Lucio Gutiérrez Borbúa
Lucio Gutiérrez Borbúa
Lucio Gutiérrez Borbúa
Lucio Gutiérrez
Borbúa
Presentación
La relación de presidentes latinoamericanos aupados al poder gracias a las promesas de
regeneración política y justicia social, y luego defenestrados por la presión de una calle
decepcionada, tiene en el ecuatoriano Lucio Gutiérrez, personaje de efímero carisma, un verdadero
paradigma. Coronel del Ejército que en 2000 lideró el fracasado levantamiento indígeno-militar contra
el Gobierno liberal de Jamil Mahuad y a partir de ahí protagonista de una carrera política fulgurante,
Gutiérrez ganó de manera inadvertida las elecciones de 2002 y en enero de 2003 inició un mandato de
cuatro años que apenas iniciada la segunda mitad quedó truncado. Sus mensajes, vagamente
envueltos de nacionalismo e izquierdismo moderado, se diluyeron casi inmediatamente en un mar de
acusaciones de traicionar a sus votantes y a las clases desfavorecidas por aliarse con sectores
conservadores, preservar el modelo económico liberal, someterse al dictado crediticio del FMI,
aceptar la cooperación militar con Estados Unidos y dar alas al nepotismo y la corrupción. Su base
popular de apoyos, potente en la región interior del Oriente amazónico, se vio erosionada y la
temprana deserción del movimiento indígena agudizó la debilidad de su agrupación, el Partido
Sociedad Patriótica 21 de Enero (PSP), en un Congreso dominado por los partidos tradicionales.
En abril de 2005, una renovación arbitraria de las magistraturas de la Corte Suprema de Justicia, que
dio paso a la cancelación de los procesos por corrupción contra los ex presidentes Bucaram y Noboa
Bejarano, detonó una colérica revuelta civil, la llamada rebelión de los forajidos, cuyos desenlaces
fueron la destitución congresual de Gutiérrez por "abandono del cargo" y su huida sibilina del país
con salvoconducto brasileño. Aspecto notable, la crisis que expulsó a Gutiérrez del poder tuvo un
trasfondo exclusivamente político y social: paradójicamente, la economía nacional vivía un período
de bonanza gracias al negocio petrolero. Para el damnificado, los sucesos de 2005 fueron un
verdadero "golpe de Estado" perpetrado por los enemigos de la "gesta heroica" de 2000.
En febrero de 2013, superada una peripecia personal en la que se sucedieron la persecución judicial,
el retorno voluntario del exilio, la estancia en prisión y la inhabilitación política, y tras una primera
tentativa en las presidenciales de 2009 (cuando quedó segundo), Gutiérrez vuelve a enfrentarse en las
urnas con su acérrimo adversario, el presidente Rafael Correa, el cual le acusó de estar detrás de la
sublevación policial de 2010 y al que a su vez él retrata como un gobernante "totalitario" y un "títere"
de Hugo Chávez que además arrastra un balance de gestión calamitoso. El candidato del PSP, al que
los sondeos sólo otorgan un discretísimo tercer puesto, se presenta ahora como "un auténtico
hombre del pueblo" que reconoce los "errores" cometidos en el pasado, aunque sigue sin perfilar su
ideario, habitualmente descrito como de centro reformista. Algunas de sus propuestas son bajar los
impuestos, combatir la delincuencia y abandonar el ALBA.
Biografía
1. Un soldado profesional con inquietudes nacionalistas
2. Papel protagonista en la insurrección indígeno-militar de 2000
3. Proyecto político presidencial con mensajes de regeneración nacional
4. Inopinada victoria electoral en 2002
5. Temprano giro a la derecha y ruptura con el principal colectivo indígena
6. Cuenta atrás para el estallido social
7. La caótica revuelta popular de abril de 2005 y remoción del poder: la rebelión de los forajidos
8. Retorno al Ecuador, sometimiento a la justicia e inhabilitación política
9. Nuevamente candidato presidencial en 2009 y 2013
La hoja de servicios de Gutiérrez como oficial del Ejército ecuatoriano empezó a tomar forma por la época,
en 1979, en que los militares, luego de los gobiernos de facto del general Guillermo Rodríguez Lara y, desde
1976, del almirante Alfredo Poveda Burbano, resolvieron retornar a los cuarteles y restituir en la dirección del
país sobre bases democráticas a los políticos civiles, a quienes habían arrebatado el poder por última vez en
1972. En las dos décadas siguientes, Gutiérrez, casado desde 1980 con la licenciada en Medicina Ximena
Bohórquez Romero y padre de dos hijas, Karina Ximena y Viviana Estefanía, se labró un perfil de militar
multidisciplinar, con méritos en la capacitación para el combate y las misiones operacionales, en la
instrucción académica y en la preparación física y la práctica deportiva.
De acuerdo con los currículos divulgados por el político en la última década y con la biografía oficial
publicada en su momento por la oficina presidencial, Gutiérrez, además de recibir adiestramiento como
comando y paracaidista de las Fuerzas Especiales, y de ganar algunos campeonatos de pentatlón militar en
el Ecuador y otros países de Sudamérica, posee un abultado elenco de títulos de formación especializada,
obtenidos entre 1980 y 2002. Así, Gutiérrez es: ingeniero civil, licenciado en Educación Física, licenciado en
Administración y Ciencias Militares, y diplomado en Alta Gerencia, Administración de Proyectos y
Planificación Estratégica, todo ello por la Escuela Politécnica del Ejército (ESPE) de Quito; licenciado por la
Escuela de Educación Física del Ejército (ESEFEX) de Río de Janeiro, Brasil; diplomado en Relaciones
Internacionales y Defensa Continental por el Inter-American Defense College (IADC) de Washington,
Estados Unidos; diplomado en Seguridad Nacional por el Instituto Nacional de Guerra (INAGUE) de las
Fuerzas Armadas ecuatorianas; y diplomado en Ciencias Militares por la Academia de Guerra del Ejército de
Quito;
Por último, ya en 2002, Gutiérrez se diplomó también en Desarrollo Económico por el Colegio Fu Shing Kang
de Taipei, un centro vinculado al partido derechista gobernante en Taiwán, el Kuomintang, y que a lo largo de
su historia, lejos de formar a economistas, ha capacitado en técnicas de "guerra política" a oficiales de la
China nacionalista y de países en relaciones de cooperación militar con Estados Unidos. Esta relación de
titulaciones aparece en las biografías oficiales facilitadas a los medios y publicadas en Internet con motivo de
las elecciones de 2002 y 2013, textos con diez años de diferencia entre sí que, debido a algunas omisiones y
discrepancias, no coinciden exactamente. Por otro lado, el oficial integró el reducido grupo de militares
ecuatorianos destacados en el contingente para Nicaragua del Grupo de Observadores de la ONU en
América Central (ONUCA), el cual entre marzo de 1990 y enero de 1992 se encargó de verificar el desarme y
la desmovilización de la Contra antisandinista y el respeto global del cese de las hostilidades al término de la
guerra civil.
En enero y febrero de 1995, durante la presidencia de Sixto Durán-Ballén, del conservador Partido de Unidad
Republicana (PUR), y ostentando el grado de capitán, Gutiérrez estuvo movilizado a causa del conflicto
bélico con el Perú en la región fronteriza del Alto Cenepa, en las estribaciones de la Cordillera del Cóndor,
aunque no fue desplazado a la zona de los combates. Como oficial de zapadores de la Brigada 21 Cóndor
acantonada en Patuca, participó en tareas relacionadas con la dotación de servicios públicos a comunidades
rurales, lo que le sirvió para tomar el pulso a las problemáticas del campesinado indígena y mestizo. Año y
medio más tarde, Gutiérrez mostró su primer acercamiento a la política al aceptar el nombramiento de
edecán, o ayudante de campo para las cuestiones del Ejército, del recién inaugurado presidente Abdalá
Bucaram Ortiz, del Partido Roldosista Ecuatoriano (PRE), quien había ganado las elecciones del 7 de julio de
1996 con un programa desaforadamente populista. Gutiérrez estrenó su cargo auxiliar en la institución
cumbre de poder ejecutivo el mes de agosto.
Cuando en los primeros días de febrero de 1997, el temprano malestar social por las medidas de ajuste
económico, el estilo de gobierno arbitrario y los fuertes indicios de corrupción masiva del equipo dirigente
derivó en un gigantesco movimiento de protesta exigiendo la dimisión de Bucaram, Gutiérrez desobedeció las
órdenes recibidas por la superioridad de proteger, por la fuerza si fuera preciso, el Palacio Carondelet de
Quito, sede del poder Ejecutivo, del acoso de las muchedumbres enfurecidas. La postura pasiva del edecán
se enmarcó en la total pérdida de apoyos en los estamentos civiles y militares por el desacreditado Bucaram,
quien al no serle garantizada su seguridad en Carondelet no tuvo más remedio que abandonar el edificio y
escapar a Guayaquil. El 6 de febrero, el Congreso decidió cesarlo en sus funciones por "incapacidad mental".
El nuevo jefe del Estado interino con mandato hasta agosto de 1998, Fabián Alarcón Rivera, mantuvo a
Gutiérrez como edecán presidencial. Transcurrido aquel período, el militar regresó a sus labores
convencionales en la milicia y asumió la comandancia del Grupo de Caballería General Dávalos, con cuartel
en Cuenca. También, dio clases de Geopolítica y Realidad Nacional en la ESPE de Quito. A Alarcón le
sucedió Jamil Mahuad Witt, del partido centrista Democracia Popular (DP), quien también afrontó las
protestas de la calle sin gozar apenas de un período de gracia por sus drásticas medidas para recortar la
inflación y el déficit fiscal, y por su programa de profundas reformas estructurales en la economía.
Todo este trasiego de gobiernos prematuramente fracasados o decepcionantes para la gran mayoría de la
población, muy especialmente para la legión de desfavorecidos y marginados en todas las facetas de la vida
nacional, que mostraba crecientes síntomas de hartazgo y desesperación por el nulo progreso -si no
retroceso- en sus paupérrimas condiciones, parece que estimuló la reflexión y luego el activismo conspirativo
de Gutiérrez, que hasta entonces se habría atenido al modelo de militar profesional y apolítico.
Más tarde, él mismo reveló que en marzo de 1999, cuando se preparaba para el ascenso a coronel,
transmitió una misiva al Alto Mando criticando al Gobierno por desatender los problemas del Ejército, y que
en noviembre siguiente, en otra iniciativa rayana en la insubordinación que en aquel momento tampoco
trascendió fuera de los ámbitos castrenses, entregó un memorándum al jefe del Comando Conjunto de las
Fuerzas Armadas, general Carlos Mendoza Poveda, donde expresaba su oposición a la pretensión del
presidente Mahuad de incrementar los impuestos sobre la renta y el consumo, y donde advertía que no se
podía seguir "estrangulando al pueblo ecuatoriano" mientras no se moralizara la función pública y no se
pusiera coto a la corrupción generalizada.
Más aún, el entonces teniente coronel demandaba una "revolución democrática" en el Ecuador a partir de un
"diálogo cívico-militar" imbuido de espíritu regenerador y patriótico, tarea tanto más urgente por que "la
descomposición social era evidente" y existía un "altísimo riesgo de entrar en una guerra civil". Semanas más
tarde, en diciembre de 1999, Gutiérrez culminó sus exámenes para coronel y en la ceremonia de recepción
de despachos, en el INAGUE, estrechó la mano de Mahuad a la vista de todo el mundo, incurriendo en una
infracción de protocolo que constituía un desacato abierto a la primera autoridad del Estado.
El desarrollo de los hechos fue como sigue. El 9 de enero Mahuad anunció la dolarización total de la
economía ecuatoriana. La mudanza monetaria, al igual que el decreto unos meses antes de la congelación
parcial de los depósitos bancarios de los particulares, era de hecho una medida desesperada que buscaba
estabilizar el tipo de cambio del sucre, cuya cotización con respecto a la moneda estadounidense estaba en
caída libre, y recuperar la confianza de los mercados financieros. En un contexto social explosivo, que se
nutría de la indigencia crónica de extensas capas de la población, el decreto de dolarización fue la espoleta
del estallido definitivo.
El 12 de enero, vigente de nuevo el estado de emergencia nacional por las protestas callejeras en Guayaquil,
Quito y otras ciudades, un autodenominado "Parlamento Nacional de los Pueblos del Ecuador" llamó a la
desobediencia civil y a la toma del poder. Mahuad se negó a dimitir o a cancelar la dolarización, pero el
viernes, 21 de enero, miles de indígenas, reforzados, en inopinada alianza, por efectivos del Ejército de
rangos inferiores y medios, ocuparon los edificios del Congreso Nacional, la Corte Suprema de Justicia y la
Contraloría General, y declararon cesantes los poderes del Estado. Fue en este momento de anarquía en
que no se sabía muy bien qué estaba sucediendo cuando emergió Gutiérrez como el presidente de una
denominada Junta de Gobierno de Salvación Nacional; en la misma, el coronel aparecía flanqueado por el
líder indígena Antonio Vargas y por el magistrado Carlos Solórzano Constantine, antiguo presidente de la
Corte Suprema.
Secundado por los cuatro coroneles arriba citados, que se hicieron cargo de los puestos cimeros del Alto
Mando militar (Cobo, la Jefatura del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, Aguas, la Comandancia
General de la Fuerza Terrestre, y Lalama, la Jefatura del Estado Mayor de la Fuerza Terrestre), y por
numerosos oficiales y suboficiales jóvenes de la ESPE y la Academia de Guerra (varios de ellos veteranos de
la guerra del Cenepa contra el Perú), Gutiérrez asumió la portavocía del movimiento y, micrófono en mano,
proclamó el inicio de "una lucha pacífica para romper las cadenas que atan a la más espantosa corrupción,
cambiar las estructuras del Estado y fortalecer las instituciones democráticas".
Con posterioridad a los hechos, Gutiérrez justificó su rebelión como un acto de patriotismo ante una situación
nacional crítica, ya que Mahuad "había perdido toda cualidad moral" para conducir el Estado por, según él,
haber aceptado dinero empresarial y haber antepuesto los intereses particulares de los capitalistas
ecuatorianos a los intereses del pueblo desde el momento en que confiscó los ahorros. Según el coronel, la
asonada fue legítima en virtud de los artículos 3 y 97 de la Constitución de 1998, que obligaban,
respectivamente, al Estado, a garantizar el sistema democrático y la administración pública libres de
corrupción, y a todos los ciudadanos, a denunciar y combatir estos mismos actos de corrupción. Puesto que
Mahuad había "violado" la Carta Magna, concluía Gutiérrez, el Ejército se había sentido impelido a intervenir
porque había jurado defender dicha suprema ley.
A posteriori también, Gutiérrez reveló qué medidas habría adoptado la Junta de haber permanecido más
tiempo en el poder: la reversión de la dolarización y, con carácter temporal, la elevación del tipo intervenido
de cotización de los 25.000 a los 13.000 sucres por dólar; el inicio de procedimientos de extradición contra
políticos y banqueros corruptos para "hacerles devolver el dinero que robaron al Ecuador y meterlos en la
cárcel"; la fiscalización, "casi inquisidora", de todas las instituciones que recibían dinero público para cubrir
sus agujeros financieros; el levantamiento del sigilo bancario a todo funcionario público; la creación de un
cuarto poder del Estado, llamado de "control financiero" o de "rendición de cuentas"; y una profunda reforma
en los órganos del poder legislativo y judicial, reduciendo el número de diputados y despolitizando la
magistratura.
Claro que entonces apenas hubo tiempo para conjeturas sobre los pasos a tomar por la Junta, porque en
cuestión de horas la aventura de Gutiérrez y sus compañeros tocó a su fin. Antes de acabar el día y sin
explicar las razones -lo que, de entrada, sugirió graves descoordinaciones y divisiones entre los militares-, la
Junta fue sustituida por otro triunvirato denominado Consejo de Estado, en el que Gutiérrez ya no figuró. Su
puesto fue ocupado por el intrigante general Mendoza, quien procedió a reconducir la sublevación
engañosamente triunfante a la situación anterior, lo que desde el punto de vista de los alzados constituyó un
acto de "traición". Según el testimonio autoexculpatorio del general, él se vio arrastrado a la sedición cuando
Mahuad le exigió, el día 20, que empleara la fuerza para contener a las turbas antigubernamentales, lo que,
en su opinión, agotó los "escenarios de rectificación" para dar a la crisis una salida dentro del orden
establecido.
Con las seguridades recibidas de Mendoza y el Alto Mando, el 22 de enero el Congreso tomó las riendas de
la crisis y le dio un cerrojazo institucional: declaró cesante a Mahuad por abandono de sus funciones e
invistió al vicepresidente Gustavo Noboa Bejarano, un miembro de la élite política tradicional y del mismo
partido que Mahuad, presidente constitucional con mandato hasta el 15 de enero de 2003. Poco después,
Mahuad, desde su escondite, comunicó su conformidad con el nombramiento de Noboa. En resumidas
cuentas, la alta oficialidad de las Fuerzas Armadas y la clase dirigente civil se apresuraron a apuntalar el
orden de cosas puesto en peligro por unos sectores sociales desde siempre marginados por las clases
dirigentes blancas que creyeron conquistar el poder por la vía insurreccional y con la ayuda inestimable de
Gutiérrez y su grupo de coroneles, los cuales fracasaron en convencer a todos los mandos por encima de
ellos.
Gutiérrez y sus compañeros fueron inmediatamente arrestados y sometidos a las autoridades judiciales,
tanto civiles como militares. El 1 de junio el coronel llevaba más de cuatro meses encarcelado cuando el
Congreso, a instancias del Gobierno de Noboa, que deseaba apaciguar la tensa situación social por la
reactivación de la protesta indígena y la escalada en los precios, aprobó una ley de amnistía para él y otros
16 oficiales, los cuales recobraron la libertad al día siguiente. Se trataba de una exoneración ante las justicias
civil y militar por los cargos de insubordinación y sedición, no ante la Comandancia General del Ejército, que
aún debía dictar las sanciones disciplinarias correspondientes. Según un sondeo de opinión realizado poco
antes, el 67% de los ecuatorianos rechazaba el enjuiciamiento de los oficiales implicados en la asonada de
enero.
Sin perder un minuto, Gutiérrez se hizo entrevistar por la prensa local y extranjera para defender su
actuación en los acontecimientos del 21 enero. Así, negó que aquel día se intentase un golpe de Estado, tal
como aseguraban Mahuad y otros políticos, y, antes bien, describió los hechos como una "rebelión popular
nacida de las entrañas mismas del pueblo ecuatoriano", que, como "forma de autodeterminación de los
pueblos", le parecía tan legítima como las revoluciones francesa, norteamericana y la propia de los
ecuatorianos cuando la independencia de España a principios del siglo XIX. Estos comentarios le acarrearon
el 5 de junio un arresto de cuatro días por orden de la autoridad militar. Superado este último encontronazo
con sus superiores de uniforme, Gutiérrez se lanzó de lleno a la política. Con celeridad, articuló un
movimiento de apoyos para catapultarle a la Presidencia de la República en las elecciones de 2002, meta
que, estaba convencido, quedaba al alcance de su mano, no obstante ser un absoluto neófito en estas lides
y, a priori, un rival no de talla para los líderes políticos consolidados, algunos de ellos empresarios
multimillonarios que no iban a reparar en gastos para sufragar sus campañas.
Gutiérrez explicó que su movimiento aspiraba a ser tan grande como los 12 millones de ecuatorianos -"sólo
los corruptos" no tendrían acceso al mismo, puntualizó-, a traer "la segunda y definitiva liberación" del
Ecuador, y a "refundar el país" de manera pacífica y democrática. El PSP nacía con un fuerte sentido moral,
ya que el problema más grave que tenía la nación andina no era "el económico ni el social, sino el ético".
Indagado por el sustrato ideológico de su partido, Gutiérrez esquivó la atribución de cualquier etiqueta
clásica de izquierda e insistió en que sólo se guiaba por la devoción por la patria y un sentimiento de unidad
nacional que bebía del pensamiento y las acciones de los próceres de la independencia y, muy
especialmente, del Libertador Simón Bolívar.
La estirpe contemporánea de militares progresistas (Omar Torrijos en Panamá, Juan Velasco Alvarado en
Perú, Juan José Torres en Bolivia) tenía en el mismo Ecuador un notorio representante, el ya citado dictador
Guillermo Rodríguez Lara, el cual dirigió entre 1972 y 1976 un régimen calificado de nacionalista y
revolucionario que se asignó los objetivos de la reforma agraria, el control estatal del petróleo, la plena
explotación de los recursos naturales, el desarrollo educativo y el sometimiento de la oligarquía al poder
popular, con resultados harto discutibles. Como Gutiérrez 25 años después, Rodríguez Lara aseguraba
carecer de ideología al uso. Más cerca en el tiempo estaba el caso de Frank Vargas Pazzos, díscolo general
de Aviación que provocó varias perturbaciones golpistas durante la Presidencia del conservador León Febres
Cordero, del Partido Social Cristiano (PSC), en 1986 y 1987. Erigido en fustigador de corruptos en los
estamentos civil y militar, Vargas se hizo muy popular entonces por su talante, difícil de clasificar, a caballo
entre el nacionalismo presuntamente regeneracionista, un machismo típicamente castrense y la admiración
por los métodos de acción directa en lugar de las fórmulas legalistas y los cabildeos políticos.
Otro elemento de carisma en Gutiérrez tenía que ver con su tez morena, evocadora de un grado de mestizaje
con el que, un poco al modo del presidente peruano Alejandro Toledo (no obstante presentar éste un tipo
racial mucho mas acusado, de indígena quechua), podían sentirse identificados esa gran mayoría de
ecuatorianos mestizos e indígenas puros que desde la restauración de la democracia sólo habían conocido
presidentes blancos de ascendencia española o libanesa.
También, se fraguaron listas comunes con el Partido Socialista Ecuatoriano-Frente Amplio (PSE-FA), de
extrema izquierda, pero el acuerdo fue roto a los dos meses de la firma. Como compañero de fórmula para la
Vicepresidencia de la República, Gutiérrez escogió a un independiente, el médico cardiólogo y ex ministro de
Sanidad Alfredo Palacio González. En el programa de Gobierno de Gutiérrez señoreaban dos puntos. En
primer lugar, la lucha frontal e implacable, con características de cruzada, contra toda forma de corrupción y
fraude económicos cometidos por funcionarios públicos, empresarios privados y personal bancario. En
particular, proponía una legislación especial para combatir la evasión tributaria, el contrabando aduanero y el
trasiego ilícito de dinero entre los poderes públicos y la banca y la empresa privadas. Quienes estando
procesados por esos delitos se hallaran prófugos en el extranjero, harían frente a los correspondientes
procesos de extradición. Además, el Código Penal sería modificado para imponer castigos draconianos,
como la cadena perpetua para todo funcionario público hallado culpable de malversar fondos superiores a los
5.000 dólares.
El otro aspecto destacado del programa electoral del PSP era la atención prioritaria, por delante de
transformaciones como la privatización de los sectores eléctrico y de las telecomunicaciones, a las
cuestiones sociales, aliviando de cargas al ecuatoriano corriente golpeado por la crisis y brindando servicios
y oportunidades a los más desfavorecidos. Entre las propuestas en este terreno, calificadas alternativamente
de "izquierdistas" y "populistas" por sus detractores, figuraban: la rebaja del IVA del 12% al 10%; el aumento
de los gastos en la educación hasta suponer el 30% del presupuesto total (tal como recogía la Constitución
de 1998, que exhortaba a erradicar el analfabetismo); el establecimiento de un seguro universal de salud; la
dotación de vivienda subvencionada y vivienda prefabricada con cargo al Estado para cuatro millones de
familias; y, una oferta de bonos específicos para cubrir las necesidades de los pobres, los estudiantes, los
agricultores, los pescadores y los artesanos.
Adicionalmente, Gutiérrez manifestaba su intención de impulsar la creación de una Agencia de Garantías del
Emigrante para atender todas las necesidades de este importantísimo colectivo, que subvenía a la economía
nacional con sus remesas, y para vigilar sus condiciones legales y laborales en los países de acogida,
fundamentalmente Estados Unidos y España, de lo que se derivaba la lucha policial contra el tráfico de
personas. En política exterior, Gutiérrez se presentaba como un latinoamericanista convencido que creía en
la necesidad de articular un "gran frente continental" para presentar una propuesta global contra la hipoteca
al desarrollo que suponía el pago de la deuda externa y para enfrentar el resto de problemas compartidos por
los estados del subcontinente, cuales eran la pobreza, la corrupción, el narcotráfico y las agresiones al medio
ambiente.
En consecuencia, durante la campaña electoral Gutiérrez se declaró muy crítico con el denominado Plan
Colombia (acometido por Estados Unidos para combatir las fuentes del narcotráfico en el país vecino con
incidencia en los medios militares). También le disgustaban el convenio ecuato-estadounidense de
noviembre de 1999 para el uso conjunto de la Base Área de Manta (sita en la provincia de Manabí, la
instalación era un importante centro operacional de Estados Unidos en su lucha contra el narco-terrorismo en
la región) y el proyecto del Área de Libre Comercio de Las Américas (ALCA), igualmente impulsado por
Washington.
Al cierre de la campaña, Gutiérrez refutó las imputaciones de "comunista" vertidas por el candidato del
Partido Renovador Institucional Acción Nacional (PRIAN), el magnate bananero y antiguo bucaramista Álvaro
Fernando Noboa Pontón, recalcando que, como hombre de la milicia, él no tenía formación ideológica ni
doctrina política, que su "única ideología" era "el pueblo del Ecuador" y que de hecho se trataba de un
hombre de profundas convicciones cristianas, respetuoso con la propiedad privada y los Derechos Humanos.
El 6 de octubre, en una entrevista concedida a un diario guayaquileño, el candidato se definió como "un
nacionalista que ama profundamente al Ecuador" y como "un individuo no dogmático, sino más bien
pragmático".
En el interludio hasta la segunda vuelta, donde se vería las caras con Noboa, Gutiérrez aplicó a su discurso
un tono más conciliador y menos retórico, para aquietar los temores que sus propuestas programáticas -más
que su estilo personal, habitualmente contenido y alejado, por ejemplo, de la exuberancia y la agresividad de
Hugo Chávez- estaban suscitando en los operadores económicos. Gutiérrez amplió su relación de contactos
con los actores sociales ecuatorianos, mantuvo reuniones con el presidente saliente, Noboa Bejarano, y con
la cúpula militar, e incluso viajó a Estados Unidos para entrevistarse con empresarios, banqueros y
representantes del FMI, a quienes causó una buena impresión al asegurarles que un Gobierno suyo
respetaría la dolarización, mantendría el diálogo con el organismo financiero para la recepción de un
préstamo de contingencia de 240 millones de dólares y cuidaría la austeridad fiscal, un punto este último que
se antojaba difícilmente conciliable con la prometida expansión del gasto social del Ejecutivo. De paso,
Gutiérrez se etiquetó por primera vez a sí mismo como un político de "centro-izquierda", negó que pudiera
ser la tercera ficha de un dominó ideológico en América Latina luego de los triunfos de Chávez en Venezuela
y de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, y aclaró, contrariamente a lo dicho anteriormente, que apoyaba la
presencia de militares estadounidenses en Manta. Estas manifestaciones generaron las primeras suspicacias
en el movimiento indígena.
El 24 de noviembre, arropado por una masa de enfervorizados partidarios, Gutiérrez acudió a votar en su
colegio quiteño vestido "por última vez" con la indumentaria paramilitar verde oliva con que había realizado
toda la campaña, y exudando triunfalismo. Al cabo de una jornada electoral impecablemente democrática, el
escrutinio otorgó la victoria a Gutiérrez sobre el magnate de Guayaquil con el 54,3% de los votos. En sus
primeros momentos como presidente electo, Gutiérrez anunció un Gobierno pluralista y de concertación
nacional, con inclusión de representantes de los movimientos sociales a la vez que banqueros y hombres de
negocios de probada honestidad. Tanto el Pachakutik como el MPD obtendrían ministerios. También, indicó
que tras asumir el cargo enviaría al Congreso sendos proyectos de ley para despolitizar los tribunales de
justicia, crear la cuarta función del Estado, la de control y rendición de cuentas, reducir el número de
diputados, reformar el código electoral y modernizar el aparato burocrático.
La salida adelante de esta reforma política y estatal se auguraba complicada, ya que Gutiérrez iba a tener
que negociar con el atomizado Congreso salido de los comicios del 20 de octubre, los cuales sólo otorgaron
13 escaños sobre 100 a las candidaturas del PSP y el Pachakutik, bien como lista conjunta, bien
concurriendo por separado. Entre los escaños ganados estaban los de la futura primera dama, Ximena
Bohórquez, por Pichincha, el hermano menor de Gutiérrez, Fausto Gilmar, también militar de carrera, por
Napo, y un primo materno, Aníbal Renán Borbúa Espinel, por Guayas. Además, Gilmar Gutiérrez y Renán
Borbúa eran respectivamente el presidente nacional del PSP y el jefe del partido en Guayaquil. Aparte, un
puñado de candidatos de ambas formaciones obtuvo el escaño en algunas circunscripciones dentro de listas
conjuntas con partidos de izquierda. Contrastando vivamente con lo sucedido en las presidenciales, el PSC,
el PRE y la ID, esto es, los partidos dominantes tradicionales, se hicieron con las bancadas más nutridas del
hemiciclo.
Para tranquilizar a los descontentadizos del Pachakutik a raíz de su viraje a la moderación entre los turnos
electorales, Gutiérrez aseguró que no iba a aplicar un paquetazo, es decir, medidas de ajuste traumáticas de
la economía, porque "los ecuatorianos no resisten más". Ya entonces, a modo de análisis prospectivo, no era
aventurado suponer que el nuevo mandatario ecuatoriano se exponía a correr la suerte de otros líderes
sudamericanos aupados al poder con muy parecidas o idénticas promesas de luchar contra la corrupción y la
pobreza rampantes, es decir, que en un tiempo muy breve viera evaporarse su popularidad.
Lo cierto era que los esperanzados votantes de Gutiérrez, que no estaban homogéneamente repartidos en
todos los ámbitos sociales y geográficos del país, ya que predominaban abrumadoramente los indígenas y
mestizos del interior serrano, ansiaban apreciar con la mayor prontitud una mejora sustancial en sus
deplorables condiciones de vida. En este sentido, la accidentada cuenta atrás para la toma de posesión
presidencial, con un mandato de cuatro años, del 15 de enero de 2003, a la que asistieron varios presidentes
de la región inclusive Chávez (quien, en unas declaraciones embarazosas para su anfitrión, cubrió de elogios
el "tremendo" y "revolucionario" discurso inaugural del flamante mandatario) y el también debutante Lula de
Silva, podía ser vista como un aviso a Gutiérrez por anticipado.
En los días previos al evento, en el que lanzó la advertencia lapidaria "o cambiamos al Ecuador o morimos
en el intento", el antiguo uniformado desató una tormenta política con su declaración de que los nueve ex
presidentes vivos del país deberían "ir a la cárcel" por su responsabilidad "en el desastre nacional". Gutiérrez
arremetió especialmente contra el veterano político guayaquileño Febres Cordero, que seguía conservando
un considerable ascendiente en la política nacional desde que terminó su mandato presidencial en 1988, a
quien llamó "el personaje más nefasto del país". El presidente electo se vio obligado a retractarse de estos
comentarios y a pedir disculpas públicamente, y también hubo de abandonar su intención inicial de prestar
juramente de su cargo no ante el pleno del Congreso, sino "ante el pueblo", en un foro alternativo que no
especificó. Por si fuera poco, las negociaciones emprendidas con los partidos de la oposición para intentar
asegurarse una mayoría de respaldo en el Congreso no prosperaron.
Este rosario de tropezones, insólito en un mandatario que ni siquiera había empezado a gobernar, mereció
duras reprimendas de la prensa ecuatoriana, que presentó los tempranos bandazos de Gutiérrez como los
propios de un líder impulsivo y bisoño, acostumbrado a las fórmulas autoritarias de la milicia y no
familiarizado con las formalidades y los mecanismos de la institucionalidad civil.
El 19 de enero, a los cuatro días de empezar a gobernar, en un vuelco que recordó el protagonizado por
Bucaram nada más iniciar su mandato en agosto de 1996, el presidente y su ministro de Economía y
Finanzas, Mauricio Pozo Crespo, anunciaron a la nación un "Programa de Ordenamiento Económico y
Desarrollo Humano" que contemplaba el incremento inmediato de los precios de los combustibles, la
congelación de los salarios en el sector público y reducciones en los gastos del Estado. Como
compensación, el llamado Bono Solidario, instaurado por el Gobierno Mahuad en 1998 y que recibían cada
mes 1,2 millones de ecuatorianos encuadrados en colectivos especialmente vunerables, subía de los 11,5 a
los 15 dólares para las madres de familias pobres y de 7 a 11,5 dólares para ancianos y discapacitados
(meses después, en mayo, el Bono Solidario iba a fusionarse con el programa de Beca Escolar para dar
lugar al Bono de Desarrollo Humano, elemento clave del sistema de protección social del Ecuador).
"Con profundo dolor asumo la responsabilidad de las medidas y pido la comprensión y el apoyo de todos los
ecuatorianos", dijo el presidente en su alocución televisada. El Gobierno reconoció que lo que tenía entre
manos era un programa de ajuste, pero "no tradicional", ya que se fijaba metas tanto de ingresos como de
gastos. Las medidas, proseguía el Gobierno, eran insoslayables debido al voluminoso déficit fiscal heredado
de la Administración de Noboa Bejarano. A continuación, el 9 de febrero, Gutiérrez inició en Estados Unidos
un viaje no oficial de seis días. El 10 de febrero asistió a la firma por el ministro Pozo en la sede del FMI en
Washington de una carta de intenciones sobre la liberalización de los precios, el manejo cuidadoso de los
ingresos fiscales, la introducción de reformas en los terrenos laboral, tributario y arancelario, y el pago de la
deuda externa, que entonces alcanzaba los 16.400 millones de dólares. A cambio, el país andino recibía del
FMI un crédito de 200 millones de dólares y la elegibilidad para obtener otros 500 millones más a cuenta del
Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
En la jornada siguiente, el presidente comunicó a su homólogo anfitrión en la Casa Blanca, George Bush,
que el Ecuador deseaba convertirse "en el mejor amigo y aliado de Estados Unidos en la lucha permanente
por alcanzar la paz en el mundo, fortalecer la democracia, reducir la pobreza, combatir el narcotráfico y
terminar con otra lacra humana como es el terrorismo". De estas palabras se desprendía que Quito aceptaba
participar en el Plan Colombia y levantaba cualquier objeción al convenio sobre el uso conjunto de la Base
Aérea de Manta hasta 2009.
Sectores de la CONAIE y el Pachakutik, que tenían a dos líderes históricos en el Ejecutivo, Nina Pacari
Vega, ministra de Relaciones Exteriores, y Luis Macas Ambuludi, ministro de Agricultura y Ganadería,
acusaron a Gutiérrez de estar enajenando la soberanía nacional con sus primeras decisiones de puertas
afuera. Además, el presidente se puso a cortejar con acciones clientelistas de entrega de prebendas y
dádivas a una ONG de nuevo cuño que se erigió en rival de la CONAIE, el Frente de Defensa de los Pueblos
Indígenas Campesinos y Negros del Ecuador (FEDEPICNE). Ahora bien, la inquietud de la opinión pública,
aquí sin distingos de ideología, comenzó a manifestarse también en relación con los fuertes indicios de
nepotismo presidencial.
Si la condición de diputados del PSP de la esposa, el hermano menor y un primo del presidente no
presentaba ninguna incompatibilidad, las dudas y el estupor resultaron inevitables a medida que fue
conociéndose el número impresionante de parientes sanguíneos y políticos que estaban recibiendo un
despacho o una prebenda en la función pública del Estado. De entrada, el presidente colocó a sus tres
hermanas: Janeth, a quien hizo su secretaria particular, Paola, a la que nombró coordinadora general de
Banco del Estado (BEDE), y Susana, encargada de misión en la Embajada ecuatoriana en Buenos Aires. El
esposo de Janeth Gutiérrez, Gualberto Napoleón Villa Barragán, un coronel retirado de la Policía, fue
designado presidente ejecutivo del Fondo de Solidaridad, un organismo clave encargado de financiar los
programas de desarrollo social, aunque su gestión aquí iba a ser efímera. Varios familiares del cuñado del
jefe del Estado recibieron importantes nombramientos en el Fondo de Solidaridad y en las empresas
estatales Petroecuador, Petrocomercial, Petroproducción y Pacifictel, así como en el servicio diplomático.
El apellido Borbúa, es decir, la familia carnal del presidente por parte de madre, también abundaba en las
instituciones del sector público. Por ejemplo, un tío, Mario Aníbal Borbúa Bohórquez, era el gerente general
del Fondo de Inversión Social de Emergencia (FISE). Y lo mismo sucedía con la familia materna del primo
Renán Borbúa. En añadidura, una hermana de la primera dama, Rocío Bohórquez Romero, tomó asiento en
el Directorio de Andinatel y en calidad de presidenta del mismo, un puesto que cabía calificar de sinecura.
Los entresijos de la familia presidencial desembocaron en un galimatías de recriminaciones atizadas por
propios y extraños. El 7 de abril, cuando ya habían tenido que dimitir cinco altos cargos del oficialismo, entre
ellos el ministro de Desarrollo Urbano y Vivienda, Nelson Álvarez Sánchez (tras revelarse que arrastraba una
orden judicial de arresto por estafa desde 1996 y una denuncia por falsificación de documento bancario y
desfalco desde el año pasado), y el propio supercuñado del presidente, Napoleón Villa (acusado de haberse
embolsado irregularmente haberes de la Policía en 1994), Ximena Bohórquez, que no vivía en Carondelet y
que a todos los efectos estaba separada de su marido, generó un nuevo escándalo al declarar al periódico El
Universo que el presidente había errado en la selección de funcionarios, que el Gobierno debía "entrar en un
sano proceso de depuración" y que el país merecía "respeto" y "transparencia".
El ambiente se enrareció más a partir del 12 de abril, cuando el Ministerio de Relaciones Exteriores de
Colombia anunció que las autoridades del país estaban colaborando con las ecuatorianas en el
esclarecimiento de un presunto complot para asesinar a Gutiérrez; los anónimos conspiradores habrían
contratado a sicarios de Cali para perpetrar un "atentado" contra la vida del presidente. El 6 de julio, el MPD,
que tenía dos ministros en el Gobierno, abandonó el barco del oficialismo por la "derechización" del
presidente. El primero de agosto dimitió sin dar una explicación satisfactoria el ministro de Gobierno y Policía,
Mario Canessa Oneto.
Cinco días después de la salida de Canessa, y al tiempo que el Congreso derrotaba un proyecto de ley
enviado por el Gobierno para introducir controles en la contratación de trabajadores estatales y podar la
burocracia, la CONAIE y el Pachakutik declararon rota la coalición porque el presidente, así rezaba el duro
manifiesto de la ONG indígena, había "traicionado el mandato que le fue entregado por el pueblo
ecuatoriano" desde el momento en que firmó la carta de intenciones con el FMI, asumió el principio de la
privatización de los activos del Estado, flexibilizó el mercado laboral, reformó la fiscalidad y lanzó "una
reforma de la Seguridad Social que busca destruirla". El grupo de los ahora dimitidos Nina Pacari, Luis
Macas y Doris Solís Carrión, ministra de Turismo, se desligaba de "cualquier responsabilidad" por la
actuación del Gobierno y llamaba a los ecuatorianos a movilizarse y a expresar "su rechazo a un régimen
que se caracteriza cada vez más por la corrupción y el entreguismo".
La espantada de sus socios indígenas e izquierdistas dio a Gutiérrez plena libertad para, por necesidad
legislativa y al parecer también por convicciones personales, negociar el soporte de los partidos escorados al
centro y la derecha, empezando por el PSC. El 17 de diciembre de 2003 se hizo cargo del Ministerio de
Gobierno y Policía un antiguo lugarteniente de Rodrigo Borja, Raúl Baca Carbo, mientras que para la
Secretaría General de la Administración Pública fue reclutado el ex ministro con Durán-Ballén y ex diputado
del PUR Xavier Ledesma Ginatta.
Antes de terminar 2003, la CONAIE celebró una denominada Asamblea de los Movimientos Indígenas,
Campesinos, Sociales y Partidos Políticos de Izquierda y Democráticos, la cual, ya sin tapujos, llamó a forzar
la salida del poder del "traidor" Gutiérrez "por no ser coherente con los principios y programas que le
permitieron triunfar en las urnas y por haberse subordinado una vez más al PSC y a los planteamientos del
FMI, que han profundizado el modelo neoliberal, la corrupción y pobreza para el 80% de los ecuatorianos".
La CONAIE expresó también su "rechazo a la política dictatorial y autoritaria" del Ejecutivo, en referencia a
la represión policial de una huelga de maestros y de varias movilizaciones de los colectivos indígenas y
campesinos.
El atentado contra Iza sucedió al asesinato, el 30 de enero, del funcionario de Petroecuador Patricio
Campana, justo cuando se disponía a presentar a la justicia un informe sobre la sustracción ilícita de
combustible por una mafia de propietarios de gasolineras, y precedió al intento de asesinato, fallido también,
el 9 de febrero del presidente ejecutivo de la emisora de televisión Telesistema, Carlos Muñoz Insúa. El
Gobierno condenó enérgicamente estos crímenes y habló de "grupos extremistas" que pretendían
desestabilizarlo, pero los alarmados sectores de la oposición no tuvieron ambages en enmarcarlos en una
"política de persecución, crimen e impunidad" que tendría sus expresiones más cotidianas en las amenazas
anónimas a periodistas. A estas alturas, las relaciones entre el poder y los medios de comunicación, sobre
todo los basados en Guayaquil, que no se cansaban de publicar detalles escandalosos sobre presuntas
corruptelas y abusos en el oficialismo, eran absolutamente belicosas.
La tensión política fue escalando de nivel a lo largo de 2004. A finales de mayo, el presidente no tuvo más
remedio que cesar a uno de los pesos pesados del Ejecutivo y el partido, el coronel en la reserva Patricio
Acosta Jara, que venía fungiendo de ministro de Bienestar Social desde el mes de diciembre, cuando dejó el
puesto de secretario general de la Administración Pública. Gutiérrez soltó lastre con Acosta luego de saberse
que el Departamento de Estado de Estados Unidos le había incluido en su lista de autoridades extranjeras
sospechosas de corrupción y le había cancelado el visado de entrada en el país. La defenestración de
Acosta fue unánimemente considerada un rudo golpe para Gutiérrez, que nombró para el Ministerio de
Bienestar Social a su antiguo compañero en la revuelta de 2000, el quechua Antonio Vargas.
Antes de poder digerir el escándalo en torno a Acosta la opinión pública se encontró con la renuncia de
Mauricio Pozo. El titular de Economía venía sufriendo un fuerte desgaste por el vendaval de críticas a su
gestión desde el frente social e indígena, el cual empezaba a tener éxito en el liderazgo de la oposición
popular a los intentos del presidente y los diputados afectos de que el Congreso diera luz verde a la
explotación de los campos petrolíferos amazónicos de Shushufindi, Lago Agrio, Culebra-Yulebra y Auca, a
cual más rentable, por concesionarias privadas extranjeras. Gutiérrez reemplazó a Pozo por el presidente del
Directorio del Banco Central, Mauricio Yépez Najas. El país todo era un mentidero, y el rumor del momento
apuntaba a una inminente "autodictadura" del Gobierno que incluiría el cierre del Legislativo.
Una semana después de la caída de Pozo, el 6 de junio, coincidiendo con el arranque en la capital del XXXIV
período ordinario de sesiones de la Asamblea General de la OEA (al que no faltó el secretario de Estado de
Bush, Colin Powell), el país fue sobresaltado por un rosario de bombas de escasa potencia que estallaron en
Quito, Guayaquil y Cuenca, y que tenían el remite de un tal "Grupo de Combatientes Populares". Al mismo
tiempo, piquetes de la CONAIE bloqueaban la carretera panamericana en dos puntos al norte de Quito.
Ahora mismo, la aceptación popular del presidente no superaba el 20%, de creer los sondeos periodísticos.
El estilo porfiado de Gutiérrez fue ganando en intensidad a medida que arreciaban las acusaciones de sus
detractores. Su agenda exterior había sido, e iba a seguir siéndolo, perturbada por los conflictos en el
Gobierno y el Congreso, aunque el 12 de julio de 2004 discurrió sin novedad en Quito el XV Consejo
Presidencial de la Comunidad Andina de Naciones (CAN). Teniendo a Gutiérrez de anfitrión, los presidentes
de los cinco países miembros adoptaron la Declaración sobre el Establecimiento y el Desarrollo de la Zona
de Paz Andina.
Uno de los principales motivos de la irritación de la CONAIE era el acusado interés de Gutiérrez en las
dinámicas de integración comercial y desarme arancelario. El otrora crítico con los procesos librecambistas
en la región se había convertido en un paladín de los mismos. El Gobierno no ahorraba los gestos favorables
al proyecto del ALCA. Es lo que se desprendía, por ejemplo, de la decisión de conceder parte del patrimonio
de Petroecuador a las multinacionales. El Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, propuesto
formalmente por Gutiérrez a Bush en octubre de 2003, empezó a negociarse el 18 de mayo siguiente en
Cartagena de Indias en una mesa multilateral que también incluía a Perú y Colombia. Entre medio, el 16 de
diciembre de 2003 en Montevideo, el canciller Patricio Zuquilanda Duque culminó las negociaciones para la
firma de un Acuerdo de Complementación Económica que, con vistas a la formación a la mayor brevedad de
un área de libre comercio entre los dos bloques, comprometía al Ecuador, Colombia y Venezuela por parte
de la CAN, y a Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay por parte del Mercado Común del Sur (MERCOSUR).
Justo un año después, en su cumbre de Belo Horizonte, el MERCOSUR iba a conceder al Ecuador el estatus
de Estado asociado.
Transcurrido el verano de 2004, las relaciones de mutuo interés entre el PSP y el PSC, es decir, entre
Gutiérrez y Febres Cordero, quien para muchos era la segunda figura política más influyente del país, se
fueron a pique por diferencias insuperables en torno a las licitaciones y concursos a la hora de sacar a la
venta los activos del Estado. La oposición izquierdista describió este conflicto como una reyerta por el "botín
de las privatizaciones" entre unos partidos que no renunciaban a convertir las transformaciones del sector
público en un negocio para engrosar patrimonios y clientelas. Las acusaciones cruzadas de latrocinio se
recrudecieron durante la campaña de las elecciones seccionales (a prefectos y consejeros provinciales, a
alcaldes y concejales municipales, y a miembros de las juntas parroquiales) del 17 de octubre, que depararon
unos resultados bastante mediocres al oficialismo (28 alcaldías sobre 219 con el 8% de los votos).
Crecidos con sus buenos resultados en estos comicios, los socialcristianos capitanearon en el Congreso un
movimiento de destitución del presidente por unos supuestos de corrupción, por uso ilícito de fondos del
Estado para financiar giras de candidatos electorales del PSP. El 4 de noviembre, un grupo de
parlamentarios del PSC, la ID, el Pachakutik y el MPD presentó una petición de juicio político al presidente
bajo las presunciones de peculado (malversación de fondos públicos), cohecho y delitos contra la seguridad
del Estado. Aunque un proceso de impeachment, de destitución con juicio político, tenía muy pocas
posibilidades de prosperar, Gutiérrez montó en cólera, prometió "luchar a muerte" en defensa de su cargo y
de su reputación, y acusó a Febres Cordero de ser el "cerebro" de una "conspiración" de políticos y
empresarios conservadores que, según él, actuarían por venganza, porque el Gobierno había empezado a
cobrarles las deudas que tenían con el fisco. El 8 de noviembre renunció el ministro Baca Carbo, a quien
sucedió Jaime Damerval Martínez. Al día siguiente, la iniciativa opositora contra el presidente quedó frenada
en seco al no reunir sus promotores el número suficiente de votos, 51, para nombrar una comisión legislativa
que sería la encargada de determinar la factibilidad del enjuiciamiento.
Para escapar del cerco que le estaban tendiendo sus enemigos políticos, Gutiérrez se echó en los brazos de
los partidos populistas PRE, de Bucaram, y PRIAN, de Noboa Pontón, que sumaban 25 escaños en un
Congreso atomizado. Las dos agrupaciones que se sentaban con el PSP en el Gobierno, el Amauta Jatari y
el Movimiento Esperanza, Transformación y Acción (META), eran dos grupúsculos extraparlamentarios que
no podían ofrecerle ningún soporte más allá de lo simbólico. En cuanto al vicepresidente Palacio, tomó la
decisión de cancelar todo acto institucional que le juntara con Gutiérrez hasta que este escuchara a los
colectivos populares, apostara por el consenso político, cumpliera con sus promesas electorales y abrazara
"un nuevo modelo económico y social".
El enorme riesgo político que este movimiento entrañaba no disuadió a Gutiérrez de negociar en secreto una
delicada transacción con el ex presidente Bucaram, con quien ya el primero de septiembre sostuvo una
entrevista en Panamá, no obstante ser un prófugo de la justicia ecuatoriana, y con su rival electoral en 2002,
Noboa. Como pago a su vital respaldo en el Congreso, el presidente accedió a que representantes de los dos
partidos tomaran asiento en la Corte Suprema. El más interesado en una politización favorable de la Corte
era Bucaram, sobre el que pendían varias causas criminales por corrupción que únicamente el alto tribunal
podía cerrar.
La grave crisis política y social, que no económica en términos de producción e ingresos financieros, ya que
las macromagnitudes se estaban beneficiando del boom petrolero, con más exportaciones y a precios más
altos, entró en una fase de no retorno a partir de dos actuaciones extremadamente controvertidas de la nueva
mayoría congresual formada por el oficialismo y sus aliados, entre los que volvían a estar los izquierdistas
MPD y PSE. La primera, el 25 de noviembre, fue la destitución en bloque de los vocales del Tribunal
Constitucional y el Tribunal Supremo Electoral. La segunda, el 8 de diciembre, fue la idéntica medida tomada
con 27 de los 31 jueces de la Corte Suprema, seguida del nombramiento de los sustitutos, la mayoría de los
cuales eran afines al bloque progubernamental. Sin ir más lejos, el presidente de la nueva corte, Guillermo
Castro Dáger, era un roldosista confeso, amigo de Bucaram y también de Gutiérrez.
La drástica "reforma judicial" abrió la caja de los truenos, con la oposición formada por el PSC, el Pachakutik
y la ID hablando lisa y llanamente de "usurpación de los poderes del Estado" y de "dictadura". Las
acusaciones de escalada autoritaria recibieron un nuevo estímulo el 20 de diciembre con el anuncio por el
presidente de que el 21 de enero de 2005 los ecuatorianos serían preguntados en referéndum si estaban de
acuerdo con que los integrantes de la Corte Suprema, el Tribunal Supremo Electoral, el Tribunal
Constitucional y la Procuraduría General del Estado fueran nombrados, no por el Legislativo, sino a través de
colegios electorales. La consulta, enmarcada por Gutiérrez en su lucha contra quienes se habían "apoderado
de todos los mecanismos de control", no llegó a celebrarse, pero el 5 de enero de 2005, la elección del
diputado del PRE Omar Quintana Baquerizo como presidente del Congreso fue presentada por la oposición
como la primera evidencia irrebatible de que entre Bucaram y su antiguo edecán existía un conciliábulo. A
final de mes, el presidente arremetió contra una serie de periodistas críticos con su Gobierno, a los que tildó
de "miserables, testaferros, podridos y sinvergüenzas".
En febrero, el pulso político entre el poder y la oposición adquirió un inquietante matiz de polarización social
al reflejar las encuestas que el índice de aprobación del presidente había subido al 35%, y al registrarse en
Quito y Guayaquil, cuyos alcaldes eran respectivamente el ex jefe de las Fuerzas Armadas Paco Moncayo
Gallegos (ID) y el dos veces candidato presidencial Jaime Nebot Saadi (PSC), nutridas manifestaciones a
favor y en contra de Gutiérrez, si bien sólo las marchas antigubernamentales fueron verdaderamente
multitudinarias.
El presidente arengó a sus partidarios y aseguró que las movilizaciones en su contra eran obra de la
"oligarquía corrupta". El 16 de febrero, desde la balconada de Carondelet, el jefe del Estado se retrató como
"un guerrero que va a cambiar el país o morir en el intento" y formuló la siguiente denuncia: "Esos señoritos
sinvergüenzas y amanerados, que se hacen la cirugía plástica y se robaron el dinero del pueblo para
llevárselo a Miami, son ahora los que me critican porque me he atrevido a reclamarles lo que hurtaron
durante la crisis financiera de hace siete años". El alcalde quiteño, Paco Moncayo, replicó a Gutiérrez
llamándole "tirano, dictador y cínico". Para refutar este tipo de denuestos, al presidente se le ocurrió decir que
él, en realidad, era un "dictócrata", es decir, "dictador para los pelucones [oligarcas]" y "demócrata para los
pobres".
El diputado Gilmar Gutiérrez insistió en que la oposición conspiraba contra el Gobierno, que el 22 de febrero
registró su enésima baja, la del titular de Interior, Jaime Damerval, por estar en desacuerdo con la propuesta
del referéndum. A Damerval le sucedió el hasta entonces secretario general de la Administración, Xavier
Ledesma, quien fue reemplazado en ese puesto por Óscar Ayerve Rosas. El trasiego de ministros se
prolongó con la renuncia de Ledesma tan sólo un mes después de su nombramiento alegando "motivos de
salud". Gutiérrez recurrió a un hombre de su entera confianza, Fausto Cobo, uno de los coroneles rebeldes
que le habían seguido en la revuelta contra Mahuad, para ocupar la Secretaría General de la Administración,
en tanto que Ayerve cubrió la vacancia de Ledesma en Gobierno y Policía. Ayerve era el sexto ministro del
Interior de un Gobierno que apenas acababa de doblar el ecuador de su mandato de cuatro años.
En marzo, para mostrar que seguía liderando la iniciativa política, el presidente envió al Congreso el proyecto
de Ley Orgánica de Racionalización Económica del Estado, más conocida como Ley Topo. El instrumento
buscaba modificar la legislación en tres áreas: los hidrocarburos, para que Petroecuador pudiera firmar
contratos de obras, bienes o servicios con el sector privado en todas las fases de la industria petrolera; la
electricidad, para que el Gobierno pudiera subsidiar las tarifas; y, la Seguridad Social, para iniciar reformas
tendentes a establecer un sistema mixto. El país estaba atenazado por una aguda crisis política, pero,
paradójicamente, la gran economía, gracias al tirón petrolero, marchaba bien, incluso muy bien. 2004 había
terminado con un crecimiento promedio del PIB del 6,9% (posteriormente, los informes del FMI iban a elevar
esta tasa a un sobresaliente 8,8%). La balanza comercial sumaba un superávit de 318 millones de dólares y
el sector público no financiero presentaba también superávit, del 4,9% del PIB. Además, todo este empuje no
estaba recalentando los precios; al contrario, la inflación, que tan sólo cuatro años atrás había rozado el
100% anual, había descendido a niveles históricamente bajos, en torno al 2%.
7. La caótica revuelta popular de abril de 2005 y remoción del poder: la rebelión de los forajidos
Las dudas que pudieran quedar sobre la existencia de un pacto entre Gutiérrez y Bucaram quedaron
disipadas el 31 de marzo de 2005. Ese día, en un auto no por esperado o temido menos escandaloso, la
Corte Suprema canceló los dos juicios que tenía abiertos Bucaram y de paso los que pendían, también por
corrupción, sobre el ex presidente Noboa Bejarano y el ex vicepresidente (1992-1995) Alberto Dahik Garzoni.
Para anular y archivar los casos, el magistrado Guillermo Castro invocó razones de procedimiento,
señalando que la justicia había emprendido los procesos penales sin contar con la autorización del
Congreso.
Los tres beneficiados se apresuraron a regresar al país desde sus respectivos exilios: Dahik desde Costa
Rica, Bucaram desde Panamá y Noboa desde la República Dominicana. El retorno de Bucaram, alias El
Loco, como él mismo gustaba llamarse, a su bastión de Guayaquil el 2 de abril fue muy espectacular, con
miles de partidarios aclamándole con fervor mesiánico y él mismo advirtiendo que volvía "más viejo y más
loco que nunca". La sensación general de que la impunidad había vuelto a triunfar en Ecuador atizó la ira
popular, y los aspavientos vindicativos de los bucaramistas no hicieron más que encrespar esos ánimos. La
primera protesta organizada tuvo lugar el 5 de abril, cuando una "asamblea ciudadana" encabezada por el
alcalde Moncayo y el prefecto de Pichincha, Ramiro González Jaramillo, también de la ID, intentó llegar a la
sede del Congreso para exigir a los diputados el cese inmediato de la Corte Suprema.
El 15 de abril, la profusión de violentos alborotos en Quito, las caceroladas, los paros y la desafección de
algunos prefectos provinciales empujaron a Gutiérrez, luego de llamar "forajidos" a quienes querían echarle
del poder, y encomendándose a Dios, a dar una de cal y otra de arena, con la esperanza de desactivar la
protesta: la primera palada fue la declaración del estado de excepción en la capital y la segunda el decreto
de cese de los magistrados de la Corte Suprema nombrados en diciembre. Por su parte, el vicepresidente
Palacio denunció el "estado dictatorial" que vivía la república.
El día 16, el presidente retiró la excepcionalidad constitucional, llamó a todas las organizaciones sociales,
políticas y ciudadanas a un "diálogo respetuoso y abierto" para buscar una salida a la crisis, y pidió al
Congreso que ratificara la disolución del alto tribunal y emprendiera los pasos para asentar "la mejor Corte
Suprema de la historia, que tendrá que ser independiente de los grupos de poder político y económico". El
18, el Congreso, con el voto unánime de los 89 diputados presentes, aprobó una resolución por la que dejaba
sin efecto el reemplazo de los anteriores magistrados y admitió a trámite la reforma de La Ley Orgánica de la
Función Judicial. Con este proceder, el Legislativo no ratificó el decreto presidencial de tres días atrás, sino
que anuló su propia decisión del 8 de diciembre.
Las medidas de apaciguamiento no surtieron efecto. Al ver que Gutiérrez titubeaba y rectificaba, y que el
Congreso se apresuraba a modularse al sentir popular, los participantes en las protestas se pusieron a exigir
el cese en bloque de todos los políticos con mandato electoral, sin distinción de etiquetas, lo que demostraba
el carácter espontáneo de las algaradas. Un descomunal y furibundo movimiento de repudio a la clase
política ecuatoriana, jaleado con gritos como los proferidos durante la crisis argentina de diciembre 2001 (se
escuchó con insistencia el "¡Que se vayan todos!"), se adueñó del país. La situación se desbordó el día 19
con la represión policial de los manifestantes que pretendían llegar al Palacio de Carondelet, con el resultado
de un muerto y numerosos heridos. En la mañana del 20, miércoles, la dimisión del comandante de la Policía
Nacional, Jorge Poveda Zúñiga, y los rumores sobre que las Fuerzas Armadas, el poder fáctico decisivo en
esta y anteriores crisis de similar calado, estaban flaqueando en su apoyo a Gutiérrez, hicieron que el
Legislativo reaccionara como un resorte.
Al punto, la cúpula de las Fuerzas Armadas retiró su apoyo al jefe del Estado en un comunicado que fue leído
por el jefe del Comando Conjunto, vicealmirante Víctor Hugo Rosero Barba, y ordenó a los soldados que
retornaran a sus cuarteles. Finalmente, Viteri, en calidad de presidenta en funciones del Congreso, tomó
juramento a Palacio como presidente de la República encargado de terminar el mandato electoral en enero
de 2007. La primera decisión de Palacio fue ordenar el cierre de las fronteras para impedir las huidas de
Gutiérrez y Bucaram, pero en las horas siguientes, el cardiólogo y los diputados iban a estar demasiado
ocupados en zafarse de los zarandeos y las agresiones de la turba de exaltados que, con total impunidad e
inaudita violencia, penetraron en la CIESPAL con la pretensión de que los legisladores renunciaran a sus
escaños.
Gutiérrez, en efecto, se dio a la fuga. Minutos después de su destitución por el Congreso, salió de Carondelet
montado en un helicóptero del Ejército y con la intención de abandonar el país. La televisión especuló con
que trataría de llegar a Panamá, donde ya se encontrarían su esposa y sus dos hijas, extremo este último
que resultó ser falso. Sin embargo, la avioneta que debía recogerle en el aeropuerto internacional Mariscal
Sucre de Quito se encontró con que las pistas estaban ocupadas por manifestantes hostiles. Gutiérrez quedó
acantonado en una zona militar restringida del aeropuerto antes de ser puesto bajo custodia en una
guarnición del Ejército en las afueras de Quito. Entretanto, la fiscal general, Cecilia Armas de Tobar, dictaba
contra él una orden de arresto y prisión preventiva por el "delito flagrante de ordenar a miembros de la Policía
y militares reprimir al pueblo capitalino".
El desenlace, aunque provisional, de toda esta peripecia comenzó a aclararse para Gutiérrez en la noche de
la dramática jornada, al permitirle la Embajada de Brasil en Quito acogerse a su protección. Una vez en la
legación brasileña, Gutiérrez, toda vez que se sentía "personalmente amenazado e incapaz de garantizar mi
libertad e integridad física, así como las de mi esposa y mis hijas", como hacía constar en la misiva, solicitó el
asilo político, que le fue otorgado, por un período de dos años. En el exterior del edificio, la Policía
ecuatoriana desplegó un cordón de seguridad con la aparente intención de impedir la evasión del ilustre
refugiado; unos metros más allá, cientos de detractores hacían guardia.
En la madrugada del 24 de abril, amparados en la nocturnidad y burlando a los manifestantes, una dotación
de agentes especiales sacó a Gutiérrez de la Embajada por la puerta trasera, disfrazado de policía y cubierto
con pasamontañas negro y casco. Un vehículo le condujo hasta el aeropuerto Mariscal Sucre, donde se
reunió con su esposa y su hija menor, Viviana, de 15 años (la primogénita, Karina, de 20, a quien alcanzaba
el asilo, se quedó en Quito, prosiguiendo sus estudios en un centro castrense). Desde allí, los tres volaron en
helicóptero hasta un aeródromo más pequeño en Latacunga, 80 kilómetros al sur, donde les esperaba un
avión de la Fuerza Aérea Brasileña con la orden de trasladarlos directamente a Brasilia. Para el mediodía, los
Gutiérrez ya estaban alojados en una vivienda propiedad del Ejército brasileño, en un suburbio del sur de la
capital.
Los nuevos ministros de Gobierno y Policía, Mauricio Gándara Gallegos, y de Exteriores, Antonio Parra Gil,
reconocieron que las autoridades ecuatorianas, ajustándose estrictamente a las reglas internacionales para
el asilo político, habían concedido a las brasileñas el correspondiente salvoconducto para poder sacar a
Gutiérrez del país. Las esperanzas de Gutiérrez de una reacción internacional favorable a su tesis de que
había sido expulsado de la Presidencia de manera inconstitucional se desvanecieron al evitar la OEA, la
Comunidad Sudamericana de Naciones, Estados Unidos y la Unión Europea una condena explícita de la
polémica remoción.
De entrada, la OEA demandó una explicación convincente del procedimiento legislativo aplicado el día 20, ya
que se había basado en un quórum insuficiente de diputados, la sesión no había sido convocada por el
presidente titular del hemiciclo y, a mayor abundamiento, no concurría el supuesto constitucional del
abandono del cargo. Los representantes ecuatorianas replicaron que esa dejación, si no físicamente, sí se
había producido en términos "morales", y que, de todas maneras, si alguien había violado la Constitución fue
Gutiérrez, al inmiscuirse en la judicatura y quebrantar el principio de la separación de poderes, actos que no
habían merecido la reconvención de la organización. La OEA envió a Quito una misión indagatoria que se
limitó a constatar el hecho consumado. Superadas las dudas iniciales, Palacio recibió de la comunidad
internacional pleno reconocimiento como el presidente legítimo del Ecuador.
La iniciativa procesal del Ministerio Público fue aceptada a trámite y registró las diligencias oportunas hasta
llegar la orden del magistrado jefe de la Corte Superior de Justicia de Quito, el 22 de julio, de prisión
preventiva contra Gutiérrez y de paso contra su hermano Gilmar, que afrontaba una acusación de peculado y
que el 30 de junio anterior había sido despojado de su escaño parlamentario, y contra Fausto Cobo. Al
parecer, el mandamiento judicial trastocó los planes de Gutiérrez de regresar al Ecuador entrando por la
provincia de El Oro desde la ciudad peruana de Tumbes, donde en efecto se hallaba el día de la orden del
juez.
Instalado en Lima, Gutiérrez inició el trámite para su asilo en Perú, pero el 21 de septiembre, en mitad del
proceso, se trasladó a Bogotá, donde volvió a solicitar el asilo. Las autoridades colombianas se lo
concedieron el 4 de octubre, pero sólo nueve días después el inquieto dirigente renunció por segunda vez al
fuero de un país de acogida y anunció su intención de partir inmediatamente al Ecuador. En una rueda de
prensa celebrada en el hotel bogotano que lo hospedaba, Gutiérrez afirmó enfáticamente que regresaba a
casa con el objeto de emprender "todas las acciones legales y constitucionales para recuperar el poder que
ilegítimamente está en manos del usurpador". De paso, aprovechó para presentar el libro El Golpe, en el que
narraba "la verdad" de los sucesos que llevaron a su apartamiento del poder. A vueltas con la crisis de abril,
explicó que el llamado golpe había tenido como autores a "ciertos grupillos complotados que no significan
más allá del 0,1% de la población ecuatoriana y que no representan a nadie, sino a sus oscuros intereses".
Asimismo, acusó al venezolano Chávez de tomar parte en la supuesta conjura.
Dicho y hecho, en la noche del 14 de octubre, los hermanos Gutiérrez pusieron fin a su periplo aterrizando en
el aeropuerto de Manta, a bordo de un vuelo chárter y acompañados de sus abogados. Nada más bajar del
avión, la Policía, tal como había advertido el Ministerio, procedió a arrestarles y sin pérdida de tiempo les
montó en un helicóptero que puso rumbo a Quito. Una vez en la capital, los detenidos quedaron recluidos en
un pabellón de máxima seguridad del antiguo penal García Moreno. El mayor de los Gutiérrez pasó a
compartir celda con Cobo, mientras que el menor fue metido en la celda contigua.
El estado de prisionero de Lucio Gutiérrez era sólo provisional, conforme a la medida preventiva ordenada
por la Corte Superior de Quito en relación con la acusación de atentado contra la seguridad del Estado por
sus declaraciones en el exilio. Las otras seis causas que pendían sobre él y que se referían a delitos
presuntamente cometidos durante su ejercicio presidencial se hallaban en la etapa de indagación previa por
la Fiscalía General del Estado, que era como decir congeladas. Eso era así porque correspondía a la Corte
Suprema pronunciarse sobre los cargos, y en estos momentos, debido al decreto ejecutivo dictado por
Gutiérrez en vísperas de su caída y ratificado a su manera por el Congreso, no funcionaba dicho tribunal. Los
cargos eran: "atentado contra el orden constituido"; "malversación de fondos del Ministerio de Bienestar
Social"; "peculado en campañas de propaganda oficial"; "peculado en la organización del certamen de Miss
Universo"; "ilegalidades en la adquisición de equipos para la Radio Nacional"; y "responsabilidad en la muerte
del fotoperiodista chileno Julio García Romero", esta última acaecida durante los disturbios del 19 de abril.
En noviembre, desde su celda, Gutiérrez instruyó a su abogado, Fernando Larrea, para que presentara una
demanda criminal contra el presidente Palacio por "sedición y conspiración, al provocar y beneficiarse de su
derrocamiento como jefe de Estado". Larrea, indicando que había "evidencia plena" de tales imputaciones,
interpuso la denuncia en la Fiscalía General de Quito pocos días antes de tomar posesión la nueva Corte
Suprema de Justicia, tras más de siete meses sin esta instancia judicial.
El 3 de marzo de 2006 los hermanos Gutiérrez y Fausto Cobo recibieron buenas nuevas de la Corte Superior
de Quito mediante auto firmado por su presidente, Fernando Casares Carrera: toda vez que las
declaraciones hechas contra Palacio desde el exilio no constituían prueba de actos de "sedición o
alzamiento" ni habían dado pie a acciones subversivas en perjuicio del Gobierno actual, el proceso por esta
causa quedaba anulado. Por lo tanto, el ex presidente y sus compañeros de cautiverio debían ser
inmediatamente puestos en libertad. En sus primeras declaraciones tras el sobreseimiento del caso, hechas
en la misma sala de la Corte Superior de Quito donde se le comunicó el auto de exoneración, Gutiérrez
agradeció este fallo a Dios, "por permitir que brille la justicia", y al pueblo ecuatoriano, "por ese apoyo
permanente". Asimismo, anunció su decisión de presentarse a las elecciones presidenciales del 15 de
octubre, candidatura que el PSP ya había proclamado el 21 de enero.
Sin embargo, sobre Gutiérrez seguían pesando varias espadas de Damocles que podían frustrar su entrada
en la contienda electoral. En particular, seguían en pie las causas judiciales por el presunto peculado en la
compra de equipos para la Radio Nacional, por la presunta responsabilidad en el homicidio del periodista
chileno Julio García durante los disturbios previos a la destitución de abril y por la destitución de los jueces
de la Corte Suprema en diciembre de 2004.
El 11 de mayo llegó el gran jarro de agua fría desde el Tribunal Supremo Electoral (TSE), el cual, en razón de
unas supuestas aportaciones irregulares que el entonces candidato habría recibido del extranjero durante la
campaña para los comicios de 2002, decidió suspender por dos años los derechos políticos del ex
presidente. "Actos vergonzosos, dictatoriales y perjudiciales como este no se pueden aceptar, y el pueblo no
se va a quedar tranquilo", tronó Gilmar Gutiérrez, quien seguía siendo el director nacional del PSP.
Quedando Lucio inhabilitado, el hermano menor tomó las banderas electorales del partido. En las
presidenciales del 15 de octubre Gilmar Gutiérrez, con el 17,4% de los sufragios, fue tercero y por lo tanto
quedó apeado para disputar la segunda vuelta, a la que pasaron el prianista Álvaro Noboa y un completo
neófito en estas lides, el ex ministro con Palacio y economista de izquierda Rafael Correa Delgado, quien se
postulaba por la Alianza PAIS.
El 26 de noviembre Correa coronó su fulgurante carrera política proclamándose presidente del Ecuador y
blandiendo un programa de reformas radicales de inspiración chavista, con invocaciones a la "revolución
ciudadana" y al "socialismo del siglo XXI", que incluía el lanzamiento de un proceso constituyente para
"refundar" el Estado y la democracia ecuatorianos, fortalecer las instituciones a costa de los poderes fácticos
tradicionales, priorizar el gasto social y alcanzar la "soberanía" energética y financiera. En los comicios al
Congreso, el PSP tuvo un buen rendimiento y sacó 24 escaños, cuatro menos que el PRIAN, primera fuerza
de la Cámara. A continuación, los hermanos Gutiérrez dieron un cierto margen de confianza a Correa pues,
sin considerarse parte de la minoría oficialista en el Legislativo, aceptaron su plan de convocar un
referéndum sobre la celebración de elecciones a una Asamblea Nacional Constituyente. En febrero de 2007,
en mitad de una fenomenal pendencia partidista e institucional por esta cuestión, el PSP fue uno de los
partidos parlamentarios que prestaron sus votos al proyecto constituyente del nuevo presidente.
El ex líder del movimiento insurreccional de 2000 justificó esta postura favorable porque lo que quería Correa
estaba en la línea de la "profunda transformación" del país ya propugnada por el PSP desde su origen y
también abordada por el período de Gobierno 2003-2005, cuando se intentó regenerar la democracia y
remover las rémoras obsoletas que impedían el cambio, sólo que entonces los enemigos de dicho cambio
recurrieron al "golpe de Estado". Además, al favorecer el proceso constituyente, se trataba de "evitar la
guerra civil". Sin embargo, después, ya en la víspera de la consulta popular del 15 de abril –en la que el sí a
la Constituyente barrió con el 81,7% de los votos-, Gutiérrez se despachó con unas declaraciones muy
críticas con Correa, al que se le había caído "la careta de demócrata", revelando "el rostro de la intolerancia y
el autoritarismo". Correa, proseguía su predecesor en Carondelet, seguía "órdenes directas de Hugo Chávez"
para "implantar un proyecto totalitario, de plenos poderes, proyectos que fracasaron y fueron rechazados en
la Europa del Este".
En las elecciones del 30 de septiembre de 2007 a la Asamblea Nacional Constituyente el PSP, con el 7,3%
de los sufragios y 19 de los 130 asambleístas, quedó en un lejanísimo segundo puesto tras la Alianza PAIS
de Correa, que conquistó una confortable mayoría absoluta. Con todo, el partido de los Gutiérrez, por
primera vez, aventajó al PRIAN.
Hasta el último momento, Gutiérrez, con diferencia el candidato más potente de la oposición, confió en poder
arrastrar a Correa a una segunda vuelta presidencial. Sin embargo, el mandatario, que gozaba de unas altas
cotas de popularidad, materializó los pronósticos y se llevó la reelección el mismo 26 de abril con el 52% de
los votos. Gutiérrez sacó el 28,2%, casi 17 puntos más que el contumaz Álvaro Noboa, que concurría por
tercera vez. El ex coronel tuvo su cantera de votos en la mayoría de las provincias del Oriente amazónico y
en parte de la región central de la Sierra. En las legislativas, el PSP consolidó su condición de segunda
fuerza política metiendo 19 representantes en la nueva Asamblea Nacional de 124 miembros. Gutiérrez
encajó de mala gana los resultados de la liza presidencial; denunció ante el Consejo Nacional Electoral
(CNE) la manipulación de papeletas en su perjuicio y amenazó con reclamar la nulidad de todo el proceso
por "fraude" y la celebración de nuevas elecciones. Finalmente no materializó esta advertencia, pero se
ofreció para liderar la "lucha" de toda la oposición a Correa.
Una vez sofocado el motín, Correa aseguró con toda rotundidad que lo sucedido había sido un verdadero
intento de golpe de Estado con la intención de matarlo y señaló como instigadores del mismo a elementos
conspirativos de la oposición política, mencionando concretamente al entorno de Gutiérrez. El presidente
fundaba esta interpretación en el hecho de haber oído cómo algunos de los policías que se le encararon y le
agredieron, además de insultarle, gritaban consignas favorables al ex coronel, del tipo "¡Viva Lucio!". Desde
Brasilia, el aludido negó tajantemente la medio imputación de presidente con estas palabras: "El único
responsable del caos que tenemos actualmente en el Ecuador es el Gobierno abusivo, corrupto y prepotente
de Correa, que viola permanentemente los derechos de los ciudadanos, que no permite que haya
fiscalización, que no permite que en la fiscalía se investiguen las denuncias de los posibles vínculos de su
Gobierno con las FARC".
Más aún, el dirigente opositor aseguró que con estas "acusaciones temerarias y cobardes" Correa sólo
pretendía disimular su estrategia de "magnificar la protesta policial" para "esconder la corrupción en su
Gobierno", en referencia a las acusaciones de malversación contra Fabricio Correa, hermano del presidente.
El jefe del PSP adjudicó a Hugo Chávez la paternidad el "show mediático" vivido el 30 de septiembre,
descartó exiliarse para esquivar posibles represalias penales y retó a enfrentársele en las urnas a Correa, al
que de paso anunció una demanda judicial por "daño moral" a su persona. Días después, mientras Fidel
Araujo, un cercano colaborador de Gutiérrez, engrosaba la lista de arrestados por su supuesta participación
en la sublevación de los agentes del orden, Correa volvió a la carga denunciando la existencia de un grupo
policial "sin límites ni escrúpulos" que era "un peligro latente para la seguridad" y que contaba "con claros
lazos políticos". Para ser más explícitos, siguió apuntando el presidente: "Claramente, detrás de esto está
Sociedad Patriótica y los Gutiérrez".
Gutiérrez y Correa siguieron librando su guerra particular, con la mirada puesta ya en las elecciones
generales de febrero de 2013, a las que el segundo podía optar de nuevo y por última vez porque para la
Constitución de 2008 se hallaba en su primer mandato de cuatro años. El 14 de noviembre de 2012 el PSP
inscribió el binomio presidencial formado por Gutiérrez y su escogida para el puesto de vicepresidente, la ex
reina de la belleza de Manta Pearl Ann Boyes Fuller. En estos momentos, las encuestas preelectorales
otorgaban a la plancha presidencial del PSP no más del 13% de los votos, situándola por detrás de la
encabezada por el empresario liberal Guillermo Lasso Mendoza, por el movimiento Creando Oportunidades
(CREO), y a enorme distancia del gran favorito, Correa. En los meses siguientes las posibilidades de
Gutiérrez de pasar a una hipotética segunda vuelta se hicieron más remotas aún.