insustituible en su procura de uno de
estos distanciamientos y accesos» .56 Así, por ejemplo, en el con
tacto con filosofías tan diferentes como las de China o India, «la
filosofía occidental puede aprender de ellas a encontrar una re
lación con el ser, la opción inicial de que ha nacido, a medir las
posibilidades que nosotros nos hemos cerrado al convertimos
en "occidentales" y tal vez, a volver a abrirlas».57 Asumiendo esa
capacidad de contacto lateral con la raíz del otro en el ser en
bruto, para la que nos entrenan las ciencias humanas, hay que
dejar atrás un pensamiento que reducía las otras culturas a un
todavía no de la nuestra.
325
versalidad, ¿no es disponer las culturas en orden jerárquico se
gún adhieran a su particularismo sin verlo o sean capaces de
penetrar generosamente en otras culturas y contemplar la pro
pia desde fuera? La universalidad como tarea, como imperativo
de razón práctica es lo que de Occidente sería contradictorio poner
en entredicho precisamente porque nos exigimos la compren
sión de otras culturas y el no menos libre examen de la civiliza
ción occidental.59 Occidente, desde luego, puede traicionar su
propia exigencia de verdad, pero con ella se dio a sí mismo los
medios para no quedar hundido en su «localidad», para no coin
cidir acríticamente con su facticidad cultural: «En el pensamien
to occidental hay algo irremplazable: el esfuerzo por concebir, el
rigor del concepto permanecen ejemplares, aunque jamás agoten
lo que existe» . 60 Más propiamente, el rigor del concepto deja de ser
ejemplar justo cuando cree agotar lo que existe, cuando excluye lo
exterior y cree contener lo universal que es trascendencia. 61
326
ausencia del mismo en las distintas culturas, por referencia a una
inter-corporalidad de base de los cuerpos, ese ser en bruto o ser
silvestre, por el que ya se comunican y se entienden en un lengua
je tácito e inconsciente los cuerpos y las culturas, y con el cual se
ha de estar midiendo constantemente la adecuación de todas y
cada una de las expresiones culturales particulares.
Así pues, el imperativo moral del pudor tiene que ser concre
to, referido a la situación social y cultural, vivida, de los cuerpos,
pero hay que subrayar que toda situación de un cuerpo, si es
viviente y vivido, incluye también un resorte afectivo, que reside
en la personal radicación camal en la inter-corporalidad del
mundo, al que se accede por un reflexión que no sea puramente
formal, sino efectiva, y únicamente con el cual cada cuerpo en
contrará ese punto justo de discreción y desinhibición que le
pide la situación.63
62. D. Blanco, op. cit. , p. 33 1 . Las palabras finales son cita de: M. Merleau
Ponty, Resumés de Cours de College de France 1 952-1 960, Gallimard, Paris,
1 968, p. 1 78; en castellano, véase M. Merleau-Ponty, Posibilidad de la filosofía,
resúmenes de los cursos del College de France, 1 952-1960, trad. Eduardo Bello,
Madrid, Narcea, 1 979, p. 232; de nuevo reeditada en: M. Merleau-Ponty, Elo
gio y posibilidad de la filosofía. Elogio de la filosofía (1 953). Resúmenes de los
cursos: College de France 1 952-1960, eds. Cayetano Aranda Torres y Eduardo
Bello Reguera, introducción de E. Bello Reguera, Editorial Universidad de
Almena, Almena, 2009.
63. Agradecimientos: a Domingo Blanco Femández y a Maria Teresa Mar
tín-Palomo por leer la primera versión de este texto y realizar oportunas suge
rencias de mejora, que se han intentado tener en cuenta, sin que eso les haga
responsables en modo alguno del resultado final.
327
FENOMENOLOGÍA Y POLÍTICA.
ARENDT Y MERLEAU-PONTY
(De la política como justificación de lo inmoral)
328
todo nos interesa ponderar algunos aspectos del enfoque feno
menológico que Merleau-Ponty sostiene acerca del poder, y par
ticularmente sobre el pensamiento de Maquiavelo. 2 Estos aspec
tos serán complementados con algunas de las ideas centrales
sobre el poder que plantea Hannah Arendt.
329
santos es una vida entre los otros). Finalmente esta definición de
la política como relación con los otros es lo que a Merleau-Ponty
tanto como a Hannah Arendt les interesa destacar. 5
Merleau-Ponty concibe el poder como el ejercicio de la ac
ción humana o de la relación entre los hombres (en el mismo
sentido que Hannah Arendt) para humanizarse; es decir, encon
trar o alcanzar la medida del Hombre. Por ello en la nota que le
dedica afirma que Maquiavelo «quiso sólo subrayar las condi
ciones de un poder que no fuera mistificador, y que es la partici
pación en una situación común» .6 Así, en contra de la lectura
recurrente que hace de El príncipe un «justificador» de todo tipo
de inmoralidad (tanto en política, como en la praxis social),
Merleau-Ponty nos autoriza a interpretar y a pensar a Maquia
velo simplemente como el que primero nos provee de elementos
completos y de aspectos realistas e irrecusables de la problemá
tica humana de la vida en común. Con certidumbre y confianza
nos dice en sus breves pero relevantes páginas de análisis del
poder: « Maquiavelo nos introduce en el medio propio de la polí
tica y nos permite medir de cerca el trabajo a realizar si es que
queremos poner en ella alguna verdad» .7
También Arendt cree que la política es el «entre» que separa
y a la vez reúne a los seres humanos en torno a «la mesa» de la
civilización o, más propiamente, de la humanización, que es el
efecto producido por la política. Ante el hecho reiterado de que
los seres humanos no se soporten unos a otros, y a partir de la
experiencia del Holocausto, Arendt considera a la política como
lo que nos permite tolerarnos, mientras Merleau-Ponty nos re
cuerda lo que ya sabía Maquiavelo: que «la vida colectiva es el
infierno»8 y que, «por su dominio de las relaciones con los de
más, el poder franquea los obstáculos entre el hombre y el hombre
S. Por ello Merleau-Ponty asegura que Maquiavelo, « hablando con los Me
dicis les prueba que el poder no va sin la libertad. [Y] en este trastocamiento,
quizás el engañado es el príncipe» («Nota sobre Maquiavelo» , op. cit., p. 269).
6. Ibíd., p. 270.
7. Ídem.
8 A través d e las preguntas: «¿No existe algo así como una desconfianza de
la vida en común? ¿Toda acción no nos compromete en un juego que no pode
mos controlar totalmente? ¿Existe una especie de maleficio de la vida en co
mún?» (Maurice Merleau-Ponty, Humanismo y terror, Buenos Aires, La Pléya
de, 1 968, p. 32).
330
y echa alguna luz en nuestras relaciones, como si los hombres
no pudieran estar cerca más que a cierta distancia».9
Nuestro filósofo distingue entre un poder de hecho y el po
der legítimo, y nos aclara: si «Una política no puede justificarse
por sus buenas intenciones. Se justificaría menos aún por inten
ciones bárbaras» . 1 0 Y Arendt agrega: «quizá nadie ha compren
dido tan agudamente como Maquiavelo esta ruinosa cualidad
de ser bueno, quien, en un famoso párrafo, se atrevió a enseñar
a los hombres "cómo no ser bueno". Resulta innecesario añadir
que no dijo ni quiso decir que a los hombres se les debe enseñar
a ser malos; el acto criminal, si bien por otras razones, también
ha de huir de ser visto y oído por los demás » . 1 1 Arendt valora la
lucidez maquiaveliana respecto a la distinción de lo privado y lo
público: «el único teórico político postclásico que, en su extraor
dinario esfuerzo por restaurar la vieja dignidad de la política,
captó dicha separación y comprendió algo del valor necesario
para salvar esa distancia fue Maquiavelo» . 12
Coincidente con él, Arendt desarrolla esta distinción y expli
ca que la dificultad de vivir con los demás radica en que hay
cosas que necesitan mostrarse y otras que necesitan ocultarse
para ser. 13 El ejemplo que utiliza para caracterizar estos espa
cios es el de «la bondad» y «la gloria» , que corresponden a la
distinción de los espacios privado-público y que junto con otra
oposición: necesidad y libertad, justifican o explican la postura
de Maquiavelo; ya que «en el momento en que una buena acción
se hace pública y conocida, pierde su específico carácter de bon
dad» . 14 Y, por ende, «la bondad [ . . . ] como consistente forma de
vida, no es sólo imposible dentro de los confines de la esfera
pública; sino que incluso es destructiva».15
cuando ésta se presenta abiertamente, deja de ser bondad, aunque pueda se
guir siendo útil como caridad organizada o como acto de solidaridad [ . .. ] La
bondad sólo existe cuando no es percibida, ni siquiera por su autor» (Hannah
Arendt, op. cit., pp. 78-80).
1 5. Ibíd., p. 82.
33 1
¿Qué dice Merleau-Ponty respecto de ésta oposición entre lo
privado y lo público? La refutación de Merleau-Ponty a la defini
ción de la política como justificadora de lo inmoral, sostiene:
« "un hombre que quiere ser honrado, entre gentes que no lo son,
no puede dejar de perecer tarde o temprano", [éste, dice nuestro
filósofo] es un débil argumento, puesto que también podría apli
carse a la vida privada, en la que sin embargo Maquiavelo es
"moral"» . 16 La segunda razón por la que supuestamente debe
ríamos aceptar que la moral (privada) es opuesta a la acción
política (pública), «es que en la acción histórica la bondad es a
veces catastrófica y la crueldad menos cruel que las buenas dis
posiciones» . 1 7 Lo que Maquiavelo hace, según Merleau-Ponty, es
simplemente describir «bajo el nombre de virtud un medio de
vivir con los demás» , al caracterizar «el nudo de la vida colectiva
en el que la moral pura puede ser cruel y en el que la política
pura exige algo como moral » . 1 8 Y esto significa que en los dos
espacios, tanto en el privado como en el público, existe la posibi
lidad de ser cruel como de ser moral.
La crueldad privada, pero más la pública, es el mal que se
opone a la libertad humana; siendo el mal lo contrario de la
voluntad humana de entenderse con los demás. A la acción mo
ral en el plano público, que se sostiene por la moral personal y
con todas las dificultades que la relación con los otros implica,
Arendt le denomina: Gloria (como los griegos); Maquiavelo la
busca: como Virtud. Inversamente que a la bondad, a la gloria no
le pertenece la discreción ni el silencio. El espacio público es por
definición el ámbito de la luz y de la transparencia de los hechos
humanos -en virtud de su naturaleza (que es aparecer ante los
demás)- como el espacio privado es el ámbito de la necesidad y
de la intimidad. De esta posibilidad de «ocultamiento» (que no
es más que la cara oscura, oculta, de la luz pública) depende que
existan (o puedan emerger) ambas: la bondad y la gloria. 19
332
Lo que intentan tanto Maquiavelo como Arendt y Merleau
Ponty es definir la virtud pública, delimitando el campo y los
nódulos del poder frente a lo que se presenta como las falsas y
absurdas pretensiones de «la moral» , cuando éstas se sacan de
su propio ámbito de actuación y se extrapolan sin más conside
ración al espacio público. El que es -por definición según Han
nah Arendt- el espacio de la acción y con ello de la libertad
humana; el espacio propio de la aparición humana; no de la bon
dad, sino de algo más: de una virtud superior para los griegos
que la bondad, por el hecho de ser realizada frente a los demás, y
cuya existencia sólo puede darse a través de ellos: lo que, por
ende, puede considerarse como el verdadero éxito en política: la
gloria (que consiste en el reconocimiento de los demás). Mer
leau-Ponty asegura que esta relación con los demás «es la que
toma Maquiavelo como signo del valor en política, y no el éxito». 20
En el profundo análisis político que hace del autor de El prín
cipe, Merleau-Ponty sostiene: «el príncipe debe tener las cualida
des que parece tener, dice Maquiavelo, pero añade, "debe per
manecer lo bastante dueño de sí para desplegar otras contrarias
cuando es necesario"» . Éste --continúa Merleau-Ponty- es un
«precepto de política pero que podría ser también regla de ver
dadera moral» . Efectivamente --como él mismo dice- (tam
bién para el plano privado debemos preguntamos) «¿qué clase
de bondad es la que se quiere bondad? Una manera dulce de
ignorar a los demás y al fin y al cabo despreciarlos. Maquiavelo
no pide que se gobierne con los vicios, la mentira, el terror, la
astucia [más bien] trata de definir una virtud política [ ... que] no
está expuesta [al...] político moralizador, porque de entrada ya
nos instala en la relación con los demás que éste ignora».2 1
La filosofía de Maquiavelo, tanto como la de Merleau-Ponty
se definen por otra parte en el suelo de la praxis y no en el cielo
abstracto de los principios. La política se trata de hacer que los
hechos correspondan con los valores en la vida en común. Por
ello afirma en Humanismo y terror: «La maldición de la política
333
consiste precisamente en esto: que debe traducir los valores en
el orden de los hechos» .22 Su filosofía política podria considerar
se por esto un pensamiento de lo concreto, que se nutre de las
experiencias más íntimas y cotidianas que pueblan la vida hu
mana y su entorno. El fenomenólogo cree que «a la libertad le es
esencial existir sólo en acto» y desconfía inclusive «cuando se
defiende la libertad antes que a los hombres libres».23
También para Arendt la política consiste en el ejercicio de li
bertad que la acción realiza, y a la que el ser humano no puede
sustraerse mientras se presente ante los demás. No obstante, la
acción está condicionada por la pluralidad humana; esto es, por
el «hecho de que los hombres, no el Hombre, vivan en la Tierra y
habiten en el mundo» ;24 y esto significa entonces --como ella re
marca- que la política no es la esencia del hombre, sino la com
pleja relación entre «los hombres» . Así, además de considerar la
importancia de la distinción entre lo privado y lo público, es nece
sario reconocer que también la clara fragilidad del poder deriva
precisamente de la necesidad que todos tenemos de los demás.
Dice Merleau-Ponty: «lo que a veces transforma la dulzura
en crueldad, la dureza en valor, y trastorna los preceptos de la
vida privada, es que los actos del poder intervienen en cierto
estado de la opinión, que altera su sentido; despiertan a veces un
eco desmesurado; abren o cierran fisuras secretas en el bloque
del consentimiento general y [ . . . ] originan un proceso molecular
que puede cambiar el curso completo de las cosas» .25 Se refiere
con lo ello a lo que Arendt define como el carácter de impredeci
bilidad y de irreversibilidad de la acción. Ella explica que, debi
do a la pluralidad, una vez iniciada la acción es imposible desha
cer lo hecho y saber en qué puede terminar. Merleau-Ponty por
su parte explica que «la acción política es en sí impura, porque
es acción de uno sobre otro y porque es acción entre varios» .26
Así la contingencia del mundo, que es producto de la pluralidad,
334
es la fuente de la resistencia que se opone a la voluntad humana
que caracteriza la acción.
Reconocer estos obstáculos a la realización de los fines y
los deseos humanos nos permite comprender -como a Mer
leau-Ponty- que la dura sabiduría de Maquiavelo no repro
charía a las Repúblicas matar en nombre de la libertad y tomar
la ofensiva en nombre de la ley: «la historia es una lucha y si las
Repúblicas no lucharan desaparecerían. [Eso está entendido.
Pero] lo que sí podemos reconocer [insiste] es que los medios
siguen siendo sanguinarios, implacables, sórdidos. La supre
ma astucia de las cruzadas es no confesarlo. Sería necesario
romper el círculo. Evidentemente sobre este terreno es posible
y necesaria una crítica de Maquiavelo» .27 Y Hannah Arendt la
realiza. Los seres humanos no podemos relacionarnos en tor
no a nosotros mismos como medios, puesto que somos más
que fines, ante nosotros mismos, siempre nuevos «Comienzos» ;28
no obstante, mientras los seres humanos «Creamos que pode
mos tratamos como medios y fines en la esfera política no po
dremos impedir que cualquiera use todos los medios para per
seguir fines reconocidos».29
Finalmente, más que su supuesto «inmoralismo» , si algo se
le puede reprochar a Maquiavelo, según Merleau-Ponty, es ha
berse contentado con «evocar en pocas palabras un poder que
no fuera injusto» sin buscar enérgicamente su definición. Lo que
le desanima [dice] es que cree que los hombres son inmutables,
y que los regímenes se suceden en ciclo».3º Sin embargo Mer
leau-Ponty asegura que Maquiavelo «no se equivocó en insistir
sobre el problema del poder» . Aunque su conducta, dice, «acusa
lo que le faltaba a su política: un hilo conductor que le permitie
ra reconocer, entre los poderes, a aquel del que se pudiera espe
rar algo válido, y elevar decididamente la virtud por encima del
oportunismo».31
335
2. La fragilidad del poder y la relatividad del mal
336
interrogante maquiaveliana por el significado de la acción como
lo propio de la política; reconoce la contingencia del mundo
público (la «pluralidad» arendtiana); y establece el lugar de la
voluntad (el «quién» de la acción, que según Arendt es siempre
colectiva); todo esto desde la perspectiva del principe tanto como
de los gobernados y desde una perspectiva práctico-vital. Así
demuestra, coincidente con Arendt, que la política no se agota
en el ejercicio del poder, como tampoco en el impoder ni en sus
múltiples fases o formas de resistencia; ya que como él mismo
dice: «como en nuestras relaciones con los demás Maquiavelo
define en nuestras relaciones con la fortuna una virtud tan aleja
da de la soledad como de la docilidad» . 37 Y esto significa que ni
la autarquía ni la obediencia solipsistas pueden ser buenas guías
para la acción, que es lo que a él le interesa desentrañar.
Por otra parte, en esta relación de gobernantes con goberna
dos debemos reconocer también el carácter de imagen del poder.
Dice Merleau-Ponty: «el poder lleva a su alrededor un halo, y su
desgracia -como la del pueblo que tampoco se conoce--, es la de
no ver la imagen de sí mismo que ofrece a los demás: es pues una
condición fundamental de la política desarrollarse en las aparien
cias», 38 debido a que su espacio de realización es el espacio públi
co. Sin embargo esto no significa de ninguna manera tener que
engañar: «esto no quiere decir que sea necesario ni preferible si
quiera engañar, sino que, en la distancia [ ] se dibuja un persona
...
37. Ídem.
38. Ídem.
39. Ibíd., p. 27 1 .
40. Ídem.
337
conservación del poder: «el poder que llamamos legítimo es aquel
que logra evitar el desprecio y el odio» .41 Y esto significa que la pro
pia conservación del poder depende de los otros; es decir, de su
aceptación, y ésta a su vez del reconocimiento al príncipe.
Por ello dice Merleau-Ponty: «es necesario que el príncipe
tenga el sentimiento de estos ecos que despiertan sus palabras y
sus actos [ . . ] que mantenga contacto con esos testigos de los
.
4 1 . Ídem.
42. Ídem.
43. Probablemente la moral individual sólo puede expresarse en la forma
de «los principios» , en tanto corresponde al espacio privado, pero nunca en el
espacio público, que se caracteriza precisamente como el espacio en donde se
da naturalmente la relación con los otros.
44. M. Merleau-Ponty, «Nota sobre Maquiavelo» , op. cit.
338
pectiva revolucionaria de Marx «Se trataba de constituir un po
der de los sin poder»; aunque según Merleau-Ponty el problema
que el comunismo le planteó al mundo fue la hipocresía del libe
ralismo frente a sus propios valores, y el reto de la política socia
lista fue llegar a realizarlos en la práctica: «había que inventar
formas políticas capaces de controlar el poder sin anularlo» .45
Merleau-Ponty mantiene una posición critica frente a la fal
sa alternativa (de opresión y violencia) que signa las dos líneas
históricas del poder: liberalismo y comunismo,46 y afirma que
«el problema esencial consiste en saber si todo el poder tiende a
"autonomizarse", y es entonces un destino inevitable en toda so
ciedad humana».47 El problema que le plantea a ambos esque
mas es el mismo: la contradicción entre la pureza de los princi
pios, sobre la acción cruenta de sus historias. En este sentido
ubica con precisión: lo que se le reprocha a Maquiavelo «es la
idea de que la historia es una lucha y la política relación entre
los hombres más que entre los principios» ; pero « ¿acaso no es
esto cierto? Los principios no comprometen a nada y [ . ] se aco ..
45. Ídem.
46. Y las desarrolla de forma amplia en su libro Humanismo y terror. Afir
ma que «la cuestión no es sólo saber que piensan los liberales, sino que hace
en realidad el estado liberal dentro de sus fronteras y fuera de ellas. La pureza
de sus principios no la absuelve; por el contrario, la condena si se comprueba
que no existe en la práctica» . Y más adelante añade: «toda discusión seria del
comunismo debe plantear el problema, pues, como el mismo comunismo lo
hace, es decir, no sobre el terreno de los principios, sino sobre el de las relacio
nes humanas» (M. Merleau-Ponty, op. cit., pp. 8-9). Hannah Arendt por su
parte sostiene que «el poder sólo es realidad donde palabra y acto no se han
separado» (op. cit. , p. 223).
47. M. Merleau-Ponty, Humanismo y Terror, op. cit.
48. M. Merleau-Ponty, «Nota sobre Maquiavelo » , op. cit.
49. Ídem.
339
valor: «lo que importa, pues, no es solamente saber qué princi
pios se han de elegir, sino también quién, qué fuerzas, qué hom
bres los van a llevar a la práctica» . Y en esto otra vez admite:
«Maquiavelo tenía razón: los valores son necesarios, pero eso no
basta, y es peligroso incluso quedarse en esto; mientras no se ha
elegido a los que van a tener la misión de representarlos en la
lucha histórica, no se ha hecho nada». 50
De esta manera su caracterización del pensamiento maquia
veliano resulta profundamente afín a la propia filosofía fenome
nológica y más allá, hacia la misma historia de la tradición filosó
fica, ya que Merleau-Ponty entiende que de lo que se trata en po
lítica, como en toda relación humana, es de la búsqueda del «la
vida buena» o «del buen vivir» . Y en este proceso de humaniza
ción con los otros -desde los estoicos hasta el pragmatismo más
actual- se ha sostenido con simpleza, tanto para la esfera priva
da como en la pública, la evidente y profunda verdad de que «So
mos lo que hacemos» . En este contexto, Merleau-Ponty sugiere
de Maquiavelo la visión de un pensador realista que logra resistir
a la fascinación del caos tanto como al desencanto, gracias a su
capacidad de mantenerse en un justo realismo.
Maquiavelo le evoca la idea de un azar fundamental, «de
una adversidad que se sustrae a los intentos de los más inteligen
tes y de los más fuertes. Y si al final conjura a este genio malig
no, no es en nombre de ningún principio trascendental, sino
porque recurre a los simples supuestos de nuestra condición.
Apartando con el mismo gesto la esperanza y la desesperación» . 51
Por último, Merleau-Ponty asegura que el pesimismo de
Maquiavelo no es cerrado. Incluso, dice, «indicó las condiciones
de una política que no sea injusta: la que contente al pueblo. No
porque el pueblo lo sepa todo, sino porque, si hay alguien ino
cente, es él [y cita]: "Se puede contentar sin injusticia al pueblo,
a los grandes no: éstos intentan ejercer la tiranía, aquél evitarla
sólo" [ . . . De ahí que concluya] el pueblo no pide más que una
cosa: no ser oprimido» .52 Y en esto consiste precisamente la Vir
tú : en saber ejercer el poder sin desalojar el interés personal (que
es probablemente algo vital), pero haciéndolo coincidir con las
50. Ídem.
5 1 . Ibíd., p. 273.
52. Ibíd., p. 268.
340
necesidades de los demás. Maquiavelo no le planteaba al prínci
pe dejar de ser «bueno» o que fuera «malo» (lo cual es finalmen
te, en cualquiera de los dos casos, un asunto personal), sino que
además de ser bueno fuera «correcto», esto es, inteligente; o bien,
capaz de adecuar sus deseos y sus intereses humanos a las nece
sidades humanas de los demás.
34 1
desde el punto de vista teórico conceptual de Arendt), en el nivel
de la praxis social y de la acción real. Pero además mantiene
claramente un vínculo necesario entre la esfera de los principios
y la de los actos humanos. 54
3) En eso consiste precisamente la concepción merleaupon
tiana de la política, o el realismo fenomenológico de su propues
ta: que la política no se define más que en acto; como libertad,
pero en acto (<liria Arendt, como liberación), porque al espacio
público no le corresponde integrar los principios abstractos (del
«bien» o del «mal», «lo bueno» y «lo malo») sino brindar su po
sibilidad de concreción a los actos humanos, sean estos «no
bles» o «Crueles» ; es decir, sean acciones políticas o gestos priva
dos que la niegan, como la fuerza o la violencia. Pero las cuales
podemos juzgar porque se realizan ante los demás.
342
una buena vez que esas cosas pueden pasar, y pensar como gente
con vida».56 Merleau-Ponty describe así y se adscribe a una suerte
de realismo sin pesadumbre -q_ue coincide con el optimismo mo
derado de Arendt, aunque se diferencia de ella por su experiencia
personal. Lo que trata de decimos es que si existiera una suerte de
adversidad, ésta «no tiene nombre, ni intenciones», y, por ende, los
seres humanos no tenemos que poner límites a nuestro poder.
El filósofo hace así un llamamiento a la seriedad de la políti
ca (en contra de lo que llama «la irresponsabilidad del político»),
ya que concibe que la potencia de la política y su capacidad es tal
que: «en lugar de afirmar simplemente nuestras voluntades, nos
obliga a buscar difícilmente en las cosas la figura que deben asu
mir» . 57 Es decir, el poder va más allá de un voluntarismo capri
choso del yo; la pluralidad nos obliga a ser virtuosos para lograr
el mantenimiento del mundo. El ser humano, como diría Arendt,
está abierto siempre a la experiencia de la libertad y a la posibili
dad del milagro, y el milagro no es sino la realización de la liber
tad que aparece en el mundo con la acción. En el mismo sentido
Merleau-Ponty piensa que a pesar de toda la hostilidad del entor
no y en cualquier régimen político, «aunque supongamos en las
cosas un principio hostil, como no sabemos sus planes, es como
si no existiera para nosotros [de ahí que la conclusión sea que]
los hombres no deben abandonarse jamás» .58
Aunque es verdad que en el campo de los asuntos humanos
todo es incierto, también es verdad que la acción humana es la
única capaz de modificar el rumbo de las cosas; por ello nuestro
autor nos recuerda que: «el mundo humano es un sistema abier
to e inacabado y la misma contingencia fundamental que lo
amenaza de discordancia lo sustrae también a la fatalidad del
desorden y prohíbe desesperar de él» . 59 Arendt va más allá y ase
gura que «el milagro que salva al mundo, a la esfera de los asun
tos humanos, de su ruina normal y "natural" es en último térmi
no el hecho de la natalidad, en el que se enraiza ontológicamen-
343
te la facultad de la acción» . 60 Por ello el ser humano es quien
puede realizar el milagro y no Dios.
Por otra parte, ¿qué puede hacer la acción o el poder por la
justicia? Nuestro autor conmina, como único recurso, «a tener
presentes a los demás y a nuestro tiempo que nos hace encon
trar a los demás en el momento en que renunciamos a oprimir
los » . 61 Afirma así que la solución de la injusticia y la dominación
sólo podremos encontrarla en unas relaciones absolutamente
nuevas entre el poder y los súbditos. Dado que el pueblo es el
único inocente y no costaría nada hacer del poder un vehículo
de la justicia, Merleau-Ponty cree que esto es precisamente lo
que nos propone Maquiavelo. La facultad del príncipe tanto como
de los gobernados para actuar está determinada por la acción,
en tanto voluntad (no individual, sino) de ser junto a los otros. El
hombre político, dice Teo Ramírez en su último libro, «es el que
vive, no por los otros o para otros, sino como ellos, con ellos,
ante ellos» .62
Según Merleau-Ponty los signos y la fortuna no fallan, pero
al hombre le toca comprender «lo que en los posibles del mo
mento es humanamente válido» . Dios ha ofrecido el maná, pero
ello no significa que tenga que traerlo hasta nosotros: «a noso
tros nos toca hacer el resto, puesto que Dios, si lo hiciera todo
sin nosotros nos despojaría de la acción [ . . ] de la porción de
.
acción que nos está reservada» , 63 y con ello de la libertad que nos
permitiría alcanzar por nosotros mismos nuestro destino. . .
344
MERLEAU-PONTY EN LA REFLEXIÓN
CONTEMPORÁNEA ACERCA DE LAS POLÍTICAS
NORMATIVAS DEL CUERPO
(G. Canguilhem, S. de Beauvoir, M. Foucault,
P. Bourdieu, J. Butler)
Esteban García
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas -
Universidad de Buenos Aires
345
sibilidad de una reducción completa y acabada. 3 En la misma
obra se refiere en análogo sentido a una «reflexión radical» ,4 y
aún en Lo visible y lo invisible definirá a la filosofía como un
«pensamiento interrogativo» : aquel que consiste en el trabajo de
sostener continuamente una mirada interrogativa respecto del
mundo, formulando indefinidamente a la experiencia preguntas
«que ningún enunciado, ninguna respuesta puedan llenar» .5 Si
se aborda el desarrollo de la filosofía de Merleau-Ponty como
una serie de tesis sucesivamente postuladas, podría creerse que
la última filosofía de la chair significaría una ruptura con la filo
sofía del «cuerpo-sujeto» desarrollada en la Fenomenología de la
percepción. Si se adopta en cambio el punto de vista del mismo
Merleau-Ponty acerca de la filosofía como pensamiento interro
gativo, la chair no es más que otro modo de mantener viva la
misma interrogación de la experiencia corporal que siempre
obsesionó su pensamiento, de evitar la esclerosis del cuerpo-in
terrogación en cualquier definición. ¿Obra inacabada, concepto
fallido que, en su época tardía, disimula su fracaso mediante el
recurso a la metáfora o la literatura? Al contrario: obra realizada
a cada paso, desde su primer paso -en el mismo sentido en que
Merleau-Ponty decía que «la primera de las pinturas iba hasta el
fondo del porvenir». 6 Desde la perspectiva que aquí propone
mos, toda la deriva de la obra merleaupontiana se revela como
íntegramente coherente, no con la coherencia estática de un sis
tema sino con la coherencia dinámica del sentido de un movi
miento: aquel que tiende a reavivar y mantener viva la interroga
ción acerca de la experiencia corporal, o más precisamente, esa
interrogación que es la experiencia corporal misma. Se aplica
entonces a la filosofía, y en particular a esta filosofía, aquello
que Merleau-Ponty dijera de la creación artística: «estamos fas
cinados de tal manera por la idea clásica de la adecuación inte-
3. Ibíd. , p. xii.
4. Ibíd. , pp. xii, 24 1 ss.
S. Maurice Merleau-Ponty, Lo visible y lo invisible. Seguido de notas de tra
bajo, trad. J. Escudé, Barcelona, Seix Barral, 1 970, p. 1 62. También afirma en
una conferencia: «lo que hace al filósofo es el movimiento que reconduce sin
cesar del conocimiento a la ignorancia, de la ignorancia al conocimiento, y
una especie de reposo en ese movimiento» (cfr. Maurice Merleau-Ponty, Elo
gio de la filosofía, Buenos Aires, Nueva Visión, 1 970, p. 1 O).
6. Maurice Merleau-Ponty, L'oeil et l'esprit, París, Gallimard, 1 964, p. 92.
346
lectual que este pensamiento [ ... ] nos deja la impresión [ . . . ] de
una palabra paralizada o abortada». 7 Pero «las figuras de la lite
ratura y de la filosofía no son verdaderamente adquiridas, no se
acumulan en un tesoro estable», sólo sirven para sacar a la luz,
vez tras vez, zonas «pobladas de seres espesos, abiertos, desga
rrados, donde no es cuestión de tratar exhaustivamente». A los
críticos que replican: «¿no es más que esto? ¿Es el más alto pun
to de la razón constatar ese deslizamiento del suelo bajo nues
tros pasos, nombrar pomposamente interrogación a un estado
de estupor continuo? » , Merleau-Ponty responde que tal decep
ción «es la del falso imaginario que reclama una positividad que
colme exactamente su vacío. Es el pesar de no ser todo» . Pesar
infundado, porque «si ninguna obra se acaba absolutamente, [ ... ]
si las creaciones no son adquisiciones, no es sólo porque pasen
[ . ], es también porque tienen casi toda la vida por delante».8
..
7. Ibíd., p. 9 1 .
8. Ibíd., p . 92.
347
do ni el presente -agrega Merleau-Ponty- «lo son en el sentido
de la coincidencia» y es por eso que «el retomo filosófico es a la
vez partida» . La filosofía debe en fin ser comprendida como «la
invitación a re-ver lo visible, re-hablar la palabra, re-pensar el
pensamiento» .9 Párrafos como éstos deberían bastar para des
embarazar a muchos lectores de ciertas interpretaciones apre
suradas de la filosofía merleaupontiana, aquellas que, deudoras
de las críticas postestructuralistas y deconstruccionistas a la fe
nomenología, ven en Merleau-Ponty a un filósofo que meramente
habría anexado un apéndice existencial y corporal a una filoso
fía del sujeto y de la conciencia cuyas premisas habrían perma
necido intactas desde la primera de las Investigaciones lógicas de
Husserl . 1 0 Si Jacques Lacan promovió este mito entre los psicoa
nalistas, 1 1 tampoco Michel Foucault escapó del todo a este tipo
de lectura, por ejemplo al mencionar en varios reportajes a Mer
leau-Ponty junto a Sartre como representantes de un pensamiento
existencialista y humanista ya fenecido. En una ocasión ubicó a
la Fenomenología de la percepción de Merleau-Ponty en las antí
podas filosóficas de la Lógica del sentido de G. Deleuze,12 y aún
una vez más situó a Merleau-Ponty en una tradición filosófica
francesa de «lo vivido» presuntamente opuesta a la tradición
epistemológica de «lo viviente» , en la que él mismo se alineaba a
la zaga de G. Canguilhem.13 Si se recuerda por ejemplo que, si
multáneamente, Canguilhem se refería de modo explícito y rei
terado a las muchas convergencias que hallaba entre su propio
pensamiento y el de Merleau-Ponty, 14 se comprende que aque
llas apreciaciones de Foucault representaban más bien estrate-
348
gias ocasionales de diferenciación generacional que análisis justos
de los conceptos de una filosofía. Estas consideraciones intro
ductorias tienen el propósito de «justificar» la serie aparente
mente disonante de autores enumerados en nuestro título a la
zaga de Merleau-Ponty (Foucault, Butler, etc.). Más allá de las
incompatibilidades y discontinuidades que pueden oírse entre
discursos tan personales y que a veces se empeñaron en subra
yar sus diferencias, nos propondremos hacer dialogar sus pen
samientos oyéndolos como «filósofos del cuerpo» , mojones en
el camino de la misma interrogación indefinida que nos formula
la experiencia corporal. En las páginas que siguen, sin embargo,
no podremos dedicar igual atención en el análisis a cada una de
estas filosofías, sino que nos concentraremos en poner de relie
ve en la filosofía de Merleau-Ponty aquellos conceptos que per
mitirían trazar puentes con los desarrollos más contemporáneos
mencionados, conceptos que, según propondremos, incluso les
han abierto el camino.
Será necesario en primer lugar recordar algunas nociones
básicas de la Fenomenología de la percepción, donde Merleau
Ponty se propone desarrollar una descripción original de la ex
periencia corporal tal como es vivida. No me vivo corporalmen
te como ese conglomerado anatomo-fisiológico que describen
las ciencias, ni soy tampoco meramente un psiquismo que ten
dría una imagen o representación de su cuerpo, sino que me
vivo corporalmente como un conjunto articulado de posibilida
des de comportamiento. Estas disposiciones motrices latentes
simultáneamente organizan mi propiocepción y remiten por sí
mismas a otros cuerpos y a un mundo con los que me relaciono:
ellas son por sí mismas estas pautas relacionales. Para ilustrar
esta tesis el filósofo alude al caso de personas mutiladas que
continúan sintiendo sus miembros perdidos: «Tener un brazo
fantasma significa permanecer abierto a todas las acciones de
que únicamente el brazo es capaz, significa salvaguardar el campo
práctico que se tenía antes de la mutilación» . 15 El caso adquiere
un valor no meramente ilustrativo sino prototípico para Mer
leau-Ponty, ya que en su visión siempre y sólo nos vivimos cor
poralmente como «esquemas motrices» , repertorios de posibili
dades de comportamiento que han sido configurados mediante
349
hábitos adquiridos intersubjetivamente. Nuestro cuerpo vivido
es siempre, en este sentido, un «cuerpo virtual» 16 o «cuerpo fan
tasma» , no en el sentido de una representación o «imagen del
cuerpo» sino en el sentido de que el hardware orgánico sólo cuenta
en nuestra experiencia en la medida en que se integra en estas
posibilidades de comportamiento habitual y cultural. El cuerpo
vivido no tiene lugar en el espacio físico pero no es tampoco una
imagen psíquica: «mi cuerpo está donde tiene algo que hacer» , 17
en esa dimensión ontológica ambigua del «comportamiento» .
Los patrones motrices --como saberes que n o son intelectuales
ni lingüísticos sino pragmáticos, saberes de nuestras manos y
nuestros pies- regulan simultáneamente nuestra propiocepción
y la percepción del mundo.18 Desde esta perspectiva, los útiles,
los vehículos, la vestimenta o los espacios arquitectónicos apa
recen por sí mismos como encauzadores y potenciadores de
nuestras posibilidades senso-motrices, que a la vez condicionan
y conforman nuestro cuerpo: una suerte de patrones comporta
mentales «objetivados» , sedimentados en el mundo mismo, que
nos predisponen a conducimos según modos culturalmente pau
tados. Por eso Merleau-Ponty observa algo que resultaría de in
terés, por ejemplo, en el contexto de los desarrollos contemporá
neos de teóricas post-feministas como Donna Haraway o Bea
triz Preciado (si no se interpusieran aquellas interpretaciones
estereotipadas de Merleau-Ponty que, como mencionamos an
tes, guían a muchos lectores contemporáneos): los límites del
cuerpo son esencialmente lábiles y plásticos, el cuerpo-compor
tamiento como potencia senso-motriz puede no incluir caracte
rísticas visiblemente observables o bien incluir útiles, prótesis,
vestimentas, vehículos. Esto lo hace en función de sus habituali
dades, es decir, de los modos pautados de relacionarse y de habi
tar entornos que ha « incorporado» culturalmente, o dicho más
350
precisamente, que lo conforman como el cuerpo que es. En este
sentido, el artificio cultural y técnico es constitutivo de la natu
raleza misma del cuerpo humano, y no como a veces se ha suge
rido, una deriva circunstancial y extraordinaria de la corporali
dad propia de la época postmoderna del cyborg. La visión de
Merleau-Ponty es en este sentido más cercana a la de Nietzsche
cuando afirma que toda cultura es un modo particular de criar
determinados cuerpos, 1 9 y esta crianza significa siempre cierta
«tecnología del cuerpo» , es decir, un modo de «hacer cuerpo»
con implementos culturales y técnicos que ingenuamente consi
deramos accesorios.
El lenguaje es igualmente una de estas «máquinas cultura
les» que nuestro cuerpo encuentra, a la que se acopla, de la que
se sirve y que a la vez lo conforman. De la definición merleau
pontiana del cuerpo como comportamiento se derivan tanto la
consideración del cuerpo como artefacto cultural, como el ca
rácter orgánico o «natural», por así decir, del artefacto cultu
ral. 20 Daniel Dennett formula una idea en alguna medida afín a
esta última concepción cuando enuncia que el lenguaje es:
351
Dennett sigue teniendo en mente la acepción tradicional del cuer
po como organismo biológico). Según Merleau-Ponty:
352
todos los demás, reestructurando la presencia sensible total que
tenemos frente nuestro.25 Hay en esta teoria del lenguaje como
gesto, como un modo más de la expresividad que el cuerpo mis
mo es, una «naturalización» o «encarnación» del lenguaje. En
este sentido puede afirmar Merleau-Ponty que el lenguaje es como
un órgano de los sentidos, e incluso que como el metal o el cris
tal, los seres humanos son «seres que suenan» .26 Pero a la vez, la
anatomía y la materialidad del cuerpo mismo sólo son vividas
según el modo particular en que se han integrado y han sido
asumidas en cierta situación cultural, histórica y social, puesto
que sólo pueden existir en relación con un entorno particular y
en cohabitación con otros cuerpos: son en sí mismas dispositi
vos relacionales. Esto impide interpretar el «naturalismo» mer
leaupontiano en alguno de los sentidos corrientes del término.
Hay que observar también que la teoria merleaupontiana
del lenguaje como gesto o comportamiento corporal expresivo
nunca redunda en una mera equiparación o indistinción entre el
lenguaje y los comportamientos corporales no lingüísticos, sino
que ambas dimensiones pueden distinguirse en el análisis aun si
están de hecho siempre entrelazadas. Más aún, deben ser distin
guidas para formular, como hace Merleau-Ponty, una relación
de quiasmo o reversibilidad entre ellas.27 Merleau-Ponty no pro
vee una versión más de alguna teoria del origen biológico o
natural del lenguaje, precisamente porque ha mostrado que el
comportamiento corporal no lingüístico ya está estructurado his
tórica, cultural e intersubjetivamente, y su originalidad está pre
cisamente en haber despejado este área propia de una cultura
corporal o comportamental «silenciosa» , cuya prioridad en el
análisis sigue reivindicando hasta en sus últimos escritos. Así se
refiere, por ejemplo en Lo visible y lo invisible a «ese lenguaje
cosa que es tanto como un arma, acción, ofensa, seducción, por
que hace que afloren todas las relaciones profundas de lo vivido
donde se ha formado. [ . ] La filosofía misma es lenguaje, se apo-
..
25. Cfr. a este respecto Esteban A. García, «Cuerpos que suenan. Aspectos
de la filosofía del lenguaje de M. Merleau-Ponty» , Escritos de Filosofía, Acade
mia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, Buenos Aires, año XXIII, 44, ene
ro-diciembre de 2004, pp. 265-302.
26. M. Merleau-Ponty, Lo visible y lo invisible, op. cit. , pp. 1 79, 1 92 .
2 7 . Cfr. ibíd. , pp. 1 88ss.
353
ya en el lenguaje; pero ello no la imposibilita para hablar del
lenguaje, ni del pre-lenguaje ni del mundo silencioso» .28
Puede resultar llamativo que en sus textos póstumos Merleau
Ponty haga surgir su análisis del lenguaje a partir de su análisis de
la sexualidad, siendo que ésta podria considerarse meramente como
un modo peculiar y restringido del comportamiento intercorporal.
En Lo visible y lo invisible Merleau-Ponty considera sin embargo
que es «con la acción paciente y silenciosa del deseo [que] se inicia
la paradoja de la expresión». 29 Para comprender esta afirmación
hay que recordar que la sexualidad no es para el filósofo una zona
restringida del cuerpo vivido o un tipo peculiar de comportamien
to, sino que, como ya se afirmaba en la Fenomenología de la percep
ción, la sexualidad está difundida en toda la existencia «como una
atmósfera».30 En el capítulo dedicado a la cuestión, la sexualidad es
definida como la función misma de nuestras relaciones con los otros,
como el emblema de nuestra esencial «socialidad». Habíamos afir
mado que nuestro cuerpo vivido se ha constituido relacionándose
con otros y no es más que un repertorio de pautas relacionales:
ahora Merleau-Ponty afirma que esas relaciones intercorporales que
nos constituyen son, en su diversidad, siempre de algún modo rela
ciones sexuales.31 En su Fenomenología Merleau-Ponty afirmaba
que «estamos mezclados con el mundo y con los demás en una
confusión inextricable»,32 y en sus últimos cursos y escritos reitera
rá esta idea con la sugestiva afirmación de que, por ser corporales,
354
somos ontológicamente «promiscuos» . 33 No tenemos autonomía
ontológica, a diferencia del aséptico sujeto pensante cartesiano que
se considera el primer existente y debe deducir luego la existencia
de otra cosa. En los términos de los cursos acerca de La Nature, mi
cuerpo está ontológicamente «en circuito» con el mundo, con los
otros cuerpos e incluso con cuerpos no humanos, y esto «por su
propio peso de cuerpo»: ser corporal consiste en esta misma condi
ción de «estar en circuito». 34 También afirma más poéticamente en
otros de sus últimos cursos que si pudiéramos abrir un cuerpo -no
un cuerpo anatomo-fisiológico sino un «cuerpo comportamental»,
claro está- se «hallaría allí a todos los otros hombres como en las
muñecas rusas, o más bien no en orden, sino en un estado de indi
visión» . 35 Merleau-Ponty cree además, siguiendo a Husserl, que la
realidad misma del mundo se funda en su ser vivido como ca-vivi
do: «vemos con los ojos de los otros desde que tenemos ojos». 36 Si la
socialidad es, a su vez, siempre de algún modo sexual, puede decir
se entonces que el mundo percibido está enteramente teñido afec
tiva y eróticamente o, para usar los términos propios del filósofo:
«toda percepción es un modo del deseo». 37 La exploración percep
tiva que es modelo e inauguración de todo conocimiento, de toda
búsqueda de la verdad como aquello que algo es en realidad, no es
más que el intento de develar esos otros aspectos de la cosa que los
otros ven: una búsqueda de convergencia con otras miradas o, en
definitiva, una búsqueda de contacto con otros cuerpos.
La subjetividad no desaparece en este «magma interhuma
no» , pero se muestra siempre deudora de esta socialidad corpo
ral previa, de esta intercorporalidad originaria. No puedo saber
quién soy -y en suma no puedo ser yo mismo-- más que a tra
vés de mis relaciones con los otros: soy un nudo en la red. Esto
significa más precisamente que, puesto que mi ser es corporal y
mi cuerpo es un esquema de posibilidades habituales de com
portamiento, estoy perpetuamente haciéndome en la reproduc
ción nunca mecánica, siempre plástica y variada, de esas pautas
355
comportamentales: una combinación de generalidad y plastici
dad que resume la noción merleaupontiana de «estilo» de com
portamiento. Así afirma la Fenomenología de la percepción que
«hago mi realidad y me uno a ella sólo en el acto. [ . . . ] En mi
relación con las "cosas" [y con otros] me conozco» .38 No se trata
en realidad para Merleau-Ponty de una mera cuestión de cono
cimiento de sí, sino ontológica: no soy más que el estilo de esos
actos mundanos e intercorporales. La obra termina justamente
con las palabras de Saint-Exupéry que afirman que «tú resides
en tu acto mismo. Tu acto eres tú. [Ton acte, c 'est toi.] [ . . . ] El
hombre no es más que un nudo de relaciones» . 39
Es Merleau-Ponty mismo quien abre la posibilidad de apli
car esta noción de la subjetividad como estilo de comportamien
to a la identidad de género, en el capítulo de la Fenomenología de
la percepción referido a la sexualidad: «el cuerpo visible está sub
tendido por un esquema sexual, estrictamente individual, que
acentúa las zonas erógenas, traza una fisonomía sexual y suscita
los gestos del cuerpo masculino» .4º A pesar de que algunas teóri
cas feministas objetaron el aparente androcentrismo de este aná
lisis merleaupontiano de la sexualidad, en otros textos el filósofo
afirmó algo análogo acerca del ser mujer:
356
de género masculina y femenina con la jerarquización funcional
que suponen en nuestra cultura podrían ser consideradas en
tonces como patrones comportamentales idiosincrásicos, o como
dirá Judith Butler citando justamente a Merleau-Ponty, estilos
corporales o «estilos de la came» .42
La fecundidad de los conceptos merleaupontianos para dar
cuenta de la identidad de género se comprobó primeramente en
los desarrollos de Simone de Beauvoir, también inspirados en
parte en la obra de Merleau-Ponty. En El segundo sexo Beauvoir
tradujo la ontología fenomenológica sartreana a los términos del
binario sexual: la mujer es de hecho el Otro, el cuerpo y el sexo
frente a una conciencia que se dice «humana» en el doble senti
do del hombre y de la humanidad. Ahora bien, según Beauvoir,
la mujer es lo Otro porque a través de la historia «Se ha constitui
do concretamente como lo Otro» ,43 y la perpetuación de los he
chos tiende a transformarlos en esencias.44 El segundo sexo pre
tende explicar qué motivos particulares hicieron y hacen que las
conciencias, en la medida en que nuestra cultura las distribuye
en «dos categorías humanas»,45 ocupen distintos lugares prea
signados en la dialéctica existencial de la conciencia y su otro. A
la hora de explicar por qué los roles se distribuyen de esta manera,
Beauvoir se inspira explícitamente en los desarrollos merleau
pontianos: la feminidad no resulta meramente de determinacio
nes biológicas pero tampoco de una construcción absolutamen
te inmotivada, sino del entrelazamiento histórico de dimensio
nes biológicas, psicológicas, económicas y culturales: «en la
colectividad humana nada es natural [ . . . ]. La mujer es un pro
ducto elaborado por la civilización [ . . ], no es definida ni por sus
.
42. Cfr. las páginas finales de Gender Trouble. Feminism and the Subversion
of Identity, Nueva York, Routledge, 1 990.
43. Simone de Beauvoir, El segundo sexo, Buenos Aires, Debolsillo Con
temporánea, 2007, p. 1 39.
44. «No se podrá impedir que la mujer no sea lo que ha sido hecha» , S.
Beauvoir, op. cit., p. 7 1 9.
45. Ibíd, p. 73.
46. Ibíd. , p. 7 1 8.
357
de la obra-, para la filósofa ellos no representan un destino,
« no bastan para definir una jerarquía de los sexos; no explican
por qué la mujer es lo Otro; no la condenan a conservar eterna
mente ese papel subordinado» .47 Si la biología no es destino para
Beauvoir no es porque, como pensaría Sartre, la conciencia es
una perpetua huída y trascendencia respecto de su facticidad,
sino más bien, como afirma Beauvoir glosando a Merleau-Pon
ty, porque «la Humanidad es algo distinto de una especie -es
un devenir histórico- y se define por la manera en que asume la
ficción natural» .48 Merleau-Ponty suscribe explícitamente el pun
to de vista de Beauvoir en sus lecciones de psicología de La Sor
bonne, al referirse a la conformación de la identidad de género
en el desarrollo infantil. Afirma así que:
358
ro, y en general relación interhumana tal como existe en esta
sociedad. No es posible hablar de lo femenino y de lo masculino
puesto que cada civilización elabora cierto tipo de masculinidad
correlativo de cierto tipo de feminidad, según su modo de exis
tencia. Hay, en cambio, en el interior de una sociedad dada, un
estereotipo sexual.5º
359
diferentes y asimétricas. En términos de Merleau-Ponty, «alrededor
de nuestras iniciativas y de este proyecto rigurosamente individual
que nosotros somos» debe reconocerse «una zona de existencia ge
neralizada, de proyectos ya hechos, significaciones que se arrastran
entre nosotros y las cosas y que nos califican como hombre, como
burgués o como proletario», una conclusión a la que Beauvoir sus
cribiría agregando enfáticamente la calificación de mujer.54
Butler ha observado que en Beauvoir (y lo mismo puede de
cirse de Merleau-Ponty a la luz de algunos párrafos ya citados)
se encuentra la idea de la feminidad y la masculinidad -o más
bien, feminidades y masculinidades- como géneros cultural
mente construidos y por tanto abiertos a cierta variabilidad, pero
no se cuestiona el binarismo mismo, es decir, la existencia bioló
gica de los dos sexos. Este básico binarismo sexual habría sido
asumido en nuestra cultura bajo la forma de dos géneros asimé
tricos, y es este particular modo de generización jerárquica el
que permitiría ser puesto en cuestión, pero no el binarismo bio
lógico mismo. 55 Butler se pregunta sagazmente hasta qué punto
es factible seguir sosteniendo la distinción entre estos dos órde
nes, y en qué medida la « materialidad» y la «naturaleza» del
sexo no resultan de una «materialización» y una «naturaliza
ción» de la normatividad genérica de nuestra cultura, normati
vidad que Butler frecuentemente sitúa en una dimensión lin
güística. La crítica de Butler abre una valiosa perspectiva de aná
lisis al advertir que «la naturaleza» puede funcionar como una
suerte de astucia política destinada a hacer pasar por universa
les e inevitables ciertas construcciones culturales jerárquicas. Sin
360
embargo, este sentido de « naturaleza» como un repertorio de
rasgos fijos, universales y aislables es absolutamente ajeno a la
acepción merleaupontiana de la noción de naturaleza, por razo
nes que ya consideramos antes: la corporalidad señala en el aná
lisis de Merleau-Ponty el entrelazamiento indiscernible de la
naturaleza y la cultura.
Es verdad, sin embargo, que hay un sentido en que Merleau
Ponty continúa validando un particular carácter «natural» del cuer
po. Difícilmente pueda discutirse -y, por el contrario, es pertinente
subrayar- que nuestra experiencia es, como dice Merleau-Ponty,
siempre deudora de un «pasado de todos los pasados», de ciertas
determinaciones que no hemos elegido por el solo hecho de haber
nacido con ciertas estructuras corporales específicas. 56 Éste es el
sentido filosófico de la «naturaleza» que Merleau-Ponty se propone
reivindicar contra cierto intelectualismo que «no concede ninguna
importancia a esta resistencia de la pasividad» .57 Pero esta natura
leza, en el sentido propiamente filosófico merleaupontiano, no es
una suerte de sustrato único y fijo de caracteristicas innatas y uni
versales, determinables por medio de investigaciones científicas
objetivas. Por un lado, puede recordarse que ya desde La estructura
del comportamiento Merleau-Ponty se ocupó de mostrar que es la
misma fisiología contemporánea la que pone en cuestión el mode
lo mecanicista del cuerpo como un conglomerado de partes con
funciones fijas, para abordarlo en cambio como una estructura plás
tica de comportamientos integrados. En su Fenomenología de la
percepción Merleau-Ponty advierte que esta plasticidad de las «este
reotipias orgánicas»58 permite que sean retomadas históricamente
de diversos modos: ellas no pueden ser definidas más allá de las
diversas culturas corporales que las retoman y reestructuran y esto
dificulta determinar objetivamente invariantes orgánicos absolu
tos más allá de sus usos y significaciones históricos particulares. Si
el arraigo del ser humano en la naturaleza, en el sentido de una
pasividad y una determinación originarias, es ciertamente una con-
56. «Ce passé de tous les passés» (como un pasado que no es exclusivamente
propio sino colectivo, que nunca fue vivido como mi presente y que sin embargo
me determina; el pasado impersonal relativo a los cuerpos vivos en general) es
una expresión que Merleau-Ponty utiliza en Phénoménologie..., op. cit. , p. 1 00.
57. M. Merleau-Ponty, Fenomenología... , op. cit., p. 66.
58. La expresión aparece en M. Merleau-Ponty, Phénoménologie... , op. cit.,
p. 1 00.
361
dición ontológica esencial e irrefutable, no hay que entender que
esta «naturaleza» del cuerpo humano sea aquella que describe la
anatomo-fisiología de nuestra época. Esta distinción entre ambos
sentidos de naturaleza -filosófico y científico- es claro ya en la
Fenomenología de la percepción, cuando Merleau-Ponty escribe, por
ejemplo refiriéndose al concepto empirista de naturaleza, que «es
absurdo pretender que tal naturaleza constituya el objeto primero
de nuestra percepción: es posterior a la experiencia de los objetos
culturales, o mejor dicho, es uno de esos objetos. Tenemos, pues,
que redescubrir también el mundo natural y su existencia que no se
confunde con la del objeto científico» .59 En el mismo sentido afir
ma que «la nebulosa de Laplace [o podría decirse, para ponerlo en
términos más contemporáneos, "el big bang"] no está detrás de noso
tros, en nuestro origen, sino delante de nosotros, en el mundo cul
tural».60 Estos dos sentidos de «naturaleza» -filosófico y científi
co- parecen confundirse en algunos de sus análisis, como el del
miembro fantasma en el cual en ocasiones parecen confluir la na
turaleza en sentido filosófico como «pasado de todos los pasados»
-ese pasado opaco e irrecuperable que sin embargo llevamos en
nuestro cuerpo- con «las estereotipias orgánicas» tal como las
describe la anatomo-fisiología. Pero para ser coherentes con las for
mulaciones más explícitas del filósofo, es necesario reconocer que
el cuerpo de las ciencias anatomo-fisiológicas no equivale a ese «pa
sado natural» que determina nuestro presente, no es algo que esté
en el mundo «antes» o independientemente de cualquier vida hu
mana cultural y significante -como tampoco lo estaba la nebulosa
de Laplace en el ejemplo de Merleau-Ponty- sino que, por el con
trario, «está delante nuestro» como una construcción cultural.
A partir de algunos conceptos de Canguilhem (Lo nonnal y
lo patológico) podemos observar que existe aún otro sentido en
que el cuerpo de la anatomo-fisiología es construido cultural
mente, y ahora en el exacto sentido merleaupontiano de una
cultura de hábitos comportamentales. Según Canguilhem, la fi
siología es una ciencia natural análoga a la física o la química en
lo que respecta a sus métodos, pero no lo es respecto de su obje
to: ella no describe simplemente los cuerpos tales y como son,
sino que describe el cuerpo valorado como normal y sus varian-
362
tes anatómicas o fisiológicas calificadas como patológicas, valo
raciones que como tales no son determinables objetivamente. 61
Podria pensarse, contra esta visión, que la «normalidad» no in
troduce una valoración tácita sino que meramente se refiere a
un promedio cuantificable objetivamente. Sin embargo, Can
guilhem observa que incluso «la constancia de determinados ras
gos, revelados por un valor promedio, depende de la fidelidad
consciente o inconsciente a ciertas normas de vida [en una so-
ciedad]. [ . . . ] En la especie humana la frecuencia estadística [ . . . ]
traduce [ ... ] una normatividad social» .62 Como un ejemplo evi-
dente puede pensarse en la duración «fisiológicamente normal»
de la vida de un cuerpo humano:
363
tanto una naturaleza humana como hábitos humanos relacio
nados con géneros de vida, niveles de vida y ritmos de vida». Es
en la dimensión de estos hábitos estructurados donde se juegan
esas valoraciones tácitas que las descripciones de la fisiología y
otros discursos y saberes científicos, expresan y a la vez afian
zan, perpetúan y «naturalizan». «Las constantes fisiológicas son
normas habituales», afirma Canguilhem, agregando que no se
trata de «hábitos individuales que determinado individuo po
dría adoptar o abandonar a su antojo», sino, tal como para Mer
leau-Ponty, hábitos propios de la cultura corporal de una socie
dad particular.65 Si en lugar de tomar como eje estas normas
comportamentales y considerar el lenguaje y la anatomía como
dimensiones o funciones suyas, partimos en cambio de las nor
mas lingüísticas o, como dice incluso Butler en ocasiones, las
normas «ideales» , nos vemos llevados a la conclusión improba
ble y no deseada por Butler pero que difícilmente logra esquivar,
de que las ideas y las palabras hacen surgir la materialidad de
los cuerpos: en una teoría semejante se cumple aquella senten
cia evangélica según la cual «el Verbo se hace carne». Así afirma
Butler, por ejemplo, que es necesario «Considerar la categoría
del sexo como una norma lingüística»66 y que «el sexo es una
construcción ideal que se materializa obligatoriamente a través
del tiempo» .67
El notar estos contrastes no impide que se observen a la vez
profundas afinidades entre las formulaciones de Butler y de Mer
leau-Ponty. Así como para Merleau-Ponty el esquema corporal
individual --q_ue es también, como el filósofo advierte, siempre
un «esquema sexual»- es un «estilo de comportamiento» deudor
de habitualidades adquiridas intercorporalmente, paralelamente
para Butler la identidad genérica no es un núcleo esencial [gender
core] que se expresa en actos, sino el producto de la iteración de
estos actos. La teoría butleriana de la identidad performativa de
género parece en ocasiones tan cercana al modelo merleaupon
tiano que Butler tiene la necesidad de distinguirla expresamente.
Al resumir las conclusiones de Gender Trouble afirma:
364
Mi argumento aquí ha sido que no es necesario que haya «Un
actor [un sujeto actuante] detrás del acto» sino que el «actor» es
construido variablemente en y a través del acto. Esto no significa
un retomo a una teoría existencial del yo como constituido a
través de sus actos, ya que la teoría existencial sostiene una es
tructura prediscursiva tanto para el yo como para sus actos. Es
precisamente la construcción discursivamente variable de cada
uno en y a través del otro la que me ha interesado aquí. 68
365
terpretación, sin embargo, recorta una sección parcial del argu
mento total desarrollado por Foucault y elude algunos de sus
términos. Foucault efectivamente afirma que el sexo es «el pun
to imaginario fijado por el dispositivo de sexualidad»; «el sexo es
el elemento más especulativo, más ideal y también más interior
en un dispositivo de sexualidad que el poder organiza en su apo
deramiento de los cuerpos, su maternidad, sus fuerzas, sus ener
gías, sus sensaciones y sus placeres» .73 Pero este dispositivo no
es solamente discursivo, sino que para el filósofo abarca más
ampliamente diversas prácticas corporales políticas. Es por ello
que Foucault puede afirmar, por ejemplo, que su análisis no equi
vale a una «historia de las mentalidades» que sólo tendría en
cuenta los cuerpos según el modo de percibirlos y de darles sen
tido y valor» sino que consiste en cambio en «una historia de los
cuerpos y de la manera en que se invadió lo que tienen de más
material y viviente» . 74 Que el sexo es una construcción cultural
del dispositivo de sexualidad no significa para Foucault que la
política se juegue en un ámbito meramente discursivo y que los
discursos construyan la materia de los cuerpos. A la inversa de
lo que piensa Butler, para el filósofo la política es siempre y pri
meramente «Somato-política» , y los discursos y las representa
ciones no son más que sus armas más sutiles, estrategias surgi
das en este cuerpo a cuerpo, de modo análogo a Nietzsche cuan
do afirmaba que las ideas no son más que las chispas surgidas
del choque entre espadas. 75 En los términos de Vigilar y castigar,
la política moderna debe pensarse como una «tecnología de po
der sobre el cuerpo, que la tecnología del "alma" -la de los edu
cadores, de los psicólogos, de los psiquiatras- no consigue en
mascarar ni compensar, por la razón de que no es sino uno de
sus instrumentos» .76 Saberes y discursos aparecen aquí clara
mente definidos como dimensiones parciales de una más vasta
tecnología política de los cuerpos. En el mismo sentido, en un
74. Ibíd., p. 1 85 .
7 5. Aquí extrapolamos u n tanto e l sentido d e l a imagen d e Nietzsche (en La
ciencia jovial) citada por Foucault en La verdad y las fonnas jurídicas, Barcelo
na, Gedisa, 1 980, p. 27.
76. M. Foucault, Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, México, Siglo
XXI 2002, p. 37.
,
366
reportaje en el que resume las conclusiones de La voluntad de
saber Foucault afirma que su propósito era mostrar:
367
La «anatomo-política» del poder disciplinario cuyo surgi
miento en los siglos XVII y XVIII describe la obra, todos aquellos
«métodos que permiten el control minucioso de las operaciones
del cuerpo, que garantizan la sujeción constante de sus fuerzas y
les imponen una relación de docilidad-utilidad» , 79 son el mejor
ejemplo del modo en que las relaciones de poder se juegan en
dimensiones corporales y comportamentales no privativamente
lingüísticas. Así también la arquitectura escolar, hospitalaria o
militar, se revelan en aquella obra como maneras no lingüísticas
de fijar normas para los comportamientos corporales, pautas
mudas para reglar las relaciones posibles entre los cuerpos.
Si el punto de vista de Butler supone que todo lo que no está
reglado por el discurso no está reglado, la concepción merleau
pontiana de una cultura corporal comportamental hace posible
pensar que los cuerpos son reglados antes de su entrada al len
guaje, e incluso que esta dimensión cultural y normativa muda
es tanto más fuerte que la lingüística precisamente por no ser
explícita. Puede pensarse entonces, por ejemplo, que la normali
zación genérica acontece desde que se mantienen relaciones
corporales de cuidado y cercanía distintas con quienes ya han
sido generizados como hombre y mujer, desde que los cuerpos
son vestidos de rosa o de celeste, desde que aprenden sin pala
bras a controlar sus funciones, desde que aprenden «a golpes»
cómo y cuándo tocarse y tocar, desde que perciben e imitan sin
decir ni pensar cuerpos marcados genéricamente en sus gestos,
en sus modos de higienizarse, en sus modos de «arreglarse» y de
vestirse, desde que ocupan en la casa y entre los suyos ciertos
lugares que los disponen a ciertos comportamientos apropiados
a su género y les impiden otros. Desde este marco más amplio
parece deficitario afirmar como Butler que «la niña se feminiza
mediante esa denominación [el término "niña"] que la introdu
ce en el terreno del lenguaje» .8º
Fue particularmente Pierre Bourdieu en La dominación mascu
lina quien desarrolló una crítica de corte merleaupontiano a la teo
ría butleriana. Los dualismos, observa Bourdieu, están:
79. Ibíd, p. 1 4 1 .
80. J . Butler, Cuerpos que importan, op. cit., p . 26. O también: «el término
[niña] [ . . . ] gobierna la formación de una feminidad interpretada corporal
mente» (ibíd. , p. 326).
368
profundamente arraigados [ . . . ] en los cuerpos, no han nacido de
un mero efecto de dominación verbal y no pueden ser abolidos
por un acto de magia performativa; los sexos [ . . . ] están inscriptos
en los cuerpos y en un universo de donde sacan su fuerza. El
orden de los sexos es lo que sustenta la eficacia performativa de
las palabras [ . . . ] así como lo que se resiste a las redefiniciones
falsamente revolucionarias del voluntarismo subversivo. 8 1
369
miten en lo esencial de cuerpo a cuerpo, sin necesidad de la con
ciencia y el discurso, escapan en buena parte a la presión del
control consciente y escapan así a las transformaciones».86 Una
cuestión que aquí sólo podremos dejar abierta es la del aparente
pesimismo político que parece teñir todas aquellas filosofías que
han reconocido el modo en que las estructuras sociales, cultura
les y políticas arraigan en dimensiones corporales y comporta
mentales pre-lingüísticas y pre-conscientes. Sin embargo, nin
guno de los pensadores a quienes nos referimos renunció a pen
sar la posibilidad de la libertad y la resistencia a los poderes. En
este sentido, apuntaremos solamente que en Merleau-Ponty,
quien abrió el camino para pensar la fuerza de las determinacio
nes sociales, históricas y culturales del cuerpo, podrían hallarse
también claves para volver a definir desde un marco no volunta
rista ni intelectualista las posibilidades de una ética de la liber
tad y una política de la resistencia.
370
A-FILOSOFÍA Y CRISTIANISMO NO-RELIGIOSO:
MERLEAU-PONTY, BONHOEFFER
Y LA POSIBILIDAD DE UNA FILOSOFÍA CRISTIANA*
Nicolo Seggiaro
Universita del Piemonte Orientale
37 1
carácter de incumplimiento y fragmentariedad, a lo que los estu
diosos de ambos autores son afectos, impone una continua aten
ción a la prudencia hermenéutica e implica un constitutivo y fruc
tífero permanecer abierto del discurso en la multiplicidad de las
perspectivas posibles.
372
apariencia: ellas expresan dos veces el prejuicio de un universo
en sí perfectamente explícito» .3 Lo que ambos puntos de vista
pierden es, en definitiva, el vínculo con el mundo, la inherencia
constitutiva del sujeto al mundo, el etre-au-monde. Justamente
esta falta de adhesión a lo real caracteriza negativamente a la
filosofía reflexiva, filosofía de sobrevuelo de la que es necesario
tomar distancia. En las páginas de Lo visible y lo invisible, la
crítica de Merleau-Ponty se concentra en la tentativa de la filo
sofía reflexiva de dominar al Ser sobrevolándolo y en el error
simétrico que busca un retomo a la inmediatez.
Un recorrido similar es el que lleva a cabo Bonhoeffer en la
crítica a las perspectivas éticas del formalismo abstracto y del
consecuencialismo: «el problema del bien no debe reducirse a
examinar las acciones, con base en sus motivaciones y a sus con
secuencias, mediante la aplicación de una norma ética ya prefi
jada. Una ética de las intenciones no es menos superficial que
una ética de los resultados. [ . . . ] Si la búsqueda de los móviles de
las acciones se extravía en las inextricables complejidades del
pasado, la de las consecuencias se pierde en las nieblas del futu
ro». 4 Lo que en última instancia anula estas perspectivas éticas
es por un lado su carácter abstracto, su incapacidad de captar
las situaciones reales: «el problema del bien nos toma siempre
en una situación ya irreversible: nosotros vivimos. [ ... ] No nos
preguntamos pues, qué es el bien en sí, sino qué está bien en la
vida así como es, para nosotros que vivimos. Nos interrogamos
entonces respecto del bien no ya haciendo abstracción de la vida,
sino comprometiéndonos en ella. La pregunta misma forma parte
de nuestra vida, así como nuestra vida forma parte de la búsque
da del bien» ;5 por otro lado, el moverse de estas éticas a través
del contraste entre el bien y la realidad, entre ser y deber ser,6
contraste que no subsiste y es superado en Jesucristo. Es bueno
subrayar desde ya que la referencia de Bonhoeffer a Cristo va
precisamente en dirección de una ética de la concreción, de una
3 73
ética que no oponga la esfera trascendente a la inmanente, sino
una ética capaz de salvaguardar la dimensión mundana y pro
piamente humana: «no está escrito: Dios se ha hecho idea, prin
cipio, programa, norma universal, ley, sino Dios se ha hecho
hombre. [ . . . ] Cristo no suprime la realidad del ser humano a fa
vor de una idea qué realizar a costa de la realidad, sino, al con
trario, otorga valor a la realidad, la afirma» .7
De esta manera, se comienza a entrever que la centralidad
de la figura de Cristo en la perspectiva bonhoefferiana es, en
cierto sentido, como tendremos modo de profundizar, lo corres
pondiente a la centralidad de la chair y del etre-au-monde en
Merleau-Ponty. Por el momento nos limitaremos a subrayar que
tanto en un caso como en el otro se afirma la necesidad de una
mayor adherencia a lo real y que esta exigencia implica para
ambos autores la cesión de la pretensión de colmar la distancia
que nos separa de Dios, de ponemos en el lugar de Dios. El pen
samiento de sobrevuelo, del cual Merleau-Ponty no deja de po
ner en evidencia sus límites, el de la filosofía reflexiva, es en efec
to «el vidente que se olvida que tiene un cuerpo» , 8 es un pensa
miento que «piensa poder comprender nuestro vínculo natal con
el mundo sólo deshaciéndolo para rehacerlo », 9 que tiene la pre
tensión de «construir o reconstruir el mundo existente a través
de una serie indefinida de operaciones suyas» : 10 podemos muy
bien resumir la tentativa de la filosofía reflexiva caracterizándo
la como la tentativa, que fracasa, en tomar el lugar de Dios. Algo
análogo caracteriza chez Bonhoeffer al hombre que deposita en
la ética, entendida como conocimiento del bien y del mal, su
confianza: tal conocimiento puede obtenerse sólo en oposición
a Dios. Como resume Ugo Perone: «el eritis sicut Deus de la ser
piente se ha hecho realidad: el hombre conociendo el bien y el
mal se ha convertido en Dios. [. .. ] El ser humano se ha hecho
Dios, pero al precio de estar en contra de Dios. La ética es la
ciencia que nace en la separación acontecida del hombre res
pecto de Dios, los seres humanos, las cosas y sí mismo» . 1 1 A una
7. Ibídem, p. 73.
8. M. Merleau-Ponty, Le visible et !'invisible, cit., p. 1 06; it. p. 1 00.
9. Ibídem, p. 53; it. p. 58.
1 0. Ibídem, p. 3; it. p. 4 1 .
1 1 . U . Perone, Storia e ontología. Saggi sulla teología di Bonhoeffer, Edizioni
Studium, Roma, 1 976, pp. 1 08- 1 09.
374
ética así entendida, a la separación del hombre respecto de Dios,
a la pretensión de ser Dios contra Dios, Bonhoeffer contrapone
una perspectiva francamente cristiana, que pone la figura de
Cristo en el centro, que en Cristo conoce la reconciliación entre
hombre y Dios y su reencontrada unidad.
Para caracterizar adecuadamente el diagnóstico -tanto mer
leaupontiano como bonhoefferiano- sobre el estado de crisis y
sobre sus raíces, es necesario sacar a la luz un aspecto más, nue
vamente común a ambos: se trata de una crisis irreversible, de la
cual es necesario tomar conciencia y de la cual no se puede salir
con un retomo al pasado. Es lo que Merleau-Ponty subraya cuan
do critica la tentativa de salir de la abstracción del pensamiento
de sobrevuelo gracias a una hipotética fusión con el Ser mismo:
375
relevante, no sólo un regreso a la pubertad del mundo ya adulto no
es posible, sino que ni siquiera es deseable: el devenir adulto del
mundo es el cumplimiento de un recorrido de progresiva emanci
pación de la razón que, iniciado con la Reforma, ha alcanzado con
la Ilustración metas de las que ya no es posible prescindir. A este
respecto Bonhoeffer es clarísimo: «el hecho de que la honestidad
intelectual no sea la verdad absoluta y que la claridad de la inteli
gencia frecuentemente se obtenga a costa de una visión profundi
zada de la realidad, no podrá nunca más exonerar de la obligación
interior de hacer un uso correcto y honesto de la razón. No pode
mos regresar a los tiempos anteriores a Lessing y Lichtemberg». 14
Las conquistas de la Ilustración, en particular la honestidad inte
lectual, se vuelven entonces condiciones ineludibles del creer; en
otros términos, no se debe creer a pesar de la Ilustración, sino, in
cluso gracias a la Ilustración, se debe creer de manera nueva. La
gran originalidad de Bonhoeffer está, pues, en el considerar, según
una penetrante expresión de Perone, a la Ilustración como una ca
tegoría cristiana, es decir, en el hecho de que «la edad del libre pen
samiento y de la lucha contra la religión es restituida al cristianis
mo» .15 Al mismo tiempo, y aquí el discurso de Bonhoeffer se acerca
de modo aún más marcado al de Merleau-Ponty, no es posible re
tomar a la inmediatez representada por la infancia: el retomo «es
un sueño sobre las notas de "Oh, si conociera la vía del retomo, la
larga vía hacia la tierra de la infancia". Pero esta vía no existe -en
todo caso, no por la arbitraria renuncia a la honestidad intelec
tual-» .16 Una vez más, no es detrás de nosotros adonde debemos
dirigir la mirada, sino al frente.
376
mensión del etre-au-monde halla, con la introducción de este con
cepto, su máxima expresión: Merleau-Ponty subraya «que mi cuer
po está hecho de la misma carne del mundo (es un percibido), y que
además, de esta carne de mi cuerpo es partícipe el mundo, éste la
refleja, el mundo rebasa sobre de ella y ella rebasa sobre el mundo
[ . ], ellos están en relación de transgresión o de rebasamiento».17
. .
377
����es captar la liga hombre-Dios. Además, siempre en
cia con la chair merleaupontiana, Bonhoeffer
sq��!t�htílri> tancia de la dimensión espacio-temporal, a la
q o, Cristo no puede reducirse: «la persona de Cris-
���w-aneciendo idéntica en sí misma, quiere tomar for
ma en e ombre verdadero, o sea, en modos distintos y varia
dos»;20 como el filósofo ponía el acento en el lugar y en el ahora,
el teólogo insiste en el hecho de que para la ética «no se trata de
afirmar de una vez por todas qué es el bien, sino decir de qué
manera aquí y ahora Cristo puede tomar fonna entre nosotros». 2 1
También en este contexto, en fin, es sólo a partir de la liga y de la
referencia a Cristo que los hechos son auténticamente tales.
Como prueba del paralelismo entre estas dos concepciones,
es importante, por lo demás, subrayar cómo en ambos casos per
manece una sustancial no-coincidencia entre los términos que la
matriz común (chair o Cristo) pone en relación. Es lo que Mer
leau-Ponty se esfuerza en aclarar tratando, por un lado, de distin
guir entre carne del mundo y carne del cuerpo y. por el otro, de
mostrar cómo existe siempre un hiato, una distancia entre tocan
te y tocado, entre vidente y visible: «la verdad es que la experiencia
de una coincidencia puede ser, como frecuentemente dice Berg
son, sólo "coincidencia parcial". Pero, ¿qué es una coincidencia
sólo parcial?».22 Haber reconocido la positividad de este hiato, su
importancia, es seguramente uno de los rasgos más importantes
del pensamiento de Merleau-Ponty, que, de esta manera, no trata
de esconder la tensión constitutiva que relaciona las distintas di
mensiones de la chair. Sólo manteniendo cierta distancia es posi
ble considerar la chair como huida, reversibilidad, opacidad, pero
esta distancia es, también, a su manera, tensión, porque precisa
mente no hay nunca una total coincidencia. Del mismo modo, la
reconciliación que Cristo realiza no anula la tensión entre dos
órdenes de realidades que permanecen irreductibles y entre las
cuales la unión no puede ser más que «polémica» (en el sentido
etimológico de conflictiva):
378
en los hombres. Sin embargo, aquello que es cristiano y aquello
que es secular, natural y sobrenatural, revelado y racional, no
son idénticos entre sí, sino que existe entre ellos una unidad que
está dada solamente en la realidad de Cristo, o sea en la fe en
aquella realidad suprema. Tal unidad está preservada por el he
cho que los dos elementos de esos pares de contrarios se impiden
recíprocamente volverse cada uno estáticamente independiente
del otro, y mantienen, en cambio, una relación polémica el uno
con el otro, demostrando así su realidad común, su unidad en la
realidad de Cristo. 2 3
379
formalismo por haber eludido su propio doble sentido. Lo que
llamamos hiperdialéctica es un pensamiento que, al contrario,
es capaz de verdad, ya que considera sin restricciones la plurali
dad de las relaciones y aquello que se ha llamado ambigüedad» . 24
Sólo permaneciendo fiel a la ambigüedad a la multiplicidad de
las dimensiones que se articulan sin reducirse la una a la otra, el
pensamiento permanecerá fiel al Ser.
Esta misma pluridimensionalidad parece ser lo que, en las
reflexiones de Bonhoeffer, constituye una de las peculiaridades
fundamentales del cristianismo, que logra mantener el lazo en
tre las muchas dimensiones sin empobrecerlas o reducirlas. Escri
be en una de las cartas desde la cárcel:
380
ble/invisible, subrayando más veces que lo invisible no es lo con
trario de lo visible, sino más bien su revés, que uno no se da sin
el otro y que «lo visible tiene él mismo una membrana de invisi
ble, y lo in-visible es la contraparte secreta de lo visible, no apa
rece más que en éste». 26 Lo invisible no es por tanto otro visible,
es más bien aquello que introduce, en la dimensión visible, el
descarte que vuelve lo vidente irreductible a lo visto y que impli
ca la no exhaustividad de cualquier visión: un objeto visto es ese
objeto tanto por lo que ofrece a la visión cuanto por lo que es
conde. Del mismo modo, dice Merleau-Ponty, el más allá no es
un segundo orden positivo, sino exige un más acá, y no es acce
sible más que a través de él:27 las dos dimensiones no se reducen
la una a la otra, pero no son dos realidades distintas; el más allá
se encuentra permaneciendo fiel a la dimensión del más acá.
La posición de Bonhoeffer es, en cierto sentido, análoga a la
de Merleau-Ponty. En muchas páginas de la Ética, el teólogo cri
tica la idea de dos esferas distintas, la divina y la mundana, que
se disputarían la vida del hombre: a esta oposición Bonhoeffer
contrapone, como hemos mencionado, el primado de Cristo,
unidad no dividida a partir de la cual las dos esferas se constru
yen ex post. Escribe Bonhoeffer: «la concepción de las dos esfe
ras considera los pares de conceptos secular-cristiano, natural
sobrenatural, profano-sacro, racional-revelado como antítesis
estáticas y definitivas que designan determinados elementos
mutuamente excluyentes. No reconoce la unidad original de esas
antítesis en la realidad de Cristo» .28 Separar las dos esferas quie
re decir obligar al hombre a elegir una de las dos, con el resulta
do de tener un hombre a la mitad: el más allá no sería, entonces,
lo contrario del más acá, no se coloca en oposición a él. Es lo que
en una de las cartas desde la cárcel Bonhoeffer aclara ulterior
mente. El devenir adulto del mundo implica un sustancial des
apego de la religión y de Dios; frente a tal desapego algunos áni
mos religiosos ponen la acción de Dios más allá de los límites de
lo humano, en el territorio que la razón humana no domina aún.
La crítica de Bonhoeffer contra este planteamiento es clarísima:
381
en primer lugar, éste surge una vez más de una errónea contra
posición entre orden de lo humano y orden de lo divino; en se
gundo lugar es forzoso que, en tal horizonte, el espacio para
Dios se vaya cada vez más restringiendo hasta desaparecer, has
ta que «el Dios, entendido como deus ex machina, no se vuelve
superfluo» . 29 Bonhoeffer con una sugestiva imagen concluye: «es
en el centro de nuestra vida que Dios está más allá. La Iglesia no
está allí donde disminuyen nuestras capacidades humanas, en
los límites, sino en el centro de la aldea» .3º
Podemos hablar, en un caso como en el otro, de una apertu
ra hacia la trascendencia, de una actitud abierta al reconoci
miento de una dimensión ulterior respecto a la meramente visi
ble. Pero al mismo tiempo, tanto Merleau-Ponty como Bonho
effer critican la idea clásica de trascendencia, sacando a la luz
sus límites. Podríamos hablar, por tanto, de una trascendencia
horizontal, que permanece como trascendencia sin que con ello
se coloque en la verticalidad de un mundo otro: sólo en contacto
con nuestro mundo, sólo en nuestro mundo la trascendencia
puede ser verdaderamente tal. No estamos ya frente a la trascen
dencia absoluta, a la total separación entre dos órdenes distin
tos, separación en última instancia estéril; no por ello, sin em
bargo, toda forma de trascendencia es negada: lo visible no es
nunca absoluta y completamente visible porque siempre está
forrado de invisible; Cristo es el centro de nuestra vida, pero un
centro misterioso, que no puede ser encontrado como un dato. 31
Hablamos más bien de trascendencia horizontal, de una tras
cendencia difusa en la inmanencia, que transforma incesante
mente la inmanencia en otro que sí, que no le permite permane
cer en algún momento idéntica a sí misma. 32
382
Me parece particularmente significativo, para nuestro dis
curso, subrayar que uno de los lugares en que esta trascenden
cia horizontal emerge cumplidamente es, para ambos autores,
el lenguaje. No sólo como subraya Merleau-Ponty el sentido es
inherente al lenguaje en su carácter de completo y no se super
pone a éste como un segundo orden de realidad, sino que más
bien es coextensivo a lo que es dicho, pero aún más profunda
mente el lenguaje está ligado al silencio como lo visible a lo invi
sible: el lenguaje en efecto «vive solamente del silencio, todo lo
que nosotros arrojamos a los otros ha ya germinado en este gran
país mudo que no nos abandona» .33 Este lazo inescindible vuel
ve al lenguaje un sistema en devenir continuo, algo no adecuado
a la significación total (es a propósito de este lenguaje que en las
páginas del inconcluso La prosa del mundo Merleau-Ponty habla
del fantasma de un lenguaje puro), pero justamente por ello ca
paz de ser como creador de verdad. A este lenguaje puro, que
Merleau-Ponty define autotransparente, y que no es sino un fan
tasma, el filósofo contrapone la realidad de lo que podemos de
finir un lenguaje opaco. El primero no conoce sobrentendidos,
en él todo encuentra expresión total y adecuada; el segundo, al
contrario, no conoce más que expresiones parciales, en que el
sobrentendido parece ser ca-extensivo con lo que es expresado:
«no hay más que sobrentendidos en cualquier lengua; la idea mis
ma de una expresión adecuada, la de un significante que vendría a
cubrir exactamente al significado, ésa, en fin, de una comunica
ción integral, son inconsistentes» .34
Si la atención de Merleau-Ponty hacia el lenguaje es una cons
tante de su pensamiento y emerge en múltiples pasajes, no po
demos decir lo mismo de Bonhoeffer que a éste tema dedica sólo
unas cuantas observaciones. Justamente por esto la convergen
cia de los análisis bonhoefferianos con los que acabamos de re-
p. 60); así como las de Bonhoeffer, según el cual: «donde el cantus finnus es
claro y distinto, el contrapunto puede desplegarse con el máximo vigor. [ . . ] .
tanto uno como otro son "indivisibles y sin embargo distintos", como lo son la
naturaleza divina y la naturaleza humana de Cristo. La polifonía en música,
¿no nos será acaso tan cercana e importante por el hecho de constituir el mode
lo musical de este hecho cristológico y por lo tanto también de nuestra vita
christiana?» (D. Bonhoeffer, Resistenza e resa, cit., pp. 373-374).
33. M. Merleau-Ponty, Le visible et !'invisible, cit., pp. 1 66- 1 67; it. p. 143.
34. Íd. , La prose du monde, ed. Claude Lefort, Gallimard, París, 1 969, p. 42;
La prosa del mondo, trad. it. M. Sanlorenzo, Editori Riuniti, Roma, 1 984, p. 53.
383
cordar de Merleau-Ponty me parece particularmente significati
va. En el breve ensayo ¿ Qué significa decir la verdad?, cuyas con
clusiones serán parcialmente retomadas en las cartas desde la
cárcel, Bonhoeffer distingue claramente una verdad que es sim
ple y plana repetición y reproposición de hechos, de una verdad
más profunda que toma en cuenta no tanto y no sólo de los he
chos, sino también y sobre todo de la situación real en la que
estamos llamados a decir la verdad. La primera verdad es una
verdad estéril, siempre igual a sí misma, que ha de ser condena
da en vista de una verdad más profunda: «aquel que pretende
"decir la verdad" por todos lados, en todo momento y a quien
quiera que sea, es un cínico que exhibe solamente un muerto
simulacro de la verdad. Rodeándose de la aureola del fanático
de la verdad que no puede tener piedad por las debilidades hu
manas, es aquel que destruye la verdad viviente entre los hom
bres. Ofende el pudor, profana el misterio, viola la confianza» .35
Una verdad que en realidad sea tal no debe profanar al misterio,
sino salvaguardarlo, no debe reducirse a la repetición factual, sino
que debe dar cuenta a su manera de esa pluridimensionali
dad que hemos visto que caracteriza la realidad: hay una «vera
cidad» que no consiste para nada en el sacar a la luz todo lo que
existe, sino más bien en el conformarse a la verdad decisiva res
petando el ocultamiento.36 Lo que Merleau-Ponty definía como
silencio, deviene en Bonhoeffer misterio, pudor, pero, tanto en
un caso como en el otro, lo importante es la condena de una
presunta verdad absoluta que se opone a esta dimensión silen
ciosa y el reconocimiento de una verdad ulterior en que dicho y
no-dicho se sobrepasen continuamente uno a otro. En última
instancia el respeto por el ocultamiento al que Bonhoeffer nos
invita no es más que el reconocer la coextensividad entre len
guaje y sobrentendido, como lo auspicia Merleau-Ponty.
384
la multidimensionalidad, sin olvidar que lo visible no puede pres
cindir de lo invisible y que, en el decir, lo dicho está animado por
un no-dicho esencial. El intento de volver todo visible, de redu
cir todo a la esfera de lo dicho está necesariamente destinado a
fracasar porque las muchas dimensiones en que el Ser se articu
la no pueden reducirse a una sola. Merleau-Ponty parece resu
mir todo esto con la célebre fórmula según la cual hay entre
nosotros y el mundo una «proximidad por distancia» .37 La carne
tiene un espesor propio, pero tal espesor, al impedir que nos fun
damos tout court con el Ser, es decir, distanciándonos de él, nos
lo vuelve próximo, es decir, nos permite reconocernos parte del
mundo; este distanciamiento no separa, sino que más bien pone
en comunicación: «entonces se comprende por qué nosotros
vemos las cosas mismas, en su lugar, según su ser, que es mucho
más que su ser-percibido, y al mismo tiempo estamos alejados
de todo su espesor de la mirada y del cuerpo: el hecho es que esta
distancia no es lo contrario de esta proximidad, sino que concuer
da profundamente con ella, es su sinónimo» . 38
Me gustarla llamar la atención brevemente sobre una nota
ble expresión bonhoefferiana que, leída a la luz de lo que hemos
recordado líneas arriba a propósito de la proximidad por distan
cia, me parece que adquiere nueva profundidad: en el mundo
adulto «delante y con Dios vivimos sin Dios». 39 El mundo adulto
es aquel que ha aprendido a arreglárselas sin Dios, en el que
Dios, reducido a hipótesis de trabajo, se ha vuelto en cuanto tal,
superfluo, pero es siempre frente a Dios y con Dios que el hom
bre vive sin Dios. Si bien con acentos distintos, parece que Bon
hoeffer piensa en algo cercano a la proximidad por distancia, a
una distancia que no separa sino que une: «el mundo adulto es
sin Dios más que el mundo no adulto, y justamente por ello qui
zá más cercano a Él» . 40
Entre la absoluta distancia que la filosofía reflexiva, pensa
miento de sobrevuelo, pone entre el hombre y la realidad y la
fusión de estos dos elementos, propia de las que Merleau-Ponty
define como soluciones no filosóficas, hay entonces el espacio
385
de una justa distancia, la que permite captar al Ser siendo parte
de éste, que nos lleva efectivamente «al corazón de las cosas» .41
Se trata entonces para Merleau-Ponty realizar una filosofía nue
va, capaz de mantener la justa distancia entre filosofía reflexiva
y no filosofía, la que él mismo define como a-filosofía: «no se
trata de una lucha entre filosofía y sus adversarios, sino de una
filosofía que quiere ser filosofía siendo no filosofía -de una "fi
losofía negativa" (en el sentido de "teología negativa") [ . . . ] la ver
dadera filosofía se burla de la filosofía, es a-filosofía» .42 A la pre
gunta de la que partimos -¿fin de la filosofía o renacimiento?
introducida por Merleau-Ponty inmediatamente después de la
toma de conciencia del estado de crisis radical, parece entonces
que el filósofo propone responder juntando ambas alternativas:
fin de la filosofía y renacimiento. Sólo abandonándose, aceptan
do perder su propia alma, la filosofía puede renacer redescu
briéndose en el corazón de las cosas; sólo manteniendo cierta
silenciosa reserva, la referencia a la teología negativa lo atesti
gua, la filosofía puede decir al Ser.
Esta a-filosofía, filosofía no filosófica con la cual salir de la
crisis de la filosofía, encuentra un significativo pendant en lo
que Bonhoeffer define «cristianismo no-religioso». Aun en este
caso, como hemos dicho, se trata de hacer frente a una situa
ción de crisis en que el hombre no puede ya ser religioso, en
que el « a priori religioso» ha sido confutado y abandonado. Pero
un abandono de la religión no quiere decir necesariamente un
abandono del cristianismo: «Si la religión es sólo un vestido del
cristianismo -y este vestido ha asumido él mismo aspectos
muy distintos en diferentes tiempos- ¿qué es entonces un cris
tianismo no-religioso?» .43 Se encuentra en esta pregunta la idea
sobre la realidad de Cristo y, sólo a partir de esta realidad, se
obtienen la esfera divina y la humana: el cristianismo ha asu
mido por siglos un vestido religioso, pero tal vestido debe ser
ya removido. El mundo adulto está entonces más cercano a
Dios respecto al no adulto precisamente porque se ha despoja
do definitivamente del vestido religioso: «el acto religioso es
siempre algo parcial, la "fe" es algo total, un acto que compro-
386
mete la vida (Lebensakt). 44 Jesús no llama a una nueva religión,
sino a la vida» .45 Lo que el mundo ya devenido adulto debe
abandonar es la religión, pero precisamente de este modo es
que puede encontrar un cristianismo nuevo, hallándose así « en
el corazón de las cosas» .
Aun en el incumplimiento del discurso bonhoefferiano po
demos sin embargo identificar al menos dos elementos que ca
racterizan a la religión y deben ser, por tanto, abandonados para
llegar a un cristianismo no-religioso: la metafísica y la interiori
dad.46 La metafísica debe ser abandonada en razón de nuestra
pertenencia al mundo de nuestro reconocemos como seres com
pletamente mundanos: una vez más, aunque con otros térmi
nos, la trascendencia vertical debe dejar espacio a una trascen
dencia horizontal. Por lo que concierne a la interioridad, Bon
hoeffer subraya que «la Biblia no conoce nuestra distinción entre
interioridad y exterioridad. ¿Y por qué tendría que hacerlo? Lo
que cuenta para la Biblia es siempre el hombre entero [ . . . ]. El
"corazón" en el sentido bíblico no es la realidad interior, sino el
hombre entero, tal cual es ante Dios» .47 No hay, pues, ninguna
interioridad secreta, lugar de la relación entre hombre y Dios,
sino es al hombre en su totalidad, en sus muchas dimensiones, a
quien Dios habla. Es significativo recordar que la a-filosofía
merleaupontiana es tal precisamente en virtud del abandono de
toda pretensión de dominio metafísico sobre el Ser y porque re
conoce que lo invisible no está escondido sino que tiene lugar en
lo visible, que visible e invisible no son dos esferas distintas, sino
que están siempre unidas en la realidad entera.
Tras haber mostrado la proximidad entre Merleau-Ponty y
Bonhoeffer, proximidad que no anula las distancias irreducti
bles entre los dos, no sólo por ser filósofo el primero y teólogo el
387
segundo, podemos tratar de hacer ulteriormente interactuar
ambas perspectivas. En particular el planteamiento merleaupon
tiano nos permite especificar quizá más claramente la concep
ción bonhoefferiana de un cristianismo no religioso. Se trata ante
todo de subrayar que, así como la filosofía reflexiva debe ser
superada porque «piensa poder comprender nuestra liga natal
con el mundo sólo deshaciéndolo para rehacerlo» ,48 la religión
debe ser abandonada porque piensa poder comprender nuestra
liga natal con Dios sólo deshaciéndolo para rehacerlo. En este
sentido podemos decir que el cristianismo como lo entiende
Bonhoeffer es la justa distancia de Dios, la distancia que nos
permite ver a Dios de la manera más clara, la distancia con la
que Dios se aleja de nosotros para permitimos ser más próximos
a él. Paralelamente el ejemplo de Bonhoeffer podría indicar la
vía para responder positivamente a la pregunta de Merleau-Ponty:
388
REHABILITACIÓN DE LA MEMORIA
EN LA CONCEPCIÓN DEL TIEMPO
DE MERLEAU-PONTY
389
del paso del tiempo, pero es esencial al tiempo no estar nunca
completamente constituido, ser su propio pasar, como el ser del
chorro de agua es su fluir y no la falsa imagen de algo positivo
frente a un sujeto. Por eso nuestra experiencia vivida del tiempo
no es un sistema de posiciones objetivas que franqueáramos,
sino un medio dinámico que se aleja de nosotros cuando inten
tamos aprehenderlo. Sólo eso es la eternidad y no una concien
cia tética -no vivida- del tiempo que lo convierte en objeto o la
descamada eternidad husserliana del yo trascendental. La eter
nidad sólo puede consistir en sentir el tiempo fluyendo y en sen
tirse, a la vez, temporal, porque la raíz de la misma no es otra
que el campo de presencia, esa experiencia originaria en la que
el presente se desliza hacia el futuro y el pasado. De este modo,
cada presente se modifica sin pausa; cobra distintos relieves en
sus horizontes retencionales y protencionales y en la apertura a
la infinidad abierta de campos de presencia posibles. Sólo por
que formo parte de dicho campo, porque soy sujeto corporal
situado, hay tiempo para mí.
En la Fenomenología de la percepción, como en Proust, el
tiempo siempre está ligado a la subjetividad, supone una viven
cia del mismo y, por tanto, no es una sustancia independiente
que el sujeto se limite a medir; no es una sucesión o una dura
ción efectiva, sino que nace de nuestra relación con las cosas.
Pero, en ambos también la subjetividad es temporal puesto que
está encamada y situada. Por eso, «sólo podemos comprender el
tiempo como sujeto y el sujeto como tiempo» ,4 porque se origina
en la apertura motriz y como temporalización. El tiempo en es
tado naciente es ese poder de la subjetividad que une los aconte
cimientos alejándolos unos de otros, pero ésta, a su vez, es per
cepción de la relación entre las dimensiones temporales. El yo
se distingue de ellas y las sintetiza, aunque la síntesis temporal
siempre se recomienza.
Merleau-Ponty considera que los ék-stasis temporales no se
reúnen mediante síntesis, aunque sean pasivas, de identificación
que posicionen los hechos en un tiempo de instantes separables,
sino por «Síntesis de transición (Übergangssynthesis) »,5 en tanto
vivencias de acontecimientos enlazados unos con otros. El tiem-
4. Ibíd., p. 483.
5 . Ibíd., p. 48 1 .
390
po fenoménico es el de estas síntesis temporales que se van ha
ciendo pasivamente; no son obra de un yo, pero fluyen a través
de él e impregnan todo lo que hace sin reducirse a algo simple
mente padecido por él. Estas síntesis sedimentan y reorganizan
las experiencias vividas. La pasividad de su decurso no es abso
luta, sino que producen un campo de pre-donaciones motivado
ras del yo que, a su vez, se configuran en un campo de presencia,
cuyas dimensiones pasadas y futuras no son puestas por actos
discretos de un Yo central, sino que resultan de las síntesis pasi
vas asociadas con él. 6 Así pues, el yo activo se compone de pasivi
dades, de remisiones; el sentido es dado por él ante la solicitud
de lo que no es yo, lo cual acredita que la vida intencional com
prende actos cuyo verdadero agente no es el ego activo; si bien
éste es el que se posiciona, siempre está mezclado con el yo pasi
vo, tanto porque es afectado, como porque es receptividad.
Husserl comprendía la afección como motivación -no cau
sal- entre la persona y el mundo. 7 Insistía en su dinamicidad,
en su poder para despertar una intención dirigida al objeto. La
afección no era, para él, receptividad pura, sino una tendencia a
ser afectado previa al cogito. Es obra de la pasividad y se halla
presente en todos los niveles de la constitución: en el nivel de la
esfera hilética inmanente, las sensaciones, pulsiones e instintos
afectan al yo; en el nivel de la esfera trascendente, el yo es afecta
do por la sedimentación de objetos que ha constituido genética
mente. Ni siquiera la «afección sensible» podía considerarse mera
receptividad, puesto que implicaba kinestesias. Merleau-Ponty
comprenderá las afecciones con base en el esquema corporal;
afirmará la encamación de la conciencia hasta el punto de que
«no hay que preguntarse por qué tenemos, además de las "sen
saciones representativas", las afecciones, ya que también aqué
llas (consideradas "verticalmente" en su inserción en nuestra vida)
son afecciones, presencia al mundo por el cuerpo» .8 La concien
cia de esta pasividad actuante, así como la de los residuos subje
tivistas en las síntesis de transición,9 llevará a Merleau-Ponty a
391
abandonar esta designación en sus últimas obras, en las que la
síntesis propia de la memoria del pasado, como la de toda pasi
vidad, se define como síntesis événementiel (aconteciente), 10 no
intelectual, puesto que no hay donación de sentido, sino acogida
de su acontecer en una situación. Esto significa que el existente
no es el autor del tiempo, porque no decide nacer ni morir; una
vez en el mundo, el tiempo transcurre a su través, mientras él le
imprime sus proyecciones. De esta interrelación irá surgiendo
cierta unidad, una subjetividad relacional que, como Husserl,
Merleau-Ponty admitía en sus primeras obras. Dicha subjetivi
dad no era intemporal ni intratemporal, sino que vivía el tiempo
desde su presente y desplegando sus ék-stasis, una conciencia de
ek-sistir fundida con la existencia, hasta el punto de confundirse
con la «cohesión de una vida», 1 1 con la identidad que se va ha
ciendo en el tiempo efectivo tomando conciencia de su condi
ción temporal, «porque la explosión o la dehiscencia del presen
te hacia un futuro es el arquetipo de relación consigo mismo y
dibuja una interioridad o una ipseidad» . 12
Ninguna dimensión del tiempo puede deducirse de las otras,
pero el presente (en el sentido merleaupontiano de «campo de
presencia», de Stiftung de un campo a desarrollar) tiene el privile
gio, porque «es la zona donde el ser y la conciencia coinciden» . 13
Ésta se enraíza en el ser y en el tiempo asumiendo su situación y
392
es el movimiento mismo de temporalización, como en Husserl.
Ahora bien, desde la perspectiva merleaupontiana, ese movimiento
no proviene de la intencionalidad del juicio, sino de la intenciona
lidad operante (Fungierende), que habita en el cuerpo y en sus
relaciones con el mundo; ella incorpora al espacio y al tiempo en
todas sus experiencias. 14 Esta conciencia intencional está vinculada
al esquema corporal motriz. Desde esta convicción, Merleau-Ponty,
en sus últimas obras, criticará a Husserl por haber concebido el
campo de presencia de una manera plana, como conciencia posi
cional que se proyecta en él,15 como campo de presentificaciones
ante ella, cuando lo cierto es que la conciencia es transcendencia,
ser a distancia y, por ello, no sólo funda un instante, sino todo un
sistema de índices temporales.
Aunque en Fenomenología de la percepción Merleau-Ponty
ya se interesaba por el tiempo vivido de la conciencia encama
da, todavía oponía, por una parte, la actividad propia del sujeto
a la pasividad de su objeto y, por otra, la temporalización de la
conciencia al discurrir del tiempo. En las notas de sus postreros
cursos, se centrará en la simultaneidad en la que las dimensio
nes temporales surgen en el campo de presencia originario. La
dehiscencia del presente, su carácter ek-stático, explica la cons
tante implicación de éste en el pasado y en el futuro, en cada
intencionalidad operante que vive de este modo el tiempo y en el
cruce de las mismas. En ese campo se abre el horizonte de reten
ciones16 o recuerdos primarios y protenciones o expectativas.
393
Comienzo a conocer el curso del tiempo en el seno de dicho
campo. Desde esa experiencia originaria, el porvenir se desliza
en el presente y en el pasado; son sus relaciones, y no las secuen
cias temporales, las que hacen posibles los acontecimientos en
el tiempo. Pasado, presente y futuro no designan hechos psíqui
cos, sino dimensiones del campo temporal que nacen del pre
sente: «Toda prospección es una retrospección anticipada y toda
retrospección una prospección invertida» . 17
También para Proust el presente es continuo y va del tiempo
perdido al recobrado, porque no hay ser fuera del tiempo. El
tiempo recuperado no es, para el Narrador de su A la recherche,
el pasado tal como acaeció, sino la simultaneidad intermitente
de toda una vida, no en tanto yuxtaposición de sus momentos,
sino como un desarrollo del tiempo en espiral. Ricoeur concibe
esta experiencia de la temporalidad como una elipse cuyos focos
son los signos del tiempo perdido y el tiempo recobrado gracias
a la revelación artística de lo extra-temporal. 18 Ambos focos
permanecen unidos por el reconocimiento. El tiempo cósmico
deviene tiempo del individuo cuando se articula de modo narra
tivo, mientras que el relato cobra significado cuando narra la
experiencia temporal. Tal vez por ello, sólo el Narrador goza de
la simultaneidad de las dimensiones temporales, mientras que
el resto de los personajes se temporalizan mientras se narra. Por
eso se ha dicho que, «en términos estrictos, toda la Recherche
ocurre en un solo instante ca-presente del Presente, que es el
Tiempo reencontrado» . 19 Hasta la rememoración le adviene al
Narrador mientras el autor relata y es la lectura de la obra la que
nos hace comprender que entre el tiempo perdido y el recobrado
no hay antinomia, sino complicidad.
Aun estando de acuerdo con la interpretación ricoeuriana
de la Recherche como fábula del tiempo, defendemos la priori
dad que la novela otorga al tiempo vivido sobre el narrado, con
la que logra, no tanto una refiguración del tiempo en el lector,
como una vivencia del mismo desde su presente y hacia su pasa
do-futuro.
394
El ser humano no sólo ha creado interminables ficciones para
narrar el tiempo y así eternizarlo; también ha sido capaz de retra
sar los signos del tiempo y de distanciarse provisionalmente de él
para concentrarse en conceptos y deliberar. Así ha podido deter
minar su propio destino, aunque sólo de un modo lateral, asu
miendo sus decisiones en el contexto de su situación. Esto revela
que la temporalidad viene dada pasivamente; en términos husser
lianos, es auto-aparición (Selbsercheinung), pero -precisará Mer
leau-Ponty- no ante una conciencia absoluta, sino ante la con
ciencia perceptiva para la que hay figuras destacándose de un
fondo temporal. Ni el tiempo se constituye ante la conciencia ni
ésta reacciona simplemente recibiéndolo, porque «receptividad»
refiere a algo que aparece ante un sí mismo distinto del presente
que lo recibe y éste no es el caso de la conciencia temporal.
Ciertamente, la conciencia íntima del tiempo reconoce que
éste no es uno de sus actos espontáneos; ella no detenta, por sí
sola, la clave de la creación, porque se inscribe en el tiempo cós
mico. Sin embargo, sólo ella es capaz de transponer el decurso
horizontal y temporalizar desde sí enriqueciendo la finitud de
una vida. Igual que es esencial a la vida la conciencia de la mis
ma, el tiempo necesita de la conciencia, pero no para que lo
constituya, pues «el tiempo es el modelo de la institución» ,2º de
la dialéctica entre pasividad y actividad; continúa fluyendo por
que ha sido instituido.
En Fenomenología de la percepción, Merleau-Ponty ya decla
raba, como conclusión a sus indagaciones sobre el tiempo, que
la pasividad no es recepción de una acción externa al yo, sino el
ser en situación que somos, una espontaneidad adquirida por
nuestro ser constitutivamente temporal, la potencialidad de tras
cendemos, la «generatividad» que funda a la vez nuestra activi
dad o nuestra individualidad y nuestra pasividad o nuestra gene-
395
ralidad.21 La pasividad no es un estado, sino otro modo de rela
cionarnos con el mundo que, como la actividad, procede del cuer
po vivido. Entonces, frente a Husserl «ya no es preciso represen
tar al sujeto como constituyente y a la multiplicidad de sus expe
riencias o de sus Erlebnisse como constituidas; no es necesario
tratar al Yo transcendental como al verdadero sujeto y al yo em
pírico como su sombra o su huella» . 22 En las notas recogidas en
sus obras póstumas, Merleau-Ponty abordará la pasividad y la
actividad como modalidades complementarias de la intenciona
lidad latente interna al Ser que opera justamente por la diferen
ciación que tiene lugar en su seno auto-produciendo un sistema
organizado diacríticamente. Continuará rechazando la filosofía
de las vivencias de la conciencia y, con ella, la idea de tiempo
como serie de Erlebnisse. 23 Lo que une el presente con el pasado
ya no es el residuo de la intencionalidad representativa de la
conciencia, sino la intencionalidad latente del Ser. Por ella, ex
perimentamos el espacio y el tiempo por acoplamiento, como
presencias carnales. De ahí la atracción merleaupontiana por
los textos de Proust que refieren el entorno al cuerpo que lo ha
bita y relacionan el cuerpo pasado y el presente, describiéndolo
como vínculo de la distancia espacio-temporal y como calibra
dor de la misma.
Ahora bien, el cuerpo no es lo originario, como tampoco lo
es la conciencia del transcurso del fenómeno, sino ese flujo in
tencional que esquematiza el torbellino en el que se mueve la
carne. La verdadera simultaneidad, el pasaje, radica en «la cor
poreidad proustiana como guardiana del pasado, la inmersión
en un Ser de trascendencia, no reducido a las "perspectivas" de
la "conciencia" --contiene una remisión intencional que no es
sólo del pasado al presente de hecho, empírico, sino también e
inversamente, del presente de hecho a un presente dimensional
o Welt o Ser, donde el pasado es "simultaneidad" con el presente
en sentido restringido-».24 Ese presente dimensional es el cam
po en el que se encuentra el yo coexistiendo con el mundo y los
otros. El presente es temporal y se confunde con su dehiscencia
396
hacia el pasado y el futuro; en otras palabras, es su propio pasar.
Por ello, todo lo que es alcanzado por la conciencia, la supera y
cuando cree poseerse se está ya desposeyendo. La temporalidad
de todo presente y de toda conciencia implica que toda percep
ción emerge de un fondo de profundidad pasada y futura.
El fenomenólogo del tiempo vivido, del presente temporali
zándose en su encamación y en la intercorporeidad,25 que une
todos los presentes en el nuestro, es también el fenomenólogo del
cuerpo vivido. Éste asume el tiempo dando sentido al que miden
los relojes y reiniciando continuamente el movimiento de la tem
poralización. El tiempo no es, por tanto, un recurso cognoscitivo,
ni un esquema transcendental, sino algo vivido que condiciona
nuestras acciones. Incluso las matrices simbólicas de las dimen
siones temporales se fundan en él a través de nuestro esquema
corporal; en éste se instituyen todos los simbolismos artificiales,
porque es «simbolismo natural»26 de la indivisión y relación cons
tante con lo que no es él. En ese esquema motor se han deposita
do hábitos y sedimentaciones mediante los cuales coordina todas
las formas actuales o posibles de actividad.
Husserl considera la sedimentación como un caso de pasivi
dad secundaria. Merleau-Ponty piensa que se produce gracias a
la intencionalidad latente, a su condición de fundación origina
ria de la estructura de la Zeitigung, de un punto del tiempo27 que
forma parte del cuerpo como esa flecha que le impulsa sin cesar
más allá de su presente. La saeta es el movimiento de la inten
cionalidad motriz. Ella constituye la estructura primordial del
acto de retención, entendida como conexión de los pasados y
conciencia de la misma, que se acaba convirtiendo en norma. A
esta organización se incorporan esas destrezas motoras que pro
vienen de complejos de actividades que son recordados por el
esquema corporal bajo la forma de hábitos28 o sedimentaciones
397
de la memoria. Merleau-Ponty se ocupa de ésta en su curso so
bre la pasividad (Colegio de Francia 1 954- 1 955), para dilucidar
su íntima relación con el presente del cuerpo vivido, así como
para comprobar que, junto con la actividad, es constitutiva de la
conciencia encamada. El pasado se le revelará como inmanente
y trascendente y la memoria, como actividad y pasividad y no
sólo de la conciencia. 29
Explica el papel temporalizador del cuerpo recurriendo al
«cuadro motor» de la evocación de Bergson, pero superándolo,
porque «el papel del cuerpo en la memoria sólo se comprende si
ésta no se concibe como conciencia constituyente del pasado,
sino como esfuerzo por reabrir el tiempo a partir de implicacio
nes del presente, y si el cuerpo, siendo nuestro medio permanen
te de "tomar actitudes" y de fabricamos así pseudo-presentes, es
el medio de nuestra comunicación en el tiempo y el espacio» , 30
no es la conciencia la que constituye el pasado evocando el pre
sente que fue; es el cuerpo que proyecta y desarrolla el panora
ma del pasado gracias a su poder de expresión. No hay otra ma
nera de abrirse al tiempo y a sus dimensiones sino desde nuestro
presente, siempre corporal. El cuerpo aprende actuando y sedi
mentando lo que ha aprendido y es esa complementariedad cons
tante entre actividad y pasividad la que lo convierte en refugio
de la memoria y guardián del tiempo. 31 Su actitud existencial
preserva las cualidades del contacto con el mundo y éstas me
diatizan su percepción y su memoria.
Así pues, el tiempo no es un en-sí, sino que se halla incorpo
rado. Ciertamente, no sería vivido sin una conciencia que lo ha
bitara, pero no es reducible a ella. No es constituido, sino insti-
398
tuido y desplegado por el sujeto corporal dirigido al mundo; es
este poder de temporalización lo que diferencia su pasividad re
lativa de la de las cosas: «En cada movimiento de fijación, mi
cuerpo [ .. ] se convierte en ese lugar de la naturaleza donde por
.
399
tualizamos mediante imágenes. Ahora bien, actualizar no es dar
realidad, sino traer a la presencia una realidad virtual. A hacerlo
contribuye la memoria, la cual vincula lo percibido, el pasado y
el porvenir, del mismo modo que la imagen relaciona recuerdos,
percepciones y expectativas.
En Merleau-Ponty, lo percibido y lo imaginado33 no se oponen
como lo presente y lo ausente, como lo que es y lo que sólo es
pensado; más bien se complementan porque las imágenes no su
primen las percepciones, sino que pueden enriquecerlas y éstas, a
su vez, suscitan imágenes. En este sentido, nuestro filósofo pare
ce aceptar el proceso bergsoniano del movimiento hacia la ima
gen, que va de la percepción a los recuerdos y de éstos a las ideas,
actuando la imagen como medium entre lo ausente y lo presente.
Esta mediación resulta necesaria para terciar entre la percepción
pura que, según Bergson, es la perfecta coextensión del perceptor
y lo percibido que nos sitúa en la materia, y la memoria pura, que
nos ancla en el espíritu.34 Merleau-Ponty se suma al interés berg
soniano por la memoria para comprender el tiempo, pero niega
que ésta sea puramente espiritual; forma parte de la visibilidad,
tanto de sus constituyentes visibles -huellas-, como de los invi
sibles -lados apresentados, realidad interior, ausencias. Lo perci
bido, lo imaginado y lo rememorado no son ni estrictamente pre
sentes ni completamente ausentes, sino que se constituyen por la
tensión insuperable, pero productiva, entre visibilidad e invisibili
dad. El visible que no es visto ahora no es el imaginario sartreano,
sino la presencia de lo inminente y el pasado está presente tam
bién como latencia. Ambos actúan conjuntamente, como la carne
merleaupontiana, que es Ineinander. Si el cuerpo es determinante
de la percepción, de la imaginación y guardián de los recuerdos,
resulta cuestionable la teoría sartreana que hace de lo imaginario
una negación de lo percibido, operada por la conciencia imagi
nante. Frente a ella, Merleau-Ponty continúa el impulso de Proust
hacia la esencia común a lo real y a lo imaginario, entendiendo al
primero como encamación del segundo.
400
Unida a las imágenes, la memoria visualiza proyectos y con
secuencias de las acciones tomadas tras la decisión; además, el
recuerdo de los compromisos y las estructuras morales del pasa
do enseña a manejarse de un modo libre, sin limitarse a repro
ducir lo dado, actuando incluso como revulsivo contra las pre
siones que tienden a anular la propia identidad y la empatía con
identidades diversas. Pero la memoria humana no puede pro
gramarse para ello, sino que ha de cultivarse; primero, hay que
revalorizarla, dejar de identificarla con la reproducción de lo
que otras facultades producen y comprender los recuerdos como
materiales de todas las estructuras (perceptivas, motrices, emo
cionales, etc.) que asimilan y modifican la información recibida.
Como toda pasividad, la memoria no es lo contrario de la
actividad, sino el horizonte desde el que ésta se destaca: «actúa
sobre nosotros y dentro de nosotros de un modo tan incesante
como late el corazón o se nos ensanchan los pulmones. De la
mayor parte de nuestra memoria nos damos tan poca cuenta
como del ritmo de nuestros latidos: sin saberlo, al escribir recor
damos en un instante cómo se escriben las palabras .. ».35.
40 1
pológico que están situados de otro modo siguiendo el momen
to de una duración con la que se relacionan» . 36
Del mismo modo, en Proust tiempo y espacio están ligados
como la cara interior y la exterior de la carne. El ser-en-el-mun
do es el sentiente-sensible que nos abre a una simultaneidad es
pacio-temporal con lo otro: «De la misma manera que el espíritu
localiza la imagen rememorada en la duración, la localiza en el
espacio. El ser proustiano no ve salir de su taza de té únicamen
te determinado periodo de su infancia, sino una habitación, una
iglesia, una ciudad, un conjunto topográfico sólido» .37 A diferen
cia de Bergson, no es el espíritu aislado del cuerpo el que sitúa
las representaciones en el espacio y en el tiempo, sino el espíritu
incorporado que vive unido a todos los sentidos y a los espacios.
En la Recherche, el pasado está de tal modo ligado a éstos, que
ha enriquecido las cosas presentes con una especie de patina.
Asimismo, Proust ha unido lugares inexistentes sirviéndose del
desplazamiento del cuerpo y, gracias a él, el instante proustiano
es cada momento sentido que incluye (al menos potencialmen
te) todo el espesor del tiempo vertido en multiplicidad de espacios.
La espacialización e incorporación del tiempo, así como la
temporalización del espacio, separa a Proust y a Merleau-Ponty
de la continuidad de la duración pura de Bergson. Sin embargo,
sus concepciones del tiempo están ligadas, como en él, a la me
moria. Bergson la comprende, en abierta oposición a Merleau
Ponty, como una especie de receptáculo de producciones del es
píritu, esa materia que se acuerda de sus interacciones y de su
inmanencia, que se conservan para ayudar a la acción. Ahora
bien, la subjetividad no puede ser un alma que todo lo almacena
para sus proyectos, porque así no se explica la diferencia entre lo
percibido y lo imaginado. También la temporalidad esclarece la
subjetividad, como puede verse en la evolución del Narrador de
la Recherche. Un sujeto puro es incapaz de apercibirse en el tiem
po. El yo proustiano es lo que reanuda toda temporalización sin
poder hacerla entrar en él. Lo que a Proust le trastorna del pasa
do es que revela que el yo no ha cambiado, que sigue aspirando
a lograr una identidad y la busca a través de la memoria, que
recupera el ya soy, un ya que marca la pasividad. Influido sin
402
duda por él, Merleau-Ponty deja de comprender al sujeto, en sus
últimas obras, como un componente del campo perceptivo para
entenderlo como miembro del Ser.
A pesar de sus discrepancias, Merleau-Ponty le reconoce a
Bergson el mérito de haber sometido a crítica las concepciones
fisiológicas de la memoria que sólo ofrecen explicaciones causa
les y no logran explicar la desaparición de recuerdos en las afa
sias progresivas. Para ambos, el cuerpo no es un receptor de
engramas o huellas fisiológicas, sino que asegura la realización
intuitiva de las intenciones de la conciencia ligadas a los recuer
dos. Los engramas no explican nuestra conciencia del pasado
como tal, porque no remiten al pasado, sino que están presentes
y sólo los relacionamos con aquél porque ya tenemos, de alguna
manera, el sentido del pasado. Si en lugar de un engrama, presu
pongo que tengo una huella psíquica (en el inconsciente) del
pasado, la dificultad sigue siendo la misma: retengo una percep
ción presente. Estas concepciones de la memoria como conser
vación del presente tienen a su mayor representante en Sartre y
su noción del pasado como no-ser que puede retornar a la con
ciencia. Sin embargo, encuentran dificultades a la hora de dar
forma al presente sin detenerlo y convertirlo en ya pasado. Esto
le hace pensar a Merleau-Ponty que hay «una hylé del pasado»38
que impide reducirlo a un producto de la conciencia.
Frente a Sartre, considera que la vuelta del pasado no es
retorno de un ser menor. El pasado que se limita a regresar se
convierte en un presente incapaz ya de anunciar lo que fue. En
realidad, forma parte de la atmósfera del presente, no sólo como
presente que ya no es, sino como integrante del campo de pre
sencia y como determinación en la contingencia del futuro. No
habría, para Merleau-Ponty, pasado puro, como no habría esen
cias al margen de la existencia. El pasado es una modalidad de
ésta, no un no-ser, ni un fragmento que se tenga que añadir al
presente para dilatarlo. No lo trae al mundo la conciencia, como
tampoco ésta es el sujeto del Sentir. Por eso, Merleau-Ponty no
alude a la memoria de la conciencia, sino a la del mundo. Las
cosas pasan en nosotros tanto como nosotros en ellas y, por ana
logía con las mismas, «el ser que ha sido no puede dejar de ha
ber sido. La "Memoria del Mundo" ». 39 Ésta habla silenciosamente
403
de un ser siempre ya ahí, pero que fluye con el tiempo, que se
manifiesta en actos voluntarios, pero también desde el fondo de
la pasividad. Explotando la ambigüedad del genitivo de «la me
moria del mundo» y del Sentir, Merleau-Ponty se refiere a la
memoria de lo sedimentado y también al mundo como depósito
unificador, en definitiva a la participación en el Ser subjetivo
objetivo. La memoria del mundo no es una huella impresiona!;
tampoco es conciencia del mundo, sino la sedimentación de la
relación del cuerpo de carne con la carne del mundo en el pre
sente, «Un "siempre nuevo" y siempre "lo mismo" -una suerte
de tiempo del sueño (sommeil) (que es la duración naciente de
Bergson . . . )-» ,4º porque la duración de Husserl es un proceso de
conciencia; desde la perspectiva de éste, incluso la percepción
de objetos concretos que duran (por ejemplo los sonidos de una
melodía) viene posibilitada, tanto por el desarrollo continuo de
su proceso, como por la toma de conciencia del mismo. 41 En
cambio, la gran novedad de la filosofía bergsoniana, a los ojos
de Merleau-Ponty, fue renunciar al yo pienso y reconsiderar to
das las cosas sub specie durationes. 42 Interpreta la duración berg
soniana no sólo como devenir, sino como ser en sentido activo y
vivo, como el del tiempo naciente. Duración es el medio en el
que se articulan alma y cuerpo: el presente y el cuerpo, el pasado
y el espíritu. Sólo puedo tomar conciencia de ella desarrollándo
la de nuevo según su «tempo propio» ,43 porque cada presente
vivido es irrepetible. La duración no puede medirse -sólo se
mide la huella espacial del tiempo- y, sin embargo, ella es lo
que hay, una duración como una especie de presente continuo,
porque siento que algo es presente por mis cenestesias a la vez
404
que por mi percepción del pasado inmediato44 y su continuidad
con mis planes futuros, una organización de estados de concien
cia que representan el todo y se inter-penetran. Esta disposición
no siempre es fruto de la decisión y de la actividad del sujeto, lo
cual revela que Bergson no ignoraba el fondo de pasividad del
que se destacan todas nuestras posiciones, así como la producti
vidad de las continuas relajaciones de nuestra atención a la vida.
Él nos enseñó a aproximarnos al tiempo, no desde fuera, como
sujetos dominadores del acontecer, sino dejándolo hacerse, acom
pañando su nacimiento continuo que conforma nuestro ser, por
que cada uno de nosotros podría sin duda expresar: «yo soy la
duración que aprehendo» .45
Para captar el ser fluyente del tiempo había que renunciar al
saber absoluto y aceptar que es imposible conocer todos los re
cuerdos y todo el espesor del presente, ya que hasta «mi contac
to conmigo mismo es "coincidencia parcial" ».46 Precisamente por
ser parcial, dirá Merleau-Ponty, es absoluto; porque la duración
me desborda, tengo un saber inherente a la misma. Bergson nos
legó esta coincidencia parcial como un saber desde dentro de la
vida, como un sentido que ofrece, como el vector de la flecha, la
dirección del movimiento, que también mira hacia atrás del pre
sente para desvelar el pasado como fuerza dinámica que orien
ta, echa raíces y, por tanto, existe siempre. Por eso, la pasividad
de lo recordado no es un otro frente a un yo, sino eso que le
adviene y lo reorganiza. También hay algo del yo en el pasado,
algo que ni es suma de perspectivas, ni conciencia de sus rela
ciones, sino intercambio entre sus tiempos vividos.
Contra la concepción de la memoria como receptáculo de
recuerdos, y la de éstos como percepciones debilitadas, Merleau
Ponty alega que lo rememorado no anida en ningún inconscien
te perceptivo; buena prueba de ello es que puede ser reproduci
do. La concepción analítica del inconsciente ni siquiera es una
hermenéutica fiel de lo sucedido, puesto que imprime significa
dos que no estaban en los propios recuerdos y no llega al verda
dero sujeto, porque éste ha vivido -no pensado- su pasado.
405
Buscando una vida más verdadera detrás de la vida confusa de
los recuerdos, el análisis objetiva el pasado, pero la realidad no
es ni una ni otra, sino que «sólo hay en toda esta historia un
esquema práxico sedimentado» .47 Esta nueva versión del esque
ma corporal subraya su capacidad para actuar en virtud de sus
posicionamientos y posibilidades temporales; gracias a ellos, el
ser-en-el-mundo se desliza al pasado y toma postura ante él como
se traslada a otro espacio. Esta revalorización del esquema cor
poral sustituirá a la conciencia perceptiva. En sus últimas obras,
ya no hablará tanto de la percepción como de la visibilidad y
considerará que el recuerdo se comprende por ella, como una de
sus variantes. El recuerdo es resultado de la memoria y ésta ayu
da a que la realidad se forme como tal; aunque parezca que la
deforma, lo hace de un modo coherente para restaurar la conti
nuidad temporal y personal. El olvido seria otra de las variantes
de la visibilidad y, por tanto, no constituirla un no-ser atribuible
a la conciencia; no es ella la que recuerda, sino que es el recuer
do el que sale del olvido y auto-dona el pasado.
De la concepción de la memoria-receptáculo deriva una com
prensión del olvido como desaparición de algo que estaba conte
nido en ella. En contra de ambas, la experiencia muestra que el
sujeto es memoria y olvido, es decir, biografía, continua reelabo
ración de vivencias pasadas en conjunción con deseos de viven
cias futuras y supresión o represión de episodios. El propio olvido
es capaz de conservar algo, eso que se desvela como olvido y, por
tanto, como memoria secreta. Hay también un olvido que sólo
delata un vacío y que nos hace sufrir, porque ya no somos noso
tros, sino él y, a pesar de todo, actúa dejándole sitio al ser. Incluso
él es condición de posibilidad de la distinción de lo esencial y lo
secundario, una potencia regeneradora imprescindible para la
economía psíquica del yo. Finalmente, no sólo hay olvido volun
tario, sino también otro que sucede en el flujo mismo del tiempo,
cuando no es el yo quien borra, sino el tiempo que todo lo cura.
Así pues, el tiempo se instituye gracias al olvido, como la
visión del pasado toma relieve gracias a lo que desapercibimos o
como hablamos sin necesidad de tener presente continuamente
cada palabra y las reglas de su unión, recordando tan sólo la
intención de decir. Esto prueba que « el recuerdo no es ni pasado
406
reproducido o conservado, ni pasado falsificado» ;48 existe como
pasado en el modo del olvido y pasa por el presente formando
constantemente parte de su campo.
A diferencia de Bergson que hace de la memoria una facul
tad espiritual y de la materia causa del olvido,49 Merleau-Ponty,
gracias a sus investigaciones sobre el esquema corporal, puede
comprenderlas como complementarias: en el instante en el que
retoma el recuerdo olvidado y guardado por el olvido, éste y el
recuerdo explícito se revelan como dos modos de nuestra rela
ción «oblicua»5º con un pasado que se hace presente gracias al
vacío determinado que deja en nosotros y como una desviación
en el campo de presencia. De ahí se sigue que la verdad se en
cuentra en la intersección entre memoria y olvido. El problema
ya no radica en averiguar por qué se preserva lo aparentemente
olvidado, sino en aceptar que «la forma originaria que funda
todo, de la conciencia del pasado no es la serie de posiciones
temporales, sino relieves parciales sobre un horizonte que sólo
es accesible progresivamente y por transición» .51 Al igual que
ocurre con la Gestalt perceptiva, sin un fondo desde el que recor
tarse, no hay nada que se vaya destacando. Por eso, pasado y
futuro no anonadan el presente, sino que lo configuran. Mer
leau-Ponty relativiza así el no-ser sartreano con su modelo del
campo de presencia: «la nada (o mejor, el no-ser) es cruz y no
agujero»,52 no es vacío absoluto, sino densidad de imbricación.
El esquema corporal y su intencionalidad operante le ayu
dan a interpretar, asimismo, la conciencia interna del tiempo de
Husserl como écart del campo de presencia desde el que espa
cializamos y temporalizamos, como no coincidencia que permi-
407
te la participación vivida en las dimensiones del tiempo. Esa vida
intencional que habita el Ser reúne el presente con el pasado
puro, es decir, tal como fue sentido, no tal como lo rescata la
conciencia mediante un acto representativo. De esa vida se des
prende el sentido que somos y no sólo el que constituimos cons
cientemente. También nuestras retenciones remiten a esta in
tencionalidad operante y, por ellas, retoma el pasado ligado a las
sensaciones corporales y a los sentimientos que originó.
La teoria husserliana de la subjetividad como flujo absoluto,
uno de cuyos momentos es la conciencia impresiona} a la que
sigue la retencional, no explica este ligamen, ni el alejamiento
de las retenciones al horizonte o la discontinuidad que supone el
olvido. Husserl lo concibe como una forma específica del re
cuerdo olvidándose de sí,53 del yo presente, de los actos efecti
vos, de ese yo que recuerda algo al mismo tiempo que su conti
nuidad consciente: «Sólo en el presente las vivencias de recuer
dos se transforman en vivencias centradas en el yo presente
actual, en actos efectivos del "yo me acuerdo"».54 El recuerdo es,
para el padre de la fenomenología, otro rendimiento del yo ac
tuante, la donación del pasado,55 como si esta operación de la
conciencia no supusiera horizontes y aspectos que no se dan,
pero que la posibilitan. Para Husserl, la conciencia del tiempo es
necesariamente interior al mismo y la continuidad del fluir tem
poral es una donación constantemente modificada que, en ese
mismo proceso, arroja una conciencia constante de las concien
cias momentáneas inmediatamente precedentes. 56 En el olvido
no se produce ninguna de estas modificaciones, al parecer, pero
lo cierto es que sí tenemos conciencia de haber olvidado algo.
A diferencia de Husserl, Merleau-Ponty insiste en la relevan
cia de la pasividad del olvido (tanto del yo que olvida, como de lo
408
olvidado) para la fenomenología de la experiencia vivida. Esa
experiencia, aplicada a nuestra vivencia del tiempo, se traduce
en la comprensión vertical del mismo. Desde nuestra incardina
ción en él, el pasado se sabe percibido; no es la conciencia de
haber percibido la que nos traslada a él, sino que el propio pasa
do se adhiere al presente. En Husserl, la percepción nos da origi
nariamente al objeto, mientras que el recuerdo lo presentifica;
lo remite, por tanto, a aquélla; el objeto recordado se da a la
conciencia como variación del modo original de donación, «como
sólo presentificado conforme al recuerdo» .57 A diferencia de él,
para Merleau-Ponty, «el pasado no es ya aquí una "modifica
ción" o modalización del Bewusstsein von . A la inversa, es el
Bewusstsein von, el haber percibido lo que es llevado por el pasa
do como Ser masivo. Yo lo he percibido hasta que fue» .58
El pasado fue percibido y actúa como horizonte de la per
cepción. El presente lo corrige, pero también se prolonga en sus
remisiones; por consiguiente, el pasado se hace co-presente como
un complemento de percepción que no se agota en la pura pre
sencia, sino que presupone caras a-presentadas, aspectos perci
bidos y sentidos en otro tiempo. No hay, por tanto, metafísica de
la presencia en la fenomenología ontológica de Merleau-Ponty,
porque «el mismo presente no es coincidencia absoluta sin tras
cendencia, incluso la Urerlebnis comporta no-coincidencia total,
sino coincidencia parcial, porque hay horizontes y no sería sin
ellos -también el presente es inaprensible de cerca-», 59 sin la
distanciación horizóntica del mismo que supone el pasado; éste
no es presente ahora, pero tampoco se trata de una ilusión, por
que ha sido inaugurado en un presente y es este lo que se recuer
da con todo el sentido que la distancia ha permitido desarrollar.
El presente es un englobante y la trascendencia en la inma
nencia de su duración permite que enlace con el pasado que fue
y con el futuro que será. Esta duración no impide que Proust
tome conciencia de las discontinuidades del tiempo y las plasme
en la Recherche con dolor. El motivo central de esta obra es la
búsqueda de ese tiempo perdido, que no dura. En sus miles de
páginas, se acabará imponiendo, sin embargo, una visión óptica
409
de los años que llevará al Narrador a recuperar la esencia del
tiempo, una visión panorámica60 que le permitirá acceder a la
profundidad de lo visible, al tiempo que se hace visible en los
cuerpos y a la visión óptica por la que la distancia entre dos
observaciones se percibe en la profundidad de una sola figura.
Como en Merleau-Ponty y en contra de la conciencia interna del
tiempo, de la concepción husserliana del tiempo como forma uni
versal de todos los sentidos de los objetos, el tiempo forma parte
de la visibilidad generalizada y esclarece a los seres con su linter
na mágica, hace visible lo invisible (el pasado y el futuro), la otra
cara de lo visible que late en el presente.
El pasado no es un recuerdo puro, en el sentido de libre de
materia; tampoco es un recuerdo-imagen que el presente con
serve o recree, sino un pasado-sombra, un componente de la
visibilidad inscrita para siempre, carne devenida esencia; no se
trata de una modificación de la conciencia, sino de un conjunto
de variaciones sobre el ser que otras miradas realizaron y aún
integran la visibilidad generalizada que nos envuelve. Proust la
buscó en el pasado puro, en la esencia del tiempo que colmaba
de felicidad a su Narrador. Consistía en un fragmento de existen
cia común al pasado y al presente no sometido a la duración. 6 1
Esa esencia del tiempo sólo nos sale al encuentro por la memo
ria involuntaria y sus fugaces recuerdos. É stos incorporan la
impresión que los suscitaba desafiando a las síntesis de asocia
ción pasivas entre la cadena de retenciones que era hecha plena
por la conciencia de una impresión originaria que ya no se da.
Como Proust, Merleau-Ponty considera que dicha conciencia no
es un duplicado de lo que fue, sino que forma parte del encade
namiento continuo de los campos de presencia que garantizan
el acceso al pasado. A diferencia de Husserl, las retenciones no
son recuerdos resultantes de síntesis intelectuales por las que
60. Poulet considera que Proust busca esa visión panorámica que tanto le
había interesado a Bergson, en la que la ausencia de acción alcanza una per
cepción hipermnésica de la vida entera de los que van a morir. Ella prueba
que ningún recuerdo es definitivamente olvidado y que hay en nosotros una
especie de memoria total que, en raras ocasiones, puede restituir íntegramen
te el tiempo perdido (cfr. G. Poulet, L'espace proustien, París, Gallimard, 1 982,
p. 1 67).
61. Cfr. Marcel Proust, Le temps retrouvé, vol. VIII de A la recherche du
temps perdu, París, Gallimard, col. Folio, 1 972, p. 229.
410
evocamos voluntariamente acontecimientos pasados, sino que
constituyen un fondo vivido desde el que se recortan los recuer
dos concretos. El recuerdo involuntario evoca la totalidad de
este horizonte sin disolverse en él y también su atomicidad. Mer
leau-Ponty lo descubre en Proust y en Freud como un momento
determinante de la pasividad de la memoria.
Tal vez el recuerdo involuntario despierta el deseo de un ex
cedente de sentido y de sentir que no concierne al pasado perso
nal, sino al colectivo. Quizá, los bellos análisis proustianos de la
memoria individual olvidaron aludir a la memoria colectiva en
la que cada particular deja su poso y de cuyo caldo de cultivo se
ha alimentado cada ser-en-el-mundo. ¿Qué otra clave de la eter
nidad podría traemos la memoria? Los recuerdos de los otros
pueden afectarme más que los propios o complementar las la
gunas de los míos. Quizás todos son colectivos, porque no esta
mos solos y no nos limitamos a reconocer recuerdos, sino que
los reconstruimos lingüísticamente y, a la inversa, no hay con
texto colectivo sin memoria individual. Por eso, tendríamos que
decir que cada memoria individual es un punto de vista sobre la
colectiva y ésta, a su vez, un marco de aquélla. Ambas interac
túan como la biografía y la historia.
Bergson tampoco la tuvo en cuenta, como no tematizó la
memoria involuntaria; sin embargo, esta última se correlaciona
con su duración, ya que conjuga un pasado que instala en el
tiempo algo que no pasa, como si en el fondo del yo permanecie
ra algo de la duración de la impresión. La dinámica de la dura
ción, como la memoria, organiza el pasado en función del pre
sente que se impregna de su sentido, pero, no como una memo
ria personal exterior a lo que retiene, ni como yuxtaposición de
instantes puros, sino como una memoria inmanente al cambio
que prolonga lo anterior en lo posterior. 62 A pesar de esta analo
gía, Bergson aseguraba que los recuerdos obedecían a eleccio
nes de la memoria intelectual y que tenían la función de prepa
rar las acciones sumiendo en el olvido todo lo que no sirviera
para actuar en el presente. 63 Pero esto no siempre es así. La me
moria involuntaria recupera recuerdos que creíamos perdidos,
pero que circundan la vida consciente y hasta la determinan.
41 1
Desde la óptica proustiana, la memoria voluntaria detiene la
duración vivida en representaciones y, por tanto, no nos da el pa
sado puro, el cual guarda cierto parentesco con el ser en sí del
pasado bergsoniano, pero, a diferencia de él, es el acceso al pasa
do tal como es en sí, no como un recuerdo del que no podemos
acordamos. Tal acceso era impensable para Bergson, porque to
maba al pasado como si sólo se constituyera como tal después de
haber sido presente; se le escapaba la esencia del tiempo, esa co
existencia virtual entre el pasado que ha sido y el presente que
permite que éste pase.
Siempre que actuamos hacemos uso de una parte del pasa
do, pero ignoramos gran parte de esa dimensión de nosotros
mismos que también constituye la esencia de nuestro tiempo.
É sta, según Proust, es el pasado puro: no la conciencia del pasa
do, sino el pasado que se vive y que no lo encontramos ni en el
presente ni en el futuro, sino unido a la reviviscencia emocional
que produjeron determinadas sensaciones. Ese pasado puro es
la profundidad proustiana que, en Merleau-Ponty, es lo invisible
de lo visible. Nunca se presenta como una imagen congelada,
pero fundamenta todo lo que se manifiesta y no es concebible
sin sus manifestaciones. En la profundidad del presente anida
también el pasado que, por ello, nunca lo es absolutamente. La
profundidad, como la esencia del tiempo, no es ni una idea posi
tiva, ni una cosa sensible, sino una dimensión, no la tercera, sino
la primera, puesto que es condición de posibilidad del ser y de la
visión. Sin ella, sólo habría una zona móvil y una síntesis de sus
perspectivas; por ella, las cosas tienen carne, ser vertical en mo
vimiento onto-genético. La topología merleaupontiana de la ver
ticalidad como voluminosidad, como localidad global donde todo
es a la vez, 64 se une a la proustiana para oponerse a la proyección
horizontal del ego absoluto. Los éxtasis de la memoria destruyen
ese tiempo lineal para reconstruir otro en el que las vivencias
fluyen a la vez que aparece lo intemporal.
Concebido como profundidad, el pasado puro no es ni su
perposición de una realidad a otra ni mera asociación entre una
sensación presente y otra pasada, sino unión de las mismas en
simultaneidad. La profundidad es la dimensión por excelencia
412
de lo simultáneo, 65 sin mediación de la conciencia del pasado ni
de su yuxtaposición a la del presente.
En sus últimas notas, Merleau-Ponty se pronunciará, como
Proust, por una concepción del pasado puro, entendiéndolo
como pasado-presente arquitectónico del tiempo mítico, 66 como
una ordenación del tiempo en la que el pasado no es ni repre
sentado por el sujeto ni exterior a él, sino que se va posando
como una pirámide de simultaneidad, verticalmente sobre la
experiencia vivida que lo reactiva. La imagen de la pirámide
del tiempo es tomada, sin duda, de Bergson. É ste reconoce que
la memoria es menos prisionera de lo dado que la acción y que la
memoria adhiere unos recuerdos a otros, de manera que «for
man un todo solidario, una pirámide, si se quiere, cuya cima
moviente sin cesar coincide con nuestro presente y se hunde
con él en el futuro».67 Esta concepción piramidal del tiempo no
equivale a la traducción del pasado al presente, sino a la apre
hensión de la simultaneidad de lo que existe totalmente en sus
ek-stásis. Así concebido, el tiempo deja de ser mera sucesión;
se vive como pasado puro y no como una modificación de la
conciencia, porque «es preciso considerar como primero, no la con
ciencia y su Ablaufsphiinomen con sus hilos intencionales dis
tintos, sino el torbellino que el Ablaufsphiinomen esquematiza,
el torbellino espacializante-temporalizante (que es carne y no
conciencia frente a un nóema)». 68 El torbellino camal es el cam
po de presencia desde el que accedemos a otros ék-stasis tem
porales por écart de la continuidad temporal que experimenta
mos. El análisis husserliana de la intencionalidad como corre
lación nóesis-nóema no sirve para comprenderlo, pues sólo nos
413
da del pasado la conciencia de que ha sido una presencia, pero
no el hecho de que siga siendo.
Esta persistencia del pasado está en el origen del recuerdo
y Merleau-Ponty lo cifra en su inserción en el tiempo vivido;
gracias a él, el tiempo perdido inscribe un momento determi
nado en una corriente. La continuidad del tránsito es asegura
da por la cadena de retenciones y el ajuste de los horizontes
sucesivos,69 del que se sigue que el pasado puro habita en el
presente puro, en esa pseudo-imagen que es la del pasar, por
que «Un presente que contuviera realmente al pasado en todo
su sentido de pasado y, en particular, el pasado de todos los
pasados, el mundo en todo su sentido de mundo, seria también
un presente sin futuro, ya que no habría ninguna reserva de ser
de la que pudiera advenirle algo» .7º Es necesario que ese pasa
do se recobre en el tiempo vivido y, para ello, ha de intersectar
con una perspectiva temporal.
Con este espíritu, Biemel ha estudiado fenomenológicamen
te el tiempo de Proust como movimiento de temporalización del
sujeto71 desde un proyecto de profundización en el pasado del que
ha surgido su presente, que le hace madurar encontrando un
sentido de sus experiencias pretéritas que le será útil en el futu
ro. Esta dinámica no radica, sin embargo, en el sujeto puro, sino
en el desarrollo de la identidad del Narrador, cuya clave nos la
da el recuerdo involuntario. Evoca unas sensaciones que actúan
como presión de algo que quiere formularse. El esquema feno
menológico de este recuerdo se reproduce en los momentos cla
ves de la Recherche: el incitador primario es siempre un elemen
to sensorial: la magdalena empapada en té, el traspié de la Plaza
de San Marcos, el sonido de una cuchara golpeando un plato o
el ruido estridente de una cañería. Tales sensaciones sustraen al
Narrador de las circunstancias concretas del presente y ocasio
nan una conmoción en los fondos de la memoria hasta que emer
ge una sensación idéntica. Entonces, presente y pasado se fun
den en un momento único: algo se hace presente en tanto que
414
pasado y se saborea cierta intemporalidad del Sentir. 72 El pasa
do no sólo se recobra por la rigidez de la memoria, sino también
por la fuerza motriz del deseo que anima la carne. Ese pasado
que vuelve no sólo estimula el presente, sino que, en ocasiones,
se revela más vivo. Esto demuestra que no nos rendimos ante lo
dado, sino que estamos condenados a sentir y a desear sentir
más desafiando al tiempo.
El papel de la sensibilidad es mucho más acusado en la me
moria involuntaria y, por ello, se la denomina «memoria afecti
va» , pero también la memoria voluntaria es afectada y la invo
luntaria no carece de cierta intelección. En realidad, la afectivi
dad y los sentimientos forman parte de la estructura profunda
del sujeto, de la «relacionalidad» que lo define. Enuncian tomas
de postura en el mundo; proporcionan horizontes de orienta
ción, activan nuestra intencionalidad operante, nuestra atención,
nos individualizan, pero también nos encaman emocionalmen
te en la circunstancia.
A diferencia del recuerdo involuntario, el que es obra de la
voluntad se mantiene entre las representaciones de la duración
psicológica viviente que no nos lleva directamente al pasado.
Según Husserl, el pasado en sí nos vendría dado por una reten
ción vacía, 73 carente de síntesis de recubrimiento identificador.
Nosotros diríamos que el pasado en sí no es más que en el re
cuerdo o en la historia de los seres carnales que aún somos.
Esto es así porque el tiempo no es constituido por la concien
cia, sino que, como el propio cuerpo, 74 es, a la vez, constituido
y constituyente.
415
La memoria involuntaria, el despertar emotivo de la esencia
del tiempo juega un papel primordial en Proust, pero se ha de
complementar con la reflexión y la memoria voluntaria del pa
sado, a pesar de que, como Freud, Proust sabe que el auto-cono
cimiento que nos proporcionan es limitado. En realidad, no hay
dos memorias, sino una que se ejercita de modos diferentes. El
recuerdo y la expectativa se nutren, además, de sensación y per
cepción; la fe que éstas nos aportan se traspone al pasado, hasta
el punto de que «no hay más que fe del pasado -lo real induda
ble e inaccesible- la distancia y la realidad no hacen más que
uno-Mediación». 75 Recordar es cumplir esta desviación en el pre
sente que libera un pasado que actúa como horizonte actual,
como distancia en la proximidad. Por la memoria revivo un pa
sado tal como era en otro tiempo, pero con una alteración. Tener
conciencia del pasado es ser consciente de esta modificación
causada por esa divergencia que cruza el presente y, por eso,
como Proust, Merleau-Ponty afirmará que la verdadera realidad
se forma «en el recuerdo (por el lenguaje) -Mundo a distan
cia- y, sin embargo, ella misma (por el cuerpo)» .76 El recuerdo
mediado lingüísticamente es activo, da que pensar, porque im
plica cierto distanciamiento de la realidad que, sin embargo, si
gue siendo ella misma porque continúa afectando al cuerpo y
siendo manipulada por él. Así pues, la memoria forma y defor
ma la realidad; el hecho de que ésta última sea coherente hace
que la situación recordada no sea una ilusión. El presente con
lleva una zona de pasado y otra de futuro tan reales como él. No
416
nos acordamos de lo que fue, sino de la relación del presente con
el pasado y los deseos futuros y, por ese recuerdo relacional, el
presente se extasía y desarrolla todos sus sentidos.
Tendemos a considerar que el pasado alberga la verdadera
realidad, precisamente porque no nos viene dado pasivamente,
sino que es construido desde el presente, incluso podríamos
considerarlo fundamento de toda creación, y «la fe que crea no
existe más que al comienzo» .77 Nuestras reflexiones nos apare
cen en pasado; pensamos el tiempo estando siempre en él y
esto demuestra que no hay conciencia pura, sino siempre afec
tada por ella misma, por sus donaciones de sentido, por su ser
dado y por lo que ella no es.
Tampoco la memoria es pura pasividad, porque es posible
reflexionar sobre y en el recuerdo. Va de nosotros al pasado,
pero éste fue instituido por su antigua presencia. El pasado es
trascendente, un olvido que es memoria; no borra el presente,
sino que se produce por un movimiento de transferencia hacia
él. De ahí que el Narrador de la Recherche reviva su infancia en
Cambray, con el sabor de la magdalena, con otro esplendor y
con una verdad que no tuvo entonces. El pasado puro se le
aparece como resultado de la colaboración de la memoria in
voluntaria de la sensación y de la memoria voluntaria, que da
lugar a la expansión de la experiencia: «La memoria involunta
ria sólo puede dar el impulso original para encontrar la integri
dad del pasado, "el tiempo perdido". La existencia de este pasa
do se nos revela por la sensación que le acompaña; pero ella no
puede darnos más que una vaga impresión de lo que fue. Abre
una puerta por la que debemos entrar al fondo de nosotros
mismos, armados con nuestra inteligencia, para sacar a la luz
los tesoros escondidos en nuestra alma» .78 Para Merleau-Pon
ty, ese tesoro es lo sensible y éste «es, como la vida, tesoro lleno
de cosas a decir para el que es filósofo (es decir escritor) » . 79
El tiempo en estado puro sólo puede ser la recuperación
del pasado, del presente y del futuro en el paso mismo del tiem
po. El tiempo impuramente carnal, no puede dejar de vivirse
como late nuestro corazón, sin que seamos nosotros sus artífi-
417
ces. Todo saber del tiempo adopta esta dialéctica sin síntesis,
similar a la que se produce entre memoria y olvido, que es la
temporalización. No sabríamos nada de ella, ni del río ni de la
vida ni de la historia que hacemos mientras nos lleva, si no
sintiéramos el tiempo como propio, si no tomáramos concien
cia de cómo afecta a nuestro presente, si no nos detuviéramos
un momento a filosofar y a buscar las palabras adecuadas para
plasmarlo, a sabiendas de que continúa fluyendo mientras cree
mos contenerlo.
418
INTENCIONALIDAD Y VIRTUALIDAD
Introducción
419
Respecto al concepto de intencionalidad es recurrente en los
estudios sobre estos temas1 la referencia a la distinción que Mer
leau-Ponty subraya -en la obra del propio Husserl- entre dos
tipos o dos momentos de ese concepto: por una parte, la inten
cionalidad tética, explícita, directa, etc., entendida como el ca
rácter que poseen los actos y vivencias de la conciencia de apun
tar constitutivamente a tales o cuales «objetos» ; y, por otra parte,
la intencionalidad operante (Fungierende Intentionalitat), prác
tica, implícita, inconsciente, propia de la vida corporal de la sub
jetividad humana y que se despliega respecto a un mundo con
creto y real. Como lo dice Merleau-Ponty, encontramos «bajo la
intencionalidad de acto o tética, y como su condición de posibi
lidad, una intencionalidad operante, ya en acción con anteriori
dad a toda tesis o todo juicio» .2 Abundando, en el «prólogo» a la
Fenomenología de la percepción señala que con esta noción «am
pliada de la intencionalidad, la "comprensión" fenomenológica
se distingue de la "intelección" clásica, que se limita a las "natu
ralezas verdaderas e inmutables", y la fenomenología puede con
vertirse en una fenomenología de la génesis» . 3
Podemos expresar nuestra precisión sobre la efectiva diferen
cia de la concepción de Merleau-Ponty con la de Husserl en dos
puntos: 1 ) no se trata solamente de una diferencia en cuanto a los
niveles o estratos de la vida de la conciencia -el consciente explíci
to y el corporal implícito- sino, todavía más, de una diferencia en
la estructura y los efectos de cada tipo de «intencionalidad» -la
naturaleza del objeto intencional es radicalmente distinta en cada
nivel-; y 2) aunque aparentemente Merleau-Ponty se conforma
con señalar que la intencionalidad operante es previa y fundamen
tal respecto a la intencionalidad tética -asumiendo que los carac
teres de ésta última permanecen intactos-, en realidad lo que se
420
sigue de su observación es un cuestionamiento al concepto mismo
de intencionalidad tética y una generalización de la idea de inten
cionalidad operante a todos los niveles -es decir, la propia in
tencionalidad tética (y las instancias que ella incluye) funciona en
verdad de acuerdo con las formas de la intencionalidad operante;
la primera es una variante importante de la segunda, no su consa
gración o telas único. Trataremos de mostrar aquí que el medio a
través del cual se lleva a cabo esa generalización es el vínculo que
establece Merleau-Ponty del concepto de intencionalidad con el de
«virtualidad» -que define el modo de ser de aquello que cae bajo
los actos intencionales. Si bien este vínculo es sólo indicado y no se
encuentra explícitamente desarrollado, en el contenido de fondo se
está apuntando a una filosofía de lo «virtual», de la unión de lo
posible y lo actual, de la realidad y el pensamiento -que es proba
blemente el rasgo último y más original del filosofar merleaupon
tiano. Mostraremos esta línea a través del análisis de la conceptua
lización que nuestro filósofo hace del campo perceptivo, de la vida
animal y del orden del lenguaje y la cultura. Sobre estas bases, po
demos observar cómo replantea Merleau-Ponty la misma «inten
cionalidad de la conciencia» -incluso la de los actos intelectua
les- y, todavía más, cómo reformula de un modo totalmente nue
vo -más allá de todo subjetivismo y de todo sustancialism� la
comprensión entera del «campo fenomenológico» .
Esta nueva comprensión del campo fenomenológico -la
nueva comprensión del Ser-, y la reformulación del concepto
de intencionalidad que Merleau-Ponty nos ofrece, muestra con
toda claridad la importancia filosófica de este concepto, su valor
insustituible, y junto con él, la importancia y propia especifici
dad de la reflexión filosófica del siglo xx . Pues, precisamente, lo
que está en juego con esta noción, y con la manera de entender
la, es la concepción que nuestra época se haga de los conceptos
clásicos de conciencia, espíritu, pensamiento, verdad, razón, li
bertad, etc., esto es, con la posibilidad misma de la acción hu
mana y de la comprensión filosófica del mundo. El concepto de
intencionalidad tiene su valor -ya desde la obra de Husserl
en que permite guardar la preocupación filosófica de siempre, y
particularmente del pensamiento moderno, por mantener la irre
ductibilidad de la vida espiritual sin, no obstante, tener que ha
cer concesiones a las presuposiciones del sustancialismo meta
físico tradicional. El espíritu, la conciencia, opera en el mundo;
42 1
pero no es algún tipo de «entidad » . Es un modo de ser del propio
mundo, cuya captación no resulta ciertamente obvia, pero tam
poco es algo meramente inaccesible.
Podemos decir que lo que está en juego a fin de cuentas es la
comprensión « relacional» de la conciencia, del vínculo de la con
ciencia con el mundo, y del propio funcionar del mundo origina
rio. Esta concepción estrictamente relacional es lo que coloca al
pensamiento del siglo XX más allá tanto del sustancialismo me
tafísico como del formalismo subjetivista. El espíritu no es un
«ente» (una cosa real) ni es pura «representación» (un orden
interior), es relación, relacionalidad pura. Después del pensamien
to fenomenológico, es el pensamiento estructural (el estructura
lismo) el que abundó, durante el siglo XX en esta nueva com
,
422
y retomando sus observaciones sobre la intencionalidad de los
sistemas culturales.
La intencionalidad y su «objeto»
423
abrir un nuevo horizonte, y así sucesivamente) . Igual puede de
cirse para toda la multiplicidad de actos posibles, «virtuales» en
verdad, que todo acto perceptivo pone en juego y con lo que la
conciencia perceptiva actual cuenta necesariamente. Nos colo
camos aquí, como el propio Husserl observa, más allá del puro
ego cogito (del «yo pienso»). « En todas estas posibilidades --ex
plica- entra en juego un "yo puedo" y "yo lo hago", o bien "yo
puedo otra cosa que la que hago" » . 6 Las «posibilidades» son la
expresión de un «yo actuante» en el mundo --en cuanto escena
rio necesario de aquellas posibilidades-, «mundo» que, a su
vez, tampoco puede ser asumido como un «objeto» para una
conciencia constituyente. No obstante, toda esta diversificada y
compleja red de actos intencionales termina consagrada en la
«Unidad» indiscutible del objeto intencional, que funge como
«hilo conductor trascendental» de todo el análisis y del campo
mismo de la conciencia fenomenológica. Si bien Husserl señala
el carácter abierto, transitivo, «presuntivo» de la « identidad» in
tencional, su perspectiva epistemológica lo lleva a imponer so
bre el fenómeno, de la misma manera que hacía Kant en la Ana
lítica, la «teoría de la constitución trascendental de un objeto en
general» , 7 esto es, el requisito objetivante que demanda la racio
nalidad epistémica.
La intencionalidad no objetivante es lo que Merleau-Ponty
va a explorar con acucioso interés fenomenológico. Es la clave
que permite captar y seguir la originalidad de sus descripciones
sobre los más diversos temas -la percepción, la unidad del cuer
po, la espacialidad, el mundo percibido, la temporalidad, el pen
samiento y la acción humana- en la Fenomenología de la per
cepción. Como se ve, su proyecto filosófico consiste en una am
plia reconstrucción de la experiencia del mundo desde sus
estratos más primordiales, buscando redefinir desde ahí ciertos
focos fundamentales de la reflexión filosófica de todos los tiem
pos -la conciencia, el mundo, el tiempo, la libertad. Estas con
secuencias filosófico-generales son normalmente desatendidas
por ciertos análisis que reducen a Merleau-Ponty a un miembro
más de la «escuela fenomenológica», o, a lo más, a un fenome
nólogo sui generis. Nos interesa señalar esto, porque considera-
424
mos que sin ese contexto filosófico-general el sentido e impor
tancia de su filosofar sobre la intencionalidad puede diluirse.
En términos generales, Merleau-Ponty asume el concepto de
intencionalidad como una clara e innegociable alternativa frente
a toda filosofía de la «representación» (de la Vor-stellung),8 frente a
todo idealismo, esto es, cualquier posición que cierre en el mundo
de la conciencia toda realidad, sentido y verdad. Si bien el idealis
mo es una vía necesaria de la reflexión filosófica, sus resultados
no son incuestionables, y sólo podemos permanecer cómodamente
en él a costa de abdicar finalmente de la exigencia filosófica de
comprender el mundo -el Ser- y el sentido último del propio
conocimiento. El inmanentismo idealista -la reducción del Ser a
idea o contenido de conciencia- resulta siempre insuficiente, o
termina por convertirse en un mecanismo de falsificación de nues
tra experiencia. Hay, indefectiblemente, un ser fuera de la mente,
un más allá de nosotros. Es ésta, ahora, la verdad inicial, incon
trovertible, de toda postura realista (de la fe perceptiva en general).
Y más que contentamos con negar masivamente el realismo de
bemos encontrar la «experiencia» en la que se funda, tratando de
comprender esa experiencia de un modo distinto a como intenta
hacerlo, ingenua y acriticamente, el propio realismo.
Luis Villoro, estudioso y traductor mexicano de Husserl en
cierta etapa de su pensamiento, muestra claramente la pertinen
cia filosófica de la postura realista cuando sostiene: «creo que la
concepción de la verdad como adaequatio expresa una intuición
básica imprescindible: que la verdad no puede comprenderse
como una relación intra-lingüística o intra-mental, sino que, en
los enunciados verdaderos, alcanzamos una realidad extra-lin
güística» . 9 Villoro acepta que esta intuición básica se encuentra
425
profundamente oscurecida debido a los equívocos que el térmi
no «adecuación» (o «Correspondencia», etc.) produce: la suposi
ción de que el conocimiento -la verdad- consiste en la compa
rar «dos entidades previamente existentes; por un lado enuncia
dos o creencias, por el otro, una realidad no afectada por ninguna
creencia» . 10 Esa oscuridad, la ingenuidad de la tesis realista, es
lo que la fenomenología de Husserl ha permitido superar, preci
samente, con el concepto de intencionalidad. El acto del conoci
miento consiste en el modo a través del cual nuestra conciencia
se relaciona con (se abre a, expresa o significa) un ser al que
tiene como existente. Así, no hay dos entidades (previamente
dadas) sino una sola, apareciendo primero como entidad pre
suntivamente existente (concebida, expresada, enunciada) y se
gundo, como entidad efectivamente o realmente existente (cum
plimiento de la presunción de realidad) . « Husserl expresaba esto
al decir que entonces la situación objetiva está "dada por ella mis
ma" (Selbstgegeben). La verdad sería la adecuación de lo significa
do con lo "dado por sí mismo" » . 1 1 De esta manera, pensando es
trictamente el proceso de la relación -entre conciencia y cosa
la fenomenología nos permite mantener el carácter trascendente
de la realidad y la función comprensora del conocimiento.
Ahora bien, la solución fenomenológica al problema del co
nocimiento, esto es, la corrección de la tesis realista, solamente
resulta completa si observamos adicionalmente la modificación
que la fenomenología hace del concepto de realidad. Frente al
realismo metafísico tradicional, o frente al realismo ingenuo (casi
lo mismo), que afirman que la realidad es lo que existe inde
pendientemente del sujeto (de un modo absoluto), suposición
que lleva claramente a contradicciones, y, por otra parte, frente
a las posturas idealistas, que superan aquellas contradicciones
redoblando la realidad exterior en una realidad interior a modo
(subjetivismo, realismo interno, consensualismo, etc.), la postu
ra fenomenológica se remite a un concepto de realidad como
«realidad vivida» , como realidad fenoménica. En palabras de
Villoro: se trata de «Una realidad que no es puesta por mi acto de
enunciarla; de algo que se impone a pesar de mis conceptos, con
lo que me encuentro. En un sentido vivido, "realidad" no es una
1 0. Ídem.
1 1 . Ibíd., p. 7 5 .
426
x que existiera "fuera de mí", realidad es aquello que me resiste,
se me opone, me hace frente, aquello que no es construido, fra
guado, puesto por mí» . 12 En fin, exhorta Villoro, «el concepto
discursivo de "realidad" tiene que recoger esa vivencia origina
ria» 13 de lo real.
Volviendo a nuestra línea, resulta interesante remarcar las co
incidencias entre el filósofo mexicano y el filósofo francés. Al igual
que Villoro, Merleau-Ponty define también la «realidad» como
«lo que me resiste», es decir, como «realidad vivida» que conlleva
un elemento indefectible de «trascendencia» , de «irreductibilidad»
(cierto, nunca absoluta). «Lo real se presta a una exploración infini
ta, es inagotable» -afirma. Y agrega: «la cosa es para nuestra exis
tencia no tanto un polo de atracción como un polo de repulsión» .14
En fin, «la cosa nos ignora, reposa en sí» ; «es hostil y extraña». 15 No
obstante, es esta «resistencia» , esta «trascendencia» , esta «hostili
dad» de lo real, lo que debemos poder comprender en cuanto a su
posibilidad desde el análisis fenomenológico de nuestra experien
cia. ¿Cómo es posible ese «en sí» --ese «en-sí-para-nosotros» preci
sa Merleau-Ponty-? En otras palabras, ¿cómo es posible «tender
a» algo que nos «trasciende»?, ¿referimos a una realidad que la
conciencia «ni abarca ni posee, pero hacia la cual no cesa de dirigir
se», y «cuya imperiosa unidad prescribe al conocimiento su meta» ?1 6
Esa relación «frustrada» , trágica mejor, con una realidad (un ser,
un mundo) a la que se apunta imperiosamente pero que no se aca
ba nunca por «dominar», «poseer» , «controlar» , es lo que Merleau
Ponty asume como la cualidad incomparable de la «intencionali
dad operante» , de la intencionalidad no objetivante. 1 7
1 2 . Ibíd., p. 84.
1 3 . Ídem.
1 4. M. Merleau-Ponty, op. cit., p. 338.
15. Ibíd., p. 336.
1 6. Ibíd., p. 1 7. Merleau-Ponty se refiere aquí al concepto de «mundo» y no
al de «realidad», aunque ambos aparecen vinculados en la misma exposición
de la Fenomenología de la percepción, cuando el análisis del mundo se realiza
sobre el análisis del concepto de realidad (o cosa).
1 7. La «disolución» del objeto es asumida por Merleau-Ponty en un senti
do radical: «Toda consciencia es consciencia de algo o del mundo, pero ese
algo, ese mundo, ya no es, como parecía enseñar el "positivismo fenomenoló
gico", un objeto que es lo que es, exactamente ajustado a los actos de la cons
ciencia. La consciencia es ahora "el alma de Heráclito", y el Ser, que está a su
427
La ubicación que hace Merleau-Ponty del análisis fenomeno
lógico en la dimensión de la vida corporal y perceptivo-motriz es
lo que permite captar en todo su esplendor el carácter de la inten
cionalidad operante. Pues al ser «partes» del mundo que buscan
captar, los actos y las acciones del cuerpo -de la subjetividad
corporal- se hacen como desde dentro del mundo mismo y no
necesitan, por ende, doblarlo en un orden interior para poder «te
nerlo» . La percepción es un acceso al mundo, insiste siempre
Merleau-Ponty. De ahí el carácter paradigmático que ella adquie
re para una redefinición de la intencionalidad y de la fenomenolo
gía en su conjunto. No es la percepción una más dentro de las
múltiples modalidades de la «conciencia» -como pretendía Hus
serl-, sino aquélla fundamental de la que las demás son como
sus variantes, extensiones o desarrollos plausibles (la imagina
ción, la reflexión, la expresión, el pensamiento mismo). Y por más
contextos, condiciones, procedimientos subjetivos, existenciales,
etc., que hagan posible la percepción de la «cosa», jamás podre
mos concluir que la «Cosa percibida» es constituida por nuestra
conciencia; esto es lo que tercamente, y contra toda reflexión, nos
enseña nuestra experiencia perceptiva a cada instante. Lo que
sucede es que la «cosa» de la percepción debe ser entendida como
un «polo que imanta» toda la vida intencional de la corporalidad
sin que pueda llegar a ser «fijada» y «definida» por una conciencia
o para una conciencia. Aunque todos nuestros actos estén lanza
dos a ella como una densa y fina red, la cosa logra siempre esca
parse y subsistir en su trascendencia irreductible. Ésta es, sin em
bargo, la mejor obra de la intencionalidad operante: hacer que una
realidad sea posible para nosotros. Un buen ejemplo para ilustrar
este movimiento, que apunta todo él a «algo» que sin embargo no
deja de escapársele, es ese juego óptico que consiste en una espi
ral móvil que continuamente avanza hacia un punto en el extre
mo final, el que sólo queda dibujado virtualmente, inminentemente
definido, pero cuyos contornos nunca acaban por quedar fijados,
el movimiento nunca «Concluye» . En Merleau-Ponty, como en
Hegel, y más que en Hegel, lo que importa es el proceso y no el
resultado, lo que importa -ahí donde mora de modo eminente,
alrededor más que frente a ella, es un Ser onírico, por definición oculto; Hus
serl dice a veces: un "pre-ser"» (Maurice Merleau-Ponty, «Prefacio» a A. Hes
nard, La obra de Freud, México, FCE, 1 972, p. 1 0).
428
inmanente e inminente la cosa y su verdad- es la vida intencio
nal de la subjetividad corporal y la multiplicidad innumerable de
actos que ella realiza. El telas de esta vida intencional es como la
«edad del espíritu» (el «advenimiento» ) 18 de Joaquín di Fiare: siem
pre anunciada, siempre postergada, nunca olvidada. 19
Intencionalidad, virtualidad
429
tampoco llanamente que «no están» . «Vemos» el vaso, la pelota,
la cuerda, etc., a veces de un modo más contundente y diáfano
que si estuvieran presentes «físicamente» . Hay una inminencia,
una cuasi-presencia, una virtualidad de todo aquello a que el
mimo apunta que casi es indistinto el que eso esté o no esté
presente; tenemos, con la actuación del mimo, todo para ver y
tener ese mundo, y mucho más, pues ahí podemos ver, cuasi
materializarse, hasta lo imposible . . . El contorno que los gestos
dibujan con precisión perfecta, esa pelota botando o esa mari
posa aleteando vivamente, son una zona de ausencia circunscri
ta (como dice en alguna parte Merleau-Ponty), un invisible vivo,
una <<nada» activa. No son una pura «proyección» -aunque cier
tamente el mimo necesita toda nuestra atención para que su
actuación logre los efectos buscados- ni una pura ficción, obra
de nuestra «imaginación» : la pelota bota ahí en el escenario. Pero,
lo sabemos, el objeto «no está» en verdad, no es un ente real.
Igual sucede en la intencionalidad operante en todos los ca
sos. Los actos, las acciones, los movimientos, las anticipaciones
sensoriales o emocionales, los gestos de nuestra corporalidad
« apuntan» en todo momento a un «objeto» que sin embargo
permanece en su ser propio, no se convierte en un ser poseído,
comprendido todo él. Es, como la pelota del mimo, un ser vir
tual, una pelota virtual. Ni puramente mental (subjetivo-corpo
ral) ni puramente objetiva, real; más bien, cuasi-mental y cuasi
real a la vez. O real-mental, mental-real: virtual exactamente.
En varios pasajes de la Fenomenología de la percepción Mer
leau-Ponty utiliza la palabra «virtual» para dar cuenta de la ex
periencia corporal del mundo y del mundo percibido mismo.
Por ejemplo, un rasgo de la corporalidad humana, que contra
viene cualquier explicación mecanicista del comportamiento,
consiste, según Merleau-Ponty, en que cada estimulación corpó
rea despierta en el sujeto «en lugar de un movimiento actual,
una especie de "movimiento virtual" : la parte del cuerpo interro
gada sale del anonimato, se anuncia por una tensión particular,
y como cierto poder de acción en el cuadro del dispositivo ana
tómico» .2º Hay como una preparación, una anticipación o una
predisposición general de nuestro cuerpo ante los estímulos y
datos del mundo. Una corporalidad virtual -el esquema corpo-
430
ral en sentido amplio y fenomenológicamente considerado-- de
la que el cuerpo «actual» y objetivo --ese al que la ciencia quiere
reducimos- es, efectivamente, una «actualización», una reali
zación, sólo posible y sólo comprensible en función de aquel
cuerpo sublime nutrido de «potencialidades» puras. El sujeto,
desarrolla Merleau-Ponty, es capaz de trascender las estrechas
determinaciones del orden físico y «situarse en lo virtual», jugar
con las posibilidades de la experiencia corpórea; «cada aconteci
miento motor o táctil hace elevar a la consciencia un hormigueo
de intenciones que va, desde el cuerpo como centro de acción
virtual, ya hacia el cuerpo mismo, ya hacia el objeto».21 El sujeto
corporal «Cuenta con lo posible que así adquiere, sin abandonar
su lugar de posible, una especie de actualidad» .22 En fin, pode
mos describir nuestra experiencia corporal como un proceso
continuo de pasajes recíprocos, reversibles, entre lo virtual y lo
actual. Lo virtual nada es (no es una estructura que subsista en
algún lado) sin las actualidades en que se muestra; y, a su vez, lo
actual tampoco es nada por sí mismo sin todo el campo virtual
que lo hace posible, y que él sólo lleva a la realización expresa.
Lo virtual nunca se agota en un ser actual, siempre da para más;
y lo actual nunca se agota en sí mismo ni nunca agota a lo vir
tual. El dinamismo, el devenir, no para jamás. 23
¿Cuál es la condición (y por ende la «naturaleza» ) de esta
apertura a lo virtual sin la cual es incomprensible nuestra vida
corporal y el mismo mundo percibido? Precisamente, la posibi
lidad de una comunicación inmanente entre los distintos senti-
2 1 . Ibíd., p. 126.
22. Ídem.
23. Sobre esta aproximación conceptual a lo «virtual» , cfr. Gilles Deleuze,
Diferencia y repetición, Madrid, Júcar, 1 988. Véase capítulo IY, «Síntesis ideal
de la diferencia» , el penúltimo parágrafo, pp. 338 y ss. Deleuze insiste en dis
tinguir con precisión entre lo «virtual» y lo «posible» . Lo virtual no es un
estadio de no ser, de pura posibilidad, tiene una realidad propia -realidad
intensiva: «el mundo es un huevo» . Sólo desde el punto de vista de una «ac
tualidad» hecha -del ave- puede juzgarse que lo virtual --el huevo- no es
«algo». A la vez, Deleuze también remarca la diferencia de naturaleza entre el
estadio de lo «virtual» y el estadio de lo «actual» . El segundo no es pura «rea
lización» del primero. La «actualización» genera novedades y nunca elimina
lo virtual, nunca la agota en su proceso. Virtual y actual son como dos puntos
de vista sobre el mismo ser. Cfr. también: Gilles Deleuze, Pericles y Verdi. La
filosofía de Fran9ois Chatelet, Valencia, Pre-textos, 1 989.
43 1
dos que participan en el acto perceptivo. Particularmente Mer
leau-Ponty se detiene en la íntima -difícilmente aprehensible
comunicación y coordinación entre la visión y el tacto para la
efectuación del acto perceptivo. Esta intimidad es tan natural en
el sujeto normal que sólo el contraste con ciertas formas mórbi
das del comportamiento permite evidenciarla.24 La llamada « Ce
guera psíquica» resulta perfecta para este contraste. Esta enfer
medad consiste en la incapacidad del sujeto para poder ver un
objeto sin tener que tocarlo directamente a la vez; otros modos
concomitantes son la incapacidad para realizar «movimientos
abstractos» (movimientos hechos a solicitud), o para simular
comportamientos o para hacer mímicas, incluso para realizar el
acto elemental de señalar (el sujeto tiene que tocar para poder
señalar; el mundo está demasiado «encimado» sobre sí mismo).
Lo que este caso muestra es, precisamente, una situación donde
la coordinación natural, la cooperación espontánea, el pacto de
siempre entre la visión y el tacto se encuentra roto; nos muestra
también lo que es el tactilidad virtual (la motricidad virtual y, en
fin, la virtualidad general de la vida motriz y perceptiva del suje
to corpóreo) . Lo que en el enfermo desaparece es el « tacto vir
tual» , el hecho de que nuestra tactilidad no se agota en el tacto
actual, en el tocar efectivamente algo, sino que -y esto gracias a
la ayuda de la visión- contamos también con la «posibilidad de
tocar», con el «poder tocar» (coger, tomar, recorrer, cargar, etc. ).
Sin la participación de esta tactilidad virtual -y esto sólo lo lle
gamos a saber gracias al análisis del caso patológico-- la visión
casi se encuentra anulada, o reducida a sus mínimas posibilida
des (de hecho, como insiste Merleau-Ponty, las situaciones son
432
incomparables: la «visión» reducida que se da en la ceguera psí
quica es estructuralmente distinta a la visión normal). La inte
rrelación entre visión y tacto en la percepción normal produce
muchos más efectos que lo que sería la simple suma de capaci
dades visuales a capacidades táctiles. Hay una recomposición
general de la sensibilidad. El mundo percibido adquiere, gracias
a esta coordinación, densidad, profundidad, articulación, signi
ficación incluso. Está ahora investido de sentido, de intenciona
lidad y pensamiento: de espíritu. En el sujeto corporal, todas sus
operaciones, describe Merleau-Ponty, «exigen un mismo poder
de trazar en el mundo dado unas fronteras, unas direcciones,
establecer unas líneas de fuerza, preparar unas perspectivas, en
una palabra, organizar el mundo dado según los proyectos del
momento, construir el marco geográfico un medio contextual
de comportamiento, un sistema de significaciones que exprese
al exterior la actividad interna del sujeto» .25 Esta última oración
no debe, sin embargo, entenderse literalmente. En el contexto
del pensamiento de Merleau-Ponty no cabe entender la expresi
vidad del mundo fenoménico en los términos de la Einfühlung,
esto es, de una proyección subjetivante y antropologizante que
cubriría el mundo existente con una capa de significaciones e
interpretaciones esencialmente ajenas y externas al ser propio
de ese mundo. Nada de esto. De hecho, en algún sentido, pode
mos entender la fenomenología de la percepción de Merleau
Ponty como un proceso continuo de destrucción, o mejor, de
reconstrucción plausible, de esa argumentación. Digamos, de
plantear la pregunta «crítica» : ¿cómo es posible la Einfühlung?
Sólo si asumimos que el sujeto de esta proyección no es una
conciencia sino una subjetividad corporal, que se incorpora al
mundo e incorpora al mundo a sí misma.
Pero el modo más prístino y definitivo de la intencionalidad
operante -y del ser virtual que ella configura- es el de la tem
poralidad. Apoyado en Husserl, pero yendo más allá de él, o lle
vándolo hasta sus consecuencias imperiosas, Merleau-Ponty sos
tiene que, ciertamente, el tiempo no es una «realidad objetiva» ,
pero que tampoco basta con concluir que s e trata una realidad
simplemente «subjetiva» -psicológica o trascendental. ¿Es la
intencionalidad de la conciencia lo que hace posible al tiempo, o
433
es la intencionalidad que el propio tiempo lleva en sí aquello que
hace posible a la conciencia? Ya desde Husserl resulta claro que la
temporalidad es la condición y como la «forma» misma de la
conciencia, aquella estructura primigenia por la cual son posi
bles los diversos actos y procesos de la vida intencional de la
conciencia. Para Merleau-Ponty no hay duda: la conciencia no
es dueña del tiempo, ella es efecto de la intencionalidad que ope
ra en el propio fluir temporal, gracias a la cual los momentos
temporales se vinculan entre sí, se van ligando unos a otros, y las
dimensiones temporales se remiten también entre sí y se expre
san mutuamente. Esta movilidad no es ajena a la conciencia por
el hecho simple de que la conciencia es esa movilidad misma y
la autoconsciencia no es más que un enroscarse del tiempo so
bre sí mismo.
¿Qué es, pues, el tiempo? ¿De dónde proviene? Sólo el reco
nocimiento de la «vida» como anticipación y condición de la
conciencia permite responder a esta pregunta. Es la irreversibi
lidad de los procesos biológicos y, a la vez, la capacidad del orga
nismo para replegarse e integrarse sobre sí mismo aquello que
abre el sentido de la temporalidad en el Ser. Es este sentido lo
que la conciencia humana asume plenamente y lo convierte en
un poder de expresar y comprender, en un proyecto que desafía,
como quería Hegel, todo lo que la vida atenida a sí misma hubie
ra podido proponerse.
La generalización de la intencionalidad
434
atrás y hacia adelante. Hacia atrás: retrayéndonos a una intencio
nalidad más primitiva, pre-humana: la de la vida animal, la del
orden vital en general. Hacia adelante: al campo de las realidades
culturales -lenguaje, arte, saber, política-, más allá de mundo
puro de la conciencia. Nos ocuparemos de estos desbordamien
tos, ahondando a la vez en el concepto de virtualidad y sus impli
caciones filosófico-generales.
Desde La estructura del comportamiento, su primer libro, Mer
leau-Ponty diseñó las líneas de una «filosofía de lo vital» , de una
teoria de la intencionalidad animal, que no dejará de tener en
mente pero que sólo retomará expresamente en sus últimos cur
sos del College de France. El concepto de lo virtual aparece estelar
mente en la caracterización que hace el filósofo francés de la es
pecificidad del orden vital respecto al orden físico. Hablamos de
estructuras orgánicas -explica- cuando el equilibrio no se ob
tiene, como en el orden físico, «respecto a condiciones presentes y
reales, sino respecto a condiciones sólo virtuales que el sistema
mismo trae a la existencia; cuando la estructura en lugar de pro
curar, bajo el apremio de las fuerzas exteriores, un escape a aque
llas por las que está atravesada, ejecuta un trabajo fuera de sus
propios límites y se constituye un medio propio» . 26 El organismo
y su medio forman, pues, un sistema de relaciones, que no es una
simple adición o estructura de complementación sino que define,
despliega un nuevo orden de existencia: la «existencia virtual» . Se
trata de la conformación de lo que Gilles Deleuze llamará después
un «plano de consistencia» , esto es, un espacio heteróclito de inte
rrelaciones, ritmos, acordes, contrapuntos, movimientos diversos
--exactamente, una especie de «melodía» , una figura musical. «La
naturaleza como música». 27
Desde el principio y hasta el final Merleau-Ponty, al igual que
Deleuze, tiene en mente el pensamiento del biólogo Von Uexküll.
De él cita Merleau-Ponty, ya en La estructura del comportamiento,
la siguiente definición del organismo: «una melodía que se canta a
sí misma» ;28 1 5 años después, retomará e interpretará esta defini-
435
ción, y la concepción de Uexküll en general, en su curso sobre La
nature. Nuestro filósofo se detiene particularmente en la noción de
Umwelt, y su importancia para una concepción adecuada de la
vida orgánica. De acuerdo con Uexküll, el Umwelt no es el «medio»
en sí, sino el medio en tanto que seleccionado y reconfigurado por
el organismo. Estos procesos no pueden entenderse ni de acuerdo
con una explicación causal ni de acuerdo con una explicación vita
lista. El Umwelt es una «creación», un salto cualitativo respecto a
la pura realidad física. El organismo, a su vez, es un ser autocrea
do: configura un medio que lo configura a él. «En resumen, es el
"tema" de la melodía, mucho más que la idea de una naturaleza
sujeto o la de un ser suprasensible, lo que mejor expresa la intui
ción del animal según Uexküll. El sujeto animal y su realización,
trans-espacial y trans-temporal. El "tema" de la melodía animal no
está más allá de su realización concreta, es un tematismo variable
que el animal no busca realizar mediante la copia de un modelo,
pero que frecuenta sus realizaciones particulares, sin que estos
temas sean el propósito de ese organismo».29 El carácter virtual de
la obra musical -utilizada aquí como único modelo plausible para
un entendimiento del proceso vital, más allá del mecanicismo y
del vitalismo- ha sido señalado por diversos pensadores (desde el
propio Husserl). Aunque, en realidad, podría tomarse también la
perspectiva inversa -y que igualmente ha sido desarrollada en la
reflexión estética: la concepción de la obra musical como prolon
gación y recreación sublime de la vida y sus poderes. La música
como espíritu viviente o vida espiritual activa. 30
Decíamos que la reflexión de Merleau-Ponty apunta a un
desbordamiento de la noción de intencionalidad por abajo y por
arriba. En sus reflexiones sobre el lenguaje -y de ahí, sobre la
historia, la cultura, la política- el fenomenólogo francés se aleja
de modo decisivo de toda filosofía de la conciencia. Igualmente,
este alejamiento no implica asumir ninguna postura objetivista
o meramente estructuralista respecto a la realidad del lenguaje.
El «Sistema lingüístico» no es una estructura real, un sistema
acabado; es ejemplo paradigmático de lo que es un sistema vir
tual, una totalidad de inminencia. En ningún otro lado resulta
436
más clara la fecundidad de la noción de virtualidad que en la
fenomenología merleaupontiana del lenguaje. En ningún otro
lado resulta también más claro su deslinde de la visión husser
liana. Para nuestro filósofo, la expresión no es la manifestación
de una significación previa, o sólo un medio para alcanzar un
sentido pristino y acabado. Hay una intencionalidad que atra
viesa los actos expresivos -los signos-, que les proporciona
una vida y los hace significar algo por sí mismos; a la vez, y por
esta razón, el sentido nunca se presenta de modo completo y
directo. El significado es «indirecto» , y las cosas y los signos «ha
blan» en su silencio relativo. El sentido mora en el lenguaje y en
ninguna otra parte. No, ciertamente, en el lenguaje como una
estructura físico-objetiva �n los sonidos o en los gráficos en
cuanto entidades separadas-, sino en el lenguaje en cuanto to
talidad intensiva, en cuanto especie de magma viviente; en cuanto
producto o concreción de una intencionalidad casi «ciega», de
una existencia encarnada que se lanza a la tarea expresiva sin
saber bien qué «quiere decir» y, mucho menos, si va a poder
lograrlo. Como el pintor que, a ras de la tela, desliza su lápiz o su
pincel, tanteando mil posibilidades, pero donde, en cierto mo
mento, al distanciarse un poco, observa el paso que se ha dado
en la «niebla» de los posibles, asume entonces aquel logro par
cial y, apoyado en él, continúa la búsqueda expresiva hacia el
todo que ahora queda anunciado y que en su ser virtual comien
za ya a orientar cada vez más lo pasos sucesivos.
Igual opera la intencionalidad lingüística, al menos en su mo
mento productivo o creador (el de la palabra hablante). El escritor
va conformando poco a poco una totalidad expresiva que existe
para sí misma (como poema, como novela) y para todo aquel que
la asuma y quiera reencontrarse con ella. El todo de una pintura,
como el todo de una novela, no es una «suma», una estructura de
«partes», ni siquiera se puede decir que esté en algún lado. Vive
una vida intensiva, una virtualidad que sólo la percepción estética
o la lectura comprometida podrán revelar y dar figura y verdad.
Igual sucede con la lengua, y, en fin, con todo sistema cultural,
simbólico o institucional. Dice Merleau-Ponty: «este sentido que
nace al borde los signos, esta inminencia del todo en las partes se
encuentra en toda la historia de la cultura».31 Sólo desde esta pers-
437
pectiva cabe comprender esos fenómenos enigmáticos que son las
transformaciones y las innovaciones histórico-culturales. Es el todo
en cuanto tal lo que va cambiando, y lo hace de un modo aleatorio
y casi imperceptible. Por eso nunca se puede fechar de forma pre
cisa el momento en que se dio un cambio. A la vez, nunca pode
mos identificar el significado de una expresión, aislarlo del movi
miento total de la palabra. Si la lengua «finalmente quiere decir y
dice algo, no es porque cada signo sea vehículo de un significado
que le perteneceria, sino porque todos juntos aluden a un signifi
cado siempre diferido, cuando se les considera uno a uno, hacia el
cual yo me adelanto a ellos sin que ellos lo contengan nunca» . 32
Sólo ilusoriamente el significado se presenta como un ser actual
pleno, su realidad es, en verdad, «virtual», el polo «de cierto núme
ro de actos de expresión convergentes que imantan el discurso sin
ser propiamente dados por su cuenta» .33
La realidad virtual del sistema lingüístico es del todo origi
nal. No podemos asumirla como una realidad objetiva, dada de
suyo; no existiria sin los actos intencionales de la subjetividad
que busca expresarse. Es una realidad que nos rebasa cierta
mente, una herencia que ha sido trabajada por muchos actos
anónimos y un sinfín de generaciones antes de nosotros. Pero,
curiosamente, tenemos la capacidad, en cuanto voluntad de ex
presión, de colocarnos en el corazón de ese sistema y de darle
vida y sentido a partir de nuestros propios actos, incluso para
llegar a decir lo que nunca antes había sido dicho. El obrar hu
mano es capaz de conformar un orden, algo -un mundo per
ceptivo, una lengua, una cultura- que nos rebasa, que da más
de sí, pero que sólo puede hacerlo gracias a nuestra aquiescen
cia y nuestra disposición activa. Y, ciertamente, el sujeto siem
pre puede rebasar lo que tiene ante sí, pero como sólo puede
hacerlo desde el centro virtual de eso mismo, todo rebasamiento
es en verdad un auto-rebasamiento: la «audacia» propia de la
intencionalidad operante («sólo por un deseo libre estamos tan
íntimamente ligados al todo» : Holderlin).
La noción de intencionalidad operante se extiende a todos
los ámbitos del ser y el quehacer humano. La filosofía de la
praxis histórica y política de Merleau-Ponty seria incomprensi-
438
ble sin la idea de una intencionalidad que está operando a ras
de los propios acontecimientos y procesos. En todos los ámbi
tos nuestro filósofo combate, como buen fenomenólogo, cual
quier postura determinista y mecanicista de la vida social, pero
igualmente problematiza la pura solución idealista y volunta
rista. Particularmente, en Las aventuras de la dialéctica es clara
la insistencia de Merleau-Ponty, contra el « subjetivismo» sar
treano, en el carácter «cuasi-objetivo» de la realidad social y del
mundo histórico-político. La inercia de los procesos colectivos
crea una realidad efectiva que resulta de principio no transpa
rente para la conciencia: su acción « constituyente» se encuen
tra aquí totalmente limitada, aterida. El mundo social está con
formado por una serie abierta e indefinida de «intenciones» e
«intencionalidades» que me rebasan por principio y siempre.
Ahora bien, en cuanto sigue siendo mi prerrogativa reconocer
esto, la realidad social no puede llegar a adquirir simplemente
el carácter de un ser autosuficiente, y ajeno totalmente a mi
decisión y, particularmente, a las posibilidades de mi acción.
Como esto vale también para el otro, el mundo histórico-social
adviene entonces un sistema virtual, un campo de determina
ciones sólo posibles, de orientaciones, indicaciones, esbozos,
« intencionalidades » difusas, etc . , que únicamente la acción
podrá concretar en «algo » , convertir en un campo de determi
naciones efectivas. Cierto, la acción no es pura, no es pura in
vención, pura decisión, puesto que el campo del que ella debe
partir no es, a su vez, un orden de pura indeterminación, de
puro «no ser» ; se trata de un campo de indeterminación «rela
tiva» , de apertura, de cuasi-realidad, esto es, exactamente, de
«Virtualidad» . Y en éste, como en los otros casos, lo virtual no
es puro ser ni puro no-ser, pura realidad o pura posibilidad. Es
la realidad propia de lo posible que se expresa como «apertu
ra» de lo que existe y como « inherencia» al mundo de toda
acción, de toda libertad ( «encarnación» ) .
Conclusión, hoy
439
ción. 34 La coordinación, el pacto entre visualidad y tacto que
veíamos hace un momento, se convirtió en algo más que una
« curiosidad» teórica (psicológica o fenomenológica) . Fue la
base y condición para uno de los descubrimientos más revo
lucionarios y eficaces y que dio lugar al uso hoy generalizado
de las computadoras: la visualización icónica de los instructi
vos de un programa (las «ventanas » o Windows) y la concomi
tante contribución del interfaz llamado popularmente ratón
o mouse . La visualización controlada e inmediata de movi
mientos táctiles fue una verdadera novedad tecnológica y ha
puesto en juego toda una nueva comprensión de la corporali
dad funcionante y de sus relaciones con los procesos infor
máticos e intelectuales en general. La virtualidad del espacio
visual-táctil del monitor es parte hoy de nuestra experiencia
más cotidiana. El « sujeto » de esta experiencia ya no es sólo
un sujeto mental (ayudado por la visión y el tacto actual) sino un
sujeto corporal-mental, que incluye la visión, el tacto actual
(que teclea) y el tacto virtual (que desplaza el cursor); resulta
más claro también que el « cerebro» no está sólo en la cabeza
sino en la corporalidad viviente y activa toda (en sus sentidos,
en su motricidad y en la «virtualidad» que ya traía consigo y
que ahora eleva a un nuevo nivel de «extensión » : el espacio
informático) .
Más allá de las derivaciones y experimentaciones que se an
tojan a veces un poco inútiles y hasta infantiles de las tecnologías
de la «realidad virtual» (el retorcido y muy humano anhelo de
poder hacer algo sin tener que pagar el esfuerzo requerido), re
sulta claro que los procesos de construcción tecnológica de reali
dad virtual se apoyan en nuestra capacidad perceptivo-corporal
34. Cfr. César Moreno, Rafael Lorenzo y Alicia M.ª de Mingo (eds.), Filoso
fía y realidad virtual, Prensas Universitarias de Zaragoza, Zaragoza, 2007. Véan
se particularmente los siguientes trabajos, desarrollados desde la perspectiva
fenomenológica merleaupontiana: M.ª Luz Pintos Peñaranda, «La realidad
virtual y el papel del cuerpo en ella. Análisis fenomenológico» (pp. 253-270);
M.ª Carmen López Sáez, «Del cuerpo fenoménico como origen del noema al
cuerpo de carne» (pp. 27 1 -284 ); Jesús M. Díaz Álvarez, « Internet y los peligros
del olvido del cuerpo. Una invitación a la lectura de On the Internet de Hubert
L. Dreyfus» ; Francisco Conde Soto, «Lo virtual como virtualidad del cuerpo
en Merleau-Ponty. Para una liberación del horizonte virtual» (pp. 30 1 -3 1 2);
Javier García Calandín, «La realidad virtual en el planteamiento intercultural
de Charles Taylor y el sujeto incorporado de M. Merleau-Ponty» (pp. 3 1 3-324).
440
primigenia de configuración de un ser virtual, de una corporali
dad virtual y de un entorno-mundo virtual también. Es significa
tivo también que la construcción de realidad virtual sólo es posi
ble en la medida en que se toma como «sujeto» de esa realidad no
a la mente o a la conciencia (y la pura visión, desde siempre el
sentido intelectual por excelencia) sino a la corporalidad táctil y
motriz en general. Ya decía Merleau-Ponty, respecto a esa poten
ciación primera de lo virtual que es el arte, la pintura en particu
lar, que su condición se encuentra en «este equivalente interno,
esta fórmula camal de su presencia que las cosas suscitan en
mí» . 35 El ser corporal lleva siempre una réplica del mundo, y pue
de siempre desplegarla más allá de sí -actualizarla en el mundo
real o desarrollarla en los diversos mundos «imaginarios» de la
creatividad humana. El mundo de la realidad virtual informática
no hace más que llevar un poco más lejos esa capacidad humana
que es, pues, la capacidad de un sujeto corporal y viviente, total.
Pero quizá el aspecto más interesante y novedoso de las nuevas
tecnologías se encuentra en las posibilidades del llamado ciber
espacio, Internet, el hipertexto y las autopistas de la información,
que cada vez más se configuran como un espacio o un universo
de «pensamiento e información» que posee su propia lógica au
tónoma, ¿carente de intencionalidad?
¿Cómo deberíamos repensar la subjetividad humana-en cuan
to corpóreo-mental- para que pueda re-colocarse en este nuevo
orden de virtualidad? Es decir, ¿cómo podríamos «dar sentido»,
articulación, orientación, positividad, al espacio informático? ¿Es
taremos, como muchos han profetizado, ante una nueva fase de la
condición humana, ante la formación de una nueva figura -cuasi
incorpórea- de la subjetividad? ¿Podrá la fenomenología ayudar
nos a pensarla todavía?
44 1
IV
Alejandra Bertucci
Universidad Nacional de La Plata (Argentina)
445
El propósito del presente trabajo es comparar estos caminos
concentrándonos en la oposición entre literatura y pintura que a
mi entender puede brindar una clave para analizar los alcances
ontológicos de ambas posturas.
2. «La metáfora viva y Tiempo y narración constituían dos libros gemelos que
operaban, uno en el marco de una teoría de los tropos, el otro en el de una teoría
de los géneros literarios. Por cierto, las vías de la imaginación creadora o, si se
prefiere, de la esquematización, son diferentes; aquí, la producción de una nue
va pertinencia atributiva, de una atribución impertinente; allí, la producción de
intriga que combinan de manera original intenciones, causas y azares. En este
sentido, Tiempo y narración puede situarse en la línea de una filosofía de la
imaginación que parte de la simbólica del mal. Este paralelismo entre Tiempo y
narración y La metáfora viva, considerados bajo el ángulo de la innovación se
mántica, se continúa en un registro complementario: en ambos casos, la her
menéutica tiene como tarea sacar a la luz un tipo de inteligibilidad solidario
precisamente del trabajo de esquematización en el plano imaginario, y estable
cer su primacía respecto de las simulaciones surgidas de una lógica de las trans
formaciones» (P. Ricoeur, Autobiografía intelectual, op. cit., pp. 7 1 -72).
446
no al revés [ ... ] Todos los símbolos de la culpabilidad -desvia
ción, extravío, cautividad-, todos los mitos --caos, ceguera,
mezcla, caída-, cuentan la situación del ser del hombre en el ser
del mundo. Entonces la tarea del pensador consiste en elaborar
partiendo de los símbolos, conceptos existenciales, es decir no ya
sólo estructuras de la reflexión, sino estructuras de la existencia
en cuanto que la existencia es el ser del hombre. 3
447
ca principalmente dos aspectos. Primero, como génesis del sen
tido no es pura invención sino que implica una revelación de lo
real. Ese vínculo está dado por el símbolo: «Las metáforas son
sólo la superficie lingüística de los símbolos y deben su poder de
relacionar la superficie semántica con la pre-semántica que yace
en las profundidades de la experiencia humana, a la estructura
bidimensional del símbolo» . 6 Segundo, la metáfora en tanto im
pertinencia semántica exige un trabajo de elucidación del con
cepto que es el que puede dar cuenta de su excedente de sentido.
Ricoeur llega a afirmar que es en la metáfora, en la ganancia
en significación fruto de la instauración de una nueva pertinen
cia semántica al nivel de todo el enunciado, en donde el discurso
especulativo encuentra su posibilidad. La hipótesis de Ricoeur
siguiendo a Gadamer es que el proceso metafórico puede dar
cuenta del proceso de creación de los conceptos que encontra
mos estabilizados en el lenguaje de la tradición. La imaginación
productora que combina de una manera impertinente los senti
dos de las palabras en un nuevo acto de predicación, une tradi
ción con innovación. Lo importante es que esta innovación no
es una pura invención del espíritu sino que implica una redes
cripción de lo real. Ricoeur tomará la noción de ficción heurísti
ca de Kant para dar cuenta de esta re-descripción. « . . .la creación
de la ficción heurística es el camino de la redescripción; la reali
dad llevada al lenguaje une manifestación y creación» .7
La re-descripción de lo real se puede dar al nivel del enuncia
do (metáfora viva) o al nivel mayor del relato. Tiempo y narración
explora las paradojas que la temporalidad genera en el discurso
especulativo y que encuentran una solución poética en la trama
narrativa. En los tres tomos de Tiempo y narración no hay un tra
tamiento explícito de lo simbólico, sin embargo, uno puede leer la
triple Mímesis en función de sus obras anteriores y encontrar que
la defensa del carácter referencial de la trama poética, que se basa
en el mundo anterior y pre-comprendido de mímesis uno, está
apelando al valor simbólico de la experiencia común como base
448
ontológica. Esta experiencia, transformada o reconstruida por el
acto de lectura y ocurriendo en el mundo del lector, remite sin
embargo a un mundo y una experiencia compartidas.
449
presentan un problema para explicar la creación de sentidos
nuevos. La fenomenología antropológica de Eliade había demos
trado la increíble estabilidad que mostraban los símbolos cuan
do estaban unidos en cadenas simbólicas (arquetipos).
450
No he cesado de apoyar el análisis semántico de la referencia, en
la convicción de que el discurso nunca existe para su propia glo
ria sino que pretende, en todos sus usos, aportarle al lenguaje
una experiencia, una manera de habitar y de ser en el mundo,
que lo precede y le pide ser dicha. Es esta convicción de la prela
ción de un ser-a-decir respecto de nuestro decir lo que explica mi
obstinación por descubrir en los usos poéticos del lenguaje -y
más tarde en la narratividad- el objetivo ontológico subyacente
a la pretensión referencial de los enunciados considerados. 1 1
45 1
artística son constantes y fundamentales para comprender su
posición filosófica general en los distintos momentos de su desa
rrollo. Retomando la disputa entre la concepción del arte de la
modernidad y de algunas corrientes filosóficas del siglo XX como
la hermenéutica, podemos decir que la filosofía de Merleau-Ponty
y su preocupación por la percepción logra salvar la dimensión
sensible del arte al rescatar la dimensión significativa de lo sen
sible en general que había sido condenada por la tradición filo
sófica occidental desde Platón. En la misma línea privilegiará de
entre las manifestaciones artísticas a la pintura por sobre la lite
ratura enfrentándose no sólo a la tradición filosófica sino a con
temporáneos suyos como Ricoeur, Heidegger, Sartre y Gadamer.
Como mencionamos antes, las reflexiones en tomo al arte es
tán presentes en toda la obra de Merleau-Ponty, pero nos concen
traremos en tres textos en los que tematiza la pintura y que según
los especialistas corresponderían a cada una de las etapas de su
pensamiento. «La duda de Cézanne» de 1 948 corresponde al pe
ríodo de la Fenomenología de la percepción, «El lenguaje indirecto
y las voces del silencio» de 1 952 corresponde a su período medio
y El ojo y el espíritu de 1 96 1 ya es del período de la ontología.
En « La duda de Cézanne» Merleau-Ponty aplica a la pintura
los descubrimientos filosóficos de sus dos primeros libros La
estructura del comportamiento ( 1 938) y Fenomenología de la per
cepción ( 1 945). Lo que muestra Cézanne por medio de la pintura
es lo que Merleau-Ponty puede describir en términos filosóficos,
que nuestra relación con el mundo es la de sujetos encamados.
En otras palabras que nuestra percepción del mundo no es de
terminada ni por la recepción pasiva de paisajes y objetos ni por
categorías preexistentes en nuestra mente. Lo que Merleau ve en
las obras de Cézanne es la ratificación de que el significado de
nuestra experiencia proviene de nuestra confrontación corporal
y perceptiva con el mundo.
Los objetos son significativos para nosotros por nuestra re
lación sensorio-motriz con ellos, esto se oculta en la percepción
habitual en la que creemos que los objetos existen y están deter
minados sin ninguna relación con nosotros. Cézanne logra ir
por debajo de esa percepción habitual, por debajo del orden hu
mano de las ideas y las ciencias hacia el orden espontáneo de las
cosas percibidas. Ese orden primordial es el de la perspectiva
vivida que no corresponde con la perspectiva geométrica. Mien-
452
tras que el orden de la cultura tiende a separarse de la experien
cia originaria del mundo, de la experiencia perceptiva y a cerrar
se sobre un orden preciso de representaciones y definiciones
conceptuales, como sería el caso de la perspectiva geométrica, el
arte implica un retomo a esa esfera primordial, intensifica las
estructuras del mundo percibido y puede dar cuenta de la géne
sis del sentido, del origen de la verdad. 13
En la Fenomenología de la percepción había explicado cómo
es posible que el arte abreve en esa esfera primordial. La clave
es la expresividad, el arte como el lenguaje14 es un fenómeno
expresivo, ligado a la capacidad significante del cuerpo y de la
percepción.
1 3 . Para Gilmore la teoría del arte que surge de «La duda de Cézanne» es a
la vez muy general y muy específica. Muy específica porque si encuentra en la
obra de Cézanne una perfecta expresión visual de la teoría fenomenológica de
la percepción, no se ve claramente cómo puede ser generalizada y aplicada a
otros casos, no ya a todo el arte sino siquiera a toda la pintura. No es casual
que los pintores que Merleau-Ponty estudia son aquéllos pre:ocupados por la
relación de la visión con el mundo, preocupación propia del modernismo tem
prano. Por ejemplo, el cierre de «La duda» parece abrupto como si la pintura
de Leonardo no .se prestara como la de Cézanne a ser explicada en términos
fenomenológicos. Y por otra parte es muy general porque en definitiva Cézan
ne ilustraría la teoría de la experiencia y la percepción que se aplica al arte
pero también a toda experiencia humana perceptiva. De este modo no parece
aislar ningún rasgo particular del arte, el artista o la experiencia artística. Sin
embargo Gilmore cree que Merleau-Ponty logra contestar a estas objeciones
en sus textos posteriores cuando introduce la historicidad en pintura. Jona
than Gilmore, «Between Philosophy and Art», en Carman y Hansen (eds.),
The Cambridge Companion to Merleau-Ponty, Cambridge, Cambridge Univer
sity Press, 2005.
14. Según Josep Maria Bech en este periodo el lenguaje no tiene ninguna
prioridad quedando subordinado frente a la primacía de la expresión: «La
expresividad lingüística, en otras palabras, aparecía íntimamente entrelazada
con la riqueza expresiva y significante del cuerpo. De hecho consistía en la
reapropiación y en la ampliación de los procesos expresivos que ya tienen
lugar en el ámbito de la percepción. Para el Merleau-Ponty inicial, efectiva
mente, la percepción es ya expresión, siendo el lenguaje la expresión manifies
ta de la expresión implícita que es la percepción. Por el momento, el lenguaje
es concebido como una amalgama de pensamiento y motricidad. Desatiende
la plausible especificidad, porque lo considera una variedad de la gesticula
ción corporal y por tanto una generalización de la conducta expresiva» . Josep
Maria Bech, Merleau-Ponty. Una aproximación a su pensamiento, Barcelona,
Anthropos, 2005, p. 1 56.
453
Los sentidos y, en general, el cuerpo propio, presentan el miste
rio de un conjunto que sin dejar su ecceidad y su particularidad,
emite, más allá de sí mismo, significaciones capaces de procurar
una armadura a toda una serie de pensamientos y experiencias.15
454
Esta unión de configuración sensible (imagen) y sentido que
es explícita en el término alemán para símbolo: Sinnbild, podría
explicar el privilegio de la pintura en la filosofía de Merleau por
sobre la literatura, en tanto que es más fácil olvidar la dimensión
sensible en la literatura, donde creemos captar el sentido pleno
de la obra en el sentido establecido de las palabras, cuando en
realidad «el sentido de una obra literaria está menos hecho por
el sentido común de las palabras de lo que aquél contribuye a
modificar éste » . 17
La unión de configuración sensible y sentido en la obra de
arte es retomada en «El lenguaje indirecto y las voces del silencio»
a través de la noción de estilo, entendido como la clave de la co
municabilidad e intersubjetividad del sentido artístico. El estilo
no sólo está en la obra de arte, sino que también es un aspecto
esencial de la percepción y la acción. Cuando vemos moverse a
una persona no vemos sólo el movimiento objetivo, también ve
mos un estilo particular de moverse en el mundo. Lo enigmático
del estilo está en la dificultad de su definición y en su ubicuidad.
Se manifiesta de forma global, así podemos reconocer el estilo de
una persona en su voz, su letra, su manera de hablar y de compor
tarse. De igual manera el estilo de un artista se revela hasta en los
mínimos detalles de su obra, en esos detalles que sólo los instru
mentos de óptica nos permiten ver. Pero si toda persona posee un
estilo, una manera particular de relacionarse con el mundo, sólo
el artista es capaz de plasmarlo materialmente.
La capacidad representativa de la imagen es derivada de su
registro de una actitud y orientación hacia el mundo; el estilo
como la experiencia es perspectivista. Esto podría implicar que
esa actitud hacia el mundo fuera sólo subjetiva y la pintura sólo
el registro del mundo privado del pintor, y sin embargo, no es
así. Con la aparición de una gran obra, aparece un modo de ser
en el mundo que puede ser compartido y comunicado. Esto es
posible porque ese estilo que es la obra, esa actitud con respecto
al mundo pertenecen a nuestra percepción sensoriomotriz, pre
rreflexiva y prejudicativa. No es la identidad visual la que deter
mina la semejanza entre la imagen y el mundo sino un acuerdo
entre la comprensión del mundo del pintor que la imagen ofrece
y nuestra experiencia prerreflexiva de lo que percibimos. Para
que la obra aparezca
455
Es necesario que haya tenido ese momento fecundo en que ha bro
tado a la superlicie de su experiencia, en que un sentido operante y
latente ha encontrado los símbolos que debían liberarlo y hacerlo
dócil para el artista al mismo tiempo que accesible a los otros.18
456
en el lugar de los fenómenos de expresión, representación verbal
y significación intelectual. 2 1
Uno podria decir que, como e n e l caso d e Ricoeur, hay tam
bién en estos textos de Merleau-Ponty una tensión entre manifes
tación y creación, entre la convicción de que el sentido del arte
remite o abreva en esa esfera primordial de la experiencia encar
nada, lo que posibilita la comprensión colectiva e histórica de las
obras; y la afirmación contraria de que cada obra implica una
creación total, que cada obra tiene un sentido que empieza a exis
tir recién con la plasmación material de la obra, y que por lo tanto
no es una simple traducción de un sentido previo, de algún senti
do que preexistiría a la obra en la mente del artista o en la reali
dad.22 La ambivalencia con que Merleau-Ponty parece a veces ra
tificar una posibilidad e inmediatamente la otra va a ir encami
nándose a una solución en el último periodo de su filosofía.
En El ojo y el espíritu se retoma el problema de la pintura.
Por una parte se sigue sosteniendo que el arte es un gesto expre
sivo, que su capacidad expresiva proviene de una napa primaria
cuya clave de inteligibilidad es nuestro cuerpo, y que la pintura
tiene un acceso privilegiado a ella.
2 1 . Según Bech, en «El lenguaje indirecto y las voces del silencio» hay
algunas modificaciones en tomo a cómo Merleau-Ponty concibe el lenguaje.
El descubrimiento de Saussure lo llevará a afirmar que el signo se relaciona
con el sentido a través del vínculo lateral que sobreviene entre signo y signo. O
sea que el sentido surge en la intersección de las entidades lingüísticas y en el
intervalo que hay entre ellas. Como en la etapa anterior el lenguaje sigue en
trelazado con la riqueza expresiva y significante del cuerpo, con la salvedad
de que la gesticulación elocuente ahora es interpretada como opacidad; todo
lenguaje es indirecto o alusivo. J.M. Bech, Merleau-Ponty. Una aproximación a
su pensamiento, op. cit. , p. 1 56.
22. Bech califica estas tendencias ambivalentes de la teoría de la expresión
de Merleau-Ponty como «traduccionismo» y «artistismo» .
2 3 . Maurice Merleau-Ponty, L'oeil e t l'esprit, París, Gallimard, 1 964, p. 1 6 .
457
Para la tradición filosófica la visión y el movimiento son he
terogéneos, una cosa es ver y otra es estar en movimiento, el
sujeto pareciera tener estas dos capacidades no relacionadas entre
sí de «percibir» y de « moverse» . La fenomenología ya se había
enfrentado a esta distinción, que en el fondo contiene otras dis
tinciones como las de pasividad y actividad, receptividad y es
pontaneidad. En la misma línea Merleau-Ponty se enfrenta a la
tradición con la noción novedosa de reflexividad: el cuerpo mira
y es mirado, toca y es tocado.
Por ella [la visión] el pintor toca las dos extremidades. En el fon
do inmemorial de lo visible alguna cosa ha cambiado, se ha ilu
minado, invade su cuerpo, y todo lo que pinta es una respuesta a
esa suscitación, su mano «no es más que un instrumento de una
lejana voluntad» . 25
24. Ibíd., p. 1 9.
25. Ibíd., p. 86.
26. «The Picture is not an unreal double of reality; it manifests to our gaze
the unmistakable schema of the life of things within our bodies» (Jacques
458
Si la clave del sentido sigue estando en lo sensible, en la rela
ción entre percepción y corporalidad, hay por otra parte un pro
ceso de desubjetivación y ontologización que tiene que ver con
el reemplazo del concepto de «cuerpo» por el de «carne » . Ahora
la experiencia subjetivable de lo sensible remite a un sensible en
sí. Será en Lo visible y lo invisible, especialmente en las notas de
trabajo, donde se profundizan los alcances metafísicos de esta
nueva etapa.
Es interesante notar como la preocupación por la esfera
sensible, por la relación entre percepción y corporalidad ha lle
vado a Merleau-Ponty a extremar sus cuestionamientos a los
supuestos de la filosofía moderna de corte cartesiano, princi
palmente a la oposición entre sujeto y objeto. Quiero volver
por un momento a Ricoeur, quien cuando estudiaba los símbo
los afirmó lo siguiente:
Taminiaux, «The thinker and the painter» , en M.C. Dillon, Merleau-Ponty vi
vant, EE.UU., State University of New York Press, 1 99 1 , p. 2 06).
27. Paul Ricoeur, «Palabra y símbolo», en Hermenéutica y acción, Buenos
Aires, Docencia, 1 985, p. 1 5 .
459
sentido,28 ahora la expresión es a la vez una traducción del
esquema carnal y una creación nueva:
460
MERLEAU-PONTY O LA EXPERIENCIA
CORPORAL COMO HILO CONDUCTOR
DE LA RELACIÓN ENTRE LA FENOMENOLOGÍA
Y LA LITERATURA
Noémie Parant
Université de Rouen (Francia)
Merleau-Ponty fenomenólogo
46 1
sino el de lo «Conceptual» ,4 es decir, el de lo filosófico. En segundo
lugar, para él se trata siempre de operar teniendo por motivación
y por objetivo la dimensión de la interrogación. Así, todas sus re
flexiones se desarrollan con la motivación y el objetivo de la inte
rrogación. Además, Merleau-Ponty no utiliza el cuestionamiento
en cualquier modo, sino que adopta una interrogante peculiar y
específica que pertenece al filósofo. Así, subraya que «la interro
gación filosófica no es la simple esperanza de una significación
que pueda satisfacerla [ .. .] es propio de la interrogación filosófica
el volverse hacia sí misma y de preguntarse también lo que es
preguntar y que responder» , 5 y de esta manera puede revelar «el
verdadero motivo de su adhesión a la filosofía» . 6 El cuestiona
miento conceptual que Merleau-Ponty plantea atestigua entonces
su adscripción al dominio filosófico.
Justamente, su ambición es determinar hasta dónde es posi
ble esta pertenencia; en este sentido, ¿habrá sido constante, y sin
fallar, fiel a su elección de ser filósofo? A primera vista, y de acuer
do con sus propias palabras, Merleau-Ponty no tiene la inten
ción de romper con la filosofía: «Jamás cambié de parecer sobre
mi voluntad de hacer filosofía» .7 Sin embargo, esta voluntad no
carece de debilidades: muchos son los indicios, en el corazón
mismo de sus textos, de un distanciamiento del dominio filosófi
co. Por lo menos, es cierto que este deseo de distanciamiento no
es radical, se trata solamente de un alejamiento en relación con
cierta filosofía. De un extremo a otro su obra da cuenta de una
acusación expresa a la filosofía tradicional, el mismo movimien
to merleaupontiano consiste en operar «Un distanciamiento res
pecto a la tradición»8 y en rechazar anclarse «en la misma postu
ra de aquellos que se han vinculado al nombre filosofía» . 9 Mer
leau-Ponty realiza así un alejamiento de la filosofía, desde luego
4. Ídem.
S. Maurice Merleau-Ponty, Le visible et /'invisible, seguido por Notes de travail
( 1 963), Paris, Gallimard, coll. «Tel», 1 986, texto establecido por C. Lefort acom
pañado de un preámbulo y de un epílogo, p. 1 60. Edición en español p. 1 5 1 .
6 . C . Lefort, «Philosophie e t non-philosophie» , Esprit, n.º 66, junio de 1 982,
«Maurice Merleau-Ponty» , p. 1 07.
7. Maurice Merleau-Ponty, «Lettre a Sartre du 8 juillet 1 953» , texto inédito
publicado por el Magazine littéraire, n.º 320, abril de 1 994, p. 74.
8. A. Simon y N. Castin, «Avant-propos» , op. cit. , p. 14.
9. C. Lefort, «Philosophie et non-philosophie» , op. cit. , p. 1 06.
462
únicamente en el sentido clásico del término. Aunque tratamos
aquí de un alejamiento limitado y no absoluto de la filosofía, es
mejor decir que a pesar de que la distancia es de la filosofía clá
sica pero no de la filosofía en sí, existe este alejamiento. Pode
mos concluir que Merleau-Ponty es un filósofo sin serlo o, en
todo caso, sin serlo en el sentido de la filosofía tradicional. Así
pues, esta ruptura con la filosofía clásica no es una ruptura de su
relación con la filosofía. Si bien manifiesta en este nivel un de
seo de alejamiento, también se adscribe, por otra parte, a un
campo peculiar de la filosofía que es el de la fenomenología -y
esta inserción en el dominio al que pertenece el fenomenólogo
constituye su vínculo con lo más profundo y esencial del ámbito
filosófico. En este sentido define «la verdadera filosofía», como
«reaprender a ver el mundo» . 1 º Esta afirmación no es más que
una nueva formulación del «regresar a las "cosas mismas" » 1 1
característico de la fenomenología. Efectivamente, hay sólo un
paso, ínfimo, entre la reconducción al «ver» del mundo, tal como
aparece o es dado en su pura presencia, y el regreso hacia las
cosas mismas. Así, Merleau-Ponty escribe que «re!:i>resar a las co
sas mismas, es regresar a este mundo de antes del conocimien
to» . 12 La verdadera filosofía, es decir, la que él pretende asumir,
encuentra su fuente y su último horizonte en el espacio fenome
nológico. En pocas palabras, para Merleau-Ponty, ser filósofo
significa ser fenomenólogo.
Además, perseveró en la elección de esta orientación filosó
fica. Sin duda, desde Phénoménologie de la perception hasta Le
visible et !'invisible es cierto que Merleau-Ponty muestra su fide
lidad al proyecto fenomenológico. Entonces, a pesar de lo que se
diga o lo que él mismo piense, el «último» Merleau-Ponty queda
arraigado siempre en el campo fenomenológico, como lo demues
tran las primeras páginas de Le visible et !'invisible Efectivamen
..
463
embargo, tenemos que aprender a verlo» , 13 expresa sin ambi
güedad su pertenencia a la disciplina fenomenológica y da cuenta
de su insistencia a pensarse o presentarse como fenomenólogo.
No obstante, si él retoma el camino fenomenológico, debemos
subrayar que lo hace con cierta reserva, pues continúa relacio
nándose con la fenomenología a la vez que manifiesta su inten
ción de distanciarse de Husserl. Es así que Le visible et !'invisible
pretende superar el dualismo que la Fenomenología de la percep
ción no alcanzó a abolir. Se trata así de poner fin a la distinción
del sujeto y del objeto en la que «los problemas presentados en
Ph. P. son insolubles porque parto de la distinción "conciencia" -
"objeto"» . 14 Así que, finalmente, esta dicotomía debe ser elimi
nada, pero esto sólo es posible internándose en la crítica de la
fenomenología husserliana en el sentido de que es por esencia
una filosofía de la conciencia. 15 En suma, debemos matizar la
adhesión de Merleau-Ponty al corazón de la fenomenología: es
fenomenólogo sin serlo -o, en todo caso, sin serlo en el sentido
de la fenomenología del fundador.
Así, si se trata de la relación con la filosofía en general o,
más específicamente, con la fenomenología, Merleau-Ponty
instaura o guarda siempre una distancia, se queda en la reta
guardia, negándose a entrar total e incondicionalmente en el
campo de lo filosófico. Por esto es tan difícil definir claramen
te su propia relación con la filosofía. Su posición, ambigua y
enigmática por naturaleza, vuelve dudosa la manera en la que
464
se la debe apreciar. En definitiva, ¿tiene que ver con la «Filo
sofía o [la] no-filosofía? La obra de Merleau-Ponty despierta
una perplejidad» 16 y da origen a una irreductible confusión.
En suma, todo nos hace pensar que debemos utilizar, para
hablar de él, la misma expresión que utilizó para titular uno
de sus cursos. En este sentido, estamos tentados a decir que
trata a la vez de «Filosofía y no-filosofía» . 1 7 Sin ninguna duda,
Merleau-Ponty es filósofo pero no lo es hasta el extremo: tam
bién existe lo no-filosófico en su obra que se traduce maravi
llosamente en el hecho mismo de que «la noción de "corpus
filosófico" no es apta para dar cuenta de la producción del
investigador» . 1 8 Merleau-Ponty ofrece así participar de una fi
losofía no-filosófica, con la especificad de referirse y ligarse a
su negación. Su sello característico es el de traer en su seno la
dimensión de su propia anulación. Propone una filosofía ha
bitada -íntimamente- por lo que constituye la destrucción
de sí misma o por su propia ausencia y, en suma, por la no
filosofía. Parece esta la manera más justa y verdadera de cap
tar la naturaleza exacta de la relación de Merleau-Ponty con
el campo de la filosofía.
Merleau-Ponty literato
465
A primera vista, es evidente que tal hipótesis parece difícil de
sostener. ¿Es que Merleau-Ponty no es un literato? Desde luego le
habria gustado serlo, al menos es esta confidencia que nos relata
Sartre: «Merleau-Ponty me ha dicho una vez que quena escribir
sobre él mismo, sobre su vida, de manera autobiográfica. Poco
después, me decía: "No, al final, más valdria que escribiera una
novela. ¿Por qué? Porque en una novela, podria dar a los episodios
de mi vida que no entiendo un sentido imaginario"» .21 Sin embar
go, en los hechos, no lo fue, no produjo una serie de obras literarias
desplegándose paralelamente a su producción filosófica--en otras
palabras: «No se encuentra en él ninguna tentación de reescritura
de ficción o autobiográfica como tal, como podriamos encontrarla
en Sartre».22 Quedando fiel a su elección de lo filosófico y a su
voluntad de ser un filósofo, da prueba así de «una real continuidad
[ ... ] de interrogaciones» y subrayándolo él mismo «de la coheren
cia de su cuestionamiento» . 23 Es por esto que la hipótesis de lectu
ra aquí considerada debe presentarse con prudencia y duda, así la
idea de una presencia de lo literario en Merleau-Ponty debe pen
sarse con reserva y precaución. Pero, de todos modos, debe ser
considerada porque no podemos olvidar su confesión -discreta,
ínfima pero reveladora.
Para llevar a cabo tal reflexión debemos centrar nuestra aten
ción sobre un rasgo caracterizando particularmente en el deve
nir merleaupontiano, su tendencia, frecuente y profunda, a refe
rirse a la literatura. No se puede citar aquí de manera exhaustiva
el conjunto de literatos al que se refiere, así como no es posible
mencionar todos los pasajes de sus escritos donde trata de lite
ratura, ése no es el propósito buscado. Para retener lo esencial,
es suficiente mencionar que Michaux, Valéry, Proust, Claudel y
C. Simon son los autores más frecuentemente solicitados, bene
ficiados de un privilegio. En cuanto a los principales textos don
de la literatura está puesta en juego como temática, pensamos
inevitablemente en La prose du monde24 y al curso que impartió
466
en 1 952- 1 953 en el College de France titulado «Recherches sur
l'usage littéraire du langage» . 2 5 Además, debemos notar que
Merleau-Ponty tenía la idea de analizar el fenómeno literario
por sí mismo de manera más profunda todavía -así menciona
lo que constituye uno de sus posibles temas de investigación:
«Debo hacer algo como "¿Qué es la literatura?" » .26 Por lo demás,
quería interesarse más específicamente en los literatos como
Montaigne, Stendhal, Proust, Breton y Artaud. 27 Pero, aunque
contemplemos sólo los proyectos que consumó sin considerar
los que sólo ideó -de un devenir que no llegó-, es seguro que
«De sus primeras obras a sus últimas reflexiones [ ], la palabra ...
pocas líneas reportadas por C. Lefort, y que «precisen el fin de La prose du mon
de» (ídem, «Avertissement», por C. Lefort, p. III) : «Mientras esperamos partir com
pletamente este problema (del pensamiento formal del lenguaje) en el trabajo
que estamos preparando sobre Origine de la vérité, nos hemos acercado por su
lado menos abrupto en un libro escrito hasta la mitad y que trata del lenguaje
literario» (ídem, cita extraída del texto dirigido a M. Gueroult poco tiempo antes
de la elección del College de France, que tuvo lugar en febrero de 1952).
25. Maurice Merleau-Ponty, «Recherches sur l'usage littéraire du langage»
( 1 952- 1 953), en Résumés de cours (College de France, 1 952- 1 960), París, Galli
mard, coll. «Tel» , 1 982, pp. 22-30.
26. Nota citada por C. Lefort, en M. Merleau-Ponty, La prose du monde, op.
cit. , «Avertissement» , por C. Lefort, p. VII.
27. Ídem. «Debo hacer un tipo de ¿Qué es la literatura?, con una parte más
larga sobre el signo y la prosa, y no como una dialéctica de la literatura, más bien
con cinco percepciones literarias: Montaigne, Stendhal, Proust, Breton, Artaud» .
28. A . Simon y N. Castin, «Avant-propos», op. cit. , p. 9.
29. Ídem.
467
grar dentro de su propio discurso el análisis de obras literarias, o
alusiones más o menos discretas, Merleau-Ponty no se confor
ma con sólo citar a ciertos autores privilegiados» .3º El asunto no
es únicamente una cuestión de mencionar a literatos ni tampo
co de reproducir textos literarios; el objetivo es, literalmente,
dejarse «invadir»31 por esta literatura que él menciona -entre
garse, hasta el extremo y la «fascinación»32 por lo literario. Es lo
que propone Merleau-Ponty, o más bien es lo que hace y que
constituye su propia manera de relacionarse con la literatura -y
no relatarla e invocarla. Más que la relación de un conjunto de
citas, nos estamos enfrentando a un fenómeno de deslumbra
miento y de encanto. La literatura es para Merleau-Ponty el es
pacio de una prueba maravillosa y sorprendente -sorpresa que
traduce muy bien su «insistencia»33 en solicitar lo literario. Pero,
¿qué significa este entusiasmo? ¿Qué esconde o disimula este
asombro? Es precisamente lo que se necesita determinar. Com
prender por qué Merleau-Ponty no se conforma con una apre
hensión de la literatura como temática. Lo que él rechaza es
explorarla a la manera de un objeto del pensamiento, por defini
ción colocado enfrente de él y en la exterioridad, en sentido rigu
roso él aborda la dimensión literaria como un fenómeno siem
pre presente -desde el interior- a su propio pensamiento. Con
Merleau-Ponty, la literatura no está del lado de la exterioridad; al
contrario, ésta le toca desde dentro y hasta la intimidad. La al
canza y viene a vivir en su interioridad, habitando estrechamen
te sus ideas, y tomándolas desde el interior. Tal es lo que recubre
este asombro, que se entiende como un movimiento de despla
zamiento del exterior al interior. En suma, Merleau-Ponty está
fascinado por la literatura en el sentido de no abordarla como
un dominio abriéndose frente a él, más bien como un campo
que se integra a su propio pensamiento y tomándolo en el senti
do fuerte del término. Es decir, que el dominio literario se incor
pora en su reflexión, se inmiscuye o se introduce en ella, llega,
30. Ídem.
3 1 . A. Simon y N. Castin, Merleau-Ponty et le littéraire, op. cit. , contraportada.
32. A. Simon y N. Castin, «Avant-propos» , op. cit. , p. 1 4.
33. Michel Collot, «Lceuvre comme paysage d'une expérience. Merleau
Ponty et la critique thématique» , en A. Simon y N. Castin, Merleau-Ponty et le
littéraire, op. cit. , p. 24.
468
toma su espacio y juega un papel en su construcción. Merleau
Ponty deja ver que la literatura es una fuente de «recursos»34
para el pensamiento, interviniendo en su corazón, lo ayuda a
construirse --o, menos radicalmente, lo inspira y lo «influen
cia». 35 Y si alguna vez la literatura persiste en presentarse como
una temática es únicamente como temática operatoria, está de
bajo de la reflexión de tal modo que es absolutamente intrinseca
--o más precisamente, que surge como un elemento de progre
sión. Se imprime en ella para darle un movimiento, y se impone
a la manera de una impulsión o de una fuerza de empuje. Si
queremos continuar considerando a los literatos como referen
cias, debemos precisar que «estas referencias funcionan como
ejemplo, pero más profundamente como motivación del pensa
miento filosófico» .36 De ahí estamos a un paso de expresar que
Merleau-Ponty piensa como literato y, efectivamente, afirmar
que la literatura se inserta en su reflexión y que tiene lugar como
una dimensión activa, de sostener en un sentido que sus ideas se
desarrollan con y desde lo literario. Así nos confrontamos con
un pensamiento en el cual el desarrollo no se hace sin la literatu
ra, y su realización se produce a través y gracias a ella: así Mer
leau-Ponty puede pensar como literato. A partir de este hecho, y
si asumimos sin reseivas este análisis, parece que se inclina o
bascula hacia el camino de lo literario hasta tal punto de tomar
el estatuto de literato, o de subirse hasta él. En pocas palabras,
piensa como literato hasta convertirse él mismo en uno. Avan
zando en esta posición, es conveniente tener en cuenta la evi
dencia primera, antes mencionada, de que Merleau-Ponty ma
nifiestamente no es un literato y rehúsa pensarse como tal. Tam
bién, si queremos dar cuenta plenamente de la relación que tiene
con la literatura, debemos sostener que es un literato sin serlo
-y subrayar ahí mismo el carácter absolutamente indefinible y
confuso de su posición.
469
Merleau-Ponty fenomenólogo-literato
470
pre visible o manifiesta, su irreductibilidad. Así, .:< un recorrido
de los trabajos que integran» la obra de Merleau-Ponty no ten
dría otro efecto que el de revelar «la dificultad, los callejones sin
salida, con los que tendría que toparse un espíritu preocupado
por inscribir estas páginas dentro de categorías genéricas defini
das», «porque su trabajo no se deja clasificar [ . . . ] en obras filosó
ficas [y] obras de ficción» . 39
Precisamente, el rechazo de toda reducción está ligado al
deseo de oscilación: en efecto, Merleau-Ponty no puede limitar
se a la fenomenología o a la literatura -y revela una resistencia
a quién quisiera hacerlo ceder a este nivel- en un sentido donde
aspira más bien a oscilar de un lado al otro. No se inscribe de
manera definitiva y afirmativa en el seno de los campos en pre
sencia; se mantiene en un movimiento de equilibrio y de alter
nancia entre ambos. Esta vacilación traiciona su gusto por el
desequilibrio y por la irresolución: hace evidente su propensión
a la indecisión, o, mejor aún, su tendencia a mantenerse en equi
librio en un espacio indeterminado que se extiende entre lo fe
nomenológico y lo literario. En suma, Merleau-Ponty tiene la
particularidad de querer ser el corazón de una alternancia entre
la fenomenología y la literatura y de fijarse en estos espacios sin
estar atado a ellos: no se impone ni como fenomenólogo ni como
literato sino como fenomenólogo-literato.
Es decir, si Merleau-Ponty es irreductible, y si se posa corre
lativamente sobre la cresta que se eleva entre lo fenomenológico
y lo literario -igual que la carne comprendida como «principio
encamado» se sitúa «a medio camino del individuo espacio-tem
poral y a medio camino de la idea»-,40 el caso es que adopta
una posición transversal con relación a las disciplinas en pre
sencia. Porque «Si no hay en el discurso de Merleau-Ponty más
metáforas que conceptos, esto quiere decir posiblemente que las
nociones de "quiasmo", de "carne", de "dimensiones" son nocio
nes transversales con respecto a esta dicotomía clásica» .41
47 1
II. ¿Separación o encuentro de lo fenomenológico
y de lo literario?
De la escisión
472
Pero, ¿cuál es esta distinción separadora? Se trata de una dife
rencia de función. El caso es que no es de orden disciplinaria, la
ausencia de similitud no es la que separa las materias de enseñan
za, cercándolas en una esencia inmutable por medio de una línea
absolutamente fija. La diferencia entre lo filosófico y literario no
tiene que entenderse en un sentido convencional, arbitrario y uni
versitario; al contrario, conviene comprenderla como una deseme
janza que se ahueca al nivel de sus respectivas tareas. Porque, de
un lado, la filosofía se concentra en un trabajo de reflexión y de
análisis, propone examinar y estudiar ideas, a las cuales quiere
ofrecer una determinación estricta -en una palabra, el papel del
filósofo no es otro que el de «traducir en temáticas» .45 Correlativa
mente, él debe enunciar sus ideas, formularlas y esto por un pro
cedimiento de redesignación rigurosa -así él se enfocará en «dis
currir». 46 En contraste, el literato tiene la función ele contar o de
colocar un cuento, por medio del cual quiere encarnar o mostrar.
Su tarea consiste en orientarse a la esfera de la presencia y de la
donación: «la función del novelista no es ele traducir en temáticas
estas ideas, es hacerlas existir enfrente de nosotros a manera de
las cosas. No es el papel de Stendhal hablar de la subjetividad, le
basta con hacerla presente» .47
De la fusión
473
dejan de encontrarse en la disimilitud; la situación aquí se modi
fica en que las tareas que les corresponden a cada una no se
desarrollan en la ausencia de semejanzas sino, al contrario, en
su identidad manifiesta. En otras palabras, lo filosófico y litera
rio, lejos de existir en espacios sin medida común uno con otro,
se encuentran en un papel común. Las funciones que se deben
asumir admiten una proximidad estrecha que se avecina con la
superposición o la confusión -con Merleau-Ponty resulta que
«las tareas de la literatura y la de la filosofía no pueden seguir
más separadas» . 49
Entonces, es solamente a partir del momento en que la filo
sofía se hace fenomenológica que esta similitud surge y se vuel
ve sensible. La transformación en cuestión, que tiene por virtud
el dar origen a una comunidad de funciones que vuelven a lo
filosófico y lo literario, coincide con la emergencia de la fenome
nología. Porque ésta es una filosofía particular en la medida en
que, justamente, realiza una tarea idéntica a la de la literatura.
¿Qué entender por esta última afirmación? Para tomar lo aquí
sugerido, hay que guiarse por el hecho de que la fenomenología
detenta la posibilidad, maravillosa, de que el espacio filosófico
finalice en la esfera de sus propios términos: el caso es que se
niega a tomar sobre sí el trabajo que consiste en traducir en te
mas y en discurrir. Por definición, se quiere mantener a distan
cia de tal modo que proceder con la fenomenología no se trata
de « adherirse a cierto número de proposiciones fijas» ni de «de
tenerse [ . ] en tesis categóricamente enunciadas» .5º Más bien, el
..
474
hendida como «Lo que caracteriza [ . . . ] a la fenomenología» .51
Desde entonces, la evidencia es que el paso fenomenológico de
muestra un aspecto, incluso una esencia literaria. Parece com
pletamente habitado con una dimensión cuya pertenencia vuel
ve a la literatura. En su corazón -en su espacio más interior
hay un campo en el cual se efectúa «Un trabajo, un empuje de lo
literario sobre el pensamiento filosófico» . 52 Porque, manifiesta
mente, el fenomenólogo mismo toma esto que constituye lo pro
pio de la función de la literatura, su operación reúne la del litera
to y se entrega a un trabajo en connivencia con aquello que mues
tra este último. En pocas palabras, no labora más sobre un plano
distinto sino, a la inversa, en el hueco de un espacio «que lo
ensambla estrechamente a las preocupaciones del paso litera
rio» .53 Se concentra pues en actuar en lo literario, mejor aún,
procede literariamente o de una manera fundamentalmente li
teraria. El caso es que en lo sucesivo el deseo de encamación y
de presencia no es solamente la motivación del literato sino tam
bién la suya propia, así la filosofía fenomenológica y la literatura
asumen una función idéntica, y es así como podemos sostener
con Merleau-Ponty que «la filosofía [ . . ] muestra por palabras.
.
475
conciliación, donde el cruzamiento emerge. En definitiva, «el
pensamiento de Merleau-Ponty articula» y hace «dialogar, como
ambas voces de una sola melodía, filósofos y literatos» .56 Lo que
es puesto a la vista es, pues, la usurpación o el intercambio de la
fenomenología y de la literatura, mudadas por una tarea común,
se reúnen y se unen -felices de ver ofrecida la posibilidad de
una mezcla. Por cierto, Merleau-Ponty concede que «harían fal
ta explicaciones y comentarios infinitos, disipar mil malentendi
dos, traducir a uno en el otro de los sistemas de conceptos muy
diferentes, para establecer una relación objetiva, por ejemplo
entre la filosofía de Husserl y la obra de Faulkner» , pero no deja
por eso de afirmar que «Comunican» y que «los mismos que se
creen adversarios, como Ingres y Delacroix, se reconcilian» . 57 Lo
que Merleau-Ponty descubre es la idea de una vertiginosa fusión
entre lo fenomenológico y lo literario. Con él un entrelazamien
to irreducible de estas esferas se vuelve concebible -dejando de
ser mantenido en la opacidad y la oscuridad. Sin embargo, la
noción de fusión aquí introducida no debe inducir un error por
que no hay que perder de vista la especificidad o la individuali
dad generadora de distancia de las disciplinas a las cuales se
aplica. Se trata justo de difuminar la diferencia que las separa, y
no pura y simplemente borrarla. En pocas palabras, Merleau
Ponty propone «Un casamiento» pero, siempre, «con sus singu
laridades respectivas» . 58
476
intermediario entre la fenomenología y la literatura? Más par
ticularmente, la cuestión es la del «lugar» en el cual lo fenome
nológico se ve atravesado y hasta habitado por lo literario, abrién
dose entonces a éste. En este sentido, ¿cuál es el «punto» gracias
al cual da el paso de la fenomenología a la literatura?
Un elemento de respuesta puede desde ahora ser evocado y,
si se quiere, dar la alegria del presentimiento y de la anticipa
ción: desde entonces, ¿la corporeidad no se daria, en este caso,
como el hilo conductor buscado entre ambas esferas en presen
cia? O: ¿el fenómeno del cuerpo no seria la brecha que permiti
ria la apertura de la fenomenología a la literatura?
477
dad, estudiando la problemática que ocupa «de cabo a rabo» su
reflexión. El problema en cuestión encuentra su primera formu
lación en La structure du comportement. A principios de su obra,
Merleau-Ponty coloca el deseo de tomar «las relaciones de la
conciencia y de la naturaleza»62 y esto sustrayéndose del mismo
gesto en el criticismo y en el naturalismo. Es decir, que la pre
ocupación principal no es otra que la de sobrepasar o de superar
la dicotomía, aparentemente irreductible, entre la esfera del su
jeto y la del objeto: hay que librarse de la alternativa que se teje
entre la representación y la acción causal. Es decir, el objetivo
consiste en buscar y en ofrecerse la posibilidad de acabar con la
oposición que alimenta la relación entre la subjetividad y la ob
jetividad. En este caso, el cuerpo es solicitado aquí como un ele
mento de excelencia: porque posee, con fuerza e intensidad, la
virtud de romper esta alternativa constantemente reconducida
o reafirmada. Es lo que aparece desde que nos concentramos en
el fenómeno de la corporeidad, y que nos ocupamos de interro
garlo con rigor. El caso es sólo restituir en sustancia el progreso
que Merleau-Ponty propone llevar para este sujeto. Así, según él,
el cuerpo se relaciona a la vez con la objetividad y la subjetivi
dad, se inscribe en el dominio de las cosas refugiándose en el
hueco de mi intimidad -«El cuerpo es un ser ambiguo; es una
cosa, pero una cosa que es mía, o más bien que soy», 63 no perte
nece a la objetividad ni a la subjetividad. El cuerpo no se deja
reducir al estatuto de res extensa ni al de res cogitans, «Se distin
gue de todo proceso en la tercera persona [ ... ] como de todo [ . . ] .
478
Abordando la corporeidad en su dimensión de lenguaje o,
para repetir la formulación de Merleau-Ponty, contemplando la
cuestión del «cuerpo como expresión y la palabra»,66 compren
deremos rigurosamente en qué medida abolir la alternativa en
cuestión. En efecto, Merleau-Ponty adelanta que el lenguaje tie
ne que ver con firmeza y seguridad este aniquilamiento, «procu
rando describir el fenómeno de la palabra y el acto expreso de
significado, tendremos la posibilidad de sobrepasar definitiva
mente la dicotomía clásica del sujeto y del objeto» .67 ¿Qué en
tender por esta afirmación?
Para captar lo que procura aquí pensar y expresar hay que
salirse de la consideración del lenguaje hablado: ese que tiene
por sentido ser la operación de una expresión lingüística tal como
es instituida y llevada a su término. Precisamente, la palabra
hablada admite como características el hacer justicia, por una
parte, a un conjunto de significados privados de apertura o ter
minados y, por otra parte, a signos donde lo propio es de remitir
se a lo expresado por medio de la univocación o por medio de la
superposición estricta. Es decir, según Merleau-Ponty, el lengua
je instituido entrega «significados definidos a propósito y de ór
dago» y se funda sobre la concepción «de un significante que
vendría exactamente para cubrir el significado» .68
Entonces, se trata de una aprehensión de la esfera del len
guaje que debe ser discutida, hay que abrirse a una flexión y
remontar hasta el corazón del lenguaje hablado -es, por lo
menos, el movimiento que Merleau-Ponty propone colocar. Así,
lleva sus ojos en la palabra contemplada como hablada, es decir,
recuperada en el curso del proceso que la realiza, y ofrecida como
irreductiblemente viva -a distancia de toda tenninación. Tal
palabra no es la del cierre; a la inversa, libre --con esta vivacidad
que le es propia- de significados cuya naturaleza vuelve a la
dehiscencia. Según sus propias palabras, todo pasa a este nivel
en «la conciencia de lo que la roe y hace estallar» . 69 Correlativa
mente, el lenguaje hablado obra por medio de signos que se nie
gan a establecer en una relación de coincidencia con el significa-
479
do, porque éstos quieren quedarse lo más lejos de la idea de una
correspondencia. É stos se encargan de mantener las distancias
y no dirigirse hacia las equivalencias. En una palabra, los signos
cohabitan entonces con las dimensiones de la separación y la
desviación, en el deseo de inscribirse a proximidad de la des
emejanza y del alejamiento -en suma, «la palabra verdadera
mente expresiva [ . . . ] no elige solamente un signo como un signi
ficado ya definido» sino «el signo no quiere decir algo que como
se perfila sobre otros signos» , dejando curso libre a un «movi
miento de diferenciación y de articulación» . 70 Justamente, el len
guaje hablado así definido detenta, como la posibilidad más in
mediata, el poder de eliminar la dualidad que rige las relaciones
del objeto y del sujeto, porque «a significados que no son cerra
dos y signos que existen sólo en su relación, no se puede aplicar
la distinción del res extensa y del res cogitans ». 71
480
diferencia, comprendida como la desemejanza de sentido entre
los signos, es un lugar de posible ocupación para lo inefable. En
ella viene, para alojarse, lo que se niega a tomar la vía del len
guaje o a volcarse del lado de lo decible. La distinción toma aquí
el papel de una distancia tomada con relación a la palabra, es un
hueco que se inscribe entre los signos --que los hacen cada uno
extraño a todos los otros-, así como un intervalo cuya naturale
za vuelve a lo no dicho. A este nivel, pensar hasta el fin en la
diferencia es comprender que se confunde con lo tácito, es ofre
cerla al silencio, por esto que es la dimensión de lo silencioso, o
de lo que persiste en quedar en la imposibilidad del decir. Así
podemos afirmar que «el lenguaje -el lenguaje hablado- sig
nifica de modo oblicuo, indirecto, a través de la vibración inago
table que recorre las diferencias entre los signos, a través de los
veteados de silencio que estas diferencias evocan y por los que,
sin solución de continuidad, son evocadas» . 72 Y así Merleau-Ponty
mismo concluye que «debemos ser sensibles a estos hilos de si
lencio cuyo tejido de la palabra es entrecortado» .73
Hay que insistir en esta presencia de lo inefable, donde esta
cuestión es absolutamente reveladora y permite unir, en efecto,
el mundo corporal al mundo del lenguaje. Porque estos hilos de
silencio no son otros que los lazos o los puntos de pasaje, los
hilos que unen la corporeidad al lenguaje. Y no se trata solamen
te de una analogía: la alianza que se hace entre la esfera del
cuerpo y la de la expresión lingüística no tiene simplemente que
comprenderse bajo la forma de una relación de semejanza. Más
precisamente: entre la corporeidad y el lenguaje, la relación no
se reduce a la de lo semejante, la cual podría estar establecida
por la dimensión del silencio que sería común a ambos. Así, «hay
allí mucho más que una comparación simple,74 hay rigurosa
mente una verdadera "filiación" » .75 El caso es que el lenguaje se
origina en la corporeidad, o más bien la expresión verbal en-
48 1
cuentra su fuente en la expresión corporal. Entre la palabra y la
corporeidad expresiva hay una relación de precedencia y de fun
dación, el espacio del lenguaje se desprende sobre el fondo del
cuerpo expresivo que lo precede y sobre el que toma apoyo. En
este sentido, la palabra quiere ser la prolongación de la expre
sión corporal que le es anterior y fundadora, y el enlace entre
ambos es del orden de la filiación -«Toda percepción, toda ac
ción que la supone, así todo uso humano del cuerpo ya es expre
sión primordial» , este carácter está en que quiere ser la operación
primera donde el poder de hablar toma su origen. 76 Es por eso
que el silencio debe tomarse en el horizonte de la idea de heren
cia y no de la de la semejanza, es decir, es porque el lenguaje se
deriva de la corporeidad expresiva que es atravesada por parce
las de mutismo, y no solamente porque le es comparable. De
este hecho, en sentido estricto, la palabra hereda de la expresión
corporal su propensión a lo inefable y en última instancia, se
vuelve posible sostener que «las voces del silencio» son las vías
por las cuales se hace la «filiación [ . . . ] entre el sentido perceptivo
y el significado del lenguaje» . 77
En suma, todo pasa como si el lenguaje guarda la marca de su
propio origen, atestiguado por el silencio de su filiación a la esfera
del cuerpo expresivo. El caso es que, justamente, la marca de esta
esfera es ser silenciosa, tiene como propiedad particular y carac
terística de confundirse con el mundo de lo inefable y esto, de
modo que Merleau-Ponty viene de allí para hablar del «lenguaje
mudo [ ... ] de la percepción» .78 Esta última formulación, por otra
parte, es casi una contradicción de los términos y efectivamente
tiene el sentido de hacer cohabitar el lenguaje y el no-lenguaje. Da
a entender que la corporeidad hace justicia a una palabra sin pa
labras, que no encontró el camino de la articulación y que perma
nece radicalmente no articulada, supone -y suponemos a conti
nuación- que hay un lenguaje del cuerpo, cuya particularidad es
encontrarse siempre fuera de lenguaje, negándosele a ser en sen-
482
tido propio. Comprenderla rigurosamente es, pues, entender que
hay, más que un lenguaje del cuerpo, una expresión corporal. Tam
bién el cuerpo es expresivo sin serlo en el sentido verbal -es ex
presión que no es del lenguaje. Porque la esfera expresiva cubre
un campo más ancho que el del lenguaje, es decir, toda expresión
no es expresión verbal, y esta última representa sólo uno de sus
modos posibles. Así, más que un cuerpo hablando, estamos en
relación con una corporeidad que se expresa sin palabras: el cuer
po habla pero de no hablar, de quedar mudo, de expresarse en el
mutismo. Según las palabras de Merleau-Ponty: el «cuerpo» es
«el centinela que se encuentra silencioso bajo mis palabras» ,79
ocupándose precisamente de trasmitir este silencio.
483
mación: la obra literaria «es creada [ ... ] pero no ex nihilo: a partir de
lo que el escritor ve».81 El lazo del que se trata es pues el que une, lo
que funda a lo que es fundado: también el literato escribe para en
contrar el esbozo de su escritura en el cuerpo -escribe apoyándose
en el cuerpo, y encuentra allí «el apoyo de la escritura».82 Más pre
cisamente todavía, el mundo corporal está en la fuente del literario
por el hecho de que el literato se ata no solamente a escribir de
sentir, sino a escribir el sentir. Porque la literatura, en suma, sólo
ofrece una expresión verbal a la corporeidad, quiere concederle la
palabra y llevarla hasta el lenguaje por un cambio en el orden de
decir. El cuerpo surge, pues, en la textualidad literaria, descubrien
do allí -con deslumbramiento- el terreno de su propia formula
ción: brota allí, como en este lugar donde se hizo, y supo hacerse, su
pasaje en el mundo del lenguaje. También, Merleau-Ponty propone
que el trabajo del literato consiste en «hacer hablar lo que es senti
do» .83 Y así podemos comprender el lazo que une la corporeidad a
la literatura, que evidentemente se trata de una relación de filia
ción. El caso es que el lenguaje literario, se sabe, tiene origen en el
seno de la corporeidad en el sentido que es una palabra que se
elabora desde el cuerpo, y hasta se ata a restituir el cuerpo. En una
palabra, descubrimos aquí que «del encuentro de un sujeto encar
nado con lo sensible, nacen significados que el lenguaje hereda y
que pueden conducir a la elaboración de la obra literaria» . 84
En este caso, esta restitución de la corporeidad debe ser con
templada con rigor porque no se trata simplemente de relatar la
experiencia corporal sin cambiar nada. El literato no puede asirse
al proyecto de «repasar los puntos de la visión» :85 más que esto,
debe entregar una explicitación del mundo corporal. En este sen
tido se ata al decir del cuerpo. Efectivamente, puede conducirlo
en el mismo sitio del lenguaje sólo transformándole. Porque la
corporeidad, lo hemos visto, no habla, es muda de un mutismo
que el literato se propone traducir en palabras. Se trata, pues, de
484
llevar al lenguaje lo que es silencioso, es decir, el espacio del cuer
po que es, por excelencia, el del silencio. Es por eso que, más que
de una pura y simple restitución, estamos en relación aquí con
una verdadera traducción, comprendida en su sentido etimológi
co de «hacer pasar» . La literatura es el pasaje del cuerpo al len
guaje, queriendo ser una puesta en palabras del silencio. Así me
tamorfosea la experiencia corporal muda, y así la creación de la
obra literaria se hace «a partir de lo que el escritor ve» , compro
metido a «hablar de lo ya visto» . Empero, en sentido riguroso
«escribir lo que se ha visto es en realidad moldearlo» . 86
Por otra parte, la literatura no llega por eso a librarse total
mente de lo inefable, hace hablar al silencio, sin dejar jamás de
verse atravesada por éste. Quiere decir el cuerpo mudo, de tal
modo que el mutismo no toma la palabra de un extremo a otro
de sí mismo, o más bien, de tal modo que una parte del silencio
corporal permanece silenciosa. El cuerpo, en partes, se niega a
transformarse en esfera del lenguaje: se queda en lo inefable y
no deja de volcarse allí. Justamente, este inefable que resiste a su
pasaje al lenguaje -como una maravilla decididamente intra
ducible-, pasa sin embargo en la literatura. Entonces se introdu
ce allí sin cambiar de forma, oponiéndose siempre a su mudan
za en palabras, se ahueca en un espacio para vivir allí permane
ciendo mudo. También habita el lenguaje literario haciendo
entonces de éste un campo frecuentado por el silencio, es por
eso que «la literatura [ . . . ] contiene su parte de expresión silen
ciosa».87 Se deja recuperar por lo indecible, volcando del lado
del mutismo. Su propio movimiento consiste en zambullirse en
lo inarticulado -con ésta, «el escrito se toma hacia un valor
segundo y tácito donde se reúne casi con el resplandor mudo»88
de la corporeidad. Es lo que demuestra, con intensidad, el hecho
que la escritura literaria no ofrece una palabra patente; ésta per
siste en quedar en estado latente, la que asume su proximidad
con lo implícito y persiste en tomar un camino oblicuo. Lejos de
orientarse hacia la apertura y lo manifiesto, encarna la negativa
de la transparencia: es decir, que el literato se enfrenta con una
palabra resbaladiza. Su escritura escapa de toda toma y se ape-
86. Ídem.
87. Maurice Merleau-Ponty, «Sartre et la littérature», en Bemard Pingaud,
L'Arc, n.º 1 4, 1 990, p. 84.
88. M. Merleau-Ponty, La prose du monde, op. cit. , p . 1 2 8 .
485
ga a la evocación: jamás se compromete en afirmar ni en decir
explícitamente con firmeza y seguridad. Así, el lenguaje literario
no sobrepasa el orden de lo alusivo o elíptico: en una palabra,
según Merleau-Ponty, el «novelista no expresa sin supuestos».89
Lo tácito, en este sentido, está aquí en su lugar: porque sobren
tender es no decir o es mantener a distancia totalmente la posibili
dad de hablar e inscribirse en una proximidad con lo no dicho -y
hasta con lo indecible. La literatura manifiesta bien su inclinación
hacia lo inefable, en última instancia esta inclinación constituye su
esencia. Lo que importa en ella no está en las palabras sino, justa
mente, en el espacio que éstas no habitan y en el que no pudieron ni
supieron introducirse. En suma, para aprehender el dominio litera
rio no hay que dirigir la mirada a las palabras; contrariamente, la
atención debe dirigirse sobre los huecos que las contornan, o que
ellas contornean, allí dónde todo quedó inasequible respecto al len
guaje. Es verdad que se puede siempre «contar el sujeto de la nove
la», solamente «la virtud de la novela [ .. ] no está en el sujeto. Lo que
.
486
HOMBRE Y ANIMAL: EL PROBLEMA
ANTROPOLÓGICO DE HEIDEGGER
A MERLEAU-PONTY
Antonino Firenze
Universitat Pompeu Fabra (Barcelona)
I. Introducción
487
es mediante la teorización de esta diferencia que la filosofía, desde
Aristóteles hasta Heidegger, ha podido definir, naturalistamente,
una proximidad o, espiritualistamente, una distancia de esencia
entre hombre y animal, generando, al mismo tiempo, un espacio
teórico de inclusión-exclusión recíproca que no ha permitido pen
sar al hombre sin el animal y, al revés, al animal sin el hombre.
Este punto de vista ha sido expresado con finura, ya en la primera
mitad del siglo pasado, por Horkheimer y Adorno en el capítulo
de la Dialéctica de la Ilustración titulado «Hombre y animal», don
de se puede leer un fragmento al respecto harto significativo: «La
idea del hombre se expresa en la historia europea en su diferencia
respecto al animal. Mediante la irracionalidad del animal se de
muestra la dignidad del hombre. Esta antítesis ha sido predicada
con tal constancia y unanimidad [ .. ], que pertenece ya, como po
.
488
concepto de naturaleza» que Merleau-Ponty impartió en 1 958
en el College de France. 3 En nuestra opinión, es sobre todo en
las notas de este curso que se establecen las condiciones teóricas
para repensar la diferencia antropológica y, con ésta, la posición
del hombre en una naturaleza cuyo estatuto ontológico se ha
quedado hasta hoy impensado y por eso todavía por pensar.
489
mundo de la piedra es irreductible a la pobreza de mundo que
caracteriza la vida del animal. Así que entre animal y hombre no
es posible concebir una continuidad ontológica basada en la di
ferencia de grado propia de la jerarquía metafísica de las formas
vivientes, teniendo que pensar más bien en un abismo ontológi
co que los separa. 5 Por tanto, la tesis antropológica de Heidegger
es que el animal no existe sino que vive, mientras que el hombre
existe en lugar de simplemente vivir. Esta premisa fundamental
implica que sea imposible llevar a cabo una transponibilidad
analógico-empática de lo vivido por el hombre en lo vivido por el
animal, como por ejemplo pretendía hacer Husserl. 6
A diferencia de éste, en efecto, para quien a partir de una se
mejanza corpóreo-vital vinculada al Leib y a la Leiblichkeit, se po
día describir la profunda continuidad entre hombre y animal, para
Heidegger la existencia del Dasein es irreductible a su corporei
dad viva. En este sentido, justo para remarcar la distancia que le
separa de cualquier forma de intuición empática de la interiori
dad animal por parte del sujeto humano, en lugar de analizar la
modalidad de ser de los animales domésticos o de los animales
5. Cfr. ibíd. , pp. 3 1 8-3 1 9: «Sólo que aquí está justamente el lugar donde el
problema decisivo yace oculto y de donde tendría que extraerse. Pues no se
trata simplemente de una alteridad cualitativa del mundo animal frente al
mundo del hombre, ni menos aún de diferencias cuantitativas en cuanto a
alcance, profundidad y amplitud; no se trata de si ni de cómo toma el animal
de otro modo lo dado, sino de si el animal puede percibir en general o no algo
en tanto que algo, algo en tanto que ente. Si no, entonces el animal está sepa
rado del hombre por un abismo» .
6. Cfr. ibíd., § § 49-50, pp. 2 5 1 -262. L a referencia al planteamiento husserliano
no es explícita en el texto pero nos parece que se podría hallar en el tono crítico
con el que Heidegger trata la idea de transponibilidad empática como «un error
fundamental» típico de una concepción que «Se ha difundido de múltiples mo
dos en la filosofía» según la cual el yo puede proyectarse en el otro de modo
analógico sobre la base del «hacer como si nosotros fuéramos el otro ente», «sólo
en el pensamiento»; cfr. en particular p. 253. En relación a la crítica heideggeria
na de la subjetividad animal en Husserl, véase Umberto Regina, «Peruna sogget
tivita non piil animale. Heidegger critico di Husserl», Giomale di Metafísica, Nueva
serie, XIV ( 1 992), pp. 67-84. Por lo que atañe el enfoque fenomenológico husser
liana de la animalidad véanse: Elisabeth de Fontenay, Le silence des betes. La
philosophie a l'épreuve de l'animalité, París, Fayard, 1 998, en particular el capítu
lo titulado «Les guillemets et le "comme si"», pp. 63 1 -647; Ph. Cabestan, «La
constitution de !'animal dans les Ideen», Alter, op. cit., pp. 39-79; Natalie Depraz,
«Qu'est-ce que l'animalité transcendantale?», ibíd. , pp. 8 1 - 1 13; Javier San Mar
tín, «La subjetividad trascendental animal», ibíd. , pp. 383-406.
490
llamados superiores, Heidegger recurre a los estudios biológicos
sobre insectos, con los que es prácticamente imposible cualquier
forma de analogía psicológica. Así que desmarcándose de la feno
menología husserliana, Heidegger prefiere pensar la animalidad
sobre la base de las investigaciones de algunos de los más desta
cados biólogos de su época, como Spemann, Buytendjik, Driesch
y Von Uexküll, para delimitar de este modo los elementos descrip
tivos necesarios a la comprensión de la animalidad, aunque de
todas formas le corresponderá a su filosofía reconducir estos ele
mentos a su significado teórico más auténtico. 7
En las páginas del curso que estamos analizando es Von
Uexküll quien llama más la atención de Heidegger: Éste, en efec
to, con la noción de Umwelt parece ofrecer los elementos con
ceptuales más valiosos para afirmar su concepción de una total
ausencia de gradualidad y continuidad en el acceso al mundo
por parte del animal y del hombre. Sobre esta base, la esencia
del animal, es decir, la animalidad en cuanto tal, se puede definir
precisamente mediante el aturdimiento (Benommenheit) que
caracteriza su modo de ser respecto al medio ambiente que le
rodea. 8 Desde este punto de vista, si el animal se concibe como
un ser que vive en un determinado medio ambiente (Umwelt)
que funge de horizonte para sus operaciones vitales, estas ope
raciones no se pueden asimilar a las acciones existenciales que
lleva a cabo el hombre en su ser en el mundo, ya que el animal
está como encerrado, por aturdido, en el interior de lo que Hei
degger llama anillo ambiental desinhibidor (Umring). Bajo este
punto de vista, el animal no es capaz de trascenderse en su ac
tuar frente a un mundo entendido como red de significados, o
sea en esa dimensión mundana en la que un ente se remite a
otro y a éstos se les puede concebir el uno al lado del otro, por
que está preso en su estructura instintiva y no puede distinguir
49 1
entre un sí mismo y una alteridad autosubsistente fuera de sí
que existiría de modo autónomo.9
El lagarto que toma el sol tumbado sobre una piedra no sabe
que la piedra es en tanto que piedra, ni que el sol es en tanto que
sol, ni que está tumbado en tanto que operador de una acción
que corresponde al estar tumbado; el lagarto, más bien, se rela
ciona con la piedra sólo porque ésta tiene la función de indica
dor de predeterminadas reacciones instintivas; es decir, sólo por
que tiene la función de estímulo para la realización de su pro
grama vital preestablecido. Simplemente realiza esta operación
porque la tiene inscrita en su estructura instintiva originaria,
como capacidad o habilidad innata de realizar ese movimiento
dirigido a la satisfacción de un determinado instinto. 10
Si por tanto el animal está preso o absorbido en su medio
ambiente, no puede dirigirse al mundo del hombre en cuanto
receptáculo de significados ya que de éste está excluido desde el
principio. Para el animal es imposible comprender la verdad del
ser del ente, porque para él es imposible que haya una manifes
tabilidad del ente en tanto que ente. Lo que le mueve en su com
portamiento no es la apertura de un mundo, sino sólo la presión
de un deshinibidor que su estructura instintiva reconoce, permi
tiéndole descargar la inhibición que le retenía encerrado en sí
mismo hasta ese momento. En este sentido, Heidegger puede
sostener que el animal vive pero no existe, como ve pero no ob
serva, oye pero no escucha, precisamente porque al ser animal
9. Cfr. M. Heidegger, op. cit. , p. 309: «La conducta del animal nunca se
refiere --como podría parecernos- a cosas presentes y a su acumulación,
sino que se rodea a sí mismo de un anillo de desinhibición, en el que está
prefigurado qué es lo que su conducta puede encontrar como motivo. Porque
este rodearse pertenece al animal, siempre lleva consigo su anillo de desinhi
bición, y lo lleva entorno de sí toda su vida. Dicho más exactamente, su vida es
justamente el pugnar por este anillo que le rodea, en cuyo círculo puede surgir
una multiplicidad de desinhibiciones articulada de modo determinado» .
1 0. Cfr. ibíd., p . 307: « Pues bien, s i para e l animal y para su conducta des
pués de todo hay abierta tal cosa como un medio circundante, entonces nos
preguntamos si podemos aclarar éste. El "ser capaz de ... " impulsivo y servi
cial, el conjunto de la capacitación cautivada en sí misma, es una impulsivi
dad de los impulsos que rodea al animal, y concretamente de modo que este
anillo que rodea posibilita justamente la conducta en la que el animal está
referido a lo otro. Referido a lo otro: en ello lo otro no está manifiesto como
ente. El "ser capaz de . . . " no es un comportamiento con lo ente».
492
le es imposible remitir estas operaciones a una ipseidad auto
consciente, a un ego que tiene delante suyo un mundo dotado de
sentido. 1 1 La esencia de la vida animal es, por tanto, la capaci
dad funcional de llevar a cabo un comportamiento respecto a un
medio ambiente exterior, pero no como acto consciente realiza
do por una voluntad personal capaz de distinguir entre un sí
mismo y otro, dado que lo que mueve el comportamiento ani
mal es exclusivamente la estructura preformada del instinto
(Tri.eh). Finalmente, para Heidegger el animal está encerrado en
su pulsión y, por eso, no puede nunca tener enfrente la totalidad
del ente en tanto que ente subsistente, sino sólo la ocasión de
una descarga instintiva dirigida a la satisfacción vital.
Sin embargo, como ha subrayado recientemente Agamben,
más radicalmente para Heidegger al animal le es imposible has
ta tener cerrada la comprensión del mundo, porque en realidad
el mundo en cuanto tal nunca le ha sido abierto. De hecho, el
animal vive por debajo de la posible alternativa entre apertura y
clausura del mundo, porque lo que le falta es precisamente el
mundo como manifestación del ente al que poder o no poder
acceder. 12 Así que estando encerrado en este círculo o anillo desin
hibidor (Umring), en cuyo interior le es imposible distinguir en
tre su comportamiento vital y el objeto pulsional, la única reali
dad a la que el animal está abierto es fundamentalmente la de la
pulsión desinhibida o descargada. El animal, por tanto, está atur-
1 1 . Cfr. ibíd., p. 309: «Que en cada caso el animal está absorbido por el
conjunto obedece a la dirección de las posibles desinhibiciones dentro del
anillo que le rodea. El ser absorbido está abierto a la multiplicidad de desinhi
biciones, pero este estar abierto, precisamente, no es manifestabilidad de aque
llo a lo que la conducta pueda referirse en tanto que ente. Aquel abierto estar
absorbido es en sí la sustracción de la posibilidad de percibir el ente. En este
rodearse se encierra el abierto estar cautivado en ello, no en eso que se da en
llamar un "interior" del animal, sino en el anillo de la impulsividad de los
impulsos que se abren» .
1 2 . Cfr. Giorgio Agamben, op. cit. , en part. p. 62: «Se il problema e dunque
quello della definizione del confine -cioe insieme della separazione e della
prossimita- fra l'animale e l'umano, e forse venuto il momento di provare a
fissare lo statuto ontológico paradossale dell'ambiente anímale cosi come appa
re nel corso del 1 929-30. I.:animale e insieme aperto e non-aperto -o meglio,
non e né una cosa né l'altra: aperto in un non-disvelamento che, per un verso,
lo stordisce e disloca con veemenza inaudita nel suo disinibitore, e, per un
altro, non svela in alcun modo come un ente cio che pure lo tiene cosi avvinto
e assorbito» .
493
dido por ese círculo inhibidor-desinhibidor que le envuelve sin
que pueda nunca salir de éste mientras queda con vida. Esta
concepción implica, entonces, que el medio ambiente de la vida
animal y el mundo de la existencia humana son irreductibles el
uno al otro, y pueden ser examinados sólo por la vía de una sus
tracción de la animalidad de la dimensión propiamente existen
cial y mundana del hombre.
En este sentido, como ha sostenido Dastur, se trataría de una
forma de «zoología privativa» que para Heidegger no tendria que
ver tanto con una reducción de la esencia animal a una inferiori
dad jerárquica respecto a la esencia humana, sino más bien con
una operación claramente opuesta a la que marcaría la tradición
metafísica-humanista con la idea de animal rationale. En efecto,
según Dastur, Heidegger llevaría a cabo una inversión radical de
ese dispositivo teórico que, para definir el específico sur plus de
la esencia humana, se basaba precisamente en la adición de la
racionalidad y del lenguaje al originario estrato biológico del ani
mal-hombre. Por consiguiente, concebir el hombre como animal
racional equivaldria para Heidegger a una falsificación de la ati
téntica esencia humana, la cual en realidad es pensable sólo a
partir de un abismo ontológico que le separa del animal. 1 3
Por lo tanto, es mediante la sustracción o privación de ese
sustrato animal en el hombre que el filósofo puede marcar el pun
to de ruptura anti-continuista entre las dos modalidades de ser
del hombre y del animal, siendo el primero concebido como exis
tenz y trascendencia y el segundo como mero portador de instin
tos vitales. Para decirlo en otros términos, el hombre no se puede
definir como vida animal a la que se le añadiría el lagos, sino en
tanto que existencia trascendente en el tiempo y en la historia que
no tiene nada en común con la dimensión meramente vital del
animal. Y todo esto, precisamente porque al animal le es por prin
cipio imposible existir y producir un sentido lingüístico del mun
do. Como señalaría unos años después la Carta sobre el humanis
mo, el hombre es meditación sobre el ser del ente, y esa dimen
sión interrogante es lo que caracteriza la humanitas por encima
de cualquier referencia continuista a la animalitas en tanto que
sustrato natural al que se sumaría el predicado metafísico de la
494
racionalidad. El logos o espíritu (Geist) es lo que permite definir la
esencia del hombre, su humanitas, a condición de que se suprima
la base natural representada por la animalitas . 14
Sin embargo, resulta inevitable preguntarse si invirtiendo el
orden de la operación metafísica en el sentido de una sustracción
del Bias al Logas en lugar de una adición del Logas al Bias, Heideg
ger haya logrado efectivamente ir más allá de la metafísica. En
realidad, si se admite que lo que diferencia esencialmente lo hu
mano de lo animal es el hecho de que éste vive pero no dice o, que
es lo mismo, que el animal no puede decir el mundo porque sim
plemente vive, entonces, como ha señalado oportunamente De
rrida, Heidegger no habría logrado superar verdaderamente el
horizonte de la metafísica, quedándose finalmente atrapado en
su red por creer espiritualistamente que el mundo o «es siempre
el mundo del espíritu» o no es mundo.15
Desde este punto de vista, en efecto, el mundo sería pensable
sólo como significado, es decir, como objeto de un privilegio espi
ritual del hombre en cuanto ser lingüístico, en lugar de ser repen
sado radicalmente como correlato ontológico del hombre en cuan
to ser vivo y corpóreo. Por lo tanto, en estas páginas sobre la ani
malidad, Derrida ve persistente un residuo de teleología humanista
y metafísica en la que el filósofo alemán se habría quedado blo
queado a causa de la primacía ontológica atribuida al espíritu. Y
de este modo, él no habría hecho nada más que repetir incons
cientemente y sintomáticamente aquello que quería destruir. Hei
degger, de hecho, habría dejado intactos precisamente los axio
mas del humanismo metafísico tan criticados porque, sometien
do el animal al punto de vista del Dasein como lugar de la diferencia
ontológica y único ser capaz de interrogar el ser del mundo, rein
troduce al hombre espiritual cartesiano-hegeliano como medida
de todas las cosas, y con éste a la metafísica que en lugar de ser
destruida regresa bajo la falsa apariencia de la post-metafísica.1 6
Ahora bien, esa fractura abismal entre vida y existencia, en
tre Bias y Logas, hallaría una ulterior confirmación en la impor-
495
tancia que Heidegger atribuye a la muerte como elemento fun
damental del horizonte existencial del Dasein. Bajo esta pers
pectiva, aquello que puede definir el Dasein del mismo modo
que el ser lingüístico es su ser mortal, o sea el hecho que en su
existencia se trasciende hacia la posibilidad extrema de su ser en
cuanto finitud y destinación a la muerte. El animal, dice Heideg
ger, no muere sino que perece, se apaga biológicamente pero no
tiene el presentimiento o la conciencia de ser mortal y destinado
a la muerte. 1 7 El animal no sabe qué significa morir, simplemen
te la muerte llega sin preaviso, dejando intacta su especificidad
instintivo-vital; mientras que, en cambio, el ser del hombre pue
de ser concebido como un ser para la muerte de modo preemi
nente y antes que como un ser viviente. De modo que siendo
incapaz de hablar del mundo el animal es incapaz de la expe
riencia de la muerte, capacidad que en cambio es prerrogativa
exclusiva del hombre en cuanto Logos y espíritu. No obstante,
como ha sido oportunamente remarcado por Fontenay, es preci
samente ese privilegio absoluto atribuido a la muerte que más
profundamente deja entrever el punto de no retomo del proyec
to antropogénico de Heidegger.
Desde esta perspectiva, el «saber morir» o el «deber-saber
morir» , concebido como ontológicamente superior al «saber vi
vir» o al «deber-saber vivir», si por un lado excluye cualquier filia
ción con la metafísica de ascendencia aristotélica, para la cual la
vida (zoé) es cosmológicamente superior a la muerte, por el otro
acabaría aproximando el punto de vista heideggeriano al de la
tradición cristiana del sacrificio en la cruz, ejemplo emblemático
de la pura humanitas como mortalidad absoluta.18 El enigma de
la animalidad por tanto si no es totalmente accesible al punto de
vista biológico podría serlo al punto de vista de la revelación cris-
496
tiana, en particular del san Pablo de la Carta a los romanos que el
mismo Heidegger cita en conclusión de estas páginas.19
Así que si bien construida a partir de un detallado análisis
biológico-filosófico del problema antropológico, la reflexión hei
deggeriana aparece finalmente motivada por una aspiración ideo
lógica de tipo religioso-espiritualista, y por eso todavía metafísica,
a pensar el hombre como ser-para-la-muerte bajo el modelo esca
tológico del moriturissimus Cristo en la cruz. Desde esta perspec
tiva, se podría por tanto decir que la filosofía heideggeriana de la
animalidad seguiría inscribiéndose plenamente en una actitud
espiritualista en virtud de la cual se sostiene en el hombre la pri
macía del pensamiento como meditación sobre la muerte por
encima del instinto corpóreo entendido como ciego vínculo con
la vida desnuda; o sea, la primacía ontológica de la existenz for
madora de mundo sobre el bias pobre de mundo. Finalmente,
después de haber recorrido sus análisis acerca de la diferencia
antropológica entre hombre y animal, podemos llegar a la con
clusión de que sólo el hombre existiendo es capaz de trascenden
cia y por eso se sabe estar destinado a la muerte, mientras que el
animal, aturdido por su círculo cerrado de reflejos-instintos, sim
plemente vive en la pobreza de mundo, hasta cuando la muerte
biológica llega sin previo aviso, haciéndolo perecer en silencio.
Asimismo, como ha relevado con precisión Haar, la resisten
cia de esta perspectiva espiritualista dentro del pensamiento hei
deggeriano de la animalidad se debería ante todo al hecho de que
Heidegger no logra pensar realmente en el animal porque desde
el principio tiene en mente la unicidad ontológica del hombre. En
efecto, separando Dasein humano y animalidad, él no haría nada
más que realizar un «exorcismo» de la naturaleza animal en el
hombre, preocupado ante todo por desmistificar el vínculo natu
ralista-metafísico del hombre con la naturaleza. Dicho de otra for
ma, Heidegger debe definir la humanidad del hombre separándo
la de la naturaleza animal porque de otro modo no podría conce
bir al hombre como el único capaz de interrogarse sobre el sentido
19. Cfr. M. Heidegger, op. cit., pp. 328-329. Aquí en efecto el filósofo alemán
recuerda que según san Pablo las criaturas de Dios esperan en el dolor y la
impaciencia la salvación redentora del padre de los males del mundo, aproxi
mando sin embargo y de modo peligroso la animalidad a la humanidad sobre
la base de un inesperado compartir su carácter de criaturas. Sobre esto véase
G. Agamben, L'aperto, op. cit., p. 64.
497
del ser del ente en general y de pensar así la diferencia ontológica
entre el ser y el ente. Pero, precisamente por esa razón, lo que
Heidegger ocultaría tras su concepción de un abismo ontológico
que separa la humanidad de la animalidad es una extrema dene
gación de la dimensión natural interna al propio ser del hombre.
Denegación que, según Haar, se debería, principalmente al temor
metafísico-espiritualista de una «animalización» o «naturaliza
ción» del hombre que acabaría por borrar su auténtica especifici
dad ontológica.20 De modo que con sus reflexiones sobre la ani
malidad Heidegger mostraría una incapacidad de pensar esa im
plicación natural originaria que en el hombre vincula el ser
pensante con el ser corpóreo-vital, intentando destruir definitiva
mente, mediante supresión de la idea de una remota familiaridad
con el animal, todo riesgo de naturalización deformante de una
humanitas por esencia mortal. 21
Pero, en este sentido, se podría decir que Heidegger parece
reafirmar, con una radicalidad mayor a la de la tradición metafí
sica que él mismo ha criticado, una nueva forma de humanismo
espiritualista, que quizás no sería del todo inapropiado definir
como humanismo absoluto. Efectivamente, ¿qué está en juego
en esta pretensión de un retomo a una más auténtica humanitas
como originaria esencia espiritual del hombre si no una volun
tad de eliminar precisamente este resto de animalitas tenazmen
te resistente a los muchos intentos de domesticación espiritual
mediante los cuales la metafísica en su historia ha querido siste
máticamente llevar a cabo la plena realización de aquello que es
específicamente humano? Esa pretendida autenticidad espiri
tual del ser humano quizá no represente nada más que la extre
ma reivindicación de una imposible superioridad ontológica del
hombre sobre la naturaleza que lleva dentro de sí mismo.22 Así
20. Sobre todo esto cfr. Michel Haar, Le, chante de la terre, París, I.:Heme,
1 985, en part. el segundo capítulo «Dasein et animalité» , pp. 63-79.
2 1 . En este sentido se podría decir que la humanitas está separada por un
abismo ontológico de la animalitas como la existencia del Dasein está separa
da de la vida del úib justamente sobre la base del elemento esencial represen
tado por la mortalidad. Ésta, en síntesis, es la tesis sostenida en su momento
por Didier Franck en el ya citado artículo «Letre et le vivant».
22. Al respecto son muy iluminadoras las reflexiones desarrolladas por
Jacques Dewitte, «Lhomme, etre d'antinature? Notes pour une anthropolo
gie » , Le, Messager Européen, n.º 9, 1 996, pp. 325-370.
498
que si la posición anti-naturalista sostenida por Heidegger aca
ba pareciendo insuficientemente post-metafísica, puesto que de
la metafísica propone más una corrección en sentido espiritua
lista que una radical «destrucción» , quizás haria falta volver a
enfrentarse a la cuestión de la esencia humana a partir precisa
mente de la interrogación de ese «residuo» representado por la
animalidad, para pensarla más radicalmente en un inédito espa
cio teórico que esté más allá de la oposición metafísica entre
naturalismo y espiritualismo.
499
Ahora bien, el carácter innovador de la concepción merleau
pontiana reside principalmente en el hecho de que por fin le
devuelve al animal la dignidad de un ser abierto al mundo y a la
alteridad. Y esto, gracias, por un lado, a la afirmación de la exis
tencia en el animal de una interioridad entrelazada mimética
mente con el medio ambiente que le rodea (y aquí juega un pa
pel decisivo la reinterpretación de la noción de Umwelt propuesta
por Von Üexkull); y, por el otro, a la afirmación de una reciproci
dad perceptivo-corpórea entre el animal y los otros animales de
su propia especie o de otras especies que él define como intera
nimalidad (atribuyendo aquí una función fundamental a las no
ciones de forma animal y de autopresentación de Portmann).23
De este modo, él ha rehabilitado tanto en el hombre como en el
animal la corporeidad como dimensión originaria e impensada
del ser viviente, de la que surgen naturalmente tanto el compor
tamiento individual como el ámbito simbólico-expresivo en el
cual éste está insertado. Sobre la base de esta proximidad onto
lógica, Merleau-Ponty llega a atribuir al hombre y al animal tan
to una compartida capacidad de vivir una experiencia percepti
vo-corpórea de sí mismo, del otro y del mundo ambiente, como
la disposición natural al reconocimiento recíproco de un sí mis
mo individual por parte de una alteridad especular.24
En este sentido, el filósofo francés recupera la noción de
Umwelt porque a ésta le acompaña, en Von Uexküll, la noción
paralela de un sujeto animal capaz de captar en su medio am-
500
biente unas señales vitales y de actuar espontáneamente en inter
acción con éste, improvisando cada vez un comportamiento in
édito donde externo e interno acaban siendo confundidos. Es en
virtud de esta espontaneidad y capacidad de improvisación que
puede caer toda determinación casualista-instintiva del compor
tamiento animal.25 De hecho, para Merleau-Ponty, contrariamen
te a lo que hemos visto que afirma Heidegger, el mundo ambien
te teorizado por el biólogo alemán no elimina en el animal la
capacidad de percibir. Más bien, si es cierto que no se puede
hablar para el animal de una percepción de un objeto en cuanto
dotado de significado, sino sólo de un comportamiento reflejo
en respuesta a las señales procedentes de su reducido ambiente
vital, es igualmente cierto que la noción de percepción negada al
animal es la de la percepción tal como ha sido filosóficamente
concebida por la metafísica. Es decir, de la percepción como
unificación intelectual de una multiplicidad de datos sensibles y
momento previo de la experiencia reflexiva que en la conciencia
humana anticipa la representación del objeto propiamente di
cho. Pero la capacidad de percepción que, en la línea del texto de
Von Uexküll, Merleau-Ponty atribuye al comportamiento animal
en su relación con el medio ambiente no es tanto filosófica cuanto
vital.26 Por consiguiente, la percepción animal puede ser conce-
25. Cfr. ibíd., pp. 229-230: «11 n'y a aucune stimulation du dehors qui n'ait
été provoquée par le mouvement propre de l'animal. Chaque action du milieu
est conditionnée par l'action de l'animal, la conduite de !'animal suscite des
réponses de la part du milieu. 11 y a une action en retour de ce que l'animal a
fait, qui relance le comportement animal. Bref, l'extérieur et l'intérieur, la si
tuation et le mouvement ne sont pas dans un rapport simple de causalité, et
ne peuvent etre traduits en termes de "causalité poussée" de ll'avant a l'apres.
Le comportement ne peut etre compris si on le comprend instant par instant.
Certes, on trouve toujours des conditions suffisantes instant par instant, mais
alors on ne saisit pas le rapport de sens. Chaque partie de la situation n'agit
qu'en tant que partie d'une situation d'ensemble ; aucun élément d'action n'a,
en fait, d'utilité séparée. Entre la situation et le mouvement de !'animal, il y a
un rapport de sens que traduit l'expression d'Umwelt. "LUmwelt, c'est le mon
de impliqué par les mouvements de l'animal, et qui regle ses mouvements par
sa structure propre» .
26. Cfr. ibíd., p . 220: «Cette activité comportementale orientée vers u n Umwelt
commence bien avant l'invention de la conscience: des que l'on a des stimula
tions qui agissent, non pas par simple présence physique, mais en tant qu'un
organisme est disposé a les recevoir et a les traiter comme des signaux. La
conscience n'est que l'une des formes variées de ce comportement, elle ne doit
50 1
bida mejor bajo el modelo de la percepción onírica, en la que no
actúa el pensamiento consciente-representativo sino una red de
significados inconscientes y esencialmente enigmáticos. 27 En este
sentido, independientemente de la estructura morfológica y de
la complejidad del aparato nervioso que diferencia los animales
inferiores de los animales superiores y, por ende, independiente
mente de la estrechez o amplitud de la relación con su corres
pondiente medio ambiente que los caracterizaría, lo que está en
juego es ante todo una relación de reciprocidad y apertura cor
póreo-perceptiva a una alteridad significante por parte de una
individualidad viva. Está claro que, por lo que acabamos de de
cir, la individualidad en cuestión no es pensable en los términos
de una subjetividad consciente en el sentido del ser humano,
pero esto no quita que el animal encarne en sí igualmente una
individualidad como centro de irradiación de un comportamiento
orientado hacia una alteridad que emerge de su correspondien
te medio ambiente. Dicho de otro modo, para Merleau-Ponty no
hay ninguna fractura entre los diferentes mundos ambiente que
van del de la medusa, la abeja o el perro, hasta el del hombre,
sino más bien un progresivo y continuo envolvimiento de la
Umwelt de la forma de vida más baja en la de la forma de vida
más alta, así como están distribuidas en la sucesión natural de
los seres vivientes. 28
pas etre définie de l'intérieur, des son point de vue a elle, mais telle que nous la
saisissons a travers le corps des autres» .
2 7 . Cfr. ibíd., p . 233: «Si on voulait user d'une analogie avec l a vie humaine,
il faudrait comprendre l'orientation de ce comportement comme quelque chose
de semblable a l'orientation de notre conscience onirique vers certains póles
qui ne sont jamais vus pour eux-memes, mais qui sont pourtant directement
cause de tous les éléments du reve. Un tel mode de connaissance est applica
ble aux rapports entre elles de parties de l'organisme, aux rapports de
l'organisme a son territoire, des animaux entre eux, si bien qu'on ne voit plus
bien ou commence le comportement et ou finit l'esprit» .
28. Cfr. ibíd., p . 232: «Uexküll insiste sur l'enveloppement des Umwelten les
unes dans les autres: tout ce dont nous parlons ne fait pas partie seulement de
l'Umwelt humain. I.:enveloppement d'un Umwelt par une autre est requis par le
sien. Nous aussi, hommes, nous vivons dans l'Umwelt de l'autre, dit-il», y pp. 233-
234: «La notion aUmwelt rend compte de la constitution de l'organisme anatomi
que, physiologique, comme de celle des activités supérieures. [ .. ] Dans la physio
.
logie la plus simple, nous retrouverons des comportements tres semblables aux
comportements dits supérieures. Réciproquement, il va falloir concevoir les phé
nomenes supérieurs selon le mode d'existence des comportements inférieurs» .
502
Evidentemente, se trata de una continuidad interna al mun
do animal que en su descripción es tan indiferente a la jerarquía
humanístico-metafísica de origen aristotélico como ajena a la
crítica antihumanista-espiritualista que Heidegger ha dirigido a
ésta. Crítica en virtud de que, como hemos visto, la exclusiva
capacidad del hombre de configurar un mundo de significados
lo diferenciaría de modo absoluto de la pobreza de mundo que
definiría por contraste al animal, después de haber separado
desde el principio con un abismo ontológico la existencia huma
na de la vida biológica. En otra dirección van las reflexiones
merleaupontianas cuando se dirigen al fenómeno del mimetis
mo animal, en el que la capacidad de modificar la propia morfo
logía, su propio aspecto exterior, resulta finalmente inseparable
de la capacidad del animal de comportarse en interacción con el
mundo ambiente que le envuelve en calidad de pmtador de sím
bolos cuyo valor es fundamentalmente vital.29
Además, justo en relación con el mimetismo animal Mer
leau-Ponty acaba enfrentándose a un problema fundamental de
la hermenéutica de la vida animal que está desarrollando en es
tas páginas. Nos referimos al carácter profundamente crítico de
su pensamiento con respecto al carácter utilitarista de la noción
de finalidad del comportamiento animal sostenida por el dar
winismo. En efecto, según la teoría evolucionista, que se basa en
la idea de selección natural del comportamiento adaptativo de
la especie más adecuado al medio ambiente que le rodea, el fe
nómeno del mimetismo animal respondería principalmente al
instinto de supervivencia (estrategias de ocultación, engaño del
predador, etc.). Para Merleau-Ponty, en cambio, ese fenómeno
indicaría más bien la indivisión y proyección mágico-onírica del
animal con su medio ambiente, del organismo con lo que le ro
dea, indivisión que tendría en realidad su origen en la más pro
funda actividad productora de formas que definiría ontológica-
503
mente a la naturaleza. 30 Esta crítica al utilitarismo darwinista se
puede justificar, además, poniendo el acento en la proliferación
de formas y colores de la superficie animal que en la mayoría de
los casos no sólo es inútil sino altamente peligrosa por la conser
vación de la vida del propio animal. De hecho, esta excesiva visi
bilidad acaba exponiéndole mucho más a la muerte violenta por
mano de eventuales predadores.31
Ahora bien, es justamente a partir de esta cuestión de la fina
lidad interna a la vida (teleología) que Merleau-Ponty intenta re
pensar, más allá del impasse naturalista propio del darwinismo, la
familiaridad corpóreo-ontológica entre el hombre y el animal,
como el elemento esencial de una más profunda tendencia del ser
viviente en cuanto tal. De hecho, lo que está fundamentalmente
en juego en el fenómeno del mimetismo es la tendencia esencial
de la vida a la autoaparición como emblema de su ser más propio.
Para comprender el sentido de esta concepción, podría ser útil
reconstruir ante todo su relectura filosófica de la obra Die Tzerges
talt del biólogo suizo Adolf Portmann. Éste, en efecto, habla en
este texto a propósito de la vida animal de una tendencia innata a
la autopresentación (Selbstdarstellung) para referirse específicamen
te a la tendencia fundamental interna a la vida, tanto vegetal como
animal, a mostrarse o a «Ser vista» . Fenómeno puesto sobre todo
en evidencia por la indiscutible abundancia y riqueza de dibujos y
figuras que caracteriza las formas exteriores animales desde las
especies más simples a las más complejas. La cuestión central
que la obra del biólogo suizo intenta delimitar con sus descripcio
nes morfológicas es, por tanto, la del papel que juega la forma
animal con respecto a las funciones orgánicas internas necesarias
para el mantenimiento con vida del organismo. 32
504
Más precisamente, la problemática biológica desemboca en la
problemática filosófica cuando Portmann se pregunta si las apa
riencias exteriores del animal están al servicio de las funciones or
gánicas internas, como la biología evolucionista tiende a creer, o si,
al revés, no son las funciones orgánicas internas las que, más origi
nariamente, están al servicio de las formas exteriores mediante las
cuales el organismo viviente se presenta en su mundo ambiente. 33
Desde este punto de vista, la observación relativa a la diferencia
entre la simetría y el orden que generalmente caracteriza la forma
externa de los animales y la asimetría y el desorden que en cambio
caracterizan la disposición de los órganos internos, contribuye a la
comprensión de la superficie como de un órgano dotado de un
poder de expresión claramente más complejo y articulado, y por
eso biológicamente superior, del más primitivo y poco diferenciado
orden interno. Es gracias a la forma externa que el individuo de una
especie puede diferenciarse del otro individuo perteneciente a su
misma especie o a otra especie y que, por consiguiente, la vida pue
de reproducirse indefinidamente. En nombre de esta inversión de
prioridad entre órgano interno de tipo metabólico, destinado a fun
ciones de tipo digestivo o reproductivo dirigidas a la autoconser
vación, y órgano externo aparente como órgano del ser visto y reco
nocido por el otro, Portmann defiende el valor de las formas exter
nas como fenómeno biológico fundamental. La idea filosófica que
se afirma de este modo tiene que ver, entonces, con un rechazo
explícito del prejuicio metafísico según el cual la verdad residiria en
el interior y no en el exterior de la realidad aparente, como la cosa
en sí que se esconde detrás de las apariencias sensibles, o como
paralelamente, en el caso del sujeto, la superior intedoridad cons
ciente se ocultaría detrás de la inferior exterioridad de la manifesta
ción corpórea. Contrariamente a este punto de vista, tanto para
Portmann como para Merleau-Ponty, lo esencial no acontece en el
sos
interior sino en la superficie del cuerpo del animal y, por extensión
ontológica, en la del hombre.34
Del mismo modo, la oposición al utilitarismo darwinista se
gún el cual las formas exteriores en los seres vivos fungen de mero
instrumento para la autoconservación del individuo y de la espe
cie, se hace manifiesta también gracias al concepto de autopre
sentación. 35 Como muestran los ejemplos sacados de la descrip
ción de las formas animales, como es en el caso de la inmensa
variedad de tipologías del plumaje de las aves, el fenómeno decisi
vo no es relativo a la pigmentación colorada entendida como resi
duo externo de unos procesos orgánicos internos de tipo químico
fisiológico más esenciales. Por el contrario, para Merleau-Ponty,
este fenómeno estaría vinculado a la fundamental tendencia del
animal a «ser visto» , es decir a mostrarse como apariencia visi
ble.36 Así que, en este caso no se trata tanto de un ingenioso truco
plumes des oiseaux sont-elles jointes d'une fa<;on telle qu'elles forment un des
sin d'ensemble. Comment comprendre ces exemples? La convergence entre les
éléments du dessin est un fait constatable, comme n'importe quelle autre con
vergence de l'organisme, comme la convergence des éléments qui permettent le
phénomene de la digestion. De méme que les poumons sont réalisés avant que
l'embryon ait de l'oxygene a respirer, de méme l' ensemble des taches comporte
t-il une référence a un reil possible, a un "ensemble sémantique", a un "ensem
ble critique" qui permet a !'animal d'etre reconnu par son congénere» .
506
de la naturaleza dirigido a la conseivación de las funciones orgá
nicas internas mediante el uso de la forma externa para la bús
queda de parejas sexuales o para el engaño de posibles predado
res. Más bien, la forma externa se debe apreciar como «órgano del
aparecer», es decir como un órgano de significación para un ojo
que puede mirarla y reconocerla (piénsese en el ejemplo recorda
do por Merleau-Ponty de las veintisiete especies de cangrejos de
las islas Barnave, entre los cuales se pueden describir veintisiete
tipos de ceremonias sexuales diferentes, que contradicen clara
mente el sentido último del utilitarismo evolucionista). 37
Con todo ello, un aspecto no secundario de este planteamiento
es que la revalorización del sentido ontológico de la exterioridad
corpóreo-perceptiva definida a partir de la superficie formal de la
vida animal no es exclusiva de los animales dotados de vista, sino
que es extendible mutatis mutandis a las demás formas de vida. En
este sentido, si es cierto que toda forma de vida que puede ver y
simultáneamente ser vista, lo es también que la que puede tocar
puede ser tocada, así como la que puede oír puede ser oída, o la
que puede oler puede ser olida. Finalmente, lo que contribuye a
definir el carácter esencial de la vida animal es la primacía ontológi
ca del percibir corpóreo, puesto que toda forma de vida que puede
percibir, podriamos decir con Merleau-Ponty, puede ser percibida. 38
37. Cfr. ibíd., pp. 245: «Létude de l'apparence des animaux reprend de l'intéret
quand on comprend cette apparence comme un langage. 11 faut saisir le mys
tere de la vie dans la fac;on dont les animaux se montrent les uns aux autres.
C'est ainsi que chez les vingt-sept especes de crabes des iles Barnave, il y a
vingt-sept types différents de parades sexuelles. 11 ne faut pas voir dans cette
manifestation de la sexualité le simple ornement d'un fait essentiel, qui serait
le rapprochement des cellules males et des cellules femelles, car on ne com
prendrait pas alors la richesse de ces manifestations. La sexualité, si elle ne
visait que l'utile, pourrait se manifester par des vais plus économiques» .
3 8 . Cfr. ibíd., pp. 246-24 7: «Le mimétisme nous oblige a admettre, entre la
morphologie animal et le milieu, une relation interne de ressemblance. Tout
se passe comme s'il y avait une indivision, un rapport perceptif entre les deux.
[ . . . ] La relation de l'animal au milieu est-elle une relation physique au sens
étroit du mot? Telle est justement la question. Ce que le mimétisme paraí't au
contraire établir, c'est que le comportement ne peut se définir que par une
relation perceptive et que l'Etre ne peut pas etre défini en dehors de l'etre
perc;u» .
507
IV. Hacia una nueva ontología de la vida
39. Cfr. ibíd., p. 247: «11 y a autant de relations entre les animaux d'une
meme espece que des relations internes entre chaque partie du corps de cha
que animal. Le fait qu'il y ait une relation entre l'aspect extérieur de !'animal et
sa capacité de vision semble le prouver : l'animal voit selon qu'il est visible.
Ceci nous ramene aux memes considérations philosophiques. De meme que,
tout a l'heure, il y avait un rapport perceptif avant la perception proprement
dite, de meme, ici, il y a un rapport spéculaire entre les animaux: chacun est le
miroir de l'autre. Ce rapport perceptif redonne une valeur ontologique a la
notion d'espece. Ce qui existe, ce ne sont pas des animaux séparés, mais une
inter-animalité» .
40. Al respecto cabe recordar que desde La strncture du comportement (PUF,
Paris, 1 942), Merleau-Ponty ha criticado rotundamente aquellas ciencias hu
manas que tenían la tendencia a reducir el ser del hombre al ser de la materia,
508
ser de la vida animal y humana es la finalidad propia de la di
mensión corpóreo-perceptiva: la tendencia de una individuali
dad a manifestarse, aparecer y presentarse a una alteridad que
funge de espejo para el recíproco reconocimiento ontológico.
Sobre la base de esta peculiar teleología intrinseca a la vida, Mer
leau-Ponty intenta repensar, más allá del impasse reduccionista
propio del naturalismo daiwinista, la familiaridad corpóreo-per
ceptiva entre hombre y animal, cual profunda tendencia ontoló
gica del ser viviente a «ser percibido» . Lo que esta finalidad cor
póreo-perceptiva permite finalmente poner de relieve es la aper
tura de una inédita zona intermedia, dentro de la cual desaparece
la frontera esencialista entre un ser humano libre-activo-cons
ciente-espiritual y un ser animal condicionado-pasivo-instinti
vo-material. Se trata por tanto de una dimensión impensada, en
la que la animalidad se redescubre como el otro lado intra-onto
lógico de la humanidad (no es una casualidad que en las notas
de trabajo de Lo visible y lo invisible, para definir esa continui
dad ontológica del hombre con la naturaleza, Merleau-Ponty
hable de entrelazamiento hombre-animalidad) .4 1 En conclusión,
509
si lo que puede definir el comportamiento animal y humano es
la tendencia esencial de la vida a la autoaparición, es en el seno
de esa continuidad vital que se puede finalmente rescatar el apa
recer corpóreo del viviente por encima de esa esencia humana
que la metafísica occidental ha pensado mayoritariamente como
pensamiento, pura interioridad espiritual y fundamento último
de la verdad del mundo. Lo que muestra con extrema claridad la
proliferación inmotivada de las formas animales es el hecho
ontológico fundamental de que el ser es aparecer: es la visibilidad
de la forma exterior, la superficie sensible, la dimensión ontoló
gica originaria que hace pensable la apertura al ser de la vida. 42
Por esta razón, la tarea de una filosofía sinceramente intere
sada en la comprensión del nexo ontológico de animalidad y hu
manidad, para Merleau-Ponty, ya no puede coincidir con el retor
no a la verdad en sí ocultada en la interioridad del espíritu en
tanto que cofre metafísico de la esencia de las cosas, es decir, con
una actitud que, como hemos visto anteriormente, el propio Hei
degger en realidad no ha abandonado de modo definitivo. Como
se ha intentado mostrar, el sentido profundo de estas páginas es el
de un esfuerzo radical de repensar el aparecer a partir del aparecer
en cuanto tal. Reflexionar sobre la teleología de la vida equivale,
entonces, a repensar la vida como tendencia natural a la autoapa
rición y al reconocimiento intra-ontológico de una proximidad
que, más allá de toda jerarquía metafísica, atraviesa la gran fami
lia de los seres vivientes sin solución de continuidad.
42. Cfr. M. Merleau-Ponty, La nature, op. cit., p. 248: «La vie, ce n'est pas,
suivant la définition de Bichat, "l'ensemble des fonctions qui résistent a la
mort", mais e'est une puissance d'inventer du visible. :Lidentité de celui qui
voit et de ce qu'il voit paraí't un ingrédient de l'animalité» .
5 10
LA TRADICIÓN FILOSÓFICA
DE LA NUEVA ONTOLOGÍA
(La lectura merleaupontiana de Schelling
en los cursos sobre la naturaleza)
Mariana Larison
Université de Paris 1 (Francia)
Universidad de Buenos Aires (Argentina)
51 1
Pues bien, la primera pregunta que se impone frente a esta
genealogía de la noción de naturaleza es: ¿por qué Schelling se
encuentra a la cabeza de una tradición de pensamiento de la que
Merleau-Ponty se reconoce parte?
Para comenzar a elucidar esta pregunta, deberemos consi
derar primero algunos elementos de la lectura merleaupontiana
de Schelling.
Entre los autores que componen lo que podriamos llamar la
«tradición merleaupontiana» , Schelling es sin duda el menos
conocido por nuestro filósofo. A excepción del seminario sobre
la naturaleza, las referencias textuales a Schelling en la obra de
Merleau-Ponty -y sobre todo en los textos anteriores a este se
minario- son escasas. Y si se lee con atención, incluso en el
marco del curso sobre la naturaleza, las referencias a Schelling
son en la mayoria de los casos indirectas.
En efecto, Merleau-Ponty parece haber leído a Schelling sólo
a través de los Ensayos recopilados por S. Jankélevitch2 en 1 94 7,
ellos mismos fragmentos de obras que van del primer Schelling
hasta el último y que ofrecen una visión fragmentaria de la com
pleja filosofía del autor. El resto de las citas se encuentra media
do por otras lecturas, principalmente las de Jaspers3 y de Lowith.4
Y sin embargo, Merleau-Ponty parece ser muy consciente de
las vicisitudes del pensamiento schellinguiano, y de la tarea que
quiere realizar en ocasión de su acercamiento al pensamiento
del filósofo alemán, como lo atestigua esta nota inédita de la
preparación del curso:
5 12
Aunque un poco oscura a primera vista, esta nota nos alcan
za, por el momento, para comprender la intención general del
curso que nos ocupa. Ésta no es el seguimiento minucioso ni de
un texto en particular ni del conjunto de la obra de Schelling en
general a través de cada uno de sus momentos. Ella se presenta,
al contrario, como el seguimiento de una «experiencia» .
Pero, ¿por qué Merleau-Ponty habla aquí d e una «experien
cia»? ¿Por qué es importante describirla? ¿Qué es lo que Merleau
Ponty encuentra tan atractivo en el pensamiento de Schelling?
Y bien, es precisamente en el momento de la articulación en
tre su lectura de Schelling y de las filosofías de Bergson y de Hus
serl (los otros dos miembros de la tradición merleaupontiana) que
encontramos, en las notas inéditas, la pista del sentido y la fun
ción de la figura de Schelling dentro de la genealogía merleau
pontiana de la noción de naturaleza. En efecto, en el momento de
comenzar la exposición de la filosofía de Bergson, Merleau-Ponty
se formula claramente la pregunta: «¿Por qué después de Sche
lling, en su línea?», a lo que se responde enseguida:
Se sigue así de esta nota que habría por lo menos dos aspec
tos fundamentales de este pensamiento que se encuentran en el
origen de una tradición de la que Merleau-Ponty se reconoce
parte: por un lado, cierta manera de pensar la naturaleza; por
otro, cierta forma de concebir la filosofía. Cuál es este modo y
cuál es su relación con el último proyecto merleaupontiano es
precisamente lo que intentaremos comprender en este trabajo.
Para este fin deberemos, en primer lugar, situar la lectura
merleaupontiana de Schelling en el marco general de su presen
tación en tomo de la noción de naturaleza. Luego, intentaremos
determinar el aporte específico que encuentra en ella Merleau-
513
Ponty en el desarrollo histórico y filosófico de esta noción. Final
mente, intentaremos determinar en qué sentido esta lectura de
Schelling permite comprender mejor el último proyecto filosófi
co de Merleau-Ponty.
514
Hemos visto [con los cartesianos]: naturaleza producto inevita
ble de un naturante infinito -éste causa de sí, ser necesario, ple
na positividad.
La objeción kantiana: es, para la razón humana, el abismo. 1 1
515
Dios. É sta se encuentra más allá de los seres finitos y más acá
de Dios. Existiría, entre uno y los otros, una mediación. «La rela
ción naturante-naturado no es más en sentido único y, siendo el
infinito abismo, tiene, en un sentido, necesidad del mundo » . 14
Entre el infinito como abismo y los productos finitos, existe
una producción ciega que establece entre ellos una mediación
dialéctica. El infinito es la naturaleza como producción siempre
por recomenzar. Lo finito es la naturaleza como producto. Entre
ellos se encuentra una contradicción productiva, en la que uno
tiene necesidad del otro para existir. Así, lo infinito no es más
trascendente a estos seres, sino una manifestación de éstos.
Pues bien, para Merleau-Ponty, la Naturaleza así compren
dida, es la naturaleza primordial, la erste Natur, la fuerza ciega,
el principio bárbaro. Pero, si la causa final de los productos de la
naturaleza (su sentido y finalidad) no se encuentra en una causa
eficiente (el naturante), el problema es cómo pensar lo naturado.
La respuesta llegará, sostiene Merleau-Ponty, retomando una vez
más la cuestión abierta por Kant en la segunda parte de la terce
ra Critica. 15 Es ahí que Kant expone en toda su amplitud la anti
nomia de las máximas de la facultad de juzgar frente al proble
ma de los organismos vivientes. 1 6
Kant establece allí que, en relación con los productos del arte
o de la naturaleza, no tenemos más que dos tipos de causalidad:1 7
516
La primera de estas máximas [de la facultad de juzgar] es la tesis:
toda producción de cosas materiales y de sus formas debe ser
considerada como posible según las simples leyes mecánicas. La
segunda máxima es la antítesis: algunas producciones de la na
turaleza material no pueden ser consideradas como posibles se
gún las simples leyes mecánicas (su apreciación exige una ley
distinta de la causalidad, a saber, la de las causas finales). 1 9
517
una finalidad, pero afirma al mismo tiempo que no podemos
conocerla.
Como lo muestran los remarcables últimos aparatos de la Crí
tica del juicio, la única manera de salir de esta antinomia sería
apelar a un intellectus archetypus, a partir del cual la escisión entre
causalidad y finalidad perdería sentido. Sólo podrían pensarse de
otro modo las relaciones dentro de la naturaleza a partir de un
entendimiento intuitivo, capaz de concebir intuitivamente. Dicho
de otro modo, haría falta un tipo de ser en el que las facultades de
la razón y de la sensibilidad no estuvieran separadas.
Es así como Schelling, según Merleau-Ponty, toma su punto
de partida allí donde Kant ha dejado la puerta abierta: en el § 7 6
de la Crítica del juicio. Y, en efecto, como lo veremos en lo que
sigue, las dos cuestiones importantes que Merleau-Ponty releva
del pensamiento schellinguiano tienen su origen en este pará
grafo: por un lado, la continuación de un pensamiento a partir
del modelo de los organismos vivientes; por otro, una nueva
manera de pensar la intuición.
Naturaleza y experiencia
518
mos tener el concepto y la intuición sensible de esta producción.
Para Schelling, por el contrario, habría un concepto y una intui
ción de esta producción natural, aunque en un sentido distinto.
Examinemos esto más lentamente.
La intuición que nos pone en contacto con la producción
natural no puede ser, evidentemente, una intuición en sentido
kantiano. Es en este sentido que podemos comprender el interés
de Merleau-Ponty por el Schelling que «se instala en el entendi
miento intuitivo» .24 Pues bien, ¿qué tipo de intuición puede
corresponder a tal entendimiento? Ésta es la pregunta, cara al
idealismo alemán, a la que responde la noción de intuición inte
lectual. Recordemos de qué se trata esta cuestión. En el ya men
cionado § 7 6 de la Crítica del juicio, Kant alude a la posibilidad,
para un entendimiento intuitivo, de salir de la disyuntiva entre
finalidad y causalidad. Según Xavier Tilliette,
519
intelectual bajo la misma influencia cerca del romanticismo en
sus comienzos schellinguianos. La experiencia que ofrecerá en
tonces no será ya una experiencia única, sino la experiencia de
haber tenido conciencia de la acción. Ella caerá del lado de la
imaginación creadora, «esta oscilación del espíritu, dirá Tilliette,
entre el ideal y lo real, el sujeto y el objeto, es la única que permite
intuir, es decir, conferir realidad (espacio-temporal)» .27
Retomemos ahora la lectura merleaupontiana. La cuestión
que Schelling pone de manifiesto es entonces, según Merleau
Ponty, cómo pensar la naturaleza del ser viviente, es decir, «¿cómo
representarse este sentido que impregna al ser vivo, pero que no
es pensado como debería ser pensado un sentido?».28
Es aquí donde la expresión «vivir y experimentar» la natura
leza, así como la originalidad de la lectura merleaupontiana, co
mienzan a adquirir toda su amplitud. En efecto, lejos de toda
lectura mística, «vivir y experimentar» la naturaleza significa
simplemente, para Merleau-Ponty, descubrir la naturaleza, no
en un acto de pensamiento acompañado de intuición sensible,
sino en la operación misma de intuición, es decir, nuestra expe
riencia perceptiva. Dicho de otro modo, « hay que encontrar la
naturaleza en el estado de indivisión en el que ejercemos nues
tra percepción» . 29
Pero esta naturaleza, esta producción, no se encuentra de nin
guna manera separada de sus productos. Por el contrario, afirma
Merleau-Ponty, ella sólo aparece a la manera de un geometral pro
yectado por la perspectiva. 30 Toda perspectiva del mundo es una
expresión del mundo y de otras perspectivas. Es el caso de la natu
raleza, que resulta de un reflejo de todos sus productos. Habría
una relación de doble dirección: cada producto refleja la naturale
za, la cual es su productora. Así, los elementos orgánicos de la
naturaleza, tanto como las no-orgánicos, comparten el mismo te
jido del ser percibido, pues, como lo afirma Merleau-Ponty: «No
existe ninguna especie de sentido a concebir la cualidad fuera de
la percepción: la cualidad no es una cosa, sino una cosa vista».3 1
520
Ésta es la razón de una «suerte de indivisión, una vida interna de
las cosas»32 que encontramos en los seres vivos.
Así, cada percepción es una percepción de la naturaleza, en
el sentido objetivo y subjetivo del genitivo. La indivisión de la
naturaleza no es distinta de la articulación interna de las cosas.
Ahora bien, resulta esencial comprender que, para Merleau
Ponty, decir del ser que es percibido, no quiere decir que se en
cuentre limitado por las condiciones de conocimiento humanas.
No se trata de un límite de nuestras facultades de conocimiento,
sino una manera de comprender el ser mismo: una manera de
comprender el ser como fenómeno.
Es en este mismo sentido que Merleau-Ponty interpreta la
intuición schellinguiana como un contacto directo con las cosas
y con el absoluto que se manifiesta a través de ella, al mismo
tiempo que como una acción que, en cierto modo, realiza la rea
lidad de la cosa y del mundo. Pero esto no quiere decir de ningu
na manera que esta intuición sea coincidencia total del sujeto de
la percepción (la naturaleza o sus momentos) y de lo percibido.
Desde el momento en que, como ya lo hemos visto, el ser finito
sólo existe en contradicción con el infinito, la intuición de lo
finito es indefectiblemente intuición de lo infinito . La intuición
se encuentra así siempre atravesada por un abismo que es una
parte constitutiva del ser finito.
32. Ídem.
33. Ibíd., p. 74.
52 1
indivisión primitiva que nos une a la naturaleza, es por esta mis
ma razón que es una experiencia que debe ser siempre recomen
zada. Esta indivisión originaria será luego explicitada por la re
flexión, será indefectiblemente rota por la reflexión. Es, pues, la
tarea de la filosofía encontrar, a un nivel superior, lo que ha sido
vivido orgánicamente. Si la filosofía es reflexión, ella lo será so
bre un irreflejo. Esta dialéctica de la intuición y de la reflexión,
efectivamente pensada por Schelling hasta el final, es sin duda
uno de los aspectos que más fascinaron a nuestro autor.
522
dicados a la naturaleza, la tercera tradición delineada por Mer
leau-Ponty, tradición en la que Merleau-Ponty mismo se inscri
be. Ya en esta época, Schelling aparece como el primero en ofre
cer respuestas para los problemas que serán más tarde releva
dos por Le visible et ['invisible : la radicalidad del ser como
fenómeno, una dialéctica de lo finito y lo infinito, de la intuición
y de la reflexión, una dialéctica que no se resuelva en una identi
dad superior, y la naturaleza como resistencia y excedente frente
a la reflexión.
523
MERLEAU-PONTY Y LA PRESENCIA
DEL SENTIDO EN LA CONCIENCIA INFANTIL
Alicia Pochelú
Universidad Nacional de San Martín (Argentina)
524
ésta, el niño es un «adulto en miniatura» con una conciencia, si
bien semejante a la de él, inacabada e imperfecta. Frente a esta
idea, meramente negativa, Merleau-Ponty considera que la con
ciencia infantil comporta una organización y contenido propio,
dado que «el niño posee otro equilibrio y, por ello, es necesario
tratar su conciencia como un fenómeno positivo» , 1 y el recono
cimiento de alguna imperfección no debe impedir ver el sentido
positivo que le es inherente, el cual Merleau-Ponty esclarece re
mitiéndose al dibujo. Ante él se pueden adoptar tres actitudes: la
clásica, que lo rechaza por carecer de elementos para ser perfec
to, la de Jean Piaget para quien, si bien el dibujo merece ser
estudiado por ser expresión de una estructura original, es un
bosquejo, pues lo considera desde la categoría del adulto, es de
cir, que sólo el dibujo del mayor puede ser una representación
verdadera del objeto, y por último, la actitud de Merleau-Ponty
que lo reconoce positivamente sin negar las insuficiencias mo
trices y perceptivas, porque en él se plasma una manera de ver
diferente probándose la libertad del niño respecto a los postula
dos de la cultura; representa su vínculo con el mundo, que lo
lleva a no enmarcar los contenidos objetivos de un sendero o de
un rostro, o a indicar las mejillas con un redondel, o sea, a depo
ner un testimonio y a no proporcionar informes, por lo cual, el
dibujo se revela como una expresión autóctona. Ahora bien, a
partir de la peculiaridad del dibujo se podría comprender, de
manera análoga, la estructura de la conciencia infantil, ya que el
niño es capaz de conductas espontáneas, en cierto sentido libres
de la influencia cultural, al mismo tiempo que en ella están pre
sentes nociones de relaciones propias de los mayores, e inversa
mente, gran cantidad de recuerdos infantiles permanecen en los
adultos, dado que los pensamientos de la primera edad siguen
siendo indispensables debajo de los de la edad adulta.
A su vez, ante la concepción de la estructura de la conciencia
infantil como fenómeno negativo porque se la interpreta desde
las categorías del adulto, y, como estructura abstracta al desaten
der su aspecto histórico, Merleau-Ponty considera que el niño no
se encuentra jamás en presencia de estímulos aislados e imperso
nales, sino entre realidades mediante las cuales plasma sus lazos
525
con el mundo y que requieren examinar los postulados subyacen
tes en las nociones de desarrollo filogenético y ontogenético.
Por su parte, el desarrollo filogenético supone no sólo que el
niño representa un estado arcaico de la conciencia adulta y res
pecto a ésta, por ejemplo, la enfermedad representa un estado
regresivo, sino también que el niño recomenzaría la creencia
según la cual los primitivos son los grandes niños, es decir que la
ontogénesis reproduce la filogénesis. Al respecto, Merleau-Pon
ty estima conveniente analizar la legitimidad o no de la relación
niño-enfermo, siendo la comprensión más satisfactoria de esta
relación la que considera que las lesiones generan una transfor
mación de la conducta y no un simple retomo a los automatis
mos: en el adulto se conserva un saber pretérito que permite
ciertas acciones de sustitución, y el niño cuenta no sólo con los
dedos como el afásico sino que tiene también, por ejemplo, cier
ta apertura a la noción de número y la conciencia de una rela
ción que el enfermo perdió.
En cuanto al desarrollo ontogenético comporta dos aspec
tos fundamentales: el de maduración-aprendizaje y el de per
cepción-motricidad. Respecto del primero, la distinción entre lo
innato y lo adquirido se ha desplazado hacia la noción de madu
ración-desarrollo debido a los factores endógenos, y hacia la
noción de aprendizaje-desarrollo a causa de los factores exóge
nos. Merleau-Ponty2 sostiene que el instinto en el hombre no
parece depender sólo de factores internos subordinados exclusi
vamente a un proceso de maduración, sino también de la histo
ria del individuo. A su vez, el reflejo condicionado, prototipo del
aprendizaje, se lo debería considerar como una respuesta ante
formas generales de situación. Ahora bien, las ideas precedentes
ya se encuentran en La estructura del comportamiento y en Feno
menología de la percepción. En el primer texto, a propósito del
análisis sobre la significación biológica del reflejo, concluye que
toda reacción orgánica supone una elaboración de conjunto de
las excitaciones, la que confiere a cada una de ellas las propieda
des que no tendrían solas y que toda conducta instintiva se desa
rrolla sobre el fondo de la percepción de una situación. Percep
ción y motricidad se vinculan tan estrechamente que constitu
yen los dos aspectos de un mismo fenómeno. Esta idea, recogida
526
de la psicología de la forma, se reencuentra en la segunda parte de
la Fenomenología de la percepción: allí se expresa que entre sentir
y tomar una actitud con respecto al mundo exterior, existe un
vínculo esencial porque todo movimiento se desarrolla sobre un
fondo perceptivo y toda sensación implica una exploración o
actitud por parte del cuerpo; el lado perceptivo y el lado motor
de la conducta son las dos caras de una misma realidad. En par
ticular, el desarrollo motriz del niño comporta su desarrollo per
ceptivo e inversamente, por ello «es inútil preguntarse, en cada
progreso, si éste proviene del desarrollo perceptivo o del desa
rrollo motor puesto que uno implica al otro. 3
De este modo, la noción de desarrollo es central en la psicolo
gía infantil. Al desarrollo le es inherente un modo de ser paradóji
co porque no supone ni la continuidad ni la discontinuidad abso
luta, no consiste en una adición de elementos homogéneos ni en
un continuo constituido por etapas sin transición; se lo concibe
dialécticamente porque en él las formas nuevas emergen, motiva
das por las fases anteriores, las que originan una autotransforma
ción a partir de progresiones preparadas por adquisiciones pre
vias, de tal manera que el mismo movimiento modifica su propio
movimiento. Por ello, si entre el interior y el exterior se establece
una relación recíproca, entre maduración y aprendizaje se da una
correlatividad. A su vez, en la dinámica del desarrollo, las adquisi
ciones de la conciencia se convierten en cosas sentidas que trans
forman la vida afectiva en su totalidad y hacen aparecer alguna
realidad correspondiente a las significaciones a las que el niño se
une por la avidez de su imaginación. Además, a partir de la dimen
sión corporal y cultural del desarrollo se elabora un tipo de con
ducta en la cual una situación corporal es asumida para realizar
un nuevo tipo de vida, de ahí que «es preciso encontrar un verda
b) El lugar de la percepción
3. Ibíd. , p. 1 8 1 .
4 . Ibíd., p . 287.
527
dala desde la experiencia vivida y no desde las nociones a través
de las cuales se la interpreta; es decir, se dirige a la experiencia
directa no tematizada por el lenguaje ni por la reflexión opo
niéndose en particular a los trabajos de Piaget, dado que la dis
tinción entre la experiencia vivida y su racionalización marca el
límite con el método de investigación que consiste en interrogar
a los niños. Aquello que más le interesa es señalar que Piaget no
se refiere a la totalidad de la experiencia de lo real sino que sólo
considera el aspecto de racionalización que traducen las expre
siones del niño a un sistema adulto de interpretación en lugar de
comprenderlas desde ellas mismas. Piensa mediante categorías
dicotómicas bien definidas como materia-espíritu, materia-pen
samiento, lenguaje exterior - lenguaje interior, y supone que esas
distinciones están ausentes en el niño, analizando sus respues
tas únicamente por la relación a ese registro de distinción.
Merleau-Ponty sintetiza su crítica al intelectualismo de la
concepción de desarrollo de Piaget afirmando que:
528
la garganta no es todavía para ellos un conjunto de cuerdas vi
brantes capaces de producir los fenómenos sonoros del lengua
je, sino que es una zona privilegiada o espacio cualitativo donde
las intenciones significativas se muestran en palabras.
Merleau-Ponty considera que en el origen de la experiencia
del niño las sensaciones táctiles y quinestésicas se encuentran
interconectadas en su cuerpo constituyendo una totalidad y uni
dad: ésta es el esquema corporal que abarca tanto la conciencia
de su cuerpo como la unidad que abraza todos los datos senso
riales. La percepción implica, al mismo tiempo, una relación de
las distintas partes del cuerpo entre sí y una relación con un
medio exterior, iniciándose por estímulos globales que alcanzan
una diferenciación progresiva. De esta manera, se reconoce una
unidad anterior al juicio.
Un caso particularmente importante de esta organización
perceptiva es el fenómeno de la constancia: éste en el niño de
muestra que existe una visión no caótica en el inicio: «la cosa es
una unidad preintelectual que se define por la percepción como
cierto estilo [ . . . ] aprendimos a ver la unidad de las cosas [ . . ], .
529
los sistemas lógicos. En consecuencia, aquello que se halla en jue
go con carácter más decisivo, no es la identidad de un objeto, sino
la cercanía y lejanía de las cosas, aspectos relevantes para un pen
sar que las habita. Por ello, estima adecuada la idea de Wallon de
«ultracosas» : ellas son el horizonte de la experiencia preobjetiva
del niño, las cosas lejanas indubitables para él y que al existir por
sí mismas no necesitan ser aclaradas. La experiencia infantil de
ultracosas es la experiencia de seres que al no estar al alcance del
niño no pueden ser cercadas con su mirada ni puede hacerles
cambiar sus aspectos conforme a su voluntad, «el cielo, la tierra
son de esas ultracosas, siempre incompletamente determinadas
para el niño».7 Se reconoce su existencia en el pensamiento infan
til porque éste entraña la presencia de un tiempo y de un espacio
preobjetivos, no dominados ni medidos por el pensamiento del
sujeto que las percibe. En otros términos, se trata de una objeción
explícita a una concepción de racionalidad desustancializada re
sultante de un proceso transformador autorregulativo que, no sólo
afianza la actividad asimiladora del sujeto, sino también que el
desarrollo del pensar minimiza tanto las reorganizaciones del
mundo de la experiencia como las del mundo objetivo.
Merleau-Ponty continúa su reflexión al considerar las rela
ciones del niño con la imaginación, por su carácter esencialmente
afectivo y motor. La conciencia en el imaginar anula la distancia
que separa los objetos percibidos, deja de vivir el mundo de los
objetos y se introduce en el espectáculo que se le ofrece sin que
lo imaginario y lo real se opongan, dándose una comunicación
directa, absoluta y convincente. Ahora bien, la relación del niño
con lo imaginario remite nuevamente al dibujo porque en él al
canza una particular relevancia. Su análisis considera tres as
pectos: la influencia cultural, los rasgos estructurales y la opera
ción expresiva. Los dos primeros, como ya se ha dicho, son tra
tados en los cursos dictados por Merleau-Ponty en la Sorbona y
el tercero en La prosa del mundo. En cuanto a la influencia cultu
ral, el dibujo infantil guarda semejanza tanto con el estilo general
de una época como con el estilo común de una comunidad, por
ello es imposible delimitar los elementos que vienen de la cultu
ra y aquellos propios del niño, de ahí que en los debates concer
nientes a este asunto intervienen consideraciones sociológicas
7. Ibíd., p. 242.
530
al igual que las ideológicas; a su vez, la asimilación y difusión de
las tentativas artísticas adultas repercuten sobre el medio del
niño por su inherente sensibilidad a esta forma de comunica
ción. Respecto a los rasgos estructurales, estima que es necesa
rio descubrir en el dibujo sus rasgos positivos a pesar de sus
torpezas motrices y si comporta confusión, ella no se debe nece
sariamente a una confusión de los objetos ante su visión porque
«el niño no mira de la misma manera eso que dibuja».8 Su dibu
jo expresa su percepción que no pretende ser una imitación es
tricta de la naturaleza y plasma en un sólo plano lo que ve en
profundidad. En otros términos, el niño usa un procedimiento
que le permite una representación tan válida como el dibujo en
perspectiva sin considerar las caras yuxtapuestas como ubica
das sobre el mismo plano, y en relación con ella, los adultos
carecen de su clave de interpretación. 9
Por último, respecto a la operación expresiva del dibujo,
Merleau-Ponty reitera que éste «no será jamás entendido como
una copia del mundo que se le ofrece sino como un ensayo de
expresión». 1 0 A su vez, reafirma su postura al considerar el arte
de los primitivos y el dibujo de los enfermos, porque ellos tienen
en común el hecho de ser la «expresión bruta» , es decir, son la
forma que dan cuenta de un «estar vivo en la obra» y del «poder
creador» subyacentes en el arte y literatura reconocidos como
«Objetivos» , que si bien manifiestan la realización más acabada
del poder de la expresión cuya eficaz elocuencia persuadió du
rante siglos, sin dejar de ser una creación, se vinculan con un
poder más general de significar; su objetividad es tributaria de
un poder sobreobjetivo o gesto significante gracias al cual toda
significación es, si pierde de vista su origen, el acto de expresión
se limita a la construcción de un sistema de signos en el que se
establece una correspondencia entre significado y significante,
reduciendo el acto de expresión a un acto de representación y a
la expresión a una representación. Habitualmente, este olvido
aparece en ciertas comprensiones del dibujo infantil: para éstas,
el acto de representar del niño consiste en una actividad de tras
lación y fabricación de objetos equivalentes a los del mundo,
8. Ibíd., p. 2 1 1 .
9 . Cfr. ídem.
10. Ídem.
53 1
desarrollándose desde la incompleta perspectiva planimétrica
hacia una perspectiva acabada. Se trata de una concepción aná
loga a la que Piaget tiene del desarrollo de la racionalidad según
la cual, bajo el patrón de un equilibrio optima!, se realiza como
un acontecer transformador autorregulativo de las capacidades
de adaptación del sujeto, adecuándose cada vez más a la realidad.
Merleau-Ponty precisa su punto de vista al afirmar que el
dibujo revela un modo de comunicación diferente al del adulto
en el que la dimensión afectiva es decisiva. Para el niño hay con
tinuidad entre la cosa y su narración gráfica, siendo lo propio de
ésta expresar las cosas y no su parecido, pretendiendo unir lo
que percibe y la cosa percibida, y al igual que la palabra, signifi
ca, es decir, re-expresa al mundo, y si bien manifiesta la totali
dad de la personalidad infantil, la afectividad es quien se desta
ca. El niño representa sobre todo aquello que pertenece a su
experiencia emocional, todas sus sensaciones suscitan en él una
actitud, operándose una sincronización entre él y aquello que se
le ofrece, en donde cada una de las cualidades sensibles, es a la
vez suscitación y símbolo de una manera de ser. En este sentido
se puede afirmar que todo se puede pintar, las formas y los colo
res, como los olores y los sabores. Según estas consideraciones
la concepción del dibujo se enriquece: el dibujo infantil prolon
ga la percepción infantil, «él no siempre corresponde a la reali
dad de las cosas sino a la expresión de un carácter y de una acti
tud», 1 1 y los medios de expresión del niño, «cuando un artista se
los haya apoderado deliberadamente en un verdadero gesto crea
dor, nos ofrecerá [ . . ] la resonancia secreta mediante la cual nues
.
c) La experiencia de la comunicación
532
dialógico -sea a través de las imágenes o de la palabra- cons
tituye una instancia relevante de la estructura de la conciencia
en general como de la conciencia infantil, y signa su esencial
carácter vinculante, es necesario considerar la conciencia y la
adquisición del lenguaje para alcanzar una visión más acabada
de la experiencia infantil.
Merleau-Ponty destaca que el cuerpo propio y la palabra se
encuentran entre los objetos culturales que hacen posible la in
tersubjetividad; por el lenguaje y por el cuerpo, el yo está referi
do al otro, dándose una identidad vivida de los cuerpos antes de
la actividad reflexiva de la conciencia. Ahora bien, los datos apor
tados por la psicología del niño confirman la idea de la primacía
de una comprensión corporal del otro frente a una comprensión
intelectual: por ejemplo, en la sonrisa del niño frente a la sonrisa
de la madre, se advierte que la captación de la relación entre el sí
mismo y el otro es anterior a la captación de los términos rela
cionados, pues la criatura reconoce la sonrisa de la madre y da
testimonio de su reconocimiento a través de su propia sonrisa.
La percepción inmediata y espontánea del otro se explica
mediante una prefiguración de éste en la conciencia del niño, ya
que sin ella, se tendría que efectuar una interpretación para de
ducir el sentido implicado en ciertos signos sensibles. La con
ciencia incipiente no distingue entre forma y contenido, puesto
que es una separación aún inexistente en ella.
Respecto al lenguaje, el niño durante los primeros meses de
su vida comienza un parloteo de gran riqueza que es necesario
considerarlo como «el ancestro del lenguaje» y como una len
gua polimorfa espontánea en relación con el entorno, la que se
encuentra fuertemente unida con una imitación rudimentaria;
se puede decir que entre el parloteo y el lenguaje así como entre
el garabato y el dibujo se da una relación análoga. El lenguaje es
la prolongación indisoluble de toda la actividad física, y al mis
mo tiempo, es una actividad nueva respecto de ella porque «la
palabra emerge del "lenguaje total" constituido por los gestos y
mímicas» , 13 y en la medida en que todos los órganos fonadores
se integran se origina una nueva función. De esta manera, el
lenguaje se hace visible como un fenómeno que da testimonio
533
de otro orden al desplazarse de una actividad cuasi-biológica a
otra que no lo es, y sin embargo la supone, dado que desde el
inicio de la vida todas las manifestaciones expresivas se encuen
tran inscritas, por ello en las nuevas formas permanecen los ele
mentos arcaicos. Según Merleau-Ponty la comprensión que los
gestaltistas presentan de esta realidad es la más adecuada. Para
ellos, el niño en los períodos decisivos de su desarrollo se apro
pia de estructuras lingüísticas generales mediante un proceso
no-intelectual, que es posible esclarecer al considerar la adquisi
ción de los fonemas y el fenómeno de la imitación.
El niño asume la gama fonemática inmanente al lenguaje
que entiende; ejerce un «movimiento hacia la palabra» , que es
un llamamiento constante al otro y, en ese acto, se reconoce a sí
mismo. Más aún, el sistema fonemático es un estilo de lenguaje
y por ser un estilo no posee una significación directa sino obli
cua. El desarrollo del lenguaje continúa --después de la adquisi
ción del sistema fonemático y de los primeros vocablos- con la
imitación. En ella, el niño entiende y reproduce no un espec
táculo perceptivo sino un uso gestado por el entorno de sus posi
bilidades, en el que un objeto ejerce una fuerza de atracción se
gún la cual las palabras del interlocutor o las propias solicitan a
las siguientes; de este modo, la imitación de sí o de otro se funda
en otra instancia que no es la representativa. Las primeras imi
taciones del niño son el resultado de su acción mediante sus
propios medios y luego se encuentra en condiciones para gene
rar los mismos medios que el modelo. Esta idea gana en profun
didad y fecundidad, porque a pesar de la cuasi-ignorancia de las
modalidades de la acción, el cuerpo se mueve hacia las cosas y
«la imitación [ . ] se comprende [ . . . ] como reencuentro de las
..
534
A su vez, la imitación de los actos implica un comportamiento
que alcanza al otro a través de la imitación de los sentimientos; en
el niño existe un interés por los sentimientos del otro, una simpa
tía egocéntrica que progresivamente da paso a la simpatía verda
dera, la que significa vivir por un momento en el otro, es decir,
vivir la ampliación momentánea de su propia vida; este pasaje lo
realiza el juego: el niño, en el intercambio de roles, inherente a
esta actividad, asume una nueva perspectiva, según la cual adop
ta la conducta del otro y la totalidad de su conciencia adquiere el
estilo de la persona imitada, deviniendo su imitación global.
En definitiva, Merleau-Ponty apoya su análisis sobre las si
guientes ideas: la de un yo latente que permanece en su igno
rancia hasta que no encuentra en el otro un límite a sí mismo,
la del movimiento que lleva al niño hacia el otro permitiéndole
pasar de la imitación de los actos a la imitación de las perso
nas, que la relación con el otro supone una relación cuasi-má
gica con el propio cuerpo, de modo que los actos del otro son
percibidos por el yo como totalidades armónicas en la medida
en que comportan capacidades similares.
535
La expresividad adhiere a las cosas mismas, y en el trato con
ellas, existen, garantizando una identidad flexible, que al niño le
permite organizar su mundo de maneras diferentes. Si bien el
mundo infantil es un mundo barroco, eso no significa que sea
un juego de fantasías o asimilaciones confusas; posee otros prin
cipios de organización, totalmente significante con relación al
mundo actual concreto: que el sol se ría y que los animales ha
blen es posible y no asombra porque es un mundo fisonómica
mente rico.
3. El análisis merleaupontiano se encamina hacia el desa
rrollo de una concepción de la racionalidad como un acontecer
diferenciador ampliamente ramificado, el cual no es determina
do como la domesticación de un saber salvaje, en dirección a
una jerarquía de creciente orden lógico. Por la ca-participación
de la existencia corporal expresiva, práctica y concreta, capaz de
lenguaje, se logra una genealogía, que no se debe medir como
un producto final pre-formado.
En la praxis de la vida se realiza una multiplicidad de órde
nes y, por lo tanto, cada hecho siempre está inserto en determi
nados contextos, y las condiciones no están «más allá» del he
cho sino que ellas juegan en este «más acá» , en el cual se mantie
nen en movimiento. De esta manera, las prácticas de la vida
cotidiana reciben una significación poiética. En el mundo infan
til, las cosas salen al encuentro del niño y las experimenta en
una relación de sentido vivido concretamente y captadas en la
significación que ellas tienen en situaciones determinadas. Su
racionalidad sigue órdenes propios, adquiere una configuración
más rica que los sistemas lógicos.
4. Trata de reconocer una genealogía de la experiencia infan
til a través del cuerpo propio, dado que por sus sentidos accede
al mundo, y encuentra un sentido sin haberlo dado mediante
una operación constitutiva. La experiencia sensorial consiste en
la reanudación de una forma de existencia y el comportamiento
al ser significativo transforma la situación particular de la expe
riencia en una situación típica y la respuesta efectiva, es una
aptitud. Sus intenciones encuentran en los movimientos su en
camación y expresión. La relación entre la cosa percibida y la
percepción, entre la intención y los gestos que la realizan es una
operación vivida en un universo de experiencia que es un medio
neutro respecto de las distinciones entre organismo, pensamiento
536
y extensión. Se trata de una relación dialéctica vivida que abarca
al yo en tanto que centro del que se irradian intenciones, al cuer
po que la lleva y a las cosas en la medida en que las intenciones
se dirigen a ellas. La experiencia infantil es la experiencia de una
totalidad abierta en la que el yo del niño se experimenta como
haciéndose y rehaciéndose en el curso del tiempo.
537
la social, la política, la juridica, a la que le es inherente la posibi
lidad de perpetuarse hasta alcanzar su «petrificación» por la re
petición y es fundación en la que se mantiene la reactivación de
la fuerza instituyente. Esta duplicidad significativa permite com
prender que la relación entre lo instituyente y lo instituido es
una relación de no-coincidencia, y por este carácter, el tiempo se
convierte en su arquetipo: la institución es «apertura a» y el tiem
po es «llamamiento al advenir» , la primera se produce «a partir
de» , el segundo es «desde» un pasado siempre necesario.
A su vez, la institución se configura en un esquema, el cual
se lo reconoce en la infancia y en la pubertad dado que en estas
etapas las primeras adquisiciones del yo se reactivan y superan,
perdurando ciertos lazos con el pasado.
Más aún, la institución de un sentimiento, de una obra o de
un saber, no sólo se cumple, por ejemplo, por la transformación
de sí en el amor, por el sentido que el pintor descubre en su
creación y por el poder de invención de un científico, sino tam
bién, sobre sus respectivas historicidades, accediendo, de este
modo, a la dimensión de la historia, es decir, a un tiempo desde
otro tiempo.
Porque ha sido instituido, el tiempo continúa sin poder dejar
de ser. Según Merleau-Ponty, le es propio una cuasi-eternidad
debida a los cambios que se producen entre los tiempos del suje
to, dándose «Un parentesco lateral» entre todos los ahora: en
otros términos, se trata de una «transtemporalidad originaria» o
«tiempo originario» «institución en estado naciente» , incompa
tible tanto con una «mímica del pasado» como con una «antici
pación del devenir» . 1 7
De este modo, lo instituido conlleva un advenir portador de
un sentido que remite al acto de nacer. Institución y nacimiento
pertenecen al mismo género de ser: el sujeto no tiene conciencia
de ser nacido porque el nacimiento es un acto mediante el cual un
advenir se abre desde un fondo de no-ser, y a partir de él, se pro
yecta lo que será, es decir, instituye un sentido; por su parte, la
institución es un acto y respecto a él, las instituciones posteriores
se comprenderán porque la institución establece, en una expe
riencia, dimensiones en relación con las cuales toda una serie de
experiencias tendrán sentido y forjarán una historia.
538
A su vez, la institución nos remite a la vida personal. Ella es
vida de un sujeto instituyente: para él, lo vivido que ha comenza
do en momentos decisivos se manifiesta bajo la forrna de un cam
po de presencia o «campo de su devenir durante ese periodo» y el
otro no es su negación, por ello se gesta una trama o «entre dos»
constatándose la pertenencia de ambos a un mismo mundo en
donde cada uno retoma lo instituido, recreándolo parcialmente.
Por consiguiente, una nueva noción de sujeto se impone, la
de sujeto instituyente-instituido: él es conciencia del «sentir ori
ginario» , es decir, del sentir de un presente en el que experimen
ta la excedencia de lo sensible, respecto de la cual el pasado y el
advenir son sus modos de mostrarse; él es en relación con el
proyecto no elegido de la vida que abre una comunicación pro
yectiva-introyectiva y conforme con ella, el hacer consiste en una
actividad simbólica estilizante a modo de respuesta abierta,
mediante gestos y palabras dirigidas hacia las «fisuras del mun
do» con la intención de crearlo.
Pareceria que en estas afirmaciones encontramos aquellas
ideas, en las que la reflexión sobre la conciencia infantil se deja
traslucir, y halla en la noción sobre la institución, su última pala
bra. A continuación intentaremos presentarla.
Le es inherente a la conciencia del niño un sentido histórico
inmanente que se despliega en la situación: la totalidad de su
comportamiento corporal consiste en una genealogía y reorga
nización vivida de la experiencia, atestiguada por su desarrollo
que retoma el lazo con el pasado y se abre a un advenir que está
inscrito en filigrana. 18 En particular, el fenómeno de la pubertad
lo testimonia: en él se puede descubrir un esquema de institu
ción dado que en la infancia, la existencia de conflictos edípicos
revelan una anticipación del devenir, y en la pubertad se da -al
mismo tiempo- una reactivación y superación de ellos, que con
serva los vínculos pretéritos. Durante la primera etapa de la vida
del niño, el medio humano y parental es el mediador de todas
sus futuras relaciones, las que se fundan en una comunicación
«Verdadera» gracias a la recíproca proyección-introyección en
tre el niño y el otro, que es anterior a todo conocimiento reflexi
vo; en términos merleaupontianos: « [se trata de un] campo in-
539
tersubjetivo o simbólico de los objetos culturales, que es nuestro
medio, nuestra jointure (ligazón) -en lugar [de la] alternancia
sujeto-objeto» . 19
Si esta realidad se puede reconocer se debe a que lo institui
do es una vida abierta por el nacimiento: un ser nacido es un ser
en el que su vida se halla rodeada por los momentos del tiempo
que fundan su historia, es quien ha sido dado a él mismo --de
una vez y para siempre- como una vida a ser comprendida,
porque el tiempo natural permanece en el centro de su historia. 20
Más aún, Merleau-Ponty acepta hablar de inteligencia en la
primera infancia entendiendo por ella el tipo de relaciones que
el niño tiene con el otro, es decir, su modo de ser intersubjetiva
en el que el desarrollo vital-afectivo conduce el desarrollo inte
lectual; en el campo intersubjetiva hay que reconocer «la co
nexión de dos "proyectos" » en el interior del único proyecto que
es la vida del niño. La manera como el niño asume sus relaciones
con la constelación familiar puede leerse en el tipo de percepción y
de conocimiento que realiza, 2 1 gracias a la continua fecundidad
de cada momento del tiempo, que ha sido instituido bajo la for
ma de campo.
Finalmente, la reflexión merleaupontiana habiendo conce
bido la conciencia infantil como una realidad positiva e históri
ca inició su camino hacia una ontología porque ya en ella se
reconoce la institución humana: ésta integra la experiencia vivi
da a una significación nueva porque el pasado deviene «matriz
simbólica»; establece una nueva dimensión en la que todos los
componentes arcaicos se vuelven a centrar alrededor de un nue
vo polo; su realidad se hace visible en la historia del adulto por
que ella retoma la institución originaria de la historia del niño, y
en ésta retoma, prolonga, interpreta y abre una historia que exi
ge adentrarse en ese pasado.
540
LA FELICIDAD EN EL MUNDO:
UNA APROXIMACIÓN DESDE EL PENSAMIENTO
DE MERLEAU-PONTY
Javier Camargo
Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores
de Monterrey (México)
Introducción
54 1
nología de la percepción, a mi parecer, nos habla precisamente de
cómo es que nos relacionamos con el mundo. La percepción
aparece como el punto de anclaje entre nosotros y el mundo,
una relación que a lo largo del libro se irá profundizando, ha
ciéndose más íntima, tanto que la línea divisoria entre lo objeti
vo y lo subjetivo, que en otras tradiciones era algo definitivo, en
Merleau-Ponty desaparece. La Fenomenología de la percepción
habla de nuestro ser-en-el-mundo, por lo que considero no resul
ta ajeno que también hable de la felicidad.
No está en los alcances de esta ponencia abordar la totalidad
de la Fenomenología de la percepción con relación al tema de la
felicidad, dicha tarea corresponde a un compromiso mayor. 1 Por
lo que en esta ocasión, como un preludio a futuras investigacio
nes, me centraré en el estudio de la felicidad desde Merleau
Ponty a partir del capítulo dedicado al Cogito, incluido en la ter
cera parte de «El ser-para-sí y el ser-del-mundo» . El desarrollo del
artículo comienza con la presentación de cuatro visiones de la
felicidad que serán utilizadas como punto de referencia para ver
qué pregunta se puede plantear en tomo al tema de la felicidad
desde Merleau-Ponty. Luego, frente a la pregunta de ¿cómo hay
felicidad en el mundo?, se intentará dar respuesta a partir de dos
conceptos interrelacionados: el de autopoiesis y el de adquisi
ción. Finalmente, previo a las conclusiones, se realiza un breve
diálogo entre las cuatro visiones de la felicidad mostradas y la
visión de la felicidad expuesta a partir de Merleau-Ponty.
542
felicidad que se plantean. Así, en Aristóteles, la pregunta consis
tiría ¿en qué es la felicidad?; en san Agustín ¿cuál es la verdadera
felicidad?; en Kant ¿cómo llegar a ser digno de felicidad?; y fi
nalmente en Rorty ¿cómo puedo crear mi propia felicidad y la
de los demás en una sociedad democrática pluralista?2
De acuerdo con Aristóteles la felicidad se busca por sí mis
ma, nunca es un medio para alcanzar otra cosa por lo que es un
fin perfecto y suficiente al que tienden todos los actos.3 O bien,
otra definición que propone es la de «una actividad del alma
según la virtud perfecta» .4 Bajo esta visión, «el hombre adquiere
su plena felicidad desarrollando la actividad intelectual que le
caracteriza, buscando o amando desinteresadamente la verdad» . 5
La felicidad se realiza a partir del ejercicio de las virtudes, entre
las que destaca la de prudencia.6 Sin embargo, para Aristóteles
el disfrute de la felicidad requiere también de circunstancias es
peciales que resultan de una combinación de bienes exteriores
como la riqueza, de bienes del cuerpo como la salud, así como
bienes del alma entre los que destacan las amistades y las bue
nas acciones.7
Para san Agustín existen diferentes formas de vivir así como
también hay falsas y verdaderas concepciones filosóficas de la
felicidad. 8 La gran diferencia entre cada una de ellas radica en
saber vivir siguiendo a la razón, o bien seguir la Verdad según la
revelación aceptada. Así, la felicidad se consigue a través del amor
a Cristo, pues este último es la Verdad, es la verdadera sabidu-
543
ria. 9 El criterio central de la moralidad de las obras ya no está en
si emanan o no de determinadas virtudes si no en si contribuyen
o no a la vida eterna, y lo que conduce hacia la «ciudad de Dios»
es sobre todo, según san Agustín, la práctica del amor al próji
mo. 10 La felicidad no puede ser plena en este mundo, por lo que
necesita de la esperanza como virtud dada, regalada por Dios
para conducir a la felicidad suprema. 1 1
A diferencia de Aristóteles y san Agustín, Kant, sitúa la pre
gunta por la felicidad la sitúa en un segundo plano, pues presu
pone que antes de llegar a la felicidad la vida moral comporta
otras exigencias. 12 Sin embargo, la felicidad puede ser compren
dida como el cumplimiento de deseos y proyectos por parte del
ser humano a lo largo de su existencia.13 De tal modo que la
felicidad recae en el cumplimiento del deber, el respeto a la ley
moral. 14 La felicidad es una consecuencia indirecta de las accio
nes que obedecen el imperativo categórico, aquellas que se rea
lizan por respeto al deber. 15 Para Kant no se trata de buscar la
felicidad sino de hacerse digno de la felicidad. 16
En el caso de Richard Rorty, la felicidad no estaria ligada a
un parámetro esencialista, a una revelación o a hacerse digno.
La felicidad seria una creación personal para buscar la propia
realización, sin embargo, esta tarea privada a la vez que se reali
za siempre en un contexto determinado conlleva una clara con
ciencia de contingencia, relatividad y privacidad. 17 Este proceso
de autocreación, debe de estar basado en todo aquello que pro-
544
mueva la mayor sensibilidad de los hombres frente al dolor y
sufrimiento en los otros, tarea en la que la literatura, las expe
riencias sensibles y las narratividades históricas se han mostra
do más eficaces que la religión y la filosofía. 18 Finalmente para
Rorty, la forma de alcanzar mayor felicidad y bienestar se ha de
realizar a partir de un contexto democrático en el que a través de
instituciones y procesos socializadores se fortalezcan el senti
miento de solidaridad: el problema de la felicidad en las socieda
des avanzadas radica no tanto en buscar una fundamentación
filosófica o ética, sino en la propagación social de la misma.19
1 8. Ibíd., pp. 148- 1 50. Enrique Bonete se refiere a este respecto como eude
monismo simpatético.
1 9. Jbíd., pp. 1 50- 1 54. Enrique Bonete se refiere a este respecto como eude
monismo pragmático.
20. El concepto de autopoiesis es sustentado como factura de Humberto
Maturana y principalmente se liga al escenario primero de la biología y luego
545
proyecto del mundo que cada uno es. De acuerdo con Giorgio
Agamben, el concepto de poiesis para los griegos se diferenciaba
del concepto praxis:
546
La autopoiesis descansa en la paradoja de que si bien el cogi
to tácito no se conoce antes de expresarse, el pensamiento no es
el cogito tácito. Lo anterior se comprende porque a pesar de que
el pensamiento ligado estrechamente al lenguaje tiene cierta
autonomía, nunca logra coincidir completamente consigo mis
mo ya que la palabra considerada como un esfuerzo de expre
sión siempre está rebasada. De tal modo que el sujeto-corpóreo
a la vez que guarda cierta autonomía como una capa de signifi
cación del mundo, también se encuentra íntimamente entreteji
do con el mundo en tanto no puede realizar nada fuera de él,
sino que se encuentra siempre en circunstancia y buscando ex
presarse, para lo cual, necesariamente toma presa, habita las
posibilidades que se le ofrecen en el mundo que le antecede. La
autopoiesis conjuga entonces tanto a un yo libre que puede ha
cer huecos en el mundo, puede establecer significaciones, así
como a la poiesis, porque es un ser-proyecto-del-mundo.
Para continuar con la comprensión del concepto de auto
poiesis es necesario recordar que para Merleau-Ponty el conoci
miento del mundo siempre es objetivo, subjetivo e incompleto.
Lo objetivo radica en que a partir de una cualidad, es decir, de lo
mínimo que captamos de algo, podemos obtener el esbozo de la
cosa y con ello el esbozo del mundo. Podemos captar si no la
totalidad del mundo, sí algo del mundo. Lo subjetivo no radica
en el poder de un sujeto constituyente del mundo, sino en que
siempre se conoce desde determinada perspectiva, desde cierto
ángulo. Y finalmente, el que sea incompleto radica no sólo en
nuestra condición finita que hace posible la experiencia, sino en
que el mundo también es una obra inacabada, en movimiento,
por lo que a la unidad de la subjetividad corresponde también
una unidad expresiva que es abierta y dinámica. De tal suerte,
que para Merleau-Ponty, la vida es un solo acto de conciencia,
una sola experiencia inseparable de sí misma, una sola «cohe
sión de vida», una sola temporalidad que se va explicitando y se
confirma en cada presente. Hay una unidad en todo lo realiza
do, una unidad de expresión, por lo que se puede decir que se
trata de un proceso de autopoiesis continuo del que nos damos
cuenta porque nunca dejamos de percibir, y desde nuestro prin
cipio hasta nuestro desenlace somos aún esa primera percep
ción. Así, el sujeto no puede pensar separado del mundo ni del
cuerpo, porque si no .. estaría fuera del mundo, encerrado en sí
547
mismo, es decir, no estaría situado. Para poder existir es necesa
rio que exista el mundo. El sujeto por estar en situación, realiza
su continuidad como posibilidad de situaciones, 2 3 por lo que la
existencia como subjetividad forma una unidad con la existen
cia como cuerpo y también como existencia en el mundo. El yo
soy es inseparable de mi cuerpo y de mi mundo.24
No está de más insistir en que cuando Merleau-Ponty señala
que el mundo está en el corazón de la individualidad, en la mé
dula del sujeto, no se refiere a que el mundo se encuentre en
forma de idea, sino que el mundo está como mundo contraído
en punto de presa. Es decir, que la consciencia no constituye al
mundo, sino que el mundo se abre a nuestra experiencia. La
autopoiesis entonces no ocurriría por la racionalidad, sino por
que antes hay un mundo que se ofrece como campo para mi
experiencia y ante el cual estoy abierto. La racionalidad sería
entonces el modo en que la conciencia trata de buscar concor
dancia entre las cosas y las ideas de las cosas, de conformar ver
dades, de darse una orientación, pero como señala Merleau-Ponty,
sus explicaciones no son más claras que el mismo fenómeno. Es
decir, que de la fe primordial de que estamos en el mundo y que
somos del mundo, cualquier otra fe que se desarrolle es una ra
cionalización. 25 Así, la racionalidad en última instancia deriva
de que la vida del sujeto puede reanudarse para proyectarse en
palabras, intenciones y actos.
Se puede decir que hay una felicidad o infelicidad que co
rresponden a una proyección de la racionalidad, a un esfuerzo
de la expresión, no sólo a un simple vivir sino a la creación de un
espacio para vivir pero cuya realización no depende del pensa
miento, sino de lo que ocurra en el mundo. Y es en esta realiza
ción del mundo por la que la autopoiesis, a pesar de que la racio
nalidad califique lo que ocurra como felicidad e infelicidad, nunca
se limita al lenguaje sino que es el darse un mundo así misma, es
un acto continuo de la consciencia silenciosa que busca expre
sarse y por eso actúa.
Así puede apreciarse que la felicidad, mediante la racionali
dad, consiste en expresar la forma en que me gustaría ser, según
23. Ídem.
24. Ibíd., p. 4 1 6.
25. Ibíd., p. 4 1 7.
548
la significación que he adquirido de las posibilidades que ofrece
el mundo; sin embargo, tanto la felicidad como la infelicidad
ocurren porque puedo experimentar las adquisiciones del mun
do. A partir de la relación entre lenguaje y pensamiento pode
mos decir que la felicidad entonces, puede ser una proyección
en donde tomamos en cuenta como los objetos de alrededor nos
rodean, pero al mismo tiempo, no la experimentamos porque la
realizamos a un nivel de conocimiento. Pensar la felicidad no es
lo mismo que experimentar la felicidad. 2 6
Ahora bien, la felicidad como un esfuerzo de expresión, co
rresponde al movimiento del cogito tácito de hacerse mundo,
mientras que la infelicidad está determinada por su limitación
en el lenguaje y en el pensamiento de buscar explicarse sin po
derse detener para coincidir consigo misma, es decir, por su mis
ma condición de no-ser. De tal modo, la felicidad y la infelicidad
son parte de un mismo experimentar el mundo. Dicho en otras
palabras, el sujeto por estar en situación se realiza, a pesar de
que no piense en lo que se realice, aunque lo que se realice no
sea lo que él ha proyectado, por lo que el sujeto del mundo obtie
ne tanto la condición necesaria para experimentar, así como la
liberación de no sólo experimentar lo que él mismo ha proyecta
do. Al yo le pertenece el movimiento, al mundo las coordenadas
para el movimiento. El yo es autopoiético porque depende de un
sí mismo que configura al mundo, pero que está situado como
un proyecto del mundo.
Desde esta perspectiva, son las acciones las que son califica
das por la racionalidad, como en la búsqueda de la felicidad o
como motivo de infelicidad; sin embargo, la racionalidad, al efec
tuarse en un sujeto no transparente para sí mis1no, no puede
calificar todas las acciones que realiza, por lo que podríamos
aventurarnos a decir que mientras la felicidad proviene en últi
ma instancia de la experiencia de la vida mientras que la infelici
dad proviene de la racionalidad que interpreta lo que ocurre en
el movimiento de la realización del mundo. Luego entonces, la
felicidad está en la construcción del sentido que yo hago de mi
circunstancia, aunque no puedo efectuarla por mí mismo. Para
26. En este punto, sin embargo, habría que preguntarse más adelante y en
otra ocasión, si es posible un tipo de felicidad que sea propia del mero pensa
miento.
549
eso necesito del mundo y, sin embargo, la forma en que reconoz
co que esa felicidad es mía corresponde a que yo soy del mundo
también. Puede decirse que la búsqueda o la conquista de la
felicidad consisten más bien en un reencuentro o reconquista de
lo que, por la percepción, hemos adquirido del mundo. La felici
dad entonces, pertenece a la autopoiesis como el intento de eter
nizar la expresión de un yo que llega a la vida y se despliega
como ser-proyecto-del-mundo.
550
parte de su historia, se va acumulando. 27 A continuación, a par
tir de los análisis que Merleau-Ponty realiza sobre el cogito, se
ofrece una exploración de la felicidad como palabra, concepto o
definición, así como algunos motivos de su diversidad en auto
res y tradiciones.
La palabra felicidad
55 1
ria, sino porque nos da los pasos a seguir y que nos es posible
reconocer gracias a nuestro pensamiento intuitivo que es en lo
que se basa el razonamiento. 31
Merleau-Ponty utiliza el ejemplo del triángulo para demos
trar que, aun cuando pareciera haber sido construido lógicamente
y hecho por el puro entendimiento, es un concepto que depende
de nuestra capacidad de percibir el mundo, en este caso de la
experiencia de arriba y abajo. Si al igual que el triángulo, la feli
cidad es la configuración de un espacio para la acción, de movi
mientos posibles, el concepto no es un conjunto de «caracteres»
objetivos, sino la fórmula de una actitud, cierta modalidad de mi
presa en el mundo, una estructura. Por ejemplo, cuando alguien
expresa que la felicidad es comerse un helado en compañía de un
ser querido, esto no quiere decir que la felicidad sea esas cosas,
sino una actitud, una estructura que me propongo para la reali
zación de una acción. La proposición que se haga de la felicidad
por tanto, está arraigada en el mundo, no viene de otro lado,
además de que implica el presupuesto de poder realizarse que es
otorgado por el haber podido realizarlo antes.32
De acuerdo con Merleau-Ponty, la descripción de algo for
malmente, nunca es más que a lo que se refiere. Es por eso que
la conceptualización de la felicidad nunca será más que la expe
riencia de la felicidad debido a que su formalización siempre es
retrospectiva, incluso cuando se piensa en la felicidad a futuro,
pues la conformó según lo que he vivido, y el conocimiento de lo
vivido no puede ser completo sino sólo en apariencia. De tal modo,
que la configuración de una definición como la de felicidad es
un acto de la imaginación productora33 que expresa el poder que
tengo de hacer aparecer mi experiencia en el mundo a partir de
cierta presa en las cosas que es mi percepción. 34 La percepción
nos revela nuestra capacidad de captar las relaciones de los oh-
3 1 . Ibíd., p. 397.
32. Ibíd., p. 395.
33. La exposición del tema de la imaginación en Merleau-Ponty rebasa
los alcances de esta ponencia, sin embargo, para los interesados en el tema
pueden revisar tanto la reseña que Merleau-Ponty escribió con relación al
libro La imaginación de Sartre, así como el acercamiento que realiza Ri
chard Kearney en su libro Poetics of imagininig. Modem to Post-modem,
Nueva York, Fordham University Press, 1 998.
34. Ibíd., p. 396.
552
jetos y penetrar su verdad, es una apertura continua al horizonte
de las cosas. De tal modo que hay una intencionalidad original
por la que la percepción nos pone en contacto. Ser�en-el-mundo,
implica que el mundo no sea un sistema de objetos de los cuales
hacemos una síntesis, sino cómo un conjunto de cosas hacia las
cuales nos proyectamos. 35
Como ya se había aludido anteriormente, la felicidad a par
tir de la racionalidad es una proposición, sin embargo, puede
implicar pensar que se llega a la idea de algo. Es decir, que por
medio de una construcción se hacen aparecer las propiedades
de algo. Si luego hago una síntesis que preserve el carácter de
necesidad frente a una nueva propiedad, no es porque el con
cepto, la construcción realizada, contenga todas las propieda
des; sino porque mediante el cuerpo podemos colocamos para
efectuar esa visión global del espacio. Por ejemplo si yo realizo
una construcción de la felicidad, si decimos que la felicidad es la
capacidad de proyectar un deseo de algo , entonces, a partir de ese
concepto trato de analizar distintos casos de felicidad. Así, pare
ciera que mi construcción conceptual subyace a todas las pro
piedades que de la felicidad puedan hacerse. Pareciera que he
llegado a descubrir lo que es la felicidad, pero en cambio lo que
hago es poder ver la experiencia o los casos presentados, me
diante un movimiento que me permita verlos como tales.
En la construcción de un concepto, lo que se ofrece no es
una idea subyacente a todos los casos, sino la posibilidad de adap
tar cierta mirada, a partir de la colocación en ese espacio ofreci
do. Al hacer un concepto de la felicidad, al ir acumulándole atri
butos, el creerlos como ciertos, lo es porque tengo experiencia
de ella como una felicidad real, hacer algo concepto implica ha
cer algo una cosa física, y entonces, ese constructo manifiesta
todo cuanto ha podido o podrá manifestar.36 Por lo anterior se
puede apreciar que cualquier concepto parte de una experiencia
del mundo, en el que se hace un constructo que parece amoldar
se, pero más que amoldarse directamente, me amolda para ver
de esa manera. En el caso de la felicidad a diferencia de la geo
metría, no produce un objeto tan claro como el de triángulo, por
eso, como señala Merleau-Ponty ciertas ciencias parecen más
35. Ídem.
36. Ibíd., p. 397.
553
acabadas que otras disciplinas. No obstante, tanto en el concep
to de triángulo como en el de la felicidad, en ambos se parte de la
certeza de la percepción. Un concepto ofrece el poder de ver de
cierta manera. La filosofía en consecuencia ofrece una forma de
mirar, cierta direccionalidad, un aquí para un allá. La felicidad
es entonces una proyección de un aquí para cierto allá. La felici
dad es preguntar por el sentido, la diferencia está, en que hay un
salto y en lugar de preguntar en ocasiones por el sentido de un
acto, se pregunta por el sentido de la totalidad de los actos. 37
Podemos incluso aventuramos a decir que es precisamente por
que la felicidad tiene el carácter de proyección lo que la hace
distinguirse del placer y alegría, que sí se pueden experimentar.
La diferencia entre estos últimos radicaría en que el placer surge
del contacto con un objeto, de habitarlo, mientras que la alegría
supone una satisfacción después del contacto. La felicidad es
distinta del placer porque no se agota con el tiempo debido a
que no se experimenta, sino sólo se proyecta. La felicidad que
proyectamos no alcanzamos nunca a experimentarla más que como
una construcción racional que nos ofrece una forma considera
da mejor entre otras para alcanzar el placer y sentir alegría. Pla
cer, alegría y felicidad podrían muy bien estar no sólo articula
dos, sino a modos distintos de habitar en la temporalidad, asun
to que deberá permanecer abierto para continuarse en otras
investigaciones.
554
pero va más allá, la frase es la que da sentido por haber sido
empleada en diferentes contextos. El vocablo va conformando
su sentido, y no es posible fijarlo de manera absoluta.38 Esto ex
plica por qué la felicidad ha significado distintas cosas en distin
tos momentos, va cargándose de sentidos. En la relación, pues,
con los autores y las tradiciones que han hablado de la felicidad,
no hay una pureza de contenidos, sino que hay un esfuerzo ex
presivo con el cual se debe de conectar.39 Esto abre la posibilidad
de recorrer en distintas tradiciones el estudio de la felicidad, sa
biendo que así como se refieren a cuestiones distintas y contex
tos distintos, eudaimonía, beatitud, felicitas, felicidad, que no
pueden ser igualados, mantienen una tensión interna que le ha
dado cierta historia al término y las dimensiones en que ha sido
comprendido. No pueden ser igualados, porque el mundo en el
que cada uno de los términos tuvo sentido ya no existe como tal,
pero hay una parte que ha continuado, una intencionalidad en
la que cada término se ha utilizado. Por lo anterior, puede reali
zarse una lectura de las tradiciones de la felicidad, ya no como
un saber enciclopédico que acumula distintas versiones de la
felicidad, presuponiendo que en su conocimiento teórico está
guardado un secreto, sino que desde una visión actual a partir
de lo que nos ha llegado de dicha palabra, podemos profundizar
en la comprensión que tenemos de ella. La lectura de distintas
tradiciones de la felicidad puede ofrecemos una puerta para com
prender mejor el mundo en que se vive, no porque una realidad
del pasado pueda ser traída al presente o porque tomada como
modelo se busque su realización en el futuro cercano, sino por
que permite un contraste a partir del cual es posible captar la
singularidad que en nuestro tiempo o en cada caso es atribuida
a la felicidad. La felicidad abordada en los discursos no es sólo
una serie de palabras a partir de las cuales pueda establecerse una
unidad de la cual pueda hacerse una síntesis que permanezca
invariable en el tiempo, sino que cada palabra puede adquirir un
matiz diferente en cada época. Por otra parte, así como la per
cepción implica un acercamiento constante al mundo que no
puede ser capturado de un asola vez en su totalidad, los discur
sos de la felicidad no son un lienzo en el que es reproducido un
555
mundo estable sino que son pequeños gestos o indicaciones a
partir de los cuales es posible establecer un contacto con esos
mundos e incorporarlos aunque fragmentariamente como parte
de nuestra experiencia.
Sin embargo, algo interesante que parece propicio de comen
tar es que, para Merleau-Ponty, así como la concepción de la filo
sofía se concentra en ofrecer una forma de mirar, ésta no está
contenida solamente en aquellos discursos reconocidos propia
mente o por la tradición como filosóficos, sino también en otros
medios de expresión. E incluso señala Merleau-Ponty que para
quien expresa lo importante es que el acto de expresión le permita
superar lo que antes pensaba y encuentre en sus palabras más de
lo que pensó poner en ellas. En el caso de la felicidad, cuando una
persona expresa lo que es felicidad para ella, supera lo que él mis
mo pensaba que era. La expresión en cierta medida es un auto
descubrimiento, la superación de uno mismo.40
Para finalizar, relacionado el concepto de adquisición con el
de tradición, Merleau-Ponty señala que hay un pensamiento que
se regocija de sus adquisiciones y otro que busca expresarse. Sin
embargo, expresar no es inventar otro sistema de signos vincula
dos a pensamientos seguros; sino que es mediante el uso de voca
blos ya utilizados, asegurar que la intención nueva recoja la he
rencia del pasado. Expresar es asumir un presente desde lo dado.
Frente a lo nuevo hacer vivir lo pasado.41 En el caso de la felicidad
no se trata de inventar a cada momento lo qué es la felicidad, sino
en lo que se presenta, ver cómo se asume el pasado de lo que era
pensado como felicidad. Entonces, lo que proyectemos como feli
cidad no está desligado de lo que hemos adquirido, lo vivido no
desaparece, está en nosotros. Lo que en el pasado decíamos que
era felicidad para nosotros se relaciona con lo que en el presente
decimos que es felicidad. Traemos nuestro pasado detrás. Lo que
digamos de la felicidad como discurso, no puede hacer un inicio
radicalmente nuevo de lo que se ha dicho antes. No hay discurso
de la nada. No hay tabula rasa. Todo se decanta en nosotros. La
pregunta que se plantea en tomo a la felicidad, tiene que ver con
las preguntas que se han planteado antes, y con sus respuestas.
Estamos acostados sobre el pasado aunque no lo veamos, es de-
556
cir, sobre un pasado que no se reduce a lo que recordamos.42 En
pocas palabras, las ideas o la razón, tiene en sus presupuestos
experiencias, son deudoras de la percepción y de una «historia
sedimentada» , que afecta lo que pienso en su origen y dirección,
es decir, en su génesis y sentido. 43
557
textos y ninguno sean filosóficos. Quedaría como una tarea fu
tura el pensar las diferencias entre la fenomenología y el prag
matismo, y si el concepto de institución manejado por Rorty no
puede corresponder a una extensión del concepto de adquisi
ción y sedimentación al que se refiere Merleau-Ponty.
Respecto a Kant, la mayor diferencia radica en la forma de
concebir al yo, pues como se ha visto para Merleau-Ponty no se
trata de un yo trascendental transparente a sí mismo que consti
tuye al mundo, sino más bien de un yo en situación que presupo
ne un cogito tácito y que se encuentra entretejido con el mundo.
En el mismo sentido, mientras que en Kant el disfrute de la feli
cidad está garantizado por el hacerse digno de ella ante un ser
divino, en Merleau-Ponty el disfrute de la felicidad sólo está ga
rantizado por la capacidad de que el yo es una sola experiencia y
puede experimentar el mundo. Sin embargo, un posible punto
de coincidencia entre Merleau-Ponty y Kant, a reserva de ser
más elaborado en otra ocasión, puede ser el comprender la rea
lización de la felicidad de un modo indirecto. En Kant proven
dría del respeto al deber que presupone que si todos cumplen
con la norma que ellos mismo se han impuesto, todos se benefi
ciarían por ello y llegarían incluso a ciertos puntos de acuerdo
por medio de su razón. En Merleau-Ponty, la felicidad ocurre de
modo indirecto, porque el yo sólo puede proyectarla, no reali
zarla, pues eso depende de que ocurra en el mundo. En ambos la
capacidad de proyectar la felicidad coincide con la racionalidad
que busca encontrar coincidencias en el mundo y que interpreta
los fenómenos como si fueran producto de la causalidad.
En el caso de san Agustín, de acuerdo con su pregunta por
cuál es la felicidad verdadera, desde Merleau-Ponty se diría que
toda felicidad es verdadera en tanto la experimentó con sinceri
dad, pero también puede convertirse en una falsa felicidad de la
cual me instruya el paso del tiempo, aunque no deja de ser ver
dad en tanto que un día fue considerada como felicidad por mí.
Como se puede apreciar Merleau-Ponty problematiza el concep
to de verdad insertándole un dinamismo con relación al tiempo
y la percepción del sujeto, mientras que para san Agustín el ca
rácter de verdad está otorgado por considerarse como una reve
lación. Al respecto, para Merleau-Ponty la única revelación que
ocurre es la del mundo, no la de una voluntad divina, así como
también toda fe está basada en la fe primordial de que estamos
558
en el mundo, incluso la proyección de una Ciudad de Dios. Algu
nos puntos de coincidencia que se podrian intentar presentar es
la relación de la felicidad con otras virtudes que no provienen
exclusivamente del conocimiento.
En el caso de la visión de Aristóteles, frente a la del pensa
miento de Merleau-Ponty, puede decirse que no todos los actos
se desarrollan para obtener la felicidad, sino que todo lo que
realiza el yo corresponde a la unidad expresiva de ese yo tácito
que busca explicarse y contenerse en el mundo. Por otro lado, la
felicidad no se realiza mediante un ejercicio intelectual, pues el
intelecto, la racionalidad, sólo proyectan la felicidad. Sin embar
go, puede explorarse una coincidencia con Merleau-Ponty, si la
vida contemplativa y las virtudes a la que se refiere Aristóteles,
se entienden no como un ejercicio intelectual sino, respectiva
mente, como la comprensión de la condición autopoiética del
hombre, y como adquisiciones para experimentar la felicidad en
el mundo.
Conclusiones
559
ocurre en el ser-cultural de la felicidad, las tradiciones y autores
que hablan de la felicidad nunca podrán acabar de decir todo
acerca de ella, precisamente porque aun cuando el mundo es el
mismo para todos, cada quien lo experimenta como un mundo
distinto. Por eso la felicidad no se agota en una definición. Si
cada persona da una definición de felicidad, nunca acabará de
decir todo lo que se diga de la felicidad. La felicidad como fenó
meno ocurre en el lenguaje de un ser-en-el-mundo dinámico. No
hay una felicidad definida de antemano, sino la que se vaya crean
do, por tanto, las definiciones que se realicen de lo que es la
felicidad junto con las tradiciones que en el pasado han hablan
do de ella, a lo que pueden aspirar es a dar direcciones y modos
de cómo vivirla, aunque no ofrezcan ninguna garantía.
De tal forma que a mi parecer en la Fenomenología de la per
cepción de Merleau-Ponty se haya latente, al plantear la pregun
ta de cómo hay felicidad en el mundo, una felicidad que se en
cuentra en la base de toda experiencia por la posibilidad de per
tenecer y participar en la creación del mundo. Por otra parte
esta felicidad a diferencia de las otras referidas por los autores
se distingue porque: no tiene como principal propósito encon
trar su definición ya que siempre sería incompleta, subjetiva y
bajo cierta perspectiva; no pretende determinar si es verdadera
o no, pues todo lo que ocurre tiene su momento de verdad aun
cuando después con el tiempo no sea verdadero; no busca esta
blecer su normatividad o hacerse digno de ella pues ya se está
inmerso en ella; así como no privilegia sólo al lenguaje en su
creación o busca adscribirla sólo a un contexto privado con rela
ción a ciertas instituciones. En cambio, a mi parecer, en la Feno
menología de la percepción, y en otros de sus trabajos, Merleau
Ponty nos presenta una descripción, una pauta para compren
der, tal vez una apología, de aquello que Giorgio Agamben resalta
de Aristóteles con el nombre de euemería de la simple vida o
bella jornada. 45
45. Giorgio Agamben, Hamo sacer. El poder soberano y la nuda vida, Valen
cia, Pre-textos, 2006, pp. 10, 2 1 .
560
AUTORES
56 1
discursiva, el internalismo y la intencionalidad como antónimos del
externalismo y el holismo al indagar la acción, y los determinantes so
ciales y culturales del pensamiento. Trabaja actualmente en problemas
filosóficos planteados por la historiografía y las ciencias sociales, con
especial hincapié en las ventajas que reporta soslayar la agencia, la quere
lla sobre la epigénesis del sentido, y el antagonismo entre contextualis
mos y heterologías. Es autor de Merleau-Ponty. Una aproximación a su
pensamiento, Barcelona, Anthropos, 2005. Algunas publicaciones re
cientes: La filosofía y su historia (2000); De Husserl a Heidegger (200 1 );
Merleau-Ponty (2005); «El proyecto filosófico de una "ciencia de la pre
ciencia" » , Convivium 18 (2005); «De los "límites de la fenomenología"
a la "embriología del ser" » , IF 4 (2005); «lnstitution at the Crossroads» ,
e n Thinking Without Dualisms Today (2009); «Un caso sorprendente de
mutación conceptual» , en Explicar y comprender.
ALEJANDRA BERTUCCI. Profesora en filosofía y licenciada en estética. Ejerce
de docente en la Universidad Nacional de La Plata en las carreras de
filosofía y periodismo y comunicación social. Ha formado parte de va
rios equipos de investigación en temas relacionados con la fenomenolo
gía, la hermenéutica y la estética. Actualmente participa del proyecto «El
problema de la corporalidad y su importancia en los debates filosóficos
contemporáneos» en el marco del programa de la ANPCYT. Sus trabajos
publicados sobre Merleau-Ponty giran en torno a la dimensión sensible
de la estética: «Merleau-Ponty y la rehabilitación de lo sensible», «La
dimensión sensible del arte: Merleau-Ponty y Danto» , entre otros.
JAVIER ALEJANDRO CAMARGO CASTILLO. Candidato a doctor en Estudios
Humanísticos por el ITESM-CCM; miembro de la Cátedra UNESCO
Ética y Derechos Humanos; asistente editorial de la revista En-Claves
del Pensamiento. Ha trabajado recientemente el tema de la felicidad en
las siguientes publicaciones: «La condición humana como horizonte
para pensar una visión no excluyente de la felicidad» , en Dignidad y
exclusión. Desafíos teórico-prácticos para los derechos humanos, Porrúa,
20 1 O; «Happiness: A Private Refuge or the Construction of a Common
house?» , en The public life of ethics, Inter-disciplinary Press, 20 1 0.
MAURO CARBONE. Profesor de Estética en la Facultad de Filosofía de
l'Université Jean-Moulin Lyon 3, Francia. Durante muchos años ha
enseñado Estética contemporánea en la Universidad de Milán. Doctor
en filosofía por la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica. Dos de sus
libros fueron publicados en inglés: The Thinking of the Sensible: Mer
leau-Ponty's A-Philosophy (Evanston, IL: Northwestern University Press,
2004), y An Unprecedented Deformation. Proust and Sensible Ideas (Al
bany, NY: SUNY Press, 20 1 0). Ha sido profesor visitante en varias uni
versidades, incluidas The New School ofSocial University, Nueva York,
562
y la Universidad China de Hong Kong. El tema principal de sus investi
gaciones actuales es la relación entre estética, artes visuales y literatura
en el siglo XX y hasta hoy día. Sobre este tópico, su próximo libro en
francés será publicado esta primavera bajo el título: Merleau-Ponty, la
chair des images. Entre peinture et cinéma por la editorial Vrin.
PIERRE CASSOU-NOGUES. Es investigador permanente del CNRS (UMR
72 1 9, SPHERE). Ha trabajado ampliamente sobre la tradición france
sa de la epistemología y su rechazo a la filosofía de la conciencia. Desde
esta perspectiva se interesó en Merleau-Ponty. Ha editado en colabora
ción con P. Gillot el volumen Le concept, le sujet et la science. Cavailles,
Canguilhem, Foucault (Vrin, 2009). Sus publicaciones también inclu
yen: De l'expérience mathématique. Essai sur la philosophie des sciences
de Cavailles (Vrin, 200 1 ); Les démons de Godel (Seuil, 2007), y más re
cientemente Le bord de l'expérience, essai de cosmology (PUF, 20 1 0), so
bre Merleau-Ponty y Whitehead.
EMMANUEL DE SAINT AUBERT. Antiguo alumno de la Escuela Normal
Superior, profesor de filosofía y matemáticas, es investigador en los
Archivos Husserl de París (Centro Nacional de la Investigación Cientí
fica, Escuela Normal Superior). Sus investigaciones tratan particular
mente sobre la obra de Merleau-Ponty, releído a la luz de un conoci
miento de conjunto de sus numerosos inéditos. Ha publicado: Du lien
des etres aux éléments de l'etre. Merleau-Ponty au tomant des années 1 945-
1 951 (Vrin, 2004); Le scénario cartésien. Recherches sur la formation et
la cohérence de l'intention philosophique de Merleau-Ponty (Vrin, 2005);
Vers une ontologie indirecte. Sources et enjeux critiques de l'appel a
l'ontologie chez Merleau-Ponty (Vrin, 2006).
LESTER EMBREE. Fenomenólogo, es William F. Dietrich Eminent Scho
lar en Filosofía de la Florida Atlantic University, EE. UU. Fue alumno
de Aron Gurwitsch y Dorion Caims en el The New School for Social
Research . Entre sus ensayos dedicados a Merleau-Ponty destacan «Mer
leau Ponty's Examination of Gestalt Psychology» ( 1 980), «Gurwitsch's
Critique of Merleau Ponty» ( 1 98 1 ), « The Impression of Causality: Mer
leau-Ponty on Michotte» (2007). Coeditor de Merleau-Ponty's Reading
of Husserl (Dordrecht, 2002). Otras de sus publicaciones: Análisis re
flexivo (Morelia, 2003), Fenomenología continuada (Morelia, 2007),
Ambiente, tecnología y justificación (Bucarest, 20 1 0).
JESÚS EMMANUEL FERREIRA GONZÁLEZ. Licenciado en filosofía con la te
sis «La búsqueda de una filosofía auténtica y de la autenticidad cultural
en Luis Villoro», maestro en filosofía de la cultura con la tesis «La místi
ca en Villoro», actualmente cursa el doctorado en Filosofía con la tesis
«Valoración crítica de la alteridad en Luis Villoro a partir de la fenome
nología de Merleau-Ponty» . Artículos publicados: «Luis Villoro: La pre-
563
gunta por el sentido de la historia» , Ziranda Uandani, 43, 2007; «La mís
tica en Villoro» , Devenires, de la Facultad de filosofía de la UMSNH, X,
20, 2009; «El concepto de liberación en el pensamiento filosófico de Luis
Villoro ante el marco del bicentenario de la independencia y el centena
rio de la revolución de México» , Eikasia, V, 33, 20 1 0.
ANTONINO FIRENZE. Profesor e investigador en la Universitat Pompeu
Fabra de Barcelona, donde enseña historia de la filosofía moderna y
contemporanea. Ha publicado varios artículos sobre Merleau-Ponty,
especialmente en la revista internacional de estudios merleaupontia
nos Chiasmi lnternational («La filosofia dell'animalita in Heidegger e
Merleau-Ponty» , n.º 1 2, 20 1 0; «I segni di una nuova concezione
dell'essere. Merleau-Ponty lettore di Heidegger» , n.º 9, 2007; «11 corpo e
l'ontologia interrogativa. Riflessioni sull'impensato merleau-pontiano» ,
n.º 6, 2005), y está preparando para l a editorial Mimesis de Milán la
publicación del libro Jl carpo e l'impensato. Saggio su Merleau-Ponty.
CARLOS AxEL FLORES VALDOVINOS. Estudia en la Universidad Nacio
nal Autónoma de México, en la Facultad de Estudios Superiores de
Acatlán. Ha expuesto ensayos sobre multiculturalismo, intercultura
lidad y mestizaje en diferentes coloquios y congresos de índole regio
nal, nacional e internacional.
ESTEBAN ANDRÉS GARCÍA. Doctor y licenciado en Filosofía por la Uni
versidad de Buenos Aires; profesor de esta misma institución e investi
gador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas.
Ha cursado estudios de posgrado en la University of London con una
beca del British Council. Sus áreas de interés son la corporalidad y el
pensamiento de Maurice Merleau-Ponty. Es autor de numerosos artícu
los en revistas y libros colectivos y Miembro Ordinario del Círculo La
tinoamericano de Fenomenología.
RUBÍ DE MARÍA GóMEZ CAMPOS. Maestra en Filosofía de la Cultura por la
UMSNH y máster en «Género y Derecho» por la Universidad Autónoma
de Barcelona. Actualmente realiza su doctorado en Filosofía con una
investigación sobre la filosofía de Simone Weil. Es profesora de la Facul
tad de Filosofía de la UMNSH, donde fundó y ha dirigido el CIEM (Cen
tro de Investigación y Estudios de la Mujer). Ha sido también funciona
ria del Gobierno del estado de Michoacán, como directora-fundadora
del Instituto Michoacano de la Mujer y ahora como directora del CIDEM
(Centro de Investigación para el Desarrollo del Estado de Michoacán).
Ha publicado: El sentido de sí. Un ensayo sobre el feminismo y la filosofía
de la cultura en México, México, Siglo XXI, 2004; y como editora: Filoso
fía, cultura y diferencia sexual, México, Plaza y Valdés, 200 1 ; así como
numerosos artículos científicos y de divulgación. Fue premio internacio
nal de ensayo de la revista Nueva sociedad de Caracas en 1 994.
564
EDUARDO GONZÁLEZ DI PIERRO. Doctor en Filosofía por la Pontificia
Universidad Lateranense de Roma, con la tesis «La antropología feno
menológica de Edith Stein como fundamento para una filosofía de la
historia» , summa cum laude. Profesor-investigador en la Facultad de
Filosofía «Samuel Ramos» de la UMSNH, de la que actualmente es su
director; es autor de varios artículos publicados en revistas especializa
das nacionales e internacionales, así como de capítulos en libros y de
los libros: De la persona a la historia. Antropología fenomenológica y
filosofía de la historia en Edith Stein, México, Dríada-UMSNH, 2005;
José Caos: historicismo y cultura en México, Jitanjáfora, Morelia, 2006.
Está en preparación el volumen colectivo Rostros del tiempo y de la
historia coordinado por él, cuya publicación se prevé para julio de 20 1 1 .
Ha sido profesor visitante en la Universidad de Kentucky en Lexington,
en las de Nápoles y Calabria, Italia; y en la Universidad Católica de
Santa Fe, Argentina; ha realizado estudios de investigación en las uni
versidades de Friburgo, y de investigación postdoctoral en la Católica
de Lovaina (Archivos Husserl), y en los Archivos Patocka en Praga.
MARIANA LARISON. Doctora en filosofía por la Université Sorbonne-Pa
ris 1 . Discípula de los fenomenólogos Roberto Walton y Renaud Barba
ras, quienes dirigieron, respectivamente, sus tesis de licenciatura y doc
torado en Filosofía (la primera versando sobre «La obra de Merleau
Ponty: un análisis a través del tiempo» y la segunda sobre «La derniere
oeuvre de Merleau-Ponty: entre phénomenologie des formes et ontolo
gie dialectique» ). Se desempeña actualmente como investigadora pos
doctoral en la Universidade de Sao Paulo, donde desarrolla un proyec
to de investigación en torno de la noción de institución en la filosofía
merleaupontiana, bajo la orientación de la doctora Marilena de Souza
Chaui. Sus trabajos fueron publicados en libros y diversas revistas in
ternacionales.
M.ª CARMEN LóPEZ SÁENZ. Profesora de filosofía contemporánea en la
UNED (Madrid, España). Editora del Elogi de la filosofia i altres assaigs
(Ed. Laia, 1 988), La concepción de la dialéctica en M. Merleau-Ponty
(UAB, 1 990), Investigaciones fenomenológicas sobre el origen del mundo
social (PUZ, 1 994), El arte como racionalidad liberadora. Consideracio
nes desde Marcuse, Merleau-Ponty y Gadamer (UNED, 2000), «La Parole
as Gesture of the Originating Differentiation», en B. Penas, M.ªC. Ló
pez (eds.), Interculturalism. Between Identity and Diversity (Peter Lang,
2006), «Universalidad existencial (M. Merleau-Ponty) frente a relativis
mo cultural (C. Lévi-Strauss) », en M.ªC. López, J. Díaz, En el laberinto
de la diversidad. Racionalidad y relativismo (Biblioteca Nueva, 20 1 1 ).
JOSÉ MARÍA MUÑOZ TERRÓN. Profesor en la Universidad de Almería
(España), se doctoró con una tesis sobre el concepto de esfera pública
565
en Jürgen Habermas, analizado críticamente desde la fenomenología
merleaupontiana de la corporalidad (Granada, 2003) . Además de en la
UMSNH, Morelia (México), ha realizado estancias en la Ruhr Universi
Hit, (Bochum, Alemania), en la EHESS (París) y en el Instituto de Filo
sofía del CSIC (Madrid), en relación con sus intereses de investigación,
que, además de la obra merleaupontiana, abarcan filosofía social y de
la cultura, ética y pensamiento feminista. En torno a ellos ha publicado
trabajos y traducciones en revistas como Daímon o Thémata y en obras
colectivas como Feminismos periféricos (2006 ) .
NOÉMIE PARANT. E s actualmente doctoranda e n filosofía e n l a Univer
sidad de Ruán, bajo la dirección de Natalie Depraz.
ALICIA POCHELÚ. Profesora de Pensamiento y Lenguaje en la Universi
dad Nacional de San Martín, profesora y coordinadora de la carrera de
Filosofía del Instituto Superior Padre Elizalde. Publicaciones: « El ori
gen de la experiencia humana» , Pensamiento, Revista de Investigación e
Información Filosófica, Universidad Pontificia Comillas, Madrid, 1 995;
«El enigma del cuerpo» , en Pensamiento, poesía y celebración. Homena
je a Héctor Delfor Mandrioni, Buenos Aires, Biblos, 200 1 ; «El encuentro
entre la filosofía y las ciencias del hombre: la propuesta merleaupontia
na», en Actas del XI Congreso Nacional de Filosofía, Universidad Nacio
nal de Salta, 200 1 ; «El lenguaje en Merleau-Ponty: un nuevo estatuto
de la visibilidad» , Lagos, Revista de Filosofía, Universidad La Salle,
México, 2002; «Una aproximación a la vida del lenguaje», II Simposio
Maurice Merleau-Ponty: «Vida y cuerpo. Perspectivas científicas, sim
bólicas y políticas» , Buenos Aires, 2009.
GRACIELA RALóN DE WALTON. Doctora en Filosofía por la Universidad
de Buenos Aires. Profesora adjunta de filosofía de la cultura y semina
rios en la Universidad Nacional de San Martín. Directora de proyectos
de investigación. Ha publicado numerosos artículos en revistas nacio
nales e internacionales entre los que se destacan: «Simbolic Matrices
and the Institution of Meaning» , « El suelo de la naturaleza como lugar
de arraigo de la cultura» , «El enigma de lo sensible. Cuerpos que sien
ten y desean» , «Mundo y fe perceptiva» , y «La lógica práctica y la no
ción de hábito» .
MARIO TEODORO RAMÍREZ. Doctor e n Filosofía por l a UNAM. Profesor
de Filosofía en la UMSNH desde 1 978. Actualmente es director del Ins
tituto de Investigaciones Filosóficas de la UMSNH. Miembro del con
sejo editorial de Chiasmi International. Algunos de sus libros son: El
quiasmo. Ensayo sobre la filosofía de Merleau-Ponty, 1 994; Cuerpo y arte.
Para una estética merleaupontiana, 1 996; De la razón a la praxis. Vías
hermenéuticas, 2003; Filosofía culturalista, 2005; Escorzos y horizontes.
Merleau-Ponty en su centenario (1 908-2008), 2008; La razón del otro.
566
Estudios sobre el pensamiento de Luis Villoro , 20 10. Como coordinador
y co-autor: Filosofía de la cultura en México, 1 997; Variaciones sobre
arte, estética y cultura, 2002. Artículos recientes: «Scienza e camalitá» ,
Chiasmi International 8 (2006); «Creativity» , e n Hans Rainer Sepp y
Lester Embree (eds.), Handbook of Phenomenological .Aesthetics. Se
ries: Contributions to Phenomenology , vol. 59, 20 1 0.
NICOLÓ SEGGIARO. Alumno de Ugo Perone, trabaja en el Dipartimento
di Studi Umanistici dell'Universita del Piemonte Orientale (Vercelli). Ha
publicado diversos artículos sobre el pensamiento francés contempo
ráneo, y sobre Merleau-Ponty en particular, y la monografía La chair et
le pli: Merleau-Ponty, Deleuze e la molteplicita dell'Essere (Mimesis, Mi
lán, 2009).
JOSÉ JAIME VIEYRA GARCÍA. Profesor e investigador de la Facultad de
Filosofía de la UMSNH. Ha publicado los artículos «La carne del Ser
(sobre El quiasmo de Mario Teodoro Ramírez) », «Los usos de Heideg
ger: Uranga y la condición humana», además de diversos ensayos sobre
temas de estética, historia de la filosofía y cultura mexicana.
ROBERTO J. WALTON. Doctor en Filosofía por la Universidad de Buenos
Aires. Investigador superior en el Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas (CONICET) de Argentina. Profesor en la Univer
sidad de Buenos Aires y en la Universidad Católica de Santa Fe. Autor
de Mundo, conciencia, temporalidad (Buenos Aires, 1 993) y El fenóme
no y sus configuraciones (Buenos Aires, 1 993), y de artículos sobre te
mas relacionados con la horizontalidad, la mundanidad y la historici
dad. Director del Centro de Estudios Filosóficos Eugenio Pucciarelli en
la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires.
567
MAURICE MERLEAU-PONTY. NOTA BIOGRÁFICA
569
de diversos temas de corte cultural y político. No obstante, en
esta época se encuentran ya en germen las tendencias que lle
varán a Merleau-Ponty a alejarse tanto de la ortodoxia fenome
nológica, particularmente de la tesis de la centralidad de la con
ciencia (el ego cogito ) , así como de las fórmulas típicas del exis
tencialismo sartreano, su concepción absolutista de la libertad
y la acción, apuntando así hacia la definición de una nueva y
original forma de pensamiento filosófico, de carácter más con
creto y vital. Pertenecen a esta etapa dos grandes obras: La es
tructura del comportamiento ( 1 942) y Fenomenología de la per
cepción ( 1 945).
2 . La filosofía de la expresión. Una vez establecidas las
bases de su perspectiva filosófica, Merleau-Ponty desarrolla
diversos temas relativos a una filosofía de la experiencia y la
praxis humana en el marco de una reinterpretación de la ex
periencia perceptiva como modelo de toda forma de «expre
sión» , desde donde precisa, a su vez, su original concepción
de la percepción como forma fundamental de acceder al mun
do y significarlo. En esta época el filósofo se ocupa de diver
sos temas: filosofía política, teoría de la historia y la sociedad,
marxismo, filosofía del lenguaje, filosofía del arte (pintura,
literatura, cine), psicología, antropología, historia de la filo
sofía, etc. En todos estos ámbitos aboga por un enfoque que
busca destacar en todo momento el carácter concreto, contin
gente y abierto de las formas de la experiencia y la acción hu
manas, esto es, de sus posibilidades efectivamente creadoras .
Se produce la famosa ruptura con Sartre y el alejamiento en
definitiva del marxismo. A esta etapa pertenecen sus libros de
ensayos : Humanismo y terror ( l 94 7), Sentido y sinsentido
( 1 948); Las aventuras de la dialéctica ( 1 955); Elogio de la filo
sofía y otros ensayos ( 1 960); y Signos ( 1 960).
3. Ontología fenomenológica. Como es sabido, esta tercera
etapa apenas quedó esbozada y sólo se conoce por la publica
ción de los inéditos en los que el filósofo francés estaba traba
jando en el momento de su prematura muerte: El ojo y el espíri
tu ( 1 964) y Lo visible y lo invisible ( 1 964). En estos textos se
puede apreciar la configuración precisa de una nueva y origi
nal concepción filosófica, que extiende al nivel mismo de la
ontología los descubrimientos teóricos de las dos etapas prece
dentes. Es toda una comprensión del Ser y de nuestras relacio-
570
nes con el Ser, planteada desde una explicitación de la preemi
nencia y originalidad del «Ser sensible» , de la « Carne» (la Chair)
-que no es materia ni espíritu, subjetiva ni objetiva, que es
«ser de indistinción» , ser «bruto» o «salvaje» previo a toda de
terminación-, lo que el filósofo francés comenzó a elaborar.
Aunque la influencia de Heidegger es evidente en esta etapa, es
obvia también la diferencia y particularidad de la perspectiva
merleaupontiana, que nunca pierde de vista el suelo estricta y
radicalmente «fenomenológico » de sus elaboraciones. El ca
rácter inacabado y a veces elíptico de los textos mencionados
ha provocado un creativo desarrollo de los estudios sobre Mer
leau-Ponty y ha influido directa o indirectamente algunos de
los desarrollos filosóficos más conspicuos de las últimas déca
das (estructuralismo, posestructuralismo, posmodemismo). En
general, el impacto del pensamiento de Merleau-Ponty se ha
dejado sentir en diversos ámbitos del pensamiento y la cultura
de nuestro tiempo: en la renovación de la filosofía de lo políti
co, en la novedosa filosofía feminista y los estudios de género,
en el estudio de las formas vivas de la expresión, en las artes y
la reflexión estética, en la re-aparición de la filosofía de la natu
raleza, en la ciencias humanas, particularmente en la antropo
logía, la lingüística, la sociología y los estudios literarios, e in
cluso en las llamadas neurociencias, y en el pensamiento cien
tífico en general.
Pertenecientes a las distintas etapas que hemos referido, va
rios de los textos inéditos -notas, notas de cursos;, entrevistas,
etc.- del pensador francés se han ido publicando en los últimos
años, que han permitido profundizar en los detalles y el movi
miento de su rica indagación filosófica. De estos inéditos, los
más destacados son: Merleau-Ponty a la Sorbonne. Resume de
cours. 1 949-1 952, París, Cynara, 1 988; La nature. Notes. Cours
du College de France, establecido y anotado por Dominique Sé
glard, París, Seuil, 1 995; Notes de cours. 1 959-1961 , establecido
por Stéphanie Ménasé, prefacio de Claude Lefort, París, Galli
mard, 1 996; Parcours. 1 935-1951 , Verdier, París, 1 997; Notes de
cours sur L'origine de la géométrie de Husser. Suivi de Recherches
sur la phénoménologie de Merleau-Ponty, bajo la dirección de R.
Barbaras, París, PUF, 1 998; Parcours deux. 1 951-1 961 , Verdier,
París, 2000; L'institution dans l'histoire personelle et publique. Le
problem de la passivité. Le sommeil, l'inconscient, la mémoire. Notes
571
de Cours au College de France (1 954-1 955), prefacio de Claude
Lefort, París, Belin, 2003.
Desde el año 1 999 se edita la revista Chiasmi International,
publicación trilingüe (italiano, francés, inglés) alrededor del pen
samiento de Merleau-Ponty.
572
ÍNDICE
I
MERLEAU-PONTY EN MÉXICO
II
FILOSOFÍA Y FENOMENOLOGÍA
573
III
MERLEAU-PONTY, FILÓSOFO DE LA CULTURA
IV
SUBJETIVIDAD, ARTE, NATURALEZA
Autores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56 1
574
Merleau-Ponty viviente reúne textos de especialistas en la obra
del filósofo francés provenientes de México, Argentina, Estados
Unidos, España, Italia y Francia. Los ensayos muestran en su
conjunto la indudable actualidad y la riqueza del pensamiento,
los enfoques, los temas y las propuestas de una de las figuras
señeras de la filosofía del siglo XX. Además de la originalidad y
pertinencia de sus tesis e ideas -la primacía de la percepción
y la vida corporal, la concreción de la existencia histórico
social, la creatividad de la praxis humana-, Merleau-Ponty
(1908-1961) se ubica en el punto de cruce de las más importantes
corrientes del pensamiento de su época (que es todavía
la nuestra): fenomenología, vitalismo, existencial�mo, marxismo,
estructuralismo, con las que mantuvo un diálogo vivo y creativo.
El pensador francés llevó también su interés filosófico a los
más diversos ámbitos del pensamiento y la vida socio-cultural:
la ciencia en general, particularmente las ciencias social
humanas: la psicología Gestalt, el psicoanálisis, la lingüística,
la antropología, la historia, etc.; las artes, especialmente la
pintura, la literatura y el cine; la vida política, en los momentos
cruciales de la segunda guerra mundial y la confrontación
Este-Oeste, capitalismo-comunismo. Resulta comprensible
que la obra de Maurice Merleau-Ponty se encuentre hoy más
viva que nunca, aportando claves e instrumentos teóricos
imprescindibles para el desarrollo del pensamiento y para
el análisis de temas y problemáticas de nuestro tiempo. Todo
esto queda reflejado claramente en la variedad de enfoques
y en los asuntos tratados en este libro, que constituye, sin duda,
una invitación al ejercicio plural, concreto y vivo del pensamiento,
el mejor homenaje que puede rendirse hoy a la inquietud
filosófica y al esfuerzo intelectual del pensador francé� s i.J:!!l=!�
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