Las Claves Que Llevaron A China A Ser Una Potencia Mundial
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Estados Unidos tendrá difícil mantener su dominio ante la importancia que seguirá
sumando China.
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CARLOS ALBERTO PATIÑO30 de diciembre 2019, 10:45 P. M.
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Desde una perspectiva histórica amplia, a partir de la Segunda Guerra Mundial se produjo
una modificación profunda de la geopolítica, que consistió en que los dos centros del poder
fueron los Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Durante la
contienda fueron definitivamente desplazados los centros de poder anteriores, encabezados
por Londres, Berlín y París, y detrás de ellos Roma. Ya no contaban Madrid ni Estambul.
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China, por su parte, que había sido siempre la cabeza de su propio sistema
internacional, había dejado su posición de líder luego de que en 1894 perdiera una guerra
definitiva contra Japón y, a mediados de siglo, tras los desastres de la Segunda Guerra
Mundial, enfrentó una cruenta guerra civil que terminó con la victoria del Partido
Comunista Chino, encabezado por Mao Zedong, y la república partida en dos Estados.
En 1946, el mundo empezaba a ser regido por las políticas y las acciones militares
emprendidas y dirigidas por Washington y Moscú, que dieron forma a un nuevo orden
internacional dirigido por una dimensión formal, representada por las Naciones Unidas, y
una informal, encarnada en la Guerra Fría. Esta última, que en los hechos modeló y dio
realidad al orden internacional y posibilitó una geopolítica específica, terminó en 1991. Los
Estados europeos pasaron a ser potencia de segundo orden, conservando unas
credenciales históricas, pero pocas palancas de poder real.
Para 1992, muchos observadores identificaron que Washington se erigía en el gran poder
global. Muchos hablaron de Estados Unidos como una hiperpotencia, algo que en realidad
solo había sido de 1945 a 1949, cuando poseía en solitario la más avanzada forma de
destrucción militar, la bomba nuclear.
Sin embargo, pronto fueron apareciendo los rasgos que definen el mundo
contemporáneo: del mundo occidental la única potencia de alcance global era EE.
UU., y su alcance de poder resultaba un poco ambiguo, con una influencia variable, a pesar
de que a lo largo de las últimas décadas ha acumulado una riqueza y un poder económico
poco comparable con otros competidores.
A esta potencia económica, China fue aunando una muy seria modernización militar, una
diplomacia en expansión y una ortodoxia fuerte en el manejo de sus divisas y la recepción
controlada de inversión extranjera directa.
Para el 2001, luego de los atentados del 11 de septiembre, EE. UU. inició una expansión
global sin precedentes bajo la idea de que podría controlar los cambios y el rumbo político
de Asia Central, a través de dos guerras, la de Afganistán, más enmarcada en la necesidad
de una venganza rápida contra Al Qaeda -red terrorista protegida por el régimen de
los talibanes- y la guerra de Irak, con la que pretendía mostrar una posible vía de
democratización de Oriente Medio, abriéndole un camino de adhesión al mundo occidental,
entre otras razones.
Las dos guerras fueron un gran fracaso estratégico y dejaron claro que se produjo un
movimiento del centro geopolítico hacia el mundo asiático.
El epicentro de desarrollo económico del mundo, en las dos últimas décadas, y a pesar de
los buenos desempeños económicos de la Unión Europea y de EE. UU., se ha ido hacia el
Asia Pacífico, junto con las rutas que conectan con el océano Índico, concentrando a tres
de las grandes economías globales: China, Japón e India.
Las tres, a su vez, están entre los países que han adquirido una relevancia cada vez mayor
en el desarrollo científico y la aplicación tecnológica en el mundo, y como si fuera poco,
concentran la mayor población del planeta.
Con base en esa dinámica, China lanzó, hace ya más de un lustro, la red de comercio y de
influencia política llamada informalmente ‘la nueva ruta de la seda’, que a través de
ferrocarriles, carreteras y puertos marítimos conecta a más de sesenta países, en medio de
una red que tiene como centro a la propia China.
***
Esto se ha convertido en algo mucho más evidente cuando irónicamente China, una
dictadura comunista, es hoy el gran defensor de la globalización, proceso del que también
es el gran ganador.
Al parecer, en la próxima década, las grandes potencias geopolíticas serán EE. UU.,
Al parecer, en la próxima década, las grandes potencias geopolíticas serán EE. UU., China,
India y Rusia, cada uno signado con sus poderes, debilidades y proyecciones históricas.
Este grupo está seguido por otro más heterogéneo, en el que encontramos a la Unión
Europea, con su ambigüedad; Japón, Turquía, Arabia Saudí, Irán y quizá Sudáfrica en el
ámbito africano.
Sin embargo, es China el que desde la última década lidera los grandes cambios
globales y las principales transformaciones geopolíticas del mundo, toda vez que reúne
características claves como una suficiente y atractiva capacidad demográfica, crecimiento
económico sostenido –más allá de sus vaivenes–, capacidad científico-técnica creciente y
liderazgo cada vez más reconocido, además de una clara estrategia global de comercio e
influencia.
Estados Unidos ha respondido a este liderazgo de dos formas distintas: durante el gobierno
de Barack Obama se impulsó el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica
(TPP) como un mecanismo para impulsar tanto un acuerdo económico global como
una red diplomática de nuevo cuño, que además llevaba una alianza geopolítica de
beneficio bilateral clave para Washington, con un antiguo y acérrimo enemigo como lo es
Vietnam. Pero, durante el gobierno de Donald Trump, la Casa Blanca optó por confrontar a
Pekín no por sus acciones y opciones geopolíticas.
Se dejó de lado el TPP y tomó la vía de las sanciones comerciales, los aranceles y la guerra
comercial. Hasta el momento, para China, estas acciones han sido una dificultad, aunque no
representan el final de su economía. Más bien el impulso que necesitaba para diversificar
sus principales socios comerciales, sus aliados geopolíticos y, en últimas, mejorar su
posición estratégica global.